Los Judios y El Origen Del Sistema Financiero Internacional
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José-Luis Fernández-Fernández
Universidad Pontificia Comillas
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Resumen
Desde el punto de vista histórico, los judíos se han dedicado tradicionalmente primero
al comercio y luego a la banca y a las finanzas por una razón muy sencilla: era lo que se
les permitía hacer y lo que nadie quería hacer en una sociedad que por sus
planteamientos religiosos estigmatizaba el préstamo de dinero a rédito. Con este papel,
no obstante, los judíos se convirtieron en los financiadores de reyes y notables y
llegaron a ser protagonistas del mundo de los negocios con unos postulados que cobran
vigencia en nuestros días y que pueden ser muy útiles a la hora de salir de la actual
crisis económica internacional.
Palabras clave
El presente texto, convertido en formato próximo al de artículo –al que se le han añadido las referencias
bibliográficas tenidas en cuenta para su elaboración inicial-, es la transcripción casi textual –llevada a
cabo por María de Miguel- de la conferencia impartida por el autor bajo el título de: “La banca, las
finanzas y el pueblo judío”, el día 21 de noviembre de 2013, en la Escuela Diplomática de Madrid, en el
marco de un curso organizado por el Instituto de Estudios Israelíes. De ahí el tono oral que el texto
mantiene.
1
1. INTRODUCCIÓN
Recuerdo que de niño, al leer El Cantar del Mío Cid, descubrí un personaje que se
llamaba Martín Antolínez, “aquel burgalés de pro”. Martín Antolínez era muy hábil e
inteligente y cuando el Cid iba desterrado con sus huestes, obligado a salir de Burgos
hacia Valencia, sin dinero, Martín Antolínez fue a hablar con las únicas personas que en
Burgos tenían dinero para poder prestárselo al Cid. Eran dos judíos, llamados Raquel y
Vidas.
Martín Antolínez les dijo: “amigos míos, el Cid se marcha desterrado por orden del
Rey, pero el Cid tiene mucho oro y no va a llevárselo consigo. Lo que necesita es que os
quedéis con este arcón lleno de oro como prenda y que a cambio le deis un crédito, un
préstamo, por el hecho de poder custodiarlo durante un año”. Raquel y Vidas pidieron a
Martín Antolínez que se cerrara un trato justo y se les anunció que el Cid iba a solicitar
600 escudos. Aceptaron y se los dieron.
Tenemos aquí el caso de dos judíos de Burgos con suficiente dinero como para
prestárselo al Cid y que este pudiera así, financiar una campaña militar. Este esquema se
repetirá muchas veces a lo largo de toda la historia de la presencia judía en Europa.
2
voy a dar esa cantidad. Pero, por si luego no me pagarais, vamos a firmar un pacto ante
notario en virtud del cual yo os pueda arrancar una libra de carne de vuestro cuerpo de
la parte que yo elija”. Y de esta forma Shylock pasa a la historia como el arquetipo del
usurero desalmado e inmisericorde.
Ahora bien, cuando Shakespeare escribe esto, los judíos hacía ya muchos, muchos años
que habían sido expulsados de Inglaterra. Él, naturalmente, toca de oídas. Escribe desde
el estereotipo, pues nunca fue testigo de esto ni vio nada parecido. Y sin embargo, como
hemos dicho, caricaturiza a Shylock como la personificación del mal.
En todo caso, a lo largo de la historia subyace la idea de que los judíos siempre se
dedicaron al préstamo de manera muy especial y la pregunta es ¿por qué? Esta es,
precisamente, la pregunta que vamos a tratar de responder en lo que sigue.
2. LA ESENCIA DE LO JUDÍO
Como primer paso en mi investigación, recurrí a la Israel Science and Technology home
page, donde busqué cuántos premios Nobel de Economía se habían otorgado a judíos.
El premio Nobel de Economía, quiero precisar, no existe como tal. Es un premio que
no financia la fundación Nobel ni está entre los cinco que dejó Alfred Nobel cuando
murió y que son Física, Química, Medicina, Literatura y Paz. El llamado Premio Nobel
de Economía empezó a ser concedido en el año 1969, financiado por el Banco Central
de Suecia.
He comprobado que desde el año 1970 al año 2012 hubo exactamente 25 premios Nobel
de Economía otorgados a investigadores judíos. Cuatro de ellos, precisamente, habían
recibido el premio por trabajos realizados en el mundo de la banca y las finanzas. Y de
los 25 nobeles judíos, unos son norteamericanos, otros alemanes, algunos rusos, otros
más israelíes, y también hay un húngaro y un francés. Y entonces uno se pregunta:
¿cómo puede ser esto? ¿Son judíos o son americanos, alemanes, rusos, húngaros o
franceses…?
Y entonces aflora de manera natural una cuestión complementaria: ¿qué se entiende por
judío?, ¿qué es un judío?, ¿cuál es la esencia de lo judío? Creo que la respuesta ha de ir
en la línea de la asunción voluntaria de una narrativa. Los judíos –incluso los actuales
judíos ateos- se han caracterizado por colocarse y colocar su vida en un contexto
3
narrativo a partir del cual es posible comprender el sentido de la existencia propia, en el
marco más amplio de la historia de su pueblo.
Tuve la suerte de toparme con un libro que yo creo que lo explica de modo muy claro y
concreto. El libro es de un autor americano, Avi Beker, y se titula The Chosen, los
escogidos, los elegidos (Beker, 2008). Ese libro me aportó mucha luz para entender
cómo es posible que este pueblo, con una historia tan turbulenta y accidentada, haya
pervivido a lo largo de los siglos y siga siendo protagonista destacado del progreso de la
humanidad. Beker, por cierto, también se refiere en su obra, entre otras cosas, al
Holocausto y a cómo es posible entender el mito y la falacia del antisemitismo.
Cuando escribió The Chosen, Avi Beker planteó: ¿Cuál es el principal problema que
han tenido los judíos frente a los gentiles? El problema es que los judíos tienen
conciencia de ser un pueblo elegido por Dios para ser luz de las naciones. Igualmente,
tienen conciencia de haber firmado un pacto, un convenio con Dios -¡nada menos que
con Dios!-. No existe ningún otro pueblo que tenga conciencia de algo remotamente
4
parecido a ello. Esa es, según Beker, la razón principal por la que tienden a despertar
envidia. Esa es la clave que explica que a lo largo del tiempo hayan generado tanto
recelo y tanto miedo. Esa es la explicación última que aporta luz sobre el hecho de que a
lo largo de los siglos hayan sido tan temidos y, en consecuencia, atacados.
La historia del pueblo judío está repleta de exilios (Rattey, 2002). Si nos remontamos a
los tiempos bíblicos, nos encontramos con el pueblo elegido esclavizado en Egipto.
Moisés, siguiendo la consigna de Yahvé Dios, trata de liberar a sus hermanos –“¡Deja a
mi pueblo partir!” Pero es en balde: se topa una y otra vez con la reitera negativa de un
faraón remiso a perder mano de obra esclava y experta para la construcción de
infraestructuras y obras públicas. Las plagas, como sabemos, ablandan durante un
suficiente tiempo, con la fuerza de los hechos, la empecinada voluntad del faraón. Llega
entonces la ocasión de la Pascua. Tiene lugar entonces el paso del Señor –el primer
paso, rememorado desde entonces hasta el día de hoy año tras año, de manera
ininterrumpida- hiriendo a los primogénitos –hombres y ganados- de todas las casas
cuyas jambas no estuvieran rociadas con la sangre de un cordero que -a toda prisa, de
pie, con las sandalias puestas y el bastón en la mano- se estaba comiendo dentro
acompañado hiervas amargas y de panes sin fermentar.
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Con todo, es en el siglo XI, en plena baja Edad Media, cuando tiene lugar el cenit, el
momento álgido y cumbre, la Edad de Oro de los judíos en Sefarad, en España (Aguilar
& Robertson, 1986). Es sabido cómo entonces cristianos y musulmanes obligaban a los
judíos a apostatar de su fe, a convertirse. Y es también conocido cómo algunos que
formalmente decían mudar de religión, lo hacía sólo en apariencia; esto es: judaizaban.
Por lo demás, tanto en uno como en otro caso, tenían vedados los caminos para el
ascenso social, por motivos de impureza de sangre. En una circunstancia tan poco
favorable, no tenías elección: si querían sobrevivir, tenían que dedicarse a tareas y
funciones que los otros no querían.
En definitiva, los judíos han sido con frecuencia presentados en Occidente como los
responsables de todos los males (Brustein, 2003; Nirenberg, 2013; Perry & Schweitzer,
2005; Levy, 2005). Sirvieron de cabeza de turco y se les utilizó de manera inmisericorde
como chivos expiatorios en pleno siglo XX… tanto por parte de los nazis de Hitler,
como por la de los comunistas de Stalin. Había un precedente de funesto pedigrí: el
propio Marx, a pesar de ser judío, había arremetido con fiereza contra ellos…
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A la vista de estas situaciones históricas, cabe preguntarse otra vez, a modo de
ritornello desasosegante: ¿Por qué la historia de los judíos ha sido tan accidentada y
cómo han conseguido perdurar hasta nuestros días? Y ello no es baladí, toda vez que
algunos llegan a sostener que incluso hoy estaríamos ante un peligroso antisemitismo de
nuevo cuño. Uno derivado de sectores con mucho poder que no dudan en tratar de
intoxicar a la opinión pública afirmando que lo que dice la Biblia está amañado;
atreviéndose, en su osadía, incluso a insinuar –cuando no, a afirmar rotundamente- que
el Holocausto es un mito; que nunca tuvo lugar cosa parecida; que se trata de una
auténtica fabulación (Beker, 2008)… naturalmente, propagada por los judíos para hacer
daño a la humanidad (!).
En los apartados anteriores hemos dejado dicho que los judíos habían firmando con
Yahvé un pacto mediante el cual Dios les había indicado lo que tenían que hacer.
También afirmamos que si finalmente hubieron de acabar dedicándose al mundo de la
banca y las finanzas, fue sobre todo porque de algún modo tenían que sobrevivir; de
algo tenían que comer, mientras se les cerraban puertas y se les vedaban oficios y
ocupaciones exclusivamente reservadas para musulmanes y, sobre todo, para los
cristianos. Anteriormente, cuando el comercio no constituía una ocupación deseable y
bien reputada, bastantes judíos se habían dedicado al comercio ambulante y al
establecido en ciudades como Bolonia, Venecia y algunas otras ciudades italianas.
Habían pasado, por así decir, del ejercicio de una actividad comercial itinerante al de
otra modalidad mercantil estable. Al llevarse a efecto la revolución comercial en el siglo
XI; y al expandirse el mercantilismo por Europa, los Estados europeos de reciente
creación empezaron a ver que el comercio era un negocio próspero, una actividad
buena, un motor del desarrollo económico y del progreso social (Le Goff, 2011). Ya
estorbaban los judíos; y entonces en muchos sitios –Bolonia, Venecia, etc.- les
impidieron por decreto dedicarse a lo que se habían venido dedicando durante buena
parte de la Alta Edad Media; esto es, desde el siglo V al siglo X. ¿Qué hubieron de
hacer entonces? Como ya dijimos, orientarse a aquellas otras ocupaciones que nadie
quería realizar, pero que, a la luz de las nuevas realidades de la dinámica economía
protocapitalista, resultaban imperiosamente necesarias. Es decir: al mundo de las
finanzas (North & Thomas, 1990; Clough & Rapp, 1990).
7
Si nadie –o casi nadie- quería en aquel entonces trabajar en la banca y las finanzas, ello
se debía, en esencia, a una dificultad teórica –anclada en una concepción metafísica de
la sociedad, leída en clave teleológica desde la matriz clásica del aristotelismo
eudaimonista en materia económica (Koslowski, 1997). Esta dificultad teórica, por lo
demás, se prolongaba en un auténtico problema moral: la indeseabilidad ética de prestar
dinero y cobrar por ello intereses, habiendo recibido en su momento del prestatario el
principal.
Como es obvio, en aquellos tiempos la Iglesia tenía un gran ascendiente moral y ejercía
un fuerte poder sobre las conciencias. ¿Cómo podría alguien dedicarse al préstamo con
interés si tenía la condenación eterna garantizada? Una de las soluciones imaginativas
que se dio a este dilema ético desde el punto de vista cristiano era acordar una fecha
para la devolución del crédito y penalizar con una cantidad de dinero los días que se
sobrepasara la fecha estipulada (Le Goff, 2004). Esto constituyó una pequeña trampa
que la Iglesia tuvo que ir aceptando porque la economía de aquellos tiempos ya no era la
economía antigua de los tiempos de Aristóteles, que escribió que desde el punto de vista
de la ética económica, no había título alguno capaz de legitimar el cobro de intereses
por el préstamo de dinero.
Ya no era una economía oiko- nomos, como en los tiempos clásicos, sino que se había
convertido en una economía cataláctica y crematística (Aristóteles, 1985). Era una
economía dinámica que necesitaba dinero para financiar inversiones. El escenario
estaba cambiando, el feudalismo había dado paso a una nueva manera de entender la
vida económica y las relaciones mercantiles habían entrado ya por la puerta del
capitalismo. Pues, aunque Marx entiende por capitalismo solo el capitalismo a partir de
8
la primera Revolución Industrial (Marx, 1968), existe un incipiente capitalismo
claramente medieval: el capitalismo de los mercaderes (González Enciso, 2011).
A la vista de lo hasta aquí expuesto, podemos concluir que los judíos se dedicaron a las
finanzas después de ser eliminados como competidores del mundo mercantil y del
comercio porque era lo que nadie quería hacer. Pero, ¿es que los judíos podían prestar
dinero cobrando intereses? Aquí yace el punto crucial de la cuestión que tenemos
planteada (Neufeld, 2004; Schein, 2003).
La ley judía, la Halajá tiene, por así decirlo, dos grandes partes, la ley escrita y la ley
oral . La ley escrita es todo lo revelado por Dios a Moisés en el Sinaí. Y luego está la
ley que Dios reveló a Moisés y que no está escrita. Hay, por así decir, dos grandes
fuentes de la Halajá. Una es lo que se llama la Biblia judía o Tanaj, que es el acrónimo
de Torá, Neviín y Ketuvim. La Torá es el Pentateuco, formado por los libros de Génesis,
Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio. Neviím son los libros escritos por los
profetas y Ketuvim, el resto de los libros: Ruth, Esther, El Cantar de los Cantares, los
Salmos etcétera (Tanakh, 1985). La ley oral, basada en las interpretaciones rabínicas de
los textos sagrados, comenzó a ponerse por escrito desde el siglo I a.C. hasta el siglo III
d.C. Se redacta así lo que llaman la Mishná, que son comentarios breves o afirmaciones.
Más tarde llegará la Guemará que son los comentarios que los rabinos hacen a esas
afirmaciones breves y de tamaño reducido de la Mishná. Por último, podemos
mencionar las Tosafot, los suplementos adiciones que se redactan hasta el siglo XI
(Talmud, 1997).
Si leemos en el Éxodo 22, 24, encontramos: “Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a
un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, no le exigirás intereses”. El
Levítico 25, 35-37 dice: “Si un hermano tuyo se empobrece y le tiembla la mano en sus
tratos contigo, lo mantendrás como forastero o huésped para que pueda vivir junto a ti.
No tomaras de él ni interés ni recargo, antes bien sé respetuoso con tu Dios y deja vivir
a tu hermano junto a ti”. Además del Levítico, del Éxodo y de Ezequiel, hay que
mencionar también el Salmo 15: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?” Dios
responde que, entre ellos, pueden hospedarse aquellos que no prestan dinero a usura.
Teniendo lo anterior en cuenta, parecería que tampoco los judíos podrían prestar dinero
con intereses.
El punto clave, no obstante, aparece en el Deuteronomio 23, 20-21, que dice: “No
prestarás a interés a tu hermano, sea rédito de dinero o de víveres o de cualquier otra
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cosa que produzca interés” (el subrayado es nuestro). Lo que hay que entender aquí es
que al extranjero se le puede prestar a interés pero a un hermano no se le prestará a
interés, “para que tu Dios te bendiga en todas tus empresas en la tierra en la que vas a
entrar para tomarla en posesión”.
De modo que aquí, según se ve, reside la cuestión: A los propios judíos, que son de mi
pueblo, no les puedo pedir interés. ¿Por qué?: Porque son de mi familia y nadie pide
interés a un hermano o a un padre. A los extranjeros, en cambio, sí se les puede prestar
con intereses. Esa es la condición que legitima el hecho de que los judíos
tranquilamente se orienten hacia la banca y las finanzas.
Además, desde una consideración axiológico-cultural, para los judíos, tener riquezas y
ganar dinero no tenía ningún significado peyorativo, ni constituía desdoro alguno. Antes
al contrario, era percibido como algo deseable, bueno en principio. La riqueza material
en este sentido era considerada como ocasión para mejor servir a Dios y su Voluntad.
Por el contrario, en la cultura cristiana del momento había una decidida y expresa
prevención frente a las riquezas, el dinero y, por extensión, ante el quehacer mercantil -
el comercio tiene cierto carácter vergonzante: quandam turpitudinem habet- y ante el
mundo de los negocios: Homo mercator nunquam aut vix potest Deo placere . Es decir:
el mercader nunca o muy rara vez puede agradar a Dios… porque se halla inmerso en
negocios ilícitos -illicita negotia- y en oficios deshonrosos -inhonesta mercimonia-, al
lado de juglares, prostitutas, carniceros, cocineros, soldados, taberneros, abogados,
notarios, jueces, médicos, cirujanos… (Le Goff, 2004: 84-89)
Como sabemos, hay una mentalidad cristiana en aquellos tiempos medievales que
favorece la actitud de fuga mundi –el Lacrimarum Valle de La Salve; el “este mundo es
el camino para el otro qu’es morada sin pesar”, de Jorge Manrique… (Manrique,
2010)- y que se posiciona contra el afán por destacar en el mundo, ya que este mundo
no merece la pena. El mundo verdadero, se insiste, no es éste. Por ello, si nos
enfrascamos mucho en los afanes de la vida, corremos el riesgo de cegarnos la visión y
así perder el rumbo hacia Dios, hacia el más allá, hacia el horizonte al que debiera estar
orientada nuestra vida. La pobreza es buena, querida y deseada por los cristianos
medievales. Para ellos Roma es un acrónimo que no sólo detona a la ciudad, es el
trasunto de la Avaricia, como madre de todos los males -Radix Omnium Malorum
10
Avaritia, a que hiciera referencia en su día san Pablo en la primera de sus epístolas a
Timoteo (1 Tm, 6, 10).
Durante los primeros años del cristianismo y hasta bien entrada la Edad Media, había
habido un sutil debate sobre la pregunta ¿cuál de los pecados capitales es el peor? Al
principio, tomando causa en el libro del Eclesiástico, pensaron que el peor de los vicios
era la soberbia. Más tarde comprendieron que el pecado de los pecados no era el de la
soberbia, sino más bien el de la avaricia. Esta pasión por el tener; este deseo de
acumular bienes y atesorar riquezas es considerada ahora, tal como acabamos de decir,
la auténtica raíz de todos los males (Zamagni, 2009) y algo de lo que todo buen
cristiano debía alejarse so pena de perder el alma. De ahí, entre otras cosas, que la usura
resultara inaceptable.
Hay una frase de Heinrich Graetz que me parece magistral y vale para entender lo hasta
aquí explicado. Viene a decir lo siguiente: Si la cristiandad había confiscado el cielo
para los judíos, el feudalismo hizo lo propio con las tierras. Pues como es sabido, los
judíos no podían poseer tierras. Ahora bien, si un judío no podía poseer tierras ni podía
dedicarse al comercio como se había dedicado entre los siglos V y XI, ¿a qué podría
dedicarse, entonces?
Como ya dijimos más arriba, la principal –cuando no, única- ocupación que le quedaba
expedita era la de dedicarse profesionalmente a prestar dinero y a cobrar por ello como
medio de sustento y como proyecto de vida. Ello, naturalmente, implicaba una manera
especial de ubicarse en el concierto de la cultura y la sociedad del momento. El éxito
constituiría con frecuencia un arma de doble filo, capaz de atraer envidias y recelos
11
frente a una interesada caricatura –no siempre justa, por lo demás- del prestamista
usurero, que se enriquece a costa de los demás…
¿Cómo habían atesorado aquellas riquezas? ¿De dónde habían sacado aquel dinero? No
hay gran misterio: de la realización de los trabajos que les estaban permitidos -durante
muchos años, empleándose en actividades comerciales, vendiendo mercancías-; así
como de una sistemática frugalidad y voluntad de ahorro, como condición de
supervivencia para épocas de crisis y de vacas flacas. Pareciera como que la
interpretación que José hiciera del sueño del faraón, hubiera calado tan hondo en la
mentalidad hebrea que conformara una suerte de axioma práctico y consigna de
aplicación para la vida económica.
En suma, los judíos medievales en Europa tienen dinero, prestan dinero y cobran por
ello. Los reyes cristianos, por lo demás, daban su beneplácito porque con aquellos
dineros financiaban las guerras, las construcciones y las obras públicas. Eran, pues, los
judíos quienes les proporcionaban la liquidez necesaria para acometer sus proyectos
económicos y políticos.
¿Qué recibían los judíos a cambio? La historia se repetía a menudo, en una suerte de:
“Te dejo que recaudes los impuestos en estas ciudades durante cinco años, en pago por
el préstamo que me haces hoy”… O visto desde la perspectiva del prestamista judío:
“Yo te presto esta suma de dinero a ti, a condición de que luego, por ejemplo, tú me
permitas a mí cobrar determinados impuestos con los que pueda yo recuperar el
principal prestado más una prima por el riesgo que el negocio conlleva”.
De hecho, cuando años más tarde la Iglesia empezó a abrir la mano, a ser más tolerante
y a aceptar la legitimidad de la empresa mercantil, lo hizo apelando a razones de justicia
12
–stipendium laboris-, de utilidad pública y de bien común –los mercaderes, se viene a
decir ahora, trabajan para beneficio de todos, contribuyen a satisfacer necesidades
humanas; y ponen en contacto a unos países con otros…
Y por lo que hacía a los negocios bancarios y financieros, hubieron los moralistas de ir
encontrando títulos que justificaran aquella dedicación profesional y ese modo de
proceder, que tiempo atrás había sido prohibido de manera categórica. Como es sabido,
en tal contexto se apela a razones de innegable peso. Se perfilan y matizan para ello
conceptos tan potentes como, por ejemplo los de daño emergente -damnum emergens-,
lucro cesante -lucrum cessans-, riesgo -periculum sortis-, e incertidumbre -ratio
incertitudinis.
Algunos personajes importantes de estos tiempos son por ejemplo Vidal Benveniste da
Porta (fallecido en 1268), de origen catalán, que financió distintos proyectos a Jaime I el
Conquistador. Le financió campañas militares y hasta incluso la boda de su hija. A
cambio de ello, se le confió la gestión de la recaudación de impuestos en Lérida y otras
ciudades catalanas durante mucho tiempo. Además, su hermano, que había sido acusado
de haber atentado contra la religión cristiana, fue indultado por, como decía el propio
rey, “el amor que tengo a tu hermano, Vidal Benveniste da Porta”.
En los siglos XVI y XVII, hubo una eclosión importante de banqueros y financieros
judíos. Por un lado están los llamados marranos, esto es: habitantes de la península
ibérica, españoles y portugueses, que supuestamente habían apostatado del judaísmo y
13
que, a veces, seguían judaizando. Fuere así siempre o no, lo cierto es que muchos de
ellos veían, no obstante, que no tenían un futuro ni social ni personal, ni profesional
fácil. De hecho estaban siendo perseguidos de forma sistemática y, con harta frecuencia,
eran segregados de toda forma de poder e influencia.
Ante esta situación, casi no les quedaba otra alternativa que abandonar la península
ibérica, partir de Sefarad. En consecuencia, muchos de ellos se dirigieron a los puertos
del Mediterráneo. Otros fueron a Amberes, a Ámsterdam, a Hamburgo. Hubo quienes
volvieron a Londres otra vez, tejiendo en todos estos lugares una importante red de
intereses. Estos que decimos eran, básicamente, los judíos de origen español, los
sefarditas o sefardíes. También en Alemania, los askenazíes -denominación por la que
se conoce a los judíos alemanes y de la Europa oriental-, financiaron a los Estados
alemanes después de la Guerra de los Treinta Años. En este momento histórico, nos
topamos con un personaje que, por sí mismo, por su aventurada vida, merecería una
película. Se trata de un hombre excepcional: Don Joseph Nassi (1510-1579).
Don Joseph Nassi, que había nacido en España, vivió en Portugal y se trasladó
posteriormente a Amberes con su tío Diego Nassi. Allí hubo de entrar en contacto con
los banqueros de los Mendes. Se hizo inmensamente rico y se trasladó a Venecia, donde
continuó llevando a efecto grandes negocios que lo hicieron aún más rico. De Venecia
pasó a Constantinopla. Allí se amigo íntimo de los máximos mandatarios turcos del
momento –primero de Solimán el Magnífico y después, de su hijo Selim segundo- que
lo ennoblecieron, nombrándolo sucesivamente conde, duque y señor de Tiberiades.
Desde la privilegiada situación que esta circunstancia le suponía, Nassi decidió construir
en aquellos territorios asentamientos para judíos de la diáspora. Del poderío económico
de Joseph Nassi, por lo demás, da cuenta el hecho de que incluso llegó a financiar
proyectos y campañas al propio rey de Francia1.
1
A propósito de la fascinante historia de Don Joseph Nassi, se ha afirmado que su hermana, Gracia Nassi,
fue la que en realidad originó, al casarse, la fortuna de su hermano. Existe una polémica sobre si es ella o
Joseph Nassi quien tuvo también la idea de financiar a los judíos que huían de las persecuciones y de la
limpieza de sangre en España y Portugal. Su labor fue financiar a los judíos para que pudieran asentarse
en Palestina. Estaríamos, por tanto, hablando de la primera protosionista de la historia. Sin embargo, tal
vez debido al hecho de tratarse de una mujer, su historia habría quedado oscurecida y encubierta.
14
de buena parte de Holanda, y uno de los accionistas más importantes de la Compañía
Holandesa de las Indias Orientales. Carlos II llegó incluso a ennoblecerlo nombrándolo
barón.
Hay, sin duda, muchos más judíos que podríamos mencionar en este contexto de la
historia de la banca y las finanzas. Ahí estarían, entre otros, los Pintos, del Montes,
Bueno de Mesquita, Joseph d’Aguilar… Pero hay una figura especialmente reseñable:
don Joseph de la Vega, nacido en 1650 ó 1651.
Fue Joseph de la Vega un judío español –algunos creen que portugués- que también se
había trasladado a Amberes –esto lleva a otros a considerarlo holandés- y que en su día
hubo de escribir –eso sí: en español- un muy interesante y avanzado libro, titulado:
Confusión de confusiones (Vega, 2000).
Por su parte, los Warburg eran judíos alemanes que en su momento -cuando gran
cantidad de judíos rusos y de los países del Este se trasladaron a América del Norte y a
Argentina- decidieron emigrar a los Estados Unidos. A título de anécdota, cabe indicar
cómo en el año 1913, un descendiente de la familia que se llamaba Paul Warburg, fue el
encargado de diseñar en sus lineamientos fundamentales la estructura del sistema de la
Reserva Federal Americana, esto es, del Banco Central de los EE.UU.
Por su parte, la familia Rothschild representa una dinastía muy emprendedora que desde
el siglo XVIII hasta nuestros días han venido dedicándose a las finanzas de manera
prominente y de forma ininterrumpida. El fundador de la dinastía fue Amschel Moses
Bauer, quien había abierto una tienda de antigüedades en el gueto de Frankfurt; y que
luego habría de diversificar el negocio, con inversiones mineras que le hicieron
inmensamente rico. Dado que la primera tienda, la de antigüedades, estaba ubicada
debajo de una escarapela que representaba un escudo rojo –en alemán, roth rojo; y
16
schild, escudo- fue éste precisamente el nombre que se acabó adoptando como marca
del negocio, primero; y como apellido familiar –Rothschild-, después (Ravage, 1963;
Lottman, 2003). De hecho, Meyer Amschel Rothschild, hijo de Amschel Moses Bauer,
es el primero de la familia que conocemos con este apellido.
Eran cinco hermanos y todos replicaron el modelo de negocio bancario. Jacob se fue a
París, Salomón a Viena, Carl a Nápoles, Amschel se quedó en Frankfurt y el último de
los hermanos se fue a Londres: Natán Meyer Rothschild.
Fue precisamente éste último el que hubo de captar de manera más intuitiva y lúcida lo
que habría de convertirse en el core business de la familia Rothschild; y que en el fondo
no es sino un modelo de negocio que consiste en emitir bonos a partir de los cuales
conseguir fondos con los que, en última instancia, poder financiar a los gobiernos
clientes. Emisión de bonos para conseguir fondos con los que financiar a los gobiernos:
tal fue la primera idea que todos los otros hermanos decidieron poner en práctica. Y
junto a ello, hay que hacer explícita mención del pacto y de la voluntad decidida de
parte de todos ellos para colaborar, ayudarse, trabajar juntos y crear una tupida red de
intereses y de apoyos. De este modo, en 1836, los Rothschild eran ya los banqueros más
importantes de Europa.
Dado que en Berlín no había ningún hermano Rothshild establecido, sería el también
banquero judío concretamente, podemos mencionar a Gerson von Bleichröder. En
Berlín no estaban los Rothschild y él creó una especie de filial de negocios de esta
firma.
Los Rothschild pronto emprendieron otras actividades fuera del mundo de la banca y las
finanzas. Se dedicaron a diversificar sus negocios y, por supuesto, a financiar la
construcción de ferrocarriles que en aquellos tiempos estaba siendo acometida en
muchos lugares del mundo desarrollado. Se introdujeron en asuntos de ingeniería para
financiar la Segunda Revolución Industrial y constituyeron una compañía de
exploración y prospectiva de petróleo. El negocio minero los llevó no sólo a la
explotación de minas de diamantes y de oro, sino también a explotaciones de cinabrio y
mercurio. De hecho, estuvieron en Río Tinto (Huelva), a partir de donde se hicieron con
el monopolio del mercurio en toda España. Usaban el mercurio como mineral de auxilio
para trabajar con diamantes y otros minerales.
17
La historia de los cinco hermanos conoció, como ocurre siempre en el mundo de los
negocios, algún altibajo. El Banco de Nápoles fue clausurado, por ejemplo, cuando los
italianos acometieron la reunificación del país, en 1861.
Ahora es obligado abordar la parte más desagradable de este trabajo y citar dos
ejemplos concretos de praxis cuestionable. Uno es el de Goldman Sachs y otro el de
Bernard Madoff. Bernard Madoff alardeaba, y además es cierto, de ser judío. Era un
hombre muy famoso y con mucho poder económico. Tenía una fama fundamentada en
el éxito de sus negocios como inversor de dinero de clientes acaudalados de todo el
mundo. ¿Cuál era la clave de su éxito? ¿Qué habilidad particular tenía para invertir en
negocios tan lucrativos, tales que ningún otro agente en el mundo era capaz de
enriquecer a sus clientes en tal grado como él lo hacía?...
La clave, al parecer, estaba en que había organizado lo que en el argot de los iniciados
se denomina un esquema piramidal Ponzi. Diseñada esa estructura, los que se
encuentran en la cúpula perciben grandes cantidades de dinero. Ello produce un efecto
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llamada a que entren por la base otros, ilusionados con la perspectiva de ganar ellos
también tanto como los primeros. De hecho, la clave de la jugada está en que son
precisamente esos que se van incorporando al esquema, los que van financiando a los de
arriba, hasta que llega un momento en el que los que entran ven que nadie más entra por
debajo y que ya no hay quien mantenga el flujo del negocio. Entonces buscan
desengancharse, desinvertir, salir del negocio. Piden lo que se les debe; pero entonces -
¡oh, sorpresa!-, resulta que no hay dinero para ello. ¿Habrá sido ésta la explicación de
una ola de suicidios entre millonarios alrededor del mundo durante los años 2004 y
2005? Sea de ello lo que sea, lo que sí es cierto es que, durante el caso Madoff quedó
claro que había habido gente muy adinerada que habría sufrido cuantiosas pérdidas
económicas.
Madoff era un tramposo, al igual que los miembros de la cúpula de Goldman Sachs.
Greg Smith era el vicepresidente para Europa de Goldman Sachs y el día 14 de marzo
de 2012 escribió un artículo en The New York Times explicando “Por qué voy a
abandonar Goldman Sachs”. Afirmaba que había entrado a trabajar en un banco que
propugnaba los valores de liderazgo y que ponía al cliente en el centro de todas las
actividades. La cultura del banco era tal que incluso si el beneficio del cliente implicaba
menores ganancias para la organización, se aceptaba porque el banco se debía al bien
del cliente. Smith se lamentaba de que con el paso del tiempo, el cliente hubiera pasado
a ser considerado como un objeto a costa del cual lucrarse sin escrúpulos. Smith decía
que él era quien reclutaba a los jóvenes para entrar en el banco y que, como ya no tenía
valor para decirles que se trataba de un buen sitio para poder trabajar, creía en
conciencia que tenía que irse. Y concluía: el único modo de remontar el vuelo, era
volver a ser otra vez serios y responsables.
6. CONCLUSIÓN
Cerremos estas consideraciones diciendo como conclusión que el mundo de las finanzas
y de la banca es absolutamente necesario para una economía dinámica y moderna como
la que tenemos en la actualidad y que ha venido desarrollándose en Occidente al menos
desde la Baja Edad Media, en pleno siglo X. Ahora bien, dicho lo anterior, habríamos
de añadir a renglón seguido que ni la banca ni las finanzas debieran ser consideradas
como fines en sí mismas: tienen más bien un carácter de medio y, en consecuencia,
debieran naturalmente estar al servicio de la llamada economía real. Son medios
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indispensables y absolutamente necesarios; pero medios, al fin y a la postre. Por ello,
habría que recuperar el norte y ubicar a aquellas instituciones en sus coordenadas
verdaderas, fundadas, en todo caso, sobre la base de la dimensión ética de la actividad
financiera (Boatright, 1999; Fernández Fernández, 2004; Soros, 2012).
Para concluir con optimismo, quisiera contarles un cuento, permítanme relatarles una
suerte de parábola hebrea que el otro día me contó un colega judío. Venía a decir lo
siguiente: Había una habitación con cuatro velas encendidas. Una de ellas dijo: “Yo soy
la paz pero como en el mundo hay tanta guerra, tanta destrucción y tanto odio, yo no
pinto nada aquí y me apago”. Una segunda vela dijo: “Yo soy la fe pero como hoy ya
nadie parece fiarse de nade ni de nadie; como son tantos los que no creen ni en Dios ni
en nada, yo me apago también”. La tercera dijo: “Yo soy la caridad pero aquí todo el
mundo es egoísta y va a lo suyo, nadie quiere al prójimo. Yo tampoco tengo cabida en
la historia humana. No me queda más remedio que apagarme o dejarme extinguir”. En
ese momento entró en la penumbrosa habitación un niño pequeño, llorando porque tenía
miedo a la oscuridad. Entonces la vela que estaba encendida le dijo: “No te preocupes,
pequeño, que yo no me voy a apagar. Voy a estar aquí esperando hasta que vengan tus
padres a recogerte. Te permito que, si quieres, enciendas con mi llama las otras tres
velas para que puedas tener más luz. Yo soy la esperanza”.
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convendría que aprendiéramos la lección ética y social que la crisis nos enseña. En tal
sentido, los tesoros de sabiduría acumulados durante siglos por parte del pueblo judío,
“cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada” (Francisco, 2013: 186) pueden muy
seguramente sernos de guía para todo ello.
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