Vaux, Rolando de (1975) Historia Antigua de Israel 2
Vaux, Rolando de (1975) Historia Antigua de Israel 2
Vaux, Rolando de (1975) Historia Antigua de Israel 2
D1 YAIX
HISTORIA
ANTIGUA-
DE ISRAEL
BIBLIOTECA BÍBLICA
CRISTIANDAD
La dirige
A. DE LA FUENTE ADÁNEZ
ANTIGUO TESTAMENTO
O. ElSSFELDT: Introducción al Antiguo Testamento. 2 tomos.
W. EiCHRODT: Teología del Antiguo Testamento. 2 tomos.
M. NOTH : El mundo del Antiguo Testamento.
R. DE VAUX: Historia Antigua de Israel. 2 tomos.
E. J E N N I / C WESTERMANN : Diccionario teológico manual del Antiguo Tes-
tamento. 2 tomos.
NUEVO TESTAMENTO
J. LEIPOLDT/W. GRUNDMANN : El mundo del Nuevo Testamento. 3 tomos.
Tomo I: Estudio histórico-cultural.
Tomo II: Textos y documentos.
Tomo III: Ilustraciones.
J. JEREMÍAS : Jerusalén en tiempos de Jesús. Estudio económico y social
del mundo del Nuevo Testamento.
V. TAYLOR: Evangelio según san Marcos.
P. BONNARD: Evangelio según san Mateo.
R. E. BROWN: Evangelio según san Juan. 2 tomos.
ROLAND DE V A U X , OP
HISTORIA A N T I G U A
DE ISRAEL
II
ASENTAMIENTO EN CANAAN
Y
PERIODO DE LOS JUECES
EDICIONES CRISTIANDAD
Huesca, 30-32
J. GABALDA ET CÍE. ÉDITEURS, París 1971
Título original:
HISTOIRE ANCIENNE VISRAÉL
* * *
Tradujeron este tomo al castellano
A. DOMÍNGUEZ
y
J. VALIENTE MALLA
TRADICIONES SOBRE
EL ASENTAMIENTO EN CANAAN
Introducción 17
1. Teoría de Y. Kaufmann 18
2. Teoría de A. Alt y M. Noth 19
3. Teoría de W . F . Albright 23
4. Teoría de G. E. Mendenhall 26
Prefacio 199
TRADICIONES SOBRE
EL ASENTAMIENTO EN CANAAN
INTRODUCCIÓN
2
i. Teoría de Y. Kaufmann
Aunque reconoce la necesidad de una crítica literaria, Y. Kauf-
mann rechaza las soluciones corrientes, tanto la que quiere ver en Josué
y Jueces la continuación de los documentos del Pentateuco como la que
los incluye en una gran historia deuteronomista que iría desde el Deu-
teronomio hasta el final de Reyes. Según él, el libro de Josué fue escrito
muy poco después de los acontecimientos; su autor reunió los recuerdos
de una tradición viva y se sirvió también de fuentes escritas. Su estilo
es «deuteronomista»; pero ese estilo existía mucho antes del libro del
Deuteronomio. A pesar de que reconoce que los relatos de la conquista
están rodeados de una nube de leyenda, sostiene que responden a la
realidad histórica. La conquista fue obra común de todas las tribus,
que se habían unido en el desierto en virtud de una alianza religiosa y
nacional. Josué fue un personaje excepcional que comprendió que la
conquista sólo se lograría si las tribus se mantenían unidas en el com-
bate y se conservaba su moral. Por eso retrasó el asentamiento hasta que
se terminaron los combates; no ocupó ni reconstruyó ninguna de las
ciudades conquistadas, sino que mantuvo al pueblo en el campamento,
adonde se regresaba después de cada campaña. Sostuvo su moral con
gestos que le infundían una confianza absoluta en la victoria: la erección
de piedras en Guilgal después de pasar el Jordán, la maldición sobre
Jericó después de tomar la ciudad, el colgamiento del rey de Ay, el altar
del monte Ebal, la mutilación de los caballos y la destrucción de los
carros después de vencer a los reyes del norte. Josué no sólo comprende
la psicología del pueblo; es además un estratega excelente: si mantiene
su campamento en Guilgal, es porque va devastando todo el país a me-
dida que lo conquista y porque debe sacar sus provisiones de Transjor-
dania, de los territorios amigos de Rubén, Gad y la semitribu de Ma-
nases, a quienes les paga con la plata y el oro de su botín; por otra parte,
debía estar alerta contra una posible acción de Amón y Moab, que
pudiera venirle por la espalda. Poseía una táctica admirable: toma siem-
pre la ofensiva; ataca por sorpresa cuando el terreno se lo aconseja; no
da tiempo a que el enemigo reaccione, sino que lo persigue y toma sus
ciudades una tras otra, sin permitir su recuperación.
El capítulo primero de Jueces no ofrece una imagen opuesta. Es un
relato antiguo que narra acontecimientos de comienzos de la época de
los Jueces, después de la muerte de Josué. Todo el territorio por con-
quistar había sido repartido previamente por un acuerdo nacional entre
las tribus; a esto responde el documento geográfico de Jos 13-19. Cada
tribu ocupó la parte que le tocó en suerte; pero la conquista no estaba
terminada, y las tribus tuvieron que continuar individualmente la lucha
para asegurarse la posesión de su territorio: Jue 1 es la continuación
1
Y. Kaufmann, The Biblical Account of the Conquest 0/ Palestine (Jerusalén 1953);
Traditions Concerning Early Israelite History in Canaan: «Scripta Jerosolimitana» 8
(Jerusalén 1961) 3°3"334-
Teoría de Alt y Noth 19
mados con los cananeos estallaron cuando los clanes, ya asentados, pre-
tendieron extenderse a costa de los Estados ciudades q u e les rodeaban;
fue el período del establecimiento (Landesausbau). Siguiendo en la mis-
ma línea, M . N o t h intentó determinar cómo se había establecido cada
tribu, teniendo a la vista el territorio que se le había asignado y los datos
esparcidos en el Antiguo Testamento, Dicha ocupación tardó m u c h o en
realizarse y consistió en u n a serie de movimientos, q u e variaron según
los grupos y las regiones. N o es posible dar fechas precisas: estarían
situadas entre la segunda mitad del siglo x i v a. C , después del período
de Amarna, hasta los alrededores de 1100 a. C Pero se puede considerar
que 200 años son demasiados, y es aconsejable limitar el tiempo del
asentamiento al siglo X I I I .
M . N o t h no cree q u e estas conclusiones, q u e él saca del análisis i n -
terno del Antiguo Testamento, deban ser modificadas p o r el testimonio
externo q u e procede de la arqueología 5 . E n favor de una conquista por
las armas se invoca la destrucción de ciertas ciudades cananeas, al final
del siglo XIII, q u e se mencionan en el libro de Josué; pero esas ruinas
pueden ser efecto de los conflictos con q u e se enfrentaban d e continuo
las ciudades d e Canaán o de los ataques q u e realizaron los Pueblos del
Mar a partir de 1200. El testimonio de la arqueología debe ser sometido
a crítica lo mismo que los textos, y cada caso debe ser examinado aparte.
Jericó fue destruido en el siglo x i v y estaba desierto en la época q u e se
atribuye a Josué; A y estaba en ruinas desde la mitad del III milenio
a. C ; Betel fue destruida a finales del siglo XIII, pero J u e 1,22-26 dice
expresamente q u e se tomó la ciudad sin combate, gracias a la traición de
uno de sus habitantes. Laquis = Tell ed-Duweir y Debir (si Debir coin-
cide con Tell Beit Mirsim) fueron igualmente destruidas en el último
cuarto del siglo XIII; sin embargo, sólo en la lista esquemática de Jos 10,
28-30 se atribuye su conquista a Josué. Según la Biblia, Josué habría
hecho u n pacto con los habitantes d e Gabaón; n o obstante, las excava-
ciones de el-Gib no h a n descubierto resto alguno de una ciudad del
Bronce Reciente. M . N o t h retiene u n solo dato positivo de la arqueolo-
gía: las excavaciones de Jasor h a n mostrado q u e la ciudad había sido
destruida e incendiada a finales del siglo XIII, lo cual está acorde con el
relato de Jos 11,10-13. Ahora bien, la crítica de M . N o t h había mante-
nido precisamente el valor histórico de esta información, mientras q u e
había denunciado como etiologías los relatos concernientes a Jericó y
Ay; la arqueología no confirma el carácter histórico de los relatos de
conquista de Josué, sino q u e confirma más bien los resultados de la
crítica literaria.
M . W e i p p e r t ha defendido recientemente la teoría de Alt y Noth,
dr un asentamiento primero pacífico; pero reconoce q u e es posible m o -
?
M. Noth, Grundsátzliches, zur geschichtlichen Deutung archdologischer Befunde
iiií/ dem Roilen Paldslinas: PJB 34 (1938) 7-22; Hat die Bibel doch Recht?, en Hora.
(i. Dehn (Neukirchen-Vluyn 1957) 8-22; Der Beitrag der Archáologie zur Geschichte
límete, en Congress Volume. Oxford (1960) 262-282.
22 Introducción
que se está refiriendo y que se quiere confirmar con ese testimonio. Por
otra parte, la etiología sólo suele afectar a ciertos detalles del relato.
Por ejemplo, los montones de piedras que señalan la sepultura de Acán
y la del rey de Ay y que subsisten «hasta el día de hoy» (Jos 7,26; 8,29),
como conclusión de la historia de la transgresión del anatema contra
Jericó o de la conquista de Ay; otro tanto cabe decir de la gruta cerrada
con grandes piedras que se pueden ver «hasta el día de hoy» (Jos 10,27),
como conclusión a la historia de la guerra contra los cinco reyes amorreos.
Existían muchos montones de piedras y muchas grutas obstruidas: ¿por
qué se habría dado una razón especial de esas dos rimas de piedras y de
esa gruta, si no hubiera habido en un principio una tradición vinculada
a esos lugares? Hay que reconocer que, en muchos de esos relatos, los
rasgos etiológicos son secundarios y que hay muy pocos relatos que sean
totalmente etiológicos. Y, remontándonos más arriba, si no hubiera ha-
bido nunca guerras entre los israelitas y los cananeos, si no hubieran te-
nido nunca lugar acciones de conquista, a nadie se le habría ocurrido
jamás explicar de esa forma fenómenos locales. El aspecto etiológico de
un relato no constituye necesariamente una leyenda. La historicidad de
una tradición es independiente de los rasgos etiológicos que pueda po-
seer.
También se ha reprochado a Alt y Noth no haber contado con los
testimonios externos, en concreto con el de la arqueología. Sin embargo,
ninguno de ellos descuida totalmente la arqueología, sino que critican
su testimonio y las conclusiones que de ella se sacan. Es posible que
esta crítica haya sido demasiado negativa, pero ha sido una reacción
saludable contra un uso excesivo de la arqueología por parte de la teoría
que pasamos a exponer.
3. Teoría de W. F. Albright 9
La incertidumbre de los relatos bíblicos no hace fácil la historia de
la conquista; pero los testimonios de la arqueología nos permiten afirmar
que hubo realmente una conquista y fijar con cierta aproximación la fe-
cha: la fase principal se desarrolló en la segunda mitad del siglo xni.
La destrucción de las últimas ciudades cananeas de Debir (Tell Beit
Mirsim) y Betel tuvo lugar en el siglo x m . La destrucción de Laquis debe
datarse en torno al 1200 a. C. La última ocupación del Bronce Reciente
en Jasor se detiene a finales del siglo x m . En todos estos casos, las ciu-
dades cananeas importantes son reemplazadas, con o sin intervalo, por
una ocupación mucho más pobre; como esta ocupación coincide con el
asentamiento de los israelitas, éstos pueden ser tenidos por los respon-
sables de las destrucciones. No vale objetar que Jericó fue destruida en
9
Además de BASOR 74 (abril 1939), citado en la nota 7, y de los artículos de de-
talle sobre diferentes lugares bíblicos: The Biblical Periodfrom Abraham to Ezra (Nue-
va York •''i963) 24-34; Archaeology, Historical Analogy and Early Biblical Tradition
(Halón Rouge 1966) 3-21.
24 Introducción
el siglo xiv: los últimos estratos del Bronce Reciente fueron corroídos
por el viento y la lluvia durante los cuatro siglos que separaron su des-
trucción, en tiempos de Josué, de su reocupación, en la época de Ajab.
En cuanto a Ay, la tradición transfirió a esta «ruina» el relato de la toma
de la ciudad vecina Betel. Siquén y Gabaón tienen u n papel importante
en los relatos de Josué, pero no se trata de su conquista; su importancia
estriba en que los israelitas encontraron parientes en esas ciudades o
consiguieron aliados. E n todo caso, no es posible sostener la teoría ge-
neral de una infiltración pacífica y gradual de grupos nómadas. H a y que
afirmar q u e los israelitas se establecieron por una conquista y que Josué
desempeñó u n papel en ella. N o obstante, también es verdad que la tra-
dición ennobleció ese papel y atribuyó a Josué conquistas que fueron
posteriores.
Estas conclusiones han merecido una amplia acogida, especialmente
en América, entre los discípulos de Albright, quienes las han difundido
y a veces completado y matizado. G. E. W r i g h t 1 0 las ha recogido y ha
intentado conciliar la presentación de Jos I - I I con la de Jue i: Josué
sólo se había dedicado a conquistar cierto número de ciudades clave del
sur de Canaán; algunas acciones locales terminaron después la conquista.
J. Bright 11 sigue la misma línea, a u n q u e es menos categórico en cuanto
al valor de la prueba arqueológica. Esta no es decisiva, pero hace incli-
nar la decisión en favor de la historicidad sustancial de los relatos bíbli-
cos; es lo que él llama «balanza de probabilidad». J. A. Soggin 1 2 acepta
como válida esta nueva categoría. La conclusión a que llega Bright es
que, «por compleja que fuera la ocupación israelita de Palestina, y por
esquemática que sea la narración d e Josué, se puede considerar como
cierto que en la última parte del siglo x i n tuvo lugar una irrupción vio-
lenta en el país». M á s recientemente, P. L a p p 1 3 ha pasado cuidadosa-
mente revista a los resultados del trabajo arqueológico en Palestina y
TransJordania; sostiene que Albright y sus discípulos pueden haber
exagerado el alcance de los testimonios sacados de la arqueología, pero
confiesa que se siente más cómodo con esta solución, que conecta con
la tradición bíblica, que con la de M . N o t h .
Frente a estas aprobaciones sin reservas o con ciertas reticencias, se
han producido oposiciones motivadas especialmente por parte del mis-
14
M. Noth, Der Beitrag der Archdologie, citado en la nota 5; M. Weippert, Die
l.nmlnahme (citado en la nota 3) 124-132.
I?
K. M. Kenyon, en Archaeology and Oíd Testament Study, ed. D. Winton Tho-
m;iK (Oxford 1967) 273; cf. su asistente en la excavación, H. J. Franken, Tell es-Sultan
mu/ Oíd Tcslamcnt Jericho: OTS 14 (1065) 189-200.
"' |. Marquet-Krause, Les j'ouill. de 'Av (El-Tell) (París 1949) 24.
26 Introducción
4. Teoría de G. E. Mendenhall19
La oposición entre las dos tesis precedentes parece insuperable; por
eso G. E. Mendenhall ha propuesto una solución original. Los antepa-
sados de los israelitas no eran «nómadas» ni «seminómadas». El antiguo
Oriente, antes de que aparecieran las grandes tribus camelleras, no
conoció contraste entre sedentarios y «nómadas»; éstos eran pastores
asociados a la vida del poblado. La «tribu» no es producto de una des-
cendencia genealógica; es una unidad social que trasciende el grupo del
poblado: sus miembros le prometen lealtad y ella les asegura en cambio
su protección colectiva. No había oposición entre cultivadores y pas-
tores, sino entre poblado y ciudad. Esta oposición existió en Canaán,
donde los habiru/hebreos son grupos que se evadieron a la autoridad
de las ciudades. Israel, asimilado en la Biblia a los habiru, tiene el mismo
origen que éstos. No hubo desplazamientos de población ni inmigra-
ciones de importancia; se produjo simplemente una rebelión de los cam-
pesinos contra los Estados-ciudades cananeos. Lo que hizo cristalizar
ese movimiento fue la llegada de un grupo de cautivos que huyeron de
Egipto y estaban unidos por una misma fe en un nuevo dios, Yahvé, con
el que tenían una alianza y al que habían transferido todos los atributos
de los soberanos humanos. Al llegar al oeste del Jordán, polarizaron en
torno suyo los movimientos de resistencia, expulsaron o mataron a los
reyes y destruyeron las ciudades. Israel no es un grupo étnico que se
convirtió en una comunidad religiosa, sino una comunidad religiosa que
fue adquiriendo en el trascurso de la historia cierta unidad étnica en
virtud de los matrimonios interiores y de la resistencia a las aportacio-
nes étnicas exteriores.
Esta teoría, que ha suscitado pocas reacciones 20 , es difícil de acep-
1 7 J. Callaway, New Evidence on the Conquest of 'Ai: JBL 87 (1968) 312-320.
18 J. B. Pritchard, en The Bible in Modem Scholarship, ed. J. P. Hyatt (Nashville-
Nueva York 1965) 319.
i» G. E. Mendenhall, The Hebrew Conquest of Palestine: BibArch 25 (1962) 66-87.
20
Las únicas críticas motivadas que conozco, son las de M. Weippert, Die Land-
nahme, 59-123; P. Lapp: «Concordia Theological Monthly» (citado en la nota 13)
298-299. No he podido ver la crítica de J. A. Soggin, en el apéndice a su artículo La
conquista israelítica della Palestina nei se. XIII e XII e le scoperte archeologiche: «Pro-
testantismo» 17 (1962) 194-208.
Teoría de Mendenhall 27
21
Respecto a los árabes en concreto, cf. T . Ashkenazi, La tribu árabe: ses éléments:
«Anthropos» 41-44 (1946-49) 657-672.
22
Para el problema general del método y sobre este punto concreto, remito a mis
dos artículos: Method in the Study of Early Hebrew History, y The Bible in Modern
Scholarship (citado en la nota 18) 15-29, espec. 29, y con más detalle: On Right and
Wrong Uses of Archaeology, en Near Eastern Archaeology in the Twentieth Century.
Essays in Honor of Nclson Gliurlt, rd. J. A. Sanders (Nueva York 1970) 64-80.
28 Introducción
Hay que buscar una solución que tenga igualmente en cuenta am=
bos grupos de testimonios, los de los textos y los de la arqueología;
se debe criticar primero cada uno por sí mismo y después el uno por el
otro. Es lo que nosotros intentaremos hacer. No llegaremos más allá
de hipótesis: los orígenes de Israel, como los de todos los pueblos,
están rodeados de oscuridad; caen en parte fuera del alcance del his-
toriador 2i.
23
Cf. J. A. Soggin, Alttestamentliche Glaubenszeugnisse, citado en la nota 12.
CAPTÍULO I
EL MARCO HISTÓRICO
J
I. F I N DEL DOMINIO EGIPCIO
trado una espada grabada con su sello: seguramente fue enviada como
regalo u .
Aparte de la «estela de Israel», existen otros documentos que indi-
can que Merneptah mantenía cierto control sobre Siria-Palestina. Se
conserva un extracto del registro del jefe de servicio egipcio en la fron-
tera oriental durante el tercer año del faraón 12. En once días se vieron
pasar dos correos que salían de Egipto y llevaban tres despachos, uno
de los cuales era para el príncipe de Tiro. Otra entrada del mismo dia-
rio menciona a un oficial que venía de las «fuentes de Merneptah, que
se encuentran en las colinas»; se ha intentado situar ese lugar en «Me
Neftóaj», «las aguas de Neftóaj», que, según Jos 15,9; 18,15, s e r í a u n
punto de la frontera entre Judá y Benjamín, el Liftah actual, cerca de
Jerusalén, donde habría entonces un puesto egipcio 13. Pero la hipóte-
sis es frágil 14 . Es más probable que el nombre se refiera a un punto
de agua situado en la ruta militar entre Egipto y Gaza. Como sucedía
ya en el Imperio Medio, también ahora se admitía en Egipto a grupos
de pastores que iban en busca de pastos mejores: un modelo de carta
del octavo año de Merneptah describe la entrada y el registro de clanes
shasu de Edom en la fortaleza de Merneptah 15. También sucedía algu-
na vez que se fugaban esclavos de Egipto, y se les buscaba sin cejar al
otro lado de la frontera 16. Además de los textos, algunos hallazgos ar-
queológicos atestiguan la presencia egipcia: un reloj de sol portátil con
el sello de Merneptah, en Guézer 17; un cuenco con una inscripción
hierática del cuarto año, probablemente de Merneptah, en Tell ed-Du-
weir = Laquis 18; una fortaleza en Betsán, construida probablemente
bajo Merneptah 19 . Pero estos testimonios sólo se refieren a ciertos
lugares en que conservaba Egipto algunas guarniciones; fuera de ellas,
la seguridad del país no estaba garantizada. Una composición literaria,
destinada a la formación de los alumnos escribas, describe de forma
divertida y exagerada los infortunios que aguardan a un mensajero real
que atraviesa Canaán por caminos horribles e infestados de beduinos
salteadores 2 0 .
A Merneptah le sucedieron varios faraones sin importancia. El últi-
11
Cl. F. A. Schaeffer, Ugaritica III (París 1956) 169-178.
12
A N E T 258-259; R. A. Caminos, Late-Egyptian Miscellanies (Londres 1954)
108-113.
13
M. Noth, Das Buch Josua (HAT; /1953) 88; J. Gray, Joshua, Judges and Ruth
(1967) 143; Y. Aharoni, The Land of the Bible (1967) 173.
14
D. Leibel: «Yediot» 28 (1964) 255-256 (en hebreo).
15 A N E T 259a; R. A. Caminos, loe. cit., 293-296; W . Helck: V T 15 (1965) 38-40.
No se puede fechar esta carta bajo Seti II (Caminos y otros), ya que este faraón sólo
reinó seis años.
16 A N E T 259b: R.A. Caminos, loe. cit., 254-258,
17 E. J. Pilcher, Portable Sundial.from Gezer: PEFQS (1923) 85-89.
i» O. Tufnell, Lachish IV (Londres 1958) 133.
19
Sobre la fecha, cf. B. Maisler: BIES 16 (1951) 14-19 (en hebreo).
20
Papiro Anastasi I, trad. en A N E T 475-479. Sobre la fecha, cf. A. Gardiner
Egypt of the Phaiaos (Oxford 1961) 274; R. O. Faulkner (loe. cit. en la nota 1) 21.
Fin del dominio egipcio 33
37
II. R U I N A DEL IMPERIO H I T I T A
El fin del dominio egipcio sobre Asia había sido precedido por la
ruina del Imperio Hitita. La documentación hitita se interrumpe del
todo al final del siglo x m ; los grandes lugares hititas que se han exca-
vado (la capital Boghazkoi y las ciudades de Kultepe, Alacá y Alishar)
están totalmente destruidos. Los hititas, que habían sido una de las
36 S o b r e este p e r í o d o , cf. r e c i e n t e m e n t e : H . K e e s , Die Hohenpriester des Amun
von Karnak von Herihor bis zum Ende der Áthiopenzeit ( L e i d e n 1964) c o n la recensión
de E. Hornung: O L Z 61 (1966) col. 437-442; J. Cerny, en C A H II, 35 (1965); S. W e -
nig, Einige Bemerkungen zur Kronologie derfrühen 21. Dynastie: ZAS 94 (1967) 134-139.
37 E . L a r o c h e , Suppiluliuma II: R A 47 (1953) 70-78; H . O t t e n , Neue Quellen zum
Ausklang des Hethistischen Reiches: M D O G 94 (1963) 1-23; A . G o e t z e , The Hittites
and Syria (1300-1200 B. C), en C A H I I , 24 (1965) 4 9 - 6 1 . P e r o la cronología y la h i s -
Ruina del Imperio Hitita 3?
biyo Suppiluliuma II, según H . Otten (loe. cit. en la nota 36) y G. Steiner, Neue Ala-
i[ja Texte: «Kadmos» I, 2 (962) 130-138. Pero cf. Cl. F . A. Schaeffer, Ugaritica V
(Parla 1968) 744-753-
47
Texto KBO XII 38, Rev III, traducido y comentado por H. Otten (loe. cit. en
lit nota 3(1) 20-21.
•,H Sobre el aspecto arqueológico de esta presencia de los aqueos y Pueblos del
Mur en Chipre, cf. en particular, V. R. d'A. Desborough, The Last Mycenaeans and
'fluir Succcssurs (Oxford 1964) 196-202, 238-239; Cl. F . A. Schaeffer, Gotter der
Niml- und ¡nselnvblker in Zypern: AfO 21 (1966) 59-69.
4g
Uitaritica V, n. 22.
SO Uxarilíca V, n. 23.
" Ugaiilica V, 11. .'.|.
40 El -marco histórico
56
III. Los PUEBLOS DEL MAR
La inscripción de Medinet Habu nos dice que los enemigos del nor-
te, después de concentrarse en Amor, marcharon contra Egipto. Ram-
sés III movilizó sus guarniciones del Zahi (Fenicia-Palestina) y dispuso
su flota en las «bocas del río». Se gloría de haber aniquilado a los que
habían llegado hasta sus fronteras y a los que habían venido por mar 57.
Dado que el poder de Ramsés III no se extendía al norte de Palestina
y que la expresión «las bocas del río» suele designar las desembocadu-
ras del Nilo, lo más probable es que la batalla naval, representada con
tanto colorido en los relieves de Medinet Habu, tuviera lugar en una de
las desembocaduras del Nilo y que la batalla por tierra se librara en
alguna parte de la costa de Palestina. Es decir, que la invasión de los
Pueblos del Mar fue detenida a las puertas de Egipto. Según la crono-
logía por nosotros adoptada, esa victoria del año octavo de Ramsés III
tuvo lugar el 1175 a.C.
2. Los filisteos 65
Debemos detenernos en uno de estos grupos, porque terminó esta-
bleciéndose en Palestina, a la que dio su nombre, y porque ocupó un
puesto importante en un momento de la historia de Israel. Es, además,
el Pueblo del Mar sobre el que estamos mejor informados gracias a la
Biblia y a las excavaciones en Palestina.
Los documentos egipcios no mencionan a los Prst = filisteos hasta
el reinado de Ramsés III. El equivalente acádico es todavía más tardío.
La Biblia, sin embargo, habla de los filisteos y del país de los filisteos
desde la época de los patriarcas (Gn 21,32.34; 26,1.8.14-15). Se ha que-
rido sostener la historicidad de estas referencias, refiriéndolas a una
6* W . F. Albright, Some Oriental Glosses on the Homeric Problem: AJA 54 (1950)
162SS; E. Laroche, Études sur les hiéroglyphes hittites, 6: Adana et les Danouniens:
«Syria» 35 (1958) 263-275; M. C. Astour, Hellenosemitica (Leiden 21967) 1-112.
65
Además de las referencias generales dadas en la nota 55 y las referencias par-
ticulares que daremos en lo que sigue, cf. recientemente T . Dothan, Archaeological
Reflections on the Philistine Problem: «Antiquity and Survival» 2 (1957) 151-164; Phi-
listine Civilization in the Light of Archaeological Finds in Palestine and Egypt: «Eretz-
Israel» 5 (1958) 55-66 (hebreo); G. A. Wainwright, Some Early Philistine History:
V T 9 (1959) 73-84; B. Mazar, The Philistines and the Rise of Israel and Tyre (1964);
B. Hrouda, Die Einwanderung der Philister in Palástina, en Hom. Moortgat (Berlín 1964)
126-135, y la recensión de C. Nylander: «Berliner Jahrbuch für Vor- und Frühgeschich-
te» 6 (1966) 206-209; M. L. y H . Erlenmeyer-M. Delcor, Philistins, en DBS VII (1966)
col. 1233-1288; G. E. Wright, Fresh Evidence for the Philistine Story: BibArch 29
(1966) 70-86; T . Dothan, The Philistines and their Material Culture (Jerusalén 1967)
(en hebreo con resumen en inglés).
Los Pueblos del Mar 43
oleada anterior de los Pueblos del Mar 66 ; pero ni las cartas de Amarna
ni los textos egipcios anteriores a Ramsés III dicen nada de los filisteos,
y el «rey de los filisteos», que encuentran Abrahán e Isaac, lleva un nom-
bre semítico, Abimelec. Esas menciones de los filisteos en la época
patriarcal son anacronismos, como lo es también la «ruta del país de los
filisteos» en la narración del éxodo (Ex 13,17). La enumeración de los
distritos de los filisteos y de sus cinco príncipes entre las regiones que
había conquistado Josué (Jos 13,2-3; cf. Jue 3,3) pertenece a un estrato
tardío de la redacción. Los filisteos no aparecen realmente por primera
vez hasta la historia de Sansón (Jue 13-16), que se desarrolla en la re-
gión limítrofe entre Israel y los filisteos.
Se les llama «filisteos incircuncisos» (Jue 14,3; cf. 1 Sm 17,26-36)
o simplemente «incircuncisos» (Jue 14,18; cf. 1 Sm 14,6; 31,4; 2 Sm 1,
20), distinguiéndolos así de los cananeos: no son semitas. De hecho, la
Biblia dice que vinieron de Caftor (Am 9,7; Jr 47,4). Por su parte,
Dt 2,23 habla de los caftorim, que vinieron de Caftor y expulsaron a
los antiguos habitantes de la región de Gaza. Finalmente, en el índice
de las naciones (Gn 10,14; cf- l Cr 1,12), la glosa «de donde procedie-
ron los filisteos» hay que referirla a los caftorim y no al nombre prece-
dente, como ha hecho el texto masorético.
Ese Caftor coincide ciertamente con el Kaptaru de los textos acá-
dicos, al menos desde los textos de Mari, con el kptr y el Kabturi de
los textos alfabéticos y silábicos de Ras Samra, y con el Keftiu de los
textos egipcios, en los cuales no aparece el nombre aproximadamen-
te 2000 a.C; se emplea sobre todo entre 1520 y 1350 y cae después en
desuso.
La mayoría de los egiptólogos, asiriólogos y biblistas reconocen en
Caftor la isla de Creta 67 . La reacción de los especialistas en Creta fue
en un principio reservada, pero terminó siendo favorable 68 . Hay que
renunciar, en todo caso, al argumento sacado del disco de Faistos. Se
ha querido leer en él el nombre de Filistea, pero esa lectura carece de
fundamento 69 . Se ha relacionado con más frecuencia el casco de p l u '
mas, característico de los filisteos, que existe en los relieves de Medinet
Habu, con uno de los signos del disco: una cabeza humana con un pei'
nado rizoso o de plumas. Pero actualmente se admite que el disco pro-
cede realmente de Creta y los mejores paralelos con ese signo se en"
cuentran en la misma Creta, en el Minoico Medio 7 0 . Es muy poco
66
C. H. Gordon, Introduction to Oíd Testament Times (Nueva York 1953) l 0 ^ ;
The Role of the Philistines: «Antiquity» 30 (1956) 22-26; K. A. Kitchen, Ancient Orie"*
and Oíd Testament (Chicago 1966) 80-81.
67
La mejor demostración es la de J. Vercoutter, L'Égypte et le monde égéen préhél'
h'nique (El Cairo 1956), el cual no llega más que a una «presunción favorable».
68
R. W . Hutchinson, Preshistoric Crete (Harmondsworth 1962) 106-111
69 B. Schwartz: JNES 18 (1959) 226.
70
F. Schachermeyr, Die niinoische Kultur des alten Krela (Stuttgart 1964) 24?'
247; C. Davaras, Zur Herkunft. des Diskos von Phaistos: «Kadmos» 6 (1967) 101-10.?'
I'. Grumach, Sobre el origen del disco de Faislos (en ruso): «Vestnik drevnei istofü*
44 El marco histórico
probable que tenga alguna relación con los filisteos. No se ve qué cré-
dito se puede conceder a ciertas indicaciones tardías: en la época gre-
corromana se identificaba al dios de Gaza, Mamas, con Zeus Kreta-
genés, y Esteban de Bizancio dice que el primer nombre de Gaza era
Minoia, porque había sido fundada por Minos.
A primera vista, la Biblia parece dar alguna base a esta teoría:
Ez 25,16 y Sof 2,5 citan a los filisteos y a los quereteos como paralelos.
Ambos nombres podrían ser sinónimos, y los quereteos serían los cre-
tenses. Sin embargo, mucho antes de Ezequiel y Sofonías se menciona
a los quereteos juntamente con los péleteos como miembros de la
guardia personal de David (2 Sm 8,18; 15,18; 20,7.23; 1 Re 1,38.44).
En esta expresión estereotipada, «el quereteo y el peleteo», se suele inter-
pretar el segundo nombre como equivalente de pelishti, filisteo, que foné-
ticamente se asimila a quereteo. Si esta interpretación es válida, la dua-
lidad de nombres probaría que filisteos y quereteos son dos pueblos
diferentes. Pero resulta difícil aceptar dicha interpretación 71 , y peleteo
sigue sin explicar. Por lo que se refiere a los quereteos, es cierto que
vivían en el sur de Palestina, donde 1 Sm 30,14 conoce un Négueb de
los quereteos. Pudieran ser cretenses venidos de Creta; pero, a diferen-
cia de los filisteos, la Biblia no los pone nunca en relación con Caftor.
La Biblia no permite establecer la equivalencia entre Caftor y Creta.
Otra teoría, defendida sobre todo por G. E. Wainwright 72 , loca-
liza Caftor/Keftiu en el sur de Asia Menor. Los principales argumen-
tos son: la asociación de Keftiu con Asia Menor y Asiria del norte en las
listas geográficas egipcias; el carácter asiático de los nombres propios
keftiu en los documentos egipcios; la leyenda griega de Kabdaros
( = Caphtor), rey de Cilicia 73 ; el topónimo Prostanna en los confines de
Cilicia y Panfilia, el cual, si se le quita la terminación asiánica -arma,
presenta las consonantes prst, que designan a los filisteos en los textos
egipcios.
Para esta segunda tesis se puede buscar también alguna apoyatura
en la Biblia. Bajo David, el príncipe filisteo de Gat se llama Aquis (1 Sm
27,2ss). Se suele relacionar con él el nombre de Anquises, el troyano,
padre de Eneas, y 3H, -¡kst en una lista de nombres keftiu de la
104 (1968) 14-28; G. Neumann, Zum FOTschungsstand beim Diskos von Phaistos: «Kad-
mos» 7 (1968) 27-44, con la bibliografía; W . Nahm, Zur Struktur der Sprache des
Diskos von Phaistos: «Kadmos» 8 (1969) 110-119; I. Pini, Zum Diskos von Phaistos:
«Kadmos» 9 (1970) 93. Sobre el peinado de los filisteos y otros Pueblos del Mar, K. Ga-
lling, Die Kopfzier der Philister in den Darstellungen von Medinet Habu, en Ugaritica VI
(París 1969) 248-265; F. Schachermeyr, Hornerhelme und Federkronen ais Kopfbe-
deckungen bei den «Seevolkern» der dgyptischen Reliefs, ibid., 451-459.
71
L. M. Muntingh, The Kerethites and the Pelethites. A Historical and Sociological
Discussion, en Studies on the Books of Samuel (Pretoria 1960) 43-53; H. Schult, Ein
inschriftlicher Beleg für «Plethi»?: ZDPV 81 (1965) 74-79.
72
G. E. Wainwright, especialmente en Asiatic Keftiu: AJA 56 (1952) 196-212; Kef-
tiu and Karamania (Asia Minor): AnStud 4 (1954) 33-48; Caphtor-Cappadocia: VT 6
(1956) 199-210.
73
Ya A. Furumark: «Opuscula Archaelogica» 6 (1950) 239-246, especialmente 243.
Los Pueblos del Mar 45
mos autores, la parte arqueológica del artículo Philistins, en DBS VII (1966) col. 1233-
1252, aunque no aporta ningún argumento sólido.
" J. L. A. Benson: JNES 20 (196-1) 73-84, espec. 81-84; V. R. d'A. Desborough,
The Last Mycenaeans and Their Successors (1964) 214.
78
Y. Yadin, The Art of Warfare in Biblical Lands in the Light of Archaeolo^ical
Discovery (Londres 1963) 338; mejor: C. Mertzenfeld, Inventaire commenté des ivoires
phéniciens (París 1954) iíustr. LXIX, 788b.
Los Pueblos del Mar 47
cuarenta sarcófagos, cinco de los cuales tienen una cara que lleva un
tocado de plumas con una o dos franjas de perlas o con una franja de
perlas y otra de zigzags. Este tocado corresponde al que tienen algunos
Pueblos del Mar en los relieves de Medinet Habu, en los cuales están
representadas las tres variedades de Betsán. Se ha concluido de ahí
que esos féretros son de filisteos. Pero esta afirmación hay que mati-
zarla.
En otros lugares de Palestina se han encontrado sarcófagos análogos,
con una máscara y brazos más o menos estilizados, pero nunca con un
tocado de plumas: en Tell ed-Duweir = Laquis, dos tapas y una parte
del cilindro de un sarcófago con una inscripción egipcia incomprensible,
correspondientes a una tumba del período de transición entre las épocas
del Bronce Reciente y del Hierro, sin cerámica filistea 94 ; en Tell
el-Farah del sur, dos tapas en dos tumbas del siglo XII-XI a.C, con
cerámica filistea mezcladas con cerámica local y con vasijas de sabor
egipcio 95 ; en TransJordania, en Sahab, al sudeste de Aman, una tapa
cuya máscara lleva perilla y no tocado, y que data de hacia el 900, más
bien antes que después 96 ; en Dibán, un sarcófago en cuya parte superior
hay únicamente una máscara estilizada, sin tocado alguno, y que data
del siglo xi a.C, más bien hacia el fin 97; en Aman, un sarcófago con
máscara sin tocado, en una tumba que contiene cerámica del Hierro II 98 .
También en Egipto se han encontrado sarcófagos análogos y abun-
dantes: desde el delta hasta Aniba, en Nubia, y desde el comienzo de
la dinastía XVIII hasta la época grecorromana. Los ejemplos más cer-
canos a los de Palestina, en el tiempo y el estilo, proceden de Nebesheh
y Tell el-Yehudiyeh, en el delta y de Aniba en Nubia. La cerámica
que va asociada a ellos es heterogénea: principalmente egipcia y algu-
nas vasijas siro-palestinas, pero no cerámica filistea.
Las conclusiones que se pueden sacar de la enumeración precedente
son éstas:
1. Este tipo de sarcófago es totalmente desconocido en Creta,
mar Egeo y Asia Menor.
2. Es corriente, sin embargo, en Egipto durante las dinastías XVIII-
XX. Por consiguiente, no se pueden atribuir indistintamente esos sar-
cófagos a cautivos o mercenarios que estuvieran al servicio de Egipto.
El material de las tumbas debe aportar un testimonio positivo. Y este
testimonio no se da en Aniba. En Nebesheh y Tell el-Yehudiyeh cabe
invocar la relativa abundancia de la cerámica extranjera; pero ésta es
siro-palestina y no egea. Resulta, pues, arbitrario relacionar estos sar-
94
O . Tufnell, Lachish IV. The Bronze Age (Londres 1958) 36, 60-61, 131-132,
248-249.
95 Fl. Petrie, Beth-Pelet I (Londres 1930) 6 y k m . XIX-XX, XXIII-XXV.
96 W . F. Albright: AJA 36 (1932) 295-306.
97
F . V. Winnett-W. L. Reed, The Excavations at Dibon (Dhibdn) in Moah:
AASOR 36-37 (1964) 58-60, ilustr. 52-53, 97.
»8 ADAJ I I (1966) 103; ANEP n. 853.
Los Pueblos del Mar 51
cófagos de Egipto con los Pueblos del Mar y mucho menos con los
filisteos.
3. Esta clase de sarcófagos fueron introducidos en Palestina por
influjo egipcio. Los tres ejemplos de TransJordania, Sahab y Dibán
son un testimonio de esa influencia; pero su localización geográfica y su
fecha tardía impiden relacionarlos con los filisteos. Hay que descartar
igualmente los ejemplos de Tell ed-Duweir: la tumba es anterior a la
gran invasión de los Pueblos del Mar, y la cerámica es simplemente
palestina. Dado que Tell ed-Duweir es un lugar donde la presencia
egipcia se prolongó más, esa tumba podría ser de una familia egipcia
establecida en Laquis, o más probablemente (a causa de la inscripción
jeroglífica incomprensible) de una familia cananea influida por la moda
egipcia " . Hay que mantener, sin embargo, el ejemplo de Tell el-Farah
del sur: aquí, y sólo aquí, el sarcófago está asociado a la cerámica filistea,
y sólo aquí estamos en territorio controlado por los filisteos. No obstante,
hay que advertir que las máscaras no poseen el tocado de plumas que se
considera como característico de los filisteos.
Nos falta por aludir a Betsán 1 0 °. Los sarcófagos pertenecen cier-
tamente al nivel VI, que abarca todo el siglo xn. Betsán sigue siendo
por esas fechas el principal punto de apoyo del dominio egipcio en
Canaán, y el influjo egipcio es fuerte en este lugar; en concreto, la ce-
rámica asociada a dichos sarcófagos tiene numerosas relaciones con la
cerámica egipcia de la dinastía XX. Como ese tipo de sarcófagos es de
origen egipcio, las tumbas podrían ser de oficiales egipcios de la guar-
nición de Betsán. Pero ¿qué decir del tocado de plumas? Efectiva-
mente, las inscripciones que acompañan los relieves de Medinet Habu
atribuyen ese tocado a los filisteos. Pero lo cierto es que no son ellos los
únicos en llevarlo: lo llevan también los tiekker y los denen o danuna 101 .
Por otra parte, no existe cerámica «filistea» asociada a dichos sarcófagos.
Se puede, por tanto, concluir que esos sarcófagos de Betsán pertene-
cen a gente de los Pueblos del Mar enrolada por Ramsés III como mer-
cenarios, pero no necesariamente, ni siquiera con probabilidad, a filis-
teos. Ya hemos visto que otros grupos congéneres suyos se habían
establecido en la costa. Cuando la Biblia nos habla de los filisteos en
Birtsán (1 Sm 31,8.12; cf. 1 Cr 10,8.12), extiende el nombre de los
filisteos de la Pentápolis a un grupo con ellos emparentado.
Se ha invocado, como otro criterio de la presencia de los filisteos,
la forma de las tumbas 102 . Los sarcófagos antropoides de Tell el-
v
" I.a reserva añadida por G. E. Wright: «The Biblical Archaeologist Reader»
a (1964) 68, eslá plenamente justificada.
""• Francés W . James, Thelron Age at Beth Shan (Filadelfia 1966) espec. 136-137.
101
Cf. W. F. Edgerton-J. A. Wilson, Historical Records of Ramses III (Chicago
19.16) 45 nota 19a; G. A. Wainwright: JEA 47 (1961) 74S.
" « (.«. E. Wriglit: BibArch'29 (1966) 74; T . Dothan, The Philistines, cap. IV;
Jmir C. Wnldhaum, ¡'hilistine Tomhs at Tell Fara and their Aegean Prototypes: AJA 70
(u)M>) 331-110. Una tumba del mismo tipo ha sido descubierta en Tell Aitún, en la
52 El marco histórico
Farah han sido hallados en tumbas rectangulares con una banqueta por
dos o tres lados; se llega a ellos bajando unos peldaños. Lo mismo sucede
en Betsán. Este tipo es diferente del plano clásico, más o menos re-
dondo, de las tumbas de las épocas del Bronce Medio y Reciente. En
la época del Hierro se hará corriente en Palestina, y se suele atribuir
esta innovación a los filisteos. Otro cementerio de Tell el-Farah, el que
lleva el número 900, contiene tumbas similares, pero sin sarcófagos
antropoides ni cerámica filistea; en cambio, se ha encontrado en ellos
cerámica micénica del Mic III B, del siglo XIII, asociada a cerámica
local del Bronce Reciente. En Tell el-Ayul existe una tumba del mismo
estilo: es cuadrangular, aunque no tiene banqueta, y data de la segunda
mitad del Bronce Reciente. Estas tumbas habrían de atribuirse a una
primera oleada de los Pueblos del Mar.
Es verdad que las tumbas de cámara rectangular, las «chamber-
tombs», constituyen un tipo micénico clásico y que, fuera de Grecia
propiamente tal, se hallan en todas las regiones en que se establecieron
o ejercieron su influjo los micénicos 103 . Pero ese tipo siguió siendo
utilizado en el Submicénico 104 . Además, las tumbas «filisteas» de Pa-
lestina presentan ciertas diferencias: la banqueta constituye aquí un
elemento más fijo, y el aromos se sustituye por peldaños. Una cosa es
clara: ni en Grecia ni en ninguna otra parte se puede atribuir ninguna
de esas tumbas a los Pueblos del Mar. Cabría la posiblidad de que ese
tipo de tumbas fuese introducido en Palestina por algún grupo de los
Pueblos del Mar que hubiera recibido una influencia micénica, como
los filisteos imitaron la cerámica micénica tardía. Pero, aun admitiendo
esto, resulta arbitrario atribuir dichas tumbas a los filisteos antes que
a cualquier otro grupo. Llegaríamos así a la misma conclusión que
hemos sacado de los sarcófagos antropoides de Betsán. El hecho de
que haya restos de ese tipo de tumbas en Palestina al final del Bronce
Reciente, primero en Tell el-Ayul y después en el cementerio 900 de
Tell el-Farah, podría indicar una primera oleada de los Pueblos del
Mar, de grupos que siguen todavía en el anonimato. Pero es más pro-
bable que ese tipo de tumbas sea la evolución local de las tumbas con
•aromos y de plano bilobulado que se han encontrado en Tell el-Farah,
Tell el-Ayul y en otros lugares, y que datan de finales del Bronce
Medio. Es posible que revelen un influjo venido de Chipre, donde apa-
recen más temprano las tumbas bilobuladas; habría que descartar, en
todo caso, una relación con los Pueblos del Mar 105 .
Las excavaciones de Deir Alia, en el valle del Jordán 106, pueden
región de Laquis, con vasijas «filisteas», cf. «Hadashót Archiologiót» (julio 1968) 5-6;
«Qadmoniót» 1 (1968) 100; RB 76 (1969) 578.
103
V. R. d'A. Desborough, The Last Mycenaeans, 32S.
104
C. G. Styrenius, Submicaenaeans Studies (Lund 1967) índice, s. v. Chamber tomb.
105 W . H. Stiebing, Another Look at the Origins of the Philistine Tombs at Tell
el-Far'ah(S) : AJA 74 (1970) 139-143.
106
H. J. Franken, Palestine m the Time of the Nineteenth Dinasty. (b) Archaeolo-
gical Evidence, en C A H II, 26(b) (1968) 8-9; H. J. Franken-J. Kaalsbeek, Excavations
Los Pueblos del Mar 53
ofrecer otro indicio de una entrada de los Pueblos del Mar, anterior a la
gran invasión bajo Ramsés III. En la segunda mitad del siglo x m a.C.
frecuenta el santuario otro grupo cuya cerámica es de técnica diferente.
Esta fase se cierra con un terremoto; en el santuario destruido e in-
cendiado se ha recogido una vasija con un sello de la reina Tausert,
postrer soberano de la dinastía XIX, hacia 1200 a.C. Se han encontrado
en el mismo nivel tres tablillas de arcilla, cuyas inscripciones no se ha
logrado todavía descifrar. Su escritura ofrece cierto parentesco con los
textos cipro-minoicos de Chipre y Ras Samra, los cuales se derivan
a su vez del Linear A de Creta; se ha hablado a este propósito de escri-
tura «filistea» 107 . El estudio más concienzudo de esos textos 108 no exclu-
ye que se trata de una escritura egea. En efecto, por aquellas fechas
hubo en el Egeo varias formas de escritura sobre las que estamos mal
informados 109 .
El nivel siguiente de Deir Alia, de la primera mitad del siglo xn,
representaría, según su excavador, la llegada de un nuevo grupo: su
cerámica presenta las mismas formas, pero la técnica empleada fue dis-
tinta; al lado de esta cerámica se hallan algunos ejemplares de cerámica
filistea. Así, pues, habría habido dos entradas sucesivas de gente de los
Pueblos del Mar en el valle del Jordán: un grupo asentado en el siglo XIII,
el de las tablillas inscritas; y otro grupo llegado en el siglo x n y asociado,
por el comercio o el origen, con los filisteos, pues conocía su cerámica.
Pero la interpretación de estos descubrimientos sigue siendo insegura.
A pesar de ello, proyectan nueva luz sobre un texto bíblico. Los
habitantes de Deir Alia, que poseían cerámica filistea, eran metalúrgi-
cos; se han descubierto sus hornos. A unos kilómetros de allí, concreta-
mente en Tell es-Saidiyeh, unas tumbas del siglo XIII-XII nos han pro-
porcionado abundantes objetos de bronce, algunos de los cuales están
emparentados con los fabricados en Chipre y en el mundo egeo 110 .
lista región contaba ya con una tradición en la elaboración del metal,
y esa tradición se continuó; recuérdese que fue aquí donde se fundió
i'l mobiliario de bronce del templo de Salomón (1 Re 7,46). Pero lo que
más nos interesa en este momento es la información de 1 Sm 13,19-22,
donde se dice que los filisteos tenían el monopolio del trabajo del metal
y que los israelitas tenían que «bajar» a ellos para forjar de nuevo sus
al Tell Deir 'Alia I (Leiden 1969). Este primer volumen de la publicación definitiva
nnuJiza los niveles que contenían la cerámica «filistea», pero no estudian todavía el
nivi'l donde aparecieron las tablillas inscritas.
'»'/ ( ¡ . ¡i. Wright: BibArch 29 (1966) 73; W . F. Albright, C A H II, 33 (1966) 27.
"IB M. Weippert: ZDPV 82 (1966) 299-310. Cf. «Kadmos» 6 (1967) 154.
" i g Mauríce Pope, Aegean Wríting and Linear A (Lund 1964); O. Masson, Ecri-
liirití ti lauques de la Chypre antique: «Archáologischer Anzeiger» (1967) 615-619.
1
' ° J. 11. Pritchard, provisionalmente: RB 72 (1965) 260-262; BibArch 28 (1965)
14-17; «líxpedilion» 7,4 (1965) 26-30. En concreto, una espada de un tipo que se ha
iniontrudo en Ugan! y Alalakh y que se atribuye a los Pueblos del Mar; es el grupo
11 tic N. K. Sandars, Later Aegean Brome Swords: AJA 67 (1963) 117-523; cf. V. Han-
kcy: USA (12 (11)67) 130.
54 El marco histórico
IV. EDOM-MOAB-AMÓN
Moab sólo se menciona dos veces en los textos egipcios: en una lista
geográfica de Ramsés II 124 y en la narración de una campaña del mismo
faraón en TransJordania 125 . La mención que se hace en este segundo
texto de «ciudades», y en concreto de Dibón, indica que los moabitas
estaban asentados por esas fechas, aunque no se pueda concluir de ahí
que formaban un Estado unificado 126 .
Amón no aparece nunca en los textos egipcios. Los textos asirios
sólo lo mencionan a partir del siglo ix a.C.
V. LOS ÁRAMEOS
ahlamu con los árameos. Es posible que «ahlamu» sea una designación
más general que se ha precisado ulteriormente, o que ambos términos
sean en parte equivalentes. En todo caso, como estos ahlamu suelen
encontrarse en las mismas regiones que ocuparán los árameos y revisten
las mismas características, debe de haber entre ellos una relación es-
trecha 136 .
VI. CONCLUSIÓN
3
Sobre las relaciones entre los dos relatos, cf. N . Lohfink, Darstellungskunst und
Theologie in Dtn 1,3-6,29: Bib 41 (1960) 105-134; G. von Rad, Dasfünfte Buch Mose.
Deuteronomiun (en A T D ; 21968) in loco; J. L. McKenzie, The Historical Prologue
of Deuteronomium, en Fourth World. Congress of Jewish Studies. Papers I (Jerusalén
1967) 97.
4
Contra Steuernagel y Von Rad, pero con Noth, Überlieferungsgeschichtliche Stu-
dien, 31-32, espec. 32 nota 1.
5 Con Steuernagel, Von Rad, Noth.
Exploración de Canaán 63
12 Cf., sin embargo, B. Mazar; JNES 24 (1865) 300 y nota 37; R. Schmid: T Z 21
1 ,.,65) 263; V. Fritz: ZDPV 82 (1966) 331.
U Y. Aharoni, Tamar and the Roads to Elath: IEJ 13 (1963) 30-42. Incluso se ha
iiropucttto ver en ha'atarím de N m 21,1 una corrupción de hattermarím de Jue 1,16.
H ]i. Mazar: JNES 24 (1965) 298, con referencias. Según V. Fritz, Israel ¡n der
Wüslc (citado en la nota 2) 89-93, el texto es una etiología del nombre basado en com-
Irjirn ««tenidos contra ciudades cananeas del sur.
I' S. Mowinckcl, Tetrateuch-Pentateuch-Hexateuch: B Z A W 90 (1964) 17-33.
I» A. Alt, Judas Gaue unter Josia: PJB 21 (1925) 100-116 == Kleine Schriften II,
/ft-aHH, cHpcc. 285-286.
17 M. Noth, Joma (HAT; 21953) 713; Geschichte, 58.
I" l'V. M. Cmss-G. E. Wright, The fíoundery and Province Lists of the Kingdom
,./ ¡nda: JUL 75 (1956) 202-226, espec. 209 y 214-215.
66 Asentamiento en el sur de Palestina
Jue 1,1, la toma de Jorma por los simeonitas (Jue 1,17) habría tenido
lugar después de la muerte de Josué, es decir, en el período de los Jue-
ces. Pero Jue 1,1-26 reúne noticias que no había recogido el libro de
Josué, porque no respondían al plan del libro o a su intención teoló-
gica, y que deben de proceder de un relato yahvista de la conquista 33 .
La introducción, «Después de la muerte de Josué», es redaccional y
está relacionada con Jos 24,29-31; pero también estos versículos son
una adición tomada de Jue 2,8-10, donde se encuentran palabra por
palabra; Jos 24,28 se prolongaba primitivamente en Jue 2,6. Así, pues,
el asentamiento de los simeonitas en el sur es anterior al período de
los Jueces.
Algunas veces se pone este asentamiento y el de Leví en relación
con Gn 34: después del asunto de Siquén las dos tribus habrían emi-
grado hacia el sur donde se habrían establecido mucho antes del éxodo
y no habrían descendido a Egipto. Pero los textos no autorizan a sacar
tales conclusiones. Gn 34 nos muestra cómo los grupos se vieron obli-
gados a dejar Palestina central en la época de los patriarcas, mas no
indica el término de su migración. Los otros textos los localizan en el
sur de Palestina en el momento de la conquista, pero no dicen qué les
Niicedió entre tanto. Por otra parte, algunos estudios recientes parecen
haber probado que Simeón y Leví, que sólo aparecen en el v. 25 y en
la conclusión (vv. 30-31), fueron introducidos secundariamente en el
ivlnto de Gn 34, que no se refería al principio más que a los «hijos de
Jacob» 34. Y lo que es más significativo: según Nm 21,1-3 y Jue 1,16-17,
111 menos los simeonitas llegaron al territorio procedentes del sur.
lista entrada en Canaán por el sur, en la que Jue 1,16-17 asocia
ii Simeón con Judá y los calebitas, es independiente de la conquista
«tribuida a Josué 3 5 . Sin embargo, Nm 21,1-3 y 14,39-45 vincula la
tniiiii de Jorma y un intento fallido de avanzar más hacia el norte con
l.i historia del grupo que salió de Egipto con Moisés. Esta vinculación
purile ser secundaria, pero también puede tener un fundamento his-
ti'uio), El hecho de que se diga en la historia de José (Gn 42,24) que
Simeón fue retenido como rehén (¿por qué precisamente él?) puede
Ncr indicio de un recuerdo de que los simeonitas estuvieron en Egipto.
I'or lo que toca a Leví, hay que tener muy especialmente en cuenta las
idiidones de Moisés con la tribu de Leví y los nombres egipcios del
MIÍNIIIO Moisés y de varios «hijos de Leví», al menos de Fineés, Jofní
y Mcrarí.
Al hacerse extensiva a todo el pueblo, la tradición amplió y simpli-
ficó las tradiciones particulares que conservaba. Cuando las circuns-
" S, Mowinckel, loe. cit. en la nota 15.
14
N, 1.1-hniinn y A. de l'ury, citados en la nota 23, y cf. vol. I, p. 176. Es más du-
itiiMi i|iic i-HtOK «hijos de Jacob» hayan ocupado aquí el lugar de un clan de «hijos de Is-
mrl» »|tn* no tenían nada común con Jacob, como querría A. de Pury.
" II. I IIUIK, VOM Jahwe gcfülnt. Auslcgung van Ri 1,1-20: «Bibel und Leben» 4
70 Asentamiento en el sur de Palestina
I . Caleb
Hemos visto que, según una tradición, se prometió a Caleb la región
de Hebrón (Nm 13-14; Dt 1,19-46; Jos 14,6-14) y que es muy vero-
símil que la tradición primitiva de Nm 13-14 terminase con el relato
de la toma de Hebrón por el grupo calebita 37. De hecho, esto es lo
que se dice en Jos 15,13-19. El paralelo de Jue 1,10-15 está transforma-
do en beneficio de Judá. Según Jos 15,13-14, Caleb se apodera de He-
brón, y el v. 13 sirve de unión con Jos 14,13, donde se promete Hebrón
a Caleb como herencia. Jue 1,20 recuerda aún esta toma de Hebrón
por Caleb; en cambio, Jue I,IO se la atribuye a Judá, y Jos 10,36-37, a
Josué. Son tres etapas de la evolución de la tradición.
La ocupación calebita se extendía al sur de Hebrón. Según 1 Sm 25,
1-3 Nabal el calebita tenía sus rebaños en Carmel = Kh. Kirmil y re-
sidía en Maón = Kh. Main, que se hallan, respectivamente, a 12 y a
15 kilómetros al sur de Hebrón. Según 1 Sm 30,14, existía un Négueb
36 Cf. V0l. I, p. 363.
« R. Schmid: T Z 21 (1955) 263-264.
Asentamiento de los grupos calebitas 71
de Caleb, que quizá representa esta misma región o una región situada
al sur de la montaña de Judea. Podemos completar este cuadro con las
listas genealógicas de Judá (1 Cr 2 y 4), a las que ya hemos acudido para
los simeonitas 38. Estas listas reúnen materiales diversos y fechas distin-
tas y mezclan nombres de personas con nombres de lugares. De la
descendencia de Caleb existen tres listas: 1 Cr 2,18-24.42-50; 4,11-20.
La más homogénea es la de 1 Cr 2,42-50. A Hebrón y Maón, ya men-
cionados, permite añadir: Zif, entre Hebrón y Carmel; Tapuj (en
otros lugares Bet-Tapuj) = Taffoh, al oeste de Hebrón; Bet-Sur,
seis kilómetros al norte de Hebrón; Madmanna, que vuelve a aparecer
como ciudad de Judá en Jos 15,31 = Umm Deimneh (?), 20 kilóme-
tros al nordeste de Berseba; además, otras localidades imposibles de
identificar. Esta lista es antigua y conserva el recuerdo de la ocupación
calebita antes de que se integrara a Caleb en el grupo judaíta. Así,
pues, esta ocupación se extendía desde un poco al norte de Hebrón
(Bet-Sur) hasta el límite de la montaña de Judea, al norte de Berseba
(Madmanna).
Según 1 Cr 2,24, Caleb se casó con Efratá, de la que tuvo a Asur,
padre de Técoa. Efratá es un clan judaíta del que desciende David y
que estaba establecido en Belén (Rut 1,2; 1 Sm 17,12), y Belén recibe
.1 veces el nombre de Efratá (Rut 4,11; Jos 15,59 [LXX]; Miq 5,1).
l'ste matrimonio y el nacimiento de Técoa = Kh. Teqú, 8 kilómetros
al sur de Belén, significan una mezcla pacífica de elementos calebitas
y judaítas en la región situada entre Belén y Hebrón.
2. Otoniel
Caleb terminó siendo absorbido en las genealogías de Judá, pero
otros textos guardan el recuerdo de que Caleb era un quenizita (Jos 14,
(í-14, de donde procede Nm 32,12). Estos quenizitas están emparenta-
dos con los edomitas según Gn 36,11.15,42; ahora bien, según Jos 15,17,
Qta-naz es hermano de Caleb, y su hermano menor según Jue 1,13.3,9.
I'or consiguiente, a quien se atribuye la conquista de Debir, que se
llamaba antes Quiriat-Séfer, es al hijo de Quenaz, Otoniel, que es por
tanto sobrino de Caleb. Con diferencias inapreciables, el relato vuelve
11 encontrarse en Jos 15,16-19 y en Jue 1,12-15. Albright localizó a De-
hir en Tell Beit Mirsim, que se halla 20 kilómetros al suroeste de He-
brón, en el límite de la Sefelá, y la excavó. Pero esta identificación ha
encontrado una oposición seria, y se ha propuesto Kh. Rabud, a 13 ó 14
kilómetros de Hebrón, al este del camino de Hebrón a Berseba 39 . Se-
'* Sobre estas listas, cf. M. Noth, Eine siedlungsgeographische Liste in 1 Chron.2
nuil 4: ZDPV 55 (1932) 97-124; J. Myers, I Chronicles (Anchor Bible) in loco; Y. Aha-
iniil, The Lamí 0/ the Bible (1967) 224-227.
,w
K. (iulling, /Mr Lokalisierung von Dcbir: ZDPV 70 (1954) 135-141; M. Noth;
ZDPV 72 (195(1) 35BK; H. J. Stoebc: ZDPV 80 (1964) 13; H. Donner: ZDPV 81 (1965)
¿4-41; cerámica del Bronce Reciente y del Hierro I; ésta es actualmente la opinión
«lt? Y. Almroni (expresada de palabra). W . F. Albright mantiene firmemente su iden-
72 Asentamiento en el sur de Palestina
3. Yerajmeel
Otro grupo emparentado con los calebitas es el de Yerajmeel, al que
se llama hermano de Caleb en 1 Cr 2,42 y hermano mayor suyo en
1 Cr 2,9. La lista de sus descendientes (1 Cr 2,25-33) no contiene, al
parecer, más que nombres de personas; esto puede significar que los
yerajmeelitas seguían viviendo como nómadas, pero no nos permite
localizar su territorio. Sin embargo, 1 Sm 27,10 menciona el Négueb
de Yerajmeel al lado del de Judá y del de los quenitas, y 1 Sm 30,29
cita las «ciudades» de los yerajmeelitas al lado de las de los quenitas
tificación con Tell Beit Mirsim: Archaeology and Oíd Testament Study, ed. D . Winton
Thomas (Oxford 1967) 209.
40
En el trabajo citado en la nota anterior, 207-208, W . F. Albright explica gullót
por estanques subterráneos alimentados por fuentes, como los que se encuentran en
los alrededores de Tell Beit Mirsim.
41
A. Malamat, Cushan Rishathain and the Decline ofthe Near East around 1200 B.C.:
JNES 13 (1954) 231-242.
42
R. Tamisier (1949), A. Vincent (1952), H. W . Hertzberg (1953), J. Gray (1967).
43
Ya Klostermann; más recientemente, A. Vincent y J. Gray, en sus comentarios:
huSam ro'S hattemaním se habría cambiado en kúSan riS'atayím.
Asentamiento de los grupos calebitas 73
entre las localidades a las que David envió una parte del botín cogido
a los amalecitas. Todo ello indica que su territorio se extendía por el
sur. La lista geográfica de Sesonq menciona varias fortalezas del Né-
gueb, entre las cuales se halla 'rd rbt y 'rd n bt yrhm, es decir, Arad la
Grande y Arad de la casa de Yerajm. La primera sería la fortaleza hace
poco excavada en Tell Arad; la segunda podría ser la antigua ciudad
de Arad, que se localiza actualmente en Tell el-Milh; en este caso el
nombre egipcio recordaría el asentamiento de los yerajmeelitas en la re-
gión 44 . Esto nos ofrecería por lo menos un punto fijo en su territorio.
4. Quenitas45
Según 1 Sm 27,10; 30,29, los quenitas eran vecinos de los yerajmee-
litas. Según Jue 1,16, subieron de Tamar, en la Araba, y se establecie-
ron en el Négueb de Arad. Su nombre, que en árabe significa «herreros»,
los pinta como metalúrgicos, lo cual está de acuerdo con su venida de
la Araba, ya que allí existían minas de cobre. Parecen haber manteni-
do mucho tiempo una vida seminómada: según Jue 4,11-17; 5,24, Heber
el quenita acampa en Galilea; según 1 Sm 15,6, los quenitas están mez-
clados con los amalecitas nómadas. En cambio, los que se asientan en la
región de Arad se hacen más estables: 1 Sm 30,29 habla de sus «ciuda-
des»; Jos 15,56-57 menciona una ciudad de Zanoj ha-Qayin, Zanoj
del Quenita 46 , en la región de Maón. Los quenitas se establecieron,
pues, al sudeste de Hebrón, en los confines del país sedentario. Según
una tradición, estos quenitas habían establecido lazos de parentesco
con Israel: Moisés se había casado con una mujer quenita (Jue 1,16; 4,11).
Resumamos los resultados de esta primera parte de nuestra investi-
gación sobre la población del sur palestinense. Hasta un poco al norte
de Hebrón toda la montaña de Judea estuvo ocupada por grupos diver-
sos: el más importante, el de Caleb, en la región de Hebrón, tenía como
vecinos al sudoeste a los quenizitas de Otoniel, en Debir, y al sudeste
a los quenitas, entre Tell Arad y Maón. También existen grupos de
Leví dispersos por la montaña. En el Négueb, los simeonitas están en
la región de Berseba (Jorma), y los yerajmeelitas hacen vida nómada en
el extremo sur, aunque quizá tuviesen un punto fijo en Tell Milh. Sus
territorios se montan parcialmente unos sobre otros, según permite su-
ponerlo la proximidad geográfica de Tell Arad (quenitas), Jorma = Tell
el-Mcshash (Simeón) y Tell el-Milh (Yarajmeel). Esta ocupación no se
•M Y. Aharoni, en Archaeology andOld Testament Study, ed. D . W . Thomas, 401;
The l.and of the Bible, 289. Sobre Arad, cf. también M. Weippert: ZDPV 80 (1964)
1H5; V. Fritz, Arad in der biblischen Überlieferung und in der Liste Schoschenks I: ZDPV
Hj (1966) 331-342; M. Naor, Arad y Jormá en los relatos de la conquista (en hebreo):
•Yftliol» 31 (1967) 157-164.
** Sobre los quenitas, cf. recientemente N. Glueck, Riveis in the Desert (Nueva
York 2 I<J68) espec. 132-134; F. C. Fensham, Did a Treaty Between the Israelites and
Ihe Heniles Exisl?: BASOR 175 (oct. 1964) 51-54; B. Mazar, The Sanctuary of Arad
and I he Family of liobab the Kenite: JNES 24 (1965) 297-303.
4
" M. Noth, Josua (HAT 2 ) in loco; A. Alt, Kleine Schriften II, 286.
74 Asentamiento en el sur de Palestina
nía» en la época de los Jueces; como, por otra parte, se sigue admi-
tiendo la existencia de un documento antiguo en la base de Jos 13-19,
se reconoce que los límites atribuidos a las tribus no representan todos
la situación de una misma época. En concreto, las fronteras de la tribu
de Judá por el sur, el este y el oeste no son otra cosa que los límites
ideales de la tierra de Canaán, y la frontera del norte, la única que se
describe con detalle, es la que tenía Judá en tiempos de David 80 .
Por otro lado, parece que Judá ya no era, bajo Saúl, únicamente el
nombre de un territorio, sino el de la tribu que lo ocupaba, y que esta
tribu formaba parte del reino de Saúl 81 . Pero es posible que la integra-
ción de Judá a Israel no fuese entonces todavía muy antigua; de ser así,
se explicaría el silencio del cántico de Débora. Por lo demás, no sabe-
mos qué representaba esta tribu en la época de Saúl y menos todavía
antes. La existencia de una «anfictionía» meridional de seis miembros,
que habría agrupado a Judá, Caleb, Otoniel, Yerajmeel, Simeón y a los
quenitas en torno al santuario de Hebrón, es una hipótesis inverifica-
ble. En este caso se confirmaría que Judá no lograra su predominio
hasta una época tardía; al parecer, la tribu de Judá consiguió su verda-
dera identidad bajo David y por obra de David. Se componía de ele-
mentos heterogéneos: los calebitas, quenizitas, yerajmeelitas van vincu-
lados a la genealogía de Judá, y éste absorbió a Simeón. Los tres clanes
principales de Judá provinieron de una fusión con los cananeos; el clan
de Sela, del matrimonio de Judá con una cananea; los clanes de Fares
y Zeraj, de su incesto con la cananea Tamar. El judaíta David fue quien
preparó la unión de todos estos elementos gracias a sus triunfos con-
tra un enemigo común, los amalecitas, y a las donaciones que concedió
a «sus amigos», según 1 Sm 30,26 82 ; en efecto, la lista que sigue a este
texto (1 Sm 30,27-31) hace una enumeración de los diversos grupos que
él va a reunir bajo su cetro. Es significativo que, inmediatamente después
tle la muerte de Saúl, David se instale, no en Belén, que es su lugar de
origen, sino en Hebrón, la ciudad calebita 83, y que allí precisamente sea
reconocido por rey de la «casa de Judá». Finalmente, la tribu de Judá, una
vez constituida, se identifica con el primer reino de David en Hebrón.
80
Los dos trabajos más recientes sobre la geografía de las tribus están, por lo
menos, de acuerdo en este punto: Y. Aharoni, The Land of the Bible (1967) 227-235;
'/.. Kallai, Los territorios de las tribus de Israel (en hebreo) (Jerusalén 1967) y ya en Las
fronteras septentrionales de la tribu de Judá (en hebreo) (Jerusalén 1960).
81
K. D. Schunck, Benjamín: BZAW 86 (1963) 124-126; Volume du Congrés.
Genéve, 257 nota 6; R. Smend, Gehorte Juda zum vorstaatlichen Israel?, en Fourth
World Congress of Jewish Studies. Papers I (Jerusalén 1967) 57-62.
82
Según el griego (plural) y en contra del hebreo (singular); es arbitrario corregir
el hebreo (y el griego) en «según sus ciudades». «Los antiguos de Judá», que le precede
HÍn ningún lazo gramatical, es claramente una glosa.
H
Resulta divertido señalar (aunque sería imprudente admitirla) la hipótesis de
II. Winckler, Geschichte Israels I (Leipzig 1895) 25, quien hace decir, en 2 Sm 3,8,
11 Aliner: «¿Acaso soy yo príncipe de Caleb?» (ros káleb), con una alusión a David
en I lebrón. La hipótesis es admitida, no obstante, por S. Mowinckel en los tres pa-
wyrH citados en la nota 78.
CAPÍTULO III
ASENTAMIENTO EN TRANSJORDANIA.
LAS TRIBUS DE RUBÉN, GALAAD-GAD, MANASES-MAQUIR
1. Nm 20,14-220. y 21,21
tiguas hay que llegar hasta Nm 21,21: Israel llegó al territorio de Sijón,
rey de Jesbón. En efecto, Nm 20,22b-29 (la muerte y sepultura de
Aarón en el monte Hor) es ciertamente un texto sacerdotal, y Nm 21,
10-20 es, como veremos, una composición muy tardía. El episodio de
la toma de Jorma (Nm 21,1-3) es una tradición antigua, pero está situa-
da fuera de su contexto. Se trata de la conquista de Jorma atribuida en
Jue 1,16-17 a Judá y Simeón, que habían subido directamente del sur
con los quenitas 5 .
Nos falta por aludir a la historia de la serpiente de bronce (Nm 21,
4-b-9). Es evidente que hay que relacionar con ella la información de
2 Re 18,4: Ezequías hizo añicos la serpiente de bronce que había cons-
truido Moisés y a la que rendían culto los israelitas bajo el nombre de
Nejustán. No cabe duda de que esa serpiente de Jerusalén era un objeto
del culto cananeo, aceptado por los israelitas, por más que éstos lo hi-
cieran remontar a Moisés. Se puede admitir que la historia de Nm 21
fue inventada para justificar esa atribución a Moisés 6 ; por lo menos hay
que admitir que es anterior a Ezequías, puesto que no revela una opi-
nión desfavorable a dicho objeto 7 . Aún más: cabe pensar que la relación
que se llegó a establecer entre esa serpiente cananea y Moisés se inspiró
en una antigua tradición, conservada en Nm 21, según la cual los israeli-
tas se habían construido una serpiente de bronce para que les sirviera de
encantamiento contra las criaturas peligrosas del desierto, las «serpien-
tes ardientes», sdráp (v. 6; se las conoce también en Dt 8,15; Is 14,29;
30,6) 8 . El texto no sitúa con precisión el episodio: sucede estando «en
camino» (Nm 21,4b). Si se acepta que la tradición es antigua, es conve-
niente relacionarla con la explotación de las minas de cobre de la Araba.
Se ha pensado en el centro minero del Punón (citado en Nm 33,42-43),
el actual Fernán, a la altura de Cades, al otro lado de la Araba, y más
concretamente en el Kh. en-Nahás, unos doce kilómetros al norte de
Feinán 9 . La tradición quedaría mejor situada al oeste de la Araba, en
el centro minero de Meneiyeh, la actual Timná. En el siglo XIII a.C. se
explotaba allí el cobre; hace poco se ha descubierto un pequeño santua-
rio egipcio que frecuentaron los mineros bajo Seti I, Ramsés II y Ram-
sés III, y se ha recogido allí una serpiente de cobre recubierta parcial-
mente de oro 10 . Es probable que tuviese la misma intención profilácti-
5
Cf. supra, pp. 64-65.
6
H. H. Rowley, Zadok and Nehustan: JBL 58 (1939) 113-141, espec. 138-139;
V. Fritz, Israel in der Wúste (Marburgo 1970) 93-96.
7
M. Noth, Überlieferungsgeschichte, 133-134; con ciertas reservas, Das Vierte Buch
Mose. Numeri (ATD; 1966) 136-138; G. W. Coats, Rebellion in the Wilderness (Nash-
villc 1969) 115-124.
" K. R. Joincs, The Bronze Serpentinthe Jsraelite Cult: JBL 87 (1968) 245-256.
» N . (¡lueck, Explorations in Easlern Palestine II (AASOR XV; Nuew Haven 1935)
26-29; Y. Aharoni, The Land of the Bible, 51 y 188.
10
B. RothcnbcTR, Un temple égyplien découvert dans la Arabah: «Bible et Terre
Sninlc» 1.' 1 (julio-agosto 1970) espec. 3 y 8-9.
88 Asentamiento en TransJordania
Am 2,10; 5,25 13; Sal 95,10-11 y Neh 9,21). Dt 2,14 precisa más y atri-
buye justamente treinta y ocho años a la peregrinación desde Cades
hasta el torrente de Zared después de los «largos días» pasados en Cades
(Dt 1,46). La redacción sacerdotal extiende esta marcha a los cuarenta
años y subraya su carácter de «marcha de castigo» (Nm 14,33-34; 32,13).
En cualquier caso, todas las tradiciones están acordes en poner un gran
lapso de tiempo entre la salida de Cades y la llegada a las llanuras de
Moab. Durante ese tiempo, los israelitas vivieron como pastores nóma-
das. Por consiguiente, carece de sentido querer establecer un itinerario
y un itinerario continuo.
2. Dt 2,1-25
Sin embargo, la tradición se esforzó por indicar un itinerario con-
creto. El primer intento es el del Deuteronomio, en el discurso que
atribuye a Moisés y con el que se abre su gran historia (Dt 2,1-25). La
crítica literaria de este pasaje suele rechazar como adicionales no sólo
las notas eruditas de los vv. 10-12 y 20-23, s i n o también el v. 7 (en sin-
gular), el v. 9 (sobre Moab) a excepción de las tres primeras palabras,
los vv. 18-19 (sobre Arnón), los w . 24b-25 (que anticipan el v. 31) 14 .
Nosotros sólo descartamos como secundarias las noticias de los vv. 10-12
y 20-23, y quizá el v. 7 15.
Al interpretar este texto hay que tener en cuenta el valor geográfico
que caracteriza a ciertos términos: gebúl, «frontera», distinto de 'eres
«país»; derek + un nombre geográfico, «en dirección de»; midderek «vi-
niendo de» o «pasando por». Por orden de Dios (cf. Dt 1,40), los israelitas
partieron de Cades hacia el desierto en dirección del mar de Suf (Dt 2,1);
pasaron largo tiempo en torno a la montaña de Seír (v. 2), hasta que
Yahvé les dio orden de volverse hacia el norte (v. 3); cruzarán la fron-
tera de los hijos de Esaú que viven en Seír, pero no recibirán nada de
su país, ya que se dio en posesión a Esaú; comprarán los alimentos que
han de comer y el agua que han de beber (vv. 4-6). El v. 8 afirma que
esa orden se cumplió: los israelitas pasan más allá de los hijos de Esaú,
procedentes de la Araba, Elat y Esión Guéber, y toman la dirección del
desierto de Moab.
Esto no coincide con el antiguo relato de Números: en lugar de una
petición dirigida a Edom ante cuya negativa los israelitas lo evitan, te-
nemos aquí una orden dada por Dios de que atraviesen la frontera de
los hijos de Esaú, pero respetando su territorio. No obstante, estas dis-
•J Sobre el carácter secundario y deuteronomizante de Am 2,10 y las últimas pa-
labras de Am 5,25, cf. W . H . Schmidt, Die deuteronomische Redaktion des Amosbuches:
/CAW 77 (1965) 168-193, espec. 180 y 189 nota 60.
14 Así, C. Steuernagel, Das Deuteronomium (Gotinga 21923) 56-59; M. Noth, Über-
Hef. Studien, 32-35; G. von Rad, Das fünfte Buch Mose. Deuteronomium (ATD; 21968}
.10-31; J. G. Plóger, Lilerarkritische, formgeschichtliche und stilkritische Untersuchungen
/.um Deuteronomium (Bonn 1967) 54-55.
15 Así, N. Lohl'mk: Bib 41 (1960) 127 nota 2.
90 Asentamiento en TransJordania
16
No creo que este problema esté resuelto con el reciente estudio de J. B. Bartlett,
The Land of Seir and the Brotherhood of Edom: JTS n. s. 20 (1969) 1-20.
17 La mención de Seír al lado de Moab en Dt 2,29 depende de los w . 4 y 19. En
las adiciones ( w . 12 y 22) se identifica a Seír con el territorio de los horitas, que habían
sido desposeídos en provecho de los edomitas (cf. Gn 36,21.29).
18
EA 288,26. Se ha encontrado la forma plena del nombre, Gat-Carmelo (también
en 289,18) inscrita en un jarro de Shiqmona (Fr. M. Cross: IEJ 18 [1968] 226-233);
es probable que haya que buscar el' lugar en la llanura de Acre. La carta significa que
todo el país está contra el rey de Jerusalén y contra el faraón.
19 Jos. Janssen, Les monts Se'ir dans les textes égyptiens: Bib 15 (1934) 537-538;
B. Grdseloff, Edóm dans les sources égyptiennes: «Revue de l'histoire juive en Égypte»
1 (1947) 69-99.
Itinerario de los israelitas desde Cades a Moab 91
3. Jue 11,17-18
Según el mensaje de Jefté al rey de los amonitas, Israel pidió paso
a E d o m y después a Moab, y ambos se lo negaron. Bordeó entonces el
país de E d o m y el de M o a b y acampó al otro lado del A r n ó n . D e s d e
allí envió mensajeros a Sijón (Jue 11,17-18). Este resumen de historia
22
Cf. supra, p. 89 y nota 14.
23
W . A. Sumner, Israel's Encounters with Edom, Moab, Ammon, Sihon and Og
according to the Deuteronomist: V T 18 (1968) 216-228.
24
Cf. N. Lohfink, Darstellungskunst und Theologie in Dtn 1,6-3,29: Bib 41 (1960)
105-134; W. L. Moran, The End of the Unholy War and the Anti-Exodus: ibid. 44
(1963) 333-342; J. L. McKenzie, The Historical Prologue of Deuteronomy, en Fourth
World Congress of Jewish Studies. Papers I (Jerusalén 1967) 95-101.
Itinerario de los israelitas desde Cades a Moab 93
4. Nm 33,37-41-49
El itinerario más completo es el que se indica en la gran lista de las
estaciones del éxodo y del desierto en N m 33. El trayecto de Cades
a las llanuras de M o a b se encuentra en los vv. 37.41-49. Este capítulo
pertenece a una capa secundaria de la redacción sacerdotal. Nos da en
serie las indicaciones geográficas contenidas en los libros del Pentateuco;
pero más de la mitad de los nombres son nuevos y provienen de uno
o varios documentos utilizados por el redactor. Se ha propuesto reco-
nocer en ese pasaje u n itinerario de peregrinación al Sinaí 2 6 . Pero este
aspecto de «peregrinación» no está probado y no es probable 27 . Se
acude para ellos a la historia de Elias (1 Re 19); pero, de haber existido
una peregrinación regular al Sinaí, sería m u y difícil de explicar el olvido
en que cayó el Sinaí durante el período monárquico y la incertidumbre
sobre su localización. Parece más probable que, para el trayecto del
Sinaí a Esión Guéber, que cuenta con veinte estaciones ( N m 33,16-35),
el autor empleó u n «caminero» del que también parece depender la
adición de D t 10,6-7. Si se aceptan ciertas identificaciones, que son
posibles, el itinerario arranca de una región situada en el noroeste de
Arabia. Esta ruta era conocida en Jerusalén, al menos desde que N a -
bonid instaló algunos colonos judíos en los oasis de Arabia del norte 2 8 ,
los cuales pudieron ser los que localizaron el Sinaí en la región vol-
cánica que se halla al sudeste del golfo de Aqaba 29. Desde Esión G u é -
ber, el itinerario de N m 33 pasa inmediatamente a Cades (v. 36) y des-
pués al monte Hor, en la frontera del país de Edom, donde muere
Aarón (vv. 37-39), lo cual depende de N m 20,22-29 (?)• A continua-
2;l
M. Noth, Überlief. Studien, 53 nota 5; E. Táubler, Biblische Studien. Die Epoche
«icr Richter (Tubinga 1958) 290-293; W . Richter, Die Überlieférungen umfephtah. Ri 10,
17-13,6: Bib 47 (1966) 485-556 espec. 522-547.
2(1
M. Noth, Der Wallfahrtsweg zura Sinai: PJB 36 (1940) 5-28 y, de forma más
i||m:rela, en su comentario a los Números (citado en la nota 7) 210-213, y e n s u Geschich-
lf, 1 ¿,\. La tesis ha sido aceptada en una serie de artículos por J. Koenig, La localisation
ilu Sina'i et la tradition des scribes: RHPR 43 (1963) 2-31; 44 (1964) 200-235; Itinéraires
Wfuil'/ií/ui's en Arable: RHR 166 (1964-B) 121-141; Le Sinaí montagne de feu dans un
il^frt de U'nebres: ibid. 167 (1965-A) 129-155; más recientemente, H. Gese, Das femé
Und nahe Wort. Hom. L. Rost, ed. Fr. Maass: BZAW 105 (1967) 81-94.
27
Cf. también H. Schmid, Mese. Überlieferung und Geschichte: BZAW 110 (1968)
17 ti,
2,1
K. de Vaux, «Lévites» mineen* et Uvites israélites, en Lex tua Veritas. Hom. H. Jun-
tar (Tréveris 1961) 265-273 = Bible et Orient (París 1967) 277-285; I. Ben-Zvi, Les
iirllfitws de l't'tahlisscment des tribus d'Isracl en Arabic: «Le Museon» 74 (1961) 143-190,
t»«jwe, 145-149; R. Mcyer, Das .Gebcl des Nahonid (Berlín 1962) 67-81.
lu
Pero esto no significa que esa tradición del siglo vi-v a.C. conserve un recuerdo
mili'ntuo; cf. vol. I, pp. 412-413.
94 Asentamiento en TransJordania
1. La historia de Balaán
Los oráculos de Balaán y el relato q u e les sirve de marco combinan
las dos fuentes J y E, con predominio d e la segunda. Los oráculos, en sí
mismos, pueden ser más antiguos. Según el relato, Balaán pronuncia
sus oráculos desde diferentes puntos: Bamot Baal ( N m 22,41); después,
el Campo de los Centinelas, e n la cumbre del Fasga ( N m 23,14), q u e
es la montaña o el macizo montañoso q u e domina la extremidad norte
del m a r Muerto; finalmente, «en la cima del Fegor, q u e se eleva sobre
el Yesimón», la estepa ( N m 23,28). E n u n a palabra, Balaán, acompa-
ñado por Balac, rey de Moab, se desplaza hacia el norte p o r el borde de
la meseta q u e domina la estepa al nordeste del m a r M u e r t o . Pero esto
ya cae m u y al norte del Arnón, en el territorio que, según N m 21,21-23,
había pertenecido a Sijón y q u e habían conquistado los israelitas. E n el
momento de formarse esta tradición, esa cresta representaba la fronte-
ra entre los moabitas y los israelitas; existía entre ambos pueblos u n a
hostilidad, aunque n o llegaba al conflicto armado. Esto debió de repre-
sentar una situación histórica real, después del asentamiento de las tri-
bus y antes del reino d e David, pero n o podemos dar más precisiones.
I-ns fronteras debieron de variar, y toda esa región, situada al norte del
A r n ó n y en la llanura nordeste del m a r Muerto, debió d e tener u n a p o -
folacirin mixta de cananeos-amorreos, restos del reino de Sijón, israelitas
y moabitas 4ÍÍ .
54
IV. ASENTAMIENTO DE RUBÉN Y GAD
1. Nm 32
Este capítulo cuenta cómo se realizó el primer asentamiento israe-
lita de las tribus en TransJordania. Su crítica literaria resulta muy difí-
cil: la forma es joven y el estilo se parece al del Deuteronomio, con algu-
nos rasgos de la redacción sacerdotal. Pero parece que tiene un fondo
antiguo. Las tribus de Rubén y Gad ven que los países de Yazer y Ga-
laad son propicios para los rebaños y piden a Moisés que les permita
establecerse allí (w. 1-4 en parte). Le prometen, no obstante, que par-
ticiparán con las otras tribus en la conquista de Canaán (vv. 16-19).
Iil resto es redaccional.
El punto esencial es que no se trata de una conquista, sino de un
asentamiento pacífico. La indicación en sentido contrario de Nm 21,32,
sobre una conquista de Yazer y sus dependencias, es una adición. Lo
mismo hay que decir de Nm 32,2b-4a: es una adición que enumera ciu-
dades conquistadas entre Yazer y el Arnón, tomando los nombres de las
listas de Nm 32,34-38, y que está en contradicción con el v. 1.
Hasta el momento, se trata tan sólo del país de Yazer y Galaad, re-
giones propicias para la vida pastoril. ¿Es posible precisar un poco más
esta geografía?
« J. Stnrcky: RB 72 (1965) 95-97.
*•' Kl nombre V ha sido encontrado en un sello amonita: Ph. C. Hammond,
An AmnimiUv Stamp Seal from 'Animan: BASOR 160 (dic. 1960) 38-41.
M K. di> Vaux: RB 50 (1941) 16-47 = Bible et Orient, 115-118, 124-129; M. Noth,
¡traelilische Stiimwe zwischen Ammon und Moab: Z A W 60 (1944) u - 5 7 ; Gilead und
(i\ii/: ZHI'V 75 (1959) 14-73; í - Taubler, DiHische Sludien. Díe Epoche der Richter
(Tultinuu 1958) 218-245; H. J. Zobel, Stammesspruch und Geschichte: BZAW 95 (1965)
«"«pee. 6a-f>5, 97-101.
2. Yazer y Galaad55
p a ra el lugar de Yazer, yo había propuesto 56 Kh. Gazzir, situado en
el wadi que desciende de es-Salt, un poco más abajo de la fuente de
Ain fíazer, en u n a región que se llama ard Gazzir 57. M. Noth 58 ha
rechazado esta identificación, porque le parece que este lugar cae dema-
siado al norte y está separado del territorio de Gad (que él sitúa entre
Tesbón y e l Arnón) por una región difícil de franquear; propone, en
cambio, los alrededores de Naúr. R. Rendtorff 59 ha sugerido Tell
Arerne> cuatro kilómetros al noroeste de Naúr. Y. Aharoni 6 0 renuncia
a una identificación concreta. Seguimos creyendo que hay que pensar
en una localización al norte de Jesbón, ya que, según las indicaciones
bíblicas, el «país de Yazer» se extiende al norte del reino de Sijón y al
oeste del territorio de los amonitas.
£1 país de Galaad debe de hallarse al norte del de Yazer y se distin-
gue de éste. Según 2 Sm 24,5, los oficiales de David encargados de hacer
el censo del pueblo parten de Aroer, a orillas del Arnón, y se dirigen
hacia Yazer y después a Galaad. El valor geográfico del término Ga-
laad es muy impreciso. Puede designar todo el territorio de las tribus
de TransJordania (Jos 22,9.15; 2 Re 10,33). Pero, por lo general, se
aplica más bien a la región montañosa que se extiende desde el Wadi
Hesbán hasta el Yarmuc, es decir, desde el antiguo reino de Sijón hasta
Basan (J os I3. 1 0 " 1 2 ); el Yaboc lo parte en dos «mitades», de las que
habla» Dt 3,12-13; Jos 12,2,5; x3>3- El nombre de Galaad puede apli-
carse también a una sola de estas dos mitades: a la mitad norte, que es la
que constituirá el territorio de Maquir-Manasés (Nm 32,39-40; Dt 3,15;
Tos i7>5"6)> o a la mitad sur, que es el territorio atribuido a Rubén y
G a d ( N m 32,1; Jos 13,25).
gste último sentido es el más antiguo y originariamente era todavía
más restringido. Estrictamente hablando, el país de Galaad no comien-
za hasta el norte del país de Yazer (cf. Nm 32,1) y no va más allá del
Yaboc- Este constituye una frontera natural de la geografía física e
incluso económica: al sur del Yaboc están los pastizales de que se
habla e n Nm S 2 . 1 -^ Y al norte se halla una región montañosa (el
Q Aglún). cubierta de bosques de los que aún se conservan indicios
hoy día y muy poco poblada en la Antigüedad. En efecto, la toponimia
moderna nos conserva el nombre de Galaad al sur del Yaboc: una
parte de esta región se llama el G. Gelead, y existe un Kh. Gelead y
un Kh- Galeúd. Al extenderse los israelitas por el valle del Jordán y al
35 El problema ha sido replanteado en dos trabajos recientes: M. Ottosson, Gilead.
7Y,„)¡tion and History (Lund 1969); S. Mittmann, Beitrdge zur Siedlungs- und Territo-
rialu,'schichte des nórdlichen Ostjordanlandes (Wiesbaden 1970).
:o Cf. Bible et Orient, 124-127.
í7 La hipótesis ha sido aceptada por F. M. Abel, Géographie de la Palestine II,
35
'V¿'U Noth: ZDPV 75 (1959) 63-72.
ID R. Rendtorff, Zur Lage von Jazer: ZDPV 76 (1960) 124-135.
mi i. Aharoni, The Land of the Bible, 189.
Asentamiento de Rubén y Gad 103
Manases». ¿No nos obliga todo esto a decir que h u b o una tribu de Ga-
laad, distinta de la de G a d y con una historia distinta?
M . N o t h 6 2 cree descubrir en el último texto citado la prueba de-
cisiva de que Galaad es una fracción que se separó de Efraím y se esta-
bleció en TransJordania, procedente del oeste. Pero esa frase es sospe-
chosa: falta en u n grupo de manuscritos griegos y está marcada con
u n asterisco en la Siro-Hexaplar. Por otra parte, pálit no significa
«desertor», como pretende esa explicación, sino «superviviente, ileso».
D e hecho, esa frase es u n duplicado del v. 5, en el que se repiten las
mismas palabras: «Cuando los supervivientes de Efraín decían...»; el
versículo fue completado a duras penas, y resultó un texto incompren-
sible 6 3 . Por su parte, E. Taubler ve en todo el episodio de Jue 12,1-6
una leyenda tardía y en el v. 4 una alusión al origen de Maquir; pero
sobre esto volveremos más adelante 6 4 .
A pesar de todo, hay algunos autores que consideran suficientes
los otros textos, y especialmente el cántico de Débora Que 5,17), para
probar que en la época de los Jueces existía en TransJordania una tribu
de Galaad que formaba parte de Israel, mientras que G a d no existía
todavía. G a d sería una fracción de Galaad, una fracción meridional;
su independencia habría dado origen al dicho sobre G a d del testamento
de Jacob ( G m 49,19), y el rápido incremento de su poderío habría j u s -
tificado el dicho sobre G a d en las bendiciones de Moisés (Dt 33,20-21).
Ambas entidades, G a d y Galaad, coexistirían incluso a comienzos de
la época monárquica (cf. 1 Sm 13,7, citado más arriba) 6 5 .
Los argumentos son ciertamente fuertes, pero no llegan a conven-
cer. Es cierto que Galaad fue en principio u n nombre geográfico; ya
hemos explicado el sentido primitivo y los sentidos más amplios. A u n
habitante de Galaad se le puede llamar galaadita sin referencia alguna
a una tribu, como se habla de u n cananeo, u n filisteo, u n hebronita, etc.
E n la mayoría de los casos, Galaad lleva artículo; se habla de «el Ga-
laad», y muchas veces se precisa «el país, la montaña, las ciudades del
Galaad», cosa que no se hace con ningún nombre de t r i b u 6 6 ; obsér-
vese, por ejemplo, la expresión «el Galaad y el Basan» (Dt 3,10; Jos 17,
1.5; 2 Re 10,33). Empleado sin artículo, Galaad es ciertamente u n
nombre de región y no u n nombre de tribu en Jue 10,18 y 11,8 (cf. «los
habitantes de Galaad» en 1 Re 17,1); no se emplea jamás para u n n o m -
bre de tribu ni cuando lleva la partícula de dirección, «hacia Galaad»
fi
2 M. Noth, Geschichte, 61.
b}
Cf. los comentarios de G. F. Moore (1805), C. F. Burney (1918), J. Gray (1967)
y C. A. Simpson, Composition of the Book of Judges (Oxford 1957) 50-51; E. Taubler,
Biblische Studien, 293-294.
64
Cf. infra, pp. 113-114.
65
E. Taubler, Biblische Studien, 230-235; J. Ffoftijzer, Enige opmerkingen rond het
israelilische 12-Stammcnsysteem: N T T 14 (1959-1960) 241-263, espec. 244-252; H. J. Zo-
bcl, Stammenspruch und Geschichte, 97-98.
66
Excepto para «la mitad dé la tribu de Manases», en cuya expresión Manases
tiene alguna vez el artículo, que es el de «la mitad», referido al nombre propio:
iT. I'. Joüon, Guimmaire, § 137b; liaggad en 2 Sm 24,5 es una errata.
106 Asentamiento en TransJordania
82 K . M ó h l e n b r i n k : Z A W 56 (1938) 246-250.
83 J. G . Vink, The Date and Origin of the Priestly Code in the Oíd Testament:
O T S 15 (1969) 1-144, espec. 73-74. •
8* H. J. Franken, Texts from the Persian Periodfrom Tell Deir 'Allá: V T 17 (1967)
480-481.
85 M . N o t h , Josua ( H A T ; ^1953) 135.
86 R . d e Vaux, Le pays de Canaán: J A O S 88 (1968) 23-30; y cf. vol. I, p . 140.
La media tribu de Manasés-Maquir 113
87
V. L A MEDIA TRIBU DE M A N A S É S - M A Q U I R
Hemos visto que Simeón fue absorbido por Judá, y Rubén por
Gad: también Maquir habría sido absorbido por Manases. Si la historia
de José en Dotan está vinculada a Maquir y si conserva un recuerdo de
la época patriarcal, el descenso de Maquir-José hacia el sur y después
a Egipto sería también paralelo a la historia de Simeón y Leví. En el
caso de que Maquir hubiera estado en Egipto, habría salido con el grupo
de Moisés y habría vuelto a su antiguo territorio, bien cruzando el
Jordán en Jericó con Benjamín-Efraín, o bien tomando un camino más
al norte para pasar por el vado de Damié.
Si no se acepta la vinculación que acabamos de proponer entre
Maquir y la tradición de José, se puede optar por otra solución. El nom-
bre de Maquir es análogo al de Isacar: como éste no bajó a Egipto, tam-
poco él lo habría hecho. Ambos se habrían unido a los grupos que, al
venir de Egipto, se iban asentando en la región de Siquén. El resultado
es el mismo: en la época de Débora, Maquir está todavía al oeste del
Jordán.
En lo sucesivo, sólo se nos habla de Maquir en TransJordania. A los
textos ya citados hay que añadir 2 Sm 9,4-5, donde se dice que un tal
Maquir, que vivía en Lo-Debar, recogió al hijo cojo de Saúl, Meribaal;
el mismo Maquir prestó su ayuda a David en Mahanain (2 Sm 17,27).
No conocemos la localización exacta de Lo-Debar; pero debe de en-
contrarse al norte del Yaboc, en la media tribu de Manases, es decir,
en el territorio que algunos textos atribuyen a Maquir (Nm 32,39-40,
Dt3,i5)-
La migración de Maquir hacia el este es posterior a la época de
Débora, pero tuvo lugar antes de terminarse el período de los Jueces.
Según Nm 32,39-40, este asentamiento en TransJordania se hizo por
la fuerza; según Jos 17,1, Maquir era un «hombre de guerra». Todo esto
es verosímil. Es cierto que las cartas de Amarna no mencionan más
que una ciudad real al este del Jordán, Pihil = Kh. Fahil (Pella), toda-
vía en el valle; las otras ciudades cananeas están al norte del Yarmuc;
la ocupación egipcia no se extendió al sur de este río ni al este del
Jordán. Pero la arqueología atestigua que el Galaad del norte experi-
mentó una renovación de la vida sedentaria, que se inició hacia 1500 a.C.
y se acentuó a comienzos del Hierro 90 .
Como Manases había reemplazado a Maquir en Cisjordania y se había
hecho más importante, su nombre se extendió a los grupos que emigra-
ron a TransJordania: en adelante fueron considerados como la otra
mitad de la tribu de Manases. Así fue como Maquir llegó a ser hijo de
Manases; como, además, se había establecido en Galaad, también fue
considerado como padre de Galaad: es la concepción que recogen las
genealogías. Pero ¿cuáles fueron realmente las relaciones primeras entre
"> N. Glueck: AASOR 25-28 (1951) 423; cf. S. Mittmann, Beitráge (citado en la
nolu HH). Los lugares del Bronce Reciente son muy escasos, pero los del Hierro son
mucho más numerosos y pudieran representar precisamente el asentamiento de los
iitiui'liUis.
116 Asentamiento en Transjordama
2. Yaír
Hay varios textos (Nm 32,41; Dt 3,14; 1 Re 4,13) que consideran
a Yaír como hijo de Manases. Sin embargo, 1 Cr 2,18-22 dice que
Yaír es hijo de Segub, hijo de Jesrón el judaíta y de la hija de Maquir.
Esta vinculación de Yaír a Judá e incluso a Maquir-Manasés puede re-
flejar una pretensión judaíta sobre el norte de TransJordania o ser sim-
plemente una fantasía del Cronista.
Según Nm 32,41, Yaír conquistó «sus hawwót» (hwwtyhm, que
quizá se deba corregir por «las hawwót de Ham», hwwt hm [cf. Gn 14,5 ],
identificable tal vez con Ham, 7 kilómetros al sur de Irbid) 94 y les im-
puso su nombre. Según la adición de Dt 3,14, esas hawwót de Yaír
constituyen «todo el hebel de Argob», al que una glosa identifica con
el Basan. Según Jos 13,30, todas esas hawwót de Yaír, que están en
Basan, comprenden 60 ciudades (!). Según Jue 10,4, esas hawwót de
Yaír son 30 ciudades que poseen los 30 hijos del juez Yaír (cf. infra).
Según 1 Cr 2,22, Yaír poseía 23 ciudades en Galaad; pero, según 1 Cr 2,
23, «Aram y Gasur les quitaron las hawwót de Yaír y Quenat y sus
hijas, 60 ciudades en total». Esta alusión a las 60 ciudades procede de
Dt 3,4; son las ciudades del hebel de Argob, que pertenecían a Og de
Basan. La cifra 23 de 1 Cr 2,22 debe de ser original. La cifra 30 de
Jue 10,4 proviene de los 30 hijos de Yaír que montan 30 pollinos
(cf. Jue 12,1*4, respecto a Abdón).
Todo esto resulta muy confuso. Recientemente, J. Heller 95 ha dado
una explicación fantástica: traduce hawwót ya!ir por «tiendas de la ilu-
minación» y cree descubrir ahí un santuario de Hepa (¡Eva!), la diosa
hurrita. Aunque no parece tener noticia de esta hipótesis, también
H. Cazelles descubre aquí a los hurritas 96 . Según él, Argob era al prin-
cipio un nombre de persona, un nombre hurrita, y el hombre que así
se llamaba recibió de Salomón la prefectura de TransJordania (1 Re 4,13.
91 H. J. Zobel, loe. cit., 114-15.
92
M. Noth, Das System der Zwólf Stámme Israels (Stuttgart 1930) 36; Geschichte,
61-62 y 71 nota 3; la tesis de Noth es admitida por J. Hoftijzer: N T T 14 (1959-60) 243.
93 Cf. infra, p . 1 6 3 .
94
Esta corrección de A. Bergman: JAOS 54 (1934) 176, es admitida por J. Simons,
The Geographical and Topographical Texts of the Oíd Testament (Leiden 1959) § 302;
N . H. Snaith, Leviticus, Numbers (The Century Bible; 1967) in loco.
95 J. H e l l e r : A r O r 26 (1958) 646-649.
96 H . Cazelles, Argob biblique, Ugarit et les mouvements hurrites, en Studi sull'Orien-
te e la Biblia (Genova 1967) 21-27.
La media tribu de Manasés-Maquir 117
19) (pero Cazelles corrige el texto); su familia poseía todavía esa pre-
fectura bajo Pecaj (2 Re 15,25; pero el T M está corrompido). Yo no
puedo aceptar ninguna de esas dos hipótesis.
De los diversos datos que nos proporcionan los textos, yo me que-
daría con lo siguiente. Yaír es un nombre de persona, pero puede ser
nombre de un grupo (como Maquir, etc.). La palabra hawwót se tra-
duce normalmente por «tiendas, campamento, aduar» 97; pero puede
ser un nombre geográfico 98 . En la adición de Dt 3,14 se identifican las
hawwót de Yaír con el hebel de Argob; se pueden interpretar de la
misma manera las dos adiciones yuxtapuestas de 1 Re 4,13. Sin em-
bargo, hay autores que, apoyados sobre todo en este último texto, dis-
tinguen entre las hawwót de Yaír en Galaad y Argob en Basan " .
Creemos, no obstante, que la mención de Basan es secundaria en todos
los textos citados y que puede reflejar simplemente el recuerdo (a veces
explícito) de Og de Basan. El sentido de hebel es dudoso: franja de te-
rreno (Baumgartner), parcela deslindada a cordel (Noth), confedera-
ción (Cazelles). Argob no es un nombre de persona, sino un nombre
geográfico que, según Dt 3,14, limita con los territorios árameos de
Guesur y Maacá, al este del lago de Tiberíades. Las hawwót de Yaír =
Argob serían, pues, la región entre el macizo del Aglún y el Yarmuc 1 0 ° .
Pero no se puede situar a Yaír ni a Argob al norte del Yarmuc, puesto
que los israelitas nunca lo franquearon.
Es verosímil que Yaír sea un clan de Maquir-Manasés. Esta ocupa-
ción del extremo norte de TransJordania debió de ser la última en efec-
tuarse, hacia el final de la época de los Jueces.
Pero el asunto se complica con la existencia de un juez «menor»,
Yaír, el cual tiene 30 hijos que montan 30 pollinos y poseen 30 ciuda-
des llamadas hawwót Ya'ír (Jue 10,3-5). Se ha pensado durante mucho
tiempo que la figura de este juez Yaír había sido inventada, tomando
como base el clan de Yaír (Nm 32,41), con el fin de dar un juez a Ga-
laad del norte 101 . Pero es posible (y aún resulta más verosímil) que
existiera efectivamente un juez que llevase ese nombre 102 ; la alusión
a las hawwót sería una adición ocasionada por el nombre de Yaír, y la
cifra 30 sería análoga a los 40 hijos y 30 nietos de Abdón, que montan
70 pollinos (Jue 12,14).
97
W . Baumgartner, Lexikon... ( 2 ig68) con referencias; La Bible de Jérusalem
traduce «donar», palabra que el Larousse define «aglomeración de tiendas árabes».
QS
M. Noth, Kónige (BKAT; 1968) 57.
'''' J. Simons, Geographical and Topographical Texts..., § 21; Y. Aharoni, The
Land 0/ ihe Bible, mapa 23 y p. 278; M. Noth, Konige, 72.
1(10
Asf, E. Táubler, loe. cit., 252.
I"l Todavía O. Eissfeldt, en CÁH II, 34 (1965) 20.
102
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en Hom. Bertholet (Tubinga 1950)
fNpcc. 410-411; J. Gray, Joshua, Judges (The Century Bible; 1967) 328.
3. Nobaj
Este nombre sólo se menciona en N m 32,42. Es el nombre de una
ciudad que se habría llamado primero Quenat y que habría tomado
después el nombre de su conquistador, Nobaj. Quenat ha sido rela-
cionada con el q-n-i de los textos de execración, con el q-nw de la lista
de Ramsés III, con el Qanu de las cartas de Amarna, y ha sido identi-
ficada con Qanawat, que se halla en el G. D r u z e (Aharoni), o con Kerak
Kaneta (en griego Kanata) (tal es la opinión de Abel), q u e se encuentra
también en el G. Druze, unos 25 kilómetros al oeste de Qanawat. Pero
estos dos puntos caen demasiado lejos del territorio que fue ocupado
por los israelitas. Existe u n Nobaj, mencionado en Jue 8,11 al lado de
Yogboha = Agebohat, y que se halla en la ruta que va de Salt a A m -
mán; pero eso cae al sur del Yaboc. Por tanto, esta noticia sobre Nobaj
carece aquí de interés histórico.
En resumen, el establecimiento de los israelitas en el norte de T r a n s -
jordania sólo tuvo lugar hacia el final del período de los Jueces y fue
llevado a cabo por una parte de la antigua tribu de Maquir, al emigrar
de la región que se halla al norte de Siquén. El clan de Yaír desem-
peñó u n papel especial en ese grupo.
Se ha querido encontrar una alusión a ese desplazamiento, de oeste
a este, en Jos 17,14-18 1 0 3 . Viendo que su territorio le resultaba angosto,
la casa de José pidió a Josué u n lote suplementario. Esta historia cuenta
con dos variantes: según la versión más antigua ( w . 16-18), les dijo
q u e roturaran la montaña (de Efraín); según la versión más reciente
(vv. 14-15), Josué los envió a roturar el bosque que se encuentra en el
país de los perezeos y refaimitas. Los refaimitas son los antiguos habi-
tantes de TransJordania del norte: O g es el último de los refaimitas
(Dt 3,11); la media tribu de Manases recibe el país de los refaimitas
(Dt 3,13). Esta alusión a TransJordania es posible para la variante de
Jos 17,14-15; pero hay que señalar que «el país de los perezeos y refai-
mitas» falta en los LXX.
n
II. E L ENVÍO DE LOS ESPÍAS Y LA HISTORIA DE RAJAB
(Jos 2 y 6,22-25)
En el período de los Jueces o a comienzos de la época monárquica
(cf. «hasta el día de hoy», Jos 6,25), vivía, en el lugar destruido de Jeri-
có o en el oasis vecino, un clan cananeo denominado Bet Rajab, la «casa
10
A pesar de ¡as críticas de Y. Kaufmann, The Biblical Account of the Conquest
of Palestina (Jerusalén 1953) 67-69. Cabe, sin embargo, dudar respecto a la historia
de Ay (cf. infra, p. 138.)
11
El último trabajo es el de W . L. Moran, The Repose of Rahab's Israelite Guests,
en Studi sull'Oriente e la Bibbia (Genova 1967) 273-284 (estudio estilístico), donde se
encuentra la bibliografía anterior. Añádase D. J. Wiseman, Rahab of Jericho: «Tyn-
dale House Bulletin» 14 (Cambridge 1964) 8-11; cf. JSS 9 (1964) 359: según los para-
lelos acádicos, Rajab es más bien la dueña de una taberna o una posada que una pros-
tituta; S. Wagner, Die Kundschaftergeschichten im Alten Testament: Z A W 76 (1964)
255-269.
124 Asentamiento en Palestina central
2. El culto de Guilgal
Desconocemos la localización exacta de Guilgal. La Biblia nos da
un solo dato válido: se halla en el límite oriental (del territorio) de Je-
ricó (Jos 4,19). Todos los esfuerzos realizados por llegar a una deter-
minación más precisa 34 no han conducido a nada. Quizá sea inútil
buscar las huellas de este Guilgal, que seguramente fue en un princi-
pio, y probablemente lo siguió siendo siempre, un santuario al aire
libre: un simple círculo de piedras puestas en pie, como indica su
nombre.
Es verosímil que fuese un antiguo santuario cananeo adoptado por
los israelitas. Fue el santuario de Benjamín, en cuyo territorio se ha-
llaba, y también de Efraín, debido a que los dos grupos poseían una
tradición común de la conquista (la que se utiliza en Jos 2-9). Sólo
bajo Samuel y Saúl llegó a ser un santuario común a todo Israel (1 Sm 7,
16; 11,15; 13,7-15; 15,12-23). Aparece todavía bajo David (2 Sm 19,
16.41); después desaparece de los libros históricos. Pero continuaba
siendo frecuentado en el siglo vni a.C, aunque los profetas condenaban
el culto que entonces se celebraba en él (Am 4,4; 5,5; Os 4,15; 12,12).
La «fiesta» de Guilgal y la liturgia que es posible reconstruir a partir
de Jos 3-4 es la de una fiesta común a las doce tribus, con la doble tra-
dición de las doce piedras. Por consiguiente, no pudo celebrarse antes
de que Guilgal llegara a ser un santuario común de las tribus, a saber,
bajo Samuel-Saúl o bajo David. Pero el arca habría tenido un papel
34
En último lugar, O. Bachli, Zur Lage des alten Gilgal: ZDPV 83 (1967) 64-71,
y la larga nota de M. Weippert, Die Landnahme der israelitischen Stámme, 30 (incluye
la bibliografía anterior).
El paso del Jordán 131
esencial en esa ceremonia. Ahora bien, bajo Samuel y Saúl el arca es-
taba entre los filisteos y posteriormente en Quiryat-Yearín; bajo Da-
vid estaba en Jerusalén. Por consiguiente, nunca pudo celebrarse en
Guilgal una liturgia como la que se supone.
El relato de Jos 3-4 tiene ciertamente carácter cultual; pero no es
una liturgia, sino un discurso sagrado: es lo que se recitaba en Guilgal,
donde se exhibían las doce piedras erigidas como un memorial. En
contra de lo que piensa Kraus 35, no se conmemoraban allí los dos
pasos, del Jordán y del mar Rojo, puesto que el paso del mar sólo se
recuerda de manera incidental. Lejos de haber influido el relato del
paso del mar en el del paso del Jordán, fue éste el que influyó en aquél
(Ex 14) 36. Hay que ir todavía más lejos: el paso del Jordán fue traslada-
do a la tradición del éxodo, pues ésta no conocía en un principio más
que el milagro de la destrucción del ejército egipcio en el mar y no
aludía a que los israelitas hubiesen atravesado el mar 37.
El relato cultual de Jos 3-4 conmemoraba el paso del Jordán, el
cual significaba la entrada en la Tierra Prometida y el comienzo de
una nueva era. Este aspecto está puesto de relieve en los tres breves
relatos que siguen, los cuales están situados en Guilgal y son también
cultuales (Jos 5) 38.
a) La circuncisión (Jos 5,2-9). Existía en Guilgal un cerro, llamado
Colina de los Prepucios, en el que Josué habría circuncidado a los is-
raelitas con cuchillos de sílex (w. 2-3). La razón de esta ceremonia se
expone en los vv. 4-8, que son literariamente compuestos y difieren en
el hebreo y el griego; se trataba de explicar por qué los israelitas no
estaban circuncidados cuando llegaron a Canaán. El v. 9 saca de ese
hecho una explicación forzada del nombre de Guilgal: Yahvé hizo ro-
dar (galal) de ellos la vergüenza de Egipto. El sentido profundo pa-
rece consistir en una consagración del pueblo al entrar en la Tierra
Prometida. Es posible que se practicase en Guilgal la circuncisión con-
forme a un rito arcaico, empleando cuchillos de sílex, y que, bajo esa
tradición y ese rito, se mantuviese el recuerdo exacto de que los israeli-
tas no practicaron la circuncisión hasta que llegaron a Canaán.
b) La primera Pascua en la Tierra Prometida (Jos 5,10-12). Es
frecuente considerar estos versículos como tardíos y atribuirlos a P 3 9 .
Pero el fondo es ciertamente antiguo 40 . Es probablemente una tradi-
35
Después de él, Wildberger, Soggin, en los trabajos citados en las notas 17 y 25;
Fr. M. Cross, The Divine Warrior in Israel's Early Cult, en Biblical Motifs, ed. A. Alt-
mann (Cambridge 1966) 25-27; W . F . Albright, Yahweh and the Gods of Canaán
(Londres 1968) 40.
36 R . S c h m i d : T Z 21 (1965) 266-267; A . R . H u l s t : O T S 14 (1965) 179-184;
O . C o a t s : V T 17 (1967) 2 6 0 - 2 6 1 .
37 Gf. vol. I, p p . 367-369.
38
A. George, Les récits de Gilgal en Josué (V,2-is), en Memorial J. Chaine (Lyon
1950) 169-186.
•*'> Todavía G. Fohrer, Geschichte der israelitischen Religión (Berlín 1969) 90.
40
M. Noth, Josua (HAT 2 ) in loco; H. Wildberger, Jahwes Eigentumsvolk, 51S;
11. J. Kraus, Gollesdienst2, 189-191; R. de Vaux, Institutions II, 387-388.
132 Asentamiento en Palestina central
3. Interpretación histórica
Estos capítulos contienen, pues, unas tradiciones sobre el paso del
Jordán y la primera parada en Canaán, que se recitaban en el santuario
de Guilgal (Jos 3-4), así como el recuerdo de los ritos que se celebraban
en el santuario: la circuncisión y la Pascua (Jos 5,2-12). La reflexión
teológica presentó esta entrada en la Tierra Prometida como una antí-
tesis de la salida de Egipto: los dos hechos tuvieron lugar en la misma
estación del año; a la Pascua de Egipto siguió el paso del mar y al paso
del Jordán siguió la primera Pascua en la Tierra Prometida; el período
del desierto se abre y se cierra por u n milagro del agua; el maná que
alimentó al pueblo durante su estancia en el desierto deja de caer al
llegar a la Tierra Prometida; la teofanía de Jos 5,13-15 es paralela a la
de la zarza ardiente, y en Jos 5,15 y Ex 3,5 se repiten las mismas pala-
bras. Esta aparición del jefe del ejército de Yahvé presagia la conquista
victoriosa del país. Desde todos los puntos de vista se abre una nueva era.
La presentación q u e acabamos de hacer es teológicamente verdade-
ra y cuenta con u n fundamento histórico: algunos elementos del futuro
pueblo de Israel, procedentes de Egipto y portadores de la fe en Yahvé,
cruzaron el Jordán frente a Jericó. N o hay ninguna razón convincente
para negar que Josué estuviese en la forma originaria de esta tradición,
que n o sólo corresponde a la tribu de Benjamín, sino también a la de
41
A. George, loe. cit. en la nota 38; F. M. Abel, en Miscellanea Biblica et Orien-
talia (Roma 1951) 109-113.
42
En último lugar, G. del Olmo Lete, La conquista de Jericó y la leyenda ugarí-
iica de Krt: «Sefarad» 25 (1965) 3-15.
El paso del Jordán 133
46
Aparte de los comentarios, sólo cito los trabajos recientes: J. Dus, Die Analyse
zweier Ladeerzáhlungen des Josuabnches: Z A W 72 (1960) espec. 107-121; S. Gevirtz,
Jerkho and Shechem: Religion-Literary Aspect of City Destruction: VT 13 (1963) 52-
62; G. del Olmo Lete, La conquista de Jericó y la leyenda ugaritica de Krt: «Sefarad» 25
(1965) 3-15; J- Maier, Das altisraelitische Ladeheiligtum: B Z A W 93, 32-39; M. Weip-
pert, Die Landnahme der israelitischen Stdmme, 32-34, 54-55. Reservo el problema
arqueológico.
47
M. Noth, Josua (HAT2) in loco.,
48
J. Dus, loe. cit. en la nota 46.
49
H. W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD; 4I9Ó9) in loco.
50
H.-J. Kraus, Gottesdienst in Israel2, 187-188.
51
J. Maier, loe. cit. en la nota 46.
La conquista de Jericó 135
dición a las doce tribus; 4) una primera recensión con el arca; 5) otra
recensión con el arca; 6) la redacción deuteronomista.
A u n q u e con ciertas reservas, podríamos proponer el desarrollo si-
guiente. Existía, como núcleo originario, una etiología local (tradición
del santuario de Guilgal) que explicaba las ruinas de las murallas de
Jericó como el resultado de la primera acción de la guerra de Yahvé en
Canaán. Reconstruimos los hechos como sigue, dando al mismo tiempo
los paralelos de otros relatos de la guerra santa:
V. 2 (cf. 16): Yahvé anuncia que ha entregado (¡en perfecto!) Jericó
a Josué (cf. Jos 8,1; Jue 4,7.14; 7,9).
VV. 3-10: se da una vuelta en torno a la ciudad y se regresa al cam-
pamento. Según el v. 11, el arca está presente; es el signo de la presencia
de Yahvé guerrero (cf. N m 10 35-36; 1 Sm 4; 2 Sm 1 1 , n ) .
V. 15: el séptimo día se da siete veces la vuelta a la ciudad. N o es
posible citar paralelos; es característica del capítulo su insistencia en la
cifra 7: siete días, siete vueltas, siete sacerdotes q u e tocan siete trom-
petas.
V. 16: al séptimo día se toca la trompeta, safar, q u e es u n cuerno
de carnero: yóbel (v. 13; cf. Jue 7,19-22: safar). Se grita (cf. Jue 7,20).
Este grito de guerra es la teru'a (Jos 6,5; cf. Sm 4,5: al lado de sófar;
cf. A m 2,2).
V. 20: «El pueblo gritó y se tocó la trompeta. Cuando el pueblo oyó
su sonido, lanzó una gran teru'a. La muralla se derrumbó sobre sí
misma, y el pueblo subió a la ciudad, cada uno por el punto que tenía
ante sí, y se apoderaron de ella». La guerra santa es una victoria de
Yahvé: él es quien combate por Israel (cf. Jos 10,14; 11,6). Como suce-
diera cuando Yahvé destruyó a los egipcios en el m a r (Ex 14,14), tam-
poco aquí hicieron nada los israelitas.
V. 21: se practicó el herem. Termina con ello la guerra santa.
L o mismo que en el paso del Jordán, no vemos ninguna razón seria
para pensar q u e Josué no sea original en esta historia.
Sin embargo, el arca es u n objeto de culto confiado a los sacerdotes;
el §ófar llegó a ser u n instrumento de la música cultual; la terua se con-
virtió en u n grito cultual, u n júbilo, yóbel. Este relato etiológico, que era
a la vez u n relato-tipo de la guerra santa de conquista, fue transformado
en u n relato cultual al ir introduciendo una serie de adiciones que resal-
taban el papel de los sacerdotes; se convirtió en una procesión ruidosa,
acompañada de música, que perdió la grandeza misteriosa del relato
primitivo. Este expresaba una verdad teológica: fue Yahvé quien dio
a Israel la tierra que le había prometido.
N o obstante, ni siquiera el relato primitivo, que hemos intentado
reconstruir a base de Jos 6, es histórico. Su p u n t o culminante es el de-
rrumbamiento de toda la muralla al toque de la trompeta y al grito
lanzado por los israelitas. Ahora bien, si éstos tomaron Jericó, no fue
de esta forma. Se trata de una etiología de las ruinas que estaban a la
vista. Y, como ya hemos dicho, la etiología puede referirse a una cir-
136 Asentamiento en Palestina central
cunstancia y no a lo esencial del hecho. Puede ser que los israelitas toma-
sen Jericó, pero de otra manera.
Tropezamos en este punto con la arqueología 52. Las excavaciones
parecen haber demostrado que, como los israelitas llegaron al final del
siglo XIII a.C. a Canaán, no pudieron tomar Jericó, puesto que por esa
época el lugar estaba deshabitado. La ciudad del Bronce Medio fue
destruida hacia 1550 e inmediatamente abandonada. A comienzos del
siglo xiv está de nuevo ocupada, pero pobremente: se ha hallado cerá-
mica de esta época en tumbas del Bronce Medio, que volvieron a ser
usadas entonces, y una casa con un cantarillo de mediados del siglo xiv.
No hay nada que se pueda atribuir al siglo XIII. Tampoco queda nin-
guna huella de fortificaciones del Bronce Reciente. La conclusión a que
llega Miss K. M. Kenyon es que resulta imposible asociar una destruc-
ción de Jericó con una entrada de los israelitas a finales del siglo XIII a.C.
Cabe pensar que Jericó fuese destruida por una invasión anterior o que
el relato dramático de su asedio y conquista sea de tipo etiológico.
Todos los que defienden una explicación puramente etiológica del re-
lato y un asentamiento pacífico de los israelitas en Canaán han acogido
favorablemente estas conclusiones de la arqueología 53 .
Hay que recordar, sin embargo, que un silencio de la arqueología
no prevalece, por sí solo, sobre los textos, cuando es posible explicarlo.
W. F. Albright 54 ha discutido las fechas propuestas por K. M. Kenyon:
él data a comienzos del siglo XIII ciertos vasos micénicos y sus imitacio-
nes, hallados en una tumba de las anteriores excavaciones. Pero esto es
secundario y todavía insuficiente. Es más importante observar las con-
diciones locales. El tell de Jericó ha sufrido una fuerte erosión 55 : la
ocupación del siglo xiv, que es cierta, sólo se descubre en un punto;
la intensa ocupación durante el Bronce Medio no dejó más que unas
escasas huellas en la cumbre del tell; la nueva ocupación durante la
época del Hierro, de la que estamos seguros por la noticia de 1 Re 16,34
relativa a la reconstrucción de Betel por Jiel bajo Ajab, no dejó indicio
alguno en la cima del tell; finalmente, hay indicios de una ocupación
bastante densa en el siglo vn, pero tampoco de ella queda otra cosa que
unas ruinas en una parte del tell, un edificio en su pendiente, dos tum-
bas y restos de cerámica en los escombros lavados de la cumbre del tell.
Es posible que la erosión haya desgastado las capas finales del Bronce
Reciente. La ausencia de murallas de esta época no significa nada: pu-
dieron desaparecer por la erosión; además, los habitantes del Bronce
52
Cf. K. M. Kenyon, Digging up Jericho (Londres 1957) 256-265; Jericho, en
Archaeology and Oíd Testament, ed. D. Winton Thomas (Oxford 1967) espec. 272-
274; H. J. Franken, Tell es-Sultan and Oíd Testament Jericho: GTS 14 (1965) 189-200.
53
Cf. en último lugar, M. Weippert, Die Landnahme der israelitischen Stámme,
54-55-
54
Así, Recent Discoveries in Bible Lands (Nueva York 2 i955) 87; The Biblicat
Period (Nueva York 21963) 28-29 y n ° t a 59, p. 100.
55
K. M. Kenyon, en Digging up Jericho, insiste repetidas veces en las dimensio-
nes del fenómeno en diversas épocas.
La conquista de Ay 137
Reciente pudieron utilizar las murallas del Bronce Medio, como se hizo
en otros lugares, tales como Tell Beit Mirsim o Tell el-Farah del norte.
La falta de tumbas del final del Bronce Reciente tampoco es decisiva:
es posible que no hayan sido encontradas; tampoco W. F. Albrihgt ha
encontrado ninguna en Tell Beit Mirsim, y yo no he hallado ninguna
tumba del Hierro en Tell el-Farah. Por el contrario, K. M. Kenyon ha
excavado una tumba anterior a la época de Ajab, que data de finales del
siglo x 56. ¿Significa esto simplemente que el oasis tenía algunos habi-
tantes, mientras que el tell no estaba ocupado? De hecho, según la
misma Biblia, parece que Jericó no quedó completamente abandonada
entre Josué y Ajab. En efecto, existe la historia del clan superviviente
de Rajab y el recuerdo de su casa adosada a la muralla. Además, según
Jue 3,13, Eglón se apodera de la ciudad de las palmeras (sólo puede
referirse a Jericó) y allí tiene una casa con una habitación alta, donde
fue asesinado por Ehúd. Según 2 Sm 10,5, los mensajeros de David
ante el rey de los amonitas se quedan en Jericó hasta que les crece la
barba, que ignominiosamente les habían cortado.
Por consiguiente, la arqueología no permite excluir que, en el mo-
mento en que entraron los israelitas en Canaán, existiese algún tipo de
ocupación en Jericó. De ser así nos encontraríamos con el texto aislado
de Jos 24,11, el cual conserva el recuerdo de otra tradición distinta de
Jos 6 que podría estar más cerca de la historia real: «Los dueños de
Jericó os hicieron la guerra..., pero yo los entregué en vuestro poder».
Nosotros hemos vinculado este recuerdo con la historia de Rajab, la
cual se prolongaría normalmente en un relato de la toma de Jericó.
Por todo ello, yo admitiría que el relato etiológico que está en el origen
de Jos 6 no es una simple etiología, sino que está fundado sobre el re-
cuerdo histórico de una toma de Jericó. Sería un asentamiento pobre,
poco o nada fortificado, pero era preciso someter a sus habitantes antes
de penetrar en la montaña. La tradición dio a esta primera «conquista»
en la Tierra Prometida dimensiones épicas y sacrales.
57
V. LA CONQUISTA DE A Y (Jos 7-8)
ría una conquista israelita, la cual constituiría la base histórica del re-
lato de Jos 8. Es difícil de aceptar esta explicación: a) No justifica,
como pretende, el carácter histórico del relato bíblico, b) Cuenta con
una base arqueológica muy frágil: según la descripción del mismo ex-
cavador, la segunda base de ocupación sólo revela modificaciones me-
nores, y el único edificio de la primera fase que había sido incendiado
no fue reconstruido en la segunda, lo cual puede significar simplemente
un siniestro de escasas dimensiones, c) La referencia a otros inmi-
grantes distintos de los Pueblos del Mar y de los israelitas, como serían
los Invitas u otros, carece en absoluto de fundamento histórico en esta
época, d) Las fechas atribuidas por J. A. Callaway a la cerámica deí
poblado del Hierro parecen demasiado antiguas. Por consiguiente, su
teoría se aplicaría a un episodio de la época de los Jueces, y no a una
acción de la «conquista».
Todas estas explicaciones significan diversas tentativas por salva-
guardar cierta autenticidad histórica al relato de Jos 8. Pero, de hecho,
no salvan nada, puesto que todas ellas admiten que los israelitas no con-
quistaron una ciudad cananea construida en el lugar de Kh. et-Tell =
Ay, ya que al final del siglo XIII esta ciudad no existía.
Descartadas las anteriores, queda la interpretación del relato por
medio de la etiología, según ha sido propuesta por A. Alt y M. Noth 74 .
Se contemplaban las ruinas de una gran ciudad cuyo nombre se des-
conocía y a la que se llamaba «La Ruina», ha-'Ay. Se decía que Josué
había conquistado esta ciudad, la había incendiado y la había reduci-
do a un tel 'olám, una semámah, un lugar arruinado para siempre, una
desolación «hasta el día de hoy» (Jos 8,28). A la entrada de su puerta
en ruinas se veía un enorme montón de piedras (que se veía «hasta el
día de hoy») bajo el cual se había depositado el cadáver del rey de
«La Ruina», cuando fue bajado del árbol en que se le colgó (Jos 8,29).
Es posible que también se mostrara un árbol.
Recordemos que estas dos etiologías se recogen en la conclusión
del relato. Suponen que ya está abandonado el poblado de la época del
Hierro. Ahora bien, el relato no pudo adoptar esta forma antes del si-
glo x. Señalemos, sobre todo, que esas dos etiologías sólo se refieren a
dos circunstancias: la destrucción total de la ciudad y la suerte que
corrió su rey. Queda por explicar de dónde procede la historia de la
batalla: la emboscada, la huida simulada y el enfrentamiento inespe-
rado.
Este ardid de guerra se practicó en otras ocasiones en la Antigüe-
dad 75, y la misma Biblia nos ofrece un paralelo muy cercano Que 20).
74
A. Alt, Josua, en V/erden und Wesen des Alten Testaments: B Z A W 66 (1936)
1329 = Kleine Schriften I, 176-192,' espec. 183; M. Noth, Bethel und Ai: PJB 31 (19-
35) 7-29; Josua (HAT; 2 I953) 47-51. En último lugar, M. Weippert, Die Landnah-
me der israelitischen Stamme (1967) 34-36.
75
F . M . Abel ha recogido algunos ejemplos entre los romanos y las cartagineses.
Les stratagémes dans le livre de Josué: RD 56 (1949) 321-339. espec. 331-332.
La conquista de Ay 143
93
M. Noth, Josua 2 , 53-59; Geschichte, 135.
94
Cf. J. Liver (loe. cit. en la nota 85) 234-235.
95
M. Noth, Geschichte, 137 nota 2.
96
Cf. B. Childs, A. Study of the Formula «Until this Day»: JBL 82 (1963) 279-
292, espec. 289.
97
J. Liver (loe. cit. en la nota 85) 232.
98
Cf. J. Blenkinsopp, loe. cit., 211.
El acuerdo con los gabaonitas 147
llible 1967) 104-106; V. Fritz: ZDPV 85 (1969) 137-140, el cual piensa que los nom-
bres de las cinco ciudades de Jos 10,3.5.23 vienen del mismo documento que Jos 12,
152 Asentamiento en Palestina central
y con árboles al lado. ¿Por qué se relacionó esa historia con un lugar
que, fuera de este capítulo, sólo se menciona en la lista de las ciudades
judaítas del distrito de la Sefela (Jos 15,41), sin que se nombre nunca
más en el Antiguo Testamento? ¿Dónde se conservó y se contó esta
historia? Nosotros hemos aceptado la interpretación etiológica del relato
de la toma de Ay y acabamos de comparar la suerte que corrió su rey
con la que cupo a los cinco reyes de Maqueda. Pero Ay era un gran
campo de ruinas, un lugar conocido, visitado con frecuencia, próximo
al santuario de Betel, donde se contaba dicha historia. Nada de esto
sucede en Maqueda; por eso nos inclinamos a pensar que en la historia
hay un fundamento histórico.
No sé, sin embargo, cuál pueda ser ese fundamento. El lugar de
Maqueda es desconocido. De Jos 10,10 no se puede concluir que estaba
cerca de Azeca = Tell Zakariah, puesto que su nombre es una adición
del redactor. Lo único que se puede sacar de Jos 15,41 es que Maqueda
estaba en la misma región que Eglón y Laquis. En todo caso, nos halla-
mos lejos de Gabaón; las dos historias son, pues, distintas.
3. La batalla de Gabaón.—A. Alt y M. Noth consideran el acuerdo
con los gabaonitas como una etiología; sostienen, sin embargo, que la
batalla de Gabaón contiene un fiel recuerdo histórico. A. Alt m llega
a decir que es ésta la única acción guerrera de todo el libro que pueda
atribuirse a Josué como personaje histórico. La batalla se inicia en
Gabaón, que está en el territorio de Benjamín; pero se prosigue en la
bajada de Bejorón, que está en territorio efraimita. Por eso Josué será
enterrado en Timmat Seraj = Kh. Tibneh, en la montaña de Efraín.
Noth no va tan lejos 122; según él, Josué fue introducido secundariamente
en este relato, lo mismo que en los que preceden y siguen; su figura
puede haber reemplazado a la de un héroe benjaminita o efraimita.
No obstante, Noth conserva como histórica esta victoria ganada por el
grupo de Benjamín-Efraín contra unos reyes cananeos.
Creo que se puede ser más explícito. Hay que mantener aquí a
Josué en su papel histórico 123; por otra parte, ya hemos mostrado que
el acuerdo con los gabaonitas también era un hecho histórico. Gracias
a este acuerdo, los israelitas se aseguraban el control de las rutas que
suben de la Sefela, especialmente la de Bejorón; desde las campañas
filisteas (1 Sm 14,23 [griego] y 31) hasta las guerras de los Macabeos
(1 Mac 3,16.24), la ruta de Bejorón fue siempre la principal vía de
penetración de la llanura a la Tierra Alta, a partir de Ayalón. Es'obvio
que esta situación nueva provocase una reacción de los cananeos, siem-
pre solícitos para aislar a los gabaonitas de los israelitas. Los cananeos
fueron derrotados y perseguidos por la bajada de Bejorón hasta Azeca
(Maqueda es, como hemos dicho, una adición). Todo esto corresponde
El núcleo de los vv. 12-14 es una cita poética, tomada del «Libro
del Justo», sefer hayydsar, que se cita de nuevo en 2 Sm 1,18 (elegía de
David sobre Saúl y Jonatán), en 1 Re 8,13 (Salomón en la dedicación
del templo) y, si se ha de creer a los LXX, en 1 Re 8,53. D e estos textos
se desprende que el libro era una colección de fragmentos poéticos que
se atribuían a héroes de Israel: Josué, David, Salomón. La introducción
del v. 12a debe de provenir también de ese libro, aunque en una forma
más simple: «Josué dijo el día en que Yahvé entregó el amorreo a los
hijos de Israel»; expresiones similares se hallan en 2 Sm 1,17: «David
pronunció esta elegía sobre Saúl y su hijo Jonatán», o en 1 Re 8,53
(griego): «Cuando lo terminó de construir, dijo Salomón sobre el tem-
plo». Tenemos, pues, aquí una tradición independiente y antigua sobre
la batalla de Gabaón, la cual confirma el hecho de la victoria, la natura-
leza de los enemigos y el papel de Josué.
Pero ¿qué dice Josué? Los críticos no coinciden sobre qué sentido
ha de darse a los dos verbos claves; respecto al sol, dmm puede significar
«quedar inmóvil» o «quedar en silencio»; respecto a la luna, 'md puede
traducirse por «tomar posición», «estar allí», «quedar inmóvil». T a m p o c o
se está de acuerdo sobre el resultado. ¿Pide Josué que el sol no se ponga,
como lo entiende el comentario en prosa del v. 13b? ¿O pide, por el
contrario, que no salga el s o l 1 2 5 para que sea posible subir de noche
a Guilgal o resulte más fácil la huida? ¿Cuál es, entonces, el papel de
la luna? ¿Cómo explicar, finalmente, esta infracción de las leyes de la
naturaleza? Se ha pretendido hallar todo tipo de soluciones, posibles
o imposibles, en la astronomía (eclipse, incluso u n cambio de la órbita
d e Venus) y en la meteorología (nubes, niebla, refracción).
J. Heller ha abierto u n nuevo camino de explicación 126 . El sol
y la luna interpelados en el texto no son los astros, sino las dos divini-
dades del cielo. Josué manda al sol que «se calle» en Gabaón y a la luna
q u e «permanezca tranquila» en la llanura de Ayalón. Este nombre
geográfico se deriva de 'ayydl, que significa ciervo, y la cierva era el
animal consagrado a Artemis, la diosa lunar. Esto quiere decir que
existía en Ayalón u n santuario de la luna y que debía de existir tam-
bién en Gabaón u n santuario del sol. Josué ordena a esas dos divini-
dades de los enemigos que «se callen», «se queden tranquilas», es decir,
que no den u n oráculo favorable, que no favorezcan a sus fieles. Esta
solución ingeniosa tropieza con dificultades radicales: a) no tenemos
indicio alguno de tales cultos en Ayalón y Gabaón; b) la tradición no
p u d o representar a Josué dirigiéndose a divinidades paganas; c) Gabaón
no es una ciudad enemiga, sino que Josué combate en defensa suya.
El último ensayo sobre el tema es el de J. S. Holladay 127 . Su mismo
título subraya que, en todos los intentos modernos de explicación (ex-
125
Cf. Hab 3,11: el sol y la luna permanecen, 'amad, en su alta morada.
12
<* J. Heller: ArOr 26 (195a) 653-655. La hipótesis ha sido recogida por J. Dus,
loe. cit. en la nota 85.
>« J. S. Holladay, The day(s) the Moon Stood Still: JDL 87 (1968) 166-178.
156 Asentamiento en Palestina central
128
Cf., además de los comentarios, A. Alt, Kleine Schriften I, 147-148; E. Nielsen,
Shechem. A Traditio-Historical Investigation (Copenhague 1955) 141.
129
M. Noth, Josua 2 , 107, dice: en TransJordania, lo cual no es seguro; cf. E. Niel-
sen, loe. cit.; S. Mittmann, Beitráge zur. Siedlungs- und Territorialgeschichte des nord-
lichen Ostjordanlandes (Wiesbaden 1970) 209SS, 213SS, defiende la tesis de una colo-
nización clVaimita de Galaad.
158 Asentamiento en Palestina central
de morir, habría dicho a José: «Yo te doy u n íefeem por encima (o ade-
más) de tus hermanos, el que saqué de las manos de los amorreos con
mi espada y mi arco». El texto es antiguo. Está colocado inmediatamente
antes del testamento de Jacob ( G n 49), antes de su muerte en Egipto;
pero es el resto de otro testamento de Jacob, que va a morir (cf. v. 21)
y cuya muerte se supone acaecida en la región de Siquén, donde se con-
servaba la tradición de Israel-Jacob y donde tendrá su sepultura José
(Jos 24,32). La palabra sekem significa los dos hombros y es también
el n o m b r e que recibe la ciudad situada entre los dos «hombros» del
m o n t e Ebal y el Garizín. D a d o que se emplea de forma explícita el
adjetivo numeral, se puede traducir: un hombro, una pendiente de la
montaña (cf. el empleo análogo de kátef, «hombro»); sería una alusión
a la tierra que había adquirido Jacob cerca de Siquén ( G n 33,19; Jos 24,
32). Cuando menos, hay que conceder que se juega con el nombre de
la ciudad de Siquén. Se trata sin duda de esta ciudad y se puede tra-
ducir: «Te doy Siquén, como a uno que está por encima de sus herma-
nos» 133 ; esto indicaría que se concedió una situación preferencial a José,,
lo cual está en consonancia con sus sueños descritos en G n 37,5-10,
que es también una tradición de la región de Dotán-Siquén (cf. G n 37,
19-20). Pero esta tradición de una conquista de Siquén (o incluso de la
ladera de la montaña vecina) es única. N o puede ser u n eco de G n 34
y está en contradicción con G n 33,19 = Jos 24,32, según los cuales
Jacob compra su campo; además, Jos 24,12b parece tener noticia de esta
alusión a una conquista por la espada y el arco y rechazarla. En u n in-
tento de conciliar estos textos, Nielsen propone entender que Jacob
conquistó Siquén a costa de su espada y su arco, es decir, alquilándose
como mercenario a los amorreos; pero al fin rechaza esta explicación.
A. de Pury 1 3 4 se siente seducido por esta solución, ya que se ajusta.
a las costumbres de los apiru de la época de Amarna. Pero también él
termina renunciando a ella, ya que el texto habla claramente de una
conquista por las armas. Ni él ni Speiser hallan una explicación histó-
rica al texto.
Existe, no obstante, una interpretación que concuerda con los
otros textos, con el resto de la historia bíblica y con la arqueología. El
texto supone que Siquén es una parte adicional y que, por tanto, el
hecho es posterior al reparto de los territorios; no se refiere a Manases,,
sino a José, que está por encima de sus hermanos; por consiguiente,
supone que la «casa de José» es una entidad reconocida y tiene un pre-
dominio sobre las restantes tribus. Ello indica, como en seguida vere-
mos, una situación posterior a la época de Josué. La Biblia no habla
más que de una conquista de Siquén por los israelitas, la de Abimelec:
(Jue 9). La arqueología sólo aporta indicios de una destrucción de la
ciudad durante todo este período, en el transcurso del siglo x n ; hasta.
133
Asi, Speiser, Seebass.
134
Loe. cit. en la nota 132, 14.
160 Asentamiento en Palestina central
140
IX. ORIGEN DE LA TRIBU DE BENJAMÍN
José es uno de los doce hijos de Jacob, los antepasados de las doce
tribus; tiene dos hijos, Efraín y Manases, y Maquir es hijo de Manases.
Este esquema genealógico de la Biblia parece compaginarse con ia opi-
nión clásica 143 según la cual una vieja tribu de José o una «casa de José»
se dividió en dos tribus, Efraín y Manases, uno de cuyos clanes era el de
Maquir. Lo que hemos dicho sobre Maquir y Manases, al referirnos al
asentamiento en TransJordania, muestra que la situación no es tan sim-
ple. Existe un problema en torno a la «casa de José».
José es un nombre de persona, y no hay razón para dudar que lo
llevase un personaje histórico. Ese nombre pudo ser después el nom-
bre de una tribu, pero el hebreo no posee el gentilicio correspondiente,
«josefita». Por otra parte, no se hace alusión a una «tribu de José», excep-
to en dos textos que son tardíos y sospechosos: Nm 13,11, donde «tribu
de José» está en oposición a «tribu de Manases» y, Nm 36,5, que habla
de «la tribu de los hijos de José». Esta misma expresión, «hijos de José»,
se encuentra en una serie de textos recientes (Nm 1,10; 26,28; 34,23;
36,1 [todos ellos de P ] , y después 1 Cr 7,29). La redacción deuterono-
mista emplea esa expresión en varios lugares (Jos 14,4; ió.iss; 17,14;
18,11; 24,32). Sin embargo, dos de ellos (Jos 14,4 y 16,4) ponen los
«hijos de José» en el orden Manases y Efraín, lo cual es un signo de an-
tigüedad. No obstante, esto no significa que la expresión «hijos de José»
sea primitiva. El pasaje de Jos 17,14-18, que ya hemos estudiado, es
instructivo a este respecto. Hemos dicho que los w . 14-15 eran una
versión más reciente de los vv. 16-18. Ahora bien, el v. 14 dice «los hijos
de José», y el v. 17 habla de la «casa de José» («Efraín y Manases»; lo
que sigue es una adición). Al comienzo del v. 16, la expresión «hijos de
143
Sólo dos nombres: Ed. Meyer, Die ¡sraeüten und ihre Nachbarstámme (Halle
1906) 287-293, 510; M. Noth, Geschichte, 60-62.
164 Asentamiento en Palestina central
José» debe corregirse con M. Noth o es un lazo de unión con los w . 14-
15 introducido por el redactor. La expresión «casa de José» vuelve a
aparecer en Jos 18,5, en un pasaje redaccionalmente heterogéneo.
De todas formas, la expresión «casa de José» se encuentra principal-
mente en textos antiguos (Jos 1,22-23.35; 2 Sm 19,21); en este último pa-
saje es probable que se deba traducir «antes de toda la casa de José»,
mejor que «el primero de la casa de José», puesto que Semeí es un ben-
jaminita. Posteriormente aparece en 1 Re 11,28, donde se dice que el
efraimita Jeroboán fue puesto al frente de los trabajadores forzados de
la casa de José 144. La expresión «casa de José» es anterior a las expresio-
nes «hijos de José» o «tribu de José»; pero no nos permite remontarnos
más allá de comienzos de la monarquía (redacción de Jue 1,22-23). En
aquella época, «casa de José» es paralela a «casa de Judá». Esta última
aparece por primera vez, y con insistencia, en el relato de la elección
de David como rey de Hebrón (2 Sm 2,7.10.11). Este nombre significa
el término de una evolución que ya hemos descrito y designa el conjun-
to de los grupos integrados en la tribu de Judá o por ella asimilados.
Resulta, pues, razonable concluir que la «casa de José» se constituyó por
la misma época y de la misma manera que la casa de Judá mediante la
unión de grupos primero independientes. No se halla en el origen de
una historia, sino en su término.
2. Efraín y Manases en Gn 48
Tomaremos como punto de partida Gn 48, donde Jacob, moribun-
do, adopta y bendice a los dos hijos de José: Efraín y Manases 148. Los
w . 3-7 de este relato pertenecen con seguridad a P; el resto es una com-
binación de dos tradiciones, pues existen dos bendiciones de los hijos
de José (w. 15-16 y 20). Hay aquí elementos de J y E; no es posible, sin
embargo, distribuir el conjunto del relato entre esas dos fuentes. Por
los demás, parece que el episodio de Gn 48 es un elemento adicional
de la historia de José; no es la continuación de Gn 47,29-31 149 . En cuan-
to al fondo, hay que distinguir dos elementos: la adopción de los hijos
de José por parte de Jacob-Israel y la preferencia concedida a Efraín
sobre Manases, que era el primogénito.
a) La adopción 150 se formula de manera explícita en los w . 5-6,
donde se dice que Efraín y Manases serán hijos para Jacob con el mis-
mo título que Rubén y Simeón; los otros hijos de José serán para éste.
Es una fórmula declarativa de adopción y pertenece a P. Pero también
las fuentes antiguas vienen a decir prácticamente lo mismo en el v. 12,
al declarar que José recoge a sus dos hijos, que había colocado antes
sobre las rodillas de su padre. También éste es un rito de adopción del
que aduce varios ejemplos la Biblia. Los hijos de Bala nacerán sobre las
rodillas de Raquel y serán suyos (Gn 30,3); los hijos de Maquir, hijo de
Manases, «nacieron sobre las rodillas de José» (Gn 50,23); Noemí adopta
a su nieto, el hijo de Rut, poniéndolo sobre sus rodillas o en su seno
(Rut 4,16). En la bendición del v. 16, el deseo de «que perviva en ellos
mi nombre» es otra fórmula de adopción. En el derecho babilónico se
encuentran fórmulas paralelas a ésta; pero se trata, en este caso, de la
adopción de una persona extraña a la familia. Por el contrario, en los
ejemplos del Antiguo Testamento que acabamos de citar se trata siem-
pre de una adopción intrafamiliar, de un abuelo (o una abuela) que
adopta a su nieto. Actualmente ya tenemos un paralelo exacto en Ugarit,
148
Cf. O. Kaiser, Stammesgeschichtliche Hintergründe der Josephsgeschichte: V T 10
(1960) 1-15; E. C. Kingsbury, He set Ephraim Before Manasseh: H U C A 38 (1967)
129-136.
149
A. Jepsen: «Wiss-Zeitschr. d. K. Marx-Univ. Leipzig» 3 (1953-1954) 141.
150
A propósito de Efraín y Manases y de los casos que vamos a relacionar con
ellos, cf. H. Donner, Adoption oder Legitimation? Erwdgungen zur Adoption im Alten
Testament auf dem Hintergrund der altorientalischen Rechte: OrAnt 8 (1969) 87-119,
espec. 108-109, niega que se trate de una «adopción» y prefiere hablar de una «legiti-
mación», con las consecuencias que ésta lleva consigo en el derecho familiar. En efecto,
el beneficiario es un descendiente en línea directa. También yo había dicho que no
se trataba de una adopción en sentido estricto (Institutions I, 85-87); pero, una vez
hecha esta reserva, no veo gran inconveniente en conservar la palabra.
La casa de José 167
Aún hay otros textos que debemos tener en cuenta. En Gn 46,4 (E),
Dios anuncia a Jacob que José será quien le cierre los ojos. Según Gn 47,
29-31 (J), Jacob, moribundo, llamará a José para confiarle sus últimas vo-
luntades, a saber, los privilegios del hijo mayor. Existen, finalmente, el
oscuro texto de Dt 33,17a, en la bendición de José. El hebreo se puede
traducir: «el primogénito de su toro (expresión de la fuerza viril), la glo-
ria está en él» o «su toro primogénito...», viendo eíi ello una alusión a
Efraín, que sería objeto del versículo siguiente. Pero en realidad el
oráculo se dirige a José, mientras que Efraín y Manases no se mencionan
hasta el final del versículo. Sin embargo, ninguna de las versiones lleva
el pronombre posesivo, sino que ponen «primogénito toro» o «primogéni-
to del toro». Cabe dudar en la elección, pero en ambos casos se trata de
una apelación de José.
Ninguno de estos textos es por sí solo decisivo. No obstante, esa con-
fluencia de textos, procedentes de fuentes distintas, parece indicar que
existió una tradición según la cual José era considerado como primogé-
nito. Pero primogénito, ¿de quién?
2) Raquel-Lía.—Efectivamente, José es el primogénito de Raquel,
la cual tendrá a continuación a Benjamín y morirá, Pero esto no tiene
interés directo para nosotros, ya que la primogenitura va vinculada a la
descendencia del padre. Debemos, no obstante, detenernos en esa línea
materna. Según Gn 30, la otra mujer de Jacob, Lía, tuvo seis hijos: pri-
mero, Rubén, Simeón, Leví y Judá, y después de cierto tiempo, Isacar
y Zabulón. Los otros cuatro hijos de Jacob se reparten entre las dos es-
clavas de Raquel y de Lía. Tomando como base este cuadro genealógico,
los críticos modernos hablan del grupo de Lía y del grupo de Raquel,
de las tribus de Lía y de las tribus de Raquel. Pero no están de acuerdo
acerca del valor de esta agrupación. Por no aludir más que a dos opi-
niones recientes y opuestas 154, S. Mowinckel estima que ese reparto de
las doce tribus entre las mujeres y concubinas de Jacob no tiene ningún
significado histórico; ese reparto es posterior al establecimiento de las
tribus en Palestina y es el resultado de una mezcla de tradiciones diver-
sas, de circunstancias prácticas (los territorios ocupados) y de teoría
política. Por el contrario, O. Eissfeldt ve en la agrupación de Rubén,
Simeón, Leví y Judá, por una parte (Lía), y de José y Benjamín, por otra
(Raquel), el reflejo de situaciones históricas: existieron dos grupos que
tuvieron historias diferentes, uno de Jacob-Lía y otro de Jacob-Raquel.
3) Israel-Raquel.—De hecho, resulta difícil admitir que la distin-
ción entre el grupo de Lía y el de Raquel no cuente con ningún funda-
mento histórico. Cabe, pues, dar un paso adelante. El antepasado de las
doce tribus lleva un doble nombre, Jacob e Israel l 5 5 . En Gn 32,29 se
3. Conclusión
A u n q u e n o sin reservas, yo propondría las conclusiones siguientes
sobre la constitución de la casa de José.
— José es originariamente u n héroe de Maquir.
— Cuando M a q u i r fue sustituido por Manases, la tradición de José
se convirtió en una tradición manasita 164 . Manases pasó entonces a ser
el primogénito de José, y se dice que éste adoptó a los hijos de M a q u i r ,
hijo de Manases ( G n 50,23 [E]). Esto representa una integración aná-
loga a la de Efraín y Manases, hijos de José, por parte de Jacob.
•— Cuando Efraín logró el predominio sobre Manases y se exten-
dió a expensas suyas, la tradición de José se hizo común a Efraín y M a -
nases. Este cambio de situación se expresa en G n 48.
— E n este m o m e n t o fue cuando se comenzó a hablar de una «casa
de José» en los textos antiguos (Jos 17,17; Jue 1,22-23.35) y posterior-
mente en 2 Sm 19,21. Esa casa comprende a Maquir-Manases y Efraín,
y sus miembros se llaman entonces «hijos de José».
164
Así, A. Jepsen, Hom. Alt (citado en la nota 149) 142.
CAPÍTULO V
ASENTAMIENTO EN EL NORTE.
ASER, NEFTALÍ, ZABULÓN, ISACAR
1. Crítica literaria
Jos 11 está construido como u n paralelo de Jos 10:
Jos 11,1-5: Yabín, rey de Jasor, se pone a Jos 10,1-5: coalición de los reyes cananeos
la cabeza de una coalición de los reyes del del sur para combatir a Gabaón, aliado
norte para combatir a Israel. de Israel.
6: Yahvé dice a Josué: «No los temas...» 8: Yahvé dice a Josué: «No los temas...»
7-9: atacados por sorpresa, los reyes son 9-11: atacados por sorpresa, los reyes son
derrotados en las aguas de Merón. derrotados en Gabaón y en la bajada de
Bejorón.
10-15: toma de Jasor y otras ciudades. 28-39: toma de las ciudades del sur (tras
la inserción del texto sobre la detención del
sol y la tradición sobre Maqueda, 12-27).
16-20: resumen de la conquista, que in- 40-42: resumen de la conquista del sur.
cluye ahora el sur y el norte.
2. Exégesis
Así como Jos 10 contiene u n núcleo histórico sólido, la batalla de
Gabaón, también Jos 11 conserva el recuerdo de u n acontecimiento
histórico, la victoria de las aguas de Merón. Pero hay que averiguar
cuándo tuvo lugar y quién la ganó.
El relato nos transporta a u n marco geográfico distinto. Las aguas
de M e r ó n , donde se libró la batalla, no son, como se creyó antaño, las
del lago Hule, sino la fuente o fuentes de que dependía la ciudad de
174 Asentamiento en el norte
No hay razón alguna para buscar bajo este relato dos etiologías, una
para explicar la batalla y la otra para explicar las ruinas de Jasor 3. Nos
encontramos aquí con un acontecimiento histórico, que debemos es-
forzarnos por esclarecer.
7
III. JASOR SEGÚN LOS TEXTOS Y LA ARQUEOLOGÍA
Jos 11, i o dice que <<Jasor era antaño la cabeza de todos estos reinos».
Jue 4,2 habla de «Yabín, rey de Canaán, que reinaba en Jasor»; es el
único texto bíblico en que se mencione un rey de Canaán, en vez de un
rey de una ciudad de Canaán. Esta importancia excepcional concedida
aquí a Jasor la confirman los textos extrabíblicos y la arqueología.
Jasor aparece por primera vez en los textos egipcios de execración,
en el siglo xix a.C. Se nombra varias veces en las cartas de Mari, en el
siglo xviu 8 . Jasor es por entonces una ciudad importante. La corres-
pondencia oficial indica que pasaban por Mari embajadores que venían
de Jasor y se dirigían a Babilonia, o viajeros que venían de Babilonia
u otras ciudades de Mesopotamia y se dirigían a Jasor. A Mari llegan
los mensajeros de Jasor y de cuatro reyes de Amurru. De Mari se hace
un envío de estaño a Jasor. Un texto habla de objetos que mandó el rey
de Jasor a Caftor (Creta) y a Mari. En efecto, Jasor se halla en una gran
ruta comercial. Un itinerario asirio 9 menciona a Jasor como una esta-
ción de la ruta que iba de la baja Mesopotamia a Siria y que pasaba
por Mari, Catna y Jasor. La ruta de Jasor es mencionada también,
aunque desde el punto de vista egipcio, en un papiro del final del
reinado de Ramsés II 10 . Jasor figura entre las ciudades vencidas por
Tutmosis III y Amenofis II. Por esta misma fecha aparece en una lista
de mensajeros enviados a Egipto por algunas ciudades de Palestina del
norte u y se encuentra al lado de Genesaret, Acsaf, Simerón, que son
precisamente las ciudades que se mencionan en Jos 11 al lado de Jasor.
En las cartas de Amarna, en el siglo xiv 12, el rey de Pihil (Pella) acusa
7
Informes definitivos sobre las excavaciones: Y. Yadin y otros, Hazor I (Jerusa-
lén 1958); Hazor II (1960); Hazor III-IV (sólo ilustraciones) (1961). Sumario por
Y. Yadin, Hazor, en Archaeology and Oíd Testament Study, ed. D . Winton Thomas
(Oxford 1967) 245-263. Excavaciones más recientes: Y. Yadin: IEJ 19 (1969) 1-19.
Sobre Jasor cananeo: A. Malamat, Hazor «the Head of All those Kingdoms»: JBL 79
(1960) 12-19; F. M. Tocci, Hazor nell'etá del medio e tardo bronzo: RSO 37 (1962)
59-64; A. Malamat, Hazor and its Northern Neigbours in New Mari Documents: «Eretz-
Israel» 9 (1969) 102-108 (hebreo). Sobre Jasor en la Biblia: F. Maas, Hazor und das
Problem der Landnahme, en Von Ugarit nach Qumran: BZAW 77 (1958) 105-117;
A. Rolla, Gli scavi di Hazor e la Biblia: «Rivista Biblica» 7 (1959) 364-368; J. Gray,
Hazor: V T 16 (1966) 26-52.
8
Cf. los dos artículos de A. Malamat y el de F. M. Tocci citados en la nota 7.
9
A. L. Oppenheim, The Interpretation of Dreams in the Ancient Near East (Fi-
ladelfia 1956) 268, 312, 313; cf. W . ,W. Hallo: JCS 18 (1964) 86 y el mapa 87.
10 Papiro Anastasi I: A N E T 477b.
11
Papiro Golénischeff, cf. Cl. Epstein, A New Appraisal of Some Lines from a Long-
known Papyrus: JEA 49 (1963) 49-56.
12
Cf. el artículo de F. M. Tocci citado en la nota 7.
Jasor según los textos de la arqueología 177
13
Así, A. Malamat (artículo citado en la nota 7) 19.
14
Así, Y. Yadin, en Archaeology and Oíd Testament Study, 261 nota 12.
12
15
IV. INTERPRETACIÓN HISTÓRICA
Al referirnos a otros lugares destruidos hacia el final del siglo xni a.C.
hemos dicho que cabía dudar en atribuir su destrucción a los israelitas
o más bien a los Pueblos del Mar, a los egipcios o incluso a otros ca-
naneos. En el caso de Jasor, la probabilidad se inclina del lado de los
israelitas. El puesto privilegiado que ocupaba Jasor en Canaán hace
inverosímil que cayese en una lucha entre ciudades cananeas. Por otra
parte, no parece que los Pueblos del Mar llegasen a esta región; parece
que hay que descartar igualmente una intervención egipcia que subiese
tanto hacia el norte por esta época. Por el contrario, la arqueología
parece estar de acuerdo con el testimonio de la Biblia, según el cual
los israelitas se apoderaron de Jasor y le prendieron fuego (Jos 11,10-11);
el texto añade que sólo se prendió fuego a Jasor (Jos 11,13). El aban-
dono de Jasor después de la destrucción y la escasa ocupación que vino
después responden bien a lo que debió de ser el primer período del
asentamiento de los israelitas, los cuales se fueron adaptando lentamente
a la vida urbana.
La arqueología data esta destrucción a finales del siglo x m . Esto
excluye la última de las soluciones antes descritas, según la cual la
batalla de las aguas de Merón y la toma de Jasor serían posteriores
a la victoria de Barac y Débora. De ordinario se sitúa esta victoria
hacia mediados del siglo XII 16. Por estas fechas no existía una ciudad
en Jasor, sino que sólo residían allí los seminómadas del estrato XII, los
cuales no eran cananeos. Si se quisiera salvar dicha hipótesis, habría que
retrasar toda la cronología del asentamiento y situar a Débora en el
siglo x m , cosa que es imposible.
La arqueología se opone igualmente a la solución según la cual la
batalla de Merón y la toma de Jasor serían el recuerdo de la victoria
de Barac y Débora, conseguida en la época de los Jueces, trasladado
a la época de Josué; pues es un hecho que Jasor fue ciertamente des-
truida en la época en que se suele situar a Josué y el asentamiento de los
israelitas. A esto se puede añadir que Jue 1,27-33, considerado como
más verídico que las narraciones del libro de Josué, no incluye a Jasor
entre las ciudades cananeas del norte que no fueron conquistadas.
Queda, sin embargo, un problema. ¿Cómo pudieron los israelitas
vencer a esta coalición cananea apoyada por su caballería, siendo así que
no se atrevieron a enfrentarse en otro momento con los carros de Ca-
naán? ¿Cómo lograron apoderarse de esta formidable ciudad de Jasor,
capital de todos los reinos cananeos del norte?
Es de advertir que no se habla para nada de un asedio ni de un
asalto de Jasor y que no existe siquiera relato de un ataque. Su conquista
15
Cf. especialmente los trabajos de F . Maas y de J. Gray citados en la nota 7.
16
Una fecha en el siglo XI ha sido propuesta, con argumentos insuficientes, por
A. D . H. Mayes, The Historical Context of the Battle against Sisera: VT 19 (1969)
3S3-3ÓO.
Las tribus del norte 179
hacia el norte, por las tierras fértiles y cercanas a las rutas que llevaban
a la costa fenicia y a la Beca siria, los cananeos hubieron de reaccionar,
y particularmente el rey de Jasor, que controlaba toda la región. Se-
gún Jue 5,18 (que nosotros hemos separado del cántico de Débora y
relacionado con la batalla de las aguas de Merón), la victoria habría
sido ganada por Zabulón y Neftalí, pues ellos eran de hecho los dos
grupos más importantes. Es fácil pensar que su acción fuese acompa-
ñada por una sublevación de los esclavos que trabajaban por cuenta de
los egipcios en la región de Sunán, pero bajo el control de los reyes
cananeos de la llanura de Yezrael. A finales de este siglo x i n Egipto
era ciertamente incapaz de exigir y lograr que se le entregaran las ren-
tas; en esas circunstancias habría conseguido Isacar su independencia.
En este punto concreto aceptaríamos la tesis de G. Mendenhall 28 , que
explica el asentamiento en Canaán como una sublevación de campesi-
nos. Esta reconstrucción histórica puede compaginarse con los resul-
tados de la exploración arqueológica en la Alta Galilea. N o es de ex-
trañar que se encuentren aquí establecimientos de comienzos del Hie-
rro I, anteriores a la primera ocupación israelita de Jasor 2 9 , puesto que
Neftalí ya estaba asentado en esta región antes de la batalla de las
aguas de M e r ó n y de la toma de Jasor.
Esta victoria rompió la hegemonía cananea en el norte y permitió
q u e las tribus se establecieran con independencia; ello hizo posible la
victoria de Barac y Débora, en la que Neftalí desempeñó el papel prin-
cipal. D e esta forma es posible asignar u n lugar razonable a todos estos
hechos en la historia.
N o se trata, pues, de una victoria de Josué ni de la casa de José, sino
de Neftalí y Zabulón (e Isacar). ¿Quiere esto decir que esta victoria
no tiene relación alguna con lo que sucedió más hacia el sur? El hecho
debe de ser más o menos contemporáneo, puesto que es anterior a la
migración de D a n y a la victoria de Barac y Débora, las cuales se si-
túan en una época temprana del período de los Jueces. Añádase a esto
q u e los grupos que llegaron con Josué son los que trajeron el yahvismo
y la noción de la guerra de Yahvé. Este aspecto se encuentra en Jos 11,
d o n d e se da la seguridad de la victoria antes del combate (v. 6) y se
ejecuta el anatema después de la victoria (vv. 11-14). Evidentemente,
es posible que estos detalles se deban al compilador, que, según hemos
dicho, construyó este capítulo (Jos 11) en estrecho paralelismo con el
anterior (Jos 10), en el que el aspecto de guerra de Yahvé salta a la
vista. Pero también es posible, e incluso probable, que la llegada de los
grupos de Josué y la nueva fe que ellos traían fuese lo que puso en m o -
vimiento a estos grupos del norte. Vamos a intentar probar que a estos
grupos es a los que se dirige Josué y a los que propone el yahvismo en
la asamblea de Siquén (Jos ,24). El problema está en saber si la batalla
28
G. Mendenhall, The Hebrew Conquest of Palestine: BibArch 25 (1962) 66-87.
29
Y. Aharoni, en los trabajos citados en la nota 6.
184 Asentamiento en el norte
30
VI. L A ASAMBLEA DE SIQUÉN (Jos 24)
5. Infiltración y conquista
Si comparamos estas conclusiones con las dos tesis arriba resumidas,
constatamos lo siguiente:
1) Admitimos, con la primera tesis, que el asentamiento se efectuó,
parcialmente, por infiltración pacífica en las regiones poco habitadas o
bien gracias a convenios con los habitantes. Admitimos también que
ese asentamiento se llevó a cabo de forma diferente e independiente,
según los territorios y los grupos.
Pero sostenemos que h u b o acciones militares en cada una de las re-
giones: contra Jorma, H e b r ó n y Debir, en el sur; contra Jesebón, en
TransJordania; contra Jericó y Gabaón, en el centro; contra Yabín de
Jasor, en el norte. Excepto en este último caso, en que los grupos preis-
raelitas ya llevaban largo tiempo en el país, esas acciones guerreras no
pertenecen a u n segundo estadio de asentamiento, posterior al estadio
de infiltración pacífica: son más bien dos aspectos concurrentes del asen-
tamiento. A excepción del caso de Ay, la etiología no explica suficien-
temente los relatos de conquista. E n aquellos casos en que se puede
admitir la etiología, ésta toma pie de algunos detalles de los relatos, pero
no justifica su fondo. H a y que mantener como histórico el papel de
Josué en el asentamiento en Palestina central, desde el paso del Jordán
hasta la asamblea de Siquén.
2) Por lo que respecta a la segunda tesis, hemos concedido el pues-
to que les corresponde a los textos extrabíblicos y a la arqueología, y
nos hemos servido tanto de las exploraciones de superficie como de los
resultados de las excavaciones. Estos testimonios han proyectado luz
sobre el estado de la población e n los diferentes territorios, antes y des-
pués de la llegada de los israelitas. Ellos nos han explicado el silencio
de la Biblia sobre una «conquista» en la montaña de Efraín, el aspecto
particular del asentamiento en la región de Siquén y la situación de las
tribus del norte. Esos testimonios han confirmado además la existencia
33
194 Asentamiento en Canaán
6. Cronología
La cronología sólo se puede establecer a base de aproximaciones.
Dejemos a un lado a los grupos del norte y, de acuerdo con nuestra hi-
pótesis, al grupo de Gad, puesto que éstos ya estaban desde mucho antes
establecidos en una parte de sus territorios. El problema se refiere es-
pecialmente al grupo de Josué. Su establecimiento en Palestina central
se sitúa después de la salida de Egipto con Moisés y antes del asenta-
miento de los Pueblos del Mar (filisteos), de los que no se habla nunca
en los relatos del libro de Josué. La salida de Egipto tuvo lugar bajo el
reinado de Ramsés II; los filisteos se asentaron en la costa palestina
después de la victoria egipcia del año octavo de Ramsés III. Para el rei-
nado de Ramsés II hemos aceptado las fechas de 1290-1224. La salida
de Egipto pudo haber tenido lugar hacia 1250 o poco antes. Si tene-
mos en cuenta la tradición bíblica sobre la estancia en el desierto duran-
te una generación, la entrada del grupo de Josué en Canaán y el paso
del Jordán difícilmente pueden situarse antes de 1225. Según los estu-
dios más recientes, la gran invasión de los Pueblos del Mar del año
octavo de Ramsés III tuvo lugar en 1175 o uno o dos años antes. Esto
deja tiempo suficiente para que los israelitas se asentaran en Palestina
central, durante la generación de Josué.
En cuanto al sur, está sin determinar la fecha en que se asentaron
en la región de Cades ciertos grupos emparentados con los israelitas;
pero fue antes del éxodo. En cambio, la penetración de estos grupos
hacia el norte y la ocupación de la montaña de Judá donde implantaron
la fe en Yahvé, suponen que estuvieron en contacto con el grupo de
Moisés; son, pues, posteriores al éxodo. A título de hipótesis, cabe si-
tuar esta penetración por el sur una generación antes de que entrara el
grupo de Moisés dando la vuelta por TransJordania.
Respecto al norte, si el conflicto con los cananeos y la batalla de
las aguas de Merón están en relación con la asamblea de Siquén,
y si la asamblea tuvo lugar al final del asentamiento en Palestina
central, estos hechos datarían de hacia 1200. Es la fecha más baja
que aceptaría la arqueología para la destrucción de Jasor y no es una
fecha imposible.
Así, pues, las fases del asentamiento se escalonarían a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIII a.G, desde hacia 1250 para los grupos del
Visión global 195
sur hasta casi 1200 para las tribus del norte; Palestina central habría sido
ocupada a partir de 1225. Damos estas cifras a título indicativo; por lo
demás, algunos movimientos de tribus se produjeron posteriormente.
La tribu de Gad se extendió a expensas de Rubén. La media tribu de
Manases no se estableció en Galaad del norte hasta bastante entrado el
período de los Jueces. Es posible que, como hemos dicho, algunos gru-
pos aseritas se desplazasen en una época indeterminada. La migración
sobre la que estamos mejor informados es la de la tribu de Gad; la estu-
diaremos dentro del marco del período de los Jueces.
SEGUNDA PARTE
1
El cap. II fue publicado por el P. De Vaux en Studies in Memory of Paul Lapp,
en H T R 64 (1971) 415-36. Damos las gracias al editor de la «Harvard Theological
Review» por habernos permitido reproducir este artículo.
CAPÍTULO I
I. E L CONTENIDO
2
C. F. Whitley, The Sources of Gideon Stories: V T 7 (1957) 157-64; W . Beyerlin,
Geschichte und heilsgeschichtliche Traditionsbildung im Alten Testatnent (Richter VI-
VIII): V T 13 (1963) 1-25.
3
W. Richter, Die Überlieferungen umjephtah: Bib 47 (1966) 485-556.
4
J. Blenkinsopp, Slruclure and Slyle in Judges ¡3-16: JBL 82 (1963) 65-76.
5
II. COMPOSICIÓN
Este análisis nos dice que el libro de los Jueces no adquirió su for-
ma definitiva sino al término de una larga historia literaria. Muchas
veces se ha tratado de explicar este hecho por la continuación y combi-
nación de las mismas fuentes que se advertían en el Pentateuco. Los
trabajos recientes más representativos de esta tendencia son los de
O. Eissfeldt 6 , G. Hólscher 7 y C. A. Simpson 8 . No están de acuerdo
en cuanto a la atribución de las distintas partes del libro a las fuentes
que correspondan 9 , pero estas divergencias no son motivo suficiente
para rechazar su método, pues los defensores de otras soluciones no
están menos en desacuerdo entre sí. Mayor importancia tiene el haber
demostrado que en las narraciones del libro de los Jueces no se pueden
señalar unas series paralelas de tradiciones como en el caso del Pen-
tateuco, y así parece haberlo establecido definitivamente el análisis de
W. Richter 10.
M. Noth dio un paso decisivo al proponer la teoría de una gran his-
toria deuteronomista que abarcaría desde el Deuteronomio hasta el final
de Reyes, y que habría sido compuesta a mediados del siglo vi a.C. uti-
lizando fuentes diversas 11. Para el período de los Jueces, el autor deu-
teronomista se habría servido de dos grupos de tradiciones antiguas,
uno de ellos relativo a los héroes libertadores pertenecientes a distintas
tribus, y otro a los personajes investidos de una función de gobierno
en la liga de las tribus, y que son los que nosotros designamos con el
nombre de jueces «menores». Dado que Jefté aparecía en la lista de los
jueces «menores», pero al mismo tiempo se conservaba el recuerdo claro
de sus funciones como libertador, el autor habría conjuntado ambas
series, otorgando también el título de «jueces» a los héroes de las tri-
bus y atribuyéndoles un cometido importante para todo Israel. Luego
habría integrado todas estas figuras en un sistema cronológico, añadien-
do su propia interpretación teológica de todo este período en su intro-
5
Recensión crítica de la bibliografía reciente, entre 1940 y 1960, en E. Jenni,
Zuxi Jahrzehnte Forschung an den Büchern Josua bis Kónige: «Theologische Rundschau»
27 (1961) 1-32, 97-146, especialmente 97-118, 129-36.
6
O. Eissfeldt, Die Quellen des Richterhuches (Leipzig 1925); Einleitung, 342-57
y las obras citadas en la nota 9.
7
G. Hólscher, Die Anfange der hebráischen Geschichtsschreibung (Heidelberg 1942);
id., Geschichtsschreibung in Israel (Lund 1952).
8
C. A. Simpson, Composition of the Book of Judges (Oxford 1957).
9
Cf. O. Eissfeldt, Die ¿¡testen Traditionen Israels (BZAW 71; 1950), con la crí-
tica de C. A. Simpson, The Early Traditions of Israel (Oxford 1948); O. Eissfeldt
Geschichtsschreibung im Alten Testament (Berlín 1948), con la crítica a la teoría de
G. Hólscher (y M. Noth); O A. Simpson, Composition..., 149-96, en que hace la
crítica de O. Eissfeldt.
10
W. Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zum Richterbuch (Bonner
Biblischer Beitráge 18; Bonn 1963).
11
M. Noth, Überlief. Studien, 3-110; especialmente sobre la época de los Jueces
47-6:.
Composición 205
Este análisis nos dice que el libro de los Jueces no adquirió su for-
ma definitiva sino al término de una larga historia literaria. Muchas
veces se ha tratado de explicar este hecho por la continuación y combi-
nación de las mismas fuentes que se advertían en el Pentateuco. Los
trabajos recientes más representativos de esta tendencia son los de
O. Eissfeldt 6 , G. Hólscher 7 y C. A. Simpson 8 . No están de acuerdo
en cuanto a la atribución de las distintas partes del libro a las fuentes
que correspondan 9 , pero estas divergencias no son motivo suficiente
para rechazar su método, pues los defensores de otras soluciones no
están menos en desacuerdo entre sí. Mayor importancia tiene el haber
demostrado que en las narraciones del libro de los Jueces no se pueden
señalar unas series paralelas de tradiciones como en el caso del Pen-
tateuco, y así parece haberlo establecido definitivamente el análisis de
W. Richter 10.
M. Noth dio un paso decisivo al proponer la teoría de una gran his-
toria deuteronomista que abarcaría desde el Deuteronomio hasta el final
de Reyes, y que habría sido compuesta a mediados del siglo vi a.C. uti-
lizando fuentes diversas n . Para el período de los Jueces, el autor deu-
teronomista se habría servido de dos grupos de tradiciones antiguas,
uno de ellos relativo a los héroes libertadores pertenecientes a distintas
tribus, y otro a los personajes investidos de una función de gobierno
en la liga de las tribus, y que son los que nosotros designamos con el
nombre de jueces «menores». Dado que Jefté aparecía en la lista de los
jueces «menores», pero al mismo tiempo se conservaba el recuerdo claro
de sus funciones como libertador, el autor habría conjuntado ambas
series, otorgando también el título de «jueces» a los héroes de las tri-
bus y atribuyéndoles un cometido importante para todo Israel. Luego
habría integrado todas estas figuras en un sistema cronológico, añadien-
do su propia interpretación teológica de todo este período en su intro-
5
Recensión crítica de la bibliografía reciente, entre 1940 y 1960, en E. Jenni,
Zwei Jahrzehnte Forschung an den B üchern Josua bis Konige: «Theologische Rundschau»
27 (1961) 1-32, 97-146, especialmente 97-118, 129-36.
6
O. Eissfeldt, Die Quellen des Richterbuches (Leipzig 1925); Einleitung, 342-57
y las obras citadas en la nota 9.
7
G. Hólscher, Die Anfdnge der hebrdischen Geschichtsschreibung (Heidelberg 1942);
id., Geschichtsschreibung in Israel (Lund 1952).
8
C. A. Simpson, Composition of the Book of Judges (Oxford 1957).
9
Cf. O. Eissfeldt, Die áltesten Traditionen Israels (BZAW 71; 1950), con la crí-
tica de C. A. Simpson, The Early Traditions of Israel (Oxford 1948); O. Eissfeldt,
Geschichtsschreibung im Alten Testament (Berlín 1948), con la crítica a la teoría de
G. Hólscher (y M. Noth); C. A. Simpson, Composition..., 149-96, en que hace la
crítica de O. Eissfeldt.
10
W . Richter, Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zura Richterbuch (Bonner
Biblíscher Beitrage 18; Bonn 1963).
11
M . Noth, Überlief. Studien, 3-110; especialmente sobre la época de los Jueces
.47-61.
Composición 205
n i anos
2. Períodos de «tranquilidad» después de la
liberación por un juez «mayor»:
Otoniel (3,11) 40
Ehud (3,30) 80
Débora (5,31) 40
Gedeón (8,28) 40
Sansón (15,20; 16,31) 20
220 anos
3. Judicaturas de los jueces «menores»:
Tola (10,2) 23
Yair (10,3) 22
Ibsán (12,9) 7
Elón (12,11) 10
Abdón (12,14)
70 anos
A todo lo cual hay que añadir:
Judicatura de Jefté (12,7) 6
Reinado de Abimelec (9,22) 3
9 anos
De ahí resulta que el período de los Jueces habría durado 410 años.
Pero las cifras que se suman para dar este resultado son de naturaleza
diferente; el redactor encontró en sus fuentes datos precisos en relación
208 El libro de los Jueces
151 años
Pero si a los 410 años del período de los Jueces añadimos estos
otros 151, obtenemos u n total de 561 años. La armonización de esta
cifra con los 480 años de 1 Re 6,1 es u n problema que ha preocupado
a los exegetas. Algunos autores restan los 70 años de los jueces «menores»,
que no habrían sido incluidos en el libro deuteronomista; nosotros no
hemos aceptado esta crítica literaria. Por otra parte, la resta sería aún
insuficiente. H a y tres soluciones recientes que merecen atención.
M . N o t h 18 suprime los 40 años de la «judicatura» de Eli, que serían una
adición posdeuteronomista. Los 40 años de la dominación filistea se
prolongarían hasta la liberación de 1 Sm 7,1 iss, atribuida a Samuel, y se
dividirían en dos partes iguales: los 20 años atribuidos a Sansón (si la
historia de éste formara parte del libro deuteronomista) y los 20 años
de la estancia del arca en Quiriat Yearín. La suma de las cifras restantes
da u n total de 481 años; la diferencia de u n año con respecto a la cifra
de 480 que da 1 Re 6,1 se explicaría si, teniendo en cuenta la consagra-
ción anticipada de Salomón (1 Re 1), el deuteronomista hubiera identi-
ficado el primer año de Salomón con el último de David. W . Vollborn 1 9
ha propuesto otra solución parecida. Mantiene el dato de 1 Sm 4,18b
sobre la judicatura de Eli, pero acepta la lectura del texto griego, que
reduce su duración a 20 años. Como ni Sansón ni Eli liberaron a Israel
d e los filisteos, los 20 años de Sansón y los 20 de Eli serían los mismos
de la dominación de los filisteos, de donde resulta que no se deben sumar
estas cifras. Finalmente, los 20 años de la estancia del arca en Quiriat
Yearín no entran en cuenta, ya que este destierro del arca no forma
parte de la historia de la salvación. D e esta forma se obtiene, aunque
por otro camino, la misma cifra de 481 años, que se explica del mismo
modo que lo hizo M . N o t h . Finalmente, W . Richter 2 0 propone otra
solución. Este autor clasifica los datos cronológicos conforme a las
fórmulas utilizadas por el redactor, que varían según los distintos pe-
ríodos, lo que da, remontándonos en el tiempo: los reinados de Salo-
m ó n (4 años), David (40 años) y Saúl (2 años), total: 46 años; las j u d i -
caturas de Eli, Sansón, Jefté y los cinco jueces «menores», u n total de
136 años; el período de los libertadores, que abarca también las épocas
de tranquilidad correspondientes a Gedeón, Barac, E h u d y Otoniel, es
decir, 200 años, y los períodos de opresión bajo Madián, Yabín, Eglón
y Cusan Risatain, que duran 53 años, lo que da u n total de 253 años;
el tiempo transcurrido entre la salida de Egipto y la bendición de Caleb,
tío de Otoniel (Jos 14,10), 45 años. D e esta forma se obtiene el cuadro
siguiente:
Éxodo y conquista 45
T i e m p o de los libertadores 253
T i e m p o de los Jueces 136
T i e m p o de los reyes 46
480 años
-1 A
IV. VALOR HISTÓRICO
I. HISTORIA DE LA CUESTIÓN
mostrable, pero que es aceptable si sirve para esclarecer la historia de Israel y sus ins-
tituciones; cf. Das System..., 59-60. En Geschichte, 88, se expresa con mayor pruden-
cia aún.
5
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga
1950) 404-17 = Gesammelte Studien zum Alten Testament II (Munich 1969) 71-85.
6
M. Noth, Die Gesetze ira Pentateuch. Ihre Voraussetzungen und ihr Sinn (La
Haya 1940), especialmente pp. 22s = Gesammelte Studien... I (Munich 1957) 42S.
7
M. Noth, Überlieferungsgeschichte, especialmente pp. 50SS, 272SS.
8
M. Noth, Geschichte, toda la primera parte.
Anfictionías griegas y ligas itálicas 213
1. La cifra de doce
Este dato es el punto de partida de la tesis, pero la cifra no tiene
realmente tanta importancia como se le atribuye. Entre todas las ligas
a las que los textos dan explícitamente el nombre de anfictionías, sólo
la de Delfos mantuvo, desde el siglo iv a.C. hasta la época romana, el
número de doce, a pesar de los inconvenientes que ello suponía a con-
secuencia de los cambios históricos; pero su núcleo, la anfictionía de
Antela, se había iniciado con u n número menor de participantes. La
anfictionía de Calauria sólo contaba con siete miembros, y no conoce-
mos la composición de las restantes. En Asia Menor, la liga jónica tuvo
al principio diez miembros; la liga dórica, seis y más tarde cinco; la
liga eólica, doce y más tarde once. M u c h o después, en Escandinavia,
la liga sueca agrupó federativamente a diez, ocho y cuatro miembros.
E n cuanto a Italia, no sabemos cuáles eran los «doce pueblos» de la
liga etrusca ni de las restantes ligas, y hasta es posible que esta cifra
tuviera únicamente u n valor simbólico. El número doce, que es el de
los meses del año y de los signos del zodíaco, expresa la idea de pleni-
tud 2 5 . En la literatura griega aparecen con frecuencia los grupos de
doce personas, animales o cosas, y lo mismo ocurre en la leyenda o en
el culto: Eolo y Nelea tienen doce hijos; se consagran doce vacas a A t e -
nea, doce toros a Poseidón, y hay doce trabajos de Hércules, doce tita-
nes, doce grandes dioses olímpicos, etc. En Roma encontramos tam-
bién doce dioses mayores en el panteón, doce hermanos arvales, doce
lupercios, la ley de las doce tablas, etc.
Los doce hijos de Jacob y las doce tribus de Israel tienen sus mejo-
res paralelos en ambiente semita y en las misma Biblia. Hay doce tribus
arameas que se designan por los nombres de los doce «hijos» de Najor,
ocho nacidos de su esposa Milca y cuatro de su concubina Rauma
( G n 22,20-24). T a m b i é n son doce los hijos de Ismael, jefes de otras
tantas tribus (Gn 25,12-16). Doce son los descendientes de Esaú (Gn 36,
10-14), suprimiendo el Amalee del v. 12. Aparte de estos paralelos tan
estrictos, la cifra de doce se emplea en la Biblia con el mismo valor
simbólico que en Grecia y Roma: doce figuras de toro bajo el mar del
25
Carecemos de trabajos recientes sobre el número 12. Para la Antigüedad clá-
sica, cf. la abundante documentación recogida por O. Weinreich en su introducción
al art. Zwolfgotter, en W . H. Roscher, Ausführliches Lexikon für griechischen und
rómischen Mylhologie VI (1924-1937) especialmente col. 765-72.
218 Las doce tribus de Israel
templo (i Re 8,44), doce figuras de león a uno y otro lado del trono de
Salomón (1 Re 10,20). Elíseo trabaja con doce yuntas d e bueyes (1 Re
19,19). Doce hombres de Benjamín y doce hombres de la guardia de
David se enfrentan j u n t o al estanque de Gabaón (2 Sm 2,15). Salomón
posee 12.000 caballos (1 Re 5,6; 10,26). El número de 12.000 guerreros
aparece con frecuencia (Jos 8,25; Jue 21,10; 2 Sm 10,6; 17,1; Sal 60,2).
Sin salimos del ámbito semita, podríamos añadir otros ejemplos saca-
dos del Nuevo Testamento, especialmente del Apocalipsis 26, y de la
literatura judía 27 .
2. El pacto anfictiónico
El pacto constituyente de la anfictionía israelita habría sido estable-
cido en la asamblea de Siquén (Jos 24). La hipótesis ya había sido pro-
puesta por E. Sellin, incluso antes de ponerse de moda el término «an-
fictionía» 28 , y fue luego adoptada y desarrollada por M . N o t h 2 9 . Pero
el recuerdo histórico conservado bajo la redacción panisraelita de este
capítulo no es común a las doce tribus. Según la interpretación más
verosímil, el pacto fue sellado entre las tribus del norte, que no habían
participado en la experiencia del éxodo y del Sinaí, y el grupo de Josué,
que les proponía la fe en Yahvé. Se trata, ciertamente, de una alianza
religiosa (v. 23-24) que lleva consigo la aceptación de u n estatuto y de
u n derecho (v. 25). Pero no afectaba a las doce tribus, que aún no se
habían constituido como tales y cuyos representantes no estaban todos
presentes en Siquén. Finalmente, este pacto no presenta ninguno de
los rasgos característicos de una anfictionía.
3. £1 santuario central
Condición indispensable de una anfictionía es el santuario central,
que precede a aquélla, explica su creación y justifica su existencia y
hasta le da su nombre. La anfictionía se constituye «en torno» al santua-
rio, en el que se celebran las fiestas religiosas comunes y se reúne el
consejo anfictiónico, cuyas funciones ordinarias se reducen a cuidar
y administrar el santuario. Según la tesis que analizamos, el santuario
central de la «anfictionía» israelita habría sido aquel en que se hallaba
depositada el arca, símbolo de la presencia de Yahvé, Dios de la alian-
za, y en el que se celebraba el culto de aquella alianza. Como resulta
q u e el arca se trasladó a diversos lugares, el santuario central habría
26
Cf. K. H. Rengstorf, art. SÚSEKCC, en T W N T II (Stuttgart 1935) 321-28; A. Jau-
bert, La symbolique des Douze, en Hommages a Andyé Dupont- Sommer (París 1971)
453-60.
27
Cf. L. Ginzberg, The Legends of the Jews VII (Filadelfia 1938) s.v. «Twelve».
28
E. Sellin, Seit welcher Zeit verehrten die nordisraelitischen Stámme Jahwe?, en
Oriental Studies... P. Haupt (Baltimore 1926) 121-34; también ya Geschichte des is-
raelitisch-jüdischen Volkes I (Leipzig 1924) 98SS.
29
M. Noth, Das System..., 65-75; Das Buch Josua (HAT; 2 i953) 139; Geschichte,
90-91, 96-97.
No constituyen una anfictionía 219
4. El consejo anfictiónico
Los delegados en el consejo de la «anfictionía» israelita serían los
nesí'ím, palabra que suele traducirse, aunque incorrectamente, por
«príncipes». Según una etimología posible (cf. ndsd' qól), serían los que
«alzan» la voz, los «portavoces». Son uno por cada tribu, y en Nm 1,5-16
(cf. 2,3-29; 7,12-83; 10,13-27; 13,2-15; 34,17-29) se da la lista de sus
nombres. Serían los representantes de las tribus, equivalentes de los
hieromnemones de las anfictionías griegas 57. Pero no parece fundada esta
asimilación 58.
La mayor frecuencia de empleo del término ndsí' se da en Ezequiel
y en los pasajes sacerdotales del Pentateuco, Éxodo y, sobre todo,
Números. Este término adquiere un valor singular en el lenguaje de
Ezequiel, que distingue entre ndsí' y tnélék, «rey», y da siempre este
título (nunca el de rey) al jefe del futuro Israel 59 . Su uso parece haber
influido en Lv 4,22; Esd 1,8 y el texto actual de 1 Re 11,34. P e r o Eze-
quiel ha modificado un vocabulario anterior. En Números, los nesí'ím
son los doce jefes de las tribus; el mismo término puede servir también
para designar a los que están al frente de fracciones menos importantes;
en efecto, según Nm 3,24.30.35, cada uno de los tres clanes levíticos
tenía su ndsí', y en Nm 16,2 se habla de 250 nesi'im de la comunidad 60 .
54
J. Wellhausen, Reste arábischen Heidentums (Berlín 2 i897) 84-94, e n Que se
emplea el término «anfictionía» a propósito de La Meca, lo que parece abusivo; H. Lam-
mens, Les sanctuaires préislamites dans l'Arabie occidentale: MUSJ 11 (1926) 36-173,
especialmente 154SS; M. Gaudefroy-Desmombynes, Mahomet (París 1957) 34-35.
55
E. F. Campbell y G. E. Wright, Tribal League Shrines in Ammán and Shechem:
BibArch 32 (1969) 104-16.
56
H. J. Franken, Excavations at Deir 'Allá. Season 1964: VT 14 (1964) 417-22,
especialmente 419 y 422.
57
M. Noth, Das System..., 151-62; Geschichte, 95; J. Bright, History, 144.
58
J. van der Ploeg, Les chefs du peuple d'Israel et leurs titres: RB 57 (1950) 40-61,
especialmente 47-54; E. A. Speiser, Background and Function of the Biblical Nasi':
C B Q 25 (1963) 111-17, reimpreso en Oriental and Biblical Studies (Filadelfia 1967)
113-22.
59
Cf. W . Zimmerli, Ezechiel (BKAT; 1969) 915-18 1227-30 1244-46.
60 El texto, sin embargo, está compuesto de elementos diversos, según Noth,
Das System..., 155; Das vierte Buch Mose. Numeri (ATE); 1966) 107.
No constituyen una anfictionía 225
1 PÍ
5. El derecho anfictiónico
Se afirma que en Israel habría existido un derecho anfictiónico,
parte del cual se conservaría en el Código de la Alianza, sobre todo en
las «prohibiciones religiosas y morales» 63 de Ex 22,17-23,9, y cuya in-
fluencia se prolongaría en recopilaciones más tardías, como la ley deute-
ronómica (Dt 12-26) y la ley de santidad (Lv 17-26). Se trataría de un
derecho promulgado regularmente con ocasión de las asambleas de las
tribus en el «santuario central», y el «juez de Israel» sería el encargado
de darlo a conocer, explicarlo y velar por su cumplimiento, adaptándolo
a las nuevas circunstancias; en Jue 10,1-5 y 13,8-15 64 tendríamos una
lista de estos jueces. Es cierto que el Código de la Alianza recoge las
leyes y las costumbres de las tribus instaladas en Canaán y unidas por
su fe común en Yahvé, pero ello no le confiere el carácter de derecho
anfictiónico. Hasta podríamos sentir la tentación de relacionar este
Código con Siquén, donde Josué estableció «su estatuto y un derecho»,
consignado en un «libro de la ley» (Jos 24,25-26). Pero ya hemos dicho
que en el pacto de Siquén no intervino la totalidad de las tribus, que no
fue el acto fundacional de una anfictionía y que Siquén nunca tuvo el
carácter de santuario central de las tribus. El mismo M. Noth ha seña-
lado que los preceptos cúlticos del Código de la Alianza, que debieran
de haber sido objeto preferente de un derecho anfictiónico, se referían
a unos santuarios locales, no a un santuario central 65 . En cuanto a los
jueces «menores», nada prueba que su autoridad, al igual que en el caso
de los jueces «mayores», se extendiera a todo Israel 66 ; del mismo modo,
nada indica que tuvieran relación alguna con unas instituciones an-
fictiónicas o que asumieran «la función capital en la liga de las doce
tribus israelitas»67. La comparación con las anfictionías griegas falla
en este punto especialmente 68 : en ninguna de ellas hubo jamás un ma-
gistrado comparable al «juez de Israel». Los hieromnemones ejercían un
cierto poder judicial, pero sólo en cuanto a los delitos cometidos contra
el santuario o contra el dios 6 9 . Por otra parte, no se puede hablar pro-
piamente de un «derecho anfictiónico» en Grecia, donde jamás hubo
una ley común a varias ciudades.
63
Esta designación se debe a A. Jepsen, Untersuchungen zum Bundesbuch ( B W A N T
III 5; Stuttgart 1927) 87-90.
64
M . Noth, Das System...., 97-100; Die Gesetze im Pentateuch (La Haya 1940)
especialmente 22-29 = Gesammelte Studien... I, 42-43; Das Amt des «Richters Is-
raels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga 1950) 404-17 = Gesammelte Studien...
II, 71-85; A. Alt, Die Ursprünge des israelitischen Rechts (Leipzig 1934) 31-33 = Kiei-
ne Schriften... I, 300-302.
65
M. Noth, Das System..., 97-98.
66
G. W . Anderson, loe. cit. (cf. nota 10) 148.
67 M. Noth, Geschichte, 98.
68
De ello era consciente el mismo Noth, Geschichte, 99, al final.
69
Cf. supra, p. 214.
6. La acción anfictiónica
En Grecia estaba prevista la posibilidad de emprender una acción
común contra un miembro indigno de la anfictionía o contra los ene-
migos del santuario 70 , y la historia griega conoció varias de estas «gue-
rras sagradas», en las que, por otra parte, el motivo religioso no era más
que un pretexto con que disimular unas miras políticas. M. Noth en-
cuentra un paralelo en la guerra de las tribus contra Benjamín para
castigar el crimen de Guibeá (Jue 19-21), afirmando que se trata del
«relato de una guerra anfictiónica contra un miembro de la anfictionía
que ha conculcado abiertamente el derecho anfictiónico»71. G. von
Rad estima incluso que todas las «guerras santas» de la época de los
Jueces eran «en principio una reacción de la anfictionía, aun en los casos
en que no tomaban parte todas las tribus» 72 ; también habla de un «ejér-
cito anfictiónico»73. Más recientemente se ha querido reconocer un
fragmento de «poesía anfictiónica» en la lamentación de los israelitas
después de la guerra contra Benjamín (Jue 21,3) 74 . Parece que esto es
abusar de las palabras. Ninguna guerra de la época de los Jueces contó
con la participación de todas o la mayor parte de las tribus. El caso más
favorable sería el de la batalla de Quisón, en que el Cántico de Débora
hace participar a seis tribus (Jue 5); hay que señalar, sin embargo, que
el relato en prosa (Jue 4) sólo habla explícitamente de dos tribus, Za-
bulón y Neftalí. Las guerras de la época de los Jueces son ciertamente
«guerras santas» 75, pero no tienen carácter anfictiónico 76. Exceptuando
la guerra contra Benjamín, no van dirigidas contra un miembro de la
«anfictionía», no son decretadas por un consejo de las tribus, no obede-
cen a un motivo religioso y, en el caso de la guerra contra Benjamín,
no se trata de defender los privilegios de un santuario central.
En cuanto a la guerra contra Benjamín, que M. Noth señala como
un caso típico, resulta curioso que este autor funde su principal argu-
mento en el tono panisraelita del relato, que es debido evidentemente
a un redactor 77 . De hecho, se trata de un episodio de las luchas de
Efraín por hacerse con la supremacía (cf. Jue 8,1-3; 12,1-6). La razón
70
Citado en la p. 214.
71 M. Noth, Das System..., 100-106, 168-70; la cita se encuentra en la p . 170;
Geschichte, 100-101.
72 G. von Rad, Der heüige Krieg im alten Israel (Zurich 1951) 23-26; cf. la crítica
de E. Nielsen, La Guerre considérée comme une religión, et la Religión comme une guerre:
ST 15 (1961) 100 y R. Smend (cf. nota 76).
73 G. von Rad, loe. cit. (cf. nota anterior) 26, n. 43.
74
J. Dus, Die altisraelitische amphiktyonische Poesie: Z A W 75 (i9 6 3) 45"47-_
75 M . N o t h reconoce el carácter d e guerra santa sobre t o d o a la batalla d e Q u i s o n ,
Geschichte, 139, p e r o n o utiliza este d a t o en su teoría anfictiónica p o r el h e c h o d e q u e
la lista d e las t r i b u s q u e a p a r e c e en el C á n t i c o d e D é b o r a n o c o r r e s p o n d e a su «siste-
m a d e las doce tribus», Das System..., 5-6, 36.
76 R . S m e n d , Jahwekrieg und Stámmebund ( G o t i n g a 1963) 10-32.
" O . Eissfeldt, Der gcschichtliche Hintergrund der Erzáhlung von Gibeas Schandtat
en homenaje a G. Ri-cr (Stuttgart 1935) 19-40 = Kleine Schriften II, 64-80, especial-
mente la critica de M. Noth, p. 68.
228 Las doce tribus de Israel
-—o el pretexto—ha sido una infamia sexual cometida por las gentes
de Guibeá, «una infamia en Israel», una nebáláh (Jue 20,6.10), pero nada
nos autoriza a ver en aquel crimen una falta condenada por un «derecho
anfictiónico». En otros lugares se narran delitos parecidos que también
tuvieron consecuencias políticas, sin que pueda mencionarse a pro-
pósito de ellos un «derecho anfictiónico», como la violación de Dina, una
nebáldh en Israel (Gn 34,7), que provoca el ataque de los hijos de Jacob
contra Siquén, o la deshonra de Tamar por Amnón, también una
nebáláh en Israel (2 Sm 13,12-13), que provoca directamente la muerte
del culpable a manos de Absalón, aunque éste buscaba, sobre todo, ase-
gurarse la sucesión al trono de David.
Más propio sería, a primera vista, invocar el relato de Jos 12; en
efecto, habiendo sabido los rubenitas que los gaditas habían erigido
un altar cerca del Jordán, toda la comunidad ('édáh) de Israel se reunió
en Silo para declararles la guerra; se les envía como delegados al sacer-
dote Fineés y a los nesí'ím de las otras diez tribus, que los acusan de
haber cometido un gesto de rebeldía contra Yahvé. Según la tesis de
M. Noth, Silo es el santuario anfictiónico, y los nesi'im son los delega-
dos de las tribus en la anñctionía; el motivo es una transgresión de la
ley fundamental de ésta, es decir, la del santuario central. No se podría
imaginar un ejemplo mejor de «guerra anfictiónica», aunque el asunto
se resuelve mediante un compromiso 78. Pero M. Noth no ha querido
utilizar este texto, y con razón, pues todos estos rasgos «anfictiónicos»
se deben a una redacción sacerdotal 79 .
Todas estas investigaciones nos llevan a la misma conclusión: no
está justificada la semejanza que se ha propuesto entre las agrupaciones
de las tribus de Israel y las anfictionías griegas. La diversidad de los
ambientes respectivos la hace improbable. En Israel no aparecen los
rasgos esenciales de una anñctionía; no se puede probar la existencia
de un santuario central ni de un consejo de los delegados de las tribus.
No hay un solo ejemplo histórico de acción coordinada de todas las
tribus. Estas se atienen a una leyes y costumbres comunes, pero no se
trata de un derecho anfictiónico. Si se probara que hubo un juez cen-
tral de las tribus, se trataría de una función desconocida en las anfic-
tionías griegas. El empleo del término «anñctionía» a propósito de Israel
sólo puede servir para crear confusión y dar una idea falsa de las rela-
ciones que las tribus mantenían entre sí. Es preciso abandonarlo.
?
8 K. Móhlenbrink veía ahí un conflicto entre dos «anfictionías», una de Silo y
otra de Guilgal, Z A W 56 (1938) 246-50.
19 M. Noth, Das Buch Josua (HAT; 2 i9S3) 133-
CAPÍTULO 111
Estos sistemas pueden ser de tres tipos, cada uno de los cuales puede
adoptar formas un tanto diferentes: el tipo «genealógico», el tipo «tri-
bal» y el tipo «territorial» l.
I. E L SISTEMA GENEALÓGICO
mín fuera uno de los hijos de Jacob y antepasado de una de las doce
tribus, pero también se conservaba el recuerdo de que la suya había
sido una historia diferente, y la tradición relacionó su nacimiento con la
muerte de Raquel, cuya tumba se veneraba precisamente en el terri-
torio de Benjamín. La composición del relato de Gn 29-30 supone que
el nacimiento de Benjamín ya había sido fijado de este modo, y que
no era posible hacerlo nacer en Mesopotamia 7 .
Este sistema genealógico de los doce hijos de Jacob reaparece en las
listas sacerdotales, pero con ciertas diferencias en cuanto al orden:
Gn 35,23-26 (Lía, Raquel, Bilha y Zilpa); Gn 46,8-25 (Lía, Zilpa,
Raquel, Bilha); Ex 1,2-5 (como en Gn 35, pero sin los nombres de las
madres y, naturalmente, omitiendo a José, que ya se encontraba en
Egipto). En 1 Cr 2,1-2 se sigue el orden de Gn 35 y Ex 1, salvo un
desplazamiento de Dan, que debe de ser un accidente textual.
2. Gn 4g
Hay que relacionar el testamento de Jacob (Gn 49,2-27) con el sis-
tema genealógico. En efecto, según se desprende del encuadre sacer-
dotal (w. 1 y 28) y de la introducción (v. 2), Jacob-Israel se dirige a sus
doce hijos, cuyos nombres son los mismos que en Gn 29-30; 35, agru-
pados todavía conforme a su origen materno. Esta composición poética
no pertenece a ninguna de las fuentes del Pentateuco. Se ha propuesto
la hipótesis de que pudo ser recogida por el yahvista o compilada por
éste mismo utilizando fragmentos poéticos antiguos, pero los argumen-
tos aducidos no resultan convincentes. Se trata de una colección de re-
franes o proverbios sobre las tribus. Son antiguos, de época y origen
diferentes, y su interpretación no resulta fácil. La importancia atribuida
a José y Judá no permite situar esta composición antes del reinado de
David. Pero lo que ahora nos interesa no es lo que de ahí se pueda
sacar para la historia de cada una de las tribus 8 o el ambiente de que
proceden estos refranes y sus posibles relaciones con el culto 9 , sino
que examinaremos el testimonio que los refranes nos aportan en cuan-
to al sistema de las doce tribus.
Los seis hijos de Lía van al principio, y los dos de Raquel al final.
Entre ambos grupos se insertan los hijos de las siervas. Esta disposi-
ción coincide esencialmente con la de Gn 29-30. Pero los hijos de las
siervas forman un solo bloque, ya que Dan y Neftalí (Bilha) aparecen
separados por Gad y Aser (Zilpa). Este orden es único y no ha sido ex-
plicado; veremos que la tradición nunca llegó a fijar el orden respectivo
de los cuatro hijos de las siervas.
Bien que de este modo, y en virtud de su encuadre redaccional, el
testamento de Jacob se relacione con el tipo genealógico de los doce
7
Lo hace, sin embargo, la genealogía sacerdotal de Gn 35,23-26.
8
Sobre este punto, cf. H.-J. Zobel, Stammes¡prug und Ceschichte\(BZAW 95; 1965)'.
9
A. H . J. Gunneweg, Über den Sitz im Leben der scg. Stammessprüche: Z A W 76
(1964) 245-55,
El sistema genealógico 233
3- Dt 33
Antes de pasar al sistema de tipo tribal es preciso comparar con el
testamento de Jacob otro fragmento poético del mismo género: las
bendiciones de Moisés (Dt 33) J1 . Al igual que Gn 49, también es in-
dependiente de las fuentes del Pentateuco. Se añadió al Deuteronomio
antes del relato de la muerte de Moisés y se puso en boca de éste ya
moribundo (v. 1), del mismo modo que Gn 49 se suponía recoger las
últimas palabras de Jacob.
Se distinguen dos elementos: un salmo (vv. 2-5 y 26-29) y unos
oráculos 12 enmarcados en el primero. El salmo es uno de los más
antiguos fragmentos poéticos del Antiguo Testamento, anterior a la
monarquía, en el que se han insertado los oráculos 13. Estos oráculos
son de un tipo distinto que los de Gn 49, pues todos ellos son favora-
bles y tienen un tono religioso; varios se refieren a Yahvé y se convier-
ten en plegarias. La concatenación de los oráculos y su combinación
con el salmo se llevaron a cabo en el Israel del norte, después de la
composición de Gn 49, pero antes de la caída de Samaría; no parece
que sea posible precisar más. Los oráculos se suceden por este orden:
Judá, Leví (hijos de Lía), Benjamín y José (hijos de Raquel), Zabulón
e Isacar (hijos de Lía), Gad, Dan, Neftalí, Aser (hijos de las siervas sin
orden). No aparece aquí el orden de nacimiento que vemos en Gn 29-30,
ni la agrupación según el origen materno, como en Gn 49. El tipo
genealógico se esfuma. Leví es mencionado en la lista, pero ya se ha
convertido en tribu sacerdotal (vv. 8-11). Zabulón e Isacar aparecen
10
La explicación del refrán sobre Judá por referencia a la historia de Tamar
(Gn 38), propuesta por E. M. Good, JBL 82 (1963) 427-32 y C. M. Carmichael, ibid.,
88 (1969) 435-44, me parece imposible.
11
Además de H.-J. Zobel y A. H. J. Gunneweg (cf. notas 8 y 9), cf. especial-
mente Fr. M. Cross-D. N. Freedman, The Blessing of Moses: JBL 67 (1948) 191-
210; R. Tournay, Le Psaume et les Bénédictions de Mo'ise: RB 65 (1958) 181-213;
I. L. Seeligmann, A Psalm from Pre-Regal Times: V T 14 (1964) 75-92.
12
I. L. Seeligmann (cf. nota anterior) añade el v. 2ib, tomándolo de la bendición
de Gad.
13
Algunos autores, sin embargo, defienden la unidad del poema, sobre todo
R. Tournay (cf. nota 11).
234 El "sistema de las doce tribus"
más que para seis tribus, que son, por el orden en que se nombran,
Efraín, Manases, Benjamín, Zabulón, Aser y Neftalí. Ahora bien, éstas,
y sólo éstas, son las mismas tribus que aparecen en la enumeración de
las ciudades no conquistadas, según Jue i; en el v. 21, Benjamín en
los vv. 27-33, Manases, Efraín, Zabulón, Aser y Neftalí. Esta misma
agrupación reaparece, casi completa, en la historia de Gedeón (Jue 6,35;
8,23-24): Manases, Aser, Zabulón, Neftalí y toda la montaña de Efraín
(que podría incluir a Benjamín). Estas son también las tribus que, se-
gún el Cántico de Débora (Jue 5), tomaron parte en la batalla: Efraín,
Benjamín, Maquir, Zabulón, Isacar y Neftalí, con la diferencia de que
Maquir ocupa el lugar de Manases, y que Isacar alterna con Aser. Vol-
veremos sobre este texto. Aquí nos limitamos a relacionarlo con la des-
cripción de las fronteras de Jos 13-19 y la lista de Jue 1: hubo una agru-
pación de las tribus del centro y del norte, anterior a la monarquía y
distinta del «sistema de las doce tribus». Este, que se refleja en la des-
cripción del territorio de todas las tribus en Jos 13-19, no parece re-
montarse a una época anterior a los tiempos de David; ya hemos afir-
mado que las listas de ciudades representan un momento aún más
tardío.
2. Nm 24
Después de una descripción de Canaán, que es la tierra prometida
al oeste del Jordán (Nm 34,1-12), y de la alusión a los lotes asignados
a Rubén, Gad y media tribu de Manases en TransJordania (Nm 34,
J^-JS). se da una lista de los jefes, los nesí'ím, que repartirán el resto del
territorio entre las nueve tribus restantes y la otra mitad de Manases
(Nm 34,16-29). El orden va de sur a norte, pero Dan se sitúa junto a
Benjamín porque el erudito redactor recordaba el primer asentamiento
de Dan antes de su migración hacia el norte (Jos 19,40-47; Jue 18). El
pasaje pertenece a un estrato reciente de la redacción sacerdotal.
3. Ez 48
Ezequiel nos ofrece una última lista territorial al describir el repar-
to de la tierra entre las tribus del Israel renovado (Ez 48) 35. Conforme
a la descripción de Ez 47,13-23, toda la nueva tierra de Israel se halla
situada al oeste del Jordán. En consecuencia, todas las tribus, incluidas
las de TransJordania, se reagrupan en esta Tierra Santa. Todo el país
queda dividido en bandas paralelas de este a oeste, a una y otra parte
del territorio reservado para Yahvé, la terümdh, que se reparte entre
el santuario con los sacerdotes y los levitas, la ciudad (Jerusalén) y el
príncipe, el násí ( w . 8-22). Al norte de este territorio sagrado quedan
35
W . Zimmerli, Ezechiel (BKAT; 1969) 1226-35; M. Greenberg, Idealista and
Practicality in Numbers 35: 4-$ and Ezekiel 48: JAOS 88 (1968) 59-66; G. Ch. Ma-
cholz, Noch einmal: Planungen für den Wiederaufbau nach der Katastrophe von $8y:
V T 19 (1969) 322-52, especialmente 330-36.
Listas espúreas 241
siete tribus (w. 1-7) y cinco al sur (vv. 23-28). Un reparto desigual,
que parece tener en cuenta la situación excéntrica de Jerusalén. El
orden va de norte a sur, pero resulta difícil explicarlo del todo y con
detalle. Las tribus de las siervas son relegadas a los extremos del país;
las tribus de Lía y Raquel son las que quedan más cerca del santuario,
enmarcado a su vez por Judá y Benjamín, porción selecta del nuevo
Israel. Rubén queda junto a Judá, en recuerdo de su antigua preemi-
nencia y quizá también de su incesto, localizado en esta región, así
como de la presencia de elementos rubenitas refugiados de Transjor-
dania. El traslado de Isacar y Zabulón al sur quizá sea debido al de-
seo de equilibrar los dos grupos de siete y de cinco. La colocación de
Judá al norte de Jerusalén y de Benjamín al sur, contraria a la geogra-
fía histórica, resulta más difícil de explicar. ¿Será con intención de que
Judá quede más cerca del santuario, que está situado al norte de la
terúmáh? 36 ¿Se tratará de una influencia del significado del nombre:
Benjamín = «hijo del sur»?
Esta geografía utópica mantiene al menos en la visión del futuro el
sistema tribal, sin Leví y con la división de Efraín y Manases; al mismo
tiempo persiste el nexo con el sistema genealógico mediante la distri-
bución de las tribus conforme a su origen materno y con la glosa de
Ez 47,13b.
Nos queda por examinar dos listas tardías. Son las de los contingen-
tes de las tribus que acudieron a Hebrón para reconocer como rey a
David (1 Cr 12,25-38) y la lista de los jefes de las tribus bajo David
(1 Cr 27,16-22). Ambos pasajes pertenecen, igual que su contexto, a las
adiciones a la obra del Cronista.
1. 1 Cr 12,25-38
La lista comprende las tribus de Cisjordania, enumeradas de sur a
norte, y luego las tribus de TransJordania, en bloque. Leví tiene tam-
bién su propio contingente, al que se añaden los de los aaronitas y los
sadoquitas. Efraín y Manases están separados, y Manases sigue divi-
dido en dos medias tribus, a uno y otro lado del Jordán. Hay también
trece tribus, pero sólo doce contingentes, pues de TransJordania no
viene más que uno. Esta lista es una composición libre, que falsea el
sistema tribal y el territorial al añadirles la tribu de Leví, para dar sa-
tisfacción a los medios levíticos en que fue confeccionada 37.
36
G. Ch. Macholz, loe. cit. (cf. nota anterior).
37
Sin embargo, su valor histórico es defendido por G. E. Mendenhall (cf. art. cit.,
nota 22) 62-63. Según J. M. Myers, / Chronicles (Anchor Bible; Garden City, N. Y. 1965)
95-96, no se trata de una pura invención posexílica. Según F. Michaeli, Les Livres des
Chroniques, d'Esdras el de Néhémie (Neuchatel 1967) 84, se apoya en una tradición
antigua.
16
2. i Cr 27,16-22
Esta lista de los jefes de las tribus bajo David menciona primero
a las seis del grupo genealógico de Lía según el orden de Gn 29,30,
incluyendo Leví entre ellas, pero a ésta se añade el grupo de Aarón con
su jefe Sadoc, como si Aarón fuese una tribu (cf. el título del v. 16).
Viene a continuación el grupo de Raquel: Efraín, las dos medias tribus
de Manases, Benjamín enmarcado entre Neftalí y Dan, los hijos de Bilha,
sierva de Raquel. Si se cuenta a Leví y Aarón como una sola tribu, se-
parando las dos mitades de Manases, o si se toman Leví y Aarón como
grupos distintos, contando en este caso las dos mitades de Manases
como una sola tribu, el total de todas ellas es de doce, pero faltan Gad
y Aser, los dos hijos de Zilpa, sierva de Lía. Esta lista no responde a
ningún tipo, ni al genealógico ni al tribal; la inclusión de Leví y Aarón
refleja, al igual que en 1 Cr 12, las pretensiones del ambiente de los
sacerdotes y levitas. La lista sigue fiel al número doce, pero, para ello,
tiene que omitir dos tribus. La mayor parte de los nombres de los jefes
no está atestiguada fuera de Crónicas. Se trata ciertamente de una com-
posición tardía.
1. Crítica literaria
El sistema genealógico es el que corresponde a los textos más anti-
guos desde el punto de vista de la crítica literaria. La tradición de los
hijos de Jacob (Gn 29-30 + 35,16-20) ya había sido fijada en la época
del Yahvista, bajo David y Salomón; el testamento de Jacob (Gn 49)
no es anterior al reinado de David, pero tampoco puede ser muy poste-
rior al mismo. La lista incompleta de Dt 33, las listas de Dt 27,12-13
y Ez 48,31-34, además de las genealogías sacerdotales de Gn 35,23-26;
46,8-25; Ex 1,2-5 y 1 Cr 2,1-2, dependen de este tipo, cuya persistencia
en toda la tradición del Antiguo Testamento acreditan.
El sistema tribal, sin Leví, sólo aparece en la redacción sacerdotal
del libro de los Números. En las dos listas de los jefes de las tribus
(Nm 1,5-16; 13,4-15) aparece una forma que respeta la agrupación ge-
nealógica. La otra forma, que ponía a Gad en el lugar de Leví dentro
del sistema genealógico, aparece en los dos censos de Nm 1,20-43 y 26,
5-51, así como en la organización del campamento (Nm 2,2-31) y en el
orden de marcha (Nm 10,13-28, de que depende Nm 7,10-83), pero
con el desplazamiento de la terna encabezada por Judá. Desde el punto
de vista redaccional, la forma de Nm i , 5 - i 6 y 13 es secundaria en rela-
ción con la de N m 1,20-43 Y 26, que quizá se ha pretendido corregir
devolviendo a Gad el lugar que ocupaba en el sistema genealógico.
La fecha de los "sistemas" 243
44
A. Alt, Israels Gaue unter Salomo, en Alttestamentliche Studien R. Keittel... dar-
Rebracht (Leipzig 1913) 1-19 = Kleine Schriften II, 76-89; R. de Vaux, Instituciones,
193-95; Y- Aharoni, The Land of the Bible (Londres 1967) 273-80; G. E. Wright, The
Provinces of Solomon, en Eretz-lsrael 8 (E. L. Sukenik Memorial Volume; 1967) 58-68.
45
Cf". supra, pp.81-83.
46
G. Wallis, Z A W 81 (1969) 28, considera también cierto que este sistema repre-
senta la situación del reinado de David.
246 El "sistema de las doce tribus"
Abrahán, en la quinta generación (Gn 11,18-26). Son las tribus del sur
de Arabia; se dan trece nombres, pero es posible que uno de ellos (Ofir)
haya sido añadido, y que la tradición sólo conociera al principio doce
hijos de Yoctán 65 . Los árabes del norte son descendientes de Ismael,
hermano de Isaac e hijo de Abrahán. Este Ismael tuvo doce hijos (Gn
25,13-16 [P]), cuyos nombres se dan por orden de nacimiento (cf. Gn
2
9-3 0 ). y que son doce jefes, nesi'ím, según sus tribus, 'ummót66. Según
Gn 25,1-4 (J), Abrahán tuvo otros seis hijos de Quetura, que represen-
tan a otros grupos de Arabia. Entre éstos se contaba Madián, que tuvo
cinco hijos; Nm 31,8 enumera los cinco «reyes» de Madián, pero en Jos
13,21 se les llama nesí'ím, y uno de ellos aparece en Nm 25,15 como jefe
de 'ummót: los madianitas forman una federación de cinco tribus 6 7 .
Najor, el hermano de Abrahán, tuvo doce hijos, antepasados de las tri-
bus arameas (Gn 22,20-24 [J]): ocho nacieron de su mujer Milca, cua-
tro de su concubina Rauma, lo que nos recuerda el reparto de los hijos
de Jacob entre sus dos esposas y las siervas de éstas. En Gn 36 se han
reunido varias listas correspondientes a Edom; una de ellas (Gn 36,8-14
[J]) da la genealogía de Esaú, «padre de Edom» 68 . Esaú tuvo tres mu-
jeres: Ada, que le dio a Elifaz, que tuvo cinco hijos y un bastardo, Ama-
lee; Basemat, que le dio a Reguel, que tuvo cuatro hijos; Ohlibama, que
le dio tres hijos. En total, doce descendientes, nacidos de distintas ma-
dres y repartidos en dos generaciones, igual que el sistema de las doce
tribus en que se incluyen Efraín y Manases. Se intercala Amalee, hijo
de una concubina de Elifaz (v. 12a1'); su mención interrumpe la lista e
introduce un elemento étnico distinto. Estos mismos nombres, incluido
Amalee, reaparecen en la lista siguiente (Gn 36,15-19), que enumera los
jefes o clanes 6 9 de Edom.
Estas listas son antiguas, aun cuando una de ellas (Gn 25,13-16)
sólo aparece en la redacción sacerdotal. También son muy semejantes
al sistema de las doce tribus; en todas ellas encontramos el mismo prin-
cipio genealógico; aparece una y otra vez la misma distinción conforme
al origen materno; el número de doce se repite claramente para los des-
cendientes de Najor y de Ismael, casi con seguridad para la lista edo-
mita primitiva y con probabilidad para los descendientes de Yoctán.
No es verosímil que esta cifra de doce represente en todos los casos
una realidad histórica. Al igual que el sistema de las doce tribus de
Israel, estos sistemas extranjeros son hasta cierto punto arbitrarios; en
efecto, al lado de nombres que representan grupos o territorios conoci-
dos por la Biblia o por los documentos extrabíblicos, las listas contie-
65
F . V. Winnet, loe. cit., 185-86.
66
Sobre los significados de 'ummáh, cf. vol. I, pp.240ss.
67
Sobre su influencia política, cf. la hipótesis de O. Eissfeldt, Protektorat der Mi-
dianiter über ihre Nachbar im letzten Viertel des 2. Jahrtausends v. Ch.: JBL 87 (1968)
383-93-
68
E. Meyer, Die Israeliten und ihre Nachbarstámme (La Haya 1906) 345-52.
69
Hay dudas sobre el significado de la palabra 'allúf.
Federaciones en ambiente semítico 251
una liga tribal, las modernas tribus árabes del Eufrates Medio y de
TransJordania, o los benjaminitas de la época de Mari. Por otra parte,
la sedentarización de las tribus israelitas no se realizó de un golpe.
Durante el período de los Jueces continuaron los desplazamientos de
algunas tribus: Dan emigró hacia el norte, una parte de Manases se
instaló en TransJordania, Judá se extendió por la Sefela, y las tribus
conservaron durante mucho tiempo después de la sedentarización los
hábitos y la mentalidad de seminómadas. El verdadero problema con-
siste en saber cuándo y cómo tomaron conciencia de que no formaban
más que un pueblo, Israel, el pueblo de las doce tribus.
17
CAPÍTULO IV
I. ESTADO DE LA CUESTIÓN
3
A. Klostermann, Der Pentateuch. Neue Folge (Leipzig 1907) 419-21.
4
A. Alt, Die Ursprünge des israelitischen Rechts (Leipzig 1934) 31-33 = Kleine
Schriften I, 300-302.
5
O. Grether, Die Bezeichnung «Richter» für die charismatischen Helden der vorsta-
atlichen Zeit: Z A W 57 (1939) 110-21.
6
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga 1950)
404-17 = Gesammelte Studien zum Alten Testament II (Munich 1969) 71-85; id., Ges-
•chichte, 97-99.
7
M. Noth, Gesammelte Studien... II, 83-85, aunque en su Historia no se mantiene
esta hipótesis.
8
H . W . Hertzberg, Die Kleinen Richter: T L Z 79 (1965) col. 285-90 = Beitráge
,zur Traditionsgeschichte und Theologie des Alten Testaments (Gotinga 1962) 118-25.
9
H.-J. Kraus, Die prophetische Verkündigung des Rechts in Israel (Zollikon 1957) 18.
Estado de la cuestión 261
26
En contra de C. H. J. de Geus y W . Richter, a los que sigue G. Fohrer, Studien
zur alttestamzntliche Tlieologie und Gescliichte (BZAW 115; 1969) 117-18.
27
Cf. supra, pp. 255S8.
266 Los Jueces de Israel
d e Galaad» (Jue 12,7). El final del versículo está corrompido; habría que
corregirlo, al menos como los Setenta: «en su ciudad de Galaad». Según
el resto del relato, la localidad a que se alude podría ser Mispá, cuyo
nombre introducen aquí algunos exegetas, apoyándose en ciertos ma-
nuscritos minúsculos griegos y en Josefo. En cualquier caso, esta fórmula
es la misma que sirve para poner término a cada una de las noticias sobre
los jueces menores, y además enlaza perfectamente con lo que sigue:
«Después de él (Jefté), Ibsán de Belén juzgó a Israel»... (12,8). Es cierto
que Jefté formaba parte de la lista de los jueces. Pero se conocía a pro-
pósito del personaje una historia que el redactor insertó (10,6-12,6), ta-
c h a n d o para ello el comienzo de la noticia primitiva, que empezaría con
la fórmula «Después de él, Jefté el gaaladita juzgó a Israel», enlazando
con la noticia sobre Yair (10,5). Es la única explicación plausible del
lugar que ocupa la historia de Jefté, cortando en dos la lista de los jueces
menores.
Jefté es u n habitante de Galaad. Se trata aquí indudablemente del
Galaad primitivo, al sur del Yaboc, emplazamiento de Mispá de Galaad
(Jue 10,17; n . 1 1 ) . donde los israelitas tenían la frontera común con los
amonitas. Este origen no modifica las conclusiones que ya hemos sacado
•del resto de la lista en que se nos dan ¡os nombres de los jueces menores.
Pero Jefté es el único cuya historia se nos narra, y ésta podría servirnos
para ilustrar la forma en que eran elegidos los jueces y el carácter de sus
funciones 3 1 .
Según el relato más antiguo (Jue 11,1-11), Jefté, expulsado por sus
hermanos a causa de su condición de bastardo, se refugia en el país de
T o b , donde se convierte en jefe de una banda. Parece que esto último
constituye el motivo de que los ancianos de Galaad se dirijan a él para
q u e luche contra los amonitas (compárese con los comienzos de David).
Le piden que sea su «comandante» (qásín; v. 6); ante las vacilaciones
d e Jefté, le prometen que será «jefe» (ros) de todos los habitantes de
Galaad (v. 8). En su respuesta, Jefté parece subordinar esta designa-
ción como jefe a su victoria sobre los amonitas, pero los ancianos po-
nen a Yahvé por testigo de su compromiso (v. 10), y el pueblo lo con-
firma en el santuario de Mispá, donde Jefté es nombrado qásín y r o í
antes de entrar en combate (v. 11).
Este relato exige numerosas observaciones. E n él no se nombra «juez»
a Jefté, sino que éste recibe u n título más genérico, el de ros, «jefe», y el
más raro de qásín, que designa más exactamente a u n jefe militar, como
en Jos 10,24 ( l ° s oficiales de Josué), Is 22,3 (contexto de batalla), D a n
11,18 (el cónsul L. Cornelio Escipión, vencedor de Antíoco III); pero
en otros contextos, el término significa simplemente «jefe» 3 2 . Sólo al
31
En cuanto a la critica literaria y la crítica de las tradiciones en relación con
Jefté, cf., además de los comentarios, E. Táubler, Biblische Studien. Die Epoche der
Richter (Tubinga 1958) 283-97; W. Richter, Die Überlieferungen um Jephtah. Ri 10,
/ 7-12,6: Bib 47 (:96o) 485-556.
32
J. van der l'loeg, Les chefs du peuple c!'Israel et leurs titres: RB 57 (1950), espe-
cialmente 52. El término está abundantemente atestiguado en Ugarit como nombre
268 Los Jueces de Israel
final del relato, en el punto en que empalma con la lista de los jueces me-
nores, se dice que Jefté «juzgó a Israel».
La misma mención de Israel no aparece en el relato antiguo, y no se
encuentra más que en los pasajes de redacción secundaria Que 10,17;
n,4-5a; 11,13-27). Todo el asunto es de interés puramente local, ga-
laadita; así, los mensajeros enviados a Jefté son los ancianos de Galaad;
Jefté se convierte en jefe de todos los habitantes de Galaad; es reconocido
por el pueblo en un santuario de Galaad. La acción militar queda con-
finada al territorio de Galaad 33, y la tradición independiente de la que-
rella con Efraín (Jue 12,1-6) supone que los galaaditas eran los únicos
que habían emprendido la guerra contra Amón.
En todo esto no aparece nada que nos haga suponer la existencia de
una anfictionía ni de una liga de tribus, por restringida que ésta fuera.
Por otra parte, esta elección de un jefe de Galaad recibe la sanción reli-
giosa de un juramento de los ancianos y de un reconocimiento por el
pueblo en un santuario, pero los motivos de la elección son meramente
humanos. Es cierto que, según Jue 11,29, <<el espíritu de Yahvé vino so-
bre Jefté»; sin embargo, aun admitiendo que estas palabras pertenezcan
a la fuente antigua, cosa que es discutible, esta venida del espíritu es
posterior a la elección de Jefté por los ancianos y el pueblo. A pesar de
todo, este jefe de Galaad fue uno de los jueces de Israel. Cabría pensar
que se le reconoció esta condición después de su victoria sobre los
amonitas 34, pero no sabemos quién ni cómo lo promovió.
Podemos prescindir de la noticia, dos veces repetida, de que Sansón
«juzgó a Israel» (Jue 15,20; 16,31), pues tiene por fin legitimar la inser-
ción de las historias sobre el héroe danita y, posiblemente, también ser-
vir de elemento integrante de un sistema cronológico. Descartamos asi-
mismo la mención relativa a Otoniel (Jue 3,10), pues la breve noticia
que le concierne es una composición deuteronomista en que se ha cons-
truido un ejemplo típico mediante el recurso de combinar los rasgos ca-
racterísticos de los jueces «mayores» y «menores».
Hemos de detenernos, por el contrario, en Débora, que es presentada
en Jue 4,4-5 con estas palabras: «Débora, una profetisa, mujer de Lapi-
dot, juzgó a Israel en aquel tiempo. Se sentaba bajo la palmera de Débora
entre Rama y Betel, en la montaña de Efraín, y los hijos de Israel subían
hasta ella para el juicio, mispát». Se ha pensado, en consecuencia, añadir
el nombre de Débora a la lista de los jueces menores 35 . Pertenecía a
propio qsn y bn qsn. Es dudoso el parentesco que se ha propuesto con el árabe qddi,
«juez»; en todo caso, en hebreo no existe el sentido de «juez», P. Joüon, MUSJ 10 (1925)
41. Del ejemplo singular de Jefté no se puede sacar la conclusión de que qásín haya
sido el título de los «jueces» de Israel.
33
Sobre este difícil texto, cf. S. Mittmann, Aroer, Minnith und Abel Keramim.
(Jdc. 11,33) • ZDPV 85 (1969) 63-75.
34
Así, R. Smend, Jahwekrieg... (cf. nota 14) 39; C. H. J. de Geus, N T T 20
(1965-66) 97.
35 H. W . Hertzberg, T L Z 79 (1954) col. 286s; H. C. Thomson, loe. cit. (cf. nota 10)
76-77; R. Smend, Jahwekrieg..., 42-45 (se admite la judicatura de Débora únicamente
como una posibilidad).
Los otros "Jueces de Israel" 269
40
En lugar de «para que yo cierre los ojos», el griego dice; «¿o un par de sandalias?"
Respóndeme». Es difícil elegir entre las dos lecturas.
272 Los Jueces de Israel
1. En hebreo
O. Grether 4 5 trató de demostrar que en hebreo, el sentido funda-
mental de esta raíz era «juzgar», con sus variantes: resolver un caso,
dar sentencia, hacer justicia (ayudar, socorrer) o hacer justicia en el
sentido de condenar. Sobre unas doscientas veces que aparece esta raíz,
sólo reconoce tres casos en que podría tener el sentido de «gobernar».
Sus conclusiones fueron adoptadas por Alt y Noth, utilizándolas a favor
de su tesis del juez anfictiónico; también fueron aceptadas, con matices,
por J. van der Ploeg fsdpat y mispát) 4(S. Es preciso revisar estas con-
clusiones a la luz de los testimonios que nos aportan otros idiomas se-
míticos.
2. En fenicio y en púnico
La inscripción de Ahiram de Biblos, de hacia el año 1000 a.C,
contiene una maldición: «Que sea roto el cetro de su mis'pát, que sea
derrocado el trono de su realeza» 47; el término significa aquí «gobierno,
autoridad». En el siglo iv-m a.C, en Chipre, el participio spt se em-
plea como título de una función que no podemos precisar 48 ; lo mismo
se puede decir de una inscripción del Pireo, del siglo m a.C. 4 9 . Las
inscripciones fenicias de la metrópoli sólo hablan de reyes; sin embargo,
Josefo 5 0 dice que, después del sitio por Nabucodonosor, Tiro no fue
gobernada por reyes, sino por jueces: «Eknibal, hijo de Baslekh, juzgó
durante dos meses; Chelbes, hijo de Abdeo, durante seis meses; el sumo
sacerdote Abbar, durante tres meses; Myttyno y Gerastrato, hijo de
Abdelimo, fueron jueces durante seis años». Después se retorna a la
monarquía. Esto significa que, también en el caso de Tiro, tenemos
una lista de «jueces menores». Sustituyen a los reyes durante un período
de anarquía que se ha producido a continuación de un desastre nacional.
La ciudad de Cartago estaba administrada por los sufetes51, Sptm,
mencionados en las inscripciones púnicas a partir del siglo iv a.C. Los
autores griegos y latinos les dan el título de «reyes», (3ocsiAeis, reges,
mientras que otros transcriben el término por sufes, plural sufetes, y
comparan sus atribuciones a las de los cónsules romanos. Efectiva-
mente, hubo una época en que Cartago estaba gobernada por dos su-
fetes, elegidos por un año, que era designado por el nombre de aqué-
llos. Pero es posible que en ello hayamos de ver una influencia romana.
También aparecen sufetes en las colonias cartaginesas del Mediterráneo,
en Gades en España, en Tharros en Cerdeña. Después de la caída de
Cartago y hasta el siglo 111 de nuestra era, ciertas ciudades de África
del Norte tenían sufetes como magistrados municipales. Estamos mal
informados acerca de los orígenes de esta institución en Cartago, así
como sobre la elección y atribuciones de estos sufetes. Las inscripcio-
nes púnicas sólo dan sus nombres, mientras que los autores latinos se
hacen sospechosos de haber asimilado esta institución a las que cono-
46
J. v a n der Ploeg, O T S 2 (1943) 144-45.
47 K A I 1, 2.
4
» C I S I 47 = K A I 36.
4» G I S I 118 = K A I 58.
50
Josefo, C. Ap. I, 157.
51
S o b r e los sufetes, cf. S. Gsell, Histoire ancienne de l'Afrique du Nord II (París 1920)
1 9 3 - 2 0 1 ; 2 9 0 - 9 2 ; E h r e n b e r g , Sufeten, en P W I V A 1 (1931) col 6 4 3 - 5 1 ; C . Poinssot,
Karlhago 10 (1959-60) 124-27; L . T e u t s c h , K I D A I I I serie 8 (1961) 286-88; G. C h . P i -
curd, Les sufetes de Carthage chez Tite-Live et Cornelius Nepos: «Revue d e s É t u d e s
Latines» 41 (1963) 2 6 9 - 8 1 ; W . Seston, Des «portes» de Tfiugga d la «Constitutiorw de
Carlluige: «Revue 11isl<>ri<pu'» 737 (1967-A) 277-94.
18
274 Los Jueces de Israel
3. En ugarítico
La raíz tpt tiene los dos sentidos de «hacer justicia» y «gobernar» 53 .
Del héroe Danel se dice que «juzga el juicio (idn dn) de la viuda y
hace justicia (itpt tpt) al huérfano» 54 . El hijo del rey Keret hace este
reproche a su padre anciano: «Tú no juzgas el juicio (Itdn dn) de la
viuda, tú no haces justicia (Ittpt tpt) al oprimido» 55 . Nótese que en
ambos casos el ejercicio de la justicia es una función regia.
El sustantivo mtpt parece tener el significado de «decisión» (¿oral?)
en un nuevo texto de Ras Samra 56, con el que ha de compararse el
significado del hebreo mispát en Nm 27,21; Prov 16,33 y el «pectoral
del mispát» de Ex 28,15.29.30.
Sin embargo, mtpt tiene el significado de «gobierno, autoridad» en
un texto del ciclo de Baal, paralelo de la inscripción de Ahiram que
antes hemos citado: «(El) derrocará el trono de tu realeza, él quebran-
tará el cetro de tu gobierno» 57.
El participio-sustantivo tpt tiene el significado de «jefe, gobernan-
te»; tpt, en efecto, aparece en paralelismo con zbl, «príncipe», como epí-
teto del dios Yam (frecuentemente). «Nuestro tpt» está en paralelismo
con «nuestro rey» 58.
4. En Mari5^
Los textos de Mari, del siglo xvm, contienen un término, siptu,
que ha sido traducido como «reprensión» 60 , pero que más bien signi-
52
Antes hemos señalado el estudio exagerado de J. Dus, Die «Sufeten Israels»:
ArOr 31 (1963) 444-69. Cf. también las reservas de H . M. Orlinsky, OrAnt 1 (1962)
13» n - 6-
53
F. C. Fensham, Thejudges and Ancient Israel Jurisprudence... (1959); W . Schmidt,
Kónigtum Gottes... (1961) 27-34; W . Richter, Z A W 77 (1965) 59-61; C. H. Gordon,
Ugaritic Textbook (Roma 1965) glosario núm. 2.727; J. Aistleitner, Worterbuch der
ugaritischen Sprache (Berlín 21965) n. 2.921.
54
2 Aq v 7S = 1 Aq 1 23-25.
55
Gordon, 127, 33-34, repetido en 46-47.
56
Ugaritica V, n. 6, p. 564; cf. J. C. de Moor, «Ugarit-Forschungen» 2 (1970)
303-305.
57 Gordon, 49, VI 28-29; cf. 129, 17-18 = I AB, VI 28-29; III AB, C 17-18.
58 Gordon, 51, IV 44 = II AB, IV-V, 44; Gordon, "nt V 4 c = V AB, E 40.
59 W . Richter, Z A W 77 (1965) 61-68.
60
Fr. Thureau-Dangin, Le terme siptum dans les lettres de Mari: Or 12 (1943)
110-12, sobre A R M II, 13, 24-33; 92, 6, seguido por J.-R. Kupper, A R M III, 12, 22;
30, 25.
Intento de solución 275
V. INTENTO DE SOLUCIÓN
I. Dan
Las tribus encontraron poco a poco el lugar que les convenía para
asentarse definitivamente, y ello dio lugar a ciertos desplazamientos
durante el período de los Jueces. No estamos informados con algún
detalle más que sobre la migración de los danitas, y ello en un apén-
dice del libro de los Jueces (17-18) 1. Se trata de una antigua tradición
que había sido ignorada o descartada por el autor deuteronomista del
libro de los Jueces, no sólo porque presentaba dificultades desde el
punto de vista de su teología, sino porque tampoco encajaba en su
plan, ya que no era realmente la historia de un juez libertador. Se in-
trodujo en la redacción posexílica del libro. En ella ha distinguido
1
Aparte de los comentarios, cf. los estudios recientes: Ch. Hauret, Aux origines du
sacerdoce danite. A propos de Jud., 1, 30-31, en Mélanges Bibliques... A. Robert (París
1957) 105-13; E. Táubler, Biblische Studien. Die Epoche der Richter (Tubinga 1958)
43-99; M. Noth, The Background ojjudges 17-18, en Israel's Prophetic Heritage. Essays
in Honor of J. Muilenburg (Nueva York 1962) 68-85; Y- Yadin, «And Dan, why did he
remain in ships?»: «The Australian Journal of Biblical Archaeology» 11 (1968) 9-23;
A. Malamat, The Danite Migration and the Pan-Israelite Exodus-Conquest: A Biblical
Narrative Pattern: Bib 51 (1970) i -16.
280 La vida de las tribus
25
C. H. Gordon, Congreso Volumc. Bonn (SVT 9; 1963) 21-22, comparte, aunque
iio iKl todo, la opinión de Yadin.
286 La vida de las tribus
en la otra versión (vv. 16-18) Josué les entrega la montaña para roturar.
La interpretación es difícil. Según algunos autores 34, la segunda va-
riante, la más antigua, habla de una expansión al oeste del Jordán, en
la montaña de Efraín. La primera versión, más reciente, habla de una
expansión por TransJordania; en efecto, los refaimitas son los antiguos
habitantes de la TransJordania del norte (Dt 3,4), Og es el último de
los refaimitas (Dt 3,13) y su reino es el país de los refaimitas. Manases
recibe el país de los refaimitas. Sin embargo, otros rechazan que aquí
se aluda a la TransJordania, ya que los fereceos y los refaimitas se nom-
bran tanto al este como al oeste del Jordán. Por otra parte, en G 35
falta «el país de los fereceos y de los refaimitas». Finalmente, también
se ha propuesto aplicar las dos variantes a la TransJordania; en este
caso, la «montaña» sería la que domina el valle del Jordán al este 36 .
El asentamiento de Yair depende del de Maquir. Yair es hijo de
Manases según Nm 32,41; Dt 3,14; 1 Re 4,13, pero según 1 Cr 2,18-22
es hijo de Segub, hijo de Jesrón el judaíta y de la hija de Maquir. En
estas genealogías, Yair es un clan de Maquir-Manasés. Pero Yair es
también un nombre personal 37.
Según Nm 32,41, este Yair conquistó «sus hawwót», hwtyhm', que
puede corregirse y leer «las hawwót de Ham» (cf. Gn 14,5), 7 kilómetros
al sur de Irbid 38, y les dio su nombre. Hawwót significa «tiendas,
campamento, aduar». Según Dt 3,14, los «aduares de Yair» se identi-
fican con el hébél de Argob (cf. 1 Re 4,13). No está claro el significado
de hébél; puede ser «franja de territorio», «lote determinado a cordel»,
«confederación». Los aduares de Yair = Argob serían la región situa-
da entre el macizo de Adjlún y el Yarmuc. Se trata del territorio más
septentrional en que penetraron los israelitas, que no llegaron a atrave-
sar el Yarmuc, y esta ocupación debió de realizarse a partir del territo-
rio de Maquir, y ya muy avanzado el período de los Jueces.
Es difícil determinar qué relación hay entre Yair, clan o individuo,
y el juez menor Yair, oriundo de Galaad Que 10,3-5) 39- Son identifica-
dos por el texto que atribuye a este juez treinta hijos que cabalgaban
sobre treinta asnas y habitaban en treinta ciudades llamadas hawwót
ya'ir. Pero esta referencia a los aduares de Yair es ciertamente una adi-
ción. Generalmente se rechaza toda relación histórica entre ambos
3
* M. Noth, Josua (ATD2) 107.
35
H. W . Hertzberg, Die Bücher Josua, Richter, Ruth (ATD 4i9Ó9) 104; J. Gray,
Joshua, Judges and Ruth (The Century Bible; 1967) 151.
36
S. Mittmann, loe. cit., 209-11.
37
Y. Aharoni, The Land of the Bible, 191-92, siguiendo a Mazar, relaciona el clan
de Yair con el grupo Yauri, localizado en las orillas del Eufrates durante el siglo x m
por los textos asirios, ARAB I, s 73. Estos no israelitas instalados en TransJordania
habrían sido asimilados por Manases oriental.
3
8 A. Bergman, Jl'OS 54 (1934) 176; D. Leibel, BIES 24 (i959-6o) 55.
39
M. Noth, Das Amt des «Richters Israels», en homenaje a A. Bertholet (Tubinga
1950) 404-17 = Gesammelle Studien zum Alten Testament II (Munich 1969) 71-85,
especialmente 77-78.
19
290 La vida de las tribus
nombres. El juez menor habría sido inventado a partir del clan del mis-
mo nombre, o bien sería un personaje histórico que llevó el mismo
nombre que el epónimo del clan. Por el contrario, M. Noth, que hace
a Yair oriundo del primitivo Galaad, al sur del Yaboc, lo considera
anterior al establecimiento de los «aduares de Yair» en el norte. Por
mi parte, me pregunto si no se podrá aceptar que los dos nombres re-
presentan al mismo personaje. No hay prueba alguna de que Yair, el
juez, sea oriundo del primitivo Galaad situado al sur del Yaboc. Fue
enterrado en Camón Que 10,5), que probablemente era también su
lugar de nacimiento. Identificado por Abel 4 0 y por Aharoni con Qamm,
a 11 kilómetros al oeste-noroeste de Irbid, pero el lugar no estaba ocu-
pado a comienzos del Hierro. Se ha propuesto recientemente otro em-
plazamiento, Hanziré, a 8 kilómetros al este de Pella, que correspon-
dería asimismo al Camón que Polibio menciona en las inmediaciones
de Pella, donde han aparecido cerámicas del Hierro I y de la época
helenística 41 . Este emplazamiento se halla al norte del Yaboc. La ex-
pansión hacia el norte que se atribuye a Yair, el maquirita-manaseíta,
podría ser contemporánea de la judicatura de Yair, el galaadita de Ca-
món. Cabría, pues, pensar que hubo un solo Yair, y que éste fue pro-
movido a la judicatura después de la conquista de los aduares de Yair,
del mismo modo que Jefté fue proclamado juez de Israel después de
su victoria sobre los amonitas.
Yabín y Sisara
Según el relato en prosa, el opresor es Yabín, rey de Jasor (4,2).
Jefe de su ejército es Sisara, de Jaroset ha-Goyim (4,2.7). En el poema,
el único adversario es Sisara, que se describe como un rey (Jue 5,26-30).
Pero Yabín, rey de Jasor, es el mismo que fue derrotado en las aguas
de Merón (Jos 11), en tiempos de Josué.
Hay que descartar la solución fácil de suponer la existencia de un
Yabín I y un Yabín II de Jasor; según Jos 11, la ciudad cananea de Ja-
sor fue destruida, y ello significa que nunca hubo un Yabín II. Segu-
ramente se retuvo como único acontecimiento histórico la victoria de
Barac en la época de los Jueces. Su nombre habría sido desdoblado
para completar el cuadro de las conquistas de Josué. La destrucción de
Jasor—y de Yabín—dataría de la época de los Jueces 55 . Pero las dos
batallas se sitúan en un marco geográfico completamente distinto:
Jue 4, en la llanura de Yezrael; Jos 11, en la Alta Galilea.
Según Aharoni 56 , la batalla obtenida por Barac-Débora contra Si-
sara, general de Yabín, y sus aliados, no fue seguida de la toma de las
ciudades cananeas, sino que sirvió únicamente para quebrantar el po-
derío cananeo en el norte. Todavía en vida de Yabín se libró otra bata-
lla en la Alta Galilea, la de las aguas de Merón. Esta segunda victoria
aseguró a los israelitas el dominio de toda la región. Jasor no pudo
sostenerse ya y fue destruida. La victoria de Débora-Barac, por consi-
guiente, se sitúa muy al comienzo de la época de los jueces, mientras
que la ruina de Jasor habría ocurrido más tarde. Pero no parece posi-
ble, desde el punto de vista arqueológico, situar la destrucción de Jasor
más tarde del 1200. Esto obligaría a situar a Débora en el siglo x m , con
lo que se vendría abajo toda la cronología de la conquista.
La solución consiste en suponer que Yabín de Jasor es un intruso
en el relato de Jue 4. No desempeña ningún cometido activo y sólo
aparece en el marco redaccional (4,1-3.23-24) y en la adición de 4,17b;
también en el v.7 aparece como una adición. La combinación Sísara-
Yabín se encuentra también en 1 Sm 12,9; Sal 83,10. Hay que dar la
razón al Cántico: el adversario de Israel es Sisara.
¿Por qué razón se ha introducido la figura de Yabín? Creo que
55 Cf. t a m b i é n O . Eissfeldt, C A H II x x x i v (1965) 9-10.
56
Y. Aharoni, The Land of the Bible, 200-208; cf. también id., New Aspects of the
Israelite Occupation in the North, en N. Clueck Volume (Carden City, N . Y. 1970)
254-(>7-
294 La vida de las tribus
57
H . - J . Z o b e l , Stammesspruch..., 51-52, 8 0 - 8 1 ; cf. t a m b i é n vol. I, 6 0 8 .
58 A . A l t , Z A W 60 (1944) 78, n . 3 = Kleine Schriften I 266, n . 3 .
59
W . F . A l b r i g h t , Yahweh and the Gods of Canaan ( L o n d r e s 1968) 218 y n . 127
id., Prolegomenon a C . F . B u r n e y , The Book of the Judges ( N u e v a Y o r k 2 i 9 7 o ) 15.
60 P R U I V , 2 8 6 .
61
W . F . Albright, C A H II, XXXIII (1966) 30. Sin embargo, F . Gróndahl, Die Per-
sonennamen der Texte aus Ugarit (Roma 1967) 306, clasifica este nombre entre los de
origen lingüístico desconocido.
62
Sin e m b a r g o , s e g ú n Y . A h a r o n i , The Land of the Bible, 201-203, este n o m b r e
c o r r e s p o n d e a las regiones boscosas d e Galilea, y n o v e razón alguna p a r a asociar a
Sisara o Jaroset h a - G o y i m c o n los p u e b l o s d e l m a r . P e r o Jaroset h a - G o y i m n o es u n a
región, sino u n a localidad, según 4,16 y ya e n 13.
Las relaciones con los cananeos 295
of the Tribe of Judah, en Translating and Understanding the Oíd Testament. Essays in
Honor of H. G. May (Nashville-Nueva York 1970) 108-34 = vol. I, 487-510.
Las relaciones con los cananeos 299
rael, permanecieron «en medio de ellos» (Jos 10,1), pero son conside-
rados extranjeros que pueden contar con la protección de los israeli-
tas (Jos i o, 6), cuyos derechos, sin embargo, no comparten en su tota-
lidad (2 Sm 21,4). Están sujetos al servicio del santuario (Jos 9,27),
probablemente el lugar alto de Gabaón. Estas cuatro ciudades se ha-
llan en situación distinta de la que conservan los enclaves cananeos
que subsisten hasta David y Salomón; en efecto, forman parte de Is-
rael, al que han sido incorporadas, pero no han sido asimiladas y con-
servan un estatuto especial.
Parece que esta situación se mantuvo hasta finales del período de
los Jueces. Pero es notorio que la población debió de mezclarse rápi-
damente. La elección de Quiriat Yearín para guardar el arca cuando
ésta retornó de su cautiverio entre los filisteos (1 Sm 6,21) se explica-
ría por el hecho de que así quedaba en territorio neutral, en una ciu-
dad que formaba parte de Israel, pero que no era propiamente israeli-
ta, en un lugar donde los filisteos, que no querían tenerla consigo,
podían, sin embargo, vigilarla. Pero en Quiriat Yearín había un buen
yahvista, evidentemente un israelita, Abinadab, en cuya casa se depo-
sita el arca y cuyo hijo es constituido sacerdote (1 Sm 7,1). Uno de los
treinta héroes de David era de Beerot (2 Sm 23,37). Otro de los valien-
tes de David es Yismaías (nombre yahvista!) de Gabaón, se-
gún 1 Cr 12,4.
Bajo Saúl estallará la crisis. Según 2 Sm 21,1-14, Saúl quebrantó
el juramento hecho a los gabaonitas y trató de exterminarlos. Este cri-
men acarreó un castigo divino consistente en un hambre que duró
tres años. David consigue alejar aquel azote entregando los descen-
dientes de Saúl a los gabaonitas, que los ejecutan en el lugar alto de
Gabaón «en presencia de Yahvé», pero según un rito que no es israeli-
ta 7 7 . No tenemos ningún detalle sobre lo que pudo hacer Saúl. Sabe-
mos que actuó «en su celo por Israel y por Judá» (2 Sm 21,2). La in-
tención de Saúl era asegurar la unidad interior de su reino y especial-
mente robustecer su poderío en esta región fronteriza con los filisteos.
La intención de David al dar satisfacción a los gabaonitas será asegu-
rarse el apoyo de éstos sus subditos no israelitas.
Las violencias de Saúl debieron de hacerse sentir también en Bee-
rot. Así se puede deducir de 2 Sm 4,2-3, pues los dos oficiales del ejér-
cito que asesinan a Isbaal, hijo de Saúl, son de Beerot. Se nos dice que
eran benjaminitas, «pues Beerot fue asignada a Benjamín. Las gentes
de Beerot se habían refugiado en Guitain (cerca de Ramlé), donde han
permanecido hasta el día de hoy como residentes extranjeros»78.
77
H. Cazelles, David's Monarchy and the Gibeonite Claim (II Sam. XXI, 1-14):
P E Q 8 7 (1955) 165-75; A. S. Kapelrud, King and Fertili ty. A Discussion of II Sam. 21 :
1-14, en Interpretationes ad V. T. pertinentes... S. Mowinckel (Oslo 1955) 113-22;
A. Malamat, Doctrines of Causality in Hittite and Biblical Historiography: A Parallel:
V T 5 (1955) 1-12; M. Haran, The Gibeonites, the Nethinim and the Sons of Solomon's
Servants: VT 11 (1961) 159-69, especialmente 161-62.
78
Cf. A. Malamat, loe. cit., 11.
Las relaciones con los cananeos 301
En las cartas de Amarna, del siglo xiv 81, Siquén sólo es mencionada
una vez 82; se dice que un tal Labaya ha entregado el país de Siquén
a los 'apiru. Según las cartas escritas por este mismo Labaya o las que
hablan de él, éste se habría asegurado el dominio de todo el país desde
la llanura de Yezrael hasta las fronteras del reino de Jerusalén, es decir,
toda la montaña de Efraín en sentido amplio. Después de la muerte de
Labaya, sus dos hijos continuaron ejerciendo la misma autoridad. A La-
baya no se da el título de rey de Siquén, y es dudoso que lo fuera real-
mente. Parece 83 que Labaya tampoco residía en la misma ciudad de
Siquén; su autoridad se ejercía en ella a través de un acuerdo con los
habitantes y desde el exterior. Los siquemitas conservarían el derecho
a administrar los asuntos internos de su ciudad, al mismo tiempo que
reconocían una especie de protectorado de Labaya, al que tendrían en-
comendadas la defensa y extensión de su territorio.
Se trata de una situación análoga a la que nos revela, en tiempo de
los jueces, la historia de Yerubaal y Abimelec 84 . Pienso ahora, sin
embargo, que es preciso distinguir entre Gedeón, vencedor de los ma-
dianitas y juez de Israel, y Yerubaal, padre de Abimelec. Han sido
identificados a veces, quizá porque Gedeón rechazó el título de rey
que aceptó Abimelec, hijo de Yerubaal, lo que permitía establecer un
paralelo antitético entre ambas figuras.
Abimelec es hijo de Yerubaal y de una mujer de Siquén. Creció en
Siquén, en ambiente cananeo, mientras que su padre Yerubaal residía
en Ofrá, de localización incierta, pero que ha de buscarse no lejos de
Siquén. Aharoni ha propuesto Affulá, que me parece imposible. Yeru-
baal es jefe de un importante clan de Manases, y de 9,2.16a ha de sacar-
se la conclusión de que Yerubaal ejercía una cierta autoridad sobre Si-
quén. No sabemos cómo la había adquirido. El v. 17 dice que fue a
causa de su victoria sobre los madianitas, pero los vv. i6b-ia son una
adición deuteronomista 85 que identifica a Yerubaal con Gedeón y con-
sidera implícitamente a los habitantes de Siquén como israelitas. Pero
Yerubaal no es rey de Siquén y tampoco reside allí. Su posición se pa-
rece sobre todo a la de Labaya en la época de Amarna. En Siquén no
hay rey. El texto, sin embargo, habla frecuentemente de los b<falé
sekém, los «señores de Siquén», que ejercen al menos la administración
de la ciudad y constituyen una especie de aristocracia. Del mismo
81 Las cartas relacionadas con Siquén y Labaya han sido traducidas y comentadas
por E. F . Campbell, en G. E. Wright, Shechem..., 191-207.
82 Cf. E A , 289, 2 2 - 2 3 .
83 H . Reviv, The Government of Shechem in the El-Amarna Period and in the Days
ofAbimelech: IEJ 16 (1966) 252-57.
84 E s p e c i a l m e n t e B . L i n d a r s , Gideon and Kingship: J T S 16 (1965) 315-26; H . H a a g ,
Gideon-Jerubbaal-Abimelek: Z A W 79 (1967) 3 ° 5 - i 4 : J- A . Soggin, Das Kónigtum in
Israel ( B Z A W 104; 1967) 2 0 - 2 5 ; H . S c h m i d , Die Herrschaft Abimelechs (Jdc 9): «Ju-
daica» 26 (1970) I - I I .
85 W . R i c h t e r , Traditionsgeschichtliche Untersuchungen zum Richterbuch ( B B B 18;
1963) 2 5 0 - 5 1 , 3 1 3 , 316.
Las relaciones con los cananeos 303-
para que maldiga a los israelitas que ocupan la llanura 120 ; esto significa
que los moabitas son dueños de la meseta, y se reúnen con los israelitas
en el santuario de Baal Fegor (Nm 25).
La llanura que se extiende al nordeste del Mar Muerto, entre el
Jordán y la montaña, se llama 'arbót mó'áb. Este nombre no aparece en
las fuentes antiguas, sino únicamente en los pasajes sacerdotales de
Nm (ocho veces), de Dt 34 (dos veces) y una vez en Jos 13,32 ( = P se-
gún los partidarios del Hexateuco; en todo caso, un texto muy secun-
dario). Sin embargo, el nombre debe de remontarse a una época en que
Moab poseía esta llanura, es decir, a un momento anterior a David,
pero posterior a Balaán. Tal es la situación que presupone la historia de
Ehud. Los moabitas han llegado incluso más lejos, pues su rey Eglón,
que no es conocido por otros pasajes, ha atravesado el Jordán, ha ocu-
pado el oasis de Jericó y tiene a los israelitas sometidos a tributo. Según
Jue 3,13, en esta expedición tuvo por aliados a los amonitas y a los
amalecitas. Los amalecitas son nómadas del sur de Palestina que nada
tienen que hacer aquí. Parece que un redactor deuteronomista del libro
de los Jueces se entretuvo en hacerles intervenir por todas partes
(cf. Jue 6,3.33; 7,12 [Gedeón]; 10,12 [introducción a la historia de
Jefté]). Es posible que los amonitas prestaran ayuda a los moabitas,
pero también esto podría corresponder a la labor redaccional.
Por parte de los israelitas, todo tiene el carácter de un asunto muy
local. Nada hace pensar que la ocupación moabita hubiera ido más allá
del oasis de Jericó. La liberación se debe a la acción individual del ben-
jaminita Ehud. A pesar del v. 27 y de las expresiones panisraelitas del
marco redaccional, no es seguro que la acción militar que se desarrolla
a continuación interesara más que a los benjaminitas. Ehud llama a las
armas en la montaña de Efraín (v. 27), pero ésta no es una designación
tribal, sino geográfica, para indicar el macizo montañoso cuya parte
sur ocupa Benjamín. Toda la intervención militar se limita a cortar la
retirada a las tropas de ocupación (v. 28), que probablemente no eran
otra cosa que la escolta armada que había acompañado al rey de Moab
durante su visita.
Los benjaminitas no persiguen a los moabitas más allá del Jordán;
habían logrado expulsarlos de su territorio, y con esto se sentían con-
tentos. Tampoco intervienen las tribus de TransJordania. Los rubenitas
habían sido anegados por los moabitas. Pero, ¿y los gaditas? Tenemos
aquí un ejemplo más del individualismo de las tribus, y especialmente
de las de TransJordania. Volveremos sobre este tema a propósito de
Gedeón y de Jefté. Lo que ya parece más posible es que la muerte de
Eglón diera lugar a un período de anarquía en Moab, y que los gaditas
se aprovecharan de esta circunstancia para reocupar el territorio situa-
do al norte del Arnón. En tiempos de David estará en manos de los ga-
120
M. Noth, loe. cit. (cf. nota anterior) 26-30, cree que los israelitas se habían es-
tablecido al norte y noroeste del lugar desde el que habla Balaán.
312 La vida de las tribus
127 W. A. Ward, en Fr. W. James, The Iron Age al Beth Shan (1966) 172-79.
Lucha contra los extranjeros 315
148
Abel, Geographie II, 250.
149
S. Míttmann, Aroer, Minnith und Abel Keramim: ZDPV 85 (1969) 63-75;
id., Beitrdge.,., 236-37.
150
E. Taubler, Biblische Studien, 289; M. Nocth, ZDPV 75 37, 40. No se puede
tomar en cuenta la introducción (10,9), según la cual, los amonitas habían atravesado.
el Jordán y luchado contra Judá, Benjamín y Efraín.
151
M. Noth, ZDPV 68 (1946-51) 39-40; por el contrario, J. Bright, History, 159,
sitúa este episodio al final del período.
!52 Cf. R. de Vaux, Bible et Orient (1967) 137.
153
Es sorprendente que Albright, en el Prolegomenon al comentario de Burney
2
( i97o) 21, diga que probablemente los moabitas y los amonitas veneraban bajo,
estos dos nombres a una misma divinidad (equivalente de Nergal o de Reshef).
i ' 4 W . Richter, Bib 47 (1966) 522-47.
320 La vida, de las tribus
dida con Aroer del Arnón (cf. 11,26, hebreo), que BJ corrige conforme
a la Vulgata y una parte del texto griego, leyendo Yaser y Jordán.
También la guerra entre Jefté y Efraín (12,1-6) es una adición sobre
el mismo tema que 8,1-3, I a susceptibilidad de Efraín, que reclama la
preeminencia. La historia debe de tener, sin embargo, algún fundamen-
to en la realidad 155, pero menos concreto que el asunto de la guerra
amonita. ¿Sería el hecho de que Jefté fuera elegido juez después de su
victoria Que 12,7)? Es posible que Efraín no viera con buenos ojos la
elección de un juez transjordano 156.
Finalmente, la historia del voto de Jefté (11,30-31.34-40) es una etio-
logía cúltica, que sólo arbitrariamente ha sido añadida al relato.
5. Los filisteos
Al final del período de los Jueces, bajo Eli, Samuel y Saúl, los filisteos
aparecen como un temible peligro para Israel. Pero ya estaban en el país
desde hacía mucho tiempo, donde se habían instalado después de la vic-
toria de Ramsés III sobre los pueblos del mar, hecho ocurrido en 1175,
según nuestra cronología. Es curioso que en el libro de los Jueces apenas
se hable de ellos; sólo son mencionados en las historias de Sansón, al
final del libro (caps. 13-16) y en un v. sobre el juez Sangar al principio
(3,31). Nos fijaremos primero en este texto.
SANGAR.—La noticia es evidentemente una adición; 4,1 (muerte de
Ehud) enlaza con 3,30, sin alusión alguna a Sangar 157. La adición se
debe con probabilidad al principal redactor deuteronomista, y es posi-
ble que haya dado lugar a que se consigne la cifra de 80 en vez de 40 para
el período de reposo subsiguiente a la judicatura de Ehud, con lo que
se cubrirían las de Ehud y Sangar. La expresión «él también salvó a Is-
rael» subraya el carácter adicional. Es verosímil que su inserción en este
lugar se deba a la mención en el Cántico de Débora (Jue 5,6) junto a
Yael; esto ha hecho que se le considere también «salvador» de Israel.
El nombre. Todavía recientemente se ha tratado de explicar su nom-
bre suponiéndolo semítico 158; Sangar sería un shafel de una raíz mgr.
Incluso se ha supuesto que podría ser un nombre egipcio-cananeo com-
puesto: gar = gér, y Sham sería la transcripción del egipcio sm2 en
cananeo: extraña solución 159 . La respuesta exacta ya había sido dada
hace tiempo: se trata del nombre hurrita si-mi-ga-ri 160 .
Pero, como suele ocurrir, es un hurrita asimilado, semitizado; su
segundo nombre es ben 'Anat, que ha sido interpretado diversamente.
Hay que descartar la hipótesis imposible de F. C. Fensham: Sangar
155
Contra Táubler, loe. cit., 293S.
156 Sugerido por Hertzberg, loe. cit. (cf. nota 35) 218.
157
W . Richter, Die Bearbeitungen des «Retterbuches» in der deuteronomischen Epoche
BBB 21; 1964) 92-97.
158
A. van Selms, Judge Shamgar: VT 14 (1964) 294-309.
159
E. Danelius, Shamgar ben 'Anath: JNES 22 (1963) 191-93.
« o B. Maisler (Mazar), PEFQS (1934) 192-94.
Lucha contra los extranjeros 321
21
ÍNDICE ANALÍTICO
Judá y Simeón ausentes del—•: II 82. en la historia de José: I 235, 306, 307;
Maquir en el—:I 307; II115, 165, 171. II 114, 169.
Rubén en el—: II 107, 108, 109. Drehem: I 208, 209.
y Yahvé: I 432. Dudimose (Tutimaios), rey de Egipto: I
Zabulón y Neftalí: II r82. 92, 95-
Débora, nodriza de Rebeca: I 283; II 269. Dudu/Tutu, dod, semita en Egipto: I
Débora, profetisa: II 175, 178, 183, 188, 296.
202, 205, 206, 207, 259, 260, 268s, 321. Dushara, dios de los nabateos: I 270, 273.
y Barac: II 202, 205, 206, 269, 282,
283, 292-295.
Ebal, monte: I 37; II 144.
cf. Débora, cántico de.
Dedán, antepasado de Jetró: I 415. y Garizín: II 159, 219.
Dedán/El Ela: I 415, 416. Ebed/Obed, padre de Gaal: II 303.
Deir Alla/¿Sucot?: I 134; II 33, 52, 53, Eber, epónimo de los hebreos: I 2i6s.
Ecrón: I 146; II 48, 78, 280, 305.
315- "éddh: II 228.
santuario: II 224. Edesa: I 195.
Deir el-Azar/Quiryat-Yearín: II 149. Edom, edomitas: I 40, 42, 45, 146; II
Deirel-Medineh: II I47n. 54-57;
Delfos, anfictionía: II 213S, 217, 219. y la circuncisión: I 284.
santuario de Apolo: II 213, 219. constitución en Estado: I 377; II 20.
Délos, anfictionía de —: II 213. y el control de la Araba: I 47S.
Démeter, santuario en Antela: II 213. ¿Cusan Risatain?: II 72, 308.
Dera°a: II 318. 'dml'rm: II 308.
derecho: jefes, clanes, tribus: II 250, 251, 252.
anfictiónico: II 212, 214, 226, 228. genealogía de Esaú, «padre de Edom»:
casuístico: II 260. II 250.
consuetudinario: II 212. y los horitas: I 147, 148.
Deshasheh: I 72. lista de sus reyes: I 376; II 55, 266,
desierto, estancia en él en la cronología 3°8, 3I3-.
deuteronomista: II 208. y la localización del Sinaí: I 417.
deuteronomista, historia: II 204, 205, 206. niega el paso a Moisés: I 376, 405,
Diala: I 208. 416; II 55, 86, 88s, 92, 94, 96, 118.
Dibón/Dibán: I 46, 416; II 50, 94, 106. y los quenizitas: II 71, 72.
y Ramsés II: I 130, 377. y Ramsés II: I 139.
Dibón Gad: II 94, 312. sedentarización: II 252, 319.
Dilmún/Bahrein: I 207. y Seír: II 90.
Dina, hija de Jacob y Lía: I 154, 180,236; y los shasu: I 299, 310; II 56.
II 228, 231. Edom /Esaú, hermano de Jacob, cf. Esaú.
tribu (?): II 231, 244. Edrey/Derá: II 98, 114.
Dinamarca, ligas de regiones: II 215. efod:
Dinhaba, ciudad de Bala: II 266. de Gedeón: II 203, 313.
dinu, en Mari: II 275. de Mica: II 280.
Di-Zahab/¿Dahab?: I 412. Efraín, bosque en TransJordania: II 290,
Djeziré (Siria del norte): II 247. Efraín, «hijo de José» y tribu:
doce (número 12): II 212, 214, 215, 217S, adoptado por Jacob: I 238; II i66s,
169, 170S, 172.
250. asentamiento: II 157-161.
doce tribus: II 211, 212, 215, 216, 217, y Aser: II 181.
218, 221, 226, 229, 232, 233, 234, en la batalla de Quisón: II 240, 246,
238, 240, 242, 243, 244, 245, 246, 255, 287, 295, 317.
247, 249, 250, 251, 259, 260, 261, y Benjamín: II 162.
262, 263, 264. y Benjamín-Maquir: II 240, 255, 287,
doce tablas (ley de las — ) : II 217. 295. 317-
Dor: II 35, 36, 48. y Betel: II 163.
enclave cananeo: II 305. en el cántico de Débora: II 165.
y los tjekkcr: II 284. la casa de José, Efraln-Manasés-Ma-
Doran/'1VII Dotan: I 46; II 158, 287, 312. quir: II 16,7-172.
332 índice analítico
y el «gran Israel»: II 280. toma: II 20, 23, 25, 123, 134-137, 193.
y Perseo: II 285. Jeroboán I: I 305, 261, 434, 441; II 257,
Jalam, hijo de Esaú: I 338. 265.
Jamat: I 141, 142, 211. y Dan: II 280, 286.
Jamor/Hamor, násí de Siquén: II 160, y Penuel: II 315.
301. y Siquén: II 304.
Jacob y —, padre de Siquén: II 301. Jeru salen:
Jarmo: I 56. y los amorreos de la Biblia: I 143, 148.
Jaroset ha-Goyim: II 49, 182, 293, 294, en Benjamín: II 305.
295- enclave cananeo: II 298, 302, 305, 306.
Jasasón Tamar: I 143. en la época de Amarna: I n i , 114,
Jasor-Enán: I 141. 118, 119, 122; II I49n.
Jasor/Tell el-Qedah: II 174, iy6s. guerra contra Gabaón: I 154.
Bronce Antiguo: I 72; II 177. y los habiru: I 122.
Bronce Medio: I 86, 88; II 177. y los hurritas: I 103.
Bronce Reciente: I 133; II 20, 23, 177. y los jebuseos: I 148.
y la conquista: II 21, 26, 173, 174, 176- y Judá/Benjamín: II 76.
179, 182, 193. «nuevo Sinaí»: I 400S, 408.
destrucción: II 194, 293, 297. Jesbón: I 46; II 97.
Hierro Primero: II 117. capital de Sijón: I 376; II 55, 87, 88,
historia extrabíblica: I 80, 104; II 91, góss, 119, 193, 310.
176S. ciudad de Rubén: II 106.
migración de los danitas: II 282. residencia de Eglón (?): II 310.
Período Intermedio: I 75; II 177. Jesrón, nieto de Judá: I 301; II 75, 108,
Jebla/Ajlab/Majabb: II 305. 116, 298.
jebuseos, pueblo de Canaán: I 1485; II Jetró, sacerdote de Madián, suegro de
76, 173- Moisés: I 323-330, 402, 406, 445, 447.
Jederah: I 62. descendiente de Dedán: I 415.
Jefté el galaadita, juez menor y libertador: Jeús, hijo de Esaú: I 338.
I 374, 402; II 204, 206, 277, 290. Jiel, de Betel: II 136.
y los amonitas: II 92. Joás, padre de Gedeón: II 278.
y los efraimitas: II 291, 317, 320. Joel, hijo de Samuel: II 271.
y Galaad: II 104. Jobab, suegro de Moisés: I 323, 402; II 67.
historia de — y «libro de los liberta- Jofní, el levita: II 69, 222.
dores»: II 205, 206, 209. Jonatán, alianza con David: I 428.
juez menor: II 204, 206, 207, 259, 260, Jonatán ben Guersón: II 283, 284.
261, 266-268. Jordán: I 38, 3g, 45.
libertador: II 202, 204, 206, 277, 290, fronteras de Canaán: I 33, 140S, 143.
318-320. y Guilgal: II 126-130.
Jehú, dinastía de: II 205. y el milagro del mar: I 370-373; II
jeques: II 247, 249, 275, 278. I26ss, 131.
jeque árabe y nási = : II 224S. y la Pascua: I 391.
Jeremías y la alianza del Sinaí: I 400. paso del: II 132S, 219, 221, 244, 254.
Jericó: I 39, 41, 42, 47; II 309. y la tradición del Sinaí: I 39on.
Bronce Antiguo: I 65, 67, 72. vados del: II 308, 309, 316.
Bronce Medio: I 86s. Jorma/Sefat: II 65.
Bronce Reciente: I 133, 374; II 23, ciudad de Simeón: II 65, 73.
136S. conquista: II 65, 69, 87, 193.
Calcolítico: I 63. derrota de: I 404; II 63, 64.
y los hurritas: I 105. José, hijo de Raquel, epónimo común de
influencia egipcia: I 90SS. Efraín y Manases: II 244, 246.
Neolítico Cerámico: I $8s. historia: I 290-314.
Neolítico Precerámico: I 54, 55S, 57, y Benjamín: II 162, 168, 231S, 233,
58. 234, 252, 253, 254-
Período Intermedio: I 75, 77. ciento diez años de vida: I 305.
y Rajab: II 123S, 125S, 134, 137. crítica literaria: I 2go-2g4.
sometido a Eglón: II 56, 137. crítica de la tradición: I 306SS.
índice analítico 339
esclavo: I 310. 233. 234, 236, 237, 242, 252.
fecha de redacción bajo Salomón: asentamiento: II 75-81, 254.
I 294, 295, 3°2S, 304. 3°5- y Benjamín, en Ez 48: II 241.
«hebreo»: I 215, 219. «casa de —»: II 164, 246.
hijo menor de Jacob: II 162. conquistas atribuidas: II 305.
llevado a Egipto: I 309, 311; II 70, con David: II 232, 234n., 245, 246,
254- 298, 306.
y los madianitas: II 312. en Egipto: I 314.
Manases, primogénito: II 288. éxodo - expulsión: II 70.
y Maquir: I 238, 307; II 114, 169S, expansión: II 252, 254, 297SS.
172, 287. fronteras: II 238, 239.
matrimonio: I 238; II 170. y la historia de José: I 290, 291, 306$.
nombre: I 308. integración de Sorá y Estaol: II 282.
política agraria: I 291, 30IS. de Quiriat Yearín: II 301.
posición de José: I 304, 310. de Simeón: II 234, 245, 255.
primogénito de Raquel y de Israel: y los moabitas (?): II 309.
I 182, 237, 251; II 167S, 169. origen y formación: II ¡o8ss.
y Siquén: I 182, 306; II lógss. y Otoniel: II 307.
sueños: I 2ggss. y Rubén: II 108, 109.
tumba en Siquén: II 159, 301. con Salomón: II 245.
«casa de José»: II 231, 238, 246, 253, y Simeón: II 65S, 82, 83, 245, 255.
288, 305. y Tamar: I 265; II 77, 83.
asentamiento: I 180; II 22, 63, 64. Judea, desierto de: I 37, 41.
y ciclo de Jacob: I 182. Calcolítico: I 62S.
formación: II 163-172. Paleolítico: I 51, 53.
«José» en el sistema genealógico, «juez de Israel»: II 226, 228, 259, 260, 261,
«Efraín-Manasés» en el sistema 262, 272; cf. jueces «menores»,
tribal: II 234, 235, 238, 241, jueces «mayores»: II 202, 203, 204, 207,
243, 244, 246, 253. 226, 259SS, 278, 306-320.
Maquir en su origen: II 114S. jueces «menores»: II 202, 203, 204, 205,
pide más territorio: II 118, 157. 207, 206, 209, 212, 225, 259-278, 302.
recibe Siquén: II 159, 167. juramento anfictiónico: II 217, 227.
y la toma de Betel: II 141.
y tradiciones sobre José: I 306S. Kabdaros, rey legendario de Cilicia, y
y «tribu de José» (?): II 235, 246.
Caftor: II 44.
Josías, divisiones administrativas: II 238.
Kabri: I 63.
Josué, sucesor de Moisés: II 20, 121.
Kabturi/Caftor: II 43, 45.
batalla de Gabaón: II 150-156.
kaldu/caldeos: I 194.
y la «casa de José»: II 288.
Kaptaru/Caftor: II 43.
conquista del norte: II 173, 179, 183.
Karatepe: I 337; II 42, 148.
conquista del sur: II 78S, 150SS, 299.
Karnak: I 97, 107, 113, 127, 129; II 34.
discurso de despedida: II 201.
kashka, pueblo de Asia Menor: II 38, 40.
en la exploración de Canaán: II 61 ss.
y el grupo de Raquel: II 253, 254S. tratado con los hititas: I 422; II 148.
juez (?): II 261. Kebar, kebariano: I 52S.
Kefira, ciudad gabaonita: II 299.
pacto con los gabaonitas: II 145, 148. Kefr Garra: I 86.
pacto con Siquén: I 384; II 20, i84s, Kefr Goladi: I 63.
193- KefrMonash:I68.
papel en la conquista: II 17, 18, 20, Keftin-Caftor: II 43 s.
24, 163, 189, 192. Kemosh, dios de los moabitas: II 319.
paso del Jordán: I 371, 372; II 126, Kerak Raneta/ ¿Quenat?: II 118.
127, 132S. Keret, héroe cananeo: I 150, 159, 160; IL
en el Sinaí: I 385. 274.
en Siquén: II 218, 219. Kerma: I 96.
toma de Jericó: II 135. Khafageh/Tutub: I 79, 208.
tumba: II 157. Khan Shcikhún: I 77.
Judá, hijo de Lía y tribu: II 81, 168, 232, Khashshum: I 84.
340 índice analítico
Maón/Kh. Main: II 70, 73. Meguido: I 46, 47, 109, 118, 231, 332.
Maqueda: II 20, 12211., i¡oss, 299. aguas de: II 295.
¿conquistada por Josué?: I 78, 150, arqueología: II 296-297.
152. batalla de (Jue 4-5): II 175, 182S.
Maqueronte: II 312. Bronce Antiguo: I 65, 66ss, 70.
Maquir, tribu e «hijo» de Manases: II 287, Bronce Medio: I 85SS, 105.
288. Bronce Reciente: I 105, 129, 135.
asentamiento: II 113SS, 120. Calcolítico: I 63S.
en la batalla de Quisón: II 240, 246, enclave cananeo: II 305.
255S, 288, 295, 297, 317. influencia egipcia:
habitante de Lo-Debar: II 115. Dinastía XX: II 34SS.
y José: I 238, 307, 314; II 114, 171S. y la expansión hurrita: I 103S.
y Manases: I 182; II 115S, 120, 171S, Imperio Medio: I 90SS.
240, 256, 287SS, 297, 314S. victoria de Tutmosis III: I 102,
y el pacto de Siquén: II 187. 104, 107, 110, 113.
«padre» de Galaad: II 114, 288. no conquistada: II 158, 179.
en TransJordania: II 287SS. Período Intermedio: I 75, 77.
mar personificado: I 373. Meirón/¿Merón?: II 174.
Mar Muerto: I 35, 38, 42, 45. mélék: II 224, 276, 277, 303, 314.
frontera de Canaán: I 33, 34, 140. Melquisedec: I 274.
Mar Rojo: I 39, 46, 47, 364. Meneiyeh/Timná: II 87S.
Mará: I 406, 433. Menfis, y los hicsos: I 93, 96.
Marad: I 79. y el comercio cananeo: I 153.
Maraye, príncipe libio: II 30. y los cultos cananeos: I 131S, 366.
Maresá/Tell Sandahanna: II 75, 299. Mer, dios de Mari: I 21 m .
Mari/Tell Hariri: I 79, 199. Merari, hijo de Leví: I 322; II 66, 69.
y los ahlamu: I 207. Merg Ayún, vía de comunicación: I 38,
y losamorreos: I 80, 84, 210, 211. 48, 59; II 174.
y los benjaminitas: I 80, 438; II 55. Meribá, Meribat Cades: I 403, 433; II
documentos jurídicos: I 244, 250, 63, 67S.
252S; II 274S, 321. Merikare, rey de Egipto: I 81.
El (Iíum), dios de: I 277. Merneptah, rey de Egipto: I 113, 310,
y la expansión hurrita: I 84. 375; II 30SS, 36, 41.
y los habiru: I 121, 125. estela de: I 167, 375S; II 30S.
y los haneanos: I 230S; II 55. fortaleza de: I 299; II 32.
y Jasor: II 177. fuente de: II 32.
otros textos: I 101, 263; II 58. funcionarios semitas: I 296S.
rito de alianza: I 428. Merón:
y los seminómadas en general: I 80, batalla: II 157, 173SS, i7Ss, 182, 282,
233, 240, 263. 293SS.
y los suteos: I 125, 212. fecha: I 194.
María, hermana de Moisés: I 322, 404. localización: I 174.
canto de: I 369. Mesa, rey de Moab: I 319; II 97, 312.
Markha: I 411. estela de: I 214, 331; II 98, 109, 122.
Mamas, dios de Gaza: II 44. Mesad Hasavyahu: II 78n.
Marún er-Ras, G. Marún/Merón: II 174. mesepios, doce pueblos de los—: II 215.
MAR.TU, cf. Amorreos. Méser: I 65.
mas 'óbéd: II 306. meshwesh, tribu de África: II 30, 34.
Massá: I 403, 433; II 67S. mgr: II 320.
Mdsal: II 277, 303. Mica, santuario de—: II 223, 280, 285.
Mataná: II 95, 96. Micala, promontorio de, santuario de Po-
Matiel, rey de Arpad: I 424. seidón: II 214.
Mattiwaza, rey de Mitanni: I i o i , 115, Micenas, fundada por Perseo: II 285.
198. Midas, ¿ = Mita?: II 38.
Medain Saleh/Hegra: I 190, 405n., 415S. Migdal Eder: I 181, 363 ; II 108.
Migdol: I 365S, 3Ó7n.
Medinet Habu: II 33, 34, 39, 40, 43, 46,
migraciones:
47. 5°. 5 i .
índice analítico 343
de los antepasados de los israelitas: y Rubén: II 109, 110, 119.
II 254S. y Sijón: II 97S.
de Aser (?): II 291S. Moisés: I 31S-448.
de los sanitas: II 279-286. en el desierto:
de Efraín y de Benjamín (?): II 290S. Cades: I 405; II 70.
estacionales de los madianitas: II 313. Decálogo: I 426S.
de Maquir y de Yaír, «hijos» de Ma- exploración de Canaán: II 61 ss,
nases: II 287-289. 124.
Mikal, dios de Betsán: I 130. la Ley: I 379S, 384, 385.
Milca, mujer de Najor: I 198, 239; II Meribá: I 403; II 63.
217, 250. Números 16, 15: II 271.
Milkilu, rey de Guézer: I 118, 119. rito de la sangre: I 423, 425, 446,
Milkom, dios amonita: II 319. 447-
Minít: II 319. ruta del grupo de Moisés: II 254.
Minos, fundador legendario de Gaza: el Sinaí: I 422.
II 44. la tienda de la reunión: I 443, 445.
mishór: II 97. misión de Moisés: I 315-347.
Mispá de Benjamín: I 46; II 143, 220, milagro del mar: I 367-373, 374.
222, 270. plagas: I 349-355-
y el arca: II 223. revelación del nombre divino: I
en Jue 21, 19-21: II 220, 223. .280, 330-347. 396. 432-
lugar de culto: II 223. salida de Egipto: I 358-374, 386,
y Samuel: II 223, 270. 395-
Mispá de Galaad/Kh. Djel c ad: II 57, 104, origen: I 312, 321S; II 69.
223n., 267, 318. juventud: I 322.
Mispá, valle de: II 174. Moisés y los madianitas (Jetró): I
mispáháh: II 281, 286. 323-330; II 312.
miSpdt: II 268, 273, 274. Moisés y los quenitas: I 324; II
mispátím: II 269. 67. 73-
Mita, l— Midas?, ¿frigio?: II 38. nacimiento: I 318, 321.
Mitanni: I 85, 100-105. nombre: I 321S.
y Egipto:
religión: I 431-440.
bajo Tutmosis III: I 103S, ioóss, culto mosaico: I 441-448.
109.
Moisés, profeta: I 346, 349.
en la época de Amarna: I 109,
114SS. monoteísmo: I 439SS.
influencia en Palestina: I 103, 109. en TransJordania:
reino: I 100-105, 200, cf. hurritas. batalla contra Sijón: II 975.
Mitra, dios indoario: I 101. bendiciones: II 233S.
mlk: II 277. Moisés y Jonatán, hijo de Guersón:
Moab, moabitas: I 34, 40, 42, 47; II 54- II 283.
57, 203, 306, 308-312, 318-319. no entra en Canaán: II 92.
y Baal Fegor: II 100, 119. pide paso a través de Edom: II 86.
y Balaán: II 100. reparto: II 92, 101.
y el benjaminita Ehud: II 308-312. la serpiente de bronce: II 87.
bordeado por los israelitas: I 376, 416; tumba: I 32on.
II 55. 9 i , 9 4 . 96. " 8 . montaña:
campaña de Ramsés II: I 130, 139; de Efraín: II 240, 244, 245, 256, 264,
II 56. 265, 269, 289, 302, 311.
y la circuncisión: I 284. de Judá. II 244.
constitución en Estado: I 377; II 55. de Neftalí: II 244.
contra Judá (?): II 309. montaña de Elohim: I 327, 329, 407.
derechos territoriales: II 203, 318, 319. Monte Pelado/G. Halaq: II 90.
los emim: I 144. Montu, dios egipcio: I 90.
itinerarios del éxodo: II 85, 86, 95S. Mopsos, héroe daneo: II 49, 285.
llanuras de: cf. Arbot Moab. Moré, colina de/Dj. Dahi: II 317.
origen: I 178, 216, 241. Moré, encina de: I 283.
344 índice analítico
384. 394. 395. 396. 397. 398, 419, 421, Glueck, N . : I 76, 259, 409; II 73. 87, 88,
422, 428, 429, 432; II 131, 186, 187, 97, 115, 288.
206, 213, 216, 220, 223, 230, 236, 239, Goedicke, FL: I 107.
243, 265, 318. Goetze, A.: I 79, 114, 123, 128, 199, 201,
Fóldes, L.: I 225. 209; II 36, 37, 38, 148.
Forrer, E. O . : I 145, 208; II 37. Goitein, S. D . : I 234, 336,
Franceschini, A.: I 410. Goldziher, L : II 248.
Franken, H . J.: I 133, 135; II 25. 52, 112, Golka, F.: II 22.
136, 224, 315. González Echegaray, J.: I 53, 54.
Frankena, R.: I 381, 419. Good, E. M . : II 233.
Fredriksson, H . : I 369. Gordon, C. H . : I 148, 149, 150, 154, 156,
Free, J. P.: I 227. 193. 195. 196, 209, 217, 230, 236, 245,
Freedman, D . N . : I 204, 338, 340, 435; 246, 248, 249, 250, 254, 261, 270, 301,
II 78, 82, 233. 313, 318, 324, 333, 336, 337; II 43,
Fretheim, T. E.: I 443. 49, 274, 285.
Freydank, H . : I 117. Gophna, R.: I 234; II 74.
Friedrich, J.: I 203, 207, 243; II 58. Gorce, M.: I 282.
Fritz, V.: I 403; II 61, 65, 68, 73, 87, 151, Gorg, M . : I 443, 445.
158. Graf Reventlow, H . : I 281, 282, 400, 427.
Furumark, A.: II 44. Gray, J.: I 137, 151, 154, 215, 216, 333,
391, 403, 409; II 72, 76, 77, 80, 105,
108, 122, 140, 151, 176, 178, 205, 283,
Gaballa, G. A . : II 30.
289, 290, 292, 308, 310, 317.
Gabrieli, F . : I 225, 226, 235, 276, 282, Grdseloff, B.: I 326; II 56.
329- Greenberg, M . : I 120, 215, 216, 217, 230,
Gadd, C. ].: I 195, 204, 250, 416. 251, 252, 352, 354, 439; II 240.
Galanopulos, A. G.: I 349. Greenfield, J. C : II 147.
Galbiati, E.: I 353. Gressmann, FL: I 186, 289, 292, 401;
Galling, K . : I l 7 i -
Garbini, G.: I 210, 211. II 98.
García-Treto, F. O . : II 103. Grether, O . : II 260, 262, 272.
Gardet, L.: I 336. Griffiths, J. G . : l 3 2 i .
Gardiner, A.: I 95, 99, 103, 108, 132, 221, Grimal, P.: I 154.
Grintz, J. M . : I 194, 195, 304; II 137, 139,
246, 297, 299, 302, 304, 309, 318, 321,
145, 148.
357. 364; II 32, 33. 81. Groenbaek, J.: I 404; II 64.
Garelli, R.: I 75, 99, 229, 269, 277. Grollenberg, L. H . : I 32; II 85.
Garrett, J. L.: I 280. Grondahl, F . : II 294.
Garrod, D. A. E.: I 51, 53- Gruenthaner, M. J.: II 154.
Garstang, J.: I 202; II 133, 282. Grumach, E.: II 43.
Gaster, T. H . : I 160. Growfoot, G.: I 61, 331.
Gaudefroy-Desmombynes, M . : II 224. Gsell, S.: II 273.
Gelb, I. J.: I 78, 79, 83, 143, 208, 209, Guillaume, A.: I 215.
210, 381. Gunkel, H . : I 203, 289, 292.
Gemser, B.: I 203, 440. Gunneweg, H . J.: I 323, 400, 446; II 66,
George, A.: II 131, 132.
Georgiev, G.: II 47. 82, 232, 233, 284, 286.
Gerstenberger, E.: I 421. Gurney, O. R.: I 88, 145, 202, 212, 242.
Gese, H . : I 155, 401, 415, 421, 427; II 93, Gustavs, A.: I 103.
Güterbock, H. G.: I 88, 118, 145, 223;
94. 234-
Gevirtz, S.: II 134. II 37. 38.
Giblin, Ch. H . : II 184. Guttmann, J.: I 443.
Gibson, J. C. L.: I 143, 193, 208, 209, 210, Guy, P. L. O . : I 70, 105.
233. 235. 331-
Giles, M . : I 70, 105. Haag, H.: I 355; II 69, 302.
Ginsberg, H. L.: I 147; II 91. Haase, R.: I 242.
Ginzberg, L.: II 218, 251. Habach, L.: I 318.
Giveon, R.: I 90, 125, 130, 326. Habel, N. C : I 161.
Glasson, T. F . : I 355. Haefeli, L.: I 233.
360 índice de autores
Nielsen, E.: I 180, 189, 230, 383; II 157, Pedersen, J.: I 240, 316, 354, 423.
158, 184, 187, 221, 227, 231, 234. Penna, A.: II 205.
North, R.: I 415. Perlitt, L.: I 420.
Noth, M . : I 18, 23, 32, 34, 60, 106, 107, Perrin, B.: I 254.
129, 141, 167, 173, 174, 175, 176, 177, Perrot, J.: I 51, 59, 61, 62.
181, 182, 185, 187, 192, 193, 200, 204, Pétré, H . : I 410.
205, 210, 220, 222, 230, 233, 251, 252, Petrie, F . : I 72, 357; II 50.
272, 282, 291, 292, 306, 308, 313, 316, Petschow, H . : I 145, 242, 255.
317, 320, 323, 324, 328, 331, 336, 340, Pézard, M.: I 127.
345. 35i. 354. 371. 374. 380, 384, 388, Pflüger, K.: I 126.
394. 397. 399. 401, 404. 405, 4°7. 4io. Picard, G. Ch.: II 273.
414, 415, 422, 423, 425, 431, 434, 436; Picard, L.: I 51.
II 19, 21, 25, 55, 56, 57, 62, 65, 66, 67, Pilcher, E . J . : I l 3 2 .
71. 73. 75. 79, 80, 81, 87, 89, 92, 95, Pini, I.: II 44.
96, 97, 98, 99, 101, 102, 105, 106, 107, Plautz, W . : I 236, 238.
108, 112, 113, 116, 117, 118, 121, 122, Plóger, J. G . : I I 8 9 .
125, 126, 128, 131, 133, 134, 139, 142, Pohl, A.: I 124, 227.
143, 145, 146, 151, 153, 156, 163, 167, Poinssot, C.: II 273.
171, 175, 204, 208, 211, 212, 218, 219, Pomerance, L.: I 349.
220, 221, 224, 226, 227, 228, 230, 234, Pope, M. H . : I 155, 156, 279, 333, 373.
235, 236, 238, 239, 243, 246, 252, 256, Pope, Maurice: II 53.
260, 264, 272, 275, 276, 279, 281, 284, Porten, B.: I 274.
288, 289, 291, 295, 306, 308, 310, 311, Porteous, N . W . : I 394.
313. 318, 319. Porter, J. R.: I 189, 240, 400, 403; II 144.
Nótscher, F . : I 419, 421; II 239. Posener, G.: I 75, 8r, 82, 308, 311, 319.
Nougayrol, J.: I 83, 122, 139, 149, 153, Prausnitz, M. W . : I 69, 363.
156, 196, 203, 204, 209, 244, 249, 270, Préaux, O : I 309.
337; II 40, 45. Prévost, M. H . : I 237.
Nowairi: II 133. Price, W . : I 201.
Nylander, C.: II 42. Prignaud, J.: II 45.
Prinz, O . : I 410.
Oberholzer, J. P . : I 215. Pritchard, J. B.: II 26, 53.
Obermann, J.: I 337. Procksch, O.: I 346.
O'Callaghan, R. T . : I 75, 100, 101, 102,
103, 200, 207. Rabe, V. W . : I 443, 444.
Oded, B.: II 56, 108. Rabin, C.: I 254; II 98.
O'Doherty, E.: II 205. Rabinowitz, I.: I 298.
Ohata, K . : I l 4 9 - Rabinowitz, J. J.: I 255.
Oldenburg, U . : I 156, 157, 276, 278. Rahtjen, B. D . : II 213, 216.
Oliva, M . : I 331. Rainey, F . : I 102, 139, 149, 152, 153, 231;
Olmo Lete, G.: II 132, 134. II 180.
Olmstead, A. T . : II 281. Ranke, H . : I 303.
Oppenheim, A. L.: I 198, 199, 226, 299, Rasco, A.: I 260.
300; II 177. Rathjens, C.: I 227.
Oren, E. D . : I 133. Ratschow, C. H . : I 343.
Orlinsky, H. M . : II 213, 225, 274. Reckendorf, H . : I 341, 342.
Orni, E.: I 31. Redford, D . B.: I 93, 95, 105, 108, 116,
Osswald, E.: I 388. 289, 298, 318; II 30.
Ostborn, G.: I 161. Reed, L.: II 50.
O t t e n . H . : I 99, 114, 121; II 36, 37, 38,39. Reifenberg, A.: I 44.
Ottosson, M . : II 102, 106, 256. Reisner, G. A.: I 331.
Oullette, J.: I 276, 441. Renaud, B.: I 440.
Rendtorff, R.: I 156, 274, 447; II 102.
Pallottino, M . : II 215. Renger, J.: I 245.
Parker, B.: I 246. Rengstorf, K. H . : II 218, 251.
Parr, P.: I 76, 87. Reviv, H . : II 160, 277, 302, 315.
Parrot, A.: I 83, 193. Rhotert, H . : I 57.
364 índice de autores
Richter, W . : I 374, 402; II 56, 93, 203, Schmitt, G.: II 184, 186.
204, 205, 209, 262, 267, 269, 272, 274, Schmokel, H . : I 279.
275, 276, 290, 292, 302, 303, 304, 307, Schneider, N . : I 197-
308, 309, 310, 312, 313, 318, 319, 320. Schreiner, J.: I 346, 400.
Riemschneider, M.: II 47. Schult, H . : II 44.
Ringgren, H . : I 189, 267, 283. Schunck, K. D . : II 83, 113, 143, 151, 153,
Robert, A.: II 279. 161, 239, 256, 261, 270, 272, 291, 315.
Robertson Smith, W . : I 425. Schwartz, B.: II 43.
Robinson, T . H . : II 281. Scorazzi, M . : II 215.
Rofe, A.: II 205. Seale, M. S.: II 292.
Roiia, A.: II 176. Seebass, H . : I 182, 268, 323, 324, 328,
Roscher, W . H . : II 217. 345, 388, 432, 434; II 158, 159, 165,
Rost, L.: I 32, 165, 175, 247, 267, 282, 169, 270.
356. 389. 399; II 93- Seele, K. C.: I 99, 295.
Roth, W. M. W . : II 137, 143- Seeligmann, I. L.: II 22, 233.
Rothenberg, B.: I 405, 411; II 34, 87, 109. Segal, M. H . : I 267, 330, 355.
Rowe, A.: I 90, 92, 130, 297; II 34. Sekine, M . : I 400.
Rowley, H. H . : I 193, 259, 261, 289, 312, Sellin, E.: I 171, 384; H 187, 206, 218.
313, 314, 324. 32S. 326, 374, 402, 406, Seston, W . : II 273.
426, 427, 441, 448; II 86, 87, 186, 282, Sethe, K.: I 82.
283. Seton-Williams, V. M . : I 57-
Rowton, M. B.: I 124, 225, 233, 374; II Shipton, G. M . : I 332.
30, 160. Simmons, S. D . : I 198.
Rudolph, K.: I 155, 173. Simons, J.: I 107, 108, 141, 205, 363, 411,
Rudolph, W . : I 194, 291, 316; II 96, 97, 412; II 57, 67, 86, 97, 116, 117, 139,
124, 125. 308,318.
Rundgen, T . : I 340. Simpson, C. A . : II 105, 204.
Ruppert, L.: I 289, 292, 293, 346. Simpson, W . K.: I 94-
Rutten, M . : I 198. Smend, R.: I 320, 323, 341, 346, 369, 380,
Ryckmans, G.: I 202, 281, 282. 393. 398, 437; II 83, 219, 221, 227,
261, 268.
Smith, G. A.: I 31, 127.
Saarisalo, A.: I 249. Smith, R. H . : I 76.
Saggs, A.: I 196. Smith, S.: I 138, 195, 251.
Saliby, N . : I 112. Smolar, L.: I 434.
Saller, S.: II 97. Snaith, N . H . : I 253, 364; II 97, 116.
Sandars, N . K.: II 53- Soderblom, N . : I 321.
Sanders, J. A.: I 66, 75, m , 167; II 27, Soggin, J. A.: I 37L 393. 428; II 24, 26,
49. 175- 28, 126, 128, 144, 162, l8 5> 213, 221,
Sasson, J. M . : I 284, 435, 438. 231, 302.
Sauer, G.: I 135; II 315. 3i6. Sola-Solé, J. M . : l 3 3 7 -
Sauneron, S.: I 296, 297, 322. Solecki, R. S.: I 53-
Save-Sóderbergh, T . : I 93. Sommer, F . : II 37.
Savignac, R.: I 190. Sonnen, J.: I 233.
Sayce, A. H . : I 362. Soucek, V.: I 243.
Saydon, P. P.: II 126. Sourdel, D . : I 269.
Schachermeyr, F . : II 43, 44. Speiser, E. A . : I 83, 147, 165, 173, 203,
Schaeffer, F. A.: I 83, 434; II 32, 39, 40. 220, 223, 232, 245, 246, 249, 250, 251,
Schick, T . : I 51. 254, 264, 271, 275, 306, 312, 337;
Schiffer, S.: II 248. II 158, 159, 224, 225.
Schild, E . : l 3 4 3 - Sperber, A.: I 340.
Schíller, G.: I 367. Stade, B.: I 257, 326; II 97.
Schmid, H . : I 284, 320, 321, 401, 422; Stadelmann, R.: I 95, 131, 258.
II 68, 93, 95, I 2 i , 133, 302, 303. Stamm, J. J.: I 203, 204, 272, 334, 427,
Schmid, R.: I 328, 367, 371; II 65, 70, 131.
Schmidt, W. H . : I 257, 279, 288, 437, 441, 448.
448; II 89, 262, 274, 276. Starcky, J.: I 269, 270, 274, 410, 415; II
Schmidtke, F . : I 186. 101.
índice de autores 365
Steindorff, G.: I 99, 140, 295, 301. Van den Branden, A.: I 135.
Steiner, G.: II 38, 39. Vandier, J.: I 94, 114, 115, 301.
Stekelis, M . : I 51, 55, 59. Van der Merwe, B. J.: I 289.
Stemmer, N . : IÍ 205. Van der Ploeg, J.: I 188; II 224, 267, 273.
Steuernagel, C.: I 186; II 62, 89, 108, 252, Van der Woude, A. S.: I 388.
292. Van Imschoot, P . : I 439.
Stewart, T. D . : I 53. Van Kasteren, J. P.: I 141.
Stiebing, W . H . : I l 5 2 . Van Liere, W . J.: I 84.
Stock, H , : I 92, 93, 96, 295. Van Praag, A.: I 247.
Stockholm, N . : I 223. Van Selms, A . : I 148; II 262, 320, 321.
Stoebe, H. J.: II 71. Van Seters, J.: I 73, 93, 94, 95, 246, 247,
Stricker, G. H . : I 300. 311.
Stubbings, F. H . : I 132, 133, 134. Van Uchelen, N . A.: I 193, 215.
Styrenius, C. G.: II 49, 52. Van Zyl, A. H . : I 215; II 55, 310.
Sukenik, E. L.: I 62, 331. Vardaman, E. J.: I 280.
Sumner, W . A.: II 92. Vattioni, F . : I 195; II 167.
Swoboda, H . : II 213. Vawter, B.: I 192.
Szlechter, E.: I 242. Velikovsky, I.: I 349.
Sznycer, M . : I 150. Vercoutter, J.: I 75, 99, 132; II 29, 33, 43.
Vergote, J.: I 289, 294, 295, 298, 300, 303,
304, 305. 3io, 313. 335-
Tadmor, H . : I 119; II 76, 149. Vilar Hueso, V.: IÍ 296.
Tadmor, M.: I 68. Vincent, A.: II 72, 308.
Talmon, S.: II 66. Vincent, L. H . : I 332; II 140.
Tallqvist, K.: I 203. Vink, J. G.: II 112, 144.
Tamisier, R.: II 72, 302. Virolleaud, Ch.: I 149, 333, 337.
Táubler, E.: I 307; II 93, 101, 105, 108, Vischer, W . : I 326, 332.
113, 117, 164, 165, 180, 267, 279, 282, Vogt, E.: II 126, 129.
284, 287, 304, 308, 310, 315, 318, 319, Volten, A.: I 300.
320. Volz, P.: I 173.
Tchernov, A.: I 53. Vollborn, W . : II 205, 209.
Teutsch, L.: II 273. Von Beckerath, G.: I 93, 95, 258, 297.
T e Velde, H . : I 94, 95. Von Berckerath, J.: I 297; II 30.
Theodor, O.: I 403. Von Pakozdy, L. M . : I 434.
Thieme, P.: I 101. Von Rabenau, K.: I 357.
Thoma, A.: I 52. Von Rad, G.: I 174, 175, 192, 220, 277,
Thomas, D . W . : II 73, 301. 289, 293, 369, 386, 387, 440, 441; II
Thomas, H. L.: II 30. 62, 67, 89, 125, 158. 186, 219, 227.
Thomson, H. C.: IÍ 261, 268. Von Schuler, E.: I 422; II 40, 148.
Thompson, R. J.: I 320. Von Soden, W . : I 166, 208, 213, 230, 273,
Thureau-Dangin, F . : I 122, 208, 250; II
333, 334. 338.
160, 18o, 274. Vriezen, T . C.: I 267, 316, 389, 395.
Tobías, P. V.: I 51.
Tocci, F. M . : II 176.
Torczyner, H . : I 200. Waecher, J.: I 57.
Wagner, M . : I 210, 337, 365.
Tornay, R.: I 243, 396; II 233.
Wagner, S.: II 61, 123, 124.
Tscherikover, V.: I 309. Wainwright, G. A . : II 31, 41, 42, 44, 51.
Tucker, G. M . : I 145, 255. Waldbaum, Jane C.: II 51.
Tufnell, O . : I 70, 105, 135; II 32, 50, 79. Walker, N . : I 335.
Tunyogi, A. C.: II 121, 122. Walther, A . : II 275.
Tur-Sinai, N . H . : I I 174. Walz, R.: I 226, 229.
Tushingham, A. D . : I 32. Wallis, G.: I 153, 167, 174, 178, 257, 338;
II 2 4 S .
Wambacq, B. N . : I 435.
Unger, M . F . : II 307. Ward, W . A . : I 89, 295; II 33, 34, 35,
Ungnad, A.: I 202. 3H.
Uphill, E. P . : l 2 9 8 , 318. Waterman, L.: II 81.
366 índice de autores