Cuento

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HERMANOS VERDADEROS

Dan Clark nos cuenta que, a un amigo suyo, llamado Paul, le regaló su hermano
un hermoso carro deportivo como obsequio navideño. Cuando salió de la oficina
era ya tarde y vio que había un muchacho observando con admiración su flamante
carro.

-¿Es suyo este carro, señor? –le preguntó con los ojos llenos de asombro.

-Sí, es mío, me lo acaba de regalar mi hermano por ser navidad.

El muchacho estaba maravillado. Parecía que no podía creer lo que Paul le


acababa de decir.

-¿Quiere usted decir que su hermano se lo dio y a usted no le costó nada?

Cónchale, ojalá...-y dejó inconclusa su frase vacilando.

No era necesario que siguiera. Era evidente que quería decir que ojalá él tuviera
un hermano así. Pero no dijo eso, sino algo completamente distinto que dejó
helado a Paul:

-Ojalá yo pudiera ser un hermano así.

Paul miró al muchacho sorprendido y le preguntó impulsivamente si le gustaría


dar una vuelta en el carro.

-Sí, por supuesto, me encantaría...


Después de un breve paseo, el muchacho miró fijamente a Paul y le dijo con
determinación:

-Señor, ¿le molestaría pasar frente a mi casa?

Paul esbozó una sonrisa. Era evidente que el muchacho ansiaba que los vecinos
lo vieran montado en ese extraordinario carro deportivo. Pero, por segunda vez,
se equivocó:

-¿Podría parar frente a esa casa que tiene en el frente dos escalones?

Espéreme sólo un segundo, por favor.

Subió los dos escalones de un salto. No tardó mucho en regresar. Volvía cargando
a su hermanito inválido. Lo sentó en el primer escalón y abrazándolo fuertemente
le dijo:

-Mira bien este carro, Buddy.

El hermano se lo regaló para navidad y no le costó ni un centavo. Un día, yo te


regalaré un carro como este. Voy a trabajar muy duro y ahorraré todo lo que
pueda. El carro será tuyo. Yo sólo seré tu chofer e iremos donde tú quieras y
podrás ver las montañas, los bosques, el mar...

Paul se bajó emocionado y sentó al pequeño inválido en el asiento delantero. El


hermano mayor eufórico se subió a su lado y los tres iniciaron un paseo
memorable. Con los ojos arrasados de lágrimas y una extraña blandura en su
alma, Paul miraba las vitrinas resplandecientes de luces y de adornos.
Comprendía, sin embargo, que la navidad iba montada dentro de su carro.

MORALEJA:

Vive y enseña a vivir para hacer felices a los que te rodean. En vez de preguntarte
qué te van a dar los demás, pregúntate qué vas a darles tú. Proponte vivir de tal
modo que tu familia, tus amigos y todos los que te tratan y conocen sientan una
dicha tenerte. Esfuérzate, desde que te levantas, por ser un regalo para todos los
que te consigas en el día. Que consideren un don haberse encontrado contigo.
Que de tu conversación salgan fortalecidos. Piensa en lo mucho que se te ha
dado, en lo privilegiado que eres. Porque se te ha dado mucho, debes mucho a
los demás.
Todo hombre que te busca va a pedirte algo...

El rico aburrido, la amenidad de tu conversación; el pobre, tu

dinero; el triste, un consuelo; el débil, un estímulo; el que lucha,

una ayuda moral.

Todo hombre que te busca, de seguro va a pedirte algo.

¡Y tú te vuelves impaciente!, y tú piensas ¡qué fastidio!

¡Infeliz!

La ley escondida que reparte misteriosamente las excelencias,

se ha dignado otorgarte el privilegio de los privilegios,

el bien de los bienes,

la prerrogativa de las prerrogativas:

¡DAR! ¡TU PUEDES DAR!

En cuantas horas tiene el día, tú das, aunque sea una sonrisa,

aunque sea un apretón de manos,

aunque sea una palabra de aliento.

En cuantas horas tiene el día te pareces a Jesús,

que no es sino donación perpetua y regalo perpetuo.

Debieras caer de rodillas ante el Padre y decirle:

“¡Gracias porque puedo dar, Padre mío,

nunca más pasará por mi semblante la sombra de una impaciencia”!

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