Bernabe Prólogo de Idea Crónica
Bernabe Prólogo de Idea Crónica
Bernabe Prólogo de Idea Crónica
La crónica es una fuerza impulsora hacia lo real. Desde los comienzos, en la escritura
latinoamericana lo real exhibe una particular extrañeza. Inmersos en el laborioso proceso de
legitimar su empresa, los primeros cronistas incrustaron la maravilla en el formato propio de los
documentos legales remitidos a la Corona y, desde la ambigüedad que conjuga cálculos
comerciales con leyendas orientales, realizaron el inventario de probables mercancías. A la
manera de un notario, el cronista le otorgó legalidad a sus dichos con la de probatoria de lo visto y
oído. De ahí que la mayoría de las veces deba recurrir a la presentación de testimonios de terceros
o referir a la participación del que escribe en los hechos narrados. La insistencia en la fidelidad a lo
realmente sucedido termina por dar cauce a una “estética de la verdad”. Del registro de los
movimientos de imitación retórica que apuntan a garantizar la autenticidad de lo narrado, R.G.
Echevarría deriva toda una teoría narrativa latinoamericana que comienza con el afán
demostrativo de los cronistas del S XVI.
La persistencia de la crónica en el ámbito hispanoamericano se debe, entre otras cosas, a
que su práctica hizo posible gestionar las bases de la literatura moderna, por un lado aportó a la
fundación de los imaginarios nacionales cuando, próxima al cuadro de costumbre, se lanzó a
capturar voces y personajes de un pueblo que seducía tanto como atemorizaba. Por otro, en el
marco del esteticismo modernista, la crónica permitió forjar un espacio inexistente hasta ese
momento para la práctica de la escritura. Frente a la carencia de bases institucionales que
permitieran proclamar una esfera para el arte separada del mundo de los negocios, la crónica
modernista en general y Rubén Darío en particular, se valieron del periodismo para difundir una
galería de raros personajes que llevaban vida de artistas. A fines del S XIX, la crónica importa no
sólo por los temas que introdujo, sino por ser el espacio donde se manifestaron las nuevas
subjetividades. Al mismo tiempo que proporciona una forma de ganar el sustento diario, la crónica
modernista aporta al proceso de la profesionalización del escritor que pugna por establecer un
territorio específico para su actividad. La crónica se prueba por la extensión de sus limitantes ej,
Martí para La Nación.
Entre las diversas fronteras de la crónica tmb se encuentra el ensayo de interpretación, la forma
que los escritores latinoamericanos usaron para narrar la nación. La relación alcanza su máxima
aproximación a mediados del S XX cuando los narradores se obsesionaron con la búsqueda de la
identidad americana con cierto afán ontológico. ¿Pero qué es la historia de América toda sino una
crónica de lo real-maravilloso? Se preguntaba Carpentier autofigurándose un crpnista de Indias
contemporáneo. De este modo pergeñaba una modalidad narrativa que le permitió figurar un
contienente que en pleno S XX tdv aparecía incomprensible y equívoco. En los sesenta, la novela
se convirtió en la crónica de los hechos insólitos que, por artilugio de la imaginación, pasaron a
constituirse en verdad de la vida cotidiana modelo exitoso: Cien años de soledad. La
desarticulación del verosímil “macondista” se inicia como efecto de los cambios provocados por la
globalización, que impulsó lo que se podría denominar una visión catastrófica de lo real. En este
marco se intensifica la voluntad de testimoniar la persecución impuesta por als dictaduras
militares, la progresiva implantación de los modelos neoliberales y el escepticismo resultante de la
comprobación de los límites de los proyectos revolucionarios de las décadas del 60 y 70. Sin
embargo, la retracción hacia lo privado y lo íntimo se constituye a partir de la virtualidad de redes
interconectadas de maneratal que el espacio doméstico presenta una extra-territorialidad capaz
de reconfigurar las relaciones entre lo privado y lo público mediante múltiples superposiciones.
Todo es muy diferente cuando las calles son dormitorio, baño y cocina para personas que han
aprendido a habitar en estado de “vigilancia pública”. Esta dialéctica trama una urdimbre donde
los sujetos pujan por construirse algún territorio de pertenencia. El despojo general trajo
aparejada una profusión de relatos testimoniales donde un sujeto se pone a contar lo que le
sucedió o padeció a causa del desmantelamiento de sus derechos civiles, políticos o sociales.
Rodr Juliá le da otra vuelta al tema de la memoria y el conocimiento, se trata de la
memoria de las catástrofes naturales. Su relato del huracán es la arcilla que da forma a la
narración popular. El poder de la naturaleza es la contracara del poder de la tecnocracia y el
militarismo que amenaza con la destrucción total. Las catástrofes naturales, a diferencia de las que
promueve el poder, constituyen una memoria ancestral que da forma a los mitos colectivos. Aquí
el silencio tiene otro sentido porque se vuelve más productivo: la naturaleza obliga a una escucha
total para que de ella brote la materia de los futuros relatos restauradores de la memoria rota.
Cuando se ofrecen instrucciones para orientar a alguien en la selva de signos que es una
ciudad siempre se corre el riesgo de generar mayor confusión en el interlocutor. Una calle se
continúa siempre en otra. La maraña vial de una gran ciudad suele ser similar a las redes de
conexiones infinitas en la que toca vivir. La densidad de bifurcaciones y sus posibles derivas se
apoderan del relato al punto de que lo que aparenta ser una sencilla descripción de recorridos se
vuelve una suerte de tratado urbano.
Si la clave para entender la mecánica de los objetos en el capitalismo tardío reside en su
valor de exhibición, la crónica es su contrapartida por ser el proceso en que se constituye una
mirada a partir de múltiples recorridos. Ella es revelación en diversos sentidos: irrisión y crítica de
un mundo transmutado en copia falsa y camuflaje y recorrido de un sujeto que reconoce y se
reconoce. Más que nunca quiere ser testimonio de la pérdida de naturaleza y del propio perderse
de los sujetos.