Las Siete Palabras
Las Siete Palabras
Las Siete Palabras
En casi todas las iglesias católicas, y en muchas iglesias evangélicas, suele predicarse, en la semana
del año en que se conmemora la muerte de Cristo —comúnmente llamada Semana Santa—, un comentario
sobre las siete palabras o frases pronunciadas por Cristo en la cruz. Parece imposible que esto pueda hacerse
sin caer en continuas repeticiones, pero la experiencia ha demostrado que son tan ricas en significado las
expresiones que salieron de labios del Salvador en aquellos momentos supremos, que puede predicarse
muchas veces sobre ellas, expresando cada vez nuevos pensamientos de profunda enseñanza y edificación
espiritual.
En el presente comentario nos proponemos considerar las "siete palabras" como una expresión
sintética del plan de la salvación. Tratando de caracterizar tales frases en una sola palabra, llamaremos a la
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34.) — Podemos decir que todo el plan de
nuestra salvación radica en la misericordia de Dios. El secreto de tal maravilla, en la cual desean mirar los
ángeles, se basa en la soberana misericordia de Dios. "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su
Hijo unigénito...." (Juan 3:16)."La gracia de Dios que trae salvación.... se manifestó" (Tito 2:11).
El corazón de Cristo estuvo lleno de misericordia, de compasión, a través de todo su ministerio público. Se
compadecía de los enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba de comer, de los inocentes
niños que estaban por entrar en los azares y vicisitudes de la vida, y los bendecía. Estos rasgos de compasión
son comprensibles hacia tales personas, pero lo extraordinario, lo inverosímil, desde el punto de vista
humano es compadecerse de los enemigos, de los que nos hieren, de los que nos afrentan; sin embargo,
hasta este punto llega el amor de Jesucristo, hasta amar y bendecir a los que eran material y moralmente
culpables de los terribles dolores que en aquellos momentos le afligían.
Séneca nos dice que los crucificados maldecían el día en que nacieron, a los verdugos, a sus madres, a todo
y a todos, incluso terminaban escupiendo a los que les miraban. Cicerón nos cuenta que a veces era
necesario cortar las lenguas a los que iban a ser crucificados para impedir que blasfemaran de una manera
terrible en contra de los dioses. Es seguro que los verdugos de Cristo esperaban oír voces y maldiciones de
aquel que por las órdenes recibidas de poner su cruz en medio, consideraban, sin duda, como un jefe de
malhechores; los fariseos y escribas, que conocían mejor al Maestro de Galilea, esperaban oír por lo menos
quejidos de dolor, pero ¡cuan sorprendente fue lo que oyeron! De los labios de Cristo salió no un grito, sino
una plegaria, una dulce y suave oración de perdón. El verbo griego no está en pasado, sino en gerundio;
legein no es"dijo", sino "iba diciendo". Lo que nos hace suponer que esta admirable frase fue repetida
varias veces, durante el cruel proceso, cuando los clavos entraban en la carne, cuando la cruz fue levantada
y el dolor se hacía más agudo. Jesús iba repitiendo la plegaria de perdón.
¿Por qué tal maravilla? ¿Por qué Jesús es todo amor? Sí, lo hemos dicho al principio: "Dios es amor"; y
esta es la base de la Redención. Pero también porque es sabiduría infinita. Se ha dicho con razón que
comprender es perdonar, y comprendía, conocía la ignorancia de todos los culpables del horrendo crimen.
"No saben lo que hacen."¿Quiénes? ¿Los soldados? Nosotros, a lo sumo, tratando de ser imitadores de
nuestro sublime Maestro, habríamos dicho: "Perdona a los soldados", a los ejecutores materiales de esta
atrocidad, porque son irresponsables, obedecen órdenes; pero castiga a Pilatos, a Caifas, a los sacerdotes,
a todos los miembros del Sanedrín. Pero la súplica de Jesús incluía a unos y a otros; pues sabía que también
éstos eran ignorantes del gran misterio de su persona. Y que su súplica obtuvo respuesta, lo vemos en
Hechos 6:7, donde leemos que un gran número de sacerdotes obedecían a la fe.
Pero la misma súplica misericordiosa es una advertencia, pues nos muestra una razón para la misericordia
que tiene sus límites; límites que dejan al que los traspasa fuera del alcance del perdón. Hasta aquel
momento, todos los más directamente culpables de la muerte de Cristo, se hallaban incluidos en la
misericordiosa súplica, pues no habían sabido comprender el significado de la persona de Cristo. Lo
tomaron por uno de tantos falsos Mesías, pero después que el Evangelio fue predicado con tanta claridad
y fue del dominio público en la ciudad de Jerusalén. Después que Pedro aplicó tan claramente las profecías
del Mesías Redentor a la persona de Cristo, y demostró por qué era necesario que el Cristo padeciese;
después que puso en evidencia la prueba irrefutable de su resurrección (que los príncipes de los sacerdotes
sabían mejor que nadie que era un hecho real, porque se lo dijeron los saldados que guardaban el sepulcro),
los que se empeñaron en ver en El, no el anunciado descendiente de David, el Mesías de Dios, sino un
mago resucitado por el poder de Belcebú, porque así convenía a su orgullo y a sus intereses; los que tal
hicieron, quedaron fuera del perdón, como antes lo había quedado Judas. Tuvieron bastante evidencia y la
rechazaron. No tendrían ya excusa delante del tribunal de Dios.
¿La tendrás tú, que has oído una y otra vez el Evangelio? ¿Puede decirse que no sabes lo que haces cuando
endureces tu corazón a los llamamientos de la gracia de Dios? ¡Oh, que ninguno de los presentes quede en
la terrible situación de Faraón, de Judas, de Caifas, de Pilato o de Heredes; sino en la de los ciudadanos y
sacerdotes judíos que obedecieron a la fe.
2. La palabra alentadora
Mat. 27:44 y Mr.15:32 relatan que ambos criminales se unieron a la multitud en sus burlas contra Cristo.
Sin embargo, al pasar el tiempo, la conciencia de este malhechor fue traspasada y se arrepintió. Tan pronto
el ladrón impenitente insistió en burlarse (Lc. 23:39), éste lo reprendió y se negó a hacerlo de nuevo
De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lucas 23:43). — La segunda palabra es fruto de la
primera. El compañero de martirio, un ladrón a quien la tradición da el nombre de Dimas, pero que en los
evangelios es anónimo, ha oído algo tan sorprendente que, de repente, su corazón da un vuelco y se le abren
los ojos de la fe. Ha oído de labios de Jesús la palabra Padre. ¿Quién es este ajusticiado que puede llamar
a Dios Padre, y al mismo tiempo interceder por sus verdugos? ¡Oh, si él pudiera dirigirse a Dios con esa
paz y tranquilidad de espíritu! Pero no, no puede. El ladrón cree en Dios, pero, como tanta gente en el
mundo, conoce al Creador muy superficialmente; se lo imagina como un juez terrible, pues dice a su
compañero: "¿Ni tú temes a Dios...?" "Nosotros justamente padecemos..." Recuerda sus maldades con pena
y se da la culpa de ellas; no trata de excusarse pensando o diciendo: Nuestra pobreza nos obligó a robar...;
los malditos invasores de nuestro país que nos han empobrecido con impuestos tienen la culpa; nuestras
circunstancias nos llevaron a ser lo que somos... No, no; se siente culpable, está de acuerdo con la justicia
de los hombres, y aunque la teme, no se queja de la justicia de Dios. ¡Qué buena disposición para dirigirse
al Salvador de los pecadores! Siente dolor por sus pecados.... "y el dolor que es según Dios obra
arrepentimiento". Este es ha sido y será siempre el primer Paso de la genuina conversión.
El segundo paso es la fe, y el ladrón crucificado la tuvo también. Es una profunda fe judía, pues no podía
tener ninguna otra.... Ata cabos sueltos y se dice: "Este ajusticiado a mi lado ha sido sentenciado por Pilato
como rey de los judíos por llamarse Mesías, y su actitud ante sus enemigos y ante Dios demuestra que lo
es; ningún otro hombre sería capaz de hablar como éste ha hablado: Si lo es, hay esperanza para mí el día
de la resurrección..." Las gentes religiosas de Judea, enseñados por los rabinos, no creían en la
supervivencia del alma (a pesar de que hay claros vislumbres de ello en ciertos pasajes del Antiguo
Testamento) (Salmo 17:15, Eclesiastés 11:9 y 12:7, Salmo 23:8, Job 19:25).
Su única esperanza era la resurrección, el día final, como dijo Marta, un día probablemente muy lejano;
pero Jesús le responde con un "hoy" muy significativo. No será en aquel día lejano del establecimiento de
mi reinado sobre la tierra, sino hoy mismo. Mi reinado no es una esperanza futura, sino presente, porque
abarca mucho más que este mundo. Tus sufrimientos cesarán hoy; no dentro de tres o cuatro días; tu gozo
empezará hoy mismo, en el Paraíso de Dios, no dentro de centenares de años.
¡Qué preciosa seguridad! ¿La tienes tú, lector u oyente? Haz lo que hizo el ladrón: acudir a Cristo que ha
dicho: "Al que a Mí viene no le echo fuera." Acude a El con arrepentimiento y con fe, ya que tú tienes
suficientes evidencias para creer en El y puedes creer en El no sólo como Mesías, sino como Salvador.
“El que creyere...será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16).
La promesa de salvación fue dada a solo uno de los ladrones, esto muestra que algunos serán salvos y otros
serán perdidos. ¿No aclara eso nuestro pasaje? Los predicadores liberales, que no creen la Biblia por
completo, frecuentemente usan nuestro texto en funerales, cuando ellos dicen que una persona perdida que
no ha sido convertida estará en el paraíso. Pero esto es torcer las Escrituras. El Apóstol Pedro dijo:
“Las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia
perdición” (II Pedro 3:16).
Requiere “torcer” o “retorcer’ las Escrituras para hacer que la promesa de Dios en nuestro texto se aplique
a un hombre inconverso en su funeral. Y el predicador que pervierte el texto en esa manera para complacer
a los amigos del muerto, algún día tendrá que darle cuentas a Dios por su deshonestidad. No, no hay nada
en nuestro texto que dé esperanza alguna a la persona que muera sin tener ese cambio en el corazón que es
llamado la “conversión”. La promesa no fue hecha al ladrón inconverso, o a cualquier otro hombre o mujer
inconverso. La promesa fue solamente para el ladrón que experimentó la conversión, y por aplicación, solo
a los que experimenten la conversión antes de morir. Algunos son salvos, quienes se voltean a Cristo. Otros
son eternamente perdidos porque rechazan a Cristo. En estas maneras los ladrones representan a toda la
humanidad. Solo uno de los ladrones fue salvo. El otro estaba perdido.
3. La palabra cuidadosa Juan 19:26-27
Mujer, he aquí tu hijo; Juan he ahí tu madre (Juan 19:26-27). — La vida cristiana no es sólo un
continuo pensar y hablar del cielo. Allá están, sí, nuestros principales intereses; pero precisamente porque
es así y allá nos dirigimos, debemos, en tanto, atender bien nuestros deberes de la tierra. Jesús, como hijo
humano de una dolorida mujer que se hallaba al pie de la cruz, tenía deberes humanos y los atendió
cuidadosamente encomendando a aquella buena y amante madre al discípulo amado.
Su resignada pero dolorida madre lo necesitaba. La más favorecida de todas las mujeres fue también
la más afligida. "Una espada traspasará tu alma", le dijo Simeón, y en estos momentos, la espada estaba
clavada en su alma. Hasta qué punto era atenuado su dolor por la esperanza, no lo sabemos. El, que procuró
poner la esperanza de la resurrección en los corazones de sus discípulos siempre que hablaba de su muerte,
¿no lo habría hecho también con su amante madre? Es muy probable. Y la bendita virgen creía. Una
manifestación de esta fe era hallarse casi sola junto a la cruz, mirando con ojos compungidos y agradecidos
los sufrimientos de su amado Hijo. ¡Habría tantas miradas de odio, de incomprensión, de venganza, que
bien oportunas y consoladoras eran aquellas miradas de simpatía y de amor de algunas fieles mujeres y del
apóstol Juan!
Sin embargo, su fe estaba pasando una severa prueba. La cruz, que es para nosotros un hecho tan
claro después de las explicaciones de San Pablo, era un misterio para los primeros discípulos. Recordemos
que el más creyente de todos, el apóstol Pedro dijo: "Señor, ten compasión de Ti." ¿Era muy difícil
explicarse por qué el que había venido para reinar sobre el trono de David, como le dijo el ángel, tenía que
sufrir de aquella manera?
Recordemos que algún tiempo antes, la misma virgen había estado buscando a Jesucristo porque
decían sus parientes: "está fuera de sí." No, la bendita virgen no creía que estuviera fuera de sí en el sentido
literal, como quizá creían los otros, sino fuera de sí de generosidad, de amor, de celo; como la madre de un
misionero que ve su hijo partir al Congo y se pregunta si no se excede en su celo y amor al prójimo. Y
ahora, el exceso ha llegado a la cumbre, dejarse crucificar.... Aquel que tenía tanto poder, ¿no sería un
exceso de bondad?
¿Quién podría consolar a la bendita virgen en aquellas circunstancias? ¿Quién podría mostrarle y
recordarle el admirable plan de salvación de Dios? ¿Quién podría gozarse con ella cuando la mañana de la
resurrección viniera a iluminar sus vidas? ¿Quién podría consolarla otra vez cuando el misterio de la
ascensión lo arrebatara de nuevo de sus manos?
Había un discípulo que había calado más hondo que ninguno en la doctrina del Evangelio. Lo prueba
el Evangelio que escribió muchos años más tarde. Ningún otro refiere la conversación con Nicodemo. A
este discípulo confía Jesús su madre. Había parientes más cercanos.... Jacobo, por ejemplo (autor de la
epístola que lleva su nombre), pero parece que todavía no creía (Juan 7:5) y aun después de la aparición
del Señor, que sin duda le convenció (1.a Corintios 15:7), no tendría la experiencia espiritual de Juan. Por
esto Jesús une a aquellas dos almas piadosas en un lazo de obligación filial.
Con ello Jesús nos enseña a pensar en la tierra a la vez que, en el cielo, en los deberes para con
nuestros prójimos, empezando con nuestros familiares con quienes la Providencia nos ha unido de un modo
más íntimo, y en nuestros deberes para con todos los seres humanos, pues a todos ellos nos debemos. Las
necesidades de los demás deben preocuparnos en todos los momentos de nuestra vida, mientras Dios nos
tiene sobre la tierra, ya que nuestra vida como redimidos es un tiempo de prueba y como dice el mismo
Señor: "El que en lo poco es fiel, también en lo demás es fiel" (Lucas 16:11-12). No debemos, pues,
desentendernos de este mundo, sino ser fieles en las cosas de este siglo, en los deberes y oportunidades que
El nos da acá abajo para hacer el bien, a fin de que podamos ser hallados dignos de cumplir mayores
responsabilidades allá arriba.
El dolor de ver morir a Jesús debe haber estado agonizante por sus seres queridos… Sin embargo, para
nadie era más difícil que María, su madre terrenal. Años antes, en su nacimiento, el profeta anciano Simeón
le había dicho, Simeón los bendijo, y dijo a su madre María: He aquí, este Niño ha sido puesto para la caída
y el levantamiento de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción (y una espada traspasará aun tu
propia alma) a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. (Lucas 2:34-35)
Él se dirige a ella como “mujer.” En ninguna parte de los evangelios alguna él la llama “madre”; sólo
“mujer.” La expresión no transmite falta de respeto. Pero sí subrayar el hecho de que Cristo era mucho más
para María que un Hijo. Él era su Salvador, también (Lucas 01:47). María no era corredentora sin pecado.
Ella era tan dependiente de la gracia divina como el más humilde de los pecadores, y después de Cristo
llegó a la edad adulta, su relación con El era la misma que la de cualquier creyente obediente al Señor. Ella
era un discípulo; Él era el Maestro.
Cristo mismo reprendió a aquellos que querían elevar a María a un lugar de extraordinaria veneración:
"Una de las mujeres en la multitud levantó la voz y le dijo:" Bienaventurado el vientre que te trajo, y los
pechos que te criaron ". Pero Él dijo: "Por el contrario, bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y
la guardan." (Lucas 11: 27-28)
Seamos perfectamente claros: Es una forma de idolatría otorgar sobre María honor, títulos, o atributos que,
en efecto, le dan un estatus co-igual en la obra redentora de su Hijo o elevarla como un objeto especial de
veneración.
Sin embargo, Cristo amó y honró a su madre como una madre. Él cumplió el quinto mandamiento tan
perfectamente ya que Él los ha cumplido. Y parte de la responsabilidad de honrar a los padres es el deber
de ver que ellos sean cuidados en su vejez. Cristo no descuidó ese deber.
Es significativo que Jesús no confió el cuidado de María a Sus propios medios hermanos. María era
evidentemente una viuda por ahora. Nada se dice de José después de las narraciones evangélicas sobre el
nacimiento y la infancia de Jesús. Al parecer, había muerto en el momento en que Jesús comenzó Su
ministerio público. Pero la Escritura sugiere que después del nacimiento de Jesús, María y José tuvieron
una relación matrimonial normal en todo sentido (Mateo 1:25). A pesar de las pretensiones de la Iglesia
Católica Romana, la Escritura no permite que creamos que María permaneció perpetuamente virgen. Por
el contrario, los evangelios claramente afirman que Jesús tenía hermanos (Marcos 3: 31-35; Juan 2:12;
Lucas 8: 19-21). Mateo también las nombra: "Santiago, José, Simón y Judas" (Mateo 13:55). Ellos habrían
sido de hecho medio-hermanos, como hijo natural de María y José.
¿Por qué Jesús no nombrar a uno de sus propios hermanos para cuidar de María? Porque, según Juan 7:5,
"Sus hermanos no creían en Él" Se convirtieron en creyentes cuando Jesús resucitó de entre los muertos, y
por lo tanto, Hechos 1:14 registra que se encontraban entre la reunión de un grupo de oración en el
Aposento cuando el Espíritu Santo vino en Pentecostés: "Todos ellos con una sola mente perseveraban
unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos" (énfasis
añadido). Pero eran evidentemente no creyentes aún cuando Jesús murió. Así que mientras Él estaba
muriendo en la cruz, Él encomendó a Su madre al cuidado de Su discípulo amado, Juan.
Sus hermanos y su madre. La familia terrenal de Jesús Mr. 3:21; Mc. 3:31-35
La Iglesia como una Nueva Familia Espiritual: La tercera razón por la que las palabras de Jesús a su madre
alientan nuestra fe es que nos demuestra los beneficios de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Tened en cuenta
que contrariamente a la costumbre y la esperanza, Jesús no amonestó a sus propios hermanos por cuidar a
su madre. Cualquiera que fuera la razón para no dejar a María al cuidado de sus otros hijos, la nueva
relación entre María y Juan pone de manifiesto las previsiones hechas para nosotros en el cuerpo de Cristo.
3. La palabra cuidadosa Juan 19:26-27
1. Nuestro destino esta en el cielo, nuestra mirada esta en el cielo, pero no por ello debemos olvidarnos
totalmente del lugar donde vivimos, de la familia, de la iglesia.
2. Se usa este verso para distorsionar las Escrituras y en cierta forma produce la idolatría hacia María, se
le da honor, títulos, o atributos que, en efecto, le dan un estatus co-igual en la obra redentora de su Hijo
o elevarla como un objeto especial de veneración. María madre de Dios, madre de la iglesia.
3. Lucas 11: 27-28 Cristo mismo reprendió a quienes querían elevar a María a un lugar de extraordinaria
veneración: "Una de las mujeres en la multitud levantó la voz y le dijo:" Bienaventurado…
4. Lucas 2:34-35 María destinada a vivir asociado a los triunfos y padecimientos de Cristo.
6. Hermanos de Jesús Mc. 3:31-35; Jn. 2:12; Lc. 8:19-21; Mt. 13:55 "Santiago, José, Simón y Judas"
7. Juan 7:5, "Sus hermanos no creían en Él.” Mr. 3:21; Mc. 3:31-35
Marcos 15:25 la hora tercera. La crucifixión ocurrió a las nueve de la mañana, según el método judío de
medir el tiempo. Juan dice que era “como la hora sexta” cuando Pilato sentenció a Jesús a ser crucificado
(Jn.19:14). Al parecer Juan utilizó el método romano de medición del tiempo, el cual cuenta las horas a
partir de la medianoche. De esta forma, la “hora sexta” de Juan sería alrededor de las seis de la mañana.
Juan 18: 25 canta el gallo (dos horas antes del amanecer, amanece a las seis de la mañana)
Elí, Elí, ¿lama sabactani? “Elí” es hebreo, el resto es arameo (Mr. 15:34 refiere el clamor en arameo)
Nah 1:3 Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable
A través de todos los siglos de la historia, Dios nunca ha borrado un pecado sin que éste haya recibido
primero su castigo. El castigo que no cayó sobre el pecado perdonado cayó allí. Los azotes, que deberían
caer sobre nuestra ingratitud, no cayeron sobre nosotros, sino en Jesús.
¿Queréis una prueba más convincente de que Dios no tendrá por inocente al culpable? Entonces, necesito
guiaros a través de una larga lista de terribles maravillas que Dios ha escrito; las maravillas de su venganza.
¿Debo mostraros el Edén arruinado? ¿Queréis que os permita ver a un mundo ahogado, todos los hombres
han muerto, salvándose solamente aquellos que están en el arca? ¿Necesito mostraros a la ciudad de
Sodoma, con sus habitantes aterrados, cuando la poderosa ira de Dios derramó fuego y azufre sobre ella?
¿Queréis que os enseñe la tierra abriendo su boca y tragando a Coré, Datán y Abirán? ¿Necesito llevaros a
las plagas de Egipto? ¿Debo de repetir el grito de muerte del Faraón, y cómo se ahogaban todas sus huestes?
Sin embargo, si queréis la mejor de las pruebas, deberíais montar en las negras alas de una miserable
imaginación, y volar más allá del mundo, al oscuro terreno del caos; lejos, muy lejos, donde las batallas de
fuego están centellando con una luz horrenda. Debéis ir con la seguridad del espíritu, volando hasta
encontrar al gusano que nunca muere, el abismo que no tiene fin, para ver el fuego que nunca se apaga y
los gritos y gemidos de los hombres que se han alejado de Dios para siempre. Si os fuera posible oír los
gruñidos, los chillidos y quejidos de las almas allí torturadas, y luego volver a este mundo, petrificados de
horror, entonces diríais, ciertamente «Dios no tendrá por inocente al culpable»
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? Esta es la más misteriosa de las siete palabras, y de
todas las que Cristo pronunció en el curso de su ministerio. ¿No es Jesús mismo Dios? ¿No dijo El mi Padre
y yo una cosa somos; y a Felipe: El que me ha visto ha visto al Padre ¿Cómo puede expresarse en tales
términos el que, como dice Pablo, es Dios bendito por todos los siglos? El mismo apóstol Pablo nos aclara
el misterio en Filipenses 2: "Aquel que no tuvo por usurpación ser igual a Dios se anonadó a sí mismo."
La palabra griega kenoseiv significa "se vació"; vino a ser temporalmente siervo el que era Señor de todo.
Sus milagros los realizaba orando a Dios como nosotros.... Obró como Dios, el Cristo hombre, por la íntima
comunión en que vivió siempre con el Padre celestial. "La voluntad de mi Padre hago siempre", dijo. Ello
llenó, por su suprema consagración y obediencia, el misterio de su «kenosis» por amor de nosotros.
Podríamos decir que no sintió tanto su anonadamiento por la íntima relación que vivió con Dios; por esto,
cuando sus discípulos dormían, El oraba, consultaba con el Padre celestial y se henchía de poder.
Pero este privilegio no era posible cuando se hallaba en la cruz, cargado con nuestro pecado como
sustituto nuestro.... Dios no puede consentir con el pecado. La presencia divina le abandonó. Y para que
nosotros pudiésemos enterarnos de esta tragedia espiritual (como nos hacemos cargo de su dolor físico) es
que abrió su boca exclamando: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?"
La exclamación no era una queja, ni una duda, pero era una situación interna que no la conoceríamos si no
la hubiese expresado. Es una pregunta al Padre, de la cual no espera contestación del mismo Padre. ¿De
quién la espera, pues? De mí y de ti. El quiere que nosotros reconozcamos lo inmenso de su sacrificio y le
digamos: ¿Por qué te ha abandonado el Padre? Por mí, Señor; Tú lo sabes, pues Tú sabes todas las cosas,
pero quieres que yo lo reconozca, que yo lo sienta, que lo agradezca.... Pues, sí, Señor, lo reconozco: fue
por mí. Tú fuiste desamparado temporalmente, para que yo pudiera ser amado definitivamente y para
siempre. Tú nos viste desamparados; y viniste a ampararnos; aunque ello te costara el dolor y el desamparo
temporal del Padre. ¡Ampárame, pues, Señor, aplícame los medios de tu sacrificio; hazme un hijo de Dios
de tal modo y de tal carácter que esa dulce comunión que tuviste con el Padre todos los días de tu existencia
terrenal yo la pueda tener también! Que yo pueda vivir bajo el amparo de Dios a causa de tu desamparo
sufrido por mí.
Los mártires que han sufrido por su Señor tormentos y muertes horribles no han experimentado semejante
dolor moral; al contrario, han estado en mayor comunión y felicidad. Podríamos citar centenares de
ejemplos (Véanse en el libro: "El Cristianismo Evangélico a través de los Siglos", del propio autor, y en
otras obras históricas). pero Cristo no era un mártir, sino nuestro Redentor; llevaba todo el peso de nuestro
pecado, y el Padre celestial no podía tratarle sino como pecador
“Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: ELI, ELI, ¿LEMA SABACTANI?
Esto es: DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?” (Mateo 27:46).
Es mediodía, y Jesús ha estado en la cruz por tres horas llenas de dolor.. De repente, la oscuridad cae en el
Calvario y "sobre toda la tierra" (versículo 45). Mediante un acto milagroso de Dios Todopoderoso, el
mediodía se convierte en medianoche.
Esta oscuridad sobrenatural es un símbolo del juicio de Dios sobre el pecado. La oscuridad física señala
una oscuridad más profunda y más temible.
El gran Sumo Sacerdote entra en el Santuario del Golgota sin amigos ni enemigos. El Hijo de Dios está
solo en la cruz por tres horas finales, soportando lo que desafía nuestra imaginación. Experimentando todo
el peso de la ira de Su Padre, Jesús no puede permanecer en silencio. Él grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?"
Esta frase representa el nadir, el punto más bajo, de los sufrimientos de Jesús. Aquí Jesús desciende a la
esencia del infierno, el sufrimiento más extremo jamás experimentado. Es un tiempo tan compacto, tan
infinito, tan horrendo como para ser incomprensible y, aparentemente, insostenible.
El grito de Jesús no disminuye de ninguna manera a Su deidad. Jesús no deja de ser Dios antes, durante o
después de esto. El grito de Jesús no divide Su naturaleza humana de Su persona divina ni destruye la
Trinidad. Tampoco lo separa del Espíritu Santo. El Hijo carece del consuelo del Espíritu, pero no pierde la
santidad del Espíritu. Y, finalmente, no le hace renunciar a Su misión. Tanto el Padre como el Hijo sabían
desde toda la eternidad que Jesús se convertiría en el Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo
(Hechos 15:18). Es inconcebible que el Hijo de Dios pueda cuestionar lo que está sucediendo o estar
perplejo cuando la presencia amorosa de Su Padre se aparta.
Jesús está expresando la agonía de la súplica sin respuesta (Salmo 22: 1-2). Sin respuesta, Jesús se siente
olvidado de Dios. También está expresando la agonía de un estrés insoportable. Es el tipo de "rugido"
mencionado en el Salmo 22: el rugido de la agonía desesperada sin rebelión. Es el grito infernal
pronunciado cuando la ira no diluida de Dios abruma el alma. Es penetrante para el corazón, penetrante en
el cielo y penetrante en el infierno. Además, Jesús está expresando la agonía del pecado absoluto. Todos
los pecados de los elegidos, y el infierno que merecen por la eternidad, se vienen sobre El. Y Jesús está
expresando la agonía de la soledad no asistida. En Su hora de mayor necesidad viene un dolor diferente a
todo lo que el Hijo ha experimentado: el abandono de Su Padre. Cuando Jesús necesita más estímulo,
ninguna voz grita desde el cielo: "Este es mi Hijo amado". Ningún ángel es enviado para fortalecerlo;
ningún "bien hecho, buen siervo y fiel" resuena en Sus oídos. Las mujeres que lo apoyaron están en
silencio. Los discípulos, cobardes y aterrorizados, han huido. Sentido despreciado por todos, Jesús soporta
el camino del sufrimiento solo, desierto y abandonado en completa oscuridad. ¡Cada detalle de este
horroroso abandono declara el carácter atroz de nuestros pecados!
Pero, ¿por qué Dios heriría a su propio Hijo (Isaías 53:10)? El Padre no es caprichoso, malicioso, o
simplemente didáctico. El verdadero propósito es penal; es el justo castigo por el pecado del pueblo de
Cristo. “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios
en El.” (2 Corintios 5:21).
Cristo fue hecho pecado por nosotros, queridos creyentes. Entre todos los misterios de la salvación, esta
pequeña palabra "por" excede todo. Esta pequeña palabra ilumina nuestra oscuridad y une a Jesucristo con
los pecadores. Cristo estaba actuando en nombre de Su pueblo como su representante y para su beneficio.
Con Jesús como nuestro sustituto, la ira de Dios está satisfecha y Dios puede justificar a aquellos que creen
en Jesús (Romanos 3:26). El sufrimiento penal de Cristo, por lo tanto, es vicario – Él sufrió por nosotros.
Él no sólo compartió nuestro abandono, sino que nos salvó de el. Él lo soportó por nosotros, no con
nosotros. Usted es inmune a la condenación (Romanos 8: 1) y al anatema de Dios (Gálatas 3:13) porque
Cristo lo llevó por usted en esa oscuridad exterior. El Gólgota aseguró nuestra inmunidad, no una simple
simpatía.
Esto explica las horas de oscuridad y el rugido del abandono. El pueblo de Dios experimenta sólo un sabor
de esto cuando son traídos por el Espíritu Santo ante el Juez del cielo y la tierra, sólo para experimentar
que no son consumidos por el amor de Cristo. Salen de las tinieblas, confesando: "Porque Emmanuel ha
descendido al infierno más bajo por nosotros, Dios está con nosotros en las tinieblas, bajo las tinieblas, a
través de las tinieblas, y no hemos sido consumidos.”
¡Cuán estupendo es el amor de Dios! De hecho, nuestros corazones tan desbordados de amor que
respondemos, "Nosotros le amamos, porque él nos amó primero" (1 Juan 4:19).
Amén.
5. La palabra expresiva – Tengo sed (Juan 19:28) – Salmo 22
“Dipsao” (en griego) se utiliza: en sentido natural (Jn.4:13, Jn.4:15) y en sentido figurado, de sed
espiritual (Jn.4:14; 6:35; 7:37). Cristo expresa aquí dos grandes sentimientos: Uno físico y otro moral.
En primer lugar, es una expresión de la necesidad física que sentían todos los crucificados a causa de la
pérdida de sangre y la fiebre producida por las heridas, y Jesús la pronunció para dar cumplimiento a la
profecía que había previsto esta circunstancia en el Salmo 22:15, donde leemos: "Mi lengua se pegó a mi
paladar", y en el 69:21: "Y en mi agonía me dieron a beber vinagre", y el Evangelio añade otra burla cruel:
la de que sus verdugos mezclaron con el vinagre hiel amarga y pestilente.
Jesús había renunciado a la bebida soporífera que por disposición legal se daba a los ajusticiados en cruz,
vino mezclado con mirra. Jesús rehusó tal bebida para que su naturaleza física reaccionara con todo lo
horrible del dolor de los crucificados, sin mitigación de ninguna clase. ¿Para qué? ¿Para que se cumpla en
su cuerpo el máximo dolor, ya que sufre por tantísimos pecados? Sí, pero también para que tú y yo podamos
sentir más hondamente lo mucho que nos ama. Si hubiese aceptado la mirra, diríamos: "Cuando se está
somnoliento no se sufre mucho"; pero Jesús sufrió hasta el máximo los padecimientos físicos para hacernos
comprender y apreciar su gran amor por nosotros; para maravillar más a los hombres y a los ángeles.
Isaías 53 nos muestra el sentido moral de dicha expresión, de ese grito, de ese anhelo, que se dejó oír en la
cruz: "Del fruto de su alma verá y será saciado." ¿Se ha cumplido? ¿Se está cumpliendo, o se cumplirá
semejante profecía? ¿Creéis que Jesús está satisfecho de ver nueve décimas partes de la humanidad en la
más completa ignorancia acerca del Evangelio de la redención que tanto le costó? ¿Creéis que está
satisfecho de la vida de sus discípulos? ¿De la respuesta de nuestros corazones, de nuestras vidas cristianas,
de nuestra conducta, de nuestros esfuerzos por su causa? ¡Cuánto mejor podría ser!
Aun hoy día nuestro Salvador, en lugar de vino, recibe vinagre, en vez de mirra, recibe hiel, pues el mundo
no aprecia su sacrificio, su amor por las almas, y ni siquiera aquellos que hemos confiado en El de todo
corazón y podemos decirle como Pedro "Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo". ¿No
podríamos hacer más, mucho más, para mostrarle nuestro amor, para calmar la sed de su alma?
Sin embargo, un día será satisfecho su anhelo... Cuando el glorioso misterio de la redención produzca todo
el fruto posible de su gracia; cuando millones estén reunidos ante su trono, una multitud incontable, según
Apocalipsis 7, nuestro Salvador verá que no fue en vano el sacrificio de la cruz. Entonces "verá del fruto
de su dolor y será saciado".
Diversidad de religiones – ilustración 20 + 20
Esta palabra nos pone cara a cara con su sufrimiento humano; cuando Jesús estaba en la Cruz experimentó
la agonía de la sed. Cuando Juan estaba escribiendo su evangelio, allá por el año 100 d C., había surgido
una cierta tendencia en el pensamiento filosófico y religioso que se llamaba el gnosticismo. Una de sus
doctrinas básicas era que el espíritu es totalmente bueno, y la materia totalmente mala. De ahí se deducían
ciertas conclusiones. Una era que Dios, que es Espíritu puro, no puede de ninguna manera asumir un cuerpo
que es materia, y por tanto malo. Por tanto, los gnósticos enseñaban que Jesús no tenía un cuerpo de verdad,
sino que era sólo un fantasma. Decían, por ejemplo, que cuando andaba no dejaba huellas en el suelo,
porque era un espíritu puro en un cuerpo irreal.
De ahí pasaban a decir que Dios no podía sufrir; y, por tanto, Jesús no sufrió de veras, sino que pasó por la
experiencia de la Cruz sin padecer ningún dolor. Cuando los gnósticos hablaban así creían que estaban
honrando a Dios y a Jesús; pero lo que estaban haciendo era destruyendo la realidad de Jesús. Si Él había
de redimir a la humanidad, tenía que hacerse humano. Tenía que hacerse como nosotros para hacernos
como Él. Por eso Juan hace hincapié en el hecho de que Jesús sufrió la sed. Quería hacer ver que era
verdaderamente humano, y que realmente experimentó la agonía de la Cruz. Juan se detiene todo lo
necesario para subrayar el hecho de la perfecta humanidad y el sufrimiento real de Jesús.
6. La palabra garantizadora - Consumado es (Juan 19:30)
Esta palabra es la más corta pero también la más grande, la más alentadora, la más significativa para
nosotros. Es "nuestra palabra" que recibimos como prenda de seguridad y de esperanza de labios del Señor.
Jesús había dicho ya: Una palabra para sus verdugos. Una palabra para el ladrón arrepentido. Una
palabra para su madre. Dos palabras para sí mismo, aunque con referencia simbólica y moral a
nosotros. Ahora pronuncia una directa y exprofesa para nosotros, para alentar y afirmar nuestra fe.
Es tan corta que en el original griego es, literalmente, una sola palabra tetelestai; sin embargo, abarca un
mundo de significado. Es la palabra que ponían los griegos en los recibos cuando eran cancelados.
¿Comprendéis así la importancia de tal palabra?
Jesús se esmeraba en explicar su significado, después de su resurrección, según tenemos en Lucas 24:26,
46-47. El asombro entonces para sus discípulos no era tanto de verle resucitado, pues tenían ya muchas
pruebas de su poder milagroso, sino de que hubiese querido padecer. El leía en sus asombrados ojos esta
pregunta: "Si tenías tanto poder, ¿por qué sufriste?" Por qué clamaste "Sed tengo" y "Dios mío, Dios mío,
por qué me has desamparado" La respuesta es: Para que pudiese predicarse en su nombre el arrepentimiento
y la remisión de pecados; he aquí el secreto. No se podía predicar tal mensaje sin un sustituto. Si tienes una
deuda, no te basta con decir estoy arrepentido ¿Cómo podrías pagar la deuda de tus pecados al justo Dios?
Pero El sí podía pagarla por ti. De este modo, quedaba aunada la justicia y el amor. Al ver a Cristo padecer
por tus pecados, no solamente tendrás que decir estoy arrepentido, sino estoy agradecido.
"Consumado es" garantiza una salvación perfecta, a la que no puedes añadir nada como mérito expiatorio,
ni lo necesita. El acreedor insolvente que recibía el recibo cancelado tetelestai por un acto de benevolencia,
no trataría de pagarlo de nuevo, pero quedaría obligado con una dependencia moral de gratitud al
bienhechor
Hay dos extremos en relación con la obra perfecta de Cristo: uno por defecto, y otro por abuso. No
considerarla suficiente y tratar de añadir mérito; éste es el defecto de muchas almas ansiosas dentro
del cristianismo nominal; pero puede existir, y existe, entre los creyentes evangélicos, otro defecto por
exceso. No exceso de confianza, nunca se puede tener demasiada confianza o fe en el Señor; pero sí de
insolencia, de pereza, de ingratitud; el defecto de decir: Porque El lo hizo todo y "no hay ninguna
condenación para los que están en Cristo Jesús", puedo ser un cristiano frío....; hacerme la religión a la
medida de mi gusto, leer o no leer la Biblia, asistir al culto cada semana o cada tres meses, dar o no dar
para la obra de Dios, testificar o cerrar la boca.... Es un grave error. La obra es perfecta, completa, no le
falta nada y nada puedes añadir, pero la fe se muestra por las obras.
Amigo ¿Quieres ser salvo? Por grandes que sean tus pecados, hay una salvación completa y perfecta para
ti, una salvación tan grande que ha servido para perdonar y regenerar a los más grandes criminales, pero
estos grandes pecadores podrían ser salvos, y tú no serlo; si no aceptas, si no recibes el Evangelio como un
don de Dios, o si confías con un arrepentimiento de labios. Quiera dar Dios a cada uno un arrepentimiento
y fe sincera para recibir y agradecer de un modo debido la obra de Cristo.
Tetelestai. Al culminar un trabajo encargado por el amo, al terminar un trabajo (obra de arte), al ofrecer
un animal sin defecto el sacerdote revisaba y declaraba apto, al culminar pagar una deuda, una compra. Esa
palabra se usaba de diversas maneras. Era utilizada para estampar el sello de “pagado” en un recibo, y
también era el sello que se ponía sobre los cargos contra un criminal, una vez que había cumplido su
sentencia. Un tetelestai era clavado en la puerta de la casa del criminal, para comprobar que realmente él
ya había pagado totalmente por sus crímenes.
1. Todas las profecías de Antiguo Testamento sobre Su muerte fueron consumadas, Juan 19:28;
Gén 3:15; Salmo 22:1, 16; Isaías 53:4-6; Lucas 24:26-27.
2. Todos los tipos y profecías bajo la ley del A T fueron consumadas, abolidas y explicadas, Juan 19:30.
3. Toda la obediencia a la ley de Dios fue consumada en Cristo crucificado, Gálatas 3:24.
4. Todo el poder de Satanás y del pecado fueron terminados para el pueblo de Dios sobre la Cruz, Lc. 4:18
5. Toda la justicia de Dios fue satisfecha a favor de Su pueblo cuando Cristo murió en la Cruz, Romanos
3:24-26; ver Apocalipsis 22:17.
7. La palabra reveladora - Lucas 23: 45 Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
El Ps. Billy Graham ilustra la venida de Cristo con hormigas a punto de perecer en una gran inundación…
La entrada en el mundo espiritual es siempre un misterio que sobrecoge el ánimo. Por esto, todos miramos
con prevención, sino con horror, el momento inevitable de la muerte. Estamos tan acostumbrados a un
mundo de leyes tangibles que conocemos, al cual nos hemos acostumbrado, que a casi todo el mundo causa
un sentimiento de espanto entrar en las regiones de lo desconocido, de la muerte.
Esta prevención y temor no podía existir en el divino Hijo, en el Verbo encarnado; sin embargo, le oímos
exclamar: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." ¿Por qué?
Nos imaginamos el Calvario como un lugar trágico, no sólo por la multitud insolente pronunciando gritos,
blasfemias y burlas; esta situación ya había terminado. Las tinieblas habían hecho desfilar a los burladores,
y hay silencio en el Calvario por espacio de tres horas; sin embargo, continúa siendo aquel un lugar terrible,
pues permitidme contestar la pregunta con otras preguntas: ¿Quién había movido aquellos labios
escarnecedores? ¿Quién había levantado aquel enojo insolente? ¿Quién había inspirado las blasfemias? El
enemigo de Dios y de los hombres había puesto en juego todos sus recursos espirituales para dar lugar a
aquella victoria contra el Hijo de Dios encarnado; aquella victoria que fue su mayor derrota. El diablo y
sus huestes, que parecen haberse manifestado de un modo especial en Palestina durante el ministerio de
Cristo, habían llegado al colmo de su actividad y al pináculo de su culpa en la tragedia del Calvario.
Ahora bien, el Redentor, hecho hombre, reducido a la condición de hombre, por su voluntaria kenosis, va
a entrar en el mundo espiritual; va a subir al cielo pasando a través del Infierno, en el mismo Calvario y
probablemente un poco más tarde, de un modo literal, si hemos de interpretar textualmente 1.a Pedro 3:19.
Cristo no teme aquella parte espiritual de su tragedia, no teme más que una cosa: estar separado de Dios.
Ahora se muestra tranquilo y confiado.
"Aunque andaré en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno." (Salmo 23:4.) Si esto podía decir
un pobre pecador, el salmista David, mucho más el Salvador perfecto; por esto le oímos exclamar: "Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu." Aquel que nos habló del mendigo Lázaro como llevado por los
ángeles cuando dio su último suspiro, no dejaría de tener una cohorte de seres celestiales cuando, cumplida
su misión y su obra redentora, sobre la tierra, se disponía a entrar por las puertas eternas (aquellas puertas
de las cuales leemos en el salmo 24, y en Apocalipsis 21:12-13). No quiso tenerla en Getsemaní (Mateo
26:54-54), pero ahora la protección del Padre no sería ningún impedimento a su obra redentora ya
consumada.
¡Cuán alentados deberían quedar sus fieles amigos que no le abandonaron ni aun en aquellas horas de
creciente oscuridad física! Sabían que, si ellos no podían ya apenas verle, y mucho menos ayudarle, los
cielos estaban espiritualmente abiertos para protegerle y llevarle en triunfo a la región celestial.
La experiencia del Salvador como hombre ha de ser la nuestra también de un modo inevitable; todos hemos
de pasar por este sombrío valle. ¿Cuándo?, ¿cómo? No lo sabemos, pero ha de venir dentro de pocos años.
¿Podremos dirigirnos entonces a Dios del mismo modo que nuestro Salvador lo hizo? Si El es nuestro
Padre, ¡podremos! La gran cuestión para nosotros es: ¿Qué debo hacer para que lo sea? Tenemos la
respuesta en Juan 1:12 y Efesios 1:5. La muerte redentora de Cristo es la garantía de que podremos terminar
nuestros días con la misma confianza que El, si le hemos aceptado como nuestro Salvador y Señor.
Solamente entonces podremos decir con gozo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Llévalo como
quieras y donde quieras, por este universo misterioso, insondable, invisible, donde hay enemigos poderosos
no sujetos aún; pero en el cual Tú reinas porque eres el Creador y Señor Todopoderoso. ¿Podremos decir
esto cuando la hora llegue? ¿Podremos enfrentarnos con una realidad tan misteriosa y desconocida sin
temor alguno?
Podremos, ¡sí!, aunque no seamos, como El era, su Unigénito, podremos como hijos adoptivos. Ved cómo
Esteban, que no era más que un creyente como nosotros, pudo imitarle en dos de sus palabras de la cruz.
Sigamos su ejemplo y se cumplirá en nosotros, como se cumplió en Esteban, la promesa de Cristo: "No se
turbe vuestro corazón...." "Voy a preparar lugar para vosotros". Y a aquel lugar iremos por su gracia, para
verle y estar con El "muchísimo mejor" (Filipenses 1:23) por siglos de siglos.
- Un nacimiento único. El Ps. Billy Graham ilustra la venida de Cristo con hormigas a punto de perecer
en una gran inundación… línea de tiempo para ilustrar la encarnación
- Jesús a los doce años Lc. 2: 48- 50
- Jesús a los 30 años Lc. 3: 21 el Bautismo
Jesús clamó a gran voz. Los tres evangelios sinópticos nos recuerdan ese grito final (véase Mat_27:50 ;
Mar_15:37 ).
Jesús murió con una oración en sus labios: «¡Padre, dejo mi espíritu en tus manos!» Es una cita del
Sal_31:5. Ese versículo era la oración que pronunciaba un niño judío al acostarse por la noche. Jesús hizo
aún más tierna la oración confiada añadiéndole la palabra Padre. Aun en la cruz, la muerte era para Jesús
como el quedarse dormido en los brazos de su Padre.
La muerte de Jesús impresionó vivamente al centurión (Cayo Casio Longinos) y a la multitud. Su muerte
tuvo el efecto que no había tenido su vida: quebrantó el duro corazón humano. Ya se estaba cumpliendo el
dicho de Jesús: «Cuando me levanten de la tierra, atraeré hacia Mí a todos los hombres» Jua_12:32). El
imán de la Cruz había empezado a producir efecto en el mismo momento de la muerte de Jesús.
Mat 27:50- 53
Aquel fuerte grito, tan potente que logró libertar de la carne al alma, retumbó en las tinieblas y se perdió
en los espacios de la tierra. A ese grito, narra Mateo, "el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo,
y la tierra tembló y los peñascos se hendieron. Y los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos, que
en ellos descansaban, resucitaron. Y saliendo los sepulcros se aparecieron en la ciudad a muchos". Pero los
corazones de los espectadores fueron más duros que las rocas: esos muertos que tenían sólo apariencia de
vida no resucitaron a ese supremo llamado.
El velo del templo se rasgó de arriba abajo. Ese era el velo que cubría la entrada del Lugar Santísimo
Se abrieron las tumbas. La verdad que esto nos revela es que Jesús conquistó la muerte. Al morir y resucitar,
Él destruyó el poder de la tumba. A causa de Su vida, Su muerte y Su Resurrección, la tumba ha perdido
su poder, el sepulcro ha perdido su terror, la muerte ha perdido su tragedia. Porque estamos seguros de que,
como Él vive, nosotros también viviremos:
Tenemos el relato, de la adoración del centurión. Jesús había dicho: "Yo, cuando sea levantado de la tierra,
atraeré a Mí a todas las personas» (Jn. 12:32 ). Jesús anunció el poder magnético de la Cruz; y el centurión
fue su primer fruto. La Cruz le movió a ver la majestad- de Jesús, como ninguna otra cosa le había movido.
Tenemos la sencilla mención de las mujeres que vieron el final. Todos los discípulos Le abandonaron y
huyeron, pero las, mujeres se mantuvieron. Se ha dicho que, al contrario que los hombres, las mujeres no
tenían nada que temer, porque su posición pública era tan poco importante que nadie se fijaría en las
discípulas. Pero á más que eso. Estaban allí porque amaban a Jesús; y para ellas, como para tantos otros, el
perfecto amor desecha el temor.
Cristo ha muerto. Ha muerto en la cruz como los hombres lo han querido, como el Hijo lo ha elegido y el
Padre lo aceptó. La agonía ha terminado y los judíos están contentos. Ha expiado hasta lo último. Y ha
muerto. Ahora empieza nuestra expiación. No ha terminado todavía.
ANÉCDOTAS
Cierta madre, que tenía a su hija víctima de una enfermedad incurable, deseando estar segura de
que ésta había comprendido y aceptado bien el Evangelio, le preguntó, poco antes de morir, si se sentía
salva.
—¡Querrás decir en su amor y misericordia, hija mía! —se apresuró a corregir la madre.
—No, mamá; confío en su justicia. Porque Dios es justo no puede exigir dos pagas para mis
pecados: la de Cristo y la mía Si Cristo murió por mis culpas, no puede volver a hacérmelas pagar a mí.