Levinas, Emmanuel - Difícil Libertad
Levinas, Emmanuel - Difícil Libertad
Levinas, Emmanuel - Difícil Libertad
EMMANUEL LEVTNAS
EDICIONES LILMOD
ISBN 987-21897-0-6
DIFÍCIL LIBERTAD
Prólogo........................................................................................ 83
Signatura............................................................................. 269
Signatura.............................................................................. 271
Comentarios....................................................................... 279
Textos m esiánicos............................................................... 281
Simón Crítchley
9. EE: Existence and Existants. La Haya, Martinus Nijhoff, 1978. [De la existencia
al existente. Madrid, Arena, 2000.]
10. BPW: Basic Philosophical Writings. A. Peperzack, S. Critchley y R. Bemasco-
ni (comps.), Bloomington, Indiana University Press, 1996.
11. CP: Collected Philosophical Papers. La Haya, Martinus Nijhoff, 1987
degger, el ateísmo es un paganismo, y los textos presocráticos son una
anti-Biblia. Heidegger deja ver en qué tipo de intoxicación se sume la
lúcida sobriedad de los filósofos” (CP 53).
“¿Es fundamental la ontología?” demuestra por primera vez en la
obra de Levinas el significado ético de sus críticas a Heidegger. Es en
este escrito que la palabra “ética” ingresa al vocabulario filosófico de
Levinas. La importancia que este ensayo ha tenido en la obra posterior
de Levinas se puede juzgar por cómo se alude a sus argumentos y por
cómo se los repite eficazmente en las páginas cruciales de Totalidad e
infinito.12 El principal objetivo de dicho ensayo es describir una rela
ción irreductible a la comprensión, o sea, irreductible a lo que Levinas
ve como relación ontológica con los demás. “Ontología” es el térmi
no genérico con el que Levinas designa cualquier relación con la alte-
ridad que es reductible a la comprensión o el entendimiento. En vistas
de esto, la fenomenología de Husserl es ontológica porque la tesis de
la intencionalidad implica una correlación entre un acto intencional y
el objeto de esa intención, lo que en la obra posterior se llama noema
y noesis. Incluso la ontología heideggeriana, que sobrepasa el intelec-
tualismo, resulta incapaz de describir esta relación no-comprensiva,
pues siempre se entiende a los seres particulares en el horizonte del
Ser, aun si se trata, como Heidegger lo señala al comienzo de Ser y
tiempo, de un entendimiento vago y de término medio. Levinas decla
ra que Ser y tiempo en esencia postuló una tesis: “El Ser es insepara
ble de la comprensión del Ser” {CP 52). Así, a pesar de lo novedoso
de su obra, Heidegger suscribe y resume la gran tradición platónica de
la filosofía occidental, que siempre entiende la relación con los seres
particulares valiéndose de un tercer término, ya sea forma universal o
eidos en Platón, espíritu en Hegel, o Ser en Heidegger.
Empero, ¿qué otra relación con un ser puede haber que no sea la
comprensión? Levinas contesta que ninguna, “a menos que sea el
otro 0autrui)” (BPW 6). Discutiblemente, autrui es el concepto cla
ve en toda la obra leviniana, y siguiendo el uso común del término
12. Véase “Metaphysics Precedes Ontology” y “Ethics and the Face”, en BPW.
francés, es la palabra con la que Levinas designa el otro hombre, la
otra persona. Lo que en este punto se afirma es que la relación con
el otro va más allá de mi comprensión, y que no nos afecta en tér
minos de un tema (recuérdese que Heidegger describe al Ser como
“temático” al principio de Ser y tiempo) o un concepto. Si se pudie
ra reducir la otra persona al concepto que tengo de él o de ella, eso
haría que la relación con el otro sea una relación de conocimiento o
un rasgo epistemológico. Tal como lo revelan las dos alusiones a
Kant en “¿Es fundamental la ontología?” (algo que Paul Davies
aborda en uno de sus artículos), la ética no es reductible a epistemo
logía, la razón práctica no es reductible a razón pura. Ya lo dice Le
vinas en una discusión de mediados de la década de 1980, la ética es
de otra forma que el conocimiento.13 Esclarecedoramente, Levinas
escribe: “eso que podemos llegar a ver parece sugerido por la filo
sofía práctica de Kant, de la que nos sentimos especialmente cer
ca”.14 En mi opinión, aquí se vislumbran dos posibles puntos de
acuerdo entre Levinas y Kant, no obstante las demás áreas obvias de
desacuerdo, tales como la primacía de la autonomía en Kant y la
afirmación de la heteronomía como base de la experiencia ética en
Levinas. En primer lugar, podríamos ver la descripción leviniana de
la relación ética con el otro como un eco de la segunda formulación
del imperativo categórico kantiano, o sea el respeto a las personas,
por el cual debo actuar de forma tal que nunca trate al otro como un
medio para un fin, sino como un fin en sí mismo.15 En segundo lu
gar, debemos tener presente que Kant concluye sus Fundamentos de
metafísica de la moral afirmando la incomprensibilidad de la ley
moral: “Y así, en tanto que no comprendemos la necesidad práctica
e incondicionada del imperativo moral, comprendemos su incom
prensibilidad. Esto es todo lo que en buena ley se le puede pedir a
17. Publicada luego Les imprévus de l ’histoire, Montpellier, Fata Morgana, 1994,
p. 209.
18. O fG od Who Comes to Mind. Stanford, Stanford University Press, 1998. [De
Dios que viene a la idea. Madrid, Caparrós (Esprit), 1995.]
ción resulta totalizada. Y cuando totalizo, concibo esa relación des
de algún punto imaginario que presuntamente está fuera de ella,
convirtiéndome así en un espectador teórico del mundo social del
que en realidad formo parte y en el que actúo. Vista desde afuera, la
intersubjetividad puede parecer una relación entre iguales, pero des
de adentro de esa relación, tal como sucede en este preciso instante,
tú me pones una obligación que te sitúa por encima mío, te hace más
que mi igual. Se podría alegar que muchas filosofías y teorías socia
les totalizan persistentemente las relaciones con los otros. Pero para
Levinas, no se mira desde ningún lado: siempre se mira desde algu
na parte, y la relación ética es una descripción hecha desde el punto
de vista de un actuante inscripto en el mundo social y no de un es
pectador que lo contempla.
En sus escritos de fines de la década de 1950 en adelante, Levi
nas describe la relación ética con el otro en términos de infinitud.
¿Qué significa esto? Sus manifestaciones son muy claras, pero hasta
los lectores sofisticados siguen entendiéndolas mal. La idea es que la
relación ética con el otro guarda una semejanza formal con la relación
entre la res cogitans y la infinitud de Dios según la Tercera Medita
ción de Descartes.19 Lo que a Levinas le interesa en este momento de
la argumentación cartesiana es que el ser humano posee una idea de
infinito, y que esa idea, por definición, es un pensamiento que contie
ne más de lo que se puede pensar. En sus propias palabras, y dicho en
lo que casi es un mantra de sus publicaciones, “Al pensar el infinito,
el yo piensa desde el principio más de lo que piensa” (CP 54).
Esta estructura formal de un pensamiento que piensa más de lo
que puede pensar, que porta consigo un excedente, intriga a Levinas
porque delinea los contornos de una relación con algo que siempre
es un exceso de cualquier idea que yo pueda tener de ese algo, una
relación que siempre me escapa. La imagen cartesiana de la relación
de la res cogitans con Dios expresada en la idea del infinito le da a
19. Al respecto, véase 77 53, y “Philosophy and the Idea of Infmity”, en CP 79-80.
Levinas una imagen, un modelo formal de una relación entre dos
términos basado en la superioridad, la desigualdad, la «reciprocidad
y la asimetría. No obstante, Levinas no sustantiviza una afirmación
específica al respecto, no dice que yo realmente tengo la idea de in
finito tal como Descartes lo describe, ni tampoco afirma que el otro
es Dios, como algunos lectores equivocadamente siguen creyendo.
Como bien lo señala Putnam en este mismo libro, “No es que Levi
nas acepte el argumento de Descartes, así interpretado. Lo relevan
te es más bien que Levinas transforma dicho argumento sustituyen
do a Dios por el otro”.
Dado que es un fenomenólogo, Levinas se apura a tratar de si
tuar algún contenido concreto propio de esta estructura formal. Su
afirmación más sustantiva, que resuena con tonos distintos por toda
su obra de madurez, es que la relación ética de lo mismo con lo otro
se corresponde con esta imagen, coincidiendo de lleno con este mo
delo. Podría decirse que la relación ética con el rostro del otro hom
bre es la expresión social de esta estructura formal. Levinas escribe:
“la idea de infinito es la relación social”, y en otro lugar, “Aquí lla
mamos ‘rostro’ al modo en que el otro se presenta a sí mismo, exce
diendo la idea del otro en m í” (CP 54, TI 50). Así pues, la relación
ética con el otro genera lo que Levinas describe, con una de sus fór
mulas favoritas, debidamente recogida por Blanchot, “una curvatu
ra del espacio intersubjetivo”, que sólo se puede totalizar falsamen
te imaginándose a uno mismo como alguien que ocupa una posición
semejante a Dios, fuera de esa relación (TI 291).
20. DF: Difficult Freedom: Essays on Judaism [Libertad difícil: ensayos sobre el
Judaismo]. Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1990.
mayúscula y otras veces no. Autre alude a todo lo que es otro: la
computadora en la que escribo, las ventanas y los edificios que veo
cruzando la calle. Autrui está reservado para el otro ser humano, con
el que tengo una relación ética, si bien sigue siendo controversial
hasta qué punto la ética leviniana es capaz de abarcar seres no-hu-
manos, como los animales.21
Además de ser crítica en sí, la ética leviniana guarda una rela
ción crítica con la tradición filosófica. Según él lo ve, la filosofía
occidental ha sido casi siempre ontología, de lo cual la obra de Hei
degger es sólo el último ejemplo, siendo que Levinas entiende por
ontología cualquier intento de comprender el Ser de aquello que es.
Habida cuenta de esto, la epistemología, ya sea en su versión realis
ta o idealista, es una ontología en tanto que el objeto de conocimien
to es un objeto para la conciencia, una intuición que se puede abar
car con un concepto, tanto si dicha intuición es el dato empírico de
una percepción sensorial como si está constituida trascendentalmen
te por las categorías del entendimiento. Para Levinas, el aconteci
miento ontológico que define y domina la tradición filosófica de
Parménides a Heidegger consiste en suprimir o reducir todas las for
mas de alteridad transformándolas en lo mismo. En ontología, al
otro se lo asimila a lo mismo tal como se hace con gran parte de lo
que se come y se bebe: “ ¡Oh, filosofía digestiva!”, como exclamó
Sartre en contra del neokantianismo francés.22 En vistas del análisis
de la existencia separada que se encuentra en la parte II de Totalidad
e infinito, la ontología es el movimiento de la comprensión que se
21. Derrida criticó a Levinas por esto en ‘“Eating Well’, or the Calculation of the
Subject: An Interview with Jaques Derrida”, en E. Cadava, P. Connor y J.-L. Nancy
(comps.), Who Comes After the Subject?, Londres y Nueva York, Routledge, 1991, págs.
105-108. Pero el tratamiento más matizado y pormenorizado del problema de las obli
gaciones éticas para con los animales en Levinas se halla en los trabajos de John Lle-
welyn. Véanse su “Am I Obsessed By Bobby? Humanism of the Other Animal”, en
Critchley y Bemasconi (comps.), Re-Reading Levinas, págs. 234-245; y The Middle Voi-
ce of Ecological Conscience, Londres y Basingstoke, Macmillan, 1991.
22. Véase Jean-Paul Sartre, “Intentionality: A Fundamental Idea of Husserl’s Phe-
nomenology”, en Journal ofthe British Societyfor Phenomenology, I (1970), p. 4.
apodera de las cosas gracias a la actividad del trabajo, un trabajo
conceptual que se asemeja al trabajo manual. La ontología es como
el movimiento de las manos, el órgano para asir y sujetar, que toma
(prend) y comprende (comprend) cosas al manipular la alteridad. En
“Trascendencia y elevación”, Levinas esboza y critica esta filosofía
digestiva, en la que el yo conocedor es lo que él llama “el crisol” del
Ser, que transmuta toda alteridad en sí mismo. La filosofía, según la
define Levinas, es esa alquimia en virtud de la cual la alteridad se
transmuta en mismidad por obra de la piedra filosofal del yo cono
cedor.23
Conclusión
33. The Claim ofReason, Nueva York y Oxford, Oxford University Press, 1979, p. 89.
dice la verdad si sus hámsters no se meten obedientemente en mi
consultorio? El problema es que, en última instancia, no puedo sa
berlo. Nunca se puede saber si otra persona está sufriendo o llaman
do a sus hámsters.
Lo que equivale a decir que las otras personas tienen algo, una
dimensión de separación, de interioridad, de secreto o de lo que Le
vinas llama “alteridad”, que escapa a mi comprensión. Aquello que
excede los confines de mi conocimiento requiere reconocimiento.
Yendo un poco más lejos, se podría afirmar que el fracaso en reco
nocer la separación del otro respecto de mí puede llegar a ser el ori
gen de una tragedia. Tomemos el ejemplo de Cavell con el Otello de
Shakespeare. La mayor parte de la gente diría que Otello mató a
Desdémona porque creyó que sabía que ella le había sido infiel.
Movido por su propio monstruo de ojos verdes y por las astutas in
trigas de lago, Otello asesina a Desdémona. Ahora bien, si la conse
cuencia del presunto saber de Otello resulta ser trágica, ¿en qué con
siste la moraleja de esta tragedia? Puede decirse que simplemente
consiste en que en definitiva no podemos saber todo sobre otra per
sona, incluso -y acaso más aun- cuando se trata de la persona que
amamos. Esto significa, pienso, que en nuestra relación con los de
más tenemos que aprender a reconocer lo que no podemos saber y
que el fracaso en esto fue la trágica falla de Otello. El fin de la cer
teza puede ser el comienzo de la confianza.
En este sentido, la lección de la tragedia shakespeareana y de las
enormes tragedias humanas del siglo xx es que hay que aprender a re
conocer lo que uno no puede saber y respetar la separación o lo que
Levinas llama la trascendencia del otro, una trascendencia que es
muy de este mundo y que no forma parte de un misticismo supramun-
dano. Si el otro se pierde en la multitud, su trascendencia se desvane
ce. Para Levinas, una relación ética es aquella en la que doy la cara
ante otra persona. Es esa relación con el otro la que se perdió tanto en
el hecho mismo del antisemitismo Nacionalsocialista como en sus
apologías filosóficas. Y es por eso que Levinas quiere abandonar el
clima de la filosofía heideggeriana y toda la tradición griega con el fin
de retomar a otra fuente de ideas, a saber: la sabiduría más propiamen
te bíblica del respeto incondicional por el otro ser humano.
Tal como le gustaba decirlo, su filosofía puede resumirse íntegra
mente en estas sencillas palabras: “Aprés vous, Monsieur” (“después
de usted, señor”). Esto es, por medio de actos cotidianos y bastante
triviales de civilidad, hospitalidad, amabilidad y cortesía, los cuales
tal vez hayan recibido muy poca atención de parte de los filósofos.
Son tales actos los que Levinas califica de “éticos”. Ahora bien, oja
lá no sea necesario decir que el logro de esta relación ética con el otro
no es sólo una tarea de la filosofía, sino que es una tarea filosófica:
la de entender lo que podríamos designar como la gramática moral
de la vida cotidiana y tratar de enseñarla. El otro no es meramente un
peldaño en la escalera filosófica que conduce a la verdad metafísica.
Y quizá la auténtica fuente de admiración con la que comienza la fi
losofía, como lo señalara Aristóteles, no sea mirar el cielo estrellado,
sino mirar al otro a los ojos, pues ahí hay una infinitud más palpable,
con la que la propia curiosidad jamás podrá saciarse...
Y sin embargo, a pesar de lo fuerte que resulta la intuición bási
ca de Levinas, ¿es “ética” la palabra indicada para describir la expe
riencia que él trata de manifestar? En su oración fúnebre para Levi
nas, Derrida recuerda una conversación que sostuvo con él en su
departamento de París. Levinas dijo: “Usted sabe, para describir lo
que hago a menudo se habla de ética, pero lo que me interesa des
pués de que todo está dicho y hecho no es la ética, no sólo la ética.
Es lo santo, la santidad de lo santo (le saint, la sainteté du saint).34
¿“Sacralidad” -o “santidad”- es una palabra mejor para lo que
Levinas busca? Tal vez. Tal vez no. Mas si una sustitución semejan
te es siquiera concebible (y podríamos pensar aun en muchas otras
sustituciones: paz, amor, o lo que sea), ¿esto no sugiere una posible
debilidad de la concepción leviniana de la ética? La obra de Levinas
35. Para esta distinción, que también utiliza Putnam con respecto a Levinas, véase
Conditions Handsome and Unhandsome: the Constitution o f Emersonian Perfectionism,
Chicago, University of Chicago Press, 1990.
36. Al respecto, véase el notable libro de Knud Ejler L0gstrup, The Ethical De-
mand, París, University of Notre Dame Press, 1997, que contiene una útil introducción
de Hans Fink y Alastair Maclntyre. El primero en establecer el vínculo entre L0gstrup
y Levinas fue Z. Bauman, en Postmodern Ethics, Oxford, Blackwell, 1993.
rales, describe esa exigencia con términos exorbitantes: responsabi
lidad infinita, trauma, persecución, rehén, obsesión. La exigencia
ética es imposiblemente exigente. Y tiene que serlo. Si no lo fuera,
seríamos libres de picar su anzuelo, por así decirlo, y la ética se re
duciría a un programa procedimental con el cual justificaríamos las
normas morales o bien universalizándolas, evaluándolas a la luz de
sus consecuencias, o bien refiriéndolas a alguna noción preconcebi
da de costumbre, convención o contrato. Sin duda, la dificultad de la
teoría moral y la vida moral radica en que precisamos tanto a los le
gisladores como a los perfeccionistas morales, tanto una moviliza-
dora descripción de la demanda ética como una teoría creíble para
justificar las normas morales. Precisamos a los levinianos y a los ha-
bermasianos, a los cavellianos y a los rawlsianos.
La gran idea de Levinas no basta para solucionar todos nuestros
apremiantes y a menudo conflictivos problemas éticos, y por cierto
que sería poco menos que milagrosa si lo hiciera. Podemos ser fie
les levinianos y aun así estar genuinamente inseguros de qué cami
no tomar en una situación dada. Pero la fuerza de la postura de Le
vinas yace, yo diría, en que nos recuerda el carácter de la exigencia
ética, una exigencia que hay que dar por sentada en la base de cual
quier teoría moral si dicha teoría no ha de perder toda conexión con
las pasiones y la apatía de la vida cotidiana. La ética leviniana bien
puede no ser una condición suficiente para una teoría ética comple
ta, pero sí es, según la veo yo, una condición necesaria para cual
quier teoría de este tipo.
Levinas y el judaismo*1
Hilary Putnam
4. Éste es el argumento central del más famoso libro de Levinas, Totalidad e infi
nito.
para con aquellos cuya racionalidad más o menos podemos negar
creíblemente?
He aquí las razones éticas para resistirse a basar la ética en un
“porque” metafísico o en uno psicológico. Levinas entiende a la me
tafísica como un intento de ver el mundo como una totalidad, desde
“afuera”, por así decirlo.5 Así le dice a Philippe Nemo:
La obligación fundamental
8. Cfr. mi prefacio a Franz Rosensweig, Understanding the Sick and the Healthy,
Cambridge, Harvard University Press, 1999. [El libro del sentido común sano y enfer
mo. Madrid, Caparros.]
9. Como lo muestran los ejemplos de Kant y de Mili, que un filósofo sea un “per
feccionista” cavelliano no impide que además pueda hacer un aporte “legislativo”.
los problemas que surgen cuando se considera que uno mismo es un
“otro” para los demás. Describir plenamente la respuesta que Levi
nas le da a este interrogante requeriría dar cuenta de toda su filoso
fía. (Sobre todo, habría que describir la enigmática noción de “res
ponsabilidad infinita”.) Por ahora me detendré en dos elementos.
El primero se explica mejor con una palabra hebrea: hineni. Di
cha palabra es una combinación de dos cosas: hiñe (pronunciése jiné)
y ni, contracción del pronombre ani, “yo”. Se suele traducir hiñe co
mo “mirad”, pero la raíz del término no hace referencia al sentido de
la vista. Podría traducírsela como “aquf’, pero a diferencia de los si
nónimos hebreos para “aquf’, kan y po, no puede aparecer en una
proposición meramente descriptiva. Sólo se puede usar hiñe para pre
sentar algo, o sea, puedo decir hiñe hameil, “aquí está el abrigo”,
cuando señalo el abrigo (de aquí la traducción: “ ¡mirad el abrigo!”),
pero no puedo decir Etmol hameil haya hiñe (“ayer, el abrigo estaba
hiñe”) para expresar “ayer, el abrigo estaba aquf’. Tengo que decir
Etmol hameil haya po, o bien Etmol ha meil haya kan. Porque hiñe
articula el acto de habla propio de llamar la atención sobre algo o
presentar algo, no describirlo. Hiñe hameil! es el acto de habla de
presentar el abrigo (meil), por lo que hineni! es el acto de habla
de presentarme a mí mismo, de ponerme a disposición de otro.
Los momentos de la Biblia judía en los que hineni aparece usa
do de esta forma son de lo más significativos. El más drástico de
ellos es el comienzo de Génesis 22, cuando se cuenta la historia del
sacrificio de Isaac. “Aconteció después de estas cosas, que probó
Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí
(hineni)” (22: 1). Nótese que Abraham se ofrece aquí a Dios sin re
servas. (Que Abraham también le diga hineni a Isaac en 22:7 es par
te esencial de la paradoja de este texto.)
Cuando Levinas habla del me voici (“heme aquf’),10 lo que dice
resulta prácticamente ininteligible si no se tiene presente la resonan
10. “El yo [...] se reduce al ‘heme aquí’ [me voici], en una transparencia sin opa
cidades, sin zonas pesadas, propicias para la evasión. ‘Heme aquí’ como testigo de lo
cia bíblica. La obligación fundamental que tenemos, nos dice Levi
nas, es la de ponemos a disposición de la necesidad (y en especial
del sufrimiento) del otro. Se me ordena decirle hineni al otro (y sin
reservas, así como el hineni de Abraham ante Dios es sin reservas).
Esto no presupone que simpatizo con el otro, y por cierto que no
presupone -lo que Levinas ve como un gesto de autoexaltación- la
pretensión de que “comprendo” al otro. Levinas insiste en que cuan
to más me acerco a otra persona mediante los canales ordinarios (so
bre todo, por ejemplo, en una relación amorosa),11 más se me pide
que tenga conciencia de lo lejos que estoy de captar la realidad esen
cial de esa persona, y más se me pide que respete esa distancia. Co
mo ya he dicho, esta obligación fundamental es una obligación “per
feccionista”, no un código de conducta o una teoría de la justicia.
Levinas cree que sin la aceptación de esta obligación fundamental
hasta el mejor código de conducta o la mejor teoría de la justicia no
prestarán ninguna ayuda.
En contraste, lo que se debería buscar es, según Buber, una rela
ción que sea recíproca. Pero Levinas enfatiza la asimetría propia de
la relación moral fundamental. “Me siento obligado respecto al otro;
por ende, soy infinitamente más exigente conmigo mismo que con
los otros”. Antes de la reciprocidad está la ética; tratar de basar la
ética en la reciprocidad es volver a tratar de basarla en la ilusoria
“mismidad” de la otra persona.
En cuanto al segundo elemento sobre el que quiero detenerme,
he hablado ya de la obligación fundamental con relación a Levinas
(y una relación fundamental con relación a Buber). Elegí delibera
damente la palabra “obligación”: para Levinas, ser un ser humano
Infinito, pero un testigo que no tematiza aquello sobre lo que da testimonio, y cuya
verdad no es la de la representación, no es evidencia” {OB 146). En una nota a este pá
rrafo (la N° 11), Levinas cita el Libro de Isaías: “¡Heme aquí! Mándame” (Isaías, 6:
8). “¡Heme aquí!” significa “mándame”. Nótese que “mándame” no es una proposi
ción.
11. Cfr. “Love and Filiation”, en Ethics and Infinity, pp. 63-72.
en el sentido normativo (ser lo que los judíos llaman un mensch)
implica reconocer que estoy obligado a decir hineni. En la fenome
nología leviniana, esto significa que estoy obligado sin sentir que
hay alguien que me obliga (la única experiencia de que alguien me
obliga es la experiencia de que estoy obligado), y sin contar con
una explicación metafísica del carácter de la obligación o una jus
tificación metafísica de dicha obligación. Si necesitas preguntar
“¿Por qué debo ponerme a disposición de él o de ella?”, todavía no
eres humano. He aquí por qué Levinas debe contradecir a Heideg
ger: este último piensa que el apreciar cabalmente mi propia muer
te (“ser-para-la-muerte”) me vuelve verdaderamente un ser huma
no, distinto a un mero miembro del “ellos”; Levinas, en cambio,
cree que lo esencial es la relación con el otro (TO).12 Una vez más,
tenemos aquí una universalización de un tema judío: así como el ju
dío tradicional encuentra su dignidad obedeciendo el mandato divi
no, Levinas piensa que todo ser humano debe hallar su dignidad
obedeciendo el mandato ético fundamental (que resulta ser “divi
no” en el único sentido en el que Levinas lo acepta), el mandato de
decirle hineni al otro, de decir hineni con lo que llama “responsa
bilidad infinita”.
12. Claro que apreciar cabalmente la relación con el otro requiere apreciar cabal
mente la mortalidad del otro. El contraste con Heidegger no podría ser mayor. TO: Time
and the Other. Pittsburgh, Duquesne University Press, 1985. [El tiempo y el otro. Bar
celona, Paidós, 1993.]
la verbal, pero el contenido de ésta no es material, siempre que logre
presentarme como alguien que está a disposición.13
Una de las razones por las que a los filósofos analíticos les re
sulta difícil leer a Levinas es que éste da por sentado que leer a
Husserl y a Heidegger es parte de la formación que ha de tener cual
quier filósofo bien preparado, así como los analíticos consideran que
una formación que incluye a Russel, Frege, Camap y Quine es lo
que debe poseer cualquier filósofo bien preparado. Es cierto, hay pa
sajes de Levinas que sólo pueden entenderse con el trasfondo de sus
referencias explícitas o implícitas a los escritos de estos dos filóso
fos. Sin embargo, su pensamiento es llamativamente independiente.
Porque en lo que es esencial desde su punto de vista, Husserl y Hei
degger no le parecen adecuados. En este artículo, intentaré explicar
el trabajo de Levinas apelando lo menos posible al conocimiento
previo de las dos grandes “haches”.
Husserl y Levinas
“Lo menos posible” no equivale a cero, no obstante. Pero lo que
he de decir sobre Husserl para ilustrar cómo es que Levinas rompe
con él sólo habrá de referirse al aspecto del pensamiento husserlia-
no que debería resultarle familiar a los filósofos analíticos (aunque
no lo sea), y eso a raíz de la gran influencia que tuvo sobre uno de
los fundadores del movimiento analítico, Rudolf Camap. (Der
13. Ephraim Meir, en una comunicación privada, ha subrayado que esta expresión
también me presenta como alguien que oye el mandato básico “no matarás”, y que en la
filosofía de Levinas dicho mandato también es un decir. Levinas deconstruye el manda
to como un “dicho” con el fin de apuntar al decir.
Raum, de Camap, es claramente una obra husserliana, e incluso
Der Aufbau reconoce la influencia de Husserl, por ejemplo, en
la sorprendente declaración “Esto es epojé en el sentido de
Husserl”).14
Sobre todo en sus Ideen, Husserl retrata el mundo como si en al
gún sentido fuera una construcción.15 La idea de construcción no es
de Camap, pero no quedan dudas de que Camap vio en la Aufbau
una manera de rectificar el proyecto husserliano con la ayuda de la
lógica matemática, así como Der Raum era la forma en que Camap
construía una filosofía “husserliana” del espacio con la ayuda de la
lógica matemática.
El problema que surge de estas dos filosofías es que aun si la
construcción funcionara en sus propios términos, aun si, per impos-
sibile, pudiera lograrse (re)construir “el mundo” en los términos que
propone la ontología del filósofo, los elementos primitivos de esa
ontología serían las experiencias personales. Y esto resulta un poco
perturbador desde el punto de vista moral.
Considerándolo desde la noción de construcción de Camap, y
no de la de Husserl, supongamos que un amigo mío es fenomenalis-
ta camapiano y cree que todo lo que yo soy es una construcción ló
gica que surge de sus datos sensoriales. ¿Puedo quedarme tranquilo
si me dice que los juicios relevantes sobre sus datos sensoriales (los
que “traducen” todas sus creencias sobre mí al sistema de la Aufbau)
responden a las mismas “condiciones de verificación” que las creen
cias que traducen? ¿Me equivoco si esto no me parece suficiente
mente bueno?16
14. Der logische Aufbau der Welt (4a ed.), Hamburgo, Félix Meiner, 1974, sección
64, p. 86.
15. Debo a Abe Stone el haberme convencido de la magnitud de la influencia hus
serliana sobre Camap, hasta -e incluyendo- el período de Der Aufbau. Stone observó
que incluso la expresión Aufbau der Welt [“construcción del mundo”] está presente en
Husserl (vol. VII de la colección Husserliana, p. 175, 11. 33-34).
16. Abe Stone me recuerda que Carnap no quería usar la lógica matemática para re
producir la constitución del sistema husserliano, sino justamente librarla de este proble
ma. “En particular, quiere reemplazar las supuestas verdades metafísicas -incluyendo
Si sus declaraciones de amistad e interés son declaraciones de
una actitud para con sus propios datos sensoriales, entonces mi ami
go es un narcisista. Una auténtica relación ética con otro presupone
que tú adviertes que la otra persona es una realidad independiente y
de ningún modo una construcción tuya. He aquí una de las numero
sas descripciones críticas de la metafísica occidental combinada con
epistemología formuladas por Levinas:
las que tienen que ver con la prioridad metafísica- por verdades (convencionales) sobre
el lenguaje. (De aquí que cita con aprobación a Nietzsche cuando éste dice que el “ego”
es un artefacto del lenguaje, producto de que cada oración debe tener un sujeto” (comu
nicación privada con Stone). Stone tiene razón, pero eso no quita que las “vivencias pri
mitivas” (Urerlebnisse) del sistema de Camap siguen siendo lo que en lenguaje ordina
rio llamamos mis experiencias, y no las de los seres humanos en general. (Para un
análisis del fracaso de Camap en evitar el solipsismo, véase mi “Logical Positivism and
Intentionality”, recogido en mi volumen Words and Life, Cambridge, Harvard Univer
sity Press, 1994, págs. 85-98). Éste es uno de los motivos por los que Levinas no habría
estado más satisfecho con el intento de Carnap de lo que lo estaba con el de Husserl.
zo que solicitan. [Piénsese en el “análisis” camapiano de la oración
“un hombre está frente a m f’.] La subjetividad de carne y hueso en
la materia, [...] el uno-para-el-otro en sí mismo, es la significativi-
dad pre-original que da sentido, porque da (OB 78).17
20. “El concepto de infinito”, dice Kant, “proviene de las matemáticas y sólo le per
tenece a éstas”. Y si bien “puedo llamar ‘infinita’ a la comprensión divina... esto no me
ayuda en nada a poder determinar cuán grande es dicha comprensión. Vemos así que no
puedo avanzar ni un paso en mi conocimiento de Dios aplicándole el concepto de infi
nitud matemática”. La cita es de las págs. 361-362 de las “Lectures on the Philosophi
cal Doctrine of Religión”, recogidas en The Cambridge Edition o f the Works of Imma-
nuel Kant: Religión and Rational Theology, traducidas y editadas por Alien Wood y
George Di Giovanni, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, págs. 345-451. Las
lecciones fueron dictadas después de que se publicara la primera Crítica. Agradezco a
Cari Posy por ayudarme a dar con este pasaje.
periencia del otro en tanto alguien que viola su mente, alguien que
rompe su fenomenología, conlleva lo que he dado en llamar la “obli
gación fundamental” de ponerse a disposición del otro, junto a la
sensación de lo que Levinas define como “la gloria del Infinito”.21
De hecho, transferirle al “otro” los predicados que la teología tradi
cional le atribuye a Dios forma parte de la estrategia regular de Le
vinas (de aquí que hable de “responsabilidad infinita” para con el
otro, de la imposibilidad de ver realmente el rostro del otro, de la
“elevación” del otro, etcétera).
22. Algunos lugares de Lituania, sobre todo Vilna y Kovno, eran los epicentros de
la cultura judía ashkenazi. Los judíos lituanos eran célebres por su insistencia en la ar
gumentación rigurosa, así como por el desdén que sentían por la religiosidad entusiasta
y carismática ligada al jasidismo. Levinas mismo nació en Kovno.
que este poder de lo Divino -sacramental, de algún modo- ofende
la libertad humana y es contrario a la educación del hombre, que si
gue siendo una acción sobre un ser libre. No es que la libertad sea
un fin en sí mismo, pero sigue siendo la condición de cualquier va
lor que el hombre pueda alcanzar. Lo Sagrado que me envuelve y
transporta es una forma de violencia (DF 11-23).
25. Éxodo 23: 2, que los rabíes sacaron de contexto para justificar el principio de
que la ley judía se decide por el voto de la mayoría de los grandes eruditos.
26. Al respecto, véase Judaism as Living Covenant [El Judaismo como pacto vi
viente], Woodstock, Jewish Lights Publishing, 1997, de D. Hartman, y Rational Rabbis
[Rabíes racionales], Bloomington, Indiana University Press, 1997, de Menahem Fisch.
saliza ciertos temas judíos, no trata de convertir los gentiles al
judaismo. No intenta imitar a San Pablo. No son las mitzvot (“man
damientos”) en detalle lo que pretende que su público “universal”
aprenda u obedezca (que es lo que debería hacer, entre otras cosas,
para convertirse al judaismo), sino el mandato fundamental, que
Rabí Hillel el Mayor formuló con dos expresiones famosas: “Ama a
la humanidad”27 y “No le hagas al prójimo lo que odiarías que te ha
gan a ti; ésta es toda la Torá, el resto es mero comentario”.28
De este modo, las “verdades humanas importantes del Antiguo
Testamento”, según las interpreta Levinas, incluyen, a saber: 1) que
todo ser humano debe sentirse mandado a estar a disposición ante la
carestía, el sufrimiento, la vulnerabilidad del otro. Esto es tan obli
gatorio para el alma propia como los mandamientos de amar a Dios
y de amar al prójimo como a ti mismo lo son para quien practica el
ideal normativo judío de piedad; en efecto, Levinas piensa, como
Hillel, que “el resto es mero comentario”. 2) Que podemos -y debe
mos- saber que es imposible dar cuenta, desde un punto de vista fi
losófico, de quien nos manda actuar así. Lo que hace “judía” a esta
tensión presente en el pensamiento leviniano es el notable hecho de
que el Talmud, si bien fue gestado en un entorno helenístico en el
que los eruditos aseguraban que toda persona culta conocía un poco
de filosofía platónica y pos-platónica, no puede remitir a esa filoso
fía de ninguna forma. Sólo un puñado de personajes judíos -Filón
de Alejandría, por ejemplo- trataron de sintetizar filosofía griega y
religión judía, y no fue sino hasta los siglos x, x i y x ii (con figuras
tales como Saadia Gaaon, Bahya ibn Paquda y Abraham Ibn Ezra,
además de, por supuesto, Maimónides) que esos intentos tuvieron
influencia significativa (y aun entonces, la codificación que Maimó
nides hizo de la ley judía era más influyente que su filosofía). 3) El
conocimiento que tengo de que “yo en persona” he recibido un man
29. La alusión a la “Liberación” muestra que se les habla a los judíos franceses, pe
ro lo que Levinas dice a continuación les concierne a todos los judíos de la era moderna.
se les plantean a quienes ya eligieron el judaismo. Eligieron entre
la ortodoxia y la reforma de acuerdo con sus ideas del rigor, el co
raje y el deber. Algunos no necesariamente son hipócritas, otros no
toman el camino más fácil. Pero en realidad es una rencilla domés
tica. [Subrayado mío]
30. Como ya me lo señalara Ephraim Meir, es a raíz de que Levinas hace de la fun
ción del Judaismo una función ética que debe quedar fuera de la dialéctica; tiene que ha
ber un punto desde el cual poder criticar el “desarrollo” histórico, y ese punto es la pers
pectiva ética. Pero Levinas no es ingenuo; dicha perspectiva no es un conjunto de
principios y códigos atemporales, sino algo más básico que todos los principios y códi
gos. Sobre la relación entre ética y política, véase “Paix et proximité”, en Emmanuel Le
vinas, Les Cahiers de la nuit surveillé 23, Lagrasse, Verdier, 1984, págs. 339-346, y “Li
berté et commandement”, de 1953, reimpreso en E. Levinas, Liberté et commandement,
París, 1994, págs. 27-53. Al respecto, véase asimismo Ephraim Meir, “miljama v ’shalom
bejagut shel levinas”, Iyyun, 48, 1997, págs. 471-479.
31. LR 258.
¿Levinas está reduciendo lo que llama “judaismo” a su propio y
único tipo de monoteísmo ético?
Si se les preguntara qué es lo realmente distingue al judaismo or
todoxo (y Levinas era un judío ortodoxo, si bien uno bastante hetero
doxo), supongo que la mayoría de los judíos diría “el estudio y las
mitzvot”. ¿Cómo entran éstos, si es que entran, en lo que Levinas lla
ma “judaismo”? Pero antes debo explicar “el estudio y las mitzvot”.
Mitzvá (plural mitzvot) se traduce como “mandato”, pero esa tra
ducción es doblemente equívoca (aunque literalmente es correcta).
Primero, es equívoca porque “mandato” no puede sino recordar “los
Diez Mandamientos”, y éstos, en la Biblia judía, son los diez d'va-
rim, los diez dichos, y no las diez mitzvot. En segundo lugar, es equí
voca porque mientras que todas las religiones tienen “mandatos”, no
todas tienen mitzvot. Lo característico de las mitzvot es que consti
tuyen un sistema, un sistema cuya función es santificar todas las par
tes posibles de la vida, incluyendo aquellas descriptas como “profa
nas”. “Seguir las mitzvof ’ es toda una forma de vida, una forma de
vida que en principio glorifica a Dios y ejemplifica con la justicia.
La imagen de la obligación fundamental como algo análogo a un
mandato de Dios (un mandato del Infinito) es central en el pensa
miento de Levinas. Pero, por cierto, Levinas no dice que todos de
ban seguir las mitzvot, por ejemplo, respetando el shabat judío u ob
servando las leyes de alimentación. De hecho, es sorprendentemente
tolerante con los judíos que piensan que la “vida moderna” requiere
que “aligeremos el yugo de la Ley” (la decisión de cuáles mitzvot
exactamente ha de seguir un judío practicante), quizá porque los ve
como judíos que abandonaron la tradicional vida de devoción con el
fin de responder al llamado de la justicia.
El estudio es una de las mitzvot, pero también se lo describe co
mo “equivalente a todas” ellas y las buenas acciones juntas, dado
que lleva a ellas.32
33. “Ningún tema, ningún presente tiene capacidad para el Infinito” (OB 146).
como testigo del Infinito, pero un testigo que no tematiza aquello
de lo que da testimonio, y cuya verdad no es la de la representación,
no es evidencia.34 Existe el testimonio -una estructura única, una
excepción a la regla del ser,35 irreductible a la representación- só
lo del Infinito. Lo infinito no comparece ante aquel que da testimo
nio de él. Es mediante la voz del testigo que se glorifica la gloria
del Infinito (OB 146).
Usted piensa: ¿qué pasa con la Infinitud que anunciaba el título To
talidad e infinitol A mi entender, el Infinito adviene en la significa-
tividad del rostro. El rostro significa el Infinito. Nunca aparece co
mo un tema, sino en esta significatividad misma; es decir, el hecho
de que cuanto más soy, más responsable soy; nunca se está a la par
del Otro (El 105).
En alguna otra parte he dicho -no me gusta traer este tema a co
lación, porque hay otras reflexiones que lo completan- que soy
responsable de las persecuciones que padezco. ¡Pero sólo yo! Mis
“allegados” o “mi pueblo” son ya otros, y para ellos, exijo justi
cia.
36. Levinas quiere decir que la verdadera vida (la vida humana en el sentido nor
mativo de “humano”) está ausente si uno se limita a “escandalizarse”. El párrafo conti
núa: “La humanidad en el ser histórico y objetivo, la genuina irrupción de lo subjetivo,
del psiquismo humano, en su original estado de vigilia o lucidez, es el ser que se desha
ce su condición de ser: el desinterés”.
No estoy disgustado con la idea de que se requiere justicia por
la necesidad de reconciliar demandas éticas en conflicto. (La idea de
que se puede explicar la necesidad de justicia en términos puramen
te naturalistas me parece equivocada.) Lo que me molesta es que es
ta dialéctica de una afirmación extrema seguida por una afirmación
vaga, al punto de que “en el plano concreto, son muchas otras las
consideraciones que intervienen y que exigen justicia aun para m f’,
se da más de una vez en los textos de Levinas. Por ejemplo, en De
otro modo que ser: “Esta condición o incondicionalidad de ser un
rehén habrá de ser al menos una modalidad esencial de la libertad,
el primer accidente -y no uno empírico- de la libertad, orgullosa de
sí, orgullosa del ego”. A continuación de esto sigue:
37. Conversando con Millie Heyd, la escuché formular esta crítica a la ética levi-
niana.
cribí a la combinación de ética y fenomenología propia de Levinas
como “unilateral”. Pienso que es por eso que su relación con Buber
es básicamente una relación de competencia. En lugar de ver a Bu
ber como alguien que identificó una relación “Yo-Tú” distinta de la
de él, como alguien que identificó otra condición sine qua non para
la “verdadera vida”, Levinas debe verlo como alguien que (induda
blemente tuvo intuiciones al respecto, pero) estaba equivocado. Pe
ro la vida ética tiene más de una condición sine qua non.
Como es sabido, Isaiah Berlin dividió a los pensadores en “eri
zos” (que saben “una sola gran cosa”) y zorros (que saben “muchas
cosas pequeñas”). Pero, pace Berlin, no se trata tan sólo de elegir
entre erizos y zorros. En lo que a la vida ética respecta, hay unas po
cas “grandes cosas” que hay que saber. Necesitamos muchos erizos.
Pero no cabe duda de que uno de los “erizos” a los que tenemos que
escuchar es Emmanuel Levinas.
Difícil libertad
Ensayos sobre el ju d aism o
EMMANUEL LEVINAS
I. La moral aburrida
4. Debemos a la gran tesis del señor Éric Weil -cuya importancia filosófica y la te
nacidad lógica se impondrán- el uso sistemático y vigoroso del término “violencia”, en
su oposición respecto de “discurso” (Logique de la philosophie, París, Vrin, 1951). Le
damos sin embargo un sentido diferente -como ya lo hemos hecho en nuestro artículo
de la Revue de métaphysique et de morale, febrero-marzo de 1951, donde lo empleamos.
Y si la religión coincide con la vida espiritual, es necesario que sea
esencialmente ética. Inevitablemente un espiritualismo de lo Irracio
nal es una contradicción. Ligarse a lo sagrado es infinitamente más
materialista que proclamar el valor -incontestable- del pan y la car
ne en la vida del común de los humanos.
El moralismo judío del siglo xix tenía razón en sus negaciones.
Ingenuamente respetuoso del cientificismo de la época, rechazaba
de manera excelente la dignidad espiritual a relaciones que proce
dían de la magia y a la violencia. Quizá, por ejemplo, manifestaba
su sospecha en cuanto a la idea del milagro, únicamente en nombre
de la enseñanza científica. Lo cierto es que el milagro comporta un
aspecto irracional. No porque choque a la razón, sino porque no ape
la a ella. Espiritualizar una religión no consiste en juzgar sus expe
riencias a la luz de los resultados científicos del momento, sino en
comprender esas experiencias mismas como relaciones entre inteli
gencias, relaciones situadas en la luz plena de la conciencia y del
discurso. La intervención del inconsciente y, en consecuencia, de los
horrores y de los éxtasis que en él se nutren -el recurso a la acción
mágica de los sacramentos-, todo eso remonta a la violencia.
V. "No matarás"
* Juego de palabras en francés entre el verbo viser (apuntar, enfocar) y visage (ros
tro). [N. de la T.]
solutamente desprotegidos, la parte más desnuda del cuerpo humano,
ofrecen sin embargo una resistencia absoluta donde se inscribe la
tentación del asesinato: la tentación de una negación absoluta. El otro
es el único ser respecto del cual se puede estar tentado de matar. Es
ta tentación del asesinato y su imposibilidad constituyen la visión
misma del rostro. Ver un rostro, ya es escuchar: “No matarás”. Y es
cuchar: “Justicia social”. Y todo cuanto puedo escuchar de Dios, que
es invisible, debe haberme venido por la misma y única voz.
“No matarás” no es entonces una simple regla de conducta. Apa
rece como el principio mismo del discurso y de la vida espiritual.
Partiendo de aquí, el lenguaje no es sólo un sistema de signos al ser
vicio de un pensamiento preexistente. La palabra pertenece al regis
tro de la moral antes de pertenecer al de la teoría. ¿No sería ella la
condición del pensamiento consciente?
Nada se opone más, en efecto, a la relación con el rostro que el
“contacto” con lo Irracional y el misterio. La presencia del rostro es
precisamente la posibilidad misma de entender a un otro. La vida in
terior se define, tiende a la univocidad del contrato, se libera de lo
arbitrario de nuestra mala fe. El hecho psíquico recibe de la palabra
el poder de ser lo que es. Está amputado de sus extensiones incons
cientes que lo transformaban en máscara, que le volvían imposible
su propia sinceridad. ¡Se terminó el desborde del pensamiento por
las fuerzas oscuras e inconscientes que lo someten a un destino pro
teico! ¡Llegó la hora de la lógica y de la razón!
La universalidad queda instaurada por ese hecho, después de to
do extraordinario, en función del cual puede haber un Yo que no es
un uno mismo, un yo visto en el espejo: la conciencia, como resul
tante de ese hecho extraordinario que un yo soberano, invadiendo el
mundo ingenuamente, como “una fuerza que va”, según la expresión
de Victor Hugo, percibe un rostro y la imposibilidad de matar. La
conciencia, es la imposibilidad de invadir la realidad como una ve
getación salvaje que absorbe o quiebra o expulsa todo cuanto la ro
dea. El retomo de la conciencia sobre sí misma no equivale a una
contemplación de sí, sino al hecho de no existir violenta y natural
mente, al hecho de hablarle a otro. La moral da cumplimiento a la
sociedad humana. ¿Llegaremos a medir la maravilla de esto? Es al
go que corresponde distinguir de la coexistencia de una multitud de
humanos, algo distinto de una participación en las leyes nuevas y
complejas impuestas por la multitud; la sociedad es el milagro que
comporta el hecho de salir del uno mismo.
El violento no sale del uno mismo. Toma, posee. La posesión
niega la existencia independiente. Tener es rechazar el ser. La vio
lencia es soberanía pero soledad. Padecer la violencia en el entusias
mo y el éxtasis y el delirio, es estar poseído. Conocer es percibir,
captar un objeto -y ya se trate de un hombre o de un grupo de hom
bres-, captar una cosa. Toda experiencia del mundo es al mismo
tiempo experiencia de sí, goce de sí: me forma, me nutre. El cono
cimiento que nos hace salir de nosotros es también una suerte de
lenta absorción y digestión de la realidad por nosotros. La resisten
cia de la realidad a nuestros actos vuelve a su vez bajo la forma de
experiencia de esa resistencia; como tal, ya está absorbida por el co
nocimiento y nos deja solos con nosotros mismos.
Si “Conócete a ti mismo” pudo devenir el precepto fundamental
de toda la filosofía de Occidente, es porque al fin de cuentas Occi
dente encuentra en el uno mismo el universo. Como ocurre con Uli-
ses, su periplo no es más que el accidente de un regreso. La Odisea,
en ese sentido, domina la literatura. Cuando Gide preconiza la ple
nitud de la vida y la multiplicidad de las experiencias vitales como
realizaciones de la libertad, busca en la libertad la experiencia de la
libertad y no el movimiento por el cual uno sale del uno mismo. Se
trata de complacerse, de experimentarse como un maravilloso cen
tro de irradiación y no de irradiar.
Únicamente la visión del rostro donde se articula el “No mata
rás”, no se deja caer en la consiguiente complacencia, ni en la expe
riencia de un obstáculo demasiado grande, ofreciéndose a nuestro
poder. Ya que, en realidad, el asesinato es posible cuando uno no ha
mirado al otro cara a cara. La imposibilidad de matar no es real, es
moral. Del hecho que la visión del rostro no es una experiencia, si
no una salida del uno mismo, un contacto con un ser otro y no sim
plemente sensación de uno mismo, da testimonio el carácter “pura
mente moral” de esta imposibilidad. La mirada moral mide, en el
rostro, el infinito infranqueable en el que se aventura y naufraga la
intención asesina. Es la razón por la cual, precisamente, nos condu
ce hacia registros diferentes de toda experiencia y de toda mirada. El
infinito sólo se ofrece a la mirada moral: no es conocido, está en so
ciedad con nosotros. El comienzo con los seres que comienza con
ese “No matarás”, no se conforma al esquema de nuestras relacio
nes habituales con el mundo: sujeto cognoscente o consagrado a ab
sorber su objeto como un alimento, necesidad que se satisface. No
vuelve al punto de partida, transformándose en contentamiento, en
goce de sí, en conocimiento de sí. Inaugura el camino espiritual del
hombre. Una religión, para nosotros, no tendría que ubicarse en otra
vía que no fuera esa.
Una religión para adultos*
I. El lenguaje común
V. La responsabilidad
Que la relación con lo divino atraviesa la relación con los hom
bres y coincide con la justicia social, tal es el espíritu de la Biblia ju
día. Moisés y los profetas no se preocupan por la inmortalidad del
alma, sino por el pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero. La re
lación con el hombre donde tiene lugar el contacto con lo divino, no
es una suerte de amistad espiritual, sino aquélla que se manifiesta,
se experimenta y se realiza en una economía justa, de cuya carga ca
da hombre es plénamente responsable. “¿Por qué tu Dios, que es el
Dios de los pobres, no alimenta a los pobres?” -pregunta un roma
no a Rabí Akiba. “Para que podamos escapar a la condena” -respon
de Rabí Akiba. Y no es posible encontrar un enunciado más firme
VI. El universalismo
II
III
2. Los números entre paréntesis reenvían a las páginas del libro de Sylvain Zac.
manera en que América habría sido descubierta por navegantes que
esperaban llegar a la India.
La neutralidad de las Escrituras respecto de la filosofía supone
la posibilidad de interpretar las Escrituras por las Escrituras. Para
probar la verdad de un texto, es necesario ponerlo en acuerdo con lo
real; para comprender su significación, basta con ponerlo de acuer
do consigo mismo. En verdad, por derecho propio todo lo humano
se explica por la Naturaleza, es decir, en función de causas. Pero an
tes de explicar las ideas, es posible comprenderlas como significa
ciones. Y “el gran descubrimiento de Spinoza consiste en demostrar
que se puede utilizar, a fin de comprender el sentido exacto de las
ideas contenidas en los textos sagrados, un método tan riguroso co
mo el de los sabios, sin que esto implique procurar una explicación
que apele a las causas” (36). A la coherencia artificial aportada a la
cuestión por los filósofos, se sustituye la historia de la redacción de
los textos. En la expresión de la Palabra de Dios que la tradición
consideraba tan eterna como esta Palabra misma, será necesario de
ahora en más separar lo bueno de lo malo.
Sócrates deploraba en el Fedro que no fuera interrogada la ver
dad de un Decir antes de preguntar “¿Quién lo dijo?” y “¿De qué país
es?”. Spinoza piensa que cuestionarse acerca del Autor de un texto
bíblico y de las circunstancias de la redacción permite despejar el
sentido del Decir y separar en él lo temporal de lo permanente.
Una indagación que suponga una vasta cultura histórica, estable
ce mediante la confrontación de los textos su autenticidad, su proce
dencia y, a partir de ese momento, el verdadero pensamiento de los
autores y la validez de los testimonios aportados por ellos.
Método que se ha convertido en familiar para todos, incluso si
no todos comparten ya el optimismo de Spinoza en cuanto a los re
sultados y a la infalibilidad de esta recopilación de hechos literarios,
impuesta, según Zac, por aquélla que preconizara Bacon para la in
telección de los hechos naturales.
En la manera de proceder enseñada por Spinoza, falta la apela
ción a un proyecto anticipador del conjunto, desbordando la recopi
lación positivista de los textos y enraizado quizás en un inevitable
compromiso. Spinoza piensa que un discurso puede ser comprendi
do sin que la visión de las verdades llegue a esclarecerlo. Pero des
pejar las significaciones fundamentales de una experiencia apelando
a un resumen de su verdad, es indicar una de las vías por donde en
trará la filosofía, incluso después que hayan quedado excluidos los
dogmatismos especulativos.
Texto y contenido
3. Por ejemplo: el ideal político de Spinoza habría sido calcado del Estado judío en
la época de los jueces; la vía de la justicia en el Antiguo Testamento sigue siendo el fun
damento no superado de la vida política; el decálogo de Moisés es Palabra de Dios, que
nunca fue contradicha, pero los profetas que ajustan sus enseñanzas a la Ley de Moisés
la predican como religión de la Patria; el patriotismo de los hebreos debido al amor y no
al temor de Dios (108); los libros del Nuevo Testamento no difieren de la doctrina del
Antiguo; el judaismo religión del Estado, el cristianismo, religión del individuo (101),
pero el universalismo cristiano se redujo a pura pretensión (103). ¿Bergson tuvo al res
pecto otros maestros que Spinoza para olvidar este último punto?
Dios y al Prójimo. Pero ocurre que las verdades, que no se transmi
ten por cierto more geométrico y de las que Zac nos dirá (76) que es
evidente, de una vez por todas, que no incluyen en sí mismas el sig
no de su certeza, comportan un registro de universalidad. Expresan
una evidencia perceptible por todo espíritu sano. Sin desembocar en
el spinozismo (97),4 sin ser “del orden de la razón en el sentido fi
losófico del término” (99), esas verdades comportan una interiori
dad propia de ellas: la palabra del profeta encuentra un eco en el co
razón de los hombres. Las Escrituras enseñan la verdadera religión.
Es preciso excluir de ella toda la parte histórica (aun cuando resulte
útil a las almas simples), la parte ceremonial y especulativa (99). De
allí la tolerancia respecto de los ritos que no son verdades, sino que
están en relación con las costumbres (102-103). Interiorización de la
Biblia, liberalismo religioso, pero sin filosofía.
Obediencia y no conocimiento, tal es la actitud convocada por
la Palabra de Dios, que no puede separar a los hombres como los
separan las teorías. La Palabra de Dios es ética. No es sólo eso. Ob
jetos de la fe, los preceptos son ordenados y deben ser obedecidos,
pero los móviles de la obediencia no son de orden racional. Son
móviles de orden afectivo, tales como el temor, la esperanza, la fi
delidad, el respeto, la veneración, el amor (107). Obediencia y he-
teronomía, pero en absoluto servidumbre, ya que el creyente no es
tá al servicio de los intereses del amo, sino que tiene una esperanza
respecto de él. “Es la esperanza, escribe Zac, la que constituye, al
fin de cuentas, el móvil más poderoso de la obediencia” (108). La
obediencia, por otra parte, no procede de una obligación, sino de un
impulso interior y desinteresado. Mandamiento y amor no se con
tradicen como ocurre en Kant; el deseo de conservarse sin ser des
5. La forma desenfrenada del Talmud no expresa, como los profanos de juicio rá
pido lo piensan a menudo, el caos de una compilación desordenada. La efervescencia in
cesante que envuelve a quien se zambulle en él, traduce una modalidad de pensamiento
refractaria a la esquematización -siempre prematura- de su objeto. El comentario rabí
nico viene a quebrar y pulverizar aquello que parecía aún sólido y estable en el movi
miento primero de la discusión. Una razón donde nada encuentra la calma en el registro
de lo virtual, recorre lo real siguiendo actitudes múltiples que retienen los innumerables
aspectos del mundo. Ningún ritmo dialéctico simple podría acompasar esta pluralidad
profusa, que hace caso omiso del espacio y del tiempo, así como de las perspectivas his
tóricas. Por lo demás, no es posible separar esos textos del estudio lleno de vida en el
que ese dinamismo enloquecedor refleja y se amplifica. Que Spinoza no haya conocido
esta realidad del Talmud, es evidente. En nuestros días, es preciso haber encontrado un
maestro excepcional para presentir su secreto. Pese a la precisión de sus referencias a las
fuentes judías y su rigor de historiador, el señor Zac -y es la única reserva que formula
mos en lo que hace a este punto- no parece haber hecho ese encuentro. Desprendidas de
la discusión talmúdica, las nociones evocadas quedan exangües. Una cita del Talmud no
podría hacerse en acuerdo con el método y con la pretensión que vale para el resto de la
literatura (incluso la bíblica). Es como si se citara al Océano.
El libro del señor Zac llama nuestra atención sobre ese aspecto,
quizás el menos spinozista de Spinoza. El hecho que algo de un re
gistro no-spinozista pudiera aparecer en Spinoza, resulta indicativo
en sí mismo. Estamos lejos de quienes se pretenden seguidores de
Spinoza, para quienes la alternativa creyente/no creyente es tan sim
ple como la que podría establecerse entre farmacéutico/no farma
céutico. Lo que cuenta es la distinción entre aquellos que toman las
Escrituras -y a se las juzgue geniales o ingenuas- como un texto en
tre otros textos, y quienes las toman, pese a la huella del devenir que
ellas manifiestan, por una forma esencial del espíritu, irreductible a
la percepción, a la filosofía, a la literatura, al arte, a la ciencia, a la
historia y, pese a todo, compatible con la libertad política y científi
ca. Aun cuando sea imposible transmitirla more geométrico, la Pa
labra de Dios, religión y no sólo sabiduría, puede presentarse como
acordándose con la filosofía (118-121). Allí reside no sólo su incon
sistencia, sino su originalidad y su universalidad, su independencia
respecto del orden que la filosofía declara central y donde pretende
reinar exclusivamente. De donde se desprende su poder de sobrevi
vir una vez llegado el fin de la filosofía.6 Por lo demás, Spinoza, a
6. La palabra de Dios abre entonces una dimensión propia -que no se parece a nin
guna otra- del Espíritu. Es preciso no confundirla ni con la Filosofía, ni con la Ciencia,
ni con la Política.
El racionalista Spinoza lo habrá visto admirablemente. Los sistemas filosóficos,
las doctrinas científicas y políticas pueden, según las épocas, dar alma a esta Palabra. La
Palabra se mantiene independiente, a un tiempo que puede fijarse a una doctrina por un
lapso. La figura designada por esa Palabra que se mezcla en las actividades en un co
mienzo resonantes del intelecto, fue percibida en un texto rabínico muy antiguo (Cf.
Siphri comentando Números 10, 8): todos los objetos sagrados del Tabernáculo se trans
miten de generación en generación, salvo las trompetas de plata que sirven para convo
car las asambleas del pueblo y levantar el campamento de Israel. Cabe renovar esas
trompetas.
Tan sólo una reflexión, todavía joven, confunde la Palabra con los productos cul
turales de la historia y quiere que el Espíritu se mida respecto de su resonancia y del so
plo que anima los instrumentos a viento. Justificar el judaismo, guardián de la Palabra,
por el psicoanálisis, el marxismo o el estructuralismo (¿por qué no por las axiomáticas?),
es cerrarse a eso que existe sin bombos ni platillos y, a fuerza de permanecer atento só
lo a la última moda, condenarse a la sordera religiosa, dejar de percibir “la voz del fino
un tiempo que sustituye, en la Ética, una filosofía a la religión de la
Biblia, se preocupará por conservar la plenitud irrecusable de las Es
crituras. El spinozismo será una de las primeras filosofías donde el
pensamiento absoluto se pretenderá también religión absoluta.
Contrariamente a sus contemporáneos, Spinoza habría entonces
hecho “sinceramente concesión a los teólogos reconociendo la divi
nidad de las Escrituras” (231). Existe una manera de leer la Biblia
que supone escuchar la Palabra de Dios. Esta manera sigue siendo
irremplazable, pese al privilegio de la filosofía (es decir, del spino
zismo). A través de los múltiples autores que el método histórico
descubre para los textos sagrados, la Palabra de Dios invita a los
hombres a obedecer a las enseñanzas de la justicia y de la caridad.
Spinoza enseña a través de la crítica histórica de la Biblia su interio
rización ética. “El judaismo es una Ley revelada y no una teología”
-esta opinión de Mendelssohn provendría entonces de Spinoza-. La
conciencia religiosa judía, actualmente, ¿podría rehusar esta ense
ñanza de interiorización, cuando puede recibir de ella un sentido
nuevo y nuevas perspectivas? ¿Querrá esa conciencia, con un Kier-
kegaard, considerar la etapa ética de la existencia como superable?
¿El dogmatismo -así fuera el spinozista- es todavía el prototipo
de la filosofía? ¡Desconfiamos de esa alternativa tanto como de las
ideologías! La filosofía no se engendra por sí misma. Filosofar es
avanzar hacia el puerto donde se ve la luz que ilumina significacio
nes primeras, pero que ya tienen un pasado. Aquello que Spinoza
llamaba Palabra de Dios proyecta esta claridad y carga con el len
guaje mismo. Los mandamientos bíblicos de la justicia ya no son un
balbuceo sublime de una sabiduría transmitida more geométrico que
restituiría la expresión y el contexto absolutos. Ellos prestan un sen
tido original al Ser. A partir de Kant, sabemos, como filósofos, que
nos dan acceso a una Naturaleza. Permiten pensar un mundo que las
7. El señor André Amar demostró bien, en un artículo notable (“Los dos polos de
la ciencia contemporánea”, in Science et l ’enseignement des Sciences, N° 36, 1965,
págs. 10-19), que la ciencia no piensa el mundo, incluso si él creyó poder contrastar sus
procedimientos de peso y cálculo a la filosofía de Heidegger.
La poesía y lo imposible*
II
* “Nostalgie du clocher (ou du minaret) ”: el autor juega así con la imagen del
“campanario” (clocher) integrada en una expresión idiomática que da cuenta en francés
de la nostalgia por la tierra natal y pone en relación con ella la del “alminar” {minarete).
Como el paralelo no admitía traducción literal, lo presentamos así. [N. de la T.]
¿Los vastos espacios habitados por los árabes, perderán algo de
su extensión majestuosa y la Patria árabe perderá su corazón si se le
amputa una porción de tierra cuya inmensidad no se cuenta sino en
siglos de historia santa que el alma de Israel no interrumpió jamás?
¿Le corresponde a un judío decirlo? Pero todo sobreviviente de
las masacres hitlerianas -a s í fuera ju d ío - es Otro respecto de los
mártires. Por consiguiente, responsable e incapaz de callarse. Está
obligado respecto de Israel, por razones que obligan a todo hombre
y que son, por consiguiente, compartidas por árabes y judíos y ten
drían que permitirles hablarse. Mala suerte si el judío que evoca esas
razones es sospechado de “encenderle velas a su santo” (algo que
por lo demás no resultaría conforme a su religión). Imposible callar
se. Hay obligación de hablar. Y si la política, apareciendo en todos
lados, falsea las intenciones originales del discurso, hay obligación
de gritar y protestar.
¿Pero la política constituye la trama fundamental del ser y la
única guía de la acción? La visión poética que la trasciende, ¿está
condenada para siempre a seguir siendo “bellas letras” y a perpetuar
los fantasmas? ¿Acaso no es, por el contrario -y en eso consiste,
probablemente, la definición misma de la poesía- aquello que vuel
ve posible al lenguaje?
Simone Weil contra la Biblia*
II
III
Esta arbitrariedad del método no puede ser guiada sino por una
intuición respecto de la esencia de la vida espiritual: lo divino sería
absolutamente universal y es por eso que no puede ser servido en la
pureza, como no sea a través de la particularidad de cada pueblo,
particularidad que se da en llamar arraigo.
Que Dios haya sido conocido por todos los pueblos de la tierra
y, en un cierto sentido, mejor servido por ellos que por los judíos, no
es Simone Weil quien lo proclama, sino el profeta Malaquías, en un
cierto sentido el más “nacionalista” de los profetas. Ya que Dios es
a la vez universal y todavía no lo es. Su universalidad no ha sido al
canzada en la medida en que no es reconocida por el pensamiento ni
realizada por los actos de los hombres. Sigue siendo, por lo tanto,
abstracta. Para la universalidad de una verdad matemática basta el
pensamiento de un solo hombre y su desconocimiento por otro no
vendría a contradecirla. El reconocimiento interno de la universali
dad de Dios resulta contradicho por el mal en la realidad exterior.
Aquí la interioridad no equivale a la universalidad y no la sustituye.
La universalidad en este registro tendría que hacerse visible desde
afuera. Dios debe ser uno y su nombre debe ser uno. Cuando todo
ha sido consumado interiormente, nada ha sido consumado todavía.
Pensamos que el argumento que esgrime Simone Weil, según el cual
“La prueba de que el contenido del cristianismo existía antes de
Cristo es que no hubo desde entonces cambios de gran importancia
en el comportamiento de los hombres”, puede darse vuelta.
La unidad del nombre es la unidad del lenguaje y de las Escritu
ras, así como de las instituciones. Es el punto final para la ingenui
dad y el desarraigo. La Iglesia se mantiene fiel a una profunda ten
dencia judía cuando busca la emancipación religiosa del hombre,
como se queja Simone Weil, “imponiendo las Escrituras judías por
todas partes”. Toda palabra, toda institución razonable implican
desarraigo. La constitución de una verdadera sociedad es un desa
rraigo -el término puesto a una existencia donde la “morada” tiene
un valor absoluto, donde todo viene del interior-. El paganismo es
el desarraigo, casi en el sentido etimológico del término. El adveni
miento de las Escrituras no es la subordinación del espíritu a una le
tra, sino la sustitución del suelo por la letra. El espíritu es libre en la
letra y encadenado en la raíz. Es en el suelo árido del desierto don
de nada se fya, que el verdadero espíritu descendió en un texto para
realizarse universalmente.
El paganismo es el espíritu local: el nacionalismo en todo cuan
to tiene de cruel y despiadado, es decir, de inmediato, de ingenuo e
inconsciente. El árbol crece y se reserva toda la savia de la tierra.
Una humanidad arraigada que posee a Dios interiormente con los
zumos que suben hasta ella desde la tierra, es una humanidad bos
que, una humanidad prehumana. No hay que dejarse engañar con la
paz de los bosques. Si Europa hubiera sido desarraigada espiritual
mente por el cristianismo, como se queja Simone Weil, el daño no
sería grande. Y no fueron siempre idilios los destruidos por la pe
netración de Europa en el mundo. El mal reside quizás en la violen
cia extrema de ese proselitismo. ¿Pero la desdicha de Europa no
responde al hecho de que el cristianismo no la había desarraigado
lo bastante?
Es necesario un comienzo para una historia donde la idea de un
Dios universal no tiene más que venir a realizarse. Hace falta una eli-
te. No es por orgullo que Israel se habría sentido objeto de una elec
ción. No la obtuvo por vía de la gracia. Cada vez que los pueblos son
juzgados, Israel es juzgado. Es la justicia estricta la que, según un mi-
drash fundamental, separa a los israelitas de los egipcios en el mo
mento de la travesía del Mar Rojo. Es porque la universalidad de lo
Divino sólo existe realizada en las relaciones entre hombres, porque
debe ser realización y expansión, dado que en la economía de la crea
ción existe la categoría de una civilización privilegiada. Ésta no se
define en términos de prerrogativas, sino de responsabilidades. Toda
persona, como tal, es decir, consciente de su libertad, es elegida. Si
ser elegidos cobra una apariencia nacional, es porque sólo bajo esa
forma una civilización se constituye, se mantiene, se transmite y du
ra. Abraham no fue el primero en reconocer a Dios. Pero fue el pri
mero en fundar una familia monoteísta. “Los sentimientos de los pre
tendidos paganos para con sus estatuas -dice Simone Weil- eran
probablemente los mismos que aquellos inspirados hoy por los cru
cifijos y las estatuas de la Virgen y los Santos, con las mismas des
viaciones en las personas espiritual e intelectualmente mediocres.”
No nos atrevemos, una vez más aquí, a invertir el argumento. Pero
eso existe, entonces las personas espiritualmente mediocres y los pa
ganos, también existen.
IV
La sección semanal del Levítico, que abarca los capítulos 21, 22, 23
y 24, termina con el célebre pasaje que muchos modernos conside
ran anticuados. Los paladares delicados reclaman alimentos más
frescos. Para su refinamiento, nuestro texto subraya precisamente la
ancianidad del Antiguo Testamento. ¡Ah! ¡La ley del talión! ¡Cuán
tas piadosas cóleras promueves en un mundo donde sólo reinan, por
lo demás, la calma y el amor!
“Si alguien hace perecer una criatura humana, se le dará muer
te. Si hace perecer un animal, lo pagará cuerpo por cuerpo. Y si al
guien provoca una herida en su prójimo, de la misma manera que
él actuó se actuará respecto de él: fractura por fractura, ojo por ojo,
diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, de igual
modo se le hará. Quien mate un animal, debe pagarlo y quien ma
te un hombre, debe morir. Una misma legislación os regirá, tanto
extranjeros como nacionales; ya que soy el Eterno, el Dios de to
dos.”
¡Severas palabras! Muy alejadas de aquellas que magnifican la
no resistencia al mal. Ustedes sin duda pensaron en esa otra página
de las Escrituras: donde el justo “presenta su mejilla a quien golpea
y llega a quedar saciado de humillaciones”. Ustedes reconocen ese
pasaje así como sus referencias. Se trata, claro está, de las Lamenta
ciones de Jeremías, capítulo 3, versículo 30. ¡Otro fragmento de ese
mismo Testamento, tan anciano!
¡Fractura por fractura! Severas palabras, pero nobles en su exi
gencia. En su rigor, ordenan desde muy alto. Admiremos su fin, al
menos, que enuncia la unidad del género humano. Ese mensaje de
universalismo no esperó para resonar en el espacio que la industria,
a escala mundial, nos revele o nos imponga la solidaridad humana.
Una ley única para todos, tal es el principio que el Antiguo Testa
mento, con burlonas reiteraciones aparentemente inútiles, nos repi
te a su vez unas 50 veces, en las líneas no obstante tan concisas, tan
contadas de su primer rollo. ¿Cómo asumir, partiendo de allí, que un
pensamiento elevado a la visión de la humanidad en la época de las
tribus y de los clanes, no haya ido más allá del nivel de la ley que ri
ge los conflictos? Quisiera mostrarles la sabiduría que se expresa en
esos términos misteriosos y el drama al que ella responde. Ya que
existe un drama de la justicia que se humaniza.
Diente por diente, ojo por ojo, no es el principio de un método
de terror; no es un frío realismo que piensa en la acción eficaz y des
precia las efusiones sentimentales, que reservan la moral para los jó
venes; no es tampoco la exaltación de una vida sobrehumana y he
roica de donde sería necesario desterrar el corazón y la piedad; no
es una manera de complacerse en la venganza y la crueldad que im
pregnarían una existencia viril. Semejantes inspiraciones fueron ex
tranjeras a la Biblia judía. Proceden de los paganos. Proceden de
Maquiavelo. Proceden de Nietzsche.
Tranquilícense. El principio de apariencia tan cruel enunciado
por la Biblia aquí sólo busca la justicia. Se inserta en un orden so
cial donde ninguna sanción, por ligera que sea, es infligida por fue
ra de una sentencia jurídica. Los rabinos jamás aplicaron ni enten
dieron ese texto al pie de la letra. Lo interpretaron a la luz del
espíritu que recorre la Biblia en su totalidad. Talmud es el término
que designa esta manera de comprender. Los doctores del Talmud se
adelantaron a los escrúpulos de los modernos: diente por diente, es
una pena de dinero, una multa. Por algo es que el pasaje relativo a
los daños materiales exigidos por la Biblia cuando se trata de la pér
dida de ganado, tiene vecindades con el precepto del Talión. Ese pa
saje invita a releer los versículos consagrados a las heridas hechas al
hombre, como si la cuestión de los daños tuviera que prevalecer en
el juez sobre la noble cólera suscitada por el perjuicio.
La violencia llama a la violencia. Pero es preciso detener esta
reacción en cadena. La justicia es así. Esa es al menos su misión una
vez que el mal fue cometido. La humanidad nace en el hombre a me
dida que él sabe reducir las ofensas mortales a litigios de orden ci
vil, a medida que castigar se asimila a reparar lo reparable y a reedu
car al malvado. El hombre no necesita sólo de una justicia sin
pasión. Necesitamos de una justicia sin verdugo.
Pero aquí el drama se complica. El horror de la sangre, la justi
cia de paz y calma, la necesaria, a partir de este momento la única
posible, ¿preserva al hombre que quiere salvar? ¡Ya que es una an
cha vía abierta a los ricos! Ellos pueden pagar sin dificultad los dien
tes rotos, los ojos vaciados, las piernas quebradas de todo su entor
no. El agravio y la herida tienen de ahora en más un precio corriente,
un gusto a dinero. Y esta contradicción no depende sólo de la ley que
sustituye el sufrimiento por la multa. Ya que todo cuanto se paga con
el corazón aliviado, el cuerpo intacto, en plena salud, equivale a una
multa. Y la herida de dinero no es mortal. El mundo sigue siendo
confortable para los fuertes, siempre y cuando tengan los nervios só
lidos. La evolución de la justicia no puede orientarse hacia ese re
chazo de toda justicia, hacia ese desprecio del hombre que ella quie
re hacer respetar. Es necesario, modificando la letra de nuestros
códigos, salvar el espíritu. La Biblia nos recuerda el espíritu de la
calma.
La Biblia apresura el movimiento que nos trae el mundo sin vio
lencia. Pero si el dinero o las excusas pudieran repararlo todo y de
jamos una conciencia tranquila, el movimiento iría en sentido con
trario. Sí, ojo por ojo. Y toda la eternidad, todo el dinero del mundo
no pueden curar la ofensa hecha al hombre. Herida que sangra en to
do momento, como si fuera necesario el mismo sufrimiento para de
tener esta eterna hemorragia.
Nombre de un perro,
o el derecho natural**
* Apareció en 1975 en una colección titulada “Aquél que no puede servirse de las
palabras”, publicada en honor del pintor Bram Van Velde por las Ediciones Fata Morga
ño. de Montpellier.
$ “Nom d ’un chien” = nombre de un perro (en sentido literal) tiene en el francés
coloquial el valor de una interjección que expresa contrariedad, disgusto (Cf. ¡Caray!).
[N. de la T.]
crédito al Génesis, fue la de Adán, ¡el padre de todos nosotros! ¡Por
lo menos hay allí una razón para querer limitar, por medio de prohi
biciones ordinarias, la carnicería que reclama, todos los días, nues
tra boca de “santos hombres” ! ¡Pero basta de teología! Es el perro
del final del versículo que me interesa especialmente. Pienso en
Bobby.
¿Quién es, entonces, ese perro al que hace referencia el versícu
lo? ¿Aquél que molesta los juegos de sociedad (o la Sociedad mis
ma) y al que recibimos, en consecuencia, de mala manera? ¿Aquél
que acusamos de estar rabioso cuando nos preparamos a ahogarlo?*
Aquél a quien le toca el trabajo más sucio -un oficio de perros- y
que, cualquiera sea el tiempo -el suyo será siempre “un tiempo de
perros”- excluimos del recinto protector, incluso en las horas exe
crables en las que no nos atrevemos a dejar un perro afuera. Pero es
tos, pese a su miseria, rechazan la afrenta de una presa repulsiva.
¿Se trataría, de este modo, de la bestia que ha perdido hasta el
último orgullo de su naturaleza salvaje, de un perro acurrucado, de
un despreciable perro servil? ¿O bien, en una luz mortecina** (y qué
luz en el mundo no es ya ese crepúsculo), se trataría de aquél que si
gue siendo lobo bajo su fidelidad de perro y codicia la sangre -coa
gulada o fresca, poco importa-?
¡Pero ya basta de alegorías! ¡Leimos demasiadas fábulas y siem
pre tomamos en sentido figurado el nombre de un perro! Sin embar
go, en los términos de una venerable hermenéutica, más antigua que
La Fontaine, transmitida oralmente desde los tiempos más remotos
-la hermenéutica de los doctores talmúdicos- el texto de esta Biblia,
agitada por las parábolas, recusaría aquí a la metáfora: en el versícu
lo 31 del capítulo 22 del Éxodo, el perro sería un perro. ¡Literalmen
te un perro! Más acá de los escrúpulos, en virtud de su naturaleza fe
* “Qui veut noyer son chien l ’accuse de rage” = Quien se dispone a ahogar a su pe
rro, lo acusa de rabia: proverbio que indica que siempre se encuentra una razón cuando
se busca desprenderse de algo o alguien. [N. de la T.j
** “Entre chien et loup” = “Entre perro y lobo”: expresión idiomática para indicar
una luz que no queda definida. [N. de la T.]
liz y de sus rectos pensamientos de perro, se dará un banquete con
toda esa carne encontrada en los campos. Y ese festín es su derecho.
Esa hermenéutica superior -tan ligada, aquí, al registro literal—
se permite, sin embargo, explicar la paradoja de una pura naturale
za que abre el camino al derecho.
En efecto, logra encontrar en este pasaje perros olvidados en una
proposición subordinada de otro versículo del Éxodo. En el T ver
sículo del capítulo 11, extraños perros quedan afectados por el estu
por o por la luz que surge en medio de la noche. ¡No habrán de la
drar! Alrededor, sin embargo, se termina un mundo. Se trata de la
noche fatal de la “muerte de los primogénitos” de Egipto. Israel va
a salir de la casa de la esclavitud. El pueblo esclavo que servía a los
esclavos del Estado, seguirá de ahora en más a la Voz más alta, la
más libre de las vías. ¡Figura de la humanidad!
La libertad del hombre es la de un esclavo liberto que recuerda
su servidumbre y sigue siendo solidario con los sometidos. Una
multitud de esclavos habrá de celebrar ese profundo misterio del
hombre y “no habrá un perro que ladre”. En la hora suprema de su
instauración -sin ética y sin logos-, el perro dará testimonio de la
dignidad de la persona. El amigo del hombre es eso. ¡Una trascen
dencia en el animal! Y el versículo tan claro del que habíamos par
tido, se ilumina con un sentido nuevo. Nos recuerda una deuda siem
pre pendiente.
¿Pero la exégesis sutil que citamos no habrá de extraviarse en la
retórica? Es probable.
Éramos 70 en un comando forestal para prisioneros de guerra
israelitas, en la Alemania nazi. El campo llevaba -singular coinci
dencia- el número 1492, fecha de la expulsión de los judíos de Es
paña, bajo el reinado de Femando V el Católico. El uniforme fran
cés nos protegía aun contra la violencia hitleriana. Pero los otros
hombres, los llamados libres, que nos cruzaban o nos daban trabajo,
órdenes o incluso una sonrisa -y los niños y las mujeres que pasa
ban y a veces levantaban los ojos hacia nosotros-, nos despojaban
de nuestra piel humana. No éramos más que una sub-humanidad,
una manada de monos. Fuerza y miseria de los perseguidos, un po
bre murmullo interior nos recordaba nuestra esencia razonable. Pe
ro ya no estábamos en el mundo. Nuestro ir y venir, nuestras penas
y nuestras risas, nuestras enfermedades y distracciones, el trabajo de
nuestras manos y la angustia de nuestros ojos, las cartas que nos ha
cían llegar desde Francia y aquéllas que aceptaban para nuestras fa
milias, todo eso ocurría entre paréntesis. Seres encerrados en los lí
mites de su especie; pese a todo su vocabulario, seres sin lenguaje.
El racismo no es un concepto biológico; el antisemitismo es el
arquetipo de toda confinación. La opresión social, en sí misma, no
hace sino imitar ese modelo. Encierra en una clase, priva de expre
sión y condena a los “significantes sin significados” y, en conse
cuencia, a las violencias y combates.
¿Cómo expresar un mensaje de humanidad que, desde atrás de
los barrotes de las comillas, cobre otro perfil que el de un hablar si
miesco?
Y llegamos al momento en el cual, promediando un largo cauti
verio -durante unas breves semanas y antes que los centinelas no lo
echen-, un perro vagabundo entró en nuestra vida. Vino un día a su
marse a la multitud, en circunstancias en las que, bajo custodia, vol
vía del trabajo. El animal sobrevivía en algún rincón salvaje, en los
alrededores del campo. Pero nosotros lo llamábamos con un nombre
exótico, Bobby, como conviene hacerlo con un perro querido. Apa
recía en los reagrupamientos matinales y nos esperaba al regreso,
brincando y ladrando con alegría. Para él -era indiscutible- fuimos
hombres.
El perro que reconoció a Ulises bajo su disfraz cuando regresó
de la Odisea, ¿era pariente del nuestro? ¡Pero no, claro que no! En
aquella ocasión, se trataba del regreso a Itaca, a la patria. Nosotros,
allí, no estábamos en ningún lugar. Este perro era el último discípu
lo de Kant en la Alemania nazi, sin contar con el cerebro necesario
para unlversalizar las máximas de sus pulsiones. Descendía de los
perros de Egipto. Y su ladrido de amigo -su fe de animal- nació en
el silencio de sus abuelos de los bordes del Nilo.
Aperturas y distancias
Entre tanto, el pensamiento mesiánico se expandió
por el mundo.
Franz Rosensweig: Stem der Erlósung, II, 97
II
III
IV
“Se habrá dado cuenta de que el libro sobre Hegel no debía su exis
tencia a mi personal interés por Hegel, sino a la voluntad de hacer
un libro, de producir algo en sí mismo. Está terminado. De un hom
bre que sólo quería la producción, me transformé en un hombre que
no tiene plan, sino vagos proyectos, sin saber qué saldrá de ellos,
sin querer siquiera que salga algo de ellos” (Cartas, pág. 647). Y
una vez escrito el libro, dice que no escribiría otro (Cartas, pág.
371).
Abodah Zarah 3b
¿Cómo es posible el judaismo?*
Hace algunas semanas fue evocada con brillo -y ante la más ilustre
sociedad de este país- la idea clara y distinta sobre la cual reposa en
Francia la conciencia judía. La diferencia entre nación y religión,
entre universal y particular, entre orden público y orden privado, en
tre vida política y vida interior, sitúa en sus justos límites el destino
israelita y pone diques a los desbordes eventuales del alma judía.
Instituciones venerables que son el armazón de la Comunidad
judía, atestiguan la solidez de esta idea spinozista que regula admi
rablemente nuestros deberes respecto de la nación. Ella asegura
nuestros derechos de ciudadanos y es la fortaleza que nos protege
contra la injusticia. ¡Cuidémonos mucho de modificarla!
Pero reconozcamos la lección de los hechos para dar a esta fór
mula luminosa e indiscutible su mejor contenido. Fue desigual la
consideración acordada, por un lado, a la energía espiritual judía que
se encamó en las formas de la nación francesa, y por otro a la opues
ta, aquélla volcada hacia cuestiones más íntimas. La vida de ciuda
dano fue el gran acontecimiento de nuestra historia moderna. ¡Esos
descendientes de profetas se revelaron decididamente poco dotados
para la vida interior!
La inteligencia judía brillaba con una luz cada vez mayor en el
foro, la Universidad, las artes y las letras, en el Parlamento, en los
III
5. “La realité et son ombre”, en Les Temps Modernes, noviembre de 1948. “Jean
Wahl et la sen sib ilitr, 1955, N° 331.
6. Cf., en especial, la Ia edición de Difficile Liberté, essai sur le judai'sme, París, Al
bín Michel, 1963.
7. En “Deucalion II”, 1947, “L’Autre dans Proust”. Cf. “Évidences”, septiembre-
octubre de 1952: “Éthique et Esprit” (integrado en “Difficile Liberté”). Artículos en la
Revue de Métaphysique et de Morale: Io) “¿L’ontologie est-elle fondamentale?”, enero-
marzo de 1951, integrado en “Phénoménologie - Existence”, publicado por Colin; 2o)
“Liberté et Commandement”, julio-septiembre de 1953; 3o) “Le moi et la totalité”, oc
tubre-diciembre de 1954; 4o) “La philosophie et l’idée de rinfini”, diciembre de 1958
(recogido en la 2a edición de En découvrant 1’existence avec Husserl et Heidegger).
8. Cf. la segunda edición de En découvrant l ’existence avec Husserl et Heidegger
y, en especial, el estudio titulado “Langage et proximité”.
* “Prójimo” es la traducción por la que optamos para el término francés “autruf’,
en tanto “Otro” corresponde al consignado en el original como “Autre”. [N. de la T.]
lencia. Como la idea de Infinito desborda el pensamiento cartesiano,
el Prójimo está fuera de proporción respecto del poder y la libertad
del Yo. La desproporción entre el Prójimo y el Yo es precisamente la
conciencia moral. La conciencia moral no es una experiencia de va
lores, sino un acceso al ser exterior -y el ser exterior por excelencia,
es el Prójimo-. La conciencia moral, así, no es una modalidad de la
conciencia psicológica, sino su condición, y, en primer lugar hasta
su inversión misma, puesto que la libertad que vive en función de la
conciencia se inhibe ante el Prójimo, cuando en verdad miro fija
mente, con franqueza, sin artimañas ni evasivas, sus ojos desarma
dos, absolutamente desprovistos de protección. La conciencia moral
es, precisamente, esa franqueza.
El rostro del Prójimo cuestiona la feliz espontaneidad del yo, esa
alegre fuerza que avanza. La multitud a la que el conde Rostopchi-
ne, en La Guerra y la Paz, libró Verechtchaguine, hesita ante su ros
tro que enrojece y vuelve a palidecer, duda en ejercer violencia, ins
pirada en un “sentimiento de humanidad en extrema tensión”; el
pueblo permanece en silencio al final de Boris Godunov, ante los
crímenes cometidos por los poderosos.
En Totalidad e infinito9 se expuso una tentativa de sistematizar
esas experiencias, oponiéndolas a un pensamiento filosófico que re
duce lo Otro a lo Mismo, lo múltiple a la totalidad, haciendo de la
autonomía su principio supremo.
Pero la adaptación de lo Otro a la medida de lo Mismo en la to
talidad no se obtiene sin violencia, Guerra o Administración, que
alienan incluso a lo Mismo. La filosofía, como amor de la verdad,
aspira al Otro en su condición de tal, al ser distinto de su reflejo en
el Yo. La filosofía va en búsqueda de su ley, es la heteronomía en sí
misma, es metafísica. En Descartes, el Yo que piensa posee la idea
de lo infinito: la alteridad de lo Infinito no se amortiza con la idea,
Los comentarios que se van a leer están vinculados con cuatro pasa
jes provenientes del último capítulo del Tratado Sanedrín. Se refie
ren a diversos aspectos del mesianismo.
A lo largo de varias páginas de ese capítulo se despliegan, en
efecto, múltiples tesis esclarecedoras en lo que hace a esa noción,
compleja y difícil. Sólo la opinión popular la concibe en términos
simples. En ella, el concepto de Mesías se traduce por entero en ele
mentos propios de la percepción sensible y se genera en el mismo
plano que el de nuestras relaciones cotidianas con las cosas, algo
que no resulta suficiente para el pensamiento. Todavía no se ha di
cho nada del Mesías si se lo representa como una persona que vie
ne a poner fin milagrosamente a las violencias que controlan al
mundo, a terminar con la injusticia y las contradicciones que desga
rran a la humanidad, pero que tienen su fuente en la naturaleza de la
humanidad y en la Naturaleza sin más. La opinión popular retiene,
sin embargo, la potencia emocional de la idea mesiánica. Y abusa
mos cotidianamente de ese término y de esa potencia emocional.1
1. En un artículo reciente de Eranos, el señor Sholem, con una ciencia histórica por
cierto admirable y con una notable intuición de la significación sistemática de los textos
estudiados (intuición ausente a veces en otros historiadores), hace una distinción entre
el mesianismo apocalíptico, que es sobre todo popular y el mesianismo racionalista de
los rabíes, que culmina en la célebre página acerca de los tiempos mesiánicos que Mai-
mónides da en su Mishnah Torá, hacia el final del capítulo consagrado a las leyes del po
El problema central al que están consagrados cada uno de los
pasajes comentados aquí está señalado por un subtítulo. En realidad,
los problemas tratados están vinculados entre sí.
Las páginas que se van a leer hacen cortejo a los trabajos pre
sentados en el 3er. y 4to. coloquios de los intelectuales judíos, orga
nizados por la sección francesa del Congreso Judío Mundial en 1960
y 1961. Su forma sigue siendo aquella que responde a la exposición
oral. La presentación misma sigue la secuencia en la que se dieron
entonces, sin atender al orden en el cual los textos talmúdicos co
mentados figuran en el Tratado Sanedrín. No obstante, las referen
cias a la paginación talmúdica indican ese orden.
La explicación de un texto talmúdico por alguien que no ha pa
sado su vida estudiando la literatura rabínica a la manera tradicional
es una empresa muy atrevida, incluso si quien la intenta se ha fami
liarizado desde la infancia con los caracteres cuadrados o hebreos y
aun cuando esos textos hayan sido un gran aporte para su propia vi
da intelectual. El conocimiento tradicional de los textos talmúdicos
en todo su alcance no llegaría por sí solo, ciertamente, a satisfacer a
un pensador occidental. Ese conocimiento es, sin embargo, la con
dición necesaria del pensamiento judío. Lo que se leerá aquí no es
entonces más que un ensayo.
der político. Sin embargo, no todo ha sido dicho, como parece a veces creerlo el señor
Sholem, una vez afirmado el carácter racionalista de ese mesianismo -como si la racio
nalización no significara más que la negación de lo maravilloso y como si, en el terreno
espiritual, se pudieran abandonar los valores cuestionables sin ponerse en contacto con
otros valores-. Es la significación positiva del mesianismo de los rabíes la que quisiera
mostrar en mi comentario.
ca mesiánica. En cuanto al mundo futuro, ningún ojo lo vio fuera de
Tí, Oh Señor que obrarás para aquél que te espera”.
La parte final de ese texto: “[...] ningún ojo lo vio [ . . es una
traducción, lo menos que se pueda decir libre (como lo son muy a
menudo las traducciones talmúdicas) de un versículo de Isaías (64,
3). La Biblia de Zadoc Kahn lo traduce así: “Nunca ningún ojo hu
mano había visto otro dios que Tú obrar de ese modo a favor de sus
fieles”.
¡Traducción por cierto libre del Talmud! No es el momento de
justificar esa libertad. En todo caso, ella no le quita nada al pensa
miento propio del talmudista para quien habilita una expresión.
Las traducciones de los talmudistas, siempre singulares, a menu
do extrañas, intentan abrir nuevas perspectivas a partir de la lección
simple del texto, perspectivas que, en realidad, son las únicas que
dan acceso a la dimensión misma donde el sentido profundo de la
lectura simple podrá fundarse.
Rabí Chiya ben Abba, en nombre de Rabí Yochanan, sostiene en
primer término una tesis judía clásica (no siempre del todo familiar
a los judíos) según la cual existe una diferencia entre el mundo fu
turo y la época mesiánica. Agrega luego que ésta -eje de articula
ción entre dos épocas, y no precisamente cierre de la historia- con
siste en la realización de todas las profecías políticas y sociales,
promesa de una humanidad aliviada y mejor. Es posible, en efecto,
agrupar las promesas de los profetas en dos categorías: política y so
cial. La injusticia y la alienación introducidas por la dimensión ar
bitraria de las potencias políticas en todo emprendimiento humano,
habrán de desaparecer; pero la injusticia social, el dominio ejercido
por parte de los ricos sobre los pobres, desaparecerán al mismo
tiempo que la violencia política La tradición talmúdica, representa
da por Rabí Chiya ben Abba, hablando en nombre del Rabí Yocha
nan, ve en los tiempos mesiánicos la realización simultánea de todas
esas promesas políticas y sociales.
En cuanto al mundo futuro, éste parece situarse en otro plano.
Nuestro texto lo define como “privilegio de quien te aguarda”. Se
trata, en principio, de un orden personal e íntimo, exterior a las rea
lizaciones de la historia que están a la espera de una humanidad en
vías de unirse en un destino colectivo. El mundo futuro no puede ser
anunciado por un profeta que se dirige a todos. El judaismo, como
institución objetiva -como Sinagoga- sólo enseña las verdades que
conciernen al Bien de la comunidad y al orden público. Enseña y
profetiza la justicia. No es una compañía de seguros contra todo
riesgo. La salvación personal de los hombres, la relación directa e
íntima del hombre con Dios, escapan a la indiscreción de los profe
tas; nadie puede fijar por anticipado el itinerario de esa aventura. Pe
ro el texto continúa así:
Existe sobre ese punto una opinión contraria, la de Samuel, quien
afirma: “Entre este mundo y la época mesiánica, no hay más diferen
cia que el fin del ‘yugo de las naciones' -de la violencia y de la opre
sión políticas
Texto muy conocido, que Maimónides retomará procurando, por
su parte, hacer una síntesis entre la opinión de Samuel y la de Rabí
Yochanan. Pero esta opinión pretendidamente opuesta a la del
Rabí Yochanan, se expresa de manera tal que en un primer momen
to deja la impresión de estar anunciando una era que se distingue de
la precedente en un detalle: los tiempos mesiánicos sólo indican el
fin de la violencia política. Y sin duda se trata allí del fin de la ser
vidumbre política de Israel, disperso entre las naciones. Pero el pen
samiento de Samuel debe ser profundizado para damos acceso a un
horizonte más amplio, donde se ubica la esperanza de Israel y sin el
cual esta esperanza privada no podría situarse en el rango de los pen
samientos.
En otros textos, Samuel toma igualmente en serio la potencia po
lítica. La era en la que el problema político se resuelve, en que la
política ya no viene a contrariar (ni a reducir a la nada, ni a su mera
contradicción) el emprendimiento moral del hombre, marca la culmi
nación de la historia y merece el nombre de tiempos mesiánicos.
¿El fin de las violencias políticas se separa del fin de las violen
cias sociales? ¿Samuel anuncia el paraíso de los capitalistas: ya no
más guerras, ni servicio militar, ni antisemitismo, pero no se tocan
las cuentas bancarias y el problema social queda sin resolver? Un
texto paralelo -los hay en abundancia en el Talmud- indica acaso las
razones alegadas por Samuel a favor de su tesis:
No hay entre la época mesiánica y este mundo nada que los distin
ga, como no sea el fin de la violencia y de la opresión política, ya que
la Biblia dice (Deut. 15,11): “El pobre no desaparecerá de la tierra”
(Berajot, p. 34b).
Es evidentemente imposible adjudicar a un doctor del Talmud la
opinión cuya caricatura acabamos de dibujar, y según la cual los
miembros de la sociedad mesiánica pueden complacerse en la in
justicia social. En el Deuteronomio que Samuel cita, no lejos del
versículo según el cual “El pobre no desaparecerá de la tierra”, se
ubica aquél que recomienda: “Que no haya pobres entre vosotros”
(Deut. 15, 4). Samuel no puede haberlo ignorado. Su opinión debe
tener entonces un significado por completo diferente; el desacuerdo
entre Rabí Yochanan y Samuel, ¿no se refiere acaso al sentido que
positivamente reviste la época mesiánica? Para Rabí Yochanan, ésta
resuelve todas las contradicciones políticas y termina con la desi
gualdad económica, para inaugurar una vida contemplativa o activa
no alienable -quizás el saber absoluto, el quehacer artístico o la
amistad; en todo caso, una vida por encima de lo político y de lo so
cial, de allí en más inofensivos-.
Es a partir de ahí que la posición de Samuel cobra toda su fuer
za: para él, la vida espiritual en sentido estricto resulta inseparable
de la solidaridad económica con el otro -el dar es, en cierto modo,
el movimiento original de la vida del espíritu-; la culminación me
siánica no podría suprimirlo. Todo cuanto ella permite es el máximo
despliegue de ese dar, la mayor pureza y las más altas alegrías, con
jurando la violencia política que lo falsea. No porque los pobres de
ban subsistir para que los ricos tengan la alegría mesiánica de ali
mentarlos. Es necesario pensar en términos más radicales: el otro es
siempre el pobre, la pobreza lo define como otro, y la relación con
él seguirá siendo siempre ofrenda y don, nunca un acercamiento
“con las manos vacías”. La vida espiritual es esencialmente vida
moral y su lugar predilecto es el económico.
Samuel, en consecuencia, tiene también una muy elevada opi
nión de la época mesiánica, pero no piensa que el otro, en su condi
ción de pobre, sea tan sólo el accidente de un régimen histórico la
mentable. El “mundo futuro”, es decir la modalidad de vida a la que
accede el individuo gracias a las posibilidades de la vida interior -y
que ningún profeta anuncia- abre nuevas perspectivas. Los tiempos
mesiánicos, en tanto forman parte de la historia (y donde, en conse
cuencia, el sentido de nuestras responsabilidades reales en ella se re
vela), las ignoran todavía.
Contrariamente a Samuel, quien no separa entonces la vida me
siánica de las dificultades ni de la trascendencia propias de la moral,
Rabí Yochanan entrevé una vida espiritual pura y agraciada, en cier
to modo despojada de todo el peso que en ella introducen las cosas,
concretizado en la economía, así como relaciones directas con el
otro, que ya no aparece como pobre sino como amigo; una vida don
de no habría más oficios, sino sólo artes y donde la repercusión eco
nómica de las actividades deja de entrar en línea de cuenta. Rabí Yo
chanan cree, en cierto modo, en el ideal de un espíritu desencamado,
de una armonía y de una gracia totales, exento de elementos dramá
ticos; Samuel, por el contrario, tiene el sentimiento del esfuerzo per
manente de renovación que exige esta vida espiritual.
Y en efecto, nuestro texto continúa relatando dos otras lecciones
de Rabí Yochanan, transmitidas por Rabí Chiya ben Abba:
Rabbí Chiya ben Abba dijo en nombre de Rabí Yochanan: “Todos
los profetas no han profetizado sino para los arrepentidos. Pero en
cuanto a los justos sin flaquezas, ningún ojo lo vio como no seas Tú, Se
ñor que obrarás por aquél que te espera”.
El texto sigue con una digresión de la que me ocuparé luego.
Y Rabí Chiya ben Abba dijo en nombre de Rabí Yochanan: “Todos
los profetas en conjunto sólo profetizaron para quien entrega su hija en
matrimonio al estudiante de la Ley, o para quien beneficia con sus bie
nes (muebles e inmuebles probablemente) a un estudiante de la Ley. En
cuanto al estudiante de la Ley en sí, ningún ojo lo vio, como no seas Tú,
Señor que obrarás por aquél que te espera
Rabí Yochanan nos enseña algo nuevo: de quién se ocupó la pa
labra de los profetas. En primer término, profetizaron para los arre
pentidos. A los justos sin flaquezas les está reservado el mundo fu
turo. A los justos arrepentidos, los tiempos mesiánicos -un mundo
del que aquellos gozan ya desde ahora-. ¿Quiénes son los justos sin
flaquezas? Los justos sin drama, alejados de las contradicciones del
mundo. Así, siempre se impone con el Rabí Yochanan el ideal de un
espíritu desencamado y agraciado.
Comparemos el primer texto y el segundo que acabo de citar.
La palabra de los profetas se dirigió a quienes continúan su vida
económica cotidiana, sin abandonarse al determinismo propio de
esa vida; a quienes fundan una familia, por cierto, pero al hacerlo
ya la consagran a la vida desinteresada del intelecto, encamada en
el estudiante de la Ley, quien accede directamente a la revelación,
al conocimiento de Dios; a aquellos que comercian y trabajan, pe
ro dedican ese trabajo al estudiante de la Ley; a los que poseen,
pero consagran su propiedad a ese estudiante. Familia, trabajo,
propiedad, esas instituciones de la historia pre-mesiánica pueden,
para el Rabí Yochanan, quedar sustraídas a las necesidades de la
historia por los individuos aún incapaces de vínculos directos con
el espíritu desinteresado, pero aptos a participar en él indirec
tamente, gracias a la mediación del estudiante de la Ley. Los tiem
pos mesiánicos los llevarían entonces a subir un grado más: en
trarán así en la vida del espíritu desinteresado y agraciado de los
estudiantes de la Ley, quienes están convocados a alcanzar el
grado extremo, el del mundo futuro, del que me ocuparé más ade
lante.
Notemos -y a que es característico del modo según el cual el Tal
mud aborda las cuestiones-, que la oposición entre los Rabíes Yo
chanan y Samuel -como ocurre cada vez que los Doctores se opo
nen- refleja dos perspectivas entre las cuales el pensamiento oscila,
en cierto modo, eternamente. ¿El espíritu indica una vida casi divi
na, en cierto modo liberada de las limitaciones de la condición hu
mana, o bien es esta condición, sus límites y sus dramas, la que ar
ticula la vida del espíritu como tal? Es importante señalar que am
bas concepciones reenvían al pensamiento judío, ya que una y otra
expresan al hombre. También importa ponerse en guardia frente al
juego fácil de las antítesis al que se libran pensadores preocupados
por resumir las que postulan como opciones del pensamiento judío.
Subrayemos ahora otro aspecto de la discusión que se da (eter
namente) entre Rabí Yochanan y Rabí Samuel. Rabí Yochanan pien
sa que la proximidad de los tiempos mesiánicos y la felicidad que
ellos prometen depende del mérito. No es el caso de Samuel, quien
se pregunta: “¿Para quién profetizaron los profetas?”. Como si, pa
ra él, las promesas hechas por aquellos concernieran a todo el mun
do. En un segundo texto que me encargaré de comentar, Samuel nie
ga expresamente la relación entre la venida del Mesías y el mérito.
Concibe allí la llegada de los tiempos mesiánicos como un aconte
cimiento que no depende sólo de la perfección moral de los indivi
duos. Para Rabí Yochanan, el problema político queda resuelto al
mismo tiempo que el problema social y la solución de ambos está en
manos del hombre, depende de su poder moral. Habría un pasaje na
tural de la actividad con fundamentos morales a los tiempos mesiá
nicos. Nada podría alienar la actividad moral; el bien que quiero ha
cer, del que soy consciente, hace intrusión en la realidad sin perderse
en el conflicto. Provoca la transformación social buscada, aquélla
que conduce a una transformación política. El agente moral sigue
siendo el verdadero agente de lo que hace; sus intenciones no cam
bian de signo cuando se vuelcan en la realidad histórica.
Para Samuel, por el contrario, existe algo que permanece extran
jero al individuo moral, algo que debe ser en primer término supri
mido para que los tiempos mesiánicos advengan. El Mesías es, ante
todo, esa ruptura. Para la conciencia lúcida y dueña de sus intencio
nes, la llegada del Mesías comporta un elemento irracional -o por lo
menos algo que no depende del hombre, que viene de afuera: la re
solución de las contradicciones políticas-. Lo interesante.es la cate
goría misma de ese acontecimiento que viene de afuera. Que ese
afuera sea la acción de Dios o una revolución política, a distinguir
de la moral, poco importa: el Talmud se interesa con frecuencia mu
cho más en la categoría que en el acontecimiento mismo del que ha
bla. La concepción de Rabí Yochanan acuerda todo a la libertad
humana y a la acrión moral; la de Samuel sitúa entre el emprendi-
miento moral, entre la libertad humana y la culminación del bien, un
obstáculo de tipo completamente nuevo: la violencia política, que
debe ser superada por el advenimiento mesiánico.
Esto es lo esencial que tenía para decir acerca de este primer tex
to; pero éste incluye una digresión que dejé de lado y una parte fi
nal que también quiero exponer.
Cuando Rabí Chiya ben Abba dice en nombre de Rabí Yochanan
que los profetas sólo profetizaron para los arrepentidos, pero que los
justos sin flaquezas tendrán una suerte “que ningún ojo pudo ver
fuera de Ti”, etc., alguien manifiesta su desacuerdo. Se trata de Rabí
Abhou, quien habla en nombre de Rav (no es del todo seguro que
haya sido así; un texto paralelo al Tratado Berajot no menciona a
Rav). Rabí Abhou dice: “En el lugar donde se encuentran los arre
pentidos, los justos no pueden estar”.
Se cita a menudo este último texto. La ventaja acordada a los
arrepentidos respecto de los justos sin flaquezas, evoca la “felix cul
pa” y halaga nuestro gusto por lo patético, nuestra sensibilidad ali
mentada por el cristianismo y por Dostoievski. ¿El obrero de hora
undécima no es el más interesante? El arrepentimiento valdría más
que la existencia ininterrumpida en el bien, que la aburrida fidelidad.
La discusión entre Rabí Chiya ben Abba y Rabí Abhou demues
tra que la opinión de éste es sólo una opción: lo esencial del esfuer
zo moral reside, para el Rabí Abhou, en el retomo al Bien después
de la aventura del mal; el verdadero esfuerzo sería aquel revolucio
nario y dramático. La otra opinión subsiste. Aquella que elige la pu
reza inmaculada y una perfección sin historias, protegida absoluta
mente contra la falta, separada del determinismo natural. Esta forma
exige también esfuerzo y virilidad. El Talmud se complace en subra
yar la ambigüedad del problema. El diálogo entre Rabí Chiya ben
Abba y Rabí Abhou es un diálogo eterno de la conciencia humana.
Uno y otro apoyan su tesis en el mismo versículo: “Paz, paz al ale
jado y al allegado”. Esa preocupación por conducir las “opiniones”
y las “opciones” a las encrucijadas del problema donde aquéllas re
ciben su dignidad de pensamientos, tal es el verdadero espíritu del
Talmud.
V. ¿Quién es el Mesías?