El Verso Proyectivo
El Verso Proyectivo
El Verso Proyectivo
EL
VERSO PROYECTIVO
vs.
EL VERSO NO ? PROYECTIVO
Digo que la sílaba es rey, y que es espontánea, de esta manera: el oído, el oído que ha
recogido, que ha escuchado, que está tan cerca de la mente que pertenece a ella, que tiene la
velocidad de la mente…
está cerca, en otra manera: la mente es hermana de este hermano, y es, por estar tan
cerca, la fuerza secadora, el incesto, el afilador…
es de la unión de la mente y el oído que nace la sílaba.
Pero la sílaba es sólo el primogénito del incesto del verso (siempre, aquel asunto egipcio,
¡produce mellizos!). El otro hijo es la LÍNEA. Y juntas, estas dos, la sílaba y la línea, forman un
poema, forman esa cosa —cómo llamarla, el Jefe de todo, la “Inteligencia Singular”. Y la línea
surge (lo juro) de la respiración, del respirar del hombre que escribe, en el momento en que
escribe, y es así, es aquí que, el trabajo diario, el TRABAJO, entra, porque sólo el hombre, el que
escribe, puede dictar, en cada momento, a la línea, su métrica y su final —donde su respiración
ha de llegar, acabarse.
Lo malo de la mayoría de las
obras, a mi parecer, desde el abandono de los versos y estrofas tradicionales y de composiciones
como el TROILUS de Chaucer o el LEAR de S., es esto: los escritores contemporáneos aflojan
JUSTAMENTE AQUÍ DONDE NACE LA LÍNEA.
Permítaseme decirlo en palabras sencillas. Las dos mitades son:
De lo que hemos padecido es del manuscrito, de la prensa, del alejamiento del verso de
su productor y de su reproductor, la voz, un alejamiento por uno, por dos pasos desde su lugar
de origen y de su destino. Porque respiración tiene un doble significado que aún no había perdido
el latín.
La ironía es que de la máquina ha
nacido una ganancia aún no observada o empleada lo suficiente, pero que conduce directamente
hacia el verso proyectivo y sus consecuencias. Es la ventaja de la máquina de escribir, la cual,
debido a su rigidez y su precisión en marcar los espacios, puede, para un poeta, indicar
exactamente la respiración, las pausas, las suspensiones hasta de las sílabas, las yuxtaposiciones
hasta de partes de frases, tal como él desea trasmitir. Por primera vez el poeta tiene el pentagrama
y la barra que ha tenido el músico. Por primera vez puede, sin el convencionalismo del metro y
la rima, registrar lo que él ha captado escuchando su propia habla y por ese solo acto indicar
cómo él quisiera que cualquier lector, ya sea o no en silencio, declame su obra.
Ya es tiempo de cosechar el fruto de tos experimentos de Cummings, Pound, Williams,
cada uno de los cuales, a su manera, ha usado la máquina de escribir para pautar sus
composiciones, para marcar la partitura de su vocalización. Ahora es sólo cuestión de
reconocimiento de las convenciones de la composición por campo para que hagamos realidad
un verso abierto tan formal como el cerrado, con todas sus ventajas tradicionales.
Si un poeta contemporáneo deja un espacio tan largo como la frase que lo precede,
pretende que tal espacio sea mantenido, por la respiración, por igual lapso. Si corta una palabra
o sílaba al final de una línea (éste fue más que nada el aporte de Cummings) quiere que pase ese
tiempo que tarda el ojo —ese instante de tiempo suspendido— en pasar a la próxima línea. Si
desea una pausa tan leve que apenas separe las palabras, pero no quiere una coma —la cual es
una interrupción del significado más que del sonido de la línea—, hay que seguirle cuando usa
un signo que la máquina de escribir le ofrece listo a la mano:
“Said he:
to dream takes no effort
to think es easy
to act is more difficult
“Dijo él:
Soñar no necesita de esfuerzo
pensar es fácil
actuar es más difícil
II
Lo cual nos trae a lo que prometí, el grado en que lo proyectivo implica una posición
ante la realidad exterior al poema tanto como una nueva posición ante la realidad del poema
mismo. Es cuestión del contenido de Homero o de Eurípides o de Seami como distinto al
contenido de los que pudiera llamar maestros más “literarios”. Desde el momento que el
propósito proyectivo del acto del verso se reconoce, el contenido cambia. Si el principio y el fin
es la respiración, la voz en su sentido más amplio, entonces el material del verso cambia. Tiene
que hacerlo. Empieza por el autor. La dimensión de su línea misma cambia, ni hablar del cambio
en su modo de concebir, del tema que buscará, de la escala en que concibe el tratamiento de ese
tema. Yo por mi parte expondría la diferencia por una imagen física. No es un accidente que
ambos, Pound y Williams, andaban diversamente comprometidos en un movimiento que fue
calificado como “objetivismo”. Pero esa palabra se empleaba entonces en una especie de querella
necesaria, creo, con el “subjetivismo”. Ya es demasiado tarde para molestarse con el último. Por
lo demás se ha agotado hasta morirse muy excelentemente, aunque todos nosotros nos veamos
envueltos en sus agonías. Lo que a mí me parece de una más válida formulación para uso actual
es el “objetivismo”, palabra que ha de tomarse para significar la clase de relación de un hombre
con la experiencia que un poeta podría afirmar como la necesidad de que una línea o una obra
sea lo mismo que la madera, sea tan limpia como la madera al salir de la mano de la naturaleza,
para que sea labrada como la madera puede serlo cuando un hombre la ha trabajado con la mano.
Objetivismo es librarse de la interferencia lírica del individuo como ego, del “sujeto” y su alma,
esa peculiar presunción por la que el hombre occidental se ha interpuesto él mismo entre lo que
él es como criatura de la naturaleza (con ciertas instrucciones que llevar a cabo) y esas otras
creaciones de la naturaleza que podemos, sin ninguna derogación, llamar objetos. Por que un
hombre es él mismo un objeto, sean cuales fueren las ventajas que él crea tener, y entre más
pueda reconocerse como tal serán mayores sus ventajas, particularmente en el momento en que
alcanza una humilitas (sic) suficiente para que él sea útil.
La cosa se reduce a esto: el uso de un hombre, por él mismo y por lo tanto por otros,
depende de cómo conciba su relación con la naturaleza, esa fuerza a la que debe su bastante
pequeña existencia. Si se afloja casi nada hallará qué cantar, más que a sí mismo, y cantará
paradojas de la naturaleza valiéndose de formas artificiales exteriores a él. Pero si permanece
dentro de sí mismo, si se queda contenido dentro de su naturaleza así como es partícipe de una
fuerza mayor, será también capaz de escuchar, y su oír a través de sí mismo le abrirá secretos
que los objetos comparten. Y por una ley inversa sus formas seguirán su propio camino. Es en
este sentido que el acto proyectivo, que es el acto del artista en el más amplio campo de los
objetos, conduce a dimensiones más grandes que ese hombre. Porque el problema de un
hombre, desde el momento que asume el habla en toda su plenitud, es dar a su trabajo toda su
seriedad, una seriedad suficiente para hacer que la cosa que él hace trate de tomar su lugar entre
las cosas de la naturaleza. Esto no es fácil. La naturaleza obra por reverencia, aun en sus
destrucciones (las especies caen con estruendo). Pero la respiración es la calificación especial del
hombre como animal. El sonido es una dimensión que él ha extendido. El lenguaje es uno de
los actos que más lo enorgullece. Y cuando un poeta descansa en ellos como están en él mismo
(en su fisiología, si les parece, pero la vida en él, con todo), entonces él, si decide hablar desde
estas raíces, trabaja en esa área donde la naturaleza le ha dado tamaño, tamaño proyectivo.
Tamaño proyectivo es el que la tragedia Las troyanas posee, porque es capaz de tenerse
de pie —¿no es así?— como sus personajes, junto al Mar Egeo —y ni Andrómaca ni el mar
sufren disminución—. En una dimensión menos “heroica” pero igualmente “natural” Seami
saca adelante al Pescador y al Ángel en “Hagoromo”. Y Homero, el cual es un cliché tan aceptado
sin examen que no creo necesario insistir en qué escala las muchachas de Nausicaa lavan su ropa.
Tales obras, diría yo —y menciono éstas porque sencillamente sus equivalentes están
todavía por hacerse—, no podrían salir de hombres que conciben el verso sin la total aplicación
de la voz humana, sin tomar en cuenta de dónde proceden las líneas, en el individuo que las
escribe. Ni me parece accidental que, en este punto final de la argumentación, haya citado como
ejemplos dos poetas dramáticos y uno épico. Porque arriesgaría la conjetura de que, si el verso
proyectivo se practica suficiente tiempo, es llevado adelante con suficiente empeño por el
derrotero que él mismo, a mi juicio, señala, el verso podrá nuevamente aportar mucho más
material que el que ha aportado en nuestro lenguaje desde los isabelinos. Pero no podemos
precipitarlo. Sólo estamos en los principios, y si considero que los Cantos son de mayor
significación “dramática” que las piezas de Mr. Eliot, no es porque crea que han resuelto el
problema sino porque la metodología del verso en ellos señala un medio por el cual, algún día,
el problema de mayor contenido y de las formas mayores podrá ser resuelto. Eliot, en realidad,
es una prueba del peligro actual, la de ser “demasiado fácil” en la práctica del verso tal como ha
sido, frente a como debiera ser practicado. No se discute, por ejemplo, que la línea de Eliot,
desde “Prufrock” en adelante, tiene fuerza de habla, es “dramática”, es, de hecho, como línea,
entre las más notables desde Dryden. Supongo que en él proviene directamente de lo de
Browning, como pasa con muchas de las primeras cosas de Pound. En todo caso la línea de Eliot
tiene sus obvios precursores en los isabelinos, especialmente en el soliloquio. Sin embargo el
viejo Mister Eliot no es proyectivo. Hasta podría argüirse (y esto lo digo cautelosamente, como
todo lo que he dicho de lo no-proyectivo, tomando en cuenta que cada uno de nosotros debe
salvarse por su propio camino y cuánto debe, por lo demás cada cual de nosotros a lo no-
proyectivo, y seguirá debiéndolo, mientras los dos sistemas vayan a la par) que es porque Eliot
ha seguido dentro de lo no-proyectívo que falla como dramaturgo —que su raíz es sólo la mente,
y una mente escolástica por añadidura (ningún alto intelletto pese a sus aparentes claridades) —y
que, en sus oíres ha quedado allí donde están la oreja y la mente, únicamente ha ido de su fina
oreja hacia afuera, al contrario de como digo hará un poeta proyectivo, hacia abajo, a través de
las operaciones de su propia garganta, al lugar de donde viene la respiración, donde la respiración
tiene sus principios, de donde el drama tiene que venir, de donde quiere la coincidencia todos
los actos brotan.
* Charles Olson ha desarrollado teorías sobre la poesía que forman, históricamente, el puente
entre los primeros líderes del movimiento moderno, como Pound y Williams, y los más
importantes innovadores de la generación actual. De allí que El verso proyectivo viene a ser el
manifiesto seminal de gran parte de los poetas jóvenes, tanto los ingleses como los
norteamericanos, que escriben hoy día. Aunque fue publicado originalmente en Poetry New York,
N. 3, 1950, la expresión densa y sumamente personal de Olson ha resistido la traducción por
mucho tiempo. Haravec lo publica por primera vez en idioma español en la traducción de José
Coronel Urtecho.