Antropologia Politica Completo
Antropologia Politica Completo
Antropologia Politica Completo
EDITORIAL ANAGRAMA
José R. Llobera
Antropología política
M
EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA
Traducción:
José R. Llobera ("textos de Smith v Fortes/Evans-Pritehard'), E. Soubie ("texto
de Colson), Esteban Ferrer (textos de R. Cohén, A. Cohén, Read y Firth),
Antonio Desmonts (textos de Lowie, Holmberg, Shepardson y Carrasco), Pedro
Gutiérrez (textos de Fried, Sharp y Bemardi), Alberto Uría (textos de Marshall,
Maquet y Sahlins), y Alberto Cardín (textos de Tait, Bohannan, Evans-Pritchard
y Lattimore).
M aqueta de la colección:
Argente y Mumbrú
Michael G. Smith
I. PANORÁMICA TEÓRICA
Elizabeth Colson
A ntropología política................................................................................................19
Ronald Cohén
El sistema p olítico......................................................................................................27
A bner Cohén
Antropología política: El análisis del simbolismo en las relaciones
de p oder................................................................................................................ 55
a) B a ndas
R. Lauriston Sharp
Pueblos sin p o lític a ................................................................................................ 155
Loma Marshall
Los bosquim anos kung del desierto de K alahari..............................................167
A, Holmberg
Organización política de los siriono.................................................................... 175
b) Tribus
David Tait
El sistema político de los konkom ba..................................................................185
Paul Bohannan
A contecim ientos extra-procesuales en las instituciones políticas tiv ........... 199
B. Bem ardi
El sistema de edad de los pueblos nilo-hamíticos: valoración crítica........ 215
M ary Shepardson
El sistema de autoridad tradicional de los navajos......................................239
K. E. R ead
Liderazgo y consensus en una sociedad de N ueva G uinea...............251
d) Imperios
Pedro Carrasco
La jerarquía civicorreligiosa en las comunidades de Mesoamérica:
antecedentes precolombinos y desarrollo colonial.............................. 323
Owen Lattimore
Orígenes de la Gran Muralla China: teoría y práctica de un
concepto de fro n te ra............................................................................................ 341
Fuentes .364
MICHAEL G. SM T H *
9
en la antigua Rom a la sustitución de las prescripciones de los grupos de
parentesco corporativos por las relaciones contractuales; al perder el linaje
su autonom ía jurídica, los asuntos públicos de los ciudadanos pasaron a ser
regulados por nuevas instituciones judiciales y ejecutivas. De acuerdo con
su visión, los grupos sociales que prim ero aparecieron eran unidades
familiares presididas por patriarcas, cuyas decisiones conjuntas regulaban
tam bién los asuntos de la comunidad. Maine no formuló definición formal
alguna de gobierno o de derecho, pero trató de ver qué sentido tiene
hablar de ambos en condiciones primitivas. Tampoco hizo esfuerzo alguno
para identificar un factor único como determinante del desarrollo social;
de hecho, lim itó sus investigaciones a las prim eras sociedades patriarcales
de los pueblos de lengua indoeuropea. E n consecuencia, se puede decir que
su teoría de la evolución histórica se limitó a un caso particular.
El antropólogo norteam ericano Lewis M organ presentó una teoría
global basada en su trabajo de cam po y en sus estudios de las
terminologías de parentesco. Em pezó por distinguir dos «planes de
gobierno», un «plan» gentilicio basado en la filiación unilineal y un
«plan» político basado en la organización territorial y en la transm isión
de la propiedad. A dem ás, mantuvo que la organización de los agregados
humanos prim igenios estaba basada únicam ente en la edad y el sexo, y
que dichas sociedades no distinguían claram ente entre el parentesco y la
residencia. A este nivel primigenio del desarrollo social no existían,
según M organ, ni gobierno ni organización «política». Dado el carácter
extremadamente rudimentario de su tecnología, dichos pueblos seguían
practicando su rutinario nom adism o, obteniendo su subsistencia m ediante
la caza y la recolección. Según Morgan, su promiscuidad sexual se refleja
en sus term inologías de parentesco de tipo hawaiano. Con el transcurso
de las generaciones se reconocen las relaciones de parentesco;
inicialmente la filiación se traza en la línea materna. Es así cómo
aparecen, como unidades sociales duraderas, los grupos de filiación
matrilineales. La relación entre dichos m atrilinajes venía regulada por las
reglas de la exogamia, la residencia postmatrimonial, adopción, vendettas
(feuds), ritos funerarios, etc. M organ identifica este tipo de organización,
que es típica de las sociedades de linajes segmentarios, con el gobierno
«gentilicio». Para dichos agregados reserva el nombre de societas, en
contraposición a la civitas, que para él equivale al Estado y al que
identifica con organización «política». Unicamente cuando la unidad de
organización pública es un grupo territorial — pueblo, com una o barrio—
concede M organ la presencia de una organización política.
Aparte del agregado prom iscuo originario del que surgieron los gru
pos de filiación m atrilineales, M organ postula cambios posteriores en las
instituciones del parentesco que dieron lugar a la aparición de patrilinajes
basados en la propiedad. Estos grupos locales se convierten fácilm ente en
agregados territoriales y dan lugar a la aparición del Estado. Así, pues,
M organ redefinió las sociedades que M aine denominó sin Estado (socie -
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dades basadas en el parentesco y en el status) com o agregados pre-políti-
cos; esto lo hizo m ediante un uso especial de las nociones de gobierno y
de política. M organ ve como determ inante de este proceso evolutivo la
tecnología y la propiedad; el desenvolvim iento de ambas es el prerrequisito
de la m onogamia y de los grupos de filiación locales. De esta manera, M or
gan construyó un esquem a universal de evolución social basado en la
sucesión hipotética de tipos de organización social; cada uno de estos tipos,
representa una com binación distinta de rasgos sociales, económ icos y tec
nológicos. D ado que su teoría evolucionista descansaba en su análisis del
parentesco, el efecto inmediato de la obra de M organ fue concentrar la
atención sobre el estudio del parentesco y del m atrim onio, a expensas del
estudio del gobierno y de la política. A m edida que la controversia sobre
el parentesco adquirió mayor virulencia, el esquema de evolución político
de M organ cayó prácticam ente en el olvido, aunque es cierto que Engels
incorporó todo el esquema a la doctrina marxista. Hace unos años, Isaac
Schapera (1956) sometió la obra de M organ a un análisis crítico basándose
en m ateriales sobre las sociedades nativas de A frica del Sur.
M organ no fue el único evolucionista global cuya teoría requería una
explicación del origen del Estado. Herbert Spencer compartió también
dicho problema. Spencer mantuvo que los procesos de crecimiento social
equivalían a la com binación serial de agregados sociales. La doctrina spen-
ceriana de la evolución requería que las unidades aum entaran de tam año
y en com plejidad interna. El proceso se inicia cuando dos pequeñas socie
dades autónom as caen bajo el control de un jefe único; posteriorm ente
esta sociedad com puesta, pero relativam ente simple, es absorbida por una
u nidad más grande y heterogénea; esto se realiza por lo com ún m ediante
conquista. Este proceso continúa hasta que aparecen unidades a gran
escala, en las que es posible distinguir la organización administrativa. Para
Spencer, pues, el Estado aparece como resultado de la conquista y de la
consolidación, y es un elemento esencial para inducir un nuevo crecimiento
evolutivo. Estos puntos de vista fueron adoptados por Ludw ig Gumplo-
w icz y Franz Opphenheimer, quienes tam bién m antuvieron que el Estado
se originaba m ediante conquista, si bien no trataron de definir el Estado
más allá del hecho de la dominación centralizada de un territorio. Esta
teoría fue criticada en los años veinte por Robert H. Lowie (1926), aunque
éste tam bién dio por sentada la noción de Estado. Lowie defendió la idea
de que podían em erger «Estados» de las asociaciones de hom bres tales
como las asociaciones m ilitares de los indios crow, los grados de edad, etc.,
y ello sin necesidad de conquistas.
La mayor parte de los teóricos decim onónicos carecían de experiencia
de campo. Por lo com ún se apoyaban en inform es de calidad desigual
proporcionados por viajeros, etc. Dado que estos inform es eran general
m ente incom pletos, los estudiosos que los analizaron no podían hacerse
una idea de cómo funcionaban realm ente dichas sociedades; la escasez de
11
datos alentaba la especulación sobre las conexiones históricas y la evo
lución. Como reacción frente a dichas investigaciones históricas, basadas
en m ateriales imperfectos, algunos antropólogos decidieron estudiar in
tensivam ente las sociedades contemporáneas. La contribución m ás impor
tante en esta nueva tradición de trabajo de campo la debemos a B. Ma-
lin o w s k i, que m o stró c u a n ú til p o d ía ser p a ra el a n tro p ó lo g o v iv ir co n
el pueblo que estudiaba, realizar la investigación en la lengua vernácula,
y participar de la forma más plena posible en la vida cotidiana de dicho
pueblo. Los materiales que M alinowski recogió sirvieron para refutar un
buen número de especulaciones decimonónicas. M alinow ski, juntam ente
con A. R. Radcliffe-Brown (que había estudiado a los isleños de las islas
A ndam án en 1906), form aron a un buen número de discípulos en estos
métodos, y los alentaron a estudiar la vida contem poránea de los pueblos
primitivos. D ichos m étodos de campo, corregidos y aum entados, constitu
yen todavía uno de los recursos básicos de la antropología social con
temporánea. Su fiabilidad puede verse en el número abundante de estudios
realizados.
U n rasgo importante de este enfoque antropológico del trabajo de
campo reside en el énfasis puesto en la interconexión de los hechos so cia
les y culturales. El antropólogo, tanto si usa el marco conceptual basado
en la cultura como en la sociedad, considera la vida del pueblo que
estudia como un sistem a interdependiente de fases y partes. Este tipo de
orientación obliga al antropólogo a estudiar todos los rasgos recurrentes de
la vida social, y a determinar su interrelación y su autonomía relativas.
De esta forma, la investigación de la organización política de un pueblo
primitivo supone un conocimiento detallado de la ecología social, de la
economía, de las tradiciones históricas de dicha sociedad, así como de sus
valores, creencias y m odos de pensam iento, su parentesco y organización
local, reglas matrimoniales, formas de propiedad y otras instituciones so cia
les. Si bien el antropólogo distingue estas diversas facetas de la vida social
baio los nom bres de economía, parentesco, ritual y sistemas políticos y
ecológicos (y para referirse a ellos utiliza criterios como el modo de sub
sistencia, el mantenimiento del orden social o las relaciones con lo invisi
ble), su supuesto básico de que estos subsistem as constituyen una form a
de vida social viable y que se reproduce a sí m ism a requiere una inves
tigación cuidadosa de sus interconexiones e influencias mutuas. Sin em
bargo, el supuesto de que existe algún tipo de interdependencia entre
estos elem entos no perm ite al antropólogo saber por adelantado qué forma
o intensidad tom arán dichas relaciones. Podemos decir que el significado
fundam ental de dicho supuesto es que la sociedad form a un sistem a de
algún tipo, lo que exige al investigador el considerar los elementos de la
vida social de una forma sistemática.
A este fin el antropólogo social utiliza un cierto número de conceptos
estructurantes. U na vez identificados los tipos principales de organización
12
social, el antropólogo trata de analizar sus conexiones internas como e s
tructuras de status y rol. Las diversas posiciones que constituyen dichas
estructuras de grupo vienen definidas por derechos, privilegios y obligacio
nes, y son justam ente las relaciones que existen entre las distintas p osicio
nes lo que constituye el grupo. Existen diversos mecanismos, tales como
las sanciones y el ejercicio del poder, que perm iten m antener o cambiar
dichas relaciones. Los grupos a que nos referim os van asociados general
m ente con funciones específicas y con recursos m ediante cartas fundacionales
que legitim an su organización y dotan de autoridad a su estructura y
operaciones. Estas cartas fundacionales hacen posible tam bién las rela
ciones entre grupos del mismo o de distinto tipo.
N o es a n o rm a l que el a n tro p ó lo g o se e n c u e n tre c o n u n tip o ú n ic o
de grupo que realice las diversas funciones institucionales que la socie
dad requiere. A veces sucede qie dicho grupo se subdivide en unidades
m ás pequeñas. Esto es lo que sucede entre las bandas bosquim anas, que
se com ponen de unidades dom ésticas separadas. E n dichos grupos multi-
funcionales, la estructura de las relaciones sociales contiene un cierto n ú
mero de mecanismos internos para m antener el orden y el control. Si dos
parientes están obligados a cooperar en actividades económ icas y rituales,
sus diferencias en una esfera se equilibran por su dependencia m utua en
otra esfera. No siempre es fácil m antener relaciones m últiples, ya que en
ocasiones tienden a generar tensiones insoportables. El objetivo del an tro
pólogo es determ inar la m anera en que unos elem entos se apoyan en otros
o, en su caso, se obstruyen. E n otras palabras, el antropólogo trata de
identificar las condiciones dinámicas que subyacen al orden social.
E n el estudio de la organización política de los pueblos pre-industriales,
que exhiben limitada diferenciación social, el antropólogo debe distinguir
cuidadosamente entre el orden político y otros aspectos del orden social. Es
posible que dichas distinciones sean analíticas, pero son importantes. En
algunas sociedades, las relaciones políticas y las relaciones jurídicas se hallan
sumergidas en actividades con bases y finalidades muy diferentes. Por
ejemplo, sucede a m enudo que los lazos de parentesco regulan las relaciones
de propiedad, el m atrimonio, la responsabilidad colectiva, la com pensación
económica, etc. E n este caso, las instituciones del parentesco engloban el
orden político. Chanta m ayor sea la im portancia del parentesco, en mayor
grado vendrá el orden social p ern e ad o por dichas instituciones. Lo mismo
podría decirse de la importancia de las creencias rituales. Al tratar de
identificar los aspectos políticos de la organización social, el antropólogo
debe siempre proceder con extrem a cautela.
El análisis comparativo permite al antropólogo clarificar sus conceptos,
desarrollar hipótesis, y formular modelos de estructura y proceso sociales
que pueden ser corroborados en el trabajo de cam po de otras sociedades.
El antropólogo trata tam bién de generalizar sobre los procesos sociales.
Fue en 1940 cuando la prim era generación de antropólogos que había
13
estudiado con M alinowski y Radcliffe-Brow n colaboraron en un volum en
conjunto (African P olitical System s), que representa el comienzo del es
tudio com parado de la política y del gobierno. Este sim posio contenía
ocho estudios, cortos pero profundos, sobre sociedades políticas africanas.
D ichos trabajos iban precedidos por dos discusiones teóricas generales
sobre la naturaleza de la organización política en las sociedades pre-alfa-
betas, escritas respectivamente por A. R. Radcliffe-Brown (la figura más
importante de la antropología británica del momento) y por los com pila
dores del libro: M eyer Fortes y E. E. Evans-Pritchard.
Puede decirse que de las sociedades políticas africanas descritas en el
libro, cinco de ellas — los zulúes de N atal, los bemba de Zambia, los tswa-
na de Botswana, los kede de N igeria y los ankole de U ganda— poseían
formas centralizadas de organización política con bases territoriales, de for
m a que, de acuerdo con las definiciones tradicionales, podían denom inarse
Estados. Las tres sociedades restantes —es decir, los nuer de Sudán, los
bantú kavirondo de U ganda y los tallensi de Ghana— carecían por com
pleto de jefes y de instituciones políticas centralizadas. Es por ello que,
además de los problem as teóricos y analíticos generales que Fortes, Evans-
Pritchard y Radcliffe-Brown consideraban en los ensayos introductorios, el
contenido mismo del volum en obligó a los com piladores a enfrentarse a
ciertos problem as tipológicos y m orfológicos nuevos. El resultado es que
A frican P olitical System s generó en antropología política dos tipos de
intereses distintos, bien que dialécticam ente relacionados. Por una parte,
la clarificación de ciertos problem as conceptuales, tales como las relaciones
entre la esfera política y las otras dim ensiones de la organización social.
Por otra parte, se asistió a un refinam iento progresivo y a una extensión
de las tipologías políticas existentes, basta abarcar la casi totalidad de los
sistemas políticos pre-alfabetos conocidos. De esta forma, la influencia
general del sim posio sobre sociedades políticas africanas quedó asegurada;
de hecho, dicho libro se convirtió en una de las bases fundam entales para
todos los desarrollos posteriores en antropología política.
El presente volumen, preparado por Josep R, Llobera, felizmente in
cluye el ya clásico ensayo introductorio de E vans-Pritchard y Fortes;
pocas ramas de la antropología social han experimentado un desarrollo
tan espectacular como la antropología política y el presente libro recoge
diversos aspectos de dicho desarrollo. Cierto que se requerirían varios
volúm enes para cubrir de form a adecuada las contribuciones teóricas y
etnográficas sobre el tema. N o obstante, A ntrop o lo g ía p o lítica es una in
troducción ideal tanto a la diversidad de organizaciones políticas primitivas
como a la variedad de perspectivas antropológicas sobre dichas organi
zaciones. Ello se debe al hecho de que el com pilador ha sabido presentar
una m uestra representativa de la literatura etnográfica, tanto a nivel geo
gráfico como a nivel de las distintas tecnologías y m odos de subsistencia.
En el limitado espacio de un volum en sería difícil presentar una selección
14
más equilibrada; creo que el compilador ha elegido una colección de ar
tículos básicos que pueden servir como introducción al estudio com parado
de la política. E n este sentido es un texto ideal para estudiantes de
antropología y de ciencia política.
Es fácil ver que en este volum en la ecología ocupa un lugar central
en la clasificación de sociedades. Por otra parte, la clasificación bionómica
v a ligada con una perspectiva evolucionista im plícita; es así cómo el com
pilador trata de establecer una correlación entre la organización política y
los distintos m odos de subsistencia: caza y recolección, pastoreo, hor
ticultura, etc. En este sentido el libro refleja e integra las perspectivas
tipológicas y evolucionistas de A dam Ferguson, Lewis Henry Morgan, Emile
D u rk h e im , M e y e r F o rte s y E. E. E v a n s -P ritc h a rd , a la v ez que ilu s tra
las variaciones estructurales que ocurren en sociedades con niveles te c
nológicos y m odos bionómicos semejantes. El trabajo de Ronald Cohén
incluye una discusión teórica de las dimensiones, naturaleza y correlatos de
los sistem as políticas y proporciona un punto de vista reciente sobre la
integración de las perspectivas ecológica, evolucionista y tipológica en an
tropología política; C ohén concibe las organizaciones políticas de los p u e
blos pre-alfabetos como las estructuras centrales que regulan el orden
colectivo de dichas sociedades. Los casos etnográficos que siguen a los
artículos más bien teóricos, tienen como función estimular el espíritu crí
tico del lector e inducirle a comparar las declaraciones programáticas con
el estudio em pírico de los procesos y estructuras observadas por los e t
nógrafos.
El presente libro habrá cumplido su m isión si el lector se siente atraí
do por el tem a y procede a explorar la vasta literatura etnográfica que
existe sobre las bases culturales y la significación social de las instituciones
políticas en los pueblos pre -alfabetos.
1974
15
I
Panorámica teórica
2. — ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
ELIZABETH COLSON
ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
I. E l cam po
19
vitablem ente trataban con descripciones de grupos políticos y de roles
políticos en su funcionamiento ideal. Esto dirigió la atención hacia las
«constituciones» y hacia los m ecanism os de control social más que hacia
los aspectos com petitivos de la política.
Si el período entre 1940 y 1960 estuvo dominado por el estudio s in
crónico de estructuras políticas en un estado de equilibrio supuesto y
por la creación de tipologías, el período posterior a 1960 mostró un c re
ciente interés en el desarrollo de una teoría que pudiera tratar con cam
bio, fracción, partido y manejo político. Este cambio fue señalado en
1954 por la aparición de P olitical System s o f H ighland Burm a de Ed-
mund R. Leach, que enfatizaba la existencia de alternativas políticas y
la búsqueda de poder como la base efectiva para la elección individual
entre alternativas. Se volvió aún más explícito en 1959, cuando Frederik
Barth intentó aplicar la teoría de los juegos al análisis de la organización
política entre los pathan, y nuevam ente enfatizó la búsqueda de ventaja
personal (1959 a, 1959 b). M. G. Smith siguió la misma tendencia ge
neral en G overnm ent in Zazzau (1960), que se concentraba en el manejo
político de varios contendientes al poder en un Estado hausa. Sm ith quizás
sea el prim er antropólogo que introdujo una distinción analítica ope-
racionalm ente útil entre gobierno y política. M ientras los antropólogos
trataban prim ariam ente con modelos de estructuras políticas ideales, esta
distinción pudo ser ignorada y los térm inos usados recíprocam ente. Con
el movimiento hacia el estudio de la com petencia por el poder político
se hizo vitalmente importante distinguir la implementación de las deci
siones políticas y la práctica de la rutina adm inistrativa de la lucha por
el control de las posiciones de tom a de decisiones.
El interés antropológico en las tipologías políticas y el intento de
correlacionarlas con otros aspectos de la vida social com enzó con la pu
blicación de A ncient Law de Maine en 1861. En armonía con el clima
intelectual de su período, M aine intentó deducir etapas evolutivas por
las que han pasado los sistem as políticos desarrollados. Su distinción o ri
ginaria entre sociedades organizadas en térm inos de parentesco y aquellas
organizadas sobre bases territoriales, aún tiene alguna influencia. Maine
sostenía que en las sociedades antiguas existía solam ente el parentesco
como razón para
20
de la acción política común... La idea de que un número de personas
debería ejercer derechos políticos en com ún simplemente porque
acontecía que vivían dentro de los lím ites topográficos, fue totalmente
extraña y m onstruosa a la antigüedad primitiva. (Maine, 1861, p.
124; 126 en la edición de 1963.)
22
parar las formas políticas de otras formas de actividad— sólo se hizo apa
rente cuando pensaron com parar sus datos con los obtenidos por los an
tropólogos que trabajaban en un tipo de sociedad muy diferente. P o b la
ciones com parables en tamaño a aquellas encontradas en Estados centrali
zados y con semejante nivel de desarrollo técnico y económico existían en
asociaciones desarticuladas sin ninguna form a observable de autoridad
centralizada o realmente sin puestos políticos especializados. G ra n d es p o
blaciones podían unirse en actividad com ún y en tal oportunidad podían
identificarse como una organización política común, aunque en otras oca
siones enfatizaran su independencia y su antagonism o mutuo. Su organi
zación, tal como aparecía en la acción, era situacional más que m antenida por
la existencia continua de una estructura administrativa. Las definiciones
clásicas de gobierno o de organización política no proporcionaban lugar a
tales sistem as; aun así, los antropólogos sabían que estab an enfrentados a
u n orden que identificaban con un orden político com parable a aquél
m antenido en las formas de gobierno más organizadas. Se hizo necesario
desarrollar una definición que pudiera incluir ambos tipos de formas de
gobierno, y esto involucraba separar las instituciones de organización
política. Radcliffe-Brown (1940, p. xiv) propuso una definición de trabajo
mínima: «Al estudiar organización política tenem os que tratar con el
m antenimiento o establecimiento del orden social, dentro de u n marco
territorial, por el ejercicio organizado de la autoridad coercitiva a través del
uso, o de la posibilidad de uso, de la fuerza física».
Su énfasis en la fuerza física y el orden social ha sido duramente cri
ticado, pero la fórmula probó su utilidad a aquellos que intentaban d e s
cubrir y analizar los mecanismos que subyacían la cohesión y el control de
la violencia en las sociedades sin Estado, aparentemente amorfas. La
ciencia política carecía de un marco de referencia conveniente para tratar
tales sistem as y fue el desafío que estas sociedades presentaron a los
trabajadores desde los años treinta hasta principios de los cincuenta el
que proporcionó el estímulo esencial para el desarrollo del campo de la
antropología política. Fortes y Evans-Pritchard (1940) propusieron una
clasificación prelim inar de sistemas políticos dentro de tres tipos: con
Estado, sin Estado y en banda. R ápidam ente se señaló que habían tratado
sistemas sin Estado como sinónimo de sistemas de linaje segmentario, que
r e p r e s e n ta b a n só lo u n o de lo s ta n to s m é to d o s de s is te m a s n o c e n t r a l i
zados organizados. Los sistemas de linaje segmentario perm anecieron como
punto focal de investigación hasta principios de los años cincuenta, cuando
Fallers y otros, quienes habían sido influenciados por la sociología
política de M ax Weber, comenzaron a examinar la naturaleza de la auto
ridad en los Estados africanos tradicionales que entonces eran parte del
sistema colonial. En B antu B ureaucracy (1956), Fallers atrajo la atención
hacia (el choque de valores producido por la introducción de instituciones
burocráticas bajo regímenes coloniales y estimuló un interés cre-
23
cíente en el desarrollo político actual de las nuevas naciones africanas.
A ntes de ese m om ento, la influencia teórica dominante había
partido de la escuela de D urkheim , que trataba las sociedades como
sistemas m orales y enfatizaba los valores comunes, la integración, el
equilibrio y la continuidad. Se consideraba que el propósito principal de
cualquier sociedad era el mantenimiento del orden existente o se
asum ía que la actividad política representaba la actividad gobernada por
este propósito. A un a q u e llo s co m o G lu c k m a n , q u ie n p e n s ó que tr a ta b a
c o n c o n f lic to , te n d ía n a tratarlo como un recurso integrativo que servía
para m antener los sistem as existentes de relaciones políticas. Las
rebeliones servían para m antener el sistema, ya que ellas solamente
involucran competición entre rivales por posiciones que perm anecían
incuestionadas. Polities, Law and-R itual in Tribal So ciety (Gluckman
1965) es un sumario m agistral de esta o p o s ic ió n qu e tr a t a de c o m b in a r
lo s d is c e r n im ie n to s de D u rk h e im c o n los de Simmel, cuya sociología
del conflicto está adquiriendo creciente relevancia para el trabajo
antropológico. El conflicto, no ya contenido dentro del sistema y
m anteniendo a éste, se está volviendo de interés central para todos los
interesados en cuestiones políticas. El cambio de interés dentro de la
a n tr o p o lo g ía r e f le ja u n c a m b io en el tip o de d a to s a h o ra utilizablepara
la observación. Las autoridades coloniales usaron y m antuvieron las
instituciones políticas donde éstas eran adaptables, pero como institu
ciones adm inistrativas más que como m edios donde los intereses
com petitivos y la disidencia podían ser expresados. La disidencia política
no fue reconocida como legítim a en las unidades políticas subordinadas
que m uchos antropólogos estudiaban. El declive del colonialismo, el
rápido crecim iento de partidos políticos y la emergencia de regímenes
políticos nuevos en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial,
alteraron radicalm ente la concepción del antropólogo de su campo de
estudio. Los estudios antropológicos que trataban sobre partidos
políticos nacionales y su impacto en los eventos políticos locales
com enzaron a aparecer a fines de los cincuenta. E n un período de
intereses en com petencia, m uchos estudios se ocupan de la rivalidad, de
los conflictos del cambio rápido. Los ensayos de P o litica l System s and
the D istribution o f P ow er (Conference o n N e w A p p ro a c h e s in S o c ia l
A n th r o p o lo g y ... 1 9 6 5 ), r e p r e s e n ta n e s te interés en el estudio de la
actuación política en sistemas cuya estabilidad e s tá en te la de ju ic io .
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25
RONALD COHEN
EL SISTEMA POLÍTICO *
* El autor desea dar las gracias al Profesor Paul F. Kress por muchas sugerencias
útiles en la preparación de este ensayo.
27
visión y el trabajo de consolidar el conocimiento presente debe ser dejado
para otra publicación. Se podrá obtener una com prensión general de esto
consultando a F ortes y Evans-Pritchard (1940), Schapera (1956), Middle-
ton y Tait (1958), Easton (1959), Maír (1962), Gluckman (1965), Swartz,
Tum er, y Tuden (1966), Cohén y M iddleton (1967). Todas estas publi
caciones sintetizan m ateriales de varios tipos de com plejidad, aunque to
davía tiene que ser intentado un inventario de propuestas sistemáticas.
El presente ensayo no está dirigido a esta tarea, sino específicamente a aclarar
un conjunto de categorías que form en un modelo del sistema político que
funcione y que pueda ser utilizado en la interrelación cultural como u na
guía para la recogida de datos.
E n otra parte (Cohén 1965) he discutido el objeto efe la antropología
política e indicado que, en cuanto rama, com prende una gam a am plia de
sistemas políticos que abarca desde el nivel familiar de organización, donde
la familia es la unidad social permanente más extensa en la sociedad, hasta
los Estados no-occidentales más altamente centralizados y los im perios con
estructuras de gobierno central, burocracia permanente y m e d io s de
mantener una vida política organizada en un territorio extenso que
abarca muchas com unidades locales. Por consiguiente, un problem a
m etodológico principal es obtener una serie de conceptos que puedan
hacer adecuadam ente frente a un tipo de variación muy amplio en los
datos, de form a que cada estudio de un caso individual se incorpore a un
cuerpo de m ateriales que sean com parables unos con otros.
E n este mismo artículo señalé tam bién que hoy los sistemas políticos
indígenas están pasando todos por alguna clase de cam bio rápido a m e
dida que quedan incorporados dentro de los lím ites del Estado-nación
m oderno. E n otras palabras, la átuación actual del trabajo de campo es
de una tasa de cambio social, político y económico elevada cuando estas
sociedades se com paran con las clases de influencias y cam bios a los que
se han adaptado en el pasado. Por esta razón, otro problem a metodológico
implica el intento de incluir en nuestro pensam iento algunos medios para
discutir el cambio, puesto que el observador que está en la situación de
trabajo de campo tiene que hacer frente a esta cualidad cuando entra en
contacto con el sistema cultural y social objeto de su estudio.
Por último, y quizás lo más importante de todo, es el problema de
saber qué es político y qué no lo es. íntim am ente relacionada con ello está
la cuestión de si podem os hablar realm ente de un «sistema» o del sistema
político como un rasgo especial de la vida social o no. Esto es más difícil
cuando uno se da cuenta que son m uchas las sociedades que no tienen
sector político separado con roles políticos especializados; en su lugar las
acciones políticas parecen estar relacionadas por completo en la vida social
de la gente. El hecho de que los antropólogos no hayan prestado m ucha
atención a este problem a supone que sus datos no son fácilm ente utilizados
para propósitos com parativos y no han desarrollado m uchos problem as
28
o avances teóricos notables más allá del nivel de la taxonomía, que nos ha
proporcionado una tradición de investigación continua en la vida política
de los pueblos no-occidentales.
1. Para una discu sión d etallad a del enfogue de sistem as en relación a la vida
política, consultar Easton (1965) y Rapoport (1966); para algunas de las dificultades
implicadas consultar Dahl (1963), especialmente los capítulos 4 y 5.
29
tratando de la vida política como un sistema implica dos clases de análisis
funcionales. Prim ero, dado que las partes están interrelacionadas y que
el mismo sistema es parte de un todo más amplio, es decir, la sociedad,
estam os forzados a pensar en la relación de las partes entre sí en un sen
tido analítico o matemático, de suerte que cualquier parte, o el sistema
como un todo, sea función de una serie de determinantes. Segundo, el
sistema es, después de todo, de naturaleza política y, por consiguiente,
debe ser considerado como ejerciendo una función política por lo que
respecta a su actividad general. U na función política hace referencia a la
actuación y a las consecuencias del poder y a las relaciones de autoridad
en una sociedad. E n resum en, pues, un enfoque de sistemas respecto a la
vida política supone poco m ás que el usual enfoque científico social al
com portamiento sociocultural. Separa un conjunto particular de estos d ato s
para estudio, nos obliga a conceptualizarlos en cuanto que hacen un papel
— cum plim iento de algún conjunto de fines estipulados— y dirige nuestra
atención a la relación dentro del sistema, y entre el sistema y su contexto en
el ambiente socio-cultural.
¿Qué es político?
30
de establecer instrum entos conceptuales para tratar del análisis político
—en otras palabras, cuando preguntam os cómo se conceptualiza a la po-lítica
en antropología— . Radcliffe-Brown (1940) hace referencia a a) los derechos
territoriales de los grupos, b) el mantenimiento del orden por medio de la
acción personal o de grupo, c) las sanciones naturales y/o los procesos
de adjudicación, d) el uso aceptado y rápido de la violencia, y e) u n
c o n ju n to de n o r m a s r e f e r e n te s a la s f u n c io n e s d e s d e a ,) h a s ta d). Por
desgracia esto no funciona cuando se intenta el análisis político en
grupos tales como los bergdama (Schapera 1956) o los siane (Salis-bury,
sin fecha) en los que el control organizado de la fuerza coercitiva no está
presente, o entre los shoshone (Stew ard 1938), donde no hay sentido de
territorialidad de una forma continuada.
Esta misma clase de criticismo, aunque aplicable en mucho menor
grado, puede hacerse a Fried (1964), quien sugiere que hay tres cuali
dades diferenciando los fenómenos políticos. En primer lugar, afirma bas
tante correctam ente que la política puede estar contenida en acciones cuyos
m edios y fines son extremadamente diversos. E n segundo lugar, al igual
que Radcliffe-Brown, ve que la acción política o la esfera política tiene un
atributo de com pulsión o coerción tal que los miembros de una sociedad
deben, bajo pena de castigo, cum plir con las norm as y deseos de sus
superiores. Esta es para Fried la cualidad básica de la actividad política.
En tercer lugar sugiere que las sociedades difieren en el grado en que se
permite la com pulsión de otros. Esto permite una escala de acción variable
que es necesaria para el análisis comparativo, pero tam bién produce el
resultado lógico de que, dependiendo del grado de com pulsión de otros
que se perm ite en la sociedad, una actividad política puede va-riar desde
cerca de cero, basta alcanzar un grado muy elevado. En otras palabras,
algunas sociedades tienen un grado de actividad política m uy elevado, y otras
no. Quizás esto es verdad, pero a) no tenem os un cuerpo amplio de datos
sistemáticos sobre «el grado perm itido de com pulsión de otros»; y b) no
tenemos idea de si una taxonom ía de sistemas políticos basada en estos
criterios tendría alguna probabilidad empíricamente razonable o no. Sobre
este último punto debiéram os preguntar si la definición de Fried agruparía
a los siane agrícolas con los bergdam a cazadores y pastores y, de ser así,
si esto serviría para algún propósito útil.
U no de los pocos antropólogos que han creado un m odelo conceptual
bien elaborado del sistema político es M. G. Smith (1956, 1960, 1966).
A rgum enta que la política hace referencia a un conjunto de acciones por
medio de las cuales se dirigen y adm inistran los asuntos públicos. D es
pués llama actividad gubernamental al funcionamiento del sistema y la
divide en esfera administrativa y esfera política. La primera trata de la
estructuración autorizada de los roles gubernam entales m ientras que la
última se refiere al ejercicio de, y a la competencia por, el poder en el
sistema. Los roles adm inistrativos son dispuestos jerárquicam ente por n e
31
cesidad, mientras que las interacciones políticas pueden tener lugar entre
gente o gentes que desem peñan estos roles. Esto resulta del hecho de
que Smith concibe el poder en tanto que influencia sobre las decisiones y
la form ación de la política y, por lo tanto, como algo nunca establecido
en la estructura de rol de la sociedad. Cualquier persona colocada en
cualquier lugar en el sistema político puede tratar de conseguir el poder
en la forma que pueda; y la com petencia es un ingrediente continuo y co n s
tante de la vida política. El esquema de Smith es ciertamente un gran
paso en la dirección correcta. Ha intentado caracterizar toda actividad
política, sin importar cuál sea el tipo de sociedad, y dirige nuestra aten
ción hacia la rivalidad y la com petencia como rasgos universales de todo
sistema, sin im portar cuál sea su grado. Sin em bargo, como señala Easton
(1959: 225), puede que no sea tan fácil aplicar el esquema de Smith a las
sociedades más sencillas. Yo áíadiría que la distinción entre actos «polí
ticos» y «adm inistrativos» podría desaparecer de un modo concebible en
alguna de las sociedades muy simples o en aquellos grupos de N ueva
G uinea en los que el liderazgo autorizado es un resultado constantem ente
inestable de la hazaña e influencia personales (Langness, com unicación
personal). Por último, cuando Smith (1960) aplica su teoría política a la
sociedad, descuida llevar a cabo la aplicación más allá de la estructura
autoritaria formal en los zazzau, de suerte que nos deja preguntándonos
sobre el poder de los grupos de interés no gubernam entales en la sociedad
y sobre su relación con el sistema político formalmente constituido y r e
conocido del emirato.
Easton ha intentado tam bién conceptualizar la acción política y el sis -
tem a político para que tanto los antropólogos como los politólogos p u e
dan utilizar su modelo como un acercamiento metodológico a sus datos.
Básicam ente distingue lo político de lo no-político, sugiriendo que la a c
tividad política se refiere a la formulación y ejecución de decisiones obli
gatorias y terminantes de un sistema social (1959: 226). Continúa defi
niendo la «decisión» como un acto que localiza hechos valorados entre
personas y grupos, y las decisiones autorizadas se producen cuando las
personas afectadas por ellas se sienten obligadas a llevarlas a cabo. Se
da cuenta que tal conducta tiene lugar en todos los niveles de la sociedad,
entre toda clase de grupos, pero lim ita su análisis al sistema social de
escala más amplia de la sociedad a la que se refieren las decisiones, que
para él se convierten en el sistema político. A continuación describe una
serie de categorías de inputs y outputs que em pieza con dem andas que
actúan sobre una organización política y finaliza con actos p o lítico s en
form a de decisiones y program as políticos. El proceso es visto como ad ap
table y circular, de suerte que los outputs (es decir, las decisiones políti
cas), puedan crear nuevas dem andas respecto al sistema. E n el enfoque
de Easton hay poco que critbar en cuanto un conjunto de categorías,
aunque creo que los antropólogos deben encontrarlo a la postre menos
32
útil que el concepto de acción política de Smith. Esto resulta del hecho
de que los antropólogos, al ordenar los datos de antropología p o lítica para
su estudio y presentación, encuentran difícil librarse de los rasgos estruc
turales de los sistem as de que están tratando (cf. Smith 1966). La razón
de esto es que las características estructurales (es decir, el sistem a de au
toridad) de los diferentes sistem as políticos no-occidentales nos m uestran
muy bien definidas las distinciones taxonómicas de la variedad de fenóm e
nos de que estamos tratando. Como m ínim o sirven de indicadores de
nuestra variación. Por esta razón, la mayoría de los antropólogos fav o re
cería una definición del «sistem a político» que concentrase la atención di
rectam ente sobre los rasgos estructurales de los sistem as políticos (por
ejemplo la distinción entre sociedades con o sin jefe) más que sobre la
naturaleza del acto político en sí mismo. Como sugiere Dahl (1963: 26),
no hay «mejor» forma de clasificar los sistemas políticos. Las diferencias
entre los distintos enfoques tienen que ver con los fines de la investiga
ción. En mi opinión la lista de sociedades tratadas por los antropólogos
se acerca a una clase de variaciones sim ilar en m uchos aspectos a los de
la biología tradicional. Lo mismo que las cualidades del fenotipo y las
estructuras de los organism os proporcionan una base para sim plificar sus
diferencias, es cfecir, clasificarlas, del mismo modo la distribución de los
roles de autoridad en una sociedad proporciona tam bién una form a teóri
camente útil de clasificar los sistemas políticos. Sin embargo, debiera de
jarse claro que la clasificación no sólo simplifica y proporciona una base
para el análisis, sino que tam bién determ ina las clases de cuestiones que
nosotros preguntam os. A sí pues, la clasificación de los sistem as políticos
sobre la base de su estructura de autoridad esclarece cuestiones relativas
a las diferencias en estas estructuras, m ientras que posiblem ente oscurece
otras cuestiones acerca de otros cam bios tales como tipos de ideología po
lítica o personalidades de los líderes, que en este caso deben introdu
cirse en el análisis de otra forma; ahora bien, si se consid eran estas cua
lidades de interés vital, entonces debe encontrarse tem poralm ente otro
camino para clasificar los sistemas políticos. En otras palabras, he prefe
rido utilizar las estructuras de autoridad como una base para el análisis
de los sistemas políticos, porque las cuestiones sobre la variación en esta s
estructuras, y las teorías que ayudan a explicar tales diferencias, son
im p o rta n te s y c e n tra le s p a ra el e s tu d io de la p o lític a . E s te n ie n d o esto
presente com o he tratado de sistem atizar el resto de este capítulo. A un
que he hecho mi análisis partiendo de la actividad política, éste se enca
m ina directam ente hacia el estudio de las estructuras de autoridad, utili
zando éstas como la principal variable dependiente en el estudio de los
sistem as políticos.
Resumiendo el trabajo ya hecho, podemos definir la actividad política, en
cuanto un aspecto de las relaciones sociales, como opuesta a las no-políticas
(cf. Smith 1956, Easton 1959, Fried 1964). En este sentido, en
33
3. ANTROPOLOGIA POLITICA
c u a n to u n a c a te g o r ía de la v id a s o c ia l, es d is tin tiv a o se p a ra b le en u n
sentido analítico, pero puede que no esté representada por una red de rol
separada y diferenciada con respecto a sí m ism a en la sociedad. A quellos
aspectos de las relaciones sociales que pueden ser identificados como p o
líticos están específicam ente relacionados con el poder y la autoridad cuando
éstos ocurren en las relaciones sociales. El poder es una capacidad para
influenciar el comportamiento de otros y/o lograr influencia sobre el con
trol de las acciones valoradas. De acuerdo con el profesor Smith, con
sidero que en todas las épocas pueden conseguir el poder, en algún g ra
do, todos los m iem bros de una sociedad, ya que entre los m iem bros de
la sociedad siempre existe alguna com petencia para conseguirlo.2 A de
más no necesariam ente está dispuesto jerárquicam ente. Por esta razón un
subordinado puede, por ejemplo, tratar de lograr poder sobre su superior.
La autoridad es poder legitimado, y es un aspecto de todas las relaciones
sociales jerárquicam ente ordenadas, en que el superior tiene un derecho
reconocido a una cantidad estipulada de poder sobre los subordinados.
Tanto superiores como subordinados pueden tratar de aum entar su poder, y
en este caso hs relaciones entre poder y autoridad no son necesariam ente
estables o constantes a lo largo del tiempo. Esta distinción entre poder y
autoridad significa no sólo que es bastante aparente lo que se entiende por
la «estructura de autoridad» en la sociedad, sino también que es m ucho
m enos fácil de observar y dem ostrar que una «estructura de poder». Esto
se debe a que las estructuras de autoridad se refieren a una red de rol
reconocido formalmente, mientras que la estructura de poder se refiere a
un conjunto de interrelaciones entre aquellos que controlan el poder. Dado
que esta «estructura» puede estar presente o no, o ser sim plem ente
aparente, el térm ino «estructura de poder» debiera utilizarse solamente
tras una cuidadosa definición de las unidades y de alguna condición
conocida o hipotética referente a interrelaciones que se han hecho por el
investigador.
Como han señalado otros, este tipo de descripción de «lo político»
puede aplicarse a todas las agrupaciones sociales en todas las sociedades,
dado que todas las interacciones sociales tienen un aspecto político, es decir,
tienen rasgos de poder y autoridad. Por ejemplo, esto significa que podem os
preguntar «¿Cuáles son los aspectos políticos de la vida fam iliar o de las
organizaciones religiosas en la sociedad?». Ciertam ente puede considerarse
que todos los grupos form alm ente organizados form an parte del sistema
político, puesto que todos im plican relaciones sociales que contienen
algunos aspectos de poder y autoridad. La m ayor parte de los escritores
evaden esta dificultad explícita o implícitamente, refiriendo el
2. Debiera señalarse que esto implica la suposición de que en todas las sociedades la
gente, o por lo menos alguna gente, desea en un grado variable el poder tal como éste es
definido en su cultura.
34
sistema político al conjunto de relaciones de autoridad más inclusivo de
la sociedad. Cuando tal definición se aplica al Estado-nación, la dificultad
es muy pequeña puesto que los lím ites de control del gobierno central son
delimitados fácilmente. Sin em bargo, en los grupos cazadores y pastores
o en las sociedades tribales acéfalas, los lím ites del sistem a social de es
cala m ás am plia pueden no ser tan evidentes. Por consiguiente, para cla
rificar la diferencia en la escala de las relaciones sociales y la variación
en la especialización de los roles políticos hallados entre los datos antro
pológicos, sugiero el concepto de polity. La p olity hace referencia al ta
maño y naturaleza de la comunidad jurídica, y varía de sociedad a so
ciedad y algunas veces dentro de la m ism a sociedad según las épocas.
Como se ha definido en otra parte (M iddleton y Tait 1958) una com u
nidad jurídica es la red de escala más am plía de relaciones de autoridad
que produce un conjunto de interrelaciones entre los roles. Es tas pueden
activarse solamente en ocasiones como en el caso del liderazgo de caza
dores com unales entre los shoshone o en el caso de una persona que está
autorizada a poner fin a una disputa entre una serie de grupos de linaje
lugbara. Por el contrario, la com unidad jurídica puede actuar continuada
mente como un sistema administrativo jerárquico del Estado pre-industrial.
Cualquiera que sea el tamaño de la polity, en cualquier tiempo dado, sus
lím ites están claram ente señalados por el hecho de que fuera de ella hay
pocos m edios, y a menudo éstos no están institucionalizados, de poner fin
e las disputas, es decir, no hay autoridad que sirva de enlace entre una
polity con otras, de suerte que am bos sistem as sean subordinados.
Es importante aquí darse cuenta de que «polity», pues, no coincide
necesariam ente con «sociedad» o con «sistem a económ ico», o con cualquier
otra categoría social analíticamente importante. Puede que coincida y ello
refuerza obviamente los límites de ambos, o puede que no, lo que hace
m enos claros los lím ites entre unidades étnicas o partes de la m ism a uni
dad étnica. De esta forma el uso de la «polity» como la entidad social en
la que el sistema político se m anifiesta a sí mismo implica que es bas
tante posible hablar de una tribu integrada por un número de polities
constituyentes o, por el contrario, hablar de una tribu corno parte de una
polity multi-étnica más grande. Por último, podem os definir el «sistema
político» como un aspecto de las relaciones sociales. Este aspecto con
cierne al poder y a las relaciones de autoridad que afectan a la vida social
de una polity, en la m edida en que ese grupo se define en las; tradiciones
y prácticas de la sociedad.
Uno de los problem as de investigación que tal conceptualización pone
de relieve es el ds la distribución del poder y de la autoridad dentro de
las organizaciones llamadas no-políticas en la sociedad, y el de su carácter
y conexión con el sistema político a m edida que se diferencia progresiva
m ente en una red de rol separado de la sociedad. En las sociedades muy
sencillas, un conjunto lim itado de roles incorporan todas las actividades,
35
incluyendo aquellas que tienen significación política. De esta forma la rela
ción de Conducta en el sistema político con la de otros sectores tales como
los sistemas de parentesco, económ icos o religiosos se consigue fácilmente,
porque todo ello tiene lugar dentro de unos pocos roles. C iertam ente esta
integración se observa a veces en el mismo acto como en casos donde la
redistribución económica por un líder es tam bién una dem ostración de
las obligaciones políticas de los líderes con respecto a aquellos sobre q u ie
nes tienen autoridad.3 Sin em bargo, a m edida que las sociedades se hacen
más complejas, la relación de conducta excluida por definición del sistema
político, con respecto a la conducta en ese sistem a, se convierte en un
problem a interesante a investigar para arrojar luz sobre la cultura política,
es decir, sobre la ideología y práctica del poder y las relaciones de auto
rid a d en la c u ltu r a co m o u n to d o .
36
se interrelaeionan para producir una variación continua desde tipos de
relaciones de autoridad entre los Estados extremadamente centralizados
hasta tipos altam ente descentralizados.
Como se ha señalado anteriormente, si se utiliza este sistema de clasi
ficación o algún otro (cf. Vansina 1962, Mair 1962, Gluckman 1965, etc.) esta
variación entre las relaciones de autoridad nos plantea un problem a central
que ha de ser explicado. Este no es el único enfoque posible (cf. Swartz,
Turner y Tuden 1966), pero resulta lógicamente de la idea de clasificar los
sistemas políticos por sus diferencias y semejanzas en estructuras de
autoridad.
Para delimitar esta variable, es necesario preguntar quién puede hacer
qué a quién en cualquier nivel determinado de la polity. Lo que nosotros
buscarnos es un conjunto de normas explícitam ente declaradas o implícitas
en la práctica, que indiquen cómo están distribuidos los valores escasos
entre superiores y subordinados. ¿Cuáles son los derechos reconocidos de
los superiores y subordinados? Por un «derecho reconocido» entiendo una
conducta asociada con un rol o grupo a la cual ningún individuo o grupo se
opone con éxito. Los miembros de la polity pueden defender firmemente el
derecho o ser indiferentes con respecto a él, o incluso desaprobarlo. Sin
embargo, m ientras no se opongan activamente y con éxito a la p rerro g a tiv a
de s u e r te q u e é s ta no p u e d a s e r p r a c tic a d a p o r sus d e te n ta d o re s actuales,
tal prerrogativa es, hablando operacionalmente, un derecho reconocido.
D ebiera m encionarse que esto tiene algo que ver con el concepto de
legitimidad en la ciencia política, pero es también diferente poique el
concepto de legitim idad puede tener connotaciones más amplias, al menos
en la forma en que es utilizado por algunos teóricos. Por ejemplo, al definir
este término, S. M. Lipset sugiere que la legitimidad hace referencia a «la
capacidad del sistema para engendrar y mantener la creencia de que las
instituciones políticas existentes son las más apropiadas para la sociedad»
(Lipset 1960: 74). En este sentido, legitimidad se refiere a los derechos
reconocidos como se han definido aquí y a las creencias de la población
en la justicia de estas prácticas. El derecho reconocido denota más
prudentem ente el hecho de que el rol o grupo goza de ciertas prerrogativas.
Las razones por las que esto es así pueden incluir las creencias de los
pueblos, la habilidad política del líder, sus poderes coercitivos, el miedo a
los enemigos del exterior, etc. Limitando de esta forma el concepto de
derecho reconocido, podem os adm itir una variación más amplia de las
condiciones que pueden crear tales derechos e incluir una variedad mayor
de estructuras de autoridad. Por esta razón un tirano conquistador puede
no ser el gobernante «legítimo» de una polity, pero su fuerza superior le
proporciona el derecho reconocido a gobernar, creando de este modo un
tipo de estructura de autoridad que es im portante en la evolución de los
sistem as políticos.
U n conjunto nuevo de indicadores, que ayuda a delim itar las relaciones
37
de autoridad, se refiere a la serie de sanciones que se ponen en m ovim iento
cuando las relaciones de autoridad son abrogadas por los subordinados,
excepto en condiciones en las que los derechos reconocidos están aún ac
tuando. Estos pueden variar desde la acción individual del superior contra
la persona o personas que descuidan actuar en el papel de subordinados,
hasta m edidas de represalia a través de instituciones especiales que tienen
la función de proteger y m antener las relaciones de autoridad en la polity.
A dem ás, observando actualm ente tales casos, esta categoría particular de
datos se adecúa muy bien a la técnica del «caso hipotético». Los infor
m adores pueden estar de acuerdo, en general, sobre qué debiera hacerse
cuando se infringe tal y cual norma, y es mucho más fácil obtener una
serie de sanciones m ás am plia al preguntar sobre ellas que al esperar ob
servar casos reales de abrogación de normas.
Al igual que la historia constitucional es una de las estrategias básicas
de investigación para com prender el desarrollo y la naturaleza del Estado-
nación moderno, tam bién es importante en antropología política investigar
siempre que sea posible la historia pasada de la estructura de autoridad,
aislando los cambios principales que han tenido lugar. Trabajos de tal clase
han sido realizados por Bames (1954), Fallers (1956), Smith (1960),
Pedrasco (1961), Bailey (1963), Cohén (1966), y otros. Tal enfoque es
en extremo importante, ya que a menudo es muy difícil interpretar o
teorizar sobre docum entos contradictorios cuando no han sido realizados
estudios diacrónicos. Por ello, M aquet (1961) y Cedere (1962) tienen pun
tos de vista bastante diferentes sobre la estructura de autoridad en R uan
da, y solamente cuando tenemos el m aterial histórico (Des Forges 1966),
com prendem os que ambos autores están esencialm ente en lo cierto, pero
cada uno inform a sobre un período diferente en la historia de Ruanda.
En térm inos más específicos, es importante saber si: 1) los roles de auto
rid a d h a n a u m e n ta d o o d is m in u id o su p o d e r a lo la rg o d el tie m p o ; 2)
los subordinados han m antenido una respuesta constante o variable hacia
sus superiores; 3) ha habido allí alguna diferenciación de rol significativa
tal como la creación de nuevos roles políticos; 4) ha habido algunos cam
bios en la relación de la polity en estudio y sus partes con respecto a otras
polities o sus partes en las influencias interpolities. Por supuesto, también
es crucial preguntar qué acontecim ientos históricos parecen haber prece
dido y estim ulado estos cam bios, ya que sólo de tal form a somos capaces
de conocer si hay alguna explicación racional de los desarrollos que han
ocurrido.
Una de las deficiencias del trabajo ya hecho por los antropólogos sobre
el sistema político, ha sido una tendencia por parte de algunos escritores
a limitar la recogida de inform ación a una descripción de la estructura de
autoridad, y por esta razón se supone que ésta comprende el análisis polí
tico del etnógrafo de campo. Pero como ya se ha sugerido con anterioridad,
en térm inos del sistema político, este conjunto de datos solamente trata
38
de la estructura constitucional. Para com prender totalmente el sistema
debemos conocer cómo cambia y por qué, cómo funciona en la práctica, y
qué influencias se están produciendo en él para facilitar o detener el cambio
en cualquier dirección. En el resto de este capítulo trataremos de los rasgos
operativos y dinámicos del sistema, en otras palabras, de las principales
variables independientes asociadas con la estructura de autoridad considerada
como la principal variable dependiente.
39
son hechas a lo largo de toda la serie de polities conocidas por el antro
pólogo.
La cuestión de m edir o registrar inform ación sobre el poder es un
problem a más complejo y sutil que el de la autoridad. Esto se ve mejor
si analizam os el concepto de influencia que es la acción com ponente u
operativa de poder en las relaciones interpersonales. H a sido definida como
«...una relación entre actores, en la que un actor induce a otros a actuar
de una forma en que de otro modo no habrían actuado» (Dahl 1963: 47).
Como señala Dahl en el mismo pasaje no es, sin em bargo, tan fácil esti
m ar con precisión cómo se habría conducido la gente si se dice que está
ausente la condición que se está m idiendo u observando. Pero no es im
posible. Por ejemplo, un líder A organiza una actividad y consigue que
diez personas sigan su dirección; otro líder, B, representando el mismo rol,
organiza una actividad sim ilar y tiene éxito en lograr veinte seguidores.
Com parando A y B en un núm ero de actividades, encontram os que esta
disparidad parece m antenerse por lo general, y concluimos que B es el líder
más poderoso. Por desgracia, éste es el caso m ás simple. Puede ser que
el grupo más pequeño de seguidores de A dure un año, m ientras que el
m ayor de B dure solamente unos pocos m eses, o A puede ser más in flu
yente con respecto a las actividades a, b, y c, m ientras que B solamente
lo es con respecto a x, y, y z. Por consiguiente, la advertencia m etodoló
gica de D ahl (1963: 47) no tiene ningún valor. Cuando recogem os datos
del poder debem os buscar a) tantas m edidas de influencia relativa como
sea posible, y b) m encionar expresam ente a qué actividades o dimensiones
particulares se refiere la influencia, y qué conductas han sido utilizadas
para indicar o m edir tal influencia.
A dem ás, las cuestiones básicas de cuánto poder es deseado entre miem
bros de una polity y de qué modo se m ide el poder, es im portante para
com prender y analizar las fuentes de poder válidas para los miembros.
Estas pueden encontrarse en las bases del sistem a de status y en las habi
lidades políticas de los actores.4 Para descubrir problem as del sistema de
status se debe preguntar sobre las cualidades que la gente reconoce como
instrum entos que otorgan a un hom bre capacidad para influenciar o inten
tar influenciar a otros. Estos instrum entos pueden incluir el éxito perso
nal, los poderes de adjudicación, el poder sobrenatural para predecir el
futuro o invocar la ayuda de lo sobrenatural, la valentía militar, el éxito
en la búsqueda de alimentos, la apariencia física, la formación de coalicio
nes con éxito, la actuación como mediador entre diferentes políticas. Cual
40
quiera que sea la lista posible, y puede que sea la m ism a en toda la polity o
que varíe entre los distintos niveles de la población, la adquisición de tales
instrum entos proporciona a la persona capacidad para ganar o m antener
influencia. Las habilidades políticas pueden derivarse de los ejemplos
relativos a la m edición del poder dados anteriormente. Dadas unas bases de
status idéntico o similar en el mismo sistema, una persona puede ejercer más
poder que otra. Si los instrum entos son de hecho los m ism os, concluim os que la
persona m ás poderosa está utilizando sus instrum entos con más ventaja. Por
qué esto es así se convierte en la base para la descripción y análisis de las
habilidades políticas del sistema en estudio.
Resumiendo, pues, el poder contiene los valores de la cultura en la que
el sistem a político está inserto, más las habilidades con que los actores políticos
efectúan sus actividades en el sistema político. Dado que éstas varían en el
tiem po como respuesta a las condiciones de cambio y personales del sistema
político, nunca están totalmente contenidas en la estructura de autoridad más
estable y formal, es decir, en la estructura constitucional de la sociedad.
Ciertamente, la interacción entre las relaciones de poder y la estructura de
autoridad constituye una base fundam ental del sistema político, al que
volvem os ahora.
E l p ro c e so p o lític o
41
las variedades de entropía en la polity: /.cuál es su antigüedad? ¿qué
éxito tienen? y ¿bajo qué circunstancias se producen? Por el contrario,
puesto que las fuentes de poder nunca están totalm ente incorporadas a las
relaciones de autoridad, siempre existe la posibilidad de que personas o
grupos con autoridad intenten aum entar o legitim ar sus poderes, o de que
personas y grupos no reconocidos en la estructura de autoridad intenten
crear nuevos roles de autoridad que consoliden y hagan legítim a su influencia
sobre poderes específicos. Esta situación se ve m ás claram ente en períodos
de cambio rápido, cuando las fuentes de poder pueden experim entar cambios
en sí mismas. En tales épocas la gente, o más correctamente, los roles no
asociados tradicionalm ente con las relaciones de autoridad, pueden llegar a
controlar las fuentes de poder reconocidas y, por lo tanto, legitimadas.
El proceso político no es sencillam ente una relación abstracta entre el
poder y la autoridad. En términos de acción se manifiesta a sí mismo
como un conjunto de actividades agrupadas bajo la categoría general de
la tom a de decisión. U na decisión se define como «una elección entre alter
nativas», y una decisión autorizada es «una elección entre alternativas en
que la elección tiene efectos significativos y obligatorios respecto a aquellos
miembros del sistema político a que se refiere (Easton 1959). Las
decisiones son el resultado de dem andas hechas en el sistema. Tales d e
mandas varían en la forma en que estim ulan el sistema a actuar, y esta v a
riación produce diferentes clases de decisiones. Todos los sistem as polí
ticos están adaptados a hacer frente a las demandas. Sin em bargo, por la
form a en que las dirigen y asocian, la tom a de decisión con roles d ife
rentes es una determ inante principal de las diferencias entre las estructuras
de autoridad.
La tom a de decisión puede ser clasificada de distintas maneras. Qui
zás el modelo m ás detallado del proceso ha sido expuesto por Snyder
(1958), donde cada aspecto imaginable de la actividad y de sus relaciones
está trazado. Sin em bargo, probablem ente los antropólogos encontrarán
este enfoque dem asiado m olesto, puesto que fundam entalm ente analiza
una cultura y sociedad total utilizando la tom a de decisión como un punto
céntrico de estudio. D esde un punto de vista m ás vulgar y de sentido
com ún, las decisiones observadas por los antropólogos pueden separarse
en dos categorías principales: aquellas que son aspectos del funcionam iento
norm al del sistema político, y aquellas que son más a menudo periódicas
y/o irregulares, pero que acontecen bajo la rúbrica de lo que llamaríamos
decisiones de crisis. Esta dicotom ía no es com pletam ente satisfactoria,
porque las decisiones de rutina pueden desem bocar en crisis bajo ciertas
condiciones, sin embargo apunta hacia algo am pliamente notado por los
trabajadores de campo. Los hechos que se derivan de la actuación del
sistema político tienden a hacerle funcionar con un grado creciente de pro -
fundidad y claridad. De esta forma la distribución de derechos sobre el
42
uso de la tierra por un jefe puede ser una función norm al del jefe de un
poblado de A frica Occidental. Solamente afecta a un número pequeño
de gente y, a no ser que el trabajador de campo sea conocedor de la de
cisión de antemano, o controle la situación, es difícil de observar. Por
otra parte, una guerra o la sucesión al poder de un nuevo jefe puede
activar todo el sistema, y sus efectos son más claram ente visibles en toda
la polity. Yo argüiría que estos diferentes tipos de decisiones varían según
la profundidad y el grado de proyección que tienen en la polity, lo que
quiere decir que la participación política asociada a cada tipo de decisión
varía también. E n otras palabras, a m edida que nos m ovemos de las
decisiones cotidianas o de rutina a las de crisis, se im plican de m anera
creciente am plios sectores del sistema político.
E n las decisiones de rutina colocaría los asuntos adm inistrativos y
adjudicativos, puesto que estas actividades son parte de la actuación co
tidiana del sistema político. En las decisiones de crisis coloco ciertos a s
pectos de las relaciones interpolity, condiciones ecológicas anormales, y
sucesiones al poder. Estas son brevem ente discutidas más adelante.
La mayoría de las decisiones adm inistrativas se refieren a asuntos de
rutina, cuya puesta en juego implica la ejecución de la política pública de
la polity. Esto incluye hechos tales como la decisión sobre la naturaleza
de la búsqueda de alim entación en circunstancias norm ales, la distribución
y el registro del uso de la tierra nueva, la recaudación de tributos para
los líderes locales, la decisión del tiempo y escala de los ceremoniales en
el ciclo anual (de nuevo, en circunstancias normales). Hay un número
de cosas que deben hacerse sobre una base regular que afectan o podrían
afectar a toda la polity si no se organizan y llevan a cabo convenientem ente.
L a enorm e serie de factores que afectan a estos asuntos cotidianos en
cualquier situación dada es el conjunto de variables ndependientes que
determinan la naturaleza de la actividad adm inistrativa en la polity. Por
ejemplo, no sólo es importante conocer las expectativas de cada rol en
la jerarquía de una estructura de autoridad determ inada, sino que tam
bién se debería com prender cómo las presiones e influencias exteriores
afectan a cada rol y cómo cada representante de un rol utiliza sus p re
rrogativas para com prender el resultado de las decisiones que se tom an
en la estructura de autoridad. Sólo entonces se harán evidentes las te n
dencias de cam bio, causadas por las pautas norm ales de la tom a de deci
sión en los asuntos cotidianos de la polity. Las decisiones adjudicativas,
en cuanto asunto de rutina, son necesarias cuando se han hecho in fraccio
nes de norm as que requieren acción pública por parte de la polity en contra
de los transgresores. E n un núm ero de sociedades muy sencillas, m uchas
infracciones consisten en disputas interpersonales que han de resolverse
por los individuos m ism os que están en conflicto, en tanto que los demás
m iembros mantienen una clara falta de interés y no intervienen, por su
puesto, de ninguna form a significativa. En otras ocasiones, sin embargo,
43
el grupo como un todo, y la persona o personas que actúan contra el
transgresor, pueden no tener ninguna disputa personal con él o ella en
absoluto. E stán ejecutando sim plem ente la decisión judicial a la que se ha
llegado por miembros a los que concierne la conducta del transgresor.
E n sociedades m ás com plejas, la infracción de la norm a produce una
activación del sistema judicial, que en muchas sociedades es idéntico a la
estructura de autoridad, diferenciándose de ella sólo en los niveles más
complejos del Estado centralizado, donde la acumulación de codificación
legal y escrita presenta la posibilidad de una categoría de especialistas
legales.
La distinción entre decisiones adm inistrativas y adjudicativas depen
de de la cualidad de la infracción y de la naturaleza del conflicto inter
personal dentro de la polity, es decir, de la naturaleza de la dem anda o
incentivo para tom ar decisiones. E n los asuntos adm inistrativos una deci
sión tiene que tom arse con respecto a si, cómo, por qué, dónde o cuándo
deben hacerse ciertas cosas o no. Todas las alternativas son (generalm ente)
legítimas; la cuestión es simplemente qué alternativa tendrá resultados más
beneficiosos o satisfactorios dadas las condiciones conocidas. Sin em
bargo, el incentivo o dem anda en una situación adjudicativa implica una
o las dos condiciones siguientes. En prim er lugar, algo que se siente como
una infracción de la ley ha causado daño, y por consiguiente se debe acudir
a la ley para poner el asunto en orden. /.Cuáles son los precedentes en
tales casos? ¿Qué norm as se han infringido?, etc. Estas son las cuestiones
planteadas, y se destacan claram ente cuando el grupo y sus líderes deli
beran el caso. E n segundo lugar, dos o más personas pueden estar im pli
cadas en una disputa que no pueden resolver por sí m ismas. Cada una
cree que él (o ellos) tiene razón e intenta legitim ar su posición apelando
a una decisión adjudicativa.
Para obtener un conjunto de variables independientes que expliquen
estas decisiones, es importante preguntar: ¿Cómo se llega a las decisiones
judiciales? Esto implica, com o en el caso de las decisiones administrativas,
definir las características de rol y las influencias, tanto formales como
inform ales, que afectan a tales decisiones.
Ciertos problem as son tan im portantes que las decisiones que les
atañen son lo que yo llam aría un motivo de crisis. U na decisión de crisis
es aquella en que bien la polity entera bien una parte significativa de ella
considera que su interés en una decisión es vital. E n otras palabras, im
plica la supervivencia de su grupo con respecto a sus prerrogativas actua
les. Problem as ecológicos anormales tales como sequías, ham bres, extinción
de una fuente principal de alim entación, inundaciones repentinas, son al
gunos de los principales tipos de crisis. Sin embargo, anorm alidades más
o m enos corrientes tales como la distribución desigual de los recursos p ro
d u c tiv o s en el c u ltiv o , la sie m b ra , o la c a z a , cu a n d o se d ic e que ta le s
44
h e c h o s se d e b e n a fa v o re s s o b r e n a tu r a le s , p u e d e n p ro d u c ir u n a c ris is
en la polity, cuya ideología se basa en la creencia de que la m alevolencia
es una causa de la productividad desigual. E n tales casos se considera
que los intereses vitales de la com unidad han sido violados, y las decisio
nes deben encam inarse a conseguir una equidad m ayor de la generosidad
de la naturaleza en el futuro próximo. Tales decisiones a menudo implican
el establecimiento de procedimientos judiciales para diagnosticar el p ro
blem a, y después decidir el curso de la acción a seguir cuando se conoz
can las causas, las cuales se buscarán en la gam a de explicaciones cul
turales de tales desórdenes. U n segundo conjunto de crisis gira en torno
a las relaciones interpolity. Este tem a se discute abajo con más detalle,
pero por el mom ento debiera señalarse que las relaciones entre una po
lity, o parte de ella, y otras entidades políticas fuera del sistema político
pueden acabar en crisis con respecto a las que deben tom arse decisiones.
Ejemplos de tales crisis son las rivalidades entre varias polities sobre el
acceso a los recursos, o al comercio, o la com petencia por la posición
dominante en una alianza surgida entre polities locales. Del mismo modo
pueden suscitarse crisis por la acción de, o la reacción a, ataques interpo-
lities para saquear o hacer esclavos. U n últim o ejemplo que recuerdo es
la situación en que una persona o facción de una polity procura aum entar
su poder local, y solicita ayuda fuera de la polity para reforzar su posición
interior. Gran parte de la forma que tales crisis adoptan depende de la
estructura de relaciones entre las polities que se han establecido en el
pasado entre los sistem as políticos en cuestión.
U n tercer conjunto de crisis gira en tom o a la sucesión del poder en
la estructura de autoridad (c f Goody 1966). En los sistemas políticos
modernos, como los de las dem ocracias occidentales, tales crisis son ate
nuadas por el uso extendido de procedimientos electorales, nombramiento
según el mérito, o de un sistema de patronazgo bien organizado, todo lo
cual se interrelaciona en formas com plicadas por la necesidad constitucio
nal de elecciones y la actuación de los partidos políticos.
En la m ayor parte de las polities consideradas por los antropólogos
no se practican m edios de sucesión tan complejos. Sin em bargo, en todos
los sistemas, tanto si tienen una base electoral como si no, la sucesión
del poder presenta como punto central bien definido los diversos segm en
tos políticos de la polity que consideran la sucesión como una posible
contracción o expansión de su poder. Por consiguiente, la sucesión siempre
afecta a los intereses vitales, y en este sentido es una crisis. Por otra parte,
porque es una crisis y supone el acceso a la estructura de autoridad, la
sucesión im plica decisiones que aíslan muy claramente el sistema político, al
presentar como punto céntrico evidente la rivalidad en el reclutamiento y
en los m edios por los que se resuelve tal competencia.
U n número de factores influencian la sucesión, aunque varían grande
45
m ente según la com plejidad de la polity y su estructura de autoridad.5
E n prim er lugar, hay norm as que rigen la sucesión; éstas pueden ser
complejas o muy sencillas, e incluyen tam bién precedentes de aconteci
m ientos excepcionales tales como el del regente que puede gobernar en
lugar de un m onarca mientras éste sea demasiado joven por razón del
derecho de primogenitura. Quizás el rasgo más importante del derecho de
sucesión es el grado de rivalidad que se perm ite entre los candidatos en
térm inos de quién tom a las decisiones finales y de qué tipo de requisitos
de status son m andatarios y/o deseables por parte de los candidatos. I n
cluso departam entos que deben perm anecer en un grupo de descen
dientes perm iten la competencia mientras las normas perm itan la ventaja
de un grupo de elegibles más que sólo de uno. A quí se plantea un p ro
blema teórico de interés entre la relación de diferentes tipos de normas
de sucesión y diferentes tipos de estructuras de autoridad (ver Cohén
1966). U n segundo conjunto de influencias sobre las crisis de sucesión y
sobre las decisiones subsiguientes que deben tom arse surge del tipo de
intereses que están im plicados en la sucesión, y de qué y a quiénes
representan. E n relación al mismo conjunto de influencias, es importante
para los que controlan la situación tener en cuenta las exigencias del po
der y las cualidades de los candidatos, y tratar de elegir dentro de las
presiones de las dem ás nfluencias al mejor hombre. En las polities muy
sim ples puede haber dos hom bres poderosos y con éxito que reúnan
cualidades, pero sólo uno de ellos puede tener el cargo. Cada uno puede
tratar de obtener partidarios; frecuentem ente (pero no siempre) los inte
reses de sus partidarios, en cuanto opuestos a los de los no partidarios,
sólo son m ínim am ente cum plidos al dar apoyo a uno u otro. En su lugar
es el bienestar de toda la polity el que está implicado, así como los deseos
individuales de los candidatos. Fbr otra parte, en aquellos casos de socie
dades bastante sim ples, tales como la de los tiw i, donde los hom bres con
éxito tienen que dispensar patronato deseable en sumo grado, los intereses
de los partidarios pueden considerarse como un factor que influencia las
decisiones de sucesión. Por supuesto, si un linaje com pleto de un clan
ha sido separado del acceso al poder por poco tiem po o para siempre por
que el candidato de su linaje no ha sido elegido, entonces todo el linaje,
m ás aquellos que dependen de él, está vitalm ente interesado en la deci
sión. E n el mismo sentido es im portante saber cuánto poder tiene el que
desem peña el cargo de elegir a su sucesor, gracias a su autoridad formal
o su control inform al de la tom a de decisión aun cuando esté muerto o
enfermo en el momento en que la decisión se haga efectiva.
U na tercera clase de influencias en las crisis de sucesión es decisiva,
46
aunque difícil de averiguar. Este es el grado de compromiso otorgado
por los miembros a su propio sistema político o aparte de él, dado que
el com prom iso puede variar con relación a los diferentes poderes de ii
estructura de autoridad, y variar a lo largo de los segmentos de la polity.
Supongo que esta clase de influencias es, de hecho, una cualidad si no des
conocida por lo m enos am pliamente puesta en tela de juicio por la gente
en todas las sociedades. Por esta razón queda planteada la cuestión de
«si podrem os conseguirlo o no» cuando una persona o grupo está pen
sando en la sucesión y/o usurpando uno o varios cargos, o im poniendo
una nueva clase de cargos o em pleados en la polity. La gente tiende a
apoyar su propio sistem a cuando se le pregunta su opinión de él, pero
pueden o no oponerse activam ente cuando se produce un cam bio en el
sistema. Por supuesto, si el cambio es acompañado de poder suficiente,
bien la conquista o algún otro medio, no existe dificultad. Sin embargo,
cuando se plantean problem as de sucesión, incluso sin conquista, existe
una tendencia en los candidatos, excluidos formalmente por las normas,
a desear que las norm as se cam bien o se am plíen para incluir a algunos o
a todos los excluidos previamente. Esto se infiere simplemente de la su
posición de que el poder es un fin atractivo y deseable, y las norm as de
sucesión son atacadas constantem ente cuando grupos o individuos que
desean posiciones de autoridad son excluidos de la sucesión.
La socialización política
47
Por cultura política entiendo un conjunto de ideales y símbolos que
describen las metas y fines de la vida política en térm inos de las tradicio
nes de los miembros. E n la práctica, esto implica también la forma en que
el poder y la autoridad son entendidos y practicados por una cultura
como un todo. Tales datos culturales debieran responder a la pregunta:
«¿Qué conducta política es buena, m ala y aceptable en este sistem a po
lítico determinado?». Sólo cuando se hace esto podem os m ostrar más
claramente la naturaleza del «hombre político» en el sistema. U na pregunta
com parativa interesante seria entonces: «¿Qué culturas políticas tienen
correlación con los diversos tipos de estructuras de autoridad» (Ver
Le Vine 1966). Yo sugeriría que las sociedades de pastores y cazadores
acentúen el igualitarismo porque cada hombre llega a ser eventualmente
un actor político en el sistema. Las sociedades acéfalas sedentarias acentúan
la gran obra porque la mayoría de los miembros del sistema político pue
den, por medio del esfuerzo, conseguir un puesto político importante.
Por otra parte, la mayoría de los Estados prim itivos tienen accesos lim ita
d os a las posiciones de autoridad como una propiedad de su carácter
constitucional. De este modo se acentúa la com petencia entre la élite po
lítica, m ientras que, en la cultura como un todo, se subrayan la adherencia
com pleta o las norm as y recom pensas de la subordinación apropiada como
valores de la cultura política.
Sin embargo, la socialización política está firmemente basada en el
tiempo. La gente aprende la conducta política conveniente en su juventud
y luego intenta aplicar este saber cuando son adultos como miembros
plenamente experimentados. Es importante señalar cómo la experiencia de
socialización es conveniente con respecto a las prácticas actuales de la
estructura de autoridad, puesto que siempre está presente la posibilidad
de cambio debido al tiempo transcurrido entre el aprendizaje y la adap
tación de los m iem bros a m uchas presiones, además de las ideológicas,
cuando se convierten en actores y tom adores de decisiones en el sistema.
Cuanto más conveniente es la socialización para la práctica actual, más
estable y perm anente es el sistema político, y viceversa. Cuanto menos
pronostica la socialización respecto a la experiencia adulta, menos estable
es el sistema. N uevos tipos de aprendizaje están mejorando esta inestabi
lidad al proporcionar a aquellos que son socializados unos fines nuevos y
frecuentem ente más adaptables. Hechos tales como la experiencia urbana
y la enseñanza occidentales, etc., están haciendo esto en m uchas partes
del mundo hoy, pero aún quedan lagunas. A sí, m uchos padres del norte
de N igeria saben que sus hijos aprenderán m uchas cosas en las escuelas
occidentales, que perm itirán a los más jóvenes llegar a ser «grandes hom
bres». Sin embargo, tam bién saben que un mínimo porcentaje de estu
diantes alcanzarán alguna vez educación suficiente para hallarse en d is
posición de desem peñar las pocas posiciones de poder y autoridad e x is
tentes en la sociedad. El resultado respecto a la escuela es am bivalente,
48
y m enos que universal la aceptación de su com petencia como un nuevo
m edio de socializar la juventud y proporcionar oportunidades para el
acceso a los trabajos importantes.
Por último, es importante com prender corno y qué aprende la gente
que es elegible para el poder cuando intentan obtener el cargo y qué
habilidades políticas deben aprender respecto al trabajo para desempeñar
su función satisfactoriam ente. Los antropólogos han descrito a menudo
las cualidades del liderazgo político, bien en particular refiriéndose a una
persona concreta, bien en térm inos generales caracterizando el rol. Lo que
se necesita es una com prensión de las fuerzas que crean un liderazgo legí
timo y de la forma en que la m isma gente y los líderes llegan a conocer
y aceptar estas pautas. Este últim o punto es muy im portante en situaciones
de cambio rápido, como se manifiesta en la m ayor parte de las naciones
nuevas. N osotros aún no sabemos qué produce liderazgo estable en tales
situaciones, incluso, aunque exista un núm ero de casos bien docum entados,
tanto sobre las situaciones políticas estables (Smith 1960), y las
relativamente inestables (Epstein 1958) en el mundo moderno.
49
4 _ A N T R O P O L O G ÍA P O L ÍT IC A
un todo. Lo mismo ocurre cuando una parte de la polity interactúa con
una parte de otra. Tanto si es saqueo, com ercio, relaciones triviales, o
herm andad de sangre entre m iem bros de grupos tribales adyacentes, lo que
im porta es una com prensión de las razones por las que se produce la
interacción. /.Cuáles son sus resultados y cuáles son las influencias que
actúan sobre estos resultados? Por ejemplo, los m iem bros de sociedades
segm entarias interactúan con los grupos vecinos acéfalos, que practican la
autonom ía de poblado y una estructura de paren tesco no-ramificada (es
pacialmente). El resultado es que las sociedades segmentarias tienen g ru
pos m ás am plios a que recurrir gracias a sus reglas de descendencia, y
por esto tienden a expansionarse en el territorio de los vecinos no seg
m entarios (Sahlins 1961). O, por otra parte, el nivel de jerarquía subrayado
entre los mbembe acéfalos del sur de Nigeria, tanto si es política a nivel
de barrio o a nivel general de poblado, dependía de sus pautas de con
flicto y evacuación lejos de los grupos hostiles del norte (Harris 1962).
E n el e ie m p lo de lo s m b e m b e , la e s tru c tu r a de a u to rid a d de la p o lity
es influida por las relaciones horizontales entre las politys, mientras que
en los ejemplos citados de linajes segmentarios (Sahlins 1961), la estruc
tura m ism a de autoridad tiende a determ inar el resultado de las hostili
dades entre polities.
D e sd e el p u n to de v is ta h o r iz o n ta l es im p o rta n te sa b e r c u á le s so n
las relaciones, sus m etas, y efectos, cuando partes de una polity se rela
cionan con el todo —su p u e sto el hecho de que las partes tienen algún
grado de autonom ía, es decir, que pueden ser consideradas como sistemas
políticos por derecho propio. Con relación a algunos tipos de análisis,
este trabajo ya estaría hecho si la polity entera fuese estudiada como un
todo y relacionada con cada parte. Sin embargo, en antropología tratam os
m ás frecuentem ente de partes de sociedades incorporadas a entidades más
amplias. De este modo las relaciones de los sistem as políticos que obser
vam os en entidades más am plias, tales como el Estado-nación en el que los
antropólogos han estado preocupados, se convierten en una tarea impor
tante y han sido discutidas en detalle por num erosos escritores (p. ej. A pter
1961, Geertz 1963). Las interrelaciones de diferentes tipos de los siste
m as tradicionales de autoridad incorporados en nuevos Estados-nación ape
nas han com enzado, y todavía es difícil ver surgir cualquier pauta general
e n e s ta s c la s e s de in v e s tig a c io n e s . L o que se n e c e s ita a q u í so n se rie s
de estudios de casos m ostrando las relaciones de las polities tradicionales no-
occidentales con sus áreas nacionales y regionales más m odernas de
organizaciones gubernamentales, de forma que podam os em pezar a ver
qué variables están asociadas con qué clase de respuesta y qué tipo p rin
cipal de estructura de autoridad (c f Cohén y M iddleton 1970).
50
Conclusión
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335.
53
ABNER COHEN
55
dio la casualidad que fueron publicadas poco antes de que él hiciese la
observación. Como indicó después, descuida corrientes enteras de pensa
miento en antropología, cuya contribución al estudio de la política ha sido
inmensa. Lo que todavía es peor, interpreta de form a totalm ente equi
vocada la naturaleza de los problem as teóricos centrales a los que se r e
fiere la antropología.
Easton escribe como si hubiese unanim idad respecto a lo que es la
antropología política. Pero tal unanim idad no existe aún. La verdad es
que los m ism os científicos políticos no están de acuerdo acerca del do
minio exacto de la ciencia política. Easton (1968), en un examen reciente
de su propia disciplina) declara: «La ciencia política está buscando aún su
identidad», y en su libro A fram ew ork fo r political analysis, recientemente
publicado (1965), se interesa por la cuestión de qué variables deben incluirse
en su «sistem a político». Si ésta es hoy la situación de la ciencia política, de
la que él está tan bien informado, indudablem ente hace diez años no
podía estar tan seguro acerca de las variables de que se ocupaba la
antropología política.
N o se trata de jugar con palabras y definiciones, o de hacer sofismas
entre disciplinas rivales. Las consecuencias son mucho m ás fundamentales,
pues plantean la cuestión de interés general sobre el rol de la antropolo
gía en el estudio, no sólo de las sociedades de cam bio de los Estados r e
cientem ente independientes de A frica y A sia, sino tam bién de las socie
dades com plejas de los países desarrollados. N uestra m ateria tradicional
(la sociedad aislada de pequeña escala) ha experimentado un cambio po
lítico fundam ental y no puede estudiarse ya «como si» fuese todavía r e
lativamente autónoma, sino que debe considerarse como form ando parte
de la estructura institucional del nuevo Estado. Esto enfrenta la A ntropo
logía social con la ciencia política, la cual se ha convertido rápidamente
en una disciplina muy poderosa a partir de la segunda guerra mundial,
tanto en térm inos de recursos financieros y de mano de obra como en
térm inos de su influencia respecto a gobiernos y otras disciplinas. Lo que
es más, recientem ente un gran número de científicos políticos com pe
tentes han invadido «nuestro territorio» y se han encargado de in v es
tigar la política de los nuevos Estados del «tercer m undo».1
Estos desarrollos ilustran el estado de transición por el que atraviesa
ahora la antropología social, y pide una revisión de las metas, m étodos
y orientación teórica. Tam bién plantea la cuestión de la naturaleza de la
relación entre la ciencia política y la antropología social. ¿Qué pueden
aprender una de otra? ¿Qué clase de división de trabajo y de cooperación
puede desarrollarse entre ellas? Reforzando esta s cuestiones está la c u e s
tión de: ¿Qué es la antropología política?
1. Ver, por ejemplo, Coleman 1958; Post 1963; Sklar 1963; Mackintosh 1966, sobre
Nigeria solamente. Ver también los ensayos incluidos en Geertz 1963; Apter 1965;
Almond y Coleman 1960.
56
E l problem a teórico central en antropología política
57
de la actividad económ ica pertenecen a dos esquemas conceptuales diferentes
que han sido desarrollados por dos disciplinas distintas. El proceso económico
hace referencia a la interacción entre el hombre y los recursos relativamente
escasos. Por otra parte, las relaciones económicas hacen referencia a la
interacción entre los hom bres implicados en el proceso económico. Los
antropólogos sociales se han interesado principalm ente en las relaciones
económicas, es decir, en las relaciones entre individuos y grupos en los
procesos de producción, cambio y distribución, y la m ayor parte efe los
antropólogos sociales que han estudiado el proceso lo han hecho en la
m edida en que el proceso afecta a las relaciones económicas.2 No obstante,
estas relaciones económ icas son relaciones de poder y, por lo tanto, son
esencialmente políticas, al formar una parte principal del orden político en
cualquier sociedad.
E s to s d o s tip o s de p o d e r , el p o lític o y el e c o n ó m ic o , so n s in d u d a
diferentes en m uchos aspectos y se asocian con tipos diferentes de san
ciones. No obstante, están íntimam ente relacionados y son inseparables
en m uchos contextos. E n ambos casos estam os tratando de hecho de r e la
ciones de poder entre individuos y grupos, cuando estas relaciones se co n
sideran estructuralm ente en toda la extensión de una polity. En ambas
instituciones las relaciones son m anipulantes, técnicas e instrumentales,
en cuanto los hom bres en las diferentes situaciones se utilizan unos a otros
como m edios para conseguir unos fines y no como fines en sí mismos.
D e l m ism o m o d o , el p a r e n te s c o y el r itu a l, a u n q u e d is t in to s en la
form a, tienen m ucho en común, y la separación entre ellos es a m enudo
arbitraria y algunas veces engañosa. A m bos son norm ativos, al depender
de im perativos categóricos que están enraizados en la estructura psíquica de
los hombres a través de la socialización continua en la sociedad. A m bos se
com ponen de símbolos y com plejos simbólicos. Estos símbolos son
cognoscitivos, en cuanto que dirigen la atención de los hom bres selectiva
m ente hacia ciertos fines. Son afectivos, en cuanto que nunca son em o cio
nalm ente neutros; siempre afectan em ociones y sentimientos. Son inten
cionales, en cuanto que im pulsan a los hombres a actuar. Estas caracterís -
ticas determ inan el poder de los símbolos, que pueden clasificarse en or
den del m enos eficaz, un simple «signo», al más eficaz, un «símbolo do
minante» (Tumer 1964; 1968).
Los sím bolos son sistem atizados conjuntam ente en la estructura de las
ideologías dinám icas o las visiones del mundo, en que los sím bolos del
orden político se integran con los que tratan de los problem as perpetuos de
la existencia humana: el significado de la vida y la muerte, la enfermedad y
la salud, el sufrimiento y la felicidad, la fortuna y la desgracia,
58
el bien y el mal. Estos dos com plejos sim bólicos se apoyan entre sí en un
sistema simbólico unificado.
Ambas categorías de símbolos, los de parentesco y los de ritual, son
utilizados casi alternativam ente en la articulación de las agrupaciones po
líticas y de las relaciones de poder entre individuos y grupos. Los símbolos
r itu a le s fo rm a n p a r te de la m a y o ría de lo s s is te m a s d e p a re n te sc o , y
los símbolos de parentesco form an parte de la mayoría de los sistemas
rituales. Se dice que los sím bolos de parentesco son adecuados particular
mente para articular relaciones de cambio interpersonales, mientras que
los sím bolos rituales lo son para expresar relaciones políticas de un nivel
más alto. Sin embargo, existen muchos casos donde se crea una ideología
de parentesco para articular la organización política de grandes poblacio
nes tanto en las sociedades descentralizadas como en las centralizadas. Los
beduinos de Cyrenaica (Peters 1960; 1967) y los tallensi (Fortes 1945;
1949) por ejemplo, expresan su organización política en el idioma del
parentesco. Lo mismo puede decirse de la organización de los reinos. Toda
la id e o lo g ía p o lític a de lo s s w a z i se e x p re s a en u n m o d e lo de lin a je
que penetra todo el reino desde los niveles m ás altos hasta los más bajos
(Kuper 1947). En otras sociedades centralizadas los símbolos de paren
tesco articulan agrupaciones políticas y relaciones políticas sólo en algunos
n iv e le s . E n tre lo s m a m b w e (W a ts o n 1 9 5 8 ) y lo s lu n d a d el v a lle de
Luapula (Cunnison 1959) la estabilidad de la estructura política en lo alto
se sim boliza en térm inos de relaciones de «parentesco perpetuas». Por el
otro lado, entre los ashanti sólo la parte inferior de la estructura de auto
ridad se organiza sobre una base de parentesco (Fortes 1948). Sin em
bargo, incluso cuando consideram os el simbolismo de las relaciones inter
personales en gran escala, la sociedad industrial contem poránea, podem os
v e r que estos sím bolos articulan una serie sin fin de agrupaciones polí
ticas inform ales cuya actuación es una parte fundam ental de la estructura
política total de la sociedad.
Similarmente, los símbolos rituales no tienen necesidad de implicarse
exclusivamente en la articulación de agrupaciones políticas de gran escala,
relativam ente de alto nivel, y puede considerarse que expresan tipos d ife
rentes de relaciones interpersonales. Por consiguiente, como señala Gluc-
kman (1962), en la mayoría de las sociedades tribales las relaciones inter
personales están altam ente «ritualizadas». Tam bién en m uchos países medi
terráneos y latinoam ericanos se hace uso extensivo de las relaciones de
parentesco rituales, creadas por la institución del «padrinazgo», com pa
drazgo, en la organización de varios tipos de relaciones interpersonales y
de agrupaciones, en algunos casos entre los socialm ente iguales, en otros
entre los socialmente desiguales (Mintz y W olf 1950; 1956; Pitt-Rivers
1958; Deshon 1963; O sbom 1968).
Los símbolos de parentesco y los sím bolos rituales son altam ente in-
terdependientes y ninguna categoría puede actuar sin la otra. La distinción
59
entre ellas se basa a menudo, no en análisis sociológicos objetivos, sino
en costum bres e ideologías nativas. Lo m ismo puede decirse de la distinción
m ás am plia entre «sím bolos sagrados» y «sím bolos profanos», o general
mente entre ritual y ceremonial (Leach 1954; M artin 1965; Douglas 1966).
Esto no quiere decir que no existan diferencias significativas entre los
símbolos, o que los sím bolos no debieran ordenarse por categorías. Sin
em bargo, los sím bolos son fenóm enos socioculturales altam ente com plejos
y pueden clasificarse conforme a una variedad de criterios, según el pro
pósito de la clasificación. En otras palabras, tal clasificación depende de
la naturaleza del problem a del análisis que, a su vez, depende de las va
riables que se consideran en el estudio. Estoy discutiendo aquí que en
antropología social el interés teórico central en el estudio de los símbolos
es el análisis de su im plicación en las relaciones de poder, y que éste
exigirá un tipo de clasificación que a menudo puede estar en desacuerdo
con la proporcionada por las tradiciones culturales de que form an parte
los símbolos.
60
que la sociedad se diferencia socialmente y se organiza más formal y ra
cionalmente. Sin embargo, como señala D uncan (1962), no puede haber
orden social sin la «mistificación» del simbolismo. Esto es cierto no sólo
en las sociedades capitalistas, como mantuvo M arx, sino tam bién en las
sociedades socialistas donde los emblemas, slogans, insignias, desfiles de
masas, títulos, himnos y músicas patrióticas, e inevitablem ente, la «cosm o-
visión» del materialismo dialéctico, y una m ultitud de otros símbolos
juegan su papel en el mantenimiento del orden político, «La seculariza
ción» escribe M artin (1965: 169), «es menos un concepto científico que
un instrumento de las ideologías antirreligiosas».
De este modo, aunque los sím bolos de parentesco y los sím bolos rituales
puedan caer en desuso en la sociedad m oderna, otros símbolos ocupan su
lugar articulando las funciones simbólicas viejas tanto como las nuevas. Un
cambio de forma simbólica no ocasiona un cambio de función simbólica,
porque la m ism a función puede lograrse con nuevas formas. Igualmente,
una continuidad de form a sim bólica no necesita ocasionar automáticamente
una continuidad de función simbólica, pues la m ism a forma puede cumplir
nuevas funciones. E n algunas ocasiones se restablecen los sím bolos antiguos
para representar funciones nuevas (Gluckm an 1942; Cohén 1965). Como
demuestro en otra parte (Cohén 1969: 211-14) hoy el desafío a la
antropología política reside en el análisis de esta im plicación dinámica del
sim bolismo o de la costumbre, en las relaciones de cambio del poder entre
individuos y grupos.
Las sociedades a menudo adoptan formas simbólicas diferentes para
lograr los m ism os tipos de funciones simbólicas. Esto es lo que yo quiero
decir por diferencias culturales. Estas diferencias surgen como resultado
de com binaciones diferentes de circunstancias, algunas de las cuales pu e
den ser históricas, culturales y ecológicas. Algunas formas sim bólicas son
tom adas de otras personas a través de la interacción con ellas en diferentes
períodos históricos; otras son condicionadas por factores ecológicos
especiales. Fbr ejemplo, una persona que vive en áreas forestales utilizará
árboles en la talla de sím bolos o en la representación simbólica en general,
mientras que una persona que viva en el desierto utilizará otros m edios y
experiencias al construir sus formas simbólicas. Del mismo modo, dado
que el Islam se opone categóricam ente al empleo de la pintura, el enta
llado, el baile y la música en su simbolismo, en los países islámicos orto
doxos se hace uso extensivo de una serie de formas lingüísticas: retórica,
proverbios y similares.
Las formas sim bólicas son los productos del trabajo creativo. Su e s
tructura interna es una estructura dram ática y su estudio es parcialm ente
un estudio de la sociología del arte. M uchos sím bolos son la creación
de artistas anónim os. Es sólo en las sociedades literarias más avanzadas
y sofisticadas donde artistas especiales, elegidos, son encargados de crear
símbolos para funciones específicas: diseñar una bandera, escribir la letra
61
de un himno, com poner m úsica para un himno, pintar un cuadro de un
santo, poner en escena un cerem onial. No obstante, todos somos creadores
potenciales de símbolos. D ebido a nuestros sueños, ilusiones, actividades
espontáneas, m omentos de reflexión y al fluir general de nuestro conoci
miento, continuamente reproducim os símbolos y los manipulamos. M uchos
hombres m antienen su creatividad simbólica para sí mismos. Otros la ex
teriorizan y tratan de com partirla con otros hombres. Esta fecundidad
sim bólica en cada uno de nosotros no es totalm ente nuestra creación autó
noma, sino que es el producto de una interacción dialéctica entre nosotros y
nuestra realidad social. E n épocas de cambio, algunas formas simbólicas de
los hombres pueden proporcionar soluciones m ejores a los problem as
generales de un grupo que otros símbolos, y aquellos hom bres que los
crean, m ovilizan y articulan pueden llegar a ser líderes y conseguir que
sus sím bolos sean adoptados por el grupo. Existe, pues, un cierto grado
de creatividad artística en el líder político quien, a través de su retórica,
slogans y tácticas m aneja los sím bolos existentes o crea otros nuevos.
Cuando esta creatividad es particularm ente original, cuando ayuda a ar
ticular u objetivar nuevas agrupaciones y nuevas relaciones, lo descri
bim os com o «carismático».
Los antropólogos sociales analizan las formas simbólicas para descubrir
sus funciones sim bólicas. De estas funciones, una de las m ás im portantes
es la objetivación de las relaciones entre individuos y grupos. Po demos
observar a los individuos objetivamente en la realidad concreta, pero las
relaciones entre ellos son abstracciones que pueden observarse solamente
gracias a los símbolos. Las relaciones sociales se desarrollan y m antienen
m ediante sím bolos. N osotros «observarnos» los grupos sólo a través de su
simbolismo. Valores, norm as, reglas y conceptos abstractos como el
honor, el prestigio, el rango, la justicia, el bien y el mal son tangibles
gracias al simbolismo, y de esta forma ayudan a los hombres en
sociedad a conocer su existencia, a com prenderlos y relacionarlos con su
vida diaria.
Los símbolos tam bién objetivan los roles y les dan una realidad que
se separa de las personalidades individuales de sus detentadores. Los hom
bres son instruidos en sus roles, instalados en ellos, y ayudados a desem
peñar sus deberes en el curso de una serie de actividades sim bólicas e s
tilizadas. Al objetivar relaciones y roles, los símbolos ayudan a diferen
ciarlo, función particularmente importante en las relaciones múltiples
(Gluckman 1962).
Al objetivar roles y relaciones, el sim bolismo logra un tipo de esta
bilidad y continuidad sin el cual la vida social no puede existir. El poder
es un proceso variable. U n grupo de venganza puede tener que esperar
durante años antes de que se encuentre im plicado en un caso de h o m i
cidio, que requerirá la acción por parte de todos sus miembros. Sin em
bargo, debe estar dispuesto a actuar todo el tiem po, pues tal acontecim ien
62
to puede ocurrir en cualquier momento. Entretanto, sus miembros no
pueden dispersarse, pero deben m antener activa su agrupación. Esta con
tinuidad del grupo puede lograrse principalmente a través del simbolismo
de grupo, no a través del ejercicio irregular del poder. Igualmente, aunque un
régim en puede conseguir el poder y m antenerse durante algún tiempo
simplemente por la fuerza, la estabilidad y continuidad se logran princi
palmente a través del simbolismo de autoridad que el régim en maneja.
Los súbditos no em piezan sus vidas cada m añana exam inando las dispo
siciones del poder en su sociedad para ver si el régim en se apoya aún
en la m ism a cantidad de poder que antes, o si ese poder se ha debilitado
y por consiguiente puede derrocarse el régimen. La estabilidad y continuidad
del régim en se hacen posibles gracias a un sistema complejo de simbolismo
que le otorga legitimidad al representarlo finalmente como una parte
natural del orden celestial.
Gracias a la «mistificación» que crea, el simbolismo hace posible que el
orden social sobreviva los procesos de destrucción causados en su seno por
las áreas inevitables de valores y principios conflictivos. Esto ocurre al
crear com unicación entre enemigos potenciales. U n proverbio entre
campesinos árabes dice: «Yo contra mi hermano; mi hermano y yo contra
mi primo; mi primo, mi hermano y yo contra el extraño». Un hombre
d escu b re ai identidad en su interacción con otros. Al cooperar con su
hermano contra el primo, debe conciliar su hostilidad hacia su hermano
con la necesidad de identificarse con él en la lucha contra su primo. Su
hermano, su primo y él deben llegar a un acuerdo para contener sus ene
m istades si tienen que cooperar contra el enemigo común.
Como señala Smith (1956), toda política, toda lucha por el poder, es
segmentaria. Esto significa que los enemigos en un nivel deben aliarse
a un nivel superior. De esta forma, un hombre debe ser un enemigo y un
aliado respecto al mismo conjunto de personas, y es principalmente m e
diante la «mistificación» causada por el simbolismo como se hace frente y
se resuelven temporalmente estas contradicciones. Ciertamente, al elaborar
esta función de simbolismo, Gluckman llega a declarar que el ritual y el
ceremonial no sólo expresan cohesión e imprimen en la gente el valor de la
sociedad, y sus sentim ientos sociales, como en las teorías de Durkheim
y Radcliffe-Brown, sino que exageran los conflictos reales de las normas
sociales y afirm a que existe unidad a pesar de estos conflictos (Gluckman
1963: 18).
El grado de «mistificación» asciende a m edida que aum entan las desi
gualdades entre la gente que debiera identificarse en comunicación. Esta
cuestión la subraya y esclarece principalm ente M arx en su exposición de
los misterios de las «ideologías» y símbolos capitalistas. Además, la amplía
y discute D uncan (1962), quien señala que todo orden social implica
jerarquía, que toda jerarquía implica relaciones entre superiores,
63
subordinados e iguales, y que las relaciones entre éstos se desarrollan
y m antienen por la «mistificación» del simbolismo de comunicación.
N o es mi intención aquí intentar hacer un examen de las diferentes
funciones sim bólicas que han sido descubiertas por los antropólogos so
ciales. M uchas de tales funciones han sido identificadas y analizadas; pero
la investigación sistemática de aquéllas y el análisis de cómo se com portan
estas funciones está aún en sus com ienzos. Lo que quiero subrayar es
que los antropólogos sociales han estado interesados colectivam ente en el
estudio de la interdependencia entre dos variables principales: las relacio
nes de poder y el acto sim bólico 3
3. Deseo señalar que éste no es un reflejo de mi propio interés personal, sino que
es, en mi opinión, la exposición de las implicaciones detalladas de nuestros conceptos y
técnicas. Los antropólogos sociales aún mantienen la opinión de que su enfoque es
«totalizador» y que, incluso cuando están interesados en el estudio de una institución
social, como la ley o el matrimonio, tienen que analizarla en relación con otras
variables institucionales principales en la sociedad. Esto quiere decir que, si optan por
concentrarse en fenómenos simbólicos específicos o en relaciones de poder específicas,
tienen que llevar a cabo su análisis en el contexto de ambas variables. Tam bién creo
que la m ayor p a rte, si no to d o s los antropólogos sociales, mantienen aún la «regla»
metodológica durkheimiana de que un hecho social debería considerarse en sus
manifestaciones en toda la extensión de una sociedad. Cuando, por ejemplo, la relación
padre-hiio se estudia de esta manera, será vista como una relación existente entre dos
categorías sociales que incluyen a la mayor parte de los varones de una sociedad. En
algunas sociedades, los padres ejercen un gran control sobre sus hijos, mientras que en
otras ejercen menos. Esto convierte a la relación padre-hijo en un rasgo significativo del
orden político en cualquier sociedad. De esta forma, en algunos poblados árabes que
estudié (1965), los gobernadores locales suprimían efectivamente el «poder de los jóvenes»
al conseguir la cooperación de los más viejos, que ejercían mucha autoridad sobre sus
hijos. Por otro lado, en la sociedad británica, donde los padres ejercen mucho menos poder
sobre sus hijos, las autoridades tienen que tratar directamente con la juventud
movilizando una mayor fuerza policial. Los antropólogos sociales dicen también que su
enfoque es comparativo, y esto conduce inevitablemente a un grado alto de abstracción.
Si se presuponen todos estos puntos de vista, entonces se seguirá de mi argumento que
la antropología social se ocupa colectivamente del análisis del simbolismo de las relaciones
de poder. Cada estudio monográfico es, de hecho, un experimento en el análisis de estas dos
variables. Como en otras ciencias, la mayor parte del trabajo de los antropólogos sociales
consiste en «preparar el experimento». Este consiste en analizar y examinar los datos para
aislar las dos variables de aquellas otras variables que los antropólogos entrecomillan como
«otras cosas que son iguales».
64
logia era interpretar acciones y m anifestaciones simbólicas en térm inos de
relaciones sociales (1954). Igualmente Gluckman (1942: 1965) ha soste
nido durante mucho tiempo la opinión de que la antropología social
difiere de las dem ás ciencias sociales en que se ocupa de las costum bres,
que son principalm ente b que yo estoy llamando símbolos. La antropo
logía social, declara, se ocupa del análisis de la costumbre en el contexto
de las relaciones sociales (1965). Por otra parte, Evans-Pritchard declara
que la antropología social «estudia... la conducta social generalmente en
formas institucionalizadas, tales como la familia, sistemas de parentesco,
organización política, procedimientos legales, cultos religiosos y similares,
y las relaciones entre tales instituciones» (1956: 5).
Esto no significa que todos los antropólogos sociales estén de acuerdo
en que se ocupen principalm ente del estudio del simbolismo de las rela
ciones de poder. Como verem os después, unos pocos de ellos apenas están
interesados en el estudio de los sím bolos y se concentran en el estudio de
las relaciones de poder y las luchas de poder entre individuos y grupos.
Por otro lado, otros antropólogos sociales no están interesados en el e s
tudio de las relaciones de poder y se concentran en el estudio de los
símbolos como tales. Sin embargo, la abrumadora mayoría de los antro
pólogos sociales caen de continuo entre estos dos extrem os en cuanto que
su trabajo consiste en el análisis de diferentes tipos de sím bolos en con
textos principalm ente políticos. Frecuentem ente alternan sus análisis entre
estas dos variables, aunque algunos lo hacen m ás consciente, explícita y
sistem áticam ente que otros.
Las dos variables son, de hecho, dos aspectos generales de casi toda
conducta social. Como N adel y G offm an han puesto de manifiesto, toda
conducta social está expresada en formas simbólicas (Nadel 1951: 28-9;
G offm an 1959). Por otro lado, como muchos antropólogos sociales seña
lan, las relaciones de poder son aspectos de casi todas las relaciones so
ciales. En palabras de Leach: «Lo técnico y lo ritual, lo profano y lo
sagrado, no denotan tipos de acción sino aspectos de casi cualquier tipo
de acción» (1954: 13).
N o se supone aquí que estos dos aspectos dan m inuciosam ente razón
de toda conducta social concreta; pues éste es un proceso sum am ente com
p lejo que no puede reducirse a la actuación de unas pocas variables. Las
relaciones de poder y la conducta sim bólica solamente se separan analíti
camente de la conducta social concreta, para estudiar las relaciones so
ciológicas entre ellas. Tam bién es importante señalar que las dos variables
no son reductibles entre sí. Cada una es cualitativam ente diferente de la
otra. Cada una posee sus características especiales propias, su propio tipo
de proceso, dirigido por sus propias leyes. Los sím bolos no son reflejos
m ecánicos, o representaciones de las realidades políticas. Tienen una e x is
tencia en sí misma, por derecho propio, y pueden afectar a las relaciones
de poder en una variedad de formas. Igualm ente, las relaciones de poder
65
5 — ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
tie n e n una Ealidad en sí m ism as, y de ningún modo puede decirse que
están determinadas por categorías simbólicas. Si una variable fuese un
refleio exacto de la otra, entonces el estudio de su interdependencia sería de
poco valor sociológico. Sólo en cuanto son diferentes, aunque interde-
pendientes, puede ser provechoso y esclarecedor su separación y el estudiode
las relaciones entre ellas.
N o es a p ro p ia d o p r e g u n ta r si la s e p a r a c ió n de e s ta s d o s v a r ia b le s
es válida o no. Uno puede separar para el análisis cualquier variable de la
conducta concreta, pues es una suposición axiom ática que todas las variables
im plicadas en esta conducta son, en m ayor o m enor grado, directa o
indirectam ente interdependientes. La cuestión es tan sólo si las variables
separadas para el análisis están interrelacionadas significativam ente, y si el
estudio de su interconexión puede desarrollar hipótesis sistem áticas y
conducir a análisis ulteriores. El trabajo y los logros de la antropología
social han dem ostrado hasta aquí el valor y las posibilidades analíticas del
estudio de las dos variables discutidas aquí.
El análisis en la antropología social ha consistido más en el estudio
de la interdependencia o interacción dialéctica entre las dos variables que
en el estudio de cada una de las variables por separado. U na concentración
sólo en una, con descuido de la otra, acabaría principalm ente en descrip
ciones cuyo valor teórico sería limitado. Esta es por supuesto una d e c la
ración atrevida, pues cada una de las dos variables contiene «subvariables»
cuya actuación e interdependencia debe analizarse para hacer más precisa
y clara nuestra descripción de la variable principal. La diferencia entre el
análisis y la descripción es una cuestión de grado.
66
sociedad. U na opinión que postulase lo contrario sería ilógica» (1968:
544-5).
Los antropólogos de esta escuela de pensam iento presentan un cuadro
de la vida política en térm inos de un «juego» continuo, en el que cada
hombre busca m axim izar su poder haciendo planes continuam ente, luchando
y tomando decisiones. Cada acción que contem pla es el resultado de una
transacción en la que los resultados son, si no superiores a los gastos, por lo
m enos iguales.
Los antropólogos de la teoría de la acción han profundizado nuestra
com prensión de los procesos dinám icos im plicados en la lucha por el poder
que tiene lugar, no sólo en las sociedades de cam bio, sino tam bién en las
sociedades tradicionales. H an utilizado un «microscopio» para mostrarnos
la política a un nivel profundo, y han introducido en nuestro vocabulario
un número de térm inos valiosos para designar las colectividades «no agru
padas»: «facciones», «red egocéntrica», «grupo de acción». En un libro
reciente, Bailey (1969) presenta y discute un cuerpo de conceptos y tér
m inos ideados para tratar, en una forma muy perceptible y profunda, de
las sutilezas de la conducta política a este nivel. Estos térm inos y concep
tos dirigen nuestra atención a tipos de agrupaciones y a procesos de inte
racción política que hasta aquí han eludido nuestra atención, y de esta
form a nos proporciona instrum entos im portantes, no sólo para el análisis
sino tam bién para la reunión de datos en el trabajo de campo.
Sin embargo, cuando se lleva esta orientación a su extremo y se pre
senta — como hace B oissevain— como un sustituto de los «m étodos
antiguos», se convierte en unilateral y presenta de este m odo un cuadro
falseado de la realidad social. Expresándolo en sentido metafórico, el mi
croscopio que esta escuela posee es tan poderoso para descubrir los de
talles de la interacción política, que carece de poder o es ineficaz para
reflejar los rasgos estructurales más am plios de la sociedad.
Boissevain está en lo cierto al declarar que el individuo es anterior al
grupo, pero sólo si se está refiriendo al individuo biológico. Sin embargo,
en la sociedad no tratam os de individuos biológicos, sino de personali
dades sociales. La parte más importante de nuestra «naturaleza humana»
se adquiere en la sociedad a través del período de socialización. Como Mead
(1934) indica, la auto-identidad, el verdadero concepto de «yo», se ad
quiere por el hom bre a través de la interacción con otros hombres, con
quienes se com unica a través de símbolos. U n hom bre nace en una so
ciedad con una cultura y una estructura que le dan forma. Esta realidad
sociocultural es un hecho objetivo que le hace frente desde el exterior.
E n ese grado, el grupo es anterior al individuo. Esto no significa que el
hom bre sea em pequeñecido por esa realidad y que su naturaleza y su vo
luntad sean determinadas por ella. El hombre tam bién desarrolla una auto
nomía propia, su «yo», m ediante el cual reacciona frente a la sociedad.
La relación entre el hombre y la sociedad es, por consiguiente, una relación
67
dialéctica (Radcliffe-Brown 1952: 193-4); Berger y Luckman 1967). Sin
embargo, no debemos exagerar el grado en que un hombre es libre de los
grupos a los que pertenece. Por ejem plo, en nuestra sociedad creemos
que somos libres de elegir a nuestro compañero en el matrimonio, que
nos casamos por amor. Sin duda esto es así en gran medida. Sin embargo,
como han puesto de m anifiesto m uchos estudios en las sociedades in d u s
triales contem poráneas, la m ayoría de nosotros nos casam os con nuestros
iguales socialmente. Los antropólogos llaman a esta clase de matrimonio
endogamia. La endogamia, como todos sabemos, es un mecanismo para
m antener los lim ites entre los grupos y para proteger su calidad de co
munidad exclusiva al impedir la intrusión de extraños. E n la sociedad pre-
industrial, la endogamia está formalmente institucionalizada, como en la
sociedad india tradicional. En nuestra sociedad no está formalmente ins
titucionalizada, pero, en su lugar, está inculcada de una m anera sutil en su
m ayor parte inconsciente a través de la actuación de un cuerpo de sím bolos
que adquirim os por medio de la socialización. Los grupos de status a los
que pertenecem os, inculcan en nuestras personalidades «agentes» esp ec ia
les, sím bolos especiales, y nos hacen responder a unas categorías de miem
bros del otro sexo más que otras. Cuando adquirimos la conducta sim bó
lic a im p líc ita en el « e s tilo de v id a » e s p e c ia l de u n g ru p o d e s ta tu s , de
hecho estam os adquiriendo autom áticam ente de ese modo las restricciones,
las representaciones colectivas de ese grupo. Esto quiere decir que incluso
cuando estam os actuando como individuos libres, al seguir nuestros p r o
pios m otivos podem os estar actuando de hecho como m iem bros de grupos.
Los grupos actúan a través de las acciones de sus miem bros. D urante una
cam paña electoral, los candidatos, agentes, m ediadores y electores se uti
lizan entre sí, siguiendo sus intereses privados propios. Constituyen fac
ciones, equipos de acción y alianzas libres. Sin embargo, sabiéndolo o sin
saberlo, actúan al misino tiempo como miembros de grupos políticos más
amplios4
A lgunos teóricos de la acción aceptan las reglas del juego, es decir,
los símbolos que dirigen la conducta social, como dadas y externas a la
«arena» en que tiene lugar la lucha por el poder, cuando de hecho estos
sím bolos se im plican dram áticam ente en todo el proceso en cada una de
sus etapas. E n otras palabras, este enfoque presupone estabilidad cuando
estudia el cambio. Un hombre am bicioso y listo, capaz de manejar a otros
hombres, debe ser capaz de manejar símbolos al interpretarlos y re-inter
pretarlos. Estos sím bolos son representaciones colectivas de grupos y sólo
68
cuando un hom bre participa él mismo en tales grupos y acepta las coac
ciones de estos sím bolos puede que tenga éxito en su esfuerzo.
Si nos concentramos exclusivamente en el estudio del «hombre p o lí
tico» nos referirem os únicam ente a su esfuerzo consciente y personal. Sin
em bargo, las facciones, grupos de acción y otros «no-grupos» no son «en
tidades» sino secciones parciales desgajadas de un campo social más amplio
y m ás inclusivo. N ingún estudio de im portancia de las redes egocéntricas
revelará a nuestro parecer la estructura política de la sociedad. La red ego
céntrica sólo es significativa cuando es considerada en el contexto de la
«red total» (Bames 1968).
®
las categorías de pensam iento y en los sistem as de las relaciones entre ellas.
Los estructuralistas del pensam iento están determ inados además a «rom
per el código» en toda época y en toda cultura. Para poder hacer esto, se
concentran en el estudio de las formas sim bólicas y de la conducta simbó
lica. De este modo, m ientras los teóricos de la acción se concentran en el
estudio del «hom bre político», los estructuralistas del pensam iento se con
centran en el estudio del hombre ritual.
Los estructuralistas del pensam iento han clarificado considerablemente
nuestra com prensión de la naturaleza y el funcionamiento del simbolismo.
H an remarcado la opinión — debilitada recientemente por la desviación de
m uchos antropólogos de algunos de los dogmas de la sociología clásica de
Durkheim— de que el orden simbólico no es sólo el refleio mecánico o
un epifenóm eno del orden político, sino que es un hecho que tiene una
existencia en sí misma, por derecho propio. H an dirigido la atención a las
relaciones sistem áticas existentes entre las diferentes partes de ese orden.
Como los teóricos de la acción, en el campo de las relaciones de poder,
han proporcionado a la antropología una serie de conceptos y térm inos
importantes que pueden utilizarse como instrum entos tanto para el aná
lisis como para la descripción en el campo del simbolismo.
Cuando dejan de hacer referencia directa a la interacción social, se
convierten en unilaterales y se apartan de la corriente principal de la antro
pología social. M uchos de ellos conocen perfectam ente este peligro, y casi
invariablem ente com ienzan sus diferentes disertaciones con una decla
ración de fe en el «estructuralismo social» y una prom esa de dirigir su
análisis de la estructura de pensam iento a las dificultades dinámicas de
la organización social (p. ej. Willis 1967). Sin embargo, a medida que pro
sigue la exposición, el análisis prometido se aplaza hasta el final, cuando
es en gran m edida inconsecuente.
Esto no es de ninguna m anera una indicación de debilidad analítica,
sino m ás bien un asunto de orientación e interés. Los problem as que
plantea este enfoque no son problem as sociológicos, sino que tratan prin
cipalmente de las relaciones entre los símbolos. De este modo, el inteli
gente artículo de N eedham sobre las clasificaciones sim bólicas de los nyoro
(1967) trata de un «enigma» cultural; lo mismo ocurre entre los bunyoro:
m ientras todo lo que es bueno y propicio es asociado con la mano derecha,5
el adivino ayudante utiliza su mano izquierda al arrojar las cáscaras de
cari, que utiliza como un mecanismo de adivinación. De este modo el pro
blema trata fundamentalmente de las relaciones entre símbolos, sin mucha
referencia a la interacción social. Problemas de una naturaleza similar
son planteados por Beidelm an (1968 a), Douglas (1968) y Rigby (1968).
E stos, por supuesto, son problem as muy im portantes en antropología
70
social, pero solamente si son analizados sistemáticamente en el contexto
de las relaciones de poder.6
E s to se d e b e a q u e no p u e d e h a b e r c ie n c ia g e n e r a l de la c o n d u c ta
simbólica como tal. Los fenómenos simbólicos son fenómenos sumamente
com plejos que pueden estudiarse desde distintos ángulos, según la natu
raleza de las otras variables que se incluyen en el análisis. En antropología
social nos interesamos por los símbolos principalm ente en la m edida en
que influyen y son influidos por las relaciones de poder. En otras palabras,
estudiam os cómo se estructura y sistematiza lo simbólico, no por una
lógica especial inherente a ello, sino por las dinámicas de interacción entre
los hom bres en la sociedad (ver Evans-Pritchard 1937). En cada grado del
estudio tiene que hacerse referencia a am bas variables. U n estudio de los
sistemas simbólicos en sí mismos será inevitablem ente «indisciplinado», en
e l s e n tid o de q u e n o te n d r á u n p r o p ó s ito e s p e c íf i c o o e s tr u c tu r a de
referencia, y además es posible que se desvíe en direcciones diferentes,
mezclando la metafísica con la lógica, el arte, la psicología, la teología o la
lingüística. Esta es, sin duda, la razón por la que estudiosos como L anger
(1 9 6 4 : 55) y G e e rtz (1 9 6 4 ) se q u e je n de lo p o c o que se h a lo g r a d o e n e l
desarrollo de una «ciencia de la conducta simbólica».
Todo esto es bien sabido por los estructuralistas del pensam iento; sin
embargo, su dilema es que dem asiada observación de la im plicación del
simbolismo en las relaciones de poder conducirá inevitablem ente a una des
viación de la lógica bien hecha de las categorías de pensam iento. Creo que ésta
es la causa de la queja de Beidelm an, expresada dos veces recientemente
(1968 b, 1969), de que V. W. Tum er «carece de apreciación de aquellas
cualidades lógicas y form ales que todos los sistem as simbólicos... poseen». El
mismo Beidelman (1968 b: 483) señala con precisión la cuestión real cuando
declara que «Turner pone el énfasis en los sím bolos como expresiones de
fuerzas; Lévi-Strauss pone el énfasis en sus cualidades nominales...». Los
estructuralistas de pensam iento sin duda aclaran las propiedades formales de los
símbolos, pero, en palabras de Fortes (1967: 9), «a costa de neutralizar al
acto r» .
Todos los profesionales de cualquiera de estos sectores opuestos, los
teóricos de la acción y los estructuralistas del pensam iento, son antropólogos
distinguidos, con mucho trabajo tras ellos sobre el estudio «totalizador» de la
interdependencia entre las relaciones de poder y la acción simbólica.
Totalmente conocedores de las implicaciones m etodológicas y teóricas de lo
que están haciendo, pueden sin duda evitar concentrarse en el estudio de una
variable m ientras la otra variable se mantiene constante. Sin embargo, son
sus discípulos quienes pueden llegar a ser unilaterales y
6. Creo que las partes más estimulantes del excelente libro de Douglas Purity and
danger (1966) son aquellas que tratan directamente del simbolismo de las relaciones de poder.
71
de este modo apartarse del problem a central de la disciplina. Esto puede
observarse en algún trabajo postgraduado de los años recientes que tiende
a concentrarse en una variable en detrim ento de la otra. Las razones
principales por las que esta unilateralidad atrae a los principiantes es que
requiere poco esfuerzo analítico. Les resuelve el fastidioso problem a de
tener que encontrar un «problem a» para el análisis de los datos etnográ
ficos. Concentrarse en el estudio de las relaciones de poder o de simbo
lismo implica mucho esfuerzo analítico; plantea principalmente proble
mas de descripción unidimensional. U n informe de cómo los individuos
luchan por el poder, o de cómo la gente se com porta sim bólicamente, es una
descripción categórica de hechos que pueden ser verdaderos o falsos. Sólo
puede em prenderse el análisis significativo planteando problem as que im
pliquen la investigación de las relaciones sociológicas, o de la interacción
dialéctica, entre conjuntos diferentes de hechos o variables.
72
la estabilidad del matrimonio es formulada en términos puramente po
líticos (1950).
Esta línea de análisis es de importancia crucial para la ciencia política.
E n primer lugar, porque, como Mannheim (1936) señaló hace tiempo,
al estudiar su propia sociedad u otra similar el científico político es cogido
por el mismo sistema de símbolos que está tratando de descifrar. Los
sím bolos están, en general, enraizados en la m ente inconsciente y son de
esta suerte difíciles de identificar y discutir por la gente que vive bajo
ellos. La preocupación central de la ciencia política es el estudio del efecto
de las agrupaciones políticas inform ales en el funcionamiento de la estruc
tura formal del gobierno y de otras organizaciones de escala más amplia.
T oda conducta, sea en grupos formales o informales, es expresada am plia
m ente en formas simbólicas. Los m ism os conceptos y categorías de pensa
m iento que los científicos políticos em plean en su análisis, form an parte
de la m isma ideología política que tratan de comprender. Es cierto que la
paradoja de M annheim puede vencerse hasta cierto punto m ediante la
investigación lenta, acumulativa, em pírica y comparativa. Lo que es más,
algunos grandes pensadores corno M arx, D urkheim y otros han desarrollado
el simbolismo de las sociedades industriales avanzadas.
Sin em bargo, todo esto no es suficiente. A pesar de m uchas décadas
de investigación más intensiva sobre estas líneas, hay aún muy pocos aná
lisis de lo que Mackenzie (1967: 280) ha llamado «ritual político» en la
política contem poránea. Todavía se sabe muy poco sobre el funcionam iento
del Ministerio Británico (SSRC 1968: 25), qué decisiones de suma impor
tancia para la econom ía británica son adoptadas (ver Lupton y W ilson
1959) y apenas existe acuerdo entre los científicos de la política sobre
la naturaleza de la ideología política en las sociedades industriales contem
poráneas. El desafío de M annheim sigue en pie.
E n segundo lugar, el orden sim bólico de una sociedad sólo puede com
prenderse cuando es estudiado en la tradición cultural total de la que
forma parte. Esta tradición incluye la cosmología, la teología, el arte y la
literatura. A causa de su relativo aislam iento y de su tecnología sencilla,
a pequeña escala, las sociedades industriales que han sido estudiadas por
los antropólogos tienen poca diferenciación ocupacional e institucional.
Por esta razón, sus culturas no son muy sofisticadas y tienden a utilizar
tem as y experiencias lim itadas en la construcción de sus sistemas simbólicos
(ver Douglas 1968: 17). Por otro lado, la sociedad industrial es sum a
m ente com pleja, con una gran cantidad de división de trabajo, una mul
tiplicidad de agrupaciones, y un alto grado de heterogeneidad social y cul
tural. Esta com plejidad, junto con la capacidad literaria altamente desarro
llada, y canales para la com unicación rápida de artículos culturales, hace
complejo en alto grado su sistema simbólico, y por esta razón muy difícil
de analizar. Esto, por supuesto, no quiere decir que no se hayan realizado
con éxito estudios del simbolismo de la sociedad contem poránea. A lgún
73
trabajo im portante en este campo se ha hecho por un amplio número de
pensadores, incluyendo a Marx, Carlyle, Weber, Durkheim y K. Burke.
Sin em bargo, este trabajo ha sido frustrado siempre por los problem as de
ideología, escala, com plejidad, conceptos y técnicas que acabo de mencionar.
Uno de los análisis más profundos del sim bolismo en la sociedad con
tem poránea es C om unication and Social Order, de Duncan (1962). Sin
em bargo, después de estudiarlo se puede ver que se b asa fundamentalmente
en trabajo intuitivo sin ningún estudio m etódico o sistem ático de situa
ciones empíricas.
Lo que deseo señalar aquí es que el antropólogo social, al analizar los
sím bolos de las relaciones de poder en pequeña escala, sociedades p re-
industriales, ha logrado un conocimiento bastante profundo del sim bo
lismo de las relaciones de poder en general. El análisis antropológico de
los símbolos implicados en el desarrollo, organización y mantenimiento de
los tipos diferentes de relaciones de parentesco, de matrimonio, amistad,
relaciones patrón-cliente, agrupaciones políticas corporativas, rituales y de
sistemas diferentes de estratificación, pueden proporcionar a los científicos
de la política que trabajan en la sociedad industrial conceptos significativos
e hipótesis para analizar toda una serie de agrupaciones políticas y relacio -
nes informales. Estas agrupaciones y relaciones inform ales ocupan toda la
estructura form al de la sociedad industrial contemporánea. Son, sin duda,
el tejido real de que está hecha la estructura de todas las sociedades, y su
análisis es el problem a central de la ciencia política.
A parte de estos hallazgos analíticos, la antropología social ha desa
rrollado técnicas y m étodos que pueden ser de gran ayuda, por lo menos
para algunas de las ramas de la ciencia política. Recientemente los an tro
pólogos han estado adaptando estos m étodos y técnicas al estudio de las
com unidades y grupos en sociedades com plejas, tanto en los países en
vías de desarrollo como en los ya desarrollados. Un número rápidamente
creciente de antropólogos está aplicando ahora sus técnicas «m icrosocio-
lógicas» a los estudios de las áreas urbanas, donde la lucha por el poder
entre grupos e individuos es intensa. Como señala Firth (1951: 18), aunque
las técnicas antropológicas son m icrosociológicas, las form ulaciones teóricas
pueden ser m acrosociológicas y pueden, de esta manera, adaptarse al e s
tudio de la política a nivel de Estado.
74
blem a y, para tratar de él, han desarrollado conceptos tales como «campo
social» y «sociedad plural». Estos son sim plem ente conceptos descrip
tivos y la cuestión no es si son válidos o no, sino si son útiles en el
análisis. Sin duda son útiles al dirigir nuestra atención hacia ciertas
características de las sociedades nuevas, pero en mi opinión no centran bien
el problema. La revolución política más grande de nuestro tiempo es la
aparición de los nuevos Estados del «Tercer M undo». Tanto en las so
ciedades en desarrollo como en las ya desarrolladas, el Estado es hoy el
poseedor y árbitro del poder político y económico.
Los antropólogos sociales han trabajo m ucho sobre Estados prim i
tivos de escala relativam ente pequeña.7 Sin em bargo, aparte de unas pocas
excepciones (ver por ejemplo Lloyd 1955; Biley 1960; 1963; M ayer 1962;
Cohén 1965: 146, 75), han ignorado la importancia del Estado moderno
en el estudio de la política de com unidades pequeñas por dos razones. La
prim era es que cuando ellos conocieron inicialmente el problema, muchas
de las com unidades que estudiaron estaban en territorios todavía bajo
dominación colonial. Esto era particularmente cierto en el caso en Africa,
donde los lím ites internacionales habían sido creados, en su m ayor parte,
por los poderes coloniales. E n anteriores territorios británicos la dom ina
ción indirecta ayudó a perpetuar la exclusividad y autonomía de las co m u
nidades tribales relativam ente pequeñas. Bajo aquellas circunstancias, no
había «Estado» que examinar, y lo único que un antropólogo podía hacer
era intentar estudiar la adm inistración colonial. Sin embargo, aunque hace
m ás de treinta años los antropólogos com enzaron a sostener que el ad
m inistrador y m isionero europeos deberían estudiarse junto con el jefe y
el médico-brujo nativos, como parte del mismo sistema político (ver
Schapera 1938), no se hicieron intentos serios de investigación en el do
minio de la adm inistración colonial. U na razón fue que, en m uchos casos,
era el gobierno colonial el que iniciaba y financiaba la investigación.
La segunda razón de que los antropólogos no hayan tom ado el Estado
moderno como el contexto en el que debiera hacerse el análisis de las
com unidades pequeñas, son sus tem pranas objeciones al estudio de la
filosofía política que ha dominado el estudio del Estado hasta aproxim ada
mente la época de la segunda guerra mundial. El tono fue establecido por
los editores de A frican political systems, cuando declararon que las teorías
de los filósofos políticos les habían parecido de poco valor científico a
causa de que las conclusiones no estaban form uladas en térm inos de la con
ducta observada (Fortes y Evans-Pritchard 1940: 4).
Esta últim a objeción no es ya relevante, debido a que el Estado está
siendo ahora estudiado empíricam ente por la ciencia política, que ha p ro
gresado enorm em ente durante las dos últim as décadas. Solamente en los
7. Ver, por ejemplo, Nadel 1942; Smith 1960; Lloyd 1965, y los estudios contenidos
en Forde y Kaberry 1967.
75
E stados U nidos y Gran Bretaña, enorm es recursos financieros y humanos
han sido asignados al estudio empírico de la política a nivel estatal, tanto
en los países en vías de desarrollo como en los desarrollados. H a habido
una proliferación espectacular de los departam entos de ciencia política en
las universidades, con las correspondientes facilidades para investigación,
viajes y publicaciones (ver W iseman 1967; Mackenzie 1967; SSRC 1968).
A lgunas monografías y artículos excelentes sobre la política en los países
del «tercer mundo» han sido publicadas y están siendo utilizadas en cur
sos de ciencia política en las universidades.
Sí bien es verdad que la ciencia política está todavía «buscando su
identidad» y que está todavía explorando diversos enfoques que se han
convertido en las especializaciones de distintas escuelas de pensam iento,
existe, sin embargo, un interés fundamental en el estudio de los fenómenos
a nivel estatal, y a este respecto los antropólogos sociales pueden aprender
mucho.
A lgunos antropólogos pueden desechar los hallazgos de la ciencia po
lítica por esta m ism a razón, es decir, por cuanto la ciencia política es
«macropolítica». Dem ostrarían que hacer un estudio del sistema social de
una com unidad sim ple de unos pocos cientos de personas requiere más
de un año de trabajo de campo, y m uchos años de tratam iento y análisis
de datos por parte del antropólogo, por lo que es absurdo conceder un
valor científico a los descubrim ientos de los científicos políticos que ha
cen generalizaciones sobre sociedades enteras de m uchos m illones de habi
tantes. Sin em bargo, este argumento ignora dos cuestiones fundamentales.
L a prim era es que por el hecho mismo de que el Estado existe y juega un
rol crucial al cambiar la estructura y la cultura de nuestras pequeñas co
munidades, alguien debe estudiarlo. Tal estudio es fundam ental no sólo
académicamente, sino tam bién por una variedad de consideraciones prác
ticas, principalmente administrativas. Es absurdo decir que el estudio del
Estado como un todo debiera esperar el desarrollo de la «micro-sociología»;
éste puede ser un desarrollo a largo plazo y, mientras tanto, el científico polí
tico está haciendo frente al desafío. La segunda es que la ciencia política
ha desarrollado nuevos conceptos y nuevas técnicas para tratar de los fe
nóm enos políticos a nivel estatal de una m anera efectiva. H a habido una
revolución en los m étodos de codificación de grandes cantidades de infor
mación, sistematizándola y em pleándola en futuros análisis (ver Mackenzie
1967: 66-74; Deutsch 1966).
Hoy la ciencia política enfoca el estudio de las com unidades pequeñas
y los grupos con respecto al Estado. E n la estructura conceptual de los
científicos políticos, las tribus, bandas y com unidades aisladas, que han
sido el objeto principal de nuestros estudios, están ahora o en proceso de
integración en entidades socioculturales nuevas o, si por cualquier razón
política se adhieren todavía a su entidad tradicional, lo m ás que puede
decirse sobre su diferenciación es que son «grupos de interés» que ejercen
76
presión sobre el Estado o sobre grupos dentro del Estado. De esta forma,
como explico en otra parte (Cohén 1969), el fenómeno llamado «triba-
lismo» o «retribalización» en las sociedades africanas contem poráneas es
el resultado, no de grupos étnicos que se separan unos de otros después
de la independencia, sino de la creciente interacción entre ellos, dentro
del contexto de situaciones políticas nuevas. Es el resultado, no del con-
servatism o, sino de un dinámico cambio sociocultural producido por nuevas
divisiones y nuevos alineam ientos de poder en la estructura del nuevo Estado.
G ran parte del progreso en el estudio de tales «grupos de interés» lo
lograron los científicos de la política en época reciente. Sin duda, muchos
científicos de la política ven la estructura política del Estado como «plura
lista» — utilizando este térm ino en un sentido diferente que los antropólogos
sociales— , es decir, como integrada por innumerables agrupaciones de
diversas clases que m edian entre el individuo y el Estado (ver Bentley 1949;
Finer 1958; Eckstein 1960). El desarrollo de los grupos de interés y la
naturaleza de las relaciones entre ellos y el Estado depende de la estructura
del Estado. A lgunos Estados perm iten en gran m edida el «pluralismo» de
grupo; otros Estados disuaden e incluso im piden el desarrollo de tales
agrupaciones al dirigir una lucha sin fin contra ellas. Estas diferencias entre
Estados han sido estudiadas em pírica y com parativam ente por científicos
de la política (ver Ehrmann 1964; Castles 1967). El término «cultura política»
ha sido utilizado algunas veces para describir estas diferencias estructurales
entre Estados. Los antropólogos que estudian grupos pequeños en el Estado
contemporáneo no pueden perm itirse ignorar tales estudios. Sin duda voy más
lejos y digo que el antropólogo debe formular deliberadam ente sus
problemas de tal forma que baga de la referencia al Estado una parte
necesaria de su análisis.
C onclusión
77
de la in te r a c c ió n d ia lé c tic a e n tre d o s v a r ia b le s p r in c ip a le s : la s
r e la c io n e s de p o d e r y el s im b o lis m o . E s ta es f u n d a m e n ta lm e n te u n a
p r e o c u p a c i ó n c o le c tiv a , a u n q u e in d iv id u a lm e n te lo s a n tr o p ó lo g o s
d if ie r e n en su é n f a s is de u n a v a r ia b le m á s q u e de la o tra .
M ucho trabajo ha sido realizado por los antropólogos sociales en
estas líneas. U n exam en de este trabajo, junto con un análisis de los
diferentes in te r e s e s y e s c u e la s de p e n s a m ie n to , r e q u e r ir ía u n a
m o n o g r a f ía d e ta lla d a . N o ha sid o m i in te n c ió n e n e s te a r tíc u lo
in te n ta r o b o s q u e ja r ta l e x a m e n . L o q u e es m á s , h e te n id o q ue
s im p lif ic a r m u c h o s r e s u lta d o s p a ra a c la r a r algunos p u n to s.8
E n m i o p in ió n , a h o ra es p o s ib le p a ra la a n tro p o lo g ía p o lític a ,
s o b r e la b a s e d e l tr a b a jo y a h e c h o , p r o c e d e r a in v e s tig a r c u e s tio n e s
co m o las s ig u ie n te s : ¿C ó m o a r tic u la n lo s s ím b o lo s la s d if e r e n te s
f u n c io n e s o rg an iz ativ as de los grupos políticos? ¿Cuál es la clase de
variación en las form as s im b ó lic a s que r e p r e s e n ta la m is m a fu n c i ó n
s im b ó lic a en lo s c o n te x to s p o lític o s b a jo tr a d ic io n e s c u ltu r a le s
d if e r e n te s ? ¿Q u é es c o m ú n y q u é es d if e r e n te e n tre e s ta s fo rm a s
s im b ó lic a s ? ¿ D if ie re n e s ta s fo rm a s d is tin ta s en su e f ic a c ia y
e f ic ie n c ia en el d e s a r ro llo y m a n te n im ie n to de r e la c io n e s d e p o d e r
e s p e c íf ic a s ? ¿ C u á le s s o n la s p o te n c ia lid a d e s p o lític a s de los m o délos
de conducta sim bólica asociadas con diferentes clases de relaciones
in te r p e r s o n a le s ? ¿C ó m o in te r a c tú a n la s a c tiv id a d e s p o lític a s y
s im b ó lic a s u n a s c o n o tr a s en la o r g a n iz a c ió n de la b io g r a f ía
in d iv id u a l? ¿ C u á le s so n los tipos diferentes de técnicas simbólicas,
encontrados en tradiciones culturales diferentes, para m antener vivas
las ideologías? ¿Cómo influyen los p r o c e s o s s im b ó lic o s y p o lít ic o s
e n tre sí en s itu a c io n e s de c a m b io r á p id o ? ¿C ó m o in flu y e el a rte y
có m o es in f lu id o p o r la s r e la c io n e s p o lític a s ?
M uchos antropólogos sociales han estado tratando, en la práctica,
de c u e s tio n e s co m o é s ta s , a u n q u e no s ie m p re d e fo rm a d ir e c ta y
s is te m á tic a . L o q u e se n e c e s ita a h o r a es u n a s ín t e s is d e n u e s tr o s
d e s c u b r im ie n to s a c tu a le s , y u n a o r ie n ta c ió n m ás s is te m á tic a h a c ia el
a n á lis is de la im p lic a c ió n de la a c c ió n s im b ó lic a en c o n te x to s
p o lític o s . L a a n tro p o lo g ía p o lític a , de hecho, no es sino antropología
social efectuada a un nivel más alto de a b s tr a c c ió n , a tr a v é s de u n
a n á lis is m á s r ig u ro s o y s is te m á tic o .
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II
Uno de los objetivos que nos planteam os al iniciar este estudio fue
el de proporcionar un libro de consulta que fuera útil para antropólogos,
pero esperamos que tam bién sea una contribución a la política comparada.
Estam os seguros de que hemos alcanzado el prim er objetivo, por cuanto
las sociedades que hem os incluido son representativas de los tipos más
com unes de sistem as políticos africanos; tom adas en su conjunto, deben
perm itir al estudioso de A frica apreciar h gran variedad de dichos tipos.
L o s o ch o s is te m a s d e s c r ito s en el p r e s e n te tr a b a jo p e r te n e c e n a á re a s
bien distintas del continente africano. La mayor parte de las formas
descritas son, de hecho, variantes de una pauta de organización política
que es comú n en las sociedades contiguas o vecinas; de ahí se deduce, pues,
que el libro com prende gran parte de Africa. Somos conscientes de que
no se hallan representados todos los sistem as políticos africanos, pero
creem os que dichos ensayos sacan a la luz todos bs principios básicos
de organización política africana.
V arios de los colaboradores han descrito los cam bios que han tenido
lugar en los sistem as políticos por ellos investigados como consecuencia
de la conquista y dom inación europeas. Si no hem os acentuado este a s
pecto del tem a, es porque la m ayoría de los colaboradores está m ás inte
resada en los problem as antropológicos que en los problem as adm inistra
tivos. Con esto no se quiere decir que la antropología no esté interesada
en asuntos prácticos. E n un momento histórico en que la política de
gobierno indirecto es generalmente aceptada, nos atreveríam os a sugerir
1. Se tra ta del libro A fr ic a n P o litic a l System s, compilado por Meyer Fortes yE,
E. Evans-Pritchard, publicado en 1940. El texto incluido en la presente seleccióncorresponde
a la I n tr o d u c tio n . (N. d e l E.)
que, a largo plazo, dicha política sólo puede ser ventajosa si se com prenden
los principios de los sistem as políticos africanos de que se ocupa dicho libro.
87
días recurren a m enudo a los datos que aportan las sociedades primitivas.
Si en ocasiones dichos datos les inducen a error, no es culpa suya, ya
que se han hecho pocas investigaciones antropológicas de los sistem as po
líticos prim itivos si las com paramos con las investigaciones que se han
realizado con respecto a otra s instituciones, costum bres y creencias prim i
tivas; en el campo com parativo, los estudios de los sistemas políticos
prim itivos son casi inexistentes.2 Como no creem os que puedan descubrirse
los orígenes de las instituciones prim itivas, su búsqueda nos parece un
ejercicio inútil. Creemos hablar por todos los antropólogos sociales cuan
do decim os que un estudio científico de las instituciones políticas debe ser
inductivo y com parativo, a la vez que debe aspirar únicam ente a establecer
y explicar las uniform idades que existen entre dichas instituciones, así
como la interdependencia con otros rasgos de la organización social.
90
mayor densidad. A juzgar por nuestra muestra, lo opuesto es igualmente
posible. La densidad de los zulúes es del 3,5, la de los ngw atos 2,5, la de
los bem ba 3,75 (por milla cuadrada), mientras que la de los nuer es más
elevada, y la de los tallensi y logoli todavía más. Podría suponerse que los
densos y perm anentes asentam ientos de los tallensi llevarían necesariam ente
a una forma centralizada de gobierno, mientras que la gran dispersión de
las aldeas itinerantes de los bem ba sería incompatible con un gobierno
centralizado. De hecho, sucede todo lo contrario. Aparte del material
recogido en este libro, existe docum entación sobre otras sociedades afri
canas que podría citarse como prueba de que una población grande en
u n a unidad política y un grado elevado de centralización política no van
necesariam ente juntos con una gran densidad de población.
91
En los sistemas políticos del «Grupo A» los privilegios económicos,
tales como los derechos a recaudar im puestos, obtener tributos y recabar
trabajo, son a la vez la recompensa principal del poder político y un
medio esencial para mantenerlo. Pero existe tam bién el contrapeso de
obligaciones económ icas que, como en el caso anterior, vienen fuerte
m ente respaldadas por sanciones institucionalizadas. Tampoco debe olvi
darse que aquellos que obtienen un máximo beneficio económico de su
cargo político tienen tam bién un máximo de responsabilidad en los cam
pos adm inistrativo, jurídico y religioso.
Si las com paramos con las del «Grupo A», las diferencias de rango
y de status que existen en las asociaciones del «Grupo B» son de poca
importancia. El cargo político no conlleva privilegios económicos, si bien
puede suceder que el poseer más riquezas de lo norm al sea un criterio de
las cualidades o status requeridos para el liderazgo político, ya que en estas
sociedades económ icam ente hom ogéneas, igualitarias y segmentarias, la
obtención de riqueza depende ya sea de las cualidades excepcionales de
la persona o de sus logros, ya sea de su status superior en el sistem a de
linajes.
92
cultura hom ogénea y con poca diferenciación económica, como es el caso
de los zulúes. Es posible que sea más fácil soldar pueblos de cultura di
versa en un sistema político unitario sin la aparición de clases cuando di
chas diferencias culturales no son muy marcadas. No se precisa una forma
centralizada de gobierno para perm itir que grupos diferentes de culturas
estrechamente relacionadas, y que tienen el mismo modo de subsistencia,
se amalgamen, ni tampoco es necesario que dicha centralización surja como
resultado de la unión. Los nuer han absorbido, m ediante conquista, a
gran núm ero de dinka; ambos son pueblos pastores y tienen una cultura
muy similar. El sistema de incorporación a los linajes nuer ha sido m e
diante adopción y otros m edios; sin em bargo, esto no ha producido como
resultado una estructura de clases o de castas, ni tam poco una form a
centralizada de gobierno. D iferencias culturales y económicas muy m arca
das son probablem ente incompatibles con un sistema político segmentario
como el de los nuer o de los tallensi, pero carecem os de los datos para con
firm ar dicha hipótesis. Sin embargo, no cabe duda de que, si queremos
explicar el Estado primitivo mediante una teoría de la conquista, y su p o
niendo que dispongam os de suficientes datos históricos, debem os tener en
cuenta no sólo el tipo de conquista y las condiciones del encuentro, sino
tam bién las semejanzas o divergencias en cultura y en modo de subsisten
cia, tanto en los conquistadores como en los conquistados, así como las
instituciones políticas que aportan a la nueva combinación.
93
son com unidades locales cuya extensión corresponde al alcance de un conjunto
particular de unos lazos de linaje y de unos lazos de cooperación directa. El
cargo político no conlleva derechos jurídicos que se refieran a una franja
definida y concreta de territorio y sus habitantes. La calidad de miembro de
una com unidad local y los derechos y deberes a ella asociados, se adquieren
norm alm ente a través de lazos genealógicos, bien sean reales o ficticios. El
principio del linaje sustituye a la lealtad política y las interrelaciones entre
los segm entos territoriales son coordinadas directamente con las interrelaciones
existentes entre los segmentos de linaje. Las relaciones políticas no son un
simple reflejo de las relaciones territoriales. El sistema político, por derecho
propio, incorpora las relaciones territoriales y les confiere el tipo particular
de significación política que tienen.
94
tienen, de hecho, un principio general de gran importancia, cuyo efecto es
dar a cada sección y a cada grupo de interés de cierta m agnitud dentro
de la sociedad la representación directa o indirecta en la dirección del go
bierno. Dentro de las regiones, los jefes locales representan a la autoridad
central, pero a la vez tam bién representan al pueblo bajo su mando en
relación con la autoridad central. Los consejeros y los funcionarios a caigo
de los rituales representan los intereses de la com unidad en lo que se
refiere a preservar la ley y la costumbre, así como en la observancia de
las m edidas rituales que se estim en necesarias para el bienestar de dicha
comunidad. La voz de dichos funcionarios y delegados es efectiva en la
dirección del gobierno a causa del principio general de que el poder y la
autoridad están distribuidos. El poder y la autoridad del rey constan de di
versos elem entos. Estos com ponentes están vinculados a cargos diferentes.
Sin la cooperación de los que ocupan estos cargos, es extrem adam ente di
fícil, por no decir imposible, que el rey pueda obtener las rentas públi
cas, pueda hacer valer su suprem acía judicial y legislativa, o pueda con
servar su prestigio secular y ritual. Los funcionarios a los que se les han
conferido poderes y privilegios subsidiarios pero esenciales, pueden, si los
desaprueban, sabotear los actos del dirigente.
D esde otro ángulo, el gobierno de un Estado africano se nos aparece
como un equilibrio entre poder y autoridad por un lado, y obligaciones
y responsabilidades por el otro. Toda persona que ocupa un cargo político
tiene responsabilidades de cara al bien com ún, que corresponden a sus
d erechos y privilegios. La distribución de la autoridad política proporciona
un mecanismo m ediante d cual los diversos agentes del gobierno pueden
verse obligados a asum ir sus responsabilidades. U n jefe, o un rey, tiene
el derecho a recaudar im puestos, obtener tributos y recabar trabajo de sus
súbditos, pero tiene la correspondiente obligación de administrar justicia,
protegerlos de sus enem igos y salvaguardar su bienestar general m ediante
actos y prácticas rituales. La estructura de un Estado africano supone que
los reyes y jefes gobiernan con el consentim iento de sus súbditos. Estos
son tan conscientes de los deberes que tienen con respecto al rey como
de los deberes que el rey tiene con respecto a ellos, pudiendo además
ejercer presión para que los cumpla.
D eberíam os hacer notar aquí que nos referim os al ordenamiento cons
titucional y no a su funcionam iento en la práctica. Los africanos reco
nocen de form a tan clara como nosotros que el poder corrom pe y que
los hombres tienden a abusar de él. El tipo de constitución que halla
mos en las sociedades del «Grupo A» es, por diversos motivos, difícil
de manejar y con dem asiados cabos sueltos para evitar abusos. La prác
tica gubernamental contradice a m enudo la teoría nativa de gobierno. Tanto
los dirigentes com o los súbditos, m ovidos por sus intereses privados,
infringen las normas de la constitución. Si bien la mayor parte de las
constituciones están concebidas con ciertos frenos para evitar la ten d en
95
cia hacia el despotism o absoluto, ninguna constitución africana puede
prevenir que en ocasiones un dirigente se transform e en tirano. La h is
toria de Shaka es un caso extrem o, pero tanto en éste como en otros casos,
donde la contradicción entre la teoría y la práctica es demasiado m anifiesta y
la violación de las norm as constitucionales es dem asiado grave, es seguro
que irá seguida por desaprobación popular e, incluso, puede desem bocar en
un m ovim iento de secesión o de revuelta dirigido por miembros de la familia
real o por jefes subordinados. Esto es lo que le pasó a Shaka.
D ebiera recordarse que en estos Estados no existe m ás que una teoría
de gobierno. E n el caso de una rebelión, el objetivo y, en su caso, el
resultado, es cam biar la persona o personas que ocupan ciertos cargos,
pero nunca suprim ir los cargos o introducir una nueva form a de gobierno.
Cuando los jefes subordinados, que son a menudo parientes del rey, se
rebelan contra él, lo hacen en defensa de los valores violados por sus abusos
de autoridad. E stán m ás interesados que ninguna otra sección de la
población en mantener la monarquía. El modelo constitucional ideal sigue
siendo la norm a válida, a pesar de la infracción de sus normas.
E n las sociedades del «Grupo B» nos hallam os con un tipo de equi
librio muy distinto. Es un equilibrio entre un cierto número de segm en
tos, especialm ente yuxtapuestos y estructuralm ente equivalentes, que no
se definen administrativamente sino en función del linaje y de la locali
dad. Cada segmento tiene idénticos intereses a los segm entos del mismo or
den. El coniunto de relaciones que existen entre los segmentos, es decir, la
estructura política, es un equilibrio de lealtades locales opuestas y de
lazos rituales y de linajes divergentes. En las sociedades del «Grupo A»
el conflicto entre los intereses de las divisiones administrativas es mo -
neda corriente. Los jefes subordinados y otros funcionarios políticos, cu
yas rivalidades son a m enudo personales o debidas a sus relaciones con
el rey o con la aristocracia gobernante, explotan con frecuencia estas leal
tades locales divergentes para sus propios fines. Pero la organización a d
ministrativa canaliza y frena a este tipo de disensiones interregionales. En
las sociedades sin organización adm inistrativa, la divergencia de intereses
entre los segmentos com ponentes es intrínseca a la estructura política.
Los conflictos entre los segm entos locales significan necesariam ente con
flictos entre los segmentos del linaje, ya que ambos están estrecham ente
enlazados; el factor estabilizante no es una organización jurídica o militar
por encima de los segmentos, sino sim plem ente la suma total de las
relaciones intersegm entales.
96
formas centralizadas, piram idales y estatales de gobierno de los ngwato,
bemba, etc., de los sistemas políticos segm entarios de los tallensi y de
los nuer son el peso y la función de la fuerza organizada dentro del s is
tema. E n el prim er grupo de sociedades la sanción principal de los dere
chos y prerrogativas de un gobernante, y de la autoridad ejercida por sus
jefes subordinados, es el mando de la fuerza organizada. Esto puede per
m itir a un rey africano gobernar de forma opresiva por un período de
tie m p o si lo d e s e a , p e ro u n b u e n g o b e r n a n te u s a la s fu e r z a s a rm a d a s
b a jo s u control en el interés de todos, com o un instrum ento aceptado de
gobierno, es decir, para la defensa de la sociedad en su conjunto o de
una sección de ella, para atacar a un enemigo com ún y como sanción coac
tiva para hacer cum plir la ley o respetar la constitución. El rey, con sus
delegados y consejeros, usa la fuerza organizada con el consentimiento de
sus súbditos para m antener el funcionam iento de un sistema político que
estos últim os dan por sentado como la base de su orden social.
En las sociedades del «Grupo B» no existen asociaciones, clases o seg
m entos que tengan un lugar dominante en la estructura política a través
del control de una fuerza organizada m ayor de la que está a disposición
de sus iguales. Si en la disputa entre segmentos se hace uso de la fuerza, la
respuesta será de la m ism a magnitud. Si un segmento derrota a otro, no
tratará de establecer control político, ya que al no existir una maquinaria
adm inistrativa no es posible hacerlo. Para utilizar el lenguaje de la
filosofía política, podríam os decir que la soberanía no reside en ningún
individuó ni en ningún grupo. E n dicho sistema la estabilidad se mantiene
m ediante un equilibrio en cada línea divisoria y en cada punto donde
existen intereses divergentes en la estructura social. Este equilibrio se
m antiene mediante una distribución del mando de la fuerza que corres
ponde a una distribución de intereses iguales pero com petitivos entre
los segmentos hom ólogos de la sociedad. Si en las sociedades del «G rupo
A» no sólo es posible, sino que existe siempre, una organización judicial
constituida (ya que está respaldada por la fuerza organizada), las instituciones,
las instituciones jurídicas de los logoli, tallensi y nuer residen en el
derecho de defensa propia.
Las diferencias que hem os señalado entre las dos categorías básicas en
que pueden clasificarse estas ocho sociedades, especialm ente en lo que
se refiere al tipo de equilibrio característico de cada una de ellas, se m a
nifiestan de form a notable en lo que respecta a su ajuste a la imposición
del gobierno colonial. La m ayor parte de dichas sociedades han sido con
q u is ta d a s p o r lo s e u ro p e o s o se h a n so m e tid o a su d o m in io p o r m ie d o
a ser invadidas. Sin la am enaza de la fuerza, dichas sociedades no se so-
97
7 . — A N TR O PO L O G ÍA P O L ÍT IC A
m eterían; este hecho determina el papel que ahora desem peñan en su
vida política las adm inistraciones europeas.
En las sociedades del «Grupo A», y debido a la coacción ejercida por
el gobierno colonial, el dirigente supremo no puede ya utilizar, bajo su
propia responsabilidad, la fuerza organizada que está bajo su mando. El
resultado ha sido que en todas partes su autoridad se ha visto dism inui
da, al tiempo que, por lo común, aum entaba el poder y la independen
cia de sus subordinados. El dirigente supremo no gobierna ya por de
recho propio; de hecho, se ha convertido en un agente del gobierno co
lonial. La estructura piramidal del Estado se mantiene, pero la posición
suprema la ocupa ahora el gobierno colonial. Si capitula completamente,
el dirigente supremo se convierte en una m arioneta del gobierno colo
nial y pierde el apoyo de su pueblo, ya que quedan destruidos los lazos
recíprocos de derechos y deberes que los unen. T am bién puede suceder
que sea capaz de salvaguardar, por lo m enos en cierta m edida, su status
original si, ya de una forma abierta ya disimulada, encabeza la oposición
de su pueblo contra el dominio extranjero. Y qué duda cabe que esta
oposición es inevitable. A menudo se halla en la posición equívoca de
tener que reconciliar roles contradictorios; por una parte, como represen
tante de su pueblo contra el poder colonial, y, por otra, como represen
tante de este últim o contra su pueblo; en este caso se convierte en el
pivote en el que el nuevo sistema oscila precariam ente. E l gobierno in
directo es una política concebida para estabilizar el nuevo orden poli-
tico, y en la que el dirigente supremo desempeña este doble rol, pero e li
m inando la fricción a que esto puede dar origen.
En las sociedades del «Grupo B», el dominio europeo ha producido
los efectos opuestos. El gobierno colonial no puede adm inistrar a tra
vés de los agregados de individuos que com ponen los segm entos políticos
y, por consiguiente, tiene que utilizar agentes adm inistrativos. A este fin
usa cualquier persona que dentro del contexto africano pueda ser consi
derada como un jefe. Estos agentes, que por prim era vez tienen el res
paldo de la fuerza detrás de su autoridad, v en además extendidas sus
atribuciones a esferas para las que no existen precedentes. E n estas nue
vas circunstancias se prohíbe el recurso directo a la fuerza en la forma
de defensa propia de los intereses de los individuos o de los grupos. Esto
sucede porque ahora existe, por prim era vez, una autoridad suprema que
impone obediencia en virtud de una fuerza superior, que le permite es
ta b le c e r tr ib u n a le s de j u s t ic i a que s u s titu y e n a la d e fe n s a p ro p ia . E l
efecto de esto es que todo el sistem a de segm entos que se equilibran
m utuam ente tiende a derrumbarse y, en su lugar, aparece un sistema buro
crático europeo, con una organización parecida a la de un Estado centra
lizado.
XIII. L os valores m ísticos asociados con el cargo político
99
rentesco sutilm ente entrelazada, son elem entos que unen a la gente que
tiene intereses seccionales o privados diferentes o aun opuestos. Por otra
parte, a menudo existen intereses com unes como la necesidad de compartir
los pastos o la de com erciar en un m ercado com ún u ocupaciones económicas
com plem entarías que atan unas secciones con las otras. Siempre existen
valores rituales comunes, es decir, la superestructura ideológica de la
organización política.
Los miembros de una sociedad africana sienten su unidad y perciben
sus intereses com unes en los sím bolos; y es precisam ente su vinculación
a estos sím bolos lo que contribuye en m ayor m edida a dar a la sociedad
su cohesión y persistencia. Estos sím bolos, que tom an la form a de mitos,
cuentos, dogm as, rituales y lugares y personas sagradas, representan la
unidad y la exclusividad de los grupos que los respetan. No obstante, no
son m eros sím bolos, sino que son considerados valores finales en sí
mismos.
Para explicarlos sociológicamente, estos sím bolos tienen que ser tr a
ducidos al lenguaje de la función social y de la estructura social que ay u
dan a mantener. Los africanos carecen de un conocimiento objetivo de las
fuerzas que determ inan su organización social y que m otivan su com por
tamiento social. Y, sin em bargo, no podrían continuar su vida colectiva
si no pudieran pensar y sentir sobre los intereses que los m otivan, las
instituciones mediante las cuales organizan la acción colectiva y la e s
tructura de los grupos en los que están organizados. Son precisam ente
los mitos, los dogmas y las actividades y creencias rituales que perm iten
al africano ver a su sistema social de una forma intelectualmente tangi
ble y coherente, a la vez que le perm iten pensarlo y sentirlo. Además,
los sím bolos sagrados, que reflejan el sistema social, confieren a éste unos
valores m ísticos que evocan la aceptación del orden social y que van
mucho más lejos que la obediencia que pueda im poner la sanción secular
de la fuerza. De esta forma, el sistema social es, por así decirlo, tras ladado
a un plano m ístico en el que viene a ser como un sistem a de valores
sagrados que no puede criticarse o m odificarse. De ahí que el pueblo
pueda derrocar a un mal rey, pero la m onarquía nunca se pone en tela
de juicio; de ahí que las guerras o vendettas (feuds) entre los segmentos
de una sociedad, como la de los nuer o de los tallensi, se m antienen
dentro de ciertos lím ites debido a las sanciones místicas. Estos valores son
com unes a la sociedad en su conjunto, a gobernantes y gobernados por
igual, y a todos los segm entos y secciones de una sociedad.
El africano no ve más allá de los símbolos. Sería posible aducir que,
si com prendiera su significado objetivo, estos símbolos perderían su poder
sobre él. Este poder reside en d contenido simbólico y en la asociación de
éste con las instituciones clave de la estructura social, tales como la
monarquía. Los rituales y las ideas m ísticas que expresan los valores que
unen a los m iem bros de la sociedad unos con otros y que concentran
100
la lealtad y la devoción de sus miembros con respecto a los dirigentes,
estos rituales e ideas no pueden ser de cualquier tipo. Por ejemplo, en
las sociedades del «Grupo A» los valores m ísticos asociados con la realeza
se refieren a la fertilidad, h. salud, la prosperidad, la paz y la justicia; en
otras palabras, a todo aquello que da vida y felicidad a un pueblo. El
africano considera estas prácticas rituales como la salvaguardia de las ne
cesidades básicas de su existencia y de las relaciones básicas que form an
su orden social: tierra, ganado, lluvia, salud corporal, familia, clan y E s
tado. Los valores místicos reflejan la importancia general de los elementos
básicos de la existencia: la tierra como la fuente del sustento de todo el
pueblo, la salud física como algo deseado universalmente, la familia
como la unidad de procreación fundamental, y así sucesivamente. Los na
tivos ven en ello intereses com unes de toda la sociedad; éstos son los
tem as de tabúes, de prácticas y ceremonias en las que en las sociedades
del «Grupo A» todo el pueblo com parte a través de sus representantes,
m ientras que en las sociedades del «Grupo B» todos los segm entos par
ticipan, ya que se trata de cuestiones que a todos afectan.
H em os subrayado el hecho de que el aspecto universal de cosas como
la tierra o la fertilidad son temas de interés com ún a todas las sociedades
africanas, pero estas cuestiones ofrecen otro aspecto que tiene que ver
con el hecho de que son tam bién intereses privados de individuos y de
segm entos de una sociedad. La preocupación cotidiana y práctica de cada
africano tiene que ver con la productividad de su propia tierra y la se
guridad de su propia fam ilia y de su propio clan. Y es en tom o a estas
cuestiones donde surgen los conflictos que enfrentan a secciones y fac
ciones de la sociedad. E n sus aspectos pragm áticos y utilitarios, como
fuentes inm ediatas de satisfacciones y esfuerzos, las necesidades básicas
de la existencia y las relaciones sociales básicas son objeto de intereses pri
v ad o s; pero en sus aspectos com unes no son utilitarias y pragm áticas,
sino que están dotadas de valor m oral y significado ideológico. Los inte
reses com unes em anan de aquellos m ism os intereses privados a los que se
oponen.
No basta con explicar el aspecto ritual de la organización política afri
cana en función de la m entalidad m ágica; no nos lleva muy lejos el decir
que el carácter sagrado de la tierra, de la lluvia o de la fertilidad se debe a
que son las necesidades m ás vitales de la com unidad. D ichos argum entos
no explican por qué las grandes ceremonias en las que se ejecuta el ritual
por el bien com ún son por lo com ún a escala pública. Tampoco e>plican
por qué las funciones rituales que hem os descrito están siempre unidas a
cargos políticos clave y form an parte de la teoría política de una sociedad
organizada.
M ás aún; no basta con rechazar estas funciones rituales asociadas a la
jefatura, a la realeza, etc., con el expediente de llamarlas sanciones de
la autoridad política. ¿Por qué, entonces, son consideradas como una
101
de las más rigurosas responsabilidades del cargo? ¿Por qué son a menu
do distribuidas entre un cierto número de funcionarios independientes
que, de esta forma, pueden ejercer un contrapeso equilibrador unos so
bre otros? Es evidente que tam bién sirven como una sanción contra el
abuso de poder político y como un medio para obligar a los funcionarios
políticos a ejecutar tanto sus obligaciones adm inistrativas como sus d e
beres religiosos de form a que el bien com ún no sufra menoscabo.
Cuando, finalmente, se afirma como un hecho empírico que nos h a
llamos ante instituciones cuyo fin es afirmar y prom over la solidaridad
política, debemos preguntarnos por qué. ¿No es acaso suficiente para al
canzar este fin la existencia de una m aquinaria adm inistrativa é vasto
alcance o de un sistema de linajes que engloba toda la sociedad?
No podem os tratar estas cuestiones con gran detenim iento. Si les
hem os concedido ya gran espacio, es porque las consideram os de la m ayor
im portancia, tanto desde el punto de vista teórico como práctico. Los
aspectos «sobrenaturales» de los gobiernos africanos intrigan y, a m e
nudo, exasperan al adm inistrador europeo. Para entenderlos plenamente
se requiere m ucha más investigación. Pensam os que las hipótesis que h e
mos formulado puedan ser un punto de partida estimulante para la u lte
rior investigación sobre estos temas. La parte que hem os ya presentado
tal vez sea la menos controvertible, pero es incompleta.
Cualquier elemento del comportamiento social y, por consiguiente,
cualquier relación política tiene un contenido utilitario o pragmático. S ig
nifica que los bienes m ateriales cam bian de manos, son entregados o ad
quiridos y que, de esta form a, se cubren los objetivos de los individuos.
Los elementos del com portamiento social, y por lanto las relaciones po
líticas, tienen tam bién un aspecto moral; es decir, expresan derechos y d e
beres, privilegios y obligaciones, sentimientos políticos, lazos sociales y
divisiones sociales. Estos dos aspectos los podem os ver claram ente en
actos com o pagar un tributo a un dirigente o la entrega de ganado como
com pensación por un asesinato. Por consiguiente, en las relaciones políti
cas encontram os dos tipos de intereses que trabaian coniuntam ente, los i n
tereses m ateriales y los intereses morales, si bien en el pensam iento n a
tivo no están separados de esta forma. Los nativos acentúan los com po
nentes m ateriales de una relación política y, por lo común, la presentan
en base a sus funciones utilitarias y pragm áticas.
Los derechos o deberes o sentim ientos políticos particulares ocurren
como un elemento de com portam iento de un individuo o de una pequeña
sección de la sociedad africana y se pueden hacer cum plir m ediante san
ciones seculares que se pueden im poner sobre estos individuos o p eq u e
ñas secciones, ftro en una com unidad organizada políticamente, un d e
recho, deber o sentimiento sólo existe como un elemento en un todo
m utuamente equilibrado de derechos, deberes y sentimientos; es decir,
existe en el cuerpo de normas m orales y legales. La estabilidad y la con
102
tinuidad estructurales de una sociedad africana depende de la regularidad
y el orden con que se m antenga este cuerpo entretejido de normas. Lo
norm al es que, sí no se respetan los derechos, se ejecutan las obligaciones
y se sostienen los sentim ientos que unen a los miembros de la sociedad,
el orden social resultará tan inseguro que las necesidades m ateriales de la
existencia no pueden ser ya satisfechas. El trabajo productivo se deten
dría y la sociedad se desintegraría. Este es el interés comú n fundamental
que existe en cualquier sociedad africana; el sistem a político en su con
junto tiene como función servir este interés. Este es el últim o, y po
dríamos tam bién decir axiomático, conjunto de premisas del orden so
cial. Si fueran violadas continua y arbitrariamente, el sistema social de
jaría de funcionar.
Podemos resum ir este análisis diciendo que los intereses materiales
que m otivan a los individuos o a los grupos en las sociedades africanas
actúan en el marco de normas morales y legales interconectadas, cuyo or
den y estabilidad es mantenido por la organización política. Como ya he
m os dicho, los africanos no analizan sus sistemas sociales; simplemente,
viven en ellos. Piensan y sienten sobre ellos en función de los valores
que reflejan, en las doctrinas y en los símbolos, pero que no explican, las
fuerzas que controlan realm ente su com portamiento social. Entre estos
valores, los m ás destacados son los valores m ísticos escenificados en las
grandes cerem onias públicas y que están enlazados con sus instituciones po
líticas clave. Creemos que estos valores representan el interés com ún de
la comunidad política más amplia a la que pertenece el miembro de una
sociedad africana, es decir, representa el conjunto interconectado de de
rechos, deberes y sentim ientos, ya que esto es lo que convierte a la so
ciedad en una com unidad política única. Es por ello que estos valores m is -
ticos van siem pre asociados con cargos políticos clave y se expresan tanto
en los privilegios como en las obligaciones de los cargos políticos.
Su forma mística se debe al carácter último y axiomático del cuerpo
de norm as m orales y legales que, como tal, no podría subsistir con sólo
las sanciones seculares. Las cerem onias periódicas son necesarias para afir
m ar y consolidar estos valores ya que, en el curso de los acontecim ientos
cotidianos, la gente sólo se preocupa de sus intereses seccionales y p ri
v a d o s y se c o r r e el r ie s g o de q u e p ie r d a n de v is t a el in te r é s c o m ú n y
su interdependencia política. Finalm ente, su contenido simbólico refleja
las necesidades básicas de la existencia y las relaciones sociales básicas,
ya que éstos son los elem entos m ás concretos y tangibles de toda las
relaciones sociales y políticas. La prueba visible de lo bien que se m an
tiene y funciona un determ inado cuerpo de derechos, obligaciones y sen
tim ientos se halla al nivel de la seguridad y el éxito con que se satisfacen
las necesidades básicas de la existencia y se m antienen las relaciones so
ciales básicas.
Es un hecho digno de m ención que bajo el dominio europeo los r e
103
yes africanos m antengan sus «funciones rituales» hasta m ucho después de
que la m ayor parte de la autoridad secular — que éstas se supone que
sancionan— se ha perdido ya. Estos valores m ísticos asociados al cargo
político no se borran del todo aun en los casos en que existe un cam bio de
religión (conversión al cristianismo o al islam). Mientras que la realeza
persista como eje de un cuerpo de norm as legales y m orales que unen a la
gente en una com unidad política, es muy probable que continúe siendo el
centro de los valores místicos.
E n un Estado con una autoridad altam ente centralizada, es fácil ver
una conexión entre la realeza y los intereses y la solidaridad de la comu -
nidad en su conjunto. E n las sociedades que carecen de gobierno e n -
tralizado, los valores sociales no pueden estar sim bolizados por una sola
persona, sino que se distribuyen en puntos cardinales de la estructura social.
E n este caso nos encontrarnos con m itos, dogm as, cerem onias rituales,
poderes m ísticos, etc., asociados con los segm entos, y cuya función es definir
y m antener las relaciones que existen entre los segmentos. Las ceremonias
periódicas que subrayan la solidaridad de los segmentos (así como la
solidaridad entre ellos) contra los intereses seccionales que existen en estos
grupos, acontecen con regularidad entre los tallensi y los logoli, no
m enos que entre los bem ba y los kede. Entre los nuer, el jefe de piel de
leopardo — un personaje sagrado que se asocia con la fertilidad de la
tierra— es el medio a través del que se solucionan las vendettas (feuds) y, de
ahí, se regulan tam bién las relaciones entre los segmentos. La diferencia
entre esas sociedades del «Grupo B» y las del «Grupo A» reside en el hecho
de que no existe una persona que represente la unidad política del pueblo, ya
que dicha unidad no existe, y puede suceder muy bien que tampoco exista
persona alguna que represente la unidad de los segmentos del pueblo. Los
poderes y la responsabilidad rituales se d istrib u y en de acuerdo con la
estructura altam ente segm entaria de la sociedad.
104
rarlos unidades distintas. Entre los nuer la dem arcación política no es
com plicada, pero aún en este caso existe el mismo tipo de relación estruc
tural entre los segm entos de una unidad política que entre esta unidad y
otra del mismo orden. De ahí que designar a un grupo como política
m ente autónomo es una cuestión hasta cierto punto arbitraria. Esto es
m ás visible entre las sociedades del «Grupo B», pero entre las socieda
des del «Grupo A» existe tam bién una interdependencia entre el grupo
político descrito y los grupos políticos vecinos, así como tam bién una
cierta superposición entre ellos. Los ngw ato poseen una relación segm en
taria con otras tribus tsw ana que es el del m ism o orden, en m uchos
sentidos, como la existente entre las propias divisiones de los ngwato.
Lo m ism o puede decirse de las otras sociedades con gobiernos centrali
zados.
E sta superposición y engarce de sociedades se debe, en gran medida,
al hecho de que allí donde acaban las relaciones políticas (definidas éstas
en un sentido restrictivo que incluye únicam ente las acciones militares y
las sanciones legales), las relaciones sociales siguen. La estructura social
de u n pueblo va mucho más allá de su sistema político tal y como lo he
m os definido, ya que siempre existen relaciones sociales de un tipo u otro
entre los pueblos de los grupos políticos diferentes y autónomos. Pueblos
pertenecientes a unidades políticas diferentes están unidos a través de c la
nes, grupos de edad, asociaciones rituales, relaciones com erciales y de afi
nidad y otros tipos de relaciones sociales. Otros elem entos unificadores
son el hecho de hablar la m ism a o parecida lengua, la existencia de cos
tumbres y creencias similares, etc. De ahí que pueda existir un fuerte
sentido com unitario entre grupos que no reconocen al mismo dirigente
o que no se unan con fines políticos específicos. Como ya hem os seña
lado, la com unidad de lenguaje y de cultura no acarrean necesariamente
la unidad política, de la m isma manera que las diferencias lingüísticas y
culturales no la impiden.
A quí nos encontram os con un problem a de alcance universal: ¿qué
relación existe entre la estructura política y la estructura social total? En
toda A frica los lazos sociales de un tipo u otro tienden a unir pueblos
políticam ente separados y los lazos políticos parecen ser dominantes allí
donde existe un conflicto entre ellos y otros lazos sociales. La solución
a este problem a se halla posiblemente en una investigación más detallada
de la naturaleza de los valores políticos y de los sím bolos en que éstos
se expresan. Los lazos de interés puramente utilitario que existen entre in
dividuos y entre grupos no son tan fuertes como los lazos que dimanan
de una vinculación com ún a símbolos místicos. Es justam ente la mayor
solidaridad generada por dichos lazos lo que permite generalm ente a los
grupos políticos la dom inación sobre otros grupos políticos de otro tipo.
105
RO B ER T H. LO W IE
107
profesores Radcliffe-Brow n y Thumwald, según yo las entiendo, utilizo estas
palabras para referirme al control de la fuerza física en la medida en que
una determ inada sociedad lo reconoce como legítimo. Así, el rey de U ganda
puede legítim amente ordenar la ejecución de un súbdito, por muy arbitrario
que el m andato pueda resultar desde nuestro punto de vista; y en el
Africa occidental la organización M umbo Jumbo azota con justicia a los
malhechores. Por otra parte, los actos similares del K u Klux Klan
constituyen una usurpación de las funciones m onopolizadas por el Estado
en la civilización occidental.
N o obstante, una concepción genética de la estructura política debe
tener en cuenta el hecho de que la anarquía prim itiva no puede florecer
de repente en un Estado moderno que alega un dom inio absoluto dentro
de sus lím ites territoriales. E n realidad, es un hecho docum entado que
los E stados de los pueblos m ás avanzados no desarrollaron las preten
siones contem poráneas hasta una época relativam ente reciente; sin em
bargo, sus antecedentes inm ediatos tenían organización política, en otras
palabras, leyes y gobierno. U na sociedad simple puede diferenciarse hasta
prefigurar un gobierno, pero carecer sin embargo del elemento coercitivo.
Los yurok del noroeste de California y los ifugao de Luzón no tienen
jefes ni jueces de ninguna clase; sin em bargo, las disputas internas las r e
suelve un m ediador no oficial aprobado por la opinión pública, que ofrece
sus servicios aunque sin un ápice de autoridad. U na dicotom ía de las
sociedades a partir de la rígida definición arriba señalada del Estado r e
giría sobre tales fenóm enos tan absolutam ente irrelevante para el estudio
del gobierno, pero el sentido com ún de los juristas com parativos los
considera muy poco significativos. En la investigación que sigue, pues,
mantendré de hecho el ejercicio de la fuerza como el criterio de la orga
nización política madura, pero también tendré en cuenta lo que parecen
ser etapas evolutivas hacia su realización.
Las preguntas que me hago sobre los indios am ericanos se pueden
presentar de la siguiente manera: ¿Dentro de qué límites territoriales crea
la autoridad alguna solidaridad? ¿Y cuál es la naturaleza de la autoridad
que se encuentra? Específicamente, ¿en qué parte de Am érica se había
realizado un estado de tipo m oderno? ¿Qué tendencias pueden discernirse
hacia su evolución?
Separatism o e integración
108
per acreditó que los benin tenían un ejército regular de 20.000 hombres,
que en caso de extrema necesidad podía quintuplicarse; la capital tenía
cinco o seis m illas holandesas de circunferencia y treinta grandes calles.
Alrededor de 1870, Schweinfurth calculó a los shilluk en más de un
millón; en parte debido a las guerras, las estimaciones recientes son
mucho más modestas, sin embargo oscilan entre 50.000 y 100.000. Poco
antes de la visita de este explorador, un m illón de m angbettu habían
estado bajo la égida de un único gobernante. Más recientem ente, el rey
de los ashanti tenía un cuarto de m illón de súbditos (Roscoe, 1911, p. 6;
Talbot, 1926, pp. 162 y ss,; Schweinfurth, vol. 1, p. 15, vol. 2, p. 36).
Excepto en las pocas civilizaciones superiores de M éxico, Yucatán,
C o lo m b ia y P e rú , no h ay n a d a c o m p a ra b le n i s iq u ie r a a la m e n o r de
estas cifras, resultando engañosos los aparentes paralelos. E n efecto, se
dice que el Chile aborigen había estado habitado por entre medio y un
m illón de personas, la m itad araucanos, pero «en tiempo de paz no hay
un jefe supremo ni una autoridad centralizada». E n realidad, había uni
dades territoriales m ayores y menores, pero la subordinación de las m e
nores «debe haber estado lim itada a lo puramente nominal». Sólo duran
te el siglo XIX «asumieron alguna mayor unidad, cohesión y jerarquización
las anteriores estructuras políticas atomizadas en tiempo de paz». Para
tom ar una cifra modesta, los 55.000 navajos actuales constan como la m a
yor tribu nativa de los Estados Unidos. Pero, en prim er lugar, el suyo
ha sido un crecimiento de hongos: en 1868 no excedían de los 15.000,
posiblemente ni de los 9.000. En segundo lugar, ni siquiera está claro
que este número estuviera bajo un único gobierno (Cooper, 1946, pp. 694
y 724; Kluckhohn y Leighton, 1946, XV, p. 73).
De hecho, la tendencia al separatismo era general. U n pueblo tan
avanzado como los hopi —unos 3.000 en total— vivía en once aldeas,
m al llam adas «ciudades» por los etnógrafos grandilocuentes. Sin embar
go, esta escasa población nunca tuvo una cabeza común: «entre p u eb lo y
p u eb lo existe una actitud de celos, sospecha y reprim ida hostilidad» (Ti-
tiev, 1944, pp. 59-68).
M ucho bullicio se ha organizado sobre la confederación creek del
sudeste de los Estados U nidos y la liga iroquesa del Estado de N ueva
York. Indiscutiblem ente, ambas dem uestran una m ayor cooperación de
lo norm al en el N uevo M undo, pero sus logros no deben sobreestim arse.
Los acontecim ientos com probados reducen la cohesión im plicada en estas
alianzas a su verdadera escala. Así, ocurrió que una de las tribus creek,
la kasihta, se hizo amiga de los extranjeros chickasaw. Cuando estos úl
tim os estuvieron en guerra con la Confederación en 1793, «los kasihta
se n e g a r o n a to m a r la s a rm a s c o n tra lo s o tro s c re e k y n u n c a se p u so
en cuestión su derecho a actuar de esta form a independiente». U na con
ducta estrictam ente paralela entre los iroqueses federados durante la r e
volución norteam ericana fue señalada por Morgan. Cada tribu tenía
p er
109
mitido decidir sobre su forma de actuar: los oneida y la m itad de los tus-
carora se pusieron de lado de los colonos, las otras tribus «de la liga»
de lado de los ingleses. Es como si, en 1914, Baviera y la mitad de B adén
se hubieran unido para luchar contra sus com patriotas alemanes. A parte
de esta desintegración en una crisis, los anteriores alegatos en nombre de la
influencia de la liga han sido explorados por las investigaciones históricas de
Fenton. Los iroqueses hacían incursiones a lo ancho y a lo largo, pero
difícilm ente puede sostenerse que «se reconocía su dominio desde el río
O ttaw a hasta Tennessee y desde el K ennebec hasta el río Illinois y el
lago M ichigan». En cualquier caso, en su momento álgido en el siglo
XVII, la liga nunca abarcó a más de 16,000 o 20,000 personas
(Swanton, 1930, pp. 368-376; Hewitt, 1907; Fenton, 1940; Morgan, 1877,
2 .° p a rte , cap. 5).
Puesto que el tuerto es rey en el país de los ciegos, los dos vacilantes
intentos de consolidación de los creek y los iroqueses son logros «climáticos»
dignos de mención, como podría decir mi colega el profesor Kroeber. No
obstante, desde una perspectiva universal son de poca importancia.
Si las diestras poblaciones agrícolas no presentan m ayor sentido na
cionalista, poco puede esperarse de los cazadores. Los esquim ales caribou
carecen totalm ente de unidades políticas perm anentes, donde cada co
munidad, a juicio del profesor Birket-Smith, constituye «un conglomerado
incoherente de familias o grupos dom ésticos, voluntariam ente asociadas
a cierto número de leyes generalmente reconocidas». El m ayor asenta
m iento tiene una población de unas 50 personas y todos juntos no exce
den diez veces de esta cifra. Los prim eros inform es, desde luego, sugie
ren una reciente decadencia, en gran m edida a consecuencia del hambre,
pero incluso hacia mediados de siglo la mayor tribu diferenciada de la re
gión no tenía, según las fuentes autorizadas, más de 178 almas. Yendo a
la punta meridional del N uevo M undo, la población ona se calcula, en su
punto culminante, entre 3.500 y 4.000 personas. Dado que abarca 39 hor
das territorialm ente independientes, el tamaño medio de la unidad política
era de unos 100 habitantes (Birket-Smith, 1929, pp. 6S75, y 260; Gusin-
de, 1946, p. 97).
Extremos como pueden parecer los gem plos de los esquimales y los
fueginos, son paralelos a distintos niveles de com plejidad cultural. Las pro
visiones alimenticias extraordinariam ente favorables del noroeste de Ca
lifornia no consiguieron producir solidaridad más allá de los lazos de pa
rentesco y de proximidad inmediata. De los diecisiete villorrios yurok in
dependientes catalogados en 1852, el mayor sólo tenía 165 habitantes;
otros tres superaban los 100; cinco estaban bastante por debajo de los 50.
A lo largo de la costa pacífica de A m érica del Norte prevalecen las
m ism as condiciones. Al noreste del Estado de W ashington, algo m enos de
1.500 sanpoil estaban distribuidos en veinte aldeas, cada una de las cu a
110
les, excepto las notablem ente pequeñas, era autónoma. Los quinault, en
la parte sudoeste del mismo Estado, que probablem ente sum arían unos
800, se repartían más o m enos en veinte aldeas. Los lemhi de Idaho y
los shoshones asociados a ellos se fijan en unos 1.200 a com ienzos del
siglo XIX, y esta cifra incluye a más de un grupo; Lew is y Clark estiman
un grupo de unos 100 guerreros y 300 m ujeres y niños; otro de 60 gue
rreros. E n el Brasil oriental, el tronco botocudo se dividió en varías tribus
distintas, algunas de las cuales se subdividieron en bandas de entre 50 y
200 personas. A pesar de la existencia de jefes tribales, una autoridad
inform a de la «constancia de sus venganzas de sangre, no sólo entre las
distintas tribus, sino incluso entre las bandas de la m ism a tribu». Los in
dios foot del G ran Chaco se reúnen en bandas según el modelo de los bo
to c u d o (K ro e b e r, 1 925, p. 16; R a y , 1 932, pp. 2 1 -2 4 ; y 100; O lso n ,
1936, p. 22; Stewardt, 1938, pp. 188 y ss.; Nimuendajú, 1946 (a), pp. 97
y ss.; Métraux, 1946 (a), p. 302; 1946 (b), p. 536).
Sin duda, tam bién se presenta una ordenación de dim ensiones inter
medias. Los cheyenes de las llanuras septentrionales en algún momento
probablem ente no sumaron más de unos 4.000. D el tronco ge, algunos
miembros eran casi imperceptibles: los últimos canella oscilaban alrededor
de los 300, pero anteriores viajeros describen sus aldeas como mucho m a
yores. E n 1824, por ejemplo, un asentamiento apinayé tenía una po
blación de 1,400 personas; y los sherente más rem otam ente em parentados
presentaban un sentim iento de solidaridad que desbordaba el grupo local
inmediato. A unque falta una dirección superior, a veces los distintos jefes
de aldea destituyen a un colega absolutam ente ineficaz y designan a su
sucesor. No obstante, es característico que los sherente hayan tenido
desde hace mucho tiempo una am arga enem istad con los shavente, sus
parientes lingüística y culturalmente más afines (Llewellyn y Hoebel, 1941,
p. 78; Nimuendajú, 1939, p. 7; 1942, pp. 9 y ss.).
Similares características valen para los ejemplos del este de los E s
tados Unidos. Ya hemos m encionado la liga de los iraqueses. Los che-
rokee y los choctaw eran las dos tribus m ayores del sudeste, estim ándose
en 22.000 y 15,000 almas, respectivamente, en 1650. No obstante, una
vez más la unidad p o lítica es incomparablemente menor que la lingüis
tica. Pues los choctaw, según sugiere razonablem ente Swanton, consti
tuían 40 o 50 com unidades sincrónicas «que form aban pequeños Estados,
cada uno con su jefe». Un autor francés anónimo de hacia 1755 habla del
gra n d c h e f de la nación, pero añade que su autoridad era imperceptible.
Los cherokee estaban desperdigados en, por lo m enos, 80 ciudades. «Estas
gentes estaban bajo el dominio de un jefe tribal sólo en los m omentos de
gran emergencia, y entonces de forma muy imperfecta.» En conjunto,
parece probable que las cifras determinadas para los natchez en 1650 y
para los pow hatan en 1607 —4.500 y 9.000— se aproximan a los lím i
111
tes de cualquier entidad gubernamental de la región (Gilbert, 1943, p. 63;
Swenton, 1931,pp. 90, 9 5 y 2 4 3 ; 1946,pp. 114,123,161 y 175).
En este momento viene bien recordar el fenómeno luminosamente ilus
trado por Durkheim para los australianos, por M auss para los esquimales
y, posteriorm ente, demostrado en todas partes. El ritmo estacionario de la
vida, enraizado en las exigencias económicas, transform a la constitución del
grupo y, como corolario, su vida social. Las consecuencias las consideraremos
más adelante. Por ahora, simplemente notemos que algunas de las cifras
citadas sólo valdrían para una parte relativam ente breve del año; en otras
épocas, la tribu se divide en m inúsculos fragmentos con objeto de explotar
con más eficacia el medio ambiente (Durkheim, 1912; Mauss, 1906).
Revisando la argumentación, las cifras am ericanas de población que
se aproximan a o exceden de los 10.000 habitantes rara vez, si es que
alguna, se refieren a unidades políticas integradas de m anera permanente.
¿ H a s ta qué p u n to se a p lic a n e s ta s c o n c lu s io n e s a la s c u a tro g ra n
des civilizaciones? Por lo que se refiere a los aztecas, el punto en discu
sió n de si totalizaban tres o muchos más m illones no necesita preocupar
nos; únicam ente nos interesa en qué cantidad pertenecían al mismo Estado.
A la luz de la m oderna investigación parece insostenible la venerable
idea del imperio azteca. Todo lo que encontramos es una atrasada liga de
tres tribus que m antenían una m utua desconfianza; «los aztecas no tenían
sentido de unidad» ni espíritu nacional. Dentro de los actuales lím ites de
la ciudad de M éxico, Tenochtitlán y Tlatelolco se mantuvieron m ucho
tiem po en com pleta independencia una de otra. E n la época de la invasión
española, los texcocanos se unieron a los invasores contra su antigua aliada
Tenochtitlán. U n cuarto de m illón de personas o algo parecido es posible
que tuviera un único gobierno en sentido estricto (Vaillant, 1941, pp.
91, 134 y 213 y s.).
Las ruinas m ayas se extienden desde el norte del Y ucatán hasta Hon
duras, pero pertenecen a distintos períodos y no es fácil valorar el nú
m ero de residentes de ningún Estado. Posiblem ente alrededor del año
1000 d. de J.C., según la historia legendaria, había una liga de tres ciu
dades, de las que M ayapán ganó influencia, estableciendo dos o tres si
glos después un gobierno centralizado. Esto fue seguido de una desintegra
ción, quedando tan sólo pequeñas jefaturas con las que tuvieron que en
frentarse los españoles. E n esta época, los gobernantes de M ani eran «los
m ás poderosos de Yucatán». La lista de tributos de esta provincia pre
senta 13.480 varones adultos. Si multiplicamos esta cifra por seis, o in
cluso por diez, seguimos sin obtener un total de población que resulte es
pectacular a escala africana (Tozzer, 1941, p. 64; Morley, 1915, pp. 212;
Roys, 1933,pp. 188-195).
Los chibeha sumaban probablemente un m illón, pero tam bién estaban
divididos en varios Estados distintos, de los que Zipa, el mayor, tiene
112
acreditadas unas 300.000 almas. La invalidez de las primeras estimaciones
se pone de manifiesto en las fantásticas referencias a ejércitos de 50,000
personas, m ientras que no m ás de 600 bravos zipas atacaron a las tropas
españolas (Kroeber, 1946, pp. 887-909).
En resumen, el único ejemplo convincente de grandiosa expansión en
el hem isferio occidental lo constituyen los incas de Cuzco, en el Perú.
Su reino se extendía desde Ecuador basta el norte efe Chile, compren
diendo posiblem ente unos seis m illones de individuos. N o obstante, debe
mos recordar que el engrandecimiento fue un logro de los últimos tiem
pos del período precolombino. «En los primeros tiempos, ni el Inca ni
ninguno de sus vecinos pensaba en organizar las conquistas como dom i
nios permanentes.» Hasta el reinado de Pachacuti (hacia 1438 d. de J.C.)
«las ciudades muy próximas a Cuzco conservaban una com pleta indepen
dencia de acción y hacían incursiones en el territorio de las otras cuando
parecía haber buenas expectativas de pillaje» (Rowe, 1946, pp. 184 y ss.,
201-209, y 257 y ss.).
Con una única excepción, pues, los indios am ericanos deben consi
derarse em inentem ente separatistas.
N o obstante, desde luego no hubo una súbita m utación de la situación
de tipo ona a la situación de tipo inca. Los esquem as creek e iroqueses
indican un estadio de solidaridad, por im perfecto que fuera, de una e s
cala superior a la normal. Todavía más iluminadores resultan los fenóm e
nos ocurridos dentro del período histórico. M ientras que las dos conocidas
ligas se unieron a com unidades de lengua parecida o estrecham ente em
parentadas, Pontiac (1763) y Tecumesh (muerto en 1813) se unieron a
tribus absolutam ente desconectadas. El jefe O ttaw a no sólo reunió a su
propio pueblo y a sus congéneres algonquinos, sino tam bién a los séneca
y los w yandot del tronco iroqués y a los siouan winnebago. El jefe Shaw-
nee organizó a los algonquinos, a los w yandot e incluso a los creek con
tra los Estados Unidos. A unque ambos levantam ientos resultaron abor
tados, aunque culm inaron en la oposición de la suprem acía británica y nor
teamericana, más bien que en la creación de un Estado aborigen bien
conjuntado, dem uestran que ante estím ulos em ocionales excepcionales los
indígenas podían ver y veían la posibilidad de una cooperación en mayor
escala. Individuos de com parable capacidad organizadora, por distintas
que fueran sus m otivaciones, deben ser los responsables de las nacientes
formas de imperialismo andino (Mooney, 1896, pp. 668 y s., 681-691).
A u to rid a d coactiva
113
8. — ANTROPOLOGÍA POLITICA
tram os a los «anárquicos» esquim ales, los californianos del noroeste y los
fuegian; en el otro, a los incas del Perú. Pero en el N uevo M undo, los
últim os deben considerarse como atípicos, y una situación interm edia es la
representativa de la norma. Con ésta me refiero a una situación en la que
se distingue a uno o más individuos como dirigentes, incluso cuando su
verdadero poder está circunscrito o incluso es omisible. Por com odidad de
exposición, a estos cargos los llamaré «jefes nom inales», en contraposición a
los «jefes fuertes» que poseen una autoridad indiscutible. D espués de
tratar las funciones de estas dos clases de dirigentes civiles, examinaré
los factores que pueden haber reforzado los poderes de los jefes
nom inales en el medio americano; e igualmente consideraré qué órganos,
además de los jefes de estas categorías, han asumido funcio nes estatales.
114
completo con las inclinaciones de aquellos que dirigía». Por la misma
época, el com erciante Tabeau anota que entre los dakota tetón «toda
autoridad se queda en nada ante la oposición de un individuo cualquie
ra», y en el caso de los em parentados assiniboine, D enig — casado con
una m ujer de esa tribu— ofrece un testim onio corroboratorio inaprecia
ble. En un consejo al que asistió, «el jefe dirigente» abogó por la paz
con los crow; un m iem bro de la tribu de m enor dignidad se opuso vi
gorosa y triunfalm ente a la idea, ganándose a la asamblea. El historiador
Parkm an, basándose en su experiencia personal en 1846, declara que
muy pocos jefes dakota oglala «podían aventurarse sin arriesgar su vida
a golpear o poner las m anos sobre la persona más despreciable de su pue
blo», y correctam ente señala la paradoja de que los «soldados», es de
cir, h policía, «tuviera completo permiso para utilizar estos y similares
actos de coacción». Esta institución se tratará m ás adelante. Entre los
shoshones de N evada, «cada fam ilia tenía libertad para seguir un curso in
dependiente en todo m om ento»; en A rizona, el cabeza de los maricopa
tenía funciones «más adm onitorias que coactivas»; y entre los yuma, el lí
der tribal, aunque se recurría a él en las disputas, era «más significativo
en cuanto m aterialización del poder espiritual que como legislador o eje
cutivo». Testim onios equivalentes se encuentran sobre Oregon y Washington
(Jones, 1906, p. 137; Tanner, 1940, p. 151; Tabeau, 1939, pp. 105 y
s.; D e n ig , 1930, pp. 4 30-456; P ark m an , 1856, p. 2 91; S p ier, 1930, p.
35; 1933, p. 158; Ray, 1932, p. 111; Steward, 1947, pp. 246-260;
Goodwin, 1942, pp. 178 y s.; Forde, 1931, pp. 134 y s.).
Superficialmente, las sociedades estratificadas de la costa de Colum-
bia británica son distintas, pero sólo superficialm ente por lo que se r e
fiere a este punto. Ponen el énfasis en la eminencia social, no en el poder
político. El jefe haisla «sólo da órdenes en asuntos que se refieren di
rectam ente a las fiestas y los potlatches», no en los casos de disputa, robo
o asesinato; el equivalente tsim shian era responsable de la seguridad de
sus seguidores en la batalla y de indem nizar a los deudos si habían m atad o
a sus parientes. Cuan diferente del potentado africano que es propietario
de los cuerpos de sus súbditos y colecta todos los daños y perjuicios por
injurias ocurridas entre ellos (Sapir, 1915; Olson, 1940, p. 182; Boas, 1916,
pp. 429 y ss., y 499).
Sudamérica abunda en testim onios del mismo tipo. En la Guayana
b r itá n ic a , el d ir ig e n te b a ra m a tie n e u n a a u to rid a d lim ita d a . C a d a uno
de los tres dignatarios canella trabaja como cualquier otro; ninguno de
ellos lleva em blem a del superior status, ni se interfiere en los asuntos
privados ni da órdenes ni impone castigos. Entre los em parentados api-
nayé, el dirigente tom a m edidas contra el hechicero, pero no puede orde
nar su ejecución sin el asentim iento popular. Tomando otros dos ejem
plos de Brasil, los aldeanos karaya se lim itan a abandonar al jefe con
cuyas acciones difieren; y aunque el líder nam bikuara disfrute de gran
115
influencia, «no dispone de poderes coactivos». E n resum en, el típico jefe
americano sólo disfruta de posición social, pero carece de soberanía (Gillin,
1936, pp. 98 y 140; Nimuendajú, 1939, pp. 19 y s., y 131 y s.; 1946 (b),
pp. 93, 159-162, y 239 y s.; Krause, 1911, p. 321; Lévi-Strauss, 1944,
P- 23).
Entonces, ¿cuáles son los atributos positivos y las funciones de los
jefes? La más sobresaliente explica de inmediato la deficiencia que he
repetido: se abstiene de utilizar la fuerza física porque muchas sociedades
lo conciben, fundamentalmente, como pacificador. Supondría una
contradicción de térm inos que im pusiera castigos cuando su trabajo con
siste en suavizar los m alos ánimos, convencer al recalcitrante, instar e
incluso sobornar al recién agraviado para que no prosiga la venganza.
De hecho, es un interm ediario a i el orden yurok o ifugao, pero con la
esencial diferencia de ser un m oderador oficial, perm anente y recono
cido en lugar de un autodesignado ad hoc. Con objeto de cum plir este fin
— en mantenimiento de la armonía comunitaria— , puede rebajarse hasta
humillarse y hacer sacrificios personales. El jefe sanpoil regala a cada liti
gante una m anta; su colega cree se supone que suprim e de su propio com
portam iento las ideas de venganza, que otros individuos se consienten li
bremente. El winnebago va todavía más lejos: «Si es necesario, el jefe se
m ortifica y, con espetones clavados en la espalda, se dirige atravesando
la aldea a la casa del pariente más cercano de la persona asesinada». De
este modo, despertando la com pasión, espera evitar la venganza de sangre
(M a n d e lb a u m , 1940, p. 22 2 ; R a d in , 1923, p. 209).
No sorprende que un pacificador ex officio no estuviera asociado con
la guerra; m uchas veces — en su función oficial— estaba deliberadam ente
divorciado de la violencia y la disciplina. Las obligaciones del sachem iro-
qués, cuenta M organ, «se reducían a los asuntos de paz. No podía ir a
la guerra como sachem». Su posición estaba tajantem ente diferenciada de
la del líder militar, siendo hereditaria dentro del clan, mientras que un
capitán triunfador ganaba un título de «jefatura» de otra categoría g ra
cias a su valentía personal. Esta polaridad estaba muy extendida. Entre
los indios fox (W isconsin), el consejo, el Jefe Tranquilo y el de la Guerra
eran figuras complementarias, como lo son los jefes p u eb lo de la Ciudad y
la Guerra, siendo el primero prescriptivamente un hombre de paz que ni
siquiera debe cazar, y el último un policía que am enaza con castigos. Los
omaha no perm iten que el jefe dirigente haga incursiones, ni siquiera le
permiten servir como oficial subordinado de otro. A dem ás, «el hombre
que ha acostum brado a estar en el camino de la guerra», dicen los
paw nee, «se im buye del deseo de coger cueros cabelludos y capturar
ponies, y ya no sirve para ser jefe». El jefe winnebago siempre pertenece a
u n c la n ; d policía a otro (Morgan, 1877, parte II, caps. II, IV y V;
Jo n e s, 1939, p. 82; T itie v , 1944, pp. 59-68; P a rs o n s , 1 9 3 9 , pp. 154 y
s.; Dorsey, 1884, p. 217; Dorsey y Murie, 1940, pp. 112 y s.).
116
Esta dicotomía prevalece incluso donde la fusión de la preeminencia
civil y militar parece, a primera vista, realizada. En varias tribus sudame
ricanas, el «jefe» no dirige partidas guerreras, pero si bien se convierte
en un autócrata virtual durante la incursión, a su regreso vuelve a su h a
bitual impotencia. Sobre este punto, las prim eras fuentes sobre los kariri y
los tapuya (Brasil oriental) concuerdan con las recientes sobre los taulipang
(al sur de Roroima) y los jívaros (Ecuador). E n este contexto es instructivo
un fenómeno de América del Norte. La liga iroquesa juzgó deseable
nombrar dos generales «para dirigir el movimiento de las bandas unidas»,
pero estos oficiales nunca aspiraron a la dictadura. Citando a Morgan: «El
carácter esencial del gobierno no cambió... Entre los iraq u eses este cargo
n u n ca se hizo influyente» (Koch-Grünberg, 1923, p. 94; Ñ am e s, 1705, p.
103; P o m p e u S o b rin h o , 1934, p. 18; K a rste n , 1923, pp. 7 y s.; M o rg an ,
1877, p arte II, cap. V ),
En resumen las concepciones del liderazgo civil y militar eran d is
tintas en América. Hubo alguna tiranía esporádica, incluso en las demo -
cráticas sociedades de las llanuras del norte, pero nacieron de las cuali
dades individuales, norm alm ente apoyadas por una poderosa m asa de
parientes o por la sanción sobrenatural putativa, no del coup d 'éta t de
u n capitán que regresaba borracho de triunfos y lleno de am biciones d es
póticas.
Además de ser un pacificador habilidoso, el jefe ideal era el paran
gón de la munificencia. Esto puede mantenerse con mayor frecuencia para
la América del Norte que para la América del Sur, pero tampoco faltan
los ejemplos en el sur. Así, el dirigente nam bikuara comparte constante
m ente con los m iem bros de su tribu todos los excedentes de bienes que
pueda adquirir: «La generosidad es la cualidad... que se espera de un
nuevo jefe». En el norte, esta exigencia es constante. E n Alaska, donde
los esquimales fueron afectados por la ideología de sus vecinos indios, el
título de «jefe» recaía autom áticam ente sobre el nunivak más pródigo en
las fiestas de la aldea. El jefe de los tanaina athabaskan (en la ensenada
de Cook) alim enta y viste al destituido, abastece a las familias de aquellos
hom bres que están ausentes, en viajes de caza, adopta a los huérfanos e
incluso paga los servicios de los sham anes a los m iem bros más pobres de
la tribu. Las tribus costeras de la Columbia británica, a pesar de su
énfasis en el status hereditario, insisten en que el dirigente debe revalidar
sus derechos m ediante frecuentes repartos de la propiedad. E n la región de las
llanuras, la jefatura y la tacañería se excluyen mutuamente. Citando a
W issler: «N ingún pie negro puede aspirar a ser considerado jefe, a menos
que pueda obsequiar en abundancia, invitar con frecuencia a los demás
por su cuenta, y hacer una práctica de aliviar las necesidades de los
miembros m enos afortunados de su banda». Los cheyenes o los cuervos
tienen idénticas normas de comportamiento (Lévi-Strauss, 1944,
117
p. 24; Lantis, 1946, p. 248; Osgood, 1937, p. 132; Sapir, 1915; Wissler,
1911, p. 23; Llewellyn y Hoebel, 1941, p. 79).
U n te rc e r a t r i b u to d el lid e r a z g o c iv il es el d o n de la o r a to r ia , p o r
regla general para utilizarse al servicio de la armonía tribal y los viejos
sistemas tradicionales. H ablando de los sherente, N im uendajú anota: «M uchas
ta rd e s ... v i al je f e re u n ir a la ald ea . D e p ie d e la n te d el semicírculo...
arengaría de manera impresionante y vivida a la multitud durante tal vez
una hora. Por regla general, empezaba explicando de m anera
circunstancial el ceremonial semiolvidado de algún festival... Seguía una
larga admonición... para preservar los antiguos usos. E n la conclusión, urgía
a todos a vivir en paz y armonía...». Los extintos tupinam bá de la costa
del Brasil consideraban a una especie de halcón como el rey de su clase
zoológica: «Y se fundaban en el hecho de que este pájaro se levantaba a
hora tem prana y arengaba a los otros pájaros, al igual que el jefe lo
hacía cada día, de m adrugada, en los pueblos». E n el Chaco, los co n
tem poráneos pilaga simplemente posponen la oratoria a la noche: «Ese
prurito de elocuencia es com ún a todos los caciques y constituye... uno
de los principales atributos de su dignidad... El tem a habitual de estas
arengas es la paz, la armonía y la honestidad, virtudes recom endadas a
todos los miembros de la tribu». De forma característica, un chiriguano
explicó a Nordenskióld la existencia de un cabeza femenino de la tribu:
el p a d re de e lla la h a b ía e n s e ñ a d o a h a b la r en p ú b lic o . C ie n to s de m i
llas al norte, en la lengua vernácula de los shoshones, el dirigente se nom
bra com o «el hablador», que «designa su función más importante». Los
jefes m aricopa y apaches eran tam bién conferenciantes m atutinos; y entre
los havasupai (Arizona), dice Spier, «se podría decir que no es que el jefe
hable, sino que quien habla es el jefe» (Métraux, 1928, p. 179; 1937, p.
390; Nordenskióld, 1912, p. 229; Steward, 1938, p. 247; Spier, 1928, pp.
237 y s.; 1933, p. 158; Goodwin, 1942, pp. 165 y s., y 178).
E n mi opinión, pues, el jefe americano más característico no es un
legislador, un ejecutivo ni un juez, sino un pacificador, un benefactor de
los pobres y un am puloso Polonio.
Jefes fuertes. Pero no todos los jefes eran solam ente nom inales. Un
número relativamente pequeño, pero significativo, de sociedades tenían
genuinos gobernantes. Lo m ejor es com enzar por un ejemplo excepcional,
el Estado inca, el sobresaliente caso americano del Grupo A (sistemas
políticos con aparato gubernam ental bien desarrollado) de Fortes y Evans-
Pritchard.
El em perador inca, gobernante de derecho divino, indudablem ente co n
trolaba medios de coacción. M ediante una elaborada «burocracia», extraía
tributos de sus subditos y dirigía sus trabajos, e incluso sus vidas p riv a
das. N o tenía escrúpulos en transferir masas de población de una p ro
vincia a otra en interés de la dinastía. Lo que en todo el resto del Nuevo
118
M undo eran errores personales se convertían aquí en delitos contra la
corona y eran som etidos a castigos oficiales.
Emblemáticos de la autocracia eran los adornos de la realeza, por lo
demás notablem ente raros en América. El gobernante vestía y llevaba unas
im presionantes insignias, viajaba en litera sostenida por criados especiales,
m antenía un gran harén y rodeaba su corte de una elaborada etiqueta. Su
cadáver se preparaba para ser preservado en el palacio y sus esposas
favoritas, junto con una adecuada com itiva, eran estranguladas para que
acompañaran a su señor en el más allá (Rowe, 1946).
E n lo referente al jefe azteca, los autores aportan datos contradicto
rios y confusos, pero parece claro que no se conform aba según el m odelo
inca. Al parecer, no se identificaba estrecham ente con la deidad supre
m a; y, a pesar de estar determ inada la sucesión dentro de un linaje, po
día ser desposeído. El halach-uinic hereditario de los mayas probablemente
manejaba mayor poder, exigiendo tributos así como servicio militar y
examinando periódicam ente a los jefes subordinados con objeto de extirpar
los pretendientes. De manera significativa, tanto él como el líder
sagrado de la guerra viajaban en litera, símbolo de exaltación del rango
que tam bién se confería al m onarca chibcha, quien se parecía a su p ara
lelo peruano en otros aspectos. Tam bién él recibía tributos, m antenía un
serrallo, se circundaba de ceremonial y era enterrado con varias esposas
y esclavas. Cuando expectoraba, un sirviente cogía el escupitajo en un
paño extendido (una forma de adulación difícilmente concebible entre los
cuervos o los cheyenes) (Roys, 1933, pp. 192 y s.; Toxxer, 1941, pp. 165
y 222; Kroeber, 1946; Vaillant, 1941, pp. 113 y s.).
Puede que sea natural encontrar un sistema político completamente
desarrollado entre las poblaciones m aterialmente avanzadas cuya misma
fuerza num érica exige alguna clase de control central para que exista so
lidaridad. Pero, lo que es bastante interesante, los esbozos de tal sistema
aparecen tam bién en los pequeños Estados de la región cultural del sudeste
de América del Norte. Esta anom alía ha sido recientemente resaltada por
Steward. De hecho, el soberano natchez se aproxim a mucho a la concepción
inca de la realeza. A lega estar em parentado con la deidad solar, estando
clasificados sus parientes com o «pequeños soles»; detenta poder sobre la
v id a y la muerte; viaja en litera; y en la muerte es seguido por esposas y
sirvientes, dejándose reposar sus huesos en un tem plo cerca de los de
sus predecesores. Sus súbditos tienen la obligación de m antenerse al
m enos a cuatro pasos de su persona y deben saludarlo «con
genuflexiones y reverencias». A lgunos elementos de este complejo, como la
litera, caracterizan a los tim ucua de Florida y a los chicksaw del norte
de M ississipi; y aunque el principio monárquico es por regla general más
débil en el sudeste como conjunto que entre los natchez, reaparece con
todo su vigor en Virginia. «Lo valoran como un semidiós», informa el
capitán John Smith escribiendo del jefe Powhatan. Este gobernante or
119
denaba ordinariam ente que sus súbditos fueran golpeados, torturados y
m atados, y sostenía una notable guardia personal para que ejecutara sus
deseos. «Lo que él m anda no se atreven a desobedecerlo en lo más m í
nimo .» Exige tributo de pieles, cuentas, cereal y caza; y numerosas co n
cu b in as están a su servicio. A quí y allá, los usos antidem ocráticos sur
gen hasta tan al norte como N ueva Inglaterra, donde plausiblem ente se
han adscrito a influencias sudorientales. A pesar de esto, las concretas
sim ilitudes entre peruanos, natchez y pow hatan sugieren un origen c o
m ún para esta ordenación política tan anticaracterística de América (Swan-
ton, 1911, pp. 100-110, 139 y ss.; 1946, pp. 161, 175, 598 y ss., 641-
654, 728 y 730; Flannery, 1939, pp. 116 y s, 122 y ss.; Steward, 1947,
p. 97). Por supuesto, esto no im plica que el esquem a social se difundiera
desde el mismo imperio inca, un supuesto cronológicam ente imposible,
sino más bien que determinados elementos del sistema monárquico, crista
lizados en algún lugar entre Yucatán y Perú, se extendieran en un período
considerablemente anterior a la expansión de la soberanía inca. Si en
tiendo correctam ente al profesor Steward, esto concuerda con su reciente
interpretación de los hechos.
D adas las m arcadas tendencias libertarias de la m ayor parte de los
aborígenes americanos, /.cómo podemos concebir el desarrollo del absolu
tismo? ¿Qué pudo convertir al jefe nominal que adulaba a los miembros
de su tr ib u p a r a m a n te n e r el e q u ilib r io s o c ia l en u n v e r d a d e r o rey ?
G érm enes evolutivos. Al volver a examinar las tribus sin jefe o vir
tualm ente sin jefe, descubrim os aquí y allá que los indios se subordinan
voluntariam ente para una em presa concreta. E n una m atanza de conejos,
los washo y los vecinos shoshones de la C uenca occidental siguen tem
poralm ente a un líder notable por su habilidad como cazador, aunque,
«aparte de estas ocasiones especiales, su autoridad era nula» (Lowie, 1924,
pp. 196 y s., 284 y s., y 305).
U na reunión excepcionalm ente g'ande puede favorecer la espontánea
aceptación, por un sistema similar, de un director. Los yahgan, que se
desplazan en muy pequeños grupos, se unen hasta ochenta cuando una
ballena encallada proporciona com ida para los participantes en una c e
rem onia de niciación. Sin elección, algún hombre maduro y bien al tanto
de los usos tradicionales surge como m aestro de cerem onias y en adelante
planea la rutina diaria. Lo que es más, designa a un agente de policía,
que a su vez escoge a cierto núm ero de delegados. Estos policías ejercen
una genuina autoridad legal: sacan a la fuerza a los novicios refractarios
al lugar de la iniciación, se im ponen sobre quien crea problem as, lo atan
y lo dejan tirado durante un día sin com er ni beber. Los yahgan, ad e
más, tienen un club de hombres: el conjunto de los miembros intimidan
a sus esposas para que busquen com bustible y com ida para el grupo, y
u n hombre tiene la obligación de vigilar a las m ujeres para que no fisgo
120
neen (Gusinde, 1937, pp. 199-208, 653, 779 y ss., 798 y ss., 805-961, y
1319-1376).
Los cargos inform alm ente creados no necesariam ente son efímeros.
Los nam bikuara ilustran la aparición de una jefatura relativam ente esta
ble, como sugerentem ente la describe Lévi-Strauss (1944). Un hombre
con cualidades congénitas constituye el núcleo del grupo que voluntaria
m ente lo acepta, recayendo por tanto la responsabilidad sobre sus hom
bros. Dirige la búsqueda de comida durante la estación difícil, comparte
librem ente sus excedentes, prepara veneno de flechas para sus partida
rios y planea sus diversiones. E n com pensación, se le conceden ciertas
prerrogativas, como el matrimonio plural, pero sin la aprobación de los
demás carece de poder. Aquí, pues, aparece un jefe nom inal con una ge-
n u in a in f lu e n c ia , a u n q u e to d a v ía no se tr a t a de u n g o b e r n a n te .
Por contraste, existe la autoridad de breve duración, pero absoluta,
del líder de la guerra, como ya se ha señalado para varios grupos de
América del Sur. Para los paralelos de América del Norte tenemos datos
más completos. El cuervo se supone que sólo organiza una incursión
cuando se ve im pelido por un patrocinador sobrenatural, de ahí la ascen
dencia del líder sobre todos los que se unen a esta expedición: para ellos
son las tareas serviles, para él disponer del botín como quiera, pero
tam bién la responsabilidad por el fracaso y las pérdidas. Las actitudes
igualitarias de la vida cotidiana ceden, suplantadas por la supremacía
temporal. Los capitanes om aha incluso designan policías que tienen el
derecho de golpear a los guerreros refractarios o perezosos. La dictadura
transitoria con este ámbito lim itado no es irrelevante para nuestro p ro
blema. A lrededor de 1820 los cheyenes se consideraban una partida gue
rrera cuyo líder, de este modo, se convirtió autom áticam ente en supremo,
suplantando al consejo tribal de «jefes». Sin em bargo, en consonancia
con la ideología indígena, no mantiene ningún vestigio de su especial auto
ridad cuando su tarea se ha acabado (Dorsey, 1884, p. 321; Llew ellyn y
Hoebel, 1941, p. 163).
La indiscutida supremacía durante un período limitado se producía
tam bién durante las fiestas religiosas. Cuando está en m archa una cere
monia hopi, anima Stephen (1936, p. 728), «el jefe es el jefe de la aldea
y de todo el mundo». De m anera similar, el sacerdote que dirige una dan
za del sol cuerva no es sim plem ente el m aestro de ceremonias, sino el go
bernante temporal de la tribu, seguido del jefe del campamento.
121
petente, sucede a su tío m aterno en el cargo, en virtud de lo cual protege
los intereses de los habitantes de la aldea y ordena la ejecución de los
malos hechiceros. Pero en la estación de la siembra, un par de indivi
duos que representan a las m itades com ienzan a actuar como ejecutivos
independientes. Uno de ellos recoge las semillas, invoca al sol para que
prosperen y es el primero en sembrar su parcela. Ambos cargos vigilan
las cosechas, cantan diariamente canciones para fomentar el crecimiento y
evitan a la fu e rza o castigan la recolección prem atura. «¡Pobre de la m u jer
india que se atreva a sacar clandestinam ente incluso el más m inúsculo
producto de sus propias parcelas antes de que se anuncie oficialm ente la
madurez!» Si se quebranta la norma, <atacan las casas de la aldea o del
campamento, bramando y tirándolo todo al tuntún, rompiendo los reci
pientes y zurrando con látigos espinosos a todas las m ujeres que no hayan
escapado a tiempo, o acuchillándolas con armas especiales...». Una vez
incluso la esposa del jefe fue severamente castigada por transgredir la ley.
Aparte del rasgo religioso, el fenómeno hace pensar al am ericanista en los
policías w innebago o m enom ini que castigan a los recolectores dem asiado
apresurados de arroz silvestre (Nimuendajú, 1939, pp. 13, 19, 89, 131 y
s.; Radin, 1923, pp. 226 y s.; Skinner, 1913, p. 26).
Los cargos últim am ente m encionados de los bosques de Am érica del
N orte son evidentes variantes de los fam iliares «soldados» de los indios
de las llanuras, m encionados por Parkman. Sus actividades se desarrollan
más espectacularmente durante la caza comunitaria, de cuyo resultado de
pende la vida misma de los indígenas. Con objeto de asegurar el máximo
de capacidad, la fuerza de policía —bien coincidente con un club militar, o
b ie n n o m b ra d a a d h o c , o b ie n o p e ra n d o en v ir tu d de la a f ilia c ió n — da
ó rd e n e s y r e p rim e a lo s d e s o b e d ie n te s . E n la m a y o r p a rte de la s trib u s,
no sólo confiscan la caza obtenida clandestinam ente, sino que dan
latigazos a los delincuentes, destruyen sus propiedades y, en caso de que
se resista, le matan. Esta m ism a organización, que en caso de asesinato
simplemente utilizaría la persuasión moral, se convierte en un inexorable
agente del Estado durante la caza de búfalos. No obstante, H oebel y Pro-
vinse han mostrado que las m edidas coactivas se extienden considerable
m ente más allá de la caza: los soldados tam bién evitan a la fuerza que
los bravos traten de iniciar partidas guerreras que los jefes juzguen inopor
tunas; dirigen las em igraciones m asivas; supervisan las m uchedum bres en
los grandes festivales; y pueden m antener en otros casos la ley y el o r d e n
(W iss le r, 1911, pp. 2 2-26; 1912, pp. 17 y 2 4; 1 922, pp. 161 y 178;
Richardson, 1940, pp. 9 y s.; Jenness, 1938, pp. 11 y 41; M andelbaum,
1940, pp. 203 y 225; Kroeber, 1908, pp. 147 y s.; Hoebel, 1936, pp. 443-
448; 1940, p. 82; Provinse, 1937, p. 347).
Aquí, pues, encontramos un autoritarismo inequívoco. Teóricamente, la
policía actúa, por lo menos en cierto número de tribus, bajo la dirección del
jefe o el consejo tribal. Su fundamento, pues, recae, o bien sobre una
122
autocracia o bien sobre una oligarquía. ¿Por qué no se consigue realizar
este fin lógico?
En primer lugar, volvemos al ritmo estacional de los indios de las
llanuras. D urante una gran parte del año, la tribu simplemente no existe
como tal; y las familias o las pequeñas uniones de familias que buscan
juntas una forma de vida no necesitan ninguna organización disciplinaria
especial. Los soldados, pues, tenían una relación concom itante con los
agregados num éricam ente fuertes, de ahí que funcionaran de forma inter
m itente, m ás bien que continuada.
En segundo lugar, la relación «constitucional» entre el jefe y la poli
cía de ninguna manera era tan simple como podría parecer. Concretamen
te, no era la del jefe de un Estado moderno con su ejército. D enig, cu
yas observaciones sobre la im potencia de los jefes assiniboine ya se han
citado, adscribe a la policía «todo el poder activo para gobernar el cam
pam ento o más bien para llevar a la práctica los decretos y decisiones
de los consejos». El mismo presenció «dos ejecuciones y m uchos indivi
duos severam ente azotados por sus crím enes». ¿Estaban los soldados, en
tonces, estrictam ente subordinados al consejo, como implica la fraseolo
gía de Denig? De acuerdo con la m ism a autoridad, si los consejeros
am enazaban con violentarse en una reunión, «dos soldados avanzaban
hasta el centro del local y dejaban dos espadas cruzadas en el suelo, a
cuya señal inm ediatam ente se restauraba el orden y la tranquilidad». H a
bía, pues, una soberanía dispersa: el jefe nom inal no tenía ninguna, el
consejo era en principio el consejo gobernante que controlaba una e s
cuadra de policía que llevaba a cabo sus decisiones, pero de facto, la teó
ricamente subordinada policía actuaba con considerable independencia
(Denig, 1930, pp. 436, 439, 442, 444 y s., 448, 455, 530 y ss.).
Los datos más com pletos sobre los cheyenes recogidos por Lle-
welly y Hoebel (1941, pp. 67-131) corroboran esta interpretación. En
este caso, un consejo autoperpetuado de cuarenta y cuatro «jefes», con
cargo asegurado durante diez años, estaba encabezado por cinco je fe s -
sacerdotes, uno de los cuales tenía precedencia como representante de la
cultura mítica, en este caso la M edicina Dulce. Esto no le hacía equi
valente del rey shilluk, pues «no detentaba la consecuente autoridad po
lítica especial» ni estaba por encima de la ley tradicional. A diferencia
de los pueblos de las llanuras, por razones rituales, los cheyenes conce
bían el homicidio como un crim en Cuando Pequeño Lobo, el jefe supre
mo y hombre de m agnífica hoja de servicios, mató a un miembro de su
tribu, aunque en circunstancias m itigantes, no escapó al castigo, sino que
se fue al exilio voluntario. Se sabe de un jefe de menor categoría que
fue apaleado por los soldados por un delito sim ilar e igualmente fue
proscrito, aunque no degradado.
Volviendo al consejo como conjunto, es cierto que designaban a los
cinco clubs m ilitares existentes para que supervisaran la em igración o la
123
caza comunitaria. Pero, aparte de asuntos como dirigir el viaje, los «jefes» se
ocupaban poco de los asuntos seculares, renunciando a veces al derecho de
decidir en concreto y dejando, de este modo, un gran campo a la
discreción de los por ellos designados. E n consecuencia, la policía se con
vertía en la autoridad últim a en gran número de cuestiones, fuese por
estar fuera de la com petencia de sus electores o porque deliberadam ente el
consejo les encargara de su resolución. Los soldados, pues, podían, y así lo
hacían muchas veces, crear precedentes legales, y no parece que éstos
fueran nunca cuestionados por los «jefes».
Llewellyn y Hoebel llaman la atención sobre un extraordinario ejemplo
de la autonomía de la policía. Durante una m archa dirigida por la sociedad
de lo s z)wos, un consejero llamado Conejo Dorm ido respondió a la mofa
de un miembro de la organización de los perros disparando contra su
interlocutor. La flecha no pudo ser extraída. Los zorros apalearon y
patearon severamente al criminal; y cuando empeoró el brazo de la víctima,
decidieron que debía amputársele a Conejo Dormido, un original veredicto.
El sentimiento público, cristalizado en las otras cuatro sociedades, estaba a
favor de exiliar al culpable, pero él admitió su culpabilidad y,
autoim poniéndose una m ulta, regaló a los zorros cuatro buenos caballos. Esto
zanjó la cuestión.
Como m uestran nuestros autores, no se trata enfáticam ente de un
ejemplo de arreglo. Los daños ocasionados no recayeron sobre la víctim a ni
sobre sus parientes ni sobre su sociedad, sino sobre los zorros. E llos eran
el Estado en este caso, recibiendo la indemnización como podría hacerlo el
gobernante bantú en circunstancias similares. Por supuesto, por lo que
sabemos, el caso es único y puede haberlo sido en toda la historia de los
cheyenes; pero la simple posibilidad de que sucediera resulta sig nificativa.
Las relaciones del consejo cheyene con los soldados estaban deter
minadas, desde luego, por la concepción general am ericana de la jefatura. Si
se conseguía alguna soberanía qie fuera m ás que provisional en alguna
ocasión, ésta naturalm ente se convertiría en el centro de la política.
Encontramos aquí un tercer factor que milita contra la autocracia o la
oligarquía. En esta región cultural, la fuerza policíaca rara vez estaba fijada,
reclutándose por regla general de form a distinta para las diversas estaciones e
incluso para ocasiones específicas. En la aldea pawnee, por ejemplo, el
ayudante del jefe y tres de sus delegados actúan como policías, pero para
la caza del búfalo, d sacerdote escoge a una de las cuatro sociedades
como policía provisional (Dorsey y Murie, 1940, p. 113). Los cheyenes,
hem os señalado, tienen cinco organizaciones; no es probable que cuatro de
ellas se som etieran a las pretensiones oligárquicas de un organismo rival.
A sí ocurre que, en esta tribu, los perros disfrutan de una ventaja poco
habitual sobre los otros clubs: por un accidente histórico, hace aproxím a-
124
dam ente un siglo, los varones de una banda se unieron colectivam ente a
esta sociedad, de tal manera que en el caso solitario coincidieron banda y
sociedad en cuanto a los miem bros varones adultos. El jefe de los perros
era ip so fa c to cabeza de su banda, y los perros se m antenían unidos durante
el invierno cuando los clubs rivales se desperdigaban por las distintas
divisiones locales. E n este caso, pues, se presentó el germ en de la hegemonía,
pero nunca llegó a fructificar.
Todavía queda otro punto por mencionar. Dentro de cualquiera de
los clubs militares, el jefe era soberano, dando órdenes como un capitán
guerrero y a veces gobernando a sus miembros con mano de hierro. Sin
embargo, los impulsos libertarios de estos indios no toleran el servilism o
en sentido absoluto; en 1863, característicam ente, los perros prohibieron a
su jefe que asistiera al consejo que pactaba con una com isión norteam ericana
(!)■
E n resum en, aunque los indios de las llanuras indudablem ente desa
rrollaron organism os coactivos, la dispersión de la autoridad y la desin
tegración estacional de las tribus impidieron la existen cia de un Estado
perm anente de tipo moderno. Haciendo una generalización para toda A m é
rica, hubo muchos agrupamientos hacia la centralización del poder, pero
las tendencias en contra hicieron que se quedaran cortos en cuanto a r e
sultados perm anentes. Sin em bargo, tales resultados se consiguieron en
Perú y en un marco relativamente tan simple como el de los powhatan.
¿Cuáles fueron las circunstancias que concurrieron en estos casos? Y ¿es
posible detectar factores sim ilares en las sociedades norm alm ente liberta
rias?
125
de unas 18.000 almas subdivididas en más de cincuenta tribus, que p ro
bablem ente nunca superan las 800 personas de población. E n cada una
de estas unidades, un miembro adecuado del linaje del águila hace de
jefe, en representación del A guila m ítica que ha gobernado el mundo
desde la oscura antigüedad. A pesar de este alto rol, el jefe no era un
autócrata, pero tenía algo m ás que una prioridad nominal. A bastecido de
alimentos por los miembros de su tribu, disfrutando del monopolio co
m ercial de los productos de alto precio, teniendo derecho a com partir los
honorarios de los doctores, era la persona m ás rica de la comunidad. A
manera de reciprocidad, tenía obligación de entretener y divertir a los
visitantes, ayudar a los pobres y contribuir con generosidad a sufragar las
fiestas. D eterm inaba las entradas y salidas de la aldea y por sí solo podía
autorizar la pena de muerte para el enemigo público. En general, se ad
hería al papel del dirigente preservador de la paz, adoptando sólo en raras
ocasiones decisiones vitales sin haber consultado previam ente a otros hom
bres venerables.
Sin embargo, de fa c to el jefe podía am pliar sus poderes con ayuda del
sham an favorito. E n lugar de im poner im puestos, los yokuts esperan que
las personas que asisten a los festivales sufraguen los gastos. Si un rico
evade esta obligación, el m édico del jefe puede castigarlo con una en
fermedad y em pobrecerlo con exorbitantes honorarios por el falso trata
miento. Puesto que el consentimiento del jefe era esencial para adoptar
m edidas violentas contra el doctor, siempre podría salvarse de las que
ja s con el subterfugio de la insuficiencia de pruebas. Es importante no
tar que la opinión pública, por regla general, simpatiza con el jefe y el
shaman, pues quien se abstiene de contribuir a los festivales impone en
consecuencia cargas extras al resto de la comunidad.
D ada la fe indígena, evidentemente un jefe sin escrúpulos puede im
poner su voluntad aliándose con un shaman cómplice. Sin em bargo, a
largo plazo, explica el Dr. Gayton, tales maliciosas trampas conducen
a la r e v u ls ió n de lo s s e n tim ie n to s . E l j e f e no p u e d e d a r rie n d a s u e lta
con seguridad a sus inclinaciones m alevolentes. Enfrentado a la cons
tante sospecha, su prestigio se desvanecería, y en casos extrem os incluso
podría ser sustituido en el cargo por otro vástago m enos sospechoso de
su linaje. Al igual que para su cóm plice, siendo en este caso ambivalente
la actitud respecto a los doctores, como ocurre en la m ayor parte de A m é
rica del N orte, el curandero persistentem ente m alintencionado es posible
que sea asesinado por la enfurecida familia de su víctima. En resumen,
el sistema de los yokuts implica un considerable reforzamiento de la in
fluencia del jefe sin, no obstante, aproxim arse a nada parecido a un go
bierno despótico. Su enseñanza consiste en que dem uestra que la religión
es un sostén para el dirigente civil en el plano relativam ente bajo de un
sencillo pueblo de cazadores.
E n considerable número de sociedades de América del Sur existe una
126
unión personal de las funciones tem porales y espirituales. En Colombia,
los kágaba y los ijea (los últimos lingüísticamente em parentados con los
chibeha) no disocian los conceptos de sacerdote y jefe. Entre los yaruro
(Venezuela) cada mitad reconoce a un shaman como dirigente. En el
M atto G rosso, el jefe tupi-kawahib es «antes que nada, un sham an, ha
bitualm ente un psicótico adicto a los sueños, las visiones, los trances y
las representaciones». Otro grupo brasileño, los botocudo, tienen por lí
d e r de la b a n d a al h o m b re « m á s f u e r te » , d e s ig n a n d o el e p íte to no la
fuerza muscular, sino la ascendencia espiritual. Y, lo que es bastante su-
gerente, estos jefes jugaban m ayor papel que sus colegas de las pobla
ciones vecinas y eran en m ayor m edida responsables de sus bandas, que
a veces adoptaban su nom bre siguiendo el del jefe (Bolinder, 1925, pp. 111
y s s ., 126 y s s .; P re u s s , 1 9 1 9 -2 0 , pp. 364-368; P e tru llo , 1939, p. 215;
Nimuendajú, 1946 (a), pp. 97 y ss.; Lévi-Strauss, 1944, p. 25).
Pero incluso la influencia de los jefes botocudo palidece ante la de
los profetas que periódicam ente aparecen en ambas A m éricas (M ooney,
1896, pp. 662, 672 y ss., 676, 686 y 700; Spier, 1935; Métraux, 1931;
Nimuendajú, 1914). En mi opinión, Nimuendajú, Spier y Métraux han
dem ostrado que estos m esías no son una reacción contra la agresión blan
ca, que sólo representa un caso especial del problem a genérico del mal,
sino contra el supuesto destino que am enaza con abism ar al m oribundo
universo. Lo típico es que los profetas prom etan la salvación de sus se
guidores, mientras que los no creyentes serán convertidos o destruidos.
D ada la atmósfera m ental de los aborígenes, los mesías más dinámicos in
dudablem ente ganaban un extraordinario ascendiente sobre sus seguidores.
Uno de los prim eros salvadores guaraníes adoptó la pom pa ds la realeza:
negándose a andar, se hizo llevar a hom bros de sus sirvientes; los plebe
yos tenían prohibido acercarse a su persona. Tales pretensiones se basa
ban en el alegato de una inspiración sobrenatural o de la m ism a divini
dad. M uchos de los que se autocalificaban de redentores im ponían tiráni
c a m e n te su v o lu n ta d c o n tra el se n tid o c o m ú n y, lo qu e es m á s, c o n tra
las creencias previamente defendidas. Para poder bailar y cantar como se
exigía, los seguidores guaraníes de Obera dejaron de sembrar y de reco
lectar sus cosechas en 1579. En el siglo XIX, bajo el hechizo de
sucesivos profetas, la banda apapocuva de este pueblo persiguió repetidas
veces la voluntad de la gavilla (will-o’-the-wisp) de un paraíso terrenal,
emprendiendo grandes m igraciones para escapar de la am enazante
catástrofe. Hace poco m ás de un siglo, un m esías algonquino consiguió
ordenar a su pueblo que m atara a los perros y abandonara sus hasta
entonces valiosas bolsas sagradas. D urante algún tiempo, alrededor de
1805, Tenskwatawa, el profeta shawnee, incluso tuvo poder sobre las
vidas de los m iem bros de su tribu, habiendo quemado a sus oponentes
por brujos.
Hay un gran trecho entre la inestable soberanía de estos profetas y el
bien entrelazado Estado inca, pero el vacío es m ucho m ayor entre los
127
jefes nom inales descritos por Tanner para los algonquinos centrales y los
mesías que encontramos en esta m ism a tribu. Los prim eros eran obedeci
dos cuando así lo votaba el pueblo; a requerim iento de éste, hum ildem ente
m ataban a sus perros, cedían sus strike-a-lights a cambio de las «muchas
incom odidades y sufrim ientos» y abandonaban sus hasta entonces más
sagradas posesiones. Suponiendo que la necesidad de liderazgo, tal como
la que encontró Lévi-Strauss en el M atto G rosso, se com bine con la san
ción de inspiración sobrenatural, resulta claro el sistema para una etapa
form ativa en el camino hacia un gobierno de derecho divino. Lo que no
consiguieron crear las proezas militares de la América aborigen resulta de-
m ostradam ente posible, incluso en un medio ambiente democrático, bajo la
hipnosis de la exaltación religiosa y la coacción que acompaña a su d es
pertar.
Conclusión
128
b le s o b s tá c u lo s q u e r e a lm e n te e n c o n tr a r o n P o n tia c y T e c u m s e h , lo s
in d íg e n a s c o n e s ta m e n ta lid a d p u d ie r o n s u p e ra r ta n to el
s e p a ra tis m o d o m in a n te co m o la d o m in a n te id e o lo g ía lib e r ta r ia de
su s c o m p a ñ e r o s y c r e a r a lg o p a r e c id o al E s ta d o m o d e rn o .
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132
M O R T O N H. FR IED
SO B RE L A E V O L U C IÓ N D E L A E ST R A T IF IC A C IÓ N SOCIA L Y
DEL ESTADO
H a s ta c ie rto p u n to , la a c u s a c ió n de E. R. L e a c h , r e la tiv a a la
e v o lu c ió n de la o rg a n iz a c ió n p o lític a , es in ju s ta . Y a no e x is te el
á m b ito en el que se configuraron los sistemas originales de la
organización del Estado. La presencia de num erosos Estados modernos
y la eficacia de las com unicaciones ha convertido todas las tendencias
de organización a nivel estatal en fenóm enos de aculturación en algún
grado. De hecho, parece p r o b a b le q u e lo s ú n ic o s E s ta d o s r e a lm e n te
o r ig in a le s — a q u e llo s c u y o origen fue sui generis, fuera de las
condiciones locales y no como respuesta a las presiones surgidas de una
entidad política organizada ya en sumo g r a d o — s o n a q u e llo s q u e se
o r ig in a r o n e n lo s v a l le s de lo s g r a n d e s r ío s de A sia y Africa, y uno o
dos desarrollos com parables en el hem isferio occidental. Por otra parte,
el desarrollo del Estado parece que ha sido «secundario» y que ha
dependido de presiones, directas o indirectas, de los Estados existentes.
Donde existen tales presiones, el proceso de desarrollo se ha acelerado,
condensado y a menudo falseado, de tal m anera que un estudio de la
form ación del Estado contem poráneo es un modelo confuso
133
en el que se d is tin g u e n la s e ta p a s d e l d e s a r r o llo de lo s E s ta d o s o r ig í
nales.
Además, las condiciones del desarrollo de la jerarquía y de la estrati
ficación como fenóm enos originales son oscurecidas de forma parecida
cuando el estímulo del cambio es la introducción de los aspectos de una
economía de mercado, del dinero como medio de cambio, de la racionalización
de la producción y de la transform ación del trabajo en mercancía. Seria en
extremo gratificador observar actualm ente sociedades en transición de una
«E tapa A» (organización igualitaria) a una «Etapa B» (sociedad jerárquica),
y de ésta a una «Etapa C» (sociedad de estratificación) y, por último, a una
«Etapa D» (sociedad estatal). Sin duda se han hecho algunas de estas
observaciones, aun cuando nadie haya sido capaz de observar todavía una
sociedad particular ni tam poco m odelos seleccionados entre un grupo de
sociedades afines genéticam ente a través de todos estos estadios. E n su
lugar se ha seleccionado una variedad de sociedades sin relación, cada una
representando una u otra de las varias transiciones posibles. El mismo
Leach ha hecho una de las contribuciones m ás valiosas respecto a este tem a
en su análisis del paso de la organización gum lao a la gum sa entre los
kachin del norte de Birmania.
Siguiendo los ejemplos suministrados en los datos de inform aciones
tales como la de Leach, acabada de mencionar, la de Douglas Oliver (1955) y
otros, nos proponem os discutir en detalle las cosas que nos parece que han
debido suceder para hacer posibles las transiciones anteriores. P u esto que
los datos son en gran m edida contem poráneos, las declaraciones h an de
considerarse como hipótesis en su aplicación a las situaciones originales que
están fuera del alcance de la reconstrucción arqueológica.
A quí está, pues, lo que intentam os llevar a cabo: 1) sugerir algunos
desarrollos institucionales específicos, acontecim ientos que son norm ales y
predecibles en sociedades viables bajo ciertas condiciones, y en el curso
de los cuales la sociedad entera entra por necesidad en un nivel nuevo de
organización sociocultural; 2) sugerir algunas de las condiciones en que
estos desarrollos institucionales tuvieron lugar y florecieron; 3) señalar
como algo secundario, que el movimiento ocurre sin intervención humana
consciente, las alteraciones se efectúan con lentitud suficiente y con tal
inevitabilidad, que la sociedad es transform ada radicalm ente antes de que
los portadores de la cultura conozcan los cambios principales.
Al realizar esta tarea, parece prudente, aunque sólo para evitar el ar
gumento superfluo, negar cualquier intención de ofrecer una sola llave
m aestra para una cerradura que ha desafiado los esfuerzos de grandes
talentos desde la época de las civilizaciones clásicas hasta el presente. Parece
obvio que series de acontecim ientos diferentes de los aquí esbozadospodrían,
en circunstancias apropiadas, haber tenido resultados similares. Sin duda,
el escritor desea concebir otras posibilidades y expectativas para
estim ular por este medio a otros a ofrecer sugerencias contrarias.
134
Tam bién será obvio para el lector que las corrientes sustanciales de pen
sam iento m encionadas aquí han sido tom adas prestadas y no creadas por
el escritor. En el esfuerzo presente he com binado los recientes adelantos
en la antropología económica y hago referencia principalmente al trabajo
reciente de Polanyi, Arensberg y Pearson (1957), a la clarificación de al
gunos conceptos básicos en el estudio de la organización social y a los
incentivos proporcionados por un ensayo elem ental de Paul K irchhoff
(1935).
L a s o c ie d a d n o j e r á r q u ic a , n o e s tr a tif ic a d a
135
ocurre con otras m uchas... Casi todas estas sociedades se basan en la
caza y el pastoreo y carecen de períodos de cosecha significativos en los
que son alm acenadas grandes reservas de provisiones.
H ay un nuevo punto que deseo poner de relieve sobre la sociedad
igualitaria. Concuerda bastante con lo que Karl Polanyi ha llamado una
economía recíproca.1
L a producción en una sociedad igualitaria es un asunto típicam ente
familiar. No hay especialización; cada grupo familiar repite tareas esen
cialmente similares. Puede haber individuos que hacen ciertas cosas m ejor
que otros, y estos individuos reciben a m enudo reconocim iento por sus
habilidades, sin embargo no está establecido ningún rol económico p re
ferente, ni surge en esta ocasión una división regular del trabajo, ni hay
poder político en el status (Leacock, 1958). El cambio en tales sociedades
tiene lugar entre individuos que pertenecen a diferentes grupos de
parentesco de pequeña escala; tiende a ser casual y no está lim itado por
sistemas de valor m onetario basados en la escasez. Tales cambios p r e
dom inan entre individuos que se reconocen entre ellos como parientes o
amigos, y pueden asegurarse por procedim ientos tales como el convenio
de hospitalidad y el perm iso de acceso sexual a las esposas.
E n el grupo o banda local la economía tam bién es recíproca, pero lo
es m enos obviamente. A diferencia de los cambios entre miembros de los
diferentes grupos locales que tienden al equilibrio en d período de varios
años, los cam bios dentro de un grupo pueden ser bastante asim étricos en
el tiempo. El cazador afortunado y diestro puede estar suministrando carne
a otros continuadamente; si bien su familia recibe tam bién parte de la
captura de otros, el ingreso nunca alcanza a las cantidades dadas. Sin
em bargo, la diferencia entre las dos cantidades es recom pensada en forma
de prestigio, aunque como se ha m encionado anteriorm ente, no supone rol
político o económico privilegiado. Frecuentemente existe un sentimiento
de transitoriedad en cuanto se entiende que el m ejor de los cazadores
puede perder su suerte o su vida, haciendo de ese modo a su familia
dependiente de las dádivas de los otros.
Sin embargo, en todas las economías igualitarias existe también un
principio de redistribución. Este recibe su expresión más simple en la f a
milia, pero no puede hacerse más complejo que el acopio y repartición
de comida almacenada de una familia extensa. En tal sistema de redistri
136
bución en germen, el rol clave lo asume generalmente la mujer más vieja
de la generación activa, puesto que es ella quien coordina por lo general la
familia y quien lleva la administración.
La sociedadjerárquica
137
Solamente en las culturas más avanzadas es donde las recom pensas que
acom pañan a tales status son suficientes para m otivar el patricidio y el
fratricidio.
La sociedad jerárquica, sea lograda por un principio de sucesión o por
algún otro método de lim itación, en cuanto estructura de status se asemeja
a un triángulo, cuyo vértice representa el status principal situado j e
rárquicamente por encima de los otros. La jerarquía así representada tiene
un significado económ ico muy concreto, que se corresponde con la apari
ción de una red distributiva superfamiliar. El status clave es el de recau
dador central de las aportaciones, el cual se ocupa tam bién de la redistri
bución de estas provisiones bien en form a de com idas o de provisiones de
heno y semillas de em ergencia en caso de necesidad. El desarrollo de la
jerarquía será m ayor o menor, según el grado y madurez del sistema de
redistribución. Evidentemente, las redes de pequeña escala en que los
miembros tienen relaciones directas con la persona en el status central
tendrán m enos necesidad de una burocracia.
E n las sociedades jerárquicas típicas no existe poder económico de ex
plotación ni poder político genuino. En realidad, el status central se ase
m eja estrechamente a su contraparte en la red redistributiva en germen que
puede encontrarse incluso en las sociedades m ás simples. Esto no es
sorprendente, ya que el sistema en las sociedades jerárquicas típicas se basa
de hecho en una expansión física del grupo de parentesco y en la conti
nuación de los derechos y obligaciones de parentesco conocidos de an te
mano. La persona de más im portancia de una red redistributiva en una
sociedad de caza y pastoreo avanzada o en una simplemente agrícola es
tanto la víctim a de su rol como su manipulador. Su función especial es
reunir, no expropiar; distribuir, no consumir. E n un conflicto entre la
acumulación personal y las demandas de distribución es el primero que
sufre. Cualquier otra cosa m otiva acusaciones de acum ulación y egoísmo
y socava el prestigio del status central; la red entera se halla entonces en
peligro, una situación que no puede tolerarse. Esto, dicho sea de paso,
ayuda a explicar esa «anomalía» que tan frecuentem ente ha desconcertado
a los estudiantes de sociedades de este grado: ¿por qué sus «jefes» son a
menudo pobres, quizás más pobres que cualquiera de sus vecinos? El
análisis precedente hace superfluo tal problema.
U na característica nueva de las personas que desem peñan estos p u e s
tos de status elevado en sociedades jerárquicas típicas es que deben llevar
a cabo sus funciones en ausencia de la autoridad política. Tienen dos clases
de autoridad: familiar, en el sentido extenso, y sagrada, en cuanto que las
com idas redistributivas están asociadas a la vida ritual de la comunidad. Sin
embargo, no tienen acceso al uso privilegiado de la fuerza y solamente
pueden utilizar sanciones difusas y sobrenaturales para lograr sus fines. Sin
duda, los dos m étodos principales por medio de los que actúan son el
establecimiento de ejemplos personales, como la laboriosi
138
dad, y la utilización de los principios de reciprocidad para m antener la
econom ía redistributiva naciente.2
A pesar de fuertes rasgos igualitarios en sus sectores político y eco
nómico, la sociedad jerárquica en desarrollo tiene fuertes status diferen
ciales que se caracterizan por la especialización suntuaria y la función
ceremonial. Si bien es un hecho que la literatura abunda en referencias a
los «jefes» que no pueden dar órdenes positivas y a las «clases gobernan
tes» cuyos m iem bros están entre los pobres del reino, debe declararse
en justicia que los status redistributivos centrales están asociados a bullicio,
plum ajes y otros adornos de la función. Estas personas se sientan en
banquillos, tienen grandes casas y son consultadas por sus vecinos. Sus
roles redistributivos los colocan automáticamente al frente de la vida r e
ligiosa de la comunidad. Sin embargo, están tam bién en esa posición a
ca u sa de su status de parentesco central, como jefes de linaje, clan3 o
tribu.
2. Para una ilustración etnográfica de este punto ver Oliver 1955, p. 422.
3. Esto, por supuesto, serían linajes jerárquicos o clanes jerárquicos. Cf. Fried
1957, pp. 23-26,
4. Como hace Leach 1954, p. 10.
139
tigación del problema. Además preguntamos: /.cuáles son las circunstancias
bajo las que los grupos locales o de parentesco escindidos conservan su
interdigitación económica activa, es decir, el método de interacción a tra
vés de la participación en la red redistributiva?
En un sentido amplio, el problem a puede verse como un problem a eco
lógico. D ada la tendencia de una población a producir hasta el lím ite de
sus recursos y dado el surgim iento probablem ente universal de grupos
locales y de parentesco que han logrado el máximo cultural en el tamaño
de la unidad, buscam os indicios en las diferentes situaciones tecnogeográ-
ficas en cuanto a si las unidades formadas más recientem ente continuarían
interactuando significativam ente en sus unidades de origen, am plificando
de ese modo la esfera institucional y física de la economía. Tal situación
aparece claramente cuando el grupo más reciente entra en una atm ósfera
un poco diferente, si bien permanece bastante próximo al grupo de o ri
gen para permitir con relativa frecuencia la interacción entre los miem
bros de los dos grupos. D ada tal condición, el m antenim iento de una red
redistributiva tendría el efecto de diversificar la subsistencia en ambas
unidades y proporcionar tam bién garantías contra los fracasos en el apro
visionam iento del uno o del otro. Se trata, en parte, de un caso especial;
otro de sus atractivos es la enorme labor realizada ya en este campo por
otro investigador del problema (Sahlins, 1957, 1958).
Es posible aplicar a este problem a un argumento similar al empleado
p o r T y lo r en el p ro b le m a d el ta b ú d el in c e s to ( T y lo r, 1 8 8 8 , p. 2 6 7 ;
White, 1948), a saber: la red redistributiva pudo aparecer como una clase
de m utación social fortuita al surgir de factores no específicos difíciles de
generalizar, tales como una gran dependencia personal de los miembros
de la unidad de descendencia con respecto a aquellos que han dejado atrás.
Cualquiera que sea la razón inmediata de su aparición, mostraría rápida
m ente una superioridad sobre los sistemas recíprocos sim ples en a) pro
ductividad, b) oportunidad de distribución, c) diversidad de dieta, y d)
coordinación de calendarios m undanos y cerem oniales (en un sentido cí
clico indeterminado). No se sugiere que el éxito de la institución dependa
del conocim iento racional de estos valores por los portadores de cultura;
al contrario, las ventajas de estas instituciones tendrían un valo r de su
pervivencia positivo durante un largo período de tiempo.
D eberíam os fijam os en otra posibilidad que parece menos especial que
la citada anteriormente. W ittfogel ha dirigido nuestra atención en num e
rosas ocasiones sobre los efectos sociales del riego (ver Wittfogel, 1957).
La aparición de la red redistributiva superfamiliar y de la sociedad jerár
quica parece ajustarse a los desarrollos que él ha discutido bajo el título
de «hidroagricultura», que requiere una supervisión para controlar el riego y
los proyectos de drenaje; sin em bargo, estos proyectos no son suficien
tem ente am plios para introducir la existencia de una burocracia.
Puede causar sorpresa que una de las explicaciones principales de la
140
aparición de la jerarquía, m u y favorecida por sociólogos notables del p a
sado, no haya surgido en este argumento. Es la referencia a los efectos de
la guerra en una sociedad. M e gustaría adoptar en este artículo una posi
ción deliberadam ente extrem a y afirm ar que las consideraciones nilitares
sólo sirven para institucionalizar diferencias de jerarquía cuando éstas están
ya implícitas o manifiestas en la economía. No creo que los desarrollos ori
ginales en la formalización de la jerarquía puedan atribuirse precisamente
a la necesidad militar extrema.
La sociedad estratificada
5. Recursos estratégicos son aquellas cosas que, dada la base tecnológica y el marco
ambiental de la cultura, mantienen la subsistencia. Ver Fried 1957, p. 24.
141
mentó de la sociedad moderna. Tam bién dio origen a arreglos diferentes
de las clases socioeconóm icas y condujo directam ente a las formas tanto
modernas como clásicas del colonialismo y del imperialismo.
142
funcionam iento de la sociedad más simple sobre una base que sea aceptada en
el Estado altam ente regulado. Frecuentemente es obvia la procedencia externa
de estos elem entos por su apariencia inadecuada. Sin duda, un examen más
detallado puede m ostrar que el sistema estratificado es una simple fachada
dirigida hacia y, a menudo, por personas que no tienen identidades locales
genuinas, mientras que el sistema local sigue manteniendo informalmente, y
algunas veces en secreto, la organización más antigua de la sociedad. Dicho
de modo más concreto, esto quiere decir que los iefes designados del
«gobierno» son respetados sólo en ciertas situaciones determ inadas y que el
peso principal del control social continúa dependiendo efe las autoridades
tradicionales y de las instituciones que pueden no ser enteram ente
reconocidas por el poder que gobierna.
Un clima excelente para el desarrollo de la estratificación en una so
ciedad simple puede proporcionarse de una manera relativam ente indi
recta por una sociedad de organización avanzada. Tomemos la situación
en la que u n a c u ltu r a no tie n e c o n c e p to de lo s d e r e c h o s de la f a m ilia
nuclear hacia la tierra. La economía se basa en la caza, la caza con tram
pas, y la pesca, asociándose los ríos y bosques, de una form a general, con
bandas débilm ente organizadas que tienen una tendencia indudable a frag
mentarse y reconstituirse cada vez con miembros potencialm ente diferen
te s. Se h a in te n ta d o s u b v e rtir e s te s is te m a c o n u n m e rc a d o e x te rn o d e
pieles y una base sustancial de estratificación. Este sistema, igual que la
intervención directa de un Estado altamente regulado, tam bién parece
tener ciertas limitaciones, pues existe evidencia de que el desarrollo de la
propiedad privada en un sistema, como el acabado de mencionar, se limita a
las actividades m ediante caza con tram pas y no se extiende a la sub
sistencia general mediante la caza y la pesca en el área (ver Leacock, 1958).
Otra situación útil de estudiar es aquella en la que unas rutas de
com ercio im portante entre dos o más sociedades avanzadas atraviesan áreas
m arginales en las que están situadas las sociedades simples. Ciertas condi
ciones geográficas posibilitan a la gente relativamente primitiva mejorar
sus econom ías con futos derivados de la ganancia de este com ercio, o,
en un sistema más desarrollado, arrancando tributos a los com erciantes
que tienen que pasar por allí. El alejamiento de estas áreas, la dificultad
del terreno y los excesivos costes y dificultades de enviar una fuerza de
castigo para pacificar el área permite a menudo a la gente más simple hos
tigar poblaciones cuyos medios culturales de violencia organizada excede
con mucho al suyo. Como quiera que sea, la com binación de los ejemplos
de organización presentados, en tanto que avanzadillas, por las sociedades
com plejam ente organizadas y la disponibilidad de productos que no podrían
producirse en la m ism a cultura pueden com binarse para poner la base de
una aparición de la estratificación. Precisam ente tales condiciones parecen
parcialm ente responsables de los desarrollos políticos descritos con rela
ción a los kachin. (Leach, 1954, ed. esp. pp. 235, 247.)
143
N ada de esto parece aplicarse a la primera aparición de la estratifi
cación. En realidad, ni siquiera es particularm ente sugestiva. Sin embargo
existe una condición ecológica especial que aparece en la zona m ontañosa
de Birm ania, la cual ya ha sido señalada en otra parte, siempre en unión
de cambios bastante básicos en la organización social, paralelos a los ya
esbozados en la parte precedente de este ensayo. N os referim os a la sus
titución de las lluvias por cultivos de riego, particularm ente a la construc
ción de campos en terrazas. Este es, sin duda, un fenómeno etnográfico
limitado y, como tal, no puede soportar el peso de ninguna teoría general.
Es el carácter sugestivo de estos desarrollos y la posibilidad de extrapo
larlos a condiciones hipotéticas originales lo que les hace tan interesantes.
En resumen, el paso al sistema de riego y al cultivo en terrazas su
pone la sustitución de cam pos no perm anentes por plantaciones que con
tinuarán en cultivo perm anente durante décadas y generaciones. Puesto
que anteriormente insistimos en el posible rol de la hidroagricultura en
la transición de la sociedad igualitaria a la jerárquica, señalamos ahora
su posible rol en la transición a la estratificación. Esto podría lograrse
creando las condiciones en las que el acceso a los recursos estratégicos,
en e s te c a so la tie r r a y el a g u a , se h ic ie s e n p r e r r o g a tiv a e s p e c íf ic a
de grupos de parentesco de pequeña escala, tales como linajes mínim os o
familias del mismo tronco. A causa de la aparición de la hidroagri
cultura, una com unidad que anteriorm ente no conocía unión perm anente
entre las unidades de com ponente particular y las extensiones par
ticulares de tierra, empieza ahora a reconocer tales derechos como per
manentes y exclusivos. Incidentalmente la evidencia parece indicar que
las tendencias hacia la constitución de jerarquía en la hidroagricultura
no tienen necesidad de ocurrir antes que las tendencias hacia la estra
tificación: ambas pueden ocurrir conjuntamente. Esto, a su vez, sugiere
que debemos tener cuidado al construir nuestra teoría de no hacer surgir
estratificación de la jerarquización, aunque sin duda esto es posible en
circunstancias determinadas.
U n p r o b le m a de c o n s id e r a b le in te r é s s o b re la h id r o a g r ic u ltu r a es
que parece posibilitar una aparición de la estratificación sin que haya
un problem a de superpoblación o de lim itación de recursos. N ecesitam os
p e n s a r m u c h o m á s d e te n id a m e n te so b re e s te h e c h o . E s tu d io s d e la s
dos últim as décadas, en los que se ha m anifestado un grado conside
rablemente más elevado de valuación de la agricultura por parte de los
investigadores que en casos anteriores, han tendido cada vez más a
m ostrar que la hidroagricultura no pone fin indudablem ente al cultivo
de secano y que, lo mismo ocurre con otras cosas, una población no
prefiere automáticamente la hidroagricultura como un medio más ra
cionalizado de subsistencia agrícola. A quí podem os introducir un factor
excluido anteriormente. El sistema hidroagrícola tiene invariablemente
u n g ra d o m ás e le v a d o de c o n c e n tra c ió n de p o b la d o s qu e la de c u ltiv o
144
no permanente. Por consiguiente, parecerá tener considerable im portan
cia en el m antenim iento de los sistemas de defensa, dada la presencia
de la guerra extensa. A sí pues, es en este m om ento en el que las con
sideraciones m ilitares parecerán jugar un rol importante, aunque refor
zado esencialm ente por los grandes desarrollos evolutivos qie estam os
considerando.
El escritor está intrigado por otra posibilidad referente a la apari
ción de la estratificación. De nuevo, las condiciones implicadas parecen
igualmente un poco específicas para proponerse una sola teoría unificada.
Ello requiere la postulación de una sociedad con una norm a fija de
residencia, preferentem ente una de las más simples, tales como la de
patrilocalidad/virilocalidad o matrilocalidad/uxorolocalidad,6 y una norm a
fija de descendencia, preferentem ente semejante a la norm a ds residen
cia. Además postula una condición de expansión de la población tal que,
dada la agricultura de secano, la sociedad está muy cerca de los límites
de la capacidad de m antenim iento del sistema. Es muy probable que tales
condiciones se desarrollen a velocidades diferentes en un área de varios
cientos de m illas debido a desequilibrios obvios en las tasas reproductivas
y a la variación microecológica. A hora bien, m ientras no haya presión
considerable de la gente sobre la tierra, podrá ocurrir variación de resi
dencia e incluso de descendencia, aunque sea muy poco frecuente y carente
de motivación. A m edida que la situación se agrava en un área pero per
manece normal en otra, puede haber una tendencia hacia un ligero reajuste
en las normas de residencia. Por ejemplo, en una sociedad normalmente
virilocal, la mujer que lleva a su marido a su grupo natal, infringe unas
pocas norm as de costum bre pero no plantea problem as básicos a sus ag
nados en la distribución de recursos, puesto que ella, en cuanto miembro
de un grupo agnaticio, tiene sus propios derechos de acceso que pueden
ser com partidos por el esposo durante su vida. La com plicación surge a
su m uerte, cuando su m arido y todos sus hijos se dan cuenta que están
en una situación anóm ala, puesto que no son miembros de la comunidad
de parentesco. D onde no son graves los problem as de tierra local y donde
tales infracciones de la regla de residencia son todavía poco com unes, es
probable que los forasteros sean aceptados como m iem bros de hecho de
la com unidad con la esperanza de que las generaciones futuras vuelvan a
la costumbre, borrándose de la memoria con el tiempo el cambio no-
ortodoxo de residencia. Aquí tenem os un am bil-anak superficial e informal.
Sin embargo, a medida que la comunidad local admite el empeoramiento de
las circunstancias ecológicas y a m edida que la residencia excepcional se
hace más frecuente, las reglas de residencia y de descendencia, particular
mente la última, asumen cada vez mayor importancia. A medida que la
situación continúa, la com unidad cambia lentamente, aunque los miembros
145
de la com unidad pueden ser incapaces de exponer con exactitud cuáles son
los cambios. El resultado, sin embargo, está claro. A hora hay dos clases
de gente en el poblado donde anteriorm ente sólo había una. A hora hay los
aldeanos principales, aquellos que tienen acceso sin m enoscabo a la tierra,
y aquellos cuyas posesiones dependen de otras condiciones tales com o la
lealtad a un patrón, o el tributo, o incluso un derecho precario del co
lono usurpador.
L a s o c ie d a d e s ta ta l
E n una revisión del mismo libro unos pocos años después, el trata
m iento del tem a de H oebel parece que está en el proceso de replantear
el asunto. Sin em bargo, sus breves palabras repiten la m ism a conclusión:
145
una organización con autoridad y disciplina fundamental en las
realizaciones de gran escala, en cuanto comparada con la familia,
por ejemplo, que es una organización sobre los m ism os supuestos
pero m ás sim ples y m enos potentes.
147
sobre una base distinta a la de parentesco. Entre sus tareas m ás tem pranas
está el m antenim iento del orden general, pero sin poderse separar de él
está la necesidad de m antener el orden de la estratificación. La defensa de
un sistema com pleto de status individuales es im posible, por lo que el
Estado prim itivo se concentra en unos pocos status clave (ayudando a
explicar la tendencia a convertir cualquier crimen en un sacrilegio o lesa
majestad) y en los principios básicos de la organización, p. ej., la idea
de jerarquía, propiedad, y el poder de la ley.
La realización de estas funciones primarias del Estado da origen a
un núm ero de funciones secundarias específicas y características, cada una
de las cuales se asocia con una o m ás instituciones particulares propias.
Estas funciones secundarias incluyen el control de la población en el sentido
más general (la fijación de las fronteras y la definición de la unidad; el
establecimiento de las categorías de la comunidad; el censo). Tam bién es
una función secundaria la determ inación de acciones de desorden (derecho
civil y penal en vías de codificación; procedim iento legal normal;
funcionarios autorizados de adjudicación). Tam bién se incluye la protección
de la soberanía (mantenimiento de fuerzas militares; fuerzas de policía y
poder; dominio supremo). Por último, todo lo anterior requiere el apoyo
fiscal, y éste se obtiene en lo principal por medio de la imposición y la
conscripción.
Examinando esta lista simple, pero fundamental, de las funciones e
instituciones estatales, la idea del Estado como un aspecto universal de
la cultura se disuelve como una fantasía. A lgunas de las instituciones recién
detalladas puede que aparezcan en ciertas sociedades primitivas. En n in
guna sociedad igualitaria, ni jerárquica, aparecen una mayoría de las
funciones enum eradas de la form a que fuere. Además, no hay indicios
de su aparición como una respuesta funcional unificada respecto a las
necesidades socioculturales básicas, excepto en aquellas sociedades e stra
tificadas que están lim itando con lo estatal.
La transición al E stado
148
El problem a de la transición al Estado es tan enorme y requiere un
estudio tan intenso de la evidencia histórica y arqueológica disponible, que
sería disparatado intentarlo aquí. Perm ítasenos concluir por esta razón,
escuchando las declaraciones hechas al comienzo de este ensayo y señalando
de nuevo la distinción entre Estados originales y Estados secundarios.
P o r el p r im e r té rm in o e n te n d e m o s u n E s ta d o que se h a d e s a r ro lla d o
sui generis fuera de condiciones puram ente locales. N o se puede d istin
guir ningún Estado anterior, con sus presiones aculturativas en el pasado,
de un Estado original. Por otra parte, el Estado secundario está em
pujado de un modo u otro hacia una form a más alta de organización por
un poder externo que ha sido elevado ya a la categoría de lo estatal.
El número de Estados originales es estrictam ente limitado; han trans
currido varias centurias, posiblem ente varios m ilenios desde que surgió el
últim o en M esoam érica, y parece que no hay ninguna posibilidad de que
se desarrolle ningún nuevo Estado del tipo original; aunque una in v es
tigación más amplia puede aclarar algo del pasado remoto, del que no
tenemos inform ación positiva. En resumen, parecen haber existido unos
seis centros en los que surgieron los Estados originales, cuatro en el Viejo
Mundo y dos en el Nuevo: el área del Tigris -Eufrates, la región del bajo
N ilo, la cuenca del Indo y el curso medio del Huang-Ho donde se une
con el Han, el Wei, y el Fen. Las áreas separadas de Perú-Bolívia y M e
soamérica com pletan la lista.
Si el concepto de Estado original es útil y si la historia ha sido inter
pretada correctam ente al lim itar la designación a las seis áreas que acaba
mos de enum erar, entonces descubrim os una correlación notable entre
áreas que exigen riego o control de inundaciones y el Estado original. Sin
duda esto no es un descubrim iento del autor. Es una de las ideas cen
trales de la teoría de W ittfogel y ha recibido tratam iento extensivo por
Julián Steward y otros (ver Steward 1955, pp. 178-209; Steward et al.
1955). Sin embargo, la implicación de la «teoría hidráulica» de este ensayo
es que el desarrollo del Estado, en cuanto fenómeno interno, está unido
a tareas principales de drenaje y riego. La aparición de un sistema de control
para asegurar la acción de la econom ía está estrecham ente unida a la apa
rición de un sistema de clase característico y a ciertas constelaciones de
poder en m anos de una burocracia adm inistrativa que frecuentem ente fun
ciona bajo un gobernante que dispone teóricam ente de poder ilimitado
U n comentario interesante de la filosofía política del siglo XIX es que
el punto de partida de tantas teorías fue, por necesidad, el mundo clásico
de Grecia y Roma. Sin embargo, según la hipótesis actual estos dos
grandes desarrollos políticos de la antigüedad no fueron form aciones ori
ginales, sino secundarias, que basadas en fundam entos culturales se desarro
llaron dos mil años antes del origen de Grecia. Además, parecería que las
influencias comerciales y militares activas de los Estados originales verda
deram ente antiguos, interpuestas en los Estados secundarios más prim itivos
149
al aparecer en Asia M enor y en el litoral del M editerráneo oriental, fueron
c a t a l í t i c a s en lo s a c o n te c im ie n to s d e l M e d ite r r á n e o s e p te n tr io n a l y o c c i
dental.
Conclusión
E l té rm in o de u n e n s a y o co m o é s t e — q u e se m u e v e c o m o u n tá b a n o
de u n a é p o c a a o tr a , de u n lu g a r a o tr o , y de u n a s u n to a o tr o , y q u e no
se d e tie n e n u n c a lo s u f ic ie n te p a r a h a c e r u n a in v e s tig a c ió n d e ta lla d a o
a suministrar la docum entación precisa— requiere quizás unas excusas, más
q u e u n a c o n c lu s ió n .
H e sid o in d u c id o a e s c r ib ir e s te e n s a y o p o r m i d e s c o n o c im ie n to de
a lg ú n in te n to m o d e rn o de u n ir la s c o n tr ib u c io n e s q u e se h a n h e c h o en
m uchas subdisciplinas en una sola teoría unificada de la aparición de la
e s tr a tif ic a c ió n s o c ia l y d el E sta d o . Q ue la te o ría o f re c id a a q u í es in fo rm a l,
a menudo dem asiado especial, y de ningún modo docum entada, parece ser
m e n o s im p o r ta n te que el h e c h o de q u e e llo p u e d a se r u tiliz a d o co m o u n
reclam o p a ra a tr a e r el tir o y la m e jo r p u n te r ía de o tro s.
BIBLIOGRAFÍA
150
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WITTFOGEL, K a r l A. 1957, Oriental Despotism. New Haven, Conn.
151
III
Formas de organización política:
un esquema cuasi-evolucionista
R. LAURISTON SHARP
155
blación m edia de 1.500 habitantes. Este tipo de integración política co n
forme al cual son clasificados los aborígenes australianos, se distingue a
su vez de las distintas clases de «Estados», caracterizados todos por «la
integración política en unidades independientes» cuya población m edia fluctúa
por encima de 1.500 habitantes. Estas descripciones de clases nos dicen poco
sobre la actual organización social interna de los nueve grupos australianos
incluidos en la m uestra de M urdock, pero esto sin duda sobrepasa el
propósito de su clasificación con relación a la categoría particular discutida
aquí.
Las im plicaciones de esta taxonom ía son evidentes: los grupos austra
lianos no se definen como «Estados» (siendo el criterio claram ente el
volum en de población de las «unidades», «grupos locales» o «com unidades»
que son «independientes» o «autónom as») ni se definen como grupos
políticos; sin em bargo, pueden representar situaciones sociales en que los
cabezas de fam ilia reconocen alguna autoridad política superior. De este
modo M urdock nos define el problem a de si la organización social austra
liana ha de ser descrita como política o simplemente familiar, y sugiere
además como método de investigación que busquem os la presencia o
ausencia de una autoridad política «superior» que (o por lo menos d is
tinta de) la familia.
P ara m ás detalles respecto al modo de proceder para continuar tal
investigación, acudim os al de los nueve grupos incluidos en esta m uestra
australiana, los yir yoront (Schneider, 1941; Schneider y Sharp, 1958;
Sharp, 1934a, 1934b, 1937, 1940, 1952). Están situados en las costas llanas
occidentales de la península del Cabo de York, donde los ríos Coleman y
M itchell desem bocan en el golfo de Carpentaria, una región dividida en
dos partes iguales por el paralelo 15 de latitud sur. Este país aluvial de
ríos sometidos al flujo de la marea, estuarios y brazos de m ar salados
abunda en pescado y caza y está bien abastecido con más de quince ali
m entos vegetales, incluyendo com o productos principales dos clases de
batata silvestre (Dioscorea sativa, vars. rotunda y elongata), los bulbos de
u n ju n c o de pantano (H eleocharis sphacelata), y la ciruela nonda sem e
jante a la nuez (Parinarium nonda) que es secada en hoyos de arena y de
esta form a es una de las pocas com idas aborígenes que puede alm acenarse
durante unas semanas. D urante las dos estaciones de lluvia y sequía la
tierra relativamente rica debe explotarse diariamente, según la tecnología
de caza y pastoreo que puede producir en una actividad aproxim ada de
un día lo que se consume en este tiempo en com ida y com bustibles. El
país m antiene una población m edia de una persona por cada cuatro millas
cuadradas, aunque la densidad actual es m ucho m ás grande en las costas
que en el interior hacia el este.
N o es completamente erróneo afirmar que la organización social de los
yir yoront puede resultar típica de otros grupos aborígenes australianos en
algún grado; y para los propósitos actuales tal organización es ciertam ente
156
representativa de la organización de más de un centenar de diferentes
com unidades de lenguaje investigadas por el autor en todo el rorte de
Queensland (Elkim, 1956; Sharp, 1935, 1939, 1943). En muchos aspectos de
su conducta cultural los yir yoront se parecen notablem ente a los wulamba
(o, «murngin») situados al oeste-noroeste al otro lado del Golfo de Carpenta-
ria, en la Tierra de A m hem oriental, y estudiados por varios observadores y
especialmente por Warner (1958).
Se observará que, al describir alguno de los rasgos notables de la or
ganización social de los yir yoront y de sus vecinos inm ediatos, no n ece
sitam os hacer uso de cualquiera que sean las series de conceptos estereo
tipados que se han infiltrado y que han enriquecido sumamente la discu
sión sobre la estructura social aborigen australiana. Se incluye entre estas
nociones la «nación» en cuanto una confederación de tribus; la «tribu»
en cuanto una sociedad organizada o com unidad que ocupa un territorio; la
«horda», un patrilinaje localizado, en cuanto otra entidad poseedora de
tierra y una determ inante de residencia; el «jefe» o «cabecilla» en cuanto
un líder con autoridad o incluso poder para iniciar v dirigir la acción de
grupo, gobernar, negociar; y la «gerontocracia» o «consejo» com puesto por
todos los ancianos que ejercen poderes gubernamentales. La utilización de
estos térm inos con estos significados en la literatura descriptiva ha dado a
muchos grupos aborígenes una apariencia de organización política y de
estructura gubernam ental; sin em bargo, en todo el norte de Q ueensland no
se encuentra ninguno de los m ecanism os procedentes de gobierno y política.
«Oijo1 jir'jorond"» significa bastante sencillam ente «hablo yoront» o
«soy de habla yoront». El térm ino yir yoront es simplemente una denom inación
de tipo lingüístico o una categoría de gente que no constituye en ningún
sentido una entidad organizada o corporativa. En ningún m om ento dado
se encontrará juntos una m ayoría de trescientos yir yoront ocupando la
reg ió n o zona de unas mil doscientas m illas cuadradas que pueden trazarse
aproximadamente. Viven allí no porque hablen o sean yir yoront; más bien
hablan esta lengua porque viven allí, y viven allí por buenas y suficientes
razones de las que nos ocuparem os pronto.
Algunos, sin embargo, por razones igualmente buenas, viven fuera de
la zona principal en la que se habla la lengua yir yoront. Un número de
ellos pasa la mayor parte del año como una m inoría diseminada entre los
que hablan koko bera, sus vecinos al sur; de igual modo se encontrará a
otros viviendo entre una m ayoría de los que hablan kuk taiori, sus
vecinos al norte; unos pocos más pasan tanto tiem po residiendo entre ambos de
estos grupos de lenguas com o en el suyo propio; y adem ás otros viven incluso
m ucho más lejos. Pero incluso aquellos que están generalmente «en casa» en
la zona yir yoront pueden seguir cam inos bastante diferentes. Cada individuo
utiliza un espacio territorial normal (aproximadamente mil ochocientas millas
cuadradas para los varones) en las que caza
157
y busca forraje, visita parientes, participa en las iniciaciones y otros ritos
totémicos. Sin em bargo, de tres personas cualesquiera encontradas en la parte
central del área de lengua yir yoront en cualquier momento dado, una puede
generalmente vagar al norte en un circuito que le incluye entre los kuk taiori,
el segundo se m overá entre los koko bera al sur, m ientras que el tercero
puede estar en el centro de su zona. De este m odo, estos tr e s « v e c in o s »
in te r a c tú a n la m a y o r p a r te d e l tie m p o c a d a u n o c o n u n grupo diferente de
individuos y se asociarán en redes de interacción esencialmente diferentes,
ninguna de las cuales puede identificarse posiblemente con una «tribu». En
térm inos individuales, «el conjunto social», la «sociedad» am orfa en la que
cada uno opera, no es la misma. Sin embargo, dondequiera que esta gente
vaya o perm anezca cuando hacen los circuitos de sus expediciones, están allí
legítimamente y no existe problema de e n tr a r sin d e re c h o en tie r r a p o s e íd a
e x c lu s iv a m e n te p o r o tra g e n te . N o e s tá n le jo s d e su p r o p io p a ís , n i e n tre
e x tr a n je r o s . S in d u d a , no se puede hablar de país yoront o de costum bres
yoront, sino sim plem ente de lengua yoront — yir yoront— y de la gente que
la habla.
D u ra n te lo s a ñ o s q u e el a u to r p a s ó e n tre lo s y ir y o r o n t d e l n o r te inves
tigó las peregrinaciones de una serie de individuos y tomó parte en sus cam
pam entos de la estación húm eda cuando estaban parcialm ente inmovilizados,
cada año con com pañeros de campamento diferentes. D urante toda su estan
cia no escuchó hablar kuk taiori. Cuando volvió a v isiar el área después de
veintidós años de ausencia, encontró que algunos de los descendientes de
e s ta s gpntes ahora hablan sólo yir yoront. No han cambiado de comunidad
tribal ni de nacionalidad o ciudadanía, sino que tan sólo han adquirido nuevos
hábitos de lenguaje. Sus com unidades de grupo o afiliaciones sociales,
excepto por su com unidad de lenguaje, continúa siendo la m ism a que las de
sus padres.
Si bien la m ayor parte de las seiscientas personas de estos tres
grupos de lengua hablan sólo una de las lenguas m encionadas, una m a y o ría
de e llo s ta m b ié n c o m p re n d e o « e n tie n d e » u n a s e g u n d a le n g u a , ymuchos,
una tercera. De esta forma existe la «red... de entendimientos» que puede
servir, sin reparar en las diferencias de lenguaje, como base de una
sociedad o de una com unidad de intereses. Sin em bargo, es imposible
localizar una población fja asociada con un territorio limitado particular que
pueda constituir una com unidad social o cultural. C ondiciones s im ila re s se
o b tie n e n a lo la rg o de to d a la c o s ta c u a n d o se a v a n z a al norte o al sur: las
lenguas cam bian y otras variaciones en la conducta cultural se estandarizan en
las diferentes regiones, y sin em bargo las líneas de separación de las sociedades
o com unidades no están claras en ninguna parte y en todos lados existe
m ovim iento o coincidencia de gente con sus com prensiones m utuas pero
conductas diferentes. Si no podem os delinear las sociedades o com unidades, o
descubrir cualquier armazón estructural, política o de otro tipo, que pueda
relacionarlas, es mejor ignorar las ideas
158
de «naciones» o «tribus» respecto a esta área. Sin duda, podem os pensar
en olvidar para siempre este concepto de cultura establecido hace tiempo,
válido quizás en la conducta de com unidades isleñas o aldeas, pero c la
ramente inaplicable aquí.
Lo que no podem os ignorar en esta área es el llamado clan totémico
patrilineal. El clan es la única entidad corporativa encontrada entre los
y ir y o r o n t y su s v e c in o s , y es e l c la n el q u e es e l ú n ic o d u e ñ o de la
tierra. Toda la región que estamos considerando se divide literalm ente en
m iles de los llam ados pequeños países que están unidos a través de una
m itología sagrada y secular con una u otra de las veintenas de los clanes
de antepasados que existieron en el com ienzo del tiempo y que están or
ganizadas en unas treinta «estirpes» o clanes. A través de esta unión con
u n antepasado y estrechamente unido a los tótems múltiples, a los llam a
dos países, a los nom bres personales y a los ritos, cada país es considerado
como un tótem y la propiedad inalienable de un clan particular como una
parte de todo el complejo totémico de los m itos y de los antepasados del
clan. Los llam ados pequeños países tienden a agruparse para form ar co
m arcas sin nom bre más extensas, aunque en una docena de casos un único
pequeño país aislado constituye una com arca entera, en tales casos con
nombre. De este modo, una com arca puede extenderse en tamaño desde
m enos de un acre hasta cincuenta m illas cuadradas o m ás, estando cada
com arca form ada desde uno hasta una veintena de países, los lím ites de
los cuales están bien definidos. Cada clan posee varias de estas com arcas
distintas y las diferentes com arcas de cada clan se encuentran disem inadas
a lo largo de la región ocupada por los tres tipos de lenguaje. Las comarcas
form adas por un clan particular, sin considerar su situación, constituyen
lo que hemos llamado el dominio del clan. Más de 150 países diferentes
fueron identificados como pertenecientes al clan «Serpiente del Arco Iris
de A gua Transparente»; todo este dom inio del clan está organizado en
trece com arcas separadas, seis de las cuales se hallan entre las sesenta y
dos com arcas de clanes diferentes en la zona de habla yir yoront, cuatro
en la zona koko bera, y tres en la zona kuk taiori. Cada una de más de
sesenta m iem bros de este clan, que tiene una subordinación de una do
cena de patrilinajes sin nom bre, posee individual o colectivam ente un
E stado en todas partes desde dos o tres hasta m ás de dos docenas de paí
ses diferentes, dos de los cuales pueden estar situados a más de 50 m illas
de distancia, separadas por países interpuestos y por sus propias co
m arcas o las de otros clanes. La mayor parte de los países que forman
el Estado de un individuo de habla yir yoront del clan «Serpiente del
A rco Iris de A gua Transparente» estarán situados en la zona de habla
yir yoront, pero individual o colectivam ente puede poseer tam bién países
situados en cualquiera de las otras áreas de lenguaje o incluso más lejos.
U n miembro del clan, individualm ente o asociado con otros propietarios,
p u e d e e x c lu ir de su tie r r a a m ie m b ro s de o tro s c la n e s . E n e f e c to , el
159
sistema de clan garantiza a cada individuo una parte como propietario en
varios de los países o com arcas del dom inio total de su clan, dándole de
recho a proteger sus recursos naturales de la explotación de otros que no
pertenecen al clan y el deber de cuidar de sus locales sagrados y cere
monias — sus recursos sobrenaturales— en la división general del trabajo
ritual del área del clan. La pertenencia al clan, y la no afiliación de lengua,
es el elemento básico al determ inar las asociaciones geográficas de un a
persona en esta área, y sus relaciones sociales siguen esta dirección.
A causa de la disem inación de los países y Estados en el dominio total
del clan, y de que las com arcas pueden ser pequeñas o, si grandes, pueden
lim itarse a tipos especiales de terreno o de recursos, no es fácilmente
practicable para los hom bres de un clan y sus familias, o incluso para los
hombres de un linaje y sus familias, acam par exclusivamente dentro de
los límites de las comarcas del propio dominio de su clan. U n individuo
necesita acceso a tierra adicional o diferente de la que controla su propio
clan. Es a través del sistema de parentesco que recibe el derecho práctico a
utilizar las tierras de sus parientes próximos o lejanos y de este modo de
otros clanes distintos del suyo. Así el sistema de tenencia de la tierra del
clan se une a la necesidad de tierra para crear una dependencia m utua entre
los parientes que interactúan, y sanciona el m antenim iento entre ellos de
relaciones benevolentes. Tam bién como un resultado de este sistem a, los
aborígenes en esta región acam pan en áreas de grupos de lengua
diferentes del suyo y no se encuentran nunca localizados en «hordas»
patrilineales, residiendo en una horda patrilocalmente. La comunidad
corporativa de los que poseen la tierra entie los yir yoront, el clan
totémico patrilineal, no es una unidad de residencia. Por lo tanto, estamos
forzados a concluir que las «hordas», al igual que las «tribus», dos e le
m entos básicos en la etnografía estereotipada de los aborígenes australia
nos, no existen en esta parte del continente.
No podem os olvidar que el sistema de parentesco, al igual que el s is
tem a de clan, extiende sus derechos m ás allá de las fronteras de los grupos
de lenguaje. Los yir yoront o cualquier otro sistema de parentesco aus
traliano, en cuanto una organización bien establecida de un número limi
tado de roles estandarizado en sumo grado que un individuo representa
repetidas veces en casi la totalidad de sus interacciones con otros, cons
tituye un sistema social sumamente sencillo, pero casi perfecto. Cualquier
yir yoront puede vivir una vida social total y activa con un repertorio
de sólo veintiocho roles de parentesco, catorce de interacción con el sexo
contrario. Prácticam ente toda la serie de sentimientos y actividades aborí
genes en que abierta o encubiertam ente se im plica, la conducta de dos o
m ás personas, está incluida en estos pocos roles. Los roles de parentesco
tienen, por supuesto, aspectos diferentes que perm iten una variedad de
conductas posibles entre dos parientes cualquiera; pero estos dos aspectos
y las situaciones en que se m anifiestan o activan, están definidas bien y
163
con claridad, de suerte que apenas queda sitio para la improvisación. De
esta form a el rol de conducta de dos prim os cruzados varones en cualquier
m om ento dado dependerá de factores o condiciones tales como la frecuen
cia de la interacción, la distancia de relación, el estado físico o de salud
de uno u otro, la edad relativa, o etapa absoluta en el grado de edad y la
jerarquía de iniciación, la m uerte reciente de una esposa o herm ana de
uno de ellos, si están interactuando pública o privadam ente en una cere
m onia o en una situación secular, o sí una lanza acabada de arrojar por
uno en una lucha general ha pasado, aunque sea por accidente, peligrosa
mente cerca del otro.
El único rol masculino de no parentesco claramente diferenciado es el
de curandero, un status que en un sentido no es adscrito, sino adquirido
por un número limitado de hombres gracias a una experiencia de visiones,
pero que en otro sentido es adscrito, puesto que requiere validez en la
opinión pública m ediante una representación continua excepcionalmente
b enevolente de todos los roles de parentesco. Incluso estos curanderos, que
son de seis a ocho en esta población de seiscientos, no son totalm ente
independientes de la conducta de parentesco, pues no pueden obrar re s
pecto a hom bres o m ujeres con los que están em parentados de una forma
que implique un tabú de «mano» (p. ej., el contacto).
A ntes de volver a un análisis de los roles particulares, tratemos de
caracterizar brevem ente toda la estructura de parentesco en esta área.
Los yir yoront practican el matrimonio asimétrico, matrilineal entre pri
mos. Es decir, un hombre se casa con la hija del hermano de su madre
y no con la hija de la herm ana de su padre; o una m ujer se casa con el
h ijo de la h e rm a n a de su p a d re y no c o n el h ijo d e l h e rm a n o de su
madre. Las relaciones entre parientes que se casan entre ellos no pueden
equilibrarse m ediante un intercam bio de m ujeres; en su lugar, Igo recibe
m ujeres y a cambio da m ercancías y servicios con gratitud y respeto; y da
m ujeres (su hermana al hijo de la hermana de su padre, su hija al hijo
de su herm ana) y a su vez recibe con alegría m ercancía y servicios com
parables a los que él debe proporcionar a la familia de su m ujer o de su
madre. Se reconocen cinco tipos de parientes varones con quienes Ego
está de esta forma en deuda, de form a que sus roles en la relación con
ellos son todos subordinados. R ecíprocam ente, hay otros cinco tipos de
parientes varones respecto a quienes Ego actúa como los cinco prim eros
actúan con él, de una form a superior, aunque los roles son diferentes en
relación a cada uno. Ego, al representar estos diez roles diferentes, está
en una posición fuerte en cinco de ellos y en una posición débil en los
otros cinco. Q uedan cuatro roles que son representados en relación con
el parentesco patrilineal del varón, y tam bién éstos, como los diez primeros,
son asimétricos, en este caso debido al principio de la superioridad de edad
actual o ficticia. A sí Ego está subordinado a su padre y a su hermano m ay o r
(y el hijo de su hijo es clasificado con el últim o) y a todos los hom-
161
1 1 .— ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
bres que son sus prim os paralelos. Y está por encim a de sus hijos y de sus
herm anos m ás pequeños (con quienes está clasificado el padre del padre).
La naturaleza de los catorce roles m asculinos que son representados
por cada hombre yir yoront significa que cada relación individual entre
compañeros implica una inferioridad o superioridad definida y aceptada.
U n hombre no tiene m odos de proceder en térm inos exactam ente iguales
con otro hombre (o con otra mujer). Y como cada uno está a la vez en
posiciones relativam ente fuertes, nadie puede ser absolutam ente fuerte o
absolutam ente cfebil. Una jerarquía de tipo piramidal o invertido — Y—
para incluir a todos los hombres en el sistema es imposible. Sin un cambio
radical en la estructura total de parentesco, los yir yoront no pueden tolerar
siquiera a jefes o caudillos moderados, al mismo tiempo que es im pensable
un líder con autoridad absoluta sobre todo el grupo. U n consejo compuesto de
parientes por m atrim onio, incluso de ancianos, es tam bién una
imposibilidad práctica.
¿Cómo son elaboradas en estas circunstancias las operaciones tecno
lógicas efectuadas? ¿Quién proporciona la iniciativa de organización? ¿Quién
facilita la coordinación y dirección para la ejecución detallada de la caza,
cuando la hierba es quem ada totalm ente durante la estación seca y veintenas
de hom bres y mujeres participan en ella? Una iniciación o ceremonia
principal, la construcción de tram pas de pesca a lo largo de la costa, o de
presas en los ríos para hacer viveros, debe efectuarse en el terreno apro
piado. Toda la tierra, como hemos visto, incluyendo playas, ríos y estan
ques, es poseída individual o colectivam ente, y si lo es colectivam ente
los propietarios son por definición parientes patrilineales entre sí, padres
e hijos, hermanos m ayores y m enores y sus hermanas. E n tal grupo un
hombre principal que tiene sólo herm anos m enores, hijos y nietos, y cuyo
propio padre o los hermanos del padre están esencialm ente retirados a
causa de la edad o decrepitud, y quien es en este caso una clase de jefe
de fam ilia, está en una posición de sugerir a sus subordinados, incluyendo
a los maridos de sus herm anas e hijas, que tienen derechos sobre la tierra,
que inviten a otros parientes a unírseles en la realización de la operación.
Si no surge una invitación o si el propietario no está cerca, la actividad
tecnológica se detiene o se realiza en otra parte, o la cerem onia se pos
pone hasta el año siguiente. Los llam ados países en los que la tierra está
dividida, están entre los más importantes de los tótem s m últiples del
propietario y están guardados por el espíritu de sus antepasados; sin los
derechos explícitos en el país o una invitación especial para utilizarlos,
no podría resultar ningún bien de cualquier actividad realizada allí, sino
sólo daño.
Cuando se efectúa una gran cacería u otra actividad aparentem ente
complicada, el conocim iento intimo de los nativos de su tierra y de su
tiem po y su preparación perfecta en los roles técnicos es suficiente para
realizar la operación con éxito. Si los acontecimientos requieren un cam
162
bio de tácticas a medio camino, se inform an los hechos y se h acen los
ajustes convenientes. Es un espectáculo im presionante, después de una
ráfaga de viento imprevista, ver a toda la línea de cazadores mejorar
silenciosam ente sus posiciones en relación unos con otros sin pronunciar
una palabra. E n cuanto a las cerem onias, cuanto más elaboradas son, más
formales y sagradas; los maridos de las herm anas protegiendo a los inicia
dos, y los hom bres representando a los tótem s o a los antepasados sagra
dos conocen sus papeles y no necesitan dirección o preparación.
Al mismo tiempo que nos oponemos a la idea de que un sistema de
parentesco australiano, en cuanto sistem a, es una cosa terriblem ente com
plicada, deberíamos minimizar la complejidad y el contenido de los roles
particulares que com ponen el sistema. la extensa gam a de conductas de
interactuación estandarizadas, definidas, enseñadas y m antenidas activa o
latentemente incluyen la conducta que un enfoque institucional clarificaría
como familiar, económica, legal, estética; sin embargo, el nativo, que no
distingue ni siquiera el trabajo del juego, pone el énfasis sólo y siempre
en el com ponente de parentesco de cualquier rol. De este m odo, las aso
ciaciones unidas por el com ercio que trajeron hachas de piedra a los yir
yoront desde las lejanas canteras del sur y llevaron de éstos a los pueblos
interiores del sur lanzas de com bate guarnecidas con púas incisivas y espinas
de lígula, son consideradas por los nativos sim plem ente como una di
mensión de la relación hermano mayor leí ano/hermano menor leí ano, de la
cual la función del com ercio de esposas en ocasiones cerem oniales es una
parte igualmente importante.
E n los roles de parentesco aborígenes existe tanto una dim ensión de
amplitud como de profundidad. En circunstancias normales, el carácter de
todos los roles es altamente benévolo. Sin embargo, cada rol incluye un
componente malévolo, que es utilizado como modelo aunque generalmente
es un aspecto latente del rol. De noche no es difícil decir si el hombre
está tirando cosas a su herm ana o m aldiciéndola de una manera fraternal,
o apaleando a su m ujer y jurando como un marido. A hora bien, recípro
camente, un hermano de m adre debe proteger al hijo de su herm ana de
cualquier daño o peligro y éste es considerado un deber altam ente priori
tario y primario. Si un pariente con quien el hermano de m adre tiene
normalmente relaciones am istosas am enaza a su sobrino, entonces el tío
abandona su rol benévolo y asume su rol m alévolo, cuyo carácter o con
tenido específico está determinado por la clase de pariente con el que
está tratando. Cada uno de los veintiocho roles de este sistem a tiene sus
aspectos benevolentes o m alevolentes igualm ente distintivos; el propio genio
apela a formas de conducta colérica que son tan apropiadas o peculiares
al rol como lo son las pautas de buena voluntad que eventualm ente se
ponen en vigor o se m anifiestan cuando la situación es normal. Estos
niveles m alevolentes de los roles de parentesco cum plen una clase de
función legal o policial, relativa a cómo se utiliza el uso o la amenaza
163
de fuerza para prevenir o cambiar la conducta delincuente; la aprobación
de esto por otros, o incluso su petición; y el aspecto predecible de esta
sanción punitiva bajo estím ulos específicos. E n estas condiciones un indi
viduo representando un rol m alevolente puede definirse en cuanto que tiene
autoridad pública.
Existe cierta evidencia de que estos roles malevolentes interm itente
m ente evidentes pueden apoyarse psicológicam ente en la existencia de m o
delos latentes de rol que no son descubiertos o revelados conscientemente
por el individuo. U n gran núm ero de sueños fueron reunidos más como
datos culturales que de la personalidad. La conducta de parentesco como
a p a rece en los su eñ o s m o stró te n d e n c ia s fu e rte m e n te m o d e la d a s seg ú n
clases de agresividad que en la vida real no se habrían perdonado ni si
quiera en los roles m alevolentes, ni en las relaciones que en la vida real
e s ta b a n c a r a c te r iz a d a s p o r la te n s ió n . M ie n tra s qu e u n p a d re y la her
m a n a de p a d re tie n d e n a m im ar y e s tro p e a r a u n jo v e n , la m a d re , b a s ta
que e l joven es un adolescente y el herm ano de m adre hasta que es adulto,
tienen que disciplinarle mientras permanece com pletamente subordinado a
ellos. Esta situación parece reflejada y quizás com pensada en un gran nú
m e ro de lo s s u e ñ o s c ita d o s de a g r e s ió n f re n te al herm ano de la madre.
De esta m anera, los roles latentes ayudan a m antener la actuación con
tr o la d a d e l s is te m a c o o r d in a d o de lo s r o le s p ú b lic o s .
Oliver y Miller (1955: 119) han sugerido que para mejor comparación
de los sistemas gubernam entales sería conveniente -«designar la unidad
política de cualquier sociedad como su tipo de grupo num éricam ente más
inclusivo que posee alguna clase de título corporativo respecto a todo el
territorio norm alm ente ocupado por m iem bros residentes de ese grupo».
Sin reparar en el uso del térm ino «grupo» en esta definición, es evidente
que el clan yir yoront no es una unidad política en este sentido. Posible
m e n te el s is te m a de p a r e n te s c o y ir y o r o n t se a ju s ta r á a la d e f in ic ió n
de organización política de H oeble, citada aiteriormente: «un sistema de
regulación de las relaciones entre grupos o m iem bros de grupos diferentes
en las sociedades en general». Por supuesto, el parentesco yir yoront se
ocupa inevitablem ente de las relaciones entre los miembros de clanes. Pero
n o s parece que el sistem a yir yoront de conducta organizada todavía ca
rec e de la « so c ied a d en g en eral» . N os quedam o s en to n ce s co n los « jefes
de familias» como los únicos poseedores de la autoridad absoluta respecto
a g ru p o s de o tra s p e r s o n a s , b ie n d el p a d re resp ecto a sum ujer o mujeres
e hijos, bien del hombre enérgico más anciano o de edad m edia en una
posición parental de poder respecto a aquellos en su línea patrilineal que
vienen después de él. Estos jefes de fam ilias nucleares o extensas «no co
nocen autoridad política superior», ni ejercen «ninguna autoridad general
de gobernar o decidir o negociar» más allá de los lím ites de sus grupos
familiares.
C o n sid eram o s a los y ir y o ro n t com o u n p u eb lo que tie n e u n sistem a
164
social abierto, en el cual cada individuo es el centro de su propio univer
so de interacción; un sistema con una fuerte tendencia androcéntrica (pero
no gerontocrática), que está organizado fundamentalmente como una ex
tensión de las relaciones fam iliares con una conducta organizada muy ade
cuadam ente por el linaje y el clan en una variedad de frentes culturales.
E xisten roles, y un sistema legal de parientes específicos que actúan como
agentes públicos en circunstancias determ inadas, y la estipulación de cam
bios en los roles y en las reglas por medio de la acción pública o inacción.
S in e m b a rg o , to d o esto es sim p le m e n te el p a re n te sc o . E n el ca m p o de
la conducta no hay organización social distinguible con relación a la eco
nomía, la religión o el gobierno. Los yir yoront son un pueblo sin sobe
ra n ía , sin je ra rq u ía fu e ra de la fa m ilia , en que to d a v id a se e fe c tú a p o r
medio de la institución familiar. Son un pueblo sin política.
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LORNA MARSHALL
O rganización social
L a fam ilia y el grupo dom éstico
167
las dem ás, a m enos que uno de los herm anos sea el cabeza de la banda.
Si estas fam ilias ya no participan en el servicio nupcial, y sus hijos aún no
están casados, estas familias vuelven a ser otra vez fam ilias nucleares in
dependientes, para convertirse de nuevo en familias extendidas cuando
el hijo se casa.
Tanto el padre como la madre reciben y esperan respeto y obediencia
de sus hijos. A un cuando siempre se deja sentir la influencia de la madre,
creo que la autoridad del padre es mayor. Esta no se formaliza ni se
expresa de una forma dura o dominante. M ientras vive el padre, él es
simbólicamente el cabeza de familia. Incluso cuando es demasiado viejo
para cazar, si aún es una persona fuerte, sigue siendo el prim ero en
autoridad, el líder de los cuñados y de sus hijas, de sus hijos y mujeres.
G radualmente, sin embargo, cuando se hace muy viejo, los hombres más
jóvenes hacen sus propios planes sin consultarle necesariam ente.
Las fam ilias kung son responsables de los dependientes. A sí pues,
los parientes viejos y dependientes son indefectiblem ente apoyados por
sus vástagos y pueden escoger con cuál de ellos vivirán. Los niños huér
fanos son tom ados a cargo de sus abuelos o por un herm ano de sus pa
dres. O casionalm ente sucede que una persona no tiene padre, hijo o her
m ano vivo. En este caso, otros parientes asum en la responsabilidad.
L as relaciones de nombre
168
un térm ino de parentesco que asocia con cada uno de los nombres. Esto
significa que las personas de toda la región son lo que llamamos parientes,
aplicándose térm inos de parentesco.
Desde el punto de vista kung, la costumbre tiene dos valores. Regula
el tabú del incesto en su sentido más amplio, especialm ente en la relación
jocosa que simboliza al tabú. (Por ejemplo, un hombre no debería casarse
o hacer bromas sexuales con una m ujer que tiene el mismo nombre que
su m adre.) Los kung se sienten seguros de su rectitud cuando saben que
se están com portando con propiedad en estas materias, y el térm ino de
parentesco que aplican guía su conducta en relación con otra persona.
El otro valor es evidente. Los kung de toda la región N yae Nyae, con
sus 36 bandas o grupos separados, se m antienen ju n to s por un sentim ien
to de pertenencia a un grupo interno. Los nombres familiares y el uso
de los térm inos de parentesco les hacen esperar m utuam ente una con
ducta propia de parientes: com partir alimentos, donación de presentes,
lim itación en la expresión de los celos u otras hostilidades, adaptación a la
opinión del grupo, todo lo que hacen conduce a una vida com ún pacífica.
Este sentido de pertenencia confiere seguridad y com odidad a este pueblo,
en cuyo lenguaje la palabra dolé, «extraño», significa también «perju
dicial» y «malo». Se llaman a sí mismos Ju/Oassi. Ju significa «pueblo»;
/O assi connota algo así como «verdadero» o «puro», y puede ser para
fraseado como «nosotros mismos».
O rganización política
169
poralm ente para el servicio nupcial— cesa de ser el cabeza y el liderazgo
recae en algún otro que permanezca en el territorio.
La sociedad kung confiere al cabeza la autoridad de coordinar los
m ovim ientos de su propio pueblo en relación a su consum o de recur
sos; su principal tarea es la de planear cuándo y a dónde se trasladará
la banda. D ebe proteger los recursos de la usurpación por parte de ex
traños.
Cuando la banda se traslada, la posición del cabeza está al frente de
la fila. Escoge el lugar del nuevo campamento y tiene derecho a ser el
prim ero en escoger el lugar de su feudo y de su vivienda. No tiene otras
recom pensas o prerrogativas. Carga con su propio petate y está tan del
gado como los demás.
No incumbe al cabeza, como tal, instigar u organizar partidas de caza,
viajes comerciales, la fabricación de artefactos, el intercambio de dones, y
tam poco hace acuerdos matrimoniales. Los individuos instigan sus propias
actividades. U n cabeza no es formalmente juez de su pueblo, tam poco debe
castigar a un malhechor. Puede tener una gran influencia si es un líder
efectivo, pero el mal com portamiento es juzgado y controlado por la opinión
pública, habitualmente expresada por rumores. Ocasionalmente una per
sona que ha sido injuriada intenta vengarse luchando, lo que es muy
deplorado.
Si un cabeza es dem asiado joven o dem asiado viejo, o carece de cua
lidades personales de líder, el pueblo puede volverse muy informalmente
hacia algún otro que haga de líder en su vida cotidiana, para pedirle ayuda
y consejo, para aceptar sus planes. Tal líder no tiene ninguna autoridad
ni recibe honores o recom pensas.
La calidad del cabeza es heredada por el hijo primogénito. Si este hijo
muere o abandona la banda, el liderazgo pasa al siguiente hijo.
Por lo que sabemos, no hay otras reglas estrictam ente formuladas de
sucesión. N o hem os observado personalm ente situaciones en las que un
cabeza no tuviese hijo.
Lo regla de sucesión no determina que el encabezamiento pase cola
teralmente a un hermano más joven del cabeza. Sin embargo, un hermano
más joven puede constituir una banda propia en el mismo territorio si no
prefiere vivir bajo el liderazgo de su hermano mayor o si no continúa
viviendo con la gente de su mujer. El hermano más joven tiene sus pro
pios derechos al veldkos y al agua, que derivan de su padre y que puede
com partir con su familia y su banda. Sin embargo, si un hijo del cabeza
al que ha sucedido en derecho, vive en el territorio, tiene una responsa
bilidad mayor y es responsable de la planificación general. Si la banda del
cabeza principal desapareciese, la banda colateral dirigida por el hermano
más joven se convertiría en la principal.
Los lazos que dan calidad de miembro de la banda son los mismos
vínculos consanguíneos de afinidad sobre los que se basa una fam ilia nu
170
clear: los lazos del padre y el hijo, hermanos, y esposas. Todo el que
vive en una banda kung está unido por uno de estos lazos al cabeza, a
veces directam ente o a veces por una cadena form ada por una o dos
personas intermedias. U na descripción de una banda típica ilustrará esta
situación: La banda II de Gautscha tiene 41 miembros; el cabeza, Gao
Beard tiene dos mujeres y cuatro niños pequeños. Con Gao Beard vive su
herm ano m ás joven, una de sus herm anas m ás jóvenes, cada una con e s
poso e hijos, y su anciana, dependiente y viuda madre. Gao preguntó al
p a d re de su p r im e ra m u je r, O íd /T o m a , al que le g u s ta b a m u c h o , si
quería unirse a su banda. Oíd/Toma trajo con él a su mujer, a un hijo
casado con m ujer e hijo, dos herm anos m ás jóvenes, la herm ana de su
m uier y el hiio que ésta había tenido con un m arido del que ahora se
había divorciado. Tam bién trajo consigo 16 personas más: Gao y su
gente. Gao pertenece a otra banda, pero estaba en aquel mom ento vi
viendo en la banda II debido a que se había casado, como segunda m u
jer, con la hermana de la mujer de Old/Toma, y aunque eran maduras,
estaba en servicio nupcial con su gente. D espués de un tiem po, Gao pudo
e s c o g e r si se q u e d a b a en la b a n d a II o si v o lv ía a su b a n d a o r ig in a l.
Dijo que creía que decidiría quedarse con Oíd/Toma y Gao Beard, de
b id o a q u e le g u s ta O ld /T o m a y d e b id o a q u e G ao B e a rd tie n e u n
bosquecillo de «mangetti».
Las personas m antienen a lo largo de sus vidas su calidad de miembro
d e la b a n d a en la q u e h a n n a c id o y su s d e r e c h o s a su s « v e ld k o s » y
recursos de agua. Si abandonan la banda pueden volver. Los parientes
afines y las familias de afines tienen los m ism os derechos a los recursos
m ientras están presentes, pero los pierden si se marchan.
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173
A. HOLMBERG
O R G A N IZ A C IÓ N P O L ÍT IC A D E L O S SIR IO N O
Estratificación social
176
Es difícil generalizar sobre el status de las mujeres. A unque están do
m inadas por los hom bres, no se puede decir que las m ujeres ocupen una
posición muy inferior a la de los hom bres cuando se tienen en cuenta las
condiciones de existencia de esta sociedad. D urante la adolescencia no
existe tratamiento preferencial perceptible para los muchachos. Con arre
glo a la división del trabajo por sexos, los hom bres hacen tanto o más
trabajo que las mujeres. La caza es una tarea exclusivamente masculina,
mientras que la recolección y la agricultura son tareas comunes a hombres
y mujeres. Las mujeres tienen más o menos los mismos privilegios que los
hombres. Tienen igual o mayor cantidad de comida y disfrutan de la misma
libertad sexual. No tienen prohibido celebrar danzas y fiestas alcohólicas
ni participar en las ceremonias de las sangrías. Después del matrimonio,
además, las m ujeres siguen viviendo con sus padres y disfrutan de la pro
tección de ellos.
Jefatura
177
ocasiones. La regla m ás general era evitar dar nada al jefe, siempre que
fuera posible.
Lo que sigue es un ejem plo del tipo de cosas que constantem ente ocu
rrían en Tibaera. K w ándu (Puercoespino), miembro de la banda y de la
familia ampliada de Acíba-eóko (Brazo-largo) el jefe, estuvo ausente du
rante varios días con su hermano menor en una expedición de caza. Al
volver al campamento, traían una docena de tortugas de buen tamaño.
Fueron atadas con lianas y colgadas en las vigas de la casa, sacrificán
dose una o dos de ellas cada día. Acíba-eóko, deseando carne, primero la
solicitó directam ente de Kwándu, pero fue despedido de m ala m anera y
no consiguió nada. A continuación hizo com entarios en público, sin m en
cionar nom bres, sobre que los mbía (com patriotas) estaban guardándose
toda la comida y no le daban nada a él, el jefe. Los propietarios de las
tortugas siguieron sin prestarle atención. Por últim o, al cabo de unos tres
días, A cíba-eóko se enfadó tanto por no haber recibido nada, que salió
de caza con su familia y estuvo fuera alrededor de una semana. Volvió
con bastante carne para asar, que únicam ente repartió entre los miem
bros de su familia.
N o o b s ta n te , en g e n e ra l lo s je f e s tie n e n m e jo r su e rte que el re sto
de los m iem bros de la banda. Sus peticiones dan fruto más veces que
las peticiones de los demás, porque los jefes son los m ejores cazadores y,
por tanto, están en mejores condiciones que la mayoría para devolver
los favores que se les hagan. Al hablar de los jefes, tanto del pasado como
del presente, los inform adores los denom inan «grandes hombres». Los
jefes entienden más de caza, más de las costumbres de los animales, más
de cómo rodear una banda de pecaríes; son los m ejores com positores de
canciones, los bebedores más resistentes; son quienes más saben de cazar
tapires y arpelles; son quienes tienen más esposas e hijos. En resumen,
saben más cosas y saben hacerlas m ejor que cualquiera de los demás. En
consecuencia, m erecen más respeto que el individuo medio.
Normalmente la jefatura es un cargo hereditario y pasa patrilineal-
mente del padre al hijo mayor, siempre que este último sea buen cazador,
sea adulto y posea condiciones personales para el liderazgo. E n el caso
de que falte el hijo elegible, el cargo puede pasar a un hermano del jefe.
A sí, en el caso de los dos jefes que conocí, am bos habían heredado el
cargo de sus padres. Sin embargo, uno de ellos me dijo que, caso de m o
rir, su hermano menor heredaría el cargo, puesto que no tenía ningún hijo
que pudiera hacerse cargo de él.
L e y y c o n t r o l s o c ia l
El sistema legal por el que se gobiernan las relaciones entre los miem
b ro s de la b a n d a no es c o m p lic a d o . E n u n a so c ie d a d ta n sim p le com o
178
la siriono, donde la mayoría de los miembros están unidos por lazos de
sangre, sólo se necesita un pequeño cuerpo de ley consuetudinaria para
m antener el orden existente. Además, las normas sociales que imperan
son lo bastante elásticas como para perm itir un considerable abanico de
com portam ientos, según las condiciones inmediatas de vida. De este modo,
aunque una de las norm as legales importantes es que se debe com partir la
comida con la familia ampliada, tal cosa rara vez ocurre, a menos que
la provisión de alim entos sea abundante. En realidad, muchas veces la
comida no se com parte más allá de la familia nuclear, aun cuando la can
tidad de com ida pueda ser m ás que suficiente para atender a las necesida
des inm ediatas. E n tales circunstancias, uno puede ser acusado de acu
mular alimentos, pero los demás miembros de la familia ampliada poco
pueden hacer que no sea salir a buscárselos por su cuenta.
D entro de esta sociedad, los agentes form ales del control social son
casi absolutamente inexistentes. No existe nada parecido a la policía y,
como ya hem os visto, la jefatura, aunque en teoría sea un cargo de poder y
distinción, en realidad tiene relativamente poca importancia como medio
para controlar el comportamiento. El jefe no interviene en las disputas de
los dem ás, y cuando tiene sus propias disputas los dem ás le p restan poca
atención. Además, la hechicería es casi com pletam ente desconocida como
medio de control social. La dirección de los propios asuntos, por lo
tanto, es en gran m edida una cuestión personal; se espera que todo el
m undo se sostenga por sus propios m edios y cum pla con sus propias
obligaciones.
A pesar del extremado individualism o de los siriono a este respec
to, existen empero ciertos incentivos para conform arse a las normas lega
les existentes. Por ejemplo, si un individuo comparte la comida con su
pariente, tiene derecho a esperar algo a cambio, y si un hombre com parte
en ocasiones su esposa con el herm ano, tiene derecho a com partir en
ocasiones la esposa de ese hermano. No obstante, la reciprocidad casi siem
pre es forzada y a veces incluso hostil. Habitualm ente hay que exigir algo
a cam bio de lo que se ha entregado ds m ala gana. En realidad, rara vez se
com prarte algo sin cierta desconfianza y m utuos m alentendidos; el indivi
duo siempre tiene la sensación de ser el estafado. Sin embargo, este tipo
de reciprocidad obligada parece ser una de las principales recom pensas del
buen comportamiento.
Tan fuerte es el individualism o de los siriono y tan elástico el sistema
social, que el delito y el castigo son raros. El asesinato no se perdona,
pero casi es desconocido. Sólo he sabido de dos casos y am bos ocurrieron
hace años. E n uno de ellos, un hom bre m ató a su esposa con su arco y
sus flechas durante una fiesta alcohólica, y en el segundo un hom bre mató
a una herm ana tirándole un garrote desde un árbol. En ambos casos los
asesinos fueron expulsados de la banda (o la dejaron) durante un tiempo
considerable, pero más tarde regresaron y reem prendieron la vida normal.
W
Se desconocen los casos de asesinato prem editado. Lo» inform adores
me dijeron, no obstante, que en situaciones de este tipo se aplicaría rí
gidamente la lex talionis. El hom icidio accidental no se castiga y otros de
litos contra la vida, como el aborto y el infanticidio, parecen no cono
cerse.
Las violencias de menor importancia, a consecuencia de peleas que
se producen por la com ida o el sexo, o que se originan durante las fiestas
alcohólicas, son relativamente normales. Si bien la agresión física durante
las peleas recibe una cierta desaprobación pública) generalm ente no se
castiga. No obstante, las violencias suelen dar lugar a relaciones tirantes
entre los imp licados durante algún tiem po después de haber ocurrido.
La ausencia de rigidez en las normas m orales hace que haya relativa
mente pocos delitos de tipo sexual. Crímenes como el incesto y la v io la
ción son raros. Cuando suceden, se cree que v an seguidos de una au to
m ática sanción sobrenatural: el ofensor se pone enfermo o muere. Por
otra parte, el adulterio es habitual y, si se hace de form a discreta, muchas
veces escapa sin castigo. No obstante, si el adulterio es dem asiado fre
cuente, el marido colérico puede echar a la calle a la m ujer y ésta se con
vierte en víctim a del ridículo público. Es acusada de ser ecimbási, es d e
cir, de tener deseos sexuales dem asiado fuertes.
El robo se desconoce, excepto en el campo de los alimentos. Pero in
cluso el robo de com ida rara vez ocurre, porque las condiciones que p ro
pician el delito rara vez se presentan: la com ida no es abundante y el
abastecim iento inmediato se consume de prisa. Por la noche tienen lugar
algunos robos de alimentos, especialm ente por parte de los ancianos, pero
en estos casos los culpables no reciben otro castigo que el ser públicam ente
acusados del delito, lo que siempre se niega enfáticamente.
La justicia es inform al y privada. Los agravios son resueltos entre
las partes implicadas o entre los miembros de la familia en que ocurren.
Hablando en térm inos generales, parece que el mantenimiento de la ley
se basa, en gran medida, en el principio de reciprocidad (por muy obliga
torio que sea), el tem or a las sanciones y represalias sobrenaturales, y el
deseo de ganar el beneplácito público.
No se puede estar mucho tiem po entre los siriono sin darse cuenta
de que las peleas y altercados son constantes. A penas hay día sin que
estalle entre ellos alguna disputa del tipo que sea. L as peleas son esp e
cialmente normales entre marido y mujer, entre las esposas del mismo in
dividuo, entre hijos políticos y padres políticos, y entre los niños de la
fam ilia am pliada, pero se producen entre toda clase de personas, parientes
y no parientes. Las peleas suelen ser resueltas por los m ism os que las
180
inician. Esto es especialm ente cierto en el caso de las que ocurren dentro
de las familias nuclear y ampliada. Si un individuo discute con su esposa o
con su suegra, las dem ás personas rara vez intervienen, Si dos miembros
de distintas familias am pliadas se enredan en una pelea, entonces es posible
que los parientes de am bas partes vayan en su ayuda. Por ejemplo, muchas
veces puede verse a los niños golpeando a las m ujeres con quienes
discuten sus m adres, y los herm anos suelen ir unos en ayuda de otros si
participan en una pelea fuera del medio familiar. No obstante, lo s s ir io n o
no tie n e n á r b itr o s p a r a la s d is p u ta s . P o r e je m p lo , el je f e rara vez
interviene para resolver las diferencias que surgen fuera de su familia.
R ecogí los datos relativos a setenta y cinco disputas de las que tuve
noticia, aparte de las que tuvieron lugar durante las fiestas alcohólicas.
Es significativo señalar que cuarenta y cuatro de ellas surgieron directa
m ente de problemas de comida (la mayor parte entre m ujeres o entre
marido y mujer); diecinueve estallaron por problemas sexuales (entre m a
rido y mujer, entre esposas del mismo individuo, y entre mujeres); sólo
doce pueden asignarse a otras causas diversas. A quí tenem os pruebas abru
madoras de la importancia del rol que desempeña la comida en la sociedad
siriono. Es el motivo más destacado de disensión dentro del grupo.
La gente constantem ente se queja y discute por la distribución de los
alimentos. Se acusan m utuam ente de no compartir la comida, de acumular
comida, de comer por la noche, de esconderse en la selva para comer. Esto
resultaba especialm ente notable en Tibaera, donde Silva y yo nos esforzam os
b a s ta n te p o r i n ic ia r u n a p la n ta c ió n c o o p e r a tiv a de h u e r to s (una
costumbre extraña a los siriono en sus condiciones aborígenes). Se
despejaron de form a cooperativa varios acres de tierra, donde sembraron
maíz. Mientras el maíz maduraba, se produjeron amargas quejas y hubo
peleas por la distribución, pese a que había abundante maíz para todo el
mundo. La gente se acusaba m utuam ente de haber robado maíz antes de
que estuviera maduro, de recolectar más de lo que les correspondía, de
llevárselo a la selva y com erlo a hurtadillas. Los hom bres se quejaban
de que ellos habían hecho la mayor parte del trabajo, mientras que las
m ujeres se com ían la m ayor parte de la cosecha. D e hecho, pocos hom
bres se aventuraron a entrar en las chozas en esta época, por m iedo de
encontrarse a la vuelta con que los otros se habían com ido la mayor parte
de la cosecha de maíz.
Igualm ente habituales son las peleas por la distribución de la carne.
Si bien el reparto de carne se limita normalmente a la familia ampliada,
porque el abastecim iento rara vez es abundante, siempre suele haber
alguien dentro de la fam ilia que tiene la sensación de que no recibe su
parte. Los hombres acusan especialm ente a las mujeres de acumular carne,
de com erla cuando no están los hom bres y de consum ir más de lo que
les corresponde. Enía me dijo una noche: «Cuando alguien se acerca a la
181
casa, las m ujeres esconden la carne; la tapan con hojas. Cuando se les
pregunta dónde está la carne, dicen que no hay. Com en por la noche y
se escabullen a la selva para comer. Las mujeres incluso se m eten la carne
en la vagina para esconderla».
La repugnancia a compartir la comida se refleja claramente en el com
portam iento de los cazadores cuando regresan. Cuanto m ayor es la caza,
más hosco se m uestra el cazador. El cazador adopta esta pose para que
nadie se dirija a él en busca de carne. Al volver de la cacería, a veces el
individuo ni siquiera lleva las piezas cobradas a su casa, sino que las deja
en el camino, cerca de casa, y se presenta con las m anos vacías, agresivo
y furioso. AI entrar en casa se lanza a la hamaca. Esta es la señal para
que su esposa, o cualquier otra persona que esté allí, le traiga una pipa
cargada de tabaco, que se fuma sin decir una palabra. Si ha llevado la
caza a la casa, la esposa se pone a prepararla; si sigue en la selva, ella va
a recogerla. El cazador m antiene esta actitud inabordable hasta que la
caza esté guisada y comida.
Las peleas sexuales difícilm ente pueden separarse de las peleas por la
comida. E n este aspecto, los hombres rara vez m anifiestan agresividad con
tra otros hom bres que han seducido a sus esposas, sino que la centran
en las esposas adúlteras. Por otra parte, las mujeres m anifiestan poca agre
sividad contra sus maridos adúlteros y la canalizan contra las m ujeres que
han hecho que sus m aridos pequen. Por tanto, se cree que las m ujeres
son la causa de la m ayor parte de las disputas por motivos sexuales. Las
mujeres pueden reprender a sus maridos por ser infieles, pero el hecho
de que los hom bres siem pre respondan con acusaciones m ás violentas de
que las m ujeres son infieles resuelve habitualm ente la pelea, antes de que
culmine en final violento.
Las fiestas alcohólicas constituyen excelentes ocasiones para que se m a
nifiesten el antagonismo y la agresividad latente entre los hombres. En
estas fiestas, los hom bres airean abiertam ente sus quejas sobre la comida,
el sexo o cualquier otra materia en litigio. Las disputas se resuelven m e
diante com bates de lucha, que generalm ente se olvidan una vez pasada
la borrachera. Es interesante señalar que, en las fiestas alcohólicas, la agre
sividad se limita a los com bates de lucha; cualquier otro tipo de pelea
se desaprueba y generalm ente es im pedida por los hom bres y m ujeres que
no participan en ella. E n una ocasión, m ientras estaba borracho, Eantándu
golpeó a un contrincante con el puño. Todo el mundo em pezó a gritar
que estaba luchando sucio, «como el hom bre blanco». Inm ediatam ente dejó
de hacerlo.
A excepción de las fiestas alcohólicas, en raras ocasiones se llega a la
violencia, y en éstas los participantes suelen estar tan borrachos que son
incapaces de hacerse daño. En otras ocasiones se utilizan palabras fuertes
entre los que disputan, pero la lucha con armas y garrotes es rara. Esto es
especialm ente cierto en el caso de los hombres, que rara vez m anifiestan
directam ente su m utua agresividad, aunque entre las mujeres es frecuente
que las peleas culm inen en batallas con palos de cavar.
Los hombres suelen disipar su furia contra otros hombres cazando.
U n día Eantándu estaba furioso con M bíku, que había cazado coatis y no
le había regalado ninguno. Encendido de rabia, E antándu cogió su arco
y sus flechas y salió de caza. Cuando regresó, al cabo de unas cinco
horas, con un par de pequeños monos, su ira había dism inuido considera
blemente. M e dijo que cuando los hom bres están furiosos van de caza.
Si m atan alguna pieza, la furia desaparece; incluso si no m atan nada, re
gresan a casa dem asiado cansados para estar furiosos.
Si la enemistad entre familias se hace intensa, una de ellas debe em i
grar a la selva durante algún tiem po hasta que los ánim os se aplacan; si
la cosa se hace insoportable, una de las fam ilias debe abandonar la banda
y unirse a otra, o bien varias familias am pliadas se desgajan de la banda y
establecen otra nueva. Rara vez las diferencias son tan profundas y du
raderas como para que sea necesario recurrir a este método de resolverlas.
Guerra
183
en cuando, los siriono se han desquitado de las oleadas de crím enes co
metidos contra ellos. M ientras que parece que rara vez, si es que alguna,
han respondido a los ataques hechos contra ellos desde el sur por los lla
m ados yanaigua y desde el norte por los baure, con objeto de m atar a
sus hom bres y capturar a sus m ujeres y niños, esporádicamente han m a
tado (con arcos y flechas) a blancos y a indios guarayos misionizados,
tanto en venganza de asesinatos como con la intención de conseguir he
rram ientas de hierro y alimentos. La reputación belicosa de los siriono
parece haberse desarrollado, en realidad, a consecuencia de estas pocas
incursiones, aisladas y desorganizadas, que tuvieron su clímax durante el
último boom del caucho (en la década de 1920), cuando hubo una gran
afluencia de sangradores de caucho en algunas de las zonas que ocupaban.
Los siringueros, siempre que era posible, m ataban a los indios sin piedad,
y éstos, a su vez, se vengaron en ocasiones, acechando a algún trabajador
del caucho que m ataban para robarle sus m achetes y hachas. Pero cuando
en 1928 acabó el boom del caucho, m om ento en el que probablem ente los
siriono ya disponían de un adecuado surtido de herram ientas, la mayor
parte de los blancos dejaron la zona y las incursiones desaparecieron.
Poco después, algunos de los blancos que se quedaron en la región esta
blecieron contactos pacíficos. Hoy, los siriono que vagan por la vecindad
de las m isiones franciscanas de los guarayos, algunas veces, roban maíz
y m andioca de los huertos adyacentes a las m isiones, pero rara vez m atan a
personas como consecuencia de tales correrías. H ablando en térm inos
generales, cuando los guarayos tienen contactos con los siriono, las re
laciones son cordiales.
Los enem igos a que más tem en actualm ente los siriono son los lla
m ados yanaigua, que les hostigan por el sur, y un pequeño grupo, pro
bablem ente constituido por baure salvajes, que a veces les ataca por el
norte. Casi nada se sabe de estos dos grupos de indios, excepto que son
guerreros y hostiles. A m bas tribus son equiparadas por los siriono bajo
el mismo nombre, kurúkwa, una especie de m o n stru o , y se evitan cuida
dosamente siempre que es posible.
184
DAVID TAIT
185
den ser concebidas como form adas por la totalidad de los distritos inte
grantes. El distrito es una porción de tierra de hasta 2.5 m illas cuadradas
ocupadas por un grupo de miem bros del clan y sus dependientes, que en
total muy raramente superan los 250 individuos. Incluye normalmente
tierras de grano alomadas y áreas de m aleza donde se establecen las
granjas de ñame, y donde el clan se provee de leña. Los distritos inclu
yen igualmente porciones de llanura inundada que perm anecen cubiertas
por el agua durante varios meses y resultan, por tanto, inservibles para
la agricultura. A lgunos clanes m antienen derechos de pesca sobre deter
m inadas porciones del Oti y sus afluentes y, todos por igual, derechos de
caza en su propio territorio.
El clan se halla com únmente segmentado en dos linajes agnaticios
principales, aunque en algunos casos pueden encontrarse tres y hasta cua
tro linajes principales por clan. Cada linaje principal, segmentado en sí
mismo, se concibe como una estructura genealógica que abarca unas cinco
generaciones, sobre la base de las cuales puede establecerse de forma
precisa el parentesco entre dos miembros cualquiera del linaje. Los li
najes principales se hallan habitualm ente, aunque no de manera invaria
ble, segmentados en dos linajes m enores igualm ente segmentados. Al
frente de cada linaje existe un anciano, el hombre más viejo del linaje, y
el individuo de más edad entre los dos o más jefes de linaje principal
puede ser considerado como el anciano del clan.
No existe térm ino konkomba, en forma de nombre abstracto, para de
signar exclusivamente el término «linaje», pero la palabra onibaa puede,
en algunas de sus aplicaciones, ser em pleada en este sentido. Esta palabra
es una abreviación de la frase ti je onibaa: «somos (los hijos de) un solo
hombre». También con relación al linaje se suelen emplear los términos
odzabaa, otra forma de decir «un solo hom bre», y mfum mbaa, «una
vez». El término onibaa (un solo hombre) se aplica literalmente al grupo
de hijos de un solo hombre. Pero se aplica igualmente al linaje menor, es
tructura que abarca de tres a cuatro generaciones; al linaje principal, y
al clan mismo, todos ellos estructuras, si no perm anentes, ampliamente es
tables. El clan, pues, se concibe com o un grupo de descendencia, corno
los descendientes de algún rem oto ancestro, actualm ente perdido, cuya
descendencia com ún no puede ser descrita genealógicam ente.
Cada distrito posee un determ inado núm ero de santuarios dentro de
sus límites. De ellos, el más im portante, en todos los sentidos, es el san
tuario de la tierra: el principal santuario del culto a la tierra y del culto
a los antepasados, que constituye el símbolo del clan y del distrito au
tónom o.
La fisión del linaje es un proceso casi continuo en esta sociedad y
viene dado como consecuencia del incremento de la población y del ago
tam iento de la tierra. Cuando un grupo de parientes se separa de sus
com pañeros para asentarse en un nuevo punto dentro de los lím ites de
186
su distrito natal, se produce una fisión intradistrital. Si este grupo de
parientes, habitualm ente hermanos, se establece en una zona de maleza
in o c u p a d a d e n tro d e l p a ís k o n k o m b a , lo que se p ro d u c e e n to n c e s es
una fisión extra-distrital. Para el establecimiento extra-distrital, el grupo
de parientes que em prenden la separación consulta a un adivino con el
fin de descubrir el santuario de la tierra y el resto de los santuarios del
área que se proponen ocupar. El descubrim iento del santuario da naci
m iento a un nuevo distrito y un nuevo clan. Y si bien el nuevo clan al
principio no es sino un pequeño grupo, llega con el tiem po a crecer hasta
segmentarse y form ar el clan segmentado de linajes segmentados habitual
entre los konkomba.
Los dos linajes principales que com ponen los clanes están co n tra
puestos. M ediante la contraposición de linajes se significa la división de
las funciones rituales según la cual uno y otro se distinguen respectivam ente
como «El propietario del pueblo de la Tierra» y «El pueblo del Ai-
c ia n o » . E l in d iv id u o de m á s e d a d de lo s « P r o p ie ta rio s d e l p u e b lo de
la Tierra» es el otindaa, el Propietario de la Tierra, mientras que el más
viejo de entre los «Pueblos del Anciano» es el onekp el o Anciano. El an
cestro prim ordial de los «Propietario efe la Tierra» es descrito como «el
primero que vino aquí»; el ancestro primordial de los «Pueblo del A n
ciano» es el «que ayudó al prim ero que vino aquí».
El Propietario de la Tierra (otindaa) es el guardián de los santuarios
pertenecientes al clan contrapuesto, pero en algunos de estos santuarios
el Anciano (onekpel) es quien celebra los sacrificios. Existe, pues, una di
visión de funciones rituales entre am bos, y el otindaa es ritualm ente supe
rior al onekpel. Es tentador argüir que el onekpel es, en cambio, políti
camente superior al otindaa, lo que en realidad puede ser cierto. Pero la
contraposición de linajes es más bien rara entre los konkom ba; hasta el
presente conozco tan sólo seis clanes de este tipo (sobre un total de más
de cien), y justam ente en los seis sucede que el «A nciano» es m ás viejo
que el «Propietario de la Tierra». Puede decirse, entonces, que lo que
considero como una leve senioridad de la autoridad política en el A n
c ia n o no es m á s que la c o n f o r m id a d c o n la n o rm a k o n k o m b a de que
en cualquier situación la persona de m ás edad entre los presentes es
quien ejerce la autoridad. Parece m ás seguro, en estas condiciones, consi
derar que son sólo las funciones rituales las que se dividen los ancianos
y suponer al hom bre de más edad como A nciano políticamente superior,
en los clanes contrapuestos no m enos que en los m eram ente duales.
La contraposición de linajes principales se produce, pienso, al crecer
y segmentarse un linaje principal. Cuando un linaje principal se seg
menta para formar unidades de igual orden, y las aldeas en que los miem
bros de dichas unidades viven están separadas en el espacio, los miem
bros de los dos nuevos linajes principales pueden efectuar alianzas m atri
m oniales entre sí. Pero cuando los segmentos surgidos de un linaje prin
187
cipal y los miembros de cada uno de ellos viven, bien sea en el mismo
poblado, bien en poblados de estrecha vecindad, no tiene lugar alianza
matrimonial alguna, y uno y otro linaje tienden a contraponerse. El li
naje principal es en sí mismo exigam o; el clan constituye una unidad
exógam a cuando está com puesto de un único linaje m ayor o de dos linajes
m ayores contrapuestos.
Existen pues variaciones en la forma de los clanes, tal como pueden
ser encontrados en un determ inado momento en el tiempo. Pero la pauta
alternativa de clanes duales y contrapuntuales, tal como la he perfilado,
constituye la pauta ideal en que todos los clanes se aproximan. La forma
de cualquier clan varía escasamente a través del tiempo, al igual que el
distrito que ocupa. C uando la población aum enta hasta superar un deter
minado límite, se produce la fisión, y puede suceder que un clan vecino
esté en condiciones de desprenderse de una parte de su tierra para entre
garla al vecino en necesidad. Con el tiempo, el nuevo clan puede quizás
requerir nueva tierra y ser capaz de expandirse a costa de un tercer ve
cino. Los límites del distrito, como puede verse, no son ni fijos ni inm u
tables, sino que avanzan y retroceden.
El clan, en su distrito, es una unidad económica, ritual y legal. Es una
unidad económ ica en lo que al cultivo de las granjas, el pastoreo, la caza
y la pesca respecta. El clan, en realidad, se autobastece, y probablem ente
lo hizo de m anera absoluta hasta la llegada del tejido y de los tejedores
moshi. Siempre ha habido m ercados entre los konkom ba, pero algunos
de ellos están creciendo rápidam ente. E n estos m ercados de m ayor enver
gadura los productores konkom ba venden sus productos — grano, ñame,
sum inistros— a los m ercaderes visitantes; los konkom ba, a su vez, com
pran vestidos, hojas de hoz, etc. El clan es una unidad económ ica en cuanto
que es una unidad productiva. D entro de él opera un sistem a de asis tencia
recíproca en el trabajo de la granja. Y, si bien la asistencia se proporciona a
cualquier m iem bro del propio clan, el sistema se aplica especialmente al
linaje menor. Por otro lado, mientras la tierra se halla claramente
distribuida entre los linajes principales, no existe tal división para la
caza y la pesca, que son derechos ejercidos por cualquier miembro del clan
sobre todas las aguas y tierras del clan.
Como unidad ritual, podemos ver al clan en acción en el rito prin
cipal de la estación seca: «vertieron agua sobre la tierra». Es prim aria
m ente éste, por más que tenga lugar bastante antes de la época de la se
mentera, un rito de siembra. Constituye una ofrenda a la tierra en nom
bre del clan y de todos sus segmentos. El clan, no obstante, no es una
unidad ritual indivisible, puesto que los ritos de la cosecha se celebran
en cada unidad residencial por separado y no como rito comunal. De
cualquier forma, los cabezas de unidad residencial no celebran sus ritos
caseros al azar; los com ponentes de un linaje menor ofrecen su sacri
ficio en el mismo día o pocos días después que el jefe de linaje menor
ha dado orden de llevarlo a cabo. E n estos ritos, los principales del año
agrícola, el clan, en vez de aparecer corno una unidad ritual, se mani
fiesta corno una unidad com puesta de partes.
El clan, con sus jefes rituales y morales, los ancianos de linaje, es
igualmente una unidad de control social. Dentro de sus límites existe un
arreglo obligatorio de disputas, sin recurso a la fuerza.1 Fuera de los lí
m ites del clan desaparece todo rastro de arbitrajes necesarios o arreglo de
disputas, para dejar lugar a los medios violentos y la am enaza del talión.
Cuando una transgresión de los standards ocasiona la interrupción de la
com unicación dentro del clan, turbando el normal funcionamiento de las
partes, se hace precisa una acción de contrarréplica por parte de los indi
viduos y de los grupos, que restaure la com unicación. Estas acciones de
contrarréplica, que constituyen la actividad jurídica, son: el ostracismo a
un vecino, la insistencia en la devolución después del robo, el pago de com
pensación por destrucción de cultivos e, incluso, en ocasiones, la coacción
física de miembros del clan. El papel del anciano, en lo que al control
social se refiere, es insistir en la observancia de las normas establecidas
por el uso. De hecho, el anciano no tiene poder para obligar a ejecutar
una decisión, pero puede pronunciarse sobre lo que es justo en cada caso
según la costumbre. Su poder para obrar así surge de su relación con la
tierra, de la que es el guardián, y de su relación con los ancestros, de
quienes está más próximo que ningún otro miembro del clan. Su poder
es, por tanto, ritual y moral, no judicial. El homicidio entre miembros
del clan parece que no ocurre nunca. De cualquier modo, dicen los kon-
k o m b a , si u n h o m b re m a ta a o tro de su p ro p io c la n , d eb e m o rir. D io s
no podría perm itir que alguien que ha m atado a su hermano siga vivien
do y no existe protección medicinal o ritual para el fratricida.
El clan constituye una unidad autónom a de control social, en cuanto
que no existe autoridad superior a la del anciano para im poner una so
lución con respecto a los m iem bros recalcitrantes. Dentro del clan no hay
una fuerza organizada que pueda ser em pleada para asegurar la conform i
dad, ni otra coerción que el poder moral y ritual del anciano y la difusa
sanción que supone la desaprobación del grupo de parientes.
A sí com o e x is te n a c c io n e s re p ro b a d a s d e n tro d el c la n , que e n tra n
en la esfera de las actividades jurídicas, se producen tam bién entre los
c la n e s de u n a tr ib u d is p u ta s y o fe n s a s que e n tra n en el ca m p o de las
1. No h ablo de «lev», puesto que considero prudente lim itar este térm ino al
uso que Radcliffe-Brown y Seagle hacían de él: la «ley» como prescriptiva, normativa
y públicamente sancionada. Aunque indudablemente existen entre los konkomba
obligaciones de cumplir los standards de conducta y sanciones sobre el incumpli
miento de estos standards, los standards en sí mismos no han sido legalmente
promulgados ni interpretados judicialmente, ni tampoco existe un ejecutivo que
obligue su cumplimiento. Por consiguiente, no hablo de ley, sino de actividades
jurídicas y de sistema de control social.
189
actividades guerreras y a las que podem os llam ar «disputa», quedando re
servado el térm ino «guerra» para los casos de hostilidad perm anente o de
lucha esporádica entre tribus.
Radcliffe-Brown, en su introducción a A frican P olitical Systems, de
cía: «Al tratar de sistemas políticos... estamos tratando con la ley por
un lado y la guerra por otro». En el sistema konkomba, el clan, como
unidad autónoma de control social, es la única unidad m ayor en que tanto
la guerra como la disputa son imposibles. Esto la constituye en la
unidad principal del sistema político, un cuerpo moralmente consciente,
dentro del cual existe un sentido de la obligación m oral hacia los demás
miembros del clan y un sentido de lealtad hacia el territorio. Control m o
ral dentro del territorio del clan, pero no fuera de él, y fuerza o amenaza
de fuerza fuera, pero no dentro; los lím ites del clan hacen de éste la
unidad política de los konkomba.
T a n sim p le com o la s e g m e n ta c ió n v e r tic a l d el c la n k o n k o m b a , es
su segm entación horizontal. Los grupos de hombres de la m isma clase
de edad que segm entan el clan en quince estratos tienen relación con el
sistema político sólo en cuanto, independientem ente del clan, ordenan a
los m iem bros de éste de m ayor a menor edad, de modo que en cada
situación quede perfectam ente definido quién es la persona de más edad.
La autoridad la ejerce siempre la persona de más edad entre los presentes:
el hecho de explicitar las relaciones de edad es solamente un recurso para
asignar la autoridad a personas, ya que las clases de edad entre los kon
kom ba no son grupos corporados.
Existe, sin embargo, otro grupo que sí tiene funciones corporadas:
el grupo conocido como «los jóvenes». Todos los hom bres no casados del
clan y com prendidos entre los 18 y los 40 años pertenecen a esta aso
ciación. Son dos principalm ente las funciones corporativas que cumple
dentro del sistema político. En primer lugar, es el grupo que lleva ade
lante la disputa en nom bre del resto del clan. E n segundo lugar, danza
como tal grupo en los entierros de los ancianos de clanes vecinos. Es, por
tanto, evidente su im portancia en las relaciones de am istad y hostilidad
entre clanes. En tanto la segmentación de linajes en la sociedad konkom
ba supone la división de los m iem bros del clan, los «jóvenes» pueden
concebirse como actuando de elemento de unión. De este modo, la función
centrífuga de la segm entación se ve contrarrestada por el efecto centrípeta de
la asociación de «jóvenes», en la cual la diversidad del linaje se difumina en
favor de la igualación de sus m iem bros como guerreros y danzantes.
Paso ahora a considerar las relaciones entre clanes de una m isma tri
bu. Se dan aquí cuatro tipos de relación positiva y estable. De ellos, el
más importante es la relación recíproca, diádica y ritual entre clanes que
son m antonib entre sí. Ser m antonib significa que cada clan proporciona
asistencia al otro en ocasiones rituales. En cualquier rito del clan, in
190
cluso en los ritos privados de redención de votos, un representante del
c la n m antonib debe estar presente.
No obstante, al igual que otros m uchos conceptos konkom ba, el de
m antonib no es un concepto simple. Los dos o m ás linajes principales que
form an juntos un clan, se dice que son m antonib entre sí. Las mujeres, por
su parte, que en su m ayoría se casan en clanes distantes del suyo propio,
cuando necesitan asistencia ritual de las m ujeres de su clan, designan a la
herm ana de clan que proporciona dicha asistencia con el nom bre efe
manto. Podríam os pues suponer que el térm ino m anto es traducible como
«com pañero de clan en situación ritual».
U n segundo vínculo entre clanes es la relación patri-filial. Cuando la
fisión extradistrital provoca el crecimiento de un nuevo clan que se e s
tablece no lejos del clan original, el vínculo ritual entre ambos clanes
perm anece durante largo tiempo, fundado precisam ente en el recuerdo
de la conexión genealógica. Este tipo de relación es también, ocasional
mente, denominado mantonib. Pero me parece que de m odo un tanto di
ferente. M ientras un clan mantonib, en el pleno sentido de la palabra,
proporciona asistencia en todo tipo de situación ritual y debe estar p re
sente antes de que el rito dé com ienzo, los clanes que m antienen entre sí
una m era relación patri-filial, sólo proporcionan asistencia ritual para los
entierros. Los m iem bros del clan m ás antiguo envían un paño que debe
servir para cubrir el cuerpo mientras es llevado a la tumba. Si los clanes
están tan distantes entre si que el cum plim iento del servicio pudiera su
p o n e r u n a d ila c ió n d el e n tie r r o , é s to s se lim ita n a in fo rm a rs e e n tre si
de las m uertes que tienen lugar en el clan. A distancias de más de 12 o 15
millas, el vínculo entre clanes relacionados patri-filialmente no parece com
p o rtar ya ningún tipo de deber ritual recíproco, y la relación de descen
dencia entre ambos se mantiene como un mero recuerdo.
La relación entre el clan original y el clan surgido de él es intransitiva.
Esto significa que, si bien entre el prim er clan y su retoño el vínculo se
m antiene, entre el prim er clan y un eventual tercero, esto es, un retoño
del segundo, no existe ya relación alguna. La no transitividad de las r e
laciones patri-filiales en las condiciones ecológicas del país konkombo pa
rece ser uno de los fictores que inhiben el crecimiento de amplias uni
dades.
Atribuir el origen de la relación m antonib a esta relación patri-filial
se presenta como una verdadera tentación. A sí y todo, m ientras la re la
ción m antonib es siempre diádica, el clan puede tener un cierto número
de clanes filiales. Sólo conozco un caso en el que la relación m antonib y
la patri-filial se imbrican. Esta imbricación puede haberse producido a
consecuencia de un desplazam iento en la relación. Clanes enteros aban
donan a veces su distrito para asentarse en otro sitio, quedando así sin
m antonib. E n dos casos donde esto ha ocurrido, el clan que había em i
grado estableció nuevos vínculos m antonib con otro clan.
191
U n tercer vínculo entre clanes es lo que yo llamo «alianza». Los cla
nes que aparecen como aliados entre sí son invariablem ente vecinos muy
próximos y muy frecuentem ente contiguos. N o existe una palabra en kon-
kom ba de la que «alianza» sea la traducción; los konkom ba usan la frase
«los conocemos». «Conocer gente» no im plica necesariam ente la existen
cia de m utuos derechos y deberes, pero funciona en m uchos contextos.
Por ejemplo, nadie trata de pujar el regateo con «alguien que conoce»
tanto como lo haría con un extraño. U n conductor de transbordador co
bra 3 peniques a los konkom ba y un chelín a los moshi, a «alguien que
conoce» lo pasa por nada. Las relaciones a partir de las que la alianza
surge son las del parentesco por afinidad, las de am istad y las aventuras
am orosas que tienen lugar entre clanes que viven en estrecha yuxtaposi
ción. Así pues, si bien el vínculo m antonib puede surgir de la relación patri-
filial entre clanes, prefiero pensar la relación m antonib como más bien
similar a la existente entre un clan y su aliado más próximo. Donde la
naturaleza de la alianza aparece con mayor evidencia es en el sacrificio
mayor ofrecido a la tierra, en el que los clanes aliados se invitan entre sí
para participar en los ritos celebrados por cada uno. La distinción entre
m antonib y alianza se manifiesta aquí claramente: los m antonib deben
estar presentes en el rito m ientras los aliados sólo vienen para la cerveza.
Son estos tres vínculos —la relación diádica y ritual del mantonib,
la relación patri-filial, y la múltiple relación de alianza— los que ayudan
a enlazar clan con clan. Los tres constituyen relaciones duraderas entre e s
tructuras, pero aunque de larga duración en el tiem po, su extensión en el
espacio es más bien reducida.
Existe entre clanes de la misma tribu otro vínculo, el del rito llam a
do «entierran la lucha», por el cual quedan zanjadas las disputas. Entre
clanes de una m ism a tribu, este rito, que consiste en el enterramiento
sim bólico de las flechas, puede poner fin a una disputa de varios años de
lucha. Entre clanes de tribus distintas la lucha no tiene nunca fin.
La disputa normalmente comienza por querellas a causa de mujeres
o a partir de una introm isión de los hom bres de un clan en los derechos
de caza y pesca de otro. Los konkom ba practican el desposorio de niñas
pequeñas con jóvenes de alrededor de veinte años, quienes a partir de
entonces y hasta que la niña cum ple 18 tienen que prestar servicios y c e
real de noviazgo a su suegro. A sí pues, ningún hom bre adquiere esposa,
a m enos de heredar una viuda, hasta la edad de 40 años. D urante este
largo período de celibato forzoso los hom bres se dedican a las aventuras
am orosas con las m uchachas núbiles y las jóvenes casadas. Se dice que en
el pasado los hom bres buscaban descubrir y llegaban a m atar a los aman
tes de sus desposadas. Hoy en día esto no es tan usual, pero si un hom
bre descubre en su casa (nada hay que pueda ser propiam ente llamado
una cerem onia de bodas) al amante de su esposa, intentará matarlo. El
am ante cogido in fla g ra n te delicio puede considerarse afortunado si logra
192
escapar con sólo una buena herida. Si el marido logra matar al amante, es
m uy probable que esto dé lugar a una disputa entre los respectivos clanes.
Igualmente, si bien ningún clan tiene derecho exclusivo de caza y
p e s c a en su te r r ito r io y a g u a s, sin o que lo s c o m p a rte co n sus a lia d o s ,
en cambio sí tiene derecho exclusivo a quemar la hierba en sus tierras y
a iniciar la pesca en sus aguas. La caza de bosque se efectúa quemando
la hierba para conducir las piezas; la pesca se lleva a cabo en ríos y lagos
cuando éstos están bajos de nivel. A m bas actividades se efectúan, pues,
en un muy breve período del año. U na vez la m aleza ha prendido por
entero y los lagos han sido bien explotados, no vuelve a haber m ás caza
n i p e s c a d u r a n te el r e s to d e l añ o . Q u e m a r la m a le z a de o tro c la n o
p escar en sus aguas supone, pues, privar a éste de su com ida y afectar se
riam ente su provisión de carnes ahumadas. Introm isiones de este tipo
provocan duras luchas en las que pueden ser m uertos hasta una docena
de hom bres y más. Si aún las pérdidas por un lado son consideradas
desproporcionadas, la lucha tiene m uchos visos de continuar, ya que el
bando perdedor no dejará de buscar venganzas.
M ientras las luchas por defender los derechos de tierras y aguas im
plican a todos o a la mayoría de los miembros del clan, la lucha por
mujeres no se extiende sino gradualmente, implicando a diversos miem
b ro s d e l c la n . U n h o m b re a s e s in a d o p o r el m a rid o de su a m a n te d eb e
ser vengado, en primer lugar, por un hijo de su m ism a madre. Pero la
lucha es muy verosím il que se extienda a los hombres de la casa del
muerto, de ahí a los hombres de su linaje menor e igualmente a su linaje
mayor y su clan. A partir del primer homicidio puede perfectamente
desenvolverse una reyerta que dure años, hasta que uno u otro de los
contendientes, cansado de la larga lucha, ruega a un clan neutral que su
giera a su adversario «enterrar la lucha».
Los vínculos perfilados hasta aquí tienen, en adición a su aspecto
positivo de deberes recíprocos, el aspecto negativo que es la disputa, si
bien entre clanes unidos por tales vínculos la disputa puede quedar miti
gada e incluso obviada. Entre m antonib se dice que la disputa está prohi
bida y, yo personalm ente, no conozco ningún ejem plo de disputa entre
m a n to n ib . E n u n c a so u n h o m b re de u n c la n s o rp re n d ió a u n h o m b re
de su m antonib con su esposa y no le dio muerte. Por el contrario, tam
bién he oído de un hom bre que am enazó de muerte a otro hom bre que
no sólo era su manto, sino tam bién el hermano de su madre. Iba, sin
em bargo, desarmado en ese momento.
De manera similar, los clanes en relación patri-filial no suelen recurrir
a la disputa. Los individuos de dichos clanes no son dejaa (miembros del
clan) entre sí, pero las conexiones rituales y genealógicas entre ellos pa
recen prohibir disputas y homicidios. En contrapartida, dos clanes d e s
cendientes del m ism o clan m antuvieron hace unos treinta años una dispu
ta q ue aú n es a m p lia m e n te re c o rd a d a en el p a ís de lo s k o n k o m b a . L a
193
lucha, muy dura, quedó registrada en las actas del distrito por mano del
Com isario de Distrito. Habitualmente, aunque los clanes en relación patri-
filial no m antienen entre sí disputas, tam poco acuden nunca uno en ayuda
de otro, cuando uno de ellos está im plicado en una de ellas.
L a s d is p u ta s e n tre a lia d o s , p o r su p a r te , no so n im p o s ib le s , p e ro
son bastante improbables. Tras un hom icidio que involucre clanes aliados,
siempre cabe la posibilidad de una acción ritual por parte de los ancianos
p a ra p r o te g e r la tie r ra . D e s p u é s de u n a m u e rte , lo s a n c ia n o s d e l c la n
del hombre muerto previenen a los jóvenes de marchar a vengar la muerte
de su hermano hasta que los ancianos del clan del m atador ofrezcan
sacrificios. Se ofrece un ave y una cabra al santuario de la tierra del
hombre muerto y, una vez ofrecido el sacrificio, no ha lugar a acción
vengativa alguna.
Así, aunque los konkom ba dicen de la m uerte de un hom bre de otro
clan que «no im porta» o que «no es nada», de hecho los tres vínculos
m encionados entre clanes próxim os actúan para prevenir las disputas o
disminuir su severidad. No existe, sin embargo, sanción religiosa para los
asesinatos de gente de otro clan y el hom icida tiene a su disposición dos
m edios de protegerse. Los jóvenes duerm en todos juntos en una m ism a
habitación. En esta habitación hay un símbolo llamado dzam buna y un
cuerno-medicina llamado igi. El homicida duerme al lado de ellos para
protegerse del espíritu del hom bre asesinado.
De cualquier forma, estos vínculos rituales no son suficientes para
crear nuevos agrupam ientos a un nivel más alto, dentro de la estructura.
Los clanes ligados por estos tres tipos de relación no desem bocan en la
formación de un cuerpo organizado de m ayor escala que el clan. De este
m odo, el clan, incluso estando ligado a otros cuatro o cinco clanes, con
tinua siendo la m ayor unidad corporativa del sistema.
Los clanes, no obstante, si form an tribus. U na tribu konkom ba puede
ser definida según cinco criterios. Cada tribu tiene un nombre; cada una
de ellas es una unidad territorial en la que el territorio de la tribu está
formado por la totalidad de los distritos de los clanes com ponentes. Los
clanes de la m ism a tribu pueden constituirse como m antonib o como
aliados entre sí. Los clanes de la m ism a tribu se asisten entre sí en las
luchas intertribales. Además, los hom bres de muchas — sí bien no to d a s—
las tribus pueden distinguirse por sus m arcas faciales. No sé cuál es el
número de las tribus konkomba, personalm ente he visitado miembros de
doce tribus distintas; la m ayor de unos 6.000 miembros, la más pequeña
de alrededor de 2.000.
Las tribus no pueden ser consideradas grupos corporados, por cuanto
no tienen ancianos de tribu, ni jefes, ni líderes rituales cuyo poder se ex
tienda a todos los clanes de la tribu. No existe jerarquía de clanes dentro
del marco tribal. Sólo con relación a la lucha intertribal es posible per
194
cibir la unidad tribal en acción y cómo la representación de la tribu pue
de ser asumida por cualquier m iembro en absoluto.
La guerra tribal no es una convocatoria general de regim ientos para
luchar en línea de batalla hasta que el enem igo cede. Es más bien un
estado de hostilidad perm anente que, interm itentem ente, estalla en peque
ñas luchas. Esta hostilidad no es ni siquiera notoriam ente evidente, sino
que se manifiesta más bien en la actitud de reserva, en la tendencia a
m antenerse aparte que m uestran los miembros de una de las tribus al
visitar el m ercado de la otra. Después de cada estallido, la reserva se
transform a en cautela debido a que el más mínimo roce por parte de uno
de los contendientes puede llevar a un inmediato recrudecim iento de la
lucha. Los estallidos de guerra tribales son en la actualidad más bien r a
ros, pero es bien claro que cuando uno nuevo ocurre está explícitam ente
conectado con el anterior. E n 1951 dos hombres de la tribu bemokpem
y uno de la tribu betshabob m urieron en una lucha entre hom bres de
ambas tribus, y la lucha estaba expresamente relacionada con una lucha
de 1950 en la que un hombre bemokpem había sido muerto. Nadie duda
de que los bem okpem intentarán pronto un nuevo ataque, ya que han
perdido tres hom bres contra uno en las dos luchas que han tenido lugar
hasta la fecha. En la prim era un hombre de los bemwatiak, clan de los
betshabob, mató a un hombre de Lagea. E n la segunda, hom bres de un
clan bem okpem desconocido atacaron a otros del clan bekujom, de la
tribu betshabob. Esto significa que los bem okpem no buscaron vengarse
únicam ente en el clan del hombre que había matado a su compañero de
tribu, sino en cualquier betshabob que el azar les ofreciera.
L a tribu es, pues, una fusión de clanes para form ar una unidad de
más elevado orden que el clan, y entre estas estructuras tribales se dan
relaciones de perm anente hostilidad. La fusión de segmentos en la so
ciedad konkom ba es como sigue: los linajes m enores se funden, a efectos
de acción corporativa, en un linaje mayor, los linajes mayores se funden
en clanes, y los clanes en tribus. La fusión de linajes m ayores y menores
ocurre en diversos contextos — de actividades económicas, jurídicas y ri
tuales— y form an unidades políticas que son unidades de control social.
Los clanes, aunque se asisten entre sí ritualm ente, solam ente se unen
para la guerra tribal.
El sistema político parece, por lo que hem os visto hasta ahora, b as
tante simple, pero aún queda por contestar la pregunta más difícil: «¿Por
qué las tribus no se fusionan en un solo pueblo?». Los konkom ba sí que
hablan, aunque muy ocasionalm ente, de «todos los konkomba». Pero no
existe evidencia de que las tribus se pensaran alguna vez a sí mismas
como segm entos que podrían unificarse en una estructura de orden más
alto que la tribu. La evidencia de que disponemos, relativa a la invasión
de los dagom ba, sugiere que éstos fueron capaces de tom ar a los kon
komba tribu por tribu e incluso clan por clan. La invasión dagomba des
195
de el norte y el oeste, como parte de la expansión de los pueblos de le n
gua mole-dagbane, ocurrió al parecer a principios del siglo XVI, expulsan
do a m uchos konkom ba de las zonas que antes ocupaban, hacia sus actuales
em plazam ientos ribereños. No existe evidencia de una acción concertada
contra el invasor dagom ba, e incluso clanes que hoy día viven uno junto
al otro carecen por entero de tradición con respecto a una defensa com ún
contra los dagomba. La presente contigüidad no indica, sin em bargo, que
los actuales vecinos se asentaron de este modo precisam ente después de
la invasión dagomba, ya que la m ovilidad espacial es más bien amplia en
tre los konkomba.
N o es fácil, por tanto, expresar cuál sea el concepto que los kon
kom ba tienen de sí mismos. Es claro que no es un concepto político, en
el sentido de una unidad en un sistem a de control social. Hay un número
de tribus — doce como mínimo— que se consideran a sí m ism as como
bekpokpam, habitan el Rekpokpam y hablan lekpokpam. Pero existen
tam bién pueblos vecinos, de los que poco o nada se conoce aún, que,
aunque similares en cultura, organización social y lenguaje, así y todo no
se consideran bekpokpam sino, por ejemplo, tshiemba, m ejor conocidos
como basare. Los basare, junto con los rabire y los gurma, son e stre
cham ente afines a los bekpokpam, y los cuatro se distinguen entre sí por
escasas variaciones de lengua y de cultura. Estos nom bres no denotan
u n id a d e s p o lític a s que p u e d e n e n ta b la r g u e rra s e n tre sí. U n a g u e rra
entre una tribu konkom ba y una basare no com prom ete nunca a las d e
más tribus konkom ba y basare.
H asta donde alcanza nuestro conocim iento, por tanto, todo lo que
podem os decir del agregado de pueblos que hablan la lengua gurm a es
esto; el sistem a político está constituido por un conjunto de relaciones
entre unidades muy pequeñas, los clanes, dentro de los cuales el uso de
la fuerza y la aplicación del talión están prohibidos, y entre los cuales las
relaciones bien potencial o bien perm anentem ente son hostiles. Estas
relaciones de hostilidad se ven m itigadas por un sistema de relaciones diá-
dicas y rituales entre clanes que agrupan de m anera efectiva los clanes en
tribus.
Puede ser que, en el fondo, la diferencia de estos cuatro pueblos ra
dique en una serie de diferencias concurrentes de cultura. El único cri
terio que puede sugerir la existencia de un lazo com ún entre todos los
konkom ba es su tabú de com er carne de serpiente; los basare parecen
tener un tabú sim ilar con respecto a la carne de perro. Es posible que
muchas pequeñas diferencias culturales se resum an y se expresen en esta
diferencia de tabúes.
Sobre una amplia área que se extiende por toda la llanura del Oti y
las colinas que la rodean, encontram os estos cuatro pueblos tan semejan
tes en cultura y organización social. El total de población es difícil de
calcular. Es ta población no forma una unidad política, como tampoco
196
la form an ninguno de los cuatro pueblos. Pero form a una especie de
cam po en el que se encuentran unidades políticas, cada una de ellas con
su propia esfera de relaciones. La unidad dentro de la cual el orden se
m antiene por medios pacíficos es el clan, y cada clan mantiene relaciones
de hostilidad potencial con todos — a excepción de unos p o co s— los de
m ás clanes de la región. Estas relaciones de hostilidad no son todas igual
m ente violentas. Para cualquiera de los clanes centrales las relaciones
con los clanes vecinos son en su m ayor parte am istosas. M ás allá de estos
c la n e s h a b ita n o tro s c o n lo s que la r e y e r ta es sie m p re p o s ib le , y aú n
m á s a llá o tr o s , de d if e r e n te s tr ib u s , c o n lo s que la tr ib u d e aquel con
el que com enzamos está siempre potencialm ente en guerra. Pero todavía
m ás allá de esas tribus existen otras con las que nuestro clan no tiene
relación en absoluto. La guerra intertribal no sucede de tal modo que
cualquier tribu konkomba esté m anteniendo un estado de guerra p erm a
nente con todas las dem ás tribus. De hecho, pocos hom bres llegan a co
nocer los nom bres de seis tribus en total, incluyendo la propia. Los
betshabob luchan duram ente contra sus vecinos los bem okpem , pero po
cos de ellos conocen siquiera de nom bre a los benandem , que viven más
allá de los bem okpem por el sur. Esto quiere decir que ni siquiera la r e
lación de hostilidad permanente tiene una muy am plia extensión en este
sistema.
Las relaciones de hostilidad entre tribus se \e n am inoradas, no obs
tante, en el plano individual por los lazos de parentesco por afinidad, y
especialmente de parentesco matrilateral. Los vínculos entre un individuo
y el clan de su m adre son efectivos de dos maneras. En prim er lugar, se
h alla ligado a todos los hom bres del linaje principal de su m adre y, en
m enor medida, a todos los individuos de los demás linajes principales de
su clan, por una relación jocosa. Este tipo de relación jocosa entre indi
viduos que se tratan entre sí como herm anos de madre prohíbe cualquier
tipo de derram am iento de sangre entre ellos. U n vínculo de este tipo se
establece prim ariam ente entre un individuo y un linaje pero, puesto que
las viudas se heredan dentro de la extensión del linaje menor, la relación
se extiende a am bos términos. Es ésta, sin embargo, una relación que
dura lo que dura la vida de los individuos que la establecen. M ás impor
tante quizás, aunque no de m ayor duración, es la relación entre indivi
duos cuyas madres provienen del m ismo clan. Se llaman entre sí nabo, li
teralmente, hijo de madre. Se trata de una relación de am istad obligatoria,
aunque no lleve consigo otras responsabilidades o deberes. Las personas
que son nabo entre sí deben m ostrarse am istosas cuando se encuentran;
es decir, no pueden discutir entre sí y deben m antener al otro lejos de
toda querella con otras personas. Teniendo en cuenta la gran dispersión
en el espacio de m ujeres que se han casado fuera de su clan, no cabe
duda que los nabo de una persona están igualm ente dispersos, lo que
provee al individuo de puntos donde sentirse seguro, que de otra m anera
197
resultarían hostiles. Esta es sin duda la más am pliamente extendida en
el espacio de todas las relaciones positivas entre individuos, dado que una
m ujer puede casarse donde quiera, en otro clan, en otra tribu, e incluso
en otro pueblo. Sucede, por supuesto, que la frecuencia de dichos lazos
dism inuye con la distancia, puesto que la m ayor parte de las mujeres se
casan en un radio de no más de 12 m illas de su aldea natal. No obstante,
la relación nabo, como las dem ás relaciones entre estructuras que ya hemos
visto, opera de m anera más efectiva allí donde es más necesaria, esto es,
entre clanes no dem asiado separados entre sí.
Todo tipo de relaciones, en este sistem a, se expande escasamente en
el espacio y, en com paración con otras sociedades, los grupos que m an
tienen estas relaciones son m ás bien pequeños. U n clan raram ente suma
más de 250 individuos: los mayores distritos no sobrepasan las 25 millas
cuadradas de extensión. Las técnicas konkom ba de producción de au
m entos son más bien bajas. Este bajo nivel de producción, el alto grado
de autoabastecimiento local y la dureza del hábitat inhiben el crecim ien
to de grandes unidades. Los konkom ba habitan una llanura desgarrada por
el curso de m uchos arroyos que, en la tem porada húmeda, pueden llegar
a alcanzar m edia milla de anchura; durante la estación seca la llanura es
un cuenco de polvo y en la húm eda un pantanal. Las aldeas m ás grandes
no alcanzan a reunir más de 200 habitantes, y muchos clanes se hallan
dispersos en no m enos de 8 pequeñas aldeas, disem inadas por el distrito.
Sólo en las colinas de la periferia es posible encontrar agrupam ientos más
grandes, en los que la segm entación tiende a ser más com pleja que la seg
m entación contrapuntual y dual de que ya hem os hablado. Pero ni si
quiera allí ha sido posible encontrar más de cuatro linajes principales
por clan.
La escala del culto a la tierra y los ancestros guarda un perfecto
acuerdo con la reducida esfera de las relaciones políticas. El santuario de
la tierra hace referencia tan sólo a la pequeña unidad que constituye el
distrito v el culto a los ancestros se rem onta no m ás allá de cinco gene
raciones.
La ecología es tal que sólo perm ite el desarrollo de pequeños grupos
unilineales. De aquí parece seguirse la reducida escala en que se m an ifies
tan las relaciones inter-clánicas, y de la naturaleza de estas relaciones se
sigue igualmente la im posibilidad para las tribus de fundirse en un pueblo
único, distinto de otros pueblos. N i siquiera la continua presión y las pe
riódicas incursiones de los dagom ba y los m am prussi han logrado forzar
a las tribus de lengua gurma a fusionarse.
198
PAULBOHANNAN
199
cesuales extra-normales se dan tam bién en sociedades prim itivas, aunque
su descripción ha sido relativam ente descuidada por dos razones: 1) el
etnógrafo necesita bastante tiem po y sagacidad para saber cuál es el p r o
ceso cíclico norm al de las instituciones que estudia, y 2) en los últimos
veinte años los antropólogos han mostrado una tendencia alarm ante a car
gar todas las culpas sobre el contacto cultural, de modo que estos aco n
tecimientos extra-normales han sido calificados de «movim ientos nativis -
tas» sólo porque contenían algunas briznas de cultura europea.
Akiga, en la magnífica Story de su pueblo, los tiv de N igeria central
(Akiga, 1939), habla de cuatro «movim ientos» o secuencias de aconte
cimientos de un tipo que tanto él como los tiv consideran extra-normales
a la sociedad tiv. Estos movimientos conm ovieron el país tiv en el medio
siglo anterior a su trabajo. A kiga enlazó su descripción con sus conside
raciones acerca del tsav, que los europeos describen usualm ente como
brujería. El Dr. East, traductor de Akiga, los denominó con bastante acierto
movim ientos «anti-brujería». El propósito de este artículo es proporcionar
un análisis más profundo de los m ovim ientos descritos por A kiga junto
con la descripción de otros movimientos del mismo tipo, posteriores a su
obra.
Al final del verano de 1939, toda la adm inistración y, de hecho, la
m ayor parte de las actividades sociales y económ icas del país de los tiv
quedaron paralizadas a causa de un culto al que los tiv llam aronNyam bua o
«carne». Funcionarios especiales fueron enviados para restaurar el orden,
prohibir el movimiento, aliviar el hambre y reorganizar instituciones ad
ministrativas como tribunales y autoridades nativas.
La m ayor parte de las informaciones hoy disponibles sobre el m ovi
miento N yam bua proceden de las notas e inform es de esos funcionarios
del gobierno. D urante mi trabajo de campo,1 los tiv no parecían intere
sados en el movim iento. A quienes se lo recordaba, decían sólo: «Oh, es
cosa pasada», o bien: «Lo hem os olvidado, era disparatado, sin sentido».
A lgunos inform antes b discutieron con brevedad pero sin interesarse por
él; resultaba ajeno a la sociedad tiv en la época en que la estudié.
Las notas de los inform es oficiales m uestran que los tiv no conocían
con certeza el origen de! movimiento. A lgunos funcionarios dijeron que
procedía de Bam eda, otros citaron varios pueblos vecinos, situados al este
de los tiv. Uno hacía notar las similitudes entre el movimiento Nyambua
y los cultos Calibar y especulaba sobre una posible conexión. Voy a d is
cutir brevemente el más antiguo inform e sobre los orígenes que se con
serva en los archivos, sin entrar en su exactitud.
200
De acuerdo con este informe, el movimiento N yam bua se inició entre
los utur, uno de los pequeños grupos de pescadores que v iven en las o ri
llas del río más importante del territorio tiv. Son unos 2,000 individuos,
hablan una lengua kw a estrechamente relacionada con el idioma, y tienen
una religión muy semejante a la de los iukun. Un adivino utur llamado
Shiki, de quien se decía que en su infancia «caía en trance y permanecía
sin com er durante días hasta que salía de él», y que de adulto padecía
«parálisis agitante en las m anos», se entregó al sueño y a la m editación.
Convertido en vidente y herbolario, adquirió una gran reputación entre
sus vecinos tiv. Uno de los pacientes tiv, un hombre llamado Kokwa, iba
a convertirse en lo que podríamos llamar el «empresario» del culto de
Shiki.
D e acuerdo con los docum entos, K okw a fue «atacado por los espíritus»
(la denom inación del fenómeno fue traducida dsl hausa, no del tiv; los
tiv no tienen ninguna palabra para las nociones hausa sobre los espíritus
y sería un error traducir por «espíritu» un informe tiv). Shiki le dio una
medicina obtenida de la corteza de un árbol llamado honom , y elaboró un
ritual en el curso del cual debía ingerirse la medicina ceremonialmente
m ezclada con huevos. K okwa, al parecer por su cuenta, hizo una especie
de tabernáculo con figuras esculpidas, dio al culto un liberal barniz de
rasgos religiosos y m ágicos tiv, y em pezó a hacer dinero con él. Proclamó
que la medicina, administrada en la forma correcta, le garantizaba pro
tección contra las m batsav o brujas y le daba vida eterna, que es justo lo
que los tiv desean, y sostuvo que en los dem ás produciría el m ism o efecto.
Para comprender la opinión tiv sobre el culto de «la carne», hay que
revisar brevem ente su noción de tsav. La literatura anterior sobre el tema,
quizá sabiamente, ha considerado intraducibie la palabra. U n informe no
publicado de un funcionarlo adm inistrativo dice oon más audacia: «Tsav
no es m ás que maná». A unque esto seguram ente no lleva a ninguna par
te, excepto si se está com parando el tsav tiv con el m aná polinesio, tenía
razón en la m edida en que el tsav participa de ideas que normalmente
discutim os en inglés a i términos de «poder». (No estoy refiriéndome a
ninguna de las situaciones que entre los indios am ericanos suelen descri
birse con esa palabra.)
John Locke, en uno de los prim eros capítulos de su E ssay on H um an
Understanding, dice que lo que podem os sentir se debe al poder que las
cosas tienen de ser sentidas.2 Es decir, vem os una roca porque la roca
tiene el poder de ser vista. Para nosotros no es posible seguir pensando
de ese modo: Locke confunde sujeto y objeto. Esta particular confusión
entre objeto y sujeto, referida a lo inanimado, podría ser la base del fe
nómeno que Tylor aisló y denominó «animismo».
2. Debo muchas de mis ideas sobre el poder a largas discursiones con J. H. M.
Beattie en el Institute of Social Anthopology, Oxford, y a su tesis de licenciatura Cheeks
on Political Power In African Societies,
201
Pero hay otra clase de poder, el poder que todos experim entam os en
las relaciones sociales. Sabemos que algunas personas tienen el poder de
obligar a otras personas a hacer lo que quieren que hagan. Incluso hoy,
en nuestra propia sociedad, con frecuencia la gente tiene dificultad para
distinguir entre el poder personal que tiene sobre los otros y sus propios
estados psíquicos. Es ésta una de las m anifestaciones de esa confusión entre
sujeto y o bjeto que está en la base de las creencias en la brujería.
El poder, en este último sentido, puede ser institucionalizado, en cuyo
caso puede hablarse de autoridad. Si no se lo institucionaliza, no necesita
un nombre especial y podem os llamarlo «poder» a s ecas.
Los tiv tienen una expresión o m etáfora especialmente vivida para
discutir las relaciones de poder: tsav. El tsav es una sustancia que crece
en el corazón de algunas personas. D a a su portador control — «poder»—
sobre otras personas y algunas cosas. B esencialm ente hum ano, aunque
en ocasiones se hable de ciertos anim ales dom ésticos o salvajes como si
tuvieran o «produjeran» (wa) tsav. N ingún objeto inanim ado se describe
en esos térm inos; los tiv no son «anim istas» en el sentido de Tylor,
aunque ocasionalm ente se les haya definido así en la literatura, y p ersis
tentem ente en los inform es oficiales. U n filósofo tiv seguramente se opon
dría a la teoría de Locke sobre el poder, tan ciertamente como lo h ic ie
ron Berkeley o Whitehead.
He visto tsav en varias ocasiones. Como operación post-mortem, los
tiv abren el tórax de un cadáver y examinan el corazón. Si hay tsav, apa
rece como bolsas o coágulos de sangre entre las capas del pericardio. No
he encontrado a ningún doctor que hubiera realizado la operación por sí
mism o, y pienso que mi esposa y yo somos los únicos europeos que la
hem os presenciado. El tsav se presenta en dos colores, rojo y negro. La
p r e s e n c ia de u n so lo c o lo r, s o b re to d o si no es a b u n d a n te , in d ic a u n
tsav «no peligroso», esto es, un poder le gítimo. Pero sí se encuentran
los dos colores y, peor aún, si el tsav «form a garras», indica a los tiv
que la persona ha aum entado o desarrollado artificialm ente su poder co
miendo carne humana.
Se considera natural el tsav en gente de la que podríam os decir que
tiene poder; individuos bien dotados o líderes natos. Sin em bargo, tam
bién se desarrolla con el canibalismo. U na dieta a base de carne humana
aum enta el tsav y, en consecuencia, el poder. Por eso nunca se está en tera
m ente seguro de los hombres más poderosos, no im porta lo respetados y
queridos que sean. Son hom bres de tsav, y ¿quién sabe?
A o jo s de lo s tiv p o s e e n tsa v to d o s lo s que tie n e n a lg u n a d e s tre z a
o habilidad muy desarrollada. Lo poseen todos los que tienen algún p o
der sobre otras personas. Y, naturalmente, lo poseen los hombres reclu
tados por el gobierno británico para cubrir los puestos de jefe, juez, e s
criba, policía, m ensajero y recaudador de impuestos. Sin él no podrían
desem peñar sus tareas. T am bién los ancianos producen tsav. Es algo que
202
se da por supuesto cuando un hom bre tiene edad suficiente, por lo que
no se practica autopsia a su muerte. Si no tuviera tsav, no habría llegado
tan lejos.
Los tiv atribuyen al tsav todas las m uertes. Es incorrecto decir que
el tsav ocasiona la muerte, más bien desea la causa de la muerte. El «po
der», en la forma del tsav, es una fuente de volición. La muerte, como
la enfermedad, no se debe a una sola causa, ni siquiera a m últiples causas
en el sentido de la m últiple causalidad de los occidentales. En realidad
hay una causa y a la vez una volición. Los tiv tienden a atribuir la muerte
a las m ism as causas que nosotros: enferm edad, m ucha edad, accidentes y
todas esas cosas. Pero no les basta el conocim iento de la causa. N ecesitan
también conocer la causa de la volición de la muerte.
Los tiv con los que discutí esta cuestión no estaban seguros de que
Dios pudiera desear la muerte. Es im probable, puesto que sí sabían con
certeza que a la m ayoría de las m uertes es ajeno. Los tiv no tienen un
culto a los antepasados com o el que suele encontrarse en las sociedades
africanas (aunque el hecho de que algunos de sus fetiches tuviesen reli
quias ancestrales entre sus emblemas ha llevado al error de atribuírselo).
Por tanto, la volición de la muerte no puede venir de los antepasados. Hay
una especie de espíritu o ser, llamado ijóv, que se m ueve furtivam ente por
las cimas de las colinas y por la selva. O casiona la locura, pero lejos de
desear la m uerte es el centro de un culto anti-tsav.
Por último están los fetiches, a los que los tiv llaman akombo. Los
f e tic h e s p u e d e n c a u s a r la m u e rte , p e ro no p u e d e n d e s e a rla . U n h om
bre con tsav puede m atar a alguien usando como instrum ento la enfer
m edad que es el fetiche. El ritual con el que esto puede llevarse a cabo
está al alcance de cualquier persona dentro del territorio tiv, pero sólo un
hombre de tsav tiene la volición para realizarlo. En otras palabras, la vo
lición es el tsav. No necesita ser consciente, pero lo es casi siempre.
Swem, el gran fetiche que es en sí mismo anti-tsav, m ata en presencia
del tsav. Pero repitám oslo, es sólo la causa. La volición viene del tsav,
Swem no ha hecho más que refractarlo,
Podemos ver cuál es el dilema de los tiv: los hombres con tsav — es
decir, los hom bres con poder— son naturales y necesarios. Son los líderes
de la sociedad tiv, tanto bajo el sistem a indígena como bajo el que los
británicos establecieron m ientras negaban que estuviesen haciendo ningún
cambio. AI ser hom bres de tsav, tienen poder para matar. Y como el po
der corrompe, los hom bres consiguen poder consum iendo la sustancia de
otros.
Los tiv creen que las personas con tsav constituyen una organización
llam ada vcbatsav. Se dice de este grupo que tiene una división del trabajo
y una organización imprecisa. Se dice que el m batsav se reúne por las noches
casi siempre con propósitos atroces: expolian tum bas para com er cadáveres
y hechizan a la gente para proveer de cadáveres las tum bas que después
203
expoliarán. Se establece así una red de «deuda de carne» que se inicia cuan
do alguien te induce a com er carne hum ana y reclam a la devolución en es
pecie: lo único que puedes hacer es m atar a tus hijos y a tus parientes
próximos — gente sobre la que tienes algún poder— hasta que al final,
porque nadie vence nunca a la organización, tendrás que ofrecerte en
holocausto a ti m ism o cuando no te queden parientes que dar. Los tiv
siempre tem en verse atrapados en una deuda de carne. Com en carne, espe
cialm ente de cerdo, sólo con am igos de confianza.
Sin embargo, la palabra m batsav se usa tam bién como plural de «hom
bres de poder». En otras palabras, m batsav tiene dos significados: 1) gente
poderosa y 2) un grupo de brujos organizados con propósitos nefandos y
criminales. Es justam ente aquí, en esta am bigüedad, donde el pensamiento
tiv se hace confuso y nosotros estam os en condiciones de volver a la
historia del movimiento Nyambua.
Cuando Kokwa, el «empresario», se apoderó de la original medicina
de Shiki, el cultista Utur, asumió a la vez por entero el conjunto de cre
encias tiv sobre el mbatsav. El culto llegó a ofrecer protección contra el
m batsav y se dio a conocer entre los europeos com o un culto anti-brujería,
aunque, como hem os visto, la cuestión no es tan sencilla; puesto que tsav
es la fuente de toda volición y toda m uerte — es decir, ninguna causa de
muerte o enferm edad puede ser eficiente sin tsav— el secreto de la vida
y el bienestar eternos consisten en encontrar una m edicina que inmunice
contra el tsav.
El movimiento Nyambua siguió el camino de la mayoría de los akom
bo o fetiches tiv. Por medio de sacrificios, ceremonias y retribuciones, el
especialista pone a quien lo desea en contacto con el fetiche. Son varios
los grados de dicho contacto. En el caso de N yam bua, el prim ero era lo
que los observadores europeos llam aron iniciación. Para los tiv era la
«reactivación de Nyambua». Es una frase difícil, porque se la usa con dos
sentidos: significa 1) que el m aestro pone ritualm ente al novicio en con
tacto con los poderes de N yam bua, y 2) que el propio novicio ha sido
puesto en contacto con estos poderes. El prim er sentido de «reactivar»
Nyam bua o de «reactivar» cualquier otro fetiche se usa para las distintas
cerem onias y grados de contacto; esto es, de cualquier cosa que haga el
dueño, puede decirse que «reactiva» el fetiche. Sin embargo, el novicio
lo «renueva» por sí mismo sólo en el rito de iniciación. En el rito si
guiente «se apodera del fetiche». El segundo rito da al iniciado un dom i
nio total sobre el fetiche, de forma que puede reactivarlo para otra per
sona.
E n el caso concreto del movimiento Nyambua, el rito inicial confería
protección contra el tsav en todas sus m anifestaciones; era un rito sim
ple que consistía en la bebida de una medicina, el sacrificio de un pollo,
el pago de cuatro peniques, y la ingestión de una com ida ritual. La medi
cina contenía algunos purgantes muy eficaces. Las autoridades tuvieron
204
conocimiento del culto cuando em pezaron a recibir informes de muertes
causadas por la medicina. Cuando se iniciaba el movimiento, un funcio
nario de distrito sostuvo en un inform e que su único inconveniente era
la inseguridad de esta medicina.
Además de la medicina, el sacrificio y la comida ritual, era necesario
desprenderse de toda la m agia y los fetiches que se hubieran adquirido
previamente. Este rechazo de toda m agia anterior es un punto muy im
portante, y (puesto que las m edicinas antiguas tenían relación con el tsav)
aparece en todos los m ovim ientos del tipo representado por Nyambua.
A cam bio de los instrum entos m ágicos que se poseían, se recibían los
emblemas o símbolos de Nyambua: una varita recubierta de cuero y un
espantam oscas.
El espantamoscas, consagrado en la forma adecuada, perm itía percibir
el ijebu. Esta palabra se usa en toda N igeria con el sentido de «falsificada»,
tanto si se aplica a una persona como a una cosa. Abraham (1940a; 90)
la hace derivar de la ciudad de Ijebuode en el país Yoruba, que se considera
fue centro de actividades de falsificación. Yo creo que, cuando se la
utilizaba en el movimiento Nyambua, la palabra significaba que la persona
diferenciaría el tsav legítimo o «real» del tsav ilegítimo que se adquiere a
través del canibalismo.
Cuando el espantamoscas localizaba la falsificación, la varita apunta
ba hacia el hombre descubierto como ijebu y en adelante su m aldad re
caía sobre él. Uno de los funcionarios auxiliares del distro (ADO) ano
taba:
205
existido un orden social. Pero los tiv dan por supuesto que no existe una
autoridad política, es decir, un poder legítim amente constituido. No había
cargos a los que pudiera asociarse la autoridad. N o designaban ni reco
nocían jefes de linaje, ni capitales, ni jueces o algo similar. A los jefes de
las unidades de residencia se les reconocía autoridad sobre su grupo. A los
especialistas religiosos sobre varios grupos en m ateria religiosa. Pero ni la
una ni la otra se extendía a las cuestiones políticas. Las actividades políti
cas se realizaban en térm inos de un sistema de linajes (Bohannan, 1939,
1954). Hay referencias literarias sobre la existencia de un jefe de guerra,
llamado kur. El informe es exacto para la parte más oriental del territorio
tiv, pero en sus orígenes la institución era religiosa y no práctica. Sólo
algunos kur eran jefes guerreros, lo habitual era que se lim itasen a cus
todiar los fetiches que procuraban éxito en la guerra. Por encima de esta
situación fue impuesta la estructura de autoridad regular de la adm inis
tración británica. El movimiento Nyambua intentó oponerse al poder de
esa form a de autoridad y, de ese modo, reforzar las instituciones que se
consideraban aceptables.
El movimiento N yam bua parece haber desarrollado una organización
local inform al en tom o a algunos importantes sacerdotes del culto. U n h om
bre se erigía en jefe de los practicantes en el área y solía seguirle una or
ganización que aparentem ente surgía del grupo de adherentes, a los que
se armaba para proteger las tum bas frente a las introm isiones del mbatsav.
Esta es la exposición m ás clara de entre los inform es oficiales:
Los guardianes de las tum bas, junto con el jefe practicante, consti
tuían un grupo bastante estable, en apariencia. U n funcionario de d is
trito describe en estos térm inos el grupo centrado en torno a un practi
cante llamado Jato, uno de los más antiguos en el movimiento:
206
rios eran cuatro peniques, un pollo y un huevo. V arios pacientes
se m ostraron satisfechos de su tratam iento, que preferían a los
de a penique del dispensario.
Le advertí contra los incidentes, los envenenam ientos, etc.,
pero el me diio que nosotros juzgábam os una cosa «por sus fru
tos» y que estaba todavía pensando qué hacer con ello. E n tre
tanto había recom endado m oderación a sus discípulos: m erodear
m enos y no gritar por las noches, respeto a los ancianos, etc...
El tono general de la reunión era de entusiasm o reposado y cons
ciente virtud. Todos fueron muy amables.
A lgunas veces estos guardianes de las tum bas captaban fenóm enos
inexplicados que les conducían a una caza de brujas. U n informe la d es
cribe así:
Los entusiastas eran capaces de seguir el rastro de un brujo h asta
que les conducía a las puertas de una persona excéntrica o im
popular, a la que denunciaban como brujo e invitaban a ir a la
capilla de Nyambua para ser purificada. Si se negaba, le afeita
ban la cabeza y le dejaban en libertad.
E l g ru p o de Ja to d e te c tó u n a n o c h e u n « b ru jo » co n e s te r e s u lta d o :
208
A continuación él pasa a describir los que considera más im portan
tes: 1) Budeli, 2) Ijov, 3) Ivase y 4) Haakaa. Pueden resumirse breve
mente:
1) B udeli er a u n talism án hecho con plumas de gallo y calabaza,
m edicina anti-brujos que se daba a quienes renunciaban a su m aldad m á
gica y se sometían a un ritual. A kiga dice que este movim iento precedió
a los europeos; su núcleo era hausa.
2) Ijov. A kiga dice que este movim iento se desarrolló en 1912, fecha
que concuerda con m aterial de los archivos oficiales. U n ijov es una e s
p e c ie de se r de la se lv a . E n u n tie m p o , se g ú n c re o , e ra e n c a rn a d o p o r
danzantes, aunque hoy es difícil asegurarse sobre este punto. Es imposible
decir si ya estaba presente en la cultura tiv con anterioridad a ese culto,
o si se introdujo en aquel momento m anteniéndose posteriorm ente. El
rito por el que ijov neutralizaba a las m batsav se denom inaba «beber el
ijov». Para esta ceremonia se utilizaba una cerveza especialm ente prepa
rada, de la que se decía que era capaz de m atar a quien bebiese de ella
sin haber hecho una confesión com pleta y haberse desprendido de sus
utensilios mágicos. U n hombre podía adm itir basta m edia docena de ase
sinatos, echar todo su equipo m ágico en un cesto especial y beber la po
ción, con lo cual recibía la absolución.
No sé cuál fue la extensión de este culto. Según A kiga fue general.
E n cualquier caso, hay un testim onio corroborativo para el extremo sud-
oriental del territorio tiv conocido como Ikurav M bashaya en un informe
escrito en 1913 por un joven oficial llamado Auchinleck. Auchinleck ha
bla de los espíritus ijov, y añade estas notas en su informe:
209
14. — A N T ROPO LO GÍA POLÍTICA
rían, que el m batsav entregaría las piezas de carne hum ana que
escondía, y que el mundo estaba a punto de ser entregado a la
raza escogida, es decir a los munshis.
Hay pocas dudas de que la influencia de W ainyoru fuese b e
neficiosa... El efecto moral del mensaie fue tan grande como para
hacer que aquellos hom bres que se creían a sí mismo m batsav, tras
el m ensaje de 1912 entregasen trozos de supuesta carne humana,
exponiéndose de ese modo al desprecio v ridículo de sus parien
tes y am igos.
210
miento haakaa de 1929 fue el mismo de los dirigentes del culto Nyambua
en el m o v im ie n to de 1 939, de la s c la s e s , de e d a d en el m o v im ie n to
hoyo y de los que por iniciativa propia preparaban la cerveza en el ijov.
De acuerdo con mis conocimientos, no hubo movimientos de impor
tancia a principios de los años treinta, aunque sin duda hubo m ovim ien
tos locales que no prosperaron porque la situación política no les era
favorable. Sólo cuando en una gran parte del país hay descontento po
lítico puede surgir un culto de esa naturaleza y extenderse fuera de los
confines de un pequeño linaje,
A partir de 1939 se desarrollaron varios cultos. Sin embargo, los
funcionarios del gobierno eran muy conscientes del fenómeno y no perm i
tieron que se les escapase de las manos. Garyo fue un culto de tipo
N yam bua que surgió en 1948 y fue sofocado con rapidez. Como todos
los dem ás, se declaraba anti-tsav aunque el propósito final fuese debilitar
el poder. Ikumendur, otro culto de la m ism a naturaleza, apareció en una
p arte del país tiv durante mi estancia en él, pero no alcanzó importancia
en ninguna de las áreas en las que trabajé.
Si pasam os a un análisis m ás profundo de estos movim ientos, nota
m os que no son dos cosas. A unque algunas de sus m anifestaciones como
una organización anti-gubernam ental y varios profetas le den una apa
riencia nativista, N yam bua no lo fue realmente. Es decir, no hubo «un
intento, consciente y deliberado, de una parte de la sociedad de revivir
o perpetuar determ inados aspectos de su cultura» (Linton 1954: 230).
E n términos de la actitud tiv ante el poder, era un medio racional, aun
que algo aparatoso, de cam biar la situación de poder.
El movimiento Nyambua tampoco fue lo que Wallace llama un m o
vimiento de revitalización, porque no fue «el esfuerzo deliberado, orga
nizado y consciente de los m iem bros de una sociedad por construir una
cultura más satisfactoria» (W allace 1956; 265), aunque en ocasiones se
dio algún elemento revitalizador. Los movimientos de revitalización me
parecen instituciones nuevas a través de las que un pueblo ayuda a su
cultura. El m ovim iento N yambua, y otros semejantes, fueron instituciones
nuevas sólo en un sentido m uy restringido. Com o desaparecían después
de cumplido su propósito (que era el restablecim iento de la fluidez en el
sistem a de poder), sería m ejor considerarlos acontecimientos «extra-nor-
males» al ciclo de acontecim ientos que constituyen el «proceso» de una
institución en funcionamiento.
Estos movim ientos, que evidentemente desempeñaban la m ism a fun
ción social, adoptaron apariencias culturales muy diversas. Hubo un tono
religioso en el movim iento centrado en torno a los espíritus ijov. En
Budeli, un encanto mágico de inspiración exterior. El movimiento Nyambua
reunió elem entos foráneos y un sabor anti-europeo suficientes para apa
recer en su momento como un movimiento nativista. De hecho, mi p ro
p io a n á lis is lo in ic ié en e s to s té rm in o s . C o m o E a s t h a p u e s to de r e
211
lieve (1939: 290), hay siempre algún elemento extranjero en estos m o
vim ientos, aunque entiendo que su. afirmación significa que el idioma en
que un movimiento emerge se extiende por todo el dominio cultural
disponible. Porque se trata de establecer un medio para contraatacar la
brujería, y ninguno de los viejos m étodos lo ha conseguido, es lo nueva
e, ip s o f a c t o , a v e c e s lo e x tr a n je r o , lo qu e tie n e v a lo r.
El movimiento Nyambua pertenece a la serie de movimientos a los
que la acción política tiv, con su recelo ante el poder, da lugar para
preservar la institución política más importante, la que se basa en é
sistema de linajes y el igualitarismo. En 1949 los tiv consideraban el m o
vim iento N yam bua como una parte desafortunada de su historia. P ro
bablem ente m uchos de ellos tom aron parte en él en su m om ento, aun
que por supuesto no tenem os datos. Esto le trae a uno a la memoria
inm ediatam ente los «movim ientos» relacionados con los poderes estable
cidos y los derechos civiles en los Estados Unidos.
El movimiento Nyambua fue, además, un acontecimiento «extranor-
mal» dentro del proceso cíclico de funcionamiento de las instituciones po
líticas tiv. En el país tiv, la parte normal y aceptada del proceso lleva
a una rigidez en las relaciones de autoridad que los tiv sienten como una
am enaza para sus ideas constitucionales. La «revuelta» o neutralización de
aspectos de la estructura resultante se utiliza para recuperarla elasticidad.
«Revueltas» con los m ism os fines pueden ser organizadas y puestas en
práctica por varios sistemas, como lo prueban las diversas opciones. En tal
situación, son parte del proceso «norm al», reconocido. Sin em bargo, pue
den tom ar otras formas y ser consideradas patológicas, con taza de brujas
y paroxism os de guerra.
Así, al m enos en algunas sociedades prim itivas como en nuestra pro
pia sociedad, los procesos m orfológicos y sociales están delim itados por
instituciones y acontecim ientos que pueden considerarse extra -constitucio
nales o a los que podemos llamar extra -proce suales.
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WALLACE, ANTHONY F. C. 1956, «Revitalization Movements», AmericanAn-
tropologist 58: 264-281.
213
B. BERNARDI
215
terarura es sumamente desigual y a m enudo confusa, por lo que algunos
aspectos de mi argumento no tienen más que un valor preliminar. No es
posible presentar aquí todos los detalles del análisis, que espero tratar
con mayor detenim iento en otra ocasión.
A ntes de continuar, debo decir algunas cosas sobre la term inología.
N o estoy ocupándom e aquí de los grados o categorías de edad, que hacen
referencia a aquellas divisiones amplias y generales de la población según
su edad psicológica y social, por ejemplo niños, hombres, jóvenes, ancia
nos, etc. Tales categorías no están establecidas com o asociaciones de edad
form ales, y se encuentran en todo tipo de sociedad humana. P or otro
lado, los térm inos normales agrupación de edad, gru p o de edad, asocia
ción de edad, no parecen suficientem ente claros para describir la natura
leza real de las diversas asociaciones de edad form adas en las sociedades nilo-
hamíticas. Además he utilizado estos términos simplemente para indicar
cualquier grupo formal dentro del sistema de edad, pero sin hacer
referencia específica respecto a su valor en el sistema, y he adoptado el
término clase de edad (age-class) con relación a los iniciados del mismo
período que han sido agrupados de una manera formal y definitiva como
un grupo corporativo. La clase es el elemento principal del sistema de
edad y tiene una función prim ordial en la estructura de la sociedad. Con
sidero el término edad suficiente para evitar la confusión con clase social.
El término unidad de edad hace referencia a una asociación tem poral de
iniciados más que a la formación de la clase de edad. La u n id a d sub-edad
es una división de la u n id a d de ed a d instituida ceremonialmente; y la di-
visión de edad m ínim a hace referencia a una división sim ilar de la unidad
de edad, aunque no establecida form alm ente con una ceremonia.
Entre los m asai, los candidatos son iniciados por circuncisión, indivi
dualm ente o en grupos, después de alcanzada la pubertad (una regla que
se atribuye a todos los nilo-ham itas). Esto puede hacerse sólo durante
una sesión abierta, cuando las iniciaciones pueden celebrarse libremente.
Los iniciados de la misma sesión forman una división de edad mínima d is
tinta. Tres o cuatro de estas divisiones m ínim as integran una unidad de
edad (ol poror, pl. il poror). El período para la formación de la unidad
216
de edad, que com prende a iniciados de tres o cuatro sesiones abiertas, se
inaugura con la ceremonia engíbala y se clausura con la endungare3 .Cuando se
han establecido dos unidades de edad, se fusionan en una sola creando así
una clase de edad (ol aje, pl. il ajijik). El período de la form ación de la
clase, que dura de 15 a 20 años, se inaugura con la cerem onia embolo-sat,
después de cuya celebración los candidatos de la nueva clase pueden ser
iniciados. El período de clase se clausura con la ngeher cuando las dos
unidades se fusionan en una única agrupación corporativa. Por consiguiente, la
clase de edad es la integración final de todas las agrupaciones menores.
U n rasgo sobresaliente del sistem a de edad de los nandi-suk es el de
nom inado «sistem a cíclico», que consiste en una serie determ inada de
siete u ocho nom bres utilizados cíclicam ente pata designar las clases de
edad 4 La estabilidad de la serie hace posible designar a una clase por su
nombre, incluso antes de que exista como institución. Sin embargo, el
sistema llamado cíclico no es significativo estructuralmente. Aunque los
nandi-suk pueden perfectam ente llam ar a un niño pequeño por el nombre de
su futura clase, el análisis señala que al hacerlo así se refieren simplemente
a la clase como a una unidad potencial. E n este momento esa clase
solamente es un nom bre, y no desem peña ninguna función en la
estructura del sistema de edad. U n hombie no nace, sino que es iniciado
en una clase, que es la asociación oficial de todos los iniciados del mismo
período5
3. La e n d u n g o r e y la e n g ib a ta son partes de una sola ceremonia descrita por
L. E. Whitehouse, «Masai Social Customs», J.E.A.U.N.H.S., III, pp. 148-8. E ngí
bala es una danza de comienzo, muy solemne. A continuación sigue endungare,
cuando los padrinos del poror (unidad de edad) para dar principio ceremonialmente
rom pen un palo de fuego y las patas de un pequeño p ájaro m uerto y conjuran
el cuchillo do circuncisión, para simbolizar que ya no es libre de iniciar a los
candidatos para el poror antiguo, que de ese modo se termina.
Una tercera ceremonia, q w i o í o , tiene también cierta significación cultural. Es
celebrada durante cada uno de los dos períodos de unidad de edad, y ahora señala
la prom oción de los iniciados de un grado in ferio r a otro superior. Sin embargo,
en nuestros días las iniciaciones individuales pueden realizarse después del eunoto,
aunque no después del e n d u n g o r e . En el e u n o to la unidad de edad recibe un
nombre especial.
4. El sistema llamado cíclico se opone al sistema lineal. En este sistema los
nombres del conjunto de edad son tomados de los acontecimientos normales o
de los rasgos peculiares de las agrupaciones. Ninguno de los pueblos nilo-hamiticos
sigue exclusivamente uno u otro sistema. De este modo, los masai mantienen una
serie determ inada de nom bres en relació n con sus divisiones de edad m ínim as.
Me parece que la diferencia entre los dos sistemas es una diferencia de énfasis.
Donde se sigue el sistema lineal, el énfasis se pone sobre el carácter variable del
sistema de edad; donde se observa el sistema cíclico, prevalece la consideración
de la fo rm a perm an en te del sistem a. V er p, 321.
5. Cuando H untin g fo rd , The N a n d i, N a iro b i, 1944, p, 9, d e c la ra que «cada
varón nandi nace en una agrupación de edad», se equivoca debido a la predeterminación
aparente del sistema cíclico.
217
Entre los nandi-suk, excepto entre una parte de los pokot, la inicia
ción es por circuncisión. Los iniciados de la m isma temporada son agru
pados informalmente en una división de edad mínima o «fuego» (mat,
m ostinw ek). Generalm ente hay tres de éstos, pero la tendencia, espe
cialmente entre los kipsigis, es a aum entar el número. La clase de edad
(ipinda, pl. ipinw ek) es directam ente instituida por la integración de todas
las divisiones de edad m ínimas formadas durante el período de clase. No
existe unidad de edad intermedia. El período de clase dura de 15 a 20
años aproximadamente.
El análisis dem uestra que el periodo de clase de los nandi-suk se inau
gura y se clausura ceremonialmente. Los kipsigis, los nandi, y los elgeyo
celebran una cerem onia de entrega, saket ap cito (Elgeyo sakobei, según
Massam). Peristiany ha descrito con detalle la ceremonia kipsigis. En
ésta se distinguen claram ente dos partes. La prim era se centra en las
«grandes noticias», que consiste en un festival para celebrar la inaugura
ción del período de clase y posibilitar iniciar a los candidatos para una
nueva clase. Las «grandes noticias» son, pues, el anuncio oficial del co
mienzo de una nueva clase, y por lo tanto la inauguración oficial del período
de clase. La segunda parte del saket ap eito es la entrega actual, durante
la cual la clase que ha sido clausurada renuncia al derecho de unirse con
nuevos iniciados.6 De este modo la clausura de un período de clase y la
apertura del próxim o se superponen. Las descripciones del sa k et ap eito
en relación a otros pueblos que la celebran no son satisfactorias, pero si
son estudiadas a la luz de la cerem onia kipsigis justifican la suposición
de que la celebración sa k et ap eito tiene el doble efecto de inaugurar y
clausurar dos períodos de clase sucesivos.
Los pokot o suk occidentales, según testim onio de P eristiany, unen el
sistema de edad de los otros pueblos de habla nandi con el de los kara-
najong y tribus afines. D esgraciadam ente, no existe una descripción satis
factoria del último, por lo que no es posible calcular enteramente el valor
comparativo del material pokot.
Los candidatos pokot, que observan el sistem a sapana, son iniciados
individualm ente y los iniciados de la m isma tem porada perm anecen juntos
en una división de edad mínima, ma (fuego). Cuando celebran munian,
la ceremonia de los colores, tres o más divisiones de edad m ínim a se fusio
nan en una unidad de edad m ás amplia. D os unidades de edad o «secciones
218
de color» se constituyen finalm ente en una «agrupación sapana» o clase
de edad con la celebración de la ceremonia amuro. El período completo
abarca unos 20 años. La denom inación de las clases de edad entre los
pokot sigue un sistem a dual alternativo.7
U n sistem a dual alternativo muy similar se encuentra entre los turkana.
Sin embargo, aquí la división dual parece tener un valor más estático que
entre los pokot, y separa en dos m itades la sociedad turkana. U n hombre
no debe ser un miembro de la mitad de su padre, sino de la otra. Los ini
ciados turkana están agrupados en dos unidades de edad básicam ente
diferenciadas según las dos mitades: las piedras (ngimur) y los leopardos
(ngirrithai). H alley declara que las «piedras» son una unidad «superior»
que los «leopardos»,8 pero G ulliver manifiesta que las dos unidades de
edad se constituyen en la m isma temporada,9 por lo que «superior» no
significaría «sénior». En el estado presente de nuestros conocim ientos no
resulta posible arrojar más luz sobre este problema. Si aceptamos el informe
de G ulliver como digno de confianza, es esencial observar que las dos
unidades de edad se constituyen en la m ism a tem porada y que son coe
táneas. Entre cada agrupación de dos unidades de edad coetáneas se
introduce una diferencia en términos de antigüedad. Tal agrupación puede
considerarse como la clase de edad turkana: una categoría m ental para la
clasificación de las agrupaciones de edad en térm inos de antigüedad, más
que de un grupo instituido y formal.
Las unidades de edad reciben nom bres diferentes según los lugares, pero
finalm ente debería prevalecer un solo nombre para cada unidad de edad
particular en el territorio turkana. A unque las listas de nombres recogidas
por G ulliver m uestran que esto no es siempre así, los turkana insisten en
afirm ar que debería haber un solo nombre por cada unidad de edad. Esta
insistencia es significativa por cuanto indica que los turkana consideran
la unidad de edad como la integración de todas las agrupaciones de ini
ciados constituidas y nom bradas en los diversos centros de iniciación
durante el mismo período.
A unque los datos disponibles sobre los teso y los toposa son muy
incompletos, proporcionan un testim onio com parativo, idóneo para dem os
trar que la clase de edad se formó por la integración de agrupaciones de
edad m enores en un solo grupo corporativo, que es el grupo duradero.
U n rasgo típico del sistema de edad lotuho es su íntima relación con
la organización territorial. La unidad sub-edad se constituye prim ero en
219
cada barrio del poblado; después la unidad de edad une a todas las unidades
sub-edad del poblado; finalmente, las unidades de edad de una sección
de lluvia territorial se fusionan en una sola clase de edad. Según los infor
mes, este proceso sigue un ritmo cronológico preciso. Cada agrupación
recibe un nombre distinto. U na ceremonia de clausura especial (nogopira)
señala la institución de la clase.
Este bosquejo necesariam ente breve del m odo como se constituyen las
agrupaciones de edad m uestra que las diferencias entre los distintos siste
mas de edad nilo-ham íticos se derivan para la mayoría de la naturaleza
de las agrupaciones de edad menores. Las líneas principales son muy sim i
lares en general. A sí, la clase de edad se constituye y desarrolla durante un
período determinado, que se caracteriza por la celebración de ceremonias
especiales. Las agrupaciones de edad m enores se instituyen durante ese
período como etapas interm edias hacia la clase de edad. A ntes de que ésta
se instituya, las agrupaciones m enores tienden a asum ir los rasgos de la
clase; sus miembros perm anecen juntos y actúan como corporaciones. El
análisis m uestra que los miem bros de las agrupaciones m enores están en
una posición de aprendizaje.
La declaración encontrada a menudo en la literatura, de que entre losnilo-
ham itas los varones son iniciados colectivam ente y de que forman una clase,
debería considerarse como incorrecta. La iniciación de los miembros de
clase se realiza en épocas diferentes durante el período de clase, y se
celebra individualm ente o en grupos pequeños, pero nunca ocurre sim ul
táneamente para toda la clase. Esta disposición de las iniciaciones indivi
duales en el tiem po es la razón por la que los miem bros de clase pueden
distinguirse en térm inos de antigüedad. Los que fueron iniciados en un
m om ento determ inado son considerados como «seniors» por aquellos cuya
iniciación fue posterior. Sólo es natural que deban perm anecer juntos aque
llos que fueron iniciados colectivamente: de aquí la form ación instituciona
lizada de las agrupaciones de edad menores. Cuando se constituye la clase
y las agrupaciones de edad m enores se fusionan en una unidad, la clase
es considerada com o un todo particular y sus m iem bros son considerados
como coetáneos. Su edad fisiológica está subordinada a su edad social en
cuanto determ inada por la clase. Sin em bargo, aunque no se insiste en las
diferencias de antigüedad entre agrupaciones de edad m enores cuando la
clase se ha constituido, su influencia no cesa del todo en las relaciones
internas de los miembros de clase.
Tam bién se observa una duración sim ilar en relación al período de
clase en los diferentes sistem as de edad, aunque no debe darse un sentido
literal a las distinciones citadas en esta relación. No estaría de más señalar
220
que nuestro método de cómputo del tiempo es ajeno a la cultura nilo-ha-
mítica.10 Sólo es aproxim adam ente correcto decir que un período de clase
dura de unos 15 a 20 años, y la unidad de edad aproxim adam ente de 7 a
8, y que las divisiones de edad m ás reducidas se constituyen cada 3 ó 4
años. La importancia del período de clase reside en el valor estructural que
supone y no en su duración actual,11 y es la sucesión rítm ica de los
períodos de clase la que altera la posición estructural de los individuos y
las clases en el sistem a de edad. Por estas razones un período de clase es
considerado com o una unidad-tiem po determ inada después de que se
instituyó la clase de edad. Todos los nilo-ham itas hacen uso de tales uni-
dades-tiem po para mem orizar y recordar los acontecim ientos pasados. El
concepto de tiempo estructural, implicado al considerar las clases de edad
como unidades de tiempo, es el fundamento teórico real tanto de los nilo-
ham itas, como de cualquier otro sistema de edad. El tiempo estructural
define los períodos en relación a la institución de las agrupaciones de
edad; define la edad social de los miembros de clase; dispone las interre-
laciones de los com pañeros de edad y de los conjuntos de edad; y es el
criterio que diferencia a las asociaciones de edad de cualquier otro tipo
de asociación social.
Se ha señalado que las cerem onias celebradas durante un período de
clase no producen todas el mismo resultado respecto a las agrupaciones de
edad instituidas. A lgunos establecen agrupaciones menores, otros la clase
de edad. Por esta razón podem os hablar de cerem onias con un "\alor
institutivo. El análisis dem uestra que ninguna de las agrupaciones de
edad se deriva directamente de la iniciación individual. Evidentemente, la
iniciación individual no tiene un valor institutivo. Existen varias cerem o
nias de iniciación diferentes entre los nilo-ham itas, ya que la pauta de las
otras ceremonias colectivas tiende a ser similar. Los m asai y los pueblos
de habla nandi practican la circuncisión como iniciación individual. Por
lo general, esta cerem onia ha sido descrita y subrayada como la ceremonia
de la institución de las agrupaciones de edad. Sin em bargo, el análisis
m uestra que esto no es así, porque la circuncisión no tiene valor institutivo
y es simplemente un tipo de iniciación individual. Las agrupaciones de edad
son instituidas por la celebración de ceremonias colectivas tales como la
endungore-engibata, embolosat, y ngeherr, de los masai, la sa ket ap eito
de los pueblos de habla nandi, la m unian y amuro de los pokot, la m on-
gopira de los lotuho, etc. Estas cerem onias son denom inadas colectivas por
que son celebradas sólo una vez colectivam ente por todos los miem bros, o
10, Peristiany dice de los suk occidentales que «ningún pochon puede contestar
una pregunta como la de la duración de una agrupación sapaña en términos de
años». África, XXI, p. 290.
11. Por esta razón, los ancianos kipsigis encuentran posible reducir el período
de clase de la clase maina. Ver Peristiany, The Social Institutions o f the Kipsigis,
pp. 43-44.
221
diputados de la agrupación instituida en ese m om ento, y porque no son
celebradas o experimentadas por cada candidato particular como una
iniciación individual. El valor institutivo de las ceremonias colectivas está
bien ilustrado por el hecho de que su celebración integra a todos los ini
ciados del mismo periodo en una agrupación corporativa formal.
La cuestión rítm ica del tiempo estructural hace que la estructura del
sistema de edad tome la forma de una estratificación. Cada agrupación
tiene un lugar en la sucesión y asciende de lugar siguiendo el ritm o de los
períodos de clase. La progresión rítmica y la permanencia de la forma
estructural son los dos principios fundam entales del sistema de edad. Es
interesante observar que, mientras parece existir una contradicción entre
los dos principios, su acción colectiva no produce conflicto sino que con
figura la estructura del sistema.
L a p r o g r e s ió n e s tr u c tu r a l es ta n só lo o tra fo rm a de c o n s id e r a r el
valor estructural del tiempo. Los períodos de clase comienzan y terminan
rítmicam ente y las clases avanzan como resultado de ello. La posición
mantenida por cada miembro y cada agrupación en la clase, y por cada
clase en el sistema, es el origen de un status estructural especial que afecta
a los miembros de las agrupaciones de edad individualm ente y a la agrupa
ción como un todo. Este status sigue el movim iento ascendente de las
agrupaciones, y de este modo es transform ado periódicam ente por la progre -
sión estructural. Los cam bios de status ocasionan cambios de prestigio
e influencia, y por lo tanto de autoridad. Es difícil encontrar términos
adecuados en relación a las diversas etapas de la progresión estructural,
pero no es correcto referirse a ellos en térm inos de categorías generales
tales como «los jóvenes», «los ancianos», etc... Cuando se han constituido
las agrupaciones, sus nom bres son suficientes entre los nilo-ham itas para
expresar las diferencias existentes entre las clases, y para expresar el status
y la edad social exacta de los miembros de clase individuales. De hecho,
en la estructura del sistema de edad, la diferenciación de clase o agrupación
es idéntica a la diferenciación de status. U na clase está en el nivel inferior
de la estratificación estructural en el mom ento de su institución; alcanza
la cima cuando se acerca a la disolución a causa de la m uerte de sus
propios miembros. Dado que los ritm os de la progresión estructurales se
deben a la celebración de las cerem onias institutivas, todo el mundo co
noce el status estructural de cualquier clase, puesto que aquellas ceremo -
nias son objeto de interés para toda la com unidad.
El principio de permanencia estructural puede analizarse gracias a la
forma estratificada de la estructura del sistema de edad. Las clases son
instituidas en un orden cronológico (tiempo estructural) y la posición de
222
una respecto a la otra es la de estratos. Por m otivo del análisis podem os
limitar el término estratos a las capas, sin considerar las agrupaciones de
edad que temporalmente los ocupan, y el térm ino clases a las agrupacio
nes que actualm ente constituyen los estratos en cualquier m om ento dado,
como sigue:
f iílí i *
cUit 2 ¿
elurt 1 c
J b
i i
12. C uando se cele b ran las cerem o n ias in s titu tiv a s el paso de un estrato a
otro es automático, pero antes de agüellas ceremonias la agrupación inferior ejerce
presión en las clases superiores para acelerar su ejecución. Esta presión da lugar a
cierta ¡validad entre las clases inferiores, y las clases sénior actúan como interme
diarios entre ellas. Existen claras ejemplos de esta rivalidad entre los masai, kipsigis
y otros. En relación con los pokot, Peristiany ha insistido en «la repugnancia» de
la sección de color más joven a reconocer públicamente la aparición de una nueva
sección de color. Ver Africa, XXI, p. 284.
223
tinción de status en relación a todos los miem bros de clase sobre la base
de su orden estructural permanente.
O tra función del sistema de edad es la definición de las pautas de con
ducta entre agrupaciones de edades. Cada agrupación, en relación con las
otras, puede considerarse desde un nivel superior e inferior. Los miembros
de clase pueden considerarse tam bién desde un nivel superior, inferior y
desde el mismo nivel. Los de nivel superior son seniors, respetados por
to d o s lo s d e m á s, y en g e n e ra l so n tr a ta d o s c o n r e s p e to y d e f e re n c ia .
Los de nivel inferior son los júnior. La actitud hacia ellos es una actitud
de superioridad. Puede incluso adoptar la forma de rivalidad abierta, e s
pecialmente entre dos agrupaciones inm ediatam ente próximas. Aquellos
que, no habiendo sido aún iniciados, no tienen status en el sistem a de edad,
son considerados con desprecio e indiferencia. Los miembros de una m is
m a clase se consideran como iguales, aunque su relación se diferencia en
términos de prioridad de iniciación individual (cf. p. 220).
La distinción de status es el origen de la diferenciación de autoridad
y de funciones respecto a todos los m iem bros del sistema de edad. El
status estructural de una clase de edad se p ro y ecta sobre todos sus
m iem bros, que de ese m odo son capaces de autoridad, pues su status es
aceptado y respetado por toda la comunidad. Los miem bros de clase son
conscientes de su status estructural y derivan de él ese sentido de aptitud
que se requiere para actuar como miembros responsables de la comunidad.
De igual modo, las diferenciaciones entre clase v clase son conocidas para
los miembros de clase, que tam bién conocen las lim itaciones impuestas por
aquellas diferenciaciones.
La diferenciación de status implica diferenciación de autoridad, de com
petencia, y de funciones, entre todas las clases en el ám bito de la actividad
del sistema de edad. Estas conclusiones, que m uestran al sistema de edad
como el canal para la distribución de autoridad y el instrum ento de su
equilibrio, son importantes, especialm ente si el sistema de edad está, como
entre los nilo-hamitas, relacionado con la organización política de la so
ciedad.
A fin de apreciar totalmente el significado político del sistema de edad
en las sociedades nilo-ham itas, se debería considerar tam bién los otros ele
m entos im portantes de su organización política.
Los nilo-ham itas sobresalen entre los pueblos africanos por carecer de
liderazgo con autoridad centralizada, o de cualquier otra organización cen
tralizada de control político y administrativo.13
13. De todos los nilo-hamitas, solamente los teso están organizados política
mente en un sistema de liderazgo centralizado. Pero, como es sabido, el sistema
224
E n los prim eros años de la investigación antropológica en África orien
tal se hizo una descripción errónea del curandero-jefe o profeta 14 de los
m asai (y tam bién de los nandi y de los kipsigis). Se le llamó, y reconoció
oficialm ente romo, el «jefe supremo de todos los masai». Este título,
otorgado primero a Lenana, le fue después retirado a su hijo Segi, cuya
incapacidad e im popularidad puso de m anifiesto que el cargo de jefe supre
mo era extraño a los masai. El análisis reciente de Fosbrooke sobre la
institución del profeta m uestra que no está del todo justificado hablar de
un «curandero jefe». Existe un número de curanderos de rango diferente
que tratan de extender sus prácticas. La fam a de uno cualquiera de ellos
puede difundirse por todo un territorio y convertirlo en centro de atrac
ción. Cuando alcanza tal posición no obtiene autoridad política, pero si
conviene a sus intereses no tendrá dificultad en inspirar la lealtad política
de sus clientes.
Como es sabido, los profetas (orkoiyot) de los nandi y los kipsigis eran
curanderos m asai que encontraron asilo entre aquellos pueblos, y que
fueron capaces de obtener entre ellos la m ism a influencia que habían
tenido entre los masai. Posteriorm ente el gobierno puso freno a su poder,
pues se habían convertido en fuente de desorden.
U na posición similar a la del profeta masai es detentada por el «ha
cedor de lluvia» (xobu) de los lotuho. Seligman le describe como «el jefe
espiritual y temporal de cada com unidad o tribu». Cada sección territorial
importante tiene un hacedor de lluvia, pero Seligm an declara que «es
difícil hacerse una opinión justa de la autoridad detentada por el hacedor
de lluvia. Probablemente el factor más importante siempre fue su carácter
personal». Esta últim a observación me parece que revela la verdadera na
turaleza política del hacedor de lluvia, y muestra que no hay una d ife
rencia real entre su posición y la del profeta masai.
O tros líderes de m enor im portancia descritos por nuestras autoridades
incluyen los aigw enani de los masai, y los kiruogindet, etc. de los nandi
y de los kipsigis. El análisis no deja duda acerca de que cualquier autoridad
que tengan, siempre está controlada por las asam bleas de ancianos.
les fue impuesto por los conquistadores ganda y permaneció prácticamente inaltera
ble cuando los ingleses sucedieron a los ganda. La escasa información sobre la
organización anterior de los teso muestra que su sociedad concordaba con el tipo
descentralizado de los nilo-hamitas.
14. He tomado este termino de curandero-jefe del análisis de Evans-Pritchard
sobre el sistema político de los pueblos de habla nandi. Africa XIII, 1940, pp. 250-67.
225
16. — A N T R O P O L O G ÍA P O L ÍT IC A
paterna, aunque parece que el aspecto agnaticio no está en todas partes
acentuando en el m ismo grado.15 Por lo general, aunque no siempre, los
clanes están subdivididos, y son norm alm ente estos sub-clanes los que son
exogámicos. En ninguna parte se acentúa el linaje como una unidad d is
tinta del clan, ni se sugiere nunca que el linaje proporcione la base de una
estructura política. Sin duda, el significado político de los clanes es muy
limitado. Generalmente las unidades de clan tienen una posición corpora
tiva en asuntos relacionados con la propiedad del ganado, la distribución
de la herencia, la utilización de pozos u otros manantiales, y la indem niza
ción del asesinato. Otro aspecto de considerable im portancia es la d is
persión territorial actual de los clanes. Cuando nos referimos a los clanes
como a corporaciones políticas, la diferencia concierne a los grupos locales
de los miembros del clan. Los clanes pocas veces actúan reuniendo a todos
su s m ie m b ro s de to d o el p a ís. E l c a so de to d o u n c la n en u n a s e c c ió n
territorial única, del cual alguna gente dedujo que, en el pasado, la orga
n iz a c ió n te r r ito r ia l se b a s a b a en u n m o d e lo de c la n , es de h e c h o p o co
frecuente. La dispersión actual de los clanes es, sin em bargo, una prueba
clara de que la integración política de las sociedades nilo-ham íticas no se
basa ya en los clanes. Por lo tanto, tiene que decirse que, aunque el p rin
cipio de clan proporciona aún un lazo mítico y ceremonial para los miem
bros del clan y una pauta para algunos m odos de actividad corporativa,
carece de aquel poder cohesivo que podría integrar los sistemas territorial,
militar y jurídico en un todo político único.
15. Sobre esta cuestión, ver Radcliffe-Brown y Forde, African Systems and
Marriage, 1950, pp. 18-20.
16. Es sig n ific a tiv o , en este contexto, que las trib u s dorobo que viven en el
mismo territorio que los masai y los nandi-suk no sean considerados corrió enemi
gos, aunque difieran en cultura y estructura social.
17. Probablemente, razones ecológicas pueden explicar la indeterminación de las
unidades territoriales, especialmente donde predomina el nomadismo, puesto que
226
rritoriales, distintas del territorio como un todo, se definen por oposición
a las unidades del mismo orden. De este modo, los miembros de una uni
dad territorial — mayor, menor o mínima— se consideran como grupos
sociales distintos: las funciones políticas de estas unidades difieren.
Las unidades territoriales m ayores (la provincia de los masai y la de
los pueblos de habla nandi,18 las «partes m ayores» de los turkana descritas
por Gulliver; las secciones, ahora en reserva, de los teso; las áreas de lluvia
de los lotuho), no tienen siempre una función política. E n algunos casos,
tales como las secciones (emet) de los nandi y las «partes m ayores» de
los turkana, el significado es puram ente geográfico,19 E n cualquier caso,
la actividad política en la unidad territorial mayor no es frecuente. Esto
no es sorprendente si uno considera la naturaleza descentralizada de las
sociedades nilo-hamíticas. Hacer la paz con un enemigo y zanjar las difi
cultades entre las secciones m iem bros de las unidades son ejem plos de las
pocas situaciones tratadas a este nivel. De otro modo los nilo-ham itas son
intolerantes respecto a cualquier control desde arriba.
La unidad territorial menor (el osho o sección de los m asai; el «grupo»
o condado de los kipsigis; la «vecindad secundaria» de los turnaka; el
etem de los teso, el poblado de los lotuho) está form ada por el conjunto
de un número de unidades territoriales mínimas. La actividad corporativa
de la unidad m enor es m ás evidente cuando se celebran cerem onias pata
la institución de grupos de edad. Con este m otivo se reúnen gentes de todas
partes de la unidad. La organización m ilitar ofensiva se basa, territorial
mente, en esta unidad. Cada unidad m enor puede actuar independiente
mente al preparar acciones militares o incursiones. Sin embargo, por lo
general, se reúnen varias unidades por motivos cerem oniales o militares.
es particularmente digno de atención entre tribus tales como los masai y los turkara,
que son casi totalmente nómadas. Gulliver describe la organización terrritorial
turkana como un «rasgo neutro de la organización social turkana». La ausencia
de cualquier autoridad centralizada puede considerarse como otra razón del fenó
meno. Las nuevas unidades territoriales se constituyen fácilmente sin ninguna forma
especial de control e independientemente de relaciones territoriales previas y de
alianzas de clases. Fosbrooke ha estudiado esto entre los masai. Gente de cualquier
clan y sección territorial puede unirse en su viajar trashumante en la búsqueda de
agua v pastos. La proximidad de residencia e intereses comunes alienta un sentido
de solidaridad que se afirma a sí mismo frente a otros gmpos y unidades similares.
Por último, una pretensión a la independencia se hace mediante la celebración de
ciertas ceremonias tribales propias —Gulliver ha indicado la tendencia de los turkana
a unirse a cualquier centro de iniciación que les convenga. Es en estos centros donde
se llevan a cabo todas las transaciones sociales de interés para los presentes. El
sitio es generalmente un manantial o pozo.
18. En relación a los pueblos de habla nandi he aceptado las conclusiones del
análisis de Evans-Pritchard, «The Political Structure of Nandi speaking Peoples of
Kenya», Africa, XIII, pp. 250-67, no sin comprobar toda la demostración original.
19. La unidad territorial nandi correspondiente a la provincia Kipsigis (emet),
que tiene una naturaleza política, es el pororiet. Ver Evans-Pritchard, op. cit., p. 262.
227
Los asuntos judiciales son tratados por una asam blea, a la que todas las
unidades m ínim as envían sus diputados.
La unidad territorial mínima (el kraal o poblado de los masai; el po
blado disperso de los pueblos de habla natidi; la «vecindad prim aria» de
los turkana; el nadupa o barrio de poblado de los lotuho) está formado
por un grupo de familias. Las ceremonias menores, tales como la inicia
ción individual, las disputas locales, la defensa de los ataques, son las
decisiones principales que m otivan la actividad política corporativa en esta
unidad.
E n consecuencia, se puede observar que, aunque la organización te rri
torial promueve alianzas entre distintos grupos locales, por esta m isma
razón tam bién divide toda la sociedad en dos partes. Tal fenómeno puede
describirse como la ambivalencia de la organización territorial. Cada so
ciedad basada en un sistema territorial está influida de algún modo por
este principio territorial, aunque los dos aspectos de la am bivalencia no
son subrayados en el m ism o grado. Cuando leem os acerca de la tensión
y rivalidad continuas que, especialm ente en el pasado, se produjeron en
las relaciones m utuas de algunas tribus nilo-ham itas, por ejemplo las tribus
de los m asai, nos darnos cuenta que entre ellos predom ina el poder
desintegrador de la ambivalencia territorial. Normalmente las divisiones
territoriales son integradas por algún principio unificador, tal como la
institución del parentesco, que, por medio de su poder centralizado, da
cohesión a todas las divisiones territoriales y hace a sus m iem bros cons
cientes de la unidad a un nivel superior. En las sociedades carentes de
autoridad centralizada otros factores pueden producir el mismo efecto
cohesivo. Entre los nilo-ham itas tal factor es el sistema de edad.
228
yuke, y la ceremonia ngeherr, celebrada por la sección K isongo, aunque
cada una es realizada por una sola sección, am bas son aceptadas por todos
los masai como ceremonias institutivas que indican la apertura y cierre
del período de clase, y de este modo la form ación de una clase. Esta acep
tación universal es significativa. Dem uestra la unidad del sistema de edad
en todo el territorio m asai y su acción como una fuerza de cohesión en
todas las unidades territoriales.
Los nandi-suk siguen el mismo método crítico respecto a la deno
m inación de sus clases de edad, y los nom bres son los m ism os para todas
sus tribus. Todas estas tribus se dan entre sí el nom bre de «herm ano»,20 un
nom bre que rehúsan a los m asai y a los turkana, a quienes, aunque
culturalmente em parentados con ellos, consideran como punik, enemigos. El
único sistem a que infunde «hermandad» y que m antiene la unidad que
justifica el uso del térm ino es el sistema de edad.
Los turkana ponen el énfasis en el poder unificador del sistema de
edad. «Todos los turkana tienen las m ism as agrupaciones de edad. Se
llam an igual. Todas son una», Y tam bién insisten en que: «Todos somos
herm anos; todos somos uno; podem os ir dondequiera que queramos».
Generalm ente las agrupaciones de edad son descritas en la literatura
actual como organism os disciplinados, pero no es a esta disciplina a la que
me refiero cuando hablo del poder unificador del sistema de edad. Las
diversas descripciones del sistem a de edad dadas por nuestras autoridades
indican que sus funciones nunca son realizadas con la participación cor
porativa plena de todos los m iem bros, y que ninguna de las clases actúa
jamás como un solo organism o de com pañeros de edad que se reúnen de
todo el país en el que la tribu está diseminada. A dem ás, el sistem a de edad
debe concebirse como un principio básico de la organización estructural
de to d a s o c ie d a d . C om o ta l, a b a rc a to d o el te r r ito r io de la so c ie d a d , e
integra en un todo social la fragm entación producida por los sistem as de
clan y territoriales. M ientras aquellos sistemas insisten en las diferencia
ciones sociales y estructurales, el sistem a de edad pone el énfasis en la
unidad (la «herm andad») de todos los m iem bros de la sociedad, y siendo
el único sistema que es co-extensivo con toda la sociedad, proporciona
una base general e igual para su status estructural. La idea está ilustrada
en el diagrama adjunto.
20. «Los kipsigis consideran a los nandi, los keyo, los tugen y a los suk como
hermanos, pero rehúsan este título a los masai y a los tumaka, a quienes dan el
nombre de punik, p. e. enemigos». Peristiany, The Social Institutions o f the Kipsigis,
p. 2.
229
Jíjffitra /íitíío n íí : A li C D E = unidades iCttÍHJiíilei
L a distribución del p o d er
230
buida entre todas las clases. La concepción errónea de la «clase en el
poder» resulta de la excesiva exageración y formalización de las funciones
m ilitares del sistema de edad. Es equivocado considerar ésta como una
función prim aria del sistema de edad. Por su propia naturaleza, la activi
dad militar, más que cualquier otra actividad social, puede requerir la
participación corporativa de los grupos de edad.
N uestras autoridades (M erker con relación a los masai; Evans-Pritchard
en su análisis de los nandi-suk; Gulliver en el de los turkana) insisten en
la diferencia entre los aspectos ofensivos y defensivos del sistema militar.
Su testim onio prueba que, cuando la actividad era aún plenam ente ejer
cida, no había organización defensiva formal. Cuando la acción defensiva
fue exigida, todos los hom bres fuertes, sin distinción de clase, participa
ron. La razón de esto es evidente: la respuesta a un ataque era nor
m alm ente una necesidad repentina, que exigía los esfuerzos conjuntos de
todos aquellos que estuvieran disponibles.
E n conjunto, el sistema ofensivo mostró con m ayor claridad la estra
tificación de los grupos de edad; pero en relación con este aspecto se e x a
geró el papel representado por los «guerreros», o iniciados júnior, como
opuesto al de los ancianos. Con la iniciación se perm ite por primera vez
a un muchacho tom ar las armas. Por esta razón, norm al y genéricamente
se denom inaba al grupo entero de iniciados jóvenes como «los guerreros».
A hora bien, es fundam ental señalar que sus status en la estratificación
estructural del sistem a de edad todavía era bajo. D esde el punto de vista
m ilitar eran «principiantes» o, como llama Peristiany a los iniciados kipsigis,
jóvenes «inexpertos». De hecho, estaban recibiendo entrenam iento, y por
esta razón gozaban de una cierta libertad, intentando incursiones m enores
por su cuenta, y buscando con im paciencia cualquier oportunidad para
m ostrar su habilidad y aum entar su prestigio. Podían incluso llegar a ser
irrespetuosos con los seniors. Pero sería equivocado considerarles como
independientes de los «ancianos». D e hecho, no lo son.21
Creo que podría considerarse como un principio general de la orga
nización militar nilo-hamítica que la actividad militar no era privilegio
exclusivo de una única clase júnior y que los m iem bros de las clases sénior
podían incorporarse a la acción si lo deseaban. U na operación ofensiva
requería, por lo general, la cooperación de más de una clase, y general
m ente participaban en ella más de una. La organización de los guerreros
de las distintas clases se basaba principalm ente en la estratificación del
21. La posibilidad de los juniors de mostrar desacato a los seniors está bien
ilustrada en las razones por las que los ancianos kipsigis reducían el período de
clase de la clase maina: 1) los maina no tenían el respeto conveniente hacia su
kot-ap-chi (gente de la casa) y eran rudos en asuntos de parentesco; 2) robaban
ganado a sus hermanos kipsigis y no solamente a los punik o enemigos; 3) mos
traban ignorancia y desacato a las costumbres de sus padres. Ver Peristiany, The
Social Institutions o f the Kipsigis, p. 44.
231
sistem a de edad.22 La extensión territorial de la organización militar po
día variar; rara vez, si alguna, comprendió todo el territorio. Normalmente
varias unidades territoriales unían fuerzas no sólo contra el enemigo ex
terior, sino incluso contra otras secciones de la m ism a tribu y del mismo
pueblo23
b) La diferenciación de autoridad observada entre los m iem bros de las
clases se debía a la posición diferente de las clases en la estratificación del
sistema de edad. A dem ás, no es incorrecto decir que ciertas transacciones
sociales (tales como el matrimonio, la fundación de una familia; la
acumulación de riqueza, la iniciación de los hijos propios, la celebración
de ciertos ritos religiosos) son el privilegio de ciertas clases según su
posición en la estratificación. La costumbre masai ilustra m ejor este
punto. U n masai, después de su iniciación y de la prim era introducción
en una unidad de edad, no tiene autoridad para fundar su propia fam ilia
ni, en rigor, para casarse. Estos son privilegios de los «mayores», p. ej.
aquellos iniciados cuya clase ha sido finalm ente instituida como un grupo
particular. La norma es en teoría tan estricta, que Leakey pudo im a
ginar el caso de un iniciado sénior, p. ej. un m iem bro de una unidad de edad
sénior, que se casa y no es autorizado a engendrar hijos.24 Sin embargo,
todas estas restricciones son levantadas una vez que la clase ha sido
instituida. E n este m om ento, un iniciado m asai adquiere el status y, por
tanto, la autoridad para fijar su propia residencia, para poseer ganado
independientemente de su padre, y para formar su propia familia. Es
económ icam ente y, hasta cierto punto, socialm ente independiente de su
padre. Fosbrooke describe este privilegio como el privilegio de los «júnior
mayores.
c) L os m étodos de zanjar disputas y, en general, todo el sistema
22. Gulliver, en Preliminarv Survev o f the Turkana, cap. 14, p. 143, describe
de la siguiente manera cómo se efectuaba esto entre los turkana: «Los hombres
podían reunirse por agrupación de edad v región, cada uno más o menos baio la
supervisión de su sénior». Las agrupaciones júnior están en la vanguardia y las
sénior en la retaguardia. Con relación a los masai, Merker sugiere una organización
de un tipo similar cuando llama a las clases sénior «reserva». Merker, Die Masai,
Berlín, 1904, p. 73.
G u lliv er d escrib e tam b ién en qué form a se com enzaba una in cu rsió n : «En
primer lugar, por una agrupación de edad (o parte de ella), en segundo lugar por un
líd er de guerra reconocido y, en te rce r lugar, por un adivino.» Dice tam bién que
cualquier miembro de una agrupación individual puede convocar a sus compañeros de
edad p ara hacer una incu rsió n .
Fosbrooke dice que un p ro feta m asai p odía in ic ia r una in cu rsió n incitan d o a
los guerreros ante la p e rsp e ctiv a de un saqueo de g a n a d o .
23. La historia temprana y reciente de los masai es una ilustración muy buena
a este aspecto. Ver Fosbrooke, «An Administrative Survey», p, 10.
24. L. S. B. Leakey, «Some Notes on the Masai of Kenya Colony», I.R.A.I, XL,
p, 200. Pero ver el comentario de D. Storrs-Fox, «Further Notes on the Masai of
Keny Colony», ibid., p. 455.
232
jurídico de los nilo-hamitas, en la m edida en que es conocido hoy día, ilus
tra la identidad fundamental del status, tanto como la diferenciación de
autoridad de los miembros de clase. El ejemplo típico es proporcionado
otra vez por los masai, Fosbrooke manifiesta que parece ser privilegio de
la facción oprimida elegir los jueces. Estos son elegidos por razón de su
fam a de rectitud y justicia, y es significativo que no sean necesariam ente
los líderes de los grupos de edad; sin duda, estructuralm ente su posición
es igual a la de sus com pañeros de edad.
Entre todos los nilo-ham itas la discusión de todos los casos públicos
tiene lugar en asambleas. La organización interna de estas asambleas, y la
form a en que se dirigen las discusiones y se tom an las decisiones, no han
sido nunca descritas convenientem ente.25 Parece seguro que no se establecen
formalmente. Su tamaño puede variar según la importancia de los asu n to s
discutidos, y la sección de población implicada. Los grupos territoriales en
una o m ás unidades territoriales, los grupos de clase, o los miembros de
grupos de edad, pueden form ar todos sus propias asam bleas con relación a
los asuntos que les conciernen. Las disputas particulares, herencia,
crím enes, calam idades, conducta de los jóvenes, pueden proporcionar tem a
de discusión. Cualquiera que sea el tam año de las asam bleas, su estructura
interna es una proyección de la estratificación estructural del sistem a de
edad. El testim onio no deja duda acerca de ello. Por supuesto, aquello que,
corno los ingobir26 m asai, sobresalen entre sus com pañeros de edad,
debido a sus cualidades personales y al éxito, tienen una parte principal en
las actuaciones y pueden con facilidad influenciar las decisiones finales.
G eneralm ente es el más antiguo de los presentes quien actúa como presidente.
Pero no hay formalidad en la función, como tampoco hay formalidad en la
constitución de la asamblea. Fundam entalm ente, el status del hombre
más antiguo es de la m ism a naturaleza que el de cualquier otro miembro
de la asamblea, excepto por el hecho de que, cuando la asam blea se reúne
se le reconoce en el estrato superior de la estratificación estructural.
H untingford dice que todo el mundo puede asistir a una asamblea nandi, pero
«los guerreros que están presentes se supone que no intervendrán hasta que se
les pida su consejo u opinión»,27 «Los guerreros» en este contexto son los
juniors com o opuestos a los ancianos. Su status es todavía bajo, y su
autoridad es por lo tanto limitada: «tienen que dar
25. Tengo entendido que estas asambleas son descritas por G. W. B. Huntingford
en su libro sobre la organización social y política de los nandi, que todavía no ha
sido publicado.
26. Los ingobir son elegidos desde el comienzo del período de clase, por lo
que generalmente son los más antiguos de sus compañeros, de edad, pero cualquiera
que se distinga por sus talentos es considerado engobiro en cualquier momento. Ver
Whitehouse, «Masai Social Customs», J.E.A.U.N.H.S. iii, pp, 146-8; y Fosbrooke,
«An Administrative Survey», p. 34,
27. H u n tin g fo rd , The N a n d i, N airobi, 1944, p. 6.
233
prioridad», como H utingford declara, «a los derechos de antigüedad en la
asamblea».28
d) U na etapa nueva y superior en la estratificación estructural se al
canza por los m iem bros de la clase cuando obtienen el derecho de apadrinar
a los candidatos para la iniciación e institución de los grupos de edad.
Entre los masai, esta forma de actividad social se institucionaliza en la
relación pirón que une recíprocam ente a los candidatos y a sus padrinos.
Los candidatos no pueden ser iniciados, ni están autorizados a celebrar
ninguna ceremonia, sin el consentim iento y la ayuda de los ancianos-piron.
La distancia estructural que separa a los ancianos p iró n de sus candida
tos en el sistem a de edad es igual a la distancia estructural entre un padre
y su hijo en el sistem a de parentesco. Sin duda, se observa por regla ge
neral que los ancianos-piron pertenecen a la m ism a clase que los padres
de los candidatos. A dem ás, evidentem ente, siendo su autoridad igual a la
autoridad de los padres de los candidatos, los ancianos pirón están cuali
ficados estructuralm ente para ocupar el lugar del padre en asuntos rela
tivos a la iniciación y a la institución de los grupos de edad.
Entre los otros pueblos nilo-ham itas, el compadrazgo no está institu
cionalizado como entre los masai, pero la relación pirón aclara la razón
por la que, incluso entre aquellos otros pueblos, los padrinos de la in icia
ción son siempre elegidos por los padres de los candidatos y, generalmen
te, de entre los amigos más íntimos del padre.
La relación pirón de los masai proporciona tam bién una buena ilu s
tración de la progresión estructural y de la diferenciación de clases. El an á
lisis m uestra que el poder de los ancianos-piron sobre los candidatos se
ejerce por exclusión de los ancianos de las otras clases. Podem os suponer
también, sin tem or a equivocarnos, que la rivalidad entre dos clases su
cesivas de ancianos pirón aparece cuando las asam bleas se reúnen para
decidir sobre la clausura y apertura de un período de clase.
e) La etapa última en la estratificación social otorga autoridad para
celebrar ritos especiales. La cuestión apenas es insinuada en la literatura,
y debiera som eterse a una investigación más precisa en este aspecto. Por
lo general se observa que, cuando se celebran cerem onias de un carácter
religioso, son realizadas por los «ancianos». Son los «ancianos» quienes,
en la institución de los grupos de edad, ofrecen oraciones a D ios por los
candidatos y el país, y dan su bendición. G ulliver ha señalado que las cere
m onias de iniciación de los turkarna no se celebran a m enos que asista
a ellas un miembro de la clase sénior actual.29 Si ninguno de éstos está dis
ponible, la gente va a un centro de iniciación distinto. Esta relación de
234
los ancianos seniors con lo sobrenatural es un rasgo acentuado generalmente,
aunque de form a vaga, por las autoridades.30
f) La identidad fundamental del status, y la diferenciación práctica de
autoridad distribuida en las clases según su posición estructural, permite a
los m iem bros individuales desarrollar sus talentos personales y ampliar el
campo de su influencia social. Todas las cualificaciones distintas del status
estructural, tales com o la riqueza, el éxito en la guerra, el carácter
personal, el liderazgo ritual, que son reconocidas como otras fuentes de
autoridad, están situadas en la perspectiva correcta por el análisis prece
dente. Sólo en y a través de la estructura del sistem a de edad todas aquellas
cualificaciones personales pueden aum entar y definir el prestigio y la
influencia de los miembros de clase individuales. La riqueza para los
nilo-hamitas es procurada en ganado, esposas e hijos. Las esposas se ob
tienen a cambio de ganado mediante el precio de novia. Además, la ri
queza es fundamentalmente una cuestión de ganado. Sin embargo, el derecho
a poseer ganado sólo es alcanzado por los miembros de la clase m ediante
su introducción y progreso en la estructura del sistem a de edad. La
influencia se alcanza generalm ente mediante invitaciones generosas y
frecuentes a banquetes ofrecidos a com pañeros de edad y amigos. La d is
tinción en la guerra es muy estimada por todos los nilo-ham itas, pero sólo
después de la iniciación se perm ite tom ar parte en incursiones. Cuando el
carácter personal se describe como una fuente de influencia, generalm ente se
hace referencia a la habilidad y facultad para hacer discursos y para influir
en la opinión de otra gente. U n m iem bro de una clase es educado,
aunque pocas veces formalmente, en el uso de tal habilidad participando
en los m ítines de las diversas asambleas. Es en estas asam bleas donde apa
recen los hom bres de talento. Los in g o h ir wasai son un ejemplo típico.
De entre ellos son seleccionados los representantes tem porales de las
agrupaciones de edad, y todos los ingobir gozan de una influencia mucho
m ayor que la de sus com pañeros de edad. Ya hem os visto 31 cómo laapa-
30. Un caso peculiar, que creo debiera relacionarse con el status estructural de
los ancianos más antiguos, es relatado por Peristiany en relación con el líder
religioso de los kipsigis, el Poyot ap Tumda el mayor de la ceremonia. Es deber
del Poyot ap Tumda ofrecer oraciones a dios por los candidatos y el país en
las ceremonias de iniciación individual y en la institución de los grupos de edad.
Se dice que su cargo es hereditario. Sin embargo, cuando el Poyot ap Tumda
muere, es sucedido no por su hijo, sino por su ayudante. Como razói se aduce
que en el momento de la muerte del Poyot ap Tumda, su hijo es siempre «de
masiado joven» para el cargo. La edad conveniente para ello es de 50 o 60
años: una edad muy avanzada para los kipsigis. Cuando el hijo dd Poyot ap
Tumda alcanza la edad adecuada y desea continuar la actividad de su padre,
debe hacerlo en un lugar diferente. A la luz del análisis precedente, la edad con
veniente para las funciones del Poyot ap Tumda es explicada más satisfactoriamente
en términos de un status estructural adecuado que da autoridad para el liderazgo
religioso. Ver Peristiany, The Social Institutions o f the Kipsigis, pp. 216-17.
235
rición de las actividades rituales y religiosas de los curanderos están con
troladas y lim itadas por las exigencias estructurales del sistema de edad.
E n esta relación es significativo el siguiente caso; un m iem bro de la clase
dw ati entre los masai quería iniciar a su hijo, aunque la endungore ya se
había celebrado. Cuando se supo su intención, se le impidió llevarla a cabo
por algunos miembros de la clase dareto. Estos eran júnior respecto a los
dwati, pero eran ancianos-piron en ese momento. A lgunos ancianos masai,
com entando el hecho con Fosbrooke, que refiere el caso, dijeron: «Incluso
si el laibon (profeta) hubiese dado su confirm ación, los dareto habrían
estado justificados al actuar como lo hicieron».32 En otras palabras, el
poder del profeta masai está controlado y limitado por el poder de las agru
paciones de edad en asuntos que están bajo su autoridad. Yo creo que
el ejemplo tiene un significado más general. M uestra cómo los miembros
de clase se controlan mutuamente, a fin de salvaguardar el privilegio y
el status del estrato de edad al que pertenecen.
236
De esta forma, el sistema de edad surge como la estructura básica del
sistema político de los nilo-ham itas. Este sistema puede considerarse como
característico de la cultura nilo-hamítica, difiriendo, como difiere de
los otros sistema s políticos que han sido descritos hasta ahora en Africa.
Las sociedades nilo-ham íticas no tienen sitio en la clasificación
propuesta p o r F o r te s y E v a n s - P r itc h a r d en la I n tr o d u c c ió n a
A fr ic a n P o l i t i c a l S y s te m s . No tienen jefe o ninguna otra organización
centralizada de control del Estado El parentesco, el linaje, y al clan no
tienen prácticamente importancia política. El sistema de edad es el que
proporciona el armazón de la estructura política. No de forma que el
sistem a de edad tenga que id e n tif ic a r s e c o n el s is te m a p o lít ic o , a u n q u e
e n s o c ie d a d e s ta le s co m o la s n ilo - h a m ític a s to d a a c tiv id a d
c o r p o r a tiv a , de la que la a c tiv id a d p o lític a es la forma por excelencia,
está organizada sobre la base estructural del sistem a de edad.
237
MARY SHEPARDSON
239
ideales, pero el criterio característico de toda verdadera relación de coor
dinación imperativa es un determinado mínimo de sumisión voluntaria. La
sum isión voluntaria es una consecuencia de la creencia en la legitimidad
de la orden, y por tanto se necesita conocer la clase de legitim idad que se
alega, la clase de personal adm inistrativo que la garantiza, el modo de
ejercicio de la autoridad y el tipo de obediencia. De todo esto, lo más
importante para la clasificación de un sistema de autoridad es la clase de
legitimidad que alega tener.
W eber sugiere tres tipos puros de autoridad, según el fundam ento en
que basa su legitimidad: legal-racional, tradicional y carismática. La «auto
ridad legal-racional» se basa en la creencia en la legalidad de las reglas
n o rm a tiv a s y en el d ere ch o a d ar ó rd en e s de los in v e stid o s de au to rid a d
de a c u e rd o co n ta le s n o rm as. L a « a u to rid a d tra d ic io n a l» se b a s a en la
creencia establecida en la santidad de las tradiciones y en la legitimidad de
los que ejercen la autoridad según tales tradiciones. «La autoridad carism á
tica» se basa en la devoción a las cualidades específicas y excepcionales
de sa n tid a d , h ero ísm o y c a rá c te r eje m p la r de u n in d iv id u o co n c reto , y a
las pautas norm ativas de organización reveladas u ordenadas por él (W eber,
M 1947: 324-29).
H e m o s v is to que la tr ib u n a v a jo , ta l co m o e x is tia a n te s de la c o n
q u ista , no te n ía n in g u n a a u to rid a d c e n tra liz a d a . N u n c a se re u n ía com o
grupo, pero estaba claram ente deslindada por los lím ites de aceptar una
cultura común, es decir, un sistema de costum bres, creencias y valores
com unes que se consideraba obligatorio para la sociedad. U n lenguaje c o
m ún delimitaba a la tribu. Las secciones de la tribu controlaban y defen
d ía n u n te rr ito r io com ún. U na re d de p a re n te sc o y de re la c io n e s de a f i
nidad, ampliamente dispersa como consecuencia de la exogamia de los cla
n e s , y u n sis te m a c e re m o n ia l co m ú n se rv ía n p a ra in te g r a r la so c ie d a d
y proporcionar un sentimiento de individualidad a la D iñé o Pueblo. Los
navajos nunca hacían incursiones ni guerras entre ellos, pero interm itente
m ente hacían incursiones y guerras contra todos los dem ás grupos vecinos,
iridios y blancos. La tribu representaba los lazos últimos de legitimidad o
soberanía, puesto que nadie, persona ni grupo, que no fuera navajo, tenía
d e re c h o a e je r c e r c o n tro l s o b re lo s m ie m b ro s de la trib u .
El sistema de autoridad navajo puede clasificarse como «tradicional».
W e b e r s ig u e e la b o r a n d o la d e f in i c ió n a r r ib a c ita d a :
240
en v ir tu d de su s ta tu s t r a d i c i o n a l . .. L a p e r s o n a que e je rc e la
autoridad no es un «superior» sino un «jefe» personal... Sus ór
denes se legitim an por uno o dos sistemas: a) en parte, en función
de las tradiciones, que por sí mismas determ inan el contenido de
la orden y los objetivos y la am plitud de la autoridad. En la m e
dida en que esto es cierto, salirse de las lim itaciones tradicionales
p o n d ría en p elig ro su statu s tra d ic io n a l al so c av a r la ac e p ta c ió n
de su legitim idad; b) en parte, es asunto de la libre decisión per
sonal del jefe, en lo que la tradición deja una cierta esfera abierta
a e s to ... [p u esto que] la s o b lig a c io n e s de o b e d ie n c ia fu n d a d a s
en la lealtad personal son esencialm ente ilimitadas [Parsons co
rrige esto en una nota poniendo «no especificadas» en lugar de
«ilimitadas»]. En la medida en que su acción se atiene a princi
p io s , so n p r in c ip io s de s e n tid o c o m ú n é tic o , de j u s t i c i a o de
eficacia utilitaria... no principios formales. El ejercicio de la auto
r id a d se o r ie n ta n o r m a lm e n te h a c ia el p r o b le m a de lo qu e el
jefe... permitirá normalmente, teniendo en cuenta la tradicional
obediencia de sus subditos, y lo que despertará o no la oposición
de ésto s (1947: 341, 342).
Los tipos más prim itivos de autoridad tradicional son los casos
en que no e x is te u n p e r s o n a l a d m in is tr a tiv o privado del jefe...
El térm ino «gerontocracia» se aplica a la situación donde, en la
m edida en que el control im perativo se ejerce en grupo, está en
manos de los «ancianos»... más familiarizados con las tradiciones
sagradas del grupo. Esto es norm al en los grupos que no son fu n
dam entalmente de carácter económico ni parental. El «patriarcado»
es la situación en que, dentro del grupo, que habitualm em e está
organizado sobre la doble base económ ica y parental, en cuanto
familia, la autoridad es ejercida por un individuo concreto desig
nado según una determinada regla de herencia... La característica
co n c lu y e n te de am bos es la c o n c e p c ió n ... de que esta au to rid ad ,
241
16. — ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
aunque su ejercicio sea una prerrogativa personal de la persona o
personas en cuestión, es en realidad preem inentem ente una au to
ridad que actúa en nom bre del grupo como conjunto. Por tanto,
debe ejercerse en favor de los miembros y, así pues, no es lib re
m ente apropiada por quien ocupa el cargo... De ahí que, en gran
medida, éste siga dependiendo de la buena voluntad del grupo
para imponerla. Quienes están sometidos a la autoridad siguen,
pues, siendo m iem bros del grupo y no «subditos». Pero su per
tenencia existe por tradición y no en virtud de la legislación ni
de un acto voluntario de adhesión. Se debe obediencia a la per
sona del jefe, no a ninguna regla establecida. Pero se le debe al
je f e só lo en v ir tu d de su s ta tu s tr a d ic io n a l. D e e s te m o d o , él
por su parte está estrictam ente atado por la tradición (W eber,
M. 1947: 346).
242
biológica, la familia ampliada, el equipo, el grupo social, el grupo de incur
siones, la partida de caza y la reunión ceremonial. E n la m edida en que
la autoridad para adoptar decisiones y controlar dentro de estos grupos
era últim a, es decir, no estaba sometida a una autoridad superior, era
política. La m ayor autoridad radicaba en el acuerdo alcanzado dentro del
grupo después de «discutir» los asuntos. Sólo entonces actuaba el natani
como figura de la autoridad del grupo. Sólo en las incursiones, en la caza
y en las ceremonias se concedía autoridad absoluta al líder del ritual y, aun
entonces, sólo para propósitos específicos. Es posible caracterizar su auto
ridad como parcialm ente carismática, puesto que de alguna forma depende
de la habilidad personal. Pero depende todavía más de la eficacia del
ritual tradicional y de ninguna m anera presenta la fuerza «revolucionaria»
del tipo de autoridad carism ática de Weber.
El fundamento, pues, de la legitimidad, la revalidación de la-«coor
dinación imperativa» en la sociedad navajo anterior a la conquista, radica
en el hecho de que las acciones de los m iem bros de la sociedad estaban
orientadas hacia el orden norm ativo, hacia las creencias y los valores acep
tados, y hacia la exactitud de determ inadas sanciones destinadas a conseguir
la conformidad. Los navajos creían en un universo arm onioso; creían que
la enfermedad y la desgracia eran la consecuencia de perturbar el equili
brio y que los procedim ientos rituales podían restaurar la armonía. Había
acuerdo sobre determ inadas pautas de cooperación dentro de los grupos,
estructurados con gran flexibilidad alrededor de los lazos de parentesco y
de afinidad, sobre la subsistencia económica, la corresidencia, la satis -
facción sexual y el cuidado de los niños. H abía acuerdo sobre los conceptos
de propiedad general, los derechos al uso de la tierra, la forma correcta
de r e p a r tir la s p r o p ie d a d e s p e r s o n a le s al m o rir, y so b re el v a lo r de la
propiedad adquirida, del trabajo laborioso, de la reciprocidad, de la gene
rosidad. Las decisiones deben ser unánim es si es posible, deben ser «discu
tidas» con todos los adultos interesados y deben ser ejecutadas v o lu n ta ria
mente. Todas las posiciones deben estar abiertas a un «buen hom bre» o a
una «buena mujer», aunque habitualm ente los roles públicos fueran desem
peñados por hom bres, por hom bres m ayores que habían alcanzado la sa
biduría. Las disputas deben resolverse m ediante com prom isos y arbitraje.
La fuerza sólo puede utilizarse contra los brujos y los extraños. La con
formidad debe asegurarse mediante el respeto, la alabanza y la coopera
ción. La desviación debe ser castigada m ediante la falta de respeto, el ri
dículo y la negativa a la cooperación. En el caso extremo de la brujería,
el castigo debe ser la m u erte, adm inistrada bien directam ente por las partes
perjudicadas o bien por acuerdo de la comunidad.
En resumen, el sistema de autoridad navajo era tradicional; la obedien
cia era voluntaria; el poder era ejercido por personas concretas en situa
ciones concretas; y no había líder supremo, ni cadena jerárquica de m an
do, ni m onopolio de la fuerza.
243
E l s i s t e m a de r ol e s
244
allí en aquel momento, reclutando un gran ejército con objeto
de caer sobre los cristianos y masacrarlos. Era primo del cacique
principal que los gobernaba (1945: 87).
Este jefe quedó tan impresionado por Benavides, que aceptó hacer
la paz, aunque se quejó de que se ofreciera la paz en este mom ento, «cuan
do había hecho tan com plicados preparativos para exterm inarlos a todos
ellos de un golpe; pero puesto que la paz era una cosa tan herm osa, no
podía dejar de aceptarla». Más tarde, el emisario de Benavides se dirige a
los navajos hablando de «tantos capitanes entre vosotros» (Benavides
1945; 85-88).
De esto parece deducirse que había cierto núm ero de dirigentes y que
existía una diferencia entre el «cacique» gobernante y los jefes de la
guerra. En el relato de Benavides, el jefe de la guerra hace la paz, aunque
según los inform adores de Hill ésta sólo podían hacerla los jefes de la
paz (1936: 19). Las inform aciones españolas m encionan cierto número
de «jefes» que fueron convertidos en «generales» en el ejército español y
recibieron subvenciones para m antenerlos tranquilos (V an V alkenburgh
1945: 69). M uchos navajos firm aron tratados de paz a lo largo de los años,
tanto con los españoles como con los norteam ericanos, pero no sabemos
si la mayoría de tales individuos eran jefes de la guerra o jefes de la paz.
E n algunos casos, no obstante, corno ocurre con N arbona, Zarcillas Largas,
Ganado M ucho y Antonio el Pintado, sabemos que eran jefes de la paz.
Reichard señala que e l rol del jefe de la guerra era una posición de
status que se otorgaba como un honor (1928: 111), pero Hill dice que
se alcanzaba mediante el conocimiento del ritual de los Caminos de la
Guerra. Como hem os indicado, en ocasiones concretas se reclutaban v o
luntarios para los grupos guerreros:
245
la guerra de los navajos, puesto que consistía en incursiones en busca de
ovejas y caballos, en su m ayor parte, y nunca tuvo para los navajos la
importancia cultural del complejo bélico entre los indios de las llanuras
(1948: 5).
El rol del líder de la caza exigía el conocimiento del ritual de los
Caminos de la Caza. La expedición estaba bajo su absoluto control y su
autoridad se revalidaba por el éxito, que debía depender de la habilidad
práctica así como del conocimiento del ritual. Todo el mundo podía apren
der el ritual de la caza que quisiera. Por regla general, el aprendiz pagaba
a su maestro, a menos que fueran parientes. El líder era recompensado
recibiendo la mayor parte de las piezas cobradas (Hill 1938: 97, 100).
H abía dos clases de practicantes de la curandería, el Divino, cuya
habilidad era carismática en el sentido en que se basaba en un «don», y
el Cantante, que había aprendido un Canto y cuya autoridad se basaba
en la habilidad para el ritual. Los divinos diagnosticaban mediante la «ob
servación de las estrellas» o por los «tem blores de la mano» y podían
descubrir la causa y curar la enfermedad. El servicio, tanto del Divino
como del Cantante, era solicitado por el enfermo y su familia y ambos
eran remunerados (Wyman 1936: 236).
Todo el que lo deseara podía convertirse en Cantante con tal de que
aprendiera el Canto o los Cantos. Se suponía que pagaría la instrucción a
menos que le enseñara un pariente. Durante la ceremonia, el líder ritual
ejercía una autoridad absoluta y era responsable del resultado. A lgunos
Coros atraían a participantes de otras com unidades y llegaban a reunirse
hasta un m illar de personas para algunas de las ceremonias más im por
tantes. La influencia del Cantante sólo se extendía más allá del momento
de la cerem onia en el caso de que estuviera dotado de cualidades p erso
nales que inspiraran respeto, las cualidades asociadas con el natani,
El rol de jefe de la paz o dirigente o n a tani era el que m ás se acer
caba al rol moderno de líder político. Su autoridad parece haberse ex
tendido más allá de su familia o equipo y haber tenido mayor duración
que la del jefe de la guerra. E n algunos momentos pueden haber existido
bandas con un solo jefe, como la de Cañoncito bajo Sandoval. Las pautas,
las zonas de autoridad y el número de jefes de la paz eran flexibles. La
m ayor parte de los inform es históricos señalan varios jefes con autoridad
lim itada dentro de cada región.
El rol de natani idealmente exige sabiduría, carácter ejemplar, habili
dad retórica, magnetism o personal y dem ostrada capacidad en los aspectos
tanto prácticos como religiosos de la cultura. H n a tani era habitualmente
un practicante del Camino de la Bendición. El cargo no era remunerado
y no era hereditario. K luckhohn señala, no obstante, que existía una per
ceptible tendencia a que el liderazgo continuara en una m ism a línea
familiar, y pone el ejemplo de los ramah, donde el cargo de dirigente pasó
del padre, Muchas Cuentas, a] hijo, al hijo político, al hijo del hijo de la
246
hermana y a otro nieto. E n 1955 todavía fue elegido Presidente del
Capítulo otro nieto de M uchas Cuentas (comunicación personal, 1960).
El dirigente era elegido después de hacer un sondeo de la zona, y tanto
hombres como mujeres tenían voz en la elección, que idealmente era uná
nime (Hill 1954: 16), Los Padres Franciscanos dan cuenta de una cere
monia de iniciación (1910: 422), y W yman y Kluckhohn describen el
Camino de la Bendición del Jefe como la ceremonia «que se utilizaba, y
quizás todavía se utiliza, cuando se nom braba un jefe o dirigente. Se dice
que capacita al hom bre "para hacer poderosos discursos"» (1938: 19). El
éxito del jefe dependía de sus cualidades personales para asegurar la coo
peración y m antener el respeto. Se suponía que tom aría la palabra tanto
en las reuniones locales como en las reuniones de otras com unidades para
pronunciar charlas sobre problem as morales, para aconsejar a la gente que
trabajara con ganas y viviera en paz. El natani actuaba como director eco
nómico local... planificaba el trabajo de la comunidad para la siembra, el
cultivo y la recolección. A petición, arbitraba las disputas por perjuicios,
intrusiones y reclamaciones de tierras, y actuaba como m ediador en las
disputas. Se esperaba de él que dispensara hospitalidad a los visitantes y
actuara como representante diplomático ante otras com unidades (Hill
1954: 18).
Las mismas cualidades en gran parte, a excepción quizás de la capa
cidad oratoria y el conocimiento del Camino de la Bendición, constituyen
los atributos que definen los roles del padre de familia, el cabeza de la
familia ampliada y el líder de equipo, que hemos eraminado en el capitulo
sobre estructura social.
A ntes de analizar los roles de la autoridad que acabamos de tratar,
otro interesante problem a merece nuestra atención. A unque existían na-
taní, ricos propietarios, líderes cerem oniales y jefes de la guerra, todos
los cargos que suponían prestigio dentro de la sociedad, tales líderes no
parecen haber intentado form ar asociaciones o m antener una relación más
frecuente entre ellos como grupos de status. Por ejemplo, la interacción
era m ás frecuente dentro de los grupos de parientes que entre los indivi
duos ricos de distintos grupos. Los líderes cerem oniales no se reunían
como tales ni trataban de poner obstáculos a la entrada en la « p ro fe
sión». N inguna posición de la sociedad navaja se cubría exclusivam ente ni
predom inantem ente a partir de ningún grupo de status. E n la sociedad
navaja tem prana había esclavos y m ás tarde hubo peones, pero no se ha
hecho ningún estudio sistem ático sobre ellos y es posible que no existieran
en número suficientem ente grande para afectar profundam ente la estruc
tura de la sociedad. Los informes de los prim eros contactos con am erica
nos, como el de Calhoun de 1849, describen un «partido de la guerra» y
un «partido de la paz» dentro de los navajos, pero lo m ás probable es que
hubiera diferencias de opinión dentro de cada com unidad y no que hu
247
biera un agrupamiento más amplio como sería el «partido» de los que
estaban de acuerdo sobre los tem as de la paz y de la guerra.
Tiene interés una visión desde fuera de los roles de autoridad de los
navajos antes de la conquista. U n cirujano del ejército llamado Letherman
escribió en 1855:
248
chocaban una serie de valores. La importancia concedida a la armonía y
la generosidad y el valor de la participación ceremonial contradecían, en
determinadas situaciones, la importancia del valor de adquirir bienes y de
las actividades prácticas en la agricultura y la ganadería. El valor que se
daba a la adquisición de riqueza entraba en conflicto con la creencia en
la igualdad de status, con la consecuencia de que los ricos corrían el
riesgo de resultar sospechosos de utilizar sus conocim ientos con m alos
fines. El natani se encontraba cogido entre la necesidad de asegurarse
el consenso de la opinión y la necesidad de actuar con resolución.
Los conflictos dentro de los roles, nacidos de los conflictos entre los
determ inantes de los roles, eran en algunos casos inherentes a la estruc
tura. Por ejemplo, en una sociedad matrilineal los hombres tienen obliga
ciones con sus familias de origen y tam bién con sus familias de procrea
ción. Conforme los intereses se diferencian en ganaderos y agrícolas, gue
rreros y agricultores/ganaderos, se plantea el conflicto de saber en favor
de qué intereses debe operar el natani. En casos de arbitraje o mediación,
el n a tani se ve cogido entre sus obligaciones fam iliares, si están implica
dos los parientes, y su obligación de hacer justicia. Otros conflictos de los
roles afectan tanto al natani. como al jefe de la guerra, es decir, tanto si
es responsble de un pequeño grupo de seguidores, de una localidad o de
una sección m ás amplia de la tribu.
El conflicto dentro del sistema de roles ocurría principalmente entre
los líderes de la paz y de la guerra. En la sociedad navaja, por regla ge
neral, se reconocía el derecho de los guerreros y su actividad se consi
deraba «un im portante objetivo práctico» (Kluckhohn y Leighton 1948: 5).
Se suponía que el líder de la guerra obtenía el consentimiento del natani
antes de poner en m archa una incursión, pero rara vez ocurría así (Hill
1936). M uchas veces las represalias ocasionaban víctim as en grupos que
no habían participado en las incursiones y esto, evidentem ente, debió ser
causa de fricciones entre los representantes de los roles.
A unque no había grupos fuertem ente corporativos que exigieran leal
tades conflictivas a la m isma persona, como ocurre en algunas sociedades
africanas muy estructuradas, los conflictos existían dentro de los roles
y e n tre lo s r o le s . Q u iz á s la a u s e n c ia de u n a c la r a je r a r q u í a e n tre lo s
roles contribuyera a los conflictos.
El análisis de los conflictos de los roles tomará mayor importancia
cuando nos ocupem os de los cuatro sistem as de autoridad interactuantes
que existen en la actualidad. Con frecuencia los antropólogos han tenido
la tendencia de destacar excesivamente la armonía, producida por la homo -
geneidad, de las sociedades sim ples y m uchas veces han atribuido los con
flictos observables a la situación de contacto intercultural. N inguna socie
dad hum ana ha alcanzado todavía la utopía; y evidentem ente la sociedad
navaja, con sus incursiones, su esclavism o y las represalias que ello p ro
voca, no descubrió el orden perfecto.
249
K. E. READ
251
II
252
Cada subclan es un grupo corporativo con relación a otros subclanes
del mismo clan. Una mayoría de los hombres de cualquier subclan tienden
a residir en el mismo poblado. Tienen intereses comunes en la tierra y en
los matrimonios de las mujeres del grupo y una obligación com ún de ven
gar la muerte de cualquier miembro. El subclan se asocia por lo general
con ciertos símbolos religiosos; las flautas n am a sagradas tienen importancia
manifiesta en el ritual principal (Read; 1952).
253
las cualidades que inspiran confianza y dependencia. Sin duda, el hijo de
un «gran hombre» puede tener una ligera ventaja sobre los otros — acceso
a mayor riqueza, por ejemplo— y presiones de diversa índole pueden in
ducirle a em ular a su padre. Sin em bargo, ninguno de estos factores es
suficiente para elevar a un hom bre a una posición de influencia. El carác
ter de la tradición socio-cultural parece favorecer a un individuo que es
conocedor de algún modo de las inconsistencias inherentes a esta tradición.
El liderazgo requiere un hombre dotado de una cantidad considerable de
confianza en á mismo, una persona dócil o firme, según lo exige la oca
sión, un hombre capaz de opinar y de esperar el momento apropiado para
actuar, que puede en cierto grado m anipular a la opinión pública y, si es
necesario, consentirla sin renunciar ni a su control ni a su individualidad,
un hom bre perspicaz y conocedor de las necesidades del grupo. Tales hom
bres, sugiero, son fundam entalm ente los individuos más «autónomos» en
una sociedad que Riesm an habría llamado sociedad «dirigida por la tradi
ción». Por consiguiente, procederé a dem ostrar este punto.
III
254
El estereotipo cíe hombre «débil» es la antítesis exacta de éste.
La «fuerza», pues, es la cualidad adm irada en los hombres, y los p ro
cesos de enculturación parecen proyectados para producirla. El niño crece
en un am biente en el que los roles sociales de hom bres y m uieres se d is
tinguen claram ente unos de otros y en el que, entre los hombres, la apro
bación y recom pensas recaen sobre el «fuerte». Las ceremonias celebradas
durante un em barazo de m ujer y, por consiguiente, en las varias etapas
del crecimiento del niño, sim bolizan esta cualidad deseada; y las tenden
cias agresivas reciben un refuerzo adicional cuando, en la iniciación, el m u
chacho se convierte en un novicio en la casa de los hombres.
La guerra es el arquetipo de las conductas en que la «fuerza se m a
nifiesta», pero este valor tam bién da color a una posible mayoría de otras
actividades institucionalizadas. La danza y la obtención de dones están
íntimamente unidos con él. La primera ofrece oportunidades incom para
bles para la ostentación de sí mismo. Se considera como una actividad
en la que los individuos y los grupos pueden afirmar su superioridad «ven
ciendo» a otros, y el estilo de la danza contiene indudablemente el m o
tivo dominante. La entrega de dones tam bién muestra «la fuerza». Coloca
a la persona que recibe en obligación respecto al donante, quien, por el
momento, tiene una posición de ventaja respecto a la otra persona. Esto
hace referencia igualmente —quizás con m ayor claridad— a la entrega de
dones entre grupos. De este m odo, el prestigio del grupo está íntim am ente
relacionado con un ciclo de festivales en el que se distribuyen grandes
cantidades de cerdos. Esta distribución es, efectivamente, una m anifesta
ción de «fuerza» por parte del grupo que la realiza, y aquellos que re
ciben la com ida están en una posición de desventaja tem poral, a saber,
hasta que realicen una contribución com parable. A parte de estos casos e s
pecíficos puede decirse que casi cualquier relación institucionalizada puede
ofrecer un modo de m ostrar la «fuerza».
Sin embargo, la «fuerza» debe considerarse en relación al valor de
«equivalencia» 1. En primer lugar, la «equivalencia» es subrayada en mu -
chos de los preceptos m orales que se supone que rigen la conducta de los
miembros del mismo clan o tribu. Se manifiesta como la disposición de cle
m encia en preceptos tales como «no ofender a un individuo miembro del
clan», «estar dispuesto a deshacer el agravio hecho», y «ser m oderado
en la m anera de tratar a los otros»: la «equivalencia» quiere decir que un
hombre debería ser dócil a la persuasión. No debería perseverar en n in
guna línea de acción contra las opiniones expresadas por sus com pañeros,
y cualquier asunto que concierna a la tribu o a sus segm entos debería de
cidirse librem ente sobre la base del consensus logrado. A dem ás, el indi
255
viduo llega a conocer el valor de la «equivalencia» de m uchas otras for
mas. Ciertas prerrogativas del adulto, por ejemplo, le son negadas hasta
que haya restituido las deudas acum uladas por él en las cerem onias que
señalan su crecimiento y desarrollo físico, su iniciación y su matrimonio.
D espués de eso, tam bién, m uchas de sus actividades están guiadas por la
necesidad apremiante de «igualar» a otros. Los dones tienen que reinte
grarse. Constituyen una deuda, y hasta que se salde la relación de los in
dividuos im plicados, está en un estado de desequilibrio. El deudor tiene que
actuar prudentem ente respecto a aquellos que le llevan ventaja, pues de
lo contrario está en peligro de hacer el ridículo.
Por otra parte, la equivalencia exacta gobierna la relación entre com
pañeros de edad, es decir, entre aquellos que fueron iniciados en el m is
mo período. Este vínculo interfiere en cierto grado las lealtades de familia
y linaje. Es uno de los lazos esenciales que más afectan a los individuos e,
idealm ente, los com pañeros de edad deberán moverse a través de la e s
tructura de los status sobre bases de igualdad: deberán prom eterse, de
berán casarse y deberán establecer lugares de residencia independientes
al mismo tiempo. La imposibilidad de lograr esta igualdad puede conducir
al sucidio.
La «equivalencia» es tam bién un principio que rige las relaciones en
tre grupos. R egula las tradicionales disputas entre los m ism os y es la nor
m a básica en los partidos de fútbol que la han reem plazado en gran m e
dida actualm ente. E n estos partidos cada «equipo» pretende igualar los
goles m arcados por el otro y ningún equipo deberá ganar, es decir, esta
blecer su com pleta superioridad. Los juegos continúan durante días, h a sta
que se considera que los tantos son iguales. Si el espacio de este ensayo
nos lo permitiera, podría dem ostrarse tam bién que la necesidad de desplegar
la «fuerza» y lograr la «equivalencia» fue una de las principales
consideraciones en la guerra; en últim a instancia, nadie ganaba. M ás aún,
el alineam iento de las tribus y de los segmentos tribales tiende a asegurar
que los grupos estructurados «se enfrenten» entre ellos con una «fuerza
potencial» igual: idealmente, es virtualmente imposible para cualquier gru
po o com binación de grupos m antener la superioridad sobre otro cualquie
ra, o mantenerla solamente a costa de com prom eter alguna clase más in
clusiva de intereses comunes.
Tras una consideración de los datos relevantes podríam os concluir que
los gahuku-gam a aceptan la idea de que las relaciones satisfactorias (esta
bles o am istosas) descansan en el reconocim iento de una paridad esencial
por parte de aquellos emparentados. Sin embargo, debemos añadir que la
paridad está continuam ente am enazada por el énfasis que se da a la «fuer
za». Para ser considerado «fuerte» es necesario, de algún modo, ser ag re
sivo y demostrar superioridad para negar la «equivalencia» de otros; y m u -
chas de las form as institucionalizadas de conducta se prestan a esta inter
pretación. De este modo, el ciclo principal de festivales se rige por reglas
256
que están expresamente ideadas para permitir la paridad. El grupo que
celebra el festival, por ejemplo, no debería m atar y distribuir cerdos en
m edida que exceda el poder de sus huéspedes de corresponder a él; y,
con este fin, el primero presenta a los huéspedes un manojo de palillos
antes del festival, donde cada palillo representa un cerdo o parte de un
cerdo, que se regalará. En esta etapa es necesario ejercer cierta limitación,
pues un número excesivo de palillos puede interpretarse como un in
tento de m ostrar excesiva «fuerza» y de colocar a las personas receptoras
en una posición imposible. Si el último no rechaza la oferta (y quizás
hace uso de represalias físicas), puede retirar un número de palillos, has ta
que el total sea aceptable. Sin em bargo, hasta que la distribución se
haya llevado a cabo, los huéspedes no pueden estar seguros de que sus
anfitriones cum plan este acuerdo.
Como puede com prenderse, estos festivales se celebran en una at
m ósfera de cierta suspicacia; pero es sólo una versión acentuada de la
ten sión que subyace en m uchas otras relaciones. U na cierta inconsisten
cia o conflicto parece ser inherente a los dos valores básicos, y la tensión
generada es muy probablemente un elemento de experiencia común, por
lo m enos para todos excepto para el «débil» que, en cierto sentido, está
protegido contra ella. Recíprocamente, es probable que la inconsistencia
inherente fuese m ás aparente en aquellos que buscan el prestigio y aspiran
al poder. Esto estará más claro si consideramos brevemente el carácter de
liderazgo.
IV
257
17 — A N TROPOLOGÍA POLÍTICA
las tareas que conciernen a este grupo; y si existe discusión relativa a los
pros y contras de alguna actividad, raras veces se prolonga. No están im
plicados m uchos individuos; las decisiones están bastante bien definidas y
la obligación de respetar a los m ayores requiere la aceptación de las indi
caciones.
En el contexto más amplio del clan y del subclan, la antigüedad con
tinúa siendo un im portante criterio de poder. Sin duda, los arbitros fina
les del clan y de la tribu son siempre hom bres viejos. Sin embargo, no son
necesariam ente los hom bres m ás viejos; los hom bres que por edad o po
sición genealógica pudieran clasificarse como ancianos no poseen la misma
influencia y no les es concedida la m ism a deferencia y respeto. El grado
de influencia de un hom bre fuera del linaje depende de sí es considerado
un «gran hombre» o, más literalmente, un «hombre de renombre».
Entre los ancianos del clan y de la tribu, aquéllos que son capaces
de ejercer la m ayor influencia y de dar consejo son los pocos escogidos
que han ganado un «nombre». Sin duda podem os considerar a estos horrbres
como «estadistas» ancianos, individuos cuyas facultades atrajeron seguidores
en sus días de juventud, hom bres que estuvieron entre los de mayor éxito
en su juventud y en su edad m adura, pero que ahora están «retirados» de la
com petencia activa por la influencia. Para ello es necesario, en la
com petencia con otros, que un hom bre «gane un nombre». Posiblem ente son
m uchos los que lo intentan, pero sólo unos pocos consiguen la influencia
duradera. De hecho, entre aquellos que com piten puede haber m uchos que
poseen cualidades que expresan «grandeza», aunque fracasan como líderes
en la esfera del clan y la tribu.
La dirección de los asuntos que conciernen a grupos m ás grandes que
el subclan tiene lugar en el contexto de las «reuniones»; asam bleas en las
que cada m iem bro de los segmentos implicados tiene derecho a estar presente.
Estas reuniones pueden ser de caracter espontáneo o pueden ser convocadas
formalmente. Las reuniones espontáneas lo más probable es que surjan
como resultado de disputas o acusaciones de agravios entre miem bros ds
diferentes subclanes del mismo clan o de diferentes clanes de la misma
tribu. Las reuniones formales son ordinarias cuando el asunto a tratar es la
organización de alguna actividad que concierne al clan o a la tribu. Por
ejemplo, puede ser que un clan tenga que decidir su participación en un
festival en el que se distribuyen cerdos o un cierto núm ero de clanes tiene
que llegar a un acuerdo sobre la coordinación de alguna em presa conjunta.
Sin embargo, ambas clases de reuniones están dirigidas por las m ism as
reglas.
Cualquier varón adulto tiene derecho a hablar del asunto a tratar en
cualquiera de estas reuniones. Por supuesto, esto quiere decir cualquiera que
esté exento de deudas, pues un hom bre no es considerado como completamente
adulto hasta que no ha pagado las contribuciones que los miembros del clan
hicieron con respecto a su iniciación y a los pagos de 258
matrimonio. Sin embargo, es significativo que sólo unos pocos de los
que son elegibles ejercen este derecho. Estos son los hom bres a quienes
la m ayoría de la gente designaría como «fuertes», hom bres de algún ta
lento, guerreros, aquellos que han hecho contribuciones significativas a
los festivales del grupo o aquellos que se supone que poseen un conoci
miento especializado relativo a la ocasión; y estos hom bres pueden m e
jorar su reputación con relación a la fuerza por su eficacia en el debate.
Sin duda, es necesario participar en el debate para dem ostrar «fuerza»
y para atraer seguidores, y las convenciones de oratoria com pendian las
cualidades que son más adm iradas en los hombres. El orador, el único
que perm anece de pie, arenga a los reunidos, que perm anecen sentados.
M enea su cabeza para que los adornos de su pelo choquen unos con otros;
se perm ite gestos orgullosos, dirige la atención a sus talentos, da poca im
portancia a otros, y adopta actitudes agresivas. Sus palabras no v an siempre
al grano, pues se lanza a muchas digresiones retóricas. Sin embargo,
incluso cuando sus observaciones parecen m enos relevantes, puede ser
recom pensado con m um ullos de aprobación. De hecho, los oradores de
más éxito son hombres que se tom an mucho tiempo antes de com prom e
terse en una posición determinada.
Esto se debe al ideal de que las decisiones expresarían el consensus
de la reunión. N ingún individuo dispone de m edios que puedan perm i
tirle dictar el orden de actuación que una reunión debe seguir. Los hom
bres expresan sus opiniones individuales en estas ocasiones e intentan en
cauzar la reunión hacia sus puntos de vista; pero el hom bre que habla pri
m ero, o el individuo que se aferra a una posición, puede encontrar que
está solo, y su reputación de buen orador se resentirá. Es digno de atención
que los que hablan prim ero en una reunión suelen ser los hom bres adultos
más jóvenes. Los más experimentados y más respetados tienden a esperar
el m om ento oportuno. D ejan que los otros fracasen y después expresan
sus propias opiniones sobre la cuestión más importante. El liderazgo de
éxito parece exigir un grado considerable de autocontrol. Requiere d is
cernim iento, si no cálculo y sensibilidad, para darse cuenta de los ligeros
cam bios de opinión y sentim iento que se producen en la reunión.
E stas son las cualidades que presentan los oradores m ás respetados y
con más éxito. Por lo general, uno de estos hom bres actúa com o portavoz
en los casos que conciernen al clan como un todo. O cupa el único cargo
que podría calificarse como «representativo», y una descripción breve de
su rol puede ayudar a establecer las cualidades personales del líder.
Cuando se convoca una reunión, normalmente el orador del clan abre
el debate. Se pone de pie en medio de la gente reunida y da com ienzo a
un discurso que es, en parte, un panegírico de sí m ism o y, en parte, un
sermón en el que insiste sobre valores del grupo tales como la sujeción,
la cooperación y la amistad. El discurso se pronuncia con la ostentación
que es la característica del hom bre «fuerte», ya que la m odestia no se
259
considera como una virtud. Cuando el orador del clan finaliza, se retira
a un lado y el debate queda abierto para cualquier hombre adulto que
desee expresarse. D espués de esto, el orador del clan puede intervenir en
cualquier mom ento en que el debate se haya enconado. Si una de las partes
en disputa am enaza a su oponente con la fuerza, es seguro que el orador
se ponga de pie y dé m uestras de gran indignación. La mayoría de las
veces perm anece en su sitio hasta que otros m uchos hom bres han hablado.
Entonces puede intervenir con otro sermón o "haciendo una amplia
digresión, que variará generalmente según el motivo de la reunión. Por
lo general no se com prom ete con una opinión determ inada, sino que, a
m edida que el debate se desarrolla, los «estadistas ancianos» — que muy
pocas veces intervienen activam ente en la disputa— pueden ponerse dis -
cretam ente de su parte y aconsejarle o proponer sus opiniones sobre el
asunto en consideración. Sin embargo, el orador no es simplemente el por
tavoz de los ancianos. Lo que piensan es claramente significativo, lo mis -
mo que tam bién son im portantes las opiniones expresadas de los otros
hombres. Sin duda, ¡a tarea esencial del orador del clan es reconciliar
los num erosos puntos de vista diferentes que son m anifestados en la
reunión. No dispone de los m edios necesarios para im poner una decisión,
y, por consiguiente, su rol es elegir entre las alternativas posibles y f o
m entar el consensus. Quizás no estaría demasiado alejado de la verdad
describirle como la voz de la conciencia colectiva del grupo. El orador n e
cesita tiempo para calcular la índole de las reuniones, y generalmente este
procedim iento es dem asiado largo y un poco inconstante. U n observador
a menudo pierde la pista de lo que está ocurriendo, y tiende a im pacien
tarse por la aparente falta de control o dirección, la aparente dilación o
el poco deseo de afrontar el resultado. Ebspués de una buena parte de
una discusión de un día puede parecer que no se está m ás cerca de una
resolución que cuando la reunión se com enzó, entonces de repente, en el
m om ento oportuno, el orador del clan se levanta y presenta a la asam
blea su línea de acción. La sesión se disuelve y el observador un poco d e s
concertado averigua que todo el m undo sabe qué es lo que tiene que
hacer.
U n orador de un clan de éxito es un hombre que conserva un cierto
control sobre estas reuniones; y este control es el m ás sutil y quizás el
más difícil de mantener, porque no puede obligar a tom ar una decisión.
Pero, de todos m odos, no es una persona insignificante, ni tam poco un
portavoz ceremonial. La otra gente no le considera en este aspecto. Cual
quier cosa que la reunión decida, el resultado se considera como decisión
suya; y en caso de necesidad puede interrum pir con bastante rapidez la
confusión general de opiniones. Por lo tanto, a veces ocurre que un o ra
dor del clan se levanta airadam ente, dispone un plan de acción y se retira
precipitadam ente. E n un sentido real, esta conducta es prueba de su p e rs
picacia y de su control. Es una conducta que no es fácil que adopte si no
260
está seguro de sí mismo, ya que irá en contra de su reputación si la d e
cisión no es aceptada. Por consiguiente, debe tener un buen conocimiento
de las im plicaciones del asunto que se debate, de los intereses y de las
necesidades que están implicadas, y tam bién debe ser capaz de prever
en qué forma reaccionará la gente.
261
des que expresan el ideal de «fuerza». Sin duda, su conducta pública se
ajustará muy estrechamente al estereotipo del hombre «fuerte». Se con
ducirá afirmativamente y con jactancia. M ostrará un conocimiento firme
de su individualidad, un sentimiento de altivez; y actuará como si espe
rase que otros le obedecieran. Sin embargo, al mismo tiempo debe conocer
y defender el ideal de «equivalencia». Entre otras cosas, esto quiere decir
que, aunque en alguna m edida debe intentar dom inar a otros, también
debe reconocer sus derechos a la paridad: no debería actuar de m anera
que hiciese imposible a otros lograr la «equivalencia». Por otra parte,
parece que tiene que tener un buen concepto de las opiniones de otros y
de su derecho a expresarlas. M ás que dictar un plan de acción, se le r e
quiere que oriente la opinión y aliente el consensus, o que asegure la acep
tación de sus propias opiniones m ediante argum entos tolerantes.
Estas cualidades y habilidades indican que un hombre está dotado de
un alto grado de timidez. Debería ser capaz de juzgar el momento apro
piado de afirm arse a sí mismo y de saber basta dónde puede llegar antes
de que su conducta se convierta en una agresión abierta. T am bién debe
ser capaz de consentir y de ceder de tal forma, que parezca que no ha
perdido nada. A parentem ente, le es necesario poner un énfasis prudente
en el propio interés, y a su vez esto parece implicar cierta manipulación
consciente de los valores básicos.
De este modo he oído a algunos de los líderes m ás respetados descri
birse a sí m ism os como «hombres malos». Sin duda son hom bres cuya
conducta a menudo parece m ostrar poca preocupación con relación a las
virtudes que tratan de alentar en otros. Sin em bargo, sus acciones no p ro
ducen la desaprobación m oral que a menudo se encuentra en el hombre
fuerte de «dirección interna» más estereotípico. Al describirse a sí mismos
como «malos», me parece más probable que estos hombres estén expre
sando su conocim iento de la antítesis entre «fuerza» y equivalencia».
Existe una tensión m anifiesta o contradicción entre estos ideales, y al
considerar el rol del líder, esta oposición es probable que sea sentida más
agudamente por el hombre que está intentando lograr y m antener auto
ridad. Sin embargo, quisiera exponer esta situación de una m anera más
tajante. A firmaría que el carácter del liderazgo exige un hombre que pueda
apreciar estas contradicciones. Son los hom bres que poseen este co n o
cimiento profundo — y cuyo dominio de sí mismos les permite sacar pro
vecho de su conocim iento— quienes son «elegidos» líderes en el sistem a
socio -cultural tradicional,
VI
262
otras sociedades de N ueva Guinea. A pesar de las múltiples diferencias de
costum bre y creencia que hacen de ésta una de las regiones etnográfica
mente más ricas del mundo, sabemos que existen semejanzas significativas,
N o obstante, es dem asiado tem prano para hablar de la «sociedad de N ueva
Guinea» en un sentido formal. Sin duda, este aspecto apenas ha sido e s
tudiado. Con todo, a un nivel más bien superficial — que sin em bargo su
pone . implicaciones importantes— podem os señalar el carácter indiferen-
ciado de estos grupos, principalm ente de pequeña escala, la ausencia de una
organización política especializada y, en relación con esto, el carácter au
torregulador del control social y el énfasis que se pone en el consensus.
A dem ás, el liderazgo es ganado más que adscrito. Los hombres que atraen
partidarios y tienen seguidores, son «grandes hom bres»; y las cualidades
y talentos que significan «grandeza» son sim ilares a los que la idea «fuerza»
expresa para los gahuku-gama.
Creo que sería de alguna utilidad si consideramos que los miembros
de estas sociedades «fluctúan en» la línea de un continuum , que tiene en
un extremo el estereotipo del «gran» hombre o del hombre «fuerte»; y
en otro el de hombre «débil» o su equivalente caracterología). Por lo ge
neral, el tipo masculino ideal se encuentra más cerca del extremo de la
«fuerza» o «grandeza». Sin embargo, los extremos de «fuerza» o «gran
deza» son probablemente incompatibles con el rol de líder. Por eso, a m e
nudo encontram os que la cualidad de «grandeza» tiene correlación con la
proeza del guerrero: los verdaderam ente «grandes» —si aceptam os las d es
cripciones dadas por los inform adores— son característicam ente agresivos,
un poco com pulsivos y dom inantes. Estos pueden ser atributos valiosos
en las incursiones y en la guerra, actividades en que, además, existe cierta
necesidad de un poder autoritario. Sin embargo, el individuo compulsivo,
precipitado, puede ser una fuente constante de irritación y trastorno en su
propio grupo, donde el uso de la fuerza o la am enaza de usarla está pro s
crita de acuerdo a la idea de consensus de grupo. E n otras palabras, parece
que la e s tru c tu r a d e l c a r á c te r de lo s r e a lm e n te « g ra n d e s» o « fu e rte s »
no se ajusta a las sutilidades de la autoridad generalizada. El éxito en el
liderazgo requiere entre otras cosas un claro entendim iento de las opinio
nes de los otros. Creo que tam bién podríam os decir que necesita cieno
distanciam iento, la capacidad de ver muchos puntos de vista diferentes al
mismo tiempo o, si se quiere, una amplitud de visión y un grado de do
minio de sí mismo, que implica un grado alto de autonomía.
Por supuesto estas declaraciones tienen el status de una hipótesis no
comprobada. Sin em bargo, si asumimos que puede dem ostrarse que po
seen cierta validez, sugeriré, en consecuencia, que pueden arrojar un
poco de luz respecto a la «selección» de líderes (o «innovadores») en las
condiciones de cambio de la vida social en toda N ueva Guinea.
B am ett (1953: 403) sugiere que los partidarios de la innovación p ro
ceden muy a m enudo de una categoría de «desarraigados» sociales, indí-
263
viduos a los que describe como «híbridos, huérfanos, hijos ilegítimos, p ro s
critos, y séptimos hijos de séptimos hijos». Caracterológicam ente, supongo
que tiene presente a los individuos que Riesm an (1953) podría llamar
«anémicos». En lo que a Nueva Guinea se refiere, mi propia experiencia
— que incluye períodos de estudio intensivo en dos sociedades— sugiere
la necesidad de determ inar estas generalizaciones. Las cualidades que d is
tinguen al líder de éxito en el sistema socio-cultural tradicional son esen
cialm ente las m ism as que las que poseen hom bres que ocupan posiciones
de influencia en el sistema de cambio, que incluye tanto a blancos como
a negros. Creo que es una relación falsa considerar la situación en Nueva
Guinea — y situaciones sim ilares en otras p arte s— como aquella en que
dos entidades, que llamamos culturas, entran en contacto, con la im pli
cación de que una de estas entidades ejerce una presión constante, que la
otra rechaza. E n N ueva G uinea esto puede ser suficientemente útil para
describir una situación de «contacto inicial», en la que los pueblos nati
vos tienen por prim era vez noticia de los europeos. Sin em bargo, debido
a la extensión subsiguiente de la influencia europea, la situación no puede
contem plarse ya como la interacción de dos entidades distintas. Es más
útil considerar que es una situación en la que los blancos y los negros
están participando en un sistem a social en desarrollo. E n esta nueva co n
figuración social hay posiciones de status tanto del sistema tradicional como
del europeo, y de la interacción de los dos surgen nuevas posiciones de
status. Para los más jóvenes — aquellos que han sido educados en las
condiciones de cam bio— pocas veces existe igual posibilidad de elegir en
tre mantener «lo que siempre fue» o adm itir lo com pletamente nuevo.
Con mayor frecuencia, m uchas de las posiciones de status y vías de reali
zación que estuvieron abiertas a sus padres, ya no existen. Sin embargo,
hay nuevas posiciones y nuevas oportunidades para el individuo con la
am plitud de visión necesaria para darse cuenta de ellas.
Esto no quiere decir que el «desarraigado» no esté entre los prim eros
que procuren conseguir nuevas posiciones de status. Com o todos los que
han trabajado en N ueva G uinea, he conocido a tales hom bres; pero aque
llos que conocí no tenían influencia ni tuvieron éxito en atraer seguidores.
Las cualidades que mencioné en relación con el liderazgo de éxito en el
sistema tradicional — conocimiento profundo, iniciativa, timidez y domi
nio de sí mismo — parecen no ser m enos im portantes en la nueva configu
ración social. E n el sistema tradicional, los hombres que lograron auto
ridad poseían una cualidad personal particular. E n el nuevo sistema, el
líder procede de la misma categoría en el continuum de la personalidad.
264
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265
MARSHALL SAHLINS
267
en paralelo, la vida cultural del paleolítico tardío, hasta las grandes je fa
turas de Hawai, en las que la sociedad se aproxima a los niveles de for
m ación de las antiguas civilizaciones del «creciente fértil», se ejempli
fican casi todas las fases generales del progreso de la cultura primitiva.
D onde la cultura experimenta así, la antropología encuentra sus lab o
ratorios, hace sus com paraciones.1
E n el Pacífico sur y este, dos contrastadas áreas culturales han des -
pertado durante mucho tiempo el interés antropológico: M elanesia, in
cluyendo N ueva Guinea, las Bismark, las Salomón, y los grupos de islas
al este de Fidji; y Polinesia, en su mayor parte formada por la constela
ción triangular de tierras situadas entre N ueva Zelanda, la Isla de Pascua
y las islas Hawai. En y alrededor de Fidji, M elanesia y Polinesia se com
binaron culturalm ente, pero al este y al oeste de su intersección las dos
regiones presentan am plios contrastes en v ario s aspectos: en la religión,
en el arte, en los grupos de parentesco, en la relación económica y polí
tica. Las diferencias son aún más notables dadas las sem ejanzas subya
centes de las que emergen. M elanesia y Polinesia son regiones agrícolas
en las que m uchos de los productos — como el ñame, el taro, el mango
los plátanos y los cocos— han sido cultivados durante mucho tiempo
con técnicas muy sim ilares. A lgunos estudios lingüísticos y arqueológicos
recientes llegan a sugerir que las culturas polinesias se originaron a partir
de un núcleo en el este de M elanesia durante el prim er m ilenio antes de
Cristo2 Sin em bargo, en los anales antropológicos los polinesios g an a
rían fama por sus elaboradas formas de jerarquía y jefatura, m ientras la
m ayoría de las sociedades m elanesias dejaron de avanzar en este frente¡
quedando éste a niveles m ás rudim entarios.
Es, evidentemente, inexacto plantear el contraste político en amplios
térm inos de áreas culturales. Dentro de Polinesia, ciertas islas, como las
Hawai, las de la Sociedad y las Tonga, desarrollaron un impulso político sin
268
paralelo. Y no todas las políticas melanesias, por otra parte, vieron cons
treñida y truncada su evolución. E n N ueva G uinea y áreas cercanas de
M elanesia occidental, son num erosos los agrupam ientos políticos peque
ñ o s y laxamente ordenados, pero en M elanesia oriental, en N ueva Cale-
donia y Fidji por ejemplo, son comunes circunstancias parecidas a la
situación política polinesia. En el Pacífico sur, la gráfica del desarrollo
político es m ás una pendiente creciente de oeste a este que una p ro g re
sión en escalera, gradual,3 Es muy revelador, sin embargo, com parar los
extrem os de este continuum , el subdesarrollo de M elanesia occidental,
con las grandes jefaturas polinesias. Si esta com paración no agota las
variaciones evolucionistas, establece justam ente la extensión de los logros
políticos generales en este pacífico filo de culturas.
Siendo m edible a lo largo de varios parámetros, el contraste entre
la desarrollada política polinesia y la subdesarrollada melanesia llama
inmediatamente la atención por las diferencias de escala. H. Ian H ogdie y
Camilla W edgwood coincidieron, tras un examen de las sociedades m ela
nesias (en su m ayor parte de M elanesia occidental), en que los cuerpos
políticos ordenados e independientes de la región incluyen típicamente de
70 a 300 personas; trabajos más recientes en las regiones altas de N ueva
Guinea sugieren la existencia de agrupamientos políticos de hasta 1.000,
ocasionalm ente de unos pocos m iles de personas.4 Pero en Polinesia las
soberanías de dos mil o tres mil personas son corrientes, y las jefaturas
más avanzadas, com o,en Tonga o H awai, pueden estar form adas por una
o incluso varias decenas de m iles de personas,5 Paralelamente a tales
diferencias graduales de tamaño en la esfera política, hay diferencias en la
extensión territorial: desde unas cuantas m illas cuadradas en M elanesia
occidental hasta decenas o incluso centenas de m illas cuadradas en P o
linesia.
El avance polinesio en la escala política estaba apoyado por el avance
respecto a M elanesia en la estructura política. M elanesia presenta un gran
despliege de formas sociopolíticas: Aquí la organización política está
basada en los grupos de descendencia patrilineal, allí en los grupos cogna
ticios, en el reclutam iento por las casas-club de los hom bres, integrados
por miembros en la vecindad, en una sociedad secreta ceremonial, o quizás
en alguna otra com binación de estos principios estructurales. A ún así,
puede percibirse un plan general. La tribu característica de M elanesia
occidental, es decir, la entidad étnico-cultural, consiste en m uchos grupos
269
autónom os de parentesco residencial. A scendiendo desde el nivel más
bajo hasta un pequeño pueblo o un grupo de aldeas, cada uno de éstos es
una copia de los otros en cuanto a su organización, cada uno tiende a
ser económicam ente autoadm inistrado, y cada uno es igual a los demás en
el status político. El esquema tribal es de segmentos políticamente no in
tegrados: segmental. Pero la geometría política de Polinesia es piramidal.
G rupos locales del orden de las com unidades melanesias autoadm inistradas
aparecen en Polinesia como subdivisiones de un cuerpo político más am
plio. Las unidades más pequeñas se integran en m ayores por medio de
un sistema de jerarquía entre los grupos, y la m alla de jefes representa
tivos de las subdivisiones llega a form ar una estructura política y coor
dinadora. Así, pues, en vez del esquema melanesio de bloques políticos
iguales, pequeños y separados, el sistema político polinesio ofrece una
extensa pirámide de grupos, coronados por la familia, debajo de un jefe
supremo. (Este resultado final viene facilitado a m enudo, aunque no siem
pre, por el desarrollo de los linajes jerárquicos. Llamado clan cónico por
Kirchhoff, en un tiempo ram age por Firth, y linaje de status [«status
lin e a g e»] por Goldman, el linaje jerárquico polinesio es, en principio, el
mismo que el llamado sistema obok, ampliamente distribuido en Asia cen
tral, y que al m enos es análogo al clan escocés, al clan chino, a ciertos
sistem as de linaje de los bantús del A frica central, a los grupos-casa de
los indios de la Costa noroeste, quizás incluso a las «tribus» de los israeli
tas.6 Su rasgo distintivo es la jerarquía genealógica: la jerarquía de los
m iembros de la m ism a unidad de descendencia viene determinada por la
distancia genealógica al antepasado común; según este principio, las líneas
del mismo grupo se convierten en ramas de ancianos [«sénior»] y jó v e
nes í«cadet»j; los linajes sociales relacionados son jerarquizados com pa
rativam ente, de nuevo por prioridad genealógica.)
A quí aparece otro criterio del avance político polinesio: la actuación
histórica. Casi todos los pueblos indígenas del Pacífico sur ofrecieron
resistencia a la intensa presión cultural europea de finales del siglo
XVm y durante el siglo XIX. Pero sólo los hawaianos, los tahitianos, los
tonga-nos y, en un grado menor, los fidjianos, se defendieron con éxito
desarrollando Estados controlados por los nativos, que com pensaban la
presión exterior, Estos Estados del siglo XIX, com pletos con gobiernos y
leyes públicas, con m onarcas e impuestos, m inistros y validos, son
testim onio del genio político de los nativos polinesios, del nivel y del
potencial de los logros políticos indígenas.
Encajado dentro de las grandes diferencias en la escala, la estructura
y la a c tu a c ió n p o lític a , h ay u n c o n tra s te m ás p e rs o n a l, que se re fie re
a la calidad del liderazgo. Un tipo históricamente determinado de figura-
líder, el «gran hombre» como suele llamarse localmente, aparece en los
6. Kirchhoff 1955; Firth 1937; Goldman 1957; Bacon 1958; Fried 1957.
270
lugares subdesarrollados de M elanesia. Otro tipo, un jefe propiam ente
dicho, está asociado con el avance polinesio.7 Estos son tipos sociológicos
distintos, es decir, las diferencias en los poderes, privilegios, derechos,
deberes y obligaciones de los hom bres-grandes m elanesios y de los jefes
polinesios vienen dados por los divergentes contextos sociales en los que
operan. Pero las distinciones institucionales no sólo pueden ayudar a de
te r m in a r , sin o ta m b ié n m a n if e s ta r s e en la s d if e r e n c ia s en el p o r te y el
carácter, en la apariencia y las maneras... En una palabra, en la perso
nalidad. Podría ser oportuno em pezar la m ás rigurosa com paración socio
lógica del liderazgo con un esbozo más im presionista del contraste en la
dimensión humana. Aquí me parece útil aplicar caracterizaciones — ¿o son
caricaturas?— de nuestra propia historia a los hom bres-grandes y a los
jefes, por m ucha injusticia que con esto se haga a los trasfondos h istó
ricamente incomparables de los melanesios y polinesios. El hom bre-grande
melanesio parece así completamente burgués, rem iniscente del tosco indi
viduo unido a la libre em presa de nuestra propia herencia. Combina con
un ostensible interés por el bienestar general una m edida más profunda de
astucia y cálculo económ ico dirigidos hacia sus propios intereses. Su
mirada, como hubiese dicho Veblen, se fija descuidadamente en sus propios
fines. Todas y cada una de sus acciones públicas están destinadas a realizar
una com paración com petitiva e individual con otros, a dem ostrar una
posición sobre las m asas que es producto de su propia actuación perso
272
dom inados por personalidades destacadas. Para el grupo interno, el hom
bre grande da este tipo de imagen:
«El lugar del líder en el grupo territorial (en M alaita septentrional)
está muy bien indicado por su título, que podría ser traducido como
hombre centro»... Era como una higuera de Bengala, explican los nativos,
que, aunque siendo el árbol m ayor y más alto de la selva, sigue siendo
como los demás. Pero, precisam ente porque supera a todos los demás, la
higuera de Bengala proporciona apoyo a más lianas y trepadoras, da más
alimento a los pájaros, y mayor protección contra el sol y la lluvia.10
Pero «hombre de fama» connota un campo tribal más amplio, en el
que un hombre no es tanto un líder como una especie de héroe. Esta es
la vertiente del gran hombre dirigida hacia el exterior de su propia fac
ción, su status entre alguno o todos los dem ás grupos políticos de h
tribu. La esfera política del gran hombre está constituida por un pequeño
sector interno com puesto por sus propios satélites personales — raras
veces superior a 80 hom bres— y un sector externo mucho mayor, la
galaxia tribal constituida por muchas constelaciones similares.
A m edida que pasa del sector interno al externo, el poder del gran
hombre sufre un cambio cualitativo. Dentro de su facción, un líder m ela-
nesio tiene una verdadera capacidad de mando; fuera de ella no tiene
más que fama e influencia indirecta. No es que el hom bre-centro gobierne
su facción por medio de su fuerza física, pero sus seguidores se sienten
obligados a obedecerle y, habitualm ente, puede obtener lo que quiere
arengándolos — la persuasión pública verbal es realmente empleada tan a
menudo por los hom bres-centro que han sido llam ados «harangue-utans»— .
Las órbitas de los extraños al grupo son determ inadas por sus propios
hombres-centro. «Hazlo tú mismo: no soy tu criado», sería la respuesta
característica a una orden dirigida por un lrombre-centro a un extraño
entre los sivai.11 Esta verdadera fragm entación de la autoridad presenta
especiales dificultades políticas, principalmente a la hora de organizar gran
des m asas de gente para la consecución de unos fines colectivos tales
como la guerra o las ceremonias. Los grandes hombres estim ulan la
acción de m asas, pero sólo estableciendo tanto una extensa reputación
como unas relaciones personales especiales de com pulsión o reciprocidad
con otros hom bres-centro.
273
1 8 .— ANTROPOLOGÍA P O L ÍT IC A
de los seguidores. «Los seguidores») como se ha escrito de los kapauku
de N ueva Guinea, «m antienen diversas relaciones con el líder. Su o be
diencia a las decisiones del guía está producida por m otivaciones que reflejan
sus relaciones particulares con el líder».12 A sí, u n hombre debe estar
dispuesto a dem ostrar que posee el tipo de habilidades que exigen r e s
peto: poderes mágicos, destreza en el cultivo, dominio de la oratoria,
quizás bravura en la guerra y las peleas.13 Típicamente decisivo es el
despliegue de las habilidades y esfuerzos propios en cierta dirección: hacia
el acopio de bienes, con m ayor frecuencia cerdos, monedas de concha y
alimentos vegetales, y en distribuirlos con la intención de adquirir fama
de generosidao caballeresca, si no de compasión. Se desarrolla una facción
por la asistencia informal y privada a la gente de una localidad. La fama
y el rango tribal se desarrollan por medio de grandes donaciones públicas
costeadas por el líder en auge. A menudo ambas contrapartidas van a
favor tanto de su facción como de él mismo. En diferentes tribus m ela-
nesias la distribución pública a efectos de renom bre puede aparecer como
un aspecto de un dilatado intercam bio de cerdos entre grupos sociales de
parentesco, una recom pensa dada a la fam ilia de una novia; una serie de
festines relacionados con la construcción de la vivienda de un gran hom
bre, o de una casa-club para él y su facción, o con la obtención de grados
más altos en la jerarquía de las sociedades secretas; con el patrocinio
de una cerem onia religiosa; con un pago de subsidios y com pensaciones
alimentarias a los aliados militares; quizás el don es un desafío ceremonial
en el que se trata de superar y de adelantar en rango a otro líder (potlatch).
La construcción de la facción, sin em bargo, es verdaderam ente obra del
gran-hombre melanesio. Es esencial establecer unas relaciones de lealtad y
obligación por parte de un cierto núm ero de personas de modo que su
producción pueda ser m ovilizada para la distribución externa que fomenta
la fama. Cuanto m ayor es la ficción, mayor es la fama; una vez se ha
generado una cierta inercia en la distribución externa, lo contrario
tam bién puede ser cierto. Todo hombre am bicioso que pueda reunir a su
alrededor un séquito, puede dar principio a una carrera social. Al principio
el gran-hom bre incipiente depende necesariam ente de un pequeño grupo
de seguidores, constituidos ante todo por su propia fam ilia y parientes
más cercanos. Puede prevalecer económ icam ente sobre estas personas: en
el primer caso capitaliza los dones del parentesco y, aplicando su astucia,
a las relaciones de reciprocidad adecuadas entre parientes cercanos. A m e
nudo, en una primera fase se hace necesario ampliar la propia familia.
274
El líder incipiente incorpora a su fam ilia «descarriados» de distinto tipo,
personas sin apoyo fam iliar propio, tales como viudas y huérfanos. Las
m ujeres adicionales son especialm ente útiles. Cuantas más mujeres tenga
un hombre, más cerdos tendrá. La relación es aquí funcional, no idéntica:
cuantas más mujeres dedicadas al cultivo, más alimento para los cerdos
y más porquerizas. Un papú kiwai expresó pintorescamente a un antro
pólogo las ventaias económicas y políticas de la poligamia: «una muier
va al campo, otra a coger leña, otra a pescar, otra m ujer cocina para él...;
cuando el marido llama, m ucha gente viene a ka i ka i (es decir, viene a
comer)»,14 Incidentalmente, cada nuevo matrimonio crea al gran-hombre un
conjunto adicional de leyes internas, de las que puede obtener favores
económicos. Finalmente, la carrera de un líder alcanza su punto álgido
cuando es capaz de unir otros nom bres y sus familias a su facción, unien
do su producción a su propia ambición. Esto se consigue por m edio de
generosidades calculadas, colocando a los dem ás en una actitud de gratitud
y obligación hacia él a través de la ayuda que les presta de alguna m anera
importante. U na técnica com ún es la del pago de la dote a favor de los
jó v en es que b uscan esposa.
El gran M alinowski, al analizar la primitiva economía política, utili
zó una frase que describe felizmente lo que está haciendo el gran-hombre:
am asar «un fondo de poder». U n gran hom bre es aquel que puede u tili
zar relaciones sociales que le dan la posibilidad de acrecentar la produc
ción de otros y la capacidad de evacuar el producto excedente o, a veces,
puede reducir su consum o en interés del excedente. A sí, pues, aunque su
atención sea prestada prim ariam ente a los intereses personales a corto
plazo, desde un punto de vista objetivo, el líder actúa para prom over
intereses sociales a largo plazo. El fondo de poder permite actividades
que hacen participar a otros grupos de la sociedad en conjunto. E n la más
am plia perspectiva de esta sociedad en conjunto, los grandes hom bres son
m edios indispensables para crear una organización supralocal: en tribus
norm alm ente fragm entadas en pequeños grupos independientes, los gran
des hombres amplían, al menos temporalmente, la esfera de las cerem o
nias, de la diversión y el arte, de la colaboración económica, y también
de la guerra. Pero, aún así, esta mayor organización social siempre depende
de la menor organización faccional, particularmente a los niveles de la
m ovilización económica, definidos por las relaciones de los hom bres-centro
y sus seguidores. Los lím ites y las flaquezas del orden político en general
son los lím ites y las flaquezas de los grupos internos faccionales.
Y la calidad personal de su ordenación a un hom bre-centro es una
seria debilidad de la estructura faccional. Tiene que construirse una lealtad
personal, que debe ser continuam ente reforzada; si existe descontento,
275
éste puede desaparecer. La m era creación de una facción necesita tiempo y
esfuerzo, y el mantenerla, más esfuerzo aún. La ruptura potencial de los
vínculos personales en la cadena faccional está en la base de dos
am plios efectos evolutivos de los órdenes políticos de M elanesia occiden
tal. En primer lugar, tienen una relativa inestabilidad. Los caracteres
inestables y los m agnetism os de hombres am biciosos de una región pueden
inducir fluctuaciones en las facciones, quizás algún encabalgamiento entre
ellas, y fluctuaciones tam bién en la extensión de diferentes reputaciones.
La muerte de un hombre-centro puede convertirse en un traum a político
regional: la muerte socava la facción cim entada personalmente, el grupo
se disuelve com pletam ente o en parte, y los com ponentes se reagrupan
finalmente alrededor de incipientes grandes-hom bres. A unque en algunos
lugares las estructuras tribales ponen un freno a la desorganización, el
sistema político basado en el gran-hombre es generalmente inestable más
allá del corto plazo: en su superestructura es un flujo de líderes incipien
tes y en decadencia, en su infraestructura un flujo de facciones que se
am plían y se contraen. E n segundo lugar, el vinculo político personal
contribuye a la lim itación del avance evolutivo. La posibilidad de que
éstas deserten suele inhibir la capacidad de un líder para forzar una mayor
producción por parte de sus seguidores, reprim iendo así una organización
política superior, pero hay algo más aún: si quiere generar un gran im
pulso, es probable que su búsqueda de la cúspide de la fam a por parte
de un gran hom bre haga aparecer una contradicción en sus relaciones con
sus seguidores, de m odo que se encuentra estimulando la deserción —o,
peor, una rebelión igualitaria— al estimular la producción.
U n aspecto de la contradicción melanesia es la reciprocidad económ i
ca inicial entre un hom bre-centro y sus seguidores, A cam bio de ayuda,
éstos le dan la suya, y a cam bio de los bienes que salen a través de sus
manos, otros bienes (a m enudo de facciones exteriores) van hacia sus
seguidores por el mismo camino. El otro aspecto es que una acumulativa
construcción de fama fuerza al hombre-centro a la extorsión económ ica de
la facción. A quí es im portante hacer notar que no sólo su propio status,
sino tam bién su posición, y quizás la seguridad m ilitar de su gente, d e
penden de los logros del gran hom bre en lo que respecta a la distribución
pública. Puesto a la cabeza de una facción de buen tamaño, un h o m bre-
centro cae bajo una creciente presión para extraer bienes de sus seguido
res, para retrasar los recíprocos que les debe, y para volver a poner en
circulación externa los bienes que entran en la facción. Los éxitos en las
com peticiones con otros grandes -hombres socavan particularm ente las reci
procidades internas de la facción: tales éxitos se m iden precisam ente por
la capacidad de dar a los extraños más de lo que éste posiblem ente puede
dar a cambio. E n casos bien definidos, encontram os líderes que niegan
las obligaciones reciprocas sobre las que han basado su ascensión, A l sus
276
tituir la reciprocidad por la extracción, deben com peler a sus seguidores
a «comerse la fama del líder», como dicen en un grupo de las Islas Salo
m ón, a cam bio de sus esfuerzos productivos. A lgunos hom bres-centro
parecen m ás capaces que otros en contener la inevitable m area de descon
tentos que crece dentro de sus facciones, y esto debido quizás a sus perso
nalidades carism áticas, o quizás a determ inadas organizaciones sociales en
las que operan-.15 Pero, paradójicamente, la defensa última de la posición
del hombre-centro es cierta m oderación en su exigencia de am pliar el
fondo de poder. La alternativa es mucho peor. La historia de la antro
pología no registra sólo casos de trapacerías por parte de los grandes-
hom bres y de privación de la facción en favor de su fama, sino tam bién
algunos de enrarecim iento de las relaciones sociales con sus seguidores:
la generación de antagonism os, deserciones y, en casos extremos, la liqui
dación violenta del hom bre-centro. Al desarrollar com pulsiones internas,
el orden político m elanesio basado en el gran-hombre rompe el avance
evolutivo a cierto nivel. Pone techos a la intensificación de la actividad
política, a la intensificación de la producción dom éstica por m edios polí
ticos y a la diversificación de productos dom ésticos, en apoyo de orga
nizaciones políticas más amplias. Pero en Polinesia se rom pieron estas
represiones y, aunque las tentativas p linesias tam bién encontraron el
límite al crecimiento de su desarrollo, no fue antes de que la evolución
política hubiese sido llevada más allá de los topes melanesios. Los defectos
fundamentales del plan melanesio fueron superados en Polinesia. La
división entre pequeños sectores políticos internos y m ayores externos, en
la que se basan todas las políticas de gran-hombre, fue suprimida en Poli
nesia gracias a la im plantación de una jefatura general que actúa de
centro. U na cadena de m ando que subordina los jefes y grupos m enores
a los mayores, sobre la base de un rango social inherente, hizo de los b lo
ques locales y séquitos personales (sem ejantes a los que en M elanesia son
independientes) sim ples partes dependientes de la jefatura polinesia mayor.
A sí, el nexo de la jefatura polinesia se convirtió en un extenso conjunto
277
de cargos, en una pirám ide de jefes más altos y de menor rango, que
m antenían un cbminio sobre secciones m ayores y m enores del cuerpo
político. Realmente, el sistema de linajes jerárquicos y subdivididos (sis
tem a de clanes cónicos), en el que se basa característicam ente la pirámide,
podía vigorizarse gracias a varias reglas de inclusión y abarcar toda una
isla o un conjunto de islas. Mientras normalmente la isla o el archipiéla
go habrían estado divididos en varias jefaturas independientes, las re la
ciones a altos niveles de los linajes, tanto como los vínculos de parentesco
que m antenían sus jefes suprem os, proporcionaron espacios estructurales
para una expansión, al menos temporal, de la escala política, para la con
solidación de grandes jefaturas en oteas aún m ayores.17
Tanto el jefe supremo central, como los jefes que controlaban parte
de una jefatura, eran verdaderos poseedores de cargos y títulos. No eran,
como los grandes hom bres m elanesios, pescadores de hombres: mantenían
posiciones de autoridad sobre grupos perm anentes. La dignidad de los
jefes polinesios no se refiere a una posición en las relaciones interperso
nales, sino a su liderazgo de divisiones políticas: «el príncipe de D ina
marca», no «el príncipe entre los hombres». En M elanesia occidental las
superioridades e inferioridades personales que surgían en la relación entre
hombres determ inados definían en gran parte los cuerpos políticos. En
Polinesia em ergieron estructuras de liderazgo y séquito suprapersonales,
organizaciones que continuaban independientem ente de los hom bres deter
m inados que ocupaban posiciones en ellas durante el breve lapso de su
vida.
Y estos jefes polinesios no construían sus posiciones en la sociedad,
sino que estaban instalados en posiciones sociales. E n varias islas los
hom bres luchaban por el cargo contra la voluntad y estratagem as de aspi
ra n te s r iv a le s . P e ro lu e g o o c u p a b a n el p o d e r. E l p o d e r r e s id ía en el
278
cargo; no lo formaba la dem ostración de la superioridad personal. En
otras islas — Tahití tiene fama a este respecto— la sucesión a la jefatura
era estrechamente vigilada por el rango inherente. El linaje principal gober
n ab a en v irtu d de sus Elaciones genealógicas con la divinidad, y los
jefes eran sucedidos por los prim ogénitos, que llevaban «en la sangre»
los atributos del liderazgo. Lo importante a com parar es esto: las calidades
de m a n d o q u e te n ía n q u e r e s id i r en lo s h o m b re s en M e la n e s ia , q u e
tenían que ser dem ostradas personalm ente para atraer seguidores leales,
eran socialmente asignadas en Polinesia por el cargo y el rango. En Poli
nesia, las personas de alto rango y cargo eran ipso fa c to líderes, y de la
misma forma las calidades del liderazgo faltaban automáticamente — sin
im portar la causa— entre la población subyacente. Los poderes m ágicos,
como los que podía adquirir un gran hom bre m elanesio para apoyar su
posición, eran heredadas por el alto jefe polinesio en virtud de su descen
dencia divina, como el mana que santificaba el gobierno y protegía su
persona contra la com unidad. La capacidad productiva que tenía que
dem ostrar laboriosam ente el gran-hombre, era recibida sin esfuerzo por
los jefes polinesios como un control religioso sobre la fertilidad agrícola,
y en lo que respecta a la ejecución cerem onial de ésta se consideraba al
resto de la com unidad como dependiente. M ientras un líder melanesio
tenía que dom inar la oratoria, los jefes supremos polinesios solían tener
«jefes hablantes» que hablaban por ellos.
E n la concepción polinesia, un personaje principal era naturalmente
poderoso. Pero esto no im plica más que la observación objetiva de que
su poder residía más en el grupo que en sí mismo. Su autoridad provenía
de la organización, de una organizada aquiescencia en sus privilegios y en
los m edios organizados de m antenerlos. En las tendencias de la evolución
que separan el ejercicio de la autoridad de la necesidad de dem ostrar una
superioridad personal reside una especie de paradoja: el poder organiza
tivo extiende en realidad el papel de la decisión personal y de la plani
ficación consciente, le da mayor extensión, impacto y efectividad. El creci
miento de un sistema político tal como el polinesio constituye un avance
sobre los órdenes m elanesios de dominio interpersonal en lo que respecta
al control humano de los asuntos humanos. Especialmente significativos para
la sociedad general eran los privilegios concedidos a los jefes polinesios,
que hacían de ellos m ayores arquitectos de reservas de poder de lo que
fuese jam ás cualquier gran-hombre melanesio.
Señor de su pueblo «y propietario» — en sentido titular— de los
recursos del grupo, los jefes polinesios tenían derecho a solicitar el tra
bajo y el producto agrícola de los hogares com prendidos dentro de sus
dominios. La movilización económica no dependía, como necesariamente
era el caso de los grandes hom bres m elanesios, de la creación «de novo»
por el líder de lealtades personales y obligaciones económicas. U n jefe
279
no necesita rebajarse para obligar a un hombre; no necesita inducir a
otros, por medio de una serie de actos individuales de generosidad, a
apoyarle, pues el poder económ ico sobre un grupo es el don inherente al
jefe. Considerem os las implicaciones con el fondo de poder del extendido
privilegio del jefe, relacionadas con «una posesión» titular de la tierra,
con la necesidad de colocar una prohibición, un tabú, sobre la cosecha
o sobre algún fruto, con el fin de destinar su uso a un proyecto colectivo.
Por medio del tabú, el jefe dirige el desarrollo de la producción de una
forma general: las familias de su dominio deben volverse hacia algún
otro medio de subsistencia. Estim ula así la producción doméstica: en
ausencia del tabú no serían necesarios otros cultivos. Y lo que es aún más
significativo, ha generado de este modo un excedente agrícola utilizable
políticamente. Un subsiguiente recurso a este excedente da a la jefatura
un nuevo lustre y capitaliza el fondo de poder. E n ciertas islas los jefes
polinesios controlaban grandes almacenes, y m antenían los bienes allí
por medio de presiones sobre la comunidad. D avid M alo, uno de los
grandes custodios nativos del viejo saber hawaiano, capta felizmente la
significación política del alm acén del jefe en su bien conocida obra
H awaiian A ntiquities:
280
incluso aún m ás enriquecido. Los usos del fondo del jefe incluían una p ró
diga hospitalidad y entretenim ientos para los jefes exteriores y para el
propio pueblo del jefe, y la ayuda a individuos de la población en general
en tiem pos de escasez... pan y circo. Los jefes protegían con subsidios la
producción artesana, prom oviendo en Polinesia una división del trabajo
técnico sin paralelo, por su extensión y habilidad, en la mayor parte del
Pacífico. Tam bién apoyan las grandes construcciones técnicas, como los
com plejos de irrigación, cuyos posteriores frutos pasarán a engrosar el
fondo del jefe. También iniciaron la construcción religiosa a gran escala,
costearon las grandes cerem onias y organizaron apoyo logístico para
extensas campañas militares. M ayores y más fáciles de engrosar que los
correspondientes fondos m elanesios, los fondos polinesios de poder permi
tieron una m ayor regulación política y una m ayor gam a de actividades
sociales en m ayor escala.
E n las jefaturas polinesias más avanzadas, como en Hawai y Tahití,
una significativa parte del fondo del jefe era apartado de la redistribución
general y se dedicaba al mantenimiento de la institución de la jefatura.
El fondo era aprovechado para apoyar el «establishment». En cierta medi
da, los bienes y servicios aportados por el pueblo se convertían en gran
des casas, lugares de reunión y tem plos, o recintos del jefe. En otra medi
da, eran destinados a la subsistencia de círculos de partidarios, m uchos de
ellos parientes cercanos del jefe, que se agrupaban alrededor de los
poderosos. No todos eran vividores inútiles. H abía cuadros políticos: su
p erv iso res efe los almacenes, jefes hablantes, asistentes del ceremonial,
altos sacerdotes que estaban íntimam ente ligados al gobierno político, m en
sajeros para transm itir directivas a través de la jefatura. H abía en estos
séquitos hom bres cuya fuerza podía ser dirigida internamente — en T a
hití, y quizás Hawai, organizados en cuerpos de guerreros especializados—
como un contrafuerte contra los elem entos contrarios o disidentes de la
jefatura. U n alto jefe tahitiano o hawaiano tenía más sanciones compul
sivas que la simple arenga. Controlaba una fuerza física organizada, un
cu e rp o arm a d o que le p ro p o rc io n a b a u n d o m in io , en p a r tic u la r so b re
las capas m ás bajas de la com unidad, A pesar de que esto tenga un gran
parecido con la facción del gran-hombre, las diferencias en el funciona
m iento del séquito de los grandes jefes polinesios son más significativas
de lo que estas semejanzas superficiales podrían hacer creer. El séquito
del jefe, por un lado, depende económicam ente de él más que éste del
séquito. Y, al desplegar políticam ente los cuadros en varias secciones de la
jefatura o contra los grandes jefes polinesios, m antenían un mando cuando
los grandes-hom bres m elanesios en su sector externo tenían, en el
m e jo r de lo s c a s o s , fam a.
Esto no quiere decir que las jefaturas polinesias avanzadas estuviesen
libres de defectos internos, de un mal funcionamiento potencial o real.
281
El gran aparato político-militar indica más bien lo contrario. Así, tam
bién el reciente estudio de Laving G oldman 19 sobre la intensidad de la
«rivalidad de status» en Polinesia, especialm ente cuando se considera que
gran parte de esta rivalidad de status significaba en jefaturas desarrolladas,
como las hawaíanas, una rebelión popular contra el despotismo del jefe
m ás que una simple lucha por obtener m a posición dentro del estrato
gobernante. Esto sugiere que las jefaturas polinesias, al igual que los órde
nes m elanesios basados en el gran-hombre, generan, ju n to con un desa
rrollo evolutivo, una contrapartida de presiones antiautoritarias y que el
peso de estas últimas puede, al fin, perm itir un posterior desarrollo.
La contradicción polinesia parece bastante clara. Por un lado, la jefatu
ra nunca está libre de los am arraderos del parentesco y de la ética eco
nóm ica del parentesco.
Incluso los m ayores jefes polinesios se consideraban parientes supe
riores de las masas, padres de su pueblo, y moralm ente les correspondía
ser generosos. Por otra parte, los principales jefes supremos polinesios
parecían inclinados «a com er dem asiado el poder del gobierno», romo
dicen los tahitianos, al dirigir una proporción indebida del bienestar ge
neral hacia el «establishment» del jefe.20 La distracción de estos recursos
podía ser llevado a cabo reduciendo el nivel habitual de redistribución
general, haciendo m enores las contrapartidas materiales de la jefatura
hacia la com unidad en general. La tradición atribuye a esta causa la gran
rebelión del pueblo llano de M angarevan.21 O esta distracción podía — y
sospecho que, más com únmente, así fue— consistir en m ayores y más
forzosas exacciones sobre los jefes y el pueblo menor, aum entando las
e n tra d a s de b ie n e s al a p a ra to de je f e s , s in a f e c ta r n e c e s a r ia m e n te el
nivel de redistribución general. E n cualquier caso, una jefatura bien desa
rrollada crea en su interior la resbaladiza paradoja de almacenar rebe
lión al hacer acopio de autoridad 22
282
E n H aw ai y otras islas deben abstraerse de las historias tradiciona
les ciclos de centralización y descentralización política. Es decir, las gran
des jefaturas se fragm entaban periódicam ente en otras más pequeñas, y
luego eran reconstituidas de nuevo. Esto podría ser una prueba m ás de
una tendencia a oprimir con tributos la estructura política. /.Pero cómo
explicar la aparición de un obstáculo al desarrollo, y la incapacidad de man
tener el avance político más allá de un cierto nivel? No es suficiente
con señalar una propensión de los jefes a consum ir o una propensión po
linesia a la rebelión: tales propensiones son producidas por el mismo
avance de las jefaturas. Parece razonable suponer que detrás de todo
esto está aquella notable ley de Parkinson: que la progresiva expansión
en la e s c a la p o lític a im p lic a b a u n a u m e n to m ás qu e p r o p o rc io n a l en
el aparato gobernante, desequilibrando la corriente de riqueza en favor
del aparato. El descontento subsiguiente m odera las im posiciones de los
jefes, a veces reduciendo la escala de la jefatura hasta el nadir del ciclo
periódico. La comparación de las exigencias de la adm inistración en pe
queñas y grandes jefaturas polinesias ayuda a clarificar la cuestión.
Una jefatura menor, por ejemplo limitada, como en las islas M arquesas,
a un estrecho valle, podría ser gobernada casi personalm ente por un
líder que mantuviese un contacto frecuente con la relativam ente pequeña
población. La en parte romantizada —tam bién en sus detalles etnográficos,
algunos plagiados— descripción de M elville en Typee lo deja bastante
claro. Pero los grandes jefes polinesios tenían que gobernar poblaciones
razón, algunos de los antiguos reyes sentían un saludable miedo del pueblo». La
propensión de los altos jefes hawaianos a apropiarse indebidamente de los bienes
del pueblo llano es un aspecto señalado una y otra vez por Malo (ver pp. 85, 87-88,
258, 267-68). En la reconstrucción de Fornander de la historia hawaiana (basada en
tradiciones y genealogías), las rebeliones internas se atribuyen con frecuencia, casi
axiomáticamente, a la tacañería v extorsión de los jefes (Fornander 1880, pp. 40-41,
76-78, 88, 149-150, 270-271), Además, Fornander relaciona a veces la apropiación
de riqueza y la rebelión subsiguiente con el aprovisionamiento del «establishment»
del jefe, como en las siguientes líneas: «Tras un tiempo, la escasez de alimentos
obligó a Kalaliopii (jefe supremo de la isla de Hawai y hermanastro de Kaleamea) a
trasladar su corte del distrito de Kola al de Kohala, en donde fijó su cuartel general
en Kapaau. Allí continuó la misma política extravagante, descuidada y festiva que
habla comenzado en Kona, y empezaron a manifestarse muchas quejas y descon
tento entre ios jefes residentes y los cultivadores de la tierra, los «makaainana»,
Imakakaloa, un gran jefe del distrito de Puna y Nuuampaahu, un jefe de Naalehu
en el distrito de Kau, se convirtieron en cabeza y puntos de cita de los descontentos.
El prim ero re sid ía en sus tie rra s de Puna (en el su deste, al otro lado de la isla),
y desafiaba abiertamente las órdenes de Kalaniopu y sus extravagantes exigencias
de contribuciones en todo tipo de bienes; el último formaba parte de la corte de
Kalanioii Kohala, pero existían fuertes sospechas de que favorecía al creciente des
contento» (Fornander 1880, p. 200). Además del levantamiento mangarevan mencio
nado en su texto, hay algunas pruebas de revueltas similares en Tonga (Mariner
1827, p, 80; Thompson 1894, p. 294) y Tahití (Henry 1928, pp. 195-196, 297), 23.
H andy 1923, y L in to n 1939.
283
mucho mayores, territorialm ente más dispersas, y con mayor organización
interna. En Hawai, una isla de alrededor de cuatro mil millas cuadradas,
con una población aborigen cercana a las 100.000 personas, era a veces
una sola jefatura, otras veces estaba dividida en dos o hasta seis jefaturas
independientes, y siempre cada jefatura estaba dividida en grandes
subdivisiones dirigidas por poderosos subjefes. A veces, una jefatura del
grupo hawaiano se extendía más allá de los límites de una isla, incorpo
rando parte de otra por medio de la conquista. Tales jefaturas extensas
tenían que ser coordinadas; tenían que estar centralm ente unidas por un
fondo de poder, afianzadas contra las tensiones internas, a veces agru p a
das para enfrentamientos militares distantes, quizás al otro lado del mar.
Pero esto tenía que conseguirse con m edios de com unicación aún al nivel
de transm isión oral y con m edios de transportes basados en los cuerpos
hum anos y las canoas. (La extensión de ciertas grandes jefaturas, junto
con las lim itaciones de comunicación y transporte, sugiere incidentalmente
otra posible fuente de inquietud política: que la carga de aprovisionar
al aparato gobernante tendería a caer desproporcionalm ente en los grupos
que estaban más al alcance de los jefes supremos.) 24
La tendencia de la jefatura desarrollada a que en su seno proliferen
cuadros ejecutivos, a crecer por la cumbre, parece bajo estas circunstan
cias en conjunto funcional, incluso aunque el subsiguiente drenaje de
riquezas demuestra las deficiencias de la jefatura. Tam bién serían fun
cionales, y asimismo un drenaje material sobre la jefatura en general,
las crecientes diferencias entre el modo de vida de los jefes y el del
pueblo. Las viviendas palaciegas, la ornamentación y el lujo, la elegancia
y el ceremonial, en suma, el notable consumo, por mucho que parezca
un simple interés propio de la clase gobernante, tiene un significado social
más decisivo. Crea estas aborrecibles distinciones entre gobernantes y
gobernados que tanto conduce a una pasiva —y, por tanto, muy econó
mica— aceptación de la autoridad. A lo largo de la historia, organiza
ciones políticas intrínsecam ente más poderosa que las polinesias, con un
aparato de gobierno más seguro, han recurrido a ellas... incluyendo alg u
nos gobiernos ostensiblem ente revolucionarios y proletarios de nuestro
tiem po, a pesar de todas las prerrevolucionarias protestas de solidaridad
con las m asas y de igualdad entre las clases.
E n Polinesia, como en M elanesia, la evolución política sufre even
tualm ente un cortocircuito por unas sobrecargadas relaciones entre los
líderes y el pueblo. La tragedia polinesia, sin embargo, ha sido, en cierto
284
punto, opuesta a la melanesia. E n Polinesia el hecho evolutivo fue mar
cado por la exacción sobre la población en general a favor de la facción
del jefe; en M elanesia por la exacción sobre la facción del gran-hombre
en favor de la distribución entre la población en general.
Y, lo que es más importante, el techo polinesio era más alto. Los
grandes-homb res melanesios y los jefes polinesios no sólo reflejan diferen
tes variedades y niveles en la evoción política, sino que tam bién m u es
tran en diferentes grados la capacidad de generar y m antener el progreso
político,
De su yuxtaposición emerge el más decisivo impacto de los jefes
polinesios en la economía, el mayor dominio de los jefes sobre la produc
ción de varias familias. El éxito de cualquier organización política primi
tiva se decide aquí, en el control que puede m antener sobre las economías
familiares. La familia no es simplemente la principal unidad productiva
en las sociedades prim itivas, a menudo es tam bién muy capaz de dirigir
autónom am ente su propia producción, y está orientada hacia la produc
ción para sí misma, no hacia el consumo social. El mayor potencial de
la jefatura polinesia reside precisam ente en la mayor presión que puede
ejercer sobre la producción familiar, en su capacidad tanto de generar un
excedente como de apartarlo de la familia y basar sobre él una más am
plia división del trabajo, una m ayor cooperación y acciones militares y
ceremoniales más masivas. Los jefes polinesios constituían el medio más
efectivo de colaboración social en los frentes económ icos, políticos y,
realm ente, en todos los culturales. Quizás hace demasiado tiempo que
n o s h e m o s a c o s tu m b ra d o a c o n s id e r a r el ra n g o y el g o b ie rn o d e s d e el
punto de vista de los individuos im plicados más que desde la perspectiva
de la sociedad en su conjunto, como si el secreto de la subordinación del
hombre al hombre estuviese en las satisfacciones personales del poder.
Y tam bién se han intentado atribuir los retrocesos, o los lím ites de la evo
lución, a «reyes débiles» o dictadores magalomaniacos... Siempre la p re
gunta «¿de quién se trata?». U n recorrido por las políticas primitivas su
giere la más fructífera concepción de que los logros de los desarrollos
políticos provienen más de la sociedad que de los individuos, y que
tam bién los fallos son de estructura, no de los hombres.
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288
R A Y M O N D F IR T H
EL S IST EM A P O L ÍT IC O D E T IK O P IA E N 1929
1. Declaraciones como la siguiente están, por lo tanto, expuestas a ser mal com
p ren d id as. «El rey llevan d o el cetro se sie n ta en su tro n o a la som bra de un gran
árbol» (En «A Visit to Tikopia» por (Archdeacon) H. C. V. R. (Reynolds), M elanesian
M isión Los, vol. 51, pp. 54-5 oct. 1945- enero 1946). Hav varios errores en este punto.
Los tikopia no tienen una función que pueda llamarse, con propiedad,
289
19. — A N T R O P O L O G ÍA PO L IT IC A
en los ritos religiosos principales, en los asuntos políticos era solamente
un prim us inter pares. Cada jefe podía ejercer influencia sobre cualquier
otro jefe, pero esta influencia era solamente del tipo que un abogado ca
lificaría de «efecto persuasivo». Existían determinados mecanismos para
ejercer tal influencia, y formalmente observaban las norm as prescritas de
etiqueta. Sin em bargo, un pfe siempre podría rechazar o ignorar una su
gerencia que otro le bada; no había estructura de poder por medio de la
cual un jefe pudiese im poner su voluntad sobre otro.
Por lo tanto, tenemos que analizar dos problemas. Uno es el de la
definición; /,en qué sentido puede llamarse oligarquía al ejercicio de los
poderes políticos por estos jefes con relativa independencia unos de otros?
Y, si cada jefe era autónomo en el ejercicio final de sus poderes, ¿cómo se
ejercía el gobierno de Tikopia?
Por lo que se refiere a la definición, el término «oligarquía» eviden
temente podría aplicarse con propiedad a un grupo de jefes que se reu n ie
sen en asam blea, discutiesen problem as de interés público, y tornasen al
gunas determinaciones respecto a la política y a la acción a seguir. En
Tikopia no había tal mecanismo formal, con procedimiento y reuniones
regulares. Sin embargo, los jefes como un todo eran, en última instancia,
considerados por el pueblo como responsables de la política. Se esforza
ban por hacer un frente común en asuntos de im portancia general y esta
ban muy interesados en la ejecución de la política. Como, aunque eran
autónomos, la m ayor parte de su política era colectiva y se forjaba en re
lación a las opiniones de unos y otros, puede decirse que su gobierno
constituía un régim en oligárquico. Pero como las disposiciones formales
para este fin eran em brionarias e irregulares, puede hablarse de una oli
garquía débilmente estructurada.
Sin embargo, en Tikopia la autoridad y el gobierno no estaban sim
plem ente distribuidos entre una serie de líderes sin relación. El gobierno
de Tikopia, aunque no estaba unificado como llegó a estarlo el sistema
gubernam ental en algunas de las com unidades polinesias más grandes d u
rante el siglo XIX, puede calificarse de centralizado y conjunto. U njefe
290
podía actuar independientem ente y, a menudo, lo hacía así; pero a m e
dida que sus actuaciones afectaban a asuntos de interés para toda la co
munidad, los otros jefes tendían a implicarse hasta que consideraban n e
cesario que ellos m ism os tenían que actuar de alguna forma. H abía varios
m ecanism os por los que un jefe podía averiguar las opiniones de otros y
obtener su conformidad, y finalmente podía promoverse alguna actividad
colectiva. U n jefe podía visitar a otro amistosamente, y aprovechar la
oportunidad para discutir los asuntos públicos con él. Podía enviar un
mensajero de importancia llevando una petición específica, o podía invitar
a todos los dem ás jefes a reunirse con él para alguna discusión general.
A parte de esto, los jefes tendían a conocer las opiniones unos de otros
sobre los asuntos ordinarios a través del intercam bio frecuente de noti
cias y pareceres, debido a las visitas de cortesía que hacían en Tikopia en
los intervalos de sus ocupaciones diarias.
De este modo no era difícil para los jefes decidir sobre una línea ge
neral de acción, si ésta era necesaria. Sin embargo, aparte de los inter
cambios públicos de opinión, había entre los jefes un acuerdo tácito im
plícito sobre m uchos asuntos de política pública, como podía esperarse de
la naturaleza general de sus intereses económ icos y religiosos comunes.
Por lo tanto, la adm inistración diaria de los asuntos públicos podía hacerse
norm alm ente sobre una base local, sin necesidad de una com unicación e s
pecífica entre los jefes. Por consiguiente, el gobierno se basaba en una
dirección responsable de los asuntos por los jefes. Sin embargo, no in
tervenían personalm ente con frecuencia. Para actuar se servían de un
grupo de hombres estrechamente relacionados con ellos agnaticiamente,
y que poseían una considerable autoridad directa. Puede decirse que cual
quiera de las funciones judiciales o legislativas ejercidas por un jefe tik o
pia eran muy amorfas, aunque de vez en cuando elaboraban norm as de
orden público y decidían si alguien había infringido o no una norma.
Estas normas y decisiones se referían más bien a asuntos de adm inistra
ción directa que a asuntos fundam entales relativos a principios de orden.
De este modo, los maru, los hom bres que ayudaban al jefe a ejecutar la
política, tendían a hacerlo así más bien en virtud de principios específicos
que con respecto a norm as abstractas. Por esta razón, aunque es conve
niente llamarles «funcionarios» (v. después maru), eran tanto funciona
rios de su jefe como de la sociedad en general.
L o s p o d e re s e je r c id o s p o r u n j e f e tik o p ia e ra n m u y a m p lio s . I n
cluían el control supremo de las tierras de su clan — un derecho con
efecto práctico especialm ente respecto a aquellos linajes que en última
instancia procedían de la línea directa principal. Los poderes de los jefes
incluían tam bién derechos a ciertos frutos primerizos. El jefe, al ser con
siderada su persona como tabú, recibía gran respeto y deferencia en oca
siones ordinarias como la de sentarse, com er o dormir. Sus poderes eran
ta le s , que p o d ía m a n d a r al m a r, com o p e n a m á x im a de d e s tie rr o , a u n
291
hombre que le hubiera ofendido personalm ente o que hubiera infringido
una regla im portante de conducta.
A causa de los poderes conjuntos de los jefes, el gobierno de Tikopia
plantea la cuestión de la jurisdicción que ejercía cada uno de ellos. Las
bases del sistem a político tikopia descansan en su jefe, en cuanto cabeza y
representante de su clan. En cuanto m iem bro de un clan, toda persona
reconocía obediencia a su propio jefe. Sin em bargo, la jurisdicción de
cada jefe no estaba simplemente limitada al alineamiento del clan. Tam
bién operaba sobre una base local, aunque esto no estaba tan claram ente
definido. Cada jefe vivía en un poblado distinto, y en ese poblado ejercía
gran autoridad. Por otra parte, su autoridad abarcaba tam bién todo el
distrito (o la parte de la isla) en la que vivía normalmente. La jurisdic
ción de los jefes para fines sociales estaba estrecham ente relacionada con
esta división de distritos. En especial, la autoridad única del Ariki Tafua
en el distrito de Farea contrastaba con la autoridad triple de otros jefes
que gobernaban conjuntam ente el distrito de R avenga y su subsidiario
Ñamo. Estas relaciones políticas de los jefes eran muy importantes en la
rivalidad general de distritos y en la cooperación en el distrito.
Sin embargo, la jurisdicción de un jefe tikopia era, en términos de
distrito, no sólo algo más que en térm inos puramente de clan. E n Tikopia
toda persona reconocía obediencia a cualquier jefe en una situación en la
que ambos estuviesen implicados directamente. Un jefe podía reclam ar por
status general parte de lo que estaba prohibido reclam ar por carecer del
derecho de clan. En otras palabras, en Tikopia existía una noción de un
orden general, por la cual un jefe, en virtud de su cargo, tenía jurisdicción
respecto a toda la sociedad. Esto estaba unido a los elem entos rituales en
el status de los jefes —el aura de tabú que los rodeaba, la creencia de
que cada jefe controlaba dioses y espíritus poderosos capaces de tom ar
venganza sobre aquél que le ofendiese. E n 1929 muchos cristianos ti
kopia, lo mismo que los paganos, consideraban que los tres jefes que to
davía eran paganos tenían una responsabilidad de prim er orden respecto
a la prosperidad económica, a la salud y al bienestar de toda la com unidad
tikopia.
E n Tikopia, aunque había una jerarquía ritual de jefes, no había una
jerarquía política. En las principales acciones religiosas de la comunidad
tikopia, cuando la sociedad era com pletamente pagana, el orden de Kafika,
Tafua, Taumako, Fangarere estaba representado por los jefes en muchas
disposiciones de las funciones rituales. Sin em bargo, esto no quiere decir
que los clanes, como entidades sociales, estuvie sen clasificados de esta
m anera ni tampoco que los jefes tuviesen diferenciaciones similares en
el poder político. A un cuando en las disposiciones más form ales de los
asientos en los asuntos sociales m antenían la m ism a prioridad que en las
ocasiones rituales, en lo demás eran social y políticamente iguales, Al d e
clarar que cada jefe tenia la m isma jurisdicción sobre la sociedad tikopia
292
como un todo, no quiero decir que esta jurisdicción deba considerarse de
igual im portancia en todos los sectores dé h sociedad. La gente debía
una gran obediencia al jefe de su propio clan. Sin em bargo, según costum
bre, un jefe cedía a otro los asuntos que concernían a este últim o más
directam ente. M uchos asuntos del poblado afectaban principalm ente al
jefe que residía allí, independientemente del clan al que pudiese perte
necer la persona que vivía en el poblado. Por lo tanto, por deducción ten
día a hacerse una transferencia o cesión de autoridad al jefe residente por
el otro jefe, que era la cabeza del clan de la persona en cuestión.
La noción de gobierno, implicada en una definición en términos oli
gárquicos, debe clarificarse m ediante la referencia a la posición de los
gobernados. ¿Hasta qué punto puede decirse que el régim en de los j e
fes en Tikopia era autocrático o, en últim a instancia, como han mostrado
estudios de sociedades análogas en otras partes, era un régim en basado
en el consentimiento del pueblo? E n un sentido, el gobierno tikopia por
los jefes tenía su base en la fuerza, los jefes tenían a su disposición la
fuerza física en las personas de sus parientes agnaticios directos. Pero,
¿era ésta la base suprem a de su poder? Su prudente preocupación por la
opinión pública indicaría que no. Es evidente que en Tikopia la base
«verdadera» del gobierno descansaba ai un ajuste muy delicado entre
los intereses y acciones de los jefes y los del pueblo. Por otra parte, las
personas interesadas no eran solamente los m iem bros del propio clan de
cada jefe.
Hay tres conceptos indicados en térm inos tikopia que son pertinentes
en este momento. El primero es faoa, «la generalidad». Los jefes tikopia
y sus parientes directos y funcionarios se han m ostrado muy cuidadosos
respecto a la influencia de «la gente en general». Prestaban gran atención
a la opinión pública, a la murmuración y al rum or, y estaban dispuestos a
oponerse con toda rapidez a lo que consideraban una acusación falsa. In
tentaban averiguar el sentim iento de la gente muy cuidadosam ente antes
de comprometerse en una política. Sin embargo, el término fa o a , que puede
traducirse a menudo como «la m ultitud», no implica ninguna noción
particular de la com unidad como un todo. El segundo térm ino te kano
fe n u a o simplemente fenua, la «colectividad de la tierra», o «la tierra», nos
da idea de toda la com unidad tikopia. Esta expresión tiende a utilizarse
en un contexto más amplio que el anterior, como cuando se tratan los
asuntos de interés público. N inguna de estas expresiones separa a los j e
fes del cuerpo de la gente. Sin embargo, una tercera expresión, nga
fakaarofa, utilizada por los jefes y sus parientes agnaticios, tiene mayor
significación política. Significa «los plebeyos» en contraposición con p a ito
ariki, los «linajes de los jefes», o tekano ariki, la «colectividad de los j e
fes». Es una expresión muy precisa de conciencia de clase y está en
correlación con el ejercicio del privilegio diferencial y de la autoridad po
lítica.
293
L a noción de un orden social tikopia general, en el que los jefes ejer
cían un rol de prim er orden, era correlativo a la noción de una respon
sabilidad general que recaía principalmente sobre los jefes. Esta estaba
ilustrada formalmente por el anuncio tradicional en el solemne aconteci
miento religioso conocido en Rarokoka como el fono, en la obra de los
dioses en la que ritualm ente se daban instrucciones para la preservación
del orden público y para una política de población referida a ella.2 M ás
generalm ente, este concepto de responsabilidad estaba ilustrado por las
declaraciones inform ales de los jefes con relación a las perspectivas de la
cosecha, a los resultados de la pesca y a la salud de la gente. En parti
cular estaba ilustrado en la conducta del Ariki Kafika quien, en cuanto
jefe principal, concebía que su responsabilidad primordial era preocupar
se por el bienestar de la com unidad de la isla como un todo.
Varias preguntas acuden a la memoria en este punto. ¿En qué m e
dida era ésta una responsabilidad colectiva? ¿En qué m edida era indivi
dual? ¿En qué m edida era com partida por otros miembros ancianos de
la comunidad? ¿En qué medida era dictada, no solam ente por un interés
general hacia el bien común, sino tam bién por el propio interés personal
de las partes principales?
L a distribución de la responsabilidad respecto al bienestar público
era definitivam ente considerada corno colectiva y no como simplemente in
dividual. Las acciones de los jefes afectaban en prim er lugar a su rep u
tación y tendía a involucrar rápidamente la de otros jefes. E n el sistema
pagano del ritual, la m ayor parte de los ritos principales celebrados por
un jefe tenía relación con un ciclo de celebraciones. La omisión o d e
m ora afectaba a la celebración de sus com pañeros y eran consideradas
tam bién con relación al bien público. Igualm ente, el pueblo consideraba
que los actos de un jefe im plicaban en cierto grado las opiniones de los
jefes como un todo. La razón de esto descansa, de cualquier modo, en el
concepto de responsabilidad com partida, que es una correlación no sólo
de la pertenencia de los jefes a la com unidad, sino tam bién de su perte
nencia a la clase. Se consideraba que los jefes constituían «un solo cuerpo
de parientes». Su unión en cualquier acontecim iento público reclamando
la acción violenta era algo temido por toda la comunidad. Cuando esta
llase «la indignación de los jefes», ¡ay de cualquiera que estuviese en su
camino! Cualquier culpable sería abatido por la fuerza que reunirían de
sus parientes agnaticios próxim os. D esde este punto de vista, las concep
ciones de responsabilidad sostenidas por los jefes eran expresión directa
de la necesidad de m antener sus propios intereses de clase. Sin em bargo,
representar el ejercicio de la responsabilidad por los jefes tikopia como
una simple defensa del privilegio de clase sería desfigurar la situación,
Gran parte de la estim ación de las exigencias de la situación tikopia, tanto
3. Work o f the Gods, vol. II, cap. 7 «We, The Tikopia», p. 491.
294
política como económica, era com partida por los miembros sénior de la
comunidad, quienes no eran, como por ejemplo la mayoría de los ancia
nos rituales, miembros de los linajes principales. E n caso de crisis y de
sastre, si bien los plebeyos podían tem er una coalición de los linajes p rin
cipales contra ellos, los jefes, por otra parte, estaban inclinados a adoptar
m edidas para ayudar al pueblo sin tener en cuenta su propia seguridad e
intereses.
En resumen, la situación política era tal, que el interés de una élite
gobernante parecía coincidir en m uchos aspectos con el interés del cuerpo
político como un todo, y el pueblo veía la situación en tales términos.
¿H asta qué punto las fuertes influencias provenientes del exterior habían
cam biado esta perspectiva después del transcurso de una generación?
295
E. E. EVANS-PRITCHARD
LA R E A L E Z A D IV IN A D E LO S S H ILL U K D E L SU D A N
Introducción
297
Sudán. Es significativo que dos de estos funcionarios hayan estudiado
antropología antes de ingresar en el Servicio del Sudán: P. P. Howell que
estudió en Cambridge, donde inició una investigación entre los shilluk, y
W. P. G. Thompson, que lo hizo en Oxford. Es de esta literatura, y en
especial de las relaciones más recientes, de donde he extraído el material
para mi lección, ya que aunque los shilluk viven en una parte del mundo
con la que estoy bastante familiarizado, mi contacto con ellos ha sido más
bien escaso.
Los shilluk son los más septentrionales de los pueblos nilóticos y han
estado por siglos en contacto con la población árabe del norte del Sudán.
Su país se vio sometido desde 1820 a los intermitentes ataques y pillajes
de los turcos, hasta que éstos lo conquistaron en 1867, pasando entonces a
formar parte del Imperio Otomano. Cuando la adm inistración turca cayó
en m anos del M ahdi del Sudán, los shilluk se vieron envueltos en una
lucha contra este nuevo gobernante y, m ás tarde, contra el califa. Lord K it-
chener llegó al país de los shilluk a finales de 1898 y desde esta fecha
el país ha permanecido bajo la adm inistración anglo-egipcia. M enciono es
tos sucesos políticos porque han influenciado decisivam ente la realeza
shilluk a lo largo de casi todo un siglo, tiempo durante el cual los reyes
se vieron depuestos, exiliados, ejecutados y nom brados por gobiernos ex
tranjeros. M uy probablem ente en todo este período los ritos funerales por
el rey muerto y los procedim ientos de elección e investidura del nuevo
rey no fueron celebrados del modo estricto tradicional.
La estructura social
2. Debo agradecer a Mr. John Donald, del Servicio Político del Sudán, el haber
podido utilizar las mis recientes estadísticas de población humana y bovina.
3. M. E. C. Pumphrey: «The Shilluk Tribe». S. N. andR . (1941); P. P. Howell,
«The Shilluk Settlement», ibid. (1941).
298
ner de una a cincuenta casas; la casa (gol), residencia de la familia (gol),
está form ada habitualm ente por una o dos cabañas rodeadas por una em
palizada. Cada aldea está ocupada por miembros de una familia ampliada
o pequeño linaje, con sus esposas, y las casas están dispuestas en form a
de herradura, alrededor de un establo com ún que sirve para proteger a
los animales de la lluvia y es usado también como club y como kraal común.
El jefe de aldea (jal dw ong pac), que es también cabeza de linaje en el
a s e n ta m ie n to d el que fo rm a p a rte , re p r e s e n ta a la a ld e a en el c o n s e jo
de dicho asentamiento y recibe una túnica de honor, bien sea del mismo
rey o del jefe del asentamiento. Si su aldea es tan sólo residencia subsi
diaria de linaje en el asentamiento, entonces se le considera mero m iem
bro de edad.
El asentam iento a que vengo haciendo referencia se suele llamar podh,
una palabra que tiene una serie de significados, pero que habitualmente
designa un grupo de aldeas, ocupadas por linajes diferentes que, aunque en
m utua com petencia, se unen por motivos de defensa, para los rituales de
clases de edad (age-sets) (una institución, por otro lado, de escasa relevan
cia política) y para asuntos de escala nacional o sim plem ente entre asen
tamientos, teniendo un jefe común. Existen alrededor de un centenar de
dichos asentam ientos en el país de los shilluk, cada uno de ellos con una
población entre menos de 100 y más de 600 varones adultos. Todos ellos
constituyen grupos políticos estructuralm ente distintos, por m ás que la
distancia que separa un asentam iento de otro no sea en la m ayoría de los
casos mucho m ás grande que la que separa una aldea de otra dentro del
mismo asentamiento.
En cada asentam iento hay un linaje dominante, el dyil, los propieta
rios del suelo, con el que los diversos añadidos extranjeros e inmigrantes
(wedh) se identifican políticamente y con el que forman com unidad so
cial separada con su propia vida corporativa. Este linaje se constituye ge
neralmente como dominante, tanto por razón del número como en virtud
del prestigio que deriva de su tradicional asociación con el lugar del asen
tamiento. El jefe del asentamiento se elije dentro de él y por sus propios
m iembros, si bien los linajes añadidos tienen voz en la elección, que debe
ser confirmada por el rey (reth) de los shilluk. Cuando un linaje añadi
do, a veces una rama del clan real (kwareth), deviene más num eroso en el
asentam iento que el linaje dominante, desposeyéndolo de su jefatura, éste
sigue todavía manteniendo su prestigio de propietario del suelo. La unidad
del asentam iento así como la autoridad de su jefe ss dice que dependen
de su integración en torno al poderoso linaje dominante. Debo, por tanto,
decir algo acerca de los linajes shilluk.
Existe una cierta oscuridad en torno a los grupos de descendencia
shilluk. Se dice que en el país de los shilluk existen alrededor de cien
grupos designados por la palabra kw a (descendientes) seguida del nombre
del ancestro del grupo. Estos grupos son, a m enudo, descritos en la lite
299
ratura etnográfica como clanes exógamos, pero muchos de ellos deberían
m ás bien ser considerados linajes. Estos grupos tienen una estructura tí
pica de linaje, con su característico desgajam iento de acuerdo con la for
m ación de nuevas unidades territoriales. Pueden encontrarse colonias del
mismo linaje en diversos asentamientos, de forma que en cualquier asen
tam iento están siempre representados varios grupos, de los cuales uno,
como ya he explicado, es siempre el dominante y el que se identifica p o
líticamente con el asentamiento. Aunque los linajes dispersos de un mis -
m o clan no se casan entre sí y reconocen a veces su descendencia com ún
por otros medios, los miembros del grupo generalmente se identifican
por medio de su linaje local, siendo usualm ente su referencia el ancestro
que fundó el linaje en dicho asentamiento. Es interesante hacer notar
otro rasgo com ún del sistema de linajes: los descendientes de un hombre
que se ha establecido con las gentes de su esposa trazan su descendencia
a través de la m ujer por el linaje en cuya casa viven. Este es uno de los
m edios por el que, como en otros pueblos nilóticos, los linajes extran
jeros se insertan en la estructura genealógica del linaje dominante del
asentam iento. No obstante, nos resultará im posible estim ar en toda su
am plitud la importancia política de este hecho, hasta que no conozca
m os, más de lo que conocem os al presente, la distribución de los linajes,
su estructura genealógica, y la parte que ju eg an en las relaciones entre
asentam ientos.
La totalidad de los asentam ientos shilluk com ponen una unidad p o
lítica, el reino de shilluk. Todos ellos son segmentos de una organización.
Parece que en tiempos pre-turcos había la tendencia a que los asentam ien
tos contiguos se reunieran para llevar la guerra contra otros asentam ien
tos bajo el liderazgo de alguna personalidad sobresaliente, pero estas alian
zas no parece que fueran lo suficientem ente perm anentes o consistentes
para que podam os hablar de grupos políticos. La adm inistración turca
trató de darles mayor consistencia para usarlos como unidades adm inis
trativas, y el gobierno anglo-egipcio ha hecho lo mismo, llamándolas di
visiones y nombrando jefes para cada una de ellas. Previam ente a esto
parecen haber sido poco más que distritos o localidades, y los únicos je
fes entre el rey y los jefes de asentamiento eran el de Ger, al norte de
Shilluk, y el de Luak, en el Shilluk sur, cuyas funciones, como veremos,
tenían más un carácter ritual que administrativo, y los de Muomo y T on
ga, asentam ientos situados en los bordes norte y sur del país Shilluk, cu
yas funciones son tam bién en parte rituales. En shilluk coloquial, Tonga
y M uomo corresponden exactam ente, según el profesor W esterm ann, a la
antigua expresión hebrea «de D an a B erseb a» 4 Shilluk norte y Shilluk
sur son los arcos del reino político-religioso de Shilluk, del que la realeza
es la clave de arco. El que la segm entación haya tomado esta peculiar
4. D. "W esterm an n , The S h illu k P eo p le T heir L a n g u a g e and F o lklo re, 1912,
p. X X .
300
form a es sin duda debido a la distribución en form a de cinta de los asen
tamientos.
L a totalidad del pueblo shilluk reconoce una única cabeza y así puede
hablarse de la nación shilluk y de su rey, y es precisam ente sobre el
lu g a r de é s te d e n tro de la c o n s titu c ió n p o lít ic a s h illu k d e lo qu e
queramos tratar en esta lección. Según la tradición shilluk, el rey actual
hace el núm ero treinta y uno de la lista. Todos los reyes son considerados
descendientes de Nyikang, el líder de los shilluk en la edad heroica, que
los condujo a su patria actual, conquistándola de sus antiguos habitantes y
repartiéndola entre los linajes de sus seguidores. N yikang, o como
nosotros diríamos, el espíritu de Nyikang, se cree que habita en cada rey y
se tr a n s m ite de r e y e n re y p o r la lín e a de su s s u c e s o r e s . N y ik a n g e s,
pues, la personificación mitológica de la realeza atemporal que simboliza
la estructura nacional, la encarnación de un orden m oral inamovible. L a
r e g la de s u c e s ió n es q u e s ó lo el h ijo de u n re y p u e d e s e r investidoconla
realeza. Como son m uchos los hijos de reyes que nunca han accedido al
trono, las ramas del clan real cuyos miembros son inelegibles para el
oficio real y carecen de autoridad son num erosas y están ampliamente
extendidas. Los m iem bros de estos clanes, no obstante, incluso si no son
jefes de asentamiento, son tratados con deferencia en virtud de su
categoría. En realidad, el clan real es el más amplio de todo el p a ís ,
c o m p re n d ie n d o ta l v e z u n q u in c e a v o d e l to ta l de la n a c ió n . E n alg u n as
zonas sus miembros son más num erosos que la gente com ún y han
suplantado a los linajes com unes en la jefatura de los asentamientos. Este
proceso, que continúa en nuestros días, ha tenido un largo cam ino, y a
q u e se d ic e q u e A b u d o k , o c ta v a g o b e r n a n te ( y ú n ic a r e in a ) d e los
shilluk, profetizó que un día el clan real acabaría por absorber al resto de
lo s s h illu k .5 T o d o e s to es r e s u lt a d o de la c o s tu m b r e d e e n v ia r a las
mujeres del rey embarazadas fuera de la capital real, para dar a luz sus
hijos en otros asentam ientos, que generalm ente son los suyos natales, A las
m u je r e s d e l c la n no se le s p e r m ite c a s a r s e , p o r lo qu e no in ic ia n lín e a s
de descendencia que pudieran contar como hijos de herm anas de la casa
real, Los varones son criados por jefes de asentam ientos, generalmente
herm anos de sus m adres, y nunca en la capital. Cuando un príncipe
(;niyireth) tom a esposa, construye una aldea separada, cerca de la del jefe
que lo ha criado y allí viven sus descendientes. A lgunos linajes del clan
real, los ororo, han sido form alm ente privados de su estatuto de nobleza y
pueden casarse dentro de los clanes de sus parientes. Estos linajes se dice
que descienden de Ocolo, el quinto rey, que fue degradado por su
sucesor, pero las relaciones del P. Hofmayr y del P. Crazzolara6 sugieren
L a rea leza
302
cribía que la autoridad del rey era «absoluta»7. El profesor Seligman y
su esposa han descrito al rey como «cabeza absoluta —tem poral y espi
ritual— de un Estado cuyo territorio está dividido en una serie de p ro
vincias, cada una de ellas adm inistrada por un soberano directam ente re s
ponsable ante el rey y que actúa por delegación» 8; W esterm ann, por su
lado, ha descrito el poder del rey como «absoluto»9. Y el P. Hofmayr dice
qu e « M it dem R e g ie r u n g s a n tr itt is t d e r K ó n ig H e rr d es L a n d e s, d as er
nach Belieben vergeben kann, und H err sogar des Eigentums seiner U n-
tertanen» 10 Estas afirmaciones parecen requerir alguna modificación. Como
ha indicado Pum phreys, no es probable que las llam adas «provincias»
fueran de hecho más que distritos, ni siquiera que fueran de algún modo
una especie de departam entos adm inistrativos antes de su constitución en
tales por parte de los gobiernos extranjeros n . Sobre todo, si bien no cabe
duda que el rey ejercía notable influencia en el país y que puede incluso
haber confirm ado jefes en su cargo, nunca llegó a otorgar nombramientos.
D ichos jefes eran cabeza de asentam iento en virtud de su propia posición
como jefes del linaje dominante en el respectivo asentamiento y, por más
que como tales tuvieran ciertos deberes hacia el rey, pienso que es más
bien erróneo describirlos como algún tipo de funcionarios administrativos.
Emplear términos tales como «Estado», «gobierno» y «adm inistración» al
hablar de los shilluk y su sistema político, me parece, a la luz de los que
de ellos sabemos, más bien una equivocación.
Es verdad que los más recientes autores dejan implícito más que h a
b la r exp líc ita m e n te de lo que en su o p in ió n p u e d a se r la p o s ic ió n d el
rey, Howell y Thomson hablan de «la omnipotencia teórica» del rey y de
una «monarquía teóricam ente om nipotente»12. Por su parte, Pumphres
dice que en los viejos días «la justicia era más bien ruda, y la lucha en
gran escala m ás habitual que el litigio» 13. En realidad, las reyertas pa
recen haber sido fieras en el pasado, si bien no está claro cómo se llevaban
a cabo. Se nos dice que las principales disputas eran llevadas delante del
rey, pero difícilm ente puede decirse que éste haya efectuado juicio en e s
tos casos. Si de alguna form a intervenía, era más bien para tom ar parte
por una u otra de las partes en disputa. Se dice tam bién que cuando un
determinado asentamiento hacía «injustificadam ente» la guerra a otro o
rehusaba en form a persistente escuchar al ley, éste podía efectuar una
303
«leva real» en los asentam ientos adyacentes, y con ésta y su propia clien
tela atacar a los recalcitrantes, tom ándoles su ganado y quem ándoles sus
c a sa s. E l rey g u a rd a b a p a ra sí p a rte del g an a d o y el re s to e ra re p a rtid o
entre los que habían participado en la acción. La fuerza de ataque era g e
neralmente lo suficientemente fuerte como para desanim ar cualquier tipo
de r e s is te n c ia 14. L a co m p en sa ció n po r daños p arece, p o r su lado, h ab er
sido obtenida por iniciativa del dañado, apoyado, en todo caso, por el rey.
E n c u a n to a la c o m p e n sa c ió n p o r h o m ic id io , no m e sie n to in c lin a d o a
a c e p ta r sin o tro tip o de c o n firm a c ió n la n o tic ia d el P. H o fm a y r de que
ta l tip o de c o m p e n s a c ió n e ra p a g a d a al re y s o la m e n te 15.U n m u y d ife
rente cuadro del papel del rey en el establecimiento de disputas es el que
nos presenta Oyler, de la M isión Americana, quien presenció el inicio de
una reyerta, que se extendió por tres años en un distrito, por la acción
conjunta del rey y el gobierno. A partir de este relato, parece evidente
c o n c lu ir q u e el re y n u n c a h u b ie ra p o d id o a p a c ig u a r a la s p a rte s de no
h a b e r e s ta d o é s ta s d is p u e s ta s a e llo , que el p a p e l ju g a d o p o r el rey fue
más bien el de un intermediario para conseguir la paz que el de un ver
dadero juez y, finalmente, que su participación puede describirse mucho
m ejor como sacerdotal que como propiam ente gubernamental 16. En defi
n itiv a , que el re y de lo s s h illu k r e in a , p e ro no g o b ie rn a .
E l p a p e l s a c e rd o ta l del rey en la c o n c ilia c ió n de d isp u ta s n o s d a la
clave de lo que ya el peso de la evidencia ha confirmado: su posición sa-
cral dentro de la sociedad shilluk. N uestros autores hablan en realidad del
rey como el «H oherpriester des Landes» (Sumo Sacerdote del país) 17, de
la «línea real y sacerdotal» y de su «función sacerdotal» ls, y del rey «el
su m o sa c e rd o te de la r e lig ió n tr ib a l» 19. Tanto su función com o su papel
son de carácter ritual. Celebra sacrificios en las ocasiones importantes, e s
pecialmente para conseguir la lluvia y la victoria en la guerra, y es su d e
ber proveer ganado para los sagrados rebaños de N yikang en N yilual y
W uau, y u n a can o a p ara el sa n tu ario de N y ik an g en N y ib o d h o , N y ik an g ,
el h é ro e c u ltu ra l de lo s sh illu k , su p rim e r rey y el c re a d o r de la n a c ió n ,
es in m a n e n te a él, lo que lo c o n v ie rte en p iv o te de la s o c ie d a d sh illu k
p o r p a r tid a d o b le , com o c a b e z a p o lític a de la n a c ió n y com o ce n tro del
c u lto n a c io n a l. L a r e a le z a es el s ím b o lo c o m ú n d el p u e b lo s h illu k , y
Nyikang, que es inmortal, una institución perm anente que unifica las g e
neraciones presentes, pasadas y futuras.
La correspondencia entre la estructura política y el culto religioso es
ev id e n te en cada u n a de las p arte s de la e stru c tu ra . L os seg m en to s te rr i
304
toriales de la nación y su asociación con los linajes están validados, como
y a h em o s h e c h o n o ta r, p o r el m ito del re p a rto de las tie rra s c o n q u ista d a s
e n tre lo s c la n e s , h e c h o p o r N y ik a n g . L os cabos de todos estos segm entos
y linajes, por otro lado, coinciden en un único nudo mitológico: Nyikang.
A lgunos de ellos trazan su descendencia a partir de sus com pañeros, otros
p a rtie n d o de sus p a rie n te s c o la te ra le s , o tro s m ás re m o n tá n d o se a lo sh a -
b ita n te s o rig in a le s del p a ís c o n q u ista d o p o r él, y to d a v ía a lg u n o s o tro s,
p o r la lín e a de lo s h o m b re s que p a r tic ip a ro n en su sag a. L o s c a b e z a s de
lin a je que son je fe s de a s e n ta m ie n to tie n e n d eb e res ritu a le s h a c ia la r e a
leza: en particular, servicios cerem oniales en el rito de investidura del rey,
la c o n s tru c c ió n de ch o zas e n F a s h e d a , que es a la v ez la c a p ita l y el centro
del culto de N yikang, y el cuidado de los otros santuarios de N yikang y los
dem ás reyes muertos. D ichos santuarios se reparten abundantem ente p o r el
p a ís , de m o d o que c a d a p o r c ió n d e l m ism o p a r tic ip a d e l c u lto a
Nyikang, héroe de la mitología shilluk, pero también rey de cada período
de su historia. En realidad, los santuarios de Nyikang, que Seligman
llam a sus cenotafios, son imposibles de distinguir de las tum bas-santuario
de los reyes muertos y cumplen, además, las mismas funciones cerem onia
les en la v id a d el p u e b lo : en las c e re m o n ia s p a ra p ro d u c ir llu v ia , en el
tie m p o de la c o s e c h a y en tie m p o s de e n fe rm e d a d y p e s te 20. La religióny
la cosmogonía shilluk están estrechamente ligadas a su sistema político, a
través de la identificación de N yikang con el rey. La realeza se sitúa en el
c e n tro m ism o de lo s v a lo re s sh illu k .
Sólo llegamos a com prender verdaderam ente el lugar de la realeza en
la so c ied a d sh illu k cu an d o p e rc ib im o s que no es u n sim p le in d iv id u o el
que re in a , sino el m ism o N y ik an g , que es el m e d ia d o r en tre los h o m b res
y Dios (juok) y quien, de alguna forma, habita en Dios de la misma forma
que lo hace en el rey, «N yikang es el reth, pero el reth no es N yikang»21.
L a m isión de N yikang con el rey eleva a la realeza por encima de todo
in te ré s se c c io n a l, sea éste lo c a l o de p a re n te sc o . P o r m ás co n tra p u e sto s
que puedan ser sus intereses en otros asuntos, todos los shilluk convergen
en la realeza, ya que es en torno a N yikang donde se centran todos aque
llos intereses comunes a todo el pueblo: éxito en la guerra contra los ex-
tr a n ie r o s y la f e r tilid a d y sa lu d de h o m b re s, g a n a d o , c o s e c h a s , y la de
todas las bestias salvajes que están al servicio del hombre. El profesor
W esterm ann nos dice: «todo lo que ellos m ás valoran, tanto en su vida
n a c io n a l co m o en su v id a p r iv a d a , tie n e su o r ig e n en é l22. H o w e ll y
Thom pson nos dicen que cuando un rey muere, los shilluk dicen «piny
bugon», «no existe ya la tierra»23; el centro del mundo shilluk se ha des-
20. C. G. Seligm an, «The cult o f N yakang and the D ivine K ing o f the Shi
lluk», Report o f the Wellcome Tropical Research Laboratories (1911), pp. 221 y 225
21. H ow ell y T hom son, op. c it., p, 8.
22. Op. cit., XLIII.
23. Howell y Thomson, op cit., p. 18.
305
2 0 . — A N T R O P O L O G Í A POLÍTICA
moronado. Este mundo se restaura m ediante la investidura del nuevo rey,
ya que, aunque los reyes pueden perecer, la realeza, que es N yikang, per
dura. Oyler nos dice: «Cuentan que si Nikawng llegara a morir, la tota
lidad de la raza shilluk perecería» 24.
A causa de los valores m ísticos asociados a la realeza y centrados en
la persona del rey, éste debe m antenerse en un perm anente estado de pu
reza ritual, realizando determinadas acciones y observando ciertas p re s
cripciones, conservando igualmente un estado de perfección física. N ues
tros autores dicen que los shilluk creen que si el rey se pusiera físicam ente
débil, la totalidad del pueblo podría resentirse de ello, y, más aún, que si
un rey se pone enfermo o envejece dem asiado, debe ser m uerto, para evi
tar desgracias nacionales tales como derrotas guerreras, epidem ias o ham
bres. El rey debe ser asesinado para salvar la realeza y, con ella, a todo
el pueblo shilluk.
E ste parece ser el razonamiento que subyace a la declaración shilluk
de que el rey puede ser estrangulado, o asfixiado, o em paredado en una
cabaña hasta m orir, si deja de satisfacer a sus esposas o m uestra signos
de enferm edad o de vejez. En vista de su gran inportancia, sir James
Frazer y otros se han acogido a estas declaraciones. Yo, por mi parte, debo
confesar que las considero interesantes m ás como indicación de la n atu
raleza m ística de la realeza que como evidencia de que los reyes eran, de
hecho, asesinados siempre en la forma antes mencionada y por las razones
dichas. Es verdad que el profesor Seligm an y su esposa establecen categó
ricamente que «no hay la más mínima duda de que los reyes shilluk eran
asesinados con la debida cerem onia cuando em pezaban a m ostrar signos
de vejez o de m ala salud» 25, pero no he podido encontrar evidencia al
guna de que ningún rey shilluk fuera m uerto en ninguna de las circuns
tancias previstas, a pesar de que algunos de ellos poseían los requisitos
para la ejecución, sobre las bases alegadas, bastante antes de su muerte.
Estoy persuadido de que la historia del em paredam iento de los reyes es
una confusión surgida del habitual em paredam iento de los restos reales,
enterrándose posteriorm ente los huesos, tras la descom posición de la car
ne. En ausencia de otro tipo de evidencia tradicional de ejecuciones reales
en la historia shilluk y en vista de lo contradictorio de las relaciones ci
tadas, debo concluir que la muerte ceremonial de los reyes es pro b ab le
mente una ficción. Proviene posiblemente de la personalidad dual del rey,
que es a la vez él mismo y Nyikang, individuo e institución a un tiempo,
lo que explica tam bién la convención lingüística de que el rey no muere
sin o que d e s a p a r e c e , lo m is m o q u e N y ik a n g , qu e no h a m u e rto , sino
24. Rev. D. S. Oyler, «Nikawng and the Shilluk Migration», S, N. and R. (1918)
p. 115.
25. Report o f the Wellcome Tropical Research Laboratories, p. 221; también
Pagan Tribes qfNilotic Sudan, pp. 90-2. Howell y Thomson dicen (op cit., p. 19)
que la estrangulación ceremonial es tradicional para todos los miembros del dan.
306
desaparecido en medio de una tormenta. V olveré sobre la cuestión del
regicidio, una vez haya tratado los procedim ientos de elección e investi
dura, para m ostrar la luz que ésto s arrojan sobre la naturaleza de la
realeza.
307
shilluk son los jefes políticos de Golbany y Kwon, los dos asentamientos
adyacentes por el norte y por el sur a la capital y centro cultural, Fasheda,
situada casi precisam ente en el lugar donde am bas m itades se reúnen y
que es el punto focal de las cerem onias de investidura.
Quiero volver a subrayar que el procedim iento de elección tiende a
asegurar que el príncipe elegido goza del apoyo de todo el país, Thom pson
nos dice que «la elección reposa enteram ente sobre los jefes de Gol Dhiang
y Gol Nyikang»27, y no puede tener lugar sin su consentim iento. Y es
evidente que tal consentim iento no depende de los sentim ientos personales
de estos jefes, sino que actúan com o portavoces de las m itades del país
que ellos representan. Los demás miembros de lo que Thom pson y Ho-
well llaman el «colegio electoral», y del que dicen que «es una reliquia
consciente de la estructura tradicional de los shilluk» 28 sólo tienen «que
escuchar la decisión»29 de los dos jefes mencionados. Dichos miembros
son los dos influyentes jefes de los bordes norte y sur, M uom o y Tonga,
los nueve jefes de asentam iento que descienden de los jefes originales
entre los que N yikang repartió el país shilluk, tras la conquista, y los jefes
de tres ram as del clan real que han llegado a ser dominantes en im por
tantes asentam ientos del país. A sí pues, el apoyo, aunque sólo sea pasivo,
de to d a s las partes del país es necesario antes que el príncipe pueda ser
investido con la realeza. La participación de las m itades de la nación
shilluk en la elección del rey queda posteriorm ente subrayada en la intensa
oposición entre ellas que expresa el drama de la investidura, que reactua-
liza a la vez la conquista y asentam iento en el país de N yikang y sus se
guidores.
Sin la participación colectiva de las mitades del país, la investidura
del rey, que tiene lugar aproxim adam ente un año después de su elección,
no puede tener efecto. Las ceremonias parecen cum plir precisam ente esta
función, ya que la realeza representa a la totalidad del país y un rey sólo
puede ser creado por medio de ritos en los que participe la nación entera.
De aquí tam bién que en la investidura estén representadas todas las sec
ciones. El clan real, sus ram as desposeídas, los clanes com unes, especial
m ente aquellos cuyos ancestros estuvieron entre los seguidores de N yikang,
y los clanes clientes, todos tienen papeles esenciales en el drama. D is
tintos asentam ientos de diferentes distritos y diversos clanes son responsa
bles de la ejecución de varías partes del ritual y de la provisión de di
versos objetos requeridos en la representación: plata y telas de los árabes
del norte (presumiblemente obtenidas por saqueo en los viejos tiempos),
plumas de avestruz para las efigies de N yikang y su hijo, pieles del escaso
27. W. P. G. Thomson, «Further notes in the Death of the Reth of the Shilluk»,
1945 (Manuscrito).
28. Op. cit., p, 29.
29. Thomson, op. cit.
308
antílope de la Isla Fanyikang para las túnicas ceremoniales del rey y
otros em inentes participantes en la ceremonia, lanzas sagradas, tambores
reales, fibra de palm a para vestidos cerem oniales, conchas de cauri, cabañas
nuevas, bestias para el sacrificio, etc.
Repasaré ahora brevem ente las diversas fases que el rey electo tiene
que recorrer para quedar investido de la realeza. La efigie de Nyikang que
se conserva en el principal de sus santuarios provinciales, en Akurwa,
el distrito más septentrional del país shilluk, es sacada de su tabernáculo
por sus sacerdotes, a quienes el rey ha de otorgar im portantes donaciones
por sus servicios en esta ocasión, y junto con la efigie de su hijo D ak r e
corre los lím ites septentrionales del reino, dirigiéndose a continuación hacia
el sur, apoyada por un ejército del norte, para luchar con el rey electo por
la posesión de la capital. Según atraviesan cada distrito las efigies, el pue
blo se reúne para ofrecer sus respetos a N yikang y escoltarlo hasta el
próximo distrito, ya que al parecer, durante el interregno, se cree que la
efigie contiene el espíritu de N yikang, que es el mismo Nyikang, de he
cho. El ejército de N yikang procedente del norte lleva a cabo un com
bate sim ulado con el ejército del sur, que sostiene al rey electo, en el
cauce del A repejur, justo en las afueras de la capital real. Con palabras
de H ow ell y Thom pson, este encuentro de los dos ejércitos en el A repejur,
límite entre el norte y el sur, «simboliza la división ceremonial del país
e n d o s m ita d e s , s u b r a y á n d o s e fu e rte m e n te el e q u ilib rio e n tre am b as
en todos los aspectos» 30. El ejército del rey electo es derrotado y captu
rado por Nyikang, y llevado por él a la capital. La realeza captura al rey.
N yikang es colocado en el escabel real. Pero al cabo de un m om ento es
apartado de allí y el rey electo ocupa su lugar. El espíritu de Nyikang
entra entonces en él, produciéndole tem blores, con lo que queda conver
tido en rey, es decir, poseído por Nyikang. Siguen entonces los actos que
cierran el ritual. El nuevo rey suele desposar una m uchacha, tradicional
m ente provista por determinado clan, que juega un importante papel en
la ceremonia de investidura. Tras la entronización del rey, N yikang se
apodera de la m uchacha y rehúsa devolverla al rey sobre la base de que
estaba casada con ganado del rebaño real, que es precisam ente el rebaño
de Nyikang, y que, por tanto, era esposa de Nyikang. Con este motivo,
N yikang y el rey convocan sus ejércitos para una segunda batalla ficticia,
en la que el rey captura a la muchacha. Acto seguido N yikang viene a
visitar al rey, para hacer las paces con él. A la m añana siguiente el rey r e
cibe el hom enaje y las exhortaciones de los jefes y com ienza su reinado.
N yikang no vuelve a poner en cuestión la autoridad del rey y algunas se
manas más tarde las efigies son devueltas al santuario de Akurwa.
Incluso un esbozo tan breve como el que acabo de hacer nos per
mite percibir el simbolismo básico de los actos de investidura, Nyikang
309
es p e r m a n e n te m e n te re y de lo s s h illu k , de m o d o q u e c u a n d o u n rey
m u e re se c re e que su e s p ír itu , de a lg u n a m a n e ra , a b a n d o n a el cu e rp o
del rey para encam arse temporalmente en la efigie que tiene especial
m ente dispuesta para él en el santuario de Akurwa. Al penetrar de nuevo
en el cuerpo de un príncipe, Nyikang vuelve a gobernar en su capital.
La interpretación más adecuada a la secuencia de los ritos de investidura
sería, pues, que, m ientras en la lucha por la posesión de la capital es el
ejército de la efigie el victorioso, porque Nyikang habita entonces aún
en la efigie, en la nueva lucha por la novia del rey, el ejército del rey es
el victorioso, pues entonces Nyikang está ya dentro del rey. El poder ha
pasado del Nyikang del santuario de A kurw a al Nyikang que habita den
tro del rey de Fashoda. El reverenciado es ahora el rey, por lo que la
efigie tiene que ser devuelta a Akurwa.
N ótese que es Nyikang, símbolo de todo el pueblo shilluk, el hacedor
de reyes. La realeza pertenece a todo el pueblo y no sólo al clan real. A este
respecto, creo que es significativo el hecho de que cuando N yikang cap
tura al rey electo, este últim o se halla rodeado, ostentosamente rodeado,
por un bloque de gentes de su clan. Es de esperar que en el futuro po
damos saber algo más de la distribución, tanto actualm ente como en el
pasado, del clan real. El hogar tradicional de N yikang fue siempre Fanyi-
k a n g , u n a s e n ta m ie n to d el su r, y el e q u iv a le n te r itu a l de la m ita d su r
d e l reino es Gol Nyikang. Parece probable, sobre esta y otras bases, que
el dan real se encontraba principalmente, quizás únicamente, en el sur,
y que de allí se extendió a los asentam ientos del norte en que es posible
hallarlo actualm ente, como de hecho ha sucedido entre los anuak, parien
tes próxim os de los shilluk. De ahí que en las cerem onias de investidura
parece como si el pueblo shilluk, representado por N yikang y el ejército
del norte efectuara una captura del rey, arrancándolo de su clan, repre
sentado por el ejército del sur, para convertirlo en jefe de toda la nación.
El ritual de investidura aparece como la reactualización de este dogma
c e n tra l de que no es u n in d iv id u o p e rte n e c ie n te a u n d e te rm in a d o c la n
o a determinada parte del país quien reina, sino Nyikang mismo, de quien
depende la continuidad y el bienestar de todo el pueblo shilluk.
310
ram as del clan real entre las que se eligen los reyes por turno» 31, los pri
meros Sudan Intelligence R eports dejan bien claro que es esto precisa
m ente lo que ha venido siendo el uso en las últim as décadas y tam bién
que la rivalidad entre los aspirantes al trono en la segunda m itad del si
glo XIX estaba estrecham ente relacionada con la equilibrada oposición entre
norte y sur, apoyando cada una de las m itades del reino a uno de los
candidatos reales. Es difícil creer que la práctica actual, por la cual se
sobreentiende poco m ás o m enos que las líneas de reyes supervivientes
proveen de modo alternativa el rey, es nueva32. Una línea real colateral
no cuestiona hoy día la elección, en la inteligencia de que el próximo
turno le corresponde. La costumbre es que el rey tom e bajo su protección
un vástago de la línea rival, presentándolo de algún modo como su
sucesor, si bien la nom inación form al no es posible y cabe incluso la posi
bilidad de que la elección no sea aceptada por el pueblo, Cuando el prín
cipe así elegido deviene rey, tom a a su vez bajo su protección al hijo de
su protector. El m onarca reinante se asegura de este modo de la tranqui
lidad de la línea rival y la no exclusión, en el futuro, de su propia línea.
N o cabe ninguna duda de que en los últim os tiempos ha existido una
alternancia de ramas de la casa real en el trono, ni tam poco que sem e
jante alternancia está relacionada con la dicotom ía estructural del país
shilluk. Se dice que si los jefes cerem oniales del norte y el sur no pu e
den llegar a un acuerdo en la elección del nuevo rey, los jefes de los
asentam ientos del norte siguen a su propio representante y los del sur al
suyo, resolviéndose la cuestión por lucha. Parece probable, a este re s
pecto, que desacuerdos de este tip o sean expresión no tanto de diver
gencias de opinión acerca de los m éritos de los respectivos candidatos,
cuanto de lealtades locales conectadas con el modo cómo los diferentes
m iem bros de la casa real se hallan conectados con las distintas partes del
país shilluk, Si las disputas sucesorias del pasado fueron o no fruto de
estas rivalidades locales, es algo que quizás no pueda ser determ inado
por el m om ento, pero parece bastante probable en vista del hecho de que
en los prim itivos tiem pos el rey gobernaba desde el asentam iento donde
había sido criado, o se m udaba en todo caso de un asentam iento en otro,
sin tener aún residencia fija en el punto central y neutral de Fashoda33.
Esto sugeriría tam bién que la asociación de los príncipes con los diversos
distritos y asentam ientos está en clara relación con la costum bre de ser
criados lejos de la capital. Es muy probable que el apoyo otorgado por
el norte y el sur a los candidatos a la realeza surgiera del hecho de haber
311
sido criados unos príncipes en el norte y otros en el sur. Esto aparece
c la ra m e n te en las d e ta lla d a s n o ta s del p ad re H o fm ay r so b re ca d a uno de
los reyes shilluk 34. Es igualmente fácil de determinar, ya que los santuarios
de los rey es m u e rto s se co n se rv a n to d a v ía en los lu g a re s d o nde n a c ie ro n
y fueron criados. Me atrevería además a sugerir que la descendencia m a
te rn a de lo s p r ín c ip e s p u e d e se r de g ra n r e le v a n c ia , en c u a n to que es
muy probablemente la asociación de los linajes m atem os con los asenta
mientos, lo que provoca la vinculación de lealtades locales a un determinado
príncipe o a una particular ram a de la casa real. Sería, por tanto, de gran
im portancia que los futuros observadores anotaran los clanes m aternos de
los reyes shilluk,
L a p ro p o s ic ió n s h illu k de que lo s re y e s d e b e n ser m u e rto s cu a n d o
se hacen viejos o se ponen enferm os, y la posterior declaración de que
c u a lq u ie r p rín c ip e p u e d e en c u a lq u ie r m o m e n to r e ta r al re y a m u e rte ,
en el cual el rey no puede solicitar ayuda, creo que no puede, al igual que
el modo de sucesión, ser entendida si no es por relación a la estructura
p o lític a com o u n to d o . E x is te sólo e v id e n c ia tr a d ic io n a l de que a lg ú n
rey ha sido m uerto de uno de estos dos m odos, pero como Thom pson y
Howell muy bien indican 35, la creencia de que los reyes han sido o pueden
ser asesinados tiene implicaciones políticas. La afirm ación de que un rey
viejo o enfermo debería ser muerto probablemente no significa sino que,
cuando algún desastre cae sobre la nación shilluk, las tensiones inherentes a
su estructura política se hacen m anifiestas en la atribución del desastre a
sus poderes caducos. La im popularidad que el infortunio nacional atrae
sobre el rey permite a los príncipes alzarse en rebelión. Fbr o tro la d o , la
c re e n c ia de que el rey p u e d e ser le g ítim a m e n te a s e sin a d o p o r u n r iv a l
p e r s o n a l n o e n c u e n tra m á s b a s e en la h is t o r ia s h illu k re cíente que la
creencia de que el rey puede ser asesinado, pero recibe al m enos algún
apoyo de la tradición y de la ansiedad m ostrada a este r e s p e c to p o r el re y
y su s a s i s t e n t e s , y de la s p r e c a u c i o n e s q u e é s te to m a para protegerse,
especialm ente en el espacio entre su elección y su in v e s tid u r a , y d u r a n te
la in v e s tid u r a m ism a . P a re c e , p o r lo d e m á s , que o fre c e p o c a d u d a el
h e c h o de que lo s r e y e s s h illu k p e r e c e n g e n e r a lm e n te de forma violenta.
M i propia opinión es que las declaraciones shilluk deben ser interpretadas
en el sentido, no de que cualquier príncipe puede matar al rey por propia
iniciativa, como se ha sugerido5í, sino de que cualquier príncipe puede
dirigir una rebelión como líder del descontento, particularmente del
descontento de la parte del reino a que el príncipe pertenece. Si el rey ha
perdido igualmente el apoyo de la parte a que p e rte n e c e , es m u y p ro b a b le
que p ie rd a ju n to co n el c o m b a te la v id a . E s
312
tas son las conclusiones que he extraído de la m encionada crónica de los
reyes shilluk del padre Hofmayr37. D ebe notarse, no obstante, que las
rebeliones shilluk no se efectúan nunca contra la realeza en sí misma. Muy
por el contrario, todas ellas han sido realizadas para preservar los valores
encarnados por la realeza, que estaban siendo debilitados, o al m enos así
se creyó, por los individuos que los detentaban. Se trataba no de rev o lu
ciones, sino de rebeliones contra el rey en nombre de la realeza.
C onclusiones
313
me atrev ería a sugerir que es ésta una institu ció n típ ica, si bien no única,
de sociedades con un pronunciado sistem a de linajes, en las que los seg
m entos políticos, no obstante, son parte de una laxam ente organizada e s
tructura sin funciones gubernamentales. En sociedades de este tipo la or
ganización política tom a una form a ritual o sim bólica que, en estru ctu ras
p olíticas de un más alto grado de organización, deja paso, aunque no
totalm ente, a la adm inistración centralizada.
Me atreverla tam bién a sugerir que la aceptación del regicidio de
una u otra form a, com o costum bre, puede ser explicada en los m ism os
térm inos estructurales. La densidad m oral de los segm entos es lo su fi
cientem ente grande como para ser represen tad a por el sím bolo común
de la realeza, pero no lo b astan te para elim in ar las podero sas ten d en cias
hacía la desintegración que subyacen a la estructura. Dichas tendencias se
m anifiestan con relación al sím bolo y, o bien la realeza misma, o el rey
pasa de segm ento en segm ento, com o entre los anuak en los tiem pos p a
sados y actualm ente entre los shilluk, o los segm entos luchan entre sí por
la representación en la capital. En cu alquiera de los dos casos, los senti
m ientos p articu laristas operan a través de riv alid ad es dinásticas. La r e a
leza, que es N yikang, es inam ovible y reconocida como el valor supremo
por los shilluk. En esta perm an en cia y en este reconocim iento se m an i
fiesta la unidad de la nación. En las rebelio n es contra los reyes y en los
regicidios se evidencian a los ojos del observador la estru ctu ra segm enta
ria y sus contrapuestas lealtades. La realeza tiende en estas sociedades a
id en tificarse, por la vinculación de la persona del rey, con una localidad,
con los in tereses seccionales; y cuando esto ocurre, las dem ás secciones
tienden a afirm ar sus derechos, y m ediante la acción los intereses com unes
de todos los shilluk, en la realeza, a expensas de la p erso n a del rey. La
realeza encam a una contradicción entre el dogma y los hechos sociales,
entre cargo y persona, que es fruto de la com binación de tendencias c e n
tríp e tas y centrífu g as en la estru c tu ra n acio n al, y esta co n trad icció n se
resuelve m ediante el regicidio sancionado por la costum bre.
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J. MAQUET
EL P R O B L E M A D E L A D O M IN A C IÓ N T U T S I1
317
cesarios para asegurarles una existencia cómoda. Tam bién las diferentes
apariencias físicas incluidas en el estereotipo de cada casta fueron astuta
mente explotadas por los tutsi. Estos han utilizado su delgada figura y su
pálida piel para afirmar la idea de la superioridad natural de los tutsi sobre
los hutu, que son de estatura ordinaria y de rasgos vulgares.
O tros tres factores externos parecen haber constituido más bien obs
táculos que los tutsi tuvieron que superar. La configuración orográfica del
país (colinas con pendientes abruptas, una cadena m ontañosa que separa
las cuencas del Congo y del N ilo) no era favorable a la rápida com unica
ción necesaria para un gobierno centralizado. Además, el excedente agrí
cola era muy limitado como resultado de la pobreza del suelo, de la irre
gularidad de las lluvias, y de los m étodos de cultivo. U n gobierno cen
tralizado necesita un gran número de oficiales y guerreros, cuya subsisten
cia tiene qje estar asegurada. Finalmente, con la muy importante excep
ción del ganado, la cultura m aterial de los tutsi no presenta diferencias
esenciales con la de los hutu. Por «diferencias esenciales» queremos decir
que el equipamiento de los tutsi no incluye elem entos como la pólvora,
el motor de com bustión, o la electricidad; elementos que cuando son
poseídos exclusivam ente por un grupo son suficientes para asegurar una
fácil dominación.
El problem a que los tutsi tenían que resolver dentro de los límites im
puestos por este m arco, puede ser formulado en tres preguntas: cómo
m antener un sistema de castas salvaguardando al mismo tiempo la cohe
sión de la colectividad total; cómo explotar y al mismo tiempo proteger
al grupo inferior; cómo establecer un gobierno centralizado y absoluto
delegando al m ism o tiem po poderes en algunas autoridades subordinadas.
Para empezar, perm ítasenos considerar la prim era de estas tres aparentes
contradicciones: sociedad de castas y cohesión social. Para que los m iem
bros de un grupo dominante hereditario puedan m antener sus privilegios,
los elementos de prestigio deben perm anecer bajo su control exclusivo. En
Ruanda el poder social y el prestigio dependen de la efectiva posesión
del ganado que los invasores tutsi trajeron con ellos en el pasado. La d is
tribución del ganado se hizo casi exclusivamente por medio del ubuhake,
una institución de patrocinio por la que un individuo inferior en presti
gio y riqueza ofrece sus servicios a otro, que a cambio le entrega el usu
fructo de una o varias vacas. Gracias a esta institución, que podría lla
marse feudal, los tutsi mantuvieron el control final sobre todo el ganado
de Ruanda. El señor tutsi, reservándose la propiedad sin usufructo de
las vacas que cedíaa su patrocinado, podía siempre recuperarlas de nuevo.
Otra condición necesaria para el mantenimiento de la superioridad
de u n a c a s ta es la de que lo s m ie m b ro s d e b e n d is f r u ta r , a se r p o s ib le
sin esfuerzo, de un nivel de vida mayor que el del pueblo común. Una
v e z m ás la in s titu c ió n d el p a t r o c in io p e rm itió a lo s tu ts i que p o se ía n
318
unas cuantas cabezas de ganado vivir bien sin tener que participar m a
nualm ente en el proceso de producción.
U na casta necesita m antener su identidad, que es necesaria para m an
tener su esprit de corps y para transm itir sus tradiciones de una genera
ción a otra. Estas funciones las cum plía la estructura militar. Los jóvenes
tutsi, y ellos exclusivam ente, pasaban varios años en la corte del rey o
de un jefe importante en asociaciones militares en las que, además de
aprender el uso de las armas, recibían la educación com pleta de un joven
noble.
A fin de que el dogma de la superioridad innata de la casta noble no
sea puesto en duda, es necesario evitar la degradación de cualquier miem
bro de la raza de nobles. El patrocinio era una forma institucionalizada
de evitar tal desgracia. El tutsi, amenazado con perder su clase al em po
brecerse, se convertía en el patrocinado de otro más rico. A cambio de
su consejo y de su presencia como cortesano, recibía varias vacas, que a
su vez entregaba a sus patrocinados hutu; esto le perm itía v iv ir según su
rango. Pero si una casta pone dem asiado énfasis en las características que
la c o n v ie r te n en u n g ru p o s o c ia lm e n te c e r r a d o — si se aísla dentro de
la colectividad de la que no es más que un elemento— , la cohesión de
esta sociedad puede ser destruida. E n consecuencia, son necesarios nu
merosos factores de solidaridad a fin de equilibrar la tendencia desequili-
bradora presente en cualquier estructura de castas.
De nuevo la institución del patrocinio cumple con la mayor eficacia
esta función de integración social. Gracias a ésta, muchos hutu com parten
el poder social de la clase superior identificándose con un protector, con
un m iem bro del grupo dominante. O btenían el uso de varias vacas que
sim bolizaban el sistema de valores de pastoreo aristocráticos, y entraban
en un sistema de relaciones por medio del cual se distribuían entre la
población en general productos agrícolas y de pastoreo. El vínculo perso
nal con un miembro de la casta privilegiada y el acceso a la posesión, aun
que incierta, del ganado, parecen haber sido esenciales bajo el punto de
vista de la solidaridad nacional.
Otro factor de unión era la pluralidad de las estructuras sociales a
las que todo nyarw anda estaba afiliado. Casi todo individuo participaba
en tres jerarquías y estaba así ligado a sus gobernantes, y especialm ente
al rey, por más de un canal. En virtud de vivir en una cierta colina, el
nyarw anda estaba sujeto a un jefe territorial encargado de recoger tareas
y pagos en especies de los súbditos, y que debía transm itirlos al rey por
mediación de varios oficiales. En segundo lugar, cada nyarw anda formaba
parte de un ejército. Todos los tutsi eran guerreros, pero los demás miem
bros del ejército estaban obligados a ciertas prestaciones y pagos en e s
pecies al jefe militar. A cambio recibían de éste ciertas ventajas, o el usu
fructo de ganado. Finalm ente, la estructura feudal integraba a casi todo
individuo en una m alla de relaciones de lealtad tales, que la persona que
319
ocupaba la posición superior en estas relaciones, ocupaba al mismo tiem
po la posición inferior en otra (los grandes jefes eran en realidad vasallos
del rey).
U n tercer factor integrador era la ideología desarrollada sobre la ins
titución de la monarquía. El mwami se consideraba no sólo como el rey
de los tutsi, sino tam bién el de toda Nyarwanda. Su origen divino le se
paraba de los hom bres y le confería una autoridad que a la m asa de sus
súbditos ni siquiera se le ocurriría poner en duda. En Ruanda, como en
muchas culturas, el rey era una figura divina y paternal. Esta asociación
ayudó a crear entre los habitantes del país un sentim iento de pertenencia
a una totalidad que ofrecía ciertas analogías con la familia.
L a segunda contradicción aparente está entre la necesidad de la ex
plotación de los hutu y la de su protección. El dilem a de todos los con
quistadores que se establecen en un nuevo territorio es el de si extraerán
ellos mismos la riqueza natural del país o sí lo harán a través de los na
tivos. L os tutsi han solucionado este problem a escogiendo la segunda al
ternativa. Sobre los hutu se han impuesto varios tributos: trabajos forzo
sos y contribuciones en productos del suelo. Los gobernadores obtenían
esto a través de los canales de las estructuras administrativas y militares,
los tutsi ordinarios por medio del sistema de patrocinio. Cuando un gru
po se ha impuesto tan firmemente como el tutsi, su problem a no es tanto
el de e x p lo ta r com o el de lim ita r la e x p lo ta c ió n de m o d o qu e el que
paga el tributo no huya del país ni tam poco muera. Es por lo tanto ne
cesario protegerle contra im puestos excesivos y contra exacciones indi
viduales.
La universalidad y la organización de las obligaciones contribuye a
m antener soportable el nivel de los tributos pues aseguraban rentas su
ficientes y regulares para los gobernantes. La protección contra las exac
ciones de jefes y señores avariciosos se aseguró en prim er lugar por la
existencia de reglas tradicionalm ente aceptadas. Estas reglas no eran tan
precisas ni estaban tan severam ente sancionadas como en el derecho fiscal
occidental, pero sin embargo establecían niveles más allá de los cuales
la opinión pública sentía que com enzaba el abuso. Cuando un señor p a
recía exigir dem asiado a sus clientes ya no encontraba nuevos, y aquellos
que tenía intentaban abandonarlo.
Esto nos lleva a m encionar otra protección más efectiva que el dere
cho consuetudinario: la posibilidad que tenía todo hom bre con cierta ca
pacidad de asegurarse un defensor y un protector. E sta posibilidad resul
taba del carácter rural de la estructura política. Cuando no se tiene más
que un superior, todo debe obtenerse de él y no existe otra posibilidad.
E n un sistema pluralista hay varios superiores inm ediatos de un rango
aproximadamente igual y que son interdependientes. Es, por lo tanto, p o
sible obtener el apoyo (o incluso la complicidad) de un jefe al mismo
tiem po que se resiste a otro,
320
La tercera contradicción aparente, que pone en contraste las necesi
dades de un poder centralizado y absoluto co n los peligros de la delegación
de poder en autoridades locales subordinadas, se sentía con particular fuer
za en un país feudal y montañoso. El patrocinio crea lazos personales de
fidelidad entre el patrocinado y su señor, pero esta lealtad no va más allá
del señor. Se obedece al señor porque es el señor, y no porque sea un
representante del rey. Todos los jefes locales tutsí tenían patrocinados. La
naturaleza m ontañosa del país, haciendo difíciles las com unicaciones, tam
bién favorecía la formación de señoríos locales independientes. Además,
en una cultura no literaria, la adm inistración del país y la recaudación
de tributos exigían que el súbdito y la autoridad se conociesen personal
mente. Puesto que la población era alrededor de un m illón setecientas nil
personas, resultaba realm ente necesario delegar el poder,
A pesar de estas dificultades, los gobernantes tutsí de R uanda p u
dieron evitar la fragmentación de la unidad política en su país. El carácter
ritual y divino de la realeza contribuyó ciertamente a la sum isión de los
jefes, pero creemos que en un grado muy limitado. La historia nos dice
que cuando un mwam i parecía débil, uno u otro jefe no vacilaba en rebe
larse y asesinarlo aunque fuese divino. Aparte de la fuerza de los ejércitos,
el mecanismo más efectivo de sum isión al poder central parece haber sido
la m ultiplicidad de jefes independientes entre sí. No sólo había jefes del
m ismo rango pertenecientes a diferentes jerarquías y gobernando a los
m ismos individuos, sino que en la m isma estructura administrativa exis
tían dos jefes que tenían la misma jurisdicción territorial: uno se ocu
paba de las rentas alim enticias, el otro de los im puestos sobre el ganado.
Una situación tal era muy eficaz para mantener la desconfianza, la hosti
lidad, y los celos entre los jefes. De este modo cualquiera de ellos se ap re
suraba a advertir al m wami si alguno de sus colegas estaba tram ando al
guna traición. Además, los inevitables conflictos jurisdiccionales perm i
tían a la autoridad superior entrometerse en las dis putas y avivarlas.
De esta form a la organización política de los ruanda, constituida por
las estructuras administrativas, militares y feudales permitió a los tutsí
m antener viva la sociedad de Ruanda mientras m onopolizaban provecho
samente el poder social, político y económico.
BIBLIOGRAFÍA
321
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University Press, para el International A frican Institute.
322
PEDRO CARRASCO
323
perior. Como ciudadano de la com unidad tiene la obligación de prestar el
servicio, y las presiones sociales en este sentido siempre son fuertes, y al
mismo tiempo el individuo es impelido a solicitar cargos con objeto de
elevar su status social. En la organización ceremonial, el desempeño del
cargo tam bién puede ser el resultado de un voto religioso, por el cual el
individuo intenta conseguir ayuda sobrenatural m ediante su participación
en, o su patronazgo de, una cerem onia pública.
La participación en los rangos inferiores de la escala únicamente im
plica la realización de tareas serviles, como barrer, llevar mensajes o vi
gilar la ciudad. Los cargos superiores suponen m ayores responsabilidades
en las organizaciones políticas y ceremoniales, y por lo general exigen m a
yores gastos en form a de patronazgo de los festivales e invitaciones a ban
quetes relacionados con la transm isión del cargo. Estas celebraciones son
en realidad fiestas honoríficas en las que el consumo de la riqueza de los
individuos tiene como consecuencia el engrandecim iento de su status so
cial, y cierto número de intercambios recíprocos de bienes y servicios se
ordenan alrededor de la organización de los festivales. De este modo, el
funcionamiento de la escala tam bién implica que todos com parten por turno
la financiación de la administración y las ceremonias de la ciudad (Carras
co, 1957: 19-20).
En esta pauta general se encuentra cierto núm ero de diferencias. Un
tipo de diferencia se relaciona con la medida en que realmente cada in
dividuo com parte los escalones m ás altos de la escala. Como ha señalado
Tax (1937: 443), existen diferencias entre las pequeñas ciudades, en las
que todos los hom bres alcanzan los escalones superiores de la escala, y
las grandes ciudades, en las que sólo una pequeña proporción de ellos al
canzan los puestos superiores. E n el prim er caso, como hem os señalado,
la escala es un sistema para participar por rotación en la organización po
lítica y ceremonial. Las diferencias individuales de status relacionadas con
el lugar que el individuo ocupa en la escala tiende a coincidir con la edad
y, a largo plazo, todos los individuos pasan por los m ism os escalones. En
algunos ejem plos recientem ente dados a conocer ocurridos entre los chinan-
tecas y los m ixe existe, junto a la escala, un sistema de grados de edad,
cada uno de los cuales constituye un grupo bien definido con distintas fun
ciones en la vida política y ceremonial. Para cubrir determinados cargos
se escogen funcionarios entre los hom bres de la edad apropiada, y el tér
mino del m andato en un determ inado puesto va seguido de la entrada en
un grado superior. Los m iem bros de los distintos grados se sientan juntos
en distintos bancos del ayuntam iento y en las funciones cerem oniales
(W eitlandery Castro, 1954: 160 ss.; W eitlander y Hoogshagen, 1960),
E n el segundo caso, es decir, en el caso de las ciudades grandes, exis
ten com parativam ente pocos puestos en los escalones m ás altos de la es
cala en relación con la gran población y sólo los más ricos alcanzan los
324
rangos últimos, de tal forma que existe un cierto grado de diferenciación
de clases.
Otro tipo de diferencia dentro de la pauta general se refiere al aspecto
económico del desempeño del cargo. Hay tres formas de cubrir las
necesidades de la adm inistración y las ceremonias. La primera, mediante la
utilización de la propiedad comunal; la segunda, haciendo colectas entre todos
los habitantes de la aldea — en estos dos casos los funcionarios actúan como
adm inistradores o recaudadores— ; y la tercera, mediante la aportación
personal del funcionario, que se convierte entonces en patrocinador del cargo
que desempeña (Carrasco, 1952: 28-29, 34). Este tercer procedimiento es el
más importante en los tiempos m odernos y lo he considerado el principal
para definir el sistema de escala en térm inos generales. E n cualquier caso,
el grupo de m ayor prestigio, y en hs com unidades m ás conservadoras el
m ás alto cuerpo gubernativo de la ciudad, consta de los hom bres que han
pasado por los cargos y patronazgos que exige la escala. Estos suelen ser
llamados los principales, los pasa d o s (ex funcionarios) o bien, puesto que
tal grado se alcanza en la edad madura, los ancianos. Se considera que
los ancianos han prestado su servicio a la ciu d ad y están exentos de los
trabajos comunales.
El propósito de este artículo es tratar los antecedentes anteriores a la
llegada de los españoles de este sistem a de escala, y esbozar su posterior
desarrollo a consecuencia de la conquista. Los cargos de la jerarquía cívico-
rreligiosa moderna forman parte tanto del sistema municipal de adm inis
tración de la ciudad, introducido durante el primer periodo colonial, como
de la organización local del culto católico popular. Los plazos anuales de
los cargos form an tam bién parte de los reglamentos españoles y existen
otras muchas similitudes entre la organización m oderna de la aldea india y
el sistema municipal español (Font 1952). En consecuencia, podría suponerse
que la jerarquía cívicorreligiosa m oderna es básicamente de origen español.
Sin negar la indudable aportación española a su evolución, este artículo
pretende subrayar los antecedentes anteriores a la llegada de los españoles
y mostrar cómo conformaron la introducción de la organización municipal
española en el estado de cosas del gobierno colonial. De hecho, la
estructura social del antiguo M éxico sólo puede com prenderse conce
diendo el adecuado peso a las instituciones que constituyen tales antece
dentes. Com binan rasgos de carácter igualitario y de carácter estratificado,
habiéndose en ocasiones supervalorado unos u otros para obtener un
cuadro distorsionado de la antigua sociedad mexicana.
Examinemos los rasgos de la organización política, ceremonial y eco
nómica precolombina que son similares al sistema moderno de escala
cívicorreligiosa. Lo que nos importa es la existencia de una escala de status
jerárquicamente clasificados, la posibilidad para un amplio grupo de individuos
de ascender en esta escala, la vinculación de la escala a la estratificación
social, y las implicaciones económicas del sistema. Utilizaré
325
datos procedentes de los aztecas, con sólo pocas referen cias a otras zonas
de M éxico, pero existen situaciones sim ilares en todas las zonas de Meso-
am érica de las que se tienen datos.
Aunque un rasgo importante de la sociedad azteca era la diferencia
ción hereditaria entre plebeyos (m aceualtin) y nobles (p ip iltin ), había b a s
tante movilidad social, Fr. Diego Duran (1951: II 124-125), uno de los
mejores informadores sobre la sociedad azteca, describe claramente el im
pulso hacia el ascenso social y la adquisición de títulos, y da cuenta de
tres vías distintas m ediante las cuales los individuos podían alcanzar status
superiores: la guerra, el sacerdocio y el comercio.
Tanto el ascenso m ilitar como el sacerdotal form aban parte de la
organización de los dos tipos de casas de hombres. Las Casas de la J u
v entud (telpochcalli), de las que había muchas, una en cada distrito, e s
taban principalm ente dedicadas a la instrucción y utilización de los jóvenes
plebeyos en la guerra y las obras publicas. Las calmecac (Hilera de Casas)
eran residencias sacerdotales relacionadas con los templos más im portan
tes de la ciudad, a las que iban los hijos de la nobleza y, al parecer, alg u
nos plebeyos prom etidos por sus padres al sacerdocio. Las calm ecac eran
fundamentalmente religiosas, pero la guerra y determinados oficios tam
bién fom ab an parte de la instrucción y las actividades de sus m iem bros1
(Sahagún 1938: I 288-98, II 217-25; Pomar 1941: 27; Motolinia 1903:
254-55).
Los m uchachos jóvenes, ya fueran de status noble o plebeyo, entraban
en las casas de los hom bres en el escalón m ás bajo de la escala de grados
m ilitares o sacerdotales. Cada grado se señalaba m ediante diferencias en
el peinado, las ropas y los adornos. Los m iem bros de cada grado o de cada
com binación de grados se reunían en salas distintas en el palacio del gober
nante o en los tem plos; participaban como grupos con distintas funciones
en la com pleja vida cerem onial, y dentro de cada grado se escogían deter
m inadas categorías de em pleados estatales.
Los jóvenes plebeyos entraban en las Casas de la Juventud de sus d is
tritos antes de la pubertad y m ientras eran muchachos (telpochtonli) se
encargaban de actividades serviles como barrer o coger leña. D espués de
alcanzar la pubertad, los jóvenes (telpochtli) eran llevados al campo de
batalla, primero como ayudantes de experimentados guerreros, pero pronto
para que em pezaran a luchar por su cuenta. A partir de este momento, el
326
éxito en el campo de batalla determ ina el status social de estos jóvenes.
Q uienes conseguían capturar prisioneros se convertían en apresadores (yo
qui tlam ani), recibiendo distinto reconocim iento según el origen tribal y
el núm ero de cautivos. Entre los apresadores de m ayor éxito se escogían
los líderes de los jóvenes (teachcauab) y los jefes de las Casas de la Juven
tu d (telpochtlato). Todos éstos se reunían en el palacio del gobernante,
en la llamada Casa de la Canción (cuicacalli), donde podían recibir ór
denes de reunir a sus hom bres cuando se necesitaban para las obras públicas
(S a h ag ú n 1938: I 291-9 3 ; II 310, 331-34)
La captura de un prisionero no sólo contribuía al ascenso social del
guerrero, sino que lo introducía en relaciones sociales y ceremoniales. El
prisionero se sacrificaba en uno de los grandes festivales, el apresador
tenía que ayunar y guardar la vigilia en preparación del acontecimiento,
y recibía el cadáver de su prisionero pata preparar un banquete para sus
parientes y amigos (Sahagún 1938:1 123-30).
Los jóvenes salían de la Casa de la Juventud, entre los veinte y los
treinta años, para casarse. Entonces entraban en la nóm ina de impuestos
del distrito y deshecho m uchos de ellos tenían que abandonar la carrera
de ascensos en la jerarquía militar. Además de la guerra, existían posibili
dades de m ejorar de status dentro de la organización de distrito, donde
había cierto número de líderes de grupo para el cobro de tributos y la
organización de los reclutam ientos de mano de obra, y tam bién existían
los cultos locales de los distintos distritos y los grupos de artesanos. Los
jefes de distrito (tepixque, calpixque, tequitlatoque o calpuleque) solían
ser sucedidos por un hijo o pariente cercano, pero tam bién se exigían con
diciones para el cargo y edad avanzada. U na vez alcanzada la edad de
52 años, el individuo quedaba libre de tributos y de los servicios en forma
de trabajo y era tenido en gran estima. Los ancianos del distrito (calpul-
hueuetque) constituían un grupo im portante en todas las funciones ce re
moniales del distrito y eran consultados por el jefe del distrito en todas
las cuestiones de importancia (Zurita 1941: 86-90, 111; Duran 1951: I
498, II 223; Torquemada 1943: II 329, 545; Sahagún 1951: 58, 106, 124
y passim ; Gómez de Orozco 1945: 63).
Los nobles tenían su propia sala de reuniones en el palacio, la Casa
de los N obles (pilcalli), donde se reunían con los parientes cercanos del
gobernante y los altos funcionarios. Los m uchachos de la nobleza que en
traban en las calmecac también podían dedicarse a la carrera militar
(Sahagún 1938:1 144,11309; Duran 1951: I I 162, Zurita 1941: 91,145).
Los guerreros de m ás éxito, quienes habían capturado cuatro p risio
neros de las ciudades enemigas más valientes, adquirían la categoría de
tequiua (el que ha [hecho] un trabajo). E n palacio, se reunían en la Casa
de las A guilas (quauhcalli o tecquiuaucacalli), donde form aban parte de
los consejos bélicos, y se capacitaban para los altos puestos m ilitares y gu
bernamentales. La m ayoría de los tequiua eran de origen noble. H abían
327
sido enviados de niños al tem plo vinculado al culto bélico del Sol, y esta
vinculación religiosa se m antenía después del matrimonio. Los plebeyos
valientes podían tam bién elevarse al tango de tequiua, pero los nobles
recibían insignias y ornam entos distintos y se capacitaban para posiciones
más altas que los individuos de origen plebeyo (Duran 1951: II 124, 15S
59,162-65; Pomar 1941: 34, 38).
Entre los tequiua se escogía cierto núm ero de funcionarios que form a
ban los conseios superiores del gobierno.2 Los comandantes militares (tla-
catecalt y tlacochcalcatl) form aban el consejo de dirigentes de la guerra;
unos eran de status noble y otros plebeyo. E n el palacio se reunían con los
tequiua en la Casa del Aguila. Los individuos con estos títulos tam bién re
cibían el mando de las ciudades sometidas, y el nuevo gobernante general
mente ya gozaba de los títulos antes de tom ar posesión de su cargo (Sahagún
1938: I 291; II 107, 138, 310, 329; Codex Mendoza 1938: III 17-18;
Monzón 1949: 75).
Otros tequiua reciben títulos individuales especiales que los sitúan en
la categoría de los consejeros del señor (tecutlatoque). Constituían los tri
bunales superiores (los teccalco y los lato q u e) y su gobernante podía en
com endarles tareas especiales cuando se planteaba la necesidad. La m ayor
parte de estos puestos estaban cubiertos por nobles; algunos inform es
afirm an que los plebeyos rara vez los alcanzaban, mientras que otros
afirman que —por lo m enos en Tetzcoco— los individuos de origen noble
y de origen plebeyo com partían algunos cargos (Sahagún 1938: II 317,
330; Zurita 1941: 85-86; Pomar 1941: 29-30; Tezozomoe 1878: 361 passim).
Otros tequiua se convertían en albaceas del gobernante (achcacauhtin),
que tam bién tenían una sala especial de reuniones en el palacio (la achcauh-
calli); estos cargos los desem peñaban individuos de origen plebeyo (Sahagún
1938: I 166, 291, 293, II 310).
La inform ación sobre la duración de los cargos es escasa, pero lo
que sí se señala es que los puestos políticos eran desem peñados por regla
general durante períodos indefinidos, durante toda la vida o hasta que el
titular pasaba a un rango superior; a veces era posible la degradación
328
de un individuo a status plebeyo y sin derechos (Zurita 1941: 86; Saha
g ú n 1938: II 308; D u ra n 1951: I 436).
G rupos especiales eran los guerreros otom i y quachic (esquilados),
unos tequiua que hacían votos especiales de no retroceder en el cam po de
batalla, tenían insignias distintivas y constituían un cuerpo de élite del
ejército. E ran tenidos por grandes asesinos, pero dem asiado salvajes e ina
decuados para los asuntos de gobierno (Sahagún 1938: II 137; Duran
1951: I 169-70, II 163).
Otro grado militar eran las Aguilas Viejas (quauhueuetque) o guerre
ros viejos que realizaban tareas especiales como una especie de com an
dantes de campo y oficiaban en los funerales de quienes m orían en com
bate (Duran 1951:1 289, 293, 315; Tezozomoc 1878: 428).
La organización sacerdotal era enormemente compleja y presenta cierto
número de problemas que exigiría un tratamiento más extenso. Los principales
grados de la jerarquía eran los siguientes: en primer lugar, los jóv en es que
servían como Pequeños Sacerdotes (tlam acazton), principalmente ocupados
de las tareas serviles de los templos. De jóvenes, se convertían en Jóvenes
Sacerdotes (tlamacazque). De éstos, los m ás devotos ascendían al grado de
D ador de Fuego (tlenam acac) y entre éstos se escogían los dos sum os
sacerdotes o Serpientes Emplum adas (quequetzalcoa). Según un a
información, el progreso en la jerarquía sacerdotal de los Jóvenes
Sacerdotes tenía lugar cada cinco años. A lgunos jóvenes sacerdotes iban
al campo de batalla, como hem os m encionado; otros se dedicaban a ac
tividades puramente religiosas (Sahagún 1938: I 144, 299; Torquemada
1943: II 185).
La jerarquía sacerdotal era especialmente compleja debido a la ex is
tencia de distintos tem plos dedicados a diversas deidades, cada uno con
distintos cultos y con sacerdotes que tenían títulos especiales. La principal
lista de sacerdotes de que disponem os, adem ás de la que hem os esbozado,
es básicam ente una lista de los guardianes de cada dios o templo, en gran
parte adm inistradores encargados de reunir las cosas necesarias para el culto de
un determinado dios (Sahagún 1938: I 237-41). Probablem ente eran cargos
de rango similar, pero no está completamente claro cómo se relacionaban
con la escala anteriorm ente presentada. P arecenpertenecer a un rango situado
por encim a de los viejos sacerdotes. La edad avanzada se m enciona como
característica de los sacerdotes llam ados quaquacuiltin, que es el título de
algunos de los administradores. Como las A guilas Viejas de los guerreros,
éste era probablem ente el rango sacerdotal de los ancianos. E n algunos
casos, el asistente de un dios se designa como su anciano (iueueyouan) y
tam bién los ancianos del barrio (calpulhueuetque) tenían funciones
ceremoniales en determinadas ocasiones (Sahagún 1938: I 30; 1951: 44,
47, 58, 106, 119, 183).
N o todas las funciones ceremoniales im plican la existencia de sacerdo
tes de dedicación plena. D eterm inadas actividades cerem oniales estaban
329
a cargo de funcionarios del gobierno o de otros cabezas de fam ilia que
residían en el templo sólo durante períodos de tiempo limitados, turnán
dose en algunos casos distintos grupos para que siem pre residiera alguno
(Sahagún 1938: I 144, 229; Gómez de Orozco 1945: 39, 61). Otro cierto
núm ero de roles especializados de los distintos cultos o de las grandes
ceremonias públicas eran desem peñados por individuos que actuaban sim
plem ente a resultas de un voto, m uchas veces hecho con objeto de curarse
de una enferm edad relacionada con el ser divino de la veneración
(S a h a g ú n 1938: I 32, 40, 48-51, 177),
A lgunos sacerdotes vieios se retiraban de la vida religiosa v recibían
entonces altos títulos y cargos en el gobierno, A ju zg ar por sus títulos,
pasaban a form ar parte del grupo de consejeros del gobernante anterior
mente mencionado (Duran 1951: I I 110, 125).
U n caso interesante es el de la escala sacerdotal que lleva a los cargos
de los dos altos gobernantes de la ciudad de Cholula. Se escogían entre
cierto núm ero de sacerdotes dedicados al culto de Q uetzalcoatl; estos
sacerdotes eran nobles procedentes de un solo distrito de la ciudad, el de
Tianquiznauac. Cuando entraba en el sacerdocio entregaban todas o gran
parte de sus riquezas al tem plo y le consagraban sus vidas, pero podían
casarse y v isitar a sus esposas por la noche. Los distintos grados de este
sacerdocio se manifestaban en distintos m antos. Los nuevos sacerdotes
recibían un manto negro, que llevaban durante cuatro años. Al térm ino de
este período recibían un m anto negro con un borde rojo que llevaban
durante otros cuatro años. Luego recibían un m anto decorado en negro
y rojo que tam bién usaban durante un nuevo período de cuatro años.
D espués de éste recibían m antos negros, que vestían durante el resto de
sus vidas, excepto los ancianos que iban de rojo y eran candidatos a suce
der a los dos funcionarios gobernantes a la muerte de éstos (Rojas 1927:
160-61).
El tercer camino para el ascenso social era el comercio. Los mercaderes
procedían de determinados distritos de la ciudad y los jóvenes se o rganiza
ban en bandas con sus líderes, como hacían todos los dem ás plebeyos,
y partían en expediciones comerciales al servicio de los viejos com ercian
tes. Cuando por sus viajes se veían m ezclados en la guerra, como pasaba
con frecuencia, podían recibir títulos iguales que los de los guerreros.
Por otra parte, el comerciante que acumulaba riquezas las utilizaba para
com prar esclavos para los sacrificios; las víctim as así ofrecidas eran el
equivalente de los prisioneros que ofrecía el apresador, y entonces el co
merciante recibía el título de Bañista, más exactamente «El que ha puri
ficado a alguien para el sacrificio» (tlaltique, tealtianim e). Los comer
ciantes tenían su propia organización y tribunales propios; sus líderes
eran los p o ch teca tlatoque (jefes de com erciantes), que constituían un
consejo para su propio gobierno interno y la regulación del lugar de m er
cado, y los viejos m ercaderes (pocheteca ueuetque) eran huéspedes de
330
honor en todas las funciones sociales de los com erciantes (Sahagún 1959:
passim ; Duran 1951: I I 125; Zurita 1941: 142-3).
A unque los datos sobre ellos son m enos detallados, tam bién otros g ru
pos profesionales habían conseguido rangos propios. A sí, los cazadores
podían alcanzar los títulos de Tequiua Cazador (am iztequiuaque) y Jefes
Cazadores (am iztlatoque), y en algunos grupos artesanos se h acían ofren
das cerem oniales de esclavos a la divinidad patrocinadora, al igual que
entre los com erciantes; que probablem ente realzaban el status del oferente
(Duran 1951: II 130, 297-98; Sahagún 1938; I 46-47,190; 1959: 80, 87).
Como hem os visto, las posibilidades de ascenso en las escalas m ilitar
y sacerdotal existían dentro de clases hereditarias. Las diferencias de clase
tam bién se relacionan con las implicaciones económicas de la escala. Los
individuos de origen noble no sólo heredaban el rango, sino tam bién b ie
nes raíces, y los titulares de cargos eran gratificados con la producción
de fincas adscritas a sus cargos. Los plebeyos que alcanzaban rangos altos
recibían, junto con los títulos, tierras que en algunos casos sólo explota
ban en usufructo, m ientras en otros podían transm itir por herencia, con lo
que los herederos adquirían los rangos de la nobleza. A dem ás de estas fuen
tes personales de ingresos, todos los asistentes a palacio, incluidos todos
los funcionarios, eran alimentados por la cocina del gobernante y solían
recibir regalos, sobre todo ropas y adornos, del gobernante, cuyos grandes
alm acenes estaban repletos de los tributos de todos los pueblos someti
dos. Las descripciones de grandes repartos de bienes son un rasgo que
se repite en las relaciones de los festivales m ensuales y las celebraciones
militares. Dado que el gobernante, sus funcionarios, la nobleza, los tem
plos y las casas de los hom bres disponían de tierras y tributos, todos estos
individuos e instituciones constituían, pues, los centros focales de la direc
ción de las propiedades públicas y de la acum ulación y distribución de
bienes, fundam entalm ente entre los niveles superiores de la sociedad, aun
que a veces algo goteaba hasta los trabajadores plebeyos (Zurita 1941:
85-86, 14445; Duran 1951: II 161, 164; Torquemada 1943: II 546;
Sahagún 1951: passim ; 1954: 39; Tezozomoc 1878: passim ).
Además, tam bién existe un sistema de patronazgo personal de una
función pública, lo que presupone la previa acum ulación de los bienes ne
cesarios para la realización de esa función y va seguido de la consecución
de un rango social más elevado. Este es el caso de los m ercaderes y
artesanos, o bien de los ayunadores-de-un-año (m ocexiuhcauhque) dedica
dos al culto de Uitzilopochtli. El consumo de riqueza que exigían algunos
de estos patronazgos podía acarrear serios apuros económ icos, incluso
hasta el punto de dar lugar a em peños o a pérdidas de tierras (Sahagún
1938: I 264-65; M o to lin ia 1941: 35).
La escala de consecuciones funcionaba dentro de cierto número de
segm entos sociales distintos. H em os visto las tres escalas distintas de la
guerra, el sacerdocio y el comercio. Tam bién existían por separado en los
331
distintos distritos, cada una con su propia Casa de la Juventud y templo
local. De estos segmentos, unos eran del mismo rango y sus organizaciones
concretas eran ejemplos paralelos del mismo tipo de organización. Pero
en m uchos casos la escala de consecuciones sólo estaba abierta a segmen
tos sociales de alto status hereditario, como la nobleza, o las personas de
determinados distritos, o los m iem bros de ciertos linajes. Así, los ayuna
dores-de-un-año de U itzilopochtli se escogían entre tan sólo seis barrios
de la ciudad de M éxico (Duran 1951: II 89); en Cholula, la escala que
conducía a los dos gpbernantes últim os sólo estaba abierta a los nobles
del distrito de Tianquiznauac. En la ciudad de M éxico el gobernante pro
cedía de un linaje concreto (M onzón 1949: 75). E n casos como este último,
el ascenso en la escala de consecuciones form a parte de la norm a suceso
ria. El nuevo gobernante no sucede automáticamente en nombre de una
determ inada relación de parentesco. Es elegido por los consejeros de alto
rango por ser el pariente del antiguo gobernante —hermano, hijo o sobri
n o — que está m ejor cualificado por su ascenso en la escala. De este
modo, la herencia, la elección y la consecución se com binan en una pauta
sucesoria compleja.
La descripción presentada se aplica a la Tenochtitlán de México, una
ciudad de por lo m enos 60.000 personas (Toussaint e t d . 1938: 72) que
había estado ampliando su dominio sobre el M éxico central y meridional
durante el siglo anterior a la conquista de los españoles. Como sociedad en
triunfal expansión, la clase alta había crecido hasta tener un tamaño superior
al correspondiente de la com unidad m edia de M esoamérica, y el cuadro que
aquí se presenta sólo debe tom arse com o representativo de los grandes
centros políticos. No sólo afluía a los almacenes del gobernante el tributo
de grandes áreas, sino que la nobleza y los temp los tenían sus tierras
fuera de la ciudad, en lo que había sido territorio extranjero, esp ec ialm en te
en la p a rte m e rid io n a l d el V alle (D u ra n 1951: I 100, 114, 152;
Tezozomoc 1878: 253, 271, 286, 305). Esto y la creación de colonias y
gobernantes aztecas en el territorio conquistado proporcionaron una
salida a la creciente clase alta. Sin embargo, puede plantearse la cuestión de
si las personas de origen noble —especialm ente num erosas dada la
poliginia de la clase alta— podían seguir todas una v enturosa carrera en
las escalas m ilitar y sacerdotal para realm ente conseguir puestos de poder
económico y político. Las reform as que se atribuyen a MoteuczomaXocoyotzin
son especialm ente significativas desde este punto de vista. Este gobernante
ordenó que sólo personas de origen noble podían asistir a su palacio (Duran
1951: I 416-21; Tezozomoc 1878: 578). Esto no sólo debe interpretarse como
un agudizamiento de las diferencias de clase; tam bién indica el crecimiento
de un grupo de origen noble que trabajaba en los niveles más bajos del
funcionariado. A lgunos de los residentes en los palacios eran artesanos que
trabajaban en sus oficios, cuyos productos eran consumidos por la clase alta
a través del sistema económico distribu
332
tivo del palacio. En los calmecac se enseñaban oficios especializados y los
aprendían los nobles (Tezozomoc 1949: 112; Pomar 1941: 38). Los ser
vidores y los artesanos especializados, pues, constituían un grupo de sta
tus intermedio y de origen noble, pero sin poder político. Tal grupo pudo
crecer con el desarrollo de un fuerte centro político que producía un
número cada vea mayor de personas de origen noble y, al mismo tiempo,
creaba una dem anda de artículos de lujo.
En com paración con el Tenochtitlán de México, las comunidades menos
poderosas, y especialm ente las com unidades campesinas, deben haber tenido
un tipo de organización como el que se describe a propósito de la orga
nización de distrito, con una delgada capa alta y grandes posibilidades para
los plebeyos de alcanzar puestos dirigentes, E n realidad, m ientras los grupos
étnicos dom inantes tenían nobleza (pillotl) y un linaje gobernante (tlato-
catlacam ecayotl), algunos de ellos incluso con unas norm as sucesorias más
tajantes que las aztecas, había grupos que no tenían ningún tipo de n o
bleza y eran gobernados por líderes militares (quauhtlato). Los propios
aztecas, en las prim eras etapas de su historia, pertenecían a este grupo
(Chimalpahin 1889: 27; 1958: 46, 56-57,154).
La importancia de las diferencias hereditarias entre noble y plebeyo, que
incluyen sustanciales diferencias en cuanto a tenencia de tierras, el limitado
número de puestos en los niveles más altos de la jerarquía en com paración
con el total de la población, y la restricción de los cargos más altos a la
nobleza, todo esto confería al sistema de escala anterior a la llegada de
los españoles un carácter básicam ente distinto del sistem a de los actuales
indios. E n la m edida en que los altos cargos estaban abiertos a un deter
minado segmento de la sociedad, la escala de consecuciones era un m e
canismo para la selección del grupo dom inante; cuando tam bién estaba
presente la sucesión hereditaria, el ascenso en la escala podía considerarse
tam bién un requisito para la revalidación de los derechos hereditarios. La
situación es básicam ente distinta de la que presentan las com unidades ac
tuales sin clases, en las que la escala es un mecanismo m ediante el cual
todo el m undo tiene su turno para ocupar los cargos.
A pesar de estas im portantes diferencias entre el sistema de escala
anterior a los españoles y el actual, está claro que m uchos de los rasgos
im portantes de la estructura m oderna estaban presentes en el tipo preco
lombino. A hora puede plantearse la cuestión: ¿cómo se ha transformado
la organización anterior a los españoles en la actual? Estam os ante un caso
de gran sim ilitud y continuidad en determ inados aspectos de la estructura
social, junto con un radical cambio en las formas culturales que siguieron
a la supresión de la guerra, la introducción del sistem a español de ad
ministración municipal, la erradicación de la religión indígena y la con
versión al cristianismo. A riesgo de pecar por exceso de generalización,
presentaré como hipótesis de trabajo un modelo sim plificado del proceso
de cambio ocurrido durante el período colonial y el siglo XIX.
333
Acepto que la forma española de adm inistración municipal y las cofra -
días católicas se reconstituyeron y canalizaron según los rasgos principales
de la estructura ceremonial y política indígena. El estudio de los indios
durante el período colonial nos proporciona algunos datos sobre la forma
en que se llevó a cabo este proceso.
A ntes que nada, en la época colonial encontram os una continuación
directa de los niveles inferiores de la organización indígena, que los es
pañoles m antuvieron para recoger los tributos y organizar las obras pú
blicas (Duran 1951: I 323, II 166, 223; Torquemada 1943: II 545; Gib-
son 1952: 118-20). Incluso hoy encontram os cargos m enores con el titulo
de tequitlato y topil, que son claram ente la perpetuación de sus antiguos
homónimos. En la nueva organización religiosa, los misioneros centraron
sus esfuerzos en los jóvenes, a quienes reunían para darles instrucción y
utilizarlos en tareas serviles en la iglesia, de la misma forma que hacía el
sacerdote indígena (Duran 1951: II 113).
E n los niveles medio y alto de la jerarquía, la introducción del sistema
español de adm inistración m unicipal tuvo como consecuencia lo que lla
m aré el gobierno dual, es decir, que el antiguo grupo dominante continuó
en el poder al nismo tiempo que los funcionarios del recién introducido
sistema eran a su debido tiem po elegidos, y am bos grupos de funcionarios
unidos constituyeron el cuerpo adm inistrativo de la ciudad. Estoy pensando
aquí en una situación similar a la que existe actualmente en los altos de
Chiapas, donde los funcionarios municipales, cuya existencia exige la ac
tual ley del E stado, gobiernan ju n to con y subordinados a un cuerpo
más complejo de funcionarios que constituye el gobierno tradicional, que a
su vez es claramente una mezcla de elementos precolombinos y e le
mentos coloniales (Aguirre Beltrán 1953: 122-40; Pozas 1959: 133-53).
Los archivos adm inistrativos, que suponen el grueso de las fuentes h istó ri
cas, proporcionarán por supuesto m ejores datos sabré la organización bu
rocrática legal que sobre los cargos o títulos tradicionales y consuetudina
rios. Puesto que los nuevos cargos eran electivos, nada im pedía la conti
nuidad de los antiguos m étodos de alcanzar cargos. Cierto número de
diferencias locales en el sistema de elegir funcionarios se ha dicho que
provienen de la costumbre española, y debe atribuirse a la práctica india.
E n m uchas ciudades, la antigua exigencia del status de noble para los altos
cargos continuó rigiendo durante el período colonial; y aunque los nuevos
cargos eran de duración anual y tenían prohibida la reelección durante los
d o s a ñ o s s ig u ie n te s , e x is te n p ru e b a s c la r a s de qu e el m ism o g ru p o de
personas disponía repetidam ente de todos los altos cargos de la nueva ad
ministración, alternándoselos entre ellos. A lgunos de los antiguos cargos
fueron identificados con los nuevos. El antiguo tlatoani, por ejemplo, fue
durante algún tiempo el gobernador del sistema español, y probablemente
las funciones del antiguo tecutlatoque y del achcacauhtin se identifica
334
ro n con los nuevos alcaldes y regidores (Zavala y M iranda 1954: 80-82;
Chávez Orozco 1943: 10; Gibson 1952: 112).
El viejo sistema de ganar prestigio mediante el patronazgo de cerem o
nias tam bién continuó. M ientras que la ofrenda de víctimas para los
sacrificios como sistema para adquirir status fue erradicada, la práctica
concom itante de dar fiestas y patrocinar las funciones religiosas es ano
tada en los prim eros tiempos coloniales por los misioneros, que vieron
en ella una continuación de las costum bres precolombinas. La bien docu
m entada identificación de los dioses indígenas con los santos católicos y,
en consecuencia, de sus respectivos rituales, tam bién debió ser una con
secuencia de la transferencia del valor y el prestigio social de dar fiestas
y ejercer el patronazgo de las antiguas ceremonias a las nuevas. La con
secución del status de prin cip a l por individuos de origen plebeyo que
habían ocupado altos cargos tam bién está docum entada en el prim er pe
ríodo colonial (Duran 1951: 125-26, 266; Sahagún 1938: III 299-301;
Zavala y Miranda 1954: 61).
Una vez establecido este sistem a de gobierno dual, existieron las con
diciones para la gradual mezcla y transform ación de los elementos indios
y españoles en una estructura más estrechamente integrada. El cambio más
importante a todo lo largo de los tiempos coloniales y del siglo XIX
fue la eliminación de la nobleza como grupo diferenciado que heredaba el
rango, la propiedad privada de tierras y derechos exclusivos a los cargos,
con la consecuente apertura de toda la jerarquía a todos los habitantes de
la ciudad. El proceso se inició al principio de la época colonial, sobre todo
porque la conquista española destruyó todas las grandes unidades políticas,
separándolas de sus caciques y rebajándolas al nivel campesino de orga
nización, con la consiguiente pérdida en número e importancia para la
nobleza indígena, especialm ente en todos los antiguos centros políticos. Igual
im portancia tuvieron los esfuerzos de los plebeyos por eliminar las restric
ciones que tenían im puestas y conseguir desbancar a la nobleza del control
de la ciudad. Este proceso se inició en el siglo XVI, pero la desaparición
final de la nobleza indígena, sin embargo, no tuvo lugar hasta el siglo XIX,
cuando la independencia abolió los privilegios legales de los caciques indios
(Chávez Orozco 1943: 14-15; Gibson 1960).
U n segundo cambio fue la decadencia de la propiedad com unal que se
utilizaba para financiar las funciones públicas. En los primeros tiempos, el
excedente de los tributos y las tierras o el ganado público de las ciudades
y de las herm andades religiosas proporcionaban una cantidad im portante
de riqueza que se consumía en la organización ceremonial. La pérdida de
estas propiedades públicas aum entó la im portancia del patronazgo indivi
dual de las funciones públicas. A sí es como el térm ino mayordomo, origi
nalm ente adm inistrador o gerente de una propiedad com unal, se ha conver
tido en la denom inación general del individuo que patrocina con su propia
riqueza una ceremonia religiosa.
335
Estos dos rasgos, igualdad de oportunidades para todos de alcanzar
altos cargos y el hecho de que el titular del cargo corra con los gastos
del cargo, son los que hemos definido como los elementos clave del m o
derno sistem a de escala.
E n el sistema colonial español, las com unidades indias, o las repúblicas
indias, como se las llamaba, fundamentalmente eran similares a las reservas
de las demás zonas coloniales: la tierra era una propiedad com ún para uso
exclusivo de la comunidad, y la com unidad era colectivamente responsable
del pago de los tributos y el abastecim iento de mano de obra. Estos fueron
los rasgos clave del desarrollo de la aldea (o m unicipio) en cuanto unidad
social y cultural básica, que Tax ha com parado con las tribus (1937: 433-
44), y tam bién explican el desarrollo del sistema de escala según las líneas
descritas que im plican com partir entre los habitantes de la aldea los gastos
ceremoniales y administrativos. Esto forma parte del reparto igualitario
entre todos los miembros de las cargas impuestas a la com unidad por el
E stado.3 El sistema de escala tam bién tiene un valor de supervivencia en
el sentido de que mantiene a la com unidad unida al controlar la diferen
ciación interior, económica y social, que tiende a destruir la comunidad,
m ientras que las condiciones económicas y sociales exteriores no perm iten
su total asim ilación en una sociedad mayor. D espués de la desaparición
del sistem a de tributos, éste es el valor superviviente que ha mantenido
unidas a las com unidades indias, aunque cada vez retrocediendo más hacia
zonas marginales. La triunfal introducción del sistema español de organi
zación de las aldeas en M esoam érica se basa en el hecho de que pudo adap
tarse a la estructura social india existente, como he tratado de demostrar.
Tam bién resultó ser muy adecuado para la transform ación de las socie
dades indígenas en com unidades cam pesinas autónom as, igualitarias y de
mocráticas.
M uchas veces se ha dicho que M esoam érica, dada la riqueza de datos
arqueológicos, históricos y modernos, es un terreno ideal para el estudio
del cambio cultural a lo largo de un período de tiempo largo. Sin em
bargo, el hecho es que el estudio de los indios precolom binos, coloniales
y modernos ha sido por regla general llevado a cabo por especialistas que
se centraban sobre asuntos muy distintos y que tenían poca problem ática
en común. He tratado de identificar un rasgo fundamental de la organiza
ción social de los indios m esoam ericanos en todas las etapas y de esbozar
el curso principal de su evolución. Si bien sigue necesitándose mucho más
trabajo en todos los aspectos de los períodos históricos y las regiones rela-
3. Este reparto entre los miembros de las cargas impuestas por el Estado a la
comunidad campesina fue considerado por M. Weber (1950: 19-24) responsable del
desarrollo de un tipo de organización campesina comunista. El tratamiento de Eric
Wolf (1957) de los campesinos mesoamericanos y javaneses es el mejor estudio
comparativo de este tipo de proceso.
336
clonadas con nuestro tema, ahora se pueden adelantar algunas consecuencias
generales de nuestros hallazgos.
N os hem os ocupado de un proceso que im plica tanto la continuidad de
ciertos aspectos de la organización social como el cambio radical de otros.
El cambio o la continuidad serán m ás o m enos resaltados según si se con
sidera la estructura, la form a o la función de una institución social. Noso
tros hem os resaltado la continuidad de los principios estructurales relativos
al funcionam iento de la escala, puesto que ésta es el hilo que conecta
las formas precolombinas con las formas modernas de organización polí
tica y ceremonial. Pero la introducción del culto católico y de las formas
españolas de adm inistración municipal significan un cambio radical de la
forma cultural de determ inados cargos o actividades en los que se concretiza
la estructura. E n los segmentos cam pesinos de la sociedad anterior a la
llegada de los españoles, con poca o ninguna estratificación social, ésta
debe haber sido la transformación fundamental. En los centros políticos
estratificados, por el contrario, la estructura social total dentro de la cual
operaba el sistema de escala fue radicalm ente transformado al convertirse
las sociedades indias en parte de la sociedad colonial o nacional y ser redu
cidas al nivel de organización campesina. Junto a esto, un cambio funda
m ental tuvo lugar en la función de sistema de escala en relación con la
estructura social total. La escala pasó de ser un m ecanism o para la selec
ción de personal, o para la revalidación de los derechos heredados a un
alto cargo dentro de una sociedad estratificada e independiente, a ser un
mecanismo para com partir las responsabilidades entre los miembros de un
segmento no estratificado, de una com unidad cam pesina incluida en una
sociedad más amplia.
Todos estos cam bios form aron parte de lo que habitualm ente se de
fine como un caso de aculturación. No obstante, no puede estudiarse bien
en térm inos de rasgos culturales que se traspasan de una parte a otra entre
dos culturas en contacto, relegando a telón de fondo la estructura social
que pone en contacto a los pueblos. M ás fructífero que el habitual con
cepto de aculturación como contacto intercultural es el concepto de socie
dad plural, form ada cuando las antiguas sociedades independientes, con
sus distintas tradiciones culturales, fueron incluidas en un sistema social
más amplio. El análisis de la situación de contacto como una estructura
social más amplia se convierte entonces en la principal tarea del estudio
sobre la aculturación. Los cambios de la estructura social interna y de la
cultura de una sociedad anteriorm ente independiente estarán entonces de
term inados por el lugar que les toque ocupar en la nueva sociedad m ás am
plia. La importancia de la estructura social en la aculturación fue pronto
resaltada (en 1940) por Radcliffe-Brown (1952: 201-2), pero como recien
temente ha señalado Spicer (1958: 433), muchas veces se ha olvidado
( c f también Smith 1957). En nuestro caso, la transformación de la jerar
quía políticocerem onial está en función directa de la ruralización de los
337
2 2 . — ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
in d io s m e s o a m e ric a n o s : el h e c h o de q u e u n a s s o c ie d a d e s a n te s
e s tr a tif ic a d a s se c o n v i r t ie r a n en c o m u n id a d e s c a m p e s in a s no
e s tr a tif ic a d a s d e n tro de u n s is te m a s o c ia l m á s a m p lio ,
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340
OWEN LATTIMORE
1. Para una introducción al tema, ver Hsü Chü-Ch'ing, «Peipieng Ch'ang ch'eng
Koao», en Shih-H süch Nienpao (Un estudio de la Gran Muralla Norte) de la
Sociedad Histórica de la Universidad de Yenching, t. I (1929). Véase también Chung-
K uo Ch'ang-Ch'eng Yen-ko K'ao (Estudio sobre el desarrollo de la Gran Muralla) de
Wang Kuo-Lang, Shanghai, 1928: los numerosos mapas de líneas son especialmente
útiles, pero el autor tiende a aventurarse demasiado en sus conclusiones. El mejor atlas
es el Chung-kuo Li-tai Chiung-yü Chang-cheng Ho-t'u (Atlas histórico de limites ad
ministrativos v guerras) de Ou-Yang Ying, 3a ed., Wunchang, 1933. Véase igual
mente Historical and Commercial A tlas o f China, de Albert Hermann. Harvard-
Yengching Ins. Monograph Ser. I (Cambridge, Mass. 1935) (revistado en Geogr. Rev.,
XXVII. 1937. pp. 515-17). Me hallo especialmente obligado con el Sr. T'ung Kuei-
T'ing de la Universidad de Tsing Hua por su informe (manuscrito) de las recientes
publicaciones chinas y por su ayuda en la verificación de referencias de fuentes
antiguas.
2. Ver, por ejemplo, los archivos de la Yü K ung (Geografía Histórica China)
publicados en Peiping por la Sociedad China de Geografía Histórica. Un importante
intento de redefinición de las grandes categorías tribales y geográficas de los pueblos
no chinos con quienes hubieron de entendérselas los chinos en los tiempos pre-clásicos
ha sido recientem ente llevado a cabo por Fu Ssu-N ien. en su «IHsia TungHsi
Shuo» (teorías occidental y oriental del I y el Hsía), publicado en Ch'ing-chu Ts'ai
Yüan-p'e Liu-shib-wu Sui Lün-wen Chi (Estudios ofrecidos a Ts'ai Yuan-p'ei por sus
sesenta y cinco años) (Peiping, 1936), II, pp. 1093-1133.
341
¿Qué factores dentro de la sociedad china prom ovieron el desarrollo
de la Gran Muralla como forma de delimitación fronteriza? Una vez la
línea principal de la Gran M uralla establecida, lo que implica la idea de
una frontera absoluta e inamovible, ¿será posible establecer si, de alguna
m anera, los diversos factores que pueden ser detectados en la base fun
dam entalm ente agrícola de China o en la vida de pastoreo nóm ada de los
pueblos de las estepas ayudan a explicar la forma como, siglo tras siglo,
a través del fluio y el refluio de las conquistas, este inherentem ente in
mutable tipo de frontera fue siendo obliterado, reestablecido y modificado?
Cuando el problem a se plantea de esta m anera, dos principales proble
mas saltan a la vista. En primer lugar, la historia de «la» Gran Muralla
hace inmediata referencia a las relaciones entre la China «civilizada» y
agrícola y los pueblos «bárbaros» de A sia Central, M ongolia y Manchu-
ría, de econom ía fundamentalmente agrícola pero en parte también de
origen forestal.3 En segundo lugar, y en contrapartida, los sistem as de fron
teras am uralladas que precedieron a «la» Gran M uralla no pueden ser
enteram ente atribuidos a las guerras entre chinos y «bárbaros». Entre las
m ás antiguas de estas m urallas, pueden contarse las que corrían de norte
a sur, separando un Estado chino de otro. Existía incluso una muralla
que bloqueaba el acceso del río Amarillo al valle del Yangtsé, entre la
cabecera del río H an y la del río Huai, dividiendo el Estado dominante
del Sur, Ch'u, de los Estados del N orte de China.
3. Los m anchúes, por ejem plo, eran al prin cip io un pueblo de los bosques.
Para su origen como habitantes del bosque y la econom ía recolectora y cazadora
de los mongoles antes de Gengis Khan, ver V. Y. Vladimirstov, Obshchestvennyi
stroi mongolov; mongol'skii kochevoifeodalizm (Estructura social de los Mongoles:
El feudalismo nómada Mongol). Leningrado, 1934.
342
acción, los que contribuyeron a la creación en China de un Estado impe
rial que integraba todos los pequeños Estados nacionales del período clá
sico. Posteriormente, una lim itación continua del campo de acción constriñó
la expansión china a lo largo de la frontera norte, mientras en el sur los
chinos m antuvieron en los siglos subsiguientes y siguen m anteniendo hoy
un lento pero m asivo avance, llevando consigo las técnicas agrícolas chinas
y asim ilando socialm ente los diversos pueblos no chinos absorbidos en
dicho avance.
Fue tan sólo en el norte donde el esfuerzo por conservar una frontera
rígida se mantuvo. Puede decirse que la historia de la frontera de la Gran
M uralla no ha hecho sino perpetuar la acción de aquellas fuerzas que, en
fases anteriores, prom ovieron en la sociedad china la construcción de
m urallas de separación entre los distintos Estados nacionales chinos. Al m is
mo tiempo las rígidas fronteras políticas am uralladas se m oldeaban según
la diferenciación geográfica china entre las cuencas de los ríos, caracteri
zadas por una economía agrícola intensiva, principalmente agricultura de
regadío, y las regiones esteparias del norte, con su econom ía extensiva de
pastoreo. Esta distinción se mantiene como regla general, si bien el carácter
de las regiones norteñas se veía m odificado a este y norte por bosques
que favorecían una econom ía cazadora y, en algunos puntos, el especial
nom adism o de los criadores de renos (en el norte de M anchuria, Mongolia
y Urianghai, muy próximos a Siberia tanto por el clima como por otras
características). Al oeste se situaba la variante que suponen los oasis del
Turkestán chino, donde existían condiciones favorables para una agricultura
intensiva, pero a escala mínima y por completo insuficiente para servir
como base para la form ación de grandes Estados nacionales. Es preciso,
pues, tener siempre presente la geografía social de los pueblos agricultores,
pastores y cazadores, así como la geografía física de los grandes ríos y lla
nuras de China, los bosques m ixtos, las llanuras pantanosas, las estepas
de M anchuria y las de M ongolia (que dan paso a las zonas de bosques
más al norte), los oasis y desiertos del Turkestán chino, y especialm ente
la a lta y f ría m e s e ta d e l T íb e t.
Puesto que no es posible tratar en un solo artículo la totalidad del tema,4
me limitaré a mencionar de la más breve forma posible las fases primitivas
de las fronteras am uralladas en China, para pasar a discutir más extensamen
te la interacción de la geografía física y la geografía social en la h is
toria de la frontera unificada de la Gran Muralla.
4, El material que aquí presento forma parte de un estudio más general titulado
«The Inner Asian Frontiers of China», en el que he estado trabajando durante
años. El trabajo de campo, los estudios lingüísticos y la investigación de fuentes
han sido sufragados por el Social Science Research Council, el Harvard-Yengching
Institute y la Simón Guggenheim Memorial Fundation, así como con ayudas de la
American Geographical Societv v la Roval Geographical Societv. Un primer volumen
del mismo se encuentra preparado para su publicación, bajo los auspicios del Research
Council of the Institute of Pacific Relations.
343
La China de los E stados fe u d a les
Todo a lo largo del período clásico, que según se adm ite generalm ente
se extendió entre los siglos XII y III a. C., y en parte también, pero en
menor medida, durante el período pre-clásico,5 China fue nominalmente un
imperio, en el que el poder político real se repartía entre una serie de
E stados relativam ente pequeños. E ra una China cuya extensión apenas
alcanzaba el valle del Yangtsé. Los Estados que la com ponían suelen ser
denom inados «feudales», descripción suficientem ente válida con tal de
tener en cuenta que las características que hacen posible usar el térm ino
«feudalismo» al mismo tiempo para A sia y para Europa están a su vez con
trapesadas por sus m utuas diferencias, que ñ ero n haciéndose cada vez
m ayores según la evolución de China se alejaba de la de Europa.
344
E n el p e río d o de lo s E s ta d o s c o n te n d ie n te s , e n tre lo s s ig lo s V y III
a. C., los Estados feudales separados alcanzaron su límite de máximo
desarrollo, pasando de la antigua form a feudal a una nueva form a de
tipo nacional. E n este proceso, los Estados m ás débiles fu ero n absorbidos
por los más poderosos. La unificación política se realizó de manera más
rápida en el sur, quizá no tanto debido a una más tem prana m adurez cuanto
a la falta de una estructura económ ica y social lo suficientemente fuerte
como para m antener separados los Estados. Como consecuencia de esto,
el estado de Ch'u, tom ando como base el Yangtsé, extendió sus conquistas
por el norte hasta el territorio situado entre los ríos H an y Huai, dos o
tres generaciones antes de que el norte, donde el poder estaba dividido
entre varios Estados que construían m urallas entre sí tanto como contra
los bárbaros, term inara su unificación política. En el siglo III, el Estado
de Ch'in, situado no precisam ente en el centro geográfico del desarrollo
histórico chino, sino a i el margen noroccidental del mismo, sometió todos
los E stados cuasi-nacionales, creando la forma primitiva del Estado imperial,
dinástico y burocrático que ha sido la figura política dominante de todo
el desarrollo chino. Fue a partir de este momento cuando la construcción
de m urallas dentro de China term inó, pasando entonces a construirse ex
clusivamente en la frontera con las estepas, si bien la frontera política
nunca llegó a ser tan rígida como la delimitación de la misma por medio
de fortificaciones perm itiría suponer.
El perfil político que hemos trazado hace referencia tan sólo a la h is
toria social, que es preciso com prender para otorgar un sentido real a la
puram ente rom ántica im agen de los chinos y los bárbaros, eternamente
divididos por una muralla. Por lo que hace al enfoque constructivo, es
necesario referirse al trabajo de W ittfogel,6 de importancia capital para
com prender la estructura geográfica dentro de la cual nació y maduró la
sociedad china. Las tierras de loess de Shensi, dice W ittfogel, en los valles
del Wei y otras corrientes tributarias del cauce medio del río Amarillo,
bibliografía de fuentes chinas. Puede verse también «Soldiers and Scholars in Ancient
China», del mismo autor, Pacific Affairs, VIII, 1935, pp. 336-343. Para la datación
de la primitiva historia china pueden verse las páginas 242 y 246 del trabajo de
C. W. Bishop, «The Chronology of Ancient China», Journ. Amer. Oriental Soc.,
LII. Las conclusiones de Bishop son aceptadas por K. A. Wittfogel en «The Foun-
dations and Stages of Chínese Economic History», Zeitschr. fiir Sozialforschung, IV
(París, 1935).
6. K. A. Wittfogel, «Wirtschaft und Gesellschaft Chinas», I, en Schritften des
Instituís fü r Sozialforschung an der Univ. Frankfurt A. M., III (Leipzig, 1931).
También el ya citado «Foundations and Stages of Chínese Economic History».
345
favorecieron un pronto desarrollo de la agricultura realizada con implemen
tos no dem asiado desarrollados, puesto que el suelo no daba lugar al cre
cimiento de un bosque espeso que tuviera que ser previam ente despejado.
L a agricultura de esta región tendió sobre todo a desarrollar desde sus
más prim itivos estadios la técnica de la irrigación, única que puede pro
porcionar la cantidad justa y regular de agua, para un suelo cuya química
sólo requiere de agua para m antener su fertilidad y en una región donde
las lluvias son irregulares.7 En semejantes condiciones, una sola familia
con sim ples instrum entos de piedra podía cavar pequeñas zanjas para la
irrigación.
Cuando la sociedad que creció sobre estas bases com enzó a expan
dirse por el cauce bajo del río Amarillo, topó con condiciones distintas,
pero no demasiado, de las anteriores. La irrigación era menos importante
que la construcción de diques para contener las crecidas y de zanjas para
drenar las zonas pantanosas. No fue difícil adaptar a las nuevas condiciones
tanto las técnicas desarrolladas por las obras de irrigación en el país del
loess, como las formas sociales que la im portancia de los trabajos de inge
niería había promovido en la comunidad agrícola. Las formas sociales, a
su vez, según iban creciendo y m adurando, m ostraban una afinidad por
los aspectos peculiares de la agricultura y de la técnica, cuya elaboración
se iba efectuando a costa del abandono de los aspectos alternativos.
Irrigación y drenaje pueden haber tenido su origen en el trabajo
familiar a escala primitiva, pero es imposible imaginar cómo pueden ha
ber cambiado el carácter agrícola de una am plia región sin contar con
el trabajo colectivo. La sociedad que vivió en China por aquella época
tiene que haber provisto grandes reservas de m ano de obra para trabajos
públicos, principalmente bajo la forma de trabajo de corvée impagado.
El sistema fam iliar fomentó la producción de niños con vistas a proporcionar
una mano de obra barata y abundante. Esto, a su vez, minimizó la deman
da de m aquinaria como forma de ahorro de trabajo humano, y promovió la
aplicación de este mismo trabajo a la agricultura intensiva. El grano fue la
mercancía básica, y la acumulación y almacenamiento de granos fueron los
que hicieron posible la reunión de m illares de trabajadores que llevaron a
cabo los trabajos de irrigación y de drenaje. La am pliación de los canales
de irrigación para servir como canales navegables abarató el transporte de
granos, al tiem po que desalentaba la construcción de carreteras. No obstan
te, mientras que el grano era transportado a enormes distancias con el fin
346
de garantizar el suministro de las capitales,8 el comercio en sí, excepto
por lo que hace a unas pocas m ercancías como sal, té y hierro, fue m a
nifiestam ente un intercam bio, sobre distancias cortas, de los productos
agrícolas y las m anufacturas artesanas de las ciudades provinciales. En
el panoram a político de China, en consecuencia, la villa rural ha estado
siempre dominada por la ciudad amurallada, situada en medio del campo
y no dem asiado lejos — en algunos lugares a no m ás de uno o dos días
de distancia, por malas carreteras, según la intensidad de la agricultura y
la densidad de la población— de otra ciudad amurallada exactamente
igual.
347
feudal) cómo dichas familias mantuvieron su continuidad. En primer lugar,
los trabajos públicos llevados a cabo en condiciones de trabajo forzado
superaban incluso la capacidad de los m ayores propietarios feudales. D i
chos trabajos exigían una clase profesional de adm inistradores. Podemos
observar, de paso, que muy probablem ente los com plicados cóm putos, re
cuentos, distribuciones y dem ás actividades contables favorecieron, al igual
que en Egipto, el desarrollo de un método de escritura «profesional»,
excesivamente complejo, que capacitaba a los escribas a m antener una
posición aparte del resto de la sociedad.9 Las m ás altas posiciones dentro
de esta clase daban empleo adecuado a los m iem bros de lo que había
sido la aristocracia feudal. Esta últim a había generado una clase de ricas
familias terratenientes que, generación tras generación, hacían ingresar al
gunos de sus hijos en la vida oficial, como adm inistradores profesionales,
mientras la familia en sí misma permanecía como unidad afincada en el
fundo. Las rentas, los em olumentos oficiales y la habilidad, tanto en cuanto
miembros de la nobleza terrateniente como en cuanto burócratas profesio
nales, para rehuir el peso de los im puestos y de las prestaciones de trabajo,10
form aban la triple base del poder económico y social de esta clase.
348
mente, con tal de que cada nuevo territorio adquirido viniera formando
ya una unidad hom ogénea, con su econom ía a pequeña escala de intercambio
local entre el campo y la ciudad, y un excedente para la contribución en
gran escala a los centros imperiales de acum ulación de grano y a las
guarniciones militares. La cultura arrocera del Valle del Yangtsé y del
sur en general, aún difiriendo en importantes detalles del cultivo de mijo
y trigo del norte, encontraba, no obstante, la m ism a necesidad de crear
por un lado una populosa clase cam pesina y por otro una auto-perpe-
tuante y auto-selectiva clase de burócratas profesionales, estrechamente
ensamblada con la aristocracia terrateniente. La expansión hacia el sur
devino, por tanto, una ocupación regular china, tanto en períodos de
crisis de las dinastías, como en los períodos de fuerte centralización im
perial. Sólo en el norte los esfuerzos de expansión y de defensa se vieron
repetidam ente frustrados. Los aspectos geográficos y sociales de esta im
potencia política es lo que vam os a examinar a continuación.
349
tes conquistas de Ch'in habían abierto al imperio, y en modo alguno una
sim ple continuación del proceso de conquista.
El excesivo énfasis de lo m ilitar en las conquistas de Ch'in fue la causa
de esta pausa reactiva de ruptura y renovación. La potencia m ilitar de
Ch'in no era sino el brazo armado de un sistema económico y una orga
nización adm inistrativa y social que se había desarrollado hasta el punto
de que el pleno uso de sus posibilidades exigía áreas m ás extensas y una
creciente centralización. Las conquistas de Ch'in con su m ovilización gene
ral en favor del potencial m ilitar habían roto el equilibrio entre economía
y sociedad por un lado y el poder m ilitar por otro, alcanzando primero
y superando después los límites de la coordinación entre el poder m ilitar
del Estado y su poder adm inistrativo de integración. Con el éxito de las
conquistas y la desaparición de todo tipo de oposición, ambos poderes
com enzaron a diverger. La conquista devino un fin por sí misma, un pro
ceso imposible de detener o de estabilizar. El m alestar resultante fue
dem asiado para la recién levantada fábrica del nuevo imperio, que hizo
crisis, permaneciendo, sin embargo, imbatido el poder militar.
Puede decirse que cualquier Estado capaz de alm acenar una reserva
de energía es asimismo capaz, teóricamente, de expansión en m edida pro
porcional a la reserva acumulada. El uso de este poder, no obstante, está
condicionado por el carácter de los territorios por donde dicha expansión
va a efectuarse. La profundidad de penetración dentro del m argen de
posibilidades de la conquista debe ser calculada tanto en térm inos de
capacidad de gobernar como en térm inos de capacidad de conquistar. Los
beneficios de la conquista dependen del grado de com patibilidad o dispa
ridad económica y social entre el sistema de Estado de los conquistadores
y el territorio y sociedad que éstos intentan subordinar. D ebido a las com
plicadas m odificaciones que las citadas circunstancias im prim en a la po
tencia m ilitar aparente, es más bien difícil para una empresa de conquista
alcanzar el punto de equilibrio entre el gasto insuficiente de energía y el
derroche abocado al desastre. Esta es una de las razones del fracaso de
m uchas naciones victoriosas: a medio cam ino de las conquistas que po
drían haber realizado, se ven obligadas a m ultiplicar guerras inútiles; exce
diendo el lím ite de sus posibilidades o sobrevalorando su propio potencial,
una guerra o una serie de guerras en vías de éxito pueden fácilmente verse
seguidas de repentinas y desastrosas reacciones internas.
E sto fue lo que sucedió en China, como resultado de las victorias de
Ch'in, y la reacción se vio reduplicada debido a que Ch'in tomó como
base el límite noroccidental del mundo civilizado chino, de modo que
el imperio tuvo que ser creado por un movimiento desde la periferia hacia
350
el interior, produciendo un desplazam iento del centro de gravedad. De esta
m anera, las conquistas tenían que ser «centralizadas» desde una posición
fronteriza y distante. En parte debido a esto, la centralización adm inistra
tiva no pudo m antenerse con el mero empuje de la conquista militar, re
sultando que en el esfuerzo por reconvertir el poder del Estado desde una
fase de expansión a una de estabilización, el imperio comenzó a resquebra
jarse por el lado de la centralización administrativa, sobrepasada con
mucho por la conquista militar.
Esto sucedía en la región general de la cuenca del Huai, situada entre
los valles de los ríos A m arillo y Yangtsé. Al norte se situaba la región
donde los principales cultivos eran el mijo y el trigo (existiendo unas cuan
tas variedades del primero). Para este tipo de agricultura, tanto el riego
como el drenaje eran auxiliares valiosos, y la sociedad de Ch'in no difería
en esto de los otros Estados de la región, sino por un m ás avanzado desa
rrollo. Al sur se situaba d territorio de Ch'u, el último Estado que se
mantuvo en pie contra Ch'in. La base de su agricultura 13 era el arroz, y su
desarrollo técnico diferente por tanto de aquel del norte, aunque no incapaz
de ser com binado más tarde con aquél, en una econom ía agraria exten
siva basada a la vez en el arroz y el mijo y capacitada para m anipular una
gran variedad de problem as técnicos en regadío, drenaje, construcción de
terrazas, m uros de contención y construcción de canales de riego y trans
porte. C h'u se había anticipado a Ch'in hasta cierto punto en el desarrollo
de un Estado imperial supra-nacional, y aunque en la confrontación final
la victoria m ilitar había sido para Ch'in, debido a que su madurez po
lítica se veía además acom pañada de un progreso económ ico y una ev o lu
ción social más avanzadas que las de Ch'u, aún así Ch'in no fue lo suficien
temente fuerte para asimilar e integrar en un único imperio los en cierto
modo diferentes m undos del norte y el sur de la China (ya que Ch'u era
p o r sí so lo el su r).
N o r te y su r
351
conjunción de la agricultura intensiva del norte con la aún m ás intensiva
del sur y la sociedad fundada sobre ella, quedaron definitivam ente integra
dos, bajo control. Los excedentes de grano sustraídos como tributo im
perial pudieron ser transportados, de m anera efectiva, a enormes distan
cias. El óptimo teórico de expansión, en resumen, experimentó un aum en
to progresivo, cuyo factor determinante era la potencia del Estado imperial
centralizado.
Con el definitivo desplazamiento de la orientación política del norte
hacia el sur, el norte quedó más que nunca claramente delimitado de la
estepa «bárbara». Es fácil notar esto en la forma como el compacto y
bien coordinado poder administrativo y m ilitar que originalmente había
hecho posible el ascenso de C h'in al poder se pasó de listo en lo que se
refiere a la expansión fronteriza. Su fracaso aquí tuvo un carácter distinto
al del fracaso en el intento de ligar el valle del Yangtsé a la China septen
trional. En el norte el factor potencial social estuvo permanentemente la s
trado por un factor geográfico imperativo. La estepa como tal imponía a
cualquier chino que entrara en ella un modo de comportamiento social
por entero distinto del que imperaba en la línea típica de desarrollo chino,
de form a que los chinos de la frontera se vieron condenados, por espacio
de veinte siglos o más, a un continuo oscilar entre la orientación tribal
propia de la estepa y el modo de vida agrícola propio de la civilización
dinástico-imperial china.
Parte de la potencia de Ch'in, por el tiempo de su carrera final hacia
el imperio, había sido debida a la perfecta acomodación a la línea de óptima
expansión a lo largo de la frontera. El centro de su territorio se situaba
en la cuenca del W ei, el Shensi de nuestros días. Al sudeste, en K ansu, en
el semioasis de la región Ninghsia y en toda la longitud del borde de la
estepa, en la garganta Ordos del río Amarillo, había establecido posiciones
fronterizas para hacer frente a los bárbaros de la estepa. M uchas de las
tierras ocupadas en estas zonas perm anecieron como m arginadas, tanto
porque habían pertenecido originalm ente a tribus bárbaras de pastores
no chinos, como porque a causa del suelo, el clim a y el suministro de
agua perm itían, según los casos, o bien una econom ía extensiva de p a s
toreo o bien una econom ía agrícola intensiva. En tales condiciones el
factor político era decisivo, y fue la agregación política a Ch'in de tanta
sangre tribal la que le otorgó una permanente fam a de barbarismo en la
historia china.
Este hecho ha oscurecido siempre lo que constituye el principal logro
de Ch'in en su período inicial de conquista: el conseguir, en un territorio
m arginal, atraer a las tribus nómadas hacia un tipo de economía intensiva
y una línea de evolución china que dem ostraron dom inar com pletamente
la herencia racial, lingüística y cultural de las tribus mismas, si bien las
características del experimento acabaron por teñir al pueblo de Ch'in de
un tinte poco chino que llegó a resultar m olesto a las más cultivadas gentes
352
del centro de lo que constituía el mundo chino. A sí y todo, podem os ver
que la línea de evolución de Ch'in com binaba la sinicización de los p u e
blos fronterizos con el avance hacia el lógico fortalecim iento del Estado
chino en sí mismo, lo que hacía posible extraer fuerza de la frontera en
lugar de tener que distraer fuerzas para la defensa de la frontera. M ientras
duraron, estas condiciones deben haber contribuido en m edida que ahora
no es posible calcular, a la reserva del potencial de Ch'in.
Para poder entender tanto el período en que C h'in se conform aba con
agotar sus posibilidades dentro de los límites fronterizos, como el período
siguiente, en el que la necesidad de estabilización empujó al Estado a
sobrepasar estos lím ites, parece pertinente traer a colación las carreras
de dos fam osos personajes del Estado de Chao.
El estado de Chao (mapa, p. 344) estaba situado en la parte norte del ac
tual Shansi, durante el período de los Estados Contendientes, que term inó
con las conquistas de Ch'in. D icho Estado se hallaba más o m enos en guerra
perm anente con los bárbaros nóm adas de las estepas del norte y habían
construido como medio de defensa contra ellos una m uralla que más tarde
se convirtió en parte de la Gran Muralla. W u Ling, que gobernó Chao
e n tre lo s a ñ o s 325 y 2 98 a. C. y c o n s tru y ó e s ta m u r a lla , no se lim itó
a la defensa estática: «Cambió las costumbres (de Chao), vistió las ropas
de los H u (bárbaros del norte) y entrenó caballerías y arqueros». E n una
campaña «marchó, vestido de Hu, a la cabeza de los suyos, hacia el n o ro este
y c o n q u is tó p a rte d e l te r r ito r io H u en e s ta r e g ió n , co n la in te n c ió n d e
proseguir el ataque hacia el sur... para invadir Ch'in». Lo más asombroso
de todo es que él m ism o se presentó ante el gobernante de Ch'in, v estido de
enviado tribal, con el fin de formarse un juicio personal de su carácter.14
Li M u, Señor del norte del actual Shansi bajo Hsiao Ch'eng, gober
n a n te d e l E s ta d o de C h a o d e s d e 265 a 2 44 a, C ., fu e u n h o m b re de
frontera del mismo tipo. Estacionó funcionarios para recoger los im pues
tos sobre la tierra que servían para m antener en pie el ejército. Para la
alim entación de sus tropas m ataba diariamente varias piezas de ganado y
entrenaba a sus hom bres en la equitación y en el tiro al arco. M ediante
el uso de torres de señales era capaz de concentrar sus hom bres donde
era necesario. En una campaña fronteriza esparció por el campo rebaños
14. Ver el capitulo 43 de las Shih Chi (Memorias históricas) de Ssu-Ma Ch'ien,
p. 152 del vol. I de la edición de las Erh-shih-wu Shih (Veinticinco Historias-dinás-
ticas) de K'ai Ming, Shanghai, 9 volúmenes de texto y un volumen de índice ono
mástico; el índice fechado en 1935. Ver también J. J. M. de Groot, D ie Hünnen
der Vorchristlichen Zeit, I, pp. 34-35, que cita este mismo capítulo.
353
23 . — ANTROPOLOGÍA POLÍTICA
de ganado, para hacerlo aparecer indefenso. Este hecho fue reportado por
pequeñas partidas de nóm adas (evidentem ente, grupos que m archaban co
m erciando a lo largo de la frontera), y los bárbaros se vieron tentados a
intentar una razzia. Con este engaño fueron conducidos a una em boscada
y derrotados con pérdidas de más de 100,000 hombres. La consiguiente
expansión de la frontera puso a Chao en contacto con tribus que anterior
m ente habían sido consideradas como dem asiado alejadas.15
E stas historias describen claramente un territorio fronterizo de agri
cultura dispersa y economía mixta, en el que las tropas no se alimentan
únicam ente de harina, puesto que se hace hincapié en la ración de carne.
La caballería armada de arcos era el pivote del sistema defensivo, muy m ó
vil y habituado a la rápida concentración sobre un punto, a diferencia
del sistema de defensa típico de la Gran Muralla. Las tropas se hallaban
entonces tan habituadas a llevar un modo de vida sim ilar al de los nó
m adas, que no desdeñaban tom ar la ofensiva y hacer incursiones en terri
torio de éstos. Las condiciones fronterizas eran las de una sociedad nó
mada: libre paso para pequeñas partidas pero no para grupos lo suficien
tem ente grandes como para constituir un peligro. La economía mixta,
de pastoreo en parte, queda indicada por la referencia a rebaños sufi
cientemente grandes como para, a la vez, invitar a los nómadas al pillaje
y enm ascarar la vanguardia de un ejército. Cuando los chinos tom aban la
ofensiva, lo hacían según tácticas de guerra puramente nómadas: movili
dad de m aniobra en campo abierto, em boscada y asalto súbito.
Chao, es evidente, era un Estado fronterizo chino modificado por el
contacto con los nóm adas, en un territorio en el que la agricultura intensiva
de regadío no era la norma. E n la parte sur de Shensi estaba situado el
valle Fen, uno de los más antiguos centros de regadío de China, pero el
efecto de la expansión fronteriza acabó por alejarlo de su antigua base
agrícola y, por tanto, de la línea típica de evolución del resto de China.
El ejército ganó unas cuantas victorias, pero el Estado como tal acabó
por perecer, pues m ientras la totalidad de China gravitaba hacia el cen
tro, hacia la creación de una nueva form a centralizada e inclusiva de Estado,
el centro de gravedad de Chao estaba en la frontera, lo que ocasionó su
retroceso hacia formas de econom ía extensiva, a contrapelo de la evolución
general china hacia formas políticas fundadas en la intensificación creciente.
La conclusión que es posible extraer de la com paración de estos dos
ejem plos es que, m ientras que Ch'in llevó tam bién a cabo su expansión
siguiendo la línea fronteriza, no se aventuró, sin em bargo, hasta el punto
de verse marginado del curso típico, del desarrollo chino. M uy al con
15. Shih Chi, cap. 81, p. 206 del vol. I de la edición de las «Veinticinco historias»
hecha por K'ai Ming. Véase también el largo extracto de la biografía de Li Mu
co n te n id a en L. W ieger, T e x te s H is to r iq u e s , 2 v o ls . (H ien-hien, 1929) vol. I,
pp. 195-96, donde, sin embargo, las fuentes no están indicadas. Puede compararse
ta m b ién con D e G ro o t, op c it., v o l. I, pp. 37-39.
354
trario, en Ch'in el sector fronterizo gravita hacia el centro, integrándose
al movimiento general de desarrollo chino, de forma que, una vez alcan
zados los límites de expansión fronteriza favorables, le es posible volverse
de nuevo a China, volcando hacia allí todas sus fuerzas, sin verse reducido
por la sobreexpansión a la condición de territorio marginal, extravagante
con respecto a la tendencia general china y en regresión hacia un tipo
de econom ía extensiva. No quiere esto decir que Ch'in no se viera en sí
mismo afectado por su posición fronteriza. De hecho sabemos que la
caballería de Ch'in tenía en parte un carácter tribal, lo que constituía
precisam ente uno de los detalles «no chinos» que explican la aversión
china hacia Ch'in (una permanente tradición histórica) como el rudo des
tructor de todo lo feudal, tradicional y conservador. Lo que parece cierto
es que el supuesto «barbarism o» de Ch'in no fue tanto el resultado de la
barbarización de la población china original, cuanto de la rápida agregación
de grupos tribales que al tiem po que se transform aban en chinos de nuevo
cuño provocaban la destrucción del viejo orden social y político chinos.
Es muy posible que estos grupos tribales hayan desem peñado un papel
histórico especialm ente im portante, en cuanto que su adaptación a las
condiciones chinas en vías de transform ación previno la estratificación
de intereses creados, estim uló la innovación, y promovió los cambios evo
lutivos consiguientes en la econom ía agrícola y la sociedad chinas.
355
bajo Ch'in, a través del cíclico ascenso y caída de dinastías en los siglos
siguientes, es preciso tom ar en cuenta tanto el empuje fronterizo chino
como la presión de los bárbaros tribales en la frontera, que podía variar
desde las razzias locales hasta las invasiones y conquistas propiamente dichas.
En este sentido, el bien conocido proceso de «sinicización» de los inva
sores bárbaros significó tanto el aflojamiento de la presión fronteriza como
la integración del escape fronterizo al control del centro, de mo do que si no
llegó a resolver el problem a fronterizo chino, lo transformó al menos en
una forma alternativa.
La unificación Ch'in de la frontera de la Gran Muralla, por medio de
la aceptación de una población especial fronteriza, de carácter no entera
m ente chino, comprometía la idea de rigidez que era esencial a la teoría
de la Gran M uralla como forma de delimitación. Esto acabó por sobre
pasar las posibilidades de acción electiva del recientem ente establecido Es -
tado imperial, que al aventurarse más allá de la Gran Muralla, como lo
había hecho en el territorio situado entre el Yangtsé y el río Amarillo,
dejaba abierta la puerta a la irrupción de los conquistadores victoriosos.
16. Comparar con C. W. Bishop, «The rise of Civitization in China with refe-
rence to its Geographical Aspects», Geogr. Rev. XXII (1932), pp. 617-31.
356
mucho más especializadas. La totalidad del proyecto tuvo que apoyarse
en el poder militar para llevar adelante una expansión agrícola que, no
obstante, sólo podía efectuarse m ediante la regresión hacia la agricultura
extensiva o, en todo caso, a una forma m ixta de agricultura y ganadería,
por m ás que los colonos hubieran sido arrancados de una sociedad que
precisam ente había sido forzada a aceptar la transición hacia formas de
agricultura crecientem ente intensivas, sin apenas ganadería. Todo ello
implicaba la paradoja anti-histórica de prom over dos formas mutuamente
exclusivas de desarrollo a un mismo tiem po.17
El resultado fue el fracaso. E n menos de un siglo los bárbaros, cono
cidos entonces políticam ente como los hsiungnu, se habían apoderado
de nuevo de todo el Ordos. La dinastía H an que había reunificado China,
fundando su poder m ilitar en un equilibrio más estable entre el río A m a
rillo y los valles del Yangtsé posibilitado por Ch'in Shih Huang Ti, tuvo
que afrontar de nuevo el problem a fronterizo. En el año 128 a. C. un
consejero de los H an advirtió al em perador contra el intento de con
quistar a los hsiungnu. Indicó que el proyecto sobre el O rdos de Ch'in
Shih Huang Ti no había añadido al imperio sino un territorio «pantanoso,
salino e inservible para la agricultura» al cual era preciso transportar grano
y forraie «por m ar y a través de los ríos del norte. Son tan grandes las
dificultades, que sólo una tercera parte de las provisiones llegaban sanas
y salvas (consum iéndose el resto durante el transporte), y los colonos no
eran ni siquiera capaces de sostenerse a sí mismos». El memorial atribuía
a estas causas el origen del m alestar que ocasionó la caída de la dinastía
/ii,i • 18
Chin.
No obstante, al año siguiente, tras haber logrado detener una nueva
in cursión cb los hsiungnu, no en la región del O rdos sino en el sector
oriental de la Gran Muralla, el mismo ministro se convirtió a la idea de
una colonización preventiva del noroeste, presum iblem ente con vistas a
cubrir este flanco, si bien otros consejeros seguían oponiéndose a este
método. A consecuencia de esto, se creó en la región de la actual N inghsia
una nueva unidad adm inistrativa a la que se llamó Shuofang, la «Tierra
17. Una buena discusión cronológica de los pasos seguidos por Ch'in para
despejar a los bárbaros de lo que he llamado las tierras «marginales» de la región
Ninghsia-Ordos y avanzar hacia la parte norte del Ho-T'ao o garganta del Ordos,
se encuentra en Chang Wei-hua, «Ku-tai Ho-t'ao yü Chung-kuo Chih kuan-hsi (Con
tactos entre China y el Ordos en los tiempos antiguos)», Yü Kuns (Geografía His
tórica China), VI, n.° 5 (nov., 1, 1936). Exposiciones como la de Chang son sola
mente un paso previo a la distinción que, sobre la base de las relaciones entre
sociedad v geografía, he efectuado aquí entre territorios marginales «favorables», con
una evolución social en la dirección china, y territorios marginales «desfavorables»,
con una involución característica de alejamiento de China.
18. Shih Chi, p. 250 del vol. I de la edición K'ai Ming de las «Veinticinco
Historias»; también ibid., «Han-Shu» (Historia de Han) p. 518 del vol. I. Como
extracto (sin citación de fuentes) ver Wieger, op, cit., I, pp. 392-393.
357
del norte». Cien m il colonos fueron asentados allí, al tiempo que se cons
truían fortificaciones fronterizas estratégicas y se iniciaba una serie de
cam pañas contra los hsiungnu de M ongolia. El necesario aprovisionam iento
de los colonos, antes de que éstos pudieran crear su propia agricultura,
siguió siendo un problem a tan formidable como lo había sido en tiempos
de Ch'in Shih H uang Ti. Desde Sangtung, en la costa, las provisiones
tenían que ser transportadas contra corriente, remontando el río Amarillo
hasta la parte del Ordos situada más al norte. La navegación normal era
a menudo imposible y las lanchas tenían que ser remolcadas desde la orilla,
requiriéndose para ello el esfuerzo de decenas de m iles de hombres. 19 Los
gastos de la colonización y las campañas excedían pues con mucho el
valor de los resultados m ientras el «problem a nómada» permanecía sin
resolver, puesto que tanto los hsiungnu com o las tribus que los sucedieron,
incluso cuando eran derrotadas, tenían siempre detrás de sí un indefinido
m argen de retirada, a través de toda M ongolia hasta Siberia.
19. Tzu Chih T'ung Chien, cap. 18 (escrito durante la dinastía Sung). Para
extracto, véase Wieger, loe. cit.
358
las variaciones de la actividad efectiva, defensiva u ofensiva, tanto de la
sociedad tribal de la estepa como de la sociedad agrícola china.
Imposible de definir o de estabilizar, dicho margen, no obstante, no
perdió nunca su importancia. Llevada demasiado hacia el sur de esta línea,
no importa cuál fuera la momentánea potencia m ilitar de la conquista, la
penetración tribal, una rez los factores socio-económ icos a largo plazo
habían cerrado la operación, quedaba siempre neutralizada por la sinici-
z a c ió n de lo s in v a s o re s . P o r su p a rte lo s c h in o s , c u a lq u ie ra que fu e ra
la potencia de la dinastía reinante, no podían llevar la expansión más allá
del límite norte del margen sin arriesgarse a la eventual tribalización de las
poblaciones chinas más periféricas y a la regresión hacia el tribalism o inte
gral de los grupos auxiliares, sem i-tribales, que habían sido puestos tem
poralmente bajo control chino. La significación de la forma social en estas
alternancias es bien clara; pero es igualmente evidente que ni la siniciza-
ción ni la tribalización fueron el resultado de una «superioridad» abso
luta, ni por parte de la civilizada sociedad china, ni por la de las cualida
des militares de las tribus fronterizas. N inguna de ellas podía alcanzar
su máximo nivel de potencia efectiva sino dentro de los límites geográficos
que le eran peculiares.
Meng T'ien, al intentar dominar la frontera en nombre de Ch'in Shih
Huang Ti, de modo que el nuevo imperio quedara conformado como un
universo cerrado, topó con que los límites de un imperio creado por la
audaz afirm ación de principios activos no podían sostenerse por el simple
m antenim iento de una frontera negativa de defensa, D etenerse sin más
en una teórica línea divisoria resultaba totalm ente imposible, ya que esto
habría supuesto que el gasto positivo de energía a gran escala, en la ex
pansión hacia la Gran M uralla, podía ser cortado sin mayores problemas
y sin que ello diera lugar a una peligrosa «rémora» fronteriza que en
cualquier momento podía transform arse en una interna presión reactiva
contra el centro. La aserción, o confesión, de que el imperio de Ch'in
Shih Huang Ti no podía continuar en el mismo sentido sin acabar debi
litándose implicaba, por su parte, que los pueblos fronterizos podían ini
ciar en cualquier m omento un movim iento de contrapresión.
B ien es verdad que China, prim ero con la unificación Ch'in y luego
con la línea de desarrollo im perial renovada con los Han, se hallaba com
prom etida con una forma perm anente de Estado imperial, basada en un
cuerpo reconocible de prácticas económicas y formas sociales. No le era
posible hacer concesiones a la geografía y a la sociedad de la estepa sin
tener que adm itir dos formas contrapuestas e incompatibles de Estado.
Es obvio, sin embargo, que en algún punto existía una línea de dem arca
359
ción entre los pueblos y territorios que hubieran tenido perfecta cabida
dentro del Imperio Chino y aquellos otros que no. Esta era la línea que
la G ran M uralla intentaba establecer. E n la práctica, no obstante, resul
taba im posible m antener el supuesto de una línea que no podía cruzarse;
lo que se intentó fue, pues, un aminoramiento del proceso de expansión,
que m antuviera una apariencia de continuidad en la presión hacia el exte
rior. A este fin, incluso la grandiosidad de la G ran M uralla resultaba insu
ficiente. Fue necesario em plear artilugios sociales que dism inuyeran en
forma discreta el empuje exterior de la política fronteriza Ch'in, sin llegar
a detenerlo hasta el punto de que la propia detención sirviera para invitar
a los bárbaros al contraataque: esto significaba el reconocim iento de g ru
pos sociales interm edios que, sin ser enteramente homogéneos con el
grueso de la nación china de dentro de la Gran M uralla, sirvieran a los
fines de la política de control china.
E l depósito fronterizo
20. Owen Lattimore: Manchuria, Cradle o f Conflict, 2° ed, (Nueva York, 1935).
Para ejemplos, tanto de la mongolización de los chinos como de la aproximación de
los mongoles agrícolas a los campesinos chinos, puede consultarse Owen Lattimore:
The M ongols o f M anchuria (Nueva York, 1934).
360
que podían tanto ayudar a b s chinos en el control de la frontera como
convertirse en fuerzas auxiliares para los ataques sobre China que, partien
do del «depósito» (exterior) de las conquistas tribales, en las profundida
des de la trans-frontera o frontera exterior, arrastraban consigo a los p ue
blos del depósito interno o frontera interior.
Estos pueblos auxiliares de la frontera interior son probablemente los
peor estudiados de todos los agentes fundam entales de la historia china.
Subproducto del mutuo y total impacto de China como un todo y la fron
tera com o su todo opuesto, dichos pueblos no se hallaban genuinam ente
enraizados ni en la econom ía y sociedad chinas ni en las boscosas m ontañas
m anchúes, las estepas de M ongolia o las altas planicies tibetanas. N o obs
t a n t e , n o d e b e s u p o n e rs e que ta le s p u e b lo s no tie n e n im p o rta n c ia p o r
sí mismos. A pesar de lo lim itado de su poder en absoluto, su importancia
relativa es de la m ayor relevancia. En las fases pasivas estas gentes rep re
sentaban la garantía de equilibrio entre China y la frontera. En las fases
activas actuaban como catalizadores de las relaciones fronterizas, provocando
nuevos ajustes y previniendo cualquier tipo de estatism o o permanencia.
Debido a esto, no es preciso buscar siempre en el corazón de China
para hallar las causas de los períodos de gran expansión. A sí como tam
poco se encontrarán los orígenes de las grandes conquistas nóm adas tenien
do tan sólo en cuenta las am plias regiones de la estepa. E xisten para estas
regiones elaboradas explicaciones mecánicas, de amplia aceptación, que dan
cuenta de las «ciegas» erupciones de las hordas nóm adas, recurriendo a
ciclos climáticos o a la desecación progresiva.21 Para China, por más que
disponem os de docum entación adecuada y suficiente acerca de su historia
política y social, tenem os igualmente teorías mecánicas que hacen referen
cia a la presión dem ográfica y demás. Tales explicaciones no son adecua
das en absoluto. U na com prensión histórica m adura requiere el pleno re
conocimiento de los factores de la geografía física, los estímulos climáticos
(cuando pueden ser probados) y el carácter del entorno como totalidad,
pero exigen igualmente una apreciación de la dinámica de los grupos so
ciales. La distinción geográfica entre China, como tierra que posibilita
e incita la agricultura intensiva de regadío, por un lado, y la meseta, la
estepa y las regiones boscosas de la frontera, por otro (los oasis de las
regiones de N inghsia, K ansu y el Turkestán chino form an categoría aparte)
es evidente por sí m ism a, pero para ser plenam ente em prendida exige
tener en cuenta además las características de los grupos sociales típicos
de cada paisaje.
21. Sin duda, la mejor reformulación reciente de las teorías del materialismo
geográfico es la discusión de las migraciones y conquistas nómadas que aparece en el
vol. 3 de i Study o f History (London, 1934), pp. 722 de A. J. Toynbee; igual
mente su exposición (pp. 22-50) de la transición de los turcos osmanliés desde el no
madismo a la dominación sobre pueblos sedentarios, y su informe (pp. 395-454}
sobre las supuestas causas climáticas de las «erupciones nómadas».
361
Sim ilitudes con otros problem as de fro n tera
E n e s e n c ia se m a n tie n e n lo s v i e jo s p r o b le m a s
22 Puede consultarse el pertinente uso que sir Aurel Stein, en sus varios y
autorizados trabajos sobre Asia Central, hace del término limes para designar cual
quier tipo de fortificación externa construida por los chinos en diferentes épocas,
al otro lado de la línea principal de la Gran Muralla.
23. Tomado de «an eminent statesman», de sir Kenneth Wigram, en «Defence
in the North-West Frontier Province», Journ Royal Centra Asian Soc., XXIV
(1937), pp. 73-89; la referencia es de la p. 74.
362
centes a la G ran M uralla, o bien drenando recursos de las poblaciones de
los bosques, nunca fueron lo suficientem ente ricos en recursos como para
poder fundar un imperio estable y centralizado. N os muestra asimismo
que si bien China disponía de un potencial m ilitar mucho menos eficaz,
podía, no obstante, reclam ar para sí una mayor com petencia adm inistra
tiva. Los recursos de China estaban aprovechados al extremo de que en
determinadas ocasiones podía permitirse exceder sus límites para anexio
narse los oasis del Turkestán chino, con el solo fin de cubrirse el flanco.
A sí y todo, nunca le fue posible elim inar totalm ente entre los pueblos
marginales el continuo fluctuar entre la regresión hacia la economía es
teparia y la evolución hacia el tipo chino de economía y, de este modo,
íamás le fue posible poner fin al vaivén que marca la historia de la fron
tera, para m antenerse en aquel mundo com pletam ente cerrado que cons
tituía su ideal.
Los ferrocarriles y la maquinaria industrial, que no han surgido de la
propia civilización china sino que han tenido que ser introducidos desde
fuera, han transformado el antiguo carácter de la frontera. Todas las
diversas esferas de acción — económica, social, militar, administrativa— se
han visto increm entadas hasta tal punto que los viejos problem as parecen
haber perdido su significado. En esencia, sin embargo, continúan ahí.
Incluso para una sociedad industrial, el imperialismo tiene su umbral de
máxima expansión; el campo de acción que la acumulación de recursos y
la organización social hacen posible, a efectos de subordinar otras socie
dades de distinta organización social, tiene un lím ite en el tiempo, quizás
vago, pero que no puede ser cruzado sin correr el riesgo de sobrepasar las
propias posibilidades. Es en este punto donde la concentración cede su
lugar al desmembramiento.
363
FUENTES
364
BIBLIOTECA DE ANTROPOLOGÍA
1 Adam Kuper
Antropología y antropólogos. La escuela británica: 1922-1972
3 J. S. Kahn (ed.)
El concepto de cultura: textos fundamentales
T extos de Tylor, Kroeber, M alinow ski. W h ite y G oodenough, com pilados
y prologados por J. S. Kahn.
4 A. R. Radcliffe-Brown
El m étodo de la an tro p o lo g ía social
5 Louis Dumont
In tro d u cció n a dos te o ría s de la a n tro p o lo g ía social
Textos adicionales de Gellner, Beattie, Schneider, Rivers, Fortes. Leach,
Goody, Needham y Dumont.
7 E. E. Evans-Pritchard
Brujería, oráculos y magia entre losazande
8 E. R. Leach
Sistemas políticos de la Alta Birmania
9 E. E. Evans-Pritchard
Los n uer
En preparación:
COLECCIÓN ARGUMENTOS
Barrinaton Moore, Poder político y teoría social
Paolo Caruso, Conversaciones con Lévl-Strauss, Foucaulty Lacan
Edmund Leach, Un mundo en explosión
Timothy Raison (ed.), Los padres fundadores de la ciencia social
Barthes, Bordieu, Lévi-Strauss y otros, La teoría
R aym ond B ellour, E l lib r o de lo s o tro s
G U IA S A L F A B É T IC A S
Jean Duvignaud. La sociología
E D IC IO N E S D E B O LSILLO
Catherine Backés -Clément, Lévi-Strauss
CUADERNOS ANAGRAMA
Edmund Leach, Lévi-Strauss, antropólogo y filósofo; seguido de Claude Lévi-
Strauss, El oso y el barbero
Claude Lévi-Strauss, El futuro délos estudios del parentesco
André Gunder Frank, Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la sociología
Osear Lewis, La cultura de la pobreza: seguido de O. Lewis, K. S. Karol y
C. Fuentes, Pobreza, burguesía v revolución
Jean-Marie Vincent, La metodología de Max Weber; seguido de Max Weber,
Fundamentos metodológicos de ia sociología
Julián Pitt-Rivers, Tres ensayos de antropología estructural
Marco Ingrosso, Modelos socioeconómicos de interpretación de la realidad latino
americana: de Mariátegui a Gunder Frank
Rodolfo Stavenhagen. Ernesto Ladau y Ruy Mauro Marini, Tres ensayos sobre
América Latina
Claude Lévi-Strauss, Melford E. Spiro, Kathleen Gough, Polémica sobre el origen
y la universalidad de la familia
Claude Lévi-Strauss, Estructurallsmo y ecología
Bruce G. Tricicier, F rie d ric h E n a e ls v o tros, Sobre el origen del hombre
Luc de Heusch, El estructuralismo heterodoxo de Mary Douglas; seguido de
Mary Douglas, Sobre la naturaleza de las cosas
Maurice Godelier, Funcionalismo, estructuralismo y marxismo
Kent V. Flannery, La evolución cultural de las civilizaciones
Pierre Bonte, De la etnología a la antropología: sobre el enfogue critico en las
ciencias humanas
M ax G luckm an , M ary D ouglas, Robín Hortón, Ciencia y brujería
Maurice Zeltlin, Propiedad y control: la gran corporación y la clase capitalista
Maurice Godelier, Antropología y biología. Hacia una nueva cooperación
Eric J. Hobsbawm, Los campesinos y la política; seguido de Hamza Alavi, Las
clases campesinas y las lealtades primordiales
Teodor Shanin, Naturaleza y lógica de la economía campesina
Jean Baudrillard. La génesis Ideológica de las necesidades
Peter Forster, David Goddard, Jairus Banaji, Critica de la antropología británica