La Eutanasia en La Doctrina Social de La Iglesia
La Eutanasia en La Doctrina Social de La Iglesia
La Eutanasia en La Doctrina Social de La Iglesia
“La Eutanasia”
SEMESTRE VIII
Der 8-1
2018
“Los alumnos declara haber realizado el presente trabajo de acuerdo a las normas de la
Universidad Católica San Pablo”
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I. Introducción
Sin embargo, para los Católicos la fe en un Dios creador, Providente y Señor de la vida
confiere un valor eminente a toda persona humana y garantiza su respeto, tal como lo
señala San Pablo cuando dice "pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,
morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos"
(Rom. 14, 8; Flp 1, 20).
Sin embargo, por encima de diferencias filosóficas o ideológicas, todos los hombres
tienen una viva conciencia de los derechos de la persona humana. Tratándose de
derechos fundamentales de cada persona humana, es evidente que no se puede recurrir a
argumentos sacados del pluralismo político o de la libertad religiosa para negarles valor
universal.
La vida humana es considerada para la Iglesia Católica como uno de los regalos más
grandes que pudo haber entregado Dios a los hombres, es así que en la Sagrada
Escritura se ve manifiesta la importancia de este regalo, se lee que la vida humana es
aquella que debe ser reconocida como un don divino que deriva de la alianza de Dios y
de la humanidad. Por otro lado se lee en el Catecismo de la Iglesia Católica, en su
tercera parte titulada La Vida en Cristo, sobre el darle muerte a otro ser humano que:
“La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: “No quites la vida del
inocente y justo” (Ex 23, 7). El homicidio voluntario de un inocente es gravemente
contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La
ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y
en todas partes.”
San Jerónimo, quien fue un sacerdote y doctor de la Iglesia, que por su sabiduría y
santidad llegó a ser uno de los Santos Padres de la Iglesia latina, en una de las tantas
cartas que escribió se lee que el valor de la vida humana deriva de que la persona es
imagen y semejanza de Dios. Cuando este fue creado recibe una chispa divina que solo
puede ser otorgada por Dios y por esa misma razón nadie está legitimado a quitar la
vida sino solo Dios porque Él es el legítimo dueño. Además esta vida tan preciada tiene
un precio inestimable ya que solo a través de esta puede uno acumular méritos para la
vida eterna que gano Cristo con su muerte y resurrección, solo a través de esta se puede
alcanzar la vida eterna del cielo. De esto se desprende que nadie tiene derecho a
extinguir la vida, es Dios quien da la vida y sólo Él puede quitarla.
Seguidamente podemos decir que se considera vida humana aquello indispensable para
la actividad del hombre, incluyendo la convivencia social. Sobre esto están de acuerdo
todas las personas pero para los creyentes, esta es un don del amor de Dios y ellos están
llamados a conservar y hacer fructificar, es así que de esta afirmación se desprenden las
siguientes consecuencias:
1. Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor
de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable, sin
cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad.
2. Todo hombre tiene el deber de conformar su vida con el designio de Dios. Esta
le ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra, pero
que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna.
3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como
el homicidio; semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de
la soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un
rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una
renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas
comunidades y hacia la sociedad entera, aunque a veces intervengan, como se sabe,
factores psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la responsabilidad. Se deberá,
sin embargo, distinguir bien del suicidio aquel sacrificio con el que, por una causa
superior —como la gloria de Dios, la salvación de las almas o el servicio a los
hermanos— se ofrece o se pone en peligro la propia vida.
III. La Eutanasia
Hoy en día hace referencia a la intervención de la medicina cuya función es atenuar los
dolores de la enfermedad provocando así la muerte de la persona. Se utiliza este término
al señalar que se trata de una muerte por piedad con la finalidad de eliminar los últimos
sufrimientos o evitar prolongarles una vida desdichada a las personas que sufren de
alguna enfermedad o mal congénito. La eutanasia se sitúa así en el método de las
intenciones.
• Eutanasia Directa: Aquella que adelanta la muerte de una persona que tiene una
enfermedad incurable.
- Activa: Muerte del enfermo mediante el uso de fármacos que resultan letales.
Desde el punto de vista de la Iglesia señalan que nada ni nadie puede autorizar la muerte
de un ser inocente, sea cual sea su condición: niño, adulto, anciano, persona enferma o
embrión. Nadie puede exigir la eutanasia para sí mismo o para otros, ninguna autoridad
tiene la capacidad de imponerlo o permitirlo ya que se configura como una vulneración
a la dignidad de la persona y al valor de la vida humana.
Lo que las personas delicadas de salud necesitan es el amor de todos sus seres queridos
y todos los que lo rodean.
El Papa Francisco señala: La falta de salud o una minusvalía no son una buena razón
para excluir y aún menos para eliminar a una persona". La más grave privación para las
personas ancianas no es la debilidad del organismo o la minusvalía sino el abandono, la
exclusión y la privación del amor.
“Parece que con dolor no vale la pena vivir”. Esto refleja el pensamiento de una
sociedad en la que solo es bien visto el confort y el placer; en la que el dolor o el
sufrimiento parecen no tener lugar. La vida es un don de Dios, solo él tiene el poder
para darla y quitarla.
En muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas
sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en
último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en
su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los
distintos aspectos del caso.
Cada uno tiene el deber de curarse y de hacerse curar. Los que tienen a su cuidado los
enfermos deben prestarles su servicio con toda diligencia y suministrarles los remedios
que consideren necesarios o útiles.
¿Pero se deberá recurrir, en todas las circunstancias, a toda clase de remedios posibles?
Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al uso de los
medios "extraordinarios". Hoy en cambio, tal respuesta siempre válida en principio,
puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término como por los
rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios
"proporcionados" y "desproporcionados". En cada caso, se podrán valorar bien los
medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo
que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado
que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus
fuerzas físicas y morales.
Para facilitar la aplicación de estos principios generales se pueden añadir las siguientes
puntualizaciones:
Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer.
No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cura
que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de peligro o es demasiado costosa. Su
rechazo no equivale al suicidio: significa más bien o simple aceptación de la condición
humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico
desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no
imponer gastos excesivamente pesados a la familia o la colectividad.
VII. REFERENCIAS: