2005 - Gustavo Bueno - Sobre La Felicidad No Se Puede Fundar Una Ética, Como Muchos Hoy Pretenden. La Nueva España
2005 - Gustavo Bueno - Sobre La Felicidad No Se Puede Fundar Una Ética, Como Muchos Hoy Pretenden. La Nueva España
2005 - Gustavo Bueno - Sobre La Felicidad No Se Puede Fundar Una Ética, Como Muchos Hoy Pretenden. La Nueva España
Gustavo Bueno
Filósofo, autor de «El mito de la felicidad»
«Sobre la felicidad no se puede fundar una ética,
como muchos hoy pretenden»
«Hay que distinguir entre la literatura de la felicidad, que no necesita ir escrita en libros,
el «don't worry, be happy» y la felicidad ágrafa, de los que no necesitan leer nada»
—La estrategia del libro es obvia. Va contra algo. Contra los libros de autoayuda. El pasado verano
me rodeé de libros de autoayuda. Algunos escritos por gente tan ilustre como Luis Rojas Marcos, el
chamán de Nueva York. Así se llama a sí mismo. O Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría de
Madrid. O el libro de Carnegie del que se han editado 21 millones de ejemplares. Por eso merece la
pena tomar en serio todo esto, por el volumen. No se trata de un fenómeno superficial. No es algo
coyuntural. Se trata de libros escritos para gente de pueril inteligencia. Da vergüenza pensar que haya
gente así. Planteé el problema a partir de ahí: ¿qué es la felicidad?; ¿qué está ocurriendo?
—Distingo entre la literatura de la felicidad, que no necesita ir escrita en libros, el «don't worry,
be happy» y la felicidad ágrafa, de los que no necesitan leer nada. Hay una encuesta del Instituto de la
Juventud de España, del año pasado, en la que se dice que la población más feliz de Europa es la de
los jóvenes españoles. Son los que se sienten más felices. Quizá sea así porque son lo que menos
leen.
—La felicidad es la ideología de nuestro tiempo. Todo el mundo quiere ser feliz, y muchos llegan a
creer que lo son. Y hay mucha gente, artistas, directores de cine, novelistas, paisanos de la calle, que,
cuando se les pregunta qué buscan en la vida, responden: ser feliz. ¿Y cuándo es usted feliz? Pues,
añaden, cuando vuelvo a casa del trabajo, me doy una ducha, me relajo y tal. Es curioso que se repita
tanto lo de la ducha, una cosa tan vulgar. Me recuerda la sentencia de Goethe: «La felicidad es de
plebeyos». Lo de la ducha es una ordinariez; se da por supuesto. Es propio de gente que antes no
tuvo ducha, gente que la ha adquirido recientemente y por eso se siente feliz.
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Gustavo Bueno: Sobre la felicidad no se puede fundar una ética, como muchos hoy pretenden / 8 mayo 2005
—Este conjunto de ideales mínimos recuerdan al budismo zen: deseo poco, y eso poco lo quiero
poco. Quienes dicen estas cosas están repitiendo fórmulas de libros de autoayuda. No es algo
espontáneo. Repiten la literatura de la felicidad y sus consejos: confórmate con poco, disfruta del
momento, sé quien eres. Eran las fórmulas del hedonismo, de Aristipo. La gente cree que estos
ideales le salen del alma, cuando son puras repeticiones de lo que han leído. En realidad la búsqueda
de la felicidad forma parte de un proyecto ideológico impresionante, inspirado por las exigencias de la
sociedad de mercado pletórico. Un movimiento de muchedumbres.
—Como idea filosófica, es de Aristóteles. Hay dos grandes ideas inventadas por Aristóteles, al menos
en su formato filosófico, y que han durado siglos. Y que aún siguen influyendo: la idea de Dios y la
idea de felicidad. Lógico, porque la felicidad es dios, según Aristóteles. El dios de Aristóteles es el Acto
Puro. No ha creado el mundo. No lo conoce. Por cierto, Aristóteles es impresionante; yo cada vez
estoy más asombrado. Dice que el único ser que puede ser feliz es Dios, porque su vida consiste en
pensarse a sí mismo, y ese pensarse a sí mismo eterno, autárquico, sin depender de nadie, es la
felicidad. De ahí se deduce que nadie es feliz salvo Dios. Por ejemplo, en alusión a Teeteto, recuerda
al matemático que se pasa el día pensando en sus teoremas y concluye que no puede ser feliz,
porque tiene que comer, porque se fatiga, porque algún día se va a morir. Como mucho indica que la
felicidad es una forma de contemplación. La puede lograr el sabio algunas veces cuando contempla.
—Todo cambia con el cristianismo. El cristianismo transforma ese lejano dios de Aristóteles en un Dios
creador del mundo y de los hombres. Un Dios con tres personas vivas, la segunda de las cuales se
hace hombre. Dios es amor, crea el mundo, crea al hombre y se encarna en el hombre. Por eso la
felicidad de Dios puede ser transmitida a los hombres, y los hombres pueden ser felices en la otra
vida. Es la beatitud. He leído enteros, este verano, los comentarios del padre Ramírez a la «Suma
teológica». Unos comentarios sobre la felicidad en cinco volúmenes, en un latín muy difícil, titulados
De homine beatitudine. El padre Ramírez presidió el Instituto Luis Vives del CSIC. Le llamaban el Soto
redivivo. Le conocí, le traté. Era un frailón que se pasó toda la vida en Friburgo. El último gran tomista.
Tenía una erudición tremenda. Lo traté mucho en Madrid y en Salamanca. Venía a ser entonces el
Heidegger de la Iglesia católica.
—Santo Tomás recoge a Aristóteles y ofrece una idea de felicidad nueva, cristiana. La felicidad es
objetiva. Una cosa es la delectación y otra la felicidad objetiva. Santo Tomás pone un ejemplo muy
claro. La felicidad del avaro es el oro, no el goce del oro. Por eso la felicidad es Dios, no el goce de
Dios. Si no hay algo objetivo no hay felicidad. Es el antipsicologismo. Es la idea de felicidad de Plotino
y de Aristóteles, que repite Espinosa.
—En el siglo XVIII se eclipsa la idea de Dios, y entonces empieza a funcionar la felicidad subjetiva. La
«religión de la felicidad» del marqués de Lassay. Es la felicidad canalla, según mi terminología. La
felicidad, destituida de su dimensión filosófica, queda reducida a algo psicológico. Es el cosquilleo de
Espinosa, el placer, el disfrute, el estado de bienestar.
—Eso es lo que llega a EE UU, a la famosa Constitución de EE UU. Todo ciudadano tiene el derecho
y el deber de ser feliz. El «welfare», la felicidad como bienestar. Empieza a ser una obligación civil en
EE UU y en todo el mundo. Séneca dice: «Todos los hombres, hermano Galión, quieren ser felices».
De ahí se deduce que el que no es feliz no es hombre. Es un degenerado, un enfermo que debe ir al
psiquiatra. La felicidad entendida de un modo canalla empuja a que los ciudadanos tengan pequeñas
felicidades, como la ducha o el tanque de agua sobresaturada con sales. El mejor modo de
convertirlos en ovejas de un rebaño, el «consumidor satisfecho». Y siempre con un componente
metafísico. En los prospectos del tanque famoso se indica que si te metes allí para relajarte te sientes
como en el útero materno, y después en el cosmos. En cuando al «don't worry, be happy»
resulta que es una consigna de los años veinte, de un gurú llamado Meher Baba, que está antecedida
de esta otra idea de carácter místico: «Da lo mejor que tengas de ti y entonces no te preocupes, se
feliz». Una teoría metafísica. Para Séneca la esencia del hombre es la felicidad. El que no es feliz no
vive. Y para Fichte es el poder, es Prusia, es Alemania. La gente, ahora, vincula la felicidad al destino
del hombre. Si no, ¿para qué vivir? En la metafísica de Santo Tomás tiene mucho sentido, porque
efectivamente el destino era el cielo o el infierno. Pero una vez que no se tiene en cuenta eso, el
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Gustavo Bueno: Sobre la felicidad no se puede fundar una ética, como muchos hoy pretenden / 8 mayo 2005
destino es ser feliz. Y cada cual ya es mayor para saber en qué consiste su felicidad. Si la felicidad de
algunos consiste en ducharse pues muy bien, eso los convierte en rebaño, porque esa es la felicidad
del plebeyo.
—Kant es el que ha elevado la felicidad canalla a categoría filosófica. Kant es el filósofo canalla por
excelencia. Separa la virtud y la felicidad. Algo absurdo, nunca se dio. Dice que la felicidad es una ley
de la naturaleza. Y que la virtud no necesita de la felicidad. Es más, incluso la aborrece.
—Un ejemplo ilustrativo de la felicidad canalla es «Viridiana» de Buñuel. La escena de los ancianos
decrépitos, ciegos, tuertos, en aquella casona de aristócratas. En cuanto pueden se ponen a comer y
a ser felices, después componen una escena como una Última Cena y suena el «Aleluya» de
Haendel. Es el ejemplo de la felicidad canalla. Otro ejemplo es el himno «Gaudeamus igitur» cantado
por todos los becarios europeos, sobre todo los que tienen la beca Erasmus. Tremendo:
«Alegrémonos ahora que somos jóvenes, porque cuando llegue la vejez nos tragará la tierra.» Lo peor
es el «igitur», el «por tanto», ¿por tanto de qué? Como no podemos alcanzar la felicidad eterna, por lo
menos aprovechemos algo de esta vida. Es lo que dice ese himno. Es la felicidad canalla.
—Otro.
—La ópera de Strauss, «Electra», que pusieron en Oviedo en otoño, es otro ejemplo perfecto. Electra
es infeliz pues su padre Agamenón ha sido asesinado, su hermano Orestes está lejos y ella misma se
siente desgraciada, infeliz. En el libreto, que sigue el texto de Sófocles casi al pie de la letra, dice que
es completamente feliz cuando su madre da los alaridos porque la está asesinando su hermano. Un
tema paradójicamente vivo y apreciado en las sociedades democráticas del presente, en las cuales
propiamente la madre de Electra, en lugar de asesinada, tendría que haber sido reinsertada
socialmente, y en el acto final, abrazada a su hija Electra, diría: «no volveré a hacerlo».
—La idea de felicidad es muy tardía. No es imaginable el hombre de Atapuerca hablando de felicidad.
En español es una palabra, como otras muchas, terminada en «-ad». Un sufijo hipostático.
Corresponde a un pensar en vacío, parece algo muy profundo pero no es nada. Como el dicho, «todos
los hombres quieren la felicidad». ¿Pero qué es eso de todos los hombres, los ha contado usted? La
idea de felicidad es muy tardía. Propia de sociedades organizadas en clases. Hay una clase que está
por encima. Es el caso del «Beatus ille qui procul negotiis» de Horacio. Corresponde al terrateniente
romano. Pero no es que sea feliz. Es que tenía un latifundio. Y unos esclavos. El esclavo es el que
quiere ser como el señor, es el que quiere ser feliz. Por eso la felicidad es de plebeyos. Como no
pueden lograr el latifundio aspiran a otras cosas y se convierten en ovejas de un rebaño. O como en la
actual sociedad de mercado. Un individuo que, en la sociedad de mercado, hace huelga de hambre o
ascetismo de tipo calvinista es sencillamente un enfermo porque se sitúa fuera del mercado. Tiene que
ingresar en el mercado, tomar una pastillita, empezar a ser feliz y convertirse en un ciudadano normal.
Sobre la felicidad no se puede fundar una ética, como muchos hoy pretenden.
Fundación Gustavo Bueno
www.fgbueno.es
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