Irak, 15 Años

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POLÍTICA

EXTERIOR
Irak, 15 años

ESPECIAL MARZO 2018


Irak, 15 años

Edición a cargo de Pablo Colomer, Julia García y Áurea Moltó.

© Estudios de Política Exterior, a los efectos previstos en el artículo 32.1 párrafo segundo del vigente TRLPI, se opone expresamente a que cualquiera
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Foto de portada: Oleoducto iraquí en llamas (Ash Sharqat, 18/08/2003). @Getty.

Estudios de Política Exterior, SA. Núñez de Balboa, 49 - 28001 Madrid. Tel. 34 91 431 26 28 // [email protected]
Irak, 15 años

El 20 de marzo de 2003, Estados Unidos bombardeó Bagdad. Comenzó


así la operación Libertad para Irak que, en cuestión de semanas,
derrocó al régimen de Sadam Husein. Sobre la cubierta del portaaviones
USS Abraham Lincoln, un George W. Bush en uniforme de piloto declara
exultante: “Misión cumplida”. A partir de ahí, todo se tuerce para EEUU
y sus aliados, enfangados en una guerra asimétrica en el corazón de
una región ya conflictiva que después de la invasión no volverá a ser la
misma.

Viajamos en el archivo de Política Exterior hasta los momentos previos a


la guerra de Irak para, desde ahí, hacer un repaso de las consecuencias
de la invasión en Oriente Próximo, viejo campo de batalla de imperios
y aspirantes a serlo, y en la sociedad internacional.
La fractura entre las grandes potencias –Francia, Alemania, Rusia y
China se opusieron a la invasión– a raíz de la guerra de Irak de 2003
anticipa el mundo multipolar y precario, de alianzas cambiantes que
vivimos hoy.

Con su apoyo sin reservas a EEUU en Irak, España dio un giro radical a
su política exterior. Se rompía un consenso histórico que llevó a
algunos a preguntarse si España tenía una política exterior. De todo ello
se ocupa este especial que, sin moverse del epicentro de la crisis –2002
y 2003–, reúne 11 artículos de esos años que merece la pena releer.
Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo.
Logros, riesgos y oportunidades
Colin Powell

El 11-S y el orden mundial


William Pfaff

Invasión de Irak, escenarios negros


Carlos Alonso Zaldívar

Reanudar el diálogo transatlántico


Dominique de Villepin

España y la crisis de Irak


Manuel Marín

¿Tiene España una política exterior?


Vicente Palacio y Fernando Rodrigo

La ONU después de Irak


Guillermo Medina

Irak: la impostura de la ocupación


Gema Martín Muñoz

Derechos humanos y guerra contra el terror


Jorge Ángel Espina Ramos

Guerras, mentiras y armas de destrucción masiva


Luis Esteban González Manrique

Los límites del poder americano


William Pfaff
Logros, riesgos y oportunidades
Colin Powell

El proceso de aunar al mundo civilizado en la lucha contra el terrorismo abre oportuni-


dades para las relaciones internacionales y nuevas áreas de cooperación. EE UU tiene
hoy prioridades y amigos, como Rusia o China, impensables hace apenas diez años.

P
odemos sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado juntos en
apenas un año. En este tiempo se ha puesto a prueba a Estados
Unidos, a sus amigos y a sus aliados. Hemos aceptado ese reto, pe-
ro aún queda mucho por hacer. Tras el primer aniversario de los
atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 la perspectiva para anali-
zar lo que hemos conseguido, los riesgos que quedan por afrontar y, lo más
importante, las oportunidades que hemos de aprovechar para construir un
mundo mejor y más seguro.
Este año el presidente George W. Bush ha conseguido unir y liderar una
coalición internacional que ha liberado a Afganistán del yugo de Al Qaeda y
de los talibanes. Por primera vez en más de un decenio podemos ver en la
televisión que las jóvenes afganas van a la escuela, los jóvenes juegan al fút-
bol y se oye música en la calle.
Ahora que los talibanes se han marchado, Afganistán tiene un nuevo
gobierno interino presidido por Hamid Karzai. La coalición internacional
trabaja con el presidente Karzai para satisfacer las necesidades humanita-
rias del pueblo afgano y comenzar la difícil tarea de recuperación y re-
construcción, recreación de una sociedad y de una infraestructura. Por
ejemplo, Estados Unidos dedica ochenta millones de dólares a un proyec-
to de mejora del sistema principal de carreteras en Afganistán, junto con
Arabia Saudí y Japón. Una simple carretera asfaltada que permitirá conec-
tar este país de nuevo y que no sólo unirá lugares, sino también a las per-
sonas, de manera que el comercio fluya y el gobierno central pueda llegar

Colin Powell es secretario de Estado de Estados Unidos. Artículo entregado el 7 de


octubre de 2002.

POLÍTICA EXTERIOR, 90. Noviembre / Diciembre 2002


50 Política Exterior

a todos. Estamos comprometidos con Afganistán a largo plazo. El pueblo


afgano sabe que EE UU y la comunidad internacional estarán allí por ellos
el tiempo que sea necesario.
La coalición internacional contra el terrorismo trabaja mucho y no pasa
una semana sin noticias sobre el desmantelamiento de una célula terrorista o la
interceptación de dinero negro. Más de noventa naciones en todo el mundo,
como parte de esta coalición, han detenido a más de 2.400 presuntos terroris-
tas y sus cómplices. Más de 160 países han congelado bienes por valor superior
a cien millones de dólares, que ya no están disponibles para intrigar, conspirar
o adquirir material que podría utilizarse para realizar actividades terroristas.

Frentes de la guerra al terrorismo


Podemos acabar con Al Qaeda en Afganistán, pero no podemos destruirla
sólo con bombas y balas. Para vencer a los terroristas tenemos que hacer la
guerra en muchos frentes diferentes y en todos al mismo tiempo. Hemos de
llevar a cabo una lucha diplomática para convencer a otras naciones para
que trabajen con nosotros y eliminen cualquier vivero de actividad terrorista
que pueda existir en su país. Hemos de librar una batalla política para ani-
mar a sus dirigentes a dar pasos difíciles en sus países, golpear a los terroris-
tas allí para que no puedan formar redes en otros países. Hemos de hacer
una guerra de la inteligencia y de la aplicación de la ley para descubrir y des-
truir las células antes de que puedan cometer nuevos asesinatos. Hemos de
hacer la guerra a la financiación para negar a los terroristas el dinero que ali-
menta sus tramas. Y hemos de librar una guerra informativa pública para
asegurar que el mundo entero comprende nuestro mensaje de democracia,
mercado libre y dignidad humana.
El 11-S nos dejó sin ilusiones. Los terroristas no se detendrán ante nada
mientras no los paremos. No aceptan ninguna ley, ninguna moralidad. Sus
ambiciones violentas no tienen límite.
En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 12
de septiembre, el presidente Bush habló de un peligro grave y colectivo para
la comunidad mundial, el peligro de que un régimen fuera de la ley pueda
proporcionar terroristas con tecnologías para matar a una escala aún mayor
que la que vimos en Nueva York hace poco más de un año. El presidente ins-
tó a las naciones del mundo a mantenerse unidas y hacer frente a Irak. El ti-
rano que gobierna este país, Sadam Husein, ha formado una terrible alianza
con los terroristas. Durante un decenio ha desafiado a EE UU, a la comuni-
dad internacional, al Consejo de Seguridad y a las resoluciones de las Nacio-
nes Unidas, la organización multilateral que durante diez años ha hablado en
nombre del mundo civilizado contra sus actividades.
Sadam ha demostrado una y otra vez su intención agresiva. Se puede
discutir en cuanto al desarrollo de sus actividades. Se puede discutir sobre
Colin Powell 51

cuáles son sus arsenales. Se puede discutir en cuanto al ritmo de desarrollo


de estas terribles armas dentro de Irak, pero lo que es indiscutible es su in-
tención; nunca ha dejado de tener ni de desarrollar este tipo de armas. Por
eso ha violado las resoluciones del Consejo de Seguridad.
Suponer que el régimen iraquí actúa de buena fe significa arriesgar la vi-
da de millones de personas y la paz mundial. Y, como dijo Bush a los delega-
dos de la Asamblea General, éste es un riesgo que no debemos correr. He-
mos de reaccionar. El presidente hizo un claro llamamiento a las Naciones
Unidas: es hora de actuar.
Tenemos una alternativa determinante respecto a Irak, y en política ex-
terior hay muchas realidades que dan que pensar. Pero siempre me aseguro
de que, preocupándonos por estos retos, por estas crisis, no dejamos de ver
las grandes oportunidades que nos brinda el nuevo
siglo. Bush ve estas oportunidades y las está apro-
vechando. Él y su administración tratan de cons-
truir un mundo mejor y más seguro, un mundo que La relación con
beneficie al pueblo estadounidense y traiga liber- Rusia, hace diez
tad y esperanza a los hombres y mujeres de todos
los continentes. El desarrollo de las libertades de- años basada en
mocráticas y económicas, combinado con los el equilibrio del
avances tecnológicos, brindan oportunidades sin terror, tiene hoy
precedentes para lograr una vida sin miseria y sin
pobreza para millones y millones de personas en
un interés común
todo el mundo, y estamos decididos a aprovechar
estas oportunidades.
El terrorismo es muy importante. Sin embargo, no estamos tan centra-
dos en él como para olvidar cuáles son estas oportunidades y nuestras obli-
gaciones. Ciertamente, el proceso mismo de aunar al mundo civilizado en la
campaña mundial contra el terrorismo nos ha abierto la puerta para reforzar
las relaciones internacionales y explorar nuevas áreas de cooperación.
La reacción del presidente ruso, Vladimir Putin, ante el 11-S marcó un pro-
fundo cambio en las relaciones bilaterales con Rusia, sólo hace diez años basa-
das en el equilibrio del terror y ahora unidas por el interés mutuo. El 11-S des-
barató de una vez por todas, y espero que para siempre, el tablero de la guerra
fría. Por ejemplo, acordamos discrepar con los rusos sobre nuestra retirada del
tratado de Misiles Antibalísticos. Todos estaban preocupados: los estadouni-
denses están siendo unilateralistas, esto va a originar una carrera armamentís-
tica, va a crear una crisis en las relaciones con Rusia y con otras naciones.
Fue todo lo contrario. Seis meses después, en el Kremlin, Bush y Putin
firmaron el tratado de Moscú, un tratado histórico de reducción de arma-
mento estratégico. Unos días más tarde, en Roma, el presidente se unió a
nuestros aliados y a Putin para formar un nuevo consejo OTAN-Rusia que
acercará este país a la comunidad euroatlántica y Occidente a Rusia.
52 Política Exterior
Nuestra relación con China también ha recorrido un largo camino. To-
dos los días pienso en China y Rusia, dos países importantes, antiguos ad-
versarios, que se están acercando cada vez más a nosotros. Por primera vez
hoy hablamos con Pekín de retos mundiales compartidos, desde el terroris-
mo hasta el sida. Hemos entablado un diálogo sobre el terrorismo y estamos
trabajando juntos para fomentar la estabilidad en el sur de Asia.
Hoy más que nunca trabajamos con China porque nuestra agenda de coo-
peración es más rica y más profunda que nunca. Tenemos muchas diferen-
cias. No hemos retrocedido en nuestros principios. Estamos en desacuerdo
en cuestiones como los derechos humanos, proliferación armamentística y
otros asuntos como la naturaleza misma de su sistema político. Y planteamos
esos desacuerdos. Pero no lo hacemos como dos enemigos enfrentados.
El 11-S también nos recordó que, aunque progresamos con estos dos an-
tiguos adversarios, todavía existen asuntos críticos que hemos de afrontar.
India y Pakistán estuvieron al borde del conflicto armado. Hemos dejado
claro, tanto al primer ministro indio, Atal Behari Vajpayee, como al presiden-
te de Pakistán, Pervez Musharraf, que ya no vemos nuestra relación con ca-
da uno de ellos desde el prisma de su propio desacuerdo. Queremos una re-
lación fuerte e intensa con ambos países. Y el resultado no es igual a cero; lo
que hagamos por India no es contra Pakistán ni viceversa. Y porque estamos
consiguiendo convencerles y demostrar la validez de este punto de vista, po-
demos ayudarles a resolver su enfrentamiento. Bush ha dejado claro que re-
forzar nuestra relación con India y Pakistán, individual o bilateralmente, es
una de nuestras prioridades.

EE UU y Oriente Próximo
El entorno en el que trabajamos y vivimos es nuevo y complejo, con nuevos
amigos y acuerdos que habrían sido impensables hace sólo diez años. Traba-
jamos no sólo para aprovechar estas oportunidades, sino para tratar los
asuntos más delicados. Ninguno es más difícil que el conflicto palestino-isra-
elí. El presidente ha reafirmado su visión de dos Estados que convivan jun-
tos en paz y seguridad. El 24 de junio manifestó con firmeza lo que quiere
que haga el lado palestino respecto a su propia reforma, convirtiéndose en
un socio más responsable en el proceso de paz. Pero también impuso obliga-
ciones a Israel: la necesidad de poner fin a la ocupación y a los asentamien-
tos, de que haga más para aliviar la crisis humanitaria del pueblo palestino; y
de que ambas partes asuman los riesgos necesarios para avanzar en el cami-
no de la paz. Por muy difícil que sea el proceso de pacificación en Oriente
Próximo no abandonaremos nuestra búsqueda de la paz.
Es un momento fascinante para ser secretario de Estado. Todas las nor-
mas con las cuales trabajaron mis últimos diez predecesores han desapareci-
do. Rusia, China y EE UU trabajan juntos para mantener la paz. Estamos de-
Colin Powell 55

cididos a que esto no sea sólo una pausa en las hostilidades entre grandes
potencias, sino que realmente sea un nuevo futuro.
Lo que vemos en los frentes político y económico nos da aún más moti-
vos para el optimismo. La democracia y el mercado libre se extienden y la
gente comprende que la combinación de ambos es el sistema acertado. En
casi todas las reuniones con funcionarios extranjeros dedicamos tiempo a
asuntos políticos y geoestratégicos, pero la mayoría lo dedicamos a asuntos
económicos y al comercio. En consecuencia, el mensaje que se transmite es
que el libre mercado funciona, pero sólo con un sistema político libre, don-
de no haya corrupción y exista el Estado de derecho, donde se respete el ca-
pital, donde se puedan obtener beneficios, donde esta palabra suene bien y
no mal, donde se invierta la riqueza en infraestructuras sociales, especial-
mente en educar a los jóvenes para que participen
en la economía del siglo XXI. Y por eso Bush está
decidido a avanzar en su agenda de libre comercio,
tras haber recibido la aprobación del Congreso pa- El objetivo del
ra promocionarlo. Y utilizaremos esa autoridad pa- ataque del 11-S no
ra crear cada vez más acuerdos en todo el mundo
con naciones comprometidas con la democracia y fue sólo EE UU,
el sistema de libre empresa. sino el futuro que
En la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Soste- compartimos con
nible celebrada en Johanesburgo (24 de agosto-4
de septiembre de 2002) reafirmé el compromiso
el resto del mundo
del presidente de incluir a los pobres del mundo
en un círculo de desarrollo cada vez mayor y hablé
del papel esencial de las asociaciones públicas-privadas. La mayoría del di-
nero para el desarrollo sostenible procederá del sector privado, que tiene un
importante papel que desempeñar en paliar la pobreza en el mundo.
Johanesburgo fue una conferencia fructífera, en la que naciones de todo
el mundo, doscientas delegaciones se reunieron y comprometieron con el
desarrollo sostenible, la creación de asociaciones públicas-privadas, la sani-
dad, la educación, el agua limpia, la higiene, necesidades básicas que damos
por supuestas, pero que no lo son en todas partes.
Esa conferencia ha sido la última parada, pero no la definitiva en un lar-
go camino hacia un futuro más prometedor. En noviembre del pasado año,
en Doha, los grandes esfuerzos de EE UU contribuyeron a lograr el lanza-
miento de una nueva ronda de conversaciones sobre el comercio mundial,
las primeras que se centrarán en el desarrollo sostenible. Y me alegro de
que en esta administración estemos dando muestras del liderazgo necesario
para avanzar en las conversaciones sobre comercio.
En marzo pasado en Monterrey, en la conferencia de las Naciones Uni-
das sobre la Financiación al Desarrollo, Bush anunció la iniciativa del Reto
del Milenio, que supondrá un incremento del cincuenta por cien en tres
56 Política Exterior

años de la cantidad que damos en ayudas a las naciones que la requieren. Se


concederán 5.000 millones de dólares más cada año para ayudar a las nacio-
nes comprometidas con la democracia y el buen gobierno, los países en de-
sarrollo que necesitan ese tipo de ayuda, pero sólo se destinarán a aquéllos
que hayan demostrado que pueden utilizar estos recursos de manera eficaz.
Los pobres del mundo no necesitan más retórica ampulosa. Necesitan
planes de acción viables. Y eso es lo que representan Doha, Monterrey y Jo-
hanesburgo. Pero todas estas magníficas oportunidades pueden ser socava-
das por algunas de las amenazas existentes. Y una de ellas se llama sida.
Bush está también ahí para desempeñar un papel de líder, junto con el
secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, para establecer el
fondo mundial para la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria. Se-
guimos siendo los que más contribuimos a este fondo, con más de quinien-
tos millones de dólares, entre otros miles de millones que estamos dedican-
do a la campaña contra el sida.
En junio pasado, Bush anunció otra nueva iniciativa: quinientos millo-
nes de dólares para la prevención a nivel internacional del sida en mujeres y
niños. Al igual que la campaña global contra el terrorismo, los esfuerzos
mundiales para combatir el virus deben realizarse a largo plazo, deben ser
globales e incesantes.
Cuando los terroristas atacaron el 11-S, su objetivo no era simplemente
EE UU. Su objetivo eran también los ciudadanos de los otros noventa países
que se vieron afectados, su objetivo era la visión que tenemos del futuro, un
futuro que compartimos con gente de todo el mundo, un futuro de más li-
bertad, Estado de Derecho, gobiernos responsables, mercados abiertos y
comercio que genere crecimiento; un futuro de estabilidad y paz. En resu-
men, un futuro en el que ningún terrorista pueda sobrevivir.
EE UU continuará con una agenda internacional completa, por nosotros
y por el mundo. Como ha dicho el presidente Bush: “…un mal dará origen a
un bien”. Vemos las oportunidades que hay para lograr un mundo mejor pa-
ra las generaciones venideras. Y las vamos a aprovechar.
El 11-S y el orden mundial
William Pfaff

La comunidad internacional afronta hoy una paradoja. Su principal potencia, Estados Uni-
dos, impulsora de las instituciones que mantuvieron la estabilidad mundial durante más
de cuatro décadas, quiere hoy aparcar ese orden y crear otro con sus propias normas.

L
a consecuencia geopolítica de los atentados del 11 de septiem-
bre de 2001 en Nueva York y Washington ha sido la destrucción,
para bien o para mal, de la estructura geopolítica internacional
creada a principios de la década de los noventa tras el colapso
del sistema soviético. El orden mundial existente en aquel momento, de
un claro duopolio soviético-estadounidense, se transformó en un sistema
de dominio americano. En términos militares, supuso prácticamente un
monopolio de poder; monopolio, sin embargo, ejercido de forma suave
en los años siguientes. La dominación estadounidense no causó inquie-
tud alguna entre el resto de las principales naciones, ya que se considera-
ba que Estados Unidos, independientemente de sus excentricidades o ex-
cesos, era un país en quien se podía confiar, y un guardián responsable
del orden mundial.
La elección de George W. Bush parecía prometer una cierta renovación
del aislacionismo estadounidense y una renovada concentración en los
asuntos internos. Fuera de sus fronteras se temía, sobre todo en Europa, que
la nueva administración Bush desatendiera asuntos cuya solución había de-
jado complacientemente en manos de Washington.
El horror que se vivió el 11-S cambió todo aquello. EE UU pasó a cen-
trarse en la llamada “defensa nacional”; defensa nacional que en realidad
ha demostrado significar una guerra contra el régimen talibán en Afganis-

William Pfaff es columnista del International Herald Tribune y miembro del Conse-
jo Asesor de POLÍTICA EXTERIOR. Este artículo, basado en parte en una conferencia
pronunciada en el Real Instituto Elcano, el 11 de septiembre de 2002 se publica en el
marco del acuerdo suscrito en septiembre entre el Real Instituto y la revista.

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58 Política Exterior

tán y, según parece, una acción militar “de carácter preventivo” e incluso
unilateral si fuera necesario, contra Irak, y posiblemente contra otras na-
ciones en el futuro.
Lo que ya se conoce como “fenómeno 11-S” tuvo, sobre todo, efectos
psicológicos en EE UU. Por lo demás, el mundo no pareció haber cambiado.
Europa, Rusia, China, todos siguen en sus órbitas. Sin embargo, EE UU no.
¿Por qué?
Los movimientos islámicos radicales que consideraban a EE UU su ene-
migo –el “gran Satán”, como los radicales iraníes lo denominaron hace un
cuarto de siglo– existen desde hace muchos años. Han sido los responsables
de reiterados ataques contra tropas e instalaciones estadounidenses.
Las Torres Gemelas de Nueva York ya habían sido atacadas en 1993 por
personas vinculadas a Al Qaeda. En 1983, 241 marines estadounidenses fue-
ron asesinados por militantes palestinos en Beirut. En 1996, instalaciones
americanas fueron bombardeadas en Arabia Saudí, probablemente por gru-
pos relacionados con Al Qaeda, y en 1998 dos embajadas de EE UU en Áfri-
ca oriental, Kenia y Tanzania, con el resultado de 224 muertos.
En Líbano, bajo la administración de Ronald Reagan, las bombas provo-
caron una abyecta retirada estadounidenses del país. En casos posteriores,
con Bill Clinton, se vivieron unos primeros momentos de gran indignación
que dieron paso a un amplio periodo de indiferencia. El primer ataque con-
tra las Torres Gemelas no sirvió para que las agencias gubernamentales re-
flexionasen acerca del modo en que podría lanzarse ese mismo ataque con
mayor éxito la próxima vez. Pero, por supuesto, los responsables del atenta-
do sí lo hicieron, y encontraron la solución.

El enemigo en casa
Creo que fue Marx quien afirmaba que un cambio de escala puede convertir-
se en un cambio cualitativo. Hasta septiembre de 2001, los americanos
habían insistido en considerar las relaciones y los conflictos internacionales
como una especie de realidad virtual que carecía de cualquier tipo de cone-
xión real con sus vidas… o incluso con la de cualquier ser humano. Cuando,
el pasado año, las víctimas del conflicto internacional resultaron ser estadou-
nidenses, personas que vivían en EE UU, contándose por miles, y además en
el mismísimo centro de dos de sus ciudades más importantes, los america-
nos, por fin, reaccionaron.
En Washington, el resultado fue el afianzamiento de una determinada co-
munidad de pensamiento dentro del debate de la política nacional, que pretende
una reestructuración radical del panorama geopolítico internacional: una modi-
ficación con implicaciones fundamentales y consecuencias potenciales para Eu-
ropa occidental y la Unión Europea. Volveré sobre este punto más adelante.
William Pfaff 59

Las reacciones iniciales, obviamente precipitadas, de Bush incluyeron


tres graves errores, provocando gran confusión intelectual en el debate y el
análisis en EE UU. El primero fue identificar al enemigo con “el mal”.
Uno podría decir que lo que los terroristas hicieron fue malvado, aunque
por supuesto ellos no opinarán lo mismo al respecto. De hecho, el enemigo
de EE UU no fue el mal en sí, eso sería absurdo. El mal es inherente al ser
humano, pero carece de existencia independiente, excepto en la formula-
ción teológica en la que se le identifica con Satán, que se rebeló contra la in-
manente bondad de Dios. Y seguro que esto no es lo que tienen en mente
Bush, Dick Cheney, Ronald Rumsfeld y sus socios. El mal forma parte de la
naturaleza del hombre, y ésta no puede ser vencida por medios políticos o
militares. Ni siquiera EE UU tiene poder para hacerlo.
Los enemigos de EE UU son individuos asocia-
dos con otros individuos dentro de Al Qaeda y otros
grupos hostiles a ese país, que están convencidos de
que es el enemigo de su religión y su civilización. La influencia
El segundo error de la administración Bush del Pentágono en
fue hablar y actuar como si el “terror” fuese el ene-
migo, como si el terror tuviese alguna existencia
Washington da
material más allá de los individuos que hacen uso prioridad a
de él como arma de combate contra EE UU (o Is- medidas militares
rael). El terror no puede tratarse ni “derrotarse” en vez de políticas
sin tener en cuenta los motivos políticos y creen-
cias religiosas que incitan a las personas a utilizar-
lo como arma de guerra. El terror sólo desaparece-
rá cuando se tengan en cuenta esos aspectos.
EE UU ha contribuido a aumentar aún más la confusión en torno a este
asunto, alentando a otros gobiernos a identificar sus propias luchas contra
diversos grupos separatistas o insurrectos, sea cual sea la justificación o cua-
lidad intrínseca de estos últimos, con su guerra contra “el terrorismo”. Rusia,
Israel, China y otros países se han beneficiado cínicamente de esto.
La conclusión lógica derivada de todo lo anterior es que EE UU es el
aliado de Israel contra los palestinos, de Rusia contra los separatistas che-
chenos, del gobierno filipino contra los separatistas musulmanes, etcétera,
lo cual no ha hecho bien a nadie, y mucho menos a EE UU.
El último error grave cometido por los americanos el 11-S fue interpre-
tar su desafío en términos de un ataque militar, que le llevó a buscar y su-
puestamente encontrar una solución militar. Esto se debió a lo que podría-
mos llamar “tiranía de los medios”. EE UU dispone de enormes medios
militares. Este poderío, junto con la influencia intelectual y política que el
Pentágono ejerce en los círculos políticos de Washington, tiene como resul-
tado que se otorgue prioridad a las medidas militares en la búsqueda de so-
luciones políticas. Las acciones militares aparentemente proporcionan res-
60 Política Exterior
puestas simples y directas que suelen ser además satisfactorias desde un
punto de vista político y emocional, aunque por lo general acaben siendo un
fracaso a la hora de resolver las cuestiones fundamentales.
Si un problema se define como militar, es necesario seleccionar un obje-
tivo militar que atacar. En este caso, se contaba con el régimen talibán de Af-
ganistán. Sin embargo, el derrocamiento de dicho régimen, por muy positivo
que haya podido ser en muchos aspectos, no ha conseguido, tal como hemos
visto, acabar con la amenaza del terrorismo. Washington asegura que ésta es
mayor que nunca.
Con la derrota del régimen talibán no se ha logrado detener a Osama bin
Laden ni tampoco, hasta donde sabemos, a sus principales colaboradores.
Se ha dejado a Afganistán en una situación inestable, al igual que a Pakistán,
y se ha agravado el conflicto indo-paquistaní. Así, uno podría preguntarse si
la guerra en Afganistán ha supuesto realmente un éxito para Washington.
Esperemos que acabe siendo un éxito duradero para los afganos. Aunque
eso está por ver. Nos encontramos al principio, no al final, de esta historia, y
las previsiones no son especialmente buenas.
Los atentados de Nueva York y Washington no fueron ataques militares.
Los terroristas, por lo que hoy sabemos, constituían una asociación de mili-
tantes de generación espontánea y sin excesiva organización, movida por
ideales religiosos e ideológicos. Probablemente no esperasen “derrotar” a
EE UU ni obtener de este país ninguna ventaja o concesión política. Su pro-
pósito fue administrar un castigo ejemplar a EE UU por lo que ellos conside-
raban ofensas a su pueblo, a la sociedad musulmana y al islam.
Deberíamos señalar, no obstante, que el propósito declarado de Bin La-
den fue desde el principio expulsar a las tropas de “infieles” americanos de
Arabia Saudí y de las proximidades de los Santos Lugares, donde tras la gue-
rra del Golfo, en un acto de fatídico orgullo desmedido, EE UU se empeñó
en permanecer, a pesar de las objeciones de los saudíes.
Actualmente esas tropas se están retirando. Arabia Saudí ha prohibido
el uso de sus bases durante la guerra en Afganistán y ha dejado en suspenso
ese uso para un ataque a Irak si no se cuenta con el mandato de las Naciones
Unidas. De este modo, Bin Laden ha conseguido su objetivo en el plazo de
un año a contar desde el día de los atentados. Pocos en EE UU, y desde lue-
go nadie en la administración Bush o en el Pentágono, han sido tan impru-
dentes como para admitir esta “victoria” enemiga.

¿Terrorismo anarquista?
Los responsables de los atentados del 11-S pertenecen a una organización
conspiradora no estatal que se puede llegar a comparar con una organiza-
ción criminal internacional, aunque esta comparación tampoco es exacta, ya
que las organizaciones criminales tienen objetivos materiales, sobreviven
William Pfaff 61

gracias a los beneficios que obtienen a través de actividades ilícitas y, por lo


general, limitan el uso de la violencia para minimizar su exposición a la
atención policial y evitar provocar la indignación pública.
Una analogía más acertada sería comparar a esta organización con los
movimientos anarquistas del siglo XIX y principios del XX. Tanto Bin Laden
como los anarquistas practican, o han practicado, lo que el experto estadou-
nidense Richard Falk ha denominado “terrorismo visionario”. Su objetivo es
apocalíptico más que pragmático: desencadenar algún tipo de cataclismo
político que transforme el mundo entero.
En el caso de los anarquistas, el ideal era alcanzar un mundo sin gobier-
nos, leyes, religión ni autoridad, en el que las personas recién liberadas de la
opresión se gobernasen a sí mismas de forma espontánea en armonía y al-
truismo. En el de los militantes fundamentalistas, su objetivo es acabar con
los Estados islámicos corruptos y regresar a la ley islámica fundamental y
su práctica, lo que se supone hará recuperar al islam la gloria y el prestigio
de su edad de oro.
Uno puede bombardear a este tipo de personas desde los B-52, o capturar-
las y encarcelarlas, pero ninguna de estas dos acciones resuelve el problema
que representan. Neutralizarlas es sobre todo una labor policial y de inteligen-
cia, y sólo podrán hallarse soluciones adecuadas en el ámbito de la política.

La política exterior de los republicanos


Diez meses antes del 11-S, Bush había sido elegido presidente con la agenda de
política exterior del ala derecha del Partido Republicano. Los puntos básicos
de dicha agenda incluían el rechazo del internacionalismo convencional, lo
cual reflejaba una actitud desdeñosa hacia las Naciones Unidas y otras institu-
ciones internacionales, y una hostilidad general contra los acuerdos de control
armamentístico y las convenciones o tratados internacionales que pudiesen li-
mitar la libertad de acción de EE UU. Se consideraba que dichas medidas esta-
ban impregnadas de sentimentalismo liberal, hostil al saludable ejercicio de
poder contra lo que estaba mal hecho, y dominadas por la izquierda política.
Un segundo punto significativo de dicha agenda era insistir en la impor-
tancia y la amenaza que suponían los supuestos Estados delincuentes. Éstos
han sido una obsesión del gobierno estadounidense bajo los mandatos tanto
de los demócratas como de los republicanos, pero con la elección de Bush
pasaron a un primer plano en la política internacional. A esos Estados delin-
cuentes se les considera factores incontrolables y amenazadores de la esce-
na internacional, hostiles a EE UU, y generalmente a Israel. La mayor parte
de ellos son islámicos y apoyan la causa palestina.
La identificación de Al Qaeda como una amenaza militar permitió a la
administración Bush entremezclar el terrorismo con estos países. Así, la ca-
62 Política Exterior

lificación por parte de Bush de Irán, Irak y Corea del Norte como un “eje del
mal” vinculado o de alguna forma responsable de Al Qaeda, ha conducido a
presentar la campaña actual a favor de atacar Irak para destruir y reempla-
zar el régimen de Sadam Husein. Ésta parece ser ahora mismo la prioridad
de la administración Bush, aun cuando no se haya establecido ningún víncu-
lo probado entre el gobierno iraquí y Al Qaeda. Si tal vínculo no existe, pue-
de deducirse que una guerra contra Irak lógicamente no servirá para resol-
ver el problema del terrorismo, sino que incluso podría empeorarlo,
inspirando un mayor antiamericanismo en el mundo musulmán.
No obstante, detrás de esta aparente contradicción existe un proyecto
mucho más amplio, que sólo ahora empieza a articularse en esos mismos
círculos políticos de Washington, postulado por una facción de la comuni-
dad neoconservadora y proisraelí de activistas políticos.
Este proyecto más amplio es radical. Prevé un programa de varias déca-
das para reemplazar prácticamente a todos los gobiernos de Oriente Próxi-
mo, estableciendo reformas sociales y políticas por toda la zona, más Asia
central, Afganistán y Pakistán, todo bajo tutela americana. Los autores de
este programa político lo comparan con la reconstrucción de Europa tras la
Segunda Guerra mundial “por América”, según ellos, como si los europeos
hubiesen tenido poco que ver con la “reconstrucción” de Europa.
Su programa incluye la reconstrucción del Afganistán postalibán, la ela-
boración de un acuerdo árabe-israelí conforme a las condiciones israelíes,
(posiblemente, si la extrema derecha israelí logra sus objetivos, todo hay
que decirlo, con la anexión por parte de Israel de los territorios ocupados y
la expulsión de los palestinos o su reagrupamiento en lo que los críticos is-
raelíes de estos propósitos describen como “Bantustans”), un “cambio de
régimen” en Irán y tal vez en Arabia Saudí, y un programa que respalde a la
sociedad civil en toda la región. Dichos analistas consideran que es un pro-
yecto estratégico que llevará décadas, pero confían en que triunfe.
Aseguran que si ponen en marcha este programa con la eliminación de Sa-
dam Husein, se liberarían fuerzas democráticas que cambiarían radicalmente
Oriente Próximo. Como escribió el eminente historiador militar británico, sir
Michael Howard, creerse esto “requiere una suspensión de incredulidad consi-
derable”.1 Yo añadiría que afirmar que hoy EE UU podría o debería intentar es-
tablecer un protectorado hegemónico sobre Asia central y el Oriente Próximo
musulmán tiene algo de delirio, por no decir de perturbación mental.
El optimismo sin límites, casi fantástico, de dicho programa reside en el
mito americano de que la humanidad sería pacífica y democrática si no hu-
biese sido, como Howard lo resume, “inducida a error por ideologías equí-
vocas o gobernada por dictadores corruptos y diabólicos. Puede que sean
necesarias intervenciones quirúrgicas para eliminar esos cánceres, pero

1. Financial Times, 7-8 de septiembre de 2002.


William Pfaff 63

después la libertad y la democracia seguirán su camino. La intervención,


por tanto, no es una conquista sino una liberación”.
La versión pesimista de la misma teoría, articulada por el escritor ame-
ricano Philip Bobbitt2 expresa la visión hobbesiana de que sólo se instaurará
el nuevo orden tras una serie de “guerras que marquen el fin de una época y
el comienzo de otra” comparables a las que siguieron a la decadencia del sa-
cro imperio romano. Con todo, el autor considera que es una responsabili-
dad histórica de EE UU hacer todos los sacrificios necesarios para forjar el
nuevo orden.
Un política tan ambiciosa como ésta, hay que añadir, coincide con un an-
tiguo sentimiento americano de misión nacional, o incluso de “destino mani-
fiesto”, donde se sostiene que la reforma de la sociedad internacional basán-
dose en las normas americanas, con una cierta
asimilación de la comunidad mundial a los valores
de EE UU, es el desarrollo natural de la historia, ya
que, como el mismo presidente Bush dijo reciente- Bush desea un
mente en West Point, EE UU es el “único modelo nuevo sistema
de progreso humano que ha sobrevivido”.
Los predecesores de Bush –incluido, creo, su
internacional con
propio padre– pensaban que si esto sucediese se- alianzas afines
ría por una evolución natural, mediante la cual los a Estados Unidos
aliados occidentales estrecharían voluntariamente
su relación con EE UU, que en un momento dado
y a sus normas
asumirían una forma orgánica con economías inte-
gradas e instituciones políticas. Esto constituiría el
núcleo de un nuevo orden mundial más amplio y grandioso que se daría a
partir de entonces.
Los teóricos neoconservadores de la administración Bush creen que es
necesario el poderío estadounidense para instaurar el nuevo orden mundial, y
las dramáticas circunstancias que han seguido a los atentados del 11-S les han
animado a actuar de acuerdo con sus creencias.
En la práctica, su intención es neutralizar a los Estados delincuentes y a
los “Estados fracasados” utilizando los medios militares, siempre que sea
necesario, y organizar un sistema internacional afín a EE UU mediante la
superposición de alianzas militares y asociaciones comerciales, mercantiles
y financieras, todas ellas siguiendo las normas estadounidenses. Pretenden
que EE UU domine la alta tecnología militar, justificando esto mediante
consideraciones de no proliferación e interoperabilidad de las alianzas.
Sus autores describen esto como una versión “musculosa” del wilso-
nianismo, creada en interés de todos. Quieren explotar el poder supremo

2. Philip Bobbitt, The shield of Achilles: war, peace and the course of history. Nueva
York: Alfred A. Knopf, 2002.
64 Política Exterior

del que goza su nación tras 1990 para establecer una nueva versión de ese
orden mundial benevolente propuesto por primera vez a los americanos
por Woodrow Wilson, quien dijo que Dios había creado a EE UU “para
mostrar a las naciones del mundo el modo en que debían avanzar por los
caminos de la libertad”.
Una minoría dentro de la comunidad política de Washington se opone a
este programa hegemónico, viendo en él esos mismos delirios de grandeza,
y ese mismo mesianismo nacional autointoxicado, sobre los cuales el pasa-
do ofrece elocuentes e instructivas lecciones. Al mismo tiempo, hasta hace
poco, el electorado estadounidense también parecía, en su mayoría, poco
receptivo a la idea de que su país debiese intentar imponer su liderazgo a la
sociedad internacional. Hoy parece que esa mayoría ha desaparecido.

Indiferencia al mundo
Las relaciones con los aliados se han visto sometidas a tensiones sin preceden-
tes a causa de la aparente indiferencia de la administración Bush ante el Dere-
cho internacional y a su unilateralismo político, así como por la alarma euro-
pea ante la política de Washington en Israel y Palestina y su determinación a
actuar “con fines preventivos” (de ser necesario) contra Sadam Husein.
La situación ha desembocado en otro drama por el documento de la es-
trategia de seguridad nacional presentado el 17 de septiembre, que viene a
ser una renuncia implícita de los americanos al principio de soberanía abso-
luta y de igualdad de los Estados, base del ordenamiento internacional des-
de la paz de Westfalia de 1648.
Implícitamente, la nueva posición americana subordina los intereses de
seguridad de cualquier otra nación a los de EE UU, al afirmar que si el go-
bierno de este país determina unilateralmente que otro Estado supone una
futura amenaza para ellos, o si da refugio a un grupo considerado como una
potencial amenaza, EE UU reivindicará el derecho a intervenir de forma
preventiva en ese Estado para eliminar la amenaza, si fuera necesario lle-
vando a cabo un “cambio de régimen”.
Esta idea equivale a demandar una sustitución del principio de legitimi-
dad nacional por el de una superior legitimidad americana por encima de
los demás. Uno podría decir que obviamente los Estados más poderosos
siempre han establecido las reglas de las relaciones internacionales, y que
EE UU ha intervenido muchas veces en países pequeños. Sin embargo, en el
pasado Washington siempre proclamó algún tipo de justificación jurídica.
Reconocía los principios de soberanía y no intervención. Su nuevo plantea-
miento reemplaza la reivindicación de que sus propios intereses de seguri-
dad lo avalan todo y sirve al interés general de la comunidad internacional.
A esto hay que añadir su intención de mantener una supremacía militar ab-
William Pfaff 65

soluta en el mundo, reclamando este derecho en virtud de su rectitud nacio-


nal y liderazgo entre las democracias. Todo esto, por supuesto, supone una
dramática reivindicación para reordenar el sistema internacional, algo que
ya está generando controversia en el propio EE UU.
Esto, junto con los conflictos comerciales transatlánticos y un clima de
discordia intelectual cada vez mayor ha producido un cambio en la estructu-
ra de la relación transatlántica difícilmente reparable incluso bajo una nue-
va presidencia en 2004 o 2008. La confianza ha sido gravemente dañada.
Pase lo que pase con Irak, o después de Irak, EE UU y Europa occiden-
tal parecen seguir trayectorias claramente divergentes. Esta afirmación no
sorprende a nadie. Tras la guerra fría, las relaciones son cada vez más frági-
les y, aunque mantienen compromisos sobre unos valores compartidos e in-
tereses comunes, la impresión de que siguen cami-
nos separados es cada vez mayor.
EE UU está preocupado por que la gran forta-
leza económica que posee la UE pueda encontrar EE UU sigue
su expresión política en una rivalidad. Los ameri- políticas militares
canos no han entendido nunca el proyecto de la
UE; los gobernantes americanos, y en gran medida y económicas
también otros responsables de formular las políti- destructoras
cas de dicho país, supusieron que la UE estaba del Derecho
destinada a convertirse en un momento dado en
una especie de organismo regional inmerso en un
internacional
nuevo orden internacional organizado en torno a
la OTAN y al liderazgo estadounidense.
Según un alto cargo de la UE cuando Bush visitó Europa a principios de
este año, su único interés pareció ser que el viaje incluyese a Ucrania y
Georgia, resolviendo así dos problemas para Washington de una sola vez: el
problema Ucrania/Georgia y el problema de la UE.
La creciente percepción por parte de Washington de los europeos co-
mo rivales políticos además de económicos ha hecho que EE UU intervi-
niese en el proceso de ampliación de la UE redefiniendo de forma implíci-
ta la pertenencia a la OTAN para los antiguos Estados comunistas como
una alternativa a ser miembros de la UE, llegando a insinuar que los Esta-
dos candidatos a ambas organizaciones tendrían que optar entre la amis-
tad estadounidense, con la seguridad que eso parece conllevar, junto con
una promesa de futuras ventajas comerciales, y la pertenencia a la UE,
que supondría compromisos a los que se opone Washington (la Corte Pe-
nal Internacional, entre otros).
Los políticos americanos asumen, por lo general, que la historia con-
temporánea es una progresión natural, aunque agitada, desde el desorden
internacional hasta el orden iluminado, y por tanto favorable a EE UU como
encarnación de las fuerzas progresistas. El pesimismo histórico –postura
66 Política Exterior

claramente minoritaria entre los estadounidenses– defendería lo contrario,


es decir, que las intervenciones y las políticas actuales han tendido a crear
más desorden que orden.
Ese pesimismo sugeriría que EE UU, por ser la única superpotencia y la
economía mundial más poderosa, socava el orden establecido, que no es un
sistema de unidad y que de forma natural se resiste al poder hegemónico,
como ha ocurrido de manera sistemática a lo largo de la historia.
Hoy, la comunidad internacional se enfrenta a una paradoja. Su miem-
bro más poderoso, EE UU, considerándose a sí mismo modelo de la civiliza-
ción occidental, responsable del orden y el progreso internacional, practica
políticas económicas y político-militares que son intrínsecamente destructo-
ras de los elementos centrales del sistema actual de control armamentístico
y el Derecho internacional, y de las normas existentes de orden y coopera-
ción internacional, que considera anticuadas en gran medida.
Y lo hace con una visión mesiánica al decidir qué es lo que debe tomar
el relevo del orden existente, descrito por un influyente teórico de Washing-
ton, Michael Ledeen, del American Enterprise Institute, como “una amplia
revolución democrática para liberar a todos los pueblos de Oriente Próximo
de la tiranía”, y que él justifica por el hecho de que “EE UU es el único país
verdaderamente revolucionario de la Tierra”. Este autor cita al secretario de
Defensa, Donald Rumsfeld, al describir al pueblo de Irán y al Oriente Próxi-
mo árabe como “prisioneros, no como hombres y mujeres libres”.
Para concluir, debo destacar que este amplio programa es el de un grupo
concreto de analistas políticos y teóricos que, aunque ahora dominen el go-
bierno de Bush, podrían perder el poder en meses o dentro de dos años, con
las nuevas elecciones presidenciales, pero sus proyectos podrían tener con-
secuencias negativas. Los acontecimientos pueden confundirlos, puede que
sea su propia ingenuidad. El pueblo americano podría rechazarlos. El siste-
ma estadounidense es muy hábil a la hora de retroceder desde los extremos.
De lo contrario, terminará produciéndose una crisis, o una serie de cri-
sis (que podrían haber comenzado ya) en la relación estadounidense con la
sociedad internacional, lo que pondría finalmente en tela de juicio la propia
interpretación que EE UU tiene del significado de su experimento nacional,
algo que quizá tendría consecuencias geopolíticas imprevisibles.
Las implicaciones para los europeos y para la UE podrían parecer con-
siderables, si bien esto deberán determinarlo los propios europeos. Creo,
sin embargo, que estas implicaciones afectarán gravemente los términos se-
gún los cuales los europeos deben considerar su situación, en un momento
en que la Convención sobre el futuro de la Unión redacta sus conclusiones
sobre la estructura y el papel internacional de una UE ampliada.
Invasión de Irak,
escenarios negros
Carlos Alonso Zaldívar

Si los efectos de toda guerra son imprevisibles, la complejidad del problema iraquí
acentúa la incertidumbre. Son tantas las variables en juego que, a efectos de aná-
lisis, lo más correcto es la descripción de los diversos escenarios posibles.

U
n escenario negro es un instrumento de ayuda a la toma de deci-
siones consistente en la presentación de las consecuencias nega-
tivas que verosímilmente pueden derivarse de una decisión. La
elaboración de un escenario negro no requiere una estimación
previa de la probabilidad de que esas consecuencias se produzcan y tampo-
co dice si esa probabilidad es alta o baja. Lo que permite es apreciar el al-
cance de las consecuencias negativas que pueden derivarse de la decisión
tomada y facilitar su comparación con las que se espera que se produzcan
en el mejor de los casos, es decir, en un escenario rosa. Es en este sentido
en el que resulta útil para la toma de decisiones.
Ésta es la teoría, pero en la práctica, al elaborar un escenario negro,
el analista difícilmente puede eludir el complejo de Casandra. Casandra,
la más bella de las hijas de Príamo y Hécuba, prometió entregarse a Apo-
lo que estaba enamorado de ella. No cumplió, sin embargo, su promesa y
el dios la condenó a predecir siempre la verdad pero a que nunca fuera
creída. Cuando los aqueos prepararon el caballo que introduciría a los
mejores de sus héroes en Troya, Casandra intentó inútilmente persuadir
a los troyanos de que no permitieran su acceso a la ciudad. Después del
saqueo de Troya, en la división del botín, Casandra le tocó en suerte a
Agamenón, al que predijo el trágico destino que le esperaba al regresar a
la patria. Agamenón tampoco le creyó y tuvo dos hijos gemelos de ella

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático. La primera parte de este artículo ha sido pu-
blicada en el marco del acuerdo suscrito entre el Real Instituto Elcano y POLÍTICA
EXTERIOR. La segunda parte es enteramente original, desde el parágrafo ¿Qué busca
Washington?

POLÍTICA EXTERIOR, 92. Marzo / Abril 2003


42 Política Exterior

durante el viaje de retorno, hijos que, como la madre, sucumbieron al ha-


cha de Clintemestra.
A diferencia de Casandra, que predecía, es decir, que decía lo que iba a
ocurrir, un escenario negro no predice sino que prevé, es decir, llama la
atención sobre algo que puede ocurrir. Pero como Agamenón y los troyanos,
quienes toman las decisiones suelen ignorar los escenarios negros, porque
todos tendemos a creer aquello que deseamos y no lo contrario. Con lo que,
si termina ocurriendo lo peor, el autor del escenario negro corre el riesgo de
seguir la suerte de Casandra.
Aun así, estas páginas están dedicadas a elaborar un escenario negro so-
bre las consecuencias que puede tener la decisión de invadir Irak. Para defi-
nir los diversos escenarios que se analizarán, atenderemos a cuatro variables:
la legitimidad de la guerra; la efectividad del ataque; la estabilidad en el resto
del mundo; y la dificultad de la pacificación y reconstrucción. Cada una de
estas variables puede adoptar valores a lo largo de una escala continua, y en
cada escala se puede definir un umbral a partir del cual comienzan a produ-
cirse las consecuencias negativas que van conformando el escenario negro.
Legitimidad de la guerra. La escala de esta variable mide el grado de

respaldo con que cuenta la invasión en términos de su legitimación por el


Derecho internacional y por el número de países que participen en ella (es
decir, que ayuden a Estados Unidos). Esta variable influye en la opinión pú-
blica tanto de los países atacantes como de los no participantes en la guerra
y en la actitud de sus gobiernos. El umbral crítico de la variable es: invasión
con o sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Efectividad del ataque. El ataque puede resultar eficaz si produce el

colapso del régimen de Sadam Husein en un tiempo breve o puede mostrar-


se menos eficaz si la resistencia iraquí prolonga los combates y fuerza una
dura batalla para la toma de Bagdad. Esta variable influye sobre la opinión
pública de los países atacantes, sobre todo en la medida que el ataque
acarree bajas propias, y en la del resto de los países porque la prolongación
de la guerra se traducirá en una alta mortandad general. Dada la poca fiabili-
dad de las estimaciones previas sobre número de bajas, es mejor fijar el um-
bral crítico de esta variable en términos de duración de la guerra: la guerra
dura más o menos de seis semanas.1
Estabilidad en el resto del mundo. La evolución de la guerra también

puede verse afectada si, por alguna razón, ésta se extiende más allá de Irak o
si durante la misma se abre otra crisis en Oriente Próximo u otra parte del
mundo. Una situación de inestabilidad en el entorno próximo o lejano del
teatro de operaciones afectará a los medios militares disponibles en Irak y
hará que el factor tiempo juegue a favor de Bagdad. También puede condi-

1. Ésta es la referencia temporal de un estudio sobre los efectos económicos de la gue-


rra realizado por el CSIS de Washington que se utilizará más adelante.
Carlos Alonso Zaldívar 43

cionar la actitud hacia la guerra de terceros países preocupados o afectados


por los nuevos focos de inestabilidad. El umbral crítico de esta variable es:
la estabilidad internacional se mantiene en los términos actuales o se abren
nuevos focos de crisis en Oriente Próximo u otras partes del mundo.
Dificultad de la pacificación y reconstrucción. Una vez concluida la

guerra propiamente dicha, deberá seguir un periodo de pacificación y re-


construcción de Irak que puede resultar más o menos complicado y violen-
to. De ello dependerá la cantidad de tropas que habrá que mantener sobre el
terreno en este periodo, los costes económicos de la reconstrucción y la re-
lación de países que estén dispuestos a colaborar en esas tareas. El umbral
crítico a este respecto se puede definir en los términos siguientes: persisten-
cia o no de una resistencia violenta a la ocupación que siga a la guerra.

El escenario rosa
Aunque el fin de este trabajo es ocuparse de escenarios negros, antes de en-
trar en ello conviene apuntar las grandes líneas del escenario rosa para to-
marlo como referencia comparativa al evaluar los escenarios negros.
He aquí los rasgos generales del escenario rosa: la invasión se produce
con autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; los aliados
que se suman a EE UU son importantes y numerosos (es relevante que haya
varios europeos y algún árabe); los combates discurren sin mayores dificulta-
des, con mortandad limitada y en menos de seis semanas el régimen de Sadam
sucumbe; aunque al inicio de la guerra se produce una subida del precio del
petróleo, una vez que ésta concluye y desaparecen las incertidumbres que pe-
san sobre la economía, se recupera y se relanza el crecimiento; entretanto,
Oriente Próximo permanece con la estabilidad que tiene ahora y no se abre o
escapa al control ninguna otra crisis en otras partes del mundo; el Consejo de
Seguridad aprueba una resolución sobre pacificación y reconstrucción que
permite a EE UU desplegar fuerzas militares en el país, concede legitimidad al
gobierno transitorio que se establezca y compromete a otros países a aportar
recursos económicos y humanos para las tareas de reconstrucción.
De todas formas, incluso en este escenario rosa, lo más verosímil es que
persistan algunas complicaciones. Así, es probable que la guerra impulse un
clima favorable al proselitismo y activismo de Al Qaeda y que su actividad
persista e incluso se incremente con ataques en distintas zonas del mundo,
sin descontar EE UU, y en la posguerra también en Irak, cuyas fronteras es-
tarán mal guardadas y donde encontrará abundantes objetivos en las tropas
americanas desplegadas. Lo más rosa que cabe pensar a este respecto es que
el problema se reducirá a medida que Al Qaeda vaya sufriendo derrotas, tras
la muestra inequívoca de que EE UU está decidido a combatir hasta el final.
Teniendo en cuenta las fuerzas centrífugas que alimentan la diversidad
étnica, tribal y religiosa de Irak, así como los precedentes históricos a este
44 Política Exterior
respecto, también hay que contar con que las tareas de pacificación y re-
construcción encontrarán dificultades, tanto si se apoyan en la vieja admi-
nistración iraquí como si ésta se ve sustituida por las fuerzas militares de
ocupación. Esto significa que, aunque en un escenario rosa la guerra resulte
corta, la pacificación y reconstrucción de Irak será larga, reclamará el uso
de la fuerza distando de ser un proceso democrático, y requerirá importan-
tes efectivos humanos y recursos económicos.
Si el cálculo de quienes deciden la invasión es que tras ésta, y una vez
que EE UU haya desplegado fuerzas militares en Irak, presionará a Irán, Si-
ria, Arabia Saudí y otros vecinos para “redibujar el mapa de Oriente Próxi-
mo”, no es menos cierto que los gobiernos de algunos de estos países se en-
contrarán en una posición difícil al soportar, por un lado, los efectos de esa
presión y, por otro, movimientos populares que empujarán en el sentido con-
trario. Acomodar estas solicitudes contradictorias llevará, en el mejor de los
casos, tiempo, y puede que provoque cambios de régimen en algunos países,
con lo que la reorganización política de la zona no será automática sino len-
ta y conllevará nuevos riesgos de desestabilización. En otras palabras, el es-
cenario rosa para la invasión no garantiza en modo alguno el escenario rosa
para la posguerra en Oriente Próximo, aunque el cambio de color puede lle-
var algún tiempo.
Es cierto, sin embargo, que el escenario rosa actuará como un multipli-
cador del poder de EE UU en Oriente Próximo y en otras partes del mundo.2
Pero para los países de la Unión Europea ocurrirá lo contrario pues verán
cómo aumenta su riesgo de sufrir ataques del terrorismo suicida, cómo se
desvanece su influencia en Oriente Próximo y el Mediterráneo y cómo su
abastecimiento de petróleo pasa a ser más dependiente de EE UU. Efectos
parecidos o peores sufrirán otras potencias, y muchos árabes y musulmanes
verán al Consejo de Seguridad de la ONU como un organismo sometido a
Washington. Volveremos sobre esto, pero lo apuntado basta para señalar que
lo que a los ojos de EE UU puede resultar rosa, para otros tendrá colores
más oscuros, y este desfase cromático no dejará de producir consecuencias.

Escenario gris, negro y negrísimo


Teniendo en cuenta las variables y los umbrales antes señalados, considera-
remos que la invasión entra en escenarios negros cuando alguna de las va-
riables cruce el umbral crítico. Esto empezará a ocurrir si EE UU inicia la
guerra sin autorización expresa del Consejo de Seguridad, a lo que llamare-
mos escenario gris. Independientemente de cómo haya comenzado, si la
guerra se prolonga más de seis semanas entrará en un escenario negro. Y si

2. Carlos Alonso Zaldívar, “Irak, crónica de una guerra anunciada”. POLÍTICA EXTERIOR,
núm. 90, noviembre/diciembre 2002.
Carlos Alonso Zaldívar 45

sobrepasa las doce, se extiende en la región y/o se abren otras crisis fuera
de la zona, entrará en escenarios negrísimos. Una vez concluida la guerra el
escenario continuará siendo negro o negrísimo si el proceso de pacificación
encuentra resistencia armada.
Para seguir la evolución de estos escenarios analizaremos sus posibles
efectos sobre los siguientes factores: la actividad de Al Qaeda; el comporta-
miento de la economía; la estabilidad en diversas zonas del mundo; y la difi-
cultad de pacificación y reconstrucción.
La actividad de Al Qaeda. La guerra creará un clima más favorable al

proselitismo de Al Qaeda e incluso puede recibir apoyos con los que hasta
ahora no contaba. Por otra parte, debido al uso de medios de inteligencia y
militares en la guerra que eran empleados contra Al Qaeda, su margen ope-
rativo se ampliará. Las consecuencias previsibles
pueden ser un aumento de los ataques suicidas,
posiblemente en orden disperso y en zonas sensi-
bles que le resulten más accesibles que EE UU, en- La guerra creará
tre ellas Europa. A no descartar que, si la guerra un clima a favor
en Irak se prolonga, aumente la inestabilidad en
Afganistán, incluyendo la reaparición de los taliba- de Al Qaeda, que
nes. Todo ello puede ocurrir en los tres escenarios, podría recibir
y con mayor probabilidad e intensidad cuanto más apoyos con los
se prolongue la guerra.
La economía empeora (salvo en el escenario
que no contaba
gris). Las siguientes previsiones proceden del Cen-
ter for Strategic and International Studies (CSIS) de
Washington para una guerra que comenzaría en el primer trimestre de 2003.3
– Escenario gris (guerra de menos de seis semanas). El precio del petró-
leo experimenta un ascenso medio hasta los 42 dólares en las doce primeras
semanas y después retorna a valores de preguerra, inferiores a los treinta.
Pese a ello, tras un efecto inicial negativo, la economía de EE UU y la del
resto del mundo registran un fuerte crecimiento antes de finales de año.
– Escenario negro (guerra de seis a doce semanas). El precio del petró-
leo alcanza valores medios de 42 dólares en las doce primeras semanas;
Arabia Saudí aumenta los suministros para contener los precios y éstos des-
cienden, pero no se sitúan por debajo de los treinta dólares hasta finales de
2004. EE UU experimenta un crecimiento cero durante la primera mitad de
2003 y el resto del mundo sólo crece ligeramente por encima de cero. La re-
cuperación no se inicia hasta finales de 2003 y no alcanza el tres por cien de
crecimiento hasta entrado 2004.
– Escenario negrísimo (guerra de doce a veinticuatro semanas). El pre-
cio del petróleo llega a los ochenta dólares y no desciende por debajo de los

3. www.csis.org/features/attackoniraq_summary.pdf.
46 Política Exterior

35 hasta finales de 2004. EE UU cae en una profunda depresión en la que su


PIB decrece un cuatro por cien en el segundo trimestre de 2004. El resto del
mundo entra en una recesión menor que la norteamericana.
En resumen, en el caso del escenario gris, salvado un primer momento
en que los precios del petróleo ascienden, una vez que la guerra termina, de-
saparecen las incertidumbres que pesaban sobre la economía y ésta se recu-
pera. Pero si la guerra no concluye con rapidez, los efectos negativos en la
economía empezarán a ser graves y se convertirán en desastrosos si se pro-
longa más de un trimestre. Esto tendrá consecuencias en el curso de la pro-
pia guerra, haciendo que su prolongación juegue a favor de Bagdad; en las
tareas de reconstrucción en la posguerra, ya que, dado su alto coste econó-
mico, se verán tanto más dificultadas cuanto más negativo y prolongado re-
sulte el deterioro de las economías de EE UU y del resto del mundo; en la
marcha general de la economía mundial que, si la guerra se prolonga, se ve-
rá lastrada durante al menos dos años.
Por otra parte, cuanto más se introduzca la guerra en un escenario ne-
gro (a medida que sobrepase las seis semanas), más aumentará el riesgo de
que la situación se desestabilice en algún otro punto de Oriente Próximo. Si
esto ocurre, retroalimentará la guerra y algo semejante ocurrirá si alguna de
las crisis actuales planteadas en otras partes del mundo se tornan violentas
o escapan al control. Desgraciadamente, no faltan circunstancias que pue-
den dar lugar a lo uno o a lo otro.
Nuevas crisis fuera de Oriente Próximo. Aprovechando la guerra en

Irak y que los centros de poder mundiales tienen su atención concentrada


en ese conflicto, fuerzas locales interesadas en ello pueden agudizar las ten-
siones existentes en diversas zonas.
Corea del Norte parece estar actuando en este sentido, con el fin de ob-
tener de Washington un acuerdo de paz (EE UU y Corea del Norte conti-
núan técnicamente en guerra) que le ofrezca garantías de seguridad y otras
ventajas. El presidente norcoreano, Kim Jong Il, puede forzar el pulso vol-
viendo a desplegar fuerzas al norte de la zona desmilitarizada, reiniciando la
producción de plutonio o poniendo fin a la moratoria unilateral de pruebas
de misiles, hasta crear una situación de crisis prebélica.
Venezuela atraviesa una situación que no sólo tiene efectos internos si-
no también internacionales, ya que es uno de los principales exportadores
de petróleo a EE UU. Esto ya afecta a los precios y puede hacerlo más si la
invasión a Irak se produce sin que la crisis haya finalizado. EE UU necesita
esos suministros, pero si actúa para facilitar la producción venezolana pon-
drá en contra a los adversarios del presidente Hugo Chávez. Si no actúa, el
riesgo es que la crisis alcance un punto en el que nadie sea capaz de condu-
cirla hacia una salida pacífica. En el orden interno, la crisis puede derivar en
enfrentamientos violentos, tanto si Chávez se mantiene en el poder, como si
es forzado, de manera inconstitucional, a abandonarlo.
Carlos Alonso Zaldívar 47

Colombia puede ver que su guerra civil crónica entra en una fase más
virulenta y compleja si se entrelaza con una situación de inestabilidad tam-
bién violenta en Venezuela.
Argentina puede vivir, antes o después de las elecciones previstas para
el 27 de abril, movilizaciones populares que sólo sean controladas por un
gobierno civil autoritario con el respaldo de los militares, como ha señalado
Alain Touraine. Un gobierno así podría adoptar medidas que pongan en
cuestión el mantenimiento de Mercosur.
Brasil, pese a contar en estos momentos con las bendiciones del Fondo
Monetario Internacional (FMI), continúa bajo la amenaza de una crisis fi-
nanciera que podría llegar a producirse si una recesión global, el bloqueo de
Mercosur o la inestabilidad en Argentina alejan a los inversores del país. Los
problemas de Colombia, Argentina y Brasil no ten-
drían por qué tener efectos inmediatos sobre el
curso de la guerra en Irak, pero su evolución sí po-
dría afectar a Brasil y Argentina en el caso de dar La guerra y la
lugar a una recesión económica mundial. Un sub- debilidad de
producto de la guerra de Irak sería entonces un pa-
norama de posguerra bastante desolador en Sura- Bagdad pueden
mérica, algo especialmente negativo para España. provocar la
Finalmente, está el mal contenido y extrema- desmembración
damente peligroso conflicto entre India y Pakistán.
Éste último, como efecto indirecto de la guerra en
del país
Irak, puede ver que su control de la frontera con
Afganistán se debilita e India considerar que se le
abre una oportunidad de actuar contra la Cachemira paquistaní o más allá.
Los acontecimientos señalados podrían convertir un escenario gris en
negro o uno negro en otro más negro. Al margen de esto, dichos procesos
también podrían hacer que al final de la guerra de Irak el mapa político
mundial aparezca alterado en zonas alejadas de Oriente Próximo, lo que ya
ocurrió durante la guerra del Golfo en 1991, cuando el proceso de desmem-
bración de Yugoslavia adquirió una dinámica irreversible.
La crisis en Oriente Próximo se expande. No faltan posibilidades de

que esto ocurra. En Irak la guerra pueden dar paso a movimientos de des-
membración del país. El caso más delicado es el kurdo pues este pueblo ya
cuenta con un cuasi-Estado y, dada la posición geográfica que ocupa, tendrá
una importante influencia en la guerra, que le ofrecerá la mejor oportunidad
desde el final de la Primera Guerra mundial para dotarse de un Estado inde-
pendiente, si bien esto es inaceptable para Turquía y otros países de la zona.
Israel puede ser atacado por Irak y entrar en combate; o bien, respon-
diendo a un grave atentado, lanzar una gran ofensiva contra los palestinos
que conlleve matanzas y desplazamientos de población no vistos desde
1948; o por iniciativa propia, aprovechar la situación para intervenir en Líba-
REUTERS/CORDÓN PRESS

Soldados iraquíes en Tikrit, lugar de nacimiento de Sadam,


8 febrero 2003

no con el fin de golpear a Hezbolá o para impedir el desvío de agua, lo que


podría provocar una reacción de Siria.
Puede ocurrir que en Arabia Saudí, Egipto, Jordania u otros países del
área se produzcan movimientos populares que desestabilicen a sus gobier-
nos actuales. En Irán los conservadores podrían aprovechar la situación pa-
ra hacerse con el control del poder e iniciar la represión de los reformistas,
o unirse con éstos en un frente antiamericano para prevenir un ulterior ata-
que contra Irán. En Turquía cabe esperar que surjan contradicciones entre
los militares (sometidos a presión americana para aumentar su participa-
ción en la guerra) y el partido gobernante, Justicia y Desarrollo (bajo una
fuerte demanda en sentido contrario de la población musulmana). El resul-
tado de las pasadas elecciones podría verse en entredicho.
En el Magreb, como ya pasó durante la guerra de 1991, es probable que
se produzca una ola de agitación islamista y que estas corrientes políticas se
fortalezcan. Su resultado, a medio plazo, podría ser un recrudecimiento de
la violencia en Argelia, mayores dificultades de gobierno para Mohamed VI
en Marruecos y menores perspectivas de solución al asunto del Sahara, de
nuevo todo ello muy negativo para España.
Cualquier incidencia de este tipo o similar ennegrecerá el escenario
pues puede acarrear:
– Una prolongación de la guerra, bien porque se abran nuevos frentes o
porque algún país interrumpa las facilidades militares que está concediendo
a EE UU y sus aliados;
Carlos Alonso Zaldívar 49

– Una elevación de los precios del petróleo, si Arabia Saudí deja de in-
troducir reservas en el mercado o si importantes instalaciones petrolíferas
de la zona se ven afectadas por la guerra;
– Complicaciones posteriores en las tareas de pacificación y recons-
trucción de Irak una vez acabada la guerra, pues éstas se verán afectadas
por la actitud de los países vecinos;
– Cambios significativos en la posguerra en las relaciones de algunos
países de Oriente Próximo con EE UU y sus aliados.
Tanto si la guerra se extiende en Oriente Próximo como si se produce
un cambio de alineación política de algunos países de la zona, el escenario
intensificará su tonalidad negra.

Fin de la guerra y reconstrucción de Irak


Las consecuencias más importantes de la decisión de invadir Irak no se re-
velarán en el curso de la guerra (que puede durar unos meses) sino en el ca-
rácter de la posguerra, que puede marcar el futuro de la zona y de la vida in-
ternacional por un periodo mucho más largo. Por eso se ha incluido entre
los parámetros del escenario a considerar las dificultades de la pacificación
y reconstrucción de Irak. Pero para poder hacerlo es necesario apuntar pre-
viamente algunas hipótesis sobre la manera en que puede concluir la guerra,
algo que resulta arriesgado dados los múltiples y variados factores que, co-
mo hemos visto, pueden afectar su curso. Aun así, a continuación se apun-
tan algunas hipótesis sobre el final de la guerra, con la advertencia de que
tan sólo deben entenderse como referencias para jalonar un espacio que in-
cluye infinidad de posibilidades.
Victoria cómoda para EE UU. Corresponde a una evolución de la

guerra de acuerdo con el escenario gris. Esta salida se diferencia de la del


rosa sobre todo en las consecuencias de que la invasión haya tenido lugar
sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.
Como en el escenario rosa, los combates discurrirían sin mayores difi-
cultades, con mortandad limitada y en menos de seis semanas el régimen de
Sadam Husein sucumbe. Aunque al inicio de la guerra se produciría una su-
bida del precio del petróleo, una vez que concluye y desaparecen las incerti-
dumbres de la economía mundial, ésta se recupera y relanza el crecimiento.
En Oriente Próximo no se desestabilizaría ningún país y tampoco se abriría
o descontrolaría alguna otra crisis en otras partes del mundo.
Las diferencias con el escenario rosa empiezan cuando EE UU reclama
al Consejo de Seguridad que apruebe una resolución sobre pacificación y re-
construcción que le permita desplegar fuerzas militares en el país, y pide a
otros Estados que aporten recursos económicos y humanos para la recons-
trucción y el mantenimiento del orden público. Cabe pensar que los aliados
de EE UU en la invasión (que serán menos que en el caso de estar autoriza-
50 Política Exterior

da por el Consejo) secunden esta demanda. Pero, ¿qué harán otros países?
¿Que harán los árabes –algunos vecinos de Irak– que hayan considerado la
invasión ilegal en términos de Derecho internacional? ¿Qué harán los países
europeos que se hayan mantenido al margen de la guerra?
La primera cuestión crítica puede centrarse en el reconocimiento del
nuevo gobierno de Irak. Éste podrá ser o un gobierno integrado por perso-
nalidades locales apoyado en las fuerzas de ocupación, o tomar la forma de
una administración militar de los ocupantes. Definir su estatuto jurídico
puede convertirse en una cuestión espinosa, tanto más cuando no es de es-
perar que EE UU, después de haber ganado la guerra con facilidad, esté
muy dispuesto a que le compliquen la explotación política, militar y econó-
mica del éxito.
En cuanto a la aportación de recursos económicos y humanos para la
reconstrucción, aunque con una economía relanzada resultará más fácil en-
contrarlos, los países que no acepten o se sientan sin influencia sobre el
nuevo gobierno, cabe esperar que se abstengan. EE UU no podrá contar es-
ta vez con pagar sólo un bajo porcentaje de los costes de la guerra y de la
reconstrucción como ocurrió en 1991. ¿Intentará pagarlo con cargo al petró-
leo iraquí? En todo caso, Irak es un país con unas dimensiones y una pobla-
ción tales que mantenerlo bajo ocupación militar es una tarea que estará
más cerca de las ocupaciones de Alemania o Japón tras la Segunda Guerra
mundial que a las de Bosnia o Kosovo.
Una segunda cuestión crítica surgirá cuando el nuevo gobierno tenga
que recurrir a la fuerza para imponer su autoridad o mantener la unidad del
país, lo que significará enfrentarse con unos u otros iraquíes. Como ya se ha
dicho, dada la diversidad étnica, tribal y religiosa de Irak, así como los pre-
cedentes históricos a este respecto, hay que contar con que las tareas de pa-
cificación y reconstrucción encuentren dificultades, se prolonguen y requie-
ran el uso de la fuerza, distando de ser un proceso democrático.
La tercera cuestión crítica se planteará si las fuerzas de ocupación de-
ben hacer frente a una resistencia clandestina armada. Tras una guerra cor-
ta esto tardará menos en producirse que con una prolongada. En todo caso,
bajo el nuevo gobierno, ¿cuántos iraquíes se sentirán liberados, cuántos
abrumados por la derrota y el temor a la fuerza americana, y cuántos dis-
puestos a enfrentarse con el ocupante? EE UU y las nuevas autoridades
considerarán terroristas a quienes lo hagan. Pero, ¿harán lo mismo los paí-
ses árabes vecinos y los europeos? Como se ha apuntado en el escenario ro-
sa, en un Irak de fronteras porosas y con unidades americanas desplegadas
en todo el país, es fácil que grupos vinculados a Al Qaeda ataquen a las tro-
pas de ocupación. Para muchos esto les concederá una legitimidad de la que
hoy día carecen.
En lenguaje político, todo lo anterior se puede resumir en dos ideas: el go-
bierno que se instaure aparecerá para el mundo laico como un gobierno de ocu-
Carlos Alonso Zaldívar 51

pación y para el religioso como un gobierno impuesto a los musulmanes por in-
fieles; y, si para la financiación de la guerra se recurre al petróleo iraquí, ese go-
bierno será además tachado de ladrón y la guerra de operación de rapiña. La
historia no aconseja menospreciar la fuerza política de estos planteamientos.
Consideremos ahora el fin de la guerra más allá de Irak. Si las tareas de
pacificación no agotan la capacidad de las fuerzas que despliegue en Irak,
EE UU estará en condiciones de presionar directamente a Irán, Siria, Arabia
Saudí y otros vecinos para “redibujar el mapa de Oriente Próximo”. Pero los
gobiernos de estos países se verán atrapados entre esta presión y otra de
signo contrario procedente de su población. En algún caso, acomodar pací-
ficamente estas solicitudes contradictorias puede resultar imposible y dar
lugar a represiones violentas o a cambios de régimen. EE UU puede verse
empujado a intervenciones militares en países ve-
cinos, bien sea para apuntalar a sus gobiernos o
para apuntillarlos. Israel verá su posición muy for-
talecida y, si no aprovecha esta circunstancia para Las diferencias
ofrecer un acuerdo de paz justo y digno a los pa- entre los Quince
lestinos, contribuirá más al malestar de los pue-
blos árabes. El punto es que, ni siquiera en este es- respecto a la
cenario de victoria cómoda se puede contar a guerra complican
priori con que, una vez tomado Bagdad, la estabili- el desarrollo de
zación de Oriente Próximo sea automática. Lo pro-
bable es que sea lenta y conlleve nuevos riesgos de la PESD
desestabilización.
En todo caso, como en el escenario rosa, una
victoria cómoda actuará como multiplicador del poder de EE UU en Oriente
Próximo y en otras partes del mundo. De hecho, si su decisión de invadir al
margen del Consejo de Seguridad se acepta (aunque sea tácitamente), este
escenario situará a EE UU por encima del Derecho internacional y abrirá la
puerta a una situación caracterizada por lo que cabría llamar “unilateralis-
mo imperial americano”.
La perspectiva de la UE será, sin embargo, muy distinta ya que tendrá
que hacer frente a:
– Un aumento del riesgo de ataques terroristas en su territorio, como
consecuencia de la radicalización de algunos de los musulmanes residentes
en Europa y/o de la activación de grupos militantes ya existentes y que has-
ta ahora permanecen dormidos. Por motivos de distancia y de acceso, Euro-
pa puede resultar para estos grupos un campo de operaciones más accesi-
ble que EE UU.
– Un deterioro de la influencia de la Unión y de sus países miembros en
Oriente Próximo y en la ribera sur del Mediterráneo, donde serán percibi-
dos como incapaces de impedir el ataque de EE UU o como cómplices de
ese ataque.
52 Política Exterior

– Una mayor dependencia de EE UU en materia de petróleo o, alternati-


vamente, la UE tendrá que acometer un replanteamiento de sus fuentes tra-
dicionales de abastecimiento de energía.
– Las diferencias de actitud entre países miembros respecto al apoyo
militar, político y económico a EE UU durante la guerra y en la posguerra.
Estas diferencias debilitarán la frágil política exterior y de seguridad común
(PESC) y pueden comprometer el desarrollo de la política europea de segu-
ridad y defensa (PESD). Alternativamente, pueden forzar a la Unión a dar
pasos que todavía no ha dado para convertirse en un sujeto político inde-
pendiente en la vida internacional; pero deberá hacerlo en las circunstan-
cias más difíciles: resolviendo, vía cooperación reforzada o de modo similar,
la división que existe en su seno a ese respecto, y afrontando la oposición
de EE UU, que se sentirá más poderoso que nunca.
Peor aún será la perspectiva de Rusia que:
– Se verá económicamente muy debilitada en el momento en que empie-
cen a producirse descensos del precio del petróleo por la entrada en el mer-
cado del petróleo iraquí.
– Puede experimentar una crisis política interna si el resultado de la
guerra presenta al presidente, Vladimir Putin, como alguien manipulado
por EE UU e incapaz de resolver el problema checheno, que podría agudi-
zarse como consecuencia de una mayor militancia de los grupos fundamen-
talistas islámicos.
– Internacionalmente, además de la pérdida de peso derivada de los fac-
tores anteriores, Rusia perderá también la influencia que conserva sobre
Irak y otros países de Oriente Próximo.
Rusia, como la UE, tendría que revaluar su trayectoria de cooperación
con EE UU o aceptar una clara subordinación de Washington.
También China se verá debilitada tras una victoria cómoda de EE UU,
no internamente, pero sí en su influencia internacional en Asia y como futu-
ro competidor global de ese país. Su reacción probable será concentrarse
en garantizar su estabilidad interna y acelerar su fortalecimiento económico
y militar.
El conjunto del sistema internacional deberá acomodarse a la nueva si-
tuación, bien asumiendo de hecho que EE UU goza de un estatuto que lo co-
loca por encima del Consejo de Seguridad y del Derecho internacional, o
bien rechazando esa posibilidad, en cuyo caso se abrirá un periodo de rivali-
dad entre EE UU y aquellos Estados que se muestren dispuestos a poner lí-
mites a su poder y a sostener la primacía del Derecho internacional.
Victoria costosa para EE UU. Corresponde, a grandes rasgos, a la

salida del escenario negro, es decir, de una guerra más prolongada y cos-
tosa también para los invasores, que acarrea en la posguerra una recesión
económica. En este caso, partiendo de lo ya señalado en el anterior, cabe
esperar:
Carlos Alonso Zaldívar 55

– Mayores discrepancias entre los miembros del Consejo de Seguridad y


entre el conjunto de países para aceptar la legitimidad del nuevo gobierno
impuesto en Irak.
– Tendencias disgregadoras más fuertes en Irak, pues en el curso de la
guerra se habrán formado feudos independentistas que intenten escapar al
control de Bagdad y que deberán ser sometidos.
– La aparición de una resistencia armada puede ser más lenta, pues aun-
que una guerra cruenta haya sembrado sus semillas, necesitarán más tiem-
po para crecer, pero la reconstrucción será más larga y aparecerá.
– Una mayor actividad de Al Qaeda, ya que la crueldad de la guerra es-
poleará a sus militantes.
– Una reconstrucción más difícil y prolongada
pues, con las economías en crisis, EE UU tendrá
dificultades mayores para allegar los recursos que
reclame y la destrucción habrá sido mayor.
– Una menor estabilidad de los gobiernos veci-
Todavía hoy no
nos de Irak, como resultado de sentimientos infla- se sabe qué busca
mados por una guerra cruenta y de las dificultades Washington con
económicas de la posguerra; la probabilidad de
que EE UU tenga que acometer alguna nueva in-
la invasión
cursión militar en países vecinos será mayor. de Irak
Fuera de la zona, los efectos de la guerra so-
bre la UE, Rusia y China serán semejantes a los del
escenario anterior con las siguientes matizaciones:
– Washington apreciará que la vía del unilateralismo imperial puede re-
sultarle costosa.
– En la UE, la recesión económica, las discrepancias entre sus miem-
bros según se desarrolle la guerra, el efecto en la opinión pública de cruel-
dades bélicas, los debates sobre la legitimidad del nuevo gobierno que se
establezca en Irak, las demandas americanas de ayuda para la reconstruc-
ción y las dificultades de la pacificación agudizarán el contraste entre
quienes se inclinan por la subordinación europea a EE UU y quienes no re-
nuncien a que la UE asuma un papel internacional propio, aunque con ello
contraríe la voluntad de Washington. Derivadas ulteriores de esto se deja-
rán notar sobre el proceso de ampliación, a través de la Convención sobre
el futuro de la UE en la próxima Conferencia Intergubernamental y en el
día a día.
– Algo semejante puede decirse para Rusia que, sin embargo, puede ver
aliviados sus problemas económicos mientras el precio del petróleo se man-
tenga elevado.
– China valorará como beneficio propio todo coste que la guerra aca-
rree a EE UU.
56 Política Exterior

– El Consejo de Seguridad saldrá también malparado de su marginación


en la decisión de invadir, pero las dificultades de la reconstrucción harán
más necesario su concurso que en el caso anterior.
También aquí el sistema internacional deberá acomodarse a la nueva si-
tuación, pero serán más aquellos Estados que se muestren dispuestos a po-
ner limites al poder de EE UU y a sostener la primacía del Derecho interna-
cional.
Victoria pírrica. Corresponde a los escenarios que hemos llamado

negrísimos, es decir, con una duración de la guerra superior a tres meses,


un número significativo de bajas en el campo americano, entrada de la eco-
nomía mundial en recesión y otras complicaciones como:
– La apertura o el descontrol de otras crisis en Asia o América Latina
que recaben de EE UU todavía mayores esfuerzos militares y búsqueda de
apoyos políticos.
– Un empantanamiento de la pacificación, como consecuencia de la
existencia en Irak de una hostilidad y violencia extendidas contra los ocu-
pantes, que impida a Washington sacar provecho de su presencia militar en
Irak para “redibujar el mapa de Oriente Próximo”.
– Escasez de recursos para acometer la reconstrucción, porque la rece-
sión haya reducido su disponibilidad y el clima internacional de la posgue-
rra también habría reducido el número de donantes.
– Dificultades económicas que cuestionen el apoyo de la opinión públi-
ca americana a que el país mantenga un esfuerzo militar costoso y prolonga-
do en el exterior.
– Un deterioro expreso o latente de las relaciones de EE UU con algu-
nos aliados importantes que le cree problemas en la Organización Mundial
de Comercio (OMC), el FMI u otros foros importantes.
En estas circunstancias, Washington descubriría que los beneficios de la
guerra no compensaban el precio a pagar, es decir, que su victoria era pírri-
ca. Entonces los vendedores del escenario rosa perderían peso y lo ganarían
quienes en EE UU cuestionan una política exterior centrada en la fuerza.
Sus argumentos son que, para que el proyecto americano de globalización
progrese, es esencial que no se vea asociado con guerras y ocupaciones mi-
litares; que EE UU no puede llevar a cabo la remodelación de Oriente Próxi-
mo sin contar con aliados árabes y europeos; que la victoria en una guerra
tradicional no prueba la superioridad militar ante una amenaza irregular o
asimétrica como la que plantea Al Qaeda; y que considerar a la ONU irrele-
vante, no sólo perjudica a la organización, sino también a EE UU.4
A los países árabes, Irán, la UE, Rusia o China las cosas no les habrían
ido mejor, pero el “unilateralismo imperial” se perdería en el horizonte, co-

4. Carlos Alonso Zaldívar, op. cit.


Carlos Alonso Zaldívar 57

mo el Llanero solitario. El mundo seguiría pareciéndose algo al Far West,


pero de poner orden se encargarían los Cinco, Seis o Siete Magníficos senta-
dos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

¿Qué busca Washington?


Pese a que todos los días se dicen y escriben multitud de cosas al respecto,
confieso que todavía hoy no sé qué busca Washington invadiendo Irak. Se
puede contestar que lo que pretende es que Sadam Husein cumpla las reso-
luciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero ninguna de
esas resoluciones habla de “cambiar el régimen de Irak” y ésa es, sin embar-
go, la política oficial de EE UU, una política enunciada ya en tiempos de Bill
Clinton y que la actual administración repite a diario. Por otra parte, tampo-
co está claro lo que para esta administración significa en la práctica “cam-
biar el régimen de Irak” y, no digamos ya, “redibujar el mapa de Oriente Pró-
ximo”, otra expresión a la que hace alusión con frecuencia. A falta de una
definición autorizada sobre este crucial asunto, he tratado de agrupar las
muchas cosas que a este respecto dice bajo tres rótulos –combatir el terro-
rismo, reorganizar Oriente Próximo y frenar la proliferación de armas de
destrucción masiva– y hacer algunos comentarios mostrando mi escepticis-
mo de que tales cosas puedan conseguirse con una invasión.
Combatir el terrorismo. Sin duda, la administración Bush quiere pro-

teger a sus ciudadanos. Se ha dicho repetidas veces que el 11-S introdujo


en la sociedad americana una sensación de vulnerabilidad que antes no te-
nía. Así es y, desde luego, eso plantea a Bush un problema que debe afron-
tar, pero, ¿qué puede hacer? La vulnerabilidad es real y continuará mien-
tras existan terroristas suicidas dispuestos a morir matando. Poco después
del 11-S escribí que quienes hoy viven desesperados ven la historia reciente
como un enfrentamiento entre los occidentales poderosos y ricos, dispues-
tos a matar pero no a morir, y los pobres impotentes a quienes sólo cabe
morir matando. Cuando quienes están más dispuestos a matar que a morir
se enfrentan con quienes están dispuestos a morir matando, las variables
sobre las que se puede actuar en este conflicto son dos: la capacidad de
matar y la disposición a morir. Capacidad de matar sobra en el lado occi-
dental y la desagradable sorpresa del 11-S consistió en comprobar que tam-
poco falta en el campo de los terroristas suicidas. La última clave no está
pues en la capacidad de matar. Está en la disposición a morir: o nosotros
aumentamos la nuestra o logramos que ellos reduzcan la suya.
En mi opinión, la vía para aumentar nuestra seguridad consiste en redu-
cir el número de otros dispuestos a morir matándonos. Abrir paso a esta vía
no requiere resolver previamente todos los conflictos y dramas del mundo,
pero sí exige recrear la esperanza de que las injusticias pueden llegar a repa-
58 Política Exterior

rarse de forma pacífica. Sólo el desesperado muere matando, el que tiene


esperanza prefiere vivir luchando. El gran reto de Occidente consiste en po-
ner fin a situaciones hoy existentes en diversas partes del mundo que hacen
surgir miles de desesperados dispuestos a morir matando.
Me temo que este planteamiento no es el de la administración Bush. A
partir del 11-S, no sólo no se ha hecho nada para reducir las causas del te-
rrorismo suicida, sino que el propio hecho de referirse a ellas ha pasado a
estar mal visto. La opción adoptada frente al problema de la vulnerabilidad
de las sociedades occidentales no ha sido disminuir el número de los que es-
tán dispuestos a morir matándonos, sino intentar mostrarles que si no hay
más remedio nosotros también estamos dispuestos a morir para matarlos.
En una cierta medida esto es lo que se ha hecho en Afganistán y ahora trata
de repetirse a mucha mayor escala en Irak. Bien,
es una opción, pero ¿qué cabe esperar de ella? Por
contundente y eficaz que pueda resultar una inva-
Una invasión sión de Irak como muestra de la fuerza que posee
quebrará los EE UU y prueba de su resolución de emplearla
aun a riesgo de dar la vida en el empeño, dudo que
procesos esa fuerza y esa resolución vayan a aterrorizar a
autóctonos de los terroristas suicidas, ni a terminar con ellos.
modernización en Más bien me temo que puede multiplicar su núme-
ro y galvanizar su disposición a morir matando.
Oriente Próximo
Es cierto que no todo se reduce a los terroris-
tas de Al Qaeda. Una muestra de fuerza demoledo-
ra contra Irak también tendrá un efecto importan-
te sobre los pueblos árabes, que en su inmensa mayoría no practican ni
respaldan el terrorismo pero manifiestan sentimientos de hostilidad hacia
EE UU. Éste fue el segundo hecho importante que la sociedad americana
descubrió el 11-S. Que no sólo no era querida y admirada por todos, como
tradicionalmente le han dicho sus dirigentes, sino que el mundo árabe y mu-
sulmán albergan fuertes y extensos sentimientos hostiles hacia “América”.
Desde entonces, los americanos se preguntan: Why do these people hate
America? Por toda respuesta la administración Bush ofrece a sus ciudada-
nos contestaciones insustanciales: porque nos tienen envidia, porque odian
la libertad, y cosas así. Por supuesto, la respuesta es más compleja y en mu-
chos aspectos poco agradable para los gobernantes americanos (de hoy y
de ayer). Quizá por eso esperan que la pregunta se desvanezca y confían en
que una exhibición de fuerza y de resolución americana en Irak tenga un
efecto inhibidor sobre los sentimientos de esa hostilidad hacia América que
existe en el mundo musulmán. De nuevo, permítanme que lo dude.
Los asesores de Bush parecen haber optado por el consejo que da Ma-
quiavelo en el capítulo XVII de El Príncipe, cuando se pregunta si vale más
ser amado que temido o todo lo contrario. La respuesta del florentino es co-
Carlos Alonso Zaldívar 59

nocida: “Es más seguro ser temido que amado”, así como la argumentación
en que la funda, “puesto que los hombres aman según su propia voluntad, y
temen según la del príncipe, un príncipe sabio debe fundamentarse en lo
que es suyo, no en lo ajeno…”. Pero deberían leer hasta el final porque la
frase anterior no concluye ahí y sigue, “…y [el príncipe] debe sólo arreglár-
selas para evitar que le odien”. Pues bien, lo que es más de temer a medio
plazo es que una invasión de Irak y la posterior ocupación del país puedan
transformar los sentimientos hostiles en auténticas manifestaciones de odio
capaces de expresarse pasando por encima del temor. Pero, claro está, esto
no pasa de ser más que una apreciación discutible. Lo malo es que si resulta
acertada, habrá más “onces de septiembre”.
Reorganizar Oriente Próximo. No le faltan a Washington motivos pa-

ra estar preocupado con la situación general de la zona. En términos políti-


cos, el Oriente Próximo que hoy conocemos es producto de la Primera Gue-
rra mundial, una guerra, recordemos, que se hizo “para acabar con todas las
guerras”, pero que, además de verse seguida por la Segunda Guerra mun-
dial, sembró en Oriente Próximo las semillas de los conflictos que todavía
hoy lo tienen sumido en un atraso y en una crisis crónica. Durante la prime-
ra mitad del siglo XX fueron los británicos quienes mantuvieron el dominio
sobre la zona. En 1953, cuando en Irán un gobierno elegido decidió hacerse
con el control del petróleo, un golpe militar respaldado por EE UU instaló al
sah y desde entonces éste fue el instrumento del control occidental en la re-
gión. Pero en 1979 la revolución de Jomeini acabó con el cruel gobierno de
Reza Phalevi, dando rienda suelta al resentimiento contra EE UU que lo ha-
bía aupado y sostenido, lo que abrió de nuevo serias incertidumbres sobre
el petróleo. Washington recurrió entonces como opción de recambio a Sa-
dam Husein, alentándole y armándole en su enfrentamiento con Irán. La
guerra Irán-Irak fue prolongada, sus bajas se contaron por cientos de miles
y todo para terminar en tablas.
Un resultado así nunca es estable y, en efecto, en 1991 Sadam invadió
Kuwait, yendo más allá de lo que su condición de protegido occidental le
permitía. Entonces todo el mundo se volvió contra él y tras la guerra, EE
UU adoptó la política de “doble contención Irán e Irak”, se apoyó en Arabia
Saudí donde desplegó tropas y promovió la conferencia de Madrid (noviem-
bre de 1991) buscando una vía de solución pacífica al conflicto entre pales-
tinos e israelíes. Este juego chapucero se mantuvo diez años plagado de so-
bresaltos (bombardeos de Irak, segunda Intifada palestina, enfrentamientos
entre conservadores y reformistas en Irán, desarrollo del islamismo más in-
transigente en Arabia Saudí, aparición del terrorismo suicida, penuria eco-
nómica y social de la mayor parte de los habitantes de la zona…), y el 11-S
terminó saltando por los aires. Tras esto, nada más fácil que decir que
Oriente Próximo debe reorganizarse para acabar con tanta calamidad y po-
ner fin a su inestabilidad, asegurando de nuevo el flujo de petróleo a precios
60 Política Exterior

razonables. No seré yo quien niegue eso. Pero discuto que lanzarse a la inva-
sión y a la ocupación de Irak sea la manera de hacerlo.
Precisamente por su inestabilidad e injusticia, la situación de la región
está llamada a cambiar en un lapso de tiempo no prolongado. Israelíes y pa-
lestinos no pueden contemplar como horizonte vital otros cincuenta años al
ritmo de una guerra cada diez y matanzas indiscriminadas cada pocos días.
El régimen saudí no podrá continuar mucho más, tal como hasta ahora, aun-
que sólo sea porque su renta por habitante no hace más que descender.
Egipto no puede permanecer eternamente en estado de excepción (desde el
asesinato del presidente Anuar el Sadat). Los conservadores iraníes no po-
drán seguir haciendo vivir en régimen de convento a una juventud que es la
mayoría del país, bien formada, tanto mujeres como hombres, y que tiene
un sentido de su identidad nacional tan fuerte que no teme el contraste con
otras culturas, etcétera.
La cuestión es, si ahora, cuando ésos y otros procesos de cambio madu-
ran, una invasión, una conquista y una ocupación occidental ayudarán a que
se desarrollen en sentido positivo o conseguirá precisamente todo lo con-
trario. Si se mira la historia del último siglo de Oriente Próximo se ve que
cada pretendida solución impuesta, en lugar de solución ha resultado un
problema, y que las sucesivas soluciones impuestas han durado cada vez
menos tiempo. Mi convicción es que una invasión quebrará los procesos au-
tóctonos de modernización de la zona, haciendo que lo que hoy nos parece
caos se recuerde mañana como orden.
Acabar con las armas de destrucción masiva. He aquí otro objetivo

encomiable, cuya discusión, además, resulta mucho más fácil. Lo es porque


basta recordar que fueron los inspectores, y no los bombardeos, los que en-
tre 1991 y 1998 encontraron y destruyeron las armas de destrucción masiva
que tenía Irak. Los bombardeos de la guerra de 1991 apenas destruyeron al-
guna de esas armas. Si en 1998, en vez de retirar a los inspectores y volver a
bombardear, éstos hubieran seguido allí, hoy sabríamos qué ha pasado con
los precursores químicos y bacteriológicos que ahora están buscando. Así
pues, si de lo que de verdad se trata es de impedir a Sadam que fabrique y
disponga de armas de destrucción masiva, no hay que invadir Irak, ni ocu-
parlo, es suficiente con mantener sobre el terreno a los inspectores que ya
se encuentran allí, se llame esta política “contención”, “desarme”, “cuarente-
na” o como se quiera.
Dicho lo dicho, reitero que no alcanzo a entender lo que EE UU busca.
Claro que, doctores tiene Washington. Pero yo no me pondría en sus manos.
O Europa y los árabes

Reanudar el diálogo transatlántico


El Derecho, la fuerza y la justicia

Dominique de Villepin

para toda acción internacional: el de-

V
ivimos un momento decisivo de
nuestra historia, un momento recho, la fuerza y la justicia.
grave en el que Reino Unido es- El fin del enfrentamiento entre los
tá directamente comprometido en las dos bloques cambió el mundo. Es cier-
operaciones militares en Irak. Espero, to que el Derecho pasó a ocupar el
lógicamente, que ese conflicto pueda centro de las preocupaciones interna-
acabar cuantos antes y cause el menor cionales, pero su relación con la fuer-
número de víctimas posible. za también fue profundamente modifi-
Así, en estas difíciles circunstan- cada. Durante cerca de cincuenta
cias, el respeto, la amistad y el diálogo años, la disuasión nuclear logró man-
marcan mi presencia hoy aquí, cons- tener el orden. Tanto Occidente como
ciente como soy de que su país está en el mundo comunista sabían que el re-
guerra y de que sus soldados están curso a la fuerza supondría daños in-
arriesgando su vida. Tengo, también, la calculables para ambos bloques. La
certeza de que, en este mundo incier- guerra habría significado, por lo tanto,
to, la unidad es más necesaria que el fracaso de la disuasión y el imposi-
nunca. Por último, tengo la esperanza ble apocalipsis.
de presentarles una visión francesa Pero, con el fin de la guerra fría la
que anhela construir y reanudar los hi- fuerza volvió a ser una opción. De
los del diálogo. nuevo se pudo pensar en ella como en
Como miembros permanentes del algo viable, ya que los daños sufridos
Consejo de Seguridad, Francia y Reino no habrían sido superiores a los bene-
Unido tienen responsabilidades que ficios que una potencia podía esperar.
deben ejercer para alcanzar el mismo Si, aún así, fue poco utilizada, fue por
objetivo: la estabilidad internacional, dos razones: porque la afirmación de
la seguridad y la paz. Para ello, deben los valores occidentales topó con po-
definir juntos el equilibrio necesario ca oposición y porque Estados Unidos

Dominique de Villepin es ministro de Asuntos Exteriores de Francia. Este artículo


está basado en sus discursos de Londres (IISS, 27 marzo 2003) y de El Cairo (Conse-
jo Egipcio de Asuntos Exteriores, 12 abril 2003).

POLÍTICA EXTERIOR, 93. Mayo / Junio 2003


22 Política Exterior
supo utilizar su fuerza con modera- dad. Para empezar, su respuesta al
ción. Ahora bien, desde siempre, es problema del desarme de Irak ha sido
sabido que sólo la moderación hace una política de sanciones que ha per-
tolerable la potencia. Ya lo dijo Tucídi- judicado, en primer lugar, a la pobla-
des: “Merecemos ser elogiados por ha- ción iraquí. Además, no ha abierto
ber sido más justos que lo que supone perspectivas de solución de las crisis
nuestra potencia”. regionales que amenazan la estabili-
Pero, como ningún orden inter- dad del mundo: Oriente Próximo, a la
nacional puede basarse en la mera cabeza de todas ellas, que sigue prisio-
buena voluntad de las potencias, se nero de una lógica de violencia y re-
definieron una serie de normas con el presalias, pero también las diferentes
fin de contener el uso de la fuerza crisis de Chipre y del Sáhara Occiden-
dentro de los límites de una respon- tal, o la crisis de Cachemira.
sabilidad colectiva. Además, el respaldo de la comuni-
Este nuevo orden cosechó varios dad internacional a ese orden interna-
éxitos. Acabó con las agresiones terri- cional se ha ido erosionando. Para al-
toriales: en 1991, el respeto del Dere- canzar los resultados obtenidos ha sido
cho y el uso de la fuerza permitieron necesario movilizar considerables re-
expulsar a Sadam Husein de Kuwait. cursos de la ONU: en Sierra Leona, pa-
Si, en estos momentos, se produjera ís de cuatro millones de habitantes y
una invasión similar, no hay duda de 71.000 kilómetros cuadrados, hacen
que la comunidad internacional reac- falta 16.000 soldados de las Naciones
cionaría de forma inmediata. Unidas para mantener un orden toda-
Asimismo, este nuevo orden per- vía precario. Por otro lado, los límites
mitió socorrer a las poblaciones vícti- del concepto de injerencia humanitaria
mas de guerras civiles, regímenes au- han ido perfilándose progresivamente:
toritarios o catástrofes naturales. Tras si bien ofrece la posibilidad de interve-
la guerra del Golfo, la operación Pro- nir en contra de la voluntad de los Es-
vide Comfort detuvo el flujo de refu- tados cuando la inminencia de un de-
giados kurdos hacia Turquía y favore- sastre humanitario lo exige, suscita
ció su regreso al norte de Irak, inquietud en las potencias emergentes.
además de abrir la vía al derecho de El ejemplo de Kosovo refleja la
injerencia humanitaria y a las grandes complejidad de estos problemas. Fue
operaciones de la ONU en Somalia, la primera vez que el concepto de inje-
Haití, Ruanda, Bosnia, Timor Oriental rencia humanitaria suscitó interrogan-
y Sierra Leona. tes. Algunas potencias del Sur temían
Por último, ese nuevo orden con- que permitiese a las democracias occi-
tribuyó a definir un conjunto de nor- dentales inmiscuirse indebidamente
mas para poner la fuerza a disposición en su soberanía. Y, en esas mismas de-
de un Derecho basado en el humanis- mocracias, Kosovo provocó numero-
mo. El respeto del ser humano, la de- sas críticas que deploraban el recurso
fensa de las libertades, la lucha contra prematuro a la fuerza o la injerencia
la pobreza o las epidemias adquirieron de los dirigentes en el desarrollo de
fuerza de ley. las operaciones militares. En definiti-
Pero este equilibrio entre Dere- va, la operación de Kosovo fue una
cho y fuerza no ha aportado una solu- empresa legítima y un éxito político a
ción a todos los problemas de seguri- pesar de haber podido ser fuente de
Dominique de Villepin 23
divisiones: hay quien vio en ella el pri- nombre de nuestra idea de la respon-
mer ejemplo de un Derecho consuetu- sabilidad colectiva. (…)
dinario de intervención humanitaria De lo que se trata es de saber so-
sin mandato de la ONU. Por el contra- bre qué reglas queremos vivir juntos:
rio, lo que nosotros vimos fue una ex- sólo el consenso y el respeto del Dere-
cepción, justificada por un amplio res- cho dan a la fuerza la legitimidad nece-
paldo y por la amenaza de un desastre saria. ¿No corremos el riesgo de que la
humanitario inminente. fuerza se convierta en un factor deses-
El 11 de septiembre de 2001 supu- tabilizador si rebasamos estos límites?
so el fin del periodo de construcción También se trata de saber cómo
de un nuevo orden mundial. En primer gestionar las numerosas crisis. El caso
lugar, el mundo entró en la era del te- de Irak no es el único en su especie: en
rrorismo de masas. Ahora ya sabemos Corea del Norte y en otros países exis-
que las organizaciones terroristas no ten nuevas amenazas de proliferación.
retrocederán ante ningún medio para Nuestro deber consiste en dotarnos de
propagar su mensaje de odio y reveló medios que nos permitan responder a
la vulnerabilidad de EE UU, avivó un ellas. Ya habíamos empezado a definir
sentimiento de ira e injusticia y llevó a juntos un método de desarme que es-
ese país a modificar su visión del mun- taba resultando fructífero.
do. Herido, EE UU reagrupó una vez Finalmente, hay algo que nos in-
más sus prioridades en torno a sus quieta: ¿cómo no ver los riesgos de la
propios intereses de seguridad, tanto creciente incomprensión entre los
de su territorio como de su población. pueblos que podría degenerar en un
En estos tiempos de incertidum- enfrentamiento de las culturas? ¿Aca-
bre, se impone una relación renovada so no es éste el gran reto de nuestra
de confianza y proximidad con EE UU. era? ¿Debemos resignarnos? (…)
Francia está dispuesta a entablarla. Dentro de este marco, partimos
Comprende el trauma infligido a ese de una doble observación, esencial en
país. Después del 11-S, transmitió toda la resolución 1441: que la eficacia de la
su solidaridad a los americanos y com- comunidad internacional nunca es ma-
parte su total determinación a comba- yor que cuando está unida y que la co-
tir el terrorismo en todas partes y sin munidad internacional sólo es plena-
descanso: prueba de ello son nuestro mente legítima si asume todas sus
compromiso militar en Afganistán y responsabilidades.
nuestra cooperación, especialmente El principio de responsabilidad
en materia de servicios de inteligencia. implicaba, antes que nada, que el Con-
Por último, Francia desea seguir traba- sejo buscase de manera permanente la
jando con ese país para responder a forma de mejorar el instrumento de las
los grandes desafíos de proliferación inspecciones con el fin de sacar el má-
que se yerguen ante nosotros, espe- ximo partido de la resolución 1441.
cialmente en Corea del Norte. Propusimos reforzar los medios de los
En los últimos meses, hay quien inspectores, rigurosas fechas tope pa-
se ha preguntado por la motivación de ra cada ámbito de inspección, adoptar
Francia en la solución de la crisis ira- lo antes posible un programa de traba-
quí. Para mí es muy importante aclarar jo centrado en labores prioritarias y fi-
que no adoptamos nuestra postura pa- jar una fecha para la entrega de un in-
ra oponernos a ningún país, sino en forme de balance.
24 Política Exterior
Asimismo, este principio suponía desde el exterior. La confianza en el
que los Estados miembros del Consejo Derecho sería entonces un engaño.
de Seguridad decidiesen juntos qué ac- Más que medios para garantizar la se-
ciones emprender, y que controlasen guridad internacional, los instrumen-
el proceso en todo momento. Por esta tos internacionales serían obstáculos.
razón un ultimátum que autorizase el Y hay incluso quien llega a afirmar que
recurso automático de la fuerza no po- EE UU ejercería solo sus responsabili-
día contar con la aprobación del Con- dades afirmando su potencia mientras
sejo: desbordaba el marco definido que la postura de Europa se explicaría
por la resolución 1441. (…) No hay por su debilidad. Por último, frente a
que buscar más lejos las razones de la magnitud de las amenazas, algunos
bloqueo constatadas en el Consejo de gobiernos se autorizarían a sí mismos
Seguridad en los últimos esfuerzos de a atacar los primeros. Se abusaría en-
negociación. Dentro de este contexto, tonces ampliamente, sin límite ni con-
es evidente que Francia siempre ha trol, de la legítima defensa. (…)
tratado de encontrar un acuerdo. La realidad del mundo es la con-
Mientras duró el proceso, en ningún junción de nuevas amenazas: terroris-
momento perdió su libertad de elec- mo; proliferación de armas de destruc-
ción, especialmente la de recurrir a la ción masiva; carácter volátil de las
fuerza en caso de que las inspecciones crisis regionales; importancia de las
resultasen un fracaso. ideologías extremistas y del funda-
Si la situación en el seno del Con- mentalismo que siembran su mensaje
sejo de Seguridad no se ha modifica- por todo el mundo; riesgo de que el
do, ni un solo voto ha cambiado, es crimen organizado pase a ser un ins-
porque una mayoría de Estados estaba trumento suplementario de financia-
convencida de que no habíamos estu- ción y realización de esas amenazas.
diado hasta el final las soluciones pací- Utilizar la fuerza con estas amenazas
ficas. Y es que, desde principios de no solventará los problemas de fondo
año, ha dado la impresión de que el ca- y podría generar nuevas fracturas.
lendario militar hacía sombra a la Junto a británicos y americanos,
agenda diplomática. Muy pronto, se compartimos la misma fe en la demo-
pudo sentir que se cuestionaba el pro- cracia. Con la Gran Carta, la Declara-
pio principio de las inspecciones. Y, ción de 1789 y la Constitución ameri-
por último, la idea de un deslizamiento cana, nuestros países son pioneros de
progresivo del objetivo de desarme pa- la revolución democrática. Estamos
cífico de Irak hacia un cambio de régi- convencidos de que la democracia re-
men, incluso una remodelación de quiere determinación, convicción y un
Oriente Próximo, no hizo más que in- largo aprendizaje. No rechazamos el
tensificar la incomprensión. uso de la fuerza, pero queremos preve-
Con la crisis iraquí, se enfrentan nir contra los riesgos de su uso pre-
dos visiones del mundo. Hay una rela- ventivo, erigido en doctrina: ¿qué
ción diferente entre el Derecho y la ejemplo estaríamos dando a los demás
fuerza, entre la legitimidad internacio- Estados? ¿Qué legitimidad tendría
nal y la defensa de los intereses de se- nuestra acción? ¿Y qué límite ponemos
guridad nacionales. al ejercicio del poder? De suscribir es-
De una de esas tesis se deduce ta doctrina, correríamos el riesgo de
que la democracia se podría imponer introducir un principio de inestabili-
HENRI CARTIER-BRESSON/MAGNUM PHOTOS

Mujeres iraquíes cruzan las calles de Bagdad


(Irak, 1950)

dad e incertidumbre permanentes, de de la seguridad y de la estabilidad en


no controlar las situaciones y de lan- el mundo. La fuerza no es el privile-
zarnos a una huida hacia adelante. No gio de unos y el Derecho, la coartada
abramos esa caja de Pandora. de otros. El Derecho nos comprome-
¿Qué hacer entonces? Nuestra vi- te a todos.
sión se basa en varias exigencias. Legitimidad: es la clave para que
Unidad: frente a la complejidad la acción internacional sea eficaz. Si
del mundo, constituye una necesidad queremos elaborar respuestas a la al-
absoluta. A menos que reforcemos tura de los envites del mundo contem-
nuestra cooperación en materia poli- poráneo y tomar las medidas necesa-
cial, judicial y de los servicios de inte- rias, incluido el recurso a la fuerza,
ligencia, no lograremos erradicar el te- debemos hacerlo en nombre de una
rrorismo. A menos que definamos decisión colectiva. Fortalecidos por
juntos un método eficaz de hacerlo, estas exigencias, debemos encontrar
no podremos aportar una respuesta a de nuevo la vía de la unidad europea y
la proliferación. Debemos seguir con reafirmar la solidaridad transatlántica.
lo que empezamos a hacer en Irak. Debemos reconstruir el orden mundial
Nunca lograremos acabar con las cri- mellado por la crisis iraquí.
sis regionales si no emprendemos un Todos los europeos deben cen-
diálogo constructivo con todas las trarse en este objetivo: tanto los
partes en cuestión. Quince como los nuevos miembros
Responsabilidad: todos los Es- de la Unión Europea. No obstante, es-
tados son responsables del refuerzo to supone un desafío particular para
26 Política Exterior
Francia y Reino Unido cuyas relacio- cha contra la financiación de las re-
nes con EE UU son distintas por razo- des terroristas.
nes históricas. Nuestra cooperación con EE UU
No es que haya por un lado, la op- y Reino Unido en materia de lucha
ción de la fuerza y, por otro, la opción contra la proliferación es regular y es-
de Derecho. La fuerza debe servir al tá bien servida. Debe complementarse
Derecho. Éste debe limitarla para con los trabajos que vamos a desarro-
echar por tierra la propuesta de Pas- llar al respecto en las Naciones Uni-
cal: “Al no poder conseguir que sea das, en la cumbre de jefes de Estado y
forzoso obedecer a la justicia, se ha de gobierno propuesta por Francia.
hecho que sea justo obedecer a la fuer- Asimismo, sugerimos que los países
za”. La primacía del Derecho no es una europeos se concierten para estable-
prueba de debilidad ni un factor de im- cer un análisis común de los riesgos
potencia. Es una exigencia moral y po- de proliferación con el fin de evaluar
lítica, la condición para que haya justi- los medios con los que se podría ha-
cia y para que las cosas sean eficaces. cerles frente. Hemos empezado a defi-
En efecto, sólo la justicia garantiza nir varios instrumentos de desarme,
que la seguridad sea duradera. basados en el equilibrio entre el Dere-
Por el contrario, si se sigue pensan- cho y la fuerza. La creación de un
do que el sistema internacional es injus- cuerpo de inspectores de las Naciones
to, si la fuerza parece triunfar sistemáti- Unidas daría forma concreta a nues-
camente sobre el Derecho y si no se tras aspiraciones.
tiene en cuenta la opinión de los pue- Por último, todos estos retos im-
blos, entonces, los juegos de poder con- plican que aunemos más que nunca
tinuarán inútilmente y la manipulación nuestros esfuerzos para encontrar
de la hostilidad ideológica hacia las de- una solución política a la crisis de
mocracias occidentales se desarrollará. Oriente Próximo. Al tratarse de una
En primer lugar, hay que comple- crisis fundamental y alimentarse de
tar el desarme de Irak. Son los inspec- un profundo sentimiento de injusti-
tores quienes deben conseguir este ob- cia, sólo podremos construir una paz
jetivo sobre el que la comunidad duradera si la basamos en la justicia.
internacional se mostró unánime. Las Una justicia que debe responder a las
Naciones Unidas deben conducir este expectativas del pueblo palestino y
proceso. Y sobre todo, deberán desem- garantizar la seguridad de Israel. Una
peñar el papel primordial en la recons- justicia que sólo conferirá su fuerza al
trucción y administración de Irak. De Derecho y a la paz.
ello depende la legitimidad de nuestra Ninguno de estos objetivos podrá
acción. En una región del mundo do- alcanzarse sin el impulso de las Nacio-
minada por el sentimiento de inseguri- nes Unidas, pero pueden ponerse en
dad y atravesada por profundas fractu- marcha dentro del marco de grandes
ras, debemos estar de acuerdo para polos regionales.
forjar la paz juntos. En efecto, para ser estable, este
La lucha contra el terrorismo de- nuevo mundo debe basarse en varios
be ser nuestra prioridad. Debemos se- polos, organizados para hacer frente a
guir cooperando y reforzar nuestros las amenazas del momento. Esos po-
intercambios de información así co- los no deben ser rivales sino comple-
mo definir nuevos instrumentos de lu- mentarse. (…)
Dominique de Villepin 27

La voluntad de los Estados euro- per el aislamiento es, al contrario,


peos de construir una política exterior aprovechar todas las oportunidades
y de seguridad común debe responder de tomar en propia mano su destino.
a esta expectativa. Traduce la volun- La democracia está abierta a to-
tad de crear una auténtica identidad dos, cualquiera que sea su grado de de-
europea, a la que aspiran todos los sarrollo, y más allá del mundo occiden-
pueblos del continente. Queremos tal: pienso en India, en Japón. Cada uno
avanzar con decisión en esta vía con- debe avanzar a su ritmo, en el respeto
tando con el respaldo y la participa- de sus tradiciones y de sus diferencias.
ción de Reino Unido. En el ámbito Al contrario, la democracia debe refor-
particular de la defensa, donde hemos zar el respeto de las diversidades.
superado juntos etapas importantes, En cualquier lugar en el que las
después de Macedonia, nuestros pro- identidades choquen entre sí y se re-
yectos no deben estancarse: relevo de encuentren, éstas pueden revelar su
la OTAN en Bosnia, creación de una lado negativo, de enfrentamiento, que
agencia europea de armamento. Una se dirige en contra del otro. Pero en
Europa fuerte beneficiará a todos. Re- todas partes aspiran también a abrir-
forzará la seguridad del mundo. se, a conocer el viento del cambio, a
Francia y Reino Unido deben su- engrandecerse con un horizonte de es-
perar las dificultades actuales y man- peranza y libertad.
tenerse unidas. (…) No olvido que en Hay un camino exigente que re-
las horas más duras de nuestra histo- correr entre tradición y modernidad,
ria, Reino Unido acogió al hombre que entre pasado y futuro, entre cultura y
simbolizaba el honor y el espíritu de técnica. Un trabajo permanente de re-
resistencia de nuestro país, cuando conciliación y tolerancia, de educa-
Winston Churchill y el pueblo británi- ción y convivencia. Esto es cierto a
co encarnaban la esperanza de los escala individual, pero también lo es
pueblos libres. para los pueblos. Y quiero creer que a
través de la libertad y del intercambio
se abrirán las puertas de una identi-
O Discurso de El Cairo dad recuperada.
¿No tiene el mundo árabe y mu-
Los pueblos de Oriente Próximo sulmán, en sus tradiciones, antiguas
aspiran a la libertad, la seguridad y la prácticas de consulta? Hoy, queremos
justicia. Y hoy el mundo, unificándose alentar a los países que eligieron el ca-
más, aporta una nueva oportunidad mino de la democracia y deseamos
para el intercambio. No cedamos a la que este movimiento se extienda. Hoy,
ideología de la decadencia sin salida y pretendemos renovar el pacto secular
sin ningún recurso: nosotros, europe- entre Francia y la libertad del mundo
os, lo hemos experimentado frecuen- que describía el general de Gaulle.
temente pagando por ello un alto pre- Únicamente los valores del hombre y
cio. Después de tantas pruebas en de la democracia pueden reunir a to-
nuestro territorio, sabemos que la vía dos los pueblos y crear la unión frente
de la nostalgia y de la venganza son un a las fuerzas de división.
círculo vicioso. Idolatrar una edad de A través de su historia, el mundo
oro mítica es rechazar el futuro. Rom- árabe y Oriente Próximo han dado vi-
28 Política Exterior
da a tantos hombres innovadores y re- desean actuar y los demás, sino una
formadores, a tantos hombres religio- duda sobre la mejor manera de hacer-
sos y dirigentes esclarecidos, desde el lo. ¿Se puede dictar el camino de la li-
emir Fakhr el Din de Líbano hasta el bertad, impuesto del exterior? Al con-
rey Mohamed V de Marruecos. Aún trario, estamos convencidos de que
hoy, su legado ofrece los fundamentos esta libertad debe alimentarse con la
y la inspiración de una nueva Nahda. cultura de estos pueblos, con su histo-
Y, en este nuevo mundo, Oriente ria, con su tradición, con su ambición.
Próximo dispone de formidables ven- Para avanzar rápido hay que en-
tajas: una juventud entusiasta, ávida contrar la vía de la paz, de la estabili-
de conocimiento, portadora de ener- dad en la región. El conflicto entre is-
gía y de esperanza. El tesoro de una raelíes y árabes alimenta todas las
antigua sabiduría, viva aún, fuente de tensiones en Oriente Próximo y más
fe durante las pruebas. Todas estas allá. En todos lados agita a nuestras
fuerzas de apertura formarán parte sociedades. Ningún país puede perma-
de la historia. necer ajeno a esta crisis, alimentada
Quiero comunicarles un mensaje de un rechazo mutuo de dos pueblos
de confianza: la confianza de Francia durante cuarenta años y alimentada
en la sabiduría y en el espíritu de res- por el fracaso de los procesos de paz.
ponsabilidad de los pueblos árabes y El callejón sin salida refuerza el senti-
musulmanes. No, no existe ninguna in- miento de injusticia y de cólera, la
compatibilidad entre modernidad y frustración y la desesperación. Au-
mundo árabe, entre progreso e islam. menta también todo el sufrimiento y
Cuando más de mil millones de musul- hasta sirve como coartada al terroris-
manes viven serenamente su fe, ¿cómo mo internacional.
imaginar que el islam pueda ser, por sí Desde el comienzo de la Intifada
mismo, fuente de intolerancia? en septiembre de 2000, el abismo ha
Frente al terrorismo, no debemos aumentado. En los territorios palesti-
aceptar ninguna debilidad. Desde hace nos reocupados la represión es brutal,
siglos, Francia es portadora de princi- la pobreza es trágica. El terrorismo
pios que son burlados por todas las ciego desestabilizó el campo de la paz
formas de fanatismo. en Israel.
Poblaciones enteras se sienten Jamás ha existido un consenso
abandonadas, excluidas del ritmo del tan fuerte con las bases de un arreglo:
mundo. Restablezcamos de nuevo los al reafirmar las resoluciones 242 y 338,
lazos con todos los pueblos y las cultu- la resolución 1397 del Consejo de Se-
ras. Ante la incomprensión y el fanatis- guridad de las Naciones Unidas esta-
mo, quiero ofrecer una mano extendi- blece el principio de dos Estados que
da a todos aquéllos que tienen viven uno al lado del otro en toda se-
confianza en el hombre. guridad. En Beirut, en marzo de 2002,
Para avanzar, es necesario prime- el mundo árabe, inspirado por el prín-
ro responder a las aspiraciones de li- cipe Abadía de Arabia Saudí se com-
bertad de los pueblos, deseosos de to- prometió solemnemente a normalizar
mar en propia mano su destino en todo sus relaciones con Israel en cuanto ce-
el mundo. Hoy, la comunidad interna- sara la ocupación, siguiendo así la vía
cional está unida para apoyar estos abierta por Egipto con los acuerdos de
avances: no están, por un lado, quienes Camp David en 1978.
Dominique de Villepin 29

Israel, como todos los Estados objetivo de la formación de un Esta-


legítimos y soberanos, tiene derecho do palestino en 2005.
a la seguridad y al reconocimiento Segunda etapa: interrumpir la es-
por parte de los países limítrofes. Sa- piral de violencia. Israelíes y palesti-
be que Francia jamás aceptará que su nos deben reafirmar públicamente su
existencia, reconocida por la comu- elección por la negociación y la paz
nidad internacional a través de las empezando por declarar juntos una
Naciones Unidas después de la bar- tregua. Este gesto de calma hará rena-
barie nazi, se ponga en duda o se vea cer la esperanza de todos aquéllos que
amenazada. Los palestinos también viven día tras día con miedo. Junto a
tienen derecho a un Estado sobera- otros colegas, Francia estaría dispues-
no, viable y democrático. Francia fue ta a participar mediante una presencia
hace veinte años una de las primeras en la región.
naciones en reclamarlo. Víctimas de ¿Por qué no podrían los dos pue-
una historia que su memoria colecti- blos expresarse directamente man-
va recuerda como la nakba, la catás- dando a sus gobernantes hacer la paz,
trofe, los palestinos se volvieron un en la perspectiva de la coexistencia de
pueblo sin tierra. dos Estados? ¿Por qué no dar la pala-
Rechacemos toda ilusión engaño- bra a los electores que podrían, me-
sa: por una parte, la de la victoria por diante un referéndum, reafirmar esta
la Intifada y el terrorismo, por la otra, elección por la paz y restaurar la espe-
la de la victoria por la fuerza militar. ranza en las conciencias colectivas?
¿Cuál es el futuro de los palestinos? Tercera etapa: establecer las con-
¿Cómo creer que después de haber so- diciones de la paz. Los servicios públi-
portado tanto pudieran renunciar? Los cos palestinos deben estar en posibili-
palestinos se quedarán en esta tierra dades de asumir sus responsabilidades
que es la suya. ¿Y cuál es el futuro pa- y, para ello, gozar, de ser necesario, del
ra los israelíes? Sin la paz, el Estado apoyo de la comunidad internacional.
de Israel obtendrá algún día la seguri- Para explorar las vías de un apoyo téc-
dad legítima a la que aspira? nico eficaz, Francia desea que se refle-
Europa, las Naciones Unidas, Es- xione sin que a priori se requiera una
tados Unidos y Rusia se reunieron en presencia internacional, la cual se rea-
el seno del Cuarteto, y la hoja de avan- lizaría de acuerdo con las partes sin
ce determina las grandes fases del impedir que cumplan con sus respon-
proceso. Etapa tras etapa, hagamos sabilidades soberanas.
juntos las elecciones que se imponen. Cuarta etapa: abrir los caminos
Primera etapa: preparar las ba- de la paz. Francia propone celebrar, al
ses de un acuerdo. Desde ahora, la final de la primera fase de la hoja de
hoja de avance del Cuarteto debe pu- avance del Cuarteto, una conferencia
blicarse y transmitirse a las partes. internacional que deberá establecer
Hoy, se han reunido ya las condicio- las perspectivas para ayudar a que se
nes, con la designación de Abu Ma- concluya, con el apoyo de la comuni-
zen como primer ministro de la Auto- dad internacional, una paz digna para
ridad Nacional Palestina (ANP) y la quienes lucharon y perdieron.
reciente implementación del gobier- Quinta etapa: la proclamación del
no israelí. Todos tendrán que ponerla Estado palestino. Corresponde al final
en marcha sin más demora, con el de la segunda fase. Deseamos que pa-
30 Política Exterior
ra esta fecha, el Estado palestino, en ir a trabajar sin miedo. Dejemos rena-
sus fronteras provisionales, se vuelva cer la economía, a los hombres y a las
una realidad y estamos dispuestos a mujeres viajar y circular libremente, a
sacar todas las conclusiones diplomá- las relaciones humanas y culturales re-
ticas si la aplicación del plan del Cuar- anudarse entre países vecinos, que
teto se viera retrasada. comparten tanto sufrimiento. Alejemos
Seamos lúcidos. La búsqueda de la angustia y el miedo, que confrontan
una solución sólo puede ser el resulta- a los dos pueblos desde hace meses.
do de la movilización de todos. Todos Reconstruir, restablecer la confian-
podemos verlo en el lado israelí: la se- za: ése es el desafío de Oriente Próxi-
guridad sólo vendrá de la paz, y la paz mo. ¿No expresaban los enfrentamien-
llamará a la aceptación de concesiones tos internos de la región durante el
difíciles. Pero es necesario aceptar al siglo pasado en primer lugar una apren-
otro, a pesar de los dramas. Escuche- sión general respecto a las intenciones
mos a Amos Oz: “Lo que hemos hecho
de los países vecinos? ¿No es la falta de
es triste y amargo, como es amargo lo
confianza lo que ayer estancó la paz en
que nos han hecho nuestros enemigos”.
el Sahara Occidental, la paz entre Irak e
Por el lado palestino, renunciar a
Irán, y que ahora bloquea el arreglo de
la violencia, que no ofrece ninguna sa-
un conflicto entre Israel y Palestina?
lida, es más necesario que nunca. El
pueblo palestino debe expresarse a Recuperar la confianza permitiría
través de la ANP. una integración regional. Marcada por
Por último, todos los países deben siglos de guerra, Europa supo trazar el
aceptar a Israel como un Estado de es- camino de la paz y de los intereses
ta región, reconocer plenamente a este compartidos. Hoy, fortalecida por una
país vecino dándole las garantías de prosperidad sin precedentes, nuestro
seguridad y desarrollando con él, en continente que en otra época estaba
paz, relaciones normales. desgarrado, soluciona sus diferencias
La paz deberá ser global e impli- mediante el diálogo y compartiendo
car también a Siria y Líbano. ¿La ac- responsabilidades.
tual presencia israelí en el Golán tiene Todos lo sabemos: la seguridad
alguna justificación de seguridad? El condiciona la inversión y el crecimien-
asunto del agua y del lago Tiberiades to. En 2000, las inversiones internacio-
debe ser objeto de un acuerdo equitati- nales se elevaron a 1,27 billones de dó-
vo que se pliegue a las prácticas reco- lares, de los que 0,5 por cien se destinó
nocidas por el Derecho internacional al mundo árabe y a Oriente Próximo.
en este ámbito. En cuanto a Líbano, La región no goza lo suficiente de los
este país encontrará, en el contexto de grandes flujos económicos y financie-
una paz global, su plena independen- ros mundiales.
cia y su entera soberanía. Movilicémonos para revertir esta
Sin olvidar los sufrimientos ni los tendencia. Renovemos la cooperación
muertos, pongamos fin a la violencia entre Europa y la región en todos los
que cobra vidas humanas y alimenta el ámbitos: la educación y la formación
deseo de venganza. Dejemos a los ni- profesional, pero también la adapta-
ños israelíes y a los palestinos regresar ción a las técnicas modernas de pro-
a la escuela sin temer que sean ataca- ducción y de comunicación, y la cali-
dos en el camino. Dejemos a los padres dad de las infraestructuras. El Estado
Dominique de Villepin 31

de Derecho, la buena gobernabilidad, ble periodo de guerra, se abrirá una fa-


la independencia de los sistemas judi- se de seguridad en Irak, cuya respon-
ciales son componentes fundamenta- sabilidad corresponderá en primer lu-
les de un desarrollo eficaz, equilibra- gar a los países de la coalición.
do, que aproveche a todos. Luego, vendrá el tiempo de la re-
Se ha hecho mucho desde 1995, construcción. Reconstrucción econó-
en particular, por iniciativa de Francia. mica pero, ante todo, política. Nacio-
El proceso euromediterráneo dio co- nes Unidas deberá tener un papel
mienzo en Barcelona para fundar una central. Porque sólo ella podrá dar a
cooperación ambiciosa entre Europa y las autoridades iraquíes de mañana la
el sur del Mediterráneo. En siete años, legitimidad indispensable y movilizar
más de 12.000 millones de euros fue- a toda la comunidad internacional.
ron puestos a disposición de los socios El pueblo iraquí, que ha conocido
del sur del Mediterráneo, en sectores la guerra y la opresión desde hace más
diversos. La Unión Europea está com- de treinta años, debe poder vivir en
prometida. También lo están los Esta- paz de manera permanente, consigo
dos miembros. Casi todos han firmado mismo y con sus vecinos. Velemos jun-
acuerdos de asociación con la Unión o tos por que siempre estén presentes,
están a punto de hacerlo. Estos acuer- en la cita de la reconstrucción de Irak,
dos crean entre nosotros lazos fuertes el respeto, el orgullo y el honor, así co-
y concretos. Para las empresas de los mo la esperanza de este gran pueblo.
países asociados, la competencia euro- Junto con la comunidad internacional,
pea es un desafío que permite acceder con la Liga Árabe, volvámonos hacia el
a nuevos mercados. porvenir. Tenemos tres objetivos prio-
El futuro de Oriente Próximo de- ritarios: en primer lugar, establecer en
be construirse en torno a un desafío Irak, en cuanto las circunstancias así
común: la paz. Es válido para Oriente lo permitan, instituciones nacionales
Próximo. Es válido para Irak. Enteré- soberanas independientes y estables,
monos de la conciencia común de to- respetuosas de los derechos del hom-
da la región: no se pueden separar los bre y al servicio de todos los iraquíes.
dolores. Hoy, Irak atraviesa horas difí- Esta reforma del marco legal e institu-
ciles, es un gran desafío para aquel pa- cional deberá confiársele a los iraquíes
ís, para el mundo árabe, para toda la mismos. Así pues, habrá que preservar
comunidad internacional. Cada uno de la unidad y la integridad territorial de
nosotros sabemos lo que representa este país y permitirle recobrar el con-
Bagdad en la historia y en el imagina- trol de todo su territorio.
rio del mundo árabe, heredera de las En segundo lugar, definir las con-
civilizaciones de Mesopotamia, capital diciones de una cohabitación armo-
del imperio abasí, corazón de las cien- niosa de toda la población. Es necesa-
cias y las letras árabes durante si- rio que los iraquíes, en la diversidad
glos… Pero hay que hacer frente a la de sus pertenencias, sean representa-
emergencia. Pienso en la población ci- dos por instituciones soberanas. El re-
vil de aquel país, en esas mujeres, en greso de la población del Kurdistán
esos niños, en esos hombres despoja- iraquí al conjunto nacional deberá
dos por la guerra. A partir de ahora, la acompañarse de la definición de un
acción humanitaria impone la movili- estatus adaptado a la autonomía. Así
zación de todos. Más allá de este terri- pues, tocará a las nuevas autoridades
32 Política Exterior
de Bagdad garantizar a todos los ira- 687 del Consejo de Seguridad. Tam-
quíes, cualquiera que sea su credo, la bién a este respecto, Francia y Europa
libertad de culto, en el respeto y la se- estarían dispuestas a poner su expe-
guridad de todos. riencia a disposición de tal proyecto.
En tercer lugar, será indispensa- Sé cuán grande es el sentimiento
ble ayudar a las autoridades iraquíes a de pena y de injusticia del mundo ára-
mejorar rápidamente la situación eco- be en estos momentos, y cuán grande
nómica de toda la población. es la solidaridad que Egipto expresa
Todas las riquezas de Irak debe- por estos pueblos. Pero quiero creer
rán movilizarse para el desarrollo y la que los iraquíes, auxiliados por la co-
reconstrucción del país, en beneficio munidad internacional y por las Nacio-
de los iraquíes. En particular, es im- nes Unidas, harán de esta prueba la
portante que los recursos petroleros oportunidad de recobrar su libertad y
de ese país sean beneficio, en un siste- su plena soberanía.
ma transparente, de todos los iraquíes. Deseo afirmarlo con convicción:
¿Cómo lograr estos objetivos? Pri- Francia eligió la fidelidad respecto a
mero, deberemos buscar e inventar los pueblos con los que está relaciona-
juntos fórmulas para que los asuntos da desde hace tanto tiempo mediante
de la deuda y de las reparaciones por una amistad recíproca y compartida.
daños de guerra no pesen en el desa- Fidelidad a sí misma y al espíritu de
rrollo del país. las Luces y de los derechos humanos.
Luego, nos movilizaremos para in- Francia eligió la exigencia, convencida
tegrar a Irak a su entorno regional, al de que, a pesar del ruido de las armas,
igual que al seno de la comunidad in- se impone una emergencia y hay una
ternacional. Todos los vecinos de Irak, oportunidad qué aprovechar. Francia
sin excepción, desempeñarán un papel quiere situarse, como siempre lo ha
en este proceso de reconciliación. Es hecho, del lado de la libertad y de la
importante que las autoridades iraquí- justicia, de la democracia y del respeto
es prueben rápidamente su voluntad de la moral internacional. Se trata de
de restaurar lazos pacíficos con esos pueblos que quieren la vida; movilicé-
Estados, en un espíritu de apertura, de monos para construir un mundo que
transparencia y de reconciliación. Se esté a la altura de nuestras aspiracio-
deberá establecer la verdad en torno a nes comunes: un mundo fundado en la
todos los asuntos relacionados con los paz y el respeto del otro.
prisioneros y desaparecidos de guerra
de estos últimos veinte años.
Los pueblos de la región y de la
comunidad internacional deben movi-
lizarse para que pueda renacer un Irak
unido, soberano, digno, libre y moder-
no. Se deberá fundar un nuevo sistema
de seguridad nacional basado en medi-
das de confianza y de no agresión, to-
mando en cuenta en particular el pro-
yecto de zona exenta de armas de
destrucción masiva, pregonado por
Egipto y mencionado en la resolución
España y la crisis de Irak
Manuel Marín

La posición del gobierno español en el conflicto de Irak ha tenido un impacto demoledor


en las relaciones con la UE, el Mediterráneo y Latinoamérica. ¿Merecía la pena romper el
consenso en política exterior para desempeñar un papel instrumental al lado de EE UU?

N
os equivocamos la mayoría? ¿Acaso el presidente del gobierno es-
pañol, José María Aznar, está acertando en la redefinición de la
política exterior española y no somos capaces de comprender las
profundas razones que aconsejan este cambio? Me he hecho mu-
chas veces estas preguntas y he de confesar que no he encontrado respues-
tas suficientemente sólidas por parte del gobierno que me hagan compren-
der cuáles son las motivaciones y las razones últimas que le han llevado, y
de manera particular a Aznar, a embarcarnos en la guerra contra Irak.
Las apelaciones a la seguridad, a los riesgos y amenazas globales; la po-
sibilidad de armas de destrucción masiva en manos de grupos terroristas; la
inevitabilidad de lo que está aconteciendo en Irak teniendo en cuenta el nue-
vo diseño del orden mundial impuesto por el actual gobierno de Estados
Unidos; la necesidad de apostar fuerte en este momento para convertirnos
en un aliado privilegiado suyo del cual obtendremos suculentos retornos en
el futuro; la consideración que, con la ampliación, la Unión Europea no será
la misma y terminará imponiéndose el modelo atlantista y de libre comer-
cio… son algunas de las razones que hemos escuchado en los últimos meses
en un intento de explicar las decisiones tomadas, casi en exclusiva, por Az-
nar, para imponer un giro radical a la política exterior española, fruto de un
consenso de veinticinco años.
La política exterior de un país moderno, serio y fiable debe ser una polí-
tica de Estado caracterizada por la estabilidad y la permanencia. El acuerdo
entre todos los actores de la vida política, económica y social a la hora de
definir la posición internacional de un país es lo que sitúa la política exterior

Manuel Marín es secretario de Política Internacional del PSOE.

POLÍTICA EXTERIOR, 93. Mayo / Junio 2003


106 Política Exterior

en la “zona de consenso” de la política. Este consenso nacional, gobierne


quien gobierne, debe ser respetado por todos. Así, la defensa de los intere-
ses nacionales se ve fortalecida fuera y dentro del país.
Estable la definición consensuada de los intereses nacionales y perma-
nente la voluntad consensuada de defenderlos, cuando este gran acuerdo
nacional se produce, la política exterior de un país adquiere su personalidad
y sus perfiles propios. De este modo, frente a la comunidad internacional, un
país se convierte en un socio fiable y predecible y, en consecuencia, respeta-
do por el resto. La política exterior no puede ser objeto de cambios y banda-
zos imprevistos. Construir una posición internacional exige mucho trabajo y
esfuerzo y, sobre todo, mucho tiempo. Un decreto mal concebido y peor ex-
plicado se puede corregir en la política interna y rehacer el consenso nacio-
nal; una decisión que altera profundamente los ejes directores de una políti-
ca exterior presenta dos problemas: de un lado, en el ámbito interno,
quienes han participado en la definición del consenso nacional deben asu-
mirla y, lo que es más importante, la opinión pública debe comprenderla y
aceptarla; de otro lado, en el ámbito externo, los países terceros a los que
les afecta deben también comprenderla y aceptarla en función de sus pro-
pios intereses nacionales. Es decir, no se maneja de la misma manera un ob-
jetivo de política nacional que otro de política exterior.
Si damos por buenas estas consideraciones, más propias del sentido co-
mún que de un tratado de relaciones internacionales, llegamos a la conclu-
sión de que el grave problema político y social que se ha creado en España
debido a la posición adoptada por Aznar en torno a la guerra de Irak se debe
fundamentalmente a la pretensión de dar un giro radical a la política exte-
rior española sin advertirlo a los otros actores del consenso nacional, sin ex-
plicar las razones que lo aconsejen y, lo que es más grave, tratando de ocul-
tarlo a la opinión pública española.

Gobierno y opinión pública


El rechazo suscitado en el seno de la ciudadanía española, la negativa de to-
das las fuerzas de la oposición parlamentaria a aceptar los planteamientos
del presidente y la profunda sensación de que el nuevo modelo propuesto es
más el resultado de un empeño personal que de un plan previamente estruc-
turado y sustantivo, han conducido al mayor enfrentamiento entre el gobier-
no y la opinión pública que se haya conocido desde el inicio de la transición
en nuestro país.
La transición y cómo se hizo marcaron profundamente la política exte-
rior española. La idea de que un país como España necesitaba definir su po-
lítica exterior como una cuestión de Estado nació y se desarrolló de forma
natural, como uno de esos asuntos que no necesitan discusión, al resultar
Manuel Marín 109

evidente, para todas y todos los españoles, que debíamos situarnos otra vez
“en la historia” que el aislamiento del franquismo nos había procurado. Sin
embargo, el proceso de formación de una política exterior, que tenía que ser
nueva y diferente a los postulados del régimen franquista, no fue fácil y co-
noció serias contradicciones, sobre todo en materia de seguridad exterior.
La entrada en la OTAN significó, sin duda, el momento de mayor contradic-
ción en la definición de nuestro modelo de política exterior debido a la posi-
ción inicial del gobierno de Felipe González, que posteriormente fue cambia-
da en un referéndum que, en su día, suscitó también una gran perplejidad en
la opinión pública española.
La política exterior española se ha situado en los últimos veinticinco
años en torno a tres ejes directores que la han hecho reconocible, fiable y
predecible.
El primero ha sido nuestra apuesta colectiva
por Europa. Nuestra pertenencia a la UE, sentirnos
firmes partidarios del proceso de integración euro- La transición y
pea, estar en la primera línea de los esfuerzos por cómo se hizo
“más Europa”, nos ha dado una personalidad pro- marcaron
pia dentro de las instituciones comunitarias. Todos
los españoles saben y comparten que nuestra profundamente
apuesta europea ha sido, en términos generales, la política
sumamente positiva para nuestros intereses nacio- exterior española
nales y que gran parte de la modernización produ-
cida en nuestro país se debe, precisamente, a la
constancia de nuestro perfil europeo. La apuesta
europea es, sin duda, un valor apreciado y respetado por la inmensa mayoría
de los ciudadanos españoles.
El segundo eje director, desde nuestra condición de miembros de pleno
derecho de la UE, ha sido crear dos zonas de referencia donde expresar
nuestra visión y defender de manera más específica nuestros intereses na-
cionales: el espacio euromediterráneo y las relaciones con el mundo árabe, y
el espacio latinoamericano.
La política euromediterránea de la UE, lo que conocemos como “el pro-
ceso de Barcelona”, es una prueba significativa de la expresión de los intere-
ses nacionales de España en un marco europeo. La política de la UE en rela-
ción con Latinoamérica, desde el diálogo con el Grupo de Río hasta los
acuerdos de libre comercio con México, Chile y el inconcluso con Mercosur,
son algunas de las muestras de la aportación española en la definición de
opciones estratégicas del conjunto de la UE. Estas políticas comunitarias
nunca se hubieran creado sin la iniciativa española.
El tercer eje, también como miembro de la UE, era nuestra apuesta por
una relación transatlántica fuerte, robusta y equilibrada con EE UU, que
complementara nuestras específicas relaciones bilaterales, expresadas en el
110 Política Exterior
acuerdo de cooperación bilateral que nos une al país más poderoso del mun-
do. La Declaración Transatlántica entre la UE y EE UU fue impulsada y sus-
crita durante una de las presidencias españolas de la UE en tiempos de Feli-
pe González como presidente del gobierno, conjugando así las relaciones
bilaterales con un diseño europeo más amplio.
Nuestra política de seguridad y cooperación militar se asentó cuando,
superando las contradicciones creadas por el primer gobierno socialista, se
fue consolidando nuestra pertenencia a la OTAN, primero limitada; más tar-
de, ya con un gobierno popular, integrándonos plenamente en la estructura
militar y de mando de la organización atlántica.
Este breve resumen muestra lo que ha sido el trabajo continuado de
nuestra política exterior durante los últimos veinticinco años. A través de es-
ta política exterior España consiguió ser un país reconocido y reconocible
en el mundo. Nos hemos instalado, de acuerdo con nuestras posibilidades,
en todos los foros mundiales. El discurso y la aportación de la delegación
española en cualquier foro son apreciados y reconocidos. Es decir, nos he-
mos labrado la reputación de ser un país abierto, flexible, con intereses bien
conocidos y dispuestos siempre al diálogo y la cooperación.
La Conferencia de Madrid sobre Oriente Próximo constituye un ejemplo
que marca el sello de nuestra diplomacia. ¿Por qué se aceptó que el palacio
de Oriente fuera la sede del proceso que iniciaba el diálogo entre palestinos
e israelíes? En gran parte porque España había establecido su perfil propio
en la diplomacia internacional: éramos, sobre todo, un país facilitador de
compromisos, de diálogo, dispuestos siempre a encontrar el común denomi-
nador entre posiciones divergentes de otros, guardando el equilibrio respec-
to a las tensiones y los intereses de terceros países. Éramos un país de en-
cuentro y plataforma de soluciones para los conflictos. Unos juegos
olímpicos y una exposición universal nos acreditaron como capaces.
En fin, el indiscutible prestigio internacional de la corona y la propia
personalidad del rey Juan Carlos ayudaron a configurar un cuadro estable y
permanente de lo que los españoles éramos y representábamos en el mundo.
El indudable acierto del gobierno de Aznar de conseguir la participación
de España en la moneda única y hacer de la disciplina fiscal una referencia
indispensable para una economía sana nos proyectó como un país serio, ca-
paz de hacer sus deberes con determinación.
¿Tan mal estábamos para que el propio Aznar se diera la misión perso-
nal de “sacar a España del rincón de la historia”? ¿Nuestra política exte-
rior estaba tan mal construida que era necesario romper el consenso na-
cional? ¿Tan oportunista y malvada es toda la oposición como para no
haber comprendido los designios visionarios que mueven a nuestro presi-
dente? Finalmente, lo más importante y esencial: ¿tan cazurra y castiza es
la opinión pública española para haberse opuesto de una manera tan clara
al discurso presidencial?
Manuel Marín 111

Repasando el desarrollo de los acontecimientos, lo sucedido con la po-


sición de Aznar respecto a la guerra de Irak no es sino la expresión final de
ciertas sensaciones que se estaban produciendo en los discursos y actitu-
des, no sólo del propio presidente, sino de ciertos ministerios, especialmen-
te de Asuntos Exteriores y de Defensa.

Antecedentes de la nueva posición


Al comienzo de la presente legislatura, nos vimos sorprendidos por el rim-
bombante anuncio de un Plan Estratégico de Acción Exterior, seguido de la
constitución de un Consejo de Política Exterior, que se encargaría de hacer
de España “un grande entre los grandes”, en el eslogan que se utilizó con
motivo de las negociaciones que dieron lugar a la reforma institucional que
más tarde se plasmó en el tratado de Niza.
“Somos un grande” y “vamos a ser un país grande en la Europa amplia-
da” se configuró como una especie de gran objetivo nacional. Nuestra posi-
ción en la UE –el más pequeño de los grandes, el más grande de los peque-
ños, es decir el mediano– no parecía suficiente a Aznar, que se lanzó a una
política de recuperación de nuestra presencia en las instituciones comunita-
rias, con el objetivo además de sacudirse de la tutela del eje franco-alemán
para cofundar un nuevo eje con Londres y más tarde con Roma.
Más allá de los esfuerzos desarrollados por el gobierno para convencer
a la opinión pública de que habíamos conseguido el “estatuto de país grande
entre los grandes”, lo cierto es que obtuvimos el mismo peso institucional
que Polonia en el tratado de Niza. Es decir, seguimos siendo lo que somos:
un grande con características de país mediano.
A medida que transcurría el tiempo, el Plan de Acción en el Exterior se
convirtió en casi clandestino, dejó de citarse en los discursos oficiales del
presidente y de los ministros del área, mientras el Consejo de Política Exte-
rior apenas se reunió en dos ocasiones en los últimos años. La dramática
ausencia de medios operacionales y financieros para poder ejecutar un plan
que, aunque interesante en muchos aspectos, suponía en algunos casos un
despliegue de objetivos que un país como España simplemente no se podía
pagar, fue la razón de su abandono.
Ante este estado de cosas, siempre fue para mí un misterio cómo conse-
guiría el gobierno convertir a España en “un actor global” en el mundo; có-
mo llegaríamos a ser “un país determinante en los conflictos del mundo”,
cómo España “ocuparía el lugar que le corresponde” y cómo nuestro país
llegaría a ser “un país que cuenta y decide”, en la última frase conocida de
Aznar destinada a justificar su presencia en la cumbre de las Azores junto
con el presidente de EE UU, George W. Bush, y el primer ministro británico,
Tony Blair, cumbre que abría las puertas a la guerra contra Irak.
112 Política Exterior

La solución para conseguir tales objetivos ha sido la decisión del presi-


dente del gobierno de dar un giro radical a la política exterior, alterando los
ejes directores de la misma y configurando una nueva realidad, donde la re-
lación privilegiada y estratégica con EE UU se convierte en el gran eje direc-
tor de nuestra política exterior, donde el eje director europeo aparece como
una segunda opción y donde las relaciones con nuestras dos zonas de refe-
rencia se interpretarán, en el futuro, en función de la relación primera y pre-
eminente con EE UU.
Aznar parece haber descubierto que nuestra historia y nuestras caracte-
rísticas como país nos acercan mucho más a una realidad anglosajona y
atlántica. Debe haber considerado, como mantenía el secretario de Defensa,
Donald Rumsfeld, que el diseño estratégico del siglo XXI será el dispuesto
por la administración Bush, con la certeza de que
el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001
ha hecho irreversible un nuevo orden internacio-
En política nal, basado en el concepto de guerra preventiva y
internacional el en las necesidades e intereses de la nueva acep-
ción de la seguridad nacional norteamericana. So-
peso de un país es bre estas consideraciones, me imagino que Aznar
el que los demás ha debido actuar para producir este big bang en la
crean que tiene política exterior española.
En un país democrático se puede cambiar to-
do o casi todo, con un límite: siempre que así lo
quiera el pueblo soberano. No cuestiono el dere-
cho del presidente del gobierno a cambiar la política exterior. Pero un asun-
to tan crucial para nuestro país debe ser objeto de un gran debate nacional
y deben aportarse las pruebas y las perspectivas de que este cambio será
positivo para los intereses nacionales. No sólo no se han dado ambos ele-
mentos, sino que, además, considero sinceramente que el nuevo modelo
propuesto no sólo no fortalece nuestra posición internacional sino que nos
lleva irremediablemente a convertirnos en un puro instrumento de una es-
trategia superior que tiene su propia lógica y sus propios intereses; la estra-
tegia y la visión del nuevo orden internacional definido por la actual admi-
nistración republicana de EE UU.
Mis dudas son las siguientes: ¿somos de verdad un país que puede ser
un “actor global en el mundo”? ¿Podemos ser un país que “cuenta y decide”
en un conflicto de alta intensidad como una guerra? ¿Tenemos los medios y
las capacidades para ser “un país determinante y decisivo” en los grandes
conflictos de la humanidad?
Mi respuesta a todas estas preguntas es negativa. Y siempre he conside-
rado positivo tener sentido de tus propias limitaciones. Ser realista respecto
a tus propias capacidades es un elemento básico en un modelo de política
exterior y de seguridad. “Querer es poder” es, sin duda, un principio intere-
REUTERS/CORDÓN PRESS

Blair, Bush y Aznar a su llegada a la cumbre de las Azores


(16 marzo 2003)

sante, pero de difícil traslación a la política internacional. En política inter-


nacional, lo que vales no es “lo que crees que vales”, sino lo que los otros,
los terceros, entienden que vales, precisamente en función de tus capacida-
des políticas, económicas, culturales, militares y de seguridad.
Todos los países del mundo se aprestan a valorar lo que son y lo que tie-
nen. Pero unos tienen más que otros. Los hay muy fuertes y los hay muy dé-
biles. Tener la pretensión de convertir a España en un país de primera divi-
sión mundial es, sin duda, una intención muy loable, pero para ello hay que
tener los recursos y la capacidad. Sin pretender banalizar con el ejemplo,
los españoles entienden muy bien que el Real Madrid, el Valencia o el Barce-
lona pueden ganar la Liga de Campeones, pero no creo que consideren posi-
ble que este torneo lo pueda ganar fácilmente el Rayo Vallecano, el Albacete
o el Deportivo Manchego. Así es la vida y así son las cosas en las relaciones
internacionales.
España es una potencia media que ha mejorado sus estándares internos
y externos de forma constante y progresiva desde la transición. Tenemos
una desigual proyección mundial de nuestras capacidades: somos una ver-
dadera gran potencia en la lengua y en la cultura; nuestra economía nos co-
114 Política Exterior

loca en una buena posición entre las naciones desarrolladas; nuestras inver-
siones en Latinoamérica nos han dado una especial influencia en aquel con-
tinente. En la UE podemos ser un país de equilibrio entre grandes y peque-
ños. Tenemos intereses desiguales en las distintas políticas comunes y
nuestro carácter periférico se acentuará con la ampliación. Tenemos todo
esto y podemos siempre mejorarlo. Pero no podemos caer en la fantasía de
creer que nuestro producto interior bruto, nuestra economía y, sobre todo,
nuestras capacidades militares y de seguridad nos pueden permitir lograr la
consideración de “actor global”, y aún menos a querer desempeñar un papel
determinante en el mundo junto con EE UU. Una cosa es resolver con ener-
gía el episodio del islote Perejil; otra muy distinta creer que el nuevo orden
internacional que pretende imponer el presidente Bush y su gobierno nos
permitirá subir de división internacional y ganar la Liga de Campeones.
El gobierno de EE UU ha hecho de la guerra de Irak una necesidad para
demostrar que el diseño ideológico y estratégico de su nuevo modelo de re-
laciones internacionales se va aplicar y es aplicable. Las alianzas institucio-
nalizadas ya no sirven para su modelo. Son un engorro y eventualmente un
freno para los objetivos de su seguridad nacional. Así la ONU, la UE y la
OTAN se convierten en meros elementos de utilidad. Si sirven para los obje-
tivos de seguridad nacional, se utilizan; si estorban, se les margina o se les
divide. Las alianzas serán ahora “flexibles” según los asuntos que se traten o
los objetivos perseguidos. EE UU propondrá la cuestión o los objetivos y ca-
da país será “libre” de apuntarse o no. Los participantes en la “coalición fle-
xible” serán premiados. Los ausentes no participarán del premio y, eventual-
mente, podrán sufrir las consecuencias.

¿España como instrumento?


Sinceramente, no entiendo cómo un país como España puede salir ganando
con esta meticulosa voladura del multilateralismo. Entiendo, aunque no lo
comparto, el diseño norteamericano. Entiendo la opción de Blair, aunque
como socialista me parece lamentable. Pero como ciudadano español no en-
tiendo la lógica del presidente Aznar.
Esta nueva situación nos convierte, debido a nuestras propias capaci-
dades y limitaciones, en un instrumento de la gran potencia de la cual reci-
biremos o no “los inmensos beneficios” que nos aventuró Jeb Bush, el her-
mano del presidente, pero siempre y cuando desempeñemos el papel de
elemento instrumental. Pondré dos ejemplos. Uno casi esperpéntico. Otro
mucho más serio.
El esperpéntico: en el marco de la acción Libertad Duradera, Washing-
ton informó a Madrid de la perentoria necesidad de abordar un carguero
que, proveniente de Corea del Norte, se dirigía con rumbo a Yemen trans-
portando una docena larga de misiles Scud con sus motores y correspon-
Manuel Marín 115

diente carga explosiva disimulados en un cargamento de cemento. El car-


guero había sido objeto de seguimiento aéreo y por satélite desde que salió
de Corea del Norte por las agencias de seguridad de EE UU. Este carguero
podía haber sido abordado y asaltado por cualquiera de las numerosas fra-
gatas norteamericanas que navegan por el golfo Pérsico. Pero el gobierno
norteamericano solicitó que fuese la fragata Navarra de la armada española
quien hiciese el abordaje. Los marinos españoles realizaron un gran trabajo
profesional y procedieron al abordaje debiendo utilizar su armamento. Ter-
minaron descubriendo el cargamento oculto de misiles.
La satisfacción fue enorme. La operación salió bien y demostraba la
confianza que EE UU depositaba en el gobierno de Madrid. Pero dos días
después, Washington pidió que se dejara libre el cargamento de los Scud en
su destino a Yemen a pesar de que eran originarios
nada menos que de Corea del Norte. La satisfac-
ción se torno en estupor y el gobierno español se
limitó a cumplir esas órdenes y liberó el carguero. España no tiene
Durante esos dos días EE UU negoció con Ye- los medios ni
men su posición respecto a la futura guerra y el ac-
ceso seguro de la flota norteamericana a los puertos las capacidades
de aquel país. Una vez concluida la negociación, en para ser un
la que se incluía como parte del trato los misiles actor global
Scud, los norteamericanos les dijeron a los marinos
de la fragata española que soltaran a los norcorea-
nos. Madrid estuvo al margen de esta negociación
limitándose a desempeñar un papel instrumental respecto de una negociación
que interesaba sobre todo a Washington.
Un ejemplo más revelador lo constituyen las dos cumbres realizadas
por los partidarios de la guerra. La primera, en las Azores; la segunda, en
Camp David. En la primera cumbre de las Azores, además del anfitrión José
Manuel Durão Barroso, primer ministro de Portugal, se encontraron los co-
autores de un proyecto de segunda resolución que significaba, en realidad,
un ultimátum y la apertura de las puertas de la guerra: el triangulo Bush-
Blair-Aznar.
Todos hablaron y expusieron su visión del problema. En la lógica del
presidente Aznar, la cumbre debía ser la representación de su gran objetivo
personal: España estaba, nada más y nada menos, decidiendo sobre un con-
flicto de repercusión mundial junto con Bush y Blair. En la reunión de las
Azores, España, ¡por fin!, “había salido del rincón de la historia”. En la reu-
nión de las Azores, España “era un grande entre los grandes”. En las Azores,
España era un “país que cuenta y decide” en el copatrocinio de una guerra
de alta intensidad y de consecuencias mundiales.
La guerra comenzó y no se cumplieron los escenarios políticos y estra-
tégicos previstos. Se convocó la reunión de Camp David y allí estuvieron
116 Política Exterior

Bush y Blair para evaluar las dificultades de la campaña militar y decidir pa-
sar a la secuencia de una guerra de aplastamiento, de devastación. ¿Dónde
estaba Aznar? Simplemente no podía estar. Y no por un problema de ima-
gen, puesto que el gobierno ya sabía que el 91 por cien de la opinión publica
española estaba en contra de la guerra. Aznar no podía estar en Camp David
decidiendo sobre el desarrollo de la guerra porque allí estaba el único que
de verdad es “actor global” –Bush– y el único que de verdad es un país de-
terminante en las relaciones con EE UU –Blair–. Bush con sus casi 200.000
soldados, Blair con sus 45.000 tenían de qué hablar y negociar. ¿Qué podía
haber aportado Aznar en esta cumbre “que fuera determinante y decisivo”?
Mi conclusión puede sonar, quizá, a excesiva: ni siquiera el encendido ardor
del ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, es suficiente para que te
inviten a ser determinante y decisivo en un conflicto de alta intensidad. No
tenemos los medios ni las capacidades, y ésta es la realidad.
Hacer de nuestras relaciones estratégicas con EE UU el eje director de
nuestra política exterior nos sitúa, debido a nuestras limitaciones objeti-
vas, en un papel de instrumento. No porque exista una pretendida maldad
del gobierno norteamericano de atribuirnos este papel. Simplemente por-
que, en un diseño estratégico de una gran potencia, como es el caso, a los
partidarios de integrarse en las “coaliciones flexibles” se nos encaja forzo-
samente en el papel que previamente el diseño estratégico de la gran poten-
cia nos ha atribuido.
Seguramente el papel que Aznar ha desempeñado en esta crisis ha sido
el de mensajero político y soporte mediático de una decisión que ha sido to-
mada por un centro de decisión político-militar tan impresionante que no
necesita a casi nadie para tomar una decisión. Seguramente ha sido útil el
apoyo tan “caluroso” del gobierno español en el Consejo de Seguridad; tam-
bién el esfuerzo personal del presidente Aznar para firmar la carta de los
ocho primeros ministros demostrando que aparece en el horizonte una Eu-
ropa “más atlantista”. ¿Merecía la pena romper el consenso en política exte-
rior para apuntarnos a un papel tan instrumental?
¿Significa todo lo dicho que oponerse al discurso del gobierno es caer en
un antiamericanismo primario y epidérmico? No, en absoluto. Ya he recorda-
do que la Declaración Transatlántica entre la UE y EE UU se firmó con un go-
bierno socialista que en aquel momento desempeñaba la presidencia de la
UE. Fue también un gobierno socialista quien situó las relaciones bilaterales
con EE UU en “la historia de la transición” recuperando nuestra autonomía y
control sobre las bases. Fue también un gobierno socialista quien participó en
la guerra del Golfo para poner fin a un acto de agresión e invasión territorial
con una resolución aprobada en el Consejo de Seguridad. Pruebas y datos
precisos existen para demostrar que no es un ejercicio de “antiyanquismo”.
El impacto sobre nuestra situación en la UE y en nuestras dos zonas de
referencia, el espacio euromediterráneo y el latinoamericano, ha sido demo-
Manuel Marín 117

ledor y la política del gobierno nos ha hecho perder el prestigio y la influen-


cia ganada en un trabajo estable y permanente de muchos años. Nadie en-
tiende la posición del gobierno español, y los que la entienden son muy po-
cos e irrelevantes.
Sólo aportaré algunos datos para respetar la extensión de estas líneas.
Aznar justificó esta guerra porque nos aportaría más seguridad internacio-
nal frente al terrorismo. Hosni Mubarak, un prooccidental donde los haya
en el mundo árabe y presidente de un país clave en la contención de un des-
bordamiento generalizado en Oriente Próximo como es Egipto, acaba de ad-
vertir que la guerra de Irak terminará creando “cien Bin Laden” y que los lí-
deres árabes moderados pueden encontrarse en los próximos años en una
situación muy delicada. Estoy de acuerdo con el presidente egipcio. ¿Por
qué no lo estará Aznar? ¿ Acaso Mubarak se ha vuelto también un irrespon-
sable que no ha comprendido nada, como también le ocurrió al mismísimo
Papa cuando puso el acento en las consecuencias de esta guerra?
México y Chile, dos opciones fundamentales de nuestra política exte-
rior en el espacio latinoamericano, nos dieron un ejemplo de dignidad a pe-
sar de las “presiones” que recibieron de EE UU. Lo dije en el Congreso, en
un debate con la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio: nuestra op-
ción era clara; entre Chile y Estados Unidos deberíamos trabajar con Chile;
entre México y EE UU deberíamos trabajar con México. Se hizo todo lo con-
trario y se ha pagado en términos de imagen y de comprensión de lo que es
y representa España en Latinoamérica. Luego, cuando se produjeron unas
filtraciones a la prensa de los debates en el Consejo de Seguridad descubri-
mos con estupor que nuestro embajador en las Naciones Unidas, Inocencio
Arias, calificaba a los representantes de estos dos países, claves para los es-
pañoles, como “antiamericanos”, simplemente porque se estaban resistien-
do a las presiones y, en ocasiones amenazas, de la diplomacia de EE UU.
¿No es capaz de comprender nuestro presidente que significarse de esta ma-
nera frente a los países latinoamericanos es destrozar nuestra imagen en la
mayor parte de los países de una zona de referencia que precisamente nos
concede uno de los raros capítulos donde de verdad somos un actor global:
la lengua y la cultura?
Lo siento, pero pertenezco a esa inmensa mayoría de españoles que no
entiende las razones últimas que han llevado al presidente del gobierno a
pulverizar nuestra política exterior.
¿Tiene España
una política exterior?
Vicente Palacio y Fernando Rodrigo

La guerra de Irak ha puesto de manifiesto dos carencias básicas de la diplomacia es-


pañola: la ausencia de una política exterior consistente y la quiebra del consenso en-
tre partidos. La nueva coyuntura mundial exige adoptar una perspectiva cosmopolita.

E
l año 2003 supone el momento de la verdad para la política exterior
de España. Fuera de nuestras fronteras nos esperan, con luz y ta-
quígrafos, retos sin precedente: un asiento no permanente en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en medio de graves
turbulencias internacionales; el comienzo de la recta final de la ampliación al
Este de la Unión Europea en 2004, junto con los debates de la Convención; la
incertidumbre económica y social de Latinoamérica; y un Mediterráneo que
promete subir unos cuantos grados de temperatura a medida que la agenda
de seguridad norteamericana extienda su onda expansiva por la zona.
Con tales nubarrones en el horizonte, la posición del gobierno sobre la
cuestión de Irak obliga a plantearse si España tiene realmente una política
exterior. España posee, por supuesto, una notable red de relaciones exterio-
res: embajadas y consulados; centros de cooperación cultural y económica
en países árabes, latinoamericanos y asiáticos; decenas de ONG cooperando
en América Latina y en África; poderosos grupos bancarios, energéticos y de
telecomunicaciones en América; tropas en operaciones de mantenimiento
de la paz en Bosnia o Afganistán; representantes en una treintena de orga-
nismos internacionales, algunos en puestos clave de la UE –como Javier So-
lana o Miguel Ángel Moratinos-; y una presencia activa en todas las institu-
ciones europeas. Pero es dudoso que España tenga una política exterior.
La sombra de la duda –ausencia de una idea conductora, complejo de in-
ferioridad– se prolonga mucho más atrás de la crisis de Irak y mucho antes

Vicente Palacio prepara su doctorado en Relaciones Internacionales en la Universi-


dad Complutense. Fernando Rodrigo es profesor de Relaciones Internacionales en
la Universidad Autónoma de Madrid.

POLÍTICA EXTERIOR, 93. Mayo / Junio 2003


154 Política Exterior

del gobierno de José María Aznar. Hay que recordar que, al comienzo de la
transición a la democracia, España partía de cero en la carrera hacia Europa
y al mundo. Con la progresiva incorporación al espacio natural europeo, a la
OTAN y a muchos otros foros internacionales, España ha recorrido un cami-
no extraordinario en el que europeizarse y atlantizarse han sido las dos ca-
ras de una misma moneda.
El intento por hacerse un hueco en Europa potenció la imagen de Espa-
ña, que demostró estar a la altura del reto, a veces incluso apostando más al-
to que los grandes –Francia, Alemania, Reino Unido e Italia– por la construc-
ción de una política exterior y de seguridad común (PESC). Al mismo
tiempo, el vínculo histórico con América Latina y el Mediterráneo se reforza-
ba con las cumbres iberoamericanas, los tratados bilaterales de coopera-
ción, o con la conferencia euromediterránea de Barcelona de 1995. Aunque
sin dar los frutos esperados, y sin explorar todas sus posibilidades, la activi-
dad exterior dibujaba una trayectoria prometedora para España. Todo ello
fue posible gracias a la iniciativa de diplomáticos y políticos, pese a contarse
con exiguos medios materiales y humanos.
Hoy cunde la sospecha de que ese impulso inicial, que duró poco más de
veinte años, no ha cristalizado en una política exterior coherente y acorde
con el nuevo estatus de potencia media de España; ni en sus contenidos ni
en sus medios. Lo peor de la situación no es la sospecha de que España no
lleva a cabo la diplomacia correcta. Más grave es constatar que el objeto
mismo en discusión, la política exterior, está ausente. España se ha adentra-
do en 2003 sin un mapa fiable, sin una dirección clara, sin un número en la
ruleta global al que apostar los intereses nacionales y europeos que su retó-
rica oficial dice perseguir.

Política exterior: Estados con, Estados sin


Tras el alineamiento incondicional del gobierno español con Estados Unidos
en la guerra de Irak y la pérdida del consenso interno, se extiende la idea de
que España carece de una política exterior propia. Esta percepción parece
correcta, si bien la desorientación y el debilitamiento del consenso son sín-
toma de un fenómeno más general, común en mayor o menor medida al res-
to de países democráticos, a saber: que la diplomacia westfaliana, en tanto
política de Estado, está agotada y se desmorona como un castillo de arena a
la primera oleada.
Es preciso, primero, aclarar qué es una política exterior. Por política se
entiende, de modo general, la dirección que adopta el Estado y, más específi-
camente, la influencia ejercida sobre la dirección del Estado. Para imprimir
una dirección al Estado en el ámbito internacional se necesita definir princi-
pios, intereses nacionales y objetivos claros. Si se da una adecuación entre es-
Vicente Palacio y Fernando Rodrigo 155

tos tres, y se cuenta con los medios necesarios, una estrategia correcta puede
dar lugar a una política coherente. Y tal vez, dependiendo de factores internos
y externos, a una continuidad a lo largo de sucesivas administraciones.
Hacer política exterior sería algo parecido a jugarse los intereses y los ob-
jetivos a corto, medio y largo plazo en el póquer de la política internacional, te-
niendo en mente las alianzas claras, y respetando unas reglas mínimas. Póquer
o ajedrez, cartas o tablero, hacer política exterior implica tener un estilo propio
al jugar que, independientemente de la opción que se tome, lo hace reconocible
a los demás. Lo que define la política exterior de un Estado es poder tomar una
decisión propia sobre un asunto que sea coherente con el marco de una políti-
ca general del país. La grandeur francesa, el excepcionalismo estadounidense,
el papel de balancer británico, el humanismo alemán tras la Segunda Guerra
mundial, el expansionismo ruso, el realismo cultural
chino… Estos tópicos reflejan la presencia de una
idea que el Estado manifiesta como primera reac-
ción ante una eventualidad externa, utilizando todos Hacer política
sus recursos para conseguir el mayor respaldo posi- exterior implica
ble de los ciudadanos y las fuerzas políticas.
Pues bien, es difícil reconocer un rasgo carac-
tener un estilo
terístico de la política exterior española más allá propio, que sea
de su retórica europeísta y universalista. Es difícil reconocible por
saber qué dice hoy España, motu proprio y en voz
alta (sin escudarse en la UE), acerca de las gran-
lo demás
des cuestiones regionales y globales; del papel geo-
político de Europa; de las crisis financieras de Ar-
gentina; de la crisis venezolana; de la deuda externa; de la apertura de Cuba,
o del conflicto de Oriente Próximo. Y cuando dice algo (como en el caso de
Irak), se precipita, lo hace a media voz y con secretismo. La estrategia de la
no política exterior consiste en esperar a que otros hablen y luego, cuando
estallan las crisis, adherirse a uno de los menús precocinados por algún
miembro de la UE, por EE UU o por otra gran potencia. En suma, consiste
en reaccionar a los acontecimientos, nunca en anticiparlos.
Con independencia de lo acertado o erróneo del apoyo del gobierno es-
pañol al ataque preventivo a Irak, estamos no ante una decisión de política
exterior, sino ante una no política. En efecto, la posición española no pasa
un test de autenticidad, si no es violentando en exceso los requisitos defini-
dos más arriba: una clara definición de los intereses nacionales, objetivos a
medio y largo plazo, medios y alianzas; en definitiva, una estrategia y una
agenda propias. Así lo indican la contradicción entre intereses nacionales,
europeos y norteamericanos; entre unilateralismo y Derecho internacional;
el desbordamiento de la propia agenda, mimetizando los pasos de EE UU en
las Naciones Unidas; la falta de un debate a fondo en el Parlamento, o la
completa desconexión del gobierno con la sociedad española.
156 Política Exterior
La coherencia y, a la postre, el éxito de una política exterior, dependen del
refuerzo mutuo entre una clara dirección política y el consenso de todos los
agentes implicados. Ambas variables –dirección y consenso– pueden funcio-
nar asociadas o separadas, dando lugar a cuatro situaciones posibles, que el
caso de Irak puede ilustrar aceptablemente. Así, por ejemplo, una situación
óptima sería la de Alemania y Francia al comienzo de la crisis iraquí, con una
política definida y un sólido consenso interno. Una situación más débil sería la
de EE UU y Reino Unido, con una política firme pero con un consenso más
frágil. Una situación mala sería la de España antes de la crisis, con una políti-
ca exterior débil pero con un cierto consenso. Finalmente, tras la crisis, Espa-
ña se encontraría en la peor situación posible: sin política y sin consenso.
Con todo, la ruptura del consenso podría ser no sólo motivo para la pre-
ocupación, sino también para el optimismo al quebrarse dos tendencias ne-
gativas de la diplomacia española. La primera, el “consenso por omisión” en-
tre partidos, presente desde la época de la transición, en parte por el
objetivo común de integrarnos en Europa, y en parte también por un crónico
descuido de los asuntos internacionales propio de la larga noche franquista.
La segunda tendencia que se ve alterada es el presidencialismo del sistema
político español –reforzado en julio de 2000 con la creación del Consejo de
Política Exterior– con su disciplina de voto partidista y el consiguiente défi-
cit de responsabilidad. El daño infligido a ambas tendencias podría aprove-
charse en un sentido positivo.

¿Por qué no hay política exterior?


No faltan las explicaciones sobre la ausencia de una genuina política exte-
rior, habitualmente esgrimidas a modo de justificación. Pueden agruparse en
cuatro tipos:
– La explicación más inmediata y prosaica (la posición de la estructura
interna) es que no hay una política exterior porque los medios de que se dis-
pone son escasos (poco personal, servicio exterior anticuado, exiguo presu-
puesto), porque la coordinación entre actores públicos y privados es defi-
ciente y porque los nacionalismos periféricos impiden adoptar una visión de
conjunto. En realidad, ocurre al revés: España no tiene medios, ni coordina-
ción, ni visión de conjunto porque no tiene una idea clara de qué política
quiere hacer. Que se sepa, sobre aumento de presupuestos no hay nada es-
crito, y no faltan las propuestas de reforma organizativa del servicio exte-
rior. En cuanto a los nacionalismos, la negativa del gobierno a dar voz a las
comunidades autónomas en el proceso de construcción europeo refleja un
excesivo temor a la descentralización. Otro asunto distinto es cómo inven-
tarse una identidad política y saber venderla más allá de nuestras fronteras.
– La segunda posición (economicista) sostiene que una economía exte-
rior es lo que realmente importa hoy en las relaciones internacionales. Los
Vicente Palacio y Fernando Rodrigo 157

intereses inmediatos españoles se defenderían mejor desde el pragmatismo


económico –contratos de gas con Argelia, inversiones en Latinoamérica,
apertura a los mercados de Europa del Este y de Asia– sin meterse en polí-
tica ni en derechos humanos, pues de eso ya se encargarán otros: la UE,
EE UU, Rusia o China. Se trata de un enfoque cercano al adoptado por el
gobierno de Aznar a partir del Plan Estratégico de Acción Exterior en 2000.
En su versión extrema, esta posición sostiene que el refuerzo de los nexos
comerciales y financieros supone por sí mismo un éxito político y estabili-
dad a largo plazo para los países implicados. Pero esta concepción pasa
por alto la necesidad de proyectos políticos que establezcan objetivos,
prioridades y calendarios. Como demuestra el caso de América Latina, se
precisan políticas públicas que doten de un marco normativo y legal a las
inversiones.
Caso contrario, esa acción exterior funciona
bien por sí sola únicamente en tiempos de bonan-
za económica. En tiempos de crisis deja al descu- España no tiene
bierto la falta de compromiso político. La coyuntu- medios ni una
ra mundial puede empeorar, y la intensificación de
la interdependencia crear conflictos con nuestro visión conjunta
país (como en Marruecos o Argentina). Por su la- porque carece de
do, las empresas españolas de la conferencia euro- una idea clara de
mediterránea se estrellan una y otra vez contra los
límites del librecambio económico y social, ante la
qué política quiere
falta de confianza política que expande el conflicto
de Oriente Próximo. Tampoco se dan avances sig-
nificativos en la zona en lo referente a la democracia y el respeto de los de-
rechos humanos, aspectos que el gobierno parece haber borrado de la agen-
da, como ha denunciado insistentemente Amnistía Internacional.
– La tercera posición, ligada a la anterior, es que España debe ser ante
todo realista en sus planteamientos, porque “no somos EE UU”. Este prag-
matismo, por más que se envuelva en una retórica globalista, lleva en la
práctica a una visión descafeinada del realismo político. Una potencia me-
dia carece de la capacidad de proyectar fuerza militar o poder económico
por sí solas. Por ello, ha de limitarse a hacer acción exterior mientras inten-
ta sacar el mayor partido de sus relaciones con las grandes potencias. Pero
el pragmatismo olvida que España intentó dotarse de una política exterior
hasta avanzada la mitad de los años noventa, y crear al mismo tiempo una
política exterior europea a hombros de los gigantes francés y alemán. En
ese periodo, España acarició incluso la posibilidad de entrar en el directorio
de los grandes, lo cual muestra que en política exterior existe un margen im-
portante para la percepción ajena y el soft power, especialmente cuando la
desorientación cunde entre los pesos pesados. El pragmatismo tiene razón
sólo en una cosa: lo que realmente puede movilizar España son ideas.
158 Política Exterior

– Una cuarta justificación (una política exterior pasiva) utiliza un argu-


mento defensivo, que mide más las consecuencias de hacer que las de no
hacer: “Quizá no tengamos una política exterior, pero los demás socios de
Europa tampoco la tienen; así que ¿por qué preocuparse? ¿Acaso no es me-
jor no tener una política exterior que seguir una política exterior errónea?”.
Varios elementos aconsejarían la adopción de un perfil bajo hasta que las
crisis amainen: los bandazos continuos de los líderes europeos, presionados
por imperativos electorales internos; las cambiantes alianzas sobre intere-
ses sectoriales; los habituales celos de vecindad o, en fin, la incertidumbre
sobre el destino de la UE.
Esta posición se vende como una demostración de prudencia, saber ha-
cer y sentido de Estado. Pero los supuestos sobre los que se basa olvidan
dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, los principales actores eu-
ropeos sí tienen algo parecido a una política exterior, que demuestran con
iniciativas como la propuesta de cooperaciones reforzadas o distintas velo-
cidades dentro de la UE, o la posición frente a (pero no en contra de) Esta-
dos Unidos. En segundo lugar, la repercusión de las crisis globales en nues-
tro país desaconseja una actitud pasiva. Así, el impacto del conflicto de
Oriente Próximo sobre el Magreb, con Marruecos sacando partido de la
amenaza fundamentalista para ganarse a EE UU y debilitando la posición
española en el Sahara. Otro ejemplo sería el efecto del caos social y político
en Latinoamérica sobre la economía española: inmigración ilegal y pérdidas
en empresas y bancos. Ambos casos sugieren que los beneficios derivados
de participar del liderazgo compensan con creces los posibles pasos en fal-
so. Por supuesto, la cuestión clave es qué tipo de liderazgo se quiere ejercer.
Hasta aquí las justificaciones más frecuentes. Queda por ver cuál es la po-
sición global de España y si es posible atisbar alguna salida en el horizonte.

Para qué Europa, por qué EE UU


Numerosos estudios recientes destacan la falta de iniciativas y la pérdida de
peso político de España en el mundo. Ello coincide con el refuerzo de las
nuevas relaciones bilaterales con EE UU y Reino Unido, el subsiguiente dis-
tanciamiento del eje franco-alemán en la UE, y la ralentización del impulso
político hacia la cuenca árabe mediterránea y hacia América Latina. La am-
bición del gobierno Aznar de hacer pasar a España de un estatus de poten-
cia media a actor principal en el escenario internacional no parece estar res-
paldada por un proyecto sólido, ni basarse en un cálculo realista de los
propios recursos, cercenados por el objetivo de déficit cero.
Hoy, España carece de una política exterior por partida doble: primero,
por sí misma, en cuanto Estado; y segundo, en cuanto miembro de la UE.
Mientras la diplomacia española coincidió con la trayectoria europea –vía
Vicente Palacio y Fernando Rodrigo 159

fondos estructurales y la redefinición de una posición en el mundo, espe-


cialmente tras el fin de la guerra fría– persistió el espejismo de un proyecto
español. Pero la posterior incapacidad de la UE de Maastricht para fijar un
modelo institucional y para definir su posición como gran potencia, unido al
giro economicista de la unión monetaria, tuvo como efecto paralelo el de-
sinflamiento de la política europea de España y de la PESC. Tras un amago
de recuperación con la política exterior de seguridad y defensa (PESD) a
partir de la crisis de Kosovo de 1999, plasmada en el proyecto de una fuerza
de reacción rápida, el compromiso político y de seguridad vuelve a sufrir un
parón. Finalmente, el 11 de septiembre de 2001 y luego la crisis de Irak, han
terminado por hacer trizas la PESC y la PESD y resulta incierto si la Con-
vención las resucitará de sus cenizas.
Europa ha permanecido dividida en política exterior, dedicando mucho
tiempo a hacer negocios, pero poco a hacer política. La atrofia europea en
la PESC ha sido causa de la atrofia española; pero también es cierto que el
pragmatismo español de los intereses y su olvido de las grandes cuestiones
políticas europeas han contribuido a la situación actual. Diríase que nos he-
mos homologado por abajo a Europa. Francia y Alemania, pese a las fisuras
internas, al menos especulan con modelos intergubernamentales o federales
para la UE: ambos países se apoyan en un proyecto europeo del que son el
motor (pues a diferencia de otros, son imprescindibles), aunque mantienen
siempre una voz propia. Lo cual no significa que no cambien de opinión, si-
no más bien que tratan en lo posible de anticiparse a los acontecimientos y
marcar la agenda. Por su parte, Reino Unido fija su propio timing en casi
todo –euro, Gibraltar o relación especial con Washington: lo hace claramen-
te, con presteza y continuidad, con un pie en Europa y otro en EE UU–.
España lleva demasiado tiempo limitándose a gestionar su singladura
por el complejo equilibrio de fuerzas institucionales de Europa. Tan bien lo
ha hecho a veces –la presidencia española de la UE del primer semestre de
2002 es un ejemplo de ello– que ha llegado a creer que estaba haciendo polí-
tica exterior. Pero ahora hay que tomar decisiones políticas, incluso antici-
parse a las decisiones de los grandes, y además contribuir a lograr un con-
senso a quince, veintisiete o más miembros. En el espacio europeo, el reloj
corre en contra de España, porque la ampliación desplaza el centro de grave-
dad de la Unión del Sur al Este, y la obliga a replantearse su posición en Eu-
ropa con respecto a asuntos clave como la política agrícola común (PAC), la
contribución al presupuesto comunitario o la reforma del mecanismo de to-
ma de decisiones. En el espacio global, España se plantea cuál ha de ser su
papel en el mundo dentro de una UE con peso económico, político y quizá
militar. Es el paso crucial del “Más Europa”, al “Europa, ¿para qué?”.
La renovación del eje franco-alemán, que en términos geopolíticos pre-
tende operar como un contrapoder a las ambiciones imperiales de EE UU,
pone a nuestro país en un brete. La alternativa es la de alinearse con la po-
160 Política Exterior

tencia hegemónica en las cuestiones de calado global: intervenciones milita-


res, funcionamiento del comercio y finanzas mundiales, derechos humanos,
protocolo de Kioto, o Corte Penal Internacional (CPI). Desde 2002, el frente
antiterrorista común –que mete en el mismo saco a Al Qaeda y a ETA– ha
supuesto un arriesgado órdago bilateral. Pero está claro que España, si quie-
re tener alguna vez una voz propia dentro de Europa, no podrá compartir
muchos puntos de vista de la administración norteamericana. Tres dificulta-
des se perfilan como insalvables y sugieren que el giro norteamericano no
satisface los intereses de España, ni responde a una estrategia sólida que la
cualifique como política exterior.
Primero, en los próximos años serán inevitables algunos desacuerdos en-
tre la UE y EE UU, derivados de sus distintas capacidades (militar, económi-
ca); intereses (PESD y OTAN, ONU, Organización
Mundial de Comercio, dólar frente a euro); áreas de
acción (Asia, Oriente Próximo, Latinoamérica) y su
El giro hacia visión del orden mundial (multipolar-multilateral
EE UU no parece versus unipolar-unilateral). España hace bien en
querer salir del cascarón de Europa, pero la estrate-
satisfacer los gia de mantener, como pareció sugerir al comienzo
intereses de la de la crisis la ministra de Asuntos Exteriores, Ana
acción exterior Palacio, una equidistancia en las disputas entre dos
“unilateralismos”, el de Washington y el de una UE
de España liderada por el eje franco-alemán, quizá resulte in-
sostenible a la larga. La estrategia de hacer de bisa-
gra transatlántica entre EE UU y Europa puede te-
ner sus ventajas, pero implica también un alto riesgo de que España se rompa
como un eslabón que engancha dos trenes avanzando en zigzag.
Segundo, España no es Reino Unido: una relación especial con EE UU se
topa con que España tiene en el Mediterráneo y el Magreb un área natural y
una responsabilidad inmediata. España conoce de primera mano, y con una
perspectiva histórica más rica, la complejidad de los conflictos (que le podrí-
an rebotar directamente), los procesos y las culturas, y debe aprovechar esta
ventaja para negociar y luchar por sus intereses. Al otro extremo, España tie-
ne en América Latina su asignatura pendiente para ir más allá de las estériles
cumbres de jefes de Estado y de gobierno. Debe prestar cobertura política a
la ayuda de la UE y de EE UU, sea vía Fondo Monetario Internacional (FMI) u
Organización Mundial de Comercio (OMC), o sea apoyando los procesos de
integración regional como Mercosur frente al Área de Libre Comercio de las
Américas (ALCA) estadounidense. Finalmente, la apuesta norteamericana en-
trañaría caer progresivamente bajo la influencia de un aliado desproporciona-
damente poderoso, lo que podría anular toda capacidad de acción española.
Estos tres elementos muestran que los hipotéticos premios de la apues-
ta estadounidense –un puesto como miembro de un G-9 o la celebración en
Vicente Palacio y Fernando Rodrigo 161

Madrid de una nueva Conferencia de Paz de Oriente Próximo– difícilmente


compensarían la pérdida de la independencia española frente a la primera
potencia. Llegados a este punto, la única opción de desarrollar una política
exterior propia es lograr un encaje con la política exterior de la UE. A su
vez, para conseguirlo, los demás socios europeos deben abandonar sus polí-
ticas particularistas. ¿Es eso posible?

Globalización y fin del consenso en política exterior


Poco después de que en septiembre de 2002 la ministra Palacio anunciara
en el Congreso que España contribuiría desde el Consejo de Seguridad a
que Europa hablara con una sola voz y fuera percibida como una “unidad”,
ocurría justo lo contrario. La ruptura del consenso con respecto a Irak hacía
tambalearse a la UE, la ONU, la OTAN y a la propia España. Si se quiere sa-
car alguna lección útil de la herida creada por la guerra iraquí, evitando que
el debate se quede en una trifulca partidista, es preciso adoptar una pers-
pectiva global para poder comprender las carencias de la política exterior y
tratar de ponerles remedio.
Hay factores internos que moldean de forma variable el grado de con-
senso entre las fuerzas políticas en política exterior: la percepción de las po-
sibilidades de éxito, el grado de cultura democrática o la implicación de los
partidos políticos. Sin embargo, el debilitamiento de la política exterior y
del consenso, aunque más notable en España, es un fenómeno simultáneo
en la UE. Esta coincidencia sugiere que la clave ha de buscarse fuera, inclu-
so más allá de Europa, pues la confusión en política exterior tiene su origen
en los problemas e incertidumbres propias de la globalización.
La globalización es un proceso múltiple que interconecta a multitud de
actores: institucionales y no institucionales, locales, nacionales y transna-
cionales; y que afecta a todos los países y a todas las áreas: política, jurídi-
ca, económica, y cultural. Esos procesos crean integración y fragmentación
a un tiempo. De acuerdo con estas tendencias, la globalización tendría dos
repercusiones claras en la política exterior.
La primera consecuencia es sustantiva: a medida que los procesos glo-
balizadores se acentúan, los gobiernos se ven presionados a conducirse de
conformidad con los principios de uno de los tres modelos de orden mun-
dial que se les presentan. El primero sería el unipolar de la hiperglobaliza-
ción económica, asociada desde el 11-S con las tendencias “imperiales” es-
tadounidenses y que persigue el interés nacional sin cuestionar en lo
esencial el statu quo. El segundo es el modelo utópico que propugna la re-
volución mundial pero ofrece pocas alternativas viables. Finalmente, un ter-
cer modelo, multipolar y cosmopolita, aboga por una reforma en profundi-
dad con bajas dosis de conflicto, mediante el refuerzo del Derecho
162 Política Exterior

internacional, la reforma de las instituciones internacionales y, eventual-


mente, la instauración de mecanismos de seguridad colectiva y justicia dis-
tributiva. Sea cual sea la opción que se elija, los Estados se ven obligados,
quieran o no, a hacer política global.
La segunda consecuencia es que las divisiones y las coaliciones que con-
forman la política exterior se complican extraordinariamente, formándose a lo
largo de líneas nacionales, de intereses, ideológicas, culturales, etcétera. Ello
obliga a los Estados a un mayor esfuerzo de coordinación para lograr una “ac-
ción exterior común”. Cuanto más directamente afectan los asuntos globales a
los Estados y sus ciudadanos, los partidos políticos más operan en espacios
transnacionales. La política exterior deja de ser estrictamente una “cuestión de
Estado” intocable que supuestamente iguala a derecha e izquierda. En este
nuevo escenario, el tradicional consenso nacional
en política exterior tiende a debilitarse en asuntos
clave como las áreas prioritarias, la posición en los
La ruptura del foros internacionales –ONU, OTAN, OMC-, las inter-
consenso interno venciones militares, las crisis financieras o la ayuda
al desarrollo. Tanto dentro de los países democráti-
es un fenómeno cos con más peso en el sistema internacional, como
extendido a entre los propios Estados que forman unidades su-
otros países pranacionales o integran organismos multilaterales
(UE, ONU, OTAN, OMC), el consenso en política ex-
terior se verá condicionado por las alianzas de acto-
res con operatividad regional y global.
Para España esto significa, en primer lugar, que tendrá que optar en sus
líneas fundamentales de política exterior por un modelo de globalización.
La crisis de Irak ha puesto de manifiesto la crónica falta de dirección de la
diplomacia española, mostrando la imposibilidad de conjugar dos modelos
de orden incompatibles. En segundo lugar, significa el fin del consenso in-
terno como se ha entendido hasta ahora. Casos recientes son las desavenen-
cias de PP y PSOE con respecto a Marruecos, pero no es imposible concebir
futuros desacuerdos en los asuntos más dispares: el papel de Europa frente
a EE UU; las relaciones bilaterales con este país; la gestión de las crisis fi-
nancieras o de seguridad en Latinoamérica; los presupuestos de Defensa pa-
ra la PESD; el proceso de paz de Oriente Próximo; la política de inmigración
con países en desarrollo; la autodeterminación de Gibraltar; la deriva políti-
ca en Cuba; o la representación de las comunidades autónomas en los Con-
sejos de Ministros de la UE. En ese escenario, el presidencialismo de la polí-
tica exterior española tendrá que lidiar con la continua amenaza de quiebra
de la lealtad interna. A la vez, los ciudadanos se mostrarán cada vez más
sensibles a la acción del gobierno respecto a ese “exterior” que ha dejado de
situarse “afuera”. La tendencia es a que la política exterior comience a dar
réditos electorales.
Vicente Palacio y Fernando Rodrigo 163

De forma simultánea, en la UE pueden surgir divisiones entre los Esta-


dos miembros con respecto a cuestiones fundamentales donde se juega la
posición global de Europa. Tanto si, como parece probable, la globalización
empuja a la UE en una dirección federalizante, como si la estanca, las políti-
cas exteriores de cada Estado miembro y de la Unión van a alinearse en tor-
no a cuestiones de principio. Lo que sugieren las crisis de la PESC, la PESD,
la CPI o el protocolo de Kioto es que, contra lo que suponen los estrategas
de mínimos, el horizonte de la decisión, a nivel estatal y comunitario, será
cada vez más ambicioso. La pregunta de los agentes implicados pasará a ser
no ya sólo cómo, sino para qué la OTAN, la PESC, Europa o la ONU. En esta
situación, el consenso puede ser difícil de alcanzar. Añádase el efecto cen-
trífugo que ejercerán en Europa los nuevos equilibrios tras la ampliación y
la proliferación de actores. Es imposible saber cuánto durará este proceso
de inestabilidad o si provocará rupturas definitivas. De cualquier modo, en
el futuro habrá menos consenso y más política exterior.

Una política exterior cosmopolita


Para introducir la dimensión global en la formulación y ejecución de la polí-
tica exterior se precisa tener las ideas claras sobre los propios intereses, las
áreas prioritarias de acción, la posición que uno ocupa en el mundo y la que
uno quiere ocupar; todo ello en relación a cómo debe ser ese orden mun-
dial. España no puede conformarse con elegir entre el tradicional idealismo
universalista y el pragmatismo. Hay que ofrecer un proyecto político cosmo-
polita de largo alcance.
Ser una potencia media como España no es fácil. Tiene que cooperar con
otras potencias tan medias y revisionistas como ella; ensayar una política pro-
pia que no levante la suspicacia de sus socios más débiles; tratar de no bajar
del ranking y, al mismo tiempo, no despertar los recelos de las principales
potencias. Una política exterior española cosmopolita definiría los intereses
nacionales de España en relación a los intereses locales, regionales y globa-
les, de tal forma que no resulten incompatibles con unos mínimos principios
éticos universalistas y una aplicación imparcial del Derecho internacional.
Los intereses nacionales son los intereses de los ciudadanos; el “bie-
nestar” o “seguridad” de los españoles no están definidos a priori, sino que
son precisamente el objeto a negociar. Una diplomacia de esas característi-
cas significa el realineamiento de los tres pivotes de la actual política exte-
rior –la batalla institucional europea, la cooperación económica y cultural
y las políticas antiterroristas y de inmigración– en una nueva dirección que
incluya la reforma de los mecanismos de orden global y su transparencia
democrática, la equidad de las transacciones comerciales y la defensa de
los derechos humanos.
164 Política Exterior

Esa política se expondrá en ocasiones a un consenso interno débil, con


alianzas transnacionales e intereses solapados en todas las áreas, pero esta-
rá deliberadamente comprometida con un modelo de orden mundial cosmo-
polita. Se basaría ante todo en la coordinación de intereses, si bien el Esta-
do debería reservarse poder para hacer cumplir las líneas maestras de la
política exterior cuando éstas entran en colisión con intereses privados in-
compatibles con los principios cosmopolitas. Por ejemplo, ha de evitarse la
cooperación con regímenes despóticos, salvo para aliviar el sufrimiento de
la población o propiciar un cambio de régimen.
Como principio-guía en el terreno de la seguridad, esa política respalda
sin ambigüedades las acciones multilaterales de la ONU y rechaza las unila-
terales. A España, tanto por principios éticos como por la limitación de sus
recursos, no le conviene un mundo turbulento
donde los actores hagan uso de su fuerza unilate-
ralmente apoyados en causas “justas”. Va en nues-
La clave de la tro interés apoyar las intervenciones humanitarias
política exterior y acciones militares dentro del paraguas de las Na-
ciones Unidas y siempre como último recurso. Es-
se halla en la paña debe abanderar el refuerzo de los regímenes
capacidad de multilaterales de control de armas de destrucción
poder influir masiva y la diplomacia preventiva.
Respecto a EE UU, España tiene que tener
muy clara su posición y actuar con suma pruden-
cia, ya que esa política sólo podría sostenerse so-
bre las bases de un orden multipolar y el multilateralismo. Cualquier cesión
que suponga un menoscabo de la estabilidad europea ha de ser sopesado
muy cuidadosamente. De acuerdo a una estrategia de submarino, España ha
de potenciar, con el doble lenguaje de la diplomacia, las relaciones con los
sectores políticos, económicos y culturales dentro de EE UU menos incom-
patibles con los intereses de España y Europa.
En cuanto a Europa, un enfoque cosmopolita requiere que, junto a la du-
ra negociación de intereses, España aporte algo al debate de fondo; se trata,
en palabras de Andrés Ortega, de ofrecer “una idea de Europa”, ya que no
son las instituciones las que tiran de la política, sino al revés. España debe
plantear urgentemente el “Europa, ¿para qué?” y adoptar una posición pro-
pia. Propuestas como la creación de un presidente del Consejo y un ministro
de Asuntos Exteriores de la Unión pierden valor si en el fondo no se tiene
claro qué política se quiere hacer. La UE ha de ser también para España la
plataforma de lanzamiento de propuestas de reforma de las instituciones del
sistema internacional. Es fundamental que el gobierno impulse el debate
dentro del país, y dentro de Europa, y entre éstos y el resto de países y foros.
Latinoamérica y Mediterráneo continúan siendo áreas naturales de pro-
yección. En ambas, España ha de recuperar la iniciativa y maniobrar con
Vicente Palacio y Fernando Rodrigo 165

cuidado para que sus socios europeos o EE UU no coarten –vía OTAN o po-
líticas comerciales– su margen de acción. Hay que prestar atención al cuar-
to eje de la política exterior: las relaciones de vecindad en la orilla medite-
rránea, en especial Marruecos, para que no vuelva a repetirse una crisis
como la de 2001-02. Una política de refuerzo bilateral con los países magre-
bíes y africanos de los que España recibe inmigración sería recomendable
para la cooperación y el conocimiento mutuo.
Hablamos de una política que apunta a la descentralización. Por un la-
do, debe renegociarse la posibilidad para las comunidades autónomas de
ser incluidas dentro de las delegaciones españolas en las reuniones del Con-
sejo de Ministros, como ocurre en Alemania, Reino Unido o Bélgica. España
tiene pendiente la delicada tarea de negociar con los nacionalismos y las re-
giones su papel en Europa, que si fuera más activo tal vez tendría el efecto
de disminuir la tensión disgregadora interna. Por otro lado, se trata de una
política exterior que supone un esfuerzo por implicar a la sociedad civil, de
forma que los ciudadanos perciban las repercusiones de los asuntos regio-
nales y globales sobre la política y el bienestar nacional y apoyen activa-
mente un cambio.
No faltan retos y dificultades. La dispersión de actores e intereses pue-
de tener efectos desestabilizadores. Las alternancias de gobierno, el electo-
ralismo partidista o el secuestro de la política exterior por actores privados,
representan un riesgo permanente. La dificultad de llevar a cabo una políti-
ca de este tipo en los niveles bilateral-multilateral, y local-nacional-regional-
global, por ejemplo, en un asunto como la PAC, sugiere la necesidad de una
estrategia gradualista.
Por último, hay que introducir mejoras en los planes, definir objetivos
estratégicos, establecer una periodización y aportar los recursos para ello.
Hay que recuperar el peso del ministerio de Asuntos Exteriores frente a
otros departamentos –Defensa o Economía– aunque no se hará sin una dis-
cusión a fondo de los agentes implicados para definir las prioridades. El
gasto español en defensa –seis veces inferior al de Francia– es sin duda uno
de los asuntos pendientes.
España no tiene por qué resignarse a interpretar un papel subordinado
en el escenario internacional. La política exterior de un país mediano no es
una mera función de su producto interior bruto o de su capacidad militar.
La clave se halla en la capacidad de influencia, producto de maximizar sus
recursos e iniciativas, de aprovechar sus oportunidades geopolíticas y de
utilizar el atractivo de su cultura para fines políticos. España está aún a
tiempo de reconducir su política exterior hacia un orden mundial más pací-
fico y más justo.
La ONU después de Irak
Guillermo Medina

¿Es posible devolver a las Naciones Unidas su credibilidad y protagonismo? ¿Se con-
vertirá en una gran agencia humanitaria sin nervio político? El debate sobre la organi-
zación atañe no sólo a la legalidad sino también a la legitimidad de sus decisiones.

L
a guerra de Irak fue corta, pero la historia necesitará mucho tiem-
po para mostrarnos sus efectos. Uno de ellos es que las Naciones
Unidas aparecieron como la víctima institucional del fracaso diplo-
mático de Estados Unidos en su intento de lograr una resolución
legitimadora de su decisión previa de atacar Irak. Al retirar, por falta de
apoyo, la resolución al efecto y sustituirla por el ultimátum de las islas Azo-
res (16 de marzo) a Irak y a la ONU, EE UU, Reino Unido y España dañaron
la capacidad real del organismo para cumplir con sus fines en el “nuevo or-
den”. A partir de entonces se abrió el debate sobre la función futura de las
Naciones Unidas.
Lo que quedó de la refriega escenificada antes de la guerra en el Consejo
de Seguridad de la ONU fue la constatación del papel que le atribuye la úni-
ca superpotencia: ser un instrumento coadyuvante de la propia estrategia de
seguridad mundial. En unas declaraciones a la cadena NBS, el secretario de
Estado, Colin Powell, advirtió: “No estamos dispuestos a decir: ‘muy bien, el
conflicto ha terminado y nos vamos para dejar el sitio a las Naciones Uni-
das’. Los países que han pagado el precio político y el precio de sangre (…)
para crear las circunstancias que permiten establecer un gobierno democrá-
tico en Irak tendrán un papel importante y un papel motor en ese proceso”.
El fracaso diplomático de Powell en la ONU supuso un triunfo de los
más radicales partidarios del unilateralismo en EE UU, que no han ocultado
nunca la hostilidad que desde hace tiempo profesan al organismo y que
aprovecharon aquel fiasco para imponer su visión. Uno de sus más destaca-
dos representantes, Richard Perle, se apresuró a escribir en The Guardian,

Guillermo Medina es colaborador de la revista POLÍTICA EXTERIOR.

POLÍTICA EXTERIOR, 95. Septiembre / Octubre 2003


114 Política Exterior

el 21 de marzo, recién comenzado el ataque militar a Irak: “Gracias, Dios


mío, por la muerte de la ONU”. Lo que había muerto, según él, era “el mito
de las Naciones Unidas como fundación de un nuevo orden internacional
(…) el concepto liberal de una seguridad obtenida por un Derecho interna-
cional aplicado por instituciones internacionales”.
El mismo Perle declaró a Les Echos el 25 de abril: “La ONU es incapaz
de resolver los problemas más graves de nuestro tiempo”. Ése es el punto de
vista predominante en Washington, donde hay consenso en considerar que
la ONU no es un instrumento idóneo para garantizar la seguridad de su país
en el siglo XXI, aunque Powell aprecie las ventajas de contar con su respal-
do, en todo caso no condicionante. Los más radicales neoconservadores han
evocado incluso el abandono del Consejo de Seguridad como forma de des-
legitimarlo. Sencillamente, al dejar de ser útil al unilateralismo, el Consejo
de Seguridad se ve incapacitado para ejercer su función institucional.

La resolución 1483
De haber secundado y amparado la decisión de EE UU de atacar a Irak, la
ONU habría sobrevivido manteniendo la apariencia de funcionalidad como
garante de la seguridad mundial. Pero en tal caso habría quedado reducida
de facto a la condición de ente colaborador de los planes y objetivos ameri-
canos. Sin embargo, al soslayar ese destino, la ONU está amenazada de obte-
ner el mismo resultado, aunque con dignidad.
Al pasar por encima del Consejo de Seguridad, EE UU y sus coaligados
le vaciaron de influencia y poder. Concluida la guerra de Irak, numerosos
interrogantes se ciernen sobre el futuro de las Naciones Unidas. ¿Es posible
devolver a la ONU su credibilidad y protagonismo? Si no lo es, ¿será some-
tida, ignorada o reconvertida en una gran agencia humanitaria sin nervio
político? ¿Es posible una reforma institucional de la organización en un
contexto unilateral? ¿Hasta dónde puede EE UU prescindir de la ONU?
¿Aceptará Washington la cobertura de la ONU para eludir los efectos nega-
tivos de una administración en solitario en Irak? Después de la batalla di-
plomática que precedió al ataque del 20 de marzo, el debate jurídico-políti-
co pasó de la legalidad de la guerra a la legalidad de la ocupación. ¿Iba a
seguir a la guerra sin mandato de la ONU una posguerra sin responsabilidad
colectiva en su gestión?
Las primeras respuestas vinieron dadas por la resolución 1483, aproba-
da por el Consejo de Seguridad el 22 de mayo por catorce votos a favor y la
ausencia de Siria. Analicemos en primer lugar su contenido:
– El mandato y la autoridad. La resolución reconocía “la autoridad, la
responsabilidad y las obligaciones específicas que, en virtud del Derecho in-
ternacional aplicable, corresponden a esos países (EE UU y Reino Unido) en
Guillermo Medina 115

su calidad de potencias ocupantes bajo un mandato unificado (la ‘autori-


dad’)”. Se trata de un reconocimiento de competencia, pero también de la
responsabilidad de las potencias ocupantes como tales. La pretensión de
Francia, Rusia y Alemania de establecer un plazo al mandato quedó reduci-
da a la obligación de “pasar revista a la aplicación de la resolución dentro de
los doce meses siguientes a su aprobación y considerar las nuevas medidas
que puedan ser necesarias”.
La resolución 1483 “insta a la autoridad a que, de conformidad con la
Carta de las Naciones Unidas y otras normas pertinentes del Derecho inter-
nacional, promueva el bienestar del pueblo iraquí mediante la administra-
ción efectiva del territorio, en particular tratando de restablecer la seguridad
y estabilidad además de crear las condiciones en las que el pueblo iraquí
pueda decidir libremente su propio futuro políti-
co”. Se trata por tanto de una invitación o incita-
ción, no de un mandato, en la que la nitidez de los
objetivos contrasta con la inconcreción de las for- El representante
mas y plazos para alcanzarlos. No hay un calenda- de las Naciones
rio preciso y la fuerza de estabilización sigue sien-
do la de la coalición bélica y sus adheridos. A Unidas en Irak
diferencia de Kosovo y Afganistán, el poder del tiene limitada
control militar lo ejercerán las potencias ocupan- capacidad
tes a través de la autoridad estadounidense esta-
blecida antes de la resolución.1 resolutiva
– Representante de la ONU. La importancia
del papel atribuido a la ONU debe medirse en parte
por la valoración que merezca la figura de su representante en Irak. Las aspi-
raciones “multilaterales” lograron en este punto cierto reconocimiento, sin
duda con la ayuda de la actitud propicia de Reino Unido. La figura del “coor-
dinador” designado por el secretario general, Kofi Annan, fue “elevada” a la
de “representante especial”, como en Kosovo y Afganistán, y se reconocie-
ron unas “funciones independientes” que quedaron definidas así: “Informar
periódicamente al Consejo de sus actividades, coordinar las actividades de
la organización en los procesos posteriores al conflicto, coordinar a todos
los organismos internacionales dedicados a asistencia humanitaria y recons-
trucción en Irak y, en coordinación con la autoridad, prestar asistencia al
pueblo iraquí”.

1. La resolución 1244, de 10 de junio de 1999, acordó desplegar “bajo los auspicios de las
Naciones Unidas, presencias internacionales, una civil y otra militar”. Esta última contaba
con una “participación sustancial” de la OTAN. Las dos presencias dependían del representa-
te especial de la ONU. En Afganistán, la resolución 1386, de 20 de diciembre de 2001, estable-
ció el despliegue de una Fuerza Internacional de Asistencia de Seguridad (ISAF) autorizada
por la ONU para ayudar a la autoridad interina afgana al mantenimiento de la seguridad en
Kabul y sus alrededores. La presencia, inicialmente de seis meses, fue ampliada por sucesivas
resoluciones.
116 Política Exterior
Más alcance político tiene la función reconocida al representante “traba-
jando intensamente con la autoridad, el pueblo de Irak y otros interesados a
fin de avanzar en la tarea de restablecer y formar instituciones nacionales y
locales para un gobierno representativo y colaborando para facilitar un pro-
ceso que culmine en un gobierno de Irak, internacionalmente reconocido y
representativo”. El representante de la ONU no será un convidado de piedra,
pero su valoración como “un actor importante del proceso político puesto
en marcha” (Dominique de Villepin) se ve limitada por su escasa capacidad
resolutiva. Sin embargo, la habilidad y experiencia del brasileño Sergio Viei-
ra de Mello, nombrado representante especial del secretario general, pueden
lograr cierta influencia, más allá de la letra de la resolución, en el curso de
los acontecimientos.
– El fin de las sanciones. La solución encontrada al problema de las
sanciones a Irak representa un ejercicio de habilidad diplomática. De acuer-
do con las resoluciones que siguieron a la invasión de Kuwait, Irak sólo po-
día comerciar con el exterior y recibir dinero en condiciones muy estrictas y
bajo supervisión de la ONU. Washington exigía el levantamiento inmediato
de todas las prohibiciones referidas al comercio (excepto las de ventas de
armas) y la disposición sobre los recursos generados por el petróleo. Rusia y
Francia lo condicionaban a que el Consejo de Seguridad constatase, de
acuerdo con las resoluciones que las originaron y el informe de sus inspec-
tores, la eliminación de las armas de destrucción masiva (ADM). “Una certi-
ficación independiente y proveniente de una institución autorizada por la
comunidad internacional”, dijo, eufemísticamente, Hans Blix. Sin levanta-
miento de las sanciones, nadie dispondría de autoridad legal para exportar
el crudo iraquí, tutelado por la ONU.
La situación de partida era complicada. Jurídicamente, Francia y Rusia,
más o menos apoyados por China y Alemania, podían presionar a EE UU es-
grimiendo el requisito de que el levantamiento de las sanciones debía estar
precedido por la certificación de los inspectores sobre las ADM. Sin embar-
go, la virtualidad de ese arma legal, como de las sanciones, perdía todo sen-
tido tras la caída del régimen baazista y la no localización de dichas armas.
Empecinarse en ese punto habría sido anteponer una formalidad, por impor-
tante que fuese, a la evidencia, y provocar que la coalición anglo-americana
prescindiera nuevamente del Consejo de Seguridad, esta vez con la com-
prensión de la mayoría de los países miembros. Algunos altos funcionarios
de Washington dejaron claro que deseaban el levantamiento de las sancio-
nes por parte del Consejo de Seguridad, pero que de no producirse harían
caso omiso de las mismas.
En realidad nadie se oponía al levantamiento de las sanciones, sino a ha-
cerlo, como sostenía el presidente ruso, Vladimir Putin, sin el dictamen de
los inspectores. Una solución de compromiso habría sido la suspensión de
las sanciones en espera de una posterior decisión del Consejo, como en al-
Guillermo Medina 117

gún momento se consideró, pero EE UU impuso el levantamiento puro y


simple. Pudo acordarse el regreso de los inspectores después de levantadas
las sanciones, como propuso Rusia, lo que habría representado un reconoci-
miento del papel de la ONU, y a su vez una forma de dar credibilidad a un
eventual e improbable hallazgo de armas, o la ausencia de las mismas; pero
EE UU consideró la cuestión innecesaria e irrelevante, sin duda porque Blix
y sus colaboradores comparten con Francia las preferencias punitivas de
Washington y porque la cuestión de los inspectores simbolizaba la disputa
anterior a la guerra.
Finalmente, a través de la resolución 1483, el Consejo de Seguridad
“reafirma que Irak debe cumplir las obligaciones de desarme que le in-
cumben”, “alienta” a EE UU y Reino Unido a que “le mantengan informa-
do de sus actividades al respecto” y “destaca su
intención de volver a examinar” los mandatos
que dieron lugar a las sanciones. Tres afirmacio-
nes irónicamente pueriles (con Irak ocupado y ¿Es posible
las armas sin aparecer) con las que se pretendía legalizar la
salvar la dignidad de la ONU ante el hecho bási-
co consistente en la imposición de la exigencia
posguerra sin
estadounidense. Los inspectores no vuelven legalizar la
(aunque podrían hacerlo en el futuro en coopera- guerra?
ción con la autoridad) y EE UU ha asumido la
responsabilidad en la inspección de las armas.
Es la forma diplomática de “pasar página” de lo
que sirvió como justificación formal de la guerra de Irak.
– Recursos del petróleo. La resolución “pone término a las funciones re-
lacionadas con las actividades de observación y supervisión a cargo del se-
cretario general en virtud del programa, en particular la supervisión de la
exportación de petróleo y derivados de Irak”. El programa “petróleo por ali-
mentos” (expiraba el 3 de junio), finalizará una vez que transcurra la prórro-
ga de seis meses acordada por la resolución 1483 a partir de su aprobación
el 22 de mayo. Se trata de una concesión (cuatro meses en la primera pro-
puesta de resolución americana) que dista de satisfacer la pretensión de al-
gunos gobiernos de que la supresión del programa fuese gradual y flexible o
de prolongarlo hasta la formación de un gobierno iraquí reconocido interna-
cionalmente. Pasado el semestre de prórroga, la responsabilidad “por la ad-
ministración de toda actividad restante en virtud del programa” será trans-
ferida a la autoridad. Por otra parte, la resolución obliga a una revisión “a la
luz del cambio en las circunstancias” de la “utilidad relativa de cada uno de
los contratos aprobados y financiados” (en virtud del programa).
– Fondo de desarrollo. La resolución “observa que se ha establecido” un
Fondo de desarrollo (la propuesta inicial de EE UU, presentada el 9 de ju-
nio, lo denominaba inapropiadamente Fondo de asistencia), para Irak que
REUTERS/CORDÓN PRESS

Joschka Fischer y Kofi Annan en el Consejo de Seguridad de la ONU


(Nueva York, 19 de marzo de 2003)

“se deberá utilizar de manera transparente para satisfacer las necesidades


humanitarias del pueblo iraquí, llevar a cabo las tareas de reconstrucción
económica y reparación de la infraestructura de Irak, y hacer frente a los
gastos de la administración civil iraquí, así como para otros fines que vayan
en beneficio de la población”. El Fondo “estará a cargo del Banco Central
de Irak” y auditado por contadores públicos independientes aprobados por
la Junta Internacional de Asesoramiento y Supervisión del Fondo, de la que
formarán parte representantes del secretario general de la ONU, del direc-
tor del Fondo Monetario Internacional, del presidente del Banco Mundial y
Guillermo Medina 119

del director del Fondo Árabe para el Desarrollo Social y Económico. No hay
referencia a obligación alguna de informar a la ONU.
El apartado 20 clarifica los ingresos del Fondo y su control. “Decide [el
Consejo de Seguridad] que todas las ventas de exportación de petróleo, pro-
ductos derivados y gas natural que se lleven a cabo a partir de la aprobación
de la presente resolución, se hagan con las mejores prácticas del mercado
internacional y, a efectos de transparencia, sus cuentas sean verificadas por
contadores públicos independientes que presenten informes a la Junta In-
ternacional de Asesoramiento y Supervisión (…) y que además, con la ex-
cepción de lo dispuesto en el párrafo 21 (el cinco por cien de las ventas será
depositado en el Fondo de Indemnización), la totalidad del producto de di-
chas ventas se deposite en el Fondo de Desarrollo para Irak hasta que se ha-
ya constituido un gobierno de Irak reconocido y representativo”.
Como se observa, lo resuelto estaba lejos de las pretensiones iniciales
de Francia y Rusia de un control directo de la ONU del petróleo iraquí. El
apartado 9 advierte de que los recursos del Fondo “serán desembolsados se-
gún disponga la autoridad, en consulta con la autoridad provisional iraquí”.
La supresión de las sanciones y el establecimiento de la “inmunidad judi-
cial” en la gestión de los recursos petrolíferos han dado a EE UU un poder
prácticamente pleno en la explotación de los mismos. En los hechos, el res-
ponsable iraquí designado por EE UU, Thamir Ghadhbane, prácticamente
un ministro del petróleo, está subordinado a las decisiones que toman los
tres directivos, dos estadounidenses y un iraquí nacionalizado en EE UU,
nombrados por Washington y que dependen del presidente del Consejo de
Vigilancia, Phillip Carroll, verdadero patrón del petróleo iraquí.
Cuestión delicada a la vista de las nuevas evidencias de los crímenes
perpetrados por el régimen de Sadam Husein es la persecución y juicio de
sus responsables y autores. La resolución 1483 formula la “necesidad de que
se rindan cuentas por las atrocidades y los crímenes cometidos por el ante-
rior régimen iraquí” e “insta” a los miembros de la ONU a que “respalden las
medidas encaminadas a hacerlos comparecer ante la justicia”. Pero hacer
justicia por los crímenes del régimen baazista se convertirá en un difícil pro-
blema para la “autoridad”, es decir para EE UU, que ha asumido esa carga al
rechazar que la resolución 1483 precise la forma en que se hará justicia y
desde luego que reconozca cualquier forma de competencia de un tribunal
internacional. ¿Quién va a juzgar a los dirigentes y cómplices del régimen de
Sadam? El 8 de mayo comenzaron los procesos judiciales en Irak bajo la su-
pervisión del consejero de Justicia estadounidense, Clint Williamson, quien
dijo que “los crímenes contra el pueblo iraquí serán juzgados por el pueblo
iraquí”. ¿Quiénes serán los jueces, quién los nombrará, con arreglo a qué
principios y normas? ¿Será una justicia de los vencedores?
Entre el primer proyecto de resolución presentado por EE UU el pasa-
do 9 de mayo y el aprobado veintitrés días después hay notables diferen-
120 Política Exterior

cias –hasta ochenta modificaciones a los sucesivos textos– cuya importan-


cia a favor de la visión multilateralista debe reconocerse. La propuesta ini-
cial que confería a las Naciones Unidas un papel “vital” en cuanto a “pro-
porcionar ayuda humanitaria, apoyando la reconstrucción de Irak y
ayudando a la formación de una autoridad interina” fue sensiblemente me-
jorada hasta quedar en los términos siguientes: “Que las Naciones Unidas
desempeñen un papel fundamental en la prestación de asistencia humani-
taria, la reconstrucción de Irak y el restablecimiento y la creación de insti-
tuciones nacionales y locales de autogobierno representativo”. De esta for-
ma al Consejo de Seguridad se le reconoce una función vital también en la
gestión política de la posguerra en Irak, lo que evita la ostensible relega-
ción a la condición de prestigiosa ONG.
Dicho lo anterior, el texto general de la resolución 1483 responde a la in-
terpretación estadounidense del concepto “vital” en contraposición al “cen-
tral”. El sentido dado a ambos conceptos es, respectivamente, el de “impor-
tante” y “decisorio”. Y lo aprobado por el Consejo de Seguridad responde
indudablemente al primero con algunas concesiones secundarias al segundo.2

Un papel ‘vital’
Algunos analistas se esforzaron por encontrar lecturas concluyentes sobre
los “vencedores” y “vencidos” por la resolución que pone fin aparentemente
al conflicto político-legal vivido en el Consejo de Seguridad sobre la crisis de
Irak. ¿Hay que interpretar “la paz de la 1483” como una capitulación de los
países antihegemónicos? Éstos lo niegan argumentando que los principios se
han salvado porque la resolución no ha legalizado la guerra. En realidad, esta
cuestión se ha obviado. Ni se la legaliza ni se la condena, porque nadie tenía
interés en un pronunciamiento tan crítico y conflictivo sobre un asunto tan
evidente y a estas alturas políticamente incorrecto e incómodo. La ilegalidad
formal de la guerra ha quedado en el limbo jurídico de la historia.
Quienes interpretan que se ha producido una “capitulación” de la ONU
ante la hiperpotencia destacan el contraste entre los plenos poderes otorga-
dos a EE UU (la autoridad) y la inexistencia de las ADM invocadas para jus-
tificar la guerra. La resolución aprobada liquida los equipos inspectores de
la ONU y cede la responsabilidad inspectora a la autoridad ocupante. En vez
de colocar a Irak bajo la tutela de la ONU, no especifica limitaciones sustan-
ciales a los poderes de la autoridad ocupante –auténtica controladora del

2. El 10 de abril, con la guerra virtualmente concluida, Colin Powell declaró a Los Ange-
les Times que “la responsabilidad sobre Irak no puede ser asumida por la ONU”. Después de
la cumbre anglo-americana de Belfast, Bush dijo que la ONU tendría un papel “vital”, pero la
ambigüedad de este concepto quedó aclarada poco después por el secretario de Estado cuan-
do puntualizó que no significaba “central”, más que en lo referente a la ayuda humanitaria.
Guillermo Medina 121

proceso de reconstrucción económica y de transición política– y las funcio-


nes atribuidas a la ONU y a Annan convierten a ambos en instituciones cola-
boradoras de las potencias ocupantes.3
Sin embargo, aunque la resolución 1483 asumió básicamente los objeti-
vos de la propuesta estadounidense, no debe interpretarse como una simple
claudicación si se consideran sus aspectos positivos y el contexto real y fác-
tico en el que se ha producido. Los intereses y aspiraciones de la coalición
ocupante y de los países antihegemónicos están todo lo equilibrados que ca-
bía esperar en la resolución. Ésta es el resultado de una negociación realiza-
da por ambas partes con ánimo constructivo y percepción pragmática de la
realidad posbélica de Irak.
Ciertamente, la resolución legitimó la ocupación por la coalición y la
autoridad ocupante, pero ello no es sino la consta-
tación de una realidad irreversible. No recompone
la legalidad internacional violada, que en puridad
sólo podría manifestarse mediante una condena de Renunciar a
la guerra sin aval, pero restablece, al menos for-
malmente, la funcionalidad de la organización y
contrariar a la
trasluce la intención de “rehabilitarla moralmente” ‘nueva Roma’
a posteriori. Más bien significa el compromiso po- sería abdicar de
sible en la “correlación de fuerzas” actual entre los principios de
unilateralistas y multilateralistas y se atiene a un
hecho irreversible: la guerra al margen de la legali- un mundo plural
dad había concluido y había que centrarse en los
problemas de la ocupación de Irak.
¿Legitima de hecho la resolución 1483 la situación que precede a su
aprobación? Los multilateralistas lo niegan. “La resolución carece de retro-
actividad y no legitima las actuaciones en Irak contra la opinión del Consejo
de Seguridad”, según Igor Ivanov, ministro ruso de Asuntos Exteriores. Su
colega alemán, Joschka Fischer, añadió que la posición de Alemania, hostil
a la guerra, sigue vigente, y el francés, Dominique de Villepin aseguró que
Francia, “al votar la resolución (…) permanece fiel a sus principios: este
texto no legitima la guerra y abre la vía a la paz, que hay que construir jun-
tos (…). Hemos escogido la unidad y la responsabilidad de la comunidad in-
ternacional (…). La ONU vuelve al juego y tengo la convicción de que estará
en el futuro en el centro de la acción internacional”.
¿Ha contradicho Francia su posición anterior? No, si los hechos de la
guerra y la posguerra pudieran disociarse, poniendo la segunda bajo la égi-
da del realismo y la responsabilidad frente a la cuestión de principio asumi-

3. El 12 de junio el Consejo de Seguridad concedió a las tropas de EE UU, con la absten-


ción de Francia, Alemania y Siria, un nuevo año de inmunidad ante la Corte Penal Internacio-
nal. El mismo día, Rumsfeld exigió a Bélgica que suprimiera su ley de competencia universal
como condición para la construcción en Bruselas de la nueva sede de la OTAN.
122 Política Exterior

da para rechazar la primera. ¿Es posible legalizar la posguerra sin legalizar


la guerra? ¿Podía Francia hacer otra cosa una vez concluida la guerra y por
tanto la vigencia de la discordia previa a la misma? Una vez derribado el ré-
gimen baazista se producía una situación de hecho que originaba una reali-
dad jurídica, y sobre todo política, distinta. En ella carecía de sentido, a los
ojos de gran parte de la comunidad internacional, proyectar sobre el futuro
los vicios legales de la guerra, en perjuicio de la normalización democrática
y la reconstrucción.

Entre los principios y el realismo


La resolución ha de contextualizarse en la realidad presente y los dilemas
que plantea. ¿Qué hacer ante la hiperpotencia resuelta a usar sin complejos
ni limitaciones todo su poder? La primera opción es resignarse y renunciar
a contrariar a la “nueva Roma”, lo que supondría abdicar de los principios
de un mundo plural, regido por reglas colectivas. La segunda es esperar,
confiando en que los problemas y limitaciones del unilateralismo para crear
un mundo más estable y seguro terminen por provocar no sólo un cambio
de presidente sino también un cambio de política en EE UU; es una expec-
tativa posible, pero lenta y azarosa. La tercera está en la línea de lo propues-
to por el ex ministro de Exteriores francés, Hubert Védrine: “A un mismo
tiempo, asumir, defendernos, separarnos, con habilidad y sangre fría. Seguir
recordando moderadamente pero con claridad los principios de toda socie-
dad internacional para ser coherentes y preparar el futuro”.4
Una realista y hábil combinación de las dos últimas opciones parece la
mejor estrategia de contención en los escenarios de diálogo-confrontación
con EE UU: la lucha común contra el terrorismo, la reconfiguración de las
relaciones atlánticas, la globalización económica, las relaciones de poder
con las potencias emergentes y, desde luego, el debate sobre las Naciones
Unidas. A esa visión realista y paciente, que busca y aprovecha las ventanas
de oportunidad, parece responder la resolución 1483.
Los hechos podrían dar la razón a quienes piensan que el tiempo favore-
ce a la ONU y que la posguerra iraquí depara un contexto más propicio. El
Financial Times lo previó al comentar en pleno debate diplomático prebéli-
co que “EE UU parece determinado a debilitar la institución [la ONU] que
más necesita”. Si la guerra sirvió para demostrar que EE UU se basta y se
sobra para ganar una guerra, la posguerra demostrará la imposibilidad de
hacer frente unilateralmente a los innumerables problemas de la recons-
trucción política y económica y a las consecuencias de todo tipo generadas
por “las guerras de Bush”. EE UU no necesitó a la ONU para hacer la guerra,
pero no ha podido gestionar la posguerra en un enfrentamiento permanente

4. Le Monde, 22 de mayo de 2003.


Guillermo Medina 123

con el Consejo de Seguridad, al igual que los países del rechazo no están en
condiciones de sostener una dinámica de conflicto. Washington necesita al-
go más que aliados circunstanciales y condescendientes para evitar una ca-
tástrofe humanitaria en Irak, continuar la guerra contra el terrorismo mun-
dial o llevar la paz a Oriente Próximo.
Cuando el portavoz del departamento de Estado, Richard Boucher, ase-
guró, durante la negociación de la 1483: “Nos esforzaremos por conseguir
una resolución que todo el mundo pueda votar”, no actuaba bajo un súbito
ataque de generosidad, sino en plena conciencia de la necesidad de ganar
apoyo y legitimación internacionales. Ni siquiera EE UU podía colocarse en
rebeldía abierta y permanente en el Consejo de Seguridad prescindiendo
unilateralmente del levantamiento de las sanciones, lo que por otra parte
hubiera supuesto una inseguridad jurídica inadmi-
sible incluso para las empresas estadounidenses
implicadas o interesadas en la reconstrucción del
país y en la explotación petrolífera. Para los
La difícil situación en Irak, la persistencia de neoconservadores
la inestabilidad en Afganistán, los atentados terro-
ristas en Riad y Casablanca, las dificultades para la ONU no puede
concretar el proceso de paz palestino-israelí, todo afrontar los
debe incitar a Estados Unidos a contar con apoyos peligros del
internacionales en los diversos frentes. Dentro del
país, la administración tiene que enfrentarse a las
mundo moderno
acusaciones de mentir sobre las armas de destruc-
ción masiva iraquíes y fabricar o amañar pruebas
para justificar la guerra. Ello no va arredrar a los ultraconservadores ni al
Pentágono, cuyo número dos ha reconocido sin pudor la manipulación, pe-
ro estimula, por primera vez desde los atentados, un frente interno que
cuestiona los métodos de la administración republicana.
La suavización estadounidense tiene que ver con los múltiples proble-
mas y complicaciones de la posguerra. EE UU se ha mostrado incapaz e in-
dolente como potencia ocupante. Meses después de finalizar la guerra, el
caos es tal que se multiplican las críticas a la improvisación e impericia para
organizar la paz y a la falta de previsión sobre los problemas y riesgos de la
estabilización. Washington tuvo que relevar al desorientado administrador,
el general retirado, Jay Garner, y prescindir de ciertos líderes proamerica-
nos del exilio poco representativos.
El rechazo a la ocupación militar favorece las expectativas electorales
de los líderes iraquíes nacionalistas, mientras que los ataques a las tropas no
tardarán en superar en víctimas a las bajas durante la contienda. Lejos de
pensar en una retirada parcial de los soldados estadounidenses, el actual
administrador, Paul Bremer, reclamaba el envío de miles de policías para
controlar las ciudades, mientras que Rumsfeld anunciaba a finales de mayo
124 Política Exterior

que enviaría 15.000 soldados de refuerzo, lo que elevaría la cifra de efecti-


vos, incluyendo los policiales, a 160.000. Al mismo tiempo, el proceso políti-
co se ralentiza y avanza con contradicciones.5
El paso del tiempo y las circunstancias posbélicas también favorecen a
los sectores más dialogantes de la administración Bush, de forma que las dife-
rencias entre el primer proyecto de resolución presentado por EE UU y el
aprobado marcan las distintas ópticas de los departamentos de Defensa y de
Estado, respectivamente. Así como el Pentágono se sentó a esperar a que fra-
casase Powell en el intento de conseguir el apoyo del Consejo de Seguridad a
la guerra, éste esperó a los previsibles problemas de su rival interno después
de la guerra, simbolizados en los errores de Garner como administrador.
Sin embargo, no hay que olvidar que los multilateralistas de Washing-
ton, situados en el departamento de Estado, son en el fondo unilateralis-
tas moderados. Sostienen, como Powell, que antes de atacar Irak u otro
país, EE UU debe pedir el apoyo del Consejo de Seguridad, pero que si és-
te no se produce, actuará de todos modos. “El Consejo debe decidir, y
una vez que lo haya hecho haré lo que quiero”. Ése fue el mensaje de Po-
well en septiembre de 2002 ante el Consejo: lo que decida “no nos impedi-
rá hacer lo que creamos que es apropiado”. Son, como escribió Robert
Kagan, “multilaterales instrumentales” y siguen con ello una tendencia
histórica del “realismo” americano que no confía en las Naciones Unidas.
La diferencia con los neoconservadores unilateralistas es que éstos están
profundamente convencidos de que no es posible afrontar con eficacia
los peligros del mundo moderno con un orden internacional que tenga co-
mo eje decisorio o condicionante a la ONU, por lo que hay que prescindir
de la organización, mientras que Powell y los conservadores tradicionales
creen que es posible tener a la organización de su lado y que el juicio fa-
vorable del Consejo de Seguridad es deseable aunque no vinculante. No
hay pues una oposición frontal de fondo entre unilateralistas puros y mul-
tilateralistas instrumentales. Como se vio con ocasión del debate sobre
Irak en el Consejo de Seguridad, los primeros deseaban simplemente que-
mar etapas, convencidos de que el Consejo no aprobaría el ataque, mien-
tras que los segundos creían necesario, con Powell a la cabeza, intentar
ganar antes el apoyo de la ONU.
Las dos visiones han actuado sin grave contradicción, más bien como
fases distintas de un mismo plan (“el puño de hierro del unilateralismo den-
tro del guante de terciopelo del multilateralismo”).6 Entre ellas se establece
un equilibrio que permite jugar tácticamente según las circunstancias. Am-

5. El 1 de junio Bremer anuló la convocatoria que hizo el 21 de mayo para organizar un


congreso nacional y sustituyó éste por un consejo político de no más de treinta miembros que
asumirá la representación provisional iraquí y redactará la Constitución que será sometida a
referéndum.
6. Robert Kagan, The Washington Post, 13 de noviembre de 2002.
Guillermo Medina 125

bas se apoyan mutuamente: los multilateralistas pueden negociar en posi-


ción de fuerza con los aliados y objetores porque éstos saben que en caso
contrario entrarán en escena los unilateralistas; que dejan hacer a los prime-
ros a sabiendas de que les cederán el terreno si fracasan. En ese entendi-
miento, la administración Bush asumió antes de la guerra que el departa-
mento de Estado lograría reconducir a los “díscolos” a favor de su
resolución en el Consejo de Seguridad.
El fracaso resultó irritante para todos en Washington y fortaleció a los
unilateralistas genuinos, que aprovecharon la ocasión para demostrar la vo-
luntad de actuar independientemente de todo condicionamiento. Pero des-
pués de la guerra el juego entre unilateralistas y multilateralistas en Was-
hington vuelve a equilibrarse en su objetivo de reconstruir la OTAN y
reconducir a la ONU hacia un papel colaborador. Los reticentes y díscolos
han tenido ocasión de comprobar la dureza de las reacciones americanas y,
sobre todo, la inutilidad de su “numantinismo” para cambiar la voluntad
preexistente en la Casa Blanca.
A su vez, EE UU tendrá ocasión de comprobar en las circunstancias de
la posguerra de Irak las ventajas de contar con aliados y de implicar a la
ONU en determinados aspectos de la ocupación. Sobre estas bases, los mul-
tilateralistas instrumentales tienen oportunidades para intentar reconstruir
en cierto modo el multilateralismo. Pero sin equívocos: en la era de la supre-
macía absoluta estadounidense, el multilateralismo será según el estilo ame-
ricano. El fondo del conflicto que enfrenta en la ONU a unilateralistas y
multilateralistas sigue intacto porque radica en la negativa del gobierno y el
Congreso de EE UU a aceptar una instancia internacional superior. El deba-
te jurídico ha sido y continuará siendo el ropaje con que los países contra-
rios al hegemonismo estadounidense intentarán proteger su autonomía a
través de una arquitectura institucional mundial.

Reforma y futuro de la ONU


Tras la guerra de Irak nadie abriga dudas sobre la necesidad de redefinir las
funciones y la estructura de las Naciones Unidas, pero mientras unos la
quieren para fortalecer el sistema de seguridad internacional, no para debili-
tarlo, Bush ya ha anunciado que su objetivo es hacerla coherente con el
ejercicio de la hegemonía estadounidense.
Una reforma conforme a la experiencia y las prioridades actuales debe
definir un concepto global de seguridad que incluya los aspectos de la coo-
peración y de los derechos humanos como integrantes de una visión actual,
justa y realista de la seguridad. La experiencia demuestra la insuficiencia fi-
nalista e instrumental de un concepto de seguridad determinado por los in-
tereses de Estado y centrado esencialmente en cuestiones como las armas
126 Política Exterior

no convencionales en cuanto que amenaza para los Estados centrales. El ca-


so de Irak es una manifestación flagrante de cómo las violaciones de los de-
rechos humanos y las situaciones de tiranía sólo entran en la agenda del
Consejo de Seguridad cuando existen por medio ADM o afectan a intereses
de seguridad de los principales Estados miembros. Como ha escrito Vieira
de Mello, “éste es el fracaso político distintivo de nuestra era: la incapaci-
dad de comprender la amenaza para la seguridad que suponen las violacio-
nes graves de los derechos humanos, y la incapacidad de lograr consenso
prácticos a la hora de actuar contra tal amenaza”.
Se trata de trabajar en las causas y orígenes de los conflictos, antes que
sobre sus efectos. La acción de la comunidad internacional tiene que ser
preventiva, en una concepción de la justificación y ejercicio de ese principio
que nada tiene que ver, obviamente, con los ataques militares unilaterales.
Pero hoy día no se percibe cómo ni cuándo podrá alcanzarse esa aspiración.
Contra el parecer de la administración Bush, la ONU es absolutamente
necesaria. La “vía de la ONU” es la de los principios y normas del Derecho
internacional y la de los valores universales enunciados en su carta funda-
cional. Pero el ordenamiento necesario no puede basarse sólo en el concep-
to de seguridad de los Estados, sino en la protección y mundialización de
los derechos fundamentales. Es preciso definir el principio de injerencia hu-
manitaria en relación con el de no intervención. No son las creencias y las
normas morales de un Estado las que deben ordenar el mundo, sino los
principios de libertad de las naciones y de su derecho a organizar su forma
de convivencia sin más condición que el respeto a los derechos y libertades.
El principio legitimador no puede ser la implantación de un determinado
modelo político-económico ni el cumplimiento de una misión providencial.
Más bien se trata de dar cabida a una ética de la responsabilidad por parte
de quienes ostentan mayor poder.
Después del equilibrio entre bloques, la ONU es más irreemplazable que
nunca si queremos un orden internacional basado en la responsabilidad y la
voluntad colectivas. Es la pieza clave de una arquitectura multilateral del or-
den mundial, como bien saben los neoconservadores estadounidenses que
desean vaciarla de cualquier función ordenadora. Restablecer su credibili-
dad y funcionalidad es, sin duda, uno de los ejes de un orden que tenga a la
comunidad internacional como un protagonista activo y legítimo. Pero este
objetivo y sus posibilidades, una vez concluida la guerra de Irak, requiere
para ser viable un enfoque realista de las condiciones en que debe actuar.
La experiencia de la crisis iraquí ha demostrado las debilidades prácti-
cas del multilateralismo “puro” onusiano a la hora de contener el ejercicio
de la voluntad unipolar, pero también ciertas limitaciones del unilateralis-
mo. La ONU supo defender sus principios y contestar el unilateralismo, pe-
ro no pudo evitar la guerra al margen de la legalidad y la legitimidad. De es-
ta forma, el Consejo de Seguridad mostró su condición de institución
Guillermo Medina 127

superflua cuando las dos visiones del mundo entran en oposición frontal.
Ésta es una realidad que hay que asumir si se quiere que recupere influen-
cia. Cualquier pretensión de atribuirle en las presentes circunstancias un
“poder mundial”, que por otra parte no ha tenido anteriormente, sería un
error porque se trata de una pretensión inviable.
La recuperación de credibilidad y protagonismo por parte de la ONU
debe ser un proceso gradual, prudente y que aproveche todos los resquicios
y ocasiones que se presenten para demostrar su necesidad, incluso, por su-
puesto, para los objetivos legítimos de paz y seguridad de la potencia hege-
mónica. Un punto esencial de ese objetivo debe ser reformar la propia insti-
tución para que sea más representativa del mundo actual, más universal, y
por consiguiente más legítima y eficaz. El capítulo VII de la Carta debe re-
formarse y el Consejo de Seguridad debe incluir entre sus miembros perma-
nentes a las nuevas grandes potencias (Alemania, Japón, India, Brasil) y a
representantes formales de bloques, grupos de países (la Unión Europea,
los países árabes) y de regiones.
El debate sobre la ONU e Irak atañe no sólo a la legalidad sino también
a la legitimidad de las decisiones de la organización. Las razones de los
miembros del Consejo de Seguridad contrarios a la guerra fueron no sólo ju-
rídicas y políticas sino también éticas. Al cuestionar la moralidad de un ata-
que preventivo contra un país que no constituía, desde su legítima y fundada
percepción de las cosas, una amenaza cierta e inmediata, unos países recha-
zaron el uso instrumental de la ONU para legalizar decisiones originadas
por una lógica de poder. Esto permite abrigar la esperanza, cara al futuro,
de que los valores universalmente reconocidos en estos comienzos de siglo
condicionen de alguna manera las actuaciones de los órganos colectivos de
la comunidad internacional. Se trata de progresar hacia una institucionali-
dad en la que legalidad y legitimidad no se hallen disociadas, como ocurrió
en Kosovo y más recientemente en Irak. En el primer caso la legalidad for-
mal se esquivó en 1999 por una intervención militar que tenía el respaldo de
la OTAN y de la UE y se justificaba éticamente por responder a una agresión
activa y cierta contra el pueblo kosovar. En Irak, se pretendió, por decirlo
en palabras de Mario Vargas Llosa, una legitimidad “en contra del único or-
den legal internacional, que es la ONU”.
Irak: la impostura
de la ocupación
Gema Martín Muñoz

Estados Unidos ha cometido un error al querer reconstruir Irak a su imagen y se-


mejanza. Irak parece estar ahora a la deriva de un conflicto civil interno y de radi-
calización de la sociedad, al tiempo que genera mayor inestabilidad en la región.

S
egún el guión defendido en las postrimerías de la invasión de Irak
por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y elaborado
por los responsables del Pentágono, una vez derrocado el régimen
de Sadam Husein, los soldados americanos serían recibidos como
liberadores por las masas iraquíes y la reducción de tropas podría llevarse a
cabo en un periodo breve, mientras rehacían políticamente Irak, el petróleo
fluía en abundancia, el país se abría a unos lucrativos negocios y Oriente
Próximo encontraba el camino de la paz y la estabilidad. Las Naciones Uni-
das eran calificadas de “irrelevantes” al no dar su aval a la invasión, y el
unilateralismo, acompañado de un indisimulado desprecio hacia quienes re-
chazaron unirse a la invasión, vivía días de euforia. En tan sólo unos meses
ese guión se ha hecho pedazos ante la constatación de que la realidad dista-
ba mucho de la prospectiva defendida por Washington.
La guerra fue, en efecto, rápida y fácil, tanto porque el régimen iraquí
ni tenía armas de destrucción masiva ni representaba ninguna amenaza
militar para nadie tras doce años de draconianas sanciones, armamentísti-
cas y económicas, como porque la sorprendente rendición de Bagdad y la
autodisolución de la guardia republicana permitieron evitar una guerrilla
urbana que hubiese prolongado y ensangrentado el enfrentamiento bélico.
Esta inesperada situación sigue sin respuesta, si bien todo indica que hu-
bo un pacto secreto entre invasores e invadidos cuyos términos aún se
desconocen.

Gema Martín Muñoz, profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Uni-
versidad Autónoma de Madrid, es autora de Iraq, un fracaso de Occidente (1920-
2003), editado por Tusquets.

POLÍTICA EXTERIOR, 96. Noviembre / Diciembre 2003


110 Política Exterior

El fracaso de la posguerra tiene dos vertientes: una derivada de la des-


legitimación progresiva de las causas que oficialmente se presentaron co-
mo justificación para la invasión; y otra por la falta de planificación de di-
cha posguerra, fruto de una combinación de ideología, ignorancia y
arrogancia.
La falta de credibilidad de quienes defienden una guerra preventiva en
función de argumentos falsos, ha colocado al orden internacional en una si-
tuación de precariedad y caos. La manipulación de los informes de los ser-
vicios de seguridad (con respecto a unas supuestas armas de destrucción
masiva que podían poner al mundo bajo peligro inminente, incluso en tan
sólo “45 minutos”, y en lo relativo a los igualmente supuestos lazos del régi-
men iraquí con el terrorismo de Al Qaeda), y la sustitución de los mecanis-
mos internacionales de inspección de armamentos por un equipo controla-
do por los propios invasores, ponen en evidencia la falta de fiabilidad de la
superpotencia y sus aliados a la hora de justificar sus decisiones políticas.
Tras vilipendiar a los responsables de la inspección de armas de la
ONU, EE UU y Reino Unido crearon de manera unilateral su propio equipo
de 1.400 inspectores para “encontrar” las armas de destrucción masiva que
ni Hans Blix ni Mohamed El Baradei hallaron. Ellos tampoco las han encon-
trado, pero lo realmente importante en esta cuestión es negar toda legitimi-
dad a esa inspección, cualquiera que sea el resultado de su búsqueda, por-
que ha sido constituida de manera ilegal, sustituyendo a los legítimos
responsables de las Naciones Unidas para llevar a cabo la inspección. Cual-
quiera que sean sus conclusiones deben considerarse, por principio, nulas.
Ante las dificultades crecientes en que se encuentran las fuerzas ocu-
pantes en Irak, EE UU ha iniciado una aproximación hacia la “irrelevante”
ONU a la búsqueda de apoyo económico y militar. El problema está en que
Washington no manifiesta la más mínima intención de modificar el marco
de la ocupación, sino que sólo busca que le ayuden a asumir el coste de su
mantenimiento. Independientemente de la suma astronómica que supone
esa aventura colonial norteamericana que nadie ha aprobado, o incluso al-
gunos han rechazado activamente, no es difícil suponer que enviar tropas a
Irak colocaría a sus soldados en la misma situación de vulnerabilidad que
viven los norteamericanos frente a la resistencia armada iraquí. Si no se da
credibilidad a la ONU como responsable de una fuerza internacional de pa-
cificación e intermediación a favor de la rápida devolución de la soberanía
a los iraquíes, en el marco de un proceso democráticamente fiable, el cam-
bio puramente nominal de coalition troops (tropas de la coalición) a UN
peace-keepers (tropas de mantenimiento de la paz de la ONU) bajo mando
político y militar norteamericano no serviría más que para reforzar la ima-
gen de la ONU como apéndice de la fuerza ocupante.
En realidad, las Naciones Unidas, y su secretario general, Kofi Annan,
se encuentran sometidos a grandes presiones y dilemas internos, al margen
Gema Martín Muñoz 111

de los derivados por la división en el seno del Consejo de Seguridad. La


muerte de los funcionarios de la ONU en Bagdad, a consecuencia del aten-
tado cometido el 19 del pasado agosto, ha intensificado la opinión general
de los funcionarios de la organización de que seguir en Irak en las circuns-
tancias actuales es inmantenible, y más cuando sus responsables en Bag-
dad, como Sergio Vieira de Melo y Nadia Yunis, estaban lejos de apoyar a
Washington en su ocupación de Irak.
EE UU y Reino Unido necesitan que, al menos, la ONU siga garantizan-
do el programa “Petróleo por alimentos” del que viven –aún en condicio-
nes precarias– muchos iraquíes, pero los funcionarios de las Naciones Uni-
das no quieren ser confundidos por los iraquíes con las tropas de
ocupación porque les coloca en una situación de alto riesgo, tal como se
comprobó en el atentado de agosto. Éste tuvo lu-
gar unos días después de que la ONU aprobase la
resolución 1500 en la que se daba discretamente
la bienvenida al Consejo de Gobierno Iraquí (CGI) El proyecto de
nombrado por la Autoridad Provisional de la Coa- Estados Unidos
lición (APC), Paul Bremer, calificándolo como
“un importante paso” en la dirección de una enti- para Irak es el
dad soberana reconocida internacionalmente. La de convertirlo
manipulación de las interpretaciones al servicio en un nuevo
de la propaganda llevó a los “chantres” del Pentá-
gono a declarar a bombo y platillo lo que no era Estado-cliente
cierto: que la ONU legitimaba así la invasión y
ocupación, contribuyendo a extender la idea de la
amalgama entre ONU y ocupación que no fue ajena al ataque contra el edi-
ficio de la organización.
Hay que tener en cuenta además que esta confusión lo que hace es pro-
fundizar en un ambiguo sentimiento existente entre los iraquíes con respec-
to a la ONU, dado que está aún vivo el recuerdo entre muchos de ellos de
que las Naciones Unidas fueron durante doce años el aval del embargo por
el que se sometió a toda la población a un injusto castigo colectivo. Por
ello, la ONU necesita ante todo recomponer su credibilidad en este país pa-
ra poder desempeñar cualquier papel en condiciones de seguridad, y si, por
el contrario, a esta memoria social ya existente se le une su integración en
cualquier proceso bajo control norteamericano, la amalgama con los ocu-
pantes tendrá consecuencias negativas sobre el terreno para la ONU.
Por otro lado, el acercamiento de EE UU al Consejo de Seguridad
buscando una nueva resolución ha respondido a unos objetivos evidentes:
lograr dinero y tropas de otros países, los cuales ponen como condición
actuar bajo palio onusiano; conseguir que la ONU asuma la parte civil de
la ocupación; diluir el fracaso de la posguerra con una cobertura interna-
cional que ayude a Bush a ganar las elecciones. Lo que ofrece a cambio es
112 Política Exterior

colocar la ocupación bajo mandato de la ONU, manteniendo todo el con-


trol militar, político y económico. Lo sorprendente es que Washington no
entienda la falta de entusiasmo que provoca en la comunidad internacio-
nal su oferta.
La resolución 1511 aprobada recientemente por el Consejo de Seguri-
dad en nada modifica esta situación. Es más, la complica porque, si bien no
legitima de ninguna manera la ocupación, crea la ambigüedad de colocar
bajo palio onusiano una fuerza multinacional militar que sigue dominada
por la fuerza ocupante.
Y esa falta de entusiasmo no es sólo porque el control norteamericano
del proceso significa el establecimiento de un verdadero feudo económico
(dos ejemplos: el fondo de desarrollo iraquí, creado por la APC encargado
de gestionar los ingresos del petróleo para la reconstrucción, está siendo
una sucursal de las compañías americanas vinculadas a la Casa Blanca co-
mo Halliburton y Bechtel; y las licencias de telefonía móvil que tienen que
adjudicarse en los próximos meses están siendo objeto de una enorme pre-
sión por parte de las empresas americanas para que se aplique su sistema
tecnológico frente al europeo, a pesar de que ello dejaría a Irak sin comuni-
cación posible con todos los países de la región, que utilizan este último
sistema), sino también porque la acción político-militar que está realizando
Washington es altamente contraproducente para la estabilidad del propio
Irak y de todo Oriente Próximo.

Un proyecto neocolonial
Desde la guerra del Golfo de 1991, Oriente Próximo ha experimentado una
profunda transformación a favor de un nuevo orden hegemónico norteame-
ricano, que ha favorecido su acceso a las riquezas del subsuelo de la re-
gión, le ha permitido la expansión de su presencia militar en Arabia Saudí y
los países del Golfo y ha ido forjando una gran dependencia de los regíme-
nes árabes de EE UU. Esos regímenes, con un déficit de legitimidad cre-
ciente ante sus sociedades, comprendieron que el nuevo orden estadouni-
dense les garantizaba el apoyo de Washington siempre que asumiesen su
proyecto estratégico (acuerdos militares y de seguridad, aceptar la situa-
ción en que quedase sometido Irak y apoyar las negociaciones de paz pales-
tino-israelíes de acuerdo con las reglas del juego impuestas por Israel y EE
UU). A cambio, esos regímenes reciben apoyo político, ayuda económica
(con la determinante influencia de Washington en el Fondo Monetario In-
ternacional) y “carta blanca” para gestionar la disidencia de sus sociedades
con los métodos represivos que consideren necesarios para seguir perpe-
tuándose en el poder.
Esta situación ha instaurado un sistema de “Estados-cliente” de EE UU
en Oriente Próximo que ha anulado cualquier capacidad de acción conjun-
Gema Martín Muñoz 113

ta por parte árabe para defender intereses regionales o ser fuente de esta-
bilidad en la región. La parálisis mostrada por los países árabes ante la de-
cisión estadounidense de invadir Irak, limitándose a un ejercicio retórico
en la cumbre de la Liga Árabe de 1 de marzo de 2003, en la que sólo se atre-
vieron a afirmar que no sentían que Irak fuese una amenaza y, por tanto, no
desearían una guerra, fue la más clara indicación de la incapacidad árabe
de controlar su propio devenir político y el de la región. La aceptación el 9
de septiembre de que el CGI designado por la fuerza invasora ocupase el
puesto vacante de Irak en la Liga Árabe, recibida con gran entusiasmo por
el portavoz de la Casa Blanca, fue otro ejemplo de la tutela ejercida por
Washington sobre los Estados árabes. El proyecto estadounidense para
Irak es, de hecho, convertirlo en otro Estado-cliente sin cuya integración
dicho proyecto neocolonial sería muy imperfecto
ya que es la principal potencia árabe por sus di-
mensiones demográficas, energéticas y acuíferas.
No obstante, llevar a cabo con éxito dicho Israel bombardeó
proyecto en Irak a través de una invasión y ocu- Siria porque se
pación militar desafiaba la lógica y el conoci-
miento de la historia, lo que presagiaba el fracaso siente con la
de la posguerra. De los errores ya constatados, el misma autoridad
principal ha sido suponer que iba a ser un proce- que EE UU
so fácil y rápido, cuando lo que ha ocurrido ha si-
do una reacción inmediata a la ocupación a tra-
vés de una fuerte resistencia armada. La historia
enseña que todo proceso de ocupación colonial engendra resistencia, por
supuesto política, pero también armada. E incluso la determinación final
de recurrir a atentados terroristas. La particularidad del caso iraquí ha si-
do la inmediatez con la que esa resistencia se ha expresado, y ello no es
ajeno a la intensa acumulación de opresión, injusticia y castigo padecido
por este país hasta desembocar en una invasión y ocupación. La intensi-
dad de la reacción ha sido directamente proporcional a la intensidad de la
humillación y la injusticia.
La arrogancia combinada con la ignorancia han sido el origen del gran
error estadounidense de querer situar a Irak en un punto cero para rehacerlo
a su imagen y semejanza. Sin embargo, lo que han conseguido es extender el
caos y el descontento de una población, que hoy vive aún peor que antes de
la guerra (inseguridad, anarquía, pauperismo extremo), a lo que se añade el
menosprecio diario a la dignidad de los iraquíes. Asimismo, el “memoricidio”
al que se ha sometido a estos ciudadanos, asistiendo, cuando menos, pasiva-
mente a la destrucción de todo su legado cultural y arqueológico e imponien-
do una especie de año cero que comienza el 9 de abril de 2003, cuando la fa-
mosa estatua de Sadam Husein cayó en la plaza del Paraíso, ha sido un
ejercicio de desprecio hacia un pueblo orgulloso y consciente de su patrimo-
114 Política Exterior

nio cultural e histórico,


TURQUÍA que no podía sino tener
Haril
también consecuencias
violentas contra esa
Mosul
Kirkuk
IRÁN bárbara ocupación.
Con su prepoten-
SIRIA
Tikrit cia, decidieron no sólo
derrocar el régimen si-
Ar Ramadi
Bagdad no demoler el Estado y
Kerbala poner en marcha una
Ar Rutbah Al Kut
“desbaazización” radi-
An Najaf cal de la sociedad. Esto
I R A K Nasiriya Basora
no sólo ha generado un
Um
vacío institucional que
ARABIA Qsar ha derivado en anar-
SAUDí
quía sino que en un pa-
K U WA I T
200 km
ís donde el Estado era
ampliamente distributi-
vo, su eliminación ha
traído consigo un ma-
yor desempleo. De manera similar, la pertenencia al partido Baaz respondía
a diferentes realidades y una de ellas era la de ser obligatoria para aquéllos
que querían garantizarse su estabilidad en la función pública sin que de ello
se desprendiese una militancia o adhesión al régimen. La “desbaazización”
sin matices decretada no sólo ha llevado a muchos al paro forzoso sino que
ha supuesto también una pérdida de recursos humanos para la rehabilita-
ción de las instituciones, ganándose el rencor de importantes sectores so-
ciales y militares.
Originariamente el proyecto estadounidense se basaba en el estableci-
miento de un control político directo del país sin delegación de soberanía
alguna a los iraquíes. Para encargarse de ello se nombró a Jay Garner, quien
gobernó desde Bagdad con tal exceso de arrogancia que hasta sus jefes del
Pentágono lo consideraron contraproducente. Su sustitución por Paul Bre-
mer y la decisión de establecer un CGI fue sólo consecuencia, y reconoci-
miento implícito, de su incapacidad para controlar la situación. Sin embar-
go, dicho CGI ha representado una transferencia nominal más que real.
Toda esta acumulación de acciones y actitudes ha sido el motor que ha
reactivado la resistencia anticolonial por todo el país. Esa resistencia es na-
cionalista y probablemente esté fragmentada en diversos grupos y grupús-
culos, entre los cuales se cuentan miembros vinculados al antiguo régimen
pero sin que el “sadamtismo” represente a ese movimiento de resistencia.
Sadam Husein y su régimen están políticamente muertos y no representan
la alternativa de la resistencia. Asimismo, esa resistencia es básicamente
Gema Martín Muñoz 115

iraquí y no son de recibo los intentos de la administración Bush y sus segui-


dores de trasladar a Al Qaeda o a muyahidin externos las causas de sus di-
ficultades en Irak, en un intento por traducir su ocupación en un frente cen-
tral de su cruzada contra el terrorismo. La artimaña de querer reducir lo que
ocurre hoy en Irak a un problema de terrorismo internacional que ignore las
causas de una violencia que no existía hasta que la ocupación ha tenido lu-
gar, es un ejercicio disuasorio para tratar de exculparse de las responsabili-
dades de dicha ocupación y la violencia que desencadena. El peligro está en
los intereses que pudieran existir para que ese escenario se produjese.
Por otro lado, el precedente sentado por la superpotencia de lanzar
unilateralmente una guerra o ataque preventivo siguiendo sus propios cri-
terios e intereses ha potenciado los riesgos de enfrentamiento bélico en la
región, dado que su gran aliado, Israel, se siente con autoridad para repro-
ducir el comportamiento de su valedor. Por primera vez en treinta años el
gobierno de Tel Aviv se ha permitido bombardear territorio sirio violando
todo principio de legalidad y utilizando los mismos argumentos que su alia-
do, lo que anuncia el militarismo creciente y demoledor que la invasión de
Irak ha abierto en esta región y la inevitable contrapartida violenta que ello
va a alimentar. Oriente Próximo en vez de avanzar hacia la estabilidad se
encuentra en una situación de grave empeoramiento.

Dominación ‘vs’ democracia


Todo proyecto de dominación integra el discurso de la democracia como
elemento de autolegitimación, pero el autoritarismo y las elites cooptadas
son sus principales aliados. EE UU ha decidido invadir y ocupar Irak para
conseguir otro Estado-cliente en la región y, por tanto, difícilmente sus pla-
nes evolucionarán a favor del establecimiento de un Estado democrático,
eficaz y soberano que defienda con independencia sus intereses y que, ade-
más, sirva de modelo para los países vecinos (lo cual tampoco desean en
absoluto los que gobiernan en dichos países).
La manera y los criterios que han presidido la designación del CGI, cu-
ya constitución ha respondido principalmente a las necesidades de la admi-
nistración Bush por presentar algún logro en la reconstrucción de Irak ante
la ausencia de progresos en cualquier otro ámbito y la intensificación de la
resistencia, indican las insuficiencias democráticas que van a presidir el
proceso inspirado por Washington. Los veinticinco miembros que lo com-
ponen han sido fruto de la negociación entre la APC y un número limitado
de grupos políticos y personalidades iraquíes que EE UU ha seleccionado.
En un principio, Bremer se proponía simplemente crear un comité consul-
tivo, pero la oposición por parte de algunos de los grupos implicados (so-
bre todo de los chiíes) y el deterioro constante de la seguridad en el país le
convencieron de revisar su plan original.
Gema Martín Muñoz 117

Por un lado, EE UU ha dado prioridad a aquellos grupos del exilio con


los que lleva relacionándose e incluso financiando desde mediados de los
años noventa, conocidos como el “grupo de los Siete”,1 frente a los actores
internos, los cuales a su vez han ejercido una importante presión para que
se impidiese la participación de estos últimos. Así, se da el caso de que Ah-
mad Chalabi y su Congreso Nacional Iraquí (CNI), estrechos aliados del
Pentágono que llegaron a Irak arropados por los tanques norteamericanos,
y que constataron inmediatamente su total falta de apoyo social entre los
iraquíes, es uno de los miembros del CGI. Chalabi es un millonario cuyas
actividades ilegales le han llevado a estar perseguido por la justicia en Jor-
dania por un fraude en el Petra Bank (¡qué excelente imagen la del nuevo
Irak con un hombre condenado por estafa en el país vecino!). Además es
un perfecto desconocido para los iraquíes ya que
desde los nueve años nunca había estado en Irak
antes, sino que además procede de una elite des-
prestigiada, si no odiada, por su papel en la histo- Washington
ria del país. Su familia perteneció al pequeño gru- muestra una
po de chiíes integrados en la monarquía, para
representar el muestrario oficial que aparentaba visión simplista
la integración de éstos en el sistema, a cambio de de la diversidad
lo cual gozaron de enormes privilegios educativos y complejidad
y socioeconómicos a los que no tenían acceso los
demás chiíes, como tampoco la inmensa mayoría
social iraquí
del resto de la población. Por su parte, el grupo de
Iyad Allawi está constituido por militares y miem-
bros de inteligencia provinientes del régimen iraquí que han contado siem-
pre con el apoyo de la CIA.
A ello se une, no sólo una disparidad enorme en la concepción de la
evolución política de Irak entre ellos (el CSRII mantiene una posición fir-
me a favor de la evacuación rápida de las tropas norteamericanas, mien-
tras Chalabi alaba los beneficios de la liberación estadounidense del país),
sino que además han hecho gala de un comportamiento que transmite su
mayor preocupación por competir por el poder que por elaborar una vi-
sión a largo plazo del país. Es más, incapaces de consensuar un represen-
tante del CGI, acordaron un sistema rotatorio por orden alfabético árabe
que no ha contribuido a generar credibilidad entre la población. Otras
cuestiones de tipo simbólico tampoco han ayudado a conectar al CGI con
el pueblo. Su primera decisión fue declarar el 9 de abril de 2003 (día en

1. El CNI de Ahmad Chalabi, la Alianza Nacional Iraquí de Iyad Allawi, los dos partidos
kurdos: el Partido Democrático Kurdo y la Unión Patriótica del Kurdistán, Adnan Pachahi,
que fue ministro de Asuntos Exteriores del gobierno anterior a la toma de poder del Baaz en
1968, el Consejo Supremo de la Revolución Islámica Iraquí (CSRII) y una facción del partido
al-Da’wa.
118 Política Exterior

que cayó Bagdad) como fiesta nacional, lo cual fue bien recibido en EE
UU y pésimamente asumido por los iraquíes para quienes el 14 de julio de
1958, hasta entonces su fiesta nacional, es una fecha histórica que conme-
mora el derrocamiento de la monarquía y el comienzo de su verdadera in-
dependencia con respecto a Reino Unido. La dimensión del error fue tal
que el CGI tuvo que hacer una declaración diciendo que el 9 de abril es una
de las fiestas nacionales de Irak.
Si bien el CGI cuenta con algunos poderes ejecutivos, relativos a los
presupuestos nacionales y a la designación de ministros, Bremer se reserva
el derecho de veto a sus decisiones. Aunque han nombrado un ejecutivo y la
nominación de los diferentes ministros entre ellos (cada miembro del CGI
ha designado a uno), cada ministerio ha quedado bajo la supervisión de un
“asesor” de la APC. A todo lo cual se une un problema de procedimiento que
se ha caracterizado por la opacidad, lo que no ha hecho sino aumentar el
sentimiento de sospecha entre los iraquíes de que son incapaces de gober-
nar conjuntamente y de manera autónoma. Y los hechos así lo muestran.
El 12 de agosto el CGI nombró una Comisión Nacional Constitucional
destinada a “movilizar a todos los segmentos de la sociedad para decidir el
mejor mecanismo para la elaboración de una Constitución”. Pero el secre-
tismo que ha caracterizado a dicha comisión y la falta de transparencia con
respecto a sus trabajos, está reforzando la certeza de los iraquíes sobre su
falta de independencia. Ni siquiera se conocen con seguridad los miembros
de dicha comisión, si bien lo que se sabe no augura buenos presagios. Pare-
ce ser que uno de ellos es Kanan Makiya, quien, perteneciente al grupo de
Chalabi, se distinguió antes de la guerra por su apoyo incondicional a Was-
hington y por su defensa de la invasión.
Todo ello muestra que las directivas de la recomposición política de
Irak no van encaminadas a arrancar un proceso que verdaderamente sea
nuevo y creíble para los ciudadanos iraquíes, lo cual exige la elección de
una Asamblea Constituyente para elaborar la nueva Constitución, dado que
su memoria histórica está dominada en negativo por procesos políticos en
que las constituciones las han elaborado “comités de sabios” seleccionados
por las fuerzas dominantes o hegemónicas. Es más, procede del sistema
colonial británico que impuso el modelo de nombramiento de un grupo co-
optado para elaborar la Constitución de todos, tal como se propone imitar
la administración americana.
En conclusión, dominado por las tensiones internas, por una imagen
que representa más a los iraquíes del exterior que a los del interior, por su
secretismo y opacidad, por su inacción con respecto a cuestiones clave co-
mo seguridad, electricidad y empleo, y por su falta de verdadera soberanía,
el CGI está siendo visto por gran parte de la sociedad iraquí como una pro-
longación de la ocupación. Esto, además, puede llevar a algunos de sus
miembros a retirarse, como es el caso del SCRII, cuya participación ha es-
Gema Martín Muñoz 119

tado siempre condicionada a resultados efectivos con respecto a la devolu-


ción de la soberanía al país y la evacuación de las fuerzas ocupantes.

La peligrosa baza del comunitarismo


Otra de las actuaciones norteamericanas que pone en riesgo la estabilidad
política de Irak es su opción por el comunitarismo. Washington y sus segui-
dores iraquíes del exilio demuestran tener una visión enormemente sim-
plista de la diversidad iraquí y de la complejidad de su sociedad, reducién-
dola a un marco estrecho de sectarismo, comunitarismo y tribalismo. Si
bien es fundamental que el nuevo Estado siga un modelo descentralizado,
es importante que esa descentralización favorezca una interpretación mo-
derna de la diversidad, en vez de afianzar las estructuras más arcaicas del
comunitarismo, que es lo que está inspirando EE UU con su modelo de
muestrario étnico y confesional representado por elites cooptadas, tal co-
mo ha hecho con el CGI sentando un pésimo precedente.
El mismo criterio se ha mantenido en el nombramiento de los minis-
tros, de manera que el ministerio del Petróleo, el de Economía, el de Asun-
tos Exteriores y el de Interior responden a filiaciones étnicas y sectarias. A
lo que hay que añadir que el de Interior es un antiguo miembro de los servi-
cios de inteligencia del anterior régimen con estrechas conexiones con la
CIA. Es decir, ninguno de los pasos dados tiene la más mínima semblanza
de mandato popular. Sin embargo, las instituciones representativas iraquíes
deberían canalizarse a través de partidos políticos de ideología diversa que
compitan a través del sufragio universal y en el que el elector no esté obli-
gado a elegir para cumplir las cuotas comunitarias. Ello fomentaría una tra-
ducción moderna de las diferentes identidades del país. Por el contrario, el
sistema elegido por EE UU de cuotas étnicas y confesionales, que favorece
la evolución política de partidos sectarios, no puede sino auspiciar una in-
deseada “libanización” de Irak.
A ello se añade la visión errónea, unida a la instrumentalización, que
los estadounidenses están aplicando con respecto al equilibrio entre suní-
es, chiíes y kurdos. De hecho, están alterando ese equilibrio y así poten-
ciando el enfrentamiento entre ellos, situación que no existía en Irak hasta
la invasión. Una cuestión es que por el establecimiento de un Estado ultra-
centralizado y excluyente, kurdos y chiíes hayan estado históricamente en-
frentados a los regímenes que representaban ese Estado reclamando su re-
conocimiento e integración, y otra que haya habido reacciones sectarias
entre las comunidades entre sí. Esto último no ha ocurrido en Irak donde
las distintas comunidades se han aceptado e incluso mezclado.
Sin embargo, Washington muestra una enorme miopía al respecto re-
produciendo el modelo anterior, pero alterando el equilibrio de poder a fa-
120 Política Exterior

vor de kurdos y chiíes en detrimento de los suníes. Se está produciendo


una visión cada vez mayor entre los responsables estadounidenses de asi-
milar globalmente a los suníes al baazismo y el sadamtismo, acentuado por
el hecho de que en el conocido como “triángulo suní” la resistencia está
siendo muy activa. Ésta es una idea errónea, dado que el régimen de Sadam
Husein se basó en elites suníes pero no significó en absoluto que todos los
suníes fuesen privilegiados ni que fuesen pro-Sadam. Esta actitud antisuní
de los norteamericanos no hace sino exacerbar los miedos entre los suníes
a ser marginados, lo cual sólo favorecerá el reforzamiento de los sentimien-
tos sectarios y la reacción violenta.
Con respecto a los kurdos, EE UU los ha convertido en sus grandes
aliados en Irak permitiendo que se establezcan situaciones legalmente
cuestionables y actuaciones autoritarias y secta-
rias. De entrada, hay que decir, que durante los
doce años pasados la región del Kurdistán iraquí
Irak se encuentra ha gozado de la protección táctica estadouniden-
en un limbo que se, que les ha preservado de la catástrofe humani-
taria del embargo y les ha permitido un autogo-
podría derivar bierno que aspiran a mejorar o mantener gracias a
en un posible la alianza que han forjado con el ejército invasor.
conflicto Pero el problema está en que esa autonomía polí-
tica ha sido un “hecho consumado” permitido uni-
civil interno lateralmente por EE UU, al margen de cualquier
reconocimiento legal alguno –ni interior, ni regio-
nal, ni internacional– y sólo ha respondido a un
interés coyuntural estadounidense de garantizarse aliados interiores contra
Sadam. La manera anómala e ilegítima en que se ha llevado a cabo este
proceso, lejos de resolver uno de los problemas que existen en Oriente Pró-
ximo, como es la participación en el reparto del poder de las minorías kur-
das atendiendo a sus reivindicaciones nacionalistas, se han sentado las ba-
ses para complicar más esa situación.
De hecho, hasta la actualidad, esta región está siendo gobernada de
manera arbitraria por los dos partidos kurdos tradicionales aplicando una
política que exacerba la convivencia entre kurdos, árabes y turcomanos.
Frente a la política de arabización que el régimen de Sadam llevó a cabo en
las zonas petrolíferas de esta región se está poniendo en práctica ahora la
misma política de limpieza étnica a favor de la “kurdización”, que incluye a
árabes y turcomanos. Como la red de identidades es sutil y compleja en
Irak, esta situación provoca también reacciones sectarias y de enfrenta-
miento intercomunitario de carácter global. Por ejemplo, a finales de agos-
to los kurdos destruyeron una mezquita turcomana chií que acabó con la
muerte de cinco turcomanos y tres kurdos. Por un lado, este episodio pro-
vocó la reacción turca, que defiende los derechos de los turcomanos en esa
Gema Martín Muñoz 121

región, vistos a su vez por los kurdos como una quinta columna turca en el
Kurdistán, si bien es una población históricamente implantada allí. Pero al
ser también chiíes, este ataque fue asumido como general contra el chiismo
por parte de sectores chiíes árabes que denunciaron la impunidad kurda
consentida por sus aliados norteamericanos. Ésta no es sino una pequeña
muestra de las tensiones crecientes y de la deriva sectaria que se está ali-
mentado en el Irak de la posguerra.
Por su parte, los principales representantes religiosos y los movimien-
tos chiíes iraquíes están manteniendo una posición contenida con respec-
to a la ocupación estadounidense, dado que, conscientes de que represen-
tan al sesenta por cien de la población, Washington les ha permitido un
margen de control en el sur de Irak y procura no enajenárselos. Pero esta
situación pende de un hilo, ya que su resistencia a la ocupación ha sido
políticamente defendida por todos ellos y reclaman la devolución de la so-
beranía a Irak. En realidad, los movimientos chiíes como el SCRII, el que
lidera Murtada Sadr y al-Da’wa son organizaciones bien estructuradas y
con gran implantación social, que además cuentan con milicias que garan-
tizan el orden en el sur del país mejor que las fuerzas de ocupación y que
no van a consentir su disolución, convirtiéndose en una alternativa al ejér-
cito iraquí que están tratando de refundar los norteamericanos. Por el mo-
mento, han optado por una no cooperación no violenta con los ocupantes,
pero como ellos mismos han expresado en diversas ocasiones su pacien-
cia se termina.
De hecho la tensión crece. Cuando el pasado 13 de agosto un helicópte-
ro norteamericano trató de quitar una bandera heráldica relacionada con la
religiosidad chií de una torre en el barrio más populoso y pobre de Bagdad,
la revuelta explotó y la cuestión se saldó con la aceptación implícita de los
norteamericanos de no patrullar dicho barrio que en su mayoría son fieles al
movimiento de Murtada Sadr, líder con gran capacidad de promover la reac-
ción o resistencia, no sólo en esta zona de Bagdad, sino también en Nayaf y
Kerbala. Asimismo, el atentado en Nayaf que se saldó con un centenar de
víctimas, entre ellas el líder chií, Muhammed Baqr al-Hakim, produjo una re-
acción chií unánime acusando a EE UU del problema de inseguridad y de-
nunciando que la ocupación estaba haciéndose intolerable. Incluso el porta-
voz del ayatolá Ali Sistani, uno de los líderes más influyentes entre los
chiíes y que a su vez ha sido la voz más moderada con respecto a los ocu-
pantes, declaró que “EE UU no quiere admitir que no puede controlar la si-
tuación y reconstruir Irak. Cada día recibimos docenas de solicitudes de ira-
quíes pidiendo una fatwa contra la ocupación norteamericana y nosotros
hemos dicho ‘no’. Pero este ‘no’ no durará siempre”. Esta actitud indica que
Sistani siente que puede perder su influencia si no refleja el descontento
creciente entre los chiíes y que, por tanto, van identificándose poco a poco
con las actitudes mucho más críticas y firmes de Murtada Sadr.
122 Política Exterior

Pero, en lo que no fue sino una huida hacia delante, la reacción nortea-
mericana ante el atentado de Nayaf, alentada vivamente por Chalabi, fue la
de lanzar una campaña intensiva en las ciudades y barrios suníes con regis-
tros y detenciones indiscriminadas en busca de insurgentes, dirigiendo la
carga de la culpa, y sin que nada lo haya demostrado, sobre los suníes, de
acuerdo con su estigmatización como baazistas. Conscientes del peligroso
riesgo de enfrentamiento interno que ello puede suponer, el propio sustitu-
to del asesinado Muhammad Baqr al-Hakim en la prédica de la mezquita del
imán Ali apeló a la prudencia con respecto a dicha persecución.
Todo ello no hace más que indicar que Irak se encuentra en un limbo
donde muchos signos señalan hacia una posible deriva de conflicto civil in-
terno, de radicalización de la sociedad en torno a identidades sectarias y
aumento de la resistencia.
En realidad, sólo podría enderezarse la situación si EE UU transfiriese
la responsabilidad sobre Irak y su transición política a las Naciones Unidas
con un mandato dirigido a restaurar lo antes posible la soberanía iraquí, a
gestionar los recursos petrolíferos del país a favor de la reconstrucción y
creando un fondo internacional bajo control de la organización mundial en
el que las diferentes aportaciones se canalizasen a través de ayuda a la coo-
peración y el desarrollo, pero nunca en torno a una Conferencia de Donan-
tes que se celebra sin que antes se hayan decidido los mecanismos de su
gestión, quedando expuesta buena parte de dicha financiación a la opaci-
dad y arbitrio de la fuerza ocupante; y descubriendo en el último minuto
que buena parte de esas “donaciones” van a ser préstamos que agravarán la
gigantesca deuda exterior iraquí (350 millones de dólares) contraída por un
régimen ajeno a la soberanía popular y agravada por la destrucción produ-
cida por la invasión militar estadounidense. La cuestión está en decidir qué
se debe hacer cuando esto es algo inconcebible para la administración nor-
teamericana, pero nos arrastra a todos hacia una experiencia dominada
por la violencia, el militarismo y una grave desestabilización de Irak y de
todo Oriente Próximo.
■ Terrorismo

Derechos humanos y guerra contra el terror


No es sólo Guantánamo

Jorge Ángel Espina Ramos

núcleo fundamental de la idea de civi-

L
a política desarrollada por Esta-
dos Unidos desde los aconteci- lización que se pretende defender fren-
mientos del 11 de septiembre de te al bárbaro terrorismo exterior.
2001 ha dado pie a ríos de tinta, a fa- Si hay algo que define la esencia
vor y en contra. Más allá de la dimen- de esa civilización occidental es la de-
sión política y estratégica, desde el fensa de la libertad y personalidad del
punto de vista del Derecho hay un as- individuo en cuanto tal, así como la
pecto en el que no se está haciendo ex- protección de una esfera de derechos
cesivo hincapié pese a su trascenden- inviolables que ampara a todos bajo
cia: la continua falta del debido cualquier circunstancia. Es en este
respeto a unas mínimas normas y ga- campo en el que se están consolidan-
rantías en la denominada “guerra con- do determinadas actitudes que supo-
tra el terror”, declarada contra quienes nen la negación de esos elementos de-
llevaron a cabo los atentados del 11-S. finitorios de la civilización occidental.
Atentos a la evolución de las ope- Desde este punto de vista, quizá no se-
raciones militares –primero en Afga- ría aventurado afirmar que los terro-
nistán, luego en Irak y más tarde con ristas han ganado ya su primera bata-
las constantes acciones de los focos lla, no por haber conseguido llevar a
de resistencia contra las tropas esta- cabo la destrucción de las Torres Ge-
cionadas en este último país– está pa- melas en Nueva York, sino porque de-
sando prácticamente inadvertido a la terminadas reacciones ante tan exe-
opinión pública uno de los asuntos crable acto están minando
más importantes. Al socaire de esta at- peligrosamente la esencia de la cultu-
mósfera, se producen situaciones, si ra de derechos humanos de la que tan
no siempre promovidas sí al menos legítimamente nos sentimos orgullo-
consentidas por EE UU, que atentan sos. Veamos algunos ejemplos.
contra la esencia misma de los dere- En Yemen, en noviembre de 2002
chos humanos y, por tanto, contra el y bajo dirección de la CIA, un misil

Jorge Ángel Espina Ramos, fiscal, es consejero de la Unión Europea en Eslovaquia


para la lucha anticorrupción.

POLÍTICA EXTERIOR, 96. Noviembre / Diciembre 2003


Jorge Ángel Espina Ramos 49

lanzado desde un avión no tripulado Un buen ejemplo de la actitud que


puso fin a la vida de Al-Harethi, sospe- subyace tras estas acciones ha sido
choso de pertenecer a Al Qaeda. Los proporcionado por el periodista Char-
máximos dirigentes políticos y milita- les Krauthammer, defensor habitual de
res norteamericanos se congratularon la política exterior de la administra-
públicamente del éxito de la misión e ción Bush desde las páginas del Was-
incluso se permitieron alardear de la hington Post, saliendo al paso de las
eficacia de sus servicios secretos. críticas efectuadas a la operación lle-
El corresponsal de la CBS en la vada a cabo en julio de 2003, en la que
zona habló de “uno de los mayores resultaron muertos los hijos de Sadam
éxitos en la guerra contra el terroris- Husein, así como por la posterior exhi-
mo”. Pocas voces, por no decir ningu- bición de sus cadáveres en televisión.
na, se atrevieron a contradecir el men- Éstas son sus palabras publica-
saje que se estaba lanzando a los das el 1 de agosto: “No teníamos in-
cuatro vientos. tención de dejar vivos a Uday y Qusay
Pero conviene hacer una reflexión: (…). Si los hubiésemos capturado, ha-
lo que subyace en la operación descrita bríamos sido responsables de su ma-
es que la CIA, es decir, los mismos ser- nutención para siempre. Y estaban en
vicios de inteligencia que no pudieron la treintena (…). Todo lo cual sugiere
predecir el desastre del 11-S, pese a un plan para cuando finalmente en-
que los secuestradores llevaban tiempo contremos a Sadam. Le damos, diga-
en suelo estadounidense, algunos in- mos, 30 segundos para que considere
cluso tomando lecciones de vuelo; que su rendición –después de todo, ha te-
no lograron localizar al líder de Al Qae- nido cinco meses para meditarlo– y
da tras la campaña afgana; y que siguen luego matamos al monstruo”. Puede
sin dar con el paradero del derrocado haber cierta ironía en sus palabras,
dictador iraquí, por no hablar de las ar- pero es evidente que esos trámites
mas de destrucción masiva que poseía procesales como un juicio, un tribu-
Irak, son, por el contrario, infalibles en nal y una sentencia no son priorita-
ocasiones como la descrita, hasta el rios ante los enormes gastos de manu-
punto de atreverse a determinar que tención que habría que afrontar.
una persona concreta pertenece a una Desde las primeras escaramuzas
organización terrorista y que merece en Afganistán, la base militar estado-
ser asesinada sin necesidad de prueba unidense de Guantánamo ha acogido
adicional alguna ni, por supuesto, de a cientos de prisioneros sometidos a
ese tecnicismo que denominamos “pro- condiciones que no cumplirían los re-
ceso judicial”. quisitos mínimos en ninguno de los
En esa acción murieron otras cin- países “civilizados”, incluyendo Esta-
co personas, de las que ignoramos si dos Unidos. Se les ha aislado, sin acu-
fueron también objeto de análisis por sarlos de delitos en concreto para
los servicios de inteligencia para de- evitar tener que garantizarles los de-
terminar si merecían o no su ejecu- rechos propios de todo detenido, pe-
ción sumaria. Oficialmente todo queda ro negándoles a la vez la aplicación
justificado por el simple etiquetado de de los instrumentos internacionales
que eran “operativos de Al Qaeda de para prisioneros de guerra. El pasado
bajo nivel”. De todos modos, ¿a quién 11 de marzo, un tribunal federal esta-
le importa? dounidense decidía rechazar el recur-
50 Política Exterior
so de habeas corpus presentado en sería otra que la convicción de que se-
nombre de los allí confinados, esta- gún las reglas procesales británicas,
bleciendo que tales personas no tie- sería muy difícil –si no imposible– lle-
nen derechos legales en EE UU. var a juicio a personas que han perma-
La razón técnica es que la base de necido aisladas sin asistencia letrada
Guantánamo está en territorio cuya durante año y medio, sin que existan
soberanía corresponde a Cuba y, por pruebas claras y tangibles de su impli-
tanto, los tribunales estadounidenses cación en los hechos que se les impu-
no tienen jurisdicción respecto de las tan. Ante la posibilidad de que sean li-
personas allí detenidas “aun cuando berados, tras haber sido presentados
éstos no hayan sido declarados enemi- oficialmente por EE UU como terroris-
gos de EE UU”. Con esta artificiosa ar- tas, parece que se optaría por dejar
gumentación parece olvidarse el papel que se les juzgue en los tribunales mili-
prioritario que debe darse a determi- tares norteamericanos. En palabras
nados derechos inalienables de todo del citado articulista, no se quiere per-
ser humano, con independencia del lu- mitir que ningún proceso judicial pue-
gar del mundo en el que se encuentre da borrar la etiqueta de terrorista que
o del pasaporte que tenga. Washington haya decidido imponer a
Una cosa es que deban tomarse cualquier persona.
todas las medidas legales pertinentes Más allá de los casos de Guantá-
–prisión provisional incluida, por su- namo, no puede olvidarse que se ha
puesto– contra quienes resulten sospe- producido un alto número de deten-
chosos de pertenecer a células o ele- ciones de personas en territorio de Es-
mentos terroristas, y otra muy distinta tados Unidos. Esto es, dicho sea con
que se lleven a cabo detenciones poco claridad, absolutamente lógico en el
cuidadosas (en numerosos casos la ra- marco de una política de prevención
zón para estar en Guantánamo no es de posibles ataques terroristas. Lo que
otra que haber sido detenido en las in- ya no resulta tan lógico es el modo o
mediaciones del teatro de operaciones las razones por las que se han produci-
en Irak o Afganistán) o en condiciones do dichas detenciones. Y han sido ór-
que atentan contra la dignidad de cual- ganos de la propia administración nor-
quier ser humano. teamericana quienes han encendido la
En este mismo sentido se pronun- luz de alarma en este caso: a princi-
ciaba un columnista del Daily Tele- pios de junio un informe interno de la
graph, Adam Nicolson, en un artículo inspección de la Fiscalía General criti-
del pasado 5 de agosto, titulado “Los có el modo en que el departamento de
terroristas están ganando, señor Justicia había tratado a 762 inmigran-
Blair”. Se señala un temor más que tes ilegales tras el 11-S. La reacción del
fundado a que los ciudadanos británi- fiscal general, John Ashcroft, no dejó
cos retenidos en Guantánamo no va- lugar a dudas: “No nos disculpamos”.
yan a ser entregados para su enjuicia- No parece importarle que en ninguno
miento a Reino Unido, pese a que las de esos 762 casos se hubiese consegui-
declaraciones iniciales del secretario do establecer vínculo alguno entre los
de Defensa, Donald Rumsfeld, pare- detenidos y operaciones terroristas. El
cían apuntar hacia esta posibilidad. fin sigue justificando los medios.
La verdadera razón que intuye el Pero hay más. Aunque cueste
periodista para esta falta de entrega no creerlo, existe un debate en los me-
REUTERS/CORDÓN PRESS

Sospechosos terroristas detenidos en Guantánamo (enero de 2002)

dios norteamericanos acerca de si se incómodas, etcétera. Lo que resulta


puede usar o no una suerte de “tortura preocupante es que estas prácticas se
de baja intensidad” para obtener infor- puedan presentar como ejemplo de
mación clave de los principales deteni- normalidad y no como lo que verdade-
dos. La administración Bush niega ha- ramente son: métodos inaceptables
ber cruzado la línea de la tortura con para doblegar la voluntad de los dete-
los detenidos aunque admite, eso sí, nidos, que nos retrotraen varios siglos
haber utilizado –y estar en disposición en el tiempo.
de seguir haciéndolo– técnicas de inte- Por si todo esto fuera poco y para
rrogatorio como la privación de sueño, casos de individuos especialmente re-
mantenimiento de luces encendidas en calcitrantes, se está convirtiendo en
las celdas las 24 horas del día, someti- práctica habitual dejar a ciertos dete-
miento a música atronadora constan- nidos en países de la zona –no precisa-
te, mantener a los detenidos con los mente modélicos en cuanto al respeto
ojos vendados y atados en posiciones de los derechos humanos– para que
52 Política Exterior
sean interrogados allí, de modo que someterlos a una operación de cambio
EE UU pueda usar después, sin excesi- de sexo, a fin de doblegar su voluntad.
vas preocupaciones acerca de cómo se Una vez que se cruza la línea –por
obtuvieron los datos, esa información más que se niegue desde instancias
tras estos “hábiles interrogatorios”. oficiales– cualquier cosa parecerá ad-
Ojos que no ven… misible. El propio Cohen señalaba que
En este contexto, resulta revela- la tortura es una bestia con un apetito
dora la posición mantenida por el in- voraz, y que la civilización está amena-
fluyente abogado criminalista, Alan zada no sólo por los terroristas, sino
Dershowitz, quien entiende que la tor- también por los medios que utilizamos
tura no letal es un mal aceptable en para combatirlos. Cada vez más am-
ciertos casos extremos, si bien insiste plios sectores de la sociedad nortea-
en la necesidad de que se establezca mericana se empiezan a hacer eco de
un procedimiento que permita a los esta preocupación. Sin ir más lejos, es-
jueces dictar “mandamientos de tortu- tá ya dando muestras de querer cono-
ra” en aquellos supuestos en los que se cer cuáles son las verdaderas razones
estime que la importancia de la infor- para ir a la guerra contra Irak y hasta
mación a obtener por estos medios qué punto los datos de inteligencia con
justifica la limitación de los derechos que contaba la CIA eran fiables o esta-
del detenido hasta ese punto. ban manipulados.
Una vuelta más de tuerca se ha Si se renuncia a defender todo
dado en el caso de la detención de aquello que ha costado siglos conse-
Khalid Sheik Mohamed, uno de los guir, los terroristas habrán logrado su
presuntos lugartenientes de Osama bin primer y más importante objetivo: infli-
Laden, dado que, según informó Reu- gir una herida en lo más profundo del
ters, se ha admitido por parte de las conjunto de libertades y valores que
autoridades norteamericanas que sus definen a ese conglomerado difuso de
dos hijos, de nueve y siete años, fue- tradiciones y estructuras que llamamos
ron detenidos en Pakistán y enviados a “civilización occidental”. El mejor ser-
EE UU para ser interrogados con la vicio que puede hacerse a la causa de
ayuda de un equipo de psicólogos in- la justicia y la democracia es denunciar
fantiles. También se les usa para inten- este tipo de prácticas inadmisibles. Si
tar quebrantar la resistencia de su pa- callamos, no sólo nos convertimos en
dre, a quien se ha comunicado que sus cómplices de quienes las utilizan sino
hijos están en poder de la CIA. Sobran que además hacemos el juego a los
las palabras. enemigos de la democracia.
Pero aún queda lugar para el opti-
mismo: pese a puntuales tropelías Es-
tados Unidos no dará la espalda a su
tradición y sus principios. El pasado 6
de marzo, citaba el articulista Richard
Cohen del Washington Post, la sarcás-
tica propuesta de un ciudadano que,
vista la actitud y los métodos que se
usan para obtener información de los
detenidos, se preguntaba por qué no
dar carne de cerdo a los detenidos o
Guerra, mentiras y armas
de destrucción masiva
Luis E. González Manrique

¿Fueron manipulados los informes de los servicios secretos británicos sobre Irak? La
investigación del juez Hutton ha sacado a la luz pública algunas de las claves del pro-
ceso que condujo a la guerra, desatando las especulaciones sobre los motivos de Blair.

n sus comienzos como primer ministro de Reino Unido, Tony

E Blair tuvo que afrontar un primer escándalo sobre la acusación


de que su gobierno había concedido beneficios fiscales al circui-
to de carreras de Fórmula 1, controlado por el multimillonario
Bernie Ecclestone, a cambio de una donación de millón y medio de dóla-
res al Partido Laborista. Blair negó los cargos ante las cámaras de televi-
sión: “Creo que la mayor parte de las personas que me conocen piensan
que soy un tipo legal”. En último término, vino a decir, era una cuestión
de confianza.
En aquellos días nadie parecía poner en duda la integridad del líder del
new labour, ganador por abrumadora mayoría en las elecciones de 1997 tras
un largo periodo conservador y después de haber modernizado la imagen de
un partido lastrado por su pasado intervencionista a través de un programa
imaginativo y flexible, condensado en el lema de la “tercera vía”. Blair, con
poco más de cuarenta años y poseedor de un indudable encanto personal,
inspiraba un renovado dinamismo cultural –la cool Britannia de finales de
los años noventa– y económico que prometía hacer renacer el swinging
London de los años sesenta.
En el frente externo, su estrecha amistad con Bill Clinton, su declarado
europeísmo y su estilo seductor y elocuente lo convirtieron pronto en un es-
tadista de estatura internacional, sobre todo en tiempos de crisis, por su fer-
viente apoyo a las “intervenciones humanitarias”, desde Sierra Leona a los
Balcanes. Siete años –y cinco guerras– después, las cosas difícilmente po-
dían ser más distintas para Blair: según las encuestas, un 59 por cien de los

Luis E. González Manrique es escritor y periodista.

POLÍTICA EXTERIOR, 96. Noviembre / Diciembre 2003


AP

Tony Blair y su asesor de comunicación, Alastair Campbell,


de vuelta de las Azores, 16 marzo 2003.

británicos cree que mintió sobre la amenaza que representaba Irak para su
país y otro cincuenta por cien considera que debe dimitir.
Las pruebas acumuladas contra su gobierno durante las investigaciones
de la comisión presidida por el juez lord Hutton sobre el suicidio de David
Kelly, un experto en armas bioquímicas del ministerio de Defensa que comen-
tó a un periodista de la BBC que la guerra en Irak se fundamentó en exagera-
ciones deliberadas sobre los arsenales de Sadam Husein y en tergiversacio-
nes de los informes de inteligencia, han proyectado una imagen de opacidad
y manipulación al servicio de los objetivos políticos de Downing Street.
Los británicos asociaban ese tipo de conducta con alguien como George
W. Bush, percibido mayoritariamente como un cowboy de gatillo fácil y guia-
do por maniqueas convicciones sobre la lucha entre “el bien y el mal” en el
mundo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero difícil-
mente podían aceptarlo en Blair, que había edificado toda su carrera política
sobre la base de su credibilidad personal. El alarde de transparencia de la
comisión investigadora de lord Hutton –que ha publicado en Internet cientos
de documentos donde se revelan los sinuosos mecanismos que condujeron a
la guerra– ha puesto delante de la opinión pública un trasfondo sórdido en el
que los spindoctors del gobierno –los expertos en darle vuelta a las cosas
para vender mejor sus ideas y proyectos– no podían haber actuado sin la
aprobación expresa –o al menos el consentimiento– de Blair.
Luis E. González Manrique 127

Sin embargo, la “magia de Tony” permanece intacta entre los suyos: en el


reciente congreso laborista de Bournemouth, durante su brillante discurso
centrado en las responsabilidades y las cargas del poder, Blair fue premiado
en cada pausa por largos aplausos y despedido con una cerrada ovación de
siete minutos y le pedían que regresara al escenario como si se tratara de una
estrella de rock tras un concierto memorable. El agudo comentarista político
que escribe la columna Bagehot en The Economist, relataba que en treinta
años de asistir a reuniones laboristas, nunca había visto nada parecido.
Los propios delegados laboristas prefirieron pasar de puntillas sobre
Irak: declinaron votar en un debate dedicado a política exterior. Después de
todo, dando la espalda a la opinión pública, la clase política respaldó casi en
pleno la guerra: en el gabinete, Blair nunca se enfrentó a la oposición de un
número considerable de ministros; el Parlamento
votó a favor de enviar las tropas y los conservado-
res no se opusieron, sino que instaron incesante-
mente al primer ministro a que fuera a la guerra. El gobierno
Incluso en un país con tantos intereses exterio- exageró el
res como Reino Unido, la política que a fin de cuen-
tas importa es la local: Blair ha optado por visitar el problema, lo que
pasado septiembre un hospital en Londres antes que provocó el
pronunciar un discurso en la Asamblea General de la malestar de los
ONU. El gobierno da hoy por seguro que las conclu-
siones finales que lord Hutton hará públicas antes de
servicios secretos
fin de año lo exculparán de los cargos más graves.
El Partido Laborista, un sesenta por cien de
cuyos miembros cree que Blair se equivocó en ir a la guerra, tras lo que con-
sideran el periodo de gobierno más exitoso de su historia, tiene muy pocos
deseos de castigarle a causa de Irak. Ni las pretensiones de sucederle del
canciller del Exchequer, Gordon Brown, ni la presión por la izquierda del ex
titular del Foreign Office, Robin Cook, parecen suficientes para poner en pe-
ligro sus planes de presentarse a un tercer mandato ante la ausencia de con-
tendientes creíbles entre los tories o los liberal-demócratas.
Aunque la última palabra todavía no está dicha. Tras veintidós días de
testimonios, 110 horas de interrogatorios y la convocatoria de 74 testigos, in-
cluido Blair, el dictamen final del juez Hutton puede infligir un golpe demo-
ledor a su gobierno si destaca su falta de escrúpulos en la consecución de
sus objetivos. Por su parte, la larga posguerra en Irak puede darle más de
una sorpresa desagradable, sobre todo si siguen fracasando los esfuerzos de
Washington y Londres por obtener un mayor apoyo internacional a la re-
construcción del país.
Según el abogado de la familia Kelly, Jeremy Gompertz, el científico fue
utilizado como un peón en la batalla del gobierno contra la BBC: filtró da-
tos sobre su identidad para forzarle a someterse a un interrogatorio parla-
128 Política Exterior

mentario en el que su testimonio haría daño a la emisora, que se atrevió a


hacerse eco del disgusto ocasionado entre los círculos de inteligencia por
las exageraciones de la amenaza que constituía Sadam Husein. “No es de
extrañar que se sintiera traicionado y desesperado después de una vida de
servicio a su país”, concluyó Gompertz en su alegato final, en un análisis
con el que está de acuerdo la mayoría de la opinión pública británica. El
propio lord Hutton preguntó asombrado a Jonathan Powell, jefe de gabine-
te de Blair: “¿No se consideró la posibilidad de proteger a un servidor pú-
blico del resplandor de la publicidad?” o, en todo caso, inquirió: “¿No hu-
biese sido mejor revelar directamente su nombre en lugar de dar pistas
sobre su identidad?”.
Todos los implicados en ese juego de engaños y medias verdades han si-
do dañados en distinto grado. El gobierno ha anunciado reformas en la BBC
que podría cortarle las alas al disminuir su financiación pública, pero ha sido
el más laborista de los diarios de Londres, The Guardian, el que más ha de-
fendido a la corporación ante la feroz embestida de los medios conservado-
res, desde el Daily Telegraph a la armada mediática de Rupert Murdoch, que
incluye el Times y The Sun. Según Bill Hagerty, editor del British Journa-
lism Review, “una cosa es el periodismo de investigación y otra la búsqueda
desesperada de exclusivas. La BBC ha ido demasiado lejos en esa dirección”.
Su director general, Greg Dyke, ha reconocido errores importantes en la
información sobre Irak, especialmente el que Andrew Gilligan, el periodista
que conversó con Kelly, no contrastara los datos, a pesar de lo cual fueron
transmitidos el 23 de mayo citando fuentes anónimas. Sin embargo, ante el
juez Hutton ratificó la validez esencial de la noticia: que el gobierno exageró
el peligro y que eso había provocado malestar en los servicios secretos.

¿Dónde están las armas?


Es una conclusión difícil de refutar. En un artículo publicado en el Wa s-
hington Post, el secretario de Estado americano, Colin Powell, sostiene que
los hallazgos provisionales del Iraq Survey Group, la comisión de investiga-
dores norteamericanos sobre las armas de destrucción masiva (ADM) ira-
quíes dirigida por David Kay, demuestran que los proyectos armamentísti-
cos de Sadam Husein se habían extendido durante dos décadas y que tenían
toda la intención de continuar a pesar de la presencia de los inspectores de
la ONU y que por ello la guerra estaba plenamente justificada.
Pero las interpretaciones menos parciales destacan que lo más relevan-
te es precisamente lo contrario: los inspectores de las fuerzas ocupantes,
sin ninguno de los impedimentos que tuvo que afrontar el equipo de la ONU
dirigido por Hans Blix, no han encontrado ningún indicio de agentes quími-
cos, biológicos, ni laboratorios de armas o sistemas de lanzamiento que re-
Luis E. González Manrique 129

presentaran la amenaza inminente que Washington y Londres esgrimieron


para emprender la invasión de Irak. La intención de adquirirlas no implicaba
la producción de esas armas; en todo caso, su ausencia demostraba que la
estrategia de contención de la ONU había tenido éxito.
Según el informe preliminar de Kay, la capacidad de producción en gran
escala de ADM de Irak fue “reducida, si no enteramente destruida” durante
la primera guerra del Golfo, los bombardeos de 1998 y los trece años de ins-
pecciones y sanciones de la ONU. Powell subraya que se deben esperar nue-
vos descubrimientos reveladores en los próximos meses. Sin embargo, uno
de los miembros de la Comisión de Industrialización Iraquí ha declarado a
Time que EE UU va a gastar en vano su tiempo y su dinero: “Ya les hemos
dicho todo lo que sabíamos. No hay nada más que decir ni que encontrar”.
Los principales interrogantes permanecen:
¿por qué si las pruebas que manejaban los servi-
cios de inteligencia de EE UU y Reino Unido eran
tan endebles, sus gobiernos sostuvieron en ellas ¿Se exageran
toda su campaña de convencimiento? ¿Fue un fa- pruebas no
llo generalizado de la CIA y del MI5, o fueron los
políticos quienes exageraron indicios poco conclu-
concluyentes
yentes para justificar una decisión ya tomada de para justificar
antemano? Hoy todo indica que el régimen de Sa- una decisión ya
dam Husein era potencialmente peligroso –el Iraq tomada?
Survey Group ha encontrado evidencias de que
Irak pagó diez millones de dólares en 2001 a Corea
del Norte para comprar tecnología de misiles, que
no fue entregada– pero que no representaba una amenaza inmediata para la
seguridad de los países de la coalición.
La cuestión no podrá dejarse pendiente al juicio de la historia que, su-
puestamente, como dijo Blair ante una sesión de ambas cámaras del Con-
greso de EE UU, “perdonará” la guerra debido a los justos propósitos por
los que fue emprendida. Una posguerra más larga y dura de lo que pensaron
hará inevitable que se formen comisiones de investigación parlamentarias
que podrían obligar a sus gobiernos a desclasificar documentos de inteligen-
cia incómodos para sus intereses.
Lo que parece irreparable, incluso si se encontraran algunas de las ar-
mas, es el descrédito en el que han caído los que se supone son los mejores
servicios secretos del mundo: según el comité supervisor de los Servicios de
Inteligencia del Congreso de EE UU, la información que les fue entregada
por sus agencias estaba “desfasada” o era “circunstancial o fragmentaria”.
En Reino Unido, sir Peter Jean, antiguo embajador en Brasil, ha escrito un
corrosivo artículo en The Guardian en el que señala que todo el sistema de
inteligencia británico es propenso a producir información “inadecuada y po-
co fiable” y a hacer “evaluaciones distorsionadas”, subrayando que la inne-
130 Política Exterior

cesaria áurea de misterio y peligro que rodea a sus funciones evita que se
les apliquen criterios de control normales y rigurosos.
En efecto, el informe de inteligencia hecho público por el gobierno de
Londres el pasado febrero había sido transcrito en gran parte –errores orto-
gráficos incluidos– de la tesis de doctorado de 1991 de un estudiante califor-
niano que la había publicado en Internet, a pesar de lo cual Colin Powell lo
elogió ante el Consejo de Seguridad y Bush lo citó en su discurso sobre el es-
tado de la Unión. Esa sobrestimación de los servicios secretos británicos po-
dría obedecer al “síndrome de Ian Fleming”, creador del agente 007, uno de
los símbolos de la nostalgia del imperio británico, cuando en realidad los he-
chos habría convenido mostrarse más discretos sobre sus capacidades reales.
La insistencia actual de Bush y Blair sobre la naturaleza criminal del ré-
gimen de Sadam parece ser una velada resignación ante esa falta de prue-
bas. Pero según el Derecho internacional y la carta de la ONU es ilegal inva-
dir un país para derrocar a su gobierno; una guerra sólo está justificada en
defensa propia. Según los jueces del proceso de Nuremberg en 1946: “Iniciar
una guerra de agresión no es sólo un crimen; es el crimen internacional su-
premo”. Países como Corea del Norte estaban –y están– más adelantados en
el desarrollo de armas nucleares, pero Sadam Husein representaba un caso
excepcional: ningún otro dictador había empleado armas químicas contra
sus vecinos y su propio pueblo y nadie había violado tantas resoluciones de
la ONU sobre desarme. Sin embargo, el fiscal general de Reino Unido desta-
có antes de la guerra que la única base legal para ella sólo podía fundamen-
tarse en el desmantelamiento de las armas que no se han podido encontrar.
En febrero de 2001, Powell declaró ante unos periodistas durante un
viaje a Egipto que Sadam no había desarrollado ninguna capacidad arma-
mentística que le permitiera amenazar a sus países vecinos y que se había
convertido en algo parecido a “un dolor de muelas, algo molesto pero con lo
que se puede convivir”. Los atentados del 11-S cambiaron radicalmente esa
actitud en Washington: los “halcones” de la administración Bush vieron la
oportunidad que habían estado esperando de ajustar finalmente las cuentas
con el dictador de Bagdad, y Blair se convenció de que Reino Unido no po-
dría quedarse al margen de la carrera hacia la guerra de la superpotencia sin
que las relaciones transatlánticas sufrieran un grave deterioro.

El problema de las buenas intenciones


Ni siquiera Blix puso en duda la sinceridad de Blair sobre la amenaza que
representaba Sadam. Incluso muchos de los que creen que se equivocó en
Irak admiten que actuó en coherencia con sus principios y en el convenci-
miento de que las pruebas con las que contaba eran fiables. Los diarios del
líder laborista Paddy Ashdown revelan la obsesión de Blair con las armas de
Sadam desde 1997; el 11-S únicamente reforzó su convicción sobre el peli-
Luis E. González Manrique 131

gro que supondría una eventual alianza entre organizaciones terroristas y


Estados delincuentes en posesión de ADM. En su comparecencia ante lord
Hutton, declaró que si hubiera creído que su gobierno había mentido, como
alegaba la BBC, habría dimitido.
Pero la línea roja que separa la mentira de las medias verdades y las
buenas intenciones de los métodos inescrupulosos es extremadamente del-
gada en este caso y parece poder estirarse hasta extremos insólitos. Alastair
Campbell, el spinmeister por excelencia de Blair como director de comuni-
cación de Downing Street, se lamentaba en uno de los correos electrónicos
sacados a la luz por la comisión Hutton, de que el informe de inteligencia
que iba a hacerse público en septiembre de 2002 no demostraba con bastan-
te fuerza “una amenaza, y mucho menos que fuera inminente”.
Sin embargo, en el preámbulo de su publica-
ción, en un hecho sin precedentes pero justificado
por la necesidad de ganar la batalla de la propa-
ganda, Blair describió la amenaza de Irak como La estrategia
“grave y real”, dos adjetivos que suponen un juicio británica debía
de valor categórico sobre indicios meramente es-
peculativos en el mejor de los casos. En el texto subordinarse a
mismo del informe figuraba la polémica asevera- estar del lado de
ción de que las armas no convencionales de Irak Washington
podían desplegarse en 45 minutos.
El jefe del MI6 (contraespionaje británico),
Richard Dearlove, admitió ante lord Hutton que
se había hecho una “mala interpretación” de esa frase; es decir, la que le
interesaba al gobierno: las armas a las que se referiría el informe eran
susceptibles de utilizarse con esa prontitud en el campo de batalla, pero
de ninguna manera eran misiles balísticos de largo alcance capaces de
llegar hasta las islas Británicas, pero el gobierno no hizo nada para despe-
jar esa confusión.
Campbell, un secretario de prensa de inusual poder, al punto que asistía
a los consejos de ministros y se le consideraba la eminencia gris del gobier-
no por su reputación como manipulador de la prensa, insistió en la necesi-
dad de que muchos de los adjetivos y términos con los que los espías se cu-
brían las espaldas –matizando cuidadosamente el carácter tentativo de sus
juicios– fueran “ajustados” para que sonaran menos condicionales.
En otra de sus anotaciones, dice que él y el secretario de Defensa, Geoff
Hoon, estaban de acuerdo en que identificar a Kelly como la fuente de la
BBC molestaría mucho a Gilligan, que aseguró que el informe había sido
“adornado” por Downing Street. En todo el proceso, Blair aparece recomen-
dando cautela a sus colaboradores, pero él mismo aprobó que se hiciera pú-
blico el nombre de Kelly: para un gobierno obsesionado con su imagen,
cualquiera que le amenazara debía ser derrotado, incluso destruido.
132 Política Exterior

En Washington y Londres las historias transcurren al mismo tiempo: en


el caso de los tubos de aluminio que Bush dijo que podían servir para enri-
quecer uranio –algo que la Agencia Internacional de Energía Atómica deses-
timó–, Powell admitió que entre las dos interpretaciones posibles de la evi-
dencia, la administración optó por la más siniestra. Del mismo modo, la
revelación, presumiblemente por parte del entorno de la Casa Blanca, de
que la esposa del embajador Joseph Wilson, que publicó un artículo en el
New York Times que refutaba muchas de las alegaciones de la administra-
ción sobre el uranio que Irak habría adquirido en Níger, era en realidad una
espía encubierta de la CIA, un acto de venganza contra Wilson, tiene una es-
trecha semejanza con el caso Kelly. En ambos casos se enviaba un claro
mensaje intimidatorio a cualquier funcionario que se pudiese sentir tentado
a hablar indiscretamente con periodistas.
El Comité de Inteligencia y Seguridad del Parlamento británico ha con-
cluido que los servicios secretos no se vieron sometidos a una indebida pre-
sión política que comprometiera su imparcialidad, pero que el gobierno no
había reflejado el nivel de incertidumbre que tenía sobre la producción de
armas químicas y biológicas iraquíes y que había subestimado el efecto di-
suasivo que tenía sobre el régimen de Sadam la presencia de los inspectores
de la ONU. Criticó además la supresión por el gobierno en el informe de
septiembre de 2002 de una frase que hacía alusión a la imposibilidad de que
Irak lanzara un ataque masivo contra Reino Unido.
Según las actas del Joint Intelligence Committee (JIC), el organismo
que establece la agenda de los servicios secretos británicos, su presidente,
John Scarlett, había insistido en que para ser eficaz, ese informe debía ser
un trabajo exclusivo de las agencias de inteligencia y que nada debía apare-
cer en él a menos que el JIC lo suscribiera por completo. Ante esa acumula-
ción de pruebas sobre la manipulación de las informaciones de inteligencia
por el gobierno de Blair, el ex ministro de Asuntos Exteriores de John Ma-
jor, Malcolm Rifkind, ha advertido que la utilidad de los servicios secretos
depende de que no se conviertan en “un brazo del gobierno”.

La ‘relación especial’
Robin Cook ha ido incluso más allá: en un libro de próxima publicación ba-
sado en sus diarios personales revela que Blair le dijo dos semanas antes de
que comenzara la invasión, que Irak no tenía ADM que pudiesen ser desple-
gadas rápidamente debido a los esfuerzos que Sadam había invertido en
ocultarlas. La conclusión de Cook es inequívoca: si esas armas no podían
utilizarse contra objetivos civiles distantes, no eran realmente de destruc-
ción masiva. “¿Si Downing Street no creía que Sadam podía utilizar esas ar-
mas en el campo de batalla, qué tipo de amenaza creía que representaba?
Estoy seguro de que la verdadera razón por la que Blair decidió ir a la gue-
Luis E. González Manrique 133

rra fue porque le era más fácil resistirse a la opinión pública británica que a
la influencia del presidente de EE UU”.
Un año antes, Blair había dicho a su gabinete, cuando todavía Cook esta-
ba al frente del Foreign Office: “Debemos mantenernos al lado de EE UU. Si
no lo hacemos, perderemos la influencia que tenemos sobre sus actos”. El pa-
sado 2 de julio, el director adjunto del JIC, sir John Walter, escribió un memo-
rándum de carácter confidencial a los miembros del Parlamento en el que les
decía que el compromiso con la guerra se había adoptado hacía un año y que
a partir de entonces “todo el proceso que se siguió a base de razones, como el
humanitarismo, moralidad, cambio de régimen, terrorismo y, finalmente, in-
minentes ataques con ADM, no ha sido otra cosa que fuego de cobertura”.
Toda la estrategia del gobierno debía subordi-
narse a la necesidad suprema de mantenerse al la-
do de Washington, incluso al precio de minar la
declarada vocación británica de servir como
puente entre EE UU y la Unión Europea. Ésa fue Blair parece
la premisa de la que se derivó todo lo demás y en anteponer la
la que Blair invirtió su capital político y credibili-
dad personal. Para Timothy Garton Ash, se trata
rectitud moral a
de una decisión legítima y estratégicamente de- los cínicos
fendible: a Reino Unido permanecer junto a EE cálculos de la
UU le beneficia a largo plazo y a todo el mundo –y ‘Realpolitik’
especialmente a Europa– le interesa que Londres,
y en particular a un internacionalista liberal como
Blair, equilibre el peso de la camarilla de neocon-
servadores unilateralistas de la administración Bush.
De hecho, Blair obtuvo algunos frutos de su esfuerzo, como fue que
Bush no renunciara a las vías que la ONU le proporcionaba, algo que difícil-
mente podría haber conseguido por otros modos que no fuera la persuasión.
El regreso de los inspectores a Irak fue un resultado indudable de esa estra-
tegia. Blair se sentía animado –quizá demasiado– por sus éxitos anteriores,
especialmente en la guerra de Kosovo, donde se consagró como el campeón
del intervencionismo humanitario, sin que debieran importar los riesgos y
los costes, incluso sin la sanción de la ONU.
Blair estableció a partir de esas experiencias una doctrina de política
exterior basada en la necesidad de usar la fuerza si era factible y había una
sólida justificación ética, como para prevenir una limpieza étnica (Kosovo),
detener una sangrienta guerra civil (Sierra Leona) o derrocar un régimen
cómplice del terrorismo (Afganistán). “Ésta es una batalla entre el bien y el
mal” dijo a The Sun en abril de 1999, con un tono que recordaba más a J.R.
Tolkien o William Blake que a Winston Churchill. Su creencia de que había
sido vindicado en Kosovo y Afganistán le convenció de que podía obtener
los mismos resultados en Irak.
134 Política Exterior

En su libro Blair’s wars, John Kampfner sostiene que las “cinco gue-
rras” de Blair fueron fundamentalmente personales: de no haber sido por su
decidido liderazgo, Reino Unido se habría mantenido al margen. Pero Peter
Riddell, comentarista político del Times de Londres, en su libro Hug them
close: Blair, Clinton, Bush and the special relationship, discrepa de esa te-
sis: Blair –escribe– sólo habría continuado una larga tradición mantenida
por primeros ministros laboristas y conservadores de anteponer sus relacio-
nes transatlánticas a las europeas, para no poner en peligro su papel de in-
terlocutor y aliado privilegiado de Washington, sobre todo en asuntos de de-
fensa e inteligencia.
Incluso el antiguo primer ministro británico, Harold Wilson, a pesar de
haberse negado a enviar tropas a Vietnam, dio un fuerte apoyo diplomático
a EE UU en esa guerra. Riddell cree que una vez que Blair se convenció de
que Bush iría a una confrontación final con Sadam, decidió que el interés
supremo de Reino Unido exigía que no lo hiciera en solitario. Secundar a
Francia y Alemania en su oposición a EE UU en Irak, era simplemente in-
concebible, entre otras cosas porque el apoyo de EE UU es vital para las
operaciones de los submarinos británicos Trident y su sistema de vigilancia
por satélite. Ni siquiera, sostiene Riddell, hubiese sido viable para Londres
una política de neutralidad o de mero apoyo diplomático.
Pero Blair no tuvo éxito –quizá por sobrestimar sus dotes de persua-
sión– en asegurarse el apoyo del eje franco-alemán y tampoco pudo obtener
una resolución del Consejo de Seguridad que hubiera dado cobertura diplo-
mática a la invasión. Y cuando se ganó la guerra, no pudo convencer a Bush
de la necesidad de dar a la ONU el papel central requerido para obtener ayu-
da de otros países en la reconstrucción de Irak. Cuando tras la serie de aten-
tados del pasado verano en Irak, la administración decidió dar marcha atrás
y regresar a la ONU, ya era demasiado tarde para recuperar la confianza de
la comunidad internacional, reacia a colaborar, a través de su ayuda en Irak,
a la reelección de uno de los presidentes de EE UU más impopulares de las
últimas décadas, según reflejan las encuestas globales del Pew Research
Center. Fue una cadena de graves errores de apreciación que se tradujeron
en una derrota para la diplomacia británica.
Enfrentado a esas adversidades, Blair comenzó a hablar cada vez más
en términos providenciales, insistiendo en que la historia le justificaría, pre-
sumiblemente porque antepone la rectitud moral a los cínicos cálculos de la
Realpolitik. Aunque para un presidente de EE UU es normal citar a Dios en
sus discursos (incluso Clinton lo hacía), Blair es un caso atípico entre los
políticos británicos: es el primer ministro abiertamente más religioso desde
William Gladstone, que dejó Downing Street en 1894.
Incluso tuvo el cuidado de pedir una audiencia al Papa antes de la guerra
para explicarle su posición al respecto, a pesar de que él mismo no es católico
y de que Karol Wojtyla se opuso a la invasión, negando los fundamentos mo-
Luis E. González Manrique 135

rales de una guerra preventiva. El arzobispo de Canterbury, Rowan Williams,


primado de la Iglesia anglicana que Blair nombró por su reputación intelec-
tual, mantuvo la misma posición que el Vaticano. Aunque Blair dijo que el bien
moral que supondría derribar un régimen como el de Sadam le permitía ac-
tuar con la “conciencia tranquila”, Rowan cuestionó la “legitimidad moral de
la guerra porque causaría mayores males de los que podía evitar”.
Roy Jenkins, el ilustre biógrafo de Gladstone y Churchill, comentó en
septiembre de 2002 sobre la personalidad de Blair: “Mi opinión es que el pri-
mer ministro, lejos de carecer de convicciones, bien al contrario, tiene de-
masiadas, especialmente en relación al mundo exterior a Reino Unido. Es
demasiado maniqueo para mi gusto; ve las cuestiones en términos carentes
de matices, en blanco y negro, del bien contra el mal, enfrentándolos conti-
nuamente, con la consecuente creencia de que si el mal es derrotado, inevi-
tablemente surgirá el bien”. Quizá ésa sea la razón que explica la excelente
relación personal entre Bush y Blair.
Pero al actuar de ese modo, Blair se comporta más de acuerdo con la má-
xima maquiavélica de que cuando no hay tribunal al que reclamar, se juzga a
los príncipes por los resultados: “Y que hagan lo necesario para vencer, así se-
rán considerados honrados y serán alabados por todos”. Al anteponer la ra-
zón de Estado sobre el respeto debido a los medios utilizados para conseguir
un fin, el primer ministro dio un ejemplo muy ilustrativo de la contradicción
que alimenta la secular historia del conflicto entre moral y política: un acto ilí-
cito en moral puede ser considerado y apreciado como lícito en política. En
palabras de Carlos Marx: “La honestidad política no es otra cosa que la capa-
cidad política”, es decir, la virtud de Maquiavelo que, como se sabe, no guarda
relación alguna con la virtud de la que se habla en los tratados morales.
En la Paz perpetua, Kant sostiene que el político moral es el que no su-
bordina la moral a las exigencias de la política sino que interpreta los princi-
pios de la prudencia política haciéndolos consistentes con la moral. Como
señaló el secretario general de la ONU, Kofi Annan, ante la Asamblea Gene-
ral el pasado septiembre, lo sucedido en Irak podría sentar precedentes que
tendrían como consecuencia la proliferación del uso unilateral de la fuerza,
lo cual implicaría un maquiavelismo vulgar, en cuya virtud el mal que se ha-
ce se hace bien y el bien que se hace se hace mal.
Los límites del poder americano
William Pfaff

La administración Bush no ha entendido la actitud de la “vieja Europa” frente a la


guerra de Irak. Acusa a alemanes y franceses de antiamericanismo y pacifismo
irresponsable, sin darse cuenta de que su política lo ha cambiado todo para Europa.

E
xisten razones fundamentales para las tensiones transatlánticas de
los últimos seis meses. Esto tiene que ver con la natural rivalidad
entre un poderoso y dogmático Estados Unidos y una igualmente
poderosa Unión Europea, pero que aún debe determinar su papel
y carácter políticos. Para abordar esas razones y su origen, podría ser útil re-
capitular la actual situación entre EE UU y Europa tal como se ha desarro-
llado desde la confrontación en las Naciones Unidas en torno a la interven-
ción en Irak, y con mayor perspectiva desde que la administración de
George W. Bush replanteó su política exterior y de seguridad tras los ataques
terroristas de 2001 en Nueva York y Washington.
El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, trazó a comienzos de este
año una plausible –aunque polémica– distinción cuando se refirió a una “vie-
ja” y una “nueva” Europa, dado que la historia de Europa central no es más
“nueva” que la occidental. Los países de Europa central y oriental son nue-
vos en cuanto a su independencia post-soviética, y sus relaciones con la UE
y EE UU están aún por definir, en tanto son nuevos miembros de una Alian-
za Atlántica en sí misma en crisis, o candidatos simultáneamente para la in-
tegración en la OTAN y la ampliación de la UE. Su principal prioridad en es-
te periodo post-soviético es la seguridad, por lo que no sorprende que hayan
percibido que su seguridad radica ante todo en sus relaciones con un todo-
poderoso EE UU a través de la OTAN, el instrumento tradicional del poder
americano en Europa. De ahí que en el debate surgido sobre la invasión de
Irak, de intrínsica reducida relevancia para la “nueva” Europa, era razonable

William Pfaff es columnista del International Herald Tribune y miembro del conse-
jo asesor de POLÍTICA EXTERIOR.

POLÍTICA EXTERIOR, 96. Noviembre / Diciembre 2003


62 Política Exterior

–“normal”– que los gobiernos de Europa central y oriental (y los bálticos) hi-
cieran lo que Washington quería.
Es importante señalar, sin embargo, que la opinión pública de la región
fue poco comprensiva con la política estadounidense en Oriente Próximo.
Los nuevos gobiernos europeos defendían sus intereses nacionales en una
situación difícil. Su posición, como mostraron las encuestas, tuvo poco que
ver con el apoyo a la política de EE UU en Oriente Próximo, que casi no les
concernía o interesaba, y mucho con sus percepciones sobre la vulnerabili-
dad de su seguridad en Europa.
Por otra parte, la denominada por Rumsfeld “vieja” Europa, los Estados
más antiguos de la UE y sobre todo aquéllos que la crearon (Francia, Ale-
mania, Benelux e Italia) tienen la confianza y el poder necesarios para dife-
rir de EE UU en asuntos de política exterior y, de ser necesario, incluso pa-
ra desafiarlo. Así, con la decisión adoptada respecto a Irak, sus gobiernos
no sólo reflejaron la opinión popular reinante en sus países sino la predomi-
nante en toda Europa occidental. La opinión pública de España e Italia, dos
países de la vieja Europa, además de la de Reino Unido, cuyos gobiernos
dieron un apoyo incondicional a EE UU en Irak, fue más hostil a la política
de EE UU que la de Alemania y Francia. Incluso en Reino Unido, tradicio-
nal aliado de EE UU, la opinión de la mayoría se opuso a la intervención en
Irak hasta el momento mismo en que las tropas británicas se vieron envuel-
tas en la lucha, y desde entonces el primer ministro, Tony Blair, ha estado
pagando un alto precio político por una decisión adoptada en contra de la
opinión de sus ciudadanos.

Europa: ‘nuevos’ y ‘viejos’


Las divisiones en Europa son por ello mucho más complejas que las plantea-
das por Rumsfeld. Lo “nuevo” (integrado sobre todo por los Estados del an-
tiguo Pacto de Varsovia) se enfrentó a lo “viejo”. En el interior de Europa oc-
cidental hubo división entre los gobiernos opuestos a la política de EE UU
(tal como se adoptó; una política exterior norteamericana más hábil y me-
nos brutal podría haberse ganado el respaldo limitado de Francia y Alema-
nia para la intervención), Reino Unido, España, Italia y en menor grado Di-
namarca y Holanda, que apoyaron a Washington (aunque sólo España e
Italia aportaron tropas y policía militar). En cada uno de estos casos, sin em-
bargo, la opinión pública se mostró firmemente contraria a la guerra.
El hecho de que fuera así, y la reacción de la administración Bush a la
oposición de Alemania, Francia y Bélgica a sus iniciativas en el Consejo de
Seguridad y la OTAN, deben apreciarse como la última expresión de ciertas
desavenencias transatlánticas desarrolladas en los últimos años, a medida
que la fortaleza económica de la UE y sus intereses comerciales han comen-
zado a percibirse en Washington como amenazas potenciales a la preemi-
William Pfaff 63

nencia global de EE UU y, a la vez, a la creciente disposición que ha mostra-


do la UE a desafiar, en los tribunales europeos y en la Organización Mundial
de Comercio, las prácticas comerciales y financieras de Washington. Los
conflictos de interés y la rivalidad comercial son aspectos “normales” de las
relaciones económicas y comerciales entre dos grandes potencias del co-
mercio mundial, pero cada vez más se ha hecho evidente un cierto resenti-
miento entre EE UU y la UE.
También ha habido una crisis persistente en la OTAN, a pesar de su am-
pliación, lo que ha tenido mucho que ver con la búsqueda de un nuevo papel
para la Alianza en la era post-soviética. ¿Es la OTAN hoy una alianza de igua-
les? ¿O es una “caja de herramientas” de recursos y unidades militares espe-
cializadas cuya única función verdadera es servir como auxiliar a las fuerzas
de EE UU? Las tensiones provocadas por el uso
que ha hecho EE UU de la Alianza han impulsado
los esfuerzos europeos para crear una fuerza de re-
acción rápida bajo mando europeo. EE UU –sin Estados Unidos
duda correctamente– ha visto en ello la semilla de contempla la
un ejército europeo o de una alianza independiente
de Washington. El resultado ha situado a la alianza Unión Europea
transatlántica en lo que algunos consideran el ca- como una
mino hacia una posible tensión terminal, al menos amenaza a su
como alianza militar operativa.
La OTAN podría sobrevivir a esta crisis, pero
primacía global
es probable que lo haga sólo como una estructura
que provea de nuevas bases a EE UU en la Europa
ex comunista, y como una asociación esencialmente política que integre a
los ejércitos del Pacto de Varsovia en la comunidad militar occidental (a tra-
vés de la Asociación para la Paz). EE UU ha optado por un camino, y los paí-
ses de la UE miembros de la OTAN por una dirección opuesta.
Esto refleja cambios fundamentales en la percepción estadounidense de
Europa y en la de ésta respecto a EE UU. Washington –al menos el Washing-
ton neoconservador– ve a la UE como una creciente amenaza a la preemi-
nencia global de EE UU. A su vez, éste es visto en Europa como una amena-
za significativa a su soberanía e independencia.
El gobierno y la clase política norteamericana parecen no entenderlo.
Durante el pasado verano asistí a una media docena de conferencias y semi-
narios que reunieron a especialistas y analistas políticos, además de funcio-
narios –retirados o en ejercicio– de ambos lados del Atlántico, para discutir
sobre el futuro y asuntos de actualidad. Los puntos abordados diferían: rela-
ciones italo-norteamericanas, seguridad europea, asuntos económicos y fi-
nancieros globales, cuestiones relativas al orden mundial. En cada una de
ellas, dondequiera que empezaran las discusiones, rápidamente derivaban al
debate entre los europeos sobre cómo hacer frente al nuevo EE UU de la ad-
64 Política Exterior

ministración Bush, visto por un número cada vez mayor de europeos como
un factor perturbador de la paz mundial y un riesgo potencial para la seguri-
dad, incluida la de sus propios aliados.
En todas esas reuniones, la política exterior de EE UU encontró pocos
defensores europeos. Algunos de los participantes británicos expresaron su
simpatía, pero no todos. Ningún alemán, italiano, holandés o escandinavo
defendió la política de EE UU en las reuniones a las que asistí. Incluso los
británicos dijeron que las relaciones euro-norteamericanas habían cambia-
do en aspectos importantes, y que los intentos de Europa por buscar una
política autónoma y sus propios recursos de seguridad estaban justificados.
Todo ello dicho con poco entusiasmo. A nadie le gusta la situación.
Los “viejos” europeos, como muchos de los “nuevos”, simplemente ya
no están de acuerdo con EE UU. Discrepan sobre el alcance o la naturaleza
de la amenaza terrorista. No creen que Osama bin Laden sea una amenaza
global. No asumen la percepción que tiene Washington de los llamados “Es-
tados delincuentes”. No están de acuerdo con la guerra preventiva o el cho-
que de civilizaciones, la política de EE UU en relación al conflicto entre Is-
rael y Palestina, la demonización del islam o el control por parte del
Pentágono de la política exterior de EE UU.
Esas opiniones son interpretadas en EE UU como “antiamericanis-
mo”. La verdad, como dijo una importante figura (conservadora) de la
“nueva Europa”, ex comunista, en una de las reuniones del verano, es que
la política de la administración Bush y el trato que da a sus aliados ha
convertido en antiamericanos a los amigos de EE UU. Esta persona dijo
que a lo largo de su vida política había sido un admirador y defensor de
EE UU contra sus críticos izquierdistas europeos, pero que en la actuali-
dad él mismo se había convertido en lo que denominó un “nuevo antiame-
ricano”, que definió como “ex anti antiamericanos, ahora forzados a con-
vertirse en antiamericanos ellos mismos”. Añadió que, en su propio país,
el embajador estadounidense se había comportado recientemente como
lo hacían los embajadores de la Unión Soviética antes de 1989 y eso era
inaceptable.
Washington y la clase política norteamericana no parecen haber enten-
dido en absoluto lo que ha ocurrido. Culpan a franceses, alemanes y belgas
de recurrir al antiamericanismo por razones electorales, de alentar un paci-
fismo irresponsable o de expresar “nostalgia” por su pasado de poder y glo-
ria (la habitual crítica norteamericana a Francia). O dicen que la sociedad
europea ha sido siempre antiamericana (o antisemita, acusación que circula
cada vez más entre los neoconservadores estadounidenses e israelíes). Cre-
en que esas “explicaciones” resuelven el problema. Les gusta decir que Eu-
ropa no entiende que el 11-S “cambió todo” en EE UU. Pero no comprenden,
por su parte, que las consecuencias del 11-S también han cambiado todo en
Europa occidental.
William Pfaff 65

Los neoconservadores de Washington con los que coincidí en Europa


en las primeras semanas tras la victoria en Irak, hicieron alarde del poder
norteamericano y exigieron disculpas a los europeos por no haber apoya-
do a EE UU. Todavía decían que si no se estaba de acuerdo con EE UU
uno quedaba condenado a la “irrelevancia”. (Desde que la resistencia vio-
lenta a la ocupación norteamericana en Irak alcanzó los niveles de agosto
y septiembre, su posición ha evolucionado hacia una mezcla de negarse a
admitir que existe una crisis y atacar a los europeos por no acudir en res-
cate de EE UU). Hasta mediados de septiembre, siguieron diciendo que
también la ONU era irrelevante en un mundo de poder hegemónico de EE
UU. Pero, por supuesto, ahora han regresado al Consejo de Seguridad y a
los grandes Estados de la vieja Europa para pedirles su ayuda, aunque sin
resultados satisfactorios.
Hasta entonces, los analistas de las universida-
des y los think tanks americanos se mantuvieron
condescendientes con sus audiencias europeas, di- Si el 11-S cambió
ciendo que Europa necesitaba “madurar” y enfren- todo para EE UU,
tarse a la amenaza terrorista (aparentemente indi-
ferente –o ignorante– a la historia del IRA irlandés, su política
de las Brigadas Rojas italianas y alemanas, de ETA posterior lo
y a las operaciones terroristas en Europa de orga- cambió todo
nizaciones palestinas y argelinas). Hablaron sobre
Venus y Marte: la teoría de moda en Washington
para Europa
sobre unos supuestos europeos pasivos, obsesio-
nados con la paz, pero necesitados del liderazgo
realista de los duros norteamericanos. Pero durante la pasada primavera,
los europeos ya habían escuchado todo eso.
Sin embargo, se tomaron muy en serio las implicaciones. Cada una de
las discusiones a las que asistí terminaron con los europeos debatiendo
entre ellos sobre qué es lo que se debería hacer para lograr que la política
exterior y de seguridad común europea tuviera éxito. Hasta ahora, éste
ha sido un debate débil; incluso los ciudadanos de los Estados aliados
más atlantistas, los más cercanos a EE UU, se encogen de hombros y di-
cen: “No hay elección”. Las apelaciones bienintencionadas de los atlantis-
tas estadounidenses para fomentar una reconciliación euro-norteamerica-
na, como la impulsada bajo los auspicios del Centro de Estudios
Estratégicos e Internacionales de Washington, después de la crisis en tor-
no a la frustrada búsqueda por Washington y Londres en febrero y marzo
de una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que auto-
rizara la intervención militar en Irak, simplemente demostraron cuánto se
han alejado ambas partes.
En esa declaración se aconsejaba a los europeos sobre lo que podrían ha-
cer para volver a ganarse la confianza de EE UU y que “éste se sintiera bienve-
William Pfaff 67

nido en Europa”. Incluso entonces, antes de que hubiese comenzado la inva-


sión de Irak, la situación ya era exactamente la contraria. Eran los estadouni-
denses los que habían perdido la confianza en Europa. Y no la han recuperado.

Nuevos intelectuales americanos


Debemos preguntarnos qué hay detrás de todo esto. Bajo los efectos trau-
máticos del 11-S, la administración Bush fortaleció una nueva elite y se em-
barcó en una nueva versión de un rumbo político que, a pesar de su refor-
mulación y estilo neoconservadores, en sus presunciones esenciales se ha
mantenido inalterable desde los esfuerzos de Woodrow Wilson para “hacer
al mundo seguro para la democracia” tras la Primera Guerra mundial.
Un pequeño grupo de intelectuales radicales norteamericanos, intoxica-
dos por la perspectiva del poder, explotó los ataques del 11-S para conven-
cer a Bush de la necesidad de abandonar la política exterior “humilde”, pro-
metida durante su campaña electoral e ir a la guerra contra el “terror, el
terrorismo y el mal”–-todos ellos objetivos intangibles para una guerra y, co-
mo tales, fácilmente manipulables para propósitos indefinidos o inconfesa-
bles. Los neoconservadores dieron una versión cruda y arrogante a la con-
cepción “excepcionalista wilsoniana” del papel global de la nación
estadounidense y de su destino histórico. Mientras algunos de los nuevos in-
telectuales se identifican como “hegemonistas benévolos” o “neoimperialis-
tas”, otros simplemente dicen que son “neowilsonianos”.
Wilson es una figura crucial en la historia de la política exterior america-
na. Ha influido considerablemente también en el modo en que otras socieda-
des, sobre todo en Europa, han formado su visión de un EE UU moderno. En
1917 Wilson apeló por una “guerra sin victoria”. Sin embargo, cuando Alema-
nia amplió su campaña submarina contra barcos neutrales, mostró la otra ca-
ra de su pacifismo sentimental: una determinación férrea para librar una gue-
rra total en pos de su utópico objetivo. Redefinió la guerra mundial como “la
guerra para terminar con todas las guerras”, con lo que implícitamente dejó
entrever que, después de la victoria total, EE UU conduciría a la sociedad in-
ternacional hacia un nuevo orden mundial que aboliera la guerra misma.
Cuando llegó la victoria en 1918, y con ella la aparente oportunidad pa-
ra lograr su visión, dijo que el papel de EE UU en el mundo había sobreveni-
do como consecuencia de una intervención divina; que Dios había concedi-
do a EE UU la misión de crear una nueva sociedad humana, y que él mismo
había sido puesto en la Tierra para cumplir esa tarea providencial. En este
punto actuaba de acuerdo al mito fundacional de la sociedad norteamerica-
na. La secta puritana (calvinista) que pobló Nueva Inglaterra en el siglo
XVII, los “peregrinos”, creían (como posteriormente repitió Ronald Reagan)
que estaban creando una bíblica “ciudad sobre la colina”. Su noción de estar
68 Política Exterior

cumpliendo una misión divina ha impregnado desde entonces, de una mane-


ra u otra, a la sociedad estadounidense y a su política exterior.
Esa convicción pertenece tanto a la derecha como a la izquierda. El Par-
tido Demócrata podría ser reelegido en 2004 o 2008, retirando a Bush, pero
fue durante la administración de Bill Clinton cuando la secretaria de Esta-
do, Madeleine Albright, proclamó que los norteamericanos ven “más lejos”
que ningún otro país porque “su altura es mayor”. La globalización fue un
producto de esa misma administración. La desregulación de las finanzas in-
ternacionales fue propuesta por los primeros partidarios de Clinton en Wall
Street como un método para abrir los mercados mundiales a las inversiones
norteamericanas. Fue luego articulada por la administración Clinton como
parte de la marcha de la sociedad mundial hacia su unificación (y el fin de la
historia) en la democracia y el capitalismo de mer-
cado, esto es, una concepción esencialmente utó-
pica. La hipocresía implícita de esa visión no fue
La noción de evidente para los líderes de la administración.
cumplir una También fue bajo mandato de Clinton cuando
se estableció un sistema sin precedentes en el Pen-
misión divina tágono basado en mandos militares regionales, que
impregna la hoy cubren el mundo entero, con cada comandante
diplomacia como responsable de vigilar el desarrollo de los
acontecimientos en su región, de establecer o in-
americana tensificar las relaciones militares bilaterales con
cada país que les recibe, de preparar planes para
las intervenciones regionales, bajo los supuestos
de una amplia variedad de escenarios que impliquen posibles desafíos, no só-
lo a los intereses de EE UU sino también a su percepción del orden mundial.
Aun sin intención pero inevitablemente produjo un radical cambio en la
distribución del poder sobre la política exterior de EE UU, desde un mal fi-
nanciado departamento de Estado y una CIA civil, hacia el departamento de
Defensa, que ya poseía sus propios servicios políticos y de inteligencia. La
prohibición de la Constitución de EE UU de los “ejércitos permanentes” co-
mo una amenaza a la democracia ha sido desde la Segunda Guerra mundial
desestimada por el Congreso, el ejecutivo y el electorado norteamericanos
como si hubiese sido declarada obsoleta por la historia. La creación de esos
mandos regionales fue un paso más hacia la militarización de su política ex-
terior, en detrimento de la diplomacia.
Militarizada o no, la política norteamericana permanece bajo la influencia
del utopismo que he descrito, y que constituye el trasfondo en buena parte sin
analizar para el trabajo de todas las agencias de la política exterior de Was-
hington. Esto impregna la retórica y el pensamiento tanto de republicanos co-
mo de demócratas. Es la razón por la cual los estadounidenses pueden creer
que la historia tiene la solución definitiva y que su misión es proporcionarla.
William Pfaff 69

El sentimiento tradicional de EE UU según el cual encarna un “nuevo


designio político” (como sucesión del autocrático y dinástico siglo XVIII eu-
ropeo), y como tal en desafío del sistema internacional existente, ha adopta-
do bajo la administración Bush la forma de un repudio implícito al llamado
“principio westfaliano” de la soberanía absoluta de los Estados, el sistema
internacional que reconoce poderes múltiples y plurales existente desde el
fin de las guerras europeas de religión en 1648.
Imperfecto como es, el sistema westfaliano ha sido desde entonces acep-
tado por las grandes potencias como parte integral del Derecho internacional
y la base de las relaciones diplomáticas. Cuán serio demostrará ser el nuevo
desafío norteamericano es algo que está por ver. En principio, es un reto radi-
cal, según ha sido articulado en la nueva doctrina estratégica de la administra-
ción Bush (anunciada en septiembre de 2002) de ataques preventivos a países
considerados unilateralmente como amenazas a la seguridad de EE UU.
El sistema westfaliano ha sostenido que el orden del poder político, mi-
litar y económico es plural y que la sociedad internacional está configurada
por múltiples intereses, por el poder y por los recursos intelectuales de los
gobiernos nacionales soberanos. Hasta la formación de los imperios europe-
os, este ordenamiento concernía a las potencias europeas. En el pasado fue
desafiado sólo por conquistadores mundiales en ciernes (o, en principio,
por reformadores mundiales), todos los cuales fracasaron.
El Estado más reciente en hacer una reivindicación ideológica del domi-
nio mundial, basándose en los pronósticos históricos utópicos del marxis-
mo-leninismo, fue la Unión Soviética. Sin embargo, si bien Lenin y Stalin
ocuparon todos los territorios adyacentes que las circunstancias les permi-
tieron, e hicieron un inmenso esfuerzo para ganar conversos a escala plane-
taria, el poder soviético nunca se extendió mucho más allá de las fronteras
del antiguo imperio zarista, más los territorios de Europa central y del Este
que la Unión Soviética ocupó en la Segunda Guerra mundial. China, cuyo
ambicioso mensaje ideológico fue dirigido a la humanidad entera, nunca
prevaleció ni siquiera en el propio país: Formosa, Hong Kong y Macao per-
manecieron fuera de su control.
Los enemigos de esos dos movimientos fueron los más convencidos por
ese supuesto poder y sus pretensiones de conquista mundial. Éstas fueron
tomadas muy en serio, sobre todo en Washington.

Unilateralismo y ejercicio del poder


El nuevo desafío de la administración Bush implica que la diplomacia ya no
es más que un método para regular o conciliar las relaciones entre los Esta-
dos, los cuales han sido reconocidos hasta ahora –en principio y legalmen-
te– como iguales, aunque nunca lo fueron, pero el convencimiento de que lo
eran prevenía que la diplomacia se convirtiera en una mera expresión del
70 Política Exterior

ejercicio del poder, que es la implicación lógica de la nueva doctrina estraté-


gica estadounidense, en la que se dice que EE UU, como única superpoten-
cia, tiene la obligación pública de mantener el orden internacional y el dere-
cho a atacar de forma preventiva a los Estados que considere
unilateralmente como amenazas potenciales.
La preeminencia internacional de EE UU desde 1989 y la concepción
del actual gobierno sobre cómo debería reformarse el orden mundial han
tendido a promover una cierta exageración de su poder real. El dominio mi-
litar de Washington no se traduce en un poder político relevante ni siquiera
en un poder militar relevante. La capacidad para infligir una destrucción to-
tal en otra sociedad, como la habilidad para paralizar un país y sus infraes-
tructuras nacionales con bombardeos “inteligentes” y un mínimo de daño
“colateral”, no son ninguna de ellas importantes
para resolver los problemas reales de las relacio-
nes internacionales. Por el contrario, a menudo se
La crisis de muestran como un obstáculo para las soluciones,
Irak ha dejado debido a que ofrecen seductoras ilusiones sobre el
modo en que podrían resolverse los problemas. La
a EE UU en fuerza no siempre resuelve las cosas (aunque a ve-
una debilitada ces sí lo haga). La utilidad del poder militar en cir-
posición cunstancias ajenas a la guerra es escasa, y los me-
dios militares son con frecuencia más eficaces
diplomática cuando realmente no se utilizan que cuando se ha-
ce uso de ellos. La amenaza es a menudo más inti-
midatoria que la ejecución en sí misma, incluso en
los casos en que ésta sea un éxito.
EE UU fue una potencia militar más intimidatoria antes de que la ocu-
pación de Irak revelara la confusión de sus tropas al verse enfrentadas al
desorden civil, la resistencia popular o la no cooperación de los iraquíes, los
dilemas políticos, las inhibiciones y los costes impuestos a una fuerza ocu-
pante y –de nuevo– a su vulnerabilidad ante los ataques guerrilleros.
Cualquier forma de poder tiende a degradarse cuando se utiliza porque
la realidad revela sus límites y defectos, y con frecuencia provoca inespera-
das y eficaces formas de resistencia. Existen modos de poder e influencia
–el “poder blando”– de las que EE UU carece, o que ha derrochado a través
de la diplomacia intimidatoria de la administración Bush. En conjunto, la
crisis de Irak ha dejado a EE UU en una debilitada posición internacional.
Una de las principales características de la concepción de los asuntos
internacionales de la administración Bush ha sido su hostilidad hacia la di-
plomacia. Ha estado reconstruyendo sus relaciones con otros países como
ejercicio de poder, en lugar de utilizarlas como medios de negociación para
mediar, arbitrar, acomodar o llegar a compromisos entre diferentes puntos
de vista e intereses. Para esta administración, tratar con los demás, tanto
William Pfaff 73

aliados como rivales, significa imponer su voluntad y forzar al otro a la su-


misión. Incluso dentro de sus más antiguas alianzas europeas, se ha negado
a aceptar el principio de iguales que buscan soluciones comunes, y ha tendi-
do a tratar con otros en términos de desigualdad y subordinación.
La reacción a esa transformación de los mecanismos diplomáticos tra-
dicionales en relaciones de poder será casi con toda probabilidad provocar
a los interlocutores de Washington a que recurran también al poder. ¿Cómo
podrían hacerlo de otro modo? Aquéllos que se sienten militarmente vulne-
rables harán todo lo posible para proveerse con algún tipo de instrumento
que pueda disuadir a las presiones militares estadounidenses, o en los casos
de Rusia y China, se verán presionados a fortalecer los medios disuasorios
que ya poseen. Se podría decir que Corea del Norte sufre un tipo de psicopa-
tología política, pero su deseo de poseer armas nucleares no es irracional,
como tampoco lo es el de Irán. Obtenerlas puede empeorar su situación, pe-
ro su impulso es lógico.
Las naciones que no se sienten sometidas a una amenaza militar busca-
rán, sin embargo, defensas económicas y políticas contra EE UU en un es-
fuerzo por “contener” la amenaza potencial que perciben de su parte. Euro-
pa, y también un Japón movilizado, así como otros Estados, tienen los
medios para hacerlo. No obstante, ésa es una perspectiva poco halagüeña
en la cual, a su manera, EE UU se convierte en la amenaza contra la que el
mundo del siglo XXI tiene que luchar.

Ante las elecciones de 2004


Lo que no sabemos es si este cambio durará en la concepción americana de
la situación global y de su propio papel nacional. Tiene graves y potenciales
implicaciones permanentes para la naturaleza del Estado americano, y para
sus prácticas y valores internos, así como para las relaciones internaciona-
les. Es posible que las elecciones presidenciales de noviembre de 2004 trai-
gan un final abrupto a este nuevo rumbo de la política global, y relegen las
actitudes militaristas y unilateralistas que la acompañan a la oposición. Las
elecciones presidenciales están a un año de distancia. Sería absurdo decir
en este momento que George W. Bush será derrotado, pero el cotidiano aco-
so al que se ven sometidas las tropas en Irak, el número de bajas, la aliena-
ción de los aliados y del apoyo internacional y la enemistad de la opinión
pública internacional que revelan las encuestas podrían culminar en un re-
pudio electoral de Bush y sus asesores neoconservadores, que han domina-
do la política exterior de la administración desde el 11-S. La posibilidad de
un grave deterioro de la economía en 2004 se suma a los riesgos políticos
que corre la administración Bush.
Sin embargo, incluso si las elecciones infligen a Bush la misma derrota
que sufrió su padre en 1992 al buscar la reelección, después de otra guerra
74 Política Exterior

contra Irak, el periodo en el poder del Bush más joven habrá marcado una
significativa transición norteamericana. Esta política de empleo agresivo y
unilateralista del poder para rehacer los asuntos mundiales ha sido justifica-
da por los neoconservadores según los términos de una antigua convicción
americana sobre la excepcionalidad nacional y la creencia de que el modelo
de sociedad estadounidense está destinado a dominar el mundo, por unos u
otros medios.
Si la situación de EE UU en Irak se deteriorara gravemente, ese fracaso
podría recrear entre su electorado el tipo de ansiedad y las actitudes aisla-
cionistas que experimentó por última vez tras la guerra de Vietnam. Si esto
puede provocar una retirada de EE UU de sus compromisos internacionales
es imprevisible. Como fuere, los instintos esenciales de la nación siguen
siendo los de una sociedad aislada geográfica y, sobre todo, moralmente.
Es posible que Bush y sus neoconservadores demuestren ser nada más
que un episodio excéntrico pero aleccionador, que termina mal, de la histo-
ria de la moderna política exterior de EE UU. Por otra parte, podría presa-
giar otros ejemplos de las vanidades y corrupciones del poder. La historia
no suele ser amable con los poderosos.

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