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Vaux, Rolando de (1975) Historia Antigua de Israel 2

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K.

D1 YAIX

HISTORIA
ANTIGUA-
DE ISRAEL
BIBLIOTECA BÍBLICA
CRISTIANDAD

La dirige
A. DE LA FUENTE ADÁNEZ

J. FlNEGAN: Manual de Cronología Bíblica.


G. E. WRIGHT: Arqueología Bíblica. Con 220 ilustraciones.

ANTIGUO TESTAMENTO
O. ElSSFELDT: Introducción al Antiguo Testamento. 2 tomos.
W. EiCHRODT: Teología del Antiguo Testamento. 2 tomos.
M. NOTH : El mundo del Antiguo Testamento.
R. DE VAUX: Historia Antigua de Israel. 2 tomos.
E. J E N N I / C WESTERMANN : Diccionario teológico manual del Antiguo Tes-
tamento. 2 tomos.

NUEVO TESTAMENTO
J. LEIPOLDT/W. GRUNDMANN : El mundo del Nuevo Testamento. 3 tomos.
Tomo I: Estudio histórico-cultural.
Tomo II: Textos y documentos.
Tomo III: Ilustraciones.
J. JEREMÍAS : Jerusalén en tiempos de Jesús. Estudio económico y social
del mundo del Nuevo Testamento.
V. TAYLOR: Evangelio según san Marcos.
P. BONNARD: Evangelio según san Mateo.
R. E. BROWN: Evangelio según san Juan. 2 tomos.
ROLAND DE V A U X , OP

HISTORIA A N T I G U A
DE ISRAEL
II

ASENTAMIENTO EN CANAAN
Y
PERIODO DE LOS JUECES

EDICIONES CRISTIANDAD
Huesca, 30-32
J. GABALDA ET CÍE. ÉDITEURS, París 1971
Título original:
HISTOIRE ANCIENNE VISRAÉL
* * *
Tradujeron este tomo al castellano
A. DOMÍNGUEZ
y
J. VALIENTE MALLA

Derechos para todos los países de lengua española en


EDICIONES CRISTIANDAD, S. L.
Madrid 1975

Depósito legal M-39019-1974


ISBN 84-7057-169-9 (Obra completa)
ISBN 84-7057-171-0 (Tomo II)
Printed in Spain
CONTENIDO
PRIMERA PARTE

TRADICIONES SOBRE
EL ASENTAMIENTO EN CANAAN

Introducción 17
1. Teoría de Y. Kaufmann 18
2. Teoría de A. Alt y M. Noth 19
3. Teoría de W . F . Albright 23
4. Teoría de G. E. Mendenhall 26

Cap. I: El marco histórico 29


I. Fin del dominio egipcio 29
II. Ruina del Imperio Hitita 36
III. Los Pueblos del Mar 40
1. Los Pueblos del Mar 41
2. Los filisteos 42
3. Otros Pueblos del Mar en Palestina 48
IV. Edom-Moab-Amón 54
V. Los árameos 57
VI. Conclusión 59

Cap. I I : Asentamiento en el sur de Palestina. Las tribus de Judá, Simeón y Leví. 61


I. Exploración en Canaán y papel de Caleb 61
II. Asentamiento de los grupos simeonitas y levitas 64
III. Asentamiento de los grupos calebitas en la región de Hebrón 70
1. Caleb 70
2. Otoniel 71
3. Yerajmeel 72
4. Quenitas 73
IV. Asentamiento del grupo judaíta 75
V. Origen de la tribu de Judá 81

Cap. III: Asentamiento en TransJordania. Las tribus de Rubén, Galaad-Gad,


Manasés-Maquir 85
I. Itinerario de los israelitas desde Cades a las llanuras de Moab 85
1. N m 20,14-223 y 21,21 86
2. Dt 2,1 -25 89
3. Jue 11,17-18 92
4. N m 33,37.41-49 93
5. N m 21,10-20 95
II. Las guerras contra Sijón y Og 96
1. Guerra contra Sijón, rey de Jesbón 96
2. Guerra contra Og, rey de Basan 98
III. Los oráculos de Balaán y el episodio de Baal Fegor 99
1. La historia de Balaán 99
2. El episodio de Baal Fegor 100
12 Contenido

IV. Asentamiento de Rubén y Gad 101


N m 32 101
Yazer y Galaad 102
El pacto entre Jacob y Labán 103
¿Existe una tribu de Galaad ? 104
La tribu de Rubén 106
¿Participaron Rubén y Gad en la «conquista» al oeste del Jordán? no
V. La media tribu de Manasés-Maquir 113
1. Maquir 114
2. Yaír 116
3. Nobaj 118
VI. Conclusión sobre el asentamiento en TransJordania 118

Cap. IV: Asentamiento en Palestina Central. Benjamín y la casa de José. 121


I. Las fuentes. Crítica literaria y crítica de las tradiciones 121
II. El envío de los espías y la historia de Rajab 123
III. El paso del Jordán y la parada en Guilgal 126
Análisis literario y análisis de las tradiciones 126
2. El culto de Guilgal. 130
3- Interpretación histórica. 132
IV. La conquista de Jericó 134
V. La conquista de Ay 137
VI. El acuerdo con los gabaonitas 145
VIL La batalla de Gabaón y la gruta de Maqueda 150
VIII. El asentamiento en la montaña de Efraín 157
IX. Origen de la tribu de Benjamín 161
X. La casa de José. Efraín-Manasés-Maquir 163
1. La casa de José en las sentencias sobre las tribus. 164
2. Efraín y Manases en Gn 48 166
3. Conclusión. 172

Cap. V: Asentamiento en el Norte. Aser, Neftalí, Zabulón, Isacar. 173


I. La batalla de las aguas de Merón y la toma de Jasor.. 173
1. Crítica literaria 173
2. Exégesis 173
II. Relaciones entre Jos 11 y Jue 4-5 175
III. Jasor según los textos y la arqueología 176
IV. Interpretación histórica 178
V. Las tribus del norte 179
VI. La asamblea de Siquén 184

Cap. VI: Visión global sobre el asentamiento en Canadn.


1. El asentamiento en el sur de Palestina 190
2. El asentamiento en TransJordania 191
3. El asentamiento en Palestina central 191
4. El asentamiento en el norte 192
5. Infiltración y conquista
193
6. Cronología , 194
SEGUNDA PARTE

EL PERIODO DE LOS JUECES

Prefacio 199

Cap. I: Las fuentes bíblicas. El libro de los Jueces 201


I. El contenido 201
II. Composición 204
III. Cronología 207
IV. Valor histórico 210

Cap. II: Las doce tribus de Israel 211


I. Historia de la cuestión 211
II. Anfictionías griegas y ligas itálicas 213
III. Las doce tribus no constituyen una anfictionía 216
1. La cifra doce 217
2. El pacto anfictiónico 218
3. El santuario central 218
4. El consejo anfictiónico 224
5. El derecho anfictiónico 226
6. La acción anfictiónica 227

Cap. III: El «sistema de las doce tribus» 229


I. El sistema genealógico 230
1. Gn 29-30; 35 230
2. Gn 49 232
3- Dt33 233
II. El sistema tribal 234
1. N m 1,5-16; 13,4-15 235
2. N m 1,20-43; 2,2-31; 7,10-88; 10,13-27; 26,5-51 235
III. Listas territoriales ' 238
1. Jos 13-19 238
2. N m 34 240
3. Ez 48 340
IV. Listas espúreas 241
1. 1 Cr 12,25-38 241
2. 1 Cr 27,16-22 242
V. La fecha de los «sistemas» 242
1. Crítica literaria 242
2. Crítica de las tradiciones 243
VI. Federaciones de tribus en ambiente semítico 247
VIL La formación del pueblo de Israel 252

Cap. IV: Los jueces de Israel 259


I. Estado de la cuestión 259
II. La lista de los jueces «menores» 263
III. Los otros «jueces de Israel» 266
2
IV. Significado de la raíz ípt 7a
1. En hebreo 273
14 Contenido

2. En fenicio y en púnico 273


3. En ugarítico 274
4. En Mari 274
V. Intento de solución 275

Cap. V: La vida de las tribus 279


I. Desplazamientos de las tribus o los clanes 279
1. Dan 279
2. Manases oriental 287
3. ¿Efraín y Benjamín en TransJordania? 290
4. ¿Una migración de Aser? 291
II. Las relaciones con los cananeos 292
1. La batalla de Quisón 292
2. La expansión de Judá 297
3. Los acuerdos con los cananeos 299
III. Lucha contra los extranjeros 306
1. Otoniel 307
2. Ehud 308
3. Gedeón 312
4- Jefté. 318
5. Los filisteos 320
índice analítico de los dos tomos 323
índice de autores de los dos tomos 356
PRIMERA PARTE

TRADICIONES SOBRE
EL ASENTAMIENTO EN CANAAN
INTRODUCCIÓN

El problema del asentamiento de los israelitas en Canaán y de la


formación de las doce tribus es el más difícil de toda la historia de
Israel.
Sin embargo, cuando se lee la Biblia, las cosas parecen bastante sim-
ples. Después de un intento de penetrar en Canaán por el sur y fracasar
(Nm 13-14), las doce tribus, que habían salido de Egipto bajo la guía
de Moisés, dan un largo rodeo por el desierto y llegan a TransJordania.
Vencen a Sijón, rey de Jesbón, y a Og, rey de Basan, y se apoderan de
sus países, acampando en las llanuras de Moab (Nm 20-25). Moisés
reparte el territorio conquistado entre Gad y Rubén (Nm 32). A la ca-
beza de las doce tribus, Josué atraviesa el Jordán; la toma de Jericó y
Ay le abre el camino hacia el centro de Canaán (Jos 1-9). Una campaña
en el sur (Jos 10) y otra en el norte (Jos 11) aseguran el dominio de los
israelitas sobre todo el país; sólo quedaba repartirlo entre las tribus
(Jos 13-19). Así, pues, la Biblia presenta el asentamiento en Canaán
como una conquista militar y rápida de todo el país, realizada por todas
las tribus bajo el mando de Josué.
Pero la misma Biblia indica que este cuadro está muy simplificado.
El pacto de Siquén (Jos 24, especialmente vv. 14-15) supone que no to-
das las tribus habían participado en la salida de Egipto ni en la conquis-
ta. El tratado con los gabaonitas (Jos 9) y la ausencia de toda operación
militar en la montaña de Efraín y frente a Siquén muestran que, por
lo menos en algunas regiones, el asentamiento se realizó de forma pa-
cifica. A esa acción común de las tribus se oponen, algunos textos
(Jue 1; Jos 13,2-6; 15,13-19; 17,14-18; 19,49; 23,7-13; y ya Nm 32,39-40),
que muestran a las tribus comprometidas aisladamente en la conquista
ile su territorio. Finalmente, otros textos (Jos 13,1-6 y Jue 1) reconocen
que la conquista fue incompleta, y la redacción deuteronomista de
Jue 2,1-6.20-23; 3,1-6 explicó este fracaso por motivos teológicos.
Por consiguiente, hay que releer los relatos bíblicos a la luz de la
crítica literaria y de la crítica de las tradiciones y compararlos con los
testimonios externos de la historia general y la arqueología. Las con-
clusiones a que últimamente se ha llegado son distintas, según la im-
portancia que se haya concedido en cada caso a estos medios de in-
vestigación.

2
i. Teoría de Y. Kaufmann
Aunque reconoce la necesidad de una crítica literaria, Y. Kauf-
mann rechaza las soluciones corrientes, tanto la que quiere ver en Josué
y Jueces la continuación de los documentos del Pentateuco como la que
los incluye en una gran historia deuteronomista que iría desde el Deu-
teronomio hasta el final de Reyes. Según él, el libro de Josué fue escrito
muy poco después de los acontecimientos; su autor reunió los recuerdos
de una tradición viva y se sirvió también de fuentes escritas. Su estilo
es «deuteronomista»; pero ese estilo existía mucho antes del libro del
Deuteronomio. A pesar de que reconoce que los relatos de la conquista
están rodeados de una nube de leyenda, sostiene que responden a la
realidad histórica. La conquista fue obra común de todas las tribus,
que se habían unido en el desierto en virtud de una alianza religiosa y
nacional. Josué fue un personaje excepcional que comprendió que la
conquista sólo se lograría si las tribus se mantenían unidas en el com-
bate y se conservaba su moral. Por eso retrasó el asentamiento hasta que
se terminaron los combates; no ocupó ni reconstruyó ninguna de las
ciudades conquistadas, sino que mantuvo al pueblo en el campamento,
adonde se regresaba después de cada campaña. Sostuvo su moral con
gestos que le infundían una confianza absoluta en la victoria: la erección
de piedras en Guilgal después de pasar el Jordán, la maldición sobre
Jericó después de tomar la ciudad, el colgamiento del rey de Ay, el altar
del monte Ebal, la mutilación de los caballos y la destrucción de los
carros después de vencer a los reyes del norte. Josué no sólo comprende
la psicología del pueblo; es además un estratega excelente: si mantiene
su campamento en Guilgal, es porque va devastando todo el país a me-
dida que lo conquista y porque debe sacar sus provisiones de Transjor-
dania, de los territorios amigos de Rubén, Gad y la semitribu de Ma-
nases, a quienes les paga con la plata y el oro de su botín; por otra parte,
debía estar alerta contra una posible acción de Amón y Moab, que
pudiera venirle por la espalda. Poseía una táctica admirable: toma siem-
pre la ofensiva; ataca por sorpresa cuando el terreno se lo aconseja; no
da tiempo a que el enemigo reaccione, sino que lo persigue y toma sus
ciudades una tras otra, sin permitir su recuperación.
El capítulo primero de Jueces no ofrece una imagen opuesta. Es un
relato antiguo que narra acontecimientos de comienzos de la época de
los Jueces, después de la muerte de Josué. Todo el territorio por con-
quistar había sido repartido previamente por un acuerdo nacional entre
las tribus; a esto responde el documento geográfico de Jos 13-19. Cada
tribu ocupó la parte que le tocó en suerte; pero la conquista no estaba
terminada, y las tribus tuvieron que continuar individualmente la lucha
para asegurarse la posesión de su territorio: Jue 1 es la continuación
1
Y. Kaufmann, The Biblical Account of the Conquest 0/ Palestine (Jerusalén 1953);
Traditions Concerning Early Israelite History in Canaan: «Scripta Jerosolimitana» 8
(Jerusalén 1961) 3°3"334-
Teoría de Alt y Noth 19

histórica de Josué. Kaufmann distingue cuatro tipos sucesivos de gue-


rras. Primero, las guerras de conquista (desde Nm 21 hasta Jue 1), la
última de las cuales es la toma de Betel (Jue 1,22-26). A continuación,
un corto período de guerras de tributo (Jue 1,27-35): se renuncia a
conquistar y expulsar a los cananeos, pero se les somete a la prestación
de servicios. El tiempo de los Jueces y de comienzos de la monarquía
corresponde a las guerras de liberación (Jue 3-1 Sm 31). Finalmente,
en la época de David y Salomón es cuando tienen lugar las guerras de
imperio. Al morir Josué y Caleb, ya se había conquistado todo el terri-
torio por una acción conjunta de todas las tribus. Pero la conquista de
Canaán no fue en ningún momento pacífica. El cuadro que presentan
Josué y Jue 1 es histórico; las otras teorías son invención de los eruditos.
La teoría de Kaufmann es inaceptable 2 . No tiene en cuenta los
resultados mejor avalados de la crítica literaria, la crítica de las tradicio-
nes y la crítica histórica. No es posible pensar que el libro de Josué sea
obra de un solo autor que escribiría a comienzos de la época de los Jue-
ces en un estilo que es el del Deuteronomio, ni que pasara tan poco
tiempo entre los acontecimientos y la forma como son narrados: con-
cretamente los relatos de la toma de Jericó y de Ay, que ocupan la ma-
yor parte de la historia de la conquista (Jos 2-8), tienen que ser el tér-
mino de un largo desarrollo de la tradición. Kaufmann desconoce o
resta importancia a los elementos que se oponen a su teoría: el tratado
con los gabaonitas, la situación en Siquén, el estado incompleto de la
conquista. Resulta paradójico querer situar en la época de Josué el mapa
de las tribus y las listas de ciudades de Jos 13-19. Finalmente, Kaufmann
no tiene en cuenta los testimonios externos de la historia y la arquelogía.

2. Teoría de A. Alt y M. Noth


La teoría de Kaufmann está en total oposición a la de A. Alt y
M. Noth, la cual se funda en la historia de los territorios y en la historia
de las tradiciones 3.
La disposición de unidades territoriales, grandes o pequeñas, de un
país no se modifica profundamente por un cambio de población. El
examen de la situación de Canaán antes de que llegaran los israelitas y
la comparación con el estado posterior a su asentamiento nos permiten
explicar cómo se asentaron. Canaán estaba dividido en gran número de
untados-ciudades desde comienzos del II milenio, según los documen-
2
O. Eissfcldt, Die Eroherung Palástinas durch Altisraeh W O 2 (1954-59) 158-
171; A. Alt, Utopien: T L Z 81 (1956) col. 521-528; J. Bright, Early Israel in Recent
lliúory Wriling (Londres 1956) 56-78.
•' A. Alt, Die Landnahme der Israeliten in Paldstina (Leipzig 1925) = Kleine Schrif-
IPII 1, 89-125; Josua, en Werden und Wesen des Alten Testament: B Z A W 66 (1936)
13-29 • ' Kleine Schriften I, 176-192; Erwágungen über die Landnahme der Israeliten.
in 1'aliXstina: PJ15 35 (1939) 8-63 = Kleine Schriften I, 126-175; M. Noth, Das Buch
,/IIMKI (I IAT; 2 i953); Geschichte,'67-82. La tesis está bien resumida en M. Weippert,,
lHe l.tmdmihme der israelitischen Stámme in der neueren wissenschaftlichen Diskussion.
((¡ni 1111*1 11)67) ' 4 - 5 1 -
20 Introducción

tos literarios (textos egipcios de execración), o desde comienzos del


III milenio, según las excavaciones. Esta situación no había cambiado
bajo el Imperio Egipcio; mas, cuando éste se debilitó, en la época de
Amarna, se hizo caótica. Pero esa situación no era la misma en la lla-
nura q u e en la montaña: los Estados-ciudades se agrupan en las llanu-
ras, mientras q u e son poco numerosos en las regiones montañosas, don-
de se desarrollan Estados m u c h o mayores: Jasor en el norte, Siquén en
el centro y quizá el Garu de las cartas de A m a r n a en la montaña de Judá.
Después del hundimiento de la dominación egipcia, cambia la situación.
Se ven surgir nuevos Estados q u e llevan el nombre de pueblos: Edom,
M o a b y A m ó n , e n TransJordania; Filistea, e n Cisjordania. El viejo
sistema d e Estados-ciudades se mantiene en los bordes: hay u n «cerrojo»
de ciudades cananeas desde Acre a Betsán, y otro desde Guézer hasta
Jerusalén, en el q u e está incluida la tetrápolis gabaonita. El primer
asentamiento de las tribus israelitas se hizo, salvo excepciones locales, a
manera de infiltración pacífica, aprovechando las transhumancias pasto-
riles; tuvo lugar en las lagunas d e los Estados-ciudades y en las regio-
nes q u e seguían menos pobladas. L o s datos bíblicos confirman este
asentamiento pacífico: el tratado con los gabaonitas y la ausencia de
combates en la Palestina central.
¿De dónde procede, entonces, la tradición de la «conquista»? L a s
historias d e conquista de Jos 2-12 están vinculadas cada u n a a u n lugar.
Son relatos etiológicos, q u e explican u n a situación que permanece «hasta
el día de hoy», es decir, hasta el tiempo del narrador. ¿Por q u é está
Jericó en ruinas? ¿Por q u é A y se llama «La Ruina»? ¿Por q u é existe u n
montón de piedras cerca d e su puerta destruida? ¿Por q u é hay en M a -
queda u n a gruta cerrada con piedras enormes?, etc.
El papel de Josué fue nulo o casi nulo e n todo esto. E n u n principio,
este efraimita n o tuvo nada q u e hacer en tradiciones q u e eran ajenas a
su tribu. Según A l t 4 , Josué sería, sin embargo, original en Jos 10,10-14,
que no es etiológico y tiene lugar en territorio efraimita. L a autoridad
de Josué, confirmada con esta victoria local, explicaría su función de
arbitro e n los conflictos tribales (Jos 17,14-18; este pasaje sólo se refiere
a la «casa de José»). Quizá ocupe también u n puesto en el pacto de Si-
q u é n (Jos 24). Finalmente, se le consideró como sucesor de Moisés.
M . N o t h llega incluso a excluir a Josué de Jos 10, donde es posible q u e
su nombre haya sustituido al d e u n héroe local. Quizá haya más motivos
para vincular a Josué con Jos 17,14-18. Desempeñó, en todo caso, u n
papel decisivo e n la constitución d e la liga de las tribus (Jos 24). Desde
aquí es d e donde pasó a las otras tradiciones del libro.
El asentamiento pacífico en las regiones poco pobladas y el paso
del seminomadismo a la vida agrícola se realizaron sin hechos espectacu-
lares y no dejaron huellas profundas en la tradición. Este asentamiento
(Landnahme) se prolongó durante u n largo período. Los conflictos ar-
4
A. Alt, Josua, citado en la nota precedente.
Teoría de Alt y Notb 21

mados con los cananeos estallaron cuando los clanes, ya asentados, pre-
tendieron extenderse a costa de los Estados ciudades q u e les rodeaban;
fue el período del establecimiento (Landesausbau). Siguiendo en la mis-
ma línea, M . N o t h intentó determinar cómo se había establecido cada
tribu, teniendo a la vista el territorio que se le había asignado y los datos
esparcidos en el Antiguo Testamento, Dicha ocupación tardó m u c h o en
realizarse y consistió en u n a serie de movimientos, q u e variaron según
los grupos y las regiones. N o es posible dar fechas precisas: estarían
situadas entre la segunda mitad del siglo x i v a. C , después del período
de Amarna, hasta los alrededores de 1100 a. C Pero se puede considerar
que 200 años son demasiados, y es aconsejable limitar el tiempo del
asentamiento al siglo X I I I .
M . N o t h no cree q u e estas conclusiones, q u e él saca del análisis i n -
terno del Antiguo Testamento, deban ser modificadas p o r el testimonio
externo q u e procede de la arqueología 5 . E n favor de una conquista por
las armas se invoca la destrucción de ciertas ciudades cananeas, al final
del siglo XIII, q u e se mencionan en el libro de Josué; pero esas ruinas
pueden ser efecto de los conflictos con q u e se enfrentaban d e continuo
las ciudades d e Canaán o de los ataques q u e realizaron los Pueblos del
Mar a partir de 1200. El testimonio de la arqueología debe ser sometido
a crítica lo mismo que los textos, y cada caso debe ser examinado aparte.
Jericó fue destruido en el siglo x i v y estaba desierto en la época q u e se
atribuye a Josué; A y estaba en ruinas desde la mitad del III milenio
a. C ; Betel fue destruida a finales del siglo XIII, pero J u e 1,22-26 dice
expresamente q u e se tomó la ciudad sin combate, gracias a la traición de
uno de sus habitantes. Laquis = Tell ed-Duweir y Debir (si Debir coin-
cide con Tell Beit Mirsim) fueron igualmente destruidas en el último
cuarto del siglo XIII; sin embargo, sólo en la lista esquemática de Jos 10,
28-30 se atribuye su conquista a Josué. Según la Biblia, Josué habría
hecho u n pacto con los habitantes d e Gabaón; n o obstante, las excava-
ciones de el-Gib no h a n descubierto resto alguno de una ciudad del
Bronce Reciente. M . N o t h retiene u n solo dato positivo de la arqueolo-
gía: las excavaciones de Jasor h a n mostrado q u e la ciudad había sido
destruida e incendiada a finales del siglo XIII, lo cual está acorde con el
relato de Jos 11,10-13. Ahora bien, la crítica de M . N o t h había mante-
nido precisamente el valor histórico de esta información, mientras q u e
había denunciado como etiologías los relatos concernientes a Jericó y
Ay; la arqueología no confirma el carácter histórico de los relatos de
conquista de Josué, sino q u e confirma más bien los resultados de la
crítica literaria.
M . W e i p p e r t ha defendido recientemente la teoría de Alt y Noth,
dr un asentamiento primero pacífico; pero reconoce q u e es posible m o -
?
M. Noth, Grundsátzliches, zur geschichtlichen Deutung archdologischer Befunde
iiií/ dem Roilen Paldslinas: PJB 34 (1938) 7-22; Hat die Bibel doch Recht?, en Hora.
(i. Dehn (Neukirchen-Vluyn 1957) 8-22; Der Beitrag der Archáologie zur Geschichte
límete, en Congress Volume. Oxford (1960) 262-282.
22 Introducción

dificarla. En resumen 6 , sugiere que el primer asentamiento pacífico ha-


bría correspondido a las tribus del grupo de Lía con sus asociados, los
grupos de Buha y Zilfa; el grupo de Raquel, que introdujo el culto de
Yahvé y el concepto de la guerra santa, habría venido a continuación y
habría abierto la fase guerrera, que es de la que más hablan los textos.
Revaloriza, pues, las tradiciones de la casa de José sobre una conquista
por las armas y sobre el papel de Josué.
La teoría del asentamiento pacífico ha sido duramente criticada 7 .
Algunas de estas críticas son injustas: no se puede decir que la posición
de Alt y Noth sea «nihilista», puesto que proponen una solución positi-
va, aunque no sea la que sugeriría una primera lectura de los textos. Las
críticas fundamentales se dirigen a dos puntos: se les ha reprochado de
recurrir con demasiada facilidad a la etiología y de olvidar o menospre-
ciar el testimonio externo de la arqueología.
Algunos trabajos recientes han clarificado el concepto de etiología 8 .
Etimológicamente, la palabra significa «ciencia de las causas». En el len-
guaje moderno se utiliza casi exclusivamente para designar una rama de
la medicina que estudia las causas de las enfermedades. A partir de
Gunkel, los biblistas dan el nombre de etiológicos a los relatos que ex-
plican un nombre de persona, de pueblo o de lugar, un accidente de la
naturaleza, un monumento, una costumbre, un comportamiento o un
rito que existen «hasta el día de hoy». Es una respuesta a un «¿por qué?»
Estas etiologías etimológicas, cultuales, históricas y etnológicas se hallan
con frecuencia en los estratos antiguos de la Biblia, pero se hacen cada
vez más raras. Tienen paralelos en otras literaturas. La etiología es, sin
embargo, un concepto complejo y diversificado. Cuando se habla de
ella se sobreentiende de ordinario que se trata de una explicación inventa-
da. Pero, al principio, la respuesta era tan seria como la pregunta. El que
contaba la historia la consideraba verdadera. Childs ha demostrado de
forma convincente que la fórmula «hasta el día de hoy» sólo raras veces
tenía la función etiológica de justificar un hecho existente y que de or-
dinario era una fórmula de testimonio personal añadido a una tradición
6
M. Weippert (loe. cit. en la nota 4, espec. su conclusión) 140.
7
W . F . Albright, The Israelite Conquest of Canaan in ihe Light of Archaeology:
BASOR 74 (abril 1939) n - 2 3 , y en los trabajos que citaremos en la nota 9; Y. Kauf-
mann, The Biblical Account, 70-74; J. Bright, Early Israel..., 79-110.
8
J. Bright, Early Israel..., 91-100; J. Fichtner, Die etymologische Atiologie in den
Namengebungen der geschichtlichen Bücher des Alten Testaments: V T 6 (1956) 372-
396; I. L. Seeligmann, Aetiological Elements in Biblical Historiography: «Zion» 26
(1961) 141-169 (en hebreo con resumen en inglés); B. S. Childs, A Study of the For-
mula «until this Day»: JBL 82 (1963) 279-292; A. Ibáñez Arana, La narración etioló-
gica como género literario bíblico. Las etiologías etimológicas del Pentateuco: «Scriptorium
Victoriense» (Vitoria, España) 10 (1963) 161-176, 241-275; Cl. Westermann, Arten
der Erzdhlung in der Génesis, en Forschung am Alten Testament (Munich 1964) 39-47;
S. Mowinckel, Tetrateuch-Pentateuch-Hexateuch: BZAW 90 (1964) Excursus, 78-86;
B. O. Long, The Problem of Etiological Narrative in the Oíd Testament: BZAW 108
(1968); F. Golka, Zur Erforschung der Átiologien im Alten Testament: VT 20 (1970)
90-98. 1
Teoría de Albright 23

que se está refiriendo y que se quiere confirmar con ese testimonio. Por
otra parte, la etiología sólo suele afectar a ciertos detalles del relato.
Por ejemplo, los montones de piedras que señalan la sepultura de Acán
y la del rey de Ay y que subsisten «hasta el día de hoy» (Jos 7,26; 8,29),
como conclusión de la historia de la transgresión del anatema contra
Jericó o de la conquista de Ay; otro tanto cabe decir de la gruta cerrada
con grandes piedras que se pueden ver «hasta el día de hoy» (Jos 10,27),
como conclusión a la historia de la guerra contra los cinco reyes amorreos.
Existían muchos montones de piedras y muchas grutas obstruidas: ¿por
qué se habría dado una razón especial de esas dos rimas de piedras y de
esa gruta, si no hubiera habido en un principio una tradición vinculada
a esos lugares? Hay que reconocer que, en muchos de esos relatos, los
rasgos etiológicos son secundarios y que hay muy pocos relatos que sean
totalmente etiológicos. Y, remontándonos más arriba, si no hubiera ha-
bido nunca guerras entre los israelitas y los cananeos, si no hubieran te-
nido nunca lugar acciones de conquista, a nadie se le habría ocurrido
jamás explicar de esa forma fenómenos locales. El aspecto etiológico de
un relato no constituye necesariamente una leyenda. La historicidad de
una tradición es independiente de los rasgos etiológicos que pueda po-
seer.
También se ha reprochado a Alt y Noth no haber contado con los
testimonios externos, en concreto con el de la arqueología. Sin embargo,
ninguno de ellos descuida totalmente la arqueología, sino que critican
su testimonio y las conclusiones que de ella se sacan. Es posible que
esta crítica haya sido demasiado negativa, pero ha sido una reacción
saludable contra un uso excesivo de la arqueología por parte de la teoría
que pasamos a exponer.

3. Teoría de W. F. Albright 9
La incertidumbre de los relatos bíblicos no hace fácil la historia de
la conquista; pero los testimonios de la arqueología nos permiten afirmar
que hubo realmente una conquista y fijar con cierta aproximación la fe-
cha: la fase principal se desarrolló en la segunda mitad del siglo xni.
La destrucción de las últimas ciudades cananeas de Debir (Tell Beit
Mirsim) y Betel tuvo lugar en el siglo x m . La destrucción de Laquis debe
datarse en torno al 1200 a. C. La última ocupación del Bronce Reciente
en Jasor se detiene a finales del siglo x m . En todos estos casos, las ciu-
dades cananeas importantes son reemplazadas, con o sin intervalo, por
una ocupación mucho más pobre; como esta ocupación coincide con el
asentamiento de los israelitas, éstos pueden ser tenidos por los respon-
sables de las destrucciones. No vale objetar que Jericó fue destruida en
9
Además de BASOR 74 (abril 1939), citado en la nota 7, y de los artículos de de-
talle sobre diferentes lugares bíblicos: The Biblical Periodfrom Abraham to Ezra (Nue-
va York •''i963) 24-34; Archaeology, Historical Analogy and Early Biblical Tradition
(Halón Rouge 1966) 3-21.
24 Introducción

el siglo xiv: los últimos estratos del Bronce Reciente fueron corroídos
por el viento y la lluvia durante los cuatro siglos que separaron su des-
trucción, en tiempos de Josué, de su reocupación, en la época de Ajab.
En cuanto a Ay, la tradición transfirió a esta «ruina» el relato de la toma
de la ciudad vecina Betel. Siquén y Gabaón tienen u n papel importante
en los relatos de Josué, pero no se trata de su conquista; su importancia
estriba en que los israelitas encontraron parientes en esas ciudades o
consiguieron aliados. E n todo caso, no es posible sostener la teoría ge-
neral de una infiltración pacífica y gradual de grupos nómadas. H a y que
afirmar q u e los israelitas se establecieron por una conquista y que Josué
desempeñó u n papel en ella. N o obstante, también es verdad que la tra-
dición ennobleció ese papel y atribuyó a Josué conquistas que fueron
posteriores.
Estas conclusiones han merecido una amplia acogida, especialmente
en América, entre los discípulos de Albright, quienes las han difundido
y a veces completado y matizado. G. E. W r i g h t 1 0 las ha recogido y ha
intentado conciliar la presentación de Jos I - I I con la de Jue i: Josué
sólo se había dedicado a conquistar cierto número de ciudades clave del
sur de Canaán; algunas acciones locales terminaron después la conquista.
J. Bright 11 sigue la misma línea, a u n q u e es menos categórico en cuanto
al valor de la prueba arqueológica. Esta no es decisiva, pero hace incli-
nar la decisión en favor de la historicidad sustancial de los relatos bíbli-
cos; es lo que él llama «balanza de probabilidad». J. A. Soggin 1 2 acepta
como válida esta nueva categoría. La conclusión a que llega Bright es
que, «por compleja que fuera la ocupación israelita de Palestina, y por
esquemática que sea la narración d e Josué, se puede considerar como
cierto que en la última parte del siglo x i n tuvo lugar una irrupción vio-
lenta en el país». M á s recientemente, P. L a p p 1 3 ha pasado cuidadosa-
mente revista a los resultados del trabajo arqueológico en Palestina y
TransJordania; sostiene que Albright y sus discípulos pueden haber
exagerado el alcance de los testimonios sacados de la arqueología, pero
confiesa que se siente más cómodo con esta solución, que conecta con
la tradición bíblica, que con la de M . N o t h .
Frente a estas aprobaciones sin reservas o con ciertas reticencias, se
han producido oposiciones motivadas especialmente por parte del mis-

Ki G. E. Wright, The Westminster Historical Atlas to the Bible (Filadelfia 21956)


39-40; Biblical Archaeology (Filadelfia 21962) 69-84; Archaeology, History and Theo-
logy: «Harvard Divinity School Bulletin» 28 (1964) 85-96; The Literary and Historical
Problem of Joshua 10 and Judges 1: JNES 5 (1946) 105-114.
n J. Bright, Early History..., 87 89; History, 117-120.
12 J. A. Soggin, Ancient Biblical Traditions and Modern Archaeological Discove-
ries: BibArch 23 (1960) 95-100; Alttestamentliche Glaubenszeugnisse und geschichtliche
Wirklichkeit: T Z 17 (1961) 385-398, espec. 396-397-
13
P. Lapp, The Conquest of Palestine in the Light of Archaeology: «Concordia
Theological Monthly» 38 (1967) 283-300; Biblical Archaeology and History (Nueva
York-Cleveland 1969) 107-111.
Teoría de Albright 25

mo M . N o t h y de M . W e i p p e r t i 4 ; las resumimos a continuación. N o


hay hechos arqueológicos puros, sólo hay hechos interpretados. A falta
de documentos escritos hallados en las ruinas, la arqueología es muda
sobre la causa y los autores de una destrucción. Esta p u d o ser ocasio-
nada por u n terremoto o u n gran incendio o por u n ataque enemigo. En
este último caso es posible que los enemigos no vinieran del exterior del
país; en una época en que la dominación egipcia era simplemente nomi-
nal, las guerras entre las ciudades constituían u n mal endémico. Y si el
enemigo es u n invasor, no hay que olvidar que los israelitas no fueron
los únicos que penetraron en Canaán por esas fechas: lo hicieron tam-
bién los Pueblos del Mar. D e hecho, esa época significa una transforma-
ción profunda de toda la cuenca oriental del Mediterráneo, y resulta,
por tanto, m u y difícil determinar qué parte correspondió a los israelitas.
La oposición entre la cultura de finales del Bronce Reciente y la de co-
mienzos de la Edad de Hierro no es suficiente para señalar la invasión
de los israelitas: se trata, también aquí, de u n fenómeno general, y no
fueron los israelitas quienes provocaron esta ruptura de todo u n orden
político y cultural; ellos se aprovecharon simplemente de él. Por consi-
guiente, el testimonio de la arqueología tiene poco peso para hacer in-
clinar la «balanza de probabilidad» en favor de una conquista guerrera de
Canaán por parte de los israelitas. La última palabra, como la primera,
corresponde a la crítica literaria y a la crítica de las tradiciones.
Lo más grave es que las objeciones contra la teoría arqueológica sue-
len proceder de los mismos arqueólogos que han excavado los lugares.
El último juicio expresado por Miss Kenyon respecto a Jericó dice así:
«Resulta imposible asociar la destrucción de Jericó con esa fecha (el
éxodo en el siglo x i n a. C ) . La ciudad p u d o ser destruida por otro de
los grupos hebreos, cuya infiltración es, como se reconoce generalmente,
una historia complicada. T a m b i é n es posible que la localización de una
historia dramática de asedio y conquista en Jericó sea la explicación etio-
lógica de una ciudad en ruinas. La arqueología no puede dar la respues-
ta» 1 5 . Respecto a Ay, Judith Marquet-Krause llega a esta conclusión:
«Los caps. 7 y 8 de Josué, q u e podían considerarse como históricos, for-
man parte de una leyenda» 16. El último arqueólogo que ha excavado en
Ay, J. Callaway, piensa que el largo relato bíblico tiene como único
fundamento que los israelitas tomaron, después de asentarse, una ciu-
dad fundada por otros inmigrantes sobre las ruinas de la ciudad del
Bronce Antiguo; y, extendiendo su conclusión, dice: «No podemos se-
guir sosteniendo que la conquista de Canaán por los invasores israelitas
explique la destrucción de las ciudades del Bronce Reciente, en Laquis,

14
M. Noth, Der Beitrag der Archdologie, citado en la nota 5; M. Weippert, Die
l.nmlnahme (citado en la nota 3) 124-132.
I?
K. M. Kenyon, en Archaeology and Oíd Testament Study, ed. D. Winton Tho-
m;iK (Oxford 1967) 273; cf. su asistente en la excavación, H. J. Franken, Tell es-Sultan
mu/ Oíd Tcslamcnt Jericho: OTS 14 (1065) 189-200.
"' |. Marquet-Krause, Les j'ouill. de 'Av (El-Tell) (París 1949) 24.
26 Introducción

Tell Beit Mirsim y Jasor» 17. Ep cuanto a Gabaón, J. B. Pritchard decla-


ra que, según los testimonios de la arqueología, no existía en ese lugar
ninguna ciudad de cierta importancia en la época de Josué; y prosigue:
«Las anomalías que aparecen en los resultados arqueológicos sobre tres
lugares que ocupan un puesto preeminente en los relatos de la primera
parte del libro de Josué (Jericó, Ay y Gabaón) sugieren que hemos lle-
gado a un callejón sin salida al intentar apoyar con pruebas arqueológicas
la interpretación tradicional» 18.

4. Teoría de G. E. Mendenhall19
La oposición entre las dos tesis precedentes parece insuperable; por
eso G. E. Mendenhall ha propuesto una solución original. Los antepa-
sados de los israelitas no eran «nómadas» ni «seminómadas». El antiguo
Oriente, antes de que aparecieran las grandes tribus camelleras, no
conoció contraste entre sedentarios y «nómadas»; éstos eran pastores
asociados a la vida del poblado. La «tribu» no es producto de una des-
cendencia genealógica; es una unidad social que trasciende el grupo del
poblado: sus miembros le prometen lealtad y ella les asegura en cambio
su protección colectiva. No había oposición entre cultivadores y pas-
tores, sino entre poblado y ciudad. Esta oposición existió en Canaán,
donde los habiru/hebreos son grupos que se evadieron a la autoridad
de las ciudades. Israel, asimilado en la Biblia a los habiru, tiene el mismo
origen que éstos. No hubo desplazamientos de población ni inmigra-
ciones de importancia; se produjo simplemente una rebelión de los cam-
pesinos contra los Estados-ciudades cananeos. Lo que hizo cristalizar
ese movimiento fue la llegada de un grupo de cautivos que huyeron de
Egipto y estaban unidos por una misma fe en un nuevo dios, Yahvé, con
el que tenían una alianza y al que habían transferido todos los atributos
de los soberanos humanos. Al llegar al oeste del Jordán, polarizaron en
torno suyo los movimientos de resistencia, expulsaron o mataron a los
reyes y destruyeron las ciudades. Israel no es un grupo étnico que se
convirtió en una comunidad religiosa, sino una comunidad religiosa que
fue adquiriendo en el trascurso de la historia cierta unidad étnica en
virtud de los matrimonios interiores y de la resistencia a las aportacio-
nes étnicas exteriores.
Esta teoría, que ha suscitado pocas reacciones 20 , es difícil de acep-
1 7 J. Callaway, New Evidence on the Conquest of 'Ai: JBL 87 (1968) 312-320.
18 J. B. Pritchard, en The Bible in Modem Scholarship, ed. J. P. Hyatt (Nashville-
Nueva York 1965) 319.
i» G. E. Mendenhall, The Hebrew Conquest of Palestine: BibArch 25 (1962) 66-87.
20
Las únicas críticas motivadas que conozco, son las de M. Weippert, Die Land-
nahme, 59-123; P. Lapp: «Concordia Theological Monthly» (citado en la nota 13)
298-299. No he podido ver la crítica de J. A. Soggin, en el apéndice a su artículo La
conquista israelítica della Palestina nei se. XIII e XII e le scoperte archeologiche: «Pro-
testantismo» 17 (1962) 194-208.
Teoría de Mendenhall 27

tar. No tiene en cuenta la convicción que tuvo siempre Israel de haber


sido primero extraño a la población de Canaán y de haber llevado du-
rante mucho tiempo una vida pastoril. Mendenhall no sólo olvida la
tradición de la estancia en el desierto, después de la salida de Egipto,
sino también toda la tradición patriarcal. Esta tradición corresponde a
lo que actualmente sabemos, gracias a los documentos de Mari, sobre
los nómadas de Siria en el II milenio; Mendenhall da una falsa imagen
de esos nómadas. Su concepción de la tribu, fundada sobre una comu-
nidad de sentimientos e intereses y no sobre lazos de sangre, va en con-
tra de todos los datos bíblicos y de los análisis de la sociología moder-
na 2 l . No se puede identificar a los israelitas con los habiru sin hacer
previamente muchas salvedades, y los habiru de la época de Amarna
no desempeñaron el papel que Mendenhall les atribuye.
No obstante, conservaremos algunos elementos de esta teoría. El
grupo que trajo del desierto la fe en Yahvé era sólo uno de los elementos
•del futuro Israel y era poco numeroso; pero poseía cierta unidad étnica
y reunió en torno suyo a otros grupos parientes que ya estaban instala-
dos en Canaán, aunque habían venido del exterior. La teoría se aplica-
ría con facilidad a algunas tribus del norte, muy mezcladas con los ca-
naneos, cuyos príncipes prestaban sus servicios; pero, al llegar el grupo
•de Josué, con la fe en Yahvé y la ideología de la guerra santa, se habrían
rebelado contra ellos. Volveremos sobre esto en su momento.
En una palabra, están en conflicto dos soluciones principales: la
de Alt-Noth, que se funda sobre todo en la crítica interna del texto bí-
blico, y la de Albright y sus discípulos, que se funda ante todo en el
testimonio externo de la arqueología. Esta oposición entre los hombres
de los textos y los hombres de los monumentos, entre los críticos li-
terarios y los arqueólogos, no se limita a nuestro problema ni a la inter-
pretación general de la historia bíblica. Resulta muy instructivo com-
parar las discusiones que enfrentan a los defensores y adversarios de
la historicidad de la guerra de Troya. El paralelismo es sorprendente.
Las etapas que separan esta guerra de la recensión «canónica» de la
Ilíada y la Odisea, en el siglo vi a.G, son de la misma extensión y na-
turaleza que las que separan la «conquista» de Canaán en el siglo XIII
de la composición final del libro de Josué por el redactor deuteronomis-
ta. Existen en ambos casos los mismos desacuerdos entre arqueólogos
y críticos literarios y están expresados en términos extraordinariamente
similares 22 .

21
Respecto a los árabes en concreto, cf. T . Ashkenazi, La tribu árabe: ses éléments:
«Anthropos» 41-44 (1946-49) 657-672.
22
Para el problema general del método y sobre este punto concreto, remito a mis
dos artículos: Method in the Study of Early Hebrew History, y The Bible in Modern
Scholarship (citado en la nota 18) 15-29, espec. 29, y con más detalle: On Right and
Wrong Uses of Archaeology, en Near Eastern Archaeology in the Twentieth Century.
Essays in Honor of Nclson Gliurlt, rd. J. A. Sanders (Nueva York 1970) 64-80.
28 Introducción

Hay que buscar una solución que tenga igualmente en cuenta am=
bos grupos de testimonios, los de los textos y los de la arqueología;
se debe criticar primero cada uno por sí mismo y después el uno por el
otro. Es lo que nosotros intentaremos hacer. No llegaremos más allá
de hipótesis: los orígenes de Israel, como los de todos los pueblos,
están rodeados de oscuridad; caen en parte fuera del alcance del his-
toriador 2i.
23
Cf. J. A. Soggin, Alttestamentliche Glaubenszeugnisse, citado en la nota 12.
CAPTÍULO I

EL MARCO HISTÓRICO

Para comprender el asentamiento de los israelitas en Palestina hay


que situarlo dentro del marco de la historia general. Es un período
muy turbulento, a través del cual cambió radicalmente el aspecto del
Oriente. El II milenio antes de nuestra era se había caracterizado hasta
ese momento por una lucha entre las grandes potencias—Egipto, hititas,
Mitanni, Asiria—, que había conducido a cierto equilibrio sancionado
por el tratado de paz entre Ramsés II y Hattusil III. Egipto y los hititas
compartían la influencia en Siria-Palestina. El período que vamos a
presentar conoció el fin del dominio egipcio, la ruina definitiva del
Imperio Hitita, la invasión de los Pueblos del Mar, la expansión militar
de Asiria hacia el oeste y después su retirada. Al final del período, la
imagen de Siria-Palestina se había hecho distinta: reinos neohititas en
Siria del norte, Estados árameos en Siria central y TransJordania, na-
cimiento del poder marítimo de los fenicios, filisteos e israelitas asen-
tados en Palestina.

J
I. F I N DEL DOMINIO EGIPCIO

Este período abarca la mayor parte de la dinastía XIX, toda la XX


y el comienzo de la XXI. Su cronología detallada depende, en primer
lugar, de la fecha en que comenzó Ramsés II su largo reinado de setenta
y dos años y dos meses. Esta fecha está en discusión. Según la indica-
ción de una luna nueva, correspondiente a un día preciso del calenda-
rio egipcio, la astronomía señala como posibles fechas de su subida al
trono el año 1304 o el 1290 a.C Los peritos están desacordes, y algu-
nos han cambiado varias veces de opinión. Nosotros nos quedamos por
el momento con la fecha de 1290, que parece ser la que cuenta con mo-
1
Bibliografía reciente: J. Cerny, Egypt from the Death of Ramesses III to the End
of the Twenty-first Dynasty, en C A H II, 35 (1965); R. O. Faulkner, Egypt from the
Inception of the Nineteenth Dynasty to the Death of Ramesses III, en C A H II, 23 (1966);
J. Vcrcoutter, Die altorientalischen Reiche, II: Das Ende des 2. Jahrtausends (Fischer
Wcltgeschichte 3; 1966) 267-293; W . Helck, Geschichte des Alten Ágypten (Handbuch
ilrr Orientalistik I 1,3; 1968) 184-205. Sobre nuestro problema concreto: W. Helck,
I He Beziehungen Ágyptens zu Vorderasien im 3. und 2. Jahrtausend v. Chr. (Wiesba-
<len 1962) 240-255; A. Malamat, The Decline of the Egyptian Rule in Canaan, en The
World ¡Hstory of the Jewish People (en hebreo) II (1967) 139-147 y notas 333-336.
30 El marco histórico

tivos más sólidos 2 . Los argumentos no son totalmente decisivos 3, pero


esta solución ha atraído los votos más recientes 4 .
En este supuesto, la paz con los hititas, firmada el año 21 de Ram-
sés, tuvo lugar en 1269. Fue respetada por ambas partes, y el matrimo-
nio de Ramsés II con la hija mayor de Hattusil III, trece años más
tarde, la afianzó; es cierto que el faraón se casó después con otra de sus
hijas 5 . En 1224 sucedió a Ramsés II su hijo Merneptah. Reinó por lo
menos hasta 1214, ya que los documentos dan fe del décimo año de su
reinado; y si es cierto el número de años que atribuye a su reinado
Manetón, quizá gobernara hasta 1204. Pasaron los días gloriosos del
Imperio, y Egipto se vio obligado a mantenerse a la defensiva. Al final
del reinado de su anciano padre, la vigilancia de las fronteras se había
aflojado y el ejército estaba descuidado: bandas de merodeadores libios,
empujados desde el oeste por el hambre, se habían infiltrado en el
delta. En el año quinto de Merneptah 6 se produjo un ataque masivo.
Los libios, bajo la guía de su príncipe, Maraye, se lanzan al ataque.
Este había traído consigo a sus doce esposas y a sus hijos, lo cual pone
de manifiesto la intención de establecerse en el delta. Los libios tenían
por aliados a algunas tribus emparentadas: los meshwesh y los qahaq,
así como ciertos grupos que habían venido del norte por el mar. Es la
primera vez que se menciona, en los textos egipcios, a los «Pueblos del
Mar», sobre los que volveremos más adelante. Los coaligados fueron
vencidos, y Egipto trató a los prisioneros con una crueldad sin límites.
En varios textos se celebró esta victoria. Hay uno que debe retener
nuestra atención; se trata de la famosa «estela de Israel» descubierta
en 1895 por Fl. Petrie en el templo funerario de Merneptah, en Tebas,
y que está actualmente en el Museo de El Cairo 7 . Es un himno o, mejor
dicho, una serie de himnos que celebran la victoria libia. La estela no
añade nada nuevo a lo que dicen los textos de género histórico hallados
en otros lugares; pero manifiesta el alivio que se experimentó al libe-
rarse de los invasores, así como el trato infligido a los prisioneros ponía
de relieve la gravedad del peligro que se había corrido. La estela termi-

2 Cf. especialmente el estudio de E. Hornung, Untersuchungen zur Chronologie


und Geschichte des Neuen Reiches (Wiesbaden 1964).
3
K. A. Kitchen: ChrEg 40 (1965) 310-322 (recensión de Hornung); ChrEg 43
(1968) 321-322 (recensión de Redford); M. B. Rowton, The Material from Western Asia
and the Chronology of the Nineteenth Dynasty of Egypt: JNES 25 (1966) 240-258.
4
D. B. Redford, History and Chronology of the Eighteenth Dynasty (Toronto 1967)
183-208; J. von Beckerath: Z D M G 118 (1968) i8s; W . Helck, Geschichte des Alten
Ágypten (1968) 141. Sin embargo, la fecha de 1304 la mantiene H . L. Thomas, Ar-
chaeological Implications ofNear Eastern Chronology: «Opuscula Atheniensia» 8 (1968)
H - I 2 , espec. 21-22, en virtud de los sincronismos con Mesopotamia.
5
K. A. Kitchen, G. A. Gaballa, Ramesside Varia, II, 1: The Second Hittite Mar-
riage of Ramesses II: ZSA 96 (1969) 14-18.
6
Un texto de Amada habla de un ataque en el año cuarto: A. Abd-el-Hamid
Youssef: ASAE 58 (1964) 273-280; pero debe de ser un error.
^ Texto: A N E T 376-378; fotos: A N E P n. 342-343.
Fin del dominio egipcio 31

na con un himno, que ya no tiene relación directa con la victoria sobre


los libios, sino que celebra los triunfos, reales o imaginarios, del faraón:
Los príncipes están prosternados y dicen «¡Paz!» (shalam),
entre los Nueve Arcos, ni uno levanta la cabeza.
Desolación para Tehenu (Libia), el Hattu está en paz.
Canaán, con todo lo que tiene de malo, fue capturado.
Ascalón fue deportado, nos apoderamos de Guézer.
Yenoán se hizo como si no fuera nada.
Israel fue devastado, ya no tiene simiente.
El Huru se convirtió para Egipto en una viuda.
Todos los países, en su totalidad, están apaciguados,
todo el que era turbulento fue atado.
Es la primera mención de Israel en un texto ajeno a la Biblia y es
la única mención de Israel en toda la literatura egipcia. Este texto nos
plantea dos problemas. ¿Prueba que Merneptah hizo una campaña en
Palestina? ¿Qué significa esa mención de Israel? Se ha negado que la
acción militar de Merneptah en Canaán tenga carácter histórico, apo-
yándose en el carácter poético del texto y en la mención de Yenoán y
Ascalón, que se hallan también en textos de Seti I y Ramsés II. Sin
embargo, la intervención de Merneptah en Canaán se confirma por el
epíteto «que redujo a Guézer», que le da la inscripción de Amada 8 . Ya
hemos discutido la mención de Israel al hablar de la fecha del éxodo 9 .
No cabe concluir a partir de ese texto que hubiera una acción militar
de Merneptah contra ese Israel. Aparte de que la Biblia no ha conser-
vado ningún recuerdo de ella, los términos de que se sirve el himno
son expresiones puramente convencionales y estereotipadas que, como
las que van vinculadas a Ascalón, Guézer, Yenoán, pretenden mante-
ner la ficción de un dominio efectivo de Egipto sobre Canaán.
El hecho de que al comienzo del himno se mencione a los hititas
al lado de los libios ha llevado a algunos historiadores a pensar que
Merneptah también había luchado contra los hititas o que, por lo me-
nos, éstos habían estimulado a los libios y a los Pueblos del Mar a que
atacasen a Egipto. Pero lo único que dice el texto es que el Hattu seguía
en paz. Aún más, el texto histórico más extenso sobre la guerra libia nos
dice que Merneptah había enviado trigo a los hititas que padecían
hambre 10 . La amenaza de los Pueblos del Mar aconsejaba un acerca-
miento entre los dos Estados, ya que debían formar un frente común
contra ellos. El interés que tomaba Merneptah por los asuntos del
norte aparece también en el hecho de que en Ras Samra se ha encon-

8 J. Breastcd: ARE III, § 606; mejor: ASAE 58 (1964) 273SS.


» Cf. vol. I, p. 371-
10 Gran Inscripción de Karnak, línea 24: J. Breasted: ARE III, § 580; cf. G. A. Wain-
wnght, Mmeptaíi's Aid to the Hittites: JEA 46 (1960) 24-28.
32 El marco histórico

trado una espada grabada con su sello: seguramente fue enviada como
regalo u .
Aparte de la «estela de Israel», existen otros documentos que indi-
can que Merneptah mantenía cierto control sobre Siria-Palestina. Se
conserva un extracto del registro del jefe de servicio egipcio en la fron-
tera oriental durante el tercer año del faraón 12. En once días se vieron
pasar dos correos que salían de Egipto y llevaban tres despachos, uno
de los cuales era para el príncipe de Tiro. Otra entrada del mismo dia-
rio menciona a un oficial que venía de las «fuentes de Merneptah, que
se encuentran en las colinas»; se ha intentado situar ese lugar en «Me
Neftóaj», «las aguas de Neftóaj», que, según Jos 15,9; 18,15, s e r í a u n
punto de la frontera entre Judá y Benjamín, el Liftah actual, cerca de
Jerusalén, donde habría entonces un puesto egipcio 13. Pero la hipóte-
sis es frágil 14 . Es más probable que el nombre se refiera a un punto
de agua situado en la ruta militar entre Egipto y Gaza. Como sucedía
ya en el Imperio Medio, también ahora se admitía en Egipto a grupos
de pastores que iban en busca de pastos mejores: un modelo de carta
del octavo año de Merneptah describe la entrada y el registro de clanes
shasu de Edom en la fortaleza de Merneptah 15. También sucedía algu-
na vez que se fugaban esclavos de Egipto, y se les buscaba sin cejar al
otro lado de la frontera 16. Además de los textos, algunos hallazgos ar-
queológicos atestiguan la presencia egipcia: un reloj de sol portátil con
el sello de Merneptah, en Guézer 17; un cuenco con una inscripción
hierática del cuarto año, probablemente de Merneptah, en Tell ed-Du-
weir = Laquis 18; una fortaleza en Betsán, construida probablemente
bajo Merneptah 19 . Pero estos testimonios sólo se refieren a ciertos
lugares en que conservaba Egipto algunas guarniciones; fuera de ellas,
la seguridad del país no estaba garantizada. Una composición literaria,
destinada a la formación de los alumnos escribas, describe de forma
divertida y exagerada los infortunios que aguardan a un mensajero real
que atraviesa Canaán por caminos horribles e infestados de beduinos
salteadores 2 0 .
A Merneptah le sucedieron varios faraones sin importancia. El últi-
11
Cl. F. A. Schaeffer, Ugaritica III (París 1956) 169-178.
12
A N E T 258-259; R. A. Caminos, Late-Egyptian Miscellanies (Londres 1954)
108-113.
13
M. Noth, Das Buch Josua (HAT; /1953) 88; J. Gray, Joshua, Judges and Ruth
(1967) 143; Y. Aharoni, The Land of the Bible (1967) 173.
14
D. Leibel: «Yediot» 28 (1964) 255-256 (en hebreo).
15 A N E T 259a; R. A. Caminos, loe. cit., 293-296; W . Helck: V T 15 (1965) 38-40.
No se puede fechar esta carta bajo Seti II (Caminos y otros), ya que este faraón sólo
reinó seis años.
16 A N E T 259b: R.A. Caminos, loe. cit., 254-258,
17 E. J. Pilcher, Portable Sundial.from Gezer: PEFQS (1923) 85-89.
i» O. Tufnell, Lachish IV (Londres 1958) 133.
19
Sobre la fecha, cf. B. Maisler: BIES 16 (1951) 14-19 (en hebreo).
20
Papiro Anastasi I, trad. en A N E T 475-479. Sobre la fecha, cf. A. Gardiner
Egypt of the Phaiaos (Oxford 1961) 274; R. O. Faulkner (loe. cit. en la nota 1) 21.
Fin del dominio egipcio 33

mo soberano de la dinastía XIX fue la reina Tausert, que reinó en fecha


desconocida, a comienzos del siglo xn. Se ha encontrado en Deir Alia
una vasija con su nombre 21 . La dinastía se termina con disturbios: la
conclusión histórica del gran papiro Harris 2 2 dice que cierto asiático,
Irsu, llegó a ser jefe y dominó al país. Es posible que Irsu 2i sea otro
nombre del gran canciller Bay, que era probablemente un extranjero
y ejerció un poder efectivo al final de la dinastía 24 .
El fundador de la dinastía XX, Setnekhté, se volvió a hacer con el
poder y, pasados dos años, se lo dejó a su hijo, Ramsés III. Reinó éste
treinta y dos años, y, aunque las fechas no son seguras, las últimas pro-
puestas establecen su reinado, con un año o dos de diferencia, entre 1184
y 1152 25 . Fue el último de los grandes faraones guerreros. Su reinado
constituye el esplendor final del Imperio Egipcio. Ramsés III se propu-
so expresamente imitar a su glorioso antecesor Ramsés II. Incluso le
imitó en la narración y representación de sus hazañas militares, las cua-
les cubren los muros de su templo funerario en Medinet Habu. Exis-
ten, en concreto, varias listas de países conquistados que copian las de
Ramsés II e incluso de Tutmosis III. Podemos, no obstante, sacar
algunos datos históricos de ellas.
En el año quinto tuvo lugar una guerra contra los libios, que in-
tentaban, como bajo Merneptah, adueñarse del delta. Sin embargo, en
esta ocasión no se menciona a los Pueblos del Mar, excepto en una de
las inscripciones de Medinet Habu, que mezcla las dos campañas, del
año quinto y del octavo 26. Los enemigos fueron vencidos. En el año
octavo surgió un peligro mucho más grave. Se produjo una nueva aco-
metida, verdaderamente formidable, de los Pueblos del Mar. Llegaban
en barcos y en convoyes a lo largo de la costa. Fueron vencidos por
tierra y por mar. Pero, mientras los relieves de Medinet Habu dan una
representación extremamente viva del combate naval, el ampuloso texto
que los acompaña es tan impreciso que los historiadores no comparten
la misma opinión: unos sitúan los combates en Siria y a lo largo de su
costa, a la altura de Arvad; otros los localizan en la frontera de Egipto,
en las desembocaduras del Nilo, y en la costa sur de Palestina. Volve-
remos sobre ello cuando nos refiramos a los Pueblos del Mar. Algunos
de los pueblos vencidos, al menos los filisteos y los zakkala, se estable-
cieron en Palestina o, mejor dicho, los instaló allí Ramsés III, quien les
21
J. Yoyotte: V T 12 (1962) 464-469.
22
J. Breasted: ARE IV, § 398.
23
Del nombre propio hay testimonios en Ras Samra y Egipto, cf. W . A. Ward:
JNES 20 (1961) 32-33.
24
A. Gardiner, Egypt of the Pharaos, 282; J. Yoyotte: V T 12 (1962) 468; W . Helck,
Ccschichte, 191 en nota. Cf. vol. I, p. 292.
25
Es la fecha de E. Hornung; J. Vercoutter señala 1182-1151; W . Helck, Geschich-
te, propone 1183-1152.
26
W . F. Edgerton-J. A. Wilson, Historical Records of Ramsés III (Chicago 1936)
19-34-
3
34 El marco histórico

confió la defensa de aquellos territorios, que seguían bajo dominio


egipcio.
En el año undécimo, Ramsés III tuvo que rechazar un nuevo ataque
de los libios. Unidos a los meshwesh y a cinco tribus de las que no hay
más noticias, los libios consiguieron al principio algunas victorias, pero
al fin fueron repelidos; la batalla decisiva se libró en los confines del
desierto del oeste. Los relieves de Medinet Habu representan también
escenas de batallas en Siria, Hattu y Amurru. Pero, por lo general, se
piensa que esas batallas carecen de fundamento histórico y se cree que
las escenas alusivas a ellas son copia de las de Ramsés II. No obstante,
también en el pequeño templo de Mut, en Karnak, aparecen escenas de
guerra en Siria. Es más segura una campaña contra los shasu de Seír,
que se menciona en el papiro Harris 27 . Pero esto tuvo lugar en el de-
sierto próximo a Egipto, en el sur de Palestina; Egipto continuaba ex-
plotando, como bajo Seti I y Ramsés II, las minas de cobre de la Araba 28 .
En cuanto al resto de Canaán, Egipto afianzó de nuevo su presencia
en ciertos puntos estratégicos. Betsán tenía por esa época una guarni-
ción, compuesta en parte por mercenarios de los Pueblos del Mar.
Conocemos el nombre de su comandante. Ramsés-Weser-Khepesh,
inscrito en bloques que proceden de su residencia y que llevan el sello
de Ramsés III 2 9 . Además, el faraón tenía su estatua en Betsán 30 .
En Meguido se ha encontrado un modelo de plumero de marfil a
nombre de un «mensajero real para todos los países extranjeros», con el
sello de Ramsés III 31 . El nombre de éste se lee también en un fragmen-
to de vasija, en Guézer 32 . En Bet-Semés, Tell el-Farah del sur y Laquis
se han recogido escarabajos de Ramsés III. Según el gran papiro Harris,
Ramsés III había mandado construir un templo funerario cerca de un
templo de Amón en Gaza, y las rentas de nueve ciudades de Canaán
estaban consagradas a Amón 33 .
El gran papiro Harris fue redactado al morir Ramsés III y deposi-
tado en su tumba. El faraón murió en 1153, en el año 32 de su reinado.
Le sucedieron ocho reyes que llevaron el mismo nombre (de Ram-
sés IV a Ramsés XI), bajo los cuales Egipto fue en rápida decadencia.
Perdió definitivamente sus posesiones en Asia. Es cierto que se han en-
contrado escarabajos de Ramsés IV en Tell es-Safi, Tell Zakariah y
Guézer, un escarabajo de Ramsés XI en Tell el-Farah del sur, una pla-
queta esmaltada a nombre de Ramsés IX (¿o X?) en Guézer; pero todos
27 J. Breasted: ARE IV, § 404.
28
B. Rothenberg: «Bible et Terre Sainte» 123 (julio-agosto 1970) 6-14.
29
Francés M. James, The Iron Age at Beth Shan (Filadelfia 1966); apéndice D por
W . A. Ward, 161-75.
30 A. Rowe, The Topography and History of Beth-Shan (Filadelfia 1930) 38 e
ilustr. 51.
31
G. Loud, The Megiddo Ivories (Chicago 1939) 11 e ilustr. 62-63.
32
R. A. S. Macalister, The Excavations of Gezer II (Londres 1912) 235 y fig. 388
(falsamente atribuido a Ramsés II).
33
J. Breasted: ARE IV, § 219, 384-
Fin del dominio egipcio 35

estos pequeños objetos no significan nada. Es más significativa la base


de una estatua de bronce a nombre de Ramsés VI (hacia 1140 a. C.)
encontrada en Meguido 34; es el último testimonio de una presencia
egipcia en Canaán. Bajo Ramsés VI se abandonó también la explotación
de las minas de turquesa en el Sinaí: la frontera de Egipto había retro-
cedido al istmo de Suez.
En la segunda mitad del reinado de Ramsés XI, último soberano de
la dinastía XX, Egipto atraviesa una grave crisis interna. Estalla el con-
flicto entre el poder central y el poder de los grandes sacerdotes de
Amón en Karnak. El sumo sacerdote Herihor toma en sus manos el
poder en el Alto Egipto. Salvo raras excepciones, no se atreve a darse
el título de rey, pero instituye una nueva era de datación. Simultánea-
mente, un tal Nesbenebned (al que los historiadores, a partir de Ma-
netón, llaman Esmendes) se arroga el poder en el delta y reside en
Tanis; tampoco él toma el título de rey, pero el poder de Ramsés XI
apenas si era más que nominal. Egipto dejó de ser una gran potencia.
En el relato del viaje de Wenamón 35 tenemos un testimonio extraor-
dinariamente interesante sobre el debilitamiento de Egipto por esta
época y sobre la situación en Siria-Palestina. Es una historia novelada,
pero verídica, escrita poco después de los acontecimientos. Cuando es-
taba todavía Ramsés III en el poder, Herahor envió a Wenamón a Bi-
blos para que trajera madera con que arreglar o rehacer la barca sagrada
de Amón; a fin de dar más realce a esa misión, se mandó con él una
estatua de Amón-del-camino. Portador de una carta de Herihor para
Esmendes, llega a Tanis y se embarca en un navio sirio. Arriba a Dor,
donde el príncipe Béder le trata bastante bien; pero se niega a interve-
nir contra uno de sus marinos que le había robado. Wenamón sale de
nuevo en un barco que pertenece a los zakkala y, al parecer, se desquita
de su pérdida robando a éstos. Después de una breve escala en Tiro,
llega a Biblos. El rey de Biblos, Zakarbaal, se niega durante un mes a re-
cibirlo y sólo accede después de la intervención de un joven inspirado
de su corte, que pide que se reciba a Wenamón y a su dios. Pero Za-
karbaal le trata con menosprecio y declara que él es el dueño de su país
y que no entregará nada sin que se le pague. Wenamón se ve obligado
a enviar un mensajero a Egipto y esperar a que llegue todo un carga-
mento de mercancías. Recibe por fin la madera y se dispone a salir;
pero cruzan frente a Biblos navios de los zakkala, seguramente con la
intención de recuperar el dinero que Wenamón les había robado. Za-
karbaal se niega a prender a Wenamón, pero lo entrega a sus enemigos,
embarcándolo en un navio. Wenamón logra escaparse. Arrastrado por
una tempestad va a parar a la costa de Chipre, cuyos habitantes inten-

M O. Loud, Megiddo II (Chicago 1948) 135.


•^ ANF.T 25-29; G. Lefébvre, Romans et Contes égyptiens (París 1949) 204-220;
J. I .cdnnt, Les relalions entre l'Égyple et la Phénicie du voyage d'Ounamon á l'expédition
d'Akxandrc, en The Role of the Phoenicians in the Interaction of Mediterranean Civi-
Ite.ali""-. '-il. W. Ward (Beirut 7968)9-31.
36 El marco histórico

tan matarlo. Pide justicia a la reina de C h i p r e . . . Y aquí se interrumpe


bruscamente el relato de sus aventuras. Se ve que Egipto ha perdido
todo poder y prestigio en Asia. E n Dor, Biblos y Chipre es maltratado
el mensajero de A m ó n . El rey de Biblos ya no reconoce la soberanía de
Egipto y quiere tratar los asuntos comerciales sobre una base de igual-
dad. El Mediterráneo oriental, que era antaño u n mar egipcio, es cru-
zado solamente por navios sirios y de los piratas zakkala.
A la muerte de Ramsés XI, hacia 1070, Esmendes se convierte en el
primer faraón de la dinastía XXI y es reconocido nominalmente por
Herihor. Pero Egipto continúa dividido; es u n período oscuro y turbio,
durante el cual los sumos sacerdotes de A m ó n , sucediéndose unos a
otros dentro de la misma familia, forman una dinastía paralela a la de
los reyes y conservan el poder efectivo en el sur del país. Se producen
en seguida otras disensiones intestinas 3<5.
Así, pues, a partir del final del reinado de Ramsés II se degradó rá-
pidamente el control egipcio sobre Palestina, a pesar del intento de
Ramsés III por recuperarlo. N o obstante, M e r n e p t a h aseguraba su so-
beranía sobre todo Canaán y conocía la existencia de u n grupo llamado
Israel; Ramsés III, muerto en 1152 a . C , mantenía fuerzas de ocupa-
ción en Betsán y probablemente en otros lugares; bajo Ramsés VI,
hacia 1140 a . C , hay todavía noticias de una presencia egipcia en M e -
guido. Este período abarca el tiempo del asentamiento de los israelitas
en Canaán y una parte de la época de los Jueces. Por tanto, resulta ex-
traño que los libros de Josué y Jueces no hagan ni una sola vez alusión
a Egipto ni a sus tropas. Ello se debe a que no se produjo ningún cho-
q u e entre los israelitas y los egipcios. Estos sólo controlaban la llanura
costera con Gaza y la ruta estratégica hacia el norte, la llanura de Yiz-
reel y Betsán. Veremos q u e ninguna de las ciudades en q u e hemos
descubierto testimonios de una efectiva presencia egipcia (Gaza, G u é -
zer, Meguido, Betsán e incluso Laquis) fue ocupada por los israeli-
tas en el momento de asentarse en Canaán. En el resto del país el d o -
minio egipcio era p u r a m e n t e nominal.

37
II. R U I N A DEL IMPERIO H I T I T A

El fin del dominio egipcio sobre Asia había sido precedido por la
ruina del Imperio Hitita. La documentación hitita se interrumpe del
todo al final del siglo x m ; los grandes lugares hititas que se han exca-
vado (la capital Boghazkoi y las ciudades de Kultepe, Alacá y Alishar)
están totalmente destruidos. Los hititas, que habían sido una de las
36 S o b r e este p e r í o d o , cf. r e c i e n t e m e n t e : H . K e e s , Die Hohenpriester des Amun
von Karnak von Herihor bis zum Ende der Áthiopenzeit ( L e i d e n 1964) c o n la recensión
de E. Hornung: O L Z 61 (1966) col. 437-442; J. Cerny, en C A H II, 35 (1965); S. W e -
nig, Einige Bemerkungen zur Kronologie derfrühen 21. Dynastie: ZAS 94 (1967) 134-139.
37 E . L a r o c h e , Suppiluliuma II: R A 47 (1953) 70-78; H . O t t e n , Neue Quellen zum
Ausklang des Hethistischen Reiches: M D O G 94 (1963) 1-23; A . G o e t z e , The Hittites
and Syria (1300-1200 B. C), en C A H I I , 24 (1965) 4 9 - 6 1 . P e r o la cronología y la h i s -
Ruina del Imperio Hitita 3?

grandes potencias del Oriente Próximo y los rivales, a veces venturosos,


de Egipto, desaparecen del mapa y de la historia. Las condiciones en
que se produjo la catástrofe permanecen oscuras debido a que la crono-
logía hitita de este período es incierta, los documentos escritos son esca-
sos y los autores de las destrucciones siguen en el anonimato. A pesar
de todo, algunos textos recientemente descubiertos en Boghazkoi y Ras
Samra proyectan alguna luz sobre los últimos días del Imperio Hitita.
A Hatusil III, que había firmado con Ramsés II la paz de 1269, le
sucedió su hijo Tudhalia IV, en torno a 1250-1220. Se mantuvo la paz
con Egipto, y los hititas conservaron el control de Siria del norte. Pero
su posición se vio amenazada por Asiría 3 8 la cual, bajo T u k u l t i - N i -
nurta I (1244-1208), había penetrado en el norte de Mesopotamia,
había subyugado a Babilonia e intentaba extenderse hacia el oeste.
Tudhalia, q u e había saludado amistosamente la subida de Tukulti-
Ninurta al trono, se declaró enemigo suyo y estableció u n bloqueo
comercial contra Asiría. N o parece, sin embargo, que el conflicto fuera
más allá de las incursiones asirias al oeste del Eufrates y de algunos
enfrentamientos de poca importancia cerca de la frontera. U n a suble-
vación interior y el asesinato de Tukulti-Ninurta, al que siguieron va-
rios reyes insignificantes, pusieron fin a la amenaza asiria.
En Asia Menor, Tudhalia IV se extendió hacia el noroeste e incor-
poró el país de Assuwa, que constituirá más tarde una parte de la p r o -
vincia romana de Asia, cuyo nombre se hizo extensivo a todo el conti-
nente. Pero donde se condensaban las nubes era al oeste de Asia Menor.
Un tal Attarissiya, u n hombre del país de ahhiyawa, pretendía forjarse
un reino a expensas de las provincias occidentales del Imperio Hitita.
Cuando se descubrieron estos textos, en 1924, E. Forrer 3 9 propuso
identificar a los ahhiyawa con los aqueos y a Attarissiya con el rey de
Mi cenas Atreo, y estableció otros paralelismos entre los nombres per-
sonales de los textos de Boghazkoi y los de la Grecia prehomérica.
I''. S o m m e r 4 0 lo criticó con toda severidad, rechazando tales equivalen-
cias como poco sólidas desde el punto de vista lingüístico. Además, los
luí ¡;i de este período acaban de ser puestas en tela de juicio: H. Otten, Die hethitischen
(Juvllen und die altorientalische Chronologie (Wiesbaden 1968); Sprachliche Stellung
11111/ Pctíierung des Madduwata-Textes (Studien zu den Bogaskóy Texten 11; Wiesbaden
1 i)i»>); O. Carruba, Die Chronologie der hethitischen Texte und die hethitische Geschichte
• Irr (¡rossreichzeit: Z D M G , Suplement I (1969) 226-249. En concreto remontan al
n«li) xv algunos textos hititas que están fechados en el siglo x m y que nosotros utili-
MinoN. Las reacciones no se han dejado esperar: A. Goetze: JCS 22 (1968) 46-50;
V Kammcnhuber: «Orientalia» 38 (1969) 548-552; H. G. Güterbock, The Predecessors
>/ Suppiluliuma again: JNES 20 (1970) 73-77. Sobre el conjunto del problema: E. O. For-
n-r, Ikr Untcrgang des Hatti-Reiches, en Ugaritica VI (París 1969) 207-228; sobre todo,
1
¡. A. I.climann, Der Untergang des hethitischen Grossreichcs und die neuen Texte aus
I 'ü'iril: «Ugarit-Forschung» 2 (1970) 39-73.
•1H J. M. Munn-Rankin, Assyrian Military Power 1300-1200 B. C , en C A H II,
";(i()f>7)- .
,g
1'!. Forrer, Vorhomerische Grieschcn in den Kcilschriftcxten von Boghazkoi •
M l > ( ) ( ¡ 63 (1924) 1-22.
n 1
* I '. Sommer, 7)¡> Afffyijavd-Urhunilcn (Munich 1932).
38 El marco histórico

textos hititas no requieren que Ahhiyawa sea un país de ultramar, sino


que suponen más bien que es una región situada al noroeste de Asia
Menor. Sin embargo, la mención de los ahhiyawa en los textos coincide
con la expansión micénica en el Mediterráneo oriental y con el asenta-
miento de los aqueos en las islas de Creta, Rodas y Chipre y en ciertos
puntos de la costa de Asia Menor. Los historiadores más recientes
aceptan, al menos como posible, la identificación de los ahhiyawa con
los aqueos, pero aún quedan contradictores 41 . La última hipótesis 42
es que los aqueos de Grecia habrían emigrado de Asia Menor a Grecia,
donde habrían desarrollado la civilización micénica, en tanto que los
que permanecieron en Asia son los que se llamaron posteriormente
ahhiyawa de Boghazkoi. El problema queda abierto. En todo caso, es
cierto que ese Attarissiya había expulsado a un tal Madduwatta (el
nombre recuerda el de los primeros reyes de Lidia: Alyate y Sadyate), el
cual se refugió junto a Tudhalia, que le asignó un pequeño reino vasallo
en el oeste de Asia Menor.
Bajo el sucesor de Tudhalia, Arnuwanda III, la situación empeoró.
Madduwatta desertó de Tudhalia, se alió con Attarissiya y se apoderó
de todo el país de Arzawa, al suroeste de Asia Menor. Al mismo tiempo,
se establecía en el nordeste un tal Mita. Se ha relacionado su nombre
con el del frigio Midas, que la tradición griega sitúa en el siglo vni a.C.
El nombre podría significar una dinastía y señalaría la llegada de los
frigios. En el norte, los bárbaros kashka, enemigos perpetuos de los
hititas, amenazan el centro del Imperio. A todos estos peligros vienen
a sumarse dificultades económicas. Ya hemos visto que Merneptah
había enviado un cargamento de trigo para resolver un hambre.
Esta situación siguió deteriorándose bajo el reinado del hermano
y sucesor de Arnuwanda, Suppiluliuma II, el último rey hitita del que
tenemos noticias por los nuevos documentos de Ras Samra y de Bo-
ghazkoi 43 . Tres cartas enviadas al último rey de Ugarit, Ammurapi,
hablan de envíos de trigo a los países hititas. Una de ellas afirma que
es cuestión de vida o muerte 44 . Otra, escrita en vísperas de la ruina de
Ras Samra, es la traducción ugarítica de un mensaje del rey hitita 45 :
reclama víveres y añade: «el enemigo ha subido contra mí». Otros textos
nos informan sobre estos adversarios. Los hititas habían establecido su
dominio sobre Alashia, que coincide casi ciertamente con Chipre 4 6 .
41
Así, G. Steiner, Die Ahhijawá-Frage: «Saeculum» 15 (1964) 365-392. Pero las
objeciones filológicas contra la identificación son rechazadas por J. Harmatta, Zur
Ahhijawá-Frage, en Studia Mycenaea, ed. A. Bartonek (Brno 1968) 117-124.
42
J. G. Macqueen, Geography and History in Western Asia Minor in the Second
Millenium B. C.: AnStud 18 (1968) espec. 178-185; cf. J. Mellaart, ibid., 189-190.
43
H. Otten (loe. cit. en la nota 36); M. C. Astour, New Evidence on the Last Days
of Ugarit: AJA 69 (1965) 253-258.
44
Ugaritica V, n. 33.
« PRU V, n. 60.
46
Bajo Tudhalia IV, según H. G. Güterbock, The Hittite Conquest of Cyprus
Reconsidered: JNES 26 (1967) 73-81, y A. Goetze (lugar citado en la nota 36) 51-52;
Ruina del Imperio Hitita 39

Bajo Suppiluliuma II, un texto 47 habla de tres encuentros navales con


los «enemigos de Alashia» y los «navios de Alashia». No se trata, sin em-
bargo, de la población ni del rey de Chipre, sino que se debe de aludir
a invasores extranjeros, ya sean los aqueos que colonizaron una parte
de Chipre a finales del siglo XIII, ya sean los Pueblos del Mar que,
según la inscripción de Ramsés en Medinet Habu, pasaron por Chipre 48 .
Como los hititas no tenían flota, esa guerra naval fue llevada a cabo
gracias a la ayuda de sus vasallos o aliados, especialmente de Ugarit.
De hecho sabemos que la flota de Ugarit operó por entonces en dichas
aguas. Se han encontrado en Ras Samra tres cartas que aluden a Chipre
y a asuntos navales. En una de ellas 49 , el gran intendente de Chipre
informa al rey de Ugarit sobre una «transgresión» de sus marinos; cabe
pensar que se pasaron al enemigo. Anuncia también que veinte barcos
enemigos levaron anclas con rumbo desconocido. Otra carta 50 , dirigida
por el rey de Chipre a Ammurapi de Ugarit, responde a una carta
perdida, en la que el rey de Ugarit anunciaba que se habían visto barcos
enemigos en el mar; el rey de Chipre le aconseja que se apoye en sus
propias tropas y carros y que espere a pie firme al enemigo. La res-
puesta (?) de Ammurapi 5 1 confirma la llegada de los barcos enemigos;
fueron destruidas algunas ciudades. Todas las tropas de Ugarit están
en país hitita y todos sus navios se hallan en el litoral de Licia, en la
costa sur de Asia Menor, al oeste de Cilicia; el país de Ugarit fue aban-
donado. Siete barcos enemigos bastaron para producir tantos daños;
pero pueden venir más, y el rey de Ugarit pide a su colega de Chipre
que le tenga al corriente.
Es evidente que estos últimos episodios están relacionados con la
invasión de los Pueblos del Mar. Ugarit movilizó sus tropas para cor-
tar el camino a los invasores. Pero esta resistencia fue vana. Nuestros
documentos se interrumpen por esas fechas, y la arqueología registra
la destrucción de la mayor parte de los lugares de Chipre, de Tarso
(en la costa de Asia Menor), Ugarit, Alalakh (al este de Ugarit) y Tell
Sukas (al sur de Ugarit), en Siria. Estos hechos coinciden con lo que
dice la inscripción de Ramsés III, en Medinet Habu, a la que ya aludi-
mos antes: «Ningún país logró resistir a sus armas, desde Hattu (Cili-
cia?), Cárquemis, Arzawa y Alashia, derrotados de golpe». Se montó un

biyo Suppiluliuma II, según H . Otten (loe. cit. en la nota 36) y G. Steiner, Neue Ala-
i[ja Texte: «Kadmos» I, 2 (962) 130-138. Pero cf. Cl. F . A. Schaeffer, Ugaritica V
(Parla 1968) 744-753-
47
Texto KBO XII 38, Rev III, traducido y comentado por H. Otten (loe. cit. en
lit nota 3(1) 20-21.
•,H Sobre el aspecto arqueológico de esta presencia de los aqueos y Pueblos del
Mur en Chipre, cf. en particular, V. R. d'A. Desborough, The Last Mycenaeans and
'fluir Succcssurs (Oxford 1964) 196-202, 238-239; Cl. F . A. Schaeffer, Gotter der
Niml- und ¡nselnvblker in Zypern: AfO 21 (1966) 59-69.
4g
Uitaritica V, n. 22.
SO Uxarilíca V, n. 23.
" Ugaiilica V, 11. .'.|.
40 El -marco histórico

campamento en Amor (¿Celesiria?). Destruyeron a su pueblo, y su


país quedó como si nunca hubiera existido 52 .
Pero esta invasión de los Pueblos del Mar no explica la destrucción
de los grandes lugares hititas del interior. Esta se debió a otros pueblos,
que se aprovecharon del debilitamiento del Imperio: los kashka del
norte 5 3 ; los frigios, procedentes del noroeste; los mushki (moschoi de
los griegos), venidos del nordeste 54 . La ruina del Imperio Hitita fue
definitiva 55 .

56
III. Los PUEBLOS DEL MAR

La inscripción de Medinet Habu nos dice que los enemigos del nor-
te, después de concentrarse en Amor, marcharon contra Egipto. Ram-
sés III movilizó sus guarniciones del Zahi (Fenicia-Palestina) y dispuso
su flota en las «bocas del río». Se gloría de haber aniquilado a los que
habían llegado hasta sus fronteras y a los que habían venido por mar 57.
Dado que el poder de Ramsés III no se extendía al norte de Palestina
y que la expresión «las bocas del río» suele designar las desembocadu-
ras del Nilo, lo más probable es que la batalla naval, representada con
tanto colorido en los relieves de Medinet Habu, tuviera lugar en una de
las desembocaduras del Nilo y que la batalla por tierra se librara en
alguna parte de la costa de Palestina. Es decir, que la invasión de los

52 A N E T 262b; W . E. Edgerton-J. A. Wilson, Historical Records of Ramsés III


(Chicago 1936) 53.
53
E. von Schuler, Die Kaskáer (Berlín 1965) 66.
54
R. D . Barnett, Phrygia and the Peoples of Anatolia in the Iron Age, en CAH II
30 (1967) 3 y 6.
55
Cl. F, A. Schaeffer, ügaritica V (1968) espec. 753-768 (conclusiones), ha dado
una explicación muy distinta de estos últimos sucesos. Ugarit y los otros grandes lu-
gares del Bronce Reciente, en Asia Menor y Siria, habrían sido destruidos a comienzos
del siglo XII, no por los Pueblos del Mar, sino por un terremoto o una cadena de te-
rremotos. Estos pueblos invasores habrían respetado a Ugarit, porque éste habría
abandonado a los hititas para aliarse con ellos contra Egipto. Las batallas de Ram-
sés III por tierra y mar se habrían librado en Siria del norte, cerca de la frontera sur de
Ugarit, y no en la frontera de Egipto. Su principal argumento es una carta acádica
encontrada en Ras Samra, enviada por un tal Sumiyanu o Sumitti, «el general», que
mandaba las tropas apostadas al sur de Ugarit, la cual habla de una próxima inter-
vención de Egipto. Pero el editor del texto, J. Nougayrol, Ügaritica V, n. 20, y más
explícitamente en «Iraq» 25 (1963) 119-120, atribuye esta carta a la época de Amarna,
en el siglo xiv a.C. No tiene, pues, nada que ver con la invasión de los Pueblos del
Mar. Además, la hipótesis de Cl. F. A. Schaeffer es inconciliable con los otros textos
que datan ciertamente de los últimos tiempos de Ugarit. Cf. la crítica de G. A. Leh-
mann: «Ugarit-Forschung» 2 (1970) 66-72.
56
En general, P. Mertens, Les Peuples de la Mer: ChrEg 35 (1960) 65-88;
G. A. Wainwright, Some Sea-People: JEA 47 (1961) 71-90; W . Helck, Die Beziehun-
gen Ágyptens zu Vorderasien im 3. uríd 2. Jahrtausend v. Chr. (Wiesbaden 1962) 240-
245; W . F . Albríght, Syria, the Philístines and Phoenicia, en C A H II, 33 (1966) 24-
33; R. D . Barnett, The Sea Peoples, en C A H II, 28 (1969).
57 A N E T 262; W . E. Edgerton, J. A. Wilson, Historical Records of Ramsés III
(Chicago 1936) 53-55-
Los Pueblos del Mar 41

Pueblos del Mar fue detenida a las puertas de Egipto. Según la crono-
logía por nosotros adoptada, esa victoria del año octavo de Ramsés III
tuvo lugar el 1175 a.C.

1. Los Pueblos del Mar


Los «Pueblos del Mar» siguen siendo uno de los enigmas de este
período oscuro. Los textos egipcios los llaman «los extranjeros que ve-
nían de su país y de las islas del Gran Verde» o «los extranjeros del nor-
te que estaban en sus islas». Los primeros en aparecer en la historia
son los shardanos, los cuales, según las cartas de Amarna 58, prestan
su servicio como mercenarios en Biblos bajo Amenofis IV. Ram-
sés II 5 9 tenía consigo shardanos en la batalla de Cades; eran piratas
del mar hechos cautivos. Como en seguida veremos, los shardanos es-
taban aliados con los libios contra Egipto en tiempos de Merneptah;
en cambio, bajo Ramsés III están al servicio de Egipto. Se ha relacio-
nado su nombre con el de Cerdeña, escrito srdn en la inscripción de
Nora, en el siglo ix a.C; ciertos indicios arqueológicos avalan dicha
comparación 60.
Pero la primera entrada masiva de los Pueblos del Mar en la histo-
ria tuvo lugar bajo Merneptah. En la guerra del año quinto son aliados
de los libios. Habían alcanzado la costa siria por mar, y no cabe, por
tanto, hablar de una invasión por tierra a lo largo de la costa de Siria-
Palestina. Los textos mencionan a los pueblos siguientes: shardanos,
de que acabamos de hablar; los lukka, a los que se suele identificar con
los licios, aunque otros autores 61 los localizan en el nordeste de Asia
Menor: ya en la época de Amarna se queja el rey de Chipre de sus in-
cursiones contra sus propias ciudades 62 ; los aqyawasa (o aqwayasa),
a los que hay que relacionar con los ahhiyawa, tanto si éstos se identi-
fican con los aqueos como si no; los tursha, quizá los tyrsenoi, que es el
nombre que dieron los griegos a los etruscos 63 ; y, finalmente, los
shekelesh, que se ha propuesto relacionar con los siculi, habitantes de
Sicilia, aunque esto es inseguro.
Hemos visto que una segunda oleada, más importante, irrumpió
bajo Ramsés III y avanzó por tierra y por mar hasta la frontera de
Egipto. La lista que se da de los confederados sigue este orden: los
peléset, que son los filisteos, de los que en seguida hablaremos; los
(¡ekker, que pueden ser los teucroi, los teucrianos, que vivían, según la
tradición griega, en Troya y fundaron Salamina en Chipre; también
58
EA 122 y 123.
59
J. Breasted: ARE III, §§ 307 y 491; para el segundo texto, cf. J. Yoyotte: «Kemi»
10 (1949) 63 y la nota de las pp. 68-69.
AO R. IX Barnett, CAH II, 28, p. 12.
61
J. G. Macqueen: AnStud 18 (1968) 174-175 y 178 nota 74.
« EA 38.
ft
-' Especialmente, G. A. Wainwright, The Teresh, the Etruscans and Ava Minor:
v
i ^ttul 9 (1959) 197-213.
42 El marco histórico

se puede interpretar su nombre como zakkala y ponerlo en relación con


el de los sicilianos; los shekelesh, el único pueblo de esta lista que se
mencionaba ya bajo Merneptah; los denen o danuna, a los que hay
que relacionar con los danaioi de la tradición griega, el país Danuna de
las cartas de Amarna, los dnnym de las inscripciones fenicias de Zen-
girli, en el siglo ix a.C, y Karatepe, un siglo más tarde 6 4 ; finalmente,
los weshesh, mencionados en el gran papiro Harris al lado de los shar-
danos como cautivos al servicio de Egipto.
Los Pueblos del Mar se presentan, por tanto, como una agrupación
variable de pueblos que, en oleadas sucesivas, sacudieron la cuenca
oriental del Mediterráneo. Las comparaciones más sólidas, aqyawa-
sa/ahhiyawa, lukka/licios, denen/danuna, manifiestan relaciones con
Asia Menor; pero no prueban que esos pueblos fueran oriundos de
dicho país, pues podían haber inmigrado allí. Otros paralelismos,
tursha/etruscos, shardanos /Cerdeña, zakkala/Sicilia (?), indicarían que
algunos de esos grupos u otros grupos emparentados se establecieron
en el oeste de la cuenca mediterránea, bien después de ser rechazados
por Egipto, bien como otra parte del mismo gran movimiento de mi-
gración. No se sabe qué presiones, económicas o humanas, estuvieron
en la raíz de esos desplazamientos.

2. Los filisteos 65
Debemos detenernos en uno de estos grupos, porque terminó esta-
bleciéndose en Palestina, a la que dio su nombre, y porque ocupó un
puesto importante en un momento de la historia de Israel. Es, además,
el Pueblo del Mar sobre el que estamos mejor informados gracias a la
Biblia y a las excavaciones en Palestina.
Los documentos egipcios no mencionan a los Prst = filisteos hasta
el reinado de Ramsés III. El equivalente acádico es todavía más tardío.
La Biblia, sin embargo, habla de los filisteos y del país de los filisteos
desde la época de los patriarcas (Gn 21,32.34; 26,1.8.14-15). Se ha que-
rido sostener la historicidad de estas referencias, refiriéndolas a una
6* W . F. Albright, Some Oriental Glosses on the Homeric Problem: AJA 54 (1950)
162SS; E. Laroche, Études sur les hiéroglyphes hittites, 6: Adana et les Danouniens:
«Syria» 35 (1958) 263-275; M. C. Astour, Hellenosemitica (Leiden 21967) 1-112.
65
Además de las referencias generales dadas en la nota 55 y las referencias par-
ticulares que daremos en lo que sigue, cf. recientemente T . Dothan, Archaeological
Reflections on the Philistine Problem: «Antiquity and Survival» 2 (1957) 151-164; Phi-
listine Civilization in the Light of Archaeological Finds in Palestine and Egypt: «Eretz-
Israel» 5 (1958) 55-66 (hebreo); G. A. Wainwright, Some Early Philistine History:
V T 9 (1959) 73-84; B. Mazar, The Philistines and the Rise of Israel and Tyre (1964);
B. Hrouda, Die Einwanderung der Philister in Palástina, en Hom. Moortgat (Berlín 1964)
126-135, y la recensión de C. Nylander: «Berliner Jahrbuch für Vor- und Frühgeschich-
te» 6 (1966) 206-209; M. L. y H . Erlenmeyer-M. Delcor, Philistins, en DBS VII (1966)
col. 1233-1288; G. E. Wright, Fresh Evidence for the Philistine Story: BibArch 29
(1966) 70-86; T . Dothan, The Philistines and their Material Culture (Jerusalén 1967)
(en hebreo con resumen en inglés).
Los Pueblos del Mar 43

oleada anterior de los Pueblos del Mar 66 ; pero ni las cartas de Amarna
ni los textos egipcios anteriores a Ramsés III dicen nada de los filisteos,
y el «rey de los filisteos», que encuentran Abrahán e Isaac, lleva un nom-
bre semítico, Abimelec. Esas menciones de los filisteos en la época
patriarcal son anacronismos, como lo es también la «ruta del país de los
filisteos» en la narración del éxodo (Ex 13,17). La enumeración de los
distritos de los filisteos y de sus cinco príncipes entre las regiones que
había conquistado Josué (Jos 13,2-3; cf. Jue 3,3) pertenece a un estrato
tardío de la redacción. Los filisteos no aparecen realmente por primera
vez hasta la historia de Sansón (Jue 13-16), que se desarrolla en la re-
gión limítrofe entre Israel y los filisteos.
Se les llama «filisteos incircuncisos» (Jue 14,3; cf. 1 Sm 17,26-36)
o simplemente «incircuncisos» (Jue 14,18; cf. 1 Sm 14,6; 31,4; 2 Sm 1,
20), distinguiéndolos así de los cananeos: no son semitas. De hecho, la
Biblia dice que vinieron de Caftor (Am 9,7; Jr 47,4). Por su parte,
Dt 2,23 habla de los caftorim, que vinieron de Caftor y expulsaron a
los antiguos habitantes de la región de Gaza. Finalmente, en el índice
de las naciones (Gn 10,14; cf- l Cr 1,12), la glosa «de donde procedie-
ron los filisteos» hay que referirla a los caftorim y no al nombre prece-
dente, como ha hecho el texto masorético.
Ese Caftor coincide ciertamente con el Kaptaru de los textos acá-
dicos, al menos desde los textos de Mari, con el kptr y el Kabturi de
los textos alfabéticos y silábicos de Ras Samra, y con el Keftiu de los
textos egipcios, en los cuales no aparece el nombre aproximadamen-
te 2000 a.C; se emplea sobre todo entre 1520 y 1350 y cae después en
desuso.
La mayoría de los egiptólogos, asiriólogos y biblistas reconocen en
Caftor la isla de Creta 67 . La reacción de los especialistas en Creta fue
en un principio reservada, pero terminó siendo favorable 68 . Hay que
renunciar, en todo caso, al argumento sacado del disco de Faistos. Se
ha querido leer en él el nombre de Filistea, pero esa lectura carece de
fundamento 69 . Se ha relacionado con más frecuencia el casco de p l u '
mas, característico de los filisteos, que existe en los relieves de Medinet
Habu, con uno de los signos del disco: una cabeza humana con un pei'
nado rizoso o de plumas. Pero actualmente se admite que el disco pro-
cede realmente de Creta y los mejores paralelos con ese signo se en"
cuentran en la misma Creta, en el Minoico Medio 7 0 . Es muy poco
66
C. H. Gordon, Introduction to Oíd Testament Times (Nueva York 1953) l 0 ^ ;
The Role of the Philistines: «Antiquity» 30 (1956) 22-26; K. A. Kitchen, Ancient Orie"*
and Oíd Testament (Chicago 1966) 80-81.
67
La mejor demostración es la de J. Vercoutter, L'Égypte et le monde égéen préhél'
h'nique (El Cairo 1956), el cual no llega más que a una «presunción favorable».
68
R. W . Hutchinson, Preshistoric Crete (Harmondsworth 1962) 106-111
69 B. Schwartz: JNES 18 (1959) 226.
70
F. Schachermeyr, Die niinoische Kultur des alten Krela (Stuttgart 1964) 24?'
247; C. Davaras, Zur Herkunft. des Diskos von Phaistos: «Kadmos» 6 (1967) 101-10.?'
I'. Grumach, Sobre el origen del disco de Faislos (en ruso): «Vestnik drevnei istofü*
44 El marco histórico

probable que tenga alguna relación con los filisteos. No se ve qué cré-
dito se puede conceder a ciertas indicaciones tardías: en la época gre-
corromana se identificaba al dios de Gaza, Mamas, con Zeus Kreta-
genés, y Esteban de Bizancio dice que el primer nombre de Gaza era
Minoia, porque había sido fundada por Minos.
A primera vista, la Biblia parece dar alguna base a esta teoría:
Ez 25,16 y Sof 2,5 citan a los filisteos y a los quereteos como paralelos.
Ambos nombres podrían ser sinónimos, y los quereteos serían los cre-
tenses. Sin embargo, mucho antes de Ezequiel y Sofonías se menciona
a los quereteos juntamente con los péleteos como miembros de la
guardia personal de David (2 Sm 8,18; 15,18; 20,7.23; 1 Re 1,38.44).
En esta expresión estereotipada, «el quereteo y el peleteo», se suele inter-
pretar el segundo nombre como equivalente de pelishti, filisteo, que foné-
ticamente se asimila a quereteo. Si esta interpretación es válida, la dua-
lidad de nombres probaría que filisteos y quereteos son dos pueblos
diferentes. Pero resulta difícil aceptar dicha interpretación 71 , y peleteo
sigue sin explicar. Por lo que se refiere a los quereteos, es cierto que
vivían en el sur de Palestina, donde 1 Sm 30,14 conoce un Négueb de
los quereteos. Pudieran ser cretenses venidos de Creta; pero, a diferen-
cia de los filisteos, la Biblia no los pone nunca en relación con Caftor.
La Biblia no permite establecer la equivalencia entre Caftor y Creta.
Otra teoría, defendida sobre todo por G. E. Wainwright 72 , loca-
liza Caftor/Keftiu en el sur de Asia Menor. Los principales argumen-
tos son: la asociación de Keftiu con Asia Menor y Asiria del norte en las
listas geográficas egipcias; el carácter asiático de los nombres propios
keftiu en los documentos egipcios; la leyenda griega de Kabdaros
( = Caphtor), rey de Cilicia 73 ; el topónimo Prostanna en los confines de
Cilicia y Panfilia, el cual, si se le quita la terminación asiánica -arma,
presenta las consonantes prst, que designan a los filisteos en los textos
egipcios.
Para esta segunda tesis se puede buscar también alguna apoyatura
en la Biblia. Bajo David, el príncipe filisteo de Gat se llama Aquis (1 Sm
27,2ss). Se suele relacionar con él el nombre de Anquises, el troyano,
padre de Eneas, y 3H, -¡kst en una lista de nombres keftiu de la
104 (1968) 14-28; G. Neumann, Zum FOTschungsstand beim Diskos von Phaistos: «Kad-
mos» 7 (1968) 27-44, con la bibliografía; W . Nahm, Zur Struktur der Sprache des
Diskos von Phaistos: «Kadmos» 8 (1969) 110-119; I. Pini, Zum Diskos von Phaistos:
«Kadmos» 9 (1970) 93. Sobre el peinado de los filisteos y otros Pueblos del Mar, K. Ga-
lling, Die Kopfzier der Philister in den Darstellungen von Medinet Habu, en Ugaritica VI
(París 1969) 248-265; F. Schachermeyr, Hornerhelme und Federkronen ais Kopfbe-
deckungen bei den «Seevolkern» der dgyptischen Reliefs, ibid., 451-459.
71
L. M. Muntingh, The Kerethites and the Pelethites. A Historical and Sociological
Discussion, en Studies on the Books of Samuel (Pretoria 1960) 43-53; H. Schult, Ein
inschriftlicher Beleg für «Plethi»?: ZDPV 81 (1965) 74-79.
72
G. E. Wainwright, especialmente en Asiatic Keftiu: AJA 56 (1952) 196-212; Kef-
tiu and Karamania (Asia Minor): AnStud 4 (1954) 33-48; Caphtor-Cappadocia: VT 6
(1956) 199-210.
73
Ya A. Furumark: «Opuscula Archaelogica» 6 (1950) 239-246, especialmente 243.
Los Pueblos del Mar 45

XVIII dinastía egipcia. Cabe comparar el nombre de Goliat con el de


Alyatfe, rey de Lidia y padre de Creso. Finalmente, en Dt 2,23 y
Am 9,7, los LXX traducen Caftor por Capadocia. Pero este testimonio
de los LXX es frágil, y en cuanto a los nombres propios, falta averiguar
si son propiamente asiánicos o egeos. Lo mismo hay que decir de las
comparaciones establecidas por Wainwright con los nombres keftiu. Por
lo que se refiere a Prostanna, hay que desechar el argumento: la trans-
cripción del nombre de los filisteos por prst, en Egipto, se debe única-
mente a la incapacidad de la escritura egipcia de transcribir el sonido l.
Así, pues, las dos tesis, Caftor/Creta o Caftor /parte de Asia Me-
nor, tienen cada una sus propias ventajas y dificultades. J. Prignaud
ha intentado conciliarias 74 suponiendo un desplazamiento del nom-
bre. El Keftiu de los textos egipcios es Creta; pero el nombre desapa-
rece hacia 1350 a.C, cuando cesan las relaciones entre Creta y Egipto;
es una consecuencia de la ruina de los palacios cretenses. Parte de los
habitantes emigraron hacia Asia Menor, llevando consigo el nombre
de su país. Otros inmigrantes se establecieron en la isla y la rebautiza-
ron con el nombre de Creta. Los filisteos vinieron a Palestina proceden-
tes del nuevo Caftor/Asia Menor. Posteriormente, vinieron a unirse
a ellos otros congéneres suyos que habían permanecido en la isla y se
habían hecho cretenses; éstos son los quereteos de la Biblia.
Esta hipótesis es seductora; pero concede demasiado peso, como
hiciera Wainwright, a ciertos paralelismos onomásticos y no ofrece
pruebas suficientes de que haya habido una migración de Creta a Asia
Menor. Finalmente, ni Wainwright ni Prignaud explican el silencio
de los textos hititas de los siglos xiv y XIII; pese a que contienen muchas
noticias sobre la geografía política de Asia Menor, no mencionan ja-
más el nombre de Caftor. El silencio de los textos egipcios desde 1350
se explica fácilmente por haberse interrumpido las relaciones con Cre-
ta. Pero, todavía en el siglo XIII, Ugarit tenía relaciones comerciales
con Kabturi/Caftor, y ese comercio se hacía por mar 7 5 . Aunque esto
no excluye que ese Caftor estuviese situado en la costa sur de Asia Me-
nor, se explica tan bien o mejor si Caftor era todavía el hombre de la
isla de Creta.
Si tenemos todo esto en cuenta, lo más verosímil es que Caftor
designó siempre a Creta. Los textos de Amos y Sofonías que hacen
venir a los filisteos de Creta son cinco o seis siglos posteriores a las
últimas menciones del nombre en los textos egipcios y acádicos (Uga-
rit). No obstante, podrían conservar un viejo recuerdo. Su afirmación,
sin embargo, no cuenta con el apoyo de la arqueología: fuera del testi-
monio, muy incierto, del disco de Faistos, la arqueología cretense no
permite establecer una relación especial entre los filisteos y Creta 76 .
74
J. Prignaud, Caftorim et Kerétim: RB 71 (1964) 215-229.
" J. Nougayrol, l'RU III (1955) 107.
7
" F.l largo estudio de M. L. y H. Erlenmeyer, Über Philister und Kreter: «Orienta-
li.i» ,'i) (nido) 121-1 <;r>, 241-272; 30 (1961) 269-293; 33 (1964) 199-237; cf. de los mis-
46 El marco histórico

Por el contrario, la arqueología revela ciertamente contactos entre


los filisteos y otra isla del mar Egeo, Chipre. A comienzos de la época
del Hierro, en los siglos x n y xi a.C, Palestina conoció una clase de
cerámica que se distingue por su factura, sus formas y decoración y
que se llama la cerámica «filistea». La denominación se justifica por el
hecho de que esa cerámica sólo se encuentra en abundancia en las
regiones ocupadas por los filisteos y sólo cubre el período en que los
filisteos fueron un factor importante en Palestina. Ésta cerámica com-
bina influjos diversos: el más característico es el micénico, propiamente
el del Micénico Tardío, Mic III C ib. Presenta rasgos de influencia
egipcia, una influencia cananea heredada del Bronce Reciente, mani-
fiesta en ciertas formas y en la bicromía del decorado, y una influencia
chipriota, manifiesta en otras formas y en la disposición del decorado.
Pero las afinidades más marcadas de esta cerámica se refieren a la va-
riedad chipriota del Micénico Tardío. De hecho, los mejores paralelos,
los únicos exactos en realidad, proceden de las excavaciones de En-
komi, Sinda, Nicosia. Ciertos contactos con Cilicia (Tarso) se explican
no porque sea un estilo de origen cilicio, como ha dicho Furumark,
sino porque Chipre mantenía relaciones con la costa opuesta de Asia
Menor. Así, pues, es muy probable que la cerámica «filistea» sea de
origen chipriota.
Hay, no obstante, dos observaciones que restringen un tanto esta
conclusión: i) esta cerámica es de fabricación local; 2) por lo que po-
demos comprobar, no aparece en el mismo momento en que se esta-
blecieron los filisteos en Palestina, sino un poco después, aunque este
espacio de tiempo fue muy breve.
De estas observaciones se sigue que los filisteos no llevaron consigo
ese tipo de cerámica. Pero ésta revela ciertas relaciones entre los filis-
teos y Chipre. Dichas relaciones se pueden explicar diciendo que los
filisteos habían estado anteriormente en Chipre o que había llegado un
grupo que había quedado en la isla y se había unido a sus congéneres en
Palestina. Se ha querido precisar todavía más: el estilo filisteo sería la
creación de un alfarero o un taller de alfareros procedente de Chipre
que trabajaba en Filistea 77.
Existen otros contactos además de la cerámica. Un marfil de En-
komi representa una escena de caza en la que un personaje lleva el to-
cado de plumas y un taparrabo o kilt análogos a los de los filisteos de
Medinet Habu 78. Un sello, procedente del mismo lugar, representa a
un guerrero con el mismo tocado filisteo y con un broquel redondo,

mos autores, la parte arqueológica del artículo Philistins, en DBS VII (1966) col. 1233-
1252, aunque no aporta ningún argumento sólido.
" J. L. A. Benson: JNES 20 (196-1) 73-84, espec. 81-84; V. R. d'A. Desborough,
The Last Mycenaeans and Their Successors (1964) 214.
78
Y. Yadin, The Art of Warfare in Biblical Lands in the Light of Archaeolo^ical
Discovery (Londres 1963) 338; mejor: C. Mertzenfeld, Inventaire commenté des ivoires
phéniciens (París 1954) iíustr. LXIX, 788b.
Los Pueblos del Mar 47

también como en Medinet Habu 79 . El broquel redondo y la espada


larga, aunque no el tocado filisteo, los lleva también un héroe que
lucha con un grifo, en el mango de marfil de un espejo de Enkomi 80 ,
y un héroe que lucha con un león en otro mango de marfil procedente
de Kuklia-Palaipafos 81 . En lugar del tocado de plumas, estos dos per-
sonajes llevan un casco con una cinta de perlas, que es el que lleva
también una de las figuras de los sarcófagos antropoides de Betsán,
de que hablaremos más adelante 82 .
Todos estos objetos datan de en torno a 1200 o un poco más tarde.
Están acordes con los textos egipcios y ugaríticos, los cuales indican
que los Pueblos del Mar, y los filisteos, en concreto, pasaron por Chi-
pre. Pero ni Chipre ni Creta son su país de origen. ¿De dónde vinieron
entonces ?
Se han propuesto varias hipótesis. Hay que rechazar con certeza
un origen caucásico, deducido de los nombres propios y de ciertas
palabras hebreas que serían palabras filisteas 83 . Es igualmente invero-
símil un origen hitita 84 . La teoría que hace venir a los filisteos de
Iliria 85 es más seria. Algunos nombres propios se hallan en Iliria; los
nombres comunes que se pueden considerar como filisteos, seren, qoba ,
'argaz, pertenecerían a un dialecto preindoeuropeo del grupo centum,
como el ilirio. La solución es posible, pero parece demasiado restrin-
gida. Una hipótesis antigua, recogida últimamente con argumentos más
positivos 86, relaciona a los filisteos con los pelasgos. Eran éstos la anti-
gua población pregriega de Tesalia y Epiro (no lejos de Iliria), que se
extendió después por las islas (Lemnos), Asia Menor (Tróade) y llegó
hasta Creta. Ahora bien, un escolio sbore la Ilíada XIX, 176-177, dice
que el epíteto de Zeus Pelásgico se leía también Pelástico, y Hesiquio
dice que el muro pelásgico se llamaba también, en Atenas, pelástico.
Es decir, que primitivamente los pelasgos se habrían llamado pelastos,
el mismo nombre de los filisteos. Hace mucho tiempo que se ha rela-
cionado seren (el único nombre filisteo que conocemos con seguridad)
con la palabra turannos, «jefe», que es pregriega = pelasga. En cuanto
79
P. Dilcaios: «Archáologischer Anzeiger» (1962) col. 4-5, fig. 11; Enkomi, Exca-
vations ig48-ig$8 (Maguncia 1969) III a, frontispicio y lam. 187 19.
80
C. de Mertzenfeld, loe. cit., ilustr. LXXII.
81
V. Karageorghis, Treasures in the Cyprus Museum (Nicosia 1962) ilustr. XLI, 1.
82
Las figurillas de bronce estudiadas por Cl. F. A. Schaeffer, Gótter der Nord-
und Inselvólker in Zypern: AfO 21 (1966) 59-69, no me parecen tener una relación
especial con los filisteos ni con los Pueblos del Mar en general.
83
H. R. Hall, The Caucasian Relations of the People of the Sea: «Klio» 22 (1929)
335; F. Bork, Philistáische Ñamen und Vokabeln: AfO 13 (1939-1941) 226-230.
84
M. Riemschneider, Die Herkunft der Philister: «Acta Antiqua» 4 (Budapest 1956)
17-29.
85
A. Jirku, Zur illyrischcn Herkunft der Philister: W Z K M 49 (1943) I3ss; sobre
todo, G. Bonfante, Who were the Philislines?: AJA 50 (1946) 251-262.
86
G. Georgiev, Sur ¡'origine et la lauque des Pélasges, des Philistins, des Danéens
el des Achéens: J K F 1 (7950-1951) 136-741; f. Bérard, Philistins et PréheUénes: RAr VI
(i'Kn.1951) 129-142; W . F. Albright, C A H II, 36 (1966) 29-30.
48 El marco histórico

a los nombres propios filisteos, de los que se hallan paralelos en Asia


Menor, pueden ser igualmente nombres egeos = pelásgicos. Por des-
gracia, los pelasgos son, desde comienzos de la tradición griega, un
dato difuso al que es imposible dar una determinación histórica, étnica
o lingüística 87. Decir que los filisteos son pelasgos no nos aporta nada
sobre su origen, el cual sigue siendo un misterio que sólo cabría escla-
recer un día con nuevos documentos.
Es cierto, según la Biblia, que los filisteos se asentaron en la costa
palestina, de Jafa a Gaza, como una federación de cinco ciudades
(Gaza, Ascalón, Asdod, Ecrón y Gat) y que se fueron extendiendo ha-
cia el interior, constituyendo un peligro amenazador para Israel, hasta
el reino de David. Esto se confirma con el empleo del término geográ-
fico «Filistea» en los textos egipcios y después en los textos asirios, in-
cluso después de que los filisteos habían dejado de ser una potencia
política. Actualmente es cosa admitida que esas ciudades filisteas tie-
nen su origen en las colonias de mercenarios reclutados entre los cau-
tivos después de la derrota del año octavo de Ramsés III. Una vez que
se derrumbó el dominio egipcio en Asia, esas ciudades se hicieron
autónomas. A comienzos del siglo xi a.C, la historia de Wenamón
menciona los nombres de tres príncipes que deben de ser los de los
puestos filisteos de Asdod, Ascalón y Gaza. Uno de ellos, Warka-
tara, probablemente el príncipe de Ascalón, es el socio del rey de Sidón
en el comercio marítimo 88 . La organización política y territorial de los
filisteos la estudiaremos cuando aludamos a su intervención en la his-
toria de Israel, en la época de los Jueces.

3. Otros Pueblos del Mar en Palestina


El problema filisteo se complica todavía más: el movimiento de los
Pueblos del Mar se prolongó a lo largo de dos siglos (los shardanos, los
lukka y los ahhiyawa aparecen desde el siglo xiv); algunos elementos
«filisteos» pudieron llegar a Palestina antes de que se los mencione por
primera vez bajo Ramsés III; finalmente, la Biblia pudo confundir a
otros grupos de Pueblos del Mar con los filisteos.
Es posible que uno de esos grupos, distintos de los filisteos, fue-
ran los quereteos, de los que ya hemos hablado. En todo caso, es cier-
to que en Dor, en la costa al sur del Carmelo, se había instalado otro
grupo. Según el relato de Wenamón, este puerto estaba en manos de
los tiekker/zakkala, mencionados por Ramsés III inmediatamente des-
pués de los filisteos. Uno se siente tentado a atribuir a este grupo las
tumbas excavadas en Tell Dhurur (Tell Zeror), al sur de Dor. Se trata
87
F. Lochner-Hüttenbach, Die Pelasger (Viena 1960), el cual estudia el problema
filisteo en las págs. 141-177; cf. la recensión de E. Laroche: RHA 68 (1961) 40-42;
D . A. Hester: «Minos» 9 (1968) 228-231.
88
B. Mazar (loe. cit. en la nota 64) 3-6; W . F. Albright (loe. cit. en la nota 85)
30 y 32. Pero el nombre de Warkatara se ha interpretado también como semítico:
Berkat-El, «bendición de El».
Los Pueblos del Mar 49

de grandes arcones rectangulares, construidos y cubiertos con losas de


caliza; miden dos o tres metros de longitud y han recibido hasta diez
cuerpos. Este tipo de sepultura es ajeno a Palestina; el ajuar funerario
es del siglo x a.C.; no existe aquí cerámica «filistea» 89 . Se ha formulado
la hipótesis de que se hubiera establecido otro grupo de los Pueblos del
Mar entre los filisteos y los tiekker/zakkala, entre Jafa y Dor. Serían
los danuna que cita Ramsés III en la misma lista y que coinciden con
los dáñeos de la tradición griega. Ahora bien, según esta tradición, en
la costa de Jafa fue donde el héroe daneo Perseo liberó a Andrómedes,
y otro daneo, Mopsos, habría llegado a Ascalón, procedente de Asia
Menor, y allí habría muerto. Estos dáñeos, establecidos en la costa
palestina, habrían sido expulsados por los filisteos y habrían dado ori-
gen a la tribu de Dan, integrada posteriormente a Israel 9 0 . Quedaría
por explicar cómo se conjuga esta hipótesis con la tradición bíblica 91 .
Es posible que otro grupo ocupara la bahía de Acre y una parte de la
llanura de Yizreel. La mayor batalla del período de los Jueces se libró,
bajo Débora y Barac, cerca del Tabor y contra un tal Sisara, que residía
en Jaroset ha-Goyim (Jue 4-5). El nombre de lugar «Jaroset de las na-
ciones» parece indicar una población no cananea, y no es seguro que el
nombre de Sisara sea semítico 92 . Hay que recordar, sin embargo, que
la Biblia no habla, a propósito de esta batalla, de otros adversarios de
Israel fuera de los cananeos.
Por el contrario, la Biblia conoce a «filisteos» en Betsán en la
época de Saúl, y la arqueología nos permite remontarnos más atrás. Se
han hallado en Betsán féretros de tierra cocida, vagamente cilindri-
cos, en los cuales la parte que corresponde a la cabeza y a los hombros
está recortada y forma una tapa. Sobre esta tapa se han modelado una
cara y unos brazos muy estilizados 93 . Se conservan los restos de más de
89
K. Ohata, Tel Zeror II. Preliminary Report of Excavations. Second Season 1965
(Tokio 1967). Este tipo es frecuente en Grecia, en el Submicénico, pero se trata de
tumbas individuales y menores; cf. C. G. Styrenius, Submycenaean Studies (Lund 1967)
Índice, s. v. Cist tomb.
90
C. H. Gordon: SVT 9 (1962) 21; Y. Yadin, «And Dan, why did he abide with the
ships?», en Western Gcdilee and the Coast of Galilee (Jerusalén 1965) 42-55 (en hebreo);
versión inglesa: «And Dan, why did he remain in ships»: «The Australian Journal of
Hiblical Archaeology» I, 1 (1968) 9-23.
91
Volveremos sobre el tema cuando tratemos de la migración de Dan en el ca-
pitulo V de «Período de los Jueces».
92
A. Alt: Z A W 60 (1944) 78 = Kleine Schriften I, 266 y nota 3; recientemente
KK ha relacionado el nombre de Sisara con Sisaruwa, del que hay testimonios en Ras
Snmra y que sería un nombre luvita, según W . F . Albright, Yahweh and the Gods of
Canaan (Londres 1968) 218.
9J
Y. Yadin, The Art of Warfare... (1963) 344-345; T. Dothan, artículos en «An-
tiquity and Survival» y «Eretz-Israel» (citados en la nota 64); G. E. Wright, Philistine
Cnffins and Mercenarias: BibArch 23 (1959) 54-66, revisado en «The Biblicaí Archaeo-
l"K¡Ht Readcr» 2 (Nueva York 1964) 59-68; T. Dothan, The Philistines and their Mate-
lial Culture (citado en la nota 64)'cap. IV; Y. Aharoni, New Aspects of the Israelite
(hr.upalion in the North, en Near Eastern Archacahgy in the Tuientieth Century, edición
,|. A. Sanders (Nueva York 11)70) :><;,| :>(>t;, espec. 257-259.
4
50 El marco histórico

cuarenta sarcófagos, cinco de los cuales tienen una cara que lleva un
tocado de plumas con una o dos franjas de perlas o con una franja de
perlas y otra de zigzags. Este tocado corresponde al que tienen algunos
Pueblos del Mar en los relieves de Medinet Habu, en los cuales están
representadas las tres variedades de Betsán. Se ha concluido de ahí
que esos féretros son de filisteos. Pero esta afirmación hay que mati-
zarla.
En otros lugares de Palestina se han encontrado sarcófagos análogos,
con una máscara y brazos más o menos estilizados, pero nunca con un
tocado de plumas: en Tell ed-Duweir = Laquis, dos tapas y una parte
del cilindro de un sarcófago con una inscripción egipcia incomprensible,
correspondientes a una tumba del período de transición entre las épocas
del Bronce Reciente y del Hierro, sin cerámica filistea 94 ; en Tell
el-Farah del sur, dos tapas en dos tumbas del siglo XII-XI a.C, con
cerámica filistea mezcladas con cerámica local y con vasijas de sabor
egipcio 95 ; en TransJordania, en Sahab, al sudeste de Aman, una tapa
cuya máscara lleva perilla y no tocado, y que data de hacia el 900, más
bien antes que después 96 ; en Dibán, un sarcófago en cuya parte superior
hay únicamente una máscara estilizada, sin tocado alguno, y que data
del siglo xi a.C, más bien hacia el fin 97; en Aman, un sarcófago con
máscara sin tocado, en una tumba que contiene cerámica del Hierro II 98 .
También en Egipto se han encontrado sarcófagos análogos y abun-
dantes: desde el delta hasta Aniba, en Nubia, y desde el comienzo de
la dinastía XVIII hasta la época grecorromana. Los ejemplos más cer-
canos a los de Palestina, en el tiempo y el estilo, proceden de Nebesheh
y Tell el-Yehudiyeh, en el delta y de Aniba en Nubia. La cerámica
que va asociada a ellos es heterogénea: principalmente egipcia y algu-
nas vasijas siro-palestinas, pero no cerámica filistea.
Las conclusiones que se pueden sacar de la enumeración precedente
son éstas:
1. Este tipo de sarcófago es totalmente desconocido en Creta,
mar Egeo y Asia Menor.
2. Es corriente, sin embargo, en Egipto durante las dinastías XVIII-
XX. Por consiguiente, no se pueden atribuir indistintamente esos sar-
cófagos a cautivos o mercenarios que estuvieran al servicio de Egipto.
El material de las tumbas debe aportar un testimonio positivo. Y este
testimonio no se da en Aniba. En Nebesheh y Tell el-Yehudiyeh cabe
invocar la relativa abundancia de la cerámica extranjera; pero ésta es
siro-palestina y no egea. Resulta, pues, arbitrario relacionar estos sar-
94
O . Tufnell, Lachish IV. The Bronze Age (Londres 1958) 36, 60-61, 131-132,
248-249.
95 Fl. Petrie, Beth-Pelet I (Londres 1930) 6 y k m . XIX-XX, XXIII-XXV.
96 W . F. Albright: AJA 36 (1932) 295-306.
97
F . V. Winnett-W. L. Reed, The Excavations at Dibon (Dhibdn) in Moah:
AASOR 36-37 (1964) 58-60, ilustr. 52-53, 97.
»8 ADAJ I I (1966) 103; ANEP n. 853.
Los Pueblos del Mar 51

cófagos de Egipto con los Pueblos del Mar y mucho menos con los
filisteos.
3. Esta clase de sarcófagos fueron introducidos en Palestina por
influjo egipcio. Los tres ejemplos de TransJordania, Sahab y Dibán
son un testimonio de esa influencia; pero su localización geográfica y su
fecha tardía impiden relacionarlos con los filisteos. Hay que descartar
igualmente los ejemplos de Tell ed-Duweir: la tumba es anterior a la
gran invasión de los Pueblos del Mar, y la cerámica es simplemente
palestina. Dado que Tell ed-Duweir es un lugar donde la presencia
egipcia se prolongó más, esa tumba podría ser de una familia egipcia
establecida en Laquis, o más probablemente (a causa de la inscripción
jeroglífica incomprensible) de una familia cananea influida por la moda
egipcia " . Hay que mantener, sin embargo, el ejemplo de Tell el-Farah
del sur: aquí, y sólo aquí, el sarcófago está asociado a la cerámica filistea,
y sólo aquí estamos en territorio controlado por los filisteos. No obstante,
hay que advertir que las máscaras no poseen el tocado de plumas que se
considera como característico de los filisteos.
Nos falta por aludir a Betsán 1 0 °. Los sarcófagos pertenecen cier-
tamente al nivel VI, que abarca todo el siglo xn. Betsán sigue siendo
por esas fechas el principal punto de apoyo del dominio egipcio en
Canaán, y el influjo egipcio es fuerte en este lugar; en concreto, la ce-
rámica asociada a dichos sarcófagos tiene numerosas relaciones con la
cerámica egipcia de la dinastía XX. Como ese tipo de sarcófagos es de
origen egipcio, las tumbas podrían ser de oficiales egipcios de la guar-
nición de Betsán. Pero ¿qué decir del tocado de plumas? Efectiva-
mente, las inscripciones que acompañan los relieves de Medinet Habu
atribuyen ese tocado a los filisteos. Pero lo cierto es que no son ellos los
únicos en llevarlo: lo llevan también los tiekker y los denen o danuna 101 .
Por otra parte, no existe cerámica «filistea» asociada a dichos sarcófagos.
Se puede, por tanto, concluir que esos sarcófagos de Betsán pertene-
cen a gente de los Pueblos del Mar enrolada por Ramsés III como mer-
cenarios, pero no necesariamente, ni siquiera con probabilidad, a filis-
teos. Ya hemos visto que otros grupos congéneres suyos se habían
establecido en la costa. Cuando la Biblia nos habla de los filisteos en
Birtsán (1 Sm 31,8.12; cf. 1 Cr 10,8.12), extiende el nombre de los
filisteos de la Pentápolis a un grupo con ellos emparentado.
Se ha invocado, como otro criterio de la presencia de los filisteos,
la forma de las tumbas 102 . Los sarcófagos antropoides de Tell el-
v
" I.a reserva añadida por G. E. Wright: «The Biblical Archaeologist Reader»
a (1964) 68, eslá plenamente justificada.
""• Francés W . James, Thelron Age at Beth Shan (Filadelfia 1966) espec. 136-137.
101
Cf. W. F. Edgerton-J. A. Wilson, Historical Records of Ramses III (Chicago
19.16) 45 nota 19a; G. A. Wainwright: JEA 47 (1961) 74S.
" « (.«. E. Wriglit: BibArch'29 (1966) 74; T . Dothan, The Philistines, cap. IV;
Jmir C. Wnldhaum, ¡'hilistine Tomhs at Tell Fara and their Aegean Prototypes: AJA 70
(u)M>) 331-110. Una tumba del mismo tipo ha sido descubierta en Tell Aitún, en la
52 El marco histórico

Farah han sido hallados en tumbas rectangulares con una banqueta por
dos o tres lados; se llega a ellos bajando unos peldaños. Lo mismo sucede
en Betsán. Este tipo es diferente del plano clásico, más o menos re-
dondo, de las tumbas de las épocas del Bronce Medio y Reciente. En
la época del Hierro se hará corriente en Palestina, y se suele atribuir
esta innovación a los filisteos. Otro cementerio de Tell el-Farah, el que
lleva el número 900, contiene tumbas similares, pero sin sarcófagos
antropoides ni cerámica filistea; en cambio, se ha encontrado en ellos
cerámica micénica del Mic III B, del siglo XIII, asociada a cerámica
local del Bronce Reciente. En Tell el-Ayul existe una tumba del mismo
estilo: es cuadrangular, aunque no tiene banqueta, y data de la segunda
mitad del Bronce Reciente. Estas tumbas habrían de atribuirse a una
primera oleada de los Pueblos del Mar.
Es verdad que las tumbas de cámara rectangular, las «chamber-
tombs», constituyen un tipo micénico clásico y que, fuera de Grecia
propiamente tal, se hallan en todas las regiones en que se establecieron
o ejercieron su influjo los micénicos 103 . Pero ese tipo siguió siendo
utilizado en el Submicénico 104 . Además, las tumbas «filisteas» de Pa-
lestina presentan ciertas diferencias: la banqueta constituye aquí un
elemento más fijo, y el aromos se sustituye por peldaños. Una cosa es
clara: ni en Grecia ni en ninguna otra parte se puede atribuir ninguna
de esas tumbas a los Pueblos del Mar. Cabría la posiblidad de que ese
tipo de tumbas fuese introducido en Palestina por algún grupo de los
Pueblos del Mar que hubiera recibido una influencia micénica, como
los filisteos imitaron la cerámica micénica tardía. Pero, aun admitiendo
esto, resulta arbitrario atribuir dichas tumbas a los filisteos antes que
a cualquier otro grupo. Llegaríamos así a la misma conclusión que
hemos sacado de los sarcófagos antropoides de Betsán. El hecho de
que haya restos de ese tipo de tumbas en Palestina al final del Bronce
Reciente, primero en Tell el-Ayul y después en el cementerio 900 de
Tell el-Farah, podría indicar una primera oleada de los Pueblos del
Mar, de grupos que siguen todavía en el anonimato. Pero es más pro-
bable que ese tipo de tumbas sea la evolución local de las tumbas con
•aromos y de plano bilobulado que se han encontrado en Tell el-Farah,
Tell el-Ayul y en otros lugares, y que datan de finales del Bronce
Medio. Es posible que revelen un influjo venido de Chipre, donde apa-
recen más temprano las tumbas bilobuladas; habría que descartar, en
todo caso, una relación con los Pueblos del Mar 105 .
Las excavaciones de Deir Alia, en el valle del Jordán 106, pueden
región de Laquis, con vasijas «filisteas», cf. «Hadashót Archiologiót» (julio 1968) 5-6;
«Qadmoniót» 1 (1968) 100; RB 76 (1969) 578.
103
V. R. d'A. Desborough, The Last Mycenaeans, 32S.
104
C. G. Styrenius, Submicaenaeans Studies (Lund 1967) índice, s. v. Chamber tomb.
105 W . H. Stiebing, Another Look at the Origins of the Philistine Tombs at Tell
el-Far'ah(S) : AJA 74 (1970) 139-143.
106
H. J. Franken, Palestine m the Time of the Nineteenth Dinasty. (b) Archaeolo-
gical Evidence, en C A H II, 26(b) (1968) 8-9; H. J. Franken-J. Kaalsbeek, Excavations
Los Pueblos del Mar 53

ofrecer otro indicio de una entrada de los Pueblos del Mar, anterior a la
gran invasión bajo Ramsés III. En la segunda mitad del siglo x m a.C.
frecuenta el santuario otro grupo cuya cerámica es de técnica diferente.
Esta fase se cierra con un terremoto; en el santuario destruido e in-
cendiado se ha recogido una vasija con un sello de la reina Tausert,
postrer soberano de la dinastía XIX, hacia 1200 a.C. Se han encontrado
en el mismo nivel tres tablillas de arcilla, cuyas inscripciones no se ha
logrado todavía descifrar. Su escritura ofrece cierto parentesco con los
textos cipro-minoicos de Chipre y Ras Samra, los cuales se derivan
a su vez del Linear A de Creta; se ha hablado a este propósito de escri-
tura «filistea» 107 . El estudio más concienzudo de esos textos 108 no exclu-
ye que se trata de una escritura egea. En efecto, por aquellas fechas
hubo en el Egeo varias formas de escritura sobre las que estamos mal
informados 109 .
El nivel siguiente de Deir Alia, de la primera mitad del siglo xn,
representaría, según su excavador, la llegada de un nuevo grupo: su
cerámica presenta las mismas formas, pero la técnica empleada fue dis-
tinta; al lado de esta cerámica se hallan algunos ejemplares de cerámica
filistea. Así, pues, habría habido dos entradas sucesivas de gente de los
Pueblos del Mar en el valle del Jordán: un grupo asentado en el siglo XIII,
el de las tablillas inscritas; y otro grupo llegado en el siglo x n y asociado,
por el comercio o el origen, con los filisteos, pues conocía su cerámica.
Pero la interpretación de estos descubrimientos sigue siendo insegura.
A pesar de ello, proyectan nueva luz sobre un texto bíblico. Los
habitantes de Deir Alia, que poseían cerámica filistea, eran metalúrgi-
cos; se han descubierto sus hornos. A unos kilómetros de allí, concreta-
mente en Tell es-Saidiyeh, unas tumbas del siglo XIII-XII nos han pro-
porcionado abundantes objetos de bronce, algunos de los cuales están
emparentados con los fabricados en Chipre y en el mundo egeo 110 .
lista región contaba ya con una tradición en la elaboración del metal,
y esa tradición se continuó; recuérdese que fue aquí donde se fundió
i'l mobiliario de bronce del templo de Salomón (1 Re 7,46). Pero lo que
más nos interesa en este momento es la información de 1 Sm 13,19-22,
donde se dice que los filisteos tenían el monopolio del trabajo del metal
y que los israelitas tenían que «bajar» a ellos para forjar de nuevo sus

al Tell Deir 'Alia I (Leiden 1969). Este primer volumen de la publicación definitiva
nnuJiza los niveles que contenían la cerámica «filistea», pero no estudian todavía el
nivi'l donde aparecieron las tablillas inscritas.
'»'/ ( ¡ . ¡i. Wright: BibArch 29 (1966) 73; W . F. Albright, C A H II, 33 (1966) 27.
"IB M. Weippert: ZDPV 82 (1966) 299-310. Cf. «Kadmos» 6 (1967) 154.
" i g Mauríce Pope, Aegean Wríting and Linear A (Lund 1964); O. Masson, Ecri-
liirití ti lauques de la Chypre antique: «Archáologischer Anzeiger» (1967) 615-619.
1
' ° J. 11. Pritchard, provisionalmente: RB 72 (1965) 260-262; BibArch 28 (1965)
14-17; «líxpedilion» 7,4 (1965) 26-30. En concreto, una espada de un tipo que se ha
iniontrudo en Ugan! y Alalakh y que se atribuye a los Pueblos del Mar; es el grupo
11 tic N. K. Sandars, Later Aegean Brome Swords: AJA 67 (1963) 117-523; cf. V. Han-
kcy: USA (12 (11)67) 130.
54 El marco histórico

instrumentos. Siempre se ha entendido que bajaban a la Filistea cos-


tera, y efectivamente las excavaciones han revelado que existía allí una
industria metalúrgica: en Asdod, Tell Mor, Tell Gemmeh, Tell Qasile,
Tell Zeror; pero ahora sabemos que también pudiera tratarse del valle
del Jordán.
Como vemos, el problema de los filisteos y de los Pueblos del Mar
se halla lejos de estar resuelto. Una cosa al menos queda clara: que estos
pueblos ocupaban un lugar importante en Palestina cuando se asenta-
ron los israelitas, en la época de los Jueces; y es probable que los filisteos
o congéneres suyos estuviesen allí desde el tiempo de la «conquista».

IV. EDOM-MOAB-AMÓN

Estamos mal informados sobre la situación étnica y política de


TransJordania a finales del II milenio a.C. A comienzos del I milenio
aparecen allí tres reinos constituidos que son de sur a norte: Edom,
Moab y Amón. Son reinos nacionales que llevan, como Israel, el
nombre de un pueblo. Las tradiciones bíblicas se muestran firmes al
señalar el parentesco de estos pueblos con Israel. El antepasado de
Edom es Edom-Esaú, el hermano gemelo de Jacob. Amón y Moab pro-
ceden de la unión de Lot con sus hijas, y Lot es el sobrino de Abrahán.
Los escasos testimonios epigráficos que nos han legado estos pueblos
indican que hablaban la misma lengua que los israelitas, aunque con
ciertas diferencias dialectales. Es de creer que formaron parte del mismo
movimiento de pueblos que trajo a los antepasados de los israelitas a
Canaán y que pasaron, como éstos, por un largo período de vida nó-
mada o seminómada. La exploración sistemática de TransJordania por
obra de N. Glueck le llevó a la convicción de que toda la TransJordania
central y meridional, desde Aman hasta el golfo de Aqaba, no cono-
ció civilización urbana entre los siglos xix y XIII a.C Las pocas explo-
raciones realizadas últimamente en Edom y Moab no han modificado
esa conclusión, sino que más bien la han confirmado, ya que no han
descubierto por ningún lado una nueva ocupación que se remonte al
siglo x m . No obstante, por lo que toca a TransJordania central, hay
que hacer una pequeña reserva. En las cercanías de Medeba y Aman
se han descubierto algunas tumbas del Bronce Medio, y en el aeródromo
de Aman se ha excavado un templo del Bronce Reciente, que era
frecuentado a finales del siglo xiv y durante una parte del x m . Por el
momento, no es posible vincular estos testimonios con ningún centro
de ocupación sedentaria m . En rigor, sería posible que esas tumbas,
e incluso el santuario, fueran utilizadas por seminómadas; pero existen
otros indicios de una ocupación de sedentarios cananeos en esta región
a finales de la época del Bronce. Es aquí donde se concentran los únicos
111
J. B. Hennessy, Excavations of a Late Brome Age Temple at Ammán: P E Q
(1966) 155-162; E. F. Campbell, G. E. Wright, Tribal League Shrines in Ammán and
Shechem: BibArch 32 (1969) 104-116.
Edom-Moab-Amón 55

nombres geográficos compuestos de Baal en toda TransJordania, y la


Biblia conoce el reino de Sijón con capital en Jesbón, anterior a la lle-
gada del grupo de Moisés y a la constitución del reino de Moab l 1 2 .
No conservamos ninguna tradición nacional de los edomitas, moa-
bitas y amonitas sobre su asentamiento; nuestra información tenemos
que sacarla de la Biblia. Los edomitas aparecen ya como asentados
y constituyendo un Estado en el momento en que llegaron los israeli-
tas: según Nm 20,14-21, el rey de Edom les niega el paso; se ven, pues,
forzados a bordear el país de Edom (Nm 21,4) y pasan después por el
desierto que linda con Moab por el este (Nm 21,11; pero estos dos
últimos textos son tardíos). A continuación, el rey de Jesbón, Sijón, les
niega el paso; lo derrotan y se apoderan de su reino, pero se detienen
en los confines de los hijos de Amón (Nm 21,24; cf. Jue 11,17-21).
Según Dt 2,1-13, Yahvé les dio orden de respetar el territorio de Edom
y Moab.
En Gn 36,31-39 = 1 Cr 1,43-50 tenemos una lista de ocho reyes
«que reinaron en el país de Edom antes de que reinara un rey de Israel»,
es decir, antes de Saúl: ocho generaciones nos llevarían hasta el si-
glo x m a.C. para el primer rey de Edom. Ciertamente esta lista con-
tiene informaciones muy antiguas, pero pueden haber sido retocadas.
Dado que ninguno de esos reyes tiene a su hijo por sucesor y que cada
uno es oriundo de una ciudad distinta, cabe preguntarse si, en lugar de
una sucesión cronológica, no nos dará el texto una lista de pequeños
reinos edomitas, al estilo de los Estados-ciudades cananeos al oeste
del Jordán. Se ha advertido además que la lista mezcla ciudades de
Edom con ciudades de Moab 113 . Estas observaciones dejan incierta
la época en que Edom se constituyó como reino y la naturaleza de su
régimen político. Los textos de la Biblia no significan necesariamente
que los edomitas estuviesen ya asentados al llegar los israelitas: tanto los
reyes de Gn 36 como el «rey» de Nm 20 pueden ser simples jefes de
grupos nómadas. Según Nm 31,8; Jue 8,12, los madianitas nómadas
tienen reyes; según 1 Sm 15,8.20.32, los amalecitas nómadas tienen
un rey. La gran lista real de Asur comienza por «diecisiete reyes que
viven bajo la tienda» 114 . Y en Mari, los haneanos y benjaminitas semi-
nómadas tienen también sus reyes l l s .
También Moab n6 tenía, por tanto, su rey. Llevaba mucho tiempo
sin él, ya que Nm 21,26 dice que Sijón había quitado al primer rey de
112
Cf. infra, p. 97.
113
J. K. Bartlett, The Edomite King-List of Génesis XXXVI, 31-39 and l Chrn. I,
43-50: J'I'H n. s. 16 (1965) 301-314.
" * A N E T 564b; F. R. Kraus, Kónige, die in Zelten wohnten (Amsterdam 1965).
1
" J. R. Kupper, Les nómades en Mésopotamie au temps des rois de Mari (París 1957)
M. 50.
110
M. Noth, Israelitische Stámme zwischen Ammon und Moab: Z A W 64 (1944)
11 37; Ammán und Moab: ZDPV 68 (1946-1951) 36-50; A. H. van Zyl, The Moabites
(l.ciden 1960).
56 El marco histórico

Moab m el territorio que había conquistado al norte del Arnón. La


profunda brecha del Arnón constituye una frontera natural que los
maobitas intentarán periódicamente franquear, atraídos por las ricas
llanuras de la altiplanicie de Medeba. Lograrán ocuparlas cuando Balac,
rey de Moab, llama a Balaán para que maldiga a los israelitas. Este
episodio representa una situación de la época de los Jueces 118. Por esta
misma época, será cuando Eglón, rey de Moab, se apodere de Jericó
Que 3,12-30), y el documento sacerdotal llamará 'arbót Moab a la lla-
nura situada al nordeste del mar Muerto.
Los amonitas se encontraban al nordeste de Moab y del reino
de Sijón, en la cuenca alta del Yaboc, en torno a su capital, Rabbah
o Rabbat bené Amón, la actual Aman 119 . Es posible que no se cons-
tituyeran en reino hasta algo después de Edom y Moab. El cántico
de Moisés (Ex 15) y los oráculos de Balaán (Nm 23-24) mencionan
a Edom y Moab, pero no hablan de Amón; aunque ese silencio puede
explicarse por estar más alejado. En Jue 3,13 se cita a los amonitas
como aliados de Eglón, el moabita, pero no desempeñan ningún papel
en la acción. La primera mención de un rey de los amonitas se hace
en Jue 11,12-28; sin embargo, Jefté se dirige al rey de los amonitas
como si se tratara del rey de Moab, y ese mensaje es un elemento aña-
dido que depende literariamente de Nm 20-21 120 .
A estos datos sacados de la Biblia acerca de los comienzos de Edom,
Moab y Amón, añaden muy poco los textos extrabíblicos. La única
alusión a Edom en los documentos egipcios se halla en un papiro del
reino de Merneptah: se autoriza a un grupo de shasu de Edom a que
cruce la frontera y se establezca en el delta; el nombre de Edom va pre-
cedido del determinativo de los países extranjeros 121 . El nombre geo-
gráfico de Seír, que la Biblia asocia con Edom, se encuentra bajo Ram-
sés II y Ramsés I I I 1 2 2 . El nombre de Seír, como el de Edom, está
siempre en relación con los beduinos shasu, y no se puede concluir
de esos textos que los edomitas fueran por entonces sedentarios. Las
cartas de Amarna 123 sólo contienen una vaga referencia al país de Seír.
117
Tradúzcase así, y no «al anterior rey de Moab».
n
8 Cf. infra, p. 99.
119 M. Noth: ZDPV 68 (1946-1951) 36-50; W . F . Albright, Notes on Ammonite
History, en Miscellanea Bíblica B. Ubach (Montserrat 1953) 131-136.
120
Compárese especialmente Jue 11,19-22 y N m 21,21-25. Según W . Richter,
Die Überlieferungen um Jephtah: Bib 47 (1966) 485-556, espec. 522-547, este texto da-
taría casi del tiempo de Jeremías, antes del Deuteronomio, y pertenecería al género de
discursos proféticos sobre la historia.
121 Pap. Anastasi VI, 51S, en A N E T 259a.
122
J. Janssen, Les monts Se'ir dans les textes égyptiens: Bib 15 (1934) 537-538;
B. Grdseloff: «Revue de l'Histoire Juive en Égypte» 1 (1947) 69SS; K. A. Kitchen:
JEA 50 (1964) 66-67; J. R. Bartlett: JTS n.s. 20 (1969) 1-2. Los nombres de clanes
edomitas compuestos con el nombre del dios nacional, Qos, quizá se encuentren en
las listas geográficas de Ramsés II y Ramsés III: B. Oded, Egyptian References to the
Edomite Deity Qaus: «Andrews University Seminary Studies» 9 (1971) 47-50.
123 EA 288, 26 = A N E T 488b.
Edom-Moab-Amón 57

Moab sólo se menciona dos veces en los textos egipcios: en una lista
geográfica de Ramsés II 124 y en la narración de una campaña del mismo
faraón en TransJordania 125 . La mención que se hace en este segundo
texto de «ciudades», y en concreto de Dibón, indica que los moabitas
estaban asentados por esas fechas, aunque no se pueda concluir de ahí
que formaban un Estado unificado 126 .
Amón no aparece nunca en los textos egipcios. Los textos asirios
sólo lo mencionan a partir del siglo ix a.C.

V. LOS ÁRAMEOS

Al final del II milenio se instala en la periferia de Palestina otro


grupo étnico, los árameos. Su origen es muy oscuro. Las tradiciones
bíblicas afirman un estrecho parentesco entre los árameos y los antepa-
sados de Israel, pero esas tradiciones son complejas. Según Gn 10,22,
Aram es hijo de Sem; pero, según Gn 22,21, es nieto de Najor, el her-
mano de Abrahán, y la profesión de fe de Dt 26,5 hace decir al israe-
lita: «Mi padre era un arameo errante». Abrahán viene de Padán Aram
o Aram Najarain, donde habita Najor (Gn 24,10); Isaac se casa con
Rebeca, hija de Najor (Gn 24,48) (o de Betuel, hijo de Najor, según
una tradición posterior: Gn 24,47) Y hermana de Labán. A este Labán,
hijo de Najor (Gn 29,5), se le llama con insistencia Labán el arameo;
es el tío de Jacob y llega a ser su suegro (Gn 29,5ss). Todo esto sucede
en la Alta Mesopotamia; pero, según Gn 31,43-54, Labán y Jacob firman
un tratado que fija entre ellos una frontera, en Mispá de Galaad, en
TransJordania; se trata de un tratado entre dos pueblos y no entre
dos individuos. Pudiera ser un recuerdo, trasladado a la época patriar-
cal, de un pacto entre los árameos y los israelitas en el momento de asen-
tarse o un poco más tarde; también pudiera representar una situación
anterior al éxodo 127. También los árameos tienen contacto con los
moabitas: de Aram es de donde llama Balac al adivino Balaán (Nm 23,
7). Según Jue 3,7-11, el primer juez, Otoniel, habría liberado a Israel de
la opresión de Cusan Risatain, rey de Aram, o de Aram Najarain.
Pero resulta muy difícil interpretar históricamente este episodio; por
I-NO se ha propuesto con frecuencia corregir Aram por Edom 128 . Según
Jue 18,9.28 (griego), los danitas se apoderaron fácilmente de Lais, por-
que esta ciudad no tenía ninguna relación con Aram, lo cual supone
una presencia de los árameos en la región. 1 Sm 14,47 menciona, al
trazar un cuadro de la actividad militar de Saúl, una guerra contra el
1M
J. Simons, Handbook for the Study of Egyptian Topographical Lists relating to
Western Asia (Leiden 1937) 156.
IJ
> K. A. Kitchen, Some New Light on the Asiatic Wars of Ramesses II: JEA 50
(iyf>4) 47-7°. cspec. 50, 53-55.
U« ( X ya M. Noth: ZDPV 68 (1946-51) 45.
127
Cf. infra, sobre el asentamiento de Gad, p. i o i .
' « ( '.(. infra, p. 72.
58 El marco histórico

rey de Soba; pero no podemos verificar el valor histórico de esta infor-


mación. Los árameos, como enemigos suyos, no entran realmente en la
historia de Israel hasta David (2 Sm 8,3-8; 10,6-14.15-19). El rey de
Soba, Hadadézer, estaba en esta época al frente de una coalición que
agrupaba en torno a él a los árameos de Bet-Rejob, a los reinos de Maa-
ká y Tob, y Hadadézer extendía su control desde las laderas del Antilí-
bano hasta el Eufrates 129 . Este Imperio arameo no se creó en un día,
y la entrada de los árameos, al principio como nómadas, en las regiones
situadas al norte y al nordeste de Palestina debe remontarse, por lo
menos, al siglo x n a.C.
Efectivamente, en el siglo xn, bajo Teglatfalasar I de Asiría, es
cuando ciertamente aparecen por primera vez los árameos en los do-
cumentos extrabíblicos. Las alusiones a Aram y a los árameos que se
han descubierto en los textos mesopotámicos del III milenio y comien-
zos del II, y posteriormente en los textos de Mari y Ras Samra 1 3 °,
son muy dudosas. Es más segura la mención de Aram en una nueva
lista geográfica de Amenofis III, al comienzo del siglo xiv a. C. 131 ; el
nombre va acompañado del determinativo «hombre» y designa por tanto
a un pueblo: se trataría de los árameos, todavía nómadas. Donde ya
no cabe dudar es en el caso de Teglatfalasar, que tuvo que luchar contra
enemigos a los que da el nombre de ahlamu-arameos. Desde el cuarto
año de su reinado tuvo que hacerles la guerra en el Eufrates Medio,
desde Cárquemis, en el norte, hasta Rapicún, en la frontera norte de
Babilonia. Cruzó veintiocho veces el río, lo que equivale a catorce cam-
pañas, incendió sus ciudades o aldeas en el G. Bishri, entre Palmira
y el Eufrates, y los persiguió hasta Palmira y al pie del Líbano 132 .
Antes de Teglatfalasar no se menciona a los ahlamu-arameos. Pero
algunos textos anteriores hablan, desde finales del siglo xiv, de los
ahlamu solos, como de nómadas del oeste y enemigos de Asiría 133 ;
una carta de Amarna los cita en un contexto mutilado 134 . En el siglo XIII
los ahlamu impiden que los correos del rey de Babilonia lleguen al
Hattu 135 . En los siglos XIV-XIII aparecen algunos individuos ahlamu,
aislados, en los documentos. Se discute qué relación puedan tener estos
129
A. Malamat, The Kingdom of David and Salomón in its Contact wiih Egypt and
Aram Naharaim: BibArch 21 (1958) 96-102 = «The Biblical Archaeologist Readep) 2
(1964) 89-98; B. Mazar, The Aramean Empire and its Relations with Israel: BibArch
25 (1962) 97-120 = «The Biblical Archaeologist Reader» 2 (1964) 127-151.
1 3 0 Cf. A. Dupont-Sommer, Sur les debuts de l'histoite araméenne, en Congress
Volume. Copenhague (1953) 40-49; S. Moscati, Sulle origini degli Aramei: RSO 26
(1951) 16-22. Cf. las referencias dadas en el vol. I, p. 203.
131 E. Edel, Die Ortsnamenlisten aus dem Totentemple Amenophis III (Bonn 1966)
28-29.
132 Sumario y referencias en J. A. Brinkman, A Political History of Post-Kassite
Babylonia (Roma 1968) 277-278.
133 D . D . Luckenbill: ARAB I, §§ 73, 116, 166, 209.
134 EA 200,8 y 10, en relación con el rey de Babilonia; ya se los habría mencio-
nado en un texto inédito de la época de Rim-Sin, en el siglo xvm a.C; cf. vol. I, p. 203.
135 J. Friedrich, Aus dem hethitischen Schriftum: «Der Alte Orient» 24,3 (1925) 26.
Conclusión 59

ahlamu con los árameos. Es posible que «ahlamu» sea una designación
más general que se ha precisado ulteriormente, o que ambos términos
sean en parte equivalentes. En todo caso, como estos ahlamu suelen
encontrarse en las mismas regiones que ocuparán los árameos y revisten
las mismas características, debe de haber entre ellos una relación es-
trecha 136 .

VI. CONCLUSIÓN

El asentamiento de los israelitas en Canaán se sitúa, dentro del mar-


co general del Oriente Próximo, en los últimos siglos del II milenio.
La ruina definitiva del Imperio Hitita y el debilitamiento de Egipto, y
posteriormente la pérdida de sus posesiones en Asia, dejaron espacio
libre a pueblos nuevos. Pero los israelitas no eran los únicos. En Pales-
tina la retirada de Egipto dejaba intactas las ciudades cananeas, sobre
las que ya no ejercía más que un dominio nominal. Diversos grupos
de los Pueblos del Mar se iban instalando en algunas regiones; entre
ellos se hallaban los filisteos, que se convertirán en una potencia con-
currente de Israel y, bajo Saúl, estarán a punto de imponerse a éste.
Moab estaba ya asentado, y es probable que Edom y quizá Amón
lo estuviesen también. Los árameos comenzaban a infiltrarse por el norte
y el nordeste.
Esta ruptura del equilibrio que se había establecido en Siria-Pales-
tina explica que los israelitas consiguieran entonces conquistar un terri-
torio. Pero la competencia entre las nuevas fuerzas que se hallaban
sobre el terreno explica por qué Israel no logró tomar posesión de cier-
tos distritos como Edom, Moab y la llanura filistea, por qué al primer
asentamiento siguió un período de luchas en la época de los Jueces y
por qué algunos enclaves cananeos se mantuvieron hasta el tiempo de
David.
En este marco histórico es donde hay que situar las tradiciones bíbli-
cas sobre el asentamiento en Canaán. Como hemos dicho al exponer
las diferentes teorías que están en vigor, hay que comenzar estudiando
esas tradiciones en sí mismas, con ayuda de la crítica literaria y la crí-
lica de las tradiciones. Sólo después se verá cómo puede compaginarse
con el testimonio externo de la historia general y la arqueología. Dado
que esas tradiciones debieron de tener orígenes locales distintos, segui-
remos un orden geográfico: el asentamiento en el sur de Palestina, en
TransJordania, en el centro de Palestina y en el norte.
136
Sobre las relaciones de los árameos con los amorreos, cf. vol. I, pp. 202-209.
CAPÍTULO II

ASENTAMIENTO EN EL SUR DE PALESTINA.


LAS TRIBUS DEJUDA, SIMEÓN Y LEVI i

Según Jos 10,28-43, la conquista del sur se atribuye a Josué y a


«todo Israel». Sin embargo, según Jue 1,1-20, esta conquista es posterior
a la muerte de Josué (Jue 1,1) y se atribuye a Judá y Simeón e incluso
a algunos grupos calebitas y quenitas con ellos asociados. En particular,
la conquista de Hebrón, que era la ciudad principal del territorio de
Judá y que será la primera capital de David, se atribuye a Caleb (Jue 1,
20 y Jos 15,13-19). Es el cumplimiento de una promesa hecha a Caleb
en el desierto (Jos 14,6-14), en el momento en que se había intentado
sin éxito penetrar en el sur de Palestina partiendo de Cades (Nm 13-14;
cf. Dt 1,19-46). La comparación de estos textos nos revela la compleji-
dad del problema. Fuera de Jos 10, que es panisraelita, los otros textos
representan tradiciones del sur de Palestina y, sobre todo, tradiciones
calebitas. Debemos, pues, comenzar por su estudio.

I. EXPLORACIÓN DE CANAÁN Y PAPEL DE CALEB


(Nm 13-14; Dt 1,19-46; Jos 14,6-14; Nm 32,6-15)
Nm 13-14 forma parte del grupo de tradiciones vinculadas a Cades.
Son enviados a Canaán doce exploradores, uno por cada tribu: Josué
por la de Efraín y Caleb por la de Judá. Al regresar, informan que el
país es bueno, pero que está habitado por un pueblo poderoso. A pesar
de que Caleb, primero, y Josué y Caleb, después, animan al pueblo a
que se ponga en marcha, éste se niega y quiere regresar a Egipto. Dios
decide castigar al pueblo rebelde; pero cede ante la intercesión de Moi-
sés. No obstante, ninguno de los hombres que están allí entrará en el
país de Canaán, a excepción de Caleb o de Caleb y Josué. El pueblo se
arrepiente y se lanza al ataque, pero Dios no está a su lado, y es desba-
ratado.
Este texto es heterogéneo 2 . Contiene una serie de duplicados que
implican ciertas diferencias entre sí. Según Nm 13,17.22-24, los explo-
1
Kste capítulo apareció, en inglés, en Translating and Understanding the Oíd
Testamenl. Essays in Honor of H. G. May (Nashville-Nueva York 1970) 108-134.
2
S. Warner, Die Kundschaftergeschichten im Alten Testament: Z A W 76 (1964)
255-269; V. Fritz, Israel in der Wüsíe. Traditionsgeschichtliche Untersuchung der Wüs~
tenübnlieferung des Jahwisten (Marburgo 1970) 19-24, 79-86, 99.
62 Asentamiento en el sur de Palestina

radores van sólo al Négueb y a la región de Hebrón: según Nm 13,21,


van desde el desierto de Sur hasta Lebo Jamat, es decir, recorren la
Tierra Prometida en su mayor extensión; según Nm 13,30, Caleb es el
único enviado que anima al pueblo a combatir: según Nm I4,6ss, tam-
bién anima Josué; según Nm 14,24, Caleb será el único que entrará en
el país: según Nm 14,30, entrarán Caleb y Josué. Teniendo en cuenta
estas diferencias y el estilo, la crítica literaria está de acuerdo en distin-
guir una redacción sacerdotal que comprende 13,1-173.21.25-26,32-33;
14,1-3.5-10.26-38. A esta redacción corresponde la lista detallada de
los doce exploradores, la adición de Josué a Caleb en el mismo papel y
la misma recompensa y el anuncio de una estancia de cuarenta años en
el desierto, donde morirán todos, excepto Josué y Caleb. El resto repre-
senta el relato antiguo: 13,17^20.22-24.27-31; 14,4.11-25.39-45. Den-
tro de este relato parece arbitrario hacer un reparto preciso entre las
fuentes antiguas, J y E, o L, J y E. Pero hay que poner aparte 14,11-233:
esta intercesión de Moisés y su diálogo con Dios, escritos en un estilo
que anuncia el Deuteronomio y con ciertos paralelos con el Éxodo,
constituyen ya una adición al relato antiguo. Este tenía una introduc-
ción que se perdió, reemplazada por la de P, que sigue hablando de una
sola exploración del Négueb y de la región de Hebrón, hasta el valle de
Escol, y se refiere únicamente a Caleb. Dejamos, por el momento, su
conclusión: el episodio de la derrota de Jorma (Nm 14,39-45).
Dt 1,19-46, en el discurso de introducción de Moisés 3, usa este re-
lato cuando todavía estaba libre de las adiciones de P y de la adición
más antigua de 14,11-233. El relato del Deuteronomio es menos con-
creto que el de Números. Se centra en el diálogo entre Moisés y el pue-
blo, quedando los exploradores relegados a segundo plano; omite la
intercesión de Moisés. Su intención teológica es diferente, pero repro-
duce lo esencial del relato antiguo: rebelión del pueblo y su castigo, a
excepción de Caleb, que recibirá la tierra que ha pisado (v. 36, que
considero como primitivo 4 ; en cambio, los w . 37-38, que también men-
cionan a Josué, son adicionales) 5 : en el v. 38 no se presenta a Josué como
uno de los exploradores, sino como el siervo de Moisés, y el v. 37 se
refiere a Moisés, el cual tampoco entrará en la Tierra Prometida (cf. Dt
3,26; 4,21). En el Deuteronomio esta pena parece ser un castigo por la
condescendencia de Moisés hacia el pueblo (Dt 1,37: «por culpa vues-
tra»), que pidió que se enviaran exploradores, lo cual significaba falta
de confianza en Dios (Dt 1,22); esto es típico del Deuteronomio. Según

3
Sobre las relaciones entre los dos relatos, cf. N . Lohfink, Darstellungskunst und
Theologie in Dtn 1,3-6,29: Bib 41 (1960) 105-134; G. von Rad, Dasfünfte Buch Mose.
Deuteronomiun (en A T D ; 21968) in loco; J. L. McKenzie, The Historical Prologue
of Deuteronomium, en Fourth World. Congress of Jewish Studies. Papers I (Jerusalén
1967) 97.
4
Contra Steuernagel y Von Rad, pero con Noth, Überlieferungsgeschichtliche Stu-
dien, 31-32, espec. 32 nota 1.
5 Con Steuernagel, Von Rad, Noth.
Exploración de Canaán 63

P (Nm 13,2), los exploradores fueron enviados por orden de Yahvé, y


esta fuente (en Nm 20,12.24 y Dt 32,50-52) da otra razón de la muerte
de Moisés (y de Aarón) antes de entrar en la Tierra Prometida: su falta
de fe en las aguas de Meribá 6 .
Un tercer texto paralelo es Jos 14,6-14. En el momento de repartir
la tierra, Caleb recuerda a Josué la promesa que le había sido hecha en
el desierto de obtener el país que había explorado, y recibe como lote
Hebrón. El relato es del redactor deuteronomista y depende del relato
del Deuteronomio. Termina así: «Por eso Hebrón sigue siendo hasta el
día de hoy patrimonio de Caleb, hijo de Yefuné, el quenizita, porque
había cumplido la voluntad de Yahvé, Dios de Israel» (v. 14). Este texto
da la razón de dicha tradición: explica por qué Hebrón, el corazón del
país de Judá, estaba ocupado por los calebitas, siendo así que éstos no
eran israelitas de pura cepa.
El último texto nos recuerda de nuevo el papel de Caleb en el de-
sierto (Nm 32,6-15). Es un pasaje tardío que depende de la redacción
sacerdotal de Nm 13-14 (Caleb y Josué, los cuarenta años en el desierto)
y, al parecer, de Jos 14 (Caleb el quenizita).
Todas estas formas literarias de la tradición calebita (incluso el relato
antiguo de Nm 13-14, del que dependen los otros) pertenecen a un es-
tadio en que las tradiciones particulares ya estaban amalgamadas en
torno a tradiciones de la casa de José. Como éste entrará en Canaán
dando un rodeo por el desierto, también Caleb participará en los cua-
renta años de peregrinación por el desierto, llegará a la Tierra Prometida
con Josué y tendrá ochenta y cinco años de edad cuando Josué le con-
ceda Hebrón como lote (Jos 14,10).
Aún es posible remontarse a una forma preliteraria de la tradición,
según la cual el grupo calebita había entrado independientemente y lo
había hecho directamente por el sur. Según Dt 1,20-21, que quizá re-
presenta el comienzo del relato antiguo de Nm 13-14 (desaparecido en
provecho de la redacción sacerdotal), Moisés da la orden de tomar po-
sesión de la montaña que Dios «ha dado» a su pueblo; según Nm 14,24
(cf. Dt 1,36), Caleb entrará en el país por él explorado. Sería de esperar
que Caleb entrara de hecho. En lugar de esto encontramos el relato
del desastre de Jorma (Nm 14,39-45).
Esta conclusión da un sentido teológico a la historia actual de los
exploradores 7 . En el momento en que llega Israel a las puertas de la
tierra cuya conquista le promete Yahvé, le falla la fe: asustado por los
informes de los exploradores, renuncia a combatir y quiere volverse a
Egipto. Y después se lanza al ataque, contra la voluntad de Dios y sin
6
Cf. E. Arden, How Moses Failed God: JBL 76 (1957) 50-52; A. S. Kapelrud,
¡bul., 242.
i Cf. S. J. de Vries, The Origin of the Murmuring Tradition: JBL 87 (1968) 51-58,
cnpcc. 55-57. El autor critica la posición de G. W . Coats, Rebellion in the Wilderness
(NuHhvilíe-Nueva York 1968) 137-156. Se encontrarán pocas cosas útiles en la diser-
tución de W. Beltz, Die Kaleb-Traditionen (Budapest-Berlín 1966).
64 Asentamiento en el sur de Palestina

que le acompañen el arca ni Moisés. Es una inversión de los temas del


éxodo y la guerra santa: «una guerra no santa y u n antiéxodo» 8 . El resul-
tado no podía menos de ser desastroso 9 . Al mismo tiempo, el relato de
este fracaso, situado de esa forma, permite unir la tradición calebita con
las tradiciones de la casa de José: explica por qué Israel fue rechazado
de nuevo en el desierto y por qué no podrá penetrar en Canaán sin dar
u n gran rodeo. Pero este cuadro se obtuvo combinando la tradición
calebita con otra tradición del sur de Palestina (de la que se sirve N m 14,
39-46, adaptándola) que se refería en u n principio a otros grupos.

II. ASENTAMIENTO DE LOS GRUPOS SIMEONITAS Y LEVITAS

E n N m 14,39-46 ya no se trata de la región de Hebrón, sino del sur


de la montaña de Judá, en los bordes del desierto. En esta montaña
viven el amalecita y el cananeo. Con este texto hay que relacionar el
relato de la victoria sobre los amalecitas (Ex 17,8-13), q u e pertenece
también al ciclo de Cades 1 0 . Estas tradiciones relativas a los amalecitas
proceden de Judá, que tuvo que luchar contra Amalee hasta tiempos de
Saúl y David (1 Sm 15; 30). Pero estas tradiciones judaítas unifican los
recuerdos de los distintos grupos del sur, y cabe preguntar si la tradi-
ción relativa a Jorma no sería primitivamente una tradición simeonita.
N m 14,39-45 dice que los israelitas fueron batidos en retirada hasta
Jorma (v. 45). Jorma es con toda probabilidad la actual Tell el-Meshash,
al este de Berseba, con lo cual estamos ya a 85 kilómetros al norte de
Cades, en el límite entre el Négueb y la montaña. D a d o que los israelitas
habían llegado a la cumbre de la montaña (v. 44), ya habían avanzado
hasta el norte de Jorma y después se batieron en retirada hacia el sur,
«hasta Jorma». Es decir, q u e habían conquistado Jorma. D e hecho, en
N m 31,1-3 se cuenta esta conquista. Pero la noticia está fuera de su
contexto cronológico y geográfico. La alusión al rey de Arad en el v. 1
es u n a glosa del texto primitivo, que sólo mentaba al «cananeo» (una glo-
sa legítima, ya que Arad está en las cercanías de Jorma). Así, pues, la
conquista se realiza a partir del sur. Los israelitas suben por la ruta de
Atarín, q u e n o está identificada con seguridad; pudiera ser la ruta que
va de Cades a A r a d y q u e posteriormente, en la época del Hierro 11 ,
estaba jalonada de pequeñas fortalezas; si se desliga el episodio de toda
conexión inmediata con Cades, esa ruta podría ser la que sube del sur
d e l mar M u e r t o hacia Arad.
Esta segunda hipótesis parece verse confirmada en u n relato paralelo
de la toma de Jorma (Jue 1,16-17): los quenitas suben acompañados de
los hijos de Judá desde la «ciudad de las palmeras» hasta el Négueb de
8
Según la expresión de W . L. Moran: Bib 44 (1963) 333-342.
9
S. J. de Vries, loe. cit., 58; S. Lehming: Z A W 73 (1961) 71SS.
10
H. Groenbaek, Juda und Amalek. Überlieferungsgeschichtliche Erwdgungen zu
Exodus 17,8-16: ST 18 (1966) 26-45; e l pasaje de Nm 14,39-45 es estudiado en pp. 35-37.
11
Y. Aharoni: IEJ 10 (1960) 109.
Asentamiento de los grumos simeonitas y levitas 65

A r a d y se establecen allí. Judá y Simeón vencen a los cananeos que ha-


bitan en Sefat y destruyen la ciudad, que toma entonces el nombre de
J o r m a (herem, anatema). L a ciudad de las palmeras de que se trata en
este caso no puede ser, como en otros textos, Jericó 12 , sino T a m a r de
1 Re 9,18 y Ez 47,19, la actual Ain Hosb, situada a 30 kilómetros al
suroeste del m a r Muerto, en la Araba 13 . Se trata, pues, de otra entrada
en Canaán que arranca del sur y termina con la conquista de Jorma por
obra de Judá y Simeón. E n realidad, se trata más bien de Simeón, pues
a él es a quien se atribuye Jorma en Jos 19,4 = 1 Cr 4,30. L o que suce-
de es que, como Simeón había sido absorbido por Judá y se había esta-
blecido en medio de éste (Jos 19,1), se atribuyó la conquista a los dos,
y se enumera a Jorma entre las ciudades de Judá (Jos 15,30).
En los dos relatos de N m 21,1-3 y Jue 1,17 se explica el nombre
de Jorma por el anatema (herem) que se había pronunciado sobre la
ciudad. Se trata seguramente de una explicación popular, pues es pro-
bable que ya se haga mención de la ciudad en los textos de execra-
ción egipcios del siglo x i x a.C. y en las inscripciones de A m m e n e -
mes III en el Sinaí 14 . Pero la explicación popular no destruye la reali-
dad del hecho: N m 21,1-3 procede de la fuente yahvista, y Jue 1,17
forma parte de u n cuadro de la conquista según la tradición yahvis-
ta l 5 . A m b o s textos conservan el recuerdo de una penetración de ele-
mentos simeonitas a partir del sur. Precisamente en el sur es don-
de, según la sección geográfica del libro de Josué, encontramos es-
tablecida la tribu de Simeón. N o se describen sus fronteras, porque
su territorio estaba integrado en la tribu de Judá; pero Jos 15,21-32 da
una lista de las ciudades de Judá en el Négueb, y la segunda parte
(vv. 2Ób-32) corresponde a una lista de ciudades simeonitas enumera-
das en Jos 19,2-8 y 1 Cr 4,28-32. La comparación de esas listas ha
llevado, sin embargo, a conclusiones diversas. A l t 1 6 atribuye las listas
de Jos 15-19 a la época de Josías, aunque piensa que se conservaba en
el Négueb el recuerdo de u n asentamiento primitivo de los simeonitas.
Noth l 7 acepta la misma fecha para las listas de las ciudades de Josué,
pero considera que Jos 19,2-7 es una construcción artificial de u n re-
ductor que, basándose en Jos 15, se propuso elaborar una lista de las
1 iuclades «simeonitas». Cross y W r i g h t 1 8 sitúan las listas bajo Josafat

12 Cf., sin embargo, B. Mazar; JNES 24 (1865) 300 y nota 37; R. Schmid: T Z 21
1 ,.,65) 263; V. Fritz: ZDPV 82 (1966) 331.
U Y. Aharoni, Tamar and the Roads to Elath: IEJ 13 (1963) 30-42. Incluso se ha
iiropucttto ver en ha'atarím de N m 21,1 una corrupción de hattermarím de Jue 1,16.
H ]i. Mazar: JNES 24 (1965) 298, con referencias. Según V. Fritz, Israel ¡n der
Wüslc (citado en la nota 2) 89-93, el texto es una etiología del nombre basado en com-
Irjirn ««tenidos contra ciudades cananeas del sur.
I' S. Mowinckcl, Tetrateuch-Pentateuch-Hexateuch: B Z A W 90 (1964) 17-33.
I» A. Alt, Judas Gaue unter Josia: PJB 21 (1925) 100-116 == Kleine Schriften II,
/ft-aHH, cHpcc. 285-286.
17 M. Noth, Joma (HAT; 21953) 713; Geschichte, 58.
I" l'V. M. Cmss-G. E. Wright, The fíoundery and Province Lists of the Kingdom
,./ ¡nda: JUL 75 (1956) 202-226, espec. 209 y 214-215.
66 Asentamiento en el sur de Palestina

y opinan que Jos 19,2-8 y 1 Cr 4,28-32 no dependen de Jos 15, sino


que se remontan a una lista independiente de ciudades simeonitas.
Kallai 19 hace remontar esta lista a la época de David, aunque habría
sido revisada bajo Ezequías. Aharoni 2 0 localiza las listas revisadas en
la época de Ozías, pero opina que el territorio atribuido a Simeón co-
rresponde a lo que se llamaba en tiempos de David el Négueb de Judá
(1 Sm 27,10; 30,14; 2 Sm 24,7) y cuyo centro sería Berseba. Finalmente,
Talmon 21 estima que la lista de las ciudades de Simeón no es poste-
rior al reino de David; se apoya en la indicación de 1 Cr 4,31b: «Estas
fueron sus ciudades hasta la época de David». Bajo su reinado se ha-
brían integrado las tribus de Simeón y Judá. El hecho es que después
de David desaparecen los simeonitas de la historia.
Sea como fuere, sigue en pie el problema de cuándo se instalaron
los simeonitas en el extremo sur de Palestina. Según la tradición bíbli-
ca, su historia es paralela a la de los levitas. Simeón y Leví son, ambos,
hijos de Lía. Según Gn 34, los dos grupos pasaron algún tiempo en
Palestina central, de donde salieron al entrar en conflicto con los habi-
tantes de Siquén; este episodio se sitúa en la prehistoria de Israel,
mucho antes del éxodo y la conquista. Simeón y Leví también van aso-
ciados en el «testamento de Jacob» (Gn 49,5-7): se les maldice por su
violencia y se dispersan en Israel 22 . Según este texto, sufrieron una
catástrofe, de la que no se ofrecen detalles: no coincide, en todo caso,
con el asunto de Siquén, ya que éste es narrado en otros términos, y
los simeonitas salieron indemnes de él según Gn 35,5 23 . En la época
en que se redactó Gn 49,5-7, ya ninguna de las dos tribus tenía terri-
torio propio. Como hemos visto, Simeón se integró o estaba en vías de
integrarse en Judá, en el Négueb.
Por lo que concierne a Leví, Gn 49,5-7 puede tratar todavía del
grupo profano de Leví, como en Gn 34, o referirse ya a la tribu sacer-
dotal de Leví. En todo caso, tenemos noticias de que también Leví
tiene vínculos muy antiguos con el sur y de que fue probablemente allí
donde se transformó en tribu sacerdotal, si es que se admite la conti-
nuidad entre los dos grupos. Aparte de la división canónica de los le-
vitas en tres familias, que descienden de los tres hijos de Leví (Guer-
són, Quehat y Merarí), la noticia de Nm 26,58a divide los levitas en
cinco clanes: libnita, hebronita, majlita, musita y coreíta 24 . Los dos
19
Z. Kallai, The Town Lists of Judah, Simeón, Benjamín and Dan: V T 8 (1958)
134-160, espec. 156-159; Las tribus de Israel (en hebreo) (Jerusalén 1967) 295-303.
20 Y. Aharoni, The Negeb of Juda: IEJ 8 (1958) 26-38.
21
S. Talmon, The Town Lists of Simeón: IEJ 15 (1965) 235-241.
22 E n ú l t i m o lugar, H . J. Z o b e l , Stammesspruch und Geschichte; B Z A W 95 (1965)
65-72; A . H . J. G u n n e w e g , Leviten und Priester ( G o t i n g a 1965) 4 4 - 5 2 .
23 E s t e p u n t o d e b e considerarse c o m o p r o b a d o ; cf. e n p a r t i c u l a r S. L e h m i n g ,
Zur Überlieferungsgeschichte von Gn 34: Z A W 70 (1958) 228-250; A. de Pury, Ge-
nése XXXIV et l'histoire: RB 76 (1969) 5-49.
24
R. de Vaux, Institutions II, 230; M. Noth, Das Vierte Buch Mose. Numeri (ATD;
1966) in loco; A. Cody, A History of Oíd Testament Priesthood (Roma 1969) 56-57;
J. M. Miller, The Korahites of Southern Juda: C B Q 32 (1970) 58-68.
Asentamiento de los grupos simeonitas y levitas 67

primeros son, sin duda alguna, habitantes de Libna y Hebrón. El clan


coreíta debe relacionarse con Coré, quien aparece en 1 Cr 2,43, en una
lista de «hijos» de Caleb, que incluye sobre todo nombres de lugares
y en la que Coré linda con Hebrón. Los otros dos nombres no están
claros. Esta lista divergente es muy antigua. Localiza, al parecer de
forma exclusiva, la primera residencia de los levitas en el sur del terri-
torio de Judá; desde la época de los Jueces se extenderán hacia el norte
Que 17,18; 19,is). Y aún cabe añadir que una tradición, indudablemente
originaria del sur de Palestina, dice que el suegro de Moisés era Jobab,
cuya familia se estableció en las cercanías de Arad; esto podría indicar
que los levitas ya estaban en dicha región en una época remota 25 .
La lista de las ciudades levíticas Qos 21,1-42; 1 Cr 6,39-66) parece
confirmar este asentamiento de los grupos de Leví en el sur de Judea.
Esta lista se apoya en un documento antiguo que describiría el asenta-
miento de los levitas inmediatamente antes del cisma 26 , o bajo Da-
vid 27, o bajo Salomón 28 . Pero los levitas no se establecieron en nin-
guna de estas fechas en esas ciudades, sino que ya estaban asentados
anteriormente 29. Lo extraño es que dichas ciudades no están reparti-
das de manera uniforme: forman grupos distintos, separados por la-
gunas. Por ejemplo, en la montaña de Judea, no existe una sola ciudad
Icvítica entre Hebrón y Jerusalén, sino que todas están en el sur: He-
brón y Libna, cuyos nombres llevan dos clanes levíticos de Nm 26,58,
v más hacia el sur: Debir, Yuttah, Estemoa, Yattir, que están bien lo-
calizadas; a ellas hay que añadir Holón (¿Hilen?) y Ain (¿Asan?), que,
.lunque no están identificadas, se encuentran ciertamente en el sur 30 .
Se insiste con frecuencia en las relaciones de los levitas con Cades.
Kn las bendiciones de Moisés (Dt 33,8), Leví recibe los urím y tummím,
IÍIH suertes sagradas que constituyen el privilegio de su sacerdocio, des-
pués de haber sido puesto a prueba en Masa y de haber discutido con
Dios en las aguas de Meribá 31 . Masa y Meribá reaparecen de nuevo,
1' Sobre la relación entre las tradiciones del matrimonio quenita con el matri-
monio medianita de Moisés, cf. R. de Vaux, Sur ¡'origine kénite ou madianite du Yah-
nisme: «Eretz-Israel» 9 (1969) 28-32, y vol. I, pp. 319-326, espec. 320.
21 K. de Vaux, Institutions II, 224-226.
17 W. F. Albright, The Lists of Levitic Cities, en Louis Ginsberg Jubiiee Volume I
(Nueva York 1945) 49-73-
2* J). Mazar, The Cities of the Priests and Levites, en Congress Volume. Oxford
d.ridcn 1960) 193-205.
í» M. Harán, Studies in the Account of the Levitical Cities: JBL 80 (1961) 45-54,
i-jfi 165.
•"• Y, Aharoni, The Land of the Bible (Londres 1967) 268-273. Se ha querido en-
. unliiir el testimonio de un asentamiento levítico en el Négueb en las listas geográficas
iilpriim: en una lista de Ramsés III w rwy, «territorio de Leví» (en J. Simons, Hand-
„i>li for the Study of Egyptian Topographical Lists Relating to Western Asia (Lei-
I, n iy;17) 165, nn. 30 y 94); en la lista de Sesonq ngb rwy, «Négueb de Levl» (Simons,
lio, 11, 74); cf. S. Ycivjn, The Exqdus: «Tarbiz» 30 (1960-61) 6. El testimonio ha sido
, epltido por S. Mowinckel, Israeís opphav og eldste historie (Oslo 1967) 146.
<l Soliie ente texto y mis relaciones con Ex 17 y Nm 20, cf. el comentario de G. von
1 / >ni fünfle Ihuh Muse. Dcuteronomium (ATD; 2, 0 68) ; n loco; además, S. Leh-
68 Asentamiento en el sur de Palestina

como un nombre doble, en Ex 17,1-7: es el lugar donde se realizó el


milagro del agua, localizado aquí en Rafidín, en el camino del Sinaí
(v. 1), o en Horeb (v. 6). Pero en Nm 20,1-13 se da un duplicado de
este relato, el cual localiza el milagro de las aguas de Meribá en Cades.
El texto de Nm 20, que en su mayor parte es sacerdotal, depende de
la misma tradición antigua de Ex 17; pero se diferencia de él en que
localiza el milagro en Cades y no menciona Masa. De ahí que en los
textos tardíos (Nm 27,14; Dt 32,51; Ez 48,28) se dé a Meribá el nom-
bre de Meribat-Cades.
Pero es difícil servirse de esta tradición de las aguas de Meribá para
demostrar la vinculación de los levitas con Cades. En efecto la moti-
vación del milagro es que el pueblo tiene falta de agua (Ex 17,1; Nm 20,
2); ahora bien, la región de Cades es la que tiene más abundancia de
agua en toda la península sinaítica. Cabría responder que una tradición
decía precisamente que el agua abundaba en Cades desde el milagro
de Moisés; pero lo cierto es que ninguna tradición dice eso. Por otra
parte, ni en Ex 17 ni en Nm 20 se trata de los levitas: es el pueblo el
que prueba a Dios (massah) y se pone a discutir con él (meríbah).
Se trata de una etiología o una etimología popular. El nombre de Me-
ribá se daba a una fuente, en cuyas cercanías se resolvían los procesos
(ríb) y que debía de tener además un carácter sagrado (este es el sen-
tido del nombre Cades); recuérdese que en Gn 14,7 se dice que el
nombre antiguo de Cades es Ein Mispat, «la fuente del juicio». A la
inversa, Dt 33,8, que habla de los levitas, no hace alusión alguna al
milagro de Ex 17 y Nm 20; se refiere a un episodio que sigue siéndonos
desconocido. Incluso es posible que este texto no contenga ningún
nombre geográfico y que haya que traducir: «Tu urim y tu tummim
(los das) al hombre de tu agrado, al que has probado con la prueba,
con el que has discutido en el día (leyendo leyom en vez de 'al mé) de
la discusión» 32 . Lo cierto es que la tradición interpretó en sentido geo-
gráfico Dt 33,8, y de aquí fue de donde pasó Masa a Ex 17. Si combi-
namos estos dos textos con el de Nm 20, cabe decir que existió una
tradición que ponía a Leví en relación especial con Cades. Pero cuanto
acabamos de decir manifiesta que esta tradición quizá no era primitiva.
La tendencia a vincular con Cades toda la organización religiosa y
civil de Israel, y en concreto la institución levítica, es probablemente
exagerada.
El hecho es que existían algunos grupos simeonitas en el extremo
sur de Palestina y otros grupos levíticos en Judá y quizá en Cades. El
problema está en saber cuándo se establecieron unos y otros. Según

ming, Massa und Meribá: Z A W 73 (1961) 71-77; J. Koenig, Sourciers, thaumaturges


et scribes: R H R 164 (1963-B) 17-38, 165-180; H. J. Zobel, Stammesspruch und Ges-
chichte, 32-34; H . Schmid, Mose. Überlieferung und Geschichte: BZAW n o (1968)
91-93; V. Fritz, Israel in der Wüste. Traditionsgeschichtliche Untersuchungen der Wüs-
.tenüberlieferung des Jahwisten (Marburgo 1970) 48-55.
32
Así, Lehming, loe. cit.
Asentamiento de los grupos simeonitas y levitas 69

Jue 1,1, la toma de Jorma por los simeonitas (Jue 1,17) habría tenido
lugar después de la muerte de Josué, es decir, en el período de los Jue-
ces. Pero Jue 1,1-26 reúne noticias que no había recogido el libro de
Josué, porque no respondían al plan del libro o a su intención teoló-
gica, y que deben de proceder de un relato yahvista de la conquista 33 .
La introducción, «Después de la muerte de Josué», es redaccional y
está relacionada con Jos 24,29-31; pero también estos versículos son
una adición tomada de Jue 2,8-10, donde se encuentran palabra por
palabra; Jos 24,28 se prolongaba primitivamente en Jue 2,6. Así, pues,
el asentamiento de los simeonitas en el sur es anterior al período de
los Jueces.
Algunas veces se pone este asentamiento y el de Leví en relación
con Gn 34: después del asunto de Siquén las dos tribus habrían emi-
grado hacia el sur donde se habrían establecido mucho antes del éxodo
y no habrían descendido a Egipto. Pero los textos no autorizan a sacar
tales conclusiones. Gn 34 nos muestra cómo los grupos se vieron obli-
gados a dejar Palestina central en la época de los patriarcas, mas no
indica el término de su migración. Los otros textos los localizan en el
sur de Palestina en el momento de la conquista, pero no dicen qué les
Niicedió entre tanto. Por otra parte, algunos estudios recientes parecen
haber probado que Simeón y Leví, que sólo aparecen en el v. 25 y en
la conclusión (vv. 30-31), fueron introducidos secundariamente en el
ivlnto de Gn 34, que no se refería al principio más que a los «hijos de
Jacob» 34. Y lo que es más significativo: según Nm 21,1-3 y Jue 1,16-17,
111 menos los simeonitas llegaron al territorio procedentes del sur.
lista entrada en Canaán por el sur, en la que Jue 1,16-17 asocia
ii Simeón con Judá y los calebitas, es independiente de la conquista
«tribuida a Josué 3 5 . Sin embargo, Nm 21,1-3 y 14,39-45 vincula la
tniiiii de Jorma y un intento fallido de avanzar más hacia el norte con
l.i historia del grupo que salió de Egipto con Moisés. Esta vinculación
purile ser secundaria, pero también puede tener un fundamento his-
ti'uio), El hecho de que se diga en la historia de José (Gn 42,24) que
Simeón fue retenido como rehén (¿por qué precisamente él?) puede
Ncr indicio de un recuerdo de que los simeonitas estuvieron en Egipto.
I'or lo que toca a Leví, hay que tener muy especialmente en cuenta las
idiidones de Moisés con la tribu de Leví y los nombres egipcios del
MIÍNIIIO Moisés y de varios «hijos de Leví», al menos de Fineés, Jofní
y Mcrarí.
Al hacerse extensiva a todo el pueblo, la tradición amplió y simpli-
ficó las tradiciones particulares que conservaba. Cuando las circuns-
" S, Mowinckel, loe. cit. en la nota 15.
14
N, 1.1-hniinn y A. de l'ury, citados en la nota 23, y cf. vol. I, p. 176. Es más du-
itiiMi i|iic i-HtOK «hijos de Jacob» hayan ocupado aquí el lugar de un clan de «hijos de Is-
mrl» »|tn* no tenían nada común con Jacob, como querría A. de Pury.
" II. I IIUIK, VOM Jahwe gcfülnt. Auslcgung van Ri 1,1-20: «Bibel und Leben» 4
70 Asentamiento en el sur de Palestina

tancias eran normales, las relaciones entre Palestina, el Sinaí y Egipto


eran fáciles y las idas y venidas de los grupos seminómadas frecuentes,
la historia de Abrahán, la de José y sus hermanos y la de Moisés en
Madián nos ofrecen testimonios que se confirman por los textos extra-
bíblicos. Hubo varias «bajadas a Egipto», y Simeón y Leví pudieron
bajar en cualquier época. Hubo también varias «salidas a Egipto» 36 .
Los relatos del éxodo combinan dos representaciones: una en la que se
expulsa a los israelitas de Egipto y otra en la que ellos mismos huyen;
combinan también dos rutas distintas: una hacia el norte y otra hacia el
este. El éxodo-expulsión se efectuó por la ruta del norte y el éxodo-
huida se realizó por la ruta del este. Se puede suponer que los grupos
de Simeón (¿y de Judá?) y una parte del grupo de Leví formaban parte
del éxodo-expulsión y que se detuvieron en la región de Cades, cerca
de los calebitas, quenitas, etc. El grupo del éxodo-huida, guiado por
Moisés, llegó primero al Sinaí. Hay que aceptar que el grupo de Moisés,
después del Sinaí, entró en contacto o renovó su contacto con otros
grupos en Cades. En efecto, la tradición bíblica es muy firme sobre
una estancia en Cades, y es difícil explicar de otro modo que la religión
de Moisés, el yahvismo, arraigada con tanta fuerza en las tribus del sur
de Palestina. Pero los grupos de Simeón y Leví (¿y de Judá ?) continua-
ron teniendo su historia propia y se establecieron, juntamente con los
calebitas, en sus territorios al subir directamente del sur. Esta hipótesis
parece tener suficientemente en cuenta los textos bíblicos, las tradi-
ciones que ellos utilizan y las posibilidades de la historia general.

III. ASENTAMIENTO DE LOS GRUPOS


CALEBITAS EN LA REGIÓN DE H E B R Ó N

I . Caleb
Hemos visto que, según una tradición, se prometió a Caleb la región
de Hebrón (Nm 13-14; Dt 1,19-46; Jos 14,6-14) y que es muy vero-
símil que la tradición primitiva de Nm 13-14 terminase con el relato
de la toma de Hebrón por el grupo calebita 37. De hecho, esto es lo
que se dice en Jos 15,13-19. El paralelo de Jue 1,10-15 está transforma-
do en beneficio de Judá. Según Jos 15,13-14, Caleb se apodera de He-
brón, y el v. 13 sirve de unión con Jos 14,13, donde se promete Hebrón
a Caleb como herencia. Jue 1,20 recuerda aún esta toma de Hebrón
por Caleb; en cambio, Jue I,IO se la atribuye a Judá, y Jos 10,36-37, a
Josué. Son tres etapas de la evolución de la tradición.
La ocupación calebita se extendía al sur de Hebrón. Según 1 Sm 25,
1-3 Nabal el calebita tenía sus rebaños en Carmel = Kh. Kirmil y re-
sidía en Maón = Kh. Main, que se hallan, respectivamente, a 12 y a
15 kilómetros al sur de Hebrón. Según 1 Sm 30,14, existía un Négueb
36 Cf. V0l. I, p. 363.
« R. Schmid: T Z 21 (1955) 263-264.
Asentamiento de los grupos calebitas 71

de Caleb, que quizá representa esta misma región o una región situada
al sur de la montaña de Judea. Podemos completar este cuadro con las
listas genealógicas de Judá (1 Cr 2 y 4), a las que ya hemos acudido para
los simeonitas 38. Estas listas reúnen materiales diversos y fechas distin-
tas y mezclan nombres de personas con nombres de lugares. De la
descendencia de Caleb existen tres listas: 1 Cr 2,18-24.42-50; 4,11-20.
La más homogénea es la de 1 Cr 2,42-50. A Hebrón y Maón, ya men-
cionados, permite añadir: Zif, entre Hebrón y Carmel; Tapuj (en
otros lugares Bet-Tapuj) = Taffoh, al oeste de Hebrón; Bet-Sur,
seis kilómetros al norte de Hebrón; Madmanna, que vuelve a aparecer
como ciudad de Judá en Jos 15,31 = Umm Deimneh (?), 20 kilóme-
tros al nordeste de Berseba; además, otras localidades imposibles de
identificar. Esta lista es antigua y conserva el recuerdo de la ocupación
calebita antes de que se integrara a Caleb en el grupo judaíta. Así,
pues, esta ocupación se extendía desde un poco al norte de Hebrón
(Bet-Sur) hasta el límite de la montaña de Judea, al norte de Berseba
(Madmanna).
Según 1 Cr 2,24, Caleb se casó con Efratá, de la que tuvo a Asur,
padre de Técoa. Efratá es un clan judaíta del que desciende David y
que estaba establecido en Belén (Rut 1,2; 1 Sm 17,12), y Belén recibe
.1 veces el nombre de Efratá (Rut 4,11; Jos 15,59 [LXX]; Miq 5,1).
l'ste matrimonio y el nacimiento de Técoa = Kh. Teqú, 8 kilómetros
al sur de Belén, significan una mezcla pacífica de elementos calebitas
y judaítas en la región situada entre Belén y Hebrón.

2. Otoniel
Caleb terminó siendo absorbido en las genealogías de Judá, pero
otros textos guardan el recuerdo de que Caleb era un quenizita (Jos 14,
(í-14, de donde procede Nm 32,12). Estos quenizitas están emparenta-
dos con los edomitas según Gn 36,11.15,42; ahora bien, según Jos 15,17,
Qta-naz es hermano de Caleb, y su hermano menor según Jue 1,13.3,9.
I'or consiguiente, a quien se atribuye la conquista de Debir, que se
llamaba antes Quiriat-Séfer, es al hijo de Quenaz, Otoniel, que es por
tanto sobrino de Caleb. Con diferencias inapreciables, el relato vuelve
11 encontrarse en Jos 15,16-19 y en Jue 1,12-15. Albright localizó a De-
hir en Tell Beit Mirsim, que se halla 20 kilómetros al suroeste de He-
brón, en el límite de la Sefelá, y la excavó. Pero esta identificación ha
encontrado una oposición seria, y se ha propuesto Kh. Rabud, a 13 ó 14
kilómetros de Hebrón, al este del camino de Hebrón a Berseba 39 . Se-
'* Sobre estas listas, cf. M. Noth, Eine siedlungsgeographische Liste in 1 Chron.2
nuil 4: ZDPV 55 (1932) 97-124; J. Myers, I Chronicles (Anchor Bible) in loco; Y. Aha-
iniil, The Lamí 0/ the Bible (1967) 224-227.
,w
K. (iulling, /Mr Lokalisierung von Dcbir: ZDPV 70 (1954) 135-141; M. Noth;
ZDPV 72 (195(1) 35BK; H. J. Stoebc: ZDPV 80 (1964) 13; H. Donner: ZDPV 81 (1965)
¿4-41; cerámica del Bronce Reciente y del Hierro I; ésta es actualmente la opinión
«lt? Y. Almroni (expresada de palabra). W . F. Albright mantiene firmemente su iden-
72 Asentamiento en el sur de Palestina

gún el relato bíblico, Caleb había prometido su hija Axá al conquista-


dor de Debir. Una vez casada con Otoniel, Axá pide a su padre que le
dé gull ót de agua, «fuentes», y él le da «las fuentes de arriba y las fuentes
de abajo» (Jos 15,19; Jue 1,15), es decir, la región donde nace el Seil
ed-Dilbé, junto a la carretera actual, 8 kilómetros al sur de Hebrón 4 0 .
No sabemos nada más acerca de la expansión del grupo de Otoniel.
Pero este mismo Otoniel, hijo de Quenaz, hermano menor de Caleb,
vuelve a aparecer como primer «juez» de Israel en Jue 3,7-11: libera a
Israel de la opresión de Cusan Risatain, rey de Aram Najarain. Es
una historia extraña: el nombre del opresor, «Cusan de la doble mal-
dad», es inventado o está deformado; su país, Aram Najarain, es la
alta Mesopotamia. Se ha intentado salvaguardar la historicidad del re-
lato identificando a Cusan Risatain con un sirio, Irsu, que usurpó el
poder en Egipto hacia 1200 a. C. y que cayó con el primer faraón de
la dinastía XX, el padre de Ramsés III 4 1 . Pero esta solución es muy
hipotética: la identidad de este Irsu es tan incierta en los documentos
egipcios como la del «rey de Aram» en la Biblia. En conjunto, nos parece
preferible la solución que proponen los recientes comentaristas de Jue-
ces 4 2 : corrigen «Aram» por «Edom» y consideran que el «Najarain»
del v. 8 es una adición (la palabra no aparece en el v. 10). Es posible que
algunos elementos edomitas, con los que, según Gn 36,11,15,42, tenían
vínculos de parentesco los quenizitas, también intentarán establecerse
en Palestina del sur. Incluso se ha propuesto identificar a este Cusan
Risatain con Husán del país de los temanitas, que es el tercer rey de
Edom en la lista de Gn 36,34-35 43 . En todo caso, parece que el Deu-
teronomio utilizó una tradición quenizita sobre Otoniel para encontrar
un lugar a la tribu de Judá en su cuadro de los jueces libertadores.

3. Yerajmeel
Otro grupo emparentado con los calebitas es el de Yerajmeel, al que
se llama hermano de Caleb en 1 Cr 2,42 y hermano mayor suyo en
1 Cr 2,9. La lista de sus descendientes (1 Cr 2,25-33) no contiene, al
parecer, más que nombres de personas; esto puede significar que los
yerajmeelitas seguían viviendo como nómadas, pero no nos permite
localizar su territorio. Sin embargo, 1 Sm 27,10 menciona el Négueb
de Yerajmeel al lado del de Judá y del de los quenitas, y 1 Sm 30,29
cita las «ciudades» de los yerajmeelitas al lado de las de los quenitas
tificación con Tell Beit Mirsim: Archaeology and Oíd Testament Study, ed. D . Winton
Thomas (Oxford 1967) 209.
40
En el trabajo citado en la nota anterior, 207-208, W . F. Albright explica gullót
por estanques subterráneos alimentados por fuentes, como los que se encuentran en
los alrededores de Tell Beit Mirsim.
41
A. Malamat, Cushan Rishathain and the Decline ofthe Near East around 1200 B.C.:
JNES 13 (1954) 231-242.
42
R. Tamisier (1949), A. Vincent (1952), H. W . Hertzberg (1953), J. Gray (1967).
43
Ya Klostermann; más recientemente, A. Vincent y J. Gray, en sus comentarios:
huSam ro'S hattemaním se habría cambiado en kúSan riS'atayím.
Asentamiento de los grupos calebitas 73

entre las localidades a las que David envió una parte del botín cogido
a los amalecitas. Todo ello indica que su territorio se extendía por el
sur. La lista geográfica de Sesonq menciona varias fortalezas del Né-
gueb, entre las cuales se halla 'rd rbt y 'rd n bt yrhm, es decir, Arad la
Grande y Arad de la casa de Yerajm. La primera sería la fortaleza hace
poco excavada en Tell Arad; la segunda podría ser la antigua ciudad
de Arad, que se localiza actualmente en Tell el-Milh; en este caso el
nombre egipcio recordaría el asentamiento de los yerajmeelitas en la re-
gión 44 . Esto nos ofrecería por lo menos un punto fijo en su territorio.

4. Quenitas45
Según 1 Sm 27,10; 30,29, los quenitas eran vecinos de los yerajmee-
litas. Según Jue 1,16, subieron de Tamar, en la Araba, y se establecie-
ron en el Négueb de Arad. Su nombre, que en árabe significa «herreros»,
los pinta como metalúrgicos, lo cual está de acuerdo con su venida de
la Araba, ya que allí existían minas de cobre. Parecen haber manteni-
do mucho tiempo una vida seminómada: según Jue 4,11-17; 5,24, Heber
el quenita acampa en Galilea; según 1 Sm 15,6, los quenitas están mez-
clados con los amalecitas nómadas. En cambio, los que se asientan en la
región de Arad se hacen más estables: 1 Sm 30,29 habla de sus «ciuda-
des»; Jos 15,56-57 menciona una ciudad de Zanoj ha-Qayin, Zanoj
del Quenita 46 , en la región de Maón. Los quenitas se establecieron,
pues, al sudeste de Hebrón, en los confines del país sedentario. Según
una tradición, estos quenitas habían establecido lazos de parentesco
con Israel: Moisés se había casado con una mujer quenita (Jue 1,16; 4,11).
Resumamos los resultados de esta primera parte de nuestra investi-
gación sobre la población del sur palestinense. Hasta un poco al norte
de Hebrón toda la montaña de Judea estuvo ocupada por grupos diver-
sos: el más importante, el de Caleb, en la región de Hebrón, tenía como
vecinos al sudoeste a los quenizitas de Otoniel, en Debir, y al sudeste
a los quenitas, entre Tell Arad y Maón. También existen grupos de
Leví dispersos por la montaña. En el Négueb, los simeonitas están en
la región de Berseba (Jorma), y los yerajmeelitas hacen vida nómada en
el extremo sur, aunque quizá tuviesen un punto fijo en Tell Milh. Sus
territorios se montan parcialmente unos sobre otros, según permite su-
ponerlo la proximidad geográfica de Tell Arad (quenitas), Jorma = Tell
el-Mcshash (Simeón) y Tell el-Milh (Yarajmeel). Esta ocupación no se
•M Y. Aharoni, en Archaeology andOld Testament Study, ed. D . W . Thomas, 401;
The l.and of the Bible, 289. Sobre Arad, cf. también M. Weippert: ZDPV 80 (1964)
1H5; V. Fritz, Arad in der biblischen Überlieferung und in der Liste Schoschenks I: ZDPV
Hj (1966) 331-342; M. Naor, Arad y Jormá en los relatos de la conquista (en hebreo):
•Yftliol» 31 (1967) 157-164.
** Sobre los quenitas, cf. recientemente N. Glueck, Riveis in the Desert (Nueva
York 2 I<J68) espec. 132-134; F. C. Fensham, Did a Treaty Between the Israelites and
Ihe Heniles Exisl?: BASOR 175 (oct. 1964) 51-54; B. Mazar, The Sanctuary of Arad
and I he Family of liobab the Kenite: JNES 24 (1965) 297-303.
4
" M. Noth, Josua (HAT 2 ) in loco; A. Alt, Kleine Schriften II, 286.
74 Asentamiento en el sur de Palestina

realizó toda ella en virtud de una infiltración pacífica. La tradición había


conservado el recuerdo de ciertas conquistas por las armas (Hebrón,
Debir, Jorma) y también de ciertos reveses (la derrota al norte de Jor-
ma). Estos grupos vinieron del sur: la ocupación calebita está vinculada
a la historia de los exploradores de Nm 13-14, y los simeonitas y que-
nitas subieron de la Araba Que 1,16-17).
Estos son los datos que nos ofrece la tradición. Por el momento,
la arqueología no permite confirmar el hecho de estas conquistas ni
precisar la fecha de esa ocupación. Las excavaciones iniciadas en el
antiguo lugar de Hebrón no han descubierto nada entre la época del
Bronce Medio y un período bastante avanzado del Hierro 1 4 7 . Es fre-
cuente servirse de las excavaciones de Tell Beit Mirsim para establecer
el hecho de la conquista y su fecha hacia 1234-123048. Es cierto que el
lugar fue destruido por esa fecha, pero ya fiemos visto que su identi-
ficación con Debir era discutida; por consiguiente, la arqueología no
puede confirmar en este punto concreto la tradición bíblica. Tell Arad
no estuvo ocupada entre el Bronce Antiguo y el final del siglo xi a. C.
En Tell el-Milh (posible lugar de la antigua ciudad cananea de Arad),
la ocupación del siglo x-ix a. C. es el estrato inmediatamente superior
a las ruinas del Bronce Medio 4 9 . Tell el-Meshash, que los autores
proponen identificar con Jorma, posee en la superficie restos de cerá-
mica del Bronce Medio y quizá del Bronce Reciente; pero aún no se
ha excavado el lugar. Estos dos lugares se hallan en el valle que se hunde
al este de Berseba y que constituía el límite de la ocupación sedentaria
cananea. Más hacia el sur, en el Négueb, el proceso de asentamiento no
parece haber comenzado antes del siglo xi a. C. 50 . En concreto, una
pequeña excavación en Tell Esdar, 20 kilómetros al sudeste de Berseba,
encontró un poblado fundado en el siglo xi 51 . Pudiera ser una de las
«ciudades» de los yerajmeelitas de que habla 1 Sm 30,29.
Sería, sin embargo, imprudente apoyarse en ese silencio de la ar-
queología para negar un fundamento histórico a la tradición bíblica.
Una penetración a partir del sur, efectuada por los grupos que ya hemos
enumerado, responde a la geografía económica y a una ley general de
la historia: es la entrada en una región cultivable realizada por grupos
47
Referencias preliminares de Ph. C. Hammond: RB 72 (1965) 267-270; 73 (1966)
566-569; 75 (1968) 253-258.
48
Esta fue, desde el comienzo de las excavaciones, la opinión de W . F. Albright,
que ha vuelto sobre el asunto repetidas veces, la última de ellas en Archaeology and
Oíd Testament Study, ed. D. Winton Thomas, 207-219; la fecha precisa en p. 218.
49
Sobre las excavaciones en Tell el-Milh, cf. provisionalmente M. Kochavi: RB
75 (1968) 392-395; The First Season of Excavations at Tell Malhata: «Qadmoniot» 3
(1970) 22-24 (en hebreo).
50
Y. Aharoni, en Archaeology and Oíd Testament Study, ed. D. Winton Thomas,
389S; R. Gophna, Sites from the han Age betvieen Beer-Sheba and Tell el Far'a: «Ye-
diot» 28 (1964) 236-246 (en hebreo); Iron Age I fiaserim in Southern Philistia: «'Atiqot»
(serie hebrea) 3 (1966) 44-51, con resumen en 5*-6*.
51
M . Kochavi, Excavations at Tel Esdar: «Atiqot» (serie hebrea) 5 (1969) 14-48,
con resumen en inglés, 2*-5*.
Asentamiento del grupo judaíta 75

ávidos de tierras. Es verosímil que su movimiento se viese favorecido


por un eclipse o decadencia de la civilización sedentaria en esa región;
pero también cabe suponer que hubieran de vencer con las armas cier-
tas resistencias. Es significativo que la tradición bíblica sitúe los prime-
ros hechos de «conquista» en el momento mismo en que los inmigrantes
alcanzan el límite que los arqueólogos modernos asignan al país de los
sedentarios. Pero, por lo que respecta a la fecha de este asentamiento de
los grupos de Simeón y Leví y sus asociados en la montaña de Judea
o en su franja meridional, no podemos ir más allá de una aproximación.
Si se acepta, como hemos hecho anteriormente, que estos grupos estu-
vieron, antes de entrar en esta región, en contacto con el grupo salido
de Egipto con Moisés y que esa salida se sitúa hacia mediados del si-
glo XIII a. C , el asentamiento es posterior a esta fecha. Es anterior al
siglo xi, ya que en la historia de Saúl y David esos grupos aparecen ya
establecidos en sus territorios, y la arqueología nos muestra que las ciu-
dades estaban repobladas y que incluso en el Négueb se construyeron
pueblos. Por consiguiente, el asentamiento de Simeón y Leví en el sur
palestino debe de ser más o menos contemporáneo de la entrada en
Canaán (dando un rodeo por TransJordania) del grupo que Moisés
había sacado de Egipto.

IV. ASENTAMIENTO DEL GRUPO JUDAÍTA

El matrimonio de Caleb con Efratá (1 Cr 2,24) significa, según he-


mos dicho, una expansión pacífica del grupo calebita hacia el norte;
allí se mezcla con el grupo efrateo, que tiene su centro en Belén. Se
nos dice además que Efratá había sido anteriormente la mujer de Jes-
rón, que es hijo de Fares, hijo de Judá (Nm 26,21; Rut 4,18; 1 Cr 2,4-5;
Gn 46,12). Tenemos, pues, aquí una línea propiamente judaíta.
En las listas de 1 Cr 2 y 4, la descendencia de Jesrón-Efratá está
embrollada por manipulaciones literarias; pero parece 52 que Hur na-
ció del primer matrimonio de Efratá con Jesrón y no de su matrimonio
con Caleb. Este Hur tiene por «descendientes» (1 Cr 2,50-55; 4,2-4.
16-19) u n a u s t a de localidades situadas entre Belén y Bet-Sur (como
Etam, Guedor), y después al norte y al nordeste de Belén (Neftóaj,
Quiriat-Yearín, el valle de Sorek, Estaol, Soreá y en la Sefelá (Soco,
Queilá).
Otra línea judaíta es la descendencia de Selá, hijo de Judá (1 Cr 4,
21-23). L a única localidad que se ha localizado con certeza es Mare-
sá Tell Sandahanna en la Sefelá, al nordeste de Laquis.
Esta lista de la población de Judá, tomada de las Crónicas, aun cuan-
do la remontemos, como quiere Noth, hasta el siglo ix a.C, es el re-
sultado de un lento avance hacia el oeste, que arranca de la región de
32
Según la restitución de M.'Nolh (loe. cit. en la nota 38), aceptada por J. M. Myers
V Y. Aharoni, y rechazada por W. Rudolph, Chronihbücher (HAT; 1955). Yo también
•.¡i'" .1 Nolli " M I l.i lisia de I"1; descendicMcs de Hur.
76 Asentamiento en el sur de Palestina

Belén. Así, por ejemplo, Quiriat-Yearín formó primero parte de la


tetrápolis gabaonita (Jos 9,17) que había hecho u n acuerdo con la casa
de José (¿Benjamín?). Así también, Estaol y Sora sólo pudieron ser
ocupadas por los judaítas después de la migración de los danitas (Jue 18);
Jos 19,41 las atribuye a la tribu de Dan.
D e hecho, el grupo judaíta sólo podía extenderse hacia el oeste:
al norte chocaba con la línea de las ciudades cananeas (Jerusalén,
Ayalón, Guézer) y al sur con los calebitas de Hebrón.
El asentamiento de Judá en su territorio primitivo, la región de
Belén, parece haberse efectuado de forma pacífica. N o se hace nunca
alusión a una conquista de Belén, y ésta no era tampoco una plaza
fuerte de los cananeos. En las cartas de Amarna es simplemente una
localidad dependiente del rey de Jerusalén 5 3 . En cuanto a Jerusalén,
sólo David llegó a conquistarla (2 Sm 5,6-9); la historia de Jue 19,11-12
prueba que no pertenecía a Israel en la época de los Jueces. D e hecho,
el trazado de las fronteras tribales la sitúa fuera del territorio de Judá
(Jos 15,8; 18,16). Cuando se integra en el sistema administrativo de la
monarquía, se la contará entre las ciudades de Benjamín (Jos 18,28);
pero aún entonces se recordaba que no había sido conquistada: los benja-
minitas no lograron expulsar de ella a los jebuseos, que seguían convi-
viendo allí con éstos «hasta el día de hoy» (Jue 1,21). U n interpolador
sustituirá a los benjaminitas por los judaítas en una noticia añadida
a la lista de las ciudades de Judá (Jos 15,63). Todos estos textos obligan
a rechazar la afirmación de Jue 1,8, según la cual los judaítas habrían
tomado Jerusalén y la habrían incendiado. Se ha querido salvar la his-
toricidad de este texto diciendo que los judaítas tomaron Jerusalén y la
destruyeron, pero que no lograron conservarla 54 , o que se trata de una
victoria conseguida bajo los muros de Jerusalén, que les aseguró la p o -
sesión de las tierras que dependían de la c i u d a d 5 5 . Ambas soluciones
son arbitrarias.
En realidad, este versículo de Jue 1,8 es una glosa ocasionada por la
curiosa historia de los versículos precedentes (Jue 1,4-7): Judá y Simeón
libran en Bezec una batalla con los cananeos y perezeos, y los vencen;
hacen prisioneros al rey Adonibezec y lo mutilan; luego lo llevan
(¿los suyos o los israelitas?) a Jerusalén, donde muere. La alusión
a Jerusalén, mal interpretada, ocasionó la glosa del v. 8; incluso en el
mismo relato de los vv. 4-7 se introdujo el nombre de Jerusalén porque
se confundió a este Adonibezec con el rey de Jerusalén Adonisedec
de Jos 10, que interviene en una historia totalmente distinta; de ahí que
algunos comentaristas corrijan en este pasaje Adonibezec por Adoni-
53
Carta 290, 15S: A N E T 489b, si Bit Ninurta se identifica realmente con Belén
y no con Betorón, como han propuesto Z. Kallai-H. Tadmor, Bit Ninurta = Beth
Horon: «Eretz-Israel» 9 (1969) 138-147 (en hebreo, con resumen en inglés).
54
Y. Aharoni, The Land of the Bible (1967) 197.
55
H. W. Hertzberg, Josua, Richter, Ruth (ATE); 1953) i$o; J. Gray, Joshua, Jud-
gcs and Ruth (The Century Bible; 1967) 247.
Asentamiento del grupo judaíta 11

sedee sin fundamento alguno en las versiones. Pero nosotros no cono-


cemos más que u n Bezec en el Antiguo Testamento (1 Sm 11,8), que
está situado en Kh. Ibziq, en el camino entre Siquén y Betsán 5 ^;
por otra parte, la Biblia sitúa a los perezeos en la montaña de Efraín
(Jos 17,15), en la región de Siquén ( G n 34,30). Pero aquí estamos m u y
lejos de Jerusalén. Se ha supuesto que Judá y Efraín, llegados con el
grupo de Josué, habrían guerreado en la montaña de Efraín antes de
descender hacia el s u r 5 7 . Pero, como ya hemos visto, Simeón entró
por el sur. Es m u y verosímil q u e tengamos aquí un recuerdo de la pre-
historia de Simeón, que había permanecido en el centro de Palestina
en la época patriarcal 5 8 . La inserción de Simeón (y Leví) en la historia
d e G n 34 estaría vinculada con el mismo grupo de recuerdos 5 9 .
Por el contrario, existe una tradición sobre Judá que está vinculada
a la época patriarcal, pero que se refiere con mucha mayor verosimili-
t u d al período del asentamiento de las tribus. Se trata de la historia de
Judá y Tamar, recogida por el Yahvista en G n 38. Ofrece u n ejemplo
de la ley del levirato, pero explica también el desarrollo d e la tribu
de Judá por una aventura personal de su antepasado. Judá se separó
d e sus hermanos y descendió a Adulam == esh-Sheikh M a d h k u r , en
la Sefelá, 6 kilómetros al sudeste de Soco; tenía sus rebaños en Timna,
6 kilómetros al nordeste de A d u l a m . Las otras localidades del relato,
Quezib y Enaín, no están identificadas, pero deben de encontrarse en
la misma región. Judá se casó con la hija de u n cananeo, llamada Súa,
la cual le dio tres hijos: Er, O n á n y Sela. Er se casó con Tamar, que
debía de ser también cananea. T a m a r se quedó viuda de E r y no logró
beneficiarse de la ley del levirato por la culpa de O n á n y, después, por
negarse Judá a darle a Sela por esposo; pero ella consiguió engañar a su
suegro y unirse con él, del que tuvo dos gemelos, Fares y Zeraj. Esta
historia ilustra la expansión de los grupos judaítas hacia la llanura, de
sus lazos familiares con los cananeos y de la formación de clanes que se
extinguen (Er y Onán), y de los tres clanes de Judá enumerados en
N m 26,20: los selanitas, los peresitas y los zerajitas. Esta penetración
pacífica en la Tierra Baja está de acuerdo con las conclusiones que nos-
otros hemos sacado de las listas de población de 1 Cr 2 y 4.
Por consiguiente, no hay nada en la tradición bíblica que justifique
la afirmación global de Jue 1,9: «Después de esto los hijos de Judá des-
cendieron para atacar a los cananeos que vivían en la montaña, el
Négueb y la Tierra Baja». Es una simple introducción redaccional a las
56
P. Welten, Bezeq: ZDPV 81 (1965) 138-165, espec. 140-141.
57
Y. Aharoni, The Land of the Bible, 197. Pero el asentamiento en esta región
parece haberse realizado sin combate: cf. infra, pp. 157-161.
58
Así, H. W . Hertzberg, Adonibezek: JPOS 6 (1926) 213-221 = Beitráge zur
Traditionsgeschichte und Theologie des Alten Testaments (Gotinga 1962) 28-35; Josua...
(ATO; 1953) 149; J. Gray, Joshua..., 246-247. P. Welten, loe. cit., 144-145, apoyán-
dose en el v. 7b, imagina un poderoso reino cananeo en la región de Siquén, que sería
el heredero del reino de Labaya en la época de Amarna.
Vl
('S. '.npra, p. 69.
78 Asentamiento en el sur de Palestina

diversas tradiciones de Jue 1,10-20, que se han atribuido a Judá y que


nosotros hemos restituido a los grupos que éste llegó a absorber: v. io,
toma de Hebrón por Caleb (cf. v. 20); w . 11-15: toma de Debir por
Otoniel; w . 16-17: ocupación del Négueb de Arad por los quenitas
y toma de Jorma por Simeón.
Nos queda el v. 18: Judá conquistó Gaza y Ecrón, y los LXX añaden
Asdod. Esta afirmación se opone, sin embargo, a varios textos: ya el
v. 19 dice que Judá no logró echar a los habitantes de la llanura; Jos 13,
2
"3 y J u e 3.3 dicen que faltaba por conquistar todo el territotio filisteo.
De hecho, esta región no perteneció nunca a Israel, a excepción quizá
de una parte y durante un breve período bajo Josías 60 . En fin, el pre-
sunto lugar de Ecrón no parece haber sido ocupado antes de los filis-
teos 6 1 . En apoyo de Jue 1,18 sólo cabe citar a Jos 15,45-47, que cuenta
a Ecrón, Asdod y Gaza entre las ciudades de Judá; pero se trata cla-
ramente de una adición 62 . Se ha querido salvar la historicidad de
Jue 1,18 diciendo que estas ciudades costeras fueron de hecho conquis-
tadas, pero que Judá las abandonó en seguida ante la presión de los
filisteos63. Por su parte, los LXX resolvieron la contradicción entre
Jue 1,18 y los otros textos añadiendo una negación: Judá no conquistó
Gaza, Ascalón, Ecrón y Asdod 64. Hay que renunciar a estos subter-
fugios; el v. 18 es, como el v. 8, una adición que tiene por fin realzar
más la figura de Judá, a cuya exaltación está dedicado Jue 1,2-20: Yahvé
entregó el país en sus manos (v. 2) y, merced a su protección, se apoderó
Judá de la Montaña (v. 19). Estos triunfos están en contraste con los
fracasos de Benjamín (v. 21) y de las otras tribus (w. 27-34). Sin em-
bargo, Jos 10,28-39 no atribuye a Judá, sino a Josué y a todo Israel la
conquista de una serie de ciudades que se contarán dentro del terri-
torio de Judá: Maqueda, Libna, Laquis, Eglón, Hebrón y Debir.
G. E. Wright ha intentado conciliar este relato con el de Jue 1: a una
campaña relámpago de Josué contra estas ciudades reales cananeas,
60
El único testimonio que se conoce en este sentido es la fortaleza de Mesad
Hasavyahu, 25 kilómetros al sur de Jaffa, donde a un establecimiento comercial grie-
go sucedió una ocupación israelita: J. Naveh, A Hebrew Letter from the Seventh Cen-
tury B. C: IEJ 10 (1960) 129-139; The Excavations at Mesad Hashavyahu: IEJ 12
(1962) 89-113.
61
J. Naveh, Khirbat al-Muqqanna'-Ekron. An Archaeological Survey: IEJ 8 (1958)
87-100, 165-170.
62
Así, Fr. M. Cross-G.E. Wright: JBL 75 (1956) 204; Y. Aharoni: V T 9 (i95«0 2 4°-
63
Esto lo admite, como una posibilidad, G. E. Wright: JNES 5 (i94°) 109. y d e
forma más categórica todavía, Y. Kaufmann en su comentario hebreo a Jueces (Jeru-
salén 1968) 82-83. Las escavacíones de Asdod, que han mostrado que la ciudad había
sido destruida en la segunda mitad del siglo x m y que quedó después abandonada,
hasta que la ocuparon los filisteos, han sido utilizadas por algunos en favor de esta
hipótesis: D. N . Freedman: BibArch 26 (1963) 136; M. Dothan: IEJ 14 (1964) 84
= Archaeological Discoveries in the Holy Land (Nueva York 1967) 132; M. Dothan-
D. N. Freedman, Ashodod I (Jerusalén 1967) 9; T. C. Mitchell, en Archaeology and
Oíd Testament Study, ed. D . Winton Thomas, 411-412.
64
Ciertos exegetas prefieren este texto al del hebreo e insertan el v. 18 entre 19a
y 19b. Pero es de sospechar que los LXX armonizaron el v. 18 con el 19.
Asentamiento del grupo judaíta 19

que eran localidades clave, habría sucedido un período de luchas hasta


la muerte de Josué (Jue I , I ) 6 5 . K. Elliger considera la toma de Maqueda
como un apéndice a la historia de la batalla de Gabaón (Jos 10,1-15)
y propone que se atribuya la destrucción de Libna, Laquis y Eglón a los
calebitas y quenizitas; éstos, dice, no lograron resistir y se vieron for-
zados a subir hacia Hebrón y Debir, donde se establecieron 66 . M. Noth
piensa, por el contrario, que esas ciudades son las de los cinco reyes de
la gruta de Maqueda, los cuales serían distintos de los reyes de la cam-
paña de Gabaón 67 . Lo cierto es que el historiador no puede sacar gran
partido de esas noticias esquemáticas. No es posible atribuir a Josué
y a todo Israel esta campaña del sur. Apoyándonos en la misma Biblia,
nosotros hemos vuelto a atribuir a Caleb y Otoniel la toma de Hebrón
y Debir. ¿Cabe dejar para Judá la conquista de las otras ciudades de la
Sefelá (Libna, Laquis, Eglón) y situar esta conquista en tiempos del
asentamiento israelita? Cuanto hemos dicho sobre la infiltración pacífica
de Judá en la Sefelá, especialmente a propósito de Gn 38, pone el asunto
en duda.
Y la arqueología, ¿qué nos dice ? En cuanto a Libna, identificada du-
rante largo tiempo con Tell es-Safi, actualmente se tiende a situarla en
Tell Bornat, 9 kilómetros al sur; una exploración de superficie revela
que el lugar estuvo ocupado a finales del Bronce Reciente y a comienzos
del Hierro; pero no se ha excavado. Los autores recientes localizan a
Eglón en Tell el-Hesi; Petrie y Bliss 68 excavaron el sitio entre 1890
y 1893 y, al parecer, la ciudad fue destruida al final del Bronce Reciente
pero quedó desierta durante la mayor parte del período de los Jueces.
Laquis es con seguridad Tell ed-Duweir, que, aunque parcialmente, ha
sido muy bien excavada. La ciudad fue destruida a finales del Bronce
Reciente, pero la fecha sigue incierta; una inscripción hierática de un
cuenco da como fecha el cuarto año de un faraón cuyo nombre no sg
nos dice. Si se trata, como es probable, de Merneptah, la fecha sería i 2 2 o
en la cronología que nosotros seguimos; pero, aun así, ese dato n 0
determina la fecha exacta de la destrucción, sino que señala simplemente
un terminus post quem. Hay que tener también en cuenta un escarabajo
ile Ramsés III recogido en el estrato de ruinas 69 ; con esto acercarían^
la fecha de la destrucción hasta las primeras décadas del siglo xn7o
a saber, después de Josué y a comienzos de la época filistea. Tampo c ^
es posible determinar quiénes fueron los agresores; pudieron ser 1 0
israelitas, o los egipcios o los Pueblos del Mar (filisteos) u otros Ca^
M
G. E. Wright, The Literary and Historical Problem of Joshua 10 and Judges ¡ ,
JNKS s (1946) 105-114; Biblical Archaeology (Filadelfia 1957) 69-70, 81-83.
'<<' K, Ellifier, Josua in Judáa: PJB 30 (1934) 47-71.
" 7 M. Noth, Die fünf Konige in der Hohle von Makheda: PJB 33 (i937) 2 2-36, .
y
Josua (HAT*) in loco.
"" I''. J. Bliss, A Mound of Many Cities, or Tell el Hesy Excavated (Londres 189 ,
o» O. Tufnell, Lachisch ¡V. The Brome Age (Londres 1958) 37. 98.
'"> Ente es i-l úlünio juicio de Miss Tufnell, en Archaeology and Oíd Testatne^
S'IIKIV, ed. D. Winloi) Tilomas, 302.
80 Asentamiento en el sur de Palestina

naneos. En todo caso, después de esa fecha el sitio quedó abandonado


durante más de un siglo, es decir, durante todo el período de los Jueces.
Estos testimonios de la arqueología hacen posible que la mención de
Libna, Eglón y Laquis en Jos 10 represente una ampliación del terri-
torio de Judá bajo David o Salomón. No obstante, hay que advertir que
Eglón no aparece nunca fuera del libro de Josué y que Libna y Laquis
no son mencionadas de nuevo hasta época tardía, en el período de la
monarquía: a Libna en 2 Re 8,22, bajo Jorán, y a Laquis en 2 Re 14,19,
bajo Amasias.
Por consiguiente, no existe ninguna tradición verdaderamente anti-
gua que nos permita atribuir ninguna conquista concreta a la tribu
de Judá. Esas tradiciones sólo dejan vislumbrar un asentamiento pací-
fico de grupos judaítas en la región de Belén, su buen entendimiento
con los calebitas establecidos en Hebrón y su infiltración pacífica en la
Sefelá.
Es difícil decidir cómo llegaron esos grupos a la región de Belén.
Pudieron venir del sur, como los simeonitas, con los que se fundirán;
en este caso, se podría tomar a la letra la indicación de Jue 1,16 de que
los judaítas subieron con los quenitas. Además, la barrera de ciudades
cananeas, Jerusalem, Ayalón y Guézer, constituía un obstáculo a su
bajada del norte. Por otra parte, cuando Gn 38,1 dice que Judá «se
separó de sus hermanos», podría recoger un recuerdo exacto: que Judá
había dejado a las otras tribus después de pasar el Jordán; en cuyo caso,
el grupo judaíta habría llegado hasta Belén pasando por el desierto,
entre Jerusalén y el mar Muerto.
Efectivamente, existía en esta región una tradición sobre Judá que
se ha relacionado con la conquista de Jericó y Ay por el grupo de Josué;
es la historia de Acán (Jos 7,1-26). Acán pertenecía al clan judaíta
de Zeraj, violó el anatema pronunciado contra Jericó, y esta falta oca-
sionó el fracaso del primer ataque contra Ay. En castigo, se le quemó
con su familia y sus bienes, y se levantó sobre él un montón de piedras;
ese lugar se llama «valle de Acor», es decir, el valle de la Desgracia,
porque habría traído la desgracia sobre Israel. Ese valle señala el límite
entre Benjamín y Judá, aunque está en territorio judeo. Se lo ha iden-
tificado, con toda certeza, con la Buqueá, la llanura que se extiende al
oeste del acantilado de Qumrán 7 1 . Se trata de una tradición local que
existió primero independiente; podría ser de origen judaíta, pero es más
probable que sea de origen benjaminita, porque es injuriosa para Judá.
En este segundo caso se explicaría mejor que la historia haya sido
vinculada, aunque artificialmente 72 , a los relatos relativos a Jericó y Ay,
que son tradiciones benjaminitas. Lo único que nos enseña esta historia
es que el clan de Zeraj poseía esta región. Con ello se completa el cuadro

™ M. Noth: ZDPV 71 (1955) 42-55-


72 M . Noth, Joshua (HAT; 21953) 43-46; H. W . Hertzberg, Josua (ATD; 1953)
48-49; J. Gray, Joshua (The Century Bible; 1967) 80-81.
Origen de la tribu de Judá 81

del asentamiento de Judá que hemos trazado a base de 1 Cr 2 y 4 y de


Gn 38. Pero esa historia no nos dice de dónde vino el grupo zerajita
a su territorio, el cual se halla al este y al nordeste de Belén. Si es que
Judá entró en Canaán cruzando el Jordán, el clan de Zeraj pudo haberse
detenido en el valle de Acor, mientras que el resto del grupo conti-
nuaba avanzando hacia Belén. Pero si Judá entró por el sur con los
simeonitas y los demás grupos, y si el núcleo de su asentamiento se centró
en la región de Belén, donde residía el clan de Efratá73, entonces la ocu-
pación zerajita sería una expansión secundaria a partir de Belén; cabe
señalar que la Buqueá está actualmente en posesión de los beduinos
taamira de Belén. Este carácter secundario lo confirma la genealogía
de Zeraj, que nació de una cananea en la Sefela (Gn 38,30). Si tenemos
todo esto en cuenta, es más verosímil que el grupo judaíta penetrara
en Canaán por el sur, juntamente con los simeonitas, con quienes los
asocia estrechamente la tradición.

V. ORIGEN DE LA TRIBU DE JUDÁ

La incertidumbre sobre la ruta de inmigración forma parte del


misterio que se cierne en torno al origen de la tribu de Judá. La eti-
mología del nombre es desconocida. Se ha intentado explicarlo como
un nombre de persona 74; pero parece más probable que fuera primero
un nombre geográfico de región (como Efraín o Neftalí) 75 . Quedan
rasgos de este uso primitivo; se habla de Belén de Judá (Jue 17, varias
veces; Jue 19, varias veces), como se habla de Yabés de Galaad (Jue 21,
8ss) o de Cades en Galilea (Jos 20,7; 21,32). En 1 Sm 23,3 los hombres
de David le dicen: «Ya aquí, en Judá, tenemos nuestros temores, ¡cuán-
to más si vamos a Queilá!»; en Queilá vivían «judaítas». Se habla de la
montaña de Judá al lado de la montaña de Efraín y de la montaña de
Neftalí (Jos 20,7), y del desierto de Judá (Jue 1,16) como del desierto
de Zif (1 Sm 26,2) o de Maón (1 Sm 23,25) o Técoa (2 Cr 20,20). Judá
es la región montañosa que se extiende del norte de Belén al sur de
Hebrón. No fue la tribu la que dio nombre a la región, sino la región
la que dio nombre a la tribu que vivía en ella; posteriormente esta tribu
encontró un antepasado epónimo, Judá, hijo de Jacob.
De hecho, en todo el Génesis Judá no desempeña ningún papel
como persona, fuera de dos historias: la de Gn 38, en que Judá perso-
nifica a un grupo de hombres en un relato que, según hemos visto, se
refiere al período inmediatamente posterior al asentamiento y no al
período patriarcal, y después, en la historia de José, donde Judá ocupa
el puesto de Rubén en la versión surpalestinense de dicha historia.
73
Cf. supra, p. 75.
74
Sobre todo, W . F. Albright, The Ñames «Israel» and «Judah»: JBL 46(1927)
151-185, espec. 168-178.
73
L. Waterman: AJSL 55 (1938) 29-31; M. Noth, Die Wclt des Alten Testaments
(Derl(n 4ig6:z) 50-52; Geschichte, 56-57.
0
82 Asentamiento en el sur de Palestina

El cántico de Débora Que 5), que es contemporáneo de los aconte-


cimientos y que puede datar del tercer cuarto del siglo x n a.C, no hace
mención alguna de Judá ni de Simeón. Ese silencio puede significar que
estas tribus, como vivían aisladas en el sur, no estaban interesadas por
aquella guerra ni tenían que decidir si participaban o no en ella; también
podría indicar que todavía no estaban agregadas a Israel. El silencio
nos impide determinar si Judá existía ya como entidad tribal y si poseía
su nombre propio. Por el contrario, en el testamento de Jacob (Gn 49)
se menciona como tribus a Judá y Simeón, y en las bendiciones de
Moisés (Dt 33) se menciona a Judá solo. La lengua y el estilo poético
de estas dos composiciones llevaron a ciertos autores a que las dataran
antes de la época monárquica 76. Pero el estudio de las formas literarias
indica que tales poemas reúnen elementos de distintas épocas 77 . Si
intentáramos determinar la fecha de los dichos relativos a Judá y
Simeón a partir de las situaciones históricas que esos dichos reflejan,
correríamos el riesgo de un círculo vicioso, pues lo que se trata de
aclarar es precisamente de esas tribus. Sin embargo, se puede decir que
el dicho sobre Simeón (y Leví) en Gn 49,5-7 indica que Simeón, dis-
perso en Israel, ya había perdido su individualidad, y que el dicho de
Gn 49,8-12 sobre Judá (de que sus hermanos se inclinan ante él y el
cetro no se alejará de él) supone un predominio de Judá, el cual no se
inició hasta David. La ausencia de Simeón en Dt 33 sólo se explica si
la tribu ya había sido absorbida por Judá; el dicho sobre Judá (Dt 33,7)
es un deseo de que sea devuelto a su pueblo: pudiera aludir a una sepa-
ración de Judá en el momento del asentamiento (cf. Gn 38,1) o a la con-
quista individual de su territorio (cf. Jue 1); pero también pudiera re-
presentar la situación creada por el cisma político que se produjo a la
muerte de Salomón. Así, pues, todos estos textos antiguos no nos en-
señan nada seguro sobre la tribu de Judá antes de David.
Algunos autores recientes han concluido de ahí que la tribu de
Judá no se había constituido antes de la época de David 78 . Cabría
objetar que Judá forma parte del sistema de las doce tribus y que, pre-
cisamente por eso, se describe su territorio en el mapa de las tribus de
Jos 13-19; esta delimitación de las fronteras entre las tribus (no las listas
de ciudades) se remontaría a la época anterior a la monarquía 7 9 . Pero
actualmente se ha puesto seriamente en duda la teoría de una «anfictio-
16
W . F . Albright, en último lugar, Yahweh and the Gods ofCanaan (Londres 1968)
15 (Dt 33 antes de la destrucción de Silo) 17 (Gn 49 después de la destrucción);
Fr. M. Cross, D. N . Freedman, The Blessings ofMoses: JBL 67 (1948) 191-210 ( D t 3 3
en el siglo xi).
77
H. J. Zobel, Stammesspruch und Geschichte: BZAW 95 (1965); A. H. J. Gun-
neweg, Über den Sitz im Leben der sog. Stammessprüche (Gen. 4g, Deut. 33, Jdc. 5):
Z A W 76 (1964) 245-255.
78
Especialmente S. Mowinckel, Von Ugarit nach Qumram: B Z A W 77 (1958)
( 2 i96i) 137-138; Tetrateuch-Pentateuch-Hexateuch: BZAW 90 (1964) 66; Israek op-
phav og eldste historie (Oslo 1967) 139-140; M. A. Cohén: H U C A 36 (1965) 94-98.
79
Cf., fundamentalmente, A. Alt, Das System der Stammesgrenzen im Buche Josua,
en Hom. Sellin (Leipzig 1927) 13-24 = Kleine Schriften I, 193-202.
Origen de la tribu de Judá 83

nía» en la época de los Jueces; como, por otra parte, se sigue admi-
tiendo la existencia de un documento antiguo en la base de Jos 13-19,
se reconoce que los límites atribuidos a las tribus no representan todos
la situación de una misma época. En concreto, las fronteras de la tribu
de Judá por el sur, el este y el oeste no son otra cosa que los límites
ideales de la tierra de Canaán, y la frontera del norte, la única que se
describe con detalle, es la que tenía Judá en tiempos de David 80 .
Por otro lado, parece que Judá ya no era, bajo Saúl, únicamente el
nombre de un territorio, sino el de la tribu que lo ocupaba, y que esta
tribu formaba parte del reino de Saúl 81 . Pero es posible que la integra-
ción de Judá a Israel no fuese entonces todavía muy antigua; de ser así,
se explicaría el silencio del cántico de Débora. Por lo demás, no sabe-
mos qué representaba esta tribu en la época de Saúl y menos todavía
antes. La existencia de una «anfictionía» meridional de seis miembros,
que habría agrupado a Judá, Caleb, Otoniel, Yerajmeel, Simeón y a los
quenitas en torno al santuario de Hebrón, es una hipótesis inverifica-
ble. En este caso se confirmaría que Judá no lograra su predominio
hasta una época tardía; al parecer, la tribu de Judá consiguió su verda-
dera identidad bajo David y por obra de David. Se componía de ele-
mentos heterogéneos: los calebitas, quenizitas, yerajmeelitas van vincu-
lados a la genealogía de Judá, y éste absorbió a Simeón. Los tres clanes
principales de Judá provinieron de una fusión con los cananeos; el clan
de Sela, del matrimonio de Judá con una cananea; los clanes de Fares
y Zeraj, de su incesto con la cananea Tamar. El judaíta David fue quien
preparó la unión de todos estos elementos gracias a sus triunfos con-
tra un enemigo común, los amalecitas, y a las donaciones que concedió
a «sus amigos», según 1 Sm 30,26 82 ; en efecto, la lista que sigue a este
texto (1 Sm 30,27-31) hace una enumeración de los diversos grupos que
él va a reunir bajo su cetro. Es significativo que, inmediatamente después
tle la muerte de Saúl, David se instale, no en Belén, que es su lugar de
origen, sino en Hebrón, la ciudad calebita 83, y que allí precisamente sea
reconocido por rey de la «casa de Judá». Finalmente, la tribu de Judá, una
vez constituida, se identifica con el primer reino de David en Hebrón.
80
Los dos trabajos más recientes sobre la geografía de las tribus están, por lo
menos, de acuerdo en este punto: Y. Aharoni, The Land of the Bible (1967) 227-235;
'/.. Kallai, Los territorios de las tribus de Israel (en hebreo) (Jerusalén 1967) y ya en Las
fronteras septentrionales de la tribu de Judá (en hebreo) (Jerusalén 1960).
81
K. D. Schunck, Benjamín: BZAW 86 (1963) 124-126; Volume du Congrés.
Genéve, 257 nota 6; R. Smend, Gehorte Juda zum vorstaatlichen Israel?, en Fourth
World Congress of Jewish Studies. Papers I (Jerusalén 1967) 57-62.
82
Según el griego (plural) y en contra del hebreo (singular); es arbitrario corregir
el hebreo (y el griego) en «según sus ciudades». «Los antiguos de Judá», que le precede
HÍn ningún lazo gramatical, es claramente una glosa.
H
Resulta divertido señalar (aunque sería imprudente admitirla) la hipótesis de
II. Winckler, Geschichte Israels I (Leipzig 1895) 25, quien hace decir, en 2 Sm 3,8,
11 Aliner: «¿Acaso soy yo príncipe de Caleb?» (ros káleb), con una alusión a David
en I lebrón. La hipótesis es admitida, no obstante, por S. Mowinckel en los tres pa-
wyrH citados en la nota 78.
CAPÍTULO III

ASENTAMIENTO EN TRANSJORDANIA.
LAS TRIBUS DE RUBÉN, GALAAD-GAD, MANASES-MAQUIR

Las tradiciones estudiadas en el capítulo anterior sobre una pe-


netración meridional de los grupos que formarán la tribu de Judá que-
daron oscurecidas en beneficio de las tradiciones relativas a los grupos
que penetraron en Canaán procedentes del este. Pero antes de que se
produjera esa entrada ya se habían asentado en TransJordania algunas
fracciones.

I. ITINERARIO DE LOS ISRAELITAS


DESDE CADES A LAS LLANURAS DE MOAB *

Según diversos pasajes de la Biblia, el grupo conducido por Moisés


tuvo que retroceder hacia el desierto después de fracasar en su intento
tic entrar en Canaán por el sur partiendo de Cades. Pasó allí largo tiem-
po antes de alcanzar las llanuras de Moab, frente a Jericó, desde donde
penetró en la Tierra Prometida. Hay una serie de textos que describen
el trayecto que va de Cades a las llanuras de Moab. El itinerario más
romplcto es el que se ofrece en la gran lista de las estaciones del éxodo
(Nm 33,37-49). Por el contrario, el itinerario de Nm 21,10-20 sólo es
preciso respecto a la última parte del camino, puesto que Dt 2 se limita
11 Ncnalar las direcciones tomadas, los territorios bordeados o cruzados
y algunos puntos geográficos, sin dar una lista de las estaciones.
Se ha intentado muchas veces conciliar esos diferentes textos, lle-
HUIKIO a reconstruir el camino seguido por los israelitas de la siguiente
inrmu: de Cades bajaron al golfo de Aqaba, subieron después por la
ribera oriental de la Araba hasta el sur del mar Muerto, pasaron entre
Kilom y Moab siguiendo aguas arriba el wadi el-Hesa, bordearon Moab
por el desierto del este y llegaron al Arnón 2 . A partir de aquí, algunos
1
Fute apartado recoge la contribución que el autor había hecho a Mélanges...
A. OiijKiiil-.S'ommcr (París 1971); ci'. también: M. Harán, The Exodus Routes in the
/VriMIriiWifií Souri.es: «Tarbiz» 40 (1970-1971) 113-143 (en hebreo, con resumen en
IIIMIÍB). Fl uutor distingue tres rutas, correspondientes a las tres fuentes: J, ED y P.
> ANI, con alRimas variantes, F. M. Abel, Géo^raphie de la Palestine II (París 1938)
I II. (¡rolIrnherK, Atlas de la ¡iihle (París-Bruselas 1955) 56 y mapa 9;
86 Asentamiento en TransJordania

de los autores aludidos distinguen tres itinerarios distintos (Nm 33;


Nm 21; Dt 2) que reflejarían tradiciones distintas o la separación de
los inmigrantes en varios grupos 3. Otros geógrafos e historiadores re-
conocen incluso que los itinerarios de Nm 33 y Dt 2 ya son incompagi-
nables desde la salida de Cades: uno atraviesa la Araba, Edom y Moab,
y el otro desciende por la Araba hasta el golfo de Aqaba, para bordear
después Edom y Moab. Representarían las dos rutas seguidas por dos
oías de inmigración: el itinerario de Nm 33 sería el seguido por las tri-
bus de Raquel, a cuya cabeza iría la casa de José (o Josué), en el siglo xiv
a.C, antes que se constituyeran los reinos de Edom y Moab; el otro
itinerario correspondería a las tribus de Lía, bajo la guía de Judá (y
Moisés), en el siglo xni, después que los reinos de Edom y Moab ya
estaban establecidos, por lo cual los israelitas se vieron obligados a bor-
dearlos 4. Pero no se puede resolver el problema mediante una armoni-
zación forzada de los textos ni en virtud de una hipótesis histórica que
no cuenta con otro fundamento que los textos mismos. Es un problema
de crítica literaria y de crítica de las tradiciones. Tomaremos, pues, los
textos siguiendo su orden de composición.

1. Nm 20,14-220. y 21,21

Desde Cades, Moisés pide al rey de Edom que le permita atravesar


su territorio siguiendo el camino real, de primer orden. Edom se niega
a ello y amenaza atacar. Entonces Israel decide no tocar su territorio.
Este texto es compuesto: la petición israelita se repite dos veces (vv. 17-
18 y 19). Las fuentes que están en juego deben de ser J y E, aunque no
es posible decidir qué pertenece a una y otra. Según los w . 14 y 16, el
mensaje al rey de Edom fue enviado desde Cades. Esto se hace difícil
de admitir: Cades no es una «ciudad» ni está en la frontera de Edom.
Ni en tiempos de Moisés ni en la época en que se redactaron las tradi-
ciones J y E hubo en Edom un rey que dominase sobre el sur de Pa-
lestina.
Si se quiere hallar la continuación del trayecto de las tradiciones an-
G. E. Wright-F. V. Filson, The Westminster Historical Atlas Xo the Bible (Filadel-
fia 21956) 39 y mapa V; D . Baly, The Geograpy of the Bible (Nueva York-Londres
1957) 212-213; J. Simons, The Geographical and Topographical Texts of the Oíd Testa-
ment (Leiden 1959) 257-262; P. Lemaire-D. Bakíi, Atlas Biblique (Lovaina-París 1960)
92-93 y mapa 20, p. 86; H. G. May-R. W . Hamilton, Oxford Bible Atlas (Londres 1962)
58-59 (con una alternativa); H. H. Rowley, Student's Bible Atlas (Londres 1965) mapa 3.
3
F . M. Abe!, loe. cit., 217; J. Simons, loe. cit., 261-262.
4
B. Mazar, Encyclopaedia Bíblica (en hebreo) (Jerusalén 1950) I, col. 694SS; (1954)
II, col. 144S; Y. Aharoni, en Antiquity and Survival II 2/3 (1957) 142; The Land of the
Bible (Londres 1967) 287-288 y mapa 14; Y. Aharoni-M. Avi-Yonah, The Macmülan
Bible Atlas (Nueva York-Londres 1968) 41 (todas las referencias que se hacen a Ex hay
que restituirlas a Nm) y mapa 52; cf. A. Malamat, en Dis altorientalischen Reiche II
(Fischer Weltgeschichte 3; Francfort 1966) 209-210.
Itinerario de los israelitas desde Cades a Moab 87

tiguas hay que llegar hasta Nm 21,21: Israel llegó al territorio de Sijón,
rey de Jesbón. En efecto, Nm 20,22b-29 (la muerte y sepultura de
Aarón en el monte Hor) es ciertamente un texto sacerdotal, y Nm 21,
10-20 es, como veremos, una composición muy tardía. El episodio de
la toma de Jorma (Nm 21,1-3) es una tradición antigua, pero está situa-
da fuera de su contexto. Se trata de la conquista de Jorma atribuida en
Jue 1,16-17 a Judá y Simeón, que habían subido directamente del sur
con los quenitas 5 .
Nos falta por aludir a la historia de la serpiente de bronce (Nm 21,
4-b-9). Es evidente que hay que relacionar con ella la información de
2 Re 18,4: Ezequías hizo añicos la serpiente de bronce que había cons-
truido Moisés y a la que rendían culto los israelitas bajo el nombre de
Nejustán. No cabe duda de que esa serpiente de Jerusalén era un objeto
del culto cananeo, aceptado por los israelitas, por más que éstos lo hi-
cieran remontar a Moisés. Se puede admitir que la historia de Nm 21
fue inventada para justificar esa atribución a Moisés 6 ; por lo menos hay
que admitir que es anterior a Ezequías, puesto que no revela una opi-
nión desfavorable a dicho objeto 7 . Aún más: cabe pensar que la relación
que se llegó a establecer entre esa serpiente cananea y Moisés se inspiró
en una antigua tradición, conservada en Nm 21, según la cual los israeli-
tas se habían construido una serpiente de bronce para que les sirviera de
encantamiento contra las criaturas peligrosas del desierto, las «serpien-
tes ardientes», sdráp (v. 6; se las conoce también en Dt 8,15; Is 14,29;
30,6) 8 . El texto no sitúa con precisión el episodio: sucede estando «en
camino» (Nm 21,4b). Si se acepta que la tradición es antigua, es conve-
niente relacionarla con la explotación de las minas de cobre de la Araba.
Se ha pensado en el centro minero del Punón (citado en Nm 33,42-43),
el actual Fernán, a la altura de Cades, al otro lado de la Araba, y más
concretamente en el Kh. en-Nahás, unos doce kilómetros al norte de
Feinán 9 . La tradición quedaría mejor situada al oeste de la Araba, en
el centro minero de Meneiyeh, la actual Timná. En el siglo XIII a.C. se
explotaba allí el cobre; hace poco se ha descubierto un pequeño santua-
rio egipcio que frecuentaron los mineros bajo Seti I, Ramsés II y Ram-
sés III, y se ha recogido allí una serpiente de cobre recubierta parcial-
mente de oro 10 . Es probable que tuviese la misma intención profilácti-
5
Cf. supra, pp. 64-65.
6
H. H. Rowley, Zadok and Nehustan: JBL 58 (1939) 113-141, espec. 138-139;
V. Fritz, Israel in der Wúste (Marburgo 1970) 93-96.
7
M. Noth, Überlieferungsgeschichte, 133-134; con ciertas reservas, Das Vierte Buch
Mose. Numeri (ATD; 1966) 136-138; G. W. Coats, Rebellion in the Wilderness (Nash-
villc 1969) 115-124.
" K. R. Joincs, The Bronze Serpentinthe Jsraelite Cult: JBL 87 (1968) 245-256.
» N . (¡lueck, Explorations in Easlern Palestine II (AASOR XV; Nuew Haven 1935)
26-29; Y. Aharoni, The Land of the Bible, 51 y 188.
10
B. RothcnbcTR, Un temple égyplien découvert dans la Arabah: «Bible et Terre
Sninlc» 1.' 1 (julio-agosto 1970) espec. 3 y 8-9.
88 Asentamiento en TransJordania

ca que la de Moisés (Nm 21,8-9); de todos modos, viene a ilustrar este


texto de forma quizá accidental, pero sorprendente.
Por lo demás, esta localización corresponde a la única indicación
que nos dan las fuentes antiguas sobre la ruta que siguieron los israeli-
tas: Yahvé los mandó «volver al desierto, en dirección del mar de Suf»
(Nm 14,25). Sin duda que se trata del mar Rojo, en el golfo de Aqaba,
tal como lo entendió Dt 2,8 (Elat/Esión Guéber) y como sucede con
el mar de Suf en 1 Re 9,26 y Jr 49,21. Ahora bien, la ruta normal de
Cades a Aqaba no se dirige inmediatamente hacia el este para descen-
der posteriormente hacia la Araba, donde la circulación norte-sur fue
siempre escasa; se dirige más bien de sur a este y sólo toca la Araba un
poco al norte de Meneiyeh, unos cuarenta kilómetros al norte del golfo.
Los israelitas llegaron entonces a los confines del territorio de Edom y
sólo en ese momento pudieron pedir que se les permitiese tomar el «ca-
mino real». Pero, al negárseles el paso, no les quedó otra alternativa que
bordear Edom por el desierto oriental. Esta es la conclusión a que llegó,
y con razón, el redactor de Nm 21,4: los israelitas tomaron el camino
del mar de Suf para bordear el país de Edom n . La ruta estaba libre:
al parecer, la ocupación sedentaria de Edom no había llegado por enton-
ces hasta el golfo de Aqaba, y los primeros edificios de Esión Guéber
(Tell el-Kheleifeh), la ciudad del golfo, datan de la época de Salomón 12.
Así, pues, lo único que nos dicen las fuentes antiguas es que el grupo
de Moisés tomó el camino del golfo de Aqaba (Nm 14,25), evitó el te-
rritorio de Edom (Nm 20,21), y durante ese trayecto tuvo lugar el epi-
sodio de la serpiente de bronce (Nm 2i,4b-9). Pero esas fuentes no se-
ñalan ninguna estación concreta del itinerario entre Cades y el norte del
Arnón. El comienzo y el final de ese trayecto son presentados como una
antítesis: al comienzo, Israel pide paso al rey de Edom, el cual da la
negativa y moviliza a sus gentes, obligando a Israel a apartarse de Edom
(Nm 20,14-21); al final Israel pide paso a Sijón, rey de Jesbón, y éste
se niega y se pone en pie de guerra, pero Israel se lanza al ataque y con-
quista su territorio, iniciando así la «conquista» (Nm 21,21-25). La co-
munidad de expresiones hace más llamativo el paralelismo; en concre-
to Nm 20,17 se repite casi literalmente en Nm 21,22.
Sin embargo la tradición antigua decía también que después de
Cades los israelitas habían permanecido largo tiempo en el desierto,
hasta que murieron todos los que habían sido infieles (Nm 14,23^24
[J]). Este texto sirvió de base a la tradición posterior para construir la
cronología de una estancia de cuarenta años en el desierto, justamente
una generación. La tradición deuteronomista cuenta esos cuarenta años
a partir de la salida de Egipto (Dt 2,7; 8,2.4; 29,4: de donde dependen
11
N m 21,4 es un versículo que sirve de unión entre el relato sacerdotal de la se-
pultura de Aarón (Monte Hor) y la historia de la serpiente de bronce.
12
N . Glueck, Ezion Geber: BibArch 28 (1965) 70-87; Y. Aharoni, en Archaelogy
and Oíd Testament, ed. D. Winton Thomas (Oxford 1967) 437-438.
Itinerario de los israelitas desde Cades a Moab 89

Am 2,10; 5,25 13; Sal 95,10-11 y Neh 9,21). Dt 2,14 precisa más y atri-
buye justamente treinta y ocho años a la peregrinación desde Cades
hasta el torrente de Zared después de los «largos días» pasados en Cades
(Dt 1,46). La redacción sacerdotal extiende esta marcha a los cuarenta
años y subraya su carácter de «marcha de castigo» (Nm 14,33-34; 32,13).
En cualquier caso, todas las tradiciones están acordes en poner un gran
lapso de tiempo entre la salida de Cades y la llegada a las llanuras de
Moab. Durante ese tiempo, los israelitas vivieron como pastores nóma-
das. Por consiguiente, carece de sentido querer establecer un itinerario
y un itinerario continuo.

2. Dt 2,1-25
Sin embargo, la tradición se esforzó por indicar un itinerario con-
creto. El primer intento es el del Deuteronomio, en el discurso que
atribuye a Moisés y con el que se abre su gran historia (Dt 2,1-25). La
crítica literaria de este pasaje suele rechazar como adicionales no sólo
las notas eruditas de los vv. 10-12 y 20-23, s i n o también el v. 7 (en sin-
gular), el v. 9 (sobre Moab) a excepción de las tres primeras palabras,
los vv. 18-19 (sobre Arnón), los w . 24b-25 (que anticipan el v. 31) 14 .
Nosotros sólo descartamos como secundarias las noticias de los vv. 10-12
y 20-23, y quizá el v. 7 15.
Al interpretar este texto hay que tener en cuenta el valor geográfico
que caracteriza a ciertos términos: gebúl, «frontera», distinto de 'eres
«país»; derek + un nombre geográfico, «en dirección de»; midderek «vi-
niendo de» o «pasando por». Por orden de Dios (cf. Dt 1,40), los israelitas
partieron de Cades hacia el desierto en dirección del mar de Suf (Dt 2,1);
pasaron largo tiempo en torno a la montaña de Seír (v. 2), hasta que
Yahvé les dio orden de volverse hacia el norte (v. 3); cruzarán la fron-
tera de los hijos de Esaú que viven en Seír, pero no recibirán nada de
su país, ya que se dio en posesión a Esaú; comprarán los alimentos que
han de comer y el agua que han de beber (vv. 4-6). El v. 8 afirma que
esa orden se cumplió: los israelitas pasan más allá de los hijos de Esaú,
procedentes de la Araba, Elat y Esión Guéber, y toman la dirección del
desierto de Moab.
Esto no coincide con el antiguo relato de Números: en lugar de una
petición dirigida a Edom ante cuya negativa los israelitas lo evitan, te-
nemos aquí una orden dada por Dios de que atraviesen la frontera de
los hijos de Esaú, pero respetando su territorio. No obstante, estas dis-
•J Sobre el carácter secundario y deuteronomizante de Am 2,10 y las últimas pa-
labras de Am 5,25, cf. W . H . Schmidt, Die deuteronomische Redaktion des Amosbuches:
/CAW 77 (1965) 168-193, espec. 180 y 189 nota 60.
14 Así, C. Steuernagel, Das Deuteronomium (Gotinga 21923) 56-59; M. Noth, Über-
Hef. Studien, 32-35; G. von Rad, Das fünfte Buch Mose. Deuteronomium (ATD; 21968}
.10-31; J. G. Plóger, Lilerarkritische, formgeschichtliche und stilkritische Untersuchungen
/.um Deuteronomium (Bonn 1967) 54-55.
15 Así, N. Lohl'mk: Bib 41 (1960) 127 nota 2.
90 Asentamiento en TransJordania

crepancias, no es necesario suponer que el Deuteronomio contó con


otra fuente distinta de Números. De hecho, lo conoce: Dt 1,4 (recorda-
do en Dt 2,1) es una cita de Nm 14,25; el tema del agua se encuentra
también en ambos textos (Dt 2,6 y Nm 20,19). Pero el Deuteronomista
transformó el relato por unos motivos teológicos a que aludiremos des-
pués y porque había cambiado la geografía política. Elat /Esión Guéber
que no se mencionaba en Números, está en manos de los edomitas des-
de el reinado de Ajaz (2 Re 16,6), y el movimiento en torno a Edom
(sugerido en Nm 20,21 y expresamente admitido por el redactor de
de Nm 21,4) exige ahora que se atraviese la frontera de Edom para to-
mar la ruta del desierto de Moab.
Nos queda el difícil problema de la montaña de Seír, donde viven
los hijos de Esaú 16. Parece que el nombre de Seír designa unas veces
una región al este, y otras una región al oeste de la Araba. Los nombres
de Seír y Edom se intercambian o se ponen en paralelo (Nm 24,18;
Jue 5,4; Is 21,11 Tcorr.]), y el territorio propio de Edom es la montaña
que está al sudeste del mar Muerto; en algunos textos (Gn 32,4; 33,14-
16; 36,8.30) Seír está ciertamente al este de la Araba. Pero parece igual-
mente claro que el Deuteronomio localiza (¿también?) a Seír al oeste
de la Araba: la ruta del Horeb a Cades pasa por la montaña de Seír
(Dt 1,2); los amorreos de la montaña de Judea vencen a los israelitas en
Seír hasta Jorma (Dt 1,44) 17. Ya el compilador predeuteronomista de
las tradiciones del libro de Josué señala «el monte Pelado que sube hacia
Seír» como límite sur de la conquista (Jos 11,17; 12,7). Este monte Pe-
lado es el Gébel Halaq, situado al norte y nordeste de Abdeh. Posterio-
mente, cuando el Cronista habla de los simeonitas que se asientan en
la montaña de Seír después de haber vencido a los amalecitas que allí
vivían (1 Cr 4,42-43), también está pensando en el oeste de la Araba.
El nombre es antiguo: en una carta de Amarna, el rey de Jerusalén se
queja de que se le ataca desde el país de Seír (se-e-rí), al sur, hasta Gat-
Carmelo, al norte 18; no se puede tratar de TransJordania. Los textos
egipcios que hablan, bajo Ramsés II y Ramsés III, de la montaña de
Seír, de las gentes de Seír, de los beduinos (sasu) de Seír 19 , también
pueden aludir a una región cercana a Egipto, al oeste de la Araba. Es,
pues, verosímil que la montaña de Seír bordeada por los israelitas (Dt

16
No creo que este problema esté resuelto con el reciente estudio de J. B. Bartlett,
The Land of Seir and the Brotherhood of Edom: JTS n. s. 20 (1969) 1-20.
17 La mención de Seír al lado de Moab en Dt 2,29 depende de los w . 4 y 19. En
las adiciones ( w . 12 y 22) se identifica a Seír con el territorio de los horitas, que habían
sido desposeídos en provecho de los edomitas (cf. Gn 36,21.29).
18
EA 288,26. Se ha encontrado la forma plena del nombre, Gat-Carmelo (también
en 289,18) inscrita en un jarro de Shiqmona (Fr. M. Cross: IEJ 18 [1968] 226-233);
es probable que haya que buscar el' lugar en la llanura de Acre. La carta significa que
todo el país está contra el rey de Jerusalén y contra el faraón.
19 Jos. Janssen, Les monts Se'ir dans les textes égyptiens: Bib 15 (1934) 537-538;
B. Grdseloff, Edóm dans les sources égyptiennes: «Revue de l'histoire juive en Égypte»
1 (1947) 69-99.
Itinerario de los israelitas desde Cades a Moab 91

2,1) sea el macizo montañoso, dislocado, que se levanta al este y al sudes-


te de Cades. Según Dt 2,4.8, en esa montaña viven los hijos de Esaú.
Ahora bien, los edomitas intentaron repetidas veces, a lo largo de la
historia, extenderse hacia el oeste de la Araba a expensas de Judá. Bajo
Ajab (736-716), habían reconquistado Elat (2 Re 16,6) y, según 2 Cr
28,17, habían hecho una incursión por territorio judío. Es verosímil que
ocupasen una parte del Négueb después de la campaña de Senaquerib
en 701 a.C. 2 0 . Después de la caída del reino de Judá, avanzaron hasta
el norte de Hebrón, y toda la región tomó el nombre de Idumea. Un
descubrimiento reciente nos ofrece un testimonio acerca de este avance
edomita: un óstracon hallado en Tell Arad ordena que se envíe un con-
tingente de la guarnición de Arad a la fortaleza de Ramat-Négueb
(quizá Khirbet Ghazzeh, 9 kilómetros al sudeste de Arad), porque se
prevé un ataque edomita 21 ; esa fortaleza defendía la frontera entre
Judá y Edom. El documento data de los últimos años del reino de Judá,
antes del ataque de Nabucodonosor en 598 a.C. Finalmente, en la época
del Deuteronomista, los hijos de Esaú ocupaban de hecho la montaña
de Seír, al oeste de la Araba.
La ruta que bordea esta montaña y que habrían tomado los israelitas
es la ruta normal que va de Cades al sur de la Araba, tal como la hemos
descrito antes en el comentario a los textos de Números. A pesar de las
diferencias de presentación, esta primera parte del trayecto descrito por
el Deuteronomio se limita a explicitar las informaciones que nos dan las
fuentes antiguas.
Pero el Deuteronomista prosigue su itinerario. Los israelitas toma-
ron la dirección del desierto de Moab. Mas Yahvé les prohibe atacar a
Moab, porque no les dará nada de ese país (Dt 2,9). Cruzan el torrente
de Zared, sólo mencionado aquí y en Nm 21,11, que depende proba-
blemente de nuestro texto. Se trata del Wadi eí-Hesa, que desemboca
en el mar Muerto, en su extremo sur, y que señalaba la frontera entre
Edom y Moab. Después, los israelitas llegan a la frontera norte de Moab
(Dt 2,18), al torrente Arnón (v. 24), sin hacer ningún alto en el camino,
lo cual es normal, dado que esa ruta es la del desierto. Están ya cerca de
los amonitas, pero Yahvé les prohibe atacarles, porque tampoco les
dará nada de ese país (v. 19). Yahvé les ordena atravesar el Arnón; se
encuentran entonces frente a Sijón, rey de Jesbón; el cuadro cambia:
los israelitas deben atacar y vencer (vv. 24-25).
El Deuteronomista coincide ahora con el relato de Nm 2i,2is: peti-
ción de paso, que es negado, guerra victoriosa y conquista (Dt 2,26-36).
No obstante, en las fuentes antiguas no hay nada que corresponda a lo
que aquí se dice sobre Moab y Arnón. No creo que se trate de un

20 H. L. Ginsbcrg, Judali arid lite Transbordan States, J34-582 B. C , en Alexander


Marx JuMlee Volunte, ed. S. Licbermann (Nueva York 1950) 353.
21
Y. Aharoni: HibArih 31 (19Í1H) 17-18; «Lrctz-lsrael» 9 (1969) 10-15 (en hebreo).
92 Asentamiento en TransJordania

desarrollo secundario 2 2 ni, al revés, que el Deuteronomio haya d i s -


puesto de viejas tradiciones omitidas por J y E 23 , Hasta el enfrenta-
miento con Sijón, el Deuteronomio imagina u n itinerario que bordea
Edom y después Moab, en los confines del desierto oriental, lo cual es
verosímil si se admite que los edomitas y moabitas ya están asentados.
Pero su itinerario, como todo el prólogo histórico al Deuteronomio 24 ,
revela perspectivas teológicas.
a) El tema dominante del discurso de Moisés es la donación del
país en cumplimiento de la promesa (cf. D t 1,6-8), y este tema domina-
rá toda la historia deuteronomista: es Dios quien distribuye los territo-
rios a los pueblos. H e ahí por qué el rodeo, para evitar a Edom, ya no
es, como en Números, el resultado de una negativa de los edomitas, sino
el cumplimiento de una orden de Dios, que dio ese país a los hijos de
Esaú. A los pueblos parientes de Israel hay que respetarlos: los edomitas
son hermanos, ya que son hijos de Esaú (Dt 2,4); M o a b y A m ó n son
hijos de Lot (v. 9), y Dios les dio a todos el país que poseen (vv. 5.9.18).
Esto justifica que el Deuteronomista haya incluido a los amonitas, a
pesar de que el itinerario no toca su territorio. Pero Sijón y O g son
amorreos; por eso, Yahvé los entrega en manos de los israelitas.
b) E n efecto, Yahvé entrega a Sijón y su país en manos de Israel
y va a infundir el terror en todos los pueblos (Dt 2,24-25). La genera-
ción que se había hecho culpable en Cades, ya ha desaparecido (Dt 2,14-
16; cf. 1,35); por eso nos volvemos a encontrar en las mismas condicio-
nes que antes de la revuelta de Cades (Dt 1,21). Así, pues, la guerra
contra Sijón marca el comienzo de la conquista. Sin embargo, el redactor
deuteronomista establece una distinción: según unos textos, Yahvé ( D t
3,18; cf. Jos 1,13) o Moisés (Dt 3,12.13.15; cf. 19; Jos 1,14-15) da los
territorios de TransJordania a Rubén y G a d y a la media tribu de M a -
nases sin que se aluda para nada a una promesa anterior; según otros
textos (Dt 1,7-8.35; cf. Jos 1,6), la «Tierra Prometida» es dada a los is-
raelitas en cumplimiento del juramento hecho a los padres: es el país
de Canaán ( D t 1,7), cuyo límite es el Jordán (Jos 1,2-4), Y Moisés n o
entrará en él (Dt 34,4-5; cf. 3,25-27; 4,21).

3. Jue 11,17-18
Según el mensaje de Jefté al rey de los amonitas, Israel pidió paso
a E d o m y después a Moab, y ambos se lo negaron. Bordeó entonces el
país de E d o m y el de M o a b y acampó al otro lado del A r n ó n . D e s d e
allí envió mensajeros a Sijón (Jue 11,17-18). Este resumen de historia
22
Cf. supra, p. 89 y nota 14.
23
W . A. Sumner, Israel's Encounters with Edom, Moab, Ammon, Sihon and Og
according to the Deuteronomist: V T 18 (1968) 216-228.
24
Cf. N. Lohfink, Darstellungskunst und Theologie in Dtn 1,6-3,29: Bib 41 (1960)
105-134; W. L. Moran, The End of the Unholy War and the Anti-Exodus: ibid. 44
(1963) 333-342; J. L. McKenzie, The Historical Prologue of Deuteronomy, en Fourth
World Congress of Jewish Studies. Papers I (Jerusalén 1967) 95-101.
Itinerario de los israelitas desde Cades a Moab 93

d e Jue 11,12-28 es una composición secundaria, que se sirve de diver-


sos pasajes del Pentateuco: en este caso utiliza N m 20,14-223 para la
petición de paso hecha a Edom y para su negativa, y acude a D t 2,1-25
para la mención de M o a b además de Edom 2 5 .

4. Nm 33,37-41-49
El itinerario más completo es el que se indica en la gran lista de las
estaciones del éxodo y del desierto en N m 33. El trayecto de Cades
a las llanuras de M o a b se encuentra en los vv. 37.41-49. Este capítulo
pertenece a una capa secundaria de la redacción sacerdotal. Nos da en
serie las indicaciones geográficas contenidas en los libros del Pentateuco;
pero más de la mitad de los nombres son nuevos y provienen de uno
o varios documentos utilizados por el redactor. Se ha propuesto reco-
nocer en ese pasaje u n itinerario de peregrinación al Sinaí 2 6 . Pero este
aspecto de «peregrinación» no está probado y no es probable 27 . Se
acude para ellos a la historia de Elias (1 Re 19); pero, de haber existido
una peregrinación regular al Sinaí, sería m u y difícil de explicar el olvido
en que cayó el Sinaí durante el período monárquico y la incertidumbre
sobre su localización. Parece más probable que, para el trayecto del
Sinaí a Esión Guéber, que cuenta con veinte estaciones ( N m 33,16-35),
el autor empleó u n «caminero» del que también parece depender la
adición de D t 10,6-7. Si se aceptan ciertas identificaciones, que son
posibles, el itinerario arranca de una región situada en el noroeste de
Arabia. Esta ruta era conocida en Jerusalén, al menos desde que N a -
bonid instaló algunos colonos judíos en los oasis de Arabia del norte 2 8 ,
los cuales pudieron ser los que localizaron el Sinaí en la región vol-
cánica que se halla al sudeste del golfo de Aqaba 29. Desde Esión G u é -
ber, el itinerario de N m 33 pasa inmediatamente a Cades (v. 36) y des-
pués al monte Hor, en la frontera del país de Edom, donde muere
Aarón (vv. 37-39), lo cual depende de N m 20,22-29 (?)• A continua-
2;l
M. Noth, Überlief. Studien, 53 nota 5; E. Táubler, Biblische Studien. Die Epoche
«icr Richter (Tubinga 1958) 290-293; W . Richter, Die Überlieférungen umfephtah. Ri 10,
17-13,6: Bib 47 (1966) 485-556 espec. 522-547.
2(1
M. Noth, Der Wallfahrtsweg zura Sinai: PJB 36 (1940) 5-28 y, de forma más
i||m:rela, en su comentario a los Números (citado en la nota 7) 210-213, y e n s u Geschich-
lf, 1 ¿,\. La tesis ha sido aceptada en una serie de artículos por J. Koenig, La localisation
ilu Sina'i et la tradition des scribes: RHPR 43 (1963) 2-31; 44 (1964) 200-235; Itinéraires
Wfuil'/ií/ui's en Arable: RHR 166 (1964-B) 121-141; Le Sinaí montagne de feu dans un
il^frt de U'nebres: ibid. 167 (1965-A) 129-155; más recientemente, H. Gese, Das femé
Und nahe Wort. Hom. L. Rost, ed. Fr. Maass: BZAW 105 (1967) 81-94.
27
Cf. también H. Schmid, Mese. Überlieferung und Geschichte: BZAW 110 (1968)
17 ti,
2,1
K. de Vaux, «Lévites» mineen* et Uvites israélites, en Lex tua Veritas. Hom. H. Jun-
tar (Tréveris 1961) 265-273 = Bible et Orient (París 1967) 277-285; I. Ben-Zvi, Les
iirllfitws de l't'tahlisscment des tribus d'Isracl en Arabic: «Le Museon» 74 (1961) 143-190,
t»«jwe, 145-149; R. Mcyer, Das .Gebcl des Nahonid (Berlín 1962) 67-81.
lu
Pero esto no significa que esa tradición del siglo vi-v a.C. conserve un recuerdo
mili'ntuo; cf. vol. I, pp. 412-413.
94 Asentamiento en TransJordania

ción, Nm 33,41-49 da la lista de las estaciones entre Cades y las lla-


nuras de Moab. Las señalamos, indicando al mismo tiempo los pasajes
paralelos de los otros itinerarios:
Monte Hor Nm 20,22 (P); 21,4 (redaccional)
Salmoná sólo aquí
Punón sólo aquí
Obot Nm 21,10, cf. infra
Iyyim o Iyyé ha-Abarín Nm 21,11, cf. infra
Dibón Gad sólo aquí
Almón Diblataín sólo aquí
Montes Abarín Nm 27,12 (P); Dt 32,49 (P)
Arbot Moab Nm 22,1 (redaccional, ¿P?)
Como vemos, esta lista inserta entre monte Hor y los montes
Abarín, tomados de P, seis estaciones que sólo aparecen en ella (vere-
mos que Nm 21,10-11 procede de Nm 33). Sólo es posible identificar
con certeza dos de estas estaciones: Punón, en Kh. Fernán, 40 kilómetros
al sur del mar Muerto y al pie de la cadena montañosa que domina por
el este la Araba; y Dibón, que es bien conocida aparte de los itinerarios
del desierto y está situada en Dibán, al norte del Arnón. Pero Dibón se
encuentra en el camino real, y según Nm 20,17-18 los israelitas no la
tomaron. Además, ese itinerario supone que los israelitas, al salir de
Cades, tomaron inmediatamente la dirección este, pues Punón está
a la misma altura de Cades (y no en dirección del mar de Suf, como
decía Nm 14,25), cruzaron Edom y Moab (cosa que no pudieron hacer
según Nm 20,i4-22a y Dt 2,1-25) y pudieron pasar el Arnón y alcanzar
Dibón sin chocar con Sijón (lo cual está en contradicción con Nm 2i,2is
[cf. 24] y con Dt 2,24). Es decir, que este itinerario es inconciliable
con la fuente más antigua (Nm 20,i4-22a) y con el gran movimiento
en torno a Edom (descrito en Dt 2,1-25). Ese itinerario describe, en
cambio, el camino más directo y mejor entre Cades y el norte del Arbón:
desciende por el Wadi Fiqreh a la Araba, donde debe de encontrarse
Salmoná (probablemente Calamona, un puesto romano de la Notitia
Dignitatum), atraviesa la Araba, llega a Punón y sube desde aquí a la
meseta, donde se une al camino de montaña, el «camino real» 30 . Para
este trayecto, el redactor pudo utilizar otro «caminero» o recoger sim-
plemente algunos conocimientos geográficos de su tiempo, pues es
evidente que ese camino era entonces conocido.
30
Cf. Y. Aharoni, The Land of the Bible, 186, mapa 14; The Macmillan Atlas of
the Bible, 42, mapa 52.
5. Nm 21,10-20
Entre el episodio de la serpiente de bronce y el envío de mensajeros
a Sijón, Nm 21,10-20 inserta el itinerario siguiente (señalamos los pa-
ralelos):
Obot Nm 33,44
Iyyé ha-Abarín Nm 33,44
Torrente de Zared Dt 2,13
Arnón Dt 2,24
Beer sólo aquí
Mataná sólo aquí
Najaliel sólo aquí
Bamot ¿Bamot-Baal? (Nm 22,41)
Fasga Nm 23,14
Entre las menciones del Arnón y Beer se inserta un breve texto
poético que habla del torrente del Arnón y que estaría tomado de un
«libro de las Guerras de Yahvé», que sólo se cita aquí 31 . Entre Beer
y Mataná se intercala el pequeño cántico del pozo.
La crítica literaria clásica atribuye al Elohísta este pasaje de Nm 21,
10-20 o, al menos, los w . 12-20, dejando para P los w 10-11 Parece,
no obstante, que todo el pasaje es tardío 32 . Nos ha conservado esas
reliquias de la antigua poesía hebrea, pero su «itinerario» lo tomó en
parte de otros textos y en parte lo inventó. Obot e Iyyé Abarín pro-
ceden de Nm 33,44 33 . El hecho de que el redactor tome el itinerario
de Nm 33 en este punto, inmediatamente después de Punón, pudiera
obedecer a que localizaba el episodio de la serpiente de bronce en el
centro minero de Punón, como hacen algunos modernos y hacían ya
los bizantinos (Mapa de Medeba). Si abandona después el itinerario
de Nm 33, ello se debe a que éste atraviesa Edom y Moab, mientras
que el redactor sigue fiel a la tradición de Números y Deuteronomio,
Hegún la cual los israelitas bordearon los dos países. Por eso localiza
Iyyé ha-Abarín «en el desierto que se encuentra al este de Moab, mi-
rando a levante», inspirándose para ello en Jue 11,18. Por esa misma
razón toma del Deuteronomio las dos estaciones siguientes—el Zared
(Dt 2,13) y el Arnón (Dt 2,24)—y especifica que el Arnón está «en el
desierto». La mención del Zared viene demasiado tarde, puesto que el
redactor ya ha situado Iyyé ha-Abarín en el desierto, al oriente de
Moab, y el Zared marca el límite sur del territorio moabita. Lo mismo
que en el Deuteronomio, tampoco aquí existe ninguna estación entre
el Zared y el Arnón.
3' Pero cf. Tur-Sinai: BIES 24 (1959-1960) 146-148 (en hebreo), el cual traduce:
•Y »H( HC dice en el libro: hubo guerras de Yahvé...».
32
M. Notli, Num. 21 ais Glied der «Hexateuch-Erzahlung: Z A W 58 (1940) 161-
i8g, CNpcc. 170-178, y su comentario a los Números in loco.
•'•> Y no la relación contraria, como dicen H. Gese (loe. cit. en la nota 26) 87, y
11, Hchmid (loe. cit. en la nota) 22.
96 Asentamiento en TransJordania

Beer es desconocido, y es de sospechar que se haya tomado del


canto del pozo (be'er) que se cita aquí. Está más claro que ese cántico
dio origen a la pseudoestación de Mataná: el redactor no compren-
dió las últimas palabras del poema (v. 18b): «Y del desierto es un don»
(mattanah); estas palabras son necesarias para la métrica. Najaliel es
igualmente desconocido. Bamot tampoco se cita más que en este lugar,
a menos que sea el equivalente del Bamot-Baal de la historia de Balaán
(Nm 22,41); de hecho, «la cumbre del Fasga que domina sobre el de-
sierto» (Nm 21,20) combina otros dos textos de la historia de Balaán
(Nm 23,14.28). Además, el v. 20 está sobrecargado y resulta confuso:
no se ve cómo «la cumbre del Fasga» se puede poner en aposición al
«valle que se halla en los campos de Moab»; y estos «campos de Moab»
son una forma vaga de designar todo el país moabita, lejos de constituir
una indicación geográfica precisa.
Por consiguiente, Nm 21,10-20 no nos da un itinerario real. El re-
dactor quiso simplemente llenar, sin preocuparse del valor objetivo, el
vacío que dejaba el libro de los Números entre el episodio de la ser-
piente de bronce y el encuentro con Sijón.
La conclusión es que no podemos rehacer el itinerario que siguió el
grupo de Moisés desde Cades hasta el norte del Arnón. Las fuentes
antiguas se limitan a decir que había tomado la dirección del golfo de
Aqaba (el mar de Suf), no había atravesado Edom y había sido mucho
tiempo nómada. El Deuteronomista supuso un trayecto verosímil por
Esión Guéber y después por el desierto que linda al este con Edom
y Moab. El redactor de Nm 33 describió la ruta normal que iba de
Cades al norte del Arnón, cruzando la Araba, Edom y Moab. Final-
mente, el redactor de Nm 21,10-20, volviendo a la tradición antigua,
fabricó un pseudoitinerario que evitaba Edom y Moab.

II. LAS GUERRAS CONTRA SIJÓN Y O G

I. Guerra contra Sijón, rey de Jesbón


Nos hallamos en un terreno más sólido al estudiar la guerra contra
Sijón, rey de Jesbón (Nm 21,21-31; de este texto dependen enteramente
Dt 2,26-36, que se limita a añadir una interpretación teológica, y
Jue 11,19-21, que hace un resumen). Nosotros dejaremos a un lado
estos textos secundarios. El relato de Nm 21,21-31 es antiguo 34 . En
favor de su atribución a E está el empleo de «amorreos» en lugar de
«cananeos»; pero esto equivale a casi al otro lado del Jordán, que se-
ñala el límite de Canaán.
34
Sobre este texto, cf. W . Rudolph, Der «Elohist» von Exodus bis Josué: BZAW 68
(1938) 89ss;R. de Vaux: RB 50(1941) 19-25 = Bible et Orient (1967) 118-127; M. Noth:
Z Á W 58 (1940) 162-170; 60 (1944) 37-41; comentario a Números, 140-145; P. D. Han-
son, The Song of Heshbon and David''s NIR: H T R 61 (1968) 297-320; J. B. Bartlett,
The Historical Reference of Numbers XXI, 27-30: P E Q (1969) 94-100.
Las guerras contra Sijón y Og 97

La utilización histórica de ese texto depende, en gran parte, de la


interpretación que se dé al poema de los w . 27b-3o; por desgracia, el
v. 30, que es crucial, está corrompido. Se han propuesto tres hipótesis
explicativas del poema:
a) Originariamente era un canto amorreo de victoria que cele-
bra la derrota de Moab ante Sijón; fue introducido como un comenta-
rio del v. 26b 35. Pero esto supone una corrección radical del v. 30 y
una traducción forzada del v. 27.
b) Es un canto de victoria israelita que celebra la conquista de
Moab por un rey de Israel, Omrí 36 o David 37. Pero esta hipótesis no
explica las alusiones a Sijón.
c) Lo más verosímil es que se trate de un canto de victoria israe-
lita relativa a la época de la conquista. No sólo es anunciado el v. 26,
sino incluso por el v. 25; celebra la victoria de Israel sobre Sijón (vv. 27b
y 30), pero recuerda con esa ocasión la victoria de Sijón sobre Moab
(vv. 28-29): Jesbón devoró las ciudades de Moab, pero nosotros (los
israelitas) hemos destruido a Jesbón 38.
La situación histórica sería, pues, la siguiente 39 . En torno a Jesbón,
que era la capital, existía un pequeño reino cananeo establecido al nor-
te del Arnón. No sabemos cuándo se fundó. Las exploraciones de su-
perficie realizadas en Jesbón no habían detectado nada anterior a la
época del Hierro; las excavaciones recientemente iniciadas en el lugar
todavía no han revelado más que restos de cerámica pertenecientes a
esa época, sin indicios de un asentamiento estable en una época ante-
rior; también las prospecciones realizadas en Medeba son negativas.
Sin embargo, en Galud, 10 kilómetros al sudeste de Medeba 4 0 , existe
cerámica del Bronce Medio y Reciente, y cerca del monte Nebo se ha
encontrado una tumba del Bronce Medio 4 1 . Ese reino se vio amena-
zado cuando los moabitas, al constituirse en Estado, quisieron exten-
derse al norte del Arnón. La victoria de Sijón fue conseguida frente al
«primer» rey de Moab (v. 26). Los moabitas siempre tuvieron preten-
siones por esa rica meseta, el mishór; llegarán a adquirirla en la época
de los Jueces, bajo Eglón, el cual se apoderará incluso de Jericó (Jue 3,
12-30); volverán a perderla bajo Omrí, pero la recuperarán bajo Mesa.
Después de su victoria, el territorio de Sijón se extendía desde el Arnón
al Yaboc (según Nm 21,26; Jos 12,2-3). Es probable que estos dos
15
Asi, H. Cazelles, Les Nombres ( 2 i958); N . H. Snaith, Leviticus and Numbers
(The Century Bible; 1967); P. D. Hanson (loe. cit. en la nota 34).
36
Ks una opinión frecuentemente expresada, siguiendo a Ed. Meyer, B. Stade,
I). Bacntsch.
I7
• J. B. Bartlett (loe. cit. en la nota 34).
•1I1 Así, W. Rudolph, M. Noth, yo mismo (loe. cit. en la nota 34).
•1(> lis poco lo que se puede sacar de J. Simons, Two Connected Problems Relating
íi) Ihe Israclile ScUlemcnt in Transbordan: P E Q (1947) 78-101.
40 W. K AlbriRht: BASOR 49 (1933) 28; N. Glueck; AASOR 14 (1934) 5.
41
S. Saller-li. Hagatti, The Town of Nebo (Jcnr.iK'n 1949) 24-29, ilustr. 4-6.
7
98 Asentamiento en TransJordania

textos hayan sido retocados y q u e indiquen u n a frontera i d e a l 4 2 . Según


N m 21,32, después de la conquista del reino de Sijón se exploró Yazer
y Galaad; en N m 32,1 se cita a éstos sin aludir a Sijón. El reino d e Si-
jón no debía de extenderse mucho al norte d e Jesbón y debía de tener
el W a d i Hesbán como frontera. T a l era la situación cuando llegaron
los israelitas y vencieron a Sijón.
¿Quién consiguió la victoria? ¿Todo el grupo conducido por M o i -
sés o sólo u n a fracción de ese grupo? Moisés n o aparece en el relato,
de lo cual se ha concluido q u e se trataba únicamente del grupo d e
R u b é n - G a d 4 3 o t a n sólo del grupo de G a d 4 4 . E n efecto, los gaditas
están instalados en esta región ( N m 32,34-36; Jos 13,24-28), y M e s a
dice en su estela (línea 10): «Los hombres de G a d siempre habían ocu-
pado el país de Atarot»; pero, según N m 32,37-38, Jos 13,15-23, los
rubenitas también están allí. Cuando tratemos del asentamiento de estas
dos tribus, volveremos sobre este problema. Se ha s u p u e s t o 4 5 q u e
Gad, establecido al principio e n la región de Yazer, se habría extendido
hacia el sur a expensas del reino de Sijón. Pero esto contradice la única
indicación geográfica precisa q u e nos da N m 21,21-31 acerca de la
guerra contra Sijón: fue derrotado e n Yahaz (v. 23). L a localización e s
insegura. Según este texto, Yahaz está, respecto a Jesbón, en dirección
del desierto, pero n o necesariamente e n el mismo desierto. E n tiempos
de Eusebio (Onom., 104,11) se señalaba a Yahaz entre Medeba y D i -
bón. Según la estela de Mesa (líneas 19-20), éste la recuperó y la anexio-
nó a Dibón. Esto indica u n lugar situado al sudeste de Jesbón; p o r con-
siguiente, el ataque partió del sur y lo realizó u n grupo q u e venía del
desierto. N o hay motivos para dudar de q u e ese grupo fuera el condu-
cido p o r Moisés, q u e llegó e n esa dirección a la llanura, al nordeste del
mar M u e r t o , y atravesó desde allí el Jordán.

2. Guerra contra Og, rey de Basan


Después de la conquista del reino de Sijón, N m 21,33-35 narra u n a
conquista del reino d e O g , rey d e Basan. Este pasaje constituye u n a
adición tomada de D t 3,1-7. El relato está calcado sobre el d e la vic-
toria contra Sijón y no se apoya e n ninguna tradición antigua. Este O g n o
es ningún personaje histórico; su nombre n o lo es d e persona 4 6 . Se le
llama rey de Basan, q u e es nombre d e región y n o fue nunca nombre
de u n reino: en el II milenio había aquí varios reinos. D e hecho, O g
domina varias «ciudades reales»: Edrey, Astarot, Sacia ( D t 3,10; Jos 13,
12,31). Libra u n a batalla e n Edrey = Derá, e n la frontera entre Jor-
dania y Siria, según N m 21,33; pero, según D t 3,11, era posible con-
42 R. de Vaux: RB 50 (1941) 19-21 = Bible el Orient, 118-121.
43
H . Gressmann, Mose und seine-Zeit (Gotinga 1913) 305-306; M . Noth: Z A W 60
(i944) 37ss.
44
M . Noth, Geschichte, 138.
4
5 M . Noth: Z A W 60 (1944) 39S; Die Welt des Alten Testaments (Berlín 2x962) 68.
46
Cf., en último lugar, C. Rabin: «Eretz-Israel» 8 (1967) 251-254.
Los oráculos de Balaán 99
templar su cama e n Rabat de los amonitas = A m m á n , 100 kilóme-
tros al sur. Esa cama mide 4,50 metros de larga y debe d e significar u n o
de los dólmenes de la región de A m m á n . Según el mismo texto, O g es
el último de los refaimitas, u n a población legendaria de Palestina. L a
intención del relato es justificar las pretensiones de la media tribu d e
Manases sobre u n a región q u e , de hecho, nunca llegaron a poseer los
israelitas 4 7 ,

III. LOS ORÁCULOS DE BALAÁN Y


EL EPISODIO DE BAAL F E G O R

El libro de los N ú m e r o s vincula dos episodios a la última estación


antes del paso del Jordán, e n los A r b o t Moab: la historia d e Balaán
( N m 22-24) Y I a historia d e Baal Fegor ( N m 25,1-5). N o guardan rela-
ción directa con la epopeya de la conquista, pero tienen su importancia
por las condiciones de geografía histórica q u e e n ellos se revelan.

1. La historia de Balaán
Los oráculos de Balaán y el relato q u e les sirve de marco combinan
las dos fuentes J y E, con predominio d e la segunda. Los oráculos, en sí
mismos, pueden ser más antiguos. Según el relato, Balaán pronuncia
sus oráculos desde diferentes puntos: Bamot Baal ( N m 22,41); después,
el Campo de los Centinelas, e n la cumbre del Fasga ( N m 23,14), q u e
es la montaña o el macizo montañoso q u e domina la extremidad norte
del m a r Muerto; finalmente, «en la cima del Fegor, q u e se eleva sobre
el Yesimón», la estepa ( N m 23,28). E n u n a palabra, Balaán, acompa-
ñado por Balac, rey de Moab, se desplaza hacia el norte p o r el borde de
la meseta q u e domina la estepa al nordeste del m a r M u e r t o . Pero esto
ya cae m u y al norte del Arnón, en el territorio que, según N m 21,21-23,
había pertenecido a Sijón y q u e habían conquistado los israelitas. E n el
momento de formarse esta tradición, esa cresta representaba la fronte-
ra entre los moabitas y los israelitas; existía entre ambos pueblos u n a
hostilidad, aunque n o llegaba al conflicto armado. Esto debió de repre-
sentar una situación histórica real, después del asentamiento de las tri-
bus y antes del reino d e David, pero n o podemos dar más precisiones.
I-ns fronteras debieron de variar, y toda esa región, situada al norte del
A r n ó n y en la llanura nordeste del m a r Muerto, debió d e tener u n a p o -
folacirin mixta de cananeos-amorreos, restos del reino de Sijón, israelitas
y moabitas 4ÍÍ .

*7 M . Noth, Deitráge zur Geschichte des Ostjordanlandes: ZDPV 68 (1949) 1-5°.


c»pcc. 2-1H; Geschichte, 147-148; J. L. McKenzie, The Historical Prologue of Deutero-
"»t(V, en Fimri/i World Congress of Jewish Studies. Papers I (Jerusalén 1967) es-
pec. 99-100.
4H
Sobre este problema, cf. J. Liver, The Wars ofMesha, King ofMoab: PEQ(i9Ó7)
>4-,H, cMpcc. 15-18, y M. Noth, Geschichte, 144-145.
2. El episodio de Baal Fegor
El episodio de Baal Fegor (Nm 25,1-5) representa idéntica situación.
Los israelitas se dan al desenfreno con las mujeres moabitas, que los
invitan a los sacrificios de su dios o sus dioses. Se ponen bajo el yugo
de Baal Fegor. La tradición es ciertamente antigua: ya es conocida por
Os 9,10. «Fegor» es el nombre de una montaña (Nm 23,28) y del dios
que en ella se venera, el cual recibe el nombre de Baal Fegor. El nombre
de lugar, Bet Fegor (Dt 3,29; 4,46; 34,6), debe de designar su santuario.
Estaría situado un poco al norte del monte Nebo; no se conoce su loca-
lización exacta 4 9 . Ese dios Fegor es una forma local de Baal, dios cana-
neo y no moabita; y el santuario, como el de Bamot Baal (Nm 22,41),
debió de ser uno de los santuarios del reino cananeo de Sijón (cf. ade-
más Dt 4,46). Pero, según Nm 23,28, se encuentra en la frontera de
los moabitas y lo frecuentan los moabitas e israelitas.
Los versículos siguientes (6-18) complican el cuadro. Aludiendo
claramente al relato precedente (cf. v. 18), cuentan la historia de un
israelita que comete una falta con «la madianita» en la qubbah (pabellón,
tienda; quizá una alcoba para la prostitución sagrada). El relato tiene
ciertas huellas de la redacción sacerdotal y glorifica a Fineés y su linaje,
pero se sirve de una tradición antigua. ¿Es simplemente paralelo al de
las mujeres «moabitas» de Nm 25,1-4 o guarda el recuerdo de que,
por esta región, practicaban el nomadismo algunos madianitas que tam-
bién frecuentaban el santuario ? Es posible, puesto que en la historia de
Balaán (Nm 22,4.7) l ° s madianitas aparecen al lado de los moabitas.
Lo cierto es que esta versión madianita del asunto de Baal Fegor,
y en concreto los vv. 16-18, dieron pie al largo relato de Nm 31, que
cuenta una guerra de exterminio contra Madián, a la que siguen pres-
cripciones relativas a la purificación y reparto del botín al regresar de
la campaña. El adivino Balaán, que había bendecido a los israelitas en
Nm 22-24, se presenta aquí como si los hubiera arrastrado a la aposta-
sía de Baal Fegor (v. 16) y por eso se le da muerte (v. 8). Es uno de los
trozos tardíos del Pentateuco. Sin embargo, O. Eissfeldt 50 ha defen-
dido recientemente su valor histórico. Según este autor, las alusiones
a Madián (en Nm 22 y 25) indican que éste ejerció un protectorado sobre
Edom, Moab y el reino de Sijón. A pesar de su forma reciente, Nm 31
conserva un recuerdo histórico: los nombres de los reyes de Madián
vencidos por Moisés (Nm 31,8 y Jos 13,21, que depende del ante-
rior) son auténticos. W. F. Albright 51 ha añadido otro argumento: en
Nm 31 los madianitas no poseen más que asnos (61.000 asnos según
el v. 34) y no camellos; en Jue 6-8, en el siglo xn a.C, poseen camellos
•*9 En último lugar, O. Henke, Zur Lage von Beth Peor: ZDPV 75 (1959) 155-163.
50
O. Eissfeldt, Protektorat der Midianiter über ihre Nachbarn iva letzten Viertel
•des 2. Jahrtausends v. Chr.: JBL 87 (1968) 383-393.
51 W . F . Albright, en una correspondencia con O. Eissfeldt (citada en la nota
precedente) 389-390; Midianite Donkey Caravans, en Translating and Understanding
the Oíd Testament. Essays in Honor ofll. G. May (Nueva York-Nashville 1970) 197-205.
Asentamiento en TransJordania 101

y no asnos. No se trata de un invento: en el siglo x m a.C. (Nm 31), los


madianitas eran todavía caravaneros de asnos. Resulta difícil aceptar
esta opinión. Según ambos autores, la forma del texto es reciente; Al-
bright pone la redacción en el siglo vn, lo cual es aún demasiado pron-
to: pertenece a un estrato reciente de P. Los dos autores admiten (y, por
lo menos Eissfeldt, de forma explícita) que las cifras del botín son fan-
tásticas; ¿cómo vamos a fundarnos entonces en la naturaleza del botín?
En cuanto a los nombres de los reyes (reyes de Madián, según Nm 31,8;
príncipes de Sijón, según Jos 13,21), Sur procede de Nm 25,15; Re-
quem es un nombre de lugar (el nombre semítico de Petra) 52; Hur es
el epónimo de los horitas, antecesores de los edomitas (Dt 2,12; Gn 36,
26-30, etc.); Ewi 53 quizá sea el supuesto epónimo de los emim, los an-
tiguos habitantes de'Moab (Dt 2,10); y el último nombre, Rebá, «el
cuarto», es difícil que sea un nombre de persona. Hay, pues, que man-
tener que Nm 31 es una composición tardía, que no añade nada al tes-
timonio de Nm 22 y 25; existían madianitas en esa región.

54
IV. ASENTAMIENTO DE RUBÉN Y GAD

1. Nm 32
Este capítulo cuenta cómo se realizó el primer asentamiento israe-
lita de las tribus en TransJordania. Su crítica literaria resulta muy difí-
cil: la forma es joven y el estilo se parece al del Deuteronomio, con algu-
nos rasgos de la redacción sacerdotal. Pero parece que tiene un fondo
antiguo. Las tribus de Rubén y Gad ven que los países de Yazer y Ga-
laad son propicios para los rebaños y piden a Moisés que les permita
establecerse allí (w. 1-4 en parte). Le prometen, no obstante, que par-
ticiparán con las otras tribus en la conquista de Canaán (vv. 16-19).
Iil resto es redaccional.
El punto esencial es que no se trata de una conquista, sino de un
asentamiento pacífico. La indicación en sentido contrario de Nm 21,32,
sobre una conquista de Yazer y sus dependencias, es una adición. Lo
mismo hay que decir de Nm 32,2b-4a: es una adición que enumera ciu-
dades conquistadas entre Yazer y el Arnón, tomando los nombres de las
listas de Nm 32,34-38, y que está en contradicción con el v. 1.
Hasta el momento, se trata tan sólo del país de Yazer y Galaad, re-
giones propicias para la vida pastoril. ¿Es posible precisar un poco más
esta geografía?
« J. Stnrcky: RB 72 (1965) 95-97.
*•' Kl nombre V ha sido encontrado en un sello amonita: Ph. C. Hammond,
An AmnimiUv Stamp Seal from 'Animan: BASOR 160 (dic. 1960) 38-41.
M K. di> Vaux: RB 50 (1941) 16-47 = Bible et Orient, 115-118, 124-129; M. Noth,
¡traelilische Stiimwe zwischen Ammon und Moab: Z A W 60 (1944) u - 5 7 ; Gilead und
(i\ii/: ZHI'V 75 (1959) 14-73; í - Taubler, DiHische Sludien. Díe Epoche der Richter
(Tultinuu 1958) 218-245; H. J. Zobel, Stammesspruch und Geschichte: BZAW 95 (1965)
«"«pee. 6a-f>5, 97-101.
2. Yazer y Galaad55
p a ra el lugar de Yazer, yo había propuesto 56 Kh. Gazzir, situado en
el wadi que desciende de es-Salt, un poco más abajo de la fuente de
Ain fíazer, en u n a región que se llama ard Gazzir 57. M. Noth 58 ha
rechazado esta identificación, porque le parece que este lugar cae dema-
siado al norte y está separado del territorio de Gad (que él sitúa entre
Tesbón y e l Arnón) por una región difícil de franquear; propone, en
cambio, los alrededores de Naúr. R. Rendtorff 59 ha sugerido Tell
Arerne> cuatro kilómetros al noroeste de Naúr. Y. Aharoni 6 0 renuncia
a una identificación concreta. Seguimos creyendo que hay que pensar
en una localización al norte de Jesbón, ya que, según las indicaciones
bíblicas, el «país de Yazer» se extiende al norte del reino de Sijón y al
oeste del territorio de los amonitas.
£1 país de Galaad debe de hallarse al norte del de Yazer y se distin-
gue de éste. Según 2 Sm 24,5, los oficiales de David encargados de hacer
el censo del pueblo parten de Aroer, a orillas del Arnón, y se dirigen
hacia Yazer y después a Galaad. El valor geográfico del término Ga-
laad es muy impreciso. Puede designar todo el territorio de las tribus
de TransJordania (Jos 22,9.15; 2 Re 10,33). Pero, por lo general, se
aplica más bien a la región montañosa que se extiende desde el Wadi
Hesbán hasta el Yarmuc, es decir, desde el antiguo reino de Sijón hasta
Basan (J os I3. 1 0 " 1 2 ); el Yaboc lo parte en dos «mitades», de las que
habla» Dt 3,12-13; Jos 12,2,5; x3>3- El nombre de Galaad puede apli-
carse también a una sola de estas dos mitades: a la mitad norte, que es la
que constituirá el territorio de Maquir-Manasés (Nm 32,39-40; Dt 3,15;
Tos i7>5"6)> o a la mitad sur, que es el territorio atribuido a Rubén y
G a d ( N m 32,1; Jos 13,25).
gste último sentido es el más antiguo y originariamente era todavía
más restringido. Estrictamente hablando, el país de Galaad no comien-
za hasta el norte del país de Yazer (cf. Nm 32,1) y no va más allá del
Yaboc- Este constituye una frontera natural de la geografía física e
incluso económica: al sur del Yaboc están los pastizales de que se
habla e n Nm S 2 . 1 -^ Y al norte se halla una región montañosa (el
Q Aglún). cubierta de bosques de los que aún se conservan indicios
hoy día y muy poco poblada en la Antigüedad. En efecto, la toponimia
moderna nos conserva el nombre de Galaad al sur del Yaboc: una
parte de esta región se llama el G. Gelead, y existe un Kh. Gelead y
un Kh- Galeúd. Al extenderse los israelitas por el valle del Jordán y al
35 El problema ha sido replanteado en dos trabajos recientes: M. Ottosson, Gilead.
7Y,„)¡tion and History (Lund 1969); S. Mittmann, Beitrdge zur Siedlungs- und Territo-
rialu,'schichte des nórdlichen Ostjordanlandes (Wiesbaden 1970).
:o Cf. Bible et Orient, 124-127.
í7 La hipótesis ha sido aceptada por F. M. Abel, Géographie de la Palestine II,
35
'V¿'U Noth: ZDPV 75 (1959) 63-72.
ID R. Rendtorff, Zur Lage von Jazer: ZDPV 76 (1960) 124-135.
mi i. Aharoni, The Land of the Bible, 189.
Asentamiento de Rubén y Gad 103

•asentarse la media tribu de Manases, el nombre se trasladó también


hacia el norte. Aparte de los textos geográficos de Dt y Jos que ya he-
mos citado, la extensión del nombre de Galaad hacia el norte aparece
en los textos históricos: en la época de Saúl (2 Sm 2,1-10) o incluso de
los Jueces (si Jue 21,8-9 representa realmente una tradición de esa
época) se menciona Yabés de Galaad (que es Tell el-Maqlub, en el Wadi
Yabis, que desciende del G. Aglún); además, en 1 Re 4,13 se cita por
primera vez, como capital de un distrito de Salomón, Ramot de Ga-
laad = Tell Ramit, que se halla en la meseta que desciende hacia el
Yarmuc.
Rubén y Gad desean instalarse en el país de Yazer y Galaad, por-
que poseen grandes rebaños (Nm 32,1). Pero lo cierto es que, en el
momento en que se asentaron las tribus, todos los grupos que llegaban
se hallaban en el mismo estadio de vida pastoril. Lo único que podría
significar ese dato es que Rubén y Gad se asentaron lentamente. De
hecho, la exploración arqueológica de esta región muestra que la ocu-
pación sedentaria no comenzó hasta muy entrada la época del Hierro.

3. El pacto entre Jacob y habón


Una tradición totalmente distinta nos confirma el asentamiento an-
tiguo y pacífico de grupos israelitas o preisraelitas en esta región del
primitivo Galaad. Según Gn 31,44-54, Jacob firmó un pacto con La-
bán el arameo en la montaña de Galaad. De acuerdo con la versión
yahvista, ese pacto delimita una frontera: erigieron un túmulo (gal),
que servirá de testimonio ('ed) y al que Jacob llama GaVed61. Es una
etimología popular del nombre geográfico de Galaad, pero va vinculada
a un recuerdo histórico. Jacob y Labán representan dos grupos, israe-
litas y árameos, que practicaban todavía una vida pastoril y estaban se-
parados por una frontera que pasaba al este del G. Gelead. En la época
de los Jueces (bajo Jefté, del que hablaremos más adelante), esa frontera
separaba a los israelitas y los amonitas. Cuando llegó el grupo de
Moisés a TransJordania, ya los amonitas ocupaban su territorio, aun-
que no formaban todavía un reino, al contrario de lo que sucedía, se-
gún parece, con los edomitas y moabitas. Cabría, pues, concluir que
Gn 31 representa un episodio del asentamiento de las tribus en el si-
tflo XIII a.G, un acuerdo con los amonitas, incluidos en el término
general de árameos. Pero también es posible que ese relato refleje una
Nituación anterior al éxodo. De hecho, la Biblia la sitúa en la época
patriarcal. Por otra parte, la tradición consideró a Gad como hijo de
Zilpa, la esclava de Lía; con ello podría indicar que Gad tenía un ori-
gen distinto de las tribus israelitas de pura sangre. Además, el otro
hijo de Zilpa es Aser, que se estableció en el otro extremo de la Tierra
Prometida. Ambos nombres tienen una formación similar: Aser, «fe-
fll
Cf. recientemente D. J. McCarthy, Three Covenants in Génesis: C D Q 2 6 (1964)
" /'i 189; F . O. Garcla-Treto, Génesis 31,44 and «Gilead»: Z A W 79 (1967) 13-17.
104 Asentamiento en TransJordania

licitado»; Gad, «buena suerte». Dejemos a u n lado el problema de si


estos nombres son originariamente nombres de divinidades que se die-
ron a regiones o nombres de personas que llegaron a ser epónimos de
las tribus. L o que sí debemos observar es que G a d y Aser, a los q u e
se suponía hijos de una misma concubina y que llevaban nombres del
mismo tipo, debieron de tener una prehistoria análoga. M á s adelante
veremos que Aser estaba establecido desde m u y temprano en el norte
de Canaán, que no bajó a Egipto y que no participó en el éxodo ni en
la conquista. Cabe hacer la misma hipótesis respecto de Gad: este
grupo de pastores estaba asentado en la región que se extendía entre
el reino de Sijón y el Yaboc, los países de Yazer y Galaad. Cuando
llegó del este el grupo de Moisés y se abrió paso gracias a la victoria
sobre Sijón, se encontró con los gaditas: Moisés los reconoció como pa-
rientes, y éstos adoptaron el yahvismo que traían los recién venidos.
Los gaditas n o recibieron ni obtuvieron entonces ningún territorio,
sino que conservaron el que ya tenían. A partir de este momento, su
historia se mezcla con la de Rubén; volveremos a referirnos a ellos al
hablar de éste.
4. ¿Existe una tribu de Galaad?
Este Galaad primitivo, situado al sur del Yaboc, es el que apare-
ce también en la historia de Jefté Que 10-12). Jefté lucha contra los
amonitas que habían invadido Galaad y vive en Mispá de Galaad o
simplemente Mispé; es evidente que este Mispá de Galaad es el mismo
Galaad de la versión yahvista ( G n 31,47-48), que en la versión elohísta
se denomina Mispé ( G n 31,49). L o extraño es que en dicha historia
no se haga alusión a los gaditas y que a Jefté se le llame con insistencia
«el galaadita» Que 11,1.40; 12,7). Cuando David, huyendo de Absalón,
se refugió en esta región, fue asistido por el viejo Barzilay «el galaadita»
(nombre gentilicio, como benjaminita, efraimita, etc.). Se habla de los
«hombres de Galaad» Que 12,4-5) como de los «hombres de Judá», y
de los «antiguos de Galaad» (Jue n passim) como de los «antiguos de
Judá». A uno de los «jueces menores», Yaír, se le llama «el galaadita»
Que 10,3). E n época m u y posterior, Pecajías, rey de Israel, fue asesi-
nado por Pecaj, al que ayudaron cincuenta «hijos de los galaaditas» o
«hijos de Galaad» (el texto es inseguro: 2 Re 15,25), expresión paralela
a «hijos de Rubén», «hijos de Manases», etc. Es de señalar que en el
cántico de Débora no se nombra a G a d entre las tribus; sin embargo,
después de mencionar a Rubén, se dice que Galaad se quedó al otro
lado del Jordán Que 5,17). Según 1 Sm 13,7, los israelitas que huyen
ante los filisteos, cruzan el Jordán para ir al país de G a d y de Galaad,
lo cual parece indicar que son dos entidades similares pero distintas.
Finalmente (y volvemos al texto del que hemos partido), en Jue 12,
1-6 los efraimitas se quejan a Jefté de que no los llamase a combatir
a su lado, y en el v. 4 dicen: «Vosotros no sois más que unos desertores
(pálit) de Efraín; vosotros, Galaad, en medio de Efraín, en medio d e
Asentamiento de Rubén y Gad 105

Manases». ¿No nos obliga todo esto a decir que h u b o una tribu de Ga-
laad, distinta de la de G a d y con una historia distinta?
M . N o t h 6 2 cree descubrir en el último texto citado la prueba de-
cisiva de que Galaad es una fracción que se separó de Efraím y se esta-
bleció en TransJordania, procedente del oeste. Pero esa frase es sospe-
chosa: falta en u n grupo de manuscritos griegos y está marcada con
u n asterisco en la Siro-Hexaplar. Por otra parte, pálit no significa
«desertor», como pretende esa explicación, sino «superviviente, ileso».
D e hecho, esa frase es u n duplicado del v. 5, en el que se repiten las
mismas palabras: «Cuando los supervivientes de Efraín decían...»; el
versículo fue completado a duras penas, y resultó un texto incompren-
sible 6 3 . Por su parte, E. Taubler ve en todo el episodio de Jue 12,1-6
una leyenda tardía y en el v. 4 una alusión al origen de Maquir; pero
sobre esto volveremos más adelante 6 4 .
A pesar de todo, hay algunos autores que consideran suficientes
los otros textos, y especialmente el cántico de Débora Que 5,17), para
probar que en la época de los Jueces existía en TransJordania una tribu
de Galaad que formaba parte de Israel, mientras que G a d no existía
todavía. G a d sería una fracción de Galaad, una fracción meridional;
su independencia habría dado origen al dicho sobre G a d del testamento
de Jacob ( G m 49,19), y el rápido incremento de su poderío habría j u s -
tificado el dicho sobre G a d en las bendiciones de Moisés (Dt 33,20-21).
Ambas entidades, G a d y Galaad, coexistirían incluso a comienzos de
la época monárquica (cf. 1 Sm 13,7, citado más arriba) 6 5 .
Los argumentos son ciertamente fuertes, pero no llegan a conven-
cer. Es cierto que Galaad fue en principio u n nombre geográfico; ya
hemos explicado el sentido primitivo y los sentidos más amplios. A u n
habitante de Galaad se le puede llamar galaadita sin referencia alguna
a una tribu, como se habla de u n cananeo, u n filisteo, u n hebronita, etc.
E n la mayoría de los casos, Galaad lleva artículo; se habla de «el Ga-
laad», y muchas veces se precisa «el país, la montaña, las ciudades del
Galaad», cosa que no se hace con ningún nombre de t r i b u 6 6 ; obsér-
vese, por ejemplo, la expresión «el Galaad y el Basan» (Dt 3,10; Jos 17,
1.5; 2 Re 10,33). Empleado sin artículo, Galaad es ciertamente u n
nombre de región y no u n nombre de tribu en Jue 10,18 y 11,8 (cf. «los
habitantes de Galaad» en 1 Re 17,1); no se emplea jamás para u n n o m -
bre de tribu ni cuando lleva la partícula de dirección, «hacia Galaad»
fi
2 M. Noth, Geschichte, 61.
b}
Cf. los comentarios de G. F. Moore (1805), C. F. Burney (1918), J. Gray (1967)
y C. A. Simpson, Composition of the Book of Judges (Oxford 1957) 50-51; E. Taubler,
Biblische Studien, 293-294.
64
Cf. infra, pp. 113-114.
65
E. Taubler, Biblische Studien, 230-235; J. Ffoftijzer, Enige opmerkingen rond het
israelilische 12-Stammcnsysteem: N T T 14 (1959-1960) 241-263, espec. 244-252; H. J. Zo-
bcl, Stammenspruch und Geschichte, 97-98.
66
Excepto para «la mitad dé la tribu de Manases», en cuya expresión Manases
tiene alguna vez el artículo, que es el de «la mitad», referido al nombre propio:
iT. I'. Joüon, Guimmaire, § 137b; liaggad en 2 Sm 24,5 es una errata.
106 Asentamiento en TransJordania

•(Nm 32,29; cf- 2 Sm 24,6 con artículo), ni tampoco en N m 32,1: «el


país de Yazer y el P a * s de Galaad». N o es exacto decir que 1 Sm 13,7
menciona a Gad y Galaad como entidades distintas y de la misma na-
turaleza. E n buen hebreo clásico esta idea se expresaría así: «el país de
G a d y el pa{s de Galaad», como se hace en N m 32,1 que acabamos de
citar. El texto dice «el país de G a d y Galaad»; conforme a la historia del
n o m b r e q u e acabamos de esbozar, «Galaad» es en este caso la región que
«stá al norte del Yaboc (como en N m 32,39-40; D t 3,15; Jos 17,5-6);
-en ese texto el «País de Gad» es la región que se halla al sur del Yaboc
y que lleva el nombre de la tribu que vive en ella. Sólo nos falta por
aludir al cántico de Débora; es cierto que Galaad designa aquí una
tribu, pero lo que acabamos de decir hace más verosímil que el nombre
"de la región se emplee para significar la tribu que vive en ella 67 .

.5- La tribu de Rubén


Volvamos a N m 32. Nosotros sólo hemos hablado del asentamien-
t o de G a d , mientras 1 u e el relato habla de G a d y Rubén, a los que se
•atribuyen en común los países de Yazer y Galaad. Los w . 34-38 dan
una lista d e las ciudades de G a d y otra de las ciudades de Rubén. Es
posible situarlas casi todas sobre el mapa; el resultado es que G a d p o -
see ciudades e n el s u r — D i b ó n , Atarot, Aroer—, en el territorio que
Sijón había conquistado a los moabitas, y en el norte—Yazer, Yog-
baha Bet-Nlimd, Bet-Harán—, en el país de Yazer y Galaad. Por su
parte R u b é n tiene ciudades en el antiguo reino de Sijón: Jesbón Elea-
lé, Quiriatain, Nebo, Baal M a ó n . Es decir, que R u b é n vive entre dos
territorios ocupados por Gad. N o sabemos con certeza en qué fecha fue
redactado Nm 32,34-38 y nos resulta difícil establecer su valor histó-
rico. C a b r í a pensar que Rubén formaba parte del grupo de Moisés y
que, al s e r considerado como la tribu primogénita, fue el principal
ejecutor y beneficiario de la guerra victoriosa sostenida contra Sijón:
se habría establecido en el territorio del rey vencido. Si la hipótesis
q u e proponemos e s exacta, G a d se habría instalado en el Galaad pri-
mitivo, al sur del Yaboc, antes de que llegara el grupo de Moisés;
después s e habría extendido hacia el sur, entre R u b é n y el A r n ó n .
Esta situación s e r ' a I a descrita en N m 32,34-38 y correspondería a u n
m o m e n t o impreciso del período de los Jueces.
E n J o s 13,15-28 se da otra descripción geográfica 6 8 . El reparto del
territorio resulta más lógico: R u b é n tiene todo el sur, desde Aroer en
67
Es la opinión ^ e a u t o r e s recientes: H. W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter,
Ruth ( A T D - 211169) 180; S. Mowinckel, en Von Ugarit nach Qumran. Hom. Eissfeldt:
BZAW 77 ('1 oc8) 137; S- Cohén, en Interpretens Dictionary of the Bibíe II (1962) 397.
En la tesis reciente de M. Ottosson, Gilead. Tradition and History (Lund 1969), se
defienden poM¡riones diferentes sobre el empleo del nombre de Galaad y su extensión
geográfica.
68
Sobre mlc texto, cf. M. Noth, Israelitische Stdmme zwischen Ammon und Moab:
Z A W 60 (KJ44) n-57. espec. 48-57; Josua (HAT; 21953) 78-83; R. de Vaux, Bible
et Orient, 133.137'
Asentamiento de Rubén y Gad 107

el A r n ó n hasta Jesbón; G a d posee todo el norte, desde los confines de


Jesbón hasta el Yaboc, y una cierta extensión hacia el norte del valle
del Jordán: hasta Sucot, Safón e incluso la punta sur del lago de G e n e -
saret. En la perspectiva del libro de Josué, era necesario que a R u b é n
se le diese u n territorio distinto del de Gad. A pesar de ello, el autor
deuteronomista no se atrevió a trazar una frontera precisa entre R u b é n
y Gad. La antigua descripción de los límites entre las tribus, de la que
se sirvió para el oeste del Jordán, no comprendía TransJordania 6 9 .
Según una opinión reciente 7 0 , la frontera pasaba al norte de Jesbón,
y esta descripción dataría del reino de Salomón; el territorio asignado
antaño a R u b é n correspondería al distrito XII salomónico. Pero 1 Re 4,
19 da a este distrito el n o m b r e de Galaad (hebreo) o G a d (griego), y
esta última lectura es la que se suele adoptar; por otra parte, los distritos
salomónicos, especialmente en Transjordania, parecen suponer u n cam-
bio radical respecto a los territorios de las tribus 7 1 . Por consiguiente,
la situación de la época premonárquica sigue en la penumbra.
Por lo que se refiere a la tribu de Rubén, toda su historia es incierta.
Según una tradición constante, R u b é n es el primer hijo de Lía, el pri-
mogénito de Jacob ( G n 29,32; 46,8), y es nombrado siempre en cabeza
de la lista de las tribus. Esto indica q u e es u n grupo antiguo y que
en u n principio fue importante. Pero perdió su preeminencia. Nos es
posible seguir su decadencia a través de tres textos. El más antiguo
es el cántico de Débora Que 5 , i 5 b - i 6 ) :
«En los clanes de R u b é n
se deliberó largamente.
¿Qué haces sentado en los apriscos,
escuchando la flauta de los pastores?» 7 2
N o existe ninguna alusión a que R u b é n hubiese disminuido. Sim-
plemente, no participó en la coalición, sino que decidió quedarse para
mirar por sus rebaños. E n cambio, en el testamento de Jacob, la situa-
ción es ya distinta ( G n 49,3-4):
«Rubén, t ú eres mi primogénito,
mi vigor, las primicias de mi virilidad,
plenitud de valentía y de fuerza,
desbordamiento como las aguas: nada te colmará,
p o r q u e subiste al lecho de t u padre;
entonces manchaste mi lecho contra mí (o: subiendo a él)».
69
R. de Vaux, Bible et Orient, 137; Y. Aharoni, The Land of the Bible, 231, contra
M. Noth: ZDPV 59 (1935) 230SS; PJB 34 (1938) 25S. M. Noth ha reconocido a partir
• le entonces, Z A W 60 (1944) espec. 54-57; Josua (ATD; 2 i953) 83, que la distribución
• Id territorio entre Rubén al sur y Gad al norte se debía al redactor.
70
Z. Kallai-Kleinmann: VT 8 (1958) 135-136; Z. Kallai, Les tribus d'Israel (en
libreo) (Jerusalén 1967) 204-228, 266-269 y el mapa.
7
> G. li. Wright: «Kretz-IsraeW'8 (1967) 58"-68*; Y. Aharoni: 13^49(1968)406-408.
72
Sobre la tradición del último estico, cf. O. Eissfeldt: «Forschungen und Fort-
•i'liritte» 25 (1949) 9-11 = Kleine Schriflen III, 61-66.
108 Asentamiento en TransJordania

Rubén perdió sus derechos de primogenitura. La razón aducida


es su incesto con Bala (Gn 35,22 [J]). No se sabe qué puede represen-
tar históricamente este residuo de tradición. Lo que se anuncia en
Gn 49 aparece realizado en las bendiciones de Moisés (Dt 33,6):
«¡Viva Rubén y no muera jamás!,
aunque sus hombres sean pocos».
Después de la época de los Jueces no se vuelve nunca a mencionar,
en los libros históricos, a Rubén como una tribu que todavía exista.
Por consiguiente, Rubén es una tribu que fue poderosa al princi-
pio, pero que desapareció. Su suerte es similar a la de Simeón y Leví,
otros dos hijos de Lía que, en las listas de las tribus-hijos de Jacob
(Gn 29,34; 46,11; Ex 1,2; 6,16), son nombrados inmediatamente des-
pués de Rubén; también en el testamento de Jacob se les menciona
inmediatamente después de Rubén, pero en este caso se añade que se
dispersarán por Israel (Gn 49,5-7). Ahora bien, según la interpretación
corriente de Gn 34 73 , Simeón y Leví estuvieron al principio en Pales-
tina central, y se ha formulado la misma hipótesis para Rubén 7 4 . Los
argumentos son los siguientes. En el cántico de Débora se pasa al este
del Jordán después de Rubén (cf. lo que se dice sobre Galaad en Jue 5,
17), por consiguiente, Rubén estaba todavía al oeste del río. Según
Jos 15,6; 18,17, hay un punto de la frontera entre Benjamín y Judá que
se llama Piedra de Boán, hijo de Rubén, señal de que una parte de la
tribu había vivido en esa región. Cerca de allí se encontraba el montón
de piedras apilado sobre el cadáver de Acán, hijo de Carmí (Jos 7,1.18).
Aunque el texto vincula a este Carmí con Judá, también es verdad que
Carmí es un clan de Rubén (Gn 46,9; Nm 26,5-6). También Jesrón,
otro clan de Rubén (Nm 26,6), es enumerado entre los clanes de Judá
(Nm 26,21). El clan de Belá se considera unas veces como clan de Ru-
bén (1 Cr 5,8) y otras como clan de Benjamín (1 Cr 8,1; Nm 26,38).
Finalmente, según Gn 35,21, Rubén cometió el incesto en Migdal Eder;
y, aunque no es posible localizar con precisión este lugar, el contexto
lo sitúa en la región de Jerusalén. De todos estos argumentos se con-
cluye que, después de la catástrofe que diezmó a la tribu de Rubén, se
habrían dispersado sus restos, y una parte habría emigrado a Transjor-
dania, donde se habría mezclado con la tribu de Gad.
Estos argumentos no son decisivos 75 . El hecho de que el cántico de
73
Pero cf. supra, p. 69.
74
Ya Steuernagel, recientemente M. Noth, en Geschichte, 63-64; O. Eissfeldt,
The Hebrew Kingdom, en C A H II, 34 (1965) 12; J. Gray, Joshua, Judges and Ruth (The
Century Bible; 1967) 51. a propósito d e j o s 1,12-18.
75
Cf. A. Jepsen: «Wiss. Zeitschr. d. Karl-Marx Universitát», Leipzig III (¡953-
1954) 146-147; E. Táubler, Biblische Studien (1958) 226-229; B. Oded, The Settlement
of the Tribe Reuben in Transjordania, en Studies in the History of the Jewish People and
the Land of Israel in Memory of Zvi Avneri (Haifa 1970) n - 3 6 (en hebreo con resumen
en inglés): la tribu nómada de Rubén vino del este a Transjordania, y sus clanes se
fueron fijando progresivamente al suelo, a partir del final del período de los Jueces.
Asentamiento de Rubén y Gad 109

Débora no sitúe explícitamente a Rubén en Transjordania—como lo


hace con Gad, que viene a continuación—no significa gran cosa. La
descripción que en él se hace de Rubén está acorde con la situación de
Transjordania y con la vida pastoril que allí hacía esa tribu. Rubén se
quedó «entre los rediles». El término mispHayím, en forma dual, es un
término técnico que significa los rediles formados por dos largos muros
en forma de V que conducen a un aprisco donde se encierra el ganado
en caso de peligro; los «silbidos a los rebaños» son la señal del peligro y
el aviso para reunir el ganado (cf. Is 5,26; 7,18; Zac 10,8). Este tipo de
apriscos era corriente desde el Antiguo Imperio egipcio y duró por lo
menos hasta los primeros siglos de nuestra era. En la Araba y en la es-
tepa transjordana se han encontrado algunos 76 . Rubén se quedó cerca
de esos apriscos (cf. Nm 32 16.34.36: se usa la palabra más común
gederah) a fin de proteger sus rebaños contra las incursiones de los nó-
madas. También Gad estaba alerta: «Gad, los salteadores le asaltan, y
él los asalta y les pisa los talones» (Gn 49,19).
Los otros textos invocados como testimonio de la presencia de ru-
benitas al oeste del Jordán y su absorción por Judá o Benjamín signi-
fican simplemente que después de la prueba que sufrió la tribu de Ru-
bén (cf. Dt 33,6), algunos grupos rubenitas se refugiaron ai oeste 77.
Otros grupos permanecieron en Transjordania, en medio de la tribu de
Gad (cf. las ciudades que se le atribuyen en Nm 32,37-38); y si se puede
dar fe a 1 Cr 5,8-10, quedaron también en los confines del desierto
oriental: aquí se mantuvieron hasta la época de Saúl, en que sucumbieron
ante los ataques de los nómadas hagritas. Estos rubenitas de Transjor-
dania terminaron integrándose en la tribu de Gad. El censo de David
(2 Sm 24,5) ya sólo habla de Gad al norte del Arnón; el distrito XII de
Salomón, que corresponde a este territorio, se llama Gad (griego) (1 Re
4,19); la estela de Mesa, en el siglo ix a.C, menciona únicamente a ios
gaditas.
¿Cuál fue el acontecimiento histórico que determinó esta decaden-
cia de Rubén, atestiguada por los oráculos de Gn 49 y Dt 33 y confir-
mada por la geografía histórica? Se ha pensado en un ataque de los
moabitas 78. En la época del juez Ehud, los moabitas se habían extendi-
do hasta la región de Jericó (Jue 3,15^30), lo cual supone que tenían
que haber invadido el territorio de Rubén. A esto cabría objetar que la
historia de Ehud se sitúa a comienzos del período de los Jueces, antes
7
« Y. Yadin: IEJ 5 (1955) 3-io; G. L. Harding: ADAJ II (1953) 8-56, cf. fig. 8
v lám. VI; «Antiquity» 28 (1954) 165-167; B. Rothenberg, An Archaeological Survey
(f the Eloth District and the Southernmost Negev: «Museum Haarez Bulletin» 10
(Peí Aviv 1968) 67. Según B. Rothenberg, estos cercos estarían destinados a la caza
v no a la protección del ganado; pero ello está en contradicción con la clara represen-
tación que ha publicado G. L. Harding, loe. cit. Para la aplicación al texto de Jue 5,
1 sb-16, cf. O. Eissfeldt: «Forschungen und Fortschritte» 25 (1949) 9-11; 28 (1954)
54-56 = Kleine Schriften III, 61-70.
77
Of. A. Jepsen (toe. cit. en la nota 75); Y. Aharoni, The Land of the Bible, 190-191.
7H
J. Bright, J/Mory, 157.
110 Asentamiento en TransJordania

del cántico de Débora, y que éste no habla todavía de un debilitamiento


de Rubén. Pero, en realidad, no sabemos si la historia de Ehud ha de
situarse antes o después de la de Débora. En fecha más reciente se ha
propuesto otra hipótesis 79 . La decadencia de Rubén y su absorción
por Gad habrían sido consecuencia de luchas entre las dos tribus. Esta
hipótesis cuenta con una buena base: el dicho sobre Gad que se lee en
las bendiciones de Moisés (Dt 33,20). El texto es difícil; se puede tra-
ducir así:
«Bendito el que ensancha a Gad,
descansa como un león;
desgarra brazos, cara y cabeza.
El mismo se adjudicó las primicias.
Pues ésa era la parte reservada a un jefe».
Se puede interpretar diciendo que Gad creció por la violencia. Con-
siguió el primer puesto, justamente el que tenía Rubén, y lo perdió
(Gn 49,3-4). Lo cierto es que Rubén perdió su territorio y que ello re-
dundó en beneficio de Gad.
Así, pues, yo propondría el bosquejo siguiente. La tribu de Rubén,
poderosa en un principio, llegó con el grupo de Moisés y se estableció
desde el Arnón hasta la frontera norte del antiguo reino de Sijón, don-
de lindaba con Gad. Desgastada por los ataques de los moabitas o por
sus luchas con Gad, o por ambas cosas a la vez, terminó siendo absor-
bida por Gad. Todo esto tuvo lugar antes de la mitad del siglo xi a . C ,
antes del reinado de Saúl.

6. ¿Participaron Rubén y Gad en


la «conquista» al oeste del Jordán?
Según Nm 32, Rubén y Gad prometieron a Moisés pasar el Jordán
con las demás tribus y participar en la conquista de Canaán (cf. Dt 3,18-
20). Llegado el momento, Josué les recuerda la promesa, y ellos se com-
prometen a cumplirla (Jos 1,12-18). Después de la conquista, Rubén y
Gad regresaron a sus tiendas; pero, antes de cruzar el Jordán, constru-
yeron un altar, lo cual casi provocó una guerra entre ellos y las otras
tribus (Jos 22). Todo esto exige un comentario.
Comencemos por el último texto (Jos 22). Es un texto compuesto:
los w . 1-6 son deuteronomistas y constituyen la contrapartida de Jos
1,12-18, donde se dice que, al terminar la conquista, fueron despedidas
las tribus de TransJordania que habían participado en ella; los vv. 7-9
son una adición relativa a la media tribu de Manases, que no figuraba al
principio en este relato, el cual sólo se refería a Rubén y Gad; el relato
de los w . 10-34 también tiene, rasgos evidentes de redacción sacerdotal,
como lo es, por ejemplo, que ya no se hable de Josué, sino del sacerdote
Fineés, de los nesí'ím de la comunidad ('edah) de Israel. La disputa se
79
H. J. Zobel, Stammesspruch und Geschichte, 64.
Asentamiento de Rubén y Gad 111

centra en la ley de unidad del altar, promulgada por el Deuteronomio;;


pero a ello se añade la noción de impureza cultual del país que está ai-
este del Jordán, en oposición al oeste, que es el dominio ('ahuzzah [P])<
de Yahvé, donde él fijó su morada, miskán (P). A pesar de todo, este
relato utiliza una tradición antigua relativa a un altar erigido por la gente-
de Rubén y Gad. Por desgracia, el versículo que podría ofrecernos la
clave del enigma (v. 34) tiene lagunas: «Los rubenitas y gaditas dieron
al altar el nombre de..., pues—se dijeron—él será para nosotros un tes-
timonio f'ed) de que Yahvé es nuestro Dios» (cf. v. 27). ¿Existía otra,
explicación del nombre de Galaad, paralela a la que nos da Gn 31,475?
J. Dus 80 ha propuesto una nueva interpretación de Jos 22. Recono-
ce en ese texto una redacción deuteronomista y otra sacerdotal. Pero,,
según Dus, el Deuteronomio, con su ley del altar, data de la época dé-
los jueces y se refiere al santuario itinerante del arca; el documento
sacerdotal data también de la segunda época de los Jueces y se debe a
los sacerdotes de Silo, después que se colocó el arca en el templo y éste-
pasó a ser la morada fija de Yahvé, el miskán. El autor aplica a este caso,
concreto una teoría que había expuesto repetidas veces: hasta que se
construyó el templo de Silo, el santuario del arca cambiaba de lugar cada
siete años; se colocaba el arca en un carro nuevo, tirado por dos vacas,,
a las que se dejaba ir adonde querían; el lugar donde se paraban era el
elegido por Yahvé para su nuevo santuario. En este sentido interpreta
el relato de la vuelta del arca de entre los filisteos (1 Sm 6). La fórmula
del Deuteronomio, «el lugar que escoja Yahvé entre las tribus» (Dt 12,5,.
etc.), expresaría la misma idea. Dus encuentra en esta teoría una expli-
ción de Jos 22 y, a la inversa, cree descubrir en la historia de Jos 22 una
confirmación evidente de su teoría. El texto describe un episodio de la
época de los Jueces: según el relato primitivo, los rubenitas y gaditas.
construyeron un altar en Galaad, y la razón por ellos aducida es que el
Jordán corre entre ellos y las otras tribus. En efecto, si el arca se trans-
portaba en carro, las vacas que lo arrastraban no podían cruzar el río a.
nado, y los rubenitas y gaditas quedaban condenados a no tener nunca¡,
entre ellos el santuario de las tribus. A fin de evitar una guerra fratricida,
se decidió finalmente suprimir esos desplazamientos del arca y se esta-
bleció su morada, de forma permanente, en el santuario de Silo, al que-
Rubén y Gad tenían acceso lo mismo que las otras tribus.
Esta hipótesis es fantástica. Pero el capítulo de Jos 22 sigue siendo.
un enigma. A. Menés veía en él un reflejo de una situación correspon-
diente a la época del exilio 81; la oposición entre los sacerdotes de Pa-
lestina, que creían ser los únicos en poseer a Yahvé, porque poseían sut
tierra (cf. Ez n , i 4 s s ; 33,23s), y los judíos del exterior,, que también
querían adorar a Yahvé. La solución era celebrar un culto sin sacrificios.
(Jos 12,26-29); y efectivamente llegaron a ese acuerdo (w. 30-33). De:
80
J. Dus, Die Losung des Rátsels von Jos. 22: ArOr 32 (1964) 529-546.
81
A. Menés, Tempe) und Synagoge: ZAW 50 (1932) 268-276.
112 Asentamiento en TransJordania

esta forma, la institución de las sinagogas encuentra su justificación en


una historia que se traslada a la época de la conquista. Sin embargo, hay
que observar que en el plan de Ezequiel (Es 40-48) se contempla otra
solución más radical: dado que el Jordán es la frontera de la Tierra Pro-
metida, herencia de Israel, las tribus de R u b é n y G a d reciben su parte
al oeste del Jordán (Ez 48,6.27). Queda la posibilidad de que el sentido
apuntado por Menés sea el de la redacción sacerdotal de Jos 22, que
transformó una tradición antigua introduciendo la idea de u n altar sin
sacrificios (vv. 26-27), lo cual es una contradicción manifiesta.
Pero ¿cuál es esa tradición antigua? K. Móhlenbrink 8 2 descubre en
Jos 22 una tradición u n poco posterior al asentamiento que habría en-
frentado dos anfictionías cultuales: la de Silo y la de Guilgal. En este lu-
gar habría existido u n altar llamado Galaad (v. 34) al que acudían los
benjaminitas e incluso Rubén y Gad, que aún seguían viviendo al oeste
del Jordán. Esta explicación no parece estar suficientemente justificada
con el texto de Jos 22 y, por otra parte, va en contra de las conclusiones
por nosotros propuestas para la historia de las dos tribus de Transjor-
dania.
En el extremo opuesto se coloca J. Vink 83 , quien piensa que el altar
del Jordán representa una situación d e la época d e Esdras, legitimada
por una etiología antigua. Se refiere a las inscripciones recientemente
descubiertas en Deir Alia, en la ribera este del Jordán, las cuales darían
fe de u n santuario israelita que aún estaría abierto en la época persa 8 4 .
Pero es todavía demasiado pronto para servirse de esos documentos,
y por ahora no hay prueba alguna de que se trate de u n santuario is-
raelita.
M . N o t h renuncia a hallar una solución 8S . Ni él ni Bright hacen
ninguna alusión a este episodio en sus Historias. L o único que yo me
atrevería a decir es que ese relato conserva el recuerdo de una oposición
cultual entre el santuario de Silo (cf. w . 9 y 12) y su sacerdocio (cf. el
papel de Fineés [ w . 13S.30S], que una tradición [1 Sm 1,3; 4,4] vincu-
laba a ese santuario), por u n lado, y las tribus de TransJordania, por
otro, ya que se pensaba que éstas vivían fuera de la Tierra Prometida.
E n efecto, el Jordán era la frontera de Canaán 86 , y Canaán era la Tierra
Prometida.
Es posible que este separatismo fuera todavía más profundo. E n
N m 32,5, R u b é n y G a d piden que no se les haga pasar al otro lado del
Jordán. ¿No será esto lo verdaderamente histórico ? La participación en
la conquista (expresada en la continuación de N m 32 que, según hemos

82 K . M ó h l e n b r i n k : Z A W 56 (1938) 246-250.
83 J. G . Vink, The Date and Origin of the Priestly Code in the Oíd Testament:
O T S 15 (1969) 1-144, espec. 73-74. •
8* H. J. Franken, Texts from the Persian Periodfrom Tell Deir 'Allá: V T 17 (1967)
480-481.
85 M . N o t h , Josua ( H A T ; ^1953) 135.
86 R . d e Vaux, Le pays de Canaán: J A O S 88 (1968) 23-30; y cf. vol. I, p . 140.
La media tribu de Manasés-Maquir 113

dicho, es redaccionalmente tardío, y en Jos 1,12-18 y 22,1-9, que tam-


bién son tardíos) sería consecuencia de la concepción q u e domina todo
el libro de Josué: una conquista de todo el país por todas las tribus. Es
de señalar que R u b é n y G a d no desempeñan ningún papel en los relatos
del asentamiento al oeste del Jordán (ni en Jos 1-11 ni en Jue 1).

87
V. L A MEDIA TRIBU DE M A N A S É S - M A Q U I R

Al referirse al asentamiento en TransJordania, una serie de textos


d e N ú m e r o s y Josué añaden a R u b é n y G a d una parte de la tribu de
Manases. Según tales textos, esa media tribu se estableció al norte de
R u b é n y Gad, es decir, al norte del Yaboc. Según D t 3,13 recibió como
territorio el «resto» de Galaad (en sentido amplio) y todo el Basan, el
reino de Og; según Jos 13,30, tiene en su poder desde Mahanain,
a orillas del Yaboc, todo el Basan. La narración bíblica supone que
esta media tribu recibió su lote al mismo tiempo q u e R u b é n y Gad,
antes de pasar el Jordán ( N m 32,33), que participó, no obstante, en la
conquista de Canaán (Jos 1,12; 4,12) y que regresó después con esas
dos tribus a TransJordania (Jos 22,1.9).
Las cosas no son tan simples. Ya hemos dicho que la conquista del
reino de O g por el grupo de Moisés no es históricamente verosímil y que
el Yaboc había constituido el límite de este primer asentamiento is-
raelita, el cual se detuvo en el macizo boscoso del Aglún.
Además, el texto fundamental ( N m 32) sólo habla de R u b é n y Gad;
la alusión a la media tribu de Manases (v. 33) es adicional. Si el Sama-
ritano la añade siempre que se trata de Rubén y Gad, es porque entra
en su propaganda en favor de Siquén, que pertenecía a Manases. T a m -
bién los w . 7-9 de Jos 22 relativos a Manases son, como hemos dicho,
adicionales, y la alusión que se hace en la continuación del capítulo
a la media tribu de Manases se debe a u n redactor.
Sin embargo, N m 32,39-42 añade a la historia del asentamiento de
Rubén y G a d una noticia relativa a Manases 88 . Se trata, en este caso,
de los hijos de Maquir, hijo de Manases, los cuales se apoderan de G a -
87
El único trabajo importante especialmente consagrado a la semitribu de Ma-
nases es el de A. Bergman, The Israelite Tribe of Half Manasse: JPOS 16 (1936) 224-
¿56. Sobre la historia territorial, cf. M. Noth, Beitráge zur Geschichte des Ostjordan-
hmdes: ZDPV 68 (1949) 1-50, espec. 2-18. Hay que acudir a los estudios sobre la casa
de José en general: O. Kaiser, Stammesgeschichtliche Hintergründe der Josephgeschichte:
VT 10 (1960) 1-15; E. Táubler, Biblische Studien (1958) 176-203; 246-252; H.-J. Zo-
bcl, Stammesspruch und Geschichte (1965) 112-126. Sobre la situación originaria de
Maquir, al oeste del Jordán, cf. J. L. McKenzie, en Fourth World Congress of Jewish
¿¡tiltiles. Papers I (Jerusalén 1967) 99-100.
88
E. Taubler, loe. cit. 190-193; O. Kaiser (loe. cit.) 8-10; K. D. Schunck, Ben-
jamín: BZAW 86 (1963) 13; Erwdgungen zur Geschichte und Bedeutung von Maha-
iim'm: ZDMC1 113 (1963) 34-40, cf. 35. Sobre el asentamiento israelita en Transjor-
(líinia del norte, cf. S. Mittmann; Bcitrdge zur Siedlungs- und Territorialgeschichte des
n/mllichen Osljordanlandes (Wiesbaden 1970) espec. 208-231; el estudio de las tradi-
ciones ocupa un puesto secundario en este trabajo.
8
114 Asentamiento en TransJordania

laad y expulsan de allí a los amorreos; se alude a Yaír, hijo de Manases,


que toma las hawwót y las llama con su nombre Hawwót Ya'ir; final-
mente, se habla de Nobaj, quien conquista Quenat y le pone su nombre,
Nobaj. Por su parte, Dt 3,13 después de mencionar a la media tribu
de Manases y su territorio, el resto de Galaad y el reino de Og, añade
que eso representa «todo el hebel del Argob» y que fue Yaír el que lo
conquistó (v. 14); sin embargo, según el v. 15, Galaad está en posesión
de Maquir. Igualmente, en Jos 13,29-31, después de la breve nota: «ellos
(los manasitas) tuvieron por territorio todo el Basan a partir de Maha-
nain», se añadió: «Todo el reino de Og..., todas las hawwót de Yaír...,
la mitad de Galaad, juntamente con Astarot y Edréi, pasaron a los hijos
de Maquir, hijo de Manases, a la mitad de los hijos de Maquir según sus
clanes». Finalmente, Jos I7,iss, que se refiere al lote de la tribu de
Manases al oeste del Jordán, recuerda que «el país de Galaad y Basan
cayó en suerte, como convenía a un hombre de guerra, a Maquir, hijo
mayor de Manases y padre de Galaad». Es decir, que se presenta el
asentamiento de la media tribu de Manases como si hubiera sido obra
de Maquir, Yaír y Nobaj. ¿Qué significa esto? El hecho de que estas
indicaciones sean dadas en pasajes que suelen considerarse como adi-
cionales no significa que sean inventadas; son más bien restos de tra-
diciones antiguas que se han preservado en el esquema canónico del
asentamiento de las tribus o han vuelto a formar parte del mismo.
1. Maquir
En las genealogías, Maquir es hijo de Manases y padre de Galaad
(Nm 26,29; 27,1; 36,1; Jos 17,1; 1 Cr 2,21.23; 7,14-17). Según Gn 50,
23 (E), los hijos de Maquir, hijo de Manases, nacieron en Egipto, sobre
las rodillas de José, es decir, que José los adoptó. Esto significa que la
tradición creía que el grupo de Maquir había estado en Egipto y perte-
necía a la «casa de José».
En el cántico de Débora (Jue 5,14b), Maquir aparece como una tribu,
después de Efrain-Manases y antes de Zubulón-Isacar-Neftalí. Si acep-
tamos que la enumeración de los grupos que respondieron a la llamada
corresponde a un orden geográfico, Maquir se estableció al oeste del
Jordán, entre Efraín y Zabulón. Ahora bien, esa región es la que co-
rrespondió a Manases, que no se menciona en el cántico. Sería, sin em-
bargo, precipitado concluir de ahí que Maquir es otro nombre con que
designa el cántico a Manases. La región noroeste de Siquén (entre
Efraín y Zabulón) es donde comienza la historia de José, en Dotan
(Gn 27). El nombre de Maquir puede significar que los maquiritas «ven-
dían» (rnkr) sus servicios a los cananeos o a los señores egipcios, como
lo hacía Isacar (así lo indica su nombre [skr, «salario»], y así lo dice
Gn 49,15). Pero la palabra pudiera aludir también a la historia de
José, «vendido» (rnkr), por sus hermanos (cf. Gn 45,4). Más que una
rama desprendida de la «casa de José», Maquir sería su núcleo 89 .
89
H. J. Zobel, loe. cit., 112-115.
La media tribu de Manasés-Maquir 115

Hemos visto que Simeón fue absorbido por Judá, y Rubén por
Gad: también Maquir habría sido absorbido por Manases. Si la historia
de José en Dotan está vinculada a Maquir y si conserva un recuerdo de
la época patriarcal, el descenso de Maquir-José hacia el sur y después
a Egipto sería también paralelo a la historia de Simeón y Leví. En el
caso de que Maquir hubiera estado en Egipto, habría salido con el grupo
de Moisés y habría vuelto a su antiguo territorio, bien cruzando el
Jordán en Jericó con Benjamín-Efraín, o bien tomando un camino más
al norte para pasar por el vado de Damié.
Si no se acepta la vinculación que acabamos de proponer entre
Maquir y la tradición de José, se puede optar por otra solución. El nom-
bre de Maquir es análogo al de Isacar: como éste no bajó a Egipto, tam-
poco él lo habría hecho. Ambos se habrían unido a los grupos que, al
venir de Egipto, se iban asentando en la región de Siquén. El resultado
es el mismo: en la época de Débora, Maquir está todavía al oeste del
Jordán.
En lo sucesivo, sólo se nos habla de Maquir en TransJordania. A los
textos ya citados hay que añadir 2 Sm 9,4-5, donde se dice que un tal
Maquir, que vivía en Lo-Debar, recogió al hijo cojo de Saúl, Meribaal;
el mismo Maquir prestó su ayuda a David en Mahanain (2 Sm 17,27).
No conocemos la localización exacta de Lo-Debar; pero debe de en-
contrarse al norte del Yaboc, en la media tribu de Manases, es decir,
en el territorio que algunos textos atribuyen a Maquir (Nm 32,39-40,
Dt3,i5)-
La migración de Maquir hacia el este es posterior a la época de
Débora, pero tuvo lugar antes de terminarse el período de los Jueces.
Según Nm 32,39-40, este asentamiento en TransJordania se hizo por
la fuerza; según Jos 17,1, Maquir era un «hombre de guerra». Todo esto
es verosímil. Es cierto que las cartas de Amarna no mencionan más
que una ciudad real al este del Jordán, Pihil = Kh. Fahil (Pella), toda-
vía en el valle; las otras ciudades cananeas están al norte del Yarmuc;
la ocupación egipcia no se extendió al sur de este río ni al este del
Jordán. Pero la arqueología atestigua que el Galaad del norte experi-
mentó una renovación de la vida sedentaria, que se inició hacia 1500 a.C.
y se acentuó a comienzos del Hierro 90 .
Como Manases había reemplazado a Maquir en Cisjordania y se había
hecho más importante, su nombre se extendió a los grupos que emigra-
ron a TransJordania: en adelante fueron considerados como la otra
mitad de la tribu de Manases. Así fue como Maquir llegó a ser hijo de
Manases; como, además, se había establecido en Galaad, también fue
considerado como padre de Galaad: es la concepción que recogen las
genealogías. Pero ¿cuáles fueron realmente las relaciones primeras entre
"> N. Glueck: AASOR 25-28 (1951) 423; cf. S. Mittmann, Beitráge (citado en la
nolu HH). Los lugares del Bronce Reciente son muy escasos, pero los del Hierro son
mucho más numerosos y pudieran representar precisamente el asentamiento de los
iitiui'liUis.
116 Asentamiento en Transjordama

Maquir y Manases? ¿Eran dos grupos distintos, de forma que Maquir


se vio obligado a huir ante la presión de los manasitas, que eran más
fuertes, o quiso liberarse de su dominio? 91 ¿O hay que decir, más
bien, que Manases era en un principio un clan de Maquir que se quedó
en Cisjordania y que fue cobrando importancia hasta el punto de im-
poner también su nombre a TransJordania? 92 Volveremos sobre ello
cuando nos refiramos a la historia de la «casa de José» 93 .

2. Yaír
Hay varios textos (Nm 32,41; Dt 3,14; 1 Re 4,13) que consideran
a Yaír como hijo de Manases. Sin embargo, 1 Cr 2,18-22 dice que
Yaír es hijo de Segub, hijo de Jesrón el judaíta y de la hija de Maquir.
Esta vinculación de Yaír a Judá e incluso a Maquir-Manasés puede re-
flejar una pretensión judaíta sobre el norte de TransJordania o ser sim-
plemente una fantasía del Cronista.
Según Nm 32,41, Yaír conquistó «sus hawwót» (hwwtyhm, que
quizá se deba corregir por «las hawwót de Ham», hwwt hm [cf. Gn 14,5 ],
identificable tal vez con Ham, 7 kilómetros al sur de Irbid) 94 y les im-
puso su nombre. Según la adición de Dt 3,14, esas hawwót de Yaír
constituyen «todo el hebel de Argob», al que una glosa identifica con
el Basan. Según Jos 13,30, todas esas hawwót de Yaír, que están en
Basan, comprenden 60 ciudades (!). Según Jue 10,4, esas hawwót de
Yaír son 30 ciudades que poseen los 30 hijos del juez Yaír (cf. infra).
Según 1 Cr 2,22, Yaír poseía 23 ciudades en Galaad; pero, según 1 Cr 2,
23, «Aram y Gasur les quitaron las hawwót de Yaír y Quenat y sus
hijas, 60 ciudades en total». Esta alusión a las 60 ciudades procede de
Dt 3,4; son las ciudades del hebel de Argob, que pertenecían a Og de
Basan. La cifra 23 de 1 Cr 2,22 debe de ser original. La cifra 30 de
Jue 10,4 proviene de los 30 hijos de Yaír que montan 30 pollinos
(cf. Jue 12,1*4, respecto a Abdón).
Todo esto resulta muy confuso. Recientemente, J. Heller 95 ha dado
una explicación fantástica: traduce hawwót ya!ir por «tiendas de la ilu-
minación» y cree descubrir ahí un santuario de Hepa (¡Eva!), la diosa
hurrita. Aunque no parece tener noticia de esta hipótesis, también
H. Cazelles descubre aquí a los hurritas 96 . Según él, Argob era al prin-
cipio un nombre de persona, un nombre hurrita, y el hombre que así
se llamaba recibió de Salomón la prefectura de TransJordania (1 Re 4,13.
91 H. J. Zobel, loe. cit., 114-15.
92
M. Noth, Das System der Zwólf Stámme Israels (Stuttgart 1930) 36; Geschichte,
61-62 y 71 nota 3; la tesis de Noth es admitida por J. Hoftijzer: N T T 14 (1959-60) 243.
93 Cf. infra, p . 1 6 3 .
94
Esta corrección de A. Bergman: JAOS 54 (1934) 176, es admitida por J. Simons,
The Geographical and Topographical Texts of the Oíd Testament (Leiden 1959) § 302;
N . H. Snaith, Leviticus, Numbers (The Century Bible; 1967) in loco.
95 J. H e l l e r : A r O r 26 (1958) 646-649.
96 H . Cazelles, Argob biblique, Ugarit et les mouvements hurrites, en Studi sull'Orien-
te e la Biblia (Genova 1967) 21-27.
La media tribu de Manasés-Maquir 117

19) (pero Cazelles corrige el texto); su familia poseía todavía esa pre-
fectura bajo Pecaj (2 Re 15,25; pero el T M está corrompido). Yo no
puedo aceptar ninguna de esas dos hipótesis.
De los diversos datos que nos proporcionan los textos, yo me que-
daría con lo siguiente. Yaír es un nombre de persona, pero puede ser
nombre de un grupo (como Maquir, etc.). La palabra hawwót se tra-
duce normalmente por «tiendas, campamento, aduar» 97; pero puede
ser un nombre geográfico 98 . En la adición de Dt 3,14 se identifican las
hawwót de Yaír con el hebel de Argob; se pueden interpretar de la
misma manera las dos adiciones yuxtapuestas de 1 Re 4,13. Sin em-
bargo, hay autores que, apoyados sobre todo en este último texto, dis-
tinguen entre las hawwót de Yaír en Galaad y Argob en Basan " .
Creemos, no obstante, que la mención de Basan es secundaria en todos
los textos citados y que puede reflejar simplemente el recuerdo (a veces
explícito) de Og de Basan. El sentido de hebel es dudoso: franja de te-
rreno (Baumgartner), parcela deslindada a cordel (Noth), confedera-
ción (Cazelles). Argob no es un nombre de persona, sino un nombre
geográfico que, según Dt 3,14, limita con los territorios árameos de
Guesur y Maacá, al este del lago de Tiberíades. Las hawwót de Yaír =
Argob serían, pues, la región entre el macizo del Aglún y el Yarmuc 1 0 ° .
Pero no se puede situar a Yaír ni a Argob al norte del Yarmuc, puesto
que los israelitas nunca lo franquearon.
Es verosímil que Yaír sea un clan de Maquir-Manasés. Esta ocupa-
ción del extremo norte de TransJordania debió de ser la última en efec-
tuarse, hacia el final de la época de los Jueces.
Pero el asunto se complica con la existencia de un juez «menor»,
Yaír, el cual tiene 30 hijos que montan 30 pollinos y poseen 30 ciuda-
des llamadas hawwót Ya'ír (Jue 10,3-5). Se ha pensado durante mucho
tiempo que la figura de este juez Yaír había sido inventada, tomando
como base el clan de Yaír (Nm 32,41), con el fin de dar un juez a Ga-
laad del norte 101 . Pero es posible (y aún resulta más verosímil) que
existiera efectivamente un juez que llevase ese nombre 102 ; la alusión
a las hawwót sería una adición ocasionada por el nombre de Yaír, y la
cifra 30 sería análoga a los 40 hijos y 30 nietos de Abdón, que montan
70 pollinos (Jue 12,14).
97
W . Baumgartner, Lexikon... ( 2 ig68) con referencias; La Bible de Jérusalem
traduce «donar», palabra que el Larousse define «aglomeración de tiendas árabes».
QS
M. Noth, Kónige (BKAT; 1968) 57.
'''' J. Simons, Geographical and Topographical Texts..., § 21; Y. Aharoni, The
Land 0/ ihe Bible, mapa 23 y p. 278; M. Noth, Konige, 72.
1(10
Asf, E. Táubler, loe. cit., 252.
I"l Todavía O. Eissfeldt, en CÁH II, 34 (1965) 20.
102
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en Hom. Bertholet (Tubinga 1950)
fNpcc. 410-411; J. Gray, Joshua, Judges (The Century Bible; 1967) 328.
3. Nobaj
Este nombre sólo se menciona en N m 32,42. Es el nombre de una
ciudad que se habría llamado primero Quenat y que habría tomado
después el nombre de su conquistador, Nobaj. Quenat ha sido rela-
cionada con el q-n-i de los textos de execración, con el q-nw de la lista
de Ramsés III, con el Qanu de las cartas de Amarna, y ha sido identi-
ficada con Qanawat, que se halla en el G. D r u z e (Aharoni), o con Kerak
Kaneta (en griego Kanata) (tal es la opinión de Abel), q u e se encuentra
también en el G. Druze, unos 25 kilómetros al oeste de Qanawat. Pero
estos dos puntos caen demasiado lejos del territorio que fue ocupado
por los israelitas. Existe u n Nobaj, mencionado en Jue 8,11 al lado de
Yogboha = Agebohat, y que se halla en la ruta que va de Salt a A m -
mán; pero eso cae al sur del Yaboc. Por tanto, esta noticia sobre Nobaj
carece aquí de interés histórico.
En resumen, el establecimiento de los israelitas en el norte de T r a n s -
jordania sólo tuvo lugar hacia el final del período de los Jueces y fue
llevado a cabo por una parte de la antigua tribu de Maquir, al emigrar
de la región que se halla al norte de Siquén. El clan de Yaír desem-
peñó u n papel especial en ese grupo.
Se ha querido encontrar una alusión a ese desplazamiento, de oeste
a este, en Jos 17,14-18 1 0 3 . Viendo que su territorio le resultaba angosto,
la casa de José pidió a Josué u n lote suplementario. Esta historia cuenta
con dos variantes: según la versión más antigua ( w . 16-18), les dijo
q u e roturaran la montaña (de Efraín); según la versión más reciente
(vv. 14-15), Josué los envió a roturar el bosque que se encuentra en el
país de los perezeos y refaimitas. Los refaimitas son los antiguos habi-
tantes de TransJordania del norte: O g es el último de los refaimitas
(Dt 3,11); la media tribu de Manases recibe el país de los refaimitas
(Dt 3,13). Esta alusión a TransJordania es posible para la variante de
Jos 17,14-15; pero hay que señalar que «el país de los perezeos y refai-
mitas» falta en los LXX.

VI. CONCLUSIÓN SOBRE EL ASENTAMIENTO E N TRANSJORDANIA

Como conclusión de los análisis precedentes, que en muchos casos


son simplemente hipotéticos, yo propondría para el asentamiento en
TransJordania el esquema siguiente:
1) N o sabemos cómo fue el grupo de Moisés desde Cades hasta
las A r b o t de M o a b . La tradición antigua ( N m 20) no había guardado
ningún recuerdo preciso. Únicamente sabía que Edom había negado el
paso y que los israelitas habían tomado entonces el camino del m a r de
Suf = el golfo de Aqaba. Apoyado en este dato, el Deuteronomista
103
Así, M. Noth, Josua (HAT*) in loco; Geschichte, 61; J. Bright, History, 156;
O. Eissfeldt, en CAH II, 34 (1965) 12; según S. Mittmann, Beitrdge (citado en la nota
88) 209-211, las dos variantes se referirían a TransJordania.
Conclusión sobre el asentamiento en Transjordania 119

( D t 2, al que siguió Jue 11) trazó el bosquejo de un itinerario que bor-


deaba Edom y después M o a b por el desierto oriental. La redacción
sacerdotal ( N m 33) reprodujo las estaciones de u n itinerario corriente
q u e iba de la Araba al norte del Arnón.
2) El primer episodio de la conquista fue la guerra contra Sijón,
jefe de u n pequeño reino cananeo, situado en torno a Jesbón. Esta
victoria abrió al grupo de Moisés el paso hasta las Arbot de M o a b . La
guerra contra Og, rey de Basan, no parece contar con otro apoyo his-
tórico q u e las pretensiones de Israel sobre el norte del Yarmuc, des-
pués del asentamiento de la media tribu de Manases.
3) Los oráculos de Balaán con su marco narrativo y la historia de
Baal Fegor no tienen ninguna relación directa con la conquista. Repre-
sentan una situación histórica de la época de los Jueces: los israelitas,
establecidos en el sur del valle del Jordán, estaban en contacto con los
cananeos supervivientes del reino de Sijón, con los moabitas que in-
tentaban extenderse al norte del A r n ó n y con los madianitas nómadas.
El relato de la guerra santa contra Madián es tardío, y el historiador
no puede apoyarse en él.
4) N m 32 es el texto fundamental para el asentamiento en T r a n s -
jordania, pero únicamente su núcleo antiguo. Eí asentamiento de G a d
se efectuó de forma pacífica en el país de Yazer y Galaad, que se extendía
entre Jesbón y el Yaboc. El nombre de Galaad se extendió posterior-
mente hacia el norte, hasta el Yarmuc, al mismo tiempo que progresaba
la ocupación israelita. U n a ocupación israelita del primitivo Galaad, al
sur del Yaboc, es m u y antigua. Se refleja ya en la historia del tratado
firmado entre Jacob y Labán el arameo; pudiera remontarse efectiva-
mente hasta la época patriarcal. Esa ocupación podría corresponder
a la tribu de Gad, que se habría asentado en aquella región y no habría
bajado a Egipto ni habría participado en el éxodo; esa tribu se habría
agregado al grupo guiado por Moisés, cuando éste llegó a las Arbot de
Moab, después de la victoria sobre Sijón. N o existió jamás una tribu
de Galaad; en el cántico de Débora y otros textos, ese nombre es equi-
valente a Gad, ya que se designaba a la tribu por el nombre del territorio
•que ella ocupaba.
5) Rubén fue una tribu importante al principio, formó parte del
•grupo de Moisés y quizá desempeñó el papel principal en la victoria
contra Sijón. Se estableció en el reino de Sijón y en el territorio que
éste había quitado a los moabitas, al norte del Arnón. R u b é n fue per-
diendo importancia a lo largo del período de los Jueces, bien fuese a
causa de los ataques moabitas, bien a consecuencia de una lucha contra
Gad, que estaba asentado justamente al norte de su territorio. T e r m i n ó
siendo absorbida por Gad, antes del reinado de Saúl.
6) Ni Rubén ni G a d tomaron parte en la conquista de Canaán
al oeste del Jordán. La historia del altar erigido por los rubenitas y ga-
ditas cerca del Jordán puede reflejar una oposición cultual entre el
120 Asentamiento en TransJordania

sacerdocio de Silo y las tribus transjordanas, a las que se consideraba


como si vivieran fuera de la Tierra Prometida, cuyo límite era el Jordán.
7) El asentamiento de la media tribu de Manases entre el Yaboc
y el Yarmuc no se llevó a cabo hasta la segunda mitad del período de
los Jueces. Fue realizado por la antigua tribu de Maquir que venía del
oeste. Esta ocupación de la región que está al norte del Aglún pudo
efectuarse, al menos en parte, en virtud de una conquista guerrera,
como afirma la tradición. El clan de Yaír desempeñó en ella un papel
especial.
CAPÍTULO IV

ASENTAMIENTO EN PALESTINA CENTRAL.


BENJAMÍN Y LA CASA DE JOSÉ

I. LAS FUENTES. CRÍTICA LITERARIA


1
Y CRÍTICA DE LAS TRADICIONES

La única fuente con que contamos es el libro de Josué. Resulta


extraño que la figura de Josué tenga en lo sucesivo tan poca importan-
cia en la tradición 2 : se le menciona una vez en 1 Re 16,34 (aludiendo
a Jos 6), otra en 1 Cr 7,27 (en la genealogía de Efraín) y otra en Neh 8,17.
Sólo se le presta cierta atención en el elogio de los padres de Ben Sirá
(Eclo 46,1-6). Josué es una figura del reino del norte: su tumba se halla
en Timná Seraj, en la montaña de Efraín, donde había recibido un
dominio (Jos 24,29-31; cf. 19,49-50 y Jue 2,8-9). A excepción del Deu-
teronomista, los judaítas no se interesaron por él.
El Deuteronomista utilizó la tradición del norte sobre Josué para
abrir su gran historia con el relato de la conquista y del reparto de la
Tierra Prometida. Jos 1 es todo de su pluma y enlaza con la introducción
deuteronomista de Dt 1-4, que presenta a Josué como sucesor de
Moisés y conquistador de la Tierra Prometida (Dt 1,38; 3,21.28). La
conquista termina con la recapitulación de los reyes vencidos al este
y al oeste del Jordán (Jos 12). En fecha reciente 3 se ha querido probar
que todo el Deuteronomio en su forma primitiva y Jos 1 -11 formaron
una obra aparte, un «libro de la conquista», compuesto en el reino del
norte, poco antes o después de la revolución de Jehú. Los argumentos
son insuficientes para demostrar esa tesis, pero confirman que el Deu-
teronomista utilizó tradiciones del norte que ya estaban reunidas, como
dice M. Noth, por un compilador hacia el 900 a.C. Es más difícil de-
terminar hasta qué punto retocó el Deuteronomista ese documento.
Es cierto que la historia del altar erigido en el monte Ebal y la lectura
de la ley (Jos 8,30-35) son una adición que interrumpe en Gabaón
(Jos 9) los acontecimientos de Ay (Jos 8) dando un rodeo por Siquén:
1
En general: A. Alt, Josua, en Wercien und Wesen des Alten Testaments: BZAW 66
(1936) 13-29 = Kleine Schríften I, 176-192; M. Noth, Überlief. Studien, 40-47; Josua
(ATD; 2 i953) 7-16; S. Mowinckel, Tetraleuch -Pentateuch -Hexateuch: BZAW 90
(1964) 33-51; H. Schmid, Erwágungen zur Gestalt Josuas in Überlieferung und Ges-
chichte: «Judaica» 24 (1968) 44-57.
2
H. Sclimid, loe. cií., 48-52.
1
A. C. Tunyogi, The Buuk of the Conquesl: JBL 84 (1965) 374-380.
122 Asentamiento en Palestina central

según Noth, esta adición es deuteronomista; según otros autores, es


más tardía 4 . En cuanto a Jos 9-11, la parte que corresponde al Deute-
ronomista quizá sea mayor de lo que admite Noth 5 .
El sentido actual de todo el libro de Josué es que todo el país fue
conquistado por todas las tribus bajo el mando de Josué. Pero ¿fue el
compilador antiguo o el Deuteronomista el que dio este sentido a los
relatos? La respuesta depende de la posición que se adopte respecto
a la redacción del libro. Según M. Noth, fue ya el compilador, pues
a él se deben los resúmenes de la conquista de todo el sur (Jos 10,40-42)
y de todo el país (Jos 11,16-20); este último texto sería la conclusión
de su obra. J. Gray 6, en cambio, cree descubrir ahí la mano del Deu-
teronomista; la razón por él aducida es fuerte: esa conquista va acompa-
ñada de un exterminio de los habitantes (Jos 10,40b; 11,20), y el mismo
Noth tiene por redaccional el estribillo que sigue al anatema contra
cada una de las ciudades conquistadas en el sur (Jos 10,28-40). Ahora
bien, el exterminio de los cananeos es uno de los temas dominantes del
Deuteronomista, que fue el primero en dar prescripciones sobre el
herem (especialmente Dt 2,34-35; 7>2'> 20,16-17) 7 . No obstante, el
herem, institución de la guerra santa, es antiguo; fuera de Israel es men-
cionado ya en la estela de Mesa, donde se dice que se practicó contra
los israelitas. En la Biblia es pronunciado contra Jericó (Jos 6,21) y contra
Ay (Jos 8,23-26), en textos que lo mismo Gray que Noth atribuyen al
compilador. Así, pues, nos inclinamos a pensar que ya el mismo com-
pilador había presentado la conquista de Josué como una conquista
total, con el consiguiente exterminio de los habitantes, y que el Deute-
ronomista se limitó a subrayar este aspecto, porque respondía a sus
posiciones teológicas sobre la Tierra Prometida y sobre la necesidad
de preservar al pueblo elegido de todo contacto con los cananeos 8 .
En cualquier caso, el compilador descartó, ignoró o transformó todas
las tradiciones que presentaban la conquista como incompleta y a cada
tribu actuando en ella por cuenta propia. No obstante, algunas de esas
tradiciones se conservaron en Jue 1, que, aunque se refiere ante todo a
la conquista del sur, se entrecruza también con las tradiciones que reunía
el compilador, como la relativa a Betel (Jue 1,22-26). Esto significa que
los dos grupos de tradiciones no se transmitían en los mismos medios.
Las tradiciones de Jue 1, cuyo primer objetivo es la ocupación del sur,
se conservaron en Jerusalén; por el contrario, las tradiciones del libro
de Josué, agrupadas en torno a la figura de Josué, el efraimita, fueron
reunidas en el reino del norte 9 .
4
J. L'Hour, L'alliance de Sichem: RB 69 (1962) 178-181.
5
Así, J. Gray, Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible; 1967) 20-21.
6
J. Gray, ibid.
7
A. C. Tunyogi, loe. cit., 376-377.
8
S. Mowinckel, Tetrateuch, 34.
9
Contra M. Noth, según el cual el «compilador» sería un judaíta, a causa de la
etiología de Maqueda y del resumen de la conquista del sur (Jos 10,16-38).
Las fuentes 123

La mayor parte de éstas (Jos 2-9, excepto la adición de Jos 8,30-35;


cf. supra) corresponde a los acontecimientos que tuvieron lugar en el
camino que va de Jericó a Gabaón: el envío de espías a Jericó, el paso
del Jordán y la parada en Guilgal, la toma de Jericó y de Ay y el tratado
con los gabaonitas. Estos episodios están entrelazados unos con otros:
la historia de Rajab sirve de lazo de unión entre el envío de los espías
(Jos 2) y la toma y destrucción de Jericó (cf. Jos 6,17b.22-25), entre los
cuales se intercala la historia del paso del Jordán y del santuario de Guil-
gal (Jos 3,1-5,12); la historia de Acán (Jos 7) une la toma de Jericó (Jos
6) con la toma de Ay (Jos 8); la toma de Jericó y de Ay es lo que impulsa
a los gabaonitas a pedir una alianza a Josué (Jos 9). El marco geográfico
no supera nunca el territorio de Benjamín, desde el Jordán hasta Gabaón,
a excepción de la llanura de Acor (se halla en Judá, aunque al sur mis-
mo de la frontera de Benjamín), donde se consuma la historia de Acán.
El centro de operaciones es Guilgal: allí se acampa después de pasar el
Jordán (Jos 4,19), desde allí se ataca a Jericó (Jos 6,11.14), y allí vienen
los gabaonitas a someterse a Josué (Jos 9,6). Guilgal es el santuario don-
de está depositada el arca (Jos 4,18-19; 6,6ss), donde se circuncida al
pueblo (Jos 5,2-9), donde se celebra la primera Pascua de Canaán (Jos
5,10-12). Ese santuario será muy concurrido al comienzo de la monar-
quía: fue allí donde, según una de las tradiciones sobre la institución de
la monarquía, Saúl fue proclamado rey ante Yahvé (1 Sm 11,15), donde
Samuel manifestó que Saúl había sido rechazado (1 Sm 13,7-15; 15,12-
23), donde Judá esperó a David que volvía de TransJordania (2 Sm 19,
16) y donde Israel y Judá se disputaron el rey (2 Sm 19,41). Guilgal
continuó siendo un lugar de peregrinación por lo menos hasta el si-
glo VIII a. C. (Os 4,15; 12,12; Am 4,4; 5,5).
La conclusión es que las tradiciones combinadas en Jos 2-9 son de
origen benjaminita y se recitaban al principio en el santuario de Guil-
gal 10 . Estudiémoslas una por una.

n
II. E L ENVÍO DE LOS ESPÍAS Y LA HISTORIA DE RAJAB
(Jos 2 y 6,22-25)
En el período de los Jueces o a comienzos de la época monárquica
(cf. «hasta el día de hoy», Jos 6,25), vivía, en el lugar destruido de Jeri-
có o en el oasis vecino, un clan cananeo denominado Bet Rajab, la «casa
10
A pesar de ¡as críticas de Y. Kaufmann, The Biblical Account of the Conquest
of Palestina (Jerusalén 1953) 67-69. Cabe, sin embargo, dudar respecto a la historia
de Ay (cf. infra, p. 138.)
11
El último trabajo es el de W . L. Moran, The Repose of Rahab's Israelite Guests,
en Studi sull'Oriente e la Bibbia (Genova 1967) 273-284 (estudio estilístico), donde se
encuentra la bibliografía anterior. Añádase D. J. Wiseman, Rahab of Jericho: «Tyn-
dale House Bulletin» 14 (Cambridge 1964) 8-11; cf. JSS 9 (1964) 359: según los para-
lelos acádicos, Rajab es más bien la dueña de una taberna o una posada que una pros-
tituta; S. Wagner, Die Kundschaftergeschichten im Alten Testament: Z A W 76 (1964)
255-269.
124 Asentamiento en Palestina central

de Rajab». A fin de explicar la presencia de este grupo cananeo en me-


dio de Israel, se contaba la historia siguiente.
Antes de pasar el Jordán, Josué envía desde Sitín dos exploradores
que inspeccionen el país. Paran éstos en casa de una prostituta, Rajab,
o en un albergue que ésta tiene a su cuidado. Al enterarse de su venida,
el rey de Jericó envía mensajeros para prenderlos; pero Rajab oculta a
los espías, se deshace de los mensajeros reales contándoles una gran
mentira y manda huir a los espías por la ventana de su casa, construida
en la muralla. Los espías le prometen que no le harán daño y, para ello,
le mandan poner un cordón rojo en la ventana. Después de pasar tres
días escondidos en la montaña, cruzan el Jordán y vuelven con el recado
a Josué: «Yahvé nos ha entregado todo el país» (Jos 2,24). En recompen-
sa a su acción, los israelitas, después de la conquista de Jericó, fueron
indulgentes con Rajab y su familia (Jos 6,22-25).
No es posible compaginar esta historia con la caída de Jericó tal
como es narrada en Jos 6. Al derrumbarse las murallas por el poder de
Dios (Jos 6,5.20), debe hundirse con ellas la casa de Rajab; el cordón
rojo que debía salvar la casa de Rajab de la destrucción y del saqueo
(Jos 2,18) ya no tiene razón de ser; por eso no se habla de él en la con-
clusión de esta historia (Jos 6,22-25) 12 -
Cabría pensar que, según esta tradición, Jericó fue tomado gracias
a una traición de Rajab, en cuyo caso el hecho sería paralelo a la toma
de Betel tal como se narra en Jue 1,22-26. Pero existe un paralelo más
general: Jos 2 pertenece a un género literario que es propio de los relatos
de la conquista, las historias de exploradores 13 . Desde Cades, Moisés
envía exploradores (Nm 13-14); más tarde manda inspeccionar el país
de Yazer (huella) (Nm 21,32); Josué envía espías a Jericó (Jos 2) y pos-
teriormente envía hombres a Ay (Jos 7,2-3); los danitas envían hombres
a Lais (Jue 18,2-10) 14. Cuando el relato está bien conservado, el infor-
me de los exploradores equivale al que se hace aquí (Jos 2,24): «Yahvé
ha puesto el país en vuestras manos». La continuación normal de seme-
jante relato es un ataque en que los israelitas resultan vencedores. De
hecho, el ataque tiene éxito frente a Lais-Dan (Jue 18,27), pero fracasa
ante Ay (Jos 7,4-5), aunque resulta eficaz después de expiar el sacrilegio
(Jos 8). Ya hemos mostrado en otro lugar cómo la historia de los explo-
radores enviados desde Cades debía terminar con la conquista realizada
bajo las órdenes de Caleb. Por consiguiente, la tradición de Jos 2 debía
proseguir con el relato de un ataque y una conquista de Jericó por las
armas. De hecho, se conserva el recuerdo de estos hechos en Jos 24,11:
12
Sobre esta dualidad de las tradiciones, cf. W . Rudolph, Der «ElohisU von Exo-
dus bis Josua: BZAW 68 (1938) 169; K. Móhlenbrink, Die Landnahmensagen des Bu-
ches Josua: Z A W 56 (1938) espec. 258-239; M. Noth, /ostia (HAT 2 ) 22-23, 29-31;
J. Gray, loe. cit., 53-54; M. Weippert; Die Landnahme der israelitischen Stámme (Go-
tinga 1967) 32-34.
13
S. Wagner, loe. cit. en la nota t i .
14
Sobre este último texto, cf. A. Malamat, The Danite Migration and ihe Pan-
Israelite Exodus-Conquest: A Biblical Narrative Pattern: Bib 51 (1970) 1-16.
El envío de los espías 125

«Los dueños de Jericó nos hicieron la guerra..., pero yo los entregué en


vuestras manos».
Sería un error pensar que esta segunda presentación de la conquista
de Jericó es una concepción profana, opuesta a la de la guerra santa, en
que Yahvé asegura la victoria de su pueblo mediante prodigios. Se trata
también de una concepción religiosa, como lo pone de relieve el hecho
de que el verbo vaya en perfecto: «Yahvé os ha entregado este país». La
misión de los exploradores es confirmar y proclamar la fe en la promesa,
la cual está ya realizada: la victoria está asegurada antes de iniciarse el
combate. La fórmula «Yahvé ha puesto en vuestras manos» es una fórmu-
la de la guerra santa 15.
Esta continuación de la historia de los exploradores y de Rajab (Jos 2)
fue suprimida para dar cabida al relato sobre la caída milagrosa de las
murallas (Jos 6). Sólo se ha conservado, simplificándola, la conclusión:
la indulgencia concedida a Rajab y su familia.
Según ciertos autores 16, esta tradición sobre Rajab no tiene ningún
fundamento histórico; es una pura etiología que se propone explicar
por qué sobrevive en Jericó un grupo cananeo llamado «casa de Rajab».
Este juicio es demasiado negativo. Los mismos autores consideran tam-
bién como una simple etiología la otra tradición sobre la toma milagrosa
de Jericó y el derrumbamiento de los muros: explica las ruinas que es-
taban a la vista. No tratamos de negar el aspecto etiológico de ambos
relatos, sino de recordar que la etiología se refiere a las circunstancias
del hecho y no al hecho mismo. El primer relato explica la persistencia
de un clan cananeo en Jericó como consecuencia de la toma de la ciudad;
el segundo explica las ruinas de la muralla por la manera como cayó la
ciudad en poder de los israelitas. Pero los dos relatos dan por supuesto
que los dos narradores y sus oyentes admiten el hecho de una toma de
Jericó. El clan de Rajab y las ruinas no sirven para establecer este hecho,
sino para fijar el recuerdo de que Jericó fue realmente conquistada. La
tradición sobre Rajab es, sin duda, la más antigua de las dos; como más
tarde veremos, la tradición sobre el derrumbamiento de las murallas
acusa el influjo del culto. Sería muy difícil justificar la existencia de dos
tradiciones diferentes vinculadas al mismo lugar y relativas a circuns-
tancias distintas de un mismo acontecimiento si no tuvieran ningún
fundamento histórico. La historia de Rajab (Jos 2 y 6,22-25), comple-
tada con el dato de Jos 6,1 y con la noticia independiente de Jos 24,11,
dan derecho al historiador a deducir que los israelitas conquistaron Je-
ricó. Cuando hayamos estudiado el segundo relato (Jos 6), veremos en
qué consistió esa conquista y cómo se compagina esa conclusión de
Jos 6,22-25 c o n e l testimonio de la arqueología. Primero hay que atra-
vesar el Jordán.
15
Cf. G. von Rad, Der heilige Krieg im alten Israel (Zurich 1951) 7-8; D. J. McCar-
thy, Some Holy War Vocabulary in Joshua 2: CBQ 33 (1971) 228-230.
16
Especialmente, Alt y Noth, y también W. Rudolf, Der «Elohist», 169.
17
III. E L PASO DEL JORDÁN Y LA PARADA EN GUILGAL
(Jos 3-5)
i. Análisis literario y análisis de las tradiciones
La crítica literaria de estos capítulos, especialmente del 4, es ex-
tremamente difícil. Los esfuerzos realizados por descubrir ahí la con-
tinuación de las fuentes del Pentateuco, dentro del marco del Hexa-
teuco, no han conducido a ningún resultado satisfactorio. El estudio
de la historia de las tradiciones ha significado un nuevo paso. Por de-
bajo de la redacción y de las adiciones del Deuteronomista, M. Noth 1&
descubre en el texto la obra del «compilador» y considera que el re-
lato tiene como base dos etiologías. La primera de ellas explica el
círculo de piedras de Guilgal: son las piedras traídas del Jordán cuan-
do lo atravesaron los antepasados (Jos 4,20ss). La segunda explica
unas piedras que se veían en el cauce del Jordán: son las piedras sobre
las que se apoyaron los portadores del arca al pasar el río (Jos 4,9). Se
trata de tradiciones benjaminitas, propias del santuario de Guilgal, y
Josué el efraimita no desempeña en ellas ningún papel. El lugar pre-
ferencial que corresponde al arca se debería a que constituía un obje-
to de culto para la anfictionía de las doce tribus, y cabe pensar que
Guilgal fue durante algún tiempo el lugar donde estuvo colocada el
arca y que allí se hallaba, por tanto, el santuario de las doce tribus 19 .
S. Mowinckel 2 0 acepta este análisis. Pero, en su opinión, la etiolo-
gía primitiva se refiere a las piedras de Guilgal; las piedras del Jordán,,
invisibles en tiempo ordinario, son un motivo secundario de la leyenda.
Por lo que respecta al relato del paso del río, se reduciría a una copia
prosaica del paso del mar Rojo. El autor añade, no obstante, que la
tradición no inventó el hecho de que unos israelitas cruzaron en cierta
ocasión el Jordán.
J. Dus 2 1 se apoya en la doble tradición de las piedras del Jordán y
de las piedras de Guilgal para distinguir cinco etapas en la redacción:
1) una etiología sobre las piedras del Jordán, interpretadas como las
17
Trabajos recientes: P. P. Saydon, The Crossing of the Jordán, Jos 3-4: C B Q 12
(1950) 194-207; H. J. Kraus, Gilgal. Ein Beitrag zur Kultusgeschichte Israels: V T 1
(1951) 181-199; J- Dus, Die Analyse zweier Ladeerzáhlungen des Josuabuches (Jos 3-4.
und 6) : Z A W 72 (1960) 107-134; H. J. Kraus, Gottesdienst in Israel (Munich 21962)
179-187; J. Maier, Das altisraelitische Ladeheiligtum: B Z A W 93 (1965) 18-39;.
A. R. Hulst, Der Jordán in den alttestamentlichen Überlieferungen: O T S 14 (1965)
162-188, espec. 168-184; E. Vogt, Die Erzáhlung vom Jordanübergang, Josua 3-4:
Bib 46 (1965) 125-148; R. Schmid, Meerwunder- und Landnahme-Traditionen: T Z 21
(1965) 260-268; J. A. Soggin, Gilgal, Passah und Landnahme. Eine neue Untersuchungí
des kultischen Zusammenhangs der Kap. III-VI des Josuabuches, en Volume du Congrés.
Généve (SVT 19; 1966) 263-277; Fr. Langlamet, Gilgal et les réeits de la traversée du.
Jourdain (París 1969).
18 M. Noth, Josua (HAT; 2 ig53) 31-39-
19
Así, igualmente, H. J. Kraus: V T 1 (1951) i 8 i s .
20 S. Mowinckel, Tetrateuch, 35.
21
J. Dus, loe. cit. en la nota 17.
El paso del Jordán 127

que sostuvieron el arca cuando el pueblo cruzó el río; 2) esa etiología


se unió muy pronto a otra sobre las piedras de Guilgal; 3) el compila-
dor introdujo en esas etiologías la persona de Josué; 4) surge una re-
dacción deuteronomista que exalta el arca y la misión de Josué; 5) se
hace una redacción sacerdotal que desplaza del cap. 3 al 4 lo que se
refería a las piedras del Jordán. Este análisis literario es digno de con-
sideración; pero, por desgracia, está condicionado por la teoría impo-
sible del autor sobre los desplazamientos cultuales del arca 22 .
J. Maier 23 rechaza la teoría de la anfictionía, así como la existen-
cia de un santuario central para el arca. Sigue, sin embargo, el mismo
método para explicar los textos de Jos 3-4. Según él: 1) existía primero
una etiología sobre las piedras del Jordán; 2) a ella se vinculó más tar-
de otra etiología sobre las piedras de Guilgal; 3) los efraimitas se apro-
piaron esa tradición benjaminita e introdujeron en ella, en la época
de los Jueces, la figura de Josué; posteriormente, la tradición fue «na-
cionalizada», es decir, se extendió a todo Israel, a comienzos de la mo-
narquía, en Jerusalén; 4) sólo más tarde se introdujo en ella el arca,
tomando como modelo la historia del arca que figura en los libros de
Samuel; 5) por último, se hizo la redacción deuteronomista. La dife-
rencia principal entre esta teoría y la de Dus está en el puesto tardío
que ocupa el arca.
Cabe preguntarse si este análisis de las tradiciones conduce a re-
sultados más positivos que la antigua crítica literaria fundada sobre la
teoría del Hexateuco. H. J. Kraus 24 imprimió un giro decisivo a la
cuestión con la interpretación cultual. Kraus acepta el análisis de
M. Noth, pero explica el relato como la leyenda cultual del santuario
de Guilgal: allí se celebraba una fiesta en la que se representaban el
paso del mar (éxodo) y la entrada en la Tierra Prometida, actualizando
esos hechos en una ceremonia anual que expresaba la confesión de fe
del «pequeño credo histórico» (Dt 36,5-9): Yahvé nos ha hecho salir
de Egipto y nos ha dado este país. Esa fiesta constituía el paralelo de
otra fiesta que se celebraba en Siquén, y en la que se conmemoraban
los acontecimientos del Sinaí y la alianza. El paso del mar se recuerda
expresamente en Jos 4,23. El texto describe una procesión cultual que
salía de la ribera este del Jordán; el pueblo, purificado para esta acción
sagrada, sigue a una distancia respetuosa al arca, transportada por los
sacerdotes, atraviesa el Jordán en pos de ella y prosigue su marcha
hasta Guilgal, donde se celebra una circuncisión y la fiesta de la Pas-
cua con panes sin levadura. A este esquema central se añaden unas
etiologías (sobre las piedras y el nombre de Guilgal) y unas tradiciones
particulares del santuario.
Esta teoría no ha sido aceptada, al menos en su totalidad. H. Wild-
22 J. D u s : T Z 17(1961) 15. •
23 J. Maier, loe. cit. en la nota 17.
24 Primero en VT 1 (1951) y después en Gottesdienst in Israel (2." ed.).
128 Asentamiento en Palestina central

berger 25 es quien conserva más elementos de ella; no obstante, niega


que el arca estuviese presente en la tradición original y considera la
fiesta como una fiesta de la elección de Israel, vinculada con la fiesta
de las massót, en la que se recitaba la proclamación de la elección
(Ex 19,4-6). C. A. Keller 26 conserva también algunos elementos de la
teoría de Kraus, pero la acusa de no haber tenido suficientemente en
cuenta el análisis literario y los distintos estratos de la tradición.
H. W. Hertzberg 27 considera Jos 3-4 como la «leyenda» que se re-
citaba o leía en una fiesta del santuario de Guilgal; pero opina que la
actualización de esa leyenda mediante una procesión no va más allá de
una simple posibilidad. M. Noth 28 hace tres objeciones a Kraus: no
se ve muy bien cómo esa procesión del arca atravesaba el Jordán; el
recuerdo del paso del mar (Jos 4,23) es accidental; no se han resuelto
las dificultades literarias de Jos 3-4. O. Kaiser 2 9 rechaza la teoría por
las mismas razones y añade que no está de acuerdo con la posición re-
ligiosa del arca ni con la situación de Guilgal antes de Saúl.
A. R. Hulst 30 sometió también la tesis de Kraus a una crítica se-
vera. Según él, para actualizar el éxodo y la entrada en la Tierra Pro-
metida, bastaba con una recitación; las condiciones del Jordán no son
como para pasarlo en procesión, y una procesión que saliese de Guil-
gal y volviese allí lo cruzaría dos veces; sobre todo, el milagro del Jor-
dán atravesado a pie enjuto no podía ser renovado y, sin embargo, ese
era el hecho esencial que se trataba de conmemorar; finalmente, esa
ceremonia sólo habría podido desarrollarse mientras el arca estuviese
en Guilgal y, suponiendo que estuviera allí al comienzo del asenta-
miento de los israelitas, estuvo muy poco tiempo. Por lo demás, no
está probado que ese paso cultual del Jordán fuese una representación
del paso del mar; al principio la tradición sobre el paso del Jordán fue
independiente de la del éxodo.
Todas estas objeciones hechas a la teoría de Kraus son más o me-
nos válidas. En todo caso, el relato de Jos 3-4 tiene un aspecto cultual
muy destacado: es indudable que el paso del Jordán y la llegada a Guil-
gal están descritos como una procesión litúrgica. Para hacer justicia
a esa característica evitando algunos de los reproches hechos a Kraus,
se ha modificado su teoría.
J. A. Soggin 31 estima que Guilgal fue ciertamente un santuario
anfictiónico, al menos bajo Saúl, y que siguió frecuentándose en la épo-
ca monárquica. Hay demasiadas relaciones entre el paso del Jordán y
25
H. Wildberger, Jahwes Eigentumsvolk (Zurich-Stuttgart 1960) 55-61.
26
C. A. Keller, Über einige alttestamentliche Heiligtumslegenden II: Z A W 68
(1956) 85-97.
27
H. W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD; 4 i969) 31.
2
» M. Noth, Josua (HAT 2 ) 33. .
29
O. Kaiser, Die mythische Bedeutung des Meeres in Ágypten, Ugarit und Israel:
B Z A W 78 (1959) 137-138.
30
A. R. Hulst, loe. cit. en la nota 17.
31
J. A. Soggin, loe. cit. en la nota 17.
El paso del Jordán 129

el paso del mar Rojo como para no haberlos asociado en el culto. La


representación cultual no ofrece dificultades especiales si se admite
que era parcialmente simbólica: para la acción litúrgica bastaba con
que los sacerdotes y el pueblo tocasen las aguas del río con el pie, y
efectivamente esto es lo que se dice en Jos 3,8.13.15; 4,18.
E. Vogt 32 ha ido todavía más lejos en la dirección del simbolismo
cultual. Distingue un relato que él llama «histórico» y que narra con so-
briedad una expedición militar. Abarca Jos 3,i.i4a.i6; 4,iob.i3.i9b;
el redactor deuteronomista añadió Jos 3,7; 4,12.14. Se trata de una
marcha militar entre dos campamentos, Sitín y Guilgal. Es la conti-
nuación lógica de la historia de los exploradores y de Rajab; este rela-
to puede continuar en Jos 6,1, donde se dice que Jericó cierra sus puer-
tas ante el avance de los israelitas. Después vendría un relato de com-
bate, del que Jos 24, r r conserva todavía el recuerdo y que fue sustitui-
do por la descripción del derrumbamiento milagroso de las murallas.
A este relato guerrero se superpuso un relato cultual que abarca dos
partes. La primera (A) describe el trayecto desde el campamento de
Sitín hasta el Jordán y la detención de las aguas (ya anunciada en
Jos 1,10-11) (Jos 3,2-6.8-11.13.14^15). La segunda describe el paso
del Jordán y la erección de las piedras y comprende dos presentaciones
paralelas: una (B) habla de las piedras en el Jordán (Jos 3,12.17; 4,4-7.
9-ioa); la otra (B') de las piedras en Guilgal (Jos 4,1^3.8.11.20-24).
Existen, además, dos adiciones tardías (Jos 3,15b; 4,15-193). Este re-
lato cultual es una liturgia, pero toda la ceremonia se desarrolla en el
mismo Guilgal, donde existen unas piedras que conmemoran el paso
del Jordán. Desde el punto de vista litúrgico, «Jordán» y «Guilgal» son
equivalentes, y la presencia del arca basta para simbolizar la desecación
de las aguas del Jordán. La ceremonia se desenvolvería, pues, de la
forma siguiente. Desde el campamento de los peregrinos se va en pro-
cesión al círculo de piedras de Guilgal: es la ceremonia A. Aquí se de-
tiene el arca; doce hombres cogen cada uno una piedra y, al pasar la
procesión ante ellos, deposita cada uno su piedra ante las doce estelas
de Guilgal (en Jos 4,6-7.9 se da la explicación del rito): es la ceremo-
nia B. Posteriormente fue modificada para hacerla más expresiva: los
doce hombres transportan sus piedras al campamento de los peregri-
nos y, una vez que ha «pasado» todo el pueblo, traen de nuevo sus pie-
dras a Guilgal y las colocan ante las estelas (en Jos 4,21-24 se da la ex-
plicación): es la ceremonia B'.
El estudio más reciente y profundo es el de Fr. Langlamet 33 .
Mantiene lo que juzga más valioso de las teorías precedentes, especial-
mente de los análisis de Dus y Vogt. Reparte en nueve subdivisiones
los materiales antiguos y los elementos redaccionales reunidos en
Jos 3-4: 1) una versión israelita (sin Josué) de la etiología de las piedras
32
E. VoRt, loe. cit. en la nota 17.
11
Fr. Laniilamet, he. cit. en la nota 17.
130 Asentamiento en Palestina central

de Guilgal; 2) un relato «Sitín-Guilgal»; 3) un relato «arca»; 4) una


etiología de las piedras del Jordán; 5) una versión «Josué» de la etiología
de las piedras de Guilgal; 6) dos catequesis de Guilgal; 7) una primera
redacción «deuteronomista»; 8) los textos del historiador deuterono-
mista o de su escuela; 9) breves adiciones posteriores. El relato «Sitín-
Guilgal» no habla de Guilgal como de un santuario: es el campamento
situado en los confines de Jericó, lo cual significa que el ataque a esta
ciudad está ya próximo. Pero no se trata (contra Vogt) de un relato pu-
ramente militar, sino de un relato religioso de guerra santa. Tiene cier-
tas afinidades con las tradiciones yahvistas, y esto justifica los esfuerzos
de la antigua crítica literaria. El relato «arca» constituiría una excelente
«leyenda» para una fiesta en Guilgal, lo cual legitima la teoría de Kraus.
Pero no es necesario que ese relato cultual fuese acompañado de una
acción litúrgica: las piedras de Guilgal constituían por sí mismas un
memorial y no se requería que el arca estuviese presente. En su con-
junto, las conclusiones de este último trabajo resultan aceptables. Fal-
ta integrarlas en lo que nosotros sabemos acerca del santuario de Guil-
gal y ensayar después una interpretación histórica del relato.

2. El culto de Guilgal
Desconocemos la localización exacta de Guilgal. La Biblia nos da
un solo dato válido: se halla en el límite oriental (del territorio) de Je-
ricó (Jos 4,19). Todos los esfuerzos realizados por llegar a una deter-
minación más precisa 34 no han conducido a nada. Quizá sea inútil
buscar las huellas de este Guilgal, que seguramente fue en un princi-
pio, y probablemente lo siguió siendo siempre, un santuario al aire
libre: un simple círculo de piedras puestas en pie, como indica su
nombre.
Es verosímil que fuese un antiguo santuario cananeo adoptado por
los israelitas. Fue el santuario de Benjamín, en cuyo territorio se ha-
llaba, y también de Efraín, debido a que los dos grupos poseían una
tradición común de la conquista (la que se utiliza en Jos 2-9). Sólo
bajo Samuel y Saúl llegó a ser un santuario común a todo Israel (1 Sm 7,
16; 11,15; 13,7-15; 15,12-23). Aparece todavía bajo David (2 Sm 19,
16.41); después desaparece de los libros históricos. Pero continuaba
siendo frecuentado en el siglo vni a.C, aunque los profetas condenaban
el culto que entonces se celebraba en él (Am 4,4; 5,5; Os 4,15; 12,12).
La «fiesta» de Guilgal y la liturgia que es posible reconstruir a partir
de Jos 3-4 es la de una fiesta común a las doce tribus, con la doble tra-
dición de las doce piedras. Por consiguiente, no pudo celebrarse antes
de que Guilgal llegara a ser un santuario común de las tribus, a saber,
bajo Samuel-Saúl o bajo David. Pero el arca habría tenido un papel
34
En último lugar, O. Bachli, Zur Lage des alten Gilgal: ZDPV 83 (1967) 64-71,
y la larga nota de M. Weippert, Die Landnahme der israelitischen Stámme, 30 (incluye
la bibliografía anterior).
El paso del Jordán 131

esencial en esa ceremonia. Ahora bien, bajo Samuel y Saúl el arca es-
taba entre los filisteos y posteriormente en Quiryat-Yearín; bajo Da-
vid estaba en Jerusalén. Por consiguiente, nunca pudo celebrarse en
Guilgal una liturgia como la que se supone.
El relato de Jos 3-4 tiene ciertamente carácter cultual; pero no es
una liturgia, sino un discurso sagrado: es lo que se recitaba en Guilgal,
donde se exhibían las doce piedras erigidas como un memorial. En
contra de lo que piensa Kraus 35, no se conmemoraban allí los dos
pasos, del Jordán y del mar Rojo, puesto que el paso del mar sólo se
recuerda de manera incidental. Lejos de haber influido el relato del
paso del mar en el del paso del Jordán, fue éste el que influyó en aquél
(Ex 14) 36. Hay que ir todavía más lejos: el paso del Jordán fue traslada-
do a la tradición del éxodo, pues ésta no conocía en un principio más
que el milagro de la destrucción del ejército egipcio en el mar y no
aludía a que los israelitas hubiesen atravesado el mar 37.
El relato cultual de Jos 3-4 conmemoraba el paso del Jordán, el
cual significaba la entrada en la Tierra Prometida y el comienzo de
una nueva era. Este aspecto está puesto de relieve en los tres breves
relatos que siguen, los cuales están situados en Guilgal y son también
cultuales (Jos 5) 38.
a) La circuncisión (Jos 5,2-9). Existía en Guilgal un cerro, llamado
Colina de los Prepucios, en el que Josué habría circuncidado a los is-
raelitas con cuchillos de sílex (w. 2-3). La razón de esta ceremonia se
expone en los vv. 4-8, que son literariamente compuestos y difieren en
el hebreo y el griego; se trataba de explicar por qué los israelitas no
estaban circuncidados cuando llegaron a Canaán. El v. 9 saca de ese
hecho una explicación forzada del nombre de Guilgal: Yahvé hizo ro-
dar (galal) de ellos la vergüenza de Egipto. El sentido profundo pa-
rece consistir en una consagración del pueblo al entrar en la Tierra
Prometida. Es posible que se practicase en Guilgal la circuncisión con-
forme a un rito arcaico, empleando cuchillos de sílex, y que, bajo esa
tradición y ese rito, se mantuviese el recuerdo exacto de que los israeli-
tas no practicaron la circuncisión hasta que llegaron a Canaán.
b) La primera Pascua en la Tierra Prometida (Jos 5,10-12). Es
frecuente considerar estos versículos como tardíos y atribuirlos a P 3 9 .
Pero el fondo es ciertamente antiguo 40 . Es probablemente una tradi-
35
Después de él, Wildberger, Soggin, en los trabajos citados en las notas 17 y 25;
Fr. M. Cross, The Divine Warrior in Israel's Early Cult, en Biblical Motifs, ed. A. Alt-
mann (Cambridge 1966) 25-27; W . F . Albright, Yahweh and the Gods of Canaán
(Londres 1968) 40.
36 R . S c h m i d : T Z 21 (1965) 266-267; A . R . H u l s t : O T S 14 (1965) 179-184;
O . C o a t s : V T 17 (1967) 2 6 0 - 2 6 1 .
37 Gf. vol. I, p p . 367-369.
38
A. George, Les récits de Gilgal en Josué (V,2-is), en Memorial J. Chaine (Lyon
1950) 169-186.
•*'> Todavía G. Fohrer, Geschichte der israelitischen Religión (Berlín 1969) 90.
40
M. Noth, Josua (HAT 2 ) in loco; H. Wildberger, Jahwes Eigentumsvolk, 51S;
11. J. Kraus, Gollesdienst2, 189-191; R. de Vaux, Institutions II, 387-388.
132 Asentamiento en Palestina central

ción particular de Guilgal y quizá una adaptación de u n rito preisrae-


lita. E n efecto, a la Pascua se añaden los panes sin levadura y las espi-
gas tostadas. Estas últimas no forman parte del ritual israelita de la
Pascua. Al contrario, están prescritas como ofrenda de las primicias
(Lv 2,14) y son mencionadas a propósito de la ofrenda de la primera
gavilla (Lv 23,14), de la q u e se dice expresamente que no se practicó
hasta después de la entrada en la Tierra Prometida (Lv 23,10). El
texto de Jos 5,10-12 insiste en esta novedad: los israelitas comen por
primera vez productos del país, y deja de caer el maná; es el final del
éxodo y el comienzo de una nueva era.
c) La aparición divina (Jos 5,13-15). T a m b i é n se puede vincular a
Guilgal el episodio de la aparición del jefe del ejército celeste 4 1 , que
otros autores consideran como la introducción a la historia de la toma
d e Jericó 4 2 . Pero este breve relato no tiene conexión alguna con lo que
sigue. La aparición tiene lugar «en Jericó», que todavía no ha sido con-
quistada; hay que entender, sin duda, «cerca de Jericó». El texto parece
ser u n resto de u n relato de fundación de u n santuario, garantizado por
una aparición divina, como en el caso de Betel ( G n 28,16); ese santua-
rio podría ser el de Guilgal.

3. Interpretación histórica
Estos capítulos contienen, pues, unas tradiciones sobre el paso del
Jordán y la primera parada en Canaán, que se recitaban en el santuario
de Guilgal (Jos 3-4), así como el recuerdo de los ritos que se celebraban
en el santuario: la circuncisión y la Pascua (Jos 5,2-12). La reflexión
teológica presentó esta entrada en la Tierra Prometida como una antí-
tesis de la salida de Egipto: los dos hechos tuvieron lugar en la misma
estación del año; a la Pascua de Egipto siguió el paso del mar y al paso
del Jordán siguió la primera Pascua en la Tierra Prometida; el período
del desierto se abre y se cierra por u n milagro del agua; el maná que
alimentó al pueblo durante su estancia en el desierto deja de caer al
llegar a la Tierra Prometida; la teofanía de Jos 5,13-15 es paralela a la
de la zarza ardiente, y en Jos 5,15 y Ex 3,5 se repiten las mismas pala-
bras. Esta aparición del jefe del ejército de Yahvé presagia la conquista
victoriosa del país. Desde todos los puntos de vista se abre una nueva era.
La presentación q u e acabamos de hacer es teológicamente verdade-
ra y cuenta con u n fundamento histórico: algunos elementos del futuro
pueblo de Israel, procedentes de Egipto y portadores de la fe en Yahvé,
cruzaron el Jordán frente a Jericó. N o hay ninguna razón convincente
para negar que Josué estuviese en la forma originaria de esta tradición,
que n o sólo corresponde a la tribu de Benjamín, sino también a la de
41
A. George, loe. cit. en la nota 38; F. M. Abel, en Miscellanea Biblica et Orien-
talia (Roma 1951) 109-113.
42
En último lugar, G. del Olmo Lete, La conquista de Jericó y la leyenda ugarí-
iica de Krt: «Sefarad» 25 (1965) 3-15.
El paso del Jordán 133

Efraín, que aún no se distinguía de ella y que siguió estando estrecha-


mente asociada a la m i s m a 4 3 .
El paso del Jordán no exigía ningún milagro. Es fácil vadearlo: los
espías de Jos 2 lo atravesaron dos veces. Lo puede cruzar u n grupo n u -
meroso, incluso u n ejército: lo atravesaron, a lo largo de la historia,
todos los ejércitos, tanto los de Israel cuando iban a combatir al otro
lado del Jordán como los que atacaban a Israel, y antes de la época
árabe no existió ningún puente sobre el río 44 . Esto no constituía ningún
problema, a menos que los vados estuviesen defendidos Que 12,5), lo
cual no sucedía en este caso (Jos 6,1).
Se produjo, sin embargo, u n hecho que se interpretó como u n mi-
lagro: los israelitas atravesaron el río a pie enjuto. U n a adición poste-
rior (Jos 3,15) pone de relieve la magnitud del prodigio: el Jordán se
hallaba entonces en plena crecida. Pero este milagro puede ser la inter-
pretación de u n hecho natural. El cronista árabe Nowairi relata que,
en la noche del 7 al 8 de diciembre de 1267, u n desmoronamiento de
las dunas que se hallan río arriba del puente de Damieh detuvo el
curso del río desde media noche hasta las diez de la mañana 4 5 . El re-
lato de Nowairi, donde se menciona la detención de las aguas del Jor-
dán con el único propósito d e insistir e n que el puente necesitaba una
reparación, es digno de todo crédito y está justificado por su situación
geográfica. Su descripción es m u y similar a la de Jos 3,16, que perte-
nece al estrato antiguo del relato y es m u y sobria: «las aguas que venían
de río arriba se amontonaron formando u n solo dique, m u y lejos, cerca
de la ciudad de Adam, situada en la costa de Sartán, y las aguas que ba-
jaban hacia el mar de la Araba, el mar de la sal, desaparecieron del
todo». O bien los israelitas observaron u n fenómeno parecido y se sir-
vieron de él para describir el paso de sus antepasados; o bien aprovecha-
ron de hecho ese fenómeno y vieron en él una intervención de su Dios.
N o hay razón para descartar esta segunda hipótesis.
43
Contra Alt, Noth, etc., cf. recientemente O. Eissfeldt, Israels Führer in der
Zeit vom Auszug aus Ágypten bis zur Landnahme, en Studia Biblica et Semitica (Wa-
geningen 1966) espec. 67-70 = Kleine Schriften IV, 302-304; H. Schmid, Erwágungen
zur Gestalt Josuas in Überlieferung und Geschichte: «Judaica» 24 (1968) 52-54.
44
Cf. M. Noth, Der Jordán in der alten Geschichte Palástinas: ZDPV 72 (1956)
espec. 134-146.
45
Nowairi, Vie de Bibars, fol. 31V. El texto está traducido por Quatremére en
una nota de su traducción de Maqrizi, Histoire des Sultans Mamluks I 2, 26 nota 29;
también en PEFQS (1895) 253S; el texto es utilizado por F. M. Abel, Géographie de
la Palestine I, 481 y con frecuencia en otras ocasiones. Según J. Garstang, Joshua,
Judges, The Foundations of Bible History (Londres 1931) 137, con ocasión del terre-
moto de julio de 1927, un derrumbamiento de las dunas de Damieh habría cortado
el rio y las aguas habrían dejado de correr durante veintiuna horas y media; cita tam-
bién testigos que habrían atravesado varias veces el cauce del río a pie enjuto. Aun-
que varios autores, incluso serios, han recogido esta historia, hay que decir que es in-
ventada. No se confirma con ninguna descripción del terremoto que se funde en tes-
timonios oculares; cf. F. M. Abel: RB 36 (1927) 571-578; A. J. Braver, «Yerushala-
yim». Journal of the Jewish Palestine Exploralion Society (1928) 316-325; M. Blancken-
horn: ZDPV 50 (1027) 288-296.
IV. L A CONQUISTA DE JERICÓ (JOS 6)46

El texto hebreo es considerablemente más largo que el de los LXX,


el cual omite las repeticiones; pero las dos formas suponen una misma
historia literaria y preliteraria, por cierto m u y complicada. Josué se di-
rige unas veces a los combatientes y otras a los sacerdotes. La orden
dada al pueblo de que permanezca silencioso hasta que él m a n d e dar
el grito de guerra (v. 10) no está acorde con la orden, varias veces repe-
tida, de tocar la trompeta. Unas veces son los soldados los q u e tocan;
otras, los sacerdotes. El tema principal lo constituye el circuito en torno
a la ciudad. Se da una vuelta el primer día (v. n ) , y siete, el séptimo
día (v. 15); pero, según los w . 3 y 14, desde el segundo día al sexto se
da una vuelta diaria. Los sacerdotes tocan la trompeta durante las siete
vueltas del séptimo día (v. 4), o sólo en la séptima vuelta (v. 5), o en
todas las vueltas de los siete días ( w . 8.9.13). El anatema lanzado con-
tra la ciudad ( w . 17-19.22-25) ofrece la ocasión de repetir la historia
de Rajab (Jos 2) y de preparar la historia de Acán (Jos 7). La maldición
proferida contra quien reconstruya Jericó (Jos 6,26) prepara la noticia
de 1 R e 16,34; e s del Deuteronomista y no pertenece a la tradición pri-
mitiva.
El texto está tan embrollado que me parece imposible hacer una
distinción precisa entre los diferentes estratos literarios. El mismo análi-
sis de los estratos de tradición resulta difícil.
M . N o t h 4 7 distingue una leyenda etiológica acerca de las ruinas
de los muros de Jericó. El compilador introdujo en ella la figura de
Josué; el Deuteronomista añadió, en varios estratos, el arca y los sacer-
dotes. J. D u s 48 sigue más o menos este análisis, pero atribuye el arca
al primer estado de la tradición y explica el conjunto como una acción
cultual: una procesión anual del arca, conmemorando la toma de Jericó.
H e r t z b e r g 4 9 y H.-J. Kraus 5 0 proponen también una explicación cul-
tual. Esta interpretación del relato como una liturgia nos parece tan
frágil como la propuesta para Jos 3-4. J. Maier 5 1 admite: 1) en u n prin-
cipio, una prolongación de la historia de Rajab, de la q u e n o se con-
serva nada; 2) una versión efraimita que introdujo la figura de Josué;
3) una «nacionalización», por parte del compilador, que extendió la tra-

46
Aparte de los comentarios, sólo cito los trabajos recientes: J. Dus, Die Analyse
zweier Ladeerzáhlungen des Josuabnches: Z A W 72 (1960) espec. 107-121; S. Gevirtz,
Jerkho and Shechem: Religion-Literary Aspect of City Destruction: VT 13 (1963) 52-
62; G. del Olmo Lete, La conquista de Jericó y la leyenda ugaritica de Krt: «Sefarad» 25
(1965) 3-15; J- Maier, Das altisraelitische Ladeheiligtum: B Z A W 93, 32-39; M. Weip-
pert, Die Landnahme der israelitischen Stdmme, 32-34, 54-55. Reservo el problema
arqueológico.
47
M. Noth, Josua (HAT2) in loco.,
48
J. Dus, loe. cit. en la nota 46.
49
H. W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD; 4I9Ó9) in loco.
50
H.-J. Kraus, Gottesdienst in Israel2, 187-188.
51
J. Maier, loe. cit. en la nota 46.
La conquista de Jericó 135

dición a las doce tribus; 4) una primera recensión con el arca; 5) otra
recensión con el arca; 6) la redacción deuteronomista.
A u n q u e con ciertas reservas, podríamos proponer el desarrollo si-
guiente. Existía, como núcleo originario, una etiología local (tradición
del santuario de Guilgal) que explicaba las ruinas de las murallas de
Jericó como el resultado de la primera acción de la guerra de Yahvé en
Canaán. Reconstruimos los hechos como sigue, dando al mismo tiempo
los paralelos de otros relatos de la guerra santa:
V. 2 (cf. 16): Yahvé anuncia que ha entregado (¡en perfecto!) Jericó
a Josué (cf. Jos 8,1; Jue 4,7.14; 7,9).
VV. 3-10: se da una vuelta en torno a la ciudad y se regresa al cam-
pamento. Según el v. 11, el arca está presente; es el signo de la presencia
de Yahvé guerrero (cf. N m 10 35-36; 1 Sm 4; 2 Sm 1 1 , n ) .
V. 15: el séptimo día se da siete veces la vuelta a la ciudad. N o es
posible citar paralelos; es característica del capítulo su insistencia en la
cifra 7: siete días, siete vueltas, siete sacerdotes q u e tocan siete trom-
petas.
V. 16: al séptimo día se toca la trompeta, safar, q u e es u n cuerno
de carnero: yóbel (v. 13; cf. Jue 7,19-22: safar). Se grita (cf. Jue 7,20).
Este grito de guerra es la teru'a (Jos 6,5; cf. Sm 4,5: al lado de sófar;
cf. A m 2,2).
V. 20: «El pueblo gritó y se tocó la trompeta. Cuando el pueblo oyó
su sonido, lanzó una gran teru'a. La muralla se derrumbó sobre sí
misma, y el pueblo subió a la ciudad, cada uno por el punto que tenía
ante sí, y se apoderaron de ella». La guerra santa es una victoria de
Yahvé: él es quien combate por Israel (cf. Jos 10,14; 11,6). Como suce-
diera cuando Yahvé destruyó a los egipcios en el m a r (Ex 14,14), tam-
poco aquí hicieron nada los israelitas.
V. 21: se practicó el herem. Termina con ello la guerra santa.
L o mismo que en el paso del Jordán, no vemos ninguna razón seria
para pensar q u e Josué no sea original en esta historia.
Sin embargo, el arca es u n objeto de culto confiado a los sacerdotes;
el §ófar llegó a ser u n instrumento de la música cultual; la terua se con-
virtió en u n grito cultual, u n júbilo, yóbel. Este relato etiológico, que era
a la vez u n relato-tipo de la guerra santa de conquista, fue transformado
en u n relato cultual al ir introduciendo una serie de adiciones que resal-
taban el papel de los sacerdotes; se convirtió en una procesión ruidosa,
acompañada de música, que perdió la grandeza misteriosa del relato
primitivo. Este expresaba una verdad teológica: fue Yahvé quien dio
a Israel la tierra que le había prometido.
N o obstante, ni siquiera el relato primitivo, que hemos intentado
reconstruir a base de Jos 6, es histórico. Su p u n t o culminante es el de-
rrumbamiento de toda la muralla al toque de la trompeta y al grito
lanzado por los israelitas. Ahora bien, si éstos tomaron Jericó, no fue
de esta forma. Se trata de una etiología de las ruinas que estaban a la
vista. Y, como ya hemos dicho, la etiología puede referirse a una cir-
136 Asentamiento en Palestina central

cunstancia y no a lo esencial del hecho. Puede ser que los israelitas toma-
sen Jericó, pero de otra manera.
Tropezamos en este punto con la arqueología 52. Las excavaciones
parecen haber demostrado que, como los israelitas llegaron al final del
siglo XIII a.C. a Canaán, no pudieron tomar Jericó, puesto que por esa
época el lugar estaba deshabitado. La ciudad del Bronce Medio fue
destruida hacia 1550 e inmediatamente abandonada. A comienzos del
siglo xiv está de nuevo ocupada, pero pobremente: se ha hallado cerá-
mica de esta época en tumbas del Bronce Medio, que volvieron a ser
usadas entonces, y una casa con un cantarillo de mediados del siglo xiv.
No hay nada que se pueda atribuir al siglo XIII. Tampoco queda nin-
guna huella de fortificaciones del Bronce Reciente. La conclusión a que
llega Miss K. M. Kenyon es que resulta imposible asociar una destruc-
ción de Jericó con una entrada de los israelitas a finales del siglo XIII a.C.
Cabe pensar que Jericó fuese destruida por una invasión anterior o que
el relato dramático de su asedio y conquista sea de tipo etiológico.
Todos los que defienden una explicación puramente etiológica del re-
lato y un asentamiento pacífico de los israelitas en Canaán han acogido
favorablemente estas conclusiones de la arqueología 53 .
Hay que recordar, sin embargo, que un silencio de la arqueología
no prevalece, por sí solo, sobre los textos, cuando es posible explicarlo.
W. F. Albright 54 ha discutido las fechas propuestas por K. M. Kenyon:
él data a comienzos del siglo XIII ciertos vasos micénicos y sus imitacio-
nes, hallados en una tumba de las anteriores excavaciones. Pero esto es
secundario y todavía insuficiente. Es más importante observar las con-
diciones locales. El tell de Jericó ha sufrido una fuerte erosión 55 : la
ocupación del siglo xiv, que es cierta, sólo se descubre en un punto;
la intensa ocupación durante el Bronce Medio no dejó más que unas
escasas huellas en la cumbre del tell; la nueva ocupación durante la
época del Hierro, de la que estamos seguros por la noticia de 1 Re 16,34
relativa a la reconstrucción de Betel por Jiel bajo Ajab, no dejó indicio
alguno en la cima del tell; finalmente, hay indicios de una ocupación
bastante densa en el siglo vn, pero tampoco de ella queda otra cosa que
unas ruinas en una parte del tell, un edificio en su pendiente, dos tum-
bas y restos de cerámica en los escombros lavados de la cumbre del tell.
Es posible que la erosión haya desgastado las capas finales del Bronce
Reciente. La ausencia de murallas de esta época no significa nada: pu-
dieron desaparecer por la erosión; además, los habitantes del Bronce
52
Cf. K. M. Kenyon, Digging up Jericho (Londres 1957) 256-265; Jericho, en
Archaeology and Oíd Testament, ed. D. Winton Thomas (Oxford 1967) espec. 272-
274; H. J. Franken, Tell es-Sultan and Oíd Testament Jericho: GTS 14 (1965) 189-200.
53
Cf. en último lugar, M. Weippert, Die Landnahme der israelitischen Stámme,
54-55-
54
Así, Recent Discoveries in Bible Lands (Nueva York 2 i955) 87; The Biblicat
Period (Nueva York 21963) 28-29 y n ° t a 59, p. 100.
55
K. M. Kenyon, en Digging up Jericho, insiste repetidas veces en las dimensio-
nes del fenómeno en diversas épocas.
La conquista de Ay 137

Reciente pudieron utilizar las murallas del Bronce Medio, como se hizo
en otros lugares, tales como Tell Beit Mirsim o Tell el-Farah del norte.
La falta de tumbas del final del Bronce Reciente tampoco es decisiva:
es posible que no hayan sido encontradas; tampoco W. F. Albrihgt ha
encontrado ninguna en Tell Beit Mirsim, y yo no he hallado ninguna
tumba del Hierro en Tell el-Farah. Por el contrario, K. M. Kenyon ha
excavado una tumba anterior a la época de Ajab, que data de finales del
siglo x 56. ¿Significa esto simplemente que el oasis tenía algunos habi-
tantes, mientras que el tell no estaba ocupado? De hecho, según la
misma Biblia, parece que Jericó no quedó completamente abandonada
entre Josué y Ajab. En efecto, existe la historia del clan superviviente
de Rajab y el recuerdo de su casa adosada a la muralla. Además, según
Jue 3,13, Eglón se apodera de la ciudad de las palmeras (sólo puede
referirse a Jericó) y allí tiene una casa con una habitación alta, donde
fue asesinado por Ehúd. Según 2 Sm 10,5, los mensajeros de David
ante el rey de los amonitas se quedan en Jericó hasta que les crece la
barba, que ignominiosamente les habían cortado.
Por consiguiente, la arqueología no permite excluir que, en el mo-
mento en que entraron los israelitas en Canaán, existiese algún tipo de
ocupación en Jericó. De ser así nos encontraríamos con el texto aislado
de Jos 24,11, el cual conserva el recuerdo de otra tradición distinta de
Jos 6 que podría estar más cerca de la historia real: «Los dueños de
Jericó os hicieron la guerra..., pero yo los entregué en vuestro poder».
Nosotros hemos vinculado este recuerdo con la historia de Rajab, la
cual se prolongaría normalmente en un relato de la toma de Jericó.
Por todo ello, yo admitiría que el relato etiológico que está en el origen
de Jos 6 no es una simple etiología, sino que está fundado sobre el re-
cuerdo histórico de una toma de Jericó. Sería un asentamiento pobre,
poco o nada fortificado, pero era preciso someter a sus habitantes antes
de penetrar en la montaña. La tradición dio a esta primera «conquista»
en la Tierra Prometida dimensiones épicas y sacrales.

57
V. LA CONQUISTA DE A Y (Jos 7-8)

El relato de la toma de Ay (Jos 7-8) se presenta de forma totalmente


distinta del de la toma de Jericó. En el libro actual está unido al asunto
de Jericó mediante la historia de Acán; éste violó el anatema pronunciado
contra Jericó, con lo cual se hizo responsable del fracaso del primer
ataque contra Ay y fue lapidado (Jos 7,i.5b-2Ó). Pero esta unión es
56
Tumba A 85, en K. M. Kenyon, Jericho II (Londres 1965) 479-490.
57
Trabajos recientes: J. M. Grintz, 'Ai which is beside Belh-Aven. A Re-exami-
nation of the Identity of 'Ai: Bib 42 (1961) 201-216; G. Lombardi, Ai, la fortalezza
di Reth-el: «Liber Annuus» 13 (1962-63) 278-286; W . M. W. Roth, Hinterhalt und
Scheinflucht. Der stammespolemische ¡Untergrund von Jos 8: Z A W 75 (1963) 296-304;
M. Weippcrt, Die Landnahme der israelitischen Stámme, 34-36; J. A. CaUaway, New
Evidence on the conquest of 'Ai: JBL 87 (1968) 312-320.
138 Asentamiento en Palestina central

•artificial. Originariamente, el episodio de Acán era independiente de la


toma de Jericó y de la de Ay: Acán es un judaíta, y la llanura de Acor,
•donde se contempla «hasta el día de hoy» el montón de piedras colocado
sobre su cadáver (Jos 7,26), está lejos de Ay y no muy cerca de Jericó.
Se halla en los confines de Benjamín, pero en territorio de Judá. Ya
hemos dicho 58 que se trataba de una tradición particular, judaíta o ben-
jaminita, hostil a Judá.
Una vez desligado de este elemento secundario, el relato de la toma
de Ay se presenta como el reportaje bien ordenado de una expedición
militar. Primero se envían exploradores (Jos 7,2-5a; respecto a Jericó,
•cf. Jos 2 y los paralelos que hemos citado). Su informe es demasiado
•optimista, y la pequeña tropa enviada para ocupar la ciudad fue recha-
zada y diezmada. Josué recurre entonces a una artimaña de guerra
(Jos 8). Coloca al oeste de la ciudad, entre Ay y Betel, un grupo de los
suyos en forma de emboscada, mientras él acampa a la vista del ene-
migo con el grueso de la tropa. El rey de Ay sale para librar batalla,
pero Josué y los suyos retroceden llevando a los enemigos lejos de la
ciudad. El grupo emboscado entra entonces en Ay y enciende un fuego,
•que es la señal convenida. El grueso del ejército se vuelve entonces con-
tra los enemigos y hace una carnicería.
Hallamos aquí un nuevo episodio de la guerra santa de conquista,
como se revela en 8,1: «No tengas miedo... Mira, yo te he entregado
el rey de Ay, su pueblo, etc.» (6,2 y los textos citados a este propósito),
y en 8,18, donde Yahvé dice a Josué: «Blande tu alfanje hacia Ay, por-
que la voy a poner en tus manos», y en el v. 26: Josué no bajó su brazo
hasta que se terminó el combate (cf. el brazo tendido de Moisés, que
aseguraba la victoria de los israelitas contra los amalecitas [Ex 17,8-16]),
y en el anatema pronunciado contra la ciudad (Jos 8,27). Pero, fuera de
estos rasgos, el relato corresponde al de una guerra profana.
Es una tradición de Benjamín, porque Ay está en territorio benja-
minita y porque los detalles topográficos con que está adornado el re-
lato indican que se trata de una tradición local. No estoy seguro de que
sea una tradición conservada en el santuario de Guilgal, como dice
M. Noth 59 , porque Ay cae lejos de Guilgal y, sobre todo, porque este
relato no posee ninguno de los rasgos cultuales de los relatos sobre el
paso del Jordán y la toma de Jericó, vinculados ciertamente al santuario
de Guilgal. Como Ay está cerca de Betel, se ha pensado 6 0 que la tra-
dición se conservaba en este santuario, lo cual me parece más probable.
J. Gray 61 la vincula, al mismo tiempo, al santuario de Betel y a la pere-
grinación de Guilgal: al ir de Betel a Guilgal, los peregrinos pasaban
por Ay.
Este relato es el más minucioso de todos los relativos a la conquista;
58
Cf. supra, p. 80.
59 M. Noth, Josua (HAT; 21953) 49-
60
W . H. Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD; 4 i96g) 60.
«! J. Gray, Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible; 1967) in loco.
La conquista de Ay 139

no incluye ningún elemento milagroso y se presenta como el más vero-


símil. Pero, por desgracia, la arqueología lo desmiente. Ay está locali-
zada con certeza en Khirbet et-Tel!, dos kilómetros al sur de Betel;
su situación geográfica responde, pues, a la indicada en Jos 7,2: «al
oriente de Betel», como lo confirma Jos 8,9 (cf. 8,12): Betel se halla al
occidente de Ay. El nombre de Ay está, sin duda, emparentado con
x
iyl 'iyyím, que significan «ruina», «montón de ruinas». Su traducción
árabe es «Et-Tell», que significa «colina de ruinas». Según se dice en
Jos 8,28, Josué convirtió a Ay en un tel Kolám, un lugar arruinado para
siempre. Finalmente, la descripción del combate, con la emboscada y la
huida simulada hacia el desierto, se aplica fácilmente a Kh. et-Tell.
Dos expediciones independientes excavaron el lugar 62 . Sus resultados
coinciden: et-Tell era, durante el Bronce Antiguo, una gran ciudad
cuyo nombre desconocemos y que fue destruida en el transcurso del
Bronce Antiguo III, hacia 2400 a.C. Permaneció desierta hasta des-
pués de 1200, en que se estableció una pobre aldea no fortificada, sobre
una parte de las ruinas. Esta aldea subsistió, a lo máximo, hasta co-
mienzos del siglo x a.C; después de esta fecha, el lugar quedó defini-
tivamente abandonado. En el momento de llegar los israelitas no exis-
tía ninguna ciudad en Ay ni había ningún rey de Ay; sólo existían
unas ruinas de 1200 años de edad, y los israelitas no dieron nunca al
lugar otro nombre que el de ha-'Ay, siempre con el artículo: «La Ruina».
Para resolver esta contradicción entre la arqueología y el texto se
han propuesto varias soluciones.
1) Se ha rechazado la identificación de Ay con Kh. et-Tell 6 3 .
Pero los argumentos que acabamos de enumerar en su favor son serios.
Por otra parte, en la región al este de Betel (y no nos podemos alejar
mucho de ésta a causa de Jos 7,2) no existe ningún lugar ocupado al
final del Bronce Reciente en el que se pueda localizar Ay 6 4 . En con-
creto, el Kh. Haiyán (a menos de dos kilómetros al sudeste de et-Tell),
que se habría propuesto para Ay, no estuvo ocupado antes de la época
romana 65 . Este hecho impide igualmente situar en Kh. Haiyán la
ciudad de Ayat (Is 10,28), Aya (Neh 11,31) o Ayah (1 Cr 7,28, texto
dudoso), que habría sido la continuación de Ay al final de la época
israelita 66 . El lugar de esta Ayat /Aya es desconocido, pero hay que
sostener que Ay se hallaba en Kh. et-Tell.
62
Primero, entre 1933 y 1935, por Judith Marquet-Krause, Les fouilles de 'Ay (et-
Te l) (París 1949); después, a partir de 1964, por J. A. Callaway: BASOR 178 (abril
6
I9 S) 13-40; RB 72 (1965) 409-415; K. Schoonover: RB 75 (1968) 243-247; 76 (1969)
423-426; J. A. Callaway; BASOR 196 (dic. 1969) 2-16; RB 77 (1970) 390-393.
63
Así, recientemente, J. Simons, The Geographical and Topographical Texts of Xhe
Oíd Testament (Leiden 1959) 270; J. M. Grintz, loe, cit. en la nota 57).
64
J. A. Callaway: JBL 87 (1968) 315; ya W. F. Albright, The Biblical Period 3, 29.
« H. Donner: ZDPV 81 (1965) 16-18; J. A. Callaway-M. B. Nicol, A Sounding
at Khirbet Haiyán: BASOR 183 (oct. 1966) 12-19.
66
Esto ha sido propuesto por W. F. Albright: AASOR IV (1924) 137-144; J. Si-
mons, loe. cit., 481; Y. Aharoni, The Land of the Bible, 372 y mapa 32, con un in-
140 Asentamiento en Palestina central

2) Las ruinas de Ay sirvieron de campamento atrincherado a las


gentes de Betel y alrededores, que querían detener el avance de los
israelitas. L. H. Vincent 67 ha propuesto esta solución. De hecho,
Jos 8,17 habla de los hombres de Ay y Betel. Así se explicaría el infor-
me optimista de los exploradores, el fracaso del primer ataque y el
éxito de la artimaña de guerra, que cuadra tan bien a la topografía 68 .
G. Lombardi ha recogido la hipótesis 69 , avalándola con una conjetura
textual: en la lista de los reyes vencidos, Jos 12,9 cita al rey de Ay,
«que está al lado (missad) de Betel». Lombardi propone que se lea:
«Que es el lugar fuerte (mesad) de Betel». Pero esta corrección es ar-
bitraria y choca con la mención del rey de Ay y la alusión al rey de Betel
como distinto del de Ay (v. 16b; pero este versículo falta en los grandes,
manuscritos de la versión griega). El argumento sacado de Jos 8,17 es.
débil, dado que la indicación «y Betel» falta en los grandes manuscritos
griegos y en la versión siro-hexaplar; esto no sería decisivo, pero a ello
hay que añadir que la preposición no está repetida delante de Betel,
como lo exigiría la gramática: «los hombres de Ay y de Betel»; así, pues,
la mención de Betel tiene todas las apariencias de ser una adición. Por
lo demás, esta teoría no explica lo que constituye la base de la narración:
se trata de una ciudad que posee sus habitantes y su rey.
3) La narración trasladó a Ay un relato sobre la toma de Betel.
Es la solución propuesta por W. F. Albright 7 0 . En favor de esta teoría
se pueden aducir los argumentos siguientes. Ay y Betel están cerca una
de otra y forman una unidad territorial: «Ay que está al lado de Betel»
(Jos 12,9); por eso, algunos textos cuentan juntos a los habitantes de
Betel y de Ay (Esd 2,28; Neh 7,32) que regresan del exilio, otras veces
se mencionan juntos los dos nombres (Jos 8,17, donde se mantiene como
original la mención de Betel). Aunque el libro de Josué no narra la
toma de Betel, las excavaciones atestiguan que la ciudad fue destruida
en el siglo x m , probablemente por los israelitas. Pero como Betel
volvió a ser inmediatamente ocupada por los invasores y éstos borraron
las huellas de la destrucción, la historia de su conquista fue referida
a la ruina vecina de Ay.
A decir verdad, esta hipótesis no explica nada. El relato distingue
Ay de Betel y sólo habla de la toma de Ay; las maniobras de la batalla
terrogante. Sobre Is 10,28, cf. especialmente H. Donner, Der Feind aus dem Nor-
den. Topographische und archaologische Erwágungen zu Jes 10,2^-34: ZDPV 84 (1968)
espec. 48-54.
6? L. H. Vincent: RB 46 (1937) 258-266.
68
J. Gray, en su comentario de 1967, p. 92, y sobre Jue 1,22-26, ibid., 251, parece
combinar esta explicación con la del n. 3 de nuestra exposición.
69
G. Lombardi, loe. cit. en la nota 57.
70
Primero, en BASOR 56 (dic. 1.934) n ; después, con frecuencia, particularmente
en BASOR 74 (abril 1939) 17; The Biblical Period 3, 29; esta opinión fue recogida por
G. E. Wright, Biblical Archaeology (Filadelfia 1957) 80; J. Bright, History, 119, y acep-
tada como posible por W. H. Hertzberg, en su comentario, 51"; O. Eissfeldt, CAH II,
34 (1965) 10.
La conquista de Ay 141

y los detalles geográficos se aplican a Ay y no a Betel. Habría que admitir


que los habitantes de Betel inventaron totalmente esta historia y la
aplicaron a Ay, «La Ruina», que consideraban como precursora de su
ciudad, Betel. No veo qué ventajas tiene esta interpretación para la
inteligencia del texto ni para su valor histórico.
Además, tenemos un relato de la toma de Betel en Jue 1,22-26: la
ciudad de Betel (llamada antaño Luz) fue conquistada por la casa de
José gracias a una traición. Un habitante indica a los israelitas un medio
de entrar por sorpresa en la ciudad; los israelitas entran y degüellan
a todos los habitantes, excepto al hombre y a su familia. Es una tradi-
ción que debía de conservarse en el santuario de Betel y que posible-
mente constituye un paralelo de la historia de Rajab y la toma de
Jericó.
El texto dice que el nombre antiguo de la ciudad era Luz; en Gn 28,19
se añade que el cambio de nombre se debe a Jacob. En realidad, parece
que los dos nombres se aplicaron primero a lugares distintos. La des-
cripción de los límites del territorio de la casa de José (Jos 16,1-2) da
como dos puntos fijos Betel y Luz. Betel es el viejo santuario cananeo
que fue adoptado por los israelitas y que probablemente estaba situado
en el Burg Beitín, un poco al este de Beitín. Luz sería la misma Beitín.
Al ocupar Luz, los israelitas le habrían dado el mismo nombre del san-
tuario vecino. Esta asimilación del nombre se realizó ya en la época del
Yahvista; pero el santuario seguía estando fuera de la ciudad: Abrahán
erigió un altar entre Betel (al oeste) y Ay (al este) (Gn 12,8; cf. Gn 13,3).
Se ha querido recabar de la arqueología la confirmación de esta
toma de Betel por los israelitas. Las excavaciones de Beitín 71 han reve-
lado que la ciudad había sufrido una violenta destrucción al final del
Bronce Reciente. Por desgracia, la cerámica del último estrato del
Bronce Reciente, cuyas importaciones se reducen a algunos fragmentos,
no nos permiten dar una fecha precisa para esta destrucción 72 . Por lo
demás, como acabamos de decir, Jue 1,22-26 no habla de una destruc-
ción de la ciudad. Es una historia totalmente distinta de la relativa
a la toma de Ay en Jos 8: este capítulo no puede ser un relato auténtico
de la toma de Betel trasladado a Ay. De todas formas, esta teoría admite
que, si los israelitas tomaron Luz-Betel, no tomaron Ay.
4) El último excavador de Ay, J. A. Callaway 73 , ha propuesto
otra solución. El poblado de comienzos del Hierro, situado en Kh. et-
Tell, tuvo, según él, dos fases. La primera señalaría el asentamiento
de un grupo distinto de los israelitas (el autor sugiere como una posi-
bilidad los problemáticos hivitas); correspondería al final del Bronce
Reciente. La destrucción de este poblado durante el siglo xn señala-
71
Publicación definitiva: J. L. Kelso, The Excavation ofBethel (1934-1960): AASOR
XXXIX (1968).
72
La fecha «between c. 1240-1235 B. C.» propuesta por Kelso, loe. cit., 48, es
totalmente arbitraria.
73
J. A. Callaway, loe. cit. en la nota 57.
142 Asentamiento en Palestina central

ría una conquista israelita, la cual constituiría la base histórica del re-
lato de Jos 8. Es difícil de aceptar esta explicación: a) No justifica,
como pretende, el carácter histórico del relato bíblico, b) Cuenta con
una base arqueológica muy frágil: según la descripción del mismo ex-
cavador, la segunda base de ocupación sólo revela modificaciones me-
nores, y el único edificio de la primera fase que había sido incendiado
no fue reconstruido en la segunda, lo cual puede significar simplemente
un siniestro de escasas dimensiones, c) La referencia a otros inmi-
grantes distintos de los Pueblos del Mar y de los israelitas, como serían
los Invitas u otros, carece en absoluto de fundamento histórico en esta
época, d) Las fechas atribuidas por J. A. Callaway a la cerámica deí
poblado del Hierro parecen demasiado antiguas. Por consiguiente, su
teoría se aplicaría a un episodio de la época de los Jueces, y no a una
acción de la «conquista».
Todas estas explicaciones significan diversas tentativas por salva-
guardar cierta autenticidad histórica al relato de Jos 8. Pero, de hecho,
no salvan nada, puesto que todas ellas admiten que los israelitas no con-
quistaron una ciudad cananea construida en el lugar de Kh. et-Tell =
Ay, ya que al final del siglo XIII esta ciudad no existía.
Descartadas las anteriores, queda la interpretación del relato por
medio de la etiología, según ha sido propuesta por A. Alt y M. Noth 74 .
Se contemplaban las ruinas de una gran ciudad cuyo nombre se des-
conocía y a la que se llamaba «La Ruina», ha-'Ay. Se decía que Josué
había conquistado esta ciudad, la había incendiado y la había reduci-
do a un tel 'olám, una semámah, un lugar arruinado para siempre, una
desolación «hasta el día de hoy» (Jos 8,28). A la entrada de su puerta
en ruinas se veía un enorme montón de piedras (que se veía «hasta el
día de hoy») bajo el cual se había depositado el cadáver del rey de
«La Ruina», cuando fue bajado del árbol en que se le colgó (Jos 8,29).
Es posible que también se mostrara un árbol.
Recordemos que estas dos etiologías se recogen en la conclusión
del relato. Suponen que ya está abandonado el poblado de la época del
Hierro. Ahora bien, el relato no pudo adoptar esta forma antes del si-
glo x. Señalemos, sobre todo, que esas dos etiologías sólo se refieren a
dos circunstancias: la destrucción total de la ciudad y la suerte que
corrió su rey. Queda por explicar de dónde procede la historia de la
batalla: la emboscada, la huida simulada y el enfrentamiento inespe-
rado.
Este ardid de guerra se practicó en otras ocasiones en la Antigüe-
dad 75, y la misma Biblia nos ofrece un paralelo muy cercano Que 20).
74
A. Alt, Josua, en V/erden und Wesen des Alten Testaments: B Z A W 66 (1936)
1329 = Kleine Schriften I, 176-192,' espec. 183; M. Noth, Bethel und Ai: PJB 31 (19-
35) 7-29; Josua (HAT; 2 I953) 47-51. En último lugar, M. Weippert, Die Landnah-
me der israelitischen Stamme (1967) 34-36.
75
F . M . Abel ha recogido algunos ejemplos entre los romanos y las cartagineses.
Les stratagémes dans le livre de Josué: RD 56 (1949) 321-339. espec. 331-332.
La conquista de Ay 143

Se trata de la toma de Guibeá por las tribus unidas contra Benjamín


para castigar el crimen cometido con la concubina del levita de Efraín.
Un primer ataque termina con la derrota Que 20,19-21 = Jos 7,4-5).
Un segundo ataque conduce también al fracaso Que 20,22-25, sin pa-
ralelo en Jos; el texto está alterado y debe de ser un duplicado). El
pueblo llora ante Yahvé en Betel, donde está el arca, y Yahvé responde:
«Poneos en camino, que mañana lo pondré en vuestras manos» (Jue 20,.
26-28 = Jos 7,6-9: la súplica ante el arca, y 8,1: la respuesta de Yahvé:
«He entregado en tus manos al rey de Ay»). Los israelitas montan una
emboscada al oeste de Guibeá Que 20,29.33, corregido según las ver-
siones = Jos 8,3 y 9). Los benjaminitas son atraídos lejos de la ciudad
Que 20,31-32.39 = Jos 8,6.16, con los mismos términos). Los israelitas
que estaban emboscados entran en la ciudad y encienden un fuego
Que 20,37-38 = Jos 8,19). Los benjaminitas ven la ciudad en llamas
(Jue 20,40 = Jos 8,20). Los israelitas dan la vuelta y degüellan a los.
benjaminitas cogidos entre ellos y la gente emboscada que había en-
trado en Guibeá Que 20,42 = Jos 8,21-22).
Existe una clara dependencia entre los dos relatos: el orden de los
acontecimientos es el mismo, y el vocabulario es parecido. Pero, en
contra de lo que a veces se dice, no es el relato de Jueces el que depende
del de Josué. El apéndice al libro de Jueces Que 19-21) reproduce tra-
diciones antiguas que había omitido la redacción deuteronomista del
libro y que fueron introducidas en la edición posexílica: cuentan con
una buena base histórica 76 . La descripción de la batalla puede perte-
necer a esas antiguas tradiciones. Es cosa admitida que Jue 19-21 une
dos tradiciones: una del santuario de Mispá y otra del santuario de
Betel. Seguro que es de Betel de donde proceden los relatos del primer
fracaso, de la súplica a Yahvé y de la promesa de victoria; yo le atribuyo
también la historia de la emboscada 77. Y como también hemos vincu-
lado al santuario de Betel el relato de la toma de Ay, podemos concluir
que éste se inspiró en el de la toma de Guibeá, que se contaba en el
mismo santuario de Betel.
Quizá haya que ir más lejos y ver en esta transposición el eco de
una polémica tribal 78 . Queriendo borrar la vergüenza de su derrota
en Guibeá, Benjamín habría recurrido a esta historia para narrar un
hecho glorioso de la conquista que él vinculó a las ruinas de Ay, las cua-
les se hallaban en su territorio. Ya hemos encontrado un ejemplo de
estas polémicas: la inserción de la historia de Acán entre la toma de
Jericó y la de Ay puede ser expresión de una hostilidad contra Judá 7 9 .
La única conclusión que sacaremos es que el relato de la toma de
76
Cf. los comentarios recientes y M. Noth, Geschichte, 101; K. D. Schunck, Ben-
jamín: BZAW 86 (1963) 68.
77
En último lugar, A. Besters, Le sanciuaire central dans Jud XIX-XXI: ETL 4 t
(1965) 20-41.
78
W . M. W . Roth, loe. cit. en la nota 57.
7
» Cf. supra, p. 80.
144 Asentamiento en Palestina central

Ay sólo tiene como fundamento histórico el hecho de que el asentamien-


to en Canaán se efectuó parcialmente en virtud de una conquista mili-
tar. El hecho de haber conquistado otras ciudades sugirió la idea de
explicar así las ruinas de Ay; los detalles del relato se inspiran en la
historia de la toma de Guibeá.
Entre el relato de la toma de Ay y el del tratado con los gabaonitas
(Jos 9), el redactor deuteronomista insertó la historia de un altar cons-
truido por Josué sobre el monte Ebal (Jos 8,30-35) y de una lectura de
toda la ley de Moisés en este lugar. Esta historia interrumpe el hilo del
relato con una subida de Ay a Siquén cuando a continuación nos en-
contramos de nuevo en Guilgal (Jos 9,6). Los LXX insertaron esta his-
toria entre Jos 9,2 y Jos 9,3, lo cual no mejora las cosas. J. A. Soggin 80
la ha relacionado con Gn 35,1-5, que, siguiendo a Alt 81, es interpretado
como una peregrinación de Siquén a Betel. El conjunto ofrecería el
itinerario de una peregrinación Betel-Siquén-Betel y representaría una
tradición antigua. Pero Jos 8,30-35 es ciertamente un texto tardío. Se
inspira en Dt 11; 27; 31, pero con algunas modificaciones y un voca-
bulario más reciente. Este texto es posdeuteronomista 82, contemporá-
neo quizá de la última redacción del Pentateuco en la época de Esdras:
su finalidad sería señalar que toda la ley que se leía en Jerusalén era vá-
lida también para el antiguo reino del norte (Neh 8,3 y Jos 8,35) 83.
Faltaría por explicar por qué se introdujo esa adición precisamente en
este lugar del libro de Josué. W. H. Hertzberg ha hecho una sugerencia
interesante 84: después de la historia de Ay era de esperar algún dato
sobre el santuario de Betel, pues estaba cerca y en él se contaba la his-
toria de Ay, y sobre su apropiación por los israelitas, como teníamos la
apropiación del santuario de Guilgal (Jos 5) después de pasar el Jordán.
Pero esta legitimación del santuario de Betel, que había sido condenado,
habría ofendido al último redactor, el cual habría puesto en su lugar a
Siquén, que contaba con el apoyo de la tradición.
80
J. A. Soggin, Zwei umstrittene Stellen aus dem Überlieferungskreis um Schechem:
Z A W 73 (i96r) 78-87.
81
A. Alt, Die Wallfahrt von Sichem nach Bethel, en In piam memoriam A. von Bul-
merincq (Riga 1938) 218-230 = Kleine Schriften I, 79-88.
82
J. L'Hour, L'Alliance de Sichem: RB 69 (1962) espec. 79-88.
83
Así, J. G. Vink, The Date and Origin of the Priestly Code in the Oíd Testament:
O T S 15 (1969) espec. 77-80.
84
En su comentario, pp. 63-64; sobre Jos 8,30-35 y los textos paralelos, cf. O. Eiss-
feldt, Gilgal or Sechem"?, en Prodamation and Presence. Oíd Testament Essays in Honor
of G. Henton Davies, ed. J. D . Durham-J. R. Porter (Londres 1970) 90-101.
85
VI. E L ACUERDO CON LOS GABAONITAS (Jos 9)

El relato presenta rasgos evidentes de redacción deuteronomista 86.


Los más notables son: vv. i-2.9b-io.24ap-25 y las últimas palabras del
v. 27. El material predeuteronomista es muy complejo. Los personajes
son, por un lado, los habitantes de Gabaón o los Hiwwi (colectivo) y,
por otro, Josué o el hombre de Israel (colectivo) o los bené Israel o los
príncipes, nesi'ím, o los príncipes de la comunidad, 'edah. Quien pre-
gunta en el v. 7 es el hombre de Israel, pero en el v. 8 se responde a
Josué; el v. 9 es repetición del v. 6; los vv. 12-13 lo son de los w . 4-5.
Según el v. 15, quien firma el acuerdo con los gabaonitas es Josué; se-
gún el v. 18, son los príncipes; según el v. 21, son los príncipes quienes
obligan a los gabaonitas a que tengan por oficio talar bosques y trans-
portar agua para la comunidad; según los w . 23 y 27, es Josué el que
les asigna ese servicio para la casa de Dios o para el altar de Dios. Los
esfuerzos realizados para distribuir este texto entre diferentes fuentes
escritas (sean los documentos del Pentateuco u otras) no han conducido
a ningún resultado satisfactorio. Resulta igualmente difícil la distinción
entre diferentes tradiciones o estratos de tradiciones. Móhlenbrink 87
distingue una tradición de Guilgal, sin Josué, y otra de Silo. M. Noth 88
distingue también una tradición primitiva de Guilgal, en la que el com-
pilador introdujo la figura de Josué. H. W. Hertzberg 8 9 supone que
existía un relato primitivo, originario del santuario de Gabaón y sin
hostilidad contra los gabaonitas, al cual se habría añadido, bajo Salomón,
la historia antigabaonita de la trampa tendida y del castigo impuesto.
J. Blenkinsopp 9 0 propone una solución análoga, sólo que atribuye la
tendencia antigabaonita a una redacción posterior a Salomón, aunque
todavía predeuteronómica. J. Liver 91 , por el contrario, hace remontar
esta presentación antigabaonita a la época de Saúl. J. M. Grintz, final-
mente 92 , intenta conciliar las diferencias en un solo relato.
Estas divergencias de opinión ponen de manifiesto la complejidad
de la crítica literaria y tradicional de Jos 9. Pero lo que nos interesa aquí
son las conclusiones históricas que se pueden sacar de este pasaje.
85
Bibliografía reciente: J. Dus, Gibeon-Eine Kultstdtte des Sms und die Stadt des
benjaminitischen Schicksals: V T 10 (1960) 353-374; M. Harán, The Gibeonites Nethi-
nim and the Sons of the Salomón's Servants: V T 11 (1961) 159-169;!. Liver, TheLiterary
llistory of foshua IX: JSS 8 (1963) 227-243; F. Ch. Fensham, The Treaty Between
Israel and the Gibeonites: BibArch 27 (1964) 96-100; J. Blenkinsopp, Are there Traces of
the Gibeonite Covenant in Deuteronomy?: C B Q 28 (1966) 207-219; J. M. Grintz, The
Treaty of foshua with the Gibeonites: JAOS 86 (1966) 113-126.
86
Cf. J. Blenkinsopp, loe. cit. en la nota 85.
8
? K. Móhlenbrink, Die Landnahmesagen des Buches Josua: Z A W 56 (1938), espec.
241-245.
118
M. Noth, Josua 2 , in loco.
89
Die Bücher Josua, Richter und Ruth (ATD 4) ¡ n hco.
90
Loe. cit. en la nota 85.
91
Loe. cit. en la nota 85.
92
Loe. cit. en la nota 85.
10
146 Asentamiento en Palestina central

M . N o t h no halla nada digno de crédito: el relato, originario de Guilgal


(Jos 9,6), es etiológico en su totalidad 9 3 . Comporta dos elementos:
el primero quiere explicar por qué las cuatro ciudades de la federación
gabaonita pertenecen a Benjamín; el otro se propone mostrar por qué
algunos gabaonitas se dedicaban a talar los bosques y a transportar el
agua al santuario de Guilgal «hasta el día de hoy» (Jos 9,27).
El origen benjaminita del relato es cierto, y es posible que se narra-
ra primero en Guilgal; pero la interpretación etiológica n o es aceptable.
En primer lugar, este acuerdo con los gabaonitas se presenta en Jos io,
1-5 9 4 como el motivo de la coalición de los reyes cananeos contra Ga-
baón y de la intervención de los israelitas; M . N o t h reconoce u n fondo
histórico en esto 9 5 . Pero lo que parece realmente decisivo es que este
acuerdo cuenta en su apoyo con la tradición independiente y sólida de
Sm 21,1-14; Saúl ha violado el acuerdo, y los gabaonitas piden repara-
ción a David. Por lo que se refiere a los gabaonitas adscritos al servicio
de u n santuario, la expresión «hasta el día de hoy» no tiene aquí un valor
etiológico: el recitador o redactor confirma su relato recordando que en
su tiempo continúa existiendo una situación originada de ese aconte-
cimiento del pasado 9 6 .
Hay, sin embargo, u n elemento que es difícil de mantener como
histórico. Nos referimos al divertido episodio de la trampa tendida por
los gabaonitas y, en consecuencia, al carácter punitivo de su adscripción
al servicio del santuario. En efecto, resulta difícil admitir que los israe-
litas pudieran caer en esa trampa 9 7 en la que ni el mismo narrador cree
(cf. v. 7). Para cerciorarse de que los gabaonitas dicen la verdad, los
príncipes prueban su pan seco ( w . 12 y 14), lo cual se refería en la
tradición primitiva a la comida en común q u e sellaba el acuerdo. A d e -
más, si los gabaonitas vienen de lejos, no necesitan la protección de los
israelitas 98 ; y si vienen de cerca, los israelitas no pueden firmar u n
acuerdo con ellos (v. 7b). Esto nos pone en la pista para hablar una solu-
ción: este tratado firmado con los habitantes de Canaán sorprendió por-
q u e era contrario a los otros relatos que hablan de anatema y destruc-
ción (cf. los relatos de Jericó y Ay, y aquí el v. 27, deuteronomista). Era
algo que iba en contra de las reglas de la guerra santa; pero estas reglas
sólo se aplicaban en Canaán. Es la idea que se encuentra en las prescrip-
ciones, por lo demás puramente teóricas, de D t 20,10-18: si una ciudad
m u y alejada, que no pertenezca a estas naciones, acepta la paz y abre
sus puertas, todo el pueblo será sometido a la prestación de servicios;
por el contrario, en las ciudades de Canaán n o debe dejarse a nadie con

93
M. Noth, Josua 2 , 53-59; Geschichte, 135.
94
Cf. J. Liver (loe. cit. en la nota 85) 234-235.
95
M. Noth, Geschichte, 137 nota 2.
96
Cf. B. Childs, A. Study of the Formula «Until this Day»: JBL 82 (1963) 279-
292, espec. 289.
97
J. Liver (loe. cit. en la nota 85) 232.
98
Cf. J. Blenkinsopp, loe. cit., 211.
El acuerdo con los gabaonitas 147

vida. El relato final explicaba, pues, así el hecho: se concedió la paz a


los gabaonitas porque dijeron que venían de m u y lejos. Cuando se com-
probó que habían mentido, no se p u d o romper el juramento hecho, pero
se les impuso el oficio de talar bosques y transportar agua.
Queda, pues como núcleo histórico la existencia de un acuerdo con
los gabaonitas y el hecho de que algunos de ellos estaban al servicio de
u n santuario. Comencemos por el segundo hecho.
El redactor predeuteronomista tenía noticias de q u e algunos gabao-
nitas prestaban sus servicios en u n santuario de Yahvé «hasta el día de
hoy» (Jos 9,27). N o es cierto que se trate del santuario de Guilgal (con-
tra Noth); puede tratarse del santuario de Gabaón. Bajo Salomón, éste era
«el gran alto» (1 Re 3,4) probablemente el actual Nebi Samwil. F u e en
Gabaón donde los gabaonitas tomaron, bajo David, venganza de la
sangre contra los descendientes de Saúl, conforme a u n rito que no era
israelita (2 Sm 21,1-14, corrigiendo según el griego el v. 6, donde el
hebreo dice Guibeá de Saúl) " . Estos gabaonitas vinculados al santuario
desaparecieron m u y pronto; son distintos de los esclavos del templo,
de que se habla posteriormente (los netíním, cuya institución se remonta
en Esd 2,43 y 8,20 a David) o de los «esclavos de Salomón», cuyos des-
cendientes regresan del exilio con los netíním y q u e se cuentan con éstos
entre el personal inferior del templo (Esd 2,58) 1 0 ° . Todos tienen, sin
embargo, u n rasgo común: entran en la categoría de los esclavos públi-
cos que están al servicio del santuario. Se trata de una institución común
a todo el Oriente antiguo.
Estos hombres están dedicados a talar bosques y transportar agua.
N o hay por qué buscar una relación especial con las necesidades de un
santuario o de u n culto. Es una forma de expresar el rango inferior a
q u e fueron reducidos; así, D t 29,9-10 enumera los grupos de la comu-
nidad y termina con estas palabras: «Y también el extranjero que está
en tu campamento, desde el que tala t u bosque hasta el que extrae tu
agua» (se emplean los mismos verbos) l 0 1 . En el relato primitivo no se
trataba de un castigo, como sucede en su forma actual, donde la historia
de la trampa de los gabaonitas es secundaria. Se trataba de la inferior
posición social aceptada e incluso pedida por los gabaonitas: «Somos
vuestros esclavos, estableced una berít con nosotros» (v. 11); «Josué hizo
las paces, ¡alóm, con ellos y les firmó una berít para que tuviesen a salvo
99
H. Cazelles, David's Monarchy and the Gibeonite Claim: P E Q (1955) 165-175.
1011
M. Harán, loe. cit. en la nota 85; B. A. Levine, The Netíním: JBL 82 (1963)
207-212.
101
En Ugarit, están en paralelismo «cortadoras de madera» y «extraedoras de agua»
(Krt I, m - 1 1 4 — 214-217); sobre este texto, cf. en último lugar J. C. Greenfield:
«Kretz-Israel» 9 (1969) 63. Entre el personal asignado al abastecimiento de los obreros
de la necrópolis real de Deir cl-Medineh, en Egipto, los aguadores eran los más nu-
merosos; los proveedores de madera eran dos veces menos, igual que los proveedores
tic legumbres y pescado. Los- aguadores eran de una condición social inferior;
cf. L. A. Christophe, Les porteurs d'eau de Deir el-Médineh pendant le régne de Ram-
ios III: «Bulletin de l'Institut d'Égyptc» 36 (1955) 381-399.
148 Asentamiento en Palestina central

su vida; los príncipes de la comunidad se ligaron a ellos mediante u n


juramento» (v. 15). Esta historia cuenta con u n interesante paralelo
hitita. E n el siglo xiv Mursil II hizo la guerra a los kashka 1 0 2 , u n p u e -
blo de Asia M e n o r que vivía bajo u n régimen democrático y sin rey
(exactamente como los gabaonitas). Este rey cuenta en sus Anales que
había tomado, saqueado y quemado varias ciudades de esa gente (como
había hecho Josué con Jericó y con Ay) (cf. Jos 9,3). «Entonces, prosigue
Mursil, las gentes de Taptina, H u r s h a m m a y Pikurzi vinieron a mi en-
cuentro; se echaron a mis pies y me hablaron en estos términos: '¡Señor
n u e s t r o ! ¡ N o nos aniquiles! Sométenos a t u dominio y haznos soldados
y carreteros'» 1 0 3 .
E n esta ocasión, Mursil no firmó una alianza con los kashka. ¿Se
p u e d e hablar de u n tratado de alianza con los gabaonitas ? Se ha exage-
rado la comparación con los tratados hititas de vasallaje 1 0 4 ; la idea de
q u e los grupos israelitas, todavía seminómadas, impusiese u n tratado
a los gabaonitas, similar a los que imponían los grandes reyes hititas a
sus vasallos, es grotesca. Baste recoger aquí algunas costumbres típicas
del derecho internacional del antiguo Oriente. Berít se traduce i m p r o -
piamente por «alianza»; aquí ha conservado más bien su sentido funda-
mental de «juramento promisorio» 1 0 5 . D e hecho, existe u n j u r a m e n t o
y el texto insiste en él (vv. 15.18.19-20; cf. el recuerdo de 2 Sm 21,2).
Ese juramento va acompañado de una comida (Jos 9,14). Compárese
j u r a m e n t o y berít en G n 21,24.27 (Abrahán y Abimelec); juramento
berít y comida en G n 26,28.30 (Isaac y Abimelec); juramento y comida
en G n 31,53-54 (Jacob y Labán). L o que promete Josué a los gabaonitas
es dejarlos con vida; y ésa es también la paz (salóm) que les concede
(Jos 9,15); compárese la alianza de Yahvé con Leví (Mal 2,5): «Mi berít
estaba con él; la vida (hayyím) y la paz (salóm) les concedí» 1 0 6 . Pero
«hacer la paz» significa también «firmar u n acuerdo» 1 0 7 .
E n virtud de este acuerdo, los gabaonitas quedaron incorporados a
Israel, pero en una condición inferior. Hicieron la paz con los israelitas
y siguieron viviendo «en medio de ellos» (Jos 10,1; cf. D t 29,10: «en
medio del campamento»). Pero siguen siendo extranjeros, como lo
eran también los gerím de D t 29,10, y no poseen todos los derechos
(cf. Sm 21,4, q u e puede significar: «No tenemos derecho de ejercer una
venganza de la sangre contra los israelitas») 1 0 8 . Sin embargo, este es-
to2 E. von Schuler, Die Kaskaer. Ein Beitrag zur Ethnographie des Alten Kleina-
sien (Berlín 1965).
103
A. Goetze, Die Annalen des Mursilis: MVAG 38 (1933) 129S; cf. además,
respecto a la gente de Dukkamma y de Azzin, ibid., 135, 139.
104
Así, Fensham, Blenkinsopp y Grintz, en los trabajos citados en la nota 85.
i° 5 Cf. N. Lohfink, Die Landverheissung ais Eid. Eine Studie zu Gn 15 (Stutt-
gart 1967), espec. 101-113.
106
Cf. «paz y vida» en la inscripción de Karatepé III 2-3: KAI, n. 26.
107
Cf. quizá el texto de Alalakh, n. 58, que podría traducirse: «El año en que
Irkabtum firmó un acuerdo (en vez de «hizo la paz») con los soldados habiru».
!°8 Asi, H. Cazelles, loe. cit. en la nota 85.
El acuerdo con los gabaonitas 149

tado de sujeción p o n e a los gabaonitas bajo la protección de los isra-


elitas; así, cuando los gabaonitas son atacados por los reyes cananeos por
haber hecho el acuerdo con Josué, acuden a éste y él viene en su apoyo
(Jos 10,6). En este p u n t o cabe comparar la cláusula de los tratados hititas
de vasallaje en virtud de la cual el soberano se compromete a proteger
a su vasallo en caso de que sea atacado 1 0 9 . Los gabaonitas son algo m u y
distinto de u n enclave cananeo, como lo seguirán siendo hasta David y
Salomón ciertas ciudades reales q u e no habían sido conquistadas; los
gabaonitas están incorporados a Israel. N o obstante, no fueron asimila-
dos, sino que constituían u n grupo extranjero dentro de Israel* «En su
celo por Israel y por Judá» (2 Sm 21,2), es decir, por hacer realidad la
unidad étnica y religiosa de su pueblo, Saúl intentará hacerlos desapare-
cer; pero ese intento constituirá una violación del juramento y traerá
el hambre como castigo de Yahvé (2 Sm 21,1). T a m b i é n la peste que
devastó el Asia M e n o r bajo Mursil II se explicó por la violación de u n
tratado n o .
Este episodio gabaonita es sumamente importante para la historia
del asentamiento en Canaán l n . Los gabaonitas son hivitas (Jos 9,7;
cf. 11,19). N o se les debe identificar con los hurritas 112 ; en realidad, se
desconoce su pertenencia racial y la fecha de su asentamiento en Pales-
tina, pero poseían una organización diferente de la de las ciudades ca-
naneas, puesto q u e ni tienen rey ni son gobernados por ancianos (Jos
9,11) 1 1 3 . Residían en cuatro ciudades: Gabaón, Kefira, Beerot, Quiryat-
Yearín (Jos 9,17: el único texto en que son enumeradas). Dos de ellas
están localizadas con toda seguridad: Kefira en Tell Kefiré, al oeste de
Qubeibé, y Quiryat-Yearín en Deir el-Azar, en la ruta de Jerusalén a
Tel-Aviv. E n cambio, se discute la localización de las otras dos ciuda-
des 114 ; las excavaciones de el-Gib han significado u n firme apoyo a la
opinión que sitúa a Gabaón en este lugar; pero los argumentos en favor
de la identificación, bastante corriente, de Beerot con el-Biré siguen
siendo bastante débiles. E n todo caso, estas ciudades dominaban u n
territorio bastante amplio-—unos 15 por 20 kilómetros—adjudicado a
Benjamín, que se extendía así bastante hacia el oeste y controlaba algu-
nos accesos a la Sefelá. Pero lo más importante es que este relato nos
109
Referencias en V. Korosec, Hethitische Staatsvertrage (Leipzig 1931) 90 nota 1.
1
' o Cf. A. Malamat, Doctrines of Causality in Hittite and Biblical Historiography.
A Parallel: V T 5 (1955) 1-12.
111
Cf. J. Blenkinsopp, loe. cit. en la nota 85; hay que usarlo con sentido crítico.
112
R. de Vaux, Les Hurrites de l'histoire et les horites de la Bible: RB 74 (1967)
481-503, espec. 497S.
"- 1 Cf., sin embargo, Z. Kallai-H. Tadmor, Bit Ninurta = Beth Horon. On the
llistnry of the Kingdom of Jcrusalcm in the Amarna Pcriod: «Eretz-Israel» 9 (1969)
138-148 (en hebreo con resumen en inglés): El régimen particular de los gabaonitas
110 es una «democracia primitiva»; es la consecuencia de su antigua pertenencia al
reino de Jerusalén, el cual se extendía hasta el sur de la montaña de Efraím y se des-
membró después de la época de Amarna.
114
Cf. la reciente discusión, con referencias, en W. Weippert, Die I andnahme der
ísraelilischen Stá'mme, ai-22 en nota.
150 Asentamiento en Palestina central

ofrece el ejemplo de u n asentamiento sin combate. Jos 11,19 dice que


ése fue el único caso; pero debieron de existir otros, en concreto Siquén
y su región, donde, según G n 34, vivían también los hivitas.

VII. L A BATALLA DE GABAÓN Y LA GRUTA DE M A Q U E D A (Jos 10)

El acuerdo con los gabaonitas trajo ciertas consecuencias que se cuen-


tan en Jos 10. Como réplica a su tratado de paz con los israelitas, una
coalición de reyes cananeos ataca a los gabaonitas. Estos llaman a Josué
en su ayuda. Este sube desde Guilgal, inflige una gran derrota a los asal-
tantes y los persigue por la pendiente de Bejorón hasta M a q u e d a (vv. 1-
10). Esta acción es secundada por la intervención de Yahvé, que lanza
pedriscos enormes sobre los fugitivos (v. n ) y detiene el sol y la luna
(vv. 12-14). Josué regresa a Guilgal (v. 15). Pero los cinco reyes fugiti-
vos se habían refugiado en una gruta de Maqueda. Josué sube de nuevo
desde Guilgal, bloquea a los reyes en su gruta y desbarata sus tropas.
Después los hace salir de la gruta, les da muerte, los manda colgar de
cinco árboles y arroja después sus cadáveres en la gruta y la obstruye
con piedras q u e se ven «hasta el día de hoy» (vv. 16-27). A continuación
conquista Maqueda, Libná, Laquis, Eglón (vv. 28-35) y» finalmente,
H e b r ó n y Debir. U n a vez sometido todo el país, la Montaña, el N é g u e b ,
la Tierra Baja y la llanura costera, represa a Guilgal (vv. 36-43).
Esta historia, así contada, no tiene consistencia, La vuelta de Josué
a Guilgal, entre la batalla de Gabaón y el asunto de los cinco reyes en
Maqueda, resulta inverosímil si se trata de los mismos reyes. El hecho
de que Josué conquistase las ciudades enumeradas en los vv. 28-38 está
en contradicción, al menos respecto a H e b r ó n y Debir, con Jue 1 y los
otros textos q u e hemos estudiado. Sin embargo, G. E. W r i g h t 1 1 5 ha
intentado defender la unidad del capítulo y su historicidad fundamental
y conciliario con Jue 1. En su opinión, el retorno de Josué a Guilgal no
ofrece dificultad, puesto que el versículo correspondiente falta en el
griego (a decir verdad, en el griego sólo falta una parte) y, por lo mismo,
debió de ser añadido en hebreo (es mucho más verosímil que se supri-
miese en el griego por la dificultad que creaba). W r i g h t considera q u e
esta expedición es verosímil tanto en su aspecto geográfico como estra-
tégico: en una campaña relámpago, Josué atacó a todas las ciudades de la
región. El autor cree hallar una confirmación en la arqueología de Laquis
y de Tell Beit Mirsim, que él identifica con Debir. Por su parte, Jue 1
no es contradictorio: narra las luchas que fueron necesarias para que la
tribu de Judá tomase efectivamente posesión de su territorio, y esas lu-
chas se prolongaron hasta después de la muerte de Josué (Jue 1,1). El
comentario que hemos hecho de Jue 1 y nuestro estudio sobre el asen-
tamiento en Palestina del sur no nos permiten aceptar esta solución con-
115
G. E. Wright, The Literary and Historical Problem of Joshua 10 and Judges 1:
JNES 5 (1946) 105-114.
La batalla de Gabaón 151

ciliadora que no tiene en cuenta la crítica literaria ni la crítica de las tra-


diciones.
U n ensayo más reciente quiere también poner a salvo la mayor parte
del capítulo. K. D . Schunck 1 I 6 piensa que los w . 29-35 son la conti-
nuación de los vv. 1-10 y que este conjunto constituye el fondo primi-
tivo del capítulo. Esos versículos refieren u n hecho histórico: una expe-
dición victoriosa del grupo Efrain-Benjamín a las órdenes de Josué. La
historia de la gruta de M a q u e d a (vv. 16-27) procede de otra tradición.
Los w . 11-14 añaden la intervención milagrosa de Yahvé; el v. 15 es
adicional. Los w . 28 y 36-39 (que contradicen a Jos i4,6s; 15,133; Jue 1)
y la conclusión de los vv. 40-43 son del Deuteronomista. Este quiso com-
pletar una lista de cinco ciudades que corresponden a los cinco reyes de
los vv. 1-10 y 16-27. T a l solución, aunque más satisfactoria que la de
W r i g h t , es todavía arbitraria. Es verosímil que el v. 28 sea una adición,
pero la distinción entre los vv. 29-35 y 36-39 no está justificada.
K. Elliger 1 1 7 distingue tres elementos en Jos 10: la batalla de Ga-
baón (1-15), la historia de M a q u e d a (16-27) Y I a conquista de las ciuda-
des (29-39). La tradición unió estos elementos, añadiendo a Azeca una
alusión a M a q u e d a en el v. 10 e introduciendo el v. 28, que sirve de
conexión entre la historia de M a q u e d a y la conquista de las ciudades.
Bajo este último relato descubre Elliger u n recuerdo histórico. Josué no
participó para nada en esa conquista, que fue realizada por los calebitas-
quenizitas; éstos habrían subido por la llanura costera hacia el norte y,
después de ser rechazados hacia el este y el sudeste, saquearon de paso
Libná, Laquis, Eglón, hasta que llegaron a H e b r ó n y Debir, donde nos
encontramos con Jue 1. Pero Elliger no presta especial atención a la
batalla de Gabaón y a la historia de Maqueda.
Según M . N o t h 1 1 8 , el relato no comprende tres elementos (Elliger),
sino sólo dos: 1) la batalla de Gabaón, cuya descripción termina con la
vuelta a Guilgal (v. 15); 2) la historia de Maqueda, u n relato etiológico
q u e se prolonga en u n relato de la conquista de cinco ciudades (el
v. 28 es secundario), las cuales son las de los cinco reyes de la gruta
de Maqueda. Esos reyes son distintos de los de la batalla de Gabaón,
La enumeración que se hace de éstos en los vv. 3 y 5b es secundaria,
como lo es también la mención del rey de Jerusalén como jefe de la
coalición. El texto primitivo diría únicamente: «los reyes amorreos de la
montaña», tal como sucede en el v. 6. Posteriormente, los nombres de
estos reyes pasaron de los vv. 3 y 5 a la historia de Maqueda (v. 23),
en la que sustituyeron a los nombres de los reyes de las cinco ciudades
d e los vv. 28-39.

" « K. D. Schunck, Benjamín: B A Z W 86 (1963) 28-39.


117
K. Elliger, Josua ¡n Judáa: PJB 30 (1934) 47-71.
118
M. Noth, Die fünf Konige in der Hóhle von Makkeda: PJB 33 (1937) 22-36;
Josua , 60-67; e n ' ° esencial, la tesis fue recogida por J. Gray, Joshua (The Century
2

llible 1967) 104-106; V. Fritz: ZDPV 85 (1969) 137-140, el cual piensa que los nom-
bres de las cinco ciudades de Jos 10,3.5.23 vienen del mismo documento que Jos 12,
152 Asentamiento en Palestina central

Este último análisis no es decisivo y deja ciertos puntos sin explicar,


como, por ejemplo, el origen de los nombres de las cinco ciudades y de
sus reyes (vv. 3.5.23). Pese a ello, es la mejor de todas las teorías pro-
puestas. Pero lo que más nos interesa en este momento es la crítica
histórica del capítulo, de la que hay que mantener tres elementos: la
batalla de Gabaón, la gruta de Maqueda y la conquista de las ciudades
del sur. Vamos a considerarlos siguiendo el orden inverso.
1. La conquista de las ciudades del sur.—Ya hemos hablado de ella al
referirnos al asentamiento de la tribu de Judá. No se puede atribuir esta
conquista a Josué. Hebrón y Debir fueron conquistadas por Caleb y
Otoniel (Jue 1,10-15). El v. 28 sobre la toma de Maqueda es redaccio-
nal. Los nombres de las otras tres ciudades, Libná, Laquis y Eglón, apa-
recen en la lista redaccional de los reyes vencidos (Jos 12) y en la lista
posterior de las ciudades de Judá (Jos 15); pero ya no vuelven a apare-
cer en el libro de Josué. Eglón no se vuelve a mencionar en todo el An-
tiguo Testamento; Libná no es mencionada de nuevo hasta 2 Re 8,22,
bajo Jorán; y Laquis, hasta 2 Re 14,19, bajo Amasias. Estas ciudades no
se hicieron israelitas hasta después de la época del asentamiento. Ya
hemos dicho que la arqueología, sin exceptuar la de Tell ed-Duweir =
Laquis, no aporta ningún testimonio sólido en favor de una conquista
por los israelitas en el momento de asentarse. La hipótesis de Elliger,
de que fue destruida por los calebitas-quenizitas, no tiene fundamento
alguno. Apoyado en las excavaciones, Y. Aharoni !i9 piensa que hubo
una batalla decisiva en Laquis que puso en sus manos las ciudades veci-
nas; el hecho de que el rey de Guézer viniera en auxilio de Laquis (Jos 10,
33) no le parece inventado y confirmaría más bien su hipótesis. Por mi
parte, opino que el historiador no puede conservar nada de Jos 10,
28-39, al menos para la época de la conquista.
2. La historia de Maqueda.—Según A. Alt y M. Noth 120 , se trata
de una leyenda etiológica local. Existía, dicen, una gruta obstruida por
grandes piedras, que se veían «hasta el día de hoy» (v. 27, final de la
narración) y, a su lado, cinco árboles. El relato conserva el recuerdo de
dos explicaciones: según una, es la gruta donde se había emparedado
a los cinco reyes, para que muriesen de hambre (v. 18); según la otra,
es la gruta donde fueron enterrados esos cinco reyes cuando se los bajó
de los cinco árboles donde habían sido colgados (v. 27; cf. la historia del
rey de Ay en Jos 8,29).
Yo acepto esta etiología. Pero el problema que aquí se plantea es
el de saber si esa etiología hizo inventar todo el relato o si tan sólo
concierne a algunos detalles de un relato que puede tener un fundamento
histórico. Existían en el país muchas grutas desplomadas u obstruidas

1 » Y. Aharoni, The Land of the Bible, 198.


120
A. Alt, Josua, en Werden und Wesen des Alten Testamtmts: BAZW 66 (1936)
19 = Kleine Schriften I, 183; con más detalle M. Noth, PJB 33 (1937) 23S y Josua2,
6o-6r.
La batalla de Gabaón 153

y con árboles al lado. ¿Por qué se relacionó esa historia con un lugar
que, fuera de este capítulo, sólo se menciona en la lista de las ciudades
judaítas del distrito de la Sefela (Jos 15,41), sin que se nombre nunca
más en el Antiguo Testamento? ¿Dónde se conservó y se contó esta
historia? Nosotros hemos aceptado la interpretación etiológica del relato
de la toma de Ay y acabamos de comparar la suerte que corrió su rey
con la que cupo a los cinco reyes de Maqueda. Pero Ay era un gran
campo de ruinas, un lugar conocido, visitado con frecuencia, próximo
al santuario de Betel, donde se contaba dicha historia. Nada de esto
sucede en Maqueda; por eso nos inclinamos a pensar que en la historia
hay un fundamento histórico.
No sé, sin embargo, cuál pueda ser ese fundamento. El lugar de
Maqueda es desconocido. De Jos 10,10 no se puede concluir que estaba
cerca de Azeca = Tell Zakariah, puesto que su nombre es una adición
del redactor. Lo único que se puede sacar de Jos 15,41 es que Maqueda
estaba en la misma región que Eglón y Laquis. En todo caso, nos halla-
mos lejos de Gabaón; las dos historias son, pues, distintas.
3. La batalla de Gabaón.—A. Alt y M. Noth consideran el acuerdo
con los gabaonitas como una etiología; sostienen, sin embargo, que la
batalla de Gabaón contiene un fiel recuerdo histórico. A. Alt m llega
a decir que es ésta la única acción guerrera de todo el libro que pueda
atribuirse a Josué como personaje histórico. La batalla se inicia en
Gabaón, que está en el territorio de Benjamín; pero se prosigue en la
bajada de Bejorón, que está en territorio efraimita. Por eso Josué será
enterrado en Timmat Seraj = Kh. Tibneh, en la montaña de Efraín.
Noth no va tan lejos 122; según él, Josué fue introducido secundariamente
en este relato, lo mismo que en los que preceden y siguen; su figura
puede haber reemplazado a la de un héroe benjaminita o efraimita.
No obstante, Noth conserva como histórica esta victoria ganada por el
grupo de Benjamín-Efraín contra unos reyes cananeos.
Creo que se puede ser más explícito. Hay que mantener aquí a
Josué en su papel histórico 123; por otra parte, ya hemos mostrado que
el acuerdo con los gabaonitas también era un hecho histórico. Gracias
a este acuerdo, los israelitas se aseguraban el control de las rutas que
suben de la Sefela, especialmente la de Bejorón; desde las campañas
filisteas (1 Sm 14,23 [griego] y 31) hasta las guerras de los Macabeos
(1 Mac 3,16.24), la ruta de Bejorón fue siempre la principal vía de
penetración de la llanura a la Tierra Alta, a partir de Ayalón. Es'obvio
que esta situación nueva provocase una reacción de los cananeos, siem-
pre solícitos para aislar a los gabaonitas de los israelitas. Los cananeos
fueron derrotados y perseguidos por la bajada de Bejorón hasta Azeca
(Maqueda es, como hemos dicho, una adición). Todo esto corresponde

121 A. Alt, Kleine Schriften 1/187-188.


122
M. Noth, Josua 2, 61; Gcschichle, 137.
12 1
- Cf. K. D. Schunck, Benjamín, 28ss.
154 Asentamiento en Palestina central

a la geografía y está dicho con sobriedad en u n solo versículo (Jos 10,10).


Como se ve, no se trata de la toma de una sola ciudad ni de la conquista
d e u n territorio. El relato es históricamente verosímil.
Es más difícil decidir quiénes fueron exactamente los agresores.
Según el v. i, el rey de Jerusalén, Adonisedec, habría tomado la ini-
ciativa y habría convocado a los reyes de Hebrón, Yarmut, Laquis y
Eglón. Es natural que el rey de Jerusalén se sintiera amenazado por el
asentamiento de los israelitas al norte de su territorio, en la región de
Gabaón; pero H e b r ó n está bastante lejos y probablemente se hallaba
ya en poder de los calebitas. Además, estos dos aliados no hubieran huido
p o r la ruta de Bejorón, pues sus enemigos debían venir del oeste y no
del sur. Yarmut = Kh. Yarmuk, que está cerca de Tell Zakariah = Aze-
ca, podría m u y bien ser el término de la huida; pero Laquis y Eglón se
encuentran mucho más al sur. Por otra parte, los nombres de los cinco
reyes no aparecen en otros textos, y por lo menos uno de ellos resulta
sospechoso: el rey de Eglón lleva el nombre de una ciudad, Debir. Es,
pues, verosímil que, como dice Noth, la tradición primitiva sólo hablase
d e reyes amorreos (cf. v. 6). En este encuentro, los enemigos de Israel
fueron reyezuelos que subieron de la Tierra Baja, pero no sabemos
cuáles.
La tradición añadía al recuerdo de esta victoria una intervención
milagrosa de Yahvé, que había enviado del cielo enormes pedriscos
(v. 11). N O hay por qué preguntarse, como hacen ciertos comentaris-
tas 124 , cómo pudieron los israelitas continuar la persecución bajo se-
mejante granizada, o por qué el granizo alcanzó únicamente a los cana-
neos. Es simplemente una forma figurada de expresar que Yahvé vino
e n su ayuda, como se indica ya en el v. 10; fue Yahvé quien los desba-
rató (en esta frase se halla el verbo hmm, que forma parte del vocabu-
lario de la guerra santa: Ex 14,24; 23,27; Jue 4,15; según Job 38,22-23,
Dios acumula en el cielo reservas de granizo para los días de batalla).
Entre los vv. 10 y 11 existe la misma relación que entre el relato en
prosa de la batalla de Quisón (Jue 4,15, con el verbo hmm) y el cán-
tico de Débora: «desde lo alto de los cielos combatieron las estrellas»
(Jue s,20).
A ello hay que añadir el milagro del sol (vv. 12-14). Este pasaje
ha suscitado una abundante literatura, especialmente apologética, que
tiene escaso interés, ya que suele plantear mal el problema. En primer
término, hay u n problema literario. Estos versículos forman una unidad,
y el redactor los unió a lo que precede con la partícula 'az, «y entonces
fue cuando». La intervención divina descrita en esos versículos es dife-
rente de la del v. 11. Mientras en este último caso se daba una expli-
cación del pánico que Yahvé había sembrado en sus enemigos, en el
primero se pide y se consigue el milagro simplemente para que los is-
raelitas tengan tiempo suficiente para ganar la victoria.
124
A. Fernández, Commentarius ¡n Librum Josué (París 1938) 143; M. J. Gruentha-
ner, Two Sun Miracles of the Oíd Testament: C B Q 10 (1948) 271-290, espec. 274.
La batalla de Gabaón 155

El núcleo de los vv. 12-14 es una cita poética, tomada del «Libro
del Justo», sefer hayydsar, que se cita de nuevo en 2 Sm 1,18 (elegía de
David sobre Saúl y Jonatán), en 1 Re 8,13 (Salomón en la dedicación
del templo) y, si se ha de creer a los LXX, en 1 Re 8,53. D e estos textos
se desprende que el libro era una colección de fragmentos poéticos que
se atribuían a héroes de Israel: Josué, David, Salomón. La introducción
del v. 12a debe de provenir también de ese libro, aunque en una forma
más simple: «Josué dijo el día en que Yahvé entregó el amorreo a los
hijos de Israel»; expresiones similares se hallan en 2 Sm 1,17: «David
pronunció esta elegía sobre Saúl y su hijo Jonatán», o en 1 Re 8,53
(griego): «Cuando lo terminó de construir, dijo Salomón sobre el tem-
plo». Tenemos, pues, aquí una tradición independiente y antigua sobre
la batalla de Gabaón, la cual confirma el hecho de la victoria, la natura-
leza de los enemigos y el papel de Josué.
Pero ¿qué dice Josué? Los críticos no coinciden sobre qué sentido
ha de darse a los dos verbos claves; respecto al sol, dmm puede significar
«quedar inmóvil» o «quedar en silencio»; respecto a la luna, 'md puede
traducirse por «tomar posición», «estar allí», «quedar inmóvil». T a m p o c o
se está de acuerdo sobre el resultado. ¿Pide Josué que el sol no se ponga,
como lo entiende el comentario en prosa del v. 13b? ¿O pide, por el
contrario, que no salga el s o l 1 2 5 para que sea posible subir de noche
a Guilgal o resulte más fácil la huida? ¿Cuál es, entonces, el papel de
la luna? ¿Cómo explicar, finalmente, esta infracción de las leyes de la
naturaleza? Se ha pretendido hallar todo tipo de soluciones, posibles
o imposibles, en la astronomía (eclipse, incluso u n cambio de la órbita
d e Venus) y en la meteorología (nubes, niebla, refracción).
J. Heller ha abierto u n nuevo camino de explicación 126 . El sol
y la luna interpelados en el texto no son los astros, sino las dos divini-
dades del cielo. Josué manda al sol que «se calle» en Gabaón y a la luna
q u e «permanezca tranquila» en la llanura de Ayalón. Este nombre
geográfico se deriva de 'ayydl, que significa ciervo, y la cierva era el
animal consagrado a Artemis, la diosa lunar. Esto quiere decir que
existía en Ayalón u n santuario de la luna y que debía de existir tam-
bién en Gabaón u n santuario del sol. Josué ordena a esas dos divini-
dades de los enemigos que «se callen», «se queden tranquilas», es decir,
que no den u n oráculo favorable, que no favorezcan a sus fieles. Esta
solución ingeniosa tropieza con dificultades radicales: a) no tenemos
indicio alguno de tales cultos en Ayalón y Gabaón; b) la tradición no
p u d o representar a Josué dirigiéndose a divinidades paganas; c) Gabaón
no es una ciudad enemiga, sino que Josué combate en defensa suya.
El último ensayo sobre el tema es el de J. S. Holladay 127 . Su mismo
título subraya que, en todos los intentos modernos de explicación (ex-
125
Cf. Hab 3,11: el sol y la luna permanecen, 'amad, en su alta morada.
12
<* J. Heller: ArOr 26 (195a) 653-655. La hipótesis ha sido recogida por J. Dus,
loe. cit. en la nota 85.
>« J. S. Holladay, The day(s) the Moon Stood Still: JDL 87 (1968) 166-178.
156 Asentamiento en Palestina central

cepto el de Heller) e incluso en la explicación del v. 13b, se olvida a la


luna. Ahora bien, existen presagios astronómicos asirios para los días 14,
15 y 16 del mes, es decir, en torno al tiempo de la luna llena, en que la
luna y el sol son visibles a la vez. Si los dos aparecen en el m o m e n t o
y el lugar que deben, todo marchará bien; pero si la luna va con retraso
o desaparece demasiado pronto, todo saldrá mal. Estas ideas no esta-
ban reservadas a los astrónomos de Babilonia, sino que también podían
estar difundidas en Palestina; los campesinos de todos los países conocen
refranes sobre la luna. L o que pide Josué, o lo que él quiere conseguir
mediante u n conjuro, es que el sol, que está al este de Gabaón, y la luna,
q u e se encuentra al oeste de Ayalón, se hallen en la posición que
anuncia u n desenlace favorable de la batalla; los dos últimos versos
se limitan a constatar que así sucedió. Esta solución significaría u n
gran progreso y eliminaría todas las dificultades. Pero no se atiene lo
suficiente al texto. Se puede concebir que Josué pida u n presagio favo-
rable: que el sol y la luna se encuentren en sus lugares respectivos en el
m o m e n t o preciso; pero el resultado es que permanecen allí hasta que
se tomó venganza de los enemigos. En este sentido, ninguno de los
textos asirios invocados constituye u n paralelo. Nos volvemos a encontrar,
pues, con t o d a s las dificultades. Además, el redactor deuteronomista
tampoco comprendió así las palabras en cuestión, sino que vio en ellas
u n milagro de primera magnitud, que «no h u b o otro día semejante, ni
antes ni después» (vv. I 3 b - i 4 ) .
Renunciando a todas las explicaciones que preceden, nosotros dire-
mos que, como hemos dicho acerca de la lluvia de granizo (v. 11), el
pequeño poema de los vv. 12-14 es una expresión (en este caso poética)
de la ayuda sobrenatural concedida a Israel. Compárese la narración
en prosa de la salida de Egipto (Ex 14) con el cántico de Moisés (Ex 15),
donde el hecho adquiere proporciones épicas; el relato en prosa de la
batalla contra Sisara Que 4) con el cántico de Débora Que 5), según
el cual «las estrellas combatieron desde lo alto de los cielos, combatieron
contra Sisara desde sus caminos». E n su deseo de exaltar a Yahvé, q u e
«combatía por Israel» (v. 14b), el redactor de los w . I 3 b - i 4 tomó esta
poesía a la letra; añádase a ello el afán que se trasluce a lo largo del libro
por exaltar a su héroe, Josué: fue ésta la única vez que obedeció Yahvé
a la palabra d e u n h o m b r e (v. 14a); para ponerlo de relieve, el redactor
añadió a la introducción primitiva del poema estas palabras: «Josué se
dirigió a Yahvé» (v. 12a).
D e todas formas, el «milagro del sol» no pertenece a la historia. Queda,
pues, el hecho de la batalla y la victoria. Se trata de u n hecho real, pero
no hay que exagerar su importancia, pues, como ya hemos dicho, esa
victoria no está relacionada con una conquista del sur de Palestina por
Josué; no significa siquiera una ampliación del territorio que tenía Israel
m á s allá de los límites de la tetrápolis gabaonita. El texto no dice nada
al respecto. La victoria aseguró, sin embargo, la posesión de ese terri-
torio frente a una reacción cananea, y esto ya era importante.
VIII. E L ASENTAMIENTO E N LA MONTAÑA DE E F R A Í N

El libro de Josué pasa inmediatamente de la batalla de Gabaón


(Jos 10) a la batalla en las aguas de M e r ó n , en la Alta Galilea (Jos 11);
por tanto, no dice nada sobre una conquista de toda la parte central de
Palestina. Esto resulta tanto más sorprendente cuanto que el libro re-
presenta precisamente las tradiciones de las tribus de Palestina central:
concluye con la narración de la asamblea de Siquén (Jos 24) y atribuye
siempre el papel principal a Josué, que tiene su tierra y su t u m b a en la
montaña de Efraín (Jos 24,30).
E n la sección geográfica del libro existe, en cambio, una noticia que
procede de fuentes antiguas y que fue insertada a continuación de la
descripción de los territorios de Efraín y Manases (Jos 17,14-18) 128 .
Este breve pasaje yuxtapone dos versiones de una misma tradición. La
más antigua es la de los vv. 16-18, donde la gente de la casa de José se
queja de que no tiene espacio suficiente en la montaña y de que no
puede extenderse por culpa de los cananeos, que poseen carros de hierro
y son más fuertes. Josué les responde que la montaña está cubierta de
arboleda y que les basta roturarla. Al contrario de lo que sucede en la
versión más reciente ( w . 14-15) 1 2 9 , no hay en esta tradición ninguna
alusión a u n desplazamiento hacia otra región. Se trata de la misma
montaña en que están establecidos y en la que deben conseguir otras
tierras cultivables mediante su trabajo. Es una colonización pacífica.
Este aspecto queda subrayado por su voluntad expresa de no enfren-
tarse con los cananeos. El silencio de los relatos de la conquista y este
episodio nos permiten concluir que la ocupación de Palestina central
se realizó sin operaciones militares.
Este hecho se explica en parte por la geografía humana y en parte
por la geografía política. E n Palestina central hay que distinguir dos
regiones: el macizo montañoso que se extiende hasta el sur de Siquén
y que se llama «montaña de Efraín», y la zona más compleja, de colinas
y valles, que va de Siquén a la llanura de Yezrael. La montaña de
Efraín era una región de bosque y matorrales, y su desmonte se efectuó
con lentitud. Para la construcción de la primera ciudadela de la época
del Hierro en Tell el-Ful se empleó madera de ciprés y de pino; existían
por entonces grandes árboles en los alrededores. Sin embargo, la res-
tauración del segundo período del Hierro ya sólo utilizó el almendro.
La historia de Jos 17 es u n testimonio de ese desmonte. Por consiguiente,
la montaña estaba en u n principio m u y poco habitada; las cartas de
A m a r n a no mencionan ninguna ciudad entre Jerusalén y Ayalón, por

128
Cf., además de los comentarios, A. Alt, Kleine Schriften I, 147-148; E. Nielsen,
Shechem. A Traditio-Historical Investigation (Copenhague 1955) 141.
129
M. Noth, Josua 2 , 107, dice: en TransJordania, lo cual no es seguro; cf. E. Niel-
sen, loe. cit.; S. Mittmann, Beitráge zur. Siedlungs- und Territorialgeschichte des nord-
lichen Ostjordanlandes (Wiesbaden 1970) 209SS, 213SS, defiende la tesis de una colo-
nización clVaimita de Galaad.
158 Asentamiento en Palestina central

el sur, y Siquén, por el norte. Esa montaña siguió estando poco p o -


blada en la época israelita. Entre Betel y Siquén, la Biblia no cita más
que dos ciudades de cierta importancia: Silo y T a p u j . La publicación
final de las excavaciones de Silo 1 3 ° indica que este lugar recibió una
ocupación importante en el Bronce Medio II; en cambio, el Bronce
Reciente y el comienzo del Hierro están poco representados, y no existe
rastro alguno de una destrucción que se pueda atribuir a los israelitas.
Si es cierto que Tapuj estaba situada en Sheikh A b u Zarad, el asen-
tamiento israelita no dejó aquí ninguna huella y debió de ser, por tanto,
poco importante. A partir de Siquén, hacia el norte, se encuentran tes-
timonios de la ocupación cananea en las cartas de A m a r n a y en la
arqueología. Pero esto ya no es realmente la montaña de Efraín, sino
que se baja hacia la llanura de Yezrael, donde se hallaba una concen-
tración de ciudades cananeas que los israelitas no llegaron a conquistar:
Yiblán, Betsán, Taanac, Meguido (cf. Jue 1,27).
Falta aludir a Siquén y su región. Se han excavado tres lugares i m -
portantes: Balata = Siquén, Tell el-Farah = Tirsa y Tell Dotan = D o -
tan. Siquén era una ciudad importante en las épocas del Bronce M e d i o
y Reciente; entre mediados del siglo xvi y finales del x n , en t i e m p o
de Abimelec (Jue 9), no sufrió ninguna destrucción de importancia.
N o hay ninguna destrucción que pueda atribuirse a la época de Josué.
Las excavaciones de Dotan repiten la misma historia; existe concreta-
mente una t u m b a que se utilizó sin interrupción desde ca. 1400 hasta
1100 a. C. La estratigrafía de Tell el-Farah no permite determinar con
precisión cuándo fue destruida la ciudad cananea del Bronce Reciente
y cuándo comenzó la ocupación israelita. Fuera de la lista de los reyes
vencidos por Josué (Jos 12,9-24), no existe ninguna referencia a una
conquista de esta región, y esa lista no puede ser utilizada por el histo-
riador. En efecto, la primera parte reúne nombres de ciudades m e n -
cionadas en Jos 1-11; la segunda enumera ciudades que no aparecen
en ningún relato de la conquista ni en el libro de Josué ni en ninguna
otra parte; incluye además Taanac y Meguido, que no fueron con-
quistadas (cf. Jue 1). Tirsa es mencionada en último lugar, como si se
la hubiera olvidado, mientras que Siquén y Dotan ni siquiera figuran
en la lista. Según una hipótesis reciente, Jos 12 se habría servido, aparte
de los relatos de la conquista (respecto a Jericó y Ay), de una lista d e
ciudades de la época de Salomón 1 3 1 .
Sin embargo, respecto a Siquén existe u n texto enigmático ( G n 48,
22) 1 3 2 fuera del libro de Josué. Según este texto, Israel, estando a p u n t o
130
M. L. Buhl, S. Holm-Nielsen, Shiloh. The Danish Excavations at Tall Sailún
Palestine, in 1926, 1929, 1932 and 1963 (Copenhague 1969).
131
V. Fritz, Die sogenannte Liste der besiegten Konige m Josua 12: ZDPV 85 (1969)
136-161.
132
Sobre este texto, además de los comentarios, cf. especialmente G. von Radl
y E. Speiser; también E. Nielsen, Shechem, 283-286; H. Seebass, Der Erzvater Israel:
B A Z W 98 (1966) 27-28; A. de Pury, Cénese XXXIV et l'histoire: RB 76 (1969) 5-49»
espec. 11-14.
El asentamiento en la montaña de Efraín 159

de morir, habría dicho a José: «Yo te doy u n íefeem por encima (o ade-
más) de tus hermanos, el que saqué de las manos de los amorreos con
mi espada y mi arco». El texto es antiguo. Está colocado inmediatamente
antes del testamento de Jacob ( G n 49), antes de su muerte en Egipto;
pero es el resto de otro testamento de Jacob, que va a morir (cf. v. 21)
y cuya muerte se supone acaecida en la región de Siquén, donde se con-
servaba la tradición de Israel-Jacob y donde tendrá su sepultura José
(Jos 24,32). La palabra sekem significa los dos hombros y es también
el n o m b r e que recibe la ciudad situada entre los dos «hombros» del
m o n t e Ebal y el Garizín. D a d o que se emplea de forma explícita el
adjetivo numeral, se puede traducir: un hombro, una pendiente de la
montaña (cf. el empleo análogo de kátef, «hombro»); sería una alusión
a la tierra que había adquirido Jacob cerca de Siquén ( G n 33,19; Jos 24,
32). Cuando menos, hay que conceder que se juega con el nombre de
la ciudad de Siquén. Se trata sin duda de esta ciudad y se puede tra-
ducir: «Te doy Siquén, como a uno que está por encima de sus herma-
nos» 133 ; esto indicaría que se concedió una situación preferencial a José,,
lo cual está en consonancia con sus sueños descritos en G n 37,5-10,
que es también una tradición de la región de Dotán-Siquén (cf. G n 37,
19-20). Pero esta tradición de una conquista de Siquén (o incluso de la
ladera de la montaña vecina) es única. N o puede ser u n eco de G n 34
y está en contradicción con G n 33,19 = Jos 24,32, según los cuales
Jacob compra su campo; además, Jos 24,12b parece tener noticia de esta
alusión a una conquista por la espada y el arco y rechazarla. En u n in-
tento de conciliar estos textos, Nielsen propone entender que Jacob
conquistó Siquén a costa de su espada y su arco, es decir, alquilándose
como mercenario a los amorreos; pero al fin rechaza esta explicación.
A. de Pury 1 3 4 se siente seducido por esta solución, ya que se ajusta.
a las costumbres de los apiru de la época de Amarna. Pero también él
termina renunciando a ella, ya que el texto habla claramente de una
conquista por las armas. Ni él ni Speiser hallan una explicación histó-
rica al texto.
Existe, no obstante, una interpretación que concuerda con los
otros textos, con el resto de la historia bíblica y con la arqueología. El
texto supone que Siquén es una parte adicional y que, por tanto, el
hecho es posterior al reparto de los territorios; no se refiere a Manases,,
sino a José, que está por encima de sus hermanos; por consiguiente,
supone que la «casa de José» es una entidad reconocida y tiene un pre-
dominio sobre las restantes tribus. Ello indica, como en seguida vere-
mos, una situación posterior a la época de Josué. La Biblia no habla
más que de una conquista de Siquén por los israelitas, la de Abimelec:
(Jue 9). La arqueología sólo aporta indicios de una destrucción de la
ciudad durante todo este período, en el transcurso del siglo x n ; hasta.

133
Asi, Speiser, Seebass.
134
Loe. cit. en la nota 132, 14.
160 Asentamiento en Palestina central

esas fechas Siquén había sido una ciudad cananea. La tradición de


Gn 48,22 refiere al antepasado Israel-Jacob lo que realizaron sus des-
cendientes lejanos. A esto se objeta que este texto antiguo no puede
referirse a un acontecimiento tan tardío. Yo me pregunto por qué. El
texto puede ser una justificación de la acción violenta de Abimelec,
aducida poco después de éste; se afirmaba que Siquén era una posesión
israelita conseguida por derecho de conquista por el antepasado Jacob.
Pero, anteriormente a esta acción de Abimelec, los israelitas ya estaban
establecidos en la región de Siquén desde que se asentaron las tribus
en Palestina; toda la historia de Abimelec, el hijo de Yerubaal y de
una siquemita, indica que cananeos e israelitas vivían allí en una espe-
cie de simbiosis.
Esto nos hace desembocar en otro aspecto del asentamiento de las
tribus en esta región: el de la geografía política. Tenemos algunos datos
sobre la situación política de Siquén: para la época patriarcal en Gn 34,
para el siglo xiv a. C. en las cartas de Amarna y para el final de la época
de los Jueces en la historia de Abimelec. Según Gn 34« Siquén está ha-
bitada por los hivitas; la ciudad no tiene rey; Hamor es nási, «príncipe»
(v. 2), probablemente un jefe elegido cuya autoridad está limitada por
la de Los vecinos de la ciudad (v. 20). En Las cartas de Amarna 135 sólo
se menciona una vez a Siquén (EA 289,22-23), al decir que un tal La-
baya entregó el país de Siquén a los apiru. Según las otras cartas que
fueron escritas por él o hablan de él, este Labaya mantiene efectivamen-
te relaciones con los apiru; gracias a su ayuda, logró controlar todo el
país, desde la llanura de Yezrael hasta las fronteras del reino de Jerusa-
lén, es decir, toda la región que aquí nos interesa. Sus dos hijos siguen
teniendo la misma autoridad 136 . Ño conocemos con exactitud la posi-
ción de este Labaya; no se le llama jamás rey de Siquén ni parece que
nunca lo fuese. Es posible que también él sea un apiru y «el jefe de los
apiru» de que habla una de esas cartas 137. El hecho de que una buena
parte del territorio que él controla estuviese cubierta de bosque aporta-
ría un argumento en favor de la tesis de M. B. Rowton, según la cual
los apiru eran «salteadores» 138. En cuanto a las relaciones de Labaya
con Siquén, H. Reviv 139 ha intentado demostrar que Labaya no era
oriundo de Siquén y que ejercía allí su autoridad desde el exterior, en
virtud de un acuerdo con los habitantes, los cuales conservaban la ad-

135 L a s cartas relativas a S i q u é n y L a b a y a h a n sido r e u n i d a s y c o m e n t a d a s p o r


E . F . C a m p b e l l , en G . E . W r i g h t , Shechem. The Biography of a Biblical City ( N u e v a
Y o r k - T o r o n t o 1965) 191-207.
136 A . A l t , Kleine Schriften I, 108-110; W . F . A l b r i g h t , The Amarna Letters from
Palestine, en C A H I I , 20 (1966) 18-20.
1 3 7 Publicada por Fr. Thureau-Dangin: RA 19 (1922) 106 = A N E T 487.
138 M . B . R o w t o n , The Topografical Factor in the Hapiru Problem, en Studies in
Honor of B. Landsberger ( C h i c a g o 1965) 375-387.
1 3 9 H . Reviv, The Governement of Shechem in the El-Amarna Period and in the
Days of Abimelech: I E J 16 (1966) 252-257; cf. Regarding the History of the Territory
of Shekhem in the El-Amarna Period: «Tarbiz» 33 (1963-1964) 1-7 ( e n h e b r e o ) .
Origen de la tribu de Benjamín 161

ministración interior de su ciudad. Labaya sería el encargado de defen-


derlos y de ampliar su territorio.
Esta situación es análoga a la que encontramos en la época de Abi-
melec Que 9). Es hijo de Yerubaal de Ofrá, pero su madre es una si-
quemita. No hay rey en Siquén; no obstante, el texto habla con frecuen-
cia de los ba 'alé Sekem, «los señores de Siquén». Estos son quienes dan
dinero a Abimelec para reclutar a «picaros» (¿apiru ?) y quienes le pro-
claman rey; pero Abimelec no reside en Siquén, sino que tiene allí un
representante, Zebul, al que se denomina su páqid o comisario (v. 28),
o el jefe, sár, de Siquén (v. 30). Según el v. 28, Abimelec y Zebul están
al servicio de los siquemitas, y de los vv. 2 y 17 se puede concluir que
esta situación existía ya bajo el padre de Abimelec, Yerubaal de Ofrá;
recuérdese además la dinastía de los «protectores» de Siquén, Labaya y
sus hijos.
Añadamos un último detalle. En la época de Amarna, la montaña
de Efraín era un centro de los apiru. La banda reclutada por Abimelec
se parece a éstos. Bajo Saúl (1 Sm 14,21) existen 'ibrím = apiru en la
montaña de Efraín, los cuales se alquilaron a los filisteos y se pasaron,
después de la victoria de Saúl, a los israelitas.
Existen, pues, glandes semejanzas entre la situación de la época de
Amarna y la de la época de los Jueces. Podemos suponer que las condi-
ciones eran más o menos las mismas en el período intermedio, en que
tuvo lugar el asentamiento de los israelitas. Contamos con un paralelo
a este respecto: el acuerdo con los gabaonitas. También éstos son hivi-
tas, como en Siquén; y no tienen rey, como aquí. Los gabaonitas hacen
un acuerdo con Josué a cambio de que les garantice una protección mi-
litar, como es probable que lo hiciese Siquén, en el siglo xiv, con La-
baya y como lo hará más tarde con Yerubaal y Abimelec. Es verdad
que todo esto no implica que la situación fuese en los dos casos idéntica,
pero sí análoga; cabe, pues, verosímilmente suponer que existió un
acuerdo entre los israelitas y los siquemitas en virtud del cual conserva-
ban éstos su autonomía al tiempo que mantenían relaciones de buena
vecindad con Israel. Es lo que supone la asamblea, exclusivamente is-
raelita, celebrada en Siquén (Jos 24): tiene lugar fuera de la ciudad,
pero en sus cercanías.

140
IX. ORIGEN DE LA TRIBU DE BENJAMÍN

Las narraciones de Jos 1-9 se atribuyen a la tradición benjaminita.


El relato de la batalla de Gabaón (Jos 1 o) e incluso ya el del acuerdo con
los gabaonitas (Jos 9) pueden atribuirse a la tradición efraimita. Todo
el territorio cuya ocupación hemos estudiado será posesión de las tribus
140
Cf., sobre todo, K.-D. Schunck, Benjamín. Untersuchungen zur Entstehung und
(¡cschichte eines israclitisvlwn Slammcs: BZAW 86 (1963); H.-J. Zobel, Stammesspruch
und (ieschichte: 15ZAW 95 (1965) capee. 107-112.
11
162 Asentamiento en Palestina central

de Benjamín, Efraín y Manases. ¿Es posible reconstruir el origen de


estas tribus?
El nombre de Benjamín se explica en Gn 35,18 como «hijo de la
derecha», un nombre de buen augurio. Pero su sentido primitivo es
«hijo del sur». Los textos de Mari, en el siglo xvni a. C , nos han ofre-
cido un paralelo excelente: una tribu se llama «Hijo (escrito ideográfica-
mente y con el signo de plural) de Yamina» (sur); otra recibe el nombre
de «Hijo de Shimal» (norte). Estos nombres corresponden al lugar don-
de vivía cada uno de los dos grupos 141 . Por lo general, se reconoce que
estos benjaminitas de Mari no tienen nada común con los israelitas, fue-
ra del nombre.
Sin embargo, el nombre es interesante. Es posible que el grupo is-
raelita ya se llamase así antes de asentarse en Palestina; pero es mucho
más probable que recibiese su nombre en Palestina, pues vivió al sur
del otro grupo que había entrado con él (Efraín), y éste tomó, como ve-
remos, el nombre de la región donde se estableció. Esto supone que la
tribu de Benjamín se constituyó como tal después de su asentamiento.
Las tradiciones bíblicas relativas a Benjamín van en este sentido.
Benjamín es el último de los doce hijos de Jacob, el segundo y último
hijo de Raquel. Es el único que nació en Palestina 142. El relato de su
nacimiento, que ocasiona la muerte de la madre (Gn 35,16-20 [E]), es
totalmente distinto de las descripciones del nacimiento de sus herma-
nos. Además, su nacimiento está separado de los demás en el espacio
y en el tiempo. Benjamín nace cuando Jacob se halla en camino hacia
Efratá = Belén; Raquel fue enterrada en Rama = Er-Ram, en la fron-
tera entre Benjamín y Efraín (cf. 1 Sm 10,2; Jr 31,15). El nacimiento de
José como último hijo que tuvo Jacob en Mesopotamia (Gn 30,24) mar-
ca el final de una historia, y el v. 25 es una conclusión. Al comienzo de
la historia de José (Gn 37), el amor particular de su padre, sus sueños,
todo ello indica que, en una forma de la tradición, José era el último hijo
de Jacob. Benjamín se presenta, pues, como una tribu joven.
Si prescindimos del grupo de Judá, que se estableció, como hemos
visto, de una manera especial, Benjamín es la tribu más meridional del
grupo que ocupó Palestina central. Fue esta situación la que le dio su
nombre. Mas esto no implica que los grupos que formaron esa tribu
no viniesen del exterior, concretamente del este del Jordán, como afirma
la tradición de Jos 1-9, ni supone tampoco que este grupo no constitu-
yese cierta unidad antes de su entrada.
Pero estos elementos prebenjaminitas no habían atravesado solos el
Jordán. Benjamín está estrechamente ligado a José: los dos son hijos de
Raquel, están íntimamente unidos en la historia de José y sus herma-
141
Sobre los benjaminitas de Mari, cf. esencialmente G. Dossin, Benjaminites dans
les Textes de Mari, en Mélanges Syriens... R. Dussaud II (París 1939) 982-996; J. R. Kup-
per, Les nómades en Mésopotamie au temps des rois de Mari (París 1957) 47-81.
142
J. Muilenburg, The Birth of Benjamín: J B L 75 (1956) 194-201; J. A. Soggin,
Die Geburt Benjamins: VT 11 (1961) 432-440.
La casa de José 163

nos en Egipto, e incluso sus territorios son vecinos. José y Benjamín


entraron, pues, juntos en Canaán. Al decir esto no estamos, sin embar-
go, pensando en la «casa de José», que, según veremos, se formó más
tarde, sino que nos referimos a uno solo de sus elementos, Efraín. Ya
hemos visto cómo se mezclaban en Jos 1-10 las tradiciones benjaminitas
y efraimitas y cómo se conservaban en dos santuarios: Guilgal en Ben-
jamín y Betel en Efraín. En realidad, son tradiciones comunes a los
dos grupos, los cuales no acabaron de diferenciarse hasta después de
su asentamiento. Por consiguiente, no cabe siquiera preguntarse cómo
se introdujo secundariamente la figura de Josué el efraimita en los rela-
tos de Jos 1-10. Josué pertenece a la tradición primitiva, común, y es el
jefe de los grupos que franquearon el Jordán; el papel que le atribuyen
los relatos de Jos 1-10 es fundamentalmente histórico. La continuación
de la historia de Benjamín pertenece al período de los Jueces.

X. LA CASA DE JOSÉ. EFRAÍN-MANASÉS-MAQUIR

José es uno de los doce hijos de Jacob, los antepasados de las doce
tribus; tiene dos hijos, Efraín y Manases, y Maquir es hijo de Manases.
Este esquema genealógico de la Biblia parece compaginarse con ia opi-
nión clásica 143 según la cual una vieja tribu de José o una «casa de José»
se dividió en dos tribus, Efraín y Manases, uno de cuyos clanes era el de
Maquir. Lo que hemos dicho sobre Maquir y Manases, al referirnos al
asentamiento en TransJordania, muestra que la situación no es tan sim-
ple. Existe un problema en torno a la «casa de José».
José es un nombre de persona, y no hay razón para dudar que lo
llevase un personaje histórico. Ese nombre pudo ser después el nom-
bre de una tribu, pero el hebreo no posee el gentilicio correspondiente,
«josefita». Por otra parte, no se hace alusión a una «tribu de José», excep-
to en dos textos que son tardíos y sospechosos: Nm 13,11, donde «tribu
de José» está en oposición a «tribu de Manases» y, Nm 36,5, que habla
de «la tribu de los hijos de José». Esta misma expresión, «hijos de José»,
se encuentra en una serie de textos recientes (Nm 1,10; 26,28; 34,23;
36,1 [todos ellos de P ] , y después 1 Cr 7,29). La redacción deuterono-
mista emplea esa expresión en varios lugares (Jos 14,4; ió.iss; 17,14;
18,11; 24,32). Sin embargo, dos de ellos (Jos 14,4 y 16,4) ponen los
«hijos de José» en el orden Manases y Efraín, lo cual es un signo de an-
tigüedad. No obstante, esto no significa que la expresión «hijos de José»
sea primitiva. El pasaje de Jos 17,14-18, que ya hemos estudiado, es
instructivo a este respecto. Hemos dicho que los w . 14-15 eran una
versión más reciente de los vv. 16-18. Ahora bien, el v. 14 dice «los hijos
de José», y el v. 17 habla de la «casa de José» («Efraín y Manases»; lo
que sigue es una adición). Al comienzo del v. 16, la expresión «hijos de
143
Sólo dos nombres: Ed. Meyer, Die ¡sraeüten und ihre Nachbarstámme (Halle
1906) 287-293, 510; M. Noth, Geschichte, 60-62.
164 Asentamiento en Palestina central

José» debe corregirse con M. Noth o es un lazo de unión con los w . 14-
15 introducido por el redactor. La expresión «casa de José» vuelve a
aparecer en Jos 18,5, en un pasaje redaccionalmente heterogéneo.
De todas formas, la expresión «casa de José» se encuentra principal-
mente en textos antiguos (Jos 1,22-23.35; 2 Sm 19,21); en este último pa-
saje es probable que se deba traducir «antes de toda la casa de José»,
mejor que «el primero de la casa de José», puesto que Semeí es un ben-
jaminita. Posteriormente aparece en 1 Re 11,28, donde se dice que el
efraimita Jeroboán fue puesto al frente de los trabajadores forzados de
la casa de José 144. La expresión «casa de José» es anterior a las expresio-
nes «hijos de José» o «tribu de José»; pero no nos permite remontarnos
más allá de comienzos de la monarquía (redacción de Jue 1,22-23). En
aquella época, «casa de José» es paralela a «casa de Judá». Esta última
aparece por primera vez, y con insistencia, en el relato de la elección
de David como rey de Hebrón (2 Sm 2,7.10.11). Este nombre significa
el término de una evolución que ya hemos descrito y designa el conjun-
to de los grupos integrados en la tribu de Judá o por ella asimilados.
Resulta, pues, razonable concluir que la «casa de José» se constituyó por
la misma época y de la misma manera que la casa de Judá mediante la
unión de grupos primero independientes. No se halla en el origen de
una historia, sino en su término.

1. La casa de José en las sentencias sobre las tribus


Esta historia se refleja en los tres fragmentos poéticos acerca de las
tribus 145 .
a) El testamento de Jacob (Gn 49).—La sección consagrada a José
(vv. 22-26) es tan larga como la reservada a Judá (vv. 8-12) y mucho
más larga que la dedicada a cualquier otra tribu. Tiene un carácter de
bendición mucho más claro que en el caso de Judá. Resulta difícil dis-
tinguir en ella varios estratos, como hace H. J. Zobel, Mientras de Judá
se dice que sus hermanos se inclinarán ante él y que él llevará el cetro,
de José se dice que las bendiciones de la tierra fértil vendrán sobre él
y que él será separado, consagrado (nazír), entre sus hermanos (w. 25-
26). Esta preeminencia se debe a la victoria que Dios le concedió sobre
sus enemigos, sobre los arqueros que le atacaron (w. 23-24); supone,
pues, como fecha más cercana el final del período de los Jueces, des-
pués de la guerra dirigida por Efraín contra Benjamín (Jue 19-21). El
oráculo sobre Judá supone como fecha más próxima el reinado de Da-
vid, pues no creo que sea necesario descender hasta el de Salomón. Ya
hemos visto que fue a comienzos de la monarquía cuando comenzaron
a aparecer las expresiones «casa de José» y «casa de Judá». En Gn 49 no
se alude a Efraín y Manases.
144
Sobre estos textos, cf. E. Táubler, Bibüscke Studien (1958) 197-200.
145
H. J. Zobel, Stammesspruch und Geschichte: BZAW 95 (1965) 112-126.
La casa de José 165

b) Las bendiciones de Moisés (Dt 33,13-17).—Es la bendición más


larga de todas y se parece mucho a la de Gn 49: la bendición de la tierra,
José nazír entre sus hermanos, su cuerno golpea a los pueblos. La si-
tuación histórica no puede ser muy diferente de la de Gn 49; por tanto,
su fecha más cercana sería el final del período de los Jueces. En efecto,
los vv. 13-16 sólo hablan de José; el v. 17 es una adición que dice: «Ta-
les son las miríadas de Efraín, tales son los millares de Manases». Es
cierto que se mencionan aquí los dos elementos de la «casa de José», de
los que no hablaba Gn 49; pero la preferencia se da a Efraín, siendo que
Manases era el primogénito. Esta adición refleja el cambio expresado de
otra forma en Gn 48; pero sobre esto volveremos más adelante.
c) El cántico de Débora (Jue 5,14).—Literariamente, es éste el texto
más antiguo con que contamos. No menciona a José ni a Manases. Tra-
ta, en cambio, de Efraín, al que vincula Benjamín, y de Maquir. Mana-
ses no ha ocupado todavía el puesto de Maquir, y la casa de José no está
aún constituida.
A este esquema podemos añadir algunos rasgos. liemos visto que
la ocupación descrita en Jos 1-10 había sido efectuada por los grupos
de Benjamín-Efraín y que Benjamín no había tomado su nombre como
tribu constituida hasta después de su asentamiento en el sur del terri-
torio conquistado. Sucede otro tanto con Efraín. Según su forma, no
es un nombre personal, sino que era originalmente un nombre geográ-
fico 146; si Judá recibió su nombre de la montaña de Judá, Efraín lo
recibió de la montaña de Efraín. Este nombre puede designar todo el
macizo montañoso de Palestina central (1 Re 4,8; Jos 20,7; 21,21). Pero
en un principio debió de tener un alcance más restringido. En efecto, el
alto de Baal Jasor = G. Asur, nueve kilómetros al nordeste de Betel, se
encuentra, según 2 Sm 13,23, «cerca de Efraín»; este nombre significa
un lugar preciso, probablemente un pueblo que se propone localizar
cerca de Ain Samiyeh, cinco kilómetros al nordeste de Taibeh 147. Aquí
estaría situada la región del Efraín primitivo, del que tomaron el nom-
bre los efraimitas; el nombre geográfico se habría extendido, al mismo
tiempo que ellos, a todo el macizo montañoso.
En cuanto a Manases, seguramente es un nombre personal. Como
nombre de tribu, aparece por primera vez en la historia de Gedeón
(Jue 6,15), donde se dice que el clan de Gedeón es el más débil de los
clanes de Manases. Por desgracia, no conocemos a punto fijo la locali-
zación de Ofrá, patria de Gedeón. La opinión corriente es localizarla en
Taibeh, n kilómetros al norte de Betsán; pero últimamente se ha
propuesto situarla en Affuleh, en la llanura de Yezrael. En ambos casos
nos encontramos lejos de la montaña de Efraín e incluso de Siquén, que
l4
" M. Noth, Geschichte, 60; E. Taubler, Bíblische Studien, 177-187.
147
H. Secbass, Ephraim in 2 Sam XIII 23: VT 14 (1964) 497-500, piensa que
Efrafn designa un territorio y no un pueblo; esto es menos verosímil, pero no tiene
importancia en nuestro caso.
166 Asentamiento en Palestina central

corresponderá a Manases en el reparto de los territorios y que está cerca


de su frontera meridional. No sabemos nada exacto sobre el origen y
la historia antigua de la tribu de Manases, de suerte que sólo podemos
formular hipótesis.

2. Efraín y Manases en Gn 48
Tomaremos como punto de partida Gn 48, donde Jacob, moribun-
do, adopta y bendice a los dos hijos de José: Efraín y Manases 148. Los
w . 3-7 de este relato pertenecen con seguridad a P; el resto es una com-
binación de dos tradiciones, pues existen dos bendiciones de los hijos
de José (w. 15-16 y 20). Hay aquí elementos de J y E; no es posible, sin
embargo, distribuir el conjunto del relato entre esas dos fuentes. Por
los demás, parece que el episodio de Gn 48 es un elemento adicional
de la historia de José; no es la continuación de Gn 47,29-31 149 . En cuan-
to al fondo, hay que distinguir dos elementos: la adopción de los hijos
de José por parte de Jacob-Israel y la preferencia concedida a Efraín
sobre Manases, que era el primogénito.
a) La adopción 150 se formula de manera explícita en los w . 5-6,
donde se dice que Efraín y Manases serán hijos para Jacob con el mis-
mo título que Rubén y Simeón; los otros hijos de José serán para éste.
Es una fórmula declarativa de adopción y pertenece a P. Pero también
las fuentes antiguas vienen a decir prácticamente lo mismo en el v. 12,
al declarar que José recoge a sus dos hijos, que había colocado antes
sobre las rodillas de su padre. También éste es un rito de adopción del
que aduce varios ejemplos la Biblia. Los hijos de Bala nacerán sobre las
rodillas de Raquel y serán suyos (Gn 30,3); los hijos de Maquir, hijo de
Manases, «nacieron sobre las rodillas de José» (Gn 50,23); Noemí adopta
a su nieto, el hijo de Rut, poniéndolo sobre sus rodillas o en su seno
(Rut 4,16). En la bendición del v. 16, el deseo de «que perviva en ellos
mi nombre» es otra fórmula de adopción. En el derecho babilónico se
encuentran fórmulas paralelas a ésta; pero se trata, en este caso, de la
adopción de una persona extraña a la familia. Por el contrario, en los
ejemplos del Antiguo Testamento que acabamos de citar se trata siem-
pre de una adopción intrafamiliar, de un abuelo (o una abuela) que
adopta a su nieto. Actualmente ya tenemos un paralelo exacto en Ugarit,
148
Cf. O. Kaiser, Stammesgeschichtliche Hintergründe der Josephsgeschichte: V T 10
(1960) 1-15; E. C. Kingsbury, He set Ephraim Before Manasseh: H U C A 38 (1967)
129-136.
149
A. Jepsen: «Wiss-Zeitschr. d. K. Marx-Univ. Leipzig» 3 (1953-1954) 141.
150
A propósito de Efraín y Manases y de los casos que vamos a relacionar con
ellos, cf. H. Donner, Adoption oder Legitimation? Erwdgungen zur Adoption im Alten
Testament auf dem Hintergrund der altorientalischen Rechte: OrAnt 8 (1969) 87-119,
espec. 108-109, niega que se trate de una «adopción» y prefiere hablar de una «legiti-
mación», con las consecuencias que ésta lleva consigo en el derecho familiar. En efecto,
el beneficiario es un descendiente en línea directa. También yo había dicho que no
se trataba de una adopción en sentido estricto (Institutions I, 85-87); pero, una vez
hecha esta reserva, no veo gran inconveniente en conservar la palabra.
La casa de José 167

donde un hombre adopta al hijo de su hija como hijo propio y le lega


todos sus bienes 151.
Conforme a las reglas jurídicas del antiguo Oriente, Efraín y Ma-
nases, al ser así adoptados por Jacob, adquieren los mismos derechos
que los otros hijos suyos. Traducido a la historia de las tribus, esto sig-
nifica que las tribus de Efraín y Manases fueron reconocidas como
tribus israelitas con plenitud de derechos, lo cual supone que antes no
lo eran. La explicación clásica 152 consiste en decir que había que con-
servar a toda costa el número de doce tribus (los doce hijos de Jacob) y
que, por tanto, al dejar Leví de ser una tribu política se dividió en dos
la tribu de José. Nosotros probaremos, sin embargo, que hay que revi-
sar las opiniones corrientes sobre el sistema de las doce tribus. Por otra
parte, ya hemos visto que la «tribu de José» sólo aparecía en dos textos
tardíos. Esa explicación es, pues, insuficiente.
Hay que preguntarse si esta adopción de Efraín y Manases por Ja-
cob no significará que esos dos grupos no tenían en un principio nada
que ver con los grupos de Jacob. ¿No implicará esto que José no era
jacobita? El problema hay que abordarlo, pero no se le puede dar una
respuesta directa, sino que hay que enfocarlo desde distintas perspectivas.
1) José como primogénito.—Ya hemos visto que una tradición con-
sideraba a José como el último de los hijos de Jacob y desconocía a
Benjamín. Existen, en cambio, otros textos que conceden a José la po-
sición e incluso el título de primogénito.
Según 1 Cr 5,1-2, Rubén era el primogénito; pero, después de su
incesto, el derecho de primogenitura pasó a los hijos de José, hijo de
Israel; es cierto que la preeminencia correspondió a Judá y que un prín-
cipe, David, salió de éste, pero el derecho de primogenitura pertenecía
a José. Según el texto de Gn 48,22, del que ya nos hemos servido, José
recibe Siquén como una parte más que sus hermanos. ¿Significa esto
simplemente que, como nosotros hemos admitido, Siquén se hizo is-
raelita más tarde, o implica que José recibió el trato preferencial del
hijo mayor, al que, según las leyes del antiguo Oriente y Dt 21,17, co-
rresponde una parte doble de la herencia? 153 En este caso, los textos
de 1 Cr 5 y Gn 48 podrían significar únicamente esta preferencia, sím-
bolo de la preponderancia que alcanzó la casa de José en Israel; pero
también podrían ser una expresión del tema bíblico según el cual el hijo
menor es preferido al mayor, como sucede con Abel respecto a Caín y
con Jacob respecto a Esaú, y como sucede en la historia de José, según
revelan sus sueños y las disputas con sus hermanos (Gn 37).
151
Cf. I. Mendelsohn, A Ugaritic Parallel to the Adoption of Ephraim and Manas-
seh: IEJ 9 (1959) 180-83; F. Vattioni, L'adozione di Efraim e di Manasse e Ugarit:
«Rivista Bíblica» 8 (1960) 69-70.
152
Esta es la explicación tanto de M. Noth, Geschichte, 83, como de J. Bright,
History, 143.
l5i
I. Mendelsohn, On the Preferential Status uf ihe Eldest Son: BASOR is6 (di-
ciembre 1959) 38-40.
168 Asentamiento en Palestina central

Aún hay otros textos que debemos tener en cuenta. En Gn 46,4 (E),
Dios anuncia a Jacob que José será quien le cierre los ojos. Según Gn 47,
29-31 (J), Jacob, moribundo, llamará a José para confiarle sus últimas vo-
luntades, a saber, los privilegios del hijo mayor. Existen, finalmente, el
oscuro texto de Dt 33,17a, en la bendición de José. El hebreo se puede
traducir: «el primogénito de su toro (expresión de la fuerza viril), la glo-
ria está en él» o «su toro primogénito...», viendo eíi ello una alusión a
Efraín, que sería objeto del versículo siguiente. Pero en realidad el
oráculo se dirige a José, mientras que Efraín y Manases no se mencionan
hasta el final del versículo. Sin embargo, ninguna de las versiones lleva
el pronombre posesivo, sino que ponen «primogénito toro» o «primogéni-
to del toro». Cabe dudar en la elección, pero en ambos casos se trata de
una apelación de José.
Ninguno de estos textos es por sí solo decisivo. No obstante, esa con-
fluencia de textos, procedentes de fuentes distintas, parece indicar que
existió una tradición según la cual José era considerado como primogé-
nito. Pero primogénito, ¿de quién?
2) Raquel-Lía.—Efectivamente, José es el primogénito de Raquel,
la cual tendrá a continuación a Benjamín y morirá, Pero esto no tiene
interés directo para nosotros, ya que la primogenitura va vinculada a la
descendencia del padre. Debemos, no obstante, detenernos en esa línea
materna. Según Gn 30, la otra mujer de Jacob, Lía, tuvo seis hijos: pri-
mero, Rubén, Simeón, Leví y Judá, y después de cierto tiempo, Isacar
y Zabulón. Los otros cuatro hijos de Jacob se reparten entre las dos es-
clavas de Raquel y de Lía. Tomando como base este cuadro genealógico,
los críticos modernos hablan del grupo de Lía y del grupo de Raquel,
de las tribus de Lía y de las tribus de Raquel. Pero no están de acuerdo
acerca del valor de esta agrupación. Por no aludir más que a dos opi-
niones recientes y opuestas 154, S. Mowinckel estima que ese reparto de
las doce tribus entre las mujeres y concubinas de Jacob no tiene ningún
significado histórico; ese reparto es posterior al establecimiento de las
tribus en Palestina y es el resultado de una mezcla de tradiciones diver-
sas, de circunstancias prácticas (los territorios ocupados) y de teoría
política. Por el contrario, O. Eissfeldt ve en la agrupación de Rubén,
Simeón, Leví y Judá, por una parte (Lía), y de José y Benjamín, por otra
(Raquel), el reflejo de situaciones históricas: existieron dos grupos que
tuvieron historias diferentes, uno de Jacob-Lía y otro de Jacob-Raquel.
3) Israel-Raquel.—De hecho, resulta difícil admitir que la distin-
ción entre el grupo de Lía y el de Raquel no cuente con ningún funda-
mento histórico. Cabe, pues, dar un paso adelante. El antepasado de las
doce tribus lleva un doble nombre, Jacob e Israel l 5 5 . En Gn 32,29 se

154 S. Mowinckel, Rahelstámme und Leastámme, en Von Ugarit nach Qumran:


BZAW 77 (1958) 129-150; O. Eissfeldt, Jakob-Lea und Jakob-Rahel, en Gottes Wort
und Gottes Land (Gotinga 1965) 50-55 = Kleine Schriften IV, 170-175.
155
Cf. supra, pp. 176-177.
La casa de José 169

sitúa el cambio de nombre en TransJordania; pero este episodio parece


constituir un elemento secundario en la escena de la lucha entre Jacob
y el genio del Yaboc. Gn 35,9-13 vincula dicho cambio a la aparición
de Dios en Betel.
A pesar de este cambio, los nombres de Jacob e Israel siguen empleán-
dose, casi en la misma proporción, en la continuación del Génesis, y la
atribución de Jacob a la fuente elohísta y de Israel a la yahvista parece
ser arbitraria. Es más importante señalar que Israel se encuentra con
mayor frecuencia en la historia de José, especialmente en el capítulo del
Génesis de que estamos tratando (siete veces Israel frente a una vez
Jacob). Así, pues, el nombre de Israel aparece especialmente vinculado
a la tradición sobre José y a su «casa». También está vinculado a Siquén.
Allí es donde «Jacob» erige un altar a El, Dios de Israel (Gn 33,20: la
primera vez que se menciona el nombre después de Gn 32,29; donde
ya hemos dicho que probablemente es secundario; poco después tene-
mos el «cambio» del nombre de Jacob: Gn 35,10); en Siquén es también
donde transmite Josué las palabras de Yahvé, «Dios de Israel» (Jos 24,2);
finalmente, en la región de Siquén es donde comienza la historia de
José (Gn 37). El nombre de Israel quedará vinculado a Palestina central
—tal es el caso bajo Saúl—y posteriormente se empleará en contraposi-
ción a Judá.
Jacob e Israel son dos nombres personales. El hecho de que se
atribuyan ambos al mismo individuo indica que se fundieron dos tra-
diciones, al principio independientes: una que conocía un antepasado
Jacob, y otra, un antepasado Israel. Varios trabajos recientes 156 parecen
haber demostrado la existencia de esta tradición distinta sobre un pa-
triarca Israel. Está vinculada a la región ocupada por la «casa de José».
En esta misma región sitúa la tradición el nacimiento de Benjamín y la
tumba de su madre, Raquel. Más que de un grupo Jacob-Israel (como
hace Eissfeldt), habría que hablar de un grupo Israel-Raquel, al lado de
un grupo Jacob-Lía. En esta tradición, José era el primogénito de Israel
y Raquel, lo cual justifica los textos arriba estudiados.
De esta forma, el cambio del nombre de Jacob por el de Israel y la
adopción por Jacob de Efraín y Manases, hijos de José y nietos de Ra-
quel (y de Israel), representarían la fusión de las tradiciones, es decir,
la asociación de grupos originariamente independientes.
4) José y Maquir.—Quizá sea posible remontarse aún más en las
tradiciones sobre José. El comienzo de su historia tiene lugar en la re-
gión de Siquén-Dotán. En esta región hemos situado nosotros la resi-
dencia primitiva de Maquir, que era un grupo importante en la época
de Débora. Se ha explicado el nombre de Maquir, el «vendido», como si
indicara una situación de mercenarios al servicio de Canaán o Egipto.

" * V. Maag, Der Hirte Israels: «Schweizerische Theologische Umschau» 28 (1958)


2-28; sobre tocio, H. Seebass, Der Erzvater Israel: BZAW 98 (1966) espec. 1-5, 25-
34; A. de l'ury, Genése XXXIV el l'histoire: RB 76 (1969) 5-49, espec. 39-48.
170 Asentamiento en Palestina central

Pero la tradición p u d o dar otra explicación del nombre. ¿No se consi-


deraban los maquiritas o «vendidos» (una fracción del antiguo grupo de
Israel) como los descendientes de José, que había sido «vendido» en
Egipto? 1 5 7 Este Israel primitivo podría ser el que se menciona en la
estela de Merneptah.
b) Efraín antes de Manases.—El segundo elemento de G n 48 es la
preeminencia que concede la bendición de Jacob a Efraín sobre su her-
mano mayor, Manases. Es indudable que este relato refleja u n cambio
e n la situación relativa de los dos grupos. Según u n estudio reciente 1 5 8 ,
se trataría de u n predominio cultual, adquirido por Efraín gracias al
traslado del santuario central de las tribus de Siquén a Betel, durante
el período de los Jueces. Pero es preferible la opinión común, que ve
e n ello la expresión de un predominio político. Es cierto que Efraín
poseía ese predominio a comienzos de la monarquía. En efecto, después
d e la muerte de Saúl, A b n e r estableció a su hijo Isbaal «sobre Galaad,
los aseritas, Yezrael, Efraín, Benjamín, y sobre todo Israel» (2 Sm 2,9).
Yezrael representa una parte del territorio de Manases. Efraín engloba
el resto de este territorio, y la «montaña de Efraín» se extiende entonces
hasta la llanura de Yezrael. Esta montaña de Efraín, en sentido amplio,
constituirá la primera prefectura de Salomón (1 Re 4,8), y Siquén, ciu-
d a d de Manases, está, según se dice en 1 Re 12,25, en la montaña de
Efraín. E n Oseas no se menciona nunca a Manases; en cambio, se men-
ciona veintisiete veces a Efraín, bien en paralelismo con Israel (Os 5,
3.5; 6,10; 10,11), bien para designar el reino del norte en su conjunto,
e n contraposición con el reino de Judá (Os 4,17; 5,10-13; 8,14). Por
consiguiente, a partir del comienzo de la monarquía, Manases ya no
desempeña ningún papel político. Pero hay que remontarse más lejos;
concretamente, para justificar G n 48, hay que demostrar que Efraín
destituyó a Manases del primer puesto que poseía.
1) Manases, primogénito de José.—La preeminencia de Manases se
expresa en la genealogía. José tiene de su matrimonio con la egipcia
Asenat, primero, a Manases, y después, a Efraín ( G n 41,50-51 [JE];
cf. G n 46,20 [P]). Al parecer, tuvo posteriormente otros hijos, de los
q u e no se sabe nada ( G n 48,6 [P]). Esta primogenitura de Manases es
recordada en la división del territorio (Jos 17,1), y alguna vez se citan
las dos tribus en el orden Manases-Efraín (Jos 14,4; 16,4), a pesar de
q u e el territorio de Efraín (Jos i6,5s) se describe antes del de Manases
(Jos 17,73) 1 5 9 . E n los dos contextos (Jos 16,9 y 17,9) se habla de ciuda-
des que se encuentran en Manases, pero que pertenecen a Efraín. Es
evidente que el redactor se vio en aprietos para conciliar los datos de
157
Cf. vol. I, pp. 303-304 y supra, 144.
158
E. C. Kingsbury, loe. cit. en la nota 148.
159
K. Elliger: ZDPV 53 (1930) 267, piensa que el documento antiguo seguía el
orden Manasés-Efraín.
La casa de José 171

sus documentos, por representar éstos situaciones de épocas diferen-


tes le».
U n o de dichos documentos seguía el orden Manasés-Efraín, que
es también el orden que sigue el censo de las tribus en N m 26,28-37.
Al contrario, el censo de N m 1,32-35 pone a Efraín en primer término.
La comparación de las cifras resulta instructiva: Manases baja de 52.700
habitantes que tiene en N m 26 a 32.200 que cuenta en N m 1, mientras
q u e Efraín sube de 32.500 habitantes a 40.500. Cualquiera que sea la
interpretación que se dé de estas cifras i 6 1 , indican una inversión de la
situación a favor de Efraín. La lista de N m 26 representa una situación
más antigua que N m 1 162.
2) Manasés-Maquir.—Pero este predominio de Manases no es la
situación original. E n el tercer cuarto del siglo x n a . G , el cántico d e
Débora Que 5) no conoce a Manases, mientras que cita a Maquir, el
cual debe de ser u n grupo poderoso. Ya hemos visto que M a q u i r pasó
seguidamente a TransJordania, Manases ocupó su puesto al oeste, bien
porque forzase a M a q u i r a emigrar, bien porque Manases fuese u n grupo
d e M a q u i r que se quedó en el oeste y evolucionó i 6 3 . Esta segunda hipó-
tesis nos parece más verosímil. Lo cierto es que Manases ocupó el puesto
de M a q u i r y que esto se expresó en una relación genealógica, según la
cual Manases es el padre de Maquir.
A partir de entonces es cuando Manases adquiere su importancia.
Manases desempeña la función principal bajo Gedeón-Yerubaal (Jue 6-
8). Es éste u n manasita de Ofrá, que, en su lucha contra Madián, llama
a «todo Manases, Aser, Zabulón, Neftalí» (Jue 6,35) y reúne a «las gentes
d e Neftalí, Aser, y todo Manases» (Jue 7,23); después de su victoria, se
le brinda la realeza, pero él la rehusa. Ya hemos dicho, al referirnos a la
historia de Siquén, que ejercía u n control sobre toda la región. Este
predominio de Manases se mantiene bajo su hijo Abimelec (Jue 9) y
d u r a n t e el conato fallido de una realeza. Este fracaso señala quizá el
declive de Manases.
3) El ascenso de Efraín.—En la historia de Gedeón, Efraín apa-
rece subordinado a Manases. Gedeón es quien encomienda a los efrai-
mitas una misión especial contra Madián y a quien ellos entregan las
cabezas de los reyes vencidos (Jue 7,24-25). Pero los efraimitas sopor-
tan mal este puesto de segundo orden; por eso reprochan a Gedeón que
160
M. Noth: ZDPV 58 (1935) 203-208, da una explicación fundada sobre la an-
terioridad de la «casa de José» sobre las tribus que se fueron diferenciando de ella.
Nosotros hemos rechazado esta teoría.
161
Cf. el ensayo de G. E. Mendenhall, The Census Lists of Numbers 1 and 26:
JBL 77 (1958) 52-66.
162
Así, M. Noth, Das System der Zwóíf Stámme Israels (Stuttgart 1930) 23-25.
Sin embargo, en su comentario a los Números (ATD; 1966) 177, se inclina por la
solución contraria. G. Mendenhall considera también N m 1 como el más antiguo,
pero reconoce que las cifras de Manases ofrecen dificultad.
Ifi
3 Cf. supra, p. 115.
172 Asentamiento en Palestina central

no los haya llamado desde el principio a participar plenamente en la


campaña Que 8,1-3). Las mismas pretensiones de Efraín se manifiestan
bajo Jefté (Jue 12,1-6): se le quejan de que no les llamase a luchar contra
los amonitas, lo cual provoca una guerra entre los galaaditas y los
efraimitas, en la que éstos resultan vencidos.
Pese a ello, Efraín termina consiguiendo su superioridad, como lo
manifiesta el hecho de que el nombre de Efraín se extendiera a una
parte del territorio de Manases y los efraimitas llegaron a poseer algu-
nas ciudades en Manases. Desde ese momento cabe hablar de las m i -
ríadas de Efraín frente a los millares de Manases (Dt 33,17), y el orden
Efraín-Manasés se impone en la lista de las tribus. E n la guerra contra
Benjamín (Jue 19-21), Efraín desempeña el papel principal. Si las tribus
e m p u ñ a n las armas, es p o r vengar a j i n levita de Efraín; cuando se
reúnen para prepararse al ataque, lo hacen en u n santuario de Efraín, en
Betel. El predominio de Efraín cuenta finalmente con una base sólida
cuando se funda el santuario de Silo y entra en acción Samuel.

3. Conclusión
A u n q u e n o sin reservas, yo propondría las conclusiones siguientes
sobre la constitución de la casa de José.
— José es originariamente u n héroe de Maquir.
— Cuando M a q u i r fue sustituido por Manases, la tradición de José
se convirtió en una tradición manasita 164 . Manases pasó entonces a ser
el primogénito de José, y se dice que éste adoptó a los hijos de M a q u i r ,
hijo de Manases ( G n 50,23 [E]). Esto representa una integración aná-
loga a la de Efraín y Manases, hijos de José, por parte de Jacob.
•— Cuando Efraín logró el predominio sobre Manases y se exten-
dió a expensas suyas, la tradición de José se hizo común a Efraín y M a -
nases. Este cambio de situación se expresa en G n 48.
— E n este m o m e n t o fue cuando se comenzó a hablar de una «casa
de José» en los textos antiguos (Jos 17,17; Jue 1,22-23.35) y posterior-
mente en 2 Sm 19,21. Esa casa comprende a Maquir-Manases y Efraín,
y sus miembros se llaman entonces «hijos de José».
164
Así, A. Jepsen, Hom. Alt (citado en la nota 149) 142.
CAPÍTULO V

ASENTAMIENTO EN EL NORTE.
ASER, NEFTALÍ, ZABULÓN, ISACAR

I. L A BATALLA DE LAS AGUAS DE M E R Ó N


Y LA TOMA DE JASOR (Jos 11)

1. Crítica literaria
Jos 11 está construido como u n paralelo de Jos 10:
Jos 11,1-5: Yabín, rey de Jasor, se pone a Jos 10,1-5: coalición de los reyes cananeos
la cabeza de una coalición de los reyes del del sur para combatir a Gabaón, aliado
norte para combatir a Israel. de Israel.
6: Yahvé dice a Josué: «No los temas...» 8: Yahvé dice a Josué: «No los temas...»
7-9: atacados por sorpresa, los reyes son 9-11: atacados por sorpresa, los reyes son
derrotados en las aguas de Merón. derrotados en Gabaón y en la bajada de
Bejorón.
10-15: toma de Jasor y otras ciudades. 28-39: toma de las ciudades del sur (tras
la inserción del texto sobre la detención del
sol y la tradición sobre Maqueda, 12-27).
16-20: resumen de la conquista, que in- 40-42: resumen de la conquista del sur.
cluye ahora el sur y el norte.

Este paralelismo no es casual y está acentuado por el empleo de las


mismas fórmulas. Presenta la conquista de todo el norte y de todo el
sur como dos expediciones de Josué al frente de todo Israel. Esta com-
posición se debe al «compilador» predeuteronomista. El redactor deute-
ronomista hizo algunas adiciones, en concreto la lista de los antiguos
habitantes de Canaán (v. 3), tomada de otra parte (cf. Jos 9,1; 12,8, etc.),
incluidos de los jebuseos de Jerusalén, que no vienen al caso.

2. Exégesis
Así como Jos 10 contiene u n núcleo histórico sólido, la batalla de
Gabaón, también Jos 11 conserva el recuerdo de u n acontecimiento
histórico, la victoria de las aguas de Merón. Pero hay que averiguar
cuándo tuvo lugar y quién la ganó.
El relato nos transporta a u n marco geográfico distinto. Las aguas
de M e r ó n , donde se libró la batalla, no son, como se creyó antaño, las
del lago Hule, sino la fuente o fuentes de que dependía la ciudad de
174 Asentamiento en el norte

Merón. También se habla de las «aguas de Meguido» (Jue 5,19), de las


«aguas de Neftoj» (Jos 15,9), de las «aguas de Nimrín» (Is 15,6; Jr 48,34).
Esta ciudad de Merón se menciona en las listas geográficas egipcias
bajo Tutmosis III y bajo, Ramsés II, y en el relato de la campaña de
Teglatfalasar III a Galilea, en 733-732. Suele localizarse en Meirún, al
pie del G. Germak; pero este lugar no es anterior a la época helenística.
Y. Aharoni x ha identificado el nombre con el de G. Marún o Marún
er-Ras y ha propuesto situarla en Tell el-Khureibeh, unos 15 kilóme-
tros al oeste de Jasor. En efecto, este lugar posee cerámica del Bronce
Reciente y, por otra parte, ocupa una buena posición estratégica, en
un nudo de caminos y en una altiplanicie que permitía el movimiento
de la caballería, punto en que insiste el relato (Jos 11,4.6.9). Una vez
vencidos, los enemigos se dan a la fuga por la meseta, en dirección de
Sidón por el noroeste y hacia el valle de Mispá por el nordeste; este
valle puede ser la depresión de Merg Ayún, pero el detalle es difícil
de avalar 2 . Aparte de Merón, el otro punto geográfico importante es
Jasor, que es ciertamente Tell el-Qedah, al suroeste del lago Hule.
Este lugar está ya excavado; volveremos después a referirnos a él.
Jos 11,1 señala expresamente como adversarios de los israelitas a
Yabín, rey de Jasor, y a Yobab, rey de Madón. Este último lugar ha
sido localizado, sin razón suficiente, en Qarn Hattim, en cuyas cerca-
nías se encuentra un Kh. Midyán. Pero Madón sólo aparece en este
pasaje y en la lista de Jos 12,19, en la que falta en el griego; por consi-
guiente, es muy probable que haya que preferir la lectura del griego,
que pone en este caso Merón. El texto añade los reyes de Simerón
(Sim'ón, griego) y de Acsaf, pero sin dar sus nombres; a continuación,
menciona de forma imprecisa a los reyes de la Montaña al norte, de la
llanura que está frente a Genesaret, de la Tierra Baja y de la región de
Dor. Estas referencias pudieran ser una simple expansión redaccional del
texto primitivo, el cual sólo citaba a los reyes de Jasor y de Merón,
mencionándolos por sus nombres; los reyes de Simerón y de Acsaf po-
drían proceder de la lista de los reyes vencidos (Jos 12,19). Estas noti-
cias podrían provenir también de la tradición, pues veremos que la
arqueología y los textos extrabíblicos apoyan la afirmación del v. 10,
de que «Jasor estaba a la cabeza de todos estos reinos».
La alusión a los carros y caballos (w. 4.6.9) es interesante. Es el
único lugar en que aparecen en un relato de guerra del libro de Josué;
su presencia se contrapone a la afirmación de que los israelitas no pu-
dieron hacer frente a los carros de los cananeos (Jos 17,16; Jue 1,19).
Este dato debe pertenecer a la tradición antigua.
1
Y. Aharoni, The Settlement ofthe Israelite Tribes in Upper Galilee (Jerusalén 1957)
95-97 ( e n hebreo); The Land of the Bible, 206.
2
Sobre esto y especialmente sobre Misrepot Máyim, cf. N . H . Tur-Sinai: BIES 24
(1960) 33-35; Y. Aharoni, The Land ofthe Bible, 215-216.
Relaciones entre Jos 11 y Jue 4-5 175

No hay razón alguna para buscar bajo este relato dos etiologías, una
para explicar la batalla y la otra para explicar las ruinas de Jasor 3. Nos
encontramos aquí con un acontecimiento histórico, que debemos es-
forzarnos por esclarecer.

II. RELACIONES ENTRE JOS I I Y JUE 4-5

El problema se centra en las relaciones entre la batalla de las aguas


de Merón (Jos 11) y la de las aguas de Meguido (Jue 4-5). En ambos
casos, el principal adversario de los israelitas es Yabín, rey de Jasor.
En Jos 11 actúa personalmente; en Jue 4 envía al general que tiene al
frente de su ejército, Sisara. Pero la batalla de Jos 11 se sitúa en la época
de Josué, mientras que la de Jue 4 tuvo lugar en tiempos del juez Barac
y de la profetisa Débora.
Se han propuesto varias soluciones. Hay que descartar la fácil solu-
ción de que existieron dos reyes de Jasor que llevaban el mismo nom-
bre 4 . Ha sido frecuente sostener que el único hecho histórico fue la vic-
toria de Barac en la época de los Jueces; se habría desdoblado después
su recuerdo a fin de completar el cuadro de las conquistas realizadas por
Josué 5 . Pero esto es imposible, ya que el marco geográfico es diferente:
la batalla de Jue 4 se desarrolla en la llanura de Yezrael, mientras que
la de Jos 11 tiene lugar en la Alta Galilea. Una hipótesis reciente acepta
las dos batallas como hechos históricos y a Yabín de Jasor como original
en los dos relatos, pero sostiene que habría que invertir su relación
temporal: la batalla de las aguas de Merón sería posterior a la victoria
conseguida por Barac y dataría, por tanto, del tiempo de los Jueces 6 .
La victoria de Barac-Débora, alcanzada contra Sisara, general de Yabín,
y sus aliados, no suponía una conquista de las ciudades cananeas, pero
había roto el poderío cananeo en el norte. A esa victoria sucedió, baja
el reinado del mismo Yabín, otra batalla en la Alta Galilea, la de las
aguas de Merón. Esta segunda victoria aseguró a los israelitas el con-
trol de toda la región; Jasor no pudo resistir más y fue destruida. Antes.
de esta batalla, los israelitas se habían asentado ya en la montaña de la
3
Conforme a la hipótesis, tímidamente formulada por Alt, Kleine Schriften I, 102,
nota 7, y como dice implícitamente respecto a la destrucción de Jasor M. Noth, Jo-
2
sua , 69.
4
Sin aceptar esta solución, W . F. Albright, The Biblical Period (3I9Ó3) 63 nota 83,
supone que la confusión que se detecta en Jue 4 fue ocasionada por la identificación
de Yabín de Jasor bajo Josué con un rey cananeo del mismo nombre en la época de-
Débora.
5
Admitido todavía como una posibilidad por O. Eissfeldt, Die Eroberung Palas-
tinas durch Altisrael: W O 2 (1955) espec. 169; CAH 11,34 ( I 9°5) 9-10.
6
Es la solución propuesta por B. Mazar: H U C A 24 (1952-53) 83-84, y desarro-
llada por Y. Aharoni, Problems of the Israelite Conquest in the Light of Archaeological
Discoveries, en Antiquity and Survival ( 2 i957) espec. 142-150; The Land ofthe Bible,
200-208; Y. Aharoni, New Aspects of the Israelite Occupation in the North, en Near
Eastern Archaelogy in the Twentieth Century, ed. J. A. Sanders (Nueva York 1970}
254-265.
176 Asentamiento en el norte

Alta Galilea, donde Aharoni ha encontrado pequeños lugares con una


cerámica tosca de comienzos de la Edad de Hierro.
Antes de discutir esta teoría y de proponer nuestra solución, debemos
echar un vistazo a la arqueología.

7
III. JASOR SEGÚN LOS TEXTOS Y LA ARQUEOLOGÍA

Jos 11, i o dice que <<Jasor era antaño la cabeza de todos estos reinos».
Jue 4,2 habla de «Yabín, rey de Canaán, que reinaba en Jasor»; es el
único texto bíblico en que se mencione un rey de Canaán, en vez de un
rey de una ciudad de Canaán. Esta importancia excepcional concedida
aquí a Jasor la confirman los textos extrabíblicos y la arqueología.
Jasor aparece por primera vez en los textos egipcios de execración,
en el siglo xix a.C. Se nombra varias veces en las cartas de Mari, en el
siglo xviu 8 . Jasor es por entonces una ciudad importante. La corres-
pondencia oficial indica que pasaban por Mari embajadores que venían
de Jasor y se dirigían a Babilonia, o viajeros que venían de Babilonia
u otras ciudades de Mesopotamia y se dirigían a Jasor. A Mari llegan
los mensajeros de Jasor y de cuatro reyes de Amurru. De Mari se hace
un envío de estaño a Jasor. Un texto habla de objetos que mandó el rey
de Jasor a Caftor (Creta) y a Mari. En efecto, Jasor se halla en una gran
ruta comercial. Un itinerario asirio 9 menciona a Jasor como una esta-
ción de la ruta que iba de la baja Mesopotamia a Siria y que pasaba
por Mari, Catna y Jasor. La ruta de Jasor es mencionada también,
aunque desde el punto de vista egipcio, en un papiro del final del
reinado de Ramsés II 10 . Jasor figura entre las ciudades vencidas por
Tutmosis III y Amenofis II. Por esta misma fecha aparece en una lista
de mensajeros enviados a Egipto por algunas ciudades de Palestina del
norte u y se encuentra al lado de Genesaret, Acsaf, Simerón, que son
precisamente las ciudades que se mencionan en Jos 11 al lado de Jasor.
En las cartas de Amarna, en el siglo xiv 12, el rey de Pihil (Pella) acusa
7
Informes definitivos sobre las excavaciones: Y. Yadin y otros, Hazor I (Jerusa-
lén 1958); Hazor II (1960); Hazor III-IV (sólo ilustraciones) (1961). Sumario por
Y. Yadin, Hazor, en Archaeology and Oíd Testament Study, ed. D . Winton Thomas
(Oxford 1967) 245-263. Excavaciones más recientes: Y. Yadin: IEJ 19 (1969) 1-19.
Sobre Jasor cananeo: A. Malamat, Hazor «the Head of All those Kingdoms»: JBL 79
(1960) 12-19; F. M. Tocci, Hazor nell'etá del medio e tardo bronzo: RSO 37 (1962)
59-64; A. Malamat, Hazor and its Northern Neigbours in New Mari Documents: «Eretz-
Israel» 9 (1969) 102-108 (hebreo). Sobre Jasor en la Biblia: F. Maas, Hazor und das
Problem der Landnahme, en Von Ugarit nach Qumran: BZAW 77 (1958) 105-117;
A. Rolla, Gli scavi di Hazor e la Biblia: «Rivista Biblica» 7 (1959) 364-368; J. Gray,
Hazor: V T 16 (1966) 26-52.
8
Cf. los dos artículos de A. Malamat y el de F. M. Tocci citados en la nota 7.
9
A. L. Oppenheim, The Interpretation of Dreams in the Ancient Near East (Fi-
ladelfia 1956) 268, 312, 313; cf. W . ,W. Hallo: JCS 18 (1964) 86 y el mapa 87.
10 Papiro Anastasi I: A N E T 477b.
11
Papiro Golénischeff, cf. Cl. Epstein, A New Appraisal of Some Lines from a Long-
known Papyrus: JEA 49 (1963) 49-56.
12
Cf. el artículo de F. M. Tocci citado en la nota 7.
Jasor según los textos de la arqueología 177

al rey de Jasor de haberle quitado tres ciudades, y el rey de Tiro in-


forma al faraón Amenofis III de que el rey de Jasor dejó su ciudad y se
refugió entre los apiru. Sin embargo, dos cartas personales del rey de
Jasor proclaman su fidelidad al faraón. Es significativo que, en contra
de la costumbre de las cartas de Amarna, el rey de Jasor reciba el título
de sarrum, y más sorprendente todavía que, cuando escribe al faraón,
él mismo se atribuya ese título; es el único caso en toda esta correspon-
dencia. Esto significa que Jasor había conservado, en el siglo xiv, su
posición excepcional en Canaán, tal como la describen los textos de
Jos 11,10 y Jue 4,2.
Las excavaciones esclarecen estos testimonios. Jasor es el lugar
arqueológico más vasto de toda Palestina: una acrópolis y una ciudad
baja que ocupan una extensión de 1.000 X 700 metros, más de diez
veces la superficie de Meguido. La acrópolis estuvo ocupada en
el III milenio, en el Bronce Antiguo II y III, y posteriormente, después
de una laguna, existió una ocupación de seminómadas en el siglo xx y a
comienzos del xix a.C. Al parecer, después de otra laguna, reaparece
la ocupación urbana a comienzos del Bronce Medio II B, en el si-
glo XVIII a.C. Es la época más floreciente de Jasor y corresponde a la
posición que ocupa en los documentos de Mari. Por esta época se fundó
la ciudad baja. Pero Jasor continúa habitada, en toda su expansión,
durante el Bronce Reciente y en la época de Amarna, hasta que fue
destruida a finales del siglo XIII a.C. Cuando Jos 11,10 dice que Jasor
era «antaño» la cabeza de todos estos reinos, no recoge el recuerdo de
un antiguo esplendor, el de la época de Mari 1 3 , sino que está descri-
biendo lo que era todavía cuando llegaron los israelitas 14.
Esta gran ciudad fue destruida e incendiada. El mejor indicio cro-
nológico para fechar esa ruina es la cerámica del Micénico III B, que
fue hallada en abundancia en la capa de la destrucción, el estrato XIII.
Por desgracia, no se ha logrado fijar con seguridad la fecha exacta de
esta cerámica. Lo único que se puede decir es que Jasor fue destruida
en la segunda mitad del siglo XIII. La ciudad baja no volvió a ser re-
construida. En la acrópolis, por encima de la capa de destrucción, se
encuentra un asentamiento de comienzos del Hierro; es de carácter
seminómada, pues posee silos, fogones y cimientos de chozas o empla-
zamientos de tiendas, el estrato XII. La cerámica es del siglo XII y se
parece a la de las modestas instalaciones del Hierro I en la Alta Galilea.
En la acrópolis no se halló por todas partes el estrato XI, lo cual revela
que se trataba de una ocupación limitada y sin murallas; tenía, sin em-
bargo, un carácter estable, pues poseía construcciones, entre las que
se contaba un santuario; la cerámica sitúa esta ocupación en el siglo xi.
En el estrato X, Jasor recobra su aspecto de gran ciudad, con murallas,
puertas fortificadas, etc. Es la Jasor salomónica (1 Re 9,15).

13
Así, A. Malamat (artículo citado en la nota 7) 19.
14
Así, Y. Yadin, en Archaeology and Oíd Testament Study, 261 nota 12.
12
15
IV. INTERPRETACIÓN HISTÓRICA

Al referirnos a otros lugares destruidos hacia el final del siglo xni a.C.
hemos dicho que cabía dudar en atribuir su destrucción a los israelitas
o más bien a los Pueblos del Mar, a los egipcios o incluso a otros ca-
naneos. En el caso de Jasor, la probabilidad se inclina del lado de los
israelitas. El puesto privilegiado que ocupaba Jasor en Canaán hace
inverosímil que cayese en una lucha entre ciudades cananeas. Por otra
parte, no parece que los Pueblos del Mar llegasen a esta región; parece
que hay que descartar igualmente una intervención egipcia que subiese
tanto hacia el norte por esta época. Por el contrario, la arqueología
parece estar de acuerdo con el testimonio de la Biblia, según el cual
los israelitas se apoderaron de Jasor y le prendieron fuego (Jos 11,10-11);
el texto añade que sólo se prendió fuego a Jasor (Jos 11,13). El aban-
dono de Jasor después de la destrucción y la escasa ocupación que vino
después responden bien a lo que debió de ser el primer período del
asentamiento de los israelitas, los cuales se fueron adaptando lentamente
a la vida urbana.
La arqueología data esta destrucción a finales del siglo x m . Esto
excluye la última de las soluciones antes descritas, según la cual la
batalla de las aguas de Merón y la toma de Jasor serían posteriores
a la victoria de Barac y Débora. De ordinario se sitúa esta victoria
hacia mediados del siglo XII 16. Por estas fechas no existía una ciudad
en Jasor, sino que sólo residían allí los seminómadas del estrato XII, los
cuales no eran cananeos. Si se quisiera salvar dicha hipótesis, habría que
retrasar toda la cronología del asentamiento y situar a Débora en el
siglo x m , cosa que es imposible.
La arqueología se opone igualmente a la solución según la cual la
batalla de Merón y la toma de Jasor serían el recuerdo de la victoria
de Barac y Débora, conseguida en la época de los Jueces, trasladado
a la época de Josué; pues es un hecho que Jasor fue ciertamente des-
truida en la época en que se suele situar a Josué y el asentamiento de los
israelitas. A esto se puede añadir que Jue 1,27-33, considerado como
más verídico que las narraciones del libro de Josué, no incluye a Jasor
entre las ciudades cananeas del norte que no fueron conquistadas.
Queda, sin embargo, un problema. ¿Cómo pudieron los israelitas
vencer a esta coalición cananea apoyada por su caballería, siendo así que
no se atrevieron a enfrentarse en otro momento con los carros de Ca-
naán? ¿Cómo lograron apoderarse de esta formidable ciudad de Jasor,
capital de todos los reinos cananeos del norte?
Es de advertir que no se habla para nada de un asedio ni de un
asalto de Jasor y que no existe siquiera relato de un ataque. Su conquista
15
Cf. especialmente los trabajos de F . Maas y de J. Gray citados en la nota 7.
16
Una fecha en el siglo XI ha sido propuesta, con argumentos insuficientes, por
A. D . H. Mayes, The Historical Context of the Battle against Sisera: VT 19 (1969)
3S3-3ÓO.
Las tribus del norte 179

se menciona como una consecuencia de la batalla de las aguas de Merón.


Aquí fue donde tuvo lugar la acción decisiva. Pero hay que señalar
además que no existe una descripción de la batalla de las aguas de Merón.
Fue un ataque por sorpresa al campamento cananeo montado en medio
del campo (v. 7); es verosímil que la acción de desjarretar los caballos
y de quemar los carros (v. 9; cf. 6) no siguió a la victoria, sino que fue
la estratagema que la consiguió. Al verse así desarmados, los enemigos
se dieron a la fuga y los vencedores pudieron entonces apoderarse de
Jasor, desguarnecida de tropas, y entregarla a las llamas.
No obstante, esta victoria exigió la acción concertada de grupos su-
ficientemente numerosos. ¿Es necesario atribuirla a «todo Israel» bajo
la guía de Josué, como hace Jos 11? Esto parece imposible. En efecto,
ya hemos visto que los israelitas se establecieron en Palestina central,
generalmente de forma pacífica. Se habían detenido frente a las ciu-
dades cananeas de la llanura de Yezrael y del valle del Nahr el-Ga-
lud, Meguido, Taanac, Betsán..., que no habían logrado conquistar
(Jue 1,27). El asunto de las aguas de Merón y de Jasor se sitúa a 50 ki-
lómetros al norte de esta barrera; se refiere, pues, a otros grupos y forma
parte de otra historia. Por eso yo propongo interpretarlo diciendo que
es un episodio del asentamiento de las tribus del norte, que tuvieron
una historia distinta de la de la casa de José, igual que las tribus meri-
dionales y las transjordanas tuvieron su propia historia. Veremos, no
obstante, que existió un lazo de unión entre el asentamiento de las tribus
del norte y el de la casa de José y la persona de Josué.

V. LAS TRIBUS DEL NORTE

Dejemos a un lado a Dan, ya que su territorio no alcanzará las fuen-


tes del Jordán hasta más tarde, al ser rechazado de Palestina central
(Jos 19,47; Jue 1,34; 17-18).
Nos falta, pues, aludir a Neftalí, hermano de Dan, hijos ambos de
Bala, esclava de Raquel; a Aser, hijo de Zilpa, esclava de Lía (su her-
mano Gad se estableció en TransJordania); y a Isacar y Zabulón, hijos
de Lía. La Biblia no dice nada sobre su asentamiento, y nosotros no
podemos hacer más que conjeturas.
El reparto de los antepasados de las tribus entre las mujeres y las
concubinas de Jacob debe tener, según hemos dicho 17, algún fundamento
histórico; pero pudieron intervenir también otras circunstancias. Quizá
se pensó que Neftalí y Dan eran hermanos uterinos, porque vivían
en dos territorios vecinos. Pero Aser es el hermano uterino de Gad
y vive, sin embargo, en el otro extremo del país; es posible que en este
segundo caso entrase en juego la analogía de sus nombres, pues los dos
están formados a partir de un nombre divino. Lo importante es que
estas cuatro tribus proceden de concubinas. Ello puede significar que
17
Cf. supra, p. 168.
180 Asentamiento en el norte

n o son de sangre pura, o que no tomaron parte en la misma historia


primitiva, o ambas cosas a la vez, lo cual parece ser la verdad: estaban
más mezcladas que las demás tribus a los cananeos y no participaron
e n la bajada a Egipto ni en el éxodo.
Isacar y Zabulón son hijos de Lía. Pero su nacimiento se cuenta en
G n 30,17-20, aparte del de los otros cuatro hijos de Lía ( G n 29,32-35).
Residen en la Baja Galilea, en la región más próxima a la que ocuparon
otros dos hijos de Lía, Simeón y Leví, en la región de Siquén, y que
no lograron conservar ( G n 34). Cabe, pues, suponer que estos cuatro
grupos tenían u n origen común o que se habían asociado desde antiguo;
Zabulón e Isacar se habrían quedado donde estaban cuando Simeón y
Leví tuvieron que emigrar hacia el sur.
Isacar y Zabulón están estrechamente unidos. D t 33,18-19 les de-
dica la misma sentencia, y poseen la misma montaña santa, segura-
mente el Tabor. En realidad, el territorio de Isacar no está deslindado
en Jos 19,17-23, que se limita a dar una lista de ciudades. Jue 1,22-23,
en su cuadro del país no conquistado, habla de Zabulón, pero no de
Isacar. Estos textos sugieren en su conjunto que Isacar y Zabulón no
sólo formaban una pareja, sino que además Isacar fue al principio una
parte de Zabulón.
La terminación -ón parece indicar que Zabulón fue primero u n
nombre geográfico, y zbl es u n nombre de lugar en u n texto de Ugarit.
El nombre de Isacar se explica por 'is sdkdr, «aquel que recibe u n sala-
rio» 18 . U n a carta de Amarna explica este nombre y el origen de la
tribu. Bajo Amenofis III, u n poco después de 1400 a . G , el rey de
Meguido garantiza al faraón que él procura que el territorio de Sunán
sea cultivado por hombres sujetos a la prestación de servicios (mazza),
traídos de Yapu y Nuribda 1 9 . A. Alt 2 0 ha reconocido el interés de este
texto para la historia de Isacar. E n efecto, la fértil región de Sunán
había sido devastada por Labaya y había pasado a ser posesión de la
corona egipcia, que confiaba su explotación a los vasallos cananeos, los
cuales reclutaban los obreros. Ahora bien, Sunán se cuenta entre las
ciudades de Isacar (Jos 19,19). Por otra parte, a u n q u e el lugar de N u -
ribda es desconocido, Yapu (de donde también vienen los obreros)
es Yafia (en las colinas de la Baja Galilea), y Yafia es una ciudad de Za-
bulón (cf. Jos 19.12). Esto significa que algunos grupos de Zabulón
colonizaron la parte oriental de la llanura de Yezrael; preferían vivir
como esclavos e n tierras fértiles a seguir siendo pastores en una región

18 Sin embargo, W . F. Albright interpreta el nombre por Yasaskir, «Que (Dios)


conceda favor» y remite a nombres del siglo x v m a.C; cf. JAOS 74 (1954) 227
19 Fr. Thureau-Dangin: RA 19 (1922) 97-98; A N E T , 485b; EA 365, en A. E. Rai-
ney, El Amarna Tablets 359-379 (Alter Orient und Altes Testament 8; Neukirchen-
Vluyn 1970) 24-27.
20 Cf. A . A l t , Neues über Paldstine aus dem Archiv Amerwphis' I V : P J B 20 (1924)
22-41 = Kleine Schriften III, 158-175, espec. 169-174; E . T á u b l e r , Biblische Studien.
Die Epoche der Richter ( T u b i n g a 1958) 101-107.
Las tribus del norte 181

más pobre. Y esto es precisamente lo que se dice en G n 49,14-15:


«Isacar: u n asno robusto acostado en los rediles para el ganado; vio que
el lugar era bueno y el país agradable, y prestó sus lomos a la carga y se
convirtió en esclavo sometido a trabajos forzados (mas)». Si esta inter-
pretación es justa, el grupo de Isacar se habría constituido hacia 1400,
al separarse de Zabulón, que estaba establecido en la Baja Galilea; no
se ha determinado la fecha en que se estableció aquí Zabulón, pero es
probable que su asentamiento tuviese lugar cuando otros dos hijos de
Lía, Simeón y Leví, estaban en la región de Siquén. G n 49,13 dice,
sin embargo, que «Zabulón reside a orillas del mar y es marinero en los
navios». Como el territorio de Zabulón no llegó nunca al mar, hay que
entender que la gente de Zabulón prestaba sus servicios a las ciudades
costeras.
Se puede decir lo mismo de Aser. Jos 19,24-31 extiende sus límites
hasta el Carmelo y el mar; Jue 5,17b dice que Aser está a orillas del mar,
en sus puertos. Pero, al norte de Acre, los israelitas no pasaron nunca
la montaña costera. Por tanto, la alusión al mar y a los puertos se puede
explicar también aquí diciendo que los aseritas prestaban allí sus ser-
vicios. Se ha querido encontrar el nombre de Aser en textos egipcios
del siglo xiv y x n i a.C. 2 1 ; pero esto no es más que una posibilidad.
Ciertamente hay que desechar la identificación de Aser con una palabra
de los textos de Ras Samra. W . F . Albright ha propuesto relacionarlo
con nombres propios del siglo x v m a.C. 2 2 La genealogía de Aser (en 1
Cr 7,30-40) contiene varios nombres que se localizan en el sur de la mon-
taña de Efraín. Pudiera ser el recuerdo de una estancia primitiva de
grupos aseritas que emigraron hacia el norte 2 J , como harán más tarde
los danitas. Si tenemos en cuenta la fecha del texto, es más verosímil
que se tratase de grupos del Aser septentrional, que vinieron a estable-
cerse en el territorio de las tribus de Efraín y Benjamín, a las que se
integraron 2 4 .
Es probable que Neftalí fuese al principio u n nombre geográfico.
Jos 20,7 enumera la montaña de Neftalí, la de Efraín y la de Judá, y la
historia del nombre de la tribu sería paralela a la de los nombres de
Efraín y Judá. Jos 19,32-39 le atribuye u n amplio territorio, al norte
de Zabulón y al este de Aser: comprende las alturas que dominan el
lago de Tiberíades y el curso alto del Jordán. Neftalí se estableció, en
fecha indeterminada, en esta región montañosa y cubierta de bosque
de Galilea; G n 49,21: «Neftalí es una corza en libertad», pudiera aludir
a esto. Los vestigios de ocupación cananea sólo comienzan una vez q u e

21 Referencia en A. Gardiner, Ancient Egyptian Onomástica I (Oxford 1974)


I92*-I93*-
22 W . F . A l b r i g h t : J A O S 74 (1954) 229-231, en el n. 23; p e r o cf. S. Yeivin, The
hraelile Settlement in Galilee and the Wars with Jabín ofHazor, en Mélanges Bibliques...
(París 1957) 98.
23 A . M a l a m a t : J A O S 82 (1962) 145-146.
2* Y. A h a r o n i , The Land of the liible, 223.
182 Asentamiento en el norte

la montaña pierde altura al norte del G. Germak, dando lugar a una


meseta fértil 2S .
En esta región, que estaba más habitada, se encuentra Merón,
donde tuvo lugar la batalla de Jos u . Neftalí es, por tanto, el grupo
israelita más próximo a Jasor. Es indudable que Neftalí participó,
y quizá más que nadie, en esta expedición. Jue 5,18 parece confirmarlo 26 :
«Zabulón ha desafiado a la muerte, igual que Neftalí, en las cumbres de
sus campos». Este versículo está construido al estilo de las sentencias
de G n 49 y D t 33; su ritmo es distinto del resto del cántico de Débora,
y es el único pasaje del cántico en que aparece dos veces el nombre
de una tribu: Zabulón había sido citado en el v. 14 y es probable que
Neftalí lo fuese en el v. 15 (el hebreo pone dos veces a Isacar). Por lo
demás, estas hazañas, realizadas «en la cumbre», están fuera de su sitio
en la batalla de Jue 4-5, ya que ésta se desarrolla en la llanura. Final-
mente, la forma empleada para designar estas «alturas», 'al merómé sadeh,
parece ser una alusión al nombre de Merón. T o d o cuanto acabamos
de decir nos autoriza a pensar que se trata de u n dicho más antiguo so-
bre Zabulón y Neftalí, que se refería a la batalla de las aguas de M e r ó n
y q u e fue insertado en el cántico de Débora, entre la enumeración de
los que participaron o no participaron en la batalla ( w . 13-17) y la
descripción de la misma (vv. 19-31).
Se debe reconocer una misma combinación de las dos batallas, al
nivel de la tradición o de la redacción, en el relato en prosa de Jue 4,
que es independiente del cántico de Débora. Esta combinación estaba
facilitada por el hecho de que Barac es u n hombre de Neftalí (Jue 4,6)
y él convoca a Neftalí y Zabulón (Jue 4,6 y 10). E n este caso, el adversa-
rio es Sisara de Jaróset ha-Goyim, probablemente u n jefe de los Pue-
blos del Mar. Sisara es el único a quien se menciona en el cántico y no
tiene a nadie por encima de él. El relato en prosa lo ha convertido en
general de Yabín, rey de Jasor (Jue 4,7.17), a pesar de que éste no par-
ticipa para nada en la acción. E n el marco redaccional del Deuterono-
mio, Yabín terminó siendo el opresor de los israelitas (Jue 4,1-2.23-24).
Esta es la solución que nos parece imponerse respecto a las relaciones
entre los relatos de Jos 11 y Jue 4-5.
Por consiguiente, la batalla de las aguas de M e r ó n es u n aconteci-
miento distinto de la batalla de Meguido y anterior a ésta. Es u n epi-
sodio del período del asentamiento. Se compagina bien con la historia
de las tribus del norte tal como la hemos diseñado y con la geografía
humana y política de la región 2 7 . Mientras los grupos israelitas se man-
tenían dentro de los confines de las regiones cubiertas de monte o pres-
taban sus servicios a los cananeos, éstos no ofrecían ningún reparo a
su presencia, sino todo lo contrario. Pero cuando quisieron extenderse
25
Cf. Y. Aharoni, en los trabajos citados en la nota 6.
26
Cf. H. J. Zobel, Stammesspruch und Geschichte: BZAW 95 (1965) 51-51, 80-81.
27
Me inspiro, aunque con importantes matices, en J. Gray, Hazor: VT 16 (1966)
espec. 49-52.
Las tribus del norte 183

hacia el norte, por las tierras fértiles y cercanas a las rutas que llevaban
a la costa fenicia y a la Beca siria, los cananeos hubieron de reaccionar,
y particularmente el rey de Jasor, que controlaba toda la región. Se-
gún Jue 5,18 (que nosotros hemos separado del cántico de Débora y
relacionado con la batalla de las aguas de Merón), la victoria habría
sido ganada por Zabulón y Neftalí, pues ellos eran de hecho los dos
grupos más importantes. Es fácil pensar que su acción fuese acompa-
ñada por una sublevación de los esclavos que trabajaban por cuenta de
los egipcios en la región de Sunán, pero bajo el control de los reyes
cananeos de la llanura de Yezrael. A finales de este siglo x i n Egipto
era ciertamente incapaz de exigir y lograr que se le entregaran las ren-
tas; en esas circunstancias habría conseguido Isacar su independencia.
En este punto concreto aceptaríamos la tesis de G. Mendenhall 28 , que
explica el asentamiento en Canaán como una sublevación de campesi-
nos. Esta reconstrucción histórica puede compaginarse con los resul-
tados de la exploración arqueológica en la Alta Galilea. N o es de ex-
trañar que se encuentren aquí establecimientos de comienzos del Hie-
rro I, anteriores a la primera ocupación israelita de Jasor 2 9 , puesto que
Neftalí ya estaba asentado en esta región antes de la batalla de las
aguas de M e r ó n y de la toma de Jasor.
Esta victoria rompió la hegemonía cananea en el norte y permitió
q u e las tribus se establecieran con independencia; ello hizo posible la
victoria de Barac y Débora, en la que Neftalí desempeñó el papel prin-
cipal. D e esta forma es posible asignar u n lugar razonable a todos estos
hechos en la historia.
N o se trata, pues, de una victoria de Josué ni de la casa de José, sino
de Neftalí y Zabulón (e Isacar). ¿Quiere esto decir que esta victoria
no tiene relación alguna con lo que sucedió más hacia el sur? El hecho
debe de ser más o menos contemporáneo, puesto que es anterior a la
migración de D a n y a la victoria de Barac y Débora, las cuales se si-
túan en una época temprana del período de los Jueces. Añádase a esto
q u e los grupos que llegaron con Josué son los que trajeron el yahvismo
y la noción de la guerra de Yahvé. Este aspecto se encuentra en Jos 11,
d o n d e se da la seguridad de la victoria antes del combate (v. 6) y se
ejecuta el anatema después de la victoria (vv. 11-14). Evidentemente,
es posible que estos detalles se deban al compilador, que, según hemos
dicho, construyó este capítulo (Jos 11) en estrecho paralelismo con el
anterior (Jos 10), en el que el aspecto de guerra de Yahvé salta a la
vista. Pero también es posible, e incluso probable, que la llegada de los
grupos de Josué y la nueva fe que ellos traían fuese lo que puso en m o -
vimiento a estos grupos del norte. Vamos a intentar probar que a estos
grupos es a los que se dirige Josué y a los que propone el yahvismo en
la asamblea de Siquén (Jos ,24). El problema está en saber si la batalla

28
G. Mendenhall, The Hebrew Conquest of Palestine: BibArch 25 (1962) 66-87.
29
Y. Aharoni, en los trabajos citados en la nota 6.
184 Asentamiento en el norte

de las aguas de Merón y la toma de Jasor son anteriores a la asamblea,


pues esto facilitaría la reunión de las tribus y podría incluso justificar la
asamblea. Si la victoria de Merón es posterior a la asamblea, habría
que decir que las tribus del norte actuaron bajo el impulso de su yahvis-
mo recién estrenado. Se ve, en todo caso, por qué el redactor del libro
de Josué estaba autorizado a insertar la conquista del norte en el cuadro
general del asentamiento bajo Josué.

30
VI. L A ASAMBLEA DE SIQUÉN (Jos 24)

Jos 24 ocupa un lugar importante en las discusiones recientes.


Desde el punto de vista histórico, este capítulo es considerado como
la carta fundacional de la liga de las doce tribus, de lo que suele llamarse
la anfictionía. Desde el punto de vista teológico, suelen estudiarse las
relaciones entre la alianza del Sinaí y la de Siquén y las relaciones for-
males de esta alianza con los tratados hititas de vasallaje. Desde el
punto de vista cultual, se ha descubierto ahí un testimonio de la exis-
tencia de una fiesta regular de renovación de la alianza.
Hay que comenzar por la crítica literaria del texto. Jos 23 contiene
un último discurso de Josué, cuando ya era «viejo y de edad avanzada»
(v. 2). Es un discurso de despedida, cuya continuación normal se en-
cuentra en Jue 2,6-9, donde Josué despide al pueblo, muere y recibe
sepultura. Esta era la primera redacción deuteronomista. El capítulo 24
fue añadido en una segunda redacción durante o después del exilio;
pero se basa en una tradición antigua. Los partidarios del Hexateuco
lo vinculan a la fuente elohísta; otros, en cambio, insisten en su estilo
deuteronomista. Este estilo pertenece al redactor, aunque es difícil de-
terminar la parte que le corresponde, que sin duda es grande. Josué
convoca a todo el pueblo en Siquén (v. 1) y le comunica un mensaje
de Yahvé, Dios de Israel, en el cual recuerda todas las intervenciones
de Dios en favor de su pueblo (w. 2-13). Es una confesión de fe histó-
rica similar a las del Deuteronomio (Dt 26,5-9; Dt 6,21-24), pero más
desarrollada; comienza con la salida de Mesopotamia, como lo hará
también Neh 9,7-25. Son numerosos los contactos de este texto con el
Pentateuco; pero también existen algunas diferencias. Por ejemplo, lo
que se dice de Balac y Balaán (Jos 24,9-10) no corresponde del todo
30
Aparte de los comentarios, bibliografía reciente: G. Mendenhall, Law and Co-
venant in Israel and the Ancient Near East (Pittsburgo, Pa, 1955) 41-44; E. Nielsen,
Shechem. A Traditio-Historical Investigation (Copenhague 1955) 86-134; J. Muilen-
burg, The Form and Structure of the Covenantal Formulations: V T 9 (1959) 347-365,
espec. 357-360; Kl. Baltzer, Das Bundesformular (Neukirchen-Vluyn 1960, 21964)
espec. 29-37; J- L'Hour, L'Alliance de Sichem: RB 69 (1962) 5-36, 161-184, 350-368;
H. J. Kraus, Gottesdienst in Israel (Munich 21962) espec. 160-172; D, McCarthy,
Treaty and Covenant (Roma 1963) espec. 145-149; Ch. H. Giblin, Structural Patterns
in Jos 24,1-25: C B Q 26 (1964) 50-69; G. Schmitt, Der Landtag von Sichem (Stuttgart
1964); V. Maag, Sichembund und Vátergótter, en Hebrdische Wortforschung (SVT 16;
1967) 205-18.
La asamblea de Siquén 185

a la narración de los Números; en el v. 11 se dice que la gente de Jeri-


có combatió contra los israelitas, lo cual no coincide con lo que se dice
en Jos 6. Además, resulta extraño que este discurso, que se supone fue
pronunciado al final de la conquista, no haga más alusiones a los acon-
tecimientos narrados en Jos 2-10. Existe, pues, detrás de este capítulo
una tradición independiente.
Después de ese prólogo histórico, Josué pide al pueblo que aban-
done a los dioses que sirvió al otro lado del río («y en Egipto», que falta
en los paralelos de los v. 2 y 15, es una adición) y que sirva a Yahvé
(v. 14); que, si no quieren servir a Yahvé, conserven los dioses a los
que sirvieron sus padres al otro lado del río o los dioses de los amo-
rreos, en cuyo país viven ellos ahora. Pero Josué y su familia servirán
a Yahvé (v 15). Es sorprendente que se proponga semejante elección;
es un hecho sin precedentes. En otras ocasiones, ya desde el Sinaí, no
se proponía al pueblo el servicio exclusivo de Yahvé: se le imponía.
Esto resulta todavía más raro si aquellos a quienes se dirige Josué,
«todas las tribus de Israel» (v. 1), participaron en los acontecimientos
del éxodo y el Sinaí y ya eligieron a Yahvé. Estos dos versículos, que
son el centro del capítulo, representan ciertamente la tradición anti-
gua sobre la asamblea de Siquén; es fácil comprender que esta tradi-
ción, que parecía aberrante, no fuese retenida por la primera redacción
deuteronomista del libro de Josué. Sin embargo, en Gn 34,2-4 (E) se
conserva un eco de esta antigua tradición, referido a la época patriar-
cal: al regresar Jacob del otro lado del río, ordena a su familia y a todos
los que estaban con él que se deshagan de los dioses extranjeros que se
hallaban entre ellos 31 .
Es, pues, de suponer que Josué se dirige a un grupo que aún no
había aceptado a Yahvé. Es lo que se nos dice en los w . 16-18, aunque
la respuesta es demasiado larga y está llena de reminiscencias del Éxodo
y el Deuteronomio. Evidentemente, el redactor amplió el tema de la
tradición antigua, que sólo contenía quizá las últimas palabras de este
pasaje: «También nosotros queremos servir a Yahvé; él es nuestro Dios»,
que se refieren al final del v. 15. Los vv. 19-22 son un comentario que
anuncia, en un vocabulario reciente y en la perspectiva teológica del
Deuteronomio, que se castigará severamente al que abandone a Yahvé;
también esto parece ser redaccional. Parece ser que la narración antigua
prosigue en los w . 23-24
Los vv. 25-28 son antiguos en cuanto al fondo. Josué establece una
berít para el pueblo, le da un estatuto y un derecho y, como testigo de
este acuerdo, erige una piedra bajo la encina del santuario de Yahvé.
Es lo que se llama «la alianza de Siquén», en la cual se ha querido
31
Sobre este texto, cf. A. Alt, Die Wallfahrt von Sichem nach Bethel, en In Piam
Memoriam A. v. Bulmerincq (Riga 1938) 218-230 = Kleine Schriften I, 79-88; J. A. Sog-
gin, Zwei umstriltene Stellen aus dem Überüeferungskreis um Shechem: ZAW 73 (1961)
78-87.
186 Asentamiento en el norte

•encontrar la formulación de los tratados hititas de vasallaje. Estos tra-


tados comportan:
— un prólogo histórico;
— estipulaciones;
— una cláusula sobre el documento del tratado que se deposita en
un templo;
— y se lee públicamente en fechas fijas;
— una lista de los testigos divinos;
— bendiciones y maldiciones.
En realidad, los únicos elementos que se encuentran en Jos 24 son
el prólogo histórico y la estela-documento. Se ha intentado 32 recons-
truir el marco completo, relacionando Jos 24 con Jos 8,30-35 y Dt 27,
donde se encuentra la ley escrita sobre piedras y leída públicamente, e
incluso las bendiciones y maldiciones. Las estipulaciones, el estatuto y
el derecho de Jos 24,25 corresponderían al Código de la Alianza (Ex 21-
23). Para que esta «alianza» no hiciese competencia a la alianza mosaica
se habrían disociado sus elementos, y el Código de la Alianza habría sido
trasladado al Sinaí. Esta hipótesis recurre a demasiados datos inseguros
y ciertamente no logra explicar la forma primitiva de la tradición que
subyace a Jos 24; no explica, sobre todo, su rasgo esencial: el servicio de
Yahvé se propone a elección, mientras que el tratado de vasallaje se
impone.
Los textos a que acabamos de aludir (Jos 24; Jos 8,30-35; Dt 27) y
además Dt 31,9-13 (la lectura de la ley en la fiesta de los Tabernáculos
del año sabático) ya habían sido relacionados con el fin de reconstruir
una fiesta de renovación de la alianza que se celebraría en Siquén for-
mando parte de la gran fiesta de otoño 33 . Pero en ninguna parte hay
indicios de que existiera tal fiesta: ni en los textos históricos ni en los
calendarios religiosos 34 .
Los autores suelen admitir que hay un hecho histórico en la base de
Jos 24; pero sus opiniones se dividen cuando se trata de señalarlo con
precisión. H. H. Rowley 35 piensa que se atribuyó a la época de la con-
quista algo que en realidad se remontaba a la época patriarcal: Jacob
contruyó un altar en Siquén (Gn 33,20), estableció un acuerdo en Si-
quén (en seguida roto) (Gn 34), enterró bajo la encina de Siquén las imá-
genes de los dioses extranjeros (Gn 35,2-4). La alianza de Jos 24 estaría
vinculada con este bloque de tradiciones; sería un acuerdo entre los
antepasados de los israelitas (Simeón y Leví) y los cananeos. Pero esto
32
J. L'Hour, loe. cit. en la nota 30.
33
G. von Rad, Das Formgeschichtliche Problem des Hexateuchs (Stuttgart 1938)
= Gesammelte Studien zum Alten Testament (Munich 1958) espec. 44SS; H . J. Kraus,
Gottesdienst in Israel2, 161-171; G. Schmitt, Der Landtag von Sichem, cap. 3.
34
Cf., en último lugar, las críticas de G. Fohrer, Geschichte der israelitischen Re-
ligión (Berlín 1969) 56.
35
H . H. Rowley, From Joseph ío Joshua (Londres 1950) I26ss; Worship in An-
cient Israel (Londres 1967) 58.
La asamblea de Siquén 187

es imposible, ya que los socios de Josué en el acuerdo de Siquén no son


cananeos, como expresamente se indica en los w . 14 y 15.
Las demás opiniones se mantienen dentro de la época del asenta-
miento de las tribus. Según G. Fohrer 36, se trataría simplemente de la
aceptación de Yahvé por la propia tribu de Josué; «mi casa» (v. 15) ha-
bría que entenderla en el sentido más restringido. Esta solución tam-
bién es insuficiente, puesto que no cabe duda que al menos todo el grupo
conducido por Josué ya había aceptado el yahvismo.
E. Nielsen 37 opina que esta alianza religiosa fue establecida entre
Efraín, que era el grupo de Josué, y el grupo de Maquir /Manases. Esto
es más verosímil y podríamos aceptarlo si no hubiéramos dado otra ex-
plicación de los orígenes de Maquir /Manases y de sus relaciones con
Efraín.
Hace tiempo que E. Sellin 38 había sugerido otra explicación de
Jos 24; según él, los recién llegados yahvistas propusieron la fe en Yahvé
a los grupos no cananeos que vivían en el país. M. Noth 3 9 recogió esta
tesis y le dio solidez; después de él ha sido propuesta muchas veces.
Según estos autores, la alianza de Siquén señala el nacimiento de la fe-
deración de las doce tribus, la constitución de la «anfictionía» y el esta-
blecimiento de Siquén como su santuario central, donde se renovaba
periódicamente la ceremonia de la alianza. Está claro, sin embargo, que
el texto de Jos 24 no puede por sí solo servir de base para semejantes
conclusiones. Lo más que podría hacer sería apoyarlas, si estuvieran
probadas con otras razones. Nosotros veremos que el sistema de las
doce tribus es una construcción posterior a la época del asentamiento,
que sus relaciones no correspondieron nunca a las de miembros de una
«anfictionía», y que en la época de los Jueces no existía todavía un san-
tuario central.
Si nos atenemos a las indicaciones que nos da el texto en sus partes
antiguas, los socios de Josué no son cananeos, sino gente venida del otro
lado del río y que vive entre los amorreos. Poseen un origen común con
el grupo de Moisés, pero no conocen a Yahvé; ello significa que no par-
ticiparon en el éxodo ni estuvieron presentes en el Sinaí. Son grupos con
los que entra ahora en contacto el grupo de Josué y, por consiguiente,
vecinos del territorio en que se estableció este último. Se incorporan al
yahvismo y se asocian, por tanto, con el grupo de Josué, al menos para
la observancia de ciertas reglas religiosas y morales.
Los únicos grupos a los que puede convenir esta descripción son las
36
G. Fohrer, Altes Testament-aAmphiktionie» und «Bund»?: T L Z 91 (1966) espec.
col. 810; en su Geschichte der israelitischen Religión, 77 y 81, matiza su posición: la
tribu de Josué y probablemente el grupo de tribus de Palestina central.
37
E. Nielsen (loe. cit. en la nota 30) 126-128.
38
E. Sellin, Seit welcher Zeit verehrten die nordisraelitischen Stámme Yahwe?, en
Oriental Studies ...P. Haupt (Baltimore 1926) 124-134, y Geschichte des israelitischjü-
dischen Volkes I (Leipzig ig24)'98ss.
3
' Das System der Zwólf Stámme Israels (Stuttgart 1930) 65-75; Geschichte, 90-
91, 96-97.
188 Asentamiento en el norte

tribus del norte que formarán parte de Israel, pueblo de Yahvé; a u n q u e


no habían descendido a Egipto, habían inmigrado a Canaán y tenían el
mismo origen étnico que el grupo de Josué. Cabe preguntarse si en la
asamblea de Siquén estaban representadas las cuatro tribus o sólo Za-
bulón /Isacar, que eran las más próximas geográficamente, o únicamente
Zabulón /Isacar y Neftalí, que son las que tomaron parte en la batalla
de las aguas de Merón. Pero esto es secundario, pues una vez introdu-
cido en el norte, el yahvismo se difundió. Es posible que, como ya h e -
mos dicho, esta asamblea de Siquén impulsase a Zabulón y Neftalí a
deshacerse del yugo cananeo; es cierto que ella hizo posible, medio siglo
más tarde, la victoria de Barac y Débora.
En la redacción final de Jos 24 se transformó la perspectiva: se trata
de todas las tribus de Israel, todas las cuales participaron en los acon-
tecimientos del éxodo y el Sinaí y en los de la conquista ( w . 2 - 3 . i 7 - i 8 a ) .
Quizá todo esto se deba al redactor. Pero nosotros ya hemos señalado
que en este recuerdo de las intervenciones de Yahvé existen diferencias
e incluso omisiones respecto a la tradición canonizada por el Pentateuco
y el libro de Josué. Cabe, pues, preguntarse si la tradición antigua sobre
la asamblea de Siquén no incluía ya u n resumen de las grandes acciones
de Yahvé, destinado a persuadir a las tribus del norte a que le recono-
cieran como su Dios.
C A P Í T U L O VI

VISION GLOBAL SOBRE EL


ASENTAMIENTO EN CANAAN

H e m o s visto que, en orden a explicar el asentamiento de los israelitas


e n Canaán, se enfrentan dos tesis principales. La primera se apoya espe-
cialmente en la geografía histórica de los territorios y en la crítica lite-
raria y la crítica de las tradiciones de los textos bíblicos. Su conclusión
•es q u e no existió nunca una «conquista» propiamente dicha. Las tribus
seminómadas se fueron infiltrando pacíficamente en los territorios des-
habitados o poco poblados y en las lagunas que quedaron entre las ciu-
dades cananeas una vez q u e Egipto había perdido el control del país.
A este asentamiento pacífico, la Landnahme, sucedió u n período de con-
solidación, el Landesausbau, en que las tribus entraron en conflictos
locales con los cananeos. Por consiguiente, la ocupación se prolongó du-
rante u n largo período y consistió en movimientos variados y geográfica-
mente distintos. Los relatos de conquista del libro de Josué son conside-
rados como etiologías, y el papel histórico de Josué se reduce a casi nada.
La segunda tesis acude, sobre todo, a la arqueología, con la cual se pro-
pone superar la incertidumbre de las tradiciones bíblicas. En efecto, la
•arqueología testifica que algunas ciudades palestinenses, que se pueden
identificar con las que menciona el libro de Josué, fueron destruidas en
la segunda mitad del siglo XIII a . C , pero volvieron a ser ocupadas poco
después. Este segundo hecho señala el comienzo de la Edad de Hierro,
•el cual significa u n profundo cambio cultural. El testimonio negativo
•que oponen a esta tesis las excavaciones de Jericó y Ay se explica de
diversas formas. La conclusión es que hay que dar fe a la narración
bíblica, que presenta el asentamiento como una conquista efectuada en
u n tiempo bastante corto por los grupos que venían de Egipto bajo la
guía de Josué. N o hay por qué desvirtuar el papel histórico de éste.
Nuestro propósito ha sido conseguir una visión más equilibrada de
los hechos, combinando los dos métodos anteriores. N o obstante, he-
mos concedido la primacía al estudio de los textos, sometiéndolos pre-
viamente a la crítica literaria y a la crítica de las tradiciones. En efecto,
los textos deben ser la fuente primaria para el historiador. Su crítica
prepara una interpretación histórica, la cual debe tener en cuenta tam-
bién la situación territorial, y los testimonios externos, entre los cuales
•corresponde u n puesto importante, en nuestro caso, a la arqueología.
Hemos seguido un orden geográfico que viene a coincidir con el orden
190 Asentamiento en Canaán

de los relatos bíblicos y, al mismo tiempo, con el orden cronológico de


las fases de la ocupación.
Hemos hecho con frecuencia dos observaciones de carácter ge-
neral:
i) Ya los primeros documentos escritos «nacionalizaron» las tra-
diciones relativas al asentamiento y atribuyeron a «todo Israel» los
hechos que sólo habían sido realizados por algunos grupos que forma-
rían más tarde ese pueblo. Se conservaron, no obstante, algunas tradi-
ciones particulares, pertenecientes a tal o cual grupo, y la crítica puede
permitir, por otra parte, distinguir sus actores.
2) Nuestros textos hablan de las tribus definitivamente consti-
tuidas y les dan el nombre con que se quedaron. Nosotros nos vemos
obligados a hacer lo mismo, pero no debemos olvidar que dichas tribus
no lograron su identidad ni recibieron su nombre hasta después de asen-
tarse en un territorio.

1. El asentamiento en el sur de Palestina


Hubo una penetración por el sur, que partió de Cades y la Araba.
El papel más importante correspondió a ciertos grupos que sólo más
tarde se integraron en Israel, en primer término a los calebitas, pero
también a los quenizitas de Otoniel, a los yerajmeelitas y a los quenitas.
Con estos grupos subieron los simeonitas y una parte de los levitas,
que llegaron a ser una tribu sacerdotal, y probablemente también el
grupo original de Judá. Es verosímil que estos elementos de Simeón,
Leví y Judá estuvieran en Egipto como el grupo de Moisés, aunque sa-
liesen de allí en un momento y por un camino distinto a los del grupo
dirigido por Moisés. En todo caso, los dos grupos estuvieron en contacto
en Cades, puesto que poseen la misma fe en Yahvé traída por Moisés;
sus destinos, sin embargo, se separaron en seguida.
Este asentamiento en el sur se realizó mediante una infiltración
pacífica, hasta el momento en que los inmigrantes alcanzaron la monta-
ña de Judá, ocupada por los cananeos sedentarios. A partir de entonces
se efectuaron operaciones militares: la conquista de Jorma (que hemos
atribuido a Simeón), la conquista de Hebrón obtenida por Caleb, la
conquista de Debir por Otoniel. No faltaron tampoco contratiempos,
como una derrota al norte de Jorma.
Es difícil de reconstruir la historia del asentamiento del grupo ju-
daíta. El núcleo original lo constituyó el clan de Efratá, establecido en
Belén. Lo más probable es que también él subiese del sur, al mismo
tiempo que los simeonitas. Tomó el nombre de la montaña en la que se
había instalado. Se extendió al oeste de la montaña de Judá y por la
Sefela merced a alianzas con los cananeos: los tres principales clanes de
Judá surgieron del matrimonio de Judá con una cananea (clan de Sela)
y del incesto de Judá con otra cananea, Tamar (clanes de Fares y Zarej).
No se puede atribuir ninguna conquista a Judá. Esta tribu sólo llegó a
Visión global 191

constituirse en tiempos de David mediante la integración de los si-


meonitas y la absorción de los grupos no israelitas: calebitas, quenizitas,.
yerajmeelitas.
2. El asentamiento en TransJordania
No podemos reconstruir el itinerario de Moisés desde Cades a Moab.
Lo único que había retenido la tradición antigua es que Edom le había
negado el paso y que el grupo había tomado entonces el camino del
golfo de Aqaba y había bordeado Edom por el desierto oriental. El
primer episodio de la conquista fue la guerra contra Sijón, rey de Jese-
bón; esa victoria abrió al grupo de Moisés el camino hacia el valle del
Jordán. Se trata de un hecho histórico. No lo es, en cambio, la guerra
contra Og, rey de Basan. Los oráculos de Balaán y la historia de Baal
Fegor representan una situación del tiempo de los Jueces.
El papel principal en la victoria contra Sijón quizá corresponda a
Rubén. Al menos, es cierto que este grupo fue el que se estableció
en el territorio conquistado, desde el Arnón hasta el norte de Jesebón.
Allí entró en contacto con los gaditas, que ocupaban el primitivo Ga-
laad, donde se habían instalado, quizá pacíficamente, desde la época
patriarcal (tratado entre Jacob y Labán). Los gaditas no habían bajada
a Egipto, y adoptaron el yahvismo al llegar el grupo de Moisés. Rubén
perdió su importancia en el transcurso del período de los Jueces ante
el ataque de los moabitas, o en las luchas contra Gad, o por ambas
razones a la vez; terminó siendo absorbido por Gad. Ni Rubén ni Gad
tomaron parte en la conquista de Canaán al oeste del Jordán.
El asentamiento de la media tribu de Manases entre el Yaboc y el
Yarmuc no tuvo lugar antes de la segunda parte del período de los
Jueces. Fue realizado por la vieja tribu de Maquir que venía del oeste,.
y es posible que se efectuase parcialmente mediante una conquista
guerrera.
3. El asentamiento en Palestina central
Los relatos de Jos 2-9 se basan, en su mayor parte, en tradiciones del
santuario de Guilgal. Este hecho explica el aspecto cultual que se dio
a los relatos sobre el paso del Jordán y la toma de Jericó. La leyenda
cultual de la caída de Jericó llegó a oscurecer la tradición primitiva, que,
después de la historia de los espías y Rajab, hablaba de un ataque y una
toma de la ciudad. El silencio de la arqueología no es motivo suficiente
para rechazar esta tradición. No es legítimo explicar el paso del Jordán
y la toma de Jericó como simples etiologías. Por el contrario, el relato
de la toma de Ay no tiene ningún fundamento histórico; es una etiología
que refirió a las ruinas de Ay el recuerdo, exacto, de que el asentamiento
en Canaán se había efectuado parcialmente en virtud de una conquista
militar. Este relato se inspiró, en cuanto a sus detalles, en el de la toma
de Guibeá. En este caso, el testimonio negativo de la arqueología está,
de acuerdo con las conclusiones de la crítica de las tradiciones.
192 Asentamiento en Canaán

El acuerdo con los gabaonitas es u n hecho histórico importante para


el asentamiento en Palestina central y nos ofrece u n ejemplo de cómo
p u d o realizarse en otros lugares la penetración pacífica. T a m b i é n es
histórica la victoria de Gabaón; no lo es, en cambio, la extensión de la
campaña a todo el sur de Palestina, ya que contradice a la antigua tra-
dición de Jue i.
Suelen considerarse como benjaminitas las tradiciones d e Jos 2-9 y
como efraimita la de Jos 10 (la batalla de Gabaón). En realidad, se trata
de tradiciones comunes, ya que las dos tribus no llegaron a diferenciarse
ni a tomar sus nombres actuales hasta q u e se establecieron en sus terri-
torios. Por consiguiente, no hay objeción alguna contra la historicidad
del papel que se atribuye en todas esas tradiciones al efraimita Josué.
F u e el jefe de los grupos benjaminitas-efraimitas que pasaron el Jordán.
El asentamiento en la montaña de Efraín, que estaba por entonces
cubierta de monte y m u y poco poblada, se llevó a cabo sin combate. El
asentamiento en la región de Siquén se efectuó en virtud de u n acuerdo
con los habitantes, similar al que se hizo con los gabaonitas.
En esta región de Siquén se estableció Manases. La tradición le con-
sidera hermano de Efraín e hijo de José. José y Benjamín son hijos de
Raquel; este grupo de Raquel va vinculado a la figura patriarcal de Is-
rael. Este grupo de Israel-Raquel, distinto del grupo de Jacob-Lía, fue
el que se estableció en toda la Palestina central. El predominio de Efraín
sobre Manases y Benjamín sólo se consolidó en el transcurso del período
de los Jueces y quedó consagrado con la fundación del santuario de Silo.
Al final del período de los Jueces fue cuando comenzó a hablarse de una
«casa de José», paralela a la «casa de Judá» en el sur.
4. El asentamiento en el norte
Se trata d e una historia aparte. Las tribus en cuestión son Zabulón
e Isacar, hijos de Lía, y Aser y Neftalí, hijos de las concubinas de Jacob.
Estos grupos se instalaron en fecha incierta y no bajaron a Egipto. Isacar
es una fracción de Zabulón q u e colonizó la parte oriental de la llanura de
Yezrael, al principio en calidad de esclavos vinculados a los bienes de la
corona egipcia. Zabulón y Aser alquilan sus servicios a los cananeos de
la costa. Neftalí vive independiente en las montañas del oeste del lago
de Tiberíades y del curso alto del Jordán y en las montañas cubiertas
de arboleda de la Alta Galilea. El conflicto con los cananeos estalla en
el momento en q u e Neftalí quiere penetrar en el norte, en las tierras más
fértiles. Es posible que ese movimiento fuese acompañado de una re-
vuelta de los grupos emparentados contra sus señores cananeos. El
acontecimiento decisivo fue la batalla de las aguas de Merón, ganada
por Neftalí y Zabulón (al menos) contra la coalición cananea que dirigía
Yabín, rey de Jasor. A la victoria siguió la toma y destrucción de Jasor.
Este hecho, ilustrado por la arqueología, es distinto de la victoria de
Débora y Barac en la batalla de Yezrael y anterior a ésta.
Josué no desempeñó directamente ningún papel en esta historia.
Visión global 193

Pero es posible que el grupo de Raquel, establecido inmediatamente al


sur de la llanura de Yezrael, diese el impulso a ese movimiento de las
tribus del norte. El grupo de Raquel, conducido por Josué, había traído
la fe en Yahvé y la doctrina (y la práctica) de la guerra de Yahvé. La
batalla de las aguas de M e r ó n y sus consecuencias se presentaron como
una guerra de Yahvé.
Este es el momento de aludir a la asamblea de Siquén, en la que
Josué propuso la fe yahvista a grupos que tenían el mismo origen que
el suyo, pero que no habían bajado a Egipto. Se puede concluir que
la «alianza» de Siquén fue u n pacto religioso entre las tribus del norte
y el grupo del sur que acababa de establecerse en Palestina central.
Se puede admitir como histórico este pacto y el papel que Josué de-
sempeñó en él.

5. Infiltración y conquista
Si comparamos estas conclusiones con las dos tesis arriba resumidas,
constatamos lo siguiente:
1) Admitimos, con la primera tesis, que el asentamiento se efectuó,
parcialmente, por infiltración pacífica en las regiones poco habitadas o
bien gracias a convenios con los habitantes. Admitimos también que
ese asentamiento se llevó a cabo de forma diferente e independiente,
según los territorios y los grupos.
Pero sostenemos que h u b o acciones militares en cada una de las re-
giones: contra Jorma, H e b r ó n y Debir, en el sur; contra Jesebón, en
TransJordania; contra Jericó y Gabaón, en el centro; contra Yabín de
Jasor, en el norte. Excepto en este último caso, en que los grupos preis-
raelitas ya llevaban largo tiempo en el país, esas acciones guerreras no
pertenecen a u n segundo estadio de asentamiento, posterior al estadio
de infiltración pacífica: son más bien dos aspectos concurrentes del asen-
tamiento. A excepción del caso de Ay, la etiología no explica suficien-
temente los relatos de conquista. E n aquellos casos en que se puede
admitir la etiología, ésta toma pie de algunos detalles de los relatos, pero
no justifica su fondo. H a y que mantener como histórico el papel de
Josué en el asentamiento en Palestina central, desde el paso del Jordán
hasta la asamblea de Siquén.
2) Por lo que respecta a la segunda tesis, hemos concedido el pues-
to que les corresponde a los textos extrabíblicos y a la arqueología, y
nos hemos servido tanto de las exploraciones de superficie como de los
resultados de las excavaciones. Estos testimonios han proyectado luz
sobre el estado de la población e n los diferentes territorios, antes y des-
pués de la llegada de los israelitas. Ellos nos han explicado el silencio
de la Biblia sobre una «conquista» en la montaña de Efraín, el aspecto
particular del asentamiento en la región de Siquén y la situación de las
tribus del norte. Esos testimonios han confirmado además la existencia
33
194 Asentamiento en Canaán

y el carácter del reino cananeo de Jesebón, la historicidad de la toma


de Jasor y, al revés, el carácter etiológico del relato sobre la toma
de Ay.
Pero nos hemos negado a exagerar el testimonio de la arqueología
y atribuir a los invasores israelitas todas las destrucciones que señalan
las excavaciones. En efecto, la fecha de esas destrucciones no está fijada
con precisión y pueden haber sido ocasionadas por otros enemigos dis-
tintos de los israelitas.

6. Cronología
La cronología sólo se puede establecer a base de aproximaciones.
Dejemos a un lado a los grupos del norte y, de acuerdo con nuestra hi-
pótesis, al grupo de Gad, puesto que éstos ya estaban desde mucho antes
establecidos en una parte de sus territorios. El problema se refiere es-
pecialmente al grupo de Josué. Su establecimiento en Palestina central
se sitúa después de la salida de Egipto con Moisés y antes del asenta-
miento de los Pueblos del Mar (filisteos), de los que no se habla nunca
en los relatos del libro de Josué. La salida de Egipto tuvo lugar bajo el
reinado de Ramsés II; los filisteos se asentaron en la costa palestina
después de la victoria egipcia del año octavo de Ramsés III. Para el rei-
nado de Ramsés II hemos aceptado las fechas de 1290-1224. La salida
de Egipto pudo haber tenido lugar hacia 1250 o poco antes. Si tene-
mos en cuenta la tradición bíblica sobre la estancia en el desierto duran-
te una generación, la entrada del grupo de Josué en Canaán y el paso
del Jordán difícilmente pueden situarse antes de 1225. Según los estu-
dios más recientes, la gran invasión de los Pueblos del Mar del año
octavo de Ramsés III tuvo lugar en 1175 o uno o dos años antes. Esto
deja tiempo suficiente para que los israelitas se asentaran en Palestina
central, durante la generación de Josué.
En cuanto al sur, está sin determinar la fecha en que se asentaron
en la región de Cades ciertos grupos emparentados con los israelitas;
pero fue antes del éxodo. En cambio, la penetración de estos grupos
hacia el norte y la ocupación de la montaña de Judá donde implantaron
la fe en Yahvé, suponen que estuvieron en contacto con el grupo de
Moisés; son, pues, posteriores al éxodo. A título de hipótesis, cabe si-
tuar esta penetración por el sur una generación antes de que entrara el
grupo de Moisés dando la vuelta por TransJordania.
Respecto al norte, si el conflicto con los cananeos y la batalla de
las aguas de Merón están en relación con la asamblea de Siquén,
y si la asamblea tuvo lugar al final del asentamiento en Palestina
central, estos hechos datarían de hacia 1200. Es la fecha más baja
que aceptaría la arqueología para la destrucción de Jasor y no es una
fecha imposible.
Así, pues, las fases del asentamiento se escalonarían a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIII a.G, desde hacia 1250 para los grupos del
Visión global 195

sur hasta casi 1200 para las tribus del norte; Palestina central habría sido
ocupada a partir de 1225. Damos estas cifras a título indicativo; por lo
demás, algunos movimientos de tribus se produjeron posteriormente.
La tribu de Gad se extendió a expensas de Rubén. La media tribu de
Manases no se estableció en Galaad del norte hasta bastante entrado el
período de los Jueces. Es posible que, como hemos dicho, algunos gru-
pos aseritas se desplazasen en una época indeterminada. La migración
sobre la que estamos mejor informados es la de la tribu de Gad; la estu-
diaremos dentro del marco del período de los Jueces.
SEGUNDA PARTE

EL PERIODO DE LOS JUECES


PREFACIO

Al presentar el primer volumen de su Historia antigua de Israel anun*


ciaba el P. R. de Vaux la publicación de otros dos volúmenes. El segundo
de esta trilogía habría de abarcar desde la época de los Jueces de Israel
hasta la caída del reino de Judá, mientras que en el tercero pensaba tratar
los períodos exílico y posexílico hasta la conquista de Alejandro Magno.
Este ambicioso proyecto se ha visto bruscamente truncado por la muerte
del autor, ocurrida el 10 de septiembre de 1971. Pero el P. De Vaux dejó
cierto número de páginas mecanografiadas o simplemente manuscritas en
que se trataba el período de los Jueces. Esta sección constituye la primera
parte del segundo volumen prometido; una segunda parte debía contener
la historia de la monarquía hasta el exilio en Babilonia, pero, desgraciada-
mente, no llegó a ser redactada. En consecuencia, se ofrecen a continuación
únicamente la descripción y el estudio del período de los Jueces.
La única fuente con que contamos para el estudio de este período, que
se extiende desde comienzos del siglo XII hasta aproximadamente el
año 1020 a.C, fecha de la instauración de la monarquía, es el libro de los
Jueces. El P. De Vaux, historiador, arqueólogo y exegeta, estudia este libro
a fondo y se extiende en los problemas de crítica literaria y crítica de las
tradiciones. Combate la hipótesis de la «anfictionía israelita», y considera
el sistema de las doce tribus como una construcción ideal de tiempos del
rey David, en que se refleja un gran Israel que jamás existió como organi-
zación política. Pero al mismo tiempo nos señala los pormenores de las
luchas y vicisitudes que jalonaron la formación paulatina del pueblo de
Israel. Investigación apasionante que sigue con atención los desplazamien-
tos de las tribus, y en especial la migración de Dan, sobre la que estamos
mejor informados; su consolidación en Canaán y sus luchas contra los
pueblos vecinos, Moab, Amón, Edom, Madián, los cañoneos y, finalmente,
los filisteos, último pueblo que llegó al país. Contra todos ellos va dirigida
la acción de los salvadores que llamamos «jueces mayores»: Otoniel (contra
Edom), Ehud (contra Moab), Gedeón (contra Madián), Jefté (contra
Amón) y Sansón (contra los filisteos). La única batalla sobre la que esta-
mos informados es la del Quisón, librada en la llanura de Yezrael por Dé-
bora y Barac contra los cananeos.
El quinto capítulo del libro, el más extenso, está dedicado a la vida
de las tribus. Fue redactado en sus tres cuartas partes. Falta únicamente
el final de la tercera sección, en que debía tratarse la historia de Sansón,
así como la cuarta sección, en que iban a ser estudiadas las luchas y rivali-
dades de las tribus por la hegemonía: Efraín y Manases, Efraín y Benja-
200 Prefacio

min (Jue ig-21). No cabe duda de que en la conclusión hubiera presentado


el P. De Vaux una visión de conjunto sobre este período de los Jueces, tan
complejo y agitado, que sucedió al primer asentamiento en Canaán. Tam-
bién es de suponer que habría abordado el tema de la cronología, igual que
hizo en su primer volumen. Sin embargo, esta conclusión queda ya esboza-
da por estas simples palabras: «Imposible establecer una cronología». Aun-
que echemos de menos las explicaciones que sin duda alguna habrían acom-
pañado a esta declaración negativa, justificándola, no podemos sino admirar
aquí la honradez del historiador que reconoce su ignorancia al término de
una investigación exhaustiva.
Si los tres primeros capítulos, ya mecanografiados por el autor, estaban
listos para la imprenta l, no podemos decir lo mismo sobre el resto. El ca-
pítulo IV, a partir del párrafo «Complejidad de las tradiciones sobre Sa-
muel» (pp. 270SS), y el capítulo V, a partir de la sección I, 2 («Manases
oriental»), quedaron en estado de borrador. No cabe duda de que el P. De
Vaux habría retocado algunos pasajes, como puede verse por la nota mar-
ginal del cap. IV, nota 72. En todo caso nos ha parecido preferible publi-
car su texto sin modificación alguna. Ciertamente, descifrar el manuscrito
supuso una tarea larga y trabajosa. He de reconocer desde estas líneas mi
admiración al P. F. Langlamet por su paciencia y sagacidad, que le per-
mitieron llevar a término este difícil trabajo. Gracias por ello en nombre
de todos cuantos han de leer esta obra.
A pesar de no haber sido concluida, esta historia de los Jueces de Israel
completa dignamente la obra monumental que por sí sola era ya la historia
de los orígenes del pueblo israelita hasta su asentamiento en Canaán. Para
nosotros, profesores y estudiantes de la Escuela Bíblica de Jerusalén, que
durante tanto tiempo tuvimos el privilegio de contar con la ciencia y la
colaboración fraterna del P. De Vaux, este segundo volumen constituye la
última aportación destacada de un hombre que consagró toda su vida a
la palabra de Dios y a la historia del pueblo de Dios. Ningún monumento
mejor a su memoria.
Jerusalén, noviembre 1972.
R . TOURNAY, OP
Director de la Escuela Bíblica
y Arqueológica Francesa

1
El cap. II fue publicado por el P. De Vaux en Studies in Memory of Paul Lapp,
en H T R 64 (1971) 415-36. Damos las gracias al editor de la «Harvard Theological
Review» por habernos permitido reproducir este artículo.
CAPÍTULO I

LAS FUENTES BÍBLICAS.


EL LIBRO DE LOS JUECES

Entendemos por «período de los Jueces» el que media entre la «con-


quista» de Canaán y la instauración de la monarquía. Históricamente
abarca algo menos de dos siglos, desde comienzos del x n hasta aproxi-
madamente el año 1020 a.C. Así lo entiende también la tradición bíbli-
ca, que lo sitúa entre la despedida de Josué (Jos 23), con que finaliza la
historia de la conquista, y la despedida de Samuel (1 Sm 12), que cierra
el período de los Jueces. Empieza a renglón seguido la historia de los
reyes (1 Sm 13,1), con una fórmula análoga a las que introducirán los
reinados de todos los reyes de Israel y de Judá hasta la ruina de Jerusa-
lén. En 1 Sm 12,11 recibe Samuel del pueblo el testimonio de que ha
sido un juez íntegro; 1 Sm 12,11 cita a Samuel como un libertador junto
a Yerubaal y Jefté. En 1 Sm 7 se atribuye una victoria sobre los filisteos
a la intercesión de Samuel, y se dice que «Samuel juzgó a Israel durante
toda su vida»; en el v. 15 aparece Samuel como el último de los jueces.
Por otra parte, la historia de Samuel se ha enriquecido con los rela-
tos sobre su infancia (1 Sm 1-3), sobre la estancia del arca entre los filis-
teos (1 Sm 4-6) y sobre el papel de Samuel en la instauración de la mo-
narquía (1 Sm 8-11). Esto significa que en la redacción final de los libros
históricos se ha separado del libro de los Jueces la historia de Samuel;
el moderno historiador, en consecuencia, queda libre para exponer por
separado la historia de los Jueces y la de Samuel con la instauración de
la monarquía. Para la primera parte de esta historia nuestra única fuente
es el libro de los Jueces, pero éste plantea problemas de crítica literaria
y de crítica de las tradiciones que es preciso abordar antes de seguir
adelante.

I. E L CONTENIDO

A pesar de la nota redaccional de Jue 1,1, «después de la muerte de


Josué», el principio del libro (1,1-2,5) n o s e refiere al período de los
Jueces, sino al de la conquista; recoge tradiciones independientes de las
compiladas en el libro de Josué. Tratando esta adición y la de Jos 24
(sobre la asamblea de Siquén) como un paréntesis, Jue 2,6 empalma
directamente con el final del discurso de despedida de Josué (Jos 23,16).
Jue 2,6-3,6 es una introducción a las historias de los jueces, de las
202 El libro de los jueces

que se propone una interpretación religiosa. El cuerpo del libro está


integrado por las narraciones que llenan 3,7-16,31. Los caps. 17-21 son
dos apéndices independientes entre sí y distintos de la historia de los
jueces; en 17-18 se narra la migración danita y la fundación del santua-
rio de Dan; en 19-21 se habla del crimen de Guibeá y de la guerra con-
tra Benjamín. La presencia de estos dos episodios en el libro de los
Jueces se justifica por el hecho de que pertenecen a la historia de las
tribus antes de la instauración de la monarquía (cf. 17,6; 18,1; 19,1;
21,25).
En la parte central han distinguido los comentaristas y los historia-
dores entre seis jueces «mayores» (Otoniel, Ehud, Barac y Débora, Ge-
deón, Jefté y Sansón), a los que se dedican los relatos más pormenori-
zados, y seis jueces «menores» (Sangar, Tola, Yair, Ibsán, Elón y Ab-
dón), de los que sólo se dan breves noticias. Esta distinción no aparece
en el texto hebreo, y el criterio aplicado no siempre es válido. Entre
los jueces «mayores», el pasaje relativo a Otoniel (3,7-na) no contiene,
aparte del marco redaccional, más que la mención de la victoria de
Otoniel sobre el enigmático Cusan Risatain, sin más detalles; por otra
parte, este Otoniel, hijo de Quenaz, el hermano de Caleb, había apare-
cido ya, más convincentemente, en Jos 15,16-19 y Jue 1,12-15; si su
victoria tiene algún fundamento histórico, correspondería a la época
del asentamiento de las tribus más que a la de los jueces 1. Entre los
jueces «menores», Sangar (3,31) es un intruso ha sido insertado secun-
dariamente entre Ehud y Barac (cf. 4,1 y el final de 3,31: «él también
salvó a Israel»). Es muy probable que este Sangar, que también es men-
cionado en el Cántico de Débora (5,6), ni siquiera fuera israelita; el
nombre de Sangar parece más bien hurrita, y su segundo nombre,
Ben-Anat, nos lo presenta como devoto de la gran diosa cananea, a
menos que hayamos de tomarlo en el sentido de que era natural de
Ben-Anat, una ciudad de Galilea, que los israelitas no fueron capaces
de conquistar (Jue 1,33). Sin embargo, la distinción entre jueces «ma-
yores» y «menores» se justifica por otra razón. Los jueces «mayores» son
los que salvaron a Israel o que al menos, como en el caso de Sansón,
lucharon contra sus enemigos, mientras que a los jueces «menores» no
se atribuye ninguna hazaña semejante (con excepción de Sangar). Tam-
poco son idénticas las fórmulas empleadas para uno y otro grupo. Ve-
remos más adelante qué significan esas diferencias desde el punto de
vista de la composición literaria del libro y para su interpretación his-
tórica.
También difieren entre sí los relatos sobre los jueces «mayores». La
historia del benjaminita Ehud, que libera a Israel de la opresión de
Eglón, rey de Moab (3,nb-3o), es un relato unitario; por el contrario,
la historia de la derrota sufrida por una coalición cananea a manos de
Barac y Débora en la llanura de Yezrael está compuesta a partir de ele-
1
Cf. supra, pp. 80-81.
El contenido 203

mentos heterogéneos; en efecto, comprende un relato en prosa (4) y un


cántico de victoria (5). En el relato en prosa se da el papel de protago-
nista sucesivamente a Débora, una profetisa efraimita, a Barac, oriundo
de Neftalí, y a Yael, la mujer de Jeber, el quenita. La historia de Ge-
deón (6-82) tiene por tema central la victoria del manasita Gedeón,
llamado también Yerubaal, sobre los madianitas (7), a los que persigue
hasta el otro lado del Jordán (8), pero al mismo tiempo se añaden di-
versas tradiciones sobre el mismo Gedeón: la erección de un altar en
honor de Yahvé (6,11-24) Y I a destrucción de un santuario de Baal
(6,25-32), la confección de un efod (8,2-8), el oráculo del vellón (6,36-40),
la elección de los trescientos combatientes (7,2-8). A la historia de Ge-
deón se ha añadido la de Abimelec y su efímero reinado en Siquén (9),
en que se inserta la fábula de Yotán (9,8-15). La historia de Jefté (10,
6-12,73) interrumpe la lista de los jueces «menores» (10,1-5; 12,8-15).
Va precedida de una extensa introducción (10,6-16) que sirve de pre-
facio a los relatos sobre Jefté y Sansón; en efecto, se nombra a los filis-
teos junto a los amonitas en los vv. 6 y 7. El relato fundamental cuenta
cómo Jefté el galaadita fue llamado del exilio y obtuvo una rotunda
victoria frente a los opresores amonitas (10,17-11,11.29.32-33). Este re-
lato se combina con la historia del voto de Jefté y una etiología de la
lamentación anual que conmemoraba la muerte de la hija de Jefté
(11,30-31.34-40) y con la historia de un conflicto entre Galaad y Efraín
(12,1-6). Una adición (11,12-28), inspirada en Nm 20-21, narra las con-
versaciones entre Jefté y los amonitas, en que se ponen en tela de juicio
los derechos territoriales de Moab más que los de Amón. Jue 12,7 es-
tablece la unión entre Jefté y la lista de los jueces «menores». La histo-
ria de Sansón (i3,i-i6,3i 4 ) reúne varios episodios independientes entre
sí: el nacimiento de Sansón, su matrimonio, la destrucción de las mie-
ses de los filisteos, la quijada de asno y una conclusión (15,20), para se-
guir con los episodios de las puertas de Gaza, Sansón y Dalila, y la muer-
te de Sansón, con una nueva conclusión (16,31). Si bien en las dos con-
clusiones se afirma que Sansón «juzgó» a Israel, el personaje no tiene
los rasgos característicos ni de un juez «mayor» ni de un juez «menor».
No aparece ejerciendo ninguna actividad judicial ni liberó efectivamente
a Israel. Simplemente, participó en la «resistencia», por decirlo en tér-
minos actuales, contra la dominación filistea, y estaba poseído por el
Espíritu de Dios. Estos aspectos permitieron incluirlo entre los jueces
«mayores», pero su historia viene a ser más bien un paralelo antitético
de la de Samuel; también éste, al igual que Sansón, fue un hijo otorga-
do a una madre estéril, fue consagrado a Dios y «juzgó» a Israel (1 Sm 7,
IS-I7)-

2
C. F. Whitley, The Sources of Gideon Stories: V T 7 (1957) 157-64; W . Beyerlin,
Geschichte und heilsgeschichtliche Traditionsbildung im Alten Testatnent (Richter VI-
VIII): V T 13 (1963) 1-25.
3
W. Richter, Die Überlieferungen umjephtah: Bib 47 (1966) 485-556.
4
J. Blenkinsopp, Slruclure and Slyle in Judges ¡3-16: JBL 82 (1963) 65-76.
5
II. COMPOSICIÓN

Este análisis nos dice que el libro de los Jueces no adquirió su for-
ma definitiva sino al término de una larga historia literaria. Muchas
veces se ha tratado de explicar este hecho por la continuación y combi-
nación de las mismas fuentes que se advertían en el Pentateuco. Los
trabajos recientes más representativos de esta tendencia son los de
O. Eissfeldt 6 , G. Hólscher 7 y C. A. Simpson 8 . No están de acuerdo
en cuanto a la atribución de las distintas partes del libro a las fuentes
que correspondan 9 , pero estas divergencias no son motivo suficiente
para rechazar su método, pues los defensores de otras soluciones no
están menos en desacuerdo entre sí. Mayor importancia tiene el haber
demostrado que en las narraciones del libro de los Jueces no se pueden
señalar unas series paralelas de tradiciones como en el caso del Pen-
tateuco, y así parece haberlo establecido definitivamente el análisis de
W. Richter 10.
M. Noth dio un paso decisivo al proponer la teoría de una gran his-
toria deuteronomista que abarcaría desde el Deuteronomio hasta el final
de Reyes, y que habría sido compuesta a mediados del siglo vi a.C. uti-
lizando fuentes diversas 11. Para el período de los Jueces, el autor deu-
teronomista se habría servido de dos grupos de tradiciones antiguas,
uno de ellos relativo a los héroes libertadores pertenecientes a distintas
tribus, y otro a los personajes investidos de una función de gobierno
en la liga de las tribus, y que son los que nosotros designamos con el
nombre de jueces «menores». Dado que Jefté aparecía en la lista de los
jueces «menores», pero al mismo tiempo se conservaba el recuerdo claro
de sus funciones como libertador, el autor habría conjuntado ambas
series, otorgando también el título de «jueces» a los héroes de las tri-
bus y atribuyéndoles un cometido importante para todo Israel. Luego
habría integrado todas estas figuras en un sistema cronológico, añadien-
do su propia interpretación teológica de todo este período en su intro-
5
Recensión crítica de la bibliografía reciente, entre 1940 y 1960, en E. Jenni,
Zuxi Jahrzehnte Forschung an den Büchern Josua bis Kónige: «Theologische Rundschau»
27 (1961) 1-32, 97-146, especialmente 97-118, 129-36.
6
O. Eissfeldt, Die Quellen des Richterhuches (Leipzig 1925); Einleitung, 342-57
y las obras citadas en la nota 9.
7
G. Hólscher, Die Anfange der hebráischen Geschichtsschreibung (Heidelberg 1942);
id., Geschichtsschreibung in Israel (Lund 1952).
8
C. A. Simpson, Composition of the Book of Judges (Oxford 1957).
9
Cf. O. Eissfeldt, Die ¿¡testen Traditionen Israels (BZAW 71; 1950), con la crí-
tica de C. A. Simpson, The Early Traditions of Israel (Oxford 1948); O. Eissfeldt
Geschichtsschreibung im Alten Testament (Berlín 1948), con la crítica a la teoría de
G. Hólscher (y M. Noth); O A. Simpson, Composition..., 149-96, en que hace la
crítica de O. Eissfeldt.
10
W. Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zum Richterbuch (Bonner
Biblischer Beitráge 18; Bonn 1963).
11
M. Noth, Überlief. Studien, 3-110; especialmente sobre la época de los Jueces
47-6:.
Composición 205

ducción general y en el encuadre de cada narración. Es probable que su


libro no incluyera la historia de Sansón; al menos, con seguridad, no re-
cogería los apéndices de los caps. 17-21.
La tesis de M. Noth ha tenido una amplia aceptación, y en ella se
inspiran los más recientes comentarios al libro 12. Sin embargo, no todos
están de acuerdo en considerar esta historia como obra de un solo
autor; se prefiere ver en ella el trabajo progresivo de una corriente de
la tradición emparentada con el Deuteronomio. En este sentido se
orientan los trabajos de W. Richter, que señalan una nueva e impor-
tante etapa 13. Parece que este autor ha demostrado la existencia de un
«libro de los libertadores», que contendría al menos las historias de
Ehud, Débora-Barac, Gedeón (y Abimelec); habría sido compuesto en
el reino del Norte bajo la dinastía de Jehú. Habría sido revisado (¿bajo
Josías?) por un primer redactor, al que se deberían las fórmulas que
enmarcan las narraciones relativas a cada uno de los héroes; la historia
de Abimelec habría sufrido en este momento profundas modificaciones.
A una segunda mano habría que atribuir la breve sección sobre Oto-
niel, introducida como un caso típico. Según Richter, este «libro de los
libertadores» ya revisado no contendría aún la historia de Jefté, que
posee su propia introducción y que se sirve de fórmulas diferentes, aun-
que procedería del mismo ambiente 14. Un tercer redactor, que se iden-
tifica en general con el autor de la historia deuteronomista de Noth, tuvo
la intervención más importante. A él se deben la orientación teológica del
libro, las introducciones, la combinación con la lista de los jueces «me-
nores» y el marco cronológico. El análisis de Richter no incluye la his-
toria de Sansón (caps. 13-16), ni, lógicamente, los apéndices de los
caps. 17-21.
A pesar de todos estos esfuerzos, la crítica literaria del libro de los
Jueces no ha dado aún con una solución plenamente satisfactoria. Se
han propuesto análisis muy diferentes de las introducciones 15. Se admi-
te que las noticias sobre los jueces «menores» utilizan datos antiguos,
pero mientras algunos creen que fueron combinadas muy pronto con
las tradiciones referentes a los héroes libertadores 16, otros estiman que
!2 H . W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD; 1953, 41969); J. Gray,
Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible; 1967).
13
W . Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen... (cf. nota 10); Die Bear-
beitungen des «Retterbuches» in der deuteronomischen Epoche (Bonner Biblische Beitráge 21;
Bonn 1964).
14
W . Richter, Die Überlieferungen um Jephtah (cf. nota 3).
15
E. O'Doherty, The Literary Problem of Judges 1,1-3,6: C B Q 18 (1956) 1-7;
A. Penna, L'introduzione al libro dei Giudici (1,1-3,6), en Miscelánea Bíblica A. Fer-
nández (Madrid 1961) 521-29; W . Beyerlin, Gattung und Herkunft des Rahmens im
Richterbuch, en Tradition und Situation, en homenaje a A. Weiser (Gotinga 1963)
1-29; A. Rofe', The Composition of the Introduction of the Book of Judges: «Tarbiz» 35
(1965-66) 201-13 (hebreo); N. Stemmer, The Introduction to Judges, 2,1-3,4: J Q R 57
(1966-67) 239-41; M. Weinfcld, The Period of the Conquest and of the Judges as Seen
by the Earlier and the Later Sources: VT 17 (1967) 93-113.
16
Así W . Vollborn, en homenaje a Fr. Baumgártel (Erlangen 1959) 193.
5
II. COMPOSICIÓN

Este análisis nos dice que el libro de los Jueces no adquirió su for-
ma definitiva sino al término de una larga historia literaria. Muchas
veces se ha tratado de explicar este hecho por la continuación y combi-
nación de las mismas fuentes que se advertían en el Pentateuco. Los
trabajos recientes más representativos de esta tendencia son los de
O. Eissfeldt 6 , G. Hólscher 7 y C. A. Simpson 8 . No están de acuerdo
en cuanto a la atribución de las distintas partes del libro a las fuentes
que correspondan 9 , pero estas divergencias no son motivo suficiente
para rechazar su método, pues los defensores de otras soluciones no
están menos en desacuerdo entre sí. Mayor importancia tiene el haber
demostrado que en las narraciones del libro de los Jueces no se pueden
señalar unas series paralelas de tradiciones como en el caso del Pen-
tateuco, y así parece haberlo establecido definitivamente el análisis de
W. Richter 10.
M. Noth dio un paso decisivo al proponer la teoría de una gran his-
toria deuteronomista que abarcaría desde el Deuteronomio hasta el final
de Reyes, y que habría sido compuesta a mediados del siglo vi a.C. uti-
lizando fuentes diversas n . Para el período de los Jueces, el autor deu-
teronomista se habría servido de dos grupos de tradiciones antiguas,
uno de ellos relativo a los héroes libertadores pertenecientes a distintas
tribus, y otro a los personajes investidos de una función de gobierno
en la liga de las tribus, y que son los que nosotros designamos con el
nombre de jueces «menores». Dado que Jefté aparecía en la lista de los
jueces «menores», pero al mismo tiempo se conservaba el recuerdo claro
de sus funciones como libertador, el autor habría conjuntado ambas
series, otorgando también el título de «jueces» a los héroes de las tri-
bus y atribuyéndoles un cometido importante para todo Israel. Luego
habría integrado todas estas figuras en un sistema cronológico, añadien-
do su propia interpretación teológica de todo este período en su intro-
5
Recensión crítica de la bibliografía reciente, entre 1940 y 1960, en E. Jenni,
Zwei Jahrzehnte Forschung an den B üchern Josua bis Konige: «Theologische Rundschau»
27 (1961) 1-32, 97-146, especialmente 97-118, 129-36.
6
O. Eissfeldt, Die Quellen des Richterbuches (Leipzig 1925); Einleitung, 342-57
y las obras citadas en la nota 9.
7
G. Hólscher, Die Anfdnge der hebrdischen Geschichtsschreibung (Heidelberg 1942);
id., Geschichtsschreibung in Israel (Lund 1952).
8
C. A. Simpson, Composition of the Book of Judges (Oxford 1957).
9
Cf. O. Eissfeldt, Die áltesten Traditionen Israels (BZAW 71; 1950), con la crí-
tica de C. A. Simpson, The Early Traditions of Israel (Oxford 1948); O. Eissfeldt,
Geschichtsschreibung im Alten Testament (Berlín 1948), con la crítica a la teoría de
G. Hólscher (y M. Noth); C. A. Simpson, Composition..., 149-96, en que hace la
crítica de O. Eissfeldt.
10
W . Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zura Richterbuch (Bonner
Biblíscher Beitrage 18; Bonn 1963).
11
M . Noth, Überlief. Studien, 3-110; especialmente sobre la época de los Jueces
.47-61.
Composición 205

ducción general y en el encuadre de cada narración. Es probable que su


libro no incluyera la historia de Sansón; al menos, con seguridad, no re-
cogería los apéndices de los caps. 17-21.
La tesis de M. Noth ha tenido una amplia aceptación, y en ella se
inspiran los más recientes comentarios al libro 12. Sin embargo, no todos
están de acuerdo en considerar esta historia como obra de un solo
autor; se prefiere ver en ella el trabajo progresivo de una corriente de
la tradición emparentada con el Deuteronomio. En este sentido se
orientan los trabajos de W. Richter, que señalan una nueva e impor-
tante etapa 13. Parece que este autor ha demostrado la existencia de un
«libro de los libertadores», que contendría al menos las historias de
Ehud, Débora-Barac, Gedeón (y Abimelec); habría sido compuesto en
el reino del Norte bajo la dinastía de Jehú. Habría sido revisado (¿bajo
Josías?) por un primer redactor, al que se deberían las fórmulas que
enmarcan las narraciones relativas a cada uno de los héroes; la historia
de Abimelec habría sufrido en este momento profundas modificaciones.
A una segunda mano habría que atribuir la breve sección sobre Oto-
niel, introducida como un caso típico. Según Richter, este «libro de los
libertadores» ya revisado no contendría aún la historia de Jefté, que
posee su propia introducción y que se sirve de fórmulas diferentes, aun-
que procedería del mismo ambiente 14. Un tercer redactor, que se iden-
tifica en general con el autor de la historia deuteronomista de Noth, tuvo
la intervención más importante. A él se deben la orientación teológica del
libro, las introducciones, la combinación con la lista de los jueces «me-
nores» y el marco cronológico. El análisis de Richter no incluye la his-
toria de Sansón (caps. 13-16), ni, lógicamente, los apéndices de los
caps. 17-21.
A pesar de todos estos esfuerzos, la crítica literaria del libro de los
Jueces no ha dado aún con una solución plenamente satisfactoria. Se
han propuesto análisis muy diferentes de las introducciones 15. Se admi-
te que las noticias sobre los jueces «menores» utilizan datos antiguos,
pero mientras algunos creen que fueron combinadas muy pronto con
las tradiciones referentes a los héroes libertadores 16, otros estiman que
12
H . W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD; 1953, 4 i96g); J. Gray,
Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible; 1967).
1 3 W . Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen... (cf. nota 10); Die Bear-
beitungen des «Retterbuches» in der deuteronomischen Epoche (Bonner Biblische Beitrage 21;
Bonn 1964).
14
W . Richter, Die Uberlieferungen um Jephtah (cf. nota 3).
15
E. O'Doherty, The Literary Problem of Judges 1,1-3,6: C B Q 18 (1956) 1-7;
A. Penna, Uintroduzione al libro dei Giudici (1,1-3,6), en Miscelánea Bíblica A. Fer-
nández (Madrid 1961) 521-29; W . Beyerlin, Gattung und Herkunft des Rahmens im
Richterbuch, en Tradition und Situation, en homenaje a A. Weiser (Gotinga 1963)
1-29; A. Rofe', The Composition of the Introduction of the Book of Judges: «Tarbiz» 35
(1965-66) 201-13 (hebreo); N . Stemmer, The Introduction to Judges, 2,1-3,4: J Q R 57
(1966-67) 239-41; M. Weinfeld, The Period of the Conquest and of the Judges as Seen
by the Earlier and the Later Sources: VT 17 (1967) 93-113.
16
Así W . Vollborn, en homenaje a Fr. Baumgártel (Erlangen 1959) 193.
206 El libro de los Jueces

fueron añadidas al libro deuteronomista 17. De todas estas discusiones


nos quedaremos únicamente con los resultados que parecen más segu-
ros y que revisten importancia clara para la utilización del libro como
fuente histórica. Había tradiciones sobre los héroes anteriores al pe-
ríodo de la monarquía que habían «salvado» a su clan, a su tribu o a
varias tribus frente a los ataques de los cananeos o de los pueblos veci-
nos. Transmitidas primero oralmente, y muchas veces en versiones dis-
tintas, estas tradiciones pasaron a convertirse, muy al principio de la
época monárquica, en patrimonio común de todo Israel, y fueron reco-
piladas en lo que podríamos llamar un «libro de los libertadores», que
contenía las historias de Ehud, de Barac y Débora, de Gedeón con el
episodio de Abimelec, y quizá también un marco redaccional en que se
destacaba el sentido religioso que estas narraciones entrañaban para
todo el pueblo. Por otra parte, también se conservaba una lista de «jue-
ces» que habían ejercido su función en ciertas ciudades de Israel duran-
te determinadas épocas. El héroe Jefté había sido al mismo tiempo uno'
de estos jueces, por lo que su figura sirvió de vínculo entre ambas se-
ries. La fusión fue obra de los redactores «deuteronomistas» que, en di-
versas etapas difíciles de delimitar y fechar, añadieron los pasajes sobre
Otoniel (3,7-11), colocado como un caso típico al comienzo de las his-
torias de los libertadores, la introducción compuesta a base de materia-
les diversos (2,6-3,6) y los relatos sobre Sansón (caps. 13-15 y final-
mente el cap. r 6). De hecho esta redacción empalma con el libro de
Josué y, por otro lado, se prolonga, más allá del libro de los Jueces,
hasta los de Samuel y Reyes; ello nos autoriza a hablar de una «historia
deuteronomista», pero no parece que pueda atribuirse a un solo «autor»,
tal como propone M. Noth. El libro deuteronomista de los Jueces abar-
caría, por consiguiente, de 2,6 a 16,31. En la época exílica o posexílica
se le añadirían unas tradiciones antiguas que habían sido descartadas
o ignoradas por los redactores deuteronomistas: al principio, las tradi-
ciones relativas a los comienzos del asentamiento en Canaán (1,1-2,5) Y
al final las tradiciones sobre las tribus de Dan (caps. 17 y 18) y Benja-
mín (19-21), anteriores a la monarquía.
17
Recientemente A. Weiser, Einleitung in das Alten Testament (Gotinga 5 i9Ó3 )
T39; E. Seilin-G. Fohrer, Einleitung in das Alten Testament (Heideiberg 10 i9Ó5) 231.
III. CRONOLOGÍA

El último y principal de los redactores deuteronomistas fue también


el que dio al libro su encuadre cronológico. Son frecuentes las indicacio-
nes temporales, que pretenden formar una cadena ininterrumpida. Son
de distintos tipos:
1. Períodos de opresión:
Cusan Risatain (3,8)
Eglón (3,14) 18
Yabín (4,1) 20
Madián (6,1) 7
Amón (10,8) 18
Filisteos (13,1) 40

n i anos
2. Períodos de «tranquilidad» después de la
liberación por un juez «mayor»:
Otoniel (3,11) 40
Ehud (3,30) 80
Débora (5,31) 40
Gedeón (8,28) 40
Sansón (15,20; 16,31) 20

220 anos
3. Judicaturas de los jueces «menores»:
Tola (10,2) 23
Yair (10,3) 22
Ibsán (12,9) 7
Elón (12,11) 10
Abdón (12,14)

70 anos
A todo lo cual hay que añadir:
Judicatura de Jefté (12,7) 6
Reinado de Abimelec (9,22) 3

9 anos
De ahí resulta que el período de los Jueces habría durado 410 años.
Pero las cifras que se suman para dar este resultado son de naturaleza
diferente; el redactor encontró en sus fuentes datos precisos en relación
208 El libro de los Jueces

con los jueces «menores», posiblemente los correspondientes a los p e -


ríodos de opresión, pero a t r i b u l ó números redondos a los períodos que
seguían a la intervención de los libertadores; 40 años es lo que dura una
generación, mejor dicho, el plazo de vida activa de u n individuo; la
tranquilidad de 80 años subsiguiente a la liberación por obra de E h u d
debe abarcar también el período correspondiente a Sangar, del que no
se da ninguna otra noticia.
Esta cronología forma parte de u n sistema más amplio que se ex-
tiende además a otros libros históricos. Según la redacción deuterono-
mista de 1 Re 6,1, entre la salida de Egipto y el comienzo de la cons-
trucción del templo en el cuarto año de Salomón pasaron 480 años.
Esto significa que a las cifras del libro de los Jueces se han añadido los
datos siguientes:

Estancia en el desierto y conquista (Jos 14,10) 45


Judicatura de Eli (1 Sm 4,18b) 40
Estancia del arca en Quiriat Yearín (1 Sm 7,2) 20
Reinado de Saúl (1 Sm 13,1) 2
Reinado de David (1 Re 2,11) 40
Comienzo del reinado de Salomón (1 Re 6,1) 4

151 años

Pero si a los 410 años del período de los Jueces añadimos estos
otros 151, obtenemos u n total de 561 años. La armonización de esta
cifra con los 480 años de 1 Re 6,1 es u n problema que ha preocupado
a los exegetas. Algunos autores restan los 70 años de los jueces «menores»,
que no habrían sido incluidos en el libro deuteronomista; nosotros no
hemos aceptado esta crítica literaria. Por otra parte, la resta sería aún
insuficiente. H a y tres soluciones recientes que merecen atención.
M . N o t h 18 suprime los 40 años de la «judicatura» de Eli, que serían una
adición posdeuteronomista. Los 40 años de la dominación filistea se
prolongarían hasta la liberación de 1 Sm 7,1 iss, atribuida a Samuel, y se
dividirían en dos partes iguales: los 20 años atribuidos a Sansón (si la
historia de éste formara parte del libro deuteronomista) y los 20 años
de la estancia del arca en Quiriat Yearín. La suma de las cifras restantes
da u n total de 481 años; la diferencia de u n año con respecto a la cifra
de 480 que da 1 Re 6,1 se explicaría si, teniendo en cuenta la consagra-
ción anticipada de Salomón (1 Re 1), el deuteronomista hubiera identi-
ficado el primer año de Salomón con el último de David. W . Vollborn 1 9
ha propuesto otra solución parecida. Mantiene el dato de 1 Sm 4,18b
sobre la judicatura de Eli, pero acepta la lectura del texto griego, que
reduce su duración a 20 años. Como ni Sansón ni Eli liberaron a Israel

18 M. Noth, Überlief. Studien, 18-27.


!9 W . Vollborn, Die Chronologie des Richterbuches, en homenaje a Fr. Baumgártel
(Erlangen 1959) 192-96.
Cronología 209

d e los filisteos, los 20 años de Sansón y los 20 de Eli serían los mismos
de la dominación de los filisteos, de donde resulta que no se deben sumar
estas cifras. Finalmente, los 20 años de la estancia del arca en Quiriat
Yearín no entran en cuenta, ya que este destierro del arca no forma
parte de la historia de la salvación. D e esta forma se obtiene, aunque
por otro camino, la misma cifra de 481 años, que se explica del mismo
modo que lo hizo M . N o t h . Finalmente, W . Richter 2 0 propone otra
solución. Este autor clasifica los datos cronológicos conforme a las
fórmulas utilizadas por el redactor, que varían según los distintos pe-
ríodos, lo que da, remontándonos en el tiempo: los reinados de Salo-
m ó n (4 años), David (40 años) y Saúl (2 años), total: 46 años; las j u d i -
caturas de Eli, Sansón, Jefté y los cinco jueces «menores», u n total de
136 años; el período de los libertadores, que abarca también las épocas
de tranquilidad correspondientes a Gedeón, Barac, E h u d y Otoniel, es
decir, 200 años, y los períodos de opresión bajo Madián, Yabín, Eglón
y Cusan Risatain, que duran 53 años, lo que da u n total de 253 años;
el tiempo transcurrido entre la salida de Egipto y la bendición de Caleb,
tío de Otoniel (Jos 14,10), 45 años. D e esta forma se obtiene el cuadro
siguiente:
Éxodo y conquista 45
T i e m p o de los libertadores 253
T i e m p o de los Jueces 136
T i e m p o de los reyes 46

480 años

W . Richter suprime los 3 años de Abimelec, los 40 años de la domi-


nación filistea y los 20 de la estancia del arca en Quiriat Yearín, porque
estas indicaciones aparecen con fórmulas distintas y no entran en el
marco institucional de las restantes cifras. T a m b i é n suprime los 18 años
de la dominación amonita, por considerar que Jue 10,8 es una adición.
Es posible que esta solución sea la mejor entre todas las que se han
propuesto, pero probablemente tampoco ha de darse por definitiva.
Se trata, sin embargo, de u n problema que interesa al exegeta más q u e
al historiador. Ciertas cifras pueden proceder de una buena tradición,
pero el sistema en que han sido integradas es desde luego una construc-
ción del redactor. Será preciso, por consiguiente, recurrir a otros p r o -
cedimientos para establecer la cronología del período de los Jueces.
20
W. Richter, Die Bearbeitungen... (cf. nota 13), 132-40.

-1 A
IV. VALOR HISTÓRICO

Acabamos de decir que el historiador no puede utilizar el cuadro


histórico que el deuteronomista dio a su libro. La reiteración de la cifra 40
(cuatro veces), de su duplo 80 (una vez) y de su mitad 20 (dos veces)
indica suficientemente el carácter artificial del cómputo. Por otra parte,
resulta imposible prolongar durante 410 años el período de los Jueces;
su duración efectiva fue menor de dos siglos.
Los jueces, tanto mayores como menores, aparecen como si se
hubieran sucedido unos a otros ininterrumpidamente y como si su
actividad o su autoridad se hubiera ejercido sobre todo Israel. Sin em-
bargo, los relatos antiguos muestran claramente que ni las opresiones
ni las liberaciones tuvieron semejante carácter. Las intervenciones que
nos narran tenían un alcance local y no implican la participación de una
sola o de varias tribus. El «libro de los libertadores» ya había dado a los
jueces mayores la talla de héroes nacionales; es verosímil que la redac-
ción deuteronomista respetara la importancia que se quiso atribuir a
estas figuras, pero nada nos asegura que ello estuviera en consonancia
con la historia. En cuanto a los relatos sobre Sansón y los dos apéndices,
teniendo en cuenta que fueron añadidos en distintas etapas de la com-
posición, el lugar que ocupan en el libro no significa nada en relación
con la fecha de los acontecimientos narrados. La lista de los jueces «me-
nores» está respaldada por datos antiguos, pero habrá que analizar si
estos jueces tuvieron efectivamente una autoridad que se extendía más
allá de los límites de su ciudad de origen y si su presentación por orden
cronológico no será debida a la mano de un redactor.
Esta suma de incertidumbres nos impide escribir una historia orde-
nada del período de los Jueces. Sin embargo, el libro posee un conside-
rable valor histórico. La redacción deuteronomista y más tarde la re-
dacción final han conservado unas tradiciones auténticas sobre aquella
época en que se formó el pueblo de Israel y para la que sólo contamos
con el libro de los Jueces como fuente de información. Vemos cómo
las tribus consolidan poco a poco la posesión de sus territorios, los de-
fienden contra la presión de unos enemigos situados en el interior o que
atacan desde fuera, luchan entre sí para asegurarse una hegemonía,
y al mismo tiempo prepraran la unidad que se realizará bajo la monar-
quía. Asistimos a las crisis sociales y políticas provocadas por el paso
de la vida seminómada a la vida urbana de Canaán. El choque con las
instituciones cananeas se produce también en el ámbito religioso, y
vemos cómo se mantiene y se adapta el yahvismo traído del desierto, y la
forma en que sus instituciones se van desarrollando. Reconstruir esta
historia es una tarea apasionante y difícil.
CAPÍTULO II

LAS DOCE TRIBUS DE ISRAEL

Lo mismo que hicieran con el asentamiento en Canaán, las fuentes


bíblicas presentan el período de los Jueces como la historia común de
las doce tribus nacidas de los doce hijos de Jacob e integradas en el pue-
blo de Israel. El problema fundamental que se plantea al historiador
moderno consiste en determinar cómo llegó a formarse aquella agru-
pación, qué vínculos unían a sus miembros y qué instituciones mante-
nían su unidad. No podemos dar a estas preguntas sino respuestas
probables.

LA TESIS DE LA «ANFICTIONIA ISRAELITA» *

I. HISTORIA DE LA CUESTIÓN

Hace más de un siglo recogió H. Ewald, al tratar de los doce hijos


de Jacob, las menciones de doce tribus, pueblos o ciudades que aparecen
en la Biblia y en las literaturas griega y latina, entreviendo la posibili-
dad de una agrupación análoga a partir de la época de los Patriarcas 1.
En fecha más reciente, el sociólogo M. Weber definió a Israel en la
época de los Jueces como una confederación guerrera en la que Yahvé
aseguraba el orden social y la prosperidad. «Israel» sería el nombre
de una liga cúltica que practicaría quizá unos ritos «anfictiónicos»2.
El término, empleado por primera vez, al parecer en este contexto, fue
adoptado por A. Alt, que habló de una «anfictionía» de Mambré 3 .
M. Noth ha aprovechado estos tanteos y ha formulado definitiva-
mente la tesis 4 . El estudio de las diferentes listas de las tribus que da
* Este capítulo fue publicado en Studies in Memory of Paul Lapp: H T R 64
(1971)415-36.
1 H. Ewald, Geschichte des Volkes Israel I (Gotinga 31864) 5i°ss.
2
M. Weber, Das antike Judentum, en Gesammelte Aufsátze zur Religionssoziolo-
gie III (Tubinga 21923) 90SS, 98.
3 A. Alt, Der Gott der Valer (Stuttgart 1929) 59 = Kleine Schriften I, 55. Después
de la publicación de M. Noth (cf. nota siguiente), Alt definió el grupo de las doce
tribus como una liga sagrada a la manera de las anfictionías de Grecia e Italia; cf. Die
Staatenbildung der Israeliten in Palástina (Leipzig 1930) 11 = Kleine Schriften II, 8.
Ambos estudios han sido reeditados en A. Alt, Grundfragen der Geschichte des Volkes
Israel (Munich 1970).
4
M. Noth, Das System der zwolf Slámme Israels (Stuttgart 1930); Geschichte,
83-104. Nótese que el mismo Nolh advierte que su tesis no es matemáticamente de-
212 Las doce tribus de Israel

a Biblia demuestra que, a pesar de los cambios ocurridos, se ha pro-


curado mantener siempre el número de 12, con la particularidad de que
las tribus de Lía, las primeras que se asentaron en Canaán, forman
u n grupo constante. Las anfictionías griegas y las ligas latinas ofrecen
una analogía que no podemos pasar por alto. En ellas se unen mediante
u n juramento doce (o seis) pueblos o ciudades en torno a u n santuario
común, centro de reunión periódica para celebrar las fiestas religiosas.
Los miembros de estas ligas mantienen su independencia política, pero
sus delegados velan por la observancia de ciertas reglas y pueden de-
cidir una acción común contra los perjuros. M . N o t h encuentra estos
mismos elementos en el Israel de la época de los Jueces; «Israel», por
tanto, es el nombre de una liga de doce tribus que tenían u n santuario
central en el que se hallaba depositada el arca. Este santuario fue al
principio Siquén, más tarde Betel, Guilgal y finalmente Silo. F u e pre-
cisamente en Siquén donde, según Jos 24, las tribus reconocieron a
Yahvé por su Dios, donde establecieron la unión entre sí y con Yahvé
mediante u n pacto, y donde adquirieron u n estatuto y u n derecho. Las
fiestas religiosas anuales eran la ocasión en que las tribus se reunían en
el santuario central para discutir los asuntos comunes a través de sus
delegados, los doce nesí'ím, cuyos nombres enumera repetidas veces
el libro de los Números. Las tribus estaban sometidas a u n derecho
anfictiónico, que quizá esté representado por una parte del Código de
la Alianza de Ex 21-23, y por u n derecho consuetudinario; se castiga-
b a n las transgresiones, y la acción de las tribus contra Benjamín des-
pués del crimen de Guibeá (Jue 19-20) ha de interpretarse en el sentido
d e una guerra anfictiónica.
M . N o t h ha aplicado su tesis a otros aspectos de la historia de Israel.
Los jueces «menores», cuya lista encontramos en Jue 10,1-5 y 12,7-15,
desempeñarían u n papel de dirigentes en esta liga de tribus 5 . Las leyes
preexílicas del Pentateuco estarían basadas en el derecho anfictiónico 6 .
El mismo Pentateuco en su totalidad, que presenta a «Israel» como una
sola cosa, viene a ser u n desarrollo de la profesión de fe en «Yahvé, que
ha hecho salir a Israel de Egipto», una expresión de las ideas y las creen-
cias que inspiraban la liga de las tribus y aseguraban su cohesión 7 . En
consecuencia, M . N o t h ha tomado la liga de las doce tribus como p u n t o
d e partida de su historia de Israel, y a partir de ahí se ha remontado
a las tradiciones que esta liga conservaba acerca de sus propios orígenes:
la salida de Egipto, el Sinaí, los Patriarcas 8 .

mostrable, pero que es aceptable si sirve para esclarecer la historia de Israel y sus ins-
tituciones; cf. Das System..., 59-60. En Geschichte, 88, se expresa con mayor pruden-
cia aún.
5
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga
1950) 404-17 = Gesammelte Studien zum Alten Testament II (Munich 1969) 71-85.
6
M. Noth, Die Gesetze ira Pentateuch. Ihre Voraussetzungen und ihr Sinn (La
Haya 1940), especialmente pp. 22s = Gesammelte Studien... I (Munich 1957) 42S.
7
M. Noth, Überlieferungsgeschichte, especialmente pp. 50SS, 272SS.
8
M. Noth, Geschichte, toda la primera parte.
Anfictionías griegas y ligas itálicas 213

Los puntos de vista de M . N o t h han ejercido u n influjo notable,


y su tesis se ha hecho ya clásica. Con menos prudencia que su autor,
otros la han utilizado para ilustrar la religión de Israel y su culto, su
derecho y sus instituciones 9 . En efecto, la forma en que había sido
expuesta esta tesis y la luz que proyecta, o parece proyectar, sobre u n
período m u y oscuro y sobre numerosos aspectos de la vida de Israel,
hacen que resulte m u y atractiva. Sin embargo, pronto comenzaron
a expresarse las dudas acerca de la solidez de todo el edificio, primero
tímidamente y después en tono de oposición m u y enérgica 1 0 . El pro-
blema exige una nueva revisión.

II. A N F I C T I O N Í A S GRIEGAS Y LIGAS ITÁLICAS

U n a «anfictionía» griega, conforme al significado mismo del térmi-


no, era la asociación de los q u e se encontraban «establecidos en torno»
a u n santuario común n . Debieron de ser numerosas esas asociaciones,
pero las fuentes antiguas sólo hablan explícitamente de algunas de ellas,
de las que, por otra parte, nos transmiten noticias m u y escasas. Estra-
bón (IX.2,33) menciona la anfictionía de Onchestos en Beocia, en torno
a u n santuario de Poseidón; se desconoce el número de sus miembros.
Según el mismo Estrabón (VIII. 6,14), la anfictionía de Calauria, una
isla del golfo de Egina, agrupaba a siete ciudades marítimas, también
en torno a u n santuario de Poseidón 12 . La isla sagrada de Apolo, Délos,
fue el centro de una anfictionía, de la que sabemos sobre todo el papel
que desempeñó en la política imperialista de Atenas.
La mejor conocida y la más importante es la anfictionía pileo-dél-
fica. Sus orígenes son oscuros. F u e creada por varias ciudades situadas
en torno al santuario de Deméter en Antela, cerca de las Termopilas.
En fecha posiblemente no anterior a los comienzos del siglo vi a.C. se
le unió Delfos, que, con su santuario de Apolo y el oráculo de la Pitia,
9
Ejemplos en S. Herrmann, T L Z 87 (1962) col. 565; G. Fohrer, BZAW 115
(1969) 87-88. En general, J. Bright, History, 142-51; J. A. Soggin, When the Judges
Ruled (Londres 1965), especialmente pp. 20-22, 33-34, 70-73.
10
H. M. Orlinsky, The Tribal System of Israel and Related Groups in the Period
of the Judges: OrAnt 1 (1962) 11-20 = Studies and Essays in Honor 0/ Ahraham A. Neu-
man (Leiden 1962) 375-387; C. H. J. de Geus, De Richteren van Israel: N T T 20 (1965-
66) 81-100; B. D. Rahtjen, Philistine and Hebrew Amphictyonies: JNES 24 (1965)
100-104; G. Fohrer, Altes Testament—«Amphiktyonie» und «Bund»?, en Studien zur
alttcstamentlichen Theologie und Geschichte: BZAW 115 (1969) 84-119, aparecido an-
teriormente en T L Z 91 (1966) col. 801-16, 893-904; id., Geschichte der israelitischen
Religión (Berlín 1969) 78-83; G. W . Anderson, Israel: Amphictyony: 'Am; Kahál;
'lidáh, en Traslating and Understanding the Oíd Testament. Essays in Honor of Herbert
G. May (Nashville N. Y. 1970) 135-51.
11
Son obras plenamente actuales: F. Cauer, art. Amphiktyonia, en P W I (1894)
col. 1904-35; G. Busolt-H. Swoboda, Griechische Staatskunde (Hand. d. Altertumswiss.,
IV I, I) II (•1i925) 1280-1309. Sobre la anfictionía pileo-délfica, que es la mejor docu-
mentada, no se ha hecho ningún estudio de conjunto después del que dedicó a este
tema 11. Bürgcl, Die pylaeisch-delpliischc Amphildyonie (Munich 1877).
12
J. P. Harland, The Calaurian Amphiclvom: AJA 29 (1925) 160-71.
214 Las doce tribus de Israel

le aseguraba un mayor prestigio. En esta anfictionía se agrupaban doce


pueblos de la Grecia central, que enviaban cada uno dos delegados, los
hieromnemones, al consejo anfictiónico presidido por los delegados te-
salios. Varió la composición de esta anfictionía, pero siempre se mantuvo
el número de doce miembros, al menos hasta los cambios impuestos
por el Imperio Romano. El consejo se reunía dos veces al año, en las
Termopilas y en Delfos. Su función principal consistía en la protección
y la administración de los dos santuarios federales. Los miembros de la
liga prestaban un juramento en virtud del cual «se comprometían a no
destruir ninguna de las ciudades de la liga anfictiónica, a no desviar ni en
tiempos de paz ni de guerra los cursos de agua que las riegan, y, si al-
guno violaba estas prescripciones, a marchar contra él, arrasar sus
ciudades; prometían, finalmente, que si alguno saqueaba los tesoros
de los dioses o se hacía cómplice de una profanación, o pretendía atentar
contra las cosas sagradas, juntarían sus manos, sus pies, sus voces
y todas sus fuerzas para castigarlo» 13. La ley anfictiónica de 380 a.C,
encontrada en Delfos, mandaba a los hieromnemones pronunciar las
más justas sentencias en los procesos, pero luego se subraya el carácter
restringido y específicamente religioso de sus atribuciones: vigilar la
llanura sagrada y castigar a quienes se atrevieran a cultivarla, cuidar
de las imágenes de culto, velar por el buen estado de los templos de Apolo
y de Atenea Pronoia, asegurar el arreglo de los caminos y puentes que
permitían a los peregrinos llegar a Delfos y administrar las finanzas
del dios.
En el caso de Delfos, mejor documentado, podemos reconocer los
elementos fundamentales de las anfictionías griegas; se trataba, ante
todo, de instituciones locales o regionales de carácter esencialmente re-
ligioso. No ejercieron una acción política sino indirecta u ocasional-
mente, cuando se vieron convertidos en instrumentos al servicio de
las ambiciones de algunos de sus miembros más poderosos. Nunca
fueron una etapa hacia la constitución de unidades políticas superiores
a la ciudad.
A pesar de que las fuentes antiguas no usan el término de «anfic-
tionía», podemos aplicarlo a las ligas que unían a varias ciudades griegas
de Asia Menor en torno a un santuario. La más importante es la liga
de las diez ciudades jonias, establecida en el siglo vm a.C, cuyo nú-
mero de miembros se elevó a doce al incluir las islas de Quíos y Samos.
Su santuario central era el de Poseidón, sobre el promontorio de Micala,
que tomó el nombre de Panionion 14. Más al norte, doce ciudades de la
Eólida se agruparon en torno al santuario de Apolo en Grinion; su
número quedó reducido a once al caer Esmirna en manos de los jonios 15 .
13
Esquines, Embajada, 115.
14
L. Ziehen, art. Paniónia, en P W XVIII 3 (1949) col. 601-5; H. Bengtson, Grie-
chische Geschichte (Handb. d. Altertumswiss. III 4; Munich 21960) 56-57; J. M. Cook,
The Greeks in Ionia and the East (Londres 1962) 34.
15
J. M. Cook, loe. cit., 26.
Anfictionías griegas y ligas itálicas 215

En el sur, seis ciudades dóricas de Rodas y la costa vecina se unieron


en el culto a Apolo en el cabo Triopion; su número quedo reducido
a seis por haber sido expulsada Halicarnaso 16. Estamos muy mal in-
formados sobre la historia y el funcionamiento de estas ligas.
En Italia 17 se conoce la liga de los doce pequeños Estados de Etru-
ria meridional, los duodecim populi Etruriae 18, Sus representantes se
reunían todos los años en el santuario de la diosa Voltumna, probable-
mente en el territorio de los volsinios 19 . Formaban el concilium Etru-
riae y elegían un jefe que primero fue llamado «rey» y más tarde
«sacerdote». Los autores antiguos no nos han transmitido la lista de
aquellos doce pueblos. Nada sabemos de cómo funcionaba esta liga,
cuyas reuniones en el santuario de Voltumna están atestiguadas por
Tito Livio únicamente para los años 434 a 389 a.C. (IV.23,5 y VI.2,2).
Su origen es ciertamente cúltico. Las ciudades etruscas fueron cayendo
una tras otra bajo el dominio de Roma; cuando en la época imperial
aún se hablaba del «pretor» y de los «quince (sic) pueblos de Etruria»,
se trataba ya únicamente de recuerdos de un pasado lejano. Los auto-
res antiguos hablan también de los «doce pueblos» de la Etruria paduana
y de los «doce pueblos» de la Campania etrusca; nada sabemos de todos
ellos. Los autores latinos, al hablar de la Italia meridional prerromana,
hablan incidentalmente de los «doce pueblos» del Brucio, de los yapigos,
de los mesepios y de los pedículos; no estamos seguros ni del carácter,
religioso o político, ni de la realidad efectiva de estas agrupaciones. Con
la misma vaguedad se nos habla de los «treinta pueblos» del Lacio.
Podríamos aportar nuevos paralelos tomados de otros ámbitos y de
diversas épocas. En Escandinavia, antes de la llegada de los vikingos,
Suecia tenía ligas de «diez regiones», que estaban federadas entre sí
y tenían un santuario central en Upsala, en que renovaban solemne-
mente su unión cada nueve años. Se trataba de una institución de ca-
rácter fundamentalmente religioso, en que la autoridad suprema era
ejercida por un sacerdote. Otro tanto hallamos en Islandia, Noruega
y Dinamarca 2 0 .
Nos hallamos, por consiguiente, ante una institución que, bajo di-
versas formas, parece haber estado muy difundida entre los pueblos
indoeuropeos. Pero los ejemplos más antiguos que conocemos son pos-
teriores a los comienzos del primer milenio antes de nuestra era. El
sistema de las doce tribus de Israel pertenece a un ambiente étnico
16
J. M. Cook, loe. cit., 30.
17
V. Bellini, Sulla genesi e la struttura delle leghe nell'Italia arcaica, en RIDA,
a
3. serie, 7 (1960) 273-305; 8 (1961) 167-227; 11 (1964) 95-120.
18
Sobre la liga etrusca, además del art. cit. de V. Bellini, cf. M. Pallottino, La
civilisation étrusque (París 1949) 134-38; L. Banti, Die Welt der Etrusker (Stuttgart 1960)
130-32; R. Bloch, The Etruscans (Londres 1965) 116-17.
1» W . Eisenhut, art. Voltumna, en P W IX A, 1 (1961) col. 850-51.
20
M. Scovazzi, L'ordinamento gentilizio dei populi nordici e la prima costituzione
di stali territoriali nell'Allo Medio Evo, en Dalla tribu alio stato (Roma 1962) 83-121.
El autor llama «anfictionías» a estas federaciones.
216 Las doce tribus de Israel

y cultural distinto y es más antiguo. Por otra parte, poseemos unas n o -


ticias m u y desiguales y, en general, demasiado escasas acerca de las
ligas o anñctionías análogas. La única cuya historia y funcionamiento
nos son relativamente bien conocidos, pero únicamente a partir del
siglo iv a . C , es la anfictionía pileo-délfica. Sería poco prudente servirse
de este ejemplo privilegiado de una civilización y una época distintas
para explicar la agrupación de las doce tribus de Israel y para recons-
truir, a su semejanza, una «anfictionía» israelita.

III. L A S DOCE TRIBUS NO CONSTITUYEN


UNA ANFICTIONÍA
El dilatado m u n d o semita conoció muchas instituciones políticas
y religiosas de carácter m u y diverso, pero nada que se asemeje a una
anfictionía griega 2 1 . Es cierto que últimamente se ha hablado de una
«anfictionía sumeria»; en efecto, bajo la III dinastía de Ur, a finales del
III milenio, las ciudades de Sumer y Acad debían atender por turno a las
necesidades de los santuarios de Nippur, el centro religioso nacional,
durante los doce meses del año. Pero la lista de los contribuyentes va-
riaba de u n año a otro; las ciudades pequeñas se juntaban para subvenir
a las necesidades de los templos durante el mismo mes, mientras que
las más importantes hacían sus prestaciones durante dos o más meses
seguidos 2 2 . Pero nada de esto responde a la definición de una anfictio-
nía; más bien nos recuerda las prestaciones mensuales que estaban obli-
gados a hacer los doce prefectos de Salomón para atender a las necesi-
dades de palacio (i Re 4,7; 5,7-8). T a m b i é n se ha dicho que la liga
de las cinco ciudades filisteas se parecía a una anfictionía mucho más
que el grupo de las doce tribus de Israel 2 3 . La demostración no es con-
vincente, pues la liga filistea es una federación étnica y militar cuyo
carácter religioso, esencial en una anfictionía, no aparece por ningún
lado. El hecho de que el arca sea depositada como botín de guerra en
el templo de Dagón en Asdod (1 Sm 5,1) no basta para hacer de este
templo u n santuario central, aparte de que Dagón no es u n dios filisteo
ni los filisteos son semitas. Mayor importancia tiene señalar que las
ciudades fenicias nunca se unieron para formar una anfictionía, y no les
hubieran faltado razones para hacerlo, a semejanza de las ciudades ma-
rítimas de Grecia y Asia Menor, si la institución hubiera estado ya acli-
matada en el ámbito semita.
Se ha objetado a la tesis de M . N o t h que el hebreo no posee tér-
mino alguno para designar esta supuesta anfictionía, y que el n o m b r e
de Israel no podía sustituirlo suficientemente 2 4 . El argumento no es
21
G. Fohrer, B Z A W 115 (cf. nota 10) 92; G. W . Anderson (cf. nota 10) 144.
22
W . W . Hallo, A Sumerian Amphictyony: JCS 14 (1960) 86-96; Royal Hymns
and Mesopotamian Unity: ibid. 17 (1963) 112-18.
23
B. D. Rahtjen, Philistine and Hebrew Amphictycnies: JNES 24 (1965) 100-104.
24
G. Fohrer, BZAW 115, 90-91 y, con matices especiales, G. W . Anderson,
loe. cit. (nota 10), 142, 150-51.
No constituyen una anfictionía 217

decisivo, pues las expresiones frecuentes como «las tribus de Israel»


o «todo Israel», o las no tan abundantes «las doce tribus» o «las doce tri-
bus de Israel», son paralelas de los duodecim populi Etruriae, con que se
designa a la liga etrusca, a la que se reconoce, quizá abusivamente, los
mismos rasgos que a las anfictionías.
La cuestión del nombre, sin embargo, es secundaria. M á s útil será
examinar si son válidas las comparaciones que se hacen con las anfictio-
nías griegas o sus equivalentes en Italia.

1. La cifra de doce
Este dato es el punto de partida de la tesis, pero la cifra no tiene
realmente tanta importancia como se le atribuye. Entre todas las ligas
a las que los textos dan explícitamente el nombre de anfictionías, sólo
la de Delfos mantuvo, desde el siglo iv a.C. hasta la época romana, el
número de doce, a pesar de los inconvenientes que ello suponía a con-
secuencia de los cambios históricos; pero su núcleo, la anfictionía de
Antela, se había iniciado con u n número menor de participantes. La
anfictionía de Calauria sólo contaba con siete miembros, y no conoce-
mos la composición de las restantes. En Asia Menor, la liga jónica tuvo
al principio diez miembros; la liga dórica, seis y más tarde cinco; la
liga eólica, doce y más tarde once. M u c h o después, en Escandinavia,
la liga sueca agrupó federativamente a diez, ocho y cuatro miembros.
E n cuanto a Italia, no sabemos cuáles eran los «doce pueblos» de la
liga etrusca ni de las restantes ligas, y hasta es posible que esta cifra
tuviera únicamente u n valor simbólico. El número doce, que es el de
los meses del año y de los signos del zodíaco, expresa la idea de pleni-
tud 2 5 . En la literatura griega aparecen con frecuencia los grupos de
doce personas, animales o cosas, y lo mismo ocurre en la leyenda o en
el culto: Eolo y Nelea tienen doce hijos; se consagran doce vacas a A t e -
nea, doce toros a Poseidón, y hay doce trabajos de Hércules, doce tita-
nes, doce grandes dioses olímpicos, etc. En Roma encontramos tam-
bién doce dioses mayores en el panteón, doce hermanos arvales, doce
lupercios, la ley de las doce tablas, etc.
Los doce hijos de Jacob y las doce tribus de Israel tienen sus mejo-
res paralelos en ambiente semita y en las misma Biblia. Hay doce tribus
arameas que se designan por los nombres de los doce «hijos» de Najor,
ocho nacidos de su esposa Milca y cuatro de su concubina Rauma
( G n 22,20-24). T a m b i é n son doce los hijos de Ismael, jefes de otras
tantas tribus (Gn 25,12-16). Doce son los descendientes de Esaú (Gn 36,
10-14), suprimiendo el Amalee del v. 12. Aparte de estos paralelos tan
estrictos, la cifra de doce se emplea en la Biblia con el mismo valor
simbólico que en Grecia y Roma: doce figuras de toro bajo el mar del
25
Carecemos de trabajos recientes sobre el número 12. Para la Antigüedad clá-
sica, cf. la abundante documentación recogida por O. Weinreich en su introducción
al art. Zwolfgotter, en W . H. Roscher, Ausführliches Lexikon für griechischen und
rómischen Mylhologie VI (1924-1937) especialmente col. 765-72.
218 Las doce tribus de Israel

templo (i Re 8,44), doce figuras de león a uno y otro lado del trono de
Salomón (1 Re 10,20). Elíseo trabaja con doce yuntas d e bueyes (1 Re
19,19). Doce hombres de Benjamín y doce hombres de la guardia de
David se enfrentan j u n t o al estanque de Gabaón (2 Sm 2,15). Salomón
posee 12.000 caballos (1 Re 5,6; 10,26). El número de 12.000 guerreros
aparece con frecuencia (Jos 8,25; Jue 21,10; 2 Sm 10,6; 17,1; Sal 60,2).
Sin salimos del ámbito semita, podríamos añadir otros ejemplos saca-
dos del Nuevo Testamento, especialmente del Apocalipsis 26, y de la
literatura judía 27 .

2. El pacto anfictiónico
El pacto constituyente de la anfictionía israelita habría sido estable-
cido en la asamblea de Siquén (Jos 24). La hipótesis ya había sido pro-
puesta por E. Sellin, incluso antes de ponerse de moda el término «an-
fictionía» 28 , y fue luego adoptada y desarrollada por M . N o t h 2 9 . Pero
el recuerdo histórico conservado bajo la redacción panisraelita de este
capítulo no es común a las doce tribus. Según la interpretación más
verosímil, el pacto fue sellado entre las tribus del norte, que no habían
participado en la experiencia del éxodo y del Sinaí, y el grupo de Josué,
que les proponía la fe en Yahvé. Se trata, ciertamente, de una alianza
religiosa (v. 23-24) que lleva consigo la aceptación de u n estatuto y de
u n derecho (v. 25). Pero no afectaba a las doce tribus, que aún no se
habían constituido como tales y cuyos representantes no estaban todos
presentes en Siquén. Finalmente, este pacto no presenta ninguno de
los rasgos característicos de una anfictionía.

3. £1 santuario central
Condición indispensable de una anfictionía es el santuario central,
que precede a aquélla, explica su creación y justifica su existencia y
hasta le da su nombre. La anfictionía se constituye «en torno» al santua-
rio, en el que se celebran las fiestas religiosas comunes y se reúne el
consejo anfictiónico, cuyas funciones ordinarias se reducen a cuidar
y administrar el santuario. Según la tesis que analizamos, el santuario
central de la «anfictionía» israelita habría sido aquel en que se hallaba
depositada el arca, símbolo de la presencia de Yahvé, Dios de la alian-
za, y en el que se celebraba el culto de aquella alianza. Como resulta
q u e el arca se trasladó a diversos lugares, el santuario central habría
26
Cf. K. H. Rengstorf, art. SÚSEKCC, en T W N T II (Stuttgart 1935) 321-28; A. Jau-
bert, La symbolique des Douze, en Hommages a Andyé Dupont- Sommer (París 1971)
453-60.
27
Cf. L. Ginzberg, The Legends of the Jews VII (Filadelfia 1938) s.v. «Twelve».
28
E. Sellin, Seit welcher Zeit verehrten die nordisraelitischen Stámme Jahwe?, en
Oriental Studies... P. Haupt (Baltimore 1926) 121-34; también ya Geschichte des is-
raelitisch-jüdischen Volkes I (Leipzig 1924) 98SS.
29
M. Noth, Das System..., 65-75; Das Buch Josua (HAT; 2 i953) 139; Geschichte,
90-91, 96-97.
No constituyen una anfictionía 219

estado sucesivamente en Siquén, donde se estableció la anfictionía;


luego en Betel, Guilgal y, finalmente, en Silo 3 0 . Esta hipótesis ha tenido
una amplia aceptación y ha sido m u y utilizada 31 , aunque, por otra
parte, se le han dedicado severas críticas 3 2 .
El hecho de tener u n santuario central itinerante hubiera hecho de
Israel u n caso singular entre todas las restantes anfictionías conocidas.
N o es válido el caso de la anfictionía pileo-délfica; en efecto, el san-
tuario anfictiónico no se desplazó de las Termopilas a Delfos, sino que
éste se agregó al de Antela; el caso, por otra parte, es único. Pero esta
objeción genérica no es la más grave. Es posible demostrar que ninguno
d e los santuarios mencionados desempeñó el cometido de santuario
central de todas las tribus.
Siquén. Nada sabemos de que el arca estuviera nunca depositada
e n Siquén. N o es mencionada en Jos 24, que se supone transmitir la
noticia de la fundación de la anfictionía. Sólo se nombra al arca en rela-
ción con Siquén (con el Ebal y el Garizín más exactamente) en Jos 8,33,
q u e forma parte de una adición posdeuteronómica, cuya intención es
demostrar que Josué ejecutó las órdenes recibidas de Moisés, de que
se da noticia en D t 11,29-30; 27,4-8; 27,11-13. Pero estos tres textos,
que, p o r lo demás, no mencionan el arca, son secundarios y represen-
tan una reelaboración a base de materiales diversos. Aquellas órdenes
tenían que cumplirse inmediatamente después del paso del Jordán y la
entrada en Canaán, lo que indica la región de Guilgal, nombrada ex-
presamente en D t 11,30. La mención del Ebal y el Garizín resulta in-
compatible con este otro dato geográfico y debe responder a una inten-
ción distinta 3 3 . Por otra parte, una ceremonia como la descrita en Si-
quén resulta imposible en u n momento en que Israel aún no se ha asen-
tado en la región. N o se puede, por tanto, utilizar estos textos en rela-
ción con Jos 24 para afirmar que en Siquén se celebraba una fiesta anual
de renovación de la alianza a comienzos del período de los Jueces. Se
nos dice que coincidiría con la fiesta de las Tiendas 34 , pero resulta que
la fiesta de las Tiendas no es mencionada en ninguno de esos textos,
mientras que no se ha probado que en época antigua se celebrara fiesta
30
M. Noth, Das System..., 94-97, 116; Geschichte, 88-94.
31
En particular K.-H. Bernhardt, Gott und Bild (Berlín 1956) 134-44; H.-J. Kraus,
Gottesdienst in Israel (Munich 2i9Ó2) 149-209. J. Dus ha multiplicado los lugares de
estancia del arca; antes de quedar definitivamente en Silo habría sido trasladada cada
siete años; cf. Der Brauch der Ladewanderung im alten Israel: T Z 17 (1961) 1-16;
Noch zum Brauch der «Ladewanderung»: V T 13 (1963) 126-32.
32
Especialmente R. Smend, Jahwekrieg und Stámmebund (Gotinga 1963) 56-70;
W . H. Irwin, Le sanctuaire central israélite avant Vétablissement de la monarchie: RB
72 (1965) 161-84; M. H. Woudstra, The Arfe of the Covenant from Conquest to King-
ship (Filadelfia 1965) 126-33; G. Fohrer, BZAW 115 (cf. nota 10) 94-98.
33
Cf. O. Eissfeldt, Gilgal or Sechem?, en Proclamation and Presence (G. Henton
Davies Volume; Londres 1970) 90-101.
34
G. von Rad, Das formgeschichtliche Problem des Hexateuchs (Stuttgart 1938)
33-37 = Gesammelte Studien zum Alten Testament (Munich 1958) 44-48; H.-J. Kraus,
Gottesdienst in Israe.2, 161-71.
220 Las doce tribus de Israel

alguna de renovación de la alianza, ni en Siquén ni en cualquier otro


lugar 35. Es cierto que el santuario situado en las inmediaciones de Si-
quén fue un centro de reunión para las tribus del norte, que allí sellaron
el pacto de Siquén (Jos 24) y allí también consumaron el cisma político
después de la muerte de Salomón (1 Re 12). Pero entre esos dos acon-
tecimientos, la historia no relaciona con Siquén más que un solo hecho:
la proclamación de Abimelec como rey por los habitantes cananeos de
Siquén Que 9,1-6). Este ambiente cananeo hubiera sido el menos ade-
cuado para establecer un santuario central de todas las tribus de Israel.
Siquén, donde hemos visto que nunca ha sido establecida sólidamente
la presencia del arca, nunca fue el santuario central de Israel, y menos
aún un santuario «anfictiónico».
Betel. Se supone que el arca y el santuario central habrían sido
trasladados de Siquén a Betel, quizá después del episodio de Abime-
lec 36. En efecto, Jue 20,27b-28a señala la presencia del arca en Betel,
bajo la custodia de Fineés, hijo de Eleazar, hijo de Aarón. Esta noticia
es ciertamente una adición. No se puede excluir que conserve un re-
cuerdo antiguo. Pero es mucho más verosímil que el glosador haya
querido justificar, mediante la presencia del arca y de un levita de es-
tirpe auténtica, el cometido religioso que el santuario de Betel, conde-
nado más tarde por la ortodoxia, desempeña en este relato (Jue 20,18.
26-28; 21,2). Por otra parte, esos textos relativos a Betel no pertene-
cen al estrato más antiguo de la narración, según la cual fue en Mispá
donde Israel se reunió para luchar contra Benjamín (Jue 20,1-3; 21,
1-5.8) 37. Finalmente, no hemos de dejarnos engañar por la redacción
panisraelita de este relato; históricamente, parece que en este conflicto
sólo la tribu de Efraín se opuso a la de Benjamín 38.
Se afirma que en Gn 35,1-7, sobre la marcha de Jacob y su familia
desde Siquén a Betel, tendríamos el recuerdo de un traslado del santua-
rio central entre ambas ciudades. El viaje se inicia con un acto de culto
(v. 2) y finaliza con la construcción de un altar (v. 7); el traslado se con-
35
Cf. E. Kutsch, Feste und Feier, en R G G II (1958) col. 915-16; G. Fohrer, Ges~
chichte der israelitischen Religión, 56. Se suele citar a propósito de esto Dt 31,9-13,
donde se prescribe una lectura de la ley cada siete años; la fiesta de las Tiendas es
únicamente la ocasión para esa lectura, y no se nombra a Siquén. El judaismo ha
vinculado la conmemoración de la alianza a la fiesta de las Semanas, no a la de las
Tiendas.
36
M. Noth, Geschichte, 91.
37
A. Besters, Le sanctuahe central dans Jud xix-xxi: E T L 41 (1965) 20-41. N o
se puede aceptar la hipótesis de J. Dus, Bethel und Mispa in Jdc. 19-21 und Jdc. 10-12 :
OrAnt 3 (1964) 227-43), según la cual en aquella época Betel sería el santuario cen-
tral, mientras que Mispá se mencionaría secundariamente en el relato. Según el mis-
mo autor, el objeto principal de culto en este santuario de Betel no sería entonces
el arca, sino una imagen de toro, Ein richterzeitliches Stierbildheiligtum zu Bethel ?:
Z A W 77 (1965) 268-86.
38
O. Eissfeldt, Der geschichtliche Hintergrund der Erzáhlung von Gibeas Schandtat,
en Homenaje a G. Beer (Stuttgart 1935) 19-40 = Kleine Schriften II, 64-80; cf. tam-
bién p. 36, infra.
No constituyen una anjictionía 221

memoraría luego con una peregrinación 39 . El «terror divino» que acom-


pañó a este desplazamiento (v. 5) significaría que en el mismo tomó
parte el arca 40 . Pero, si efectivamente hubo tal peregrinación, ello in-
dicaría que ambos santuarios eran frecuentados al mismo tiempo, no
que Betel se había convertido en santuario central. En cuanto al «terror
divino», no va unido exclusivamente a la presencia del arca 41 . La ver-
dad es que no hay indicio alguno de que Betel haya sido durante el
período de los Jueces el santuario central de Israel ni de que allí se cele-
brara una especie de culto «anfictiónico».
Guilgal. En contrapartida, se puede afirmar que el arca estuvo de-
positada, al menos por cierto tiempo, en el santuario de Guilgal; no
sería posible de otro modo explicar la formación de los relatos de
Jos 3-4. Estos relatos, por otra parte, con la doble etiología de las doce
piedras, suponen también la práctica de un culto en que se unían las
doce tribus. De ahí se saca la conclusión de que Guilgal habría sido,
después de Siquén (y Betel), el santuario «anfictiónico»42. Pero esta
hipótesis choca con graves dificultades. Guilgal fue el primer santua-
rio de los grupos israelitas que penetraron en Canaán después del paso
del Jordán, y el primer lugar de estancia del arca, si admitimos que este
objeto fue traído por los grupos procedentes del desierto. Pero Guilgal
no pudo ser entonces el santuario central de las doce tribus, que aún
no se habían unido. Guilgal no desempeña cometido alguno a lo largo
de todo el libro de los Jueces 43 . Hasta Saúl no aparecerá Guilgal como
lugar privilegiado de reunión de las tribus (1 Sm 10,8; 11,14-15; 13, pas-
sim; 15,12.21-33). Pero el arca se encontraba entonces en Quiriat Yea-
rín, en poder de los filisteos44.
Silo. Se podrían esgrimir títulos más serios a favor de Silo, donde
se instaló definitivamente el arca según M. Noth; algunos autores esti-
man que éste fue el único santuario central en la época de los Jueces 45 .
Pero la cuestión no está tan clara 46 . La presencia del arca en Silo está
atestiguada por los dos relatos independientes de la infancia de Samuel
39
M. Noth, Geschichte, 91-92, que se inspira en A. Alt, Die Wallfahrt von Si-
chem nach Betel, en In piam memoriam A. von Bulmerincq (Riga 1938) 218-30 = Kleine
Schriften I, 79-88.
40
J. A. Soggin, Zwei umstrittene Stellen aus dem Überlieferungskreis um Schechem:
Z A W 73 (1961) 78-87.
41
R. Smend, Jahwekrieg... (cf. nota 10) 69.
42
M. Noth, Geschichte, 92; H.-J. Kraus, Gottesdienst in Israel2, 179-93.
43
El mismo nombre sólo aparece dos veces en las introducciones (Jue 2,1 y 3,19)
y únicamente con valor de referencia geográfica.
44
Cf. J. A. Soggin, Gilgal, Passah und Landnahme, en Volunte du Congrés. Ge-
néve: SVT 15 (1966) 263-77, especialmente 269; F. Langlamet, Gilgal et les récits
de la traversée du Jourdain (Cahiers de la RB 11; 1969) 16-17, 121-22.
45
W . F. Albright, Archaeology and the Religión of Israel (Baltimore 2 i946) 103-5;
id., Archaeology, Historical Analogy and Early Biblical Tradition (Baton Rouge 1966)
55-56; E. Nielsen, Shechem. A Traditio-Historical Investigation (Copenhague 1955)
36, n. 1; M. H. Woudstra (cf. nota 32) 126-28, 133.
4
<> W . H. Irwin (cf. nota 32) 176-78.
222 Las doce tribus de Israel

(i Sm 3,3) y de la historia del arca, contenida en 1 Sm 4,1-7,1. En


efecto, el arca es llevada de Silo al campo de batalla de Afee, donde cae
en manos de los filisteos (1 Sm 4,3-6.11.17). Estaba depositada en un
santuario (hékál) de Silo (1 Sm 1,9; 3,3), la «casa de Yahvé» (1 Sm 1,7.
24; 3,15)- Este santuario era un edificio, pues tenía puerta (1 Sm 1,9)
que se abría por la mañana (1 Sm 3,15); fue el primer templo de Yah-
vé 47 . A diferencia de Betel y Siquén, Silo no se relacionaba con ningu-
na tradición patriarcal, y se ignora cuándo fue establecido su santuario.
Es cierto que, según Jos 18,1 (cf. 19,51), allí fue instalada la tienda del
encuentro inmediatamente después de la conquista, y que allí también
se echó a suertes «delante de Yahvé» para ver el territorio que había de
asignarse a las siete tribus que aún no habían recibido una porción
(Jos 18,8-10) y las ciudades reservadas a los levitas (Jos 21,1-8). Tam-
bién fue en Silo donde las tribus de TransJordania se despidieron de las
restantes (Jos 22,9) y donde volvió a reunirse toda la comunidad de Is-
rael para pelear contra estas tribus, por haber erigido el altar del Jor-
dán (Jos 22,12). Pero todos estos textos corresponden a una redacción
sacerdotal del libro de Josué posterior al exilio 48 . En Jue 21,19-21 se
habla de una fiesta anual de peregrinación a Silo, durante la cual las
muchachas de la región danzaban en las viñas; esta «fiesta de Yahvé»
podría ser la celebración prescrita en Ex 23,16, pero más bien nos re-
cuerda la fiesta cananea de la vendimia que tenía lugar en Siquén (Jue 9,
27). El episodio, en todo caso, supone la existencia de un santuario, que
podría situarse muy a comienzos del período de los Jueces, pero su base
histórica es poco consistente.
De hecho, el santuario de Silo no aparece con cierta claridad más
que al final del período, cuando en él se halla depositada el arca y está
atendido por una familia levítica, Eli y sus dos hijos, Jofní y Fineés 4 9 .
En Silo se pronuncian oráculos (1 Sm 1,17) y allí se manifiesta Dios a
Samuel (1 Sm 3). Es el lugar donde se ofrecen sacrificios (1 Sm 1, pas-
sim; 2,12-17.19). Allí acude todos los años el padre de Samuel con toda
su familia (1 Sm 1,3.20). Silo es la meta de una peregrinación anual
(Jue 21,19-21). Pero ni el arca ni el sacerdocio levítico ni los sacrificios
ni los oráculos ni la peregrinación son motivos suficientes para consi-
4
7 Lo niega M . Harán, Shilo and Jerusaíem: JBL 81 (1962) 14-24; para este autor,
el santuario de Silo era un «tabernáculo», que habría servido de modelo para la des-
cripción sacerdotal del Éxodo. Se fía demasiado de los textos tardíos, que analizare-
mos, y se ve obligado a rechazar los que acabamos de citar, así como Jr 7,12-14. La
afirmación de la profecía de Natán, que le sirve de base, se explica de otro modo: el
profeta se opone a la edificación de un templo de tipo cananeo, pero no ignoraba que
ya había existido una «casa de Yahvé» en Silo ni que el arca había permanecido en
casa de Abinadab, en Quiriat Yearín (1 Sm 7,1) y luego en la de Obededom (2 Sm 6,
10-12); cf. A. Weiser, Die Tempelb'aukrise unter David: Z A W 77 (1965) IS3" 6 8 . es-
pecialmente 158-59; R. de Vaux, Jérusalem et les prophétes: RB 73 (1965) 481-509,
especialmente 486-87.
48
La mención de Silo en Jue 21,12 es una glosa de la misma época.
49
A. Cody, A History of Oíd Testament Priesthood (Roma 1969) 65-72.
No constituyen una anfictionia 22>

derar a Silo como santuario central de una «anfictionia»50. La visita


anual de Elcaná y su familia no está relacionada con una fiesta religiosa
de todas las tribus; se trata de una devoción privada o familiar 51 que
atrae a Elcaná a un santuario famoso de su tribu, pues Silo se halla en
Efraín y Elcaná es un efraimita (1 Sm 1,1). El episodio de Jue 21,15-23
no se comprende a menos que se trate de una fiesta regional, pues las
danzantes son únicamente muchachas de Silo, y los benjaminitas no
acuden como peregrinos, sino como raptores, a escondidas. En el re-
lato de la guerra contra los filisteos se dice que el arca es llevada a Silo
después de una primera derrota (1 Sm 4,3-4); no llega allí acompañan-
do al ejército, y nada indica que éste se concentrara luego en aquel
lugar. Sería exagerado decir que Silo se convirtió entonces en centro
no ya de una anfictionia, sino meramente de una liga militar contra
los filisteos52. Si prescindimos de la glosa notoria de Jue 21,12, Silo
no aparece por parte alguna como lugar de reunión de las tribus en la
época de los jueces. Según el relato de Jue 19-21, Mispá contaría con
mejores títulos. Allí, en efecto, se reúnen todos los israelitas en pre-
sencia de Yahvé y hacen un solemne juramento (20,1-3; 21,1-5.8). Allí
también convocará Samuel a todo Israel (1 Sm 7,5-12), y con tal motivo
se ofrece una libación a Yahvé, se celebra un ayuno, se hace un sacri-
ficio y Samuel «juzga» a Israel. Según 1 Sm 9,i7ss, Saúl es designado
rey en Mispá, mediante el procedimiento de echar a suertes y consultar
a Yahvé. Pero, según parece, Mispá nunca albergó el arca, que precisa-
mente se considera el objeto de culto central de la «anfictionia» israe-
lita 53.
No se puede probar, por consiguiente, que las tribus tuvieran un
santuario central durante el período de los Jueces. Por el contrario, llama
la atención la multiplicidad de lugares de culto: Siquén; Betel, al que
puede anexionarse Berseba (cf. 1 Sm 8,2), donde se conservaba el re-
cuerdo de los Patriarcas; Guilgal con el recuerdo de la penetración en
Canaán; Silo; Mispá y también Rama (cf. 1 Sm 7,17; 9,12-25), cuyos
orígenes resultan oscuros; Ofrá y Dan, cuya fundación se narra con
todo detalle (Jue 6 y 18). Seguramente hubo otros muchos, sin contar
los santuarios domésticos, como el de Mica (Jue 17). La presencia del
arca, la situación geográfica o los recuerdos que era capaz de suscitar
darían a uno u otro de estos santuarios una preeminencia particular,
que atraería peregrinos desde lugares más alejados, y hasta se puede
pensar que algunos de estos santuarios serían frecuentados por varias
tribus a la vez. En la Arabia preislámica, los miembros de diferentes
50
W . H. Irwin (cf. nota 32); A. Besters (cf. nota 37).
51
M. Harán, Zebah hayyamím: V T 19 (1969) 11-22.
52
Así, J. Maier, Das altisraelitische Ladeheiligtum (BZAW 93; 1965) 58; G. Foh-
rer, BZAW 115 (cf. nota 10) 97-98.
53
J. Dus, OrAnt 3 (1964), cf. nota 37, tiene por inverosímil la hipótesis de que
el arca hubiera estado depositada en Mispá durante la judicatura de Jefté; las indi-
caciones de Jue 10,17; 11,1 ib.34 se referirían a Mispá de Benjamín, no a Mispá de-
Galaad, como en Jue 11,29.
224 Las doce tribus de Israel

tribus acudían en peregrinación a los grandes santuarios, y no sólo


a La Meca, como ha pretendido la tradición posterior 54. En la misma
Palestina aporta la arqueología testimonios, posiblemente anteriores
a la presencia israelita; los templos aislados del Bronce reciente, descu-
biertos en Aman y sobre la ladera del Garizín 55, así como el de Deir
'Allá en la orilla oriental del Jordán 56, fueron seguramente santuarios
comunes a todos los grupos seminómadas de la región. Pero nada sabe-
mos de la importancia de estos grupos ni de que estuvieran organiza-
dos en ligas. En cuanto a Israel, ninguno de los santuarios menciona-
dos en la época de los Jueces puede ser considerado en ningún momento
como el santuario central y «anfictiónico» de todas las tribus.

4. El consejo anfictiónico
Los delegados en el consejo de la «anfictionía» israelita serían los
nesí'ím, palabra que suele traducirse, aunque incorrectamente, por
«príncipes». Según una etimología posible (cf. ndsd' qól), serían los que
«alzan» la voz, los «portavoces». Son uno por cada tribu, y en Nm 1,5-16
(cf. 2,3-29; 7,12-83; 10,13-27; 13,2-15; 34,17-29) se da la lista de sus
nombres. Serían los representantes de las tribus, equivalentes de los
hieromnemones de las anfictionías griegas 57. Pero no parece fundada esta
asimilación 58.
La mayor frecuencia de empleo del término ndsí' se da en Ezequiel
y en los pasajes sacerdotales del Pentateuco, Éxodo y, sobre todo,
Números. Este término adquiere un valor singular en el lenguaje de
Ezequiel, que distingue entre ndsí' y tnélék, «rey», y da siempre este
título (nunca el de rey) al jefe del futuro Israel 59 . Su uso parece haber
influido en Lv 4,22; Esd 1,8 y el texto actual de 1 Re 11,34. P e r o Eze-
quiel ha modificado un vocabulario anterior. En Números, los nesí'ím
son los doce jefes de las tribus; el mismo término puede servir también
para designar a los que están al frente de fracciones menos importantes;
en efecto, según Nm 3,24.30.35, cada uno de los tres clanes levíticos
tenía su ndsí', y en Nm 16,2 se habla de 250 nesi'im de la comunidad 60 .
54
J. Wellhausen, Reste arábischen Heidentums (Berlín 2 i897) 84-94, e n Que se
emplea el término «anfictionía» a propósito de La Meca, lo que parece abusivo; H. Lam-
mens, Les sanctuaires préislamites dans l'Arabie occidentale: MUSJ 11 (1926) 36-173,
especialmente 154SS; M. Gaudefroy-Desmombynes, Mahomet (París 1957) 34-35.
55
E. F. Campbell y G. E. Wright, Tribal League Shrines in Ammán and Shechem:
BibArch 32 (1969) 104-16.
56
H. J. Franken, Excavations at Deir 'Allá. Season 1964: VT 14 (1964) 417-22,
especialmente 419 y 422.
57
M. Noth, Das System..., 151-62; Geschichte, 95; J. Bright, History, 144.
58
J. van der Ploeg, Les chefs du peuple d'Israel et leurs titres: RB 57 (1950) 40-61,
especialmente 47-54; E. A. Speiser, Background and Function of the Biblical Nasi':
C B Q 25 (1963) 111-17, reimpreso en Oriental and Biblical Studies (Filadelfia 1967)
113-22.
59
Cf. W . Zimmerli, Ezechiel (BKAT; 1969) 915-18 1227-30 1244-46.
60 El texto, sin embargo, está compuesto de elementos diversos, según Noth,
Das System..., 155; Das vierte Buch Mose. Numeri (ATE); 1966) 107.
No constituyen una anfictionía 225

Según la Biblia, este título no es exclusivo de los israelitas; Gn 25,13-16


da los nombres de los doce nesí'ím de los ismaelitas; Nm 25,18 habl^
de un ndsí' de los madianitas; Jos 13,21 enumera los cinco nesí'ím de
los madianitas, a los que Nm 31,8 da el nombre de «reyes». Todos
estos pasajes son tardíos, pero utilizan tradiciones antiguas, y el término
ndsí' es un legado de la época anterior a la monarquía. El Código de
la Alianza contiene esta prohibición: «No blasfemarás contra tu Dios ni
maldecirás a un ndsí' de tu pueblo» (Ex 22,27). Resulta interesante
comparar este pasaje con 1 Re 21,10: en tiempo de la monarquía se
acusa a Nabot de haber maldecido «a Dios y al rey». Al igual que el rey,
y a pesar del carácter sacral que en Israel se confería a toda autoridad,
el ndsí' era un jefe secular, no religioso. En Gn 34,2 aparece Jamor
como ndsí' de la región de Siquén, que contaba con una población y un
estatuto diferentes de los que tenían los pequeños reinos cananeos;
se trata, efectivamente, de heveos que no tienen rey; según el v. 20 del
mismo capítulo, la autoridad del ndsí' no era ilimitada. Más que el
sentido activo que le atribuye M. Noth, parece tener un significado
pasivo: el ndsí' es un individuo que ha sido «elevado» por la asamblea'
o en la asamblea. Este significado cuenta en su apoyo con la expresión
compuesta «los llamados de la asamblea, los nHs'ím de sus tribus pa-
triarcales» (Nm 1,16); cf. los nesí'ím de la asamblea (Nm 4,34, etc.),
los nesí'ím en la asamblea (Ex 34,31). Todo esto hace pensar en una
elección, en una designación del tipo que sea 61 .
Por lo dicho podemos afirmar que en los orígenes de Israel el ndsí'
no era un personaje religioso ni un príncipe, sino el jefe elegido por una
tribu o una porción de la misma. El mejor equivalente, en un ambiente
social similar, sería el jeque árabe, que gobierna una tribu o una frac-
ción de ella en unión con los jefes de las principales familias; es elegido
en virtud de su valor personal, si bien es cierto que el cargo suele ser
hereditario. En la perspectiva panisraelita de los libros del Éxodo
(16,22; 34,31; 35,27), Números (cf. los textos antes citados y 7,2ss;
10,4; 17,17.21; 27,2; 31,13; 36,1) y Josué (9,15-21; 17,4; 22,14.30.32),
estos jefes de las tribus representan a todo el pueblo y actúan colecti-
vamente, pero ningún texto les atribuye unas funciones semejantes a las
que ejercían los hieromnemones de las anfictionías griegas. Los únicos
pasajes que los ponen en relación con el santuario son Ex 35,27-28
y Nm 7; los nesí'ím presentan ofrendas al santuario, pero no son sus
administradores. No desempeñan cometido alguno en la asamblea de Si-
quén (Jos 24), que habría sido el acto constituyente de la anfictionía
israelita; no se les menciona ni una sola vez en el libro de los Jueces,
que se supone abarca todo el período de esta anfictionía 62 . Los nesí'ím
no pueden ser considerados como miembros de un consejo anfictiónico.
«1 E. A. Speiser, C B Q loe. cit. (cf. nota 58) 117-18.
62
Observación de H. M. Orlin'sky, loe. cit. (cf. nota 10) 14, n. 7; cf. G. W . An-
derson, loe. cit. (cf. nota 10) 147.

1 PÍ
5. El derecho anfictiónico
Se afirma que en Israel habría existido un derecho anfictiónico,
parte del cual se conservaría en el Código de la Alianza, sobre todo en
las «prohibiciones religiosas y morales» 63 de Ex 22,17-23,9, y cuya in-
fluencia se prolongaría en recopilaciones más tardías, como la ley deute-
ronómica (Dt 12-26) y la ley de santidad (Lv 17-26). Se trataría de un
derecho promulgado regularmente con ocasión de las asambleas de las
tribus en el «santuario central», y el «juez de Israel» sería el encargado
de darlo a conocer, explicarlo y velar por su cumplimiento, adaptándolo
a las nuevas circunstancias; en Jue 10,1-5 y 13,8-15 64 tendríamos una
lista de estos jueces. Es cierto que el Código de la Alianza recoge las
leyes y las costumbres de las tribus instaladas en Canaán y unidas por
su fe común en Yahvé, pero ello no le confiere el carácter de derecho
anfictiónico. Hasta podríamos sentir la tentación de relacionar este
Código con Siquén, donde Josué estableció «su estatuto y un derecho»,
consignado en un «libro de la ley» (Jos 24,25-26). Pero ya hemos dicho
que en el pacto de Siquén no intervino la totalidad de las tribus, que no
fue el acto fundacional de una anfictionía y que Siquén nunca tuvo el
carácter de santuario central de las tribus. El mismo M. Noth ha seña-
lado que los preceptos cúlticos del Código de la Alianza, que debieran
de haber sido objeto preferente de un derecho anfictiónico, se referían
a unos santuarios locales, no a un santuario central 65 . En cuanto a los
jueces «menores», nada prueba que su autoridad, al igual que en el caso
de los jueces «mayores», se extendiera a todo Israel 66 ; del mismo modo,
nada indica que tuvieran relación alguna con unas instituciones an-
fictiónicas o que asumieran «la función capital en la liga de las doce
tribus israelitas»67. La comparación con las anfictionías griegas falla
en este punto especialmente 68 : en ninguna de ellas hubo jamás un ma-
gistrado comparable al «juez de Israel». Los hieromnemones ejercían un
cierto poder judicial, pero sólo en cuanto a los delitos cometidos contra
el santuario o contra el dios 6 9 . Por otra parte, no se puede hablar pro-
piamente de un «derecho anfictiónico» en Grecia, donde jamás hubo
una ley común a varias ciudades.
63
Esta designación se debe a A. Jepsen, Untersuchungen zum Bundesbuch ( B W A N T
III 5; Stuttgart 1927) 87-90.
64
M . Noth, Das System...., 97-100; Die Gesetze im Pentateuch (La Haya 1940)
especialmente 22-29 = Gesammelte Studien... I, 42-43; Das Amt des «Richters Is-
raels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga 1950) 404-17 = Gesammelte Studien...
II, 71-85; A. Alt, Die Ursprünge des israelitischen Rechts (Leipzig 1934) 31-33 = Kiei-
ne Schriften... I, 300-302.
65
M. Noth, Das System..., 97-98.
66
G. W . Anderson, loe. cit. (cf. nota 10) 148.
67 M. Noth, Geschichte, 98.
68
De ello era consciente el mismo Noth, Geschichte, 99, al final.
69
Cf. supra, p. 214.
6. La acción anfictiónica
En Grecia estaba prevista la posibilidad de emprender una acción
común contra un miembro indigno de la anfictionía o contra los ene-
migos del santuario 70 , y la historia griega conoció varias de estas «gue-
rras sagradas», en las que, por otra parte, el motivo religioso no era más
que un pretexto con que disimular unas miras políticas. M. Noth en-
cuentra un paralelo en la guerra de las tribus contra Benjamín para
castigar el crimen de Guibeá (Jue 19-21), afirmando que se trata del
«relato de una guerra anfictiónica contra un miembro de la anfictionía
que ha conculcado abiertamente el derecho anfictiónico»71. G. von
Rad estima incluso que todas las «guerras santas» de la época de los
Jueces eran «en principio una reacción de la anfictionía, aun en los casos
en que no tomaban parte todas las tribus» 72 ; también habla de un «ejér-
cito anfictiónico»73. Más recientemente se ha querido reconocer un
fragmento de «poesía anfictiónica» en la lamentación de los israelitas
después de la guerra contra Benjamín (Jue 21,3) 74 . Parece que esto es
abusar de las palabras. Ninguna guerra de la época de los Jueces contó
con la participación de todas o la mayor parte de las tribus. El caso más
favorable sería el de la batalla de Quisón, en que el Cántico de Débora
hace participar a seis tribus (Jue 5); hay que señalar, sin embargo, que
el relato en prosa (Jue 4) sólo habla explícitamente de dos tribus, Za-
bulón y Neftalí. Las guerras de la época de los Jueces son ciertamente
«guerras santas» 75, pero no tienen carácter anfictiónico 76. Exceptuando
la guerra contra Benjamín, no van dirigidas contra un miembro de la
«anfictionía», no son decretadas por un consejo de las tribus, no obede-
cen a un motivo religioso y, en el caso de la guerra contra Benjamín,
no se trata de defender los privilegios de un santuario central.
En cuanto a la guerra contra Benjamín, que M. Noth señala como
un caso típico, resulta curioso que este autor funde su principal argu-
mento en el tono panisraelita del relato, que es debido evidentemente
a un redactor 77 . De hecho, se trata de un episodio de las luchas de
Efraín por hacerse con la supremacía (cf. Jue 8,1-3; 12,1-6). La razón
70
Citado en la p. 214.
71 M. Noth, Das System..., 100-106, 168-70; la cita se encuentra en la p . 170;
Geschichte, 100-101.
72 G. von Rad, Der heüige Krieg im alten Israel (Zurich 1951) 23-26; cf. la crítica
de E. Nielsen, La Guerre considérée comme une religión, et la Religión comme une guerre:
ST 15 (1961) 100 y R. Smend (cf. nota 76).
73 G. von Rad, loe. cit. (cf. nota anterior) 26, n. 43.
74
J. Dus, Die altisraelitische amphiktyonische Poesie: Z A W 75 (i9 6 3) 45"47-_
75 M . N o t h reconoce el carácter d e guerra santa sobre t o d o a la batalla d e Q u i s o n ,
Geschichte, 139, p e r o n o utiliza este d a t o en su teoría anfictiónica p o r el h e c h o d e q u e
la lista d e las t r i b u s q u e a p a r e c e en el C á n t i c o d e D é b o r a n o c o r r e s p o n d e a su «siste-
m a d e las doce tribus», Das System..., 5-6, 36.
76 R . S m e n d , Jahwekrieg und Stámmebund ( G o t i n g a 1963) 10-32.
" O . Eissfeldt, Der gcschichtliche Hintergrund der Erzáhlung von Gibeas Schandtat
en homenaje a G. Ri-cr (Stuttgart 1935) 19-40 = Kleine Schriften II, 64-80, especial-
mente la critica de M. Noth, p. 68.
228 Las doce tribus de Israel

-—o el pretexto—ha sido una infamia sexual cometida por las gentes
de Guibeá, «una infamia en Israel», una nebáláh (Jue 20,6.10), pero nada
nos autoriza a ver en aquel crimen una falta condenada por un «derecho
anfictiónico». En otros lugares se narran delitos parecidos que también
tuvieron consecuencias políticas, sin que pueda mencionarse a pro-
pósito de ellos un «derecho anfictiónico», como la violación de Dina, una
nebáldh en Israel (Gn 34,7), que provoca el ataque de los hijos de Jacob
contra Siquén, o la deshonra de Tamar por Amnón, también una
nebáláh en Israel (2 Sm 13,12-13), que provoca directamente la muerte
del culpable a manos de Absalón, aunque éste buscaba, sobre todo, ase-
gurarse la sucesión al trono de David.
Más propio sería, a primera vista, invocar el relato de Jos 12; en
efecto, habiendo sabido los rubenitas que los gaditas habían erigido
un altar cerca del Jordán, toda la comunidad ('édáh) de Israel se reunió
en Silo para declararles la guerra; se les envía como delegados al sacer-
dote Fineés y a los nesí'ím de las otras diez tribus, que los acusan de
haber cometido un gesto de rebeldía contra Yahvé. Según la tesis de
M. Noth, Silo es el santuario anfictiónico, y los nesi'im son los delega-
dos de las tribus en la anñctionía; el motivo es una transgresión de la
ley fundamental de ésta, es decir, la del santuario central. No se podría
imaginar un ejemplo mejor de «guerra anfictiónica», aunque el asunto
se resuelve mediante un compromiso 78. Pero M. Noth no ha querido
utilizar este texto, y con razón, pues todos estos rasgos «anfictiónicos»
se deben a una redacción sacerdotal 79 .
Todas estas investigaciones nos llevan a la misma conclusión: no
está justificada la semejanza que se ha propuesto entre las agrupaciones
de las tribus de Israel y las anfictionías griegas. La diversidad de los
ambientes respectivos la hace improbable. En Israel no aparecen los
rasgos esenciales de una anñctionía; no se puede probar la existencia
de un santuario central ni de un consejo de los delegados de las tribus.
No hay un solo ejemplo histórico de acción coordinada de todas las
tribus. Estas se atienen a una leyes y costumbres comunes, pero no se
trata de un derecho anfictiónico. Si se probara que hubo un juez cen-
tral de las tribus, se trataría de una función desconocida en las anfic-
tionías griegas. El empleo del término «anñctionía» a propósito de Israel
sólo puede servir para crear confusión y dar una idea falsa de las rela-
ciones que las tribus mantenían entre sí. Es preciso abandonarlo.
?
8 K. Móhlenbrink veía ahí un conflicto entre dos «anfictionías», una de Silo y
otra de Guilgal, Z A W 56 (1938) 246-50.
19 M. Noth, Das Buch Josua (HAT; 2 i9S3) 133-
CAPÍTULO 111

EL «SISTEMA DE LAS DOCE TRIBUS»

Ya hemos dicho que, en la historia de la investigación, la hipótesis


de una anñctionía israelita había servido para explicar el «sistema de
las doce tribus de Israel»; éste es, en efecto, el título que lleva la obra
clásica de M. Noth. Pero, una vez rechazada la explicación anfictió-
nica, hemos de proponer otra manera de explicar aquel «sistema».
Tenemos que hacer, ante todo, una observación preliminar. Ha-
blamos de las «doce tribus de Israel» o de las «doce tribus», pero ambas
expresiones son excepcionales en el Antiguo Testamento. La expresión
«las doce tribus de Israel» sólo aparece literalmente una vez, en Ex 24,4,
pasaje considerado generalmente como elohísta: Moisés erige doce es-
telas «por las doce tribus de Israel»; hay otra expresión equivalente en
Gn 49,28, conclusión redaccional del testamento de Jacob: «Todos
éstos (los hijos de Jacob) son las tribus de Israel, las doce». La expresión
«las doce tribus» sólo se lee dos veces en el Antiguo Testamento hebreo,
en Ex 28,21 y 39,14, pasajes paralelos de la redacción sacerdotal: las
doce piedras del pectoral estarán grabadas «cada una con el nombre de
una de las doce tribus»; a estos pasajes hemos de añadir únicamente
Eclo 44,26: la tierra ha sido repartida «entre las doce tribus». Hay, cier-
tamente, otros textos en que se habla de los «doce» hijos de Jacob
(Gn 35,22; 42,13.32), y se dice que éstos son los antepasados de las
tribus; algunos textos hablan de «doce» hombres elegidos uno por cada
tribu (Dt 1,23; Jos 4,2.4); finalmente, las listas de las tribus que estudia-
remos con todo detalle están confeccionadas sobre la base del número
doce. A partir de una época que trataremos de determinar, los israelitas
tuvieron conciencia de pertenecer a un pueblo formado por doce tribus.
No cabe duda de que ello responde a una realidad histórica. Estas tribu s
debían de mantenerse unidas entre sí mediante ciertos vínculos, aparte
de la comunidad, verdadera o supuesta, de sangre. Pero estos vínculo s
jamás desembocaron en la constitución de una unidad que habría sid 0
designada con el nombre de «las doce tribus» o «las doce tribus de I s ,
rael»; de haber ocurrido tal cosa, estas expresiones no resultarían ta^
escasas ni aparecerían únicamente, salvo Ex 24,4, en pasajes tardíos_
Es preciso, por tanto, hablar con mucha reserva de un «sistema de la s
doce tribus», mucho más aún si tenemos en cuenta que los textos no s
muestran numerosos «sistemas».
230 El "sistema de las doce tribus"

Estos sistemas pueden ser de tres tipos, cada uno de los cuales puede
adoptar formas un tanto diferentes: el tipo «genealógico», el tipo «tri-
bal» y el tipo «territorial» l.

I. E L SISTEMA GENEALÓGICO

Es el sistema de los «doce hijos de Jacob», de los que se suponía des-


cender todo el pueblo de Israel. Aun admitiendo que algunos de estos
nombres corresponden a individuos que existieron realmente y dieron
origen a uno u otro de los grupos que con ellos han sido relacionados,
lo cierto es que su importancia se reduce a la de héroes epónimos de las
tribus. Se trata de un dato adquirido. Pero los textos que vamos a estu-
diar tienen en cuenta su parentesco ficticio con el patriarca Jacob-
Israel más que su función como personificaciones de las tribus. Están
inspirados en el principio genealógico de que Israel se sirvió para orde-
nar las tradiciones que conservaba acerca de sus propios orígenes. El
arquetipo de este sistema es el relato del nacimiento de los hijos de
Jacob (Gn 29,31-30,24; 35,16-20) 2 .
I. Gn 29-30; 35
El relato del nacimiento de los once primeros hijos de Jacob en Me-
sopotamia se considera generalmente como una combinación de las
fuentes yahvista y elohísta, que en este punto se asemejaban mucho.
Se trata de una historia de familia. A diferencia de Gn 49, Dt 33 y Jue 5,
no se hace alusión alguna a las doce tribus cuyos nombres llevan los
hijos de Jacob ni a su historia. Las explicaciones etimológicas que se
dan de cada uno de los nombres expresan tan sólo las reacciones de la
madre en el momento de nacer sus hijos. El narrador ha acertado a
presentar esta genealogía de forma que expresara dramáticamente la
rivalidad entre Lía y Raquel, las dos hermanas con que se había casado
Jacob. Es un tema que reaparece en otras historias familiares recogidas
por el Génesis (Sara y Hagar). Desde el nacimiento del primer hijo de
Lía, la malquerida, a través de las intervenciones de las siervas de Raquel
y Lía, y de la reaparición en escena de la misma Lía, el drama concluye
con el nacimiento de José, el hijo tanto tiempo esperado de Raquel, la
1
La obra esencial es todavía la de M. Noth, Das System der zwóíf Stámme Israels
(Stuttgart 1930), especialmente 3-60. Pero es preciso consultar también B. Luther,
Die israelitischen Stámme: Z A W 21 (1901) 1-76, especialmente 33-53; E. Meyer,
Die Israeliten und ihre Nachharstdmme (La Haya 1906) 472-561; R. Kittel, Geschichte
des Volkes Israel I (Stuttgart '1932) 296-305; II ( 7 i925) 8-19. Después de la obra de
Noth, del mismo autor, Geschichte, 83-104; J. Bright, History, 142-46; J. Hoftijzer,
Enige opmerkingen rond het Israéíitische 12-stammensysteem: N T T 14 (1959-60) 241-
63; S. Mowinckel, Israels opphav og eldste historie (Oslo 1967) 94-100, 171-84; G. Foh-
rer, Studien zur alttestamentlichen Theelogie und Geschichte (BZAW 115; 1969) 100-103.
2
Aparte de los comentarios al Génesis, cf. S. Lehming, Zur Erzdhlung von der
Geburt der Jakobsohne: VT 13 (1963) 74-81; O. Eissfeldt, Jakob-Lea und Jakob-Rahel,
en Gottes Wort und Gottes Land. Homenaje a H.-W. Hertzberg (Gotinga 1965) 50-
55 = Kleine Schriften IV, 170-75.
El sistema genealógico 231

bienamada 3. El relato debió de adquirir forma en Palestina central,


en la «casa de José».
El orden de los nacimientos podría ser resultado de un artificio lite-
rario y no un elemento de la tradición primitiva: la separación de los
hijos de Lía en dos grupos por las maternidades de Bilha y Zilpa, mien-
tras que Raquel permanece estéril, hace que resalte más la rivalidad entre
las dos esposas y se espere con mayor atención el desenlace. De este
orden no se pueden sacar conclusiones acerca de las etapas por que
atravesó la formación del pueblo. No le siguen las listas genealógicas
de Gn 35,23-26; 46,8-25, si bien es cierto que éstas mantienen el mismo
reparto de los hijos entre las esposas y concubinas de Jacob, y que siem-
pre aparecen a la cabeza los hijos de Lía. Dígase lo mismo de las listas
del sistema tribal: un punto firme de la tradición es la anterioridad del
grupo de Lía con respecto al de Raquel. Vistos bajo el mismo aspecto
colectivo, los hijos de las siervas son los antepasados de los grupos que
se consideraban menos auténticos a causa de que su sangre estaba más
mezclada o por habitar en zonas más excéntricas o por el hecho de que
poseían una historia diferente, o por los tres motivos a la vez.
Es de advertir que este relato incluye el nacimiento de una hija,
Dina, nacida de Lía, y que de este modo llega a doce el número de los
hijos de Jacob nacidos en Mesopotamia. Sería imprudente, sin embargo,
sacar la conclusión 4 de que hubo también una tribu de Dina, y que
Gn 29-30 nos trasmite el más antiguo «sistema de las doce tribus», en
el que no se contaría Benjamín. Esta Dina no es mencionada en la ge-
nealogía de Jacob más que por Gn 46,15, dependiente de nuestro texto,
y su nombre es el único que no se explica mediante una etimología.
Dina ha sido añadida aquí para preparar el relato de Gn.34, en que des-
empeñará un cometido decisivo como hermana de Simeón y de Leví,
los hijos de Lía. No es verosímil que, en esta tradición independiente,
sea preciso interpretar la figura de Dina como representante de un
clan 5 .
En efecto, la lista de los doce hijos de Jacob se completa con el relato
del nacimiento de Benjamín en Canaán (Gn 35,16-20), considerado
como elohísta y sin paralelo yahvista 6 . Esta historia de Benjamín nunca
ha sido separada de la de sus once hermanos por un redactor que la
hubiera modificado; tampoco ha sustituido a una historia del nacimiento
de Benjamín que habría sido suprimida de Gn 29-30, sino que esta
hermosa narración siempre concluyó con el nacimiento de José, que le
ad un desenlace perfecto. Nunca, ciertamente, se dudó de que Benja-
3
Además de S. Lehming (cf. nota anterior), cf. Cl. Westermann, Forschung am
Alten Testament. Gesammelte Studien (Munich 1964) 88.
t Así, G. Fohrer, BZAW 115, 100-101.
5
Cf. E. Nielsen, Shechem. A Traditio-Historical Investigation (Copenhague 1955)
246; S. Lehming, Zur Überlieferungsgeschichte von Gen 34: Z A W 70 (1958) 228-50,
especialmente 234.
6
J. Muilenburg, The Dirth of Benjamín: JBL 75 (1956) 194-201; J. A. Soggin,
Die Geburt Benjamins, Génesis XXXV, 16-20 (21) : VT 11 (1961) 432-40.
232 El "sistema de las doce tribus"

mín fuera uno de los hijos de Jacob y antepasado de una de las doce
tribus, pero también se conservaba el recuerdo de que la suya había
sido una historia diferente, y la tradición relacionó su nacimiento con la
muerte de Raquel, cuya tumba se veneraba precisamente en el terri-
torio de Benjamín. La composición del relato de Gn 29-30 supone que
el nacimiento de Benjamín ya había sido fijado de este modo, y que
no era posible hacerlo nacer en Mesopotamia 7 .
Este sistema genealógico de los doce hijos de Jacob reaparece en las
listas sacerdotales, pero con ciertas diferencias en cuanto al orden:
Gn 35,23-26 (Lía, Raquel, Bilha y Zilpa); Gn 46,8-25 (Lía, Zilpa,
Raquel, Bilha); Ex 1,2-5 (como en Gn 35, pero sin los nombres de las
madres y, naturalmente, omitiendo a José, que ya se encontraba en
Egipto). En 1 Cr 2,1-2 se sigue el orden de Gn 35 y Ex 1, salvo un
desplazamiento de Dan, que debe de ser un accidente textual.
2. Gn 4g
Hay que relacionar el testamento de Jacob (Gn 49,2-27) con el sis-
tema genealógico. En efecto, según se desprende del encuadre sacer-
dotal (w. 1 y 28) y de la introducción (v. 2), Jacob-Israel se dirige a sus
doce hijos, cuyos nombres son los mismos que en Gn 29-30; 35, agru-
pados todavía conforme a su origen materno. Esta composición poética
no pertenece a ninguna de las fuentes del Pentateuco. Se ha propuesto
la hipótesis de que pudo ser recogida por el yahvista o compilada por
éste mismo utilizando fragmentos poéticos antiguos, pero los argumen-
tos aducidos no resultan convincentes. Se trata de una colección de re-
franes o proverbios sobre las tribus. Son antiguos, de época y origen
diferentes, y su interpretación no resulta fácil. La importancia atribuida
a José y Judá no permite situar esta composición antes del reinado de
David. Pero lo que ahora nos interesa no es lo que de ahí se pueda
sacar para la historia de cada una de las tribus 8 o el ambiente de que
proceden estos refranes y sus posibles relaciones con el culto 9 , sino
que examinaremos el testimonio que los refranes nos aportan en cuan-
to al sistema de las doce tribus.
Los seis hijos de Lía van al principio, y los dos de Raquel al final.
Entre ambos grupos se insertan los hijos de las siervas. Esta disposi-
ción coincide esencialmente con la de Gn 29-30. Pero los hijos de las
siervas forman un solo bloque, ya que Dan y Neftalí (Bilha) aparecen
separados por Gad y Aser (Zilpa). Este orden es único y no ha sido ex-
plicado; veremos que la tradición nunca llegó a fijar el orden respectivo
de los cuatro hijos de las siervas.
Bien que de este modo, y en virtud de su encuadre redaccional, el
testamento de Jacob se relacione con el tipo genealógico de los doce
7
Lo hace, sin embargo, la genealogía sacerdotal de Gn 35,23-26.
8
Sobre este punto, cf. H.-J. Zobel, Stammes¡prug und Ceschichte\(BZAW 95; 1965)'.
9
A. H . J. Gunneweg, Über den Sitz im Leben der scg. Stammessprüche: Z A W 76
(1964) 245-55,
El sistema genealógico 233

hijos de Jacob, al mismo tiempo sirve de transición al tipo tribal de las


doce tribus de Israel. Hay rasgos individuales en algunos de estos re-
franes. Así, Rubén, el primogénito, ha subido al lecho de su padre,
alusión a Gn 35,22; Simeón y Leví se han hecho reos de violencia,
tradición paralela, pero no idéntica a la de Gn 34. Pero los castigos son
colectivos: Rubén perderá la preeminencia, Simeón y Leví serán dis-
persados en Israel. Los demás refranes carecen de rasgos individua-
les 10 , y sólo caracterizan a las tribus. Esto mismo es lo que dice el en-
cuadre redaccional (v. 1): Jacob se dispone a anunciar a sus hijos lo que
les está reservado en el tiempo por venir; cf. el v. 28: «todos éstos for-
man las tribus de Israel».

3- Dt 33
Antes de pasar al sistema de tipo tribal es preciso comparar con el
testamento de Jacob otro fragmento poético del mismo género: las
bendiciones de Moisés (Dt 33) J1 . Al igual que Gn 49, también es in-
dependiente de las fuentes del Pentateuco. Se añadió al Deuteronomio
antes del relato de la muerte de Moisés y se puso en boca de éste ya
moribundo (v. 1), del mismo modo que Gn 49 se suponía recoger las
últimas palabras de Jacob.
Se distinguen dos elementos: un salmo (vv. 2-5 y 26-29) y unos
oráculos 12 enmarcados en el primero. El salmo es uno de los más
antiguos fragmentos poéticos del Antiguo Testamento, anterior a la
monarquía, en el que se han insertado los oráculos 13. Estos oráculos
son de un tipo distinto que los de Gn 49, pues todos ellos son favora-
bles y tienen un tono religioso; varios se refieren a Yahvé y se convier-
ten en plegarias. La concatenación de los oráculos y su combinación
con el salmo se llevaron a cabo en el Israel del norte, después de la
composición de Gn 49, pero antes de la caída de Samaría; no parece
que sea posible precisar más. Los oráculos se suceden por este orden:
Judá, Leví (hijos de Lía), Benjamín y José (hijos de Raquel), Zabulón
e Isacar (hijos de Lía), Gad, Dan, Neftalí, Aser (hijos de las siervas sin
orden). No aparece aquí el orden de nacimiento que vemos en Gn 29-30,
ni la agrupación según el origen materno, como en Gn 49. El tipo
genealógico se esfuma. Leví es mencionado en la lista, pero ya se ha
convertido en tribu sacerdotal (vv. 8-11). Zabulón e Isacar aparecen
10
La explicación del refrán sobre Judá por referencia a la historia de Tamar
(Gn 38), propuesta por E. M. Good, JBL 82 (1963) 427-32 y C. M. Carmichael, ibid.,
88 (1969) 435-44, me parece imposible.
11
Además de H.-J. Zobel y A. H. J. Gunneweg (cf. notas 8 y 9), cf. especial-
mente Fr. M. Cross-D. N. Freedman, The Blessing of Moses: JBL 67 (1948) 191-
210; R. Tournay, Le Psaume et les Bénédictions de Mo'ise: RB 65 (1958) 181-213;
I. L. Seeligmann, A Psalm from Pre-Regal Times: V T 14 (1964) 75-92.
12
I. L. Seeligmann (cf. nota anterior) añade el v. 2ib, tomándolo de la bendición
de Gad.
13
Algunos autores, sin embargo, defienden la unidad del poema, sobre todo
R. Tournay (cf. nota 11).
234 El "sistema de las doce tribus"

reunidos en el mismo oráculo (vv. 18-19), en cuyo título sólo se nom-


bra a Zabulón. El oráculo sobre José concluye con una mención de
Efraín y Manases (v. 17b), que debe de ser una adición tomada del sis-
tema tribal 14 ; si ésta se suprime, quedan once «hijos de Israel» (cf. el
título, v. 1), a los que se dirigen diez oráculos. Pero estos «hijos de Is-
rael» ya no son los «hijos de Jacob», sino que representan a las tribus
•que de éstos descienden. Falta un nombre, el de Simeón. Es curioso
que ya en Gn 49 sólo apareciera unido al de Leví, y que ambos queden
condenados a dispersarse en Israel. El silencio de las bendiciones de
Moisés podría explicarse por el hecho de que Simeón ya hubiera des-
aparecido como tribu, habiéndose integrado por completo en Judá 15,
o simplemente por el hecho de que el compilador no conocía el oráculo
relativo a esta tribu 16. En todo caso, esta lista incompleta y desordena-
da de las tribus nacidas de los hijos de Jacob significa que el «sistema
de las doce tribus» no se impuso con la fuerza canónica que hubiera
tenido de haber representado una institución viva.
Hay otros dos textos relacionados con el tipo de los «doce hijos de
Jacob». En las bendiciones y maldiciones de Dt 27,12-13, las tribus
aparecen divididas en dos grupos: Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y
Benjamín en el Garizín; Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí
en el Ebal; no está claro en qué principio se apoya este reparto 17. En
la adición que constituye el párrafo final de Ez 48,31-34 18, las doce
puertas de la Jerusalén futura reciben sus nombres de los doce hijos
de Jacob; al norte, Rubén, Judá y Leví (los tres hijos más destacados
de Lía); al oriente, José, Benjamín y Dan (los dos hijos de Raquel y el
primer hijo de su sierva Bilha); al sur, Simeón, Isacar y Zabulón (los
otros tres hijos de Lía); a occidente, Gad, Aser y Neftalí (los restantes
hijos de las siervas). Se sigue manteniendo el principio genealógico.

II. E L SISTEMA TRIBAL

El segundo sistema no enumera nombres de héroes epónímos, los


doce hijos de Jacob, sino que tiene en cuenta los grupos del pueblo
de Israel que son o han sido autónomos y que poseen o han poseído
un territorio propio. Este es el sistema de las «doce tribus de Israel».
Su característica es que no incluye a Leví, que se ha convertido en una
tribu sacerdotal y carece de autonomía política y de asentamiento geo-
gráfico. Pero se mantiene el número total de doce mediante el recurso
de dividir la tribu de José en otras dos que procederían de aquél, Efraín
14
B. Luther, Z A W 21 (1901) 31; M. Noth, Das System..., 21-23. No es seguro
que obedezca al deseo de obtener un total de doce nombres (así, B. Luther).
15
Bajo David, según la indicación de 1 Cr 4,31b; cf. supra, p. 66.
16
M. Noth, Das System..., 22.
17
Cf. la exposición de E. Nielsen, Shechem..., 69-72, que defiende un principio
geográfico y atribuye a la lista un origen judaíta.
18
H. Gese, Der Verfassungsentwurf des Ezechiel (Kap. 40-48) traditionsgeschichtlich
untersucht (Tubinga 1957) 107.
El sistema tribal 235

y Manases. Este sistema aparece únicamente en el libro de los Núme-


ros, pero está atestiguado en éste por siete textos y en dos formas lige-
ramente distintas 19 .
1. Nm 1,5-16; 13,4-15
La primera forma está representada principalmente por Nm 1,5-16.
Para hacer el censo de Israel, Moisés y Aarón reciben ayuda de los doce
nesí'ím, los jefes de las tribus. Los nombres de éstos aparecen a conti-
nuación del de la tribu que representan. El orden seguido manifiesta
que persiste el influjo del principio genealógico: los cinco hijos de Lía
(ya no se cuenta a Leví) van en primer lugar; sigue luego el grupo de
Raquel, con Efraín y Manases sustituyendo a José (lo que explica la
adición de «los hijos de José» al principio del v. 10) y finalmente los
hijos de las siervas, pero en un orden distinto del que aparecía en las
restantes listas. Es curioso que el censo en sí (w. 20-43) se atenga a la
otra forma del sistema que estudiaremos a continuación, en que se
ha desplazado el nombre de Gad. Por otra parte, esta lista enlaza im-
perfectamente con el v. 4, que podría tener su continuación en el v. 17.
De ello se puede sacar la conclusión de que la redacción sacerdotal ha
insertado en este lugar una lista independiente de los nesí'ím de las
doce tribus, pero no está demostrado que se trate de una lista antigua 2 0 .
Esta forma del sistema de las tribus sólo aparece atestiguada en otro
pasaje, y se trata precisamente de una nueva lista de nesí'ím, la de los
exploradores enviados desde Cades a Canaán (Nm 13,4-15), en que los
nombres de los jefes son distintos, pero con un orden que sería el mismo
si los w . 1 o-11 se colocan antes del v. 8, en el lugar que, con certeza,
les correspondía originalmente; así lo confirma el comienzo del v. 11,
«la tribu de José» (cf. los «hijos de José» de Nm i,io), que anuncia no
sólo el Manases del mismo v., sino también el Efraín del v. 8. Se notará
en este caso que el orden es Manasés-Efraín, como en Nm 2Ó,28ss, y
no como en Nm 1,5-16. Una vez más aparece distinto el orden de los
hijos de las siervas. El término «tribu», que aparece al principio de cada
enunciado, explícita el carácter del sistema. Este texto pertenece a un
estrato secundario de la redacción sacerdotal; parece una construcción
artificial más que un testimonio de una lista antigua.
2. Nm 1,20-43; 2,2-31; 7,10-88; 10,13-27; 26,5-51
La segunda forma corresponde a los dos censos de las tribus al co-
mienzo y al final de la estancia en el desierto (Nm 1,20-43 y Nm 26,
5-51) 21 . Las dos listas dan para cada tribu unas cifras de componentes
19
Especialmente M. Noth, Das System..., 14-20 y su comentario a Números
(ATD; 1966), según los diferentes pasajes.
20
Contra M. Noth, comentarios in loco; cf. D. Kellermann, Die Priesterschrift von
Numeri 1,1 bis 10,10 (BZAW 120; 1970) 5-6; esta forma sería secundaria con respecto
a N m 1,20-43; cf. ibid., 15-17.
21
Sobre este último texto en particular, cf. M. Noth, Das System..., excurso I,
122-32.
236 El "sistema de las doce tribus"

que resultan inverosímilmente elevadas, y que tampoco convendrían


más al período de los jueces que al de la estancia en el desierto 22 .
Pero aquí sólo nos interesa la lista y el orden de las tribus. En Nm 26,
el texto nombra primero a Rubén, Simeón, Gad, Judá, Isacar y Zabu-
lón (grupo de Lía), luego a Manases, Efraín y Benjamín (grupo de Ra-
quel) y finalmente a Dan, Aser y Neftalí (grupo de las concubinas). El
cuadro es el mismo de Nm 1, con la única diferencia del orden Efraín-
Manasés en lugar de Manasés-Efraín. M. Noth otorga la prioridad
a Nm 26; estima que las cifras son secundarias, pero piensa que el re-
dactor sacerdotal recoge, para la lista de las tribus, un documento anti-
guo y auténtico, que fecha con seguridad en la época de los Jueces, des-
pués de Débora y antes de David. Según este autor, la especificación
de los clanes de cada tribu, que se da aquí, y que ha influido en las
genealogías de Gn 46,8-27 y de 1 Cr 2-8, no se explica, a menos que la
lista date de una época en que las subdivisiones tenían aún alguna im-
portancia, es decir, antes de la nueva organización administrativa im-
puesta por la monarquía. Otro argumento se basa en el hecho de que
algunos de estos clanes israelitas llevan nombres de ciudades cananeas
ocupadas en el momento del asentamiento, pero no los nombres de
ciudades o enclaves cananeos que no fueron sometidos hasta la época
de David. Estos argumentos no son convincentes 23 , y al mismo tiempo
se pueden oponer objeciones fundamentales. No es verosímil que, in-
cluso prescindiendo de las cifras y los detalles adicionales a propósito
de una u otra tribu, esta lista reprodujese un documento fechable en la
época de los Jueces. Habría que explicar cómo fue redactado y por qué
motivos fue conservado tanto tiempo después de haber perdido todo
interés práctico, como admite el mismo M. Noth. La lista sólo pretende
dar el censo llevado a cabo por Moisés en las llanuras de Moab, y se
trata evidentemente de una ficción. De ahí se concluye obviamente que
la lista en sí tiene todas las probabilidades de ser ficticia. Es posible, y
hasta verosímil, que utilice tradiciones antiguas y auténticas, pero no es
testimonio auténtico de un «sistema de las doce tribus» anterior a la
monarquía.
Lo que sorprende en este sistema es el desplazamiento de Gad,
que pasa al tercer lugar, ocupado anteriormente por Leví en el sistema
de los doce hijos de Jacob. Según M. Noth, este cambio se explicaría
22
Se han propuesto tres explicaciones igualmente inverosímiles: 1) Las cifras tienen
un valor histórico, pero representan un censo posterior, de la época de David; así,
W . F. Albright, The Administrative Divisions of Israel and Judah: JPOS 5 (1925) 17-54,
especialmente 20-25; 2) han sido obtenidas por gematría; así también G. Fohrer,
Einleitung in das Alten Testament (Heidelberg 1965) 200, o mediante una combinación
matemática; así, M. Barnouin, Remarques sur les tableaux numériques du Livre des
Nombres: RB 76 (1969) 351-64; 3) el término 'élép no significa «millar», sino «escuadra
de una decena de hombres»; así, G.- E. Mendenhall, The Census Lists of Numbers 1
and 26: JBL 77 (1958) 52-66; cf. M. Noth, en su comentario (ATD) 22-23 Y 177-
23
Cf. S. Mowinckel, «Rahelstámme» und «Leastámme», en Von Ugarit nach Qumran.
Homenaje a O. Eissfeldt (BZAW 77; 1958) 129-50, especialmente 139-42; J. Hoftijzer,
N T T 14 (1959-60) 259 (cf. nota 1).
El sistema tribal 237

por el deseo de mantener, después de la supresión de Leví, un grupo


formado por seis tribus de Lía (Gad es hijo de la sierva de ésta, Zilpa) 24 .
Pero no es seguro que en fecha muy temprana se hubiera fijado ya un
grupo de seis hijos de Lía, al que se ha llamado la primera «anfictionía
de las seis tribus»; volveremos sobre esta cuestión. Por otra parte, ello
no explica ni la elección de Gad ni el lugar preciso que se le asigna.
El desplazamiento obedecería más bien 25 a la intención de dividir las
doce tribus en cuatro grupos de tres; en efecto, si tratamos de dividir
de este modo la lista que aparece en la otra forma del sistema (Nm 1,5-
15), Judá queda en tercer lugar en el grupo de Rubén, y las tres tribus
de Raquel se reparten entre dos grupos. Si ponemos Gad en el lugar que
ocupaba Leví, Judá queda a la cabeza de uno de los grupos, mientras
que el de las tribus de Raquel no sufre alteración alguna. El hecho de
elegir a Gad como sustituto de Leví obedece a los vínculos históricos
y geográficos que unen a esta tribu con la de Rubén, en cuyo grupo se
inserta, con la ventaja adicional de que los otros tres hijos de concubi-
nas forman también un grupo geográficamente coherente: las tres tribus
más septentrionales 26 . Estas manipulaciones vienen a confirmar una
vez más el carácter artificial del «sistema».
Efectivamente, esta clasificación en cuatro grupos de tres tribus
aparece también en la organización del campamento (Nm 11,2-31) y
en el orden de marcha (Nm 10,13-27), con la misma inversión Efraín-
Manasés que en Nm 1, y situando a la cabeza al grupo presidido por
Judá. La organización del campamento es como sigue 27:
al oriente: Judá-Isacar-Zabulón;
al sur: Rubén-Simeón-Gad;
al occidente: Efraín-Manasés-Benjamín;
al norte: Dan-Aser-Neftalí.
En cuanto al orden de marcha, los «campamentos» se levantan su-
cesivamente bajo los estandartes de Judá, Rubén, Efraín y Dan.
A este mismo orden se atienen los jefes de las doce tribus para apor-
tar sus ofrendas con motivo de la dedicación del altar durante doce
días consecutivos, según Nm 7,10-88, pasaje que pertenece a un estra-
to sacerdotal tardío y depende de Nm 2 y 10. De este modo, quedan
totalmente rotos los vínculos con el sistema genealógico de los doce
hijos de Jacob y con la tradición de Gn 29-30.
2
* M. Noth, Geschichte, 86.
25 Así, J. Hoftijzer, N T T 14 (1959-60) 259-60; D . Kellermann (BZAW 120)
11-17 (cf. nota 20).
26
La geografía, sin embargo, no explica suficientemente este orden, que parece
impuesto por la organización del campamento según Nm 2,2-31; cf. la nota siguiente.
27
En esta disposición, según los puntos cardinales, se da la preeminencia a Judá,
al que corresponde el lugar honorífico, al oriente, donde se encuentra la entrada de la
tienda del encuentro; a partir de ahí se establece el orden de los restantes grupos;
cf. A. Kuschke, Die Lagervorstellung der priesterschriftlichen Erzáhlung. Eine über-
licferungsgeschichtliche Sludie: Z A W 63 (1951) 74-105, especialmente 96-98; D. Keller-
mann (BZAW 120) 17-32 (cf. nota 20).
III. LISTAS TERRITORIALES

Ya hemos dicho que el sistema de las doce tribus se aplicaba a unos


grupos humanos autónomos, cada uno de los cuales poseía su propio
territorio. Es de esperar, por tanto, que este sistema reaparezca en las
listas territoriales: la gran descripción geográfica que ocupa todo el
centro del libro de Josué (Jos 13-19); las disposiciones tomadas por
Moisés con vistas al reparto de la tierra prometida (Nm 34); la geogra-
fía del Israel futuro (Ez 48).
1. Jos 13-19
Después de recordar el reparto de TransJordania entre las tribus
de Rubén, Gad y medía tribu de Manases (Jos 13,8-33), el libro des-
cribe los territorios asignados a las tres grandes tribus al oeste del Jor-
dán: Judá (con Caleb), Efraín y la otra media tribu de Manases (Jos 14-
17). El resto del país se reparte a suertes, en el curso de una asamblea
celebrada en Silo, entre las siete tribus restantes: Benjamín, Simeón,
Zabulón, Isacar, Aser, Neftalí y Dan (Jos 18-19). Resultan de este
modo trece territorios (catorce, si contamos aparte el lote de Caleb, que
se trata por separado; cf. Jos 14,6-15; 15,13-19), pero sólo hay doce
tribus (contando con que Manases se ha dividido en dos), que son las
que tenía el sistema tribal de Números. Leví no tiene territorio propio
(Jos 13,33; 14,4; 18,7), pero los levitas reciben varias ciudades reparti-
das por todas las tribus (Jos 21). Quedan algunos recuerdos del sistema
genealógico de los doce hijos de Jacob en las anotaciones de Jos 14,4
y 16,4 sobre los hijos de José, que forman las dos tribus de Manases
y Efraín, y sobre la «casa de José» (Jos I7,i4ss). Sin embargo, el orden
de la descripción no es ni el del sistema tribal ni el del sistema genea-
lógico, sino que responde a las fases del asentamiento: TransJordania
en primer lugar, luego Canaán al oeste del Jordán, con los territorios
reclamados por las grandes tribus en primer lugar (Jos 14,6; 17,14), y
finalmente los territorios «conquistados», pero aún no «ocupados» (cf. Jos
18,3), que se reparten entre las restantes tribus.
A. A l t 2 8 distinguió dos elementos en esta exposición geográfica:
una descripción de las fronteras de las tribus, basada en un documen-
to que dataría del final del período de los Jueces, anterior al reinado de
David, y unas listas de ciudades que representarían las divisiones admi-
nistrativas de la época de Josías. Dos trabajos más recientes tienden a
elevar la fecha de estas listas, pero esto no nos afecta por ahora. En
cuanto a la delimitación de las fronteras, M. Noth, precisando la tesis
de Alt, piensa que se apoya en un documento anterior a la monarquía,
en el que únicamente se mencionarían los «hitos fronterizos», que más
tarde un redactor habría unido mediante unos verbos 2 9 .
28
A. Alt, Das System del Stammesgrenzen im Buche Josua, en homenaje a E. Sellin
(Leipzig 1927) 13-24 = Kleine Schriften I, 193-202.
29
M . Noth, Studien zu den historisch-geographischen Dokumenten des Josuabuches:
ZDPV 58 (1935) 185-255, especialmente 185-201; Das Buch Josua (HAT 2 i953) 13-15.
Listas territoriales 23?

Este análisis literario fue severamente criticado por S. Mowinc-


kel 30 . Según éste, toda la sección ha sido compuesta por el autor sacer-
dotal posexílico, que no habría utilizado tales «documentos» escritos,
sino que habría montado toda su descripción sobre la base de tradicio-
nes orales y recuerdos aún vivos sobre la situación anterior al exilio.
También Y. Kaufmann ha expresado una oposición igualmente enér-
gica, pero sacando conclusiones opuestas 3Í . Para este autor, Jos 13-19
es un documento antiguo; se trataría de un «libro de la distribución de la
tierra», un escrito utópico de tiempos de Josué, en que se establece el
reparto de la tierra conquistada o por conquistar entre los miembros
de la federación de las tribus.
Hay que descartar esta última opinión. En cambio, las críticas he-
chas por S. Mowinckel merecen ser tenidas en cuenta. También las
obras más recientes de introducción al Antiguo Testamento 32 afirman
el origen posdeuteronomista y sacerdotal de toda la sección, mientras
que los historiadores y los geógrafos en general aceptan la tesis de Alt
y de Noth. Podemos mantener lo esencial de ésta, dejando en suspenso
por el momento el problema de la fecha de redacción. Es cierto que
algunos rasgos representan únicamente un ideal, sobre todo la prolon-
gación de las fronteras de las tribus hasta el litoral mediterráneo, que
nunca llegarían a alcanzar, pero también se advierten trazados compli-
cados de fronteras que no han podido ser inventados ni representar una
situación posterior a David. Pero el redactor no encontró estos datos,
en un «documento» en que se describirían los límites de todas las tri-
bus, sino que los tomó de diversas tradiciones antiguas 33 . Las tribus,
en efecto, son tratadas de manera muy desigual 34 .
Alt había observado que al oeste del Jordán no se describen los lími-
tes de tres tribus: Isacar, Dan y Simeón. En TransJordania, la descrip-
ción indica los territorios asignados a las tribus, pero no señala las fron-
teras precisas. Hasta en el caso de Judá no se indican al sur, al este y al
oeste como fronteras, sino los límites generales de la tierra de Canaán;
sólo se describe su frontera norte, y con mayor precisión que en el caso-
de las restantes tribus, pero ésta es también la frontera sur de Benja-
mín, y todo ello parece responder a la situación vigente en tiempos ¿e
David. La descripción de las fronteras, en consecuencia, no es efectiva
30
S. Mowinckel, Zur Frage nach dokumentarischen Quellen in Josua 13-19 (Osl°
1946); Tetrateuch-Pentateuch-Hexateuch (BZAW 90; 1964) 51-75. M. Noth respondí 0
al primero de estos trabajos en ÜberlieferungsgeschichtlicheszurzweitenHdlftedesJosuC-"
buches, en Alttestamentliche Studien. Homenaje a Fr. Nótscher (BBB 1; 1950) 152-67-
31
Y. Kaufmann, The Biblical Account of the Conquest of Palestine (Jerusalén 1953)'
7-57-
32
O. Eissfeldt, A. Weiser, G. Fohrer.
33
K.-D. Schunck, Benjamín. Untersuchungen zur Entstehung und Geschichte eineS
israelitischen Stammes (BZAW 86; 1963) 142-43.
34
Cf. además Y. Aharoni, The Land of the Bible (Londres 1967) 227-39; id., N~elV.
Aspects of the hraelile Occupation in the North, en Near Eastern Árchaeology in ^
Twenticih Cenlury. Essays in Honor of Nelson Glueck (Garden City, N . Y. 1970), esp e "
cialmcntc 2(>o-62.
240 El "sistema de las doce tribus"

más que para seis tribus, que son, por el orden en que se nombran,
Efraín, Manases, Benjamín, Zabulón, Aser y Neftalí. Ahora bien, éstas,
y sólo éstas, son las mismas tribus que aparecen en la enumeración de
las ciudades no conquistadas, según Jue i; en el v. 21, Benjamín en
los vv. 27-33, Manases, Efraín, Zabulón, Aser y Neftalí. Esta misma
agrupación reaparece, casi completa, en la historia de Gedeón (Jue 6,35;
8,23-24): Manases, Aser, Zabulón, Neftalí y toda la montaña de Efraín
(que podría incluir a Benjamín). Estas son también las tribus que, se-
gún el Cántico de Débora (Jue 5), tomaron parte en la batalla: Efraín,
Benjamín, Maquir, Zabulón, Isacar y Neftalí, con la diferencia de que
Maquir ocupa el lugar de Manases, y que Isacar alterna con Aser. Vol-
veremos sobre este texto. Aquí nos limitamos a relacionarlo con la des-
cripción de las fronteras de Jos 13-19 y la lista de Jue 1: hubo una agru-
pación de las tribus del centro y del norte, anterior a la monarquía y
distinta del «sistema de las doce tribus». Este, que se refleja en la des-
cripción del territorio de todas las tribus en Jos 13-19, no parece re-
montarse a una época anterior a los tiempos de David; ya hemos afir-
mado que las listas de ciudades representan un momento aún más
tardío.

2. Nm 24
Después de una descripción de Canaán, que es la tierra prometida
al oeste del Jordán (Nm 34,1-12), y de la alusión a los lotes asignados
a Rubén, Gad y media tribu de Manases en TransJordania (Nm 34,
J^-JS). se da una lista de los jefes, los nesí'ím, que repartirán el resto del
territorio entre las nueve tribus restantes y la otra mitad de Manases
(Nm 34,16-29). El orden va de sur a norte, pero Dan se sitúa junto a
Benjamín porque el erudito redactor recordaba el primer asentamiento
de Dan antes de su migración hacia el norte (Jos 19,40-47; Jue 18). El
pasaje pertenece a un estrato reciente de la redacción sacerdotal.

3. Ez 48
Ezequiel nos ofrece una última lista territorial al describir el repar-
to de la tierra entre las tribus del Israel renovado (Ez 48) 35. Conforme
a la descripción de Ez 47,13-23, toda la nueva tierra de Israel se halla
situada al oeste del Jordán. En consecuencia, todas las tribus, incluidas
las de TransJordania, se reagrupan en esta Tierra Santa. Todo el país
queda dividido en bandas paralelas de este a oeste, a una y otra parte
del territorio reservado para Yahvé, la terümdh, que se reparte entre
el santuario con los sacerdotes y los levitas, la ciudad (Jerusalén) y el
príncipe, el násí ( w . 8-22). Al norte de este territorio sagrado quedan
35
W . Zimmerli, Ezechiel (BKAT; 1969) 1226-35; M. Greenberg, Idealista and
Practicality in Numbers 35: 4-$ and Ezekiel 48: JAOS 88 (1968) 59-66; G. Ch. Ma-
cholz, Noch einmal: Planungen für den Wiederaufbau nach der Katastrophe von $8y:
V T 19 (1969) 322-52, especialmente 330-36.
Listas espúreas 241

siete tribus (w. 1-7) y cinco al sur (vv. 23-28). Un reparto desigual,
que parece tener en cuenta la situación excéntrica de Jerusalén. El
orden va de norte a sur, pero resulta difícil explicarlo del todo y con
detalle. Las tribus de las siervas son relegadas a los extremos del país;
las tribus de Lía y Raquel son las que quedan más cerca del santuario,
enmarcado a su vez por Judá y Benjamín, porción selecta del nuevo
Israel. Rubén queda junto a Judá, en recuerdo de su antigua preemi-
nencia y quizá también de su incesto, localizado en esta región, así
como de la presencia de elementos rubenitas refugiados de Transjor-
dania. El traslado de Isacar y Zabulón al sur quizá sea debido al de-
seo de equilibrar los dos grupos de siete y de cinco. La colocación de
Judá al norte de Jerusalén y de Benjamín al sur, contraria a la geogra-
fía histórica, resulta más difícil de explicar. ¿Será con intención de que
Judá quede más cerca del santuario, que está situado al norte de la
terúmáh? 36 ¿Se tratará de una influencia del significado del nombre:
Benjamín = «hijo del sur»?
Esta geografía utópica mantiene al menos en la visión del futuro el
sistema tribal, sin Leví y con la división de Efraín y Manases; al mismo
tiempo persiste el nexo con el sistema genealógico mediante la distri-
bución de las tribus conforme a su origen materno y con la glosa de
Ez 47,13b.

IV. LISTAS ESPÚREAS

Nos queda por examinar dos listas tardías. Son las de los contingen-
tes de las tribus que acudieron a Hebrón para reconocer como rey a
David (1 Cr 12,25-38) y la lista de los jefes de las tribus bajo David
(1 Cr 27,16-22). Ambos pasajes pertenecen, igual que su contexto, a las
adiciones a la obra del Cronista.

1. 1 Cr 12,25-38
La lista comprende las tribus de Cisjordania, enumeradas de sur a
norte, y luego las tribus de TransJordania, en bloque. Leví tiene tam-
bién su propio contingente, al que se añaden los de los aaronitas y los
sadoquitas. Efraín y Manases están separados, y Manases sigue divi-
dido en dos medias tribus, a uno y otro lado del Jordán. Hay también
trece tribus, pero sólo doce contingentes, pues de TransJordania no
viene más que uno. Esta lista es una composición libre, que falsea el
sistema tribal y el territorial al añadirles la tribu de Leví, para dar sa-
tisfacción a los medios levíticos en que fue confeccionada 37.
36
G. Ch. Macholz, loe. cit. (cf. nota anterior).
37
Sin embargo, su valor histórico es defendido por G. E. Mendenhall (cf. art. cit.,
nota 22) 62-63. Según J. M. Myers, / Chronicles (Anchor Bible; Garden City, N. Y. 1965)
95-96, no se trata de una pura invención posexílica. Según F. Michaeli, Les Livres des
Chroniques, d'Esdras el de Néhémie (Neuchatel 1967) 84, se apoya en una tradición
antigua.
16
2. i Cr 27,16-22
Esta lista de los jefes de las tribus bajo David menciona primero
a las seis del grupo genealógico de Lía según el orden de Gn 29,30,
incluyendo Leví entre ellas, pero a ésta se añade el grupo de Aarón con
su jefe Sadoc, como si Aarón fuese una tribu (cf. el título del v. 16).
Viene a continuación el grupo de Raquel: Efraín, las dos medias tribus
de Manases, Benjamín enmarcado entre Neftalí y Dan, los hijos de Bilha,
sierva de Raquel. Si se cuenta a Leví y Aarón como una sola tribu, se-
parando las dos mitades de Manases, o si se toman Leví y Aarón como
grupos distintos, contando en este caso las dos mitades de Manases
como una sola tribu, el total de todas ellas es de doce, pero faltan Gad
y Aser, los dos hijos de Zilpa, sierva de Lía. Esta lista no responde a
ningún tipo, ni al genealógico ni al tribal; la inclusión de Leví y Aarón
refleja, al igual que en 1 Cr 12, las pretensiones del ambiente de los
sacerdotes y levitas. La lista sigue fiel al número doce, pero, para ello,
tiene que omitir dos tribus. La mayor parte de los nombres de los jefes
no está atestiguada fuera de Crónicas. Se trata ciertamente de una com-
posición tardía.

V. L A FECHA DE LOS «SISTEMAS»

De este análisis de los textos se pueden sacar algunas conclusiones


en cuanto a la fecha de los distintos sistemas.

1. Crítica literaria
El sistema genealógico es el que corresponde a los textos más anti-
guos desde el punto de vista de la crítica literaria. La tradición de los
hijos de Jacob (Gn 29-30 + 35,16-20) ya había sido fijada en la época
del Yahvista, bajo David y Salomón; el testamento de Jacob (Gn 49)
no es anterior al reinado de David, pero tampoco puede ser muy poste-
rior al mismo. La lista incompleta de Dt 33, las listas de Dt 27,12-13
y Ez 48,31-34, además de las genealogías sacerdotales de Gn 35,23-26;
46,8-25; Ex 1,2-5 y 1 Cr 2,1-2, dependen de este tipo, cuya persistencia
en toda la tradición del Antiguo Testamento acreditan.
El sistema tribal, sin Leví, sólo aparece en la redacción sacerdotal
del libro de los Números. En las dos listas de los jefes de las tribus
(Nm 1,5-16; 13,4-15) aparece una forma que respeta la agrupación ge-
nealógica. La otra forma, que ponía a Gad en el lugar de Leví dentro
del sistema genealógico, aparece en los dos censos de Nm 1,20-43 y 26,
5-51, así como en la organización del campamento (Nm 2,2-31) y en el
orden de marcha (Nm 10,13-28, de que depende Nm 7,10-83), pero
con el desplazamiento de la terna encabezada por Judá. Desde el punto
de vista redaccional, la forma de Nm i , 5 - i 6 y 13 es secundaria en rela-
ción con la de N m 1,20-43 Y 26, que quizá se ha pretendido corregir
devolviendo a Gad el lugar que ocupaba en el sistema genealógico.
La fecha de los "sistemas" 243

El sistema territorial aparece en el relato geográfico de Jos 13-19


cuya redacción es posdeuteronomista. Pero la crítica literaria distingue
en él una descripción general de los territorios de las tribus que parece
representar la situación en tiempos de David y que conserva una des-
cripción más antigua de los límites de seis tribus del centro y del norte.
La lista territorial de Nm 34 es una redacción sacerdotal tardía, mientras
que el mapa de Ez 48 es utópico.
2. Crítica de las tradiciones
Literariamente, por tanto, el sistema tribal de Números es el más
reciente. No es verosímil, como ya hemos dicho, que utilice «documen-
tos» de archivo, sino que pertenece a la misma tradición que Jos 13-19,
ya que presenta el mismo número y los mismos nombres de las tribus.
Los límites de las tribus que constituyen el cuadro de esta exposición
geográfica representan, como ya hemos indicado, la situación en tiem-
pos de David. El sistema tribal se remonta, por consiguiente, al menos
a esa época. Se trata de la misma fecha a que nos llevaba la crítica lite-
raria del sistema genealógico de Gn 29-30 y Gn 49. La crítica de las
tradiciones nos permite remontarnos aún más y determinar cuál es el
más antiguo, el sistema de los doce hijos de Jacob, con Leví y José,
o el sistema de las doce tribus, sin Leví ni José, pero con Efraín y Ma-
nases.
Según M. Noth 38, el sistema de los doce epónimos es el más antiguo,
pues incluye una tribu profana de Leví y no conoce aún la división de
José en dos tribus, Efraín y Manases. Data de comienzos del período
de los Jueces, cuando fue creada la «anfictionía». El segundo sistema es
posterior a la desaparición de la tribu profana de Leví y al Cántico de
Débora, que aún no conoce a Manases, pero es anterior a la monarquía.
A. H. J. Gunneweg 3 9 niega que haya habido jamás una tribu pro-
fana de Leví, pero conserva el orden de los sistemas establecidos por
M. Noth: el sistema de las doce tribus enumera los miembros de la
«anfictionía», de la que formaba parte Leví, pero no en calidad de tribu
política, sino como una parte integrante de «Israel». El sistema tribal
representa la adaptación de este sistema anfictiónico a las nuevas cir-
cunstancias geográficas y políticas; Leví, que no posee territorio propio,
ya no está representado en la anfictionía, mientras que José cede el
puesto a las tribus de Efraín y Manases, que se han consolidado. Como
se ve, las posiciones de Noth y Gunneweg dependen de la tesis de la
anfictionía, cuya fragilidad hemos demostrado.
G. Fohrer 4 0 , que rechaza esta tesis, acepta sin embargo los datos
de M, Noth en cuanto al sistema genealógico de Gn 49 y para el sistema
tribal. Pero sitúa en época aún anterior, al final del asentamiento o como
3» M. Noth, Das System..,, 28-39, 66-74; Geschichte, 83-84.
39
A. H. J. Gunneweg, Lcvilen und Priester. ¡Iaupllinien der Traditionsbildung und
Geschichte des israeliúsch-jüdischen Kultpersonals (Gotinga 1965) 52-64.
40
G. Fohrer, 13ZAW 115, 100-103 (cf. nota 1).
244 El "sistema de las doce tribus"

m u y tarde al comienzo del período de los Jueces, u n sistema sin Benja-


mín y con una tribu de Dina, que habría desaparecido en seguida. Ya
hemos rechazado esta hipótesis 4 1 .
J. Hoftijzer 4 2 sostiene fechas más bajas y u n orden inverso. Para
este autor, el sistema tribal, sin Leví, representa la situación al final d e
la época de los Jueces, consolidada como «sistema» por la acción cen-
tralizadora de la naciente monarquía. El sistema de los doce hijos de
Jacob es u n esfuerzo para incorporar el grupo de los sacerdotes levíti-
cos en la lista de las doce tribus, cuyo n ú m e r o ya había sido fijado,
uniendo a Efraín y Manases bajo el nombre único de José.
Esta revisión de algunas opiniones recientes pone en evidencia la
dificultad del problema. Es posible que haya sido mal planteado. E n
el capítulo anterior hemos tratado de superar el punto muerto de la
teoría anfictiónica. Algunos de los argumentos propuestos van aún más
lejos. E n efecto, por lo que se refiere a la totalidad del período de los
Jueces, no hay ni u n solo caso de acción común de las doce tribus,
ningún indicio válido de que funcionara u n consejo de las tribus, nin-
gún dato acerca de una organización política intertribal. Ello parece
indicar que durante este período no funcionó con carácter de institu-
ción nada parecido a u n «sistema de las doce tribus». Esta conclusión
se ve confirmada por las variantes que presentan las listas, en las que
aparece constantemente el número doce, pero sin que hayan sido fijados
el orden o los nombres de las tribus, ni en el paso de u n sistema a otro
ni dentro del mismo sistema. Estas variantes no representan unos cam-
bios históricos a los que se habrían visto obligados a adaptarse unas ins-
tituciones creadas en tiempos más antiguos, sino que responden a las
intenciones peculiares que inspiraron la composición de las listas. El
tipo tribal y el tipo territorial no son sino dos formas del sistema de las
doce tribus de Israel, considerado bajo u n punto de vista político o des-
de u n enfoque geográfico. El sistema de los doce hijos de Jacob distri-
buye en u n cuadro genealógico los antepasados epónimos de las tribus,
q u e se suponen ser todos ellos hijos de Jacob-Israel. Teniendo en cuen-
ta que estas dos formas responden a principios distintos y que ninguna
d e ellas está relacionada con una institución que haya funcionado en la
realidad, podrían ser contemporáneas. Se trataría de dos maneras de ex-
presar la unidad del pueblo de Israel en la diversidad de sus elementos.
Estas dos formas son posteriores al asentamiento en C a n a á n 4 3 .
D a n por supuesto que éste ya se ha realizado y que algunas de las tri-
bus ostentan el nombre del territorio que han ocupado: la montaña de
Judá, la montaña de Efraín, quizá la montaña de Neftalí. El nombre de
Benjamín se explica probablemente por la localización de este grupo
al sur de Efraín, con el que había atravesado el Jordán y penetrado en
41
Cf. supra, p. 231.
42
J. Hoftijzer, N T T 14 (1959-60), especialmente 261-62 (cf. nota 1).
43
En este párrafo se repiten ciertas conclusiones del vol. I, 3. a parte: «Las tradi-
ciones sobre el asentamiento en Canaán».
La fecha de los "sistemas" 245

la Palestina central. Las dos formas son anteriores al reinado de Salo-


món. Bajo éste, Israel fue dividido en doce distritos, cuya lista aparece
en el antiguo documento de 1 Re 4,7-19 44 . Judá poseía una administra-
ción peculiar. Entre los distritos de Israel, sólo cuatro llevan el nombre
de una tribu: Neftalí, Isacar, Benjamín y Aser. Pero éste abarca además
a Zabulón, cuyo nombre se puede restituir en el v. 16. La «montaña de
Efraín» es una designación geográfica que comprende Efraín y Mana-
ses. Incluso si se lee, con el texto griego, «Gad» e n lugar de Galaad e n
el v. 19, el «país de Gad» es también u n término geográfico, y el resto
de TransJordania queda dividido en dos distritos cuyos nombres son
los de sus respectivas capitales, Ramot de Galaad y Mahanain. Los
otros cuatro distritos agrupan las ciudades de la región costera y de la
llanura de Yezrael, en los territorios cananeos que no fueron conquis-
tados hasta el reinado de David. Esta división administrativa, si bien
es cierto que aún tiene en cuenta ciertas atribuciones tribales, rompe
con el sistema político-geográfico de las doce tribus en las listas del
libro de los N ú m e r o s y en Jos 13-19.
Entre estos dos límites, asentamiento en Canaán y reinado de Salo-
món, se pueden precisar ciertas fechas. En cuanto al sistema de las doce
tribus, la descripción territorial de Jos 13-19, que engloba a Judá e Is-
rael, corresponde al reino unificado bajo David. El sistema de las doce
tribus puede, en sí mismo, ser anterior, pero no mucho. Comprende
Judá y Simeón, que no son mencionados en el Cántico de Débora.
Simeón no se integró definitivamente en Judá sino en tiempos de David,
aunque la misma tribu de Judá no nos parece que se haya individuali-
zado antes de Saúl ni que alcanzara toda su talla hasta la investidura
de David en H e b r ó n 4 5 . N o parece, por consiguiente, que el sistema
de las doce tribus sea anterior al final de la época de los Jueces o a los
comienzos de la monarquía.
El sistema de los doce hijos de Jacob no parece ser más antiguo 4 6 ,
ya que sitúa a Judá en u n puesto de honor entre los epónimos. La pre-
sencia de Leví y José en esta lista no puede esgrimirse como argumento
en contra. En G n 49 aparece Leví como una tribu profana, pero el
oráculo que se refiere a ella anuncia su dispersión en Israel; en el m o -
mento en que se compuso este oráculo, Leví ya no representaba una
unidad política. Esta situación hace que no se le otorgue u n puesto en
el sistema político-geográfico de las doce tribus, pero no lo excluye
del sistema genealógico. Se puede admitir, y no tenemos inconveniente
en ello, que h u b o efectivamente una tribu profana de Leví, que, des-

44
A. Alt, Israels Gaue unter Salomo, en Alttestamentliche Studien R. Keittel... dar-
Rebracht (Leipzig 1913) 1-19 = Kleine Schriften II, 76-89; R. de Vaux, Instituciones,
193-95; Y- Aharoni, The Land of the Bible (Londres 1967) 273-80; G. E. Wright, The
Provinces of Solomon, en Eretz-lsrael 8 (E. L. Sukenik Memorial Volume; 1967) 58-68.
45
Cf". supra, pp.81-83.
46
G. Wallis, Z A W 81 (1969) 28, considera también cierto que este sistema repre-
senta la situación del reinado de David.
246 El "sistema de las doce tribus"

pues de su dispersión, se convirtió en tribu sacerdotal, o que hubo una


tribu profana de Leví, pero que la tribu sacerdotal del mismo nombre
no descendía realmente de ella, o que jamás hubo una tribu profana
de Leví. Pero en cualquiera de estas hipótesis, queda el hecho de que
los levitas se consideraban a sí mismos, y que eran considerados tam-
bién por los demás, a pesar de su situación peculiar, como un elemento
auténtico del pueblo de Israel y como descendientes de uno de los hijos
de Jacob, cuyo antepasado Leví tenía su lugar preciso en la lista de
epónimos. En cuanto a José, nunca hubo una tribu de este nombre.
Nuestro texto literario más antiguo sobre las tribus, el Cántico de Dé-
bora, no habla para nada de José, sino de Efraín, al que añade Benja-
mín, y de Maquir (Manases). Efraín y Manases no son los fragmentos
de una tribu de José que se habría dividido, sino que se trata de tribus
que fueron reunidas bajo el nombre de un mismo epónimo. Las expre-
siones «tribu de José» (una vez), «hijos de José» (muchas veces), «tribu
de los hijos de José» (una vez) sólo aparecen en textos recientes. La ex-
presión «casa de José» es más antigua Que 1,22-23, yahvista; 2 Sm 19,21),
pero supone la existencia de Efraín y Manases, mientras que estos tex-
tos no nos permiten remontarnos por encima de los tiempos de David.
Fue entonces cuando se empezó a hablar de una «casa de José», en que
se integraban Efraín y Manases, del mismo modo que también fue en-
tonces cuando se empezó a hablar de una «casa de Judá», a raíz de la
instauración de David como rey en Hebrón (2 Sm 2,7.10.11) para de-
signar a la tribu de Judá y los grupos que ésta se había asimilado 47. De
este modo llegamos, en cuanto al sistema genealógico, a la misma fecha
obtenida para el sistema de las doce tribus, y al mismo tiempo nos apro-
ximamos a las fechas que la crítica literaria asigna a los más antiguos
testimonios de ambos sistemas.
Estos dos sistemas son, por consiguiente, contemporáneos. Son
distintos por responder a principios diferentes, pero estas mismas dife-
rencias vienen a confirmar que ninguno de ellos representa una insti-
tución que haya funcionado nunca realmente. Son sistemas artificiales,
pero sólo en parte 48 . Es cierto que cada una de las doce tribus del sis-
tema tribal existió realmente, en un determinado momento, como gru-
po autónomo, y también es cierto que los miembros de cada uno de
estos grupos se consideraban unidos entre sí por la sangre y como
descendientes de uno de los epónimos del sistema de los doce hijos de
Jacob. Las tradiciones antiguas del Pentateuco, de los libros de Josué
y Jueces no pueden carecer en absoluto de fundamento histórico. Los
refranes de Gn 49 sobre las tribus son antiguos, y el reparto del terri-
torio según Jos 13-19 corresponde a una situación real. Por otra parte,
las dos listas comienzan por Rubén y Simeón, que muy pronto perdie-
ron toda su importancia; se mantiene la tribu insignificante de Dan,
47
Sobre todo esto, cf. supra, pp.óiss.
48
Así lo vio perfectamente M. Noth, Das System..., 39-41; Geschichte, 84-85; pero
no sirve para apoyar !a tesis de la anfictionía.
Federaciones en ambiente semítico 247

pero no se cuentan los grupos del sur, que desempeñaron un cometido


importante en el curso del asentamiento, especialmente Caleb. Zabu-
lón e Isacar, que ocupan territorios más bien reducidos, contiguos entre
sí y con fronteras mal delimitadas, se consideran en los dos sistemas
como grupos distintos y se sitúan en el mismo rango que las grandes
tribus, pero las dos mitades de Manases, que poseen territorios más
extensos, separados por el Jordán, sólo forman una tribu. Se pueden
aducir razones históricas a favor de cualquiera de estas alternativas, pero
queda el hecho de que la decisión se orientó en uno u otro sentido. El
motivo general está claro: era preciso obtener la suma total de doce tri-
bus, que es el único elemento idéntico en ambos sistemas, y que reapa-
rece hasta en las listas espúreas de 1 Cr 12 y 27. Dado que la compara-
ción con los doce miembros de la anfictionía pileo-délfica y de la liga
etrusca ha resultado insuficiente, habrá que buscar otra explicación.

VI. FEDERACIONES DE TRIBUS EN AMBIENTE SEMÍTICO

Una de las objeciones que hacíamos a la tesis anfictiónica era que


ésta compara la agrupación de las doce tribus israelitas con unas institu-
ciones de ambiente étnico y social distinto. Entre los pueblos semíti-
cos tenemos paralelos mejores; se trata de pueblos que llevan o lleva-
ron una vida de pastores seminómadas, análoga a la de los israelitas al
comienzo de su historia. Pondremos algunos ejemplos de época mo-
derna para remontarnos a continuación en el tiempo.
Las tribus camelleras de Siria y Mesopotamia están representadas
sobre todo por dos grandes grupos rivales, los 'anezé y los shammar,
que se remontan a la época preislámica 49 . Los 'anezé llegaron de
Arabia en varias migraciones. Sus grupos tienen orígenes distintos, pero
todos reconocen un antepasado común, 'Annaza. Su organización tribal
se va precisando desde antes del año 1700 a. C ; forman seis tribus, cada
una de ella con su propio territorio de pastos: los ruwala, los sba'a, los
'amarát, los fed'án, los wald 'ali y los hesene. Entre sí se agrupan en dos
fracciones rivales, cada una de ellas referida a un antepasado interme-
dio; los hesene, los wald 'ali y los ruwala por una parte, y los fed'án,
los sba'a y los 'amarát, por otra. Cada una de las tribus mantiene su
propia independencia, pero todas son conscientes de su origen común
y de la solidaridad que las une. Los enemigos hereditarios de los 'anezé
son los shammar. Estos últimos llegaron de Arabia en dos oleadas su-
cesivas. Forman una confederación de tribus de origen diverso, agru-
padas en dos fracciones, una en Arabia del norte, los shammar-nedjd,
y la otra en Djeziré (Siria del norte), los shammar-djerba. A diferencia
de los 'anezé, todos ellos reconocen la autoridad de un jeque supremo.
49
Sobre los 'anezé y los shammar, cf. Max Freiherr von Oppenheim, Die Be-
iluinen I (Leipzig 1939) 62-165. Sobre los 'anezé, E. Gráf, 'Anaza, en Encyclopédie
iic l'Islam I (Leiden 21960) 496-98. Sobre los shammar, L. Stein, Die Sammar-Gerba,
lifduinen im Übernang vom NamaJismus zur Si'sshafligkál (Berlín 1967).
248 El "sistema de las doce tribus"

En la región del Eufrates medio hay un grupo de pequeñas tribus


dedicadas al pastoreo de ganado menor, llegadas de Arabia hace por lo
menos dos siglos, que se llaman los 'agedát, término que significa «los
confederados». Pero se creen descendientes de un antepasado común.
Los 'agedát son a la vez nómadas y sedentarios. Se dividen en una vein-
tena de grupos, cada uno con su propio jeque, elegido por los cabezas
de familia. No tienen una organización central, pero se sienten solida-
rios desde los tiempos de su común migración de Arabia y la subsi-
guiente conquista del valle 50 .
En TransJordania hay varias tribus en vías de sedentarización que
están unidas entre sí mediante una alianza que recibe el nombre de
ben'amé51. Etimológicamente, este término quiere decir que todos ellos
son «primos». Esta alianza une mediante un juramento a las tribus ve-
cinas; tiene alcance defensivo y ofensivo, e incluye ciertas cláusulas de
ayuda mutua y reglas especiales para la venganza de sangre.
Esta costumbre moderna es la supervivencia de una institución an-
terior al Islam, que recibía entonces el nombre de hilf52. El hilf se esta-
blece con toda solemnidad. No supone menoscabo alguno para la auto-
nomía y la igualdad de las tribus, y tiene por objeto asegurar entre ellas
una paz duradera y su unidad con vistas a la defensa común, o para la
organización de razzias, para ejecutar la venganza de sangre o para re-
solver cuestiones relativas al cuidado y utilización de los pastos. El
hilf tiene frecuentemente como resultado la fusión de algunos grupos,
que se sanciona mediante la adopción de un antepasado común, real
o ficticio; esta es de hecho la forma en que se han llegado a constituir
muchas de las grandes tribus árabes.
En cuanto al primer milenio antes de nuestra era, contamos con po-
cas noticias útiles; proceden de los anales de los reyes de Asiria. Sar-
gón II se gloría de haber derrotado a cuatro tribus, cuyos nombres da,
formadas por los lejanos árabes, habitantes del desierto. Pero nada nos
dice acerca de su organización 53 . Asurbanipal hizo una campaña en
Arabia; su adversario era un rey de los árabes, Uaite, que parece actuar
como jefe de una confederación de tribus, pero carecemos en absoluto
de detalles 54 . Con mayor frecuencia son mencionadas las tribus arameas
de la Baja Mesopotamia 55 . Tiglatpiléser III enumera treinta y cinco
tribus arameas 56 . Sargón nombra a doce 57, pero nada sabemos de su
organización.
50
H . Charles, Tribus moutonniéres du Moyen-Euphrate (Documents d'Études
Orientales 8; Instituto francés de Damasco 1939).
51
A. Jaussen, Coutumes des Árabes au pays de Moab (París 1908) 149-62.
52
I. Goldziher, Muhammedanische Studien I (La Haya 1889) 63-69; E. Tyan,
Hilf, en Encychpédie de l'Islam III (21971) 401.
53 A R A B I I , § 17.
54
ARAB II, § 817-34. En este y en otros lugares (§ 869, 940) el texto habla del
«pueblo de Arabia».
55
S. Schiffer, Die Aramáer (Leipzig 1911) 1-6.
56 ARAB I, § 788.
57 ARAB II, § 54.
Federaciones en ambiente semítico 249

Los datos más antiguos que conocemos proceden de los archivos de


Mari, del siglo xvm a.C. Hablan frecuentemente de los nómadas, en
parte sedentarizados, del desierto sirio y de la Alta Mesopotamia 5S .
El vocabulario que designa sus unidades sociales, tribus, fracciones y
clanes, así como sus jefes, es fluido, igual que entre los árabes en la
actualidad y entre los israelitas de otros tiempos. Pero aparecen las agru-
paciones más amplias. Una lista de racioneros menciona cuatro y nueve
clanes o tribus, gáyúm, de los haneanos 59 . El rey de Mari, Yahdun-
Lim, se enorgullece de haber derrotado a una coalición de siete «reyes»,
«padres de Hana» 60 . Los benjaminitas seminómadas se reparten en cua-
tro tribus que llevan antiguos nombres personales 61 . Se habla de sus
«reyes», siempre en plural; de hecho, «los benjaminitas forman una con-
federación de tribus, cada una de ellas al mando de su jeque. Es lógico
que en tiempos de guerra, ciertos jefes se impongan por su ascendiente
personal o por la importancia numérica de los contingentes de guerre-
ros que les siguen... Cuando las circunstancias ya no lo exigen, las tri-
bus van cada cual por su lado, y los jeques recuperan la plenitud de sus
poderes» 62 . Entre estas agrupaciones de tribus se establecen ciertos
vínculos; numerosos textos presentan asociados a los benjaminitas y a
los haneanos, y dos textos dicen explícitamente que los benjaminitas y
los rabbeanos son «hermanos», lo que podría referirse a un parentesco
de sangre o, como ocurre entre los árabes, a un parentesco ficticio, resul-
tado de una alianza 63 . Vemos, pues, cómo a comienzos del II milenio
aparecen ya los principios que regirán la unión de las tribus israelitas
y su vinculación a otros grupos considerados «hermanos».
Según el testimonio de la misma Biblia, los mejores paralelos del
sistema de las doce tribus están precisamente en las agrupaciones de los
israelitas por razones de «hermandad». El Génesis contiene numerosas
listas genealógicas en las que los grupos que constituyen un pueblo de-
terminado aparecen como «hijos» de un antepasado que, a su vez, enla-
za con el gran árbol genealógico al que pertenece Israel 64 . El enlace de
este antepasado con la estirpe común se realiza en un punto tanto más
alto cuanto el pueblo en cuestión se halla más distante geográficamente
de Israel. En la «tabla de las naciones» de Gn 10, los vv. 26-30 (J) dan la
lista de los hijos de Yoctán, hermano de Peleg, antepasado también de
58 J.-R. Kupper, Les nómades en Mésopotamie au temps des rois de Mari (París 1957).
59
J.-R. Kupper, loe. cit., 20. Sobre el sentido de gáyúm, cf. A. Malamat, Aspects
of Tribal Societies in Mari and Israel, en XVe Rencontre Assyriohgique Internationale
1966 (Lieja 1967) 133-35.
60
J.-R. Kupper, loe. cit., 32-33.
61
Ibid., 49-52, 71.
« Ibid., 59.
63
Ibid., 72-73; A. Malamat, loe. cit., 137.
64
Sobre las primeras genealogías que vamos a estudiar (Yoctán, Quetura e Ismael),
cf. F. V. Winnet, The Arabian Genealogies in the Book of Génesis, en Traslating and
Understanding the Oíd Testament. Essays in Honor of H. G. May (Nashville-Nueva
York 1970) 171-96. El autor adopta una postura muy personal en cuanto a crítica lite-
raria, pues atribuye estos textos a un «segundo yahvista» del siglo vi a.C.
250 El "sistema de las doce tribus"

Abrahán, en la quinta generación (Gn 11,18-26). Son las tribus del sur
de Arabia; se dan trece nombres, pero es posible que uno de ellos (Ofir)
haya sido añadido, y que la tradición sólo conociera al principio doce
hijos de Yoctán 65 . Los árabes del norte son descendientes de Ismael,
hermano de Isaac e hijo de Abrahán. Este Ismael tuvo doce hijos (Gn
25,13-16 [P]), cuyos nombres se dan por orden de nacimiento (cf. Gn
2
9-3 0 ). y que son doce jefes, nesi'ím, según sus tribus, 'ummót66. Según
Gn 25,1-4 (J), Abrahán tuvo otros seis hijos de Quetura, que represen-
tan a otros grupos de Arabia. Entre éstos se contaba Madián, que tuvo
cinco hijos; Nm 31,8 enumera los cinco «reyes» de Madián, pero en Jos
13,21 se les llama nesí'ím, y uno de ellos aparece en Nm 25,15 como jefe
de 'ummót: los madianitas forman una federación de cinco tribus 6 7 .
Najor, el hermano de Abrahán, tuvo doce hijos, antepasados de las tri-
bus arameas (Gn 22,20-24 [J]): ocho nacieron de su mujer Milca, cua-
tro de su concubina Rauma, lo que nos recuerda el reparto de los hijos
de Jacob entre sus dos esposas y las siervas de éstas. En Gn 36 se han
reunido varias listas correspondientes a Edom; una de ellas (Gn 36,8-14
[J]) da la genealogía de Esaú, «padre de Edom» 68 . Esaú tuvo tres mu-
jeres: Ada, que le dio a Elifaz, que tuvo cinco hijos y un bastardo, Ama-
lee; Basemat, que le dio a Reguel, que tuvo cuatro hijos; Ohlibama, que
le dio tres hijos. En total, doce descendientes, nacidos de distintas ma-
dres y repartidos en dos generaciones, igual que el sistema de las doce
tribus en que se incluyen Efraín y Manases. Se intercala Amalee, hijo
de una concubina de Elifaz (v. 12a1'); su mención interrumpe la lista e
introduce un elemento étnico distinto. Estos mismos nombres, incluido
Amalee, reaparecen en la lista siguiente (Gn 36,15-19), que enumera los
jefes o clanes 6 9 de Edom.
Estas listas son antiguas, aun cuando una de ellas (Gn 25,13-16)
sólo aparece en la redacción sacerdotal. También son muy semejantes
al sistema de las doce tribus; en todas ellas encontramos el mismo prin-
cipio genealógico; aparece una y otra vez la misma distinción conforme
al origen materno; el número de doce se repite claramente para los des-
cendientes de Najor y de Ismael, casi con seguridad para la lista edo-
mita primitiva y con probabilidad para los descendientes de Yoctán.
No es verosímil que esta cifra de doce represente en todos los casos
una realidad histórica. Al igual que el sistema de las doce tribus de
Israel, estos sistemas extranjeros son hasta cierto punto arbitrarios; en
efecto, al lado de nombres que representan grupos o territorios conoci-
dos por la Biblia o por los documentos extrabíblicos, las listas contie-

65
F . V. Winnet, loe. cit., 185-86.
66
Sobre los significados de 'ummáh, cf. vol. I, pp.240ss.
67
Sobre su influencia política, cf. la hipótesis de O. Eissfeldt, Protektorat der Mi-
dianiter über ihre Nachbar im letzten Viertel des 2. Jahrtausends v. Ch.: JBL 87 (1968)
383-93-
68
E. Meyer, Die Israeliten und ihre Nachbarstámme (La Haya 1906) 345-52.
69
Hay dudas sobre el significado de la palabra 'allúf.
Federaciones en ambiente semítico 251

nen otros nombres que no nos es posible identificar; se trata de tribus


insignificantes o que desaparecieron. Pero se mantenía el número de
doce, que entre los semitas, al igual que en Grecia o en Roma 7 0 , ex-
presaba la idea de plenitud. En la Biblia encontramos doce panes de
ofrenda (Lv 24,5); doce imágenes de toro bajo el mar de bronce del
templo (1 Re 7,44); doce figuras de leones a uno y otro lado del trono
de Salomón (1 Re 10,20); Elíseo trabaja con doce yuntas de bueyes
(1 Re 19,19); doce hombres de Benjamín y doce de la guardia de David
se enfrentan cerca del estanque de Gabaón (2 Sm 2,15); Salomón tiene
12.000 caballos (1 Re 5,6; 10,26). Aparece con frecuencia el número
de 12.000 guerreros (Jos 8,25; Jue 21,10; 2 Sm 10,6; 17,1; Sal 60,2). Sin
salir del ambiente semítico, podríamos añadir otros ejemplos toma-
dos del Nuevo Testamento, especialmente del Apocalipsis 71 , y déla
literatura rabínica 72 .
Llaman la atención todos estos paralelos, y hasta el punto de que
podríamos preguntarnos si no probarán que los israelitas se imagina-
ron la formación de los pueblos vecinos a imagen de su propio pueblo,
el Israel de las doce tribus. No podemos dar una respuesta segura.
Nótese, sin embargo, que no se aplica este mismo sistema a los madia-
nitas o a los hijos de Quetura; que, salvo en el caso de los descendientes
de Ismael, no hay referencia explícita al número doce; que la adición
de un decimotercer nombre a la lista de los descendientes de Yoctán
y a la de los descendientes de Esaú indica que ya no se percibía la re-
lación de estas listas con el sistema de las doce tribus. Se mantiene,
por tanto, la probabilidad de que estas listas reflejen tradiciones na-
cionales extrañas a Israel. En el caso de que hayan sido inventadas, al
menos prueban que se imaginaba la formación de los restantes pueblos
a semejanza de la de Israel, siquiera bajo el aspecto genealógico, y que
en la base del sistema de las doce tribus hay que situar este principio
genealógico, no una concepción «anfictiónica».
Si se acepta el valor independiente de estos paralelos, podrá hacerse
otra objeción. En efecto, estos paralelos se refieren a poblaciones nó-
madas o seminómadas; este hecho debería invitarnos a fechar la cons-
titución del sistema de las doce tribus en época anterior a la que nos-
otros mismos hemos supuesto, es decir, el final del período de los jue-
ces, pasado ya más de un siglo de vida sedentaria. La dificultad es sólo
aparente. La presencia de nombres geográficos en todas las listas geo-
gráficas indica al menos cierta vinculación a territorios determinados,
y, para la época en que estas listas eran conocidas en Israel, los edomi-
tas y los árameos estaban ciertamente muy avanzados ya en el proceso
de sedentarización. Otro tanto podría decirse de otros pueblos que nos
han proporcionado algunos paralelos más lejanos para la formación de
70
Cf. p. 217, supra.
71 Cf. K. H. Rengstorf, art. S&Stxa, en T W N T II (193S) 321-28.
72 L . G i n z b e r g , The Legends qf the Jews VII (Filadelfia 1938), Índice, epígrafe
•Twelve».
252 El "sistema de las doce tribus"

una liga tribal, las modernas tribus árabes del Eufrates Medio y de
TransJordania, o los benjaminitas de la época de Mari. Por otra parte,
la sedentarización de las tribus israelitas no se realizó de un golpe.
Durante el período de los Jueces continuaron los desplazamientos de
algunas tribus: Dan emigró hacia el norte, una parte de Manases se
instaló en TransJordania, Judá se extendió por la Sefela, y las tribus
conservaron durante mucho tiempo después de la sedentarización los
hábitos y la mentalidad de seminómadas. El verdadero problema con-
siste en saber cuándo y cómo tomaron conciencia de que no formaban
más que un pueblo, Israel, el pueblo de las doce tribus.

VIL LA FORMACIÓN DEL PUEBLO DE ISRAEL

El relato del nacimiento de los hijos de Jacob (Gn 29-30 + 35,


16-20) agrupa a los antepasados de Israel conforme a su origen mater-
no: los hijos de Lía: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón e Isacar; los
hijos de Raquel: José y Benjamín; los hijos de las siervas: Dan y Nefta-
lí, hijos de Bilha; Gad y Aser, hijos de Zilpa. Esta distribución reapare-
ce en el testamento de Jacob (Gn 49), y se mantiene, con las modifica-
ciones que ya hemos dicho, en el sistema tribal del libro de los Núme-
ros. Esta continuidad ha movido a los modernos a hablar de un grupo
de las «tribus de Lía» y otro grupo de las «tribus de Raquel».
Señalemos una vez más que la Biblia nunca emplea estas expresio-
nes. Aparte del ciclo de los relatos sobre Jacob y Labán (Gn 29-33),
y de algunos textos que de ellos dependen, la Biblia no vuelve a hablar
de las dos esposas de Jacob más que para indicar el lugar donde fueron
sepultadas: Lía en la gruta de Macpela (Gn 49,31) y Raquel en una
tumba cerca de Efrata (Gn 35,19-20). Bilha y Zilpa no reaparecen más
que en las listas genealógicas. Sin embargo, se ha tratado de ver en este
reparto una historia de las tribus y de su agrupación 73 . El mismo
M. Noth 74 estimaba que las tribus de Lía, asentadas desde más antiguo
en el país, habían formado una primera «anfictionía» de seis tribus, el
mismo número que aparece frecuentemente en las ligas de ciudades
griegas y que es también el de los hijos de Quetura en Gn 25,1-4.
S. Mowinckel 75 , por el contrario, juzgaba que esta atribución de los
hijos de Jacob a cuatro madres distintas era una construcción artificial,
y que la historia nada podía sacar de ahí. Más recientemente, O. Eiss-
feldt 76 ha pensado que el sistema genealógico supone la fusión de dos
grupos de Jacob originariamente independientes, un grupo de Jacob-
73
Especialmente C. Steuernagel, Die Einwanderung der israelitischen Stámme in
Kanaan (Berlín 1901) 1-49.
74
M. Noth, Das System..., 75-85; Geschichte, 86-87.
75
S. Mowinckel, «Rahelstámme» und «Leastámme», en Von Ugarit nach Qumran.
Homenaje a O. Eissfeldt (BZAW 77; 1958) 129-50.
76
O. Eissfeldt, Jakoh-Lea un Jakoh-Rahel, en Gottes Wort und Gottes Latid. Home-
naje a H.-W. Hertzberg (Gotinga 1965) 50-55 = Kleine Schriften IV, 170-75; id.,
CÁH II xxxiv (1965) 12-17.
La formación del pueblo de Israel 253

Lía al sur de Palestina, con Rubén, Simeón, Leví y Judá, y un grupo de


Jacob-Raquel en Palestina central y al este del Jordán con la «casa de
José»; las tradiciones del primer grupo se habrían conservado en el
ciclo de Jacob y Esaú, mientras que las del segundo corresponderían al
ciclo de Jacob y Labán. Una evolución cuyas bases históricas resultan
difíciles de determinar habría dado origen al relato de los nacimientos
d e G n 29-30.
Ninguna de estas explicaciones parece satisfactoria. Ciertamente,
hay que mantener que el reparto de los «hijos de Jacob» entre madres
distintas no es del todo artificial, del mismo modo que tampoco lo es
la distinción de las tribus arameas como hijos de la esposa e hijos de la
concubina de Najor, o de las tribus edomitas como hijos de las tres
mujeres de Esaú; tampoco puede decirse que sea arbitraria la división
de los modernos shammar en dos grupos descendientes cada uno de un
antepasado intermedio. Lo arbitrario, en estos paralelos extranjeros y
en el mismo sistema de las doce tribus, es la impostación en clave ge-
nealógica de unos recuerdos históricos que abarcan un dilatado espa-
cio de tiempo. No es posible situar en un mismo plano las seis tribus
llamadas de Lía; en efecto, la tribu profana de Leví desapareció muy
pronto; Isacar se desgajó de Zabulón antes de la época de Josué; Rubén
y Simeón perdieron toda importancia durante el período de los Jueces;
Judá, por el contrario, se fue desarrollando muy gradualmente. En
cuanto al grupo llamado de Raquel, la composición distinta que se le
atribuye en los dos tipos del sistema (José-Benjamín y Efraín-Mana-
sés-Benjamín) refleja una evolución histórica; por otra parte, la indivi-
duación de las tribus de Benjamín, Efraín y Manases es posterior a la
penetración del grupo encabezado por Josué en Canaán.
No es posible entender cómo se forjó el sistema de las doce tribus
ni cómo se formó el pueblo de Israel si no se tienen en cuenta la prehis-
toria entera de Israel y la continuidad histórica entre las tradiciones pa-
triarcales y las referentes a la salida de Egipto, el asentamiento en Ca-
naán y el período de los Jueces. Pero la incertidumbre en que nos ha-
llamos con respecto a la interpretación de aquellas antiquísimas tradi-
ciones nos obliga a reconocer el carácter hipotético de la explicación que
trataremos de dar.
La primera penetración de los grupos seminómadas, antepasados de
los israelitas, se remonta a las grandes migraciones del II milenio a. C.
No sabemos qué nombres llevaban entonces aquellos grupos, pues so-
bre tan lejanos orígenes sólo contamos con las historias familiares de los
tres grandes antepasados que recuerdan la tradición, Abrahán, Isaac y
Jacob. Es posible que los grupos de Aser y Neftalí se detuvieran en el
norte de Palestina y que el de Gad se instalara entonces en Transjor-
dania. El grupo de Dan quizá se integró muy tarde en Israel. Ninguno
de estos grupos marchó a Egipto. Su localización excéntrica y su his-
toria particular podrían explicar que se les considerara descendientes
de las concubinas de Jacob. Tampoco marcharon a Egipto Zabulón
254 El "sistema de las doce tribus"

e Isacar, pero su adjudicación al grupo de Lía quizá se explique por


unas relaciones antiguas que mantendrían con Simeón y Leví, que en
la época patriarcal ocupaban un territorio contiguo al suyo en la región
de Siquén (Gn 34). La emigración forzosa de estas dos tribus hacia el
sur hizo que Zabulón e Isacar quedaran aisladas; es tentador, pero quizá
peque de audacia, reconocer un recuerdo de este acontecimiento en la
narración de Gn 29-30, que separa el nacimiento de Zabulón e Isacar
del de los restantes hijos de Lía. La migración de Simeón y Leví está
ligada a la de otros grupos jacobitas. Estos pueden estar representados
por las tribus de Rubén y el núcleo de la tribu de Judá. Pero había
otro grupo que se suponía a sí mismo descendiente de un antepasado
distinto, Israel. El doble nombre personal Israel-Jacob, en efecto, su-
pone la fusión de unas tradiciones referentes a dos antepasados distin-
tos, y no faltan razones para relacionar a Israel con Raquel y a Jacob
con Lía 7T . Este grupo de Israel-Raquel tiene como héroes epónimos
a José y Benjamín. Es verosímil que los elementos de los tres grupos
del sistema genealógico (hijos de Lía, hijos de Raquel, hijos de las
siervas) existieran ya, de una forma o de otra, en la época patriarcal.
N o se puede poner en duda la permanencia de algunos antepasados
de Israel en Egipto. La historia de José, por muy cargada que esté de
elementos novelescos, indica que el grupo de Raquel marchó efectiva-
mente a Egipto. El cometido que en este relato desempeñan Rubén y
Simeón, además del entorno levítico de Moisés, sugieren que también
marcharon a Egipto algunos elementos del grupo de Lía. Los pastores
seminómadas del sur de Palestina se desplazaban fácilmente al delta
del Nilo, como atestiguan la Biblia (Abrahán en Egipto) y los docu-
mentos extrabíblicos. Debió de haber varias penetraciones en Egipto,
y también varias salidas; en efecto, el éxodo se presenta bajo dos for-
mas diversas, como una expulsión y como una huida, a las que corres-
ponden dos itinerarios distintos, uno hacia el norte y otro hacia el este
y el sudeste 78. Una de las rutas pudo llevar a los clanes de Simeón (y
de Judá?) y a una parte del grupo de Leví hacia Cades; la otra ruta fue
la que siguieron, bajo la dirección de Moisés, los clanes de Leví, el gru-
po de Raquel y, quizá, Rubén. Este grupo continuó nomadeando por
el desierto del Sinaí y de TransJordania, hasta llegar finalmente al Jor-
dán frente a Jericó.
El asentamiento en Canaán se realizó por etapas. Los grupos dé
Simeón-Judá y ciertos clanes de Leví subieron directamente desde el
sur, al mismo tiempo que otros grupos seminómadas, que se integra-
rán más tarde en Judá, es decir, los calebitas, los yerajmelitas y los que-
nizitas. Rubén se instaló en TransJordania, junto a Gad, que posible-
mente llevaba ya mucho tiempo asentado allí. El grupo de Raquel,
conducido por Josué, penetró en Palestina central hasta la zona de Si-
77
Sobre esto, cf. supra, pp.i68ss.
78
Vol. I, pp.358ss.
La formación del pueblo de Israel 255

quén, donde se convirtió en vecino de las tribus que no habían estado


en Egipto.
Viene a continuación el período de los Jueces. Las tribus se afir-
man en la posesión de sus territorios respectivos y adquieren su iden-
tidad definitiva, Efraín-Manasés-Benjamín dentro del grupo de Ra-
quel, o, por el contrario, la pierden, cuando una tribu que se ha ido
debilitando es absorbida por una tribu que se ha hecho más fuerte,
como ocurre en el caso de Rubén, que se confunde con Gad, o de
Simeón, que se integra en Judá. Pero al mismo tiempo se muestra otra
tendencia hacia la aproximación de estos elementos dispersos, que ha-
bían tenido y tenían aún cada cual su propia historia. Muchos factores
contribuían a favorecer esta unión. Por de pronto, se daba el senti-
miento de pertenecer a un mismo tronco étnico, de poseer, por tanto,
un origen común, lo que se expresaba en términos de parentesco. Ha-
bía también—y este era el vínculo más eficaz, puesto que aislaba a estos
grupos del medio en que vivían—una fe común en el mismo Dios. El
yahvismo era a la vez la prolongación de la vieja religiosidad del dios
de los Padres y una fe nueva. El grupo dirigido por Moisés trajo consi-
go esta fe desde Egipto, y la había transmitido a los grupos del sur du-
rante su estancia en Cades. El grupo dirigido por Josué había recogido
la herencia de Moisés y había introducido el yahvismo en Palestina
central. La nueva fe fue propuesta a las tribus del norte en Siquén, y
éstas la aceptaron. En torno a esta fe y a la tradición histórica que le
servía de fundamento—fue Yahvé el que hizo salir al pueblo de Egip-
to—se amalgamaron las tradiciones particulares transmitidas por los
ancianos de cada tribu y fueron puestas en común en los santuarios fre-
cuentados por varias tribus a la vez. Los combates librados a partir de
la penetración en Canaán fueron guerras de Yahvé, y también fueron
guerras de Yahvé las que hubieron de librarse más tarde para conser-
var la posesión de los territorios adquiridos. El factor definitivo de
unión fue, en efecto, la necesidad en que se vieron todas las tribus de
unirse para defenderse frente a los enemigos comunes. Bajo la presión
de esta necesidad, la unión se realizó finalmente a fin de librarse de la
amenaza de los filisteos, y esto en dos etapas, bajo Saúl y bajo David.
La unidad había sido preparada, bajo la presión de las mismas cau-
sas, por las primeras agrupaciones. El texto más antiguo que conoce-
mos sobre la unión de las tribus es el Cántico de Débora (Jue 5), de ha-
cia mediados del período de los Jueces. No estudiaremos aquí ni el gé-
nero literario del poema ni el contexto histórico en que se sitúa. Nos.
fijaremos únicamente en los datos que nos suministra sobre las tribus.
Se han presentado seis tribus, Efraín, al que se han adherido Benja-
mín, Maquir, Zabulón, Isacar y Neftalí; no han respondido a la llama-
da cuatro tribus: Rubén, Galaad, Dan y Aser. Esta lista, que es la más.
antigua que poseemos, difiere de todas las restantes, pues sólo com-
prende diez tribus, y faltan Judá y Simeón. Otra diferencia es que con-
tiene dos nombres distintos, los de Maquir y Galaad. Se comprende-
256 El "sistema de las doce tribus"

que M. Noth no haya querido tenerla en cuenta para el estudio de su


«sistema de las doce tribus» 79 , ya que esta lista no concuerda con el re-
lato en prosa de Jue 4, que menciona únicamente a Zabulón y Neftalí;
se trataría tan sólo de una selección arbitraria del poeta. Esta explica-
ción no ha sido aceptada, y con razón. El Cántico pretende dar una
lista completa de las tribus de que entonces se componía Israel, una
lista que debía ser completa 80 . No incluye la tribu profana de Leví,
que no existía en realidad, ni Judá ni Simeón. Maquir ocupa el puesto
de Manases, por el que sería absorbido. Galaad se ha interpretado fre-
cuentemente como nombre de una tribu que habría desaparecido, sien-
do sustituida por la de Gad 8 1 ; es más probable que Galaad, en este
pasaje al igual que en otros, sea un nombre geográfico, el primitivo Ga-
laad en que habitaba Gad, que se designa aquí por el nombre de su
territorio 82 .
Tenemos, pues, diez tribus, y hasta se ha hablado, en consecuen-
cia, de una primera «anfictionía» de diez tribus, sin Judá y Simeón 83 .
Esta hipótesis choca con las objeciones que ya hemos opuesto a la tesis
anfictiónica en general. Pero el Cántico de Débora indica la existencia
de un determinado agrupamiento de las tribus, que abarcaría al menos
las seis tribus de que se dice que se presentaron. Ahora bien, éstas son
casi las mismas que aparecen en la historia de Gedeón (Jue 6,35; 7,
23-24): Manases (Maquir), Aser, Zabulón, Neftalí y «toda la montaña
de Efraín», que podría incluir también a Benjamín. Hemos encontrado
una agrupación análoga en una de las secciones en que se describen los
territorios (Jos 13-19) 84. Hubo, pues, una unión, aún inestable, de las
tribus del centro y del norte. Es posible que, en Jue 5, las cuatro tribus
que no acudieron no formaran aún parte de la liga, pero que se deseara
su participación 85.
El elemento dominante en esta federación es el grupo de Raquel,
cuyas tres tribus se mencionan las primeras en Jue 5. Hemos propues-
to relacionarlas con el patriarca Israel. Nótese, en este sentido, la fre-
cuencia con que aparece el nombre de Israel en el Cántico de Débora:
ocho veces en los doce primeros versículos (los guerreros de Israel, los
jefes de Israel, Débora madre en Israel, y, finalmente, Yahvé el Dios
de Israel e Israel el pueblo de Yahvé). Desde el punto de vista literario,
Jue s es el texto más antiguo en que Israel se define como un pueblo
que reúne o trata de reunir a las diez tribus enumeradas. Este es el
79
M. Noth, Das System..., 5, 36; id., Geschichte, 139, n. 4.
80
J. Hoftijzer, N T T 14 (1959-60) 241-63, especialmente 252-53; M. Ottosson,
Gilead. Tradition and History (Lund 1969) 136-43.
81
J. Hoftijzer, loe. cit., 24S-S2; H.-J. Zobel, B Z A W 95, 97-98-
82
Cf. supra, pp. 104-6.
83
S. Mowinckel, Zur Frage nach dokumentarischen Quellen in Josua 13-19 (Oslo 1946)
20ss; id., BZAW 77, especialmente 137; A. Weiser, Z A W 71 (1959) 96; K.-D. Schunck,
Benjamín (BZAW 86; 1963) 48-57.
84
Cf. supra, pp. 239S.
ss S. Herrmann, T L Z 87 (1962) col. 567-68.
La formación del pueblo de Israel 257

significado que el nombre de Israel tendrá en los tiempos de Saúl y en


los de David, en que se distinguirá entre Israel y Judá. Cuando David
regresa de TransJordania, los ancianos de Israel dirán a los hombres
de Judá: «Yo tengo diez partes en el rey» (2 Sm 19,44). El profeta Ajías
de Silo dirá a Jeroboán: «Así dice Yahvé, Dios de Israel: Yo te doy las
diez tribus» (1 Re 11,31). Unidos bajo el poder personal de David, Is-
rael y Judá permanecen distintos militar y administrativamente: David
es rey de Israel y de Judá.
El sistema de las doce tribus, en que éstas aparecen unidas en una
misma lista genealógica o tribal, es la construcción ideal, en tiempos de
David, de un «gran Israel» que jamás existió como unidad política 86 .
Sin embargo, Judá profesaba también la fe en el Dios de Israel; será
precisamente con esta connotación religiosa como se utilizará el térmi-
no hasta el final del Antiguo Testamento y, desde entonces, hasta
nuestros días.
86
S. Mowinckel, BZAW 77, 149; S. Herrmann, T L Z 87 (1962) col. 573; C. H. J. de
Geus, De Richteren van Israel, en N T T 20 (1965-66) 81-100.

17
CAPÍTULO IV

LOS JUECES DE ISRAEL

Al llamar «período de los Jueces» al que va desde el asentamiento


en Canaán hasta la instauración de la monarquía, el historiador no
hace otra cosa que atenerse a un uso bíblico. La historia de Rut se
fecha «en el tiempo en que juzgaban los jueces» (Rut 1,1); según 2 Re
23,22, el «tiempo de los Jueces» precedió al «tiempo de los reyes». En
aquel tiempo, Dios instituyó «jueces» sobre su pueblo Israel (2 Sm 7,11;
cf. 7,7, corregido conforme al paralelo de 1 Cr 17,6 *). Según la intro-
ducción al libro de los Jueces (2,16-18), estos «jueces» eran individuos
elegidos por Dios para salvar a su pueblo. Sin embargo, en el cuerpo
del libro no aparece el término «juez» en plural, y la única vez que se
usa en singular se aplica a Yahvé (Jue 11,27). Pero el verbo correspon-
diente se utiliza en relación con los cinco «jueces menores», cuya lista
aparece en Jue 10,1-5 y 12,8-15; cada uno de ellos «juzgó» a Israel, y
la misma expresión se aplica a Otoniel (Jue 3,10), Débora (Jue 4,4),
Jefté (12,7), Sansón (15,20 y 16,31), Eli (1 Sm 4,18) y Samuel (1 Sm 7,
15). Parece, por consiguiente, que la redacción deuteronomista atribuyó
a los héroes libertadores, cuyas historias recogió, y a los que nosotros
llamamos «jueces mayores», un título y una función que no tenían en
las tradiciones antiguas, ordenando todos estos «jueces» en una suce-
sión cronológica que, interrumpida por períodos de opresión, abarca
todo el tiempo que va desde la muerte de Josué hasta el momento en
que Samuel se retira ante la presencia del rey que él mismo ha instau-
rado. Este es el período de los Jueces. Se trata de una construcción ar-
tificial 2 , pero ello fue posible por el hecho de que no se recordaba que
durante todo ese período hubiera existido en Israel otra función pública
que la mencionada en la antigua lista de los «jueces menores». Será pre-
ciso estudiar quiénes eran estos jueces y en qué consistía su función.

I. ESTADO DE LA CUESTIÓN

Durante los últimos cuarenta años se ha discutido mucho esta ma-


teria, especialmente en relación con la tesis de la anfictionía de las doce
tribus; se ha pretendido ver en el «juez de Israel» un funcionario, in-
cluso el más importante en la anfictionía.
1
Sin embargo, Ph. de Robert, Juges ou tribus en 2 Samuel VII 7 ? : V T 21 (1971)
116-18, defiende el texto masorético; cf. también Z. W . Falk, art. cit. (nota 18, infra).
2
Cf. cap. I, especialmente pp. 2ios.
260 Los Jueces de Israel

Desarrollando una sugerencia de A. Klostermann 3, A. Alt compa-


ró la lista de los «jueces menores» con la sucesión de los «oradores de
la ley» de la Islandia medieval. Su principal función consistía en procla-
mar cada año al pueblo reunido la ley recibida de Noruega, aprovechan-
do al mismo tiempo aquella oportunidad para dictaminar sobre deter-
minados casos prácticos. La función del «juez de Israel» habría consis-
tido en asegurar «la transmisión y la observancia del derecho casuístico
copiado de Canaán» por la liga de las tribus 4 . O Grether aceptó esta
opinión y trató de explicar cómo el título de estos jueces había sido
aplicado a los héroes libertadores 5 . Avanzando un paso más, M. Noth
sostuvo que la competencia de aquellos jueces se extendía sobre las
doce tribus de Israel. Su cargo era vitalicio y se sucedían unos a otros,
sin que nos sea conocido el procedimiento seguido para la elección.
Es posible que en el antiguo Israel se fijaran las fechas según los años
que llevaban los jueces en el cargo. Detentaban la función principal en
la anfictionía. Su cometido consistía en proclamar, explicar y adaptar no
el derecho copiado de Canaán, como afirmaba A. Alt, sino el «derecho de
Dios», que era derecho anfictiónico 6. M. Noth llega incluso a pregun-
tarse si esta función no se mantendría luego bajo la monarquía; se trataría
del «juez de Israel» de Miq 4,14 y del juez supremo al que se apelaba en
casos especialmente difíciles, según Dt 17,8-13 7 . La teoría de M. Noth
ha influido en las investigaciones posteriores. A los cinco «jueces me-
nores», H. W. Hertzberg añade Otoniel, Débora, Gedeón, Abimelec,
Jefté, Samuel y quizá también Eli como duodécimo. Su función con-
sistía en pronunciar sentencias de acuerdo con un derecho tradicional,
el «derecho de Dios», que proclamaban y explicaban 8 . H.-J. Kraus ve
en los jueces de Israel, tal como M. Noth los ha definido, los sucesores
de Moisés en su condición de proclamador carismático de la ley; ejer-
cían este oficio profético en las asambleas religiosas anuales de las tri-
bus, al mismo tiempo que actuaban como jueces supremos en la vida
cotidiana 9 . H. C. Thomson parte de los ejemplos de Débora, a la vez
profetisa y juez, y de Gedeón, que poseía el espíritu de Dios y solici-
taba respuestas divinas; de todo ello deduce este autor que el juez era la
fuente de las decisiones que emanaba de Dios y que tenían un alcance

3
A. Klostermann, Der Pentateuch. Neue Folge (Leipzig 1907) 419-21.
4
A. Alt, Die Ursprünge des israelitischen Rechts (Leipzig 1934) 31-33 = Kleine
Schriften I, 300-302.
5
O. Grether, Die Bezeichnung «Richter» für die charismatischen Helden der vorsta-
atlichen Zeit: Z A W 57 (1939) 110-21.
6
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga 1950)
404-17 = Gesammelte Studien zum Alten Testament II (Munich 1969) 71-85; id., Ges-
•chichte, 97-99.
7
M. Noth, Gesammelte Studien... II, 83-85, aunque en su Historia no se mantiene
esta hipótesis.
8
H . W . Hertzberg, Die Kleinen Richter: T L Z 79 (1965) col. 285-90 = Beitráge
,zur Traditionsgeschichte und Theologie des Alten Testaments (Gotinga 1962) 118-25.
9
H.-J. Kraus, Die prophetische Verkündigung des Rechts in Israel (Zollikon 1957) 18.
Estado de la cuestión 261

que interesaba a toda la anfictionía o a una parte de ella; entre jueces


«mayores» y «menores» habría menos diferencia de la que se suele ad-
mitir 10 . J. Dus comparó a los jueces de Israel, mayores y menores,
con los sufetes de Cartago, y deduce que la liga de las doce tribus se
regiría por una constitución republicana de los cananeos: los ancianos
del pueblo, seis por cada tribu (Nm 11,25 + 26), enviaban un repre-
sentante al consejo de los doce jefes de las tribus, que eran los encar-
gados de elegir un juez. Israel era ya por entonces un Estado—un Es-
tado republicano—aún antes de la instauración de la monarquía n .
K.-D. Schunck, que también rechaza la distinción entre jueces ma-
yores y menores, establece una lista de doce jueces, que comprende:
Josué, Otoniel, Ehud, Gedeón, Tola, Yair, Jefté, Ibsán, Elón, Abdón,
Sansón y Samuel; esta lista se habría fijado en tiempos de la monarquía
y estaría inspirada en el sistema de las doce tribus; es artificial en parte
(Otoniel y Sansón), pero representa una sucesión real de un poder cen-
tral en la liga de las diez y luego de las doce tribus. El juez de Israel
tenía su sede en el centro de la anfictionía, en Silo, y su competencia
se extendía más allá del derecho, abarcando incluso lo político y lo
militar 12. Según D. A. McKenzie, los jueces de Israel eran jueces en el
verdadero sentido del término, cuya aplicación a los héroes liberadores
significa que el Deuteronomio, con razón o sin ella, consideraba que
también éstos habían ejercido una función judicial. La competencia de
estos jueces se extendía a toda la federación de las tribus; sus funciones
no eran hereditarias; su cargo era vitalicio y se sucedieron sin interrup-
ción; el último de estos jueces fue Samuel 13 .
Todos estos estudios desarrollan la tesis propuesta por A. Alt y
M. Noth, de la que sacan a veces consecuencias que sus mismos autores
nunca hubieran admitido. Pero también se alzaron voces discordantes,
y en ellas se expresan las dudas que han venido a socavar la tesis general
de la anfictionía israelita, mientras que los nuevos estudios semánticos
sobre la raíz s-p-t, «juzgar», fundamentaban nuevas objeciones. R. Smend
considera que la interpretación de los jueces de Israel como funcionarios
anfictiónicos es muy insegura; en las anfictionías griegas no hay ningún
paralelo. Mantiene y subraya la diferencia entre los jueces «mayores»,
que son personajes representativos de la guerra de Yahvé, y los jueces
«menores», que están relacionados con la liga de las tribus 14 . Al mismo
tiempo, se consagraron varios estudios a la investigación de la raíz s-p-t.
O. Grether no había aceptado que esta raíz pudiera tener, como se ha-
10
H. C. Thomson, Shophet and Mishpat in the Book ofjudges (Glasgow University
Oriental Society. Transactions 19; 1961-62 [1963]) 74-85.
11
J. Dus, Die «Sujeten Israels»: ArOr 31 (1963) 444-69.
12
K.-D. Schunck, Die Richter Israels und ihr Amt, en Volume du Congrés. Genéve
(SVT 15; 1966) 252-62.
13
D . A. McKenzie, The Judges of Israel: V T 17 (1967) 118-21.
14
R. Smend, Jalnueltrieu und Stámmehund (Gotinga 1963) 33-35. El tema se trata
en función de la tesis principal del autor sobre la distinción entre el concepto de guerra
de Yahvé y la institución de la liga de las tribus.
262 Los Jueces de Israel

bía afirmado frecuentemente, el doble significado de «juzgar» y «gober-


nar»; el segundo sentido sólo aparece en textos muy raros, tardíos o sus-
ceptibles de otra interpretación 15. Sin embargo, F. C. Fensham demos-
tró que este doble significado de la raíz correspondía a su empleo en
acádico, ugarítico y fenicio, y que bajo esta luz era necesario estudiar la
función de los jueces «menores» 16. A. van Selms sacaba de ahí la con-
clusión de que el historiador deuteronomista había tenido toda la razón
al considerar a los jueces como antecesores de los reyes 17, Z, W. Falk
llegó incluso a suponer que sébét, «tribu», era la forma antigua de sópét,
«juez», y que ambos términos designaban al jefe, que empuñaba el bas-
tón, Sébét, como emblema de su autoridad 18 . Independientemente,
W. Schmidt estableció que tpt en ugarítico tenía el significado de «go-
bernar», y reconocía un influjo cananeo en el empleo de la raíz con este
significado en hebreo, sobre todo en algunos salmos 19 . Finalmente, dos
trabajos importantes, ambos de acuerdo acerca de la fragilidad de la
tesis anfictiónica, han combinado los hallazgos de la filología comparada
con los de la crítica literaria e histórica, para presentar una nueva imagen
del «juez de Israel». W. Richter parte de la lista de los jueces menores,
cuyo esquema se encuentra en una forma más antigua a propósito de
Samuel, y estima que este esquema depende del que aparece en los libros
de los Reyes. En cuanto al término «Israel», en esta lista no se refiere a
una anfictionía de las doce tribus, sino que expresa un concepto de geo-
grafía política; la importancia corresponde no a las tribus, sino a las
ciudades y a los territorios. La seriación temporal de estos «jueces» es
secundaria. Sus funciones no pueden limitarse al ejercicio de la justicia,
ya que son verdaderos órganos de gobierno, lo que incluye, al mismo
tiempo que la justicia, toda la administración civil. Este sentido queda
confirmado por el empleo de la raíz en ugarítico, en fenicio y en púnico,
y ya en los textos de Mari, que Richter estudia extensamente; es posible
que este título tenga su origen en un ambiente nómada. De todo ello
concluye este autor que los jueces de Israel representan una etapa de
transición entre el gobierno tribal y la autoridad urbana. Los ancianos
de las tribus les encargan de la administración civil y judicial de una
ciudad y del territorio que de ésta depende 2 0 . C. H. J. de Geus niega
que en tiempos de los Jueces existiera una anfictionía o un sistema de
doce tribus. La raíz s-p-t es cananea, y significa, en ugarítico y en feni-
15
O. Grether, loe. cit. (cf. nota 5).
16
F . G. Fensham, The Judges and Ancient Israelite Jurisprudence, en Die Ou Tes-
tamentiese Werkgemeenskap in Suid-Afrika (2. a reunión; 1959) 15-22.
17. A. van Selms, ibid., 41-50.
18
Z. W . Falk, Ruler and Judge: «Lesonénu» 30 (1965-66) 243-47 (hebreo), a lo que
ha respondido S. E. Loewenstamm, Ruler and Judge, Reconsidered: ibid. 32 (1967-68)
272-74, que los dos términos derivan de raíces protosemíticas diferentes, sbt y £pf.
19
W . Schmidt, Kónigtum Gottes in Ugarit und Israel (BZAW 80; 1961) 27-34.
Cf. I. H. Eybers, The Stem s-p-t in thePsalms, enDie Ou Testamentiese Werkgemeenskap
in Suid-Afrika (6. a reunión; 1963) 58-63.
20
W . Richter, Zu den «Richtern Isiaelsn: Z A W 77 (1965) 40-72.
La lista de los "Jueces menores" 263

ció, «ejercer el poder», que frecuentemente se toma como sinónimo de


«reinar», lo que evidentemente incluye la administración de la justicia.
El juez era un jefe local que recibía su autoridad del consejo de los an-
cianos de la ciudad. Algunos de estos jefes llegaron a adquirir, sobre
todo en virtud de sus éxitos militares, una estimación que se extendía
más allá de los límites de su ciudad. No está clara la distinción entre
jueces «mayores» y «menores». Podría establecerse de este modo la lista
deuteronomista de los jueces: (Otoniel), Ehud, (Barac), Gedeón, Jefté,
Tola, Yair, Ibsán, Elón, Abdón, Eli y Samuel. Los jueces prepararon
el camino a la monarquía 21 .

II. LA LISTA DE LOS JUECES «MENORES»

El cotejo de las opiniones recientes demuestra que el problema se


plantea hoy en términos distintos que hace cuarenta años, pero que aún
no se ha aportado una solución definitiva. Antes de intentar nada en este
sentido será preciso replantear todos los factores.
La lista de los «jueces menores» aparece dividida en dos partes (Jue
10,1-5 + 12,8-15) por la inserción de la historia de Jefté. Las breves
noticias referentes a cada uno de los jueces menores se atienen a un es-
quema que difiere por completo del que se aplica en el caso de los jueces-
libertadores: «Después de él, juzgó a Israel X (nombre y origen). Juzgó
a Israel Y años. Luego X murió y fue sepultado en Z (nombre de lu-
gar)». Pero hay algunas variantes; en cuanto a los dos primeros jueces,
Tola y Yair, el primer «juzgó a Israel» es reemplazado por «se alzó». Las
noticias sobre Yair, Ibsán y Abdón añaden algunos datos sobre sus fa-
milias, siempre en el mismo estilo: Yair tenía treinta hijos que cabalga-
ban sobre treinta asnos y poseían treinta ciudades (Jue 10,4). Ibsán
tenía treinta hijos y treinta hijas; casó fuera a las hijas e hizo venir es-
posas de otros lugares para sus treinta hijos (12,9). Abdón tenía cua-
renta hijos y treinta nietos que cabalgaban sobre setenta asnos (12,14).
Estas adiciones, notables por su contenido análogo y por sus cifras re-
dondas, parecen una forma estereotipada de expresar la riqueza y la
consideración de que los jueces gozaban en su ambiente. En cuanto a
Yair, una glosa (10,4b) identifica las treinta ciudades con los aduares
de Yair conocidos por otros textos.
Los nombres de estos jueces presentan algunas dificultades. El pri-
mero es Tola, hijo de Puá, pero Tola y Puá son dos «hijos» de Isacar se-
gún Gn 46,13 (P), es decir, dos clanes de Isacar, como dice Nm 26,23;
cf. 1 Cr 7,1. También Yair ha sido interpretado como el nombre de un
clan de Manases, al que se atribuyó la conquista de los «aduares de Yair»
(Nm 32,41). El nombre del penúltimo juez, Elón, es también el de un
clan de Zabulón (Gn 46,14; Nm 26,26). Los matrimonios de los hijos
e hijas de Ibsán aludirían a las alianzas establecidas entre diversos gru-
pos. De todo ello se ha sacado la conclusión de que estos cinco jueces
21 C. H. J. de Geus, De Richleren van Israel: N T T 20 (1965-66) 81-100.
264 Los Jueces de Israel

menores no fueron personajes históricos, sino la personificación de unos


clanes, y que las noticias que sobre ellos se dan fueron añadidas al libro
para completar la cifra de doce jueces, representantes de las doce tribus
de Israel 22 . Sin embargo, todos estos nombres pueden corresponder a
otros tantos individuos; los de Yair y Abdón han sido llevados por otros
israelitas, y es más razonable pensar que todos representan verdadera-
mente a otros tantos personajes históricos 23 .
En cuanto a su origen, Tola es un hombre de Isacar; Yair es un ga-
laadita; Ibsán es de Belén, más verosímilmente Belén de Zabulón (Jos
19,15) que Belén de Judá, si se tiene en cuenta el aislamiento en que
permaneció Judá durante todo el período de los Jueces; Elón es un za-
bulonita; Abdón es un habitante de Piratón (cf. 2 Sm 23,30). Sólo en
el caso de uno de estos jueces se indica un lugar de residencia distinto
del de origen: Tola de Isacar habitaba en Samir, en la montaña de Efraín,
donde también sería enterrado. Yair lo fue en Camón, que sería preciso
buscar en el país de Galaad, de donde era originario. Ibsán de Belén es
enterrado en Belén; Abdón de Piratón es enterrado en Piratón, y se
indica que esta localidad se encuentra en el país de Efraín 24 . Elón el
zabulonita es enterrado en Ayalón, en el país de Zabulón, pero nosotros
sólo conocemos el Ayalón de la Sefela, al paso que la semejanza entre el
nombre de este juez y el del lugar de su sepultura (las consonantes son
las mismas) suscita ciertas dudas.
Sólo dos jueces son caracterizados mediante su pertenencia a una
tribu: Tola, el hombre de Isacar, y Elón, el zabulonita. Los otros jueces
se distinguen por su lugar de origen: Ibsán de Belén, Abdón de Piratón,
o por la región: Yair el galaadita. En contrapartida, siempre se menciona
el lugar donde fueron enterrados: Tola en Samir, en la montaña de
Efraín; Yair en Camón; Ibsán en Belén; Elón en Ayalón de Zabulón;
Abdón en Piratón, en el país de Efraín. La pertenencia a la tribu cede
ante la vinculación a un territorio o a una ciudad. Esta lista no puede
remontarse a un documento oficial emanado de una liga de tribus, por
no decir nada de un sistema de las doce tribus 25 . Por otra parte, todas
las localidades mencionadas son insignificantes, si se identifica Belén
con la aldea de Zabulón y si se acepta la noticia del texto sobre Ayalón
de Zabulón. Ninguno de estos lugares fue centro de un principado ca-
naneo ni se vuelve a mencionar en ningún otro pasaje del libro de los
Jueces; ninguno de ellos volverá a figurar para nada en la época monár-
quica. Si los jueces sólo ejercían su autoridad dentro de aquellas minúscu-
las aldeas, resultaría caso extraordinario el hecho de que se conservara
el recuerdo de sus nombres; por otra parte, no podríamos admitir que
22
C. F. Burney, The Book of Judges (Londres 1918) 289-90.
23
M. Noth, Gesammelte Studien...' (cf. nota 6) 76-79.
24
El texto añade «en la montaña de los amalecitas», que no hace sentido en modo
alguno. El griego tiene «en el país de Sellem» (Sa'alim de 1 Sm 9,4?), que no resulta
menos oscuro.
25
En contra de M . Noth.
La lista de los "Jueces menores" 265

semejante régimen sirviera para preparar el advenimiento de la monar-


quía 26 .
De hecho, sin embargo, se nos dice que, a pesar de estas vinculacio-
nes a una localidad, aquellos personajes juzgaban a «Israel». No puede
tratarse del gran Israel de las doce tribus, cuyo carácter tardío e ideal ya
hemos demostrado. Pero el término posee un alcance de geografía po-
lítica que hemos de establecer. El territorio que delimitan las distintas
referencias geográficas es muy exiguo: Zabulón e Isacar, la montaña de
Efraín, Galaad en TransJordania; es difícil determinar exactamente qué
se entiende aquí por país de Galaad. El territorio al que pertenecen los
jueces menores viene a ser, en resumidas cuentas, la llanura de Yezrael
en Palestina central, con sus dependencias de TransJordania. Es posible
que sólo haya llegado a nosotros una parte de la lista, pero resulta curio-
so que nos presente una agrupación semejante a la de otras listas triba-
les-territoriales que ya hemos utilizado 27: las tribus cuya presencia alaba
el Cántico de Débora, insistiendo al mismo tiempo en que pertenecen
a «Israel» (Jue 5); las que aparecen en la historia de Gedeón: Manases,
Aser, Zabulón, Neftalí y toda la montaña de Efraín, a que se aplica con-
juntamente la designación de «hombres de Israel» (Jue 6,35; 7,23-24).
A esto añadiríamos la descripción del reino que en 2 Sm 2,9 se adjudica
a Isbaal, el hijo de Saúl: Galaad, los aseritas, Yezrael, Efraín y Benjamín
(la tribu de Saúl), es decir, «todo Israel». Es posible que el Israel de la
lista de los jueces menores represente esta agrupación, cuyo alcance y
cohesión sólo progresivamente se fueron estableciendo.
Es preciso, finalmente, subrayar el carácter genérico de la lista. Las
noticias se van concatenando; cada una de las referencias comienza con
«después de él...», se dan los años exactos de la judicatura: 23, 22, 7, 10,
8 años, y se acaba con la mención de la muerte y sepultura del juez.
Esta lista trata de dar, por consiguiente, la sucesión ininterrumpida de
unos «jueces» que habrían ejercido uno tras otro sus funciones hasta la
muerte. Se ha comparado con este formulario el que sirve para enmarcar
cronológicamente la historia de los reyes: Saúl (1 Sm 13,1), David (1 Re
2,10-12), Salomón (1 Re 11,42-43), y luego la historia soncrónica de
los reyes de Israel y de Judá, al comienzo y al final de cada reinado; así,
«el año decimoctavo del rey Jeroboán, hijo de Nabat, Abías subió al
trono de Judá y reinó tres años en Jerusalén... Luego Abías se durmió
con sus padres y fue enterrado en la ciudad de David; su hijo Asá le
sucedió en el trono. El año vigésimo de Jeroboán, rey de Israel, Asá
subió al trono de Judá y reinó cuarenta y un años en Jerusalén, etc.»
(1 Re 15,1.8.9-10). W. Richter ha pretendido demostrar que el formu-
lario empleado en el libro de los Jueces depende del aplicado en el de los
Reyes, y que la seriación temporal de los jueces «menores» era secunda-

26
En contra de C. H. J. de Geus y W . Richter, a los que sigue G. Fohrer, Studien
zur alttestamzntliche Tlieologie und Gescliichte (BZAW 115; 1969) 117-18.
27
Cf. supra, pp. 255S8.
266 Los Jueces de Israel

ria 28 . Pero sus argumentos no resultan convincentes. T a m p o c o está p r o -


bado, por otra parte, que el formulario de Reyes dependa del empleado
en Jueces 29. A m b o s formularios pueden ser independientes; los térmi-
nos empleados, en efecto, no son idénticos. Por otra parte, si se trata de
describir una sucesión en el mismo oficio, será inevitable recurrir a
fórmulas parecidas.
M á s interesante resulta comparar la lista de los ocho primeros reyes
de E d o m (Gn 36,31-39) con la de los jueces menores 3 0 . La primera
comienza así: «En E d o m reinó Bala, hijo de Beor; su ciudad se llamaba
Dinhaba. M u r i ó Bala y le sucedió en el trono Yobab, hijo de Zeraj,
natural de Bosra. M u r i ó Yobab y le sucedió en el trono...». A estas fórmu-
las se añaden únicamente la mención de una victoria lograda por uno
de estos reyes contra los madianitas (v. 35) y el nombre de la mujer
de u n rey (v. 39). Esta lista, aún más escuálida que la de los jueces «me-
nores», se parece a ésta en lo esencial; en efecto, los reyes se caracterizan
por su origen (ciudad o región) que en cada caso es distinto; se suceden
sin interrupción, pero ninguno de ellos es hijo o pariente de su antecesor.
La interpretación histórica de esta lista de los reyes de E d o m plan-
tea problemas tan difíciles como la de los jueces menores; veremos si es
posible esclarecer la una con ayuda de la otra, para llegar a una solución
común. En cuanto a la lista de los jueces menores, advirtamos única-
mente por ahora que la singularidad de los nombres personales y los
geográficos que contiene, así como la precisión de las cifras que aporta,
hacen m u y difícil de aceptar la hipótesis de q u e haya sido fruto mera-
mente de una invención. E n este caso nos inclinaríamos también a ad-
mitir que la seriación cronológica de estos jueces es asimismo u n elemen-
to auténtico. La lista respondería, por tanto, a una tradición antigua so-
bre los personajes que se fueron sucediendo—aunque no necesariamen-
te sin interrupción (nótese la frase, «después de él» en lugar de «en su
lugar» de la lista edomita)—en una función que ejercieron en este grupo
que se llamaba Israel, y que nosotros hemos tratado d e definir. Nada
nos dice el texto en cuanto a sus actividades, sino únicamente que «juz-
garon». Para determinar en qué consistía esta función será preciso incluir
en nuestra investigación otros personajes que también fueron llamados
«jueces de Israel», y recurrir al estudio semántico de la raíz s-p-t, «juzgar».

III. LOS OTROS «JUECES DE ISRAEL»

Hay, en efecto, otros personajes anteriores a la monarquía de los


q u e se dice q u e «juzgaron a Israel». El caso más sencillo es el de Jefté.
Su historia finaliza con estas palabras: «Y Jefté juzgó a Israel durante
seis años; luego murió Jefté elgalaadita y fue enterrado en las ciudades
28
W . Richter, loe. cit. (cf. nota 20) 43-45.
29 Así, C. H. jí. de Geus, loe. cit. (cf. nota 21) 95.
30
Sobre las dificultades de esta lista, cf. J. R. Bartlett, The Edomite Kings-List of
Génesis XXXVI. 31-39 and I Chron. 1. 43-50: JTS 16 (1965) 301-14.
Los otros "Jueces de Israel" 267

d e Galaad» (Jue 12,7). El final del versículo está corrompido; habría que
corregirlo, al menos como los Setenta: «en su ciudad de Galaad». Según
el resto del relato, la localidad a que se alude podría ser Mispá, cuyo
nombre introducen aquí algunos exegetas, apoyándose en ciertos ma-
nuscritos minúsculos griegos y en Josefo. En cualquier caso, esta fórmula
es la misma que sirve para poner término a cada una de las noticias sobre
los jueces menores, y además enlaza perfectamente con lo que sigue:
«Después de él (Jefté), Ibsán de Belén juzgó a Israel»... (12,8). Es cierto
que Jefté formaba parte de la lista de los jueces. Pero se conocía a pro-
pósito del personaje una historia que el redactor insertó (10,6-12,6), ta-
c h a n d o para ello el comienzo de la noticia primitiva, que empezaría con
la fórmula «Después de él, Jefté el gaaladita juzgó a Israel», enlazando
con la noticia sobre Yair (10,5). Es la única explicación plausible del
lugar que ocupa la historia de Jefté, cortando en dos la lista de los jueces
menores.
Jefté es u n habitante de Galaad. Se trata aquí indudablemente del
Galaad primitivo, al sur del Yaboc, emplazamiento de Mispá de Galaad
(Jue 10,17; n . 1 1 ) . donde los israelitas tenían la frontera común con los
amonitas. Este origen no modifica las conclusiones que ya hemos sacado
•del resto de la lista en que se nos dan ¡os nombres de los jueces menores.
Pero Jefté es el único cuya historia se nos narra, y ésta podría servirnos
para ilustrar la forma en que eran elegidos los jueces y el carácter de sus
funciones 3 1 .
Según el relato más antiguo (Jue 11,1-11), Jefté, expulsado por sus
hermanos a causa de su condición de bastardo, se refugia en el país de
T o b , donde se convierte en jefe de una banda. Parece que esto último
constituye el motivo de que los ancianos de Galaad se dirijan a él para
q u e luche contra los amonitas (compárese con los comienzos de David).
Le piden que sea su «comandante» (qásín; v. 6); ante las vacilaciones
d e Jefté, le prometen que será «jefe» (ros) de todos los habitantes de
Galaad (v. 8). En su respuesta, Jefté parece subordinar esta designa-
ción como jefe a su victoria sobre los amonitas, pero los ancianos po-
nen a Yahvé por testigo de su compromiso (v. 10), y el pueblo lo con-
firma en el santuario de Mispá, donde Jefté es nombrado qásín y r o í
antes de entrar en combate (v. 11).
Este relato exige numerosas observaciones. E n él no se nombra «juez»
a Jefté, sino que éste recibe u n título más genérico, el de ros, «jefe», y el
más raro de qásín, que designa más exactamente a u n jefe militar, como
en Jos 10,24 ( l ° s oficiales de Josué), Is 22,3 (contexto de batalla), D a n
11,18 (el cónsul L. Cornelio Escipión, vencedor de Antíoco III); pero
en otros contextos, el término significa simplemente «jefe» 3 2 . Sólo al
31
En cuanto a la critica literaria y la crítica de las tradiciones en relación con
Jefté, cf., además de los comentarios, E. Táubler, Biblische Studien. Die Epoche der
Richter (Tubinga 1958) 283-97; W. Richter, Die Überlieferungen um Jephtah. Ri 10,
/ 7-12,6: Bib 47 (:96o) 485-556.
32
J. van der l'loeg, Les chefs du peuple c!'Israel et leurs titres: RB 57 (1950), espe-
cialmente 52. El término está abundantemente atestiguado en Ugarit como nombre
268 Los Jueces de Israel

final del relato, en el punto en que empalma con la lista de los jueces me-
nores, se dice que Jefté «juzgó a Israel».
La misma mención de Israel no aparece en el relato antiguo, y no se
encuentra más que en los pasajes de redacción secundaria Que 10,17;
n,4-5a; 11,13-27). Todo el asunto es de interés puramente local, ga-
laadita; así, los mensajeros enviados a Jefté son los ancianos de Galaad;
Jefté se convierte en jefe de todos los habitantes de Galaad; es reconocido
por el pueblo en un santuario de Galaad. La acción militar queda con-
finada al territorio de Galaad 33, y la tradición independiente de la que-
rella con Efraín (Jue 12,1-6) supone que los galaaditas eran los únicos
que habían emprendido la guerra contra Amón.
En todo esto no aparece nada que nos haga suponer la existencia de
una anfictionía ni de una liga de tribus, por restringida que ésta fuera.
Por otra parte, esta elección de un jefe de Galaad recibe la sanción reli-
giosa de un juramento de los ancianos y de un reconocimiento por el
pueblo en un santuario, pero los motivos de la elección son meramente
humanos. Es cierto que, según Jue 11,29, <<el espíritu de Yahvé vino so-
bre Jefté»; sin embargo, aun admitiendo que estas palabras pertenezcan
a la fuente antigua, cosa que es discutible, esta venida del espíritu es
posterior a la elección de Jefté por los ancianos y el pueblo. A pesar de
todo, este jefe de Galaad fue uno de los jueces de Israel. Cabría pensar
que se le reconoció esta condición después de su victoria sobre los
amonitas 34, pero no sabemos quién ni cómo lo promovió.
Podemos prescindir de la noticia, dos veces repetida, de que Sansón
«juzgó a Israel» (Jue 15,20; 16,31), pues tiene por fin legitimar la inser-
ción de las historias sobre el héroe danita y, posiblemente, también ser-
vir de elemento integrante de un sistema cronológico. Descartamos asi-
mismo la mención relativa a Otoniel (Jue 3,10), pues la breve noticia
que le concierne es una composición deuteronomista en que se ha cons-
truido un ejemplo típico mediante el recurso de combinar los rasgos ca-
racterísticos de los jueces «mayores» y «menores».
Hemos de detenernos, por el contrario, en Débora, que es presentada
en Jue 4,4-5 con estas palabras: «Débora, una profetisa, mujer de Lapi-
dot, juzgó a Israel en aquel tiempo. Se sentaba bajo la palmera de Débora
entre Rama y Betel, en la montaña de Efraín, y los hijos de Israel subían
hasta ella para el juicio, mispát». Se ha pensado, en consecuencia, añadir
el nombre de Débora a la lista de los jueces menores 35 . Pertenecía a
propio qsn y bn qsn. Es dudoso el parentesco que se ha propuesto con el árabe qddi,
«juez»; en todo caso, en hebreo no existe el sentido de «juez», P. Joüon, MUSJ 10 (1925)
41. Del ejemplo singular de Jefté no se puede sacar la conclusión de que qásín haya
sido el título de los «jueces» de Israel.
33
Sobre este difícil texto, cf. S. Mittmann, Aroer, Minnith und Abel Keramim.
(Jdc. 11,33) • ZDPV 85 (1969) 63-75.
34
Así, R. Smend, Jahwekrieg... (cf. nota 14) 39; C. H. J. de Geus, N T T 20
(1965-66) 97.
35 H. W . Hertzberg, T L Z 79 (1954) col. 286s; H. C. Thomson, loe. cit. (cf. nota 10)
76-77; R. Smend, Jahwekrieg..., 42-45 (se admite la judicatura de Débora únicamente
como una posibilidad).
Los otros "Jueces de Israel" 269

Isacar, según el Cántico (Jue 5,15), pero administraba justicia en la


montaña de Efraín, igual que otro de los jueces menores, Tola, que
también era de Isacar, pero habitaba en Samir, en la montaña de Efraín
(Jue 10,1). Débora habría unido la función judicial al carisma profético,
y habría ejercido un oficio permanente en Israel; era consultada y sus
decisiones podían recaer sobre cuestiones vitales para «Israel». Fue pre-
cisamente Débora quien, en nombre de Dios, eligió a Barac para dirigir
la guerra contra Sisara.
Es muy cierto que Jue 4,4b-5 se parece mucho a las demás noticias
sobre los jueces menores, pero el pasaje suena sobre todo como un pa-
réntesis y una adición 36; el v. 6 enlaza normalmente con el v. 4a: la pro-
fetisa Débora manda venir a Barac para comunicarle la palabra de Dios.
Por lo demás, la función judicial de Débora no aparece por ninguna par-
te, ni en el relato en prosa del cap. 4 ni en el poema del cap. 5; todo lo
que se afirma es que era una persona inspirada que guiaba al pueblo
(4,6-10.14; 5,7.12.15). Parece que a esta tradición sobre la profetisa
Débora (Jue 4,4^5) se ha añadido el recuerdo de otra Débora, la no-
driza de Rebeca. En efecto, resulta difícil disociar 37 la palmera de Dé-
bora de Jue 4,5, entre Rama y Betel, de la «encina de los lamentos», por
debajo de Betel, bajo la que fue sepultada Débora, nodriza de Rebeca
(Gn 35,8), y de la encina del Tabor, en el camino de Betel, de laque
se habla en 1 Sm 10,3, que frecuentemente se ha propuesto corregir por
«encina de Débora». En esta región de Betel había un árbol venerado al
que iba anejo el recuerdo de la nodriza de Rebeca; al mismo se unió se-
cundariamente el recuerdo de Débora, la profetisa de Isacar, que nada
tenía que ver con esta región. Por otra parte, era costumbre acudir a
ciertos árboles sagrados en demanda de respuestas divinas, de decisio-
nes, mispátím; cerca de Siquén había una «encina del instructor» (Gn
12,8), llamada también «encina de los adivinos» (Jue 9,37). Algunos
acudían a solicitar tales respuestas de una profetisa como Débora. Todos
estos elementos se han combinado para trasladar el recuerdo de Débora
desde Isacar a Efraín, y para atribuirle una función judicial. Pero esto
ocurrió en una etapa secundaria de la redacción deuteronomista 38 . Es
preciso suprimir a Débora de la lista de los jueces.
De ninguno de estos personajes que hemos examinado dice el libro
de los Jueces que «juzgó a Israel». Pero esta función se atribuye a Eli en
1 Sm 4,18 y a Samuel en 1 Sm 7,15-17. Empezaremos por examinar el
caso de Samuel.
36
W . Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zum Richterbuch (BBB 18;
Bonn 1963) 37-42.
37
Antes me mostré reticente en Instituciones, 370, y en La Genése (BJ), nota sobre
Gn 35,8.
3
» T al es la conclusión de W . Richter (cf. nota 36) y de C. H . J. de Geus, N T T 20
(1965-66) 94.
Complejidad de las tradiciones sobre Samuel *
La historia deuteronomista presenta a Samuel como el último de
los jueces. El cap. 7 de i Sm toma las fórmulas del libro de los Jueces
para atribuir a la intercesión de Samuel una gran «victoria» contra los
filisteos, y finaliza (w. 15-17) con una noticia análoga a las que se daban
de los jueces «menores». En el cap. 12, Samuel cede el puesto al rey
que él mismo acaba de instituir. Siguiendo a Stade y Wellhausen, se
ha afirmado muchas veces que esta transformación del «vidente» Samuel
en «juez» era una invención de los redactores. Efectivamente, hay que
reconocer que una gran victoria sobre los filisteos en la época de Sa-
muel va contra la verdad histórica, pues la guerra de liberación no co-
menzaría sino bajo el mando de Saúl (1 Sm 13-14) y la victoria no lle-
garía hasta la época de David (2 Sm 5,17-25; 8,1). Pero es preciso
reconocer también que el deuteronomista no se atrevió a presentar a
Samuel ni como un jefe militar ni como un libertador, sino como un
hombre que intercedía ante Dios. Y esto no contradice a la tradición
que hizo de él un juez en el sentido de los jueces «menores» 39 . Esta
tradición se expresa en 1 Sm 7,15-17a: «Samuel juzgó a Israel durante
toda su vida. Todos los años hacía un recorrido por Betel, Guilgal y
Mispá, y juzgaba a Israel en todos estos sitios. Luego regresaba a Rama,
pues allí tenía su casa y allí juzgaba a Israel». Si a esto añadimos la no-
ticia sobre la muerte y sepultura de Samuel, que se da aisladamente en
1 Sm 25,1, tenemos los elementos principales de las fórmulas con que
son presentados los jueces menores, aunque se ofrezcan de manera
distinta. Había una tradición sobre Samuel como juez, pero indepen-
diente de la lista de los jueces «menores».
Los datos geográficos de los vv. 16-17a (Betel, Guilgal, Mispá,
Rama) determinan un horizonte geográfico distinto del escenario en que
nos situaba la lista de los jueces menores; se trata de Benjamín y el sur
de Efraín. Es posible que a la tradición se hayan añadido los nombres
de los santuarios que se leían en la historia de Samuel. Este juzgaba
a «Israel», y el término debe tener el mismo sentido que ya hemos in-
tentado fijar: se trata de un grupo de tribus. Los ancianos de Israel
que vienen a pedir un rey (1 Sm 8,4) representan algo más que Efraín
y Benjamín.
* Cf. p. 200.
39
Es aceptada por un número muy considerable de autores recientes, pero éstos,.
por otra parte, dan significados muy diversos a esta judicatura de Samuel: cf. H. W . Hertz-
berg, T L Z 79 (1954) col. 288; H. Wildberger, Samuel und die Entstehung des israeli-
tischen Konigtums: T Z 13 (1957) especialmente 463-66; J. Bright, History, 166; A. Wei-
ser, Samuel. Seine geschichtliche Aufgabe und religiose Bedeutung (Gotinga 1962) 9-11,
83; J. Dus, ArOr 31 (1963) 463; R. Smend, Jahwekrieg..., 45-53; W . Richter, Z A W 77
(1965) 47-49; H. Seebass, Traditionsgeschichte von I Sam 8; 10, iyff und 12 : Z A W 77
(1965), especialmente 292 y n. 15; C. H . J. de Geus, N T T 20 (1965-66) 93, 98;
K.-D. Schunck, Die Richter Israels und ihr Amt, en Volume du Congrés. Genéve (SVT 15;
1966), especialmente 254-55; F- Langlamet, Les récits de l'institution de la royante
(I Sam., VII-XH) ; RB 77 (1970), especialmente 172-75.
Los otros "Jueces de Israel" 271

El hecho de que se reconozca a Samuel la función de juez no sig-


nifica que se le niegue el carácter de vidente y hombre inspirado; hasta
es posible que el prestigio conferido a su persona por estos dones caris-
máticos determinara el que fuera elegido juez. Pero ejerció en Israel
una función permanente. En 1 Sm 12,1-5 tenemos algunas ilustracio-
nes sobre la naturaleza de esta función. En el momento de ceder el
puesto al rey que acaba de elegir él mismo, Samuel pide al pueblo que
rinda testimonio sobre su administración: «¿A quién le quité un buey?
¿A quién le quité un burro? ¿A quién he hecho injusticia? ¿A quién
he vejado? ¿De quién he aceptado un soborno para hacer la vista gor-
da ? 4 0 Decidlo y os lo devolveré». Y el pueblo respondió: «No nos has
hecho injusticia, ni nos has vejado, ni has aceptado soborno de nadie».
Nada hay en todo esto que evoque la función de interpretar un dere-
cho, que Alt y Noth atribuían al juez de Israel. Tampoco se advierte
una limitación de funciones al ámbito de lo estrictamente jurídico.
Ciertamente, estas expresiones podrían aplicarse a un juez injusto o co-
rrompido, pero también a un anciano gobernante que tiene otras atri-
buciones además de la administración de justicia. Pueden compararse
con los abusos de la monarquía predichos por el mismo Samuel (1 Sm 8,
11 -17) y también con las palabras de justificación de Moisés (Nm 16,15).
Por otra parte, el mismo Samuel se presenta con todos los rasgos de
un gobernante: «marchó delante de ellos» desde su juventud, y ahora
será el rey el que «marchará delante de ellos» (1 Sm 12,2). Esto quiere
decir que Samuel fue su «jefe».
Cuando los ancianos de Israel vienen pidiendo que Samuel les
nombre un rey, se dirigen a él no como a un profeta, sino como a su
jefe (1 Sm 8,4-5): quieren un rey porque Samuel ya es muy anciano,
y sus hijos no siguen el ejemplo del padre. Esta circunstancia se pre-
paró ya en 8,1-3: Samuel, al sentirse viejo, puso a sus dos hijos, Joel
y Abías, como jueces en Berseba, pero ellos aceptaron sobornos y con-
culcaron el derecho. No parece que hayan sido inventados los nombres
y la residencia de los hijos, pero la historia resulta sumamente extraña,
ya que una de las características del oficio de juez era su naturaleza no
hereditaria; por otra parte, también es nueva la división del oficio entre
dos jueces que, sin embargo, residen en el mismo lugar, y justamente
al extremo sur del país de Judá, el menos indicado para mantener un
contacto estrecho con todo Israel. Finalmente, no se trata de jueces en
el mismo sentido que Samuel, sino en sentido estricto. Toda esta his-
toria resulta muy difícil de aceptar. Cabe pensar si no habrá sido in-
ventada conforme al modelo de los dos hijos malvados de Eli (1 Sm 2,
12-17.22-25). En todo caso, el redactor de 12,2 desconoce esta historia,
pues en el momento en que Samuel proclama su integridad, no hablaría
de sus hijos, si es que éstos tenían tan mala reputación.

40
En lugar de «para que yo cierre los ojos», el griego dice; «¿o un par de sandalias?"
Respóndeme». Es difícil elegir entre las dos lecturas.
272 Los Jueces de Israel

Si se quiere salvar la veracidad de esta historia, se podrá decir que


no se trata de una sucesión, sino de que Samuel, al envejecer, delegó
en sus hijos una parte de sus atribuciones, y que ellos ejercían su fun-
ción en Berseba, cuyos vínculos con el norte, pasando por encima de
Judá, eran muy antiguos. También se puede decir que estamos en la
etapa ñnal de una institución a punto de extinguirse: Samuel es el últi-
mo juez y pondrá en el trono al primer rey.
¿Habremos de considerar a Eli también como un juez? En el relato
de su muerte se añade la noticia de que «había juzgado a Israel durante
cuarenta años» (i Sm 4,18b; veinte años según los Setenta). Hertzberg
es casi el único que considera seriamente la posibilidad de que Eli hu-
biera sido juez realmente 41 ; su condición de sacerdote no supone obje-
ción alguna; en 1 Sm 2-3 se presenta a Samuel como sucesor de Eli.
Sin embargo, Eli no aparece en ningún momento ni como libertador
ni como juez, y la inserción de 1 Sm 4,18b es seguramente redaccional.
Lo único que importaría saber es si se trata de una adición secunda-
ria 4 2 o si la historia deuteronomista consideraba ya a Eli como uno de
los jueces y lo integró en su sistema cronológico 43 . Sin embargo, desde
un punto de vista histórico es preciso descartar a Eli de la lista de los
jueces 44 .
Nuestra investigación, hasta el momento, resulta decepcionante.
A la lista de los jueces menores de Jue 10 y 12 sólo hemos podido aña-
dir dos nombres: Jefté con seguridad y Samuel muy probablemente.
Pero hemos aprendido algo sobre el origen y las funciones de los jueces.
Nuestro estudio tendrá que proseguir ahora mediante el recurso a la
analogía.

IV. SIGNIFICADO DE LA RAÍZ $pt

1. En hebreo
O. Grether 4 5 trató de demostrar que en hebreo, el sentido funda-
mental de esta raíz era «juzgar», con sus variantes: resolver un caso,
dar sentencia, hacer justicia (ayudar, socorrer) o hacer justicia en el
sentido de condenar. Sobre unas doscientas veces que aparece esta raíz,
sólo reconoce tres casos en que podría tener el sentido de «gobernar».
Sus conclusiones fueron adoptadas por Alt y Noth, utilizándolas a favor
de su tesis del juez anfictiónico; también fueron aceptadas, con matices,

"i H . W . H e r t z b e r g , T L Z 79 (1954) col. 288; Die Samuelbücher ( A T D ; 4 I 9 6 8 ) 36.


42 A s í M . N o t h , Überliefer. Studien, 2 2 - 2 3 .
43
A s í W . R i c h t e r , Die Bearbeitungen des «Retterbucheso in deuteronomischen Epoche
( B B B 2 1 ; 1964) 117, 133-34; C . H . J. d e G e u s , N T T 20 (1965-66) 9 1 - 9 2 .
44 L o m i s m o K . - D . Schunck, S V T 15 (1966) 255 y n . 6.
45 O . G r e t h e r , Die Bezeichnung «Richter» für die charismatischen Helden der vor-
staatlichen Zeit: Z A W 57 (1939) 1 1 0 - 2 1 .
Significado de la raíz spt 273

por J. van der Ploeg fsdpat y mispát) 4(S. Es preciso revisar estas con-
clusiones a la luz de los testimonios que nos aportan otros idiomas se-
míticos.

2. En fenicio y en púnico
La inscripción de Ahiram de Biblos, de hacia el año 1000 a.C,
contiene una maldición: «Que sea roto el cetro de su mis'pát, que sea
derrocado el trono de su realeza» 47; el término significa aquí «gobierno,
autoridad». En el siglo iv-m a.C, en Chipre, el participio spt se em-
plea como título de una función que no podemos precisar 48 ; lo mismo
se puede decir de una inscripción del Pireo, del siglo m a.C. 4 9 . Las
inscripciones fenicias de la metrópoli sólo hablan de reyes; sin embargo,
Josefo 5 0 dice que, después del sitio por Nabucodonosor, Tiro no fue
gobernada por reyes, sino por jueces: «Eknibal, hijo de Baslekh, juzgó
durante dos meses; Chelbes, hijo de Abdeo, durante seis meses; el sumo
sacerdote Abbar, durante tres meses; Myttyno y Gerastrato, hijo de
Abdelimo, fueron jueces durante seis años». Después se retorna a la
monarquía. Esto significa que, también en el caso de Tiro, tenemos
una lista de «jueces menores». Sustituyen a los reyes durante un período
de anarquía que se ha producido a continuación de un desastre nacional.
La ciudad de Cartago estaba administrada por los sufetes51, Sptm,
mencionados en las inscripciones púnicas a partir del siglo iv a.C. Los
autores griegos y latinos les dan el título de «reyes», (3ocsiAeis, reges,
mientras que otros transcriben el término por sufes, plural sufetes, y
comparan sus atribuciones a las de los cónsules romanos. Efectiva-
mente, hubo una época en que Cartago estaba gobernada por dos su-
fetes, elegidos por un año, que era designado por el nombre de aqué-
llos. Pero es posible que en ello hayamos de ver una influencia romana.
También aparecen sufetes en las colonias cartaginesas del Mediterráneo,
en Gades en España, en Tharros en Cerdeña. Después de la caída de
Cartago y hasta el siglo 111 de nuestra era, ciertas ciudades de África
del Norte tenían sufetes como magistrados municipales. Estamos mal
informados acerca de los orígenes de esta institución en Cartago, así
como sobre la elección y atribuciones de estos sufetes. Las inscripcio-
nes púnicas sólo dan sus nombres, mientras que los autores latinos se
hacen sospechosos de haber asimilado esta institución a las que cono-
46
J. v a n der Ploeg, O T S 2 (1943) 144-45.
47 K A I 1, 2.
4
» C I S I 47 = K A I 36.
4» G I S I 118 = K A I 58.
50
Josefo, C. Ap. I, 157.
51
S o b r e los sufetes, cf. S. Gsell, Histoire ancienne de l'Afrique du Nord II (París 1920)
1 9 3 - 2 0 1 ; 2 9 0 - 9 2 ; E h r e n b e r g , Sufeten, en P W I V A 1 (1931) col 6 4 3 - 5 1 ; C . Poinssot,
Karlhago 10 (1959-60) 124-27; L . T e u t s c h , K I D A I I I serie 8 (1961) 286-88; G. C h . P i -
curd, Les sufetes de Carthage chez Tite-Live et Cornelius Nepos: «Revue d e s É t u d e s
Latines» 41 (1963) 2 6 9 - 8 1 ; W . Seston, Des «portes» de Tfiugga d la «Constitutiorw de
Carlluige: «Revue 11isl<>ri<pu'» 737 (1967-A) 277-94.

18
274 Los Jueces de Israel

cían en Roma. Esta ignorancia, junto con la distancia temporal y geo-


gráfica, hace que nos veamos obligados a restringir la comparación que
en principio parecería posible entre los sufetes de Cartago y los jueces
de Israel 52 . Nótese, sin embargo, que estos sufetes no eran sólo o
principalmente «jueces». Eran verdaderos gobernantes, y esto podría
darnos alguna luz sobre el significado del término hebreo correspon-
diente y sobre las funciones de los jueces de Israel.

3. En ugarítico
La raíz tpt tiene los dos sentidos de «hacer justicia» y «gobernar» 53 .
Del héroe Danel se dice que «juzga el juicio (idn dn) de la viuda y
hace justicia (itpt tpt) al huérfano» 54 . El hijo del rey Keret hace este
reproche a su padre anciano: «Tú no juzgas el juicio (Itdn dn) de la
viuda, tú no haces justicia (Ittpt tpt) al oprimido» 55 . Nótese que en
ambos casos el ejercicio de la justicia es una función regia.
El sustantivo mtpt parece tener el significado de «decisión» (¿oral?)
en un nuevo texto de Ras Samra 56, con el que ha de compararse el
significado del hebreo mispát en Nm 27,21; Prov 16,33 y el «pectoral
del mispát» de Ex 28,15.29.30.
Sin embargo, mtpt tiene el significado de «gobierno, autoridad» en
un texto del ciclo de Baal, paralelo de la inscripción de Ahiram que
antes hemos citado: «(El) derrocará el trono de tu realeza, él quebran-
tará el cetro de tu gobierno» 57.
El participio-sustantivo tpt tiene el significado de «jefe, gobernan-
te»; tpt, en efecto, aparece en paralelismo con zbl, «príncipe», como epí-
teto del dios Yam (frecuentemente). «Nuestro tpt» está en paralelismo
con «nuestro rey» 58.

4. En Mari5^
Los textos de Mari, del siglo xvm, contienen un término, siptu,
que ha sido traducido como «reprensión» 60 , pero que más bien signi-
52
Antes hemos señalado el estudio exagerado de J. Dus, Die «Sufeten Israels»:
ArOr 31 (1963) 444-69. Cf. también las reservas de H . M. Orlinsky, OrAnt 1 (1962)
13» n - 6-
53
F. C. Fensham, Thejudges and Ancient Israel Jurisprudence... (1959); W . Schmidt,
Kónigtum Gottes... (1961) 27-34; W . Richter, Z A W 77 (1965) 59-61; C. H. Gordon,
Ugaritic Textbook (Roma 1965) glosario núm. 2.727; J. Aistleitner, Worterbuch der
ugaritischen Sprache (Berlín 21965) n. 2.921.
54
2 Aq v 7S = 1 Aq 1 23-25.
55
Gordon, 127, 33-34, repetido en 46-47.
56
Ugaritica V, n. 6, p. 564; cf. J. C. de Moor, «Ugarit-Forschungen» 2 (1970)
303-305.
57 Gordon, 49, VI 28-29; cf. 129, 17-18 = I AB, VI 28-29; III AB, C 17-18.
58 Gordon, 51, IV 44 = II AB, IV-V, 44; Gordon, "nt V 4 c = V AB, E 40.
59 W . Richter, Z A W 77 (1965) 61-68.
60
Fr. Thureau-Dangin, Le terme siptum dans les lettres de Mari: Or 12 (1943)
110-12, sobre A R M II, 13, 24-33; 92, 6, seguido por J.-R. Kupper, A R M III, 12, 22;
30, 25.
Intento de solución 275

fica «orden, edicto, decisión»61. Este es el significado del hebreo mispát,


empleado frecuentemente con hoq, «ley, decreto», y la expresión acádi-
ca siptam nadánu (sakánu) es paralela de la hebrea sím hoq umispát,
«dar una ley y una norma», que se aplica a Moisés (Ex 15,25), a Josué
(Jos 24,25) y a David (1 Sm 30,25).
El sustantivo sapitu era conocido únicamente en los léxicos y por
dos contratos del país de Hana, cercano a Mari 62 , en que el término
designa al magistrado que tiene a su cargo la ejecución del contrato.
Pero está atestiguado abundantemente en Mari 6 3 , y ello confirma que
el término pertenece al semítico occidental, como probablemente ocurre
también con la raíz spt. Hay un texto en que este término tiene real-
mente el significado de «juez» en sentido propio; se trata de un texto
jurídico en que se recoge una sentencia, dinu, dada por un sapitu64.
Por lo demás, el significado que mejor le cuadra es el genérico; algunos
textos indican que se trataba de un funcionario importante nombrado
por el rey. Sus responsabilidades desbordaban el ámbito de lo estricta-
mente jurídico 65 .
Se ha dicho que el término y la institución podían tener sus oríge-
nes en la sociedad tribal de los nómadas o seminómadas 66 . Efectiva-
mente, este término se lee junto a la expresión abu bíti, «jefes de fami-
lia» 67. Además, los sapitu intervienen 68 a propósito de unos desplaza-
mientos de los nómadas haneanos; en el mismo contexto se mencionan
los suqaqu, los «jeques». Todo esto es posible, pero en los textos de Mari
el sapitu aparece integrado en la administración regia.

V. INTENTO DE SOLUCIÓN

De todo lo dicho anteriormente se desprende que ya en Mari, lo


mismo que en Ugarit, en fenicio o en púnico, la raíz spt tenía un signi-
ficado más amplio que el de «hacer justicia». Este significado está ates-
tiguado en Mari y en Ugarit, pero el significado fundamental es el de
61
Así, G. Dossin, sobre A R M I, 6, 14-15, 20; 83, 27 (pero en A R M IV, 16, 12', en
cambio, traduce siptam nadánu por «reprender»; W . Richter Z A W 77 (1965) 63; A. Ma-
lamat, The Ban in Mari and in the Bible, en Biblical Essays 1966. gth Meeting of the
Die Ou Testament. Werkgemeenskap in Suid-Afrika, 45 (con una nueva traducción
de A R M II, 13, pp. 44-45).
62
Fr. Thureau-Dangin, JA, 14 (1909-B) 149-55; cf. A. Walther, Das altbabylo-
nische Gerichtswesen (Leipzig 1917) 106-107.
« A R M I, 62, 9'; 73, 52; II, 32, 16; 98, 12'; VII, 214, (>': VIII, 6, 17; 84, 4, 4; cf. A. Fi-
net, Répertoire analytique, A R M XV, s.v.; H. B. Huffmon, Amorite Personal Ñames
in the Mari Texts (1965) 268.
64
A R M VIII, 84, 4; cf. el comentario de G. Boyer, ibid., 238.
65
M. Noth, Die Ursprünge des alten Israel im Lichte neuer Quellen (Colonia 1961),
mantiene el sentido judicial, lo cual está en la línea de su interpretación del «juez de
Israel».
6
<> J. Bottéro, A R M VII, 241-42; A. Malamat, loe. cit. (cf. nota 61) 45; W. Richter,
loe. cit., 68.
« A R M I, 73, 52; VII, 214, 6'.
«8 A R M II, <is.
276 Los Jueces de Israel

«mandar, gobernar». Hacer justicia es deber y privilegio del gobernante,


y de ese modo ha adquirido la raíz este sentido secundario. En hebreo
ha sido este significado secundario el que ha terminado por convertirse
en ordinario. Sin embargo, el significado de «gobernar» aparece también
en otros lugares distintos del libro de los Jueces, como son los Salmos 6£>
y los relatos de institución de la monarquía. En Sal 2,10, sópét es pa-
ralelo de rey; en Sal 148,11, sópét aparece junto a rey fmélék) y prín-
cipe (sar); en Sal 93,13; 98,9, el verbo spt tiene el significado de «go-
bernar» más que el de «juzgar»70. En Sal 82,8, el sentido está claro:
«Álzate, Dios, y gobierna ($pt) la tierra, porque tú eres dueño de todas
las naciones»71. Este uso puede explicarse por influencia cananea sobre
la poesía israelita. Pero spt aparece también, con el significado de go-
bernar, en los relatos sobre la institución de la monarquía. En efecto,
resultaría difícil traducir de otro modo spt en 1 Sm 8,5: «Danos un rey
para que nos gobierne, como las demás naciones»; cf. el v. 6 y 1 Sm 8,20:
«Nosotros seremos también como las demás naciones; nuestro rey nos
gobernará, él saldrá al frente de nosotros y peleará nuestras batallas».
Por otra parte, ya hemos dicho que el título de juez que se atribuye
a Samuel implicaba algo más que la simple administración de justicia,
ya que Samuel gobernaba de hecho en Israel. La idea de instaurar la
monarquía representa un cambio en cuanto al tipo de régimen. Antes
de los reyes, Israel era gobernado por los jueces. Los mismos textos
indican en qué consiste este cambio: Israel quiere ser «como las demás
naciones»; se trata de la adopción de un tipo extranjero de gobierno,
la monarquía cananea.
Esta diferencia entre rey y juez queda bien ilustrada en la historia
de Gedeón-Yerubaal y Abimelec. La crítica literaria y la crítica de las
tradiciones resultan extremadamente difíciles en los caps. 6-9 de Jue 72 .
Gedeón es llamado también Yerubaal, y 6,25-32, la historia de la des-
trucción del altar de Baal, explica por qué se le dio ese sobrenombre.
Algunos autores 73 estiman que esta dualidad de nombres significa que
había dos tradiciones distintas que se fundieron, desde luego en época
antigua. Pero no están de acuerdo en cuanto a lo que ha de atribuirse
69
W . Schmidt, Konigtum Gottes.,., 30-34.
'0 Así, M. Dahood, Psalms I et II (Anchor Bible) in loco. Sin embargo, H.-J. Kraus
(BKAT), «juzgar».
71 Cf. A. González, Le Psaume LXXXII: V T 13 (1963) 292-309; M. Dahood,
Psalms II (1968) 271.
72
W . Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zum Richterbuch (BBB 18;
1963) 112-318; W . Beyerlin, Geschichte und heilsgeschichtliche Traditionsbildung im
Alten Testament (Richter VI-VIII): V T 13 (1963) 1-25; B. Lindars, Gideon and
Kingship: JTS 16(1965) 315-26; H. Haag, Gideon-Jerubbaal-Abimelek: Z A W 79 (1967)
305-14; H. Schmid, Die Herrschajt Abimelechs (Jdc g): «Judaica» 26 (1970) 1-11.
[N. B. En el texto, al margen de este párrafo, el P. de Vaux había anotado: «Revisar
•distinguiendo entre Gedeón, héroe-juez menor, "juez de Israel", y Yerubaal»; cf., en
•efecto, pp. 302ss, injraj.
73 M. Noth, Geschichte, 141, n. 1; E. Kutsch, R G G II, col. 1570; Richter, Lindars,
Haag, Schmid, citados en la nota anterior.
Intento de solución 277

a Gedeón y a Yerubaal. Según Haag, Gedeón era un hombre de Ma-


nases, miembro del clan de Abiezer, héroe de la lucha contra los ma-
dianitas. La historia de su victoria fue relacionada con la leyenda del
santuario de Ofrá, pero esta conexión no es primitiva. La historia de
Gedeón se combinó con la de Yerubaal-Abimelec, que pertenece al
ciclo de Siquén. De este modo, Gedeón se convirtió en el padre de
Abimelec. Según M. Noth, Kutsch y Schmid, Gedeón y Yerubaal
fueron asimilados por ser ambos oriundos de Ofrá. Esta hipótesis es
verosímil, pero me parece que actualmente ya no es posible dividir el
texto entre las dos tradiciones. Lo que ahora nos interesa es el hecho
de que Gedeón-Yerubaal rechaza la corona que le ofrecen (Jue 8,
22-23), pero que su hijo Abimelec solicita y obtiene de los siquemitas
ser nombrado rey.
Según Jue 8,22-23 74, después de la victoria sobre los madianitas,
los «hombres de Israel» piden a Gedeón que «sea su dueño (mdsal),
él, su hijo y su nieto». Gedeón les responde que Yahvé será su dueño
(mdsal). Compárese este episodio con 1 Sm 8,7, en que Yahvé dice a
Samuel: «Es a mí a quien han rechazado, al no querer que yo reine
(mlk) sobre ellos», y 12,12: «Yahvé vuestro Dios, él es vuestro rey
(mélék)». El pasaje de Jue 8,22-23 podría reflejar, por consiguiente, la
teología deuteronomista, más aún si se tiene en cuenta que Gedeón
ejerce de hecho el poder: dispone del botín tomado a los madianitas
(8,24-27), y, después de su muerte, Abimelec dirá a los notables de Si-
quén (9,2): «¿Qué es mejor para vosotros? ¿Tener por dueños (mdsal)
a setenta personas, todos los hijos de Yerubaal, o tener uno solo?» Se
puede, sin embargo, seguir considerando antiguo 8,22-23, entendién-
dolo no como una negativa, sino como una aceptación disimulada, con
reservas (aquí, el mantenimiento del derecho de Dios) 75 .
Por mi parte considero histórico que Israel, es decir, el grupo de
las tribus: Manases, Efraín, Aser y Zabulón (cf. 6,35; 7,23-24) ofreció
la autoridad a Gedeón-Yerubaal después de la victoria lograda por éste
contra los madianitas, del mismo modo que Jefté fue hecho juez des-
pués de obtener una victoria; Gedeón aceptó la autoridad y la ejerció
hasta su muerte. No se pronuncia la palabra «rey». Pero aquella auto-
ridad que debía pasar a los hijos y nietos de Gedeón (8,22) no era otra
cosa que la monarquía dinástica de los pequeños reinos cananeos; esto
es precisamente lo que rechaza Gedeón.
Además de Israel, entendido como hemos dicho, Gedeón ejerce su
autoridad sobre Siquén, que es una ciudad cananea. Se repite ahora
una situación que se dio ya en la época de Amarna 76, cuando Siquén
estaba sometida a Labaya y a sus hijos.
74
Además de Lindars, loe. cit., cf. G. H. Davies, V T 13 (1963) 151-57.
75
Asi, G. H. Davies, J. Gray, Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible;
1967) 227.
76
Cf. H. Reviv, The Governmenl o[ Sliechem in the El-Amarna Period and in the
Days of Abimclech: II'J 16 (1966) 252-57.
278 Los Jueces de Israel

Abimelec era un medio cananeo-siquemita; era hijo de una concu-


bina siquemita de Gedeón. Al morir éste, se hizo proclamar «rey» por
los habitantes de Siquén (9,6); se mantendría en su puesto durante
tres años, y finalmente caería a causa de una sublevación de sus subdi-
tos cananeos. No sabemos sobre qué territorio se extendía su jurisdic-
ción. No se trata de un episodio sin importancia. Israel aún no estaba
maduro para la monarquía.
La historia de Gedeón-Yerubaal finaliza así (8,30-32): «Gedeón tuvo
setenta hijos, nacidos de él, pues tenía muchas mujeres. Su concubina
que residía en Siquén también le dio un hijo, al que puso por nombre
Abimelec. Gedeón, hijo de Joás, murió en buena vejez, y lo enterraron
en la sepultura de su padre Joás, en Ofrá de Abiezer». Esto nos recuer-
da las fórmulas usadas para los jueces menores 77 y también las cifras
redondas de una numerosa posteridad. Aunque el término no aparece
en los relatos que a él se refieren, Gedeón-Yerubaal puede contarse
como uno de los jueces de Israel 78 ; por otra parte, nosotros podemos
asociarlo a un grupo de tribus, las que entonces representaban a Israel.
En la época de los jueces hubo un órgano de gobierno, el «juez». La
lista de los jueces menores no está completa. Por el contrario, no todos
los jueces «mayores» fueron realmente jueces (ejemplos típicos, Otoniel
o Sansón). Si atendemos a la lista de los jueces menores, con la fórmula
«después de él, juzgó...», el oficio se habría ejercido de una manera
continua. En el caso de los jueces mayores, en cambio, las respectivas
judicaturas estuvieron separadas por otros tantos vacíos, que corres-
ponden a los períodos de opresión. Es posible que la seriación ininte-
rrumpida sea obra de un redactor, o que la fórmula «después de él» (en
vez de «en lugar de» en las presentaciones de los reyes) pueda explicarse
como una sucesión con los correspondientes vacíos. Las tribus llevaban
una vida independiente: «No había rey en Israel; cada cual hacía lo que
quería» Que 17,6; 18,1; 19,1; 21,25). En casos de peligro común se for-
maban agrupaciones que tomaban un jefe, un «juez». Cuando pasaba el
peligro, cada cual recuperaba su autonomía. Esta situación puede com-
pararse con lo que Kupper dice a propósito de los benjaminitas de Mari:
«Los benjaminitas forman una confederación de tribus, cada una de
ellas alineada detrás de su propio jeque. Es lógico que en tiempos de
guerra algunos jefes se impongan por su ascendiente personal o por la
importancia numérica de los contingentes de guerreros que les siguen...
Cuando las circunstancias ya no lo exigen, las tribus marchan cada cual
por su lado y los jefes recuperan la plenitud de su poder» 79 .
77
Lindars, loe, cit., 324.
78
Así, de Geus, N T T 20 (1965-66) 94.
79
J.-R. Kupper, Les nómades en Mésopotamie au temps des rois de Mari (París
1957) 59.
CAPÍTULO V

LA VIDA DE LAS TRIBUS

El libro de los Jueces no nos permite escribir la historia de este pe-


ríodo. En él se cuenta una serie de episodios que sólo interesan a un
clan o a una tribu o a un grupo de tribus. Nada nos asegura que estos
episodios hayan ocurrido en el mismo orden en que los presenta el
libro; con seguridad no constituyen más que una parte de la historia
de las tribus. Sin embargo, estos relatos nos permiten hacernos una
idea de cómo era la vida de las tribus en aquella época. Por una parte,
se mantienen las condiciones del período del asentamiento; se dan
nuevos desplazamientos de algunos grupos y prosigue la adquisición
de nuevos territorios; las relaciones con los cananeos mantienen su do-
ble aspecto de convivencia pacífica o de conflicto armado. Pero el asen-
tamiento hace que se planteen nuevos problemas, pues es preciso de-
fender los territorios adquiridos contra los ataques de los pueblos ve-
cinos, mientras que varias tribus se enzarzan en una lucha por la he-
gemonía.

I. DESPLAZAMIENTOS DE LAS TRIBUS O LOS CLANES

I. Dan
Las tribus encontraron poco a poco el lugar que les convenía para
asentarse definitivamente, y ello dio lugar a ciertos desplazamientos
durante el período de los Jueces. No estamos informados con algún
detalle más que sobre la migración de los danitas, y ello en un apén-
dice del libro de los Jueces (17-18) 1. Se trata de una antigua tradición
que había sido ignorada o descartada por el autor deuteronomista del
libro de los Jueces, no sólo porque presentaba dificultades desde el
punto de vista de su teología, sino porque tampoco encajaba en su
plan, ya que no era realmente la historia de un juez libertador. Se in-
trodujo en la redacción posexílica del libro. En ella ha distinguido
1
Aparte de los comentarios, cf. los estudios recientes: Ch. Hauret, Aux origines du
sacerdoce danite. A propos de Jud., 1, 30-31, en Mélanges Bibliques... A. Robert (París
1957) 105-13; E. Táubler, Biblische Studien. Die Epoche der Richter (Tubinga 1958)
43-99; M. Noth, The Background ojjudges 17-18, en Israel's Prophetic Heritage. Essays
in Honor of J. Muilenburg (Nueva York 1962) 68-85; Y- Yadin, «And Dan, why did he
remain in ships?»: «The Australian Journal of Biblical Archaeology» 11 (1968) 9-23;
A. Malamat, The Danite Migration and the Pan-Israelite Exodus-Conquest: A Biblical
Narrative Pattern: Bib 51 (1970) i -16.
280 La vida de las tribus

frecuentemente la crítica literaria dos fuentes distintas, pero puede


aceptarse la unidad literaria del relato, salvo en lo relativo a algunas
adiciones. Según A. Malamat, el relato se amolda, en el caso particular
de Dan, al esquema de los relatos de la conquista panisraelita, que co-
mienzan con el envío de los exploradores (Nm 13-14); pero este análi-
sis estructural en nada prejuzga la interpretación histórica del relato.
Se trata de una tradición danita. Concretando más, según M. Noth,
es una tradición de los sacerdotes del santuario real establecido por
Jeroboán I, en que se intenta ridiculizar el viejo santuario tribal, con
su sacerdote y su ídolo de origen sospechoso. El relato es muy impor-
tante para estudiar el desarrollo del levitismo y la situación religiosa
en la época de los jueces. Lo que por ahora nos interesa es el hecho de
que, a propósito de la fundación de este santuario, se nos narra la mi-
gración de los danitas (Jue 18).
No se les había adjudicado ningún territorio. Desde Sorá y Estaol
envían los danitas cinco hombres en busca de un lugar en que estable-
cerse. Los exploradores llegan hasta las fuentes del Jordán en Lais; el
país les parece fértil, y sus habitantes viven aislados y sin defensas.
Al recibir estos informes, seiscientos hombres del clan danita parten
de Sorá y Estaol con sus familias y sus ganados. Al atravesar Efraín
robaron el ídolo, el efod y los terafim del santuario doméstico de Mica,
llevándose consigo también al sacerdote. Una vez llegados a Lais, ma-
tan a sus habitantes y entregan la ciudad a las llamas. Luego la recons-
truyen, le imponen su nombre de Dan e instalan en ella el ídolo con
su sacerdote. El recuerdo de esta migración se conserva en el nombre
geográfico Mahané Dan, «el Campo de Dan», primer campamento de
los emigrantes al oeste de Quiriat Yearín, según Jue 18,12, situado
entre Sorá y Estaol en la historia de Sansón (Jue 13,25), lo que vendría
a ser lo mismo.
Es preciso cotejar otros textos con este relato. Según Jue 1,34, los
amorreos rechazaron a los danitas y los obligaron a refugiarse en las
montañas, sin permitirles descender a la llanura. Según Jos 19,47, los
danitas no pudieron apoderarse del territorio que les correspondía, por
lo que subieron a atacar a Lésem, de la que se apoderaron; allí se esta-
blecieron, dando a la ciudad el nuevo nombre de Dan, en memoria de
su antepasado. El nombre de Lésem no aparece en ningún otro pasaje,
y es una falsa grafía por Lais; éste es conocido en los textos egipcios de
execración, en los textos de Mari y en una lista geográfica de Tutmés III.
A pesar de todo esto, Jos 19,40-46 da una lista de diecisiete ciudades
que habrían sido adjudicadas a Dan con el reparto de la tierra. Pero en
esta lista se incluyen ciudades como Ayalón y Saalbín, que según Jue 1,35
permanecieron en poder de los amorreos, o ciudades como Timná,
Ecrón y Gabatón, que eran de los filisteos, al mismo tiempo que se
nombran territorios de la región de Jafa. En realidad representa la ex-
tensión que abarcaban los dominios israelitas en tiempos de David 2
2
Y. Aharoni, The Land of ihe Bible (Londres 1967) 266.
Desplazamientos de las tribus 281

o Salomón 3. Nada sabemos de la amplitud de los dominios danitas en


torno a la ciudad de Lais.
¿Emigró toda la tribu de Dan o sólo una parte de la misma? Se
trata en realidad de una tribu muy poco numerosa. A Dan se atribuye
la categoría de sébét, «tribu», en la introducción del relato (Jue 18,1),
pero sólo la de mispáháh, «clan», en el cuerpo mismo de éste (w. 2 y 11),
para darle de nuevo los nombres de sébét y mispáháh en el v. 19. La
historia de Sansón sólo habla del clan, mispáháh, de Dan (Jue 13,2).
En el cuadro genealógico de la familia de Jacob (Gn 46,23), Dan sólo
tiene un hijo, Husín. En el censo de Nm 26,42, los danitas forman un
solo clan, el de Suján (Suján y Husín son el mismo nombre, transmitido
de manera diferente). Es cierto que en este censo se atribuyen 64.400
hombres a Dan, y que en el de Nm 1,39 la cifra es de 62.700, mientras
que en el catálogo de los combatientes que proclamaron rey a David
en Hebrón (1 Cr 12,36) aparecen 28.600 danitas. Para explicar las ci-
fras fantásticas de estas listas se ha propuesto la hipótesis 4 de que re-
presentarían no «millares», sino unidades militares más reducidas: 64 uni-
dades con un total de 400 hombres, o 62 unidades con un total de 700,
o 28 unidades con un total de 600, en el texto de 1 Cr 12,36. Precisa-
mente, Jue 18,11.16.17 dice que la tropa de los emigrantes estaba inte-
grada por 600 hombres armados. Por otra parte, en estos censos apa-
rece Dan como una tribu numerosa y fuerte, cosa que no es cierta, ni
en nuestro relato ni en la historia. Nada se puede deducir, por consi-
guiente, de este cotejo de cifras 5; sin embargo, todo el capítulo da la
impresión de que se trata de una emigración masiva; habría partido la
totalidad de los danitas.
Pero hay ciertas dificultades. De haber emigrado toda la tribu, la
historia del héroe danita Sansón, que se desarrolla enteramente en esta
región de Sorá y Estaol (Jue 13,2), en Mahané Dan, entre Sorá y Estaol
(Jue 13,25), sería anterior a la migración 6 . Pero los enemigos son ahora
los filisteos, de los que nada se dice en Jue 18, mientras que el texto de
Jue 1,34 sólo habla de los amorreos 7 . Por otra parte, hubo de pasar
algún tiempo antes de que los filisteos extendieran su influencia por la
Sefelá; por el contrario, el relato de Jue 18 y la nota de Jos 1,34 dan la
3 B. Mazar, The Cities and the Territory ofDan: IEJ 10 (1960) 65-77; según Z. Kal-
lai, The Town Lists of Judah, Simeón, Benjamín and Dan: V T 8 (1958) 134-60, espe-
cialmente 144-48; id., The Northern Boundaries of Judah (Jerusalén 1960) 27-28, esta
lista corresponde al segundo distrito de Salomón.
4
G. E. Mendenhall, The Census Lists of Numbers 1 and 2 6 : JBL 77 (1958) 52-66.
5
Se trata también de una cifra que representa una gran unidad militar; cf. refe-
rencias en A. Malamat, Bib 51 (1970) 9, n. 3; y además G. E. Mendenhall, JBL 77
(1958) 62.
6
Asi opinan, entre otros, A. T. Olmstead, History of Palestine and Syria (Nueva
York-Londres 1931) 272SS; T. H. Robinson, A History of Israel I (Oxford 1932) 156;
M. Noth, Geschichte, 150; O. Eissfeldt, The Hehrew Kingdom: C A H II, xxxiv (1965) 23.
7
A menos que «amorreos» se tome en el sentido de una designación genérica de
los antiguos habitantes, en que se incluirían los filisteos, que habían sometido a los
primeros; así, M. Noth, Geschichte, 67, n. 1.
282 La vida de las tribus

impresión de que todo ocurre inmediatamente después del asentamien-


to en Canaán. Además, los relatos sobre Sansón, tan ricos en alusiones
a una topografía local, sólo pudieron conservarse y transmitirse en un
ambiente danita y sobre el terreno en que sucedieron. Es, por consi-
guiente, más verosímil que la migración no fuera completa; en esta re-
gión habrían permanecido algunas familias danitas que se asimilarían
a otras tribus, a Judá (Sorá y Estaol se cuentan entre las ciudades de
Judá en Jos 15,33) ° a Benjamín (el nombre de Husín aparece entre los
descendientes de Benjamín en 1 Cr 8,8.11, pero como nombre de mujer).
Es difícil señalar la fecha de esta migración 8 . Es posterior a la bata-
lla de las aguas de Merón y a la toma de Jasor (Jos 11), pues la pequeña
tribu de Dan no hubiera podido apoderarse de Lais si el rey cananeo
de Jasor dominara aún la región. Dan se hallaba ciertamente instalado
en el norte cuando se compuso el refrán de Dt 33,22: «Dan es un leon-
cillo que se lanza desde Basan», no sólo a causa de la mención de Ba-
san, sino por el hecho de que Lais significa «león»; quizá pudiera inter-
pretarse en el mismo sentido el refrán de Gn 49,17: «Dan es una ser-
piente en el camino» 9 . Más difícil resulta determinar si la migración
tuvo lugar antes o después de la victoria de Débora-Barac sobre Sisara.
Las opiniones están muy divididas, y depende de la interpretación que
se dé a Jue 5,17: «Y Dan, ¿por qué se queda en los barcos?» Dan apa-
rece entre las cuatro tribus que no respondieron a la llamada, después
de Rubén y Galaad (Gad) en TransJordania y delante de Aser. La pro-
ximidad de Aser indicaría que Dan ya se había instalado en el norte.
En cuanto a la alusión a los barcos, no es posible explicarla, como
muchas veces se ha intentado, hablando de una navegación en el lago
Hule 10 . Pero los danitas podían alquilar sus servicios a los cananeos
de la costa, como ya hacía Aser; se nos dice que los habitantes de Lais,
a los que sustituyeron los danitas, vivían a la manera de los sidonios
(Jue 18,7). Tal es la opinión que expresan los comentarios recientes
de A. Vincent, BJ, Hertzberg, A T D , y los trabajos de E. Táubler 11,
S. Mowinckel 12, J. Bright " y O. Eissfeldt 14 .
Pero no está probado que el Cántico de Débora siga un orden geo-
gráfico—o la existencia de tal orden geográfico—en la enumeración
de las tribus; por otra parte, si el texto de Jue 18,7 habla de los sido-
nios, es para decir, al contrario, que las gentes de Lais vivían alejadas
de los sidonios, si bien compartían sus costumbres. La relación con
8
H. H. Rowley, From Joseph to Joshua (Londres 1950) 81-86; H.-J. Zobel, Stam-
messpruch und Geschichte (BZAW 95; 1965) 88-96.
9
Sin embargo, Zobel, loe. cit., coloca Gn 49,17 (pero no el v. 16) antes de la mi-
gración danita.
10
J. Garstang, Joshua Judges (Londres 1931) 305.
11
E. Táubler, loe. cit. (cf. nota í) 89-92.
12
S. Mowinckel, Von Ugarit nach Qumran. Homenaje a O. Eissfeldt (BZAW 77;
1958) 137.
13
J. Bright, History, 80.
i" O. Eissfeldt, C A H II xxxiv (1965) 23.
Desplazamientos de las tribus 283

los barcos puede explicarse igualmente bien—o igualmente mal—su-


poniendo a los danitas asentados en el sur o en el norte 15, pues Sorá
y Estaol no distan de la costa mediterránea más que Lais-Dan. Los
•danitas podían alquilar sus servicios a los armadores de la costa de la
región en torno a Jafa. En una carta de Amarna, cuyo remitente no
puede ser desgraciadamente identificado 16, se habla de gentes del in-
terior que son enviados a Jafa para servir al faraón, probablemente en
las tareas de carga y descarga de los barcos. La causa de la partida
pudo ser muy bien la presión de los amorreos, como se dice en Jue 1,34,
pero éstos, a su vez, habrían sido empujados por los filisteos. La mi-
gración se situaría en la década que siguió a la victoria de Barac 17.
El texto resulta difícil de explicar en ambos casos, y se ha tratado
•de corregirlo. En lugar de '°niyyót, «barcos», Budde prefiere leer ne'otaw,
«sus pastos»; Rowley propone, sin mucha convicción, gé'áyót, «valles» 18.
La mejor sugerencia ha sido hecha por J. Gray 19 , que recurre al uga-
rítico gr 'an 'artn, y traduce «permanecía tranquilo en la ciudad», por
cotejo con el árabe 'ana, «estar a gusto, estar tranquilo». Suprime, con
otros autores, el «por qué», que rompe la prosodia, y entiende la frase
en el sentido de «Dan permanece tranquilo», tomando '0niyyót, que
quizá haya que vocalizar de otro modo, como un acusativo adverbial.
De esta manera se obtiene una sentencia paralela a lo que se dice antes
de Galaad y, a continuación, de Aser.
En favor de una fecha alta para la migración se ha invocado 2 0
Jue 18,30, pasaje en que se dice que el primer sacerdote del santuario
de Dan habría sido un tal Jonatán, hijo de Guersón, hijo de Manases;
en este último nombre, el nún aparece escrito sobre la línea, «suspen-
so». Se trata de una piadosa corrección de «Moisés», que con certeza
era el texto original; se ha querido disociar el recuerdo de Moisés de
este santuario heterodoxo. Se trata, por consiguiente, de un nieto de
Moisés. Ciertos autores estiman que esta noticia es antigua y con va-
lor histórico 21 . Pero aun admitiendo que así sea, la genealogía puede
estar incompleta; en efecto, Moisés tuvo un hijo, Guersón, pero de
éste sólo se sabe que tuviera un hijo, Sebuel, no Jonatán (1 Cr 23,15;
cf. 26,24). Pero sobre todo el análisis literario nos demuestra que el
15 Así, H. H. Rowley y H.-J. Zobel (cf. nota 8).
16
EA 294, 18-20. Se atribuye a un príncipe de Guézer; sin embargo, cf. E. F. Camp-
bell, The Chronology of the Amarna Letters (Baltimore 1964) 101, n. 73, y 126. A. Alt
ya había relacionado esta carta con Jue 5,17; cf. PJb 20 (1924) 35 = Kleine Schriften
III, 169, n. 6.
17 Así, H. H. Rowley y H.-J. Zobel (cf. nota 8) y Y. Yadin, cuya hipótesis vamos
a exponer.
18 H. H. Rowley, loe. cit. (cf. nota 8) 83.
1 9 J. Gray, Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible; 1967) 288.
20
Así, Burney en su comentario (1918) 415-16.
2
i A. Cody, A Ilislory of Oíd Testament Priesthood (Roma 1969) 51, n. 50, con re-
ferencias a la bibliografía anterior.
284 La vida de las tribus

v. 30b es una adición 22 . Este Jonatán es evidentemente el mismo levi-


ta de quien la historia ha hablado mucho, pero anónimamente, aunque
no es normal que su nombre se cite tan sólo al final del relato; se ha
intentado en vano leer Guersón en Jue 17,7. Lo que ya queda más
dentro de lo posible es que Guersón o Guersón ben Jonatán haya sido
un nombre conocido entre los sacerdotes de Dan. Para exonerar a este
sacerdocio de su origen dudoso se ha pretendido relacionarlo con Moi-
sés. Pero esto pareció más tarde injurioso a los copistas, que sustitu-
yeron el nombre de Moisés por el del rey impío Manases. De todas
formas, este texto no sirve para nada a la hora de fechar la migración
de Dan.
Las recientes excavaciones realizadas en Dan tampoco nos permi-
ten por el momento llegar a una conclusión 23 . La última ciudad del
Bronce reciente, estrato VII, fue destruida por el fuego. El siguiente
nivel, estrato VI, contiene una cerámica cuyas formas del Bronce re-
ciente se mezclan con las del comienzo de la edad del Hierro. Este
nivel enlaza sin interrupción con el siguiente, estrato V, del que, sin
embargo, le separan algunos indicios de fuego. El estrato V se inte-
rrumpe con un incendio. Es difícil fijar la fecha exacta de estos niveles
y determinar cuál de ellos corresponde a la llegada de los danitas. Se-
gún su excavador, el nivel VI representaría la última ciudad cananea
de Lais, destruida por los danitas, que reconstruirían inmediatamente
la ciudad del nivel V. La migración se situaría a finales del siglo x n
o comienzos del xi, y en todo caso después de la victoria de Barac.
Una hipótesis de Y. Yadin 2 4 ha venido a plantear en términos
completamente nuevos el problema de la migración de los danitas. El
refrán de Gn 49,16 dice que «Dan juzga a su pueblo como las otras
tribus de Israel», lo que significaría que no siempre se reconoció a Dan
como una tribu de Israel. De hecho, Jue 18,1 nos informa de que Dan
no había recibido territorio alguno entre las tribus de Israel. En el
sistema genealógico, como ya hemos indicado, no hay una descenden-
cia de Dan; sólo se cita un hijo (o clan). La noticia de que Dan per-
manece en sus barcos (Jue 5,17) no se explica suficientemente supo-
niendo que Dan se haya establecido en el sur o en el norte; ha de re-
ferirse a una época en que los danitas se encontraban efectivamente
a la orilla del mar y desarrollaban una actividad marinera. Las histo-
rias de Sansón muestran que entre danitas y filisteos había relaciones
estrechas. Sansón aparece muy dado a plantear enigmas y en su figura
se han reconocido ciertos rasgos propios de los héroes solares griegos.
Por otra parte, además de los filisteos, instalados en la costa al sur
de Jafa, según la Biblia, y los tjekker y zakkala, establecidos en Dor,
22
E. Táubler, loe. cit. (cf. nota i) 55-58; M. Noth, loe. cit. (cf. nota 1) 70, n. 6,
83-84; A. H. J. Gunneweg, Leviten und Priester (Gotinga 1965) 20-23.
23
A. Biran, Chronique Archéologique: RB 75 (1968) 380-81; 77 (1969) 403; «Bible
et Terre Sainte» 125 (1970) 11.
24
Y. Yadin, «The Australian Journal of Biblical Archaeology» 11 (1968) 9-23.
Desplazamientos de las tribus 285

según el relato de Wenamón, los documentos egipcios hablan de otro


pueblo del mar, los denen, o danuna, que son representados con una
indumentaria muy parecida a la que llevan los filisteos o los zakkala.
Estos danuna son idénticos a los danaoi de los griegos, que tienen
como epónimo a Danao, y por héroes a Perseo y Mopso. Según las
fuentes griegas, Danao llegó de Oriente para fundar Argos en Grecia.
Perseo, fundador de Tirinto (o de Micenas, según otra tradición) apa-
rece relacionado en la leyenda con Jafa; en efecto, en las inmediaciones
de esta ciudad es donde el héroe libera a Andrómeda del monstruo
marino. Mopso viajó por Asia Menor, Fenicia y Palestina; arrebató
Ascalón del poder de Atenea, y sus gentes se establecieron en las cos-
tas de Cilicia, Siria y Fenicia, según Estrabón. Se hizo famoso por los
enigmas que proponía (cf. Sansón).
Comparando estas dos series de testimonios, Yadin expone la hi-
pótesis de que los daneanos se establecieron en la costa, entre los filis-
teos y los zakkala. A ellos se debería la fundación de Tell Qasilé, cer-
ca de Jafa, cuyo nivel más antiguo, el XII, ya posee cerámica filistea.
Después de la destrucción de este nivel, ocurrida hacia 1100 a.G, el
nivel siguiente contiene todavía cerámica filistea. Los daneanos habrían
sido expulsados por otro pueblo del mar, los sardanos. Los danitas
son estos daneanos que emigraron hacia el norte aproximadamente en
el año 1100, se convirtieron en yahvistas, por lo que se apropiaron
el ajuar del santuario de Mica y de su padre, y, finalmente, fueron
agregados a la liga de las tribus de Israel. De este modo se explica
que Dan, sin herencia entre las tribus, ahora juzga como una de las
tribus de Israel.
La hipótesis es muy ingeniosa y sugestiva 25 , pero dudo en acep-
tarla, pues recurre excesivamente a datos inciertos y concuerda mala-
mente con el conjunto de los textos bíblicos. Ni en la historia de San-
són ni en la de la migración se alude para nada a un origen no israelita
de Dan (cosa que, en cambio, se hace en el caso de los calebitas, por
ejemplo, que se integran inmediatamente en Israel). Las historias de
Sansón atestiguan que entre los danitas y los filisteos había estrechos
contactos, pero destacan más aún las diferencias y la oposición. En la
historia de la migración no intervienen para nada los filisteos, mientras
que en Jue 1,34 se afirma que fueron los amorreos los que empujaron
a los danitas hacia las montañas. El robo del ajuar cúltico del santua-
rio de Mica y el rapto de su padre difícilmente podrían interpretarse
en el sentido de una conversión al yahvismo. El pasaje del Cántico
de Débora (Jue 5,17), «Y Dan, ¿por qué permanece en sus barcos?»,
que es uno de los principales argumentos de Yadin, se vuelve más
bien en contra de este autor, pues señala a Dan como una de las tribus
que no han respondido a la llamada, una tribu, en consecuencia, que

25
C. H. Gordon, Congreso Volumc. Bonn (SVT 9; 1963) 21-22, comparte, aunque
iio iKl todo, la opinión de Yadin.
286 La vida de las tribus

de un modo más o menos efectivo formaba ya parte de la liga de las


tribus. Pero esto no podría aplicarse a los daneanos, pueblo del mar,
que vivirían aún en la costa y no se habrían integrado en Israel, antes
de la migración que Yadin sitúa hacia el año n o o , después del Cán-
tico de Débora.
Nos queda el refrán de Gn 49,16: «Dan juzga a su pueblo como
una de las tribus de Israel». Se trata de un juego de palabras sobre el
nombre de esta tribu: dan yadin, como tantos otros que aparecen, cla-
ros o implícitos, en este testamento de Jacob 26 , lo que bastaría para
explicarnos este texto. Acepto, sin embargo, que ahí se quiso decir
algo más, y que se indica un cambio en la situación de Dan, concreta-
mente, que ya se ha igualado con las demás tribus. Pero este hecho
puede explicarse de modo distinto de como lo hace Yadin. Según Zo-
bel 2 7 , Dan había permanecido sometido a dueños extranjeros, pero
ahora se ha liberado y se ha convertido en una tribu independiente.
Renuncio, sin embargo, a utilizar Jue 5,17, cuyo sentido, y aun el
mismo texto, como veíamos, resultan inciertos. Propongo otra solu-
ción: Dan era únicamente un clan, una miSpáháh 28; después de su
migración y la conquista de Lais, Dan fue reconocido como una tribu
autónoma. Dan habría sido al principio un clan de Benjamín (cf. 1 Cr
8,8 y 11 ?) que fue detenido por los cananeos en su avance hacia el oeste,
lo que le obligó a buscar otro lugar en que instalarse. Esto explicaría
que no le fuera adjudicado ningún territorio, y que fuera considerado
hijo de Bilha, la sierva de Raquel, madre de Benjamín; en efecto, los
grupos que habían emigrado eran incluidos entre los descendientes
de las esposas de segundo rango. Así, Ismael, hijo de la sierva Hagar
(Gn 21,8-20), los hijos de las concubinas de Abrahán (Gn 25,6) y la
distribución geográfica de los hijos que tuvo Najor de su esposa y de
su concubina (Gn 22,20-24) 29. Aparte de la situación de Dan al ex-
tremo norte del país, que sirvió para designar los límites de la tierra
de Israel, «de Dan hasta Berseba», y de la elección que de su ciudad
hizo Jeroboán I para instalar en ella su segundo becerro de oro (1 Re 12,
28), Dan y los danitas no desempeñan ningún papel en la historia. La
migración danita fue un acontecimiento menor.
Mayor importancia tuvo el desplazamiento de una parte de la tri-
bu de Manases a TransJordania.
26
A. H. J. Gunneweg, Über den Sitz im Leben der sog. Stammessprüche: Z A W 76
(1964) 245-55, especialmente 248-50.
27 H.-J. Zobel, loe. cit. (cf. nota 8) 96.
28
Cf. supra, p. 281.
29
Según A. Malamat, Aspects of Tribal Societies tn Mari and Israel, en XV" Ren-
contre Assyriologique Internationale, 1966 (Lieja 1967) 129-38, especialmente 129-30..
2. Manases oriental 3 0
En la época de los Jueces* tuvo lugar otra migración, pero hemos
de recurrir, para informarnos, a ciertos textos que se refieren al asen-
tamiento bajo Josué.
Según Nm 32,33, media tribu de Manases recibió su porción de
territorio en TransJordania al mismo tiempo que Rubén y Gad. Esta
media tribu de Manases habría participado, al igual que Rubén y Gad,
en la conquista de Canaán (Jos 1,12; 4,12), para retornar en seguida
a TransJordania (Jos 22,1.9). Según Jos 13,30 y Dt 3,13, su territorio
abarcaba todo Galaad al norte del Yaboc y todo Basan.
Sin embargo, en Nm 32,39-42 se dice que fue Maquir, hijo de
Manases, quien conquistó Galaad, otro hijo de Manases, Yair, toma
los hawwót, «aduares», y les da su propio nombre; un cierto Nobá se
apodera de la ciudad de Quenat y también le da su nombre. Según
Dt 3,14-15, Yair, hijo de Manases, se apoderó de los aduares que lle-
van su nombre, mientras que Maquir es dueño de Galaad (cf. también
Jos 13,31; I7.i)-
El asentamiento de una parte de la tribu de Manases en el norte
de TransJordania se atribuye, por tanto, a dos «hijos» de Manases,
Maquir y Yair. Paso por alto a Nobá, que sólo se menciona en Nm 32,
42, y al que únicamente adjudica la conquista de una ciudad.
En las genealogías, Maquir es hijo de Manases y padre de Galaad
(Nm 26,29; 27,1; 1 Cr 2,21-23; etc.).
No se menciona a Manases en el Cántico de Débora, pero entre
las tribus que respondieron a la llamada figura Maquir entre Efraín-
Benjamín y Zabulón-Isacar-Neftalí. Si admitimos que esta enumera-
ción sigue el orden geográfico, resultaría que Maquir se halla asenta-
do al oeste del Jordán, entre Efraín y Zabulón. Esta región, al norte
y noroeste de Siquén, es la misma en que se inicia la historia de José
(Dotan; Gn 37); por otra parte, Maquir tiene vinculación especial con
José, pues, según Gn 50,23, sus hijos nacieron en Egipto, sobre los
rodillas de José, es decir, que fueron adoptados por su abuelo. Este
territorio corresponde al de Manases, pero de ahí no se puede sacar
la conclusión de que Maquir es simplemente otro nombre de Mana-
ses. Todo lo que se deduce es que, en la época de Débora, Maquir
es un grupo importante asentado al oeste del Jordán, y que Manases
aún no existe como unidad tribal.
Pero resulta que todos los demás textos en que se habla de Ma-
quir sitúan el territorio de éste en TransJordania (Nm 32,39-40;
Dt 3,15; Jos 13,31; 17,1). Todos estos textos son posteriores al Cán-
tico. Maquir, por consiguiente, emigró hacia el este después de la
30
A. Bergman, The Israelite Tribe of Half-Manasseh: JPOS 16 (1936) 224-54;
M. Noth, Beitráge zur Geschichte des Ostjordanlandes III: ZDPV 68 (1946-51) 1-50,,
especialmente 2-18; E. Táubler, Biblische Studien (1958) 176-203, 246-52; H.-J. Zobelj
Stammesspruch und Geschichte (1965) 112-26.
• Cf. supra, p. 200.
288 La vida de las tribus

época de Débora. Según Nm 32,39, ocupó Galaad al expulsar a los


amorreos que ocupaban aquel territorio, mientras que en Jos 17,1 se
subraya el carácter guerrero de Maquir. Ello es posible, pero la con-
quista en cuestión debió de resultar fácil; en efecto, las cartas de Amar-
na no mencionan más que una ciudad real al oeste del Jordán, Pehel =
Pella, situada, además, en el límite del valle; las restantes ciudades
cananeas se encuentran al norte del Yarmuc y no fueron sometidas
por los israelitas. Las más recientes investigaciones arqueológicas 31
han demostrado que son muy raras las localidades habitadas en el
Bronce Reciente; mucho más numerosas son las del Hierro I, pero no
podemos decir si existían ya cuando llegó allí la tribu de Maquir.
En Cisjordania, el nombre de Maquir fue reemplazado por el de
Manases, y este nombre se aplicó a los grupos emigrados de Trans-
jordania; se ha hablado de la otra mitad de la tribu de Manases. De
este modo, Maquir ha pasado a ser en las genealogías hijo de Mana-
ses; por otra parte, como se había asentado en Galaad, se convirtió
en padre de Galaad. Pero, ¿cuáles eran las relaciones originales de
Maquir con Manases, y cuál fue el motivo de la migración? Cabría
pensar que ambos grupos eran distintos, y que los maquiritas se vieron
obligados a emigrar bajo la presión de Manases, más fuerte, o para
librarse del dominio de éste 32 . Más verosímil es que Manases fuese
un clan de Maquir que había permanecido en Cisjordania, que llega-
ría a adquirir cierta preponderancia y daría su nombre a todo el con-
junto 33 . El motivo de la conquista habría sido la insuficiencia del te-
rritorio para una tribu en pleno desarrollo. En este momento, Mana-
ses adquiere toda su importancia. Ya hemos visto cómo, bajo Gedeón,
Manases se hallaba a la cabeza de un grupo de tribus del norte en el
que Efraín ocupa un puesto subordinado. Es el momento en que Ma-
nases predomina sobre Efraín, cuando las genealogías lo hacen pri-
mogénito de José (Gn 41,50-51; cf. Jos 17,1) y ambas tribus son cita-
das repetidas veces en el orden Manasés-Efraín (Jos 14,4; 16,4;
Nm 2Ó,28ss). Cuando Efraín pase a ocupar el primer puesto, el cam-
bio ocurrido se expresará mediante la escena de la bendición de Jacob,
en que éste da la preferencia a Efraín, el hermano menor (Gn 48).
La emigración de Maquir y el asentamiento de la media tribu en Ga-
laad datan de la época en que Manases iba adquiriendo su mayor im-
portancia, después de Débora y antes de Gedeón.
Se ha creído ver una alusión a un desplazamiento del oeste al este
en Jos 17,14-18. La casa de José, falta de espacio, pide a Josué un lote
suplementario. La historia se presenta en dos variantes: en w . 14-15,
Josué los envía a roturar los bosques de los fereceos y los refaimitas;
31
N . Glueck, Explorations in Eastern Palestine IV = AASOR 25-28 (1951);
S. Mittmann, Beitrdge zur Siedlungs- und Territorialgeschichte des nórdlichen Ostjor-
danlandes (Abhandlungen des deutschen Pal ástinavereins; Wiesbaden 1970).
32 Así, H.-J. Zobel, loe. cit., 114-15.
33
Así, M . Noth, Geschichte, 61-62, 71, n. 3.
Desplazamientos de las tribus 289

en la otra versión (vv. 16-18) Josué les entrega la montaña para roturar.
La interpretación es difícil. Según algunos autores 34, la segunda va-
riante, la más antigua, habla de una expansión al oeste del Jordán, en
la montaña de Efraín. La primera versión, más reciente, habla de una
expansión por TransJordania; en efecto, los refaimitas son los antiguos
habitantes de la TransJordania del norte (Dt 3,4), Og es el último de
los refaimitas (Dt 3,13) y su reino es el país de los refaimitas. Manases
recibe el país de los refaimitas. Sin embargo, otros rechazan que aquí
se aluda a la TransJordania, ya que los fereceos y los refaimitas se nom-
bran tanto al este como al oeste del Jordán. Por otra parte, en G 35
falta «el país de los fereceos y de los refaimitas». Finalmente, también
se ha propuesto aplicar las dos variantes a la TransJordania; en este
caso, la «montaña» sería la que domina el valle del Jordán al este 36 .
El asentamiento de Yair depende del de Maquir. Yair es hijo de
Manases según Nm 32,41; Dt 3,14; 1 Re 4,13, pero según 1 Cr 2,18-22
es hijo de Segub, hijo de Jesrón el judaíta y de la hija de Maquir. En
estas genealogías, Yair es un clan de Maquir-Manasés. Pero Yair es
también un nombre personal 37.
Según Nm 32,41, este Yair conquistó «sus hawwót», hwtyhm', que
puede corregirse y leer «las hawwót de Ham» (cf. Gn 14,5), 7 kilómetros
al sur de Irbid 38, y les dio su nombre. Hawwót significa «tiendas,
campamento, aduar». Según Dt 3,14, los «aduares de Yair» se identi-
fican con el hébél de Argob (cf. 1 Re 4,13). No está claro el significado
de hébél; puede ser «franja de territorio», «lote determinado a cordel»,
«confederación». Los aduares de Yair = Argob serían la región situa-
da entre el macizo de Adjlún y el Yarmuc. Se trata del territorio más
septentrional en que penetraron los israelitas, que no llegaron a atrave-
sar el Yarmuc, y esta ocupación debió de realizarse a partir del territo-
rio de Maquir, y ya muy avanzado el período de los Jueces.
Es difícil determinar qué relación hay entre Yair, clan o individuo,
y el juez menor Yair, oriundo de Galaad Que 10,3-5) 39- Son identifica-
dos por el texto que atribuye a este juez treinta hijos que cabalgaban
sobre treinta asnas y habitaban en treinta ciudades llamadas hawwót
ya'ir. Pero esta referencia a los aduares de Yair es ciertamente una adi-
ción. Generalmente se rechaza toda relación histórica entre ambos
3
* M. Noth, Josua (ATD2) 107.
35
H. W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD 4i9Ó9) 104; J. Gray,
Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible; 1967) 151.
36
S. Mittmann, loe. cit., 209-11.
37
Y. Aharoni, The Land of the Bible, 191-92, siguiendo a Mazar, relaciona el clan
de Yair con el grupo Yauri, localizado en las orillas del Eufrates durante el siglo x m
por los textos asirios, ARAB I, s 73. Estos no israelitas instalados en TransJordania
habrían sido asimilados por Manases oriental.
3
8 A. Bergman, Jl'OS 54 (1934) 176; D. Leibel, BIES 24 (i959-6o) 55.
39
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga
1950) 404-17 = Gesammelle Studien zum Alten Testament II (Munich 1969) 71-85,
especialmente 77-78.
19
290 La vida de las tribus

nombres. El juez menor habría sido inventado a partir del clan del mis-
mo nombre, o bien sería un personaje histórico que llevó el mismo
nombre que el epónimo del clan. Por el contrario, M. Noth, que hace
a Yair oriundo del primitivo Galaad, al sur del Yaboc, lo considera
anterior al establecimiento de los «aduares de Yair» en el norte. Por
mi parte, me pregunto si no se podrá aceptar que los dos nombres re-
presentan al mismo personaje. No hay prueba alguna de que Yair, el
juez, sea oriundo del primitivo Galaad situado al sur del Yaboc. Fue
enterrado en Camón Que 10,5), que probablemente era también su
lugar de nacimiento. Identificado por Abel 4 0 y por Aharoni con Qamm,
a 11 kilómetros al oeste-noroeste de Irbid, pero el lugar no estaba ocu-
pado a comienzos del Hierro. Se ha propuesto recientemente otro em-
plazamiento, Hanziré, a 8 kilómetros al este de Pella, que correspon-
dería asimismo al Camón que Polibio menciona en las inmediaciones
de Pella, donde han aparecido cerámicas del Hierro I y de la época
helenística 41 . Este emplazamiento se halla al norte del Yaboc. La ex-
pansión hacia el norte que se atribuye a Yair, el maquirita-manaseíta,
podría ser contemporánea de la judicatura de Yair, el galaadita de Ca-
món. Cabría, pues, pensar que hubo un solo Yair, y que éste fue pro-
movido a la judicatura después de la conquista de los aduares de Yair,
del mismo modo que Jefté fue proclamado juez de Israel después de
su victoria sobre los amonitas.

3. ¿Efraín y Benjamín en TransJordania?


En Jue 12,1-6, los efraimitas reprochan a Jefté no haberlos llamado
para combatir a su lado, y dicen a las gentes de Galaad que siguen a
Jefté (v. 4): «Vosotros no sois más que tránsfugas (pdlít) de Efraín,
vosotros, Galaad, en medio de Efraín, en medio de Manases». M. Noth 4 2
ve en estas palabras la prueba de una migración en que parte de Efraín
se habría trasladado a TransJordania, donde se habría instalado en el
Galaad primitivo, al sur del Yaboc. Este sería el Galaad mencionado
en el Cántico de Débora. Esta migración sería anterior a la de Maquir.
Pero esta frase falta en una parte de la tradición griega. Por lo demás,
pdlít no significa «tránsfuga», como sería preciso para confirmar esta
hipótesis, sino «rescatado». La frase, de hecho, no hace más que re-
petir una parte del v. 5, en que se leen las mismas palabras: «Cuando
decían los rescatados de Efraín...»; el doblete ha sido completado mal
que bien y ha dado de sí una lista ininteligible 43 .
Otro indicio de una colonización efraimita en TransJordania sería
la existencia de un «bosque de Efraín», lugar de la batalla en que fue
4
° F.-M. Abel, Géogr. II, 412.
41
S. Mittmann, loe. cit., 227-28 y p. 45, n. 104.
42
M. Noth, Geschichte, 61; S. Mittmann, loe. cit., 213SS.
43
Cf. W . Richter, Bib 47 (1966) 519; J. Gray, loe. cit. (cf. nota 35) 340.
Desplazamientos de las tribus 291

muerto Absalón (2 Sm 18,6) 44 . Se trataría del nombre dado al territo-


rio que los efraimitas habían ocupado al norte del Yaboc. Pero Efraín
es originariamente un nombre geográfico, y sólo secundariamente pasó
a ser nombre de la tribu que ocupaba la montaña de Efraín. Al igual
que ocurre con otros nombres geográficos, el de Efraín puede encon-
trarse en TransJordania sin que tenga relación alguna con la tribu de
Efraín 45.
También se ha hablado de una migración de elementos benjamini-
tas a TransJordania 46. Los vínculos, muy estrechos, que unen a Ben-
jamín y a Yabés de Galaad (Jue 21,6-14, legendario; 1 Sm 11,1-11;
31,11-13, histórico) se explicarían admitiendo que Yabés de Galaad es
una fundación de emigrantes benjaminitas. Pero para explicar la leyen-
da y la historia es suficiente que hayan existido relaciones de familia
entre los habitantes de Yabés y los de Benjamín. También se ha pro-
puesto explicar la hostilidad de las gentes de Sucot y Penuel contra
Gedeón (Jue 8,4ss) como muestra de la oposición entre unos colonos
benjaminitas y los miembros de alguna otra tribu israelita. La elección
de Mahanain como residencia del hijo y sucesor de Saúl el benjaminita
después del desastre de Gelboé (2 Sm 2,8) se explicaría, según algunos
autores, si Mahanain era una colonia de Benjamín 47. Pero estos argu-
mentos parecen poco convincentes.

4. ¿Una migración de Aser?


En 1 Cr 7,30-40 aparece una genealogía de Aser que resulta sor-
prendentemente desarrollada para una tribu que nunca tuvo mayor
importancia. Esta genealogía depende de Gn 46,17 (cf. Nm 26,44-47)
para las dos primeras generaciones, pero el resto es propio del Cronista.
Muchos de estos clanes de Aser se encontraban no en el territorio que
le había sido adjudicado en el norte de Palestina, sino en el de Efraín
y Benjamín 48 . Un nieto de Aser, Malquiel, es llamado padre de Bir-
zayit, realmente Birzeit, al norte de Jerusalén. Su hermano tiene por
hijos a Yaflet, que es el clan de los yafietitas, en la frontera entre Benja-
mín y Efraín (Jos 16,3), y a Sémer /Sómer, que se puede relacionar con
el clan de Sémer de Benjamín (1 Cr 8,12 LXX). El nombre de uno de
los hijos de Aser, Beriá, aparece también en la genealogía de Efraín
(1 Cr 7,23) y en la de Benjamín (1 Cr 8,13). Entre los descendientes
44
H. W . Hertzberg, Die Samuelbücher ( A T D 4i9Ó8) 295; S. Mittmann, loe. cit.,
221-24.
45
M. Noth, Geschichte, 60; D. Leibel, Mt. Rephaim— The Wood of Ephraim?:
«Yediot» 31 (1967) 136-39, propone leer «el bosque de los refaimitas».
46
M. Noth, PJb 37 (1941) 77 vio esta posibilidad, que luego sería desarrollada
por S. Mittmann, loe. cit., 214-17.
47
K.-D. Schunck, Erwágungen zur Geschichte und Bedeutung von Mahanaim:
Z D M G 113 (1963) 34-40.
48
F.-M. Abel, Une mentían biblique de Birzeit: RB 46 (1937) 217-24; S. Yeivin,
F.ncyclopaedia Bihlica (hebr.) I (Jerusalén 1950) col. 777-86 (art. 'aser); A. Malamat,
JAÓS 82 (1962) 145-46; Y. Aharoni, The Land of the Bible, 223.
292 La vida de las tribus

más lejanos de Aser, la lista cita a Sual y Silsá (i Cr 7,36.37), que es


preciso relacionar evidentemente con el país de Sual (1 Sm 13,17) y con
el de Salisá (1 Sm 9,4), en el sur del territorio de Efraín. De todo ello
se ha sacado frecuentemente la conclusión de que Aser se había estable-
cido primeramente en Palestina central, y que luego había emigrado
hacia el norte, como había hecho Dan 49 , o que Aser se había asentado
en ambas regiones 50 . Es más verosímil que algunas familias asentas
llegaran a fijarse al correr del tiempo en esta zona y que se integraran
más tarde en las tribus de Efraín y Benjamín 51 .

II. LAS RELACIONES CON LOS CANANEOS

Al igual que durante la etapa del asentamiento, las tribus consolida-


ron sus posiciones en Canaán unas veces mediante la lucha armada y
otras a través de una infiltración pacífica y un buen entendimiento.
1. ha batalla del Quisón
La única batalla de que estamos informados es de la que tuvo lugar
en la llanura de Yezrael, en que los israelitas, al mando de Barac y alen-
tados por la profetisa Débora, se enfrentaron a una coalición cananea.
De esta batalla tenemos dos relatos distintos, uno en prosa Que 4)
y un poema llamado Cántico de Débora (Jue 5) 52 . Los dos pasajes son
independientes, y el Cántico de Débora fue posteriormente insertado
en el libro de los Jueces; en efecto, el último versículo del cap. 4 (v. 24)
enlaza con las últimas palabras del cap. 5. El relato en prosa combina
diversas tradiciones; el personaje principal es Débora, luego vienen
Barac y Yael, mujer de Jeber el quenita. El poema no es de Débora,
puesto que se dirige a ella en los w . 7 y 12. Ciertamente, es muy anti-
guo y parece cercano a los acontecimientos, pero se duda sobre su gé-
nero literario. Recientemente, A. Weiser, seguido por J. Gray 5 3 , ha
propuesto ver en él una liturgia anfictiónica, en que las tribus reunidas,
o que habrían debido reunirse, celebran la victoria de Zabulón y Nef-
talí. Se trata de un cántico de victoria, análogo a los de los árabes nó-
madas 54 .
49
Siguiendo a C. Steuernagel, Die Einwanderung der israelitischen Stámme in Ka-
naan (1901) 30-31.
50
S. Yeivin, The Israelite Settlement in Galilee and the V/ars with Jabin of Hazor,
en Melanges Biblíques... A. Robert (París 1957) 95-104, especialmente 99-100.
51
Y. Aharoni, loe. cit. Entre Aser y el sur había ciertas relaciones. Según 2 Cr 30,11,
algunos hombres de Aser acudieron a Jerusalén para celebrar la Pascua de Ezequías;
en tiempos de Jesús, la profetisa Ana pertenecía a la tribu de Aser (Le 2,36).
52
Sobre la crítica literaria y de las tradiciones, cf.W. Richter, Traditionsgechichtli-
che Untersuchungen zura Richterbuch (BBB 18; 1963) 29-112; resumen en id., Die Bear-
beitungen des «Retterbuches» in der deuteronomischen Epoche (BBB 21) 6-9.
53
A. Weiser, Das Deboralied: Z A W 71 (1959) 67-97; J- Gray, loe. cit. (cf. nota 35)
221, 275.
54
M . S. Seale, Deborah's Ode and the Ancient Arabian Qasida: JBL 81 (1962)
343-47-
Las relaciones con los cananeos 293

El carácter poético del pasaje lo hace menos susceptible, en compa-


ración con el relato en prosa, de haber recibido modificaciones o adicio-
nes, pero esto no significa necesariamente que esté más cerca de la rea-
lidad histórica, ya que la poesía tiende a modificar la realidad. La in-
terpretación histórica, por consiguiente, ha de tener también en cuenta
el relato en prosa. La comparación de ambos pasajes plantea difíciles
problemas.

Yabín y Sisara
Según el relato en prosa, el opresor es Yabín, rey de Jasor (4,2).
Jefe de su ejército es Sisara, de Jaroset ha-Goyim (4,2.7). En el poema,
el único adversario es Sisara, que se describe como un rey (Jue 5,26-30).
Pero Yabín, rey de Jasor, es el mismo que fue derrotado en las aguas
de Merón (Jos 11), en tiempos de Josué.
Hay que descartar la solución fácil de suponer la existencia de un
Yabín I y un Yabín II de Jasor; según Jos 11, la ciudad cananea de Ja-
sor fue destruida, y ello significa que nunca hubo un Yabín II. Segu-
ramente se retuvo como único acontecimiento histórico la victoria de
Barac en la época de los Jueces. Su nombre habría sido desdoblado
para completar el cuadro de las conquistas de Josué. La destrucción de
Jasor—y de Yabín—dataría de la época de los Jueces 55 . Pero las dos
batallas se sitúan en un marco geográfico completamente distinto:
Jue 4, en la llanura de Yezrael; Jos 11, en la Alta Galilea.
Según Aharoni 56 , la batalla obtenida por Barac-Débora contra Si-
sara, general de Yabín, y sus aliados, no fue seguida de la toma de las
ciudades cananeas, sino que sirvió únicamente para quebrantar el po-
derío cananeo en el norte. Todavía en vida de Yabín se libró otra bata-
lla en la Alta Galilea, la de las aguas de Merón. Esta segunda victoria
aseguró a los israelitas el dominio de toda la región. Jasor no pudo
sostenerse ya y fue destruida. La victoria de Débora-Barac, por consi-
guiente, se sitúa muy al comienzo de la época de los jueces, mientras
que la ruina de Jasor habría ocurrido más tarde. Pero no parece posi-
ble, desde el punto de vista arqueológico, situar la destrucción de Jasor
más tarde del 1200. Esto obligaría a situar a Débora en el siglo x m , con
lo que se vendría abajo toda la cronología de la conquista.
La solución consiste en suponer que Yabín de Jasor es un intruso
en el relato de Jue 4. No desempeña ningún cometido activo y sólo
aparece en el marco redaccional (4,1-3.23-24) y en la adición de 4,17b;
también en el v.7 aparece como una adición. La combinación Sísara-
Yabín se encuentra también en 1 Sm 12,9; Sal 83,10. Hay que dar la
razón al Cántico: el adversario de Israel es Sisara.
¿Por qué razón se ha introducido la figura de Yabín? Creo que
55 Cf. t a m b i é n O . Eissfeldt, C A H II x x x i v (1965) 9-10.
56
Y. Aharoni, The Land of the Bible, 200-208; cf. también id., New Aspects of the
Israelite Occupation in the North, en N. Clueck Volume (Carden City, N . Y. 1970)
254-(>7-
294 La vida de las tribus

por el hecho de que ambas victorias se atribuyen principalmente a


dos tribus que son las mismas en los dos casos. Según el relato en pro-
sa, Barac es de Neftalí (4,6), y convoca a Zabulón y Neftalí (4,6.10).
En el Cántico, el v. 18 hace un elogio especial de Zabulón y Nef-
talí, que han desafiado a la muerte en las alturas del país. Pero
este versículo es una adición al Cántico 57; en efecto, posee un ritmo
distinto del que presenta el Cántico, pero que se aproxima a los refra-
nes de Gn 49 y Dt 33 sobre las tribus. Es el único pasaje en que apa-
rece por segunda vez el nombre de una tribu: Zabulón ha sido citado
ya en el v. 14 y, probablemente, Neftalí ha sido nombrado en el v. 15
(donde el texto hebreo dice dos veces «Isacar»). Estas hazañas en las
alturas no corresponden al marco geográfico de Jue 4-5, que se sitúa
en la llanura. Finalmente, la expresión empleada, 'al merómé sádéh,
parece aludir a las aguas de Merón. Tendríamos ahí, por consiguiente,
un refrán referido a las batallas de las aguas de Merón (Jos 11), inser-
tado luego en Jue 5 a causa de que Neftalí y Zabulón habrían desem-
peñado un cometido preeminente en la batalla del Quisón. Esta com-
binación de las dos batallas se ha llevado a cabo al nivel de la tradi-
ción, ya que aparece en las dos fuentes independientes del relato en
prosa y del Cántico.
El adversario de Israel es, por consiguiente, Sisara. Este nombre
no es semítico. A. Alt lo ha comparado con los nombres ilirios en -ero,
lo que estaría en consonancia con la teoría del origen ilirio de los filis-
teos y de otros grupos afines 58. Albright 5 9 ha propuesto la compara-
ción con el nombre de Zi-za-ru-wa, correspondiente a un príncipe de
Siria del norte en el siglo xiv, citado en los textos de Ras Samra 60 ;
este nombre sería luvita, y los filisteos hablaban este idioma 61 . En
ambos casos, Sisara sería un jefe de los pueblos del mar, lo que se
confirmaría además por el nombre de su residencia, Jaroset ha-Goyim,
que se suele localizar al extremo oeste de la llanura de Yezrael; el
nombre significa «la región boscosa de las naciones». Estos goyim se-
rían unos inmigrantes de los pueblos del mar 62 . Todo esto es verosí-
mil, pero queda el hecho de que el relato en prosa no hace alusión al-
guna a los pueblos del mar, y que la confusión con la batalla de las
aguas de Merón supone que los adversarios en este caso son también

57
H . - J . Z o b e l , Stammesspruch..., 51-52, 8 0 - 8 1 ; cf. t a m b i é n vol. I, 6 0 8 .
58 A . A l t , Z A W 60 (1944) 78, n . 3 = Kleine Schriften I 266, n . 3 .
59
W . F . A l b r i g h t , Yahweh and the Gods of Canaan ( L o n d r e s 1968) 218 y n . 127
id., Prolegomenon a C . F . B u r n e y , The Book of the Judges ( N u e v a Y o r k 2 i 9 7 o ) 15.
60 P R U I V , 2 8 6 .
61
W . F . Albright, C A H II, XXXIII (1966) 30. Sin embargo, F . Gróndahl, Die Per-
sonennamen der Texte aus Ugarit (Roma 1967) 306, clasifica este nombre entre los de
origen lingüístico desconocido.
62
Sin e m b a r g o , s e g ú n Y . A h a r o n i , The Land of the Bible, 201-203, este n o m b r e
c o r r e s p o n d e a las regiones boscosas d e Galilea, y n o v e razón alguna p a r a asociar a
Sisara o Jaroset h a - G o y i m c o n los p u e b l o s d e l m a r . P e r o Jaroset h a - G o y i m n o es u n a
región, sino u n a localidad, según 4,16 y ya e n 13.
Las relaciones con los cananeos 295

los cananeos, además de que el Cántico habla explícitamente de los


reyes de Canaán (Jue 5,19). Aharoni llega incluso a preguntarse si la
lista recapitulativa de los reyes vencidos de Jos 12,10-23 no represen-
tará a los reyes que tomaron parte en esta batalla 6 i . Ello explicaría
el número de 900 carros que Sisara estaba en condiciones de poner en
orden de batalla (Jue 4,3). Esto parece cierto, en general, con respecto
a la batalla de Merón (cf. Jos 11,1-2), pero no en el caso de la del Qui-
són; sin embargo, como ya hemos visto, Aharoni relaciona ambas ba-
tallas. ¿Habría que pensar en una coalición de los grupos de los pue-
blos del mar, instalados en la llanura de Acre, Yezrael y hasta en Bet-
sán (Sisara), y de los cananeos contra los israelitas que pretenden apo-
derarse de la llanura?
Del lado de los israelitas, ¿quién tomó parte en la batalla? Nueva
dificultad. El relato en prosa sólo habla de Neftalí y Zabulón (4,6.10).
Pero el Cántico (5,14-15) cita entre los que acudieron a Efraín, Ben-
jamín, Maquir, Zabulón, Isacar y Neftalí (cuyo nombre es preciso
restituir en el v. 15 en lugar de la repetición de Isacar). Según M. Noth,
sólo Neftalí y Zabulón combatieron, como afirma el relato en prosa.
Esta lista es un desarrollo secundario, en que el poeta enumera los
nombres de unas tribus elegidas subjetivamente 64 . Pero esto sería in-
verosímil. Nuestra dificultad es inexistente para A. Weiser 65, que con-
sidera el Cántico como elemento de una fiesta a la que han sido invi-
tadas las tribus que forman parte de la federación para celebrar la vic-
toria de Zabulón y Neftalí. Pero esta interpretación del poema resulta
poco verosímil, y queda excluida si, como ya hemos admitido, el v. 18
no es original. Se puede dar la razón al Cántico contra el relato en pro-
sa: en aquella acción tomaron parte varias tribus, pero la personalidad
de Barac, que pertenecía a la de Neftalí, otorgó a esta tribu y a Zabu-
lón, su vecino, un papel preponderante, y éste es el recuerdo que ha
conservado el relato en prosa.
El lugar de la batalla no está localizado con exactitud. Los israeli-
tas, al mando de Barac, acampan en el monte Tabor (4,6.12). Sisara
conduce sus tropas desde Jaroset ha-Goyim hasta el Quisón (4,13).
La batalla se desarrolla en las inmediaciones del Quisón (4,7; 5,21),
y los israelitas logran la victoria con la ayuda de una tormenta que
hace desbordar las aguas del Quisón, que barren los temibles carros
de Sisara (5,20-21; cf. 4,15); Yahvé aterroriza a Sisara, con sus carros
y su ejército. Tenemos aquí un rasgo típico de la guerra santa. A todo
esto añade el Cántico que la batalla tuvo lugar en Taanac, cerca de
las aguas de Meguido. Con esto tendríamos una localización más pre-
cisa de la batalla, la región pantanosa que se extendía frente a Taanac
63
Y . A h a r o n i , ibid., 2 0 3 , 2 1 0 - n .
64
M . N o t h , Das System der zwólf Stámme Israels (Stuttgart 1930) 5; cf. Geschichte,
139. n. 4.
65
A . W e i s e r , D a s DeboraKcd: Z A W 71 (1959) 67-97.
296 La vida de las tribus

y Meguido antes de las modernas obras de saneamiento 66, que podía


resultar intransitable cuando se desbordaba el Quisón.
La victoria no tiene por resultado la toma de una ciudad, pero tuvo
gran importancia desde varios puntos de vista. Ante todo, si nuestra
interpretación es exacta, consistió en una acción común de un grupo de
tribus, que de este modo vieron consolidada su unión. Por otra parte,
fue aquélla una victoria lograda en la llanura contra los carros cana-
neos, tan temibles (Jue 4,13; cf. Jos 17,16-18; Jue 1,19). Finalmente,
al romper la hegemonía cananea en esta región, permitió el asenta-
miento de las tribus en la llanura, con lo que ya resultaban más fáci-
les las relaciones entre las tribus del centro y las del norte.

¿En qué fecha se puede situar esta batalla?


Albright ha tratado de fijarla mediante la arqueología. El dato
aportado por Jue 5,19, «en Taanac, cerca de las aguas de Meguido»,
supone, según este autor, que en aquel momento Taanac estaba ha-
bitada, mientras que Meguido se hallaría desierta, antes, por consi-
guiente, de que los israelitas reocuparan Meguido. Este momento se
situaría entre los estratos VII y VI de Meguido, de forma que el es-
trato VI sería el primero del asentamiento israelita 67 . La fecha podría
situarse en torno al año 1150. Esta demostración 68 ha sido aceptada por
muchos autores 69 , pero es muy insegura.
1) La estratigrafía de Meguido y las fechas de sus niveles no es-
tán claras. Las últimas conclusiones a que llega Yadin 7 0 son:
Estrato Vlla: bajo Ramsés III-Ramsés VI: egipcio con penetración
de los pueblos del mar en Palestina.
Estrato VIb: muy difícil, poco importante. Cerámica filistea. Co-
mienza entre 1150-1120 y dura poco (no es israelita).
Estrato Vía: ocupación intensa. Metal abundante. Cerámica filistea.
Segunda mitad del siglo xi. Destruido probablemente por David.
Estrato Vb: aldea abierta pobre.
Estrato Va-IVb: Salomón.
2) Por otra parte, las nuevas excavaciones de Taanac han demos-
trado que la historia de esta ciudad y la de Meguido no eran comple-
mentarias, como pensaba Albright, sino paralelas. Hay dos períodos
de ocupación en el siglo xn, y ambos finalizan con una ruina cada
uno, cuyas fechas respectivas son los comienzos del siglo x n y apro-
ximadamente el año 1125; después de esta fecha, el lugar permanece
66
D. Baly, The Geography of the Bible (Nueva York 1957) 152.
67
W . F . Albright, The Song of Deborah ¡n the Light of Archaeology: BASOR 62
(1936) 26-31; cf. ibid., 68 (1937) 25; id., The Biblical Period (4i9Ó3) 39S y n. 82.
68
Esta es la última palabra de Albright, Yahweh and the Gods of Canaan (Lon-
dres 1968) II y n. 35. Anteriormente dudaba entre 1150 y 1125.
69
Cf. la historia de la cuestión en V. Vilar Hueso, La batalla del Quisón y su proble-
ma cronológico (Ju 4-5), en Miscelánea Bíblica Andrés Fernández (Madrid 1961) 531-36.
70
Y. Yadin, BibArch 33 (1970) 93; A. D. H. Mayes, VT 19 (1969) 3S3-54.
Las relaciones con los cananeos 297

deshabitado durante por lo menos un siglo 71 . Este lapso corresponde


a los estratos Vlla y VIb de Meguido.
3) De los datos arqueológicos nada se puede deducir en cuanto
a la fecha de la batalla. P. Lapp 72 se siente inclinado a atribuir la des-
trucción de Taanac y Meguido a los israelitas de Barac en 1125. Pero
ninguno de nuestros dos relatos dice nada en tal sentido, y los israeli-
tas no ocuparon estos dos emplazamientos hasta la época de David.
La tesis de este autor parece inverosímil.
Tampoco se puede afirmar, como hace Aharoni 73 , que la men-
ción de Taanac y Meguido obligue a situar la batalla en una fecha en
que ambas ciudades florecían, es decir, antes del 1125. En efecto,
Taanac y Meguido aparecen únicamente como referencias geográficas
en el poema, y el hecho de que las dos ciudades estuvieran o no ocu-
padas no cambiaría nada en absoluto.
Un medio más seguro para fechar esta batalla sería ponerla en re-
lación con otros acontecimientos históricos. Desgraciadamente, tam-
bién en este tipo de referencias carecemos de datos seguros. Ya hemos
rechazado la hipótesis de Aharoni 74 , según el cual esta batalla se si-
tuaría muy al principio del período de los Jueces, antes incluso de la
batalla de las aguas de Merón y de la toma de Jasor. A. D. H. Mayes,
por el contrario, sitúa la batalla del Quisón en la segunda mitad del
siglo xi a C , poco antes de la derrota de Afee (1 Sm 4); la guerra de
los filisteos contra los israelitas habría sido una reacción ante la vic-
toria de los segundos contra Sisara. Parece imposible situar esta bata-
lla en fecha tan tardía, al final del período de los Jueces.
Esta batalla supone que el asentamiento de las tribus ya es firme;
no tuvo lugar muy al comienzo del período de los Jueces, aunque es-
toy dispuesto a admitir que debe situarse en un momento no dema-
siado avanzado del mismo. Aún no ha sido sustituido Maquir por
Manases, y es anterior no sólo a la migración de Maquir hacia Trans-
jordania, que pudo ocurrir en fecha muy temprana, sino incluso a la
aparición de Manases como tribu ya constituida, anterior, por consi-
guiente, a Gedeón. Yo diría que a mediados del siglo xn, sin precisar
más la fecha. Ya hemos visto que la relación cronológica entre la bata-
lla del Quisón y la migración de los danitas era muy difícil de precisar.
2. La expansión de Judá
Además de los conflictos armados con los cananeos, durante el pe-
ríodo de los Jueces, al igual que en el del asentamiento, hubo infiltra-
ciones pacíficas que contribuyeron a ampliar el territorio de las tribus.
Podemos poner como ejemplo la expansión de la tribu de Judá 75 .
71 P. W . Lapp, BibArch 30 (1967) 8-9; BASOR 185 (1967) 3-
W BibArch, loe. cit.
73
Y. Aharoni, Volume Glueck, 260.
74
Cf. supra, p. 293K.

R. de Vaux, The Setllemriit of tlw ¡sraclites in Southern l'alesline and the Origins
298 La vida de las tribus

El núcleo de la tribu de Judá se asentó, al parecer pacíficamente,


en la montaña de Judá, de donde tomó su nombre, en torno a la ciudad
de Belén. Su desarrollo se expresa en las genealogías. Efrata, cuyo
nombre lleva el clan judaíta de Belén, pasa a ser esposa en segundas
nupcias de Caleb, de cuyo matrimonio desciende Tecua (i Cr 2,24).
Este es el nombre de una localidad situada entre Belén y Hebrón,
ocupada por los calebitas. De este modo se va preparando la fusión
entre Judá y Caleb, que no se realizará del todo hasta David.
En las listas de 1 Cr 2 y 4, la descendencia de Efrata y de su pri-
mer marido Jesrón, nieto de Judá, está muy confusa, pero, según pa-
rece, en ella se incluye Hur. Este Hur tuvo por descendencia (1 Cr 2,
50-55; 4,2-4.16-19) cierto número de localidades situadas entre Belén
y Bet Sur, como Etán y Guedor; otras más al norte y noroeste de Be-
lén, como Neftoj, Quiriat Yearín, el valle de Sorec, Estaol y Sorá;
finalmente, otro grupo en la Sefela (Soco, Queilá).
Esta genealogía, al igual que las restantes de Crónicas, es una lista
de localidades que van ocupando las tribus. El poblamiento de Judá
es el resultado de un avance lento y progresivo hacia el noroeste y el
oeste a partir de la región de Belén. De hecho, el grupo judaíta sólo
podía desarrollarse en esta dirección a partir de Belén; en efecto, por
el sur se le oponían los calebitas de Hebrón, con los que había hecho
un acuerdo (matrimonio de Efrata con Caleb, cf. supra), mientras que
por el norte tropezaba con la línea de las ciudades cananeas, Jerusalén,
Ayalón y Guézer.
Esta expansión es posterior a la época del asentamiento bajo Josué.
Quiriat Yearín formó parte al principio de la tetrápolis gabaonita
(Jos 9,17). El valle de Sorec, Estaol y Sorá no pudieron pasar a los do-
minios judaítas sino después de la migración de Dan.
Sobre el asentamiento en la Sefela contamos con una historia que
se sitúa en la época patriarcal, pero que en realidad debe de correspon-
der al período de los Jueces. Se trata de la historia de Judá y Tamar,
recogida por el Yahvista en Gn 38. En ella tenemos un ejemplo de la
ley del levirato, pero al mismo tiempo explica el desarrollo de la tribu
de Judá por medio de las aventuras personales de su antepasado. Judá
se ha separado de sus hermanos y ha bajado a Adulan = esh-Sheikh
Madhkur, en la Sefela, 5 kms. al sudeste de Soco; sus ganados están
en Timná, 6 kms. al nordeste de Adulan. Judá ha tomado por esposa
a la hija de un cananeo llamado Sua, de la que ha tenido tres hijos,
Er, Onán y Selá. Er ha tomado por esposa a Tamar, también una
mujer cananea según todos los indicios. Tamar, viuda de Er, se ve
frustrada en la aplicación del levirato por el pecado de Onán y luego
por la negativa de Judá a entregarle su hijo Selá, pero consigue unirse
con engaños a su suegro, del que tiene dos gemelos, Peres y Zarej.

of the Tribe of Judah, en Translating and Understanding the Oíd Testament. Essays in
Honor of H. G. May (Nashville-Nueva York 1970) 108-34 = vol. I, 487-510.
Las relaciones con los cananeos 299

Esta historia explica la expansión de los grupos judaítas por la llanura;


sus uniones familiares con los cananeos; la formación de unos clanes
que terminan por extinguirse, Er y Onán, y de otros tres clanes ju-
daítas que son enumerados en Nm 26,20: los selamitas, los peresitas
y los zarejitas. De esta forma enlazamos con las genealogías de Cró-
nicas, utilizadas más arriba. Hemos de añadir que entre los descen-
dientes de Selá aparece otro nombre geográfico de la Sefela, el de Ma-
resá (1 Cr 4,21).
Parece que esta expansión se realizó pacíficamente. Sin embargo,
Jos 10,28-39 atribuye a Josué y a todo Israel la conquista de una serie
de ciudades que luego serán contadas entre las pertenecientes a la tri-
bu de Judá: Maqueda, Libná, Laquis, Eglón, Hebrón y Debir. Pero
la misma Biblia atribuye a Caleb la conquista de Hebrón y a Otoniel
la de Debir (Jos 15,13-19; Jue 1,12-15.20), de forma que el historia-
dor no puede quedarse con la lista esquemática de Jos 10,28-39. Tam-
poco puede aceptar la afirmación de Jue 1,9: «Los hijos de Judá baja-
ron para atacar a los cananeos que habitaban en la montaña, el Négueb
y la Sefela», así como el v. 10, que atribuye a Judá la conquista de
Hebrón.
En cuanto a las ciudades de la Sefela, Libná, Eglón y Laquis, la
arqueología no está a favor de una conquista y subsiguiente ocupación
por Judá. Libná = Tell Bornat, a 9 kms. al sur de es-Safi, con la que
en otros tiempos era identificada, fue ocupada a finales del Bronce Re-
ciente y a comienzos del Hierro, pero no ha sido excavada. Eglón se
localiza actualmente en Tell el-Hesy. Parece que la ciudad fue des-
truida a finales del Bronce Reciente, pero quedando deshabitada du-
rante la mayor parte del período de los Jueces. Laquis = Tell ed-Du-
weir ha sido muy bien excavada, pero es incierta la fecha de su des-
trucción (primeras décadas del siglo x n si se tiene en cuenta un esca-
rabeo de Ramsés III en la capa de destrucción), mientras que los auto-
res de esta destrucción no han de ser necesariamente los israelitas. En
todo caso, Laquis permaneció luego desierta durante todo el período
de los Jueces. Estos testimonios de la arqueología en Eglón y Laquis
hacen pensar que la mención de Libná, Eglón y Laquis en Jos 10 re-
presenta un desarrollo de Judá bajo David o Salomón, paralelo del
que se menciona en Gn 38.

3. Los acuerdos con los cananeos


a) Los gabaonitas.
En Jos 10 tenemos la noticia de un acuerdo sellado entre Josué y
los gabaonitas 76, los habitantes «hivitas» de las cuatro ciudades confe-
deradas de Gabaón, Kefira, Beerot y Quiriat Yearín. Como consecuen-
cia de este acuerdo, los gabaonitas quedaron incorporados a Israel,
pero en condiciones de inferioridad. Después de hacer la paz con Is-
"> Cf. supra, pp. 145-50.
300 La vida de las tribus

rael, permanecieron «en medio de ellos» (Jos 10,1), pero son conside-
rados extranjeros que pueden contar con la protección de los israeli-
tas (Jos i o, 6), cuyos derechos, sin embargo, no comparten en su tota-
lidad (2 Sm 21,4). Están sujetos al servicio del santuario (Jos 9,27),
probablemente el lugar alto de Gabaón. Estas cuatro ciudades se ha-
llan en situación distinta de la que conservan los enclaves cananeos
que subsisten hasta David y Salomón; en efecto, forman parte de Is-
rael, al que han sido incorporadas, pero no han sido asimiladas y con-
servan un estatuto especial.
Parece que esta situación se mantuvo hasta finales del período de
los Jueces. Pero es notorio que la población debió de mezclarse rápi-
damente. La elección de Quiriat Yearín para guardar el arca cuando
ésta retornó de su cautiverio entre los filisteos (1 Sm 6,21) se explica-
ría por el hecho de que así quedaba en territorio neutral, en una ciu-
dad que formaba parte de Israel, pero que no era propiamente israeli-
ta, en un lugar donde los filisteos, que no querían tenerla consigo,
podían, sin embargo, vigilarla. Pero en Quiriat Yearín había un buen
yahvista, evidentemente un israelita, Abinadab, en cuya casa se depo-
sita el arca y cuyo hijo es constituido sacerdote (1 Sm 7,1). Uno de los
treinta héroes de David era de Beerot (2 Sm 23,37). Otro de los valien-
tes de David es Yismaías (nombre yahvista!) de Gabaón, se-
gún 1 Cr 12,4.
Bajo Saúl estallará la crisis. Según 2 Sm 21,1-14, Saúl quebrantó
el juramento hecho a los gabaonitas y trató de exterminarlos. Este cri-
men acarreó un castigo divino consistente en un hambre que duró
tres años. David consigue alejar aquel azote entregando los descen-
dientes de Saúl a los gabaonitas, que los ejecutan en el lugar alto de
Gabaón «en presencia de Yahvé», pero según un rito que no es israeli-
ta 7 7 . No tenemos ningún detalle sobre lo que pudo hacer Saúl. Sabe-
mos que actuó «en su celo por Israel y por Judá» (2 Sm 21,2). La in-
tención de Saúl era asegurar la unidad interior de su reino y especial-
mente robustecer su poderío en esta región fronteriza con los filisteos.
La intención de David al dar satisfacción a los gabaonitas será asegu-
rarse el apoyo de éstos sus subditos no israelitas.
Las violencias de Saúl debieron de hacerse sentir también en Bee-
rot. Así se puede deducir de 2 Sm 4,2-3, pues los dos oficiales del ejér-
cito que asesinan a Isbaal, hijo de Saúl, son de Beerot. Se nos dice que
eran benjaminitas, «pues Beerot fue asignada a Benjamín. Las gentes
de Beerot se habían refugiado en Guitain (cerca de Ramlé), donde han
permanecido hasta el día de hoy como residentes extranjeros»78.
77
H. Cazelles, David's Monarchy and the Gibeonite Claim (II Sam. XXI, 1-14):
P E Q 8 7 (1955) 165-75; A. S. Kapelrud, King and Fertili ty. A Discussion of II Sam. 21 :
1-14, en Interpretationes ad V. T. pertinentes... S. Mowinckel (Oslo 1955) 113-22;
A. Malamat, Doctrines of Causality in Hittite and Biblical Historiography: A Parallel:
V T 5 (1955) 1-12; M. Haran, The Gibeonites, the Nethinim and the Sons of Solomon's
Servants: VT 11 (1961) 159-69, especialmente 161-62.
78
Cf. A. Malamat, loe. cit., 11.
Las relaciones con los cananeos 301

La historia de 2 Sm 21,1-14 y la satisfacción dada por David a los


gabaonitas demuestran que éstos habían conservado su estatuto par-
ticular, a pesar de la persecución de Saúl. Después ya no se vuelve a
hablar de los gabaonitas. No se sabe cómo interpretar la noticia de
Jos 9,27, que los gabaonitas estaban al servicio del altar de Yahvé
«hasta el día de hoy». No parece que hayamos de suponer descendien-
tes suyos a los nHíním, los «donados», adscritos al servicio de los levitas
según Esd 2,43-54, cuyo origen hace remontar Esd 8,20 a David. La
única semejanza es que en ambos casos se trata de esclavos públicos
adscritos al servicio del santuario.
En las listas geográficas de Josué, Beerot, Kefira y Gabaón se atri-
buyen a Benjamín (Jos 18,25-26). También Quiriat Yearín, según el
texto griego de Jos 18,28, pero esta localidad corresponde a Judá según
Jos 15,60; 1 Cr 13,6, lo que parece más verosímil; cf. asimismo la ge-
nealogía de 1 Cr 2,53.
b) Siquén.
Parece que los israelitas se instalaron en la región de Siquén me-
diante un pacto con los siquemitas 79 . En efecto, la Biblia no habla de
ninguna batalla librada en Siquén o en sus inmediaciones, ni de una
conquista de la ciudad. La arqueología tampoco señala destrucción
alguna al final del Bronce reciente y comienzos del Hierro, antes de la
destrucción ocurrida durante el siglo xn, que debe ser la de Abimelec
(Jue 9,45) 80 . Hasta este momento, Siquén fue una ciudad cananea,
pero los israelitas tenían un santuario cerca de ella, y allí se selló el
pacto de Siquén (Jos 24,26); también se veneraban allí los huesos de
José, traídos de Egipto y enterrados en el campo que Jacob compró a
Jamor, padre de Siquén (Gn 33,18-20; Jos 24,32). Todo esto supone
que entre israelitas y siquemitas había relaciones pacíficas, y posible-
mente hasta una cierta sumisión de los siquemitas, como en el caso de
los gabaonitas.
Esta hipótesis se funda en lo que sabemos acerca de la historia de
Siquén antes de la llegada de los israelitas, y de la situación en la época
de Yerubaal-Abimelec. Siquén parece haber tenido una población y
una constitución especiales, algo parecido a lo que ocurría con las ciu-
dades gabaonitas. Según la historia patriarcal de Gn 34, que ya habla
de un tratado entre los siquemitas y los antepasados de Israel, roto
luego por la deslealtad de los hijos de Jacob, Siquén estaba habitada
por los hivitas (como las ciudades gabaonitas), no era gobernada por
un rey, ya que Jamor recibe el nombre de nási, «jefe» (v. 2), y es a los
notables de la ciudad a quienes corresponde tomar las decisiones (v. 20).
79
Cf. supra, pp. 158-61.
80
G. E. Wright, Shechem. The Biography of the Biblical City (Nueva York-Toron-
to 1965) 78, 123SS; id., Shechem, D. W . Thomas (ed.), Archaeology and O. T. Study
(Oxford 1967) 364.
302 La vida de las tribus

En las cartas de Amarna, del siglo xiv 81, Siquén sólo es mencionada
una vez 82; se dice que un tal Labaya ha entregado el país de Siquén
a los 'apiru. Según las cartas escritas por este mismo Labaya o las que
hablan de él, éste se habría asegurado el dominio de todo el país desde
la llanura de Yezrael hasta las fronteras del reino de Jerusalén, es decir,
toda la montaña de Efraín en sentido amplio. Después de la muerte de
Labaya, sus dos hijos continuaron ejerciendo la misma autoridad. A La-
baya no se da el título de rey de Siquén, y es dudoso que lo fuera real-
mente. Parece 83 que Labaya tampoco residía en la misma ciudad de
Siquén; su autoridad se ejercía en ella a través de un acuerdo con los
habitantes y desde el exterior. Los siquemitas conservarían el derecho
a administrar los asuntos internos de su ciudad, al mismo tiempo que
reconocían una especie de protectorado de Labaya, al que tendrían en-
comendadas la defensa y extensión de su territorio.
Se trata de una situación análoga a la que nos revela, en tiempo de
los jueces, la historia de Yerubaal y Abimelec 84 . Pienso ahora, sin
embargo, que es preciso distinguir entre Gedeón, vencedor de los ma-
dianitas y juez de Israel, y Yerubaal, padre de Abimelec. Han sido
identificados a veces, quizá porque Gedeón rechazó el título de rey
que aceptó Abimelec, hijo de Yerubaal, lo que permitía establecer un
paralelo antitético entre ambas figuras.
Abimelec es hijo de Yerubaal y de una mujer de Siquén. Creció en
Siquén, en ambiente cananeo, mientras que su padre Yerubaal residía
en Ofrá, de localización incierta, pero que ha de buscarse no lejos de
Siquén. Aharoni ha propuesto Affulá, que me parece imposible. Yeru-
baal es jefe de un importante clan de Manases, y de 9,2.16a ha de sacar-
se la conclusión de que Yerubaal ejercía una cierta autoridad sobre Si-
quén. No sabemos cómo la había adquirido. El v. 17 dice que fue a
causa de su victoria sobre los madianitas, pero los vv. i6b-ia son una
adición deuteronomista 85 que identifica a Yerubaal con Gedeón y con-
sidera implícitamente a los habitantes de Siquén como israelitas. Pero
Yerubaal no es rey de Siquén y tampoco reside allí. Su posición se pa-
rece sobre todo a la de Labaya en la época de Amarna. En Siquén no
hay rey. El texto, sin embargo, habla frecuentemente de los b<falé
sekém, los «señores de Siquén», que ejercen al menos la administración
de la ciudad y constituyen una especie de aristocracia. Del mismo

81 Las cartas relacionadas con Siquén y Labaya han sido traducidas y comentadas
por E. F . Campbell, en G. E. Wright, Shechem..., 191-207.
82 Cf. E A , 289, 2 2 - 2 3 .
83 H . Reviv, The Government of Shechem in the El-Amarna Period and in the Days
ofAbimelech: IEJ 16 (1966) 252-57.
84 E s p e c i a l m e n t e B . L i n d a r s , Gideon and Kingship: J T S 16 (1965) 315-26; H . H a a g ,
Gideon-Jerubbaal-Abimelek: Z A W 79 (1967) 3 ° 5 - i 4 : J- A . Soggin, Das Kónigtum in
Israel ( B Z A W 104; 1967) 2 0 - 2 5 ; H . S c h m i d , Die Herrschaft Abimelechs (Jdc 9): «Ju-
daica» 26 (1970) I - I I .
85 W . R i c h t e r , Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zum Richterbuch ( B B B 18;
1963) 2 5 0 - 5 1 , 3 1 3 , 316.
Las relaciones con los cananeos 303-

modo que Labaya transmitió a sus hijos la autoridad que detentaba,


también la autoridad de Yerubaal debía pasar a la muerte de éste a sus.
hijos, según 9,1-2. El número de setenta que leemos en los w . 2 y 5;
cf. w . 24 y 56 (marco redaccional) se debe a la identificación con Ge-
deón, que tenía setenta hijos, cosa que, como hemos dicho, lo asemeja
a los «jueces menores».
La razón que Abimelec hace valer ante los siquemitas es que salen
ganando si se someten a él, que es a medias de su misma sangre, en vez.
de depender de todo un clan israelita. Nótese que Abimelec no emplea,
aquí los términos «rey» y «reinar», sino el verbo máSal, «dominar». Los
señores de Siquén le entregan el tesoro del templo de Baal, que le sirve
para reclutar una partida de mercenarios (9,4). Según el v. siguiente,
emplea esta tropa para exterminar a la familia de Yerubaal. Pero se
trata de algo muy distinto; en realidad es la paga que las gentes de Si-
quén entregan a Abimelec, el condottiere, para que proteja a su ciudad.
Una vez más encontramos una semejanza con Labaya y sus 'apiru.
Pero Abimelec aspira a algo más. Se hace proclamar rey, mélék, se-
gún 9,6.
Abimelec no reside en Siquén, sino en Arumá (9,41 y 31 corregido),,
que es Kh. el-'Ormah, a unos 10 kilómetros al sur-sudeste de Siquén.
En Siquén es representado por un «comisario», páqíd (v. 28), al que se
da también el título de «jefe», sar, de la ciudad (v. 30), Zebul, que debe
ser un siquemita. Es posible que Abimelec tratara también de que los
grupos israelitas le reconocieran como rey, pero su reinado fue esen-
cialmente un asunto relacionado con Siquén. Sólo más tarde la labor
redaccional daría a este episodio un alcance panisraelita (v. 22): «Abi-
melec reinó tres años sobre Israel»; en el v. 55 se habla del ejército
(«los hombres») de Israel, pero ambos versículos son redaccionales 86 .
Fue posiblemente el carácter híbrido, siquemita e israelita, de Abi-
melec lo que causó su ruina. También pudo ocurrir que Abimelec no
respondiera a las esperanzas que los siquemitas habían puesto en él.
Lo cierto es, en cualquier caso, que Abimelec y los señores de Siquén
entran en conflicto; éstos tienden emboscadas y roban las caravanas que
pasan cerca de Siquén, que se encuentra en un cruce de caminos (9,25).
¿Sería únicamente para crear desorden y poner a Abimelec en un apu-
ro? ¿Se pretendía más bien privarle de un provecho que por ley le co-
rrespondía, y demostrarle de este modo que estaban en condiciones de
prescindir de él? La revuelta estalla a la llamada de un tal Gaal, hijo de
Ebcd u Obed, que llega a Siquén con sus «hermanos», es decir, su tropa
(9,26ss), un jefe de banda cananeo, con ocasión de una fiesta de la ven-
dimia. Se maldice a Abimelec y se recuerda que no es un siquemita,
y que él y su comisario Zebul están al servicio de la ciudad 87. Fracasa
86
W . Richter, ibid., 251-52, 316; no puede considerarse antiguo, c o m o hace-
11. Schmid, loe. cit., 2.
87
Este es al menos el sentido que podría darse a 9,28, versículo difícil y probable-.
mente corrompido.
304 La vida de las tribus

la revuelta; Gaal es derrotado por Abimelec ante Siquén, y Zebul lo


expulsa con su tropa (9,29-41). Después estalló otro conflicto, sobre el
que estamos peor informados; finalizó con la destrucción de Siquén
(9,42-45) 88 . De este modo, Abimelec arruinó los fundamentos mismos
de su reinado.
El episodio de Tebes, en que Abimelec encuentra la muerte (9,50-
55). La identificación de Tebes con Tubas es dudosa; hay objeciones
filológicas y faltan testimonios arqueológicos. Es la única vez que se
menciona Tebes. ¿Se tratará de un error? ¿Por Tirsa? Así lo sugiere
Malamat 89 . Se trata de una ciudad cananea que tiene una constitución
semejante a la de Siquén, con su «señores» de la ciudad (v. 51). La acción
de Abimelec podría explicarse de dos maneras: o bien Tebes estaba bajo
su poder, al igual que Siquén, y se había sublevado contra él, o bien
Abimelec pretendía extender sus dominios e incorporar a Manases esta
ciudad cananea. La segunda hipótesis es más verosímil.
El episodio de Abimelec y la ruina de la ciudad señalan el final del
estatuto particular de Siquén y de este aspecto de las relaciones entre
los israelitas y los indígenas. Siquén quedó incorporada a Israel. Según
Nm 26,30, Siquén es uno de los clanes de Manases (Jos 17,2; 1 Gr 7,19).
La ciudad se fue recuperando muy lentamente. Fue reconstruida por
Jeroboán I, según 1 Re 12,25.
Hasta el momento, la arqueología sólo nos permite hacer conjetu-
ras. Hay una destrucción en el siglo x n que podría atribuirse a Abime-
lec. Pero los arqueólogos han dado sucesivamente fechas distintas: pri-
mera mitad del siglo x n 90 ; segunda mitad del siglo x n 91 ; más exacta-
mente, entre 1130-1100 92 ; en el curso del siglo xn 93 . Es preciso espe-
rar a la publicación definitiva de los materiales. Si Yerubaal, padre de
Abimelec, es distinto de Gedeón, el episodio de Abimelec no podrá ser
relacionado con las incursiones ni con ningún otro acontecimiento de
aquel período; ni siquiera podrá determinarse su cronología relativa.
Pudo ocurrir en cualquier momento dentro de este período. La fecha
de 1130-1100 iría bien. En cuanto a la posterior ocupación israelita, la
arqueología indicaría un nuevo asentamiento en la época de Salomón,
cuando Siquén podía ser la capital de la provincia del monte Efraín 94 .
Aparte del fracasado intento de Abimelec, nada se nos dice de algu-
na tentativa por parte de las tribus para apoderarse en la época de los
jueces de las ciudades cananeas que no habían sido ocupadas en el cur-
88
Sobre la distinción entre los dos conflictos, E. Táubler, Biblische Studien, 274-75.
Sin embargo, según W . Richter, loe. cit., 252-59, 278-82, 316, los w . 42-44 son una
composición inspirada en 26-40, que sirve para preparar el v. 45, es decir, la destruc-
ción de la ciudad.
8
» Cf. Y. Aharoni, The Land of the Bible, 242.
90 E. F. Campbell, BibArch 23. (1960) 107.
91 G. E. Wright, Shechem, 78.
92 Ibid., cuadro de la p. VIII.
93 G. E. Wright, Archaeology and O. T. Study (cf. nota 80) 364.
94 G. E. Wright, Archaeology and O. T. Study, 366.
Las relaciones con los cananeos 305

so del asentamiento. La lista de estas ciudades no conquistadas aparece


en Jue 1,21.27-35, y se repite fragmentariamente en la descripción del
territorio de las tribus, por este orden: Jos 15,8 = 18,16; 17,11-13;
16,10. Se trata de las ciudades situadas en los territorios asignados a las
distintas tribus, pero en las que siguen habitando los cananeos. Son los
enclaves cananeos 95 . Esta es su lista:
— Jue 1,21: en Benjamín, Jerusalén.
— Jue 1,27-28: en Manases, Betsán, Taanac, Meguido, Dor, Yiblán,
es decir, la llanura de Yezrael, su contorno meridional (Yiblán) y el
norte de Sarón (Dor).
— Jue 1,29: en Efraín, Guézer.
— Jue 1,30: en Zabulón, Quitrón y Nahalol, de localización indeter-
minada.
— Jue 1,31-32: en Aser, Acco, Aczib, Afee, Rejob, de hecho, toda
la llanura de Acco, además de las ciudades fenicias, Sidón y Ajlab /Je-
bla = Majaleb de Jos 19,29, la actual Kh. el-Mahalib, a pocos kilóme-
tros al norte de Tiro. Esto significa que el territorio asignado a Aser
permaneció en gran parte cananeo, y así se refleja en la formulación del
texto; mientras que en el caso de Manases, Efraín y Zabulón se dice
que «los cananeos siguieron viviendo en el país» (Jue 1,27), en el caso de
Aser leemos que «los aseritas permanecieron en medio de los cananeos
que habitaban en el país» (v. 32) 96 .
•—Jue 1,33: en Neftalí, Bet-Semés y Bet-Anat, de localización in-
cierta, probablemente en la Alta Galilea.
— Jue 1,34-35: en Dan, Har-Jeres, probablemente otro nombre de
Bet-Semés, Ayalón y Salbín. Este texto no habla de la migración de
Dan hacia el norte, pero es significativo que el v. 35 diga que fue final-
mente la casa de José, y no Dan, quien sometió a los habitantes de estas
tres ciudades.
Nada se dice de Judá (y Simeón). Ello obedece a que el cap. 1 de
Jue es una tradición del sur, totalmente favorable a Judá, a quien se
atribuyen conquistas que en realidad no llevó a cabo (1,1-17), o que
los israelitas no lograron jamás, como las de Gaza y Ecrón (v. 18, he-
breo). El texto griego se expresa en negativo, lo que parece más vero-
símil. De Judá no se dice que tuviera ningún fracaso, salvo la observa-
ción genérica del v. 19: «Yahvé estuvo con Judá, que se hizo dueño
de la montaña, pero no pudo expulsar a los habitantes de la llanura,
porque éstos tenían carros de hierro». Hemos tratado de precisar más
al estudiar la expansión de la tribu de Judá.
Estos enclaves cananeos quedaban situados en las regiones econó-
mica y estratégicamente importantes, de Betsán a Acco, las llanuras
de Yezrael y Acco, que son las regiones agrícolas más ricas del país,
atravesadas por las rutas comerciales que enlazaban Egipto con Da-
95
Y. Aharoni, The Land of the Diblc, 212-15 y mapa de la p. 213.
"* La observación es de Aharoni, loe. cit., 214, pero dice esto mismo a propósito
de Neftalí en el v. 33.
20
306 ha vida de las tribus

masco y Fenicia. Estas ciudades cananeas formaban como una barrera


entre las tribus del norte y las del centro. Otra barrera, entre las tribus
del centro y Judá, era la línea formada por Jerusalén, Ayalón y Gué-
zer. Por lo que nosotros sabemos, esta situación se mantuvo durante
todo el período de los Jueces. Si Har-Jeres es Bet-Semés, habría pasa-
do, sin embargo, a manos de los israelitas antes de finalizar el período
de los Jueces (cf. i Sm 6,9s). Guézer fue israelita cuando el Faraón la
donó a Salomón (i Re 9,16). Pero, en general, la reducción de los en-
claves cananeos fue obra de David. Esto se afirma explícitamente de
Jerusalén (2 Sm 5,6-9) y es verosímil también en el caso de las ciuda-
des de la Sefela y de la llanura de Yezrael. Es posible que en principio
quedaran en poder de los filisteos y que, una vez derrotados éstos
por David, se convirtieran en presa fácil para Israel 97.
En Jue 1, junto a la afirmación de que estas ciudades no pudieron
ser conquistadas, se dice también que «cuando Israel se hubo hecho
más fuerte, sometió a los cananeos a trabajos forzados, pero no los
expulsó» (Jue 1,28; cf. w . 30, 33, 35). Se puede comparar con esta
afirmación la de 1 Re 9,20-22: los descendientes de los antiguos habi-
tantes del país fueron destinados a trabajos serviles, mas %óbéd, de que
estaban dispensados los israelitas. Como esto parece contradecir a las
afirmaciones de 1 Re 5,20.23.27-28 sobre las levas de trabajadores for-
zosos entre los israelitas, se rechazan frecuentemente, juzgándolos in-
fluidos por el Deuteronomio, los textos de Jue 1 y 1 Re 9,20-22. Pero
es posible que en tiempos de David y Salomón, especialmente a causa
de los grandes programas de construcciones, se diera una diferencia
de trato entre los israelitas y los habitantes de las ciudades cananeas,
a los que se impondría el mismo régimen que ya habían conocido bajo
los reyes indígenas, pues la leva para el trabajo forzado era una insti-
tución cananea 98 .

III. LUCHA CONTRA LOS EXTRANJEROS

ACTIVIDAD DE LOS JUECES «MAYORES»

La novedad que caracterizó al período de los Jueces, por contraste


con el del asentamiento, consistió en que las tribus se vieron obliga-
das a defender sus territorios contra los pueblos vecinos, edomitas,
moabitas, amonitas y madianitas, o contra otros extranjeros que con
ellos o poco después habían penetrado en el país, los filisteos. La in-
tervención de los que llamamos «jueces mayores» fue dirigida contra
todos estos «opresores».
97 A s í , J. B r i g h t , History, 180. L a m i s m a posición a d o p t a T . N . D . M e t t i n g e r ,
Solomonic State Officials. A Study of the Civil Government Officials of the hraelite Mo-
narchy ( L u n d 1971) 134-37.
98 A s í , M . N o t h , Ceschichte, 193; Kónige I ( B K A T ; 1968) 216-18.
i. Otoniel (Jue 3,7-11,)
Casi todo el espacio está ocupado por las fórmulas deuteronomistas
del marco redaccional. A las fórmulas de los «salvadores» se asocian
las de los «jueces» (vv. 10a y 11b). Se ha pretendido poner al frente
de la galería de los jueces un ejemplo típico de ambas categorías com-
binadas: un salvador que es al mismo tiempo un juez " . De paso se
daba a la tribu de Judá un puesto en esta teoría de jueces-salvadores.
Pero ello no quiere decir que este pasaje haya sido inventado en
su totalidad. Puede encerrar un recuerdo histórico. Aparte del marco
redaccional, sólo se nos da noticia de que los israelitas permanecieron
ocho años sometidos a Cusan Risatain, rey de Aram Najarain. Fueron
liberados por Otoniel, hijo de Quenaz, el hermano menor de Caleb.
Este Otoniel, el quenizita sobrino de Caleb, que luego se convertiría
además en su yerno, ya nos es conocido, pues fue el conquistador de
Debir, donde luego se instaló (Jos 15,16-19; Jue 1,12-15). Ello signi-
fica que Otoniel pertenece al período del asentamiento, no al de los
jueces.
El nombre del opresor ha sido inventado o deformado. Significa
«Cusan de la doble maldad». Es rey de Aram Najarain, nombre con
que se designa la Alta Mesopotamia. Se ha tratado de identificarlo con
un monarca de aquella región, el Mitanni, Tushratta, de hacia el si-
glo xiv a. O 1 0 °, pero ello resulta cronológica y filológicamente im-
posible. A. Malamat 1 0 1 ha desarrollado una ingeniosa hipótesis. Acep-
tando Aram Najarain, identifica a Cusan Risatain con un cierto Irsu,
un asiático que se habría apoderado del mando en Egipto, mantenién-
dose allí en el poder durante algún tiempo, precisamente, quizá, ocho
años, en torno al 1200 a. O Fue derrocado por el primer Faraón de
la XX dinastía, Sethnekhte, padre de Ramsés III 102 . Irsu y Risatain
serían dos transcripciones inciertas de un nombre que sonaba extran-
jero a los oídos egipcios e israelitas. Sin embargo, 1) en Ras Samra
está atestiguado Irsu como no semita; 2) en los textos egipcios, Irsu
es posiblemente un apodo: «el que se ha hecho a sí mismo, el advene-
dizo»; podría ser incluso otro nombre con que era conocido el gran
canciller Bay, que era de origen extranjero y ejerció con seguridad el
poder al final de la XIX dinastía 103 . Éste Irsu, por consiguiente, nos
resulta casi tan enigmático como Cusan Risatain 104 .
99
W . R i c h t e r , Die Bearbeitungen des «Retterbuches» in der deuteronomischen Epoche
(BBB 2 1 ; 1964) 23-26, 6 1 .
100
H . H a n s l e r , Der historische Hintergrund von Richter 3,8-10: B i b 11 (1930)
391-418; 12 (1931) 3-26, 271-96, 395-410.
101
A . M a l a m a t , Cushan Rishathaim and the Decline of the Near East Around
1200 B. C: J N E S 13 (1954) 231-42.
102 A N E T 260a.
103
Cf. vol. I, 297 y supra.33.72.
KM S e g ú n M . F . U n g e r , Israel and the Aramacans of Damascus ( L o n d r e s 1957)
4 0 - 4 1 , C u s a n Risatain serla u n jefe a r a m e o n ó m a d a q u e p r o v o c ó p e r t u r b a c i o n e s hacia
el año 1200.
308 La vida de las tribus

De todas formas, una opresión por parte de un enemigo tan lejano,


de la Alta Mesopotamia, parece un caso insólito en el ambiente de los
jueces; por otra parte, la intervención de un libertador perteneciente
a la parte más meridional del país resulta aún más inverosímil. Más
nos valdrá recurrir a una antigua hipótesis que ha sido puesta nueva-
mente en circulación por los comentarios más recientes 105 , y admitir
que el nombre del país en cuestión está mal conservado, 'rm es un
error por 'dm, como ocurre en otros pasajes, y este' error habría dado
lugar a la introducción de Najarain, como en Gn 24,10, etc. Najarain,
por otra parte, falta en la segunda mención de Aram (v. 10). En cuanto
a Cusan, puede relacionarse con el nombre de la tribu de Cusan, en
paralelo con Madián en Hab 3,7, y con la mujer «cusita» de Moisés
(Nm 12,1). En Egipto tenemos el nombre geográfico Qsnrm = Cu-
sán-Rom, mencionado en una lista geográfica de Ramsés II, tomada
luego por Ramsés I I I 1 0 6 , y el nombre kusn en los textos de execra-
ción. La localización en el sur de TransJordania o de Palestina sólo
cuenta con el apoyo del Cusan bíblico asociado a los madianitas 107 .
Se ha pretendido avanzar aún más, identificando a este kwsn rftym
con el tercer rey de Edom según la lista de Gn 36,34, hsm m'rs htym-
ny 108 . Parece que es ir demasiado lejos. Pero queda siempre la posi-
bilidad de que algunos elementos edomitas trataran de establecerse
también en el sur de Palestina. Al parecer, tenían bajo su dominio las
minas de cobre de la Araba, de donde procedían los quenitas-queni-
zitas, según Jue 1,16. Otoniel habría deshancado a estos competidores.
El Deuteronomista habría narrado una tradición quenizita, que data-
ría de la época del asentamiento. Pero todo esto no forma parte del
período de los Jueces.
109
2. Ehud (Jue 3,12-30)
Los israelitas estuvieron sometidos a Eglón, rey de Moab, durante
dieciocho años. Fueron liberados por un benjaminita, Ehud, del clan
de Guerá. Habiendo sido encargado de llevar el tributo ante la pre-
sencia de Eglón, asesinó a éste a traición. Luego llamó a las armas a
las gentes de la montaña de Efraín, bloqueó los vados del Jordán y
ios R. Tamisier (1949I; A. Vincent (1952); H . W . Hertzberg (1953); I- Gray (1967)-
106 Lista XXIII, 13; XXVII, 89, en J. Simons, Handbook for the Study of Egyptian
Topographical Lists... (1937). Sin localizar, pero citado a propósito de una campaña
de Ramsés II en Siria, M. Noth, Archaeology and the Religión of Israel, 205, n. 49;
B. Maisler (Mazar), «Revue de l'Histoire Juive en Égypte» 1 (1947) 37-38.
107 W . F. Albright, Archaeology and the Religión of Israel, 205, n.49; B. Maisler
(Mazar), «Revue de l'Histoire Juive en Égipte», 1 (1947) 37-38.
108 A. Klostermann, Geschichte des Volkes Israel (1896) 119. Lo aceptan A. Vin-
cent y J. Gray.
109 Además de los comentarios, cf. E. Auerbach, Ehud: Z A W 51 (¡933) 47-5Ü
E. G. Kraeling, Difficulties in the Story of Ehud: JBL 54 (1935) 205-10; E. Taubler,
Bihlische Studien (1958) 21-42; A. H. van Zyl, The Moabites (Leiden 1960) 125-30;
W . Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen... (1963) 1-29.
Lucha contra los extranjeros 309

causó una gran derrota a los moabitas. En la actualidad se ha renun-


ciado generalmente a distinguir dos fuentes en este relato 110 , pero
su exégesis resulta todavía muy dificultosa, sobre todo en lo que se
refiere a su interpretación geográfica. Según 3,13, Eglón de apoderó
de la ciudad de las palmas. Se trata de Jericó, que también es llamada
«ciudad de las palmas» en Dt 34,3; 2 Cr 28,15. Ello se confirma por la
mención de los moabitas, de los benjaminitas, de Guilgal y de los va-
dos del Jordán. Sin embargo, como hay una ciudad de las palmas men-
cionada en Jue 1,16 e identificada con Tamar, al sur del mar Muerto,
Auerbach l n piensa que también aquí se trata de Tamar; los moabi-
tas habrían realizado un amplio movimiento de giro, y ello explicaría
el hecho de que tengan a los amalecitas como aliados (v. 13). La ex-
pedición iría dirigida no contra Benjamín, sino contra Judá. El primer
redactor, probablemente el Yahvista, habría transferido la historia a
Jericó, haciendo de Ehud un benjaminita. En consecuencia, se han
localizado en Guilgal los ídolos del relato primitivo, los pasos de la
Araba se han convertido en vados del Jordán y se ha movilizado la
montaña de Efraín... Esta hipótesis es enteramente gratuita y no ha
sido aceptada por nadie.
Queda, sin embargo, por explicar por qué no se nombra a Jericó.
En los otros dos pasajes (Dt 34,3; 2 Cr 28,15), «ciudad de las palmas»
está en aposición a «Jericó», que se nombra. Según la Biblia, Jericó
permaneció en ruinas desde la época de Josué (Jos 6) hasta los tiempos
de Ajab (1 Re 16,34). La arqueología no ha reconocido indicios de
reocupación anteriores al siglo vn, pero ha aparecido una tumba de
finales del siglo x y comienzos del ix, algo anterior, por consiguiente,
a la época de Ajab m . Sin embargo, a pesar de que la ciudad perma-
neciera deshabitada, el oasis al menos estuvo ocupado; cf. el comienzo
de nuestro texto, la historia de los embajadores de David (2 Sm 10,5).
Entre estos habitantes se contaba el clan de Rajab, perdonado por
Josué, que ha «permanecido en Israel hasta el día de hoy» (Jos 6,25).
¿Acaso servirá la expresión «ciudad de las palmas» para designar a los
habitantes del oasis?
Más difícil resulta averiguar a qué lugar llevó Ehud el tributo y
dónde asesinó a Eglón. Generalmente se piensa en Jericó, donde Eglón
podía tener una residencia muy lujosa (w. 20-23); de hecho, después
del asesinato, los israelitas cortan la retirada a los moabitas ocupando
los vados del Jordán (v. 28). Esta opinión corresponde al segundo re-
dactor. Pero el texto no dice que la ciudad de las palmas sea la resi-
dencia de Eglón, ni que aquél fuera el lugar en que cayó asesinado.
May además otra dificultad; después de entregar el tributo, Ehud mar-
cha con sus compañeros, pero regresa solo desde los pesüím, que se
no Cf. la historia de la exégesis en W . Richter.
111 K. Aurrbach, loe. cit. (cf. nota 104).
112 K. M. Kenyon, Archaeology and O. T. Study (cf. nota 78) 274; id., Jerícho, II,
48.1-89 (Tumba A H5).
310 La vida de las tribus

encuentran cerca de Guilgal, con el pretexto de que ha de transmitir


a Eglón un mensaje de parte de Dios (v. 19). Entonces lo asesina,
huye, pasa los pesüím y se refugia en Ha-Seirá (v. 26). Este último
lugar no es identificable 113 ; el artículo puede indicar que se trata de
una región, la «región boscosa, el monte». Los pesttím son unas escul-
turas religiosas, ídolos. Se encuentran «cerca de Guilgal», y no son
mencionados en ningún otro pasaje.
Ahora bien, si Ehud asesinó a Eglón en Jericó, como Guilgal se
encuentra entre Jericó y el Jordán, Ehud habría huido en dirección a
Moab, lo que resulta inverosímil. Las dos menciones de los pesílím y
la de Guilgal en los vv. 19 y 26 suponen que la residencia de Eglón
se hallaba al otro lado del Jordán 114 . Se ha pensado en Madobá l i 5
o en Jesbón 116 . Pero la preferencia por uno u otro de estos emplaza-
mientos es puramente arbitraria, ya que ninguno de ellos fue nunca
capital de Moab; por otra parte, resultaría sorprendente que, al des-
cribir el camino de huida seguido por Ehud, no se mencionara que
cruzó el Jordán. La narración supone que no hay una gran distancia
entre los pesüím (y Guilgal) y la residencia de Eglón, cosa que estaría
justificada si esa residencia fuera Jericó. La dificultad que se plantea
en relación con Guilgal desaparece (o al menos se atenúa) si resulta
que Guilgal ha de buscarse, como suponen los estudios recientes, a
pocos kms. al norte o nor-noroeste de Jericó 117. No sería más que un
rodeo, y quizá se trataba de un camino normal. Finalmente, es de su-
poner que la entrega del tributo coincidiría con una visita de Eglón
al país que le estaba sometido. Estimo, por consiguiente, que lo más
probable es que todo ocurriera en Jericó 118 .
Desde el punto de vista histórico, el relato es muy interesante 119 .
La frontera teórica de los moabitas por el norte es el Arnón, pero éstos
trataron siempre de avanzar en esta dirección. Habían sido rechazados
por Sijón de Jesbón hacia el Arnón (Nm 21,26), siendo reemplazados
por los israelitas (Rubén?; Nm 21,25). Pero los moabitas tomaron en
seguida la delantera. Las profecías de Balaán representan una situación
posterior a la conquista. Rubén, debilitado, ha tenido que ceder terre-
no. Balac, rey de Moab, lleva al adivino Balaán hasta el borde de la me-
seta transjordana, desde el norte del Mar Muerto hasta el monte Nebo,
113
Táubler, he. cit., 24-25: «el país de los éf'irim, demonios», el Ghor.
114 W . Richter, he. cit., 9-10.
115
E. G. Kraeling, he. cit (cf. nota 109) 205.
116
Táubler, he. cit., 32.
117
Cf. la bibliografía en M. Weippert, Die Landnahme der israelitischen Stámme
(Gotinga 1967) 30, n. 1.
118
Así opinan los comentaristas modernos: Hertzberg; Gay; O. Eissfeldt, C A H II
xxxiv (1965) 20; A. H. van Zyl, loe. cit. (cf. nota 109) 128-29. M. Noth, Geschichte,
145, deja la cuestión dudosa.
119
M. Noth, hraelitische Stdmme zwischen Ammon und Moab: Z A W 60 (1944)
II_
S7> especialmente 17SS; id., Geschichte, 144-45.
Lucha contra los extranjeros 311

para que maldiga a los israelitas que ocupan la llanura 120 ; esto significa
que los moabitas son dueños de la meseta, y se reúnen con los israelitas
en el santuario de Baal Fegor (Nm 25).
La llanura que se extiende al nordeste del Mar Muerto, entre el
Jordán y la montaña, se llama 'arbót mó'áb. Este nombre no aparece en
las fuentes antiguas, sino únicamente en los pasajes sacerdotales de
Nm (ocho veces), de Dt 34 (dos veces) y una vez en Jos 13,32 ( = P se-
gún los partidarios del Hexateuco; en todo caso, un texto muy secun-
dario). Sin embargo, el nombre debe de remontarse a una época en que
Moab poseía esta llanura, es decir, a un momento anterior a David,
pero posterior a Balaán. Tal es la situación que presupone la historia de
Ehud. Los moabitas han llegado incluso más lejos, pues su rey Eglón,
que no es conocido por otros pasajes, ha atravesado el Jordán, ha ocu-
pado el oasis de Jericó y tiene a los israelitas sometidos a tributo. Según
Jue 3,13, en esta expedición tuvo por aliados a los amonitas y a los
amalecitas. Los amalecitas son nómadas del sur de Palestina que nada
tienen que hacer aquí. Parece que un redactor deuteronomista del libro
de los Jueces se entretuvo en hacerles intervenir por todas partes
(cf. Jue 6,3.33; 7,12 [Gedeón]; 10,12 [introducción a la historia de
Jefté]). Es posible que los amonitas prestaran ayuda a los moabitas,
pero también esto podría corresponder a la labor redaccional.
Por parte de los israelitas, todo tiene el carácter de un asunto muy
local. Nada hace pensar que la ocupación moabita hubiera ido más allá
del oasis de Jericó. La liberación se debe a la acción individual del ben-
jaminita Ehud. A pesar del v. 27 y de las expresiones panisraelitas del
marco redaccional, no es seguro que la acción militar que se desarrolla
a continuación interesara más que a los benjaminitas. Ehud llama a las
armas en la montaña de Efraín (v. 27), pero ésta no es una designación
tribal, sino geográfica, para indicar el macizo montañoso cuya parte
sur ocupa Benjamín. Toda la intervención militar se limita a cortar la
retirada a las tropas de ocupación (v. 28), que probablemente no eran
otra cosa que la escolta armada que había acompañado al rey de Moab
durante su visita.
Los benjaminitas no persiguen a los moabitas más allá del Jordán;
habían logrado expulsarlos de su territorio, y con esto se sentían con-
tentos. Tampoco intervienen las tribus de TransJordania. Los rubenitas
habían sido anegados por los moabitas. Pero, ¿y los gaditas? Tenemos
aquí un ejemplo más del individualismo de las tribus, y especialmente
de las de TransJordania. Volveremos sobre este tema a propósito de
Gedeón y de Jefté. Lo que ya parece más posible es que la muerte de
Eglón diera lugar a un período de anarquía en Moab, y que los gaditas
se aprovecharan de esta circunstancia para reocupar el territorio situa-
do al norte del Arnón. En tiempos de David estará en manos de los ga-

120
M. Noth, loe. cit. (cf. nota anterior) 26-30, cree que los israelitas se habían es-
tablecido al norte y noroeste del lugar desde el que habla Balaán.
312 La vida de las tribus

ditas (2 Sm 25,5), y en el siglo ix Mesa, rey de Moab, dirá en su inscrip-


ción (1.1 o) que los gaditas han habitado siempre Atarot (cerca de Ma-
queronte). Dibón, cerca y al norte del Arnón, que será capital de Mesa,
es llamada Dibón-Gad en Nm 33,45.
La historia de Ehud ha de situarse muy al comienzo del período de
los Jueces, antes de que Gad se desarrollara a expensas de Rubén y
Moab, y antes de que Benjamín se debilitara a causa de sus luchas con
Efraín.
3. Gedeón (Jue 6-8)
Antes hemos tratado de interpretar la figura de Gedeón como «juez
de Israel»; ya dijimos que posiblemente fue reconocido como tal después
de su victoria sobre los madianitas. Al igual que Jefté, el «juez» Gedeón
habría sido antes un «salvador», el que liberó a Israel de los madianitas
(Jue 6-8). Estos capítulos tienen una historia tradicional y literaria com-
plicada 121 . De ellos nos serviremos únicamente en cuanto interesan
para la interpretación histórica.
Se describe la situación en los versículos introductorios (6,1-6): cada
año, los madianitas invaden el país, con sus tiendas, sus camellos y sus
rebaños, que llevan a pastar a los campos en que han crecido las mieses.
Todo lo dejan asolado, como si fueran una plaga de langostas. Se nos
dice que llegan hasta las inmediaciones de Gaza (v. 4), cosa que no con-
cuerda con la zona, muy limitada, en que se desarrolla la acción. Tam-
bién se afirma (v. 3; cf. 6,33 y 7,12) que traían consigo a los amalecitas
de Bene-Quedem; se trata probablemente de una noticia redaccional;
ya hemos visto cómo en la historia de Ehud, junto a los moabitas, apare-
cen los amalecitas (3,13); por otra parte, Bene-Quedem, «los hijos de
Oriente», es una forma vaga de designar a los nómadas del desierto
oriental. En 8,10 se emplea Bene-Quedem como sinónimo de «madia-
nitas».
El país de Madián se localizará más tarde en el noroeste de Arabia,
pero los madianitas eran nómadas, y los textos del A T los hacen apare-
cer en los lugares más alejados antre sí; una de sus caravanas recoge a
José en Dotan y lo lleva consigo a Egipto (Gn 37,28.36); Moisés se refu-
gia entre los madianitas y toma por esposa a una de sus mujeres (Ex 2,
15-22); estos vínculos se reanudan después de la salida de Egipto (Ex 18;
Nm 10,29-31). Todos estos acontecimientos tienen lugar, según creo,
no en Arabia del norte, sino en la península del Sinaí. Pero los madiani-
tas aparecen en seguida, y con un aspecto menos favorable; en efecto,
los ancianos de Madián se unen a los de Moab para pedir juntos al adi-
vino Balaán que maldiga a Israel (Nm 22,4.7). En unión de las hijas de
Moab, la hija de un jefe madianita arrastra a los hijos de Israel al culto
121
C. F. Whitley, The Sources 0/ the Gideon Stories: V T 7(1957) 157-64; W . Beyer-
lin, Geschichte und heilgeschichtliche Traditionsbildung im Alten Testament. Ein Beitrag
zm Traditionsgeschichte von Richter VI-VIII: VT 13 (1963) 1-25; W . Richter, Tradi-
tionsgeschichtliche Untersuchungen... (1963) 112-46.
Lucha contra los extranjeros 313

licencioso de Baal Fegor (Nm 25,6-18). Esta presencia de los madianitas


junto a los moabitas queda confirmada por la noticia sobre el cuarto rey
de la lista de los reyes de Edom (Gn 36,35): «Adad, hijo de Badad, el que
derrotó a los madianitas en el campo de Moab» 122 . La historia de Baal
Fegor continúa con el relato de una guerra de exterminio contra los
madianitas (Nm 31). Este capítulo pertenece a un estrato reciente de P.
Sin embargo, Eissfeldt ha tratado recientemente de defender su valor
histórico 123 . Unido a las noticias de Nm 22 y 25, indicaría que los ma-
dianitas ejercieron un protectorado sobre Edom y Moab. Esta hipótesis
no es aceptable 124 . De los textos bíblicos sólo puede deducirse la pre-
sencia de grupos madianitas en TransJordania.
Se dedican' a hacer incursiones al oeste del Jordán. Nos las podemos
imaginar de dos maneras, en el marco de las migraciones estacionales de
estos nómadas pastores que, al llegar la primavera, conducen sus rebaños
a las tierras cultivadas, y destruyen en el campo las mieses. Esto es lo
que parece indicar en el texto la regularidad de aquellas incursiones, que
se producen en la misma estación (6,3-43), y la presencia de los rebaños
y de las tiendas (v. 5a). O bien puede tratarse de razzias, de golpes rápi-
dos, en los que únicamente se pretende pillar un botín; en este caso, los
ganados serían un estorbo. Esto es lo qué podrían indicar los w . 4b y
5b: los madianitas llegan a lomos de camellos, asolan el país y no dejan
ninguna cabeza de ganado. La redacción de los vv. 3-5 es pesada; se ha
intentado distinguir en ellos dos fuentes. Yo diría más bien que el re-
dactor combina dos tradiciones sobre las incursiones de los madianitas,
representadas como desplazamientos estacionales o como razzias. Histó-
ricamente pudieron darse ambas cosas. En los relatos de las campañas
de Gedeón, nunca se habla de ganados—oponer la guerra madianita de
Nm 31, con todo el botín—, pero tampoco se nombran para nada los
camellos (7,12 es una adición que toma de nuevo 6,3.5125), salvo en el
medio versículo de 8,21b (y luego en la historia del efod fabricado con
el botín; 8,27). La batalla cerca de En Jarod y la subsiguiente persecu-
ción (7,1-25) parecen indicar que madianitas e israelitas combaten a pie.
La persecución en TransJordania (cap. 8) supone esta misma circuns-
tancia, pues no sería posible dar alcance a quienes huyen a lomos de
camellos.
Temo que se haya dado demasiada importancia a estos camellos de
los madianitas 126. Este sería el primer testimonio histórico del uso del
camello como animal doméstico (sobre todo Albright). Es cierto que la
122
Según J. R. Bartlett, JTS 16 (1965) 304, este Adad sería más bien un príncipe
local de Moab.
123
O . Eissfeldt, Protektorat der Midianiter über ihre Nachhar im letzen Viertel
des 2. Jahrtausends v. Chr.: JBL 87 (1968) 383-93.
124
A pesar del apoyo que le ha prestado W . F. Albright, Midianite Donkey Cara-
vans, en Translating and Understanding thc Oíd Testament. Essays in Honor oj H. G. May
(Nashville-Nueva York 1970) 197-205; cf. supra, p. 100.
' " W . Richter, loe. cit., 169.
,2<
> M. Noíli, (ieschicliir, 149; J. Hrijíht, Ilistory, 158.
314 La vida de las tribus

domesticación intensa del camello y su empleo en las caravanas y en la


guerra no se difundieron hasta finales del II milenio. T a m b i é n es vero-
símil que los madianitas de Gedeón poseyeran camellos de los que se
servían para sus incursiones, pero aparte de su mención al principio de
la historia de Gedeón, y luego accidentalmente, aquellos camellos deja-
ron únicamente u n pálido recuerdo. U n siglo más tarde tendremos el
recuerdo más concreto y vivo de la historia de David, cuando éste per-
sigue a la banda de amalecitas que han destruido Sicelag (i Sm 30),
•donde encontramos todo lo que falta aquí: la recuperación del botín y la
matanza de todos aquellos que no pudieron huir en los camellos.
Estas incursiones de los nómadas transjordanos no son únicamente
indicio de la fuerza superior que les proporcionaba la posesión de los
camellos. T a m b i é n son la prueba de que no había ninguna autoridad
capaz de oponerse a su llegada y a sus depredaciones. Después de atra-
vesar el Jordán, se extendieron por la llanura de Yezrael a través de Bet-
sán. Esto hubiera sido imposible en la época en que Egipto ejercía su
dominio sobre aquella zona, pues Betsán tenía bajo Ramsés III una guar-
nición egipcia, que posiblemente permaneció allí incluso bajo Ramsés IV,
durante la segunda mitad del siglo x n 127 . T a m b i é n hubiera resultado
esto mismo imposible en la época en que las ciudades cananeas de la
llanura eran lo bastante fuertes como para reaccionar. T o d o ello indica
que Gedeón es posterior a la batalla de Débora y Barac. Manases se ha
convertido en una tribu importante y ha reemplazado al M a q u i r del
Cántico. El final de la dominación egipcia, la llegada de los israelitas y
la de los pueblos del mar terminaron por arruinar toda autoridad que
pudiera defender el país, y los nómadas supieron sacar provecho de esta
situación.
La liberación conseguida por Gedeón se describe en dos etapas: una
campaña al oeste del Jordán (6,33-7,25) y una persecución en Transjor-
dania (8,4-21). Pero es notorio que ambos relatos son independientes.
En el primero, los dos jefes, sar, de los madianitas son O r e b y Zeb, que
caen prisioneros y son ejecutados (7,25). A q u í acaba todo. En el segundo
relato, los dos reyes, mélék, de los madianitas s o n Z é b a j y Salmuná, que
también caen prisioneros y reciben la muerte. Las gentes de Sucot y de
Penuel niegan los víveres a la tropa de Gedeón (8,5-8), pretextando que
Zébaj y Salmuná aún no han caído en sus manos. Esta respuesta sería
imposible en el caso de q u e Gedeón acabara de ganar una gran victoria
al oeste del Jordán y no hiciera entonces otra cosa que perseguir a los
vencidos. Por otra parte, el segundo relato no se refiere, como el prime-
ro, a una liberación de Israel, que había sido anunciada en la vocación
de Gedeón (6,i3ss). Se trata ahora de una venganza personal: los herma-
nos de Gedeón han sido muertos por Zébaj y Salmuná en el T a b o r (8,17-
12). Gedeón lleva a cabo la venganza de sangre, y ello explica que hasta
trate de que la realice su hijo mayor (v. 20).

127 W. A. Ward, en Fr. W. James, The Iron Age al Beth Shan (1966) 172-79.
Lucha contra los extranjeros 315

La negativa de las gentes de Sucot y Penuel Que 8,5-8) se explica su-


ficientemente por el temor a las represalias de los madianitas cuando
Gedeón haya pasado de nuevo al otro lado del Jordán. En este hecho se
ha visto también una expresión de las rivalidades entre las tribus: ambas
ciudades estarían pobladas por maquiritas (y M a q u i r había sido suplan-
tado por Manases) 1 2 8 o por benjaminitas, enemigos de Efraín (y de
Manases) 1 2 9 . T o d o esto es más que conjeturas. Sucot se enumera
entre las ciudades de G a d (Jos 13,27), cuando esta tribu se extendía ha-
cia el norte por el valle del Jordán. Los habitantes de Sucot (y de Penuel)
serían los gaditas. Pero lo importante sería averiguar si en aquella época
ambas ciudades eran israelitas. Penuel = Telul e d h - D h a h a b , j u n t o al
Yaboc por la parte en que el río penetra en el valle del Jordán, no apare-
ce adjudicada a ninguna tribu en las listas de Josué, y hasta Jeroboán I
no se contará como ciudad israelita (1 Re 12,25); e s t e lugar no ha sido
excavado. Se admite generalmente que Sucot está localizada en Tell Deir
Allá, algo al norte del Yaboc. Este emplazamiento ha sido excavado por
H . Franken, y Aharoni piensa que puede atribuirse a Gedeón la destruc-
ción del santuario correspondiente al siglo x n 1 3 0 . Pero esto es imposi-
ble: 1) el santuario no fue destruido en el curso de una guerra, sino por
u n temblor de tierra; 2) Jue 8,16 habla del castigo infligido por G e d e ó n
a las gentes de Sucot, pero no dice que fuera destruida la ciudad, como
ocurre en el caso de la torre de Penuel (v. 17); 3) es casi seguro que Deir
Allá no es Sucot, que era u n santuario frecuentado por seminómadas, e n
cuya proximidad se formó luego una aldea; Deir Allá, sin embargo, n u n -
ca fue una ciudad 1 3 1 . Por otra parte, es difícil precisar cuándo ocuparon
los israelitas Deir Allá. N o se puede excluir que Sucot y Penuel fueran
no ciudades israelitas, sino enclaves cananeos de TransJordania. H . R e -
viv 1 3 2 ha tratado de demostrar que la forma de gobierno de estas dos
ciudades, indicada por las expresiones «los hombres de Penuel» y «los
hombres de Sucot» se asemeja a la de las ciudades cananeas más que a la
de las ciudades israelitas; en los vv. 6 y 14 se añade inmediatamente «los
príncipes» de Sucot. Esto no resulta convincente, y prefiero pensar q u e
Sucot y Penuel estaban entonces habitadas por los gaditas.
En todo caso, la tradición de Jue 8,4-21 es una tradición local de
TransJordania, muy al corriente de la topografía 1 3 3 . Desde Sucot (Deir
Allá o u n lugar cercano), Gedeón «sube» a Penuel (Telul e d h - D h a h a b )
y luego hacia el oeste de Nobá y de Yogboha, por el «camino» de los que
habitaban en tiendas, es decir, siguiendo una ruta caravanera. N o sa-
128
E. Táubler, Biblische Studien, 247.
129
Cf. pp. 290S, supra; K.-D. Schunck, ZDMG 113 (1963) 37; S. Mittmann,
Beitráge zur Siedlungs- und Territorialgeschichte... (1970) 216, n. 22.
130
Y. Aharoni, The Land of the Bible, 241, n. 174.
131
H. J. Franken, CAH II xxvi (b) (1968) 8. No merece tenerse en cuenta lo que
afirma G. Sauer, Die Tafeln vori Deir 'Alia: ZAW 81 (1969) 145-56, a propósito de
Jue 6-8, pp. 151-54.
132
H. Keviv, Two Noles io Judges VIII, 4-17: «Tarbiz» 38 (1968-69) 309-17.
133
K. de Vaux, Bible et Orient (1967) 1 vt-
316 La vida de las tribus

bemos dónde se encuentra Nobá 134, pero Yogboha es Adjbehat, un


grupo de ruinas junto al camino de es-Salt a Ammán. Gedeón dio al-
cance a Zébaj y Salmuná en Carcor, donde se hallaban acampados. Este
lugar se ha identificado frecuentemente con Carear o Queraquer, en el
Wady Sirhan, a unos 250 km. de Yogboha, pero esta distancia resulta
excesiva 135. Es posible que se trate de un nombre descriptivo, pues hay
numerosos derivados de qrqr en árabe, que sirven para designar ciertos
tipos de terreno. Gedeón regresa por la «cuesta del dios Sol» (8,13), un
camino que baja de Tell Hedjadj (Mehanain) por encima de Tulul edh-
Dhahab (Penuel) y que llega a las inmediaciones de Deir Allá (Sucot).
Coincidiría con el trazado de una calzada romana 136.
Esta venganza de sangre perpetrada por Gedeón contra dos jefes
nómadas no interesó más que a su clan. Las cifras fantásticas y la alu-
sión a una batalla son redaccionales 137. El episodio no tuvo consecuen-
cia alguna para Israel; sería arbitrario interpretar las represalias de Ge-
deón contra las gentes de Sucot y Penuel como señal de que Gedeón
ejercía algún poder temporal sobre esta región de la TransJordania, y
que esto habría podido favorecer la petición que se le presentó para que
aceptara ser rey (8,22) 138 .
Los hechos importantes son los que se desarrollaron al oeste del Jor-
dán (6,33-7,25), que parecen haber movilizado a un grupo entero de
tribus 139 . Gedeón tiene a su lado a su propio clan de Abiezer (6,34),
pero también a todo Manases y contingentes de Aser, Zabulón y Nefta-
lí (6,35). Después de la derrota de los madianitas, las gentes de Neftalí,
de Aser y todo Manases se lanzan en su persecución, mientras todas las
gentes de Efraín les cortan la retirada en los vados del Jordán (7,23-24).
Pero lo que resulta extraño es que después de haber convocado semejan-
te gentío, Gedeón diga a los pusilánimes que se vuelvan a sus casas (cf. Dt
20), y que se marchen veintidós mil hombres. Aún quedan dos mil, pero
Gedeón sólo retiene a trescientos, elegidos conforme a la forma en que
beben agua de un arroyo (7,1-7). Se ha pretendido ver razones militares
en estas medidas 1 4 °. Una explicación mejor, de orden teológico, es la
que se da en el mismo texto para cada una de estas reducciones de efec-
tivos (7,2.4): Yahvé es el que va a poner a Madián en manos de Israel,
y no conviene que Israel pueda luego gloriarse de esta hazaña. Se trata
de una guerra santa, y en ella todo Israel estará representado por los
trescientos combatientes retenidos por Gedeón. Hay en todo esto un
acto de la historia de la salvación, pero, históricamente, se trata de algo
134 N o e s posible relacionarlo con el nombre personal Nobá (Nm 32,42) y buscarlo
al norte de TransJordania, como hace J. Gray, in loco.
135
Y. Aharoni, The Land ofthe Bible, 241, según A. Musil y otros.
" 6 S. Mittmann, Die Steige des Sonnengottes (Ri. 8, 13J ; ZDPV 81 (1965) 80-87.
137
W . Richter, loe. cit., 230-32.
138 A s í , G . Sauer, Z A W 81 (1969) 154.
139
Para lo que sigue, cf. W . Beyerlin, VT 13 (1963), especialmente 2-5.
140
A . Malamat, The War og Gideon and Midian. A Military Approach: P E Q 85
(1953) 61-65.
Lucha contra los extranjeros 317

inverosímil. También es inverosímil que después de la derrota de los


madianitas ante el ataque de trescientos hombres, aparezcan de nuevo
reunidos los contingentes de todas las tribus para perseguir a los que
huyen (7,23). Tal cosa exigiría más tiempo.
Parece claro, desde un punto de vista histórico, y conforme al pri-
mer estado de la tradición, que sólo el clan de Gedeón, Abiezer, tomó
parte en aquella empresa (6,34) 141. La cifra de los trescientos comba-
tientes resulta verosímil; los danitas de Sorá y Estaol son seiscientos
(Jue 18,11). Pero aquella victoria benefició a todo el grupo de las tribus,
amenazadas por las incursiones de los madianitas hasta la misma llanura
de Yezrael, y esta victoria se convirtió rápidamente en una tradición
común. Algo parecido hemos encontrado ya a propósito de la batalla del
Quisón, en la que el relato en prosa de Jue 4 sólo hace intervenir a Nef-
talí y Zabulón, mientras que el Cántico de Débora enumera como parti-
cipantes a Efraín y Benjamín, Maquir (Manases), Zabulón, Isacar y
Neftalí, una agrupación semejante a la de Gedeón.
El marco geográfico de la batalla aparece claro. Los madianitas se
hallan en la llanura de Yezrael (6,33), y su campamento está instalado
junto a la colina de Moré (7,1), el actual Dj. Dahi, o «Pequeño Hermón»,
a cuyos pies se encuentra Sunán. Gedeón acampa más al sur, en En Ja-
rod ('Ayn Djalud), según 7,1. Menos claro resulta el camino por donde
huyen los madianitas. Según 7,22, escapan hasta Bet-Hasitá, en direc-
ción a Serera (que probablemente ha de leerse Sartán). hasta las lindes
de Abel-Mejolá, en dirección a Tabat. El texto aparece sobrecargado,
y las localizaciones geográficas resultan desconocidas o discutibles 142 .
Según 7,24, son enviados los efraimitas para que corten la retirada a
los madianitas ocupando los puntos de aguada hasta Bet-Bará, localidad
desconocida. Toman presos y dan muerte a Oreb y Zeb, a propósito de
los cuales se dan sendas explicaciones de nombres de lugar (7,25); evi-
dentemente se trata de una tradición etiológica efraimita. A la queja que
pronuncian los efraimitas por no haber sido convocados responde Ge-
deón que el rebusco de Efraín (la captura de los dos jefes) vale más que
toda la vendimia de Abiezer (la victoria obtenida por Gedeón). Si toda
esta historia, probablemente propia del clan de Abiezer, tiene algún fon-
do histórico, sería una confirmación de lo que ya hemos dicho, que todo
aquel asunto afectaba en principio únicamente al clan de Abiezer. En
todo caso, sin embargo, tenemos aquí una muestra de las aspiraciones
de Efraín a la supremacía (cf. la historia de Jefté [12,1-6] y toda la gue-
rra contra Benjamín [Jue 19-20]). De todas formas, lo cierto es que
Gedeón puso término a las incursiones de los madianitas. En recono-
cimiento de sus méritos se le ofreció la corona de rey," que él rechazó
(8,22-23), pero ya hemos visto que, con toda probabilidad, ejerció la
función de juez de Israel sobre el grupo de las tribus del norte y del cen-
141
W . Beyerlin; J. Gray, loe. cit. (cf. nota 35) 225, 301.
i « Recientemente, H.-J. Zobel, Abel-Mechola: ZDPV 82 (1966) 83-108.
318 La vida de las tribus

tro. Su hazaña fue valorada por la tradición a la misma altura que la de


Débora y Barac (Sal 83,10-12). La acción de Yahvé, al herir a Madián
en la peña de Oreb, se pone en paralelo con el milagro de la salida de
Egipto (Is 10,26). El «día de Madián» se convertirá en un símbolo de li-
beración (Is 9,3).

4. Jefté (Jue 10,6-12,7) 143


El análisis literario de esta sección resulta complicado. Ya hemos
explicado cómo interrumpe la lista de los jueces menores. El relato fun-
damental contiene 144 : n,i-n.29.32b-33a; 12,7. A todo ello se añade
la historia del voto de Jefté y una etiología de la lamentación que con-
memoraba la muerte de la hija de Jefté (11,30-31.34-40), la historia de
un conflicto entre Galaad y Efraín (12,1-6), las negociaciones entre Jefté
y los amonitas, que ponen en tela de juicio los derechos territoriales de
Moab más bien que los de Amón (11,12-28). Una extensa introducción
teológica (10,1-16) sirve de prólogo a los relatos que versan a la vez sobre
Jefté y sobre Sansón (los filisteos aparecen junto a los amonitas en los
vv. 6 y 7). Al final, Jue 12,7 sirve para enlazar esta historia con la lista de
los jueces menores.
Jefté es un galaadita (11,1), pero resulta que nunca hubo una tribu
de Galaad (a pesar de Jue 5,17) 145. Se trata del nombre de una región,
como queda claramente indicado en el v. 8: «los habitantes de Galaad».
Es el Galaad primitivo, al sur de Yaboc; en efecto, es allí donde Israel
tenía una frontera común con los amonitas; por otra parte, Mispá de
Galaad = Kh. Djel'ad o sus alrededores, al sur del Yaboc, ocupa un
lugar capital en el relato.
Jefté se había desterrado al país de Tob, a donde acuden a buscarlo
los ancianos de Galaad (11,3-5). En 2 Sm 10,6-8, las gentes de Tob, en
unión de otros grupos árameos, son aliadas de los amonitas. Tob suele
identificarse con la T-b-y de la lista de Tutmosis III, Tubu de la lista de
Amarna, y se localiza este nombre en et-Taybeh, en el camino entre
Busra y Dera'a 146. Esta localización puede ser válida para la época de
David (Tob se cita junto a los restantes principados árameos de la re-
gión de Damasco), pero no necesariamente para el período de los Jue-
ces. Se encuentra demasiado lejos del Galaad primitivo, del que Jefté es
oriundo. Este «país de Tob» en que Jefté se refugia y forma una parti-
da con la que hace sus expediciones es más bien una región escasamen-
te habitada al norte o noroeste del Yaboc 147.
La única operación militar se describe en 11,33: «El (Jefté) los
143
E. Táubler, Biblische Studien, 283-97; W . Richter, Die Überlieferungen um
Jephtah. Ri 10, 17-12, 6: Bib 47 (1966) 485-556.
144
G. Fohrer, Einleitung; cf. W : Richter, más complicado, y Taubler, más sencillo.
145
Sobre el doble significado de Galaad en este relato, cf. M . Noth, ZDPV 75
(1959) 34-38.
146
Abel, Simons, Aharoni.
147
Así, M. Noth, Geschichte, 246, n. 2.
Lucha contra los extranjeros 319

(amonitas) batió desde Aroer hasta las inmediaciones de Minit, veinte


ciudades, y hasta Abel-Queramín». Aquí Aroer no es la ciudad situada
a orillas del Arnón, como en la adición de 11,12-28, en el v.26. Ahora se
trata de Aroer cerca de Raba de los amonitas (Jos 13,25). El P. Abel
proponía Kh. es-Safra, 7 km. al este de Ammán 148, mientras que S. Mit-
tmann 149 se decide por Kh. el-Beder, un tell situado 5 km. al norte de
la ciudadela de Ammán, desde la que es visible, con restos de muros y
cerámica de los siglos xi al v m a.C. Abel Queramín sería Kom Yadjuz,
tres kilómetros y medio al norte de Kh. el-Beder. Minit no ha sido lo-
calizada. Las «veinte ciudades» podrían ser en esta región otras tantas
aldeas, a lo sumo.
Este primer conflicto entre Israel y los amonitas revistió escasa im-
portancia 1 5 °. Parece que nos hallamos muy al principio del período de
los Jueces. Se habla de Galaad en su acepción primitiva, como proba-
blemente ocurre también en el Cántico de Débora 151; las formulaciones
aún no se han fijado. Los amonitas—sedentarizados más tarde que los
edomitas y los amorreos—tratan de expansionarse hacia el oeste. Jefté
los rechaza, y, si la localización de Aroer y Abel-Queramín es exacta,
los hace retroceder casi hasta Ammán. Pero la frontera de Amón se
establecerá en el límite oeste de la Beca (los fortines) 152, al pie del mon-
te Galaad, coincidiendo con la frontera tradicional de Israel (cf. la his-
toria de Jacob y Labán: Galaad es una frontera).
Este acontecimiento fue abultado por la tradición, y Jue 11,12-28
narra un intercambio de mensajes entre Jefté y el rey de los amonitas,
donde se advierte que están en juego todo el territorio que se extiende
entre el Yaboc y el Arnón, el país de los amorreos (Sijón), que han sido
despojados por los israelitas y que los amonitas reclaman por suyo.
Más bien se trataría de los moabitas; de hecho, se habla de Kemosh, el
dios de los moabitas, no de Milkom, el de los amonitas 153 . Tenemos,
aquí una adición, un fragmento de teología de la historia, que se inspira
en Nm 20-21, pero anterior a la redacción deuteronomista del libro,
quizá en torno a la época de Jeremías (cf. Jr 49,1-5, Moab contra
Amón) 154 . Es posible que haya sido sugerida por la mención de Aroer
(cerca de Ammán) en el relato primitivo (11,33), que habría sido confun-

148
Abel, Geographie II, 250.
149
S. Míttmann, Aroer, Minnith und Abel Keramim: ZDPV 85 (1969) 63-75;
id., Beitrdge.,., 236-37.
150
E. Taubler, Biblische Studien, 289; M. Nocth, ZDPV 75 37, 40. No se puede
tomar en cuenta la introducción (10,9), según la cual, los amonitas habían atravesado.
el Jordán y luchado contra Judá, Benjamín y Efraín.
151
M. Noth, ZDPV 68 (1946-51) 39-40; por el contrario, J. Bright, History, 159,
sitúa este episodio al final del período.
!52 Cf. R. de Vaux, Bible et Orient (1967) 137.
153
Es sorprendente que Albright, en el Prolegomenon al comentario de Burney
2
( i97o) 21, diga que probablemente los moabitas y los amonitas veneraban bajo,
estos dos nombres a una misma divinidad (equivalente de Nergal o de Reshef).
i ' 4 W . Richter, Bib 47 (1966) 522-47.
320 La vida, de las tribus

dida con Aroer del Arnón (cf. 11,26, hebreo), que BJ corrige conforme
a la Vulgata y una parte del texto griego, leyendo Yaser y Jordán.
También la guerra entre Jefté y Efraín (12,1-6) es una adición sobre
el mismo tema que 8,1-3, I a susceptibilidad de Efraín, que reclama la
preeminencia. La historia debe de tener, sin embargo, algún fundamen-
to en la realidad 155, pero menos concreto que el asunto de la guerra
amonita. ¿Sería el hecho de que Jefté fuera elegido juez después de su
victoria Que 12,7)? Es posible que Efraín no viera con buenos ojos la
elección de un juez transjordano 156.
Finalmente, la historia del voto de Jefté (11,30-31.34-40) es una etio-
logía cúltica, que sólo arbitrariamente ha sido añadida al relato.

5. Los filisteos
Al final del período de los Jueces, bajo Eli, Samuel y Saúl, los filisteos
aparecen como un temible peligro para Israel. Pero ya estaban en el país
desde hacía mucho tiempo, donde se habían instalado después de la vic-
toria de Ramsés III sobre los pueblos del mar, hecho ocurrido en 1175,
según nuestra cronología. Es curioso que en el libro de los Jueces apenas
se hable de ellos; sólo son mencionados en las historias de Sansón, al
final del libro (caps. 13-16) y en un v. sobre el juez Sangar al principio
(3,31). Nos fijaremos primero en este texto.
SANGAR.—La noticia es evidentemente una adición; 4,1 (muerte de
Ehud) enlaza con 3,30, sin alusión alguna a Sangar 157. La adición se
debe con probabilidad al principal redactor deuteronomista, y es posi-
ble que haya dado lugar a que se consigne la cifra de 80 en vez de 40 para
el período de reposo subsiguiente a la judicatura de Ehud, con lo que
se cubrirían las de Ehud y Sangar. La expresión «él también salvó a Is-
rael» subraya el carácter adicional. Es verosímil que su inserción en este
lugar se deba a la mención en el Cántico de Débora (Jue 5,6) junto a
Yael; esto ha hecho que se le considere también «salvador» de Israel.
El nombre. Todavía recientemente se ha tratado de explicar su nom-
bre suponiéndolo semítico 158; Sangar sería un shafel de una raíz mgr.
Incluso se ha supuesto que podría ser un nombre egipcio-cananeo com-
puesto: gar = gér, y Sham sería la transcripción del egipcio sm2 en
cananeo: extraña solución 159 . La respuesta exacta ya había sido dada
hace tiempo: se trata del nombre hurrita si-mi-ga-ri 160 .
Pero, como suele ocurrir, es un hurrita asimilado, semitizado; su
segundo nombre es ben 'Anat, que ha sido interpretado diversamente.
Hay que descartar la hipótesis imposible de F. C. Fensham: Sangar
155
Contra Táubler, loe. cit., 293S.
156 Sugerido por Hertzberg, loe. cit. (cf. nota 35) 218.
157
W . Richter, Die Bearbeitungen des «Retterbuches» in der deuteronomischen Epoche
BBB 21; 1964) 92-97.
158
A. van Selms, Judge Shamgar: VT 14 (1964) 294-309.
159
E. Danelius, Shamgar ben 'Anath: JNES 22 (1963) 191-93.
« o B. Maisler (Mazar), PEFQS (1934) 192-94.
Lucha contra los extranjeros 321

descendería de los haneanos de los textos de Mari 1 6 1 . 'Anat es verda-


deramente el nombre de lo diosa cananea. Como se trata de una divini-
dad guerrera, se ha explicado «hijo de "Anat» como un epíteto laudato-
rio aplicado a Sangar a causa de sus hazañas 162 . Pero es más verosímil
que este nombre identificara al personaje como habitante de Bet-Anat,
una ciudad en que existía un santuario de la diosa, mencionada en
Jue 1,33; Jos 19,38 entre las ciudades de Neftalí aún no conquistadas;
Sangar podía ser incluso el príncipe de esta ciudad 163 . Pero Ben 'Anat
es un nombre personal abundantemente atestiguado en los documen-
tos cuneiformes, ugaríticos y egipcios 164. Lo más verosímil es que este
nombre signifique simplemente Sangar (hijo de) Ben 'Anat. Se trataría
con seguridad no de un israelita, sino de un cananeo de ascendencia
hurrita.
Es ciertamente el mismo que figura en el Cántico (Jue 5,6), en un
contexto oscuro: «En los días de Sangar Ben 'Anat, en los días de Yael,
los caminos estaban desiertos. Los que emprendían la marcha buscaban
senderos apartados. La vida en los campos había cesado, hasta que tú
te alzaste, Débora». Parece que el enemigo de Israel era un personaje
anterior a Débora. Pero, ¿quién es Yael? Se ha pretendido corregir
este nombre. Afirmando que la corrupción viene de antiguo, y que Yael
ayudó a Israel, se convierte también a Sangar en un aliado de los israe-
litas. Se le atribuía una victoria contra los filisteos, del mismo tipo que
las hazañas del héroe David (cf. especialmente 2 Sm 23,11-13): Sangar
solo contra los filisteos.
Si desvinculamos a Sangar de Bet 'Anat, no sabemos dónde pudo
ocurrir todo esto, y lo único que nos queda es que, según el Cántico, la
tradición relativa a Sangar corresponde al norte. Pero, en este caso,
¿qué tienen que ver aquí los filisteos? Hipótesis de Aharoni 1 6 5 : los
«filisteos» son los «pueblos del mar» instalados en Betsán, y Sangar se-
ría el responsable de la destrucción de Betsán, nivel VII, a finales del
siglo XIII. Arbitrario.
En cualquier caso, se trata verosímilmente del recuerdo de una
acción llevada a cabo por el cananeo Sangar contra los enemigos de Is-
rael, que le valió ser mencionado en la lista de los salvadores.
161
F . C. Fensham, Shamgar ben 'Anath: JNES 20 (1961) 197-98.
162
A. van Selms, loe. cit., 303-4.
163
B. Maisler, loe. cit.; A. Alt, Kleine Schn/ten I, 262; J. Bright, History, 157.
i « J. T . Milik, BASOR 143 (1956) 5.
165
Y. Aharoni, New Aspects of the Israelite Oceupation in the North, en Volume
Clueck (1970) 254-67, especialmente 255-59 y 264.

21
ÍNDICE ANALÍTICO

Aarón: I 446. familia, mujeres: I 238S, 24$$.


familia: I 312, 322. hijos de las concubinas: II 286.
grupo: II 242. Isaac: I 176S, 228, 281; II 253.
y Jetró: I 330. Ismael: I 245.
en Meribá: I 403 s; II 63. Jacob: II 253.
salida de Egipto: I 386. Lot: I 177S, 241, 253.
sepultura: II 87, 93. medio étnico (amorreo): I 260S, 263.
en el Sinaí: I 422. adopción: I 237S, 249.
aaronitas: II 241. familiar: I 237.
Aba (AD)-rama/ramu/rami: I 202. sociológico (pastor): I 228, 231,
Abam-ram/rama: I 202. 234S.
Abarín, montes: II 94. migración de U r : I 193-199, 260, 262,
Abbael, rey de Alepo: I 84. 429.
Abbar, sumo sacerdote, juez de Tiro: II de Harán/Aram Naharain: I 165,
273- 184S, 199, 202, 218, 262.
Abdi-Ashirta, jefe amorreo: I n i , 117. nombre: I 202-205, 263.
Abdi-Hepa, rey de Jerusalén: I 103, ngs, religión:
148. alianza: I 382S, 395, 398, 429.
Abdón, juez menor: II 202, 207, 261, 263. árboles sagrados: I 283S.
de Piratón, en Efraín: II 264. circuncisión: I 284S, 381.
Abel y Caín: I 153S, I78n. «el dios de Abrahán»: I 268s, 271,
Abel Queramín/Kom Yadjuz: II 319. 339-
Abel-Mejolá: II 317. las promesas: I 166, 171, 176, 183,
Abías, hijo de Samuel: II 271. 187, 272, 278, 429, 433.
Abías, rey de Judá: II 265. sacrificio de Isaac: I 281.
Abiezer, clan de Gedeón: II 277, 316S. Abrán/Abirán: I 202S, 263.
Abihú, hijo de Aarón: I 422. Absalón: II 228, 291.
Abimelec, juez: II 159SS, 171, 203, 205S, abu bíti; II 83.
207, 209, 220, 260, 276, 301-304. Aburahana: I 203, 263.
Abimelec, rey de Guerar: Acad y la anfictionía sumeria: II 216.
alianza con Abrahán e Isaac: I 176, Acán y la toma de Ay: I 312; II 23, 8o»
235. 328, 330. 108, 137S, 143.
«rey de los filisteos», II 43. Acor, valle de/Buqueá: II 8os, 138.
y Sara y Rebeca: I 246S. Acre: I 36, 47, 103, 127; II 49.
Abinadab y el arca: II 222n., 300. enclave cananeo: II 305S.
Abiramu: I 203. y los Pueblos del Mar: II 295.
Abírón, rubenita: I 312, 402. Actoes III, rey de Egipto: I 81.
Abi-shar/Ibshá: I 81, 310. Aczib, enclave cananeo: II 305.
Abi-shemu, rey de Biblos: I 90, 91. Ada, mujer de Esaú: II 250.
Abrahán: Adad, hijo de Badad, rey de Edom: I I
y Abimelec: I 246S. 313-
ciclo de — (Isaac): I 176SS, 187. príncipe de Moab (?): II 3i3n.
y de Jacob: I 182SS, 264. Adad-Nirari I, rey de Asiria: I 115, 207..
«edad de—»: I 259SS. Adam (ciudad): II 133.
estancia en Egipto: I 246, 310, 314, Adeimeh: I 61.
359. 363; II 7°. 254- Adjbehat/Yogboha: II 316.
en Mambré: I 176S, 278. Adjlún, macizo de: II 289.
en la gruta de Macpcla: I 254. Adma: I 220, 221, 223.
324 índice analítico

Adonibezec/Adonisedec, rey de Jerusa- Amada: II 3on., 31.


lén: II 76s, 154. Amalee: I 437.
aduares de Yaír: II 263, 287, 289. batalla de (Ex 17): I 370, 404, 437;
Adulam/esh-Sheikh Madhkur: II 77, 298. II 64.
Afee: Amalee, hijo de Elifaz: II 217, 250.
batalla: II 222, 297. amalecitas: I 377, 404, 438; II 64, 83.
enclave cananeo: II 305. aliados de Eglón: II 309, 311.
Affuleh/Ofrá?: I 37, 63; II 165, 302. y David: II 314.
Agebohat/Yogboha: II 118, 316. y Gedeón: II 312.
c
agédát, tribus árabes: I 190; II 248. Amano: I 35.
ahhiyawa (¿=aqueos?): II jys, 41, 42, 48. Amara occidental: I i3on., 326.
c
Ahiram, inscripción de: II 273, 274. amarát, tribu camellera: II 247.
Ahi-yamiIAhi-yawi: I 332n. Amarna: I 116, 299.
ahlamu/árameos (cf. Aram): I 2o6ss, 212; cartas de: I 103, 105, 110; II 283, 288,
II 58. 302, 318.
y los suteos: I 212. época de — y los Patriarcas: I 261S,
Ain/¿Asan?: II 67. 313-
Ain el Hudeirat/ ¿Jaserot?: I 412. y J o s é : I 313.
Ain Hazer: II 102. y los habiru: I 122, 374.
Ain Hosb/Tamar: II 65. Siquén en la época de—: II 277, 302.
Ain Hudra/¿Haserot?: I 412. y los suteos: I 212.
Ain Mallahá/Einán: I 54. Amenofis I, rey de Egipto: I 105.
Ain Muweileh: I 405. Amenofis II, «amado de Horón»: I 131.
Ain Quedeirat: I 405. y los apiru: I 122, 125, 218, 319.
Ain Quedéis/Cades: I 405, 411, 414. y los hititas: I 110.
Ain Queseimeh: I 405. mención de Canaán: I 137, 139.
Ain Samiyeh: I 76, 77; II 165. de los hurritas: I 104.
Aitakama, rey de Cades: I 103, 117. y Palestina: I io8s, 113S.
Ajab y Jericó: II 309. y las tablillas de Taanac: I 105, n 2 n .
Ajías de Silo: II 257. Amenofis III: I 110.
Ajimán, hijo de Anac: I 148. lista de Soleb: I i3on., I39n., 326.
Ajimelec: I 145, 146. ¿mención de los árameos?: I 209; II
Ajlab/Jebla: II 305. 58.
Akhenatón, cf. Amenofis IV. Amenofis IV — Akhenatón: I 113S, 115$,
Akhetaton /Amarna: I 116. 296, 440.
Akshapu, Acsaf: I 103; II 174, 176. Aminadab, suegro de Aarón: I 312.
Alacá: II 36. Ammán: I 88, 134; II 50, 54, 316, 319.
Alalakh/Atchana: I 79. templo del Bronce Reciente: II 224.
destrucción: II 39. Ammenemes I, rey de Egipto: I 81.
documentos jurídicos: I 244-249. Ammenemes II: I 90.
estructura social: I 150SS. Ammenemes III: I 90, 339; II 65.
y los habiru: I 121, 219; II I48n. Ammenemes IV: I 90.
historia: I 80, 84, 109, 115, 212. Ammia: I 138.
tratados: I 419. Ammisaduqa, rey de Babilonia: I 79, 243.
vasallo de Mitanni: I 100. Ammurapi, rey de Ugarit: II 38, 39.
Alashia/Chipre: I 139; II 38S. Amón: I 34, 40, 146; II 207.
Alepo: I 8o, 84, 108, 109. constitución de Estado: II 20, $6.
y los hititas: I 99, 115. nombre: I 191; II 92.
y Mitanni: I 100. Amón, dios egipcio:
alianza (fiesta): II 218, 219. clero: II 35S.
Alishar: I 121, 124, 219; II 36. división militar: I 127, 128.
Almatu, clan de los suteos: I 125. en la época de Amarna: I 116.
Almón Diblataín: II 94. himno: I 340.
Alyate y el nombre de Goliat: II 45. templos en Canaán: I 113; II 34.
y el nombre de Madduwatta: II 38. Karnak: I 107S, 127.
'allüf: II 250. Tebas: I 319.
A m : I 208. amonitas: II 103S, 203, 209.
índice analítico 325

aliados de Églón: II 311. griegas y ligas itálicas: II 21 m., 212,


y la circuncisión: I 284. 213-216, 226, 227.
y Jefté: II 92, 172, 203, 267, 290, 318S. guerra y ejército: II 212, 227S.
origen: I 177, 216, 241. «israelita»: II 211-218, 243, 246n.
tratados con indulgencia por Israel: II y «juez de Israel»: II 259SS.
91. juramento: II 214, 227.
Amor: I 83; II 40. liturgia: II 2iiss, 292.
amorreos, MAR. TU: I 73, 78-83. de Mambré: II 211.
y los árameos: I 206-214, 263S. pileo-délfica: II 213S, 216, 217, 219,
de la Biblia: I 143SS; II 96, 159. 247.
en Capadocia: I 230, 276. poesía: II 227.
y los danitas: II 280, 2,81, 283, 285. y principio genealógico: II 251.
y los habiru: I 219. santuario: II 212-214, 218-224, 228.
y Maquir: II 288. de las seis tribus (Lía): II 237, 252S.
onomástica: I 202-205. «sumeria»: II 216.
y los orígenes de Israel: I 210-213, Andrómeda, liberación de: II 285.
e
261, 263, 276. anezé, tribu camellera: II 247.
en Palestina: I 86. Aniba: I 133.
reino de Sijón: II 319. Anitta, rey de Kussar: I 101.
y los suteos: I 197, 208, 292. "Annaza, antepasado de los c anezé y de los
en Ur: I 197, 212S. shammar: II 247.
Amoses, rey de Egipto: I 98, I02n., 104. Anta, grande de Egipto: I 71, 72.
Amrafel (Gn 14): I 219, 221, 260. Antela (Termopilas): II 213, 217, 219.
Amrán, padre de Moisés: I 322. Antilíbano: I 35.
Amu = asiáticos en Egipto: I 82, 96, 98, Antíoco III: II 267.
425. Apil-Sin, rey de Babilonia: I 79.
Amuda/Urkish: I 84. apiru, cf. habiru.
Amuq: I 59, Ó9n. Apofis I, rey hieso: I 93, 96, 97.
Amurru, dios de los amorreos: I 78, 269, ApofisII: I 98.
273, 276. Apolo, santuario en Delfos: II 213.
Amurru, país de: I 117, 122. en Grinion: II 214.
y los amorreos: I 21 is. Appum: I 233.
y los amorreos de la Biblia: I 82S, 144. Aqaba:
barrio de Asur: I 230. golfo de: I 39, 41, 47.
y Egipto: I 127S; II 34. itinerario del éxodo: II 86, 96, 118.
al norte de Canaán: I 139, 141, 142. mar de Suf: I 364; II 88, 118.
provincia de: I 112S. Aqhat, héroe cananeo: I 159.
reino de: I 126, 129. aqueos (¿ = ahhiyawa?): II 37SS.
sentido de la palabra: I 213. Aquis, rey de Gat: II 44.
°an, 'ana: II 283. aqwayasa/aqyawasa ( = ahhiyawa): II 41,
Ana, profetisa: II 292. 42.
Anaharat: I 109. Araba: I 35, 39, 40, 42.
anaquim, pueblo legendario: I 148. comunicaciones: I 47, 49; II 309.
Anat, diosa cananea: II 321. frontera de Israel: I 33.
en Egipto: I 94, 130SS. itinerario del éxodo: II 85, 86, 90, 94,
en la toponimia del A T : I 155. 96, 119.
en Ugarit: I 157SS, 160. minas de cobre: I 41, 44, 49, 62, 68;
Anat-Betel en Elefantina: I 155. II 34. 73. 3°8-
Anat-el/Anat-har entre los hiesos: I 93. y los quenitas: II 73.
Anatot: I 155. y los shasu: I 130.
Anat-Yaho en Elefantina: I 155. árabes preislámicos:
anfictionía(s): alianzas: I 425.
consejo: II 214, 218, 224S, 228. árboles sagrados: I 283.
derecho: II 212, 214, 218, 226, 228, cantos de victoria: II 292.
260. circuncisión: I 284.
de las diez tribus: II 256. guerra santa: I 438.
filistea: II 2)3n., 216. nómadas: II 247-252.
326 índice analítico

paralelos respecto a la Pascua: I 355, del Arnón: II 319.


447- cerca de Raba: II 319.
personal religioso: I 329, 438. Arquelaida/Auga et-Tahta: I 38.
piedras sagradas: I 283. Arrapkha: I 100.
sacrificios: I 28iss. documentos jurídicos: I 243, 250.
tienda cultual: I 444, 445. Arsai, figura divina en Ugarit: I 204.
tradición oral: I 189, 190. Artatama I, rey de Mitanni: I 109.
Arabia: Artatama I I : I 115.
comunicaciones: I 41, 49. Arumá/Kh. el Ormah: II 303.
localización de Madián: I 325, 417. Arvad: I 146; II 33.
del Sinaí: I 412-418. Arzawa: II 38, 39.
peregrinaciones: II 223S. Asá, rey de Judá: II 265.
Arad/Tell Arad y Tell el-Milh: II 6 4 s, Asan - ¿Ain?: II 67.
67, 73- Asaradón, rey de Asiría:
Aram, árameos (cf. ahlamu): I 438; II mención del Hattu: I 146.
57SS, 248, 250, 253. de los suteos: I 212.
y los amorreos: I 210-213, 264. Ascalón: I 88, 103, 134, 146.
y los patriarcas: I 206-210, 213, 264; conquistada por Mopso: II 285.
II 57. y Egipto: I 113, 129, 375; II 31.
país de: I 200, 2o8s. no conquistada por Judá: II 78.
primeras menciones: I 206-211; II 58. y los Pueblos del Mar: II 48, 49.
sedentarización: II 251. Asdod: I 146; II 48, 54.
tratado entre Labán y Jacob: I 179S, no conquistado por Judá. II 78.
183; II 57, 103S. templo de Dagón: II 216.
Aram Naharain: I 184, 199, 200S; II 307. Aser:
Aram Soba: I 200. ausente en la batalla de Quisón: II
Arauna, nombre hurrita: I 148. 240, 255, 256, 282.
"arbót Moab, llanuras de Moab: I 384; II distrito salomónico: II 53.
56, 85, 93, 99, 118s, 311. enclaves cananeos: II 305.
arca de la alianza: II 2o8s, 212, 216. fronteras: II 238, 240.
¿en Betel?: II 220. y Gedeón: II 240, 255, 265, 277, 316.
en casa de Obededom: II 222n. hijo de Zilpa y tribu: II 103S, 179, 181,
entre los filisteos: I 201, 216; II 29, 30. 232, 233, 234, 236, 237, 238, 240,
en Guilgal: II 221. 245,252,253.
¿en Mispá?: II 223n. instalación: II 253.
peregrinante: II 218. e Isbaal: II 265.
en Quiriat Yearín: II 208S, 221, 222b. ¿migración ?: II 291.
en Silo: II 22is. Aserá, diosa cananea según la Biblia: 1156.
¿en Siquén?: II 219S. Aserat, diosa de Ugarit: I 156, 158.
y terror divino: II 221. Ashnakkum/Chagar Bazar: I 79.
ard Gazzir: II 102. Asia Menor:
Argob: II n o s , 289. ciudades griegas: II 214.
Argos, fundada por Danaeo: II 285. ligas gónica, eólica: II 214-215, 217.
Arik-den-ili, rey de Asiría: I 208, 212. Asiría: I 229; II 37.
arios y los hicsos: I 95. Asenat, esposa de José: I 303; II 170.
y los hurritas: I IOIS. Assuwa: II 37.
Ariok (Gn 14): I 219, 222. Astar, dios de Ugarit: I 160.
Arisen, rey de Urkish y de Nawar: I 84. Astarot: I 116, 119; II 98, 114.
Arnón/Wadi Mogib: I 39, 40. Astarté, diosa:
frontera de Moab: I 34; II 56, 99, 310, en Egipto: I 94, 130S, 155.
319- en Ugarit: I 155, 157.
itinerario del éxodo: II 85, 91, 92, 95, Asur: I 229S.
96, 119. «dios del padre» en Capadocia: I 269,
Arnuwanda I (?), rey hitita: I 114. 273-
Arnuwanda II: I 118. Asurbanipal, rey de Asiria y de los ahla-
Arnuwanda III: II 38. mu: I 206.
Aroer: II 106. y los árabes: II 248.
índice analítico 327

Asurnasirpal, rey de Asiria: I 206. ba"Hé sekém: II 302.


Asur-resh-ishi, rey de Asiria: I 207. Baalshamín:
Asur-Uballit I, rey de Asiria: I 115. dios de los nabateos: I 270, 273.
c
Atar, dios de Mari: I 21 m . dios supremo de Karatepe: I 278.
Atargatis, diosa siria: I 157. Bab edh-Dhra: I 67.
Atarín: II 64. Babel, torre de: I 154, 195.
Atarot: I 98, 106; II 312. Babilonia: I 79, 84, 86, 99, 116, 121, 199;
Atchana, cf. Alalakh. II 37-
Atenea: doce vacas consagradas a-: II 217. y los amorreos: 78S, 81, 82.
Atenea Pronoia: templo de: II 214. = Senaar: I 221.
Atón, dios egipcio: I 116, 296. Badad, padre de Adad: II 313.
Attarissiya ( ¿ = Atreo?): II 37, 38. Bahreim /Dilmún: I 207.
Atum, dios egipcio: I 122, 298. Bala, rey de Edom: II 266.
Auga et-Tahta/Arquelaida: I 38. Balaán, adivino arameo: I 206; II 57.
Avaris: I 94-98, 299, 312, 362. oráculos de: II 98, 119, 184, 310, 312.
avitas, seminómadas: I 234. Yahvé y El en sus oráculos: I 328, 434,
Awín, clan de los rabeanos: I 241, 252. 436.
Ay/Khirbet el-Tell: II 137-144- Balac, rey de Moab: II 56, 57, 99, 184;
abandono: I 75; II 21, 139. II 310.
Bronce Antiguo: I 68, 69, 71, 72. Balata, cf. Siquén.
Calcolítico: I 63. Balih: I 200.
y la etiología: II 20, 23, 141S, 194. Bamot: II 95, 96.
narración de la toma: II 20s, 24, 25, Bamot Baal: II 95, 96, 99.
123, 124, 137-144- Barac, juez de Israel: II 175-178, 182S,
y la toma de Guibeá: II 143S. 202, 203, 209, 263.
de Betel: II 140S. y Débora: II 202, 205, 269, 282, 292-
Ayá/Ayah/Ayat: II 139. 295, 314-
Ayalón: I 36, 47; II 153, 155, 280. Bar-Gaiah, rey de K T K : I 424.
enclave cananeo: II 298, 305, 306. Barzilay, el galaadita: II 104.
¿de Zabulón?: II 264. Basan: I 34, 40, 45, 46.
Aye, rey de Egipto: I 116, 118, 126. y los amorreos de la Biblia: I 143, 144.
c
Ayn Djalud/En Jarod: II 317. y Argob: II n o s .
Ayyab, rey de Astarot: I 119. dado a Manases: II 113.
Azeca/Tell Zakariah: II 151, 153, 154. reino de Og: II 98S, 113, 119.
Aziru, jefe amorreo: I n i , 117, 122, 211, Basemat, mujer de Esaú: II 250.
296. Bay ( ¿ = Irsu?), grande de Egipto: I 297;
Azor: I 62. II 33, 307.
Beca: I 35, 38, 7°, 118; II 319.
Béder, príncipe de Dor: II 35.
Baal, dios cananeo: Bedr, cf. Hala el-Bedr.
altar de— y Yerubaal: II 203, 276. Beer: II 95, 96.
en la Biblia: I 160, 161, 276S. Beerot/¿el-Biré?: II 149, 300.
conflicto con Yahvé: I 16os. Beidha: I 56S.
culto de— y massébót: I 283. Beisán/Betsán: I 37, 47; II 295, 305, 314,
en Egipto: I 94S, 131. 321.
mito de— y milagro del mar: I 373. y los apiru: I 121, 125.
templo en Siquén: II 303.
en Ugarit: I 157SS, 276, 279, 366; II bajo Merneptah y Ramsés III: II 32,
274. 34. 36.
Baal Fegor: I 386, 440; II 99, IOOS, 119. Bronce Antiguo: I 67, 72.
culto: II 313. Bronce Reciente: I 133, 135.
forma local de Baal: II 100. Calcolítico I 6 3 , 65.
santuario: II 311. enclave cananeo: II 305.
Baal Jasor: II 165. influencia egipcia: I 113, 114, 127,
Baal Maón: II 106. 129, 130.
Baal Sapón: I 363, 366, ibyn. Neolítico: I 59.
dios de los marinos: I 131. no conquistada por los israelitas: II
Baalat, diosa, en Egipto: I M I . 158, 179.
328 índice analítico

Período intermedio: I 75. Beocia, anfictionía de Onchestos: II 213.


sarcófagos y tumbas: II 47. Beor, padre de Bala: II 266.
Beitin/Luz: II 141. Bera (Gn 14): I 220, 221.
Beit-Tamir: I 190. Beriá, hijo de Aser: II 291.
Bejorón: I 36; II 579. Berseba: I 34, 35, 46, 47, 232; II 66.
y la batalla de Gabaón: II 150, 153, y la bajada a Egipto: I 307.
154. Calcolítico: I 61, 62ss.
i— Bit Ninurta?: I n g n . ; II 76n. y El Olam: I 278, 283.
Bela/Soar: I 220, 221. los hijos de Samuel, jueces en—: II
Bela, clan de Rubén: II 108. 2 7 1 , 272.
Belén: I 46. y los «hititas» de la Biblia: I 144.
¿ = Bit Ninurta?: I 119; II 75. e Isaac: I 176S, 183, 278S, 308.
y el clan de Efratá: II 71, 75. y Jacob: I 183, 279.
y Judá: II 75, 76, 8os, 83, 298. santuario: I 278S; II 223.
Belén de Zabulón: II 264. y las tribus de Palestina central: I
Belcá: I 40. 183, 279.
Bélum = Baal, en Capadocia: I 277. Bet-Anat: I 129, 155; II 305, 321.
ben'amé, alianza: II 248. Bet-Bará: II 317.
Ben-Anat, Sangar-: II 202, 320S. Betel-Beitín: I 46, 47, 76, 259.
Benazón, semita en Egipto: I 296. y Ay: II 24, 140S.
Bené Baraq: I 62. condenado: I 2 7 8 ; I I 144.
bené-quedem: I 184, 185, 199. y Débora: II 268.
y Gedeón: II 312. y El Betel: I 274, 27S.
Beni-Hassán: I 8i, 229, 310. y El Saday: I 276, 278.
Benjamín, hijo de Raquel y tribu: II 162, y Jacob: I 180, 181, 279, 283; II 169.
169. peregrinación de Siquén: II 220S.
en la batalla de Quisón: II 240, 246, y el relato de la toma de Ay: II 138,
255. 295. 144.
y Dan: II 286. y Samuel: II 270.
y Dina: II 244. santuario: II 163, 170, 172, 212, 219,
distrito salomónico: II 244S. 220S, 2 3 3 .
y Efraín-Manasés: II 172, 236, 237, toma de: II 19, 21, 23, 140S.
240, 242, 245, 246, 253, 255. Betel, divinidad: I 274.
en Ez 48: II 241. Bet-Harán: II 106.
fronteras: II 238-239S. Bet-Hasitá: II 317.
y los gabaonitas: I 146, 149, i 6 i s ; II Bet-Nimrá: II 106.
301. Bet-Fegor: II 100.
guerra de Efraín: II 220, 227S, 312, Bet Rajab, clan de Rajab: II 123S, 125,
3I7 : . 137-
y las hijas de Silo: II 233. Bet-Rejob: I 211; II 58.
e Isbaal: II 265. Betsán, cf. Beisán.
y Jerusalén, enclave cananeo: II 76, Bet-Semés: I 76, 86, I35n; II 34.
305. enclave cananeo: II 305.
y José: I 291; II 162S, 231S, 233, 234, Bet-Sur: II 71, 298.
252, 253, 254. Bet-Tapuj/Taffuh: II 71.
y los moabitas: II 309-312. Bezec/Khirbet Ibziq: II 76S.
nombre: II 241, 244. Biblos:
orígenes: I 8os; II lóiss. Bronce Antiguo: I 69, 70SS.
y el relato de la toma de Ay: II 138, Bronce Medio: I 85, 86.
143S. en la época de Amarna: I 117, 138S,
y Rubén: II io8s. 151.
y Samuel: II 270. estructura social: I 151, 153.
y el santuario de Guilgal: II 130, 163. historia de Wenamón: I 147, 151, 153;
en los textos de Mari: I 81, 233, 278, II 35, 36-
438; II 35, 249, 252, 278. en el Imperio Medio egipcio: I 89-92.
¿en TransJordania?: II 240, 246. mercenarios shardanos: II 41.
Benteshina, rey de Amurru: I 128. Neolítico: I 45S.
índice analítico 329

Período intermedio: I 77, 83, 86. ocupación de la región de Hebrón:


Bilha, esclava de Raquel: I 238, 245; II II 63, 67, 70S, 72SS, 151, 152, 299.
22, 108, 2 3 1 , 232. y Quenaz: II 202, 307.
hijos: II 232, 234, 242, 252, 286. Cam, hijo de Noé: I I54n.
Bint Anat, hija de Ramsés II: I 131. camellos de los madianitas: II 313S.
Bir es-Safadi: I 61. Camón/Hanziré, mejor que Qamm: II
Biridiya, rey de Meguido: I 103. 290.
Birsa (Gn 14): I 220. Camose, rey de Egipto: I 97.
Biryawaza, rey de Damasco: I 103, 116, Campania etrusca, los «doce pueblos»: II
122, 125. 215.
Birzayit/Birzeit: II 291. Canaán: I 137-143.
Bit Ninurta: I H 9 n ; II 76n. bajo la XIX Dinastía egipcia: I 130,
bn qsn: II 268n. 131. 139-
Boán, hijo de Rubén: II 108. en las cartas de Amarna: I Ji2s, 116,
piedra de: I 181; II 108. 119. 139-
Boghazkoi: I 96, 212; II 36SS. en la estela de Merneptah: II 31.
Bosra de Edom: II 266. primeras menciones: I 71, 137.
Brucio, doce pueblos del: II 215. Canaán, hijo de Noé: I 154.
Buqueá/Valle de Acor: II 80. cananeos, passim, espec.: I 70S, 143-161.
Burnaburiash II, rey de Babilonia: I 116, y los amorreos de la Biblia: 1143S, 213.
207. en la batalla de Quisón: II 202, 295.
Busra: II 318. de Siquén y Abimelec: II 220,
277S, 301-304.
carros: II 295, 305.
Cades, Cades Barne: I 405; II 88, 91, 94, enclaves/ciudades: II 236, 245, 305,
235, 254, 255.
conquista a partir de: II 64. 3} 4-
y el éxodo: I 363, 367, 406; II 70. relaciones con los—: II 206, 210, 279,
exploración de Canaán: II 61, 124. 292-305.
Carear /Queraquer/Carcor (?): II 316.
en los itinerarios: II 85, 86s, 88, 89,
Carcor: II 123.
93. 118. Casdín/caldeos: I 194.
y los levitas: II 67. Casio, monte/Baal Sapón: I 3Ó7n.
¿ = Petra?: I 40Sn. casitas: I 99.
¿el Sinaí cerca?: I 409. CatalHüyük: I 56.
tradiciones de— y del Sinaí: I 392, Catna: I 77, 85, 86, 88.
401-407; II 70. y los amorreos: I 80, 86.
Cades, diosa cananea: I 132. culto del «dios del padre»: I 270, 273.
Cades, junto al Orontes: y Egipto: I 90, 92, 108.
batalla de: I 102, 127S, 131. y la expansión hurrita: I 84.
y Egipto: I 107, 109, 110, 139. y los hititas: I 115.
y la expansión hurrita: I 103. Cerdeña: II 41, 42.
y los hititas: I 115, 117. Cantir/¿Pi-Ramsés?: I 299, 318.
en la Biblia: I 145. Capadocia, colonias asirías: I 101, 121,
Caftor/Creta: 229.
y los filisteos: II 43SS. = Caftor en los LXX: II 45.
y Jasor: II 176. Carear: I 146.
caftorim y filisteos: II 43. Cariatein/Jasor Enán: I 141.
Caín: I 438 (cf. Abel y Caín). Carmel/Khirbet Kirmil: II 70.
antepasado de los quenitas: I 326. Carmelo, monte: I 36, 37.
Calamona/Salmoná: II 94. arqueología: I 51-54.
Calauria, anfictionía de: II 213, 217. y el culto de Baal: I 160.
caldeos y U r : I 194. Carmí, clan de Judá o de Rubén: II 108.
Caldía, en Armenia: I 196. Carnain/Sheikh Saad: I 130.
Caleb, calebitas: II 202, 209, 238, 247, Cárquemis: I 80, 88, 108, 115; II 39.
254, 285, 298. Cartago: I 155, 160.
exploración de Canaán: I 404; II 61- sufetes de—: II 274.
64. Cilicia: I I48n.; II 39, 44.
330 índice analítico

cimerios (Ummán-Manda): I 222. arqueología: II 284.


Código de la Alianza y derecho anfictió- frontera de Israel: I 34SS.
nico: II 2i2, 225, 226. lugar de culto: II 223.
Codorlaomer (Gn 14): I 219, 221, 223. Dan:
Cois: I 95. ausente de la batalla de Quisón: II 255,
conquista: II 201, 208, 209, 280, 286. 282-286.
consejo anfictiónico: II 214, 218, 224-225. clan de Benjamín: II 286.
cónsules romanos y sufetes cartagineses: enclaves cananeos: II 305.
II 273- hijo de Bilha y tribu: II 49, 179, 232,
Coré: II 67. 233. 234, 236, 237, 238, 239, 240,
revuelta de: I 402. 242, 246, 252, 253.
Creta/Caftor: II 43S. migración danita: II 202, 206, 223,
arqueología: I 64. 252, 279-286, 298, 299, 305, 317.
y los filisteos: II 43S. orígenes, danitas y dáñeos: II 284S.
y los hicsos: I 96. en el reparto del país, los límites de —
y los micenos: II 38. no se describen: II 238S.
relaciones comerciales: I 132, 153. danaioi/dáñeos, danuna/denen: I 42, 51.
cretenses y filisteos: II 44. y los danitas: II 49, 285.
crimen de Guibeá: II 202, 212, 227, 228. epónimo: II 285.
cronología deuteronomista: II 204, 205, Danel, héroe cananeo: II 274.
207-209, 265S. danitas: I 143.
cuarenta años: II 206, 207, 208, 210, 272, Datan, revuelta de: I 312, 402.
320. David:
Cusae: I 97. alianza: I 382, 399SS.
Cusan: I 323, 409, 415. y los amalecitas: II 314.
Cusan Risatain: I 200, 206; II 57, 72, 202, y Aram Naharain: I 200S.
206, 209, 307S. y los árameos: I 206; II 58.
Cusan, tribu: II 308. y el arca: I 444, 445.
comparado con los habiru: I 218.
Chagar Bazar/Ashnakkum: I 79, 80, 84. cronología deuteronomista: II 208,
Chelbes, juez de Tiro: II 273. 209, 265.
Chipre/Alashia: I 139, 146; II 38S. y los enclaves cananeos: II 236, 245,
arqueología: I 56, 133, 134; II 52. 296S, 300, 306.
y los filisteos: II 46. y los filisteos: II 270, 280, 306.
inscripción: II 273. frontera en su época: II 239, 240, 243.
y los micenos: II 38, 39. y los gabaonitas: II 146, 147, 300, 301.
relaciones comerciales: I 132, 153. y el «gran Israel»: II 257.
y Ugarit: II 39. en Hebrón: II 83.
y Jonatán (berít) : I 428.
toma de Jerusalén: II 76.
Dafne/ ¿Baal Safón?: I 366. y la tribu de Judá: II 82, 245.
Dagán /Dagón: y los vencidos de Rabat Amón: I 319.
en Asdod: II 216. Debir:
dios, entre los hurritas: I 84.
en Ras Samra: I 157, 276. ciudad levítica: II 67.
Dahab/¿Dizahab?: I 411, 412. ¿conquistada por Josué?: II 78, 150,
Dalila y Sansón: II 203. 152.
Damasco: I 46SS, 69, 146, 230, 231. ¿por Simeón?: II 78, 193.
alianza con Israel: I 428. ¿KhirbetRabud?: II 71.
y Canaán: I 141. y Otoniel: II 299, 307.
y Egipto: I T I 6 , 122, 125. ¿Quiriat Séfer/Tell Beit Mirsim?: II
en Gn 14: I 220. 21, 23, 74.
y los habiru: I 125. Debir, rey de Eglón: I 154.
Débora, cántico de: II 243, 245, 246, 287,
y los hititas: I 115.
Damascena, límite de Canaán: I 139, 141. 290, 317. 319-
= país de Upe: I 112, 131. y la batalla de Gabaón: II 154SS.
Damieh: I 47, 371; II 115, 133. y Ex 15: I 369S.
Dan/Lais: I 220; II 124. Galad en el—: II 104S.
índice analítico 331

Judá y Simeón ausentes del—•: II 82. en la historia de José: I 235, 306, 307;
Maquir en el—:I 307; II115, 165, 171. II 114, 169.
Rubén en el—: II 107, 108, 109. Drehem: I 208, 209.
y Yahvé: I 432. Dudimose (Tutimaios), rey de Egipto: I
Zabulón y Neftalí: II r82. 92, 95-
Débora, nodriza de Rebeca: I 283; II 269. Dudu/Tutu, dod, semita en Egipto: I
Débora, profetisa: II 175, 178, 183, 188, 296.
202, 205, 206, 207, 259, 260, 268s, 321. Dushara, dios de los nabateos: I 270, 273.
y Barac: II 202, 205, 206, 269, 282,
283, 292-295.
Ebal, monte: I 37; II 144.
cf. Débora, cántico de.
Dedán, antepasado de Jetró: I 415. y Garizín: II 159, 219.
Dedán/El Ela: I 415, 416. Ebed/Obed, padre de Gaal: II 303.
Deir Alla/¿Sucot?: I 134; II 33, 52, 53, Eber, epónimo de los hebreos: I 2i6s.
Ecrón: I 146; II 48, 78, 280, 305.
315- "éddh: II 228.
santuario: II 224. Edesa: I 195.
Deir el-Azar/Quiryat-Yearín: II 149. Edom, edomitas: I 40, 42, 45, 146; II
Deirel-Medineh: II I47n. 54-57;
Delfos, anfictionía: II 213S, 217, 219. y la circuncisión: I 284.
santuario de Apolo: II 213, 219. constitución en Estado: I 377; II 20.
Délos, anfictionía de —: II 213. y el control de la Araba: I 47S.
Démeter, santuario en Antela: II 213. ¿Cusan Risatain?: II 72, 308.
Dera°a: II 318. 'dml'rm: II 308.
derecho: jefes, clanes, tribus: II 250, 251, 252.
anfictiónico: II 212, 214, 226, 228. genealogía de Esaú, «padre de Edom»:
casuístico: II 260. II 250.
consuetudinario: II 212. y los horitas: I 147, 148.
Deshasheh: I 72. lista de sus reyes: I 376; II 55, 266,
desierto, estancia en él en la cronología 3°8, 3I3-.
deuteronomista: II 208. y la localización del Sinaí: I 417.
deuteronomista, historia: II 204, 205, 206. niega el paso a Moisés: I 376, 405,
Diala: I 208. 416; II 55, 86, 88s, 92, 94, 96, 118.
Dibón/Dibán: I 46, 416; II 50, 94, 106. y los quenizitas: II 71, 72.
y Ramsés II: I 130, 377. y Ramsés II: I 139.
Dibón Gad: II 94, 312. sedentarización: II 252, 319.
Dilmún/Bahrein: I 207. y Seír: II 90.
Dina, hija de Jacob y Lía: I 154, 180,236; y los shasu: I 299, 310; II 56.
II 228, 231. Edom /Esaú, hermano de Jacob, cf. Esaú.
tribu (?): II 231, 244. Edrey/Derá: II 98, 114.
Dinamarca, ligas de regiones: II 215. efod:
Dinhaba, ciudad de Bala: II 266. de Gedeón: II 203, 313.
dinu, en Mari: II 275. de Mica: II 280.
Di-Zahab/¿Dahab?: I 412. Efraín, bosque en TransJordania: II 290,
Djeziré (Siria del norte): II 247. Efraín, «hijo de José» y tribu:
doce (número 12): II 212, 214, 215, 217S, adoptado por Jacob: I 238; II i66s,
169, 170S, 172.
250. asentamiento: II 157-161.
doce tribus: II 211, 212, 215, 216, 217, y Aser: II 181.
218, 221, 226, 229, 232, 233, 234, en la batalla de Quisón: II 240, 246,
238, 240, 242, 243, 244, 245, 246, 255, 287, 295, 317.
247, 249, 250, 251, 259, 260, 261, y Benjamín: II 162.
262, 263, 264. y Benjamín-Maquir: II 240, 255, 287,
doce tablas (ley de las — ) : II 217. 295. 317-
Dor: II 35, 36, 48. y Betel: II 163.
enclave cananeo: II 305. en el cántico de Débora: II 165.
y los tjekkcr: II 284. la casa de José, Efraln-Manasés-Ma-
Doran/'1VII Dotan: I 46; II 158, 287, 312. quir: II 16,7-172.
332 índice analítico

conflicto con Galaad: I I 8 I S ; II 104S, El Elyón, nombre divino: I 274.


203, 267, 291, 318, 320. El Olam, nombre divino: I 274S, 278, 435.
y Débora: II 203, 269. El Roí, nombre divino: I 274.
Efraín-Manasés: I 237; II 165, 166, El Saday, nombre divino: I 274SS, 278,
170SS, 234, 236, 238, 239, 243, 244, 432-
246, 250, 288. Elam (Gn 14): I 219, 221, 222.
Efraín-Manasés-Maquir: II 237, 240, elamitas:
242, 253, 255. y la destrucción de U r : I 79, 194.
fronteras: II 238, 240. y el fratriarcado: I 236.
guerra contra Benjamín: II 220, 227, Elasar: I 219, 222.
312, 317- Elat, diosa: I 275.
y Guézer, enclave cananeo: II 305. El Biré/¿Beerot?: II 149.
y Guilgal: II 130. Elcaná, efraimita, padre de Samuel: II
e Isbaal: II 265. 223.
«José» en el s i s t e m a g e n e a l ó g i c o , Elealé: II 106.
«Efraín-Manasés» en el tribal: II Elefantina: I 332.
234. 235, 238, 240, 243, 244, 245S, el-Ela/Dedán: I 415, 416.
253- 'élép: II 236n.
Manasés-Efraín: II 163, 170S, 235, Eléutero: I 141.
236, 238, 240, 277, 288, 316, 317. el-Gib /Gabaón: II 21, 149.
y Manases, «hijos de José»: II 234, 235, el-Hegr/Hebra/¿Agar?: I 415.
238, 243, 246. Eli, sacerdote de Silo: II 222.
y el pacto de Siquén: II 187. hijos de: II 222, 271.
y Samuel: II 270. «juez»: II 208, 209, 259, 260, 263, 269,
en TransJordania (?): II 290. 272.
Efraín, montaña de: II 165, 240, 244, 256, Elias, profeta: I 160, 384.
264, 265, 268, 289, 302, 311. en Berseba: I 184.
y Labaya: II 302. en el Horeb: I 400, 407, 409, 414, 416,
Efratá, esposa de Caleb: II 71, 75. 433-
clan de Judá: II 71, 298. Eliezer, hijo de Moisés: I 432.
Efratá y tumba de Raquel: II 252. Elifaz, hijo de Esaú: I 239; II 250.
Efrón, «hitita» de Hebrón: I 145, 254. Elim: I 359.
Egina, golfo de y anfictionía de Calau- El-Khiam: I 53, 54, 56SS.
ria: II 213. El-Cronos, dios guerrero: I 437.
Egipto: elohísta: II 229, 230, 231.
ida a —: II 253S. Elón, clan de Zabulón: II 263.
salida de — : II 253S. Elón, el zabulonita, juez «menor»: II 202,
Eglón, rey de Moab: II 56, 97, 137, 202, 207, 261, 263, 264.
206, 209, 308-312. El-Wad: I 54.
Eglón/Tell el-Hesi: II 78, 79, 150, 152, Elyón, nombre divino: I 274.
154. 299- Emireh: I 53.
Ehud, juez «mayor»: II n o , 137, 202, 205, emim, pueblo legendario: I 144, 221:
206, 207, 209, 261, 263, 308-312, 320. II 101.
Elat: I 47, 88ss. Enaín: II 77.
Ein G e b : I 53n. encina de Débora, del instructor, de los
Ein Mispat/Cades: II 68. adivinos, de los lamentos, del Tabor:
Einán/Ain Mallaha: I 54. II 269.
ejército anfictiónico: II 227. enclaves cananeos: II 236, 300, 305, 306,
Ekallatum: I 84. 315-
Eknifal, juez de Tiro: II 273. Engadí: I 62.
El: enigmas, Mopso y Sansón: II 285.
y el «dios del padre»: I 273-2S0. En Jarod/°Ayn Djalud: II 317.
dios en Canaán: I 279. batalla de: II 313.
el Sinaí: I 435. Enkomi: II 46, 47.
Ugarit: I 155-159. Enmerkar, rey legendario sumerio: I 78.
y Yahvé: I 434-436. Enós, comienzo del culto de Yahvé: I
El Betel, nombre divino: I 274S. 267, 330.
índice analítico 333

Eólida, liga de las doce ciudades: II 214. éxodo:


Eolo tiene doce hijos: II 217. como expulsión y como huida, dos
Er, hijo de Judá: II 77, 298. itinerarios: II 254.
Erq el-Hahmar: I 53. y tribus del norte: II 218.
Er-Rayah: I 410. exploradores:
Er-Ram/Ramá: II 162. en Jue 18: II 280.
Esaú/Edom, hijo de Isaac: I 178, 241; en N m 13,4-15: II 235, 280.
II 54. 92.
derecho de primogenitura: I 178, 237, Faistos, disco de: II 43, 45.
249S. Faqús: I 298.
genealogía: II 217, 250, 251, 252, 253. Farán/Parán: I 410, 411.
hermano de Jacob: I 17SS, 183, 235. desierto de: I 325, 409.
matrimonios: I 144S, 238. Fares, hijo de Judá y Tamar: I 75, 77,
tipo social: I 179, 187. 83, 190.
Escala de Tiro: I 48. Fasaelis/Khirbet Fasayil: I 38.
Escipión, L. Cornelio, cónsul: II 267. Fasga: II 95, 96, 99.
Escorpiones, cuesta de los: I 47. Fayún: I 296.
Esdrelón (Yezrael), llanura: I 37, 41, 46. fedcán, tribu camellera: II 247.
arqueología: I 58, 59, 63, 133. Fegor, dios cananeo: II 100.
colonizada por Zabulón: II 180. Feinán/Punón: II 87, 94.
y la expansión de Efraín: II 170. Farán: I 410, 411.
explotada por Egipto: I 109, 113, 114. Fenicia:
ocupada por los cananeos: I 158, 179. y Canaán: I 48, 49, 138, 149.
Eshnunna: I 79, 242, 254. y Egipto: I 71, 72, 128.
esh-Sheikh Madhkur/Adulam: II 77. inscripciones: II 273, 274.
Esión Guéber/Tell el-Kheleijeh: I 364, sus ciudades nunca unidas en anfictio-
412, 414; II 88ss, 93, 96. nías: II 216.
Esmendes, príncipe de Tanis: 1 153; II fereceos: II 288, 289.
35S- y el arca: II 201, 216, 221, 222.
Esmirna, tomada por los jonios: II 214. arqueología: II 49-52.
Espíritu de Dios /Yahvé: II 203, 260, 268. y los danitas: II 284, 285.
Esqui Harán: I 201. y David: II 270, 280, 306.
es-Safi: II 299. dominación filistea: II 203, 206, 208,
es-Salt: II 316. 209, 255, 297, 306, 320S.
Estaol: II 75, 280, 281, 282, 283, 298, 299, en Génesis: II 42S.
317- hablaban luvita: II 294.
perteneciente a Judá: II 282, 299. liga filistea: II 216.
Estemoa: II 67. y la metalurgia: II 54.
Efán: II 298. origen ilirio (?): II 294.
Etán: y Samuel: II 201, 208, 270.
en Judá: II 75. y Sansón: II 203, 285.
ruta del éxodo: I 363, 365SS. Fineés, hijo de Eli: II 222.
etiología: Fineés, levita: II 220, 228.
de las doce piedras de Guilgal: II 221. y el altar del Jordán: II 112.
historia del voto de Jefté, cultual: II en Baal Fegor: I 386; II 100.
203, 318, 320. nombre: I 322; II 69.
de nombres de lugar (Jue 7,25): II frigios, en Asia Menor: II 40.
fuqara, tribu árabe: I 190.
Etruria, liga de los doce Estados: II 215,
217. 247- Gaal, hijo de Ebed/Obed: II 303.
etruscas, ligas: II 215, 217, 247. Gabaón/el Gib: I 47.
etruscos ( ¿ = tursha?): II 41, 42. batalla de: II i$oss, 153-156, 173, 193.
et-Taybeh/Tob: II 318. y los hititas: I 148; II 150.
Eufrates: I 200. pacto con Josué: II 24, 26, 145-150.
Ewi, ¿epónimo de los ewitas?: II IOT. santuario de: II 146, 155.
Ewir-Sharri, rey de Catna: I 85. gabaonitas: II 17, 20, 21, 123, 145-150,
Ezequías y la serpiente de bronce: II 87. 298, 299SS.
334 índice analítico

hivitas: I 148; II 150. Garizín: I 37; II 159.


vinculados al santuario de Yahvé como templo del Bronce Reciente: II 224.
consecuencia de un pacto: II 147SS. Garu, país de: I 119; II 20.
Gabatón, ciudad filistea: II 280. Gat: II 44, 48.
Gad, hijo de Zilpa y tribu: II 103-120, Gat-Carmelo: II 90.
232, 233, 234, 242, 252, 253. Gat-Rimón: I 118.
asentamiento: II IOISS, 106, 119. gdyám: II 249.
ausente de la batalla de Quisón: II Gaza: I 3311., 35S, 41, 46, 47, 145, 231,
255, 282, 283. 364-
y la batalla contra Sijón: II 98. ¿conquistada por Josué?: II 78, 205.
y la conquista de Canaán: II noss, y Egipto: I 113S, 127, 139; II 34, 36.
119. y los filisteos: II 43, 44, 48.
fuera de los límites de Canaán: I 33, y los madianitas: II 312.
140; II 92. gé'dyót, corrección para Jue 1, 34: II 283.
y Galaad: II 104S. Gébel Aglún: I 35, 40; II 102, 113.
en el lugar de Leví en el «sistema tri- Gébel Akkar/Hor: I 141.
bal»: II 235, 236S, 242. Gébel Aman: I 40.
en 1 Re 4,19: II 245. Gébel Ansariyeh: I 35.
y Rubén: II 106, 109S, 119S. Gébel Asur/Baal Jasor: I 37.
y Rubén y Manases: II 238, 240, 287. Gébel Bishri: I 78, 211; II 58.
y Rubén en TransJordania: II (222), Gébel el-Arus: I 37.
(228), 237, 254, 255, 287, 31 is, Gébel Gelead: II 102, 103.
315. Gébel Germak: I 37S, 4 1 ; II 174.
en Sucot y Penuel: II 315. Gébel Halaq/monte Pelado: II 90.
Gades, sufetes en: II 273. Gébel Halal / ¿Sinaí?: I 4og.
Gahi/Retenu: I 104. Gébel Katerín: I 410.
Galaad: I 40, 47, 144; II 105, 119. Gébel Musa/ ¿Sinaí?: I 410.
asentamiento de Gad y Rubén: II 98, Gébel Osha: I 40.
IOISS, 119. Gébel Qafzeh: I 52.
asentamiento de Maquir en -: II 287SS. Gébel Serbal/ ¿Sinaí?: 410.
asentamiento de Yaír en -: II z8gs. Gébel Siman: I 35.
ausente de la batalla de Quisón: II Gébel Senaar: I 221.
155,282,283. Gébel Zawiyeh: I 35.
colonización efraimita y benjamini- Gebelein: I 96.
ta (?): II 290, 291. Gedeón-Yerubaal, juez de Israel: I 226,
y Efraín: I i 8 i s , 203, 268, 290, 318, 323; II 165, 171.
320. historia de: II 203, 205, 206, 240, 256,
y Jacob: I 179S, 185, 283. 265, 310, 316, 317.
y Jefté, el galaadita: II 203, 260SS, 318, hostilidad de la gente de Sucot y Pe-
320. nuel: II 291.
y Maquir: II 113, 115. «juez»: II 260, 263, 276-278.
nombre: II 103. y Manases: II 203, 240, 256, 264, 276,
de región: II 256, 318. 277.
¿de tribu?: II ro4s, 119. «salvador»: II 202, 207, 208, 312-318.
primitivo, al sur de Yaboc: I 179; II y Yerubaal: II 203, 276-278, 302-304.
267, 290, 318, 319. Gelboé, desastre de: II 291.
en 1 Re 4,7-19: II 245. gematría: II 236n.
territorio de Gad: II 256. Genesaret: II 107, 174, 176.
¿un solo Yaír?: II 290. Gerastrato, juez de Tiro: II 273.
y Yaír, el galaadita: II 264, 265, 289. Gézer, rey de Egipto: I 301.
Galed/Galaad: I 179; II 103. Ghassul: I 60-65.
Galilea: I 33, 37S, 41, 45, 52. Ghor: I 38, 42; II 3ion.
bajo control egipcio: I 107, 129. Ghrubba: I 60.
y los hurritas: I 104. Gisr Banat Yaqub: I 51S.
Galud: II 97. Golán: I 38, 46, 107, 119.
Gapan-wa-Ugur, figura divina cananea: Goliat, el filisteo: II 45.
I 158. Gomorra: I 154, 177, 220, 221, 223.
índice analítico 335
Gosén: I 298. y Siquén: II 302, 303.
goyim (Gn 14): 219SS. en Siquén y en Efraín: II 160, 161.
Grinion (Eólida), santuario de Apolo: II Habur, río: I 101, 188, 262.
214. Hacilar: I 56, 57.
Gueba-Semen: I 109. Hadad, dios cananeo: I 157, 277S.
Guedor: II 75, 298. Hadad, príncipe edomita: I 305, 325.
Guerá, padre Ehud: II 308. Hagar, esposa de Abrahán: I 172, 177,
Guerar: I 176, 234, 259. 237SS, 245; II 230, 286.
guerra: hagritas, nómadas de TransJordania: II
anfictionía: II 212. 109.
santa: II 295, 316. Hala el-Bdr/¿Sinaí?: I 414, 417.
santa y anfictionía: II 227S. Halicarnaso, expulsada de la liga dórica:
de Yahvé: II 255, 261. II 216.
Guersón, hijo de Leví: II 66. Hamat/Tell el-Hammeh: I 127.
Guésem: I 298. Ham: I 46; II 116.
Guézer: I 63S, 134; II 152. Hammurabi, rey de Babilonia: I 79, 99,
y Egipto: I 90, 92, 104, 105, 109; 198.
II 34- y Amrafel (Gn 14): I 221, 260.
enclave cananeo: II 305, 306. su código: I 242, 245, 250, 253.
y los hurritas: I 104, 109. Hana, país de: I 84, 240; II 249, 275.
y Labaya: I 118, 119. haneanos, nómadas: I 80, 208, 230, 240;
y Merneptah: I 375; II 31, 32, 36. II 55».249. 275, 321.
Guibeá: I 46; II 143S, 147. y benjaminitas de Mari: II 249.
crimen de: II 202, 212, 227, 228. y Sangar: II 321.
Gvúlgal". HanigalbaV. I 100.
aparición divina: II 132. Hannatón/Hinnatuna: I 139.
y el arca: II 221. Hanziré = Camón (?): II 290.
la circuncisión: II 131. Harán:
las doce piedras: I 424; II i2Ós, 129, y los amorreos: I 8os.
131. . culto lunar: I 198, 278.
localización: II 130. localización: I 201S.
lugar de culto: II 223. y los patriarcas: I 184, 186, 199.
la Pascua: II 13is. y U r : I 195, 19&.
el paso del Jordán: I 371, 387; II Harán, hermano de Abrahán: I 193.
127-131- Harana: I 202n.
losp e sí/ím, cerca d e - : II 309, 310. Har-Jeres, enclave cananeo: II 305.
y Samuel: II 270. = Bet-Semés (?): II 305.
santuario: I 393; II 123, 130, 146, 147, Ha-Seirá: II 310.
150, 163. Haserot: I 412.
¿santuario central?: II 212, 219, 221. Hatshepsut, reina de Egipto: I 96S, ioós.
y Saúl: II 221. Hattu: I 146, 421.
guirgaseos, antiguo pueblo de Canaán: Hattusil I, rey hitita: I 84, 99.
I 149- Hattusil I I : I 123, I28n., 129; II 30.
Guitain y las gentes de Beerot: II 300. Haurán: I 39, 141.
hawwdt yd'ir: II 115, 116, 287, 289.
hébél de Argob: II 289.
habiru/apiru, cf. SA.GAZ: I 120-126. Heber, el quenita: I 241; II 73, 203, 292.
en Alalakh: I 121; II I48n. hebreos y habiru: I 125S, 202-219, 228.
en Alishar: I 121. Hebrón: I 36, 41, 46, 232.
y los amorreos: I 219.
en Egipto: I 122, 125, 127, 152, 319, y los amorreos de la Biblia: I 143.
y Cades: I 404; II 62.
374-. y Caleb: II 63, 70S, 73, 83, 152, 298,
en Mari: I 121-125. 299.
nombre: I 123SS.
en Nuzi: I I2is. en las Cartas de Amarna: I 122.
y los orígenes de Israel: I 217SS, 228, y los clanes levíticos: II 67.
26is; II 26, 159. conquista: II 70S, 78, 150, 193.
en Ras Samra: I 120, 123, 152. David en — : II 83, 245, 246.
336 índice analítico

fundación: I 258. Hule, lago: I 36, 38, 45, 54; II 282.


y los «hijos de Het»: I 144, 254. Hur, epónimo de los horitas: II 101.
y los hurritas: I 103. Hur, hijo de Jesrón: II 75, 298.
y Josué (?): II 299. Hur, semita en Egipto: I 96, 295.
y los patriarcas: I 176S, 183, 278. H u m a : I 202n.
en el Período Intermedio: I 259. Hurrana: I 202n.
Hegra/el-Hegr/Medaín Saleh: I 415S. hurritas: I 83SS.
Heitela/Hetlón: I 141. y Abrahán: I 260, 262.
hékdl, santuario de Silo: II 222. y los amorreos: I 83, 264.
Helios-Baalshamin, dios: I 270, 273. armamento: I ioiss.
Heliópolis: I 88, 122. cerámica: I 133.
Heluán: I 53n. costumbres: I 243.
Hércules, doce trabajos d e — : II 217. expansión: I 100-105, 161.
Herihor, sumo sacerdote de Amón: II 35S. fratriarcado: I 236.
hermanos arvales, doce —: II 217. y los hicsos: I 95, 104.
Hermón, monte: I 35, 36, 38, 141. y los horitas de la Biblia: I 147.
héroes de David: II 300, 321. orígenes: I 83SS.
Heroónpolis: I 298. Hurru, reino de: I 115n.
hesene, tribu camellera de los: II 247. H u r u / H u r r u : I 104, 113, 125, 140, 147,
Het, los hijos de — en Hebrón: I 144, 254. 148, 375; II 31.
Hetlón/Heitela: I 141. Husán, rey de Edom: II 72.
Hicsos: I 88, 92-9S, 299, 311. Husín, hijo de Dan: II 281.
y el descenso a Egipto: I 299, 312SS. y Benjamín: II 282.
y el éxodo-expulsión: I 362.
hieromnemones, delegados en el consejo
anfictiónico: II 214. Ibbi-Sin, rey de Ur: I 78, 79.
c
ejercían un cierto poder judicial: II Ibrí = hebreo: I 214-217, 319.
Ibsán, descendiente de Isacar: I 338.
226.
Ibsán, juez «menor»: II 202, 207, 261,
y los nes?ím: II 224, 223.
263S, 267.
Hilen /¿Holón?: II 67.
Ulf: II 248. de Belén de Zabulón: II 264, 267.
Ibshá (¿Abi-Shar?): I 81, 310.
Hinnatuna/Hannaton: I 139.
Idrimi, rey de Alalakh: I 125, 137, 139.
hiranu, tribu aramea: I 212.
Idumea: II 91.
hititas:
bajos Merneptah: II 31. Ilabrat, «dios del Padre»: I 269, 273.
en la Biblia: I 144SS. Ila-Kabkabu, padre de Shamshi-Adad:
fin del Imperio: II 36-40. I 80.
guerras con Egipto: I 115SS, 127-130. Iliria y los filisteos: II 47, 294.
y los habiru: I 219. Ilkunirsa, epíteto del dios E L : I 279.
incursión contra Babilonia: I 99S. Ilum (Ei), dios supremo de Mari: I 277.
leyes: I 243, 254. Indaruta, rey de Ákshaf: I 103.
Indra, dios indoario: I 101.
tratados de vasallaje: I 418SS, 185S. inscripciones fenicias, púnicas: II 273.
«hitos fronterizos»: II 238. Ipu-wer, sabio egipcio: I 81.
hivitas: I 147; II 141. Irbid: II 290.
en Gabaón: II 299, 301. Ircata: I 151.
en Siquén: II 169, 289. Irsu, usurpador en Egipto: I 297; II 33.
Holón, cf. Hilen.
¿Cusan Risatain?: II 72, 307.
«nombres de Israel»: II 265, 277, 303.
Isaac:
{ioq umispát: II 275.
Hor, monte/Gébel Akkar: I 141; II 87, y Abimelec: I 246, 328, 330; II 148.
entre Abrahán y Jacob: I 183S, 185.
93. 94- y los amorreos: I 263.
Horeb, monte: I 295, 382, 388, 400, 407S. ciclo de: I 1765, 187, 292.
Horemheb, rey de Egipto: I 126. fecha: I 26is.
horitas, en la Biblia: I 147, 221; II 101, e Ismael: I I78n., 235, 237, 251.
cf. hurritas. matrimonio: I 177, 238, 247.
Horón, dios cananeo: I 131. muerte: I 183.
Hosn, tumba: I 76. nacimiento: I 177.
índice analítico 337

nombre: I 204S, 263. el «gran Israel», en la época de David:


religión: II 257, 265.
«dios de» —: I 268s, 339. grupo Israel-Raquel: II 254, 256.
«pariente» d e — : I 269, 271S. con Isbaal: II 265.
promesas: I 272, 433. «Israel», liga de las (doce) tribus: II
sacrificio: I 228, 281. 2 i i , 212, 217, 244, 257, 269.
santuario de Berseba: I 279. con Samuel: II 271.
Isacar, hijo de Lía y tribu: II i8os, 233, Istar-Estrella, diosa: I 269, 273.
234, 236, 252. Istar-KA.ZAT, diosa: I 269, 273.
y la batalla de Merón: II 183. Isin, principado amorreo: I 79.
en la batalla de Quisón: II 240, 256, Itur-mer, dios en Mari: I 21 m .
287, 295, 317- Iyyim/Iyyé ha-Abarin: I 417; II 94, 95.
Débora, d e — : II 2Ó8s.
no se describen los límites de —: II Jacob, patriarca:
239- adopción de los hijos de José: I 238;
desgajada de Zabulón: II 253. II i66s.
distrito salomónico: II 245. bajada a Egipto: I 307.
el juez menor Tola, hombre de —: II ciclo de Jacob: I 178-183, 187.
264. y el ciclo de Abrahán: I 182-185,
nombre: II 180. 264.
origen y asentamiento: II i8os. distinto de Israel: II 254.
y el pacto de Siquén: II 188. y Esaú: I 178S, 183, 235; II 253.
relaciones antiguas con Simeón y Leví: fecha: I 26is.
II 254. e Israel: I i8os, 271; II 169.
Tola, «hijo» d e — : II 263. y José: 1182, 291, 305, 306S, 162S, 168.
y Zabulón: II 234, 236, 237, 241. y Labán: I 179, 183, 184S, 199, 247S,
Zabulón e Isacar: II 233, 238, 239, 253, 269, 283, 330; II 57, 252, 253,
252, 256, 287, 295, 318.
no marcharon a Egipto: II 254. 3i9-
y Lía: II 2¡3S.
Isbaal, hijo de Saúl: II 265, 300. matrimonios: I 238, 245, 247.
Ishbi-Erra, rey de Isin: I 79. muerte: I 291, 292.
Ishmé-Dagán, rey de Asiría: I 80. nombre: I 198, 204S, 237, 262S.
Islandia, ligas: II 215. pacto con Labán: I 185; II 103S, 148.
«oradores de la ley»: II 260. padre de los «doce hijos»: II 211, 218,
Ismael, hijo de Abrahán: I 177, 241; II 229, 230, 232, 233, 234, 237, 242,
286. 243, 244, 245, 246, 249, 251, 252,
hermano de Isaac: I 237, 251. 253, 281.
nombre: I 204n., 263. y Raquel: II 252S.
padre de doce jefes de tribu: II 217, religión:
250, 2 5 1 . bendición: I 183.
tipo social: I I78n., 186, 235, 438. «el dios de —»: I 269, 272, 339.
ismaelitas: I 241, 291, 306, 309. los dioses extranjeros: II 185, 186.
Israel (patriarca) y Jacob: I 165, i8os. las massebót: I 283.
El, «pastor/Roca de—»: I 271, 278S. el «poderoso o toro de—»: 27r,
y José: I 182, 291, 306S; II 159S, 169. 280.
y Raquel: II i68s. promesas: I 166, 187, 273, 433.
y Siquén: I i8os, 279, 376. santuario de Betel: I i66s, 278,
cf. Jacob. 283; II 220.
Israel, pueblo: santuario de Siquén: I i66s, 278;
concepto de geografía política: II 262, II 159, 186.
265. testamento: II 232S, 242, 252, 286.
con Débora: II 255, 256, 265. tumba: I 181, 183, 292.
en la época de los Jueces: II 265, 266. Jaffa: I 36, 45, 47.
en la estela de Merneptah: I 167, control egipcio: I 107, 113, 114, 130.
37Ss; II 30S. y los dáñeos: II 49, 284, 285.
con Gedeón: II 265, 277, 278. y los danitas: II 283.
22
338 índice analítico

y el «gran Israel»: II 280. toma: II 20, 23, 25, 123, 134-137, 193.
y Perseo: II 285. Jeroboán I: I 305, 261, 434, 441; II 257,
Jalam, hijo de Esaú: I 338. 265.
Jamat: I 141, 142, 211. y Dan: II 280, 286.
Jamor/Hamor, násí de Siquén: II 160, y Penuel: II 315.
301. y Siquén: II 304.
Jacob y —, padre de Siquén: II 301. Jeru salen:
Jarmo: I 56. y los amorreos de la Biblia: I 143, 148.
Jaroset ha-Goyim: II 49, 182, 293, 294, en Benjamín: II 305.
295- enclave cananeo: II 298, 302, 305, 306.
Jasasón Tamar: I 143. en la época de Amarna: I n i , 114,
Jasor-Enán: I 141. 118, 119, 122; II I49n.
Jasor/Tell el-Qedah: II 174, iy6s. guerra contra Gabaón: I 154.
Bronce Antiguo: I 72; II 177. y los habiru: I 122.
Bronce Medio: I 86, 88; II 177. y los hurritas: I 103.
Bronce Reciente: I 133; II 20, 23, 177. y los jebuseos: I 148.
y la conquista: II 21, 26, 173, 174, 176- y Judá/Benjamín: II 76.
179, 182, 193. «nuevo Sinaí»: I 400S, 408.
destrucción: II 194, 293, 297. Jesbón: I 46; II 97.
Hierro Primero: II 117. capital de Sijón: I 376; II 55, 87, 88,
historia extrabíblica: I 80, 104; II 91, góss, 119, 193, 310.
176S. ciudad de Rubén: II 106.
migración de los danitas: II 282. residencia de Eglón (?): II 310.
Período Intermedio: I 75; II 177. Jesrón, nieto de Judá: I 301; II 75, 108,
Jebla/Ajlab/Majabb: II 305. 116, 298.
jebuseos, pueblo de Canaán: I 1485; II Jetró, sacerdote de Madián, suegro de
76, 173- Moisés: I 323-330, 402, 406, 445, 447.
Jederah: I 62. descendiente de Dedán: I 415.
Jefté el galaadita, juez menor y libertador: Jeús, hijo de Esaú: I 338.
I 374, 402; II 204, 206, 277, 290. Jiel, de Betel: II 136.
y los amonitas: II 92. Joás, padre de Gedeón: II 278.
y los efraimitas: II 291, 317, 320. Joel, hijo de Samuel: II 271.
y Galaad: II 104. Jobab, suegro de Moisés: I 323, 402; II 67.
historia de — y «libro de los liberta- Jofní, el levita: II 69, 222.
dores»: II 205, 206, 209. Jonatán, alianza con David: I 428.
juez menor: II 204, 206, 207, 259, 260, Jonatán ben Guersón: II 283, 284.
261, 266-268. Jordán: I 38, 3g, 45.
libertador: II 202, 204, 206, 277, 290, fronteras de Canaán: I 33, 140S, 143.
318-320. y Guilgal: II 126-130.
Jehú, dinastía de: II 205. y el milagro del mar: I 370-373; II
jeques: II 247, 249, 275, 278. I26ss, 131.
jeque árabe y nási = : II 224S. y la Pascua: I 391.
Jeremías y la alianza del Sinaí: I 400. paso del: II 132S, 219, 221, 244, 254.
Jericó: I 39, 41, 42, 47; II 309. y la tradición del Sinaí: I 39on.
Bronce Antiguo: I 65, 67, 72. vados del: II 308, 309, 316.
Bronce Medio: I 86s. Jorma/Sefat: II 65.
Bronce Reciente: I 133, 374; II 23, ciudad de Simeón: II 65, 73.
136S. conquista: II 65, 69, 87, 193.
Calcolítico: I 63. derrota de: I 404; II 63, 64.
y los hurritas: I 105. José, hijo de Raquel, epónimo común de
influencia egipcia: I 90SS. Efraín y Manases: II 244, 246.
Neolítico Cerámico: I $8s. historia: I 290-314.
Neolítico Precerámico: I 54, 55S, 57, y Benjamín: II 162, 168, 231S, 233,
58. 234, 252, 253, 254-
Período Intermedio: I 75, 77. ciento diez años de vida: I 305.
y Rajab: II 123S, 125S, 134, 137. crítica literaria: I 2go-2g4.
sometido a Eglón: II 56, 137. crítica de la tradición: I 306SS.
índice analítico 339
esclavo: I 310. 233. 234, 236, 237, 242, 252.
fecha de redacción bajo Salomón: asentamiento: II 75-81, 254.
I 294, 295, 3°2S, 304. 3°5- y Benjamín, en Ez 48: II 241.
«hebreo»: I 215, 219. «casa de —»: II 164, 246.
hijo menor de Jacob: II 162. conquistas atribuidas: II 305.
llevado a Egipto: I 309, 311; II 70, con David: II 232, 234n., 245, 246,
254- 298, 306.
y los madianitas: II 312. en Egipto: I 314.
Manases, primogénito: II 288. éxodo - expulsión: II 70.
y Maquir: I 238, 307; II 114, 169S, expansión: II 252, 254, 297SS.
172, 287. fronteras: II 238, 239.
matrimonio: I 238; II 170. y la historia de José: I 290, 291, 306$.
nombre: I 308. integración de Sorá y Estaol: II 282.
política agraria: I 291, 30IS. de Quiriat Yearín: II 301.
posición de José: I 304, 310. de Simeón: II 234, 245, 255.
primogénito de Raquel y de Israel: y los moabitas (?): II 309.
I 182, 237, 251; II 167S, 169. origen y formación: II ¡o8ss.
y Siquén: I 182, 306; II lógss. y Otoniel: II 307.
sueños: I 2ggss. y Rubén: II 108, 109.
tumba en Siquén: II 159, 301. con Salomón: II 245.
«casa de José»: II 231, 238, 246, 253, y Simeón: II 65S, 82, 83, 245, 255.
288, 305. y Tamar: I 265; II 77, 83.
asentamiento: I 180; II 22, 63, 64. Judea, desierto de: I 37, 41.
y ciclo de Jacob: I 182. Calcolítico: I 62S.
formación: II 163-172. Paleolítico: I 51, 53.
«José» en el sistema genealógico, «juez de Israel»: II 226, 228, 259, 260, 261,
«Efraín-Manasés» en el sistema 262, 272; cf. jueces «menores»,
tribal: II 234, 235, 238, 241, jueces «mayores»: II 202, 203, 204, 207,
243, 244, 246, 253. 226, 259SS, 278, 306-320.
Maquir en su origen: II 114S. jueces «menores»: II 202, 203, 204, 205,
pide más territorio: II 118, 157. 207, 206, 209, 212, 225, 259-278, 302.
recibe Siquén: II 159, 167. juramento anfictiónico: II 217, 227.
y la toma de Betel: II 141.
y tradiciones sobre José: I 306S. Kabdaros, rey legendario de Cilicia, y
y «tribu de José» (?): II 235, 246.
Caftor: II 44.
Josías, divisiones administrativas: II 238.
Kabri: I 63.
Josué, sucesor de Moisés: II 20, 121.
Kabturi/Caftor: II 43, 45.
batalla de Gabaón: II 150-156.
kaldu/caldeos: I 194.
y la «casa de José»: II 288.
Kaptaru/Caftor: II 43.
conquista del norte: II 173, 179, 183.
Karatepe: I 337; II 42, 148.
conquista del sur: II 78S, 150SS, 299.
Karnak: I 97, 107, 113, 127, 129; II 34.
discurso de despedida: II 201.
kashka, pueblo de Asia Menor: II 38, 40.
en la exploración de Canaán: II 61 ss.
y el grupo de Raquel: II 253, 254S. tratado con los hititas: I 422; II 148.
juez (?): II 261. Kebar, kebariano: I 52S.
Kefira, ciudad gabaonita: II 299.
pacto con los gabaonitas: II 145, 148. Kefr Garra: I 86.
pacto con Siquén: I 384; II 20, i84s, Kefr Goladi: I 63.
193- KefrMonash:I68.
papel en la conquista: II 17, 18, 20, Keftin-Caftor: II 43 s.
24, 163, 189, 192. Kemosh, dios de los moabitas: II 319.
paso del Jordán: I 371, 372; II 126, Kerak Raneta/ ¿Quenat?: II 118.
127, 132S. Keret, héroe cananeo: I 150, 159, 160; IL
en el Sinaí: I 385. 274.
en Siquén: II 218, 219. Kerma: I 96.
toma de Jericó: II 135. Khafageh/Tutub: I 79, 208.
tumba: II 157. Khan Shcikhún: I 77.
Judá, hijo de Lía y tribu: II 81, 168, 232, Khashshum: I 84.
340 índice analítico

Khatama: I 94. 265, 269, 283, 330; II 57, 252, 253,


Khepat, diosa hurrita: I 84. 319-
Khirbet Djel c ad/Mispá de Galaad: II 318. pacto con Jacob: II IOJS, 119, 148.
Khirbet el-Beder/Aroer cerca de Ammán su país: I 184SS.
(?): H 319. y los terafim: I 251S, 271.
Khirbet el-Bitar: I 61. Labaya y los habiru: I ioón., 122; II
Khirbet el-Mahalib/Ajlab: II 305. 160.
Khirbet el- e Ormah/Arumá: II 303. y Siquén en la época de Amarna: I
Khirbet en-Nahás: II 87. n i , n S s ; II 160, 277, 302.
Khirbet es-Safra/Aroer cerca de Ammán Lacio, «treinta pueblos» del: II 215.
(?): II 126. Lais/Dan: II 124, 280, 282, 283.
Khirbet et-Tell/Ay: I 39, 142. Lajai Roí: I 176.
Khirbet Fahil/Pihil/Pella: II 115. lamentación por la hija de Jefté: II 303,
Khirbet Fasayil/Fasaelis: I 38. 308.
Khirbet Galeúd: II 102. Laquis/Tell ed-Duweir: II 299.
Khirbet Gazzir/¿Yazer?: II 102. Bronce Antiguo: I 66, 70.
Khirbet Ghazzeh/Ramat-Négueb: II 91. Bronce Medio: I 86.
Khirbet Haiyán/¿Ay?: II 139. Bronce Reciente: I 134, 135; II 21, 23,
Khirbet Ibziq/Bezec: II 77. 79-
Khirbet Karek: I 63, 66, 68, 69, 75. conquista: II 21, 25, 78, 152.
Khirbet Kirmil /Carmelo: II 70. guerra contra Gabaón: II 154.
Khirbet Kufín: I 77. y los hurritas: I 105.
Khirbet Main/Maón: II 70. influencia egipcia: I 92; II 32, 34, 36.
Khirbet Midyán / ¿Madón ?: II 174. Período Intermedio: I 75, 77.
Khirbet Rabud/ ¿Debir?: II 71. sarcófagos antropoides: II 50, 51.
Khirbet Teqú/Técoa: II 71. Lapidot, marido de Débora: II 268.
Khirbet Tibneh /Timnat Seraj: II 153. Larsa: I 79.
Khirbet Yarmuk/Yarmut: II 154. Lebo Jamat/Lebweh: I 34, 141, 142; II
Khirokitia: I 56. 62.
Khnum, dios egipcio: I 301. Lebweh/Lebo Jamat: I 34n., 141.
Khnum-hotep, tumba de: I 81, 310. levas: II 306.
khozaca, tribu árabe: I 190. Leví, hijo de Lía y tribu: II 168, 180, 231,
Khurri y Sharri, toros de Teshup: I 84. 233. 234, 242, 243, 245, 252, 253, 254,
Khyán, rey hicso: I 94, 96. 256.
Kikkuli, el mitánico: I 102. antepasado de Moisés: I 312, 313.
Kilwa: I 57. ausente del «sistema tribal»: II 234,
Kinahhi, Kinahni, Kinani: I 137, 138. 235, 236, 237, 240, 242, 243.
Kis: I 79, 198. ciudades levíticas: II 222, 238.
Kizzuwatna: I 100. en Egipto: I 314, 322; II 69S.
Kokab el-Hawa: I 127. emigración hacia el sur: I 182S; II 69S,
Kom Yadjuz/Abel Queramín: II 319. 254.
Koshar-wa-Hasis, figura divina cananea: éxodo y asentamiento en Canaán: I
I 158. 446; II 66-69, 74, 254.
Ksar Aqil: I 53. levitismo en la época de los Jueces:
Kultepe: II 36. II 280.
Kumidi: I 112. en las listas espúreas: II 241S.
Kutiwaza, cf. Mattiwaza. Simeón y Leví dispersados en Israel:
Kurustamma: I 145. II 233.
Kusn, en los textos de execración: II 308. Simeón y Leví en la región de Siquén:
Kussar: I 101. I 180, 182, 186, 218; II 66, 69,
180, 231, 233, 254.
La Meca antes del Islam, peregrinaciones: Simeón y Leví unidos en el testamen-
II 224. to de Jacob: II 66, 108.
Labán, «el arameo»: I 206; II 57, 103. sin territorio propio: II 238, 241, 243.
y el culto lunar: I 198. tribu profana: II 243, 244, 245, 253,
y el fratriarcado: I 237, 246. 256.
y Jacob: I 1795, 181, 183, 247S, 253S, tribu sacerdotal: I 233, 244, 246.
índice analítico 341

y Cades: II 68. cinco nesi'ím o «reyes»: II 225, 250.


en el Sinaí: I 385S, 446. y la circuncisión: I 284.
Leviatán en la Biblia: I 373. y Edom: II 266.
en Ras Samra: I 158. y Gedeón: II 203, 206, 209, 277, 303,
levirato, ley del: II 298. 313;31 fi-
Lía, mujer de Jacob: I 238S, 245, 248; II en la historia de José: I 290, 291, 306.
230-232, 252, 254. y Moisés: I 323-330, 417.
Lía, hijos, tribus, grupo: I 393; II 312, organización: I 240.
230-237, 241S, 252SS. y el origen del yahvismo: I 326SS.
«anfictionía de las seis tribus»: II 237, protectorado sobre Edom y Moab (?):
252. II 313.
asentamiento: II 22, 179S. tipo social: I 226; II 100.
éxodo: I 367, 406. Madmanna/ ¿Umm Deimneh?: II 71.
grupo Jacob-Lía: II 254. Madón/¿Kh. Midyán?: II 174.
madre de Isacar y Zabulón: II 179S. Madrase/Madrasa: I 191.
y tribus de Raquel: I 168. Magharat el-Was: I 53.
libertadores: II 204, 205, 206, 207, 208, Mahammediyeh/ ¿Baal Safón?: I 366.
209, 210, 259. Mahanain/Tell Hedjadj: I 178, 181; II
«libro de los—»: II 205, 206, 210; 113, 245, 291, 316.
cf. jueces «mayores». Mahané Dan: II 280.
libios, bajo Merneptah: II 30S, 41. Majaleb/Ajlab/Jebla: II 305.
bajo Ramsés III: II 33S. Malikatu, rey de los nabateos: I 270.
Libna, ¿conquistada por Josué?: II 78S, Malquiel, nieto de Aser: II 291.
152, 299. Mambré: I 278, 283.
y los clanes levíticos: II 67. anfictionía: II 211.
Liftah/ ¿Me Neftóaj ?: II 32. y El Saday:I 276.
Lipit-Ishtar, rey de Isin, código de: I 242, y los patriarcas: I 177, 183, 27S.
250. Manases, primogénito de José y tribu: I
Litani: I 206. 180; II io5n., 165, 170SS, 288.
Lo-Debar: II 115. y Abimelec: II 304.
Lot, sobrino de Abrahán: I 184, 241, 253. adoptado por Jacob: I 238; II i66s,
antepasado de Amón y Moab: II 54. 169, 172.
ciclo de: I 177. y Benjamín: II 236-239, 242, 245S,
etiologías: I 19is. 253, 255S-
y Gn 14: I I78n., 220-223. Efraín-Manasés: I 237; II 170, 234,
y sus hijas: I 183, 237. 236, 238, 240, 243S, 246, 250, 288.
Lugalbanda, rey de Lagás: I 78. Efraín y Manases, «hijos de José»: II
lugares de culto, multiplicidad: II 223. 234S, 238, 243S, 246.
lukka, ¿= licios?: II 41, 42, 48. enclaves cananeos: II 305.
lulahhu, pueblos de Asia Menor: I 122, fronteras en Cisjordania: II 238, 240.
124. y Gedeón: II 203, 240, 256, 265, 277,
lupercios, doce —: II 217. 288, 316.
Luz: II 141. «José» en el «sistema genealógico»,
«Efraín-Manasés» en el «sistema
tribal»: II 234, 235, 238, 240, 243S,
Maacá: II 58, 117.
Maán: I 190. 246, 253.
Maayan Bamkh: I 76. Manasés-Efraüv. II 235S, 238, 240,
277, 288, 316S.
Macpela: I 145, 183, 188, 254, 292; II
y Maquir: II 115S, 171, 122, 240, 256,
252.
Madaba/Medeba: I 46, 88; II 54, 97, 310. 287SS, 290, 297, 314S.
Madduwatta, vasallo de los hititas: II 38. y el pacto de Siquén: II 187.
Madián: I 322, 324S. padre de Maquir: II 113SS, 171.
y el Sinaí: I 409, 415, 417. Rubén, Gad y Manases: II 238, 240,
Madiane: I 325, 407. 28
7- . .
madianitas: en TransJordania, media tribu: II 92,
en Baal Fegor: II roos, i 19. 113-uX, 120 (247), 252, 2S7SS.
camellos de los: II 313S. y Yalr: II 114, 116.
342 índice analítico

Maón/Kh. Main: II 70, 73. Meguido: I 46, 47, 109, 118, 231, 332.
Maqueda: II 20, 12211., i¡oss, 299. aguas de: II 295.
¿conquistada por Josué?: I 78, 150, arqueología: II 296-297.
152. batalla de (Jue 4-5): II 175, 182S.
Maqueronte: II 312. Bronce Antiguo: I 65, 66ss, 70.
Maquir, tribu e «hijo» de Manases: II 287, Bronce Medio: I 85SS, 105.
288. Bronce Reciente: I 105, 129, 135.
asentamiento: II 113SS, 120. Calcolítico: I 63S.
en la batalla de Quisón: II 240, 246, enclave cananeo: II 305.
255S, 288, 295, 297, 317. influencia egipcia:
habitante de Lo-Debar: II 115. Dinastía XX: II 34SS.
y José: I 238, 307, 314; II 114, 171S. y la expansión hurrita: I 103S.
y Manases: I 182; II 115S, 120, 171S, Imperio Medio: I 90SS.
240, 256, 287SS, 297, 314S. victoria de Tutmosis III: I 102,
y el pacto de Siquén: II 187. 104, 107, 110, 113.
«padre» de Galaad: II 114, 288. no conquistada: II 158, 179.
en TransJordania: II 287SS. Período Intermedio: I 75, 77.
mar personificado: I 373. Meirón/¿Merón?: II 174.
Mar Muerto: I 35, 38, 42, 45. mélék: II 224, 276, 277, 303, 314.
frontera de Canaán: I 33, 34, 140. Melquisedec: I 274.
Mar Rojo: I 39, 46, 47, 364. Meneiyeh/Timná: II 87S.
Mará: I 406, 433. Menfis, y los hicsos: I 93, 96.
Marad: I 79. y el comercio cananeo: I 153.
Maraye, príncipe libio: II 30. y los cultos cananeos: I 131S, 366.
Maresá/Tell Sandahanna: II 75, 299. Mer, dios de Mari: I 21 m .
Mari/Tell Hariri: I 79, 199. Merari, hijo de Leví: I 322; II 66, 69.
y los ahlamu: I 207. Merg Ayún, vía de comunicación: I 38,
y losamorreos: I 80, 84, 210, 211. 48, 59; II 174.
y los benjaminitas: I 80, 438; II 55. Meribá, Meribat Cades: I 403, 433; II
documentos jurídicos: I 244, 250, 63, 67S.
252S; II 274S, 321. Merikare, rey de Egipto: I 81.
El (Iíum), dios de: I 277. Merneptah, rey de Egipto: I 113, 310,
y la expansión hurrita: I 84. 375; II 30SS, 36, 41.
y los habiru: I 121, 125. estela de: I 167, 375S; II 30S.
y los haneanos: I 230S; II 55. fortaleza de: I 299; II 32.
y Jasor: II 177. fuente de: II 32.
otros textos: I 101, 263; II 58. funcionarios semitas: I 296S.
rito de alianza: I 428. Merón:
y los seminómadas en general: I 80, batalla: II 157, 173SS, i7Ss, 182, 282,
233, 240, 263. 293SS.
y los suteos: I 125, 212. fecha: I 194.
María, hermana de Moisés: I 322, 404. localización: I 174.
canto de: I 369. Mesa, rey de Moab: I 319; II 97, 312.
Markha: I 411. estela de: I 214, 331; II 98, 109, 122.
Mamas, dios de Gaza: II 44. Mesad Hasavyahu: II 78n.
Marún er-Ras, G. Marún/Merón: II 174. mesepios, doce pueblos de los—: II 215.
MAR.TU, cf. Amorreos. Méser: I 65.
mas 'óbéd: II 306. meshwesh, tribu de África: II 30, 34.
Massá: I 403, 433; II 67S. mgr: II 320.
Mdsal: II 277, 303. Mica, santuario de—: II 223, 280, 285.
Mataná: II 95, 96. Micala, promontorio de, santuario de Po-
Matiel, rey de Arpad: I 424. seidón: II 214.
Mattiwaza, rey de Mitanni: I i o i , 115, Micenas, fundada por Perseo: II 285.
198. Midas, ¿ = Mita?: II 38.
Medain Saleh/Hegra: I 190, 405n., 415S. Migdal Eder: I 181, 363 ; II 108.
Migdol: I 365S, 3Ó7n.
Medinet Habu: II 33, 34, 39, 40, 43, 46,
migraciones:
47. 5°. 5 i .
índice analítico 343
de los antepasados de los israelitas: y Rubén: II 109, 110, 119.
II 254S. y Sijón: II 97S.
de Aser (?): II 291S. Moisés: I 31S-448.
de los sanitas: II 279-286. en el desierto:
de Efraín y de Benjamín (?): II 290S. Cades: I 405; II 70.
estacionales de los madianitas: II 313. Decálogo: I 426S.
de Maquir y de Yaír, «hijos» de Ma- exploración de Canaán: II 61 ss,
nases: II 287-289. 124.
Mikal, dios de Betsán: I 130. la Ley: I 379S, 384, 385.
Milca, mujer de Najor: I 198, 239; II Meribá: I 403; II 63.
217, 250. Números 16, 15: II 271.
Milkilu, rey de Guézer: I 118, 119. rito de la sangre: I 423, 425, 446,
Milkom, dios amonita: II 319. 447-
Minít: II 319. ruta del grupo de Moisés: II 254.
Minos, fundador legendario de Gaza: el Sinaí: I 422.
II 44. la tienda de la reunión: I 443, 445.
mishór: II 97. misión de Moisés: I 315-347.
Mispá de Benjamín: I 46; II 143, 220, milagro del mar: I 367-373, 374.
222, 270. plagas: I 349-355-
y el arca: II 223. revelación del nombre divino: I
en Jue 21, 19-21: II 220, 223. .280, 330-347. 396. 432-
lugar de culto: II 223. salida de Egipto: I 358-374, 386,
y Samuel: II 223, 270. 395-
Mispá de Galaad/Kh. Djel c ad: II 57, 104, origen: I 312, 321S; II 69.
223n., 267, 318. juventud: I 322.
Mispá, valle de: II 174. Moisés y los madianitas (Jetró): I
mispáháh: II 281, 286. 323-330; II 312.
miSpdt: II 268, 273, 274. Moisés y los quenitas: I 324; II
mispátím: II 269. 67. 73-
Mita, l— Midas?, ¿frigio?: II 38. nacimiento: I 318, 321.
Mitanni: I 85, 100-105. nombre: I 321S.
y Egipto:
religión: I 431-440.
bajo Tutmosis III: I 103S, ioóss, culto mosaico: I 441-448.
109.
Moisés, profeta: I 346, 349.
en la época de Amarna: I 109,
114SS. monoteísmo: I 439SS.
influencia en Palestina: I 103, 109. en TransJordania:
reino: I 100-105, 200, cf. hurritas. batalla contra Sijón: II 975.
Mitra, dios indoario: I 101. bendiciones: II 233S.
mlk: II 277. Moisés y Jonatán, hijo de Guersón:
Moab, moabitas: I 34, 40, 42, 47; II 54- II 283.
57, 203, 306, 308-312, 318-319. no entra en Canaán: II 92.
y Baal Fegor: II 100, 119. pide paso a través de Edom: II 86.
y Balaán: II 100. reparto: II 92, 101.
y el benjaminita Ehud: II 308-312. la serpiente de bronce: II 87.
bordeado por los israelitas: I 376, 416; tumba: I 32on.
II 55. 9 i , 9 4 . 96. " 8 . montaña:
campaña de Ramsés II: I 130, 139; de Efraín: II 240, 244, 245, 256, 264,
II 56. 265, 269, 289, 302, 311.
y la circuncisión: I 284. de Judá. II 244.
constitución en Estado: I 377; II 55. de Neftalí: II 244.
contra Judá (?): II 309. montaña de Elohim: I 327, 329, 407.
derechos territoriales: II 203, 318, 319. Monte Pelado/G. Halaq: II 90.
los emim: I 144. Montu, dios egipcio: I 90.
itinerarios del éxodo: II 85, 86, 95S. Mopsos, héroe daneo: II 49, 285.
llanuras de: cf. Arbot Moab. Moré, colina de/Dj. Dahi: II 317.
origen: I 178, 216, 241. Moré, encina de: I 283.
344 índice analítico

rñeschoi/mushki, pueblo de Asia Menor: nebáldh: II 228.


II 40. Nebesheh: II 50.
Mot, dios cananeo: I 158. NebiSamwil: II 147.
mtpt, en ugarítico: II 274. Nebo, ciudad: II 106.
Mukish: I 100. Nebo, monte: I 40, 416; II 310.
Munhata: I 57, 58, 59. Neferhotep I, rey de Egipto: I 92, 95.
Mursil I, rey hitita: I gas. Neferrohu/Neferti, poeta egipcio: I 81,
Mursil II: I 145; II 148, 149. 300.
Mut, diosa egipcia: II 34. Neftalí, hijo de Bilha y tribu: II 179, 232,
Mut-Baalu, rey de Pella: I 119. 233, 234, 236, 237, 242, 252.
Muwatalli, rey hitita: I 102, 128S. asentamiento: II 181-184, 253.
Myttyno, juez de Tiro: II 273. batalla de Merón: II 182S.
distrito salomónico: II 245.
enclaves cananeos: II 305.
Nabal, el calebita: II 70.
fronteras: II 238, 240.
nabateos:
y Gedeón: II 240, 256, 265, 316.
y el «dios del padre»: I 271, 273.
pacto de Siquén: II 188.
dominación sobre Damasco: I 415.
tribu de Barac: II 203, 294, 295.
inscripciones en el Sinaí: I 4ios.
Nabonid, rey de Babilonia: I 195, 416, y Zabulón en la batalla de Quisón: II
227, (240), 255, (287), 292-296,
440; II 93.
Nabot: II 225. 317-
Nabucodonosor y el sitio de Tiro: II 273. Neftoj:Il298.
Nahal Mismar /Wadi Mahrás: I 62. Neftóaj: II 32, 75, 174.
Nahal Oren/Wadi Fallan: I 54, 55. Négueb: I 36, 42, 45, 48, 235.
Nahalol, enclave cananeo: II 305. y los amalecítas: I 404.
Naharina: I loo, 106, 108, 109, 200. de Arad: II 64S, 73.
Nahr el-Galud: I 37; II 179. de Caleb: II 70S.
Nahr el-Kelb: I 128, 129. de Judá: II 66.
Nahr el-Muqatta/Quis'on: I 37. de Leví: II Ó7n.
Nahr el Qasimiyeh: I 34, 36, 38, 141. de los quenitas: I 324.
Nahrima: I 200. de los quereteos: II 44.
Nahuru/Najor: I 201, 202. de Yerajmeel: II 72.
Najaliel: II 95, 96. Bronce Medio: I 89.
Najor, hermano de Abrahán: II 217, 250, Calcolítico: I 60, 62.
y Caleb/Josué: II 62.
253, 286.
frontera de Canaán: I 33.
y los árameos: I 206, 241; II 57.
y los patriarcas: I 177.
«el dios de»: I 269, 271.
Período Intermedio: I 76, 259, 260.
mujeres de: I 239.
y los shasu: I 130.
nombre: I 197, 205, 263.
y Simeón: II 65, 66.
Natán, profeta: I 399, 401, 444, 445.
Neit, diosa egipcia: I 303.
Nannar = Sin, dios mesopotamio: I 198.
Nejustán, serpiente de bronce: II 87.
Naplanum, rey de Larsa: I 79.
Nelea tiene doce hijos: II 217.
Naqada: I 64.
ne'otaw, corrección a Jue 1,34: II 283.
Naram-Sin, rey de Acad: I 208. Nergal, dios mesopotamio: I 84; II 3i9n.
Narmer, rey de Egipto: I 71. Nesumont, general egipcio: I 89.
Nasatyas, divinidades indoarias: I 101. netíním: II 301.
ndsí', nesí*im: Nevé U r : I 62.
delegados de las tribus en las reunio- Nicosia: II 46.
nes de la anfictionía (?): II 212. Nimiín: II 174.
el násí° en Ezequiel: II 224S, 240.
násí*, jefe elegido por una tribu: II Nin. E. Gal, diosa en Catna: I 84.
224S, 227, 235, 240, 250, 301. Ningal, diosa mesopotamia: I 197, 198,
n'sfím ismaelitas, madianitas: II 226, 278.
250. Nipur: I 198, 199, 207; II 216.
Naúr/¿Yazer?: II 102. Niqmadu, rey de Ugarit: I 117.
Nawar: I 84. Niyi, país de: I toó, 108, 115, 139.
Nazaret: I 37. Nobá, ciudad: II 315.
índice analítico 345
Nobá, nombre de persona: II 287, 3i6n. Panionion, santuario de Poseidón: II 214.
Nobaj, hijo de Manases: II 114. panteón, doce grandes dioses en el— ro-
Nobaj /Quenat: II 114, 11S. mano: II 217.
Noé, alianza: I 381S, 390. PAP. SUKKAL, identificado con el dios
Noemí, adopta al hijo de Rut: I 23S. Ilabrat: I 270.
nómadas, seminómadas: páqid: II 303.
federaciones de tribus: II 247-252. Parattarna, rey de Mitanni: I 100, 106.
y sapitu: II 275. Pascua de Ezequías: II 292n.
seminómadas y santuarios del Bronce pastores seminómadas: II 247-252.
Reciente: II 224. patriarcas: I 157-274.
Nora: II 41. cronología: I 257-265.
Noruega, ligas de regiones: II 215. en la Biblia: I 257S.
Nuhasse: I 104, 115, 125. fuera de la Biblia: I 258S.
Nuribda: II 180. opiniones recientes: I 259SS.
Nuzi/Yorhan Tepe: I ioiss. y el medio oriental: I 225-255.
documentos jurídicos: I 101, 243, 245S, adopción: I 247SS.
247-251, 254, 264. y los derechos orientales: I 242-
y los habiru: I 121, 125S, 219. 245.
derecho de primogenitura: I 249SS.
Obededom y el arca: II 222n. economía: I 253SS.
Obot: I 416; II 94S. matrimonio: I 245SS.
Ofel: I 64. «nomadismo»: I 225-235.
Ofir: I 418. patrimonio: I 252S.
Ofir, hijo de Yoctán: II 250. la sociedad patriarcal en G n : I
Ofrá, ciudad de Gedeón y de Yerubaal 235-241-
y lugar de culto: II 161, 165, 223, 277, los terafim: I 25is.
278, 302. religión: I 267S.
Og, rey legendario de Basan: II 98S, 118, altares y sacrificios: I 281S.
289. circuncisión: I 284S.
Ohlibamá, mujer de Esaú: II 250. el dios del padre: I 268-273.
0 1 b i a / ¿ U r a ? : I 196. el dios del padre y El: I 273-281.
Olimpo, doce grandes dioses del: II 217. piedras y árboles sagrados: I 283S.
Omrí, rey de Israel y Moab: II 97. tradiciones patriarcales: I 171-223; II
Onán, hijo de Judá: II 77, 299. 212, 221, 223, 254.
Onchestos (Beocia), anfictionía de—: II Abrahán y los cuatro reyes de
213. Oriente: I 219-223.
*eniyyót, en Jue 1,34, y correcciones pro- la alta Mesopotamia: I 199-205.
puestas: II 283. ¿amorreos o árameos?: I 206-213.
«oradores de la ley» en Islandia: II 260. en el Génesis: I 171-192.
Oreb, jefe madianita: II 314, 317. los hebreos y los habiru: I 214-
Orontes: I 109, 206. 218.
Orrai/Urfa/Edesa: I 195. migración de Ur: I 193-199.
Oseas, profeta: Pecaj, rey de Israel: II 104, 117.
y Baal Fegor: I 439S. pectoral: II 229, 274.
y el nombre de Yahvé: I 346. pedículos, doce pueblos de los: II 215.
y el Sinaí: I 393S, 400. Pehel/Pella: II 288.
Otoniel: II 71S, 73, 202, 207, 208, 259, pelasgos/pelastos/filisteos: II 47.
260, 261, 263. Peleg, hermano de Yoctán: II 249.
ejemplo típico del juez-salvador: II peléset, cf. filisteos,
205, 206, 268, 278, 307. péleteos y quereteos: II 44.
pertenece al período del asentamiento: Pella/Khirbet Fahil: I 119, 127, 134; II
II 202, 299, 307S. 115, 288, 290.
Pentateuco:
Padán Aram: I 184, 199, 200, 2 0 1 ; II 57. fuentes: II 204, 232, 233.
Palastu: I 32, cf. filisteos. leyes: II 212.
palit: II 290. Penuel: I 178, 181.
palmera de Débora: II 268. colonos benjaminitas (?): II 291, 315.
346 índice analítico

enclave cananeo (?): II 315. Quehat, hijo de Leví: II 66.


gaditas: II 315. Queilá: 119; II 75, 298.
y Gedeón: II 291, 314, 315, 316. Quenat /Nobaj: II 114, 118, 287.
maquiritas (?): II 315. Quenaz, hermano de Caleb: II 71, 202,
Pepi I, rey de Egipto: I 72. 307.
Pepi I I : I 73. quenitas, pueblo: I 324, 429.
perezeos, pueblo de Canaán: I 149; II 76, asentamiento: II 73SS, 80.
118. Jeber el quenita: II 292.
Perseo, héroe dáneo: II 49. y Moisés: I 324S.
y Jafa: II 285. y el origen del yahvismo: I 326S, 426.
pesíUm, cerca de Guilgal: II 309S. y el sábado: I 448.
Petor/Pitru: I 200. quenizitas: II 71S, 73, 151, 152, 254, 308.
Petra: I 47, 405n., 415. Otoniel el quenizita: II 307.
Pidrai, figura divina cananea: I 204. y quenitas: I 429; II 308.
Pi-Hajirot: I 365, 366. quereteos y péleteos y los filisteos: I 44S,
Pihil/Khirbet Fahil/Pella: II 115, 176. 48.
Pi-Ramsés: I 131, 299, 318, 375; cf. Ram- Quetura, concubina de Abrahán: I 216,
sés. 238, 245; II 250.
Piratón, ciudad de Abdóri, en Efraín: II hijos: II 251, 252.
264. Quezib: II 77.
Pireo, inscripción del: II 273. Quíos, isla y liga jónica: II 214.
Pitia, oráculo de la: II 213. Quiriat Arba/Hebrón: I 258.
Pitón: I 298S, 318, 374. Quiriat-Séfer/Debir: II 71.
Pitru/Petor: I 200. Quiriat-Yearín: II 76, 149.
Poseidón: y el arca: II 208, 209, 221, 222n., 300.
doce toros consagrados: II 217. atribuida a Judá: II 301.
santuarios y anfictionías griegas: II ciudad gabaonita: II 298, 299.
213, 214. y los danitas: II 280.
Potipera, suegro de José: I 303S. Quiriatain: I 46; II 106.
protoarameos: I 210, 213, 219. Quisón: I 37.
Ptah, dios egipcio: I 113, 130. batalla: II 154, 227, 293-297, 317.
división militar de: I 129. Quitrón, enclave cananeo: II 305.
Puá, clan de Isacar: II 263. Qumrán: I 335, 390.
Puá, partera de los hebreos: I 318.
Pueblos del Mar: II 21, 3g, 40SS, 285, 294,
320, 321.
Ra, dios egipcio: I 91, 97, 132.
y la arqueología: I 135; II 48-53. división militar de: I 127, 128.
Raba, Rabat (bené) Amón: I 319; II 56,
y Egipto: II 30, 31, 33, 34.
Punón/Feinán: II 87, 94S. 99.
Putifar, señor de José: I 290, 2g2n., 304, rabeanos, tribu nómada en Mari: I 233,
306. 241; II 249.
Rafia: I 139.
Rahab, monstruo mítico: I 373.
Qadesh-wa-Amrar, figura divina cananea: Rajab:
I 158. clan: II 309.
qád: II 268n. y la toma de Jericó: I 328; II 123SS,
qahaq, tribu de África: II 30. 141.
Qamm: II 290. Rama: I 46; II 163, 223, 268, 269, 270.
Qanawat/¿Quenat?: II 118. y lugar de culto: II 223.
qasida: II 292n. y Samuel: II 270.
qásín: II 267. Ramat-Négueb: II 91.
Qa(t)una: I 204, 262. Ramlé: II 300.
qrqr: II 316. Ramot de Galaad: II 103, 245.
qsn: II 2Ó7n. Ramsés: I 218, 299, 318, 363, 365, 374;
Q j n r m = Cusán-Rom: II 308. cf. Pi-Ramsés.
Que/Cilicia: I I48n. Ramsés I, rey de Egipto: I 126.
Quedar: I 234. Ramsés II:
Quefar ha 'Ammonl: I 234. y los apiru: I I22s, 319S.
índice analítico 347

batalla de Cades: I 102, 12S. religión: I 154-161.


y Cusán-Rom: II 115. y los suteos: I 212.
expedición a Moab: I 139, 377; II 56. tratado de vasallaje: I 419.
y fecha del éxodo: I 318S, 357; II 39S, Zeus Kasios: I 366.
194. Rauma, concubina de Najor: I 206, 239;
del reinado: II 29S. II 218, 250.
funcionarios semitas: I 296S. razzia y hilf: II 248.
y Palestina: I 112S, 129S. razzias de los madianitas: II 313.
y la religión cananea: I 130S. Rebá, príncipe de Madián: II 101.
Ramsés III: II 33S, 36, 39, 40S, 42S, 56, Rebeca, esposa de Isaac: I 176, 177, 185,
194, 296, 299, 307, 308, 314, 320. 227, 236.
y los apiru: I 122. en Guerar: I 246.
y la religión cananea: I 131. recabitas, ¿descendientes de los quenitas?:
Ramsés IV: I 122, 319; II 34, 307, 314. 326, 433.
Ramsés VI: II 35, 36. redacción sacerdotal: II 235, 240, 242,
Ramsés IX: I 34. 250.
Ramsés XI: II 34, 35, 36. Refaín, refaimitas, pueblo legendario: I
R a m s é s - W e s e r - K h e p e s h , comandante 144, 221; II 99.
egipcio de Betsán: II 34. «bosque de los refaimitas»/Bosque de
Rapicún: I 199; II 58. Efraín» (?): II 29in.
Raquel: Refidim / ¿ Farán ? / ¿ Wadi Refadyied ?: I
y la adopción: I 238. 404, 410, 412; II 68.
esposa de Jacob: I 232, 238, 245, 248; victoria sobre los amalecitas: I 359,
II 230SS. 379n., 404, 409.
¿de Israel?: II i68s. Regüel, madianita, suegro de Moisés: I
madre de Benjamín: II 162. 323.
y de José: I 182, 308; II 168, 169. Regüel, hijo de Esaú: II 250.
y los terafim: I 25 is. reinos cananeos: II 277.
su tumba: I 283; II 162, 232, 252. Rejob: I 127; II 305.
Raquel, hijos/tribus/grupo: I 393, 437n.; Rekhmaré, tumba de: I 319.
II 22, i68s, 230-232, 233, 234, 235, Requem/Petra: II 101.
236, 237, 241, 242, 252, 253, 254, 257- Requem, príncipe de Madián: I 101.
y el éxodo-huida: I 367. Resef, dios cananeo: I r 3 i , 155, 157; II
grupo «Israel-Raquel»: II 254, 257. 3i9n.
grupo «Jacob-Raquel» (?): II 253. Retenu: I 91, 93, 104, 125.
Ras el-Ain: I 72, 75, 85. Rib-Addí, rey de Biblos: I 117, 152.
Ras en-Naqurah: I 34, 36, 38. Riblá/¿Shabtuna?: I 128.
Ras Safsafeh: I 410. Rim-Sin, rey de Larsa: I 207.
Ras Samra /Ugarit: Risht el-Hauwar: I 39.
alfabeto: I 135. Rodas: II 38.
y los amorreos: I 80. liga dórica y culto de Apolo: II 215.
¿y los árameos?: I 209; II 58. ros: II 267.
Bronce Medio: I 87. Rubén, primogénito de Jacob y tribu de
Bronce Reciente: I 133. Lía: II 168, 233, 234, 236, 252SS.
civilización: I 150-154. altar del Jordán: II 112.
y Creta: II 43, 45. asentamiento: II 101, 106-110, 119,
destrucción: II 38, 3g, 4on. 254.
¿dios del padre?: I 27on. ausente de la batalla de Quisón: II
¿un dios Yaw?: I 333. 255. 283.
documentos jurídicos: I 233, 249S; II batalla contra Sijón: II 98, 106.
247. 3°7- y la conquista: II uoss, 119.
y Egipto: I 90SS, 109, 139, 150; II 32. en la época patriarcal: II 254.
y El: I 156S, 274, 434S. fuera de los confines de Canaán: I 33,
y los habiru: I 120, 123. 140; II 92.
y los hitilas: I 115, 117; II 39. y Gad en TransJordania: II 112, (222),
Neolítico: I 56, 57, 59. (228), 237, 254, 287, 311.
Período Intermedio: I 77, 83. en la historia de José: I 290, 29 r, 306S.
348 índice analítico

y Judá en Ez 48: II 241. Samir, ciudad de Tola: II 264, 269.


pierde su derecho de primogenitura: I Samos, isla y liga jónica: II 214.
237; II 107. Samsimuruna: I 146.
Rubén-Gad y Manases: II 238, 240, Samsu-Iluna, rey de Babilonia: I 243.
287. Samuel: I 150, 302; II 172.
y Simeón: II (233), 236, 237, 246, 252, despedida: II 201.
253- infancia: II 201, 221, 222.
y las tradiciones sobre Jacob: I I S I S . y la instauración de la monarquía: II
vencidos por los moabitas: II 310. 201, 259, 270, 271, 272, 276, 277.
Rubutu: I 119. intercesor: II 201, 270.
rutas comerciales: II 305. juez: II 201, 203, 223, 259, 260, 263,
ruwala, tribu camellera: II 247. 270-272, 276.
vidente: II 270, 271.
Sa'alim: II 2Ó4n. Samuquena, rey hicso: I 93.
Saalbín, enclave cananeo («amorreo»): II Sangar el hurrita, juez de Israel: I 148; II
280, 305. 202, 32OS, 321.
jacla: II 98. intruso entre los jueces menores: II
Sadad/Sedad: I 141. 202.
Saday, nombre divino: I 275S, 278. sin datos cronológicos: II 208.
Sadoc, sadoquitas: II 241, 242. Sansón:
Sagaratun: I 233. héroe danita: II 268, 282, 284.
SA.GAZ, cf. habiru. historia: II 43, 203, 204, 205, 206, 210,
Sahab: II 50. 268, 282, 285, 318, 320.
Sahrl Battuf: I 37. juez (?): II 261.
Sahuré, rey de Egipto: I 69. y Mopso: II 285.
Salamina, en Chipre: II 41. ni juez «mayor» ni «menor»: II 203,
Salen: I 129. 278.
Salfajad, hijas de: I 253. presentado como juez: II 202, 207,
salida de Egipto: I 349-357. 358-377- 209, 259, 261, 268, 278.
Santorín, volcán: I 349.
cronología: I 374-377; II 208, 209.
santuario central: II 212, 21S-225.
profesión de fe: II 212.
tradiciones: II 212, 253, 254, 255, 312, santuarios anfictiónicos en Grecia,
318. Etruria, Escandinavia: II 213-215.
Salisá, país de: II 292. santuarios seminómadas: II 223s.
Salitis, rey hicso: I 93, 95. sapitu, en el país de Hana, cercano a Ma-
Salmanasar I, rey de Asiría: I 115, 207. ri: II 275.
Salmanasar III, rey de Asiría: I 146. Sapón/G. el-Aqra: I 157.
Salmoná /Salmuná, rey de los madianitas: sar: II 276, 303, 314.
Sara/Sarai, esposa de Abrahán: I 177,
94. 313. 316. 2 0 3 , 238S.
Salomón:
y la adopción: I 237.
actividad literaria durante su reinado:
y el culto lunar: I 198.
I 294. 295. 3°2s, 3°5. 3°6, 417. en Egipto y en Guerar: I 236, 246.
alianza con Sirán: I 428. y Hagar: I 177, 245; II 230.
cronología deuteronomista: II 208, sardanos: II 285.
209, 265. Sargón de Agadé: I 321.
doce distritos: II 245. Sargón II, rey de Asiría: II 248.
doce prefectos: II 216. y los árabes: II 248.
y Guézer: II 306. y los árameos: II 248.
riquezas: II 218, 251. Sarón, llanura: I 36, 41, 45, 47; II 305.
y Siquén: II 304. Sartán: II 133, 217.
templo: I 444, 445; II 218.
territorios israelitas durante su reina- Sarug/Sarugi/Serug, antepasado de Abra-
do: II 280S. hán: I 197, 202, 205, 263.
salvadores/libertadores: II 306SS, cf. jue- Saúl:
ces «mayores». cronología: II 208, 209, 265.
Samaría, ciudad: I 45ss, 331. designado rey en Mispá: II 223.
región: I 37, 46, 47, 149. y los filisteos: II 270, 320.
índice analítico 349

y los gabaonitas: II 146S, 149, 300S. y los apiru: I 122, 125.


guerra contra Soba: II 57S. y la religión cananea: I 131.
y Guilgal: II 221. Seti II, semitas en Egipto: I 296.
e Isbaal: II 265. Setnekhte, rey de Egipto: I 297; II 33.
y los quenitas: I 324. Sfiré: I 381; II 424.
Saustatar, rey de Mitanni: I ioo, 108. Shaar ha-Golán: I 59.
sba'a, tribu camellera: II 247. Shabtuna/¿Riblá?: I 128.
Sabá: I 417. Shahar, dios en Ugarit: I 279.
Sebekhotep IV, rey de Egipto: I 92, 95. Shalem, dios en Ugarit: I 279.
sébét: II 262, 281. Sham, transcripción del egipcio ms 3 (?):
Seboin: I 220, 221, 223. II 320.
Sebuel, hijo de Guersón: II 283. shammar, tribus camelleras: II 247, 253.
Sedad/Sadad: I 141. Shamash, dios mesopotamio identificado
Sefat /Jormá: II 65. con el «dios del padre»: I 270, 273.
Sefelá: I 36, 37, 45; II 79, 252, 264, 281, «el Eterno» en Karatepe: I 275.
298, 299, 306. Shamshi-Adad, rey de Asiría: I 80, 200.
y David: II 306. Shapash, diosa en Ugarit: I 157.
y los filisteos: II 281. shardanos, un Pueblo del Mar: I 153;
y Judá: II 252, 298S. II 41, 48.
Séfora, esposa de Moisés: I 322. y Cerdeña: II 41.
Segub, hijo de Jesrón, padre de Yaír: II Shar-Kali-Sharri, rey de Akad: I 78.
116, 289. Sharri, y Khurri, toros de Teshup: I 84.
Sehel, isla: I 301. Sharuhen, Tell el-Farah del sur: I 98,
Sehetepubre, rey de Egipto: I 92. 105.
Seiled-Dilbé:II72. shasu, nómadas entre Egipto y Palestina:
Seír, país de Edom-Esaú: I 179, 402; II I 104, 106, 109, 125, 127, 130, 326;
56, 8gss. II 34-
y la Iocalización del Sinaí: I 409, 4145, de Edom: I 299, 310, 365; II 32, 56.
417- S'rr: I 326; II 56, 91.
y Ramsés II: I 130. Yhw3: I 326, 334.
los shasu de: I 326; II 34, 90. Sheikh Abreik: I 37.
seírím: II 3ion. Sheikh A b u Z a r a d : II 158.
seiscientos hombres: II 280, 281, 317. Sheikh Alí: I 57, 58.
Sekmen/Siquén: I 89. Sheikh Saad/Carnaim: I 130.
Sela, hijo de Judá: II 75, 77, 83; II 298. Sheikh Madhkur/Adulan: II 298.
selamitas, clan de Judá: II 299. shekelesh, un Pueblo de Mar, ¿ = Sicu-
Seleucia: I 197. li?: II 4 i s .
Sellem, país de —: II 2Ó4n. Shubandu, rey de Canaán: I 103.
Semanas, fiesta y conmemoración de la Shubat-Enlil/¿Tell Leilan?: I 79n.
alianza: II 22on. Shuqbah: I 53n., 54.
Semeber, en Gn 14: I 220, 221.
Shusharra/Tell Shemshara: I 84.
Semenkhkare, yerno de Akhenatón: I 116.
Shu-Sin, rey de Ur: I 78, 81.
Sémer/Sómer: II 291.
Shutatarra, rey de Cades: I 103.
Senaar: I 219, 221.
Será: I 35. Shutatna, rey de Acre: I 103.
Serabit el-Khadim: I 435. Shuttarna I rey de Mitanni: I 100.
Serera: II 317. Shuttarna II: I 110.
Sesay, hijo de Anac: I 148. Shuwardatta, rey de Hebrón: I 103, 119,
Sesong, rey de Egipto: II 73. 122.
Sesostris I, rey de Egipto: I 89. Sicelag: II 314.
Sesostris II: I 310. Sicilia/Shekelesh/ ¿Zakkala?: II 41, 42.
Sesostris III: I 89, 90. Sidón: I 48, 109, 139, 153.
Sesostrisankh, visir egipcio: I 90. Sijón, rey de Jesbón: I 374, 376; II 87, 88,
Set, dios egipcio: g3s, 97. 91, 92, 94, 96SS, 106, 119, 310.
división militar: I 127. Sile/Tieru: I 140, 364, 365.
Sethnekhte, faraón: II 307. Silo: I 46, 444; II i n s , 120, 15S, 172.
Seti I, rey de Egipto: I 127S, 87. y el arca: II 221, 222, 223.
350 índice analítico

centro de la anfictionía (?): II 223, y tratados de vasallaje: I 397, 399,


228, 2 6 1 . 418-422.
y Eli: II 272. y las tribus del norte: II 312.
«fiesta de Yahvé» en—: II 222, 223. vinculaciones culturales: I 387, 389SS.
peregrinación anual: II 222. Sinaí, península: I 56, 62, 71, 89, 260;
y el reparto del país: II 238. . II 35-
santuario central (?): II 212, 219, 221- Sinda: II 46.
223. Singar/Senaar: I 221.
Silsá, descendiente de Aser: II 292, cf. país Sin-Muballit, rey de Babilonia: I 80.
de Salisá. Sinuhé, historia egipcia de: I 81, 89$.
Simeón, hijo de Jacob y tribu de Lía: II Sipar: I 79, 199.
231, 234, 236, 251, 253, 254- Siprá, partera de los hebreos: I 318.
asentamiento: II 64S, 73, 75, 254. Siptah, rey de Egipto: I 297.
en Egipto: I 314; II 69S. siptu, en Mari: II 274, 275.
y el éxodo-expulsión: II 70, 254. Siquén: I 37, 46, 47, 59. 86, 232, 259;
y Judá: II 65, 66, 82. II 158.
Simeón integrado en—: II 234, y Abimelec: II 159SS, 203, 220, 277,
245. 254- 278, 301-305.
faltan en Jue 5: II 248, 255. y la alianza del Sinaí: I 348, 424, 427x1.,
y Leví: II 66, 108. 185S.
dispersados en Israel: II 233. y los amorreos de la Biblia: I 143;
en la región de Siquén, en la época II 159.
patriarcal: I 180, 182, 186, 218, arqueología: II 301, 304S.
265; II 66, 69, 77, 180, 231, asamblea y pacto: II 17, 157, 161,
. 2 33- 184-188, 2 0 1 , 2 1 1 , 218, 220, 2 2 5 ,
migración hacia el sur: I 182, 183; 226, 257, 3 ° i -
II 77- asentamiento del grupo de Raquel:
en el reparto no se describen sus lími- II 254.
tes: II 239. ciclo de: II 277.
y Rubén: II 233, 236, 237, 252, 253, cisma político: II 220.
25
4-. y el Código de la Alianza: I 384.
perdieron su importancia: II 233, y Egipto: I 89.
246, 253, 255. «encina del instructor» cerca de—: II
y las tradiciones sobre Jacob: I 182. 269.
Simerón: II 174, 176. en la época de Amarna: I i i i , 118;
Si-mi-ga-ri, nombre hurrita: II 320. II 20, 160.
Simira/Sumur: I 112, 127, 141. fiesta cananea de la vendimia: II 222,
Sin, desierto: I 34, 142, 359, 404, 409. 303.
Sin, dios mesopotamio: ¿y una fiesta de la alianza?: I 387, 388,
culto en Harán: I 195, 198, 278. 399; II 186.
y el nombre del Sinaí: I 408. y Gedeón: II 278.
Sinab, en Gn 14: I 220. y los hijos de Jacob: I 165, 218, 235,
Sinaí, montaña: 265; II 66.
alianza: I 418-429. y los hivitas: I 148; II 160, 161.
con Abrahán: I 429. y Jamor: II 220, 225, 228, 231, 254,
davídica: I 398-401. 3°i, 302.
y el Decálogo: I 385, 395, 426S. y José: I 182, 251, 306, 307; II 158S,
localización: I 407-418. 167, 171.
y los madianitas: II 312. y Labaya: II 277, 302.
y el pacto de Siquén: I 398; II i8$s. lugar de culto: II 223.
¿peregrinación?: I 416, 417; II 93. y el patriarca Israel: I 180, 279; II
teofanía: I 345, 412S, 417-429. 169.
tradiciones del—: I 379-429; II 212. peregrinación de Siquén a Betel: II
y Cades: I 392, 401-407. 220S.
«credo histórico»: I 386S, 388S. región de Siquén y Maquir: II 287.
crítica literaria: I 379-386, 395. santuario: I 180, 181, 182, 393; II
y el éxodo-conquista: I 386SS, 392, 212, 219S, 226.
índice analítico 351

tablillas de: I 103, 135. suteos/sutu, nómadas del desierto sirio:


Sirbonis, lago: I 350, 364, 366, 3Ó7n. I 80, 122, 125, 152S, 197, 207, 212.
Sisara: II 49, 175, 182, 269, 282, 283, 293- taamira, tribu árabe de Palestina: I 190;
297; II 81.
un jefe de los Pueblos del Mar (?):
H.294-
victoria sobre Sisara y migración de Taanac: I 47.
los danitas: II 282S. Bronce Antiguo: I 86.
y Yabín: II 293S. no conquistada: II 158, 179.
Sitín: II 124, 129, 130. enclave cananeo: II 305.
Soar/Bela: I 177, 220, 21. expansión hurrita: I 103, 104.
Soba: I 211; II 58. y Meguido: II 296S.
Sobak: I 42. relaciones comerciales: I 153.
Soco: II 75, 298. tablillas de: I 103, 105, 135, 220, 332n.
Sodoma: I 149, 154, 177, 220S. Tabat: II 317.
Soleb: I I39n., 326. Tabeh/¿Yotbata?: I 412.
Sópét: II 262, 276. «tabernáculo» de Silo: II 222n.
Sorá/Soreá: II 75. Tabor, monte: I 37, I35n.; II 180.
y los danitas: II 280, 317. encina del—: II 269.
integrada en Jada: II 282, 298. Tabún: I 51, 52.
y Sansón: II 281. Taffoh/Tapuj: II 71.
Sorec, valle: II 75, 298. Tagu, rey de Canaán: I 118, 119.
Tahas/Takhshi: I 109.
s-p-t (raíz): II 261, 262, 272-276.
Taibeh/¿Ofrá?: II 165.
verbo spt: II 276.
Talmay, hijo de Anac: I 148.
sptm, sufetes: II 273. Tallai, figura divina cananea: I 204.
Sua, suegro de Judá: II 298. Tamar, «ciudad de las palmas»: II 65,
Sual, descendiente de Aser, cf. país de
Sual: II 292. 73. 3°9-
Tamar:
Sucot: y Amnón: II 228.
colonos benjaminitas (?): II 291, 315. y Judá: I 265; II 77, 83, 233n., 299.
en Egipto: I 363, 365, 366, 3Ó7n. Tanín, monstruo mítico: I 158, 373.
enclave cananeo (?): II 315. Tanis (en hebreo Soán) / ¿Pi-Ramsés ?: I
gaditas: II 315.
299, 318.
y Gedeón: II 291, 314, 315, 316.
estela: I 95, 258.
maquiritas (?): II 315.
Tapuj/Sheikh Abu Zarad en Efraín: II
en Palestina: I 181.
158.
Suecia, ligas de «diez regiones»: II 215,
Tapuj/Taffoh, en Judá: II 71.
217.
Tarso: II 39.
Suez: I 364.
Tausert, reina de Egipto: II 33.
Suf, mar de (Rojo): I 363SS; II 88, 89, 94,
tayaru: I 125.
96, 118.
T - b - y / T o b : II 318.
sufetes de Cartago: II 261, 273S.
Tebas: I 97, 104, 116, 299, 313.
Suján = Husín: II 281.
Tebes: II 304.
Sukhul: I 51, 52.
Tebuk: I 190.
Sumer, «anfictionía sumeria»: II 216. Técoa, descendiente de Caleb: II 71, 298.
Sumi-Abum, rey de Babilonia: I 79. Técoa/Kh. Teqú: I 71.
Sumu-Ilum, rey de Larsa: I 79. Teglatfalasar I, y los árameos: I 83, 144,
Sumur/Simira: I 112. 200, 206; II 58.
Suppiluliuma I, rey de los hititas y de Tehenu: II 31.
Mitanni: I 101, 114S, 198. Tejón, monstruo mítico: I 373.
y Egipto: I n6ss. Teku/Sucot: I 298S, 318, 365, 366.
Suppiluliuma II: II 38. Teleilat Ghassul/Ghassul: I 60-65.
suq°4u: II 275. Telul edh-Dhahab/Penuel: II 315, 316.
Sur, desierto: I 402, 406; II 62. Tell Abu Hawam: I 134.
Sur, príncipe de Madián: I 240; II 101. Tell Abu Matar: I 61.
Sutekh, dios egipcio: I 129. Tell Arad: I 62, 66, 72, 331, cf. Arad.
352 índice analítico

y la expansión de Edom: II 91. Tell Iqtanu: I 76.


y los quenitas: I 324, 327; II 73, Tell Kazel/Sumur: I 112.
74- Tell Kefiré/Quefira: II 149.
Tell Áreme/ ¿Yazer?: II 102. Tell Leilan/¿Shubat-Enlil?: I 7gn.
Tell As: I 77. TellMardikh: I 77-
Tell Beit Mirsim/ ¿Debir?: II 21, 23, 26, TellMor:Il54-
7i. 74- TellQasile: II 54.
Bronce Antiguo: I 66s. y los dáñeos: II 285.
Bronce Medio: I 85SS. TellRamad: I 57, 59-
Bronce Reciente: I 133; II 21, 23. Tell Ramit/Ramot de Galaad: II 103.
Período Intermedio: I 76. Tell Sandahanna/Maresá: II 75.
Tell Bornat/Libna: II 79, 299. Tell Shemshara/Shusharra: I 84.
Tell Dan: I 134. Tell Sukas: II 39.
Tell Deir Allá/Sucot (?): II 315. Tell Ubeidiya: I 51.
Tell Dhurur/Tell Zeror: II 48. Tell U m m Hamed el-Gharbi: I 76.
Tell Dotan/Dotan: II 158. Tell Zakariah/Azeca: II 34, 153.
Tell ed-Daba: I 94, 102. Tell Zeror/Tell Dhurur: II 48, 54.
Tell ed-Duweir: II 299, cf. Laquis. Teman: I 409, 415, 417.
Tell el-Asawir: I 64. templo de Salomón, cronología: II 208.
Tellel-Ayyul: Teraj, padre de Abrahán: I 199, 202, 205,
Bronce Antiguo: I 67. 218, 246.
Bronce Medio: I 85, 86. y el culto lunar: I 198.
Bronce Reciente: I 133ss; II 52. Termopilas, santuario anfictiónico de An-
influencia egipcia: I 90SS. tela: II 213, 219.
Período Intermedio: I 76, 77. «terror divino» y el arca: II 221.
Tell el-Farah (norte)/Tirsa: II 158. terúmáh, en Ez 48: II 420.
Bronce Antiguo: I 66, 67, 68, 72. Teshup, dios hurrita: I 84, 421.
Bronce Medio: I 85, 86. testamento de Jacob: II 232S, 242, 252,
Calcolítico: I 63, 65. 286 (ver Gen 49).
Neolítico: I 59. Tharros y los sufetes: II 273.
Tell el-Farah (sur)/Sharuhen: I 67, 86, Tidal/Tudhalia (Gn 14): I 219, 222.
98. 134.. 135. Tidnum: I 78.
influencia egipcia: II 34. tiekker ( ¿ = teucros?) o Zakkala (¿ = sici-
¿Pueblos del M a r ? : II 51S. lianos?), un Pueblo del Mar: II 33,
Tell el-Ful: I 157. 35, 36, 41. 42, 48. Si. 285-
Tell el-Hammeh/Hamat: I 127. tienda del encuentro, en Silo: II 222.
Tell el-Her/Migdol: I 365S. Tiendas, fiesta de las: II 219.
Tell el-Hesu/Eglón: I 66, 68; II 79, 299- Tieru/Sile: I 364.
Tell el-Kheleifeh/Esión Guéber: I 412; Tigris: I 200.
II 88. Til-Nahiri/Nahuru: I 201.
Tell el-Khureibeh/¿Merón?: II 174. Til-sa-Turahi, Til-Turahi: I 202.
Tell el-Maqlub/Yabés de Galaad: II 103. Timná/Meneiyé: II 87.
Tellel-Maskhuta/Teku: I 298, 365, 366. adjudicada a Dan: II 280.
Tell el-Meshash/jorma: I 404n.; II 64, y Jydá: II 299.
74- Timná Seraj/Kh. Tibneh: II 121, 153.
Tell el-Milh/Arad: II 73. 74- Tirinto, fundada por Perseo: II 285.
Tell el-Qedaj/Jasor: II 174. Tiro: I 48, 146.
Tell el-Yehudiyeh: I 88; II 50. y Egipto: I 114. 127. !39. H2-
Tell en-Nasbeh: I 63, 64. jueces menores en—: II 273.
Tell Esdar: II 74. Tirsa/Tell el-Farah (norte): II 158, 304.
Tell esh-Shihab: I 127. Tishatal, rey de Urkish: I 83.
Tell es-Safi/¿Libna?: II 34, 79. titanes: II 217.
Tell es-Saidiyeh: I 134; II 53. Tob/T-b-y/Tubu/et-Taybeh: II 318.
Tell Gat: I 66, 72. T o b : II 58.
Tell Hariri/Mari: I 79. T o d : I 90, 91.
TellHarmal: I 198. Tola, hijo de Puá, juez menor: II 202,
Tell Hedjadj/Mehanain: II 316. 207, 261, 262, 264, 269.
índice analítico 353

hombre de Isacar: II 264, 269. Ur: I 79, 79, 193S; II 216.


y Puá, dos clanes de Isacar: II 269. y los amorreos: I j8s, 197, 212, 278.
Tombos, isla: I 106. y «anfictionía sumeria»: II 216.
tpt, en ugarítico: II 262, 274. culto lunar: I 198.
toro de Betel: II 22on. y Harán: I ig8s.
Torrente de Egipto/Wadi el-Aris: I 33, y la migración de Abrahán: I 193-199.
34. 36, 140. 142- Ura: I 196.
tribus: Urías, el hitita: I 145, 146.
camelleras u ovejeras en Siria y Meso- Urkish/Amuda: I 83SS.
potamia: II 247-250. Ur-Nammu, rey de Ur, su código: I 242.
las «doce tribus»: II 229-257. Urshu: I 84, 88, 101.
del norte y pacto de Siquén: II 218,
220, 254S.
Triopión, culto de Apolo en el cabo: II Varuna, dios indoario: I 101.
215.
venganza de sangre: II 248, 314, 316.
Troya: II 27, 41. volsinios y culto de Voltumna: II 215.
Tubas/Tebes (?): II 304. Voltumna, diosa etrusca y su santuario:
T u b u : II 318. II 215.
voto de Jefté: II 203, 318, 320.
Tudhalia II, rey de los hititas: I 109.
Tuchalia IV, rey de los hititas: II 37, 38.
Tukulti-Ninurta I, rey de Asiria: I 207; Wadi Ara: I 107.
II 37- Wadi Dahliyah: I 76.
Tulul el-Alayiq: I 63. Wadi Dana: I 39.
T u n i p : I 109. Wadi Dhobai: I 57.
tursha, un Pueblo del Mar, ¿ = Tyrse- Wadi el-Amud: I 52.
noi?: II 41, 42. Wadi el-Aris, cf. ¿Torrente de Egipto?
Tushratta, rey de Mitanni: II 307. Wadi el-Hesa/Zared: I 39, 47; II 85, 91.
Tushratta, rey de Mitanni: I 114SS. Wadi en-Natuf: I 54.
Tutankhamon/Tutankhaton, rey de Egip- Wadi ez-Zerqa/Yaboc: I 38, 39S.
to: I 116, 126, 131. Wadi Fallah/Nahal Oren: I 54, 55.
Tuthotep, grande de Egipto: I 90, 91. Wadi Farah: I 37, 47.
Tutimaios/Dudimose, rey de Egipto: I Wadi Fiqreh: II 94.
92, 95- Wadi Gharandal: I 403.
Tutmosis I, rey de Egipto: I 105S, 200. Wadi Ghazzeh: I 62, 63.
Tutmosis I I : I 106. Wadi Hammamat: I 319.
Tutmosis III: I 106-109. Wadi Hesbán: II 98.
batalla de Meguido: I 102, 104, 107, Wadi Mahras/Nahal Mismar: I 62.
tío. Wadi Mogib/Arnón: I 39.
lista geográfica: II 280, 318. Wadi Murabbaat: I 62, 63.
mención del Huru: I 104, 147. Wadi Refayied: I 412.
y Palestina: I 112, ri3s. Wadi Sirhan: II 316.
Tutmosis IV: I 109S. Wadi Tumilat: I 299, 350, 362, 365.
mención del Huru: I 104, 109. wald=ali, tribu camellera: II 247.
y la religión cananea: I 131. Warkatara, ¿príncipe de Ascalón ?: I 153;
tablilla cuneiforme de Guézer: I 105. II 48.
Tutu, canciller de Amenofis IV: I 296. Wassugani: I 101, 115.
Tutub/Khafageh: I 79. Wenamón, relato egipcio de: I 147, 151,
153; II 35, 285.
Uaite, rey de los árabes: II 248. weshesh, un Pueblo del Mar: II 42.
Ugarit: cf. Ras Samra. Widiya, rey de Ascalón: I 103.
Unun Deimneh/¿Madmanna?: II 71.
Umm Qatafa: I 51, 52. Yabés de Galaad y Benjamín: II 291.
umman-manda, bárbaros del norte: I 222. Yabín, rey de Jasor: II 209, 293S.
'ummót: II 250. un intruso en el relato de Jue 4: II 293.
Uni, general egipcio: I 72. Yaboc y el primitivo Galaad: II 290, 291,
Upe: I ii2s, 139, 140, 142. 318 (319).
Upsala, santuario cenital: II 215. IViiuel, junto al —: II 315.
354 índice analítico

Yaboc/Wadi ez-Zerqa: I 39, 40; II 56, exploración arqueológica: II 288.


102. los israelitas no lo cruzaron: II 288,
y Jacob: I 181, 342; II 169. 289.
Yabés de Galaad/Tell el-Maqlub: II 103. Yarmut: II 154.
Yabín, rey de Jasor: II 173S, 175, 182. Yarmuta/¿Kokab el-Hawa?: I 127.
Yabrud, Yabrudiano: I 52, 53. Yaser, en Jue 11,26 (?): II 320.
Yael, mujer de Jeber el quenita: II 203, Yattir: II 67.
292, 320, 321. Yauri y Yaír: II 28gn.
Yafia/Yapu: II 180. Yaw, en Ugarit: I 332.
Yaflet, descendiente de Aser: II 291. Yazer: II 98, IOISS, 106, 119.
yafletitas, clan de Aser, en la frontera en- Yefuné, padre de Caleb: II 63.
tre Benjamín y Efraín: II 291. Yenoam: I 127, 375; II 31.
Yagid-Lim, rey de Mari: I 80. Yerajmeel, yerajmeelitas: II 72S, 75, 83,
Yagut, dios árabe: I 338. 254.
Yah, forma breve de Yahvé: I 331. Yerubaal, juez de Israel: II 161.
Yahaz: II 98. y Gedeón: II (201), 203, 276ss, 301-
Yahdun-Lim, rey de Mari: I 80; II 249. 304.
Yahvé: padre de Abimelec: II 161, 301, 302,
y el dios del padre: I 267, 281, 339, 304.
345, 370. 432S, 444. Yezrael, llanura: II 265, 302.
y Baal: I 161. batalla de Quisón: II 202, 292-297.
y El: I 434SS,,437. distritos salomónicos: II 245.
y los madianitas: I 327SS. enclaves cananeos: II 245, 305S, 315.
y los quenitas: I 326. incursiones de nómadas: II 314, 317.
Escritura: I 330S. Yesimón: II 99.
Dios de Israel: II 212, 257. Yhw3: I 326, 334.
etimología: I 335-339- Yiblán: II 158, 305.
interpretación bíblica del nombre: Yidbás, descendiente de Judá: I 338.
I 339-347- Yismaías, valiente de David: II 300.
paralelos onomásticos: I 332SS. Yobab, rey de Madón: I 174, 266.
pronunciación: I 332SS. Yocabed, madre de Moisés: I 322.
sentido: I 339-347. 433- Yoctán, antepasado de tribus árabes: I
Guerras de: I 369S, 437S. 216.
Yahvé S e ba = ót: I 43 5S. doce hijos de (?): II 249, 250.
yahvismo: II 210. Yogboha: II 106, 118, 315S.
yahvista (J): II 230, 232, 242, 246, 24gn., Yorgham Tepe/Nuzi: I 103.
298, 308. Yosip-El = José: I 308.
Yaír, hijo/clan de Manases: II 114, n6s, Yotán, fábula de: II 203.
120. Yotbata/¿Tabeh?: I 4r2.
conquistó los «aduares de —»: II n6s, Yp-shemu-Abí, rey de Biblos: I 90.
263, 287, 289S. Yuttah: II 67.
el galaadita, juez «menor»: II 202, 207,
260, 263, 264S, 267, 289S. Zabulón, hijo de Jacob y tribu de Lía: II
uno solo (?): II 289S. 179, 180-183, 188, 227, (241), 255,
Yaír, juez de Israel: II 104, 116, 117. 287, 292-296, 317.
Yakín-El, rey de Bibíos: I 92. en el distrito salomónico de Aser: II
Yam, dios de Ugarit: I 158S, 333, 373; II
274. 245-
Yamhad/Alepo: I 80, 99, 100. y Eglón de Ayalón: II 264.
Yanhamu, comisario egipcio: I 119, 296. enclaves cananeos: II 308.
fronteras: II 238, 239.
Yantín, rey de Biblos: I 92.
y Gedeón: II 240, 256, 265, 277, 316.
Yanuamu: I 113. e Ibsán de Belén de Zabulón: II 264,
yapigos, doce pueblos: II 215.
267.
Ya'qub-El: I 205. e Isacar: II 233, 238, 252, 255, 295,
Yarih, dios de Ugarit: I 157.
Yarim-Lim, rey de Alalak: I 84. 317-
Yarmuc: I 40, 59; II 117, 288, 289. desgajado de Zabulón: II 253.
no fueron a Egipto: II 254.
índice analítico 355
preponderancia sobre Zabulón: II Zengirli: II 42.
234, 236, 237, 241. Zeraj, hijo de Judá y Tamar: II 77, 80, 83,
y Neftalí en la batalla de Quisón: II 298,
227, (240), 255, 287, 292-296, 317. Zeraj, padre de Yobab, rey de Edom: II
relaciones antiguas con Simeón y Leví: 266.
II 254. Zeus, dios griego:
Zafnat-Paneh, nombre egipcio de José: I Kasios y Baal: I 366.
294. 3°3- Kretagenés: II 44.
Zahi: II 40. Pelásgicos/-ticos: II 47.
zakkala, cf. tiekker. Zif: II 71.
zamzumíes/zuzim, pueblo legendario: I Zilpa, esclava de Lía: I 238, 245; II 22,
144, 221. 231, 232, 233.
Zared, Zered/Wadi el-Hesa: I 39, 40; II hijos de: II 237, 242, 252, 253.
91. 95- Zimri-Lim, rey de Mari: I 80.
zbl, en ugarítico: II 274. Ziribashani: I 296.
Zeb, jefe madianita: II 317. Zi-za-ru-wa, príncipe de Siria del norte:
Zebaj, rey de los madianitas: II 314, 316. II 294.
Zebul, «comisario» de Abimelec: II 303. Zurata, rey de Acre: I 103, 119.
Zannanza, hijo de Suppiluliuma I: I 118. zuzim, cf. zamzumíes.
Zanóaj ha-Qayin: II 73.
ÍNDICE DE AUTORES

Abba, R.: I 341. Bagatti, B . : II 97.


Abel, F. M . : I 21, 31, 325, 411, 412; II Baida, U . : I 51.
85, 102, 132, 133, 142, 290, 291, 318, Bailey, L. R . : I 276.
319- Bakir, A . : I 309.
Aberbach, M . : I 434. Baldi, D . : II 86.
Aharoni, Y.: I 31, 66, 108, 113, 148, 259, Baitzer, K.: I 341. 389. 396, 419, 420; II
33i, 332, 404» 4°5» 4 " , 412; II 49. 64, 184.
65, 66, 67, 71, 73, 74, 75, 76, 77, 83, Baly, D . : I 31, 32; II 86, 296.
86, 87, 88, 91, 94, 102, 107, 117, 139, Banti, L.: II 215.
152, 174. 175. 181, 182, 183, 239, 245, Bar, O . : I 51, 53-
280, 289, 291, 292, 293, 294, 295, 297, Bar-Deroma, H . : I 405.
3°4. 3°5> 315. 316, 321. Barnes, D . L.: I 340.
Ahlstróm, G. W . : I 189. Barnett, R. D . : II 40, 41.
Aistleiner, J.: I 150, 217, 318, 333; II 274. Barnouin, M . : II 236.
Albright, W . F . : I 23, 75, 82, 92, 94, 103, Barr, J.: I 343.
110, 114, 119. 123, 127, 130, 135, 148, Bartlett, J. R.: I 178; II 55, 56, 90, 96, 97,
161, 189, 193, 194, 197, 201, 203, 205, 313.
217, 220, 223, 226, 227, 228, 229, 230, Barton, G. A . : I 197.
231, 258, 260, 271, 274, 277, 278, 279, Bartonek, A.: II 38.
298, 308, 312, 318, 324, 329, 332, 338, Bauer, H . : I 336.
339. 366, 372, 434, 435, 436, 439; II Bauer, T . : I 198, 213, 308.
22, 42, 48, 49, 50, 53, 56, 67, 71, 72, Baumgártel, F . : II 205, 208.
74, 81, 82, 97, 100, 131, 139, 160, 175, Baumgartner, W . : I 268; II 117.
180, 181, 221, 236, 294, 296, 308, 313. Bazar, B.: I 75.
Aldred, C : I 108, 322. Beek, M. A.: I 206.
Alt, A . : I 23, 93, 102, 108, 127, 151, 180, Beer, G.: I 357; II 220, 227.
208, 216, 268, 269, 303, 318, 342; II Beltz, W . : I I 6 3 -
19, 20, 49, 65, 73, 83, 121, 125, 133. Bellini, V.: II 215.
142, 144, 152, 153, 156, 160, 175, 180, Ben Dor, I.: I 87.
184, 211, 226, 238, 245, 260, 283, 294. Bengtson, H . : II 214.
AItmann, A.: I 193, 223, 261, 313, 369; Benson, J. L. A.: II 46.
II 131- Ben-Zvi, I.: II 93.
Amiran, R.: I 64, 66, 69, 72, 75, 76. Bérard, J.: II 47.
Anati, E.: I 134. Bergman, A . : II 113, 116, 287, 289.
Anbar, M . : I 291. Bernhardt, K. H . : I 157, 324, 326, 441;
Andersen, K. T . : I 268, 280. II 219.
Anderson, A. S.: I 159. Bertholet, A . : II 212, 226, 289.
Anderson, G. W . : II 216, 225, 226. Besters, A.: I 316, 330, 351, 359; II 143,
Aptowitzer, V.: I 236. 220.
Arden, E.: I 403; II 63. Beyerlin, W . : I 383, 384, 396, 397, 400,
Ashkenazi, T . : I 190, 233; II 27. 401, 420, 422, 423; II 203, 205, 276,
Ashley, M. F . : I 52. 312. 317-
Astour.M.: I 138, 223; 1138,42. Bietak, M . : I 94, 95.
Auerbach, E.: I 401, 427, 446; II 308, 309. Bikerman, E.: I 419.
Avi-Yonah, M . : II 86. Bilgig, E.: I 201.
Biran, A.: I 134; II 284.
Báchli, O . : II 132. Birnbaum, S. A.: I 331.
Baentsch, B.: II 97. Birot, M . : I 209.
índice de autores 357
Bisson de la Roque, F . : I 90. Cantineau, J.: I 410.
Blackman, A. M . : I 91. Capart, J.: I 297.
Blanckenhorn, M . : II 133. Caquot, A . : I 150, 154, 155, 160, 172,
Blenkinsopp, J.: II 145, 146, 148, 149, 195, 210, 211, 279.
203. Cardascia, G.: I 242, 243, 247.
Bloch, R.: II 215. Carmichael, C.: I 289; II 233.
Bliss, F. J.: II 79. Carruba, O . : II 37.
Blythin, I.: I 175. Casanowicz, I. M . : I 341.
Bodenheimer, F. S.: I 31, 403. Caskel, W . : I 189, 190.
Boman, T . : I 343. Caspari, W . : I 384.
Bonfante, G.: II 47. Cassin, E.: I 75, 99, 121, 245, 250.
Bongrani, L.: I 71. Cassuto, U . : I 157, 195, 352.
Bonnet, H . : I 94. Catling, H. W . : I 134-
Borée, W . : I 200. Cauer, F . : II 213.
Borger, R.: I 274. Cazelles, H . : I 135, 155, 171, 172, 193,
Bork, F . : II 47. 203, 215, 216, 237, 263, 269, 291, 298,
Bostanci, E.: I 53. 3 " . 313, 3 3 L 333. 363. 364. 367, 384;
Bottéro, J.: I 75, 99, 120, 121, 122, 123, II 97, 116, 146, 148, 300.
166, 201, 217, 230, 242, 243, 270, 319; Cerny, J.: I 99, 130, 131, 297, 322, 425;
II 275. II 29, 36.
Botterweck, J.: I 363, 367, 368. Ceuppens, F . : I 343.
Bouhot, J. P.: I 171. Ciasca, A.: I 72.
Bourdon, C.: I 368. Civil, M . : I 242.
Boyer, G.: I 152, 233, 244, 249, 251, 252, Clark, J. G. D . : I 51.
253, 255; II 275. Clay, A. T . : I 207.
Braidwood, R. J.: I 51, 55, 69, 284. Clements, R. E.: I 172, 273, 282, 443.
Braumgártel, F . : I 320. Clifford, R. J . : l 4 4 3 -
Braver, A. J.: II 133. Coats, G. W . : I 356, 367. 3 7 ' . 373. 403;
Breasted, J.: I 31, 33, 34, 40, 41. 1163,87, 131.
Brekelmans, C. H. W . : I 289, 325. 33°- Cody, A.: I 165, 305, 328, 329, 330, 445,
Bright, J.: I 18, 23, 167, 227, 258, 260, 446; II 66, 222, 283.
312, 313, 375; II 19, 22, 24, 109, 118, Cohén, M. A.: II 82, 106.
140, 167, 213, 224, 230, 270, 282, 306, Cook, j . M . : II 214, 215.
319. 321- Cooke, O . : I 436.
Brinkman, J. A.: I 223; II 58. Coppens, J.: I 436.
Brockelmann, C.: I 340, 343. Cornelius, F . : I 202, 220, 221, 222, 260,
Brünlich, E.: I 225. 322.
Brunner, H . : I 106. Cornwell, P. B.: I 207.
Buber, M . : I 335. Couroyer, B.: I 190, 294, 318.
Buccellati, G.: I 78, 197, 208. Crenshaw, J. L.: I 293.
Buhl, M. L . : I I 158. Croatto, J. D . : I 304.
Bürgel, H . : II 213. Cross, Fr. M . : I 135, 273, 274, 275, 279,
Burney, C. A.: I 69. 280, 331, 337, 338, 369, 371, 373, 43S,
Burney, C. F . : I 186; II 105, 264, 283, 436, 437. 444.' II 65, 78, 82, 90, 131,
294. 233.
Burrows, M . : I 248. Culley, R. C . : I 189.
Busolt, G.: II 213.
Butzer, K. W . : I 44. Chapouthier, F . : I 90.
Charles, H . : I 190, 232; II 248.
Calderone, P. J.: I 399. Childe, V. G.; I 55-
Caloz, M . : I 355. Childs, B. S.: I 321, 355, 360; II 22, 146.
Callaway, J.: I 148; II 26, 137, 139, 141. Christophe, L.: I 319; II 147.
Caminos, R. A.: I 140, 209, 218, 299, 319,
364. 365. 366; II 32. Dahood, M . : I 271, 435; II 276.
Campbell, E. F . : I 103, m , 114, 115, 118; Danelius, E.: II 320.
II 54, 160, 224, 283, 302, 304. Danell, G. A.; I 165.
Camps, G. M.: I 352- üaube, D . : I 248, 359.
358 índice de autores

Davaras, C.: I 43. Eakin, F. E.: I 161, 367, 373.


David, M . : I 237. Ebeling, E.: I 200.
Davies, G.: I 296, 309, 319; II 277. Eberharter, A . : I 234.
De Contenson, H . : I 59. Edel, E.: I 110, 112, 137, 138, 209; II 58.
De Genouillac, H . : I 304. Edgerton, W . F . : II 33, 40, 51.
De Geus, C. J.: I 82; II 213, 257, 263, 265, Edzard, D. O . : I 75, 78, 166, 197, 210,
266, 268, 269, 270, 272, 278. 213. 233-
De la Garde, P.: I 336. Eerdmans, B. D . : I 234, 340.
De Langhe, R.: I 123. Efrat, E.: I 31.
Delaporte, L . : I 145. Ehrenberg: II 273.
Delcor, M . : I 42. Eichrodt, W . : I 339, 394, 432.
De Liagre Bóhl, F. M . : I 193, 220, 261. Eisenhut, W . : II 215.
D e Miroschedji, P.: I 58. Eising, H . : I 354.
De Moor, J. C.: I 155, 157. Eissfeldt, O . : I 154, 156, 171, 174, 180,
Dentan, R. C.: I 223, 340. 181, 185, 219, 220, 227, 261, 273, 274,
De Pury, A.: I 180; II 66, 69, 158, 169. 280, 292, 294, 313, 316, 326, 342, 343,
De Robert, P.: II 259. 351, 366, 380, 383, 385, 397, 422, 424,
Desborough, V. R. d'A.: II 39, 46, 52. 425. 433. 435, 436, 443. 444. 445! II
De Vaux, R.: I 17, 18, 44, 58, 65, 66, 68, 19, 100, 107, 108, 109, 117, 133, 140,
83, 85, 91, 95, 120, 124, 132, 137, 147. M4> M5> 168, 175, 204, 219, 220, 227,
148, 167, 179, 186, 193, 200, 207, 216, 230, 236, 239, 250, 252, 281, 282, 293,
222, 225, 227, 232, 237, 245, 254, 260, 310. 3i3-
278, 281, 282, 284, 295, 305, 312, 317. Elliger, K.: I 240, 344, 394; II 79, 151,
328, 355, 356, 381, 384, 399, 400, 405, 170.
408, 416, 427, 443.. 445, 447, 448; II Emerton, J. A.: I 223.
66, 67, 93, 96, 98, 101, 106, 107, 112, Engnell, I.: I 189, 354.
149, 200, 222, 245, 297, 315, 319. Epstein, C : I 104, 133; II 176.
Dever, W . G.: I 75. Erlenmeyer, H . : II 42, 45.
Devos, P.: I 410. Erman, A.: I 130.
De Vries, S. J.: II 63, 64. Ewald, H . : II 211.
De Wit, C : I 374. 375- Eybers, I. H . : I 147; II 262.
Dhorme, E.: I 123, 144, 198, 201, 217.
Dietrich, M . : I 138, 149, 207.
Fahd, T . : I 329, 338.
Dikaios, P . : II 47.
Fairman, H. W . : I 130.
Diringer, D . : I 135.
Donner, FL: I 237; II 71, 140, 166. Falk, Z. W . : I 248, 249; II 259, 262.
Dossin, G.: I 80, 118, 198, 210, 230, 240, Falkenstein, A.: I 121.
252, 276, 277; II 162, 275. Faulkner, R. O . : I 106, 108, 126, 128,
Dostal, W . : I 226, 227, 228. 297. 309, 322, 357; II 29.
Dothan, M . : I 61, 367; II 78. Federn, W . : I 118.
Dothan, T . : II 42, 49. Feiler, W . : I 147, 148.
Draffkorn, A. E.: I 252. Fensham, F. C.: I 330, 429; II 73, 145,
Drioton, E.: I 132, 374, 375. 148, 262, 274, 321.
Ferembach, D . : I 63.
Driver, G. R.: I 150, 242, 243, 245, 250,
Fernández, A.: II 154.
253. 337. 338. Fichtner, J.: II 22.
Drower, M. S.: I 105, 106, 110. Figulla, H. H . : I 197.
Dubarle, A. M.: I 342. Filson, F. V.: II 86.
Dumont, P. E.: I 101. Finet, A.: I 166, 201, 210, 230, 333; II
D u Buit, M . : I 143. 275.
Dumermuth, F . : I 271, 351, 380. Finkelstein, J. J.: I 191, 200, 208, 209,
Dunand, M . : I 112. 242, 243, 254.
Dupont-Sommer, A . : I 207, 209, 332; Fischer, A.: I 329, 438.
II 58. Fisher, C. S.: I 331.
Durham, J. D . : II 144. Fisher, L. R.: I 231, 254, 279.
Dus, J.: I 434, 443; II n i , 126, 127, 134, Fitzmyer, J.: I 211, 381.
J
45. ^ 5 . 219, 220, 223, 227, 261, 270, Fohrer, G.: I 171, 240, 255, 273, 292, 316,
274. 317. 323, 345. 349. 3Si. 355, 356, 357,
índice de autores 359

384. 394. 395. 396. 397. 398, 419, 421, Glueck, N . : I 76, 259, 409; II 73. 87, 88,
422, 428, 429, 432; II 131, 186, 187, 97, 115, 288.
206, 213, 216, 220, 223, 230, 236, 239, Goedicke, FL: I 107.
243, 265, 318. Goetze, A.: I 79, 114, 123, 128, 199, 201,
Fóldes, L.: I 225. 209; II 36, 37, 38, 148.
Forrer, E. O . : I 145, 208; II 37. Goitein, S. D . : I 234, 336,
Franceschini, A.: I 410. Goldziher, L : II 248.
Franken, H . J.: I 133, 135; II 25. 52, 112, Golka, F.: II 22.
136, 224, 315. González Echegaray, J.: I 53, 54.
Frankena, R.: I 381, 419. Good, E. M . : II 233.
Fredriksson, H . : I 369. Gordon, C. H . : I 148, 149, 150, 154, 156,
Free, J. P.: I 227. 193. 195. 196, 209, 217, 230, 236, 245,
Freedman, D . N . : I 204, 338, 340, 435; 246, 248, 249, 250, 254, 261, 270, 301,
II 78, 82, 233. 313, 318, 324, 333, 336, 337; II 43,
Fretheim, T. E.: I 443. 49, 274, 285.
Freydank, H . : I 117. Gophna, R.: I 234; II 74.
Friedrich, J.: I 203, 207, 243; II 58. Gorce, M.: I 282.
Fritz, V.: I 403; II 61, 65, 68, 73, 87, 151, Gorg, M . : I 443, 445.
158. Graf Reventlow, H . : I 281, 282, 400, 427.
Furumark, A.: II 44. Gray, J.: I 137, 151, 154, 215, 216, 333,
391, 403, 409; II 72, 76, 77, 80, 105,
108, 122, 140, 151, 176, 178, 205, 283,
Gaballa, G. A . : II 30.
289, 290, 292, 308, 310, 317.
Gabrieli, F . : I 225, 226, 235, 276, 282, Grdseloff, B.: I 326; II 56.
329- Greenberg, M . : I 120, 215, 216, 217, 230,
Gadd, C. ].: I 195, 204, 250, 416. 251, 252, 352, 354, 439; II 240.
Galanopulos, A. G.: I 349. Greenfield, J. C : II 147.
Galbiati, E.: I 353. Gressmann, FL: I 186, 289, 292, 401;
Galling, K . : I l 7 i -
Garbini, G.: I 210, 211. II 98.
García-Treto, F. O . : II 103. Grether, O . : II 260, 262, 272.
Gardet, L.: I 336. Griffiths, J. G . : l 3 2 i .
Gardiner, A.: I 95, 99, 103, 108, 132, 221, Grimal, P.: I 154.
Grintz, J. M . : I 194, 195, 304; II 137, 139,
246, 297, 299, 302, 304, 309, 318, 321,
145, 148.
357. 364; II 32, 33. 81. Groenbaek, J.: I 404; II 64.
Garelli, R.: I 75, 99, 229, 269, 277. Grollenberg, L. H . : I 32; II 85.
Garrett, J. L.: I 280. Grondahl, F . : II 294.
Garrod, D. A. E.: I 51, 53- Gruenthaner, M. J.: II 154.
Garstang, J.: I 202; II 133, 282. Grumach, E.: II 43.
Gaster, T. H . : I 160. Growfoot, G.: I 61, 331.
Gaudefroy-Desmombynes, M . : II 224. Gsell, S.: II 273.
Gelb, I. J.: I 78, 79, 83, 143, 208, 209, Guillaume, A.: I 215.
210, 381. Gunkel, H . : I 203, 289, 292.
Gemser, B.: I 203, 440. Gunneweg, H . J.: I 323, 400, 446; II 66,
George, A.: II 131, 132.
Georgiev, G.: II 47. 82, 232, 233, 284, 286.
Gerstenberger, E.: I 421. Gurney, O. R.: I 88, 145, 202, 212, 242.
Gese, H . : I 155, 401, 415, 421, 427; II 93, Gustavs, A.: I 103.
Güterbock, H. G.: I 88, 118, 145, 223;
94. 234-
Gevirtz, S.: II 134. II 37. 38.
Giblin, Ch. H . : II 184. Guttmann, J.: I 443.
Gibson, J. C. L.: I 143, 193, 208, 209, 210, Guy, P. L. O . : I 70, 105.
233. 235. 331-
Giles, M . : I 70, 105. Haag, H.: I 355; II 69, 302.
Ginsberg, H. L.: I 147; II 91. Haase, R.: I 242.
Ginzberg, L.: II 218, 251. Habach, L.: I 318.
Giveon, R.: I 90, 125, 130, 326. Habel, N. C : I 161.
Glasson, T. F . : I 355. Haefeli, L.: I 233.
360 índice de autores

Haelvoet, M . : I 384. Horn, S. H . : I 3 2 6 .


Hall, H. R.: II 47. Hornung, E.: I 99, 101, 115, 294; II 30,
Hallo, W . W . : I 79, 199, 201; II 176, 216. 33. 36.
Hamada, H . : I 304. Horst, F . : I 252, 253.
Hamilton, R. W . : I 32, 134; II 86. Hort, G.: I 350.
Hammond, P. C.: II 74, 101. Houwink ten Cate, Ph. H. J.: I 114.
Hankey, V.: I 133; II 53. Howell, F. C.: I 52.
Hánsler, H . : II 307. Hrdlicka, A . : I 70, 105.
Hanson, P. D . : II 96, 97. Hrouda, B.: II 42.
Harán, M . : I 268, 280, 284, 363, 444, 447; Hrozny, B.: I 335.
II 67, 85, 145, 147, 222, 223, 300. Huffmon, H. B.: I 80, 203, 204, 205, 207,
Harding, G. L.: I 76; II 109. 209, 2 i i , 221, 272, 277, 334, 338, 397;
Harland, J. P . : II 213. II 275.
Harmatta, J.: II 38. Hulst, A. R.: I 371; II 126, 128, 131.
Harris, J. R.: I 245, 309. Humbert, P . : I 359.
Haupt, P.: I 339. Hunt, G. N . S.: I 32.
Hauret, Ch.: I 445; II 279. Hutchinson, R. W . : II 43.
Hauschild, R.: I 101. Hyatt, J. P.: I 167, 192, 268, 269, 274, 280,
Haussig, H. W . : I 155, 211, 333, 373. 317, 388; II 26.
Hay, L. S.: I 367, 369.
Ibáñez Arana, A.: II 22.
Hayes, W . C : I 93, 95, I O I , 105, 309. Imparati, F . : I 83.
Heidel, A.: I 276. Irwin, W . H . : I 393; II 219, 221, 223.
Heinisch, P.: I 343. Isaac, E.: I 284.
Heintz, J. G.: I 438. Isserlin, B. S. J.: I 71.
Helck, W . : I 89, 99, 105, 108, 110, 120,
125, 126, 128, 129, 130, 131, 132, 294, Jacob, E.: I 346, 439.
295, 296, 297, 298, 299, 302, 309, 310, Jacobsen, T . : I 273.
318, 319, 322, 375; II 29, 30, 32, 33, 40. Jacoby, F . : I 437.
Held, M . : l 2 3 0 . James, Francés W . : II 34, 51, 314.
Heller, J.: II 116, 155. James, T. G. H . : I 93.
Henke, O.: II 100. Janssen, J.: I 104, 122, 190, 289, 294, 295,
Hennessy, J. B.: I 60, 65, 135; II 54. 305, 310; II 56, 90.
Henninger, J.: I 225, 226, 227, 232, 235, Jaritz, K.: I 221.
236, 237, 282, 329. Jarvis, C. J.: I 403, 408.
Henry, K. H . : I 303. Jaubert, A . : II 218.
Henton Davies, G.: I 443, 445. Jaussen, A.: I 223; II 248.
Hentschke, R.: I 447. Jean, Ch. F . : I 230, 337.
Herdner, A.: I 149, 156, 160, 333. Jenni, E.: I 274; II 204.
Herrmann, S.: I 192, 289, 294, 313, 320, Jepsen, A.: I 174, 181, 216, 219, 292, 306,
321, 327, 346, 374; II 213, 256, 257. 308, 421, 426, 427, 428; II 108, 109,
Herrmann, W . : I 157, 436. 166, 172, 226.
Hertzberg, H. W . : II 72, 76, 77, 80, 106, Jeremias, A.: I 186, 223.
128, 134, 140, 205, 252, 260, 268, 270, Jeremías, J.: I 409, 412, 413, 417.
272, 289, 291, 292, 310, 320. Jirku, A.: I 150, 155, 219; II 47.
Hestrin, R.: I 68. Johns, C. H. W . : I 201, 202.
Heurtley, W . A.: I 133. Johnson, A. R.: I 251, 382.
Heuss, A.: I 213. Johnson, M. D . : I 241.
Heyde, H . : I 326. Joines, K. R.: II 87.
Hiller, D. R.: I 135, 443. Joüon, P.: I 341; II 105, 268.
Hirsch, H . : I 245, 269, 270, 277.
Hófner, M.: I 155, 283, 284, 338.
Hoftijzer, J.: I 175, 268, 272, 337; II 105, Kaalsbeek, J.: II 52.
116, 230, 236, 244, 256. Kaiser, O . : I 132, 158, 271, 289, 308, 371,
Hólscher, G.: I 408; II 204. 373; II 113, 128, 166.
Holt, J. M . : l 2 3 5 . Kallai, Z.: I 119; II 66, 76, 83, 107, 149,
Holladay.J. S.: II 155. 281.
Índice de autores 361

Kammenhuber, A.: I 100, 101, 102, 103. Kudnitzon, J. A.: I 110.


Kantor, H. J.: I 69. Kupper, J. R.: I 78, 80, 121, 125, 166, 197,
Kapelrud, A. S.: I 157, 159, 192,317,405, 201, 207, 208, 209, 212, 218, 222, 225,
427; II 63. 226, 230, 233, 270, 273, 276, 278, 331,
Kaplan, J.: I 62, 130. 438; II 55, 162, 249, 274, 278.
Karageorghis, V.: I 134; II 47. Kuschke, A.: I 65.
Kardimon, S.: I 238. Kutsch, E.: I 65, 356, 358, 391, 394, 428;
Katz, E.: I 335. II 220.
Katznelson, I. S.: I 351.
Kaufmann, Y.: I 439, 440; II 18, 22, 78,
123, 239. Laaf, P . : l 3 5 5 -
Kees, H . : II 36. Labat, R.: I 105, 150.
Keiser, C. E.: I 209. Laessee, J.: I 84.
Keith, A.: I 52. Lagrange, M. J.: I 21, 191, 283, 284.
Kelso, J. L.: II 141. Lambdin, T. O . : I 220, 304.
Keller, C. A.: I 320; II 128. Lambert, W . G.: I 192, 227, 276, 317,
Kellermann, D . : II 235. 342.
Kenyon, K. M . : I 51, 55, 64, 75, 76, 77, Lammens, H . : I 329, 438; II 334.
94, 105; II 25, 136, 137, 309. Lamon, R. S.: I 332.
Kessler, M . : I 271. Landsberger, B.: I 213, 217, 269, 321, 333.
Kilian, R.: I 174, 177, 281. Langlamet, F . : I 371; II 126, 129, 221,
Kingsbury, E. C.: II 166, 170. 270.
Kirkbride, D . : I 51, 56. Lapp, P. I.: I 65, 67, 76, 149; II 24, 26,
Kitchen, K. A.: I 114, 115, 193, 220, 222, 297.
227, 254, 260, 294, 312, 326, 351, 374, Laroche, E.: I 115, 196, 270; II 36, 42, 48.
375. 377. 421; II 30, 43. 56, 57- Lasse, J.: I 188.
Kittel, R.: I 18, 23; II 230. Lauha, A.: I 367.
Klauber, E.: I 304. Leander, P.: I 336.
Klengel, H . : I 75, 99, 100, 105, 110, 111, Leclant, J.: I 94, 127, 131, 298; II 35.
117, 122, 151, 222, 225, 226, 230. Leemans, W . F . : I 231.
Klima, J.: I 242. Lefébvre, G.: I 107, 132, 292, 305; II 35.
Kline, M. G.: I 217. Legrain, L.: I 197.
Klostermann, A.: II 72, 260, 308. Lehmann, G. A.: II 37, 40.
Knierim, R.: I 328, 329, 427, 439. Lehmann, M. R.: I 145, 254.
Knobel, A.: I 343. Lehming, S.: I 180, 380, 403, 434, 443;
Koch, K.: I 193, 219, 320, 431. II 64, 66, 68, 69, 230, 231.
Kochavi, M . : I 234; II 74. Leibel, D . : II 289, 291.
Koehler, L . : I 338. Lemaire, P.: II 86.
Koenig, J.: I 403, 410, 411, 412, 413, 414, Levine, B. A.: I 160; II 147.
415; II 68, 93. Lewy, H . : I 202, 229, 230, 273.
Koeppel, R.: I 60. Lewy, J.: I 245, 269, 270, 333, 335, 434.
Kokten, I. K.: I 53. L'Hour, J.: I 341, 383, 384, 419, 423, 424;
Kónig, E.: I 341. II 122, 144, 184, 186.
Kopf, L.: I 271. Lieberman, S.: I 355.
Korosec, V.: I 242, 243; II 149. Lindars, B.: II 276, 277, 278, 302.
Koschaker, P.: I 236. Lindblom, J.: I 194, 343, 344, 345.
Kosmala, H . : I 284, 335, 355, 426. Littmann, E.: I 335.
Kraeling, E. G. H . : I 202; II 308, 310. Liver, J.: II 99, 145, 146.
Kramer, S. N . : I 154, 243. Liverani, M . : I 44, n o , 115, 155, 210,
Kraus, H. J.: I 371, 388, 391, 393, 399, 211, 277, 278, 435.
447; II 126, 131, 134, 184, 186, 219, Lochner- Hüttenbach, F . : II 48.
260. Lods, A.: I 195.
Kraus, F. R.: I 79, 121, 243; II 55. Loekkegaard, G.: I 436.
Krebs, W . : I 349. Loewenstamm, S. E.: I 273, 306; II 262.
Krieger, N . : I 271. Lohfink, N . : I 172, 273, 289, 292, 331,
Kroeze, J. H . : I 220. 354. 369. 381, 382, 394, 428, 429, 448;
Kronasser, H . : I 101. II 62, 89, 92, 148.
Lombardi, G.: II 137, 140.
362 Índice de autores

Long, B. O . : II 22. Mendenhall, G. E.: I 148, 230, 234, 410,


Lorenz, O . : I 138, 149, 204, 207, 428. 418, 420; II 26, 171, 183, 184, 236,
Loud, G.: I 61, 90, 113; II 34. 35- 281.
Loundine, A. G.: I 274. Menés, A.: II 111.
Lubsczyk, H . : I 359. Merrillees, R. S.: I 132.
Lucas, A.: I 309. Mertens, P . : II 40.
Luckenbill, D . D . : II 58. Mertzenfeld, C.: II 46, 47.
Luther, B.: II 230, 234. Meyer, E.: I 186, 203, 307; II 97, 163,
230, 250.
Meyer, R.: I 338, 340, 416; II 93.
Lloyd, S.: I 201. Michaeli, F . : II 241.
Miles, J. C : I 242, 243, 245, 250, 253.
Maag, V.: I 267, 268, 271, 280, 432, 435; Milik, J. T . : I 204; II 321.
II 169, 184. Miller, J. M . : I I 6 6 .
Maas, F . : II 176, 178. Miller, P. D . : I 156, 279, 370, 435, 437.
Macalister, R. A. S.: I 92; II 34. Mitchell, T . C . : I l 7 8 .
MacLaurin, E. C. B.: I 333. Mittmann, S.: II 102, 113, 118, 157, 268,
Macholz, G. Ch.: II 240, 241. 288, 289, 290, 291, 315, 316, 319.
Macqueen, J. G,: II 38, 41. Mohlenbrink, K.: II 112, 124, 145, 228.
Maier, J.: I 444, 445; II 126, 127, 134, Monnet-Saleh, J.: I 72.
223. Montet, P . : I 90, 95, 97, 130, 132, 312,
Maisler (Mazar), B.: I 113, 137, 141, 142, 318, 321, 351, 363.
147; II 32, 308, 320, 321. Moore, G. F . : II 105.
Malamat, A.: I 80, 99, 105, 108, 111, 151, Moran, W . L . : I 117, 226, 233, 384, 397,
166, 191, 200, 206, 216, 233, 235, 238, 420; II 64, 92, 123.
240, 252, 297, 438; II 29, 58, 73, 86, Morenz, S.: I 94, 131, 389, 394.
149, 176, 177, 181, 249, 275, 279, 281, Morgenstern, J.: I 127, 284, 426.
286, 291, 300, 307, 316. Moritz, B.: I 410.
Mallon, A.: I 60. Mortier, R.: I 282.
Mann, G.: I 213. Moscati, S.: I 78, 137, 207, 208, 209; II
Marín, T . V . : l 4 i 2 . 58.
Marouzeau, J.: I 341. Mowinckel, S.: I 171, 173, 258, 280, 306,
Marquet-Krause, J.: II 25. 316, 317, 330, 335, 338, 354, 370, 374,
Martin, W . J.: I 197. 389, 392, 401; II 65, 67, 69, 82, 83,
Martin-Achard, R.: I 245, 400, 419. 106, 121, 122, 126, 168, 230, 236, 239,
Massart, A.: I 132. 252, 256, 257, 282.
Masson, O . : II 53. Mras, K.: I 437.
Matous, L.: I 269. Muilenburg, J.: I 369, 389, 396, 420; II
May, H. G.: I 32, 268, 332; II 86, 100. 162, 184, 231.
Mayes, A. D. H . : II 178, 296. Mulder, M. J.: I 155.
Mayrhofer, M . : I 100, 101. Mullo W e i r . C . J . : l 2 4 4 -
Mazar, B.: I 193, 257, 324, 327; II 42, 48, Munn-Rankin, J. M . : I 115; II 37.
58,65,67,73,86, 175,281. Muntingh, L. M . : II 44.
McCarthy, D . J.: I 352, 353, 354. 394. Murtonen, A.: I 331, 332, 333.
397. 399. 419. 42i; II 103, 125, 184. Musil, A.: I 189, 405, 414.
McCown, T . D . : I 52. Myers, J.: II 71, 75, 241.
McEvenue, S.: I 447.
McKane, M . : I 443. Nagel, W . : I 101, 227.
McKenzie, J. L . : II 62, 92, 99, 113, 261. Nahm, W . : II 44-
McLeod, W . E.: I 102. Naor, M . : I 404; II 73.
McNamara, M . : I 207, 208. Naveh, J.: I 331; II 78.
McRae: I 355. Nelson, H. H . : I 106.
Meek, T . J . : I 322. Neuman, G.: II 44.
Meissner, B.: I 200. Neusner, J.: I 252.
Mellaart, J.: I 51, 59; II 38. Neuville, R.: I 60.
Mendelsohn, I.: I 150, 152, 235, 250, 251, Newberry, P. E.: I 91, 310.
302, 319; II 167. Nicholson, E. W . : I 394.
Índice de autores 363

Nielsen, E.: I 180, 189, 230, 383; II 157, Pedersen, J.: I 240, 316, 354, 423.
158, 184, 187, 221, 227, 231, 234. Penna, A.: II 205.
North, R.: I 415. Perlitt, L.: I 420.
Noth, M . : I 18, 23, 32, 34, 60, 106, 107, Perrin, B.: I 254.
129, 141, 167, 173, 174, 175, 176, 177, Perrot, J.: I 51, 59, 61, 62.
181, 182, 185, 187, 192, 193, 200, 204, Pétré, H . : I 410.
205, 210, 220, 222, 230, 233, 251, 252, Petrie, F . : I 72, 357; II 50.
272, 282, 291, 292, 306, 308, 313, 316, Petschow, H . : I 145, 242, 255.
317, 320, 323, 324, 328, 331, 336, 340, Pézard, M.: I 127.
345. 35i. 354. 371. 374. 380, 384, 388, Pflüger, K.: I 126.
394. 397. 399. 401, 404. 405, 4°7. 4io. Picard, G. Ch.: II 273.
414, 415, 422, 423, 425, 431, 434, 436; Picard, L.: I 51.
II 19, 21, 25, 55, 56, 57, 62, 65, 66, 67, Pilcher, E . J . : I l 3 2 .
71. 73. 75. 79, 80, 81, 87, 89, 92, 95, Pini, I.: II 44.
96, 97, 98, 99, 101, 102, 105, 106, 107, Plautz, W . : I 236, 238.
108, 112, 113, 116, 117, 118, 121, 122, Plóger, J. G . : I I 8 9 .
125, 126, 128, 131, 133, 134, 139, 142, Pohl, A.: I 124, 227.
143, 145, 146, 151, 153, 156, 163, 167, Poinssot, C.: II 273.
171, 175, 204, 208, 211, 212, 218, 219, Pomerance, L.: I 349.
220, 221, 224, 226, 227, 228, 230, 234, Pope, M. H . : I 155, 156, 279, 333, 373.
235, 236, 238, 239, 243, 246, 252, 256, Pope, Maurice: II 53.
260, 264, 272, 275, 276, 279, 281, 284, Porten, B.: I 274.
288, 289, 291, 295, 306, 308, 310, 311, Porteous, N . W . : I 394.
313. 318, 319. Porter, J. R.: I 189, 240, 400, 403; II 144.
Nótscher, F . : I 419, 421; II 239. Posener, G.: I 75, 8r, 82, 308, 311, 319.
Nougayrol, J.: I 83, 122, 139, 149, 153, Prausnitz, M. W . : I 69, 363.
156, 196, 203, 204, 209, 244, 249, 270, Préaux, O : I 309.
337; II 40, 45. Prévost, M. H . : I 237.
Nowairi: II 133. Price, W . : I 201.
Nylander, C.: II 42. Prignaud, J.: II 45.
Prinz, O . : I 410.
Oberholzer, J. P . : I 215. Pritchard, J. B.: II 26, 53.
Obermann, J.: I 337. Procksch, O.: I 346.
O'Callaghan, R. T . : I 75, 100, 101, 102,
103, 200, 207. Rabe, V. W . : I 443, 444.
Oded, B.: II 56, 108. Rabin, C.: I 254; II 98.
O'Doherty, E.: II 205. Rabinowitz, I.: I 298.
Ohata, K . : I l 4 9 - Rabinowitz, J. J.: I 255.
Oldenburg, U . : I 156, 157, 276, 278. Rahtjen, B. D . : II 213, 216.
Oliva, M . : I 331. Rainey, F . : I 102, 139, 149, 152, 153, 231;
Olmo Lete, G.: II 132, 134. II 180.
Olmstead, A. T . : II 281. Ranke, H . : I 303.
Oppenheim, A. L.: I 198, 199, 226, 299, Rasco, A.: I 260.
300; II 177. Rathjens, C.: I 227.
Oren, E. D . : I 133. Ratschow, C. H . : I 343.
Orlinsky, H. M . : II 213, 225, 274. Reckendorf, H . : I 341, 342.
Orni, E.: I 31. Redford, D . B.: I 93, 95, 105, 108, 116,
Osswald, E.: I 388. 289, 298, 318; II 30.
Ostborn, G.: I 161. Reed, L.: II 50.
O t t e n . H . : I 99, 114, 121; II 36, 37, 38,39. Reifenberg, A.: I 44.
Ottosson, M . : II 102, 106, 256. Reisner, G. A.: I 331.
Oullette, J.: I 276, 441. Renaud, B.: I 440.
Rendtorff, R.: I 156, 274, 447; II 102.
Pallottino, M . : II 215. Renger, J.: I 245.
Parker, B.: I 246. Rengstorf, K. H . : II 218, 251.
Parr, P.: I 76, 87. Reviv, H . : II 160, 277, 302, 315.
Parrot, A.: I 83, 193. Rhotert, H . : I 57.
364 índice de autores

Richter, W . : I 374, 402; II 56, 93, 203, Schmitt, G.: II 184, 186.
204, 205, 209, 262, 267, 269, 272, 274, Schmokel, H . : I 279.
275, 276, 290, 292, 302, 303, 304, 307, Schneider, N . : I 197-
308, 309, 310, 312, 313, 318, 319, 320. Schreiner, J.: I 346, 400.
Riemschneider, M.: II 47. Schult, H . : II 44.
Ringgren, H . : I 189, 267, 283. Schunck, K. D . : II 83, 113, 143, 151, 153,
Robert, A.: II 279. 161, 239, 256, 261, 270, 272, 291, 315.
Robertson Smith, W . : I 425. Schwartz, B.: II 43.
Robinson, T . H . : II 281. Scorazzi, M . : II 215.
Rofe, A.: II 205. Seale, M. S.: II 292.
Roiia, A.: II 176. Seebass, H . : I 182, 268, 323, 324, 328,
Roscher, W . H . : II 217. 345, 388, 432, 434; II 158, 159, 165,
Rost, L.: I 32, 165, 175, 247, 267, 282, 169, 270.
356. 389. 399; II 93- Seele, K. C.: I 99, 295.
Roth, W. M. W . : II 137, 143- Seeligmann, I. L.: II 22, 233.
Rothenberg, B.: I 405, 411; II 34, 87, 109. Segal, M. H . : I 267, 330, 355.
Rowe, A.: I 90, 92, 130, 297; II 34. Sekine, M . : I 400.
Rowley, H. H . : I 193, 259, 261, 289, 312, Sellin, E.: I 171, 384; H 187, 206, 218.
313, 314, 324. 32S. 326, 374, 402, 406, Seston, W . : II 273.
426, 427, 441, 448; II 86, 87, 186, 282, Sethe, K.: I 82.
283. Seton-Williams, V. M . : I 57-
Rowton, M. B.: I 124, 225, 233, 374; II Shipton, G. M . : I 332.
30, 160. Simmons, S. D . : I 198.
Rudolph, K.: I 155, 173. Simons, J.: I 107, 108, 141, 205, 363, 411,
Rudolph, W . : I 194, 291, 316; II 96, 97, 412; II 57, 67, 86, 97, 116, 117, 139,
124, 125. 308,318.
Rundgen, T . : I 340. Simpson, C. A . : II 105, 204.
Ruppert, L.: I 289, 292, 293, 346. Simpson, W . K.: I 94-
Rutten, M . : I 198. Smend, R.: I 320, 323, 341, 346, 369, 380,
Ryckmans, G.: I 202, 281, 282. 393. 398, 437; II 83, 219, 221, 227,
261, 268.
Smith, G. A.: I 31, 127.
Saarisalo, A.: I 249. Smith, R. H . : I 76.
Saggs, A.: I 196. Smith, S.: I 138, 195, 251.
Saliby, N . : I 112. Smolar, L.: I 434.
Saller, S.: II 97. Snaith, N . H . : I 253, 364; II 97, 116.
Sandars, N . K.: II 53- Soderblom, N . : I 321.
Sanders, J. A.: I 66, 75, m , 167; II 27, Soggin, J. A.: I 37L 393. 428; II 24, 26,
49. 175- 28, 126, 128, 144, 162, l8 5> 213, 221,
Sasson, J. M . : I 284, 435, 438. 231, 302.
Sauer, G.: I 135; II 315. 3i6. Sola-Solé, J. M . : l 3 3 7 -
Sauneron, S.: I 296, 297, 322. Solecki, R. S.: I 53-
Save-Sóderbergh, T . : I 93. Sommer, F . : II 37.
Savignac, R.: I 190. Sonnen, J.: I 233.
Sayce, A. H . : I 362. Soucek, V.: I 243.
Saydon, P. P.: II 126. Sourdel, D . : I 269.
Schachermeyr, F . : II 43, 44. Speiser, E. A . : I 83, 147, 165, 173, 203,
Schaeffer, F. A.: I 83, 434; II 32, 39, 40. 220, 223, 232, 245, 246, 249, 250, 251,
Schick, T . : I 51. 254, 264, 271, 275, 306, 312, 337;
Schiffer, S.: II 248. II 158, 159, 224, 225.
Schild, E . : l 3 4 3 - Sperber, A.: I 340.
Schíller, G.: I 367. Stade, B.: I 257, 326; II 97.
Schmid, H . : I 284, 320, 321, 401, 422; Stadelmann, R.: I 95, 131, 258.
II 68, 93, 95, I 2 i , 133, 302, 303. Stamm, J. J.: I 203, 204, 272, 334, 427,
Schmid, R.: I 328, 367, 371; II 65, 70, 131.
Schmidt, W. H . : I 257, 279, 288, 437, 441, 448.
448; II 89, 262, 274, 276. Starcky, J.: I 269, 270, 274, 410, 415; II
Schmidtke, F . : I 186. 101.
índice de autores 365
Steindorff, G.: I 99, 140, 295, 301. Van den Branden, A.: I 135.
Steiner, G.: II 38, 39. Vandier, J.: I 94, 114, 115, 301.
Stekelis, M . : I 51, 55, 59. Van der Merwe, B. J.: I 289.
Stemmer, N . : IÍ 205. Van der Ploeg, J.: I 188; II 224, 267, 273.
Steuernagel, C.: I 186; II 62, 89, 108, 252, Van der Woude, A. S.: I 388.
292. Van Imschoot, P . : I 439.
Stewart, T. D . : I 53. Van Kasteren, J. P.: I 141.
Stiebing, W . H . : I l 5 2 . Van Liere, W . J.: I 84.
Stock, H , : I 92, 93, 96, 295. Van Praag, A.: I 247.
Stockholm, N . : I 223. Van Selms, A . : I 148; II 262, 320, 321.
Stoebe, H. J.: II 71. Van Seters, J.: I 73, 93, 94, 95, 246, 247,
Stricker, G. H . : I 300. 311.
Stubbings, F. H . : I 132, 133, 134. Van Uchelen, N . A.: I 193, 215.
Styrenius, C. G.: II 49, 52. Van Zyl, A. H . : I 215; II 55, 310.
Sukenik, E. L.: I 62, 331. Vardaman, E. J.: I 280.
Sumner, W . A.: II 92. Vattioni, F . : I 195; II 167.
Swoboda, H . : II 213. Vawter, B.: I 192.
Szlechter, E.: I 242. Velikovsky, I.: I 349.
Sznycer, M . : I 150. Vercoutter, J.: I 75, 99, 132; II 29, 33, 43.
Vergote, J.: I 289, 294, 295, 298, 300, 303,
304, 305. 3io, 313. 335-
Tadmor, H . : I 119; II 76, 149. Vilar Hueso, V.: IÍ 296.
Tadmor, M.: I 68. Vincent, A.: II 72, 308.
Talmon, S.: II 66. Vincent, L. H . : I 332; II 140.
Tallqvist, K.: I 203. Vink, J. G.: II 112, 144.
Tamisier, R.: II 72, 302. Virolleaud, Ch.: I 149, 333, 337.
Táubler, E.: I 307; II 93, 101, 105, 108, Vischer, W . : I 326, 332.
113, 117, 164, 165, 180, 267, 279, 282, Vogt, E.: II 126, 129.
284, 287, 304, 308, 310, 315, 318, 319, Volten, A.: I 300.
320. Volz, P.: I 173.
Tchernov, A.: I 53. Vollborn, W . : II 205, 209.
Teutsch, L.: II 273. Von Beckerath, G.: I 93, 95, 258, 297.
T e Velde, H . : I 94, 95. Von Berckerath, J.: I 297; II 30.
Theodor, O.: I 403. Von Pakozdy, L. M . : I 434.
Thieme, P.: I 101. Von Rabenau, K.: I 357.
Thoma, A.: I 52. Von Rad, G.: I 174, 175, 192, 220, 277,
Thomas, D . W . : II 73, 301. 289, 293, 369, 386, 387, 440, 441; II
Thomas, H. L.: II 30. 62, 67, 89, 125, 158. 186, 219, 227.
Thomson, H. C.: IÍ 261, 268. Von Schuler, E.: I 422; II 40, 148.
Thompson, R. J.: I 320. Von Soden, W . : I 166, 208, 213, 230, 273,
Thureau-Dangin, F . : I 122, 208, 250; II
333, 334. 338.
160, 18o, 274. Vriezen, T . C.: I 267, 316, 389, 395.
Tobías, P. V.: I 51.
Tocci, F. M . : II 176.
Torczyner, H . : I 200. Waecher, J.: I 57.
Wagner, M . : I 210, 337, 365.
Tornay, R.: I 243, 396; II 233.
Wagner, S.: II 61, 123, 124.
Tscherikover, V.: I 309. Wainwright, G. A . : II 31, 41, 42, 44, 51.
Tucker, G. M . : I 145, 255. Waldbaum, Jane C.: II 51.
Tufnell, O . : I 70, 105, 135; II 32, 50, 79. Walker, N . : I 335.
Tunyogi, A. C.: II 121, 122. Walther, A . : II 275.
Tur-Sinai, N . H . : I I 174. Walz, R.: I 226, 229.
Tushingham, A. D . : I 32. Wallis, G.: I 153, 167, 174, 178, 257, 338;
II 2 4 S .
Wambacq, B. N . : I 435.
Unger, M . F . : II 307. Ward, W . A . : I 89, 295; II 33, 34, 35,
Ungnad, A.: I 202. 3H.
Uphill, E. P . : l 2 9 8 , 318. Waterman, L.: II 81.
366 índice de autores

Weber, M . : II 211. Winnett, F. V.: I 50, 249, 250.


Weber, R.: I 410. Winton Thomas, D . : II 25, 74, 78, 79, 88,
Weidner, E. F . : I 117, 198, 200, 206, 136, 176.
212, 250. Wiseman, D . J.: I So, 152, 196, 209, 244,
Weill, R.: I 186. 250; II 123.
Weinfeld, M . : II 205. Wolf, C. H . : I 240.
Weingreen, J.: I 215. Wolff, H . W . : I 173. 346, 394-
Weinreich, O . : II 217. Worden, T . : I 158.
Weippert, M . : I 135, 226, 227, 233, 271, Woudstra, M. H . : I 443; II 219, 221.
275; II 19, 22, 25, 26, 53, 73, 130, 134, Wright, G. E.: I 64, 65, 88, 103, 111,
136, 137, 142, 149, 310. 135. 192, 317. 354. 439; II 24, 42, 49,
Weiser, A.: I 302, 346, 384, 389, 394, 398; Si. 53. 54. 65, 78, 79. 86, 107, 150,
I I 205, 206, 222, 239, 256, 270, 292, 160, 224, 245, 301, 304.
295- Wüstenfeld, F . : I 190.
Welten, P . : II 77.
Wellhausen, J.: I 165, 257, 283, 284, 323, Yadin, Y.: I 72, 88, 204; II 46, 109, 176,
329, 336, 338; II 224. 177, 279, 284, 285, 296.
Wenig, S.: II 36. Yaron, R.: I 236, 242, 248.
Westermann, C.: I 174, 175, 189, 191, Yeivin, S.: I 72, 106, 135, 205, 217, 262,
272; II 22. 277; II 67, 181, 291, 292.
Whitley, C. F . : II 203, 312. Yoyotte, J.: I 99, 296, 322; II 33, 41.
Whybray, R. N . : I 289, 291.
Widengren, G.: I 189, 321. Zandee, J.: I 94.
Wijngaards, J.: I 359, 361. Ziehen, L.: II 214.
Wilcke, C.: I 78. Zimmerli, W . : I 327, 328, 340, 344, 382,
Wildberger, H . : I 371, 384, 396, 397, 400, 394. 395. 428, 429. 440, 44i í II 224,
4 0 1 ; II 128, 131, 270. 240.
Wilson, J. A . : I 106, 151, 297; II 33, Zobel, H . J.: I 385; II 66, 68, 82, 101,
4°, Si- 105, 110, 113, 114, 116, 161, 184, 182,
Willesen, F . : I 220. 232, 233, 282, 283, 286, 287, 288, 294,
Willey, G. R . : I s i . 317-
Winckler, H . : II 83. Zohary, M . : I 32.

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