Tema 7

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TEMA 7:

Las lenguas de España. Formación y evolución. Sus variedades


dialectales.

LAS LENGUAS DE ESPAÑA ................................................................................................ 2


FORMACIÓN Y EVOLUCIÓN ................................................................................................ 2
Etapa prerromana ...................................................................................................... 2
Etapa romana ............................................................................................................. 3
Etapa germánica ........................................................................................................ 4
Etapa árabe ................................................................................................................ 4
Etapa de la Reconquista........................................................................................... 5
LAS LENGUAS Y DIALECTOS PENINSULARES..................................................................... 6
El castellano ............................................................................................................... 6
El catalán y sus variedades dialectales ................................................................. 8
El gallego y sus variedades dialectales ............................................................... 10
El vasco y sus variedades dialectales .................................................................. 11
VARIEDADES DIALECTALES DEL ESPAÑOL ...................................................................... 12
Las hablas de tránsito ............................................................................................. 12
El andaluz ................................................................................................................. 12
Dialectos históricos .................................................................................................. 13
El español de América ............................................................................................ 14
CONCLUSIÓN .................................................................................................................. 14
BIBLIOGRAFÍA .................................................................................................................. 14

INTRODUCCIÓN
Bajo el epígrafe de este tema se han de abordar aspectos tanto diacrónicos como
diatópicos de la evolución de la lengua, de modo que se acerca y llega a tocar
tangencialmente la Historia de la Lengua. En este tema nos centraremos en el origen y
la evolución de las lenguas de España, así como en sus variedades dialectales, sin
entrar en los resultados que se producen por el contacto lingüístico ni en los aspectos
literarios.
Además, debido a su amplitud, nos centraremos en los rasgos lingüísticos y
evolutivos más relevantes, sin pretender ofrecer un elenco de todos y cada uno de ellos.
Por último, nos detendremos de manera más pausada en la evolución del castellano,
debido a que se trata de la única lengua oficial de España, siendo el resto lenguas
cooficiales.

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LAS LENGUAS DE ESPAÑA
España es un país multilingüe en el que se hablan cuatro lenguas: el español o
castellano, lengua oficial del Estado; el catalán, el gallego y el vasco o euskera, lenguas
cooficiales. Respecto al valenciano, se ha debatido mucho sobre la cuestión de si se
trata de una lengua independiente o más bien un dialecto procedente del catalán.
Dejando de lado los intereses políticos subyacentes, lo cierto es que, a pesar de que el
Estado de Autonomía de la Comunidad Valenciana definiera el valenciano como lengua,
la RAE, en consonancia con la Acadèmia Valenciana de la Llengua, no rectificó su
definición, considerándolo por tanto una variante lingüística del catalán. La definición
que publica en 2014 en la 23 edición del diccionario de la RAE es la siguiente: “variedad
del catalán que se habla en gran parte del antiguo reino de Valencia y se siente allí
comúnmente como lengua propia”.
Por lo tanto, las lenguas reconocidas oficialmente en España son el castellano,
el catalán, el gallego y el euskera. No obstante, la única lengua oficial es el castellano,
siendo el resto lenguas cooficiales que se hablan en los territorios regionales a los que
se adscribe dicha lengua. La diferencia entre lengua oficial y cooficial queda recogida
en el Artículo 3 de la Constitución:
1. El castellano es la lengua oficial del Estado. Todos los españoles tienen del
deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas
Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un
patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.
Por tanto, al ser el castellano la lengua oficial debe ser hablada por todos los
españoles como primera lengua, mientras que las lenguas cooficiales serán habladas
como segunda lengua por los ciudadanos que pertenezcan a las regiones a las que
estén adscritas dichas lenguas.
Además, en España coexisten otras variedades dialectales, como el valenciano,
y zonas con dialectos históricos, como el asturleonés y el aragonés. Todo ello configura
y enriquece la cultura peninsular.

FORMACIÓN Y EVOLUCIÓN
Si tenemos en cuenta que toda lengua es dinámica, esto es, va evolucionando
paralelamente a la historia de la sociedad que le dio origen, se comprende que las
lenguas de España no sean una excepción. En este sentido, podemos distinguir cinco
etapas en la formación y evolución de las lenguas peninsulares, la etapa prerromana, la
romana, la germánica, la arábiga y la etapa de la Reconquista, en la que comienzan a
consolidarse.

Etapa prerromana
La etapa prerromana se caracterizó por una superposición de pueblos y lenguas
que iban a dejar su impronta en las lenguas de las tierras ocupadas. Así, los pueblos
que invadieron la Península (los iberos y tartesos, establecidos al sur y al este
peninsular, los celtas, que ocuparon la zona de la Meseta y del norte, y los fenicios y
griegos, que fundaron sus colonias en el Mediterráneo), propiciaron la falta de unidad
lingüística que sólo el latín unificó posteriormente, con la excepción del vasco, que
conservó su lengua. Todas ellas acabaron desapareciendo, pero no sin dejar sentir sus

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efectos como sustrato en el latín. Este influjo lo encontramos en la fonética, la
morfología, el léxico y la toponimia.
No obstante, no es fácil delimitar la influencia léxica, puesto que algunas
palabras que aparecen en el euskera podrían ser ibéricas y la confusión al respecto es
relativamente grande. Sabemos que, en lo que se refiere a la morfología, de esta etapa
se conservan una serie de sufijos derivativos nominales: los despectivos en -arro, -orro,-
urra, como “machorro”, “cacharro”, etc., y otros iberismos como “zamarra”, “pizarra”,
“perro” y “barranco”; así como algunos vasquismos como “izquierda”, “chatarra”,
chaparrón” y “Javier”; y celtismos como “vasallo”, “camisa”, “cerveza” o “lanza”.
Sin embargo, nuestro conocimiento es bastante limitado y aunque en los últimos
treinta años ha habido avances en el campo de la prehistoria lingüística de España, no
se han podido descifrar las inscripciones, por lo que se recurre a fuentes secundarias
(historiadores, geógrafos, antroponimia y toponimia, etc.). Hoy reconocemos como
prerromano un término por su antigüedad, su carácter exclusivamente peninsular y la
imposibilidad de relacionarlo con un étimo.

Etapa romana
Entre el 218 y el 19 a.C. (Guerras Púnicas), todas las lenguas prerromanas
excepto el vasco acaban desapareciendo. Rafael Lapesa habla de un período de
convivencia, de bilingüismo, en el que se incorporan elementos de las lenguas
prerromanas al latín, debido a las propias estructuras políticas y sociales. Pero el latín
se va imponiendo como lengua unificadora en la península, en un proceso de unificación
política, cultural y lingüística conocido como romanización, que comenzó tras la
sumisión de los últimos pueblos, los cántabros y los astures, al poder de Augusto en el
año 12 a.C.
A este respecto, es necesario decir que Roma no impuso su lengua por coacción,
sino que las circunstancias hicieron que las lenguas indígenas fueran sustituidas
paulatinamente por la lengua de la metrópoli, el latín, ya que era un instrumento eficaz
para la comunicación entre todas las comunidades del Imperio Romano. Los hispanos
comenzarían a servirse del latín en sus relaciones con los conquistadores, manteniendo
las lenguas indígenas para los demás usos; pero, al ser el latín la lengua oficial, por
necesidades comerciales y por la influencia de la escolaridad, se realizaría la
romanización completa.
No obstante, hay que tener en cuenta dos cuestiones: la primera, que tal proceso
no se produjo de la misma manera en todas las regiones; y la segunda, que el latín que
se difundió por la Península, con el que se logra la unidad lingüística, no es el clásico y
culto, sino el vulgar, que era el que hablaban los soldados, colonos y comerciantes.
En lo que se refiere a la primera cuestión, es importante ya que tuvo su
trascendencia en la fragmentación lingüística posterior. Por ejemplo, en la Bética la
romanización fue muy intensa y temprana, ya que era la zona más culta, lo que
explicaría el carácter conservador del sur y del gallego-portugués. Por el contrario, la
Tarraconensis desarrolló el latín vulgar, por ser una zona de tránsito, abierta a las
innovaciones. Ambas corrientes se unen en la zona castellana, lo que explica que en
ella se encuentren rasgos de las dos. En Cantabria y País Vasco la romanización fue
tardía y poco intensa, por lo que la acción del sustrato es mayor e incluso se conserva
una lengua, el vasco.
En cuanto a la segunda cuestión, el latín hispánico es más conservador y
presenta una evolución más lenta que en otros territorios romanizados. En el sistema

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vocálico, se produce una reducción de las diez vocales propias del latín clásico a siete,
pasándose a distinguir las vocales por su timbre o intensidad. Este sistema vocálico irá
evolucionando de manera distinta según las diversas lenguas y dialectos peninsulares.
En el sistema consonántico, se pierde la -m final, excepto en monosílabos (como “tam”),
se continúa con el proceso de sonorización de las oclusivas, se confunden la b/v
(betacismo), y se simplifican los grupos consonánticos (pt>tt; nct>nt, etc.).
Morfológicamente, se pasa del sistema de casos latino al preposicional. Se reduce el
uso del hipérbaton, propio del latín, en favor de un orden fijo de elementos oracionales.

Etapa germánica
En el año 409 comenzaron las invasiones bárbaras de los pueblos germánicos,
por parte en primer lugar de los suevos, vándalos y los alanos; y, en segundo lugar, de
los visigodos. Serán estos los que acabarán imponiéndose, pero, romanizados pronto,
abandonaron el uso de su lengua debido a la imposibilidad de que una lengua germana
fuera vehículo de comunicación. Su influencia lingüística fue escasa. No influyeron en
la fonética. En la morfología sólo queda el sufijo -ing>-engo en algunos derivados (ej.:
abolengo). Es en la toponimia y en la onomástica donde tiene mayor relevancia (ej..:
Álvaro, Fernando, Rodrigo…).
Con la desmembración del Imperio Romano, se acentúan las diferencias entre
el latín clásico y el vulgar, surgiendo los dialectos románicos. En ello influyen factores
geográficos, sociales, económicos y sustratísticos. La diferenciación que hace Pidal
entre palabras patrimoniales, cultas y semicultas (y dobletes etimológicos) nace aquí:
son las que se introducen en ese momento las que se consideran patrimoniales. Es
también fundamental la aportación de la Iglesia, que es la que modela la lengua latina,
al considerarla su lengua oficial, incluso en la actualidad.
Durante la etapa visigoda, el latín peninsular va evolucionando y la lengua
hablada camina lentamente hacia el romance. Este proceso se suele enmarcar entre los
siglos V (caída del Imperio Romano) y IX, pero había comenzado antes y no terminará
hasta mucho después. Siguiendo a Menéndez Pidal y a Entwistle, los rasgos del
romance peninsular antes de la llegada de los árabes eran más o menos los siguientes:
tendencia bastante generalizada a la apócope de las vocales finales latinas, reducidas
a tres (a, e, o), y a una en catalán (a); la diptongación de las vocales abiertas tónicas e
y o, en /ie/ y /ue/, respectivamente, excepto en el gallego-portugués y en algunos casos
del catalán; la c latina seguida de e o i, escrita gráficamente como ç, se articula bien
como africada, bien como fricativa; el grupo ct evoluciona a it (nocte>noite), y
posteriormente a ch en castellano (noche); palatalización de pl-, cl- y fl- iniciales, que
evolucionan a ll (pluvium>lluvia).

Etapa árabe
Con la venida de los musulmanes en el año 711, la influencia árabe en las
lenguas romances hace que estas se separen más, y de forma decisiva, de las del resto
de la Romania. A su vez, contribuyen a establecer diferencias entre las lenguas
peninsulares.
Nos encontramos con el fenómeno de superestrato más importante. Sin
embargo, no parece que en la fonética, la morfología y la sintaxis influyeran, aparte del
sufijo -i en la formación de algunas palabras (baladí, colibrí…). Pero sí es considerable
su contribución al vocabulario, sobre todo a través del mozárabe y mediante adaptación
a la fonética romance. Ejemplos de vocablos procedentes del árabe encontramos en

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muchas facetas de la vida: la guerra (adalid, atalaya), la agricultura (acequia, noria,
alcachofa), el trabajo o la industria (tarea, taza, azufre), el vestido (albornoz), los
topónimos (Alcalá, Guadalquivir, Guadalajara…), etc. En total, son alrededor de 5000
los arabismos en español, que se han ido adaptando, teniendo en cuenta distintos
fenómenos, como la asimilación del artículo al-. No obstante, no todas las palabras que
comienzan por al- son árabes (“almena” es latina).
Federico Corriente resume de la siguiente manera la situación lingüística de
ese momento: a) Árabe andalusí: complejo dialectal árabe constatado en Andalucía tras
la conquista que incorpora elementos beréberes; b) Mozárabe: romance hablado por los
cristianos pertenecientes a territorios dominados por los árabes; c) Romance andalusí:
término que distingue el primitivo romance de la Bética, que entra en contacto con el
árabe, de los dialectos mozárabes. Se trata de romances originariamente del sur que
evolucionan al entrar en contacto con la koiné castellana del norte. Las primeras
manifestaciones literarias de la Península están escritas en esta lengua: las jarchas.

Etapa de la Reconquista
Con la dominación musulmana, la Península queda dividida en dos partes
antagónicas: la árabe y la cristiana, esta última limitada al principio a una estrecha franja
del norte: cántabro-astur y vascona. Tras los primeros siglos de dominación árabe, se
produce la reacción cristiana y las conquistas, repoblaciones y estructuración de los
núcleos cristianos en reinos. Su progresiva expansión militar y demográfica desde el
norte hasta el sur, supuso la extensión del dominio geográfico de unas modalidades
lingüísticas que empezaron a adquirir formas propias suficientemente diferenciadas del
latín a partir del siglo X. Los primeros testimonios de las lenguas que en aquel momento
comenzaron a denominarse romances o vulgares aparecieron entre los años 1000 y
1250 aproximadamente. Estos primeros romances carecían de fijeza, de forma que
coincidían en el tiempo formas representativas de diversos estados de la evolución. Una
tendencia fue la eliminación de arcaísmos y la disminución progresiva de esta
fluctuación.
La fragmentación territorial sufrida a consecuencia de la invasión árabe, junto
con la decadencia cultural hicieron que entre los siglos VIII-IX surgieran primitivos
núcleos lingüísticos que son origen de las lenguas iberorrománicas. Podemos hablar de
cinco franjas lingüísticas: las dos extremas (gallego y catalán) y tres centrales (leonés,
castellano y aragonés). Existió también un navarro muy primitivo que acabó fundiéndose
con el aragonés. Además, entre el aragonés y el castellano hubo un dialecto de
transición y contacto con el vasco: el riojano. Al sur permanecían los dialectos
mozárabes que con la koiné castellana evolucionaron.

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La temprana
unión de los reinos de CARACTERÍSTICAS DE LOS PRIMEROS ROMANCES
Castilla y de León (siglo 1. Pérdida de vocales finales latinas.
XII) inició el progresivo 2. Diptongación de las tónicas /e/ y /o/ abiertas,
desplazamiento de las excepto en gallego-portugués.
modalidades 3. Metátesis -ARIU>airo>eiro>ero.
asturleonesas, que a 4. Lenición: sonorización de las oclusivas sordas.
finales de la Edad Media 5. Palatalización de consonantes.
se encontraban ya muy 6. Vocalización de CT> -IT-.
debilitadas. A partir de 7. Palatalización de las geminadas -ll- y -nn- en
1500 ese castellano y catalán.
desplazamiento se 8. Palatalización de PL-, CL-, FL-, salvo en
produjo también en las mozárabe y catalán.
9. Conservación de F-, con tendencia a aspirarla en
hablas aragonesas.
castellano, para perderla posteriormente.

LAS LENGUAS Y DIALECTOS PENINSULARES

El castellano
Se acepta que la cuna de Castilla, y por tanto del castellano, fue la antigua
Cantabria, que a finales del siglo IX comienza a extenderse por la meseta de Burgos,
llegando al Sur del Duero en el siglo siguiente. Castilla pasa a constituirse en un reino
independiente con leyes propias y con una lengua romance que se caracteriza por
adoptar las soluciones más innovadoras, debido a la menor intensidad de la
romanización, que llegó tardíamente y de manera superficial.
Siguiendo a Juan Ramón Lodares, en su obra El paraíso políglota, podemos
decir que el castellano se convirtió en una koiné o lengua de nivelación lingüística, que
sirvió como idioma de transición entre dialectos con fines diplomáticos y comerciales, lo
que llevó a las lenguas vecinas a retroceder. La lengua castellana absorbió rasgos de
los dialectos cercanos con facilidad, especialmente entre los siglos X y XIII.

El castellano de los siglos X y XI se caracterizó por las vacilaciones fonéticas,


con alternancia entre -ue- y -uo-, testificada en el Poema de Mio Cid; la adición del
sufijo iello como diminutivo; la apócope francesa; la distinción entre sordas y sonoras
en los fonemas sibilantes; la distinción entre /b/ y /β/ en posición interior de palabra;
la pronunciación aspirada de la /h/, procedente de la F- latina; la formación de
conglomerados pronominales del tipo “gelo”; el empleo de arcaísmos como “nul”
(ninguno), “al” (otro), “maguer” (aunque), y “ca” (porque); las concordancias
aleatorias entre el participio y el complemento directo (“cerca nos han”); las
vacilaciones en el uso de las formas verbales; el uso del verbo “haber” con significado
de “tener, obtener o conseguir”; y, por último, el empleo de un artículo seguido de un
posesivo (“la su dama”).

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Posteriormente, en el siglo XII, se producen algunos cambios más, que se
resumen en los siguientes: la diptongación de ĕ y ŏ, en sus formas tónicas (“ié” y
“oé”); la reducción del sufijo “iello” en “illo”; la pérdida de F-; la palatalización de los
grupos iniciales latinos PL-, CL-, FL-, que evolucionan a LL- (“clamare” > llamar); la
evolución de -li- en la velar “j” (“mulier”> mujer); la evolución de los grupos latinos -
CT-, que pasa a -ULT- y posteriormente a CH (nocte > noche); la conversión de -G´L-
y -C´L- a -J- (“especulu”> espejo); y, por último, la alternancia entre la sonorización y
la no sonorización de las oclusivas sordas intervocálicas.

En el siglo XIII, la fuerte conciencia nacional introducida por Alfonso X el Sabio y


el deseo de promover un único lenguaje común a las tres razas (españoles, árabes y
judíos), le hizo emplear el castellano en obras de carácter culto, en vez del latín, lengua
culta por excelencia en la Edad Media, lo cual significó la dignificación del castellano.
Los rasgos del español alfonsí son los siguientes: vacilación en la pérdida de la -e final,
el empleo sincopado del futuro (recibrá, vivré), la flexibilidad expresiva con el uso de
subordinadas, el abuso de las coordinadas repetidas por et y que, y la entrada de
neologismos, como “horizón” y “septentrión”.
Durante los siglos XIV y XV, el español liquida alguna de sus más importantes
vacilaciones y comienza a regularizarse. Es a partir de este siglo cuando se exporta la
lengua a América y cuando nace el judeoespañol o español sefardí, que aún se habla y
que conserva muchas de las características fonéticas, morfosintácticas y léxicas del
español medieval del momento de la expulsión en 1492. Así, la apócope extrema de -e
se encuentra en plena decadencia, conservándose en los vocablos que actualmente la
poseen y perdiéndose tras n, s, l, z y d, por influjo francés. Se va imponiendo la
desinencia -ía en los imperfectos y condicionales, y comienza a omitirse la -d- en las
desinencias verbales -des. Aumentan los ejemplos del sujeto nos otros y vos otros,
frente a nos y vos, y la sintaxis se enriquece con múltiples nexos.

En la primera mitad del siglo XV aún perviven muchas inseguridades. Así,


alternaban indiferentemente la -t y -d finales (edat/edad), y se vacilaba entre dubda
y duda. Ya en la segunda mitad del siglo, el nuevo culto al clasicismo hace que el
castellano sea traspasado por una corriente latinizante que fuerza la natural
andadura del idioma, incorporándose latinismos y usos sintácticos, muchos de los
cuales no perdurarán. Asimismo, la nueva influencia cultural italiana propicia la
entrada de italianismos como “avería”, “bonanza” o “novelar”.

La unidad lograda por los Reyes Católicos tiene su correlación lingüística en la


hegemónica posición cultural del castellano, que no excluye las modalidades regionales.
Se estima como modelo de buena dicción el habla toledana, y se intensifica la difusión
del castellano como lengua literaria. La publicación de la Gramática de Nebrija en 1492
marca el nivel de prestigio y realización a que había llegado el castellano. Nebrija se
propuso crear una obra que sirviera de medio didáctico para el aprendizaje del latín, y
fijar las normas del que se había convertido en lengua común.

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Ya en los siglos XVI y XVII el castellano vive una revolución fonética que organiza
el “abigarrado sistema” de sibilantes y palatales, en palabras de Lapesa. La lengua
comienza entonces a ser llamada “español” por la extensión del Imperio, como refiere
Juan de Valdés, y surgen numerosas obras de carácter lingüístico como el Tesoro de
la lengua castellana, de Sebastián de Covarrubias, primer diccionario de nuestra
lengua. La difusión del castellano por Europa tiene como causa su uso diplomático.

Más concretamente, los cambios que introduce el español del Siglo de Oro
se pueden resumir en los siguientes: las variantes de la s sorda y sonora se reducen
a la sorda actual; la F- desaparece al dejarse de pronunciar como aspirada; la -b-
oclusiva y la -v- fricativa se confunden, quedando el sonido en la forma actual; en las
vacilaciones entre las formas verbales como “amás”/”amáis”, prevalecerán las
actuales; se perfilan los usos de los verbos haber y tener, ser y estar, etc. Además,
el léxico se moderniza, dando entrada a neologismos.

En el siglo XVIII se funda la Real Academia Española, que elaborará el


Diccionario de Autoridades, la Ortografía y la Gramática, claros exponentes de la
voluntad de regularización de la lengua. De este modo, fijó definitivamente la grafía,
para dar paso a la escritura actual, que era preciso ajustar tras la revolución fonética de
los siglos XVI y XVII, que distinguía sonidos que ya se confundían en la pronunciación.
Así, por ejemplo, dejan de distinguirse las realizaciones sordas y sonoras de las
sibilantes, por lo que la doble “s” desaparece, así como la grafía “ç”. A pesar de este
esfuerzo por aproximar la escritura a la pronunciación, quedan aún algunos desajustes,
como las grafías b y v y g y j (ante e, i).
Otros aspectos destacables del siglo XVIII son la incorporación de un abundante
vocabulario perteneciente a diversas ramas del saber, dentro del espíritu que impulsa el
pensamiento y el desarrollo científico (exportación, panteísmo, corporeidad), y la
alarmante invasión de galicismos (burgués, pantalón, bisturí, etc.). Se incorporan
también los primeros anglicismos, como preludio de la gran invasión actual.
Ya en el XIX, la Ley Moyano establece que pase a considerarse la lengua de
todos los niveles académicos, dejando a un lado el latín que hasta entonces era la
lengua de la universidad. Actualmente, el español es la lengua de 400 millones de
hablantes, teniendo múltiples variantes, pero aún así hay una regularización que permite
que sea comprendida por todos ellos.

Algunos rasgos del español actual son los siguientes: tendencia a eliminar,
o por lo menos debilitar, las consonantes intervocálicas (-ado>ao); tendencia a la
generalización del yeísmo; el respeto a la fonología de los neologismos; la formación
de unidades léxicas complejas mediante aposiciones, lo cual según Lapesa comenzó
siendo creación literaria de metáforas condensadas y se ha convertido en un
procedimiento cotidiano (“lengua madre”, “hora punta”), y la adjetivación del segundo
elemento (“peso pluma”); y la adopción de hispanoamericanismos léxicos
(“dictaminar”, “intencional”, “novedoso”).

El catalán y sus variedades dialectales


Una vez se hubo reconocido la independencia lingüística del catalán, nos
encontramos con la dificultad de que se trata de una lengua que presenta algunos
rasgos que permiten agruparla junto a las lenguas peninsulares, y otros muchos que la

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engloban dentro de las lenguas meridionales de Francia. Actualmente, filólogos como
Badía i Margarit han procurado resolver tal cuestión, planteando el carácter ecléctico
del catalán, esto es, su condición de lengua hispánica con una gran mayoría de rasgos
lingüísticos propios de más allá de los Pirineos.
Siendo imposible establecer el momento exacto en que comienza la historia de
la lengua catalana, sí podemos decir que sus cambios más decisivos se produjeron
durante los siglos XII y XIII. No obstante, el estudio de este período se ve dificultado
porque los documentos están escritos en un latín artificioso que no tenía nada que ver
con la lengua hablada. A pesar de eso, se conservan numerosos documentos fechados
en el siglo XII que están escritos en catalán.
En el año 801, Ludovico Pío arrebata la primitiva Cataluña a los musulmanes. Al
principio es un grupo de señoríos incorporados a Francia en la Marca Hispánica de
Carlomagno, pero poco a poco llega a convertirse en un condado aparte. Estuvo, pues,
vinculada a Francia, lo que se hizo notar en el influjo del provenzal, la lengua de los
trovadores catalanes. Es una lengua que casi siempre gozó de un cierto prestigio social,
fundamentado en el sustento político de la Corona de Aragón y en la fuerza de la cultura
catalana, que supo destacar en el patrimonio románico desde los tiempos de Ramón
Llull.
Aparece como tal documentado por primera vez en 1358, en una carta al rey
aragonés Pedro el Ceremonioso (“arromançar del morís en catalán”). La discusión sobre
su origen ha dado lugar a tres tesis: la iberorrománica, sostenida por Amado Alonso,
que defiende que se trata de un romance oriental que muestra tendencias comunes con
los demás; la galorrománica, que afirma que se trata de un dialecto influido por el
provenzal y una cuña de penetración de la galorromania en Hispania; y, finalmente, la
posición ecléctica, que defiende que consiste en una lengua puente o de transición con
tendencias de ambas partes.
El catalán sufre una gran decadencia a partir del siglo XV por los embates del
castellano. Durante el XVI apenas se utiliza en el ámbito público. Con Felipe V, en el
XVIII, se prohíbe su uso y se suprimen los fueros y privilegios de la región. Ya en el XIX,
a partir de la idea romántica del Volkgeist, surge la Renaixença, esto es, la Gramática
catalana, de Jacinto Verdager. Estudiosos como Prat de la Riba, que crea el Institut
d´estudia Catalans, así como Milá Fontanals, contribuyen a la recuperación del prestigio
perdido. En la segunda República se acepta como lengua cooficial, pero en la dictadura
franquista entra en retroceso. En nuestros días, se lleva a cabo una política de
normalización lingüística a través de los medios de comunicación, la escuela y la
administración.
De esta forma, hoy en día el catalán se habla como lengua nativa en Cataluña,
Baleares, Andorra, Rosellón (Francia), y la ciudad de Alguer, en Cerdeña. Asimismo,
Badía i Margarit, considerando las dos grandes zonas dialectales en las que se habla
catalán, indica la existencia de diversos dialectos del catalán, que son: el catalán oriental
o rosellonés (así denominado por ser el Rosellón uno de los núcleos en los que se
habla), y que abarca también los dialectos hablados en las islas Baleares (el mallorquín,
el menorquín, el manacorín y el ibiceño); y, por otra parte, el catalán occidental,
compuesto por el leridano y el valenciano. El valenciano, con características lingüísticas
acusadas, presenta a su vez las siguientes variantes: el castellonense; el valenciano
aptxat, hablado en Valencia capital; y el alicantino o valenciano meridional.
Grosso modo, los rasgos lingüísticos del catalán son los siguientes:

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- En el sistema vocálico, presenta siete fonemas tónicos, distinguiendo entre
abiertas y cerradas, y en posición átona, distingue cinco (el oriental sólo tres).
Además, las vocales “e” y “o” abiertas no diptongan (“terra”). Por último,
presenta apócope de las vocales finales, excepto la “a”.
- En el sistema consonántico, según Badía i Margarit, ofrece veintitrés
fonemas consonánticos -frente a los diecinueve del castellano-, ya que
distingue la “s” sorda y sonora, esta última en posición intervocálica.
Conserva la “ç”, que se pronuncia como la “s” sorda. Posee mayor riqueza
en los sonidos palatales y africados, ya que palataliza la “l” en cualquier
posición (“lluna”). Conserva los grupos consonánticos iniciales, como PL-,
CL-, FL- (“pla”, llano). Conserva también la F-.
- En la morfosintaxis, el catalán se caracteriza por el uso del artículo ante
posesivos y nombres propios (“el meu home”). Además, la negación se ve
reforzada por una variada serie de adverbios (“no”, “pa”, “punt”).
- En cuanto al léxico, refleja las influencias del provenzal y del francés, pero
es el castellano el que ha aportado mayor caudal léxico al catalán.

El gallego y sus variedades dialectales


El gallego es el resultado de las modificaciones sufridas por el latín vulgar,
tardíamente aprendido y pronunciado de una forma peculiar. Es, por tanto, una lengua
románica perteneciente al dominio iberrománico.
El gallego tiene orígenes celtas y resultados de la romanización. Para W. J.
Entwistle (Castellano, catalán, vasco y gallego-portugués) y Rafael Lapesa, gallego y
portugués son variedades de una misma lengua común que presenta dialectos internos.
Surgió en el noroeste a principios de la Edad Media y se fue extendiendo hasta el sur a
medida que avanzaba el empuje cristiano. Es una lengua cercana al latín, dado que la
romanización fue más débil que en otras regiones y el léxico se conservó. Hasta el siglo
XV se habla de gallego-portugués, pero a partir de entonces los Reyes Católicos
prohibieron su empleo en documentos oficiales. Por el contacto con el castellano, acabó
recibiendo influencias de esta lengua, mientras que el portugués recibió el influjo del
mozárabe. La poesía de cancionero medieval era prácticamente en su totalidad galaico-
portuguesa, lo que da una idea de su importancia cultural.
El peso demográfico del gallego dejó de corresponderse con su peso social en
el siglo XVI, prestigio que pasó al castellano en las ciudades y grupos sociales
acomodados. Entre ese siglo y el XVIII se habla de “seculos oscuros”, en los que se da
una diglosia por la prohibición y una fuerte influencia del castellano. No es hasta el
Rexurdimiento, como en Cataluña, y la consecución de la Autonomía (ya en el XX),
cuando el gallego vuelve a ser una lengua oficial.
Fonéticamente, es una lengua innovadora, más que el castellano, como ocurre
con la caída de la -n- y -l- intervocálicas latinas (“lua”, luna), y con la palatalización de
los grupos latinos CL-, PL-, FL-, que dan un sonido: “chover” (llover). En otros rasgos,
el gallego es más conservador que el castellano. Conserva el diptongo “ai” y “ei”
(“caballeiro”, “caldairo”), mientras que el diptongo “au” se mantiene en “ou”. Las vocales
abiertas “e” y “o” conservan su timbre abierto. Conserva también siempre la F-, mantiene
el grupo latino -MB-, las consonantes latinas G- y J-, ante vocal átona palatal (e, i), dan
un sonido palatal sordo.
En cuanto a la morfonsintaxis, son frecuentes las contracciones entre
preposición y artículo (“polo”, “por él”). Asimismo, las formas del artículo determinado

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son “o”, “a”, “as”, que se usan delante del determinante posesivo (“o meu meniño”) y
delante de los nombres propios. En el verbo predomina el uso de los tiempos simples
sobre los compuestos. En cuanto al léxico, hay un dominio claro de palabras castellanas
que no se suelen adaptar a la estructura interna del gallego. Los vocablos autóctonos
se encuentran fundamentalmente en los campos de la agricultura y de la pesca.
El gallego se extiende fuera de sus fronteras. Se habla en Asturias hasta el río
Navia, en la provincia de León hasta la comarca de El Bierzo y en la comarca de
Sanabria, en Zamora. Carballo Calero divide la lengua gallega en cuatro subdialectos:
noroccidental, suroccidental, central y oriental.

El vasco y sus variedades dialectales


El actual vasco o euskera es descendiente de una de las lenguas primitivas de
la Península Ibérica. Existía antes de la expansión de los indoeuropeos. Por lo tanto, al
no ser una lengua indoeuropea, su origen se ha buscado entre otras lenguas habladas
en otro tiempo y en la misma región o en regiones vecinas, aportando distintas teorías
que pretenden explicar sus orígenes.
Una de dichas teorías sostiene que el vasco procede del ibero, tesis defendida
por Humboldt, que gozó de gran prestigio hasta el siglo XX. A partir de entonces, se ha
considerado que los elementos comunes entre ambas lenguas se explican por la
influencia del sustrato, ya que entonces el vasco se extendía hasta el Mediterráneo y la
Bética. Sea como fuere, lo cierto es que no se conoce con seguridad el origen de esta
lengua, que podría ser bereber.
En el vasco encontramos escasos restos del proceso de la romanización.
Durante la Edad Media se da un bilingüismo vasco-castellano. En el siglo XVI-XVII
aparece la primera variante escrita, el labortano. Durante los siglos XVIII y XIX se
produce una decadencia, hasta que en el siglo XX vuelve a renacer. En 1968, la Real
Academia de la Lengua Vasca crea el “euskera batua”, que determina una lengua
común sobre los dialectos que fuera fácilmente comprensible por todos los vascos y que
es el que, actualmente, se enseña en las ikastolas.
Algunas de sus características lingüísticas son las siguientes: el acento es móvil,
siendo determinada su posición por la estructura de la frase y las exigencias del énfasis;
el sistema vocálico está constituido por cinco vocales, al igual que el castellano; el
sistema consonántico es también muy semejante al castellano, aunque con una gran
riqueza de sibilantes. Tiende a palatalizar las consonantes, reduce las consonantes
dobles o geminadas a simples y elimina los grupos. El sustantivo y el adjetivo se
declinan, aunque de manera muy sencilla. En cuanto al verbo, es muy complejo. Dentro
de este campo, es especialmente particular la “pasividad”, esto es, la formación de la
voz pasiva, ya que sólo dispone de una voz y el sujeto es el paciente.
Por su arrinconamiento geográfico, el euskera pudo sobrevivir al peso de la
cultura latina y mantenerse en uso durante la difusión de las lenguas romances. Como
tributo, queda su importante falta de homogeneidad. La clasificación dialectal del
euskera fue establecida por el príncipe Bonaparte, quien distinguió ocho dialectos y 24
subdialectos. Los ocho dialectos principales son el vizcaíno, el guipuzcoano, el alto
navarro septentrional, el alto navarro meridional, el labortano, el bajo navarro occidental,
el bajo navarro oriental y el suletino. Por limitaciones espacio-temporales, no nos
detendremos a considerar los rasgos particulares de cada uno de ellos.

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VARIEDADES DIALECTALES DEL ESPAÑOL
Según Vicente García de Diego, el español o castellano es hoy un complejo
dialectal en el que se contemplan, junto a la variedad hablada en los solares primitivos
del idioma, una serie de hablas de tránsito entre el español del norte y las hablas
meridionales y atlánticas. Esto no impide que se mantenga la unidad y la mutua
comprensión gracias a la existencia de una norma culta que unifica y nivela las
diferencias locales y regionales.

Las hablas de tránsito


Las hablas de tránsito se refieren a aquellas variedades lingüísticas que
comparten rasgos de lenguas o dialectos vecinos. Vicente Zamora señala la existencia
de hablas de tránsito entre los dialectos históricos del Norte y las andaluzas y
americanas, muy impregnadas de castellano popular y rural. Entre estas hablas de
tránsito cita el extremeño, el murciano y el canario.
El extremeño se presenta como un habla de transición entre el dialecto aragonés
y el andaluz. El influjo del castellano de Madrid es muy intenso. El extremeño se extiende
por toda la geografía de Extremadura. Cáceres presenta más rasgos leoneses que
andaluces, mientras que en Badajoz ocurre lo contrario. De los caracteres leoneses el
más importante es el cierre de las vocales finales -o y -e en -u e -i. Del dialecto andaluz
ha heredado el yeísmo, el ceceo y el seseo, la confusión de -r y -l implosivas, la
aspiración de h- y de la j castellana. También es muy usual el diminutivo en “-ino”
(“mesina”).
El murciano posee un carácter híbrido entre el castellano y el aragonés. Se
extiende por la provincia de Murcia, Alicante y parte de Albacete. Entre sus rasgos
principales destacan la apertura de las vocales, como consecuencia de la supresión de
ciertas consonantes finales (“florę”); la confusión de la -l y la -r implosivas (“frore, flores);
la pérdida de la -d- intervocálica (“escapao”, escapado). Además, dentro del murciano
existe una variedad más cerrada, denominada “panocho”, un habla propia de la huerta
murciana, que está repleta de léxico particular y de rasgos autóctonos, entre los que
destaca una fuerte omisión de la “s” y de ciertas consonantes.
Por último, diferentes variedades dialectales conforman el canario. La variedad
lingüística del canario debe su existencia al tránsito frecuente de barcos que partían
para América y que tenían que hacer escala allí, así como a la llegada de colonos
portugueses, leoneses y andaluces. A estos últimos debe la mayoría de sus rasgos, que
se pueden resumir en los siguientes: el seseo, la aspiración de h-, confusión de r- y l-,
yeísmo, arcaísmos léxicos, etc.

El andaluz
El andaluz no deriva del latín; es un subdialecto del castellano, llevado a
Andalucía por repobladores cristianos a partir del siglo XIII y hasta principios del XVI. El
castellano no se generalizó hasta la conquista de Granada en 1492, y fue exportado a
América con la colonización. En este sentido, hay que tener en cuenta que las
expediciones colonizadoras salían de Sevilla, lo cual explicaría la presencia de rasgos
compartidos entre el andaluz y el español de América.
Algunos andalucismos han pasado a formar parte de léxico del español, como
“cantaor”, “bailaor”, “encalar”, etc. Además, se habla en las ocho provincias andaluzas,
aunque los rasgos de cada una de ellas no son homogéneos, por lo que podemos hablar

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de las hablas andaluzas orientales (Jaén, Granada y Almería), y occidentales (Sevilla,
Huelva, Cádiz, Málaga y Córdoba).
Hay pocos textos que reflejan formas propias de las hablas andaluzas. En el siglo
XV encontramos seseo/ceceo en el Cancionero de Baena y en la catedral de Sevilla. De
la pérdida de la -s final, un proceso muy amplio, sí que contamos con testimonios que
se remontan a mediados del siglo XIV.
Sus rasgos principales son:
- Creación de un signo fonológico para el plural mediante la apertura de las
vocales finales, ya que al aspirarse -s no había posibilidad de distinguir
singular y plural (“la casa”/ “lah casah”).
- El sistema vocálico andaluz presenta una configuración de cinco fonemas
tónicos y dos series de cinco elementos cada una en posición final,
distinguiendo vocales abiertas y cerradas.
- El seseo (“choriso”), y ceceo (“pazar”). El primero es más tolerado, mientras
que el segundo, que se extiende por las zonas interiores y costeras de
Huelva, Cádiz, Málaga, Granada y Almería, es considerado vulgar.
- Aspiración de -s implosiva y delante de -z y -r (“ehtoh niñoh”).
- Pérdida de -d y -r al final de sílaba (“bondá”).
- Confusión de -r y l- implosivas (“mi arma”, mi alma).
- La grafía ch del castellano se pronuncia como fricativa /š/: “er mušašo”.
- En Andalucía occidental, se sustituye el “vosotros” por “ustedes”.
En lo que se refiere al léxico, lo más característico es la presencia de abundantes
arcaísmos procedentes del mozárabe y de arabismos que no se han generalizado en el
resto de la Península, como “marjal” o “almud”.
Las hablas andaluzas están entre las más y mejor estudiadas de las variedades
del español. Sin embargo, la abundantísima bibliografía no ha tenido repercusión en el
conocimiento que el andaluz medio posee de su propia forma de hablar.

Dialectos históricos
Uno de los dialectos históricos más importantes es el asturleonés. Se habla en
Asturias, en el centro y oeste de Santander, en el norte y oeste de León, y en el oeste
de Zamora y Salamanca. La frontera se entrecruza con la del gallego-portugués, por lo
que recibe importantes influencias de éste. Es un dialecto arcaizante.
Una variedad dialectal del astur-leonés es el bable, el dialecto más desarrollado
y el que cuenta con mayor número de hablantes. Sus diferencias con el castellano son
tan claras que algunos hablan de una lengua aparte, y de hecho tiene su propia
Academia de la Lengua.
Los rasgos más característicos son: el cierre de las vocales finales, por lo que
o>u, e>i (“otru”); la metafonía e inflexión vocálica (“perro>perru>pirru”); la formación de
plurales en -es/-as (“les vaques”); la no diptongación de las abiertas (“bien>ben”); el
mantenimiento de la F-; la formación del diminutivo en -in, -ino/a, y en -uco (“libretina”);
la diptongación del verbo ser (“yo sou”), etc.
Otro de los dialectos históricos importantes es el navarro-aragonés.
Antiguamente se hablaba en todo el reino de Aragón. Hoy en día se mantiene y se
evidencian los rasgos arcaizantes en algunos valles, como el de Ansó, Hecho, Lanuza,
etc. Mantiene algunos rasgos comunes con las hablas castellanas peninsulares, sobre
todo con el leonés. Las características generales de este dialecto son la inestabilidad

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del timbre vocálico, la diptongación de e>ia (“tiarra”, “tiempo”), la pérdida de la -e final,
el diminutivo en -ico, etc.
El español de América
Según Diego Catalán el español de América constituye el conjunto lingüístico
mayoritario del español. Fue llevado allí por los conquistadores en el siglo XV y
principios del XVI. Conserva un fondo arcaico a pesar de las sucesivas capas del
español importado. En los niveles cultos, sin embargo, hay uniformidad. No podríamos
hacer aquí un resumen de todas sus características debido a la complejidad dialectal
que presenta.

CONCLUSIÓN
El ser humano posee una necesidad innata de comunicarse con el otro, y para
ello, el vehículo fundamental del que dispone es el lenguaje. Ahora bien, la lengua es
dinámica, posee una historia, detrás de la cual se esconden sucesos históricos,
culturales y sociales que han ido determinando su evolución. Conocer los principales
cambios lingüísticos que se han ido produciendo hasta llegar a la lengua tal y como la
hablamos ahora, es fomentar que el alumno desarrolle una mentalidad abierta a la
riqueza de su lengua, a lo que se añade el conocimiento de las distintas lenguas y
variedades dialectales de España.
La relación que este tema mantiene con aspectos políticos y sociales de la
actualidad contribuirá a que el alumno comprenda su propia actualidad, en la que
adquieren tanta relevancia algunos fenómenos como los regionalismos y nacionalismos,
que erigen como uno de sus principales estandartes la emulación de su lengua o
dialecto con respecto a la oficial. Por todas estas razones, es fundamental que el estudio
de la evolución de la propia lengua, así como del resto de lenguas de España y sus
variedades, se encuentre en el currículo de la E.S.O. y Bachillerato.

BIBLIOGRAFÍA

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Madrid, Gredos, pp. 209-281.

ECHENIQUE, M. T. Y MARTÍNEZ ALCALDE, M. J. (2005): Diacronía y gramática histórica de


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LAPESA, R. (1981), Historia de la lengua española, Madrid: Gredos.

MENÉNDEZ PIDAL, R. (1970), Gramática histórica, Madrid: Espasa-Calpe.

MORENO FERNÁNDEZ, F. Y OTERO ROTH, J (2007), Atlas de la lengua española en el


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ZAMORA VICENTE, A. (1970), Dialectología española, Madrid: Gredos.

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