Libre Opcion o Alivio de La Pobreza JELKEN BOESTEN
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POLÍTICAS DE POBLACIÓN
EN EL PERÚ DE ALBERTO FUJIMORI*
Jelke Boesten1
Los programas de control natal dirigidos a los más pobres del mundo no son
nuevos o únicos en el Perú. Como lo demuestran una gran variedad de estudios, a
menudo la pobreza de las masas no-blancas ha impulsado el desarrollo de estrategias
activas de control poblacional por parte de las organizaciones nacionales e
internacionales y los gobiernos (Mamdani 1972, Jaquette y Staudt 1988, Kabeer 1992).
Dichas políticas se han justificado con argumentos de desarrollo económico,
medioambientalistas y médicos. A menudo, como los diversos estudios indican, los
*
Publicado originalmente por la Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe (número 82,
abril de 2007) del Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos de Amsterdam. Traducido del
inglés por Ricardo Alvarado Portalino.
motivos subyacentes de estas estrategias se basan en el temor a la pobreza y la
degeneración racial, con efectos más allá de las fronteras nacionales.
Después de ser reelegido por una amplia mayoría de votos, Fujimori incorporó a
la ley las esterilizaciones voluntarias como un método anticonceptivo aprobado. Esto
provocó un acalorado debate entre el gobierno y la Iglesia, pero los medios de
comunicación en general apoyaron la medida (Bonfiglio 1999). La Iglesia trató de
imponer sus propias condiciones. Por ejemplo, impidió que el Estado implementase una
educación sexual liberal en las escuelas, oponiéndose a la difusión del material
educativo preparado por el Ministerio de Salud en 1996. El entonces arzobispo de
Ayacucho y una de las autoridades de la Iglesia más conservadoras e influyentes del
Perú, monseñor Juan Luis Cipriani, desarrolló su propio material educativo, haciendo
hincapié en la paternidad responsable y la planificación familiar basada en la
abstinencia y los valores morales. De acuerdo a muchos registros de esta polémica entre
la Iglesia y el gobierno, el material conservador quedó a disposición de todos y la
versión del ministerio –revisada- quedó a disposición de los profesores, pero no de los
estudiantes (Sala 1996; Bonfiglio 1999, 136)5. La influencia que la Iglesia tenía en la
política determinó en parte las políticas del gobierno. Sin embargo, Fujimori continuó
desafiando a los sectores conservadores, con el apoyo de la comunidad internacional y
la opinión pública.
+
“El puerto de Lima” en el original (nota del traductor).
métodos radicales de Fujimori demostraron su interés personal por disminuir el
crecimiento de la población a través del método más rentable, las esterilizaciones.
Por supuesto, la Iglesia sintió que estaba perdiendo terreno en la zona en la que
se creía la única autoridad. Sin embargo, como el Ministro de Salud declaró a un
peródico nacional, esta vez no hubo desacuerdos con la Iglesia, porque el gobierno
solamente “cedió a las demandas de la población para controlar su fertilidad de acuerdo
a sus derechos” (La República, 16 de agosto 1995). Pero Fujimori incluso dio un paso
más allá: el Presidente acusó a la Iglesia de impedir a las mujeres el ejercicio de sus
derechos, diciendo en su discurso ante la Conferencia Mundial sobre la Mujer: “Estoy
convencido de que en América Latina y en otras partes del mundo ha llegado el
momento de abandonar, de una vez por todas, los esquemas mentales anticuados que
impiden el pleno desarrollo de la mujer y, por tanto, de la humanidad. Esto no significa
que nuestro objetivo sea atacar a ninguna institución, sino que debe promoverse un
debate de los más altos estándares éticos y humanos” (Fujimori, 1995). De esta manera,
Fujimori desplegó el discurso internacional de los derechos de la mujer e hizo un
llamamiento exigiendo igualdad para justificar el programa de planificación familiar –o
más bien, programa de reducción de la fertilidad- dirigido a las mujeres pobres, rurales
y urbano-marginales, al mismo tiempo que colocaba a sus políticas fuera del alcance de
cualquier objeción conservadora.
Cuando, a mediados de 1996, la Iglesia denunció la existencia de un programa
sistemático de esterilizaciones impulsado por el gobierno de Fujimori, sus acusaciones
fueron desestimadas: Fujimori afirmó que la Iglesia era una fuerza conservadora que no
apoyaba la libertad de las mujeres para usar anticonceptivos modernos. Esto estaba en la
línea de su discurso en Beijing. Inicialmente, los movimientos de derechos humanos y
feministas apoyaron en silencio los planes de Fujimori. Sin embargo, desde fines de
1996 en adelante, los movimientos de derechos humanos y la Defensoría del Pueblo se
unieron a la Iglesia en sus críticas. A causa de una maraña de intereses y prioridades, las
organizaciones feministas respondieron de manera tardía y no muy eficaz a las políticas
(Barrig 2002, Petchesky 2000). En 1998, fue retirada una importante financiación
internacional y el gobierno se vio obligado a reformar seriamente sus políticas de
población (Bonfiglio 1999, Aramburú 2002).
Antes del inicio del programa de población, según lo observado por la Encuesta
Demográfica y de Salud 1991-1992, la mayoría de las mujeres peruanas encontraba que
2 hijos eran el número ideal para la crianza. Sin embargo, la tasa de fecundidad nacional
era de 4 hijos por mujer y las zonas rurales mostraban un promedio poco más de 6 hijos
por mujer, a pesar de que la mayoría de las mujeres no querían más hijos (FLACSO
1993, 83; Aramburú 2002). Tales números son compatibles por la cantidad de abortos
ilegales ejecutados en el Perú: de acuerdo con la organización feminista Flora Tristán,
por lo menos un 30% de todos los embarazos anuales fueron abortados. Muchos abortos
fueron llevados a cabo por personas no profesionales, otros fueron auto-inducidos,
dando lugar a muchas complicaciones y mortalidad materna (Flora Tristán y DEMUS,
2000). Encuestas posteriores entre las mujeres indígenas demuestran que ellas
consideran a las complicaciones físicas de tener muchos hijos como una carga para sus
cuerpos (FLACSO 1993, 2002 Aroyo, Aramburú 2002). Por lo tanto, podemos suponer
que la mayoría de mujeres querían usar algún método anticonceptivo8.
Huancavelica
Las actitudes racistas de los proveedores locales de salud son la piedra angular
de la aplicación de programas coercitivos de planificación familiar. ¿De qué otra
manaera un médico, a menudo nacido y crecido en la región y educado en una
universidad de provincias, sería capaz de obligar a tomar píldoras, poner DIU e incluso
esterilizar a la población local? Sólo un profundo desprecio por la población lo puede
explicar: la creencia de que los pueblos indígenas hombres y mujeres no son capaces de
entender los métodos de control de natal. Ellos parecen creer que los hombres no
quieren el control natal y que las mujeres son demasiado ignorantes para entender cómo
usarlo. Al mismo tiempo, el personal de salud parecía haber sido fácilmente convencido
sobre la necesidad de las familias pobres de utilizar un método anticonceptivo para
poner fin a la reproducción de determinados grupos sociales.
Esto nos lleva a un aspecto que es más problemático que “sólo” un gobierno
cruel que establece cuotas. Las historias de abuso por razón de sexo, clase social y
discriminación étnica surgen no sólo en relación con el personal de salud y los
programas de planificación familiar, sino también en relación a la educación,
distribución de alimentos y los programas estatales para erradicar la violencia doméstica
(Oliart 1999, CLADEM 1998, Boesten 2003 y 2006). El autoritarismo y el abuso de
poder reproducen una jerarquía de larga data, basada en el género y la raza (Manrique
2002, Barrig 2001). En el caso de los programas de control natal, el interés personal que
tenía Fujimori en la lucha contra la pobreza impidiendo el crecimiento demográfico
generó obediencia entre las autoridades médicas locales, lo que a su vez, fue un
incentivo para un comportamiento autoritario y para el abuso de poder a nivel local.
Por tanto, la desigualdad opera a varios niveles y sirve para fines distintos, que a
menudo se cruzan entre sí. Para el médico de La Mar, la educación lo distinguía de sus
pacientes. El doctor mismo provenía del altiplano del sudeste de Puno. Él se presentaba
a sí mismo con orgullo como de ascendencia indígena, de habla aymara. Él también
decía que estaba encantado de servir en una región de habla quechua, y afirmaba amar
la cultura de la zona. Sin embargo, tras cuatro años en la zona de La Mar, aún no sabía
hablar el idioma. Aunque lamentaba su incapacidad para comunicarse con la población,
no parecía considerar como un problema esta falta de comunicación. Este médico decía
que estaba dedicado a las poblaciones indígenas, pero se definía a sí mismo como un
médico educado, designado por el Estado entre una población pobre e “ignorante”. Al
final, como médico educado que poseía la “verdad” de la ciencia biomédica, no creía en
la racionalidad de sus pacientes y pensaba que las mujeres indígenas y los hombres no
eran capaces de comprender los métodos de control natal. Poderoso ante la población,
pero impotente ante las autoridades superiores, este médico y su personal cumplieron
con las exigencias que les hizo el gobierno central16. Su testimonio muestra la
aplicación paternalista y jerárquica de las prácticas médicas en una cultura donde el
conocimiento biomédico a menudo emtra en contradicción con el conocimiento local
sobre el cuerpo y la salud reproductiva.
Etnia y género son los pilares palpables de la desigualdad, que han influido en
los prejuicios y la falta de comunicación entre los profesionales de la salud y los
usuarios. Los profesionales de la salud tienden a ver a las mujeres andinas como
ignorantes y promiscuas, lo cual ven como justificación de la presión sobre la necesidad
de control natal. Sorprendentemente, entre muchas parejas en las comunidades andinas,
la idea respecto a la promiscuidad es exactamente la inversa; en otras palabras, la mujer
es vista como promiscua cuando muestra interés en el uso de anticonceptivos modernos,
sino concibe muchos hijos de su marido. Una vez más, estas actitudes contradictorias
demuestran la necesidad de la mutua comprensión y del cuestionamiento constante de
las hipótesis acerca de la salud reproductiva entre los usuarios y trabajadores de salud.
Bonnie Shepard, oficial de programas para la Fundación Ford que estuvo a cargo del
Programa de Saluid Sexual y Reproductiva en la región durante los años 1995-1999,
concluyó: “En el contexto tradicionalmente vertical del entorno biomédico, proveedores
y usuarios son prisioneros de suposiciones no declaradas y de las roles correspondientes
a un sistema paternalista” (Shepard, 2002).
Observaciones finales
Hay una contradicción entre la retórica que Fujimori utilizó para justificar sus
políticas de población, centrada en el derecho de la mujer “a elegir”, y su objetivo real:
reducir rápidamente las tasas de fecundidad entre los pobres. Las mujeres pobres se
vieron obligadas a usar métodos anticonceptivos. Si el objetivo era capacitar a las
mujeres, entonces se logró lo opuesto: las mujeres eran tratadas como personas
subordinadas. La retórica emancipadora se desplegó eficientemente como una cortina de
humo para lo que realmente sucedió. Podemos concluir que las políticas del gobierno
tenían poco que ver con el empoderamiento de las mujeres, a pesar de las leyes y de la
retórica. Los discursos sobre pobreza y desarrollo, cargados de una retórica
emancipadora, llevaron a un énfasis cada vez mayor en la mujer como madre de pobres.
En la práctica, esto llevó a reducir la pobreza a través de la aplicación del control natal
“forzado” dirigido a las mujeres pobres –sobre todo indígenas-. A pesar de que su
posición abiertamente racista hacia la población designada como “problema” no se
expresó, las áreas, métodos y objetivos del programa de población de Fujimori dejan
pocas dudas acerca de los prejuicios ocultos que sostenían estas políticas. Por tanto,
podrían trazarse paralelismos entre las políticas de población a fines del siglo XX y las
ansiedades de principios del siglo XX respecto del carácter de la población peruana,
predominantemente indígena, "atrasada", y pobre (Boesten Drinot y 2004).
Dado que las mujeres dan a luz, se las percibe como responsables del número y
la “calidad” de los hijos que tienen. A menudo los hombres son pasados por alto en los
temas de salud reproductiva, y rara vez se los hace responsable de la concepción de los
hijos –o de tener demasiados hijos-. Por lo general, los gobiernos y las organizaciones
internacionales involucradas dirigen sus políticas de control de las tasas nacionales de
fertilidad hacia las mujeres, no hacia los hombres. Aunque esta responsabilidad se
proyecta sobre ellas, las mujeres, paradójicamente, no siempre son percibidas como
capaces de gestionar su propia sexualidad y, por lo tanto, a menudo son excluidas del
control sobre su propia fecundidad. Como confirma el análisis anterior, la relación entre
los proveedores de salud y las mujeres de bajos ingresos es desigual por definición, y
los abusos de poder son el núcleo fundamental de tales relaciones. Por otra parte, los
hombres a veces intentan controlar el comportamiento sexual de las mujeres a fin de
mantener una cierta inequidad de poder en el matrimonio y la familia. Las ansiedades de
los hombres respecto al uso de anticonceptivos modernos por parte de las mujeres se
ven reforzadas por su exclusión del proceso de planificación familiar. Tales procesos
socioculturales necesitan ser analizados urgentemente, y deben ser vinculados a las
prácticas que se consideran universales y modernas en las políticas formales. Una
política más inclusiva, por supuesto, no sólo beneficiaría a las mujeres y hombres
involucrados, sino también mejoraría las relaciones de género en general, y
probablemente llevaría a la deseada disminución de las tasas nacionales de fertilidad17.
Esta discusión sobre la exclusión y el abuso podría sugerir que la mayoría de las
mujeres peruanas no tienen control alguno sobre su propia fertilidad. Sin embargo, las
conversaciones que tuve con mujeres de las zonas rurales y urbanas sobre el control de
la fertilidad sugieren que las mujeres emplean estrategias de control que casi nunca se
han documentado. Varias mujeres dicen expresamente que han utilizado o que podrían
haber utilizado las campañas de esterilización para dejar de quedar embarazadas. Para
algunas mujeres, las campañas cerca de sus casas eran una solución a los numerosos
embarazos que no deseaban, y que resultaban difíciles de controlar con métodos
tradicionales. Esto está respaldado por la persistente evidencia de una tasa ideal de
fecundidad de 2-3 hijos por mujer. La esterilización, así como el DIU, también parecía
un buen método con el que cual evitar la oposición de los maridos contra el uso de
anticonceptivos modernos, como píldoras, inyecciones o condones. Las mujeres
pensaban que podía mantener en secreto la esterilización o el DIU18. No podemos saber
hasta qué punto las mujeres han usado las campañas de esterilización de acuerdo a sus
propios deseos; sólo podemos concluir que debemos examinar las ambigüedades en el
accionar de las mujeres. Puede haber habido una doble capa en las acusaciones de
coerción durante las campañas de esterilización. Aunque ello no afecta el hecho de que
se fijaron cuotas y se utilizó la coacción, sugiere una situación aún más compleja –y
quizá preocupante-.
***
E-mail: [email protected]
REFERENCIAS
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Tamayo, Giulia
¡Viva!
NOTAS
1
Agradezco a Maruja Barrig, Betsy Hartmann, Paulo Drinot y a dos revisores anónimos, por sus
sugerencias y comentarios. El análisis presentado aquí es, por supuesto, mi responsabilidad.
2
Existe una amplia literatura sobre las deliberaciones a principios del siglo XX con respecto a lo que se
llamó el "problema indígena". A fin de evitar hacer una lista inevitablemente incompleta de referencias,
me remito al libro más completo que se ocupa de estas cuestiones en relación a las preocupaciones
eugenésicas y malthusianas (Stepan 1991). Boesten y Drinot (2004) dan más detalles sobre los
paralelismos entre los primeros discursos del siglo XX y finales de las prácticas del siglo XX.
3
Necesidad de Una Política Democrática de Población, ¡Viva! 1 (4) 1985, 22.
4
Aramburu destaca que las esterilizaciones como parte del programa se llevaron a cabo por primera vez
en 1993. Si es así, esto se hizo de manera ilegal, porque la ley sobre esterilización voluntaria aún no había
sido aprobada (Aramburú 2002, 8).
5
Las guías incluyen la posibilidad de la homosexualidad como una preferencia sexual y la esterilización
voluntaria como método anticonceptivo. Sin embargo, el gobierno “revisó” en 1996 las guías de
educación sexual, después de una fuerte oposición no sólo de la Iglesia, sino también de políticos
conservadores.
6
En 1995, el gobierno peruano recibió 12 millones de dólares de USAID y en 1996, 16 millones. Según
Bonfiglio, el Banco Mundial también favoreció el programa de planificación familiar y financió
campañas educativas acerca de como la política de población estaba ayudando a combatir la pobreza
(Bonfiglio 1999, 134).
7
UNICEF tuvo una experiencia similar, un proyecto en Cusco y Cajamarca en temas de salud
reproductiva, fortalecimiento de las capacidades del personal sanitario y la participación de la comunidad
y la adaptación cultural de los servicios. De acuerdo con Alfredo Guzmán Chaganaquí (2002) el Estado
no hizo uso de la importante experiencia de este proyecto.
8
Fujimori usó ese conocimiento para apoyar la legitimidad de sus políticas cuando se enfrentó con la
oposición.
9
Varios autodiagnósticos elaborados por el Movimiento Manuela Ramos fueron analizados por Carmen
Yon Leau (2000) y, a continuación, en 2003, separados por departamentos (Movimiento Manuela Ramos
2003a, b, c, d). Varias de mis observaciones basadas en los autodiagnósticos de Huancavelica,
evidentemente, también se encuentran en el libro de Yon Leau y en los folletos. Los cuatro
autodiagnósticos de Huancavelica que uso aquí son copias de los originales elaborados por la oficina local
del Movimiento Manuela Ramos: Club de Madres “María Parado de Bellido”, Matipaccana, Yauli,
Huancavelica, noviembre de 1996; Club de Madres “Virgen del Rosario”, Pallalla, Acoria, Huancavelica
1998; Club de Madres “Sor Ana de los Ángeles”', Churcampa, Huancavelica, 27 de abril – 1º mayo,
1999; Club de Madres “Virgen de Fátima”, Centro Poblado Menor de San Juan de Ccarhuacc, Zona
Chopcca, Yauli, Huancavelica, 6-10 de julio de 1999. A pesar de que los pueblos, las fechas y las
experiencias personales pueden ser diferentes, las experiencias en materia de salud reproductiva entre las
mujeres de zonas rurales de Huancavelica son muy similares. Por lo tanto, he decidido no hacer referencia
a fechas o pueblos concretos al citar u observar de experiencias de las mujeres que se repiten en diferentes
autodiagnósticos.
10
Esto es consistente con estudios que analizan que el rol de las mujeres es percibido como las
principales portadoras y reproductoras de la tradición. Véase, por ejemplo Allpanchis, vol. 25 (1985),
donde se examina el papel de la mujer en los Andes, Radcliffe (1999), Stephenson (1999) y Barrig
(2001).
11
De acuerdo con las promotoras de la Casa del Bien-Estar, del Movimiento Manuela Ramos, en
Pamplona Alta, Lima, 2001. Se están creando nuevos programas dirigidos a los hombres, por ejemplo,
por parte de Calandria. Entrevista con Tommy Ravines, Calandria, julio de 2005, Lima.
12
En el 2003, la Comisión de Verdad y Reconciliación en 2003 confirmó que la oportunidad de
convertirse en una víctima de violencia en el Perú está directamente relacionada con el status social, es
decir, raza, ubicación geográfica, y nivel socioeconómico. El conflicto entre Sendero Luminoso y las
fuerzas de contrainsurgencia produjo 70.000 víctimas, de las cuales 80% eran de ascendencia indígena.
13
Entrevista realizada en La Mar, bajo identidad oculta, enero de 2003.
14
Reuniones en la Casa del Bien-Estar, Pamplona Alta, bajo la supervisión de las representantes locales
del Movimiento Manuela Ramos.
15
Entrevista realizada en La Mar, bajo identidad oculta, enero de 2003.
16
Se puede hacer un paralelo con los maestros del estudio de Oliart: ambos los profesores y estos
médicos son autoritarios y a menudo dominantes en relación con los menos educación, a pesar de que
parecen reproducir las circunstancias humillantes y el tratamiento que ellos (o sus los padres) recibieron
al estar en la posición de su actuales estudiantes / pacientes (Oliart 1999). Los patrones de abuso en los
servicios de salud, independientemente del programa de población, están documentados en CLADEM
1998.
17
Similares conclusiones sobre la incompatibilidad de las ideas biomédicas y locales sobre el cuerpo y la
salud reproductiva se hicieron en un estudio realizado en Jamaica por Elisa J. Sobo (1993). Sobre la
necesidad de la inclusión de los hombres en temas relacionados con la fertilidad, ver: Carla Obermeyer
Makhlouf (1999) y Pedro Sternberg (2000).
18
Discusión en grupo con la primera generación de migrantes andinos en un asentamiento de Pamplona
Alta, Lima.