Vínculos y Seguridad Emocional - Amanda Céspedes y Equipo

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VÍNCULOS Y SEGURIDAD EMOCIONAL

Dra. Amanda Céspedes C. INASMED


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Este artículo es un extracto de “Aulas Emocionalmente Seguras”, en

el libro LAS EMOCIONES VAN A LA ESCUELA. EL CORAZÓN

TAMBIÉN APRENDE, A. Céspedes y G. Silva, Editoras, Ediciones

Calpeyabyla, Santiago, 2013.

A lo largo de la vida buscamos vinculación desde la seguridad emocional


y los afectos. Sólo a través de ese lazo profundo creceremos
emocionalmente los primeros veinte años de la vida y fundaremos de ese
modo una existencia adulta igualmente fuerte y sólida; los primeros
vínculos nos permitirán ser audaces, creativos, originales, emprendedores.
Por el contrario, vínculos inseguros, inconsistentes, erráticos, nos
provocarán incertidumbre, falta de confianza, baja autoestima, temor,
recelo, invitándonos a replegarnos en nosotros mismos y a desconfiar de
los otros. De hecho, la total ausencia de vínculos seguros tempranos es la
responsable del “narcisismo”, ese rasgo de personalidad que nos hiela la
sangre por su total carencia de empatía y calidez. En este escenario, es
fácil comprobar que los niños necesitan de vínculos seguros precisamente
con quienes les acompañan por más del 40% de sus días de infancia,
niñez y adolescencia: los maestros.

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Los primeros cinco años de la vida son los años durante los cuales los
niños fortalecen su capacidad vincular, que es el requisito para comenzar
a explorar, aprender de la experiencia y conquistar autonomía. Es durante
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estos años que la actividad de los mensajeros emocionales es muy
intensa, gracias a la sobrepoblación neuronal y de receptores sinápticos,
especialmente en el hemisferio derecho del cerebro, profusamente
conectado con las estructuras límbicas, asiento de la vida emocional
primaria, y desde allí con todo el organismo. Los mensajeros de la
emocionalidad positiva: dopamina, serotonina, oxitocina, van guiando
gradualmente las nuevas funciones y habilidades emergentes, al modo de
una sabia tutoría .Es así como, a partir del segundo semestre de vida, la
dopamina se hace presente para estimular el juego, el entusiasmo, la
iniciativa a la acción, la curiosidad, el deseo de explorar, la audacia, el
atreverse. La serotonina se encarga de sensibilizar al niño frente a la
belleza del mundo natural que le rodea; le invita a buscar la armonía en
todas las cosas de la vida, a emocionarse ante estímulos sutiles que sólo
un alma limpia puede identificar, abriendo sus sentidos para
aprehenderlos. Muy tempranamente en la vida el ser humano ya percibe
que forma parte de una unidad sin límites, trascendente. Lo percibe de un
modo sensorialmente emotivo, no racional.

A medida que va creciendo, se intensifica en el niño la necesidad de


explorar el entorno al mismo tiempo que de dominar su cuerpo e integrar
dentro de sí la cualidad dinámica de su ser desde el movimiento. Llegan
los primeros dolores, tanto físicos (golpes, caídas) como psíquicos
(reprimendas, castigos, sentirse solo, desamparado). Y allí está la
oxitocina, liberada a través de las caricias de sus seres significativos, los
besos que alivian el dolor, el refugio cálido de su cama, de sus peluches,

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los olores familiares que calman su miedo, la voz de la madre, su
expresión de amor, su mirada tierna. Todo lo que representa cobijo es un
potente estímulo liberador de oxitocina, que hace desaparecer miedos y
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dolores, trayendo consigo la seguridad.

Los primeros cinco años son el tiempo del movimiento incansable. Los
niños necesitan moverse tanto como respirar. El movimiento, la actividad
física, estimulan la formación de neuronas en una estructura límbica
llamada hipocampo, crucial para la memoria y los aprendizajes. Una vez
formadas estas neuronas, la dopamina, la serotonina y la oxitocina se
encargarán de favorecer su crecimiento, diferenciación y óptimas
conexiones sinápticas. Por otra parte, el movimiento y la actividad física
estimulan el desarrollo del cerebelo, una estructura encefálica
sorprendente, encargada de dotar al cerebro de eficiencia cognitiva, de la
capacidad de aprender multidimensionalmente y de autorregular las
emociones primarias. Aparece en escena un grupo de nuevas moléculas,
las endorfinas, que se encargarán de atenuar la fatiga física derivada del
movimiento enérgico y sostenido; estas endorfinas tomarán también un
nuevo rol: potenciar a la dopamina y a la serotonina en sus versátiles
funciones neurotróficas y de regulación emocional.

SEGURIDAD EMOCIONAL SE ESCRIBE CON V.

V de VÍNCULOS. Una letra mágica porque en su interior se esconden


otras 4 letras: D, S, O, E, las iniciales de 4 moléculas simples y a la vez
sorprendentes, testimonios de un cerebro emocional perfecto en su
diseño, bellamente minimalista. Con 4 letras se escribe un guión de
empuje, de fuerza, de motivación, de talentos, de avidez por aprender, de
serena búsqueda de la armonía, de inclinación a lo bello, a lo que

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enaltece; de empatía, de búsqueda de sana convivencia, de actitud
prosocial. Esta es la climatización emocional que es preciso instalar en un
aula para que los alumnos se muestren dispuestos a aprender. Esta es la
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climatización emocional que transforma una clase en una fragua de
incansable entusiasmo, en la cual cada alumno se motiva a dar lo mejor
de sí y aprende de modo sólido y versátil. Aprende “de verdad”, en un
momento álgido de la educación, cuando las tecnologías de la información
seducen al alumno y le apartan del quehacer de aula, a menudo detenido
y anquilosado, atrapado en metodologías tediosas entregadas por
maestros que han extraviado la pasión por enseñar y confundidos en la
maraña de los problemas de conducta y la desmotivación de los alumnos.

El secreto parece radicar en la posibilidad de despertar en cada alumno la


certeza de saberse emocionalmente seguro, protegido, entregado a las
manos de alguien significativo, que le quiere y está dispuesto a protegerle
y al mismo tiempo a darle autonomía. Un maestro con quien le une un
profundo vínculo de afectos, con quien se relaciona en una invisible y
mágica urdimbre escrita en clave energético-química con apenas 4 letras,
el nombre de 4 moléculas cuya armoniosa actividad en todo su organismo
le remonta a las primeras experiencias de seguridad, un lento crecer de
raíces y de alas.

El arte del minimalismo no es sinónimo de simpleza. Es el arte de la


simplicidad. Nuestro cerebro emocional en el ámbito de los vínculos es
artísticamente minimalista, pero su construcción al interior del aula es todo
un desafío, que obliga al maestro, en primer lugar, a romper con muchos
de sus bastiones de certeza relativos al enseñar, pero también le obliga a
revisar su propia vida, sus sistemas de creencias, su propio bienestar y
autocuidados, su vocación. Y le invita a atreverse a transgredir, a romper
ese viejo –y estéril– concepto de aula “donde se dicta una clase” a niños

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que han de dejar en algún rincón sus emociones para disponerse a
aprender “desde lo cognitivo”. Es, por lo tanto, un enorme desafío, muy
difícil de aceptar, de iniciar y de sostener en el tiempo. Sin embargo,
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afrontarlo trae consigo efectos sorprendentes y beneficiosos, evitando
consecuencias lamentables, que van desde una labor docente que se
estrella una y otra vez con el muro de la desmotivación y la mala
conducta, hasta los magros resultados en las pruebas nacionales de
logros en aprendizajes, resultados que se adjudican a la mala calidad de
los profesores, sin lograr ver que el verdadero culpable es la errónea
creencia de que basta con que un niño ocupe su puesto en el aula para
que su mente se disponga automáticamente a aprender. Las
neurociencias nos muestran que el cerebro cognitivo del niño sólo se
enciende desde la seguridad emocional, y esta se escribe con la V de
vínculo afectivo.

SOLO SE CONOCE BIEN LO QUE SE DOMESTICA

Aprender puede ser una aventura excitante si el cerebro del niño es


despertado por la versátil dopamina. Esta molécula invita al
descubrimiento, a la exploración, a la apertura mental, a la creatividad
libre, a la entrega gozosa a lo nuevo. Es una molécula épica, plena de
energía cuando circula en cantidades armoniosas. Cuando se hace
presente en las sinapsis en cantidades excesivas, provoca un estado de
excitación que perturba la capacidad de focalizar la mente, provocando un
pensamiento en fuga constante, desinhibiendo el comportamiento e
impeliendo al niño a conductas temerarias. Es lo que ocurre cuando los
niños pequeños ingieren bebidas energizantes, exceso de té o café.
¿Cómo instalarla en el aula? En primer lugar, el niño debe llegar al aula

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con niveles adecuados de dopamina, los cuales son aportados por una
alimentación saludable, en la cual no falten vegetales como la espinaca, la
palta, los tomates; frutas como plátanos y ciruelas; germen de trigo, queso
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mozzarella, todos los cuales aportan tirosina, precursor de la síntesis de
dopamina. Debe estar razonablemente sano, sin psicopatología.En el aula
la dopamina puede ser estimulada de modo directo y armoniosamente a
través de metodologías que inviten a descubrir, a crear, a explorar, a
indagar. De modo indirecto, a través del buen humor (que activa la
liberación de endorfinas), el estímulo, las metas, la valoración genuina y
entregada de modo cariñoso.

Aprender requiere de serenidad, y esta surge cuando el niño se siente


amado y protegido. El factor esencial para sentirse protegido es el respeto.
Respetar a un niño implica estar consciente de su dignidad de ser humano
y de niño/adolescente, vale decir, como alguien muy diferente al adulto en
su mirada sobre el mundo, en su pensar, en su sentir, en su actuar.
Demasiado a menudo el profesor se irrita porque sus alumnos “no
entienden”, y los trata en forma despectiva, sin lograr ponerse en la
perspectiva de un niño, que procesa la información de modo diferente a
como lo hace el adulto, en formatos propios, únicos, preferentemente
intuitivos. Respetar implica saber escuchar, con disposición a una escucha
atenta e interesada, sin prejuicios ni actitudes poco auténticas, fácilmente
percibidas por los niños; esta escucha es imprescindible cuando los
alumnos deben afrontar un conflicto y se sienten confundidos. Respetar es
evitar toda descalificación, toda opinión precipitada que apunta a “remecer
al alumno y despertar su amor propio” pero que lo único que logra es
avergonzarlo, intimidarlo, humillarlo. Respetar es hablar a los alumnos con
suavidad, sin estridencias, sin gritos; es mirarles a los ojos con afecto en
vez de ira; emplear gestos suaves y acogedores en lugar de gestos

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airados e incluso amenazantes. El profesor debe saber que en el cerebro
de cada uno de sus alumnos están activas millares de sinapsis que
decodifican las señales prosódicas de la voz, los mensajes visuales
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provenientes del rostro y de la mirada, los formatos comunicativos del
cuerpo, con su muda pero sugerente gestualidad. La mirada afectuosa, la
voz sin estridencias, los movimientos desprovistos de amenaza, la
capacidad de escucha emotiva, los mensajes de valoración y
reconocimiento, son poderosos estímulos liberadores de serotonina y
provocan en los alumnos una indefinible sensación de paz y de seguridad.
Del mismo modo, tener en forma ocasional la oportunidad de vivir
experiencias estéticas y/o espirituales (desde un paseo por un paraje bello
y natural a ver una obra de arte, escuchar melodías armoniosas y bellas,
practicar ejercicios de yoga y/o de meditación) es un modo infalible de
estimular la liberación de serotonina.

Esta molécula sorprendente se sintetiza a partir de los alimentos que


ingerimos, los cuales deben ser saludables. Las nueces, avellanas,
dátiles; la avena, la espinaca, los plátanos, el arroz integral, ciertos quesos
como el cheddar y el gruyére y las carnes blancas son alimentos ricos en
triptófano, el precursor de la serotonina.

Aprender exige dejar atrás los miedos, iras, frustraciones, para abrir la
mente a lo novedoso. El trabajo intelectual que motiva y estimula al niño
puede ser un bálsamo para los dolores del alma, porque desvía la
atención llevándola a un plano objetivo; sin embargo, para que ello ocurra
es preciso previamente haber atenuado el dolor y la ansiedad; haber
recibido consuelo, que mengua los recuerdos dolorosos, amplificando los
aspectos positivos de la experiencia. Todo ello es mediado por la

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oxitocina, la cual es liberada activamente por la presencia que consuela,
conforta y cobija. Una palabra de consuelo, un gesto de afecto, una actitud
de interés y de cálida comprensión, no sólo permiten alejar el dolor, sino
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que también promueven en el niño fenómenos biológicos favorecedores
de una óptima conectividad sináptica, especialmente en hipocampo,
facilitando sólidos aprendizajes.

El profesor que sabe acoger, escuchar y cobijar no requiere de estudios


técnicos de psicología; sólo necesita poseer la sensibilidad necesaria para
saber leer el alma infantil, y esa sensibilidad está activa en la mayoría de
los adultos, porque pertenece al misterioso ámbito de la intuición. El
dilema es que está oculta por toneladas de prejuicios, de creencias
erróneas pero firmemente arraigadas en el imaginario de los adultos y que
mueven decisiones, actitudes y conductas. “Yo soy profesor, no estudié
psicología” “mi tarea es enseñar, no hacer psicoterapia”, “los alumnos son
manipuladores, ponen caritas para ablandarme”, “es imposible
preocuparse de las penas y dolores de cuarenta y cinco niños”, “los
alumnos actuales son inmanejables, requieren una disciplina y un control
férreos” por mencionar algunos de estos prejuicios. Pero las actitudes y
comportamientos de tantos maestros que trabajan en sectores sociales
extremadamente vulnerables desmienten en forma rotunda tales
creencias; estos maestros afirman que la única vía posible de llegar a las
mentes cognitivas de esos niños que llevan profundas heridas en el alma
es precisamente entregarles amor a raudales, escucharlos, acogerlos,
valorarlos, hacerles sentir personas dignas y valiosas. Sólo después de
haber intentado reparar esas heridas a través del afecto y el respeto, es
posible “hacerles una clase” con la convicción de que responderán con
motivación y deseos de aprender. Las estrategias que emplean estos

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maestros son simples, “minimalistas” y certeras: se sustentan en el
establecer vínculos sólidos, genuinos y profundos.

LA MAGIA DE LA RECIPROCIDAD

Un aula emocionalmente protegida se escribe con V y esta mágica letra


lleva en su interior esas otras 4 letras con las cuales se construye una
obra de arte perfecta en su minimalismo: la circulación libre y energética
de la relación sustentada en el afecto y el respeto. Sin embargo, no basta
con que el profesor se atreva a romper el clásico esquema del aula
emocionalmente amordazada e instalar la alquimia vincular que libera y
energiza; hay un factor indispensable, sin el cual esa alquimia puede
desvanecerse: el maestro debe estar razonablemente sano en su propia
emocionalidad, y esta condición se denomina bienestar. ¿Cuáles son los
factores que favorecen el bienestar de quien debe convivir día a día con
los niños y adolescentes, guiándoles en su formación para la vida?

Estos factores son numerosos, complejos y actúan de manera concertada,


transformando la tarea del maestro en una de las más ingratas, arduas y
exigentes. El maestro no sólo enfrenta día a día a su grupo de alumnos,
con sus miedos, iras, penas, frustraciones; a través de ellos recibe la
potente energía que traen de sus hogares (agresiones, discordias) y del
entorno: el barrio, la sociedad que día a día ingresa de modo perturbador y
violento a través de las pantallas de la TV. Esa energía se transmite al
profesor, desestabilizándolo, poniendo en marcha sus propios miedos, sus
propias inseguridades. ¿Cómo neutralizar esa energía a menudo tan
dañina? Hay un solo recurso posible: instalar en el aula la dinámica
vincular pone en marcha un proceso de benéfica circulación de
intercambios regidos por el principio de la reciprocidad. Dar implica recibir,

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pero en este recíproco intercambio se recibe mucho más de lo que se da.
La ecuación es simple: el maestro puede sanar de sus dolores propios
favoreciendo una relación vincular. Los alumnos, por su parte, pueden
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crecer emocionalmente desde la seguridad de un vínculo profundo con su
maestro. Cuando esta alquimia de los afectos se instala, la climatización
de esa aula –un aula quizá humilde, carente de recursos tecnológicos-
puede cambiar el mundo, porque el mundo ha funcionado desde sus
inicios rigiéndose por el principio de la reciprocidad; es en este intercambio
de energías psíquicas que se ha jugado la suerte de la humanidad. Las
interfaces de dicho intercambio entre seres diversos, con mentes que
funcionan de modo diferente y en ocasiones antagónico, son magia y
alquimia. Dominique Temple, antropóloga que ha investigado este
principio como eje de la evolución de las sociedades, habla de
“sociedades de la abundancia”, un abundar no sólo económico, sino de
afectos, amistad, justicia, responsabilidad, ética, honor. Nosotros
agregamos el concepto de alquimia: una transformación de la naturaleza
humana desde un balance neuroquímico elemental y perfecto en su
simplicidad, que se apoya en 4 letras como pilares del crecimiento
emocional.

Esta alquimia es posible. Requiere del maestro el estar convencido de su


existencia como un sueño posible y de la necesidad de llevarla a germinar
desde la acción. Para ello, ese maestro precisa de vocación, de la
armoniosa convivencia entre conocimiento y arte y de sentido de
coherencia. La vocación es el deseo sincero de enriquecer a sus alumnos,
dotándolos de herramientas para la vida; requiere saber de niños, de su
desarrollo, sus necesidades emocionales, sus vulnerabilidades; debe
poseer el arte de la docencia, que está más bien lejos de la técnica y más
cercano a la intuición, que guía y da sentido a la didáctica. Pero, por sobre

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todo, debe poseer ese don llamado sentido de coherencia, que consiste
en la certeza de que todo en la vida tiene un propósito, que la existencia
se lleva a cabo en una urdimbre energética en la cual se van instalando
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hechos, circunstancias, que son como los diseños de ese tejido, unidos
entre sí, plenos de sentido, muy ajenos a lo que la sociedad parece
indicar. Cuando un maestro posee ese sentido de propósito, rompe con lo
aparente, que es “instruir” a los alumnos, para instalarse en la dimensión
de acompañar a descubrir. Y en esta dimensión, la mejor compañía es la
que está plena de significados invisibles regidos por el principio del dar y
el asombro del recibir, en un viaje lleno de misterio en una embarcación
llamada aula, desde donde se fortalecen raíces para desplegar alas.

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