Tensiones en La Disputa de Proyectos Societales en América Latina

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Apuntes para la discusión del significado social de la profesión en la

contemporaneidad
Ramiro Marcos Dulcich Piccolo
Universidad Federal Fluminense – RJ- Brasil
Eje Tematico: 1: “Tensiones en la disputa de proyectos societales en
América Latina: sus implicancias para la educación superior, las
Ciencias Sociales, y el Trabajo Social”
e-mail: [email protected]
Capitalismo; “cuestión social”; Estado; significado social del
Trabajo Social

Resumen:
El texto se propone destacar algunos elementos fundamentales para la reflexión
del ejercicio profesional en el mundo contemporáneo; indaga sobre posibles
metamorfosis en el significado social de esta actividad, a partir situarla como una
especialización del trabajo colectivo de la sociedad capitalista; se pregunta por
las formas actualmtente sumidas por el trabajo profesional, como uno entre varios
otros dispositivos que intervienen para la “reproducción de las relaciones
sociales”. La problemática adquiere relevancia porque convida a la reflexión de los
sentidos que orientan esta practica histórica singular que es el trabajo profesional,
desde una perspectiva que apreende las determinaciones estructurales de la vida
social, y sus diferentes momentos históricos.

APUNTES PARA DISCUTIR EL SIGNIFICADO SOCIAL DE LA PROFESIÓN EN LA


CONTEMPORANEIDAD

Es importante destacar este movimiento de la práctica profesional como


producto de la historia y de los agentes que a ésta se dedican y que
disponen de una autonomía relativa en la construcción de respuestas
repetitivas o innovadoras frente a las demandas que le son históricamente
presentadas (...) El reconocimiento de la historicidad de la profesión implica
considerar el trabajo profesional como una práctica en proceso, en constante
transformación; hecho éste que deriva fundamental“mente de las
modificaciones sucedidas en las formas de expresión y en la profundización
de las contradicciones sociales en momentos y contextos históricos
determinados. (Iamamoto; 1997: XXIX)

Sobre los fundamentos de la “genesis” del Trabajo Social: Capitalismo, “cuestión


social”, Estado e politicas sociales

Este trabajo se propone traer elementos para la reflexión sobre el ejercicio de la


actividad profesional en el mundo contemporáneo, para identificar posibles metamorfosis
de su significado social. Partiendo de la premisa de que la misma es una especialización
del trabajo colectivo de la sociedad capitalista, nos preguntamos por las formas asumidas
por el trabajo profesional hoy, como uno entre varios otros instrumentos y dispositivos que
actuan en el proceso de reproducción de las relaciones sociales.Pensamos que esta
discusión es relevante porque se interroga sobre los fundamentos y los sentidos de
nuestra practica histórica singular, desde una perspectiva que recupera las
determinaciones estructurales de la vida social en cada coyuntura.

Precursora en la perspectiva profesional critica es la obra de los brasileros Marilda


Iamamoto y Raul Carvalho: “Relaciones sociales y Servicio Social”, publicada por el
CELATS en 1981, que se constituirá en un clásico de la critica reconteptualizadora al
Servicio Social tradicional. La cualidad del análisis allí realizado es fruto de la feliz
apropiación que estos autores hacen de la dialéctica marxiana y su perspectiva de
totalidad. En uno de los tantos pasajes fundamentales del trabajo puede leerse:
“El Servicio Social se gesta y se desarrolla como profesión reconocida en la
división social del trabajo, teniendo como telón de fondo el desarrollo
capitalista industrial y la expansión urbana, procesos éstos aquí
aprehendidos bajo el ángulo de las clases sociales emergentes – la
constitución y expansión del proletariado y de la burguesía industrial – y de
las modificaciones verificadas en la composición de los grupos y fracciones
de clase que comparten el poder del Estado en coyunturas históricas
específicas. Es en este contexto, en que se afirma la hegemonía del capital
industrial y financiero, que emerge bajo nuevas formas la llamada “cuestión
social”, la cual se torna la base de justificación de este tipo de profesional
especializado. La cuestión social no es sino las expresiones del proceso de
formación y desarrollo de la clase operaria y de su ingreso en el escenario
político de la sociedad, exigiendo su reconocimiento como clase por parte
del empresariado y del Estado. Es la manifestación, en el cotidiano de la vida
social, de la contradicción entre el proletariado y la burguesía, la cual pasa a
exigir otros tipos de intervención, más allá de la caridad y la represión. El
Estado pasa a intervenir directamente en las relaciones entre el
empresariado y la clase trabajadora, estableciendo no solo una regulación
jurídica del mercado de trabajo, a través de la legislación social y laboral
específicas, sino gerenciando la organización y prestación de los servicios
sociales, como un nuevo tipo de enfrentamiento de la cuestión social”.
(Iamamoto e Carvalho; 1986: 77)

Evidentemente, esta forma de pensar la profesión implicó una autentica ruptura con
las concepciones tradicionales, más ligadas a la caridad y la filantropia y que postulaban
acciones moralizadoras, de ajuste de personalidad. Por primera vez, se exponian los
fundamentos de la critica al tradicionalismo y al conservadorismo de la profersión, al
mismo tiempo que se defendia la lectura de que “el Servicio Social se afirma como una
especialización del trabajo colectivo, inscripto en la división socio-técnica del trabajo, al
constituirse en expresión de las necesidades históricas, derivada de la práctica de las
clases sociales en el acto de producir sus medios de vida y de trabajo, de forma
socialmente determinada. De modo que, su significado social depende de la dinámica de
las relaciones entre las “clases” y de éstas con el “Estado” en las sociedades nacionales
en contextos coyunturales específicos, para enfrentar la “cuestión social”. Es en la
implementación de políticas sociales y en menor medida en su formulación y planificación
que participa el Servicio Social” (Cf. Iamamoto; 2003: 221).
Por primera vez se accedia a una reflexión sistemática de la historicidad del Servicio
Social, más allá de las “posturas endogenistas”, reticentes a hablar de lucha y de conflicto
social, de clases, de transformación de la estructura de la explotación en nuestros países,
Ahora, la emergencia de la profesión de Servicio Social era planteada como un proceso
históricamente determinado, con raíces en una particular coyuntura de la “lucha de
clases” y “funciones” en el complejo de la reproducción de las relaciones sociales. La
profesión expresaba que las necesidades sistémicas de reproducción social se habían
elevado, tornando insuficientes las improvisadas y voluntarias formas de ayuda para
enfrentar una agudizada “cuestión social”.
En cuanto a la “cuestión social”, es colocada por la perspectiva critica como
determinación fundante de la profesión. Netto (2003) la caracteriza como na expresión
que data de las primeras décadas del siglo XIX. Con este concepto, dirá, se buscaba
denominar al fenómeno social más notorio e incómodo de la Europa moderna (occidental)
de la época: el fenómeno del pauperismo, que surgía como un efecto no deseado de la
“primera revolución industrial”. Este fenómeno novedoso era sufrido específicamente por
la clase trabajadora, y su peculiaridad estaba en el hecho inédito de que la pobreza
aumentaba en razón directa al aumento de las riquezas y fuerzas productivas disponibles.
O sea, en el contexto de consolidación del capitalismo industrial y competitivo, la
emergencia del “pauperismo” en amplias capas de la población trabajadora es
concomitante (y contradictorio) con el aumento de los bienes de consumo producidos y
disponibles para la satisfacción de las necesidades de la humanidad (Cf. Netto; 2003).
Esta contradicción, propia del régimen de acumulación capitalista es la base de la
emergencia del fenómeno social del pauperismo, y no tardará en expresarse como
“luchas sociales y políticas” entre las clases, las que portan intereses antagónicos y
obtienen beneficios asimétricos. Según este autor, fue precisamente la profundización del
conflicto socio-político y la presencia efectiva de la posibilidad de subversión del orden
burgués lo que llevó a que al pauperismo se lo empieza a llamar de “cuestión social”. Se
trata, ante todo, de un artilugio ideológica para ocultar las relaciones orgánicas existentes
entre el proceso de acumulación capitalista y la producción del pauperismo. Con esta
operación se pretendía deseconomizar el análisis social y oscurecer la base real de los
conflictos sociales entre las clases. Las comillas que muchos autores le colocan
pretenden señalizar este intento de mistificación. De acuerdo con el autor:
“El desarrollo capitalista produce necesariamente la ‘cuestión social’ –
diferentes fases capitalistas producen diferentes expresiones de la ‘cuestión
social’ (...) El análisis de conjunto que Marx ofrece en El Capital revela
brillantemente que la ‘cuestión social’ está básicamente determinada por el
trazo propio y peculiar de la relación capital / trabajo – la explotación. Sin
embargo, la explotación apenas remite a la determinación molecular de la
‘cuestión social’ (...) El análisis marxiano permite situar con radicalidad
histórica la ‘cuestión social’, esto es, distinguirla de las expresiones sociales
derivadas de la escasez en las sociedades que precedieron al orden
burgués.”(Netto, In Borgianni; Guerra; Montano; 2003: 63-4)
Con la difusión de esta expresión se buscaba “naturalizar” y “despolitizar” las
causas estructurales que la llamada “cuestión social” expresa, y permite legitimar
propuestas de enfrentamiento a la misma basadas en acciones moralizadoras, donde la
concepción que subyace es la de combatir las manifestaciones de la “cuestión social” sin
tocar los fundamentos de la sociedad burguesa.
Contrariamente, la perspectiva crítica sostiene que la “cuestión
social” debe ser comprendida como una expresión del antagonismo
que rige al sistema capitalista consolidado, a partir del examen de la
lógica general de la acumulación y del procesamiento socio-político
de la lucha de clases en cada coyuntura histórica. De todas formas,
dirá nuestro autor, “cuestión social” y contradicción capital / trabajo
no son la misma cosa; más correcto es pensar que la última es el
núcleo fundante de la primera; su condición de existencia.
Tomando el aporte de Pereira (2003), la autora brasilera plantea que la utilización
de la expresión “cuestión social” hace referencia a un proceso bien más complejo y
elaborado que la mera explicitación de carencias materiales. Antes que esto, el uso de la
expresión supone / exige la existencia de una “elaboración política” de las necesidades
producidas por la lógica objetiva de la acumulación capitalista. Hablar de “cuestión social”,
para la autora, supone la existencia de las condiciones para la transformación de las
necesidades y carencias en “cuestiones”, lo que no es lineal. Antes, supone un proceso
de elaboración política de las necesidades sociales, donde las carencias se politizan y
transforman en “cuestiones”(Cf. Pereira 2003). Sin esto, no podría existir una “cuestión
social”; existiría una “cuestión social” en estado en potencia. Desde esta perspectiva, la
llamada “cuestión social” no es un resultado directo de la acumulación del capital, sino el
“conflicto socio-político”, más o menos radical, resultante de la conciencia de las
contradicciones del sistema y su elaboración política.
Esta perspectiva también provoca una ruptura en la forma de entender al Estado
capitalista; realizará una dura critica a las posiciones liberales hegemonicas, que lo
colocan como arbitro (en el mejor de los casos), como neutro, como estando encima de
las clases. Este pasa a ser visto desde su naturaleza opresiva en toda soceidad de
clases, cumpliendo históricamente el papel de “excluir” a las clases dominadas del poder,
aunque haya demostrado que no puede desconsiderar totalmente las demandas de las
mismas, puesto que es condición de su “legitimación”. De no lograrlo, sus capacidad de
construir hegemonía decaé rápidamente, haciendo con que la represión y la fuerza sean
utilizadas para mantener grados mínimos de estabilidad. En otras palabras, si se afana de
intervenir regulando se genera un escenario social poco propicio para las relaciones
sociales del moderno capitalismo, basadas en la “confianza” en los “contratos” y
transacciones entre agentes libres e iguales en el mercado.
Por esta dinámica, cuando la presión de las clases subalternas amenaza la estabilidad, el
sistema se ve obligado a incorporar ciertas reivindicaciones de éstas para mantener su
funcionamiento adecuado, siempre que no afecten considerablemente los intereses de la
clase dominante como un todo en una especie de pacto de dominación entre las clases.
En esta linea de reflexión, son las determinadas relaciones sociales (de clase en la
sociedad capitalista) las que explican la necesidad y el papel del Estado, y no a la inversa,
como propone el pensamiento burgués (Cf. idem: 82).
La coyuntura histórica que marca la “génesis” pofesional demandaba una intervención
social más sistemática y organizada por parte del Estado, más planificada, especialmente
para el enfrentar las crecientes reivindicaciones de las organizaciones de los trabajadores
que se afirman. Será encomendado al Estado “absorber” e institucionalizar estos
“conflictos” sociales que amenazan el “orden”. Así, en función de poder administrar y
regular dicho conflicto social, de mantenerlo dentro de límites tolerables, se formulan
políticas y servicios sociales, en diferentes áreas, con la “misión” de corregir
desajustes y defectos que puedan aparecer en el sistema. Para esta “noble tarea” serán
demandados profesionales especializados capaces de implementar de forma cualificada
tales dispositivos, constituyendo la “génesis” de la profesión de Servicio Social.
Así, desde la perspectiva critica, las “políticas sociales” emergen como una respuesta
movilizada por la clase dominante e instrumentalizada a partir del Estado, para dar
respuesta al ascenso de las luchas de los trabajadores; son un conjunto de instrumentos
de regulación para “anticiparse estratégicamente” a los conflictos oriundos de las
crecientes desigualdades sociales. Contradictoriamente, por un lado estas políticas
representan conquistas para las clases subalternas, al inscribir en el Estado servicios que
mejoran su calidad de vida – aunque de forma parcial. Es el ejemplo de los derechos
sociales, constitutivos de la ciudadanía. Al mismo tiempo, estos dispositivos se tornan una
eficiente fuente de “legitimación” del orden social y del Estado burgués, quien organiza y
administra las relaciones entre las clases, regulando en desarrollo asimétrico del sistema.
Por otra parte, es interesante recuperar el hecho de que, a partir del reconocimiento e
internalización de la “cuestión social” por el orden monopolista, se desarrolla una
tendencia a eclipsar ideológicamente las raíces de la misma; de esta forma, para poder
abordarla en sus manifestaciones y exteriorizaciones, es fragmentada en una variedad
infinita de “problemáticas sociales” que, consecuentemente, reclamaran ser abordadas
por una variedad de actividades profesionales específicamente capacitadas para darles
respuestas. Así, y como resultado tendencial, la “cuestión social” es despolitizada y
retirada de la óptica de la lucha de clases. Este proceso es complementado y reforzado a
través de la individualización de los problemas sociales, cuyo derivado coherente es la
modalidad de enfrentamiento a las refracciones de la “cuestión social” vía estrategias de
ajuste de la personalidad (Cf. Netto; 1992).
Podemos concluir, entonces, de acuerdo con lo esbozado arriba, la edad
monopolista del capitalismo repone sobre nuevas bases sus contradicciones inherentes,
las termina potenciando, siendo una de las manifestaciones más estratégicas a ser
comprendidas es la constituida por el proceso contradictorio por medio del cual el Estado,
al buscar legitimidad política para el orden a través del juego democrático, se torna
permeable a las demandas de las clases subalternas, las cuales, algunas veces, logran
incorporar en él sus intereses y reivindicaciones inmediatas (Cf. ídem); esto significa que
pueden materializar en su interior cierto grado de fuerza política en función de sus
intereses.
En este sentido,la intervención del Servicio Social, por su
funcionalidad atribuida, responde tanto a las demandas del capital
como a las necesidades de los trabajadores; participa y refuerza tanto
los mecanismos de la explotación del trabajo como, por la misma
actividad, da respuestas a determinadas necesidades de los
trabajadores. La intervención profesional se encuentra tensionada y
polarizada por el antagonismo de intereses de las clases sociales –
salvo en periodos muy breves de acumulación tranquila-, puesto que
participa en la reproducción de los mismos. Dirá Iamamoto sobre
forma de comprender la génesis del Servicio Social:

Sobre el significado social de la profesión

Como vimos, si bien la llamada “cuestión social” es fundamental, a “génesis” del


Servicio Social no se reduce a la existencia de ésta; es preciso particularizar la
emergencia de la profesión en el contexto histórico de transito del capitalismo competitivo
al monopolista. Es en el periodo marcado por este cambio de fase del orden capitalista,
que extresa un punto más elevado de su desarrollo, cuando se crean las condiciones
históricas para una “ampliación” y complejización de los sistemas de mediaciones que
garantizan el funcionamiento del sistema (Cf. Netto: 1992).
Desde la perspectiva critica, ese marco histórico, con su determinado modo y
grado de división social del trabajo correspondiente con el desarrollo del orden
capitalista, es el telón de fondo donde se sitúa la emergencia de nuestra profesión. Se
inscribe na sociedad como una actividad asalariada, generalmente contratada para
trabajar en el proceso de producción-reproducción de las relaciones sociales; se le
demanda dar respuesta a ciertas manifestaciones de la “cuestión social”, cierta
reivindicaciones de las clases subalternas politizadas. Así, el analise crítico coloca a la
“cuestión social” como uno de los fundamentos de la profesión, que siempre es abordado
através de sus varias “refracciones” (Cf. Iamamoto; 1997).
Esto es, el Servicio Social como profesión, se encuentra inmerso en la dinámica
contradictoria de la sociedad capitalista; es determinado y, a la vez, determina; participa
de la reproducción de la vida social desde un lugar; tiene una funcionalidad social; actúa
en el proceso de construcción de las condiciones necesarias para la reproducción de las
relaciones spociales capitalistas. Afirma Iamamoto:
“El desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones engendradas en ese
proceso, determinan nuevas necesidades y conflictos que pasan a exigir
profesionales especialmente calificados para su atención. La ‘cuestión social’ se
torna la base de justificación de ese tipo de profesional calificado (...) ésta no es
otra cosa que la expresión condensada del proceso de formación y desarrollo de
la clase obrera y su ingreso en el escenario político, exigiendo su reconocimiento
político. Es la expresión de la contradicción entre proletariado y burguesía
potenciado, que pasa a exigir otro tipo de intervención, más allá de la caridad y
la represión” (Iamamoto; 1997: 91-92)
El pasaje del capitalismo competitivo al monopolista, con sus procesos de
refuncionalización económico-políticos correlativos, no representa apenas el mero
reforzamiento lineal del orden capitalista – aunque allí se haya situado la tendencia que
predominó históricamente. Dicho proceso no sólo se efectúa en medio de grandes
conflictos sociales y políticos, tampoco logró resolver adecuadamente sus contradicciones
de forma duradera. Esto quiere decir que el proceso de concentración y centralización
monopolista de las primeras décadas del siglo pasado, y el proceso de “ampliación” y
refuncionalización de los aparatos del Estado – especialmente de los países centrales -
se constituye como un momento histórico contradictorio que no puede ser comprendido
desde lecturas unilaterales. Lo que debe quedar claro es la metamorfosis que el orden
social experimenta, como resultado de su crecimiento exponencialmente expansivo.
Como decíamos, es poco dialéctico reducir esta procesualidad compleja a una
victoria del capital sobre los trabajadores. Según el analisis de Netto, la intervención
sistemática del Estado sobre la “cuestión social”, en función del capital monopolista, no se
realiza lineal ni mecánicamente. Su procesamiento puede señalar conquistas parciales y
significativas para la clase trabajadora (Cf. ídem). Escribe el autor:
“La madurez política del proletariado y de sus organizaciones de clase, tiene
uno de sus indicadores en la comprensión del potencial contradictorio de las
políticas sociales.” (Netto; 1992: 30)

No puede negarse, entonces, que es ese periodo amplios sectores de las clases
trabajadoras – especialmente en el centro” - logran materializar importantes “conquistas”
en el Estado a través de la institucionalización de sus luchas reivindicativas, como
tampoco cabe olvidarse del precio pagado por el resultado histórico de ese “pacto”.
En la actualidad, esta cuestión se torna una polémica interesante, pues con la
crisis estructural del capitalismo entró en crisis también aquella modalidad de resolución
de contradicciones sistémicas. Si bien la estragegia “regulacionista” se mostró muy
eficiente para responder al momento agudo de crisis en finales de la decada del 1920,
donde se temió por la continuidad del orden, no alcanzó a tocar las bases estructutales
generadoras del desequilibrio. Antes que una transformación sustamtiva de la estrucutra
sociual, solo se alargaron los márgenes de maniobra donde las contradicciones
inherentes a la lógica del capital podían funcionar algún tiempo más. Por esto, aquella
“salida” no podía ser más que transitoria, desmoronándose luego, cuando el sistema
necesitó “ajustarse” nuevamente, pero esta vez sin tanta capacidad de “absorber” los
conflictos que su lógica produce.
Hoy como ayer, el Servicio Social encuentra su funcionalidad social en el
tratamiento de un conjunto de dificultades crecientes que el capital contradictoriamente
genera y enfrenta al reproducirse. La profesión es cada vez más demandada para
trabajar en la mantensión del tenso equilibrio entre los intereses, en ultima instancia
antagónicos, del capital y del trabajo. Hoy como hayer, así como otros muchos
profesionales, se la contrata para operar sobre un conjunto de condiciones necesarias
para la reproducción ampliada del capital, especialmente referidas a la construcción de
bases político-económicas y de legitimidad del régimen social. En este sentido, afirma
Iamamoto:
“... la consolidación del Trabajo Social como institución tiene que ver con la
ampliación del Estado, en el sentido de ‘creación de brazos que avanzan al
interior de la sociedad civil’.” (Iamamoto; 1997:XXVIII)
Según la autora, historicamente el ejercicio profesional se desenvolció en relación
con las condiciones de vida las poblaciones que viven de la venta de su fuerza de trabajo,
interviniendo sobre dichas condiciones en la búsqueda del mejoramiento de las mismas.
De esta forma, se configura como una profesión integrada al proceso de creación de
condiciones indispensables al funcionamiento de la fuerza de trabajo como tal y, por esta
mediación, de las condiciones necesarias a la extracción de plusvalía, medula de la
acumulación del capital. En suma, es una profesión que interviene, junto con otras
profesiones afines, sobre un conjunto de condiciones (materiales, ideológicas, políticas,
organizativas, etc.) que son indispensables a la reproducción de las relaciones sociales
propias del orden del capital.
La actividad profesional se ha desarrollado especialmente junto a las condiciones
de vida de las clases trabajadoras, como una forma de anticiparse a los conflictos que por
ella puedan poner en peligro el orden social. Se le demandó, basicamente, intervenir en el
proceso de reproducción de la clase trabajadora, por la vía de la ejecución de servicios
sociales. Con palabras de Iamamoto:
“El Servicio Social surge como uno de los mecanismos utilizados por la clase
dominante para el ejercicio de su poder en la sociedad, instrumento este que
debe modificarse constantemente según las diferentes características
asumidas por la lucha de clases (...) aparece como una alternativa a las
acciones caritativas tradicionales, dispersas, en la búsqueda de atribuirle una
‘nueva racionalidad’ y mayor eficacia en el enfrentamiento de la “cuestión
social”. (Iamamoto; 1997: 92)
De modo que, relfexionar sobre la génesis del Servicio Social significa
comprenderla portando elementos de continuidad y ruptura con las formas anteriores de
intervención sobre la “cuestión social” (Cf. Netto; 1992). Las continuidades quedan
evidenciadas cuando se analiza el tipo de intervención que el Servicio Social ejerció
desde su emergencia; en este sentido, la modalidad técnico-operativa de intervención no
sufrió demasiadas variaciones comparada con las formas de caridad y filantropía
tradicionales. Las rupturas son claramente registradas en la nueva funcionalidad ocupada
por el Servicio Social profesionalizado; esto es, por más que los profesionales tengan la
representación de estar actuando con autonomía, realizando valores propios y de acuerdo
con su voluntad, éstos se encuadran en actividades interventivas cuya dinámica,
organización, recursos y objetivos son determinados por otro; están alienados. Por esto,
en esta perspectiva, el proceso de profesionalización del Servicio Social significa,
elementalmente, que su funcionalidad social ahora es impuesta por organismos e
instancias externas, con criterios muy distintos a los que regían el ejercicio de las
llamadas “proto-formas” del Servicio Social.

El Servicio Social como un tipo especifico de trabajo

Problematizaremos aquí, los estudio sobre los fundamentos teórico-ideológicos que


sustentan la tesis que entiende al Servicio Social como una “especialización” del trabajo
colectivo en la sociedad, una de nuestras premisas centrales. Para tanto, nos pareció
razonable partir de un “mapeo” general del debate teórico vigente en torno al trabajo; a la
crisis del llamado “mundo del trabajo” o “sociedad del trabajo”; al “fin del trabajo”, etc.
Todos estos problemas son nudos que se tornan conflictivos y potencialmente
desestabilizadores que el capitalismo contemporáneo debe enfrentar en su reproducción,
y que hoy desafían a los mas lucidos “reformadores sociales”. Se busca captar, en el
contexto de las actuales transformaciones del “mundo del trabajo” y sus consecuencias
societarias, las metamorfosis del Servicio Social. Un intento por entender las mutuas
implicaciones y retroalimentaciones de esta relación, aunque sin desconsiderar el peso
determinante que adquiere la categoría de “totalidad social”, como complejo determinante
principal.
Partimos de una “hipótesis directriz” que exigirá futuros desdoblamientos: de que
modo las condiciones contemporáneas del capitalismo afectan al Servicio Social,
especialmente en lo que se refiere a una “relativa autonomía” en la ejecución de sus
actividades profesionales.
Como vimos, la perspectiva histórico-crítica entiende a la profesión de Servicio Social
como una “especialización del trabajo colectivo” de la sociedad, inserta en la división
social y técnica del trabajo social en el capitalismo contemporáneo, se constituye como un
tipo peculiar de trabajo. Sin dudas, esta (re)conceptualización significa un verdadero
“salto” para la reflexión teórica sobre esta profesión, principalmente porque permite la
comprensión del papel asignado a –asimilado por los “trabajadores sociales en la
Historia”. La ubicación en la totalidad social de la particularidad profesional, desde la
dialéctica materialista, imprimía a segmentos importantes de esta categoría –
especialmente en América Latina- una profundidad inédita en términos del análisis critico
de la profesión sobre sí; son crean ricas “auto-reflexiones” de la profesión.
Esta perspectiva, internamente heterogenea, hoy ofrece profuncizaciones interesantes
de este debate, que complementan los estudios digamos “clásicos” de las décadas de 70
y 80. Las recientes contribuciones sobre la “reestructuraciones productiva” del capitaismo
maduro y los impactos en el trabajo y las condiciones de vida de los trabajadores; las
reflexiones sobre las metamorfosis en las formas de sociabildade contemporáneas, donde
se multiplican los mecanismos de alienación; las conversiones de los aparataos estatales
que refuerzan sus trazos represivos y controladores; las modalidades de intervención
social puntuales y residuales, que apuntan a dispersar los conflictos antes que
resolversos efectivamente, la asistencialización de la pobreza y la criminalización de la
miséria, entre muchos otros temas complejos y actuales que han despertado ricos
estudios que hoy están disponibles, todos direccionados a captar las determinaciones
fundamentales de la actividad profesional.
Nuevamente en este aspecto, es Iamamoto quién se esfuerza por avanzar en el estudio
de la actividad profesional como un proceso de trabajado más de la sociedad del capital;
el profesional inscripto en procesos de trabajo determinados, los cuales se organizan
según las exigencias económicas y sociopolíticas del proceso de acumulación,
moldeándose en función de las condiciones y relaciones específicas en que se realiza, las
cuales no son idénticas en todos los contextos donde se desarrolla el trabajo del Asistente
Social (Cf. Iamamoto, 2003: 117).
El Asistente Social se sostiene socialmente como un trabajador asalariado, cuya inserción
en el mercado de trabajo pasa por una relación de compra y venta de su fuerza de trabajo
especializada con los organismos empleadores estatales o privados. Siendo propietarios
de su fuerza de trabajo calificada, sin embargo no disponen de todos los medios y
condiciones necesarios para realizar su trabajo, parte de los cuales con brindados
por la entidad empleadora. Si los tuviera, estaría en condiciones de vender sus
servicios o los productos de su trabajo y no su capacidad de trabajo. (ídem:118)
De modo que la actividad que desarrolla el Asistente Social se constituye como un trabajo
asalariado, lo cual supone la venta de su capacidad de trabajo durante una jornada de
tiempo determinada, a cambio de los resultados de la misma. Se trata de un trabajador
especializado que depende de la venta de su capacidad de trabajo para poder obtener
sus medios de vida, o sea, efectivar su reproducción. En este sentido, se encuentra bajo
las mismas determinaciones que el resto de los trabajadores asalariados, necesitando
vender diariamente su fuerza de trabajo a cambio de un salario, y sujeto a los vaivenes
del mercado de trabajo. Es esta condición de trabajador asalariado, dirá Iamamoto, como
forma social asumida por su actividad, la que revela la insuficiencia de pensar su actividad
como una “práctica” profesional, puesto que esta induce a pensar que cuenta con una
autonomía amplia para orientar su actividad según sus propias y exclusivas exigencias;
hecho este que no condice con su condición de dependencia, de asalariamiento. (Idem:
119)
Es justamente está situación la que obliga a este profesional a vender el valor de uso
de su fuerza de trabajo, entregando al empleador el derecho de utilizarla durante la
jornada establecida. En ese marco, las determinaciones que pesan sobre su actividad
restringen significativamente –aunque no absolutamente- la autonomía en el ejercicio de
sus actividades, en las modalidades de las mismas y, también, en las orientaciones
societarias. Es el espacio de esta autonomía relativa, que es históricamente determinado
y se modifica según las condiciones sociales en cada momento, uno de los focos de este
análisis. Dirá Iamamoto:
“ La posibilidad de reorientar el sentido de sus acciones para rumbos
sociales distintos de aquellos esperados por los empleadores (...) deriva del
propio carácter contradictorio de las relaciones sociales que estructuran la
sociedad burguesa. En estas se encuentran presentes intereses sociales
distintos y antagónicos que se refractan en el campo institucional, definiendo
fuerzas sociopolíticas en lucha para construir hegemonías, definir consensos
de clases y establecer nuevas formas de control social vinculadas a ellas”.
(ídem: 120)

Aquí reside la dimensión política de trabajo del asistente social, “que abre la
posibilidad de neutralizar la alienación de la actividad” para el sujeto que la realiza,
aunque no puedan ser eliminadas las alineaciones que derivan del trabajo asalariado.
Apropiarse de la dimensión creadora del trabajo, nos dirá la autora, pudiendo interferir en
la dirección social de su actividad, es una lucha a ser entablada cotidianamente. Lo
fundamental aquí es captar, en la actual configuración socio-institucional donde el
asistente social se inserta, las posibilidades efectivas para esto.
En este sentido, plantear la “práctica” profesional como trabajo permite vislumbrar,
desde una perspectiva no endógena, las determinaciones que pesan sobre la intervención
del asistente social. Permite colocar en primer plano el hecho de que los “límites” que el
contexto impone a la intervención no son “exteriores” a la profesión, sino, justamente,
parte constitutiva de nuestro quehacer. El juego de fuerzas por la hegemonía en las
instituciones empleadoras, los presupuestos asignados, la naturaleza de los programas y
proyectos a ejecutar, las políticas sociales, las configuraciones históricamente datadas de
la “cuestión social”, y el resto de los elementos que forman parte de nuestro universo de
trabajo, no pueden ser considerados “externos” a la intervención; mas bien, forman parte
constitutiva, determinante, del proceso por el cual aquella se efectiva en la realidad social.
De modo que, la actividad profesional no puede ser pensada en sí misma, sino inscripta
en un proceso, como uno de los elementos del mismo, determinado y determinante, pero
nunca aislado (Cf. Iamamoto, 2003: 122).
Sin embargo, aparecen algunos problemas a la hora de pensar la intervención
profesional en “procesos de trabajo” capitalistas, puesto que el Asistente Social no es un
productor de mercancías –o, al menos, no lo es mayoritariamente, aunque cada vez mas
su actividad ingresa en el reino de la valorización, el que se extiende a todos los ámbitos
“globales” de la vida. En el análisis que Marx hace del proceso de trabajo –especialmente
en el capítulo V de El capital-, lo aborda bajo dos puntos de vista diferenciados, aunque
no “extraño” uno del otro. Por un lado, el proceso de trabajo en cuanto producción de
“valores de uso”, de objetos útiles y, por otro lado, como proceso de valorización, de
producción de plusvalía. Este último, no se efectúa separadamente del otro, mas bien, es
la forma que el primero asume en la sociedad productora de mercancías, en la sociedad
del capital.
Dirá Iamamoto: “considerar los procesos de trabajo donde está inserto el Asistente
Social exige necesariamente pensarlo desde esta doble determinación: la del valor de uso
y la del valor, o sea, como proceso de producción de productos o servicios de cualidades
determinadas y como proceso que tiene implicaciones en el ámbito de la “producción” o
“distribución” del valor y de la plusvalía”. Pero, agrega la autora, “siendo la mayor parte
del trabajo del asistente social realizada en el aparato estatal, no existe siempre una
conexión entre trabajo y producción de valor. Si esta conexión puede ser identificada en
los procesos de trabajo en las empresas capitalistas, no ocurre lo mismo en la esfera de
la prestación de servicios públicos donde la conexión que se pueda establecer pasa por la
distribución de una parte de la plusvalía social metamorfoseada en fondo público”. (ídem:
125)
Así, en esta perspectiva, el “trabajo” del Asistente Social, mayoritariamente –aunque
no exclusivamente- se sitúa en el ámbito de la distribución de valor y plusvalía, no siendo,
por tanto, un trabajo “productivo” para el capital; o sea, no es un trabajo que participa
directamente en la producción de valor y de plusvalía. El tipo de “trabajo” que el Asistente
Social realiza, aunque útil y necesario para la reproducción de las relaciones sociales
capitalistas, no es, según la critica marxiana de la economía política, “productivo” desde el
punto de vista del capital; mas bien, es “improductivo” -aunque necesario. Ahora, la
intervención profesional que se inserta en el ámbito de las empresas privadas, que son
movidas por la finalidad de la ganancia y se encuentran de lleno bajo la lógica de la
producción capitalista, evidentemente, si participa –junto a otros trabajadores-, como parte
del trabajador colectivo, en el proceso de producción y / o realización de la plusvalía; este
“trabajo” del asistente social debe ser caracterizado como “productivo”, aunque no
intervenga directamente en el proceso de transformación material directa de la mercancía.
En este sentido, el trabajo del asistente social se inserta en “procesos de trabajo” de
carácter variado, no siendo posible su homogeneización y debiéndose precisar la
naturaleza del mismo a la hora del análisis. No se trata, para Iamamoto, de un proceso de
trabajo del asistente social, sino de su inserción en “procesos de trabajo” (idem: 130).
Aparece aquí lo que podría ser considerada una “hipótesis directriz”, que se
relaciona directamente con los limites serísimos que enfrenta la formulación de un
“proyecto profesional” critico y anti-capitalista para el Servicio Social latinoamericano en el
actual estado de cosas; dentro de estos “limites” impuestos y obstáculos a superar en
esta marcha “contra la corriente”, se destaca el que dice al respecto del “mercado de
trabajo” profesional, en el sentido de “dependencia” del trabajador a la “venta” de su
“capacidad de trabajo” en el mercado, para conseguir reproducirse como tal. Esta
“hipótesis directriz”, entonces, podría ser formulada de la siguiente manera: si la práctica
profesional del Servicio Social se encuentra tensionada por los intereses divergentes de
las clases sociales y el ejercicio profesional se ve atravesado por las demandas
contradictorias de éstas clases; si los profesionales del Servicio Social, o al menos un
segmento de ellos, asumen como propios los intereses de las mayorías sociales – de las
victimas de la lógica cada vez mas deshumanizante y barbarizante del capital-, una dura
contradicción se presentara para el desarrollo de dicho segmento. La misma se constituirá
a partir del hecho de “depender profesionalmente” de las “estrategias de regulación social”
que la clase hegemónica moviliza para la reproducción del orden y la finalidad de revertir
su intencionalidad original. Esta contradicción es uno de principales dilemas enfrentados
actualmente por el proyecto profesional critico - el terreno teórico-metodológico, en el nivel
de la intervención técnico-operativa y en el ámbito político organizativo de la categoria
profesional.

El Servicio Social y la “administración” de la barbarie contemporánea

Si nos proponemos pensar el Trabajo Social hoy, es preciso partir de identificar los
nexos y vectores principales que articulan la dinámica capitalista en su fase actual de
crisis estructural y la profesión.
En este sentido, si bien hemos partido de la premisa de que el Servicio Social es una
actividad especializada, asalariada, que participa de la división social y técnica del trabajo
de la sociedad capitalista tardía, mediante la ejecución – y, en menor mediad, formulación
- de políticas sociales, las que se organizan como “servicios sociales” y programas que
tienen como función prioritaria la reproducción de la fuerza de trabajo, presupuesto
indispensable del proceso de producción y expropiación del valor bajo las relaciones
sociales capitalistas, cabe preguntarse hoy si las transformaciones societárias
acontecidas como consecuencia del producción e instalación una fuerza de trabajo
excedente creciente y permanente, de una “población sobrante”, característica de la
“cuestión social” del capitalismo en crisis estructural, no detona una metamorfosis en el
significado social originario de la profesión.
Como dijimos, el significado social de la profesión está determinado por la
dinámica siempre conflictiva de las relaciones entre las clases, y de éstas con el Estado
en sociedades nacionales y en contextos coyunturales específicos, por la mediación del
tratamiento de la “cuestión social” a través de políticas y servicios sociales. Es en la
complementación de éstas, y en menor medida en su formulación y planificación, que
actúan los trabajadores sociales.
En la actualidad del ámbito profesional se identifica una tendencia cada vez más afirmada
a la demanda y movilización de recursos humanos para tratar de “ administrar” la
emergencia de esa “super-población” engendrada por el propio desarrollo social. O
que hoy se verifica es la afirmación de la demanda por profesionales eficientes para
contener las manifestaciones más explosivas de un capitalismo que se reproduce
produciendo niveles más altos de barbarie”.
En este sentido, nos preguntamos: ¿el capitalismo contemporáneo conserva
energías capaces de incorporar e integrar a los crecientes segmentos sociales que su
propio desarrollo expulsa? Esta cuestión gana relevancia porque se relaciona con la
discusión del “significado social” que caracterizó la génesis y el desarrollo histórico del
Servicio Social. Por esto, cabe la pregunta sobre una posible metamorfosis del papel
asignado al profesional de Trabajo Social, así como en las modalidades que su
intervención asume. Esta es otra “hipótesis directriz” que surge y que deberá ser objetos
de estudios y profundizaciones ulteriores.
Desde nuestra perspectiva, se registra hoy en el ámbito profesional una variación
cualitativa del contenido de su demanda por parte del Estado, que se expresa como un
doble movimiento que caracteriza la modalidad estatal de intervención ante la “cuestión
social”. Por un lado, la nueva modalidad de intervención estatal continúa demandando
perfeccionar el conjunto de dispositivos e instrumentos destinados a la “gestión de la
fuerza de trabajo necesaria” para la reproducción de la sociedad capitalista en la actual
fase de desarrollo – o sea, actividades tendientes a regular los trabajadores que están
“adentro”; por el otro lado, está en desarrollo una tendencia creciente a demandar la
intervención del trabajador social en la administración de los trabajadores que
probablemente jamás volverán a se “estables” - la afirmación de la demanda por trabajar
en “administración de la barbarie de nuestro tiempo”.
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