El Análisis Economico Del Derecho: Introducción
El Análisis Economico Del Derecho: Introducción
El Análisis Economico Del Derecho: Introducción
Even the relation between law and economics has a long history, it was during the sixties when
the application of economic tools to the study of law became a consolidated field. Nowadays ‘law
and economics’ is used to name both the study of the effects of law on the economy, and the
application of the economic concepts and techniques to the study of legal phenomena. Although
the discipline had had a great success in north America, its reception has been more difficult in
Europe and, even more, in the Hispanic countries. Recently even in the north American context
the discipline has been criticized for lacking the capacity to provide recent contributions to the
understanding of legal problems. The first part of this article gives an introduction to the
relation between law and the economic science, characterizes the new field of ‘law and
economics’, and introduces its most important schools. The second part examines some of the
reasons that help understand why the economic analysis of law has found a difficult reception
by the Hispanic jurists. Finally, the article concludes by making a balance of the virtues of ‘law
and economics’ and proposing some possible ways through which the discipline could improve
its capacity to analyze legal phenomena.
Introducción
A finales del siglo XVIII Adam Smith argumentaba que cuestiones como la
primogenitura, o las Leyes de Pobres, inhibían el desarrollo económico de Inglaterra
e impedían su adecuada industrialización. Por la misma época, el fisiócrata francés
Nicolas Baudeau utilizaba la noción de legislación económica y planteaba que esta
surgía del derecho natural y regía la sociedad económica, que reposaba sobre tres
artes, el social, el productivo y el estéril, que correspondían a las tres clases definidas
por Quesnay en su Tableau Economique: la de los propietarios, los agricultores y la
clase estéril de los industriales y los comerciantes. Además, planteaba que toda
actividad productiva se regía por una constitución económica. Un siglo más tarde,
P.J. Proudhon utilizaba explícitamente la noción de derecho económico. Para él, el
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objetivo del derecho era resolver las contradicciones de la vida social, por la vía de
una conciliación universal, que no podía realizarse sin una completa reorganización
de la sociedad. Ni el derecho público ni el derecho privado podían alcanzar este
objetivo: el primero representaba el peligro de limitaciones muy grandes a la libertad
y el otro era insuficiente para penetrar todas las estructuras de la actividad económi-
ca. La reorganización social debería entonces hacerse por medio del derecho econó-
mico, complemento y corolario del derecho político y el derecho civil, que debía
constituirse a partir de acuerdos entre los diversos grupos que participan en la acti-
vidad económica y mantener la justicia social buscando, en últimas, la «aplicación
de la justicia a la economía política»1.
Así, la relación mutua entre el derecho y la economía ha estado sujeta al cono-
cimiento económico de cada momento, cuyos campos de interés, a su vez, han
estado determinados por los problemas económicos considerados pertinentes para
cada época.
Históricamente, han sido dos las vías por las cuales los economistas se han inte-
resado por el derecho. Uno, el derecho como un mecanismo de transmisión y regla-
mentación de aquellas decisiones del soberano que afectan los asuntos económicos.
Esta área de interacción es lo que tradicionalmente se conoce como derecho econó-
mico y se ha considerado una especialización del derecho. La segunda vía, la del
derecho -y de manera más general las instituciones- como factor determinante del
desempeño económico de las sociedades, se puede enmarcar dentro de las preocu-
paciones de los pensadores clásicos, que fueron retomadas por la economía
institucional y, más recientemente, por la teoría del desarrollo económico.
A lo largo del siglo XX se fueron consolidando, inicialmente en los Estados
Unidos y luego de manera más tímida en otros países, dos vínculos adicionales entre
la economía y el derecho. El primero tuvo que ver con el uso de los casos judiciales
como fuente de información para el estudio del comportamiento de algunos actores
económicos. El principal impulso para esta aproximación se dio a través del análisis
de los casos anti-trust que llegaban a la justicia norteamericana, labor que empren- 119
dieron los economistas interesados en explicar el comportamiento de los empresarios
que actuaban en mercados no competitivos. El último puente, que se puede decir es
el que predomina actualmente en la literatura, es el de las relaciones jurídicas como
una eventual extensión del campo de aplicación del llamado enfoque económico
del comportamiento humano. Aunque los antecedentes de esta nueva aproxima-
ción podrían situarse en los trabajos sobre los delitos y las penas de César Beccaria a
finales del siglo XVIII -y en particular en su análisis, hecho para el príncipe de
Nápoles, sobre la determinación del monto de recursos que se debería invertir para
controlar el contrabando- esta rama de especialización de la economía se puede
considerar un fenómeno de las tres últimas décadas.
1
Citado por Jacquemin y Schrans (1974:7).
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Esta es la definición sugerida por Mercuro y Medema (1997).
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Posner(1992). Havenkamp (1995) presenta una distinción similar.
4
Uno de los alumnos de Director, Richard Posner, se convertiría luego en el más prominente
representante de la naciente disciplina.
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La segunda etapa del AED se habría iniciado con los trabajos de Ronald
Coase y de Guido Calabresi, quienes establecieron un marco analítico para es-
tudiar la asignación de los derechos de propiedad y los problemas de responsabi-
lidad civil. Se trataba, de nuevo, de analizar información legal bajo un prisma
económico. Al igual que durante la etapa anti-trust, el foco de atención era la
firma. El entorno tradicional del llamado teorema de Coase, lo más representa-
tivo de esta segunda etapa, ha sido siempre la empresa, para la cual la economía
neoclásica supone como objetivo la maximización de los beneficios. En ambos
casos, anti-trust y Coase, el objetivo general de política planteado por la econo-
mía, la búsqueda de la eficiencia económica, era claro e indiscutible. Además,
se adecuaba sin mayores inconvenientes a las pretensiones del marco legal nor-
teamericano.
La tercera gran influencia en el AED, según el mismo Posner, la constituye la
publicación, a finales de los años sesenta, de un influyente trabajo de Gary Becker
sobre comportamiento criminal. Esta etapa marca dos diferencias importantes
con las anteriores. Por un lado, el objeto central de estudio deja de ser la empre-
sa y empieza a abarcar al individuo. Si bien el objetivo que supone la economía
para la empresa, la búsqueda de los máximos beneficios, parece universalmente
aceptado, resulta que los individuos, de acuerdo con la misma economía, no
maximizan beneficios, sino su utilidad, o su utilidad esperada. Así, en el terreno
del comportamiento humano el AED tuvo que tornarse más aventurado, y adoptar
supuestos controvertibles, pues tenía que tratar con la maximización de la utili-
dad de los individuos, que se desconoce y no se puede cuantificar, y no ya con la
función de beneficios de las empresas, que se puede calcular y reducir a unida-
des monetarias. En forma adicional al hecho de que para los individuos las cien-
cias sociales, e incluso el derecho, cuentan con modelos alternativos de compor-
tamiento, el tener que tratar con utilidades individuales y no con beneficios es
problemático por dos razones (Hovenkamp 1995). Primero, porque la función de
122 utilidad de las personas puede incluir, y sin duda los incluye, componentes dis-
tintos a la riqueza. Segundo, porque es razonable suponer que las funciones de
utilidad difieren entre individuos y, siendo estrictos, las comparaciones
interpersonales de utilidad no deben hacerse. Si se hacen, son arriesgadas. En
este contexto, herramientas como el análisis costo-beneficio, que tratan de me-
dir la eficiencia sobre la base de la disponibilidad a pagar observable, y que
pueden funcionar para analizar los cambios en la riqueza producidos por las
políticas, pueden no ser adecuadas, ni universalmente aceptadas, para analizar
los efectos sobre la utilidad de las personas.
La segunda gran característica de la variante del AED abierta por Becker
tiene que ver con la propuesta del mismo planteamiento de política pública, la
eficiencia, y en particular la minimización de los costos sociales del sistema pe-
nal, que a diferencia de lo que había ocurrido hasta entonces no surgía del
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«Proponemos la siguiente meta para el derecho penal: el derecho penal debe minimizar el
costo social del delito, el que es igual a la suma del daño que causa y el costo de su
prevención». Cooter y Ulen (1998:561).
6
Un libro de divulgación económica, The Armchair Economist, es claro al definir la economía,
simplemente, como la aceptación del hecho de que la gente responde a incentivos.
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b. La escuela de New Haven
7
Rose-Ackerman, Susan (1992). Rethinking the Progressive Agenda: The Reform of the American
Regulatory State. New York: Free Press. Citado por Mercuro y Medema (1997:79).
8
«Some Thoughts on Risk Distribution and the Law of Torts» de 1961 y en 1972 The Cost of
Accidents: A Legal and Economic Analysis.
9
«Property Rules, liability rules and Inalienability: One view of the Cathedral» Con Douglas Melamed,
1972.
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ro, debe ser justo y segundo, debe reducir el costo de los accidentes(…) ningún
sistema legal de daños puede operar si no toma en cuenta cuáles acciones se
consideran buenas, cuáles malas y cuáles neutras. Cualquier sistema legal de da-
ños que estimule acciones malas parecerá injusto a la opinión pública y a la comu-
nidad aun cuando desde el punto de vista económico sea muy eficiente»10.
En síntesis, con relación al AED ortodoxo, la contribución de Calabresi consis-
te en desafiar la idea de que la eficiencia sea el principal y único valor para
adjudicar pérdidas por daños, y en insistir en la necesidad de distinguir las nocio-
nes de distribución y de justicia de la eficiencia. Considera que el AED debe
abordar el problema de decir algo sobre lo que desde el punto de vista de la
distribución parece deseable y desarrollar definiciones de distribuciones justas,
tanto desde un punto de vista teórico como a partir del trabajo empírico.
La escuela de New Haven, a diferencia del AED ortodoxo, pone mayor énfasis
en las leyes, los estatutos y las reglamentaciones y menos en las decisiones judicia-
les. De ahí la sugerencia de estudiar a fondo cómo operan las instituciones oficia-
les y el uso de las herramientas de evaluación de la política pública. Por esta razón,
se requiere un modelo de comportamiento del gobierno, para lo cual se acude al
del actor racional.
Por último, en esta escuela se descarta el supuesto normativo, generalmente
implícito en otros enfoques, a favor del statu quo en la distribución de la riqueza
y de la propiedad.
c. El AED institucional
Unas dos décadas antes de los estudios realizados en Chicago alrededor de los
casos anti-trust, de los cuales como se vio surgiría la versión actualmente predomi-
nante del AED, a principios de siglo se habían dado en los Estados Unidos pasos
importantes para analizar la interacción mutua entre la economía y el sistema legal.
Dentro de estos trabajos precursores, vale la pena destacar aquellos que algunos 125
economistas, los viejos institucionalistas, hicieron en forma conjunta con los juristas.
Como enfoque, la economía institucional es un conjunto bastante heterogé-
neo de esfuerzos cuyo punto en común, como su nombre lo indica, es el haber
resaltado la importancia de las instituciones en el funcionamiento de la economía.
Para Commons, las instituciones eran «la acción colectiva en control de la acción
individual… o la acción colectiva que restringe, libera y expande la acción indivi-
dual»11. Para Veblen, se trataba de «hábitos de pensamiento ampliamente acep-
tados y de las prácticas predominantes en cualquier período»12. Lo que estas
10
The Cost of Accidents: A Legal and Economic Analysis. Citado por Mercuro y Medema (1997:1981).
11
Commons (1934) citado por Mercuro y Medema (1997:102). Traducción propia
12
Veblen (1899) citado por Mercuro y Medema (1997:102). Traducción propia
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definiciones reflejan es, ante todo, un marcado escepticismo con la idea de la
racionalidad de la acción individual, caso por caso, como criterio exclusivo de
explicación del comportamiento humano. El otro aspecto que caracteriza la obra
de los institucionalistas es el ser parte de una verdadera revuelta contra el for-
malismo que se estaba dando a principios de siglo tanto en la historia como en el
derecho y en las ciencias sociales. Dentro de la economía, las críticas iban prin-
cipalmente dirigidas hacia la teoría formal de la época, abstracta y deductiva,
que resaltaba la universalidad de la razón, el comportamiento racional y la no-
ción de equilibro de los análisis de estática comparativa. En su lugar, los
institucionalistas proponían análisis inductivos de aspectos específicos de la rea-
lidad económica.
Uno de sus principales representantes, Thornstein Veblen rechazaba la vi-
sión mecánica de la sociedad que reflejaba el análisis de equilibrio estático y
proponía en su lugar una aproximación evolutiva. Consideraba que el entorno
material, la tecnología y ciertas propensiones de la naturaleza humana condicio-
naban el surgimiento y evolución de las instituciones e insistía en hacer un
examen crítico de las instituciones del capitalismo. En su conocida obra sobre la
clase ociosa, sugería la importancia de diferenciar dos clases, la clase producti-
va, a la cual atribuía unos intereses industriosos, favorables al resto de la socie-
dad y una clase ociosa, motivada por el simple negocio, la acumulación de ri-
queza y el logro de poder económico.
Clarence Ayres trató de aplicar el pensamiento institucional para explicar el
desarrollo económico. Proponía identificar aquellos factores que aceleran el
desarrollo de aquellos que, por el contrario, tienden a impedirlo. Veía la activi-
dad humana como el reflejo permanente de dos tipos de fuerzas: el comporta-
miento tecnológico, una fuerza productiva y progresiva, y el comportamiento
ceremonial, como algo contraproducente que inhibe el crecimiento.
Robert Lee Hales, un jurista en la tradición del realismo legal, describía la
126 economía como una estructura de arreglos y relaciones basados en el poder
coercitivo. De esta manera, si la estructura de ingresos era el fruto de una es-
tructura coercitiva, activa o pasivamente refrendada por el gobierno, no debe-
rían condenarse los esfuerzos coercitivos por alterar esa distribución.
Para John Commons el institucionalismo era la economía de los derechos, los
deberes, las libertades y los riesgos. Rechazaba el énfasis exclusivo en el indivi-
dualismo metodológico de la teoría ortodoxa como también la noción de una
permanente armonía de intereses. Por el contrario, centró su análisis en los con-
flictos de intereses inherentes en la economía moderna.
Con base en los escritos de estos precursores y de sus discípulos, lo que ha
resultado como economía institucional es un enfoque bastante heterodoxo para
analizar la actividad económica, que descansa sobre principios como: (i) el com-
portamiento económico está condicionado por el entorno pero, a su vez, lo afec-
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d. El AED Neo-institucional
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Para esta escuela, los planteamientos neoclásicos resultan insuficientes
para explicar la persistencia, en algunas sociedades, de instituciones
ineficientes en un sentido económico. Por esta razón, North (1990) plantea
la necesidad de diferenciar las organizaciones (los jugadores) de las institucio-
nes (las reglas del juego). La interacción entre unas y otras es lo que deter-
mina el sendero institucional, la forma como se van configurando las institu-
ciones en una sociedad. Bajo este esquema de reglas del juego endógenas,
que dependen de los intereses y del poder relativo de los jugadores exitosos,
y no necesariamente de alguna noción de interés público, se rechaza en
forma explícita la noción de que las reglas del juego tengan siempre como
finalidad la eficiencia económica.
La endogeneidad y la dependencia histórica de las instituciones en una
sociedad tiene repercusiones en términos de la posibilidad de afectarlas. El
proceso de cambio institucional es lento y evolutivo por dos razones. Uno, la
existencia, al lado de las instituciones formales de unas reglas del juego
informales con raíces culturales, históricas e ideológicas que nunca cambian
en forma súbita y dos, un sesgo natural hacia el statu quo en las reglas
formales puesto que los cambios bruscos en estas generan resistencias por
parte de los agentes afectados, que generalmente son quienes mejor se han
adaptado al conjunto anterior de reglas del juego que se pretende cambiar.
Las inconsistencias entre las normas formales, el marco legal, y las reglas
del juego informales crean tensiones que generalmente se resuelven llevan-
do unas y otras hacia un punto intermedio. Los cambios en las reglas forma-
les requieren de un proceso de aprendizaje y asimilación que es costoso. De
todas maneras, y a pesar de la gran importancia de las instituciones informa-
les, una fuente recurrente de cambio institucional en todas las sociedades lo
constituyen los cambios en el marco legislativo formal.
El análisis de la NEI se concentra en tres aspectos: los derechos de pro-
128 piedad, los contratos y los costos de transacción. Al igual que la economía
clásica, la NEI destaca las ventajas de la división del trabajo, de la especia-
lización y del intercambio como fuentes de creación de riqueza. Al ampliarse
los mercados el número de transacciones crece de manera casi exponencial.
A diferencia de la economía neoclásica, que se concentra en los costos téc-
nicos de los procesos productivos, la NEI hace énfasis en los costos en que los
agentes incurren para llevar a cabo el intercambio, los costos de transacción.
¿Por qué es costoso intercambiar? La NEI destaca dos elementos: la infor-
mación y las reglas del juego. La información es pertinente para las transac-
ciones porque los individuos quieren estar en capacidad de medir los atribu-
tos, las características de lo que se está intercambiando. Cualquier inter-
cambio involucra una alteración en los derechos de propiedad sobre un bien
o servicio. Los agentes por lo tanto tienen interés en conocer y medir atribu-
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Como se dijo antes, una de las principales ideas que defiende el AED es
que la ley opera como un modificador de incentivos de agentes racionales.
El objetivo que persigue la ley es. mediante la generación de incentivos,
modificar el comportamiento real de los individuos, de manera que se alcan-
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cen resultados deseables (tales como disminuir el crimen hasta su nivel óp-
timo o fomentar la negociación privada). Por esta razón, el AED da una gran
importancia a la eficacia real de la ley; aún más, el criterio a partir del cual
juzga si una ley es buena o mala es apelando a sus resultados, es decir, a qué
tanto se modificó el comportamiento de los destinatarios de la ley.
Este énfasis en la eficacia de la ley es normalmente considerada como
uno de los principales aportes del AED al derecho, ya que los juristas suelen
ocuparse más de la validez y la justicia de la norma, que de su eficacia. Al
insistir en la eficacia, además, se abre camino al trabajo empírico que pre-
tende medir los efectos reales de leyes e instituciones, lo cual se considera
un avance importante en el derecho. Sin embargo, si se mira un poco más a
fondo, cabe pensar que en el derecho existe una noción de la ley y de sus
efectos en la sociedad que lleva a los juristas a hacer el énfasis en la validez
y la justicia, y no en la eficacia, sin que esto implique que estén desenten-
diéndose de los efectos reales de las leyes. Y es precisamente en esas diferen-
cias que hay entre la noción que cada disciplina tiene de la ley donde radi-
ca, en buena parte, la dificultad que encuentran los juristas para aceptar el
aporte del AED.
En las líneas que siguen se hace un recorrido por las ideas centrales que
en cada disciplina han moldeado la valoración de la ley. Aunque las diferen-
tes etapas del pensamiento filosófico sobre la ciencia, la sociedad y la moral
han afectado a ambas disciplinas, el recorrido que cada una ha seguido es
distinto. Posteriormente se precisan algunas de las diferencias respecto a la
valoración de la ley en el derecho y la economía, explicando así, en parte, la
distancia que hay entre ambas disciplinas.
13
Para estos tres pensadores del Siglo XVIII, véase Shaw (1999:2,7).
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del utilitarismo James Mill y John Stuart Mill. Posteriormente, Sidgwick desarrolló
más la teoría y la definió tal y como se entiende actualmente (en su formulación
más básica): «Una acción es buena si y sólo si genera por lo menos tanta felicidad
neta como cualquier otra acción que el agente podría haber realizado; de lo con-
trario, es errada». A partir de Sidgwick el desarrollo del utilitarismo ha estado en
manos de diferentes teóricos, cuyas obras han generado varias defensas y versio-
nes, algunas de las cuales han tenido gran influencia en la teoría económica.
La primera adopción del utilitarismo en la teoría económica tuvo lugar a me-
diados del siglo XX, con el nacimiento de la teoría del bienestar. Antes de explicar
en qué consiste esta teoría es necesario precisar algunos términos: como se men-
cionó anteriormente, el Bienestarismo es la teoría ética que define el bien como
bienestar: «lo único que tiene un valor intrínseco es aquello que es bueno para el
individuo» (Shaw 1999:12). El utilitarismo es una teoría consecuencialista y
bienestarista: la utilidad importa porque su satisfacción se identifica con bienestar;
por lo tanto, el utilitarismo presupone el bienestarismo y puede decirse que «es un
caso particular del bienestarismo» (Sen 1995). De esta manera, el término «eco-
nomía del bienestar’ no hace referencia sólo al bienestarismo; es el nombre que se
ha dado a la teoría económica normativa que asigna valor a los estados sociales
según sus efectos en el bienestar14. La diferencia entre la economía del bienestar y
otras teorías utilitaristas radica en la forma como se define ‘utilidad’. La primera
versión de la economía del bienestar adoptó la versión cardinalista de la utilidad
pero resolvió el problema de la maximización simultanea de dos objetivos diciendo
que lo ‘bueno’ es aquello que maximiza la suma de utilidades de los individuos.
Desde que Robbins señaló en la década del treinta que las comparaciones
interpersonales de utilidad no cuentan con una base científica, la teoría del bien-
estar tuvo que abandonar su primera versión del utilitarismo. Desde 1940 la llama-
da ‘Nueva Economía del Bienestar’ se basó en el orden individual de preferencias,
sin tener en cuenta ninguna comparación interpersonal de utilidad o cualquier
otra variable. Desprovista de la posibilidad de agregar utilidades, la economía del 131
bienestar necesitó otros criterios que, basados en la deseabilidad de la satisfacción
de preferencias individuales, permitiera valorar escenarios alternativos. El desa-
rrollo de estos criterios y sus réplicas tienen sus fuentes, entre otros, en el óptimo de
Pareto, el criterio de compensación, las funciones de utilidad social de
14
Aquí se habla de la economía del bienestar haciendo referencia solamente a la ‘economía de
bienestar estándar’ o ‘tradicional’, que identifica bienestar con utilidad (y ésta con satisfacción
de preferencias). Otras teorías bienestaristas y consecuencialistas definen bienestar en forma
diferente. Ese es el caso de las teorías que definen el bienestar como ingreso u opulencia
(usando las palabras de Sen 1985) y es el caso del enfoque de funciones y capacidades de Sen,
que identifica bienestar con aquello que puede ser y hacer una persona. Esta y otras teorías son
también parte de la teoría del bienestar en economía.
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Samuelson y Bergson, el teorema de Arrow, la imposibilidad del paretiano liberal
de Sen, la introducción de los velos de ignorancia de Harsanyi y su defensa del
utilitarismo, la crítica de Kolm, el maximin y el leximin, los principios de justicia
de Rawls – y a partir de estos, por ejemplo, el igualitarismo recursista de Dworkin
y el enfoque de capacidades de Sen.
15
Véase Pattaro (1980). Capítulo I.
16
Basado en Kaufmann (1997). Capítulo I.
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· La teoría del derecho está muy ligada a la filosofía del derecho; en efecto,
trazar los límites entre ambas es una tarea difícil de llevar a cabo (Kaufmann
1997). Puede decirse, sin embargo, que la teoría del derecho se ocupa de pro-
blemas filosóficos del derecho pero en una ‘escena propia’, ‘emancipándose’ de la
filosofía.
La sociología del derecho y la dogmática del derecho no trascienden el dere-
cho vigente, sino que se mueven ‘dentro del sistema jurídico’. La filosofía del
derecho y la teoría del derecho, en cambio, miran el sistema ‘desde fuera’, inte-
resándose por el derecho vigente en cuanto a su ‘valor’ o ‘disvalor’. Es decir,
mientras las dos primeras áreas se interesan por temas dentro del sistema jurídico
existente, las dos últimas se ocupan de la fundamentación del sistema mismo.
El problema del diseño de las leyes puede ser abordado, por lo tanto, desde la
perspectiva que mira los problemas del derecho dentro del sistema. Desde esta
perspectiva, el problema de la ley es que ésta sea consistente con el sistema jurí-
dico: que coincida con sus principios y no entre en contradicción con otras
normas vigentes. El problema de los fundamentos de la ley sería, por lo tanto, el
problema de los fundamentos del sistema que da origen a la ley. A este problema
se dedicarían la filosofía del derecho y la teoría del derecho.
La forma en que cada una de estas áreas del derecho resuelven sus respecti-
vos problemas ha ido cambiando a lo largo de la historia del derecho. Ya que las
etapas de esa historia están presentes en la práctica jurídica actual, para enten-
derla resulta pertinente señalar sus líneas generales:
Durante muchos siglos se creyó que el derecho podía determinarse a partir
de la naturaleza. Por lo tanto, la filosofía del derecho iba de la mano de la
doctrina del derecho natural. Lo que fue cambiando con el tiempo fue la forma
en que se concebía la naturaleza y, por lo tanto, la manera en que de ella se
derivaba el derecho. Para los presocráticos esa naturaleza se entendía de una
forma estática y objetiva (es decir, se consideraba esa naturaleza como ajena al
hombre). Posteriormente, pensadores como Heráclito y los sofistas se opusieron a 133
esta mirada señalando el carácter dinámico de esa naturaleza. Aristóteles fue
quien recuperó la idea de los presocráticos, la cual se sostendría hasta Kant.
Desde esta tradición se cree en el derecho natural desde una perspectiva ideal
o moralista: existe una justicia natural y una justicia legislada, con lo cual puede
existir la ‘injusticia legal’. El derecho romano recuperó el pensamiento ateniense
(gracias a la tendencia filosófica de la Stoa). En la Edad Media se intentó con-
ciliar la doctrina cristiana con la filosofía antigua, básicamente en el pensa-
miento de Agustín y Tomás de Aquino. Desde el pensamiento de ambos, las
leyes deben ser consistentes con el derecho divino y el derecho natural. La
escolástica empieza a decaer debido a las críticas de J. D. Scotus y Guillermo
Ockham (cerca al año 1.300), con quienes nace el nominalismo. Desde esta
perspectiva, no puede existir un derecho natural y éste no es más que un produc-
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to de la teoría (la ciencia y la filosofía del derecho), ya que sólo existe lo particular,
lo especial, pero no lo general. Esta idea será retomada por Lutero (siglo XV) y
otros reformadores en su concepción del derecho.
En la modernidad el derecho natural se despojó de las bases religiosas que le
había dado la escolástica. Ahora el derecho tendría que valer también bajo el
supuesto de que Dios no existe. De otro lado se puede hablar del derecho iluminista
que se limita a lo experimentable (siguiendo el pensamiento de Descartes y Ba-
con), aunque sostenga las ideas clásicas del derecho natural: que éste es «absolu-
to, universal y suprahistórico» (Kaufmann 1997:68). Desde esta tradición el dere-
cho correcto puede derivarse lógicamente a partir de la definición de la naturaleza
(empírica, no moral) del ser humano. El Contrato Social de Rousseau es consis-
tente con esta idea del derecho, ya que se cree en la posibilidad de establecer un
orden jurídico por consenso, que sea válido para todos los seres humanos. De otro
lado, el utilitarismo y el eudemonismo social influenciaron también al pensamien-
to jurídico, haciéndose tangible en los códigos civiles de los siglos XVIII y XIX.
Durante el siglo XIX fueron varias las tendencias en el pensamiento jurídico.
Se atacó al derecho racionalista (la derivación de un ‘derecho natural’ por vía
racional) señalando la relevancia de la relación sujeto-objeto para el conocimien-
to y la importancia de la historia para el entendimiento de la realidad (Hegel).
Fue así como se impuso el positivismo científico jurídico, que pretendía establecer
el Estado de Derecho y fundamentar al derecho como ciencia. El positivismo jurí-
dico tiene dos vertientes: la empírica, que fue desarrollada en la segunda mitad
del siglo XIX, donde se considera al positivismo jurídico como la verdadera ‘cien-
cia del derecho’ debido a que procede empíricamente y destierra a la metafísica.
La segunda vertiente es la lógico-normativa, según la cual el positivismo jurídico
es también la verdadera ciencia, pero no por proceder empíricamente sino por
proceder al modo del positivismo lógico según el cual la validez de las proposicio-
nes radica en su verificación lógica17. Según el positivismo lógico jurídico, el ‘deber
134 ser’ del que trata el derecho no es un valor ético sino una estructura lógica: cuan-
do ocurre lo antijurídico y el derecho establece que debe acontecer la consecuen-
cia jurídica, ese ‘deber ser’ no constituye una valoración o prescripción, sino que
tiene un carácter puramente formal ya que se deriva de la proposición jurídica. Los
contenidos del derecho (los que definen qué es lo antijurídico y cuál la conse-
cuencia jurídica) son proposiciones sin sentido, expresiones de sentimientos. Por lo
tanto, el derecho, que ha sido producido ‘de manera formalmente correcta’ posee
validez, independientemente de cuál sea su contenido. Sin embargo, Kelsen poste-
riormente aceptó que el derecho debe aceptar un mínimo de metafísica: el conteni-
do del derecho debe tener un orden razonable y libre de contradicciones. Aún
17
La introducción del positivismo lógico del Círculo de Viena (el mismo seguido por Hayek y la
escuela de Austria en economía) en el derecho estuvo en manos de Kelsen.
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más, esta norma puede aceptarse como una norma del derecho natural (Kaufmann
1997:53). En consecuencia, el diseño de las leyes sólo tendría que tener en cuenta
su consistencia con el sistema jurídico. Cualquier análisis diferente a éste está por
fuera de los límites de la teoría del derecho.
Esta visión positivista del derecho fue importante en el diseño de las codifica-
ciones del siglo XIX. Sin embargo, parece ser que aquello que el derecho había
desterrado de sí para convertirse en ciencia (el problema de la fundamentación
ética de las leyes) descansaba en el supuesto de que al legislador «lo orientaba una
fuerte conciencia moral» (Ibid: 76). La segunda guerra mundial, sin embargo,
demostró que no bastaba con un método adecuado para crear derecho; el proble-
ma de los fundamentos morales de las leyes no podía dejarse de lado. Fue así como
el derecho natural fue rescatado; se recuperaron principios que se promulgaban
como universales e intemporales, y de ellos se podía deducir consecuencias con-
cretas. Otra alternativa que surgió en la posguerra fue el llamado ‘neopositivismo’,
el cual rechazaba un derecho suprapositivo, pero cuyas estructuras son las mismas
que enseña el derecho natural (ibid:79). De esta manera, el neopositivismo consis-
tía en un punto medio entre el derecho natural y el positivismo jurídico – dos
alternativas que se habían visto incompatibles a lo largo de la historia –. Esta
posible alianza puede verse en el pensamiento codificador, que subyace a ambos.
Otras alternativas planteadas en la posguerra intentaron acabar con la pretensión
de hacer del derecho un sistema cerrado, para abrir la puerta de lo jurídico al ‘flujo
de la vida’; es así como la ‘teoría de la argumentación’ y la hermenéutica se aleja-
ron del derecho natural y del positivismo jurídico planteando el derecho como un
sistema abierto. Otras teorías que intentaron encontrar una ‘tercera vía’ entre el
derecho natural y el positivismo jurídico son la filosofía del derecho de Radbruch,
la teoría de los ‘general principles of law’ y los ‘critical legal studies’.
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2002
Estas dos tareas han sido emprendidas tradicionalmente en forma independiente:
de un lado está el análisis del qué es de la justicia, y de otro el análisis del cómo; es
decir, de un lado se indaga por una doctrina de lo justo (lo que sería propiamente
la filosofía del derecho) y de otro lado se elaboran doctrinas del método. Aunque
tradicionalmente se aceptaba esta separación de los dos problemas del derecho,
actualmente se han puesto en un mismo plano. De este modo, el derecho justo
puede ser entendido como el producto del proceso de creación jurídica. Sin dete-
nernos en la historia de las teorías éticas que han influenciado la noción de justi-
cia del derecho, podemos señalar tres aspectos de la justicia18: la igualdad (justicia
en sentido estricto), el bien común (o justicia social) y la seguridad jurídica (o paz
jurídica).
Ahora bien ¿qué asuntos le interesan al jurista, dentro del derecho natural, al
diseñar una ley? Una vez se ha establecido el contenido del derecho (la idea de
justicia que se intenta defender), el legislador debe seguir un método que le
permita crear derecho en una forma válida. Esto quiere decir que las leyes deben
estar en línea con los principios identificados. Parece ser que, hasta aquí, la pre-
gunta por los resultados efectivos de las leyes está ausente.
Podría pensarse que la pregunta por el efecto de las leyes debe aparecer expre-
samente en alguna parte dentro de la teoría jurídica, tanto del derecho natural
como del positivismo jurídico. Pero no sólo nos encontramos con que en la historia
de las ideas jurídicas no se da mayor atención al asunto, sino que tampoco al
hablar de la teoría de la legislación surge este interrogante. Bajo el derecho natu-
ral no era necesaria una teoría de la legislación: el derecho positivo se deducía del
derecho natural mediante inferencias lógicas (tanto la escolástica de la Edad
Media como el racionalismo del iluminismo sostenían que el contenido del dere-
cho era deducible lógicamente). Posteriormente, desde el positivismo jurídico (tanto
18
Kaufmann (1997:295), basándose en el análisis hecho por G. Radbruch.
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empírico como lógico) la legislación no era objeto de la ciencia –y por tanto del
derecho- sino de la política. De este modo, no se hablaba de una doctrina cientí-
fica de los métodos de la legislación, aunque se desarrollaron algunas técnicas de
la legislación. Así, las metodologías corrientes se ocupan hasta hoy de la obtención
del derecho concreto de la ley (la aplicación de una ley en un caso específico).
Actualmente, sin embargo, la teoría de la legislación ha tomado importancia es-
pecialmente en el área de metodología. Aquí se estudia, de un lado, la técnica
mencionada anteriormente para aplicar las leyes a casos concretos; de otro lado, se
establecen técnicas para crear las leyes a partir de un análisis de la realidad y de
unos principios del derecho. Este análisis consiste en que «la idea del derecho y los
principios que de ella emanan (...) y las situaciones fácticas vitales (...) intelec-
tualmente anticipadas por el legislador para su posible regulación, tienen que ser
elaboradas conjuntamente en un proceso interrelacionado de tal manera que se
correspondan recíprocamente» (Kaufmann 1997:56). Pero la teoría de la legisla-
ción es una ciencia que está apenas en fase de desarrollo. Resulta sorprendente
desde el AED que el estudio de «la racionalización del plan legislativo y con ello
sobre todo el diseño de objetivos» (Ibid) sea uno de los nuevos temas que comien-
zan a ser estudiados19. Pero resulta aún más sorprendente que la pregunta por los
efectos reales de las leyes tampoco aparezca aquí.
19
También resulta sorprendente desde el AED que entre la lista de estos ‘nuevos estudios’ de la
teoría de la legislación se encuentre el tema de la ‘legislación simbólica’, es decir, las leyes que
son promulgadas sólo por lo que simbolizan para un pueblo, aunque no obtengan resultados o no
puedan hacerse cumplir. Se trata de leyes que, desde el modelo de elección racional, no tienen
ningún sentido.
20
Desde Aristóteles hasta el siglo XVII el derecho debía ocuparse de del ‘derecho justo’ o
‘correcto’ necesario para mantener un orden social según ciertos principios.
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2002
y de una correcta aplicación de reglas para establecer en qué casos se había
incumplido una norma jurídica, de modo que hubiera lugar a una consecuencia
jurídica. Al situar ese carácter científico en la consistencia del sistema (cerra-
do), el problema de la corroboración empírica del efecto de las leyes no ocupó un
lugar en la disciplina. Por lo tanto, la teoría positiva del AED y del derecho
positivo pueden trabajar juntas en la estimación del incumplimiento de faltas,
pero no en el diseño de la ley basándose en sus consecuencias en el comporta-
miento humano.
Como se dijo antes, el análisis económico de los efectos de las leyes se basa en
considerar las leyes como incentivos: son información que entra a formar parte
de las creencias de los individuos, a partir de las cuales tomarán decisiones
óptimas para alcanzar sus fines. En cuanto a los fines de las leyes, se trata de
maximizar la utilidad, o bien de minimizar los costos sociales: una posición deri-
vada de una forma particular de la filosofía utilitarista. Debe diseñarse la ley que
genere los incentivos adecuados para que las personas se comporten de modo tal
que dichos fines (la maximización de utilidad o la minimización de costos socia-
les) sean alcanzados. A estas leyes se les llamará eficientes.
En cuanto al derecho, hemos dicho que la idea de derecho es la justicia. Si
el problema de los efectos de las leyes no parece ser un tópico para los juristas,
cabe pensar que ellos no serán indiferentes a que las leyes, en la práctica, de-
fiendan ese valor jurídico primario; si el análisis de los efectos de cada ley en
particular no ocupa un lugar importante en el diseño de las leyes, quizás se debe
a que se presupone que éstas deben tener ciertas características para que alcan-
cen sus fines –sean estos un tipo de conducta de los destinatarios o la perdurabi-
lidad de la paz jurídica. Este tema gira en torno a la aceptación de la norma por
138 parte de los destinatarios y pueden diferenciarse dos perspectivas: desde la pri-
mera, se señala que las normas jurídicas sólo son posibles si son reconocidas
como vinculantes en la conciencia. El debate aquí gira en torno a si la concien-
cia es la última instancia (con lo cual las normas no representarían una pauta
vinculante para esta), o si existe un conjunto de valores y normas vinculantes
(con lo cual la conciencia deja de ser la última instancia), en cuyo caso el
derecho sería un ‘tener que’, mas no un ‘deber ser’. Puede decirse que para los
autores modernos la conciencia no puede ser la instancia que determine la validez
del orden jurídico. Desde la segunda perspectiva, el criterio de validez de las
normas jurídicas es el reconocimiento, el consenso. Al respecto pueden mencio-
narse diferentes versiones; por ejemplo, la teoría contractualista de Rousseau y
Rawls, y el modelo del discurso de Habermas. Ya que en ambos casos se trata de un
ejercicio intelectual a partir de una situación hipotética, desde estas perspectivas
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De esta manera, parece ser que para el jurista las leyes, en lugar de alterar la
información o creencias de los individuos, deben actuar como modificadores de
preferencias: deben ser vinculantes con la conciencia; es decir, ser aceptadas
como compromiso en la conciencia (Ibid: 362). Así, la pregunta por los fines de
la ley y la pregunta por cómo alcanzarlos están muy atadas en el derecho: las
leyes deben defender lo justo; y para que las leyes sean cumplidas (y así se de-
fienda lo justo) será necesario que sean diseñadas de manera que la conciencia
de los individuos las puedan aceptar (con lo que, en consecuencia, contarán
con consenso y validez intersubjetiva). Y esto sólo ocurrirá cuando dichas leyes 139
sean justas. Por lo tanto, el legislador sólo deberá velar porque las leyes sean
justas: así estará velando por la defensa del principal bien jurídico y, a la vez, por
su validez como norma de comportamiento para los individuos21.
De lo anterior se sigue que el interés del AED por la eficiencia no en-
cuentre fácilmente un lugar en la teoría del derecho. Mientras el AED bus-
ca leyes que sean eficientes, el derecho vela porque éstas sean justas y váli-
das dentro del ordenamiento jurídico. Cabe pensar que aquí no sólo está
actuando una prescripción (la ley no puede imponerse si no es legítima), sino
también una teoría positiva, primero, sobre el comportamiento humano (don-
Esto es válido tanto para el derecho natural como para aproximaciones alternativas al derecho (las
21
mencionadas ‘teorías de la tercera vía’) que se ubican entre el positivismo jurídico y el derecho natural.
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de la ley no actúa como modificador de incentivos sino como norma vinculante);
y, segundo, una teoría positiva sobre el funcionamiento del orden jurídico en el
largo plazo, ya que uno de los tres aspectos de la justicia es mantener la seguridad
o paz jurídica (esto es, la garantía de la posibilidad del conocimiento del dere-
cho, de su operatividad y su aplicabilidad), para lo cual es indispensable que el
derecho defienda lo justo. De este modo, al velar por la justicia de la ley, se está
velando a la vez por la aceptación de la norma por parte de los individuos y por
el sostenimiento de la seguridad jurídica. No habría entonces un olvido de la
eficacia de la ley, sino una mirada diferente sobre lo que debe ser la ley para ser
eficaz.
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Las dificultades que existen para una mayor aceptación por parte de los juris-
tas hispanos del análisis económico de los asuntos legales se pueden agrupar en
dos grandes categorías. Estarían en primer lugar las razones teóricas o concep-
tuales que impiden un acercamiento. En ese sentido cabe mencionar cuestiones
como las diferencias en la manera de abordar el estudio del derecho, las marca-
das discrepancias en la tradición intelectual, la adopción de ciertos supuestos
básicos o creencias, la preferencia por modelos rivales del comportamiento huma-
no o la importancia relativa, para el derecho, de las decisiones judiciales y las
legislativas. En segundo lugar habría dificultades a nivel de asuntos más prácti-
cos, como los mecanismos de definición de los tópicos de interés de cada disci-
plina, la disponibilidad de información y, no menos importante, problemas ele- 141
mentales de metodología y de estilo.
a. Cuestiones teóricas
22
Ver la revisión detallada de esta posición en Cossio (1997:268).
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nar como fuente de desacuerdo conceptual entre la economía y el derecho en el
ámbito hispano tiene que ver con la tradición intelectual de la cual ha surgido
cada una de las disciplinas. En particular, se deben destacar distintas y variadas
influencias que ha recibido el derecho en España y América Latina, que son total-
mente ajenas al bagaje filosófico, intelectual y cultural del cual surgió en la Ingla-
terra del siglo XVIII el pensamiento económico predominante en la actualidad.
Sin lugar a dudas la herencia, extraña a la economía, más visible y persisten-
te en la tradición jurídica hispana ha sido la del derecho romano. Al respecto no
son escasos los autores que, de manera directa, se plantean como interrogante la
viabilidad del enfoque económico para el análisis de los marcos legales
romanistas23. Pero esta no es la única influencia relevante. También pueden
evocarse el ascendiente de la iglesia, el del derecho musulmán, las particulari-
dades del derecho indiano e incluso la herencia de las doctrinas socialistas y del
pensamiento marxista. La huella de estas corrientes jurídicas e intelectuales es
pertinente para entender no sólo la estructura y las prioridades del derecho
hispano sino, sobre todo, para comprender las consideraciones que, implícita o
explícitamente, se hacen sobre la realidad económica y social.
Parece haber acuerdo en señalar que uno de los elementos que contribuye-
ron al éxito del AED en los Estados Unidos fue el haber retomado, por lo menos
en sus inicios, la tradición tanto del institucionalismo como del «realismo legal»
y haber introducido elementos adicionales a la doctrina y a la dogmática jurídi-
ca para la comprensión y evaluación de las normas. El movimiento realista en el
derecho americano fue parte de una reacción general hacia el formalismo y el
razonamiento puramente lógico y deductivo. Se buscaba promover una aproxi-
mación más empírica, experimental y realista para el análisis de los problemas
legales y la formulación de supuestos de trabajo. Desde entonces, y en forma
paralela a la idea de que el derecho no debe limitarse a ser una disciplina lógica
y autosuficiente, se ha promovido, desde distintas disciplinas, la búsqueda de la
142 comprensión de las relaciones mutuas entre el derecho y la realidad social. En
ese contexto, se resalta la importancia de tomar como insumo, para la compren-
sión del derecho, diversos elementos de las ciencias sociales, de la historia y de
la observación de las instituciones existentes en una sociedad. Así, para el dere-
cho, el análisis económico vendría a jugar un papel complementario similar al
que desempeñan la sociología o la antropología jurídicas. Es bajo esta perspecti-
va, de un enfoque multidisciplinario que complementa la visión puramente dog-
mática de la ley, desde donde se hacen más evidentes algunas discrepancias
entre los juristas y los economistas de las sociedades hispanas. Es frecuente en el
23
Por ejemplo Cossio (1997) quien reporta que la primera reunión de la Asociación
Latinoamericana y del Caribe de Derecho y Economía, dedicó una sesión especial a la
definición de las posibilidades del análisis económico en los sistemas civilistas.
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conciencia, aún entre los economistas, de que para algunos personajes críticos
en el ámbito del derecho –en particular aquellos como los jueces, la policía, o
los militares encargados de mantener el orden, de hacer cumplir la ley o de
castigar a los infractores– el modelo de elección racional es precario. Si por
una larga tradición institucional, y ciertas razones que aún no se comprenden
bien, estos personajes se comportan adecuadamente, como ocurre en las so-
ciedades occidentales modernas, esta deficiencia de las herramientas econó-
micas es poco relevante. Si, por el contrario, como sucede en América Latina,
el desempeño de la justicia es débil, o la policía no hace lo que se espera que
haga, o no existe control civil sobre los militares, el hecho de que los modelos
de comportamiento no sean adecuados se convierte en una limitación crítica
para el AED.
Otra de las creencias del AED que puede no tener correspondencia con las
de los juristas de tradición hispana tiene que ver con la consideración del
poder relativo de las partes que intervienen en un intercambio. Para la econo-
mía el intercambio típico, por ser voluntario, consensual y contractual entre
las partes no requiere en principio intervención de terceros. Para algunos ju-
ristas, por el contrario, el supuesto de base es que cualquier intercambio
involucra partes con distinto poder relativo y por ende requiere intervención
para proteger a la parte más débil.
La última, y tal vez mayor, diferencia conceptual entre la economía y el
derecho en el ámbito hispano tiene que ver con la prioridad que se le otorga a
la eficiencia sobre la distribución dentro de los objetivos del marco legal. Den-
tro de la economía es larga, y categórica, la tradición de recomendar un trata-
miento separado para los problemas de eficiencia y para los de equidad. Por los
años cuarenta Simons25 aconsejaba dividir las políticas públicas en dos depar-
tamentos, uno para la equidad, otro para la eficiencia. Los problemas de equi-
dad, según esta recomendación, deben resolverse al nivel más general con la
144 política tributaria. El departamento especializado en la eficiencia se encargaría
de promover la competencia en los mercados y, en caso de fallas, diagnosticar
su origen y sugerir soluciones cooperativas: «Es necesario, y urgente que deje-
mos de confundir las medidas para regular precios o salarios relativos con ins-
trumentos para disminuir las desigualdades. La gran diferencia entre los eco-
nomistas competentes y los charlatanes es que, en este punto, los primeros
algunas veces le ponen disciplina a sus sentimientos con un poco de reflexión
acerca de la mecánica de una economía de intercambio»26.
24
Como la ciencia política y aún la sociología.
25
Simons (1948) «Economic Policy for a free society»
26
Ibid
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A pesar de lo anterior, aún para los Estados Unidos -dónde como ya se vio
es centenaria la preocupación de los jueces con la eficiencia- no es unánime
dentro de los teóricos del AED la consideración de este objetivo como pri-
mordial y, además, se ha encontrado alguna evidencia acerca de que el
aparato judicial responde a criterios diferentes a los del ejecutivo y el legis-
lativo, con mayor énfasis en la búsqueda de equidad que en la eficiencia27.
Se ha sugerido, por ejemplo, que la preferencia de las minorías, los grupos
ambientales y los grupos de derechos civiles por las soluciones judiciales en
lugar de las legislativas tiende a confirmar este punto. A nivel más específi-
co, son varias las ramas del derecho hispano, como el área penal, o la respon-
sabilidad civil, para las cuales el tema de la eficiencia económica es no sólo
ajeno a los objetivos del sistema legal sino que es algo que se rechaza de
manera explícita y abierta.
b. Cuestiones prácticas
27
Ver referencias para los EEUU en Inman R.P. (1986)
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economistas, esto no necesariamente implica una tendencia similar en la escala
de prioridades de los juristas de distintas sociedades. Las peculiaridades locales
necesariamente repercuten en lo que puede considerarse una agenda pertinente
para el AED. Asuntos como el derecho constitucional, los derechos humanos, la
violencia, o el derecho indígena, que son fundamentales en América Latina, no
han recibido tratamiento por parte de la disciplina por ser escaso su interés entre
los juristas y economistas de los países desarrollados.
Un segundo aspecto que, en el ámbito hispano, ha hecho difícil el desarrollo de
un AED que pueda ser considerado relevante por los practicantes del derecho
tiene que ver con la sistematización y la disponibilidad de información jurídica. Si
bien es cierto que en la actualidad el AED ha tomado una orientación más teórica
y formal, no debe olvidarse que en sus orígenes fue una disciplina cuyo desarrollo
estuvo muy ligado al estudio de los expedientes judiciales. El análisis conjunto, por
parte de economistas y juristas, de la información suministrada por el sistema jurí-
dico jugó un papel determinante en el desarrollo de la disciplina en los Estados
Unidos. Una tendencia similar se puede observar en la actualidad en varios países
de América Latina en donde tímidas colaboraciones entre las dos disciplinas se
empiezan a dar precisamente en las áreas para las cuales existe un acervo de
información susceptible de ser compartido, como el análisis de los presupuestos de
la rama judicial, o ciertas estadísticas básicas sobre desempeño de los juzgados, o
algunas encuestas de victimización, o los datos sobre denuncias. El punto de la
disponibilidad de cifras y estadísticas, que parece trivial, es relevante para enten-
der las áreas que, en últimas, acaparan la atención de los economistas y permiten
configurar la agenda del AED en una sociedad. Resulta claro en América Latina
que la carencia de estadísticas oficiales ha tenido como efecto el abandono de
ciertos temas por parte de la disciplina económica. No de otra manera se explica el
marcado desinterés por asuntos de clara relevancia tanto para la economía como
el derecho, como el narcotráfico, o el sector informal, pero que, por su carácter
146 ilegal, no aparecen en los registros estatales. La disponibilidad y la calidad de la
información son asuntos bastante críticos para el AED en el ámbito hispano por
una razón simple y es que las agencias estatales tradicionalmente encargadas de
este tipo de registro -los organismos de seguridad, o la rama judicial- no son neu-
tras ante esta labor. Como las cifras sobre crimen o los datos básicos de la rama
judicial se utilizan normalmente como indicadores del desempeño de estas agen-
cias hay claros incentivos para la desinformación28.
Dadas las variadas y no despreciables discrepancias conceptuales que se seña-
laron entre el derecho y la economía en el ámbito hispano parece más promisorio
como forma de cooperación el análisis conjunto de la información jurídica disponi-
Ver una discusión sobre este punto para las cifras de criminalidad y de la justicia penal en
28
Rubio (1999)
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29
Opinión de Gary Becker tomada de Baird (1997:6).
30
Coase (1975) «Economics and Contiguous Disciplines»
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trado progresivamente en la evidencia estadística y parece sólo confiar en las
pruebas econométricas, el término de evidencia en el ámbito del derecho tiene
una connotación diferente que le otorga mayor relevancia al estudio de casos.
3. Conclusión
El AED es una disciplina que ha crecido con rapidez en los últimos años. Su
desarrollo ha dejado importantes aportes en diferentes áreas del derecho; sin
embargo, son muchos los signos de la necesidad de una transformación para
lograr un mayor éxito no sólo en aquellos círculos donde aún no ha sido bien
aceptada la disciplina (como el ámbito hispano) sino también donde ha sido más
exitosa (Norteamérica). A manera de conclusión, a continuación se resumen
sus principales virtudes y se señalan posibles vías de cambio31:
Pueden mencionarse como virtudes más destacadas del AED las siguientes:
la primera tiene que ver con la utilización de un número reducido de principios
simples y útiles para explicar la toma de decisiones de los individuos. Tales prin-
cipios serían: (i) los agentes económicos maximizan, (ii) los mercados alcanzan
un equilibrio, (iii) la eficiencia es importante y constituye un criterio central
para el análisis de situaciones. La segunda virtud está relacionada con el hecho
que el AED es en varias áreas una disciplina precursora, en el sentido de cons-
tituir el primer intento por analizar formalmente fenómenos que hasta entonces
no habían sido estudiados con modelos de explicación de este tipo. Otras dos
razones, más específicas, tienen que ver con el creciente reconocimiento de la
importancia de ciertos temas manejados por los practicantes del derecho para
cuya comprensión es útil, cuando no indispensable, la utilización de otras herra-
mientas de análisis. Como ejemplos en ese sentido se señalan los contratos o los
problemas relacionados con el medio ambiente, la corrupción y en general las
infracciones al régimen legal. Por el lado de la economía, se señala que los
148 estudios relacionados con el capital humano, el capital social, el intercambio de
intangibles y en general el análisis de las normas y las instituciones ha empezado
a jugar un papel esencial en la comprensión de los fenómenos económicos.
En cuanto a las posibles vías de cambio de la disciplina, varios autores empie-
zan a hablar de la necesidad de replantear las líneas básicas de estudio y, en
general, de rediseñar la agenda de investigación del AED. Entre estos posibles
cambios pueden resaltarse los siguientes: (i) desarrollar más los trabajos con
contenido empírico, en detrimento del enfoque teórico y deductivo que ha pri-
mado hasta el momento; (ii) extender el análisis al estudio de la legislación y no
seguir limitandolo al de las decisiones judiciales; (iii) ampliar el abanico de los
modelos de comportamiento humano, en particular en las situaciones de no
31
Véase la discusión donde participaron Becker, Coase, Epstein, Posner y Miller en Baird (1997).
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