Así Destruyó Carrillo El PCE - Imagen - Digitalizado
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D o c u m e n to /117
Enrique Líster
Planeta
COLECCIÓN DOCUMENTO
Dirección: Rafael Borras Betriu
Consejo de Redacción: María Teresa Arbó,
Marcel Plans, Carlos Pujol y Xavier Vilaró
A m o d o de i n t r o d u c c i ó n ................................................ 7
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d iferen tes direcciones, las características de sus m á x im o s
dirigentes a lo largo de su existencia.
S e debe ten er en cuenta, asim ism o, que de 1920 a 1982,
es decir de los sesenta y dos años de lo que fu e PCE, casi
cincuenta los ha pasado en la clandestinidad, terreno abo
nado para toda clase de vulneraciones en un partido revo
lucionario.
Por ejem plo , son m u c h o s los que acusan a Carrillo de
haber sido enviado al PCE p o r d e te rm in a d o s servicios
de espionaje. Conste que yo no quiero caer en la p rácti
ca de la «espionitis» de la que desde hace tantos años v e n
go acusando a Carrillo; pero los hechos están ahí y cuanto
m á s vueltas le doy m ás m e en cuentro con un Carrillo tre
m e n d a m e n te sospechoso de ser autor de todo eso que él ha
acusado fa lsa m e n te a tantos c o m u n ista s honestos; es decir,
de haber sido enviado al PCE p o r servicios de espionaje.
Por poco que nos fije m o s nos e n c o n tra m o s con u n Ca
rrillo escurridizo y sie m p re con contradicciones al hablar
de sí m ism o . Y o leí algunas biografías encargadas p o r Ca
rrillo a ciertas gentes: Debray y Gallo, A. María Yagüe,
d o n d e Carrillo les cuen ta lo que le parece y c o m o le co n
viene. Ahora tiene anunciada otra biografía de Carrillo su
socio de fechorías, en otra época, Fernando Claudín. Ése
sí que podría decir cosas sobre d e te rm in a d a s épocas sinies
tras de Carrillo. Claudín, ju n to con Dolores, fu e ro n guar
dianes en M oscú de las dos m aletas de m ic r o film e s con las
historias de una parte de los crím en es de los años cuaren
ta y parte del cincuenta.
Pero Claudín no escribirá sobre eso. Claudín, c o m o buen
em pollón, parirá un soporífero m a m o tr e to para a u m e n ta r
el c o n fu s io n is m o que ya existe, y, a la vez, echarle un cable
a su c o m p a d re Carrillo y cubrirse él m is m o de sus propias
responsabilidades.
Pero vea m o s algunos hechos en que se basan las so sp e
chas de unos y las acusaciones de otros sobre Carrillo.
Al producirse la sublevación fascista, Carrillo estaba en
Francia y no regresa a E sp a ñ a hasta un m e s después. Ahí
te n e m o s ya un m e s del que no co n o cem o s nada de lo que
hizo Carrillo. Él cu enta una historia, pero nadie p u e d e c o n
firm arla, nadie dice haberle visto d u ra n te ese mes.
D espués de ese m e s de m isterio Carrillo aparece en M a
drid donde, apro vechán dose de que Trif ón M edrano y otros
c o m u n ista s dirigentes de las JSU están en el frente, se apo
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dera, ju n t o con Ignacio Gallego, Federico Melchor, Gonzá
lez Jerez, M anuel Azcárate, Fernando Claudín y otros del
m i s m o corte, de la dirección de la organización juvenil.
S o b re su co n d u cta en la guerra, luego en Francia y su
estancia en M oscú hablo en Otro lugar, p o r eso no lo haré
aquí.
Una de las cuestiones que m á s llama la atención a los
cam aradas son las relaciones de Carrillo con los yanquis.
E n el capítulo que aquí dedico a la lucha p o r la paz,
trato de la oposición de Carrillo a que d en u n c iá ra m o s las
bases m ilitares norteam ericanas en España, a que prepará
s e m o s nada contra ellas y a que se publicaran los dos f o
lletos preparados p o r mí. E n esa época yo lo achacaba a
las malas relaciones que había entre él y yo. Pero con el
tie m p o he ido ligando hechos. Todo ello lo uní con cosas
m á s lejanas y m á s cercanas.
Las facilidades que encontró Carrillo en E s ta d o s Uni
dos en 1940, a su llegada allí p ro ced en te de la Unión So-
viética; la facilidad con que p u d o m o ve rse p o r Am érica
latina hasta 1944, año en el que regresó a Europa. Las fa
cilidades con que Carrillo contó para ese regreso. E n plena
guerra llegó a Lisboa, p ro ced en te de M ontevideo, con toda
tranquilidad, atravesando un m a r d o m in a d o p o r ya n q u is
e ingleses; vivió la gran vida d u ra n te varias se m a n a s en
un E sto ril plagado de agentes de servicios secretos; pasó
tr a n q u ila m e n te a África p o r un área ta m b ié n plagada de
ingleses y yanquis, área en la que incluso los jefes de la
resistencia francesa no pen etra b a n sin el visto b u en o de
la C S S (la predecesora de la CIA) y del Intelligence S e r v i
ce, para desem barcar, no m e n o s tranquilam ente, en Arge
lia, ciudad en la que perm an eció unas sem a n a s para selec
cionar unas cuantas personas y ponerlas a disposición de
los servicios secretos yanquis, que d esp u és de instruirlas
las enviaron a E sp a ñ a para hacer espionaje p o r su cuenta.
C o m p letó Carrillo su obra en África echando del Parti
do a los que no se le som etían, y term in a d a su m isió n allí
entró en Francia, cruzando otra vez un m a r e stric ta m e n te
d o m in a d o p o r ingleses y norteam ericanos. ¿Quién tenía in
terés en que Carrillo llegara a Francia antes que ningún
otro dirigente del PCE? E l Partido, no. Carrillo vino a E u
ropa p o r cuenta de otros, pero no p o r una decisión de la
dirección del Partido. Carrillo, en América, estuvo sie m p re
in dep en d ien te del Partido.
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V iendo las relaciones cada vez m ás estrechas de Carri
llo con los ya n q u is hoy, su co n d u cta pasada aparece con
toda claridad. S u actividad de ayer era la preparación de
su política, de sus actividades y de sus relaciones de hoy.
E n cuan to a la tan fre c u e n te interrogante de c ó m o es
posible que Dolores lb á r r u r i le p e rm itie ra a Carrillo la des
trucción del Partido, ta m b ié n en las páginas que siguen
encontrará el lector una parte de la explicación. Dolores
lb á r r u r i ha odiado s ie m p r e a Carrillo; ha dicho sobre él
las cosas m á s despreciativas que yo haya p o d id o escuchar.
Pero Dolores lb á r r u r i le tiene miedo. Carrillo ha logrado
irla c o m p r o m e ti e n d o en sus c rím en es y cada vez que en
los años sesenta y setenta yo la invité a que dijera la ver
dad al Partido, m e respondía que prefería tirarse p o r una
ventana. La ú ltim a vez que in te n té convencerla fu e en fe
brero de 1970, en su casa de Moscú. Casi todo el secreto
está en los hechos sangrientos en que Carrillo ha logrado
co m p ro m e te rla . Y digo casi todo, y no todo, p o r q u e queda
algo m á s que prefiero no incluir aquí.
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Capítulo primero
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Fui reservado en mis respuestas y me callé cosas y opi
niones que más tarde dije en las reuniones de la dirección
del Partido presididas por José Díaz. Me parecía que eso
era lo correcto, y José Díaz fue el primero en apreciar
lo así.
En el resto de abril y primeros días de mayo fueron
llegando diferentes miembros de la dirección del Partido:
Dolores Ibárruri, Jesús Hernández y su mujer, Juan Como-
rera y la suya, Pedro Checa y la suya, Togliatti y la suya,
Vicente Uribe y Modesto. Todos ellos se fueron alojando
en la dacha de Manuilski. José Díaz salió de la clínica y
también vino a alojarse allí con su mujer y su hija. Llegó
asimismo a Moscú Santiago Carrillo, con su mujer y su
hija, mas con gran sorpresa para mí no lo trajeron a la
dacha ni lo llevaron al hotel Lux, donde estaban Enrique
Castro y otros miembros del CC, sino que lo metieron en
el hotel Nacional, y ello a pesar de ser miembro suplente
del Buró Político, mientras que Comorera, Modesto y yo
sólo lo éramos del CC. Pero ésta no sería mi única sorpre
sa en relación con Carrillo.
Discusiones en Moscú
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estancia en Francia y Bélgica es falsa. Carrillo mezcla unas
fechas e inventa otras según le convienen. Falso también
su residencia en el hotel Lux. Vivió en el hotel Nacional.
Falso lo de su trabajo como secretario de la Internacional
Juvenil Comunista y lo de sus reuniones con el secretaria
do del Komintern. Y falso, asimismo, que la misión que él
llevaba para América tuviese nada que ver con la organi
zación de la juventud. La misión era otra.
Con todas esas falsedades Carrillo quiere ocultar la ver
dad de que vivió en Moscú como apestado, sin participar
en las discusiones políticas que allí hubo ni en ninguna ac
tividad dirigente.
Debo decir que yo casi no conocía personalmente a Ca
rrillo. Le había visto dos o tres veces durante la guerra,
ninguna de ellas en el frente; y un día en el parque Máximo
Gorki de Moscú nos encontramos por casualidad al estar
yo paseando con mi mujer y nuestra hija y él también con
su mujer y su hija.
En mis conversaciones con Uribe en 1961, a las que me
referiré más adelante, éste me dijo que Togliatti y José
Díaz se habían opuesto a que Carrillo fuese a vivir a casa
de Manuilski, donde vivíamos los demás, y que participase
en nuestras reuniones.
Esta oposición se debía a que, lo mismo en el Secreta
riado de la Internacional Comunista que en el Buró Políti
co de nuestro Partido, existía un estado de ánimo de re
pulsión hacia él, no sólo por su pasado trotskisante, sino
porque había cosas sucias en su conducta. Había no sólo la
indecente carta a su padre, sino también el haber sacado
de la cárcel de Madrid, cuando era jefe de policía, a un tío
suyo falangista y haberle hecho pasar al campo enemigo.
Había la traición a Largo Caballero, gracias al cual Ca
rrillo había llegado a la Secretaría General de las Juventu
des Socialistas, y había las persecuciones contra sus pro
pios compañeros de dirección de la juventud socialista que
no se sometieron a él incondicionalmente al realizarse la
unificación de las Juventudes Comunistas y Socialistas,
creándose las Juventudes Socialistas Unificadas.
Otra cosa sobre la que había — y sigue habiendo y un
día se llegará a aclarar— graves sospechas es su papel en
la muerte de Trifón Medrano, desaparecido el cual Carrillo
quedaba como dirigente absoluto de las Juventudes Socia
listas Unificadas. De esto algo dijo Indalecio Prieto y, una
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vez que surgió en una conversación del CE del Partido, Ca
rrillo se puso furioso y paró toda posible discusión.
Al revés de lo que hacían Carrillo y otros miembros de
la dirección de las JSU en aquella época y actualmente
miembros del CE del Partido de Carrillo, de emboscarse
en la retaguardia, Medrano empuñó el fusil desde el pri
mer día de la sublevación, conquistando en los combates
de Madrid, de la Sierra y de Talavera sus galones de co
mandante y aumentando su prestigio de auténtico dirigen
te de la juventud española.
En tal caso, José Díaz no sólo se negó a que Carrillo
participase en las discusiones a las que vengo refiriéndo
me, sino que ni siquiera quiso hablar con él.
Cuando llevábamos unas tres semanas discutiendo en
tre nosotros, dio comienzo una discusión paralela con el
Secretariado de la IC en la que participaba todo nuestro
grupo. Esas discusiones que duraron unos dos meses no
fueron nada fáciles con el Secretariado de la Internacional
Comunista, pero sobre todo entre nosotros. En las discu
siones con el Secretariado de la IC estábamos todo el gru
po, pero los que tomaron una mayor participación fueron
José Díaz, Vicente Uribe y Jesús Hernández.
Las discusiones entre nosotros, repito, no sólo no fue
ron nada fáciles, sino que en diferentes momentos adqui
rieron una gran violencia, sobre todo al tratarse el último
período de la guerra en Cataluña y en la zona centro-sur.
José Díaz exigió una y otra vez una explicación de por qué
no se habían cumplido las decisiones tomadas antes de su
salida para la Unión Soviética — a donde se marchó muy
enfermo— de que el BP del Partido y la dirección de las
JSU se trasladaran a Madrid y a Valencia, quedándose en
Cataluña Uribe con su doble carácter de miembro del BP
y de ministro del Gobierno. Insistía José Díaz, y con ra
zón, en que durante la batalla del Ebro había quedado cla
ra la conducta capituladora de toda una serie de altos
mandos y de dirigentes políticos en la zona centro-sur. Sos
tenía José Díaz, y también con toda razón, que una de las
enseñanzas de la batalla del Ebro era que el ejército de la
zona catalana no podría resistir solo todo el peso del ejér
cito enemigo; por eso era necesario mover a los ejércitos
de la zona centro-sur para obligar al enemigo a dividir sus
propias fuerzas.
En el libro Alerta a los pueblos el general R ojo escri-
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he: «La batalla de Cataluña comenzamos a perderla al sus
penderse la operación sobre Motril. Hubiera bastado ese
ataque, en relación con las subsiguientes maniobras de Ex
tremadura y Madrid, para desarticular el plan adversario
o, cuando menos, si Franco sacaba tropas de Cataluña,
para ganar algún tiempo más del que nos concedió el tem
poral de lluvias y lograr que el ansiado armamento hubiera
llegado oportunamente para ser útil en Cataluña y en la
región central.»
¿Dónde estaban, mientras esto sucedía, los miembros
más destacados de la dirección del Partido y de las JSU?
En su casi totalidad, en Cataluña y con los coches enfila
dos hacia la frontera.
Pero, además, ¿qué influencia beneficiosa tuvo para la
defensa de Cataluña y de Barcelona concretamente la pre
sencia allí de esos dirigentes del Partido y de las JSU?
¡Ninguna! Ni se les vio ni se les sintió. Y o vi a alguno de
ellos, entre los cuales a Carrillo y Antón, una semana an
tes de la pérdida de Cataluña, pero no en mi puesto de
mando sino cerca de Figueras cuando la línea de fuego
pasaba por delante de Gerona, es decir, a cerca de cuaren
ta kilómetros.
Fue, asimismo, duramente criticada por José Díaz la ac
titud y conducta de los miembros del BP Dolores y Deli
cado, que estaban en la zona centro-sur.
En esas reuniones expuse mis opiniones en forma crí
tica y autocrítica sobre diferentes cuestiones y aspectos del
desarrollo de nuestra guerra y de nuestra actitud en ella.
En mis diferentes intervenciones abundé en las mismas
cuestiones que tanto preocupaban al secretario general y
me referí a otras que él no había tocado. Sostuve que si
los miembros del BP — Carrillo, Mije, Giorla y Antón— se
habían quedado en Francia después de la pérdida de Cata
luña, se debía a que ellos daban la guerra por terminada
al perderse esa región. Dije que esto mismo de dar la gue
rra por terminada después de la pérdida de Cataluña tam
bién les había pasado a Dolores y Delicado, y que sólo así
se podía explicar el que se encerraran en Elda — cerca de
Alicante— y que nos dieran la orden al grupo de militares
que habíamos llegado de Francia de que nos encerráramos
también allí, lejos de los frentes donde estaban las fuerzas
militares y de los grandes centros industriales donde esta
ban las masas obreras y, sobre todo, lejos de Madrid, que
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había sido la gran fortaleza del Partido y que en esos mo
mentos era el centro de la conspiración contra el Gobier
no, contra el Frente Popular y la República. Dije que jamás
podría olvidar la penosa impresión que recibí la mañana
del 6 de marzo cuando al llegar a Elda, procedente de Car
tagena — donde la sublevación fascista había sido aplasta
da— , y unas horas después de haberse sublevado ya Casa
do, me encontré con Dolores, Delicado y otros dirigentes
del Partido, no estudiando la respuesta que se podía dar a
los traidores de la junta casadista, sino preparando la toma
del avión para el extranjero.
Hizo José Díaz una crítica en la que trató de cobardes
a los miembros del BP y de la dirección de las JSU que
después de la pérdida de Cataluña se quedaron en Francia
en vez de ir a la zona centro-sur donde estaba la parte
fundamental de nuestros militantes. Entre esos dirigentes
estaban, precisamente, Santiago Carrillo, secretario general
de las JSU, la inmensa mayoría de cuyos militantes se en
contraban en la zona centro-sur; Mije, dirigente andaluz;
Antón y Giorla, miembros del Comité Provincial de Ma
drid; los cuatro, miembros del BP en esa época y todos
dirigentes del Partido de Carrillo hasta hoy unos y hasta
su muerte otros. En el avión en que salí de Toulouse para
la zona centro-sur la noche del 13 al 14 de febrero de 1939,
es decir, tres días después de haber salido de Cataluña,
íbamos trece pasajeros a pesar de que el avión tenía 33 pla
zas. Es decir que veinte iban vacías.
En el libro Mañana España (p. 70) Carrillo dice: « Y o
había salido de España con el Ejército Republicano de Ca
taluña. Y o quise regresar a la zona centro-sur para parti
cipar en el combate al lado de mis camaradas del Partido
y de la Juventud. Pero el Partido retrasó mi marcha y,
desgraciadamente, la lucha se terminó.»
Pero tres páginas más adelante afirma: «Salgo de Es
paña con el ejército después de un mes duro. Estoy ataca
do por la sarna que estaba muy extendida en esta época, en
la que no había posibilidad de mudarse de ropa durante
meses enteros. Y o me fui a París.»
Ya en 1959, en el folleto ¿Adonde va el Partido Socialis
ta?, página 19, escribía Carrillo: «Vino marzo de 1939 y el
golpe de Casado en Madrid. Los comunistas y los jóvenes
socialistas unificados de Madrid lucharon con armas en las
manos contra la Junta de Casado, en defensa del gobierno
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legítimo de la República que presidía un socialista, Negrín.
Yo no pude participar personalmente en esa lucha, como
otros de mis camaradas, porque el último período de la
guerra me cogió en Cataluña, siéndome materialmente im
posible regresar a la zona centro-sur.»
Como puede verse, Carrillo da diferentes versiones y
busca diferentes causas a su no ida a la zona centro-sur:
la falta de medios, el Partido, la sarna; todo ello para ocul
tar la verdadera causa: su cobardía.
La Junta de Casado dio el golpe el 5 de marzo, Carrillo
pasó de Cataluña a Francia el 8 de febrero; es decir, que
tuvo casi un mes para decidirse a volver, pero al final pre
firió París a Madrid.
La cuestión es que esos miembros del Buró Político y
de la Comisión Ejecutiva de las JSU hacían lo mismo que
otros políticos y ciertos jefes militares: daban la guerra
por terminada y perdida al encontrarse en Francia después
de la pérdida de Cataluña.
¿Después de la pérdida de Cataluña era posible conti
nuar la guerra en la zona centro-sur? Sin duda de ninguna
clase era posible, y así lo sostuve en las discusiones de
Moscú en 1939. Esta misma opinión, defendida por mí vein
te años más tarde en la Comisión de Historia de la Guerra,
fue uno de los motivos de discrepancia entre Carrillo y yo,
y de mi salida de la comisión.
Mientras Carrillo sostenía que con la pérdida de Cata
luña la guerra estaba perdida y que se debía dar por ter
minada y, por tanto, ya nada se podía hacer en la zona
centro-sur, yo sostenía, y sostengo, lo contrario.
Dolores Ibárruri dijo ante el V I Congreso del Partido:
«Unos meses más de resistencia y la guerra hubiera podi
do ser ganada, porque las fuerzas interesadas en comenzar
la segunda guerra mundial no podían mantener la tensión
a que tenían sometidos a sus pueblos. Cinco meses después
de aplastada la resistencia republicana, Hitler comenzaba
la segunda guerra mundial.»
Yo, por mi parte, no quiero entrar en especulaciones
acerca de si Hitler habría comenzado o no la guerra en la
fecha que empezó si la guerra de España no se hubiese
terminado. Lo que he sostenido, y sostengo — aunque Ca
rrillo me lo hizo quitar de un artículo sobre la batalla del
Ebro y luego hizo todo lo que pudo para que no se tratase
de ello en mi libro Nuestra guerra— , es que con los me
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dios y el territorio que nos quedaba en la zona centro-sur
había la posibilidad — aun en el peor de los casos y acep
tando la idea de que la guerra la perdíamos, idea con la
que no estoy de acuerdo— de resistir siete u ocho meses.
Dos meses necesitó el enemigo para conquistar las cua
tro provincias catalanas, volcando todas sus fuerzas dispo
nibles (más de 600 000 hombres) contra un ejército de
200 000 combatientes agotados por la larga batalla del Ebro,
mal armados y sin reserva alguna. Mientras tanto, en la
zona centro-sur contábamos con un ejército de cerca de un
millón de hombres, la mayor parte encuadrados ya en uni
dades militares y con experiencia combativa. Cuatro ejérci
tos: centro, Extremadura, Andalucía y Levante; 16 cuerpos
de ejército, 52 divisiones con 141 brigadas. Dos brigadas
de Caballería; 27 batallones de Ingenieros; unos 280 tan
ques y blindados; 400 piezas de artillería. Había, además,
21 grupos de Guardias de Asalto. La aviación contaba con
unos 100 aparatos de diferentes tipos. La escuadra era mu
cho más numerosa que la del enemigo y estaba formada
por 3 cruceros, 13 destructores, 7 submarinos, 5 torpede
ros, 2 cañoneros y toda una serie de barcos auxiliares.
Se podía contar, además, con 200000 a 300000 hombres
más, parte de los cuales estaban ya en campamentos de
entrenamiento. Y creo, por último, que no es exagerado
pensar que una parte, por lo menos, de los combatientes
y de los mandos que habían pasado a Francia regresara a
la zona centro-sur.
Se puede argumentar, y se argumenta, que la correlación
de fuerzas y de medios en su conjunto nos era desfavora
ble, lo que es cierto. Pero si la comparamos con Cataluña,
esa correlación de fuerzas y de medios nos era mucho más
favorable en la zona centro-sur que en la zona catalana,
como hemos podido ver más arriba.
En cuanto a territorio, la zona centro-sur comprendía
unas diez provincias, la mayor parte completas y algunas
otras divididas por las líneas del frente, con un total de
120 000 km2 y nueve millones de habitantes. Con ciudades
como Madrid, Valencia, Alicante, Albacete, Murcia, Alme
ría, Jaén, Cuenca, Guadalajara y Ciudad Real. Tenía la zona
más de 700 km de costa con un respetable número de puer
tos, entre ellos los importantes de Valencia, Alicante, Al
mería y el de Cartagena con su base naval.
En relación con el abastecimiento, aparte del aprovi
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sionamiento que se podía seguir recibiendo por mar — no
se debe olvidar que contábamos con una Marina de guerra
muy superior a la del enemigo para defender nuestras co
municaciones marítimas, sobre todo si se estaba dispuesto
a jugarse el todo por el todo y obligar a la flota a que die-
ra la cara— , estaban en nuestro poder zonas de gran ri
queza agrícola como las de Valencia, Alicante, Murcia, Ciu
dad Real y Jaén.
Había, pues, territorios y medios para, en el peor de los
casos, continuar la guerra seis u ocho meses más. La se
gunda guerra mundial comenzó tan sólo cinco meses des
pués de terminada la contienda de España. Claro que se
puede pensar, como digo anteriormente, que de no haber
terminado la guerra de España, Hitler no se hubiera lanza
do a un conflicto armado global y hubiese esperado un
poco. Es posible que sí, pero tampoco está descontado lo
contrario.
Pero vamos a aceptar lo peor para nosotros, es decir,
que la guerra hubiese terminado con nuestra derrota total
seis u ocho meses más tarde. De haberla terminado dig
namente, en la unidad, como en Cataluña, los resultados
hubiesen sido muy diferentes para toda nuestra lucha pos
terior, pues las consecuencias de la ruptura del Frente
Popular, a tiros, están ahí: todavía la unidad entre las fuer
zas de izquierda no ha sido rehecha.
El argumento principal de los sublevados casadistas era
que querían conseguir una paz honrosa y evitar víctimas
inútiles a las fuerzas republicanas; los resultados también
están ahí, a la vista de todos: cientos de miles de fusila
dos. Creo que no puede haber duda de que, de haber com
batido, las bajas republicanas hubiesen sido mucho meno
res que las que hubo sin combate y que, por el contrario, el
enemigo hubiese terminado la guerra mucho más debili
tado. Pero incluso para conseguir un acuerdo de paz con
los franquistas, sólo mediante la firmeza y la disposición
de continuar la lucha se podía abrir tal posibilidad.
Si los franquistas hubiesen visto que estábamos dis
puestos a repetir lo de Cataluña — combatir hasta el últi
mo palmo de tierra y destruir todo lo que pudiese hacer
más lento su avance, y otras muchas cosas— , no hay duda
que hubiesen mostrado una actitud menos intransigente.
Esas y muchas otras cosas nos deben hacer pensar en
lo que se podía hacer en esos siete u ocho meses, incluso
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en el caso de dar la guerra por perdida, sobre todo tenien
do en cuenta la experiencia negativa de Cataluña, donde
nada había quedado organizado detrás de nosotros, y el
trágico ejemplo del paso a Francia, de lo que nos esperaba
si éramos derrotados: campos de concentración, miseria,
trato infame, cárceles y fusilamientos. Esos siete u ocho
meses habrían servido para hacerles pagar aún más cara
la victoria a los franquistas — en caso de que la obtuvie
ran— y, sobre todo, para tomar toda una serie de medidas
con el fin de organizar la continuación de la lucha por
otros medios y otras formas.
Nos habrían permitido crear organizaciones de Partido
con medios de propaganda y de todo tipo para actuar en
la clandestinidad en las ciudades y en los pueblos, así como
establecer miles de depósitos de armas, municiones, víve
res y otros medios de subsistencia y de combate.
Miles de mandos, de combatientes, de responsables po
líticos, sindicales y estatales de los más comprometidos
podrían haberse salvado de la muerte si en los primeros
días de la derrota hubieran tenido donde esconderse, hu
biesen tenido en ciudades y montañas un refugio y una
base organizada de antemano para continuar la lucha.
Lo anterior no quiere decir que esto no se pudo o no se
debió hacer, pese a cuándo y cómo se terminó la guerra,
si la dirección del Partido hubiera cumplido con su deber.
Dolores Ibárruri escribe en su libro E l único camino:
«De ahí que no preparásemos a nuestros camaradas para
hacer frente a cualquier contingencia en nuestra retaguar
dia, de ahí la ausencia de previsión ante la posibilidad de
la derrota. N i imprentas, ni papel, ni radio, ni dinero, ni
casas, ni organización ilegal. Nada habíamos preparado.»
Bien caro habían de pagar nuestro partido y nuestro
pueblo esta falta de previsión.
Sí, parte de los dirigentes máximos del Partido y de las
JSU de aquella época, muchos de los cuales lo siguen sien
do en la actualidad del Partido carrillista, son culpables
de muchas de las tragedias de aquel período, que ellos
quisieran ocultar hoy con nuevas marrullerías. Son culpa
bles, sobre todo, de la falta de previsión y medidas para
la continuación y actividad del Partido en las condiciones
de la derrota.
Es claro que la aceptación de una u otra tesis lleva con
sigo el estudio y análisis de los hechos y del papel de unas
20
Querer explicar el golpe
de Casado exclusivamente
por la traición de una serie
de gentes y de las presiones
y manejos del gobierno inglés,
podía parecer cómodo, pero
no era ni convincente ni real.
22
del Partido se habría preocupado de ayudar a nuestras or
ganizaciones y militantes en las zonas ocupadas por los
franquistas desde los primeros días de la sublevación y,
e n primer lugar, de ayudar a las guerrillas que habían sur
gido espontáneamente en muchas de esas zonas.
En los últimos días de la guerra las directivas dadas
por la dirección del Partido a los camaradas fueron de
trasladarse a Valencia y Alicante por todos los medios a
su alcance. Por su parte, y siguiendo la orientación y las
órdenes dadas por la dirección del Partido, los miembros
del Comité Central que quedaron en la zona centro-sur al
acabarse la guerra, dedicaron todas sus energías y los me
dios del Partido a salir al extranjero. Algunos de ellos regre
saron luego al país desde América, pero el regreso de unas
docenas de camaradas al país y la muerte heroica de la
mayor parte de ellos no puede servir para encubrir la falsa
orientación dada al Partido por su dirección. En tal caso
es una nueva acusación, pues si esos camaradas, en vez de
salir al extranjero para luego volver a entrar, se hubieran
quedado en el país con determinadas condiciones de vida
y de trabajo, lo más seguro es que se habrían salvado. No
debe olvidarse que la casi totalidad de los camaradas de
tenidos después de regresar del extranjero lo fueron nada
más llegar. Y hay pruebas de que a más de uno la policía
ya lo estaba esperando antes de llegar.
La voluntad de vencer desempeña un papel de enorme
Importancia para obtener la victoria en toda lucha, ya sea
armada, política o de otro tipo. Esa voluntad de vencer la
había en la inmensa mayoría de los que durante la guerra
defendimos la República, lo mismo en los frentes que en
la retaguardia. Pero esa voluntad le faltaba a la mayoría
de los que dirigían esa lucha en los más altos escalones,
incluida una parte de los miembros de la dirección del PCE
y de las JSU. Voluntad de vencer la tenía José Díaz, pero
estuvo enfermo la mayor parte de la guerra y por eso im
posibilitado de dirigir. La tenían Pedro Checa y Vicente
Uribe; la tenían Daniel Ortega, Domingo Girón, Guillermo
Ascanio, Cayetano Bolívar, Manuel Recatero, Cristóbal Va-
lenzuela, Trifón Medrano, Andrés Martín, José Cazorla, Eu
genio Mesón, Lina Odena y otros muchos dirigentes del
PCE y de las JSU que lo supieron demostrar en los cam
pos de batalla y frente a los piquetes de ejecución casadis-
las y franquistas. Pero qué poquitos hay hoy en el Comité
23
Ejecutivo y Comité Central carrillistas que en aquella épo
ca dieran pruebas de voluntad de vencer, a pesar de que
por los cargos que desempeñaban en la dirección del Par
tido y de las JSU tenían la posibilidad de hacerlo.
Los militantes del PCE y de las JSU cumplieron magní
ficamente con su deber. Derrocharon heroísmo, valor físi
co, capacidad organizativa y dignidad. Pero no hay derecho
a parapetarse tras la obra de los militantes para seguir
presentándose como unos dirigentes que todo lo han hecho
magníficamente y que a ellos se deben los éxitos del PCE.
Esos éxitos han existido a pesar de que una buena parte
de esos dirigentes que hoy siguen a la cabeza del Partido
carrillista no cumplieron con su deber.
De las debilidades de esos dirigentes en la guerra y en
su conducta posterior había de aprovecharse Carrillo por
los años cuarenta y cincuenta para someterlos a su com
pleto dominio, como iremos viendo a lo largo de los años.
En las discusiones de Moscú mostré mi acuerdo con las
opiniones de José Díaz de que había sido un grave error
que después de la batalla del Ebro — y más aún a partir
de los primeros días de enero, cuando la pérdida de Cata
luña se veía venir, sobre todo si tenía que seguir defen
diéndose exclusivamente con sus propios medios, como su
cedió— lo fundamental del BP y de la dirección de las JSU
no se trasladara a la zona centro-sur, que era donde se po
día ayudar a Cataluña. Pero al mismo tiempo que daba mi
acuerdo a esa opinión, sostuve que consideraba que el error
venía de más atrás, al trasladar a Barcelona, ya antes del
corte de la zona republicana en dos, pero sobre todo des
pués del corte, a la totalidad de los miembros del BP y
una parte fundamental del CC, así como de la dirección
de las JSU y otros cuadros.
Opiné también que querer explicar el golpe de Casado
exclusivamente por la traición de una serie de gentes y de
las presiones y manejos del Gobierno inglés, podía parecer
cómodo, pero no era ni convincente ni real. Afirmé que,
según mi opinión, sería necesario examinar cómo se había
llegado a esa situación, el papel de las diferentes fuerzas
y responsabilidades entre nosotros mismos, comenzando
por el BP y cada uno de sus miembros. Estas y otras opi
niones que allí expuse se habrían de ir confirmando en mí
a lo largo de los años al ir conociendo hechos, conductas y
actitudes que en esos momentos ignoraba.
24
La discusión, repito, no era nada fácil, y según iban pa-
sando los días y las semanas se iba complicando y agriando
cada vez más, lo mismo entre nosotros, los españoles, que
con e l Secretariado de la IC. Cada día que pasaba se afir
maba en mí la idea de que se quería llegar a unas conclu
siones pero sin ir realmente al fondo de los problemas.
Y así, a mediados de agosto, se dieron por terminadas las
dis cusiones, tanto entre nosotros como con el Secretariado
de la IC. En una reunión — la última— , José Díaz hizo toda
una serie de proposiciones y todas ellas fueron aprobadas.
E n tre éstas estaban: que Uribe, Hernández, Comorera y
Checa salieran para diferentes países de América. Lo que
hicieron en las semanas siguientes. Hernández, con su mu
jer, tuvo que volverse desde Suecia y ya se quedó en la
Unión Soviética hasta últimos de 1943, en que salió para
México. Los demás llegaron normalmente a sus destinos.
Se aprobó asimismo que los miembros del BP en Fran
cia, G iorla, Delicado y Antón, y los del CC, Santiago Álva-
rez y otros, continuaran en ese país, encargándose de orga
nizar el Partido allí. Dolores y Castro pasarían a trabajar
en la IC y el propio José Díaz entraría a formar parte del
Secretariado de la misma. Modesto y yo ingresábamos en
la Academia Militar Frunze para hacer un curso de tres
años. En cuanto a Carrillo nada se dijo ni acordó.
Por su parte, el Secretariado de la IC decidió el regre
so de Togliatti a Francia, donde fue detenido unos meses
más tarde, pero logró salir de la cárcel y regresar a Moscú
gracias a la ayuda del Gobierno soviético.
Durante esas discusiones en Moscú hubo para mí mu-
chas cosas incomprensibles, que sólo con el correr de los
años y al ir conociendo hechos, opiniones y personas se
fuero n aclarando. Lo cual no quiere decir que no queden
puntos oscuros para mí. Una de las cuestiones incompren
sibles para m í — en el momento de producirse— fue la li
quidación brutal de las discusiones entre nosotros y de
nosotros con el Secretariado de la IC. Esa forma de poner
fin a una discusión donde se habían tratado problemas muy
serios sin llegar a ninguna conclusión ni acuerdo sobre los
temas examinados, me parecía un escamoteo puro y sim
ple. Sólo más tarde había de ir conociendo toda una serie
de hechos relacionados con nuestra guerra que habían su
cedido durante ésta o que seguían sucediendo. Entre ellos
uno, y no pequeño, es lo que estaba sucediendo con mu
25
chos de los mandos militares y políticos soviéticos que ha
bían participado directa o indirectamente en la guerra de
España.
Los dirigentes soviéticos no tenían interés en que la
profundización en el examen de los acontecimientos en Es
paña y de las actividades de los consejeros, delegados de
la IC, miembros de las Brigadas Internacionales, etc., nos
llevara demasiado lejos.
Otro problema muy serio era la propia situación del
PCE, debido a la actitud y conducta de parte de sus miem
bros de dirección que, aprovechándose de las dificultades
que nos creaba la derrota y la división geográfica del Par
tido y de sus órganos dirigientes, actuaban según les pare
cía a ellos. La derrota en la que tales dirigentes tenían una
seria responsabilidad les venía bien para sacudirse la dis
ciplina del Partido. ¡Caro pagaríamos ese escamoteo!
Las discusiones fueron para mí el descubrimiento de
un mundo nuevo. En el período anterior a la guerra yo
había dirigido la rama político-militar del Partido y en
marzo de 1937 fui elegido miembro del CC, mas toda mi
actividad se desarrolló en los frentes de batalla. Asistí a
dos plenos del CC, pero mis deberes en el frente no me
permitían ausentarme muchas horas ni tener una relación
muy frecuente con el Buró Político. Por eso, lo que yo iba
conociendo del funcionamiento de éste y de sus diferentes
miembros era por conversaciones con camaradas y no por
una participación directa en la dirección.
En las discusiones de Moscú, ante mí se iba abriendo
un panorama que me llevaba de sorpresa en sorpresa. Co
bardías y corrupciones aparecían en la vida y conducta de
algunos de los presentes y de otros que no estaban pero
que eran miembros de la dirección.
Estoy plenamente convencido de que si en 1939 se hu
biese hecho un verdadero análisis de la derrota que aca
bábamos de sufrir, sus causas y las responsabilidades que
nos incumbían individual y colectivamente, muchos erro
res posteriores hubiesen podido ser evitados. Y, sobre todo,
Carrillo no hubiese podido someter a su total dominio a
esos dirigentes. Ésa es una de las explicaciones, no la úni
ca, de cómo Carrillo pudo llegar a ser el amo del PCE y
llevarlo a su destrucción.
N o estarán de más unas palabras en relación con la
cuestión de las academias militares.
26
A mediados de junio, Manuilski nos comunicó que se
nos ofrecían entre veinticinco y treinta plazas en la Acade
mia Militar Frunze y seis en la de Estado Mayor. Se nom
bró una comisión formada por Checa, Castro y yo para
preparar la lista de candidatos, que al final quedó com
puesta de la siguiente forma: Modesto, jefe de ejército;
Tagüeña y yo, jefes de cuerpo; Merino, Rodríguez, Beltrán,
Soliva, Marín, Ortiz, Feijoo, Usatorre, jefes de división;
Artemio, Garijo, Aguado, García Victorero, Álvarez, Justi
no, Casado, Muñoz, Carrasco, Sánchez, jefes de brigada;
Boixó y Carrión, jefes de batallón; de Artillería, Sánchez
Thomas; de Ingenieros, Bobadilla; de Aviación, Vela; de
Marina, Menchaca. A esta lista de veintisiete fue agregado
luego, por indicación de los soviéticos, el Campesino, que
a los pocos meses de comenzado el curso fue dado de baja.
Para la Academia de Estado Mayor fueron destinados:
A. Cordón, J. M. Galán, Ciutat, Prados, Márquez y Sierra.
En septiembre de 1939 comenzamos los estudios en las
dos academias. El curso era de tres años, pero al produ
cirse la agresión hitleriana contra la URSS el 22 de junio
de 1941, la Frunze pasó a ser una academia de seis meses
para oficiales hasta el grado de capitán. Los alumnos y la
mayor parte de los profesores marcharon al frente, y no
sotros, de alumnos pasamos a profesores. Posteriormente,
nuestro colectivo se fue disgregando. Una parte se fue a
form ar parte del movimiento guerrillero en la retaguardia
enemiga; Modesto, Cordón y yo fuimos ascendidos a gene
rales y enviados al Ejército polaco, organizado en la Unión
Soviética. En él, Cordón pasó a form ar parte del Estado
Mayor; Modesto al mando de la primera división, y yo de
la segunda. El resto continuaron de profesores.
Por nuestra participación en la preparación y mando
del nuevo Ejército polaco, Modesto y yo habíamos de re
cibir en 1946, de manos del presidente Beirut, la más alta
condecoración polaca, la Cruz de Grünwald.
¿Qué es hoy de todos esos militares? Boixó y Feijoo mu
rieron durante la guerra contra los hitlerianos. Aguado y
Modesto murieron en Praga. Soliva, García Victorero, Mu
ñoz y Vela murieron en España. Bobadilla, Usatorre, Ca
rrasco y Álvarez murieron en la Unión Soviética. Casado
murió en Cuba. Tagüeña y Beltrán murieron en México.
Cordón murió en Italia. El resto andamos por el mundo.
27
Capítulo II
FEBRERO DE 1945
ENCUENTRO CON CARRILLO EN PARIS
28
Dimitrov me comunicó entonces que los especialistas
habían estudiado ya las posibles rutas para llegar a Fran
cia; que para nosotros se había previsto el viaje a través
de Yugoslavia, y para Dolores a través de El Cairo.
El 7 de noviembre de 1944 Modesto, Cordón y yo sali
mos de Moscú en un avión especial. Después de hacer no
che en el camino, el 8 llegamos a Bucarest, donde perma
necimos hasta el día 11, en que salimos para Belgrado,
llegando allí el mismo día.
En Belgrado surgieron dificultades para continuar el
viaje, lo que nos obligó a quedarnos allí más tiempo del
que pensábamos. Aprovechamos ese tiempo para estudiar
las experiencias de la lucha de las guerrillas y del Ejército
Popular yugoslavo, al que estuvimos incorporados con
nuestros grados de generales y de cuyo mando recibimos
toda clase de atenciones y facilidades, pasando a formar
parte del Estado Mayor personal de Tito y viviendo en su
propia residencia.
Por fin llegó para Modesto y para mí la posibilidad de
proseguir el viaje a través de Roma, donde estuvimos dos
días, teniendo que quedarse Cordón en Belgrado algún
tiempo.
Al llegar a París, en febrero de 1945, informé a Carrillo
de las opiniones y planes expuestos por Dimitrov. Me con
testó que con esos planes lo que haríamos sería sacarles
las castañas del fuego a socialistas y anarquistas, que es
taban en mejores condiciones que nosotros para tomar en
sus manos la dirección de una salida democrática y que,
además, contarían con la ayuda real y directa de ingleses,
americanos y franceses, mientras que nosotros no recibi
ríamos de los soviéticos más que consejos, que de nada nos
servirían.
Yo casi no conocía personalmente a Carrillo. Lo había
visto dos o tres veces durante la guerra, ninguna de ellas
en el frente, y más tarde una vez en Moscú, en 1939.
A principios de 1945, Carrillo lo tenía todo en sus ma
nos. Él había llegado a Francia en noviembre y se había
apoderado no sólo de la dirección política, sino de todos
los medios materiales del Partido.
Por fin llegó Dolores. Una espléndida villa, criados, es
colta, y todo lo demás seleccionado por Carrillo, la espe
ran. Y Carrillo la convence de que las opiniones y planes
para el desarrollo en gran escala de la lucha guerrillera y
29
la creación de un órgano de dirección política a tono con
ese tipo de lucha, no tienen aplicación posible en España.
A pesar de esa actitud negativa de Carrillo, aceptada
por Dolores y luego por otros miembros de la dirección
del Partido según fueron llegando a Francia, Stalin conti
nuó llevando consecuentemente la lucha por barrer el fran
quismo del poder y devolver al pueblo español un régimen
democrático.
Del 17 de julio al 2 de agosto (1945), tuvo lugar la Con
ferencia de Potsdam. En ella el caso español fue discutido
repetidas veces en sesiones plenarias y en reuniones de
comisiones. Stalin y Churchill llegaron a discusiones muy
agrias sobre esa cuestión.
En la sesión plenaria del 19 de julio, es decir, a los
dos días de abrirse la Conferencia, la delegación soviética
presentó un memorándum en el que, entre otras cosas, se
decía textualmente:
30
velt y Churchill. En la primera y al tratar de Europa, se
decía: «Eliminar la tiranía y la esclavitud, la opresión y la
Intolerancia.» En cuanto a la Declaración de Yalta, firmada
por las tres mismas personas el 12 de febrero de 1945,
decía:
31
J. Modesto, F. Cordón y el autor fueron ascendidos
simultáneamente a generales del Ejército
soviético durante la segunda guerra mundial.
34
Sucesivas resoluciones de la ONU
35
te de E u r o p a oriental. E n segundo lugar, en el verano de
1940 E sp a ñ a ocupó Tánger, violando el E s ta t u to interna
cional de esta ciudad, y, p or el hecho de m a n te n e r un ejér
cito en el M arruecos español, inm ovilizó efectivos conside
rables en el norte de África.
c) D o c u m e n to s incontrovertibles p ru eb a n que Franco
fu e culpable, en unión de H itler y Mussolini, de haber f o
m e n ta d o la guerra contra los países que, en el transcurso
de la guerra m undial, han llegado a asociarse con el n o m
bre de Naciones Unidas. E n el plan de esta conspiración
estaba previsto que la participación integral de Franco en
las operaciones de guerra sería diferida hasta el m o m e n t o
en que se decidiera de c o m ú n acuerdo.
L a A samblea G eneral
R e c o m ie n d a :
36
de sus ciudadanos, el Consejo de Seguridad reconsidere
n u e v a m e n te la adopción de m e d id a s adecuadas, con el fin
de rem ed iar la situación que prevalezca.
37
arreciar en el desarrollo de la acción guerrillera y de las
demás formas de lucha, se prefirió que Carrillo pasase a
ser ministro de un gobierno que estaba en contra de la
lucha guerrillera y de cualquier otra forma de lucha arma
da. Y la dirección del Partido, en vez de pedir a nuestros
amigos que ya estaban en el poder en los diferentes países
europeos su ayuda para reforzar la lucha, lo que les pidió
fue que reconocieran al Gobierno en el que había ingresa
do Carrillo. Y la mayor parte de esos países lo hicieron,
pero no la Unión Soviética, que estaba convencida de que
eso no era más que una farsa.
No estará de más recordar que Carrillo fue nombrado
ministro por el presidente Diego Martínez Barrio, el 1 de
abril de 1946. De lejos le viene, pues, a Carrillo su apetito
ministerial. En esos años, Carrillo no tenía ninguna prisa
en la salida democrática para España. Los máximos diri
gentes conocidos del Partido eran otros, y en una situación
de desarrollo normal del Partido, él no tenía ninguna po
sibilidad de llegar a la Secretaría General. Él lo sabía, y
por eso lo que le interesaba era ganar tiempo y posiciones
con el método maniobrero que le es propio, ir deshacién
dose del máximo de futuros oponentes a sus planes.
¿Para qué sirvieron esos Gobiernos? Para nada útil.
¿A qué fue Carrillo a ese Gobierno? ¿A combatir para que
adoptase una línea de lucha, de reconocimiento y apoyo
a las guerrillas y a las otras formas de verdadera lucha
en el país? ¡Ni hablar! Carrillo utilizó el movimiento gue
rrillero para conseguir sus objetivos personales y no la vic
toria del pueblo. En la época de las guerrillas consiguió
ser ministro de un Gobierno que no quería ni oír hablar
de la lucha guerrillera. En esos años, 1945-1946, cuando lo
que hacía falta era volcar en la lucha armada el máximo
de medios posible, todo lo que preocupaba a Carrillo es
ser un buen chico en un puesto de ministro del Gobierno
republicano. Ahora aspira a algo más «elevado», a ser
ministro en un Gobierno de derechas.
En 1945, al encontrarnos en Francia los cuadros diri
gentes del Partido —separados desde 1939—, pudimos, y
debimos, hacer el análisis que no se hizo en 1939, agregan
do a ese examen el del período comprendido entre 1939-
1945. Si lo hubiésemos hecho así, quizá habríamos com
prendido cuál era la situación del problema español en
aquel momento y qué podíamos y debíamos hacer y, sobre
38
esa base, elaborar una línea política correspondiente a esa
situación.
En aquel momento hubiese sido lógico examinar la ac
tividad del Partido durante esos seis años, lo mismo en Es
paña que en toda una serie de países en los que teníamos
núcleos importantes de camaradas. Y hubiera sido obliga
torio, asimismo, un examen de cómo había cumplido cada
miembro de la dirección del Partido con sus deberes en
los lugares en que había trabajado durante los seis años
de separación.
Entonces se hubiese visto que la conducta y el compor
tamiento político y moral de la inmensa mayoría de los
militantes de nuestro Partido, lo mismo en Europa que en
América, en África y sobre todo en España, había sido
ejemplar, mientras que la conducta y el comportamiento
de una parte de los dirigentes en la emigración había de
jado bastante que desear. Dolores Ibárruri, Carrillo, Mije,
Antón, Delicado, son buenos ejemplos de lo que decimos,
aunque no eran los únicos.
Si un tal examen se hubiera hecho, a más de uno se le
habrían bajado los humos de gran señor, entrando en la
nueva etapa con una conducta política y moral a tono con
lo que debe ser un dirigente del Partido. Nada de eso se
hizo y así marcharon las cosas.
Todo examen serio fue ahogado. Había muchas cosas
sucias, muchas cobardías que los que debían hacer el exa
men tenían interés en ocultar. Y, lo mismo que luego, la
alianza para la conspiración del silencio se hizo a costa
del Partido.
Sí, debieran haber sido examinadas muchas cosas y
conductas, algunas de las cuales no hago más que apuntar
aquí, pero que un día, cuando se haga la verdadera histo
ria del Partido, habrá que tratar con toda la profundidad
que merece y hacer sobre ellas toda la claridad necesaria.
Pleno de Toulouse
39
nes de Comité Central ni de conferencia del Partido, aun
que hábilmente eran presentados como tales. En la prác
tica, eran plenos de nuestra organización en Francia. E l
de 1945 fue, como digo, del más puro triunfalismo, dema
gógico y de escamoteo de todo examen de los verdaderos
problemas. Pero tuvo algo más grave; y es que en ese ple
no se sentaron las bases de toda la política oportunista y
revisionista que, pasando por las etapas de la «reconcilia
ción nacional», del «pacto por la libertad» y otras, había de
ir deshaciendo el Partido y convirtiendo el poderoso movi
miento comunista español en ese revoltijo de «partidos» y
«partiditos», grupos y «grupúsculos», «oposiciones de iz
quierda», «organizaciones unitarias» y muchas cosas más
que hoy existen.
A raíz de ese pleno se acordó, a propuesta de Carrillo,
que D. Ibárruri escribiera una carta a toda una serie de
dirigentes de los partidos y organizaciones antifranquistas
españoles proponiéndoles una consulta al pueblo. Se acor
dó asimismo visitar a aquellos de esos dirigentes que fue
se posible. Se examinaron nombres de los posibles visita
dos y de los posibles visitadores. A mí me tocó visitar a
Casares Quiroga, Portela Valladares y, sobre todo, a Largo
Caballero, pues se consideraba que podría ser a mí al úni
co que estuviera dispuesto a recibir, pues era, de entre
todos, también el único que no había empleado la navaja
cabritera contra él.
Las entrevistas con Casares Quiroga y Portela Vallada
res fueron fáciles, pues ya existían relaciones entre noso
tros por pertenecer los tres al Frente Nacional Gallego, que
funcionaba en Francia en esa época.
Conseguir el encuentro con Largo Caballero a través de
su secretario Aguirre tampoco fue difícil. La entrevista fue
cordial. Le expliqué nuestras opiniones y puntos de vista
sobre la situación y nuestras propuestas. Él me explicó las
suyas. Entre otras cosas me habló de sus planes para unir
a los socialistas y de las dificultades con que tropezaba en
esa tarea. Dijo que «son muchas y muy profundas las he
ridas que tus amigos me han causado; pero es mucho más
importante la tarea que tenemos ante nosotros de liberar
a nuestro pueblo del fascismo». Y agregó que podríamos
vernos todas las veces que yo quisiera.
La entrevista fue, repito, francamente cordial, y lo que
menos yo podía imaginarme es que a ese hombre, que vi
40
lleno de energía y planes de lucha, había de despedirle
unos meses más tarde llevado por una muerte cruel que
venía a cerrar una larga vida de dignidad y de lucha por
la gran causa del socialismo.
Se recibió una cierta cantidad de respuestas —cuyos
originales conservo yo— a la carta de D. Ibárruri, aunque
todas ellas rechazando la propuesta. Respondieron: el di
rigente gallego A. R. Castelao, Portela Valladares, Luis Ji
ménez de Asúa, Luis Fernández Clérigo. Todos ellos tenían
una posición más avanzada en cuanto a la salida democrá
tica para España que la que, en esa época, comenzaba ya
a tomar la dirección del PCE.
Las cartas estaban firmadas por D. Ibárruri, pero el ins
pirador del contenido era Carrillo. Lo que pasa es que, en
aquella época, Carrillo era mucho más cauteloso de lo que
lo es hoy. Por ejemplo, en un mitin dado en la piscina de
Toulouse el 1 de abril de 1945, lanzó por primera vez la
consigna de «huelga general política», pero tuvo buen cui
dado de agregar «que apoyará la insurrección nacional».
Con el tiempo, la «insurrección nacional» había de quedar
reducida a «huelga nacional pacífica».
Carrillo, desde su llegada a Francia, había venido reali
zando su propia política a espaldas del Partido, como de
muestra, entre otros muchos ejemplos, ese par de párrafos
de la carta respuesta de 22 de diciembre de 1945 del políti
co Miguel Maura:
41
nuestra política los cambios a que me referiré a conti
nuación.
Pero esto lo hacíamos, una vez más, sin un verdadero
análisis de la etapa que acabábamos de recorrer, y sin un
estudio de los errores que habíamos cometido. Y presen
tamos al Partido la idea de que habíamos introducido cam
bios no porque estuviéramos llevando una política equivo
cada, sino porque había un cambio en la situación. De esta
forma le servimos al Partido, en 1948, unos cambios de
situación que habían tenido lugar —lo mismo en España
que a escala internacional— en 1944 y 1945. Es decir, mar
chábamos a remolque de los acontecimientos con varios
años de retraso.
Un verdadero análisis de la situación nacional e inter
nacional en 1945, colocando las diferentes formas de lucha
—entre ellas la lucha guerrillera— en ese marco y escu
chando las opiniones de los representantes de la mayor
parte posible de unidades guerrilleras y de los que dirigían
en el país las diferentes formas de lucha, nos hubiese lle
vado, sin duda de ninguna clase, a conclusiones y medidas
muy diferentes a las que se tomaron. Pero lo que querían
Carrillo y sus patrones es lo que se hizo, pues las guerri
llas no eran para él otra cosa que un medio en sus mane
jos hacia la jefatura del Partido.
42
C apítulo III
M O V IM IE N T O G U E R R IL L E R O E N E S PA Ñ A
(1936-1951)
43
f u e r o n decenas de m i le s — o refu g ia rse en las m ontañas
para d e f e n d e r sus vidas. Así n a c ió el m o v i m i e n t o g u e r r i l l e
ro, q u e d u ra n te la década del 40 f u e r o n e n g r o s a n d o o t r o s
a n tifr a n q u is ta s f u g i t i v o s de la repres ión .
E l P a r t i d o C o m u n i s t a de España, p o r e j e m p l o , en un p e
r í o d o de tre in ta años ha te n id o q u e m o d i f i c a r su táctica
en d ife re n te s ocasiones: lu ch a p a c íf ic a p r i m e r o ; p a r t i c i p a
c i ó n en la i n s u r r e c c i ó n de Astu ria s en 1934; lu ch a p a cífica
e l e c t o r a l en 1936; lu ch a a rm a d a c o n t r a el f a s c i s m o de 1936
a 1939; lu ch a c la n d e s tin a ; m o v im ie n to g u e r r ille r o con tra
el fa s cis m o desde 1944 hasta 1947-1948.
44
En la Conferencia de Potsdam (1945), el caso español fue
discutido repetidas veces en sesiones plenarias
y en reuniones de comisiones; Stalin y Churchill
llegaron a discusiones muy agrias sobre esa cuestión.
máticamente a toda ayuda. Esas gentes fueron enemigas
encarnizadas de la organización de la guerra de guerrillas
en la retaguardia enemiga. Se negaron de manera sistemá
tica a toda ayuda en cuadros, material y dinero a los des
tacamentos que se. habían organizado espontáneamente.
Sancionaban a los jefes militares y perseguían a las orga
nizaciones políticas que hacían algo para organizar esta
forma de lucha. Encarcelaban, cuando regresaban del cam
po enemigo, a los hombres que habían ido a cumplir mi
siones guerrilleras o a ponerse en contacto con los guerri
lleros que combatían en la retaguardia franquista.
Decenas de delegados de destacamentos guerrilleros de
Andalucía, Extremadura, Galicia, León y otros lugares lle
gaban a la zona republicana para pedir material, directri
ces, etc., y en cuanto los diferentes ministros de la guerra
y sus subordinados los cogían por su cuenta, hacían todo
lo posible para desmoralizarlos y dar largas, continuando
firmemente su política de sabotear las guerras de guerrillas.
Desde las primeras semanas de la guerra, en el 5.° Regi
miento nos planteamos la necesidad de prestar atención a
esta forma de lucha, y, primero directamente y después
a través de determinadas unidades militares, tomamos cier
tas medidas prácticas para organizaría a espaldas de los
que se oponían a tal tipo de lucha. A espaldas, pues, de
ministros y jefes militares profesionales creamos algunas
escuelas guerrilleras para completar los conocimientos
prácticos adquiridos en la lucha. Los cursos intensivos du
raban de seis a ocho semanas y en ellos, además de la tác
tica de guerrillas, se enseñaban elementos de táctica de
infantería, de explosivos, de topografía, de tiro y de cono
cimientos políticos.
Al ocupar Negrín el Ministerio de la Guerra, se pudo ya
trabajar más libremente, y entonces se constituyó el
14 Cuerpo de Guerrilleros bajo el mando de Domingo Hun
gría y del comisario político Peregrín Pérez. Formaban el
cuerpo cuatro divisiones, que operaban en la retaguardia
enemiga de los frentes de Extremadura, Andalucía, Centro
y Aragón.
N o se trata de relatar aquí las hazañas realizadas en
aquel período por los destacamentos que espontáneamente
se habían creado y operaban en Galicia, León, Zamora, An
dalucía, Extremadura y otros lugares. Su lucha y las ac
ciones de los combatientes del 14 Cuerpo de Guerrilleros
46
organizado en tierra republicana obligaron a Franco a mo
vilizar muchas decenas de miles de hombres con la misión
exclusiva de proteger sus comunicaciones y sus industrias
de guerra contra los audaces golpes de los guerrilleros. Mu
chos falangistas fueron castigados y centenares de patrio
tas salvados de la muerte que les preparaban los fascistas
sublevados.
Pero todo eso era una ínfima parte de lo que se podía
y debía haber hecho. Ni los gobernantes ni otras gentes
quisieron comprender ni admitir que, en una guerra como
la nuestra, era obligatoria la combinación de la guerra
«normal» entre ejércitos regulares, en frentes organizados,
con la guerra de guerrillas.
Pero ¿qué ha hecho el BP del Partido, qué médidas ha
tomado, qué medios ha empleado, de los muchos que te
nía, para ayudar en el aspecto guerrillero durante los
32 meses de guerra a los camaradas y organizaciones del
Partido en la zona ocupada por los fascistas?
¡Cuánto heroísmo malogrado y qué formidable ayuda
pudo haber representado para los ejércitos republicanos
un potente movimiento guerrillero en la retaguardia ene
miga!
47
ras casi no existieron. Los guerrilleros se vieron obligados
a defenderse de las persecuciones de que eran objeto por
parte del régimen franquista, limitándose únicamente a ac
ciones cuya finalidad era conseguir medios para subsistir
y conservar la vida.
Los comunistas hicieron grandes esfuerzos para dar un
contenido antifranquista a las actividades de los millares
de combatientes que habían buscado en el monte refugio
a las persecuciones del terrorismo franquista.
Así comenzó a tomar de nuevo un contenido combativo
y político el movimiento guerrillero que, además de haber
alimentado en el pueblo durante esta etapa la confianza
en la reconquista de la libertad, contribuía poderosamente
a la lucha del pueblo español para evitar que Franco arras
trara a España a la guerra al lado de Hitler.
Durante todo el período de la segunda guerra mundial
y varios años después de terminada ésta, las agrupaciones
guerrilleras de Galicia-León, Asturias-Santander, Levante-
Aragón, Andalucía-Extremadura y el Centro combatieron
constantemente contra las fuerzas armadas y de orden pú
blico franquistas; atacaron cuarteles y centros de suminis
tros, nudos de comunicaciones, trenes militares y centrales
eléctricas; ejecutaron a centenares de fascistas que se dis
tinguían en la represión.
Ello obligó a la dictadura franquista a mantener en con
tinua movilización a gran parte de sus fuerzas militares
durante la segunda guerra mundial. De esta forma los gue
rrilleros españoles impidieron que esas fuerzas pudieran
ser utilizadas en la lucha al lado de las potencias fascis
tas. Basta decir, a título de ejemplo, que los quinientos
hombres con que llegó a contar la Agrupación de Levante
y Aragón tenían en jaque, en las provincias de Valencia,
Cuenca, Castellón de la Plana y Teruel, a unos 40 000 hom
bres de las unidades armadas del franquismo.
Los españoles, con su lucha guerrillera durante la se
gunda guerra mundial, le crearon a Franco obstáculos para
arrastrar a España a la guerra al lado de Hitler. Contribu
yeron modestamente, es cierto, pero contribuyeron a la vic
toria sobre los ejércitos fascistas. Los guerrilleros españo
les creían que la derrota de las fuerzas fascistas en el plano
internacional arrastraría tras de sí el régimen franquista.
Pero no se dedicaron a esperar pasivamente esa caída, y
después de la victoria aliada no abandonaron la lucha, sino
48
que la reforzaron con más ardor aún para llevar al pueblo
al levantamiento armado.
Después de la derrota de la República en 1939, la lucha
guerrillera ocupó — en el conjunto de la lucha del pueblo
español— un lugar de primer orden, y durante cierto pe
ríodo, un lugar decisivo en algunas regiones.
En las montañas de España y en algunas ciudades, gru
pos de patriotas abnegados se batieron heroicamente du
rante años. Eran los guerrilleros la vanguardia aguerrida
y ofensiva del pueblo español, organizados en una red de
destacamentos de combate que, con sus luchas heroicas y
sus golpes audaces a los representantes y defensores del
régimen franquista, despertaban el entusiasmo de amplios
sectores de la población, levantaban la moral del pueblo y
le daban la confianza en un mañana de libertad. En ese
período sólo existía libertad entre los guerrilleros.
Con la visita de los guerrilleros, muchos pueblos vivían
unas horas o unos días de libertad; veían ondear en la to
rre de la iglesia o del ayuntamiento la bandera republica
na, que les daba confianza en que el franquismo no sería
eterno y que la República volvería.
Los guerrilleros eran la continuación de la lucha que
libró el pueblo español durante 32 meses de guerra na
cional revolucionaria contra los sublevados franquistas y
los invasores nazifascistas por la soberanía del pueblo y la
independencia nacional de España. Eran el destacamento
armado de la resistencia española.
En ese destacamento hubo de todo. Hubo unidades dis
ciplinadas, con una alta moral política y combativa, cuyas
operaciones tenían un verdadero contenido antifranquista.
Hubo otras que no dieron totalmente el salto de «huido»
a verdaderos destacamentos guerrilleros. Pero en todo mo
mento la lucha guerrillera desempeñó un gran papel revo
lucionario, manteniendo la confianza del pueblo en la con
quista de la libertad.
Los años en que combatieron las guerrillas fueron años
terriblemente duros para el pueblo español. De ahí ese
importante papel de los guerrilleros.
Una estadística elaborada sobre la base de las propias
fuentes del régimen a mediados de 1946, muestra que en
aquella época habían en las cárceles 234 419 españoles.
Según declaraciones de un funcionario del Ministerio
de Justicia franquista, el corresponsal de la Prensa Aso
49
ciada Charles Foltz, entre abril de 1939 — fin de la guerra—
y julio de 1944 fueron ejecutadas en España 192 682 penas
de muerte. Muchos fueron asesinados por su participación
en la guerra; pero otros lo fueron por seguir manteniendo
encendida la llama de la lucha en el suelo de España y
alentando la fe en el pueblo, por seguir testimoniando ai
mundo que la democracia española no se rendía.
Contra los guerrilleros, el régimen franquista ha em
pleado lo más escogido de sus fuerzas represivas. El Cuer
po de la Guardia Civil, de 27 000 hombres que tenía du
rante la República fue aumentado a 100 000, y las escuelas
funcionaban a todo rendimiento, preparando nuevas pro
mociones de guardias; y esta fuerza, casi íntegra, se em
pleaba contra los guerrilleros. Más de veinte escuelas anti
guerrilleras funcionaban en diferentes puntos de España,
con la tarea de preparar, con hombres escogidos entre la
Guardia Civil, Legión y Regulares, destacamentos antigue
rrilleros que, lanzados a las zonas guerrilleras y haciéndo
se pasar por guerrilleros, descubrían a los que los apo
yaban.
Franco recurrió a todas las violencias para aniquilar las
guerrillas. Empleó toda clase de fuerzas y armas, desde
las divisiones del Ejército hasta contrapartidas guerrille
ras, poniendo en juego criminales recursos de provocación,
sobre todo en el campo. Arrasó pueblos y despobló comar
cas enteras.
La aviación de reconocimiento y bombardeo fue emplea
da en muchas zonas guerrilleras contra las que se sostuvo
una feroz guerra de tierra quemada, desalojando a los cam
pesinos de sus casas, obligándolos a dejar la aceituna pu
drirse en los árboles y las cosechas en las tierras, incen
diando los bosques y los campos donde creían se cobijaban
los guerrilleros.
El camino recorrido por las guerrillas había sido largo
y lleno de sacrificios y heroísmo en la lucha implacable
contra el enemigo fascista, al que habían asestado duros
golpes, conquistando la admiración y el cariño de las am
plias masas de nuestro país.
Regado de sangre generosa, cimentado sobre las vidas
de muchos centenares de los mejores hijos de los pue
blos de España, se había forjado ese magnífico movimien
to guerrillero que sacaba de quicio a Franco y a los fas
cistas.
50
En aquel período el Partido Comunista reforzó su apoyo
al movimiento guerrillero con el envío de hombres, mate
rial y dinero desde fuera, pero ese esfuerzo no fue hecho
en la medida necesaria y posible.
Es sobradamente conocido que los guerrilleros viven del
apoyo que encuentran en la población civil; pero no es
menos cierto que ese principio no debe tomarse en forma
absoluta. Existen toda una serie de medios técnicos y de
elementos de combate de muy difícil adquisición sobre el
terreno y que, al ser recibidos de otros lugares, facilitan
la capacidad combativa de las guerrillas.
El reclutamiento tiene una importancia vital para la
vida y continuidad de las guerrillas. Pues bien, en la época
a la que nos referimos había una verdadera afluencia de
voluntarios que pedían su incorporación al combate. He
aquí lo que dice un último jefe de las guerrillas de Galicia
sobre las posibilidades de reclutamiento existentes en aque
lla época:
«L a lucha era dura y no precisamente por falta de la
ayuda del pueblo sino, y sobre todo, por la carencia de
armas y municiones. Ya no éramos hombres escapados;
éramos combatientes antifranquistas. Las puertas se nos
abrían más fácilmente. Cada vez teníamos más hombres y
más necesidades. Estos jóvenes (pues eran jóvenes los que
luchaban en primer lugar en el llano y al ser descubiertos
subían a las guerrillas) pedían armas y municiones. N o po
cas fueron las decepciones al ver lo mal armados que es
tábamos. "Queremos armas", nos decían muchos, "dadnos
armas y subiremos, no sólo uno, sino por destacamentos
enteros”.»
Esos y otros testimonios, que se podrían aportar en
abundancia, permiten apreciar cómo a las guerrillas no les
faltaba el apoyo entre la población y, principalmente, en
tre los campesinos. Lo que faltó fue la ayuda técnica de
fuera y que el Partido pusiera al servicio de esa forma
de lucha todos los medios y los hombres que era posible
poner.
Se prestó poca atención a la creación y ayuda a los des
tacamentos guerrilleros de ciudad; que si bien es cierto
que su lucha era más expuesta y difícil, no lo era menos el
que sus golpes audaces tenían una gran repercusión en el
pueblo.
En aquellos años, y después de haberse batido contra
51
las fuerzas hitlerianas y reaccionarias en la segunda guerra
mundial, en Francia, en la Unión Soviética, en África y en
otros campos de batalla, volvieron a España decenas de
camaradas con misiones de dirección y de mando de las
unidades guerrilleras. Antes de salir para el país, estos ca
maradas asistían a unos cursillos político-militares donde
se compenetraban con la situación nacional e internacio
nal y la política del Partido y en cuestiones concernientes
a la acción guerrillera, teniendo en cuenta lo que las re
cientes luchas habían aportado a esta forma de combate.
La selección de esos hombres era tarea fácil, pues si
para desempeñar la jefatura de las guerrillas no basta un
nombramiento, se requiere, por el contrario, toda una se
rie de condiciones personales: saber mandar, valor, sere
nidad, carácter, simpatía, aptitud para captar situaciones
que a otros se les escapan, etc. Características que sólo se
descubren en el campo de lucha y que quienes más fácil
mente las descubren en los que las tienen son los mismos
compañeros de combate, los subordinados. El Partido te
nía a su disposición centenares de camaradas que habían
demostrado ya reunir las cualidades requeridas.
Pero no eran centenares sino miles los que podían y de
bían volver al país, los que podíamos y debíamos haber
vuelto, pues estamos hablando de hace cuarenta y tantos
años, cuando el Partido contaba con miles de miembros
con una gran experiencia de lucha armada y en plena ju
ventud. Era en España donde estaba nuestro puesto en
aquellos momentos, pero Carrillo tenía otros objetivos:
querer ser el dirigente máximo del Partido para llevarlo a
donde ahora está, y por eso no le convenía una solución
rápida del problema español porque el Partido habría es
capado a su control. Por eso se ha opuesto sistemáticamen
te a toda proposición de envío, en la cantidad que era
posible, de camaradas a los diferentes puntos del país don
de existían todas las condiciones para incorporarse a la
lucha guerrillera.
En cuanto al material, si bien es cierto que los enlaces
con el país, los «hombres de pasos» — como se los llama
ba— , fueron auténticos héroes y establecieron desde el Pi
rineo hasta lo más profundo del país decenas de depósitos
de armas y municiones donde se abastecían los guerrille
ros, no es menos cierto que ello era muy poco comparado
con lo que se pudo y debió hacer.
52
España, frente a los 667 kilómetros de fronteras con
Francia, tiene 3 114 de fronteras marítimas. A las costas
españolas se podía llegar no sólo desde Francia por los
dos mares, sino también desde el norte de África y desde
otros lugares.
Todo lo que pude conseguir después de mucho batallar,
fue la compra de un barco — a lo que me ayudó el cama-
rada del Partido francés Octavio Rabaté— , barco que lue
go fue muy poco empleado.
Pero, además, ¿a quién hemos pedido ayuda? Sólo a los
camaradas yugoslavos, y eso cuando ya estaba a punto su
ruptura con el Buró de Información.
Viaje a Belgrado
53
La disolución de las guerrillas
54
No estará de más recordar que
Carrillo fue nombrado ministro
por el presidente Diego Martí
nez Barrio el 1 de abril de 1946.
De lejos le viene, pues, a Carri
llo su apetito ministerial.
56
de, efectivamente, era, y con mucho, la forma principal de
lucha.
Al no hacerlo así, lo correcto hubiera sido no esperar
a últimos de 1948 para tomar la decisión de disolver las
guerrillas y luego haberlo hecho en la forma que se hizo, a
escondidas.
La lucha guerrillera constituyó la más efectiva respues
ta popular a la política terrorista del régimen franquista,
siendo un formidable factor revolucionario, decisivo en
todo un período y en determinados puntos del país. Pero
era necesario y posible sincronizar la lucha de los obre
ros, campesinos y guerrilleros para golpear al régimen en
la mayor cantidad posible de puntos, obligándole a disper-
sar sus fuerzas, y como estímulo para incrementar la lu
cha popular antifranquista.
Tomada la decisión de poner fin a la lucha guerrillera,
se debía haber hecho una declaración pública explicando
por qué se hacía, y haber tomado las medidas pertinentes
para salvar de la represión a los guerrilleros y personas
que podían ser perseguidas por colaborar con ellos. Por la
forma en que se aplicó la decisión de disolver las guerri
llas, éstas comenzaron a recibir golpe tras golpe, y los
franquistas se fueron apuntando victorias ante el pueblo,
haciendo ver que se debían a su fuerza.
Y a los que quieren demostrar la justeza de la decisión
tomada en 1948 y de las medidas para su aplicación, sa
cando a relucir la descomposición que se produjo en cier
las agrupaciones y destacamentos guerrilleros, no estaría
de más recordarles que eso pasó precisa y principalmente
después de octubre de 1948. Un ejemplo, entre otros mu
chos, de las falsificaciones carrillistas es un libro «escrito»
por un plumífero a sueldo de Carrillo y publicado en 1970
por la Editorial Ebro. Ese libro constituye un verdadero
Insulto a la lucha heroica de las guerrillas de España, pues
su autor ensucia y calumnia canallescamente a auténticos
héroes caídos en el cómbate o frente a los piquetes de eje
cución franquistas. La verdadera historia de las «Guerrillas
españolas del siglo xx», la que se hizo a tiros y bombazos,
está escrita con la sangre generosa de miles de héroes para
que ningún Carrillo o sus obedientes «escritores» la pue
dan manchar con sus sucios relatos.
57
Capítulo IV
PERSECUCIONES, R E P R E S IÓ N , TERROR,
C R ÍM E N E S E N EL PARTIDO
58
condenarse a muerte. Unos días más tarde se da cuenta
de los preparativos de su liquidación y se refugia en casa de
Una amiga, F. A., de donde se niega a salir hasta cuatro
meses más tarde que, desengañado Carrillo de la impo
sibilidad de liquidarlo, lo deja marcharse para la Unión
Soviética.
Al llegar a Moscú, Abad hace un informe de 120 páginas
para la dirección del PCE en el que hay un relato de la
actividad del aparato de Carrillo hacia el país y acusacio
nes muy graves sobre el funcionamiento de ese aparato y
la actividad y conducta del propio Carrillo y de sus más
cercanos colaboradores. Según toda una serie de datos y
elementos expuestos por Abad y de las conclusiones a que
él llega, la policía franquista está incrustada en el aparato
de Carrillo.
Abad entrega ese informe en Moscú a Dolores Ibárruri
y Fernando Claudín, y éstos, en vez de plantear la necesi
dad de una investigación, se dedican a aterrorizar a Abad
para que retire su informe. Y con amenazas y ofrecimien
tos de ventajas materiales, logran neutralizar a Abad y el
informe no es entregado a los miembros del Buró Político.
Pero el informe está en los archivos del PCE en Moscú, si
Carrillo y Dolores Ibárruri no lo han hecho desaparecer, y
debe ser uno de los documentos que deberá tener en cuen
ta la comisión que se encargue de investigar en su día ese
período de la vida del Partido Comunista de España.
En este período las medidas represivas que se venían
aplicando en nuestro Partido llegaron a un grado inimagi
nable. Estaba a la orden del día el método de las persecu
ciones de tipo policíaco, la «espionitis», los interrogatorios
y procesos con verdaderos sumarios. De esos procesos fue
ron víctimas muchos camaradas de los que, abandonados
por el Buró Político en 1939 en España y Francia, salvaron
el honor del Partido con un comportamiento que rebasa
toda idea que se puede tener del heroísmo y del espíritu
de sacrificio.
Esos camaradas tan cobarde y miserablemente abando
nados por algunos de esos dirigentes en 1939-1940, y que
tan digna y heroicamente habían defendido y conservado
el honor del Partido, fueron luego calumniados, acusados
y perseguidos, más cobarde y miserablemente aún, por esos
mismos dirigentes que habían desertado de sus puestos de
dirección para vivir la gran vida a muchos miles de kiló
59
metros de donde esos militantes combatían, sufrían y mu
chos de ellos morían.
Por ejemplo, en Francia, sobreponiéndose al trato reci
bido por las autoridades francesas y al abandono en que
los dejaban los dirigentes del Partido que tenían la misión
de ocuparse de ellos, esos camaradas se dedicaron a orga
nizar el Partido en los campos de concentración y, junto
con otros combatientes y refugiados no comunistas, a or
ganizar la vida y la continuación de la lucha allí lo m ejor
posible.
N o es mi intención ni me es posible describir todo lo
que ha habido de innoble en el trato dado a los españoles
que buscaban refugio en Francia en 1939. Los campos de
concentración, el trato inhumano, bestial, quedará en la
historia de Francia como una de sus páginas más deshon
rosas. No, no es posible describir tanta infamia, ni la noble
respuesta que luego habían de dar las víctimas de ello.
Cuando los combatientes del Ejército de la República
española se vieron obligados a retirarse sobre el suelo fran
cés, fueron tratados por el Gobierno y las autoridades
como bandoleros y fueron metidos en campos de concen
tración en condiciones tales que muchos de esos héroes en
decenas de batallas dejaron en ellos sus vidas, aniquilados
por el hambre y las enfermedades. N o existen humillacio
nes, por odiosas que sean, a las que no hayan sido someti
dos en los campos de concentración franceses los comba
tientes de la guerra de España que tuvieron la desgracia
de verse obligados a replegarse a Francia con la esperanza,
la mayor parte, de poder trasladarse a la zona central don
de la guerra continuaba.
Y es triste recordar que, excepto una minoría que tuvo
la posibilidad de salir de Francia para otros países, los de
más fueron testigos de cómo los ejércitos nazis conquista
ron Francia en unas semanas.
El pueblo francés pagaba entonces las traiciones de sus
gobernantes, no sólo hacia la República española, a la que
habían dejado sacrificar miserablemente, sino también con
tra la propia Francia.
Pero a los soldados de la República española el hecho
de haber recibido tal trato no les hizo olvidar sus convic
ciones antifascistas.
Millares de nuestros soldados, a pesar y por encima de
los sufrimientos que habían pasado en suelo francés, se
60
dedicaron desde el primer día a organizar la lucha contra
el invasor nazi y contra los colaboradores vichistas. Con
ello mostraron una vez más que ellos eran, por encima de
todo, verdaderos combatientes antifascistas.
Desde los primeros días de la ocupación nazi, comba
tientes españoles comienzan a participar en la resistencia
contra los invasores y los fascistas franceses. Más tarde,
esa participación española en la resistencia francesa va to
mando cada vez formas más organizadas y más propias.
Comienzan a surgir los destacamentos de guerrilleros es
pañoles. En noviembre de 1942 tiene lugar una reunión,
conocida como de «Grenoble», de representantes de las di
ferentes fuerzas antifascistas españolas, y de ella surge un
organismo político denominado «Unión Nacional Espa
ñola».
En esa época también los diferentes destacamentos de
guerrilleros que habían ido surgiendo en algunos lugares
se dan una dirección única, y así surge la «Agrupación de
Guerrilleros Españoles en Francia». A los destacamentos
formados por exiliados en las zonas boscosas del Ariège,
del Aude, en la cuenca minera del Gard y en las regiones
montañosas de la Saboya, vienen a juntarse los surgidos
en los Pirineos Orientales, Tarn y Garona, Puy de Dome,
el Cantal y otros lugares.
Al mismo tiempo, otros muchos españoles combatían
en destacamentos y grupos de sabotaje franceses a lo lar
go de todo el país.
La Agrupación de Guerrilleros Españoles llegó a tener
seis divisiones, compuestas por más de 12 000 combatien
tes perfectamente armados y mandados por jefes, que die
ron pruebas de su valor y capacidad militar derrotando
en numerosos combates a fuerzas nazis muy superiores en
número y armamento.
Después de la victoria en Francia, muchos de esos gue
rrilleros fueron a España a continuar la lucha, en la que
cayeron no pocos de ellos, y entre éstos Cristino García,
José Vitini, Antonio Medina, Manuel Castro, fusilados en
diferentes puntos de España en los años 1945-1947.
En la organización de la Agrupación de Guerrilleros
— como de los maquis y de la reunión llamada de Greno
ble— tuvieron el papel más destacado, fueron el alma de
esa organización, consolidación y desarrollo, los miembros
del Partido Comunista de España. Comunistas eran la ma
61
yoría de sus componentes, de sus mandos, de los que luego
fueron a los chantiers y a continuar el combate en Espa
ña. Pero en las guerrillas no había sólo comunistas; ahí
están también socialistas, cenetistas, republicanos y otros
demócratas españoles.
Pero las víctimas de los campos de concentración fran
ceses no combatieron al nazismo solamente en Francia. Di
seminados por decenas de países, 25 000 españoles se enro
laron en los ejércitos aliados. En los fjords de Noruega, en
Narvik, donde combatían a las órdenes del general Bé-
thouart, quedaron sepultados ochocientos cadáveres de es
pañoles. Quienes escriban la verdadera historia de la epo
peya antihitleriana, se encontrarán españoles luchando al
lado de los aliados en África, en Italia, en Francia, en la
URSS, en Alemania. Se los encontrarán en Bir Hakheim y
en Gau-Gau; se los encontrarán en Túnez, en el desembarco
de Normandía, en los bosques de Bielorrusia, en Crimea,
en Ucrania, en la defensa de Leningrado, en la histórica
batalla de Stalingrado y entrando victoriosos con las uni
dades del Ejército soviético en Berlín. Todos ellos eran los
mismos que durante treinta y dos meses habían defendido
esa misma causa antifascista sobre los campos de batalla
de España.
Permítaseme recordar también que ex combatientes de
España — españoles e interbrigadistas extranjeros— fue
ron ejemplo de combatividad y heroísmo en los comandos
americanos del Pacífico.
El primer oficial nazi muerto en París, lo fue por los
disparos de un ex voluntario de España, el coronel Fabien.
Y en Italia los «garibaldinos», que tan magníficamente se
habían batido en España, fueron el alma de la creación del
potente movimiento guerrillero que había de ajusticiar a
Benito Mussolini.
Decimos esto sin el menor afán de disminuir los méri
tos de los combatientes de otros países en la lucha general
contra el fascismo; simplemente con el ánimo de valorizar
lo que significó, como enorme experiencia de combate, la
guerra nacional revolucionaria de España.
Desgraciadamente, aún no ha sido recogida histórica
mente la lucha, no menos heroica, de los españoles en los
campos de concentración hitlerianos. En algunos libros ya
publicados aparecen fragmentos emocionantes de esa lu
cha, demostrativos de un espíritu admirable, de una digni
62
dad que nada pudo quebrar, de una solidaridad antifascista
a toda prueba. D iez m i l españoles fueron i nmolados en
LOS campos h i t l e r i a n o s de la muerte . La casi totalidad
de ellos eran ex combatientes de la guerra de España y
fueron enviados allí por su participación en la resistencia.
La actividad de los miembros del Partido Comunista de
España fue decisiva en la organización y actuación comba
tiva de los guerrilleros españoles, que tan destacado papel
desempeñaron en la resistencia en muchas regiones y de
partamentos de Francia y en su liberación.
¿Dónde están una gran parte de los que, después de la
liberación de Francia, recibieron con entusiasmo a los
miembros de la dirección del Partido y de las JSU, que
unos años antes los habían abandonado, y pusieron en sus
manos un gran partido y unos importantes medios mate
riales? Unos, separados; otros, expulsados, y no pocos,
muertos o desaparecidos en condiciones más que sospe
chosas.
Tal como digo en otro lugar, la casi totalidad de los
miembros del Buró Político y del Comité Central que es
taban en Cataluña, al pasar la frontera, en vez de volver a
España, decidieron quedarse en Francia para ocuparse
— decían— de los militantes del Partido. A ellos vinimos
a sumarnos otros de los que estábamos o habíamos ido a
la zona centro-sur, después de la pérdida de Cataluña. Pues
bien, terminada la guerra de España, estos mismos diri
gentes, que habían quedado en Francia para ocuparse de
nuestros militantes y de los refugiados, fueron los prime
ros en marcharse de Francia, principalmente hacia América.
Claro que, para evitar que algún miembro del Comité
Central tomase en sus manos la dirección de nuestra orga
nización en Francia al marcharse ellos, tuvieron buen cui
dado en hacerlos salir, así como a otros cuadros del Par
tido, teniendo que encargarse de la dirección del Partido
en Francia la camarada Carmen de Pedro, que hasta ese
momento había sido mecanógrafa en el Comité Central.
Esta camarada, que realizó un gran trabajo, fue luego acu
sada calumniosamente por Carrillo de espía franquista y
americana y llevada al borde del suicidio.
Verdaderamente innoble, cobarde e inhumana en esos
procesos fue la conducta de Manuel Azcárate que, habién
dose pasado en Suiza todo el período de la guerra y de la
ocupación nazi de Francia, acusó luego a Carmen de Pedro
63
de todo lo que Carrillo quiso. Entre esas acusaciones había
la de estar al servicio del «espía» americano Field, con el
que, en realidad, el que tenía relación en Suiza era el pro
pio Manuel Azcárate. Claro que Carrillo había de premiar
el servilismo de Azcárate llevándole algunos años más tar
de al CC y luego al CE de su Partido.
Carrillo no les perdonó, por ejemplo, a los camaradas
que volvieron de los campos de concentración nazis el no
haber muerto allí como millares de otros, y ya que no po
día arrebatarles la vida a todos, se dedicó a atacarlos en
su honor de revolucionarios. Y así, en esa época era co
rriente el oírle decir a Carrillo: «Los que se han salvado
es porque han hecho de kapos.»
He aquí lo que en la discusión del Buró Político de
abril-mayo de 1956 decía Dolores Ibárruri, en una interven
ción del 12 de abril, sobre el período a que nos estamos
refiriendo:
64
Partido com o resultado de la ausencia por parte de la di
rección de un trabajo consecuente de educación y prepa
ración política y teórica del Partido.
Salió a relucir lo que pudiéramos llamar de manera
eufemística « nuestro comunismo de guerra», que llevó a
Antón, con un criterio selectivo policíaco, que no era sólo
de él, sino también de otros de la dirección del Partido, a
odiosas arbitrariedades, a expulsiones en masa de los que
no se consideraba fieles porque en algún m om ento se ha-
bían rebelado contra alguna polacada de los llamados ins
tructores, y querer sacar de Francia, con una precipitación
llena de pánico, a todos los cuadros del Partido.
Había millares de comunistas honestos que pensaban
que lo que se hacía era lo normal, porque no les habíamos
enseñado otra cosa. N o les habíamos enseñado más que
obligaciones y les habíamos impuesto una disciplina ciega,
cuartelera, compañística, sin darles a cambio lo que tenía
mos la obligación de darles: una form ación comunista. Los
habíamos acostumbrado a que se les exigiese toda clase de
sacrificios, mientras los dirigentes vivíamos a cubierto de
las necesidades.
65
66
El pleno del CC del PCE de 1945 fue del más puro
triunfalismo, demagógico y de escamoteo de todo examen
de los verdaderos problemas. (En la foto, de izquierda a derecha,
E. Líster, F. Antón, S. Carrillo, D. Ibárruri y J. Comorera.)
68
chores, a la deportación en las montañas de Córcega o las
regiones desérticas de África del norte.
El pretexto utilizado para llevar a cabo estas odiosas
persecuciones ha sido «que los comunistas españoles cons
piraban contra la seguridad de Francia». Los ministros en
cargados de firmar decretos y comunicados para «justifi
car» las medidas policíacas contra los comunistas españo
les, eran el radical Pleven y el socialista Moch.
Para detener, maltratar y deportar, se repetían las mis
mas calumnias que en 1939, cuando cientos de miles de
españoles fueron encerrados en campos de concentración
y cárceles francesas. En aquella época se encerraba a hom
bres que venían de luchar en España contra el fascismo y
ahora se detenía a los combatientes por la liberación de
Francia. Los que eran conducidos a la deportación dejaban
en suelo francés centenares de tumbas de sus compañe
ros, y en no pocos casos de hermanos, padres, hijos, caí
dos en el combate por la liberación de Francia, y no pocos
lucían en sus pechos la Legión de Honor y otras condeco
raciones ganadas en la lucha por la libertad de Francia.
Pero la invasión nazi no había pasado en balde. El pue
blo francés recordaba muy bien que los que en 1939 habían
encerrado a los republicanos españoles en los campos de
concentración, acumulando contra ellos calumnias pareci
das a las que se empleaban en ese momento, terminaron
encerrando también en dichos campos a los patriotas fran
ceses, hundiendo a Francia en la guerra y la capitulación.
Por eso, en esos momentos difíciles hemos encontrado por
parte del pueblo francés una solidaridad muy superior a
la de 1939.
Debo decir que el golpe policíaco de septiembre de 1950
no fue para nosotros ninguna sorpresa. Lo esperábamos
desde julio. Y o llevaba más de un mes viviendo fuera de
mi domicilio conocido por la policía. Además, el domin
go 6 a las 10 de la mañana, durante la fiesta de L'Huma-
nité , el camarada Jacques Duelos me comunicó que el gol
pe era para el día siguiente a las 6 de la mañana. Y o tomé
durante ese día una serie de medidas alertando no sólo a
los camaradas de París, sino también a los que habían ve
nido de otros puntos de Francia.
En esa fecha el Buró Político del Partido se encontraba
distribuido como sigue: D. Ibárruri y F. Claudín en Mos
cú; V. Uribe y A. M ije en Praga; Carrillo, Antón, Ángel Ál-
69
varez (Angelín), Moix y yo en París. Á. Álvarez fue el único
detenido de entre nosotros. Y por dejarse detener y por
haber aceptado marcharse a Alemania Democrática — pues
el acuerdo del BP era de que si alguno de nosotros éramos
detenidos no escogeríamos ningún país— , fue excluido del
BP y del CC.
Y o fui el más buscado y acusado de las cosas más tru
culentas, como puede comprobarse por las colecciones de
los periódicos de esa época y por las reseñas de las discu
siones en el Parlamento francés, pues a toda una serie de
diputados reaccionarios aún les parecía poco lo que el Go
bierno francés hacía con nosotros y no le perdonaban que
no me hubiesen cazado a mí. *
70
Reunión de Moscú, octubre de 1951
71
2.°) Que se ponga a trabajar.
3.°) Queda com o m iem bro individual del Partido te
niendo la relación con él un m iem bro del Comité que este
mismo designe.
Se encarga a Líster de ir a comunicar a Antón a Varso-
via, donde reside, la presente resolución.
72
Francisco Antón fue enteramente justa, com o él mismo ha
reconocido.
Hechas todas las investigaciones posibles, ha quedado
de manifiesto que las causas de sus graves faltas y errores
residen en sus concepciones personales sobre el Partido,
caracterizadas por el burocratismo, p or métodos antileni
nistas de dirección groseros y brutales, p or la vanidad y la
ambición.
73
muerte, un respeto mutuo y una lealtad y honestidad com
pleta en nuestras relaciones. Uribe, a pesar de los efectos
negativos que habían producido en él su paso por el M i
nisterio, su vida fácil en M éjico y luego en Francia, y a
pesar de sus defectos de carácter, fue un comunista y sus
características como tal estaban muy por encima de sus
defectos, errores e insuficiencias.
Al día siguiente de mi llegada de Cuba, invité a Uribe
a mi casa, le conté mis impresiones sobre el viaje. Al ter
minar, comenzó él a hablar y yo a ir de sorpresa en sor
presa, al escuchar las cosas que me contaba. Tuvimos tres
largas conversaciones: esa primera, en mi casa; al día si
guiente, otra en el restaurante del hotel Alerón, donde co
mimos juntos; y una tercera, un día después, de nuevo en
mi casa.
Según avanzábamos en esas conversaciones, yo iba com
prendiendo por qué Uribe me hacía esas confesiones. Un
mes más tarde, al tener la noticia de su muerte, lo com
prendí aún mejor. Uribe sentía que su vida física se aca
baba, como se había acabado su vida política cinco años
atrás.
El «caso» Comorera
74
lugar del paso. Supimos que había cruzado la frontera
cuando ya llevaba quince días en Barcelona.»
En 1971 y después de leer mi libro ¡Basta!, uno de los
componentes del equipo que debía liquidar a Comorera me
completó la información que me había hecho Uribe. El
equipo lo componían seis, entre ellos el jefe del sector de
pasos por donde Comorera debía cruzar la frontera. Este
miembro del equipo me dio los nombres de los restantes
componentes del mismo. Dos siguen con Carrillo, tres han
roto con él, incluido el responsable del sector de pasos, y
el sexto no sé lo que fue de él. Me dijo también que el
tiempo que estuvieron en la montaña esperando el paso de
Comorera fue de tres semanas.
Ante la imposibilidad de la liquidación física, Carrillo,
como buen especialista de las acusaciones y denuncias del
más puro estilo policíaco y provocador, se dedicó a la des
trucción moral por medio de calumnias infames. Dirigida
por él, se abrió en nuestras publicaciones y en nuestra ra
dio una ofensiva de chivatería denunciando la presencia de
Comorera en Barcelona.
He aquí algunas «perlas» de esas denuncias policíacas
reproducidas de artículos de Santiago Carrillo y de otros:
75
ñas calumniosas, de sus infundios, de sus ataques, de sus
agresiones criminales y provocadoras .
De cada uno de estos miserables y de otros parecidos de
hoy, p or orden de los servicios policíacos de quienes de
penden, se cobijan bajo la bandera pirata del titismo, dig
nos cofrades del despreciable provocador que tan artera
mente engañó al pueblo yugoslavo, iremos dando algunos
de sus rasgos característicos y de sus actividades, que co
nocemos muy de cerca y que harán com prender a los tra
bajadores, y muy especialmente a los comunistas, la razón
que asiste al Partido cuando les llama a estar muy alertas
y vigilantes contra las provocaciones.
N o hace muchas semanas, la prensa francesa y la radio
inglesa comunicaban que en Cataluña habían sido deteni
dos 22 comunistas e incautadas dos imprentas donde se
hacían, según estos comunicados, Mundo Obrero, órgano
del Partido Comunista, y Treball, órgano del PSUC. La co
media es finita, señores M olinero y Massip. Todas las de
tenciones de comunistas realizadas en los últimos tiempos
en Cataluña son vuestra obra y la de Juan Comorera, al
que denunciamos ante la clase obrera catalana com o un
agente policíaco. Y que no piensen Comorera y sus acólitos
y comparsas, en la innoble farsa tan burdamente urdida,
que van a hacer comulgar con ruedas de m olino a los tra
bajadores catalanes . Juan Comorera y sus cómplices ten
drán que responder ante el pueblo catalán de sus activida
des provocadoras .
Obreros de Cataluña: Juan Comorera es un provocador,
que durante nuestra guerra conspiró contra el Gobierno
Negrín, de acuerdo con el cónsul francés que estaba en
Barcelona, en la famosa crisis de la «ch a rca ». Juan C om o
rera es un provocador cuyas actuales actividades es entre
gar a los comunistas a la policía, tanto en Francia com o
en Cataluña . Y nosotros sostendremos esta acusación de
lante de la clase obrera y del pueblo catalán . Juan C om o
rera es un enemigo de la clase obrera y com o tal hay que
tratarle allá donde se le encuentre .
76
Uribe, a pesar de los efectos negativos que habían
producido en él su paso por el Ministerio, su vida fácil en Méjico
y luego en Francia, y a pesar de sus defectos de carácter,
fue un comunista y sus características como tal estaban muy
por encima de sus defectos, errores e insuficiencias.
78
tención » para acer desempeñar a Comorera el papel de
«resistente» y así poder pretender engañar a trabajadores
y otros antifranquistas.
Los trabajadores y nuestro pueblo han podido co m p ro
bar la justeza de la medida tomada p o r el Partido Socia
lista Unificado de Cataluña al arrojar de sus filas al trai
dor Comorera p o r ser un enemigo de los trabajadores y
un agente policíaco.
Esta experiencia debe servir para mantener bien des
pierta la vigilancia revolucionaria no sólo de los comunis
tas, sino de todos los trabajadores y antifranquistas en
general, y mostrarse implacables en la denuncia y en el
aislamiento de perros policíacos al servicio de los enemi
gos, com o el traidor Comorera.
El «caso» Monzón
79
largo editorial escrito por Santiago Carrillo, y que en lo
fundamental es la repetición de un artículo publicado por
él en Nuestra Bandera de junio de 1948:
E l caso M onzón
80
Field en persona es el hombre que en Francia se man
tiene en contacto con Monzón durante más de dos años; es
el hom bre que enlaza a Monzón con los servicios de espio
naje americanos.
Esto explica la enorme analogía en la « política » de M on
zón y la de los bandidos titistas. Este hecho arroja toda
la luz sobre la «in sp ira ción » que movía a M onzón.
Simultáneamente, Monzón mantenía un contacto con los
franquistas a través de los agentes carlistas que venían a
visitarle desde España.
Traicionando al Partido, Monzón suministraba a Field,
como está comprobado, informes con los datos más secre
tos de la organización de los comunistas en Francia y en
todo lo que conoce de España, sobre la composición y
fuerza de los destacamentos guerrilleros y los sabotajes
y atentados contra los ocupantes alemanes, sobre los pla
ñes del mando guerrillero, etc. Suministraba a Field listas
con millares de nombres de militantes del Partido en Fran
cia, biografías, características, etc.
Monzón cubre su actividad más fácilmente que Quiño
nes. Su lucha contra el Partido, contra su línea y su CC, la
cubre todas cuantas veces es preciso con declaraciones ver
bales de adhesión a los dirigentes del Partido, que están
lejos en esos momentos, e imposibilitados de descubrirle
y desenmascararle.
La lucha de Monzón contra el Partido es realizada p or
medios más cautelosos de los que utilizó Quiñones. Cono
ciendo los planteamientos del CC sobre la política de Unión
Nacional, los exalta y lanza su propia versión, es decir, la
versión de los servicios imperialistas sobre la política de
Unión Nacional. Así hace con cada una de las cuestiones
que plantea el CC, ocultarla y falsearla.
De este modo, no sólo desvía al Partido del cum plim ien
to de su función de dirigente de la lucha antifranquista y
revolucionaria, sino que se crea un pedestal de «g e n io », de
hombre que se « anticipa » al CC, a los dirigentes del Par
tido en la comprensión de los planteamientos políticos.
Monzón se traslada más tarde a España a seguir realizando
sus funciones de provocador. Cuando es descubierto y de
senmascarado ante el Partido en el interior, sólo entonces,
la policía lo detiene en condiciones que se ve claro que su
objetivo es revalorizarlo políticamente, rodearle de la au
reola del martirologio, para que el Partido no entre en el
81
fondo del examen de las consecuencias de su labor crim i
nal, para que el Partido no arremeta, p o r escrúpulos senti
mentales, contra el «m on zon ism o», y éste continúe produ
ciendo desastres dentro de nuestras filas en el interior
del país.
Y si Monzón no ha tenido el final de Quiñones, se debe,
sin duda, a que los servicios franquistas e imperialistas
aún conservan la esperanza de hacerle jugar un papel en
la lucha contra el Partido; aún piensan en la posibilidad
de utilizarlo, incluso lo utilizan hoy, para sembrar la con
fusión dentro de las prisiones franquistas p o r las que va
pasando e intentando ganar a aquellos que no están bien
informados o que vacilan.
Las consecuencias de las provocaciones de Monzón en
el Partido han sido ya analizadas. Durante su período faci
litó y organizó la penetración en el Partido y en sus orga
nizaciones clandestinas, en los grupos guerrilleros, de los
agentes del enemigo, de los provocadores.
Monzón y sus cómplices conocidos fueron separados; el
Partido reaccionó unánimemente contra él y sus falsifica
ciones de la política y del carácter del Partido, se unió en
torno al CC y a nuestra secretario general, Dolores Ibá
rruri.
Ya es conocido cóm o también en África del norte se
prod u jo en el Partido un fenómeno parecido. Los militan
tes que se quedaron allí al frente del Partido se ligaron a
los servicios americanos y pusieron varios miembros del
Partido en contacto con esos servicios. Algunos responsa
bles de esta entrega fueron expulsados; otros, que rectifi
caron, enviados a la base del Partido. Pero toda esta expe
riencia nos enseña que la mala hierba no se arranca fácil
mente y que sus semillas se esconden y resurgen con faci
lidad cuando menos se espera.1
82
Monzón había cometido dos «crím enes» que no podía
perdonarle el Buró Político, porque constituían una acusa
ción a la propia cobardía de éste: haberse quedado en Fran
cia cumpliendo con su deber y haberse marchado luego a
España para seguir cumpliéndolo. El delito de valentía es
el que más han odiado siempre Carrillo y compañía. Mon
zón, durante sus numerosos años de cárcel y a pesar de
las infames acusaciones de Carrillo, continuó siendo el
mismo combatiente revolucionario, honesto y fiel a las ideas
comunistas, que había sido siempre. Cuando después de sa
lir de la cárcel, y comprobada la falsedad de todas las in
fames acusaciones que se le habían hecho, se le propuso
volver al Partido, respondió que no militaría jamás en el
mismo Partido con calumniadores como Carrillo, Dolores
Ibárruri y otros de la misma calaña.
El «caso» Quiñones
Otro caso que prueba con toda claridad que las acusacio
nes que se le han hecho por Carrillo son del mismo estilo
que las hechas a Monzón, es el de Quiñones.
«A l terminar la guerra — escribe Carrillo— Quiñones
queda en España con un plan preconcebido. Pasa por la
cárcel. Ante los miembros del Partido presos con él en Va
lencia, Quiñones aparece como un hombre que ha sido
bárbaramente torturado pero que se ha mantenido entero.
Se crea una verdadera leyenda sobre la “ firm eza” y el
"heroísm o” de Quiñones.»
¿Qué crimen había cometido Quiñones contra el Parti
do? Mientras no se demuestre lo contrario, el de haberse
quedado en España y haber dedicado todos sus esfuerzos
a organizar el Partido y la lucha contra el franquismo. Qui
ñones, condenado a muerte, tuvo que ser llevado por dos
soldados al lugar de ejecución, pues debido a las torturas
recibidas ya no podía andar. A pesar de su estado físico,
murió valientemente.
Y o he hablado con no pocos camaradas que conocieron
a Quiñones en aquella época, lo mismo de su actividad en
la calle que en la prisión, y no he escuchado de ellos más
que elogios para Quiñones. Todos me han repetido lo mis
mo: «S i la dirección del Partido dice que fue un provoca
83
dor, ésta tendrá las pruebas, pero a mí me es difícil
creerlo.»
¿Dónde están estas pruebas? Y que Carrillo no nos ven
ga con el cuenta de que las pruebas sólo las tendremos
cuando tengamos en nuestro poder los archivos de la poli
cía franquista. Y o no tengo dudas de que los archivos de
la policía franquista, y de otras, contienen secretos no sólo
interesantes, sino sorprendentes; pero aquí se trata de un
hombre que cayó bajo las balas de un piquete de ejecución
franquista y al que se le acusa de ser un provocador al
servicio de la policía. Y la acusación es clara y concreta, las
pruebas no deben serlo menos. Así lo exige el honor de
los comunistas y el de ese hombre, si se demostrase que las
acusaciones son falsas, como yo hoy no dudo que así será.
El «caso» Trilla
84
y el papel positivo que esa lucha desempeñó. He aquí lo
que en ese libro se dice sobre Trilla:
85
rís, con toda clase de detalles, cómo la sentencia a muerte
fue ejecutada — relatada a él en la cárcel por los ejecuto
res— , y cómo luego esos dos mismos ejecutores fueron a
su vez asesinados a garrote vil por los franquistas, por su
actividad de guerrilleros.
Luis Montero
86
del destacamento que contuvo los prim eros ataques, se en
cuentra siempre en los sitios especialmente amenazados,
dirigiendo el tiro de las armas y exaltando con su presti
gio y valentía la moral y el entusiasmo de nuestros co m
batientes?
87
esas criadas, de esas escoltas, de esas «secretarias». Y de los
hotelitos a orillas del Marne, en Saint-Germain-en-Laye o
en las alturas de Champigny, donde Dolores Ibárruri se
bronceaba al sol mientras los militantes del Partido pasa
ban las calamidades de aquella época.
Carrillo no podía perdonar a Luis Montero — como no
se lo perdonó a otros— que no hubiese muerto en los cam
pos de exterminio nazis. Y le arrebató también el honor.
¿Qué piensan de esto compañeros de cautiverio de Mon
tero, españoles y de otros países, hoy defensores incondi
cionales de Carrillo, Ibárruri y sus secuaces?
Jesús Hernández
Otros casos
88
Antón es detenido en Francia
y entonces las peticiones
de Dolores para que sea enviado
a Moscú adquieren un verdadero
tono de histerismo. Ante ello,
hay la famosa frase de Stalin:
«Bueno, si Julieta no puede
vivir sin su Romeo, se lo
traeremos, pues
siempre tendremos
por aquí un espía alemán para
canjearlo por Antón.» Y así
fue como salió en 1940
de una cárcel francesa y llegó
a Moscú. (En la foto, anterior
a los hechos, de izquierda
a derecha, F. Antón, J. Díaz
y Koltsov, corresponsal
de «Pravda».)
90
Van a N ueva Y o r k y de allí a La Habana, donde poco des
pués m uere la niña. Es, por lo tanto, en la capital cubana,
y no en un cam po de concentración francés, donde m uere
la niña. De Cuba a Méjico, para ir después a B u e n o s Aires
y de la capital argentina a Montevideo. Del Uruguay sale
Carrillo en 1944 hacia Lisboa, dejando allí a su m ujer, con
orden expresa a Giorla de que no le perm ita em p ren d e r
viaje hacia Europa; pero el 29 de abril de 1945, «Choni»,
que era el d im in u tiv o por el que todos conocíamos a la es
posa de Carrillo, y cuyo n o m b r e era Asunción Sánchez
Tudela, desembarca en Toulouse.
Y aquí pongo punto, aunque la historia no term ina así.
Y Carrillo le ha m en tid o a usted, si le ha afirm ado que su
m u j e r estaba en la Unión Soviética.
91
das más graves» fueron apareciendo más claramente como
mi liquidación física. Respondí a M ije que todo eso lo con
sideraba una infamia, pues todas las relaciones que había
tenido con los yugoslavos, o con camaradas de otros paí
ses, habían sido siempre con el acuerdo del Buró Político,
al que siempre le había tenido al corriente, como él mis
mo sabía.
La noche del día en que había expuesto este asunto en
la reunión de Bucarest, tuve una conversación con Carrillo
a petición suya. En ella me planteó que no tenía ninguna
duda en que M ije me había contado lo expuesto por mí
sobre las intenciones de Antón de liquidarme físicamente
y que él no descartaba que Antón tuviese esas intenciones.
Pero que debía comprender en qué situación colocaba al
BP. Que no se trataba solamente de la situación entre M ije
y yo, sino que esta cuestión desviaba la atención de los
miembros del BP del examen de los problemas fundamen
tales que estaban en discusión, y que lo mismo iba a pasar
en la reunión del CC, de lo que ya era ejem plo la interven
ción de Claudín.
(En efecto, éste había dicho: «E n su intervención, el
camarada Líster ha planteado una cuestión de suma gra
vedad: que el camarada M ije, en 1952, le inform ó que An
tón se proponía su liquidación física. Si M ije tenía funda
mentos para ello, es de suma gravedad en relación con
Antón. Si no tenía fundamentos, es de una ligereza incon
cebible por parte de Mije. Creo que esto es necesario acla
rarlo hasta el fin. Si se trata de una ligereza de M ije, de
carácter intrigante, debe de reconocerlo. De paso debo de
cir que para mí no está clara la conducta de M ije en la
discusión que estamos realizando.»)
Argumentó Carrillo, además, que si yo insistía en plan
tear ese problema, lo más seguro es que habría que sacar
a M ije del BP y que ello iba a aparecer como una escabe
china de los veteranos, pues las medidas que había que
tomar con Uribe y las críticas a Dolores ya hacían bien di
fícil la situación.
Carrillo me propuso entonces que hiciera una declara
ción en la que podía seguir sosteniendo que era cierto que
M ije me contara lo que yo había dicho en la reunión, pero
que no podía estar seguro de que existía tal plan de liqui
dación física. Pensando en la unidad de los órganos de di
rección del Partido, acepté el chantaje de Carrillo.
92
En las conversaciones con Uribe en 1961, a las que ya
me he referido, éste me dijo:
«L o que te contó M ije es cierto, pero no era sólo Antón
el que quería tu liquidación física, sino también Carrillo; y
no se trataba sólo de ti, sino también de Modesto.
»Este plan, que venían madurando desde 1947, recibió
un nuevo impulso al producirse la ruptura con Yugoslavia.
Este hecho venía a reforzar los argumentos de Carrillo y
Antón en cuanto a la necesidad de vuestra liquidación fí
sica, por vuestras relaciones anteriores con los yugoslavos.
Incluso, Carrillo y Antón no tuvieron escrúpulos en mez
clar en este "asunto” a dirigentes de otros partidos her
manos, a los que atribuyen serias desconfianzas hacia Mo
desto y hacia ti.
»Para esa liquidación se habían barajado dos variantes:
un atentado y echarle la culpa a los anarquistas o a los
franquistas; o un "accidente" en uno de nuestros chan-
tie r s 4 al examinar alguna arma o explosivo.
»Si vuestra liquidación física no se llevó a cabo — pro
siguió Uribe— se debe a Stalin. Cuando en septiembre de
1948, una delegación del Partido, formada por Dolores, An
tón y Carrillo, visitó a Stalin, éste les preguntó: "¿Cómo
van Líster y Modesto?” Dolores respondió: "Bien, Líster
forma parte del BP y Modesto del CC, y los dos están tra
bajando bien.” Y Stalin agregó: “ Me alegro, pues aquí tam
bién hicieron los dos un buen trabajo.”
»Esto — me añadió Uribe— os salvó la vida, pues ante
esa opinión de Stalin, Carrillo y Antón dieron marcha
atrás en la liquidación física, aunque continuaron con otras
medidas.»
A Modesto le siguieron el proceso por las relaciones con
los yugoslavos y le agregaron que tenía relaciones con una
m ujer que venía enviada por los servicios de espionaje
franquista; le quitaron todos los cargos que tenía en Fran
cia y, en 1949, le enviaron a Praga, donde ya no volvió a
tener ninguna tarea de Partido hasta diciembre de 1959, en
que fue nombrado para form ar parte de la comisión en
cargada de redactar la Historia de la Guerra, y de la que
luego le sacó Carrillo. El encargado de montarle todo el
93
proceso a Modesto fue Romero Marín, cumpliendo órde
nes de Carrillo.
Me recordó Uribe la historia del famoso « com plot de
M oscú ».
En 1947 Carrillo fue a Moscú y volvió con el «descubri
m iento» del famoso «com plot» contra Dolores, inventado
de todas piezas por él, pero matando dos pájaros de un
tiro: aparecer como un decidido defensor del secretario
general del Partido y, principalmente, intentar ensuciar
toda nuestra emigración en la Unión Soviética, calumnian
do y golpeando a toda una serie de camaradas que habían
pasado con honor, al lado del pueblo soviético, todas las
tremendas dificultades de la guerra, mientras Carrillo y
otros «acusadores» dirigentes del Partido estaban viviendo
tranquilamente la gran vida al otro lado del «charco».
Al regresar de Moscú, Carrillo inform ó al secretariado de
su «descubrim iento» de un «com plot» montado por Jesús
Hernández contra Dolores y Antón, en el que, según él, ha
bíamos participado Modesto y yo.
Durante semanas se nos interrogó para hacernos reco
nocer nuestra participación en un tal «com plot». Modesto
y yo rechazamos indignados las acusaciones y dijimos que
nuestras discrepancias con Antón, por los métodos intole
rables de dirección que había empleado y por su conducta
inmoral, eran conocidas de todo el mundo, en prim er lugar
del propio Antón y Dolores a los que se las habíamos di
cho por escrito y de viva voz.
Una de las cuestiones contra la que habíamos protes
tado Modesto y yo en una carta enviada a Dolores a Ufa
en 1942, era el método de Antón de montar en los colec
tivos españoles unos servicios de espionaje para los que,
además, escogía a los tipos más inmorales. Antón y Dolo
res enviaron esta carta a Dimitrov, con otra de ellos en la
que se pedía poco menos que nuestras cabezas. En un via
je mío a Moscú en junio de 1942, Dimitrov me enseñó las
dos cartas y me preguntó qué era lo que pasaba. Se lo ex
pliqué y él dijo que, efectivamente, tales métodos no eran
correctos.
En esa conversación me preguntó Dimitrov quién creía
mos, Modesto y yo, que debía ocupar el puesto de secreta
rio general del Partido vacante por la muerte de José Díaz
tres meses antes. Le respondí que esa cuestión ya la ha
bíamos hablado Modesto y yo, y que nuestra opinión era
94
que debía ser ocupado por Dolores. Que existía en contra
la funesta influencia de Antón sobre Dolores, y su papel de
secretario general consorte, pero que se podía resolver en
viando a Antón en misión lo más lejos posible.
Me respondió Dimitrov que ésa era también la opinión
de ellos, es decir, del Secretariado de la Internacional Co
munista, y que ya se estaba estudiando el envío de Antón
a un país de América latina.
En 1943, al llegar a Moscú, Modesto y yo fuimos a visi
tar a Dolores en su despacho. Allí estaba Antón, y en la
habitación contigua varios camaradas, entre ellos, E. Cas
tro, Mateo, Segis Álvarez. Al meterse Antón en la conver
sación que Modesto y yo teníamos con Dolores, le dijimos
todo lo que pensábamos de él, de sus métodos, de su con
ducta, y eso lo oyeron no sólo Dolores, sino también los
otros camaradas que se encontraban en la habitación con
tigua y cuya puerta estaba abierta. Modesto y yo no podía
mos ocultar la repugnancia que nos merecía toda la con
ducta de Antón y, sobre todo, la forma en que había salido
de Francia para la Unión Soviética.
La historia de esa salida, que sólo algunos conocíamos,
es la siguiente: Dolores, que no se preocupaba en absoluto
por la situación de los centenares de miles de españoles
metidos en los campos de concentración en Francia — y
menos aún por los de España— , pedía insistentemente que
Antón fuese llevado a Moscú. Dimitrov y el Secretariado
de la IC, de acuerdo con José Díaz, se hacían los sordos,
pues consideraban que ésa era una buena ocasión para ter
minar con el arribismo de Antón. En esta situación, Antón
es detenido en Francia, y entonces las peticiones de Dolo
res adquieren un verdadero tono de histerismo. Ante ello,
hay la famosa frase de Stalin: «Bueno, si Julieta no puede
vivir sin su Romeo se lo traeremos, pues siempre tendre
mos por aquí un espía alemán para canjearlo por Antón.»
Y así fue como salió en 1940 de una cárcel francesa y llegó
a Moscú.
Durante los interrogatorios llevados a cabo por Carrillo
y Antón, puse como testigos de mi conducta al camarada
Dimitrov y a la propia Dolores. Recordé, entre otros ejem
plos, el siguiente:
En abril de 1944, estando Modesto, Cordón y yo en el
frente ucraniano con el Ejército polaco, recibimos la or
den de ir a Moscú. La primera visita que hicimos fue a
95
Dolores, la cual nos inform ó de las noticias que habían
llegado de M éjico sobre la situación del Partido allí. Según
esas noticias, Hernández había desencadenado una lucha
abierta contra Dolores y Antón y aseguraba que toda una
serie de camaradas residentes en la URSS, entre ellos Mo
desto y yo, estábamos de acuerdo con él. Dolores nos dijo
que Dimitrov quería hablar con nosotros dos.
Al día siguiente, Dolores, Modesto y yo pasamos el día
con Dimitrov, examinamos las cuestiones y redactamos un
telegrama para M éjico en el que se rechazaban las afirma
ciones de Hernández.
En la reunión del BP de abril y mayo de 1956, a la que
ya me he referido y me referiré más adelante, dije: «Y o
rechazo que en Moscú haya habido un complot contra el
Partido. Y o no acepto que las discrepancias de opiniones
de este u otro camarada que estábamos en Moscú, pasen
a la historia del Partido como "el complot de M oscú ". E n
tre nuestra emigración en la URSS ha habido un gran des
contento contra Antón y contra sus métodos, de los que
su conducta posterior no fue más que una continuación.
Unos camaradas expresaban este descontento de una for
ma y otros, de otra. Y una parte de esos descontentos iban
a quejarse a Hernández de los métodos de Antón. ¿Qué
había en esto de particular? Hernández era más antiguo
que Antón en el BP. Había desempeñado cargos más im
portantes que Antón y para toda la emigración aparecía
teniendo más responsabilidad que Antón, incluso en las
cosas de la emigración en la Unión Soviética. ¿Que H er
nández tenía otras miras? Eso no quiere decir que los que
iban a quejarse a él participaran en un complot, y ni si
quiera que tal complot existiese.
»Y o planteo esta cuestión con la esperanza de que cuen
to con las suficientes garantías para que las cosas se pon
gan en claro. Y o creo que la cuestión lo merece, pues no
podemos dejar que toda una serie de camaradas sigan con
el sambenito de participantes en un complot contra el Par
tido. Y vosotros, camaradas Uribe, Claudín y Carrillo, no
teníais ningún derecho a ir a Moscú a desencadenar una
campaña de calumnias contra camaradas del Partido, del
Comité Central y del Buró Político.
»Vosotros no teníais ningún derecho ni siquiera a abrir
una discusión política donde se fuese a juzgar la conducta
de miembros del Comité Central y del Buró Político, por-
96
que no estabais autorizados para ello ni por el Comité
Central ni por el Buró Político. Esos acuerdos los habéis
tomado, sin duda, en reuniones de Secretariado, pero el Se
cretariado no tiene ningún derecho a tomar tales acuerdos.»
Carrillo había dejado montado en Moscú todo el esce
nario para sostener contra una serie de camaradas toda
una campaña indecente de calumnias y desprestigio, para
continuar la cual fueron enviados allí Vicente Uribe y Fer
nando Claudín, que quedó allí varios años como fiel ejecu
tor de las opiniones de Carrillo, como antes lo había sido
en otros lugares y luego había de continuar siéndolo hasta
1962 en que chocaron entre ellos.
En cuanto al tan manoseado asunto de que lo que que
ría Jesús Hernández era la secretaría general, nada más
lejos de la verdad. Jesús Hernández era lo suficientemente
inteligente para comprender que él no tenía ninguna posi
bilidad de ser el secretario general del Partido. Pero lo que
no quería Jesús Hernández, como no lo queríamos nin
guno de los que estábamos al corriente de la cuestión, era
tener un secretario general consorte. No queríamos a An
tón como secretario general del Partido y a Dolores como
tapadera. Yo sé, porque me lo dijo el mismo Uribe, que
Hernández, al llegar a Méjico, le había hablado de ese pe
ligro y le había dicho que la única forma de evitarlo era
que Uribe fuese secretario general del Partido.
¿Complot? ¡Ni complot ni centellas! Lo que había era
descontento general de la inmensa mayoría de los camara
das, que veían que mientras ellos vivían, trabajaban y lu
chaban en las terribles condiciones de la guerra, Dolores
y Antón no cumplían en absoluto su misión de dirigentes,
dedicándose a disfrutar su cómoda vida.
He aquí algunas cifras que hablan del heroísmo y del
cumplimiento del deber, al lado del pueblo soviético, de
nuestra emigración en la URSS.
Al producirse la agresión hitleriana (22 de junio de
1941) había en la URSS 4 221 españoles. La mayoría, cerca
de 3 000, eran niños que habían sido evacuados allí duran
te nuestra guerra, y una parte de los cuales ya se habían
convertido en jóvenes entre los 15 y 18 años. El resto de
nuestra emigración allí estaba compuesta por camaradas
que habíamos desempeñado durante la guerra cargos polí
ticos, militares y de otro tipo, y familiares que componían
casi la mitad de parte de esos camaradas. En total éra-
97
98
Estoy convencido de que José Díaz escribió un verdadero
testamento político en el que, entre otras cosas, estampa
sus opiniones sobre los diferentes miembros de la dirección
del Partido, y, en primer lugar, sobre Dolores Ibárruri.
100
que sólo había dejado unas cuartillas que ni se podían leer,
pero no me las enseñó. Estoy convencido que José Díaz
escribió un verdadero testamento político en el que, entre
otras cosas, estampa sus opiniones sobre los diferentes
miembros de la dirección del Partido, y en primer lugar,
sobre Dolores Ibárruri.
Las conversaciones con Uribe y sus confesiones fueron
para mí un golpe terrible y dejaron en mi ánimo una pro
funda amargura. Con ellas se derrumbaban en mí creen
cias, ideas y opiniones sobre cosas y personas que habían
ocupado un lugar muy importante en mi vida de militante
revolucionario. El cuadro que me iba describiendo Uribe
de aspectos que yo desconocía de la vida de la dirección de
nuestro Partido, de cosas que se habían venido haciendo,
de métodos que se habían venido empleando, eran, en unos
casos, completamente nuevos para mí y, en otros, rebasa
ban en mucho lo que yo conocía, mis sospechas y temo
res. Según él me iba hablando, ante mí aparecían, como
en una película, escenas terribles, entre ellas los cuerpos
de camaradas ejecutados en las montañas pirenaicas cuan
do, llenos de ilusiones, marchaban al país a cumplir tareas
del Partido o regresaban a informar a la dirección de cómo
las habían cumplido.
Ante mí aparecían las figuras de los ejecutores de las
sentencias dictadas por Carrillo y Antón y aprobadas o
consentidas por otros. A algunos de esos ejecutores yo los
conocía personalmente, y si bien entre ellos los podía ha
ber que estaban dispuestos a matar sin importarles quién
era la víctima, no tengo dudas de que otros al ejecutar las
sentencias creían sinceramente que estaban defendiendo al
Partido de terribles enemigos.
Los equipos de ejecución fueron creados por Carrillo
en 1944 y en esa época las sentencias que debían ejecutar
eran las que Carrillo dictaba sin dar cuenta a nadie. Esos
equipos operaban no sólo en Francia, sino que iban tam
bién a España y otros países.
Aparecían también con claridad los objetivos liquida-
cionistas de Carrillo y Antón de querer destruir al máximo
nuestra organización en Francia. En ella había muchos tes
tigos de las cobardías y otras cosas de algunos miembros
de la dirección del Partido y de las JSU, entre los que es
taban en primer línea, precisamente, Carrillo y Antón. Sa
bían éstos que entre nuestros militantes de la organización
101
de Francia encontrarían muchos y muy serios opositores
a la política que pensaban imponerle al Partido (y que Ca
rrillo ha venido imponiendo a los que aún le seguían).
El relato de Uribe se refería a hechos ocurridos funda
mentalmente en los años del terror franquista en que se
asesinaba diariamente a antifascistas españoles y en que
los servicios policíacos de la dictadura enviaban sus espías
a las organizaciones antifascistas. Luchar contra ellos era
un deber; aplastarlos cuando eran descubiertos era una
necesidad. Pero Carrillo y Antón se aprovechaban de esa
lucha justa para deshacerse de auténticos comunistas; de
hombres que no habían cometido más delito que el de te
ner entre sus camaradas un prestigio ganado en la lucha o
que sabían demasiado sobre las actividades de los dos com
padres, que no se doblaban ante las exigencias de ellos o
a causas aún más inconfesables.
Al final del relato, Uribe me dijo: «T od o lo que te he
contado explica por qué a Carrillo le fue posible mi liqui
dación política. Y o era el responsable de la dirección del
trabajo, en parte, de los años en que se cometieron esas
fechorías y esos crímenes, y aunque muchas veces no es
taba de acuerdo me faltaba el valor para oponerme a ellas,
y así me fui comprometiendo y hundiéndome cada día
más. Carrillo me ha acusado de no estudiar, y de ir aban
donando el trabajo. Es cierto. Carrillo sabía todo eso y lo
fomentaba, porque ésa era la forma de irme liquidando.
Cuando me di cuenta era demasiado tarde, había perdido
toda confianza en mí mismo y todo hábito de trabajo sis
temático y organizado. Así es como Carrillo me pudo
golpear a mansalva; porque sabía que yo no me defende
ría. Y lo mismo le pasaba a Dolores. Ella ha aprobado en
unos casos y tolerado en otros muchas de las injusticias
y crímenes que se han cometido. Carrillo la tiene agarrada
por ese pasado y cada vez la aislará más de los camaradas
más sinceros y la irá rodeando de sus propios incondicio
nales. Irene Falcón es un ejemplo de ello. Dolores odia
ferozmente a Carrillo, pero después de 1956 le ha cogido
miedo y no está dispuesta a enfrentarse con él. Prefiere ir
tirando y figurando en el grado que Carrillo la deje, que
cada vez será menos.»
Me explicó Uribe las causas de la tirantez permanente
que existía entre Dolores y él. Dolores no había perdonado
nunca a José Díaz, a Pedro Checa y a él las severas críti
102
cas que le habían hecho durante la guerra por su vida fa
miliar. Uribe agregó: «E sto es conocido por Carrillo, que
lo aprovechó para envenenar aún más las relaciones entre
Dolores y yo, acusándome de querer ocupar la Secretaría
General, mientras quien iba a por ella era el propio Ca
rrillo.»
En el editorial de Muestra Bandera a que me he refe
rido anteriormente escribía Carrillo algunas otras cosas
que nos deben hacer pensar sobre el propio Carrillo, pues,
según ellas, parece como si se estuviese retratando a sí
mismo.
103
do revolucionario com o el nuestro, puede hacer mucho
daño.5
104
■
105
ticar la colaboración de clases, como partido de la clase
obrera, en representación de la clase obrera y traicionan
do a la clase obrera.
No puede haber duda que Carrillo y sus compañeros
de tinglado han logrado ganar tiempo con la trampa, la
persecución, el chantaje, las expulsiones, la corrupción y el
asesinato dentro del Partido. Es claro también que con
la compra de plumíferos en periódicos y revistas y con la
compra en ciertos casos de gruesos paquetes de acciones
de determinadas revistas y periódicos españoles, que pre
sumen de independientes, el carrillismo goza de una abun
dante propaganda. A todo ello deben agregarse los medios
puestos a disposición del carrillismo en el plano interna
cional por los capitalistas y determinados Estados llama
dos socialistas. El carrillismo no tiene nada de común con
la lucha del pueblo español por sus derechos, es una em
presa netamente al servicio de los peores enemigos de la
clase obrera y del pueblo español.
Y para terminar con este triste capítulo, quiero llamar
la atención de aquellos a los que puedan parecerles dudo
sos los datos que doy recogidos de Uribe, por tratarse de
un desaparecido, que no olviden que los camaradas ejecu
tados o enviados a la muerte de los que habló Uribe tie
nen un nombre y que en vida están otros camaradas que los
conocían. Entre estos camaradas los hay que conocen las
circunstancias de la muerte de más de uno y que están dis
puestos a decir todo lo que saben ante una Comisión de
Investigación.
En las organizaciones carrillistas son cada vez más los
camaradas que hacen a los enviados de Carrillo la pregun
ta: «S i lo que dice Líster no son más que calumnias, ¿por
qué Carrillo no ha aceptado la discusión sobre los méto
dos y el nombramiento de la Comisión de Investigación,
como Líster proponía antes del pleno y en el pleno mis
m o?» Ésa es la cuestión.
En su obsesión por desacreditar ante los comunistas
al campo socialista y presentarse así como un ingenuo o
un incauto, Carrillo ha empleado con frecuencia la dema
gogia: «Siem pre hemos ignorado lo que sucedía en esos
países.»
«N os era realmente difícil comprender en los años
40 al 50 cómo destacados dirigentes checoslovacos, consi
derados hasta entonces como excelentes comunistas, po
106
dían transformarse de la noche a la mañana en agentes
del imperialismo, en agentes de Tito, en traidores a la cau
sa del comunismo.»
Tales declaraciones en boca de Carrillo son el colmo del
cinismo, ya que en aquella época fue uno de los que prac
ticó con más frecuencia esas acusaciones de «traición»
contra camaradas de los que se quería deshacer.
Carrillo no sólo ha sido el inspirador y el organizador
del terror contra los comunistas honestos; ha sido, ade
más, el principal «teórico» de esa praxis. Por eso, cuando
leemos, en numerosas declaraciones hechas por Carrillo es
tos últimos tiempos, alusiones a los «malos métodos» que
han existido en las democracias populares, no sabemos si
indignarnos o morirnos de risa. Carrillo es un «teó rico» de
la espionitis, de la delación y del terror contra los miem
bros del Partido que no han querido someterse a sus pre
tensiones hegemónicas.
Existen pruebas materiales irrefutables de la responsa
bilidad directa, personal, de Carrillo en la práctica del te
rror en las filas del Partido. Y si la práctica es la materia
lización de una teoría determinada de las cosas, tiene que
admitirse que la teoría de la espionitis, la delación y el te
rror en el Partido fomentada por Carrillo estaba destinada
a estimular y justificar ese terror en nuestras filas y la
desaparición «m isteriosa» de muchos camaradas honestos.
Veamos, aunque sea brevemente, uno de los aspectos
de esa «teoría» carrillista sobre la espionitis y la delación.
Nada más llegar a Francia, en 1944, en una Conferencia
para cuadros del Partido, contestando al tema «¿Cómo
debe ejercerse la vigilancia dentro del Partido?», Carrillo
desarrolló las siguientes tesis:
107
lítica de Unión Nacional; es cierto también, p or desgracia,
que este compañero tiene un carácter muy extraño; es
cierto que las masas no quieren a este compañero, no con
fían en este compañero; es cierto también que no sabemos
exactamente de dónde ha venido este compañero, ni sus
antecedentes. Pero es un excelente camarada, lleno de vo
luntad, dispuesto a trabajar. Sólo necesita que se le ayude.»
Así pueden infiltrarse en nuestro Partido ciertos elemen
tos turbios al servicio de la Falange, que vienen a apuña
larnos p o r la espalda. Estos camaradas que informan tan
irresponsablemente sirven inconscientemente al enemigo, y
hay que ver si en algunos casos, en lugar de inconsciente
mente, no pertenecen a esa categoría de perros de que ha
blaba antes .
Tened en cuenta que donde existen tendencias mani
fiestas de pasividad anda probablemente (!) la mano del
enemigo.
...¡Seguid de cerca el desarrollo de cada uno de nues
tros cuadros!
...Un buen olfato comunista distingue en seguida (!) ese
tipo de perros de que yo hablaba.
...Se distinguen con mucha facilidad (!) a poco que se
observen.
...Nosotros estamos vigilando ya así, estamos encon
trando al enemigo, pero cada uno de los cuadros y m ili
tantes tiene que ayudarnos a encontrarlos mucho más rá
pidamente.
...Y esta labor hay que llevarla a Unión Nacional Es
pañola. Si algunos perros se han infiltrado en nuestro Par
tido, en U N E se han infiltrado con más facilidad . Hay que
descubrirlos también p or su trabajo. Es claro que no va
mos a utilizar en UNE los métodos duros y directos que
se utilizan en nuestro Partido; tenemos que ser un poco
más diplomáticos.6
108
Si se tiene en cuenta que en esa época se planteaban
toda una serie de problemas muy complejos (Unión Nacio
nal, tentativas por sentar las premisas para crear el Par
tido único del proletariado, etc.), se comprenderá que re
sultaba muy difícil acusar de «enemigo del Partido» a
cualquier camarada que tenía dudas o no comprendía tal
o cual cuestión. Si alguien piensa que esa praxis policíaca
está dictada por las condiciones del momento (1944) y que
eso la justificaba, yo afirmo que nada está más lejos de
la verdad. N i la necesaria lucha contra los provocadores,
ni el momento (1944), ni el lugar (Francia) eran las razo
nes que determinaban esa práctica policíaca elaborada y
aplicada por Carrillo y Antón. Eran los objetivos que am
bos perseguían.
¿Qué tienen que ver los métodos carrillistas con la con
cepción y los métodos preconizados, por ejemplo, en un
período mucho más difícil para nuestro Partido (1937) por
el secretario de organización de aquella época, Pedro Che
ca? Veamos cómo, en período tan complicado como fue
1937, aborda un problema similar el leninista Checa:
109
tido merece la confianza íntegra de todos los miembros
del mismo. Toda persona reconocida digna de estar en
nuestro Partido es también digna de figurar en puestos de
dirección, sea militante nuevo o viejo, si tiene aptitudes
para ello. De otra manera , crearemos un divorcio entre es
tos camaradas que ahora vienen al Partido y los viejos
miembros, y de este modo jamás llegaremos a fusionar a
los viejos y los nuevos de nuestra organización.1
110
Dolores odia ferozmente a Carrillo, pero después de 1956 le ha cogido
miedo y no está dispuesta a enfrentarse con él. Prefiere ir tirando
y figurando en el grado que Carrillo la deje, que cada vez será menos.
112
C a p ít u lo V
V Congreso
113
vimiento progresivo y revolucionario del pueblo español ,
presente ante todo el pueblo un programa que dé solución
a los graves y com plejos problemas que España debe re
solver en este período crucial de su historia, en el período
de las luchas decisivas p or el derrumbamiento del fran
quismo, de la caída de éste y de la instauración y consoli
dación de la democracia en nuestro país. Ésta es la finali
dad que persigue el Proyecto de Programa que sometemos
al estudio y discusión de todo el Partido.
La realización de las tareas que el Programa entraña,
la organización y dirección de la lucha del pueblo español
p or el derrocamiento del franquismo, p o r la democracia
y la independencia nacional, exigen el reforzamiento polí
tico y orgánico del Partido. Éstos serán la base para elevar
en los militantes y cuadros la comprensión de lo que es el
Partido, de su gran misión histórica, de los principios que
rigen su organización, del funcionamiento de éste en las
difíciles condiciones de clandestinidad en que actualmente
se desenvuelve el Partido.
E l B uró Político llama a todos los militantes y organi
zaciones del Partido a estudiar y discutir libre y profun
damente los proyectos de Programa y Estatutos, y a enviar
sus proposiciones y sugerencias a la dirección del Partido
para ser tenidas en cuenta en la elaboración definitiva de
ambos documentos.
Esta amplia y libre discusión debe con trib u ir a esclare
cer ante todo militante y organizaciones del Partido los
problemas de la revolución española en su etapa actual,
los problemas de la línea política, de la táctica y estrategia
del Partido, las cuestiones de la organización del Partido.
E l B uró P olítico espera que todos los militantes y o r
ganizaciones del Partido comprendan la gran importancia
que el Programa y los Estatutos del Partido tienen para el
fortalecim iento de éste y para el desarrollo de la lucha p o r
la victoria en nuestro país de la causa de la democracia, la
paz y la independencia nacional.
15 de mayo de 1954.
114
Tal como se dice en el comunicado, se sometió a todo
el Partido un Proyecto de Programa y Estatutos que los
militantes pudieron estudiar y discutir ampliamente antes
de dar sus opiniones para la elaboración definitiva de esos
documentos por el Congreso, el cual tuvo lugar del 1.° al
15 de noviembre de ese mismo año; como se hizo público
en un amplio comunicado de esa fecha, en el que asimis
mo se publicaron los nombres de los camaradas elegidos
a sus organismos de dirección.
¿Qué dicen a eso los que en los años 60 al 70 negaban
la posibilidad de hacer un Congreso con la democracia que
los militantes pedían? ¿Es que las condiciones nacionales
e internacionales habían mejorado o empeorado en rela
ción a 1954? Creo que en lo nacional los cambios eran evi
dentes. En 1954 la dictadura franquista era una dictadura
fascista en todo su apogeo de poder y de terror. Hacía sólo
un año que habían recibido el visto bueno del imperialis
mo norteamericano con la firma de los acuerdos militares,
económicos y políticos. En cuanto a la situación interna
cional, era el período álgido de la guerra fría.
¿En qué quedamos? ¿Avanzábamos o retrocedíamos en
cuanto a la situación del régimen franquista y de nuestro
Partido? ¿El imperialismo era en esos años más fuerte o
más débil que en 1954?
115
tación y me entregó un librito, diciéndome que lo acaba
ban de traer y que como estaba en ruso viese yo de qué se
trataba. Me puse a leerlo y a ir de sorpresa en sorpresa.
Pensé en una provocación, en un golpe de Estado. Leí y
releí hasta las cinco de la mañana, en que me fui a la ha
bitación de Uribe y le expliqué lo que se decía en ese libri
to. La sorpresa de Uribe no fue menor a la mía. Decidimos
llamar a Dolores, M ije y Claudín. Dolores había recibido
un librito igual al nuestro. M ije y Claudín no conocían
nada. Acordamos reunimos una hora más tarde en casa de
Dolores.
El «lib rito » al que me estoy refiriendo no era otra cosa
que lo que se conoce hoy día en el mundo como E l in for
me secreto de N. Jruschov, relativo al problema del «culto
a la personalidad». Sobre este informe (su contenido real,
la form a en que fue leído, etc.) se ha escrito mucho y es
peculado mucho más. También ha sido y sigue siendo ma
teria de especulación la forma mediante la cual fuimos
puestos al corriente de este informe los delegados extran
jeros al X X Congreso.
J. Elleinstein, uno de los principales ideólogos del PC
francés, en su versión sobre el «inform e Jruschov» escri
be: «L o s Partidos comunistas extranjeros fueron informa
dos muy tarde sobre el contenido del inform e Jruschov; en
el caso del PC francés solamente al día siguiente recibie
ron el texto, que tenían que devolver p or la noche, prom e
tiendo no decir nada.» Según otra versión de otro histo
riador francés — F. Robrieux, ex secretario general de los
estudiantes comunistas de Francia— : «...Thorez fue con
vocado por los soviéticos. Le hicieron entrar en una sala
donde le dieron una copia del informe y le encerraron con
un inspector de la policía. Tenía dos horas para enterarse
del contenido del texto.»
Y o no puedo decir cuál fue la forma exacta en la que
cada delegación extranjera fue informada del «inform e
Jruschov», pero sí puedo atestiguar que en lo que se re
fiere a nosotros nadie nos pidió no decir nada sobre este
informe como declara Elleinstein, pues el título de informe
«secreto» era suficiente, que no nos encerraron en ningún
cuarto y que no había ningún inspector de policía al lado
nuestro. Ésos son puros inventos policíacos de los autores
citados más arriba, inventos destinados, por lo visto, a dar
le un cierto «picante» a la narración.
116
Aunque mi opinión sobre el «inform e Jruschov» es de
sobra conocida, quiero repetirla aquí.
Pienso que Stalin es uno de los más grandes revolucio
narios de todos los tiempos; opino que no es ni el dios que
hemos adorado durante muchos años ni el monstruo que ha
descrito Jruschov. Stalin — además de ser un hombre con
sus virtudes y defectos— fue el dirigente máximo del Par
tido del primer Estado socialista que tuvo que dirigir la
construcción del socialismo, la lucha contra los enemigos
internos y exteriores, la industrialización, colectivización,
la revolución cultural, la segunda guerra mundial, etc., en
las terribles condiciones en las que las llevó. Pienso que
con el tiempo Stalin ocupará en la historia del movimien
to revolucionario — y sobre todo comunista— el lugar que
realmente le corresponde ocupar. N i más ni menos.
En cuanto a la forma que adquirió la «crítica» de Jrus
chov (y de los que le han apoyado) a los excesos de Stalin,
me parecen no sólo contraproducentes, sino cobardes y de
magógicos. Stalin había muerto, el nuevo equipo dirigente
tenía el poder, es decir, todas las posibilidades de castigar,
rehabilitar, corregir injusticias, sin necesidad de toda esa
publicidad demagógica. En realidad, esa publicidad no fue
más que la cortina de humo, detrás de la cual se han es
forzado en esconderse los que en vida de Stalin no sólo
aprobaban lo que éste hacía, sino que ejecutaban sin re
chistar lo que él ordenaba.
En todo caso, los comunistas españoles tenemos nues
tra propia amarga experiencia. Si se consultan todas las
publicaciones del Partido Comunista de España hasta 1956
y de ese año acá, se podrá ver que los histéricos «antista-
linistas» de hoy fueron los más «stalinistas» de ayer. Y o
desafío a quien sea a que encuentre en toda la literatura
del PCE algo más elogioso y adulador hacia Stalin que los
escritos de Santiago Carrillo de los años 40 al 50. ¡Pero si
no fuese más que un problema de literatura ! Por desgra
cia, hay los métodos de «dirección» empleados por Carri
llo. En este terreno, el hoy día muy «lib eral» y «abierto»
Santiago Carrillo ha sido un fiel seguidor de los malos mé
todos de Stalin, en todo lo que había de peor y conde
nable.
Es posible que a alguien le parezca paradójico que un
hombre como yo, que vengo luchando desde 1945 en la di
rección del Partido y denunciando públicamente, desde
117
1970, las fechorías de Carrillo, intente justificar o defender
a Stalin. Como digo más arriba, la historia tendrá que
pronunciarse todavía sobre el verdadero papel de Stalin.
Considero que a la hora de hacer historia y analizar los
hechos y acontecimientos de una época dada, hay que evi
tar caer en las comparaciones mecánicas. Las comparacio
nes deben servir para m ejor ilustrar, m ejor argumentar la
opinión que uno tiene sobre tal o cual cuestión. ¿Cuál es,
por ejemplo, la diferencia de fondo entre un historiador
marxista y de un burgués respecto al período de la llama
da «dictadura jacobina» de la revolución francesa? La di
ferencia de apreciación consiste en que un hombre de
derechas tratará de reducir ese período al mero terror, a
la guillotina; un hombre de izquierdas — y con más razón
un marxista— , al mismo tiempo que mantendrá una acti
tud crítica respecto al engranaje del terror jacobino, al
círculo vicioso que representaba el grado e intensidad a
que llegaron las ejecuciones, no olvidará tener en cuenta
dos factores fundamentales a la hora de analizar este pro
blema: ¿Cuál era la situación en que se encontraba la jo
ven República Francesa? ¿El terror era empleado por Ro
bespierre, Saint-Just y otros en función de qué objetivos?
No cabe duda que, rodeados por toda la Europa feudal
y amenazados por la contrarrevolución interna, los jacobi
nos pusieron en marcha una máquina de terror capaz de
cortarle las ganas a todo enemigo interno de actuar con
tra la nación.
Es decir, como señalo más arriba, dos factores funda
mentales contribuyeron de form a decisiva a que la «dicta
dura jacobina» tomase las formas que tomó: el cerco de
la Europa feudal y el peligro que representaban las diver
sas variantes de los enemigos internos.
Por lo tanto, evitando caer en comparaciones abusivas
y paralelismos mecanicistas, a la hora de analizar el pro
blema de Stalin, es indispensable, ante todo, plantearse
cuestiones tales como: ¿Cuál era la situación de la URSS?
¿Cuál era la situación interna? ¿Todo lo que hizo Stalin lo
hizo para consolidar y hacer avanzar la revolución o para
traicionarla?
Lo mismo debe hacerse a la hora de abordar el proble
ma de la actividad de Carrillo. Y entonces veremos que la
situación del PCE no justificaba en absoluto el empleo del
terror. En cuanto a los objetivos perseguidos por este se
118
ñor, nada tienen que ver con los intereses de la revolución
española. Se trataba del empleo del terror con vistas a ir
eliminando a verdaderos comunistas, apoderarse de la di
rección del Partido con el objetivo de cambiar su conteni
do leninista y dotarlo de una línea política e ideológica re
formista.
Por lo tanto, no existe similitud alguna ni en lo concer
niente a la situación ni, sobre todo, a los objetivos perse
guidos en el caso de Stalin y en el de Carrillo.
119
En esa larga reunión, de más de un mes, la discusión
llegó hasta donde Carrillo quiso. En ella hizo condenar la
declaración presentada en nombre del CC sobre la entrada
de España en la ONU y aprobar su artículo como la posi
ción oficial del Partido. Gallego se había pasado a su lado,
con lo cual Carrillo tenía la mayoría en el BP; cinco contra
cuatro. En esa reunión, en relación con esa cuestión, yo
dije:
— Quiero volver a referirm e a algunas cuestiones que
ya traté en Moscú. En relación con la publicación del ar
tículo de Santiago, continúo considerando que se han em
pleado métodos no correctos. Y el hecho de que los plan
teamientos que se hacen en el artículo pueden llegar a ser
considerados justos no pueden justificar lo incorrecto de
esos métodos, yo estuve de acuerdo con la propuesta de Do
lores de suspender «p o r ahora» la publicación del docu
mento que habíamos preparado la mayoría del BP, porque
esa cuestión era de cajón ante las discrepancias surgidas.
Pero no podía estar de acuerdo con la publicación de otro
documento, artículo de Santiago, sin antes confrontar esas
discrepancias. Y repito que el hecho de que los plantea
mientos hechos por Carrillo en su artículo pueden demos
trarse justos no disminuye, según mi opinión, lo incorrec
to del método y el peligroso precedente que sienta en la
dirección del Partido.
Defendiéndose de las acusaciones de trabajo fraccional
que significaba la publicación de su artículo y las reunio
nes tenidas por él en París con miembros del BP y del CC
y las opiniones que en ellas había dado, Carrillo dijo que
se trataba de opiniones personales. Sobre ello dije:
«Repito, asimismo, que eso de las opiniones personales
tampoco me convence. Son opiniones personales dadas en
una reunión colectiva, como son todas las opiniones que
damos en todas nuestras reuniones, donde cada uno da
mos la nuestra. Pero, además, yo no comprendo el porqué
de esa insistencia en negar, pues considero la cosa más
natural del mundo que si una parte del Buró Político re
cibe un documento elaborado por otra parte del Buró Po
lítico, se reúna, lo examine y dé su opinión. Lo que ya no
me parece correcto es que a esa reunión asistan camaradas
que no son del BP y rechazo el argumento de que eso pue
de hacerse porque "se trata de un camarada del Comité
Central de mucha confianza, con condiciones para ser del
120
Asistimos al XX Congreso del PCUS (febrero de 1956) como delegados
del PCE Dolores Ibárruri, Claudín, Uribe, Mije y yo. Durante varios
días el Congreso se desarrolló normalmente y sólo hacia el final
se nos comunicó a los delegados extranjeros que la sesión del día
siguiente sería únicamente para los delegados soviéticos.
(En la foto, de izquierda a derecha,
el autor, A. Mije, V. Uribe y F. Claudín.)
122
esos defectos, es el camarada Uribe. El camarada Uribe,
aunque él crea otra cosa, ha demostrado ser muy poco
permeable a los hechos y a las opiniones; muy poco per
meable a las lecciones que nos da el desarrollo mismo
del Partido.»
Leyendo las acusaciones de egolatría, autoculto, etc., de
Carrillo hacia Uribe en 1956, uno está viendo retratado
de cuerpo entero al propio Carrillo, pues ha rebasado todo
lo conocido en cuanto a esas cuestiones.
«E l camarada Uribe, sobre todo en los últimos años, se
caracteriza por un enfatuamiento, por una egolatría que
le ha llevado a establecer u n v e r d a d e r o c u l t o a la p e r s o
nalidad. No pierde ocasión de realzar su propio papel, la
importancia decisiva de su actividad, el papel de sus ideas
en la dirección del Partido. Esto lo hace entre nosotros,
en todas las reuniones, con una inmodestia y una falta del
sentido del ridículo verdaderamente lamentables. Cuando
Uribe realza su papel, rebaja el del BP y el del S e c r e t a r io
G e n e r a l d el P a r t i d o sin ningún respeto para ellos.»
En lo que se refiere a defender el derecho a la crítica,
Carrillo lo empleó ferozmente contra Uribe. Y su cinismo
no tiene límites cuando se refiere a los malos métodos. H i
pócritamente se coloca en el plan de pobre víctima, de
perseguido, de calumniado, cuando él es el autor número
uno de esas fechorías que critica y, cuando, además, está
liquidando a Uribe, alineando a M ije y Gallego y dando un
paso decisivo en el asalto a la Secretaría General del Par
tido. Este trabajo de enfrentar a Dolores con Uribe es una
de las actividades más pérfidas de Carrillo. Por lo que yo
he presenciado a lo largo de los años, la conducta de Uribe
hacia Dolores ha sido siempre de lealtad y sinceridad. Es
claro que en la conducta y métodos de Dolores había co
sas con las que Uribe no estaba de acuerdo; pero se lo de
cía directa y lealmente y, al mismo tiempo, le daba todo
su apoyo y ayuda, lo que no hizo nunca Carrillo. Pero vea
mos por sus propias palabras hasta dónde es capaz de lle
gar Carrillo en su hipocresía.
«¿Por qué planteo estas cuestiones? ¿Por abrumar a Uri
be? No. Porque es preciso liquidar entre nosotros los ele
mentos del culto a la personalidad, de vanidad, de enfa
tuamiento.»
123
Pleno del CC. Junio de 1956 (R D A )
124
presión sobre Dolores en el sentido de que se dedicase a
escribir una historia de la guerra. Dolores, que se daba
perfectamente cuenta — como todos nosotros— que lo que
quería Carrillo era la Secretaría General, expresó la opi
nión de crear el puesto de secretario general adjunto y
que lo ocupara Carrillo. Pero no era eso lo que éste que
ría. Carrillo quería ser el secretario general plenamente y
la entrevista se terminó sin ningún acuerdo. Carrillo salió
de la reunión furioso contra Dolores, y contra Semprún y
contra mí por no haberle apoyado en sus planteamientos.
Incluso llevó la cuestión de nuestra falta de apoyo a una
reunión del Buró Político al llegar a París.
Ante este fracaso, Carrillo se dedicó a preparar mejor
su ofensiva hacia la Secretaría General. Aprovechándose
de la preparación del V I Congreso, propuso ante el núcleo
del Buró Político, que trabajaba con él, modificar las es
tructuras de la dirección del Partido, cambiando la deno
minación de Buró Político por la de Comité Ejecutivo, y
creando el puesto de presidente del Partido (que en este
caso había de convertirse en un puesto completamente ho
norífico). La maniobra de Carrillo triunfó, y en 1959, en
Moscú, cuando varios camaradas del Buró Político visita
mos a Dolores para examinar con ella la celebración del
V I Congreso, ésta dio su acuerdo a los cambios. Lo que
representaba su abandono de la Secretaría General.
125
cretario general, fue que la casi totalidad de los delegados
venidos del país fueron detenidos a su regreso. La policía
franquista, con gran habilidad (pero ¿sólo «habilidad»?),
fue deteniendo a los delegados uno a uno, según iban lle
gando, sin decir una palabra sobre las detenciones.
Yo había alargado mi estancia en Praga, después del
Congreso, para resolver diferentes cuestiones de Partido.
Entre esas cuestiones, las había relacionadas con el traba
jo de la delegación de nuestro Partido en Praga, compues
ta por Santiago Álvarez, José Moix, A. Cordón, J. Bonifaci,
S. Zapiraín y J. Modesto. Me reuní con ellos inmediata
mente después del Congreso. Entre las cuestiones que
planteé estaba la que yo consideraba fallos muy serios co
metidos durante el Congreso. Sobre todo por Santiago Ál
varez y que tenían relación con la seguridad del Partido.
Vulnerando la decisión de la dirección, toda una serie de
delegados desfilaron por casa de Álvarez, donde se encon
traron con miembros no sólo de nuestra emigración en Pra
ga, sino con representantes de otros partidos que trabaja
ban en la R e v is ta I n t e r n a c io n a l y que vivían en la misma
casa que Álvarez.
Poco después de estas primeras discusiones comienzan
a llegar las noticias de las primeras detenciones de los de
legados que regresaban al país. Recibí también la noticia
de que había sido creada en la dirección del Partido en
París una comisión de investigación. Me reúno de nuevo
con los mismos camaradas y les planteé la necesidad de
ayudar al esclarecimiento de todo lo relacionado con estas
detenciones. Informé a Carrillo de estas reuniones, dándo
le mi opinión sobre toda una serie de debilidades que ha
bían tenido lugar en Praga mismo durante el Congreso y
de la necesidad de examinarlas. ¿Qué resultó de todas las
investigaciones? ¿Dónde están las conclusiones de la comi
sión? Misterio... ¿Por qué? ¿Es que no se confirmaban mis
denuncias de 1947 y las de Abad un poco después de que
la policía franquista estaba incrustada en el aparato carri-
llista? En tal caso, la actitud de Carrillo, ante hechos de
tal gravedad con la seguridad del Partido, fue no la de exa
minar con seriedad las posibles vías de fuga de los secre
tos del Partido, sino la de enterrar el asunto, cosa que le
encargó al propio Álvarez.
126
Comisión de historia
127
nal») propias a Carrillo sobre la guerra civil española; que
yo fuese su i n f o r m a d o r personal de todo lo que pasaba y
se hacía en la comisión. Como es natural me negué a lo
uno y a lo otro.
A cumplir la función de «inform ador» me negué por la
sencillísima razón de que nunca me sentí atraído por este
género de trabajo (si a una tal cosa se le puede llamar
«trabajo»). Se ve que Carrillo me había confundido con
una Irene Falcón, M. Azcárate, Santiago Álvarez, Romero
Marín o algo semejante.
En cuanto al contenido mismo de la historia, la cosa
era ya más compleja. No se trataba, claro está, ni de un
problema de gustos, ni menos todavía de disputa entre los
«veteranos» que concebían cada uno las cosas según el
puesto de mando que habían ocupado durante tal o cual
batalla. Se trataba de algo más serio.
Una de las cosas que siempre me han hecho reír, al
leer ciertas obras «históricas», ha sido la tendencia a de
fender sus autores el contenido «objetivo» de las mismas.
En materia de la ciencia histórica, el término «objetivo»
me ha sonado siempre como algo similar en lo político
cuando se pronuncia la palabra «neutral».
Estamos acostumbrados a oír hablar de la «última pa
labra» pronunciada por la historia sobre tal o cual acon
tecimiento o personaje histórico. Ello no es una casuali
dad, dado que cada generación (o equipo dirigente) necesi
ta reinterpretar la historia en función de sus propios inte
reses. Un ejemplo. Muchos camaradas de nuestro Partido
(PCOE) se han indignado por el hecho de que en la última
edición de la Gran Enciclopedia Soviética haya desapare
cido mi nombre, que desde la guerra de España aparecía
en ella, al mismo tiemp o q u e J o s é D íaz y D o lo re s I b á r r u
ri. C a d a vez q u e h e te n id o q u e e x p lic a rle s a e s to s c a m a r a
d a s el « secreto » de u n a ta l m e d id a , m e h e e s fo rz a d o e n
m o s tr a r le s q u e é s ta e r a lógica, si se p u e d e d e c ir, p u e s se
in s c rib ía e n los e s fu e rz o s d e re c o n c ilia c ió n C a rrillo PC U S,
q u e c u lm in ó e n o c tu b r e d e 1974 c o n la firm a del fa m o s o
c o m u n ic a d o P C U S -P artid o c a r r illis ta q u e al final n o sirv ió
p a r a n a d a , p u e s C a rrillo c o n tinuó haciendo anticomunis
mo y antisovietismo.
¿Cuál era la diferencia de fondo entre Carrillo y yo so
bre la historia de nuestra guerra? Carrillo quería una his
toria al servicio de su teoría de «reconciliación nacional».
128
Esto iba quedando claro para mí según íbamos discutiendo
sobre el problema. Es más, estas discusiones sobre la his
toria contribuyeron seriamente a que yo fuese percatán
dome de los verdaderos objetivos y fines que se perseguía
con la política de «reconciliación nacional».
En una reunión del Comité Ejecutivo, en diciembre de
1961, dije: «Que al final llegaríamos a esa situación de li
quidación de la subcomisión y de mi salida de la comisión.
Estaba yo convencido desde hace tiempo. Desde el momen
to, Santiago, en que tú mismo te has convencido de que
yo no estaba dispuesto a desempeñar el papel de informar
te a ti de lo que se hacía en la comisión ni defender en
ella tus opiniones sobre la guerra para hacer una historia
a tu gusto y conveniencia.
»Me negué a ser el transmisor de tus opiniones y me
negué a jugar el papel de ser tu informador, porque te
niendo la comisión un presidente, que es, además, el presi
dente del Partido, considero que debiera ser éste el que
informara cuando así lo creyese necesario; y que en cuan
to a mí u otro miembro de la comisión, debíamos informar
cuando se nos encargase hacerlo. Así es como entiendo yo
la lealtad hacia el presidente del Partido y hacia mis ca
rneradas de la comisión.»
Frente a lo que quería Carrillo, sostenía yo que una his
toria de la guerra escrita por el Partido no podía ser el
relato episódico de la lucha, sino que debía ser, sobre todo,
el estudio de los hechos, el análisis de los aciertos y de los
errores en todos los aspectos, así como las conclusiones,
experiencias, enseñanzas que de ellas deben sacarse.
Sostenía yo que una verdadera historia de nuestra gue
rra, escrita por el Partido, debiera tratar de la actividad
del Partido durante la guerra de forma no sólo crítica al
analizar la actividad de otras fuerzas, sino también auto
crítica al referirse a la actividad del Partido, de su políti
ca, de sus órganos de dirección, de los comunistas en to
dos los escalones y actividades.
Por ejemplo: el Buró Político — directamente en unos
casos y a través de la Comisión Político-militar en otros—
creaba problemas, provocaba conflictos entre mandos mi
litares del Partido, para luego poder intervenir y repartir
certificados de buena conducta a unos y de mala a otros.
La Comisión Político-militar era el refugio de toda una
serie de miembros del Partido que se las daban de grandes
129
estrategas, pero que no asomaban jamás el morro por el
frente donde se combatía.
Como experiencia negativa de cómo no se deben escri
bir «historias» teníamos ya la Historia del PCE, que se
cae de las manos por mala, injusta, parcial. Se ignoran
etapas y hombres de los que el Partido debiera sentirse
orgulloso, y se dan nombres que mejor sería que durmie
ran en el más completo olvido. En otros casos se dan nom
bres que sirvan de tapadera a otros que nada tienen que
hacer en una verdadera historia del Partido.
Claro que entre Carrillo y yo había otro motivo de dis
crepancia irreconciliable, que si no salía en las discusio
nes, no era desconocido de algunos camaradas.
Me refiero a que, pasados unos pocos meses de la crea
ción de la comisión, Carrillo hizo incluir en ésta a Ramón
Mercader.
Por todo lo mencionado más arriba, cesé de participar
en los trabajos de la comisión, considerándome separado
de todas sus actividades. Se insistió para que mi nombre
apareciese entre los autores de esa historia. Me negué.
Pero en diciembre de 1965 pasé por Moscú para tomar el
avión en dirección a La Habana y me enteré que estaba
próximo a salir el primer tomo y que mi nombre aparecía
como miembro de la comisión. Visité a Dolores y al resto
de la comisión y les dije que o se retiraba mi nombre o
hacía una declaración pública diciendo que yo no formaba
parte de esa comisión ni estaba de acuerdo con su conte
nido. Mi nombre fue retirado.
130
Capítulo V I
131
riencias revolucionarias más originales, tener la posibilidad
de verme con viejos amigos españoles y cubanos, etc.—
con el interés puramente político de un tal viaje.
Salí de Praga el 28 de abril de 1961 y aterricé en La
Habana el 29. Como digo en el primer tomo de mis me
morias, mi encuentro con la Cuba socialista fue de lo más
emocionante.
Durante mi estancia realicé un intenso trabajo: visita
de fábricas, granjas agrícolas, escuelas militares; partici
pación en mítines, intervius para la prensa y la televisión,
conferencias, conversaciones. No me faltaban ni las ganas
de conocer la máxima cantidad de cosas, ni la voluntad y
predisposición del Gobierno Revolucionario en darme to
das las facilidades para satisfacer mi interés. Lo que me
faltaba era el tiempo para realizar todo lo deseado.
Ésta fue la tónica de mi estancia en Cuba: reuniones,
mítines, encuentros, conversaciones, tres intervenciones
ante las cámaras de la televisión, intervius a periódicos cu
banos y extranjeros, encuentros con amigos españoles y
cubanos, conferencias para cuadros militares, conversacio
nes con los dirigentes cubanos. Es decir, se trataba de un
viaje de trabajo, de estudio.
Durante las conversaciones y entrevistas con Fidel pro
curé tratar de la forma más operativa toda una serie de
cuestiones importantes para nuestro Partido, sin olvidar
me, claro está, de manifestar la predisposición del PCE y
mía personal en ayudar en lo que podamos a la Revolución
cubana.
En este plano fue muy importante la entrevista que tu
vimos el 5 de mayo. En mi diario personal figura la si
guiente reseña:
132
El enfrentar a Dolores con Uribe es una de las actividades
más pérfidas de Carrillo. Por lo que yo he presenciado
a lo largo de los años, la conducta de Uribe hacia
Dolores ha sido siempre de lealtad y sinceridad.
(En la foto, de izquierda a derecha, D. Ibárruri,
S. Carrillo y V. Uribe durante el V Congreso del PCE, 1954.)
134
se establecieron entre nosotros. Se trata del Che Guevara.
En octubre de 1960, por intermedio del aparato del Par
tido, llegó a mi poder un libro titulado L a g u e r r a de g u e
r r illa s , con la siguiente dedicatoria: « A E n r i q u e L ís te r , de
u n p e q u e ñ o a lu m n o q u e a d is ta n cia tra ta de e s tu d ia r la e x
p e r ie n c ia esp a ñ ola p a ra n o t e n e r el tr is te f in de la R e p ú
b lica , c o n á n im o de c o n o c e r l e en M a d r id . Che. Habana,
sep. 9/60.»
Éste fue, pues, mi primer contacto con el Che. Unos
meses más tarde, ya en Cuba, tuve la ocasión de conocer
personalmente al que debía de convertirse en uno de los
enemigos más temidos del imperialismo americano.
Mis relaciones con el Che fueron desde un principio
muy buenas. Desde el primer instante se establecieron en
tre nosotros unas relaciones de franca amistad, sinceridad,
de una camaradería sólida y, como se dice, sin complejos.
Durante las conversaciones que hemos tenido siempre nos
hemos dicho las cosas con una franqueza sin límites. No
hubo nunca entre nosotros ni jugueteo, ni diplomacia, ni
cosas por el estilo. La forma de ser del Che, su lenguaje,
la conversación y ardor — todo ello de forma tranquila,
pero muy firme y clara— que ponía a la hora de defender
sus opiniones contribuían a establecer un clima de confian
za, de sinceridad. Por lo menos es la impresión que yo
siempre he sacado de mis entrevistas con él.
Un ejemplo puede ilustrar muy bien este género de re
lación. El 4 de mayo fui el invitado del programa de la
televisión («CMQ Televisión») «Ante la prensa». Se trataba
de una interviú en directo realizada por varios periodis
tas. Los dos temas centrales que salieron a relucir fueron
los problemas de la Revolución cubana y la lucha del pue
blo español contra el franquismo.
Unos días más tarde, el 9, nos encontramos con el Che
en la embajada checoslovaca, que daba una recepción. Uno
de los asistentes le dijo al Che que había leído su libro L a
g u e r r a de g u e r r illa s y que le había parecido muy bueno. Sin
contestar a esa pregunta, el Che, con una sonrisa significa
tiva, dijo: «Sin embargo, a Líster no le parece tan excelen
te el libro.» Le manifesté mi extrañeza ante tal opinión y
le pregunté en qué se basaba para acusarme de tal «de
lito». Me respondió que yo parecía estar contra el concepto
de las guerrillas. Le indiqué que yo no estaba en contra de
ninguna de las formas de lucha, siempre que éstas estuvie
135
ran supeditadas a la realización de los objetivos de la re
volución. Pero que de la misma manera estaba en contra
de la absolutización de una determinada forma de lucha.
Le pregunté en qué se basaba para declarar que yo estaba
opuesto al método guerrillero. Resultó que las conclusio
nes del Che tenían por origen mis declaraciones en la te
levisión el día 4. Mi extrañeza fue todavía mayor, pues si
en algo fui cuidadoso en esa intervención televisada fue en
dos sentidos muy concretos: dar una imagen lo más clara
posible de la política del Partido y evitar aparecer como
un vulgar pacifista. Pude darme cuenta que el Che no ha
bía seguido él mismo mi intervención por la televisión, sino
que había sido informado, por lo cual tenía una idea bas
tante deformada de las cosas que yo había dicho.
Hombre firme en sus convicciones, intransigente hacia
los demás y hacia sí mismo en primer lugar, el Che me dio
la impresión de un ser desprovisto de sectarismo, de dog
matismo y menos todavía de aventurerismo, como han in
tentado presentarle algunos. Mostró ser capaz de compren
der la política del PCE y, además, comprenderla tal y como
debía ser interpretada. Una tal prueba la dio el Che en su
intervención en el mitin celebrado el 2 de junio en el Cen
tro Gallego de La Habana, donde hablamos los dos. Refi
riéndose a la situación en España y a la lucha del pueblo
contra el franquismo, declaró el Che:
136
x im a a d e s a p a re c e r, si n o c o m p r e n d ie r a n eso, si el p u e b lo
tu v ie r a q u e v o l v e r a lle n a rs e de d o lo r , de h u m i ll a c ió n has
ta los d ien tes, e m p u ñ a r de n u e v o las a rm a s y r e c u p e r a r lo
q u e es suyo en la f o r m a q u e m e j o r le p a re c ie ra , p o d ía m o s
d e c ir le al c o m p a ñ e r o L ís te r , al g ra n lu c h a d o r de a q u e lla
ép oca , p a ra fra s e a n d o los v e rs o s de A n t o n i o M a c h a d o :
137
vocada por la profunda amistad que se estableció entre
nosotros desde el principio.
El 25 de enero de 1965 yo me encontraba en Argel for
mando parte de una delegación de la presidencia del Con
sejo Mundial de la Paz que estaba realizando un viaje por
toda una serie de países africanos. Ese día, al llegar al
hotel a las 10 de la noche, me encontré una nota del em
bajador cubano donde me pedía que lo llamase por telé
fono. Lo hice y me dijo que acababa de llegar el Che, y
deseaba verme. Me envió el coche y poco después me en
contraba en la embajada con el Che, que estaba acompa
ñado de los compañeros, Aragonés, Cienfuegos, Gallego
Macera y el comandante Pedro Medina, jefe de las guerri
llas venezolanas, así como otros compañeros cubanos. El
Che me explicó que estaba haciendo un recorrido por los
países africanos, que había llegado esa misma tarde a Ar
gel y que, en vez de continuar viaje para El Cairo, que era
su próxima etapa, tenía que salir para China, que tenía in
terés en hablar conmigo para explicarme el carácter de
ese «recorrido» e intercambiar opiniones. Riéndose me dijo
que yo iba detrás de él con la paloma de la paz deshacien
do lo que él hacía. La carcajada fue general al contestarle
que lo que yo hacía era desbrozarle el camino y adorme
cer a los enemigos, con lo cual su tarea de guerrillero es
taba facilitada.
Hasta las cuatro y media de la mañana estuvimos dis
cutiendo.
El Che se quedaba en Argel sólo un día, teniendo que
tomar el avión vía Pekín. Nos despedimos con la promesa
de vernos unos días más tarde en El Cairo, ignorando los
dos que ésta era la última vez que debíamos encontrarnos.
Dos semanas más tarde, en El Cairo, pasó a verme al
hotel el compañero venezolano Gallego Macera, para dis
cutir de sus problemas de la lucha armada en su país, y el
embajador cubano en Argel, para comunicarme que el Che
debía pasar por El Cairo de un momento a otro. El
Che llegó al día siguiente, pero el encuentro no tuvo lugar,
pues se quedó sólo unos minutos en el aeropuerto, em
prendiendo de nuevo su «recorrido» por los países de Á fri
ca, interrumpido por su viaje a Pekín. Sentí no haberle
visto, pero no le di mayor importancia al asunto, pensan
do como suele hacerse en casos semejantes: «La próxima
vez será.»
138
No debía producirse esa próxima vez: dos años más
tarde, en octubre de 1967, todas las agencias de prensa da
ban la noticia de la muerte del Che en Bolivia. Mi primera
reacción fue no creer una palabra de ese comunicado de
prensa. ¡Tantas veces se había anunciado la muerte del
Che!... Mas cuando conocí la declaración de Fidel del 15 de
octubre, para mí no había dudas: el Che había muerto...
Pero inclusive, así, sabiendo que había muerto, me era di
fícil admitir plenamente esa idea. En mi mensaje enviado
al Gobierno Revolucionario de Cuba declaré:
L a m u e r t e d el C he fu e p a ra m í, lo m i s m o q u e p a ra m i
llo n e s de r e v o lu c io n a r io s d el m u n d o e n te r o , una d o lo r o s a
s orp resa . T a n im p o s ib le m e p a r e c ió la m u e r t e d el Che, q u e
s ó lo c r e í en su re a lid a d c u a n d o F id e l lo c o m u n ic ó .
C o n o c í al C he p e r s o n a lm e n t e en 1961, c u a n d o p o r p r i
m e r a vez v is ité C u b a después d el t r i u n f o de la R e v o lu c ió n ,
y desde el p r i m e r día s e n tí p o r el C he u n a p r o f u n d a s im
p a tía y a d m ir a c ió n . H a b la m o s ju n t o s en a c to s p ú b lic o s y
t u v im o s largas c o n v e r s a c io n e s en q u e c o n t r a s t a m o s n u e s
tras o p in io n e s s o b re d ife r e n te s c u e s tio n e s , y, a u n q u e n o
s ie m p r e lle g a m o s a u n to ta l a c u e r d o s o b r e todas las cosas,
sí lo e s tá b a m o s en lo esencial, en las c u e s tio n e s f u n d a m e n
tales.
L u e g o , n os h e m o s e n c o n t r a d o en d ife r e n te s é p o ca s y
lu ga res, y la a m is ta d c o m e n z a d a en L a H a b a n a se fu e ha
c ie n d o cada vez m ás s ó lid a ; p o r eso su m u e r t e es p a ra m í
t r i p l e m e n t e d o lo ro s a , p o r s e r la m u e r t e de u n c o m p a ñ e r o
de c o m b a t e p o r la m is m a causa y c o n t r a el m is m o e n e m i
go, la m u e r t e de u n r e v o l u c io n a r i o y la de un a m ig o .
N o está d e s c o n ta d o q u e s u r ja n s e ñ o re s q u e d ig a n q u e
lo q u e pa só al C he d e m u e s tr a el fra c a s o de la lín e a de la
lu c h a a rm a d a , d e m u e s tr a q u e e llo s te n ía n ra zón c u a n d o
c o m b a t ía n esa línea. N o hay d ud a de q u e de la m u e r t e d el
C he se d e b e n sa ca r buenas enseñanzas, y F id e l, en su d is
c u r s o , lo hace, p e r o n in g u n a de ellas p u e d e c o n d u c i r a la
c o n c lu s ió n d el fra c a s o de la lu c h a arm ad a . A esa c o n c l u
s ió n s ó lo p u e d e n lle g a r g e n te s ig n o ra n te s de los m ás e le
m e n ta le s p r i n c i p i o s de la lu c h a r e v o lu c io n a r ia , o a q u e llo s
q u e q u ie r e n e s c o n d e r su c o b a r d ía d e trá s de c ó m o d a s p o s
tu ra s de pa sivid ad , p e r o n in g ú n v e r d a d e r o r e v o l u c io n a r i o
p u e d e lle g a r a tal c o n c lu s ió n .
E n la lu c h a de los p u e b lo s de A m é r i c a L a tin a p o r su
139
li b e r a c ió n , la m u e r t e d e l C h e es un e p is o d io t e r r i b le m e n t e
d o l o r o s o , p e r o c o m o d ic e una c a n c ió n de n u e s tra g u e r r a
e s p a ñ ola de li b e r a c ió n , la san gre de los h é ro e s ca íd o s p e
le a n d o p o r una causa ju s t a , se c o n v ie r t e en f lo r e s de v i c
to ria .
Y eso pasará, eso pasa ya h o y c o n la sa n gre g e n e ro s a
d el C h e G u e v a ra ; su e j e m p l o de lu c h a d o r in d o m a b le c o n
tra el i m p e r ia li s m o y a n q u i y sus lacayos, su m u e r t e h e r o i
ca está d e s p e rta n d o a la lu c h a a m ile s de n u e v o s c o m b a
tie n te s ...
[...] c o n e j é r c i t o s p r o le t a r i o s in te r n a c io n a le s , d o n d e la
b a n d e ra b a jo la q u e se lu c h a sea la causa sagrada de la r e
140
d e n c ió n de la h u m a n id a d , de tal m o d o , q u e m o r i r b a jo las
enseñas de V ie t n a m , de V e n e zu e la , de G u a te m a la , de Laos,
de G u in ea , de C o lo m b ia , de B o liv ia , de B r a s il, p a ra c it a r
s ó lo los e s ce n a rio s a ctu a les de la lu c h a a rm a d a , sea ig u a l
m e n te g l o r i o s o y a p e te c ib le p a ra un a m e r ic a n o , u n a s iá ti
c o y aun p a ra u n e u ro p e o .
141
O t r o p e r i ó d i c o a n u n c ia b a la c e le b r a c ió n a q u e lla n o c h e ,
en el C e n t r o G a lle g o , de u n m i t i n « a n t i f r a n q u i s t a » , p r e s i
d id o p o r el « g e n e r a l e s p a ñ o l E n r i q u e L í s t e r » . [...] E l t r a t o
q u e d ic h o p e r i ó d i c o d isp en sa b a a L í s t e r p e r m i t í a s u p o
n e r q u e éste acababa de lle g a r a C u b a y q u e su m is ió n c o n
s is tir ía en fis c a liz a r la o r t o d o x i a de la s u b v e r s ió n r e v o l u
c io n a r ia en to d a la A m é r i c a de h a b la española. (7 de no
viembre de 1961.)
L o s re fu g ia d o s c u b a n o s han i n f o r m a d o de la p r e s e n c ia
d e l g e n e r a l L í s t e r en C u b a desde o c t u b r e d e l a ñ o p a s a d o .
I n f o r m a c i o n e s s im ila r e s se r e c ib e n t a m b ié n de lo s m e d io s
e x ilia d o s a n t ic o m u n is ta s españoles.
S e g ú n estos in f o r m e s , el g o b i e r n o c u b a n o n o hace espe
cia le s e s fu e rz o s p a ra o c u l t a r q u e el g e n e ra l L í s t e r m a n d a
m ilic ia s o u n id a d es r e g u la r e s .
P o r d os c h ó fe r e s , a c t u a lm e n t e re fu g ia d o s , han lle g a d o
142
Tres imágenes de los plenos
del PCE, celebrados en los
años 1947, 1956 y 1957.
las s ig u ie n te s c u rio s a s in f o r m a c io n e s c o n c e r n ie n t e s a
L is t e r .
É s to s han d ic h o q u e en el m e s de n o v i e m b r e de 1961
h a n v is to e n tr e L a H a b a n a y P a la t in o u n la r g o c o n v o y de
tr a n s p o r te s c u b i e r t o y se e n t e r a r o n de q u e era la a r t ille r ía
d e c o h e te s q u e m a n d a b a el g e n e ra l L ís t e r . Y d ic e n q u e en
la in t e n t o n a fra ca sa d a de a b r i l de 1961, lo s p r is io n e r o s ase-
g u r a n q u e el e m p le o de los c o h e te s ha s id o u n o de los fa c
to re s de la d e r r o t a de las fu e rz a s de in v a s ión .
[...] M i o p i n i ó n es q u e e n tr a d e n t r o de lo p r o b a b le una
n u e v a a g re s ió n c o n t r a C uba, en u n p e r ío d o p r ó x i m o . L o s
y a n q u is van a e s fo rz a rs e p o r o b t e n e r el v is t o b u e n o de los
144
g o b ie r n o s la t in o a m e r ic a n o s en la r e u n ió n de m e d ia d o s de
j u l i o en M o n t e v id e o . V a n a e s fo rz a rs e p o r o b t e n e r el a c u e r
d o de la O T A N p o r las r e p e r c u s io n e s y c o n s e c u e n c ia s q u e
la a g re s ió n a C u b a p u ed a te n e r en o t r o s fre n te s . L a a g re
s ió n p u e d e c o m e n z a r esta vez c o n una fu e r z a m ix t a — 12 a.
15 m i l h o m b r e s — c o m p u e s t o s p o r c u b a n o s , p o r t o r r i q u e
ños, a lg u n o s c e n te n a re s de o t r o s países de A m é r ic a L a t i
na, a lg u n o s c e n te n a re s de españoles, y c o m o fu e rz a de c h o
que, v a rio s m ile s de a lem a n es, h ú n g a ro s y de a lg u n o s o t r o s
países, to d o s e llo s m e r c e n a r io s p ro fe s io n a le s , h a b ie n d o
c o m b a t i d o en C orea , I n d o c h in a y s o b r e t o d o en A r g e lia .
145
trario. La única respuesta a las «informaciones» provenien
tes de Washington sobre mi viaje a Cuba la encontramos
en las páginas de E l P o p u la r , de Méjico, con fecha del
11 de marzo de 1962, en un artículo, en el cual, entre otras
cosas, se decía:
146
tiones surgidas en la discusión y sobre las que hay acuerdo
entre nosotros, sino que trataré de aquellas en las que te
nemos opiniones diferentes. Y comienzo por los métodos.
» L a a u to rid a d . Es ésta una formulación que ha apare
cido mucho a lo largo de las discusiones que estamos
llevando a cabo. Pero unos le damos un contenido diferen
te a otros. Y o estoy de acuerdo con que el secretario ge
neral de nuestro Partido deba gozar del máximo de auto
ridad. Opino que es un deber de todos nosotros hacer todo
lo que esté a nuestro alcance para que así sea. Pero ¿auto
ridad para qué? ¿Para emplearla al servicio del Partido o
para imponer sus puntos de vista a los demás miembros
de la dirección y al Partido? Y o estoy de acuerdo con au
toridad para lo primero y en desacuerdo con autoridad
para lo segundo.
»Hay cosas, métodos, actitudes del secretario general
con las cuales yo no estoy de acuerdo. Y me perdonaréis
que recurra a ejemplos, pero es la forma más gráfica que
encuentro para explicar mi desacuerdo. Uno de esos ejem
plos está relacionado con mi viaje a Cuba. Aunque se trata
de una cuestión vieja, de más de dos años, y aunque otras
veces ya hablé de ella, creo no estará de más plantearla de
nuevo, pues encaja bien aquí.
»Al llegar a Praga en marzo de 1961, en un viaje para
la India, Álvarez me mostró una carta de Cuba en la que
se nos invitaba a Dolores y a mí para asistir allí a la fiesta
del 1.° de mayo. Dije a Álvarez que informase al CE y a
base de su contestación tomase las medidas del caso; es
decir, que si el CE decidía que aceptara la invitación, lo
comunicase a los camaradas cubanos y me preparasen las
cosas para hacer el viaje a mi regreso de la India, hacia
mediados de abril.
»Al pasar por Moscú de regreso de la India, Dolores me
dijo que ella no aceptaba la invitación, pero que yo debía
ir. Al llegar a Praga el 15 de abril, me dieron una carta de
Carrillo a Álvarez, fechada el 3 de abril, en la que había
un párrafo que decía: "Sobre la invitación que hacen los
camaradas cubanos a Enrique, hasta mañana no podré ver
el asunto con los amigos, pero mi opinión personal es fa
vorable a que vaya, si esto no entorpece los trabajos de la
comisión en la que participa."4
4. Se refería a la com isión encargada de elaborar la historia de
la guerra de España. E. L.
147
»Al mismo tiempo, Zapiraín me dijo que posteriormen
te a esa carta había llegado un aviso de París de que el CE
había decidido que debía hacer el viaje a Cuba, en vista
de lo cual me tenían todo preparado para que saliera en
el avión del 17 de ese mismo mes de abril. Como sabéis, la
salida se retrasó hasta el fin de mes por la agresión de
Playa Girón.
»Estuve en Cuba cuarenta días, y al regresar en agosto
a París, y observar que mientras la prensa socialista, anar
quista, franquista, norteamericana y de otros países seguía
especulando con mi viaje a Cuba, la nuestra no decía ni
palabra, y cuando vi, sobre todo, que el Secretariado to
maba el acuerdo de enviar a Gallego a Cuba y más tarde
a Claudín, Marcos Ana y Modesto, no hubo duda para mí
de que el silencio sobre mi viaje correspondía a un acuer
do del Secretariado. Más tarde, al expresarle a Santiago
mi extrañeza por ese silencio, me dio la respuesta de que
yo no había ido a Cuba enviado por el Partido.
»Esos son los métodos del secretario general. Acepto la
invitación de ir a Cuba porque así lo decide el CE y antes
ya, el secretario general, y luego, el mismo secretario ge
neral niega esa decisión y reniega lo que él mismo escribió
a Álvarez, y de cuya carta tengo copia en mi poder, entre
gada por el mismo Álvarez. No se hace ninguna discusión
sobre el viaje, no se hace ni una sola objeción a mis plan
teamientos en Cuba, pero se hace ante nuestro Partido y
nuestro pueblo la más completa conspiración del silencio
por parte de la radio y de las publicaciones del Partido.
Se deja que los militantes, que han conocido por la prensa
franquista y otra mi estancia en Cuba, saquen sus conclu
siones al no encontrar una sola palabra en la nuestra. Se
deja que, sobre todo, nuestros camaradas de Cuba y nues
tros amigos cubanos saquen también sus conclusiones de
cómo la dirección del Partido aprecia mi estancia entre
ellos. Y la conclusión no puede ser dudosa, sobre todo
cuando se tenía acostumbrado al Partido a informarle de
los viajes, entrevistas, asistencias a congresos y reuniones
cuando se trataba de miembros de la dirección del Par
tido.
»La conclusión lógica a que tienen que llegar, a la que
sin duda se quiere que lleguen los camaradas del Partido,
y en primer lugar los de Cuba y España, es que durante
mi estancia en Cuba he cometido errores políticos o de
148
otro tipo. Los camaradas no saben las causas de esa cons
piración del silencio y tampoco conocen cuál fue el conjun
to de mi actividad allí. No saben que a mi regreso de Cuba
hice un informe para el CE, del que entregué un ejemplar
a la camarada Dolores Ibárruri en Moscú, otro envié a
Carrillo para él y los miembros del CE que estaban en
París; al retrasar yo mi viaje allí, entregué otro a Mendo-
zona, en Bucarest, y di otro a Moix y Álvarez, en Praga. No
saben que cada uno de los ejemplares de ese informe fue
acompañado de una colección de periódicos, revistas y re
cortes donde estaban publicadas mis intervenciones. Inter
venciones en las que defendí la Revolución cubana y ex
presé a sus dirigentes y a todo el pueblo cubano la solida
ridad y el apoyo de los comunistas españoles. Expresé en
Cuba mi completo acuerdo con la orientación de la Revo
lución cubana y eso mismo defendí en reuniones, confe
rencias y conversaciones y ante la dirección del Partido
no he encontrado, por cierto, entre algunos camaradas, y
sobre todo en el camarada Claudín, ningún entusiasmo en
aceptar mis opiniones.
»N o saben los camaradas que hice otro informe sobre
cuestiones más reservadas, del que entregué un ejemplar
a Dolores y envié otro a Santiago para que, como presi
dente y secretario del Partido, quedaran enterados de esas
cuestiones, en unos casos, decidieran lo que correspondie
ra, en otros. Entre esas cuestiones estaban diferentes as
pectos de mis conversaciones con Fidel y con Raúl, el que
me invitó a pasar ocho días con él en Santiago de Cuba.
Está mi petición a Fidel de una ayuda permanente para
nuestro Partido, y su respuesta unos días más tarde, de
que nos darían 5 000 dólares mensuales y que me serían
entregados los 40 000 correspondientes a los ocho primeros
meses de 1961, lo que me fue entregado antes de salir de
Cuba.5
»Lo que no saben los camaradas, por último, es que no
sólo no se me ha hecho la más mínima crítica por parte
de ningún órgano del Partido ni camarada de dirección
sobre mis planteamientos y gestiones en Cuba, sino que
personalmente se me ha dicho, por diferentes camaradas
de la dirección del Partido — incluidos el presidente y el
149
secretario general— , que eran muy positivos los resultados
de mi viaje a Cuba.
»Ahora bien, si nada criticable encontraron ni el secre
tario general ni el Secretariado en mis planteamientos y
gestiones durante mi viaje, ¿por qué el secretario general
y el Secretariado dieron la orden de guardar el más com
pleto silencio sobre el mismo? ¿Por qué, poco después de
mi viaje, decidieron el envío de Gallego y luego de Clau-
dín, de Modesto y Marcos Ana, a los que nadie había invi
tado? ¿Es que se quería hacer sentir que ellos eran los
dirigentes, los hombres del Partido, los hombres del pre
sente, mientras que yo no era más que el hombre del pa
sado, el hombre de la guerra?
»E l secretario general y el Secretariado tienen la pala
bra. Pero por mi parte quiero dejar constancia que, según
mi opinión, tales métodos no ayudan a forjar esa unidad
de que tanto se habla, y que buena falta hace, ni refuerza
la autoridad y el prestigio de las personas que los emplean
ni de los órganos del Partido a través de los cuales se eje
cutan. El resultado es todo lo contrario.»
Sólo más tarde había de conocer yo, por Santiago Alva
rez, a qué obedecía esta actitud de Carrillo. Entre los mu
chos actos en que participé a todo lo largo de la isla, esta
ba el gran mitin del 2 de junio en La Habana, y al que me
he referido anteriormente, en el que hablamos el Che y yo.
En mi discurso, yo me metí con Prieto y otros capitulado-
res, y el Che terminó el suyo como queda reseñado.
Carrillo se sintió aludido en su política —-y sobre todo
en sus objetivos futuros— por lo dicho por mí, y sobre
todo por lo dicho por el Che, y como no podía meterse con
él, bautizó mi viaje de «no oficial», decidiendo la más rigu
rosa censura en las publicaciones y radio del Partido. Poco
después, envió a Cuba a Gallego, Claudín, Modesto y Mar
cos Ana, que llevaran allí la voz «oficial» del Partido, es
decir, la de Carrillo. La desgracia para ellos — y sobre todo
para el jefe— fue que allí nadie les hizo caso.
Entre lo dicho anteriormente, en relación con los acuer
dos a que llegué en Cuba con Fidel, estaba el envío allí de
una cierta cantidad de especialistas — ingenieros, técnicos,
economistas, médicos, etc.— miembros de nuestro Partido,
sobre todo los que habían estudiado sus carreras en la
Unión Soviética, para ayudar a los cubanos en la construc
ción de una nueva Cuba.
150
En Cuba había ya ese tipo de especialistas, enviados por
los diferentes países socialistas, que gozaban de toda una
serie de privilegios en relación con los cubanos (salarios,
viviendas, almacenes especiales, medios de transporte, lu
gares de descanso, etc.). Por el contrario, los que enviáse
mos nosotros deberían trabajar y vivir en las condiciones
de los cubanos; debía ser una verdadera ayuda intemacio
nalista. Dolores y Carrillo, de palabra, estuvieron de acuer
do, pero rápidamente la marcha a trabajar a Cuba se con
virtió en un arma de especulaciones, de negocio, de favo
ritismo y corrupción. A Cuba fueron enviados muchos
buenos especialistas, honrados y trabajadores, pero fueron
enviados otros que eran especialistas en la vagancia, en la
borrachería y el puterío. Cuba fue para ellos esa América
con la que soñaban muchos emigrantes que iban allí a ha
cerse ricos. Así entienden Dolores Ibárruri, Santiago Carri
llo y sus socios el internacionalismo proletario y la ayuda
a la Revolución cubana.
151
C a p í tu lo V I I
152
dedor de la cual se puede plantear la cuestión es la del
"levantamiento nacional y popular”. Y el camino, las accio
nes de masas, huelgas, protestas, etc. Con salida violenta
o con salida pacífica, el problema de la conquista de la
libertad y de una democracia real sólo se podrá conseguir
por la vía revolucionaria, a través de la lucha de las masas.
»Aparece como si la única preocupación de nuestra po
lítica fuese la de dar garantías de nuestras buenas inten
ciones a toda una serie de gentes. Opino que no se trata
de dar garantías, sino de mostrarles nuestra fuerza movi
lizando a las masas. Por eso hay que hacer una política y
dar consignas que movilicen a los obreros y campesinos, a
los estudiantes y otras fuerzas y les hagan salir a la calle.
»Aquí se ha dicho que no debemos caer en el sectaris
mo. Yo digo: ¡Ojo a no caer en el oportunismo o en el
reformismo, en el podrido revisionismo! Existe bastante
confusión y especulación en cuanto a las dos vías. General
mente se mete en el mismo saco su empleo, lo mismo para
el paso de un régimen de democracia burguesa al socia
lismo, que el de el paso de una dictadura fascista a una
democracia, que es el caso de España.
»La misma confusión y especulación la encontramos en
relación con la idea de insurrección armada y guerra civil;
idea o término que muchos ligan inseparablemente en sus
explicaciones o planteamientos cuando, en realidad, son
términos que, en muchos casos, corresponden a situacio
nes diferentes.
»Para mí, insurrección, salida violenta, salida armada
y lo que en el I I I Pleno se presentó como "levantamiento
nacional y popular” es, en muchos aspectos, lo mismo.
Puede variar la intensidad de la violencia y la forma de
producirse ésta, pero, en las condiciones concretas de Es-
paña, yo no creo que existan grandes diferencias entre lo
que representan cada una de esas formulaciones. Creo, por
el contrario, que sí las hay entre esa forma de lucha y la
guerra civil. No es obligatorio, repito, que la salida violen
ta, la lucha armada para derrocar al régimen, lleve detrás
la guerra civil.
»M i opinión es que debemos de mejorar y modificar
todo lo que sea necesario para estar a la altura de los acon
tecimientos, y, en lo posible, preverlos con tiempo. Por eso
estoy de acuerdo con las modificaciones propuestas sobre
la cuestión agrícola.
153
Durante mi estancia en
Cuba (abril-mayo de
1961) realicé un intenso
trabajo: visita de fábri
cas, granjas agrícolas,
escuelas militares; parti
cipación en mítines, in-
tervius para la prensa y
la televisión, conferen
cias, conversaciones...
Mis relaciones con el Che fueron desde un principio
muy buenas. Desde el primer instante se establecieron
entre nosotros unas relaciones de franca amistad,
sinceridad, de una camaradería sólida y sin complejos.
»Opino, repito, que las medidas de organización deben
estar de acuerdo con los planteamientos, deben correspon
der a los planteamientos, lo que hoy no pasa, pues mien
tras se da la impresión de que el Partido está preparado
para esas dos salidas, sólo se prepara para una: para la
pacífica.
»Cuando aparece cada vez con más fuerza en el país,
sobre todo en la juventud, la idea de que hay que pasar a
formas de lucha más elevadas que las actuales, la dirección
del Partido no da las consignas que corresponden a esa
situación.
»Sostengo que toda la experiencia muestra que sólo
marchando por el camino de la lucha, por la vía revolu
cionaria, la clase obrera, los trabajadores, el pueblo, pue
den conquistar las libertades políticas y ver satisfechas
sus reivindicaciones económicas y sociales.»
La realidad era que la dirección del Partido, preocu
pándose exclusivamente de la salida pacífica, introducía
ciertos cambios de lenguaje; pero esos cambios en nues
tros planteamientos no eran más que propaganda y perse
guían, sobre todo, el objetivo de tranquilizar a los cama-
radas que cada vez en mayor número exigían una política
más de acuerdo con la situación y las necesidades de la
lucha.
Como en la reunión del CE del 10 de febrero no se
pudo llegar a ningún acuerdo, decidimos suspender la
discusión y continuarla posteriormente con la participa
ción de los miembros del CC que habían estado al comien
zo en la reunión del Secretariado.
Esta segunda reunión tuvo lugar los días 7, 8 y 9 de
marzo. Durante esos tres días, encerrados en una casa le
jos de París, discutimos los problemas del campo. Desde
el 10 de febrero al 7 de marzo, el grupo de tres — Claudín,
Semprún, Tomás García— había quedado reducido a dos.
Durante ese mes Carrillo había trabajado a Tomás, quien
abandonaba a los otros dos, con cuyas posiciones estaba
mucho más de acuerdo que con las de Carrillo. Éste había
encargado a Gallego que preparase un informe que sirvie
se de base de discusión. Desde el primer día el informe
quedó hecho trizas. En la discusión se llegó a momentos
de verdadera violencia entre Carrillo y Claudín. En un
momento este último amenazó con retirarse.
Por mi parte defendí mis propias opiniones, criticando
156
aquellas de un bando y otro que no me parecían justas.
En una de las intervenciones dije:
«E l otro día se tomaron opiniones mías para combatir
la consigna de “ la tierra para el que la trabaja”. Hoy Fe
derico volvió sobre esa cuestión previniéndonos sobre pe
ligros izquierdistas y haciéndonos planteamientos con los
que, repito, no estoy de acuerdo.
»Federico ha planteado que sobre nuestro Partido pesa
el sectarismo, el radicalismo. “ Esa tendencia — dijo— sur
gió con toda fuerza en Enrique. Estoy en desacuerdo con
todo lo que planteó. Es sectario colocar como única salida
la insurrección armada.” E insiste: “ Enrique no ve más
salida que la violenta. Eso demuestra cómo las consignas
de ‘la tierra para el que la trabaja' hace surgir el secta
rismo."
»Claudín ha machacado mucho en que no debemos in
sistir demasiado en el planteamiento de la vía insurreccio
nal. Dice que si insistimos demasiado en ese planteamien
to, daremos la idea a otras fuerzas de que nos orientamos
a esa salida. Es decir, hacia la insurrección.
»N o veo dónde está esa insistencia.
»Rechazo la opinión de que no veo más salida que la
violencia. Mi opinión es que debemos plantear con el má
ximo de claridad qué queremos decir cuando hablamos de
la vía pacífica. Qué queremos decir con el planteamiento
de levantamiento nacional y popular. Explicar qué enten
demos como insurrección y que ello no quiere decir abo
gar por la guerra civil. Hay que dar al Partido y a las ma
sas perspectivas claras y reales.
»Opino, sobre todo, que la dirección del Partido debe
tomar las medidas orgánicas correspondientes a sus plan
teamientos políticos cuando habla de la salida violenta. Le
yendo los materiales del Partido, cualquiera saca la impre
sión de que la dirección del Partido, al mismo tiempo que
defiende con energía la política de reconciliación nacional
y de salida pacífica y llama a todo el Partido a aplicarla
con decisión, lo que es justo, toma medidas para conducir
al pueblo a la batalla por la vía violenta si, agotados todos
los medios pacíficos, no quedara otro camino, lo que no
corresponde a la verdad, pues en ese terreno no se hace
nada.
»Se debe decir la verdad al Partido y al pueblo. Se le
debe llamar a combatir cada día y hacer todo lo posible
157
para resolver la cuestión por la vía pacífica. Esto se hace
y ello es justo. Al mismo tiempo, se le dice al pueblo y al
Partido que no está descartado que al final la salida tenga
que ser por la vía violenta, insurreccional. Lo que también
es justo. Pero esos planteamientos, justos los dos, deben
tener una aplicación práctica. No existe y no se debe de
establecer una muralla china entre las dos vías. Se le debe
decir al Partido y al pueblo que, si al final habrá que recu
rrir a la lucha armada para poner fin a la dictadura, sus
luchas de hoy habrán desempeñado un gran papel en la
preparación para esa gran lucha final. Pero, al mismo tiem
po, los órganos dirigentes del Partido deben poner sus me
didas orgánicas en correspondencia con sus planteamientos
políticos. Nuestra línea política puede ser justísima, pero
si no se aplica correctamente, revolucionariamente, no
triunfará. En una palabra, yo estoy en contra de que se esté
engañando al Partido y al pueblo. De que se les esté min
tiendo.»
En otra intervención, el día 8, y en la que comencé res
pondiendo a Carrillo, el cual, furioso por no conseguir «ali
nearme» a su bando, me había tirado algunos golpes bajos,
dije:
«En su intervención, el camarada Carrillo ha dicho que
yo estoy enfurruñado. No estoy enfurruñado. Estoy disgus
tado, cabreado y no por la discusión a que se refiere él,
sino por otras causas. Esas causas él las conoce y vosotros
también, pues no son ningún secreto mis discrepancias en
ciertas cuestiones.
»En estos planteamientos no tiene nada que ver mi ca
rácter ni tampoco mis relaciones mejores o peores con Ca
rrillo. Se trata de cosas políticas, de métodos, etc., mucho
más importantes que cuestiones de carácter y relaciones.
La verdad es que me cabrean las trampas y marrullerías
en la aplicación de nuestra política.
»E l camarada Carrillo y otros camaradas habéis expre
sado aquí unas discrepancias con opiniones expuestas por
mí en el curso de esta discusión. Lo siento, pero yo tengo
mis propias opiniones sobre esas cuestiones y las defiendo
y las defenderé hasta que sean aprobadas o se demuestre
que no tengo razón.
»Esas opiniones están expresadas por mí, muy esque
máticamente, pero ello no quiere decir que estén hechas a
la ligera. Mi opinión es que alrededor de la consigna "la
158
tierra para el que la trabaja”, lo que está en discusión son
otras cosas.
»Está en discusión, entre otras cosas, en qué etapa de
la política de reconciliación nacional y de las dos vías es
tamos.
»M i opinión es que está en discusión si el Partido debe
seguir jugando un papel activo en el desarrollo de los acon
tecimientos en España, o si debe ir a la cola de esos
acontecimientos.
»En el centro de las intervenciones de Fernando y Fe
derico está el combatir consignas y frenar medidas más
radicales, más en consonancia con el desarrollo de la lucha
y con el crecimiento de la radicalización de las masas. Fer
nando y Federico quieren tirar del Partido hacia atrás,
cuando lo que se necesita es empujar hacia adelante. Pero
¿son solamente Fernando y Federico los que tiran para
atrás? No, por desgracia no son ellos los únicos.
»Los camaradas Fernando y Federico argumentan am
pliamente sus planteamientos para combatir, en la prácti
ca, la nueva formulación de "levantamiento popular”. Por
el contrario, yo considero que ese planteamiento aún es
demasiado débil y que las medidas para asegurar su reali
zación, llegado el caso, son débiles, o mejor dicho, nulas.
»M i opinión es que debemos empujar más hacia la sa
lida de poner fin al franquismo a base de la acción de las
masas obreras y campesinas, estudiantes, intelectuales, no
como fuerza de presión, sino como las fuerzas activas diri
gentes de esa salida.
»M i opinión es que, ante las maniobras para buscarle
a la situación una salida de franquismo sin Franco, de com
ponendas por arriba, nosotros debemos reforzar nuestros
planteamientos que más directamente puedan movilizar a
la clase obrera, al campesinado, a las fuerzas progresivas
de la intelectualidad y al estudiantado.
»M i opinión es que, ante los toques de atención que
nos llegan del país, ante la radicalización y el crecimiento
de la combatividad de las masas, ante el creciente debilita
miento de la dictadura, nosotros debemos adelantar y po
ner al orden del día las consignas que corresponden a esa
situación y tomar las medidas orgánicas correspondientes
a esas consignas y planteamientos.
»M i opinión es que, en el centro de nuestra preocupa
ción, debe estar siempre lo que puede interesar, beneficiar,
159
movilizar a las fuerzas fundamentales de las que somos el
Partido.»
Y después de tres días la discusión termina con la apro
bación de una resolución que, a pesar de los malabarismos
oportunistas a que había llegado Carrillo en su elabora
ción, es rechazada por Claudín y Semprún, que votan en
contra.
La lucha iba a tomar mayor volumen, saliendo fuera
del Comité Ejecutivo.
En el mes siguiente, durante dos días, tengo una larga
discusión con Carrillo en la que, una vez más, le expongo
mis discrepancias sobre diferentes cuestiones y, sobre todo,
con los métodos que él venía empleando desde la Secreta
ría General. El panorama se iba poniendo cada día más
oscuro. Carrillo aplica cada vez más su política de cama
rilla; por su parte, Claudín y Semprún pasan a un trabajo
cada vez más abierto, para extender en el Partido sus pro
pias opiniones. Y Carrillo deja hacer. Sólo más tarde había
de comprender yo ese liberalismo de Carrillo con el traba
jo prácticamente fraccional de Claudín y Semprún.
Por fin, en mayo llega Carmen, de la que estaba sepa
rado desde hacía cinco años; los hijos seguían en Praga y
Moscú. La llegada de Carmen ponía fin a mi vida de tener
que estar residiendo en casa de camaradas franceses, don
de siempre he sido tratado con verdadera amistad, pero
que no era lo mismo que estar en su propia casa. Además,
la llegada de Carmen era para mí de una gran ayuda. Yo
no escribo a máquina y ella sí, y cuando estábamos juntos
era ella quien me pasaba todo a máquina. Nos pusimos al
trabajo y preparamos un folleto que se publicó en julio de
ese mismo año (1962), con el título de E sp a ñ a , base de g u e
rra y a n q u i-g e r m a n o o c c id e n ta l. En él se describían las ba
ses e instalaciones yanquis en España y también la pe
netración de Alemania Occidental en cuestiones que tenían
relación con aspectos militares. En las páginas centrales de
ese folleto había un gráfico que abarcaba a toda España
y donde estaban señaladas las diferentes bases y dependen
cias militares yanquis. Comencé también a aprovechar las
horas que me dejaban libres mis tareas de Partido para ir
reuniendo y ordenando mis recuerdos de la guerra de Es
paña y de épocas anteriores, para hacer un libro con ellos.
Así nace N u e s t r a g u e rra , publicado en 1966, después de
pasar por diferentes situaciones y teniendo que vencer no
160
pocos obstáculos sembrados por Carrillo y algunos de sus
incondicionales.
161
tían por mí, lo mismo los intelectuales que los estudiantes
presentes, y que Claudín y Semprún no se atreverían a en
frentarse conmigo delante de ellos, me pedía que yo presi
diese la comida y me las arreglase para que no hubiese
más discursos que el mío, el cual debería de ser al mismo
tiempo de resumen del seminario, de saludo a los camara
das franceses y de despedida a los que habían asistido al
seminario. Ante el lío que había acepté. Y en una interven
ción de unos veinte minutos salí del asunto haciendo una
cosa agitativa y emotiva al mismo tiempo, y creando un
ambiente de alegría — a lo que ayudó el saludo del cama-
rada francés— que duró tod a la comida y que invitó a de
jar en los bolsillos las navaj as cabriteras que algunos te
nían bien afiladas.
Dos meses más tarde, en noviembre, se reúne en Praga
el pleno del CC. Ésa era una magnífica ocasión para, por
fin, examinar la situación en la dirección del Partido y to
mar las medidas correspondientes. .Pero una vez más, el
escamoteo fue total. Claudín y Semprún preferían seguir
tranquilamente extendiendo sus ideas en el Partido y reclu
tando militantes a su bando y Carrillo prefería dejar que
los dos compadres le fueran desbrozando el camino para
cuando él considerase llegado el momento quitarse la ca
reta y demostrar a Claudín y Semprún que en cuestiones
de oportunismo, de reformismo y de conducir al Partido a
practicar una política de derechas, nada tenían que ense
ñarle ellos, pues él era maestro en esos menesteres.
162
a discutir la cuestión de la unidad en el Partido y en su
dirección.
»Había creído que esa cuestión se discutiría en este
punto, pero los primeros camaradas que hablaron no se
refirieron a ella.
»Luego, cuando habló Santiago, me dio la impresión de
que iba al fondo del problema, pero que luego daba mar
cha atrás. Pensé que lo dejaba para otro punto; ahora me
da la impresión de que su intención es dejar que cada uno
vaya al toro como le parezca. Pero en fin, mi misión no es
interpretar las intenciones del secretario general, sino ex
presar mis opiniones, y es lo que voy a hacer.
»Opino que debemos examinar qué es lo que debemos
hacer, qué debemos corregir y mejorar en nuestro trabajo
para corregirlo.
»Hay cosas sobre las que no estoy de acuerdo y sobre
las que me extenderé cuando tratemos esta cuestión de la
unidad en la dirección del Partido. También explicaré mi
desacuerdo con los artículos de Fernando y Federico, pero,
repito, sobre esas y otras cuestiones pienso hablar cuando
llegue el momento, pues lo que acabo de decir no es más
que un anuncio de algunas de esas cuestiones.
»Camaradas, ¿vamos a meter el diente al asunto o va
mos a seguir dándole vueltas a la noria?»
Después de mí interviene Carrillo intentando ahogar la
discusión; dice, entre otras cosas:
«M e parece positivo que estos problemas de la unidad
del Partido se planteen. Son problemas complejos y Enri
que tenía razón. La autoridad no debe arrojarse a la dis
cusión como un elemento de presión política. Sólo debe
hacerse en caso de agresión directa a la unidad.
»A mi juicio, en la dirección del Partido no hay ningu
na división. Lo que hay son ciertos problemas que están
surgiendo y que hay que resolver y serán resueltos.»
La discusión continúa los días 10, 11 y 12 de febrero, y
en mi intervención del día 10, entre otras cosas, dije:
«A lo largo de mi intervención anterior yo me he refe
rido a diferentes cuestiones que coinciden con plantea
mientos del camarada Fernando, y ello puede dar la idea
de que yo apruebo la conducta, los métodos, las opinio
nes de Fernando. Nada más lejos de la realidad. Una dife
rencia fundamental entre él y yo es que yo le planteé al
secretario general mis discrepancias, y él no; es que yo no
163
las he sacado de entre nosotros, y Fernando sí; es que yo
no las aprovecho para apoyar otras cuestiones y conseguir
objetivos contrarios al Partido, y él sí.
»Según mi opinión, Fernando se vale de principios jus
tos y de debilidades reales para defender opiniones y po
siciones no justas. Fernando aparece ahora levantando
bandera contra unos métodos de los que él fue el más con
secuente defensor. El que más consecuentemente los prac
ticó a las órdenes de Santiago.
»Fernando ha sido desde hace años y hasta no hace
mucho el camarada que en mayor grado participó en las
tareas de la dirección del Partido. Durante años él susti
tuyó al secretario general cuando éste no estaba. Es el ca
marada que en mejores condiciones ha estado para hablar
con Santiago y mostrarle sus inquietudes o sus desa
cuerdos.
»Fernando dice que su divisa es dudar de todo. Yo la
hago mía para decir que dudo mucho del espíritu de im
parcialidad y de sinceridad de Fernando al presentar los
hechos. Yo tengo derecho a pensar que si Fernando no ha
planteado antes sus discrepancias, es porque no tenía con
fianza en que sus opiniones prosperasen; es porque quería
llevarlas fuera del núcleo de dirección; es porque, una vez
más, quería aparecer como el único defensor de los prin
cipios del Partido; el único con valor entre nosotros para
plantear sus opiniones.»
En una de sus intervenciones Claudín dijo:
«Paso a la segunda cuestión, hacia la que derivó la dis
cusión. Sobre esa derivación quiero mostrar mi extrañeza
(y no la misma extrañeza mostrada por Enrique), que con
sideraba que la discusión debía haber empezado por la si
tuación en la dirección del Partido cuando eso no era lo
acordado en el CE.»
El día 11, Carrillo interviene de nuevo y se dedica a dar
una de cal y otra de arena. Dice:
«H ay sin duda diferencias en el trabajo del CE y del
Secretariado. Hay muchos problemas que se resuelven fue
ra de las reuniones. Enrique ha planteado aquí diferentes
cuestiones. Es cierto que siempre planteó las cosas con
mucha franqueza. Le agradezco ese método.»
Y echándole un cable a Claudín y a Semprún, dice:
«La discusión agraria fue una tempestad en un vaso de
agua. Y otra tempestad en otro vaso de agua sería querer
164
hacer una división entre d o g m á t ic o s y n o d o g m á tic o s . Fer
nando ha llevado dos años de reflexión esperando lo que
pudiese venir. En ellos no escribió nada y en las reuniones
era el convidado de piedra.»
Claudín se agarra al cable lanzado por Carrillo para
decir:
«Nuestras divergencias son importantes, pero no de prin
cipios. No están en discusión la línea política ni los princi
pios; lo que está en discusión son aspectos de la aplica
ción. La unidad del Partido puede salir reforzada.»
El día 12 y no pudiendo haber ninguna duda en cuanto
a la actividad disgregadora de Claudín y Semprún, la pasi
vidad de Carrillo ante ellos y que se iba al degüello de la
discusión con una resolución que no serviría para nada,
propuse que la cuestión fuese llevada al CC sin perder más
tiempo en discusiones inútiles.
Mi propuesta cayó como una bomba. Carrillo intervie
ne y dice:
«Llevar la cuestión al CC puede ser útil y puede no
serlo.»
Y Claudín, prudente:
«N o me pronuncio si bastará la discusión en el CE o ha
brá que llevarla al CC.»
Según el acta de la reunión, yo insisto en los siguien
tes términos:
Enrique.— « N o ve la p o s ib ilid a d de una r e s o lu c ió n d el
C E tal c o m o están las cosas. In s is te en q u e es n e c e s a rio
lle v a r el p r o b l e m a al CC. S e r ía un e r r o r n o lle g a r hasta el
f o n d o en el e x a m e n de las d is c re p a n c ia s a h o ra q u e están
ahí. N o sé lo q u e pasará d e n t r o de u n o s m e s e s , p e r o v i v i
m o s en una s itu a c ió n en la q u e p u e d e n h a b e r c a m b io s en
los q u e la g a ra n tía de q u e n u e s tr o P a r t i d o p u e d a ju g a r el
p a p e l q u e le c o r r e s p o n d e estará en su unid ad . L le g a r á sin
d ud a un p e r ío d o en q u e n o te n g a m o s ta n ta p o s ib ilid a d de
r e u n i m o s c o m o ahora. Cada u n o t e n d r e m o s q u e lle v a r a la
p r á c t ic a las d e cis io n e s d el P a r t i d o a llí d o n d e n os e n c o n t r e
m os . ¿ Q u é pasará si cada u n o v a m o s c o n u n c r i t e r i o d ife
r e n te ? S i se c o n s id e r a q u e r e u n i r el C C es p r e c ip it a d o (n o
lo c r e o ), p r o p o n g o r e u n ir el C E al c o m p l e t o b a jo la p r e s i
d e n c ia de D o lo r e s , y q u e d e cid a lo q u e c o r r e s p o n d e h a c e r .»
165
a mí salir para Moscú a informar a Dolores y luego ir a
Praga para preparar la celebración de la reunión allí.
En Moscú, Dolores, después de escuchar mi larga y de
tallada información, se despachó de lo lindo contra «los
ambiciosos que se disputaban a dentelladas lo que otros
habían construido con sus sacrificios y su sangre».
De Moscú me trasladé a Praga. Planteé la petición a la
dirección del Partido hermano, quedando el problema re
suelto el mismo día, y al siguiente me trasladé al castillo
que se ponía a nuestra disposición, a unos 30 km de Pra
ga. Después de ver las condiciones del castillo, comuniqué
a París que todo estaba resuelto, y unos días después co
mienzan a llegar los camaradas.
166
Uno de los hechos más escandalo
sos del VII Congreso del PCE fue lo
que hizo Carrillo con la carta de los
tres miembros del Comité Central,
Núñez (foto superior, izquierda), Ar-
diaca (foto superior, derecha) y Or-
mazábal (foto inferior), que en esa
época se encontraban en el presi
dio de Burgos. Se encargó a un ex
preso, Lucio Lobato, hacer de fiscal
y la carta fue condenada en bloque:
tanto lo no correcto como lo co
rrecto.
tros solos los que vamos a decidir la fecha de la lucha ar
mada? ¿Es que fuimos nosotros los que decidimos la crisis
de Berlín? ¿Es que fuimos nosotros los que decidimos la
crisis del Caribe, que al existir bases yanquis en España
la hubiera convertido en campo de batalla y nos hubiesen
llevado, sin duda, a la lucha por todos los medios contra
esas bases? Para referirme a cosas exteriores. Pero ¿es qué
fuimos nosotros los que decidimos la sublevación de 1936?
No. Por eso, yo esto no lo comprendo.
»Afirmé, y reafirmo, que no basta sólo con prever y ex
poner la perspectiva de la lucha armada, sino que hay que
prepararse práctica y realmente para ella.
»En el proyecto del plan a que me he referido, entre
otras medidas proponía hacer un recuento de todos nues
tros cuadros militares y guerrilleros, ver el estado actual
de cada uno desde todos los puntos de vista: político, mo
ral, físico y de su preparación técnica, tomando en los ca
sos necesarios y con los camaradas que se creyese conve
niente, las medidas necesarias para colocarlos a ellos mis
mos en las mejores condiciones combativas posibles y para
emplearlos en la preparación combativa de las fuerzas jó
venes.
»Carrillo se ha esforzado en encerrar las discrepancias
entre él y yo en que lo que yo quería era la creación de
destacamentos de combate, entrenar a un número deter
minado de hombres en el manejo de armas y otros métodos
de combate, hacer depósitos de las mismas, etc., requería
un aparato fuera y que él no estaba de acuerdo con ello.
»Una y otra vez le he preguntado: ¿Dónde están los
otros aparatos? ¿Dónde están las decenas y decenas de
funcionarios del Partido? Una gran parte fuera, en París
y otros lugares fuera de España.
»En París hay quince aparatos — le dije— , con un total
de 61 funcionarios cobrando de la caja central del Partido.
De ellos, 25 son miembros del Comité Central. Hay, ade
más, toda una serie de camaradas trabajando con esos apa
ratos, pero sin cobrar de la caja del Partido.
»Pienso que esas cifras, y otras que se podrían dar, pue
den ser la m ejor respuesta a lo que tú dices "nada de apa
ratos en París”. Pero ¿es que después de esas discusiones
entre Carrillo y yo hace años han disminuido o aumentado
los aparatos fuera? Se han aumentado y en mucho. Pero,
además, si se los quiere crear dentro, ¿por qué no hacer
168
lo? No, la cuestión de discrepancia no es tampoco la de
aparato más o menos.
»Las discrepancias son mucho más profundas y más am
plias. Y la principal era, y es, la de si debemos marchar
por una vía revolucionaria o reformista, y que en relación
con ella, yo consideraba, y considero, que al Partido y a
las masas no se les debe engañar, no se les debe decir una
cosa y hacer otra diferente. Si se les dice que sí, “ a pesar
de nuestros esfuerzos por resolver el problema español por
la vía pacífica no nos quedará más remedio que acudir a la
violencia, a la lucha armada, estamos dispuestos y prepa
rados para ello”, se deben tomar las medidas de organiza
ción correspondientes a tal planteamiento.
»Como recordaréis, la mayor parte de los que estáis
aquí, por haber participado en ellas, ya en las discusiones
en el Buró Político de Bucarest, en abril-mayo de 1956, en
una de mis intervenciones, después de dar mi acuerdo a los
planteamientos hechos por la camarada Dolores sobre la
política de reconciliación nacional y saliendo al paso a cier
tas tendencias que ya comenzaban a apuntarse en relación
con ese planteamiento, dije:
»"Pienso que al hablar de nuestra guerra, de la sangre
y sufrimientos que costó a nuestro pueblo, debemos ha
cerlo de forma que no aparezca ni por asomo, que conde
namos la lucha gloriosa de nuestro pueblo por cerrar el
paso al fascismo.”
»E l hecho de que también en nuestra zona se hayan co
metido excesos, el hecho de que en los frentes de combate
hayan caído miles de combatientes del bando contrario, no
quiere decir que compartamos la culpa de nuestra guerra.
Los únicos culpables son Franco y los que con él la desen
cadenaron.»
Y en relación con las dos vías agregué en esa misma
reunión de 1956:
«Estoy de acuerdo en que debemos explicar a la mayor
cantidad de gentes posible que existe otra vía que la arma
da para terminar con el franquismo y para llegar a la de
mocracia; es decir, que existe la vía pacífica o forma pací
fica, pero debemos explicar con toda energía que la forma
violenta de terminar con el franquismo entra dentro de lo
posible y que en un determinado momento puede ser la
única viable, y debemos hablar de ello y explicar en qué
condiciones y por qué causas puede producirse. Esto debe
169
mos hacerlo no para asustar a nadie, ni como una arma
de chantaje, sino como una cosa real, porque, agotados
otros medios, ése puede ser el único real para terminar
con la dictadura, y porque no basta que una parte no quie
ra llegar a la violencia y menos aún a la guerra civil, si la
otra, en este caso los ultras del régimen, sí lo quieren y
la provocan.
»Muchos de nosotros podemos recordar cómo en los
años 1935-1936, la dirección del Partido, al mismo tiempo
que elaboraba y ponía en práctica su política de Frente
Popular, prestaba una gran atención al desarrollo de las
MAOC; a su instrucción, a su armamento, y que sobre la
marcha, destacamentos de estas milias cumplían misiones
de protección de las manifestaciones y acciones de masas.
»¿Qué hubiese pasado en 1936 si el Partido y otras or
ganizaciones no hubiesen venido preparando a sus miem
bros y a las masas para hacer frente a la reacción con las
armas en las manos? ¿Qué hubiese pasado si el Partido
hubiese considerado que con los acuerdos por arriba y la
victoria del Frente Popular en las elecciones bastaba?
»Hubiese pasado que al sublevarse la reacción y capitu
lar el Gobierno, como intentó capitular ante Mola, el pue
blo se hubiese encontrado desarmado y sin saber cómo
hacer frente al enemigo. Pero eso no sucedió porque una
parte de las masas estaban fogueadas, estaban entrenadas
en la lucha, y ellas dieron los primeros asaltos a los cen
tros de la reacción, a sus cuarteles, y esas vanguardias
agruparon a su alrededor a otros miles de combatientes
que aplastaron a los sublevados en una gran parte del país.
»Se habla mucho de cómo las masas asaltaron los cuar
teles de las fuerzas armadas y de orden público, pero mu
chos han olvidado (o no quieren acordarse de ello) que eso
fue posible gracias a la formidable escuela de luchas pasa
das por las masas desde 1930 a 1936, y a los conocimientos
y entrenamientos que habían adquirido toda una serie de
destacamentos organizados después de octubre de 1934.
»De esto dicho en Bucarest hace ocho años nada tengo
que retirar, sino por el contrario agregar, pues toda una
serie de hechos posteriores a esa fecha han venido a darme
plenamente la razón.
»Permitidme insistir sob re algunos de ellos aunque me
repita.
»Se dice que no se pueden tener dos líneas. Yo estoy
170
ciento por ciento de acuerdo. Pero ¿quién propone tener
dos líneas? Yo no, camaradas. No propongo tener dos lí
neas. ¿Es que cuando luchábamos por el Frente Popular y
nos dedicábamos a organizar y armar las Milicias Antifas
cistas Obreras y Campesinas y los grupos de autodefensa
de las manifestaciones, teníamos dos líneas? Y o no lo creo.
Yo no creo que tuviéramos dos líneas. Teníamos una sola
línea, pero era una línea que no sólo era revolucinaria,
sino que al mismo tiempo se aplicaba revolucionariamen
te. ¿Es que aquello nos quitaba, nos quitó aliados? Creo
que fue todo lo contrario. Sé que hay grandes diferencias
entre una situación y la otra; yo sé que no es la misma
nuestra política de Frente Popular que nuestra política de
reconciliación nacional; yo sé que no es lo mismo el perío
do de antes de la guerra de 1936-1939 y el período poste
rior a la guerra y actual. Yo sé todo eso.
»Carrillo ha dicho que no fue él, sino el CE quien recha
zó mis opiniones. ¿Cuándo? ¿Dónde? Esa cuestión la discu
timos Carrillo y yo, primero, y Carrillo, Marín y yo, des
pués; pero no fue llevada al CE, que hubiese sido lo co
rrecto.
»Está claro que si no fue llevado al CE es porque Carri
llo no quiso. Éste es un ejemplo más de esos métodos
contra los que vengo protestando y luchando desde hace
bastantes años.»
En esa intervención mía a la que me estoy refiriendo,
había terminado esta parte así:
«En relación con estas cuestiones, sobre todo en esta
situación, quería dejar expresado con el máximo de clari
dad mi posición, para que nadie, ni en un sentido ni en
otro, pueda sacar conclusiones que no corresponden a mis
opiniones.»
En otra intervención y respondiendo principalmente a
Claudín, dije:
«En esta parte de la discusión sólo quiero dar mi opi
nión sobre algunas de las cuestiones que me han llamado
la atención en la intervención del camarada Fernando.
»Según el camarada Fernando, las tendencias extremis
tas e izquierdistas en España sólo abarcan a unas cuantas
cabezas locas y, por eso, las posiciones chinas no cuajarán
en España. Y o discrepo de esa opinión de Fernando. Opi
no que el izquierdismo, el deseo de terminar con la opre
sión, de sacudirse la dictadura franquista, sea como sea, no
171
abarca sólo a unas cuantas cabezas locas ni a unos cuantos
chinistas, sino a mucha más gente y que eso va tomando
cada vez más cuerpo.
»Opino que los chinos pueden encontrar en España
quienes los escuchen, y si aceptamos la línea que nos pro
pone el camarada Fernando les daríamos servida en bande
ja una magnífica plataforma. Sería el mejor servicio que
podríamos hacerles a los chinos.
»Otra cuestión que ha planteado el camarada Fernando
es que él considera que hoy la salida, no sólo más proba
ble sino obligatoria, será la de la oligarquía. Y refiriéndose
al tiempo que esta salida va a predominar, en que la oli
garquía va a sostenerse en el poder, nos lo pone tremen
damente largo.
»Y o pregunto: Y aunque fuese así, ¿qué? ¿Debemos pre
pararnos y preparar al Partido para meternos entre los fal
dones de la oligarquía, como nos propone Fernando, o de
bemos prepararnos y preparar al Partido para empujar
hacia la salida revolucionaria, para ponerse a la cabeza de
todas las formas de lucha, y entre ellas la lucha armada?
»Y en relación con esto, quiero recordar posiciones mías
en las que sigo estando firmemente, pero posiciones que
jamás he sacado de los marcos del Comité Ejecutivo.
»Quiero aprovechar, para repetir, para los que no las
conocen, cuáles son esas opiniones mías. Con motivo de la
tensión internacional y ante la agravación de la situación
de Berlín, en septiembre de 1961, en vísperas de la salida
del camarada Santiago para el Congreso del PCUS, el Co
mité Ejecutivo, a propuesta de Santiago, nos encargó al
camarada Marín y a mí preparar un plan para la creación
de destacamentos de combate y otro de ataque a las bases
americanas en España. Marín y yo comenzamos a trabajar
en la elaboración de esos planes, y como Marín tuvo que
marcharse continué yo solo la elaboración de los mismos.
»En la elaboración de esos planes tuve en cuenta no
sólo la necesidad de tener que recurrir a su aplicación, en
caso de agudización de la situación internacional, o de gue
rra, sino también su aplicación en caso de tener que recu
rrir a la salida violenta. Al elaborar esos planes me inspiré
en lo que se había dicho en la reunión del Comité Ejecuti
vo, lo que se decía en los documentos del Partido y, fun
damentalmente, en lo que acababa de decir el camarada
Fernando en la reunión del Comité Central, que era lo más
172
radical y más acorde con mis propias opiniones que yo
había escuchado hasta ese momento. En la reseña de esa
reunión, además con un subtítulo que ya da el tono, dice:
“ Lo pacífico y lo violento”, el camarada Fernando (estoy
hablando del 61) dijo: “ Desde el V I Congreso a hoy hemos
ido esclareciendo cada vez más el significado de la vía pa
cífica, su relación dialéctica con la vía armada." Y más
adelante: “ En el curso mismo del proceso que lleva hacia
ese levantamiento de masas — se refiere al levantamiento
nacional— , es decir, en el curso de las acciones parciales,
no pueden por menos de manifestarse ya aspectos pacíficos
y violentos, que prefiguran en cierto modo, aunque sea en
germen, lo que puede ser dicho levantamiento general."
Y más adelante: “ Un precedente histórico que puede ser
vir de enseñanza para hoy es el período 1934-1936, analiza
do en la H i s t o r i a d el P a r t id o . En 1934 era muy difícil saber
si el desenlace de la lucha entre las fuerzas demócratas,
republicanas y las fuerzas reaccionarias, fascistas, iba a ser
pacífico o a través de la lucha armada, de la guerra civil."
Es decir, completamente lo contrario de las conclusiones
que saca hoy el camarada Fernando.
» “A lo largo de ese intenso período — sigue Claudín y se
está refiriendo al período 1934-1936— , vemos que lo 'pací
fico' y lo 'violento' se entremezclan cotidianamente."
»Y más adelante:
» “A medida que la perspectiva de una salida armada
aparece como más probable que antes", o sea, en ese mo
mento de 1961, aparecía claro para el camarada Fernando
que la salida más probable era la salida armada. Es de
cir, que en esa reunión el camarada Fernando había llega
do a donde no habíamos llegado ninguno, porque por
mucho que busquemos en las intervenciones de cualquiera
de nosotros, incluidas las mías en Cuba, donde todo el am
biente desde este punto de vista podía conducir hacia ello,
no encontraremos una formulación y unos planteamientos
de ese tipo.
»Continuando con lo que estaba diciendo anteriormen
te, al mismo tiempo que trabajaba en la elaboración de los
dos planes, propuse en una reunión del Comité Ejecutivo,
presidida por el camarada Fernando, pues el camarada Ca
rrillo estaba en Moscú, algunas medidas prácticas, entre
ellas, el envío de un camarada a recoger algunos datos so
bre el terreno, de la base de Morón, en la provincia de
173
Sevilla. Propuestas que fueron aceptadas y acogidas por el
Comité Ejecutivo en esa reunión presidida por el camara
da Fernando, de forma completa, absoluta, y el camarada
que yo había preparado salió para Morón a recoger los
datos correspondientes.
»Al regresar el camarada Santiago del Congreso del
PCUS y explicarle yo los dos planes elaborados como digo,
Marín, que también había regresado ya, ante las opiniones
contrarias de Santiago, dio marcha atrás y yo quedé solo
defendiendo esos planes. Santiago los rechazó, echando en
la discusión un nuevo elemento, que es el de que yo quería
organizar un aparato y se oponía a la creación de ningún
aparato en la emigración. Otro argumento era que el llevar
adelante el trabajo previsto en esos planes iba contra nues
tra política de reconciliación nacional.
»Las ideas expuestas por mí en los dos proyectos del
plan, que por indicaciones de Santiago destruí para evitar
peligros de que cayeran en manos de gente extraña, y de
fendidas por mí en las dos reuniones, estaban basadas en
la necesidad de elaborar esos planes, sobre todo el de los
cuadros para los destacamentos, y tomar las medidas, para
su ejecución, no sólo con vistas a su aplicación en caso de
agudización de la situación internacional o de guerra, sino
con vistas, repito, a la salida violenta, a la salida armada
de la situación e incluso para el apoyo de grandes accio
nes de masas. Sostuve, y sostengo, que nuestras medidas
de organización y preparación de ciertos medios con vis
tas a la salida violenta no debían de estar supeditadas a
los vaivenes de la política internacional ni a los altos y ba
jos de nuestras relaciones y conversaciones con otras fuer
zas antifranquistas. Opiné, y opino, que si no hay ninguna
contradicción entre la defensa pública de nuestra política
de reconciliación nacional y de salida pacífica y el plan
teamiento de Santiago de que si el problema no se resol
viera en un plazo no largo, por la vía pacífica, habría que
resolverlo por la vía violenta, y que nosotros nos prepará
semos para una tal salida, menos contradicción podía ha
ber entre ese planteamiento y las medidas para asegurar
su realización.
»En el artículo de Santiago en N u e s tr a s I d e a s , de abril
de 1961, se puede leer: "O el país se democratiza por la
vía pacífica, ahora, como nosotros proponemos, o la de
mocratización del país sobrevendrá tras una lucha armada
174
que en la época actual se resolvería indudablemente a fa
vor de las fuerzas revolucionarias. Si la dictadura perma
nece aún un par de años — escribe Santiago— , toda posibi
lidad de cambio pacífico podría desvanecerse. La insurrec
ción popular sería la única salida."
»H e rechazado, y rechazo, el argumento de que si to
mamos ciertas medidas de orden orgánico y práctico en ese
sentido, ponemos en peligro nuestra política de reconcilia
ción nacional y de lucha por la salida pacífica. No se trata
de darle al Partido la consigna de armarse ni de que se
pase a la preparación de la insurrección armada. Se trata
de tomar en el órgano del Partido que corresponda, las
medidas correspondientes a los planteamientos políticos
que se vienen haciendo; lo contrario es engañar al Partido
y a las masas. Opino que a partir del V I Congreso, las me
didas orgánicas y prácticas para la aplicación de los acuer
dos y planteamientos políticos de las reuniones y docu
mentos del Partido no corresponden a esos planteamien
tos, o m ejor dicho, tales medidas son totalmente inexis
tentes.»
Las discusiones entre Carrillo y yo no fueron nada ame
nas. Cuanto más avanzábamos en la discusión, tanto mejor
me iba dando cuenta de que la propuesta de Carrillo de
hacer esos dos planes, no había sido más que un nuevo
intento por su parte de querer especular ante el PCUS y
el movimiento comunista internacional, con una supuesta
actividad revolucionaria y antiimperialista de la dirección
del Partido en España y de solidaridad con el Partido de
la Unión Soviética. Esta propuesta fue hecha por Carrillo
unos días antes de él salir para el Congreso del PCUS. La
idea de que había sido el juguete de una especulación po
lítica se reafirmó en mí cuando la crisis del Caribe. Creo
que no es pecar de malicioso si uno se pregunta: ¿Por qué
se planteó la cuestión de prepárar un plan de creación de
destacamento de combate y otro de ataque a las bases nor
teamericanas cuando la crisis de Berlín de 1961 y no en
octubre de 1962, cuando la crisis de Cuba, que estuvimos
más cerca de la guerra? Porque en octubre de 1962 no ha
bía Congreso del PCUS y, por tanto, no tenía Carrillo un
lugar donde aparecer especulando con cosas que ni soña
ba realizar.
Pero sigamos con mi intervención.
«Quiero referirme también a lo que considero la perla
175
de los planteamientos del camarada Fernando. Me refiero
a sus opiniones sobre el Partido. ¿Qué nos propone Fer
nando? ¿Qué Partido realmente democrático es ese del que
habla Fernando? ¿A qué tipo de democracia se refiere Fer
nando? ¿Se refiere a que hay que corregir debilidades que
hay, y no pocas, en nuestros métodos de trabajo y en de
terminados planteamientos? En eso yo estoy de acuerdo, y
de ello ya hablé y volveré a hablar tantas veces como haga
falta. ¿Se refiere a que hay que hacer un Partido que dé
confianza a la oligarquía, a la burguesía liberal y a ciertos
tipos de intelectuales? Si algo he entendido, no sólo de lo
que ha dicho Fernando en esta reunión, sino también de
lo que han dicho Fernando y Federico en reuniones ante
riores, de eso es de lo que se trata. Aunque en esta cues
tión sean menos claros y menos explícitos que en otras,
pero, en fin, aunque soy bastante lento para comprender,
lo que he comprendido (y ojalá me equivoque) es que se
quiere ese tipo de Partido en el que pueden tener confianza
no las masas obreras y campesinas, sino toda otra serie de
gentes.
»Como es natural, no estoy de acuerdo con esto, no
puedo estar de acuerdo porque eso no sería un Partido
Comunista, eso no sería el Partido marxista-leninista. Pero,
además, ese Partido, esos partidos existen ya; como se
dice en mi tierra, no hace falta nada más que "desapun
tarse” de éste y "apuntarse" en alguno de ésos. Nos "de
sapuntamos" de éste y nos "apuntamos" en otro, porque
en ese tipo de partido es en el que tiene confianza la oli
garquía, la burguesía, cierto tipo de intelectuales, etc. Esos
partidos existen ya en nuestro país. Llegamos demasiado
tarde todos nosotros para crear un tal Partido.
»Todavía dos cuestiones: el camarada Fernando repite
a los largo de su intervención que entre nosotros no hay
discrepancias fundamentales, que en las cuestiones funda
mentales estamos de acuerdo. Camaradas, o yo no entien
do nada, o creo que las discrepancias entre nosotros son
sobre cuestiones fundamentales, sobre las cuestiones fun
damentales de principio, políticas, organizativas. Y repito,
o no comprendo nada o tal como comprendo estas cuestio
nes y tal como las he defendido en treinta y tantos años
que llevo en el Partido, lo que está aquí en cuestión, pre
cisamente, es todo, todo lo fundamental, todo lo decisivo
de un Partido revolucionario.»
176
«Estoy en contra de la intervención soviética en Checoslovaquia
porque considero que no está justificada en este momento
y, por tanto, ha sido un error. Como es natural, no estoy
en contra de todas las intervenciones.» (Del discurso
del autor en el pleno del Comité Central
del PCE celebrado en setiembre de 1968.)
Después de referirme a diferentes cuestiones de tipo
orgánico dije:
«Pienso que no basta decir que necesitamos un colecti
vo unido, como si esto tuvieran que organizarlo otros, o si
cayera del cielo; sino que somos nosotros quienes debemos
hacerlo para que realmente sea un verdadero colectivo de
trabajo, una verdadera dirección colectiva.»
A través de esas y otras intervenciones anteriores y pos
teriores, aparece claramente mi opinión de que las medidas
orgánicas y prácticas para la aplicación de los acuerdos y
planteamientos políticos de las reuniones del Partido, no
correspondían a esos acuerdos y planteamientos.
De diferentes formas y en diferentes momentos, y sin
sacar jamás la cuestión fuera de la dirección del Partido,
me esforcé en exponer estas opiniones mías de que no era
correcto que, mientras en nuestros discursos, artículos y
documentos se daba a entender o se decía abiertamente,
que tomábamos medidas para el caso de una salida violen
ta, en la práctica no se hiciera nada en este sentido.
Sobre estas cuestiones, Santiago Carrillo manifestó lo
siguiente:
«Los chinos y chinistas empujan un desarrollo, una des
viación de izquierda, que puede ser muy seria en nuestro
país. No tan seria quizá como piensan algunos, pero más
seria de lo que expresa Claudín. Y o quiero decir, camara
das, que hoy sigo pensando que la opinión del camarada
Líster, con todos los respetos, cuando discutimos esos pro
blemas, no era justa. Porque, es verdad, cuando hubo la
crisis de Berlín nosotros dijimos: Bueno, si se produce
la crisis hay que ver cómo hacemos algo contra las bases
yanquis antes de que destruyan atómicamente España; por
lo menos vamos a hacer nuestro "baroud de honor". Pero lo
que nos planteamos entonces no eran problemas de la or
ganización de la lucha armada.
»Paso una crisis y la idea que ha expresado hoy aquí
Líster es que debíamos haber seguido preparando, organi
zando, porque hablar de las dos salidas sin organizar la
salida armada es demagogia. No, camaradas; yo creo que
Líster debe reflexionar sobre esto.
»Y o quiero reconocer de todas maneras que Líster tie
ne el mérito de que esas opiniones las ha expresado en el
CE, y yo no he tenido nunca, nunca, la menor indicación,
el menor indicio de que Líster haya sacado esas cuestio
178
nes fuera del CE. Es decir, lo que ha dicho aquí es a mi
juicio exacto.»
La discusión de Praga terminó con una resolución con
denando a Claudín y Semprún. Era la antesala de su ex
pulsión del Partido, la cual llegó en febrero de 1965.
E l V I I Congreso
179
Y después de obtener la condena por sorpresa, le dejó a
los «acusados» la puerta entreabierta para volver al CC,
condicionándola a que se hicieran una autocrítica del gus
to de Carrillo. Y los tres camaradas encerrados en un pre
sidio franquista, cuando les llegó la condenación aprobada
por todo un Congreso, se hacen una autocrítica en la que
se arrastran por los suelos.
Entonces viene el segundo acto de la maniobra. En un
pleno del CC es el propio Carrillo el que propone que los
tres camaradas vuelvan a ser miembros de este organis
mo, y Carrillo — que organizó y dirigió toda la maniobra
de condenación— aparece como el hombre bueno y justi
ciero.
Con este golpe por sorpresa, Carrillo no sólo les ajustó
las cuentas a tres camaradas, sino que cortó el plantea
miento de otras cuestiones en el Congreso, que sin el am
biente que se creó con ese llamado ataque a la unidad del
Partido hubieran sido planteados.
Reconciliación nacional
180
encima de todo el interés patriótico de cerrar las trinche
ras abiertas por la guerra para dedicar los esfuerzos de
todos los perjudicados por esa misma guerra, independien
temente del campo donde hubiesen combatido, a combatir
al enemigo común: los grandes explotadores, culpables y
únicos beneficiados de la guerra.
Pero detrás de esos planteamientos justos, Carrillo fue
inculcando al Partido desde el primer día todo su contra
bando revisionista, oportunista y de colaboración de clases
que hoy aparece a la vista de todos.
Yo me enfrenté con esa política según me fui dando
cuenta de ella. El 30 de abril de 1962, en una carta dirigi
da al CE, entre otras cosas, escribía: «Todos sabéis que
debido a la forma en que la dirección del Partido viene
planteando la cuestión, bastantes camaradas han interpre
tado nuestra política de reconciliación nacional y de salida
pacífica como si tanta culpa tuviésemos en la guerra los
que habíamos empuñado las armas de un lado como del
otro. Se ha ido creando un estado de ánimo como si los
que nos hemos batido en la guerra en defensa de la Repú
blica hubiésemos cometido un delito por el que nos debía
mos hacer la autocrítica.
»Estuve de acuerdo con el planteamiento de la política
de reconciliación nacional y de hacer esfuerzos para con
seguir los cambios que España necesita por una vía pací
fica. Pero no estuve, ni estoy de acuerdo, con las interpre
taciones y aplicaciones que a esa política se le han dado, y
se le siguen dando por el camarada Carrillo y otros miem
bros del Partido. Si recuerdo esto, camaradas del CE, es
porque creo que es un ejemplo bastante claro del empleo
de esos malos métodos que considero deben ser liquidados.
»¿Qué se quiere entonces reconciliar? ¿Se quiere recon
ciliar a los que durante la guerra, bien emboscados en las
dos retaguardias, se dedicaron a lo que hoy quisieran ha
cer olvidar y amnistiar? Esos son una minoría insignifican
te, pero poderosa por los puestos que ocupan en el campo
franquista y por el que ocupan algunos en el campo repu
blicano e incluso comunista.
»Para los que hemos combatido en los frentes de bata
lla y para los que trabajaron honradamente en las dos re
taguardias, la reconciliación en cuanto a los problemas de
la guerra está hecha hace mucho tiempo. Esas trincheras
de la guerra de las grandes y pequeñas batallas están ce
181
rradas y bien cerradas. Pero lo que no está cerrado, lo que
sigue abierta y agrandándose cada día, es la gran trinche
ra entre explotados y explotadores. Y a cerrar esa trin
chera es a lo que dedican todo su esfuerzo los partidarios
de la reconciliación de clases, que nada tiene de común con
la reconciliación de los españoles que hemos hecho la gue
rra en uno u otro campo.»
Una política, de principio justa, de unir a todas las víc
timas de la guerra en el esfuerzo común de terminar con
la opresión y conquistar la democracia fue aplicada en la
práctica de la manera más escandalosamente oportunista
y completamente contraria a los intereses de los perjudi
cados y en beneficio de los culpables de la guerra.
Uno de los hechos más escandalosos es que, en la apli
cación de esa política, se nos coloca en el mismo plano de
culpabilidad de la guerra a los que defendimos el régimen
republicano que el pueblo se había dado democráticamente
y a los que se sublevaron contra él, presentándonos como
culpables tanto a los que defendimos la democracia y el
pueblo como a los que implantaron el fascismo. Esto pue
de encontrarse en los escritos de los años posteriores a
1957, pero, sobre todo, aparecía descaradamente en las car
tas e instrucciones de Carrillo a los instructores y respon
sables y en los planteamientos que se hacían en las reunio
nes. Y aparece más descaradamente aún en los escritos de
Carrillo de estos últimos años.
De esa forma, Carrillo, comprometiendo la independen
cia del Partido y renunciando a los principios, iba prepa
rando el terreno para llegar a la política de colaboración
de clases que hoy practica. Por parte de los carrillistas se
implora, de los aliados burgueses, el perdón y el olvido por
la resistencia del pueblo al fascismo y a la reacción. Carri
llo y sus ayudantes se han esforzado y se siguen esforzando
por ensuciar esa página gloriosa de la historia de nuestro
pueblo en defensa de la democracia, que ha sido la Guerra
Nacional Revolucionaria de 1936-1939.
De esa forma se iba educando al Partido en la colabora
ción, compromisos y alianzas con las fuerzas burguesas,
que es hoy el centro de la política del carrillismo, mientras
se daba de lado el trabajo de unidad y alianza entre las
fuerzas realmente democráticas y, fundamentalmente, obre
ras y campesinas.
182
C apí tulo V I I I
CHECOSLOVAQUIA (1968)
183
Pero no se trata de dar aquí todo lo escrito. Sería otro
libro. Aquí sólo voy a resumir algunos hechos a través de
los cuales aparecen claras mis opiniones sobre los mismos
y sobre el conjunto del problema.
Pero veamos mis opiniones a través de mis planteamien
tos en los órganos dirigentes del Partido.
Salgo de Praga el 6 de septiembre y llego a París el 7.
Ese mismo día me pongo en relación con Carrillo, que ha
bía llegado de Italia el día 5, y él me informó que el día
anterior se habían reunido los miembros del CE que esta
ban en París para discutir la declaración hecha pública el
28 de agosto en nombre del CE, y que en realidad era la
obra de una minoría del mismo.
Para el día 15, Carrillo se hace preparar un acto de la
organización de París, donde suelta un montón de porque
rías en relación con los acontecimientos de Checoslovaquia.
Y o llego a la reunión cuando ya va a comenzar Ca
rrillo su perorata; entro por una puerta de atrás y me sien
to sin que la presidencia se entere de mi llegada. Durante
el rollo de Carrillo, yo no aplaudo ni una sola vez. Los que
están cerca de mí y me ven, al darse cuenta, hacen lo
mismo.
Al terminar el acto, Carrillo se entera que estoy en la
sala, me busca y me pregunta por qué no subí a la presi
dencia. Le respondí que había preferido un baño de base
a una exhibición de jefazos, y nos despedimos.
Nos encontramos de nuevo dos días después no lejos de
París, donde, por fin, se iba a reunir el CE al completo y
luego el CC.
Comenzamos la reunión del CE a las 10 de la mañana
del día 17, con la discusión del orden del día para el ple
no del CC, que debía de comenzar a las 9 de la mañana
del día siguiente.
A los tres puntos que traía preparados, Carrillo propu
so, apoyado por José Moix y Eduardo García, que se agre
gase un cuarto punto sobre los métodos que se empleaban
en el CE, sobre todo por parte del secretario general y el
desenfrenado culto a sí mismo.
La discusión fue difícil y duró hasta las cinco de la ma
ñana del día siguiente, pues a las nueve debía dar comien
zo el pleno del CC. Al final se llegó al compromiso de no
presentar ese cuarto punto en el pleno del Comité Central
y proseguir después de éste la discusión sobre ello en el
184
CE y caso de no llegar a un acuerdo llevarlo entonces a
una nueva reunión del CC.
El acuerdo era cojo, pero Carrillo contaba con la ma
yoría en el CE, y para nosotros no estaba claro cuál iba a
ser la actitud del CC. La verdad es que nosotros, y en pri
mer lugar yo, cometimos un grave error al no llevar la
batalla hasta el CC. La verdad es que luego no hubo reu
nión del CE ni del CC para discutir esas cuestiones. En
esa reunión del CE, en una de mis intervenciones dije:
«Una vez más estoy en contra de los métodos emplea
dos en el CE. Un mes antes de la intervención en Checos
lovaquia, una ínfima minoría de miembros del Comité Eje
cutivo (cuatro, de diecinueve) y del Comité Central (dieci
séis, de ochenta y nueve) toma la decisión de condenarla,
si se producía, y de llevar al público esa condenación en
nombre del Partido.
»Al producirse la intervención, cinco miembros del Co
mité Ejecutivo escriben una carta en nombre de éste al
Partido Comunista de la Unión Soviética y luego tienen una
entrevista con la dirección del mismo, tomando posición
en nombre de nuestro Partido contra la misma.
»Unos días después, estos cinco camaradas publican
una declaración en el mismo sentido en nombre del Comi
té Ejecutivo.
»E l secretario general del Partido tiene conversaciones
en Bucarest con los dirigentes del Partido rumano, y en
Roma con los del Partido italiano, sin estar mandatado
para ello por el Comité Ejecutivo, que hubiese sido lo co
rrecto, teniendo en cuenta lo complicado de la cuestión.
»¿Es que estos métodos tienen algo de común con el
centralismo democrático, ni con las normas más elementa
les del funcionamiento de una dirección colectiva? No, son
todo lo contrario.
»Si tan grave se consideraba la situación, ¿por qué no
se suspendieron las vacaciones? Sin ellas hemos vivido la
mayor parte de nuestra vida y aquí estamos. El camarada
Mendezona dice que harían falta varias semanas para po
der reunimos; yo afirmo que en tres o cuatro días podía
mos reunir la casi totalidad del Comité Ejecutivo. Y siem
pre seríamos la mayoría y no una minoría de cinco, de
diecinueve. ¿Es que eso hubiera retrasado la declaración?
Claro que no.
»Esto sucedió así porque así quería el secretario gene
185
ral que sucediese y colocarnos al Comité Ejecutivo y al
Comité Central ante el hecho consumado. Ello es un ejem
plo más de malos métodos de dirección y de un abuso de
poder. Quiero dejar constancia, una vez más, de mi desa
cuerdo con el empleo de tales métodos.»
En la discusión se pudo ver cómo la decisión tomada
un mes antes de la intervención fue empleada en las dis
cusiones de Madrid y otros lugares para «convencer» a los
camaradas que debía ser aprobada la declaración del CE
del 28 de agosto. Este argumento se empleó, incluso, en
nuestra reunión. Mendezona, tan ligero como siempre, dijo:
«Se había previsto la contingencia de la intervención
militar y cuál iba a ser nuestra posición.»
¡Más claro, agua!
El pleno del CC duró dos días. Fue polémico y Carrillo
y sus partidarios pasaron muy malos ratos, pero sus medi
das fueron aprobadas. En mi intervención, entre otras co
sas, dije:
«Camaradas, he pasado todos los acontecimientos de
Checoslovaquia en Praga. Había llegado a Praga el 19, y
por tanto estaba allí en el momento de la entrada de las
tropas del Pacto de Varsovia. Luego decidí quedarme (ha
biendo podido salir al segundo día, como tenía previsto,
pues tenía todas las condiciones para salir), para vivir los
acontecimientos en su propia salsa y verlos por mí. Ade
más he decidido, desde el primer día, hacerme un diario
de los acontecimientos tal como los veía, de lo que veía y
a las conclusiones a que llegaba.
»N o os voy a cansar ni a sacar vuestro tiempo leyén
doos ese diario, pero a vuestra disposición está.
»Estoy en contra de esa intervención porque considero
que no está justificada en ese momento y, por tanto, ha
sido un error. Como es natural, no estoy en contra de to
das las intervenciones. Estoy por todas las intervenciones
que sirven para salvar la revolución, para ayudar a un pue
blo en lucha, para salvar a un país socialista de una inva
sión o de caer en manos de la contrarrevolución. Pienso
que estamos de acuerdo en que tales intervenciones, cuando
están plenamente justificadas, nosotros tenemos que salu
darlas y estar de acuerdo con ellas, independientemente
del drama que esas intervenciones, incluso, puedan signi
ficar.
»Ahora bien, aquí estamos reunidos el Comité Central
186
del Partido. Durante esos acontecimientos cada uno de no
sotros estábamos en un lugar diferente: en Méjico, en
Cuba, en Moscú, en Berlín, en Praga, en Francia y una gran
parte de los camaradas en diferentes puntos de España.
Cada uno hemos tenido que juzgar este drama desde el lu
gar donde estábamos, dentro del ambiente que cada uno
vivíamos concretamente. Y es completamente natural que
haya toda una serie de puntos de vista diferentes sobre la
cuestión en discusión.
»Ahora, es aquí donde nosotros debemos elaborar real
mente lo que va a ser nuestra política, nuestra orientación
sobre esa cuestión y lo debemos elaborar entre todos. Pien
so que una condición para eso es que cada uno demos ho
nestamente, honradamente, nuestra opinión sobre este dra
ma, tal como consideramos que lo debemos dar, tal como
cada uno lo hemos visto o sentido, sin medias verdades,
sin dejarse en el tintero informaciones que nos puedan
ayudar a los demás y sin poner pimienta o sal y, sobre
todo, sin dejarnos maniobrar.
»Pienso que el drama de por sí es ya lo suficientemente
terrible para nuestro movimiento y para nuestro Partido,
para que haya que venir aquí con medias verdades, agitar
nos los unos a los otros o arrimar el ascua a nuestra sar
dina, a lo que queremos defender y hacer ver, corresponda
o no corresponda totalmente a la verdad. Eso es lo que
hemos podido ver aquí por parte de Antón, Sánchez Mon
tero, Azcárate, Romero Marín, Gallego y otros.
»Por ejemplo, ¿es que para no estar de acuerdo con la
intervención en Checoslovaquia hace falta negar que allí
había una fuerza contrarrevolucionaria? ¿Que esa fuerza
contrarrevolucionaria actuaba? ¿Hace falta negar que en el
Partido Comunista, dividido de arriba abajo, había una
gran lucha? Pienso que no hace falta negar eso. ¿Es que
hace falta decir que hasta enero todo era terrible y de ene
ro para acá todo era maravilloso? No, porque es mentira,
y lo de la primavera de Praga es un cuento de camino.
»Pienso que no es necesario cargar las tintas. Pienso
que de enero para acá había una gran lucha, que los ele
mentos que querían restablecer la democracia socialista
iban ganando posiciones en esta lucha y le iban sacando
terreno de debajo de los pies a los elementos derechistas,
y a los novotnistas, a los elementos antisocialistas en el
país.
187
»Pero negar de que en la radio, en los periódicos, en
las universidades y otros lugares no había elementos anti
socialistas, no había elementos derechistas, no había, en
una palabra, una actividad contrarrevolucionaria, es negar
la evidencia, es ser más papista que el Papa, esto no lo
niega ni Dubcek y no lo niegan los checos, eso estaba a la
vista de todos.
»¿Por qué necesitamos nosotros negar esto? Pienso que
lo honesto, lo honrado — además tenemos todas las prue
bas ahí— es que en esta gran lucha política, civil, los ele
mentos progresistas del Partido y la parte progresista del
país, la parte socialista del país, que es la inmensa mayo
ría, iban arrinconando a los elementos antisocialistas. Los
iban arrinconando en el Partido y les iban sacando posi
ciones en el Partido, como demuestra la discusión del pro
yecto de Estatutos, etc.
»Para mí, en la marcha de los acontecimientos de Che
coslovaquia había toda la garantía de que las consecuen
cias de la política de Novotni (a la que no me voy a referir
porque estoy de acuerdo con lo que se ha dicho aquí) se
iba liquidando poco a poco en medio de una lucha política,
preparándose para el X IV Congreso, donde iba haber una
gran batalla; tengo el convencimiento que en ese X IV Con
greso las fuerzas sanas del Partido hubieran triunfado so
bre los elementos sectarios, novotnistas, y sobre los ele
mentos derechistas. ¿Por qué vienen, entonces, a hablar
nos aquí algunos camaradas de unanimidad completa del
pueblo y de todo el Partido con una determinada posición?
»Camaradas: las cosas son mucho más trágicas y más
complicadas. Miles y decenas de miles de dramas ha habi
do en las familias checoslovacas. Yo he hablado con ca
maradas.
»He hablado cerca de cuatro horas con el secretario de
Dubcek. He hablado con el responsable de la sección ex
tranjera del Partido y con toda una serie de dirigentes,
muchos de ellos conocidos por mí en su época como no
votnistas. He procurado tener el máximo de elementos, no
para condenar o no condenar la intervención; para eso no
me hacía falta ningún nuevo elemento. Desde el primer día
tuve el convencimiento (y mi familia que vivía conmigo lo
mismo) de que la intervención no estaba justificada.
»Pero para mí, camaradas, hay muchas cosas que ni es
taban claras ni están claras todavía.
188
La delegación española,
formada por el autor
y V. Uribe (primero
y segundo de la derecha),
durante el Congreso
del Partido Socialista
Unificado de Alemania
celebrado en Berlín
en 1950, posa junto
a la delegación francesa.
En 1956, S. Carrillo,
el autor y D. Ibárruri
asistieron en Pekín
al Congreso del
Partido Comunista chino.
190
Mi opinión en la reunión del CE, primero, y del pleno
del CC seguidamente, como toda mi actividad en los ca
torce años que van de los acontecimientos de Checoslova
quia a hoy, ha sido y sigue siendo respetar la opinión de
cada uno en relación con dichos acontecimientos y some
ternos al veredicto de los hechos y de la historia.
Ésta ha sido la norma seguida en el Partido del que
soy secretario general, comenzando por el CE y el CC, don
de trabajamos juntos y perfectamente unidos, camaradas
que han estado desde el primer momento a favor de la
entrada de las tropas del Pacto de Varsovia en Checoslo
vaquia y camaradas que hemos considerado, y seguimos
considerando, que fue un error.
Digo al comienzo que Carrillo en este asunto jugó sucio
con todos y conmigo. He aquí un ejemplo.
En una intervención ante el CE, el 30 de diciembre de
1969, dije:
«Camaradas. Voy a procurar resumir lo más brevemen
te posible una conversación de tres horas. El 14 por la ma-
ñana — se trata del 14 de enero de 1969— me avisó Persov
que los camaradas Zagladin, Pankov y él me invitaban a
comer. Comimos y hablamos desde las 13,30 hasta las 17.
La conversación giró sobre lo de Checosvolaquia. Se que
jaron de que mientras en el resto de los partidos que estu
vieron en contra de la intervención existe una marcada
tendencia a considerar el hecho como cosa pasada y a ha
blar cada vez menos y menos agriamente sobre este acon
tecimiento — me pusieron como ejemplo varios partidos— ,
nosotros seguimos insistiendo en hablar y escribir sobre
ello como si acabase de suceder. El último ejemplo, dicen
ellos, es el artículo de M u n d o O b r e r o , donde se da una re
seña de dos páginas de la discusión en nuestro Partido so
bre la cuestión.
»Les dije que esas y otras cosas podían y debían ser
tratadas franca y abiertamente entre las direcciones de los
dos partidos, con lo que todos saldríamos ganando, y en
esa línea estaban nuestros sondeos para una entrevista
entre los dos partidos. Me afirmaron rotundamente que lo
que deseaba el PCUS era el restablecimiento de las mag
níficas relaciones que siempre habían existido entre nues
tros dos partidos. Les dije que mi opinión era que en una
conversación entre delegaciones de los dos partidos, sin
duda no se podrían resolver totalmente a gusto de las dos
191
partes todas las diferencias existentes, pero que podía ser
un paso en ese camino.
»Respondieron que iban a pensar sobre lo que había
mos hablado y volvieron a insistir sobre sus deseos de res
tablecimiento de las mejores relaciones entre los dos par
tidos. La conversación se desarrolló en un ambiente de gran
franqueza y cordialidad, sin que faltaran, al mismo tiempo,
los momentos de acaloramiento en la defensa cada uno de
sus opiniones.
»Después de terminar con ellos fui a ver a Dolores. Le
expliqué la conversación, que le pareció muy satisfactoria.
»A l día siguiente vino Persov para acompañarme al ae
ropuerto. Me dijo que el camarada Zagladin me esperaba
allí para despedirme y para comunicarme la decisión de
la dirección del PCUS después de la conversación del día
anterior. Lo que el camarada Zagladin me explicó en el
aeropuerto fue que ellos dos y Pankov examinaron con Po
nomarev la cuestión de una entrevista entre las dos direc
ciones y la consideraron conveniente. Que luego Ponoma
rev la examinó con otros camaradas de la dirección y que
llegaron a la misma conclusión. Que la opinión de ellos es
que las delegaciones deben ser al más alto nivel. Que se
debe dar a la reunión el espíritu más abierto y lo que
se vaya a hacer o decir sobre la entrevista se acordará en
común: comunicado o no, etc. Que la reunión podría ha
cerse en febrero.
»Aquí termina lo que yo dije en el Comité Ejecutivo. Y a
lo que vengo a relatar quiero agregar que había recibido
del camarada Carrillo el encargo de entrevistarme con los
camaradas soviéticos, si me era posible, y hacer un sondeo
en cuanto a una posible entrevista entre los dos partidos.
En mi deseo de informar yo mismo al camarada Carrillo
antes de que saliera para Italia, suprimí un viaje a Siria
y regresé desde El Cairo. Y lo mismo el camarada Carri
llo, primero, y el Comité Ejecutivo, después, aprobaron to
talmente mi gestión en Moscú y mostraron una gran satis
facción por los resultados. Lo que no sabía, y que me enteré
más tarde, es que, mientras yo hacía esas gestiones, había
sido enviada una nueva carta al PCUS sobre la cuestión de
Checoslovaquia. Carrillo, que me había encargado de las
gestiones con el PCUS para una reunión bilateral, sin espe
rar mi regreso ni el resultado de mi gestión, envió el 28 de
enero — dos días antes de mi regreso— una carta al PCUS
192
que era una verdadera requisitoria en relación con la in
molación de Juan Palac y otras cosas.
»E l 5 de febrero, después de mi regreso y de dar mi in
formación sobre los resultados de mi gestión con el PCUS,
apareció en M u n d o O b r e r o un artículo que era un resumen
de nuestra carta enviada al PCUS. No se esperó, pues, el
resultado de mi gestión para escribir esa carta y luego se
publicó el artículo, conociendo ya los resultados y sin es
perar a la contestación del PCUS, que lo hizo en un carta
de su Comité Central, de seis páginas, y que es un ejem
plo de moderación, de paciencia y de deseo de resolver las
diferencias existentes.
»¿Es que los miembros del Comité Central conocen es
tas cartas? ¿Es que las conocéis siquiera todos los miem
bros del Comité Ejecutivo? Yo sé que no, pero nadie mejor
que los interesados para decirlo.»
En relación con la Unión Soviética, yo, como marxista-
leninista convencido, he defendido siempre lo que es y re
presenta la Revolución de Octubre, la construcción del so
cialismo en la URSS, lo que representa la Unión Soviética
históricamente y en la actualidad, su política exterior de
paz, la ayuda a la lucha de los pueblos oprimidos, etc.
Y ahí reside la profunda diferencia entre mi desacuer
do con la intervención de agosto de 1968, en Checoslova
quia, que no va más allá del desacuerdo sobre ese hecho
concreto y los ataques de toda una serie de gentes, y en
cabeza Carrillo, contra todo lo que representa la Unión
Soviética.
Parto del principio que los dirigentes pueden, podemos,
equivocarnos. Y si alguien tiene dudas no tiene más que
estudiar atentamente la historia de la URSS, leer los escri
tos de Lenin, en los que pone de relieve los errores que
pudieron cometer los dirigentes soviéticos durante los pri
meros años del poder revolucionario. Y ahí están otras crí
ticas hechas por otros dirigentes en épocas posteriores so
bre errores que se han cometido. ¿Hacían esos dirigentes, y
en primer lugar Lenin, antisovietismo al manifestar su de
sacuerdo con hechos que consideraban erróneos? Claro que
no. La diferencia, repito, entre mi posición y la de Carrillo y
compañía radica que para mí el problema de Checoslova
quia es un problema en sí, que se termina donde se produ
jo. Por el contrario, para los carrillistas de todo tipo es la
ocasión para sacarse la careta, entrar a fondo en el proceso
193
de revisión del marxismo, de abandono a cara descubier
ta de los principios leninistas y de ataques cada vez más
brutales contra los partidos y países, sobre todo la Unión
Soviética, donde esos principios son respetados y aplicados.
194
C apítulo IX
195
En artículos publicados en Mundo Obrero del día 21 de
marzo último y en Nuestra Bandera del pasado mes de abril
se hace toda una serie de alusiones a «jefes militares» y a
« personalidades que pudieron ser destacadas e incluso
prestigiosas», pero que, según ellos, se lanzan ahora al «tra
bajo fraccional». Y el secretario general amenaza a los que
se opongan a él recordando que «e l Partido está compues
to fundamentalmente por jóvenes». Además para el articu
lista de Nuestra Bandera las «condiciones excepcionales»
de las personas no cuentan nada en la « ascensión en la
vida política o militar».
¿A quién o a quiénes se refieren los autores de esos ar
tículos? ¿A quién se acusa hoy de levantarse contra la « uni
dad del Partido»? Todavía no han publicado nombres, pero
es de esperar que no tardarán mucho en hacerlo.
...Parece que los articulistas de Mundo Obrero y de
Nuestra Bandera se refieren a Enrique Líster.
La campaña de denigración contra el camarada Enrique
Líster se va desarrollando en muchas partes. N o se dice
nada en reuniones oficiales, sino en corrillos, en grupos se
leccionados y en determinados medios del Partido. Aquí se
dice que « Líster ha sido visto con fulanito o menganito».
En un sitio se dice en forma de confidencia que «M ije le
ha sacudido a Líster en su artículo de Nuestra Bandera» y
en otro que «E nrique Líster ya no debe estar en la direc
ción».
Todo esto es lo que nos hace pensar que una de esas
«personalidades que fueron destacadas e incluso prestigio
sas», pero que hoy se levantan, según el grupo revisionis
ta, «contra la unidad del Partido» es el camarada Líster.
Conociendo como conocemos las «habilidades» y las ma
niobras de algunos miembros de la dirección, no puede
ofrecer duda que el próximo golpe está dirigido contra
nuestro camarada Líster.
Es de sobra conocido que Enrique Líster se ha opuesto
a la represión política en el Partido; es del dominio públi
co que este prestigioso militante obrero y comunista no se
ha dejado arrastrar al antisovietismo; es también harto
sabido que Líster es un hombre que no dice «am én» a na
die y que defiende sus opiniones con lealtad y energía.
Todos sabemos que Líster es enemigo irreductible del
culto a la personalidad en general y al secretario general
del Partido en particular.
196
Y ésta es la verdadera causa de la campaña que se ha
desatado contra nuestro camarada Líster y contra los
miembros de la direccción que se han opuesto a los into-
lerables métodos del secretario general y de su grupo. El
ajuste de cuentas, como puede verse, no ha terminado to
davía.
Es más: no sería nada extraño que el grupo revisionista
esté decidido a destruir a Líster y a otros camaradas de la
dirección que no se someten dócilmente a las exigencias
del jefe todopoderoso.
...Y al fin y al cabo, la violación descarada de los esta
tutos en nuestro Partido es una cosa «norm al». Vivimos
en un auténtico estado de excepción, donde se hace y se
deshace a gusto y según le conviene al secretario ge
neral.
Los hechos confirman brutalmente que el secretario ge
neral del Partido Comunista de España, con el visto bueno
de la mayoría de la dirección actual, no tolera a su lado
hombres que se atrevan a discutir sus opiniones y sus mé
todos. Santiago Carrillo sólo acepta fieles « colaboradores»,
personas sin carácter y sin voluntad, «dirigentes» que,
como Ignacio Gallego, Azcárate, Álvarez y otros más, se
inclinen respetuosamente ante la santa e inalterable deci
sión del jefe supremo.
...Y, como de costumbre, la campaña de calumnias y el
denigramiento de estos camaradas va acompañado de la
acusación de querer romper «la unidad de Partido». Cual
quier divergencia con la política y los métodos de Carrillo
es considerado por éste como un atentado a la « unidad» y
como «labor fraccional ». Se quiere institucionalizar el con
cepto de «la unidad en torno al camarada Carrillo», de que
«la unidad» pasa por la adhesión al secretario general. Esa
« unidad» sin principios nada tiene que ver con la unidad
de un partido comunista ni con el leninismo.
Hay camaradas honestos que consideran necesario so
portar cualquier injusticia del secretario general y de su
grupo en aras de la unidad del Partido, que piensan que es
preferible callar resignadamente y esperar que se produz
ca el milagro de la iluminación de Carrillo. Sin embargo,
esa actitud mística, sumisa y pasiva no servirá para man
tener la unidad, sino que ayudará, a más o menos largo
plazo, a la ruptura definitiva de la unidad orgánica del Par
tido. Para conservar lo que queda de unidad y proponerse
197
establecerla seriamente no queda más camino que la lucha
activa, sobre una base de principios, contra el revisionis
mo y contra la sistemática conculcación del centralismo
democrático.
Si en aras de la « unidad» que entiende el grupo revisio
nista nos dejamos apretar más y más la soga que nos ha
colocado en el cuello, cuando queramos gritar será dema
siado tarde.
Ciertos camaradas que están en contra de muchos as
pectos de la orientación actual de la dirección y sobre todo
de los métodos de ordeno y mando, deben comprender que
para poner remedio al caos actual hay que batirse dentro
del Partido y hacer respetar los Estatutos. E l principio de
poner la otra mejilla cuando nos dan una guantada no es
propio de un comunista consciente.
E l intento de « liquidar» a Enrique Líster, prestigioso
dirigente del Partido por su historia y por su actividad
presente, fiel a la clase obrera y al pueblo español, enemi
go irreductible, y por eso odiado, del fascismo español y
extranjero, constituye una concesión más a los elementos
burgueses que se proponen « integrar el Partido Comunis
ta» en su sistema. Esos señores no pueden aceptar que en
la dirección de ese Partido que ellos aspiran a « integrar»
estén hombres como Líster. Ellos prefieren entenderse con
otro tipo de « dirigentes» no tan «marcados» con el pasa
do. E l apartamiento de Líster de la dirección, y si fuera
posible del Partido, como el apartamiento de otros que ya
lo fueran o lo serán, hay que verlo en los marcos de la
«nueva línea», del «gran viraje histórico» y de la « nueva
opción» que propugna Santiago Carrillo. Debe estar suma
mente claro que esa «nueva línea», ese «gran viraje histó
rico», esa «nueva opción», no puede asegurarse con autén
ticos dirigentes obreros, con verdaderos marxistas-leni
nistas, con españoles que, como Líster, se conquistaron
merecidamente el cariño y la admiración de millones de
obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y otros es
pañoles.
Enrique Líster y otros camaradas son un estorbo para
los que so pretexto de representar lo «n u evo» son, en rea
lidad, típicos representantes de lo más viejo y detesta
ble de nuestro movimiento obrero; el caciquismo, el opor
tunismo socialdem ócrata y la claudicación, en resumidas
cuentas, frente a la burguesía. Hay un proverbio castellano
198
que dice: « aunque la mona se vista de seda, mona se que
da». Pues eso mismo les ocurre a ciertos «abanderados»
actuales de los « nuevos fenómenos». Por mucho que se
disfracen de « gentes modernas» no podrán ocultar ni sus
arrugas ni sus conchas.
Se nos dice en Mundo Obrero que «e l Partido está com
puesto fundamentalmente por jóvenes». Una vez más se in
tenta impresionar a los camaradas que se oponen a las
viejas costumbres y a los viejísimos métodos que hicieron
crisis. Pero además, los que especulan con la juventud de
muestran su olímpico desprecio a ella y la consideran como
un rebaño dócil y fácilmente manejable. Claro está que
estas gentes se equivocan de parte a parte, pues la juven
tud de hoy, como la de ayer, no está dispuesta a convertir
se en juguete de politicastros y demagogos. Los jóvenes
militantes de nuestro Partido están dando repetidas prue
bas de dignidad revolucionaria y de oposición a los ca
lumniadores profesionales. Esos jóvenes obreros, campesi
nos y estudiantes sienten respeto y admiración por los hom
bres del Partido que se ganaron un puesto de honor en la
historia de España, batiéndose contra el capitalismo y el
fascismo, luchando en los frentes de batalla de España y
del mundo contra los peores enemigos de la humanidad
y que han predicado con su ejemplo. La juventud admira y
respeta a hombres como Enrique Líster, no sólo por su pa
sado, sino también por su conducta presente.
Las nuevas generaciones que luchan con tanto desinte
rés y abnegación por una España libre e independiente,
por la democracia y el socialismo, se inspiran en el ejem
plo de ese «español indomable, puño fuerte» que evocaba
Antonio Machado, y en el ejemplo de todos los que supie
ron luchar como hombres por la causa del pueblo.
A esos que repiten como un estribillo que «tod o lo que
somos se lo debemos al Partido» conviene recordarles al
gunas cosas. Es cierto que algunas gentes sólo tienen el
prestigio que les da el cargo y la propaganda organizada.
Ésos son, precisamente, los que más repiten esa frasecita.
Y cuando ellos son privados del cargo y del apoyo de la
propaganda orientada a sostenerlos, desaparecen de la es
cena política sin pena ni gloria. Vuelven, por así decirlo, a
su estado natural. Todos los arribistas y trepadores son
olvidados rápidamente al ser descubiertos.
Pero hay hombres y mujeres cuya autoridad y prestigio
199
no es producto ni del cargo ni de la propaganda oficial.
Conquistaron el respeto y la admiración de sus contempo
ráneos por su lucha, por su abnegación, por su inteligen
cia, por su integridad moral y humana, por su fidelidad a
la causa de su clase y del pueblo. Esos hombres y mujeres
los encontramos en todas partes, en cada fábrica, en cada
barriada obrera, en cada pueblo; unos alcanzaron así su
personalidad nacional, e, incluso, internacional, otros, los
más, son merecedores del cariño y de la admiración en el
lugar donde viven y luchan. Esas personas, mientras conti
núen siendo dignas y enteras, seguirán gozando del presti
gio y autoridad que supieron conquistarse. N o cabe duda
que los militantes del Partido, las masas populares, han
contribuido también al prestigio de esos hombres y muje
res. Pero, contrariamente a eso que dicen de «que todo se
lo debemos al Partido», considerando al Partido de una
manera restrictiva, a personas así nadie puede hundirlos
en el olvido. N i siquiera puede lograr esto un secretario
general.
En este caso se encuentra el camarada Enrique Líster,
el cantero de Galicia, el militante comunista desde 1927, el
legendario jefe militar de nuestra guerra, el comunista que
vistió el uniforme de general del E jército soviético, del
E jército polaco y del E jército yugoslavo, el patriota que
lo demostró luchando por la independencia de España en
Madrid y en el Jarama, en Guadalajara y B ruñete, en Ara
gón y en Teruel, en el Ebro y Cataluña.
¡Que no se haga ilusiones el grupo revisionista de la
dirección de nuestro Partido! ¡¡A comunistas de la enver
gadura de Líster ningún déspota, por muy encumbrado que
se encuentre, podrá destruirlo!!
A esos que murmuran que Líster es antes que nada «u n
general soviético» podemos responderles diciendo: Eso
honra al camarada Líster, como le honra el haber mere
cido la confianza de la Polonia y la Yugoslavia socialistas
para vestir el uniforme de sus ejércitos populares que lu
charon contra el fascismo, como honra a tantos comunis
tas y antifascistas del mundo el haber vestido el uniforme
de nuestro E jército Popular en los años 1936-1939 y el ha
ber luchado por la causa de España. Eso nos honra a todos
los comunistas españoles. E l patriotismo de Líster, el ver
dadero patriotismo de un comunista, que demostró elo
cuentemente en nuestra guerra nacional revolucionaria y
200
se sigue demostrando ahora cuando lucha por los princi
pios del Partido Comunista de España. Y ese patriotismo
no es incompatible con la conducta intemacionalista. Los
comunistas de cualquier país del mundo somos hermanos
de los comunistas y de los trabajadores del mundo entero.
La causa de los comunistas y del proletariado en cualquier
lugar del mundo es nuestra causa, como la nuestra es la
de ellos.
Alertamos a todos los militantes sobre el nuevo golpe
que se está gestando. Hay que oponerse a eso; hay que
poner un freno al reino del despotismo que se ha instalado
en nuestro Partido; hay que poner fin a la represión, a la
calumnia sistemática contra comunistas de conducta inta
chable. No debemos contemplar pasivamente cómo el gru
po revisionista va despojando la dirección de los militan
tes que garantizan la continuidad y la misión del Partido,
de su carácter clasista e intemacionalista.
Cuando desde el punto de vista nacional e internacional
se dan condiciones más favorables que nunca para hacer
avanzar la lucha contra la dictadura fascista, por la con
quista de un régimen democrático que abra el camino para
el socialismo, cuando decenas de miles de trabajadores y
estudiantes se levantan con gallardía por conquistar una
España mejor, necesitamos un Partido unido y comba
tivo.
Ese Partido no podrá estar unido si siguen imperando
los métodos de ordeno y mando, si no se pone un freno de
una vez para siempre a la denigración y a la calumnia con
tra comunistas íntegros, si no se rehabilita a todos los ca
maradas tan injustamente sancionados por la dirección.
La unidad del Partido es sólo posible sobre la base del
marxismo-leninismo.
Al denunciar el nuevo atropello que se prepara no nos
guía otro principio que no sea el interés supremo del Par
tido y de su causa. Publicamos este documento ya que el
grupo de Carrillo nos ha cerrado toda posibilidad dentro
de los cauces normales de la organización regular ante el
clima de presiones a que son sometidos.
Si la represión continúa, nadie sabe lo que podrá ocu
rrir. Vivimos momentos críticos. Hay camaradas que no
ven los peligros que corre el Partido. Pero hay muchos más
que son conscientes de la gravedad de la situación. Esos
militantes no pueden, no deben, cruzarse de brazos. Deben
201
seguir el ejemplo de los comunistas que desde el primer
momento se levantaron por el Partido.
P or nuestra parte seguiremos en nuestro puesto de com
bate. Nuestra decisión de lucha por los principios ideológi
cos y de organización de nuestro Partido es irreversible.
Defenderemos el honor de Enrique Líster y de todos los
demás camaradas de la dirección que calumnie el grupo de
Carrillo; lucharemos por imponer en el Partido una discu
sión libre y democrática que prepare las condiciones para
un Congreso.
La Comisión de represaliados del Partido Comunista y
de la Unión de Juventudes Comunistas de España.
28 de mayo de 1970
202
V. Uribe y el autor montan la guardia ante
el cadáver de Dimitrov, Sofía, 1949.
C omunicado
(aparecido en Mundo Obrero de septiembre de 1970)
204
no fueron convocados, y a otros, presentes en el pleno, no
se les permitió expresar sus opiniones.1
...En la imposibilidad de denunciar exclusivamente ante
los miembros del Comité Central los atropellos y desafue
ros de Carrillo y su grupo, y dado que el Comité Ejecutivo
sacó el problema de los marcos del CC al entregar la in
tervención de diciembre de 1969 y las cartas de Enrique
Líster a numerosas personas ajenas a dicho Comité Cen
tral, surge la ineludible necesidad, aunque sea de forma
resumida, de poner en conocimiento de todo el Partido la
intervención que el camarada Líster no pudo pronunciar
desde la tribuna del pleno, que es la siguiente:
«...P o r las cuestiones que voy a decir podréis daros
cuenta de que el desarrollo de esta reunión a base del or
den del día que se nos propone, en nombre del Comité
Ejecutivo, sería un nuevo engaño y un nuevo escamoteo
de las verdáderas cuestiones, sin el examen y solución de
las cuales no podía existir una verdadera elaboración ni
aplicación de una justa política, ni podrá ponerse fin a la
profunda crisis y división existentes en el Partido.
»N o me referiré a mis opiniones sobre diferentes cues
tiones políticas y de métodos, pues ellas están expuestas en
la intervención y las cartas que os han sido entregadas.
Quiero referirme a cuestiones más graves que ésas y que
yo considero deben ser tenidas en cuenta para la elabora
ción del orden del día y el desarrollo de la presente reu
nión.»
En este momento Carrillo se levantó y se puso a gritar:
«A votar, a votar.» Líster aún pudo decir: «Deseo hacer
constar que, si se me niega la posibilidad de explicar aquí,
ahora, las causas de mi propuesta del orden del día, yo
me retiraré de la reunión y las haré públicas; siendo, en
ese caso, vosotros, miembros del CC, los únicos respon
sables de que cuestiones de tal gravedad salgan fuera de
este organismo.»
Pero ahí quedó cortada su intervención, de la que da
mos aquí algunas partes.
«...Y o acuso a Carrillo de crear en nuestro Partido una
corriente contra la Unión Soviética y otros países socialis
tas y sus partidos comunistas, así como contra todos aque-
1. L a c o n d u c t a d e S á n c h e z M o n t e r o e n e s e p l e n o , a l r e t i r a r m e
lo s c i n c o m i n u t o s q u e é l m i s m o m e h a b í a c o n c e d i d o , f u e c o b a r d e e
i n n o b l e ; s u c o n d u c t a p o s t e r i o r m u e s t r a l o q u e e s y a d ó n d e ib a . E . L .
205
llos partidos comunistas de los países capitalistas que tie
nen una línea intemacionalista consecuente. Esta actividad
forma parte de los planes de Carrillo de separar a nuestro
Partido del verdadero movimiento comunista internacio
nal, vaciándolo de todo contenido de internacionalismo
proletario y transformándolo en un partido que propugne
la concepción antimarxista de un modelo de "comunismo
nacional ”.
»...Y o acuso a Carrillo de estar deshaciendo el Partido
con su deliberado confusionismo ideológico, con sus méto
dos de terror político y sus medidas represivas.
»...Le acuso de provocación al proponer a Dolores Ibá
rruri pedir, los dos, a López Bravo, ministro franquista de
Relaciones Exteriores, el pasaporte español y el permiso
para regresar a España.
»...Le acuso de insulto al Comité Central al afirmar
— contestando a mi planteamiento de que una cuestión tan
importante como ésa sólo la podía decidir dicho organis
mo— que someter esta cuestión a su juicio sería tanto
como que la policía lo conociera 24 horas después. Carrillo
debe decir quiénes son entre nosotros los informadores de
la policía.
»...Acuso a Carrillo de que, mientras trata con toda cla
se de cuidados y mucha comprensión y paciencia a los je
rarcas burgueses, monárquicos, católicos, etc..., que han
perseguido al pueblo, emplea una intransigencia, una rigi
dez, una dureza, una soberbia feroz con los militantes de
nuestro Partido y con otros partidos hermanos, maltratán
dolos de la forma más brutal.
»...Acuso a Carrillo de convertir el aparato de funcio
narios en un partido dentro del Partido, mientras que el
Comité Central se hace la ilusión de que dirige.
»...Le acuso de engañar al Partido, al Comité Central y
al Comité Ejecutivo y escamotear a los miembros de estos
organismos la información verídica que les permitiría to
mar las decisiones correctas y no las que quiere Carrillo
para aprobar su política. Yo puedo afirmar aquí que Ca
rrillo ha mentido al Comité Ejecutivo y al Partido al infor
mar de sus conversaciones con dirigentes de partidos her
manos y de Estados socialistas.
»...Y o puedo afirmar aquí que Carrillo ha mentido al
Comité Ejecutivo y al Partido, al informar de sus conver
saciones con Fidel Castro. Es mentira que Fidel Castro le
206
haya prometido su ayuda para llevar la lucha dentro del
Partido contra los que defendemos las verdaderas posicio
nes revolucionarias. Es falsa la información hecha por Ca
rrillo de que Fidel había advertido al embajador soviético
en Cuba que el PCUS no debía fomentar la escisión en el
PC de España. Carrillo nos ha mentido una vez más.»
(Aquí el camarada Líster cita algunos ejemplos que pre
ferimos, por el momento, no hacer públicos.)
«...E n base de testimonios y hechos irrefutables, le acu
so de practicar e imponer al Partido una política y unos
métodos del más puro estilo aventurero; terrorista, con
trarios a todas las normas por las que debe regirse un Par
tido Comunista. Lo que ha pasado con la preparación de
este pleno y los fines que con él persiguen Carrillo y su
grupo son ejemplos bien elocuentes de ello.
»...Mientras a miembros del CE y del CC se nos ha ocul
tado la celebración de esta reunión hasta unas horas antes
de su comienzo, hay miembros de partidos hermanos que
las conocían desde hace tres meses.
»...Esta reunión está completamente falseada. Carrillo
se ha servido de todos los medios del Partido, de los que
dispone como dueño y señor, para montar el escenario
ante el que nos encontramos. A muchos de vosotros os ha
hecho llegar con una gran anticipación para atiborraros con
sus opiniones y explicaciones personales y hacer un cuida
doso reparto de papeles.
»...¿Y todo ello para qué? ¿Para servir al Partido? No,
todo eso es para conseguir unos objetivos bien determina
dos y bien a la vista. Hacer aprobar la política practicada
por él y sus planes futuros. Pero aprobar esa política y
esos planes sería una traición al Partido.
»...Acuso a Carrillo de trabajo fraccional. Trabajo frac-
cional que él viene realizando desde hace muchos años y
que en los últimos tiempos ha llevado a la división políti
ca e ideológica del Partido, y que hoy amenaza en conver
tirse en división orgánica.
»...Y o acuso a Carrillo de haber organizado en 1955-1956
un trabajo fraccional contra Dolores Ibárruri, entonces se
cretario general del Partido, para apoderarse de la direc
ción, lo que prácticamente consiguió a partir de esa fecha.
»...Acuso a Carrillo de servirse de las debilidades, erro
res y cobardías de otros miembros de la dirección en dife
rentes épocas, para crear la *santa alianza” presente de
207
todos los que quieren el silencio sobre su propia conducta
pasada y actual.
»...Acuso a Carrillo de haber formado un tribunal para
interrogar y sumariar a todos los camaradas que regresa
ron de los campos de concentración nazis en Alemania. E l
hecho de no haber muerto hacía de cada uno de ellos un
sospechoso y un acusado de traición. Carrillo sostenía que
todo el que se había salvado era porque había sido kapo,
verdugo de sus compañeros.
»...Carrillo no les perdonaba a esos camaradas el haber
se salvado de la muerte; Carrillo lo que quería eran cadá
veres para servirse de ellos como bandera y, al mismo
tiempo, deshacerse del máximo de testigos posibles acusa
dores de la cobardía de los dirigentes del Partido y de las
JSU, que, en 1939-1940, los dejaron abandonados, primero
en España y luego en Francia.
»...Le acuso de haber calumniado al conjunto de nues
tro Partido en Francia, de haber perseguido y acusado ig
nominiosamente, junto con Antón, en la segunda mitad de
la década del 40, a muchos de los militantes, parte de los
cuales continúan hoy fuera del Partido.
»...Le acuso de querer denigrar con esas persecuciones
y calumnias a los militantes del Partido y de las JSU que,
abandonados por Carrillo y otros dirigentes, salvaron el
honor del Partido en España y en Francia.
»...Le acuso de haber inventado en 1947 el llamado com
plot de Moscú para denigrar y manchar a nuestra emigra
ción en la Unión Soviética, que había pasado con honor la
terrible prueba de la segunda guerra mundial trabajando
y luchando al lado del pueblo soviético.
»...Acuso a Carrillo de poner en peligro la seguridad
del Partido, dentro y fuera de España, con sus relacio
nes incontroladas y con haber legalizado su situación en
Francia.
»...Le acuso de poner continuamente en peligro la segu
ridad de los camaradas que dirigen el trabajo clandestino
del Partido en el país, haciéndoles participar públicamen
te en congresos, reuniones internacionales y entrevistas
con personas del interior que no ofrecen garantía, siempre
que todo eso le convenga a él para sus especulaciones po
líticas. E l camarada Horacio Fernández Inguanzo fue de
tenido en Asturias unas semanas después de haber apare
cido en la televisión italiana y francesa.
208
»...Y o le acuso de haberse servido del Movimiento Gue
rrillero como arma de especulación política, de domina
ción y presión en el Comité Ejecutivo.
»...Y o le acuso de ser el culpable de la prisión y muerte
de camaradas enviados al país por él sin las medidas de
precaución imprescindibles.
»...Y o acuso a Carrillo de haber preparado el complot
contra Comorera y su eliminación física, que sólo falló
porque éste no pasó a España por el lugar que tenía pre
visto. Le acuso de haber hecho lo mismo con el camarada
Monzón, que sólo se salvó porque fue detenido por la po
licía cuando se dirigía al lugar en que había de ser eje
cutado.
»...Le acuso de haberse servido de la necesidad de de-
fender al Partido contra verdaderos enemigos, de la nece
sidad de denunciar y castigar a verdaderos espías envia
dos por el enemigo a nuestras filas, para perseguir, calum
niar y liquidar política, moral y físicamente a comunistas
íntegros cuyo único delito era defender los principios del
Partido.»
(A continuación hay en la intervención del camarada
Líster otras acusaciones mucho más graves que preferimos
no hacer públicas, por el momento, en espera de que él
pueda presentarlas a la Comisión Investigadora cuya fo r
mación propone. ) 2
«Santiago Carrillo — continúa el camarada Líster en su
intervención— , tu camino a la Secretaría General del Par
tido está lleno de deformaciones en la línea política nacio
nal e internacional del Partido, de deslealtades, injusticias,
arbitrariedades, de familias deshechas, de persecuciones y
medidas terroristas contra comunistas íntegros que habían
dado al Partido todo lo m ejor de su vida. Camaradas: esto
y mucho más será posible comprobarlo si el Comité Cen
tral toma la única decisión justa que el caso requiere: el
nombramiento de una Comisión Investigadora de la con
ducta de Santiago Carrillo. Creo que eso es lo que corres
ponde ante las graves acusaciones hechas por mí y otras
que estoy dispuesto hacer en una comisión de esa ín
dole.
»...Camaradas del Comité Central: es indudable que to
dos esos abusos, todas esas fechorías e infamias, Carrillo
209
no las habría podido cometer sin apoyos y complicidades;
sin la participación activa o pasiva de otros miembros de
la dirección. Por eso es obligatorio que la conducta de cada
uno de los que tenemos actualmente cargos en la direc
ción del Partido sea examinada por la Comisión que pro
pongo, que ha de estar formada por personas de recono
cida integridad. Ese examen debe comenzar con nuestra
guerra y llegar hasta hoy. Debe abarcar, en cada época, a
los camaradas que ocupábamos cargos responsables y que
hoy seguimos en el Comité Ejecutivo y el Comité Cen
tral.
»... Entre los camaradas aquí presentes los hay que ni
conocen ni tienen ninguna responsabilidad en los hechos
que yo denuncio y otros que denunciaré; pero los hay que
sí sabéis que mis acusaciones son ciertas y que sí tenéis,
en mayor o menor grado, responsabilidad en ello.
»...M e doy perfecta cuenta, camaradas del Comité Cen
tral, de la gravedad de las acusaciones que acabo de form u
lar. N o están hechas a la ligera y no son más que una ínfi
ma parte de todo lo que se puede y habrá que decir.
»...Vosotros podéis tomarlas en consideración y adop
tar las medidas para su esclarecimiento, que sería lo co
rrecto; o podéis rechazarlas, lo que sería un tremendo
error por vuestra parte. En el prim er caso, yo estoy a la
entera disposición del Comité Central para aclarar, am
pliar, completar lo que aquí dije, que no es nada más que
una enunciación de algunas de las cuestiones que deberán
ser examinadas. En el segundo caso, yo me consideraré en
el deber y con el derecho de llevar mis acusaciones ante
todo el Partido.
»...Es claro que si aceptáis el esclarecimiento de los he
chos ello requiere la adopción de las medidas correspon
dientes.
»...Considero que la primera medida que se impone es
la de separar a Santiago Carrillo de todos sus cargos. Por
mi parte yo pongo a disposición del CC todos los míos,
quedando como militante de base hasta que la Comisión
Investigadora presente sus conclusiones, conclusiones que,
sean las que sean, acepto desde este momento. Yo acepto
desde ahora que si la conclusión de la Comisión fuese
que mis acusaciones son ciertas, Carrillo y los que resulten
implicados en sus fechorías y crímenes sean sancionados
como corresponde, y si, por el contrario, la conclusión de
210
la Comisión fuese que mis acusaciones no son ciertas, yo
sea tratado como un vulgar calumniador, aplicándome tam
bién las medidas correspondientes.
»...Considero que el primer acto de la Comisión Inves
tigadora antes mencionada debe ser tomar en sus manos
los archivos del Partido.
»...E l Comité Central, en una reunión previa al Con
greso, escuchará las conclusiones de la Comisión y elabo
rará las propuestas correspondientes para ser presentadas
al Congreso.
»...E l actual Comité Ejecutivo podría seguir en funcio
nes hasta el próximo Congreso, en vísperas del cual el CC
debería examinar y juzgar la conducta colectiva de aquél
y la individual de cada uno de sus miembros.
»...N o me detendré aquí a explicar las características
que debe tener ese Congreso, pues en la intervención y
cartas dirigidas a vosotros hablo de ello. De lo que se tra
ta, según mi opinión, es de elegir aquí una Comisión que,
dependiente exclusivamente del Comité Central, organice
el Congreso.
»...Opino que uno de los acuerdos que deben salir de
este pleno es de anular todas las sanciones impuestas por
motivos políticos desde agosto de 1968. Es claro que Eduar
do García y Agustín Gómez no sólo deberán volver al Par
tido, sino a sus cargos de miembros del Comité Central y
participar activamente en la preparación del V I I I Con
greso. Camaradas del Comité Central: creo que compren
deréis que en estas condiciones aceptar el orden del día
propuesto por Carrillo sería un nuevo escamoteo y un puro
engaño al Partido. Vosotros tenéis la palabra. Nuestro Par
tido es un Partido revolucionario. A nosotros nos corres
ponde demostrar si somos una dirección revolucionaria o
una dirección que no cumple con su deber.
»...Vosotros podéis aceptar o rechazar mis propuestas.
Ahora bien, lo que ni vosotros ni nadie podrá hacer es obli
garme a que deje de cumplir con mi deber de dirigente,
con mi deber de militante. E l Partido nos juzgará a todos,
nos está juzgando ya. A su juicio me someto.»
(Ésta es una parte de lo que el camarada Líster se pro
ponía decir en el pleno del Comité Central y que Carrillo
impidió empleando la máquina de votar.)
211
La ruptura se produce el 3 de agosto. Al día siguiente,
un grupo de miembros del CE y CC nos reunimos y acor
damos comenzar la preparación del V I I I Congreso, que
tiene lugar en abril del año siguiente. Va para trece años
de un trabajo difícil, silencioso, pero los resultados es
tán ahí.
212
Capítulo X
213
representación de la Unión de Intelectuales Españoles; Da
niel Anguiano y Enrique de Santiago, por la UGT; la pro
fesora Elisa Uriz, en representación del movimiento feme
nino; Manuel Núñez Arenas, profesor universitario; Ángel
Galarza, diputado socialista; el general Luis Fernández, ex
jefe de los FFI y de los Guerrilleros Españoles en Fran
cia; el arquitecto Manuel Sánchez Arcas y Enrique Líster,
por el Partido Comunista de España.
Debido a los estragos de la guerra fría y a las persecu
ciones desencadenadas en Francia contra los comunistas
y otros demócratas españoles, que culminaron en 1950 con
centenares de detenciones, deportaciones y expulsiones y
la prohibición de sus organizaciones en este país, el Con
greso no pudo celebrarse entonces. Después de consultar
con los comités y comisiones existentes en otros países
y con los partidarios de la paz que actuaban en España, se
acordó transformar la Comisión Organizadora en Consejo
Español de la Paz, que fue completado con representantes
de comités, comisiones o consejos existentes en otros paí
ses y en España. De este Consejo Español de la Paz ha
sido miembro desde su fundación y, al mismo tiempo, uno
de sus representantes en el Consejo Mundial de la Paz, el
gran Pablo Picasso.
A la vez, se creó la Comisión Española por la Paz en
Méjico, que además de dirigir toda la actividad por la paz
de los residentes españoles en ese país, mantenía relacio
nes con comités españoles de la paz existentes en toda una
serie de países de América Latina. La comisión de Méjico
preparó el Congreso Español de la Paz en Méjico, que tuvo
lugar a finales de 1951. La resolución aprobada por el mis
mo dice en su introducción:
214
En 1956 se celebró en Brioni (Yugoslavia) el 20 aniversario
de las Brigadas Internacionales. El presidente Tito se fotografió
con los miembros de la delegación española. De izquierda a derecha,
J. del Barrio, señora de Álvarez del Vayo, J. Álvarez del Vayo,
J. Modesto, J. Negrín, Tito, F. Gordón Ordás,
N. Fuentes, E. Líster y R. Negrín.
216
ciparon más de dos mil delegados procedentes de más de
cien países, asistió una delegación patrocinada por el Con
sejo Español de la Paz y presidida por mí, de la que for
maron parte quince españoles representantes de diferentes
corrientes del campo republicano y antifranquista. Era
una delegación amplia por su número y por la pertenencia
política, social, profesional, etc., de sus componentes; ha
bía en ella representantes de la clase obrera, de diferentes
ramas de la intelectualidad, creyentes y ateos, hombres y
mujeres que habíamos combatido al franquismo desde el
primer día, y otros que en su tiempo lo defendieron, vete
ranos y jóvenes. En una palabra, nuestra delegación era
un ejemplo vivo de la amplitud que había ido alcanzando
en nuestro país la idea de la necesidad de oponerse a la
transformación de España en una base de agresión yanqui.
La delegación participó unánime y con gran entusiasmo
en las labores del Congreso; en sesiones plenarias y reu
niones de comisiones, en decenas de encuentros y conver
saciones con otras delegaciones, los componentes de nues
tra delegación expusieron las condiciones y características
de la lucha por el desarme y la paz en España, recogiendo
a la vez ricas experiencias de la lucha en otros países. Al
final del Congreso, nuestra delegación hizo pública una de
claración en la que decía:
217
Como ya digo, a partir de 1962 las delegaciones españo
las a los comicios internacionales pro paz dejaron de estar
integradas únicamente por personas que vivían en la emi
gración. Y si al Congreso de Moscú, de los quince delega
dos españoles, cuatro venían directamente del país, al Con
greso de Helsinki (1965) asistió un delegación de veintitrés
personas, de ellas diecinueve residentes en España. En la
sesión del CMP celebrada en Ginebra (1966) tomaron parte
cuatro delegados españoles, dos de ellos llegados directa
mente del país. A la Asamblea Mundial de Fuerzas de la
Paz, en Berlín (1969), asistieron diecinueve delegados, doce
de ellos viviendo en España. En la Conferencia por la Se
guridad y la Cooperación en Europa, reunida en Viena
(diciembre de 1969), la representación española constó de
seis personas, cuatro de ellas de España. Y en la Asamblea
Mundial de la Paz celebrada en Budapest (1971), la delega
ción del Consejo Español de la Paz estuvo compuesta por
siete miembros, de ellos cuatro de España.
También hasta 1962, la representación española en el
Consejo Mundial de la Paz estuvo integrada por personas
residentes en la emigración. A partir de ese año, de los seis
representantes permanentes en dicho organismo, tres vi
vían en el extranjero (Pablo Picasso, Manuel Sánchez Ar
cas y Enrique Líster) y los otros tres en España. En 1971,
en la sesión del CMP celebrada en Budapest, al renovarse
este gremio, la propuesta de representación del Consejo
Español de la Paz fue aumentada a ocho miembros, de
ellos cuatro residentes en España y cuatro en la emigra
ción. Los carrillistas, por su parte, propusieron nueve re
presentantes suyos, de ellos cinco residiendo en España y
cuatro en la emigración.
En cuanto a la composición política de las delegacio
nes españolas, ha sido aproximadamente siempre la mis
ma: comunistas, socialistas, republicanos, nacionalistas, ca
tólicos y demócratas sin una ideología política definida,
pero verdaderos defensores de la paz. Y así, combinando
la acción de los partidarios de la paz de dentro y fuera
de España, se fue creando en muchos españoles con
ciencia del significado y objetivos del combate preconiza
do por el Consejo Mundial de la Paz.
Sería, sin embargo, un engaño afirmar que todos los
españoles que han luchado por la paz en el interior o en
la emigración eran partidarios del CMP y actuaban bajo
218
su dirección. En España había fuerzas — unas organizadas;
otras no— que llevaban a cabo acciones pro paz sin tener
relación orgánica alguna con el CMP, ni con el Consejo Es
pañol de la Paz, y menos aún con el comité fantasma ca-
rrillista.
En España y en el extranjero existieron grupos, más
o menos organizados y activos, que luchaban por la paz,
contra la agresión yanqui en Indochina, en solidaridad con
el heroico pueblo vietnamita y otros pueblos de esa región.
Las consignas y los objetivos de esas fuerzas no se dife
renciaban, en la práctica, de las del Consejo Español de la
Paz; en sus escritos podía leerse: «¡Fuera los yanquis de
Vietnam, Laos y Cambodia!», «¡Fuera de España las ba
ses yanquis!», «¡V iva la lucha de los pueblos contra el im
perialismo!», etc., consignas que eran también las nuestras.
Yo siempre mantuve que en el centro de la actividad de
los partidarios de la paz españoles debía estar, en primer
término, la lucha contra la existencia de las bases nor
teamericanas en nuestro país. Estas bases eran una ame
naza y un peligro permanente para España y para la paz
mundial. Han sido y son piezas capitales del dispositivo
agresivo del imperialismo yanqui en el continente europeo,
y principalmente en la cuenca del Mediterráneo.
Quiérase o no, España se ha convertido en un dispositi
vo de guerra de Estados Unidos en el Occidente europeo,
en un eslabón importante de la cadena de bases militares
creadas por el Pentágono contra los países socialistas y
del Tercer Mundo, constituyendo un gran peligro para la
paz mundial. En caso de guerra, en un país como el nues
tro no habría zonas de «seguridad», no existiría un solo
rincón a salvo de la destrucción termonuclear. Y eso pue
de ocurrir incluso en tiempo de paz: ahí está Palomares,
zona alejada de las bases militares, a la que poco le faltó
para sufrir una verdadera catástrofe. Las bases y la per
manencia en ellas de millares de militares yanquis son un
elemento de presión, una amenaza constante contra el
pueblo español.
La lucha contra las bases norteamericanas en España
es, al mismo tiempo, una de las contribuciones españolas
más efectivas y directa a la lucha general de los pueblos
contra las agresiones imperialistas, por su libertad e in
dependencia nacional, por la paz en Europa y en el mun
do. Es, por otra parte, un deber ineludible de todos los
219
españoles que no quieren ver convertido su país en ruinas,
que son respetuosos con la independencia y la soberanía
de todos los pueblos. Algunas gentes hacen de esta cuestión
tan decisiva motivo de especulaciones y chantajes. Y ello
no es monopolio de los reaccionarios; también realizan
especulaciones y chantajes en este terreno gentes que se
llaman «demócratas» e incluso «eurocomunistas».
Mi opinión fue, y sigue siendo, que el movimiento espa
ñol pro paz debía encabezar, orientar, coordinar en nues
tro país la lucha por el fortalecimiento de la paz mundial,
contra la neocolonización de España por los monopolios
extranjeros, contra las bases militares yanquis. No ha sido
ésa la opinión de Carrillo y sus adictos en el Comité Ejecu
tivo del Partido Comunista de España. Para ellos, el Con
sejo Español de la Paz sólo debía ser un instrumento para
especulaciones y componendas con otras fuerzas políticas
y sociales de signo muy distinto a la democracia; y, por
ello, debíamos ser muy moderados en la denuncia de las
bases militares norteamericanas en España.
La lucha entre Carrillo y yo sobre esta cuestión — lo
mismo que sobre otras— , que fue permanente en los años
cincuenta, cobró un nuevo impulso al ocupar Carrillo la
secretaría general del PCE, en diciembre de 1959. A partir
de ese momento, este personaje reforzó las medidas para
someter a su criterio toda la actividad relacionada con la
lucha por la paz. Yo, por mi parte, seguí empleando los
medios que tenía a mi alcance para hacer progresar mi
concepción de esta rama del trabajo del Partido. En el pla
no internacional, la cuestión me era más fácil, pues era yo
mismo, en tanto que miembro del CMP y de su presiden
cia, quien participaba directamente en la actividad de éste,
en sus conferencias y congresos.
En el marco nacional, Carrillo me aventajaba. Tenía él
en sus manos las relaciones del PCE en el país, los ins
tructores y todo tipo dé funcionarios del Partido. Y o con
traataqué con los medios que me era posible; empleé a
los miembros de nuestro Partido que eran funcionarios del
CMP para el envío de materiales y la toma de contactos
por correspondencia. El primer resultado lo obtuvimos
en 1962, cuando logré que formasen parte de la delegación
del Consejo Español de la Paz al Congreso de Moscú cua
tro delegados del interior. Meses antes ya había asestado
un buen golpe a las concepciones de Carrillo, al presentar
220
en el Comité Ejecutivo un folleto preparado por mí que,
bajo el título España, base de guerra yanqui, denunciaba las
actividades militares de ese país en España. El folleto ex
ponía con detalle las bases militares yanquis, principales
y auxiliares, en España y contenía varios gráficos con los
efectos destructores de bombas atómicas sobre diferentes
puntos del país.
Carrillo se opuso a la publicación del folleto. En el
Comité Ejecutivo del PCE se entabló una larga discusión,
y al final arranqué el acuerdo de que se publicara. Y el fo
lleto vio la luz del día en julio de 1962. Ahora bien, te
niendo en sus manos todo el sistema de relaciones con el
país, Carrillo saboteó su envío a las organizaciones del
interior. Por eso tuvo el folleto muy poca difusión en
ellas.
No me di por vencido y seguí reuniendo datos. Ante la
petición de organizaciones y camaradas, preparé un pe
queño libro sobre el mismo tema, titulado E l pueblo es
pañol lucha por la paz. N o a las bases yanquis. Entregué
una copia a Carrillo para que, a su vez, lo sometiera a
examen del Comité Ejecutivo. En carta del 10 de febrero
de 1968, que acompañaba a las cuartillas y los gráficos, le
decía: «Teniendo en cuenta las opiniones expresadas por
diferentes camaradas y organizaciones, y últimamente, los
miembros del CC en el pleno de septiembre pasado, en
cuanto a la conveniencia de preparar un folleto sobre las
bases, yo he elaborado este trabajo en tal sentido. Por el
carácter del trabajo, su publicación, si se acuerda, debiera
hacerse lo más pronto posible. Por eso te ruego que some
tas el trabajo a examen del CE en el plazo más breve
posible.»
Carrillo reaccionó peor que con el folleto anterior, y
comenzó a darle largas al asunto, recurriendo a toda clase
de marrullerías. Yo insistí, y el 29 de abril se examinó en
el Comité Ejecutivo el contenido del trabajo. Carrillo in
tervino el primero, esforzándose por demoler el folleto;
con ello señalaba a los demás el camino que debían seguir.
Y la mayoría le siguió; otros, no. En esto, los más re
pugnantes fueron los que, habiéndome dicho que el folleto
les parecía muy bien, en la reunión siguieron a Carrillo.
Yo defendí el folleto rebatiendo las estupideces y re
cogiendo aquello que podía contribuir a mejorarlo. Ter
minó la reunión sin llegar a ningún acuerdo. Al día siguien
221
te escribí una carta a Carrillo, en la que le decía entre otras
cosas:
222
norteamericanos en el Mediterráneo y en relación con la
conferencia por la seguridad europea en estos meses, es
por lo que hablé con N apo para conocer las posibilidades
de su publicación y ganar el máximo de tiempo.
223
del llamado «caso español» en aquel comicio de la paz que
se celebró en Budapest.
En marzo de 1971 le llegó al secretario general del Con
sejo Mundial de la Paz la siguiente carta:
224
decir, ya entonces los partidarios del «eurocomunismo»
quisieron aprovechar el Consejo Mundial de la Paz para
imponer su voluntad a otros partidos comunistas y a otras
corrientes políticas. Pero a esto me refiero también en
otras partes.
Días más tarde llegó a mi poder una fotocopia de dicha
carta, y entonces escribí a Rafael Alberti y María Teresa
León, dos de los firmantes, en estos términos:
10 de abril de 1971.
A Rafael Alberti y María Teresa León.
Conozco que habéis puesto vuestra firma al pie de una
carta dirigida al secretario general del CMP, en la que se
pide mi sustitución en la presidencia de ese movimiento.
La noticia me ha causado pena. N o por mí, sino por
vosotros. Me entristece ver que os hayáis sumado a tal
amasijo de « personalidades» de la picaresca política carri-
llista en una tan indecente acción. ¿Conocéis siquiera a
vuestros compañeros de firma?, ¿sabéis de qué viven y de
dónde come la mayor parte de ellos? Entre los firmantes
hay tales indeseables, que a cualquier persona digna le re
pugnaría juntar su firma a la de ellos.
Pero dejemos las personas y pasemos a los hechos. En
la carta hay un parrafito que dice: « Como es sabido, E nri
que Líster ya no tiene, en absoluto, ninguna representación
positiva y real. Es más: su presencia en esa presidencia
ofrece dificultades serias a la unidad de las fuerzas pací
ficas españolas y reduce las posibilidades de ampliar la
lucha por la paz en nuestro país.»
Como ejemplo de cinismo, esas afirmaciones no tienen
igual. Según vuestra opinión, para tener representatividad
«positiva» y no ser una dificultad para la unidad de las
fuerzas pacíficas, hay que estar de acuerdo con Carrillo.
Sí, Marcos Ana puede representar en el Consejo Mun
dial de la Paz a un determinado número y categoría de
españoles; pero no a los que combaten por la gran causa
de la paz, sino que se ocupan de otras cosas que nada tie
nen que ver con esa noble causa.
Pero, además, el proponer a Marcos Ana para sustituir
me a mí no es más que una de las muchas marrullerías de
Carrillo. Carrillo espera que con esa marrullería va a des
viar la lucha entablada por los verdaderos comunistas con
tra él y su grupo hacia gentes como Marcos Ana. Marcos
225
Ana no es más que un pobre personaje fabricado por Ca
rrillo, y éste no logrará con sus maniobras de vía estrecha
desviarnos de nuestro verdadero camino.
La opinión de lo más combativo y activo de los comu
nistas españoles y de otros antifranquistas en la lucha por
la paz y el derrocamiento del franquismo es muy diferente
a la de los que firmáis esa carta. En tal caso, la opinión
que se expresa en esa carta es la de los amigos de Carrillo,
los M otrico y compañía, pero no la de los verdaderos lu
chadores por la paz. Esa carta es uno de los golpes típicos
de Carrillo, es la clásica puñalada trapera, y es lamentable
que vosotros hayáis aceptado convertir la pluma en navaja
cabritera para servir los miserables planes de Carrillo.
Durante los veintidós años de vida que tiene el Consejo
Mundial de la Paz fui « representativo» y «servía la uni
dad», y en cuanto unos vulgares asesinos — porque eso son
vuestros amigos Carrillo, Antón y compañía, como quedará
demostrado en forma irrefutable— me ponen el veto, ya
me convierto en todo lo contrario. Da verdadera pena que
personas con vuestras «horas de vuelo» y conociendo por
sus inmoralidades y sus métodos a más de uno de los per
sonajes que os han propuesto firmar la carta, lo hayáis
hecho.
Os envío el libro que acabo de publicar, donde podréis
encontrar elementos de aclaración y reflexión. N o es más
que una parte, y no la más siniestra, de las actividades de
Carrillo, Antón y compañía. E l resto lo dejo para la Comi
sión Central de Control Político que salga del V I I I Con
greso del Partido Comunista de España, del de verdad, del
de los verdaderos comunistas españoles, a los que junto
con otros partidarios de la paz yo sigo representando en
la presidencia del Consejo Mundial de la Paz, y quienes
únicamente tienen derecho a decir si lo hago o no digna
mente.
A 18 de enero de 1971.
Camarada Romes Chandra, secretario general del Con
sejo Mundial de la Paz.
é
Helsinki.
Querido camarada Romes Chandra:
Como ustedes saben, el Partido Comunista de España
ha participado muy activamente en el movimiento de la
paz desde su fundación. Siempre hemos concedido gran
importancia a las labores de este movimiento, y a pesar
de la existencia de una dictadura en nuestro país que im
pide el funcionamiento de una organización de ese género,
nos hemos esforzado siempre por hacer participar en las
actividades dirigidas por ese Consejo a todos nuestros alia
dos en la lucha contra la dictadura franquista. Creo que
es testimonio de ello la amplia participación española en
las iniciativas tomadas por ustedes, sobre todo en los últi
mos años.
En un momento dado, nuestro Partido propuso la par
ticipación de un miembro de su dirección, Enrique Líster,
en la presidencia del movimiento mundial de la paz para
hacer más activa nuestra cooperación en sus trabajos, y
tuvimos el honor de ver aceptada esa proposición. Repre
sentando al Partido Comunista de España, Enrique Líster
ha formado parte de su presidencia hasta hoy día.
Pero, en el mes de septiembre de 1970, Enrique Líster
rompió con el Partido Comunista de España, negándose a
aceptar la línea política y la disciplina de éste, e inició
una labor fraccional incalificable. A causa de ello, el Comi
té Central decidió en su reunión plenaria del mismo mes
la expulsión de Enrique Líster de las filas del Partido Co
munista de España. Esta decisión del Comité Central fue
respaldada posteriormente por el conjunto de las organi
zaciones del Partido.
Enrique Líster ha intentado en vano encontrar el apoyo
de algunos partidos hermanos a su acción contra el Par
tido Comunista de España y, según nuestras informacio
nes, intenta utilizar sus viajes y sus actividades en nombre
del movimiento mundial de la paz para sembrar acusacio
nes y calumnias contra nuestro Partido, en momentos en
que estamos en plena batalla para terminar con el régimen
franquista, que otorga bases a la política belicista del im
perialismo americano.
Los militantes de nuestro Partido consideran que la
más elemental honestidad ordenaba a Líster dim itir de un
puesto que, como el de miembro de la presidencia del Con
sejo Mundial de la Paz, le había sido confiado a título de
227
Delegación española que participó en el Congreso por el Desarme
y la Paz en Helsinki, 1955. Entre los reunidos se reconoce
al autor, a M. Sánchez Arcas, I. Hidalgo de Cisneros y J. Bonifaci.
230
mo que retiramos la candidatura de Marcos Ana para la
futura presidencia de ese Consejo. E l Partido Comunista
de España ha decidido aceptar para ese puesto la candi
datura de José Antonio Bardem, figura intelectual españo
la de primer plano, cineasta de renombre internacional,
candidatura en favor de la cual se ha hecho la unanimidad
de la amplia delegación española que asistirá a la Asam
blea de Budapest, del próximo mes, en representación de
las fuerzas pacíficas de España.
Deseo hacerle saber al mismo tiempo que Manuel La-
fuente, actualmente secretario del Consejo Mundial de la
Paz, ha sido expulsado del Partido Comunista de España
a causa de su participación en la actividad fraccional de
Líster contra nuestro Partido. Lafuente utiliza las facili
dades que le brinda su puesto en el Consejo Mundial de
la Paz para esta actividad contra el Partido Comunista
de España. Esto hace más inaceptable su mantenimiento
en un puesto en ese Consejo.
N i Líster ni Lafuente representan a ninguna fuerza es
pañola. Su única representatividad fue la que les daba el
hecho de haber sido designados por el Partido Comunista
de España. Mantenerlos en un puesto responsable en el
Consejo Mundial de la Paz después de' su expulsión del
Partido Comunista de España, sería no sólo un ataque con
tra nuestro Partido, sino también una tentativa de injeren
cia en contra de la autonomía de las fuerzas de paz de
España. Sólo estas fuerzas tienen derecho a decir quiénes
deben representarlas. Yo le digo con toda confianza, ca
marada Chandra, que si una injerencia tal, una tentativa
de mantener a Líster en el Consejo de la Paz, llegara a ma
terializarse, ello haría imposible para nuestro Partido (y
sin duda para el conjunto de la delegación española) so-
meterse a dicha injerencia extranjera al quedarnos en el
movimiento mundial de la paz.
Nuestro deseo más profundo es, al contrario, poder am
pliar la participación de las fuerzas democráticas españo
las en las tareas del movimiento de la paz.
Rogándole haga conocer el contenido de esta carta a
los organismos encargados de examinar las futuras candi
daturas para el Consejo Mundial de la Paz, le pido acepte,
camarada Chandra, mis salados comunistas.
Firmado: Santiago Carrillo, secretario general del Par
tido Comunista de España.
231
PD — Adjunto copia de la carta que hemos cursado a
los partidos hermanos.
Queridos camaradas:
Teniendo en cuenta el papel que camaradas de su Par
tido representan en el Consejo Mundial de la Paz y la pro
ximidad de la Asamblea que éste va a celebrar en Buda
pest, deseamos facilitar a ustedes, en esta carta, nuevos
elementos de información referentes a la situación anor
mal que con respecto a España se ha creado en dicho
Consejo.
1.° Agradecemos en prim er lugar a los numerosos par
tidos que han contestado favorablemente a nuestras cartas
anteriores sobre esta cuestión, dándonos su apoyo para
normalizar la representación española en el Consejo Mun
dial de la Paz y privar a Líster de cualquier cargo en dicho
Consejo.
2.° Nuestro Partido, siguiendo el procedimiento aplica
do en todas las reuniones anteriores del Consejo Mundial
de la Paz, ha preparado en relación con otras fuerzas es
pañolas democráticas una delegación amplia y representa
tiva, integrada, principalmente, por figuras políticas, cien
tíficas y artísticas del interior de España.
3.° Según nuestras noticias, Enrique Líster, expulsado
de nuestro Partido en septiembre de 1970, pretende llevar a
la Asamblea de Budapest una «delegación» preparada por
él, con el fin de utilizar dicha Asamblea del Consejo Mun
dial de la Paz para realizar una provocación contra el Par
tido Comunista de España.
4.° Recordamos que Líster ha ocupado un puesto en
la presidencia del Consejo Mundial de la Paz como resul
tado de una decisión del Comité Ejecutivo del Partido Co
munista de España, que decidió enviar a uno de sus miem
bros a ese organismo internacional
Como es bien sabido, en España, por las condiciones
de represión fascista, no existe ninguna organización espe
cífica del Movimiento de Partidarios de la Paz. Los diver
sos grupos y personalidades participantes en dicho movi
miento lo han hecho a través de nuestro Partido.
232
Cuando Líster fue expulsado del Partido Comunista de
España, su deber más elemental era dim itir de su cargo
en la presidencia del Consejo Mundial de la Paz, cargo en
el que representaba al Partido. Pero no ha dimitido.
En la actualidad, Líster usurpa un cargo al que no tie
ne derecho.
Es una situación intolerable a la que la Asamblea de
Budapest deberá poner fin. Pero sería escandaloso que Lís
ter pudiese utilizar ese cargo usurpado para intentar llevar
a Budapest una «delegación» amañada p or él.
5.° Otro elemento a tener en cuenta es que Líster no
es sólo un hombre expulsado del Partido Comunista de Es
paña p or causas políticas y orgánicas. Es un hombre que
se ha lanzado a una campaña abierta de insultos, mentiras
y calumnias contra el Partido Comunista de España y sus
dirigentes, principalmente contra Dolores Ib á rru ri y San
tiago Carrillo. P o r ello, los periódicos más furiosamente
fascistas de la actual prensa española, com o el Alcázar,
han dado una extraordinaria difusión a esa campaña anti
comunista de Líster, lo que ha provocado una reacción in
dignada, no sólo entre los comunistas, sino entre los más
amplios sectores de la opinión democrática y antifascista.
6.° Consideramos que es deber nuestro inform ar a los
partidos hermanos que los camaradas del Partido Com u
nista de España que, formando parte de la delegación es
pañola participarán en la Asamblea de Budapest, respon
derán de la manera más terminante, y de form a pública, a
cualquier intento de provocación contra nuestro Partido.
P o r las causas brevemente expresadas más arriba, es
peramos que los partidos hermanos nos ayuden a evitar la
presencia en Budapest de una «delegación» preparada p o r
Líster, y evitar asimismo cualquier provocación que Líster
pretenda realizar.
Nos anima, al presentar este problema, el firm e deseo
de garantizar el mayor éxito de la futura Asamblea del Con
sejo Mundial de la Paz y de lograr que la delegación espa
ñola pueda dar una contribución lo más eficaz posible a
las tareas tan importantes para la causa de la paz que fi
guran en el orden del día de la Asamblea.
7.° E n cuanto a las candidaturas para los futuros o r
ganismos del Consejo Mundial de la Paz y teniendo en
cuenta opiniones y rumores que circulan, declaramos, de
la form a más terminante, que el mantenimiento de Líster
233
(o de algún agente suyo) en cualquier organismo del Con
sejo Mundial de la Paz (Presidencia, Consejo, etc.) sería
una agresión contra el Partido Comunista de España. Sería
un estímulo y una ayuda directa en las maniobras tenden
tes a dividir y debilitar el Partido Comunista de España,
maniobras totalmente rechazadas y derrotadas ya dentro
del Partido. Sería además un escándalo para toda la opi
nión democrática española. Es obvio que, com o mínimo,
nuestro Partido se vería obligado, en tal eventualidad, a ex
plicar públicamente en qué condiciones se había podido
producir semejante desatino.
Os agradezco de antemano, queridos camaradas, la co m
prensión con que estamos seguros recibiréis estas refle
xiones e informaciones nuestras, y la ayuda vuestra en
esta materia, con la que de antemano contamos.
Con saludos comunistas, S. Carrillo, p or el Comité E je
cutivo del Partido Comunista de España.
234
y los representantes de los partidos comunistas de Méji
co, Japón, Corea y Rumania.
Si hiciera falta, todo ello viene a corroborar lo que yo
ya estoy harto de saber. A las direcciones de una serie de
partidos comunistas les importa un bledo la lucha por la
paz, los intereses de este movimiento, su carácter y sus
objetivos. Y han decidido llevar al terreno del movimiento
de la paz problemas que nada tienen que ver con él, proble
mas internos del movimiento comunista internacional, pues
prestando ayuda a Carrillo y contribuyendo a aplastar a
los comunistas españoles que nos hemos alzado contra el
oportunismo y el revisionismo en nuestro país, se defien
den a sí mismos, defienden sus concepciones políticas e
ideológicas que, pasados los meses, asumirán el nombre de
«eurocómunismo».
Así lo entienden también muchísimos participantes en
la Asamblea, lo que crea mal sabor de boca y disgusto en
ellos, sobre todo en los que no son comunistas, que son
la mayoría. Y este malestar se ve acrecentado con la llegada
de la delegación enviada por Carrillo, que desde el primer
momento mantiene posturas inadmisibles, en franca con
tradicción con el carácter, las normas y el reglamento del
Consejo Mundial de la Paz, con toda la esencia del movi
miento. Pero es más. En la preparación de esta batalla,
Carrillo había mentido como un bellaco. En cartas y con
versaciones anteriores se había vanagloriado de tener en
sus manos la «variedad», la «diversidad», la «unidad» de
las fuerzas españolas por la paz. La llegada de su delega
ción dio al traste con tales especulaciones: de catorce com
ponentes, doce eran miembros de su partido; entre ellos
varios miembros de su Comité Central y su Comité Ejecu
tivo (Santigo Álvarez, Manuel Azcárate, Armando López Sa
linas, Rafael Alberti) y varios funcionarios del mismo.
Y más de la mitad, residentes en la emigración.
Por otra parte, la comisión organizadora del encuentro
había determinado que asistieran a ella siete representan
tes del Consejo Español de la Paz y siete de la lista patro
cinada por Carrillo. Nuestro Consejo había respetado esa
decisión; allí estábamos siete, cuatro de ellos cofundadores
del CMP y miembros de sus instancias directivas desde ha
cía años. Los carrillistas, por su parte, se la habían saltado
a la torera y habían puesto a los organizadores ante el
hecho consumado.
235
En vísperas de inaugurarse las labores de la Asamblea,
por petición de húngaros y soviéticos, Lafuente y yo tuvi
mos sendas entrevistas con una representación del Comité
de la Paz Húngaro, anfitriones de la Asamblea, y otra del
Comité Soviético de la Paz encabezada por Alexander Kor-
neitchuk, presidente del mismo.
Los húngaros nos expusieron las preocupaciones que
les originaba la situación existente, creada sobre todo por
el empeño de Carrillo de «solucionar» en Budapest proble
mas exclusivos de los comunistas españoles. La opinión del
Comité de la Paz Húngaro era que el Consejo Español te
nía toda la razón en no sacar los problemas del marco que
correspondía, es decir, el del movimiento mundial de la
paz, y en defender sus legítimos derechos. Y en esta acti
tud, el Comité Húngaro, lo mismo que los de otros países
socialistas, nos daban su entero apoyo. Que Carrillo, con
sus cartas, había engañado a algunos dirigentes de otros
países, y que no se podía estar de acuerdo con ese método.
Por su parte, el Comité Húngaro, respetuoso del espíritu
y los principios del movimiento de la paz, no ponía exclu
sivas y creía normal la participación en la Asamblea de
los representantes del grupo carrillista, como la de los re
presentantes de cualquier otra fuerza española de la paz
que desearan contribuir y obrar honestamente a la causa
común, lamentando y censurando, sin embargo, los méto
dos y las actitudes incorrectas mantenidas por aquellas
personas.
En términos generales, otro tanto fue el contenido de lo
que nos expusieron los representantes soviéticos, aunque
ellos abordaron el aspecto de la complejidad de la situa
ción en el movimiento comunista internacional y las im
plicaciones que resultaban de todo ello.
En uno y otro caso, nuestra posición fue la misma, cla
ra y contundente. En primer término, la cuestión está plan
teada así: primero, esta Asamblea ¿va a ser una reunión
de la paz o una sesión de una internacional comunista?; se
gundo, la comisión encargada de las candidaturas para el
nuevo CMP, ¿va a examinar las proposiciones del Consejo
Español de la Paz en tanto que organismo del CMP o en
tanto, que comisión de control de una internacional co
munista?
El método seguido por Carrillo y sus amigos de otros
países es, hasta ahora, el de tomar el CMP y sus organis-
236
mos como una internacional comunista. Carrillo se ha di
rigido a partidos comunistas y al secretario general del
CMP planteando el problema no en el terreno del movi
miento de la paz, sino en el de partidos comunistas, y sus
aliados de otros países hacen otro tanto. Su error de ori
gen es que consideraban que aquellos comunistas que for
mamos parte de la delegación del Consejo Español, llegá
semos aquí como expulsados de su partido. Y no es éste
el caso; estamos aquí como representantes de dicho Con
sejo, y los que somos comunistas, somos miembros y di
rigentes de un Partido Comunista que ha celebrado su con
greso y nos ha elegido.
En segundo término, los componentes de la delegación
del Consejo Español de la Paz no deseamos dar aquí nin
guna batalla, ni hacer ningún escándalo. Ni lo necesitamos,
ni nos hace falta, además de que tenemos conciencia y res
petamos el carácter y la naturaleza del movimiento de la
paz mundial.
En tercer término, como no hemos infringido en nada
ni los principios, ni las normas, ni las decisiones, ni el
carácter del Consejo Mundial de la Paz, y del movimiento
mundial de la paz en general, no existe motivo alguno para
que el Consejo Español de la Paz sea objeto de medida al
guna, y menos de cualquier discriminación. Por tanto, o
quedamos como Consejo Español de Paz en el CMP, su
presidencia y su secretariado en las mismas condiciones en
que estamos, o no quedaría más remedio que marcharse
del mismo.
En cuanto a la participación de otros españoles en la
propia Asamblea, en el CMP y sus instancias dirigentes,
nuestra actitud no es menos clara.
Que las posiciones políticas, los hechos y las posturas
asumidas venían demostrándonos que Carrillo y sus alia
dos eran partidarios de las bases americanas, luego de la
división de Europa en bloques y contrarios a la política
de coexistencia pacífica; que eran enemigos declarados de
la acción por la seguridad europea y partidarios de la pre
sencia imperialista yanqui en España, enemigos asimismo
de las relaciones entre España y los países socialistas y,
por ende, contrarios a la distensión.
Considerábamos, en suma, que la línea seguida por el
carrillismo no concordaba en absoluto con los postulados
y la acción del Consejo Mundial de la Paz, y que hacerle
237
un hueco en él significaría introducir en el movimiento
pro paz un caballo de Troya, una quinta columna. Tal era
nuestra opinión; teníamos perfecto derecho a mantenerla
y defenderla.
En España había otras fuerzas de la paz que sí tenían
un puesto en el movimiento: los comités pro Vietnam, los
comités antiimperialistas, y otros, que no han venido toda
vía justamente a causa de la política de Carrillo y sus alian
zas con personas destacadamente pro yanquis, como algu
nas de las que figuraban en su propuesta para ser miem
bros del CMP.
Por tanto, no quedaba más que dos salidas: o los par
tidarios de Carrillo y sus amigos de otros países se atenían
al espíritu y las normas de la Asamblea y renunciaban a
sus planes, en cuyo caso no habría la menor discusión; o,
por el contrario, proseguían en sus trece («liquidar» allí a
Líster y al Consejo Español de la Paz) y, entonces, habría
por nuestra parte la respuesta correspondiente.
No estaba, pues, en nuestro poder el que se produjese
o no «escándalo» en Budapest. Que estábamos dispuestos
a hacer las concesiones razonables que fuera preciso, pero
no a renunciar a nuestros derechos y a los principios; y que
sería un error tomar esta actitud por debilidad, y pedirnos
más de lo que podíamos aceptar. No se trataba, pues, de
razonarnos a nosotros — que harto sensatos éramos— , sino
de esforzarse por hacer reflexionar a Carrillo y sus partida
rios, fueran quienes fueren.
Y así estaban las posiciones, bien definidas, cuando se
presentó en la capital húngara el grueso de la delegación
carrillista. Uno de sus primeros pasos consistió en hacer
llegar a la presidencia del CMP una carta, un ultimátum
más bien, en la que planteaban que se nos impidiera parti
cipar en las labores de la Asamblea, porque ellos eran los
únicos representantes españoles, o que se marchaban ellos.
La carta esgrimía una «provocación de Líster», sus «re
laciones con periodistas franquistas». ¿Qué había ocurri
do? Muy sencillamente, que el señor Estarriol, correspon
sal de La Vanguardia en Viena, había pedido un visado
húngaro para asistir a la Asamblea por cuenta de su perió
dico, como había hecho otras veces en distintas ocasiones en
el propio Budapest. Los húngaros me pidieron mi opinión
al respecto, y les contesté que si estaban autorizados los
corresponsales de otros periódicos, yo no veía por qué el
238
señor Estarriol no podía asistir. Enterados de esto, los
carrillistas, por uno de sus correligionarios italiano, se sa
caron de la manga la «seguridad» de sus delegados, el «pe
ligro» que corrían.
El «argumento» no se tenía en pie. A otras reuniones
de ese tipo habían venido otros españoles, cuyos nombres
y dirección en España quedaron estampados en las listas
oficiales y públicas, repartidas a los periodistas — por ejem
plo, en 1965, en Helsinki, entre ellos al agregado de prensa
de la embajada española— y hasta entonces ningún espa
ñol había sido molestado por participar en tales reuniones.
Lo que pasaba es que, habiendo anunciado la llegada de
un número impresionante de personalidades, y como su
delegación la componía una inmensa mayoría de sus diri
gentes y funcionarios, Carrillo recurría al truco de no dar
los verdaderos nombres, porque se le venía abajo toda la
especulación. De ahí toda aquella comedia de «seguridad»,
«peligro», etc., aprovechándola para querer presentarme
como elemento «provocador».
Toda esta situación, el llamado «caso español», la car
ta de la delegación carrillista y la que yo dirigí en respues
ta al secretario general del CMP, fue objeto de examen y
debates en varias reuniones de la presidencia del CMP y
de su grupo consultativo.
La verdad es que en ninguna de esas reuniones, nadie
(ni siquiera los que en los pasillos hacían una defensa apa
sionada de Carrillo y me condenaban a mí) planteó que se
me debía expulsar de la presidencia del CMP, ni que se
sacara de otros organismos a los representantes del Con
sejo Español de la Paz.
Entretanto, como su ultimátum no había surtido efecto
y en la Asamblea participábamos los representantes del
Consejo Español de la Paz, los dirigentes carrillistas pre
sentes en Budapest decidieron que su delegación se fuera,
quedando en espera de una respuesta a su carta Santiago
Álvarez, Manuel Azcárate, Marcos Ana y un funcionario. La
verdad es también que Alberti, que llegó de los últimos y
que era el presidente de su delegación, al ver que las co
sas no eran como Carrillo le había pintado, decidió hacer
una «retirada estratégica», y se marchó, con su mujer, el
primerito de la capital húngara.
En la reunión de la presidencia del día 15 de mayo,
Romes Chandra dio lectura de la carta que había recibido
239
de la delegación carrillista, carta que suscitó indignación
en la inmensa mayoría de los presidentes, siendo rechaza
da. Tampoco en este caso se levantó una sola voz en de
fensa clara y neta de las pretensiones y exigencias carrillis-
tas. El francés Guyot se limitó a declarar que la delegación
francesa estaba contenta con los representantes carrillis-
tas y que José Antonio Bardem (el hombre propuesto por
Carrillo para suplantarme en la presidencia del CMP) esta
ba dispuesto a recibir en Madrid a una delegación del CMP;
una actitud similar asumieron, también esta vez, japoneses,
coreanos, mejicanos y rumanos, y el comunista inglés y el
comunista italiano. El socialista italiano manifestó su dis
gusto ante esa carta; y el inglés no comunista exaltó el
pasado y presente de Líster. La que fue más allá de todos
ellos fue Isabelle Blume (del PC Belga), proponiendo que
no se retuviera ninguna candidatura por parte de España
hasta que las cosas se aclararan más, propuesta que fue
rechazada por la mayor parte de los oradores.
En relación con esta famosa carta, la decisión de la
presidencia fue nombrar una comisión de tres personas
(Romes Chandra, secretario general del CMP; Raymond
Guyot, de Francia, y la secretaria general del Comité de la
Paz Húngaro) que diera a conocer a los cuatro carrillistas
que seguían en Budapest el rechazo por la presidencia de
su carta y advertirles que no se les daría la palabra en la
plenaria, como pedían.
En cuanto a la participación española en el CMP y sus
organismos, las decisiones que salieron en definitiva de las
diferentes sesiones de la presidencia, aunque no quedaron
estampadas en un documento, fueron las siguientes:
— Los que ya eran miembros del CMP y de sus orga
nismos y estuviesen dispuestos a proseguir trabajando, de
bían ser reconducidos al igual que los de los demás países.
En este caso nos encontrábamos los representantes del CEP,
que aceptamos seguir trabajando. Se encontraba igualmen
te en ese caso uno de la delegación carrillista, que no quiso
seguir.
— Aceptar las propuestas de nuevos miembros y dejar
sin cubrir los puestos de los que no quisieran ocuparlos
por el momento. Los nuevos miembros propuestos por el
Consejo Español de la Paz ocuparon sus puestos. Los pro
puestos por los carrillistas, todos nuevos menos uno, se
habían marchado de Budapest.
240
Todo ello significó un compromiso — tuve siempre cla
ra conciencia de ello— en aras de salvaguardar los intere
ses y el carácter del movimiento de la paz, sin que por ello
renunciara a los derechos de nuestro movimiento nacional
ni a nuestra dignidad.
Ahora bien, aunque compromiso, significaba a la vez el
fracaso rotundo de las intenciones y los planes que Carrillo
y sus amigos «eurocomunistas» se habían hecho. Era, para
ellos, una derrota, al final del choque frontal que venían
montando desde meses para derrotar a los marxistas-le-
ninistas, importándoles poco el terreno en el que fuera.
En el movimiento de la paz, Romes Chandra, que es un
hombre de una doblez inaudita, ha estado apoyando, alen
tando y compartiendo las mismas opiniones revisionistas
y liquidacionistas del carácter del CMP que defendían Ca
rrillo y los correligionarios de éste en otros partidos co
munistas.
Con Chandra tuve el 18 de mayo una conversación en la
que, entre otras cosas, le eché en cara su parcialidad en fa
vor de los carrillistas y sus marrullerías y le pedí que, por
lo menos, permaneciera neutral en los asuntos internos de
los comunistas españoles.
241
y ocho miembros; no asistían, por distintas causas, otros
dieciocho, que se hicieron remplazar por sus suplentes.
Es la primera reunión de la presidencia después de todo
lo sucedido en la Asamblea de Budapest. Las decisiones
referentes a España adoptadas allí han venido siendo tan
tergiversadas por Carrillo, franceses, italianos, mexicanos y
rumanos; se han venido presentando versiones tan dispa
res, y el secretario general del CMP, en vez de aclarar las
cosas y rectificar la trampa que hizo en la sesión final de
Budapest, viene manteniendo tal confusión que es nece
sario que la presidencia examine la cuestión. Muchos, y
nosotros en primer término, tenemos interés en esa clarifi
cación.
Así pues, en una de las últimas sesiones se aborda la
«cuestión» España. Yo intervengo brevemente, reiterando
la posición que habíamos mantenido en Budapest: nuestra
opinión sigue siendo que Carrillo no busca nada más que
echarnos del CMP y nada le importan las actividades y los
objetivos del mismo; el carrillismo es enemigo declarado
de muchos postulados y de la línea del CMP; pero si la
presidencia sigue considerando que debe admitirse en el
CMP a los candidatos propuestos por Carrillo, entre ellos a
Bardem para la presidencia, allá ella.
Al final de la sesión, la presidencia repite el acuerdo
que había tomado ya en la capital húngara, consistente en
dos puntos: son miembros del CMP, de su presidencia y
de su secretariado los candidatos propuestos por el Conse
jo Español de la Paz en Budapest; seguir dejando vacantes
los puestos que los carrillistas no quisieron ocupar en aquel
entonces.
Y así quedan las cosas. Ni más ni menos. Sin embargo,
yo sé, y posturas o palabras de los representantes de algu
nos países me lo confirman, que algo está cambiando en
tre bastidores, que algunas posiciones ya no son tan con
tundentes como en Hungría. Y ello está muy íntimamente
ligado con lo que está sucediendo en el movimiento comu
nista internacional, con las presiones que dirigentes fran
ceses, italianos y rumanos hacen sobre los dirigentes de
países socialistas.
242
i
La presidencia del Congreso Mundial de la Paz
es recibida por el presidente Makarios de Chipre, en 1968.
11 de octubre de 1972.
Al camarada Luis Corvalán, secretario general del Par
tido Comunista de Chile.
Camarada Corvalán:
Dentro de unas horas tomaré el avión para abandonar
Chile, pero antes de hacerlo quisiera expresarte la profunda
tristeza que me ha causado la actitud hacia mí de la direc
ción de tu Partido y de ti personalmente. Llegué a tu país
lleno de ilusión de encontrarme entre vosotros como entre
verdaderos camaradas, y en muchos casos amigos desde
hacía muchos años. Nada más llegar comencé a darme
cuenta de la triste realidad. Si entre los militantes de vues
tro partido y los militantes y dirigentes de otros partidos
de la coalición popular encontré cordialidad y amistad, por
parte de los responsables comunistas no encontré más que
hostilidad.
Esta hostilidad llegó hasta el extremo de enviar, por
vuestra parte, al local donde tenían lugar las sesiones de
la presidencia del Consejo Mundial de la Paz, a un tal M o
rales, responsable del grupo carrillista en Chile y que se
presentó como miembro del CC de vuestro Partido, y se de
dicó a verdaderas provocaciones contra mí. Aunque procu
ré ignorarle, como una de esas provocaciones tuvo lugar
delante de un grupo de periodistas, le di la respuesta co
rrespondiente.
244
Algo que llamó la atención, y que creó disgusto entre los
camaradas de otros partidos hermanos, fue la discrimina
ción que tú has hecho al no invitarme a la reunión que has
tenido con ellos.
¿A base de qué regla, camarada Corvalán, me excluyes
de las filas del movimiento comunista mundial? Yo no
veo más regla que la favorable al revisionismo. Esa acti
tud hacia mí contrasta con la calurosa acogida que le ha
béis dispensado al curita-golfo enviado por Carrillo y que
dedicó la mayor parte de su actividad, lo mismo en Santia
go que en Valparaíso, a entrevistarse con sus compadres
en seminarios e iglesias.
Contrasta también esa actitud vuestra con la que han
tenido miembros responsables de vuestro Partido en San
tiago y, sobre todo, en Valparaíso. Hacia ellos va todo mi
agradecimiento por el cariño y la solidaridad que han de
mostrado hacia nuestra lucha.
En cuanto a mi línea de conducta aquí, supongo esta
réis al corriente de ella. Me he negado a toda declaración
sobre vuestros asuntos que pudiese significar inmiscuirme
en ellos. Diferentes camaradas de tu Partido y el Partido
Socialista que me han preguntado mi opinión sobre vues
tras fuerzas armadas, les he explicado lo que había suce
dido en España en 1931-1936; y les dije que la actitud a la
que pudiesen llegar las fuerzas armadas en un futuro, que
puede ser más o menos próximo, era lo que más me preo
cupaba. Unos comparten esa inquietud mía, y otros me
han señalado que el Ejército chileno era muy respetuoso
con las leyes del país. He procurado ser muy comedido en
estas conversaciones, pero a ti te quiero decir francamen
te que me marcho con muchas dudas de que os salvéis
de la guerra civil. Ojalá las fuerzas armadas sigan siendo
respetuosas con las leyes. Yo no me fío nada, pues se trata
de unas fuerzas armadas para defender un Estado burgués
y no un Estado socialista.
Pero puedo decirte más, camarada Corvalán: la gran
mayoría de los mandos del Ejército español — y no hable
mos ya de los soldados— eran fieles al régimen republica
no; pero durante varios años y, sobre todo en los meses
que fueron de febrero a julio de 1936, las fuerzas reaccio
narias se dedicaron a desprestigiar ese régimen y, en pri
mer lugar, al Frente Popular. Combinando el sabotaje eco
nómico con los atentados de los pistoleros falangistas, fue
245
ron creando una situación de descontento y desconfianza;
y cuando el núcleo fascista de las fuerzas armadas desen
cadenó la sublevación, muchos de los mandos partidarios
de la República los siguieron, creyendo realmente que con
ello salvaban a la patria del caos y la anarquía.
De lo que yo conocía de la situación en Chile antes de
llegar aquí, de lo que observé y de mis numerosas conver
saciones con dirigentes de las diferentes organizaciones y
partidos y con el propio Salvador Allende durante dos ho
ras, me resulta claro que en Chile no hay ningún poder
popular, sino un Gobierno democrático gobernando en un
país donde el poder sigue en manos de los que lo han te
nido hasta el triunfo electoral de Unidad Popular.
Para mí está claro que en Chile está sucediendo lo mis
mo que sucedió en España, donde, durante la República,
han existido gobiernos republicanos y republicanos socia
listas, pero el poder ha continuado en manos de los gran
des capitalistas, terratenientes, la Iglesia y el Ejército, y
así nos lució el pelo.
Ojalá vosotros no tengáis que pasar por la misma amar
ga experiencia; que logréis enderezar las cosas y evitar la
guerra civil y, lo que sería peor, una derrota sin una ver
dadera lucha como pasó en otros países.
Deseándoos de todo corazón el más completo éxito, te
saluda E. Líster.
246
do los revolucionarios llegan al poder, o al Gobierno (que
fue el caso de Chile, pues el poder no lo tuvieron nunca),
no cambiaran de mentalidad, lo que por desgracia ocurre
frecuentemente y hace que la revolución avance más lenta
mente de lo que debiera.
247
Conferencia de Estados por la Seguridad de Europa, de
Helsinki.
Más tarde intervine yo, y entre otras cosas dije: «In
tervengo en esta discusión en nombre del Consejo Español
de la Paz. El CEP nació en la emigración. Cumplió una
función movilizadora en el plano internacional en favor de
la lucha del pueblo español, como muchos de ustedes sa
ben. Pero su preocupación fue siempre cómo desarrollar
más y mejor la lucha en España misma. Yo no tengo
la suerte de poder vivir en Madrid ni en ninguna otra par
te de España. Desde 1939 vivo en forzada emigración. Des
de ella, junto con muchos otros españoles, me he esforzado
en cumplir con mi deber.
»Ahora, como desde hace veinte años, en que se firma
ron los acuerdos yanqui-franquistas, en el centro de nues
tras preocupaciones y actividades sigue estando la lucha
contra las bases norteamericanas en España.
»Así fue cuando Cuba, Vietnam, Medio Oriente, etc.
Nuestro apoyo a la justa lucha de otros pueblos debe co
menzar por combatir al enemigo común en nuestra pro
pia casa.
»Partidario consecuente de la política de coexistencia
pacífica entre países con regímenes políticos diferentes, el
Consejo Español de la Paz considera que en la Conferen
cia de Estados por la Seguridad Europea, España, Portu
gal y Grecia deben estar presentes.
»Y no creo que aquí nadie pueda tener dudas en cuan
to a mis sentimientos y opiniones políticas hacia los re
gímenes de esos países, pero en este caso no se trata de
eso, sino de una Conferencia de Estados cuyo éxito puede
ayudar a la consolidación de la paz.»
Y llegó el momento de elegir nuevos miembros para la
presidencia: un polaco, un africano y Bardem. Los nom
bres de los dos primeros fueron saludados con un aplauso
unánime, a Bardem no llegaron a una docena los que le
aplaudieron.
Públicamente era una nueva derrota de los carrillistas,
pues después de dos años diciendo que no entrarían en
el CMP ni en sus organismos mientras no fuésemos echados
nosotros, ahora entraban con las orejas gachas.
248
Congreso Mundial de las Fuerzas de la Paz
249
del Congreso, de un cierto número de gentes españolas
que no pertenecen a nuestra delegación española. Este he
cho contraviene todas las regulaciones establecidas por el
Congreso, ya que ellos no han sido nombrados por el Co
mité preparatorio español; además se presentan como de
legados españoles y se sientan en puestos reservados a Es
paña.
La delegación española quiere que se ponga fin inme
diatamente a esta situación. De otra forma, la delegación
se verá forzada a dar todos los pasos necesarios para rea
firmar su representatividad exclusiva. Nadie puede impo
ner a la delegación española «delegados» extra, que no han
sido designados por nuestras organizaciones democráticas
españolas.
La delegación española quiere conocer igualmente cómo
ha sido admitida esa gente en las sesiones del Congreso
previstas. Puede presentarse un peligro en los próximos
días si alguno de esos españoles pretende hablar en el tra
bajo de las diferentes comisiones usando el título de la
delegación española. En ningún caso toleraremos esa situa
ción. Por esas razones es extremadamente urgente acabar
con la presencia ilegal de esa gente.
Naturalmente, esperamos que esa situación anormal se
acabe inmediatamente.
De cualquier forma, pedimos al Comité Presidencial lo
siguiente:
— Publicar la lista oficial de los miembros de la dele
gación española tal y como fue organizada por el Comité
preparatorio español.
— Ninguna persona ni grupo fuera de la delegación es
pañola puede asumir nombre alguno, como «España» o
«español», donde esa palabra pueda ser interpretada como
segunda o diferente delegación española.
De acuerdo a las reglas de procedimiento de la organi
zación del Congreso, nosotros estamos exclusivamente auto
rizados a asumir el nombre y la representatividad de la
delegación española.
En nombre de la delegación española: Juan Antonio
Bardem, María Teresa de Borbón Parma, Cayetano Hernán
dez y Pedro González.
250
Al Comité Director del Congreso Mundial de las Fuerzas
de Paz.
Señores:
Nos vemos obligados a dirigirnos a ese Comité Direc
tor debido a una serie de hechos que se han venido pro
duciendo y que no podemos silenciar, por constituir, pri
mero, una negación del principio que anima al Congreso
Mundial: «estar abierto a todas las fuerzas de la paz»; y,
segundo, una discriminación escandalosa y una ofensa para
nuestra delegación, la delegación del Consejo Español de
la Paz.
Hemos tenido conocimiento de una carta insultante, gro
sera y provocadora que la delegación formada por el se
ñor Santiago Carrillo y sus amigos ha dirigido a ese Co
mité Director, y después ha distribuido en las diversas
comisiones, pidiendo la exclusión de la delegación del Con
sejo Español de la Paz del seno del Congreso.
Dejamos a un lado que la delegación del señor Carrillo
está formada exclusivamente por funcionarios del aparato
de su partido y por personas que asisten al Congreso a
título personal. N i en España, ni en la emigración existe,
por desgracia, ninguna fuerza organizada de partidarios
españoles de la paz, a excepción del Consejo Español de
la Paz, con veinticinco años de actividad y miembro del
Consejo Mundial de la Paz desde su fundación. En cuanto
a que la delegación del señor Carrillo representa a las
fuerzas del interior de España y nosotros somos fuerzas
de emigración, es afirmación de pura especulación y esta
mos en condiciones de demostrar quién es cada uno de
ellos y en qué países residen.
N o creemos, por supuesto, que ni el señor Carrillo ni
nadie, aunque se escude tras un llamado « Comité prepa
ratorio español», que no existe más que en el papel, puede
arrogarse el derecho de ser árbitro de quiénes pueden asis
tir al Congreso Mundial de las Fuerzas de la Paz, lo que,
además, representa un verdadero insulto para ese Comité
Director y para el Comité Organizador Soviético.
Conscientes de nuestra responsabilidad y de la misión
que nos ha confiado el Consejo Español de la Paz: contri
buir dentro de nuestra modestia al éxito del Congreso, no
nos hemos hecho eco de las provocaciones e insultos de
que hemos sido objeto por parte de la delegación patro
cinada por el señor Carrillo, para no entorpercer, en lo
251
más mínimo, las labores del Congreso, al que tenemos el
honor de asistir.
Por lo visto el señor Carrillo ha elegido la celebración
de este Congreso para dirimir el litigio entre su Partido
y el Partido Comunista Obrero Español, problema extraño
a los objetivos de este Congreso y ajeno a la actividad del
consejo mundial de partidarios de la paz, importándole un
bledo los perjuicios que puede ocasionar al buen desarro
llo de este com ido con su altanera e irresponsable activi
dad. Pero nos hemos visto alarmados y muy sorprendidos
ante los rumores que han comenzado a circular de que la
Comisión de Credenciales del Congreso ha anulado su pri
mer acuerdo reconociendo la existencia en el Congreso de
dos delegaciones de España: una, la del Consejo Español
de la Paz y, otra, la organizada por el señor Santiago Ca
rrillo.
Es una realidad incontrovertible que al Congreso Mun
dial de las Fuerzas de Paz asisten dos delegaciones españo
las y que así deben aparecer claramente y sin discrimina
ciones que rebajan los principios y las normas establecidas
en los documentos que han convocado el Congreso.
Consideramos que lo correcto es que, bajo el título ge
neral de «España», cada una de ambas delegaciones apa
rezca en el Congreso, en sus documentos oficiales y en la
lista de participantes a éste, con su denominación propia y
clara.
Toda violación de los derechos que nos asisten como
delegación del Consejo Español de la Paz al Congreso Mun
dial de las Fuerzas de la Paz, si llegara a producirse, ten
dría por nuestra parte la respuesta pública que se merece.
En espera de sus aclaraciones les saluda por la Dele
gación del Consejo Español de la Paz
252
y responsable de los componentes de nuestra delegación.
El día 31 terminó el Congreso y entre ese día y el si
guiente, se fueron de Moscú los carrillistas, mientras que
nuestra delegación en pleno se quedaba, invitada a las
fiestas del 7 de noviembre.
Además de nuestra contribución a la causa de la paz,
lo importante de ese Congreso para nosotros fue que nos
permitió tener durante muchos días centenares de entre
vistas y conversaciones con personas venidas de todos los
continentes, entregándoles a muchas de ellas nuestros ma
teriales. O sea, precisamente lo que Carrillo y sus amigos
nos querían prohibir.
253
con la misma dignidad que habíamos librado las anteriores.
Antes de salir para Sofía, tuvimos en París varias reunio
nes de la dirección del Consejo Español de la Paz por una
parte y del Comité Ejecutivo del PCOE por otra. Las re
soluciones adoptadas en unas y otras demuestran que juz
gábamos la situación con realismo; en ellas se mandataba
a nuestra delegación para defender los derechos y las po
siciones del Consejo Español de la Paz hasta donde fuese
correcto hacerlo, y para romper con el CMP si llegábamos
a la conclusión de que así debíamos hacerlo.
Antes de empezar la sesión del Consejo, se reunió la
presidencia del mismo para poner a punto el orden del día
y examinar las cuestiones que iban a estar en debate, en
tre ellas el siempre llamado «caso español». En esa reu
nión yo dije: «Queridos amigos: Ustedes han escuchado
las proposiciones hechas aquí por el secretario general, Ro
mes Chandra, en relación con la representación de fuerzas
de paz españolas. Yo quiero, en nombre del Consejo Es
pañol de la Paz, miembro del CMP desde su fundación, ex
poner brevemente nuestra opinión sobre esa cuestión, pun
tualizar algunas cosas y llamar la atención de ustedes sobre
las mismas.
»E l Consejo Español de la Paz siempre consideró, y si
gue considerando, que el movimiento mundial de la paz
debe ser un movimiento abierto a todos los que están dis
puestos a servir y defender la causa para la que el CMP
fue qreado hace veinticinco años. Comparte igualmente la
opinión de que la coexistencia pacífica que se va implan
tando en el mundo favorece la apertura, la ampliación, la
incorporación de nuevas fuerzas a nuestro movimiento.
Pero piensa y reafirma que sería plenamente erróneo lle
var a cabo esa ampliación a costa de lo que son los prin
cipios básicos del movimiento, o dejando al margen a mo
vimientos nacionales que son miembros del CMP desde
su fundación y que han sido y siguen siendo fieles a la
causa que éste defiende.
»E l Consejo Español de la Paz sigue considerando que
se debe reforzar cada vez más el carácter antiimperialista
de nuestro movimiento mundial, y que la defensa de los
pueblos en la lucha por su independencia y la libertad,
contra el fascismo, debe ocupar un primer plano en la ac
tividad del movimiento.
»E l Consejo Español de la Paz considera que la evolu
254
ción del mundo requiere aunar esfuerzos y buenas volun
tades, buscar la participación de nuevas fuerzas en la lu
cha por la coexistencia pacífica, el establecimiento de re
laciones entre los Estados, la independencia de los pueblos
y el mantenimiento de la paz. De ahí, pues, su posición de
principio de no tolerar a nadie "exclusivismos", y de ten
der a ampliar las filas de nuestro movimiento a escala na
cional e internacional.
»E l Consejo Español de la Paz se alza, pues, enérgica
mente contra toda posición que consistiera, en nombre de
esa ampliación, en dejar fuera del marco del CMP a quie
nes siempre defendieron sus postulados, en beneficio de
quienes, para formar parte de él, ponen como condición
la eliminación, de una forma o de otra, de los primeros.
»Ampliar el CMP, mejorar sus estructuras y la de sus
organismos de dirección es tarea que la vida requiere. Pero
nunca a costa de modificar la composición y el contenido
básico de nuestro movimiento a favor de las ideas y obje
tivos particulares de ciertas "nuevas fuerzas” que no re
dundan en beneficio de la causa que defiende el CMP.
»Tal es la opinión de nuestro Consejo en este aspecto
esencial.
»Queremos llamar la atención de ustedes sobre el si
guiente hecho: Aquí se nos hace la propuesta de elegir para
ocupar puestos en la presidencia a los representantes de
una docena de nuevos países, con lo que nuestra delegación
no sólo está de acuerdo, sino que propone que a ello sea
agregado Portugal.
»Se propone aumentar en la presidencia el número de
representantes de una serie de países; en unos casos, pa
sando de uno a dos, y en otros, de dos a tres. Nosotros
también estamos de acuerdo con esta propuesta.
»Pero, al mismo tiempo, se propone que a España, que
tiene dos puestos en la presidencia, se le reduzca a uno.
¿Cuál es el argumento que se emplea?: que los dos miem
bros citados son comunistas.1
»Ante todo, eso se debió ya tener en cuenta cuando en
Varsovia se eligió a la segunda persona. Por otra parte,
¿es que acaso España es el único caso en el que los dos
presidentes son comunistas? Claro que no. Además, cada
255
uno de los dos presidentes representamos a fuerzas de la
paz diferentes, y también opiniones políticas e ideológicas
diferentes sobre determinadas cuestiones, dentro de la fa
milia comunista española e internacional.
»¿Y es éste el lugar para querer dirimir estas últimas
cuestiones? Nosotros opinamos que no; nuestra opinión es
que el CMP debe dedicarse a examinar y resolver las cues
tiones que le son propias, y dejar que las otras sean exa
minadas donde corresponde.
»Otro de los argumentos que se emplea es el de "los de
España y los de la emigración”, según el cual el señor
Bardem representa a los del interior de España, y yo, a
los de la emigración. Tal afirmación es falsa. Uno y otro
representamos a fuerzas que viven y actúan, las unas y las
otras, en España y en la emigración. Esto se puede com
probar por las dos candidaturas presentadas para el Con
sejo; de los nueve de la del señor Bardem, hay cuatro re
sidiendo en España y cinco en el extranjero; en cuanto
a los ocho presentados por nosotros, cuatro residen en
España y cuatro en el extranjero, entre ellos yo.
»Durante sus veinticinco años de existencia, y conjugan
do la acción de los partidarios de la paz de dentro y fuera
de España, el Consejo Español de la Paz contribuyó a
crear en muchos españoles la conciencia del significado y
objetivos de la causa y la acción del movimiento de la
paz. En diversos lugares del país se han transformado en
formas orgánicas; secciones del CEP o grupos que coope
ran con él, surgen en determinadas situaciones y actúan
en torno a un problema determinado; por ejemplo, la lu
cha contra las bases militares yanquis en España, la so
lidaridad con Vietnam, los países árabes, africanos y el
pueblo de Chile, la aceptación del principio de coexistencia
pacífica y la seguridad europeas, etc.
»Nosotros no podemos estar de acuerdo con la propues
ta hecha aquí en relación con España.
»E l Consejo Español de la Paz considera que lo correc
to, lo legal, lo que corresponde hacer al CMP en relación
con el llamado "caso español” es seguir siendo fiel a los
acuerdos de la sesión de Budapest, ratificados en las reu
niones de la presidencia de Helsinki y de Varsovia, de
que formen parte del CMP y la presidencia, en igualdad
de condiciones, los representantes del CEP y de las otras
fuerzas que han pedido su participación en Budapest y
256
En España también marchamos hacia el socialismo, el de verdad,
y España también tendrá su poderoso Partido Comunista, cuya
modesta, pero firme, base es hoy el Partido Comunista Obrero Español.
258
se den las pruebas de que nosotros no somos dignos de
continuar con ustedes.
»E l Consejo Español le la Paz, y yo como su presi
dente, no pedimos ningún trato de favor, no pedimos nin
gún trato especial, pedimos simplemente que sean respeta
dos nuestros derechos de miembros del CMP y de su pre
sidencia; pedimos simplemente que sean respetados los
acuerdos de la sesión del CMP de Budapest en 1971 y rati
ficados por las reuniones de la presidencia de Helsinki y
Varsovia; pedimos, en una palabra, que sean respetados los
reglamentos del CMP y que no se quiera dirimir aquí una
cuestión política que no incumbe al CMP juzgar ni san
cionar.
»Y antes de terminar quiero aún agregar lo siguiente.
Señor secretario general: puede ser que usted y otras per
sonas consigan el objetivo que vienen persiguiendo desde
hace varios años de desposeer al Consejo Español de la
Paz de su representación en el Consejo Mundial de la Paz
y de sus puestos en la presidencia y el secretariado del
mismo. Pero lo que ni usted ni sus amigos carrillistas aquí
presentes podrán sacarle al Consejo Español de la Paz son
los veinticinco años al servicio del CMP y de la causa de
la paz, y a mí personalmente mi participación en cerca
de cuarenta reuniones regionales y en más de cincuenta
internacionales en todos los continentes a lo largo de estos
años de intensas luchas por la paz y la independencia de
los pueblos. Ni usted ni nadie podrán borrar que yo he
presidido delegaciones del CMP a reuniones, encuentros o
visitas en Europa, Asia, África y América Latina. Y por úl
timo, usted, junto con el señor Raymond Guyot y algunos
otros, pueden defender aquí las posiciones carrillistas y
echarme de la presidencia u obligarme a que me retire yo
mismo; pero lo que ni usted ni nadie podrá conseguir ja
más es quitarme mi pasado y mi presente de luchador, de
revolucionario, mi dignidad de comunista y de hombre, que
es lo principal.»
259
propuestas para ampliar y renovar el CMP, entre ellas la
relacionada con España. Antes de darles lectura, explica
brevemente que, como todo ha sido cuidadosamente exami
nado por la presidencia y su buró, y que son, en suma, pro
puestas hechas por los diferentes movimientos nacionales,
no dará la palabra a nadie ni habrá votación, que el sim
ple «consenso» basta.
Nada más terminar su lectura, yo me pongo en pie y
pido la palabra para exponer nuestros puntos de vista y
nuestras propuestas. Y, como todo estaba ya «cocido» de
antemano, ante la extrañeza de muchísimos participantes
que no tenían la más remota idea de lo ocurrido en la pre
sidencia y el buró, se me aplica el clásico método del es
camoteo: el llamado «consenso» por medio de los aplausos.
Yo, que con la mirada recorría la sala, me di cuenta en
seguida de la «puesta en escena»: el académico Feodorov
se puso inmediatamente en pie y dio la señal aplaudiendo
con todas sus fuerzas. En medio de ese barullo, yo pro
testé con toda la fuerza de mi voz y lo mismo los represen
tantes del Consejo Español de la Paz. Y juntos abandona
mos la sala de sesiones antes de que terminara la comedia.
Inmediatamente preparamos y repartimos el siguiente
documento:
DECLARACIÓN
260
Animada p o r el espíritu de encontrar salida correcta a
esa situación, la delegación del C E P elaboró y dio a cono
cer una propuesta constructiva en tres puntos, que no ha
sido tenida en cuenta.
En la sesión plenaria de esta mañana, al encontrarse
nuestra delegación con listas elaboradas, con las que tenía
algunos desacuerdos, pidió la palabra para exponer sus
consideraciones. Todos los presentes en la sala fueron tes
tigos de cómo el presidente de sesión, señor Romes Chan
dra, abusando de la autoridad de esa función, y sabiendo
que nuestra propuesta contaría con el apoyo de la mayoría
de las delegaciones, negó la palabra al representante de
nuestro Consejo.
Ante esta vulneración de los principios democráticos,
la delegación del Consejo Español de la Paz decidió reti
rarse de la sesión, después de hacer constar su más enér
gica protesta p or la conducta intolerable del señor Romes
Chandra.
E l Consejo Español de la Paz declara asimismo:
— el precedente sentado es una injusticia y un error;
ello afecta a los principios y al futuro del CMP, abriendo
las puertas a toda clase de arbitrariedades;
— que en perfecto uso del derecho de réplica — que le
fue rehusado en esta sesión— , el Consejo Español de la Paz
expondrá, pública y ampliamente, las razones que le im pi
den seguir formando parte del Consejo Mundial de la Paz.
Sofía, a 19 de febrero de 1974.
P o r la delegación, Enrique Líster, presidente del Con
sejo Español de la Paz.
261
reunión y sus resultados. Se puede buscar en su prensa de
esa época una referencia a la reunión de Sofía que no se
encontrará.
Carrillo había venido moviendo desde la sesión de Bu
dapest en 1971 todos su medios y amigos con vistas a con
seguir nuestra expulsión pura y simple. Carrillo y sus ami
gos no consiguieron ese objetivo; pues no hubo expulsión,
sino abandono nuestro de la sesión de Sofía al no querer
aceptar unas condiciones que consideramos inadmisibles.
Nuestra retirada fue un serio golpe que dimos a los ma
niobreros, como lo demuestra la cantidad y calidad de pe
ticiones que se nos han hecho de que no abandonásemos
la sesión ni el CMP. Ellos esperaban que nosotros desem
peñásemos dentro del CMP el papel de fuerza de choque
contra los representantes carrillistas. Nos hemos negado
y nos hemos marchado. ¿Qué queda de todo lo que han
ofrecido los carrillistas al CMP? Nada. No se volvió a ha
blar, por parte de los carrillistas, del CMP ni de ninguna
organización por la paz. ¿Y de que Carrillo dejara de ha
cer antisovietismo después de que yo cesara en la presi
dencia del CMP? Los hechos, la actividad de Carrillo y sus
seguidores desde 1974 a hoy también están a la vista de
todos. El anticomunismo y el antisovietismo de esas gen
tes han ido en aumento.
En cuanto a nosotros, nuestra conducta y actividad
también están ahí, a la vista de todos. Los hechos son así
de tozudos y, al final, es a base de hechos que en España
y fuera de España se nos va juzgando a todos. El PCOE
acepta tranquilo el veredicto.
262
Capítulo XI
Y LA LUCHA C O N TIN UA
263
de otros en esa parte de la historia de España no es como
para recordarla con orgullo. Pero para seguir haciendo his
toria hoy, hay que referirse a lo de ayer, y cada uno debe
cargarse con su comportamiento en ella. El no hacerlo así,
ya estamos viendo adonde nos llevó a los comunistas espa
ñoles.
Y este referirnos a la historia no quiere decir deseo de
revancha, segunda vuelta, ajuste de cuentas, abrir heridas
para urgar en ellas, sino todo lo contrario. Para nosotros,
lo mismo en lo particular que en lo general, quiere decir
no olvidar el pasado para tenerlo en cuenta en nuestro
andar de hoy hacia el futuro, para no repetir lo que hici
mos mal, es decir, para no volver a las andadas.
Con esa intención está escrito este libro, cuando voy a
cumplir 76 años y 56 de militante comunista. A esa edad
y con esa cantidad de años luchando por el comunismo, no
sería serio cambiar de chaqueta ni hacer trampas con las
ideas a las que uno ha dedicado su vida. Me quedo donde
estoy: en el PCOE, luchando con el marxismo-leninismo,
por el socialismo de verdad, por el comunismo.
Asistimos también hoy en día a una verdadera polémica
en las filas del movimiento comunista nacional e interna
cional en torno a todo lo que abarca el término bautizado
por los oportunistas y por la propaganda burguesa «euro-
comunismo», y que yo mismo califiqué hace unos años de
«euro-oportunismo».
No es mi intención extenderme demasiado aquí sobre
todo lo relacionado con el euro-oportunismo, pues ahí es
tán los artículos y declaraciones del PCOE a este respecto.
Quisiera, sin embargo, puntualizar algunas cuestiones.
Estoy firmemente convencido de que el euro-oportunis
mo no es el producto de la «búsqueda creadora» de las
principales cabezas pensantes de la vasta corriente opor
tunista dentro del movimiento comunista, sino el resultado
directo de dos cosas: la crisis actual que atraviesa el Mo
vimiento Comunista Internacional y el español, y las fuer
tes posiciones, predominantes en muchos casos, que han
ido ocupando los elementos derechistas en una buena par
te de las direcciones de los partidos comunistas y obreros,
sobre todo en Europa occidental.
Está claro que el problema no se puede resumir en dos
puntos ni en dos palabras. La cuestión es mucho más com
pleja, mucho más amplia y requiere análisis, reflexiones,
264
críticas, etc., muy serias. En este aspecto, puedo decir que
el PCOE está contribuyendo a hacer avanzar el trabajo
ideológico en ese sentido. Buen ejemplo de ello son los
numerosos trabajos elaborados por nosotros en las páginas
de nuestras publicaciones. Modesta contribución, dirán al
gunos. Por supuesto que es modesta, pero ello se debe
no a nuestra falta de deseo ni a la ausencia de capacidad
de nuestros cuadros, sino a la falta de medios económicos
para poder ofrecer un órgano central no mensual, sino
semanal, una revista teórica mensual, publicación de fo
lletos y libros en los que se puedan abordar las cuestiones
que plantea la lucha política, ideológica y teórica.
He estado y estoy completamente en contra de la tesis
según la cual la crisis que atraviesa el Movimiento Comu
nista Internacional es debida a la actuación de las cama
rillas euro-oportunistas de los principales partidos euro
peos. Los que intentan invertir las cosas cometen un grave
error — o un escamoteo— , pues confunden (consciente o
involuntariamente) las nociones causa y efecto.
Es indiscutible que los euro-oportunistas acentúan con
su política y su ideología la crisis del Movimiento Comu
nista Internacional, la hacen más profunda. Sobre todo
si se tiene en cuenta, como digo más arriba, las sólidas
posiciones que ocupan los oportunistas en el seno de las
direcciones de sus respectivos partidos. Pero esas posicio
nes las han podido ganar gracias a que estos partidos han
venido practicando una política cada vez más reformista,
para llegar a lo que en la prensa del PCOE hemos califica
do más de una vez de «cretinismo parlamentario integral».
Está claro que en el dominio de la lucha de clases hay
que saber emplear todas las formas de lucha, dándoles
prioridad a aquellas formas que son las más adecuadas en
momentos y etapas históricas determinadas. Pero lo que
está reñido con el marxismo-leninismo es la tendencia a
absolutizar cualquiera de esas formas, excluyendo las de
más. Absolutizar los procedimientos violentos significa
caer en el sectarismo izquierdista. Absolutizar las formas
legales representa prácticamente el reformismo, el legalis-
mo sin límites (que es una de las características principa
les del euro-oportunismo).
Está claro que los marxistas debemos saber tener en
cuenta todas — absolutamente todas— , como dice Lenin,
las peculiaridades nacionales a la hora de elaborar la tác
265
tica y la estrategia política. Como también está claro
para nosotros que no se puede uniformar la lucha de cla
ses (sus formas) mediante fórmulas y patrones preconce
bidos. Ahora bien, de lo que se trata es de no caer en la
absolutización de las peculiaridades nacionales. Los leni
nistas españoles seguimos haciendo nuestra la definición
dada por Marx y Engels en el Manifiesto comunista, según
la cual la lucha de clases es nacional por su forma e in
ternacional por su contenido. ¿Es que están en discusión
hoy día las formas nacionales de lucha llevada por cada
destacamento comunista en las condiciones específicas de
cada país? Claro está que no. Lo que sucede es que la
absolutización de lo nacional y de ciertas formas de lucha,
muestra muy bien que los principales partidos europeos lo
que han revisado es el contenido mismo de la lucha.
Otro de los problemas — de orden ideológico-teórico— es
el esfuerzo de los euro-oportunistas por suplantar el le
ninismo por el euro-oportunismo. Hasta hace unos años,
nadie entre los dirigentes de los partidos comunistas se
permitía poner en duda una sola línea del leninismo. Hoy,
los oportunistas españoles e italianos — los franceses y
otros son más prudentes en este aspecto— declaran al le
ninismo, en su conjunto, caduco, sobrepasado.
El secreto de tal anatema global contra el leninismo re
side en que los oportunistas, después de haberle dado
muchas vueltas a la tentativa de falsificación del leninis
mo, han llegado a la evidencia de que oportunismo y le
ninismo son dos cosas reñidas y que si la esencia de la
teoría — como cualquier otra cosa— puede intentarse adul
terarla, todo tiene un límite en este mundo. Por ello, en
esta nueva etapa del deslizamiento revisionista, los «maes
tros pensantes» de esta corriente desviacionista después de
haber elaborado sus esquemas euro-oportunistas han opta
do por el rechazo puro y simple del leninismo, teoría
científica del proletariado revolucionario.
Tras la ruptura con el carrillismo en 1970, en conversa
ciones con dirigentes de partidos comunistas de varios paí
ses, yo me he esforzado más de una vez en demostrarles
que el antisovietismo de los carrillistas no era más que un
aspecto de la cuestión, que, además, las cosas iban a ir
mucho más lejos, hasta el antileninismo completo. De la
mismo manera me esforcé por demostrar que había prue
bas suficientes para ver que el carrillismo no era más que
266
la variante española de la corriente oportunista internacio
nal; que tarde o temprano los camaradas de los otros
países se verían enfrentados con las direcciones de una se
rie de partidos de Europa y de otros continentes. Debo
reconocer que mis argumentos, en la mayoría de los casos,
dejaban un tanto escépticos a mis interlocutores, por lo
cual no faltaron las tradicionales buenas palabras de que
todo eso era pasajero, accidental; de que nosotros exage
rábamos por estar traumatizados por nuestra propia expe
riencia, etc.
Hoy, ahí están los resultados de la evolución oportunis
ta: el leninismo declarado caduco, limitado a las circuns
tancias específicas de la lejana y muy atrasada Rusia de
1917, v el euro-oportunismo presentado como única teoría
válida.
Por tanto, no se trata de «equívocos» de los oportunis
tas europeos, sino de la puesta al día de una estrategia ba
sada en consideraciones teóricas, políticas, ideológicas, que
nada tiene que ver con el marxismo-leninismo. Porque aquí
no se pretende únicamente quitar o no un nombre, sino de
liquidar todo lo que está identificado con la ciencia mar-
xista y la concepción leninista del partido revolucionario.
El oportunismo es, si cabe, lógico; los oportunistas no
quieren ni oír hablar de la revolución como salto cualita
tivo en el terreno de la lucha de clases, tampoco de la
liquidación del poder económico de la burguesía, y todavía
menos de la necesidad de destruir el aparato estatal bur
gués.
Cuando se declara que sólo el «limpio juego democrá
tico y electoral» es el arma para lograr la emancipación
de los explotados, cuando se aboga por la alternativa en
el poder hoy lo ocupan los «explotados» mañana los explo
tadores, ¿qué tiene que ver todo esto con la revolución,
sinónimo de transformación social, de cambio profundo?
Está claro que el Partido Comunista Obrero Español
nada tiene que ver con el euro-oportunismo. Nosotros mili
tamos en un Partido leninista por sus concepciones orgá
nicas y revolucionarias, por las metas políticas que aspira
alcanzar. Y a todos aquellos que puedan venirnos con el
disco rayado de que «se nos ha parado el reloj», les pode
mos contestar que a los leninistas no se nos ha parado
nada. Lo que sucede es que a los euro-oportunistas les
marcha el reloj como los cangrejos, hacia atrás, hacia las
267
esclerosas concepciones de los Kautsky y demás estrangu-
ladores de las revoluciones de comienzos de siglo.
Pero volviendo a los euro-oportunistas: si éstos, como
es el caso de la socialdemocracia en ciertos países europeos,
comienzan a jugar abiertamente a las clases dominantes
contra los intereses de las clases laboriosas, no tendremos
ninguna necesidad de catalogarlos como enemigos princi
pales, pues se desenmascararán ellos mismos como sucedió
en el pasado con los Kautsky y los Scheidemann. Nuestro
deber es denunciar el peligro que entraña la desviación
euro-oportunista, hacerlo comprender al mayor número de
trabajadores, de demócratas. Y hay que denunciarlo en
toda la línea, en todos los aspectos.
Yo he llegado a una edad, a un grado de experiencia en
materia política, que es difícil acusarme de «inmadurez»,
de «pretensiones personales» o cosas por el estilo.
Como puede comprenderse en lo escrito en las páginas
que preceden, no soy un iluso al que se le va la pluma en
la euforia de la divagación, ni un sectario, al que se le ha
parado el reloj. Como todo comunista consecuente, me es
fuerzo por analizar los problemas y dar una explicación a
las cosas lo más acorde posible con los intereses de clase
que defiendo.
Digo esto para aclarar que, según mi opinión, no se
puede tratar seriamente el problema de la situación en el
Movimiento Comunista Español e Internacional, la cues
tión de europo-oportunismo, sin tocar lo relacionado con la
crítica, con la postura que mantienen los partidos comu
nistas de determinados países.
Desde que rompimos abiertamente con el carrillismo
en 1970, los leninistas españoles no hemos cesado de pro
clamar la necesidad de que los partidos marxistas-leninis-
tas debían prestarnos su ayuda y apoyo y, al mismo tiem
po, sostener una lucha seria, ideológica y política contra
el oportunismo carrillista.
Algunos oportunistas de los principales partidos comu
nistas de Europa occidental, para escurrir el bulto dicen
no conocer el libro de Carrillo Eurocomunismo y Estado,
intentando así callar que ese libelo no pasa de ser un
elemento más en la larga «obra» producto de su autor: li
bros, artículos e intervius diversos vieron la luz y circula
ron por nuestro país y por el extranjero desde hace bas
tantes años.
268
Para nosotros, leninistas españoles, el antisovietismo de
Carrillo y sus socios es un elemento más de desacuerdo
con ellos, pero no el único: Carrillo y sus semejantes no
son oportunistas por ser antisoviéticos, son antisoviéticos
por ser oportunistas, por ser anticomunistas, pues a la vez
no se puede ser comunista y antisoviético.
Y resulta sintomático a este respecto que el antisovie
tismo de Carrillo vaya progresando en igual medida que
avanza por el camino de la claudicación ante la burguesía,
de los compromisos con ella, y del abandono de todo lo
que caracteriza a un partido verdaderamente revoluciona
rio, verdaderamente comunista.
Creemos, por tanto, que de no poner al descubierto la
totalidad de la ideología, la línea política, la táctica y es
trategia revisionistas, no podrá comprenderse debidamente
la base real del antisovietismo «euro-oportunista».
Pienso, además, que incurren en un grave error los que
opinan que bastaría con desplazar a Carrillo para que el
PCE vuelva a ser lo que fue en el pasado, un Partido revo
lucionario, intemacionalista, marxista-leninista.
En este orden de cosas venimos también realizando una
sistemática y paciente labor de esclarecimiento, de lucha
ideológica. Los leninistas españoles que militamos en las
filas del PCOE nos esforzamos por demostrar cuán utópica
es dicha concepción. Y es utópica, irreal, por dos razones
fundamentales.
La primera porque a Carrillo no le desplaza de su pues
to de mando, ya sea o no secretario general, ni una yunta
de bueyes. Hoy menos que ayer. Creerse lo contrario es
dar muestra de incomprensión total del propio carácter del
Partido carrillista, de su funcionamiento real, de su estruc
turación, de sus órganos de dirección. Los que durante mu
chos años nos hemos enfrentado con el carrillismo y, a
partir de 1970, rompimos abiertamente con él, sabemos un
rato de todo eso.
Y la segunda, porque también es erróneo el pensar que
con el apartamiento o con la desaparición de Carrillo se
esfumarían el oportunismo, el anticomunismo y el antiso
vietismo que alimenta la dirección de ese Partido. Carrillo
es el dirigente principal, el portavoz oficial del revisionis
mo español, esté o no en la secretaría general del Partido.
Pero la totalidad de los componentes de la dirección «euro-
oportunista» son tan oportunistas como él y algunos incluso
269
más que el propio Carrillo. No se trata en este caso de una
persona, de dos o tres; nos hallamos en presencia de un
destacamento agrupado y unido en torno a unos conceptos
muy determinados: los conceptos «euro-oportunistas».
Muchos camaradas y numerosas personas que no son
Comunistas se preguntan y nos preguntan, cada vez con
más insistencia, cuándo va a ser reconocido nuestro Parti
do por el Movimiento Comunista Internacional, cuándo se
nos va a colocar, por lo menos en cuanto a la oficialidad
se refiere, en pie de igualdad con el carrillista. Muchos
camaradas y amigos consideran que lo que se viene hacien
do con nuestro Partido es una discriminación intolerable,
y tienen razón.
Cuando abordamos esta cuestión con dirigentes de otros
partidos comunistas, se disculpan con el «argumento» so
bre la complejidad de la situación existente en el Movi
miento Comunista Internacional; dicen que el principal
obstáculo para un reconocimiento oficial y público lo cons
tituyen las direcciones de los partidos francés e italiano,
pues al defender a Carrillo, se defienden a sí mismos, para
que en sus propios partidos no cunda el ejemplo del PCOE.
El Partido Comunista Obrero Español es un Partido se
rio, responsable. No está animado por aventurerismos, im
paciencia ni precipitaciones. Sabemos muy bien que en este
mundo, especialmente en política, todo transcurre a través
de procesos. Ahora bien, sabemos también que los proce
sos son algo que se pueden canalizar positivamente o des
viar, acelerar o frenar. Como marxistas-leninistas, lo sabe
mos de sobra.
Pero pensamos igualmente que, en lo que al movimien
to comunista español atañe, se ha entrado ya en la etapa
final de la descomposición del PCE. Por tanto, creemos, en
buena lógica, que esta etapa impone posturas y tomas de
posición en consonancia con ella.
Y cuando digo que se ha entrado en la etapa final, no
me refiero únicamente a lo que traen consigo los lamenta
bles resultados electorales del carrillismo; me refiero asi
mismo al crecimiento y desarrollo de nuestro Partido, de
lo que es una buena prueba los votos obtenidos en las últi
mas elecciones en las quince provincias en que hemos pre
sentado candidaturas.
Nos consta que los círculos oportunistas de Europa oc
270
cidental despliegan una intensa campaña en defensa del
carrillismo para intentar frenar la influencia que pudiera
tener en las filas del Movimiento Comunista de esa parte
del continente el «mal ejemplo» de los leninistas españo
les. Mas sus esfuerzos están condenados al fracaso. Nues
tra experiencia lo evidencia.
Cierto es que el combate por reconstruir el partido
revolucionario de la clase obrera no es fácil, ni liviano, ni
rápido. No es un camino cubierto de rosas. Pero ¿cuándo
fue fácil la lucha revolucionaria? Iniciamos nuestra tarea
en 1970, siendo un grupo reducido. Hemos atravesado mil
vicisitudes, vencido obstáculos, incomprensiones, ataques,
tentativas liquidacionistas, llegando a lo que somos hoy:
un Partido estructurado, con organizaciones en los princi
pales puntos del país, con sus publicaciones, con unos ór
ganos de dirección cada vez más adecuados a las necesida
des, con cuadros en pleno desarrollo, con una organización
juvenil que progresa cada día.
El PCOE es todavía un Partido modesto, pero va cre
ciendo sistemáticamente, se fortalece y adquiere experien
cia, personalidad y autoridad. De nada han servido, pues,
los esfuerzos del oportunismo español, y de otros países
para liquidar al PCOE; de nada han servido calumnias y
ataques de la burguesía para desacreditarlo, o el «complot
del silencio» para ahogarlo. Ahí están sus organizaciones
en infinidad de ciudades y pueblos de las más diversas pro
vincias, y también entre los españoles de la emigración, lu
chando todas por el engrandecimiento del verdadero Par
tido de los comunistas españoles.
Y aquí interrumpimos este relato, y decimos interrum
pir y no poner fin, porque son muchas las cosas sobre las
que habrá que seguir tratando, profundizando, completan
do. Hay, por ejemplo, el papel de los servicios de espionaje
en la destrucción del PCE; el final de nuestra guerra y el
papel de Togliatti y de otros en ese final; el papel de Dolo
res Ibárruri; la muerte de Grimau es otra cuestión que
exige ser tratada. El empleo de la oposición al carrillismo
como fuerza de presión; servirse del PCOE como moneda
de cambio; y, cómo no, la verdadera historia de la «desa
parición» de la primera mujer de Carrillo. Y también la
actitud del Movimiento Comunista Internacional en rela
ción con la situación en el Movimiento Comunista Espa
ñol. Trataremos de estas y otras cuestiones que ayudarán
271
a clarificar la situación del Movimiento Comunista Espa
ñol y también del Internacional.
Los combates decisivos entre leninistas y «euro-oportu
nistas» están en pleno desarrollo. Y ello impone asumir
una actitud de principios, tomas de posición claras, rela
ciones normales entre todos los marxistas-leninistas. Es
decir, un ambiente de concordia con el batallar de los co
munistas por el avance de la lucha revolucionaria de los
pueblos por el socialismo; pero todo ello desde posiciones
de intransigencia total en defensa de los principios que
rigen un verdadero partido marxista-leninista capaz de ocu
par en España el vacío dejado vacante por el PCE. El PCOE
es ese Partido, y su nombre puede ser aceptado o no por
otros, pero no es negociable. Así son las cosas y en esa lu
cha estamos.
275
Claudín, Fernando: 8, 9, 59, 69, Fernández Inguanzo, Horacio:
71, 92, 96, 97, 115, 116, 119, 146, 208.
148, 149, 150, 152, 156, 157, 159, Fernández Soto, M.: 21.
160, 161, 162, 163, 164, 165, 171, Field, Noel: 64, 81.
172, 173, 174, 176, 178, 179. — Foltz, Charles: 50.
121. Fraga Irib arn e, M anuel: 263.
Colom er: 77. Franco B aham onde, Francisco:
Com esaña, Francisco: 216. 15, 30, 34, 35, 36, 37, 47, 48, 50,
C om orera, Joan: 12, 25, 74, 75, 76, 78, 108, 134, 142, 169, 230. — 67.
78, 79, 90. — 55, 67, 77. Fuentes, N.: 215.
C onstante, M ariano: 87.
Cordón, Antonio: 27, 28, 29, 95,
126, 127. Galán, J. M.: 27.
Cordón, F.: 32. Galán, L.: 228.
C orvalán, Luis: 244, 245. G alarza, Ángel: 214.
C ristóbal E rran d o n ea, Manuel: Gallego, Ignacio: 9, 119, 120, 123,
119. 124, 148, 150, 156, 187, 197. —
Curie, Joliot: 258. 133.
Gallego M acera: 138.
C handra, Romes: 226, 227, 231, Gallo, Max: 8.
239, 240, 241, 254, 261. G andhi, In d ira: 243.
C hater, Anthony: 234. G arcía, C ristino: 61, 85.
Che G uevara, E rn esto G uevara, G arcía, E duardo: 86, 184, 211.
llam ado el: 135, 136, 137, 138, G arcía, Tom ás: 152, 156.
139, 140, 141, 142, 150. — /55. G arcía V ictorero: 27.
Checa, Pedro: véase Fernández G arijo: 27.
Checa, Pedro. G iorla: 15, 16, 25, 90, 91.
C hurchill, W inston Spencer: 30, G iral, José: 216.
31. — 45. G irón, Domingo: 23.
G ironella, José M aría: 141, 142.
Gobbels, Joseph Paul: 144.
Debray, Régis: 8. Gómez, Agustín: 211.
Delicado, Manuel: 15, 16, 25, 39, González, Antonio: 85.
119. González, Pedro: 250.
Díaz, José: 11, 12, 13, 14, 15, 16, González Jerez, J. M.: 9.
23, 24, 25, 94, 95, 101, 102, 128. — G ordón O rdás, F.: 215.
89, 99. G rim au, Julián: 271.
D im itrov, Georgi: 11, 28, 29, 94, Gros, José: 56.
95, 96. — 203. Guillén, Nicolás: 134.
Dubcek, Alexander: 188. Guyot, Raym ond: 234, 240, 259.
Duelos, Jacques: 69.
Dulle, Alian: 80.
H ernández, Cayetano: 250.
H ernández, Jesús: 12, 14, 25, 88,
Elleinstein, J.: 116. 94, 96, 97, 100, 103. — 89.
Engels, Friedrich: 266. Hidalgo de Cisneros, Ignacio: 228.
Espí: 86. H itler, Adolf: 17, 19, 35, 36, 37, 48.
E starrio l, R icardo: 238, 239. — 67.
H ungría, Domingo: 46.
Fabien, coronel: 62.
Falcón, Irene: 102, 105, 127, 128. —
111. Ib á rru ri, Dolores: 8, 10, 12, 15, 16,
Feijoo, José: 27. 17, 20, 25, 28, 29, 30, 39, 40, 41,
Felipe, León: véase Cam ino Gali 54, 56, 59, 64, 65, 69, 71, 72, 82,
cia, León Felipe. 83, 84, 85, 88, 91, 92, 93, 94, 95,
Fernández, Luis (general): 214. 96, 97, 100, 101, 102, 105, 115, 116,
Fernández, V.: 21. 119, 122, 123, 124, 125, 127, 128,
Fernández Clérigo, Luis: 41, 70. 130, 147, 149, 151, 166, 169, 192,
Fernández Checa, Pedro: 12, 23, 206, 207, 233, 249, 255, 271. — 55,
25, 27, 102, 109, 110. 67, 89, 99, 111, 121, 133, 189.
276
Jáuregui, M.: 86, 87. 70, 71, 90, 91, 92, 93, 115, 116, 119,
Jilas, M ilovan: 53. 123, 124. — 121, 133.
Jim énez de Ásúa, Luis: 41. Moch, Jules: 69.
José el Valenciano: 88. M odesto G uilloto, Juan: 12, 25.
Jruschov, N inita: 116, 117. — 121. 27, 28, 29, 93, 94, 95, 126, 127, 148,
Justino: 27. 150. — 32, 55, 215.
Moix, Josep: 70, 126, 149, 184.
Mola Vidal, Em ilio: 170.
K ardel, E dvard: 53. M olinero, Tom ás: 76.
K austsky, K arl: 268. M ontero, Luis: 86, 87, 88.
Kennedy, John Fitzgerald: 146. Monzón R eparaz, Jesús: 66, 79,
Koltsov: 89. 80, 81, 82, 83, 103, 209.
K orneitchuk, Alexander: 236. M oreno Galván, José M aría: 249.
Kostov, T rajco: 103. Muñoz: 27.
M ussolini, Benito: 35, 36, 37, 62.
277
R auret, M arti: 216. Stalin, Iosiv V issarionovich Dzhu
Razola, M anuel: 87. gashvili, llam ado: 28, 30, 54, 91,
R ecatero, M anuel: 23. 93, 95, 117, 118, 119. — 45, 89, 121.
R oberto: 132.
R obespierre, M axim ilien de: 118.
R obrieux, F.: 116. Tagüeña, M anuel: 27.
Roca, Bias: 134. Teitelboim , Vaiodia: 246.
Rodriguez: 27. Thorez, M aurice: 116.
R ojo Lluch, Vicente: 14. Tito, Broz Joseph, llam ado: 29,
R om ero M arin, Francisco: 56, 58, 53, 68, 75. — 215.
94, 128, 171, 172, 174, 187. Togliatti, Paim iro: 11, 12, 13, 25,
Roosevelt, F ranklin Delano: 31. 100, 271.
Ruiz Rebollo, Ram ón: 216. T orquem ada, Tom ás de: 105.
Trilla, G abriel León: 80, 84, 85.
Saint-Just, Louis A ntoine Léon:
118. Uribe, Vicente: 12, 13, 14, 23, 25,
San José, José (Juanchu): 88. 69, 70, 71, 73, 74, 75, 79, 86, 91,
Sánchez: 27. 92, 93, 94, 96, 97, 101, 102, 103,
Sánchez, D.: 21. 104, 106, 115, 116, 119, 122, 123.
Sánchez, Federico: véase Sem- — 77, 121,133, 189, 203.
p rú n , Jorge. Uriz, Elisa: 214.
Sánchez Arcas, M anuel: 214, 218, U satorre: 27.
258. — 228, 229.
Sánchez M ontero, Sim ón: 104,
134, 187, 205. ‘Valenzuela, C ristóbal: 23.
Sánchez Thom as: 27. Vega, E steban: 58.
Sánchez Tudela, Asunción: 12, 13, Vega, Etelvino: 84.
90, 91. Vela: 27.
Sandoval, José: 127. Vicens, Francesc: 161.
Santiago, E n riq u e de: 214. V itini, José: 61.
Scheidem ann, Philipp: 268.
S em prún, Jorge: 125, 127, 146, 152,
156, 157, 159, 160, 161, 162, 163, Yagiie, A. M aria: 8.
164, 165, 176, 179. Yaglie, M aria Eugenia: 90.
Serov, Ivan: 141.
Sierra: 27.
Soliva, Ram ón: 27. — 77. Zagladin: 191, 192.
Souquiére, André: 234. Zapiraín, Sebastián: 126, 148.
Colección Documento
Obras publicadas
1/Kitty Kelley
¡JACKIE, OH!
2/Enzo Biagi
RESPUESTAS A GRANDES PREGUNTAS
3/Rafael García Serrano
DICCIONARIO PARA UN MACUTO
4/« J »
LA MUJER SENSUAL
5/Gregorio Morán
ADOLFO SUAREZ. HISTORIA DE UNA AMBICIÓN
6/Fernando Vizcaíno Casas
UN AÑO MENOS
7/Errol Flynn
GALLARDO Y CALAVERA
8 /«M»
EL HOMBRE SENSUAL
9/Ian Gibson
EL VICIO INGLÉS
10/Aldous Huxley
LOS DEMONIOS DE LOUDUN
11/Carl Sagan
COMUNICACIÓN CON INTELIGENCIAS
EXTRATERRESTRES
12/Javier Figuero
POLÍTICOS CON CARA DE FOCA
13/Amando de Miguel
LOS INTELECTUALES BONITOS
14/José Martí Gómez
JOAN REVENTÓS
15/Richard M. Nixon
LA VERDADERA GUERRA
16/Hugh C. McDonald
CITA EN DALLAS
17/Brian Crozier
FRANCO, CREPÚSCULO DE UN HOMBRE
18/Rafael García Serrano
LA PAZ HA TERMINADO
19/Y ale
UN REPORTERO A LA PATA COJA
20/María Dolores Serrano
CRÓNICAS DE LAS FRONTERAS
21/Óscar Caballero
TITULARES DE ESPAÑA
22/Eduardo Chamorro
FELIPE GONZÁLEZ. UN HOMBRE A LA ESPERA
23/Ramón Garriga
EL OCASO DE LOS DIOSES NAZIS
24/Adam Bujak y Mieczyslaw Malinski
JUAN PABLO II
25/Víctor Alba
TODOS SOMOS HEREDEROS DE FRANCO
26/Francisco Narbona
UN CIERTO DIVORCIO
27/Fernando Moran
UNA POLITICA EXTERIOR PARA ESPAÑA
28/Patricia Bosworth
MONTGOMERY CLIFT
29/Carmen Llorca
LLAMADME EVITA
30/Adolfo de Miguel Garcilópez
JAQUE A LA JUSTICIA
31/J. J. Benítez
LOS ASTRONAUTAS DE YAVÉ
32/J. M. Charlier y J. de Launay
HITLER Y LAS MUJERES
33/Enrique Meneses
ESCRITO EN CARNE
34/José María Gironella
MUNDO TIERNO, MUNDO CRUEL
35/A. L. Rowse
HOMOSEXUALES EN LA HISTORIA
36/Ian Gibson
EN BUSCA DE JOSÉ ANTONIO
37/H. Smith, A. Clymer, R. Lindsey, L. Silk y R. Burt
RONALD REAGAN
38/Susan Brownmiller
CONTRA NUESTRA VOLUNTAD
39/Josep Meliá
ASI CAYÓ ADOLFO SUÁREZ
40/Salvador de Madariaga
ESPAÑOLES DE MI TIEMPO
41/Juan Teba
LA SEVILLA DE ROJAS MARCOS
42/José Oneto
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE UN PRESIDENTE
43/Lidia Falcón
VIERNES Y 13 EN LA CALLE DEL CORREO
4 4 /Alvaro de Laiglesia
«LA CODORNIZ» SIN JAULA
45/Ernesto Giménez Caballero
MEMORIAS DE UN DICTADOR
46/Vicente Pozuelo Escudero
LOS ÚLTIMOS 476 DÍAS DE FRANCO
47/José Antonio Silva
CÓMO ASESINAR CON UN AVIÓN
48/Enrique Castro, Quiñi
DEL SECUESTRO A LA LIBERTAD
49/Eduardo Chamorro
VIAJE AL CENTRO DE UCD
50/Ramón Soriano
LA MANO IZQUIERDA DE FRANCO
51/Antonio Ramos
PASAPORTE ANDALUZ
52/Julio Iglesias
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO
53/Víctor Alba
LA SOLEDAD DEL REY
54/Antonio Izquierdo
YO, TESTIGO DE CARGO
55/AA. VV.
LOS REHENES DE TEHERÁN
56/Colectivo Democracia
LOS EJÉRCITOS... MÁS ALLÁ DEL GOLPE
57 / José Oneto
LA NOCHE DE TEJERO
58/Carl Sagan
MURMULLOS DE LA TIERRA
5 9 /Janice Dunlop
CARLOS Y DIANA
60/León-Ignacio
LOS AÑOS DEL PISTOLERISMO
61/Vernon A. Walters
MISIONES DISCRETAS
62/Diana Mosley
LA DUQUESA DE WINDSOR
63/Ricardo de la Cierva
HENDAYA. PUNTO FINAL
64/Rafael Fernández-Quintanilla
LA ODISEA DEL «GUERNICA» DE PICASSO
65/Larry Swindell
EL ÚLTIMO HÉROE
66/Herb Cohén
TODO ES NEGOCIABLE
67/Fernando Vizcaíno Casas
¡VIVA FRANCO! (CON PERDÓN)
68/Bob Thomas
LA TRAGEDIA DE LOS HIJOS DE HOLLYWOOD
69/Ian Gibson
UN IRLANDÉS EN ESPAÑA
70/Fernando Vizcaíno Casas
LA ESPAÑA DE LA POSGUERRA. 1939-1953
71/Ernesto Guevara Lynch
MI H IJO EL CHE
72/Hilda Perera
PLANTADO
73/Francis Pisani
MUCHACHOS
7 4 /Antonio Ribera
SECUESTRADOS POR EXTRATERRESTRES
75/Daniel Grotta
TOLKIEN
76/Andrés Carabantes y Eusebio Cimorra
UN MITO LLAMADO PASIONARIA
77/Plácido Fernández Viagas
TOGAS PARA LA LIBERTAD
78/Claudie y Jacques Broyelle
APOCALIPSIS MAO
79/ Gregorio Morán
LOS ESPAÑOLES QUE DEJARON DE SERLO
80/ Adolf Eichmann
YO, ADOLF EICHMANN
81/J. J. Benítez
LOS VISITANTES
82/J. J. Benítez
TERROR EN LA LUNA
83/J. J. Benítez
LA GRAN OLEADA
84/José María Gironella
EL ESCANDALO DEL ISLAM
85/J. L. Martín Descalzo
TARANCÓN, EL CARDENAL DEL CAMBIO
86/Carl Sagan
COSMOS
87/Pedro Vega y Peru Erroteta
LOS HEREJES DEL PCE
88/J. A. Jáuregui
LAS REGLAS DEL JUEGO: LOS SEXOS
8 9 /Alain Touraine
EL POSTSOCIALISMO
90/Ricardo Parrotta
LAS MEJORES ANÉCDOTAS DEL REY
91/José Montero Alonso
LA SONRISA DE LOS REYES
92/José Antonio Gurriarán
LA BOMBA
93/José Oneto
LA VERDAD SOBRE EL CASO TEJERO
94/José Luis de Arrese
UNA ETAPA CONSTITUYENTE
95/Jean Elleinstein
HISTORIA DEL COMUNISMO
96/Eduardo Pons Prades
EL MENSAJE DE OTROS MUNDOS
97/Francisco Narbona y Enrique de la Vega Viguera
DE PRIM A CARRERO BLANCO
98/Antonio Ribera
ENCUENTROS CON HUMANOIDES
99/Juan Pía
LA TRAMA CIVIL DEL GOLPE
100/José Luis Martín Vigil
LA ESPAÑA ADOLESCENTE
101/Mercedes Fórmica
VISTO Y VIVIDO. 1931-1937
102/J. J. Benítez
EL MISTERIO DE LA VIRGEN DE GUADALUPE
103/Steve Weissman y Herbert Krosney
LA BOMBA ISLAMICA
104/Paco Costas
MI NOCHE AFRICANA
106/Francisco Mora
NI HÉROES NI BRIBONES
107/José María Gironella
LOS FANTASMAS DE MI CEREBRO
108/Kenneth E. Stevenson y Gary R. Habermas
DICTAMEN SOBRE LA SÁBANA DE CRISTO
109/Bruce Henderson y Sam Summerlin
LOS SUPERSABUESOS
11 O/Ramón Garriga Alemany
BERLÍN, AÑOS CUARENTA
111/José Tarín-Iglesias
VIVIR PARA CONTAR
112/Fernando Claudín
SANTIAGO CARRILLO
113/Cristóbal Zaragoza
EJÉRCITO POPULAR Y MILITARES DE LA REPÚBLICA
(1936-1939)
114/Verónique Skawinska y Demis Roussos
DEMIS ROUSSOS. CUESTIÓN DE PESO
115/Manuel Clavero Arévalo
ESPAÑA, DESDE EL CENTRALISMO A LAS AUTONOMÍAS
116/Marino Gómez-Santos
ESPAÑOLES SIN FRONTERAS
117/Enrique Lister
ASÍ DESTRUYÓ CARRILLO EL PCE
118/Richard M. Nixon
LÍDERES
119/Fidel Castro
LA CRISIS ECONÓMICA Y SOCIAL DEL MUNDO
120/Ricardo de la Cierva
HISTORIA DEL SOCIALISMO EN ESPAÑA
121/J. J. Benítez
LA PUNTA DEL ICEBERG
Terminada la guerra marcha a la Unión
Soviética, donde cursó estudios en la
Academia Militar Frunze con el grado de
coronel. Ascendido a general, participa
en las misiones encomendadas por el mando,
entre ellas la de jefe de la 2.a División del
Ejército polaco. En noviembre de 1944 pasa
a ser general del Ejército yugoslavo. En 1945
entra clandestinamente en Francia, donde se
dedica a la instrucción de destacamentos
guerrilleros y a otras tareas del Partido. En
1949 participa, en París, en la creación del
Consejo Mundial de la Paz y es miembro de
su presidencia hasta 1974. Fue miembro
del Comité Central del PCE desde 1937 y del
Comité Ejecutivo desde 1946 hasta 1970,
en que rompió con el carrillismo y pasó a
organizar el PCOE, del que es secretario
general.
Editorial Planeta
Córcega, 273-277, Barcelona-8
Esta terrible requisitoria contra Santiago
Carrillo contiene un minucioso análisis de toda la
actividad política del famoso líder comunista desde
las discusiones que tuvieron lugar en Moscú en
1939, inmediatamente después de terminada la
guerra civil, hasta los años setenta. Enrique Líster,
uno de los hombres que mejor conoce por dentro
las altas esferas y todos los secretos del
movimiento comunista internacional, aporta
numerosos testimonios y argumentos sobre lo que
él considera la traición de Carrillo a los ideales
comunistas, llegando a formular durísimas
acusaciones que van del terreno ideológico al
estrictamente personal.
En diversos capítulos, en los que se insertan
interesantísimos documentos inéditos hasta hoy,
Líster historia el movimiento guerrillero en España
(1936-1951), los años de las persecuciones, la
represión y una serie de abusos que atribuye a
Carrillo, la lucha sin cuartel entre dos concepciones
del Partido y, en la década de los cincuenta,
la agudización de la pugna entre Carrillo y sus
incondicionales y el autor, los acontecimientos
de Checoslovaquia y la ruptura abierta con el
carrillismo dos años después.
Libro apasionado y apasionante que ilumina
multitud de puntos oscuros y constituye un texto
imprescindible para el conocimiento de las luchas
internas en el seno del PCE y de toda la política
española contemporánea.
Colección Documento