Hoy Inicia La Novena Por La Visitación de La Virgen María
Hoy Inicia La Novena Por La Visitación de La Virgen María
Hoy Inicia La Novena Por La Visitación de La Virgen María
María
Según narran los evangelios, el ángel Gabriel le dijo a María que, así como ella
iba a ser la Madre de Jesús, su prima Isabel también estaba encinta de Juan el
Bautista, y la Virgen fue en ayuda de su pariente durante tres meses.
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino, además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo, en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
https://www.aciprensa.com/recursos/primer-dia-de-la-novena-por-la-visitacion-2267
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino, además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo, en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino, además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración para todos los días
¡Oh Madre Santísima de la Luz, ¡Virgen la más amable, dulce, tierna y benévola que ha salido de las manos del Creador,
para consuelo, amparo y bien de todos los mortales! Nosotros os alabamos, bendecimos y tributamos el justo homenaje
de las más rendidas gracias, por la dignación que habéis tenido de regalar a esta Ciudad vuestra soberana Imagen,
bendita por esa vuestra misma mano, que con tan blando afecto acarició al niño Jesús en el pesebre, y con tan dolorosa
compasión tocó sus llagas, cuando fue bajado de la Cruz y puesto en vuestro regazo. Al mismo tiempo, benignísima
Señora, os agradecemos en lo íntimo del alma, el que hayáis escogido para hacernos este rico presente, el mismo día en
que nuestra Madre la Santa Iglesia celebra vuestra Visitación a vuestra prima Santa Isabel; en lo cual entendieron
nuestros padres, y hemos experimentado constantemente sus hijos que veníais a dispensarnos singulares favores, como
los derramasteis a manos llenas en aquella ciudad de Judá. Con tan plausible motivo os consagramos este novenario, en
el cual queremos refrescar la memoria de vuestras liberalidades, para perpetuo testimonio de ellas a las futuras
generaciones e impetrar de vuestra bondad inagotable, la gracia de que, a la hora de nuestra muerte, nos hagáis una
visita, para entregar nuestra alma en vuestras maternales manos. Así os lo suplicamos por el divino Niño que tan
graciosamente sostenéis en vuestro brazo izquierdo. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo, en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino, además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino, además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo, en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino, además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos , y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo, en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
https://www.aciprensa.com/recursos/octavo-dia-de-la-novena-por-la-visitacion-2275
Acto de Contrición
Omnipotente y sempiterno Dios, cuya grandeza no cabe en los cielos, y ante cuya majestad tiemblan de pavor las
potestades y se humillan los altos serafines: ¿qué deberé yo hacer en vuestra divina presencia, cuando no solo soy un vil
y asqueroso gusanillo de la tierra, sino, además, un pecador abominable, que tantas veces he provocado vuestra Justicia,
con mis innumerables culpas y enormes delitos? Pero ¡ah, Dios y Señor mío! Yo sé que la grandeza de vuestra Bondad
iguala a la grandeza de vuestro Ser, y que, si mis pecados piden venganza y castigo, la sangre preciosísima de vuestro
divino Hijo clama perdón y misericordia para este miserable. Perdonadme, pues, ¡oh Padre Eterno! por la pasión y
muerte de vuestro Unigénito, en quien tenéis todas vuestras complacencias; miradle muriendo en una cruz por satisfacer
los derechos de vuestra Justicia; atended a los sentimientos de su Sagrado Corazón, que Vos solo comprendéis: y en vista
de una víctima tan inocente, tan santa y tan pura, soltad el azote con que merecí ser castigado y dadme el ósculo de
vuestra paz, que me restituya a vuestra amistad y gracia, en la cual deseo vivir y morir, para ir a alabar eternamente
vuestras misericordias en el cielo. Así os lo ruego por los méritos de mi Redentor Jesucristo, que contigo y el Espíritu
Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Así como habló a nuestros padres, a Abraham, y a su descendencia por los siglos de los siglos.
¡Oh María! Por amor de la Sabiduría Eterna que os inspiró estas palabras, dignaos visitarnos a la hora de nuestra muerte
y recibir en vuestras manos nuestro espíritu.
Se hace la petición y después se rezan tres Ave Marías en esta forma:
Dios te salve, María Santísima, poderosísima hija de Dios Padre, Virgen purísima antes del parto. Dios te salve María, etc.
¡Oh Madre de la Luz, Virgen María! Ahuyentad de tu pueblo la herejía.
Dios te salve, María Santísima, dignísima Madre de Dios Hijo, Virgen purísima en el parto. Dios te salve María, etc.
¡Oh Madre de la Luz, Virgen María! Asistidme piadosa en mi agonía.
Dios te salve María Santísima, castísima Esposa de Dios Espíritu Santo Virgen purísima después del parto. Dios te salve
María, etc.
¡Oh Madre de la Luz, Virgen María! Que se salve por Vos el alma mía.
Oración Final
¡Oh Madre Santísima de la Luz y dulcísima Madre nuestra! El número de los favores, gracias y dones que os debemos
excede a cuanto puede retener nuestra memoria, a cuanto se ha consignado en los anales de este pueblo, a todo en fin,
cuanto puede expresar nuestra torpe lengua, y solo está escrito en vuestro amantísimo Corazón y en el de vuestro divino
Hijo. ¡Ojalá os hubiéramos correspondido cada una de vuestras finezas con el amor y gratitud que justamente habéis
merecido! Pero ¡ay! para confusión nuestra, confesamos que mil y mil veces, olvidando vuestras bondades, hemos
perpetrado tantas culpas, iniquidades y crímenes, que a veces hemos obligado al Dios justo a descargar sobre nosotros el
castigo; más apenas hemos recibido el primer azote, cuando Vos enternecida por nuestro llanto, os habéis interpuesto
entre su Majestad y nosotros, y con vuestros maternales ruegos habéis desarmado su brazo. ¡Ah, Madre Santísima de la
Luz! Nunca, nunca, por piedad, nos abandonéis, porque ¿a merced de quién se quedaría este Obispado? ¿con quién nos
quedaríamos nosotros? ¿con quién nuestras familias y nuestros hijos? ¿con quién todo este pueblo que tanto habéis
amado? No, Señora, creemos que no tendréis corazón para abandonarnos, porque una Madre como Vos, no puede
olvidarse de sus hijos, aunque delincuentes. Alcanzadnos, pues, los sentimientos de una verdadera y eficaz penitencia de
nuestros pecados; enjugad como siempre nuestras lágrimas, remediad nuestras necesidades, proteged a las personas
que celebran vuestro advenimiento a esta ciudad, cubridnos a todos con vuestro manto, para vivir siempre bajo vuestra
protección, y dignaos cortar Vos misma con vuestras manos, el hilo de nuestra vida, para entregar en ellas nuestra alma a
nuestro Creador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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