El Erotismo en La Poesía de Adúlteros y Cornudos en El Siglo de Oro

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PREMIO U.C.M.

DE INVESTIGACIÓN 2006 LÍNEA 3000


El erotismo
en la poesía
de adúlteros
y cornudos
en el Siglo de Oro
Félix Cantizano Pérez
Copyright © 2007. Editorial Complutense. All rights reserved.

Cantizano, Pérez, Félix. El erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
Complutense, 2007. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/ugr/detail.action?docID=3175187.
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El erotismo en la poesía
de adúlteros y cornudos
en el Siglo de Oro
Félix Cantizano Pérez
Copyright © 2007. Editorial Complutense. All rights reserved.

COLECCIÓN: LÍNEA 3000

Cantizano, Pérez, Félix. El erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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© Félix Cantizano Pérez

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Primera edición:
Septiembre de 2007

Diseño de cubierta:
Copyright © 2007. Editorial Complutense. All rights reserved.

Beatriz Alonso

Imagen de cubierta:
Cervantes Saavedra, M. de: Vida y hechos del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, en quatro
tomos. Londres, J. y R. Tonson, 1738. Tomo 4, pág 368. Detalle de ilustración calcográfica de
J. Vanderbank y Ger. Vander Gucht. Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de
Madrid (BH FLL 289308).

Imprime:
Top Printer Plus

ISBN:
978-84-7491-854-0

Depósito legal:
M-33.856-2006
M-36.875-2007

Impreso en España - Printed in Spain

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Índice

7 PRESENTACIÓN

11 1. EL CONCEPTO DE EROTISMO

19 2. LA POESÍA SATÍRICA, LA JOCOSA Y LA BURLESCA

23 3. LA POESÍA ERÓTICA DEL SIGLO DE ORO. CONTEXTO HISTÓRICO


Y SOCIAL
3.1. La religión
3.2. La relajación sexual

37 4. EL SIGLO DEL CUERNO


4.1. Los paradoxa encomia
4.2. El adulterio femenino
4.3. Los cornudos ignorantes
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4.4. Los cornudos consentidos

75 5. ANÁLISIS DEL LENGUAJE ERÓTICO EN LA POESÍA DE CORNUDOS

99 6. EL ADULTERIO MASCULINO

107 CONCLUSIONES

109 BIBLIOGRAFÍA

115 ÍNDICE ONOMÁSTICO

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PRESENTACIÓN
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Se ha escrito tanto en y acerca del Siglo de Oro (o los Siglos de Oro, se-
gún se prefiera, no voy a discutir al respecto) como para llenar bibliote-
cas enteras, convirtiéndose en una tarea prolija el intentar llegar —como
diría Borges— a dominar ese universo (que otros llamarían Biblioteca)
en el que se ha convertido todo lo referente a la literatura áurea.
A pesar de todo, en la vasta bibliografía acerca de la Edad de Oro
apenas se ha escrito sobre el adulterio y los cornudos, bien sea por pre-
juicios, cuestiones ideológicas o por cualquier otro motivo ajeno a la
historia literaria. Los prejuicios llegan hasta nuestra época, y valga
como ejemplo la versión que se estrenó en España de Mogambo, la pelí-
cula de John Ford, en la que la censura prefirió obviar un adulterio,
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transformando así la relación amorosa de los protagonistas en una rela-


ción entre hermanos, más próxima a un incesto.
Aunque, entiéndaseme bien, claro que se ha escrito —y mucho—,
pero también digo que no se ha escrito lo suficiente. Parece una para-
doja típica de las de Zenón como la de Aquiles y la tortuga. Sin embar-
go, la crítica específica sobre el adulterio y los cornudos es escasa. Se ha-
bla mucho, de manera indirecta, al referirse a tal o cual autor. Por
ejemplo, resulta obvio decir que para Quevedo es ésta una de sus prin-
cipales obsesiones. Pues bien, cualquier estudioso de su obra le dedicará
un apartado a los cornudos, y si no véase el magnífico trabajo de Are-
llano sobre su poesía satírica. Con esto quiero decir que se estudian los
cornudos al investigar a Quevedo o a Maluenda o a cualquier otro au-
tor áureo, pero no de manera genérica.

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De ahí que el presente trabajo pretenda aportar un pequeño grano
de arena, eso sí, humildísimo, a este “mar poco navegado” —en pala-
bras de Díez Fernández— de la literatura española.
Este estudio no pretende ser una historia de la literatura de adúlte-
ros y de cornudos (tarea ardua, por lo demás) ni siquiera una antología,
por sucinta que sea. Mi intención es mucho más modesta: por un lado,
pretendo enfocar el asunto de una manera genérica, señalando caracte-
rísticas comunes que se pueden encontrar en casi todos los poetas; y
además, por otra parte, estudiar cómo los condicionantes históricos, so-
ciales y culturales pueden pesar en los escritores a la hora de componer
sus poemas. Así, dedico un capítulo inicial a definir el concepto de ero-
tismo en tanto y en cuanto considero que la literatura de cornudos es
una parcela del erotismo en la medida que se mezclan las referencias
sexuales con otros elementos, y que no necesariamente tienen por qué
ser gozosas. Para ello trato de definir qué se entiende por erotismo. En
el capitulo segundo lo delimito precisamente en relación con la poesía
satírica y burlesca. Y si no fuera posible, reflexiono de qué manera pue-
de ser considerada como erótica esta poesía. Sigue a continuación, en el
capítulo tercero, un apartado histórico y cultural de la época con el ob-
jetivo de ver cómo influye en la mentalidad de los autores áureos. El
capítulo cuarto, muy amplio, lo divido en cinco subcapítulos específicos
en los que, tras una introducción, analizo los encomios paradójicos (pa-
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radoxa encomia) de seres y cosas insignificantes que circularon a partir


del siglo XVI. Hago luego una referencia al adulterio femenino, deter-
minando sus causas y la condición de la mujer en la época para porme-
norizar a continuación las clases de cornudos que había: los ignorantes
y los consentidos. En el capítulo quinto estudio las alusiones, dilogías,
paranomasias, etc., que se pueden encontrar en los poemas y que repre-
sentan un grado de dificultad de comprensión para un lector de nues-
tro tiempo. Y aunque el objeto de este análisis son los cornudos no me
resisto, aunque sea someramente, para procurar dar una visión com-
pleta del adulterio, dedicar un capítulo final a la otra parte, es decir, a
las cornudas.
La materia de mi investigación es la poesía, pero también cito pasa-
jes de novelas, teatro, filosofía —e incluso anécdotas— en cuanto pue-

8 ELFélix.
Cantizano, Pérez, EROTISMO EN LAen
El erotismo POESÍA DE de
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros yY cornudos
CORNUDOS ENSiglo
en el EL SIGLO DEEditorial
de Oro, ORO
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dan servir para entender la obra poética de esa época. Mi aspiración es
dar una visión panorámica general y servir de estímulo para que otros
investigadores puedan completar lo que no he sabido terminar.
Esta presentación es en realidad una excusa. Una excusa para sal-
dar las enormes deudas de agradecimiento que he contraído. Así, de
manera especial, a José Ignacio Díez Fernández. Sin sus sugerencias y
palabras de ánimo el trabajo no sería lo que es. Por supuesto, sólo yo
soy el responsable de cualquier defecto o carencia que adolezca el tra-
bajo. Mi reconocimiento y consideración para Conchi Legazpi, Gema
Andrino, Coral Lozano, Begoña Morales, Yolanda Arranz, Sara So-
moza, Rosana González, Elena Medeiros, Paloma Santamaría, Paloma
Gil, Leticia Rico, Ainara Herrán, Manuel Pulido, Abdalah Alsaihan,
Mahmoud Belaich, Bárbara Martínez, María José Cortés, Marisa Peña,
José Luis Blanco, Patricia Bastías, Javier Pérez Castilla, José María Ar-
misén y familia, Ignacio Jené, Amaya Avilés, David Ródenas, Saideh
Mashayekhi y a mi familia. Dejo para el final —no la última— a mi
mujer, Almudena López-Terradas, sin la cual la vida de este mortal se-
ría un infierno.
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9 PRESENTACIÓN
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1. El concepto de erotismo

“Ya me he quitado la túnica. / ¿Cómo volver a vestirme? / Ya me he la-


vado los pies. / ¿Cómo volver a ensuciarlos?
Mi amado metió su mano / por el agujero (de la llave), / y mis en-
trañas se estremecieron por él.
Me levanté para abrir a mi amado. / Mis manos destilaron mirra, /
y mis dedos mirra exquisita, / en el pestillo de la cerradura”.

Cuando uno lee estos versos por primera vez puede, en apariencia,
creer que estamos ante un libro erótico más o menos contemporáneo a
nuestra época. Sin embargo, fueron escritos hace casi tres mil años, ya
que pertenecen al Cantar de los Cantares1, obra que la tradición histórica
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judeocristiana atribuye al rey Salomón (aunque modernamente se dis-


cuta esa autoría2), quien vivió alrededor de diez siglos antes de nuestra
era. Vistos desde la distancia podría parecernos que se trata de un libro
erótico pero, curiosamente, aunque no figura el nombre de Dios, se ha
incluido dentro del canon bíblico porque esa misma tradición ha querido
ver los amores conyugales como arquetipo del amor de Dios a Israel.

1. “El Cantar de los Cantares”, Sagrada Biblia, versión directa de las lenguas orientales por Eloíno
Nácar Fuster y Alberto Colunga, B. A. C., Madrid MCMXCVIII, Cf. Cant 5, 3-5 (pp. 859 y 1579).
2. Fuera del objeto de este estudio, sobre El Cantar de los Cantares, se puede consultar a Marvin H.
Pope, The Song of Songs. A New Translation with Introduction and Commentary, The Anchor Bible,
Doubleday, Nueva York, 1977. Parece ser que el proceso inquisitorial de fray Luis de León no tuvo nada
que ver con su traducción del Cantar, pero sí sobre su atribución a Salomón. Cf. Ángel Alcalá, Litera-
tura y Ciencia ante la Inquisición Española, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2003, p. 74.

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He comenzado intencionadamente diciendo que podría ser un li-
bro erótico porque esto nos puede conducir a varias cuestiones: ¿Es
realmente erótico y por qué lo es? ¿Puede haber erotismo en la Biblia?
¿Todos los lectores manejan el mismo concepto de erotismo o es muta-
ble según la época, la moralidad, la religiosidad o la cultura personal
de cada uno?
Parece obvio que cuando uno inicia un estudio de una disciplina
tiene que comenzar por entender cuál es el objeto y alcance de su mate-
ria. Así, si uno estudia Medicina o Botánica, por ejemplo, ya sabe que
se va a encontrar con ciencias que tratan sobre las enfermedades huma-
nas o sobre los vegetales, respectivamente. Sin embargo, no se puede
decir lo mismo del erotismo porque la primera dificultad con la que
nos encontramos es la delimitación epistemológica del concepto.
De una manera o de otra, el erotismo ha estado muy presente en la
historia del ser humano. Y así, como ser sexuado que es, lleva siglos ge-
nerando toda clase de manifestaciones iconográficas, artísticas —más o
menos toleradas o incluso prohibidas— relacionadas con esa esfera ín-
tima e intrínseca a todo ser vivo que es la sexualidad. Y la literatura no
podía ser menos, como parece lógico.
Pero aplicar el marbete erótica a la literatura presenta varias difi-
cultades. La primera es que si bien parece que “casi todo el mundo
sabe en general a qué se refiere”3, lo cierto es que histórica y socialmente
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es un término que nunca se puede definir por sí mismo, pues, en cierto


sentido, en algunas ocasiones parece haber necesitado de la compañía
de vocablos paralelos: sexualidad, sensualidad, libertino, jocoso, obsce-
no, etc.; y en otras, se entrecruza con cuestiones semicientíficas, o bien
se carga de prejuicios religiosos, morales, políticos, éticos...4.

3. Víctor Infantes, “Introducción al I coloquio de Erótica-Hispana” en J. A. Cerezo, D. Eisenberg, V. In-


fantes (eds.), Los territorios literarios de la historia del placer. I Coloquio de Erótica Hispana (Montilla,
Casa del Inca, 18-20 junio 1993), Madrid, Huerga & Fierro, 1996, p. 9.
4. J. Ignacio Díez Fernández, La poesía erótica de los Siglos de Oro, Madrid, Ediciones del Laberinto,
Colección Arcadia de las Letras, 2003, p.13. También de este autor, Diego Hurtado de Mendoza, Poesía
Erótica, Madrid, Aljibe, 1995, p.12. De la misma opinión es Maria Grazia Profeti, “La escena erótica de
los siglos áureos” en Myriam Díaz-Diocaretz, Iris Zavala (eds.), Discurso Erótico y Discurso Transgre-
sor en la Cultura Peninsular. Siglos XI al XX, Madrid, Ediciones Tuero, 1992, p. 58. Véase también José
Luis Alonso Hernández, “Claves para la formación del léxico erótico” en El erotismo y la literatura clá-

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Y al igual que en la película de John Ford Dos cabalgan juntos, si
hay un término con el que siempre va asociado es con el de pornografía,
matrimonio no siempre bien avenido, y que ha hecho correr numero-
sos ríos de tinta. Pero entrar en la contraposición erotismo-pornografía
es una discusión ardua que no llega a ninguna solución, “porque no
hay una manera erótica y otra pornográfica de transgredir lo estableci-
do”5. Desde luego no parece adecuado seguir poniendo en relación a es-
tos dos adjetivos tan diferentes entre sí. Y hay varias razones para ello:

– La primera, es que se trata de una clasificación anacrónica, ya


que difícilmente podemos designar como pornográfico un texto
del siglo xvi, por citar un ejemplo, cuando el mismo concepto de
pornografía no existía. La palabra, derivada del griego porni
(prostituta) y graphein (escribir), aparece recogida por primera
vez en el Oxford English Dictionary de 1857 (p. 13) y procede de
un diccionario médico: “Descripción de la prostitución o de las
prostitutas, en cuanto asunto de higiene pública”6. Sin embargo,
un siglo antes, en 1769, ya figura en el título de la novela de Res-
tif de la Bretonne Le pornographe.
– Otra razón que se esgrime es que hablar de erotismo, de obsceni-
dad o de pornografía obedece a cuestiones metaliterarias (bastan-
te discutibles) de carácter religioso, político, ético, moral, etc.
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Talvacchia, en la obra citada en la nota 6 (pp. 107 y 124), prefiere

sica española. Edad de Oro, 9 (1990) {número monográfico}, p. 7; y Víctor Infantes, “Introducción al
I Coloquio de Erótica-Hispana”, p. 11.
5. Fernando Iwasaki Cauti “Las bragas de Pitágoras. Teorema en torno al erotismo y la pornografía” en
J. A. Cerezo, D. Eisenberg y V. Infantes (eds.), Los territorios literarios de la historia del placer, p. 108.
6. No hace falta insistir más en el asunto, pues ya J. Ignacio Díez en La poesía erótica de los Siglos de
Oro, pp. 19-21 recoge la posición de Bette Talvacchia: “(...) Since both the particular application of the
word pornography and the specific discourse it defines are modern inventions, they should not be im-
posed anachronistically on earlier periods, especially since such and imposition usually ends up
substituting our values for those or other times”, en Taking Positions; on the Erotic in Renaissance Cul-
ture, Princeton, UP, 1999, pp. 103-104. También en términos parecidos se expresa Lynn Hunt, “Intro-
duction: Obscenity and the Origins of Modernity, 1500-1800” (1993), en Lynn Hunt (ed.), The Invention of
Pornography. Obscenity and the Origins of Modernity, 1500-1800 (1993), New York, Zone Books, 1996,
pp. 9-10. Y también Walter Kendrick, The secret museum: pornography in modern culture, University of
California Press, 1996.

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Cantizano, Pérez, CONCEPTO DE EROTISMO
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hablar de honesto o deshonesto. Se tiende a condenar un texto
como pornográfico ateniéndose más a motivos ético-morales o
culturales de una determinada época que por lo demás son con-
ceptos mutables que pueden variar según la mentalidad vigente.
– Buena parte de la crítica ha entablado discusiones extraliterarias
al considerar que la dicotomía erotismo-pornografía estriba en el
grado de proposición directa y vulgar del sexo, en concreto, se
pone el énfasis en el cuerpo y sus partes. Bien sea por la posible
atracción y repulsión de tipo moral que éste genera (Maria Gra-
zia Profeti), o bien porque soporta una posición de dominio, po-
der o fuerza más o menos intensa (Iris Zavala)7.
– Relacionada con la anterior, nos encontramos con la posible sub-
jetividad del receptor del texto. Así, tildar algo de pornográfico
o de erótico puede deberse más a los prejuicios e ideologías de un
autor o de una determinada época que al propio texto en sí8.
– Aduciendo estos condicionantes morales, ha servido de base a la
autoridad competente (ya sea religiosa, política o de cualquier
otra índole) para justificar toda clase de interdictos, censuras,
prohibiciones y persecuciones implícitas y explícitas.
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7. Así, desde posiciones diferentes, María Grazia Profeti sitúa a la literatura pornográfica en un ca-
mino intermedio entre el asco y el rechazo del cuerpo (poesía amatoria) y su violenta y desgarrada
propuesta (poesía satírica). Su esquema sería: a) literatura amatoria: Sublimación de la atracción del
cuerpo; b) literatura erótica: Propuesta directa de la atracción del cuerpo; b1) literatura pornográfica:
Propuesta comercial de la atracción del cuerpo; c) literatura caricaturesco-burlesca: Propuesta joco-
sa de la repulsión del cuerpo; d) literatura obsceno-satírica: Utilización moralista de la repulsión del
cuerpo. Cf. “La escena erótica de los siglos áureos: poesía, novela, teatro”, en M. Díaz-Diocaretz e
I. M. Zavala (eds.), Discurso erótico y discurso transgresor en la cultura peninsular, p. 60. Para llegar al
sexo como abierta mención enumera antes los pasos a seguir: Nombrar, Relatar, Representar, Aludir.
Por el contrario, Iris Zavala, también en el mismo libro, entiende que “la pornografía se concibe como
una práctica sistemática de explotación y subordinación basada en las diferencias sexuales que
afecta muy directamente a la mujer”. La pornografía es, por tanto, “un discurso monológico que pone
el acento en la autoridad y el control sobre los cuerpos y los destinos; sin embargo, el erotismo es un
discurso dialógico que quiere escuchar a otro (a)”. “Arqueología de la imaginación: erotismo, trans-
gresión y pornografía” en Discurso erótico…, pp. 165 y 161, respectivamente.
Véase también, J. Ignacio Díez Fernández, “Equívoco, alusión y denotación en la poesía burlesca de
don Diego Hurtado de Mendoza, en Eros Literario. Actas del Coloquio celebrado en la Facultad de Filología
de la Universidad Complutense en Diciembre de 1988, Madrid, Universidad Complutense, 1988, pp. 67-75.
8. Véase también, J. Ignacio Díez, La poesía erótica de los Siglos de Oro, pp. 19-25.

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– Curiosamente, en otros idiomas como el inglés, no se encuentra
tanta diferencia en esta pareja de hecho (o de desecho, se podría
decir); y así, mientras que en el mundo hispanoparlante impera
la subjetividad y el punto de vista particular a la hora de calificar
algo como erótico o pornográfico, por el contrario, los anglosajo-
nes se atienen al sentido etimológico del término y ven en la
distinción “una nueva versión de la inviolable división entre lo
privado y lo público”9.

Otro término con el que se ha relacionado al erotismo es el de obsce-


no, que a modo de ménage-à-trois irrumpe con fuerza en la famosa pareja.
Aunque hermenéuticamente difiere de la pornografía, en esencia ocurre
lo mismo que lo visto hasta ahora. Al respecto, Fernando Savater matiza
que “no es la categoría pornografía lo que define a lo obsceno, sino la cate-
goría obscenidad la que decide qué es pornográfico y qué no lo es. Puede
haber obscenidad sin pornografía (en especial sin pornografía visual o hi-
pervisual), pero no puede darse algo en sí mismo pornográfico sin previo
dictamen de obscenidad”10. Sin embargo, la verdadera pista que nos lleva
a la conclusión de que calificar un texto como obsceno o pornográfico es
una mera condición subjetiva nos la da el Diccionario de la Real Acade-
mia en su vigésimo segunda edición, al definir lo obsceno como “impúdi-
co, torpe, ofensivo al pudor”. Y por pudor: “honestidad, modestia, reca-
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to”. Volvemos otra vez a cuestiones morales o éticas que dependen del
concepto que maneje cada emisor y, a su vez, cada receptor.
Todo lo visto hasta ahora nos ha servido para delimitar el erotismo
respecto a conceptos limítrofes o similares que, realmente, al hablar de
literatura erótica no son transcendentales. Sin embargo, todavía no sa-
bemos qué entendemos por erotismo, stricto sensu.

9. Fernando Iwasaki Cauti, “Las bragas de Pitágoras. Teorema en torno al erotismo y la pornografía”
en J. A. Cerezo, D. Eisenberg y V. Infantes (eds.), Los territorios literarios de la historia del placer…,
pp. 108-109.
10. “La obscenidad de cada día”. La obscenidad. Carlos Castilla del Pino, Comp. Madrid, Alianza Edito-
rial, 1993, p. 14. También Grazia Profeti ve en lo “obsceno una explosión de lo no dicho”, mientras que
para Iris Zavala, “lo obsceno define el deshumanizado, la negación del otro/otra como sujeto”. Véase
la obra citada en la nota 7. Sigo las páginas 59 y 165, respectivamente.

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Pues bien, etimológicamente hablando, procede de Eros, el dios
griego del amor. Y éste es el sentido que ha recogido el Diccionario de
la Real Academia Española (en adelante, DRAE): el de Passion fuerte
de amor desde el primer diccionario, el de Autoridades, hasta la edición de
1925. En las ediciones posteriores se añadió el adjetivo “exacerbado”
—que luego desapareció en la vigésimo primera edición (1992)— y,
además, se incorporaron dos acepciones: una, como el “carácter de lo
que excita el amor sensual”; y la otra, como “exaltación del amor físico
en el arte”11. Destacable es la edición de 1992, que en su definición 3.ª
define lo erótico así: “Dícese especialmente de la poesía amatoria y del
poeta que la cultiva”. Actualmente, la vigésimo segunda edición (2001)
para erótico tiene seis definiciones, aunque ya no se excita el apetito sen-
sual sino el sexual, y “dicho de una poesía: amatoria (relativa al amor)”.
Como vemos ninguna de las acepciones satisface plenamente, aunque
el DRAE en sus distintas ediciones va recogiendo la tradición cultural e
histórica de una determinada época. Por un lado, con el carácter sen-
sual parece conectar “lo material y el amor físico inseparables del proce-
so que a ello conduce”12. Y con amor sexual, ¿qué se quiere decir? ¿Su-
pone el amor sensual algo más light que el amor sexual? ¿Quizás se esté
pensando implícitamente en pornografía sin mencionarla expresamen-
te? Por otra parte, definir como poesía erótica la poesía amatoria supo-
ne “considerar casi toda la poesía de los Siglos de Oro como erótica, y
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comenzar con Boscán y Garcilaso y acabar bien entrado el siglo XVII”13.


Aunque es verdad que hay un pequeño matiz: que en el Siglo de
Oro no se precisaba entre erótico y amatorio. Para ello basta ver una

11. Juan Carlos Conde, “¿Una aguja en un pajar? El Erotismo en los Diccionarios Académicos” en
J. A. Cerezo, D. Eisenberg, V. Infantes (eds.), Los territorios literarios de la historia del placer, pp. 23-34.
12. Agustín Redondo, “Las dos caras del erotismo en la primera parte del Quijote”, en El erotismo y la
literatura clásica española. Edad de Oro, IX (1996), p. 251.
13. J. Díez Fernández, (ed.). Diego Hurtado de Mendoza, Poesía Erótica, p. 12. Hay que recordar tam-
bién que además de la celebérrima Poesía Erótica del Siglo de Oro (en adelante, PESO), de Pierre Al-
zieu, Robert Jammes e Yvan Lissorgues (eds.), Barcelona, Crítica, 1975 (reed., Barcelona, Crítica, 1984
y 2000), antes conocida como Floresta de poesías eróticas del siglo de Oro, existen otras antologías,
como la de Díez Borque (ed.), Poesía erótica: siglos XVI-XX, Madrid, Siro, 1977; la de Jesús García Sán-
chez y Marcos Ricardo Barnatán (eds.), Poesía erótica castellana: del siglo X a nuestros días, pról. y sel.,
Madrid, Júcar, 1974 [(reimp. Madrid, Círculo de lectores, (1975)] entre otras), en las que cada antólo-
go/s da su selección y define sus criterios sobre qué es o no es erótico.

16 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
Editorial
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obra que hoy en día no se considera nada erótica a pesar de su título:
Las Eróticas, de Esteban Manuel de Villegas14.
Y no hay que olvidar que el erotismo en la poesía de los Siglos de
Oro aparece vinculado a lo burlesco, lo satírico o humorístico, que son
diversas formas de la degradación de lo erótico (así la sátira de la mujer
y los motivos anejos: lo erótico, el poder corruptor del dinero), clave en
esta poesía15 .
Por todo lo visto hasta ahora, se puede llegar a la conclusión si-
guiente: que, si bien los marbetes erótico o erotismo son imprecisos, mu-
tables, fruto de las vicisitudes culturales, históricas de una determinada
época, son eufemismos admitidos, ya que socialmente se prefiere estos
conceptos al de franca sexualidad, en cierta medida vinculada al con-
cepto sagrado de Bataille16. Además, aunque no recogen las tendencias
elusivas culturalmente establecidas, sin embargo, hay que seguir man-
teniendo su uso, la “etiqueta, siempre que se acepten con claridad los
contenidos: menciones o referencias muy explícitas del cuerpo, de los ór-
ganos sexuales o de los fenómenos y procesos asociados histórica y bio-
lógicamente con las prácticas sexuales corporales” (el coito y otras
formas de relación sexual, la homosexualidad y el lesbianismo, las en-
fermedades venéreas, la prostitución, los cornudos, el adulterio e inclu-
so unas dosis de misoginia)17.
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14. J. Díez Fernández, La poesía erótica de los Siglos de Oro, p. 14; Agustín Redondo, “Las dos caras del
erotismo en la primera parte del Quijote”, en El erotismo y la literatura clásica española. Edad de Oro, IX
(1990), p. 251.
15. Ignacio Arellano, Victoriano Roncero (eds.). Poesía satírica y burlesca de los Siglos de Oro, Madrid,
Colección Austral, n.º 534, Espasa-Calpe, 2002, pp. 15-22. Bajtin, a su vez, consideraba, dentro de su vi-
sión carnavalesca del mundo, “que el rasgo sobresaliente del realismo grotesco es la degradación, o
sea la transferencia al plano material y corporal de lo elevado, espiritual, ideal y abstracto”. En el
mundo bajtiniano, lo bajo está representado por los órganos genitales, el vientre y el trasero. La risa
carnavalesca es ambivalente, en el sentido de que es a la vez burlona y sarcástica. Mijaíl Bajtin, La
Cultura Popular en la Edad Media y Renacimiento. El Contexto de François Rabelais. Madrid, Alianza
Editorial, 2002, pp. 24 y ss.
16. Georges Bataille, El Erotismo (1957), trad. Antoni Vicens, 6.ª ed., Barcelona, Tusquets, 1992, p. 29.
En su introducción, Bataille entiende que “el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”,
p. 23; y el erotismo humano difiere de la sexualidad animal en que es la actividad sexual de un ser
consciente.
17. J. Ignacio Díez Fernández, La Poesía Erótica de los Siglos de Oro, p. 17; y del mismo autor (ed.), Die-
go Hurtado de Mendoza, Poesía Erótica, pp. 13-14.

17 ELFélix.
Cantizano, Pérez, CONCEPTO DE EROTISMO
El erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Cantizano, Pérez, Félix. El erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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2. La poesía satírica, la jocosa
y la burlesca

Delimitar así la poesía erótica en torno al tema del cuerpo o del goce
corporal parece suponer una confrontación —no siempre tan clara—
con la poesía petrarquista del amor ideal o platónico (similar al amor
udrí musulmán) en el que no importa haber visto o no al sujeto amado:
“Tengo una amiga pero no se quién es pues jamás en fe mía la vi… y
mucho la amo … Ninguna alegría me place tanto como la poesía de
este amor lejano”, como cantaba el trovador Jaufré Rudel de Blau,
quien se enamoró de la condesa de Tripolí “de oídas, que no de vista”
y murió al querer ir a verla, la cual lo hizo enterrar en la orden del
Temple18.
Aunque más que ver una posible dualidad erotismo-poesía petrar-
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quista habría que entender o justificar como ya hemos visto, y en un


sentido amplio, la poesía erótica como la referente no solamente al
cuerpo y a conductas o hábitos sexuales19, sino también a otras “deriva-
ciones degradadas de lo erótico: prostitutas, cornudos, viejas niñas y, en
general, la sátira de la mujer”20. Surgen, por tanto, dos nuevos concep-

18. José María Bermejo, La vida amorosa en la época de los trovadores, Madrid. Ediciones Temas de
Hoy, 1996, pp. 152-153.
19. J. Ignacio Díez Fernández, La Poesía Erótica de los Siglos de Oro, p. 18.
20. Ignacio Arellano Ayuso, siguiendo la tesis de Pilar Palomo en Poesía Satírico Burlesca de Queve-
do, Universidad de Navarra, Editorial Iberoamericana, Biblioteca Áurea Hispánica, p. 15, Madrid-Ver-
vuert , 2003, p. 46. El erotismo entendido, por tanto, como goce corporal, si cabe decir que ese erotismo
es una reacción contra el idealismo de la poesía petrarquista, J. Díez Fernández (ed.), Diego Hurtado de
Mendoza, Poesía Erótica, p. 68. Y, a su vez, también defiende el carácter erótico del tema de los
cornudos en la nota 308 de la Poesía Erótica de los Siglos de Oro, p. 130: “Aunque la presencia de

19 LA
Cantizano, Pérez, POESÍA
Félix. SATÍRICA,
El erotismo enLA JOCOSA
la poesía Y LA
de BURLESCA
adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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tos: el de poesía satírica por un lado —y muy relacionado con éste—, el
de poesía burlesca, términos indeterminados que conviene precisar an-
tes de continuar con el objeto de este estudio21.
Respecto de la sátira, ya los teóricos áureos (Díaz Rengifo, el Pin-
ciano, Villén de Biedma, Carballo o Cascales) encuentran como rasgo
definitorio: “la intención de corregir los vicios mediante una censura
moral que utiliza el medio instrumental (a menudo convertido en des-
viación perniciosa y exclusiva) de la graciosidad”. Su intención es, así
vista, puramente represora, que no considera necesaria la risa, mero
instrumento o medio para reprender los vicios.
Los estudiosos modernos sitúan en primer plano el concepto satíri-
co, prescindiendo de lo burlesco o considerándolo subsidiariamente, en
el que la agresión contra un objeto se expresa con humor, basado en la
fantasía o en el sentido de lo grotesco. Se trata, pues, de una actitud
ofensiva tanto por la intención provocadora que produce en el sujeto
satirizado como por el lenguaje desgarrado, crudo, que pretende corre-
gir los defectos humanos.
Y respecto de lo burlesco, su fin es hacer reír (no en vano El Dic-
cionario de Autoridades lo define como jocoso, lleno de chanzas, chistes y
graciosidades). Se ha pretendido, por tanto, diferenciar la sátira de lo
burlesco basándose en un sistema de valores. Así, la sátira, para Jam-
mes22, supone una crítica que se apoya en los valores sociales de su épo-
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ca, mientras que lo burlesco exalta los antivalores, aquellos que la socie-
dad no admite.
Pero el adscribirse o no a un sistema de valores supone olvidar las
condiciones de enunciación y el papel del locutor, la perspectiva o el
punto de vista que pretende el poeta en sí. El poeta puede hablar por sí

los cornudos suele obedecer a la burla, a veces cuando el poeta explora con detalle las penalidades
del astado, el poema puede teñirse de elementos más eróticos.”
21. Para matizar los conceptos de Poesía satírica y burlesca sigo, básicamente, “La introducción” a La
Poesía satírico burlesca de Arellano, citada en la nota anterior, y “La introducción” de Ignacio Arella-
no, Victoriano Roncero (eds.). Poesía satírica y burlesca de los Siglos de Oro.
22. Robert Jammes, La Poesía satírica y burlesca de Góngora en la obra poética de Don Luis de Góngora
y Argote, Madrid, Castalia, 1987, pp. 39-186. Arellano Ayuso matiza la teoría de Jammes en Poesía satí-
rico burlesca de Quevedo, pp. 25-31.

20 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
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o hacerlo por medio de un locutor. Se podría llegar a la conclusión de
que la sátira tiene una intención ética, mientras que la burla persigue
un fin estético inmediato (la risa) en el receptor.
Y así determinar el comportamiento de un marido cornudo o fijar
los precios que tienen que poner las distintas clases de putas supone
una defensa de antivalores 23 cuyo único fin es provocar la risa en el lec-
tor. Y es que, como dijera Juan Hurtado de Mendoza en su Cuarto dis-
cante del buen placer trovado:

No siempre debe el hombre bien compuesto


usar moral rigor en su vivir,
sino aplicarse, sin torcido gesto,
a las honestas bajas del reír24.

Por otra parte, la profesora Monique Joly ha precisado la enorme


implicación que tienen las burlas relacionados con lo erótico y lo esca-
tológico, aparte de las relacionadas con la comida25.
A pesar de todo, no se puede afirmar que haya una poesía satírica
opuesta a una burlesca, pues muchas veces la poesía presenta aspectos
satíricos y burlescos simultáneamente; en otras, sólo son satíricas o sólo
burlescas (sin intenciones morales aparentes).
Sin embargo, también existe una poesía que carece de elementos
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burlescos y satíricos —o prácticamente inapreciables— que mantiene


un estilo degradado, similar al burlesco, pero sin los chistes, bromas,
chanzas, vayas, chufletas, chilindrinas, guasas y otras similares, frecuentes
en los textos satírico-burlescos26.

23. José Luis Alonso Hernández, “Burlas y marginalidad en el Siglo de Oro”, en Javier Huerta Calvo,
Emilio Peral Vega y Jesús Ponce Cárdenas (eds.), Tiempo de Burlas. En torno a la literatura burlesca del
Siglo de Oro, Madrid, Editorial Verbum, 2001, p. 21.
24. Lo recoge Javier Huerta Calvo en la Presentación de Javier Huerta Calvo, Emilio Peral Vega y Je-
sús Ponce Cárdenas (eds.), Tiempo de burlas, p. 9.
25. Monique Joly, La bourle et son interprétation. Recherches sur le passage de la facetie au roman (Es-
pagne, XVIè-XVIIè siècles), Lille, 1982.
26. Abraham Madroñal Durán, “La burla lingüística en el entremés del Barroco”, en Javier Huerta
Calvo, Emilio Peral Vega y Jesús Ponce Cárdenas (eds.) en Tiempo de burlas, p. 178.

21 LA
Cantizano, Pérez, POESÍA
Félix. SATÍRICA,
El erotismo enLA JOCOSA
la poesía Y LA
de BURLESCA
adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Por tanto, para poder entender claramente esta poesía hay que in-
cluir un nuevo concepto, el de grotesco (del italiano grotta, gruta) cuyo
rasgo sobresaliente es, en palabras de Bajtin, “la degradación, o sea la
transferencia al plano material y corporal de lo elevado, espiritual,
ideal y abstracto (…). Degradar significa entrar en comunión con la vida
de la parte inferior del cuerpo, el vientre y los órganos genitales, y en
consecuencia también con los actos como el coito, el embarazo, el alum-
bramiento, la absorción de alimentos y la satisfacción de las necesidades
naturales. La degradación cava la tumba corporal para dar lugar a un
nuevo nacimiento. De allí que no tenga exclusivamente un valor nega-
tivo, sino también positivo y regenerador: es ambivalente, es a la vez
negación y afirmación”27.
Así, la poesía satírica y burlesca conecta con lo bajo material y cor-
poral en el sentido bajtiniano, situado en un posición infrarrealista
(opuesto al mundo ideal de la literatura caballeresca, realista), ya que la
deformación burlesca imprime el carácter de figura a tipos como la pi-
dona, o el cornudo, el caballero pobrete o el estudiante misérrimo y
gorrón28.
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27. Mijaíl Bajtin, La cultura popular… pp. 24-25. Véase asimismo la nota 15, y también Javier Huerta
Calvo, “Lo carnavalesco como categoría poética en la teoría literaria de Mijaíl Bajtin”, en Formas Car-
navalescas en el arte y la literatura, edición al cuidado de Javier Huerta Calvo, Barcelona, Ediciones del
Serbal, 1989, pp. 13-31, y en concreto, pp. 25-26.
28. Ignacio Arellano, Jacinto Alonso Maluenda y su poesía jocosa, Navarra, números anejos de Rilce:
n.º 2, Ediciones Universidad de Navarra, S. A., 1987, p. 16.

22 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
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3. La poesía erótica del Siglo de Oro.
Contexto histórico y social

3.1. LA RELIGIÓN29

La España del siglo XVII muestra un país lleno de contrastes. Por un


lado, la fanática religiosidad de la época se caracteriza por el excesivo ri-
gor con que se cumplían las prácticas de culto y por la represión que
ejercía la Iglesia y la Inquisición sobre los placeres y las costumbres, lo
que la vincula al Estado de tal manera que, para Pfandl, éste “se apro-
pia y ejercita las funciones autoritarias de la Iglesia, y el uno prospera y
se nutre a la sombra benéfica de la otra, y viceversa”30. Esta unión Igle-
sia-Estado trae como consecuencia una intolerancia religiosa que impi-
de la proliferación de las ideas liberales que el Renacimiento siembra
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en Europa a la vez que un alejamiento y hostilidad hacia lo extranjero,


lo que implica incurrir en numerosos gastos sufragados por el oro que
viene de América31.
La vida religiosa tuvo su máximo período de esplendor en la se-
gunda mitad del siglo XVI a raíz, sobre todo, de la celebración del Con-
cilio ecuménico de la Iglesia católica, celebrado en la ciudad italiana de

29. Ludwing Pfandl en su Introducción al Siglo de Oro. Cultura y costumbre del pueblo español de los
siglos XVI y XVII. Madrid, Visor, 1994, pp. 145-176, fue uno de los que más contribuyó a afianzar el término
barroco para designar a una determinada época con todas sus facetas, a una de las cuales, la de la re-
ligión, le dedicó un capítulo clásico.
30. Ludwing Pfandl, Introducción al Siglo de Oro (…), p. 147.
31. Juan Eslava Galán, Historia secreta del sexo en España, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1996,
p. 195.

23 LA
Cantizano, Pérez, POESÍA
Félix. ERÓTICAen
El erotismo DEL SIGLO DE
la poesía deORO. CONTEXTO
adúlteros HISTÓRICO
y cornudos Y SOCIAL
en el Siglo de Oro, Editorial
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Trento, con la pretensión de acabar con el cisma producido por la Re-
forma y reorganizar a la Iglesia romana. En las sesiones, que duraron
de 1545 a 1563, los teólogos españoles llevaron el peso de las discusiones
y sacaron numerosas conclusiones que afectaron a la religión católica
universal, lo cual era lógico en la Europa del siglo XVI en tanto y en
cuanto Felipe II fue el principal defensor, en su tiempo, de la fe católica
frente a la reforma protestante.
En general, para Pfandl, la vida religiosa pretredentina seguía
fiel a la práctica ordinaria de los mandamientos, la asistencia a la Santa
Misa, la santificación de las fiestas y la práctica del ayuno los viernes.
Sin embargo, rasgos definidores de la religión en España eran las
Cofradías y Disciplinantes, que, según Pfandl, “servían como lazo de
unión, como medio de enlace entre el estado laical y el eclesiástico, en-
tre la vida secular y la vida regular” (p. 147).
A partir del Concilio se fomentó el culto a los santos, lo que dio lu-
gar a una numerosa literatura por parte de los autores más consagra-
dos. Pero, de todas las veneraciones, la de Jesús, y, principalmente, la de
la Virgen María, dio pie para crear numerosos santuarios a lo largo y
ancho de todo el territorio nacional, muchos de ellos con orígenes me-
dievales. España era un país en el que se encontraba muy arraigado el
dogma de la Inmaculada Concepción, unos siglos antes de que lo insti-
tuyera el Papa Clemente XI en 1708.
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La religiosidad, en cierto sentido, estaba muy implicada a nivel


popular, como lo demuestran los numerosos milagros y leyendas que
se asociaban al culto mariano, la celebración de fiestas religiosas
como la del Corpus-Christi y las Procesiones, muy arraigadas en la
población.
Para una buena parte de la sociedad, la religión se entendía en su as-
pecto primitivo o elemental. Aprendida la doctrina en el ámbito fami-
liar o en la escuela, la creencia en los premios y castigos de la otra vida,
en la Santísima Trinidad y la figura de Dios omnipotente, en la creación
y el pecado original de los ángeles y el culto a los santos constituían la
esencia religiosa del pueblo, muy lejos de las discusiones doctrinales de
los grandes teólogos o de las obras de Calderón, por ejemplo, en las que
se trataba toda clase de cuestiones dogmáticas y teológicas.

24 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
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Lógicamente, en una religión tan imbricada popularmente es nor-
mal que estuviera influida por supersticiones, artes diabólicas, hechice-
rías y brujerías, lo que dio lugar a un culto demoníaco paralelo con las
consiguientes apariciones de diablos en los más recónditos lugares.
Pérez Escohotado cita el Manual de los inquisidores, de los autores
sucesivos Eimerich y Peña, en el cual “se acepta que a veces se invoque
al demonio para conseguir el favor de alguna persona, pero esto no le
parece herético, puesto que el demonio está para eso, para tentar. Lo
que realmente le preocupa al inquisidor es que se hallen mezclados fil-
tros y sacramentos, —hostias consagradas, sangre de Cristo o reli-
quias— (…) Más parece —continúa Escohotado— por tanto, que la
Inquisición está preocupada por preservar sin contaminación un ritual
propio y ortodoxo, al igual que por defender una normativa e interpre-
tación canónicas”32.
Pero con todo, a pesar de que ya vimos que la Iglesia se confundía
con el Estado, el cual aplicaba la normativa canónica en la jurisdicción
civil (llegando incluso a figurar en las cartas imperiales la expresión
“ambas majestades”, alusiva a Dios y al rey), la religión era lo que unía
a pueblos con idiomas y culturas tan diferentes como los que integra-
ban el reinado de los Austrias33.
Sin embargo, para Pfandl, “España ha sido siempre un país de
contrastes, sombra y luz, idealismo y realismo. Si por una parte la reli-
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giosidad se manifestaba con un ímpetu y vehemencia cordiales sin pre-


cedentes, por otra, la moralidad pública era un reflejo de la pasional e
innata predisposición, de la facilidad para dar oídos a la voz de la san-
gre impetuosa y seguir los impulsos de los más bajos instintos. A pesar
de la severa legislación del derecho matrimonial y de los graves con-
flictos que planteaba un caso de honor, más o menos secretamente,
como en todas partes, se rindió tributo al amor libre”34. Como ejemplo, el
concepto de pecado “sexual”, por decirlo así, fue evolucionando a lo

32. Javier Pérez Escohotado, Sexo e inquisición en España. Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1992,
p. 126.
33. Juan Eslava Galán, Historia secreta del sexo, p. 153.
34. Ludwing Pfandl. Introducción al Siglo de Oro (…), p. 170.

25 LA
Cantizano, Pérez, POESÍA
Félix. ERÓTICAen
El erotismo DEL SIGLO DE
la poesía deORO. CONTEXTO
adúlteros HISTÓRICO
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largo de los siglos. Si bien los confesores de la España del siglo XVI se
fijaban en la calidad del sujeto con el que se entabla relación (casado,
soltero, seglar, demonio, hombre, mujer) y en la naturaleza del acto
(violación, estupro, adulterio, sacrilegio, incesto, sodomía, etc.), por
el contrario, a partir de la reforma tridentina, se persigue todo lo
relacionado con las insinuaciones de la carne: pensamientos, deseos y
fantasías, en definitiva35.

3.2. LA RELAJACIÓN SEXUAL

LAS MANCEBAS

La excesiva opresión religiosa trajo consigo una relajación en la moral


y las costumbres que la Iglesia cada vez veía más difícil de controlar,
sobre todo a partir del siglo XVII, debido en parte a un afán innato en
toda condición humana de adentrarse en lo prohibido, y en parte a ser
un país poco productivo —principalmente agrícola— que permitía
contar con numerosos días ociosos.
Así son numerosas las relaciones adulterinas y, prácticamente, to-
das las ciudades tienen burdeles públicos. Aparecen nuevas enfermeda-
des, probablemente traídas por los marineros que venían de América
como la sífilis —conocida como el mal francés— y son varios los casos
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de sodomitas y pederastas que resuelven los tribunales36.


La relajación de costumbres fue especialmente intensa en el si-
glo XVII, aunque conviene precisar que no tuvo la misma indulgencia
para las clases elevadas que para la mayoría de la población. Se permi-
tía que los reyes y nobles pudieran tener hijos bastardos e incluso el
pueblo lo veía con buenos ojos, pero, en cambio, se castigaba con rigor
los excesos sexuales de los plebeyos37.

35. Francisco Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar, Sexo y razón. Una genealogía de la moral se-
xual en España en España (siglos XVI-XX). Madrid, Akal, 1997, p. 51.
36. Ludwing Pfandl, Introducción al Siglo de Oro (…), pp. 170-176, y Juan Eslava Galán, Historia secre-
ta del sexo, pp. 153 y 195.
37. Así lo ha demostrado José Deleito y Piñuela en La mala vida en la España de Felipe IV, Madrid,
Alianza Editorial, 1987, p. 22.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
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El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
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La doble moral que surgió después de la reforma tridentina, en la
que se institucionalizó el matrimonio sacramental,38 permitió que surgie-
ra una especie de poligamia socialmente bien aceptada, tal y como lo re-
latan los viajeros franceses Brunel, Bertaut y madame d´Aulnoy. Así, por
ejemplo, cita esta última: “El único goce y la sola ocupación de los
españoles consiste en tener una afición. Los jóvenes aristócratas que
tienen dinero empiezan desde la edad más tierna (doce o catorce años) a
tener manceba, es decir, una querida, y por atenderla no sólo descuidan
los estudios, sino que se apoderan en la casa paterna de todo aquello que
puedan atrapar (...) Los más viven amancebados con una mujer, aun
cuando a otra les unan lazos matrimoniales, y con mucha frecuencia, los
hijos naturales edúcanse y viven con los legítimos, a ciencia y paciencia
de una pobre mujer, que sufre viendo tales cosas y prudente, calla (…).
De manera que suele tener un caballero: esposa, manceba y querida; esta
última es generalmente persona de calidad, por ella ronda el enamorado
toda la noche, y por ella y por su amor arriesga mil veces la vida”39.
En términos parecidos Antonio de Brunel escribe: “No hay hom-
bre alguno que no tenga su dama y que trate con alguna cortesana…”,
y también Francisco de Bertraut opina que “Casi todos están amance-
bados con alguna cómica o con alguna otra de semejante estofa; y
amancebado, en español, no quiere decir galán ni cortejante en general,
sino un hombre que mantiene a una moza, y que está con ella, como se
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suele decir, a pan y manteles”40.


La auténtica bigamia, es decir, el estar casado dos o más veces, sí
que era bastante perseguida por la Inquisición, la cual inició el primer

38. Hasta el Concilio de Trento, e incluso después, los esponsales presentaban dos fases: por un
lado, estaban las palabras de futuro, que consistían en un mutuo acuerdo por palabras y señas de ca-
samiento futuro que se celebraba en secreto sin que pudiera haber cópula; y por otra parte, las pala-
bras de presente, que necesitaban permiso paterno y la presencia del párroco, pero que para la Iglesia
tenía validez legal ya que se permitía a los novios vivir juntos, con lo que la cópula convertía un matri-
monio legal en consumado. Todo esto lo explica Javier Pérez Escohotado, en Sexo e inquisición en Es-
paña, pp. 94-95.
39. Relación de su viaje por España, citado por Deleito y Piñuela en La mala vida en la España de Feli-
pe IV, pp. 22-23.
40. Voyage d`Espagne,cap. IX, y Journald`un voyage d´Espagne, cap. “Du façon de vivre”, respectiva-
mente citados por Deleito y Piñuela, La mala vida (…) pp. 23-24.

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proceso a partir de 1488, llegando a las cotas máximas en la época del
Concilio. Las penas consistían en galeras o vergüenza pública y, si bien
era un delito civil, debido a la confusión Iglesia-Estado —como ya vi-
mos— y a la mayor extensión por todo el territorio nacional del alcance
de la Inquisición, fueron los tribunales de esta institución los encarga-
dos de perseguir este tipo de delitos.
Generalmente, los bígamos alegaban creer que el cónyuge había
muerto, siendo los casos más numerosos los de hombres, pero también
había no pocas mujeres, que tratarían de encontrar una mejor calidad
de vida, huir de los malos tratos, buscar aventura o mejorar de posición
y fortuna41.Tras la reforma tridentina, desapareció el divorcio y se casti-
gó la bigamia con diez años de galeras.

LA PROSTITUCIÓN

Aparte de las mancebas, los hombres son clientes de burdeles o de


alguna de las 300.000 prostitutas que se decía había en la época, como las
mancebas propiamente dichas, que ya vimos que vivían con un hombre;
las cortesanas, mujeres distinguidas dedicadas a los ricos y nobles; y las
busconas, rameras o cantoneras, que estaban en las esquinas o cantones42.
Además de las prostitutas que ejercían por su cuenta, en el siglo XVII
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existían numerosos burdeles públicos, más conocidos como man-


cebías. Generalmente, fueron creadas en Francia y Castilla a finales del
siglo XIV, debido a la mayor inmigración rural que soportaron las ciuda-
des y del aumento de mujeres dispuestas a vender su cuerpo, junto con
el aumento de matrimonios malcasados. Esto obligó a las autoridades a
regular la prostitución para evitar delincuencia y epidemias. Se sabe que
había ordenanzas de mancebías en Málaga (1506), Granada (1539), Va-
lencia (1552), Sevilla (1553 y 1621), Ronda (1570) y Toledo (1571)43.

41. Javier Pérez Escohotado, Sexo e inquisición en España, pp. 92-95.


42. Deleito y Piñuela, La mala vida (…), pp. 43-48.
43. Vázquez García, Moreno Mengíbar, Sexo y razón p. 280. Véase también Ángel Luis Molina Molina,
Mujeres públicas, mujeres secretas (la prostitución y su mundo: siglos XIII-XVII), Murcia, Editorial KR,

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Las mancebías eran lugares acotados, tal y como les obligaba la
Pragmática de 1570 de Felipe II. Una de las más famosas era la de Sevi-
lla, que tomó el nombre de Compás, según cita Alonso Álvarez de Soria:

Ninfas de las tasqueras


del Compás, Resolana y San Bernardo44.

Regentadas por un padre o una madre —como Carrascosa, que


ejerce un oficio “honrado” en El rufián dichoso de Cervantes—, debían
responder ante el juez del cumplimiento de las normas teniendo plena
autoridad sobre las mujeres que allí habitaban, las cuales debían ser
mayores de doce años, ser huérfanas y haber perdido la virginidad. So-
lían acudir a misa con escapularios, lo que obligó a Felipe II en 1575 a
prohibir que los usaran porque su presencia ahuyentaba a las mujeres
decentes para no ser confundidas con las pecadoras45.
“El cuerpo de la manceba —dicen Vázquez García y Moreno
Mengíbar— se constituirá en otro orden de cosas, en terreno propicio
para la liberación de las propias frustraciones sociales del cliente a tra-
vés de la conciencia de la transgresión, del placer de infringir una serie
de normas percibidas como provenientes de los grupos dominantes”46.
Normalmente, como afirman Vázquez y Moreno, acudir a la man-
cebía supone una transgresión, y a las preguntas del inquisidor sobre el
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pecado de la fornicación siempre se responde: “si se paga no hay peca-


do”, con lo que, aunque la Inquisición y la Iglesia siempre intentaron

1998, pp. 80 y 81, que además añade causas económicas a la creación de mancebías por parte de las
autoridades municipales: “Encerradas en el prostíbulo, las prostitutas no sólo estaban ‘mejor guarda-
das’ sino que no escapaban a la tasación y su actividad aprovechaba financieramente a las ciudades.
Cuando la monarquía concedía a éstas el derecho de abrir un prostíbulo, precisaba que recibirían las
rentas de su explotación. Nunca eran administrados directamente sino arrendados o concedidos en
monopolio a particulares; a veces, los burdeles producían cantidades apreciables.”
44. Recogida por José Esteban, Las mil y una palabras de casa de putas, Sevilla, Espuela de Plata, 2005,
p. 10.
45. Véase Deleito y Piñuela, La mala vida (…) pp. 48-54; Juan Eslava Galán, Historia secreta del sexo en
España, pp. 166-171; José Esteban, Las mil y una palabras de casa de putas, pp. 9-33; Vázquez García,
Moreno Mengíbar, Sexo y razón, pp. 278-317; Ángel Luis Molina Molina, Mujeres públicas, mujeres se-
cretas (…), pp. 83-99.
46. Sexo y razón, p. 293.

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evitar esta función purgativa del dinero, no les quedó más remedio que
tolerarlo, máxime cuando ni desde las Partidas a la Novísima Recopila-
ción se persiguió el acceso con prostitutas. Así, la Partida VII dice que
“es sabido que impunemente puede un hombre tener acceso a una mu-
jer pública o mundana (…); y adviértase que los que tienen acceso con
tales mujeres, no pueden ser acusados ni castigados por tal acto, aun-
que fuese la mujer concubina de otro”47.
Sin embargo, el 4 de febrero de 1623, el rey Felipe IV, a instan-
cias de la Inquisición, decretó el cierre de todas las mancebías. No
fue fácil, pues algunos franciscanos como el padre Zarza las conside-
raban “útiles a la buena moral”. Tampoco era la primera vez que or-
denaba el cierre de burdeles ni sería la última, como la Pragmática
de 1 de enero de 1632 que además disponía de multa de 50.000 ma-
ravedíes.
El propio Quevedo lamenta el cierre en el romance Sentimiento de
un jaque por ver cerrada la mancebía:

Viendo cerrada la manfla,


con telaraña el postigo,
el patio lleno de yerba…
¡Oh mesón de las ofensas,
oh paradero del vicio,
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en el mundo de la carne
para el diablo baratillo!
¿Qué se hizo de tanto padre
de solo apuntados hijos?
¿Dónde fue el pecar a bulto,
si más fácil, menos rico?48.

Con todo, a pesar de las prohibiciones, proliferaron los burdeles


clandestinos, aumentó la prostitución y se crearon mancebías ad hoc en
cuarteles y universidades49.

47. Sexo y razón, pp. 293-294.


48. Citado por José Esteban, Las mil y una palabras (…), pp. 17-18.
49. Deleito y Piñuela, La mala vida (…), pp. 58-60.

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Y el mismo rey que, por un lado, decretaba el cierre de burdeles y
dictaba numerosas leyes contra el libertinaje (como la Pragmática real
de 1639 prohibiendo que las mujeres se mostrasen tapadas), o las órde-
nes suyas —recogidas en los Avisos de 1656— de prender a mujeres
libertinas, no podía, él mismo, por otra parte, presumir de censor de li-
bertinaje pues eran conocidas sus numerosas aventuras extramatrimo-
niales, llegando a atribuírsele, según algunos autores, treinta y dos hijos
bastardos50.

LA MUJER, EL TEMA DEL HONOR Y EL ADULTERIO FEMENINO

En la sociedad de los Austrias, el adulterio femenino no estaba tan


bien considerado como el masculino aunque, a pesar del excesivo ri-
gor de la época, proliferó con bastante frecuencia y tuvo su impor-
tancia.
Para entender lo que significaba esta desigualdad latente hay que ver
cuál era el papel que desempeñaba la mujer en una sociedad misógina
—pero con un concepto de honor muy arraigado— y, en cierta medi-
da, con cierto grado de adoración o idealización de la mujer, según can-
taban las poesías trovadorescas51.
En general, en los tratados sobre las perfectas casadas, libros de doc-
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trina que se destinaban a la mujer en los siglos XVI y XVII (de autores
como Luis Vives, fray Luis de León o Juan de la Cerda) se clasificaba a
las mujeres según sus estados en: doncellas, casadas, viudas o monjas52.
Se prefería el término de doncella (que mantenía su virginidad) frente

50. Se cuenta entre sus numerosas amantes a Juana la Calderona, famosa actriz de la época a la
que mandó habilitar el balcón de la esquina de Boteros, en la Plaza Mayor de Madrid, el cual fue co-
nocido popularmente como balcón de Marizápalos, título de una de las canciones de la Calderona.
Sus amores iban desde damas nobles a busconas o monjas. Todas estas anécdotas las refleja Ma-
nuel Barrios en Matrimonios desafortunados de la realeza española, Madrid, Ediciones Temas de Hoy,
1996, pp. 105-118.
51. Néstor Luján, La vida cotidiana en el Siglo de Oro Español, Barcelona, Planeta, 1988, p. 99.
52. Mariló Vigil, La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII, Madrid, Siglo XXI, 1994, p. 11; Vázquez
García y Moreno Mengíbar ven en estos tratados un perfil positivo para la mujer, “frente a las clásicas
reducciones negativas de la personalidad femenina”, en Sexo y razón, p. 374.

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al de soltera que podía implicar a la mujer que no se había casado, pero
no necesariamente tenía que ser virgen53 e incluso para Cristóbal de
Castillejo las mujeres solteras eran prostitutas54.
Estos tratados presentaban un perfil positivo que había predomi-
nado en la Edad Media. Dada la necesidad de rehabilitar a la mujer
fueron apareciendo La Querelle des femmes, que para Vázquez y More-
no, “en buena medida viene a ser la respuesta de las voces femeninas a
la política del encierro que se va desarrollando durante el siglo XV”55.
La mujer es, por una parte, modelo de amor cortés, en donde las muje-
res imperaban sobre la voluntad de los hombres, pero, por otra, al
iniciarse la Edad Moderna, se la somete a un encierro físico, mental,
moral e institucional56.
Tras la reforma tridentina se fue consolidando, por un lado, la po-
testad paterna, y por otro la desigualdad de la mujer en la vida conyu-
gal, de tal manera que se reduce a la mujer que afronta el matrimonio
—que seguía teniendo, en cierta medida, la condición de contrato— “a
mero objeto literario, ora ensalzado y adorado, ora vituperado, pero
siempre olvidando lo que en la mujer hay de humano, de mujer”57. En
ese mismo aspecto, para Pfandl, “la mujer es esclava o reina en aquel
ambiente social: o vive en la servidumbre y sumisión o impera por la
sensualidad y la avaricia”58.
Por lo tanto, para los tratadistas de la época (como fray Martín de
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Córdoba) el único fin de la existencia de la mujer era el matrimonio o


la religión, que al estar sometidas a la autoridad familiar, por consi-
guiente, permanecían sujetas a las imposiciones económicas, sociales,
etc., que dispusiera la familia (en general, bajo la potestad masculina:
padre, marido, hermanos, etc.)59.

53. Deleito y Piñuela, La mala vida (…), pp. 25-26.


54. Vázquez García, Moreno Mengíbar, Sexo y razón, p. 375.
55. Sexo y razón, p. 374.
56. Sexo y razón, p. 372.
57. M.ª Josefa Porro Herrera, Mujer “sujeto” / mujer “objeto” en la literatura española del Siglo de Oro,
Málaga, Universidad de Málaga, 1995, p. 92.
58. Ludwig Pfandl, Introducción al Siglo de Oro, p. 125.
59. Mariló Vigil, La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII, pp. 12 y 17.

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Para acceder a un matrimonio modelo (impuesto por la familia) se
tenía en cuenta la reputación, y como los tratadistas de la época recela-
ban de la mujer a la que veían culpable del pecado original, consideraban
que la única mujer digna es la virgen, y para Vázquez y Moreno,
la “doncella ofrecida en exclusiva a Dios (…). Desde la doncellez hasta la
viudedad el modelo pasa necesariamente por su relegación bajo la au-
toridad varonil (padre, esposo, hijo mayor, sacerdote, Dios) y por la
pérdida de control sobre su cuerpo y sus deseos en función de las nece-
sidades del dispositivo de las alianzas: virginidad absoluta fuera del
matrimonio (tanto en la doncellez como en la viudedad) o supeditación
terminante a la voluntad sexual del marido”60. Esta obsesión por la vir-
ginidad permitió “el uso de vender la honra de las doncellas en escritu-
ra pública ante notario”61 o que surgieran por todas partes remendado-
ras de virgos como la alcahueta de La Celestina.
Por tanto, el ideal de la perfecta casada (ya veremos que era muy
difícil de conseguir, como demuestran los poemas de autores de la épo-
ca que tratan el adulterio femenino) es que fuera: “complaciente con el
marido, siempre fiel y con buen semblante, entre sumiso y enamorado;
con carácter firme ante los hijos, más bien severa que tierna y bondado-
sa, a fin de enderezarles en sus principios; vigilantes con el servicio,
para que cumpliera con sus obligaciones, y diligente en el gobierno de la
hacienda. Sin olvidar una de sus mayores obligaciones: ser buena pari-
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dera, en especial de hijos varones”62. La moral de la época permitía que


la mujer al estar bajo la potestad del páter familias (marido, padre, her-

60. Sexo y razón, p. 375. Se trata de mujeres recluidas bajo la esfera de lo privado, representando de
esta manera papeles honorables: doncella, esposa, viuda, pero que también pueden tener un papel
transgresor perdiendo la virginidad o cometiendo adulterio, lo que daría lugar a mujeres adúlteras,
prostitutas, cortesanas y alcahuetas. Así lo ve M.ª Josefa Porro en Mujer sujeto, mujer objeto, antes
citada, pp. 99-100.
61. Deleito y Piñuela, La mala vida (…) p. 30.
62. Así lo ha reflexionado Manuel Fernández Álvarez en Casadas, monjas, rameras y brujas. La olvida-
da historia de la mujer española en el Renacimiento. Madrid, Espasa-Calpe, 2002, pp. 142. En ese mismo
sentido continúa Fernández Álvarez citando a Antonio Guevara, moralista de la época, que en su
Epístola familiar dice: “Las propiedades de la mujer casada son que tenga gravedad para salir fuera,
cordura para gobernar la casa, paciencia para sufrir el marido, amor para criar los hijos, afabilidad con
los vecinos, diligencia para guardar la hacienda, cumplida en cosas de honra, amiga de honesta com-
pañía y muy enemiga de liviandades de moza.”

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mano, etc.) pudiera ser castigada ante el más mínimo atisbo de atenta-
do al honor calderoniano.
De hecho, la férrea legislación castellana dejaba la posibilidad de
que el marido pudiera vengarse de los dos adúlteros matando a ambos.
Tanto el Fuero Juzgo como las leyes de Toro y las Recopilaciones ofi-
ciales así lo permitían, a condición de dar el mismo trato a los dos
amantes. La Iglesia o Iglesia-Estado, como ya vimos, consentía estos
ajusticiamientos que podían ser en privado o públicos, los cuales eran
presenciados por numerosos curiosos63.
Algún autor como Fernández Álvarez ha pretendido ver las cau-
sas de la infidelidad femenina: “La ausencia de la nota erótica a la
hora de organizarse los matrimonios, la diferencia de edad entre los
novios, y el frecuente abuso de autoridad por parte del marido-rey,
preparaban el mejor caldo de cultivo para que brotase la casada in-
fiel, aun con todo lo que suponía de ruptura con las rígidas normas
sociales”64.
Para evitar que se mezclara el honor con la codicia, las Cortes de
Toro impedían que el marido que matare al adúltero y a la adúltera ga-
nare los bienes de su mujer y de su amante, salvo que lo determinara la
justicia, claro está65.
Famoso fue el caso de Silvestre de Angulo que subió al cadalso a su
esposa adúltera y a su amante, y empapando su sombrero en la sangre
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de la esposa, lo lanzó sobre los espectadores gritando: ¡Cuernos fuera!


Pero no siempre acaban mal las ejecuciones, como en Sevilla, con el caso
del sastre catalán Cosme Serrano, casado con una mujer veintidós años
más joven que se fugó con su amante. Empeñado en ejecutar a los dos
amantes, los frailes de San Francisco le exhortaron para que la per-
donara, pero el sastre siguió diciendo: —¡No la perdono!—¡Ha dicho,
yo la perdono, ha dicho yo la perdono!, gritaron los frailes, con lo que, an-
te la confusión, los dos amantes pudieron escapar. Un romance famoso
de la época lo contaba:

63. Vázquez, Moreno, Sexo y razón, pp. 287-288.


64. Casadas, monjas, rameras y brujas, p. 152.
65. Recogido por Fernández Álvarez en Casadas, monjas, rameras, brujas, p. 195.

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Todos le ruegan a Cosme
que perdone a su mujer
y él responde con el dedo:
Señores, no puede ser66.

Sin embargo, no siempre el adulterio femenino acababa de manera


trágica, pues muchos maridos perdonaban a sus mujeres por pura bon-
dad, e incluso la literatura nos ha dado numerosos ejemplos de cornu-
dos consentidos o maridos resignados. Piñuela cita al portugués Piñey-
ro, sorprendido por la infidelidad femenina en España: “Y la verdad es
que los tales maridos lo saben bien y disimulan, porque son las fincas que
más les rinden y las dotes de que viven. Y así es que en Castilla esto
se tiene por cosa corriente”67. Claro que la pena para los esposos con-
sentidores era la de someterlos a vergüenza pública: “se los paseaba por
las calles, montado cada uno en un asno; él delante con la cabeza ador-
nada por dos cuernos y sonajas; la mujer detrás, obligada a ir azotando
a su marido; el verdugo detrás de los dos, azotándola a ella”68. Para evi-
tar que al marido se le recriminase de “consentido” se le solía girar un
documento de “carta de perdón de cuernos”69.

66. Estos casos muy conocidos son citados con frecuencia por autores diversos. Así lo recoge, entre
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otros, Deleito y Piñuela, La mala vida, pp. 79, 81; Néstor Luján, que cita el romance en La vida cotidiana
en el Siglo de Oro Español, p. 102. Juan Eslava Galán, Historia secreta del sexo en España, pp. 200-201.
Estos autores a su vez recogen más casos curiosos como el del escribano que aguardó a que su mujer
confesara y la mató por la sospecha de que era adúltera y otros en los que los celos o la simple sos-
pecha justificaban los homicidios por infidelidad femenina conyugal.
67. Deleito y Piñuela, La mala vida (…), p. 33. También cuenta sobre la infidelidad femenina que “los mari-
dos castellanos no hacen gran caso de los cuernos, ni tratan de averiguar lo que a la honra toca, dando al-
gunos la ocasión para ello con la mucha libertad y disolución con que dejan proceder a sus mujeres” (p. 33).
68. Ibídem, p. 75. A su vez, Vázquez y Moreno en Sexo y razón, p. 289, recogen el relato de Antonio de la
Peña de 1570: “Lo que hoy en nuestro reino se practica es que sacan al marido y a la mujer caballeros
en sendos asnos, él desnudo delante y ella vestida detrás con una ristra de ajos en la mano y cuando
dice el verdugo: ‘quien tal hace que tal pague’, ella le da la ristra.” En Las Partidas —siguen comentan-
do estos autores— se castigaba al marido que consentía en el adulterio de su esposa; como expre-
saba Gregorio López (1955) en su glosa, es defensor del crimen el que oculta el de su mujer; y en la
nota 17, en esa misma página, se relatan las opiniones de los juristas de la época.
69. Un buen trabajo sobre la mujer y la bigamia en la nueva España aparece recogido por Figueras,
E., Mujer, bigamia y trabajo en la nueva España. Scripta Nova Revista Electrónica de Geografía y
Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. VI, n.º 119 (21), 2002 [ISSN: 1138-9788]
http://www.ub.es/geocrit/sn/sn 119-21 html. En su página 159 recoge el estudio de Córdoba de la Llave.

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Circulaba entonces un chiste que ha perdurado hasta nuestros días
que refleja el cambio que se produjo en la mentalidad del siglo XVII con
respecto al concepto de la honra conyugal. Así, siguiendo la filosofía de
Fernando de Guzmán, de quien dice don Juan de Arguijo: “Los cuer-
nos son como los dientes que, al principio, duelen, pero después se come
con ellos”70.
Todos estos temas de cornudos, maridos consentidos, adulterios,
etc., sirvieron para que la literatura áurea, principalmente Villamedia-
na, Lope de Vega, Maluenda, Góngora, Quiñones de Benavente, Salas
Barbadillo y, especialmente, Quevedo —El Siglo del cuerno, como él
bautizó al Siglo de Oro— nos dejara un buen número de tragedias y
burlas magistrales.
Para terminar, se puede concluir que, habiendo observado las cos-
tumbres sociales de la época, tanto la vida sexual como la religión influ-
yeron notablemente en la literatura de los Siglos de Oro. Como decía
Marañón en su obra sobre el conde-duque de Olivares, citado por De-
leito y Piñuela: “La vida sexual de este siglo —escribe Marañón— tiene
dos características muy típicas de las épocas de represión: el contuber-
nio con la religión y el sadismo...”. “La expresión más atroz de esta de-
generación del amor, nos la dan los lances… en que se achacan sacrile-
gios sexuales al conde-duque y a Felipe IV. Hay en estas calumnias una
suerte de intención oculta de manchar a la religión con las salpicaduras
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de la obscenidad, como venganza subconsciente a la enérgica represión


que la religión ejercía sobre las libertades sexuales”71.
Era, por lo tanto, una época de sadismo amoroso exacerbado que
podía llegar al paroxismo al enviar las mujeres a sus amados un pañue-
lo con la sangre vertida cuando se hacían una sangría, con lo cual al re-
coger el presente, los caballeros debían corresponder con regalos a las
pedigüeñas o pidonas, como se decía entonces72.

70. Citado por Néstor Luján, La vida cotidiana en el Siglo de Oro Español, p. 103.
71. Citado por Deleito y Piñuela, La mala vida (…), p. 62.
72. Néstor Luján, La vida cotidiana en el Siglo de Oro Español, p. 107.

36 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
Editorial
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4. El siglo del cuerno

En una época de relajación moral y de costumbres en la que es habitual


el adulterio femenino y masculino, en el que existe un código de honor
estricto, pero, a su vez, los hombres tienen mancebas, concubinas, acu-
den a burdeles y mancebías, y las mujeres remiendan sus virgos o tie-
nen relaciones adúlteras, parece lógico pensar que la literatura no fuera
ajena a este fenómeno social.
Pues bien, este “Siglo del cuerno”, que decía Quevedo, nos ha deja-
do en las obras de Villamediana, Lope de Vega, Góngora, Quiñones de
Benavente, Salas Barbadillo, Maluenda, Santos, etc., una legión de cor-
nudos, venados, cabrones, mansos, sufridos, pacientes, cornicantanos,
cornifactores, mansos cabrones, ciervos, maridillos, etc., que, aunque
muchas veces suelen corresponder a la poesía burlesca, sí que se puede
justificar su contenido erótico por la degradación de lo erótico que re-
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presentan. Incluso existe una novela de Alonso Jerónimo de Salas Bar-


badillo, El sagaz Estacio, marido examinado, en la que Marcela busca un
marido que no lo fuera sino en apariencia. Como podía ocurrir que des-
pués de la boda se olvidara del pacto contraído, lo que hace es asegurar-
se previamente; de ahí que examine diversos tipos (médicos, avaros, ve-
teranos de Flandes…) hasta que llega Estacio, recomendado por el
casamentero Sánchez: “Es insigne varón en la paciencia y el más verda-
dero hijo de cuantos ha engendrado el sufrimiento (…) Marido es, que
haciéndose almoneda de él entre los demás bienes que dejó la difunta de
su mujer, han llegado a dar por su persona diez mil ducados de dote”73.

73. Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, El sagaz Estacio, marido examinado, Madrid, Ediciones de
La Lectura, 1924, p. 108.

37 ELFélix.
Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Tras pasar varias pruebas Marcela exige que vuelva con testigos,
con lo que éstos confirman que como cornudo no tiene precio. Aparece
primero una señora García, un capitán, etc., pero el testigo definitivo
de noventa años afirma “que el buen hombre es un cabrito desde los
pechos del ama”74, tras contar que después de una enfermedad
los médicos le recetaron que tomara leche de cabra. También continúa
relatando que fue admitido en la Orden de la Paciencia, llamándole
cordero: “ ‘Nos, Diego Moreno, protopaciente, ordenamos a vos el sim-
plicísimo Cordero, y os admitimos de toda nuestra voluntad a la nues-
tra orden de paciencia con todas las ceremonias acostumbradas’. Y lue-
go le dió con el cuerno de la copia tres golpes en la cabeza”75. Tras la
ceremonia, le refirió Estacio que su lema era: “un paciente cuando es
honrado digo, y sabe cumplir con las obligaciones del lugar en que le
ha puesto su buena dicha, ha de ser ciego, sordo, mudo, manco y cojo
en todas las materias que a su mujer se le pueden ofrecer”76.
Por fin, tras oír a los testigos, Marcela se convence de que debe ser
su marido, pero el farsante Estacio había hecho bien su papel, y una vez
casado se convierte en celoso amenazando con una escopeta a todo
hombre que entrara en su casa: “Y advierto para que tengamos la siesta
en paz, que no llamen más a esta puerta, porque yo no responderé con
otra boca sino con la que la escopeta me prestare”77.
Pero esta novela sirve mejor que ninguna para entender lo que se
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consideraban maridos corteses: “Dos modos hay de maridos corteses y


blandos, uno que de socarrones y demasiadamente letrados en toda be-
llaquería dan lugar y abren paso, como si no lo hicieran a las livianda-
des y deshonestas licencias que se toman sus mujeres; estos tales son
muy costosos, porque quieren a cuenta de su paciencia y en premio de
su cortedad de vista comer el mejor bocado de la plaza, vestir la mejor
seda, pasearse en el coche y en el caballo del que les hace la copla, tener
de ordinario doscientos escudos sobrados, ya para darlos a otra señora

74. El Sagaz Estacio, marido examinado, p. 232.


75. Ibídem, p. 295.
76. Ibídem, p. 296.
77. Ibídem, p. 299.

38 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
Editorial
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dotada de tantas virtudes como su esposa o ya para tentar su fortuna
con el naipe y ver si este juego les dice tan bien como el otro, y el día
que esto falta, no todo sino una pequeña parte dello, granizan sobre el
rostro de su mujer y suelen, sin tener necesidad que le obligue a ello,
hacerse sacamuelas y desarmalla las encías; este perverso género de
compañeros de cama y mesa aborrece nuestra Marcela. Hay otros que
naturalmente son tan inocentes y corderos que todo cuanto ven su casa
juzgan piadosamente, pero estos son tan raros que en cada edad se ha-
llan dos hombres; así le quiere y no se engaña la buena señora”78.
Claro que estos maridos “corderos y sufridores” pueden ser desver-
gonzados y mostrar dosis de ingenio e incluso tener más parsimonia
que los amantes de su mujer. Así, Quiñones de Benavente, en su entre-
més El marido flemático, nos muestra lo que era habitual en la época: un
marido viejo casado con una mujer bastante más joven, a la cual abraza
un individuo en presencia del sufrido esposo, quien no da importancia
al asunto. Sin embargo, la sorpresa está cuando el amante descubre
oculto otro pretendiente, con lo que provoca su enfado y abofetea a la
mujer. Sale en defensa el marido, diciendo: “—Oiga, yo no me quejo y
él se queja”. Y añade únicamente: “—Oiga, no me la dé más en la cara,
que es echarme a perder toda la tienda”. Pero la sorpresa final es que
van saliendo uno tras otro la colección de amantes que la mujer tenía
escondidos, ante la impasibilidad del marido79.
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Tras la reforma tridentina se produjo un afianzamiento del código


de honor que sirvió de inspiración a Lope de Vega —de quien paradó-
jicamente eran notorios sus amores adulterinos— y a Calderón para
crear sus grandes dramones. Si bien en estas obras predominaba el an-
sia de venganza como en Los comendadores de Córdoba de Lope de Vega,
en la que un caballero agraviado, antes de matar a su mujer, exter-
mina a los comendadores y a todas las personas y animales que había en
la casa para no dejar testigos: “Desmayose mi muger, dexela para mas
pena, y discurriendo la casa, mate cuantos huuo en ella. A don Fernan-
do, a doña Ana, dos dueñas, quatro donzellas, pajes, escuderos, moças,

78. El Sagaz Estacio, marido examinado, p. 160.


79. Citado por Deleito y Piñuela, La mala vida (…), pp. 35-36.

39 ELFélix.
Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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lacayos, negros, y negras. Los perros, gatos, y monas, hasta vn papagayo
que era tambien traydor, pues hablaua, y no me dixo mi afrenta”80.
A pesar de todo, no se puede afirmar que toda la literatura áurea
adquiriera tonos tan graves. De ello dan fe las numerosas poesías joco-
sas, novelas y entremeses que prefieren buscar un sentido cómico a las
infidelidades maritales81.
Una de las primeras obras peninsulares que trata el tema del mari-
do consentido la encontramos en el Auto de Inés Pereira de Gil Vicente,
representado por primera vez en 1523 ante el rey portugués João III.
Inés Pereira es una joven que se casa dos veces, más por salir del tedio
de su vida de soltera que por amor. Mientras que el primer marido re-
sulta ser un tirano, por el contrario, el segundo es bastante ingenuo, con
lo que Inés puede dar rienda suelta a sus traiciones con un ermitaño y,
al final, ella le hace cantar al marido cosas como éstas:

INÉS: Bem sabedes, vós, marido,


Quanto vos quero
Sempre fostes percebido
Pera cervo.
Agora vos tomou o demo
Com duas lousas *
PERO: “Pois assi se fazem as cousas” 82.
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* Lousas: corna.

4.1. LOS PARADOXA ENCOMIA

En 1551, un poco antes de la conclusión de la segunda sesión del Conci-


lio de Trento, se publicó, bajo la cuidada edición de Marcolini, la nove-

80. Lope de Vega, Los comendadores de Córdoba, Comedia famosa, fol. 228r.Tomo la cita de la Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes: www.cervantesvirtual.com/servlet/sirveObras/13537064101793617400080/
ima. Néstor Luján también la cita en La vida cotidiana en el Siglo de Oro Español, p. 102.
81. Ignacio Arellano, Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 66.
82. Tomo la cita de A Biblioteca Virtual do Estudente Brasileiro. http://www.bibvirt.futuro.usp.br, p. 24.
E. Asensio, citado por Ignacio Arellano en Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 66, considera efecti-
vamente que es una de las primeras obras con cornudos consentidos en la literatura peninsular.

40 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
Editorial
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la Zucca, que recoge la Lode delle corna de Antón Francesco Doni, fa-
moso músico, editor y bibliógrafo florentino contemporáneo de Pietro
Aretino, de quien fue amigo para posteriormente acabar enemistándo-
se con él. Con el mismo título, In lode delle corna, el también florentino
Antón Francesco Grazzini, llamado el “Lasca”, fundador de la Accade-
mia degli Umidi, dedicó un capítulo al elogio de los cuernos, tema recu-
rrente en la época, igualmente que en la España del siglo XVI. Así, se
atribuye a Gutierre de Cetina una Paradoja en alabanza de los cuernos,
que trata que no solamente no es cosa mala, dañosa ni vergonzosa ser
un hombre cornudo más que los cornudos son buenos y provechosos.
Tras afirmar que “ninguno puede negar que los cuernos sean la cosa
más excelente, más buena, más honrosa y de mayor autoridad de cuan-
tas tienen los hombres acá en el suelo, o a lo menos de aquellas que la
fortuna o la buena diligencia pueden dar a ninguno”83, relata la deman-
da que hicieron los hombres a Júpiter para que tuviesen cuernos, pero
ninguno podía osar “llamarse el día de hoy cornudo sin que su mujer
haya primero dispensado con él”84. Sigue justificando los personajes
mitológicos que tienen cuernos (Amaltea, el toro de Europa, Baco, etc.)
para continuar detallando toda clase de animales más o menos fantásti-
cos, muchos de ellos tomados de los bestiarios medievales, e ir descri-
biendo el uso que hacen los diversos pueblos de los cuernos. Así, por
ejemplo, en “Alemania, entre otras hermosas antigüedades que aún
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duran entre ellos, son tenidos los cuernos en tanta estima, que solos los
príncipes y grandes señores los usan”85.
Aunque también se habla de Venecia, Génova, de los helvecios, etc.
Va narrando el origen, la antigüedad, el uso y la autoridad de los cuer-
nos, para continuar con las virtudes de los cuernos de los animales. Al
final, es inevitable que termine loando los cuernos de las personas: “Se-
pamos: ¿por qué se tiene por afrenta ser un hombre cornudo? ¿Con

83. Gutierre de Cetina, Paradoja. Trata que no solamente no es cosa mala, dañosa ni vergonzosa ser un
hombre cornudo más que los cuernos son buenos y provechosos, Clásicos El Árbol, Madrid, 1981,
pp. 11-12.
84. Ibídem, p. 15.
85. Ibídem, p. 23.

41 ELFélix.
Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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cuánta autoridad reprobamos los cuernos? ¿Qué ley hay escrita que
condena por infame a ninguno cornudo (…) Si las leyes humanas mi-
ramos, veráse que a solas las mujeres castigan; y no se verá que por
adulterio de la mujer quede el marido infamado, ni que deje de ser tan
honrado siendo cornudo, como lo era antes que lo fuese”86. Esto enlaza
con ese culto a la mujer en el juego amoroso —del cual Garcilaso es
uno de los máximos exponentes—, y entronca con los debates entre
moralistas que se dieron en el Renacimiento sobre el ensalzamiento o la
vituperación de la mujer —si bien cabe recordar que, en general, en el
Quinquecento era poca la estima que de la mujer se hacía por parte de
los hombres de su tiempo87.
Siguiendo la línea iniciada por el italiano Francesco Berni (como el
modelo del capitolo burlesco y las paradoxa encomia, o encomios para-
dójicos, en alabanza de seres variopintos, minúsculos o desprestigiados)
a partir de Cetina, la poesía del siglo XVI, sobre todo en el ámbito sevi-
llano, se aleja de la belleza formal del petrarquismo, al tiempo que de-
sarrolla un erotismo que tendrá su influencia en la poesía en tercetos de
Hurtado de Mendoza y Baltasar del Alcázar, además del propio Cetina
en su Paradoja en alabanza de los cuernos88.
La conexión entre los tres autores es evidente, pues junto a la prefe-
rencia por la adoxographic tradition y sus viajes a Italia, conviene recor-
dar la correspondencia epistolar que mantuvieron Cetina y Mendoza,
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sin olvidar el conocimiento directo que este último adquirió de la


poesía antipetrarquista y sus misiones diplomáticas en la Italia del
siglo XVI, lo cual le permitió conocer a los principales intelectuales de
la época89. A su vez, Alcázar siempre mostró un interés especial por la
poesía de Berni, lo mismo que Mendoza90.

86. Gutierre de Cetina, Paradoja (…), p. 39.


87. Manuel Fernández Álvarez, Casadas, monjas, rameras y brujas, p. 127.
88. J. Valentín, Núñez Rivera, Baltasar del Alcázar. Obra poética. Madrid, Cátedra, 2001, pp. 69 y 72. Y
también, Valentín Núñez Rivera, “Tradición retórica y erotismo en los paradoxa enkomia de Hurtado de
Mendoza”, en L. Gómez Canseco, L. Alonso Gallo y P. Zambrano (eds.), El sexo en la Literatura, Huel-
va, Universidad de Huelva, 1997, pp. 99-122.
89. J. Ignacio Díez Fernández, Diego Hurtado de Mendoza. Poesía erótica. pp. 69 y 74.
90. Véase la nota 88.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
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Mendoza, al igual que Cetina, tiene su propio capitoli, En loor del
cuerno91, composición en tercetos, en la que tras argumentar sobre las
ventajas del cuerno con encomios exagerados:
¡Oh necios, si cayesen en la cuenta
de la virtud que el cuerno da a la gente
¡Cómo procurarían tener cincuenta! (n.º 22)
(vv. 37-39)

pasa a hacer elogios, al igual que Cetina, de animales reales y mitológi-


cos, con especial predilección por el unicornio, llegando a similares
conclusiones. Cetina comenta que: “¿Quién hay que no sepa la virtud
maravillosa del cuerno del unicornio? El cual es contra todo género de
ponzoña: tanto que se escribe del que los otros animales no osan a be-
ber del agua hasta que llega el unicornio y suelta primero el cuerno en
el agua, asegurándoles del veneno; que por natural instinto conocen la
virtud del cuerno”92.
Mendoza insiste en ello:
Y los del unicornio, tan nombrados
por quitar de las aguas el veneno
son de todas las gentes estimados;
(vv. 64-66)
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Según Borges, las primeras versiones del unicornio datan del año
400 a. C. debidas al griego Ctesias: “asnos silvestres, de pelaje blanco,
de cabeza purpúrea, de ojos azules, provistos de un agudo cuerno en la
frente, que en la base es blanco, en la punta rojo y en el medio es plena-
mente negro”93.
Mencionado en la Biblia, quizás debido a que los traductores no sa-
bían trasladar del original hebreo, aparece en varias ocasiones. Así, se
cita en Números XXIII, 22: “El Dios que de Egipto lo ha sacado / es

91. Para los poemas de Mendoza (mientras no se diga lo contrario) sigo la edición de Díez Fernández,
Diego Hurtado de Mendoza, Poesía erótica, ya citada anteriormente.
92. Gutierre de Cetina, Paradoja, p. 32.
93. Jorge Luis Borges, El libro de los seres imaginarios, Barcelona, Bruguera, 1985, pp. 195-196.

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Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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para él la fuerza del unicornio”94. Enseguida su mito entró a formar
parte de los Bestiarios medievales. Borges sigue indicando que en el
Physiologus Graecus (antecedente de los Bestiarios) se lee: “Cómo lo
apresan. Le ponen por delante una virgen y salta al regazo de la virgen
y la virgen lo abriga con amor y lo arrebata al palacio de los reyes”95.
Presente en la farmacopea europea de los siglos XVI y XVII, se
recetaba su cuerno como una especie de panacea contra toda clase de
venenos y enfermedades varias. Los Bestiarios medievales eran muy
conocidos en la época de Cetina y Mendoza; de ahí que los citaran en
sus encomios. Cabe destacar que también aparece recogido en las obras
de San Isidoro de Sevilla, Alberto Magno, Hildegarde de Bingen, Co-
varrubias y Quevedo, entre otros.
Todos estos elogios exagerados del mundo animal dan pie a
Mendoza para referirse a los beneficios de los cuernos en el hombre,
objeto real del poema. Y aquí es donde utiliza un lenguaje cargado de
referencias mitológicas, históricas y alusiones metafóricas relacionadas
con los cuernos para justificar el lode delle corna.
Para Vicente Reynal los vocablos eróticos se pueden clasificar en:
a) los que designan abiertamente las acciones y objetos sexuales;
b) los que tienen una intención erótica distinta de una primera lectu-
ra inocente; c) los que, sin un claro significado sexual denotativo, lo
adquieren connotativamente por influencia del contexto96. Y, a su
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vez, Díez Fernández al estudiar la obra de Hurtado de Mendoza es-


tablece tres grados en la designación del objeto erótico que se pueden
aplicar también a cualquier lenguaje erótico: 1) Equívoco o dilogía,
que juega con la ambigüedad o doble lectura de un mismo enuncia-
do. 2) La alusión, en la que se evoca una cosa sin decirla, sin ambi-
güedades, pero que juega con los referentes culturales del lector, bien
por medios de énfasis o de perífrasis. 3) La denotación o designa-
ción directa, sin rodeos, sin ornatus obscuro, que lo que persigue es

94. Números, Sagrada Biblia, Cáp. 23, v. 22, p. 186. Sigo la edición citada en la nota 1.
95. El libro de los seres imaginarios, p. 196.
96. Vicente Reynal: El lenguaje erótico medieval a través del Arcipreste de Hita, Madrid, Playor,
1988, p. 43.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
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dejar fulminado al lector por la sorpresa que produce la osadía
del escritor97.
De la riqueza de los equívocos, por ejemplo, en Mendoza cabe citar los
versos 76-78 en el que el topónimo Cornualles da lugar a un doble sentido:
Los cuernos dan la fuerza en la batalla:
por él vemos que es tan conocido
el rey llamado Mais de Cornualla.

Ahora bien, se aclara en la nota que sigue a la digresión de Claude


Allaigre en su edición de La lozana andaluza. Y así, tanto Ignacio Díez
Fernández como Claude Allaigre indican que “unicornio, a pesar de la
restricción que indica el prefijo singularizador, connota la familia ‘épi-
ca’ en procedencia de Cornualle, la patria de los cornudos, ingenuos o
de profesión”. Se sigue citando el mamotreto XIV de la Lozana: “Y el
necio de su marido que la dejo venir sola a la tierra de Cornualla”. A su
vez, en la Carajicomedia se dice de una mujer de mala fama, Contre-
ras, que está casada con un capitán de Cornualla98.
Claramente destinado a lectores masculinos, el poema concluye
con el tema de la infidelidad femenina, dando a entender que es impo-
sible de controlar: “que cornudo ha de ser mientras viviere” (v. 181).
Pero parece ser que no todo el mundo está de acuerdo con tal ase-
veración, pues ya en el propio poema hay quien asegura que nunca fue
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cornudo (vv. 94-114), llegando a afirmar:

Está de mi persona satisfecha


y yo lo estoy también, aunque es muy fea,
porque la tengo a mi voluntad hecha.
(vv. 112-114)

97. “Equívoco, alusión y denotación en la poesía burlesca de Don Diego Hurtado de Mendoza”, en
Eros literario, pp. 67-75; y también del mismo autor, véase su edición de Diego Hurtado de Mendoza,
Poesía Erótica, Archidona (Málaga), Aljibe, 1995, pp. 59-66.
98. Diego Hurtado de Mendoza. Poesía erótica, p. 186, y Francisco Delicado, La lozana andaluza, edi-
ción al cuidado de Claude Allaigre, Madrid, Cátedra, 2000, p. 31 y p. 229, respectivamente. La cita de La
Carajicomedia es la de la edición de Álvaro Alonso, Archidona (Málaga), Ediciones Aljibe, 1995, copla
63, p. 78. Frecuente en la época, el chiste cuernos-Cornualla juega con la semejanza fonética. Álvaro
Alonso afirma que ya se encontraba en Rodrigo de Reynosa. Véase la obra citada, p. 15.

45 ELFélix.
Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Al final del poema, para demostrar el tópico de la lujuria femenina
o, lo que es lo mismo, la imposibilidad de que no existan hombres cor-
nudos, acude a un conocido cuentecillo: el del anillo de Hans Clavel,
fábula popular muy conocida de la época. Hurtado de Mendoza, al
igual que Alcázar, lo conocen por Ariosto. De hecho, el propio Mendo-
za lo cita en el verso 122-123:

Ariosto dice de él que es trabajoso,


el cual es excelente autor moderno.

Pues bien, tal y como refieren Díez Fernández en su edición de


Mendoza y Núñez Rivera en la suya de Baltasar del Alcázar99, ambos
autores áureos toman la cita a partir del verso 298 de su Sátira V (“Fu
già un pittor, Galasso era di nome”). Sin embargo, Núñez Rivera mati-
za que la cita en realidad procede no de Ariosto, sino de la Facetia 133
de Poggio Bracciolini, en la que el artista realiza un retablo en el que
tiene que pintar un demonio. Ante el trabajo bien hecho, el diablo se le
aparece en sueños a lo que aprovecha el pintor para pedirle algún truco
con el que impedir que su mujer le deshonrase. Inmediatamente le da
un anillo que debe llevar siempre en el dedo. El problema es que cuan-
do despierta descubre que:
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Y halló la mano puesta en la natura


de su mujer y dentro el dedo todo
y allí conoció claro su locura.
(vv. 175-177)

Con eso viene a demostrar que no hay mujer fiel y que todos
los hombres casados son cornudos. Por consiguiente, concluye el
poema:

y dijo: “Si no estando de este modo


se lo puede hacer cuando quisiere

99. J. Díez Fernández, Diego Hurtado de Mendoza, Poesía erótica, nota 143, p. 188, y también p. 41. De
Valentín Núñez Rivera, véase Baltasar del Alcázar. Obra poética, pp. 105-106.

46 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
Editorial
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el que es celoso póngase de lodo,
que cornudo ha de ser mientras viviere”.
(vv. 178-181)

Al igual que ocurría con Cetina, la conexión entre Alcázar y Men-


doza es evidente, pues parte de una fábula muy conocida que les llega a
través de las lecturas de Ariosto. De las dos veces que Alcázar cita el
cuentecillo (75, vv. 1-12; 191, vv. 13-16) no cuenta en ninguno de los dos
casos la procedencia. En la edición de Núñez Rivera del poema 191, Si
vuestra mujer no es casta, se concluye con el relato:

Pero el remedio solemne


que el demonio dio al pintor
es de todos el mejor,
y el que, compadre os conviene100.
(vv. 13-16)

Por el contrario, en el poema 75, Otra [epístola] a su hermano, de


Baltasar del Alcázar se dice:

que aquel pintor de su mujer celoso,


de quien en una sátira recita
el claro autor de Orlando furioso:
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non gli potea dipinger senza aita


di Mercurio più bel 101.
(vv. 4-8)

Si hasta ahora estos capitoli corresponden al siglo XVI, Quevedo en


1622 escribe su propio encomio: Carta de un cornudo a otro, intitula-
da el siglo del cuerno. En apenas cinco páginas un nuevo cornudo
anima a otro, un supuesto interlocutor, porque “anda escondiéndose,
como afrentado de serlo”. A continuación afirma que hay que tratarle

100. Sigo para los poemas de Baltasar de Alcázar su edición ya citada: Baltasar del Alcázar. Obra
poética.
101. “No se podría pintar más bello sin ayuda de Mercurio”. Núñez, en la nota a los versos 7-8, p. 276
de la edición citada, traduce la cita y explica que los versos son invención de Alcázar, no de Ariosto.

47 ELFélix.
Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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como “a oficio, se les señale cuartel aparte y calle, y como hay lencería y
judería haya cornudería; no sé si se hallará sitio capaz para todos. Di-
choso vuesa merced, que es cornudo sólo en ese lugar, donde es fuerza
que todos acudan; y no aquí, que nos quitamos la ganancia los unos a
los otros, tanto que si no se hace saca de cornudos para otra parte, se ha
de perder el lugar. ¿Cómo piensa que está recibido esto del cornudar?
Pues ya se hace inquisición, para casarse uno, que después de darle el
dote se obliga a hacelle cornudo dentro de tanto tiempo; y el marido es-
coge el género de gente con quien mejor le está, extranjeros, seglares o
eclesiásticos. Y ha de llegar tiempo en que ha de ararse en España con
maridos, y se ha de llamar yunta los desposados, y vacadas los barrios
(…). Antes cuando en una provincia había dos cornudos se hundía el
mundo, y ahora, señor, no hay hombre bajo que no se meta a cornudo,
que es vergüenza que lo sea ningún hombre de bien (…); por lo menos
no había de poder ser cornudo ninguno que no tuviera su carta de exa-
men, aprobada por los protocornudos y amurcones generales”102. Hay
que recordar que esas academias de cornudos también aparecían en El
sagaz Estacio103. Y el propio Quevedo, en la Prematica del tiempo, llega a
la misma conclusión: “Otrosí, sabiendo que esto de cornudo se va ha-
ciendo honra y granjería, y por no saberlo ser muchos de los que lo son,
resultan grandes daños e inconvenientes en la república, por tanto or-
denamos que se haga oficio, y que nadie sea admitido a él sin examen y
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aprobación, aunque sea comisario o platicante”104.


A diferencia de los autores del siglo XVI (Cetina, Mendoza, Alcá-
zar) que imitan a Berni, Quevedo, que no sigue la adoxographic tradi-
tion de los autores del área sevillana, prefiere no hacer una relación de
animales mitológicos y figuras históricas para justificar o llegar hasta el
último cornudo: el hombre. Sobre el tópico de la lujuria femenina, mas
que intentar afirmar que todos los hombres son cornudos como hace
Mendoza, le sirve para justificar la esencia del cornudo como un acto

102. Quevedo, “Carta de un cornudo a otro, intitulado el siglo del cuerno” en Obras satíricas y festivas,
Madrid, Espasa-Calpe, 1965, pp. 114-118.
103. Véase la nota 75.
104. Quevedo “Premática del tiempo”, en Obras satíricas y festivas, pp. 67 y 68.

48 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
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de caridad cristiana: “tenemos razón para ser cornudos: porque si la
mujer es buena, comunicarla con los prójimos es caridad; y si es mala,
es alivio propio”105. Composiciones similares a los encomia se pueden
encontrar también en los consuelos de cornudos a otros (véase, infra,
Cáp. 4.4), con la misma fórmula de Cetina o de Mendoza, ya vistas, de
la descripción de toda clase de seres con cuernos hasta llegar al hombre.

4.2. EL ADULTERIO FEMENINO

Frecuente en los siglos XVI y XVII es el tema de las malcasadas o malma-


ridadas que dio lugar a una copiosa literatura. Pero también buena par-
te de la literatura áurea se dedicó a reflejar los deslices femeninos tanto
desde un punto de vista jocoso, satírico, erótico o burlesco —como es el
caso de la poesía— frente al carácter severo o sanguinario que nos
muestra el tan manido honor calderoniano o lopesco.
Estamos en una época en la que impera la hipocresía social, pues si
bien las mujeres se encuentran recluidas en las casas sometidas a la auto-
ridad masculina y obligadas a casarse en contra de su voluntad, no es me-
nos cierto que muchas de las mujeres solteras llevan una vida disoluta.
Dada la importancia que tenía la honra, surgieron matrimonios
forzados en los que el hombre se casaba con supuestas vírgenes —aun-
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que luego no eran tales— gracias a las buenas mañas de las alcahuetas y
remendadoras de virgos. Se llegaba a vender los virgos por documento
notarial. Lo relata Piñeyro de esta manera: “Tales escrituras, que hacen
las madres sobre la honra de los hijas, me afirmaron ser cosa corriente
en Castilla, porque de otro modo fácilmente comprometen a un hom-
bre; y como ellas prueben que gozaban de reputación de doncellas y es-
taban para casar, condenan en casamiento o a dotar en dos o tres mil
ducados a cualquiera pícara, que a veces son las bellacas más desver-
gonzadas, que con dos rufianes por testigos prueban su buena reputa-
ción, y luego meten en prisión y echan por puertas al mejor”106.

105. Carta de un cornudo a otro, p. 117.


106. Citado por Deleito y Piñuela, La mala vida, p. 30.

49 ELFélix.
Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Ante el buen negocio que suponía ser doncella, muchas supuestas
vírgenes ofrecían la venta de su doncellez el mismo día de la boda, tal y
como lo refleja Góngora:

Donzella hallarás
que ya ha sido suegra,
y con todo aquesso
quiere ser donzella;
casada ay que libra
en sí misma letras
para el mismo día
que a casar la llevan107.

Ante las numerosas reclamaciones que existían sobre honras y vir-


gos perdidos y sobre supuestos hijos extraconyugales (la pena era de ga-
leras o multas de grandes sumas de dinero), no es de extrañar que los
galanes de la época prefirieran seducir a casadas antes que a solteras, lo
que las hizo estar muy solicitadas, con lo que conllevaba, por tanto, de
infidelidad conyugal108.
Por tanto, entre las doncellas que se compraban como tales y los ma-
trimonios de conveniencia, no es difícil imaginar que igual que se podía
hablar de malmaridas también hubiera numerosos hombres malcasados o
mal maridados, lo que dio lugar a “numerosos sonetos o romances que
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107. Antonio Carreira, Luis de Góngora y Argote. Romances, Barcelona, Quaderns Crema, 1998, p. 471.
A su vez, Quiñones de Benavente, en su entremés Los pareceres, viene a decir:

PETRONILA. Los que quieren casarse, se parecen,


al que compra melones, que la venta
es a carga cerrada, buena o mala.
LICENCIADO. Y algunos llevan el melón con cala. (Citado por Deleito y Piñuela en La
mala vida, p. 31.)

108. Juan Eslava Galán, Historia secreta del sexo en España, pp. 199-200. No debería ser frecuente en-
contrar en la época vírgenes, pues Quevedo cree que:

Solían usarse doncellas:


cuéntanlo así mis agüelos;
debiéronse de gastar,
por ser muy pocas, muy presto.
(vv. 117-120), Blecua, Quevedo II, n.º 697, p. 308.

50 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
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Ante el buen negocio que suponía ser doncella, muchas supuestas
vírgenes ofrecían la venta de su doncellez el mismo día de la boda, tal y
como lo refleja Góngora:

Donzella hallarás
que ya ha sido suegra,
y con todo aquesso
quiere ser donzella;
casada ay que libra
en sí misma letras
para el mismo día
que a casar la llevan107.

Ante las numerosas reclamaciones que existían sobre honras y vir-


gos perdidos y sobre supuestos hijos extraconyugales (la pena era de ga-
leras o multas de grandes sumas de dinero), no es de extrañar que los
galanes de la época prefirieran seducir a casadas antes que a solteras, lo
que las hizo estar muy solicitadas, con lo que conllevaba, por tanto, de
infidelidad conyugal108.
Por tanto, entre las doncellas que se compraban como tales y los ma-
trimonios de conveniencia, no es difícil imaginar que igual que se podía
hablar de malmaridas también hubiera numerosos hombres malcasados o
mal maridados, lo que dio lugar a “numerosos sonetos o romances que
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107. Antonio Carreira, Luis de Góngora y Argote. Romances, Barcelona, Quaderns Crema, 1998, p. 471.
A su vez, Quiñones de Benavente, en su entremés Los pareceres, viene a decir:

PETRONILA. Los que quieren casarse, se parecen,


al que compra melones, que la venta
es a carga cerrada, buena o mala.
LICENCIADO. Y algunos llevan el melón con cala. (Citado por Deleito y Piñuela en La
mala vida, p. 31.)

108. Juan Eslava Galán, Historia secreta del sexo en España, pp. 199-200. No debería ser frecuente en-
contrar en la época vírgenes, pues Quevedo cree que:

Solían usarse doncellas:


cuéntanlo así mis agüelos;
debiéronse de gastar,
por ser muy pocas, muy presto.
(vv. 117-120), Blecua, Quevedo II, n.º 697, p. 308.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
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describen casamientos ridículos donde el matrimonio se degrada grotes-
camente por medio de la caricatura de los contrayentes y las asociacio-
nes con motivos lupanarios, enfermedades venéreas o los cuernos”109.
Y aunque ya vimos que no se castigaba igual el adulterio masculino
que el femenino, sí que se consideraba para la época el adulterio como
el pecado más grave contra el sexto mandamiento. Luisa López Grige-
ra lo explica refiriéndose a la poesía de Quevedo, pero se pueden extra-
polar sus palabras para todo el subgénero: “Según los tratadistas de la
época, el pecado más grave contra el sexto mandamiento era el adulte-
rio. Pues ese pecado gravísimo será casi el centro de la poesía satírica de
nuestro autor. No la sátira del matrimonio ni de la mujer, sino la sátira
de los malos casados que transgreden las leyes de lo legítimo, la sáti-
ra tanto de la adúltera como la del marido consentido”110.
También los desengaños o rechazos amorosos pueden conducir a ma-
trimonios por despecho, con lo que se verá afectada la calidad del mismo:
Desposástesos, señora,
sólo por de mí os quitar:
casaréys y habréis pesar111.

109. Ignacio Arellano, Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 65.


110. Luisa López Grigera, “Amores legítimos e ilegítimos en la poesía de Quevedo”, en A. Redondo
(ed.), Amours légitimes, amours illégitimes en Espagne (XVIè-XVIIè siècles), pp. 373-374.
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111. Recogido por Margit Frenk, Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII),

Volumen 1, México D. F., Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, El Colegio de México, Fondo de Cultu-
ra Económica, 2003, n.º 670, p. 460. Según la autora, el poema lo toma del Cancionero de Uppsala. En
adelante, lo citaré como Nuevo Corpus, vol. I o vol. II, según corresponda.
Célebre también es el poema de Cristóbal de Castillejo A una que estando mal con su amigo se casó
con un barbero:
¡Hi de puta, qué señal
de querer quitar baraja!
Estando conmigo mal,
señora, pesar de tal,
¿echáis mano a la navaja?
Bastaba para una mora
los regalos y sainetes,
no dármelos ya, señora,
sin que me queráis agora
trasquilar a panderetes.

(Recogido por Arellano, Roncero {eds.} en Poesía satírica y burlesca de los Siglos de Oro,
p. 60. En la nota 24 aclaran que trasquilar a panderetes representa la traición, por alusión a la
boda con el barbero.)

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Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
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Igualmente, la presunción puede llevar implícito un cierto riesgo
de adulterio:

Alabásteysos, cavallero,
gentilhombre aragonés:
no os alabaréys otra vez.

Alabásteysos en Sevilla
que teníades linda amiga.
Gentilhombre aragonés,
no os alabaréys otra vez112.

En una época marcada por los contrastes se alterna la adoración ex-


cesiva hacia la mujer (los trovadores se podían enamorar de oídas, re-
cuérdese) junto con la más feroz misoginia. Por ejemplo, Margit Frenk
recoge algunas coplas refranescas en las que la misoginia conlleva un
rechazo del matrimonio. Así:

Quien quisiere muger hermosa,


el sábado la escoja,
que no el domingo en la boda113.
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Pero esta visión negativa de la mujer, para Quevedo, por citar un


autor conocido, va a desencadenar en un rechazo tajante del matrimo-
nio114. Famoso es el poema en tercetos Riesgo del matrimonio en los rui-
nes casados en los que prefiere:

Antes para mi entierro venga el cura


que para desposarme; antes me velen
por vecino a la muerte y sepoltura;

112. Margit Frenk, Nuevo Corpus, Vol. I, p. 459, n.º 669.


113. Margit Frenk, Nuevo Corpus, Vol. II, Ms. 2044, p. 1476.
114. Ignacio Arellano, Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 63. Véase también Néstor Luján, La vida
cotidiana en el Siglo de Oro Español, pp. 99-100.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
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antes con mil esposas me encarcelen
que aquessa tome; y antes que “Sí” diga,
la lengua y las palabras se me yelen115.
(vv. 25-30)

Blecua en una larga explicación del poema toma una cita de Gon-
zález de Salas sobre el origen del poema, inspirado en la sátira VI de
Juvenal: “(…) sigue el mismo dictamen de Juvenal en la expresión afec-
tada de los vicios propios que, quiere persuadir, las mujeres pade-
cen”116.
En fin, son innumerables los poemas que Quevedo escribe
contra el matrimonio, ya sea por el Hastío que padece un casado al
tercer día:

Esto de ser marido un año arreo,


aun a los azacanes empalaga:
todo lo cotidiano es mucho y feo117.
(vv. 9-11)

o ya sea porque casi ve más fastidioso tener que aguantar a los parientes
(suegra, cuñados, etc.) de la mujer más que a ella misma:
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Diez años en su suegra estuvo preso,


a doncella, y sin sueldo, condenado;
padeció so el poder de su cuñado;

115. Para los poemas de Quevedo sigo la edición de José Manuel Blecua, Francisco de Quevedo, Obra
poética, Madrid, Castalia, 1970-1971. En este caso la cita es del volumen II, n.º 639, p. 113.
116. Ibídem, p. 124.
117. Blecua, Quevedo II, n.º 517, pp. 7-8. Sobre la añoranza de la vida de soltero, Margit Frenk también
recoge esta otra composición tomada del vocabulario de Correas:

Kasarte as i gozarás
de los tres meses primeros,
i después desearás
la vida de los solteros.
(Margit Frenk, Nuevo Corpus, vol. II, n.º 2035, p. 1469).

53 ELFélix.
Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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[… ]
fue mártir, porque fue casado y pobre;
hizo un milagro, y fue no ser cornudo118 .
(vv. 5-8; 13-14)

Sin embargo, a pesar de las condenas de Quevedo al matrimonio,


no dejan de celebrarse bodas por imposición, por conveniencia, por
interés o por cualquier otra causa, lo que degenera en casamientos ri-
dículos y degradados por la calidad de los contrayentes suponiendo
un riesgo evidente de adulterio y de infidelidad conyugal119.

118. Blecua, Quevedo II, n.º 612, p. 65.


119. Blecua recoge en su Casamiento ridículo (518) cómo tratan de casar a Dorotea, vieja, fea, des-
dentada, con Jorge, pastelero extranjero, lo que desembocará en “tiesto de cuernos” (vv. 1-4; 11).
“Ella es verdad que es vieja, pero fea; / docta en endurecer pelo y sombrero; / faltó el ajuar, y no sobró
dinero, / más trújole tres dientes de librea. / Porque Jorge después no se alborote / y tabique ventanas
y desvanes, / hecho tiesto de cuernos el cogote” (vv. 5-11, Quevedo, II, p. 8.) Otro caso similar es el ro-
mance de la Boda de negros, en el que:

Negra es la ventura
de aquel casado
cuya novia es negra
y el dote es blanco
(vv. 85-88, Quevedo, II, n.º 698, pp. 321-323).
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En el 574, Blecua recoge la Boda de matadores y mataduras; esto es un boticario con la hija de un
albéitar:

Supe que era una boda entretejida


de albéitar y botica, en que la hueste
de Hipócrates, unánime y conteste,
“¡Calavera!” por “¡Himen!” apellida.
(vv. 5-8, Quevedo, II, n.º 574, p. 42).

Y curiosa es la boda del n.º 594, entre la Linterna y el Tintero que: “llenaron esta boda de zancajos”
(v. 14, Quevedo II, p. 55).
Hay algunos que ya van predispuestos a ser cornudos, como le pasa A un hombre llamado Diego, que
casaron con una mala mujer llamada Juana: “Y es el bueno de Diego tan buen hombre, / que, con tantos
agüeros, no ha notado / cómo le casan para ser cornudo” (vv. 12-14, Quevedo, II, n.º 615, p. 68). Incluso
hay bodas que ya de por sí son chistosas como la de Epitalamio en las bodas de una vejísima viuda, con
cien ducados de dote, y un beodo soldadísimo de Flandes, con calva original: “unión de enigma y casa-
miento en chiste, / que desmintiendo siglos, se acomoda / a parecerte boda” (vv. 6-8, Quevedo II,
n.º 625, pp. 93-97).
Jacinto Alonso Maluenda, seguidor de Quevedo, tiene también, por ejemplo, la boda grotesca que se
ridiculiza en el Epitalamio a las bodas de un tuerto y una tuerta.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
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4.3. LOS CORNUDOS IGNORANTES

En el Siglo de Oro el adulterio es consustancial con la institución del


matrimonio sin el cual no podría existir, aunque Camilo José Cela nos
matiza que “en todas esas civilizaciones monoándricas, además, el
adulterio es una de las fuentes principales de burlas y bromas y en mu-
chas de ellas la vejación moral del adulterio conocido de la esposa ha
llevado a venganzas y castigos extralegales, ejecutados por el varón in-
juriado y muchas veces con la tolerancia de la ley”120.
Los maridos a los que su mujer les ha faltado a la fidelidad conyu-
gal son conocidos popularmente como cornudos. Pero en rigor habría
que distinguir dos clases:

A) Los que lo ignoran o son engañados, bien porque no tienen


conocimiento de ello o porque son engañados sin quererlo
realmente.
B) Los consentidos, mansos, buenos cabrones, cornudos stricto sen-
su, etc., y otras tantas denominaciones parecidas que tanto han
aportado a la literatura.

En puridad, se ha preferido la acepción de cornudo para indicar al


marido que no solamente conoce el adulterio de su mujer, sino que in-
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cluso lo consiente y, en numerosas ocasiones, saca provecho sustancioso


de ello.
Sobre este respecto, Cela encuentra testimonios que prueban su an-
tigüedad en los Fueros medievales: el de Zorita de los Canes de 1180, el
de Cuenca de 1189 y el de Madrid de 1202. Sigue citando a Covarrubias
y su Tesoro, de quien toma la siguiente cita: Esto puede ser de dos mane-
ras: la una quando el marido está inorante dello y no da ocasión ni lugar a

120. Camilo José Cela, Diccionario del erotismo, Barcelona, Grijalbo, 1988, vol. 1, p. 18. En su acepción
adulterio viene a recoger una especie de historia del adulterio en la que la mujer que es infiel al mari-
do es sometida a castigos más severos, ya que atentan contra el “derecho de propiedad lesionado,
generalmente del esposo, aunque alguna vez mutuo, y la consideración de la mujer como parte más
culpable, viene ligada a las posibles consecuencias generativas de su acto (…)”, p. 18.

55 ELFélix.
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erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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que pueda ser; y por este tal se dixo que el cornudo es el postrero que lo sabe,
y compárese al ciervo, que no embargante tenga cuernos, no se dexa tratar
ni domesticar. La cita continúa refiriéndose a la posible etimología del
cuerno: del Levítico (en la Biblia), de Ovidio, de origen arábigo, he-
breo, de la mitología griega (del mito del ayuntamiento de Penélope,
mujer de Ulises, con Mercurio, del cual nació Pan con cuernos) para
concluir que cabrón y cornudo vienen a ser lo mismo.
Y al final, Cela termina citando al Diccionario de Autoridades
(aunque no indica de qué edición se trata, se corresponde con la de
1729): Metaphoricamente se le dá este nombre al marido à quien su mu-
ger ofende, bien que lo ignóre, ò lo consienta. Lat. Curúca, ae.
RECOP.lib. 8. tit. 10.1.2. Qualquier que a otro denostare, y le dixere gafo
ò sodomético, ò cornúdo, ò traidor, ò herege, ò à muger que tenga marido
puta, ò otros denuestos semejantes, desdigalo ante el Alcalde. QUEV. Or-
land. Cant. I:

Ser Maestro de Carlos pretendía;


Pero por ser cornúdo hasta los codos,
Su testa ángulos corvos esgrimía,
Teniendo las vacadas por apódos.

El cornudo —continúa la cita— es el postrero que lo sabe. Phrase


proverbial, que se dice regularmente por aquel que ignora, y á quien ocul-
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tan lo que le importa saber para precaver el daño que le amenaza: à seme-
janza del marido que no consiente la ofensa de su mugér, y que la ignóra,
siempre procuran precaverle y guardarle de que llegue a su noticia: y así ò
no lo sabe nunca, ò si lo sabe es mui tarde. Lat. Postremus is qui patitur,
agnoscit probrum121.
La diferencia entre ser un marido a quien “siempre procuran pre-
caverle” de un “postrero que lo sabe” es importante, porque, en el pri-
mer caso, la ley lo amparaba para dar muerte a los amantes (véase,

121. Camilo José Cela, Diccionario de erotismo, pp. 327-329. En términos parecidos se pronuncia so-
bre cabrón, del que “cabría admitir que puede serse cabrón aun sin consentimiento” (p. 181), aunque
nuevamente lo matiza con el Diccionario de Autoridades: “Metaphoricamente el que sabe el adulterio de
su muger y le tolera o solicita” (p. 183).

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Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
Editorial
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supra, capítulo 3.2), mientras que en el segundo podía él mismo ser con-
denado por consentido a vergüenza pública o galeras.
La ignorancia no solo implica desconocimiento, sino que además
tiene que haber un animus secreti, un ocultamiento explícito de la con-
dición de cornudo, bien por la propia mujer, bien por cualquier otra
persona (familiares, amigos, etc.) llegando incluso a saberlo todo el
mundo menos el propio interesado.
Sobre este respecto, Pedro Méndez de Loyola incluyó esta compo-
sición en Liras:

Para éstas yo, musas, os combido


que no lo ha de saber v [uest]ro marido;
poned el cuerno a Apolo, que os prometo
trataros de secreto,
que e ser cornudo y no saberlo Apolo
ni el primero será ni será solo122.

Si la mujer oculta al marido que tiene amantes es porque él no con-


siente el adulterio de su esposa; es obvio, por lo tanto, sacar esa conclu-
sión. Pero claro, el amante, por otra parte, tiene que mantener oculto su
condición de amante. Se pide de él que sea secreto, solo, solícito y sabio; es
decir, que cumpla las cuatro eses que se decía que deberían tener los
enamorados, tal y como se recoge en un libro italiano de 1536 titulado
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Opera nova in la quale contiene le dieci tavoli dei proverbi en el que se


dice “Quatro eses vuol amor: Savio, Solo, Sollicito, Secreto”123.

122. Lo cita Díez Fernández en La poesía erótica de los Siglos de Oro, p. 131, nota 308, quien a su vez lo
recoge de Kenneth Brown, “El cancionero erótico de Pedro Méndez de Loyola, parte segunda de Ga-
briel del Corral: sus contertulios y un Ms. poético de academia inédito” Castilla, 11 (1986), p. 73.
Cela, a su vez, en su Diccionario del erotismo, vol. I, pp. 342-343, también recoge de Rodrigo de Reyno-
sa las Coplas de las Comadres:

[…] comadre, oid lo que digo:


si a nuestros maridos viesen
los cuernos, y les naciesen,
de lo que dirían me río.

123. Citado por Néstor Luján, en La vida cotidiana (…), pp. 104-105. El tema de las cuatro eses dio mu-
cho juego en el Siglo de Oro, utilizándolo desde Lope de Vega, Guillén de Castro, Calderón, Barahona

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Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Cabe pensar que no siempre los amantes pueden guardar su secre-
to ni ser tan solícitos como se espera de ellos, bien por las circunstancias
adversas o bien por cualquier otro motivo. Y también cabe deducir que
no siempre el marido vive en una especie de inopia, totalmente ajeno a
todo lo que hace su esposa. Por lo tanto, para que el engaño sea perfec-
to, no basta con intentar actuar a escondidas, sino que hay que contar
con la complicidad del propio marido; es decir, que si el marido sigue
en su ignorancia es porque cree y confía en su mujer. La credulidad del
marido es igualmente una condición indispensable para caer en el
engaño.
El tema de la credibilidad ha sido tratado por Cervantes en El celo-
so extremeño, en donde un viejo celoso, Carrizales, encierra a su mujer,
Leonora, para evitar todo contacto con cualquier tipo de hombres. Pero
ésta consigue penetrar en la casa-prisión (que al final será la tumba del
marido) a Loaysa —si bien al final no logrará consumar el adulterio—,
y a su vez mantiene un mutismo a la hora de desengañar al marido mori-
bundo, con lo que de alguna manera supone de fracaso de los dos pro-
tagonistas. Para Marie-Blanche Requejo, “al desconocer hasta el final
el porqué de su aparente deshonra, Carrizales experimenta un castigo
mayor, ya que después de contemplar las consecuencias de la presencia
de Loaysa en su casa, se enfrenta con el desmayo de Leonora (…). La
no consumación del adulterio y la interrogación del narrador confieren
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al personaje una fuerte subjetividad, a raíz de lo cual, la burla como tal


se desvanece”. Aunque, realmente, “la tiranía de Carrizales —continúa
afirmando Requejo— y su condición celosa han permanecido intactas.

de Soto, etc. Significativa es la cita que toma Luján de la jornada primera de La adversa fortuna de Ber-
narda la Camarera, en la que pone en boca de Violante:

Dijo una sabia mujer


que en el marido ha de haber
cuatro ces, si bien me acuerdo
casero, callado y cuerdo
y continente ha de ser.
Y en el amante perfeto
Que a su dama no hace agravio,
Cuatro eses, que es secreto,
solo, solícito y sabio.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
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El engaño que padece se debe en realidad a que se revela incapaz de
creer a su esposa, aun cuando ésta fuera capaz de hablarle”124.
De hecho, el marido se derrumbará ante la introducción de Loaysa
en la casa, reconociendo él mismo que “mas como no se puede prevenir
con diligencia humana el castigo que la voluntad divina quiere dar a
los que en ella no ponen del todo en todo sus deseos y esperanzas, no es
mucho que yo quede defraudado en las mías, y que yo mismo haya sido
el fabricador del veneno que me va quitando la vida”125 .
Cervantes seguía en parte la tradición de los novellieri y, en espe-
cial, el Decamerón, en donde se contraponen los celos de un viejo126 as-
tuto con la juventud y simpleza de una joven sometida a un régimen de
esclavitud, aunque lo que persigue, en realidad, es una disputa entre
dos seres malévolos, casi iguales: el marido celoso y el virote Loaysa, y

124. Marie-Blanche Requejo Carrió, “Burladores y burlados en el Celoso extremeño, el personaje en-
tre tradición y invención”, en Tiempo de burlas, p. 87. Véase también la nota 14 con el comentario de
Edwin Williamson: “Tendría que creer lo que le cuenta su mujer; es decir, tendría que demostrar un
grado de confianza en la buena fe de otra persona que sería inverosímil para un personaje de condi-
ción tan extremadamente celosa. Esta solución hubiera sido radicalmente inconsistente con la psico-
logía de Carrizales.”
125. Miguel de Cervantes, El celoso extremeño, en Novelas ejemplares, Jorge García López (ed.), Bar-
celona, Crítica, 2001, p. 366.
126. Uno de los temas que más juego da es el del matrimonio desigual como el de un viejo con una jo-
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ven. A este respecto es clásico el poema de Horozco en el que:

(…) tener niña por esposo


un viejo tan gargajoso

impide que el abuelo pueda estar a la altura de las circunstancias:

No tenéis diente ni muela (…)


Ya ni bastarán piñones
ni güevos frescos asados,
pues que tenéis los bolsones
el reclamo y compañones
como fuelles arrugados.

Y pues no podréis cumplir


con ella tan a menudo,
está çierto sin mentir
que ya no podréis huir
ni escapar de ser cornudo (…)
{Sebastián de Horozco, Cancionero, Jack Weiner, Herbert Lang
(eds.), Frankfurt, 1975, n.º 8, p. 50}.

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por tanto, castigar al marido y redimir a la mujer. Cervantes trata de
manera distinta el concepto de honor que se representaba en los dra-
mas de su época. Considera agraviado al marido, pero la culpa de la
mujer se confunde con el error psicológico del marido127.
Sin embargo, si hay maridos que parten de un error inicial, otros,
por el contrario, son ellos mismos los que piden caer en ese error por-
que así piensan que verán fortalecido su amor, cuando en realidad se
puede producir el efecto contrario de lo que pretenden. Esta Letra anó-
nima incide en ello:

Es de hombre de poco preçio


pedir çelos a menudo,
y así no é visto cornudo
sin tener parte de neçio.
Mejor es darles anchura,
que ellas miran por su fama,
y no despertar la dama
de lo que está más segura128.

Los compiladores del PESO, en su número 93, recogen una letrilla


atribuida inicialmente a Góngora, pero que ellos prefieren mantenerla
como anónima:
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[…] La dama que llama el paje


dejó en la cama a su esposo
y le halló, de celoso,
más helado que el potaje;
si ella dijo era mensaje
de su madre, y él creyóla,
mamóla.

127. Véase Marie-Blanche Requejo Carrió, “Burladores y burlados en El celoso extremeño (…), en
Tiempo de burlas, pp. 77-89, y también Ángel Luis Molina Molina, Mujeres públicas, mujeres secretas,
pp. 183-184, que sigue las ideas de Américo Castro para interpretar El celoso extremeño.
128. Tomo la cita de Poemas (Cartapacio de Francisco Morán de la Estrella), Ms. 2803 de la Biblioteca
Real de Madrid, pról. Maxime Chevalier, ed. Ralph A. DiFranco, José J. Labrador, Madrid, Patrimonio
Nacional, 1989, p. 221.

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la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
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Si abierta la puerta tiene
todo el año la casada,
no es bien la halle cerrada
el marido cuando viene;
y si en abrir se detiene
y piensa que estaba sola,
mamóla129 .
(vv. 15-28)

En algunas ocasiones el cornudo puede adquirir su condición por


nacimiento, tal y como dice Quevedo en el poema A uno que se mudaba
cada día por guardar a su mujer: “Cuando tu madre te parió cornudo”
(v. 1) o “Pues, cornudo de ti, ¿dónde caminas, siguiéndote una estrella
tan cornuda?” (vv. 13-14) o también se puede aprender a serlo: “Oyó
cuerno en el Prado y Aranjuez”130 (Contra un juez, v. 5).
Algunas veces las mujeres, cansadas de la tardanza del marido, de-
ciden tomarse:
(…) la tardanza de manera,
que ya no espera, y sí espera
quien la codicia le coma131.
(vv. 6-8)
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Y también pueden llegar a ser infieles por venganza ante un mari-


do putero:

lo mal que hace en dejarme,


yo no pienso dél quitarme;
mas desquitarme sí pienso132.
(vv. 6-9)

129. PESO, nº 93, pp. 175-177. En la nota 7 se aclara que mamóla significa primitivamente: “ha caído en
un engaño”. Sobre ella, Rodríguez Marín ha encontrado numerosos ejemplos en el Quijote. A su vez,
Robert Jammes también en su edición de Las letrillas de Góngora, Madrid, Castalia, 1980, p. 246, la
considera como atribuida a Góngora.
130. Citadas, respectivamente, con los números 601 y 603 por Blecua en Quevedo II, p. 58 y p. 59.
131. Baltasar del Alcázar, Obra poética (ed. Núñez Rivera), n.º 162, p. 494.
132. Baltasar del Alcázar, Obra poética, n.º 137, p. 467.

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Un mal casamiento, un despecho amoroso o una venganza, etc.,
pueden favorecer la infidelidad femenina, que en ese caso tratará —si
el marido no lo consiente— de ocultarlo, pues, lógicamente, se podía
jugar la vida, como ya vimos. Sin embargo, Góngora prefiere no buscar
ninguna causa concreta:

porque sepan los amantes


que el amor paga con cuernos133.

Y Quevedo, con su habitual misoginia, viene a indicar al comparar


las mujeres con gallinas que:

Todas ponemos:
unas cuernos y otras huevos134.

4.4. LOS CORNUDOS CONSENTIDOS

No se podría entender buena parte de la literatura del Siglo de Oro sin


el código de honor calderoniano en el que aparecen estos cornudos ig-
norantes de su condición, y que además no consienten el adulterio de
su mujer a través de un acto volitivo explícito.
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Frente a éstos, los consentidos, por el contrario, no sólo tienen co-


nocimiento de las infidelidades maritales, sino que muchas veces “no
se debía llamar cornudo si él en traer aquellos cuernos no se preçiaba
de ello”135.

133. Góngora, Romances, ed. Antonio Carreira, n.º 84, p. 350.


134. Quevedo II, n.º 643, p. 144. A ese respecto, Antonia Morel D’Arleux en “La obscenidad en la poe-
sía de Quevedo” en La Edad de Oro, 9, pp. 191-192, considera que “Quevedo piensa que el amor conyu-
gal debe carecer de concupiscencia y de apetito. Toda búsqueda del placer dentro del matrimonio
transforma el coito en adulterio. Sólo se permite cuando existe intención de procrear. Cualquier fan-
tasía que excluya esta finalidad comporta una perversión sexual del mismo tipo que la sodomía”. No
sólo Quevedo, sino, en general, en la época áurea el acto sexual se consideraba “nocivo para la sa-
lud”, concluye Antonia Morel D’Arleux, p. 192.
135. Sebastián de Horozco, Libro de los proverbios glosados, edición de Jack Weiner, Reichenberger
(Kassel), 1994, p. 523.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
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Se pueden delimitar dos categorías principales:

1.ª La de los maridos indulgentes por bondad o resignación que se


reflejarán en los “bueyes”, “mansos”, “sufridos”, “pacientes”,
“buenos”, “primos”, etc., de la literatura satírica y picaresca de
la época136.
2.ª Los “aprovechados” o “industriosos”, que no sólo consentían el
adulterio de sus esposas, sino que, faltando al más elemental de-
coro, las alentaban y sometían a una especie de prostitución en-
cubierta obteniendo pingües beneficios con los encantos de su
mujer. Estos maridos proxenetas llegaban a matar en algunos
casos a su esposa, no por el trato carnal de su cuerpo, sino por-
que, al contrario, se negaban a prostituirse. Deleito y Piñuela
cita los Avisos del coetáneo Barrionuevo en el que se cuenta que
una mujer no quiso hacerlo en Cuaresma por la santidad de
aquellos días y que acabó muriendo apuñalada a manos del ma-
rido por su nolición137.

136. Melchor de Santa Cruz de Dueñas cuenta: “A un cornudo mandó la justicia que le azotase su
mujer, y que, si no lo diese recio, le diese a ella el verdugo. Y él volvió la cabeza, diciendo:

—Catalina, dame recio a mí, no te den a ti. {Floresta española, ed. Maxime Chevalier, Barce-
lona, Crítica, 1997, p. 270}.
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Baltasar del Alcázar se pregunta qué más puede pedir una dama que se casa con un resignado:

Si es de tan buena conciencia,


que llevará con paciencia
sobre cuernos penitencia
la vez que se los pusieres,
¿qué más quieres?
(vv.10-12) {Obra poética, ed. Valentín Núñez Rivera, n.º 207, p. 558}.

No todos son resignados por pura bondad. Hay quien llega a ser incluso cretino. Un caso curioso lo
relata La pícara Justina: “Con esto quedó más sosegado que el cornudo, a quien llevando a degollar a
su mujer porque había parido de sólo cuatro meses y medio, le dijo uno:

—Hermano, cuatro meses y medio de día y cuatro meses y medio de noche son nueve me-
ses, y así vuestra mujer es nuevemesal.
Con lo cual dejó el cuchillo, diciendo:
—El diablo me lleve si te mato {Francisco López de Úbeda, La pícara Justina, ed. Rey Hazas,
Madrid, Editora Nacional, 1977, p. 566}.

137. La mala vida, p. 35.

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A veces se denominan “maridillos” a estos aprovechados que disi-
mulan no enterarse, que a cambio de cama y ropa entregan a su mujer
o se dan por no enterados no teniendo en estima su honra138. Figura in-
termedia entre los dos anteriores, no llegan a alcanzar el grado de pro-
xenetismo de los unos, pero tampoco son resignados como los otros; o
por lo menos, entendido en términos de inacción, ya que sus fines son
crematísticos.
El portugués Piñeyro cuenta el caso de una dama que cuando lle-
gaba su marido, le despedía diciendo: “Vete a divertir, que han de venir
aquí unos caballeros a holgarme; y como eres muy triste, afrontarás-
me”. “Un alguacil que vive aquí tiene mujer buena moza, y al volver a
la noche, viene cantando. Cuando su mujer tiene recado, se asoma a la
ventana, y él da otra vuelta…”139.
En 1554 se publica en Burgos una novelita, La vida del Lazarillo de
Tormes, y de sus fortunas y adversidades, cuya lectura pronto quedaría
prohibida por la Inquisición (en 1559). En su último capítulo inaugura
las figuras del marido consentido que saca provecho: “—Lázaro de Tor-
mes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará; digo
esto porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu
mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya. Y esto te lo pro-
meto. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca:
digo a tu provecho”140. También es significativo El Guzmán de Alfara-
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che que toma un cariz de marido explotador más que de maridillo:


“Venía yo a mis solas haciendo la cuenta: ‘Conmigo llevo pieza de rey,
fruta nueva, fresca y no sobajada: pondréle precio como quisiere’ ”141,
llega a decir el pícaro Guzmán sobre su mujer. Y siguiendo con la no-
vela picaresca falta —cómo no— Quevedo, que en la Historia de la vida

138. “(…) busco yo un maridico, un juguete destos de ‘pasa aquí’, ‘escóndete acullá’, ‘vete fuera y no
vuelvas hasta tal hora’ ”, se lee en El sagaz Estacio, edición ya citada, p. 90. José Luis Alonso Hernán-
dez, en su Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1976, p. 514,
recoge tanto maridillo como maridico como sinónimos de “Marido consentidor” o cornudo, tomando la
cita de Quevedo. También recoge la del Sagaz Estacio, pero yo cito la página de la edición que sigo.
139. Citado por Deleito y Piñuela, La mala vida, p. 34.
140. Lazarillo de Tormes, ed. Francisco Rico, Madrid, Cátedra, 1994.
141. Mateo Alemán, Segunda parte de La vida de Guzmán de Alfarache, Atalaya de la vida humana,
ed. José María Micó, Madrid, Cátedra, 1987, p. 444.

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del Buscón Don Pablos, yendo Don Pablos a Toledo con unos cómicos
se interesó por una actriz de la compañía, a quien estaría dispuesto a
gozarla por veinte escudos. Se lo comenta a un cómico con la mala for-
tuna de ser el marido, pero un marido aprovechado, claro: “ ‘No me
está bien a mí el decirlo, que soy su marido —dijo el hombre—, ni
tratar deso; pero sin pasión, que no me mueve ninguna, se puede gas-
tar con ella cualquier dinero porque tales carnes no tiene el suelo, ni tal
juguetoncita’ ”142.
A diferencia de los cornudos ignorantes, muy influidos por el tema
del honor y el concepto de honra, los consentidos tipo “maridillo” ha-
cen de su condición su medio de vida, llegando a estar orgullosos de su
situación. Quevedo en Vida de la Corte viene a clasificar a las personas
por figuras, siendo pocos los que se reservan de serlo. Así distingue en-
tre las figuras naturales (enanos, agigantados, contrahechos, calvos, cie-
gos, etc.), es decir, aquellos que tienen defectos corporales o morales, y
las figuras artificiales (viejos, avaros, lindos, y también mendigos, píca-
ros, gitanos, negros e incluso los que desempeñan determinados oficios:
venteros, sastres…) que son todas aquellas personas que de alguna ma-
nera suponen una deformación grotesca de la sociedad. Dentro de la
degradación de lo erótico y la sátira de la mujer se puede incluir la fi-
gura del cornudo industrioso, que a cambio de su silencio y de comida
y bebida tolera los deslices de su mujer: “querer sustentar mucha gala
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—dice Quevedo— sin hacienda, y tener dama de asiento sin renta”143.

142. Francisco de Quevedo, Historia de la Vida del Buscón llamado Don Pablos, ed. Fernando Lázaro
Carreter, Barcelona, RBA Editores (edición cedida por Editorial Planeta), 1994, pp. 103-104. En la
nota 3, Lázaro aclara la voz suelo: “toda la superficie de la tierra”. Cf., refiriéndose a una adúltera:
“Por Dios, por ti, por mí, por tu marido / que no sepa tu infamia todo el suelo”. Blecua, Quevedo I, 78,
texto de B, vv. 5-6, p. 78.
143. Capitulaciones de la vida de la corte, y oficios entretenidos en ella, Clásicos Castellanos, Madrid,
Espasa-Calpe, 1965, p. 96. Maluenda compara el silencio del marido con el buey paciente:

Del Nacimiento en el auto,


marido hay que puede hacer
de los dos papeles mudos
el más paciente papel.
(vv. 42-44) {Recogido por Ignacio Arellano en Jacinto Alonso
Maluenda y su poesía jocosa, Sátira a diferente cosas, T 18, p.123.
Véase también la nota al verso}.

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Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Orgulloso de sí mismo, sin escrúpulos, sólo está pendiente de sacar par-
tido de su condición:

Eres de los cornudos quinta esenzia,


ladrón gallina ynfame, y deslenguado,
ynsufrible malquisto e ynsolente.
Pues no temes a dios ni a tu conciencia,
como a peste te saquen de poblado,
y quien lo contradize es puto y miente144.
(vv. 9-14)

e incluso se ríe (el casado) del adúltero que le paga el gozar con gusto lo
que a él le sobra, título del poema de Quevedo (n. 555):

Dícenme, don Jeronimo, que dices


que me pones los cuernos con Ginesa;
yo digo que me pones casa y mesa;
y en la mesa, capones y perdices145.
(vv. 1-4)

Con lo que no sólo se enorgullece de su oficio, sino que incluso de


burlado se convierte en burlador. No sólo hay por parte del adúltero
una intención de ocultar el engaño al marido traicionado (véase supra,
p. 57), sino que incluso convierte en vox populi el engaño marital. Pero
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su osadía queda lejos de conseguir el efecto deseado de burlarse del


marido y de obtener el reconocimiento de su conquista, pues quien
saca provecho realmente de la situación es el marido consentido que vive
a costa de él: “aunque con molde de oro me la rices” (v. 8), dando a en-

Sin embargo, el propio Maluenda aconseja a un niño para guardarse de las pedigüeñas de la
corte que:
Que no calles, si te casas,
como una piedra te aviso,
que si eres piedra y casado,
serás topacio marido.
(vv. 29-32) {Arellano, Alonso Maluenda y su Poesía jocosa, T 6, p. 111}.

144. Se trata de un soneto de Alonso Álvarez de Soria, recogido por J. Ignacio Díez Fernández, La
poesía erótica de los Siglos de Oro, p. 131.
145. Quevedo II, p. 31.

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tender que los cuernos son retorcidos como rizos, pero a cambio consi-
gue oro146.
Por tanto, hay una inversión burlesca de los papeles: de marido
burlado pasa a ser burlador, mientras que, por el contrario, el adúltero
burlador en realidad es un ingenuo, un burlado, pues el marido cornu-
do lo entiende como un negocio, llegando a parodiar los razonamientos
escolásticos que tanto proliferaron en la Edad Media:

Mas cuerno es el que paga que el que cobra;


ergo, aquel que me paga, es el cornudo
lo que de mi mujer a mí me sobra147 .
(vv. 12-14)

Quevedo, hombre culto que había estudiado Teología en Alcalá de


Henares, debía tener buenos conocimientos del interés que suscitó en la
Edad Media el estudio de la naturaleza de la implicación (consequentia),
siendo Boecio quien transmitió parte de la lógica antigua, debiéndosele
la distinción entre términos de primera imposición y términos de se-
gunda imposición (aunque hay que recordar que seguía el problema de
lo que constituye el referente de los enunciados desarrollado por Aristó-
teles en Las Categorías). Posteriormente, Abelardo formuló muchas de
las reglas de la implicación. La teoría de la implicación sigue las ideas
de Abelardo en las que una proposición A es el antecedente de otra
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B, de tal manera que A está relacionada con B, por lo que no puede ocu-
rrir que lo que A significa sea posible y lo que B significa no sea posi-
ble148. En el caso de Quevedo utiliza la partícula ergo, característica de

146. Así lo explica en la nota al verso 8 en Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 468.
147. Quevedo II, ed. Blecua, n.º 555, p. 31.
148. Mucha de la terminología filosófica actual se forjó en la Edad Media. Durante el siglo XVI, los re-
formadores y humanistas atacaron las formas de pensamiento medievales. Para entender cómo era la
lógica medieval y, por tanto, poder comprender a Quevedo, que sin duda debía estar al corriente de
la filosofía escolástica, he seguido a Julius Weinberg, Breve historia de la filosofía medieval, Madrid,
Cátedra, (Teorema), 1998, pp. 162-185.
Los razonamientos medievales y los silogismos, cabe pensar, en los siglos XVI y XVII debían estar al al-
cance de unos pocos ciudadanos cultos. Así, por ejemplo, Juan de Arce de Otárola en Coloquios de
Palatino y Pinciano (ed. José Luis Ocasar Ariza), Madrid, Turner, 1995. p. 365, viene a burlarse, al igual
que Quevedo, de “los argumentos que suelen hacer los lógicos, diciendo: Quod ego sum, id tu non es,

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los silogismos para oponer el consecuente “aquel que me paga, es el cor-
nudo / lo que de mi mujer a mí me sobra” (vv. 13-14) con el antecedente
“tú imaginas ponerme cuernos” (vv. 9-10); pero esa aparente incompati-
bilidad existe en sí misma por la contradicción o la paradoja evidente de
poner los cuernos, que es la primera incompatibilidad con ser cornudo.
Igual que si se tratara de un oficio, los cornudos aprenden a serlo
llegando a hacer de su profesión un verdadero arte que no todo el mun-
do entiende:

Llamen a dos que entiendan de cornudo;


y si yo para serlo no valiere,
tasándolo más que él, llámenme honrado149.
(vv. 9-11)

Pero como todo oficio que se aprende, necesita de cornudos profe-


sos que enseñen a los novicios:

Y viendo que sin causa le prefiere


un cornudo novicio a un profesado150.
(vv. 13-14)

Y como todo negocio que se precie, hay que luchar contra la feroz
competencia pues existe el monopolio de los cuernos:
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Cuernos hay para todos, sor Corbera;


no piense que ha de ser solo el cornudo151 .
(vv. 1-2)

sed ego sum homo, ergo tu non es homo”. Y otro semejante: Quod non perdidisti, habes; cornua non
perdidisti, ergo cornua habes.
149. Quevedo II, Protestas del cornudo profeso, n.º 592, pp. 53-54.
150. Ibídem. A su vez, Quevedo recomienda aprender bien el oficio:

Aprende, amigo, aquestas fullerías,


y disimula siempre, aunque revientes:
que no dan de comer las fantasías
(vv. 178-180) {Quevedo II, n.º 641, Sátira de Don Francisco de Quevedo
a un amigo suyo, p.140}.

151. Quevedo II, n.º 593, p. 54. Siempre hay que recordar que estamos hablando de los maridos que ven,
oyen y callan, o en palabras de Arellano: “esto es, disimular, acechar el momento, anunciar su llegada

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Y al igual que ocurre con el intrusismo profesional, para ser autén-
ticos “maridos a corneta ejercitados”152 tienen que estar titulados:

Visite sin almohadas


gente de estera de esparto:
sepa que, sin gradüarse,
no puede hablar en estrados153.
(vv. 105-108)

Por lo tanto, un cornudo preparado, titulado, y con oficio puede


llegar a obtener pingües beneficios, como, por ejemplo, para Quevedo:

Trueco mi consentimiento
por doblones muy doblados,
y se los quito tan gordos,
si me los ponen tan largos154.
(vv. 27-29)

En iguales términos se expresa Maluenda:


Yo sé marido que goza
esposa que es como un oro,
nos con pensión de ser toro155.
(vv. 14-16)
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a casa con toses y patadas, cobrar, comer y vestir, sin mostrar recelos”. Véase Poesía satírica burlesca
de Quevedo, p. 67. El propio Quevedo habla de “marido de retorno” (v. 2) y “marido de quita y pon, / en-
tre ciego y entre sordo” (vv. 11-12) en Marido que busca acomodo y hace relación de sus propiedades,
Quevedo II, n.º 716, p. 390.
152. Conde de Villamediana, Poesía impresa completa, ed. José Francisco Ruiz Casanova, Descripción
de Toledo (366), Madrid, Cátedra, 1990, p. 457.
153. Quevedo III, (760), Alega un marido sufrido sus títulos en competencia de otro, p. 43. En el n.º 721,
Documentos de un marido antiguo a otro moderno se lee:

Diez años ha que me puse


a marido en este pueblo,
y examinado de nuca,
he maridado los reinos
(vv. 13-16) (Quevedo II, p. 407).

154. Quevedo, II, Doctrina de marido paciente, (715) p. 388.


155. Ignacio Arellano, Jacinto Alonso Maluenda y su Poesía jocosa, (T 9), p. 115.

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Claro que lo peor que le puede pasar a un cornudo profesional es no
obtener beneficio alguno:

Mal contento y bien sufrido


llora, siendo en tal estado
ganado el no haber ganado,
pues sienten de tal carnero,
si la bolsa lo ligero,
la cabeza lo pesado156.
(vv. 5-10)

No obstante, no todos persiguen fines crematísticos, pues hay


quien actúa movido por venganza y paga con la afrenta propia lo que
hace a los otros:

Sólo en ti se mintió justo el pecado,


siendo injusto en trabajos y placeres;
pues que, quitando a muchos sus mujeres,
con tu mujer a muchos has pagado.
(…) cuernos truecas con premio de contado.
(…) Cobras; no haces, Filemón, cornudos157;
(vv. 1-4; 8-9)
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En general, por todo lo visto, un marido que no sea celoso, como


Carrizales en El celoso extremeño, y que quiera sacar provecho de las in-
fidelidades de su mujer, como el cornudo industrioso quevediano, ha
de ser sordo, mudo y ciego y tener una esposa que:

a nadie negó cosa


y a todos dijo que sí

156. Ignacio Arellano, Jacinto Alonso Maluenda y su poesía jocosa, en Décima a lo que siente un sufrido
cuando no le dan nada a su mujer. Por la musa de Belardo (B44), p. 99.
157. Quevedo II, Marido paciente, que imagina satisfacerse de su deshonra con hacer a otros casados
ofensas (556), p. 32. Maluenda, siempre imitando a Quevedo, tiene composiciones similares: “solo en
ti se mintió justo el pecado de consentir que le galanteasen su mujer por hacer lo mismo con la de
otro”, aclara Arellano en su edición de Maluenda ya citada (C 9), p. 17.

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tu hermosa esposa bien puedes
de buen hombre presumir158.
(vv. 41-44)

Sin embargo, no todos se ven lo suficientemente preparados (desde


un punto de vista moral, lógicamente) para aceptar su condición de su-
fridos; de ahí que sientan la necesidad de recibir consejos y consuelos
de otros cornudos profesos o antiguos, tan típicamente quevedianos
—en especial, los de los poemas 592, 641, 715, 716, 760 y, sobre todo,
el 721, Documentos de un marido antiguo a otro moderno, ya citados, y
también en el encomio Carta de un cornudo a otro.
En general, las consolaciones pueden presentar principalmente dos
formas. La primera es la que recogen Quevedo y Maluenda en la que
un cornudo experimentado, profeso o antiguo da ánimos a un cornudo
novicio para llegar a la conclusión del supuesto beneficio que se puede
obtener de ello. Ante el malestar inicial al conocer la noticia, el ducho
vendrá a decir que él también pasó por la misma congoja que pueda te-
ner el novicio, pero, en cambio, con el tiempo aprendió a sacar partido
de la situación. Así, en Quevedo, por ejemplo, en Documentos de un
marido antiguo a otro moderno (721), se nos dice en los versos 13 y 14
que: “Diez años ha que me puse / a marido en este pueblo” (v. 17),
pero la conclusión que saca es que es preferible ser discreto y guardar
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silencio, ya que así se puede obtener comida y descanso, es decir, un in-


terés económico:

Como pesebre en mesón


es el marido discreto,
donde hay comida y descanso,
en atándose del cuerno159.
(vv. 77-80)

Maluenda, a su vez, en el Romance consolando un sufrido a otro que


le han robado la mujer (C91), viene a utilizar la fórmula del consejo:

158. Maluenda y su poesía jocosa (T 29), p. 124.


159. Quevedo II, ed. Blecua (721), pp. 406-409.

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que como yo se también
en que caen estas cosas
muy bien hacerlo sabré.
(vv. 6-8)

Y aunque, al contrario que Quevedo, el cornudo profeso prefiere


no relatar su vida, sí que llega al mismo fin crematístico que se puede
conseguir de un marido mudo:
Hablad casado muy alto
cuando el amante no dé,
mas si acaso os da dinero
bien sera que os cartujéis160.
(vv. 33-36)

Por el contrario, otro tipo de consolatio se aproxima más a los paradoxa


encomia que vimos en el apartado primero. Esto es, que más que un con-
suelo es un encomio en el que se empieza haciendo una laudatio del cuerno.
Por ejemplo, Francisco de Figueroa, en su Consuelo de cornudos afirma que:
Tres o quatro cosas son
las que los qüernos figuran:
fortaleza y afiçión.
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(vv. 6-9)

para continuar haciendo una relación de personajes históricos, épicos,


bíblicos y mitológicos: Alejandro Magno, Baco, Roldán, el unicornio,
Júpiter, etc. —muy similar a otros paradoxa ya citados como El elogio
del cuerno de Mendoza—, o de animales relacionados con el cuerno: to-
ros, ciervos, bueyes, etc., o de objetos: cuchillas, tinteros, linternas…161.
Se aleja así de la idea crematística o económica que veíamos en Queve-
do y Maluenda.

160. Arellano, Jacinto Alonso Maluenda y su poesía jocosa (C91), pp. 82-83. Sigo las ediciones citadas
para ambos autores. De ahí que me refiera sólo a ellas con el número del poema que aparecen.
161. Francisco de Figueroa, Consuelo de cornudos, en Poemas (Cartapacio de Francisco Morán de la
Estrella), ed. Ralph A. Difranco, José J. Labrador, pp. 136-137.

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Como hipótesis se podría afirmar que tampoco ninguna de las dos
formas siguen los tres requisitos que debía tener una consolatio, según
los autores grecolatinos (Sófocles, Séneca, Cicerón, Plutarco...):

1.º Poner el ánimo a contemplar de forma total todas las miserias y


sufrimientos. (Cfr. Ad Helviam de Séneca.)
2.º Mostrar que las desgracias y sufrimientos no son exclusivos de
una sola persona, sino común patrimonio de la humanidad.
(Cfr. Cicerón, Tusculanas III.)
3.º Mostrar que hay peores infortunios que el que se trata de con-
solar. (Cfr. Plutarco, Consolación a Apolonio162.)

Aunque Quevedo, en la Carta de un cornudo a otro, sí que parece


conocer la idea de la consolatio grecolatina: se avergüenza de su condi-
ción (primer requisito); reconoce que no sabe “si se hallara sitio capaz
para todos”, pues todos son cornudos (segundo requisito); y se lamenta
que “si no hubiera cornudos, ¿qué hubiera de muertes, de escándalos y
putos?” (tercer requisito)163 .
Una fórmula muy frecuente también en el Barroco eran los epita-
fios poéticos, que empezaban con la fórmula clásica: “Aquí yace…” y
que sigue con los datos de la vida y carácter del personaje. Maluenda,
por ejemplo, toma la fórmula de los epitafios panegíricos, pero adapta-
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dos a un tono burlesco. Sobre los cornudos recoge un Epitafio a un su-


frido que le mataron por ser hablador:

Aquí yaze el que del oro,


por sufrir fue tesorero
monstruo, pues dentro un carnero
se vè, auiendo sido toro.

162. Lanzo la hipótesis de que Quevedo, conocedor de la cultura clásica, se inspirara en ella para ha-
cer su parodia. Sobre las características de la consolatio, sigo la edición de Antonio López Eire de la
Ilíada. En el Canto XXIV de la Ilíada, Príamo suplica a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo
Héctor, matado por el Pélida. Ante la situación trágica llega incluso Aquiles a consolar al padre doli-
do. Esa consolatio clásica ante el sufrimiento es a la que me refiero de la Ilíada, Madrid, Cátedra, 1989,
canto XXIV, pp. 974-1032, y en especial las notas 79, 82 y 84.
163. Quevedo, Carta de un cornudo a otro, pp. 114-118.

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Cantizano, Pérez, SIGLO ElDEL CUERNO
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A todos causa dolor,
y a mí me dexa admirado,
que si viuio por callado,
murio por ser hablador164.

Sobre los habladores, Juan de Ovando y Santarén tiene A un habla-


dor, a quien ofendía su mujer, en el que se alude a su condición por como
se “silban sus apodos” ( se silban y se corren los toros, se aclara en la
nota) y cornicabra, referido a los cuernos:

En todas partes se apuesta


Silvio a hablar, cansando a todos,
y por silbar sus apodos
han de correrle una fiesta.
Buen remedio le previene
su mujer, cuando le abra
el lecho de cornicabra,
pues sangre de chinche tiene165.
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164. Jacinto Alonso Maluenda, Cozquilla del gusto, ed. Juliá Martínez, Madrid, CSIC, 1951, p. 145. Are-
llano ha contado 36 epitafios en la poesía de Maluenda, formando series de hasta nueve seguidas, de-
dicadas a toda clase de personajes ridículos, con lo que se puede deducir la fórmula de los paradoxa
encomia (la observación es mía). Véase Arellano, Jacinto Alonso Maluenda y su poesía jocosa, p. 20.
165. Recogido por Arellano, Roncero, Poesía satírica y burlesca, pp. 310-311.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
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5. Análisis del lenguaje erótico
en la poesía de cornudos

Si ya de por sí cualquier lenguaje especializado —científico, jurídico o


económico, etc.— presenta un grado de dificultad que necesita ser in-
terpretado y descifrado por quienes cuenten con el bagaje cultural ne-
cesario, no es menos cierto que el lenguaje literario, y especialmente el
erótico, posee unas características particulares que, cuando menos, exi-
gen un esfuerzo hemenéutico por parte del lector. Se trata, por tanto,
de un vocabulario rico en alusiones, metáforas, perífrasis, alegorías166 que
permiten catalogarlo como tal y que “parece ir en contra del principio
de economía que rige el lenguaje, que en su grado máximo es: para un
significado, un significante”167.
Ya hemos visto que el léxico erótico tiene un carácter fluctuante,
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por un lado, sujeto a contaminaciones literarias (de tipo científico, se-


mántico, moral, ético, religioso…); y por otro, es mutable (véase supra,
capítulo 1), en el sentido de estar sometido a los modos y situaciones co-
yunturales de una determinada época, que le permite ir fijando o per-
diendo términos léxicos que van a condicionar la interpretación ade-
cuada de ese código “cifrado”168. Además, los tabúes sociales y literarios
que entran en juego influyen en que el objeto erótico no se designe di-

166. Víctor Infantes de Miguel, “Por los senderos de Venus. Cuentos y recuentos del erotismo litera-
rio español”, en Eros literario, p. 21.
167. José Luis Alonso, “Claves para la formación del léxico erótico”, en Erotismo y la literatura clásica
española. Edad de Oro, IX, p. 8.
168. Ibídem, p. 8.

75 ANÁLISIS
Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
erotismo ERÓTICO
en la poesía deEN LA POESÍA
adúlteros DE CORNUDOS
y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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rectamente en un sentido denotativo, sino a través de alusiones, para-
nomasias, equívocos, alegorías y metáforas que enriquecen el lenguaje
literario con la suma de sus rasgos y diferentes referencias a otros léxi-
cos (véase supra, 4.1, y en especial las notas 96 y 97).
El sufrido puede aparecer designado denotativamente (sufrido, ma-
ridillo, cornudo, consentido…) y obedecer a la burla, pero cuando pro-
fundizamos en sus adversidades sí que aparece un grado de erotismo
importante. Sin embargo, hay veces que no podemos precisar denotati-
vamente el alcance erótico y tendremos que acudir al contexto, la inter-
textualidad, el simbolismo y la tradición folclórica para aceptar o no un
término como erótico169.
Aunque, lógicamente, siempre se corre el riesgo de interpretar
como erótico más de lo que realmente quiso el autor decir o, sensu con-
trario, de considerar un poema sin contenido erótico —ya que el crea-
dor introduce términos que en apariencia no son eróticos—, pero del
que al analizar el contexto se pueden sacar otras conclusiones diferen-
tes. Y otros, que junto a una primera acepción normal, inocente, tienen
otra erótica, generalmente admitida170.
La figura del cornudo como “el postrero que los sabe” —que decía
Covarrubias (vease supra, p. 56)— es fácil de interpretar desde un pun-
to de vista denotativo. Sin embargo, la simbología de los cuernos en la
época áurea es muy compleja por las alusiones, equívocos, paronoma-
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sias, agudezas, metáforas, etc., que contienen los poemas. Así se pueden
distinguir principalmente dos tipos de términos:
A) Los que denotativamente se refieren al concepto de cornudo de
manera más o menos explícita; éstos son sencillos de entender, aun
cuando muchos de ellos procedan de neologismos o palabras inventa-
das por sus autores. Arellano los analiza fundamentalmente en Queve-
do, en su Poesía satírico burlesca, ya citada, pero también se pueden en-
contrar en otros autores. Así, entre otros, aparecen:

169. Véase supra, 4.2, p. 54.


170. Sobre este respecto véase José Luis Alonso, “Claves para la formación del léxico erótico”, en La
Edad de Oro, IX, pp. 7-17, y también la introducción que hace Álvaro Alonso en su edición de la Caraji-
comedia, pp. 24-28.

76 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
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– Maridillos. Son los maridos consentidores típicos de Quevedo, de
los que ya me he referido. Se muestran, sobre todo, en los n.os 642
(“Fuerza es que su mujer / vea el maridillo postizo”, vv. 47-48); 646
(“Que pretenda el maridillo, / de puro valiente y bravo, / ser en una es-
cuadra cabo / siendo cabo de cuchillo; / que le vendan el membrillo /
que tiralle era razón, / chitón”,vv. 30-36); 650 (“Tendrá la del maridillo,
si en disimular es diestro, / al marido por cabestro”,vv. 20, 22); 651
(“Maridillo hay que retrata / los cuchillos verdaderos, / que al principio
tiene aceros / y al cabo en cuerno remata”, vv. 58-61); 721 (“Ansí a solas
industriaba, / como un Tácito Cornelio, / a un maridillo flamante / un
maridísimo viejo”, vv. 1-4); 728 (“Ríese de ver en cueros al maridillo ce-
loso”, vv. 59-60); 760 (“Para abrir el apetito, / es mi coram vobis barro? /
Que hay maridillo que da / a los adúlteros asco, vv. 77-80)171.
Sobre los maridicos, el más típico figura en El Sagaz Estacio (véase
supra, 4). Y sobre los maridísimos, también se destacan en Quevedo, co-
mo en el 721: “un maridísimo viejo” (v. 4), o el 756 (v. 26): “maridísimos
de bien”.
– Sufridos, sufridos vanos, sufridores, protosufridos y gustisufridos. Los
sufridos son frecuentes en la poesía de Maluenda y Quevedo, primor-
dialmente. En Maluenda se puede hallar, por ejemplo, el Romance con-
solando un sufrido a otro que le han robado a la mujer (C91)172 o el Epitafio
a un sufrido (véase la nota 164), y de Quevedo, El marido sufrido que ale-
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ga sus títulos en competencia de otro (760). De todas maneras, el vocablo


era habitual en la época. Como botón de muestra, de un autor poco co-
nocido, el conde de Rebolledo (Bernardino de Rebolledo), oriundo de
León y hombre culto que fue primero soldado y después embajador en
Dinamarca, al referirse al dios Vulcano lo describe como: “Cojo, en fin,
y semidiós, / bien sufrido y mal casado”173.

171. Todas las citas son de la edición de Blecua ya citada, Volumen II, salvo el n.º 760, que está en el
Volumen III.
172. Sigo la edición citada de Arellano, Jacinto Alonso Maluenda y su poesía jocosa. La numeración es
la de la edición, lógicamente.
173. Conde de Rebolledo (Bernardino de Rebolledo, “Fábula de Vulcano y Minerva, al incendio que la
Serenísima Reina Cristina extinguió en Estocolmo”, en Ocios, Cuenca, Ediciones de la Universidad
de Castilla-La Mancha, 1997, Romance LX, p. 190.

77 ANÁLISIS
Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
erotismo ERÓTICO
en la poesía deEN LA POESÍA
adúlteros DE CORNUDOS
y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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En Quevedo también nos topamos con los sufridos vanos174 (que José
Luis Alonso Hernández define como “cornudo que busca que su mu-
jer sea la amante solamente de gente noble y títulos señoriales, aunque
económicamente”175) y los sufridores (consentidos).
Los neologismos protosufridos y gustisufridos se forman por deriva-
ción y composición. Se descubren en Maluenda, imitando a Quevedo,
como es habitual en él. Así, en las Endechas a un marido que consentía
que le galanteasen a su mujer, por hacer lo mismo, dice de los dos maridos
que: “Sereys, si sufrís, los dos igualmente / y gustisufridos176”. Y tam-
bién en el Romance a un protosufrido (T29)177.
– Pacientes, buenos, mansos, primos. Suelen significar simple, ino-
cente o algo bobalicón. Covarrubias dice que: Otros que lo saben, o ba-
rruntan, son comparados al buey, que se dexa llevar del cuerno, y por esso
llaman a éste paciente; no sólo porque padece su honra, sino también porque
él lo lleva en paciencia178. Quevedo lo cita con esa idea de marido inge-
nuo —en el Marido paciente, que imagina satisfacerse de su deshonra con
hacer a otros casados ofensas (556) y en la Doctrina de marido paciente
(715). Sin embargo, en Góngora, por ejemplo, se equipara a un marido
aprovechado: “El marido de la bella / que nos vende por fiel, / vistién-
dose aquello él / que gana desnuda ella, / paciente sus labios sella179”.
Los hombres buenos, buenos hombres y similares son cornudos. Así
lo entiende Villamediana: “La llave del toril, / por ser más diestro / die-
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ran al buen Vergel”, vv. 1-2)180. Horozco usa el adjetivo con carácter in-
tensificador: “el sufrir la cornamenta / sois buen cornudo paçiente181”.
El adjetivo manso suele ir unido al ganado lanar, cabrío o vacuno
porque suelen ser carneros, machos o bueyes que sirven de guía a los
demás, con lo cual la condición de cornudo está garantizada. En

174. Capitulaciones de la vida de la corte, p. 108.


175. José Luis Alonso Hernández, Léxico del Marginalismo del Siglo de Oro, p. 718.
176. Cozquilla del gusto, Ed. Juliá Martínez, p. 28.
177. Arellano, Jacinto Alonso Maluenda y su poesía jocosa, p. 124.
178. Véase, supra 4.5.
179. Letrilla en Letrillas, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1980, p. 105.
180. Poesía impresa completa, ed. José Francisco Ruiz Casanova, p. 439.
181. Cancionero, ed. Jack Weiner, Herbert Lang, p. 10.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
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Villamediana, por ejemplo, es frecuente en su serie contra el alguacil
Pedro Vergel: “Guarda Vergel, el decoro / que la presencia del Rey /
al que antes fue manso buey / ha trocado en bravo toro” (vv. 41-44,
p. 190)182. Para ser un manso que se precie se ha de estar casado, mati-
za Polo de Medina: “Otro dice que soy manso (…) / porque yo no soy
casado / no me han nacido floroncos en la cabeza / ni en ella tengo las
leyes de Toro”183.
– Y por último, los ciegos, mudos, sordos que tienen una ligera di-
ferencia con los mansos, ya que aquéllos no tienen que ver, ni oír, ni de-
cir nada; es decir, que tienen que disimular no enterarse de nada, mien-
tras que los últimos son cornudos simplones, algo bobalicones. Así,
Villamediana en A Don diego de Tovar y su prima (518) contrapone el
mudo al primo de doña Justa Sánchez, don Diego de Tovar: “Cuanto le
debéis no dudo / a tal prima y a tal tío, / que el uno os hace judío / y la
otra os hace cornudo. / Tengo propuesto ser mudo, / pero no siendo ra-
zón / olvidar de don cabrón / la solícita paciencia, / déle a mi pluma li-
cencia / la que es justa y ocasión”184.
– Cornicantano, cornufactor, cornimercader, cornicabra. Todos estos
neologismos, generalmente inventados por sus autores, se forman por
derivación y composición. La excusa es utilizar el prefijo corni, cornu e
inventarse toda clase de palabras que conducen a lo mismo. Los corni-
cantanos se producen por el cruce entre cornudo y misacantano, tal y
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como afirma Quevedo: “No me espanto que ahora es vuesa merced


cornicantano, como misacantano”185.
El Cornifator es “un hacedor de cornudos, como si dijera el creador
o dios de los cornudos”186. Aparece en la Carajicomedia:

182. Poesía impresa completa, p. 854.


183. Salvador Jacinto Polo de Medina, Poesía, ed. Francisco I. Díez de Revenga, Madrid, Cáte-
dra, 1987, p. 142.
184. Poesía impresa completa, p. 976.
185. El Siglo del Cuerno, p. 114. Alonso Hernández, en su Léxico, aclara que el Misacantano en germa-
nía, es un “Gallo” (p. 530). De ahí en Quevedo ese doble juego entre la cobardía del que huye de los
cuernos (las gallinas son cobardes por naturaleza), pero, por otro lado, los llevan en la cabeza, y los
gallos, que suelen designar el miembro viril.
186. J. L. Alonso Hernández. Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, p. 229.

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Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
erotismo ERÓTICO
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adúlteros DE CORNUDOS
y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Aquel que tú vees estar soportando
tantos de cuernos como ay estrellas,
y a sombra d´aquellos bive holgando;
y tiene noticia, filosofando,
del cornifator do son comovidos.
Cierra los ojos, tapa tus oídos,
no le publiques, que tiene gran mando187.

Los cornimercaderes, igual que los gustisufridos, son invención


de Maluenda (véase supra, p. 78). De aquéllos dice: “Pues confederados
/ despachays alegres / cédulas, y letras / de cambio en la frente”188. Está
claro el sentido económico que intenta darle. Y para concluir con los
neologismos, el cornicabra (una planta en realidad), que Alonso Her-
nández tomando la cita del Diccionario de Autoridades dice que es “el
ruin consentimiento de galán o marido”189. Ya cité un ejemplo en
Ovando, pero aparece con más gracia en La vida y hechos de Estebanillo
González, cuando al llegar al palacio del infante cardenal en Bruselas
dice que le costaba entrar por “sus aspas de cornicabra” tras haber su-
frido la burla, y que su alteza “estuvo tentado de dar un buen rato a sus
lebreles”. “Yo estaba tan avergonzado —continúa diciendo— de ver-
me gentilhombre de Cervera, y de traer astas arboladas sin ser corneta,
que estuve mil veces tentado en el dicho camino, villas y villajes y en la
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entrada de Bruselas, de apearme y vengarme a puras cornadas por el


escarnio y burla que de mí hicieron”. Se refiere a cuando desobedeció
al príncipe Thomas por no haber ido a la caza del ciervo y como castigo
le clavaron las astas del animal muerto; de ahí que asevere “traer astas
arboladas sin ser corneta”190.
B) Otras acepciones referentes a los cornudos vienen deter-
minadas por su sentido implícito, exigiendo un esfuerzo del lector

187. Carajicomedia, ed. Álvaro Alonso, p. 91.


188. Cozquilla del gusto, ed. Juliá Martínez, p. 29.
189. José Luis Alonso Hernández, Léxico del marginalismo, p. 228.
190. La vida y hechos de Estebanillo González, ed. Antonio Carreira, Jesús Antonio Cid, Madrid, Cáte-
dra, 1990, vol. II, pp. 72-77.

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
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El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
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al contener numerosos equívocos que juegan con la ambigüedad
o doble sentido y alusiones que son más difíciles de interpretar por-
que exigen contar con los referentes culturales adecuados, ya que
no se llega a mencionar directamente el término cornudo. Igual
que para los explícitos, Arellano se refiere principalmente a Queve-
do, pero entre otras series alusivas se pueden citar, sin ser numerus
clausus:
– Todo lo que tenga que ver con cuerno y derivados. No dan
mayor problema porque son muy conocidos y se repiten con fre-
cuencia en los autores. Se usa más en plural y en casos como “sufrir
el cuerno”, “llevar los cuernos”, “poner los cuernos”, etc.191. Muy fre-
cuente en Quevedo (518, 545, 555, 556, etc.) del que en un solo poe-
ma (641), Sátira de Francisco de Quevedo a un amigo suyo, Arellano ha
llegado a contabilizar entre cuernos y cornudos 20 menciones en 250
versos192. A nivel popular se creía que los esposos consentidos tenían
apéndices córneos en la cabeza. Covarrubias refiere el ayuntamiento
de Penélope, mujer de Ulises, con Mercurio, del cual salió el dios Pan
con cuernos193. Así, es normal encontrar perífrasis del tipo: “de hue-
sos en las sienes” (Quevedo, 556, v. 6); o por ejemplo, en Polo de Me-
dina: “Cavando un sepulcro un hombre, / sacó, largo, corvo y grue-
so, / entre otros muchos, un hueso / que tiene cuerno por nombre”194.
Incluso hay quien en “esto de cuernos es maestro”195, como Pedro
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Vergel, a quien el conde de Villamediana le dedicó sus más feroces


versos.
Y una expresión casi popular, como el cuerno de la luna, viene a
significar ponerse en lo más alto, encarecer, si bien en poesía erótica se
refiere a cuernos. Un ejemplo de ello se puede ver en Góngora: “El Ca-
pricornio es mi sino, / y en el de Tauro, mi centro, / y en el cuerno de la
luna / ya me tiene el amor puesto”196. El origen viene de la tradición

191. Camilo José Cela, Diccionario del erotismo, vol. I, p. 342.


192. Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 68 (nota 96).
193. Véase supra, 4.5, p. 70.
194. Poesía, ed. Francisco J. Díez de Revenga, 36, p. 146.
195. Poesía impresa completa, ed. Ruiz Casanova, 350, p. 439
196. Romances, ed. Antonio Carreira, p. 350.

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Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
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judía de hacer un cuerno en la Luna Nueva, día de fiesta solemne para
los judíos197.
– Otra serie tiene que ver con toda clase de objetos hechos de asta o
de cuerno para señalar el concepto que interesa. Así, aparecen: tinteros,
linternas, calzadores, mangos de cuchillos… Igualmente en Quevedo
se pueden encontrar numerosos ejemplos (aparecen en los números 592
594, 615, 641, 646, 681, 760, etc.): “El cura que es Cornejo, escribe el
nombre / con tintero de cuerno, y él le ha dado / un cornado, que es
todo lo que pudo”198 (vv. 9-11). Tinteros es una metonimia de cuernos,
pues se hacían de cuerno: “dellos hacen tinteros, salvaderas, vasos para
beber, brocales para las botas, cabos de cuchillos (…) vidrieras (…), lin-
ternas, faroles y otras infinitas cosas”199. Si ya de por sí con un solo tinte-
ro está bastante clara la condición del sujeto, no digamos nada de quien
tiene multitudes en la frente: “Llegó Minos, su marido, / hombre que
tiene en la cumbre / de su cholla, de tinteros / multitud de multitudes”
(vv. 45-48)200. En Francisco de Figueroa, por ejemplo, se pueden encon-
trar toda clase de utensilios en un solo poema:

(…) que de cuernos es su ser


y llamamos la lanterna.
Si vos os queréis calçar
un çapato my pulido,
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lo que os á de ayudar
es el cuerno singular
para ello dirigido.
Si cuchillo mandáis haçer,

197. Véase Salmos 81, v5, en la Sagrada Biblia, p. 772: “Haced resonar en el novilunio la trompeta / en el
plenilunio, en nuestra fiesta”. La tradición hebraica ha matizado e interpretado la Biblia, lo cual ha
dado lugar a numerosas discusiones doctrinales sobre cómo se debería interpretar cuándo empieza
el calendario judaico. No incido más en el asunto porque se aleja del objeto de este estudio.
198. Quevedo II, n.º 615, p. 67.
199. Tomo la cita de Arellano, que en la nota al verso 4 del poema 592, Protestas del cornudo profeso
(592), se dice: “No es toda mi cabeza calzadores / tinteros y linternas, barba y pelo”. Véase Poesía sa-
tírico-burlesca de Quevedo, p. 537.
200. Maluenda, Fábula de Pasifae (C16) en Arellano (ed.), Maluenda y su poesía jocosa, p. 60. En el mis-
mo poema el toro de Pasifae busca: “para su pajuela azufre, / para su cuchillo vaina / para su punzón
estuche” (vv. 42-44).

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
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donde está todo el guovierno,
si muy pulido á de ser,
luego le mandáis haçer
la cacha toda de cuerno.
El cuerno siempre es preçiado
en casa de un ofiçial,
porque como hombre honrado
el le quita de cuydado
y le sirve de orinal.
Siempre el tintero es memoria
do aquel que frágil la tiene,
y remedio de cada ora,
para notar la ynteriora
su fin de cuerno le tiene201.

– Muchas de las alusiones se refieren a topónimos de lugares y si-


tios donde se crían animales de cuernos (principalmente toros), que en
numerosas ocasiones hay que precisar por el contexto. Y, de entre todos
los que aluden a los cornudos, quizás el más famoso sea Cornualla. En
la copla 63 de la Carajicomedia, una antigua ramera asegura que es ca-
sada con un capitán de Cornualla, capitán a todas luces inexistente que
sirve para introducir el juego fonético cuernos-Cornualla. Álvaro Alon-
so refiere que fue un chiste muy conocido en el Siglo de Oro, que in-
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cluso ya aparece en Rodrigo de Reynosa202. En España, Jarama era bue-


na tierra para los toros, como cita Quevedo en los poemas 567 (v. 5) y
594 (v. 2). En este último, “Jarama y Medellín fueron padrinos” de la
boda de la Linterna y el Tintero. En el verso 9 también menciona El
Pardo (que además se encuentra en el 715, v. 8, y en el 760, v. 46) y Bui-
trago (éste también en 715, v. 56). Igualmente son frecuentes Aranjuez
(603, v. 5), el Prado (603, v. 8) y el Rastro (574, v. 14; 592, v. 1; 594, v. 3).

201. Poemas (Cartapacio de Francisco Morán de la Estrella), en Cancionero de Poesías varias. Manus-
crito 2803 de la Biblioteca Real, ed. Labrador, Di Franco, p. 138.
202. Álvaro Alonso, Carajicomedia, p. 15; y copla LXIII, p. 78. Además, en la copla LXXXV, se dice que:
“vi Cornualla, que cañaverales / pensaban que eran los más de las gentes”. Y ya vimos que Hurtado
de Mendoza menciona al rey Mais de Cornualla, tío de Tristán (véase supra, 4.1, p. 45).

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Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
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adúlteros DE CORNUDOS
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Todos eran sitios famosos en la época por sus toros, y, curiosamente, to-
dos están en Madrid, salvo Medellín. Incluso don Quijote sostiene que
“para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos
que cría Jarama en sus riberas”203. Los demás topónimos eran conoci-
dos en la época (hay numerosos documentos que lo atestiguan).
De Medellín, más problemática, Arellano cita un artículo de Bers-
has que no he podido consultar y al cual me remito204. No obstante,
Góngora al describir a una fregona decía que “los dos ojos parecían, /
puestos junto a la naris, / berenjenas que acompañan a un cuerno de
Medellín205”.
A su vez, Arellano encuentra en la poesía de Quevedo una disocia-
ción con la palabra Buitrago, pero que por el contexto se puede inter-
pretar. En el 751 (vv. 55-56), un maridillo indica que: “el honor hace
gran sed, / y el sufrimiento Buitragos”. La alusión a los toros, y por lo
tanto, a los cuernos es obvia: cuernos-Buitrago (donde se crían los toros),
si bien Arellano matiza que sin el contexto sed no se produciría la diso-
ciación lúdica Bui-tragos, antítesis de la sed precedente: “El punto de
honra que impide vender a la propia mujer trae poco beneficio (da
sed), pero el sufrimiento rinde”206.
Para el Rastro, Quevedo asegura que: “Es más cornudo el Rastro
que mi agüelo…” (592, v. 1). Se trata de una dilogía porque Rastro es
también el lugar público donde se matan reses para el abasto del pue-
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blo; por lo tanto, los despojos de las reses que se amontonaban en el


Rastro sirven para justificar metafóricamente la alusión a cornudos207.
También aparece en 594, v. 3: “casoles en el Rastro Buenosvinos” (se

203. Cervantes, Segunda parte del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico,
Barcelona, Instituto de Cervantes, Crítica, 1998, p. 1106. En la época debía ser una buena dehesa de
toros bravos, pues es frecuente encontrarla en la literatura áurea.
204. Bershas, H. N. Three expressons of cuckoldry in Quevedo, Hispanic Review, 28, 1960, pp. 120-135.
205. Romances, ed. Antonio Carreira, p. 143.
206. Arellano, Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 310.
207. Arellano, Poesía satírico…. pp. 304, 305 y p. 531 (nota 1). La aclaración de Arellano la podemos en-
contrar en Cervantes, por ejemplo, en el Entremés de la Cueva de Salamanca, ed. Florencio Sevilla
Arroyo, Antonio Rey Hazas, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, p. 994, en don-
de se lee: “Así pueden matar delante de mía mas hombres que carneros en el Rastro, que yo despe-
gue mis labios para decir palabra alguna.”

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Cantizano, Pérez, EROTISMO
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refiere a la boda de Linterna y el Tintero) o en 716, v. 63: “Si hiciéra-
des oración / por marido del Soto, / no os le deparara el Rastro / más
Diego ni menos hosco”; y en 574, v. 14: “bailaba el Rastro / siendo el
matadero”.
He analizado algunos ejemplos de topónimos que pueden tener
un carácter alusivo con cuernos, pero, por supuesto, hay muchos más
que vienen a incidir en lo mismo: Soto (en cuanto que corren los toros);
Toro (es obvia la alusión a los cuernos de este municipio Zamorano); y
también, Valsain, Cabra, Medina, Motril. No hace falta insistir más,
pues cualquier lugar que de alguna manera tenga cierta relación con
el ganado de cuernos puede dar juego a una alusión o chiste sobre el
mismo.
– Otra serie de alusiones, parece lógico, por consiguiente, son las
que se refieren a toda clase de animales astados: toros, gamos, venados,
ciervos, bueyes, carneros, cabrones, unicornios, caracoles, cabestros, be-
cerros, etc.
La alusión es evidente y aparece en Villamediana, Quevedo, Sali-
nas, Góngora, etc. Covarrubias dice del “postrero que lo sabe” que se
compara al ciervo que no embargante tenga cuernos, no se dexa tratar ni
domesticar (…) Otros que lo saben son comparados al buey que se dexa lle-
var del cuerno208. El ciervo es representativo por el volumen de cuernos
que tiene, tal y como recoge esta composición anónima del Cancionero
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Musical de Palacio:

Venistes vos, marido,


de Sevilla,
Cuernos os han nacido
de maravilla.
No hay ciervos en esta villa
de cuernos tales,
que no caben en casa
ni en los corrales209.

208. Para la cita, véase Cela, Diccionario de erotismo, p. 327.


209. Cancionero Musical de Palacio, en Cancionero Tradicional, 1500-1702, ed. José María Alín, Madrid,
Castalia, 1991, p. 142.

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erotismo ERÓTICO
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adúlteros DE CORNUDOS
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Pero, por otra parte, como animal salvaje que es, lógicamente, trata
de huir del cazador. Significativa es la siguiente composición que men-
ciona al cornudo fastidiado, el que no quiere serlo. Así, cita Juan de Sa-
linas, Aludiendo la consonancia de los dos últimos versos, en metáfora de
una fiesta de toros:

Entre rejón y rejón,


por aliviar el fastidio,
transformaciones de Ovidio
voy leyendo en mi balcón;
trocado en ciervo Acteón,
Jove en toro, mal arfil,
cuando Gil el de Motril
haca blanca al coso saca,
¡plegue a dios que el alba-haca
no se vuelva en toron-jil!210.

Según la mitología grecolatina, Acteón fue transformado en ciervo


por la diosa Diana por haberla visto desnuda, con lo cual en venganza
le echó sus perros y lo cazó. De ahí que para Salinas tenga el fastidio de
transformarse en ciervo (cornudo) en contra de su voluntad. En cam-
bio, los bueyes eran mansos y obedientes por naturaleza: “Pero respon-
do, que en pena / de ser el hombre paçiente / y andar manso a la mele-
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na, / el nombre le cuadra y suena / como a buey muy obediente”211.


Sobre el buey, una curiosidad: Arellano advierte en un epigrama de
Villamediana una posible mala anotación, pues hay una disemia y una
alusión a Sierra, compañero de Vergel, también tildado de cornudo jun-
to a Medina. Dice así: “Isidro, si a nuestra tierra / bueyes venís a buscar,
/ estos tres podéis llevar: / Medina, Vergel y Sierra”212.
De los cabrones, Cela lo documenta por primera vez en el Cancione-
ro General (1511) dentro del Cancionero de obras de burlas provocantes a
risa (1519), que se titula: Vn aposento que se hizo en la corte al papa alixan-

210. Juan de Salinas, Poesías, ed. Henry Bonneville, Madrid, Castalia, 1987, n.º 196, p. 434.
211. Sebastián de Horozco, Cancionero, ed. Jack Weiner, Herbert Lang, n.º 221, p. 131.
212. Arellano, Poesía satírico burlesca de Quevedo, p. 358.

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El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
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dre quando vino legado en Castilla: el qual aposento fue hecho en la persona
de vn ombre muy gordo llamado Juuera, folio CCXX recto, 1ª columna:
Y dexo vn entresuelo
para el obispo durgel
que cupo tan bien enel
como cupiera vn mochuelo
Y el cabron de micer prades
descornado cabiz tuerto
saco lleno de ruindades
y otro tropel dabades
en las camaras del huerto213.

Quevedo veía cabrones por todas partes y son muy frecuentes en su


poesía, aunque su preferencia es por los cornudos.
Los demás animales214 no presentan mayor problema, exceptuando
el caracol, que tiene un sentido ambiguo, pues, aparte de su alusión a los
cuernos como es obvio, los compiladores del PESO le encuentran un
sentido erótico equivalente a pene215. Y como hay de todo, al igual
que en botica, hasta de un animal fabuloso como es el unicornio tiene
poemas Quevedo, del que hace una alegoría con el hombre (641, 667,
700, 701).
– Paranomasias, onomásticas y asociaciones diversas. Uno de los re-
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cursos más frecuentes en la poesía erótica es la de palabras con seme-


janza fonética como la de cuernos-Cornualla (véase supra, p. 45) y para-
nomasias (dos significantes parecidos pero con sentido diferente que
muchas veces se aclaran por el contexto). En general, cualquier vocablo

213. Diccionario del erotismo, vol. 1, pp. 179-180.


214. Hurtado de Mendoza tiene un soneto que es casi todo un compendio de animales córneos: “¡Oh
carnero muy manso! ¡Oh buey hermoso, / manso, trabajador, siempre contento, / de tu mujer frazada y
paramento! / ¡Mastín blando al que viene deseoso! / No se dirá por ti: “¡Qué hombre celoso, / qué bra-
vo, qué feroz y qué sangriento!”; / destocado, al sereno, en grande asiento / oyes de tu vecino el mal,
ocioso. / El que dentro en tu casa está encerrado, / contemplando tus hechos y renombre, / dice: “¡Vi-
vas mil años, padre honrado! / Que si todo el correr que está en tu nombre / a tus pies por natura fuera
dado / pudiéramos llamarte ciervo y hombre!”. Recogido por Díez Fernández, en Diego Hurtado de
Mendoza, poesía erótica, pp.191-192.
215. PESO, notas al poema 88; y pp. 161-168.

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Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
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que empiece por el lexema CORN puede dar lugar a relacionar un vo-
cablo con falsa etimología con el cuerno, que es lo que realmente quería
el poeta. Así, corneta, cornado, cornija, córnea, pueden prestarse a toda
clase de dobles sentidos. En Juan de Salinas, por ejemplo, se juega con
el doble sentido de cornado, una moneda de poco valor que llegó a exis-
tir hasta en la época de Felipe II: “… pues ya dos blancas hacen un cor-
nado. / Blancas tus damas son, y que te han hecho / cornado, ni lo dudo,
ni sospecho, porque yo sé de cierto, que en alcornoque te ha dejado in-
jerto (…)”216. En el soneto de Quevedo A un hombre llamado Diego que
casaron con una mala mujer llamada Juana (615) (Diego, nombre para-
digmático de cornudo, y Juana, muy típica como adúltera), figuran las
voces corneta (v. 3), cuerna (v. 4), cornija (v. 7), corneja (v. 8), Cornejo
(v. 9), cornado (v. 11); es decir, una acumulación de términos parano-
másticos que intensifican el efecto del poema. Las paranomasias suelen
ir acompañadas de antítesis y contraposiciones, como en el mismo Que-
vedo (716): “Tengo, en queriendo dormir, / sueño de pluma y de plo-
mo” (vv. 29-30), para indicar la actitud que se ha de seguir ante los
amantes de la mujer, según que sean o no generosos217.
En el Renacimiento, y especialmente en el siglo XVII, era frecuente
utilizar los nombres propios de las personas como recursos de agudeza
para intensificar el elogio o el vituperio de un determinado sujeto. A
este respecto, Bajtin señala la influencia que el lenguaje ejerció en el es-
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tilo de Rabelais como factor degradador: “Si un nombre posee un valor


etimológico determinado y consciente que, además, caracteriza al perso-
naje que lo lleva, deja de ser un nombre y se convierte en sobrenombre.
Este nombre-apodo depone su carácter neutro, pues su sentido incluirá
siempre una idea de apreciación (positiva o negativa); es en realidad un
blasón. Todos los verdaderos sobrenombres son ambivalentes, es decir,
poseen un matiz elogioso-injurioso”218.

216. Juan de Salinas, Poesías, p. 331. En Quevedo está el cura Cornejo que todo lo que puede dar es
un cornado.
217. Las reflexiones de Arellano sobre las paranomasias en Quevedo se pueden aplicar perfectamen-
te a todos los escritores áureos. Sigo sus interpretaciones, básicamente, de Poesía satírico burlesca
de Quevedo, pp. 300-301.
218. Mijail Bajtin, La cultura popular, p. 415.

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la poesía ADÚLTEROS
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Estas ideas de Bajtin se pueden aplicar a casi todos los escritores ba-
rrocos, los cuales nos han dejado numerosos juegos de ejemplos ono-
másticos. Si para contestar a la pregunta de Castillejo: “Decidme quién
tiene llena / media España de cornudos”, se podría decir sin lugar a du-
das que Villamediana, pues nadie como él —aparte de Quevedo— su-
po fabricar cornudos219, y sin ocultar los nombres. A él le debemos que
pasara a la historia literaria Pedro Vergel, prototipo de cornudo, del
cual podemos leer en el soneto 350 de la edición de Ruiz Casanova ya
citada:
La llave del toril, por ser más diestro,
dieron al buen Vergel, y por cercano
deudo de los que tiene so su mano,
pues le tiene esta villa por cabestro.
Aunque en esto de cuernos es maestro
y de la facultad es el decano,
un torillo, enemigo de su hermano,
al suelo le arrojó con fin siniestro.
Pero como jamás hombres han visto
un cuerno de otro cuerno horadado
y Vergel con los toros es bienquisito,
aunque esta vez le vieron apretado,
sano y salvo salió, gracias a Cristo:
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que Vergel contra cuernos es hadado.

Aunque también aparece en la redondilla A Don Pedro Vergel, al-


guacil de Corte (454) y en una serie de décimas (498, 499, 500, 501, 502,
503): “De un toro mal ofendido / se vio Vergel encornado”; vv. 1-2
(498); “Disfrazado en caballero, / Vergel en la plaza entró / y el toro le
derribo”, vv. 1-3 (499); “Que muera a cuernos Vergel / no es desdicha
sino gala”, vv. 1-2 (500); “Vergel, con razón sentido / de que un toro se
le atreva”, vv. 1-2 (501); “Vergel (…) / de lo cual arrepentido / humilde
perdón te pido / como a rey de esta vacada”, vv. 1 y 8-10 (502); “¡Que le
perdiese el decoro / delante del mismo Rey / un advenedizo buey / (…)
Diera, Dios, un tesoro / por que Vergel lo amarrara” vv. 1-3 y 5-7 (503).

219. Citado por J. Ignacio Díez Fernández en La poesía erótica de los Siglos de Oro, p. 131 (nota 308).

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Y también lo vemos dar bramidos en el 510, y aparece a su vez en las
glosas 770, 576, 577 y 580 (en ésta junto con los alguaciles de la Corte
Medina y Sierra220). Toda una obsesión, sin duda, por este personaje.
Ruiz Casanova en la nota al soneto 350 nos dice que era Pedro Ver-
gel un alguacil de la Corte muy distinguido en toda clase de ejercicios
caballerescos. Natural de Madrid, para Emilio Cotarelo (según Ruiz
Casanova que le sigue) no están claros los motivos de la inquina del
conde hacia este personaje, aunque en la nota 9 al número 454 se aclara
que el caballo en el que se presenta el alguacil se lo había prestado Vi-
llamediana. Este personaje, por el contrario, recibía grandes elogios de
Lope de Vega221. Hombre gallardo y buen jinete, estuvo casado con
Magdalena de Gamboa que, según Néstor Luján, era bastante corrida
y libidinosa y estuvo desterrada temporalmente fuera de la Corte222.
Y no menos célebre que Pedro Vergel, sensu contrario, son los adúl-
teros doña Justa Sánchez y su “primo”, don Diego de Tovar, también
inmortalizados literariamente por Villamediana. Aparecen en los nú-
meros 358, 518, 519, 520, 582, 583, 587. “En nombre Justa, en obras pe-
cadora, / santa del calendario de Cupido” (358).
Parece ser que el propio Villamediana fue durante un tiempo
amante de doña Justa Sánchez, pero rompieron la relación. Posterior-
mente, la pecadora Justa mantuvo otras relaciones con su primo don
Diego de Tovar, judío, hijo de Jorge de Tovar, licenciado en cánones
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por Alcalá y autor de una novela picaresca, Don Raimundo el Entreteni-


do. A su vez, este personaje estaba casado con doña Juana de Zúñiga,
también satirizada por Villamediana. “Cuanto le debéis no dudo / a tal
prima y a tal tío, / que el uno os hace judío / y la otra os hace cornudo”,
vv. 1-4 (518). Se dice que era judío porque: “bien podrá tener amor, /
pero no tendrá prepucio”, vv. 2-3 (582). El propio Villamediana se re-
fleja en el 518: “Tengo propuesto ser mudo / pero no siendo razón / ol-
vidar de don cabrón / la solícita paciencia, / déle a mi pluma licencia / la

220. Néstor Luján también recoge la famosa cuarteta: “Galán va Pedro Vergel, / con cintillo de dia-
mantes, / diamantes que fueron antes / de amantes de su mujer” en La vida cotidiana (…), p. 112.
221. José Francisco Ruiz Casanova, Villamediana, Poesía impresa completa, pp. 439 y 553, respectiva-
mente. Mientras no se diga lo contrario, sigo esta edición para las citas.
222. Así lo define Néstor Luján en La Vida cotidiana, p. 111.

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que es justa y ocasión”, vv. 5-10. Y a la verdadera mujer de don Diego
Tovar, Juana Zúñiga, la satiriza en Caballo sin carroza, Juana Zúñiga
(587): “Aquí yace Castañuelo, / trainel del común servicio. / Cuernos le
dieron oficio, / y sepulcro el matadero. / Al son de cualquier dinero, / su
frío es […] y amasa / para que doña Vicasa, / hija del cuerno más sucio,
/ al cabrón le dio el prepucio, / y dineros a la gasa”223.
Los ataques virulentos del conde también se dirigen contra actores
y actrices de la época. Así, la famosa actriz Josefa Vaca aparece también
en los poemas 367, 368 y 592. Ruiz Casanova, en la nota, aclara que es-
taba casada con Juan Morales Medrano, actor y jefe de la compañía de
teatro hasta que se disolvió. Famosas eran sus relaciones con personajes
principales de la corte, con los que se enorgullecía de su prostitución.
En el soneto A Josefa Vaca, reprendiéndola su marido (367) se dice: “Y
aunque uno y otro duque a verla venga, / su marido no más, su honor,
su misa. / Dijo Morales y rezó su poco, mas la Josefa le responde airada:
/ “¡Oh, lleve el diablo tanto guarda el coco! / Mal haya yo si fuese más
honrada!” / Pero como ella es simple y él es loco, / miró al soslayo, fuese
y no hubo nada”, vv. 8-14.
Y en el número 368 se hace una relación de sus amantes, todos ellos
personajes principales de la Corte, en series de dilogías: Villa-nueva
(v. 2); Villa-flor (v. 3); Peña-fiel (v. 5); Feria (v. 6); Pastrana (v. 6); Canti-
llana (v. 7); Río-Seco (v. 9); Saldaña (v. 10); Alcañices (v. 16)224.
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Este personaje de Jusepa o Josefa Vaca era muy conocido en la épo-


ca. Quevedo, por ejemplo, también la trata en una de sus sátiras perso-
nales, El dialogo entre Morales y Jusepa, que había sido honrada cuando
moza y vieja dio en mala mujer: “Hasta aquí he sido Morales; / desde
aquí seré Medrano”, vv. 39-40 (Quevedo III, 847)225.
Otros nombres son típicos paradigmas de cornudos como Alonso
Lobos, citado en la Carajicomedia: “También de otra parte vi sublima-

223. Sigo la edición citada. Véanse también las notas incluidas en los poemas.
224. Véanse las notas en la edición de Ruiz Casanova para saber quiénes eran estos personajes.
225. Para A. Morel D´Arleux, Quevedo (576) describe las actividades adúlteras de una Mesalina en-
tregada a la prostitución y como “a veces el único móvil que lleva a la mujer al matrimonio es su lasci-
via exagerada: ‘Tu golosina mal se disimula, / pues, aunque torpe, en la lujuria peca: / mucho capón,
pecado es de la gula’ ”. Véase “La obscenidad en la poesía de Quevedo” en Eros Literario, IX, p. 191.

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da / llena de cuernos, muy gran compañía, / y con los mayores vi que
tenía / Alonso Lobos su frente ocupada”226.
Caso curioso es Cervantes, del que Alonso Hernández recoge un
ejemplo de Quevedo (716): “acudirá a mi cabeza, / más arriba de mi ros-
tro, / como entramos por las sienes / entre Cervantes y Toro”, v. 5-8; pe-
ro es más curiosa la definición de Covarrubias: Kornalla, kuklillo, Cervan-
tes. Nombre kon ke se motexa de kornudo, komo kon “ziervo” i kabrón227.
Otros prototipos de consentidos son Diego Moreno y Juan García.
Juntos se les ven en el n.º 92 del PESO, en un diálogo de mujeres, las cua-
les confiesan que sus maridos han ido “Con despachos a Cervera” (v. 4) y
cuando vuelvan, “El mío trairá madera / para hacer calzadores; / trairá el
vuestro en la mollera / un ciervo de montería”. (…) El mío es Diego Mo-
reno, / y estotro es un Juan García” (vv. 17-20; y 26-28). Arquetipos de
hombres cornudos, del primero se dice en la nota que es el marido con-
sentido y a su vez se cita un villancico en el que se pondera su manse-
dumbre y simpleza: “¡Dios me lo guarde / a mi Diego moreno, / que
nunca me dijo / malo ni bueno!” (vv. 25-28)228. Juan García aparece en el
refranero: “Entrá en Kasa, Xuan Garzía. —Dexá el palo, muxer mía”229.
Los curas y frailes han dado pie a numerosos poemas en los que
aparecen como burladores de maridos, bien sea por su riqueza que les
permite “comprar el favor de sus amigas y el silencio de los Diegos Mo-
renos”: “Al cura fui a demandar / cierto costal de harina, / y él metióme
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en la cocina / para haberse de pagar; (…) Es cosa muy estremada / ver


su buena condición: / con el padre fray Antón, / me topó en una enra-
mada, / y, de haber estado echada, / el manto de cardillos lleno, / y nun-
ca me dijo / malo ni bueno”, vv. 85-88 y 101-108230; o bien sea por su su-
puesta potencia viril: “No perdáis, vidas mía, / amor de fraile, / que,
aunque sólo es uno, / vale por cuatro”231. También se encuentran las

226. Carajicomedia, ed. Álvaro Alonso, copla LX, p. 76.


227. J. Alonso Hernández, Léxico, pp. 198-199.
228. PESO, pp. 170-174.
229. PESO, nota 27 al poema 92, p. 172. Véase también la variante que aparece en el Nuevo Corpus,
vol. II, n.º 1799, p. 1288: “—¡Entrá en casa, Gil García! / —¡Soltá el palo, muger mía!”
230. Citado en PESO, pp. 107 y 174, respectivamente.
231. Cancionero musical de Palacio, recogido en PESO, p. 107.

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onomásticas referidas a órdenes religiosas: “[Dexárame un fijo / y falló-
me cinco:] / dos uve en el Carmen / y dos en San Francisco. / ¡Qué buen
Juan [es éste]”232. Hay muchos ejemplos que se podrían citar sobre curas
lascivos. Me quedo con uno más: “¿Qué haza acá, muger mía, / el cura,
que au[n] no es de día?”233.
Y si los religiosos eran famosos por su potencia viril, sensu contrario,
se encuentran onomásticas que aluden a los capones, impotentes y castra-
dos. Así, en PESO se encuentra el poema A Juana enamorada de un capón
en el que se asegura que: “De Capadocia desciende / la casta de sus abue-
los”, vv. 111-112234. Aunque más célebres son los ovillejos de Villamedia-
na, A una dama que se casaba con N. de Castro, impotente y había sido prime-
ro mujer de un capón, sobre el que se van haciendo chistes alusivos sobre lo
mismo : “Es Castro, en nombre abreviado, / castrado;(…) Fáltale a vues-
tro Cipión, / bastón, / (…) Si no empuña Mandricardo / dardo”235.
Y son también numerosas las onomásticas que evocan los cuer-
236
nos por etimología aparente, entre las que se encuentran los ejemplos

232. Nuevo Corpus, Vol. II, n.º 1827, p.1307.


233. Nuevo Corpus, Vol. II, n.º 1832, p. 1316. Véase también Baltasar de Alcázar, obra poética, ed. Valen-
tín Núñez de Rivera, n.º 22: “¿Frailes en vuestra casa, vos ausente?”, (p. 22). Díez Borque en “Poesía
contra monjas en el Siglo de Oro español” recoge el poema A unas pastillas que dio a su devoto una
monja, en cada una grabados dos cuernos, en dos manos, y esta letra. Donde las dan las toman (BNM,
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17683, 210r-210v) con el tópico tan explotado en la poesía satírica, de la alusión a los cuernos; sólo que
aquí la responsable es la monja y el burlado un devoto de ella. Véase Luce López-Baralt y Francisco
Márquez Villanueva (eds.), Erotismo en las letras hispánicas. Aspectos, modos y fronteras, en p. 95,
México, El Colegio de México, 1995.
234. PESO, p. 193.
235. PESO, pp. 195-197. Igualmente aparece recogido en el Cancionero moderno de obras alegres, Ma-
drid, Visor, 1985, pp. 75-81. Una curiosidad: esta edición originariamente fue una edición falsa que
apareció supuestamente en Londres por H. W. Spirrtual, 1875. No los recoge Ruiz Casanova en su edi-
ción ya citada.
236. “¡Si te casas con Juan Pérez,
¿qué más quieres? (…)
si es de tan buena conciencia,
que llevará con paciencia
sobre cuernos penitencia
la vez que se los pusieres,
¿qué más quieres?”

recogido en Baltasar de Alcázar, ed. Valentín Núñez Rivera, p. 558. El nombre de Juan es “prototipo
—se dice en la nota— de marido resignado, sufrido y cornudo”.

93 ANÁLISIS
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ya clásicos de Cornejo, en Quevedo (615.9), donde se aplica como ya he-
mos visto por la repetición de cuerno, corneta, corneja. Corbera es por la
curva de los cuernos y Cabrera por alusión a la cabra. De Cornelio se
dice: “Ansí a solas industriaba / como un Tácito Cornelio”, (vv. 1-2,
Quevedo, 721)237.
Otras correspondencias más complejas se fundamentan en asociacio-
nes culturales, de costumbres, de folclore, etc., que exigen un conocimien-
to previo por parte del lector. Y si antes vimos que en los animales de
cuerno (toros, gamos, ciervos, etc.) la alusión es más o menos evidente,
para otro tipo de animales como el cuco o el cuclillo se requiere conocer
que popularmente se creía que el cu, el “cuclillo”, canta especialmente para
los maridos engañados: “Mandásteisme saya de grana, / y ahora dáismela
de buriel: / si el cu no os cantare en casa, / no me llamen a mí mujer”238.
Horozco afirma que “El cuclillo es un ave muy conoçida cuyo can-
to en verano es ‘cu cu’. Y es tan odioso canto éste que en oyéndole cual-
quiera, abomina dél porque ordinariamente dizen al cornudo, ‘cu cu’.
Que es el canto del cuclillo. Y muchas vezes ha acoteçido oyendo al di-
cho cuclillo dezir un hombre a otro, ‘Compadre, mira que os dize’. Y
el otro decir, ‘No dize a mí sino a vos’ ”239. En el Nuevo Corpus, en el
1817 B, se recoge esta composición:

—¡Cucú, cucú, cucucú!


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—¡Guarda no lo seas tú!


Conpadre, guárdate del cuerno,
en verano y en invierno,
que aunque te parezca tierno,
duro le hallaras tú.
—¡Cucú, cucú cucucú!
—¡Guarda no lo seas tú!240.

237. Todos estos ejemplos los ha estudiado bien Arellano. Me remito a su Poesía satírico burlesca de
Quevedo, pp. 148-149.
238. {B. N. M., ms. 3915, fol. 319} recogido en Lírica española de tipo popular, ed. Margit Frenk, n.º 530,
Madrid, Cátedra, 2001, p. 219.
239. Sebastián de Horozco, Libro de los proverbios glosados, ed. Jack Weiner, Kassel, Reinchenberger, 1994,
p. 395.
240. Nuevo Corpus, vol. II, p. 1298.

94 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
Editorial
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Horozco aclara que el cuco, al ser un ave temerosa, “no haze nido
propio mas vuela en los nidos de las otras aves y críanse allí y saca y cría
sus güevos con los agenos como propios. Y porque los cornudos crían
entre sus hijos los agenos e hijos de otros padres por propios con razón
se llaman cucos o a lo menos a ellos se puede apropiar el canto del cucli-
llo diziéndoles como el dize, ‘Cu cu’, porque crían los hijos agenos que
paren sus mugeres de otros hombres. Y así lo dize Plinio en esta mate-
ria hablando del ave cuclillo”241.
– Otras asociaciones diversas son las que vinculan los cuernos y las
cañas, el cañaveral242. Por otra parte, la designación de los cornudos
como ciegos, mudos, sordos ya ha sido suficientemente comentada y no
necesita aclaración.
– Sin embargo, hay otras alusiones conceptistas que se encuentran
fundamentalmente en Quevedo, y también en Maluenda, su principal
seguidor. Las más importantes son las que se basan en las expresiones
atril de San Lucas, fiesta de San Marcos o atril de San Marcos. En el poe-
ma de Quevedo Doctrina del marido paciente, el propio marido cuenta
que: “También ha venido a ser / regocijo de los santos, / pues siendo
atril de San Lucas, / soy la fiesta de San Marcos”243. Arellano y Roncero
aclaran en las notas 897 y 898 que “San Lucas tiene por animal emblemá-
tico al toro y se le representa a menudo escribiendo su evangelio sobre
los cuernos del toro que le sirven de atril”; y “La fiesta de San Marcos
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se celebraba en algunos lugares adornando y corriendo a un toro”. En


iguales términos se pronuncia Maluenda: “Marido, marido / que
amante pretendes / de San Lucas ser / tarima valiente”244.
– Y también son frecuentes las alusiones a los signos del Zodíaco, es-
pecialmente Aries, Capricornio y Tauro, el “trincuerno de los signos” que

241. Horozco, Libro de los proverbios (…), p. 396. Alonso Hernández en su Léxico, p. 247, distingue entre
cuclillo y cuco, aunque ambos con el significado de cornudo. De la voz de cucú, recoge Covarrubias,
un matiz diferente a Horozco. Así: “kukú, guarda no lo seas tú. Kukú es la boz i kanto del kuklillo repe-
tida, i tienela el vulgo tomada por kornudo, i para notar dello a uno, dizen kukú, por lo ke alude a ‘Kuer-
no’ ké es su comienzo”.
242. Aparecen por ejemplo, en la Carajicomedia, copla LXXXV, p. 90.
243. Quevedo en Poesía satírica y burlesca de los Siglos de Oro, ed. Arellano, Roncero, p. 231.
244. Cozquilla del gusto, ed. Juliá Martínez, p. 27.

95 ANÁLISIS
Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
erotismo ERÓTICO
en la poesía deEN LA POESÍA
adúlteros DE CORNUDOS
y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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decía Quevedo (680). “Ni un cuerno con que monde / estos dientes mise-
rables, / el triuncuerno de los signos: / Toro, Capricornio y Aries”. Y en el
716 al hablar de tres esposos comentan que “los demás, a puto el postre, /
honraron mis matrimonios; los tres, tres signos me hicieron”, vv. 53-56.
Y en Maluenda (C57): “Según lo que vi en los signos / y en las cabrillas,
prometo / a los que fueren sufridos / gran cosecha de tinteros”245.
– Sería una tarea prolija enumerar todas las alusiones mitológicas
que se dan en los autores del Siglo de Oro, porque prácticamente se
pueden encontrar cientos de ejemplos en los autores barrocos. Dan
mucho juego dioses como Júpiter, Venus, Marte y otros personajes
como Dánae, Acteón, etc. Algunos autores como Quevedo escogen algún
rasgo mitológico que les interesa para tejer su trama conceptual y lo ex-
plotan sin miramientos, repetidamente, con lo que el lector de su época
—culto, claro está— de un simple vistazo podría comprender las alu-
siones a que hacen referencia. Y otras veces se reelabora un mito de-
gradándolo, en el sentido bajtiniano246.
También se puede producir una inversión de los tópicos tradiciona-
les, como señala Sol Galván Jerez al referirse a Venus, que rompe el
mito de las malmaridadas, pues la diosa es la “bien casada y mal con-
tenta”, que está “harta de encornudar a su marido”. “El carácter de
marido traicionado hace del dios Vulcano uno de los pocos ‘afortuna-
dos’ en este reparto desigual de satirización de los hombres y mujeres
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de la mitología”247.
Si Venus por antonomasia se puede decir que representa la mujer
sensual, libidinosa, Pasifae no le va a la zaga en una relación de zoofilia
exarcebada, que se puede interpretar con un doble sentido al estar casa-
da con Minos. Véase:

245. Es la edición de Arellano, citada reiterativamente. En las notas aclara que los “signos” aluden a
los signos del Zodiaco (Aries, Taurus y Capricornio). Y las Cabrillas son las Pléyades, es decir, que en
astrología, el vidente hace el pronóstico mirando las estrellas llamadas Siete Cabrillas, las que pro-
nostican cuernos, como es lógico.
246. Jesús Sepúlveda, “Erotismo y mitología en la poesía satírico burlesca de Quevedo”, en Estudios
sobre Tradición Clásica y Mitología en el Siglo de Oro, Madrid, Ediciones Clásicas, 2002, p. 50.
247. Sol Galván Jerez, “Los diosecillos de Diego Hurtado de Mendoza: una visión burlesca de la mi-
tología”, en Estudios sobre Tradición Clásica (…), p. 21.

96 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo enPOESÍA DEde
la poesía ADÚLTEROS
adúlteros y Ycornudos
CORNUDOSen elEN EL SIGLO
Siglo de Oro,DE ORO
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Fabricó una bella vaca
de madera, y para dalle
la perfección conveniente
para que el toro se engañe
la cubrió con una piel
de otra vaca, con tal arte,
que no se diferenciaba
si era viva o si era entalle248.

Para concluir, en palabras de Jesús Sepúlveda: “El erotismo presen-


te en muchos de estos mitos le añade a cada realización un grado de
intensidad diferente en función de las modalidades de uso del léxico
obsceno, el cual no sólo puede aparecer más o menos desnudo, parafra-
seando a González de Salas, sino que puede constituir el eje central del
entramado lingüístico del texto o no, puede remitir al terreno de lo eró-
tico o al de lo germanesco y puede, en fin, representar la negación del
deseo y del cuerpo o su afirmación”249.
En resumen, el tema de los sufridos captó enseguida el interés de
los autores que, partiendo de una tradición clásica y teniendo en cuenta
las circunstancias sociales, políticas y económicas comunes a su tiem-
po, dieron un giro importante al lenguaje de su época mediante toda
clase de artificios, dobles sentidos y agudezas conceptuales y verbales,
que, impuestos por la propia condición estética de los poemas, supo-
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nen una de las mayores construcciones artísticas del Barroco basado en


el ingenio.

248. Citado por José María de Cossío en Fábulas Mitológicas en España, I, Madrid, Istmo, 1998, p. 164.
249. “Erotismo y mitología en la poesía satírico burlesca”, en Estudios sobre tradición clásica (…), p. 51.

97 ANÁLISIS
Cantizano, Pérez, Félix. El DEL LENGUAJE
erotismo ERÓTICO
en la poesía deEN LA POESÍA
adúlteros DE CORNUDOS
y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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6. El adulterio masculino

Y aunque el objeto de este estudio son los cornudos o adúlteros en el


Siglo de Oro, creo que no se podría tener una visión adecuada sin
considerar también el adulterio masculino, pues como ya comenté en
el capítulo tercero, era habitual que los hombres tuvieran mancebas,
amantes o compraran los servicios sexuales de prostitutas. Sería una
tarea ardua consignar la presencia del adulterio masculino en la lite-
ratura áurea, pero valgan como botón de muestra algunas someras
ideas.
En la tradición judeocristiana, el matrimonio (sobre todo, tras la
reforma tridentina) es considerado como un sacramento, lo que supone
para Feuerstein “el deleite mutuo una mitzvah o ley dispensada por
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Dios. El adulterio no es una mera infracción de la etiqueta social, sino


una seria grieta en el Pacto (…) Al esposo se le considera señor o pro-
pietario (ba´al) y a la mujer propiedad adquirida por casamiento. De
ella se espera que sea fiel y dé hijos varones que aseguren la continui-
dad del linaje del hombre”250.
Sin embargo, en su origen el cristianismo bebía de la tradición ju-
daica y no conviene olvidar que los antiguos hebreos mantenían una
actitud diferente respecto al sexo. De hecho, en el Antiguo Testamento
era admitida la poligamia, el concubinato. Basta con citar como ejem-
plo a Abraham, patriarca de Israel, que tuvo a Ismael no de su esposa

250. Georg Feuerstein, Sagrada sexualidad, Barcelona, Editorial Kairós, 1995, pp. 118-119. Y véanse
también los capítulos 7-9 para entender el erotismo en la religión judeocristiana.

99 ELFélix.
Cantizano, Pérez, ADULTERIO MASCULINO
El erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Sara, sino de Agar, la esclava egipcia de Sara, debido a que ésta no po-
día tener hijos251.
Si en cierta medida, como vemos, en el Antiguo Testamento se
permite que el hombre tenga relaciones extraconyugales, por el
contrario, el Nuevo Testamento sigue la doctrina de Jesús, célibe,
y prefiere la castidad y el celibato al matrimonio. La Iglesia se
apoderó del concepto de matrimonio que existía en la época de
Cicerón para recoger, por tanto, “las condenas de los Antoninos
contra el aborto, la homofilia, el adulterio y las relaciones prematri-
moniales, y habría propagado y sacrificado un modelo conyugal pa-
gano basado en la utilidad: el matrimonio reproductor. Y como con-
secuencia, rechazará todo acto contrario a la consecución de la
prole”252.
Buena parte de las ideas cristianas acerca del matrimonio son to-
madas de San Pablo, que veía el casamiento como una sustitución del
celibato: “Bueno es al hombre no tocar mujer, mas por evitar la fornica-
ción, tenga cada uno su mujer y cada una tenga su marido”. Aconseja-
ba que los no casados y viudos permaneciesen célibes: “Pero si no pue-
den guardar continencia, cásense, que es mejor casarse que abrasarse”.
Recomendaba, por tanto, que en caso de infidelidad el hombre no
abandonara a la mujer, y viceversa253.
Sobre este punto, Pérez Escohotado considera que aunque el con-
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cepto de pecado fue evolucionando a lo largo de los siglos, la simple


fornicación (que incluye también el concubinato, incesto, adulterio, es-
tupro, rapto, violación, fornicación sacrílega y sodomía) ya era por sí
pecado, sobre todo a partir de la Reforma tridentina, en que se insti-
tucionalizó el matrimonio como sacramento. Y se llegó a considerar

251. Génesis, Sagrada Biblia, Cáp. 16. Son numerosos los ejemplos que se podían citar antes del códi-
go mosaico, ya que después las mujeres no casadas debían mantenerse vírgenes porque se las obli-
gaba a contraer matrimonio si perdían la virginidad. Cfr., Éxodo, Cáp. 22, p. 90. También la tradición ju-
día decía que Salomón tuvo cerca de 700 mujeres o que Jacob favoreció a Raquel, estéril, por encima
de su segunda esposa, Lea. Cfr., Génesis, Cáp. 29, p. 35.
252. Javier Pérez Escohotado, Sexo e Inquisición en España, pp. 72-73.
253. Todas las citas de San Pablo proceden de I Corintios, Cáp. 7 (acerca del matrimonio), Sagrada Bi-
blia, pp. 1442-1443. A su vez, Feuerstein también analiza la figura de San Pablo en Sagrada Sexualidad,
pp. 122-132.

100 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo en POESÍA
la poesíaDE
deADÚLTEROS Y CORNUDOS
adúlteros y cornudos en el EN ELde
Siglo SIGLO
Oro, DE ORO
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próximo a la herejía la negación de que acostarse con una mujer era
pecado254.
A pesar de todo, la moral católica siempre ha tolerado mucho me-
jor el adulterio masculino que el femenino255, ya que frente a pasajes de
la Biblia en los que se lee: “Pero el adúltero es un mentecato; / sólo
quien quiere arruinarse a sí mismo hace tal cosa”256, nos encontramos
con otros más benévolos para los hombres: “Y hallé que es la mujer
más amarga que la muerte y lazo para el corazón, y sus manos, atadu-
ras. El que agrada a Dios escapará de ella, mas el pecador en ella que-
dará preso (…) Lo que busca mi alma y no lo halla: entre mil hallé un
hombre, más mujer entre todas, ni una hallé”257 .
De hecho, a los adúlteros, al contrario que a las adúlteras —que ya
vimos como podían ser castigadas con la muerte—, los diversos conci-
lios de la Iglesia de España les daban pena de excomunión. Ángel Luis
Molina Molina cita el Concilio de Palencia de 1388: En el paraíso del
placer, en donde el Creador Universal formó a nuestro padre, instituyó el
matrimonio con la condición de que se había de unir el varón a la mujer
mediante el consentimiento; y que siendo dos en una carne, no fuese lícito
agregar otra persona que dividiese la unidad. Y destruyendo algunos casados
sin temor de Dios esta unidad, e imitando al caballo y al mulo, que carecen
de entendimiento, no tienen reparo en mezclarse públicamente con las con-
cubinas en daño a sus almas258.
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254. Javier Pérez Escohotado, Sexo e Inquisición, p. 86 y p. 73. En cambio, a veces se encuentran pasa-
jes en la Biblia que animan a gozar con la mujer. Así, en Proverbios, 5, 18-19, Sagrada Biblia, p. 819, se
lee: “Gózate con la mujer de tu mocedad / Cierva carísima y graciosa gacela; / embriáguense siempre
sus amores / y recréente siempre sus caricias”.
255. Conviene recordar la época de los trovadores de la Provenza francesa medieval, en la que la mu-
jer estaba en una posición social más libre que en la época áurea. Feuerstein, al definir a los trovado-
res, dice que “son poetas-músicos de corte que se consagraban a una dama de su elección, venerán-
dola y sirviéndola fielmente; dama que por regla general estaba casada con otro hombre. La señora
(domina) era adorada a distancia prudente; representaba para ellos el ideal de la femineidad, tal como
para los píos vulgares la Virgen María era la Madre Universal perfectamente casta (véase Sagrada Se-
xualidad, p. 135). Esa relación era bien vista tanto por la Iglesia como por los propios maridos que pa-
trocinaban a los poetas, continúa aclarando Feuerstein.
256. Proverbios, 6, 32, en Sagrada Biblia, p. 820.
257. Eclesiastés, 7, 25-29, en Sagrada Biblia, p. 852.
258. Ángel Luis Molina y Molina, Mujeres públicas, mujeres secretas, p. 69. En la nota aclara las fuen-
tes en las que se ha basado.

101 EL
Cantizano, Pérez, ADULTERIO
Félix. MASCULINO
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Es cierto que las causas del adulterio femenino ya referidas (véase
supra, capítulo 3.2, p. 31 y ss.) son similares a las que pueda tener el va-
rón, pero en cambio, hay una diferencia: la mujer se encuentra en un
plano de inferioridad. No puede pecar porque, como afirma Ángel
Luis Molina, siguiendo el catecismo del obispo de Segovia Pedro Cué-
llar, redactado en 1325: “Así, puede afirmarse que hay adulterio cuan-
do un hombre yace con una mujer casada —sin duda porque se ofende
al marido—, y no se produce cuando un casado yace con una soltera
—porque un superior, el hombre, jamás ofende a un inferior, su propia
mujer—”. La conclusión a la que llega Molina, derivada del catecismo,
es que “El hombre que se acueste con una mujer distinta de la suya
realiza un acto natural aunque sea pecaminoso y como tal le perjudi-
que, mientras que la mujer —aunque se halle en gran menester e grand
pobreza—, si fornica con un hombre comete un grave pecado, no por lo
que ella hace sino porque el hombre es fecho a servicio e a ymagen de
Dios e devemos catar en él la reverencia de la fermosura divinal, e por ende
la faz del omne corporal no la deve ensuziar, mucho menos deve ensuziar la
spiritual cara; por el qual ensuziamiento Dios se parte del omne”259.
A este respecto, la infidelidad masculina se justifica ya sea porque
se celebren matrimonios de conveniencia impuestos por el cabeza de
familia, o por matrimonios ridículos (ya suficientemente comentados),
o por el hastío que produce el matrimonio en sí (Quevedo, 517, por
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ejemplo). De ahí que se considere un acto de caridad el seducir a las ca-


sadas. Así en el PESO, Sátira (96), ante la pregunta:

¿Si hay quién dé limosna a un pobre,


si hay quien dé limosna a un pobre,
que, si no lo masca, no lo come?

Se responde que:
Mas por las casadas tiernas
peno y muero de contino,

259. Ángel Luis Molina Molina, Mujeres públicas, mujeres secretas, pp. 70-71. En la nota aclara que
toma la cita de José Luis Martín y Antonio Linaje Conde: Religión y Sociedad. El Catecismo de Pedro
Cuellar (1325), Junta de Castilla y León, Salamanca, p. 180; 237-243.

102 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo en POESÍA
la poesíaDE
deADÚLTEROS Y CORNUDOS
adúlteros y cornudos en el EN ELde
Siglo SIGLO
Oro, DE ORO
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que tienen hecho el camino
a las oscuras cavernas;
que saben abrir las piernas,
y hacen cierto cernido
sin que lo sepa el marido,
porque así se bate el cobre.
¿Si hay quién dé limosna a un pobre,
que, si no lo masca, no lo come?
( vv. 24-33)

En el PESO se encuentran numerosas justificaciones masculinas


sobre la poligamia y el donjuanismo masculino: “Ninguna mujer hay
que yo no quiera, / a todas amo y soy aficionado; (…) Adoro la amoro-
sa y la austera / por la discreta y simple soy penado, / y por morena y
blanca enamorado, / ora sea casada, ora soltera” (vv. 1-2; 5-8)260.
El tema del amor fuera del matrimonio, más deleitoso que entre
casados, constituye un ciclo dentro del Jardín de Venus, aseguran los
compiladores. Y citan los sonetos 5, 15, 16, 17, 19, 20, 24 y 26 en los que
se trata de dar consejos para conseguir que los casados sigan deseando a
la mujer después del matrimonio. En el número 16, ante las discusiones
entre dos casados acerca de la infidelidad de los maridos se llega a la
conclusión que “Si la dama un poquito se esquivase / cuando quiera
gozarla su marido, / haría, con tenerlo un poco en pena”, vv. 9-11. Pa-
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rece ser que lo que aburre a los maridos, y por lo que tienen que buscar
el deleite sexual fuera del ámbito matrimonial, es la rutina y el tener
conseguido lo que tienen ya seguro. Es la búsqueda, la inquietud de in-
tentar conseguir una mujer lo que da la felicidad. Así: “—No busca
éste mujer, que ya la tiene. / Busca el trabajo dulce de buscalla, que es lo
que enciende al hombre el apetito” (17, vv. 12-14). Y una vez consegui-
da la mujer, la resistencia, la lucha por dominar a la dama, el tira-afloja
o, mejor dicho, el demostrar que el marido ejerce la sumisión o, por lo
menos, que la mujer finge que es forzada, que es vencida por el mari-
do: “Siempre habéis de mostrar que sois forzadas, / que os vence el ma-
rido, y con reparos / de resistencia siempre habéis de armaros, / y veréis

260. PESO, n.º 4, p. 10

103 EL
Cantizano, Pérez, ADULTERIO
Félix. MASCULINO
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como sois mas estimadas” (19, vv. 5-8). Estos poemas reflejan una socie-
dad misógina como la del Barroco donde el marido, padre, herma-
no…, es decir, el varón en última instancia, ejerce un control absoluto
sobre la mujer; o lo que es lo mismo, que finge tenerlo. Así por lo me-
nos pensaba fray Antonio de Guevara: “Es también saludable consejo
que la mujer no sea brava ni ambiciosa, sino mansa y sufrida”261.
Pero esa supuesta insatisfacción masculina dentro del matrimonio
propició que hubiera numerosos engaños y mentiras que podían impli-
car a terceras personas aparte de las propias esposas. Margit Frenk re-
coge de Juan Vásquez el siguiente villancico que lo corrobora: “Puse
mis amores / en Fernandino. / ¡Ay, que era casado! / ¡Mal me ha men-
tido! / Digas, marinero, / del cuerpo garrido, / ¿en cuál de aquellas na-
ves / pasa Fernandino? / ¡Ay, que era casado! / ¡Mal me ha menti-
do!”262. Y esa búsqueda del deleite amoroso fuera del ámbito doméstico
propició que surgiera toda una literatura popular, la de las malmarida-
das o malcasadas que sirvió de fuente de inspiración a los principales
autores del Barroco, como Baltasar del Alcázar, que toma los cuatro
primeros versos de la célebre glosa para hacer toda una serie paródica
de la misma:

La bella malmaridada,
de las más lindas que vi
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si habéis de tomar amores,


vida, no déjeis a mí263.

Estas malmaridadas reflejan el tema de la insatisfacción femenina


pero también el de la masculina, porque para superar su hastío matri-
monial, los hombres tienen mancebas y acuden a actrices y prostitutas.
Tal y como piensa Lynne Lawner: “La prostituta instruida, ‘la honesta
cortesana’, jugaba un papel especial en la sociedad (…). La querida
asalariada, que podía repartir sus favores entre varios amantes, tenía

261. Fray Antonio de Guevara, Libro primero de las Epístolas familiares, ed. José María de Cossío, Ma-
drid, Real Academia Española, 1950-1952, pp. 374.
262. Lírica española de tipo popular (253), p. 137.
263. Obra poética, ed. Valentín Núñez Rivera (195), p. 530.

104 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo en POESÍA
la poesíaDE
deADÚLTEROS Y CORNUDOS
adúlteros y cornudos en el EN ELde
Siglo SIGLO
Oro, DE ORO
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una función didáctica además de social. Su tarea consistía en hacer que
los caballeros se ajustaran a las reglas de la conducta y del lenguaje. Al
mismo tiempo, dependía económicamente de éstos, y a menudo los ex-
plotaba hasta el límite de sus posibilidades”264.
El hombre puede, por tanto, ser sujeto y objeto de las relaciones
adúlteras. No deja de ser curioso que algunos de estos sujetos actuantes
de relaciones extramatrimoniales sean personajes que no necesaria-
mente tenían por qué estar casados —como los curas o frailes—, o
aquellos que eran objeto habitual de críticas y burlas por parte de los
poetas —como los sastres— a quienes se les tenía por mentirosos. Pero,
bueno, ésa es otra historia… Vale.
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264. ROMANO, Julio; RAIMONDI, Marcantonio; ARETINO, Pietro y FRÉDERIC-MAXIMILIEN DE


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Conclusiones

Si bien es difícil precisar qué se entiende por erotismo, sí que puede


justificarse el alcance erótico de la poesía de cornudos en cuanto que,
por un lado, afecta al campo de la sexualidad en un sentido amplio y,
por el otro, no tiene por qué derivarse de una relación gozosa o placen-
tera. Presenta, además, la suficiente entidad como para alcanzar un
grado de erotismo independiente de la poesía satírica con la que mu-
chas veces se ha vinculado. En la medida que explora, en palabras de
Díez Fernández, las penalidades del astado, el poema puede teñirse
de elementos más eróticos.
En resumen, el tema de los sufridos captó enseguida el interés de
los autores que, partiendo de una tradición clásica y teniendo en cuen-
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ta las circunstancias sociales, políticas y económicas comunes a su


tiempo, dieron un giro importante al lenguaje de su época mediante
toda clase de artificios, dobles sentidos y agudezas conceptuales y ver-
bales, que impuestos por la propia condición estética de los poemas,
suponen una de las mayores construcciones artísticas del Barroco basa-
do en el ingenio.
Y por lo tanto, en un campo no suficientemente estudiado como
éste, se puede afirmar que estamos ante algunos de los momentos eróti-
cos más singulares de la literatura de los Siglos de Oro.

107 CONCLUSIONES
Cantizano, Pérez, Félix. El erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Índice onomástico

Las entradas que aparecen en cursiva se refieren a personajes literarios o


imaginarios. Entre paréntesis figura la obra principal —también en cur-
siva— y el autor —en letra redonda— que recoge el nombre. Las demás
onomásticas, incluyendo los personajes mitológicos, van en redondo. Las
cifras remiten a las páginas (en cursiva a las notas de la página) de este
trabajo. No aparecen obras citadas en la bibliografía, exceptuando las
que en sí mismas contengan una onomástica como, por ejemplo, Lazari-
llo de Tormes. Tampoco se registran nombres geográficos.

A Alonso, Álvaro, 45, 76, 80, 83, 92.


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Abelardo, 67. Alonso Gallo, Laura, 42.


Abraham, 99. Alonso Hernández, José Luis, 12, 21,
Acteón, 86, 96. 64, 75, 76, 78, 79, 80, 92, 95.
Agar, 100. Alsaihan, Abdalah, 9.
Alberto Magno, san, 44. Álvarez de Soria, Alonso, 29, 66.
Alcalá, Ángel, 11. Alzieu, Pierre, 16.
Alcañices (Poesía impresa completa, Vi- Amaltea, 41.
llamediana), 91. Ana, doña (Los comendadores de Córdo-
Alcázar, Baltasar del, 42, 46, 47, 48, 61, 63, ba, Lope de Vega), 39.
93, 104. Andrino, Gema, 9.
Alejandro Magno, 72. Angulo, Silvestre de, 34.
Alemán, Mateo, 64. Antón, fray (PESO), 92.
Alfarache, El Guzmán de, 64. Antoninos, los, 100.
Alín, José María, 85. Apolo, 57.
Alixandre, papa (Alejandro VI), 86. Apolonio (Consolación a Apolonio, Plu-
Allaigre, Claude, 45. tarco), 73.

115 ÍNDICE
Cantizano, Pérez, Félix. ElONOMÁSTICO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
Complutense, 2007. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/ugr/detail.action?docID=3175187.
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Aquiles, 7, 73. Boecio, 67.
Arce de Otárola, Juan de, 67. Bonneville, Henry, 86.
Arellano, 7, 17, 19, 20, 22, 40, 51, 52, 65. Borges, Jorge Luis, 7, 43, 44.
Arellano, Ignacio, 68, 69, 70, 72, 74, 76, Boscán, Juan, 16.
77, 78, 81, 82, 84, 86, 88, 94, 95, 96. Bracciolini, Poggio, 46.
Aretino, Pietro, 41, 105. Bretonne, Restif de la, 13.
Arguijo, Juan de, 36. Brown, Kenneth, 57.
Ariosto, Ludovico, 46, 47. Brunel, Antonio de, 27.
Aristóteles, 67. Buenosvinos (n.º 594, Quevedo II), 84.
Armisén, José María, 9. Buscón Don Pablos, El (Historia de la
Arranz, Yolanda, 9. Vida del Buscón llamado don Pa-
Asensio, Eugenio, 40. blos, Quevedo), 65.
Aulnoy, madame d´. Véase Jumel de
Barneville, María Catalina de. C
Austrias, los, 25, 31. Cabrera (n.º 615, Quevedo II), 94.
Avilés, Amaya, 9. Calavera (n.º 574, Quevedo II), 54.
Calderón de la Barca, Pedro, 24, 39, 57.
B Calderona, Juana la, 31.
Baco, 41, 72. Cantillana (Poesía Impresa completa, Vi-
Bajtin, Mijaíl, 17, 22, 88, 89, 96. llamediana), 91.
Barahona de Soto, Luis, 57. Carballo, Francisco, 20.
Barnatán, Marcos Ricardo, 16. Carlos (Diccionario de Autoridades), 56.
Barrionuevo, Jerónimo de, 63. Carmen, orden del, 93.
Barrios, Manuel, 31. Carrascosa (El rufián dichoso, Cer-
Bastías, Patricia, 9. vantes), 29.
Carreira, Antonio, 50, 62, 80, 81, 84.
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Bataille, George, 17.


Carrizales (El celoso extremeño, Cer-
Belaich, Mahmoud, 9.
vantes), 58, 59, 70.
Belardo (Por la musa de Belardo, Ma-
Cascales, Francisco, 20.
luenda), 70.
Castañuelo, trainel (Poesía impresa com-
Bermejo, José María, 19.
pleta, Villamediana), 91.
Bernarda la Camarera (La adversa fortu-
Castilla del Pino, Carlos, 15.
na de Bernarda la Camarera, Lope Castillejo, Cristóbal de, 32, 51, 89.
de Vega), 58. Castro, Américo, 60.
Bernardo, san, 29. Castro, Guillén de, 57.
Berni, Francesco, 42, 48. Castro, N. De, impotente (PESO), 93.
Bershas, H. N., 84. Catalina (Floresta española, Melchor de
Bertaut, Francisco de, 27. Santa Cruz), 63.
Bingen, Hildegarde de, 44. Cela, Camilo José, 55, 56, 57, 81, 85, 86.
Blanco, José Luis, 9. Celestina, La, 33.
Blecua, José Manuel, 50, 53, 54, 61, 65, Cerda, Juan de la, 31.
67, 71, 77. Cerezo, José Antonio, 12, 13, 15, 16.

116 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo en POESÍA
la poesíaDE
deADÚLTEROS Y CORNUDOS
adúlteros y cornudos en el EN ELde
Siglo SIGLO
Oro, DE ORO
Editorial
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Cervantes (Covarrubias), 92. Deleito y Piñuela, José, 26, 27, 28, 29,
Cervantes, Miguel de, 29, 40, 58, 59, 60, 30, 32, 33, 35, 36, 39, 49, 50, 63, 64.
84, 92. Delicado, Francisco, 45.
Cervera, 80, 92. Diana, 86.
Cetina, Gutierre de, 41, 42, 43, 44, 47, Díaz Rengifo, Juan, 20.
48, 49. Díaz-Diocaretz, Myriam, 12, 14.
Chevalier, Máxime, 60, 63. Diego (n.º 615, Quevedo II), 54, 85, 88.
Cicerón, 73, 100. Díez Borque, José María, 16, 93.
Cid, Jesús Antonio, 80. Díez Fernández, J. Ignacio, 8, 9, 12, 14,
Cipión (Escipión el Africano), 93. 16, 17, 19, 42, 43, 44, 45, 46, 57, 66,
Clavel, Hans (fábula), 46. 87, 89, 107.
Clemente XI, 24. Díez de Revenga, Francisco I., 79, 81.
Colunga, Alberto, 11. DiFranco, Ralph A., 60, 72, 83.
Conde, Juan Carlos, 16. Dios, 11, 24, 25, 33, 43, 65, 66, 86, 89,
Contreras (Carajicomedia), 45. 92, 99, 101, 102.
Corbera, sor (n.º 593, Quevedo II), 68, Doni, Antón Francesco, 41.
94. Dorotea (n.º 518, Quevedo II), 54.
Cordero (El Sagaz Estacio, Salas Barba-
dillo), 39. E
Córdoba, fray Martín de, 32. Eimeric, Nicolau, 25.
Cornejo (n.º 615, Quevedo II), 82, 88, Eisenberg, Daniel, 12, 13, 15, 16.
94. Eslava Galán, Juan, 23, 25, 26, 29, 35,
Cornelio, Tácito, 77, 94. 50.
Cornualla, capitán de (Carajicomedia), Estacio. Véase Sagaz Estacio, El.
45, 83, 87. Esteban, José, 29, 30.
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Corral, Gabriel del, 57. Europa, 41.


Correas, Gonzalo, 53.
Cortés, María José, 9. F
Cossío, José María de, 97, 104. Felipe II, 24, 29, 88.
Cotarelo, Emilio, 90. Felipe IV, 26, 27, 30, 36.
Covarrubias, Sebastián de, 44, 55, 76, Feria (Poesía impresa completa,Villame-
78, 81, 85, 92, 95. diana), 91.
Cristina, Serenísima Reina (la reina Fernández Álvarez, Manuel, 33, 34, 42.
Cristina de Suecia), 77. Fernandino (Lírica española de tipo po-
Cristo, 25, 89. pular), 104.
Ctesias, 43. Fernando, don (Los comendadores de
Cuéllar, Pedro, 102. Córdoba, Lope de Vega), 39.
Cupido, 90. Feuerstein, Georg, 99, 100, 101.
Figueras, E., 35.
D Figueroa, Francisco de. Véase Trillo y
Dánae, 96. Figueroa, Francisco de.

117 ÍNDICE
Cantizano, Pérez, Félix. ElONOMÁSTICO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
Complutense, 2007. ProQuest Ebook Central, http://ebookcentral.proquest.com/lib/ugr/detail.action?docID=3175187.
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Filemón (n.º 556, Quevedo II), 70. Herrán, Ainara, 9.
Ford, John, 7, 13. Himen (n.º 574, Quevedo II), 54.
Francisco, san, frailes de, 34. Hipócrates, 54.
Fréderic-Maximilien de Waldeck, Horozco, Sebastián de, 59, 62, 78, 86,
Jean, 105. 94, 95.
Frenk, Margit, 51, 52, 53, 94, 104. Huerta Calvo, Javier, 21, 22.
Hunt, Lynn, 13.
G Hurtado de Mendoza, Diego, 12, 14, 16,
Galasso (Sátira V, Ariosto), 46. 17, 19, 42, 43, 44, 45, 46, 47, 48, 72,
Galván Jerez, Sol, 96. 83, 87, 96.
Gamboa, Magdalena de, esposa de Pedro Hurtado de Mendoza, Juan, 21.
Vergel (Poesía Impresa completa,
Villamediana), 90. I
García, Gil (Nuevo Corpus), 92. Infante Cardenal (La vida y hechos de
García, Juan, prototipo de cornudo Estebanillo González), 80.
(PESO), 92. Infantes de Miguel, Víctor, 12, 13, 15,
García, señora (El Sagaz Estacio, Salas 16, 75.
Barbadillo), 38. Inmaculada Concepción, 24.
García López, Jorge, 59. Isidoro de Sevilla, san, 44.
García Sánchez, Jesús, 16. Isidro, compañero de Vergel (Poesía Im-
Garcilaso de la Vega, 16, 42. presa completa, Villamediana), 86.
Gil, el de Motril (Poesía, Juan de Sali- Ismael, 99.
nas), 86. Iwasaki Cauti, Fernando, 13, 15.
Gil, Paloma, 9.
Ginesa (n.º 555, Quevedo II), 66. J
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Gómez Canseco, Luis, 42. Jacob, 100.


Góngora y Argote, Luis de, 20, 36, 37, Jammes, Robert, 16, 20, 61, 78.
50, 60, 61, 62, 78, 81, 84, 85. Jarama (n.º 594, Quevedo II), 83, 84.
González, Estebanillo (La vida y hechos Jené, Ignacio, 9.
de Estebanillo González), 80. Jerónimo, don (n.º 555, Quevedo II), 66.
González de Salas, José Antonio, 53, 97. Jesús, 24, 100.
González, Rosana, 9. João III, rey de Portugal, 40.
Grazzini, Antón Francesco, 41. Joly, Monique, 21.
Guevara, fray Antonio de, 33, 104. Jorge (n.º 518, Quevedo II), 54.
Guzmán (El Guzmán de Alfarache, Ma- Jove (Poesía, Juan de Salinas), 86.
teo Alemán), 64. Juana (n.º 615, Quevedo II), 54, 88.
Guzmán, Fernando de, 36. Juana, enamorada de un capón (PESO), 93.
Juliá Martínez, Eduardo, 74, 78, 80, 93.
H Jumel de Barneville, María Catali-
Héctor, 73. na de, 27.
Heras, Marta, 105. Júpiter, 41, 72, 96.

118 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo en POESÍA
la poesíaDE
deADÚLTEROS Y CORNUDOS
adúlteros y cornudos en el EN ELde
Siglo SIGLO
Oro, DE ORO
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Justina, La pícara, 63. Luis de León, fray, 11, 31.
Juvenal, 53. Luján, Néstor, 31, 35, 36, 40, 52, 57, 58, 90.
Juvera, anfitrión del papa Alejandro, 87.
M
K Madroñal Durán, Abraham, 21.
Kendrick, Walter, 13. Mais de Cornualla, rey (Carajicomedia),
45, 83.
L Maluenda, Jacinto Alonso, 7, 22, 36, 37,
Labrador Herraiz, José J., 60, 72, 83. 54, 65, 66, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 77,
Lang, Herbert, 59, 78, 86. 78, 80, 82, 95, 96.
Lasca, el. Véase Grazzini, Antón Fran- Mandricardo (PESO), 93.
cesco. Marañón, Gregorio, 36.
Lawner, Lynne, 104, 105. Marcela (El Sagaz Estacio, Salas Barba-
Lazarillo de (Lázaro) Tormes. Véase dillo), 37, 38, 39.
Tormes, Lazarillo de (Lázaro). Marcolini, Francesco, 40.
Lázaro Carreter, Fernando, 65. Marcos, san, 95.
Lea, 100. Marizápalos, 31.
Legazpi, Conchi, 9. Márquez Villanueva, Francisco, 93.
Leonora (El celoso extremeño, Cervan- Marte, 96.
tes), 58. Martín, José Luis, 102.
Licenciado (Los pareceres, Quiñones de Martínez, Bárbara, 9.
Benavente), 50. Mashagekhi, Saideh, 9.
Linaje Conde, Antonio, 102. Medeiros, Elena, 9.
Linterna, la (n.º 594, Quevedo II), 54, Medellín (n.º 594, Quevedo II), 83, 84.
82, 83, 85. Medina, compañero de Vergel (Poesía
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Lissorgues, Yvan, 16. impresa completa, Villamediana),


Llave, Córdoba de la, 35. 86, 90.
Loaysa (El celoso extremeño, Cervan- Méndez de Loyola, Pedro, 57.
tes), 58, 59. Mercurio, 47, 56, 81.
Lobos, Alonso (Carajicomedia), 91, 92. Merlo, María, 105.
López, Gregorio, 35. Mesalina, 91.
López Eire, Antonio, 73. Micó, José María, 64.
López Grigera, Luisa, 51. Minerva, 77.
López Pinciano, Alonso. Véase Pincia- Minos, 82, 96.
no, el. Molina Molina, Ángel Luis, 28, 29, 60,
López de Úbeda, Francisco, 63. 101, 102.
López-Baralt, Luce, 93. Morales, Begoña, 9.
López-Terradas, Almudena, 9. Morales Medrano, Juan (Poesía impresa
Lozana andaluza, La, 45. completa,Villamediana), 91.
Lozano, Coral, 9. Morán de la Estrella, Francisco, 60,
Lucas, san, 95. 72, 83.

119 ÍNDICE
Cantizano, Pérez, Félix. ElONOMÁSTICO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Morel D´Arleux, Antonia, 62, 91. Pérez Escohotado, Javier, 25, 27, 28,
Moreno Mengíbar, Andrés, 26, 28, 29, 100, 101.
31, 32. Petronila (Los pareceres, Quiñones de
Moreno, Diego (El Sagaz Estacio, Salas Benavente ), 50.
Barbadillo), 38. Pfandl, Ludwing, 23, 24, 25, 26, 32.
Moreno, Diego, prototipo de cornudo Pinciano (Coloquios de Palatino y Pin-
(PESO), 92. ciano, Juan de Arce de Otárola),
67.
Pinciano, el, 20.
N
Pinheiro da Veiga, Tome, 35, 49, 64.
Nacar Fuster, Eloíno, 11.
Piñeyro, véase Pinheiro da Veiga,
Núñez Rivera, Valentín, 42, 46, 47, 61,
Tome.
63, 93.
Pitágoras, 13, 15.
Plinio, 95.
O Plutarco, 73.
Ocasar Ariza, José Luis, 67. Polo de Medina, Salvador Jacinto, 79,
Olivares, conde-duque de, 36. 81.
Orlando, 47. Ponce Cárdenas, Jesús, 21.
Ovando y Santarén, Juan de, 74, 80. Pope, Marvin H., 11.
Ovidio, 56, 86. Porro Herrera, María Josefa, 32, 33.
Príamo, 73.
P Profeti, María Grazia, 12, 14, 15.
Pablo, san, 100. Pulido, Manuel, 9.
Palatino (Coloquios de Palatino y Pincia-
no, Juan de Arce de Otárola), 67. Q
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Palomo, Pilar, 19. Quevedo y Villegas, Francisco de, 7, 19,


Pan, 56, 81. 20, 30, 36, 37, 40, 44, 47, 48, 50, 51,
Pasifae, 82, 96. 52, 53, 54, 56, 61, 62, 64, 65, 66, 67,
Pastrana (Poesía Impresa completa, Vi- 68, 69, 70, 71, 72, 73, 76, 77, 78, 79,
llamediana), 91. 81, 82, 83, 84, 85, 87, 88, 89, 91, 92,
Penélope, 56, 81. 94, 95, 96, 102.
Peña, Antonio de la, 35. Quijote de la Mancha, don, 84.
Peña, Francisco, 25. Quiñones de Benavente, Luis, 36, 37,
Peña, Marisa, 9. 39, 50.
Peña-fiel (Poesía Impresa completa, Vi-
llamediana), 91. R
Peral Vega, Emilio, 21. Rabelais, François, 17, 88.
Pereira, Inés (Auto de Inés Pereira, Gil Raimondi, Marcantonio, 105.
Vicente), 40. Raimundo el Entretenido, Don, novela
Pérez, Juan, marido resignado (Obra poé- de Don Diego de Tovar, 90.
tica, Baltasar de Alcázar), 93. Raquel, 100.

120 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo en POESÍA
la poesíaDE
deADÚLTEROS Y CORNUDOS
adúlteros y cornudos en el EN ELde
Siglo SIGLO
Oro, DE ORO
Editorial
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Rastro, el (n.º 592 Quevedo II), 84, 85. Sepúlveda, Jesús, 96, 97.
Rebolledo, Bernardino de, conde de Serrano, Cosme, 34.
Rebolledo, 77. Sevilla Arroyo, Florencio, 84.
Rebolledo, conde de. Véase Rebolledo, Sierra, compañero de Vergel (Poesía Im-
Bernardino de. presa completa, Villamediana),
Redondo, Agustín, 16, 17, 51. 86, 90.
Requejo Carrió, Marie-Blanche, 58, 59, Silvio (A un hablador, a quien ofendía su
60. mujer, Ovando), 74.
Rey Hazas, Antonio, 63, 84. Sófocles, 73.
Reynal, Vicente, 44. Somoza, Sara, 9.
Reynosa, Rodrigo de, 45, 57, 83. Spirrtual, H. W., 93.
Rico, Leticia, 9.
Rico Manrique, Francisco, 64, 84. T
Río-Seco (Poesía Impresa completa, Vi- Talvacchia, Bette, 13.
llamediana), 91. Tassis, Juan de, conde de Villame-
Rodríguez Marín, Francisco, 61. diana, 36, 37, 69, 78, 79, 81, 85, 86,
Roldán, 72. 89, 90, 93.
Romano, Julio, 105. Thomas, príncipe (La vida y hechos de
Roncero, Victoriano, 17, 20, 52, 74, 95. Estebanillo González), 80.
Rudel de Blau, Jaufré, 19. Tintero, el (n.º 594, Quevedo II), 54, 82,
Ruiz Casanova, José, 69, 78, 81, 89, 90, 83, 85.
91, 93. Tormes, Lazarillo de (Lázaro), 64.
Tovar, don Diego de (Poesía impresa com-
S pleta, Villamediana), 79, 90, 91.
Sagaz Estacio, El, 37, 38, 39, 48, 64, 77. Tovar, don Jorge de (Poesía impresa com-
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Salas Barbadillo, A. Jerónimo de, 36, 37. pleta, Villamediana), 79, 90, 91.
Saldaña (Poesía Impresa completa, Villa- Trillo y Figueroa, Francisco de, 72, 82.
mediana), 91. Tripolí, condesa de, 19.
Salinas, Juan de, 85, 86, 88. Tristán, 83.
Salomón, 11, 100.
Sánchez, doña Justa (Poesía Impresa U
completa, Villamediana), 79, 90. Ulises, 56, 81.
Sánchez, el casamentero (El Sagaz Esta-
cio, Salas Barbadillo), 37. V
Santa Cruz de Dueñas, Melchor de, 63. Vaca, Josefa o Jusepa, doña (Poesía Im-
Santamaría, Paloma, 9. presa completa, Villamediana), 91.
Santísima Trinidad, 24. Vásquez, Juan, 104.
Santos Santos, Francisco, 37. Vázquez García, Francisco, 26, 28, 29,
Sara, 100. 31, 32, 33, 34.
Savater, Fernando, 15. Vega, Lope de, 36, 37, 39, 40, 57, 90.
Séneca, 73. Venus, 96, 103.

121 ÍNDICE
Cantizano, Pérez, Félix. ElONOMÁSTICO
erotismo en la poesía de adúlteros y cornudos en el Siglo de Oro, Editorial
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Vergel, Pedro (Poesía Impresa completa, Virgen María, 24, 101.
Villamediana), 79, 81, 86, 89, 90. Vives, Luis, 31.
Vicasa, doña (Poesía Impresa completa, Vulcano, 77, 96.
Villamediana), 91.
Vicens, Antoni, 17. W
Vicente, Gil, 40. Weinberg, Julius, 67.
Vigil, Mariló, 31, 32. Weiner, Jack, 59, 62, 78, 86, 94.
Villamediana, conde de. Véase Tassis, Williamson, Edwin, 59.
Juan de, conde de Villamediana.
Villa-flor (Poesía Impresa completa, Vi- Z
llamediana), 91. Zambrano Carballo, Pablo, 42.
Villa-nueva (Poesía Impresa completa, Zarza, fray Pedro, 30.
Villamediana), 91. Zavala, Iris M., 12, 14, 15.
Villegas, Esteban Manuel de, 17. Zenón, 7.
Villén de Biedma, Juan, 20. Zúñiga, doña Juana de (Poesía Impre-
Violante (La adversa fortuna de Bernarda sa completa, Villamediana), 90,
la Camarera, Lope de Vega), 58. 91.
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122 EL
Cantizano, Pérez, EROTISMO
Félix. EN LA
El erotismo en POESÍA
la poesíaDE
deADÚLTEROS Y CORNUDOS
adúlteros y cornudos en el EN ELde
Siglo SIGLO
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