Descola Philippe - Naturaleza Y Sociedad Perspectivas Antropologicas
Descola Philippe - Naturaleza Y Sociedad Perspectivas Antropologicas
Descola Philippe - Naturaleza Y Sociedad Perspectivas Antropologicas
Perspectivas antropológicas
por
TIM INGOLD * ALF HORNBORG * GÍSLI PÁLSSON
PHILIPPE DESCOLA * ROY F. ELLEN
SIGNE HOWELL * LAURA RIVAL * EDVARD HVIDING
KAJ ÁRHEM * BERTRAND HELL * JO H N KNIGHT
ELENI PAPAGAROUFALI * DETLEV NOTHNAGEL
PAUL RICHARDS * GUIDO RUIVENKAMP
coordinado por
P H IL IP P E D E S C O L A
G ÍS L I P Á L S S O N
m ____________________
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DE.LAGUA248- DELEGACIÓN COYOACÁN. 04310. MÉXICO, D.F.
d e r e c h o s reserv a d o s co n fo r m e a la ley-
im p r e so y h e c h o en m é x ic o / p r in te d a n d m a d e in m e x ic o
PREFACIO DE LOS COORDINADORES
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
SOCIOLOGÍAS DE LA NATURALEZA
TERCERA PARTE
COIABORADORES
Este libro está centrado en los aspectos que relacionan la naturaleza
con la sociedad en antropología y en diversos contextos etnográficos.
Los trabajos que lo com ponen fueron presentados a la Tercera C on
ferencia de la Asociación Europea de A ntropólogos Sociales, celebra
da en Oslo en ju n io de 1994. En esa ocasión, Signe Howell observó,
en su discurso inaugural, que los organizadores habían tenido una
gran sorpresa y que los resúm enes presentados, al igual que los temas
propuestos p ara las discusiones en talleres, indicaban procesos bas
tante inesperados; p o r un lado, algunos de los tem as “tradicionales”
propuestos p o r los organizadores habían recibido escasa o ninguna
respuesta de los posibles participantes, y, en cambio, algunos tem as
que en los últim os años h an sido generalm ente considerados com o
anticuados o agotados —incluyendo la ecología y el parentesco— des
p ertab an un entusiasm o renovado. Así, no m enos de tres sesiones de
dedicaron a la naturaleza y el m edio am biente. Este libro reúne una
selección de los trabajos presentados en esas sesiones. El renovado
interés p o r tem as ecológicos que se reflejó en la conferencia de Oslo
y tam bién en este volum en es en cierto m odo inesperado, en vista de
la heg em o n ía de la teorización textualista en los últim os años. Sin
em bargo, aparentem ente la naturaleza y el m edio am biente se niegan
a desaparecer p ara siem pre del orden del día, y esta vez resurgen con
más vigor que antes. Esto hace p en sar que ha llegado el m om ento de
revisitar la antropología ecológica en térm inos teóricos nuevos. Des
pués de todo, ya tenem os aquí un nuevo m ilenio, que sin d u d a p la n
teará a los hum anos problem as ecológicos enorm es.
Q uerem os agradecer a los participantes en las sesiones que orga
nizam os en la conferencia de Oslo p o r su contribución a las anim a
das discusiones que allí se desarrollaron, y en particular a los autores
de los trabajos presentados. Debem os agradecer tam bién a Stephen
G udem an, quien tuvo u n a participación im portante en u n a de esas
sesiones, y a A gnar Helgason, quien ayudó a p re p a ra r el m anuscrito
final. Por últim o, nuestro reconocim iento a R obert G oodm an por su
invaluable consejo editorial.
PHILIPPE DESCOLA
GÍSLI PÁLSSON
EL DUALISMO NATURALEZA-CULTURA
INTENTOS EQUIVOCADOS
BIBLIOGRAFÍA
TIM INGOLD
INTRODUCCIÓN
FIGURA 2 . 1. El cazador-recolector “prim itivo” con sid erad o com o una versión d el h o m
bre eco n ó m ico y com o una esp ecie d e forrajero óp tim o.
CULTURA Y ELECCIÓN
Sin em bargo, extrañam ente, esa visión del forrajero hum ano com o
p o rtado r de propensiones culturales desarrolladas p o r evolución, que
hacen que el com portam iento tienda hacia lo óptim o existe, en los
escritos de los ecologistas evolucionistas, sim ultáneam ente con u n
cuadro bastante diferente. O bservando que el com portam iento h u
m ano con frecuencia parece estar muy lejos del óptim o, la culpa de
la d iscrep an cia se atribuye d irec tam en te a la cu ltu ra m ism a. Así,
W interhalder explícitam ente señala los “objetivos culturales”, situa
dos dentro de sistemas de creencias y de significado, com o una de las
posibles razones de la disyunción, en el caso hum ano, “entre los ó p
tim os del m odelo y los com portam ientos observados” (198 Ib: 16).
Del m ism o m odo, Foley (1985:237) enum era, entre las consecuencias
de la capacidad hum ana de cultura, u n a serie de características que
“p u ed e n in h ib ir el logro de lo ó p tim o ”. Sin em bargo, en n in g u n a
p arte la contradicción es tan evidente como en la reciente reseña de
R obert L. B ettin g er (1991) de la teo ría del forrajeo ó p tim o en su
aplicación arqueológica y antropológica a los cazadores y recolectores
h u m an o s.1
H aciendo referencia al debate clásico en la antropología económ i
ca entre los defensores de las corrientes denom inadas “form alism o”
y “sustantivismo”, B ettinger nos recuerda que los térm inos del debate
tienen su origen en la distinción de Max Weber (1947:184-185) en
tre los aspectos form al y sustantivo de la racionalidad hum ana, sien
do el p rim ero el elem ento de cálculo cuantitativo, o contabilidad,
im plicado en la tom a decisiones económicas, y, el segundo, la subor
dinación de la actividad económ ica a fines últim os o norm as de va
lor de naturaleza cualitativa. Sin n egar el relieve del segundo en los
asuntos hum anos, B ettinger sostiene que los m odelos formales tienen
la gran ventaja de proporcionar “u na m edida de la racionalidad eco
En las teorías darwinianas [...] los individuos son esenciales para la explica
ción: sus intereses no pueden ser ignorados. Es el individuo con su interés
personal el que tiene que hacer elecciones reales y metafóricas acerca de la re
producción y los riesgos selectivos asociados con diferentes cursos de acción
(Bettinger, 1991:152, cursivas mías).
A B
ENCULTURACIÓN Y ENHABIUTACIÓN
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
ALF ITORNBORG
ni malicio ele todos los m odeladores”, y aunque por definición no puede admitirlo,
sus im ágenes, de hecho, pueden "crear su propia realidad' 1M-1 r>3). Kn una
reseña de Economics as Cullurt;. Friedman (1987) de nuevo ejem plifica la posición
finalista y objeiivista, al deplorar que Gudeman no distinga entre “el discurso sobre
la realidad y la organización de esa realidad”. Sin embargo, debe ser contrario a al
gunas de las premisas más básicas de la antropología moderna sostener que existe una
distinción ontológica (como distinta de analítica) entre las relaciones sociales v su
etnoexplieaeión (por ejemplo, ent re el mercado y la teoría económica neoclásica). Mo
cabe duda de que hay un senLido en ei que la estrategia de abarcamiento conceptual
universalista es sinónim o de dom inación social (Hornborg, 1994b).
conceptúa) izan d iferen tes prácticas en térm in os d e d iferentes tipos d e
co m p ortam ien to social: las m ujeres cu id an las plantas cultivadas co m o
a p arien tes co n sa n g u ín eo s, m ien tras q ue los h om b res en can tan a las
presas co m o a p arien tes atines (ibid.■.327).
D escola a d em ás su g iere q ue si las rela cio n es so cia les o frecen un
m o d e lo co n cep tu a l para las relacion es en tre los h u m a n o s y la n a tu
raleza, cualquier m odificación de estas últim as em p ezará g en er a lm en
te p or u n a “m u ta ció n p revia” d e las prim eras (ib id /.^ ó 0). Tal vez n o
sea necesario estab lecer una p reced en cia tan generalizada, en tre otras
cosas p o rq u e es sa b id o q u e las m etá fo ra s p red ic a n sig n ific a d o s en
form a recíproca (véase Isbell, 1985). Sin em b argo, la o b servación d e
D escola sobre la co n g ru en cia en tre las rela cio n es sociales y las rela
cio n es en tre los h u m a n o s y la n atu raleza es in d u d a b le m e n te im p o r
tante para la arg u m en tación que p ro p o n g o aquí, d e que varios rasgos
de la vida m od ern a q u e g en er a lm en te son co n sid era d o s co m o d istin
tos (p or ejem p lo , el in tercam b io m ercan til, la p erso n a “o c c id e n ta l”,
el d u alism o cartesian o) n o son sino los asp ectos sociales y e p is te m o
ló g ic o s d e un solo fe n ó m e n o d e la m o d ern id a d . En lugar d e tratar a
las p lan tas y los an im ales co m o categorías d e p arien tes, u na so cied a d
d e ex trañ os gen era “extrañ os n atu rales” (véase E vern d en , 1985). En
otras palabras, u n a socied a d basada en la ob jetificación (d el ser p ro
p io y d e otros c o m o persona p ub lica) te n d e r á a p royectar la m ism a
d ico to m ía jerárq uica su jeto-ob jeto sobre la relación entre la p erso n a
y el m u n d o (natural).
Entre las im p licacion es d e esta con clu sión hay otro argu m en to m ás
en favor d e la resu rrecció n p o sm o d e r n a d e “una fijeza r e n o v a d a ”
(G id d en s, 1990:1 78) d en tr o d e u n a esfera local d e vida social. Si el
m o d o m o d e r n o p r e d o m in a n te d e re la c ió n e n tre los h u m a n o s y la
naturaleza sólo p u e d e m ejorar en con ju n ción con una transform ación
d el m o d o m o d e rn o p red o m in a n te d e sociab ilid a d , la d iscu sión sobre
el “d esarrollo su sten tab le” ten dría q ue in corporar co n sid era cio n es d e
có m o revitalizar ese asp ecto d e la existen cia h um ana que T ó n n ie s lla
m ó Gemeinschaft (cf. n. 2).
O tra im p licación es q ue n uestra elec ció n de m etáforas en el d is
curso sobre el “d esarrollo su sten tab le” m erece cu id a d o sa c o n sid er a
ción. Es su m am en te in teresan te com p arar las nuevas m etáforas socia
les p ara la in te r a c c ió n h u m a n o s-n a tu r a le z a q u e está n a rtic u la n d o
d iferen tes p articip an tes en ese d iscurso, co n sus eq u iv a len tes p rem o
d ern o s. En gen era l las culturas d e su bsistencia tra d icio n a les co n ce p -
tu a liza b a n la in te r a c c ió n h u m a n o s-n a tu r a le z a en té r m in o s d e sus
p ro p ias prácticas sociales de h ac er regalos y de recip ro cid ad (cf.
Ingold, 1986; Arhem , cap. 10 de este libro); en cambio, el discurso
reciente sobre la “econom ía ecológica” hace pensar que los ecosis
tem as son una form a de “capital” en los que los hum anos deben in
vertir y que les proporciona “servicios” que deben ser evaluados ad e
c u a d a m e n te en té rm in o s m o n e ta rio s (p o r ejem p lo , Folke y
Kaberger, 1.991; Jan sso n et al., 1994). Así, se dice que los servicios
ecosistémicos que hasta ahora no hem os pagado han generado para
la sociedad hum ana una “d eu d a” de proporciones inm ensas, y para
rectificar esa situación se han propuesto conceptos como los de “im
puestos verdes” y “Principio de El que contam ina p ag a”. C laram en
te estam os ante u n caso m o d ern o de proyección de u n a m etáfora
social sobre la relación entre los hum anos y la naturaleza, en el que,
en consecuencia, esas relaciones son conceptualizadas com o transac
ciones mercantiles. Sin embargo, en la m edida en que se usa como una
com prensión literal de la crisis am biental, es una m etáfora que p u e
de conducir a errores graves, porque los fenóm enos m onetarios com o
“inversiones”, “servicios” y “deudas” son solam ente relaciones entre
seres hum anos y de ningún m odo pueden denotar relaciones entre los
h um anos y la naturaleza. Los ecosistem as no están ofreciendo sus
“servicios” en el m ercado, y las com pensaciones m onetarias no tienen
nin g u n a utilidad para ellos. El dinero es un título o una pretensión
sobre otra persona. Por lo tanto, al contrario de lo que afirm a el dis
curso convencional, no puede restaurar daños causados a la biosfera;
sólo puede redistribuirlos socialm ente. Sin em bargo, la com prensión
m etafórica de la naturaleza en térm inos de “servicios” que hay que
p ag a r cum ple la función ideológica esencial de utilizar los efectos
adversos del “crecim iento” económ ico p ara reforzar nuestra fe en él
(vvced, 1987).
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
* Id estudio en que se basa este capítulo [orina parle de un proyecto ele investi
gación en cohíbo) ació-i —''Propiedad común y política ambiental en una perspectiva
comparativa"- iniciado por el Programa de Investigación Ambiental Xórdico ( NKki’).
F.stc capítulo recibió asimismo el apoyo de oíros programas e instituciones, entre ellas
el Comité Nórdico para la Investigación en Ciencias Sociales ( n o s - s ) y la Fundación
Islandesa de Ciencias.
1 Fu la teoría social con frecuencia se lia contrastado el individuo orgánico con
la vida social colectiva; se supone que el primero es parte de la naturaleza, mientras
que la segunda es superorgánica. Un ejemplo de esa distinción es el famoso análisis
de Mauss de la morfología estacional de la identidad de los inuiLs (Pálsson. 1(J91 :t>8).
Para Mauss. el ritmo de la congregación y dispersión del ganado, en el invierno v el
verano respectivamente, determinaba la importancia relativa del ser natural y el ser
social en la vida de los imiits.
K! o rd en social era el cam p o d e los a n tr o p ó lo g o s y so c ió lo g o s, m ie n
tras q ue el o rd en e c o ló g ic o p erten ecía a los ec ó lo g o s p ro fesio n a les.
U na v e / estab lecid a esa d ico to m ía fu n d a m en ta l, lío llin g s h e a d , y
m uchos d e sus se g u id o res, g e n e r a lm e n te m atizab a la tesis d ualista,
d esta ca n d o q ue la n atu raleza y la so c ied a d n o d eb ían ser vistas co m o
esfera s totalm ente sep arad as, sin o d ia lé c tic a m e n te in te rco n ecta d a s;
rada u n o d e los ó rd en es “c o m p lem en ta y su p lc m en ta al otro en m u
chas fo rm a s’' (H o llin g sh ea d , 1 9 4 0 :3 5 9 ). I.os e c ó lo g o s d e hoy c o n ti
núan “c o m p a r a n d o ” los ó r d e n e s d e n a tu ra leza y so c ie d a d c o m o si
fueran sistem as sep arad os y au tó n o m o s, y ex p lo r a n d o los n ex o s en -
u e e llo s ( H o llin g el a l., 1 9 9 4 ). A p e sa r d el le n g u a je d ia lé c t ic o e
interactivo, d e ese m o m e n to , la frontera en tre so cied a d y naturaleza
sig u e sie n d o un p u n to m uy co n tro v e rtid o . D u ran te gran p arte d e l
siglo x x los teóricos sociales han d eb a tid o in te n sa m e n te los m éritos
d e d o s tip o s d e d eterm .in ism .o s, las “c á r c e le s ” d e l le n g u a je y el
natu ralism o. En el d e c e n io d e 1970, S ah lin s d escrib ió m uy a p ro p ia
d a m e n te la an tro p o lo g ía , d iscip lin a co n tin u a m en te atrapada en tre el
id ea lism o y el m a teria lism o , c o m o “el p reso q ue se p asea en tre los
m uros m ás alejad os d e su c e ld a ” (1 9 7 0 :5 5 ), rcin v en ta n d o la aleg o ría
¡le la cavern a d e la República d e P latón. Sin em b a rg o en los ú ltim o s
años el viejo d eb ate en tre las razones m aterialista y cultural ha sid o
rem plazado, en for m a bastan te in esp erad a, p or otro m ás fu n d a m e n
tal: la d istin ció n en tre n atu raleza y socied ad , una d e las co n stru ccio
nes clave d el discurso m od ern ista, ha esta d o so m etid a a un ex a m en
cada vez m ás crítico en varios cam p os, in clu yen d o la a n tr o p o lo g ía y
la historia am biental. Este p roceso, que en p a ite resp on d e a la te n d e n
cia lin gü ística p o sm o d er n a , los p ro b lem a s a m b ie n ta le s g lo b a les, la
m od ern a tecn olo gía d e la in form ación , el reverd ecim ien to del d iscu r
so p ú b lico y la r e d e fin ic ió n d e las fron teras d iscip lin a ria s, p la n tea
n uevos d esafíos a la teoría social y la práctica etn o g rá fica , p rep a ra n
d o la escen a para un n u e v o tipo d e an tro p o lo g ía eco ló g ica .
I na vía p osib le en esa d irección es ex te n d er el en fo q u e m arxian o,
que g e n e r a lm e n te se lim ita a las relacion es hum anas, al análisis d e las
relaciones en tre los h u m an os y el m e d io am b ien te, ’la p p e r (1 9 8 8 ) ha
so sten id o q u e en las so c ied a d e s de cazad ores y recolectores los seres
h u m an os y los an im ales p articipan e n la “p rod u cció n recíproca d e la
ex iste n c ia d e cad a u n o ” (1 9 8 8 :5 2 ), y, en ven a sim ilar, B r ig h tm a n ,
(1 9 9 3 ) alu d e a u n “p roceso d e trabajo a lg o n q u in o ” en el caso d e los
crees d e C anad á, p ro ce so “en el que h u m an os v an im a les p articipan
su cesivam en te co m o p rod uctores unos d e otros, ya q ue los a n im a les
ap o rtan de buen grado el ‘producto’ de sus propios cuerpos y los ca
zadores se lo devuelven en form a de com ida cocida, todo figurado en
el idiom a del ‘am o r’” (1993:188).
Con base en esas perspectivas, mi propósito es, en parte, m ostrar
que se aplican discursos similares a contextos teóricos bastante distin
tos. Prolongando argum entaciones propuestas p o r D onham (1990),
Bird-David (1993) y otros, sugiero que, a m enudo, los discursos sobre
la naturaleza, la etnografía y la traducción tienen m ucho en com ún,
principalm ente las m etáforas de la relación personal y la retórica clá
sica. Más en g e n e ra l, este artíc u lo p ro p o n e la in te g ra c ió n de la
ecología hum ana y la teoría social, basándose en perspectivas frecuen
tem ente asociadas con M arx y Dewey, viendo a los seres hum anos en
la naturaleza, dedicados a actos prácticos y localizados. Distingo en
tre tres tipos de paradigm as: orientalism o, paternalism o y com una-
lismo, cada uno de los cuales representa una posición particular con
resp ecto a las relaciones h u m an o -am b ien tales. El p a ra d ig m a del
com unalism o difiere de los otros dos en que rechaza la separación
radical en tre naturaleza y sociedad, objeto y sujeto, haciendo hinca
pié en la idea de diálogo. Si bien los enfoques éticos del m edio am
bien te y las relaciones hum ano-am bientales están muy interconec-
tados, el prim ero me interesa menos que el segundo. M erchant (1990)
aplicó u n a taxonom ía sim ilar a la que p ro p o n g o p ara las relaciones
hum ano-am bientales a la ética am biental, distinguiendo entre los en
foques egocéntrico, hom océntrico y ecocéntrico.2
Dominación<■ ■>Protección
LA EXPLOTACIÓN ORIENTALISTA
LA PROTECCIÓN PATERNALISTA
El parad igm a paternalista com parte algunas de las prem isas m o d er
nistas del orientalism o (tam bién im plica dom inio hum ano y distin
ción en tre legos y expertos), p ero se caracteriza p o r relaciones de
protección y no de explotación. Esto incluye privilegiar la pericia cien
tífica, u na inversión del po d er relativo de expertos y legos. En la vi
sión am biental m o d ern a, los hum anos tien en u n a responsabilidad
p articu lar no sólo hacia los otros hum anos, sino tam bién hacia los
miem bros de otras especies, nuestros cohabitantes del m undo anim al,
y el ecosistem a global. Sin em bargo, debido precisam ente a esa pos
tu ra radical con respecto a las relaciones hum ano-am bientales, el
m ovim iento am bientalista tiende a convertir a la n aturaleza en un
fetiche, separándola así del m undo de los hum anos. Se afirm a que los
h u m a n o s están a c tu a n d o en n o m b re d e la n a tu ra le z a . P ara los
ecologistas radicales, el tem a de los derechos de los anim ales “pasa
a ser algo sem ejante a las actividades de los revolucionarios de izquier
da en el siglo XIX, sólo que ahora el beneficiario no es el proletaria
do oprim ido sino la N aturaleza” (Bennett, 1993:343). Además, los ac
tivistas de los derechos de los anim ales, atra p ad o s en el discurso
objetivista occidental sobre la ciencia y el O tro (los am bientalistas
orientalistas, si se quiere), con frecuencia establecen u n a distinción
fundam ental entre “ellos” (los productores indígenas) y “nosotros” (los
euro-norteam ericanos). En otras palabras, sólo algunos segm entos de
la hum anidad pertenecen propiam ente a la naturaleza, los que, según
se dice, am an a los animales y cuidan su m edio ambiente, variadam ente
llam ados “prim itivos”, los “hijos de la naturaleza” o Naiurwolker. Se
supone que “nosotros” dejam os atrás el “estado de naturaleza” hace
m ucho tiem po. Conceptos similares, dicho sea de paso, han aparecido
con frecuencia en la antropología; así, a veces se piensa que los m ode
los ecológicos determ inistas son aplicables sólo a algunas sociedades,
en particular las sociedades de cazadores y recolectores.
O tra vez, una m oralidad equivalente puede revelarse en la prác
tica etnográfica. En algunos casos, los etnógrafos idealizan y re la tivi-
zan el m undo de sus anfitriones, representando sus relaciones en tér
minos de un contacto protector. A pesar del argum ento de protección,
esa posición no hace otra cosa que m an ten er la distinción orientalista
entre el observador y el nativo. Rosaldo p ro p o n e que la invocación
proteccionista de “mi pueblo” en m uchos trabajos etnográficos repre
senta sim plem ente una negación ideológica de relaciones verdadera
m ente jerárquicas: “Parece apropiado”, afirma, refiriéndose al trabajo
de Evans-Pritchard sobre los nuer, “que u n discurso que niega la d o
m inación que hace posible su conocim iento idealice, com o alter egos,
a pastores antes que a agricultores. Los pastores, com o los turistas
individuales [...] están m enos dispuestos a ejercer la dom inación que
los agricultores, los m isioneros o los funcionarios coloniales” (Rosal-
do, 1986:96). Tem as sim ilares ap arecen en el discurso académ ico
sobre la traducción de textos. La idea del contrato m atrim onial, como
ya se ha indicado, es un tem a persistente en los trabajos de m uchos
estudiosos de la literatura: p o r ejem plo, con frecuencia se habla de la
“fid elid ad ” de la traducción; esas construcciones logran sobrevivir
hasta a los ataques más descontructivos. D errida habla del “contrato
de traducción”, definido como un “him en o contrato m atrim onial con
la prom esa de producir un hijo cuya sim iente dará origen a la histo
ria y el crecim iento” (1985:191). Jo h n so n (1985:143) lleva la analo
gía en tre la traducción y el m atrim onio a un territo rio similar, afir
m ando que el traductor puede ser considerado “no como un cónyuge
dudoso sino como un bigam o fiel, con su lealtad dividida entre una
lengua m a te rn a y u n a lengua ex tra n je ra ”, ag reg an d o que quizá la
m ejor descripción del proyecto de traducción sería un incesto.
Los agricultores con frecuencia parecen p ensar en las relaciones
h u m a n o -a m b ie n ta le s en térm in o s d e p ro tec ció n y re cip ro cid ad .
B ourdieu da la im presión de u n a extensión m etafórica del dom inio
del parentesco a la esfera de las relaciones hum ano-am bientales e n
tre los agricultores kabilas de Argelia. Los kabilas dicen que la tierra
“ajusta las cuentas” y se venga de los m alos tratos, y, por extensión,
el “buen agricultor “se presenta” a la tierra con la actitud apropiada
p ara u n hom bre que saluda a otro, cara a cara, con la actitud de fa
m ilia rid a d c o n fia d a que m o s tra ría con u n p a r ie n te r e s p e ta d o ”
(Bourdieu, 1990:116). Significativamente, las relaciones entre h um a
nos y su tierra se m odelan sobre los vínculos entre parientes distantes,
caracterizad as p o r el respeto y la form alidad, p o r la reciprocidad
equilibrada y no generalizada.
En el caso de los pescadores de Islandia, el paradigm a del paterna-
lismo está rep resen tado p o r la actual aplicación de la racionalidad
< iciii iIk a al m anejo d e Jas p esq uerías. Esa racionalidad, en gran parte
p rod ucto d e las guerras d el b acalao con Gran B retaña y la RFA en el
d e c e n io d e 1970 y la am en aza d e p esca excesiva en los ú ltim o s años,
op era con la orientación recolectora d e pesquerías hom eostáticas. Las
prim eras lim ita cio n es serias al eslu erzo pesquero d e las em b arcacio
n es islan d esas fueron vedas transitorias contra la p esca e n sitios p ar
ticu lares, p ero d e sp u é s, h a cia 1 9 8 2 , se in tro d u jero n m e d id a s m ás
en érgicas para im p ed ir el in m in e n te d esp lo m e d e las ex isten cia s d e
b acalao - e l m ás im p o rta n te recu rso n a cio n a l- y h a cer la pesca m ás
e c o n ó m ic a . En 1983 se in tro d u jo un sistem a d e cu o ta s p a ra h a cer
frente al problem a. Si b ien los p escadores continúan a p ro p iá n d o se de
su presa, en el sen tid o d e sacarla d el d o m in io natural, u n m u n d o se
p arad o d el d e los h u m an os, co n el m anejo cien tífico la extracción ha
q u e d a d o sujeta a m ed id a s d e p ro tecció n ifiskvernd) y a reg la m en to s
m uy estrictos. En con secu en cia , los p escadores son d o m in a d o s cada
v ez m ás p o r el c o n o c im ie n to te c n o -c ie n tífic o y los o r g a n ism o s d el
e sta d o . Los p rin cip a le s arq u itecto s d el r é g im en p a te r n a lista d e la
p esca p rotegid a y del actual sistem a d e cuotas p erson ales transferibles
(econ om istas, b ió lo g o s v otros h a ced o res d e p olítica) con frecu en cia
p e r m a n e c e n firm em en te in sta la d o s en una p o sic ió n m o d e rn ista y
o b je tiv ista .5 U n eje m p lo es la su p r esió n d el tem a d e d e sig u a ld a d y
d istrib u ción social, una d istracción , un tem a ético, u n a ex tern a lid a d
irrelevan te en el estu d io y m a n e jo d el “h om b re e c o n ó m ic o ”, quizás
com p arab le a la categoría d e “s o c ie d a d ” en la lin g ü ística estructural.
C o m o en el m arco m oral d el p atern a lism o , las p erso n a s tien en
co n cien cia d e las co n secu en cias eco ló g ica s d e sus a ccio n es e in ten tan
o rga n iza rse para restaurar e l “e q u ilib r io ”, la m etá fo r a d e la tram a
cóm ica p u e d e parecer aprop iada. D e h ech o la m etá fo ra d e la c o m e
d ia ha sid o u tilizad a p o r varios e stu d io so s para lla m a r la a ten ció n
so b re la p o s ib ilid a d d e a c c ió n c o le c tiv a para fin e s d e c o r r e c c ió n
ecológica. McCay (1995), p or ejem p lo , sugiere que esa m etáfora capta
el estilo narrativo d e los en foq u es eco n o m icista s d e la cu estió n d e los
territorios co m u n es in form ad os p o r la teoría d e los ju eg o s. Sin e m
bargo, esta autora destaca q ue si b ien esos en fo q u es rep resen ta n un
* Los argum entos en favor del sistema de cuotas, inform ados por la econom ía
neoclásica, son .seductores y poderosos en el m undo m oderno. Primero, las autorida
des nacionales o regionales se apropian del recurso, y después el total de pesca per
misible pata una temporada es dividido em re Jos productores, con frecuencia los pro
pietarios de embarcaciones. En otra etapa posterior, esos privilegios transitorios se
convierten en una mercancía comercializable.
K 1.1 . A C I O N E S H l l M A N O - A M K 1 E \ IA1 I S 91
I I COMUNALISM O
CONCLUSIÓN
H e d istin g u id o tres tip os d e p arad igm as con resp ecto a las relacion es
h u m a n o -a m b ie n ta le s: o r ie n ta lism o , p a te r n a lism o y c o m u n a lism o .
A lgu nas d e las prem isas m od ern istas d el o rien talism o (p rin cip a lm en
te la conjetura del dom inio hum ano, la superficie de contacto entre
naturaleza y sociedad y la distinción entre legos y expertos) son com
partidas p o r el paradigm a paternalista: de hecho, am bos paradigm as
son herederos intelectuales del Renacim iento, la Ilustración y la tem
prana ciencia positivista (desarrollada, en tre otros, p o r Descartes y
Brands Bacon), todos los cuales instituyeron una serie de dualism os
decisivos. La diferencia es que el prim ero se caracteriza p o r relaciones
de dominación, m ientras que el segundo se distingue p o r las relacio
nes de protección. Además, el orientalismo sugiere ausencia de recipro
cidad en las relaciones hum ano-am bientales, m ientras que el segun
do típicam ente p resupone responsabilidad h u m an a y reciprocidad
balanceada. Por últim o, el paradigm a del com unalism o difiere tanto
del orientalismo com o del paternalism o en que rechaza los conceptos
de certeza y m onólogo y la separación radical de naturaleza y socie
dad, A diferencia del paternalism o, pone el acento en la reciprocidad
generalizada de las relaciones hum ano-am bientales, u n intercam bio
que frecuentem ente tiene como m odelo las relaciones personales es
trechas. Como hem os visto, tanto en la práctica etnográfica com o en
^aducción de textos aparecen relaciones similares. Así, los discur
sos sobre el m anejo del m edio am biente, la etnografía y la traducción
de textos tienen m ucho en com ún, incluyendo las m etáforas de rela
ción personal y relaciones sexuales y el lenguaje del teatro, con las
m etáforas de la ironía, la tragedia, la com edia y el rom ance.
El discurso social es m uchas veces, si no es que siem pre, polifóni
co- En la m oderna Islandia, p o r ejem plo, fácilm ente podem os descu
b rir indicios de la presencia de todos los p arad ig m as de que se ha
hablado (Pálsson, 1995). Para tom ar otro ejem plo, hab lan d o de las
representaciones de las relaciones en tre hum anos y anim ales de los
crees, B rightm an (1993:194) señala que algunos relatos indígenas,
incluyendo los de seducción, dan fe de la existencia de m utualism o
y com unión en las relaciones de hum anos y anim ales, m ientras que
otros hablan de jera rq u ía y dom inación; según este autor, esos rela
tos p odrían o rd en arse en u n “continuum en tre la reciprocidad y la
explotación”. Esto hace pensar que no deberíam os ver los paradigm as
de manejo como regím enes limitados o islas discursivas, ni en el tiem
po ni en el espacio. “H ablando en térm inos operativos”, como obser
vó Dewey, haciendo eco a la idea de Malinowski sobre la “larga con
versación”, “lo rem o to y lo pasado están ‘e n ’ el co m p o rtam ien to ,
haciéndolo lo que es” (1958:279). Pero si los propios islandeses, o
tam bién podríam os decir los crees, parecen ser incapaces de decidir
se in d iv id u a lm e n te o de co n v e n ir co lec tiv a m e n te sobre p u n to s
etnográficos básicos -y tam poco los etnógrafos que han escrito sobre
ellos (el tem a de “si los crees creen que uno u otro m odelo es más vá
lido es ex cep cio n alm en te difícil de tr a ta r ”, concluye B rig h tm an
11993:299]), ¿cómo podrían em itir un veredicto único y definitivo los
que sólo disponen de etnografía de segunda m ano? A esta pregunta
sólo p u ed o ofrecer una respuesta sim ple y pragm ática: si hem os de
resolver el problem a de los desacuerdos etnográficos tendrem os que
enfrentarlo, igual que a los problem as am bientales, m ediante alguna
form a de ética com unicativa o norm a m oral que perm ita u n diálogo
libre e irrestricto.
En el proyecto de la m odernidad tem prana, con el descubrim iento
de las leyes de la perspectiva y el triunfo del visualismo, la ciencia se
convirtió en u n a bú squeda apasionada y agresiva de la verdad y el
conocim iento. Más tarde, el m odernism o fue denunciado por críticos
de diversas tendencias como cientificismo infantil y vulgar. El proyec
to de la Ilu strac ió n fue p re se n ta d o com o u n a ilusión m etafísica.
Panofsky, que en general destacaba los triunfos del proyecto del Rena
cim iento y su contribución a la ciencia, parece haber anticipado algo
de eso cu an d o sugirió que se p u ed e rep ro ch ar a la perspectiva, la
“inatem atización” del espacio visual, el haber “evaporado el ‘verda
dero ser1, transform ándolo en una m era m anifestación de cosas vis
tas” (Panofsky, 1991:71). En la actualidad, los occidentales cada vez
más se ven a sí m ism os com o p a rte in teg ra n te de la naturaleza, al
tiem po que el discurso am biental m oderno parece caracterizarse p o r
una “condición posm oderna”, un discurso que destaca, en form a muy
sim ilar al pensam iento renacentista, la interrelación de naturaleza y
sociedad, la índole “individual” de la vida hum ana, en el sentido ori
ginal y unificado del térm ino.
Yo sugiero que el paradigm a del com unalism o, con su énfasis en
la práctica, la reciprocidad y el com prom iso, ofrece un cam ino para
salir del proyecto m odernista y de los dilem as am bientales de hoy. Es
verdad que los críticos del proyecto m odernista suelen deleitarse en
la nostalgia y la u topía. Los conceptos de la sociedad perfecta y su
antítesis, tem as frecuentes en el pensam iento occidental, han ad o p
tado m uchas form as, todas las cuales dan p o r sentada, como señala
Berlin (1989), un a Edad de O ro en la que “los hom bres eran inocen
tes, felices, virtuosos, pacíficos y libres, y d onde todo era arm onioso”,
seguida p o r algún tipo de catástrofe, “el diluvio, la prim era desobe
diencia del hom bre, el pecado original, el delito de Prom eteo, el des
cubrim iento de la agricultura y la metalurgia, la acumulación prim aria
y otros p o r el estilo” (Berlin, 1989:120). Pero ad o p tar la perspectiva
dialógica del com unalism o no es sim plem ente re g resar al m u n d o
m edieval prerrenacentista y caer en un rom anticism o ingenuo, sino
más bien a d o p ta r u n a posición más realista, evitando los prejuicios
etnocéntricos del proyecto m odernista. T ratar a la naturaleza, a los
anim ales no h u m an o s y a “o tra s” culturas com o m eras piezas de
m useo p ara consum o académ ico y teórico es a la vez poco realista e
irresponsable, ten ien d o en cuenta que nuestras vidas y actividades
están inevitablem ente situadas en contextos ecológicos e históricos
más am plios. La antropología extravió el cam ino debido a la separa
ción ra d ic al de la n a tu ra le z a y la sociedad, lo que H o llin g sh e a d
(1940:358) describió, en térm inos altam ente m odernistas, como u n
“com ienzo” teórico adecuado.
En la era de la posm odernidad, la im agen de Sahlins (1976:55) a
la que se hizo referencia al principio , de la an tro p o lo g ía com o u n
preso que se pasea en tre los “m uros” del idealism o y el m aterialism o,
parece cada vez más fuera de propósito. U na im agen más adecuada
d e la antropología contem poránea sería la de u n ex preso al aire li
bre rascándose la cabeza, liberado de la caverna de Platón, perplejo
an te las ruinas de su cárcel: sus ilusiones perceptivas, sus estrictos
códigos de conducta y su extraño diseño arquitectónico. En esa situa
ción, no sólo tiene que preguntarse, kafkianam ente, p o r qué antes
estuvo encerrado y cóm o eventualm ente salió, sino tam bién, y lo más
im p o rta n te , cóm o p o d rá gozar de la m ejo r m an era posible de su
nueva libertad, en ausencia de cualquier program a idealista y enfren
tad o a lim itaciones m aterialistas inevitables y a u n a crisis ecológica.
BIBLIOGRAFÍA
PHILIPPE DESCOLA
ECOLOGÍA SIMBÓLICA
Modos de identificación
3 Las proposiciones perfiladas en este capítulo no son sino un esbozo de los ar
gum entos de un libro en proceso sobre la antropología comparativa de las relaciones
entre humanos y no humanos.
discontinuidades em píricam ente observables entre especies n atu ra
les p ara organizar conceptualm ente un orden segm entario que deli
m ita unidades sociales (Lévi-Strauss, 1962), m ientras que el animismo
dota a los seres naturales de disposiciones y atributos sociales, \sí, los
sistemas anim istas son una inversión sim étrica de las clasificaciones
totémicas: no explotan las relaciones diferenciales en tre especies n a
turales para d ar a la sociedad un orden conceptual, sino que más bien
utilizan las categorías elem entales que estructuran la vida social para
o rg a n iz are n térm inos conceptuales las relaciones entre los.seres hu
m anos y las especies naturales. En los sistemas totém icos los no h u
m anos son tratados como signos, m ientras que en los anim istas son
vistos como térm inos de una relación. Sería conveniente destacar que
esos dos modos de identificación bien pueden estar combinados en una
misma sociedad (véase lo que dice Arhem sobre los makunas, en el cap.
10 de este libro). Los sistemas totémicos están vinculados a una orga
nización segm entaria y p o r lo tanto están conspicuam ente ausentes
en las sociedades que carecen de grupos de descendencia, m ientras
que los sistem as anim istas tan to se e n c u en tran en sociedades con
grupos familiares como en las segm entarias. Sin em bargo, en las so
ciedades en que están presentes ambos sistemas -caso com ún entre los
indígenas am ericanos- con frecuencia hay una distinción clara entre
dos dom inios separados de no hum anos, uno de los cuales se obje-
tilica a través de la clasificación to tém ica y el o tro a través de la
anim ista.4
Un tercer m odo de identificación, más fam iliar p ara nosotros, es
el naturalism o. El naturalism o es sim plem ente la creencia de que la
naturaleza efectivam ente existe, de que ciertas cosas deben su existen -
cia y su desarrollo a un principio ajeno tanto a la suerte como a los
efectos de la voluntad hum ana (Rosset, 1973). Típico de las cosm o
logías occidentales desde Platón y Aristóteles, el naturalism o crea un
dom inio ontológico específico, un lugar de orden y necesidad, d o n
de nada ocurre sin u n a razón o una causa, ya sea originada en Dios
4 Tal es el caso, por ejemplo, entre los bororo del este del Brasil, que establecen
una distinción clara entre, por un lado, las especies aroe (el jaguar y la mayoría de los
felinos, las araras , aves acuáticas, el águila arpía, etc.) que están asociadas con las cla
sificaciones totémicas, el orden social y las esencias nom inales, y por ptra parte las
especies bope (los buitres, los venados, el tapir, la capivara, el pécari, el bagre, etc.) que
encarnan procesos vitales, tanto positivos com o negativos, y que intercambian ener
gía vital con los hum anos en un com plejo sistema de reciprocidad (véase Crocker,
1985).
(como en el famoso “Deus sive natura” de Spinoza) o inm anente en el
tejido del m undo (“las leyes de la naturaleza”). Como el naturalism o
es n u estro p ro p io m odo de identificación y p erm e a tan to nuestro
sentido com ún com o nuestra práctica científica, para nosotros ha lle
gado a ser u n a presuposición “natural” que estructura nuestra epis
temología, y en particular nuestra percepción de otros modos de iden
tificación. En este contexto, el totem ism o y el anim ism o nos parecen
representaciones interesantes desde el punto de vista intelectual, pero
falsas, sólo m anipulaciones simbólicas de ese cam po de fenóm enos
específico y circunscrito que nosotros llam am os naturaleza. Sin em
bargo, viendo el asunto desde una perspectiva desprejuiciada, la exis
tencia m ism a de la naturaleza como dom inio autónom o está tan le
jos de ser u n dato prim ario de la experiencia com o los anim ales que
hablan o los lazos de parentesco entre hom bres y canguros.
Lo m ism o ocurre con el hecho de que a p artir de Galileo la cien
cia m o d ern a ha ido haciéndose cada vez más eficiente en la descrip
ción y explicación del funcionam iento interno de la realidad, p ru e
ba de la v erd ad últim a de n uestra cosm ología dualista. [De hecho,
como argum enta persuasivam ente Latour (1994), la creciente artificia-
lización de la naturaleza que ha caracterizado las operaciones de la
ciencia y la tecnología a p artir del siglo XVII sólo fue posibilitada en
la práctica p o r un reforzam iento de la oposición polar entre n a tu ra
leza y sociedacf^Una episteme dualista que im pedía la conceptualiza-
ción de h íb rid o s ontológicos de h echo favoreció su p ro liferació n
fenomenológica. Las explicaciones naturalistas de instituciones socia
les favorecidas p o r los sociobiólogos son un ejem plo contem poráneo
de esa paradoja: cuando la naturaleza, en la form a de ADN, supues
tam ente im pulsa las relaciones sociales m ediante la m axim ización de
su potencial reproductivo, opera tal com o actuaría el homo economicus
de Adam Sm ith y Ricardo en u n m ercado abierto de m edios lim ita
dos y fines infinitos (Sahlins, 1976; Ingold, cap. 2 de este libro). En
ese sentido, el naturalism o nunca está muy lejos del anim ismo: el p ri
m ero p roduce constantem ente auténticos híbridos de naturaleza y
cultura que no pu ede conceptualizar com o tales, m ientras que el se
gundo conceptualiza u n a continuidad entre hum anos y no hum anos
que pu ed e p roducir sólo m etafóricam ente, en las m etam orfosis sim
bólicas generadas p o r los rituales.
Modos de rekicimi
Pero el anim ism o, el totem ism o y el natur alismo no son sino retículas
topológicas abstractas que distribuyen identidades relaciónales espe
cíficas dentro de la colectividad de hum anos y no hum anos. Esas iden
tid ad es se vuelven diferenciadas, y en consecuencia an tro p o ló g i
cam ente significativas, cuando son m ediadas p o r m odos de relación,
o esquem as de interacción, que reflejan la variedad de estilos y de
valores que se encuentra en la praxis social. Yo he definido dos de esos
m odos de relación bajo las etiquetas de ra p acid ad y recip ro cid ad
(Descola, 1992). Ambos fueron aislados, dentro del marco general del
anim ism o, en dos culturas diferentes del alto Amazonas muy sim ila
res en su tecnología, patrón de asentam iento y división del Lrabajo.
1al como se m anifiesta en la cosm ología de los indios tukanos del
orienLe colombiano, la reciproc idad se basa en un principio de estricta
equivalencia entre los hum anos y los no hum anos que com parten la
biosfera, la cual es concebida como u n circuito cerrado hom eostático.
C om o la cantidad de vitalidad genérica presente en el cosmos es fi
nita, los intercam bios internos deben organizarse de m anera de d e
volver a los no hum anos las partículas de energía que se han desvia
do de ellos en el proceso de procuración de alim ento, especialm ente
d u ra n te la caza. La retroalim entación energética se asegura, entre
otros m étodos, m ediante la retrocesión de almas anim ales al Amo de
los Animales y su subsecuente transform ación en anim ales cazables.
Así, hum anos y no hum anos se sustituyen m utuam enley contribuyen
conjuntam ente, p o r m edio de sus intercam bios recíprocos, al equili
b rio g en e ral del c o sm o s/L a o rg a n iz ació n social de las trib u s de
tukanos se basa en un principio sim ilar de m inuciosa reciprocidad. A
p esar de la diversidad lingüística, cada tribu y cada g ru p o local se
concibe a sí m ism o como un elem ento integrado en un m etasistem a
regional, que debe su continuidad a intercam bios regulados de m u
jeres, símbolos y objetos con otras partes del lodo.
1,a rapacidad, en cambio, parece ser el valor dom inante de las tri
bus de jíb aro s del o rien te de Ecuador y Perú. Tam bién aquí los no
hum anos son considerados como personas (aenls) que com parten al
gunos de los atributos ortológicos de los hum anos, con los que están
unidos por la/os de consanguineidad (para las plantas dom esticadas)
o de afinidad (para los anim ales de la selva). Sin em bargo, no p a rti
cipan en una red de intercam bio con los hum anos y no se ofrece nin
gún equivalente por la vida que se les quita. En cambio, los no hum a
nos tratan de vengarse, la m andioca chupando la sangre de las m u
jeres y los niños, y los anim ales ca/ables delegando en los Amos de los
Animales la tarea de castigar a los cazadores excesivos con la m orde
d u ra de una víbora (v la ingestión canibalística, en el discurso mítico).
Esa rapacidad recíproca regula tam bién las relaciones entre los hum a
nos. La caza de cabezas entre las tribus jíbaras y las constantes peleas
internas (com binadas con el secuestro de m ujeres y niños) expresan
la necesidad de com pensar cada pérdida de vida con la captura de
identidades reales o virtuales entre vecinos estrecham ente em p aren
tados. En ese caso, la venganza se espera, pero no es el objetivo. Así,
la rapacidad m utua es el resultado no intencional de un rechazo ge
neral de la reciprocidad, antes que un intercam bio deliberado de vi
das a través de una relación belicosa. Com o m odos contrastantes de
relación con hum anos y no hum anos, la reciprocidad y la rapacidad
constituyen esquem as dom inantes que perm ean la ética de una cul
tura. Sin em bargo, no excluyen la presencia de su opuesto en nichos
específicos: la reciprocidad equilibrada gobierna n o rm alm en te la
alianza m atrim onial entre los jíbaros, m ientras que los tucanos, que
a veces se perm iten el rapto de esposas, tienen clara conciencia de su
posición interm edia en una cadena cósmica de la alim entación (véa
se Arliem, cap. 10 de este libro). En otras palabras, entre los tukanos
la reciprocidad incluye rapacidad, m ientras que entre los jíbaros ocu
rre lo contrario.
U n tipo sim ilar de inclusión jerárquica se puede encontrar en un
tercer m odo de relación: la protección. Este m odo predom ina cuan
do una gran colección de no hum anos son percibidos como d e p e n
diendo de los hum anos para su reproducción y bienestar. Esa colec
ción p u ed e estar form ada p o r sólo unas pocas especies de plantas y
anim ales dom esticados que están tan vinculados a los hum anos, en
forma colectiva o individual, que aparecen como genuinos com ponen
tes ya sea de toda la sociedad (como p o r ejem plo el ganado para los
p astores) o de u na u n id ad de parentesco más reducida (com o las
mascotas familiares, los anim ales sagrados como figuras ancestrales,
etc.). El vínculo de d ependencia con frecuencia es recíproco y algo
utilitario, porque la protección de los no hum anos generalm ente ase
g u ra efectos benéficos; puede garantizar una base de subsistencia,
llenar una necesidad de apego emocional, proporcionar m oneda para
intercam bios o ayudar a perpetua)' un vínculo con una divinidad be
nevolente. Aun a su nivel más altruista, com o en los m ovim ientos
conservacionistas co n tem p o rán eo s, la protección de no hum anos
nunca carece de alguna gratificación. Traslada el dom inio y la propie
dad de la naturaleza propios del paradigm a cartesiano a otro plano,
un p e q u e ñ o enclave d o n d e la culpa se aten ú a y la dom in ació n se
transform a eufem ísticam ente en preservación paternalista y en trete
nim iento estético.
La protección no sólo es m utuam ente beneficiosa, sino que con
frecuencia im plica una cadena de dependencias en cascada que vin
culan diferentes niveles ontológicos m ediante una reduplicación de
relaciones asimétricas. En algunas culturas, el patrocinio benevolen
te concedido p o r los hum anos a plantas y anim ales tam bién define la
actitud que tienen hacia los hum anos los representantes de otro gru
po de no hum anos, a saber, las divinidades. Esas divinidades, que
p u ed e n ser ellas m ismas una hipóstasis de una planta o u n anim al
p a rtic u la rm e n te im p o rta n te en la econom ía local, son percibidas
como ancestros fundadores y protectores de los hum anos, adem ás de
ser los proveedores últim os -y a veces los progenitores directos- de
los no hum anos que los hum anos usan y protegen. Así, la protección
puede llegar a ser el valor general de u n sistema de relación que com
bina un a form a de rapacidad (al tom ar la vida de no hum anos anim a
les o vegetales sin ofrecer equivalentes directos) y una form a de reci
procidad (oblación a no hum anos divinos a cambio de la perpetuación
de una dom inación exitosa sobre no hum anos anim ales y vegetales).
Este conjunto de térm inos ahora está organizado en una jerarquía,
pero la objetificación social de los no hum anos todavía está estructu
rad a p o r una relación de analogía.
Modos de categorización
COMBINACIONES
Variaciones animistas
Variaciones totémicas
Los m odos de relación entre hum anos y no hum anos típicos de los sis-
Lemas totémicos son necesariam ente dicotómicos. En tales sistemas, los
no hum anos proporcionan un repertorio de etiquetas para la clasifica
ción social; son los signos que una sociedad utiliza para conceptualizar
su segm entación y, en cuanto tales, no pueden constituir los térm inos
de relaciones sociales con humanos. Pero como el significado y la fun
ción de los no hum anos no se limitan a su papel en la clasificación so
cial, es posible que en otras esferas de la vida social se destaquen otros
aspectos de su potencial práctico o simbólico. Así, una relación rapaz
con una especie totém ica sólo es posible si se establece una distinción
clara en tre la especie com o concepto clasificatorio y los individuos
miembros de esa especie. Este parece ser el caso entre los aborígenes
australianos, que entienden la caza no como un intercam bio ni el pro
ducto de una alianza entre hum anos y animales, sino como una activi
dad totalm ente m undana de procuración de alim ento (Testart, 1987).
VI revés de lo que o curre en m uchas cosm ologías am erindias y si
berianas, en que la relación con los anim ales es presentada como de
afinidad o de alianza con individuos de la m ism a posición, para los
cazadores australianos la presa no es ningún allerego cuya m uerte deba
ser com pensada. La relación de rapacidad parece ser literalm ente r a
paz y 110 tiene ningún significado cosmológico definido. El tratam iento
ritual de animales, fuera del terreno de la caza subraya una abstracta
continuidad lineal entre la com unidad de no hum anos y la com unidad
de hum anos, en u na organización ceremonial orientada hacia la cele
bración de la solidaridad y la com plem entariedad de los diferentes
segmentos que forman el todo social. D ependiendo del contexto, pues,
los anim ales son buenos tanto para com er o com o alim ento para el
pensamiento, pero nunca son com pañeros sociales.
Una relación de reciprocidad con no hum anos totém icos es tan
im posible como una de rapacidad, puesto que las especies totémicas,
al ser sim ples significantes de la segm entación social, no p u ed e n
en trar en una relación recíproca con los hum anos. Sin em bargo, los
sistemas totémicos puros son más bien excepcionales íúera de A ustra
lia, y con frecuencia se encuentran com binados con sistemas animistas
que p erm iten la expresión de una relación de reciprocidad p o r lo
menos coir u na fracción de los no hum anos. Tal es el caso entre los
hororos de Brasil (véase la nota 4, p. 108).
La com binación de un sistema totém ico y una relación de protec
ción tam bién im plica una relativa dicotom ización de los m odos de
interacción entre hum anos y no hum anos. Sin em bargo, esa dicotom ía
es m enos m arcada que en otros m odos de relación, en la m edida en
que los no hum anos protegidos, sin necesariam ente form ar parte del
conjunto de especies totémicas, pueden, no obstante, estar dotados de
una función totém ica, es decir, pueden ser utilizados como m arcado
res de posición y de relaciones sociales. Un buen ejem plo de este úl
timo caso son los nuer: además de tener un sis lema totémico tola] m en
te ortodoxo, en el que algunos tío hum anos (m am íiéros, aves, repti
les, árboles) sirven para conceptual izar la segm entación de los linajes,
los nu er tam bién “tienden a definir todos los procesos y las relaciones
sociales en térm inos de; g an a d o ” (Evans-Pritchard, 1940: 19). Este
aspecto es particularm ente m arcado en la vida ritual, por ejem plo en
la iniciación de ios varones, durante la cual eadajoveii tom a su “n om
bre de buey”, que conservará m ucho después de haber perdido la p o
sesión del particular buey (leí que el nom bre deriva (Evans-Pritchard,
1956:250-257). En el caso de los nuer, el ganado sirve de protección/’
sirve para pensar en él como un m arcador de identidades individua
les y colectivas, y sirve para socializar com o un sustituto dil ecto de los
hum anos en las diversas esteras de intercam bio.
Variaciones naturalistas
' "I .a vaca es un parásito ríe los nuer, que dedican la vida a asegurar su bieiieslar"
(K\ ans-Pritchard, 1940:'56).
ro m o u n a antigua práctica europea, nacida en la Edad Media, cuando
se desbrozaron para el cultivo grandes extensiones de bosques; esa
práctica adquirió su legitimación con la filosofía cartesiana y su pieria
expresión con la mecanización del m undo, en el sentido tanto físico
como técnico de la expresión; y después esa práctica se transform ó en
el destino histórico de Europa, bajo el nom bre de producción, cuando
la sociedad burguesa logró concebirse a sí misma como la encarnación
de un orden natural. De esc estado de cosas 110 podía dejar de surgir
un deseo de proteger a la naturaleza, y adoptó la forma de una ideo
logía que extendía a las especies salvajes y a los paisajes nat urales el tipo
de sensibilidad y de com portam iento ya experim entados en la relación
con algunos animales domésticos y en el desarrollo de jardines de re
creación (Thomas, 1983). Al fetichizar la naturaleza como un objeto
trascendental, cuyo control se desplazaría del capitalismo predatorio
al m anejo racional de la economía m oderna, los movimientos conser
vacionistas, lejos de cuestionar los fundam entos do la cultura occiden
tal, más bien tienden a perpetuar el dualism o ontológico típico de la
ideología m oderna. Sin embargo, es posible que el program a propuesto
por los activistas am bientales conduzca, involuntariam ente, a una d i
solución del naturalismo, puesto (¡ue la supervivencia de toda una va
riedad de 110 humanos, hoy cada vez más protegidos de daños anthró-
picos”, dentro de poco dependerá casi exclusivamente de convenciones
sociales y acciones humanas. Así, las condiciones de existencia de las
ballenas a/ules, la capa de ozono o la Antártida no serán más “natura
les” de lo que lo son actualm ente para las especies salvajes en zoológi
cos o para los genes en bancos de datos biológicos. A m edida que la
deriva la aparta cada vez más de su definición histórica, la naturaleza
es cada vez menos el producto de un principio autónom o de desarro
llo; su previsible defunción en cuanto concepto probablem ente cerra
rá un largo capitulo de nuestra propia historia.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
r u d a l u m i a e s p e c í f i c a d e c o n c e p t u a l i z a c i ó n c u l t u r a l i n t r o d u c e L a m b ién c o n
j u n t o s d e r e g l a s s o b r e el u s o y la a p r o p i a c i ó n d e la n a t u r a l e z a , e v a l u a c i o n e s
dor último, todas las (alegorías implican reglas, y lóelas las reglas implican la tuerza
moral de “bien'’ v '‘mal’'. Ksloy de acuerdo con eso.
ción d e id eas culturales derivadas d e cad a uno d e los tres ejes g e n e
ra a m b ig ü e d a d intrínseca, y c ó m o se refleja eso en la variación q u e
aco m p añ a d iferen tes co n tex to s prácticos y sim b ólicos.
I. A N A T I ) U A t T / A ( . ( ) \ t ( ) T I F O S I U “ COSAS”
n 1 4- n2 + n?i ... = N,
BIBLIOGRAFÍA
SOCIOLOGÍAS DE LA NATURALEZA
7. ¿NATURALEZA EN LA CULTURA O CULTURA EN
I A NATURALEZA?
Las ideas chewong sobre los “hum anos” y otras especies
SIGNE HOWELL
' El trabajo de campo se realizó entre los chewongs de Pahang, Malasia, de 1977
a 1979, con ayuda de una beca del Social Science Research Council del Reino Unido.
En 1981, 1990 y 1991 hice visitas más breves. Una versión anterior de este capítulo
fue presentada com o ponencia al Departam ento de Sociología y Antropología de la
Universidad de Keele. H e incorporado varios de los inteligentes comentarios hechos
por investigadores y estudiantes de esa institución. El trabajo fue revisado mientras
disfrutaba de la hospitalidad que se me ofreció com o académico visitante en el D e
partam ento de Antropología Social de la Universidad de Cambridge. Agradezco a
todos mis colegas en ambos departamentos.
Ésta está lejos d e ser la p rim e ra vez que se aduce u n ejem plo
etnográfico en contra de afirm aciones filosóficas universalistas sobre
la ontología, la epistem ología y la naturaleza hum ana. Por ejem plo,
en los últim os años hem os padecido u n diluvio de negaciones con
fundam ento etnográfico de oposiciones operativas entre naturaleza
y cultura. No hay necesidad de insistir sobre ese tem a en particular.
Pero incluso co n siderando la m ultitud de contraejem plos, los che-
wongs p resen tan ciertas constelaciones desusadas que p erm iten ver
algunos p u n to s en form as lig eram en te novedosas. En ese sentido
p u ed e n resultar interesantes para re p la n te a r los parám etros de las
discusiones, tanto con respecto a los debates ecológicos actuales como
en to rn o a la antropología com parativa. Antes de seguir adelante, es
im p o rta n te d ecir que m i posición no es u n a versión ex trem a del
relativismo cultural. Más bien acepto plenam ente una unidad psíquica
y cognitiva de la hum anidad hasta d onde es posible postular u n a se
rie de predisposiciones, predilecciones y limitaciones innatas, la más
im presionante de las cuales, desde el punto de vista antropológico, es
la de socialidad e intersubjetividad en la construcción de la concien
cia y el significado. C oncuerdo con la crítica de Lukes a la teoría del
conocim iento de D urkheim cuando dice:
Sin em bargo, dicho esto, sostengo que, para fines de com paración,
el uso de categorías sustantivas com o natu raleza no nos lleva muy
lejos. Pero otros enfoques más abstractos pu ed en ser útiles. Por ejem
plo, p ara aclarar otro pun to teórico, en mi opinión es una p ero g ru
llada antropológica afirm ar que, m ínim am ente, la gente está com pro
m etida con un a descripción -o un conjunto de descripciones- de su
m undo y que cualquier descripción presupone alguna teoría (con fre
cuencia im plícita). C om o indica Descola (cap. 5 de este libro), las
personas parecen ajustar su práctica a un conjunto de reglas estruc
turales. N uestra tarea consiste en descubrir e in terp retar la(s) descrip
cio n es), las teorías y las reglas estructurales. Entonces, tal vez esta
rem os en condiciones de estudiar la base de las diferenciaciones, las
relaciones entre yo y el otro y los diferentes m odos de socialidades.
DE LA NATURALEZA AL MEDIO AMBIENTE Y LA ECOLOGÍA,
¿Y DE REGRESO?
2 Esta palabra se encuentra, en una forma u otra, entre todos los grupos aborí
genes senoi y semang de Malasia peninsular. Generalmente se traduce com o “alma”.
Creo que esa traducción es demasiado estrecha y vaga para denotar los significados
que los chewongs atribuyen a esa palabra. Personage [personaje] es lo más cercano que
he encontrado en inglés.
ría am plia, com o anim al o planta. De esto se desprende que no hay
características generales de “a n im alid ad ” o “vegetabilidad” que se
usen como base p ara evaluaciones com parativas. Más bien, los che
wongs piensan en térm inos de una serie de seres conscientes e incons
cientes, cada uno con form a diferente y respetuoso de sus particula
res códigos sociales y -e n el caso de seres conscientes- m orales. En
otras palabras, es im posible discernir la familiar oposición conceptual
occidental de “anim alidad” y “h u m an id ad ”; ningún com portam ien
to h u m ano puede ser clasificado como sim ilar a uno anim al.
Sugiero que ésta podría ser una razón p o r la que los chewongs no
tienen una categoría general de “anim al”, sino más bien toda una se
rie de especies con nom bre que no están dentro de u n esquem a de cla
sificación taxonóm ico. Esto concuerda con su tendencia a enum erar
cosas -o conceptos- antes que a ordenarlas jerárquicam ente p o r gru
pos de similitudes percibidas. Esto no significa que no sean capaces de
clasificar de acuerdo con esos principios. Por ejemplo, existen catego
rías indígenas para ave, serpiente, flor y árbol. Pero en realidad son su
m am ente superficiales y más bien constituyen un paraguas bajo el cual
se enum eran todas las especies. Los que hablan malayo parecen enten
d er y utilizar la palabra malaya equivalente a anim al (binantang), pero
no la in co rp o ran a la lengua chewong. En o tra p a rte he sostenido
(Howell, 1985, 1989) que el suyo es u n esquem a predicado sobre la
identificación y la denom inación, antes que sobre el agolpam iento, y
que el principio ordenador subyacente es la igualdad y no lajerarquía.
Esto es evidente tanto en el orden simbólico como en el sociop olí tico.
CHEWONG
:i Se podría pensar que el hecho de que existe una categoría general de carne (ai)
indica un conocimiento implícito de los animales. Pero ai incluye peces (para los cuales
hay una palabra, kiel) y no incluye a los muchos animales que los chewongs no comen.
rresp o n d ien te a su especie y atacarán. Los chewongs son relativistas;
para ellos cada especie es diferente, p ero igual.
EL RU W AI COMO PERSONAJE
ÉTICA CHEWONG
FUENTES DE INFORMACIÓN
Hay tres fuentes principales a las que podem os recu rrir p ara funda
m en tar lo afirm ado más arriba. Las dos prim eras son un gran conjun
to de m itos y canciones cham ánicas, y una serie de prescripciones y
proscripciones, todo lo cual da form a y constituye la subjetividad y el
com portam iento social. Esos dos dom inios están incrustados dentro
del tercero: la cosm ología chewong. Muchos de los vectores cosm oló
gicos p u edes descubrirse exam inando los dos prim eros cam pos; en
conjunto, esas tres fuentes de conocim iento constituyen los principios
que estructuran la vida cotidiana, las prácticas cham ánicas y el códi
go m oral. H aré una breve presentación de cada una, em pezando p o r
algunas p ertin entes ideas cosmológicas chewongs (para u n exam en
detallado, véase Howell, 1986, 1989).
La cosmología
Hay u n g ran corpus de m itos que todos los chewongs conocen muy
b ien (Howell, 1982). Todos con tien en algu na inform ación cosm o
lógica, y dan p ru e b a de la íntim a im bricación de los hum anos y la
selva. U no de los puntos instructivos sobre los m itos para los propios
chewongs es que p ro p o rcio n an inform ación sobre la id en tid ad de
especie. Así, cada vez que les preguntaba si una especie determ inada
era personaje, ellos se detenían a pensar si había algún mito sobre eso.
U na categoría de mitos puede ser considerada com o ejem plo para el
m anejo correcto del propio ser, y contiene teorías tanto de causa como
de efecto.
U n g ran núm ero de mitos se refiere a relaciones engañosas entre
diferentes especies de personajes. Así, hay historias en las que perso
najes hum anos aparecen bajo el m anto de anim ales, e historias en las
que anim ales, plantas o espíritus aparecen con m anto hum ano. U na
com plicación adicional es que personajes no hum anos pu ed en a p a
recer en cuerpos hum anos cuando están “en su casa”, en “su propia
tierra”, expresando así la fundam ental igualdad de todas las especies
de personajes. En esos mitos pueden detectarse dos libretos princi
pales: aquellos en los que el personaje disfrazado regresa a su propia
especie y aquellos en los que se m etam orfosea, convirtiéndose en un
m iem bro de la especie a la que sim ulaba pertenecer. Muchas de las
historias incluyen relaciones sexuales que cruzan barreras de especie,
en las que el individuo ilegítim o engaña a su com pañero o com pañe
ra. Al ser descubierto, d ep endiendo del com portam iento observado
cuando estaba aún disfrazado, puede o no regresar a su especie n a
tal. Si su com portam iento se ha desviado hasta apartarse dem asiado
de las norm as de los códigos de su propia especie, no tienen elección
y son m etam orfoseados autom áticam ente. O bien, al ser descubiertos,
regresan p erm anentem ente a su verdadero cuerpo. Los cuerpos for
m an p arte del todo m ayor que constituye a la persona com o m iem
bro de un a especie, y si bien es posible moverse en tre diferentes cuer
pos, sólo puede hacerse p o r períodos breves.
El siguiente m ito abreviado dem uestra cóm o u n com portam ien
to in ap ro p ia d o e n tre los hum anos conduce al rechazo del m undo
hum ano y a un regreso forzoso a la especie natal del individuo.
Un perro se había casado con una mujer. Simulaba ser un hombre. Nadie
conocía su verdadera identidad. Siempre que iba de caza con sus cuñados
encontraba un pretexto para regresar al sitio dond e la presa había sido
destazada antes de llevarla a casa. Allí se com ía los intestinos y la sangre.
Cuando eso se descubrió volvió a ser perro y los perros perdieron su estatus
de personajes.
BIBLIOGRAFÍA
* El trabajo de campo entre los huaoranis (realizado entre enero de 1989 y junio
de 1990) fue posibilitado por el generoso apoyo de la Wenner-Gren Foundation for
Anthropological Research. Estoy muy agradecida a Philippe Erikson, Stephen Hugh-
Jones, Michael O’Hanlon y Roy Ellen, quienes comentaron los borradores, y a Gisli
Pálsson por sus valiosos comentarios editoriales.
da p o r sentado -a u n q u e no lo digan explícitam ente- que el éxito en
la caza debe ser atribuido prim ariam ente a la pericia en el rastreo y
la im itación de gritos anim ales de los cazadores. ¿Por qué, entonces,
los estudios tien d en a ignorar el conocim iento práctico de los hábi
tos de vida de las diferentes especies anim ales, concentrándose en
cam b io en aspectos sem ánticos y éticos d el sim bolism o anim al?
(Nelson, 1973; R idington, 1982; Bird-David, 1993.)
Los estudios sobre la caza en la Am azonia han exam inado la ad a p
tació n a m b ie n ta l (Gross, 1975; Ross, 1978; Hawkes et al., 1982;
R edford y Robinson, 1987), la eficiencia técnica (H am es y Vickers,
1983) y las creencias religiosas (Reichel-Dolm atoff, 1976; Descola,
1992). Esos estudios h an planteado tres preguntas: ¿la caza de p eq u e
ñas presas se adapta a la ecología amazónica? ¿Las arm as tradicionales
son m ás eficientes que las arm as de fuego? ¿Se alcanza el equilibrio
ecológico p o r m edio de la práctica cham ánica? Igual que la m ayor
p arte de la antropología am azónica, esos estudios pasan p o r alto la
experiencia vivida que deriva de relacionarse activam ente con agen
tes n o h u m an o s que c o m p a rte n n u e s tro m ed io a m b ie n te (véase
Descola, 1986 com o una excepción notable). Esto se p u ed e atribuir
en p arte a la extrem a polarización de las opiniones en to rn o a la caza
indígena, explicadas como limitaciones am bientales o com o limitacio
nes semiológicas. No conozco ninguna obra, p o r ejem plo, que hable
de la gran variedad de técnicas de caza que p u ed en encontrarse en
grupos que o p eran en condiciones ecológicas similares. Este artícu
lo exam ina el hecho de que los huaoranis cazan casi exclusivamente
m onos, pájaros y pecaríes de labio blanco (Tajassu peccari) esencial
m e n te con dos tipos de arm as, cerb atan as y lanzas. C om o espero
dem ostrar, la elección de esas arm as, profundam ente arraigadas en
las relaciones sociales, podría haber sido dictada p o r criterios distintos
de la eficiencia técnica.
1 Hasta donde sé, no existe un térm ino general equivalente a “anim ales’’. Los
animales que se cazan son oingaiñ, literalmente “animal cazable, por lo tanto com es
tible”. Si se insiste mucho, los informantes m encionan -c o n mucha renuencia- tér
minos inclusivos com o “m onos”, “peces” y “aves”, que forman extendiendo el signi
ficado de una especie “prototípica”. Por ejem plo g ata, nom bre del m ono lanudo,
puede referirse a todos los monos.
2 Las escopetas fueron introducidas por el ILV. Ampliamente utilizadas, hoy, rara
vez son compradas, ya que los hombres las adquieren por intercambio o como rega
lo de diversas instituciones y de las compañías petroleras. Algunas mujeres todavía
cazan con la escopeta del m arido o de un hijo. Los perros fueron introducidos al
mismo tiem po que las armas de fuego, pero raramente se usan para cazar.
s Se utiliza una variedad de venenos vegetales para atontar a los peces, que des
pués se recogen en redes tejidas por las mujeres. Los hombres a veces em plean una
lanza larga y flexible hecha de madera de balsa para atrapar peces grandes en las
lagunas. Esas lanzas de pesca se usan también para alisar el canal de las cerbatanas
después de perforado.
ral se hierve y a m enudo se come sin más aderezo. No hay reglas p ar
ticulares sobre a quién le toca qué parte. El exam en de 867 cacerías (que
rindieron 3 165 presas m uertas) p o r Yosty Kelley (1983) corresponde
a mis propias observaciones y resultados registrados: los monos, espe
cialm ente el m ono lanudo (Lagothrix lagotricha), pero tam bién el mono
aullador (Alouatta seniculus) y el m ono arañ a (Ateles paniscus), y dos ti
pos de gallináceas (Mitu Salviniy Penelope jacquacu) son las especies más
apreciadas y las que se cazan con más frecuencia.
Tanto las m ujeres como los hom bres tienen un g ran conocim iento de
los hábitos, habitats y sitios de alim entación de la m ayoría de las es
pecies arbóreas. D educiendo con base en los ciclos de las frutas, las
condiciones climáticas y m uchos otros signos, son capaces de p re d e
cir los com portam ientos de los anim ales y de ubicar a los que no p u e
den ver. C on el desarrollo de habilidades sensoriales -especialm ente
el oído y el olfato- sienten la presencia de anim ales y anticipan su si
guiente m ovim iento. Los niños adquieren ese conocim iento en gran
p arte entre ellos, a m edida que exploran la selva (nunca más allá de
u n rad io de cuatro kilóm etros, ap ro x im ad am en te, a lre d ed o r de la
m aloca) con niños m ayores. H om bres, m ujeres y niños pasan horas
ex p lo ran d o len tam en te la selva a lo largo de sus senderos. No sólo
cazan y recolectan (dos actividades que en la práctica casi no se dife
rencian) sino que caminan, observando con interés y placer evidentes
los m ovim ientos de los anim ales, el progreso de la m aduración de las
frutas o sim plem ente el crecim iento de la vegetación. C am inando de
ese m odo (un estilo de desplazam iento m arcadam ente diferente del
que usan cuando van de visita o transportan com ida de un lugar a otro)
u no nunca se cansa ni se pierde. N uestro propio cuerpo adquiere el
olor de la selva y deja de ser extraño al m undo selvático. A prendem os
a percibir el m edio am biente como lo hacen los otros anim ales. Uno
llega a ser un “residente”, participando intensam ente en una conver
sación silenciosa con las plantas y anim ales circundantes (Ingold,
1993b). C am inando p o r la selva día tras día con inform antes h uaora
nis, em p ec é a c o m p re n d e r que al in te rp re ta r el m edio am b ien te
desde la perspectiva de un anim al, estaban reconociendo la capacidad
de vo lu n tad y p ro p ó sito del anim al. Las aves y los m onos, en p a r
ticular, m uestran intención y propósito en su búsqueda de alim ento.
D ocum entar ese conocim iento práctico está lejos de ser fácil. Los
inform antes se m u estran renuentes a contestar p reg u n tas sobre el
co m p o rtam ien to de los anim ales, com o si su saber no fuera verba-
lizable. La conducta anim al no se p u ed e enseñar ni explicar: es p re
ciso observarla y experim entarla en form a práctica. Por lo tanto, las
entrevistas formales no aportaron datos sustanciales sobre el com por
tam iento anim al, pero en cam bio sí m e hicieron ver algunos de los
principios que organizan el conocim iento práctico de los huaoranis.
Por ejem plo, los inform antes separaban claram ente los datos obser
vados de las cosas que habían oído decir. C uando no estaban seguros,
adm itían abiertam ente su ignorancia. Si un inform ante recom pensaba
mi insistencia con alguna generalización (infundada), nunca faltaba
alguien que adujera un ejem plo contrario. Por últim o, el com porta
m iento anim al invariablem ente se describía p o r m edio de expresio
nes antropom órficas (lo cual, según Kennedy, 1992, parece ser com ún
tam bién entre los etólogos occidentales). Fue p o r la participación en
expediciones en la selva que a p ren d í lo poco que sé sobre el com
p o rta m ie n to anim al y las percep cio n es de los h u a o ra n is sobre el
com portam iento anim al. Las conversaciones inform ales que avanza
ban a buen paso tanto du ran te com o después de la cacería tam bién
resultaron m ucho más instructivas que las entrevistas.
Las historias de cacería se com parten con los que se quedaron en
casa. Los cazadores tienen que resp o n d er a num erosas preguntas y
relatar en detalle qué sendero tom aron, hasta d ónde fueron, qué es
taba com iendo el anim al que cazaron, d ónde le dieron, etc. Las inter
pretaciones del com portam iento anim al se p onen a p rueba constan
tem ente y todas las afirm aciones se discuten. C uando los cazadores
relatan una persecución fallida, los dem ás los critican p o r no haber
adoptado mejores tácticas, y de inm ediato se arm a una viva discusión,
en la que los cazadores tratan de justificar sus acciones con base en
anteriores persecuciones exitosas. Las m ujeres, que acom pañan a los
cazadores y con frecuencia cazan tam bién, participan plenam ente en
esas conversaciones. Los niños escuchan atentam ente esos relatos de
interacciones recién vividas, observadas y recordadas entre cazadores
y presas. Igual que sus parientes adultos, se sum ergen con g ran d e
leite en ese com partir el saber práctico.
Después de h ab er participado en cierto núm ero de cacerías y de
oír incontables conversaciones sobre la caza, tengo la im presión de
que el conocim iento de los m onos y las aves, y el interés p o r ellos,
están p articularm ente desarrollados. Sin em bargo, he recogido más
inform ación sobre los monos. Por lo que pude observar y oír, parecería
que los cazadores tienen un conocim iento bastante íntim o de los in
dividuos que com ponen u n a banda de m onos (distinguen los machos
de las hem bras, los adultos de los jóvenes), y planean con anticipación
qué individuo van a cazar en una determ inada excursión. O casional
m ente, el anim al cazado deja ver su “a lm a” y “habla con los ojos”,
pid ien d o que le p erd o n en la vida. Si se produce esa com unicación, el
cazador busca otro anim al.4
Los m onos son, con m ucho, las presas más favorecidas. De los tres
m onos más grandes aprecian especialm ente al m ono lanudo. Cazan
grandes cantidades de m onos lanudos, y los consideran más p ro h íj
eos que los m onos araña y los aulladores. Se dice que tienen u n sen
tido de territorialidad muy desarrollado. Sus hábitos sociales se com
p a ra n con los de los h u m an o s. Igual que los h u m an o s, viven en
grupos estables, llam ados nanicaboiri, nom bre que tam bién se usa para
referirse a los grupos de casas. No veo ninguna operación totém ica
ni asim ilación m etafórica en este dato lingüístico, sino más bien el
reco n o cim iento de la sim ilitud en tre la organización social de los
m onos lanudos y la de los huaoranis (que es tal vez la razón p o r la que
los monos lanudos establecen las pautas por las que se juzga a las otras
dos especies). Por ejem plo, es sum am ente significativo el hecho de
que se rep ro d u cen en la época en que d a frutos la p alm era Bactris
gasipaes (que es tam bién la época en que se celebran las cerem onias
de m atrim onio).
Ese co n o cim iento d etallad o de las diferencias en tre especies y
d en tro de ellas incluye un auténtico interés por la dinám ica pobla-
cional anim al y hum ana. C uando los asentam ientos hum anos llegan
a ser dem asiado grandes o se sedentarizan dem asiado, los anim ales
arbóreos huyen. Es preciso m an ten er cierto equilibrio entre los gru
pos hum anos y los anim ales que se cazan. Eso se logra de dos m an e
ras, u na pragm ática y la otra simbólica. Los recursos alim enticios -e n
particular la fru ta - son conscientem ente com partidos con las especies
4 Los cazadores que me relataron incidentes de ese tipo parecían creer que algu
nos anim ales (y árboles) tienen la capacidad de mover a com pasión a los humanos
com o parte de su calidad en cuanto organismos vivientes. Esas relaciones personales
se establecen por m edio del contacto visual. Son sum am ente conjeturales. Si uno
vuelve a encontrarse con el mismo animal, es posible que éste no dé el m enor indi
cio de darse cuenta, y si muestra indiferencia por su destino será muerto. Hasta donde
sé, no hay idea de sacrificio ni de intercambio de almas entre animales y humanos.
cazadas. N unca se arranca toda la fruta de un árbol: es preciso dejar
algo “p ara los pájaros y los m onos”. La adopción cham ánica de hijos
“jag u ares” corresponde a la m isma lógica de m an ten e r la caza cerca.
D urante los trances cham ánicos, los “p a d re s” adoptivos reciben la
visita de los jaguares adoptados, quienes, según se dice, controlan la
distribución de los anim ales y atraen bandas de m onos o de pájaros
a las inm ediaciones de los asentam ientos hum anos, adem ás de hacer
saber a los cazadores dónde pueden en co n trar caza ab u n d an te.5
Los esfuerzos p o r m antener cerca a anim ales naturalm ente limi
tados en su distribución y necesidades ecológicas resultan aún más
notables en com paración con el total desinterés p o r controlar la dis
tribución del pécari. La característica más im portante del pécari de
labio blanco (Tajassu peccari, uré en lengua huaorani) parece ser el
hecho de que vagan en grandes grupos de cien o más. M ientras que
los m onos son reconocidos como individuos, los pecaríes form an una
m ultitud anónim a. La segunda característica de com portam iento sig
nificativa es que carecen de territorio: vagan p o r áreas muy extensas
y com en indiscrim inadam ente productos de diversas ecozonas. Son
om nívoros y su carne, suave, gorda y blanda, es casi el opuesto de la
carne de m ono, que es d ura, m uscular y correosa. Adem ás, com en
frutas caídas que se p u d re n sobre el suelo de la selva. En vista del
am biente insalubre en que viven, se dice que están infectados p o r una
serie de parásitos en la piel y los intestinos (para una percepción si
m ilar de los vaupés, véase Reichel-Dolmatoff, 1985:133).
El evidente desinterés po r los pecaríes me pareció algo relacionado
más en general con la aversión p o r el suelo de la selva, especialm en
te las áreas pantanosas d o n d e los pecaríes se revuelcan en el lodo.
A dem ás, tien en una glándula que produce un olor nauseabundo y
repelente que se asocia con el olor de podredum bre y descomposición.
Esos anim ales de tierra, con su preferencia po r los terrenos bajos, los
pantanos y los claros naturales, inspiran repugnancia a las personas
que viven sobre lomas o riscos y nunca salen de debajo del techo v e
getal.6 Por últim o, cuando pasan cerca de una maloca, los pecaríes
LA FABRICACIÓN DE ARMAS
y lugares pantanosos), donde el suelo está seco y “lim pio”, está ligada con una pro
funda aversión al lodo y las hojas en descomposición. Siempre que pueden evitan el
suelo por com pleto, y en cambio “caminan” de un árbol a otro. También trepan a los
árboles para atravesar los ríos.
‘ Tehue (literalm ente “madera dura”) es el térm ino utilizado para designar la
madera de la Bactris gasipft.es (para un análisis de la importancia cultural de esta ma-
en dos longitudinalm ente la m adera del centro de la larga hoja de la
palm a y haciendo una muesca en cada mitad, para después unir las dos
partes, sellarlas con cera de abeja (para im pedir fugas de aire) y envol
verlas enteram ente en la corteza de una liana. Las lanzas, un poco más
largas que las cerbatanas, son delgados trozos de m adera con las p u n
tas endurecidas al fuego; se usan con am bas m anos y p o r am bos lados
rem atan en puntas triangulares. Esas puntas, u n a de las cuales gene
ralm ente tiene alguna hendidura, son tan agudas y filosas como h o
jas metálicas. Se p u ed en volver a afilar, pero casi siem pre se rom pen
en el cuerpo de la víctima. A diferencia de la cerbatana, que se hace
p ara usarla u n a y otra vez, la lanza se hace p a ra m atar a u n solo ani
mal. En la guerra, la lanza se debe dejar en el cuerpo de u n enem igo
agonizante.
Las cerbatanas se hacen de diversos largos, y algunas son m ucho
m ejor trabajadas que otras. En una buena cerbatana, las dos muescas
internas ajustan con exactitud, form ando un canal recto de superficie
perfectam ente lisa. Esto se logra colocando arena dentro del canal y
después frotando con una lanza de pesca larga y delgada hecha de la
durísim a m adera de tehue. Los cazadores p u ed en dedicar sem anas a
la fabricación de una cerbatana, especialm ente de las más largas, que
llegan a m edir más de tres m etros y a pesar alrededor de cuatro kilos.
Com o el trabajo necesario es m inucioso y aburrido, nunca le dedican
más de algunas horas, en días alternados. Las lanzas no son tan difí
ciles de hacer. U na lanza es buena si tiene dos puntas bien afiladas, el
asta perm ite em puñarla firm em ente, y el peso es suficiente para lograr
u n buen im pacto de penetración, pero no tanto que dificulte cargar
la en los desplazam ientos y en los ataques. No se considera u n produc
to term inado hasta que la superficie, muy bien pulida, es adornada con
plum as y dibujos distintivos hechos de finas tiras de lianas. Las cerba
tanas son todas muy similares -salvo p o r una m anufactura más o m e
nos hábil-, pero las lanzas son objetos individualizados. Los patrones
decorativos y la form a de las muescas son m arcadores distintivos p o r
los cuales es posible identificar sin duda alguna a sus propietarios.
Las cerbatanas se usan para im pulsar flechas o dardos con la punta
im p reg n a d a de c u rare .8 Las flechas, que se g u ard an en aljabas de
dera, véase Rival, 1993). N o estoy segura de qué significa upa-, mis informantes me
dijeron que tepa se refiere a la madera más blanda de una palma Bactris gasipaes )o -
ven, pero Lescure et al. (1987:298) la clasifican com o otra especie de palma no iden
tificada de la familia Arecaceae.
8 Los huaoranis llaman oóme al veneno, oónta a la planta (Curarea tecunarum), y
bam bú, se hacen de la m adera de las hojas de palm a, cortando trozos
del tam año adecuado que se adelgazan y aguzan a cuchillo. Los ca
zadores pueden p rep arar fácilmente cuarenta flechas o más en un día.
P rep ararlas es u n a ocupación popular, especialm ente m ientras se
conversa con visitantes. Los hom bres hacen su propio curare; nunca
es objeto de comercio o intercambio. Su preparación, que no lleva más
de unas cuantas horas, es fácil y sencilla. Además, el veneno se con
serva p o r varios meses si se guarda en u n lugar seco y relativam ente
fresco, g en eralm ente u n a olla colgada del techo de palm a en un rin
cón desocupado de la maloca. C uando se necesita más, hom bres o
m ujeres cortan trozos de la liana venenosa en la selva y los llevan de
regreso a la maloca. El curare se p rep ara en m edio de otras activida
des dom ésticas y se hierve sobre el fogón conyugal donde se prep ara
toda la com ida. N o se espera ningún com portam iento particular de
las m ujeres (ni siquiera cuando están m enstruando) ni de los niños.
No observé n in g ú n tabú o com portam iento ritualizado en relación
con la preparación del curare.
U na lanza se hace en pocas horas. A diferencia de las cerbatanas, su
producción no está lim itada por un proceso de m anufactura muy ela
borado: lo que la limita es la escasez de la m adera de tehue. La palm e
ra Bactris gasipaes se cultiva por su fruto, en plantaciones en la selva de
p ro p ied ad de una familia. N orm alm ente sólo se utilizan para hacer
lanzas los árboles muy viejos que no producen fruta. D erribar palm e
ras jóvenes -cosa que ocurre com únm ente en tiem po de guerra- es visto
como un a am enaza potencial al orden social. Mientras que las cerba
tanas son fabricadas p o r los hom bres cuando ellos quieren, o cuando
necesitan una, la fabricación de lanzas es “colectiva”, en el sentido de
que tienden a hacerlas todos al m ismo tiem po, trabajando cada hom
bre en la suya. El trabajo en las cerbatanas se realiza con frecuencia fuera
de la maloca, a plena luz del sol. Se hacen entre otras actividades, con
“c a z a m o s c o n c erba ta na y m atam os c o n la n za ”
9 Aprender a hacer una cerbatana es un proceso largo y gradual; sólo los adultos
casados dom inan el oficio. N o sé con certeza cóm o aprenden los niños a hacer y arro
jar las lanzas. En varias ocasiones observé juegos con lanzas (sólo vi muchachos), pero
no pude decidir si eran cacerías de pecaríes o excursiones de matanza.
El observador no p u ed e dejar de observar la com postura de al
guien cazando con cerbatana. No rastrean ni persiguen a las presas,
sino que se ap ro x im an a ellas. El descubrim iento de u n a presa no
causa sorpresa ni excitación: el cazador p rep ara sus flechas lentam en
te, con calma, sacándolas del carcaj u n a a una, sin prisa. C ada flecha
se envuelve en algodón natu ral muy fino (eso hace que quede bien
ajustada en la cerbatana) y tiene una ra n u ra hecha con una m andíbula
de pirañ a (para asegurar que la cabeza envenenada se rom pa y que
de d en tro del cuerpo del animal). Las flechas se disparan soplando
en la cerbatana que se sostiene casi vertical con am bas m anos firm e
m ente colocadas alrededor de la em bocadura. Para u n m ono araña
pueden hacer falta hasta doce flechas, y hasta m edia hora puede trans
c u rrir an tes de que h ag a efecto el veneno. D espués sobreviene la
m uerte, silenciosa y prácticam ente indolora. Cazar anim ales arbóreos
con cerbatana es “llevar carne m uerta de vuelta a casa” (odinga éenqui
po) o “ir a soplar” (oonte go). Sólo los jaguares y las águilas arpías m atan
anim ales arbóreos: los huaoranis, los verdaderos seres hum anos, los
“soplan”. La velocidad de las flechas sin veneno p u ed e m atar aves
pequeñas, pero, p o r su escaso peso, el im pacto no es suficiente para
m atar monos. Lo que causa la m uerte no es la caza (la acción de so
plar) sino el curare.
“M atar” es hueno tenongui, literalm ente “causar la m u erte de al
guien con la lanza”. Sólo se m ata h irien d o , d e rra m a n d o sangre y
d esg arrando órganos con la lanza. Igual que en m uchas otras cultu
ras (Blackm ore, 1971:84-90), no hay diferencia en tre las lanzas de
caza y de guerra. U sar la lanza es un asunto violento y peligroso. Para
m atar con la lanza el cazador debe em pujar su arm a con violencia e
infligir u n a herida grande a corta distancia. El éxito con la cerbata
na d ep en d e de la tuerza pulm onar y el control de la garganta, m ien
tras que la lanza requiere fuerza, resistencia y g ran destreza física, en
particu lar con los brazos. Las cualidades necesarias p ara ten er éxito
en la caza del pécari -y en la g u e rra - no son el control y la coordina
ción de los movimientos, el autodom inio y la cuidadosa elección de
la víctima, sino el coraje ciego y la ferocidad.
Aunque durante mi trabajo de cam po nunca presencié una caza de
pécari, he observado el com portam iento de la gente ante la (falsa)
alarm a p o r la aproxim ación de una m anada, y he oído innum erables
relatos de cacerías m em orables. C uando una m anada se acerca a una
maloca, sus habitantes salen corriendo muy agitados. La proxim idad
de los pecaríes los enfurece e im pulsa a los hom bres a matar. M ien
tras ellos buscan sus lanzas, las m ujeres y los niños em pujan a la m a
n ad a hacia ellos con gritos y ruidos. C ada hom bre, arm ado con cin
co o seis lanzas al hom bro, tra ta de m a ta r todos los anim ales que
pueda, cualquiera que sea su sexo o edad. U na vez arrojada una lan
za no es fácil recuperarla; esto se debe tanto a su diseño com o a la
fuerza con que se arroja.
Los pecaríes son agresivos, no huyen sino que atacan, causando
heridas profundas en las piernas de los cazadores. Por consiguiente
en las cacerías de este tipo tanto el cazador com o la presa son h eri
dos y d erram an sangre. La m uerte es dolorosa, sucia, violenta y ru i
dosa. La cacería es concebida y realizada com o u n a expedición de
m atanza o una guerra. Tanto los pecaríes com o los enem igos h um a
nos son m uertos con lanzas de m ad era de palm a, en u n ataque de
furia violenta (pü inte), mezcla de valor, tem eridad, ira y fuerza, tan
to m oral com o física. Sin em bargo a los pecaríes no los buscan com o
a los hum anos enem igos: los m atan sólo cuando invaden el te rrito
rio de un a maloca. Son im predecibles: vienen en m anadas de “otros”
anónim os y deben ser elim inados. U na cacería de pecaríes es un e n
frentam iento entre un grupo de hum anos (la unidad de maloca) y un
g ru p o de anim ales (la m anada). M atar al enem igo, con el cual no
p u ed e h ab e r n in g u n a relación personal, es u n a em presa colectiva.
Igual que la fabricación de lanzas, que requiere el esfuerzo colectivo
y la participación individual de todos los m iem bros del grupo-hom -
bres, m ujeres y niños. A los niños chicos les p o n en las m anos sobre la
piel de los cuerpos palpitantes y sangrantes antes de desollarlos, para
que absorban su fuerza y su energía.
Por lo tanto, la caza del pécari es especial; es una m atanza colec
tiva seguida p o r un banquete. Las pieles no se guardan para v ender
las y la carn e no se ahúm a p a ra consum irla después. Los pecaríes
bebés nunca son adoptados com o mascotas, sino m uertos y comidos.
La carne de pécari, la carne de un anim al om nívoro con un apetito
incontrolado, se considera muy tóxica y sólo se puede consum ir de vez
en cuando, en u n a especie de orgía, p o r el grupo huaomoni en cuyo
territo rio se cazó la m anada (una vez visité a un grupo que había o r
ganizado u n b an q u ete de pécari tres días antes, y todavía estaban
todos acostados en sus ham acas, m edio enferm os).
La form a en que la cerb atan a y la lanza se in co rp o ran al discurso
m ítico es u n a dem ostración u lterio r de su significado social. En el
m ito, igual que en la realidad, las dos arm as son utilizadas para estruc
tu rar dos relaciones sociales contrastantes, que, según creo, represen
tan dos respuestas com plem entarias al problem a del intercam bio y la
alianza. Sin em bargo, en el m ito funcionan más com o m ecanism os
reg ulatorios que com o arm as, y m edian en tre hum anos, antes que
en tre hum anos y anim ales. U n m ito p o p u lar en el que figuran una
cerbatana, dos herm anos y su herm ana, ilustra el dilem a de la proxi
m idad social:
Un hermano y una hermana, que siempre habían sido muy unidos, dormían
en la misma hamaca. En su sueño, el hermano se convirtió en un mosquito
y sin querer penetró en la boca de su hermana. Ella despertó por las cosqui
llas y pronto descubrió con horror que tenía la cara manchada de gm ipa [sig
no de que su hermano la había “molestado”; es un eufemismo para las rela
ciones sexuales]. El joven [en algunas versiones del m ito], m ortificado y
terriblemente avergonzado, pide a su hermano menor que lo envíe al cielo
con su cerbatana. [En otras versiones el herm ano menor, indignado por el
delito de su hermano mayor, decide castigarlo enviándolo al cielo]. El her
mano incestuoso se convierte en la luna. El hermano m enor y la hermana
se hacen aliados muy cercanos. Triste por la ausencia de su hijo y con el
corazón desgarrado por la distancia insalvable [su hijo no regresará nunca],
la madre contem pla la luna todas las noches.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
EDVARD HVIDING
1 Compárese la distinción hecha por Rappaport (1979) entre los m odelos “ope-
racional” (como definido por las leyes de la naturaleza) y “cognised ” (como definido
por la cultura o “basado en el conocim iento”) del m edio am biente de cualquier p o
blación humana.
tarea p rin cip al a ejecutar. Los estudios del conocim iento ecológico
indígena a m enudo señalan que las categorías y los criterios de clasi
ficación no co rresponden a los de la ciencia occidental y que las p e r
cepciones in díg enas de los nexos ecológicos no coinciden con los
p o stu lad o s occid entales sobre la cau salid ad (cf. J o h a n n e s, 1981;
Berlin, 1992).2
Berlin, uno de los fundadores de la etnobiología, sostuvo recien
tem ente que ciertas regularidades am pliam ente difundidas en la cla
sificación y la designación de anim ales y plantas entre pueblos ágrafos
tradicionales reflejan sim ilitudes en la apreciación - e n g ran p arte
inconsciente- que las personas tienen del “plano básico de la n a tu ra
leza” (Berlin, 1992:8). Este autor defiende la afirm ación universalista
de que
si bien los seres humanos son capaces de reconocer muchos patrones dife
rentes en la estructura de la naturaleza en general, en cualquier flora o fau
na local hay un patrón único que se destaca de todo lo demás. Algunos bió
logos sistemáticos han hecho referencia a ese patrón general como el sistema natural
[...] la capacidad [de los seres humanos] de reconocer patrones es probable
mente innata (Berlin, 1992:9, cursivas del original).
entre los marovos “uno está dispuesto a ser uno con un m edio am bien
te que en todas sus partes, especies y procesos es e n ten d id o com o
b ásicam en te de u n solo tip o u n itario , ad ecu ad o p a ra el h o m b re ”
(Barth, 1975:195). Por supuesto que en Marovo hay conceptos bási
cos que co n cu erdan con una dim ensión “salvaje-dom esticado”; sin
em bargo, esos conceptos son cuestión de grado y funcionan com o
códigos analógicos antes que como oposiciones binarias; están rela
cionados en tre sí antes que contrastados, y no constituyen u n equiva
lente de la dicotom ía naturaleza-cultura (véase M. S trathern, 1980
acerca de u n caso algo sim ilar de las m ontañas de Nueva Guinea). Las
relaciones transform acionales entre los conceptos ap u n tan directa
m ente a prem isas ontológicas procesales, no dicotom izantes.
U n exam en más d etallado de la epistem ología m arovo ilum ina
algunos atributos fundam entalm ente procesales e hipotetizantes de
las creencias y conocim ientos del p u eb lo m arovo con respecto al
m edio am biente. Tales concepciones indígenas de la construcción,
validación, transm isión y utilidad práctica del saber sobre el m edio
am biente p lan tea n u n a serie de desafíos al análisis antropológico.
R efiriéndose a los preceptos ontológicos p o r los cuales los marovos
no actúan en el m edio am biente a p a rtir de u n a dicotom ía entre “su”
“cu ltu ra” y u n a “n aturaleza” explotada p o r ellos a través de m edios
ofrecidos p o r esa cultura, una cuestión prim aria es cómo analizar las
relaciones de las personas con su m edio am biente desde u n a base de
inform ación que no está ni puede estar ordenada de acuerdo con u n
dualism o “naturaleza-cultura”. La “naturaleza” puede ser u n a cate7
goría analítica para nosotros, pero no p ara los marovos. Sin em bar
go, estos últim os se co m p o rtan en fo rm a bastan te analítica en sus
encuentros con el m edio am biente, aunque lo hacen desde una posi
ción de relación práctica.
En la epistem ología procesal e h ip o tetiz an te que prevalece en
Marovo, la adquisición y validación del “conocim iento” (inatei) incluye
varios estados sucesivos: de “oír acerca d e ” algo (avosoa) se obtiene u n
estado de “saber” (atei). El conocim iento previo y el subsiguiente y el
contexto social de la transm isión del conocim iento determ inan si ese
“saber” en trañ a o no “creer” (va tutu-ana, literalm ente “im buir de ver
d a d ”), estado que a través de repetidas instancias verificatorias de “ver
p o r uno m ism o” (omia) se transform a en “confiar” (norua, literalm ente
“estar convencido de la eficacia”) y el estado de “ser sabio” (tetei). U n
ejem plo de u n rein o muy in m ed iato d e presen cia h u m an a en un
m edio am biente potencialm ente peligroso puede servir p ara ilustrar
esos procesos epistem ológicos relaciónales y prem isas ontológicas
m utualistas.
D urante seis días de cada sem ana, en tre 200 y 300 hom bres de
Marovo, en prom edio, pasan la m ayor p arte del día buceando en las
profundidades del arrecife exterior, hacia el océano, p ara cazar peces
con arp ó n y recolectar conchas para fines comerciales. Esa presencia
de seres hum anos en aguas pobladas p o r cantidades bastante consi
derables de tiburones peligrosos muy raras veces conduce a cualquier
tipo de ataque de los tiburones a los hum anos; con frecuencia se se
ñala que los únicos buzos m uertos p o r tiburones en Marovo p erte n e
cían a grupos de descendencia (butubutu, cf. H viding, 1993) que no
tienen u na relación totém ica con esos animales, los únicos que com en
hum anos en el m edio am biente de Marovo (con excepción del tem i
ble cocodrilo de agua salada, con el que algunos butubutu tienen una
relación totém ica sim ilar). Por u n a serie de razones históricas, el
totem ism o del tiburón (que entraña la prohibición de dañar, provo
car, m atar y sobre todo com er tiburones) sólo está asociado con un
núm ero lim itado de los butubutu localizados de Marovo que lo prac
tican, en especial los que tienen una historia de orientación m arítim a
y poseen territorios ancestrales (puava) form ados principalm ente p o r
arrecife y mar. Los pescadores de Marovo consideran que la observa
ción de que los tiburones tienden a atacar sobre todo a m iem bros de
los grupos no totém icos de orientación terrícola -p o stu lad o com ún
en las áreas costeras de las Islas S alom ón- convalida su creencia de
que el respeto ancestral p o r los tiburones les asegura a cam bio p ro
tección contra sus ataques en el presente. Los casos que se recuerdan
de ataques fatales son considerados com o la “p ru e b a” o el “ensayo”
(ichinangava) de la creencia ancestral en la eficacia del totem ism o del
tiburón, y “creyendo” (va tutuana) en la idea uno llega a convencerse
y la eleva al nivel de “confiar” (norua)?
Tales ideas m utualistas sobre la relación en tre las p erso n as y el
m edio am biente que las rodea, entendido como mar, tierra y más allá,
p e rm e a m uchos cam pos de actividad y de in terés en M arovo. Por
ejem plo, el actual estado de desorden de los ciclos m enstruales antes
sincronizados de las m ujeres de cualquier aldea es considerado p o r
m uchas m ujeres de edad como resultado de que las m ujeres más j ó
venes viajan más a la capital H oniara, donde pierden contacto con los
ritm os cíclicos de la vida aldeana, centrada en la periodicidad lunar
de la pesca y la agricultura y en el hecho de que “tradicionalm ente”
todas las m ujeres em pezaban a m enstruar alrededor de la noche de
la luna llena (taomi paleke, literalm ente “con tem plar la lu n a”, es un
térm ino com ún p ara la m enstruación). Las ancianas lam entan que la
creciente falta de atención a la luna de las más jóvenes y su participa
ción cada vez m en o r en las actividades de la aldea h an reducido su
com ensalidad y sociabilidad. Esa argum entación adem ás sigue un
p atró n am pliam ente docum entado en M elanesia de hacer hincapié
4 A dem ás, la cien cia occid en tal parece apoyar un argum ento acerca de la
sincronización de los ciclos menstruales de las mujeres que viven o trabajan en estre
cha cercanía (véase McClintock, 1971).
hitantes de Marovo con su m edio am biente y de su percepción de las
lim itaciones im puestas p o r el m edio am biente a la actividad h u m a
na. Así, las relaciones de las gentes de M arovo con el m edio am bien
te no parecen estar necesariam ente lim itadas p o r las “leyes de la n a
tu ra le z a ”. La eficacia de la m agia p ráctica p a ra su p erar lo que en
térm inos científicos occidentales se considerarían “limitaciones natu
rales” se com prueba regularm ente m ediante su uso.3 Las incom pren
sibles dualidades de la m agia como acto técnicam ente falso pero so
cialm en te v erd ad ero , com o “m ala ciencia” (según Tylor, F razer y
Evans-Pritchard) o com o “arte retórica” (según Malinowski, 1948, y
otros),
5 Vale la pena señalar que hay grados de eficacia mágica registrados en ese sen
tido. En forma característica, siguiendo la distribución igualitaria del saber de toda
índ ole que existe en Marovo, los que practican la m agia en determ inada ocasión
pueden ser desafiados por observadores.
6 Las tortugas verdes (Chelonia mydas) y Pico-de-halcón (Eretmochelys imbrícala)
anidan en las islas H ele durante todo el año, pero con un marcado pico en el perio
do de noviembre a enero. La tortuga Lomo-de-cuero (Dermochelys coriacea) sólo ani
da en playas de arena negra volcánica, que en Marovo únicamente se encuentran en
la costa oceánica suroeste de la isla Vangumi.
.1 <11 n m p a ñ a rlo en las e x p e d ic io n e s d e caza d e to rtu g a s q ue tien en
lugar cad a a ñ o an tes d e n avid ad , a c o n d ic ió n d e q ue le p erm itie ra
"Lh acer(m e) c o n o c e d o r ” [va atei) an tes d e partir hacia las islas H ele,
Kavuso ex p r e só a lg u n o s d e sus fu n d a m en to s e p iste m o ló g ic o s en la
sig u ie n te forma:
" La edad de cualquier nido de tortuga se establece tomando algunos de sus hue
vos y exam inando el estado de ima mancha clara calcificada que se va extendiendo
sobre la cáscara durante los primeros siete días después de puesto el huevo. Trans
curridos esos siete días, cuando roda la cáscara se ha calcificado y el huevo es todo
blanco, la edad del indo se determina rompiendo un huevo y examinando el embrión.
8 Las personas involucradas aíin n an ca tegóricam en te q u e casi todas ias tortugas
cuyo regreso se ha "marcado" son, d e h ech o, capturadas. A d em ás, m is p ropios datos
cu an titativos d e las tem p orad as d e caza de tortugas d e 1 9 8 6 -1 9 8 7 y 1 9 8 9 -1 9 9 0 c o
rroboran to ta lm en te esa afirm ación.
ga “m arcada" en realid ad p od ría ser cu alq u iera . Pero las p layas d e
i le le n o son d el rípo en que an id an Jas tortugas, y los totales d e tor
tugas y d e visitan tes h u m an os d u ran te cu alq u ier ép o ca d e l a ñ o son
d e m a sia d o esca so s c o m o para q ue lo s en c u e n tr o s ca su a les sea fre
cu en tes.
Kl p u n to a x io m á tico sobre los h uevos d e tortuga es que d e a cu er
d o con el sab er recib id o d e M arovo su in cu b ación dura v ein tiú n días.
Lsto sign ifica que, p u esto que las tortugas siem p re salen a la playa a
p o n e r sus h u e v o s d u r a n te la n o c h e , lo s h u e v o s se a b rir á n e n la
v ig e sim o p r im era n o ch e su b sig u ien te (cu alqu ier tortugu ita q ue salga
tarde, d u ra n te el día, sería d evorad a p or las aves m arinas y otros in
n u m erab les d ep red a d o res). D esp u és q ue Kavusu m e ed u có hasta el
nivel d e saber esto, alg u n o s m eses m ás tarde m e asom b ró d escub rir
q u e en u na serie d e in fo rm es técn ico s y e stu d io s d e a u to r id a d es se
afirm a q ue la in cu bación d e los h u evos d e esas m ism as tortugas tie
n e u n a d u ración estim a d a d e en tre cin c u e n ta y cin c o y se te n ta días
(p or e je m p lo , V aughan, 1981; Oarr, 1984). A m e d ia d o s d e 1987 le
c o n té a Kavusu acerca d e esas estim a c io n e s basadas en la in v estig a
ción en una serie d e sitios trop icales (in c lu y en d o p a rles d e las Islas
S a lo m ó n ), y le p reg u n té q ué p en saba sobre esa seria discrep ancia. Su
reacción in m ed ia ta fue: ‘‘Uso es m en tira, o se trata d e ofi'as tortugas
d ife r e n te s.” Le aseg u ré que las esp e cie s eran las m ism as, re firié n d o
m e a las id en tific a cio n e s in clu id as en estu d io s d e las tortugas m a ri
nas d e las Islas S alo m ón (por ejem p lo , McElroy y A lexander, 1979),
y eso prod ujo la sigu ien te respuesta inspirada, en traducción directa y
só lo p a rcia lm en te resu m id a a fin d e consei'var to d o el e fe cto e x p li-
catorio:
PARADIGMAS RIVALES
BIBLIOGRAFÍA
KAJ ÁRHEM
* Reconozco con agradecim iento los com entarios constructivos de Bill Arens,
Philippe Descola, Andrew Gray, Joanna Overing y Dan Rosengren sobre los borrado
res de este capítulo. El concepto de “interconexión de hum anos y naturaleza” del
subtítulo lo tom é de Bird-David (1993).
1 Lo mismo puede decirse de muchos, si es que no de la mayoría, de los pueblos
indígenas del mundo. Hay abundante información de Norteamérica (véase, por ejem
plo, Martin, 1978; Tanner, 1979, y N elson, 1983). Para más inform ación sobre la
Amazonia, véase la nota 6 y la bibliografía.
2 El concepto, relacionado con éste, de ecosofía, según la definición de Naess
(1989) se refiere a “una visión filosófica del mundo inspirada por las condiciones de
vida en la ecoesfera”. En la m edida en que una ecosofía implica una filosofía basada
en la com prensión ecológica, pero que va más allá del conocim iento desinteresado
para abarcar normas y valores fundamentales, puede ser vista com o una particular
variedad moderna -individualizada y explícitamente form ulada- de ecocosmología.
d e s n aturales con base en un sistema de clasificación social. Los sis
tem as anim istas dotan a los seres naturales de disposiciones hum anas
y atributos sociales; a veces, com o en el caso que exam inarem os más
ad elan te, a los anim ales se les atribuye “c u ltu ra”: hábitos, rituales,
canciones y danzas propios. Si los sistemas totém icos m odelan la so
ciedad sobre la naturaleza, los sistemas anim istas m odelan la n atu ra
leza sobre la sociedad.
Sin em bargo, la separación analítica de los sistemas totém icos y
anim istas tien d e a o cultar que los dos esquem as tienen en com ún
p ro p ied ad es fundam entales: ambos suponen u n a relación de conti
n u id ad entre naturaleza y sociedad, con implicaciones experienciales
y conductuales muy im portantes (véase Willis, 1990). Intelectualm en-
te, el totem ism o y el anim ism o son estrategias co m plem entarias y
equivalentes p ara com prender la realidad y relacionar a los hum anos
con su m edio am biente: una hace uso de im ágenes naturales para dar
sentido a la sociedad hum ana y la o tra em plea representaciones so
ciológicas p ara construir ord en en la naturaleza. Desde el punto de
vista experiencial, ambas form an parte de ecocosmologías totalizantes
que in teg ra n conocim ientos prácticos y valores m orales. Com o cons
tru ccio n es sociales holísticas, las ecocosm ologías son atractivas y
m otivadoras; m oldean la percepción, conform an la práctica y ofrecen
lincam ientos significativos para vivir.
E n este capítulo se explora u n a ecocosm ología p articu lar de la
Am azonia, que presenta rasgos tanto de sistemas anim istas com o de
sistem as totém icos. Para los m akunas de la A m azonia colom biana,
todos los seres -espíritus, hum anos, anim ales y plan tas- participan en
u n cam po de interacción social definido en térm inos de rapacidad e
intercam bio. El rasgo central de su ecocosm ología es que entien d en
la rap acid ad hu m ana como u n intercam bio revitalizador con la n atu
raleza, m odelado sobre la regla de reciprocidad entre afines y p o r los
intercam bios con m ediación cham ánica entre los hom bres y los dio
ses. Este capítulo se enfoca sobre las ideas de los m akunas acerca de
la caza, la pesca y el consum o de anim ales como alim ento, y cómo esas
ideas se in teg ran en u n m arco cosmológico más am plio, proporcio
n an d o a los individuos una base m oral y existencial para su interac
ción con el m edio am biente. Este caso ilustra rasgos generales y p e r
sistentes de las ecocosmologías indígenas y, en consecuencia, aum enta
la com prensión antropológica y com parativa de la conexión entre la
sociedad y la naturaleza.
I .os m akunas, u n p eq u eñ o grupo h abían le de tukano oriental que vive
en el n o roeste de la A m azonia, son los h ered ero s c o n tem p o r á n e o s d e
una an tigu a cultura d e la selva tropical q ue a n te rio r m e n te se e x te n
día por gran d es parles de la cu en ca a m a z ó n ic a .! Los m akunas habitan
m alocas m u ltifám iliares y p eq u eñ as a ld ea s a m p lia m en te d ispersas a
lo largo d e ríos y ar royos, y su su b sisten cia se basa en la agricultura
itin erante, la pesca y la caza en la selva inLeriliivial . 1 Su a lim en to bá
sico es la yuca, o m a n d io ca am arga, y - e n línea con el p alrón g e n e
ral d e la A m a z o n ia - las m ujeres son agricu ltoras y los h om b res caza
dores y p escad ores. 1.a vida política trad icional se centra en la m aloca
y su "propietario'', el jefe d el gru p o q ue la habita. Los esp ecialistas en
ritos - e n especial dos grujios de ch am an es (cum ua, yaia), pero L a m b i é n
can tores y d a n / a n L e s - tenían in flu en cia social y p olítica d eb id o a su
co n o cim ien to religioso y h abilidad es rituales. G rupos de m alocas m ás
o m en os cercanas, vin cu lad as por relacion es d e p a ren tesco agn á tico
y a lia n za s m a tr im o n ia le s, form ab an g ru p o s lo c a les y le r r ito r ia le s
d é b i l m e n t e u n id os bajo la au toridad ten u e y ep isó d ic a de jeiés p a r
ticu larm en te p rom in en tes.
La socied a d tuka.no m ayor, d e la q ue los m akunas form an parte:,
está organ izada en clan es n om b rad os p a trilin ea les (o “sib s”) a so cia
d o s con u n a p r o p ie d a d ritu a l, un lengu aje' d is tin to y te r r ito r io s
an cestrales g eo g r á fica m en te d elin id o s, ( (nitrados en el lugar d e n a
c im ien to m ítico d e los ancestros de los d iversos clan es. La p ro p ied a d
ritual in clu y e in stru m e n to s y o r n a m e n to s c e r e m o n ia le s, sustancias
rituales (coca, tabaco, pintura roja y cera d e abejas), en salm os, ca n cio
n es y un co n ju n to d e n om b res d e p erso n a . Ln su form a “e s e n c ia l”,
espiritual, esa p rop ied ad ritual está asociada con el lugar d e n a cim ien
to del an cestro del clan, que es tam b ién el “bogar" y el d estin o final
d e tod os los m iem bros del clan. El h o g a r ancestral d el clan se llam a
la “casa d e d esp er ta r” d e los an tep asad os; al morir; las alm as d e los
m iem b ro s d el clan viajan a esa casa in v isib le d o n d e , seg ú n se d ice,
“d esp iertan " corno espíritus.
■' 1‘ara un panorama general do la etnografía makuna. véase Arhem (1981, 1990
y 199:5).
1Como la mayoría de los indígenas de la Amazonia, los makunas sufren rada vez
más los electos dramáticos de las estructuras económicas externas, com o el súbito v
v iolen to btiovi de las econ om ías de i oro y de la coca que hoy recorre la cuenca
amazónica.
Los clan es están organ izados, por o rd en d e a n tig ü ed a d , en u n id a
d es e x o g á m ic a s m ayores m o d e la d a s sob re un g ru p o d e h erm a n o s
a g n á tic o s. Las u n id a d e s ex o g á m ic a s a su v e / está n e m p a r e n ta d a s
en tre ellas por m atrim on io y afinidad según el p rin cip io de in tercam
bio d irecto. La form a id ea l d e m atrim on io, tal c o m o se ex p resa en la
jerga d e la id e o lo g ía agn álica, es el in tercam b io eq u ilib rad o d e m u
je r e s en tre d os g ru p o s d e h om b res u n id o s p o r lazos d e p a ren tesco
agn ático. L 1 sistem a se basa en una ter m in o lo g ía rela cio n a l d e “dos
líneas" (dravidiana) q ue p ro p o rcio n a a sim ism o el m o d e lo d e in te r
ca m b io básico para la in tera cció n con la “n a tu ra le za ”: u n a a lian za
entr e d os categorías s o d a lm e n lc d efin id a s - “y o ” y “o tro ”- p erp etu a
das por una serie con tin u a d e in tercam b ios recíprocos. Los m akunas
se id en tifican a sí m ism os com o “p u e b lo d el a g u a ” ([demasa), d e sc e n
d ien te s d el an cestro e p ó u im o d el clan A n acon d a d e A gua (Ide hiño).
Los d el P ueblo del A gua se vinculan, estrech a m en te por m a trim o n io
con otro gru p o e x ó g a m o form ad o p or varios cla n es q u e se id e n tifi
can co m o Yibamasa o los I lijos d e Yiba, a lu d ie n d o a su d esc en d e n c ia
estip u lad a d e un ser' ancestral asociad o con la selva. En co n ju n to , el
P ueblo d el A gua y el P ueblo d e Yiba form an una sola co m u n id a d lin
güística, q u e habla la le n g u a origin al d el P ueblo d el A gua y habita un
territorio con tin u o . Err un sen tid o m ás a m p lio se p u e d e decir que esa
u n id ad social m ayor, lin gü ística y esp a c ia lm cn tc unitaria es llam ada
m akuna, térm in o que, en este artículo, utilizaré con ese ú ltim o se n
tido. Al hablar exclu siv a m en te del clan Idem asa em p lea r é el vocab lo
in d íg e n a o su traducción literal, Pueblo del Agua.
EL SISTEMA CHAMÁNICO
wanore
protector y regenerador
( 1)
queare
preventivo
(4)
rohare
destructivo
CONCLUSIÓN
BVéanse, por ejem plo, Reichel-DolmatofF, 1971; Seeger, 1981; Crocker, 1985;
Brown 1986; Viveiros de Castro, 1992; Overing, 1993; Descola 1994. Cf. también la
detallada descripción de la cosm ología de los em berá (en la región de C hocó, en
Colombia) en Isacsson (1993).
Am azonia parecen ser transform aciones de u n p atró n fundam ental
m ente similar, característico de la región en su conjunto.7 Las re p re
sentaciones culturales de la rapacidad com o intercam bio, y las con
cepciones de la enferm edad com o “venganza de la naturaleza”, sin
em bargo, tienen una extensión que va m ucho más allá de la región y,
de hecho, son com unes a los pueblos indígenas de todo el m u n d o .8
Siguiendo a B ateson (1979), B ateson y B ateson (1987) y R appaport
(1979, 1994), creo que es posible ver esas representaciones y su inte
gración en m odelos ecocosmológicos to té micos, animistas y más com
plejos com o codificaciones culturales de com prensiones ecológicas,
desarrolladas du ran te milenios de interacción práctica íntim a con el
m edio am biente.9 Lo que desde el pun to de vista de los actores y las
form as de vida individuales aparece com o depredación y consum o
violento, en una perspectiva holística y sistémica se representa m ejor
com o relaciones de interdependencia, intercam bio cíclico y recipro
cidad.10
M ientras que la “violencia de una N aturaleza m an ten id a p o r se
res que se devoran unos a otros es evidente para los que participan en
BIBLIOGRAFÍA
1 Para el m undo griego véase, por ejem plo, Xenofonte, 1970; para la tradición
francesa véase Phebus, 1971 [1391]; para la tradición alemana, Góchhaussen, 1764.
Los docum entos históricos, el folclor y los datos etnográficos so
bre la caza m ayor revelan que en esa área la oposición naturaleza-
cultura está m ediada por una actitud am bivalente que oscila entre, por
un lado, u n a com pulsión iniciahnente positiva de cazar que define el
estatus de género y la je ra rq u ía m asculina, y, p o r el otro, el peligro
siem pre presente de que el cazador se vuelva salvaje, principalm en
te p o r un contacto excesivo con la “sangre n eg ra” de sus presas. Cierta
form a de dom inio de lo salvaje dentro de uno mismo y en los bosques,
p o r lo tanto, constituye un concepto específicam ente europeo de la
am bigua coexistencia de naturaleza y cultura.
3 Esta idea de una relación estrecha entre lo sagrado, la realeza, la caza y el bos
que está desarrollada explícitam ente en la obra del jurista inglés John Manwood
(1592).
está en teram en te libre de condiciones y nin g ú n d erram am iento de
sangre es considerado jam ás como un acto sin im portancia. Cualquie
ra que sea la cultura de caza a la que p erten ecen y el área geográfica
en que viven, todos los cazadores europeos com parten un m ism o es
quem a cultural, el de un flujo de sustancias salvajes que em ana de los
bosques. La circulación de ese flujo traza el m apa del contorno ver
d adero del dom inio natural de lo salvaje.
La escala de la fiebre
Los cazadores europeos suelen decir que la caza “se lleva en la san
gre”. Al hacerlo, establecen una dem arcación natu ral absoluta entre
los cazadores y los no cazadores. Los cazadores no se convierten en
tales p o r elección ni p o r azar, su destino está escrito en su “sangre
n eg ra”, que es la legitim ación final de su estatus particular. El efecto
d e la circulación de ese específico fluido interno es un deseo irresis
tible de m atar y d erram ar la sangre de anim ales cazables de los bos
ques, com pulsión que los hom bres com unes no sienten. La exclusión
de las m ujeres de la caza en los bosques -re a lid a d social confirm ada
p o r los datos estadísticos sobre la caza- se justifica sobre esa m ism a
base: se dice que las mujeres y la sangre negra son absolutam ente in
compatibles. En general, se considera que la ausencia de fiebre de ca
zar indica la exterioridad de los no cazadores respecto de ese dominio.
El discurso de los cazadores sobre las escalas de fiebre - o la ausen
cia de e lla- no es u n a retórica abstracta: se basa en u n conjunto de
creencias folk sobre la fisiología hum ana. Entre los síntom as que in
dican los efectos tangibles de esa singular fiebre en el cuerpo del ca
zador se cuentan: al calor corporal elevado, el hervor de los hum o
res c o rp o ra le s y la ag u d iza ció n de los sen tid o s. Los niveles de
concentración de la sangre negra sirven tam bién para indicar una
jera rq u ía relativa entre los mismos cazadores, cuyo estatus personal
está correlacionado con la fuerza de la fiebre. Los menos afectados p o r
la fiebre de cazar son los que participan en partidas de caza en g ru
pos y utilizan el m étodo colectivo de los batidores. En ese contexto al
tam ente social los cazadores cuidan de m an ten er su pasión dentro de
límites estrictos. En el otro extrem o de la escala de la fiebre están los
cazadores furtivos y, sobre todo, los “hom bres de los bosques”, indi
viduos asocíales que viven solos en m edio del m onte. Se considera que
esos cazadores extrem adam ente individualistas han caído presa de la
“rab ia” debido a u n a fiebre excesiva, es decir u n a efervescencia de la
sangre negra que resultó dem asiado intensa. El resto de los cazado
res (rastreadores, pirscheurs, etc.) adoptan los com portam ientos y las
técnicas de caza que m ejor reflejan su nivel personal de fiebre. C uanto
m enos colectiva es la práctica de caza, más cercana es la identificación
del cazador con los anim ales salvajes.
El rep ertorio de colores y olores asociados con partes del cuerpo tam
bién funciona como u n m ecanism o taxonóm ico para la clasificación
de los anim ales de los bosques. La taxonom ía folk utilizada p o r los
cazadores europeos y la common law c o n tem p o rán ea se basa en u n
esquem a clasificatorio que se rem onta a la Edad Media. En antiguos
tratados de caza, tanto alem anes com o franceses, se encuentra la dis
tinción en tre “bestias rojas” (venados, corzos), “bestias negras” (lobos
y jabalíes) y “bestias m alolientes” (zorros, m artas, com adrejas). Tam
bién aquí, lo que estructura la je ra rq u ía taxonóm ica es el grado de
co ncentración de la sangre negra. Los cazadores co ntem poráneos
tienen num erosas anécdotas que apoyan su convicción de que el j a
balí, el m ás negro de los anim ales, solitario dedicado y perverso, es
u na de las bestias más salvajes que hay en los bosques. Se dice que su
verdadera naturaleza se m uestra cuando ataca a un hom bre, porque
de inm ediato trata de castrarlo. La sexualidad y el color están estre
cham ente unidos en la evaluación del salvajismo de u n anim al. Así,
se dice que du ran te la época de celo la sangre negra hierve debido a
la reten ció n de la esperm a, convirtiendo “presas rojas” en “presas
n egras”. D urante ese periodo, hasta el pacífico corzo pu ed e conver
tirse en u n anim al feroz, literalm ente rabioso.
Los anim ales m alolientes encarnan la idea m ism a del salvajismo
extrem o. Es verdad que producen secreciones glandulares olorosas,
pero su fuerte olor se atribuye sobre todo a atributos específicos de su
estatus simbólico. Aquí hay dos consideraciones. Primero, su carne se
considera dem asiado negra; son anim ales carnívoros con un a p a ra
to digestivo muy pequeño, que no les perm ite digerir del todo la carne
fresca que ingieren. Por eso es que está p ro h ib id o com er su carne,
m ientras que la de otros anim ales cazables, todos ellos herbívoros, se
puede comer. Pero los anim ales m alolientes tam bién están asociados
con la suciedad porque, como com edores de carroña, transgreden un
im portante tabú bíblico: “No comerás de un anim al m uerto o h erid o ”
(Levítico, x v i i ). En consecuencia son considerados im puros.
N iveles de comestibilidad
4 Para las relaciones entre la sangre negra, la rabia y otras furias salvajes, véase
lle ll (1994:99-1.98).
( isino social. Por últim o, la persona rabiosa sería m uerta p o r asfixia
:i lin de evitar el contagio p o r la efusión de sangre negra.
SANGRE NEGRA
ESCALA DE LA SANGRE
■
’ Para algunas cifras sobre territorios salvajes en Europa véase Glotz, 1975. Para
un ritual específico, la matanza del oso en los Pirineos, véase Van Gennep (1947:908-
917).
CONCLUSIÓN
6 Con respecto a los esquemas dramáticos que estructuran los libretos mítico-ri-
tuales vinculados con la m uerte y la resurrección de una deidad (Osiris, Tavnmuz,
Adonis, etc.), véase Durand (1960:339-359). El prehistoriador J. Cauvin (1994) sos
tiene que en el Cercano Oriente las mutaciones técnicas y sociales del Neolítico fue
ron precedidas por una revolución del sim bolismo religioso.
En mi opinión, las concepciones contem poráneas de lo Salvaje en
Europa deben ser vistas en el contexto de esa antiquísim a continui
d ad cultural. B asándom e en el trabajo de G eertz sobre las riñas de
gallos en Bali (1973), yo planteo que la cultura de la caza en Europa
debe ser considerada com o un “texto” que revela un ethos específico.
La referencia a la caza perm ite com prender m ejor la razón cultural
de las p referencias alim enticias con tem p o rán eas - p o r ejem plo, la
carne “b lan ca” antes que la “n e g ra ”- y la clasificación de especies
naturales. Permite, asimismo, arrojar luz sobre un pun to focal de las
culturas europeas, nuestra am bigua relación con la sangre. D entro de
la esfera de lo Salvaje, tal como se expresa en las prácticas de caza, la
carne 110 es una m ercancía objetíficada, no se ha transform ado en un
cuasivegetal, no ha sido despojada de connotaciones sexuales y de
género.7 Los rituales sacrificiales estrictam ente codificados de la caza
p erm iten transgredir el tabú que con tanto rigor se observa en el es
pacio dom éstico: “No com erás la sangre de ninguna carne porque la
sangre es el alm a de toda carne” (Levítico, xvii:14).
BIBLIOGRAFÍA
JOHN KNIGHT
INTRODUCCIÓN
través de cambios en el bosque circundante. Así, los que trabajaban en los bosques
pasaron a ser un o de los temas principales de la investigación.
(en p articular en la adm inistración forestal m aderera) esos agriculto
res pueden estar distanciados en el tiem po, distribuidos en un periodo
largo, incluso transgeneracional.
El cultivo debe distinguirse de la producción en general porque
incluye u n proceso de crecim iento orgánico. Los actos de cultivo exi
tosos se co o rd in an en térm inos de ese crecim iento. Sin em bargo,
cuanto m ayor es el lapso im plicado m ayor es la posibilidad de lo que
podría llam arse producción incom pleta. En el caso de la producción
inorgánica, producción incompleta tiende a ser sinónim o de produc
ción suspendida, pero no ocurre lo m ismo con la producción orgáni
ca, es decir, el cultivo. Aquí la producción es relativam ente in d ep en
d ien te de los pro d u cto res hum anos, p o rq u e el crecim iento p u ed e
continuar en ausencia del agricultor. Lo que brota sigue siendo arti
ficial y no (prístinam ente) natural, porque los actos de cultivo an te
riores han afectado el patrón de crecim iento en form a irreversible. Sin
em bargo tam poco es totalmente artificial: lo que se desarrolla es un
producto parcial cuya form a final evidentem ente no llega a ser lo que
debería en cuanto a su apariencia, calidad, etc., es decir, lo que habría
sido si se le hubiera aplicado debidam ente el conjunto com pleto de
actos productivos. El agricultor ha perdido el control del crecim ien
to; el “p ro d u cto” se ha liberado de la intención productiva que inició
su proceso.
Lo que m e interesa aquí es el m anejo forestal p ara producir m a
dera. Esta especie de cultivo com ercial de árboles p lantea dos com
plicaciones adicionales con respecto al cultivo. El prim ero tiene que
ver con la escala tem poral del crecim iento, el segundo con la escala
espacial y la ubicación de ese crecim iento. Los árboles no sólo salen
diferentes de lo que deberían ser; lo hacen en periodos prolongados,
en u n a gran escala de producción y en tipos particulares de lugares.
Las consecuencias de que el cultivador pierda el control del crecim ien
to no son solam ente productos no planeados -p roductos extraños a la
intención productiva original-, sino tam bién u n medio ambiente no pla
neado. En este capítulo se m uestra cómo u n intento patrocinado p o r
el estado de establecer una vasta producción m aderera en las m onta
ñas de Jap ó n es experim entada p o r los aldeanos, decenios más ta r
de, com o u n a serie de cambios ambientales perturbadores.
YAMA
En jap o n és la palabra yama denota tanto las m ontañas como los bos
ques, po rq u e la distinción conceptual en tre los dos es m ínim a. Los
bosques de m ontaña cubren más de dos tercios de las tierras del país
y p o r m ucho tiem po h an sido u n a fuente im portante de simbolismo
p ara los japoneses. Las m ontañas son “símbolos de la procreación en
su aspecto volcánico, símbolos de fertilidad en su función de parte-
aguas y m orada de los m uertos en su aislam iento del m undo cotidiano
de los hum anos” (Smith, 1979:59). U na característica clave del yama
es su carácter salvaje (Kalland, 1992:222). Las m ontañas, igual que el
mar, son u n sitio del oku (u oki, p ara el m ar), el interior, u n espacio
salvaje asociado con espíritus kami y opuesto al espacio m undano que
habitan los seres hum anos (Berque, 1986:74-76).
Pero para los aldeanos m ontañeses el yama constituye un am biente
local. Pero aun cuando se refieren a él en form a genérica, lo experi
m en tan en form a sum am ente diferenciada. Y en p rim er lugar desde
el punto de vista ecológico. La variación ecológica fue particularm en
te m arcada en la península de Kii. En Ja p ó n es com ún distinguir entre
los bosques frescos, tem plados y caducifolios del noreste del país y las
selvas cálidas, tem pladas, siem pre verdes y de hojas anchas del suroes
te y la zona del Pacífico de Ja p ó n (por ejem plo, Ichikaw a y Saito,
1985:12-32). Sin em bargo, es preciso ag reg ar que, adem ás de esa
distinción regional, hay tam bién variaciones debidas a la altura.
En el m ontañoso interior de la península de Kii los dos tipos de
bosque se encuentran muy cerca uno de otro, lo que ha llevado a algu
nos autores a proclam ar la im portancia especial del m edio am biente
natu ral de la zona com o el lugar del bosque de hayas más m erid io
nal de Jap ó n , e incluso como el sitio d onde las dos ecologías del país
se en c u en tran (Ue, 1994:4-6). El bosque típico es del tipo siem pre
verde y de hoja ancha, pero tam bién hay bosques caducifolios de ro
ble blanco, cerezos, arces y castaños, m ientras que de los 800 m etros
de altura en adelante em piezan los bosques de robles caducifolios. Sin
em bargo, es preciso destacar que ese bosque previo era m ixto y ya
contenía coniferas naturales, incluyendo cryptom eria y ciprés ja p o
nés, las dos especies principales de coniferas de plantación que des
pués llegarían a ser tan ubicuas.
En H ongu, actualm ente, a pesar de que los forestadores hablan de
“b o sq ue siem p rev erd e de hojas b rilla n te s ” (shoyojurin) y “bosque
caducifolio de hojas anchas” (bakoyorin), etc., esa clasificación cientí-
ñca adm itida existe al lado de otra clasificación local más antigua de
los árboles y los bosques: “árboles de h ierro ”, “árboles superficiales”
y “árboles negros” (véase Ue, 1994:7). Los “árboles de hierro” (kanagi)
son las especies siem pre verdes de hoja ancha, com o el roble p eren
ne que se utiliza para hacer carbón. Los “árboles superficiales” (asagi)
son los blandos, com o la pasania, el roble blanco y el cerezo, que si
bien no sirven p ara hacer carbón d an b u en a leña. Los “árboles n e
gros” (kuroki) son los de agujas de color oscuro com o el pinabeto o
abeto am ericano, el abeto Douglas y el plateado, la cryptom eria y el
ciprés jap o n és, que se usaban en la construcción (ibicl.)
Segundo, aun cuando para los japoneses de las llanuras el yama
puede parecer u n lugar esencialm ente situado más allá de la esfera de
la habitación hum ana, para los m ontañeses, las diferentes partes de
las m ontañas sirven p ara diferentes propósitos. Las zonas de m onta
ña situadas cerca de la aldea, el satoyama, son im portantes desde hace
m ucho tiem po, p ara la subsistencia de las aldeas porque es donde se
practica la agricultura de roza productora de trigo, mijo y tubérculos.
D u ran te b u en a p a rte de su h isto ria los ald ean o s m ontañeses h an
dep en d id o de esos cultivos distintos del arroz, m ientras el arroz ap o r
taba un a p arte relativam ente m enor de la subsistencia local. Yukawa
(1988) afirm a incluso, que para los aldeanos m ontañeses las m o n ta
ñas eran tradicionalm ente el lugar de la producción (caza, recolección
y agricultura de tumba-y-quem a), m ientras que la aldea era el lugar
de consum o (véase Ue, 1994:7). La posterior introducción del culti
vo del arroz hizo que la aldea tam bién se convirtiera en lugar de p ro
ducción, pero, dada la escasez de tierras adecuadas para el cultivo del
arroz, continuaron cultivándose partes de las m ontañas.
Además de ser ellas mismas lugares de cultivo, las m ontañas con
tribuían en foraias im portantes a la agricultura en la aldea. La m ateria
vegetal del bosque, en particular de las partes caducifolias del bosque
m ixto, se utilizaba com o fertilizante p a ra los cultivos y tam bién com o
forraje p a ra el ganado. Adem ás se usaba m ad era del bosque com o
com bustible (leña y carbón) y para la construcción. En las m ontañas
de Ja p ó n la m anipulación del crecim iento del bosque tiene una his
toria muy larga. Totm an (1989:247) señala que en diferentes m om en
tos los gobernantes estim ularon el crecim iento de diferentes tipos de
árboles en los bosques más cercanos a las aldeas. En el siglo xvil, por
ejem plo, la p rio rid ad era la m adera como combustible, y se estim u
laba el crecim iento de las especies de hoja ancha.
El yama era adem ás una fuente directa de alim ento: allí se recolec
taban nueces, bayas, hongos silvestres y una am plia variedad de sansai
o plantas m ontañesas comestibles (varios tipos de helechos, fárfara,
etc.). Plantas m ontañesas se utilizan desde hace m ucho tiem po en
m edicina y tam bién p ara hacer canastos, p ara extraer fibras textiles
y com o ofrendas sagradas en las casas o en los festivales (véase “El
estudio sobre plantas locales”, Shinohara, 1990:205-206). Además de
cortar ejem plares naturales de “árboles negros”, incluyendo crypto
rnerías y cipreses, p a ra la construcción, tam bién se p lantaban y cui
daban cryptom erias y cipreses más adentro de los bosques para p o
d er cortarlos y venderlos en caso de necesidad (m atrim onio de u n a
hija, funeral de un pariente, etc.). M uchos anim ales y aves del bosque
se cazaban p o r su carne, entre ellos el jabalí, el venado, el serow [an
tílope asiático], la liebre, el faisán, la palom a torcaza y el gorrión.
Las diferentes plantas se asocian con diferentes partes del yama,
com o picos m ontañosos, cornisas, pasos, laderas, barrancos, pastiza
les, etc. (véase Shinohara, 1990:209-212). Tam bién hay anim ales aso
ciados con diferentes partes de las m ontañas. El jabalí, el m ono y el
faisán son tradicionales azotes de la agricultura, que viven en el sato
yama cerca de las aldeas. El oso y el serow, p o r su parte, son anim ales
del okuyama, las partes más rem otas de las m ontañas, y, p o r lo tanto,
raras veces los aldeanos los encuentran.
El yama es adem ás un lugar de espíritus. Todas las m ontañas en
cuanto tales tienen asociaciones sagradas en el Jap ó n , pero tam bién
aquí los aldeanos m ontañeses establecen ulteriores distinciones entre
diferentes partes del yama. En el okuyama habitan peligrosos espíritus
y seres com o dem onios de aspecto feroz y hom bres-pájaros (tengii) que
viven en los árboles, en las partes más altas cerca de las cum bres. Hay
superposición e n tre los espíritus y los anim ales del okuyama. En el
J a p ó n m uchos anim ales están asociados con el m undo de los espíri
tus como servidores o m ensajeros de los espíritus kami. El m ono, p o r
ejem plo, era considerado com o m ed iad o r en tre el yama no kami (el
espíritu de la m ontaña) y los seres hum anos (véase Ohnuki-Tierney,
1987:43-45). En los santuarios shintoístas de todo el J a p ó n se encuen
tran im ágenes de m onos, lobos, venados y zorros. El serow del oku es
visto com o u n “dem o n io vaca”, an im al fantasm a de las m o n tañ as
(Kaneko e/ al., 1992:29).
La caracterización tradicional del yama com o un lugar salvaje, en
contraposición a la aldea o la llanura, debe ser vista ju n to con el h e
cho de que partes del yama contribuyen desde hace m ucho tiem po a
la subsistencia en las m ontañas. YAyania era u n lugar de caza, recolec
ción, agricultura y silvicultura, así com o de religión, y existía un sa
b e r local altam ente diferenciado de la distribución de las plantas, los
anim ales y los espíritus dentro de él.
En consecuencia, partes del yama se incorporaron a la vida de las
aldeas. Sin em bargo, de esto no se desprende que se considerase que
el yama estaba de alguna m anera bajo el control de las aldeas. N unca
p o d ría ser así, porque el yama era un espacio de u n orden de m agni
tu d diferente al de la aldea. Por lo tanto, la aldea estaba siem pre en
actitud defensiva ante el yama, y el m antenim iento de las fronteras de
la aldea, p o r ejem plo, era u n a preocupación rutinaria. Vivir en una
aldea m ontañesa, al lado de los bosques, requiere de una presencia
activa que inhiba otras form as de vida rivales, en particular el creci
m iento dé las plantas. U n frente de esa lucha es la escarda de los cam
pos de la aldea. O tro es la costum bre d e michibushin, o lim pieza de los
senderos de la aldea, que se realiza dos o tres veces al año. Michibushin
en tra ñ a elim inar todas las plantas de crecim iento indeseado de los
senderos y del límite con el bosque, y tam bién se realiza u n a práctica
sim ilar en el cem enterio de la aldea. El yama puede no ser “salvaje”
en el sentido de u n m edio am biente totalm ente inhóspito a cualquier
presencia hum ana, pero su asociación con el espíritu de la m ontaña
y las diferencias de escala con respecto a la aldea como lugar de p ro
cesos orgánicos de crecim iento hacen de él u n m edio am biente peli
groso, extraño y, p o r últim o, incontrolable.
Cuando uno les ha dedicado muchos cuidados durante muchos años, sien
te un afecto muy profundo por los árboles. El placer de ver el crecimiento
de cada año es muy diferente del de los cultivos que se cosechan anualmen
te. Aquí, en cambio, uno tiene que esperar por lo menos treinta años -pero
en prom edio sesenta- para cortar los árboles (Ue, 1984:17).
¿ PLANTACION ES SALVAJ ES ?
Montañas negras
Deterioro
has estado ocupado cuidando al hijo de otra persona y no le has dado sufi
ciente atención a tu propio hijo. Cuando ves el árbol torcido y sabes que no
p uedes h acer nada para enderezarlo sien tes una gran am argura (U e,
1984:18).
Ya hem os dicho que los bosques se extendieron hacia las zonas más
altas de las m ontañas. Tam bién se extendieron en dirección contra
ria, y descendieron de las m ontañas hasta al borde mismo de las al
deas. Esa nueva proxim idad del bosque es causa de cierta preocupa
ción en tre los aldeanos, sobre el fondo del cam bio en la geografía
m ism a del poblam iento de la región m ontañosa. D urante este siglo
los asentam ientos han ido desplazándose gradualm ente, alejándose
de las m ontañas hacia los valles de los principales ríos. En consecuen
cia ah o ra hay, dispersas p o r las m ontañas, una serie de aldeas aban
do n ad as e invadidas p o r la vegetación, de éstas se dice que se han
“vuelto m o n tañ a” (yama ni natía).
La nueva invasión del bosque am enaza con u n destino sim ilar a
muchos de los asentam ientos actuales. La prim era razón de ello es que
el satoyama, el bosque cercano, ha sido transform ado en plantaciones
m adereras, y el antiguo bosque m ixto h a sido sustituido p o r u n nue
vo tipo de conjunto m onocultural de árboles altos. Segundo, en los
pastizales, los cam pos de arroz de la periferia y otros campos tam bién
se h an p lantado árboles (con frecuencia p o r los m igrantes), creando
literalm ente otra extensión del bosque plantado. La idea original era
que a la larga esos árboles tam bién serían d errib ad o s y vendidos a
buen precio como m adera, pero en la práctica g ran parte de ese bos
que m igrante, como ya se ha dicho, se ha deteriorado a tal pun to que
ya no se considera que valga la p en a cosecharlo.
El efecto acumulativo de esa tendencia ha sido m odificar la cali
d a d d el m ed io a m b ie n te de las ald ea s m o n ta ñ e sa s. Las ald eas
m igratorias, en conjunto, son aldeas oscuras. En la m edida en que las
m o n tañ as se sien ten m ucho m ás cercanas, la aldea efectivam ente
adquiere un carácter cada vez más oku o “in terio r” (es decir, rem oto),
asem ejándose a las más rem otas aldeas abandonadas que ya han sido
tom adas p o r la m ontaña.
Desde hace m ucho tiem po existe en tre los aldeanos m ontañeses
u n a tendencia a m irar río abajo, hacia aldeas m enos rem otas y más
alejadas de las m ontañas que la propia. De ah í la antigua expresión
de que “las novias se m udan río abajo” (hanayome wa kawa o kudaru)
(Ue, 1984:209). E ntre los elem entos que indican que el oku nunca ha
sido un lugar deseable p ara vivir está, prim ero, el hecho de que m u
chas aldeas de H ongu fueron fundadas p o r refugiados (cosa que los
aldeanos todavía citan com únm ente), y segundo, el hecho de que los
habitantes tienden a n egar que su aldea sea oku, y en cambio señalan
otro asentam iento situado más arriba com o la aldea realmente oku. Sin
em bargo, u n a op in ió n local com ún es que esa preferen cia p o r las
partes m ás bajas, que con el establecim iento de la red vial h an que
dado totalm ente libres de control logístico, ha tenido efectos p e rn i
ciosos. En la gráfica frase de Ue, la aldea cercana pero más baja ha
“vuelto la espalda” a la aldea más alta (Ue, 1984:209-210), y el efec
to acum ulativo de esa tendencia ha sido el aislam iento radical y el
despoblam iento extrem o de la m ayoría de las aldeas oku.
Representado de este m odo, el carácter rem oto de las aldeas de las
m ontañas parece provenir de las fuerzas exógenas de urbanización y
el sesgo hacia las zonas más bajas. Lo que hace el oscurecim iento de
las aldeas d eb id o a la invasión del bo sq u e es ex a cerb ar en forma
endógena ese creciente sentim iento de encontrarse oku, rem otas. Las
aldeas m ontañesas están atrapadas entre el atractivo de la zona más
baja y el abrazo cada vez más estrecho de las m ontañas.
La invasión del bosque afecta a la aldea en su totalidad, pero cau
sa daños específicos a los cem enterios, con frecuencia situados en el
borde (superior) de la aldea. La prolongación de las plantaciones de
coniferas los hace más oscuros que antes. Las plantaciones form an un
techo alto y parejo, creando un m edio am biente de bosque uniform e
m ente oscuro en el que la som bra im pide el crecim iento de cualquier
otra vegetación. Su nueva proxim idad al bosque significa que el ce
m enterio pasa a com partir ese am biente oscuro. Sin em bargo, ese tipo
de am biente es casi lo opuesto de las ideas locales com unes sobre el
am biente norm ativo de los cem enterios: en contraste con el bosque,
oscuro y frío, las tum bas deberían estar en hiatari no ii tokoro, “u n lu
gar de b uena luz del sol”, es decir, un lugar lum inoso donde puedan
recibir luz solar directa.
Los aldeanos hacen referencia a la invasión del yama, pero es im
p o rtan te señalar que el nuevo yama es u n poco distinto del antiguo.
Si bien es oscuro, no es denso. La luz no penetra, pero hay claras ave
nidas de espacio libre y, en los bosques atendidos regularm ente, la
densidad vegetativa de la vegetación secundaria m ixta está n otoria
m ente ausente.
Así como una aldea oscura deprim e a quienes tienen que vivir en
ella, un cem enterio oscuro es kimiwarui, terrorífico, y sum am ente in
deseable p a ra los difuntos en terrad o s en él. Además, la invasión de
las plantaciones puede causar daños subterráneos a las tum bas aldea
nas, a m ed id a que las raíces se ex tiend en hacia los restos hum anos
enterrad o s. Como lo expresó un forestador: los árboles altos, igual
que las personas altas, tienden a tener pies grandes. Así, se piensa que
las plantaciones m adereras que recientem ente han colonizado la zona
de satoyama alrededor de las aldeas p o d rían causar a las tum bas d a
ños m ucho mayores que los ocasionados p o r el antiguo bosque m ix
to cercano, que po r ser regularm ente cortado para obtener leña nunca
alcanzaba grandes alturas y, p o r lo tanto, no desarrollaba una red de
raíces tan extensa.
Se dice que el daño ocasionado p o r las raíces -e n p artic u la r la
penetración en los huecos oculares del crán eo - p ertu rb a seriam ente
a los ancestros “dorm idos”, al punto de im pulsarlos a causar desgra
cias a sus descendientes vivos que han perm itido el surgim iento de esa
situación de extrem a incom odidad postum a. En u n a serie de aldeas
de H o n g u los descendientes h an em p ren d id o acciones correctivas,
trasladando el cem enterio más cerca de la aldea (es decir, más abajo
de la m ontaña), a lugares más soleados, a distancia de las plantacio
nes invasoras.
Desplazamiento
Tanto para los osos como para la gente, el lugar de residencia ha sido arrui
nado. Así como el oso tiene que bajar de la cumbre, hoy calva, de la m onta
ña a las plantaciones, la gente tiene que abandonar la aldea para trabajar en
otra parte (Ue, 1983:366-367).
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
ELENI PAPAGAROUFALI
Los in d ivid u os con q u ien es h ab lé d e xen otrasp lan t.es y tra n sg én esis
son h om b res y m ujeres urbanos, ed u ca d o s y d e clase m ed ia , d e en tre
v ein ticin co y cuarenta y cin co añ os d e ed a d . La m ayoría d e ello s so n
futuros d o n a n te s d e órgan os o d el cu erp o en tero , y p o r lo tan Lo han
d esa rro lla d o u n a sen sib ilid a d esp ecia l a los tem as re la cio n a d o s con
los tr a sp la n te s.4 T an to lo s d o n a n te s c o m o lo s n o d o n a n te s estab an
b ien in form ad os acerca d el trasp lan te d e órg a n o s h u m a n o s y a n im a
le s, so b r e to d o p o r lo s m e d io s m a s iv o s. M e n o s sa b ía n so b re la
tr a n sg é n e sis y m e n o s aú n sob re las m a n ip u la c io n e s tra n sg én ica s.
N uestras con v ersa cio n es giraron en to rn o a la cu estión a m p lia d e si,
en caso d e p a d e cer u n a en fer m e d a d fatal, aceptarían recibir ó rg a n o s
h u m an os, an im ales o artificiales p ara p ro lo n g a r su vida. N a d ie res
p o n d ió n eg a tiv a m en te. Por el con trario, to d o s declararon q ue p r e fe
rirían seg u ir v iv ie n d o p or cu alq u ier m e d io an tes q ue e x p er im en ta r
“un fin in d ig n o ”, es d ecir “ser co m id o p or sucios gu sa n o s allí abajo”.
Esas p erso n a s, todavía vivas y sanas, ya ex p er im en ta b a n se n tim ie n
tos co m o d o lo r y vergü en za (es decir, “p érd id a d e d ig n id a d h u m a n a ”)
causados p or una im aginaria lucha con tra los gu sanos. De rep en te, las
lom brices, seres q ue en com p aración co n los seres h u m a n o s son c o n
sid erad os d e estatus “in fe rio r” en to d o se n tid o (en e] a sp ec to co g n i-
tivo, em o c io n a l, m oral), ap arecieron co m o los m ayores e n e m ig o s d e
los h u m a n o s.
Más c o n cr eta m en te , los q u e h abían a c e p ta d o d o n a r sus ó rg a n o s
“d esp u és d e la m u e rte” dijeron que lo habían h ech o p orque les aterra
ba la id ea d e “e x p erim en ta r u na m u erte co n un fin tan in d ig n o ”. Para
esas p ersonas, los cu erp os sin órgan os pasan a ser “cáscaras vacías”: n o
t ie n e n se n tid o s ni alm a ni e le m e n to s d e p erso n a lid a d . Por lo tanto,
una vez en terra d o s “n o sufrirían al ser c o m id o s p or sucios g u sa n o s”.
Los d o n a n te s de! cu er p o en ter o (a la E scuela d e M edicin a) y los n o
d o n a n te s c o m p a rten esa m ism a o p in ió n . Los p rim ero s d ijeron q ue
h abían e s c o g id o esa form a d e “fin d esp u é s d e la m u e r te ” p o rq u e no
p o d ía n sop ortar la idea d e ser en terra d o s y d ev o ra d o s p o r g u sa n o s, y
creían q ue d o n a n d o el cu erp o se resistían a una “co stu m b re” - e l e n
tierro req u erid o p or la Ig le s ia - q ue es “un in su lto para la p e r s o n a li
dad h u m a n a ”. Los ú ltim o s (los n o d o n a n tes) ta m b ién ju stifica ro n su
c o n se n tim ie n to a la recep ció n d e ó rg a n o s p o r m e d io d el tra sp la n te
por su “m ie d o a ser co m id o s p or los sucios g u sa n o s”. C reían q ue re
chazar esa ú ltim a o p o rtu n id a d d e seg u ir v iv ien d o equ ivald ría a “re n
d ir s e ” a lo s g u sa n o s, “eso s seres m in ú sc u lo s y d e sv e r g o n z a d o s q u e
esp eran ah í abajo c o m o C aronte para devorar carne h u m a n a ”.
■' Kste capítulo es parte de un proyecto mayor sobre las donaciones fie órganos y
cuer pos humanos en Grecia. Se basa en entrevistas y largas conversaciones con vein
ticinco individuos residentes en la ciudad de Atenas. Entre los no donantes hay per
sonas que tienen relaciones más o menos “especiales” con animales, corno cazadores
y dueños de mascotas.
No debería sorprender que las tres categorías interrogadas (donan
tes de órganos, donantes del cuerpo y no donantes) hayan dicho -sin
que se les preg u n tara- que preferirían que sus cuerpos fuesen cremados
antes que enterrados y expuestos a los gusanos carroñeros. La crem a
ción -institución que la Iglesia ortodoxa griega no a p ru e b a -5 es vista
como “u n fin digno después de la m u erte”, porque así el difunto tiene
“u n fin rá p id o ” y “las cenizas no pueden convertirse en alim ento para
los gusanos”. El tem or de ser com idos que m anifestaron mis in te r
locutores tiene ecos en la im aginería de la m uerte que encontram os en
las lam entaciones fúnebres griegas, que las ancianas aún en tonan en
m ucho pueblos de Grecia. En esas canciones antiquísim as, en su m a
yoría improvisadas, se describe el cadáver como “alim ento” devorado
p o r la tierra, o p o r Caronte, o p o r animales que viven en el exterior de
la tum ba (por ejem plo diversos carroñeros) o dentro de la tierra, como
serpientes, escorpiones y gusanos (Danforth, 1982:101-103; Sereme-
takis, 1991:185). Dada esta imaginería, la m uerte, contrariam ente a la
visión cristiana de u n a recom pensa después de la vida, ganada p o r
paciencia y perseverancia, está m arcada p o r la oscuridad, el m iedo y la
desesperación (Danforth, 1982:60; Caraveli, 1986:184; Seremetakis,
1991:185).
A pesar de sus antecedentes urbanos, mis interlocutores parecen
co m p artir los mismos antiquísim os sentim ientos e im ágenes respec
to de la m uerte. Sin em bargo, tal vez debido a sus antecedentes, no
pu eden esperar las lam entaciones de sus parientes com o una form a
de p ro testa después de su m uerte. En esas im aginaciones urbanas
pred o m inan form as de protesta o de resistencia más rápidas, formas
que anticipan e incluso im piden que sus cuerpos sean consumidos por
anim ales: la perspectiva de do n ar los órganos o el cuerpo, el apoyo
a la crem ación y el consentim iento a recibir órganos no son sino re
sistencias im aginarias en u n a lucha im aginaria -a u n q u e experim en
tada d o lo ro sam en te- entre hum anos y anim ales, en este caso entre
griegos urbanos y lom brices griegas.
Aunque pueda parecer exagerado llevar tan lejos una cuestión hipotética, es
preciso entender que esas hipótesis se basan en hechos: Jos médicos todavía están ex
perimentando con trasplantes de los tres tipos. Por un lado, los trasplantes humanos
no han resultado tan exitosos com o esperaban los m édicos y el público. Por el otro,
la escasez de trasplantes humanos ha contribuido al im presionante progreso de la
investigación básica y clínica sobre los trasplantes animales y artificiales,
7 De acuerdo con investigaciones realizadas en hospitales urbanos de Grecia, los
médicos, las enfermeras y los estudiantes de m edicina no sólo no tienen suficiente in
formación acerca de la definición de muerte cerebral, sino que no están dispuestos
a encarar esa realidad (Dardavessis et a i , 1989).
procedentes ya sea de seres “ineficientes” - p o r ejem plo los anence-
fálicos- o de seres saludables pero ya “usados” y probablem ente “gas
tad o s”. En cambio, los órganos artificiales serían “lim pios”, “nueve-
ritos” - “com o mi p ar de lentes nuevo”- “m ejor m onitoreados” y, p o r
consiguiente, “más dignos de confianza” y “definitivam ente m ucho
m ás cerca de los hum anos vivientes, en com paración con los órganos
anim ales o de seres hum anos m uertos”.
A continuación, en térm inos num éricos, viene la categoría de los
que “jam ás escogerían órganos procedentes de anim ales”, y en p a r
ticular de anim ales genéticam ente modificados. Para esas personas los
anim ales son “m uy diferentes de los hum anos”: son “seres inferiores
a los hum anos, en todos los aspectos” y “más bien repugnantes”. Para
algunos, aceptar órganos anim ales con el objeto de sobrevivir cons
tituía adem ás “un insulto a la naturaleza h u m an a”. Tam bién rechaza
b a n las d o n a c io n e s de an im ales m o d ificad o s p o r la in g e n ie ría
genética: “La últim a cosa que quiero en esta breve vida m ía es tener
u n m o n stru o d en tro de m í y tal vez convertirm e en u n o ”, dijo un
hom bre, riendo a carcajadas. “Ésas no son cosas naturales”, agregó,
m o stra n d o enojo, repulsión y h orror. Esos individuos p re feriría n
dejar a los m édicos la decisión de si trasp lan tar órganos hum anos o
artificiales. Estos últim os eran considerados com o de igual valor o
igualm ente “cercanos a la naturaleza h u m an a”, y, en realidad, como
preferibles a los órganos hum anos cadavéricos, p o r no p rovenir de
personas m uertas.
El alto grado de “n aturalidad” atribuido a los órganos artificiales
p o r esta categoría de donantes y tam bién p o r la anterior, se basa en
el hecho de que - a diferencia de los órganos anim ales- son hechos por
seres hum anos. Además, inspira confianza la fam iliaridad de los h u
m anos - “p o r lo m enos los occidentales”- con la tecnología: se m en
cionaron los lentes com unes y de contacto, las drogas, los arreglos
dentales, los m arcapasos, los dispositivos intrauterinos y las prótesis
com o casos de “a rte fac to s” que no sólo sustituyen a la n atu ra leza
hum ana sino que se convierten en p arte de ella. Además, en la p e r
cepción de esas personas, tales artefactos se vuelven más naturales
cuanto m enos visibles son.
En últim o lugar viene la m enos num erosa categoría de los que no
q u errían recibir órganos artificiales y preferirían los anim ados. Para
esas p ersonas “los órganos artificiales n o tien en alm a”, y, en conse
cuencia, “la vida que proviene de órganos anim ados es superior a la
tecnología [para el m antenim iento de la vida]”. Para algunos, escoger
los órganos artificiales equivale a “ju g a r a ser Dios”; en otras palabras,
la opción p o r los órganos anim ados -h u m an o s o an im ales- “m antie
ne a los hum anos en el nivel que les co rresp o n d e”. Esos individuos
dijeron que dejarían a los cirujanos la decisión de qué tipo de órganos
-h u m an o s o anim ales-utilizarían finalm ente. C onsideraban a ambos
tipos ig u alm en te cercanos a la n aturaleza h u m an a p o r el hecho de
te n e r “alm a”.8 El alm a es necesaria p a ra la “m ejor com unicación”
entre donantes y receptores, tanto antes com o después de la o p era
ción. Sin em bargo, p o r eso m ismo las m ascotas eran consideradas
m ejores fuentes de órganos que los babuinos y los chim pancés. Las
m ascotas y los hum anos están más cerca unos de otros, p o r lo tanto se
co m unican-y se com unicarán- mejor, m ientras que los babuinos y los
chiam pancés son extraños, p o r lo m enos para los griegos.
La m ism a línea de p ensam iento p erm e a la distinción en tre los
órganos procedentes de donantes vivos y los cadavéricos. No escoge
ría n estos últim os porque están m uertos, y, p o r lo tanto, no tienen
alm a; adem ás no hab ría habido n in g u n a com unicación previa con
esos donantes, cuando estaban vivos, porque eran extraños. En cam
bio, los donantes vivientes, en general parientes o amigos muy cer
canos, son como las mascotas, sum am ente familiares y no desconoci
dos. En consecuencia, los receptores p o d rían com unicarse con los
órganos tan bien com o se com unican con los donantes.
A esta altura vale la p en a señalar que las personas de esta catego
ría estaban más interesadas que las dem ás, e incluso preocupadas, p o r
los órganos p ro ced en tes de anim ales g en éticam en te m odificados.
D ieron dos razones p ara esa actitud: prim ero, que esos órganos les
parecían “dem asiado artificiales, más artificiales que los órganos ar
tificiales”, y, p o r lo tanto, “com pletam ente carentes de alm a”. En com
paración con los órganos transgénicos, los órganos artificiales pare
cían “poseer más alm a, hablando m etafóricam ente”, p o r ten er “una
conexión directa con m anos y m entes h u m anas”; en cambio, en los
organism os (y órganos) transgénicos “los que hacen todo el trabajo”
son “los genes”, p o r la “m ediación” de los hum anos, pero sin su in
tervención “directa”. El tem or de que su propio código genético pu~
8 Tanto los entrevistados que creen en alguna forma de “vida después de la muer
te ” (la mayoría) com o los que no, identifican el “alma” con conceptos como “energía”
o “fuerza”, “espíritu” o “volición ”, “sentim ien tos”, “concien cia”. Todos ellos son
percibidos com o “fuerzas” que constituyen o sostienen la vida, incluyendo la vida
después de la muerte.
diera cam biar debido a la aceptación de esa “cosa” en su interior se
p ro y e ctó com o la se g u n d a ra z ó n p a ra la n eg a tiv a a esa opción.
Parafraseando las palabras de todos los individuos pertenecientes a
esta categoría: los genes, igual que los donadores m uertos, los chim
pancés y los babuinos, son [vistos como] “extraños”. C uanto más cerca
se m anten ga uno de lo que es más o m enos “fam iliar”, más cerca es
tará de su propio ser y de su naturaleza, y más segura, más “intacta”,
se m an ten d rá esa naturaleza.
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ANTROPOLOGÍA SIMÉTRICA Y FÍSICA DE ALTA ENERGÍA
Nuevas teorías ya están prediciendo que los quarks también son “com puestos”
(en el M odelo Estándar actual se consideran elem entales), o que existen universos
paralelos (en contra de la teoría del “big bang”).
se Latour, 1986). Los detectores son concebidos, construidos y utiliza
dos a través de colaboraciones m ultinacionales en las que participan
diferentes universidades e institutos de investigación (los equipos de
investigación trabajando “en la frontera” incluían entre 100 y más de
400 personas en el periodo com prendido entre 1988y 1992).4 La con
ju n ció n específica entre naturaleza y cultura establecida p o r esos d e
tectores, no m brada en general p o r un acrónim o, es tam bién el rasgo
distintivo que indica a grupos específicos de personas, com o “la b an
da de ALEPH” o “los tipos raros de h e l i o s ” . La conjunción específica
entre naturaleza y cultura dada p o r u n detector particular funciona
p o r lo tan to com o u n a especie de “o p e ra d o r totém ico” en sentido
Lévistraussiano, dividiendo a los especialistas en grupos de personas
vinculados con una interface específica entre naturaleza y cultura.
Los detectores difieren en cuanto a los productos esperados. En
buena m edida, son u n a anticipación de los resultados, que traduce un
libreto teórico en u n a posibilidad técnica. Para hacerlo, los ex p e
rim entadores se apoyan m ucho en las llam adas sim ulaciones Monte-
Cario, gen eradores d e núm eros random izados que duplican la su
perficie de contacto en tre n atu ra leza y cu ltu ra in tro d u cien d o un
hom ólogo virtual. Los M onte-Carlos ofrecen una sim ulación de des
com posición de partículas en referencia a valores m edidos o libretos
futuros. Se co n struyen com o piezas de m aq u in aria, ofreciendo la
posibilidad de escoger los parám etros o de m odificarlos. En el p ro
ceso de construcción, los M onte-Carlos virtualm ente perm iten a los
físicos “estar a h í” antes de tom ar los prim eros datos (véase Latour,
1987:248). En el proceso de análisis los M onte-Carlos tam bién ayu
dan a los físicos a afinar sus expectativas y a en ten d er “qué está h a
ciendo el detector”. Por ejem plo, se dice que “la form a [de una dis
tribución] están bien reproducida p o r el M onte-Cario, lo que significa
[...] que entendem os la fragm entación protón-qLiark”.
D urante el “tiem po que corre” se registran colisiones de partícu
las y se escriben en “cintas de datos crudos”, que son el punto de p a r
tida de consideraciones analíticas. Los procesos analíticos llevan m u
cho tiem po (a ju zg ar po r mis observaciones, transcurre p o r lo menos
u n año entre el últim o registro de datos y la presentación de un tra
bajo escrito). Los resultados se producen m ediante complejos proce
dim ientos de refinam iento y clasificación. En consecuencia, ningún
6 Por lim itaciones de espacio, tengo que excluir el exam en de formas de razo
nam iento en las que la lógica dualista se invierte; es decir, la cuestión de si los arte
factos socioculturales son concebidos en forma “naturalista”. Es lo que ocurre, por
ejem plo, cuando se concibe la com petencia en térm inos de “selección natural” y
“supervivencia del más apto”.
7 Traducción del alemán del autor.
arguments\. Es fácil ver que en esa expresión evaluadora se introducen
nociones de restricción y disciplina en favor de una m edida indicadora
de la “b o n d ad ” de un argum ento. Los argum entos bien fundam enta
dos se atribuyen a cuerpos en reposo. Así el valor epistem ológico de
la superficie de contacto naturaleza-cultura establecido p o r un hablan
te d eterm inado está m etafóricam ente ponderado en térm inos de do
m inio del cuerpo. El cuerpo enculturado es, p o r lo m enos en parte,
culturalm ente específico, y puede ser leído com o un signo significa
tivo que indica m em bresía e id en tid ad . El concepto de B ourdieu
(1989) de la hexis y su relación con la id en tid ad corporativa alude a
esto. La enculturación del cuerpo tam bién es p arte im portante de la
socialización profesional de los físicos (Traweek, 1988; N othnagel,
1993b).8 El ejem plo esbozado antes contradice la doctrina oficial oc
cidental favorable a la separación del cuerpo y la m ente, que fue un
ingrediente central de la filosofía de la Ilustración y todavía desem pe
ña un papel im portante en la ciencia oficial (véase Kutschmann, 1986).
Es posible en c o n trar m ecanism os de restricción argum entativa
similares a éstos en regím enes retóricos, por ejem plo con respecto a
las estrategias de “estar ah í” con las que los físicos cierran sus argu
m entos, trata n d o de convencer a otros de que p u e d e n en carar las
regiones prom etidas. La física, por ejem plo, tiene su versión del “pre
sente etnográfico” antropológico (cf. Bazerman, 1988). Paralelam ente
a la transform ación de lo oral en escrito hay un proceso de destem -
poralización y anulación de circunstancias socioculturales específicas.
En lenguaje estrucluralista, un texto sintagm ático es luego paradig-
m atizado p re p a ra n d o el cam ino p ara la inclusión de los hallazgos
actuales en un conjunto real de constantes naturales.
wComo los tísicos ya t i e n e n cuerpos e n e culturados uni.es de pasar por esa sociali
zación, es preciso señalar que los modos de expresión 110 verbales también son cul
turales v específicos de género. U 11 análisis más deLallado debería tomar en conside
ración este hecho.
de optim ism o y horizontes abiertos. Para establecerlo como una re
p re s e n ta c ió n valiosa y o p e ra tiv a de la n a tu ra le z a en un m arco
epistem ológico es preciso hacer a un lado los argum entos que favo
recen u na concepción circular del tiem po. Algunos físicos teóricos
ad optan esa posición abogando por el “Principio A ntrópico”. La dis
cusión en to rn o al P rincipio A ntrópico p u ed e ser vista com o una
reapreciación filosófica, epistem ológica, de la relación entre n atu ra
leza y cultura ya discutida bajo el rótulo de “símbolos naturales”. En
térm inos sencillos, el Principio Antrópico alude a la relación proble
m ática entre dos rasgos fundam entales de la observación de la natu
raleza: los hum anos son un producto de la naturaleza, pero tam bién
son una condición necesaria para la existencia de la “naturaleza” (para
un ex a m e n d e ta lla d o de las d ife re n te s v ersio n e s d el P rin c ip io
Antrópico, véase Barrow y Tipler, 1988). Por lo tanto, entre lo orgá
nico y lo inorgánico existe una relación íntim a y dual que lleva a p re
guntarse si al estudiar la naturaleza los hum anos no se encontrarán
sólo a sí mismos. O, p ara ubicarlo en una perspectiva teleológica: ¿la
naturaleza está construida de tal m anera que el observador hum ano
aparece como una consecuencia necesaria? Ln este últim o argum en
to la estrecha relación entre los hum anos y la naturaleza justifica el
optim ism o epistem ológico de que hasta las áreas más “rem otas” de la
“n atu ra leza” son accesibles al pensam iento hum ano. Lsa posición
autoriza cierto optimismo, pero no perm ite definir la naturaleza como
una entidad in d ependiente, p o r más radical que sea nuestra concep
ción del P rincipio A ntrópico. Por lo tanto, la natu raleza no es un
“O tro ” distinto, y la negación de su “o tred a d ” introduce una p o ten
cial circularidad. La investigación en la naturaleza es al m ismo tiem
po una indagación en la identidad de los hum anos. Pero eso am en a
za a la id ea de progreso que está en el corazón de la física de alta
energía; es difícil definir independientem ente el referente, es decir,
la naturaleza.
Las ideas antrópicas -situadas en los m árgenes de la teo ría - son
consideradas com o un “ejercicio académ ico” p o r la m ayoría de los
físicos, en especial p o r los del lado experim ental, para quienes la teo
ría p u ra e intem poral sólo adquiere im portancia cuando se traduce
a algo m edible (en la actualidad hay u n a anim ada polém ica entre un
en foque filosófico y otro más ex p erim en tal; p a ra un resum en, cf.
Kobbe, 1994). Así, la distribución diferencial de ideas y conceptos
sobre la naturaleza en tre los distintos segm entos de la física de alta
energía sirve a varios propósitos funcionales.
Como en la física de alta energía todavía es incierto qué es lo que
se observa y cómo se p uede describir, y como cada uno tiene solam en
te teorías que cubren aspectos parciales, el progreso se docum enta
principalm ente m ediante parám etros “técnicos”. Por lo tanto, lo que
está en el corazón de la idea de progreso es el dom inio de la n atu ra
leza, su cultivo productivo y todas las teorías de m ediano alcance re
lacionadas con esto. Todavía no se en tien d en conceptos centrales y
globales, com o la naturaleza esencial de una partícula elem ental o la
masa. Sin em bargo, eso no im pide que se m idan masas y se detecten
partículas elem entales.
La física de alta energía no sólo tiene que ver con la naturaleza y
los cuerpos, tam b ién trata con personas. H acer fam oso a alguien
reco m p en sán d o lo con prem ios y m edallas, adem ás de p o n e rle su
nom bre a partículas, calles y plazas, parecería ser, a prim era vista, sim
plem ente un m edio de crear una especie de héroe cultural; ocasional
m ente uno lee u oye frases como: “la m asa de Planck es la m asa para
la cual la frecuencia C om pton [...] es igual al radio Scharzschild” (Lin
de, 1989:1). Pero esa producción de personas famosas tam bién des
em p eñ a u n pap el im p o rtan te en relación con la producción socio-
cultural del tiem po. De nuevo, nos enfrentam os a dos concepciones
del tiem po parcialm ente diferentes; al d ar su nom bre a cosas las p e r
sonalidades específicas se vuelven en cierto m odo inm ortales, pero
d entro de u n m arco com petitivo los nom bres o p eran como símbolos
paradigm áticos que significan progreso y horizontes de tiem po ilimi
tados. Es sólo en una etapa posterior que u n a subcultura localizada,
que construye una visión situada de la naturaleza y del tiem po encar
nada en “grandes hom bres”, puede ser traducida en u n símbolo cla
ve del progreso central para sociedades enteras. Sin em bargo, cuan
do la física de alta energía cum ple esa función simbólica más global
lo hace p o r conducto de una im agen pública bastante diferente del
tipo de visión interna descrito más arriba.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
9 Cf. Bachelard (1965:10), quien escribe: “En suivant la physique contemporaine, nous
avons quitté la nature pour entrer dans una fabrique de phénoménes [Siguiendo a la física
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1“). \IJ E V A S H E R R A M IEN TA S PARA LA C O N V IV IA L ID A D
S ocied a d y b io tecn o lo g ía
PA U L R I C H A R D S
(a ido k i i \ i- \ K A \ i r
1 Hse es el luco d d programa de investigac ión del grupo sobre Tecnología, y De
sarrollo Agrario de la Universidad Agrícola de YVageningen.
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y tratand o d e id en tificar alg u n o s de los p rin cip a les actores organ iza-
cion ales, esp e ra m o s p o d e r sugerir form as útiles d e em p ez a r a a n a li
zar la c o n ex ió n en tre so cied a d y b io te cn o lo g ía . Este cap ítulo in ten ta
“m arcar” alg u n o s p u n tos d e con testa ció n soc ial q ue tien en p rob abi
lid ad es d e llegar a ser críticos, y co m en ta r alg u n a s p o sib ilid a d es d e
in v estig a ció n en cien cia social. Se h ace referencia p rin cip a lm en te al
p r o c e s a m ie n t o d e a lim e n t o s , al m e j o r a m ie n t o d e p la n ta s, a la
b io tecn o lo g ía en el d esarrollo del d ercer M undo y a los d eb ates sobre
con servación y agricultura su sten iab le.
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA