Las Décadas de Crisis-HISTORIA
Las Décadas de Crisis-HISTORIA
Las Décadas de Crisis-HISTORIA
Eric Hobsbawm
Este texto aborda el período 1973-1993, en el que donde reinó la inestabilidad, las crisis económicas y donde
colapsaron los cimientos de la “edad de oro”, los cuales quedaron minados. Colapsó la URSS y la Europa oriental
del “socialismo real”. Se abordan las transformaciones estructurales de la economía en el mundo capitalista y en el
comunista (Primer, segundo y Tercer Mundo).
El escenario mundial estuvo caracterizado por el desempleo masivo por ende impacto en los salarios, pérdida de
poder de los sindicatos, esto presiona a la baja de salarios (mano de obra disponible), la pobreza y la miseria,
mendigos en la calle, personas sin hogar. Desigualdad social, y concentración de la riqueza en pocas manos,
menos igualitarias y los ricos más ricos, los pobres +pobres. Sociedades donde la clase alta se apropia de 1/3 de la
renta total q produce un país, caso: Perú, Jamaica, Venezuela, Guatemala, México o Colombia. Foto de la época:
en los años ochenta muchos de los países más ricos y desarrollados tuvieron que acostumbrarse de nuevo a la
visión cotidiana de mendigos en las calles, así como al espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los
soportales al abrigo de cajas de cartón, cuando los policías no se ocupaban de sacarlos de la vista del público. En
una noche cualquiera de 1993, en la ciudad de Nueva York, veintitrés mil hombres y mujeres durmieron en la
calle o en los albergues públicos, y esta no era sino una pequeña parte del 3 por 100 de la población de la ciudad
que, en un momento u otro de los cinco años anteriores, se encontró sin techo bajo el que cobijarse. En el Reino
Unido (1989), cuatrocientas ¿Quién, en los años cincuenta, o incluso a principios de los setenta, hubiera podido
esperarlo?
¿Por qué el mundo económico era ahora menos estable? Los controles de almacén informatizados, la mejora
de las comunicaciones y la mayor rapidez de los transportes redujeron la importancia del «ciclo de stocks» de la
vieja producción en masa, que creaba grandes reservas de mercancías para el caso de que fuesen necesarias en los
momentos de expansión, y las frenaba en seco en épocas de contracción, mientras se saldaban los stocks. El nuevo
método, posible por las tecnologías de los años setenta e impulsado por los japoneses, permitía tener stocks
menores, producir lo suficiente para atender al momento a los compradores y tener una capacidad mucho mayor
de adaptarse a corto plazo a los cambios de la demanda. No estábamos en la época de Henry Ford (1903), sino en
la de Benetton (1965).
Las «décadas de crisis» que siguieron a 1973 no fueron una Gran Depresión, la economía global no quebró, ni
siquiera momentáneamente, aunque la edad de oro finalizase en 1973-1975 con algo muy parecido a la clásica
depresión cíclica, que redujo en un 10 por 100 la producción industrial en las «economías desarrolladas de
mercado», y el comercio internacional en un 13 por 100. En el mundo capitalista avanzado continuó en desarrollo
económico, aunque a un ritmo más lento que en la edad de oro, a excepción de algunos de los «países de
industrialización reciente» (fundamentalmente asiáticos), cuya revolución industrial había empezado en la década
de los sesenta. El crecimiento del PIB colectivo de las economías avanzadas apenas fue interrumpido por cortos
períodos de estancamiento en los años de recesión de 1973-1975 y de 1981-1983.
El comercio internacional de productos manufacturados, motor del crecimiento mundial, continuó, e incluso se
aceleró, en los prósperos años ochenta, a un nivel comparable al de la edad de oro. A fines del siglo XX los países
1
del mundo capitalista desarrollado eran, en conjunto, más ricos y productivos que a principios de los setenta y la
economía mundial de la que seguían siendo el núcleo central era mucho más dinámica.
En cambio, en África, Asia occidental y América Latina, el crecimiento del PIB se estancó. La mayor parte de
la gente perdió poder adquisitivo y la producción cayó en las dos primeras de estas zonas durante gran parte de la
década de los ochenta,= período de grave depresión. En la antigua zona del «socialismo real» de Occidente, las
economías, que habían experimentado un modesto crecimiento en los ochenta, se hundieron por completo
después de 1989. Desintegración de las economías de la zona soviética y el crecimiento espectacular de la
economía china en el mismo período.
Las disputas ideológicas entre los keynesianos (partidarios de una economía mixta) y los teólogos ultra
neoliberales : los keynesianos afirmaban que los salarios altos, el pleno empleo y el estado del bienestar creaban
la demanda del consumidor que alentaba la expansión, y que bombear más demanda en la economía era la mejor
manera de afrontar las depresiones económicas. Los neoliberales aducían que la economía y la política de la edad
de oro dificultaban —tanto al gobierno como a las empresas privadas— el control de la inflación y el recorte de
los costes, que habían de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el auténtico motor del crecimiento en
una economía capitalista. En cualquier caso, sostenían, la «mano oculta» del libre mercado de Adam Smith
produciría con certeza un mayor crecimiento de la «riqueza de las naciones» y una mejor distribución posible de
la riqueza y la rentas; afirmación que los keynesianos negaban. (P.409).
Revolución tecnológica: la edad de oro, aunque era, como hemos visto, el producto predecible de esa
época. Su sistema productivo quedó transformado por la revolución tecnológica, y se globalizó o
«transnacionalizó» extraordinariamente, sustituir la destreza humana por la de las máquinas; el trabajo
humano, por fuerzas mecánicas, dejando a la gente sin trabajo.= desempleo estructural, no cíclico.
Cuanto más avanzada es la tecnología, más caro resulta el componente humano de la producción
comparado con el mecánico. La tragedia histórica de las décadas de crisis consistió en que la producción
prescindía de los seres humanos a una velocidad superior a aquella en que la economía de mercado creaba
nuevos puestos de trabajo para ellos. (pp. 413-414).
La nueva división internacional del trabajo transfirió industrias de las antiguas regiones, países o
continentes a los nuevos, convirtiendo los antiguos centros industriales paisajes urbanos en los que se
había borrado cualquier vestigio de la antigua industria. El auge de los nuevos países industriales es
sorprendente: a mediados de los ochenta, siete de estos países tercermundistas consumían el 24 por 100
del acero mundial y producían el 15 por 100. En un mundo donde los flujos económicos atravesaban las
fronteras estatales, las industrias con uso intensivo de trabajo emigraban de los países con salarios
elevados a países de salarios bajos; es decir, de los países ricos que componían el núcleo central del
capitalismo, como los Estados Unidos, a los países de la periferia.
Desempleo e inestabilidad laboral se traduce en problemas de inseguridad, depresión, aumentan los suicidios de
gente joven.
Los partidos socialdemócratas o laboristas ya no podían garantizar la lucha por mejoras salariales y el desempleo
debilitó su capacidad de lucha. Asimismo, se produce la pérdida de poder de los partidos tradicionales y el
2
surgimiento de nuevos movimientos sociales (feministas, ecologistas etc.). El rechazo de la «vieja política», se
evidenció en el apoyo del electorado a Collor de Melo en Brasil y a Fujimori en Perú, ambos eran nuevas figuras
que representaban la “nueva” política. Desde principios de los años treinta —en otro período de depresión— no se
había visto nada semejante al colapso del apoyo electoral que experimentaron, a finales de los ochenta y
principios de los noventa, partidos consolidado y con gran experiencia de gobierno, como el Partido Socialista en
Francia (1990), el Partido Conservador en Canadá (1993), y los partidos gubernamentales italianos (1993). En
resumen, durante las décadas de crisis las estructuras políticas de los países capitalistas democráticos, hasta
entonces estables, empezaron a desmoronarse. Y las nuevas fuerzas políticas que mostraron un mayor potencial
de crecimiento eran las que combinaban una demagogia populista con fuertes liderazgos personales y la hostilidad
hacia los extranjeros. Los supervivientes de la era de entreguerras tenían razones para sentirse descorazonados.
Esta crisis resultó primero encubierta, y posteriormente acentuada, por la inflexibilidad de sus sistemas políticos,
de modo que el cambio, cuando se produjo, resultó repentino, como sucedió en China tras la muerte de Mao y, en
1983-1985, en Unión Soviética, tras la muerte de Brezhnev. Desde el punto de vista económico, estaba claro
desde mediados de la década de los sesenta que el socialismo de planificación centralizada necesitaba reformas
murgentes. Y a partir de 1970 se evidenciaron graves síntomas de auténtica regresión. Este fue el preciso
momento en que estas economías se vieron expuestas —como todas las demás, aunque quizá no en la misma
medida— a los movimientos incontrolables y a las impredecibles fluctuaciones de la economía mundial
transnacional. La entrada masiva de la Unión Soviética en el mercado internacional de cereales y el impacto de las
crisis petrolíferas de los setenta representaron el fin del «campo socialista» como una economía regional
autónoma, protegida de los caprichos de la economía mundial. Con el súbito desmoronamiento del sistema
político soviético, se hundieron también la división interregional del trabajo y las redes de dependencia mutua
desarrolladas en la esfera soviética, obligando a los países y regiones ligados a éstas a enfrentarse individualmente
a un mercado mundial para el cual no estaban preparados.
Es prácticamente imposible hacer generalizaciones sobre la extensa área del tercer mundo (incluyendo aquellas
zonas del mismo que estaban ahora en proceso de industrialización). Las décadas de crisis afectaron a aquellas
regiones de maneras muy diferentes. La única generalización que podía hacerse con seguridad era la de que, desde
1970, casi todos los países de esta categoría se habían endeudado profundamente. En 1990 se los podía clasificar,
desde los tres gigantes de la deuda internacional (entre 60.000 y 110.000 millones de dólares), que eran Brasil,
México y Argentina, pasando por los otros veintiocho que debían más de 10.000 millones cada uno, hasta los que
sólo debían de 1.000 o 2.000 millones.
Los ochenta se produjo un momento de pánico cuando, empezando por México, los países
latinoamericanos con mayor deuda no pudieron seguir pagando, y el sistema bancario occidental estuvo al
borde del colapso, puesto que en 1970 (cuando los petrodólares fluían sin cesar a la busca de inversiones)
algunos de los bancos más importantes habían prestado su dinero con tal descuido que ahora se encontraban
3
técnicamente en quiebra. Por fortuna para los países ricos, los tres gigantes latinoamericanos de la deuda no se
pusieron de acuerdo para actuar conjuntamente, hicieron arreglos separados para renegociar las deudas, y los
bancos, apoyados por los gobiernos y las agencias internacionales, dispusieron de tiempo para amortizar
gradualmente sus activos perdidos y mantener su solvencia técnica. La crisis de la deuda persistió, pero ya no era
potencialmente fatal. Este fue probablemente el momento más peligroso para la economía capitalista mundial
desde 1929. Su historia completa aún está por escribir. Mientras las deudas de los estados pobres aumentaban, no
lo hacían sus activos, reales o potenciales. En las décadas de crisis la economía capitalista mundial, que juzga
exclusivamente en función del beneficio real o potencial, decidió «cancelar» una gran parte del tercer mundo. De
las veintidós «economías de renta baja», diecinueve no recibieron ninguna inversión extranjera.
De hecho, sólo se produjeron inversiones considerables (de más de 500 millones de dólares) en catorce de los casi
cien países de rentas bajas y medias fuera de Europa, y grandes inversiones (de 1.000 millones de dólares en
adelante) en tan sólo ocho países, cuatro de los cuales en el este y el sureste asiático (China, Tailandia, Malaysia e
Indonesia), y tres en América Latina (Argentina, México y Brasil).
La economía mundial transnacional, crecientemente integrada, no se olvidó totalmente de las zonas proscritas. Las
más pequeñas y pintorescas de ellas tenían un potencial como paraísos turísticos y como refugios extraterritoriales
offshore del control gubernamental, y el descubrimiento de recursos aprovechables en territorios poco interesantes
hasta el momento podría cambiar su situación.
En 1990 los únicos estados ex socialistas de la Europa oriental que atrajeron alguna inversión extranjera neta
fueron Polonia y Checoslovaquia. Dentro de la enorme área de la antigua Unión Soviética había distritos o
repúblicas ricos en recursos que atrajeron grandes inversiones, y zonas que fueron abandonadas a sus propias y
míseras posibilidades. De una forma u otra, gran parte de lo que había sido el «segundo mundo» iba asimilándose
a la situación del tercero.
El principal efecto de las décadas de crisis fue, pues, el de ensanchar la brecha entre los países ricos y los países
pobres. Entre 1960 y 1987 el PIB real de los países del África subsahariana descendió, pasando de ser un 14 por
100 del de los países industrializados al 8 por 100; el de los países «menos desarrollados » (que incluían países
africanos y no africanos) descendió del 9 al 5%.