Mito Del Amor Romántico

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com/latabernadelosmares/2008/1/30/el-mito-del-
amor-romantico-52-

La experiencia del enamorarse tal vez tenga como característica la ilusión de que
esa experiencia habrá de durar para siempre. En nuestra cultura semejante ilusión
se ve fomentada por el mito tan difundido del amor romántico que tiene su origen
en nuestros cuentos de hadas favoritos de la niñez. Cuentos en los que el príncipe y
la princesa una vez unidos viven siempre felices.

El mito del amor romántico nos dice, en efecto, que para cada joven del mundo
hay una joven que le está destinada y viceversa. Además el mito implica que hay
sólo un hombre destinado a una mujer y sólo una mujer a un hombre, lo cual está
predeterminado por los astros.

Cuando encontramos a la persona a la cual estamos destinados, la reconocemos al


enamorarnos de ella. Nos hemos encontrado con la persona señalada por el cielo y
como la unión es perfecta estaremos en condiciones de satisfacer siempre y para
siempre todas las necesidades de esa otra persona y luego viviremos felices en una
unión perfecta y armónica. Pero ocurre que no satisfacemos todas las necesidades
de la otra persona, sino que surgen fricciones y dejamos de estar enamorados;
entonces vemos con claridad que cometimos un terrible error, que interpretamos
equivocadamente los astros, que no nos entregamos a la única y perfecta persona
que nos estaba destinada, que lo que pensamos que era amor no era amor
“verdadero” o “real”; en esta situación nada se puede hacer, como no sea
continuar viviendo en la infelicidad o divorciarse.

Si bien en general compruebo que los grandes mitos son grandes precisamente
porque representan verdades universales que en ellos cobran cuerpo (en alguna
ocasión podríamos examinar varios de estos mitos), el mito del amor romántico es
una tremenda mentira. Quizás sea una mentira necesaria por cuanto asegura la
supervivencia de la especie al alentar y aparentemente validar la experiencia de
enamorarnos que nos atrapa en el matrimonio. Millones de personas malgastan
grandes cantidades de energía en un intento fútil y desesperado de hacer que la
realidad de sus vidas se ajuste a la irrealidad del mito.

Por ejemplo:
La señora A, se somete absurdamente al marido movida por un sentimiento de
culpa. “Realmente no amaba a mi marido cuando me casé”, dice. “Fingí que lo
amaba. Supongo que lo engatusé, de modo que ahora no tengo derecho a quejarme
y debo hacer todo cuanto él desea”.

El señor B. se lamenta: “Deploro no haberme casado con la señorita C. Creo que


habríamos hecho un buen matrimonio. Pero no me sentía locamente enamorado de
ella y entonces pensé que tal vez no fuera la persona conveniente para mí”.

La señora D., casada dos años atrás, se siente profundamente deprimida sin causa
aparente e inicia una terapia declarando: “No sé qué marcha mal. Obtuve todo lo
que necesitaba, incluso un matrimonio perfecto”. Sólo unos meses después la

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paciente es capaz de aceptar que ya no está enamorada de su marido y que esto no
significa que haya cometido un horrible error.

El señor E., también casado dos años atrás, comienza a sufrir intensos dolores de
cabeza por las noches y no puede creer que esos dolores sean psicosomáticos. “Mi
vida conyugal es excelente. Amo a mi mujer como el día en que me casé con ella. Es
todo lo que puedo desear”, pero dice, que los dolores de cabeza no le dejan
tranquilo hasta un año después cuando llega a admitir: “Me enloquece con su
manera de estar siempre pidiéndome y pidiéndome cosas sin considerar mi
sueldo”.

El señor y la señora F. reconocen mutuamente que han dejado de estar


enamorados y entonces se entregan a bajas infidelidades en su afán por encontrar
un “amor verdadero”, sin advertir que ese reconocimiento mismo podría marcar el
comienzo de su matrimonio en lugar de marcar su fin

Aun cuando las parejas hayan reconocido que la luna de miel terminó, que ya no
están románticamente enamorados, continúan aferrándose al mito al cual intentan
ajustar sus vidas. “Si bien ya no estamos enamorados, si obramos mediante la
fuerza de voluntad como si todavía lo estuviéramos, tal vez el amor romántico
vuelva a nuestra vida”, piensan.

Esas parejas valoran en alto grado la unión. Cuando entran en terapia grupal de
parejas, sus miembros suelen sentarse juntos, uno habla por el otro, uno sale en
defensa de los defectos del otro y tratan ambos de presentar al resto del grupo un
frente unido, en la creencia de que semejante unidad es un signo de relativo
bienestar del matrimonio y un requisito para su mejoramiento. Tarde o temprano,
generalmente temprano, a lo mejor habría que decirles a las parejas demasiado
íntimamente unidas que necesitan establecer cierta distancia psicológica entre sí
antes de poder trabajar constructivamente en sus problemas. A veces hasta sería
necesario separar a los miembros de una pareja físicamente, hacerlos sentar
apartados el uno del otro en el círculo del grupo. Siempre es necesario pedirles que
se abstengan de hablar el uno por el otro o defender el uno al otro contra el grupo.
En la terapia todas las parejas aprenden que aceptar verdaderamente la
individualidad de cada cual y su separación es la única base sobre la cual puede
fundarse un matrimonio maduro y puede crecer un verdadero amor. Éste es el
principio básico del matrimonio abierto a diferencia del matrimonio cerrado. El
matrimonio abierto es tal vez la única clase de matrimonio maduro realmente
saludable y no seriamente destructivo de la salud y crecimiento espirituales de los
miembros de la pareja.

Mi pregunta es:¿Tienen algo que decir sobre todo esto las religiones, la Iglesia
católica? Cuando nuestros obispos y cardenales hablan y hablan sobre las
maravillas del matrimonio, ¿qué aportan? ¿Experiencia propia o experiencia
ajena; ciencia infusa o el don de la Fe? ¿No estarán acaso hablándonos de un
jardín que ellos nunca cultivaron?

¿Es el amor romántico una realidad, un lujo, o un “éxtasis” de un fin de semana?


¿Ustedes qué piensan? Mientras, sean felices, pásenlo bien. Es el deseo de
César R. Docampo.

2
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Pilar Sampedro

El mito del amor y sus consecuencias


en los vínculos de pareja
(Página Abierta, 150, julio de 2004)

Te vas porque yo quiero


Que te vayas.
Y a la hora que yo quiero
Te detengo.
Yo sé que mi cariño te hace falta
Aunque quieras o no.
Yo soy tu dueño.
(Ranchera. La media vuelta. José Alfredo Jiménez)

Todo amor es fantasía;


Él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
Inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.
(Machado).

Actualmente, la violencia doméstica se ha convertido en una cuestión con una


dimensión pública mayor que en otras épocas debido a la gran cantidad de
interpretaciones que sobre ella se realizan desde diferentes instancias. La idea
de este artículo no es aportar un análisis más sobre el tema, sino plantear una
reflexión sobre un asunto que nos afecta a todas las personas en alguna
medida y que, en el caso de las mujeres, es una de las muchas variables que
sustentan las situaciones de violencia. Me refiero al modelo amoroso de
nuestra cultura occidental, al mito del amor-pasión y a sus consecuencias en
las relaciones de pareja actuales.

Intentaré analizar brevemente este modelo y sus proyecciones en el presente


para plantear como hipótesis que uno de los factores (evidentemente no el
único ni el más importante) que facilita, favorece y sustenta la violencia de
género más dramática y también las microviolencias cotidianas en las
relaciones de pareja, es el modelo de amor “romántico” presente en nuestra
cultura. Mi reflexión comienza cuando observo que en los relatos de las
mujeres que han sufrido algún tipo de violencia por parte de su pareja aparecen
sistemáticamente elementos de esta idea del amor que he llamado romántico
sobre el que estas mujeres han construido su universo y su biografía.

3
La idealización del amor-pasión

Nuestra cultura es excesivamente compleja como para explicar los asuntos de


la pasión y el corazón como si fuesen únicamente una cuestión de hipotálamo,
de feromonas, de olor corporal o de evolución (elegimos al más apto para
procrear). Mi experiencia en el campo de la clínica y la terapia de pareja me
hace pensar que el tema del enamoramiento es mucho más complejo y tiene
que ver, sobre todo, con la construcción que nuestra cultura realiza sobre el
amor. Explicar cómo la ideología del amor y el cebo del romanticismo sustentan
en nuestras sociedades la estructura familiar supone, desde mi punto de vista,
entender cómo, a estas alturas de nuestra historia, el matrimonio y la pareja
siguen siendo núcleos fundamentales en la organización de nuestras
comunidades.

En una encuesta realizada por el sociólogo José Luis Sangrador (1) aparece el
dato significativo de que el 90% de las personas encuestadas manifiestan que
no se casarían con alguien del que no se sintiesen enamoradas. ¿Cómo se
consolida, pues, el matrimonio en sociedades no utilitaristas y librepensadoras?
Uniéndolo a la pasión. Lo que no parece que aprendamos es que el amor
novelesco triunfa sobre gran cantidad de obstáculos, pero hay uno contra el
que se estrellará siempre: la duración.

Sin la idealización del amor-pasión es bastante probable que nuestros


escépticos y cada vez más laicos jóvenes no se unirían ni por lo civil ni por la
Iglesia para crear una familia. En todo caso, tendrían más claro que el
matrimonio convenido para pagar el piso o la luz a medias, construir una célula
económica o tener hijos o mantener relaciones sexuales es más una cuestión
de contrato y no tanto una unión romántica o pasional. Descubrir esta trampa,
analizarla y asumirla genera bastante confusión en nuestras vidas, algunas
dificultades, frustración y muchas consultas. Lo que más esquizofrenia
produce en las parejas es que la pasión arruina la idea misma de matrimonio
precisamente cuando se les había presentado como sustentadora y motivadora
de él.

Para hablar de esta ideología del amor o su construcción social me remito a un


sociólogo e historiador suizo (2) y a su ensayo El amor y Occidente. Para Denis
de Rougemont, la cultura occidental, a través de su lírica, nos presenta un
modelo amoroso que tiene una serie de características: la idea del amor
presupone el gusto por las desgracias, por los amores imposibles (Tristán e
Isolda, Romeo y Julieta), la hiperidealización del amor y de la persona amada.
De tal forma es así que el amor feliz no tiene historia, sólo el amor amenazado
y condenado es novelesco y cinematográfico. Lo que exalta el lirismo
occidental no es el placer de los sentidos ni la paz fecunda de la pareja, no es
el respeto y el conocimiento del otro, sino el amor como pasión sufriente.

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El amor en la literatura y el cine

En la literatura y el cine los personajes que encarnan a los héroes románticos


no se aman; lo que aman es el amor, el hecho mismo de amar. Y actúan como
si hubiesen comprendido que todo lo que se opone al amor lo preserva y lo
consagra en su corazón, para exaltarlo hasta el infinito. Los amantes son más
felices en la desgracia de amor que en la tranquilidad cotidiana del afecto
mantenido. Se necesitan uno a otro para arder, pero no al otro tal y como es, y
no la presencia del otro, sino más bien su ausencia. Son los obstáculos más
graves los que se prefieren por encima de todo para engrandecer la pasión.

A veces no es el obstáculo lo que está al servicio de la pasión fatal, sino que, al


contrario, se ha convertido en la meta, en el fin deseado por sí mismo. Pienso,
por ejemplo, en la psicología de los celos, deseados o provocados,
solapadamente favorecidos para volver a sentir como al principio, y en toda la
literatura que se ha generado en torno a ellos.

La literatura dotó de lenguaje a la pasión. ¿Cuántas personas reconocerían el


sentimiento amoroso si no hubiesen oído hablar jamás de él? (…) La adopción
de cierto lenguaje implica y favorece el desarrollo de ciertos sentimientos: “mi
vida ha sido una larga espera hasta encontrarte”, “no puedo vivir sin ti”, “sin ti
no soy nada”, “pasión que aísla del mundo”, “quemadura suave”, “te quiero más
que a mi vida”, “mátame de pena pero quiéreme”.

Por supuesto que actualmente en la literatura y en el cine se cuentan historias


que nos dicen lo que pasa después del “fueron felices y comieron perdices”,
pero aquí estoy hablando de nuestros mitos. Lo que hace que una historia se
convierta en mito es precisamente ese imperio que ejercen sobre nosotros y a
pesar nuestro y generalmente sin que lo sepamos.

Un mito es una historia, una fábula simbólica, simple y patente, que resume un
número infinito de situaciones más o menos análogas. El mito permite captar
de un vistazo ciertos tipos de relaciones constantes y destacarlas del revoltijo
de las apariencias cotidianas. En un sentido más estricto, los mitos traducen las
reglas de conducta de un grupo. El mito se deja ver en la mayor parte de
nuestras películas y novelas, en su éxito entre las masas, en las complacencias
y los sentimientos que despiertan, en nuestros sueños de amores milagrosos.

El mito de la pasión actúa en todos los lugares en los que ésta es soñada como
un ideal y no temida como una fiebre maligna (…) Vive de la misma vida que
nuestro romanticismo. Racionalmente, sabemos que la pasión y el deseo se
acaban, que la vida en común es complicada e implica una negociación
constante, que la convivencia transforma irremediablemente el deseo; sin
embargo, vivimos aún en la idea del mito del amor-pasión que ha generado y
genera un prototipo de relación. Sabemos que el amor es una cosa pero

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fantaseamos con otra: un amor eterno, único y permanente en el tiempo.

Una construcción de Occidente

El mito del amor pasional es una construcción de Occidente. En Oriente y en la


Grecia contemporánea de Platón el amor es concebido como placer, como
simple voluptuosidad física. Y la pasión, en su sentido trágico y doloroso, no
solamente es escasa, sino que además, y sobre todo, es despreciada por la
moral corriente como una enfermedad frenética.

El concepto de amor no existe en China. El verbo amar es empleado sólo para


definir las relaciones entre la madre y los hijos. El marido no ama a la mujer,
“tiene afecto por ella”. A los chinos se les casa muy jóvenes y el problema del
amor no se plantea. No comparten las eternas dudas europeas: ¿es amor o no
esto que siento?, ¿amo a esta mujer, a este hombre o siento sólo afecto?,
¿amo a ese ser o amo al amor? Tampoco sienten desesperación o dolor
cuando descubren que han confundido el amor con las ganas de amar. Un
psiquiatra chino consideraría síntomas de locura estas cuestiones. Mientras
que en muchos países los matrimonios son concertados previamente, en
nuestras sociedades, la base de una institución social básica, la familia, se
fundamenta en el amor romántico.

El ideal romántico construido culturalmente ofrece al individuo un modelo de


conducta amorosa, organizado alrededor de factores sociales y psicológicos;
durante nuestra larga socialización aprendemos lo que significa enamorarse, le
asociamos a ese estado determinados sentimientos que debemos tener, el
cómo, el cuándo, de quién y de quién no... Algunos elementos son prototípicos:
inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor,
fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de
encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en
una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de
verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así,
entre ambos, un todo indisoluble.

Este concepto de amor aparece con especial fuerza en la educación


sentimental de las mujeres. Para nosotras, vivir el amor ha sido un aspecto que
empalidece a todos los demás. Nuestras heroínas literarias como madame
Bobary, la Regenta, Julieta, Melibea, la Dama de las Camelias, Ana
Karenina...viven el amor como proyecto fundamental de su vida. La escritora
Lourdes Ortiz (3) analiza cómo en la mayoría de estas historias vemos que lo
que para la protagonista es la vida entera, para el personaje masculino es sólo
una parte de su existencia. El amor como proyecto prioritario y sustancial sigue
siendo fundamental para muchas mujeres, sin el cual sienten que su existencia
carece de sentido.

A pesar de los cambios profundos conseguidos en el siglo XX por el

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movimiento feminista, las mujeres, en mayor medida que los hombres, asumen
ese modelo de amor y de romanticismo que nos hace ordenar nuestra biografía
y nuestra historia personal en torno a la consecución del amor. Muchas mujeres
buscan aún la justificación de su existencia dando al amor un papel vertebrador
de la misma, concediéndole más tiempo, más espacio imaginario y real,
mientras que los hombres conceden más tiempo y espacio a ser reconocidos y
considerados por la sociedad y sus iguales (4).

Mientras que, por lo general, solemos elegir a las amistades entre aquellas que
más nos gratifican, que más nos respetan y que más compensaciones
emocionales y afectivas nos reportan, sin embargo, es posible que nos
relacionemos a nivel de pareja con personas que no sólo no nos gratifican, sino
que nos llenan de amargura, sufrimiento y daño físico y psíquico. ¿Cómo
explicar la persistencia del amor o la relación en estos casos? ¿Cómo se puede
amar a quien te mortifica y anula? No es una cuestión de irracionalidad, y me
niego a creer que las personas, sobre todo mujeres, que viven estas
situaciones son tontas, masoquistas o descerebradas. Es importante que
comencemos a explicar esos amores patéticos y llenos de sufrimiento,
sacrificios personales y renuncias, sobre todo cuando, en mayor o menos
medida, muchas personas han vivido y soportado en sus relaciones de pareja
alguna que otra humillación, falta de respeto por sus opciones u opiniones,
limitaciones a la libertad, algún que otro desprecio, presiones para hacer esto o
lo otro, chantajes e imposiciones.

La “espiral de violencia”

Las mujeres que “aman demasiado”, aquellas que buscan el amor romántico
obstaculizado por la elección de personas difíciles, agresivas o controladoras
tienen más posibilidades de vivir en la violencia, consentirla y permanecer en
ella, porque esa relación es la que da sentido a su vida.

Una de las características que tienen todas las historias relatadas por mujeres
que sufren maltrato es precisamente esa discontinuidad en la relación. No son
historias afectivas templadas por los años, sino que aparecen siempre
intervalos de paz y dolor, fases de “luna de miel” entre los episodios de
maltrato: hoy te maltrato y mañana te amo más que a mi vida, sin ti no soy
nada, perdóname, te quiero; todo ello acompañado de muestras extraordinarias
de cuidados y cariño hasta la próxima escena. Se le ha dado el nombre técnico
de “espiral de violencia”, en la que los episodios de maltrato son cíclicos.

Cuando las mujeres se plantean abandonar al maltratador tienen que


reconstruir su nueva biografía en un contexto ajeno a sus tradiciones y
abandonar un lugar en el que se comportaban como amantes esposas y
madres. Se trata de dejar su proyecto vital; renunciar al amor es el fracaso
absoluto de su vida, y es muy difícil que vean en ese cambio una promesa de
vida mejor. Las mujeres siguen interpretando la ruptura matrimonial como un
problema individual, como una situación estresante y anómala y no como la

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liberación de una situación opresiva que, además, debe ser tratada como
problema colectivo y no individual. Y en este sentido, es la sociedad la que
debe rehabilitarse, la que debe ser llevada a terapia, porque son las
construcciones, las historias y los mitos de esa sociedad los que están en el
origen y la raíz del problema de la violencia doméstica.

Nuestro modelo social es el máximo legitimador de éstos y otros


comportamientos, y como tal, la violencia doméstica será el plato de todos los
días si no somos capaces de cuestionarnos qué tipo de sociedad genera
maltratadores, qué sociedad genera esta patología del vínculo amoroso. A su
vez, debemos pensar qué tipo de cultura es la nuestra para que mujeres
capaces y adultas soporten, en nombre del amor, la humillación y el
sufrimiento; para que, en lugar de escapar de esas situaciones, busquen
soluciones peregrinas y absurdas como tener hijos, automedicarse o disculpar
a su pareja para no perder aquello que fundamenta su vida: el amor.

Condenar la pasión en bloque sería querer suprimir uno de los aspectos de


nuestra creatividad y de nuestra historia. Además de imposible, es una tarea
titánica. Mi pretensión es sólo la de alertar, prevenir, analizar, aislar la pasión,
desmontarla, si se quiere, para observarla y conocer mejor sus propiedades.
Hacernos más conscientes de este proceso nos hace más libres, y hablar de la
utopía nos acerca más a ella y a sus posibilidades, a la búsqueda de relaciones
más alternativas al modelo al uso, de mayor calidad, más plásticas y que nos
ahorren sufrimiento. Mi experiencia profesional y también personal me dice que
quien da mucha importancia a su vida amorosa en detrimento de otros
aspectos vitales sufre más, se suscribe antes al sufrimiento como meta, en
comparación con aquellas personas que muestran menos interés por el campo
sentimental y que ponderan en su justa medida la vivencia del amor.

Me gustaría educar a las nuevas generaciones en un análisis más crítico de


este modelo amoroso y estaría más conforme si les hiciéramos planteamientos
más realistas sobre la arbitrariedad de la elección amorosa. Me gustaría que
entendamos que no hay nadie en el mundo que pueda colmarnos definitiva y
eternamente, que los afectos son múltiples, de diferente pelaje y complejidad,
que el amor no puede basarse en renuncias y sacrificios y que nunca
deberíamos abandonar nuestra individualidad, nuestros proyectos personales,
nuestro espacio propio en aras del amor.

___________________
(1) Sangrador, José Luis: “Consideraciones psicosociales sobre el amor
romántico”, Psicothema, 1993, vol 5, Suplemento, pp.181-196.
(2) De Rougemont, Denis (1979): El amor y Occidente, Editorial Kairós,
Barcelona.
(3) Ortiz, Lourdes (1997): El sueño de la pasión, Planeta, Barcelona.
(4) Altable Vicario, Charo (1998): Penélope o las trampas del amor, Nau Llibres,
Valencia.

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5 de agosto de 2010
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romantico.html

Los mitos del Amor Romántico (Coral Herrera Gómez)

La palabra "mito" proviene del vocablo griego “mythos”, comúnmente interpretado en


nuestra lengua como "narración" o "relato". Los mitos ayudaron a los seres humanos a
explicar los fenómenos naturales y poseyeron siempre un poder de trascendencia, una
dimensión emotiva, religiosa y espiritual que se expresaba simbólicamente a través de
relatos. Platón y Aristóteles lo usarán como término opuesto a logos, que es el discurso
razonado y objetivo. La palabra mythos en la Antigüedad, posee así unas connotaciones
emotivas y ficcionales; los mitos eran explicaciones del mundo no racionales, y por
tanto no servían para explicar la realidad ni para acceder al conocimiento, aunque ni
Platón ni Aristóteles consiguieron elaborar su Filosofía sin recurrir a ellos.

Eros y Psique

Entre todas las definiciones que hemos encontrado, nos parece que la definición de

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Carlos García Cual es una de las más eficaces y concretas: “Mito es un relato
tradicional que refiere la actuación memorable y ejemplar de unos personajes
extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano. (…) El relato mítico tiene un
carácter dramático y ejemplar. Se trata siempre de acciones de excepcional interés
para la comunidad, porque explican aspectos importantes de la vida social mediante la
narración de cómo se produjeron por primera vez tales o cuales hechos”.

Por su parte, Karen Armstrong (2005) afirma que los mitos más impactantes tratan
sobre situaciones límite y nos obligan a ir más allá de nuestra experiencia. Tratan de lo
desconocido; su función es ayudarnos a hacer frente a los conflictos humanos. En
este sentido, los mitos han sido la base de todas las culturas humanas, porque han
otorgado a la sociedad modelos de conducta y actitudes, han ofrecido héroes y heroínas
que superaban situaciones difíciles con valentía, inteligencia, astucia o estrategias. En
los orígenes, ayudaban a las personas a encontrar su lugar en el mundo y su verdadera
orientación, porque ayudan a saber de dónde venimos (mitos sobre antepasados), a
dónde vamos, y también ayudan a explicar esos momentos sublimes en que nos
sentimos transportados más allá de nuestras preocupaciones prosaicas.

Todas las mitologías hablan de un mundo paralelo al nuestro; es una realidad


invisible pero más intensa que a veces se identifica con el mundo de los dioses. A
esta creencia se la ha llamado “filosofía perenne” porque ha impregnado la mitología y
la organización ritual y social de todas las sociedades antes del advenimiento de nuestra
modernidad científica, y todavía hoy sigue influyendo en las sociedades tradicionales.
Los mitos explicaban cómo se comportaban los dioses para permitir a hombres y
mujeres imitar a esos seres poderosos, y así experimentar ellos también la
divinidad.

Armstrong cree también que el mito es una guía, que transmite un código ético y que,
además, ha configurado la base de todas las religiones. En el caso de las religiones
monoteístas como la cristiana, la musulmana y la budista, todas se han forjado a
partir del mito del viaje heroico, que nos explica qué tenemos que hacer si
queremos convertirnos en seres humanos completos: “El héroe tiene la sensación de
que en su vida o en su sociedad falta algo. Por eso abandona el hogar o emprende
peligrosas aventuras. Lucha contra monstruos, escala montañas inaccesibles y
atraviesa oscuros bosques, y mientras su antiguo yo muere y el héroe descubre algo o
aprende alguna habilidad que después transmite a su pueblo. (…) El mito del héroe
está tan arraigado que hasta la vida de figuras históricas como Buda, Jesús, o Mahoma
se cuenta siguiendo ese esquema arquetípico probablemente forjado en la era
paleolítica”.

El mito, pues, ha estado siempre asociado a la experiencia de lo trascendente,


inherente a la condición humana. Los humanos necesitan irrupciones en la rutina y la
realidad de la vida cotidiana para trascenderla, para experimentar otras dimensiones
temporales gracias a la intensidad de lo vivido. Siempre han necesitado esos
mecanismos de escape que les sitúen en otra realidad, que les arrebaten, que les hagan
entrar en éxtasis o en trance para sentir que pueden superar el aquí y el ahora.

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El beso de Rodin

Joseph Campbell (1964) afirma que una de las funciones del mito es apoyar el
orden social en vigor, para integrar al individuo. Según él la función social de una
mitología y de los ritos que la expresan es fijar en todos los miembros del grupo en
cuestión un “sistema de sentimientos” que habrá de unirle espontáneamente a los fines
de dicho grupo. Kirk (1990) cree que los mitos surgieron como trucos narrativos que
utilizaron los humanos para socializar a los niños y facilitar su integración psíquica
en la sociedad. Son, desde este punto de vista, narraciones contra el terror que provoca
lo desconocido, explicaciones del mundo que guían a los humanos en sus primeras fases
de socialización.

Los mitos, sin embargo, no han permanecido invariables; cambian con las culturas,
se adaptan a nuevas realidades socioeconómicas y políticas que se consolidan gracias al
apoyo del sistema simbólico y mitológico creado para sustentarlo. En Occidente, pese al
proceso de desacralización de la sociedad característica de la posmodernidad, los mitos
siguen cumpliendo estas funciones, aunque con variaciones.

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Denis De Rougemont (1939) cree que necesitamos los mitos “para expresar el hecho
oscuro e inconfesable de que la pasión está vinculada con la muerte y que supone la
destrucción para quienes abandonan a ellas todas sus fuerzas. (…) La oscuridad del
mito nos permite, así, acoger su contenido disfrazado y gozar de él con la imaginación,
sin tomar una conciencia lo bastante clara para que estalle la contradicción”. El mito
expresa esas contradicciones y actúa en todos los lugares “en que la pasión es soñada
como un ideal y no temida como una fiebre maligna”. También en los lugares en que la
fatalidad es requerida, imaginada como una bella y deseable catástrofe.

Tristán e Isolda

Centrándonos en los mitos del amor de pareja, De Rougemont cree que el mito del
amor cortés ha llegado a nosotros a través de la Literatura (…)

El principal mito que encontramos en el romanticismo es la frase que concluye los


relatos de amor: “y vivieron felices, y comieron perdices”. La estructura mítica de la
narración amorosa es casi siempre la misma: dos personas se enamoran, se ven

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separadas por diversas circunstancias, obstáculos (dragones, bosques encantados,
monstruos terribles) y barreras (sociales y económicas, religiosas, morales, políticas).
Tras superar todos los obstáculos, la pareja feliz por fin puede vivir su amor en libertad.
Evidentemente, como mito que es, esta historia de obstáculos y superaciones está
atravesada por las ideologías patriarcales, que ponen la misión en manos del héroe,
mientras que la mujer espera en su castillo a ser salvada: él es activo, ella pasiva (el
paradigma de este modelo es la Bella Durmiente, que pasó nada más y nada menos
que CIEN!!!!! años dormida esperando a su príncipe).

Y es que los dos principales mitos del amor romántico son el príncipe azul y la
princesa maravillosa, basados en una rígida división de roles sexuales (él es el
salvador, ella es el descanso del guerrero) y estereotipos de género mitificados (él es
valiente, ella miedosa, él es fuerte, ella vulnerable, él es varonil, ella es dulce, él es
dominador, ella es sumisa). Estos modelos de feminidad y masculinidad patriarcal son
la base de gran parte del dolor que experimentamos al enamorarnos y desenamorarnos,
porque se nos vende un ideal que luego no se corresponde con la realidad.

Principalmente porque todos somos fuertes y frágiles, activos y pasivos, dominadores y


sumisos; pero curiosamente nos encajonamos en unas etiquetas que determinan nuestra
identidad, sentimientos, actitudes y comportamiento para toda la vida. Estas etiquetas
nos dan una seguridad (soy el abuelo en la familia, soy el profesor en la escuela, soy la
esposa complaciente, soy la ejecutiva agresiva, soy el adolescente problemático, soy el
chico romántico, soy la joven alocada, soy el jefe tiránico…), pero nos quitan libertad
para reinventarnos, para cambiar, evolucionar o aprender nuevas formas de
relacionarnos. La pareja, por ejemplo, es una categoría social mitificada como el lugar
donde hallar gozo, paz, calma, tormento, alegrías, estabilidad, bajo la promesa de la
fusión total. Son muchos los enamorados y enamoradas que desean levantar cuanto
antes su amor sobre la estructura sólida de la pareja feliz, un mito que ayuda a concluir
los relatos y que se presenta como el paraíso sentimental gracias al cual evadirnos de
esta realidad.

Hasta ahora la feminidad pasiva ha sido mitificada en los relatos para tranquilizar a
los machos y suavizar su ancestral miedo a las mujeres, por un lado, y para ofrecer
modelos de sumisión idealizada a las mujeres, por otro. Muchas de las mujeres de las
culturas patriarcales han sido educadas para asumir en muchos casos el rol de mujer
fiel cuya máxima en la vida no es alcanzar la libertad (deseo masculino por
excelencia), sino el amor a través de un hombre (lo que se supone que es normal en
las mujeres).

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La princesa del cuento es una mujer de piel blanca y cabellos claros, rasgos suaves,
voz delicada, que se siente feliz en un ámbito doméstico (generalmente un lujoso
palacio, al cuidado de sus padres) y cuyas aspiraciones son muy simples: están siempre
orientadas hacia el varón ideal de sus sueños. La princesa es leal a su amado, lo espera,
se guarda para él, como hiciera Penélope durante más de veinte años esperando a Ulises.
La princesa encontrará su autorrealización en el gran día de su vida; la boda con el
príncipe. La princesa es una mujer discreta, sencilla, llena de amor y felicidad que
quiere colmar de cuidados y cariño a su esposo y que además le dará hijos de cuya
paternidad podrá estar seguro. Es una mujer buena frente a las mujeres malas,
aquellas representadas como seres malvados, egoístas, manipuladores, caprichosos,
insaciables, débiles y charlatanes. Las malas disfrutan pasionalmente del sexo, pero a
pesar de que atraen a los hombres por su inteligencia y sus encantos, no ofrecen
seguridad al macho, que casi nunca las eligen para ser princesas ni les piden
matrimonio. Son tan atractivas como peligrosas, por eso evitan enamorarse de ellas,
como fue el caso de Ulises con Circe.

El príncipe azul es otro mito que opera en el imaginario femenino porque se nos ofrece

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siempre como figura salvadora, del mismo modo que Jesucristo o Mahoma salvaron a la
Humanidad de sus pecados. Notesé que Eva es la mujer mala por cuya curiosidad y
desobediencia los seres humanos fuimos condenados al dolor y la muerte. Sólo un
Hombre como Jesús podía venir a salvarnos; pero ni con su muerte logró que su
padre nos perdonase.

Jesús es un hombre bueno y valiente que cree en las causas justas y no le importa
sacrificarse por ellas. Del mismo modo, el príncipe azul es un héroe porque pone la
misión (matar al dragón, encontrar al tesoro, derrotar a las hordas malvadas, devolver el
poder a algún rey, etc) por delante de su propia vida. El príncipe azul es un hombre
activo, saltarín, espadachín, gran atleta, buen jugador, gran estratega, noble de corazón.
Es joven, travieso, algo ingenuo; a las mujeres les derrite este modelo porque es un ser
valiente y bueno que necesita campo para correr y que pese a su gallardía, es tierno y
dulce en la intimidad. El príncipe se convierte en Hombre en todos los relatos,
porque la aventura que vive es su rito de paso de la juventud a la adultez, dado que
tiene que superarse a sí mismo para poder lograr su triunfo (el amor de la princesa
rosa). Así podrá protegerla, enseñarla, amarla para siempre y hacerle muchos
hijos.

Estos dos mitos de género y la mayor parte de los mitos amorosos surgieron en la época
medieval; otros han ido surgiendo con el paso de los siglos, y finalmente se
consolidaron en el XIX, con el Movimiento Romántico. De ellos nos quedan, según
Carlos Yela García (2002), unos cuantos que configuran nuestras estructuras
sentimentales en la actualidad:

• Mito de la media naranja, derivado del mito amoroso de Aristófanes, que supone que
los humanos fueron divididos en dos partes que vuelven a unirse en un todo absoluto
cuando encontramos a nuestra “alma gemela”, a nuestro compañero/a ideal. Es un mito
que expresa la idea de que estamos predestinados el uno al otro; es decir, que la otra
persona es inevitablemente nuestro par, y solo con ella nos sentimos completos. El
mito platónico del amor expresa un sentimiento profundo de encuentro de la persona
consigo misma, “y su culminación es recuperar los aspectos que nos fueron amputados
y de esa manera, recuperar nuestra propia y completa identidad. Es decir, poder ser todo
lo que somos y lo más plenamente posible” (Coria, 2005). El mito de la media naranja
sería una imagen ingenua y simplificada del mito platónico que intenta transmitir esa
búsqueda de la unidad perdida, pero su principal defecto es, según Coria, que uno más
uno termina resultando uno, lo cual es un grave error, no sólo aritmético, que es
asimilado mayoritariamente por mujeres.

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• Mito de la exclusividad: creencia de que el amor romántico sólo puede sentirse por
una única persona. Este mito es muy potente y tiene que ver con la propiedad privada y
el egoísmo humano, que siente como propiedades a las personas y sus cuerpos. Es un
mito que sustenta otro mito: el de la monogamia como estado ideal de las personas en la
sociedad.

• Mito de la fidelidad: creencia de que todos los deseos pasionales, románticos y


eróticos deben satisfacerse exclusivamente con una única persona: la propia pareja.

• Mito de la perdurabilidad (o de la pasión eterna): creencia de que el amor


romántico y pasional de los primeros meses puede y debe perdurar tras miles de días (y
noches) de convivencia.

• Mito del matrimonio o convivencia: creencia de que el amor romántico-pasional


debe conducir a la unión estable de la pareja, y constituirse en la (única) base del
matrimonio (o de la convivencia en pareja). Esto nos crea problemas porque vimos que
la institucionalización de la pasión, y el paso del tiempo, acaban con ella. Por eso nos
divorciamos y buscamos nuevas pasiones que nos hagan sentir vivos, pero en seguida la
gente vuelve a casarse, cometiendo el mismo error que la primera vez. El matrimonio en
la Era de la soledad ha visto, así, aumentada su dimensión mitológica e idealizada (…).
Eso significa también que lo que mantiene unido al matrimonio y a la familia no es
tanto el fundamento económico y el amor, sino el miedo a la soledad” (Ulrick y
Elisabeth Beck, 2001).

• Mito de la omnipotencia: creencia de que “el amor lo puede todo” y debe permanecer
ante todo y sobre todo. Este mito ha sujetado a muchas mujeres que han creído en este
poder mágico del amor para salvarlas o hacerlas felices, pese a que el amor no siempre
puede con la distancia, ni los problemas de convivencia, ni la pobreza extrema.

• Mito del libre albedrío: creencia que supone que nuestros sentimientos amorosos son
absolutamente íntimos y no están influidos de forma decisiva por factores socio-
biológicos-culturales ajenos a nuestra voluntad.

• El mito del emparejamiento: creencia en que la pareja es algo natural y universal.

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Gracias a nuestra actividad racional, la Humanidad puede no solo construir mitos, sino
también deconstruirlos, porque en ellos están insertos los miedos, las motivaciones, el
sistema de creencias, los valores, la ética, los modelos a seguir y los deseos de los
miembros de esa cultura. En el caso del romanticismo patriarcal, creo que es
fundamental exponer las entrañas de sus mitos para poder acabar con la
desigualdad y con el patriarcado a nivel narrativo, emocional e ideológico. Es
importante mostrar la falsedad de esas idealizaciones que nos encajonan en unas
máscaras sociales, que empobrecen nuestras relaciones y nos hacen sufrir porque
chocan con la Realidad, generalmente menos bella y maravillosa que la fantasía
amorosa.

La simplicidad de los estereotipos de género invisibiliza la amplia gama de modos


de ser, de estar y de relacionarse que existen para hombres, mujeres y gente
transgénero. Nos encierra en unos supuestos sobre lo que deberíamos ser, cómo
deberíamos estar y sentir. De igual modo, los mitos amorosos crean unas expectativas
desmesuradas que luego causan una intensa decepción, más hoy en día que no tenemos
tolerancia al no; nos frustra todo enormemente porque nos ilusionamos con las
promesas que nos venden en los relatos de la sociedad globalizada. El modelo de amor
idealizado y cargado de estereotipos aprisionan a la gente en divisiones y clasificaciones
perpetuando así el sistema jerárquico, desigual y basado en la dependencia de sus
miembros en el que vivimos.

El beso de Gustav Klimt

Además, provocan dolor en la gente porque el amor no es eterno, ni perfecto, ni


maravilloso, ni nos viene a salvar de nada. La utopía del amor romántico, con sus
idealizaciones, es la nueva religión colectiva que nos envuelve en falsas promesas de
autorrealización, plenitud, y felicidad perpetua. De ahí la insatisfacción permanente y la
tensión continua entre el deseo y la Realidad que sufrimos los habitantes de la
posmodernidad.

Y es que nos pasamos la vida sufriendo decepciones precisamente por estas


“ilusiones” que nos invaden en forma de espejismo. Es cierto que nos ayudan a
evadirnos, pero quizás estamos en un momento en el que deberíamos dejar de
entretenernos y de escaparnos tanto de la Realidad que no nos gusta. La
desigualdad, la pobreza, el hambre, las guerras, el engaño de políticos y empresarios a

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las comunidades, el destrozo medioambiental y la sensación de que nada es lo que
parece (ni la democracia, ni la paz, ni los Estados) invaden los telediarios. Y mientras,
las mujeres siguen esperando a su príncipe azul y los hombres a sus princesas virginales
en un círculo vicioso que no se completa jamás, porque no existen y porque las
personas somos infinitamente más complejas y contradictorias que los personajes
planos de los cuentos patriarcales.

Lo lógico debería ser poder transformar los relatos, contar nuevas historias, cambiar los
modelos idealizados que han quedado obsoletos, construir héroes y heroínas de carne y
hueso, crear nuevos mitos que nos ayuden a construir unas sociedades más justas,
igualitarias, ecologistas, cultas y pacíficas. Encaminar nuestros esfuerzos al bien
común, trabajar para proponer otras realidades, luchar por construir otras nuevas en
lugar de huir de lo que hay mediante paraísos emocionales y promesas de salvación
individuales.

Coral Herrera Gómez

El mito del amor romántico (Entrevista a Coral


Herrera Gómez)
mayo 19, 2010 por califragilistico

Doctora en Humanidades y especialista en Teoría de Género

CORAL HERRERA GÓMEZ

“En los cuentos los hombres representan lo positivo, el progreso, la superación de


obstáculos; las mujeres son recompensas a esos triunfos, piezas de caza”.

Corla Herrera Gómez

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La literatura y el cine han contribuido a imponer en Occidente el ideal del amor
romántico, un modelo que reserva papeles distintos a hombres y mujeres. Coral
Herrera Gómez lleva años estudiando la configuración de ese modelo y está a
punto de publicar el libro ‘La construcción sociocultural del amor romántico’.
Autora también de la página especialistaenamor.com, explica qué esperan del
amor hombres y mujeres.

¿El amor es una utopía?

La posmodernidad es una etapa marcada por la insatisfacción permanente. El hambre de


emociones intensas nos condena a la frustración. El amor se nos vende como un estado
permanente e ideal a través del cual llegar a la felicidad total. Es un refugio en el que
mucha gente busca la “salvación” individual. Al ser un ideal, la realidad no hace sino
frustrarnos. Cuantas más expectativas nos hacemos en torno a nuestra pareja ideal, más
sufrimos y más nos desencantamos. Idealismo y realismo son polos opuestos.

¿De dónde nace ese ideal?

El romanticismo es un producto de la cultura patriarcal. Es un fenómeno que comenzó


en el XIX con la venta masiva de novelas románticas y que consolidó el cine de
Hollywood, y ahora también la industria de Bollywood. Se ha expandido por todo el
planeta, como una epidemia cultural.

¿Qué rol asigna el amor romántico a los hombres?

A los hombres jóvenes se les concede el rol de animal salvaje. Su función es vivir
aventuras y tratar de huir del compromiso pero disfrutando de las mujeres. Una vez
casado, al hombre se le asigna un rol protector con su familia, es la cabeza pensante.

¿Y a las mujeres?

Se nos asigna un papel doble. Por un lado están las cazadoras de hombres, representadas
como voraces e insaciables porque sienten deseo propio y buscan formar una pareja con
un hombre que las satisfaga y las mantenga. Por otro lado están las que ejercen un rol
pasivo, encerradas en casa esperando a que llegue el príncipe azul que le otorgará una
identidad y colmará su vacío existencial.

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¿Siguen ellas soñando con el príncipe
azul?

Las mujeres a menudo asumen que son menores de edad que precisan de cuidados
constantes. Antiguamente las mujeres solo podíamos ascender en la escala
socioeconómica a través del matrimonio: las mujeres no podían abrir una cuenta
bancaria sin sus padres o maridos. Por eso siempre deseaban que un hombre les
otorgase el papel de adultas y les permitiese tener presencia social en los actos públicos
de su esposo. Ese deseo mitifica la figura masculina a ojos de las mujeres, que buscan
en ellos protección, placer y cariño, seguridad, estabilidad y sobre todo, felicidad.
Aunque después su vida conyugal sea un infierno.

¿Y ellos, quieren ser príncipes azules?

El amor es cada vez más importante para los hombres, pero han sido educados para no
renunciar nunca a su libertad. Muchos de ellos huyen del amor porque tienen miedo a
ser dominados por la mujer. Si pensamos en la figura tragicómica del calzonazos nos
damos cuenta del terror masculino al poder femenino. Es lo que probablemente impida a
los hombres tener relaciones igualitarias. Las mujeres hemos sido representadas
tradicionalmente como devoradoras insaciables.

¿Quién sufre más por amor?

Todos sufrimos con la misma intensidad. Las mujeres tenemos más herramientas para
expresarlo y comunicarlo: dominamos el lenguaje de los sentimientos y podemos
desahogarnos con amigas y amigos. El tradicional hermetismo de los hombres les lleva
a padecer el sufrimiento en silencio, porque les cuesta más tener conversaciones íntimas
en las que muestren su vulnerabilidad.

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¿Están los hombres desorientados ante la mayor independencia de la mujer?

Hay autores que hablan de la crisis de la masculinidad. El macho ibérico está en


decadencia y es ridiculizado en la televisión. Además, el proceso de independencia de
las mujeres está siendo arrasador para algunos: han sido educados para entender que el
papel de las mujeres es cuidarlos y asistirlos; les choca que su compañera gane un
sueldo superior al suyo. Las técnicas de reproducción asistida también les quita su
importancia, porque una mujer puede procrear sola gracias a la tecnología, sin necesidad
de tener pareja.

¿Cuál es el aspecto del amor romántico que más perjudica a los hombres?

La cultura patriarcal ha enseñado a los hombres a ser fuertes, valientes, violentos,


protectores. Tienen que defender a su familia, trabajar deslomándose para mantenerla y
lograr el éxito en su vida profesional. Los hombres de verdad tienen que ser viriles, con
un apetito sexual devorador, y se les reclama que cumplan en la cama siempre, como si
fueran máquinas perfectas de erección y eyaculación. Hoy los hombres antipatriarcales
quieren deshacerse de estos imperativos culturales y reclaman el derecho a ser sensibles,
pacíficos, a relacionarse de otra forma con las mujeres, en un plano de igualdad, de
respeto mutuo, de generosidad y comunicación.

¿Transmiten los cuentos tradicionales un esquema machista basado en el ideal del


amor romántico?

La representación de las mujeres como seres inferiores, débiles, pasivos, miedosos, o

malévolos (las madrastras de Blancanieves y de Cenicienta) que


viven esperando ser las elegidas, ha hecho mucho daño a la autoestima de las mujeres.
Las mujeres de los cuentos se conforman y esperan. Los hombres representan lo
positivo, el progreso, la mejora, la superación de obstáculos, la valentía, la capacidad de
luchar, la fuerza y la nobleza del espíritu, porque se embarcan en misiones heroicas para

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restablecer la justicia, y eso les da sentido a su vida y un lugar en el mundo. Las mujeres
son recompensas a esos triunfos, como lo son las piezas de caza.

¿Habría, entonces, que prohibir su lectura en las escuelas?

Hay que empezar a crear contenidos en los que las mujeres sean protagonistas de su
vida, donde se reflejen los valores positivos y las habilidades femeninas. Se trataría de
poner al revés esos cuentos, aprovecharlos para que el alumnado analice esos
estereotipos sexistas, no sólo en los cuentos tradicionales, sino también en los anuncios
publicitarios, los programas de televisión, los videojuegos, las películas.

¿Se pude superar el modelo del amor romántico?

Va evolucionando, pero cada vez es más consumista, más cerrado en sí mismo, más
idealizado. En la posmodernidad el ego es narcisista y miedoso. El amor entre estos
egos está preñado de otros intereses que nada tienen que ver con el amor: acumular
bienes, aparentar, pagar hipotecas a medias, vivir en sociedad. El modelo de amor ideal
es aquel que no está basado en la necesidad ni el miedo a la soledad. Un amor exento de
ansias de exclusividad, un amor libre en el que no existiese el concepto de propiedad
privada.

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