Las Letras Que Nos Nombran
Las Letras Que Nos Nombran
Las Letras Que Nos Nombran
NOS NOMBRAN
Revisión de la literatura del Viejo Caldas
1834-1966
Diseño
Tangrama
Impresión
Contacto Gráfico Ltda.
ISBN: 978-958-664-343-6
Bogotá, Colombia
2016
Imagen de carátula
‘Paso del Quindío en los Andes’.
Alexander Von Humboldt. Grabado de
George Cooke, 1812. Colección de Arte
del Banco de la República
Contenido
Presentación 10
Introducción 16
1 La literatura de la colonización,
entre 1834 y 1849
21
2 Literatura de folletín,
entre 1850 y 1900
43
Obras citadas 91
Presentación
Carlos Augusto Jaramillo
Gerente Centro Cultural Banco de la República-Manizales
Estas páginas brindan un panorama de la literatura caldense
junto con un necesario recuento histórico, pero, sobre todo, una
mirada global sobre lo que ocurrió en el periodo que abarca la
colonización antioqueña, los años de formación del departamen-
to de Caldas durante la primera mitad del siglo XX y la posterior
etapa de subdivisión en los actuales departamentos de Caldas,
Quindío y Risaralda.
De la literatura de la colonización antioqueña, muy poco
conocida pero rica gracias a la confluencia de una dura realidad
y los mitos que tratan de explicarla, se podrían escribir páginas y
páginas que, además de ilustrar sobre los trasfondos político, so-
cial y religioso de la época, darían, y ojalá así sea, lugar a nuevas
investigaciones.
Uno de los aspectos más interesantes para resaltar tal vez
sea el particular ethos de los primeros hombres que decidieron
enfrentar con un machete y un azadón a una selva que se les
resistía. La literatura de este periodo entendió como pilares de su
particular moral algunas contradicciones que definieron esa épo-
ca. Así, al mismo tiempo que se valoraba al hombre más trabaja-
dor (como en Un héroe de la dura cerviz, de Efe Gómez), también
había un culto al “avispado” que lograba salir adelante a veces a
punta de engaños (¡Que pase el aserrador!, de Jesús del Corral).
Lo mismo pasaba con la religión y la fe que estaban afianzadas en
los corazones de los colonos (Cómo narraba la historia sagrada el
maestro don Feliciano Ríos, de Rafael Arango Villegas), pero que
se mezclaba profundamente con la creencia en las brujas y con
miles de agüeros que prosperaban en la época.
El fruto de la coexistencia de estas contradicciones es el
humor, que permea las historias y las hace populares durante su
11
paso de boca en boca y hasta su llegada final a la tinta gracias
a las obras de escritores que recogieron aquellas memorias que
sobrevivieron a los viajes a través de caminos enfangados
y naturaleza hostil.
Un capítulo especial merecen las publicaciones que apa-
recieron con la llegada a la región de la primera imprenta (circa
1850), hecho que contribuyó a que existieran 28 periódicos en
circulación a inicios del siglo XX. Estos constituyeron no solo
un espacio informativo, sino también la vitrina de la construc-
ción literaria de un pueblo que empezaba a convertirse en punto
de referencia para el país y donde la imagen del arriero se iba
transformando en la del comerciante y la del culebrero en la del
escritor intelectual. Así, las retahílas y trovas terminaron por
pasar al papel como costumbrismo y pronto se fueron trastocan-
do las maneras tradicionales por los modelos europeos. Con los
periódicos llegaron las revistas y con ellas el auge de la poesía
que fue, durante varios lustros, el sello literario del naciente de-
partamento de Caldas, creado en 1905, que comprendía también
los actuales departamentos de Risaralda y Quindío.
Con la prosperidad aportada por el café y el caucho se
inició una fase rica no solo para la economía del país, sino también
para sus letras. Además de los versos, la oratoria, el cuento y hasta
la novela empezaron a alumbrar un panorama en el que las revis-
tas y las publicaciones, que se producían en la “Mariposa verde”1,
fueron reconocidas incluso en el ámbito internacional. Este fue el
12 | Presentación
momento en el que los escritores de la región imprimieron su sello
indeleble en las letras caldenses, desde los más conservadores,
como Silvio Villegas, hasta los de izquierda, como Luis Vidales.
En esta publicación, el trabajo de Juan Carlos Acevedo
Ramos —poeta e historiador de la literatura de la región— ha
consistido en desentrañar las formas que consolidaron lo que
sería después la literatura caldense, la cual pasó por varias
etapas que incluyeron desde las representaciones grecolatinas
más conservadoras hasta liberalísimas expresiones, como las del
poeta Luis Vidales en su poemario Suenan timbres, obra que, sin
duda, transformó la literatura de Colombia.
La publicación de este libro coincide con la apertura del
nuevo Centro Cultural del Banco de la República en Manizales,
que estará enfocado en el paisaje cultural cafetero y ligado al
mismo a través de sus colecciones y diversas publicaciones.
El presente texto es el primero de varios proyectos editoriales
que ayudarán a comprender mejor algunos conceptos sobre el
paisaje cultural regional y que, se espera, contribuyan a la inves-
tigación que se fomenta desde la Subgerencia Cultural del Banco
de la República.
13
Introducción
Tres momentos icónicos se han vivido en la literatura de Caldas:
el primero es la denominada colonización antioqueña en el lejano
siglo XIX (1834), el segundo es la creación del departamento de
Caldas a inicios del siglo XX (1905) y el tercero es su posterior
división (1966), para crear tres departamentos: Caldas, Quindío
y Risaralda. Podríamos hablar, si se quiere, de una literatura fun-
dacional, una literatura de búsqueda y una más de consolidación
durante estos tres períodos.
Hablamos de una literatura fundacional porque a la par
que arrieros y colonos fundaban villorrios y caseríos, la tradi-
ción oral fundaba mitos y leyendas, cantaban coplas y poemas,
escribían bambucos y pasillos y contaban los primeros cuentos de
arriería o se dejaban embelesar por las leyendas indígenas de te-
soros escondidos, mientras dramatizaban las primeras puestas en
escena del teatro de provincia, a través del sainete, por ejemplo.
Luego vino ese período posterior a la formalización de la
vida administrativa como nuevo departamento con capital propia,
donde autores y obras pudieron conocer el mundo y sus cambios,
es decir, explorar el nuevo siglo XX, lo cual les permitió iniciar
una literatura de búsqueda, el hallazgo de estéticas propias, hecho
que arrojaría momentos ya imborrables en la historiografía litera-
ria de la región, como la aparición del mal llamado grecoquimba-
yismo o grecolatinismo en las primeras décadas del siglo XX.
Y después de la fragmentación de Caldas como departa-
mento, en la segunda década del siglo pasado, lo cual, como ya se
sabe, arrojó dos nuevos territorios administrativos: Risaralda y
Quindío, se inició lo que podríamos llamar literatura de la conso-
lidación, en pro de una literatura propia, una que apenas se está
empezando a cristalizar en obras y nombres de escritores a nivel
17
nacional y fuera del país, si se quiere. Este trabajo traza un mapa
de ruta para conocer lo más representativo de los dos primeros
momentos (literatura fundacional y la literatura de búsqueda),
como inicio de la identidad cultural y literaria que hoy nos iden-
tifica en la Colombia que tenemos en el siglo XXI.
18 | Introducción
La literatura de
la colonización,
entre 1834 y 1849
En 1834, las tierras de lo que luego se conoció como Viejo Caldas
estaban habitadas por indígenas de varias etnias (pozos, paucuras,
picaras y carrapas en el norte, cartamas y ansermas en el occiden-
te, pantágoras, palenques y marquetones en el oriente y quim-
bayas en el sur), que enfrentaron a campesinos y comerciantes
llegados del oriente antioqueño atraídos por la riqueza natural de
la región y las oportunidades de comercio que ofrecía. Los colonos
conquistaron estos fértiles territorios y como arrieros se adentra-
ron en ellos con sus familias mientras la Iglesia católica, interesa-
da en la evangelización, les titulaba las tierras. Con los arrieros y
colonos llegó también a la región una cultura que, al mezclarse de
maneras aún no claras con la ya existente en el territorio, generó
el arte y las letras que hoy nos nombran.
23
resguardado entre unas peñas blancas rodeadas de male-
za, El tesoro de María La Parda lo cuida el mismo Diablo,
pues ella hizo un pacto con él. (6)
25
la literatura oral permee todas las capas sociales, si existían en
la época, de manera igualitaria; tanto dueños de tierras como
colonos, arrieros y trabajadores escuchaban las historias una y
otra vez hasta hacerlas propias y llevarlas a nuevos territorios
para tener una jornada más y para que una noche más fueran el
tema que no les permitiría perder su capacidad de imaginar, de
soñar y de temer.
Y ¿por qué se logró esto?, ¿por qué los contadores de
historias en el Viejo Caldas sobresalieron? La respuesta está en
la manera como narraban las anécdotas, las aventuras, los hallaz-
gos en medio de las montañas duras y los valles selváticos, y es
que es bien sabido que, más que contar o referir un hecho, los
caldenses actuaban sus relatos.
En esta época primitiva de la tradición oral entre arrieros
y colonos cabe destacar que las supersticiones y los agüeros eran
pan de cada día. De ello nos habla con propiedad el investigador
Javier Ocampo López en su libro Supersticiones y agüeros colom-
bianos. Se sabe que campesinos y patronos que viajaron hacia el
sur desde Antioquia y al occidente desde el Cauca llegaron con
miles y miles de creencias populares que se extendieron por todo
el Viejo Caldas. El método científico y el pensamiento académi-
co no habían llegado a estos hombres que batallaban contra la
adversidad de climas y montañas; lejos está todavía la llegada
de la ciudad letrada. Recordemos algunas supersticiones:
Empecemos por las que tienen su origen en la religión y
que, sin mediar la Iglesia, el pueblo adoptó y adaptó a sus creen-
cias. La primera puede ser una entronizada en todos los hogares
del Viejo Caldas: los mil jesuses. Esta se hacía repitiendo mil
veces el nombre de Jesús frente a un improvisado altar casero;
2 La sal era un bien muy preciado porque ayudaba a conservar los alimen-
tos perecederos, tanto así que en la Antigüedad egipcios y romanos pagaban
con sal a soldados y esclavos por sus trabajos; ni una sola pizca se debía
perder.
27
Y las supersticiones trajeron los agüeros que nos alcanzan
hasta los días de este siglo XXI. Entre los más comunes tenemos:
tener una matica (planta) de millonaria atrae el dinero; las muje-
res solteras deben cargar entre la cartera una cabeza de ajo ma-
cho para atraer a los hombres; las que se van a casar deben llevar
tres prendas el día del matrimonio: una prestada, una robada y
una usada; para las embarazadas, si el estómago está en punta,
será un niño, y si es redondo, una niña. De la vida pasamos a la
muerte, y recordemos que tras el fallecimiento de un ser querido
se deben cambiar de lugar todos sus bártulos, porque si no, su
alma no descansará en paz y vendrá a jalarnos de los pies.
Para finalizar este aparte sobre las voces de los ancestros,
leamos un poético ejemplo, en el que se citará un mito indígena
muy importante para la región del Viejo Caldas y que ha hecho
carrera por más de cien años entre las gentes propias y visi-
tantes de la región. Es aquel que cuenta la historia del cacique
Cumanday y su relación con el nevado del Ruiz, referido así por
Fabio Vélez Correa:
EL CACIQUE CUMANDAY
[…] Cuando en la diafanidad de una tarde manizalita el ne-
vado del Ruiz, níveo y esplendoroso, nos imagina un titán
americano cuidando celoso un patrimonio de sus antepa-
sados, recordamos una leyenda.
Ingente masa montañosa, el nevado desafía incó-
lume y perenne el tiempo y el espacio; con su arrogancia
mayestática refulge bajo un sol punzante y un cielo azul
o siniestro se arropa con un manto de neblina tenebrosa
29
Cumanday: apelativo que simboliza las más claras
virtudes americanistas, las que deben reinar siempre en
nosotros, americanos.
Enamoróse Cumanday perdidamente de una hermo-
sa india, hija de un cacique de tribu lejana. Floreció aquel
amor en medio de las soledades cordilleranas, los abismos
despoblados de vegetación y las lagunas heladas.
Por fin, un día, los picachos se vistieron de galas, de
las profundidades emergieron cantos delicados, tristes,
de capadores y tambores y las lagunas guardaron temblo-
rosas en su seno un poco de calor.
Cumanday, el Cacique, se casaba: ¡Uri, yani hiri
hauna!
Pero la desgracia se cernía negra y torturante
sobre aquella unión. Los malos espíritus se ensañaban con
esos dos seres llenos de felicidad.
Al tiempo del nacimiento del primer hijo, la esposa
de Cumanday enfermó gravemente. Otra vez la niebla
reinó, y el silencio eterno imperó en la cordillera.
El brujo, arrugado como las montañas que lo rodea-
ban, solamente dio la salvación a unas yerbas, posibles de
encontrar al otro lado del Ruiz. Partió Cumanday melancó-
lico pero con ahínco: la vida de su esposa y de su hijo por
venir dependían de él. Y partió el Cacique para nunca vol-
ver. Aquella astrosa montaña lo devoró entre sus blandos
pliegues, una traicionera grieta voraz tragó inmisericorde
al esposo amoroso y al padre anhelante. También murie-
ron su esposa y su hijo.
31
la desembocadura del río Espejo, en un punto llamado
“La Arenosa”. Se trata de un grupo perteneciente a la
conocida familia de los Chamí, los cuales conservan su
idioma y casi todo el patrimonio de su cultura primitiva.
Esta tribu se derrama en la actualidad por gran parte del
Occidente de Caldas, especialmente por los municipios
de Supía, San Antonio del Chamí, Mistrató, Riosucio,
Quinchía, Apía, Mocatán, Arauca, Risaralda, hasta llegar al
Valle del Cauca, especialmente al municipio de Obando.
Su lengua se logró identificar como perteneciente al
grupo Chocó, lengua esta que Rivet clasificó últimamen-
te como de origen Karib. Se tomaron algunos datos y
fotografías sobre su vivienda, costumbres y demás. En
la actualidad viven en este sitio unas treinta familias,
venidas del norte del Departamento desde hace unos
cincuenta años.
Parece que los indios que se encuentran organi-
zados en comunidades en los municipios de Riosucio,
Quinchía y Guática son del mismo origen de los de la
familia Chamí; a esta conclusión llegamos después de re-
coger sobre el terreno un buen número de datos y consul-
tar la tradición que se conserva entre estas gentes.
Del Quindío se trasladó la comisión a Riosucio,
uno de los núcleos indígenas más fuertes del depar-
tamento de Caldas. Allí viven más de 15.000 indios,
agrupados en parcialidades y amparados por la Ley
89 de 1890. En esta zona desapareció por completo el
idioma primitivo, lo mismo que en Quinchía y Guática; la
mayoría de las costumbres puede decirse que son las de
33
Pipintá, en Aguadas; el tesoro de Maravelez; las de Ingrumá,
Takurama y Yerma, en Apia, Calarcá y Batatabatí, en Quindío;
la Xaxaraca, en Anserma, y la desaparición de la tribu de los
palenques.
Muchos autores respetados del país se han encargado de
darles forma a estos relatos mitológicos, como Alexander Castillo
en su libro Mitos y leyendas colombianos, para otorgarle un poco
de continuidad a los orígenes de la mezcla de ciudadanos que so-
mos en los tres departamentos que antes fueron el Viejo Caldas.
Mi mujer y mi mulita
se murieron a un tiempo
¡Qué mujer ni qué carajo
la mulita es lo que siento!
35
porque yo aprendí a trovar,
comiendo arepa y afrecho.
***
Di’ónde venís gallinazo
con tu ollita de manteca
ni mi’hagás burla señora
qu’es para mojar arepa.
***
El gallinazo es un cura
porque yo lo vide ayer
a l’orilla del camino
confesand’una mujer.
***
Una niña me dijo
en Salamina
cuándo vas por el niño
que ya camina.
37
testigo y con una fina letra de notario, va perpetuando en
versos irregulares, aquel desangelado acaecer: peleas de
vecinos, lances de arrieros, desastres ocasionados por el
desbordamiento del río Otún, […]. En julio de 1865, Tiberio
Morales hiere con arma contundente, en la cabeza,
a Crispiniano Sierra:
PALOMITA BLANCA
Palomita blanca
copetín azul
llévame en tus alas
a ver a Jesús.
Ay mi palomita
a quien yo adoré
viéndose con alas
me besó y se fue.
***
Cinco velitas
en un varillar
ni secas ni verdes
se pueden cortar
***
Una señora
muy aseñorada
con muchos remiendos
sin una puntada.
39
no dejó libros editados por autores canónicos. Total, su historia,
que inmortalizaran poetas, cronistas y cuentistas, se lee desde
nuestra literatura embrionaria porque se valió de la tradición
oral narrativa; también la poesía se valió de la memoria auditiva
y de las voces de peones que posaban de bardos para ser trans-
mitida entre generaciones hasta llegar a un momento especial: la
fundación de Manizales el 12 de octubre de 1849, cuando Jorge
Gutiérrez de Lara, gobernador provincial de Antioquia, firmó la
ordenanza para la creación del Distrito Parroquial de Manizales.
Se entró en auge porque Manizales era un proyecto fun-
damental que debía cristalizarse y con todo el apogeo económico
se vivieron días de esplendor para la cultura. Llegaron entonces
los primeros periódicos y revistas y reuniones literarias y se
empezaron a publicar obras en esas páginas, así se dejó atrás
una literatura fundacional hecha por las voces de los ancestros y
entró una nueva literatura de búsquedas, de estilos y de formas.
NARRACIONES DE LA MONTAÑA
BLANCA. UNA NARRATIVA INCIPIENTE
Desde la voces de los ancestros, desde su asombro ante lo desco-
nocido por sus escasos conocimientos científicos, desde su tradi-
ción de hombres habladores —otros dirían enredadores—, en fin,
45
El costumbrismo es el “ismo” de la colonización, es la ten-
dencia literaria que permite a los primeros escritores del Viejo
Caldas escribir relatos, narrar la vida que ven, la que conocen, en
la que se sienten seguros porque pueden hablar sobre sus cos-
tumbres, sus quehaceres y sus percepciones. La academia, el uso
de las técnicas que exige un cuento, todavía no se ha desarrolla-
do a plenitud.
El escritor Samuel Velásquez Botero (Santa Bárbara
1865-Manizales 1942), fue llevado a Manizales por sus padres,
Hermenegildo Velásquez y Mercedes Botero, donde cursó sus
primeros años de escuela (más tarde viajará a Medellín para
ingresar a la Universidad de Antioquia), y es el hombre que
visibilizó a los escritores fundacionales de la narrativa en el
Viejo Caldas. De él se destacan dos novelas: Al pie del Ruiz y
Madre, que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa Colombiana
en Medellín, en 1897. Desde esa época, finales del siglo XIX e
inicios del XX, Velásquez Botero logró que su obra fuera traduci-
da al italiano, al francés, al inglés, al polaco y al ruso.
Fue un hombre que disfrutó las artes: estudió pintura, se
destacó como dibujante, además en las letras se desenvolvió en
la poesía y la narrativa (novela y cuento) y también en la dra-
maturgia. Samuel Velásquez Botero se erigió como uno de los
primeros y más importantes escritores del período posterior a la
fundación de Manizales. Pronto se radicó en Bogotá, donde trabó
amistad con intelectuales como Rafael Pombo, Diego Fallón, José
Joaquín Ortiz y José Asunción Silva. De esta época es el libro
Sueños y verdades, recopilación de ensayos, cuentos y poemas.
Él mismo lo ilustró con sinnúmero de dibujos y lo imprimió en
Manizales en la imprenta de Mario Camargo y Compañía.
47
animó publicaciones como Caras y Caretas, de Buenos Aires;
Blanco y Negro, de Madrid, y en Colombia, Cromos, El Gráfico,
El Montañés y La Revista Gris, de la cual formaba parte de la
Junta Directiva otro escritor hecho en la Manizales de finales del
siglo XIX y radicado en Bogotá en la primera mitad del siglo XX:
Maximiliano Grillo, el célebre Max Grillo (Marmato 1868-Bogotá
1949), quien después de su paso por Manizales viajó a Bogotá a
completar su formación académica humanística y diplomática.
En 1892 Max Grillo fundó la célebre Revista Gris, de la
mano del también intelectual Alfonso Villegas, y se destacó como
poeta, ensayista y dramaturgo. Igual a Velásquez Botero, su esta-
día bogotana le permitió la amistad de grandes intelectuales de
la época, como Baldomero Sanín Cano, con quien fundó la revista
Contemporánea y los periódicos El Vigía y El Autonomista.
Entre sus obras destacamos Emociones de la guerra
(1903), Raza vencida (1905) y Santander, el hombre civil, el
guerrero (1919), la obra que lo fue encumbrando como uno de los
grandes escritores de estas tierras del Viejo Caldas.
Dos nombres de altos intelectuales hechos en el Viejo
Caldas nos recuerdan las palabras de Adalberto Agudelo, cuando
escribe:
49
editar el periódico La Primavera, en un formato de cuatro
páginas, bajo la dirección de Silverio A. Arango. (Valencia
Llano “Los intelectuales” 4, 5)
51
LA LITERATURA GRIS. UNA APUESTA
POR LA DIFUSIÓN DE AUTORES
Y PENSAMIENTOS
Los grupos de intelectuales, humanistas, artistas emergentes, po-
líticos y empresarios vieron en las publicaciones seriadas una ma-
nera de visibilizar sus ideas, sus pensamientos, sus sensibilidades.
Este tipo de literatura, que muchos no permitirían que
fuera clasificada así, es de suma importancia en el desarrollo
histórico del Viejo Caldas. Se ha denominado peyorativamente
como una literatura “no convencional” o “semipublicada”, y
autores especialistas en temas de bibliotecología y archivística
la han definido como literatura “fugitiva”; en resumen, ha sido
difícil de precisar. En algo los expertos han estado de acuerdo:
su mayor característica es la de no entrar en la cadena de pro-
ducción y de distribución del mercado editorial.
La primera noticia que se tiene en este período (1874-
1936) en el cual las guerras internas hacían presencia, es la de
una publicación seriada que apareció bajo el título de El Ruiz.
El académico Fabio Vélez Correa, en su ensayo Generaciones,
movimientos y grupos literarios en Caldas, escribe:
53
Así llegamos al 3 de octubre de 1880, a la fundación de
Los Ecos del Ruiz, cuyo director, Federico Velásquez (Sonsón,
1819-Manizales, 1883), poeta que en El Oasis (primer periódico
de literatura publicado en Medellín en 1868), bajo el seudóni-
mo de Rico de Fe firmaba, a la usanza de entonces, sus versos.
Velásquez publicó casi toda su obra poética en Manizales, ya
capital de Caldas. Agudelo Duque resalta el siguiente ejemplo:
55
través del ejercicio de la palabra, para sanar, alabar, nombrar,
recordar y vislumbrar.
Es sabido que oración y poesía son hermanas, que canto
y poesía también, y es allí, entre oraciones y cantos, donde la
poesía (hecha plegaria o pasillo) deja la huella que habla de
la historia de todos nosotros.
Desde las épocas de exploraciones, migraciones, guerras
civiles y fundaciones, la poesía era compañera de arrieros y colo-
nos, de campesinos y dueños de tierras, rodeaba al hombre sim-
ple y al letrado. Y en las montañas y los valles del Viejo Caldas la
facilidad para el verso fue casi natural. Muchos de los poetas más
importantes de Colombia han nacido en diferentes épocas en
estas tierras de café y plátano, de páramos y bosques húmedos.
Los legados con que llegan los colonos y los arrieros son
voces del romanticismo, y poetas de Antioquia como Gregorio
Gutiérrez González (1826-1872) y Epifanio Mejía (1838-1913) son
los sumos sacerdotes que leen el credo de la poesía en los prime-
ros años de la colonización.
Toda la tradición de expansión, exploración y desplaza-
miento que ocurrió en el Viejo Caldas muestra que los primeros
poetas llegaron de tierras antioqueñas. Fueron muchos y, tal vez,
el primero de ellos fue Antonio María Arango Montoya (Rionegro
1809-Manizales 1881), uno de los fundadores de la ciudad de
Manizales y de los primeros en desplazarse al nevado del Ruiz
a “cazar los ganados salvajes que había allí”.
Su biografía nos dice que ejerció como el primer juez de la
ciudad, además de concejal, presidente del concejo y más tarde
alcalde, entre el 1º de agosto al 31 de diciembre de 1854.
57
AL TEQUENDAMA
A mi nobilísimo amigo el doctor Carmelo Arango M.
Tequendama grandioso:
deslumbrada ante el séquito asombroso
de tu prismal riquísimo atavío,
la atropellada fuga persiguiendo
de tu flotante mole en el vacío,
el alma presa de febril mareo
en tus orillas trémula paseo.
Raudas apocalípticas visiones
de un antiguo soñar al astro vuelven,
resurgen del olvido sus embriones
y en tus iris sus formas desenvuelven.
¡Y quién no soñará, de tu caída
al formidable estruendo,
que mira a Dios crear omnipotente,
entrevisto al fulgor de tu arco horrendo...!
59
a la par que su rica vainillera
el tamarindo tropical desgrana
y la silvestre higuera
reviste al alba su lujosa grana.
Bate del aura al caprichoso giro
sus granadillas de oro mejicano
con su plumaje de ópalo y zafiro
la pasionaria en el palmar del llano;
y el cámbulo deshoja reverente
sus cálices de fuego en tu corriente... (64)
61
Por su parte, Abel Farina se alzó como uno de los poetas
del Viejo Caldas con más proyección en la segunda mitad del
siglo XIX. Nació en Aguadas en 1875 y murió en Medellín en
1921. Como Montes del Valle, empleó un seudónimo, su nombre
real fue Antonio María Restrepo. Supo aprovechar su autoforma-
ción para manejar varios idiomas. Fue traductor de poetas como
Stéphane Mallarmé, Paul Verlaine y Alfred de Musset. También
siguió la corriente del modernismo colombiano. Atacó desde la
evolución literaria de las vanguardias el costumbrismo de Tomás
Carrasquilla; es famosa la carta que este le dirigió a Farina en
julio de 1906, donde se lee, por ejemplo:
63
(1902-1904), Modernas (1904), Evangelios y otros poemas
(1902-1911). A continuación se citan dos de sus poemas del libro
Evangelios y otros poemas:
SONETO A…
Sabes acariciar, eres experta
en mimos y blandísimas traiciones;
bajo tu mano estallan las pasiones
—así, la aurora con el sol despierta.
Tu mirada, cual una zarpa abierta,
presagio de infalibles sumisiones,
tiende su red, y engulle corazones,
como un perro, el Amor junto a tu puerta.
DEDICATORIAS
I. De unos versos
Para que el verso ardiera
con una lumbre pura
cual la que en tus pupilas
de acéanide fulgura,
Se necesitaría,
princesa dulce y grave,
que en mi jardín de sombras
posase el vuelo un ave. (31)
65
Literatura y café,
entre 1905 y 1966
La historia política de Colombia habla de la Confederación
Granadina de 1858 como el espacio donde el presidente
Mariano Ospina Rodríguez plantea, por primera vez, la po-
sibilidad de crear un nuevo departamento, al sur del Estado
Soberano de Antioquia, del cual había sido gobernador. La idea
no prosperó.
Tres décadas más tarde, en 1888, se propuso ya bajo el
nombre de Departamento del Sur, con Manizales como capital.
Posteriormente, en la llamada Regeneración Conservadora,
Rafael Uribe Uribe (liberal), con el apoyo de la dirigencia de
Manizales, bajo el liderazgo de Aquilino Villegas y Daniel
Gutiérrez Arango (conservadores), propuso la creación del
departamento de Córdoba, nombre con el cual se rendiría un
pequeño tributo al prócer antioqueño José María Córdova, y la
capital sería Manizales. Uribe Uribe fue derrotado. Sin embargo,
su propuesta estaba bien estructurada.
A comienzos del siglo XX, después de los anteriores in-
tentos, bajo el mandato del presidente Rafael Reyes, se aprueba
la Ley N° 17 del 11 de abril de 1905, cuyo artículo 3o. dice:
69
que clavaron en Colombia
a golpe de tiple y hacha
una mariposa verde
que les sirviera de mapa.
PERIODISTAS EN LA ALDEA
La narrativa en Caldas desde la segunda década del siglo XX fue
acogida por lectores y críticos. Nombres y obras se publicaron
y poco a poco ganaron respeto y análisis desde las esferas cen-
tralistas del país.
Atrás empiezan a quedar las reuniones alrededor del
fuego para contar historias, las fondas de arrierías que convoca-
ban trovadores, los mitos y las leyendas; las supersticiones y los
agüeros se debilitan y el poeta trovador ya no tiene dónde ex-
presarse. Hay un mundo nuevo, el siglo se despierta y la manera
de descubrirlo y de contarlo será a través de los viajes, del arte
y la literatura que llegan a través de periódicos, revistas y libros.
Empecemos con la literatura gris, de la que ya hemos
hablado en los capítulos anteriores. El profesor Rigoberto Gil
Montoya, en su artículo Primera memoria escrita y primeros
71
permiso que exige la ley, en virtud de un examen aproba-
do por el Sr. Prefecto de la Provincia. Precios módicos”.
Asnoraldo Avellaneda (1959), uno de los testigos
de aquellas décadas, anota en sus apuntes históricos
sobre Pereira que “don Emiliano Botero publicitaba su
taller fijando cartelones en las esquinas y en la puerta de
su tipografía, anunciando que tenía para su clientela una
variedad de tipos de letras”. El Esfuerzo “constaba de dos
hojas” y en él era frecuente leer crónica roja. Una de ellas
“trataba de un homicidio que hubo, protagonizado por
Alejandro Campuzano y Alejandro Trujillo, que se publicó
bajo el alarmista título: “Alejandro Campuzano mató a
Alejandro Trujillo por celos de una niña de 55 años. El he-
cho ocurrió en el Alto del Clarinete” que quedaba, como ya
lo anoté antes, cerca de los antiguos tanques viejos […]”.
[...] Por este sendero, se establece el periodismo
como oficio y la idea de narrar como registro de un de-
venir. Los ideales de progreso, los propósitos de animar
obras materiales, la necesidad de vincular el poblado a los
incipientes procesos educativos de un país aislado, con
escasas vías de comunicación; empezó a exigir su propio
relato. Los editoriales y las páginas sociales de los peque-
ños periódicos dieron cuerpo a ese relato, a la representa-
ción inicial de una idea de ciudad. (Gil Montoya 6)
73
los suscriptores con ingeniosas composiciones poéticas,
de carácter popular:
CIGARRERÍA AMBALEMA
El que sea buen fumador
le guste cosa buena, Váyase sin dilación
a la fábrica “Ambalema”
allí encuentra favoritos,
violetas y Falsenaguas,
los mejores tabaquitos
que nos traen esta agua.
Buenos tabacos comunes
en rama, de lo mejor:
por eso sin dilación
vaya Ud. a la “Ambalema”
allí le compran la vena.
Y le ponen en tal fin,
que juro por Santa Elena,
que no volverá a comprar.
75
literatura de Caldas en su etapa de nuevo departamento, con
nombres, obras y editoriales que alcanzarían prestigio nacional.
En 1918 hace su entrada para la historia de Caldas la
revista Archivo Historial, a juicio de prestigiosos nombres que
escriben la actual historia de nuestro departamento, esta es “la
más completa y prestigiosa revista de historia que haya tenido
Caldas” (Vélez Correa, Diccionario). Sobre su fundador y director,
Enrique Otero D’Costa (Santander 1883-Bogotá 1964), el crítico
literario Fabio Vélez Correa afirma:
77
de “Meridiano Cultural” fueron los colaboradores de
“Atalaya” obreros, artesanos, profesionales de “izquierda”
que estudian la revolución rusa, leen a “Sacha Yegulev”, y
los escritos de Luis Tejada, su maestro y mentor desde la
tumba. (“Los tiempos del ruido” 5).
79
vieron sus creaciones publicadas en las páginas de esta insigne
revista de las letras caldenses.
La historia de nuestra literatura reconoce a Milenios
(1950) y Siglo XX (1963) como las dos publicaciones que cierran
la ebullición de las revistas antes de la división del departamen-
to. Cada una de ellas, nos acercó a la literatura contemporánea
y sus páginas sirvieron para mostrar las nuevas plumas de la
literatura caldense. Los nombres de escritores como Samuel
Ocampo Trujillo, Rafael Lema Echeverry, José Vélez Sáenz y
Jorge Santander Arias, en Milenios, al igual que Jaime Ramírez
Rojas, Hernando Salazar Patiño, José Chalarca, Jaime Echeverry,
Óscar Jurado, Néstor Gustavo Díaz, Néstor Galeano y Héctor Juan
Jaramillo, en Siglo XX, pronto hicieron carrera, corroborando
el impulso que estas revistas dieron a sus letras iniciales en el
mundo de la literatura de Caldas.
Para terminar este apartado sobre el periodismo en el
nuevo departamento, debemos hablar de la fundación en 1921
del periódico La Patria, dirigido por el abogado Francisco José
Ocampo Londoño (1896-1946), gobernador del departamento en
1926. Entre sus colaboradores de La Patria siempre han figurado
los escritores más representativos de cada generación en Caldas.
Sus páginas no solo han alentado las voces de los nuevos escrito-
res o de los políticos más influyentes de cada época y de los más
altos intelectuales de la región, sino que también han servido
para apoyar grandes empresas cívicas de la ciudad y la región.
En 1940 José Restrepo Restrepo y Gustavo Larrea
Córdoba compraron la empresa. Más adelante Larrea vendió sus
acciones a Restrepo, cuyos descendientes siguen manejando
hasta el día de hoy esta casa editorial.
81
al escribir “El Río”, su primer intento de poesía. Su compañero
de aventuras literarias en un siglo que apenas comenzaba fue el
poeta y escritor Juan Bautista Jaramillo Meza.
Todo estaba dispuesto para que ella se convirtiera en un
referente de las letras de Caldas. Ya en 1904 se realizaban en
Manizales los Juegos Florales, espacio literario consagrado a la
poesía, donde ella tuvo un destacado papel, al ser merecedora de
varios premios. Dos años más tarde Salamina celebraría esta tra-
dición en varias versiones, donde nombres como Tomás Calderón
empezarían a ocupar un notable lugar en las letras de la tierra
del café.
Regresando a Blanca Isaza, sabemos que se destacó
como colaboradora en los principales periódicos y revistas de
Colombia y América y gozó de prestigio y respeto de toda la so-
ciedad literaria del continente. De su extenso número de libros
publicados (16) en géneros que van desde la poesía, pasando
por la narrativa (cuento y crónica), hasta experimentar con los
denominados cuadros de costumbres, recordamos Selva Florida
(1917), Los cuentos de la montaña (1926), La antigua canción
(1935), Claridad (1945), Del lejano ayer (1951) y Preludio de
invierno (1954).
En 1951, en la celebración del Centenario de Manizales,
Isaza y su esposo fueron coronados como los poetas más impor-
tantes de Manizales por intelectuales y poetas de la época.
Juan Bautista Jaramillo Meza nació en 1892 en Jericó.
Desde 1916 se radicó en Manizales y cultivó la amistad de escri-
tores latinoamericanos y españoles como Rubén Darío, Juana de
Ibarbourou, Gabriela Mistral y Eduardo de Ory. En Colombia su
grupo de amigos intelectuales contaba en la lista con Aquilino
Señor.
Estamos cansados de tus días
y tus noches.
Tu luz es demasiado barata
y se va con lamentable frecuencia.
Los mundos nocturnales
83
producen un pésimo alumbrado
y en nuestros pueblos
nos hemos visto precisados a sembrarle a la noche
un cosmos de globitas eléctricas.
Señor.
Nos aburren tus auroras
y nos tienen fastidiados
tus escandalosos crepúsculos.
¿Por qué un mismo espectáculo todos los días
desde que le diste cuerda al mundo?
Señor.
Deja que ahora
el mundo gire al revés
para que las tardes sean por la mañana
y las mañanas sean por la tarde.
O por lo menos
Señor
si no puedes complacemos
entonces
Señor
te suplicamos todos los bostezadores
que transfieras tus crepúsculos
para las 12 del día.
Amén.
(Vidales 17)
EL VELORIO
Gotean los velones de herrumbrosos candiles
sobre el féretro negro del humilde velorio,
y una luz mortecina que se enreda en perfiles
riega cárdenos tintes en el cuarto mortuorio.
Con voz atormentada se empieza el responsorio
por el alma del mozo que finó sus abriles,
recomienzan las quejas y al fulgor ilusorio
85
los semblantes parecen como viejos marfiles.
A la luna de otoño ladra un can vagabundo
que se eriza medroso bajo el cielo profundo;
se despiertan los gallos tempraneros del huerto;
y cuando grita un búho las notas de su agüero,
advierten que en la vuelta primera del sendero
se ve alzando la sombra del ánima del muerto.
(Montoya, en Sarmiento 5)
87
será una mariposa, solo brisa
mecida por el aire de tu aliento.
89
OBRAS CITADAS
91
Ocampo López, J. Manizales 150 años. Cajas, linotipos, rotativas.
Manizales: Editorial La Patria, 1988.
Ocampo López, Javier. Abel Farina, El quijote soñador. Manizales:
Ed Instituto Caldense de Cultura, 1996.
Ocampo López, Javier. Folclor, costumbres y tradiciones colom-
bianas. Bogotá: Plaza & Janés, 2006.
Ocampo López, Javier. Supersticiones y agüeros colombianos.
Bogotá: Penguin Random House. 2008.
Pérez Silva, Vicente. “Garra y perfil del grupo de Los Leopardos”.
Credencial Historia 132 (2000).
Quintero López, L. H. y Naranjo Arias, H. A. El compromiso históri-
co y social en La noche de las barricadas y las manifesta-
ciones. Pereira: Universidad Tecnológica de Pereira, 2015.
Uribe Uribe, Fernando. Historia de una ciudad. Manizales: Editorial
Kelly, 1963.
Usma Porras, Darío. Lo típico en tierra de colonización antioqueña.
Anserma: Gráficas Digital, 2013.
Valencia Llano, Albeiro. “Los intelectuales en la conformación de
la región caldense”. Colombia Impronta 2 (2012): 1-21.
Velásquez Botero, Samuel. “Madre”. Tres novelas. Medellín,
Imprenta Departamental, 1998.
Velásquez Botero, Samuel. Sueños y verdades. Manizales, Blanco
y Negro, 1926.
Vélez Correa, Fabio. Diccionario de autores caldenses.
Una apuesta por la identidad. Manizales: Editorial
Panamericana, 2014.
Vélez Correa, Fabio. Generaciones, movimientos y grupos litera-
rios en Caldas. Revista Impronta 3.11 (2013): 155-200.
92 | Obras citadas
Vélez Correa, Fabio. Mitos, espantos y leyendas de Caldas.
Manizales: Imprenta Distrital de Caldas; 1997.
Vidales, Luis. Suenan timbres. Selección Cultura Colombiana.
Bogotá: Plaza y Janés, 1986. 17.
Vieira White, Maruja Carmelina Soto en la Poesía Colombiana.
2014. Internet.
Villegas Uribe, Carlos Alberto. Baudilio Montoya. 2010. Calarca.
net.
Villegas, Silvio. El hada Melusina. Cartas de amor y pasión.
Bogotá: Editorial Panamericana, 1996.
Zambrano, J. D. y Sarmiento Aguirre, M. Lecturas críticas de
la obra de Baudilio Montoya. Armenia: Biblioteca de
Autores, Universidad del Quindío, 2011.
93
IMÁGENES
Páginas 4-5: ‘El paso de Piedra de Moler en el río de la Vieja, Quindío’.
Viaje a la América Equinoccial (Colombia, Ecuador, Perú), Édouard André.
Diseño de E. Riou, 1875-1876. Biblioteca Luis Ángel Arango
Páginas 42-43: ‘Puente sobre el río Otún’. Viaje a la Nueva Granada, Charles
Saffray. Diseño de A. de Neuville, 1869. Biblioteca Luis Ángel Arango
Páginas 66-67: ‘Paso del Quindío en los Andes’. Alexander Von Humboldt.
Grabado de George Cooke, 1812. Colección de Arte del Banco de la República
94 | Imágenes
Este libro hace un recuento de la literatura del Viejo Caldas
o el Eje Cafetero, que hoy se denomina Triángulo del Café
(compuesto por Caldas, Quindío y Risaralda), con el fin de
propiciar una mirada —construida desde la misma literatura—
hacia su historia poética, narrativa y periodística.
9 78 9586 64 3 4 3 6