Conversaciones Con Enrique Pichon Riviere PDF
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Conversaciones
con
Enrique Pichon-Riviére
sobre
el arte y lo locura
E D IC IO N E S C IN C O
Enrique Pichón Rivière
VICENTE ZITO LEMA
CONVERSACIONES
CON
ENRIQUE
PICHON RIVIERE
EDICIONES CINCO
Diseño de tapa:
Regine Bergmeijer
I.S.B.N. 950-9693-05-7
INDICE
Encuentros 9
7
Encuentros
9
oscuras. Nos pusimos a conversar. El tema fue Isidoro Du
cesse; su poesía, su familia, su tragedia.
Poco a poco cobró vida en mí una impresión que corrobo
raría numerosas veces: a pesar de su exaltación. Pichón irra
diaba una extraña paz; a pesar de su fragilidad, fortaleza; a
pesar de su distanciamiento, una inmensa bondad.
Tengo de él, en esa tarde, una imagen traslúcida: la de un
poderoso gallo de riña dispttesto, a medida que pasaban las
horas, a lanzarse con el pico y las alas abiertas contra la
oscuridad.
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ese sentido de la oida y del conocimiento en espiral por el que
continuamente clama Pichón, Otro elemento significativo en
aquel recinto son los libros y carpetas con papeles: sobre el
escritorio, en él piso, cayendo de los placares, cubriendo, in
cluso, las sillas. Ello despierta tma sensación de caos total, que
cobra su unidad, sin embargo, cuando Pichón busca, sin equivo
carse, alguno de esos librps o papeles.
Ya acomodados, Pichón me preguntaba, invariablemente:
¿Cómo estamos nosotros dos, cómo está la calle?
he comentaba yo los hechos del día, casi todos dramáticos.
Después hablaba de mí, muy poco, pero, aun elípticamente,
nunca dejaba de plantear algún problema que me angustiaba.
Lo discutíamos.
Llegaba el tumo de Pichón: poco a poco, se iba penetrando,
dejándose al desnudo. Yo tenía la sensación de que me estaba
trasmitiendo un mensaje cifrado y que, al hablar de sí mismo,
también lo hacía de mí. Ello me agotaba: me veía transfor
mado en un espejo. Era cuando Pichón me decía, a veces
riendo, a veces mirándome muy fijamente, que era, para él,
como tm padre.
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Era la señal. Otras veces, yo sentía que enfrentaba una carga
muy pesada, que mi capacidad de percibir estaba colmada;
incluso, hubo momentos en que sentí miedo, un miedo extraño
que no puedo descifrar. O desconcierto. Me interrogaba: “,¡Qué
estoy haciendo realmente aquí?" Y, sin respuesta, tenía ganas
de salir corriendo. Era cuando Pichón me miraba con extrema
dureza, como enojado por mi flojedad, para cambiar rápida
mente y palmearme con suavidad la espalda. De cualquier
manera, originada la suspensión de la charla por mí o por él,
yo tomaba una copa de vino, él fumaba su único cigarrillo del
día y me acompañaba hasta la puerta del departamento. Con
veníamos el nuevo encuentro y nos despedíamos con un abra
zo, no obstante lo cuál nos demorábamos, y ésos eran los
momentos en que, deshilvanadamente (ya lo he señalado), to
cábamos temas que frente al grabador, por distintas circuns
tancias, habíamos omitido o no profundizado. Me permito de
alguna manera revelarlo; giraban siempre en torno de la muerte.
Algo más sobre nuestro método de trabajo; debido a las
dificultades físicas de Pichón, que toman su voz poco audible
(en todo caso, no registrable fácilmente por el grabador), a
medida que él contestaba mis preguntas, o me repreguntaba,
yo iba repitiendo y sintetizando, con la mayor fidelidad que
pude, sus palabras.
Aclaro también que Pichón, cuando tocamos algunos temas
sobre los que ya ha eécrito, para evitarse mayor fatiga y en
pos de precisión, se valió en sus respuestas de esos documentos.
Una vez que estuvo enteramente desgrabado el material,
y hecho por mí el trabajo de ajuste, tratando de evitar ciertas
imprecisiones propias de toda conversación (que en este caso
fueron más de lenguaje que de conceptos), leí el texto a Pichón.
El me hizo entonces sugerencias y comentarios; propttso in
cluso modificaciones. Volví a trabajar en el texto y obtuve el
acuerdo definitivo.
La nueva lectura que, a solas, hago esta noche de las pruebas
de imprenta, me trae recuerdos (algunos que ya se desvanecían)
y motiva reflexiones que acaso no buscan más que sacar a luz
el encadenamiento inexorable al que responden mis encuen
tros con Enrique Pichón Rivière. Cierro un pequeño círculo.
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Collage de Pichón Riviere
I
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seria un misterio nuestro largo viaje y que finalmente fuéramos
a dar al Chaco, en plena selva.
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—¿Cuántos hermanos tuvo?
—Éramos seis hermanos, dos mujeres y cuatro hombres- Soy
el menor. Pero, ya está aquí el primer conflicto: mi padre se
casó con su cuñada. Es decir, muere su primera esposa y
se casa con la hermana de ella. Del primer matrimonio nacen
cinco hijos y del segundo solo yo.
IT
—No, y en alguna medida era peor, ya que la fantasía au
mentaba la real medida del peligro y el estado de tensión se
hacía permanente.
Ahora bien, la amenaza de los indios se daba cuando éstos
se juntaban en malones, ya que, individualmente, eran gente
muy trabajadora; si uno conocía el idioma, podía relacionarse
con ellos sin mayor dificultad.
No puedo precisar las circunstancias, pero no olvido que
be estado con esos indios, que los he conocido, que hemos
hablado. . .
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Hay un grupo de hombres que considera que tiene la propie
dad de las mujeres tradieionafmente ligadas a ese grupo, y
rechazan que alguien pueda discutir esa propiedad. Por ello,
la base del prejuicio, aun en este caso, es la rivalidad, y exte
rioriza un concepto más económico que sexual.
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él, mensual mente, emprendía una verdadera expedición para
llegar al pueblo a retirar dinero y poder pagar los gastos de
la producción y de la casa. Pasábamos dos o tres días poseídos
por la angustia, esperando su regreso.
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de la relación entre ambas situaciones que, además, se com
pletan con la vivencia del hospicio.
Una vez, en el Hospicio de las Mercedes, un enfermo me
atacó, de improviso, con un cuchillo, y volví a quedarme in
móvil, mirándolo fijamente, hasta que el enfermo soltó el arma,
que se clavó de punta en la tierra.,.
Y asocio otro recuerdo de mi infancia, acaso porque se re
fiere a la forma precisa con que mi padre manejaba todo tipo
de situaciones graves, azarosas, manteniéndose muy presente
pero también como lejano. Él nunca provocaba a nadie; tam
poco nunca vi una provocación hacia él. Había un gran res
peto por su persona, por “el francés”, como lo llamaban. Re
cuerdo que en esa época mi padre tenía la costumbre de tender
un alambre entre dos árboles, y colgar allí todos sus trajes. Lo
hacía por lo menos una vez al mes. Había smokings, chaque
tas, y todo tipo de trajes de buen vestir y de gala..., y los
colgaba al sol, al aire libre, en la selva. Parecía un ritual, una
misa, en la que él era un solitario oferente. Yo percibía en ello
toda su nostalgia,
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a mayo de 1967, publiqué una serie de notas en una revista
de Buenos Aires (Primera Plana); era un esbozo de una psi
cología de la vida cotidiana. Y precisamente, con ese título, se
editó después un libro, en el año 1970, que reunía todos mis
trabajos sobre el tema. En esta tarea tuvo activa participa
ción mi más directa colaboradora, Ana Pampliega de Quiroga.
Pues bien, uno de esos trabajos, al que usted se refirió, encara
las reacciones psicológicas ante el desastre; o sea que, una vez
más, como decía, una experiencia vivida en mi primera edad
es materia de investigación. El misterio, lo imprevisto, me han
atrapado, y trato de descifrarlos con las armas que he adqui
rido de hombre.
Sostenemos en ese análisis que el núcleo de la actitud del
sujeto que padece la catástrofe está dado por su resistencia al
cambio. El cambio se requiere para responder a una nueva
situación producida, no ya por la sociedad, sino por la natura
leza; esto, sin negar la responsabilidad que puede tener la
sociedad en su conjunto y las autoridades en particular para
evitar ese tipo de catástrofe con medidas estructurales —cons
trucción de diques, dragado de ríos, etcétera— o, al menos,
con eficaces medidas de alerta y prevención.
El sujeto que padece la situación, por miedo al cambio que
se impone, se resistirá por todos los medios. Apelará a todo
tipo de maniobras para dilatar y aun impedir el abandono o
el desalojo, es decir, la evacuación del sitio que habita. Es
entonces cuando el siniestrado debe ser considerado como un
enfermo mental, dado que tiene todas las características y
conducta del paranoico.
Ahora bien, en la inundación como en cualquier otro si
niestro, el pánico aparece en un segundo período de la situa
ción que hemos denominado de “impacto”. Por su significa
ción, el pánico es el principal emergente de estos hechos, ya
que puede ocasionar mayores consecuencias, daños más gra
ves, que el suceso principal del cual emerge.
El carácter típico —y peligroso— del pánico es su poder
de contagio que, tal como la vida cotidiana nos enseña, ha
ocasionado innumerables desgracias, debido a las actitudes
que desencadena: tumulto, huida ciega, y también asesinatos,
violaciones, y demás tipos de violencia desenfrenada.
Para caracterizar el pánico, podríamos decir que es una
oo
unidad compleja, cuyos elementos constitutivos son: temor,
alarma, perplejidad, pérdida de control y de orientación.
23
El resto de mi familia tampoco tuvo mayores dificultades
con la nueva lengua. Y, si bien en la mesa se hablaba francés,
siempre se buscaban temas que nos permitieran a todos con
versar en castellano, hasta que al final nos manejábamos en
forma perfecta. Mis padres nunca aprendieron el guaraní.
Tampoco olvido que, entonces, un tema se imponía con fre
cuencia entre nosotros: la guerra, ¡a Primera Guerra Mundial.
Los he visto a mis padres hablar y. sufrir. A la vez, nuestros
juegos se basaban en emular esa guerra, representarla, cons
truyendo barricadas y otros actos por el estilo.
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—¿Cómo se llama ese lugar de Corrientes donde se radican?
—Definitivamente la familia se radicó en la dudad de Coya,
pero antes estuvimos un tiempo en Bèlla Vista, tamoién de
Corrientes. En la primera travesía tuvimos que cruzar un río
y casi nos ahogamos. Una fuerte tormenta cayó sobre el pe
queño barco, un velero, que habíamos alquilado.
23
elegante, y nunca asumió el rol de la pobreza. Se había criado
en un colegio de monjas. Fue en la época de una intervención
del Estado en la Iglesia, y mi madre se llevó a todas las mon
jas a una propiedad de su familia. Una acción arriesgada.
Ella siempre tuvo mucho carácter, y valentía para enfrentar
cualquier tipo de dificultades y de prejuicios.
Recuerdo que cuando volví a Europa fui a visitar ese cole
gio, y todas las monjas se acordaban de mi madre.
Había sido la primera en fumar y en usar pantalones, con
motivo de representar una pieza de teatro. La debilidad de
mi madre era precisamente el teatro. Recitaba a Racine y a
Comedle de memoria. Además, era muy luchadora y llena
de empuje. Fundó escuelas primarias, la Escuela Profesional
y el Colegio Nacional, todo esto en Coya, y trabajaba conti
nuamente.
También recuerdo un hecho muy curioso —en atención a
uno de sus protagonistas—. Un domingo, allá en Goya, co
nocimos a Hortensio Quíjano, el que sería vicepresidente de
Perón. Mi madre y la mujer de Quijar)o organizaban concier
tos, y Quijano tocaba la flauta. Pasarían los años y, en un
grave conflicto personal, acudiría a él en busca de consejo.
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—¿Reprochaba su madre a su padre los desastres financie
ros, el fracaso en los trabajos?
—Nunca le oí el menor reproche, y tengo la impresión de
que no los hubo en ninguna circunstancia. Y ello a pesar
de que mi padre y también mi madre tenían cierto dinero a!
venir a la Argentina, y lo perdieran todo, y para mayor des
gracia, trabajando.
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-Y , para completar mi cuadro infantil, diría que :fui des-
prolijo y desatento, siempre estaba en otra p arte...
—¿Dónde?
—En mis sueños, en mis aventuras, en mis fantasías y, acaso,
también en mis temores.
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nos, en los mitos y leyendas, una profunda poesía. Todo ello
es muy perceptible, por ejemplo, en el folklore guaraní, que
es no sólo uno de los elementos principales de esa cultura,
sino también algo de lo más hermoso que he conocido en
mi vida.
Hay una canción que escuché de niño y que no he olvidado,
muy triste, llena de poesía y que también, podría decir ahora,
encierra una situación típica de análisis. Es la historia de un
pájaro, el carao, “que estando su madre enferma / remedios
salió a buscar.. . ”. En su viaje llega a un baile campero y
allí conoce a "la pollona”, una pájara hermosa. Y se canta en
la leyenda que los dos pájaros se unieron, mientras la madre
del carao agonizaba, sola, esperando el remedio, la ayuda que
no llega. Finalmente, cuando amaneciendo el día, regresa, el
pájaro encuentra a su madre muerta. Esta nunca supo los ac
tos de su hijo, su “casamiento”. O sea, nos encontramos ante
un complejo de Edipo perfecto, una situación triangular clásica
en todos sus matices.
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Mi madre, por su naturaleza y peculiaridades, debió ser
quien tuvo que vencer mayores obstáculos. Se había educado
en un colegio muy exclusivo, en Lyon, y pertenecía a una fa
milia de clase social “alta”. Pese a ello, a una cierta' rigidez
educativa, tanto mi madre como mi padre —y aquí mi asom
bro— supieron siempre tomar de quienes los rodearon, en
cualquier circunstancia, todo lo bueno y alejarse de lo malo.
Su moral, rígida, no perturbaba sus relaciones cotidianas con
el mundo; tenían un tacto especial, sabían irse sin molestar,
sabían dejar hacer a los otros. Sin embargo, nunca sufrimos
situaciones de atropello; veían a mi padre como un hombre
dispuesto a enfrentar lo que viniera pero después de agotar
las posibilidades de esclarecimiento. Por eso los respetaban.
Ellos fueron mis maestros. Hasta en el deporte. No olvido
que mi padre fue también un gran boxeador y esgrimista.
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ciaimente en épocas ae elecciones. L,a situación, entonces, se
tomaba tremenda__Pero yo estaba absorbido por los depor
tes: fui campeón de ciclismo, practicaba natación, fútbol, te
n is .. . Hasta llegué a ser campeón juvenil de boxeo en peso
pluma.
31
para conversar. Mi madre participaba activamente. Yo me
había agenciado un agujero, para ver y escuchar. Y así me
daba cuenta de ias contradicciones y de todo lo que pasaba
en esos grupos. Y creo que así hice, como observador no par
ticipante, mi primer aprendizaje sobre el funcionamiento de
los grupos humanos. Diría que es la enseñanza del ojo de la
cerradura.
"Je te salue
mon cher petit et vieux
cimetière da ma ville
où j’appris a jouer
avec les morts
C’est ici où j’ai voulu
me révéler le secret de
notre courte existence
à travers les ouvertures
d’anciens cercueils solitaires.
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serre son coeur palpitan
entre ses jambes
rondes y charnues
atendant
le vísiteur egaré
sortir de l’epaisseur
de sa nnit fantasmale.”
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cierta medida y más allá de sus deseos, responde a mundos
culturales muy distintos y hasta opuestos.
Y ese mundo primitivo, de donde surgieron mis temores más
profundos, el de los malones indígenas, me nutrió naturalmen
te con toda una* visión mágica del universo. Un universo regi
do por la culpa, y donde la muerte, el duelo y la locura, forman
el contexto general. Muchos de mis intereses científicos y
mis investigaciones, están ligados a la internalizad*ón de esas
estructuras primitivas.
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—¿Adúnde va a vivir?
—Aquí se da un hecho muy interesante, diría que simbó
lico. Voy a caer a una pensión que la llamaban “la pensión del
francés”. Estaba en el edificio que ocupa hoy la Asociación
del Fútbol Argentino.
Allí conocí a los tipos más extraños de mi vida y a algunos
de los que serían los mejores amigos que tuve. El primero, Ro
berto Arlt, con quien fui a ver mi primer partido de fútbol
en Buenos Aires. Arlt luego lo relataría en uno de sus escritos.
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—¿Por qué se decide a estudiar medicina?
—Lo que buscaba era la psiquiatría.. , Además, le aclaro,
nunca imaginé ni me interesó la medicina como un compartí*
miento estanco, sino que la veía, y la viví, como una totalidad.
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a descubrir un pequeño cementerio donde estaban enterrados
varios veteranos de la guerra del Paraguay.
Ahora bien, si tengo que hablar de mí como estudiante, debo
reconocer que, desde el punto de vista clásico, era un mal
universitario, ya que sólo me presentaba a examen cuando
tenía la seguridad interna de que me iba a ir bien.
Por eso me recibí tres años después del tiempo normal de
la carrera. La búsqueda de seguridad. . . Pero ya había ini
ciado la práctica psiquiátrica.
Debo también reconocer que tuve varios problemas con los
profesores en relación a los métodos de enseñanza. Y es que
el material que manejábamos estaba totalmente alejado de mis
propósitos, que eran los de curar. Toda la enseñanza era sobre
cadáveres. Es decir, había allí una contradicción fundamental,
un elegir —tal vez inconsciente— la muerte. Nos preparaban
para los muertos; no para los vivos. Y esa contradicción —una
enseñanza sobre muertos para enfrentar los problemas de la
vida— no desaparece después en toda la actividad médica. Es
una verdadera pena que esa situación siga hoy vigente, al me
nos en gran medida.
'Y esto también tiene una historia. Recuerdo que a Fretid,
en la éDoca en que estudiaba medicina en Viena, le estaba
prohibida la disección debido a sn religión. Una forma de los
prejuicios de la sociedad —y de las autoridades— de entonces
en contra de los judíos. Y las cosas se dieron de tal manera
que en plena carrera empezó a interesarse por la anatomía
patológica del cerebro y, muy precozmente, hizo descubrimien
tos en ese campo. Ello, en mi criterio, está relacionado con
su rebeldía contra esas imposiciones racistas que sufrió.
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analizaba. Y ello, más allá de la anécdota que representaba
la aprobación del examen, era de utilidad, en tanto contribuía
a encarar el abordaje del paciente desde dos puntos de vista:
el físico y el psíquico.
Ahí se rompería, ya definitivamente, esa desarticulación o
desunión entre mente y cuerpo. Es decir, comprendí que todo
lo que se expresa como enfermedad a través de complicados
mecanismos inconscientes es el equivalente de una estructura
patológica perteneciente a otro campo.
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—¿Había algún motivo determinante?
—Nuestra estrategia Que era la siguiente: seguir siempre,
todos juntos, la pelota; menos yo, que me quedaba cerca del
arco contrario para meter el gol. Las cosas iban magnífica
mente bien hasta que un día un jugador del equipo contrario
tuvo una crisis de claustrofobia, debido a que mis pacientes
lo encerraron férreamente, entre todos, varias veces, sin darle
respiro. Y allí terminó el partido y el fútbol, al menos por un
tiem po...
39
táculo para el proceso de aprendizaje que siempre es en espi
ral, que se realiza en forma de espiral.
40
Era un prostíbulo lujosísimo; la regente se llamaba Madame
Safo.
—Cuando se radica en Buenos Aires, ¿tiene alguna militan-
cía política en el socialismo?
—No, prácticamente mi militancia se canaliza en el comité
de ayuda a los republicanos.
—¿A quiénes comidera sus maestros? Esto en él sentido
más antiguo del concepto; o sea, "aquel que nos pone en un
fasto camino”.
—En mi adolescencia, especialmente a mis padres y al rector
del Colegio Nacional de Goya, a quien recuerdo mucho, Fue
mi iniciador literario, él abrió ante mis ojos todo el mundo de
la literatura. Y ya en Buenos Aires, Roberto Arlt, también
Nalé Roxlo; eran mayores que yo, y no sólo fueron mis amigos,
sino mis maestros. Especialmente Roberto Arlt; él era el pro
totipo del maestro.
—¿Por qué?
—Porque cuando estábamos juntos, todos sus actos, lo que
decía, parecía que estaba destinado, muy naturalmente, a en
señarme. Salía conmigo con mucha frecuencia, y hablábamos
de literatura, fundamentalmente de literatura rusa; y me con
taba sus proyectos, sus aventuras... y me enseñó de la vida,
de la vida en serio.
—¿Cómo definiría la obra literaria de este creador?
—Como el trascendente fruto de un ser muy lúcido, muy
claro, y para nada alienado. Yo me pasaba a veces noches en
teras viéndolo escribir; era para mí un placer ver salir algo
compuesto dentro de un conjunto armónico.
Creo también que el teatro era su más grande vocación, y
él estaba dotado para ello. Tenía una extraordinaria capacidad
para “mover Iasr piezas”; trasmitía a los otros la sensación de
estar frente a un líder. Un verdadero líder en cualquier nivel.
En cuanto a sus novelas, pienso que Los siete locos es su
obra fundamental. La locura está ahí, y sí Arlt tuvo en sí la
locura, transitoriamente, consiguió, como verdadero artista que
era; sacarla de sí y colocarla en los personajes de la novela, en
la obra en su conjunto.
41
el Conde de Lautréamont
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t/— C^Z-eA4-A<^“- c'UjÔ. .
V f xï ^ ^ â ^
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j (V - 3
v*
Autografo de Lautréamont
II
Lautréamont. Lo siniestro
43
Lautréamont pueuen establecerse ciertas comparaciones, no
sólo en relación con sus obras, sino igualmente con sus vidas.
Los dos escriben muy jóvenes, son contemporáneos; Lautréa
mont había nacido apenas cuatro años antes y la muerte de
ambos es semejante. El destino que elige RL.ibaud es, prác
ticamente, un suicidio; y también debe verse como suicidio el
fin de Lautréamont. Ambos habían sido tomados, desde muy
pronto, por el sufrimiento, la aventura y los “cielos lejanos".
Uno, el Africa; el otro, el Río de la P lata.,.
44
profundamente relacionados en forma dinámica. Y uno es la
superación del otro. O sea, cuando uno está dominado por
lo siniestro y logra superar ese estado angustiante, doloroso,
surge lo maravilloso como expresión de la calma. Es por ello,
asimismo, que he relacionado esa paz que deviene luego de
una tormenta espiritual con el éxtasis místico.
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lo hizo Isidoro Duccase: “Bello como el encuentro fortuito so
bre una mesa de disección de una máquina de coser y un
paraguas”,
46
la muerte. Y ello es muy perceptible en el arte, en casos como
Goya, Dalí, Valle Inclán, etcétera. Y también en el deporte
y en las distracciones populares. A tal punto que el toreo, una
actividad esencialmente española y popular, es una ceremonia
típica de muerte.
Cuando se analiza lo siniestro, debe tenerse presente no sólo
lo vasto del concepto, sino también la multiplicidad de medios
aptos para despertar dicho sentimiento.
Por ejemplo, está la técnica del suspenso, o sea, esquivar
hasta el último momento, con arte y astucia, una explicación
decisiva sobre la verdadera causa de los hechos, y así lograr
lo siniestro. Es notorio que esa técnica, en el cine, la introdujo
Hitchcolc, y se da, plenamente, en su película 39 escalones.
También Freud ha destacado que hay artistas que se valen
de distintos medios para insinuar y negar, finalmente, la apa
rición de lo siniestro.
Uno de esos medios es evitar la identificación entre el lector
y el personaje de ficción que enfrenta situaciones proclives a
provocar el sentimiento de lo siniestro. Hay un deliberado in
tento de impedir la participación plena; el espectador debe
quedar ajeno, lo que sucede no le afecta.
47
quiere quedarse con la carga negativa; nadie acepta ser el
depositario final del contenido siniestro' del humor negro.
48
bién ha influido en esa actitud toda la leyenda que pesa sobre
Isidoro Ducasse, y las consecuencias trágicas de cualquier
acercamiento a su persona o a su poesía.
49
—A partir de sus investigaciones, j cómo definiría la perso
nalidad y el estado psíquico de Isidoro Ducasse? ¿Y dónde
estaría, digamos, la clave del azar de Lautréamont?
—Isidoro Ducasse no era un enfermo mental; esto dicho de
plano para evitar cualquier confusión. Tenía, sí, cuando mu
rió, a los 24 años, rasgos epileptoides francos, pero sin delirios.
Esto no quita un comportamiento algo especial, al punto que
sus compañeros de colegio lo consideraban un poco “chiflado”'
o “tocado”, en el sentido popular y amplio de la expresión.
O sea, esa figura típica del raro, con actitudes poco frecuentes,
a veces hasta extravagantes, pero que no llegan al extremo de
ser consideradas patológicas o francamente antisociales. En tal
sentido, por ejemplo, se sabe que en ocasión de tener que pro
nunciar un discurso en el colegio, cinco o seis años antes de
escribir sus Cantos, parece que se “dejó ir”, y su lenguaje y
sus gestos fueron tan violentos y exóticos que llenó de pánico
a sus compañeros. También recuerdan otros condiscípulos
que la gran debilidad de Ducasse era ir a un arroyo y poner
largo tiempo la cabeza en el agua fresca, diciendo que eso le
aliviaba su fuego.
Los primeros comentaristas de Lautréamont, desconcertados
por una obra tan compleja y sorprendente, eligieron el fácil
camino de considerarlo un alienado. Igualmente, y como con
secuencia directa del contenido de los Cantos, nace una acti
tud reprimida, intencional, que traba el análisis de la obra y
la investigación de su autor, reemplazando ese vacío con la
“leyenda negra”; leyenda que lanzan y alimentan pero que
tampoco estudian. Creo que Gómez de la Serna estuvo acertado
cuando, refiriéndose al estado psíquico de Lautréamont, afir
mó: “Es el único hombre que ha sobrepasado la locura. Todos
nosotros no estamos locos pero podemos estarlo. El, con este
libro, se sustrajo a esa posibilidad, la rebasó.”
Pero así como afirmo que Isidoro Ducasse no era un demen
te, no puedo dejar de señalar que toda su familia está signada
por la desgracia, por el suicidio, por la locura.
Y su infancia fue terriblemente desolada. Desde niño vivió
sin compañías, sin afecto, era un verdadero “guacho”. Y final
mente morirá, a los 24 años, sin que se tengan datos muy cier
tos sobre lo que fue su existencia e incluso sobre cómo ocurrió
su muerte.- Posiblemente se haya suicidado. Lo que se sabe
50
sin duda es que sus huesos fueron a parar al osario común del
cementerio Norte, en París. El acta de defunción está firmada
por el hotelero y un mozo del mismo hotel donde él vivía; un
factor más que nos habla de su completa desvalidez y que
siempre me ha emocionado.
Su madre posiblemente también se suicidó, cuando él tenía
un poco más de un año y medio de edad, el 10 de diciembre
de 1847.
■Lo cierto de este hecho, o sea el suicidio de su madre, surge
del certificado de defunción de la misma. Allí dice que falleció
de “muerte natural”; esto, en el lenguaje médico de la época,
significa suicidio.
Esa muerte trágica constituyó para Isidoro una pérdida irre
parable, fuente de todo su resentimiento. Y el silencio con que
se rodeó la desaparición de su madre (fue enterrada sólo con su
nombre de pila) configuró para el Conde todo un “misterio
familiar”. En ese sentido resulta significativo el, relato de sus
condiscípulos del Liceo de Tarbes, acerca del entusiasmo de
Ducasse por la tragedia de Edipo y su queja de que Yocasta
no muriera ante los ojos de los espectadores, como expresión
inconsciente de su deseo de indagar en el secreto de la muerte
de su madre, a la par que manifiesta, una vez más, la inten
sidad de su resentimiento,
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hubo una infección o escarlatina, el hecho es secundario, formal.
El habla nacido en el clima de horror del Sitio de Monte
video y, sorprendido en París, en el sitio de esa ciudad, volver
a repetir esa vivencia dolorosa de su infancia, esa doble condi
ción de poeta sitiado, lo paralizó. Y aquí, en los días de su
muerte, reaparece un personaje singularísimo, Garibaldi, pre
sente también en el Sitio de Montevideo, como emisario de un
destino irremediable. Con este hecho surge, quizá por última
vez, lo siniestro en la vida de Isidoro Ducasse.
Hay un poema de Lautréamont, el IX del "Primer Canto*’,
el dedicado al Océano, que pone muy de manifiesto la intensi
dad de sus frustraciones, la medida insoportable de su infierno
interior. El hace una proyección sobre el Océano y sobre
Dazet, o sea, "el soplo de Satán, que crea las tempestades y
el príncipe de las tinieblas que habitaba el océano” Maldoror
estará, desde entonces, definitivamente a merced de su sata
nismo. Más tarde intentará manejarlo, controlarlo; sólo podría
lograrlo a través del crimen o del suicidio. Así también Isidoro
Ducasse, en las condiciones en que se encuentra, sólo intentará
controlar su destino mediante el suicidio.
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rraza de su hogar, los acontecimientos del Sitio, con un río
poblado de barcos y de hombres, Y él, a ese río lo identificará
con el Océano, tal como surge, expresamente, en su “Poema
IX”. Ese río o mar de su niñez será objeto de su gran amor, y
allí proyectará toda la fantasía de su mundo desgarradoramente
humano, alucinado y moral.
53
Retrato imaginario de Lautréamont, por Juan Batlle Planas
55
Años después, en 1951, viajé a Europa. En París, me en
contré con André Bretón, quien me recibió con gran cariño,
con particular estima, hecho que contradijo lo que me habían
comentado de él: que era una persona de trato difícil. .Apenas
llegué, me invitó a su casa, conversamos horas y horas, espe
cialmente sobre el surrealismo, sobre Lautréamont, sobre Ar-
taud y su enfermedad. Y tan impresionado quedó Bretón con
mis comentarios sobre Lautréamont que, a su pedido, conve
nimos en encontramos a la noche siguiente en el café de la
Place Blanche, frente a su casa, para seguir charlando sobre
el tema. Fui a la cita y me encontré con Bretón, que estaba
rodeado de otros poetas, pintores y escritores del movimiento
surrealista; entre ellos recuerdo a Benjamín Peret. Entonces,
allí, en una mesa, improvisé una conferencia sobre Lautréa
mont; duró varias horas. Ellos quedaron asombrados, desco
nocían casi todo lo que yo les decía, especialmente lo relacio
nado con el Sitio de Montevideo y demás circunstancias his
tóricas, como también los pormenores concernientes a la familia
Ducasse en Montevideo y en la Argentina. Fue una conferen
cia rodeado de gente que amaba a Isidoro Ducasse, totalmente
informal en cuanto al lugar,pero para mí más significativa que
si hubiera disertado en la Academia de Ciencias de París. Días
después me encontré con Lacan, en su casa; me recibió con
mucha calidez. Recuerdo que también estaba allí Tristan
Tzara. Para mayor extrañeza, Laean y Tzara vivían en dis
tintos departamentos del mismo edificio, y allí también, tiem
po atrás, había vivido el tutor de Lautréam ont... Todo lo
lautremoniano ha estado siempre cerca de mí, todo se iba
encadenando, y no me sorprendió que en esa reunión, el tema,
poco a poco, fuera girando sobre Ducasse, y que tuviera que
volver a improvisar una conferencia sobre él. Una vez más
me asombró el desconocimiento que, pese al gran cariño y
devoción, tenían de Lautréamont. No estaban ni siquiera al
tanto de un libro de Alejandro Dumas, Montevideo o Ja Nueva
Troya, que fue escrito a pedido de los sitiados, y pagado por
ellos, para que se supiera en Europa de su situación. Incluso,
altos jefes unitarios habían viajado a París para darle a Dumas
datos precisos para el libro; esta obra es muy necesaria para
comprender el clima en el que se desenvuelve la infancia del
poeta.
56
m
Buenos Aires» Afectos, La tristeza
57
ella. La madre dio su conformidad y Arminda tomó, entonces,
su rol de terapeuta de niños. Por supuesto, la enfermedad de
esta niña era psíquica. Arminda, con gran intuición, lo había
percibido. Poco a poco, ella adquirió conocimientos y expe
riencia; yo la controlaba a distancia, vigilaba los problemas
que eventualmente pudieran surgirle con sus pacientes. Así
se formó, también un poco, la pareja. Después, Arminda haría
una brillante carrera.
Volviendo a nuestro viaje, la experiencia de Londres fue
a la vez muy útil para mí, y luego ya no perdería el interés
por los niños; sigo siendo psiquiatra y psicoanalista de niños.
Desgraciadamente, las cosas anduvieron mal entre Arminda y
yo, hasta qrie llegó la separación...
También en ese mismo viaje a Europa, y en el campo cien
tífico, tuve varias actuaciones. Por ejemplo, fui invitado a la
XIV Conferencia de Psicoanalistas de Lengua Francesa, donde
presenté mi trabajo Algunas observaciones sobre la transferen
cia-en los pacientes psicóticos, con el carácter de relato oficial.
Luego nos trasladamos a Ginebra (era ya diciembre de ese
año 1951) y allí dicté varios cursos sobre El análisis en pa
cientes esquizofrénicos, un tema que, en cierta medida, todavía
era tabú. Después, y a pesar de varios ofrecimientos de tra
bajo, decidí volver a Buenos Aires; era, y sigue siendo, la
ciudad que más quiero, que más atractivos tiene para mí. Ya
no puedo imaginarme viviendo en otra ciudad.
SS
Collage de Pichón Rivière
—Pero Habrán quedado grabados en su espíritu algunos otros
hechos muy intensos, ..
—Es inevitable. Si no es la dicha, se nos graba el sufrimien
to. Para mí fue el fracaso de mi padre. Fracaso en el sentido
económico, pero no por ello menos angustiante. Pierde todo
su trabajo, todos sus ahorros, todo lo que tenía, y termina como
verdulero en Cova. Yo bajaba del carro y golpeaba las puertas
ofreciendo zapallitos. No puedo olvidar esa imagen: simboli
zaba nuestra situación familiar.
60
Creo que también es muy interesante la comparación entre
Discepolín y su hermano Armando. El primero se convierte
en el portavoz de la comunidad, en tanto su hermano lo es del
grupo familiar, de la familia Discépolo, y como tal, a través
de sus obras de teatro, de sus grotescos, representará la men
talidad del “gringo”, más que la del “porteño”, con la que se
identifica plenamente Enrique, el menor, típico cronista de
su época.
61
estudiar el papel de la tristeza, de la melancolía, en la psiquis
humana.
62
—¿No hay sin embargo, en el aceptar de la tristeza, ana re
nuncia al ejercicio de la vida en toda su plenitud?
—Uno no elige siempre los hechos de su vida; menos aun
los de su infancia. Pero nunca me he resignado, ni he aceptado
con placer la tristeza. Por eso sigo trabajando. Si bien es cierto
que la melancolía ha estado siempre en mi vida, también es
cierto que nunca fui en su búsqueda ni la he “llamado”.
Quien acepta la tristeza renuncia a esa plenitud de vida, pero
siempre que la acepte.
La tristeza se debe combatir, es necesario como profilaxis,
porque a partir de lá depresión nacen todas las enfermedades
mentales. Es lo que llamo enfermedad única o núcleo genera
tivo de toda enfermedad. O sea, la depresión es la situación
básica patogénica que después se desarrolla como esquizofre
nia, neurosis, etcétera.
Podemos hoy entonces repetir y probar lo que bien ya dijo
Gríesinger a mediados del siglo pasado: “El período inicial de
todas las enfermedades mentales es un estado de melancolía.”
Aunque también hay que tener presente la advertencia que
este lúcido profesor de psiquiatría —con su lenguaje— ya
expresaba: “Sin duda hay excepciones: en la demencia senil,
en la meningitis, en los casos de alienación mental que siguen
a la fiebre tifoidea, al cólera, a la neumonía, etcétera.”
63
—Todo hombre conoce, ha sufrido la tristeza. Pero, ¿a qué
responde ese sentimiento? ¿Cómo nace? ¿Hay una génesis co
mún para todos estos estados? O sea, ¿hay elementos básicos
que permanecen, con independencia de las circunstancias de
cada conflicto?
—Toda tristeza se origina en alguna pérdida. Esa pérdida
suele ser de naturaleza afectiva. También puede derivar de
una crisis económica, o de una limitación de la libertad. Pero,
insisto, siempre se tratará de una pérdida, Y es allí donde se
origina el conflicto. Por lo mismo, la situación patogénica de
presiva, punto de partida de toda perturbación mental, llega
a resolverse a través de la recreación progresiva del objeto.
Esa será la tarea esencial, volver a dar vida a lo que ha sido
destruido, y que perturba una buena lectura de la realidad.
64
3) Continuidad genética y funcional. O sea la existencia de
un núcleo patogénico central (depresión básica). Ahora bien:
en la situación depresiva, tomada como hilo conductor a tra
vés de los procesos de enfermedad y terapéutica, pueden dis
tinguirse cinco formas características:
a) Protodepresión: la que se origina al dejar el claustro
materno;
b) Posición depresiva del desarrollo: visualizada en situa
ciones de duelo, pérdida, o bien en los mecanismos de repa
ración positivos o maníacos;
c) Depresión o comienzo o desencadenantes en el período
prodrómico de cualquier enfermedad mental;
d) Depresión regresional: regresión a los puntos dísposicio-
nales anteriores a la posición depresiva infantil, y su elabora
ción fallida por fracaso en la instrumentación de la posición
esquizoparanoide;
e) Depresión iatrògena: en la cual la tarea correctora in
tenta la integración de las partes del yo del sujeto dispersas
en sus diversas áreas.
Por supuesto que ni con esto, ni con lo que he dicho antes,
ni tampoco con todo lo que he escrito y hablado en distintos
momentos de mi vida sobre la tristeza y la depresión, se agota
mi pasión por ese tem a Además, y tal como van nuestras
charlas, creo que hemos de volver una y otra vez a ese mundo
de la melancolía del que acaso ya ninguno de los dos podamos
apartamos. . .
65
concreto, usted; ¿por qué nunca col ció a Florencia, a Corrien
tes, a las tierras de su infancia?
—Lo primero que se me ocurre decirlo es que nunca volví
a esos lugares, donde siguió viviendo mi familia, porque mi
madre venía a visitarme a Buenos Aires con cierta frecuen
c ia ... Aunque no creo que sea eso solo. Me suena como mala
excusa. . . Habrá, sin duda, algún profundo rechazo, muy ocul
to, pero muy fuerte, que me lo ha impedido.
Lo cierto, sí, es que nunca volví. También, a veces, los he
chos se nos imponen, y no tenemos las suficientes fuerzas, o
las suficientes ganas de modificarlos. Toda mi vida adulta,
desde mi primera juventud hasta ahora, la pasé en esta ciudad.
Realmente es así; mi vida se estructuró aquí, mi primer casa
miento, mi separación, mis hijos, mi segundo casamiento...
del que me quedó una hijastra, hija de esa mujer que falleció
trágicamente.. esta niña pasaría a integrar mi círculo familiar
más íntimo.
Mi segunda mujer, se llamaba Coca, no trabajaba en psico
logía, era pianista. Un ser muy afectuoso; me dio aliento,
cuando más lo necesitaba, para seguir con mis investigaciones.
Recuerdo la primera vez que vino a verme, algo pasó, y la
envié a otro psicoanalista. Recién tiempo después se estable
cería un vínculo. Su muerte fue para mí muy penosa, un trá
gico accidente. Yo estaba en una cura de reposo. Habrán
pasado diez, doce años.
La niña sería después muy cariñosa conmigo. Todos mis
hijos asumieron su verdadero rol, y fueron para mí un sostén
y es un estímulo permanente. Hacía yo muchas cosas, pero
siempre pensaba en ellos. Pasado un tiempo organizo la “Pri
mera Escuela Privada de Psicología Social” —que al principio
se llamó "de Psiquiatría Social”—, y encuentro allí un-gran
aliciente, podría decir el fundamental, para el desarrollo de
mi trabajo. Fue Ana Pampliega de Quiroga, quien ha tenido
una dedicación sorprendente, tanto que hoy, en la Escuela,
ella es la coordinadora de los diferentes -niveles, y colabora
estrechamente en todo lo que hago.
66
—Antes ha dicho que no se imagina viviendo en otra ciudad,
¿Qué es lo que más le atrae de Buenos Aires., . ,a
—Para mí es como una persona y, por eso, también me atrae
*en su conjunto.
67
vida nocturna, hacen de ella, en todo sentido, su normalidad.
¿Qué causas las impulsan?
—El sujeto de dicho comportamiento es el que llamamos
“noctámbulo". Si bien todo ser puede sufrir la angustia que
produce la soledad de la noche, inevitablemente emparentada
con el miedo a la muerte, el noctámbulo la sufre en un grado
superior. Por eso no anda solo en la noche de la ciudad, sino
que busca compañías que le permitan superar esa fobia a lo
nocturno. Y se agrupa con seres en situación semejante, dando
origen a un grupo, a una “barra”, que se caracteriza por la
lealtad y una muy buena comunicación entre sus miembros.
El noctámbulo es también un claustrofóbico particular, ya
que se siente mal en su casa, sufre sensaciones de ahogo. En
tonces se evade, pero no para andar por la calle sino, casi siem
pre, para ir a otro lugar; el café, por ejemplo, que suele ser
siempre el mismo, y allí encuentra a su grupo, ya que es el
sitio donde todos “paran” habitualmente.
68
IV
m
bajos, de los primeros, sobre la vida sexual- La lectura preci
pitada me impuso el descubrimiento del psicoanálisis. Habia
encontrado el camino hacia lo que desde mi infancia pretendía:
saber qué hay detrás de lo dicho.
A ello estaban ligadas mis excavaciones en los distintos 'lu
gares en los que había vivido, mi comportamiento de primitivo
arqueólogo- Después tomaría conciencia de que la arqueolo
gía es un modelo de psicoanálisis, en tanto hace descubrimien
tos de lo que hay detrás.
Ese primer encuentro con Freud, junto al robo de la revista
—esa que había encontrado en el teatro y que por supuesto
me llevé—, fueron hechos fundamentales- Se ligaba así la
culpa con el robo y la curiosidad; al fin conseguía darle a ésta
su verdadero valor indagatorio. Ya era el impulso que pro
mueve la asunción del rol de investigador. Dejo de vivir mi
profunda curiosidad infantil como una culpa: le había encon
trado su sentido.
También será de gran ayuda, en mis primeras investigacio
nes sobre psicoanálisis, otro hecho circunstancial: el pasar a
desempeñar ese trabajo particularísimo de "profesor de moda
les” en la casa de Madame Safo. Y digo que me ayuda en la
medida en que le da realidad a mis investigaciones, me hace
tomar contacto concreto con el problema sexual y su inciden
cia en la sociedad.
Simultáneamente, leeré, estudiaré con apasionamiento toda
la obra de Freud; por entonces sus libros se conseguían, casi
todos, en ediciones “piratas”.
70
—Después de su primer desempeño con enfermos mentales
en el Asilo de Torres, ¿qué otras experiencias de trabajo tiene
en instituciones similares?
—En el Asilo de Torres estuve dos años; luego continúo mis
estudios, y, aun antes de recibirme, me empleo en un sanatorio
para enfermos mentales de Buenos Aires. Allí me veo obliga
do a jugar el papel de médico. Mis conocimientos de psiquia
tría, que en gran medida logré autodidácticamente, erán inclu
so mayores que los de los profesionales del sanatorio, y ellos,
entonces, "me fuerzan", diríamos, a ese papel ya que no podían
admitir que un estudiante conociera el tema con esa profun
didad a la que me había llevado mi pasión.
Directamente me prohíben que diga que soy practicante y,
por otra parte, no tenían el menor miedo. Sabían que me iba
a desempeñar bien. Pero dejo el sanatorio y, antes de recibir
me, cambio de profesión: entro en el diario Crítica, a trabajar
como periodista. No abandono por ello mis estudios y me re
cibo en julio de 1936.
Al tiempo, y previo concurso,, paso a desempeñarme en el
Hospicio de las Mercedes, hoy Hospital Neuropsiquiátrico José
Tomás Borda; estuve ahí más de quince años.
71
un período en que era Jefe de la Sala de Admisión (allí se
enfrenta por primera vez el paciente con el hospital).
El mayor problema era que, justamente en ese lugar, los
enfermeros no podían dar ningún tipo de explicación; no sa
bían qué decir a los enfermos, a sus familiares. . . Por ello, mi
tarea principal fue darles conocimientos, para que, a su vez,
pudieran transmitirlos. Que pudieran decirles a los pacientes
los motivos de sus crisis, como, asimismo, que las dolencias
mentales no son un mal incurable. Que recuperar la salud de
pendía del esfuerzo de todos, de las tareas que realizaran desde
el enfermero hasta el jefe de sala. Estaba convencido de que
el punto neurálgico de esa situación tan crítica que enfren
taba en el Hospicio eran los enfermeros. Por eso decidí empezar
con ellos, y así creo una técnica que llamaría después de “gru
pos operativos*.
En estos grupos discutía con los enfermeros los diferentes
casos que había, se trataba de darles así un panorama general
de la psiquiatría. El aprendizaje de los enfermeros fue sorpren
dente. Ellos tenían acumulada gran experiencia, dado ciue.
casi todos, habían trabajado años en el Hospicio. Su dificultad
era que no podían conceptualizar; entonces, esa experiencia
no les servía de nada.
Cuando empezaron a comprender la dinámica de la enfer
medad mental y su origen en la depresión, adquirieron una
lucidez mucho mayor, y a la vez, el trato a los enfermos me
joró. Estos comenzaron a sentirse bien cuidados, vistos de
otra manera; ya no eran “unos pobres locos*.
Después tuve que enfrentar una situación de emergencia,
ya oue ñor razones de índole estrictamente eolítica, me vi
privado de los enfermeros asignados a nuestra Sala. Hubo en
tonces que hacer un “curso de enfermería* con algunos pa
cientes. los aue estaban en mejores condiciones. Esto se hizo
en forma grupal v con el “encuadre de la escuela de líderes”
( o sea, a partir de una situación caracterizada por la estereo
tipia de los roles, y a través de la tarea —que es el ámbito de
la elaboración de los cuatro momentos de la función opera
tiva: la estrategia, la táctica, la técnica y la logística— se llega
a configurar otra situación con liderazgos funcionales, lo que
se expresa con la rotación de los mismos).
La información recibida de los pacientes y la necesidad de
72
discriminar las partes depositadas en r esotros constituyeron,
junto a la conceptualización e interpretaciones formuladas, la
otra fuente que nos alimentó y capacitó para construir, pos
teriormente, todo el esquema conceptual, referencial y opera
tivo jECRO).
Formar estos grupos, primero con los enfermeros, y luego
con los pacientes, fue una tarea a la que me dediqué con gran
entusiasmo. Más aun cuando veía el beneficio concreto que
recibían los pacientes, tanto por el nuevo trato instaurado como,
luego, por las consecuencias positivas derivadas de la conver
sión de los enfermos en enfermeros, aue no' sólo trataban al
resto de sus compañeros con mayor dedicación sino que, in
cluso, eran más comoetentes para esas funciones que los pro
pios profesionales a los aue reemplazaban. Por último, estos
internos mejoraban ostensiblemente su salud mental. Tenían
una nueva adaptación dinámica a la sociedad, especialmente
porque se sentían útiles.
Claro que, a la vez, esa dedicación me insumía todo mi tiem
po e iba en desmedro de mi propia situación económica. Pero
no abandoné; más aun, propuse la creación de un nuevo ser
vicio para enfrentar otra grave carencia. Es decir, un servicio
exclusivo para adolescentes, ya que éstos, hasta entonces, y
en todo el mundo, eran colocados, y tratados, junto a los niños
o ¡unto a los adultos. Y ése fue mi siguiente trabajo.
Se pudo construir una sala muy primaria, pero lo suficiente
mente confortable como para brindar un tratamiento digno.
Al poco tiempo se desencadenó otro período de lucha, ya que
en el H osdícío los otros médicos fto estaban de acuerdo con la
idea, ni siauiera tenían noción de la cantidad de adolescentes
que estaban internados. A tal punto que se sorprendieron cuan
do. en el primer día, recorriendo el hospital, encontré veinte
adolescentes, que fueron los primeros pacientes de la nueva
sala, a la que se llamó de la Edad Juvenil.
La lucha siguió, especialmente poroue había razones polí
ticas. Mi servicio estaba frente al pabellón de practicantes, don
de, de hecho, vivían una serie de personas pertenecientes a
una fracción aliancista. Era el foco de la difamación, y también
el foco de la agresión. Llegaron a tirarme pedazos de ladrillos,
y no me hirieron por casualidad y porque mis pacientes me
protegían. El asunto se fue agravando; la infamia crecía, al
73
punto de que, sin dar la cara, lanzaron la acusación de que
yo consentía la homosexualidad. Para hacerla verosímil arro
jaron montones de preservativos alrededor de mi sala. Pero
se comprobó que los preservativos no habían sido utilizados.
Entonces quisieron obligar a un enfermo a masturbarse y llenar
un preservativo, cosa que no consiguieron; por el contrarío,
este hombre nos puso sobreavíso de la conspiración. Sin em
bargo, asqueado, al final me decido a renunciar. Pero antes
hablo con el doctor Ilortensio Quijano, el vicepresidente de
la Nación, a quien me unía una íntima amistad: era casi un
padre para mí, ya que me conocía desde mi niñez. Le planteo
la situación, y él me aconseja que renuncie, dado que, de lo
contrario, me iban a exonerar. No había cargos concretos en
mi contra, pero mis trabajos habían creado mucha resistencia
en ciertos grupos políticos muy reaccionarios y muy poderosos.
La situación era insostenible por las tensiones que generaba.
Seguí su consejo, y nunca olvidaré la despedida que me
brindaron todos mis pacientes; vi llorar a muchos de ellos, y
yo no podía explicar las razones de mi partida. Tampoco olvido
las últimas horas, las más dramáticas. Mis pacientes, desespe
rados por un alejamiento que para ellos simbolizaba su propia
desesperanza, querían enfrentar, armados con algunos cuchi
llos, a los aliancístas. que eran algo menores en número, pero
que disponían de toda cantidad de armas de fuego. Me costó
muchísimo poder evitar el enfrentamiento, la masacre.
Así terminó mi trabajo, mi lucha en el Hospicio.
74
porque a la vez les significa participar en mis nuevas técnicas,
interiorizarse de mis experiencias e investigaciones.
También mi trabajo me permitió pulsar el notorio abando
no, crónico, la incomunicación total en que se encontraban los
enfermos. Situación que no ha cambiado’ como tampoco ha
cambiado la escasez general de profesionales, el magro presu
puesto, las pésimas condiciones ambientales en las que deben
desarrollar los internos su vida cotidiana, Pero no son elemen
tos aislados, todo ello es parte de una concepción, de una
ideología.
75
Pero, junto a ello, ¿no cree que existe el problema de la
mata formación del psiquiatra? ¿No cree que ante la altísima
proporción de casos en que h enfermedad mental carece de
un comprobado origen biológico (usted, incluso, afirma que en
la depresión se encuentra el núcleo común a todos los estados
de crisis mental), los conocimientos que da la medicina son no
toriamente insuficientes? ¿Y que sería necesario «» profesional
que, además de dominar la información médica, estuviera for
mado con un equipaje de etnología, arte, psicoanálisis, socio
logía, teoría de la comunicación y otras disciplinas afines, sin
olvidar el aporte de elementos de la cultura popular?
Pienso que quien asume la responsabilidad de ayudar a
quebrar la incomunicación de otro hombre, debería tener,
obligadamente, conciencia de la existencia de múltiples planos
de la realidad humana; conciencia del profundo estado de
enfermedad de una sociedad que mutila la vida del hombre
concreto.
Recuerdo que Aldo PeBegrtní, en su prólogo al libro de
Artaud Van Gogh, el suicidado por la sociedad, señala, muy
claramente, que un psiquiatra debería ser el arquiatra, un mé
dico del más alto nivel de comprensión humana, y que, des
graciadamente, sucede todo lo contrario.
Sin embargo, creo que aun en esta etapa dél desarrollo de
nuestra sociedad, se pueden tener ciertas esperanzas. Usted
es un ejemplo,- aunque muy solitario, de que esa figura del
arquiatra es posible...
—Vayamos por partes.
En cuanto al problema de cómo hacer experiencia sin caer
en el aprovechamiento de seres indefensos, creo que una de
las soluciones está en la adquisición de experiencia interna por
parte del propio terapeuta, a través de su análisis individual o
grupa!, cosa que, por ejemplo, hipe con los enfermeros en el
Hospicio.
También es cierto que los profesionales suelen irse del hos
pital o, lo que es más grave, son echados cuando intentan mo
dificar verdaderamente la situación. Esto se debe a que al
sujeto que intenta o llega a producir el cambio de situación
se lo ve como a un auténtico líder de ese cambio. Entonces,
por rivalidad y para mantener las estructuras obsoletas, se pro
duce la expulsión. Pero deben distinguirse los simuladores; o
76
sea, los que producen experiencias no dinámicas, estereotipa
das, que no enfrentan la realidad a fondo, ya que no les interesa
o no se animan a ello. Son los que, por ejemplo, teorizan sobre
grupos operativos pero no los encaran, son los que critican una
concepción jerárquica, elitista, pero nunca hablan a solas con
un paciente. Siempre necesitan de un testigo, sea éste un
visitador de productos medicinales o un vendedor de libros,
procurando evitar un auténtico enfrentamiento directo entre
terapeuta y paciente.
Ahora bien, para contribuir a vencer la incomunicación de
otro hace falta, básicamente, afecto, comprensión. Es decir,
partiendo de no considerarlo "un loco’', restituyéndole una
parte de su persona que no está destruida: desde allí se esta
blecerá el diálogo fecundo. Hay que estar preparado para
hacerlo, y ello se consigue a partir del propio análisis per
sonal.
Usted recordó a Fellegrini, que ha sido común amigo de
ambos, y a esa necesidad que él señalaba del arquiatra. Tengo
conciencia de haber sentido también yo esa necesidad y de
haber luchado para tratar de cubrirla. Una necesidad que es,
a la vez, de conducta y de sentimientos, pero que también
significa una búsqueda sin pausas del saber. Esa ansia de pe
netrar, a fondo y con los riesgos que ello significa, en los mis
terios de la naturaleza humana. Sé que me he esforzado toda
mi vida en ello.
Volviendo al problema de la experiencia, su utilidad y ma
nera de adquirirla por un psiquiatra o por cualquier otro in
vestigador de las ciencias del hombre, ese problema, planteado
a fondo, tal como usted lo ha hecho, nos remite, obligadamente,
como otros problemas de este campo, cosa que ya he dicho, a
la elalx)ración de un criterio de salud que es, a mi juicio, el
único punto de partida posible para la caracterización y eva
luación de estructuras asistenciales, situaciones institucionales,
y puntos de urgencia en el desarrollo teórícotécnieo, en la for
mación debida de los agentes de la salud. El objetivo es su
instrumentación para una praxis transformadora de sí mismos,
de los pacientes y del medio. Es decir, de todo lo que cons
tituye el texto y contexto de su operación.
Al analizar las distintas categorías utilizadas por las ciencias
del hombre para -abordar el problema de la “salud", de lo
77
“normal” y lo "patológico”, de las "formas de adaptación”, nos
parece entrar en un terreno esquivo, ambiguo, lleno de inde*
finiciones o definiciones contradictorias.
Entiendo que esta ambigüedad es sólo aparente; en realidad
se trata de la ocultación ideológica de las características del
problema, para escamotear las condiciones de producción, los
criterios de salud y enfermedad mental —normalidad y anor
malidad— y la función que el "aparato” u organización de la
salud cumple en una sociedad de clases.
El análisis de los distintos criterios y definiciones de la salud
y de las formas de organización y asistencia que aquéllas ins
piran o justifican nos remite a sus condiciones de producción,
condiciones que son históricas, económicas y políticas. Toda
teoría de la salud y enfermedad implica y reenvía a una con
cepción del sujeto, del mundo y de la historia que lo funda
menta.
78
Quien rompe alguna de estas normas, la jurídica y la de
salud (y en cierto modo también, es cierto, las normas estéti
cas), ligadas por su origen común (relaciones sociales, relacio
nes de propiedad) y una función compartida (control social)
se hace acreedor, en nuestro sistema, a la misma sanción social.
O sea, marginación y descalificación sistemática de sus actos y
pensamientos.
La reclusión en el hospicio es, de hecho, una forma concreta
que asume esa marginación, esa sanción.
Podemos afirmar que existen hoy dos formas de le : la es
crita, codificada, que constituye el orden jurídico y expresa la
voluntad de una clase en el poder, y otra forma de ley, cohe
rente con la anterior, que implica el criterio de normalidad a
partir de la cual se juzga —calificándola o descalificándola— la
conducta de los sujetos. Esa ley no escrita es también expre
sión de intereses de clase.
79
—¿No estará también el problema en los propios psiquiatras,
debido a una formación que les da una muy estrecha de
la realidad?
—Sí, estoy de acuerdo: no todos los psiquiatras han enten
dido que la instrumentación debe ser compleja, amplía, que
hay que pertrecharse por todas partes. Todo aquello que es
capaz de producir un cambio es lo que hay que tomar, pro
venga de cualquiera de las ciencias o del arte, Y sin desechar,
por prejuicios, los aportes de la cultura popular, ya que ellos
son imprescindibles para abordar ese centro de la realidad que
es la vida cotidiana.
Personalmente, considero que mis contactos con la cultura
guaraní, mi conocimiento de los quilombos y de la vida noc
turna de Buenos Aires, como mis estudios sobre Lautréamont
y Artaud y mi amistad con Roberto Arlt, por ejemplo, me han
sido muchas veces tan útiles para enfrentar la enfermedad
como mis conocimientos sobre Freud o la medicina en general.
Lo contrario, o sea moverse en compartimientos estancos,
es negarse, anticipadamente ya, a conocer al hombre, ese sujeto
histórico, concreto, cotidiano, con quien se pretende estable
cer un vínculo terapéutico.
Además, esa falta de visión totalizadora ha provocado una
crisis de acción en numerosas ciencias y especialidades, siendo
ello muy notorio en la psicología.
80
el problema de la acción; se trabajaba con la imagen de un
hombre estático y aislado de su contorno social. Quedaron
así, al margen del análisis, sus vínculos con el medio en el que
vivía sumergido. . .
81
—Insistiendo en la situación de nuestros hosnicios, ¿no pien
sa que otra de las graves dificultades que allí se viven proviene
de la concepción autoritaria del personal? ¿Y que ello, final
mente, no deja de ser, potencializado por la humildad y desam
paro de los recluidos, una concepción vigente del rol del psi
quiatra, y aun del psicoanalista, frente a todo paciente?
—Existe en nuestra sociedad, reitero, un aparato de domina
ción destinado, en última instancia, a perpetuar las relaciones
de producción; vale decir, relaciones de explotación. De allí
emerge, como he dicho muchas veces, toda una concepción de
lo “sano” y lo “enfermo”, que legitima un tipo de adaptación
a la realidad, una forma de relación consigo mismo y con el
mundo, acrítica, ilusoria y alienante.
Este aparato de dominación tiene sus cuadros en psiquia
tras, psicólogos y otros trabajadores del campo de la salud que
vehículizan, precisamente, una concepción jerárquica, autorita
ria, dilemática y no dialéctica de la conducta. Son líderes de
la resistencia al cambio, condicionantes de la cronicidad del
paciente, al que tratan como a un sujeto “equivocado” desde
un punto de vista racional.
Estos agentes correctores, cuya ideología y personalidad au
tocràtica les impiden incluir una problemática dialéctica en el
vínculo terapéutico, establecen con sus pacientes relaciones
jerárquicas en las que se reproduce el par dominador-domina
do. Se incapacitan, así, para comprometerse, también ellos,
como agentes-sujetos de la tarea correctora. Llegan, en el me
jor de los casos, a ser lúcidos observadores del acontecer del
paciente.
Pueden establecer, quizás, una simbiosis o una situación sia-
mésica, pero nunca un vínculo operativo, mutuamente modifi
cante. En esa jerarquía irreversible establecida entre el “sano”
y el "enfermo” —particularmente instaurada en las institucio
nes asilares, en la que separan también al terapeuta del en
fermo diferencias de clase— se produce lo que Laing llama
una devastación de la experiencia, de la cultura y de la identi
dad del paciente.
82
—Aquí nos encontramos ante una actitud autocràtica, de
naturaleza compleja, que se estructura por operación de la
ideología y se refuerza en una formación que, es evidente,
disocia principios teóricos y campos concretos.
Los planes de estudio, igual que los asistcnciales (referidos
al enfermo mental), desconocen y escamotean la realidad so
cial en la que ha de desarrollarse la tarea correctora. Planes
y tareas asistcnciales efectivizan una política que obedece a
¡a estrategia de las metrópolis imperialistas, que intentan afian
zar y reforzar la dependencia de países como el nuestro, no
sólo mediante la explotación económica, sino, también, a través
del logro de la hegemonía de sus objetivos e intereses en la
planificación nacional (cultura, educación, salud, etcétera).
83
de ella pude obtener los hilos conductores, los móviles del
asesinato, la forma en que fue estructurado el hecho.
El problema se originó por el extremo autoritarismo con que
López Lecube trataba a los enfermos, como si fueran los peo
nes de su estancia. Muchas veces, incluso, me pregunté cómo
nunca anteriormente le había sucedido ningún accidente,
Pero la forma de ser de este psiquiatra, que simbolizaba en
cierto modo el comportamiento general de los médicos en los
hospicios, había ido incubando, poco a poco, la id»! de una
respuesta violenta por parte de los internos.
Se formó un equipo entre ellos para dar “el golpe”, para
matarlo. Se habían estado reuniendo y organizando con todo
el aire de un complot. A ese complot lo pude desenmascarar,
aunque, desgraciadamente, después del asesinato. Hasta por
sorteo se había elegido quién sería el brazo ejecutor.
Este, el que sería “brazo ejecutor", resultó un andaluz, que
operó, podemos decir, con una velocidad y destreza increíbles.
En un segundo estaba todo hecho. El médico permanecía sen
tado en un sillón, debajo de unas árboles que había entonces
frente a la Dirección. El enfermo venía acercándose por de
trás de los árboles, hasta que lo tuvo a justa distancia... Era
un torero perfecto, no erró en nadq.
Actuó con un cuchillo y esc cuchillo también tiene su his
toria. Había sido un mango de cuchara, y fue afilado, trans
formado por el grupo de conspiradores como parte de un ritual.
84
—Es innegable que lo social es inherente oí concepto de lo
cura, al punto que podemos repetir hoy que “es dicho consenso
(el social) el que delimita las zonas fluctuantes de la razón y
la sinrazón”. Ahora bien, ¿qué es lo positivo, qué se entiende
por salud mental? La Organización Mundial de la Salud sos
tiene, como usted sabe, que es “la adaptación del individuo a
una vida satisfactoria y útil en su medio social”, criterio que
comparten numerosas corrientes terapéuticas, incluso del cam-
po de la psicología social. Pero, ¿no se trata también de un
criterio político-represivo? Al privilegiarse la adaptación y no
la creación, ¿no se está eligiendo la inmovilidad, la muerte y
no la vida? Acaso, ¿no es la facultad de adaptación la parte
animal del individuo, en tanto que superar la herencia natural
y biológica a través de la creación es lo que esencializa lo
humano? Y en otro aspecto, ¿la adaptación, sin explicitar la
legitimidad del orden que presupone, no significa consentir todo
poder, aun el más injusto?
—Entiendo que el eje de todo su planteo radica en el sen
tido que se dé al concepto de “adaptación’'.
He dicho que todo criterio de salud reenvía a una concepción
del hombre y la historia que la fundamenta.
En la medida en que entiendo al hombre como configu
rándose en una praxis, en una actividad transformadora, en
una relación dialéctica, mutuamente modificante con el mun
do, que tiene su motor en la necesidad, la elaboración de un
criterio de salud, que nosotros llamamos de adaptación activa,
significa el análisis de las formás de relación del sujeto con
el mundo, las formas que reviste esa relación constitutiva del
hombre como tal.
El parámetro de evaluación que orienta ese análisis es la
capacidad de desarrollar una actividad transformadora, un
aprendizaje.
Reformulo el par conceptual vigente en psiquiatría: salud y
enfermedad, en términos de adaptación activa o pasiva a la
realidad.
Con el término adaptación me refiero a la adecuación o
inadecuación de la respuesta del sujeto a las exigencias del
medio. A la conexión operativa, transformadora o inoperante,
empobrecida, entre Sujeto y mundo.
El sujeto es “sano” en la medida en que aprehende la realidad
85
en una perspectiva integradora y tiene capacidad para trans
formar esa realidad transformándose, a la vez, él mismo.
El sujeto está “activamente adaptado” en la medida en que
mantiene un interjuego dialéctico con el medio, y no una rela
ción rígida, pasiva, estereotipada. La salud mental consiste en
un aprendizaje de la realidad, en una relación sintetizadora y
totalizadora y totalizante, en la resolución de las contradiccio
nes que surgen en la relación sujeto-mundo. Adaptación no
implica aquí “competencia social”, aceptación indiscriminada
de normas y valores, sino, por lo contrarío, una lectura de la
realidad con capacidad de evaluación y propuestas de cambio.
En mi esquema conceptual el concepto de adaptación activa
se identifica con el de aprendizaje, al que defino como apro
piación instrumental de la realidad para transformarla.
El retrabajo del concepto de necesidad, del sujeto como ser
histórico, sef de necesidades, el análisis de nuestra coyuntura
histórica y del rol que en esa coyuntura cumple una psicología
que amplía el concepto de adaptación activa hasta la praxis
política (no es otra cosa la definición de la relación dialéc-
tica) nos llevó a Ana Quiroga y a mí, en el último tiempo, a
incluir el concepto de "conciencia crítica” en la elaboración
del criterio de adaptación.
Así, conciencia crítica es el reconocimiento de las necesida
des propias y de la comunidad a la que se pertenece, conoci
miento que va acompañado de la estructuración de vínculos
que permiten resolver esas necesidades.
La conciencia crítica es una forma de vinculación con lo
real, una forma de aprendizaje que implica la superación de
ilusiones acerca de la propia situación, como sujeto, como gru
po. como pueblo. Lo que se logra es un proceso de transforma
ción, en una praxis que modifica situaciones que necesitan de
la ficción o la ilusión para ser toleradas.
87
Un internado
a cc ió n ; a sí s e in tr o d u c e n el c o n c e p to d e in te r a c c ió n d ia lé c tic a , la
n o c ió n d e m o d ific a c ió n m u tu a , d e in te r r e la c ió n in te r sisté m ic a ,
e l m u n d o in tern o d el su je to y la re la c ió n d e l m u n d o in te r n o d e l
su jeto co n e l m u n d o ex tern o .
88
—Entiendo como relación intersistémica aquella que es la
dinámica del yo del sujeto, en que los sujetos y los vínculos
internalizados configuran un mundo interno; o sea, una dimen
sión intersubjetiva en la cual interactúan configurando un
grupo interno. Este sistema no es cerrado, sino que, por meca
nismos de proyección, se correlaciona con el mundo exterior.
A esta forma de relación la denomino intersistémica. En este
sentido hablo de la resolución de la antinomia que se ha visua
lizado como situación dilemátiea, el desarrollo de la reflexión
psicológica en el contexto de las ciencias del hombre.
90
V
91
acción terapéutica existe ese tipo de asociaciones. En nuestro
país no es una obligación de tipo legal, pero estimo que es una
gran necesidad para los psicoanalistas el estar agrupados.
—¿Por qué?
—Parto de entender que el psicoanalista es un trabajador en
el campo específico de la salud mental. Y creo que ya es obvio
explicar por qué todo trabajador debe integrarse en una aso
ciación que lo represente. Además, pienso que no sólo con re
lación al trabajo, sino para todo tipo de actividad creativa, la
acción grupal es el camino más idóneo. En el caso de los ana
listas contribuye al buen intercambio de experiencias y a un
progreso, tanto personal como de esta ciencia, en un ámbito
adecuado.
También una Asociación puede ejercer un debido .control y
registro de los psicoanalistas que se han analizado. Y esto es
muy importante. O sea, para ser miembro de la APA se re
quiere que el psicoanalista esté psicoanalizado. Pero, más aun,
estimo que no es correcto que un terapeuta practique el psico
análisis sin su previo análisis.
—Pero ejercen. . .
—Esto ya tiene que ver con Salud Pública. Pero, insisto,
eren que, por encima de las reglamentaciones vigentes sobre el
caso, hay una obligación y una necesidad científica y ética.
No podemos olvidar que cuando este profesional se analiza
logra el más alto nivel posible de comprensión de su propio
inconsciente, y esto le servirá después como un apto instru
mento científico, sin el cual estará incapacitado para un buen
ejercicio de su acción terapéutica.
92
anhelan simplemente el beneficio económico que puede dejar
el ejercicio de esta profesión. Muchos eligen ser analistas por
una razón de lucro posible y de prestigio social. Y éstos, ge
neralmente, suelen ser los más reacios al propio análisis; sus
impulsos responden a un fin menor, no actúan guiados por un
sano proyecto de aventura intelectual o científica.
Además, la incidencia de estos psicoanalistas en la sociedad
es muy negativa, en la medida en que si no tienen un perfecto
dominio de su interior pueden transmitir la propia enfermedad
al paciente. Cosa que, por desgracia, suele suceder.
93
—La mayoría de los psicoanalistas cobran honorarios desme
didos. Pero también considero que los psicoanalistas de cierto
prestigio, por su seriedad científica y mayor edad, no pueden
cobrar igual que otro profesional que recién se inicia, aunque
todos deberían estar dentro de límites razonables.
94
paciente propone- Debe seguir el camino, la ruta por donde
éste se propone marchar. Uno no tiene que ser un “reforma
dor", sino un "copensador". Es decir, alguien que piensa junto
con otro. El psicoanálisis debe ser espontáneo, imaginativo, no
atado a pautas rígidas.
95
pre es un error terapéutico. Pero debe distinguirse la adula
ción del elogio. La adulación es mentira. El elogio puede ser
o no real. Y puede ser necesario. El psicoanalista debe anali
zar los contenidos de ese elogio para medir sus grados.
—¿Por qué?
—Porque lo justo debe establecerse a partir de un plano de
sinceridad. De sinceridad mutua. Iniciado el tratamiento, el
sujeto comienza a hablar con veracidad de su fortuna personal,
96
de su patrimonio, y puede llegar entonces a ser también correc
to en lo que ofrece pagar. El paciente, al principio, trata de
negar la verdad de lo que tiene, su realidad económica. Su
fantasía suele ser no pagar, defraudar al psicoanalista. Frente
a esto, el deseo del psicoanalista es enriquecerse lo más pronto
posible; hay, incluso, psicoanalistas que pueden cobrar sus
honorarios en dólares.
Por eso, reitero, se deben equilibrar las situaciones: el psico
analista tiene que moderar sus ambiciones y el paciente ex
plicar su real situación. Y ello es más fácil que ocurra ya ini
ciado el tratamiento. Personalmente, establezco un período de
prueba; no fijo los honorarios hasta que el paciente se haya
sincerado, y entonces trato siempre de que sea él quien deter
mine lo que va a pagar por su análisis. Esa es mi norma.
Con frecuencia se suele decir que soy un maestro del psico
análisis en la Argentina, pero, por desgracia, tengo muy pocos
alumnos que me hayan seguido en esa conducta, Tal vez porque
se sabe que no poseo la menor fortuna. Yo, con más de treinta
años/ de trabajo, soy dueño de muy pocas cosas, incluso no
podría dejar de trabajar. Debo hacerlo si quiero vivir, o aceptar
la ayuda de mis familiares o de algunos amigos, si es que éstos
pudieran hacerlo. En este aspecto, soy como mi padre: nunca
pude economizar nada, siempre he estado lejos de cualquier
éxito de fortuna.
98
lítica, sin negar por ello sus aspectos positivos, especialmente
desde el punto de vista social.
Entre los psicoanalistas no ortodoxos posiblemente una de
las figuras más interesantes es Reich. Su caso es muy particu
lar. Un hombre extraordinariamente inteligente, de una visión
social acertada, pero que utilizó mal su visión; Lo prueba su
expulsión de la ■Asociación Psicoanalítica Internacional. Era,
lo que se dice en criollo, un "desbocado”. Aun así, me impre
sionó siempre su facultad de captación de los fenómenos so
ciales.
99
y las distintas crisis derivadas de las dificultades de aprehen
sión dé una realidad cada día más compleja y conflictiva. Tam
bién pienso que Gramsci está en lo cierto al afirmar que esa
clase social, que con un lenguaje romántico podemos llamar de
“humillados y ofendidos*', es la que más sufre esos problemas
y, por lo tanto, la más necesitada de psicoanálisis. Pero rechazo
sus otras afirmaciones. En primer lugar, todos, sin excepción,
somos hombres de cultura, aun en el sentido que entiendo le
da Gramsci a esa afirmación.
Este elemento activo también puede sufrir una crisis; y el
psicoanálisis es un instrumento de curación. Con independen
cia de su clase social o de su rol en la sociedad, cualquier hom
bre puede padecer de neurosis o de psicosis o de cualquiera
de las formas que asume la enfermedad mental. Y el psicoaná
lisis es útil para resolver esa dificultad, sin excepciones o dife
rencias, como es útil una aspirina, sin distingos sociales o ideo
lógicos, para combatir un dolor de cabeza.
Pero no sólo para los estados de crisis; el psicoanálisis tam
bién es idóneo para ayudar a que todo ser dirija mejor su visión
hacia el mundo. Y lo hace más creativo, sea cual fuere el
campo, manual e intelectual, en el que desarrolla su experiencia.
Además, ningún hombre puede, por sí mismo, llegar al fon
do de sí. Y esto sucede más allá de la capacidad intelectual,
de la valentía y de la honestidad del sujeto. Las resistencias
son inconscientes y, para superarlas, se necesita a alguien de
“afuera" que las pueda marcar.
100
—Si yo me guiara solamente por el autoanálisis, también
podría equivocarme; y mucho. Por eso tomo referencias exte
riores: por ejemplo, mis propios libros, mis investigaciones, que
me sirven de guía. Asimismo me ayuda, y en alto grado, la
actividad creativa, es decir construirme otra personalidad que
actúe sobre mí. Tengo una ventaja, en relación a otros inte
lectuales, por ejemplo Gramsci, que deviene del dominio de
una técnica específica.
Pero reconozco que hay situaciones en que me engaña mi
propio inconsciente, a veces se me escapa. Tal como us
ted lo planteaba, mi dominio sobre él genera un tipo distin
to de resistencia, un ocultamiento mucho más profundo. En
estos casos, en que no puedo llegar hasta mi fondo, ocurre
que yo también me jodo. Pero pasado el momento, sucedido
el hecho, lo puedo objetivar, y darme cuenta entonces de cómo
ha actuado en mí.
101
raleza y con una imposibilidad insalvable de responder al alto
grado de necesidad vigente), un terapeuta social trata de
desalienar al grupo. La incidencia es mayor y, a la vez, marca
el límite de todo terapeuta u operador. Estos no pueden
desalienar a una sociedad en su conjunto. Ese profundo cam
bio es necesariamente estructural y requiere una acción tota
lizadora, política e ideológica.
Esto no invalida que los operadores sociales contribuyan efi
cazmente al cambio, tratando de incidir muy concretamente
en la comunidad a través de los grupos que desatierran.
102
VI
103
creo que el primer antecedente está en esos grupos operativos
de enfermeros que proyecté en el Hospicio de las Mercedes.
Estimo también que mis concepciones estuvieron sugeridas,
en parte, por algunos trabajos de Freud: Psicología de las ma
sas y Análisis del yo. Más aun, creo que, en realidad, el ver
dadero fundador de la psicología social es Freud. Claro está
que no tuvo continuidad en esa tarea. Si analizamos el trabajo
que he citado queda en evidencia que alcanzó por momentos
una visión integral del problema, o sea de la compleja interre
lación hombre-sociedad. Pero, a pesar de ello, no pudo aban
donar una concepción antropocéntrica, lo que le impidió des
arrollar un enfoque dialéctico.
104
familia en un país dependiente, y muy distinto el que Cumple
en un país industrializado. Y esto se visualiza fácilmente si
comparamos la familia norteamericana con la típica familia
sudamericana. Hay entre ellas profundas diferencias y roles
distintos a cumplir; también han tenido modelos diferentes.
Sigo considerando a la familia como una estructura social
básica, y a la enfermedad mental como la crisis, no de un suje
to, sino de una estructura que configura ese grupo familiar.
Y he establecido el concepto de portavoz; o sea que el enfermo
es el portavoz de la enfermedad del grupo.
Los conflictos sociales golpean en el núcleo básico, la familia.
AHÍ es donde todas las privaciones tienden a globalizarse, don
de se configura una estructura depresiva que encontrará un
“chivo emisario” en uno de los miembros de la célula.
Se habla de muerte de la familia, pero yo no creo que ésta,
más allá de sus graves crisis, pueda llegar a desaparecer. Es
una institución indestructible. El rol de padre, de madre, de
hijo, son roles permanentes, legítimos, propios de cualquier
cultura, y se han mantenido en toda la historia de la huma
nidad. Esto no hace que desconozca los problemas, y muy
de fondo, que tiene la familia. Pero entiendo que la tarea
correcta no es anunciar decesos que no se producirán, sino
investigar sus crisis y modificar la realidad familiar mediante
técnicas sociales idóneas para lograr nuevas ideologías en esta
institución, para ir perfeccionándola. Hasta que se conviertan
en verdaderos centros de aprendizaje dinámico de la realidad
y del amor, generando así una amplia capacidad comunicativa.
Hay que instrumentar debidamente a las familias y ello re
quiere una nueva ideología. Se trata, insisto, de superar las
causas principales de esta crisis, que son la falta de comuni
cación éntre los miembros o bien una comunicación desviada
que se estereotipa en un determinado momento del desarrollo
de la familia, creándose así un obstáculo fundamental.
Por otra parte, es preciso aclarar que la psicología social no
pone su acento en lá familia, lo pone en la interacción entre
familia y sociedad. Parte de un hecho real: que la familia
es el núcleo de la estructura social, y busca investigar la inter
acción entre el centro y el conjunto social. Y el esquema, siem
pre en espiral, se completa con el individuo, que integra en
forma dinámica la familia y la sociedad. No hay nada rígido.
Si se modifica la familia, se modifican la sociedad y el indi
viduo. Y si se lo modifica a éste habré un cambio de familia
.y sociedad. Pero el acento, insisto, se pone en la interacción
del núcleo con su estructura.
También he sostenido que hay una doble dimensión del
comportamiento, vertical y horizontal. Y que toda corrección
de un proceso se logra a través de la explicación de lo implícito;
ello requiere una psicología dinámica, histórica y estructural.
Esta concepción coincide con la que en el plano económico-
social distingue una superestructura de una infraestructura y
ubica a la necesidad como el verdadero impulso motor.
Dentro de un proceso terapéutico, la resolución de las fisuras
entre ambas dimensiones de comportamiento, vertical y hori
zontal, se obtiene a través de un instrumento de producción
expresado en términos de conocimiento que permite el pasaje
de la adaptación pasiva a la adaptación activa de la realidad.
La primera significa alienación.
106
principios antinómicos es una noción que expresa una ley del
conocimiento y una ley del mundo objetivo. La ley de identi
dad o unidad de los contrarios indica que en todos los fenó
menos, en todos los procesos de la naturaleza, en el pensa
miento y en la sociedad, existen tendencias contrarias, que se
excluyen recíprocamente, a la vez que se relacionan, lo que
nos permite la comprensión de su autodinámica y nos propor
ciona la clave de los procesos de cambio.
El método dialéctico, por el que se desarrolla la espiral del
conocimiento, implica un tipo de análisis que, a partir de los
hechos elementales, las relaciones cotidianas, devela los prin
cipios opuestos, las tendencias contradictorias, fuentes confi-
guradoras de la dinámica del proceso.
Este método es el que permite la producción del conocimien
to de las leyes que rigen la naturaleza, la sociedad y el pen
samiento, tres aspectos de lo real comprometidos en lo que
denominamos “hom bre-en-situaciónG on el término “hombre
en-situación” se pretende caracterizar un objeto de conoci
miento, en una tarea que reinv ¿ve lo fragmentado por un
pensamiento disociado que escotomíza las relaciones entre su
jetos, naturaleza y sociedad.
El conocimiento, como dice Lefébvre, pasa metódicamente
de la escala de lo individual a la escala de lo social por una
integración de lo particular en lo general y de lo general en
lo particular. Así nuestra conciencia de las cosas cotidianas
pierde su trivialidad. La psicología social es una de las formas
que asume la crítica de la vida cotidiana.
La psicología social que postulamos tiene como objeto el
estudio del desarrollo y transformación de una realidad dialéc
tica entre formación o estructura social y la fantasía incons
ciente del sujeto, asentada sobre sus relaciones de necesidad.
Dicho de otra manera, la relación entre estructura social y
configuración del mundo interno del sujeto, relación que es
abordada a través de la noción del vínculo.
Para nosotros el individuo humano es un ser de necesidades
que sólo se satisfacen socialmente, en relaciones que lo deter
minan. El sujeto no es sólo un sujeto relacionado, es un sujeto
producido. No hay nada en él que no sea la resultante de la
interacción entre individuos, grupos y clases.
Si ése es el objeto de la psicología social, en su campo ope-
racional es el grupo el que permite la indagación del interjuego
entre lo psicosocial (grupo interno) y lo sociodmímico (grupo
externo), a través de la observación de los mecanismos de
adjudicación y asunción de roles. O, dicho de otra manera,
de las formas de interacción que nos conducen a establecer
hipótesis acerca de sus determinantes.
Para nosotros, la psicología social es significativa, direccional
y operativa. Se orienta hacia una praxis, de donde surge su
carácter instrumental. Su punto de partida es una praxis. Y
la experiencia de esa praxis, conceptualizada por una crítica
y una autocrítica, realimenta y corrige la teoría mediante me:
canismos de rectificación y ratificación, logrando una objeti
vidad creciente. Se configura así una marcha en espiral sinte
tizados de teoría y práctica, que capacitará progresivamente
al operador para elaborar una logística y construir una estra
tegia que, a través de la táctica y de la técnica de carácter
operativo, llevará a planificaciones de distinto tipo para que
pueda realizarse el cambio espiralado que consiste en el des
arrollo pleno de la existencia humana a través de la modifica
ción del hombre y la naturaleza.
109
que nos proponemos estudiar. Es decir, de la interacción, por
ejemplo. Como modelo permite la comprensión de cada hecho
particular desde una organización o articulación de conceptos
universales.
El aspecto referencial alude al campo, al segmento de reali
dad sobre el que piensa y opera y a los conocimientos relacio
nados con ese campo o hecho concreto a los que nos vamos a
referir en la operación.
TJn elemento fundamental de nuestro ECRO es el criterio
de operativtdad. En nuestro esquema conceptual, la operativi-
dad representa lo que en otros esquemas es el criterio tradicio
nal de verdad (adecuación de lo pensado o enunciado con el
objeto).
Si con nuestro ECRO enfrentamos una situación, social con
creta, no nos interesa sólo que la interpretación sea exacta, sino,
fundamentalmente, nos interesa la adecuación en términos de
operación. Es decir, la posibilidad de promover tina modifica
ción creativa o adaptativa según un criterio de adaptación
activa a la realidad. Por eso hemos dicho, muchas veces, ooe
la psicología social es direccional y significativa, en el sentido
de oue está, orientada hacia el cambio.
Ese criterio de oneratividad es el que se incluye en nuestro
esquema conceptual orientándolo hacia la operación.
110
confrontación con la práctica. La experiencia de la práctica
conceptualizada por una critica y una autocrítica realímenta
y corrige la teoría mediante mecanismos de rectificación y ra
tificación,
XI l
Ahora bien: hemos dicho ya que la psicología social consiste
en la indagación de las formas de interacción; y, para esta in
dagación, hemos construido un esquema titulado del cono in
vertido, en el que registramos como modalidades de interac
ción o procesos psicosociales, observables particularmente en
el grupo operativo, los procesos de: afiliación-pertenencia, coo
peración, comunicación, aprendizaje, tele, etcétera.
ta
ta, como hemos dicho, para el enfrentamiento de esa nueva
situación.
113
interna— o intersistémico —y analizamos so relación con otros
E C R O -.
Completando lo ya dicho, agregaría que todo esquema con
ceptual, referencial y operativo tiene un aspecto superestruc
tura! y otro aspecto infraestructura!. Lo superestructura! está
dado por los elementos conceptuales y lo infraestructural por
los elementos emocionales, motivacionales, es decir lo que nos
otros denominaríamos verticalidad del sujeto, elementos éstos
surgidos de su propia experiencia de vida y que determinan
las modalidades del abordaje de la realidad. Y un análisis
coherente de nuestro ECRO nos obliga siempre, como opera
dores sociales, a intentar esclarecer tanto los aspectos superes-
tructurales como los aspectos infraestructurales.
114
VII
115
—Pienso que muchos psicoanalistas, bajo diversas excusas,
evitan todo contacto frecuente con los hospicios. Y que se re-
sistírym a una obligación de trabajar allí.
—Sí, yo también lo pienso. Tienen miedo a la "contamina
ción’' de la locura. Trabajar con la locura, en su alto grado, es
un peligro. De allí deriva el miedo que los impulsa a no fre
cuentar ni trabajar en estos hospitales.
118
quiatra necesita conocer las técnicas psícoanatíticas para ope
rar con un mínimo de corrección?
—Para operar con corrección en el complejo campo de la
enfermedad mental, y tal como usted mismo lo planteara an
teriormente, un psiquíatra no sólo debería tener conocimiento
de psicoanálisis, sino también de otras disciplinas. En este
campo, el enfoque debe ser necesariamente interdisciplinario.
Ahora, como exigencia mínima, debería tener una sólida for
mación psicoanalítíca, ya que sólo así se puede comprender
la alienación.
119
-¿Aconseja utilizarlo?
—Tampoco Jo indico,
—¿El electroshock causa daños graves al paciente?
—Hay prejuicios, hay fantasías y hay verdades dolorosás en
tomo a este asunto. Bien aplicado, por alguien que sabe, con
todos los cuidados necesarios, con el paciente debidamente
anestesiado, y en las circunstancias precisas, puede ser de
utilidad.
120
desesperante que cuesta admitirla. Por eso se la silencia o se
la niega. Pero existe. Sin embargo, no podemos confundir ni
negar la eficacia médica que tiene un instrumento, con el ma
nejo arbitrario e incorrecto, desde todo punto de vista, que
se hace de él.
121
perfeccionados, que no abundan. Por ello, necesariamente, y
ahora me remito a mi propia experiencia, cuando estuve al
frente de una sala en el Hospicio apliqué el electroshock, claro
está que siempre con anestesia y en situaciones muy especia
les. Otra posibilidad no había, y ahora tampoco la hay, ante
la cantidad de enfermos y la escasez de médicos, más. aun de
médicos con una buena base psicoanalítica, que quieran, y
que los dejen (ahí está el doble problema) trabajar en el hos
picio. Lo contrario significaba, directamente, cruzarse de bra
zos ante la enfermedad, situación que un médico no debe
admitir.
Pero volviendo un poco a las consecuencias de la aplicación
del electroshock, reconozco que es una experiencia traumática,
no sólo para quien lo recibe, que está inconsciente, sino también
para el que lo aplica, aun correctamente. Yo me enfermé de
úlcera después de las primeras veces que lo utilicé. Y eso se
liga al sentimiento de culpa por el daño posible, que pasa del
enfermo a uno. No hay que olvidar que el paciente soporta
una vivencia de muerte y que, en algunos casos, esa muerte
se hace reíd.
122
—Sin embargo, no es una situación general. La esquizofre
nia, al menos hasta hoy, “resiste" tanto al psicoanálisis como a
ios otras terapias.
—La esquizofrenia, como cualquier tipo de enfermedad men
tal, no deja de ser un bloqueo comunicativo, y califico al psi
coanálisis como método idóneo para penetrar en cualquier
bloqueo. Todo depende, insisto, de quién lo emplea y de
cómo lo hace. Además, se pueden descubrir nuevas técnicas
psiooanalíticas para esos casos que hasta ahora se han mante
nido rebeldes. El psicoanálisis es, en esencia, un instrumento
perfectible.
123
VIII
125
Hoy, sí, pienso que el deporte ayuda a combatir la tristeza,
tanto en el que lo practica como en el espectador. De allí de
riva mucha de la importancia que le asigno. Es que en la
tristeza, insisto, está el germen de la locura. Sobre esto hay
que recordar, simplemente, todas las graves tensiones que se
despiertan en un domingo sin fútbol. Claro que cuando lo
hay también se generan tensiones, pero dentro de un ámbito
específico: la cancha.
126
ponen en movimiento mecanismos que aparecen luego en la
“teoría de los juegos”. Todo ello nos indica la imposibilidad,
o al menos la dificultad, de separar o enfrentar esos campos.
Y ya específicamente en relación con los juegos, creo que to
davía hay mucho que investigar, especialmente en los juegos
colectivos. Por ejemplo, nos preguntamos hoy: ¿por qué se
descarga tanta pasión dentro de los límites de una cancha
de fútbol?
Otra necesidad, dentro de este campo, es la de inventar nue
vos y atractivos juegos para adultos, que hagan jugar también
su mente, así como el cuerpo. Esta es una perspectiva de
unidad que siempre me ha atraído.
127
adultos que era, también, mi realidad, en tanto era la realidad
del misterio, realidad que he pretendido asimismo encontrar
por el camino de la psiquiatría y el psicoanálisis. Por ello, el
periodismo, y la psiquiatría y el psicoanálisis, como también
el arte y el deporte, pueden ser vistos en mi vida como partes
de una misma búsqueda, la búsqueda de la verdad, o sea:
penetrar con todas mis fuerzas en el gran misterio.
128
—Asi es. Y permítame completar aun más esa idea. Toda
creación de objetos, sean estéticos o industriales, está ligada
a la situación socioeconómica del país en el qué tiene lugar;
o sea, tienen en común su calidad de emergentes sociales, pro
vienen de las mismas fuentes v están condicionados por ellas.
Ahora bien, desde un punto de vista psicológico debe desta
carse que la vivencia de la muerte es lo fundamental en toda
situación de creación. La diferencia, entonces, entre un objeto
de industria y un objeto de arte suele estar ligada a las expe
riencias de los sujetos y a sus esquemas referenciales previos.. .
m
co. La del artista normal no carece de magia, en tanto también
él trata de ejercer un dominio y control sobre este mundo, pero
no crea para transformar el mundo exterior de una manera
delirante, sino que su propósito es “describirlo” a otras perso*
ñas sobre las cuales trata de influir, teniendo la tarea un sig
nificado definido. Aprende, progresa, haciendo ensayos, sus
modos de expresión cambian y su estilo puede transformarse,
en tanto no está estereotipado en ninguna imagen o situación.
Él artista alienado está impulsado a crear con el fin de trans
formar el mundo real; no busca un público ni trata de comu
nicarse. Trata de reparar el obieto destruido durante la de
presión desencadenada por la enfermedad. Le aclaro que por
la importancia que tiene para mí esta cuestión, la be meditado
varías veces y sigo sosteniendo, en lo fundamental, esos mis
mos puntos de vista.
130
elementos no necesariamente comunes. En el caso de un ar
tista normal, incluso, la subestructura es casi coincidente con
la superestructura del sujeto, existe una desviación escasa. En
el caso patológico, en cambio, la distancia entre subestructura
y superestructura es mayor, profunda y deformante.
Acepto también que cualquier obra de arte puede expresar
un conflicto con la vida, diríamos mejor, con eí modo de vivir,
pero ese conflicto asumirá igualmente características distintas
según sea el artista normal o patológico. En el primer caso, el
conflicto está expresado explícitamente; en cambio, en el se
gundo caso permanece escondido, actúa sin ser identificado.
Es decir que varían las relaciones entre los conflictos y los
mecanismos de producción en atención a la particular natura
leza de aquéllos.
En el caso del conflicto explícito es "como es"; en el caso
de estar implícito es “como sí”. Finalmente, no son iguales los
sufrimientos que pueden tener un artista normal y uno aliena
do. Un artista normal sufre directamente, en forma más pro
funda oue un artista alienado, ya que en éste se trata de una
situación de "aparente" sufrimiento, o sea, es como si fuera
üna pantalla en la cual se reflejara previamente el conflicto y
sus secuelas. Hay distancia con el sentimiento, es menor el
afecto.
Paso a enfrentar ahora la última parte de su planteo, advir
tiendo, por supuesto, que debo tratar de aclarar lo que sería
una contradicción de mi narte. O sea, como uSted bien lo se
ñala, yo be sostenido, y lo sigo haciendo, que la norma que
configura el criterio a partir del cual se juzga la conducta de
los individuos como "sanas” o "locas" es, como toda norma,
expresión de intereses de clase, y cumple el rol de dirigir esas
conductas para la reproducción de las relaciones sociales que
asientan, precisamente, el poder de la clase social dominante.
Se descalifica y se castiga, entonces, toda conducta no adapta-
tiva a precisos intereses de clase sobre el fundamento de una
ideología. Y, como usted bien dice, esa misma ideología es la
que fundamenta el rechazo de cualquier expresión de esos
sujetos previamente ya descalificados: por ejemplo, de sus
creaciones artísticas. Ahora bien, hablo de arte alienado v
lo desprivilegio en relación con lo que considero arte normal,
eso es cierto. Pero cabe preguntarse: ¿es ese mismo fundamento
131
ideológico de descalificación genérica de las conductas no
adaptadas el que utilizo cuando hablo de arte patológico? No;
es una consecuencia de otro sistema de ideas al que adhiero.
Para mí, la enfermedad mental existe, es una realidad; la dis
tinción está en el criterio en que me baso para decir cuándo
una conducta es enferma y cuándo es normal. Hay, para mí,
conductas estereotipadas, de adaptación pasiva a la realidad, y
hay un arte, el de esos sujetos, con características propias, que
emergen de ese estado psíquico particular, pasivo.
Por eso considero importante destacar que, para mí, el he
cho de que la obra haya sido realizada en un hospicio o fuera
de él es meramente circunstancial. Lo significativo es el estu
dio de los momentos mentales en que la creación se llevó a
cabo; esto permitirá, con mayor carga objetiva que ideoló
gica, distinguir entre un arte y otro, y no por el móvil de ads
cribimos a una situación dominante, sino por interés científi
co, por interés en la verdad. Y si comprobamos, por ejemplo,
oue la inmovilidad caracteriza la imagen pictórica de los artistas
alienados, no lo hacemos para descalificar sino para distinguir
y precisar sus características.
132
pueden analizarse como “antes”, “durante” y “después” de la
crisis, y en relación a quienes también podemos interrogarnos
si crearon *por”, “sin” o "o pesar” cíe le enfermedad. Eí rasgo
común y distintivo de todos ellos es el de haber sido acedados
por la “cultura”. Es decir que, más allá de parciales rechazos
y prejuicios, muchas veces con consecuencias dolorosos, esta
producción artística es analizada, difundida y criticada como
tal, no como el fruto peculiar, atípico, de “mentes enfermas”.
Creo entonces que al tratar ese concepto vigente, difundido, de
"arte patológico”, debemos circunscribimos, en especial, a la
abundante obra de los infernados en los hospicios o en sitios
semejantes. Es decir, seres en la total marginado» y sin las
circunstancias especiales, muchas veces favorables, de haber
sido reconocidos como artistas antes de la reclusión.
La producción de estos internados en los hospicios no es vista
como arte, y creo que tampoco se le reconocería ese carácter
(volviendo a los casos especiales), por ejemplo, a los últimos
textos de Artaud o Fijman, si no fuera por el prestigio o los
antecedentes previos a la internación. Y pienso que esto es
correcto, si nos atenemos a la estética vigente, tradicional. Vero
no lo es si describimos a la estética como meramente racional
e ideológicamente castrativa, y ligada a una «fsícín del arte
como forma de poder y actividad de distinción para gozo de
una sola clase social. Esto, dicho sin olvidar que deben dis
tinguirse las descalificaciones de tipo genérico de análisis como
los suyos, hechos a partir de otros intereses, otras necesidades
y fines.
—Ahora soy yo el que privilegia, para contestar, una parte
del vasto concepto que usted ha expresado. O sea, comparto
que está vigente una actitud que diferencia la producción de
Artaud o Van Gogh de la de otros internados anónimos de los
hospicios. Pero, y sin entrar a defender los móviles que im
pulsan a una clase social o a sus cuadros especializados para
calificar o descalificar las creaciones, pregunto: ¿no hay acaso
diferencias reales entre la producción de un artista que, ven
ciendo su enfermedad, como Artaud, logra un alto grado de
poesía, y la obra de un internado que intenta decir algunas
cosas, pero que no es poeta, ni tampoco lo será, y que simple
mente busca expresarse, sin ningún fin o meta estética? Aquí
133
no puede discutirse que la diferencia existe, y es simplemente
de calidad. Aun en la locura hay grados de calidad estética.
134
dones fantásticas: mitos, religiones, sueños, delirios, arte...
Por ello también acepto, incluso lo he destacado, que al lado
de las diferencias formales existentes h a / leyes generales que
regulan tanto las estructuras como los temas y dinamismos de
todas estas producciones. Hay mucho que investigar en este
campo y ello debe hacerse sin prejuicio.. . Pero hay un punto
sobre el cual, en derta medida, hemos discrepado, y quiero
volver a él porque lo considero tal vez el fundamental para
establecer los grados de identidad y diferenciación entre ar
tista normal y alienado. Me refiero al concepto de unidad, o
integración. Pues bien-, es cierto que este concepto es dinámico
y no estático, pero tampoco es arbitrario, pues, justamente, la
unidad es la superación dialéctica del caos. Y sin olvidar, tam
poco, que esta unidad puede anidar o estar cifrada en lo más
profundo y, por ello mismo, más inaccesible de la obra. Años
atrás comenté unos trabajos referentes a Picasso y el accionar
del inconsciente, y lo asocio porque pienso que allí se puede
encontrar un ejemplo correcto. Picasso es, posiblemente, el
pintor, el investigador, el hombre, que más se ha atrevido a
frecuentar la muerte, la total desintegración, en la creación
artística. Ha elaborado lo maravilloso a partir de una ruptura
caótica, pero que ha sabido y podido recomponer, reintegrar.
La muerte le ha servido para re-crear la vida. Pues bien; Pi
casso se aparecía entonces, y aún hoy, en muchas de sus obras
como carente de toda unidad, con todos sus elementos rígidos,
desconectados. Sin embargo, no es así. Un análisis profundo
nos permite comprobar que es un artista que ha tomado su
obra como camino de investigación y que ha descendido <a las
etapas más regresivas de su propio inconsciente. Pero no s"
ha perdido, no ha muerto, no ha enloquecido en su viaje, sino
que ha encontrado allí la raíz de su unidad, más dolorosa, pero
no por ello menos vital y comunicante, tal como se da en el
Guernica-, es decir, no ha sucumbido anve la enorme presión
de su propio inconsciente, como sí sucumbe un artista psicó-
tico, porque éste no es capaz de exteriorizar su inconsciente;
tampoco puede proyectar su emoción como una forma de vivir
y de compartir el mundo que lo rodea.
Sin embargo, lo que hemos dicho antes también nos mues
tra, desde otro ángulo, la profunda relación que hay entre el
arte (en general) y la locura. A tal punto que, muchas veces,
135
concretar ]a obra de arte es el medio de lograr o mantener la
salud psíquica.
El artista es un ser de "anticipación", un verdadero “agente
de cambio”, embarcado en el tobogán de la espiral, creando,
destruyendo un objeto anterior para recomponerlo en un nivel
más alto. Esa actitud de cambio provocará fuertes resistencias
y, en el caso de las propuestas más audaces y de ruptura con
lo anterior, con la realidad aceptada, puede llegarse a que la
sociedad diagnostique “alienación” en ese creador: el impacto
del nuevo objeto estético ha sido demasiado brusco, profundo,
y pone en peligro los esquemas consagrados. Sin embargo, no
puede hablarse aquí de arte patológico; la ruptura con lo ante
rior no es el carácter definitorio de éste; por lo contrario, es
común a todo arte de avanzada.
Tampoco hay aquí incomunicación, sino dificultad en la
comunicación, debido a lo nuevo del mensaje que complica
su captación por parte del receptor. El arte típicamente alie
nado carece en general de valor plástico, no hay propuesta
dinámica de cambio sino estereotipo; no hay unidad, sino caos,
y no hay dificultad en la comunicación sino falta de comuni
cación. Admito, sin embargo, que estamos transitando aquí
un terreno muy resbaladizo y no explorado totalmente.
136
Trabajo de un internado en hospicio
tísticas, ¿cree que hay pautas —objetivas— para distinguir una
obra hecha por un artista normal de otra perteneciente a «n
artista "alienado", desconociendo, por supuesto, el estado psí
quico de sus ardores?
—El mayor rasgo distintivo es la inmovilidad de la imagen,
el vaciamiento de la mirada. En las creaciones figurativas, es
pecialmente de los esquizofrénicos, rara vez se encuentran ros
tros humanos-'Comunicantes, "con vida*. Esta falta de expre
sión facial no deriva de una falta de oficio o de técnica; lo que
se denomina "rigidez" o “vacuidad” es, acaso, difícil de descri
bir, pero se siente sin dificultad. Esa rigidez en la expresión de
la imagen deriva de las graves dificultades que esos sujetos
tienen para el aprendizaje de la realidad. Hay una interféren-
cia en la posibilidad de comunicación directa con los otros
hombres y esto se refleja en todos los órdenes. Por supuesto,
también en la actividad artística. Tales síntomas son más fá-
ciles-aun de percibir si comparamos la producción de un artista
que haya realizado obras estando sano y, después, en estado de
alienación. La segunda imagen, por gravitación de la enfer
medad, carece por completo de dinamismo. Hay una pintura
de Carrá, de cuando éste ya está enfermo, que es el ejemplo
más acabado de inmovilidad que be conocido.
138
hay una base científica, objetiva, en este caso. He tenido pré
sente dos condiciones: 1) el alienado tiene una psiquis dete
riorada, está en condiciones deficientes para cualquier tipo de
creación, está inhibido; 2) como consecuencia de lo anterior,
su producción, si la comparamos sin prejuicios con la de un
artista sano, será más deficiente, porque hay detrás de ella
un obstáculo epistemofilico, que dificulta el proceso de gesta
ción artística. El enfermo mental es una realidad en cualquier
orden, en toda sociedad.
139
asume. Pero también hay otra relación: pienso que todo aque
llo que ha muerto puede ser re-creado en la obra artística.
Vale decir que la tarea del creador sería la re-creación (a tra
vés de su producto) del sentimiento de muerte consciente o
inconsciente. Quiere decir, entonces, que todo gira alrededor
de poder resolver ese sentimiento en base a un accionar pre-,
ciso. Esto hará después impacto en el espectador, quien parti
cipará, identificándose con el creador, de esos mismos meca
nismos. l a obra también le transmite un carácter de vivencia
estética o de “placer” por el hecho de que resuelve ansiedades
muy profundas ligadas a la muerte.
140
—¿En ningún caso'Uega a considerar la demencia como un
camino desesperado hada una verdad poética?
—Nos es difícil entender cabalmente el dolor, tan profundo,
que hay en la locura; un sufrimiento que supera al hombre, que
lo conmueve hasta grados infinitos. Y no creo que ese sufri
miento sea un camino hacia la vida. A su vez, el arte es una
acción de amor, un deslumbrante vínculo que se establece
entre los hombres.
141
—Ha marcado, varias veces, lo que serian las deficiencias
esenciales del *arte p a to ló g ic o A u n así, </encuentra en él
algún grado de utilidad? ¿Ve la necesidad de estimular ese
tipo de actividades en los hospicios?
—Es imprescindible, sin excepción, estimular la actividad
creadora en todos los órdenes y en todos los hombres. Además,
en el caso específico de los recluidos en los hospicios, esa ac
tividad conduce al cumplimiento de varios fines: dar placer al
suieto que lo realiza; desencadenar un mayor grado de liber
tad emocional, de gran utilidad tanto para el diagnóstico como
para el tratamiento; es índice informativo de los cambios de
conducta y de estado del paciente; su frecuente y alto conteni
do onírico es punto de partida para las interpretaciones del
analista. Se trata, entonces, de una actividad terapéutica.
—Estas obras también pueden emocionar a otros hombres. ..
Me he pasado horas, por ejemplo, contemplando los murales
en el interior dél hospicio de hombres de esta ciudad, y he
encontrado allí una fuente de placer, he sentido un mensaje
mte estremece, una profundísima transmisión dél dolor... Po
día ver que alguien, en él mayor de fas desamparos, se había
reencontrado con la primitiva inocencia, y la volcaba allí, llena
de color, en las destruidas paredes de un manicomio, para
gozo de tos demás y sin esperar por ello ninguna recompen
sa.. . Reconozco, también, que ante otras pinturas me he sen
tido como rechazado. Había algo en mí, o en esas obras, que
impedía un real acercamiento. Pero, aun así, me despertaban
un cúmulo de sensaciones vitales, en las que primaba acaso el
miedo, un miedo "animal”, un miedo muy antiguo, pero siem
pre ligado al acto creador de otro hombre. . . No creo, enton
ces, que esos productos deban verse privilegiadamente desde
una concepción médica, sin negar que para un terapeuta en
función de tal ésta pueda ser una de sus lecturas. . .
—En principio, uno de los fines de la obra de arte es, preci
samente, causar emoción a otro ser, conmoverlo. Pero ello
sólo lo logra un artista normal.
Si vemos el caso de un artista, de un pintor que está enfermo,
éste puede llegar también a conmocionar profundamente a
otro ser. Pero ya entran aquí otros motivos. Es decir no es
un mensaje a la totalidad, sino un mensaje que únicamente
142
puede ser recibido por ciertos espectadores que tienen un nú
cleo enfermo ignorado. Esto es lo que permite establecer entre
el que ha pintado la obra, el enfermo, y quien la recibe, una
identificación secreta a partir de la locura.
Pero, aun así, esa conmoción es positiva. Diría más: toda
conmoción es útil, ya que actúa como un factor dinamizante.
Sin embargo, sigo creyendo que no debe identificarse esa
conmoción con la que causa la contemplación de una obra de
arte. Esta produce en nosotros sensaciones independientes
de las circunstancias en que fue creada y de la personalidad
del autor y que no requieren ningún lazo especial con el es
pectador, salvo su sensibilidad. La producción de los locos,
en cambio, produce, como he dicho, emoción con ciertos recep
tores que tienen afinidad con la locura. G bien en otros sin
esa afinidad. Pero entra aquí a jugar el sentimiento de piedad.
Es decir, nos impacta ver el esfuerzo de alguien, bloqueado,
que intenta comunicarse, que intenta orear. Lo más dramático,
para mí, es que, a pesar de todo, ese artista alienado está,
como se dice en criollo, “meando fuera del tarro”. No tiene
posibilidad de dar belleza; previamente necesita curarse.
143
mundo, por establecer vínculos de afecto. Y en ello está lo
positivo, lo útil, lo terapéutico. Sin embargo, mientras continúe
alienado, el vínculo, más allá de su esfuerzo, no podrá ser
restablecido. Logrará sí, en la medida que siga persistiendo,
notorios progresos,
—¿Encuentra diferencias mayores con respecto at arte entre
un paciente neurótico y un psicòtico?
—Como ya he dicho, más actividad creadora tiene'el esqui
zofrénico, un ser permanentemente necesitado de crear lazos
con el mundo. Su actividad artística es, entonces, fruto de un
profundo esfuerzo, de una necesidad por autocurarse. El neu
rótico también realiza actividades de este tipo, especialmente
literarias o pictóricas, pero él no se ha retirado abiertamente
de las demás hombres, y sus obras no se diferencian mayormen
te de las de un artista normal. Lo que sí sucede con el esoui-
zofrénico. Diría incluso que la única diferencia perceptible
aparece en estos últimos, aunque también aquí caben excep
ciones.
Las obras de un artista normal y de otro neurótico son difí
ciles de distinguir, aun cuando se trate de una neurosis aguda.
La línea divisoria es difusa. Incluso puede decirse que cual
quier artista, en su actividad creadora, actúa con cierto grado
de neurosis. O, con más precisión, diríamos que utiliza los
dinamismos de su neurosis para crear.
El caso más típico de un pintor que ha navegado esa línea
divisoria entre lo normal y lo patológico es el del “aduanero”
Rousseau, que es, precisamente, una de esas excepciones a las
que nos referíamos, dado que aún es difícil precisar su estado
psíquico, su grado de enfermedad. Su conducta indicaría que
se trató de un esquizoide. Aun así, en su obra hay movimiento,
vida, cierta gracia; también hay un continuo pasar de lo normal
a lo anormal y de lo anormal a lo normal; todo ello incide para
que su pintura sea una aventura singularísima.
144
contribuir a romper inhibiciones frente a la creación. Pero, en
estos casos, la obra tiende a no ser original: es como una copia.
Un artista con drogas, por ejemplo, cae casi siempre en la re
producción visual de otros modelos. Porque el mecanismo bá
sico de la creación ha sido perturbado. No hay autenticidad.
Tiene estímulos para hacer, pero su perturbación le impide
penetrar a fondo en el mundo de la creación, a pesar de estar
desinhibido. Es una paradoja cruel, muchas veces cruel. No
creo en la eficacia, entonces, de los estímulos de drogas o be
bidas. Sí, en cambio, en la acción favorable de la noche. La
noche es amiga de la creación, como es amiga de los sueños.
145
en ese momento está en condiciones de concretar su obra, de
finalizarla.
Las alternativas previas han tenido que ver con los miedos, y
se ha avanzado desde una situación de depresión hasta en
contrar la salida: el producto artístico. En otras palabras, la
reparación se ha logrado. Es muy importante destacar el sen
tido de la reparación dentro de lo que caracterizamos como
mecanismos creativos. En primer lugar, hay, por supuesto, un
nivel de análisis que afirma que el hombre crea porque, nece
sita reflejarse, necesita un afianzamiento de identidad, poder
verse en el mundo externo, y que ello se logra, muy especial
mente, en las obras artísticas. Pero hay otra explicación. Es
decir, uno tiene objetos, imágenes internas muy significativas,
aue aparecen destruidas en un estado de depresión por culpa
de uno mismo. Pues la depresión implica también el recono
cimiento de un sentimiento ambivalente hacia el objeto inter
no: se lo ama v se lo odia, por lo tanto, en virtud de ese odio,
se lo puede haber dañado. Se desencadenará entonces el me
canismo creativo por el móvil de la reparación.
Es decir que el reconocimiento de la situación {fantasía) de
daño al obieto amado, eme ba llevado a la depresión y el impul
so a remediar lo causado, a la reparación, se concreta en la re
creación. Puede deducirse entonces oue la depresión es tera
péutica, porque permite un aprendizaie de la realidad. Allí se
toma conciencia (en la depresión) de las contradicciones pro
pias de toda relación dinámica. En otras palabras: un mismo
objeto puede tener una “punta* buena y una mala, se lo quiere
y se lo odia; y él también nos quiere y nos odia, todo al mismo
tiempo. Subyacen, entonces, en la reparación, la culpa y el
temor por los posibles riesgos a correr. Porque ese objeto que
uno ama y odía y al que pudimos haber dañado (aun en fan
tasía) y que pretendemos reparar, puede devolvernos nuestra
agresión. Actuará, entonces, ese sentimiento en forma frustran
te; tendremos miedo a su ataque, que significará la devolución
del daño causado, la venganza del objeto. Por lo tanto, si uno
no elabora ese miedo (al ataque) que, unido al miedo anterior
(el de la pérdida) constituye la situación de resistencia u obs
táculo interno, persistirá el impedimento creativo, por cuanto
la creación artística es una forma de conocimiento, y conocer
implica acercarse a fondo al objeto, penetrar la realidad, libre-
146
mente, sin resistencias. La elaboración de esa resistencia, la
sublimación de las ansiedades a que da origen, desencadena
la obra de arte. Pero el llegar a la obra de arte obliga a pasar
por esas etapas, por ese dolor, por esos miedos. Sin ellos, no
habría creación. Pero el no superarlos impide, igualmente, la
creación plena, y puede desembocar en la enfermedad, en
la locura.
147
las contradicciones. Porque la creación, como toda conducta
humana, implicaría dos tipos de motivaciones o dos niveles de
análisis. Es decir que hay factores que actúan en la creación
y que están ligados a lo más estrictamente subjetivo en el sen
tido de la historia personal de ese sujeto. Pero, simultánea
mente, para que se pueda producir acabadamente ese proceso
creativo, es muy factible aue haya (más aun. entiendo que es
necesario), a la vez, una determinación por el contexto histó-
rico-social (con sus relaciones de producción) que se articula
con las necesidades más ligadas a la vida psíquica del sujeto,'
tal como son las necesidades de reparación. Tomemos un caso
típico, Chaplin, un verdadero creador (y lo bago, además, por
que poseo algunas referencias de su vida), y comorobamos,
por sus sucesivas pérdidas y carencias, cuánta necesidad de re
paración de sí mismo, de su mundo interno, tenía el artista.
A la vez, y como emergente de su compromiso ideológico, en
tendemos cuánta necesidad tenía también de esclarecer las
relaciones sociales. Así podrá elaborar esas obras completas,
desde todo punto de vista, que son El pibe o Tiempos Mo
dernos.
Entonces, vo diría: ese factor de necesidad de reparación de
sus objetos internos constituiría ur» nivel de expresión de un
proceso conrmleio en el que también están en juego, interac-
túan, determinaciones ideológicas de ese artista que lo condu
cen a la necesidad de clarificar a los demás a partir de su
propia clarificación y, además, a repararse él mismo en la
reparación general que significa una obra que permite un me
jor conocimiento de la realidad. Aquí hay un juego afectivo, un
juego de identificación, con todos aauellos que son desposeídos,
marginados o sometidos al proceso brutal de la automatización,
una automatización enfermiza, alienante, tal como se plantea,
precisamente, en Tiempos Modernos. O sea que insisto: lo
fundamental es el interjuego de dos tipos de factores que no
son contradictorios.
Puede ser también que, en algunas circunstancias, la actua
ción fundamental sea la de la reparación interna; en otros, como
en el caso anterior, el acento está en lo social a partir de una
necesidad interna y de una identificación de nuestro destino
con el destino de una clase oprimida. En ambos casos vemos
la operación de la ideología. En el primero hay una concepción
148
del mundo plenamente individualista, egoísta, aislada, que se
agota en sus necesidades internas; en el segundo hay una ideo
logía social, de verdadero sentido humano, que lleva al artista
a una -mayor identificación con sus contemporáneos,
O sea, el proceso psicológico en la creación está siempre in
trincado con un proceso ideológico, que podrá por su parte
tener un signo u otro; no olvidemos que también hay arte
reaccionario. Entiendo que lo importante es destacar que lo
ideológico es un plano de análisis de la conducta y lo estricta
mente psicológico es otro, aunque son, por supuesto, dos planos
muy difíciles de separar, porque, finalmente, ¿a través de qué
actúa la ideología? Actúa a través de los psiquísmos de cada
sujeto.
149
de ese estado emocional, que incluso faciliten una acción física.
Por ello, en el caso de canalizarse artísticamente, será más fácil
que se valga de la música, el canto o, mejor aun, la danza.
150
s®
—. . .Y la situación nueva, como tal, siempre provocará an
siedad. Desconfiamos de nuestras fuerzas, el desafío es cons
tante, el miedo al fracaso es constante, nos sentimos débiles, y
muy poco vale saber que en una situación anterior se ha triun
fado, porque la actual tendrá similitudes, pero no deja de
ser otra.
152
También es preciso destacar que hay un miedo oculto a ha
cer consciente la situación de pérdida, a hacerla surgir real
mente en carne viva, a toda luz, hecho que puede ser muy
doloroso, mucho más que cuando sólo era un presentimiento o
se mantenía en un plano confuso.
De todas formas ,esa acción de desgarrarse es la única posi
bilidad de crear y de superar, definitivamente, la situación
conflictiva que nos está deteriorando de a poco. Por eso, a
medida que se va elaborando la obra, pueden ir apareciendo
nuevas resistencias, ya que vamos sacando a flote lo que estaba
sumergido. Pero, una vez iniciada la gestación, precisamente
la única posibilidad de vidc. es engendrar. Lo contrario es elegir
el camino de la enfermedad, aunque muchas veces, más que
una elección hay una falta de fuerzas y de apoyo. Pero creado
ejemplo, tendremos un objeto de referencia
153
—¿Infiere de su poesía que en el mecanismo psíquico que
lleva a su concreción está acentuado el momento depresivo, o
sea que hay una depresión aguda?
—En el momento creativo su depresión no es aguda; está
depresivo a secas. Y mientras va escribiendo se va aliviando,
se asusta de su infierno, sufre al verlo. Pero, a la vez, lo alivia
enfrentarlo, vencerlo. Es una situación dinámica: el miedo y
el cambio se van elaborando dialécticamente en el poema, el
poema va elaborando la situación, y la situación, a la vez, va a
quedar reflejada en la obra.
154
—En el artista “alienado” ¿las sensaciones que produce la
obra son semejantes?
—No, son otras. Para el artista alienado se trata de realizar
una tarea sin especial sentido, es una acción más, que no le
produce ningún sentimiento en particular.
15S
tidad, persistan en la creación artística? V esto nte obliga a
transmitirle fin interrogante que no ha dejado de acompañar
me: ¿por qué los hombres, en toda sociedad, por encima de
cualquier tipo de impedimento, han hecho arte?
—Es una de las formas de preservación que tiene la raza
humana. Y, más específicamente, para curarse de la locura.
Parece un poco exagerado, pero es así. Aunque no sólo para
curarse, también para evitarla, para prevenir ese terror a lo
desconocido que, en forma de muerte o de locura, acecha per
manentemente al hombre.
156
para tolerar el sufrimiento, logra diluirlo. A su vez, el creador
salda el sufrimiento con la obra.
Volviendo al “juego" o "manejo” de la situación, decíamos
que en la locura o en su proceso es tal la "abundancia” de dolor
que impide, precisamente, toda posibilidad de encausarlo. Quien
lo padece se estereotipa, se torna rígido; su “manejo” es “rígido”
y ello se percibirá después en su obra, que refleja esa estática.
El artista normal tendrá, en cambio, la posibilidad de jugar
con el objeto; no tiene obstáculos para acercarse a él, para
tomarlo, para transformarlo, para rearmarlo. El enfermo ne
cesita, en cambio, "congelar” el objeto, "congelarse” él, porque
si no, se muere de dolor, tiene la idea de que no va a poder
soportarlo, le faltan fuerzas, ayuda.
Por eso siempre digo, volviendo específicamente al mecanismo
creativo, que el impulso a la reparación y el establecimiento de
un objeto interno integrado está en la base de todo auténtico
proceso de creación artística.
157
fermedad, casi siempre su neurosis, es un producto estimable,
y que produce en función de ella. Eso es lo que él cree. Pero
cuando alguien está haciendo ese planteo, una de las cosas que
es posible interpretar, desde el punto de vista del terapeuta, es
que en realidad no está hablando del futuro, sino que está mos
trando su actual inseguridad sobre su capacidad creativa, duda
de ella, y de esa debilidad surge el miedo a que el psicoanálisis
se la quite.
Conoordantemente, estaría mostrando una hipersensibilidad
a la crítica, ¿pero a qué crítica? La propia. Lo que muestra
una vez más su inseguridad sobre lo que hace. Por otro lado,
si se siente mal, si se siente enfermo, tiene una visión fragmen
tada de sí mismo, como si estuviera compuesto por partes, una
parte buena (que es capaz de crear) y otra mala (que es la
que tiene que ser reparada). O sea, no se ve como totalidad,
lo que está mostrando ya su nivel de neurosis. Además, valoriza
más (y esto contradictoriamente, ya que duda de ella) su
producción artística que su salud. Pero esto, a la vez, le va a
impedir tener una relación correcta con el mundo, bien ubica
da. Ello repercutirá muy negativamente en su proceso creativo,
en su obra.
I5S
—Atiaud fue internado en un hospicio por ser considerado
un alienado, ¿Cree usted que Artaud estaba en ese estado
mental?
—Como ya alguna vez le he contado, cuando estuve en Fran
cia, Bretón me pidió que fuera a verlo a Artaud en el hospi
cio. A pesar de mi deseo, por razones circunstanciales no pude
conversar con él, Pero sí lo hice, extensamente, con el psiquia
tra que lo atendía. Mi conocimiento sobre Artaud, en conse
cuencia, no es directo, aunque en cierto modo es amplio; ya
que también conversé con quienes fueron sus más íntimos
amigos y he leído su obra. Pues bien, creo que Artaud p antea
problemas muy candentes en este campo de la medicina, es
pecialmente por el hecho de que tiene momentos de una luci
dez increíble, una lucidez casi sobrenatural, y en otros momen
tos cae en un estado de delirio, donde todo le es persecutorio.-
0 sea que el cuadro clínico de Artaud sería el de delirio cró
nico; delirio crónico persecutorio.
159
de los artistas "enfermos” carecen de unidad; que estos artistas
no completan el paso de la fragmentación a la unión? Artaud,
a pesar de su estado de "psicosis”, al igual que él poeta argen
tino Jacobo Fijman, también catalogado por los médicos como
"demente” e internado treinta años en un hospicio, hasta su
muerte, ¿no nos enseñan, con su bellísima, desgarradora poesía,
que el grado de unidad de un poema lo da el propio poema y
no la estética o la ciencia?
—Usted vuelve a llevarme al centro de la poesía y aquí no
puedo hacer otra cosa que insistir en un concepto que ya le he
señalado: amo profundamente la poesía y sé que nada en el
mundo representa como ella la tenue línea que separa el cielo
del infierno, la vida de la muerte, la locura de la salud. Por ello
es tan difícil distinguir, precisar, establecer categorías, lo que
sí es posible en otras disciplinas artísticas.
Casos como el de Artaud o Fijman tienen la maravilla de lo
sorprendente. Y Artaud, ya que estaba hablando de él,,me ha
enseñado mucho. Fue para mí una gran lección.,,
162
argumentos. Toda su obra me estremece, tiene sentido, sus
desvarios no son totales, siguen siendo poesía... Siento mu
chísimo no haber podido conversar con él en R odez...
163
—Teniendo presente la total continuidad y coherencia de la
obra de Artaud, ¿es posible imaginarlo fuera de lo que fue su
estado red (o sea, privado de parte de su espíritu), de lo que
eran sus conflictos? ¿No había entre su poesía y sus crisis una
extraña y válida (también desgarradora) confunción de causa y
efecto?
—Sí, yo tampoco puedo concebirlo a Artaud fuera de su
enfermedad. Hay mucbo material en su obra tomado de ella,
pero siempre administrado de una forma integrada y exaspe-
radamente bella, que conmueve y sorprende.
Por ello mismo, nunca consideraría su obra como expresión
de “arte patológico”. El había preservado para la poesía un
lugar secreto. Y ese lugar secreto no estaba contaminado por
la enfermedad...
164
Diagram« de Pichón Rivière para ilustrar
su idea de la "praxis en espiral"
Es muy difícil, muy doloroso, pero todo verdadero creador
debe aceptar el desafío.
-N o .
—Hace años que he dejado de creer, aunque he sido bauti
zado y tomé la comunión. Tampoco temo a la muerte. Ella
es un hecho natural, ineludible, no. hay por qué temerla. Pre
cisamente esto sucede cuando el hombre ha elaborado un más
a llá ...
106
DESPEDIDA DEMORADA
167
Nada de lo que se encuentra allí me resulta extraño: los
largos bancos para las ancianas de manto negro y letanías;
el confesionario y su mirilla; la imagen de la santísima con
el niño rosado que tiene el pie r o to . . . Lo único distinto
es el techo. En lugar de ángeles pintados en ocre y en
dorado hay ahora ángeles que gimen mientras el fuego se
extiende por sus cuerpos que parecen humanos a pesar de
sus alas pero que no lo son.
Intento incorporarme. Es in ú til Siento sobre m í el duro
peso de millones de gusanos transparentes aunque visibles
que se van convirtiendo en mariposas gigantes. N o son
mariposas de las que yo solía cazar por los bañados en las
tardes de verano de mi infancia. Estas mariposas —las
tengo incluso encima de la cara, así que puedo describirlas
en detalle—, poseen patas como las arañas y ojos tumul
tuosos y helados. K de sus ojos no caen lágrimas, cae
sangre. Que se escurre lentamente por mis labios, entra en
mi boca, corre p o r m i garganta, me ahoga . . .
En ese m omento alguien se para a m i lado. No es
mucho más que una sombra. Viste una larga túnica, parece
de arena. No tiene cuello ni cabeza. Cuando me habla, con
voz rota que sube dificultosamente desde el estómago,
recién lo reconozco. Me dice: “confía en m í”. Y aleja,
con gran paciencia y extrema suavidad, cada una de las
mariposas que cubren m i rostro.
Logro saltar del cajón. Ya no estoy en la iglesia sino en
la morgue del viejo hospital neuropsiquiátrico rodeado de
cuerpos desnudos y vivos a pesar de sus tremendas heridas,
de sus cerebros abiertos como naranjas.
Otra vez grito y otra vez Pichón, mejor dicho, la frágil
sombra de su apariencia, se acerca a m i lado. Lo abrazo
m uy fuerte. Y aunque yo también, poco a poco, me voy
convirtiendo en una túnica de arena, ya no tengo miedo,
me siento extrañamente descansado, hasta feliz.
* * *
Es un sueño reciente, uno de los pocos sueños que
puede contar ahora en el exilio alguien que ha sido un
gran soñador, Y mi sueño me inquieta y acompaña esta
168
fría tarde que ya termina mientras deambulo por los
bordes del Canal del Príncipe en la ciudad de Amsterdam.
Cada tanto me detengo y escribo en la pequeña libreta, de
frente a unas aguas que pronto serán islas de hielo, tan
oscuras y llenas de mensajes, mientras los patos de pena*
cho verde chillan y nadan desesperados de una orilla a
otra.
Se dice: “el verdadero cementerio es la memoria” . O
bien: “ no hay mayor m uerte que el olvido” . Es cierto;
esas son las puertas que intento abrir para un cielo no por
terrible menos urgente y presentido. Y mi sueño, los
recuerdos, y hasta las más humildes penas son finalmente
retazos de ese cielo y luchan, como los patos salvajes en
los canales, tratando de mantener a flote la cabeza.
* * *
Pichón murió a mediados de 1977. Yo no fui a su
entierro. Me sabía perseguido. Aunque tal vez podía haber
ido y no quise. (Es difícil entender nuestros actos en días
de duelos abundantes y heridas que se amontonan).
Pocos meses después, comenzando el verano —recuerdo
una última lluvia que se demoró en los árboles volvién
dolos dorados—, dejé el país. Uno de tantos, en silencio, a
hurtadillas, sin tiempo siquiera para saldar las cuentas del
alma.
No es aquí donde contaré qué ha sido de mi vida en
estos años. Pero el reciente sueño del que tengo cada vez
más detalles —recuerdo, por ejemplo, que en una de las
paredes de la morgue alguien con mano temblorosa había
escrito: “ aquí se serrucha a Dios” — me lleva a intentar
alguna respuesta para una deuda y una necesidad profun
das. Y al llegar a la esquina donde el Canal del Príncipe se
cruza con la gran iglesia del oeste, la de la cúpula de oro,
inicio el regreso para mi pieza en la Calle del Arbol,
sabiendo que esta noche escribiré una despedida que llevo
demorada. Y que detrás del rostro felino de Pichón acecha
el vértigo del desarraigo, el miedo a esa lejanía que mutila
la razón y nos convierte en niños desnudos ante una
intemperie sin sentido.
169
* * *
170
de aquellos encuentros, que se prolongaron después de
terminado el libro, el lazo que compartíamos y nos aho
gaba, era sabernos, cada uno a su manera, partes de una
comparsa ciega y muda, y como tal impotente, ante el
aquelarre de horror que diariamente se producía frente a
nuestras narices.
¿Y acaso también no sabíamos que estábamos, como
toda una sociedad, acomodando el espíritu para soportar
el degüello de la vida, ese escupitajo de sangre que a
manera de conjuro maldito —aunque no por ello menos
razonado— se colaba por cada hebra del tejido social?
Sí, participábamos del conocimiento de una realidad
perversa y asfixiante pretendiendo, a la vez, no abandonar
nuestra reflexión intelectual.
¿Cómo no íbamos a angustiarnos? ¿Y cómo no iba a
unimos la angustia de lo contradictorio y hasta grosero
que podía llegar a ser la búsqueda de cualquier verdad
particular en zonas del espíritu mientras se cata a pedazos
el cuerpo de un país todo?
La muerte crecía a nuestro lado. Podíamos percibirla
incluso en los gestos y silencios. La muerte ya no era
únicamente los muertos que se amontonaban en zanjones,
que se hundían con piedras en fosas marinas o se confun
dían en grandes tumbas sin nombre y negadas. No, la
muerte también habitaba, complacida, el corazón de los
vivos.
Entiéndase bien: no digo que fuéramos con Pichón los
únicos que manteníamos en aquel momento la conciencia
despierta ante el terror (¿qué culpa disfrazaría tal jactan
cia? , ¿quién osaría cargar sobre su espalda tamaña trage
dia colectiva? ). Creo, simplemente, que nuestra precaria
respuesta personal era compartir un dolor y una impoten
cia que nos desbordaba. Y en ello había una elección por
la vida, nunca en la historia del país tan despreciada, y
una afinidad ideológica que nu tría nuestra amistad y gene
raba el fraternal socorro. Tampoco se olvide que a Pichón
lo cercaba el cáncer y que sobre mi cabeza pendía el
hacha del verdugo.
* * *
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Por más que nos conmueva un genocidio, el sufrimiento
que nos toca hondo, y cala íntimo, tiene siempre un
rostro. Se trata ahora de Pichón.
El cáncer empequeñecía su cuerpo, fragilizaba su voz,
hacía de su mirada un destello de luz cansada de atravesar
cavernas de carbón, espacios sin atisbos de una piadosa
estrella.
Me fascinaba su preocupación por cuidar en ese estado
su elegancia, por mantener a raya las servidumbres de la
enfermedad. Digamos que hasta el final quería bailar un
tango con la muerte sin que se le notaran las manos
humedecidas. Menos, aún, el mal aliento. Y saboreando en
cada pausa de la orquesta una copa de champagne y su
grueso tabaco de pipa.
Pero él, que aceptaba sin perder la compostura su enfer
medad, se desesperaba ante un destino que ligaba su inme
diata muerte, su muerte de hombre adulto y descarnado,
su muerte meditada y sin mayor sorpresa, su muerte que
llegaba con una obra cumplida y con discípulos para
continuarla, con la muerte de toda una nueva generación
culpable de haberse atrevido a privilegiar el sufrimiento
ajeno sobre el propio placer.
También, cómo olvidarlo, se preocupaba afectuosamente
por mí. Luego de mi expulsión de la Universidad y el
cierre de nuestra revista Crisis, entre bombas y secuestros,
me instaba abiertamente a que me marchara, al menos por
un tiempo, del país. Veía en mi pasividad ante el peligro,
en mi resignación para aceptar lo que pudiera tocarme, los
síntomas del derrumbe de mis defensas psíquicas, la bús
queda patológica de un castigo expiatorio.
Tiene la vergüenza del náufrago; lo roe la vieja culpa del
que se mantiene a flo te cuando miles se han ahogado. Y
ni siquiera le quedan fuerzas para intentar salvar a otros.
Sólo busca ahogarse usted también, me decía.
Era cierto. Cada una de esas muertes cercanas, dolidas
pero ajenas, parecían alimentar el salvaje egoísmo de sen
tirme a salvo, para caer, inmediatamente, en la mayor
desesperación y desear, vencido, que todo terminara de
una buena vez. Ser el llorado y no el que llora.
Respondiendo a impulsos muy oscuros, de aferrarme a
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una raíz de tierra, la que fuera con tal de no verme
arrojado al abismo, que representaba el exilio, yo me resis
tía a aceptar la realidad: era imposible que siguiera vivo en
el país. Y esgrimía argumentos políticos y finalmente
éticos que acaso tenían una base legítima pero que, en
aquel momento, disfrazaban tras mi omnipotencia mi vo
cación suicida. O, como remataba Pichón, el miedo al
cambio. Porque no era posible confundirlo ni engañarlo.
El viejo maestro sabía demasiado del alma humana y me
desenmascaraba, sin contemplaciones, hasta con enojo.
La discusión terminaba cada noche con su misma sen
tencia: No existe otro compromiso más importante que el
que tenemos con la vida. Sus palabras, como nunca, sona
ban a verdad, y no por ello dejaban de ser frágiles y
emocionadas.
Tenía ante m í un hombre que casi era un humo que se
desvanecía. Que ya, más que voz o murmullo, mostraba
un sonido de planta que se seca, de animal que agoniza, y
pese a todo, inmensamente bello, se despedía del mundo
con amor, desafiándome a seguir viviendo.
* * *
El cielo rojizo de Amsterdam y su aire de nieve se
confunden con este cielo negro de Buenos Aires y su
lluvia de verano que se alza como una mano enguantada
desde el río.
Aquí termino, varios años más tarde, de escribir unos
recuerdos.
¿Con qué palabras se despide al amigo muerto?
Apagaré la luz de mi pieza y en silencio, confiado,
seguiré esperando la mañana que se anuncia armoniosa y
nueva como una bailarina en puntas de pie.
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