Irak, 15 Años
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EXTERIOR
Irak, 15 años
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Foto de portada: Oleoducto iraquí en llamas (Ash Sharqat, 18/08/2003). @Getty.
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Irak, 15 años
Con su apoyo sin reservas a EEUU en Irak, España dio un giro radical a
su política exterior. Se rompía un consenso histórico que llevó a
algunos a preguntarse si España tenía una política exterior. De todo ello
se ocupa este especial que, sin moverse del epicentro de la crisis –2002
y 2003–, reúne 11 artículos de esos años que merece la pena releer.
Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo.
Logros, riesgos y oportunidades
Colin Powell
P
odemos sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado juntos en
apenas un año. En este tiempo se ha puesto a prueba a Estados
Unidos, a sus amigos y a sus aliados. Hemos aceptado ese reto, pe-
ro aún queda mucho por hacer. Tras el primer aniversario de los
atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 la perspectiva para anali-
zar lo que hemos conseguido, los riesgos que quedan por afrontar y, lo más
importante, las oportunidades que hemos de aprovechar para construir un
mundo mejor y más seguro.
Este año el presidente George W. Bush ha conseguido unir y liderar una
coalición internacional que ha liberado a Afganistán del yugo de Al Qaeda y
de los talibanes. Por primera vez en más de un decenio podemos ver en la
televisión que las jóvenes afganas van a la escuela, los jóvenes juegan al fút-
bol y se oye música en la calle.
Ahora que los talibanes se han marchado, Afganistán tiene un nuevo
gobierno interino presidido por Hamid Karzai. La coalición internacional
trabaja con el presidente Karzai para satisfacer las necesidades humanita-
rias del pueblo afgano y comenzar la difícil tarea de recuperación y re-
construcción, recreación de una sociedad y de una infraestructura. Por
ejemplo, Estados Unidos dedica ochenta millones de dólares a un proyec-
to de mejora del sistema principal de carreteras en Afganistán, junto con
Arabia Saudí y Japón. Una simple carretera asfaltada que permitirá conec-
tar este país de nuevo y que no sólo unirá lugares, sino también a las per-
sonas, de manera que el comercio fluya y el gobierno central pueda llegar
EE UU y Oriente Próximo
El entorno en el que trabajamos y vivimos es nuevo y complejo, con nuevos
amigos y acuerdos que habrían sido impensables hace sólo diez años. Traba-
jamos no sólo para aprovechar estas oportunidades, sino para tratar los
asuntos más delicados. Ninguno es más difícil que el conflicto palestino-isra-
elí. El presidente ha reafirmado su visión de dos Estados que convivan jun-
tos en paz y seguridad. El 24 de junio manifestó con firmeza lo que quiere
que haga el lado palestino respecto a su propia reforma, convirtiéndose en
un socio más responsable en el proceso de paz. Pero también impuso obliga-
ciones a Israel: la necesidad de poner fin a la ocupación y a los asentamien-
tos, de que haga más para aliviar la crisis humanitaria del pueblo palestino; y
de que ambas partes asuman los riesgos necesarios para avanzar en el cami-
no de la paz. Por muy difícil que sea el proceso de pacificación en Oriente
Próximo no abandonaremos nuestra búsqueda de la paz.
Es un momento fascinante para ser secretario de Estado. Todas las nor-
mas con las cuales trabajaron mis últimos diez predecesores han desapareci-
do. Rusia, China y EE UU trabajan juntos para mantener la paz. Estamos de-
Colin Powell 55
cididos a que esto no sea sólo una pausa en las hostilidades entre grandes
potencias, sino que realmente sea un nuevo futuro.
Lo que vemos en los frentes político y económico nos da aún más moti-
vos para el optimismo. La democracia y el mercado libre se extienden y la
gente comprende que la combinación de ambos es el sistema acertado. En
casi todas las reuniones con funcionarios extranjeros dedicamos tiempo a
asuntos políticos y geoestratégicos, pero la mayoría lo dedicamos a asuntos
económicos y al comercio. En consecuencia, el mensaje que se transmite es
que el libre mercado funciona, pero sólo con un sistema político libre, don-
de no haya corrupción y exista el Estado de derecho, donde se respete el ca-
pital, donde se puedan obtener beneficios, donde esta palabra suene bien y
no mal, donde se invierta la riqueza en infraestructuras sociales, especial-
mente en educar a los jóvenes para que participen
en la economía del siglo XXI. Y por eso Bush está
decidido a avanzar en su agenda de libre comercio,
tras haber recibido la aprobación del Congreso pa- El objetivo del
ra promocionarlo. Y utilizaremos esa autoridad pa- ataque del 11-S no
ra crear cada vez más acuerdos en todo el mundo
con naciones comprometidas con la democracia y fue sólo EE UU,
el sistema de libre empresa. sino el futuro que
En la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Soste- compartimos con
nible celebrada en Johanesburgo (24 de agosto-4
de septiembre de 2002) reafirmé el compromiso
el resto del mundo
del presidente de incluir a los pobres del mundo
en un círculo de desarrollo cada vez mayor y hablé
del papel esencial de las asociaciones públicas-privadas. La mayoría del di-
nero para el desarrollo sostenible procederá del sector privado, que tiene un
importante papel que desempeñar en paliar la pobreza en el mundo.
Johanesburgo fue una conferencia fructífera, en la que naciones de todo
el mundo, doscientas delegaciones se reunieron y comprometieron con el
desarrollo sostenible, la creación de asociaciones públicas-privadas, la sani-
dad, la educación, el agua limpia, la higiene, necesidades básicas que damos
por supuestas, pero que no lo son en todas partes.
Esa conferencia ha sido la última parada, pero no la definitiva en un lar-
go camino hacia un futuro más prometedor. En noviembre del pasado año,
en Doha, los grandes esfuerzos de EE UU contribuyeron a lograr el lanza-
miento de una nueva ronda de conversaciones sobre el comercio mundial,
las primeras que se centrarán en el desarrollo sostenible. Y me alegro de
que en esta administración estemos dando muestras del liderazgo necesario
para avanzar en las conversaciones sobre comercio.
En marzo pasado en Monterrey, en la conferencia de las Naciones Uni-
das sobre la Financiación al Desarrollo, Bush anunció la iniciativa del Reto
del Milenio, que supondrá un incremento del cincuenta por cien en tres
56 Política Exterior
La comunidad internacional afronta hoy una paradoja. Su principal potencia, Estados Uni-
dos, impulsora de las instituciones que mantuvieron la estabilidad mundial durante más
de cuatro décadas, quiere hoy aparcar ese orden y crear otro con sus propias normas.
L
a consecuencia geopolítica de los atentados del 11 de septiem-
bre de 2001 en Nueva York y Washington ha sido la destrucción,
para bien o para mal, de la estructura geopolítica internacional
creada a principios de la década de los noventa tras el colapso
del sistema soviético. El orden mundial existente en aquel momento, de
un claro duopolio soviético-estadounidense, se transformó en un sistema
de dominio americano. En términos militares, supuso prácticamente un
monopolio de poder; monopolio, sin embargo, ejercido de forma suave
en los años siguientes. La dominación estadounidense no causó inquie-
tud alguna entre el resto de las principales naciones, ya que se considera-
ba que Estados Unidos, independientemente de sus excentricidades o ex-
cesos, era un país en quien se podía confiar, y un guardián responsable
del orden mundial.
La elección de George W. Bush parecía prometer una cierta renovación
del aislacionismo estadounidense y una renovada concentración en los
asuntos internos. Fuera de sus fronteras se temía, sobre todo en Europa, que
la nueva administración Bush desatendiera asuntos cuya solución había de-
jado complacientemente en manos de Washington.
El horror que se vivió el 11-S cambió todo aquello. EE UU pasó a cen-
trarse en la llamada “defensa nacional”; defensa nacional que en realidad
ha demostrado significar una guerra contra el régimen talibán en Afganis-
William Pfaff es columnista del International Herald Tribune y miembro del Conse-
jo Asesor de POLÍTICA EXTERIOR. Este artículo, basado en parte en una conferencia
pronunciada en el Real Instituto Elcano, el 11 de septiembre de 2002 se publica en el
marco del acuerdo suscrito en septiembre entre el Real Instituto y la revista.
tán y, según parece, una acción militar “de carácter preventivo” e incluso
unilateral si fuera necesario, contra Irak, y posiblemente contra otras na-
ciones en el futuro.
Lo que ya se conoce como “fenómeno 11-S” tuvo, sobre todo, efectos
psicológicos en EE UU. Por lo demás, el mundo no pareció haber cambiado.
Europa, Rusia, China, todos siguen en sus órbitas. Sin embargo, EE UU no.
¿Por qué?
Los movimientos islámicos radicales que consideraban a EE UU su ene-
migo –el “gran Satán”, como los radicales iraníes lo denominaron hace un
cuarto de siglo– existen desde hace muchos años. Han sido los responsables
de reiterados ataques contra tropas e instalaciones estadounidenses.
Las Torres Gemelas de Nueva York ya habían sido atacadas en 1993 por
personas vinculadas a Al Qaeda. En 1983, 241 marines estadounidenses fue-
ron asesinados por militantes palestinos en Beirut. En 1996, instalaciones
americanas fueron bombardeadas en Arabia Saudí, probablemente por gru-
pos relacionados con Al Qaeda, y en 1998 dos embajadas de EE UU en Áfri-
ca oriental, Kenia y Tanzania, con el resultado de 224 muertos.
En Líbano, bajo la administración de Ronald Reagan, las bombas provo-
caron una abyecta retirada estadounidenses del país. En casos posteriores,
con Bill Clinton, se vivieron unos primeros momentos de gran indignación
que dieron paso a un amplio periodo de indiferencia. El primer ataque con-
tra las Torres Gemelas no sirvió para que las agencias gubernamentales re-
flexionasen acerca del modo en que podría lanzarse ese mismo ataque con
mayor éxito la próxima vez. Pero, por supuesto, los responsables del atenta-
do sí lo hicieron, y encontraron la solución.
El enemigo en casa
Creo que fue Marx quien afirmaba que un cambio de escala puede convertir-
se en un cambio cualitativo. Hasta septiembre de 2001, los americanos
habían insistido en considerar las relaciones y los conflictos internacionales
como una especie de realidad virtual que carecía de cualquier tipo de cone-
xión real con sus vidas… o incluso con la de cualquier ser humano. Cuando,
el pasado año, las víctimas del conflicto internacional resultaron ser estadou-
nidenses, personas que vivían en EE UU, contándose por miles, y además en
el mismísimo centro de dos de sus ciudades más importantes, los america-
nos, por fin, reaccionaron.
En Washington, el resultado fue el afianzamiento de una determinada co-
munidad de pensamiento dentro del debate de la política nacional, que pretende
una reestructuración radical del panorama geopolítico internacional: una modi-
ficación con implicaciones fundamentales y consecuencias potenciales para Eu-
ropa occidental y la Unión Europea. Volveré sobre este punto más adelante.
William Pfaff 59
¿Terrorismo anarquista?
Los responsables de los atentados del 11-S pertenecen a una organización
conspiradora no estatal que se puede llegar a comparar con una organiza-
ción criminal internacional, aunque esta comparación tampoco es exacta, ya
que las organizaciones criminales tienen objetivos materiales, sobreviven
William Pfaff 61
lificación por parte de Bush de Irán, Irak y Corea del Norte como un “eje del
mal” vinculado o de alguna forma responsable de Al Qaeda, ha conducido a
presentar la campaña actual a favor de atacar Irak para destruir y reempla-
zar el régimen de Sadam Husein. Ésta parece ser ahora mismo la prioridad
de la administración Bush, aun cuando no se haya establecido ningún víncu-
lo probado entre el gobierno iraquí y Al Qaeda. Si tal vínculo no existe, pue-
de deducirse que una guerra contra Irak lógicamente no servirá para resol-
ver el problema del terrorismo, sino que incluso podría empeorarlo,
inspirando un mayor antiamericanismo en el mundo musulmán.
No obstante, detrás de esta aparente contradicción existe un proyecto
mucho más amplio, que sólo ahora empieza a articularse en esos mismos
círculos políticos de Washington, postulado por una facción de la comuni-
dad neoconservadora y proisraelí de activistas políticos.
Este proyecto más amplio es radical. Prevé un programa de varias déca-
das para reemplazar prácticamente a todos los gobiernos de Oriente Próxi-
mo, estableciendo reformas sociales y políticas por toda la zona, más Asia
central, Afganistán y Pakistán, todo bajo tutela americana. Los autores de
este programa político lo comparan con la reconstrucción de Europa tras la
Segunda Guerra mundial “por América”, según ellos, como si los europeos
hubiesen tenido poco que ver con la “reconstrucción” de Europa.
Su programa incluye la reconstrucción del Afganistán postalibán, la ela-
boración de un acuerdo árabe-israelí conforme a las condiciones israelíes,
(posiblemente, si la extrema derecha israelí logra sus objetivos, todo hay
que decirlo, con la anexión por parte de Israel de los territorios ocupados y
la expulsión de los palestinos o su reagrupamiento en lo que los críticos is-
raelíes de estos propósitos describen como “Bantustans”), un “cambio de
régimen” en Irán y tal vez en Arabia Saudí, y un programa que respalde a la
sociedad civil en toda la región. Dichos analistas consideran que es un pro-
yecto estratégico que llevará décadas, pero confían en que triunfe.
Aseguran que si ponen en marcha este programa con la eliminación de Sa-
dam Husein, se liberarían fuerzas democráticas que cambiarían radicalmente
Oriente Próximo. Como escribió el eminente historiador militar británico, sir
Michael Howard, creerse esto “requiere una suspensión de incredulidad consi-
derable”.1 Yo añadiría que afirmar que hoy EE UU podría o debería intentar es-
tablecer un protectorado hegemónico sobre Asia central y el Oriente Próximo
musulmán tiene algo de delirio, por no decir de perturbación mental.
El optimismo sin límites, casi fantástico, de dicho programa reside en el
mito americano de que la humanidad sería pacífica y democrática si no hu-
biese sido, como Howard lo resume, “inducida a error por ideologías equí-
vocas o gobernada por dictadores corruptos y diabólicos. Puede que sean
necesarias intervenciones quirúrgicas para eliminar esos cánceres, pero
2. Philip Bobbitt, The shield of Achilles: war, peace and the course of history. Nueva
York: Alfred A. Knopf, 2002.
64 Política Exterior
del que goza su nación tras 1990 para establecer una nueva versión de ese
orden mundial benevolente propuesto por primera vez a los americanos
por Woodrow Wilson, quien dijo que Dios había creado a EE UU “para
mostrar a las naciones del mundo el modo en que debían avanzar por los
caminos de la libertad”.
Una minoría dentro de la comunidad política de Washington se opone a
este programa hegemónico, viendo en él esos mismos delirios de grandeza,
y ese mismo mesianismo nacional autointoxicado, sobre los cuales el pasa-
do ofrece elocuentes e instructivas lecciones. Al mismo tiempo, hasta hace
poco, el electorado estadounidense también parecía, en su mayoría, poco
receptivo a la idea de que su país debiese intentar imponer su liderazgo a la
sociedad internacional. Hoy parece que esa mayoría ha desaparecido.
Indiferencia al mundo
Las relaciones con los aliados se han visto sometidas a tensiones sin preceden-
tes a causa de la aparente indiferencia de la administración Bush ante el Dere-
cho internacional y a su unilateralismo político, así como por la alarma euro-
pea ante la política de Washington en Israel y Palestina y su determinación a
actuar “con fines preventivos” (de ser necesario) contra Sadam Husein.
La situación ha desembocado en otro drama por el documento de la es-
trategia de seguridad nacional presentado el 17 de septiembre, que viene a
ser una renuncia implícita de los americanos al principio de soberanía abso-
luta y de igualdad de los Estados, base del ordenamiento internacional des-
de la paz de Westfalia de 1648.
Implícitamente, la nueva posición americana subordina los intereses de
seguridad de cualquier otra nación a los de EE UU, al afirmar que si el go-
bierno de este país determina unilateralmente que otro Estado supone una
futura amenaza para ellos, o si da refugio a un grupo considerado como una
potencial amenaza, EE UU reivindicará el derecho a intervenir de forma
preventiva en ese Estado para eliminar la amenaza, si fuera necesario lle-
vando a cabo un “cambio de régimen”.
Esta idea equivale a demandar una sustitución del principio de legitimi-
dad nacional por el de una superior legitimidad americana por encima de
los demás. Uno podría decir que obviamente los Estados más poderosos
siempre han establecido las reglas de las relaciones internacionales, y que
EE UU ha intervenido muchas veces en países pequeños. Sin embargo, en el
pasado Washington siempre proclamó algún tipo de justificación jurídica.
Reconocía los principios de soberanía y no intervención. Su nuevo plantea-
miento reemplaza la reivindicación de que sus propios intereses de seguri-
dad lo avalan todo y sirve al interés general de la comunidad internacional.
A esto hay que añadir su intención de mantener una supremacía militar ab-
William Pfaff 65
Si los efectos de toda guerra son imprevisibles, la complejidad del problema iraquí
acentúa la incertidumbre. Son tantas las variables en juego que, a efectos de aná-
lisis, lo más correcto es la descripción de los diversos escenarios posibles.
U
n escenario negro es un instrumento de ayuda a la toma de deci-
siones consistente en la presentación de las consecuencias nega-
tivas que verosímilmente pueden derivarse de una decisión. La
elaboración de un escenario negro no requiere una estimación
previa de la probabilidad de que esas consecuencias se produzcan y tampo-
co dice si esa probabilidad es alta o baja. Lo que permite es apreciar el al-
cance de las consecuencias negativas que pueden derivarse de la decisión
tomada y facilitar su comparación con las que se espera que se produzcan
en el mejor de los casos, es decir, en un escenario rosa. Es en este sentido
en el que resulta útil para la toma de decisiones.
Ésta es la teoría, pero en la práctica, al elaborar un escenario negro,
el analista difícilmente puede eludir el complejo de Casandra. Casandra,
la más bella de las hijas de Príamo y Hécuba, prometió entregarse a Apo-
lo que estaba enamorado de ella. No cumplió, sin embargo, su promesa y
el dios la condenó a predecir siempre la verdad pero a que nunca fuera
creída. Cuando los aqueos prepararon el caballo que introduciría a los
mejores de sus héroes en Troya, Casandra intentó inútilmente persuadir
a los troyanos de que no permitieran su acceso a la ciudad. Después del
saqueo de Troya, en la división del botín, Casandra le tocó en suerte a
Agamenón, al que predijo el trágico destino que le esperaba al regresar a
la patria. Agamenón tampoco le creyó y tuvo dos hijos gemelos de ella
Carlos Alonso Zaldívar es diplomático. La primera parte de este artículo ha sido pu-
blicada en el marco del acuerdo suscrito entre el Real Instituto Elcano y POLÍTICA
EXTERIOR. La segunda parte es enteramente original, desde el parágrafo ¿Qué busca
Washington?
puede verse afectada si, por alguna razón, ésta se extiende más allá de Irak o
si durante la misma se abre otra crisis en Oriente Próximo u otra parte del
mundo. Una situación de inestabilidad en el entorno próximo o lejano del
teatro de operaciones afectará a los medios militares disponibles en Irak y
hará que el factor tiempo juegue a favor de Bagdad. También puede condi-
El escenario rosa
Aunque el fin de este trabajo es ocuparse de escenarios negros, antes de en-
trar en ello conviene apuntar las grandes líneas del escenario rosa para to-
marlo como referencia comparativa al evaluar los escenarios negros.
He aquí los rasgos generales del escenario rosa: la invasión se produce
con autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; los aliados
que se suman a EE UU son importantes y numerosos (es relevante que haya
varios europeos y algún árabe); los combates discurren sin mayores dificulta-
des, con mortandad limitada y en menos de seis semanas el régimen de Sadam
sucumbe; aunque al inicio de la guerra se produce una subida del precio del
petróleo, una vez que ésta concluye y desaparecen las incertidumbres que pe-
san sobre la economía, se recupera y se relanza el crecimiento; entretanto,
Oriente Próximo permanece con la estabilidad que tiene ahora y no se abre o
escapa al control ninguna otra crisis en otras partes del mundo; el Consejo de
Seguridad aprueba una resolución sobre pacificación y reconstrucción que
permite a EE UU desplegar fuerzas militares en el país, concede legitimidad al
gobierno transitorio que se establezca y compromete a otros países a aportar
recursos económicos y humanos para las tareas de reconstrucción.
De todas formas, incluso en este escenario rosa, lo más verosímil es que
persistan algunas complicaciones. Así, es probable que la guerra impulse un
clima favorable al proselitismo y activismo de Al Qaeda y que su actividad
persista e incluso se incremente con ataques en distintas zonas del mundo,
sin descontar EE UU, y en la posguerra también en Irak, cuyas fronteras es-
tarán mal guardadas y donde encontrará abundantes objetivos en las tropas
americanas desplegadas. Lo más rosa que cabe pensar a este respecto es que
el problema se reducirá a medida que Al Qaeda vaya sufriendo derrotas, tras
la muestra inequívoca de que EE UU está decidido a combatir hasta el final.
Teniendo en cuenta las fuerzas centrífugas que alimentan la diversidad
étnica, tribal y religiosa de Irak, así como los precedentes históricos a este
44 Política Exterior
respecto, también hay que contar con que las tareas de pacificación y re-
construcción encontrarán dificultades, tanto si se apoyan en la vieja admi-
nistración iraquí como si ésta se ve sustituida por las fuerzas militares de
ocupación. Esto significa que, aunque en un escenario rosa la guerra resulte
corta, la pacificación y reconstrucción de Irak será larga, reclamará el uso
de la fuerza distando de ser un proceso democrático, y requerirá importan-
tes efectivos humanos y recursos económicos.
Si el cálculo de quienes deciden la invasión es que tras ésta, y una vez
que EE UU haya desplegado fuerzas militares en Irak, presionará a Irán, Si-
ria, Arabia Saudí y otros vecinos para “redibujar el mapa de Oriente Próxi-
mo”, no es menos cierto que los gobiernos de algunos de estos países se en-
contrarán en una posición difícil al soportar, por un lado, los efectos de esa
presión y, por otro, movimientos populares que empujarán en el sentido con-
trario. Acomodar estas solicitudes contradictorias llevará, en el mejor de los
casos, tiempo, y puede que provoque cambios de régimen en algunos países,
con lo que la reorganización política de la zona no será automática sino len-
ta y conllevará nuevos riesgos de desestabilización. En otras palabras, el es-
cenario rosa para la invasión no garantiza en modo alguno el escenario rosa
para la posguerra en Oriente Próximo, aunque el cambio de color puede lle-
var algún tiempo.
Es cierto, sin embargo, que el escenario rosa actuará como un multipli-
cador del poder de EE UU en Oriente Próximo y en otras partes del mundo.2
Pero para los países de la Unión Europea ocurrirá lo contrario pues verán
cómo aumenta su riesgo de sufrir ataques del terrorismo suicida, cómo se
desvanece su influencia en Oriente Próximo y el Mediterráneo y cómo su
abastecimiento de petróleo pasa a ser más dependiente de EE UU. Efectos
parecidos o peores sufrirán otras potencias, y muchos árabes y musulmanes
verán al Consejo de Seguridad de la ONU como un organismo sometido a
Washington. Volveremos sobre esto, pero lo apuntado basta para señalar que
lo que a los ojos de EE UU puede resultar rosa, para otros tendrá colores
más oscuros, y este desfase cromático no dejará de producir consecuencias.
2. Carlos Alonso Zaldívar, “Irak, crónica de una guerra anunciada”. POLÍTICA EXTERIOR,
núm. 90, noviembre/diciembre 2002.
Carlos Alonso Zaldívar 45
sobrepasa las doce, se extiende en la región y/o se abren otras crisis fuera
de la zona, entrará en escenarios negrísimos. Una vez concluida la guerra el
escenario continuará siendo negro o negrísimo si el proceso de pacificación
encuentra resistencia armada.
Para seguir la evolución de estos escenarios analizaremos sus posibles
efectos sobre los siguientes factores: la actividad de Al Qaeda; el comporta-
miento de la economía; la estabilidad en diversas zonas del mundo; y la difi-
cultad de pacificación y reconstrucción.
La actividad de Al Qaeda. La guerra creará un clima más favorable al
proselitismo de Al Qaeda e incluso puede recibir apoyos con los que hasta
ahora no contaba. Por otra parte, debido al uso de medios de inteligencia y
militares en la guerra que eran empleados contra Al Qaeda, su margen ope-
rativo se ampliará. Las consecuencias previsibles
pueden ser un aumento de los ataques suicidas,
posiblemente en orden disperso y en zonas sensi-
bles que le resulten más accesibles que EE UU, en- La guerra creará
tre ellas Europa. A no descartar que, si la guerra un clima a favor
en Irak se prolonga, aumente la inestabilidad en
Afganistán, incluyendo la reaparición de los taliba- de Al Qaeda, que
nes. Todo ello puede ocurrir en los tres escenarios, podría recibir
y con mayor probabilidad e intensidad cuanto más apoyos con los
se prolongue la guerra.
La economía empeora (salvo en el escenario
que no contaba
gris). Las siguientes previsiones proceden del Cen-
ter for Strategic and International Studies (CSIS) de
Washington para una guerra que comenzaría en el primer trimestre de 2003.3
– Escenario gris (guerra de menos de seis semanas). El precio del petró-
leo experimenta un ascenso medio hasta los 42 dólares en las doce primeras
semanas y después retorna a valores de preguerra, inferiores a los treinta.
Pese a ello, tras un efecto inicial negativo, la economía de EE UU y la del
resto del mundo registran un fuerte crecimiento antes de finales de año.
– Escenario negro (guerra de seis a doce semanas). El precio del petró-
leo alcanza valores medios de 42 dólares en las doce primeras semanas;
Arabia Saudí aumenta los suministros para contener los precios y éstos des-
cienden, pero no se sitúan por debajo de los treinta dólares hasta finales de
2004. EE UU experimenta un crecimiento cero durante la primera mitad de
2003 y el resto del mundo sólo crece ligeramente por encima de cero. La re-
cuperación no se inicia hasta finales de 2003 y no alcanza el tres por cien de
crecimiento hasta entrado 2004.
– Escenario negrísimo (guerra de doce a veinticuatro semanas). El pre-
cio del petróleo llega a los ochenta dólares y no desciende por debajo de los
3. www.csis.org/features/attackoniraq_summary.pdf.
46 Política Exterior
Colombia puede ver que su guerra civil crónica entra en una fase más
virulenta y compleja si se entrelaza con una situación de inestabilidad tam-
bién violenta en Venezuela.
Argentina puede vivir, antes o después de las elecciones previstas para
el 27 de abril, movilizaciones populares que sólo sean controladas por un
gobierno civil autoritario con el respaldo de los militares, como ha señalado
Alain Touraine. Un gobierno así podría adoptar medidas que pongan en
cuestión el mantenimiento de Mercosur.
Brasil, pese a contar en estos momentos con las bendiciones del Fondo
Monetario Internacional (FMI), continúa bajo la amenaza de una crisis fi-
nanciera que podría llegar a producirse si una recesión global, el bloqueo de
Mercosur o la inestabilidad en Argentina alejan a los inversores del país. Los
problemas de Colombia, Argentina y Brasil no ten-
drían por qué tener efectos inmediatos sobre el
curso de la guerra en Irak, pero su evolución sí po-
dría afectar a Brasil y Argentina en el caso de dar La guerra y la
lugar a una recesión económica mundial. Un sub- debilidad de
producto de la guerra de Irak sería entonces un pa-
norama de posguerra bastante desolador en Sura- Bagdad pueden
mérica, algo especialmente negativo para España. provocar la
Finalmente, está el mal contenido y extrema- desmembración
damente peligroso conflicto entre India y Pakistán.
Éste último, como efecto indirecto de la guerra en
del país
Irak, puede ver que su control de la frontera con
Afganistán se debilita e India considerar que se le
abre una oportunidad de actuar contra la Cachemira paquistaní o más allá.
Los acontecimientos señalados podrían convertir un escenario gris en
negro o uno negro en otro más negro. Al margen de esto, dichos procesos
también podrían hacer que al final de la guerra de Irak el mapa político
mundial aparezca alterado en zonas alejadas de Oriente Próximo, lo que ya
ocurrió durante la guerra del Golfo en 1991, cuando el proceso de desmem-
bración de Yugoslavia adquirió una dinámica irreversible.
La crisis en Oriente Próximo se expande. No faltan posibilidades de
que esto ocurra. En Irak la guerra pueden dar paso a movimientos de des-
membración del país. El caso más delicado es el kurdo pues este pueblo ya
cuenta con un cuasi-Estado y, dada la posición geográfica que ocupa, tendrá
una importante influencia en la guerra, que le ofrecerá la mejor oportunidad
desde el final de la Primera Guerra mundial para dotarse de un Estado inde-
pendiente, si bien esto es inaceptable para Turquía y otros países de la zona.
Israel puede ser atacado por Irak y entrar en combate; o bien, respon-
diendo a un grave atentado, lanzar una gran ofensiva contra los palestinos
que conlleve matanzas y desplazamientos de población no vistos desde
1948; o por iniciativa propia, aprovechar la situación para intervenir en Líba-
REUTERS/CORDÓN PRESS
– Una elevación de los precios del petróleo, si Arabia Saudí deja de in-
troducir reservas en el mercado o si importantes instalaciones petrolíferas
de la zona se ven afectadas por la guerra;
– Complicaciones posteriores en las tareas de pacificación y recons-
trucción de Irak una vez acabada la guerra, pues éstas se verán afectadas
por la actitud de los países vecinos;
– Cambios significativos en la posguerra en las relaciones de algunos
países de Oriente Próximo con EE UU y sus aliados.
Tanto si la guerra se extiende en Oriente Próximo como si se produce
un cambio de alineación política de algunos países de la zona, el escenario
intensificará su tonalidad negra.
da por el Consejo) secunden esta demanda. Pero, ¿qué harán otros países?
¿Que harán los árabes –algunos vecinos de Irak– que hayan considerado la
invasión ilegal en términos de Derecho internacional? ¿Qué harán los países
europeos que se hayan mantenido al margen de la guerra?
La primera cuestión crítica puede centrarse en el reconocimiento del
nuevo gobierno de Irak. Éste podrá ser o un gobierno integrado por perso-
nalidades locales apoyado en las fuerzas de ocupación, o tomar la forma de
una administración militar de los ocupantes. Definir su estatuto jurídico
puede convertirse en una cuestión espinosa, tanto más cuando no es de es-
perar que EE UU, después de haber ganado la guerra con facilidad, esté
muy dispuesto a que le compliquen la explotación política, militar y econó-
mica del éxito.
En cuanto a la aportación de recursos económicos y humanos para la
reconstrucción, aunque con una economía relanzada resultará más fácil en-
contrarlos, los países que no acepten o se sientan sin influencia sobre el
nuevo gobierno, cabe esperar que se abstengan. EE UU no podrá contar es-
ta vez con pagar sólo un bajo porcentaje de los costes de la guerra y de la
reconstrucción como ocurrió en 1991. ¿Intentará pagarlo con cargo al petró-
leo iraquí? En todo caso, Irak es un país con unas dimensiones y una pobla-
ción tales que mantenerlo bajo ocupación militar es una tarea que estará
más cerca de las ocupaciones de Alemania o Japón tras la Segunda Guerra
mundial que a las de Bosnia o Kosovo.
Una segunda cuestión crítica surgirá cuando el nuevo gobierno tenga
que recurrir a la fuerza para imponer su autoridad o mantener la unidad del
país, lo que significará enfrentarse con unos u otros iraquíes. Como ya se ha
dicho, dada la diversidad étnica, tribal y religiosa de Irak, así como los pre-
cedentes históricos a este respecto, hay que contar con que las tareas de pa-
cificación y reconstrucción encuentren dificultades, se prolonguen y requie-
ran el uso de la fuerza, distando de ser un proceso democrático.
La tercera cuestión crítica se planteará si las fuerzas de ocupación de-
ben hacer frente a una resistencia clandestina armada. Tras una guerra cor-
ta esto tardará menos en producirse que con una prolongada. En todo caso,
bajo el nuevo gobierno, ¿cuántos iraquíes se sentirán liberados, cuántos
abrumados por la derrota y el temor a la fuerza americana, y cuántos dis-
puestos a enfrentarse con el ocupante? EE UU y las nuevas autoridades
considerarán terroristas a quienes lo hagan. Pero, ¿harán lo mismo los paí-
ses árabes vecinos y los europeos? Como se ha apuntado en el escenario ro-
sa, en un Irak de fronteras porosas y con unidades americanas desplegadas
en todo el país, es fácil que grupos vinculados a Al Qaeda ataquen a las tro-
pas de ocupación. Para muchos esto les concederá una legitimidad de la que
hoy día carecen.
En lenguaje político, todo lo anterior se puede resumir en dos ideas: el go-
bierno que se instaure aparecerá para el mundo laico como un gobierno de ocu-
Carlos Alonso Zaldívar 51
pación y para el religioso como un gobierno impuesto a los musulmanes por in-
fieles; y, si para la financiación de la guerra se recurre al petróleo iraquí, ese go-
bierno será además tachado de ladrón y la guerra de operación de rapiña. La
historia no aconseja menospreciar la fuerza política de estos planteamientos.
Consideremos ahora el fin de la guerra más allá de Irak. Si las tareas de
pacificación no agotan la capacidad de las fuerzas que despliegue en Irak,
EE UU estará en condiciones de presionar directamente a Irán, Siria, Arabia
Saudí y otros vecinos para “redibujar el mapa de Oriente Próximo”. Pero los
gobiernos de estos países se verán atrapados entre esta presión y otra de
signo contrario procedente de su población. En algún caso, acomodar pací-
ficamente estas solicitudes contradictorias puede resultar imposible y dar
lugar a represiones violentas o a cambios de régimen. EE UU puede verse
empujado a intervenciones militares en países ve-
cinos, bien sea para apuntalar a sus gobiernos o
para apuntillarlos. Israel verá su posición muy for-
talecida y, si no aprovecha esta circunstancia para Las diferencias
ofrecer un acuerdo de paz justo y digno a los pa- entre los Quince
lestinos, contribuirá más al malestar de los pue-
blos árabes. El punto es que, ni siquiera en este es- respecto a la
cenario de victoria cómoda se puede contar a guerra complican
priori con que, una vez tomado Bagdad, la estabili- el desarrollo de
zación de Oriente Próximo sea automática. Lo pro-
bable es que sea lenta y conlleve nuevos riesgos de la PESD
desestabilización.
En todo caso, como en el escenario rosa, una
victoria cómoda actuará como multiplicador del poder de EE UU en Oriente
Próximo y en otras partes del mundo. De hecho, si su decisión de invadir al
margen del Consejo de Seguridad se acepta (aunque sea tácitamente), este
escenario situará a EE UU por encima del Derecho internacional y abrirá la
puerta a una situación caracterizada por lo que cabría llamar “unilateralis-
mo imperial americano”.
La perspectiva de la UE será, sin embargo, muy distinta ya que tendrá
que hacer frente a:
– Un aumento del riesgo de ataques terroristas en su territorio, como
consecuencia de la radicalización de algunos de los musulmanes residentes
en Europa y/o de la activación de grupos militantes ya existentes y que has-
ta ahora permanecen dormidos. Por motivos de distancia y de acceso, Euro-
pa puede resultar para estos grupos un campo de operaciones más accesi-
ble que EE UU.
– Un deterioro de la influencia de la Unión y de sus países miembros en
Oriente Próximo y en la ribera sur del Mediterráneo, donde serán percibi-
dos como incapaces de impedir el ataque de EE UU o como cómplices de
ese ataque.
52 Política Exterior
salida del escenario negro, es decir, de una guerra más prolongada y cos-
tosa también para los invasores, que acarrea en la posguerra una recesión
económica. En este caso, partiendo de lo ya señalado en el anterior, cabe
esperar:
Carlos Alonso Zaldívar 55
nocida: “Es más seguro ser temido que amado”, así como la argumentación
en que la funda, “puesto que los hombres aman según su propia voluntad, y
temen según la del príncipe, un príncipe sabio debe fundamentarse en lo
que es suyo, no en lo ajeno…”. Pero deberían leer hasta el final porque la
frase anterior no concluye ahí y sigue, “…y [el príncipe] debe sólo arreglár-
selas para evitar que le odien”. Pues bien, lo que es más de temer a medio
plazo es que una invasión de Irak y la posterior ocupación del país puedan
transformar los sentimientos hostiles en auténticas manifestaciones de odio
capaces de expresarse pasando por encima del temor. Pero, claro está, esto
no pasa de ser más que una apreciación discutible. Lo malo es que si resulta
acertada, habrá más “onces de septiembre”.
Reorganizar Oriente Próximo. No le faltan a Washington motivos pa-
razonables. No seré yo quien niegue eso. Pero discuto que lanzarse a la inva-
sión y a la ocupación de Irak sea la manera de hacerlo.
Precisamente por su inestabilidad e injusticia, la situación de la región
está llamada a cambiar en un lapso de tiempo no prolongado. Israelíes y pa-
lestinos no pueden contemplar como horizonte vital otros cincuenta años al
ritmo de una guerra cada diez y matanzas indiscriminadas cada pocos días.
El régimen saudí no podrá continuar mucho más, tal como hasta ahora, aun-
que sólo sea porque su renta por habitante no hace más que descender.
Egipto no puede permanecer eternamente en estado de excepción (desde el
asesinato del presidente Anuar el Sadat). Los conservadores iraníes no po-
drán seguir haciendo vivir en régimen de convento a una juventud que es la
mayoría del país, bien formada, tanto mujeres como hombres, y que tiene
un sentido de su identidad nacional tan fuerte que no teme el contraste con
otras culturas, etcétera.
La cuestión es, si ahora, cuando ésos y otros procesos de cambio madu-
ran, una invasión, una conquista y una ocupación occidental ayudarán a que
se desarrollen en sentido positivo o conseguirá precisamente todo lo con-
trario. Si se mira la historia del último siglo de Oriente Próximo se ve que
cada pretendida solución impuesta, en lugar de solución ha resultado un
problema, y que las sucesivas soluciones impuestas han durado cada vez
menos tiempo. Mi convicción es que una invasión quebrará los procesos au-
tóctonos de modernización de la zona, haciendo que lo que hoy nos parece
caos se recuerde mañana como orden.
Acabar con las armas de destrucción masiva. He aquí otro objetivo
Dominique de Villepin
V
ivimos un momento decisivo de
nuestra historia, un momento recho, la fuerza y la justicia.
grave en el que Reino Unido es- El fin del enfrentamiento entre los
tá directamente comprometido en las dos bloques cambió el mundo. Es cier-
operaciones militares en Irak. Espero, to que el Derecho pasó a ocupar el
lógicamente, que ese conflicto pueda centro de las preocupaciones interna-
acabar cuantos antes y cause el menor cionales, pero su relación con la fuer-
número de víctimas posible. za también fue profundamente modifi-
Así, en estas difíciles circunstan- cada. Durante cerca de cincuenta
cias, el respeto, la amistad y el diálogo años, la disuasión nuclear logró man-
marcan mi presencia hoy aquí, cons- tener el orden. Tanto Occidente como
ciente como soy de que su país está en el mundo comunista sabían que el re-
guerra y de que sus soldados están curso a la fuerza supondría daños in-
arriesgando su vida. Tengo, también, la calculables para ambos bloques. La
certeza de que, en este mundo incier- guerra habría significado, por lo tanto,
to, la unidad es más necesaria que el fracaso de la disuasión y el imposi-
nunca. Por último, tengo la esperanza ble apocalipsis.
de presentarles una visión francesa Pero, con el fin de la guerra fría la
que anhela construir y reanudar los hi- fuerza volvió a ser una opción. De
los del diálogo. nuevo se pudo pensar en ella como en
Como miembros permanentes del algo viable, ya que los daños sufridos
Consejo de Seguridad, Francia y Reino no habrían sido superiores a los bene-
Unido tienen responsabilidades que ficios que una potencia podía esperar.
deben ejercer para alcanzar el mismo Si, aún así, fue poco utilizada, fue por
objetivo: la estabilidad internacional, dos razones: porque la afirmación de
la seguridad y la paz. Para ello, deben los valores occidentales topó con po-
definir juntos el equilibrio necesario ca oposición y porque Estados Unidos
N
os equivocamos la mayoría? ¿Acaso el presidente del gobierno es-
pañol, José María Aznar, está acertando en la redefinición de la
política exterior española y no somos capaces de comprender las
profundas razones que aconsejan este cambio? Me he hecho mu-
chas veces estas preguntas y he de confesar que no he encontrado respues-
tas suficientemente sólidas por parte del gobierno que me hagan compren-
der cuáles son las motivaciones y las razones últimas que le han llevado, y
de manera particular a Aznar, a embarcarnos en la guerra contra Irak.
Las apelaciones a la seguridad, a los riesgos y amenazas globales; la po-
sibilidad de armas de destrucción masiva en manos de grupos terroristas; la
inevitabilidad de lo que está aconteciendo en Irak teniendo en cuenta el nue-
vo diseño del orden mundial impuesto por el actual gobierno de Estados
Unidos; la necesidad de apostar fuerte en este momento para convertirnos
en un aliado privilegiado suyo del cual obtendremos suculentos retornos en
el futuro; la consideración que, con la ampliación, la Unión Europea no será
la misma y terminará imponiéndose el modelo atlantista y de libre comer-
cio… son algunas de las razones que hemos escuchado en los últimos meses
en un intento de explicar las decisiones tomadas, casi en exclusiva, por Az-
nar, para imponer un giro radical a la política exterior española, fruto de un
consenso de veinticinco años.
La política exterior de un país moderno, serio y fiable debe ser una polí-
tica de Estado caracterizada por la estabilidad y la permanencia. El acuerdo
entre todos los actores de la vida política, económica y social a la hora de
definir la posición internacional de un país es lo que sitúa la política exterior
evidente, para todas y todos los españoles, que debíamos situarnos otra vez
“en la historia” que el aislamiento del franquismo nos había procurado. Sin
embargo, el proceso de formación de una política exterior, que tenía que ser
nueva y diferente a los postulados del régimen franquista, no fue fácil y co-
noció serias contradicciones, sobre todo en materia de seguridad exterior.
La entrada en la OTAN significó, sin duda, el momento de mayor contradic-
ción en la definición de nuestro modelo de política exterior debido a la posi-
ción inicial del gobierno de Felipe González, que posteriormente fue cambia-
da en un referéndum que, en su día, suscitó también una gran perplejidad en
la opinión pública española.
La política exterior española se ha situado en los últimos veinticinco
años en torno a tres ejes directores que la han hecho reconocible, fiable y
predecible.
El primero ha sido nuestra apuesta colectiva
por Europa. Nuestra pertenencia a la UE, sentirnos
firmes partidarios del proceso de integración euro- La transición y
pea, estar en la primera línea de los esfuerzos por cómo se hizo
“más Europa”, nos ha dado una personalidad pro- marcaron
pia dentro de las instituciones comunitarias. Todos
los españoles saben y comparten que nuestra profundamente
apuesta europea ha sido, en términos generales, la política
sumamente positiva para nuestros intereses nacio- exterior española
nales y que gran parte de la modernización produ-
cida en nuestro país se debe, precisamente, a la
constancia de nuestro perfil europeo. La apuesta
europea es, sin duda, un valor apreciado y respetado por la inmensa mayoría
de los ciudadanos españoles.
El segundo eje director, desde nuestra condición de miembros de pleno
derecho de la UE, ha sido crear dos zonas de referencia donde expresar
nuestra visión y defender de manera más específica nuestros intereses na-
cionales: el espacio euromediterráneo y las relaciones con el mundo árabe, y
el espacio latinoamericano.
La política euromediterránea de la UE, lo que conocemos como “el pro-
ceso de Barcelona”, es una prueba significativa de la expresión de los intere-
ses nacionales de España en un marco europeo. La política de la UE en rela-
ción con Latinoamérica, desde el diálogo con el Grupo de Río hasta los
acuerdos de libre comercio con México, Chile y el inconcluso con Mercosur,
son algunas de las muestras de la aportación española en la definición de
opciones estratégicas del conjunto de la UE. Estas políticas comunitarias
nunca se hubieran creado sin la iniciativa española.
El tercer eje, también como miembro de la UE, era nuestra apuesta por
una relación transatlántica fuerte, robusta y equilibrada con EE UU, que
complementara nuestras específicas relaciones bilaterales, expresadas en el
110 Política Exterior
acuerdo de cooperación bilateral que nos une al país más poderoso del mun-
do. La Declaración Transatlántica entre la UE y EE UU fue impulsada y sus-
crita durante una de las presidencias españolas de la UE en tiempos de Feli-
pe González como presidente del gobierno, conjugando así las relaciones
bilaterales con un diseño europeo más amplio.
Nuestra política de seguridad y cooperación militar se asentó cuando,
superando las contradicciones creadas por el primer gobierno socialista, se
fue consolidando nuestra pertenencia a la OTAN, primero limitada; más tar-
de, ya con un gobierno popular, integrándonos plenamente en la estructura
militar y de mando de la organización atlántica.
Este breve resumen muestra lo que ha sido el trabajo continuado de
nuestra política exterior durante los últimos veinticinco años. A través de es-
ta política exterior España consiguió ser un país reconocido y reconocible
en el mundo. Nos hemos instalado, de acuerdo con nuestras posibilidades,
en todos los foros mundiales. El discurso y la aportación de la delegación
española en cualquier foro son apreciados y reconocidos. Es decir, nos he-
mos labrado la reputación de ser un país abierto, flexible, con intereses bien
conocidos y dispuestos siempre al diálogo y la cooperación.
La Conferencia de Madrid sobre Oriente Próximo constituye un ejemplo
que marca el sello de nuestra diplomacia. ¿Por qué se aceptó que el palacio
de Oriente fuera la sede del proceso que iniciaba el diálogo entre palestinos
e israelíes? En gran parte porque España había establecido su perfil propio
en la diplomacia internacional: éramos, sobre todo, un país facilitador de
compromisos, de diálogo, dispuestos siempre a encontrar el común denomi-
nador entre posiciones divergentes de otros, guardando el equilibrio respec-
to a las tensiones y los intereses de terceros países. Éramos un país de en-
cuentro y plataforma de soluciones para los conflictos. Unos juegos
olímpicos y una exposición universal nos acreditaron como capaces.
En fin, el indiscutible prestigio internacional de la corona y la propia
personalidad del rey Juan Carlos ayudaron a configurar un cuadro estable y
permanente de lo que los españoles éramos y representábamos en el mundo.
El indudable acierto del gobierno de Aznar de conseguir la participación
de España en la moneda única y hacer de la disciplina fiscal una referencia
indispensable para una economía sana nos proyectó como un país serio, ca-
paz de hacer sus deberes con determinación.
¿Tan mal estábamos para que el propio Aznar se diera la misión perso-
nal de “sacar a España del rincón de la historia”? ¿Nuestra política exte-
rior estaba tan mal construida que era necesario romper el consenso na-
cional? ¿Tan oportunista y malvada es toda la oposición como para no
haber comprendido los designios visionarios que mueven a nuestro presi-
dente? Finalmente, lo más importante y esencial: ¿tan cazurra y castiza es
la opinión pública española para haberse opuesto de una manera tan clara
al discurso presidencial?
Manuel Marín 111
loca en una buena posición entre las naciones desarrolladas; nuestras inver-
siones en Latinoamérica nos han dado una especial influencia en aquel con-
tinente. En la UE podemos ser un país de equilibrio entre grandes y peque-
ños. Tenemos intereses desiguales en las distintas políticas comunes y
nuestro carácter periférico se acentuará con la ampliación. Tenemos todo
esto y podemos siempre mejorarlo. Pero no podemos caer en la fantasía de
creer que nuestro producto interior bruto, nuestra economía y, sobre todo,
nuestras capacidades militares y de seguridad nos pueden permitir lograr la
consideración de “actor global”, y aún menos a querer desempeñar un papel
determinante en el mundo junto con EE UU. Una cosa es resolver con ener-
gía el episodio del islote Perejil; otra muy distinta creer que el nuevo orden
internacional que pretende imponer el presidente Bush y su gobierno nos
permitirá subir de división internacional y ganar la Liga de Campeones.
El gobierno de EE UU ha hecho de la guerra de Irak una necesidad para
demostrar que el diseño ideológico y estratégico de su nuevo modelo de re-
laciones internacionales se va aplicar y es aplicable. Las alianzas institucio-
nalizadas ya no sirven para su modelo. Son un engorro y eventualmente un
freno para los objetivos de su seguridad nacional. Así la ONU, la UE y la
OTAN se convierten en meros elementos de utilidad. Si sirven para los obje-
tivos de seguridad nacional, se utilizan; si estorban, se les margina o se les
divide. Las alianzas serán ahora “flexibles” según los asuntos que se traten o
los objetivos perseguidos. EE UU propondrá la cuestión o los objetivos y ca-
da país será “libre” de apuntarse o no. Los participantes en la “coalición fle-
xible” serán premiados. Los ausentes no participarán del premio y, eventual-
mente, podrán sufrir las consecuencias.
Bush y Blair para evaluar las dificultades de la campaña militar y decidir pa-
sar a la secuencia de una guerra de aplastamiento, de devastación. ¿Dónde
estaba Aznar? Simplemente no podía estar. Y no por un problema de ima-
gen, puesto que el gobierno ya sabía que el 91 por cien de la opinión publica
española estaba en contra de la guerra. Aznar no podía estar en Camp David
decidiendo sobre el desarrollo de la guerra porque allí estaba el único que
de verdad es “actor global” –Bush– y el único que de verdad es un país de-
terminante en las relaciones con EE UU –Blair–. Bush con sus casi 200.000
soldados, Blair con sus 45.000 tenían de qué hablar y negociar. ¿Qué podía
haber aportado Aznar en esta cumbre “que fuera determinante y decisivo”?
Mi conclusión puede sonar, quizá, a excesiva: ni siquiera el encendido ardor
del ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, es suficiente para que te
inviten a ser determinante y decisivo en un conflicto de alta intensidad. No
tenemos los medios ni las capacidades, y ésta es la realidad.
Hacer de nuestras relaciones estratégicas con EE UU el eje director de
nuestra política exterior nos sitúa, debido a nuestras limitaciones objeti-
vas, en un papel de instrumento. No porque exista una pretendida maldad
del gobierno norteamericano de atribuirnos este papel. Simplemente por-
que, en un diseño estratégico de una gran potencia, como es el caso, a los
partidarios de integrarse en las “coaliciones flexibles” se nos encaja forzo-
samente en el papel que previamente el diseño estratégico de la gran poten-
cia nos ha atribuido.
Seguramente el papel que Aznar ha desempeñado en esta crisis ha sido
el de mensajero político y soporte mediático de una decisión que ha sido to-
mada por un centro de decisión político-militar tan impresionante que no
necesita a casi nadie para tomar una decisión. Seguramente ha sido útil el
apoyo tan “caluroso” del gobierno español en el Consejo de Seguridad; tam-
bién el esfuerzo personal del presidente Aznar para firmar la carta de los
ocho primeros ministros demostrando que aparece en el horizonte una Eu-
ropa “más atlantista”. ¿Merecía la pena romper el consenso en política exte-
rior para apuntarnos a un papel tan instrumental?
¿Significa todo lo dicho que oponerse al discurso del gobierno es caer en
un antiamericanismo primario y epidérmico? No, en absoluto. Ya he recorda-
do que la Declaración Transatlántica entre la UE y EE UU se firmó con un go-
bierno socialista que en aquel momento desempeñaba la presidencia de la
UE. Fue también un gobierno socialista quien situó las relaciones bilaterales
con EE UU en “la historia de la transición” recuperando nuestra autonomía y
control sobre las bases. Fue también un gobierno socialista quien participó en
la guerra del Golfo para poner fin a un acto de agresión e invasión territorial
con una resolución aprobada en el Consejo de Seguridad. Pruebas y datos
precisos existen para demostrar que no es un ejercicio de “antiyanquismo”.
El impacto sobre nuestra situación en la UE y en nuestras dos zonas de
referencia, el espacio euromediterráneo y el latinoamericano, ha sido demo-
Manuel Marín 117
E
l año 2003 supone el momento de la verdad para la política exterior
de España. Fuera de nuestras fronteras nos esperan, con luz y ta-
quígrafos, retos sin precedente: un asiento no permanente en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en medio de graves
turbulencias internacionales; el comienzo de la recta final de la ampliación al
Este de la Unión Europea en 2004, junto con los debates de la Convención; la
incertidumbre económica y social de Latinoamérica; y un Mediterráneo que
promete subir unos cuantos grados de temperatura a medida que la agenda
de seguridad norteamericana extienda su onda expansiva por la zona.
Con tales nubarrones en el horizonte, la posición del gobierno sobre la
cuestión de Irak obliga a plantearse si España tiene realmente una política
exterior. España posee, por supuesto, una notable red de relaciones exterio-
res: embajadas y consulados; centros de cooperación cultural y económica
en países árabes, latinoamericanos y asiáticos; decenas de ONG cooperando
en América Latina y en África; poderosos grupos bancarios, energéticos y de
telecomunicaciones en América; tropas en operaciones de mantenimiento
de la paz en Bosnia o Afganistán; representantes en una treintena de orga-
nismos internacionales, algunos en puestos clave de la UE –como Javier So-
lana o Miguel Ángel Moratinos-; y una presencia activa en todas las institu-
ciones europeas. Pero es dudoso que España tenga una política exterior.
La sombra de la duda –ausencia de una idea conductora, complejo de in-
ferioridad– se prolonga mucho más atrás de la crisis de Irak y mucho antes
del gobierno de José María Aznar. Hay que recordar que, al comienzo de la
transición a la democracia, España partía de cero en la carrera hacia Europa
y al mundo. Con la progresiva incorporación al espacio natural europeo, a la
OTAN y a muchos otros foros internacionales, España ha recorrido un cami-
no extraordinario en el que europeizarse y atlantizarse han sido las dos ca-
ras de una misma moneda.
El intento por hacerse un hueco en Europa potenció la imagen de Espa-
ña, que demostró estar a la altura del reto, a veces incluso apostando más al-
to que los grandes –Francia, Alemania, Reino Unido e Italia– por la construc-
ción de una política exterior y de seguridad común (PESC). Al mismo
tiempo, el vínculo histórico con América Latina y el Mediterráneo se reforza-
ba con las cumbres iberoamericanas, los tratados bilaterales de coopera-
ción, o con la conferencia euromediterránea de Barcelona de 1995. Aunque
sin dar los frutos esperados, y sin explorar todas sus posibilidades, la activi-
dad exterior dibujaba una trayectoria prometedora para España. Todo ello
fue posible gracias a la iniciativa de diplomáticos y políticos, pese a contarse
con exiguos medios materiales y humanos.
Hoy cunde la sospecha de que ese impulso inicial, que duró poco más de
veinte años, no ha cristalizado en una política exterior coherente y acorde
con el nuevo estatus de potencia media de España; ni en sus contenidos ni
en sus medios. Lo peor de la situación no es la sospecha de que España no
lleva a cabo la diplomacia correcta. Más grave es constatar que el objeto
mismo en discusión, la política exterior, está ausente. España se ha adentra-
do en 2003 sin un mapa fiable, sin una dirección clara, sin un número en la
ruleta global al que apostar los intereses nacionales y europeos que su retó-
rica oficial dice perseguir.
tos tres, y se cuenta con los medios necesarios, una estrategia correcta puede
dar lugar a una política coherente. Y tal vez, dependiendo de factores internos
y externos, a una continuidad a lo largo de sucesivas administraciones.
Hacer política exterior sería algo parecido a jugarse los intereses y los ob-
jetivos a corto, medio y largo plazo en el póquer de la política internacional, te-
niendo en mente las alianzas claras, y respetando unas reglas mínimas. Póquer
o ajedrez, cartas o tablero, hacer política exterior implica tener un estilo propio
al jugar que, independientemente de la opción que se tome, lo hace reconocible
a los demás. Lo que define la política exterior de un Estado es poder tomar una
decisión propia sobre un asunto que sea coherente con el marco de una políti-
ca general del país. La grandeur francesa, el excepcionalismo estadounidense,
el papel de balancer británico, el humanismo alemán tras la Segunda Guerra
mundial, el expansionismo ruso, el realismo cultural
chino… Estos tópicos reflejan la presencia de una
idea que el Estado manifiesta como primera reac-
ción ante una eventualidad externa, utilizando todos Hacer política
sus recursos para conseguir el mayor respaldo posi- exterior implica
ble de los ciudadanos y las fuerzas políticas.
Pues bien, es difícil reconocer un rasgo carac-
tener un estilo
terístico de la política exterior española más allá propio, que sea
de su retórica europeísta y universalista. Es difícil reconocible por
saber qué dice hoy España, motu proprio y en voz
alta (sin escudarse en la UE), acerca de las gran-
lo demás
des cuestiones regionales y globales; del papel geo-
político de Europa; de las crisis financieras de Ar-
gentina; de la crisis venezolana; de la deuda externa; de la apertura de Cuba,
o del conflicto de Oriente Próximo. Y cuando dice algo (como en el caso de
Irak), se precipita, lo hace a media voz y con secretismo. La estrategia de la
no política exterior consiste en esperar a que otros hablen y luego, cuando
estallan las crisis, adherirse a uno de los menús precocinados por algún
miembro de la UE, por EE UU o por otra gran potencia. En suma, consiste
en reaccionar a los acontecimientos, nunca en anticiparlos.
Con independencia de lo acertado o erróneo del apoyo del gobierno es-
pañol al ataque preventivo a Irak, estamos no ante una decisión de política
exterior, sino ante una no política. En efecto, la posición española no pasa
un test de autenticidad, si no es violentando en exceso los requisitos defini-
dos más arriba: una clara definición de los intereses nacionales, objetivos a
medio y largo plazo, medios y alianzas; en definitiva, una estrategia y una
agenda propias. Así lo indican la contradicción entre intereses nacionales,
europeos y norteamericanos; entre unilateralismo y Derecho internacional;
el desbordamiento de la propia agenda, mimetizando los pasos de EE UU en
las Naciones Unidas; la falta de un debate a fondo en el Parlamento, o la
completa desconexión del gobierno con la sociedad española.
156 Política Exterior
La coherencia y, a la postre, el éxito de una política exterior, dependen del
refuerzo mutuo entre una clara dirección política y el consenso de todos los
agentes implicados. Ambas variables –dirección y consenso– pueden funcio-
nar asociadas o separadas, dando lugar a cuatro situaciones posibles, que el
caso de Irak puede ilustrar aceptablemente. Así, por ejemplo, una situación
óptima sería la de Alemania y Francia al comienzo de la crisis iraquí, con una
política definida y un sólido consenso interno. Una situación más débil sería la
de EE UU y Reino Unido, con una política firme pero con un consenso más
frágil. Una situación mala sería la de España antes de la crisis, con una políti-
ca exterior débil pero con un cierto consenso. Finalmente, tras la crisis, Espa-
ña se encontraría en la peor situación posible: sin política y sin consenso.
Con todo, la ruptura del consenso podría ser no sólo motivo para la pre-
ocupación, sino también para el optimismo al quebrarse dos tendencias ne-
gativas de la diplomacia española. La primera, el “consenso por omisión” en-
tre partidos, presente desde la época de la transición, en parte por el
objetivo común de integrarnos en Europa, y en parte también por un crónico
descuido de los asuntos internacionales propio de la larga noche franquista.
La segunda tendencia que se ve alterada es el presidencialismo del sistema
político español –reforzado en julio de 2000 con la creación del Consejo de
Política Exterior– con su disciplina de voto partidista y el consiguiente défi-
cit de responsabilidad. El daño infligido a ambas tendencias podría aprove-
charse en un sentido positivo.
cuidado para que sus socios europeos o EE UU no coarten –vía OTAN o po-
líticas comerciales– su margen de acción. Hay que prestar atención al cuar-
to eje de la política exterior: las relaciones de vecindad en la orilla medite-
rránea, en especial Marruecos, para que no vuelva a repetirse una crisis
como la de 2001-02. Una política de refuerzo bilateral con los países magre-
bíes y africanos de los que España recibe inmigración sería recomendable
para la cooperación y el conocimiento mutuo.
Hablamos de una política que apunta a la descentralización. Por un la-
do, debe renegociarse la posibilidad para las comunidades autónomas de
ser incluidas dentro de las delegaciones españolas en las reuniones del Con-
sejo de Ministros, como ocurre en Alemania, Reino Unido o Bélgica. España
tiene pendiente la delicada tarea de negociar con los nacionalismos y las re-
giones su papel en Europa, que si fuera más activo tal vez tendría el efecto
de disminuir la tensión disgregadora interna. Por otro lado, se trata de una
política exterior que supone un esfuerzo por implicar a la sociedad civil, de
forma que los ciudadanos perciban las repercusiones de los asuntos regio-
nales y globales sobre la política y el bienestar nacional y apoyen activa-
mente un cambio.
No faltan retos y dificultades. La dispersión de actores e intereses pue-
de tener efectos desestabilizadores. Las alternancias de gobierno, el electo-
ralismo partidista o el secuestro de la política exterior por actores privados,
representan un riesgo permanente. La dificultad de llevar a cabo una políti-
ca de este tipo en los niveles bilateral-multilateral, y local-nacional-regional-
global, por ejemplo, en un asunto como la PAC, sugiere la necesidad de una
estrategia gradualista.
Por último, hay que introducir mejoras en los planes, definir objetivos
estratégicos, establecer una periodización y aportar los recursos para ello.
Hay que recuperar el peso del ministerio de Asuntos Exteriores frente a
otros departamentos –Defensa o Economía– aunque no se hará sin una dis-
cusión a fondo de los agentes implicados para definir las prioridades. El
gasto español en defensa –seis veces inferior al de Francia– es sin duda uno
de los asuntos pendientes.
España no tiene por qué resignarse a interpretar un papel subordinado
en el escenario internacional. La política exterior de un país mediano no es
una mera función de su producto interior bruto o de su capacidad militar.
La clave se halla en la capacidad de influencia, producto de maximizar sus
recursos e iniciativas, de aprovechar sus oportunidades geopolíticas y de
utilizar el atractivo de su cultura para fines políticos. España está aún a
tiempo de reconducir su política exterior hacia un orden mundial más pací-
fico y más justo.
La ONU después de Irak
Guillermo Medina
¿Es posible devolver a las Naciones Unidas su credibilidad y protagonismo? ¿Se con-
vertirá en una gran agencia humanitaria sin nervio político? El debate sobre la organi-
zación atañe no sólo a la legalidad sino también a la legitimidad de sus decisiones.
L
a guerra de Irak fue corta, pero la historia necesitará mucho tiem-
po para mostrarnos sus efectos. Uno de ellos es que las Naciones
Unidas aparecieron como la víctima institucional del fracaso diplo-
mático de Estados Unidos en su intento de lograr una resolución
legitimadora de su decisión previa de atacar Irak. Al retirar, por falta de
apoyo, la resolución al efecto y sustituirla por el ultimátum de las islas Azo-
res (16 de marzo) a Irak y a la ONU, EE UU, Reino Unido y España dañaron
la capacidad real del organismo para cumplir con sus fines en el “nuevo or-
den”. A partir de entonces se abrió el debate sobre la función futura de las
Naciones Unidas.
Lo que quedó de la refriega escenificada antes de la guerra en el Consejo
de Seguridad de la ONU fue la constatación del papel que le atribuye la úni-
ca superpotencia: ser un instrumento coadyuvante de la propia estrategia de
seguridad mundial. En unas declaraciones a la cadena NBS, el secretario de
Estado, Colin Powell, advirtió: “No estamos dispuestos a decir: ‘muy bien, el
conflicto ha terminado y nos vamos para dejar el sitio a las Naciones Uni-
das’. Los países que han pagado el precio político y el precio de sangre (…)
para crear las circunstancias que permiten establecer un gobierno democrá-
tico en Irak tendrán un papel importante y un papel motor en ese proceso”.
El fracaso diplomático de Powell en la ONU supuso un triunfo de los
más radicales partidarios del unilateralismo en EE UU, que no han ocultado
nunca la hostilidad que desde hace tiempo profesan al organismo y que
aprovecharon aquel fiasco para imponer su visión. Uno de sus más destaca-
dos representantes, Richard Perle, se apresuró a escribir en The Guardian,
La resolución 1483
De haber secundado y amparado la decisión de EE UU de atacar a Irak, la
ONU habría sobrevivido manteniendo la apariencia de funcionalidad como
garante de la seguridad mundial. Pero en tal caso habría quedado reducida
de facto a la condición de ente colaborador de los planes y objetivos ameri-
canos. Sin embargo, al soslayar ese destino, la ONU está amenazada de obte-
ner el mismo resultado, aunque con dignidad.
Al pasar por encima del Consejo de Seguridad, EE UU y sus coaligados
le vaciaron de influencia y poder. Concluida la guerra de Irak, numerosos
interrogantes se ciernen sobre el futuro de las Naciones Unidas. ¿Es posible
devolver a la ONU su credibilidad y protagonismo? Si no lo es, ¿será some-
tida, ignorada o reconvertida en una gran agencia humanitaria sin nervio
político? ¿Es posible una reforma institucional de la organización en un
contexto unilateral? ¿Hasta dónde puede EE UU prescindir de la ONU?
¿Aceptará Washington la cobertura de la ONU para eludir los efectos nega-
tivos de una administración en solitario en Irak? Después de la batalla di-
plomática que precedió al ataque del 20 de marzo, el debate jurídico-políti-
co pasó de la legalidad de la guerra a la legalidad de la ocupación. ¿Iba a
seguir a la guerra sin mandato de la ONU una posguerra sin responsabilidad
colectiva en su gestión?
Las primeras respuestas vinieron dadas por la resolución 1483, aproba-
da por el Consejo de Seguridad el 22 de mayo por catorce votos a favor y la
ausencia de Siria. Analicemos en primer lugar su contenido:
– El mandato y la autoridad. La resolución reconocía “la autoridad, la
responsabilidad y las obligaciones específicas que, en virtud del Derecho in-
ternacional aplicable, corresponden a esos países (EE UU y Reino Unido) en
Guillermo Medina 115
1. La resolución 1244, de 10 de junio de 1999, acordó desplegar “bajo los auspicios de las
Naciones Unidas, presencias internacionales, una civil y otra militar”. Esta última contaba
con una “participación sustancial” de la OTAN. Las dos presencias dependían del representa-
te especial de la ONU. En Afganistán, la resolución 1386, de 20 de diciembre de 2001, estable-
ció el despliegue de una Fuerza Internacional de Asistencia de Seguridad (ISAF) autorizada
por la ONU para ayudar a la autoridad interina afgana al mantenimiento de la seguridad en
Kabul y sus alrededores. La presencia, inicialmente de seis meses, fue ampliada por sucesivas
resoluciones.
116 Política Exterior
Más alcance político tiene la función reconocida al representante “traba-
jando intensamente con la autoridad, el pueblo de Irak y otros interesados a
fin de avanzar en la tarea de restablecer y formar instituciones nacionales y
locales para un gobierno representativo y colaborando para facilitar un pro-
ceso que culmine en un gobierno de Irak, internacionalmente reconocido y
representativo”. El representante de la ONU no será un convidado de piedra,
pero su valoración como “un actor importante del proceso político puesto
en marcha” (Dominique de Villepin) se ve limitada por su escasa capacidad
resolutiva. Sin embargo, la habilidad y experiencia del brasileño Sergio Viei-
ra de Mello, nombrado representante especial del secretario general, pueden
lograr cierta influencia, más allá de la letra de la resolución, en el curso de
los acontecimientos.
– El fin de las sanciones. La solución encontrada al problema de las
sanciones a Irak representa un ejercicio de habilidad diplomática. De acuer-
do con las resoluciones que siguieron a la invasión de Kuwait, Irak sólo po-
día comerciar con el exterior y recibir dinero en condiciones muy estrictas y
bajo supervisión de la ONU. Washington exigía el levantamiento inmediato
de todas las prohibiciones referidas al comercio (excepto las de ventas de
armas) y la disposición sobre los recursos generados por el petróleo. Rusia y
Francia lo condicionaban a que el Consejo de Seguridad constatase, de
acuerdo con las resoluciones que las originaron y el informe de sus inspec-
tores, la eliminación de las armas de destrucción masiva (ADM). “Una certi-
ficación independiente y proveniente de una institución autorizada por la
comunidad internacional”, dijo, eufemísticamente, Hans Blix. Sin levanta-
miento de las sanciones, nadie dispondría de autoridad legal para exportar
el crudo iraquí, tutelado por la ONU.
La situación de partida era complicada. Jurídicamente, Francia y Rusia,
más o menos apoyados por China y Alemania, podían presionar a EE UU es-
grimiendo el requisito de que el levantamiento de las sanciones debía estar
precedido por la certificación de los inspectores sobre las ADM. Sin embar-
go, la virtualidad de ese arma legal, como de las sanciones, perdía todo sen-
tido tras la caída del régimen baazista y la no localización de dichas armas.
Empecinarse en ese punto habría sido anteponer una formalidad, por impor-
tante que fuese, a la evidencia, y provocar que la coalición anglo-americana
prescindiera nuevamente del Consejo de Seguridad, esta vez con la com-
prensión de la mayoría de los países miembros. Algunos altos funcionarios
de Washington dejaron claro que deseaban el levantamiento de las sancio-
nes por parte del Consejo de Seguridad, pero que de no producirse harían
caso omiso de las mismas.
En realidad nadie se oponía al levantamiento de las sanciones, sino a ha-
cerlo, como sostenía el presidente ruso, Vladimir Putin, sin el dictamen de
los inspectores. Una solución de compromiso habría sido la suspensión de
las sanciones en espera de una posterior decisión del Consejo, como en al-
Guillermo Medina 117
del director del Fondo Árabe para el Desarrollo Social y Económico. No hay
referencia a obligación alguna de informar a la ONU.
El apartado 20 clarifica los ingresos del Fondo y su control. “Decide [el
Consejo de Seguridad] que todas las ventas de exportación de petróleo, pro-
ductos derivados y gas natural que se lleven a cabo a partir de la aprobación
de la presente resolución, se hagan con las mejores prácticas del mercado
internacional y, a efectos de transparencia, sus cuentas sean verificadas por
contadores públicos independientes que presenten informes a la Junta In-
ternacional de Asesoramiento y Supervisión (…) y que además, con la ex-
cepción de lo dispuesto en el párrafo 21 (el cinco por cien de las ventas será
depositado en el Fondo de Indemnización), la totalidad del producto de di-
chas ventas se deposite en el Fondo de Desarrollo para Irak hasta que se ha-
ya constituido un gobierno de Irak reconocido y representativo”.
Como se observa, lo resuelto estaba lejos de las pretensiones iniciales
de Francia y Rusia de un control directo de la ONU del petróleo iraquí. El
apartado 9 advierte de que los recursos del Fondo “serán desembolsados se-
gún disponga la autoridad, en consulta con la autoridad provisional iraquí”.
La supresión de las sanciones y el establecimiento de la “inmunidad judi-
cial” en la gestión de los recursos petrolíferos han dado a EE UU un poder
prácticamente pleno en la explotación de los mismos. En los hechos, el res-
ponsable iraquí designado por EE UU, Thamir Ghadhbane, prácticamente
un ministro del petróleo, está subordinado a las decisiones que toman los
tres directivos, dos estadounidenses y un iraquí nacionalizado en EE UU,
nombrados por Washington y que dependen del presidente del Consejo de
Vigilancia, Phillip Carroll, verdadero patrón del petróleo iraquí.
Cuestión delicada a la vista de las nuevas evidencias de los crímenes
perpetrados por el régimen de Sadam Husein es la persecución y juicio de
sus responsables y autores. La resolución 1483 formula la “necesidad de que
se rindan cuentas por las atrocidades y los crímenes cometidos por el ante-
rior régimen iraquí” e “insta” a los miembros de la ONU a que “respalden las
medidas encaminadas a hacerlos comparecer ante la justicia”. Pero hacer
justicia por los crímenes del régimen baazista se convertirá en un difícil pro-
blema para la “autoridad”, es decir para EE UU, que ha asumido esa carga al
rechazar que la resolución 1483 precise la forma en que se hará justicia y
desde luego que reconozca cualquier forma de competencia de un tribunal
internacional. ¿Quién va a juzgar a los dirigentes y cómplices del régimen de
Sadam? El 8 de mayo comenzaron los procesos judiciales en Irak bajo la su-
pervisión del consejero de Justicia estadounidense, Clint Williamson, quien
dijo que “los crímenes contra el pueblo iraquí serán juzgados por el pueblo
iraquí”. ¿Quiénes serán los jueces, quién los nombrará, con arreglo a qué
principios y normas? ¿Será una justicia de los vencedores?
Entre el primer proyecto de resolución presentado por EE UU el pasa-
do 9 de mayo y el aprobado veintitrés días después hay notables diferen-
120 Política Exterior
Un papel ‘vital’
Algunos analistas se esforzaron por encontrar lecturas concluyentes sobre
los “vencedores” y “vencidos” por la resolución que pone fin aparentemente
al conflicto político-legal vivido en el Consejo de Seguridad sobre la crisis de
Irak. ¿Hay que interpretar “la paz de la 1483” como una capitulación de los
países antihegemónicos? Éstos lo niegan argumentando que los principios se
han salvado porque la resolución no ha legalizado la guerra. En realidad, esta
cuestión se ha obviado. Ni se la legaliza ni se la condena, porque nadie tenía
interés en un pronunciamiento tan crítico y conflictivo sobre un asunto tan
evidente y a estas alturas políticamente incorrecto e incómodo. La ilegalidad
formal de la guerra ha quedado en el limbo jurídico de la historia.
Quienes interpretan que se ha producido una “capitulación” de la ONU
ante la hiperpotencia destacan el contraste entre los plenos poderes otorga-
dos a EE UU (la autoridad) y la inexistencia de las ADM invocadas para jus-
tificar la guerra. La resolución aprobada liquida los equipos inspectores de
la ONU y cede la responsabilidad inspectora a la autoridad ocupante. En vez
de colocar a Irak bajo la tutela de la ONU, no especifica limitaciones sustan-
ciales a los poderes de la autoridad ocupante –auténtica controladora del
2. El 10 de abril, con la guerra virtualmente concluida, Colin Powell declaró a Los Ange-
les Times que “la responsabilidad sobre Irak no puede ser asumida por la ONU”. Después de
la cumbre anglo-americana de Belfast, Bush dijo que la ONU tendría un papel “vital”, pero la
ambigüedad de este concepto quedó aclarada poco después por el secretario de Estado cuan-
do puntualizó que no significaba “central”, más que en lo referente a la ayuda humanitaria.
Guillermo Medina 121
con el Consejo de Seguridad, al igual que los países del rechazo no están en
condiciones de sostener una dinámica de conflicto. Washington necesita al-
go más que aliados circunstanciales y condescendientes para evitar una ca-
tástrofe humanitaria en Irak, continuar la guerra contra el terrorismo mun-
dial o llevar la paz a Oriente Próximo.
Cuando el portavoz del departamento de Estado, Richard Boucher, ase-
guró, durante la negociación de la 1483: “Nos esforzaremos por conseguir
una resolución que todo el mundo pueda votar”, no actuaba bajo un súbito
ataque de generosidad, sino en plena conciencia de la necesidad de ganar
apoyo y legitimación internacionales. Ni siquiera EE UU podía colocarse en
rebeldía abierta y permanente en el Consejo de Seguridad prescindiendo
unilateralmente del levantamiento de las sanciones, lo que por otra parte
hubiera supuesto una inseguridad jurídica inadmi-
sible incluso para las empresas estadounidenses
implicadas o interesadas en la reconstrucción del
país y en la explotación petrolífera. Para los
La difícil situación en Irak, la persistencia de neoconservadores
la inestabilidad en Afganistán, los atentados terro-
ristas en Riad y Casablanca, las dificultades para la ONU no puede
concretar el proceso de paz palestino-israelí, todo afrontar los
debe incitar a Estados Unidos a contar con apoyos peligros del
internacionales en los diversos frentes. Dentro del
país, la administración tiene que enfrentarse a las
mundo moderno
acusaciones de mentir sobre las armas de destruc-
ción masiva iraquíes y fabricar o amañar pruebas
para justificar la guerra. Ello no va arredrar a los ultraconservadores ni al
Pentágono, cuyo número dos ha reconocido sin pudor la manipulación, pe-
ro estimula, por primera vez desde los atentados, un frente interno que
cuestiona los métodos de la administración republicana.
La suavización estadounidense tiene que ver con los múltiples proble-
mas y complicaciones de la posguerra. EE UU se ha mostrado incapaz e in-
dolente como potencia ocupante. Meses después de finalizar la guerra, el
caos es tal que se multiplican las críticas a la improvisación e impericia para
organizar la paz y a la falta de previsión sobre los problemas y riesgos de la
estabilización. Washington tuvo que relevar al desorientado administrador,
el general retirado, Jay Garner, y prescindir de ciertos líderes proamerica-
nos del exilio poco representativos.
El rechazo a la ocupación militar favorece las expectativas electorales
de los líderes iraquíes nacionalistas, mientras que los ataques a las tropas no
tardarán en superar en víctimas a las bajas durante la contienda. Lejos de
pensar en una retirada parcial de los soldados estadounidenses, el actual
administrador, Paul Bremer, reclamaba el envío de miles de policías para
controlar las ciudades, mientras que Rumsfeld anunciaba a finales de mayo
124 Política Exterior
superflua cuando las dos visiones del mundo entran en oposición frontal.
Ésta es una realidad que hay que asumir si se quiere que recupere influen-
cia. Cualquier pretensión de atribuirle en las presentes circunstancias un
“poder mundial”, que por otra parte no ha tenido anteriormente, sería un
error porque se trata de una pretensión inviable.
La recuperación de credibilidad y protagonismo por parte de la ONU
debe ser un proceso gradual, prudente y que aproveche todos los resquicios
y ocasiones que se presenten para demostrar su necesidad, incluso, por su-
puesto, para los objetivos legítimos de paz y seguridad de la potencia hege-
mónica. Un punto esencial de ese objetivo debe ser reformar la propia insti-
tución para que sea más representativa del mundo actual, más universal, y
por consiguiente más legítima y eficaz. El capítulo VII de la Carta debe re-
formarse y el Consejo de Seguridad debe incluir entre sus miembros perma-
nentes a las nuevas grandes potencias (Alemania, Japón, India, Brasil) y a
representantes formales de bloques, grupos de países (la Unión Europea,
los países árabes) y de regiones.
El debate sobre la ONU e Irak atañe no sólo a la legalidad sino también
a la legitimidad de las decisiones de la organización. Las razones de los
miembros del Consejo de Seguridad contrarios a la guerra fueron no sólo ju-
rídicas y políticas sino también éticas. Al cuestionar la moralidad de un ata-
que preventivo contra un país que no constituía, desde su legítima y fundada
percepción de las cosas, una amenaza cierta e inmediata, unos países recha-
zaron el uso instrumental de la ONU para legalizar decisiones originadas
por una lógica de poder. Esto permite abrigar la esperanza, cara al futuro,
de que los valores universalmente reconocidos en estos comienzos de siglo
condicionen de alguna manera las actuaciones de los órganos colectivos de
la comunidad internacional. Se trata de progresar hacia una institucionali-
dad en la que legalidad y legitimidad no se hallen disociadas, como ocurrió
en Kosovo y más recientemente en Irak. En el primer caso la legalidad for-
mal se esquivó en 1999 por una intervención militar que tenía el respaldo de
la OTAN y de la UE y se justificaba éticamente por responder a una agresión
activa y cierta contra el pueblo kosovar. En Irak, se pretendió, por decirlo
en palabras de Mario Vargas Llosa, una legitimidad “en contra del único or-
den legal internacional, que es la ONU”.
Irak: la impostura
de la ocupación
Gema Martín Muñoz
S
egún el guión defendido en las postrimerías de la invasión de Irak
por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y elaborado
por los responsables del Pentágono, una vez derrocado el régimen
de Sadam Husein, los soldados americanos serían recibidos como
liberadores por las masas iraquíes y la reducción de tropas podría llevarse a
cabo en un periodo breve, mientras rehacían políticamente Irak, el petróleo
fluía en abundancia, el país se abría a unos lucrativos negocios y Oriente
Próximo encontraba el camino de la paz y la estabilidad. Las Naciones Uni-
das eran calificadas de “irrelevantes” al no dar su aval a la invasión, y el
unilateralismo, acompañado de un indisimulado desprecio hacia quienes re-
chazaron unirse a la invasión, vivía días de euforia. En tan sólo unos meses
ese guión se ha hecho pedazos ante la constatación de que la realidad dista-
ba mucho de la prospectiva defendida por Washington.
La guerra fue, en efecto, rápida y fácil, tanto porque el régimen iraquí
ni tenía armas de destrucción masiva ni representaba ninguna amenaza
militar para nadie tras doce años de draconianas sanciones, armamentísti-
cas y económicas, como porque la sorprendente rendición de Bagdad y la
autodisolución de la guardia republicana permitieron evitar una guerrilla
urbana que hubiese prolongado y ensangrentado el enfrentamiento bélico.
Esta inesperada situación sigue sin respuesta, si bien todo indica que hu-
bo un pacto secreto entre invasores e invadidos cuyos términos aún se
desconocen.
Gema Martín Muñoz, profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Uni-
versidad Autónoma de Madrid, es autora de Iraq, un fracaso de Occidente (1920-
2003), editado por Tusquets.
Un proyecto neocolonial
Desde la guerra del Golfo de 1991, Oriente Próximo ha experimentado una
profunda transformación a favor de un nuevo orden hegemónico norteame-
ricano, que ha favorecido su acceso a las riquezas del subsuelo de la re-
gión, le ha permitido la expansión de su presencia militar en Arabia Saudí y
los países del Golfo y ha ido forjando una gran dependencia de los regíme-
nes árabes de EE UU. Esos regímenes, con un déficit de legitimidad cre-
ciente ante sus sociedades, comprendieron que el nuevo orden estadouni-
dense les garantizaba el apoyo de Washington siempre que asumiesen su
proyecto estratégico (acuerdos militares y de seguridad, aceptar la situa-
ción en que quedase sometido Irak y apoyar las negociaciones de paz pales-
tino-israelíes de acuerdo con las reglas del juego impuestas por Israel y EE
UU). A cambio, esos regímenes reciben apoyo político, ayuda económica
(con la determinante influencia de Washington en el Fondo Monetario In-
ternacional) y “carta blanca” para gestionar la disidencia de sus sociedades
con los métodos represivos que consideren necesarios para seguir perpe-
tuándose en el poder.
Esta situación ha instaurado un sistema de “Estados-cliente” de EE UU
en Oriente Próximo que ha anulado cualquier capacidad de acción conjun-
Gema Martín Muñoz 113
ta por parte árabe para defender intereses regionales o ser fuente de esta-
bilidad en la región. La parálisis mostrada por los países árabes ante la de-
cisión estadounidense de invadir Irak, limitándose a un ejercicio retórico
en la cumbre de la Liga Árabe de 1 de marzo de 2003, en la que sólo se atre-
vieron a afirmar que no sentían que Irak fuese una amenaza y, por tanto, no
desearían una guerra, fue la más clara indicación de la incapacidad árabe
de controlar su propio devenir político y el de la región. La aceptación el 9
de septiembre de que el CGI designado por la fuerza invasora ocupase el
puesto vacante de Irak en la Liga Árabe, recibida con gran entusiasmo por
el portavoz de la Casa Blanca, fue otro ejemplo de la tutela ejercida por
Washington sobre los Estados árabes. El proyecto estadounidense para
Irak es, de hecho, convertirlo en otro Estado-cliente sin cuya integración
dicho proyecto neocolonial sería muy imperfecto
ya que es la principal potencia árabe por sus di-
mensiones demográficas, energéticas y acuíferas.
No obstante, llevar a cabo con éxito dicho Israel bombardeó
proyecto en Irak a través de una invasión y ocu- Siria porque se
pación militar desafiaba la lógica y el conoci-
miento de la historia, lo que presagiaba el fracaso siente con la
de la posguerra. De los errores ya constatados, el misma autoridad
principal ha sido suponer que iba a ser un proce- que EE UU
so fácil y rápido, cuando lo que ha ocurrido ha si-
do una reacción inmediata a la ocupación a tra-
vés de una fuerte resistencia armada. La historia
enseña que todo proceso de ocupación colonial engendra resistencia, por
supuesto política, pero también armada. E incluso la determinación final
de recurrir a atentados terroristas. La particularidad del caso iraquí ha si-
do la inmediatez con la que esa resistencia se ha expresado, y ello no es
ajeno a la intensa acumulación de opresión, injusticia y castigo padecido
por este país hasta desembocar en una invasión y ocupación. La intensi-
dad de la reacción ha sido directamente proporcional a la intensidad de la
humillación y la injusticia.
La arrogancia combinada con la ignorancia han sido el origen del gran
error estadounidense de querer situar a Irak en un punto cero para rehacerlo
a su imagen y semejanza. Sin embargo, lo que han conseguido es extender el
caos y el descontento de una población, que hoy vive aún peor que antes de
la guerra (inseguridad, anarquía, pauperismo extremo), a lo que se añade el
menosprecio diario a la dignidad de los iraquíes. Asimismo, el “memoricidio”
al que se ha sometido a estos ciudadanos, asistiendo, cuando menos, pasiva-
mente a la destrucción de todo su legado cultural y arqueológico e imponien-
do una especie de año cero que comienza el 9 de abril de 2003, cuando la fa-
mosa estatua de Sadam Husein cayó en la plaza del Paraíso, ha sido un
ejercicio de desprecio hacia un pueblo orgulloso y consciente de su patrimo-
114 Política Exterior
1. El CNI de Ahmad Chalabi, la Alianza Nacional Iraquí de Iyad Allawi, los dos partidos
kurdos: el Partido Democrático Kurdo y la Unión Patriótica del Kurdistán, Adnan Pachahi,
que fue ministro de Asuntos Exteriores del gobierno anterior a la toma de poder del Baaz en
1968, el Consejo Supremo de la Revolución Islámica Iraquí (CSRII) y una facción del partido
al-Da’wa.
118 Política Exterior
que cayó Bagdad) como fiesta nacional, lo cual fue bien recibido en EE
UU y pésimamente asumido por los iraquíes para quienes el 14 de julio de
1958, hasta entonces su fiesta nacional, es una fecha histórica que conme-
mora el derrocamiento de la monarquía y el comienzo de su verdadera in-
dependencia con respecto a Reino Unido. La dimensión del error fue tal
que el CGI tuvo que hacer una declaración diciendo que el 9 de abril es una
de las fiestas nacionales de Irak.
Si bien el CGI cuenta con algunos poderes ejecutivos, relativos a los
presupuestos nacionales y a la designación de ministros, Bremer se reserva
el derecho de veto a sus decisiones. Aunque han nombrado un ejecutivo y la
nominación de los diferentes ministros entre ellos (cada miembro del CGI
ha designado a uno), cada ministerio ha quedado bajo la supervisión de un
“asesor” de la APC. A todo lo cual se une un problema de procedimiento que
se ha caracterizado por la opacidad, lo que no ha hecho sino aumentar el
sentimiento de sospecha entre los iraquíes de que son incapaces de gober-
nar conjuntamente y de manera autónoma. Y los hechos así lo muestran.
El 12 de agosto el CGI nombró una Comisión Nacional Constitucional
destinada a “movilizar a todos los segmentos de la sociedad para decidir el
mejor mecanismo para la elaboración de una Constitución”. Pero el secre-
tismo que ha caracterizado a dicha comisión y la falta de transparencia con
respecto a sus trabajos, está reforzando la certeza de los iraquíes sobre su
falta de independencia. Ni siquiera se conocen con seguridad los miembros
de dicha comisión, si bien lo que se sabe no augura buenos presagios. Pare-
ce ser que uno de ellos es Kanan Makiya, quien, perteneciente al grupo de
Chalabi, se distinguió antes de la guerra por su apoyo incondicional a Was-
hington y por su defensa de la invasión.
Todo ello muestra que las directivas de la recomposición política de
Irak no van encaminadas a arrancar un proceso que verdaderamente sea
nuevo y creíble para los ciudadanos iraquíes, lo cual exige la elección de
una Asamblea Constituyente para elaborar la nueva Constitución, dado que
su memoria histórica está dominada en negativo por procesos políticos en
que las constituciones las han elaborado “comités de sabios” seleccionados
por las fuerzas dominantes o hegemónicas. Es más, procede del sistema
colonial británico que impuso el modelo de nombramiento de un grupo co-
optado para elaborar la Constitución de todos, tal como se propone imitar
la administración americana.
En conclusión, dominado por las tensiones internas, por una imagen
que representa más a los iraquíes del exterior que a los del interior, por su
secretismo y opacidad, por su inacción con respecto a cuestiones clave co-
mo seguridad, electricidad y empleo, y por su falta de verdadera soberanía,
el CGI está siendo visto por gran parte de la sociedad iraquí como una pro-
longación de la ocupación. Esto, además, puede llevar a algunos de sus
miembros a retirarse, como es el caso del SCRII, cuya participación ha es-
Gema Martín Muñoz 119
región, vistos a su vez por los kurdos como una quinta columna turca en el
Kurdistán, si bien es una población históricamente implantada allí. Pero al
ser también chiíes, este ataque fue asumido como general contra el chiismo
por parte de sectores chiíes árabes que denunciaron la impunidad kurda
consentida por sus aliados norteamericanos. Ésta no es sino una pequeña
muestra de las tensiones crecientes y de la deriva sectaria que se está ali-
mentado en el Irak de la posguerra.
Por su parte, los principales representantes religiosos y los movimien-
tos chiíes iraquíes están manteniendo una posición contenida con respec-
to a la ocupación estadounidense, dado que, conscientes de que represen-
tan al sesenta por cien de la población, Washington les ha permitido un
margen de control en el sur de Irak y procura no enajenárselos. Pero esta
situación pende de un hilo, ya que su resistencia a la ocupación ha sido
políticamente defendida por todos ellos y reclaman la devolución de la so-
beranía a Irak. En realidad, los movimientos chiíes como el SCRII, el que
lidera Murtada Sadr y al-Da’wa son organizaciones bien estructuradas y
con gran implantación social, que además cuentan con milicias que garan-
tizan el orden en el sur del país mejor que las fuerzas de ocupación y que
no van a consentir su disolución, convirtiéndose en una alternativa al ejér-
cito iraquí que están tratando de refundar los norteamericanos. Por el mo-
mento, han optado por una no cooperación no violenta con los ocupantes,
pero como ellos mismos han expresado en diversas ocasiones su pacien-
cia se termina.
De hecho la tensión crece. Cuando el pasado 13 de agosto un helicópte-
ro norteamericano trató de quitar una bandera heráldica relacionada con la
religiosidad chií de una torre en el barrio más populoso y pobre de Bagdad,
la revuelta explotó y la cuestión se saldó con la aceptación implícita de los
norteamericanos de no patrullar dicho barrio que en su mayoría son fieles al
movimiento de Murtada Sadr, líder con gran capacidad de promover la reac-
ción o resistencia, no sólo en esta zona de Bagdad, sino también en Nayaf y
Kerbala. Asimismo, el atentado en Nayaf que se saldó con un centenar de
víctimas, entre ellas el líder chií, Muhammed Baqr al-Hakim, produjo una re-
acción chií unánime acusando a EE UU del problema de inseguridad y de-
nunciando que la ocupación estaba haciéndose intolerable. Incluso el porta-
voz del ayatolá Ali Sistani, uno de los líderes más influyentes entre los
chiíes y que a su vez ha sido la voz más moderada con respecto a los ocu-
pantes, declaró que “EE UU no quiere admitir que no puede controlar la si-
tuación y reconstruir Irak. Cada día recibimos docenas de solicitudes de ira-
quíes pidiendo una fatwa contra la ocupación norteamericana y nosotros
hemos dicho ‘no’. Pero este ‘no’ no durará siempre”. Esta actitud indica que
Sistani siente que puede perder su influencia si no refleja el descontento
creciente entre los chiíes y que, por tanto, van identificándose poco a poco
con las actitudes mucho más críticas y firmes de Murtada Sadr.
122 Política Exterior
Pero, en lo que no fue sino una huida hacia delante, la reacción nortea-
mericana ante el atentado de Nayaf, alentada vivamente por Chalabi, fue la
de lanzar una campaña intensiva en las ciudades y barrios suníes con regis-
tros y detenciones indiscriminadas en busca de insurgentes, dirigiendo la
carga de la culpa, y sin que nada lo haya demostrado, sobre los suníes, de
acuerdo con su estigmatización como baazistas. Conscientes del peligroso
riesgo de enfrentamiento interno que ello puede suponer, el propio sustitu-
to del asesinado Muhammad Baqr al-Hakim en la prédica de la mezquita del
imán Ali apeló a la prudencia con respecto a dicha persecución.
Todo ello no hace más que indicar que Irak se encuentra en un limbo
donde muchos signos señalan hacia una posible deriva de conflicto civil in-
terno, de radicalización de la sociedad en torno a identidades sectarias y
aumento de la resistencia.
En realidad, sólo podría enderezarse la situación si EE UU transfiriese
la responsabilidad sobre Irak y su transición política a las Naciones Unidas
con un mandato dirigido a restaurar lo antes posible la soberanía iraquí, a
gestionar los recursos petrolíferos del país a favor de la reconstrucción y
creando un fondo internacional bajo control de la organización mundial en
el que las diferentes aportaciones se canalizasen a través de ayuda a la coo-
peración y el desarrollo, pero nunca en torno a una Conferencia de Donan-
tes que se celebra sin que antes se hayan decidido los mecanismos de su
gestión, quedando expuesta buena parte de dicha financiación a la opaci-
dad y arbitrio de la fuerza ocupante; y descubriendo en el último minuto
que buena parte de esas “donaciones” van a ser préstamos que agravarán la
gigantesca deuda exterior iraquí (350 millones de dólares) contraída por un
régimen ajeno a la soberanía popular y agravada por la destrucción produ-
cida por la invasión militar estadounidense. La cuestión está en decidir qué
se debe hacer cuando esto es algo inconcebible para la administración nor-
teamericana, pero nos arrastra a todos hacia una experiencia dominada
por la violencia, el militarismo y una grave desestabilización de Irak y de
todo Oriente Próximo.
■ Terrorismo
L
a política desarrollada por Esta-
dos Unidos desde los aconteci- lización que se pretende defender fren-
mientos del 11 de septiembre de te al bárbaro terrorismo exterior.
2001 ha dado pie a ríos de tinta, a fa- Si hay algo que define la esencia
vor y en contra. Más allá de la dimen- de esa civilización occidental es la de-
sión política y estratégica, desde el fensa de la libertad y personalidad del
punto de vista del Derecho hay un as- individuo en cuanto tal, así como la
pecto en el que no se está haciendo ex- protección de una esfera de derechos
cesivo hincapié pese a su trascenden- inviolables que ampara a todos bajo
cia: la continua falta del debido cualquier circunstancia. Es en este
respeto a unas mínimas normas y ga- campo en el que se están consolidan-
rantías en la denominada “guerra con- do determinadas actitudes que supo-
tra el terror”, declarada contra quienes nen la negación de esos elementos de-
llevaron a cabo los atentados del 11-S. finitorios de la civilización occidental.
Atentos a la evolución de las ope- Desde este punto de vista, quizá no se-
raciones militares –primero en Afga- ría aventurado afirmar que los terro-
nistán, luego en Irak y más tarde con ristas han ganado ya su primera bata-
las constantes acciones de los focos lla, no por haber conseguido llevar a
de resistencia contra las tropas esta- cabo la destrucción de las Torres Ge-
cionadas en este último país– está pa- melas en Nueva York, sino porque de-
sando prácticamente inadvertido a la terminadas reacciones ante tan exe-
opinión pública uno de los asuntos crable acto están minando
más importantes. Al socaire de esta at- peligrosamente la esencia de la cultu-
mósfera, se producen situaciones, si ra de derechos humanos de la que tan
no siempre promovidas sí al menos legítimamente nos sentimos orgullo-
consentidas por EE UU, que atentan sos. Veamos algunos ejemplos.
contra la esencia misma de los dere- En Yemen, en noviembre de 2002
chos humanos y, por tanto, contra el y bajo dirección de la CIA, un misil
¿Fueron manipulados los informes de los servicios secretos británicos sobre Irak? La
investigación del juez Hutton ha sacado a la luz pública algunas de las claves del pro-
ceso que condujo a la guerra, desatando las especulaciones sobre los motivos de Blair.
británicos cree que mintió sobre la amenaza que representaba Irak para su
país y otro cincuenta por cien considera que debe dimitir.
Las pruebas acumuladas contra su gobierno durante las investigaciones
de la comisión presidida por el juez lord Hutton sobre el suicidio de David
Kelly, un experto en armas bioquímicas del ministerio de Defensa que comen-
tó a un periodista de la BBC que la guerra en Irak se fundamentó en exagera-
ciones deliberadas sobre los arsenales de Sadam Husein y en tergiversacio-
nes de los informes de inteligencia, han proyectado una imagen de opacidad
y manipulación al servicio de los objetivos políticos de Downing Street.
Los británicos asociaban ese tipo de conducta con alguien como George
W. Bush, percibido mayoritariamente como un cowboy de gatillo fácil y guia-
do por maniqueas convicciones sobre la lucha entre “el bien y el mal” en el
mundo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero difícil-
mente podían aceptarlo en Blair, que había edificado toda su carrera política
sobre la base de su credibilidad personal. El alarde de transparencia de la
comisión investigadora de lord Hutton –que ha publicado en Internet cientos
de documentos donde se revelan los sinuosos mecanismos que condujeron a
la guerra– ha puesto delante de la opinión pública un trasfondo sórdido en el
que los spindoctors del gobierno –los expertos en darle vuelta a las cosas
para vender mejor sus ideas y proyectos– no podían haber actuado sin la
aprobación expresa –o al menos el consentimiento– de Blair.
Luis E. González Manrique 127
cesaria áurea de misterio y peligro que rodea a sus funciones evita que se
les apliquen criterios de control normales y rigurosos.
En efecto, el informe de inteligencia hecho público por el gobierno de
Londres el pasado febrero había sido transcrito en gran parte –errores orto-
gráficos incluidos– de la tesis de doctorado de 1991 de un estudiante califor-
niano que la había publicado en Internet, a pesar de lo cual Colin Powell lo
elogió ante el Consejo de Seguridad y Bush lo citó en su discurso sobre el es-
tado de la Unión. Esa sobrestimación de los servicios secretos británicos po-
dría obedecer al “síndrome de Ian Fleming”, creador del agente 007, uno de
los símbolos de la nostalgia del imperio británico, cuando en realidad los he-
chos habría convenido mostrarse más discretos sobre sus capacidades reales.
La insistencia actual de Bush y Blair sobre la naturaleza criminal del ré-
gimen de Sadam parece ser una velada resignación ante esa falta de prue-
bas. Pero según el Derecho internacional y la carta de la ONU es ilegal inva-
dir un país para derrocar a su gobierno; una guerra sólo está justificada en
defensa propia. Según los jueces del proceso de Nuremberg en 1946: “Iniciar
una guerra de agresión no es sólo un crimen; es el crimen internacional su-
premo”. Países como Corea del Norte estaban –y están– más adelantados en
el desarrollo de armas nucleares, pero Sadam Husein representaba un caso
excepcional: ningún otro dictador había empleado armas químicas contra
sus vecinos y su propio pueblo y nadie había violado tantas resoluciones de
la ONU sobre desarme. Sin embargo, el fiscal general de Reino Unido desta-
có antes de la guerra que la única base legal para ella sólo podía fundamen-
tarse en el desmantelamiento de las armas que no se han podido encontrar.
En febrero de 2001, Powell declaró ante unos periodistas durante un
viaje a Egipto que Sadam no había desarrollado ninguna capacidad arma-
mentística que le permitiera amenazar a sus países vecinos y que se había
convertido en algo parecido a “un dolor de muelas, algo molesto pero con lo
que se puede convivir”. Los atentados del 11-S cambiaron radicalmente esa
actitud en Washington: los “halcones” de la administración Bush vieron la
oportunidad que habían estado esperando de ajustar finalmente las cuentas
con el dictador de Bagdad, y Blair se convenció de que Reino Unido no po-
dría quedarse al margen de la carrera hacia la guerra de la superpotencia sin
que las relaciones transatlánticas sufrieran un grave deterioro.
La ‘relación especial’
Robin Cook ha ido incluso más allá: en un libro de próxima publicación ba-
sado en sus diarios personales revela que Blair le dijo dos semanas antes de
que comenzara la invasión, que Irak no tenía ADM que pudiesen ser desple-
gadas rápidamente debido a los esfuerzos que Sadam había invertido en
ocultarlas. La conclusión de Cook es inequívoca: si esas armas no podían
utilizarse contra objetivos civiles distantes, no eran realmente de destruc-
ción masiva. “¿Si Downing Street no creía que Sadam podía utilizar esas ar-
mas en el campo de batalla, qué tipo de amenaza creía que representaba?
Estoy seguro de que la verdadera razón por la que Blair decidió ir a la gue-
Luis E. González Manrique 133
rra fue porque le era más fácil resistirse a la opinión pública británica que a
la influencia del presidente de EE UU”.
Un año antes, Blair había dicho a su gabinete, cuando todavía Cook esta-
ba al frente del Foreign Office: “Debemos mantenernos al lado de EE UU. Si
no lo hacemos, perderemos la influencia que tenemos sobre sus actos”. El pa-
sado 2 de julio, el director adjunto del JIC, sir John Walter, escribió un memo-
rándum de carácter confidencial a los miembros del Parlamento en el que les
decía que el compromiso con la guerra se había adoptado hacía un año y que
a partir de entonces “todo el proceso que se siguió a base de razones, como el
humanitarismo, moralidad, cambio de régimen, terrorismo y, finalmente, in-
minentes ataques con ADM, no ha sido otra cosa que fuego de cobertura”.
Toda la estrategia del gobierno debía subordi-
narse a la necesidad suprema de mantenerse al la-
do de Washington, incluso al precio de minar la
declarada vocación británica de servir como
puente entre EE UU y la Unión Europea. Ésa fue Blair parece
la premisa de la que se derivó todo lo demás y en anteponer la
la que Blair invirtió su capital político y credibili-
dad personal. Para Timothy Garton Ash, se trata
rectitud moral a
de una decisión legítima y estratégicamente de- los cínicos
fendible: a Reino Unido permanecer junto a EE cálculos de la
UU le beneficia a largo plazo y a todo el mundo –y ‘Realpolitik’
especialmente a Europa– le interesa que Londres,
y en particular a un internacionalista liberal como
Blair, equilibre el peso de la camarilla de neocon-
servadores unilateralistas de la administración Bush.
De hecho, Blair obtuvo algunos frutos de su esfuerzo, como fue que
Bush no renunciara a las vías que la ONU le proporcionaba, algo que difícil-
mente podría haber conseguido por otros modos que no fuera la persuasión.
El regreso de los inspectores a Irak fue un resultado indudable de esa estra-
tegia. Blair se sentía animado –quizá demasiado– por sus éxitos anteriores,
especialmente en la guerra de Kosovo, donde se consagró como el campeón
del intervencionismo humanitario, sin que debieran importar los riesgos y
los costes, incluso sin la sanción de la ONU.
Blair estableció a partir de esas experiencias una doctrina de política
exterior basada en la necesidad de usar la fuerza si era factible y había una
sólida justificación ética, como para prevenir una limpieza étnica (Kosovo),
detener una sangrienta guerra civil (Sierra Leona) o derrocar un régimen
cómplice del terrorismo (Afganistán). “Ésta es una batalla entre el bien y el
mal” dijo a The Sun en abril de 1999, con un tono que recordaba más a J.R.
Tolkien o William Blake que a Winston Churchill. Su creencia de que había
sido vindicado en Kosovo y Afganistán le convenció de que podía obtener
los mismos resultados en Irak.
134 Política Exterior
En su libro Blair’s wars, John Kampfner sostiene que las “cinco gue-
rras” de Blair fueron fundamentalmente personales: de no haber sido por su
decidido liderazgo, Reino Unido se habría mantenido al margen. Pero Peter
Riddell, comentarista político del Times de Londres, en su libro Hug them
close: Blair, Clinton, Bush and the special relationship, discrepa de esa te-
sis: Blair –escribe– sólo habría continuado una larga tradición mantenida
por primeros ministros laboristas y conservadores de anteponer sus relacio-
nes transatlánticas a las europeas, para no poner en peligro su papel de in-
terlocutor y aliado privilegiado de Washington, sobre todo en asuntos de de-
fensa e inteligencia.
Incluso el antiguo primer ministro británico, Harold Wilson, a pesar de
haberse negado a enviar tropas a Vietnam, dio un fuerte apoyo diplomático
a EE UU en esa guerra. Riddell cree que una vez que Blair se convenció de
que Bush iría a una confrontación final con Sadam, decidió que el interés
supremo de Reino Unido exigía que no lo hiciera en solitario. Secundar a
Francia y Alemania en su oposición a EE UU en Irak, era simplemente in-
concebible, entre otras cosas porque el apoyo de EE UU es vital para las
operaciones de los submarinos británicos Trident y su sistema de vigilancia
por satélite. Ni siquiera, sostiene Riddell, hubiese sido viable para Londres
una política de neutralidad o de mero apoyo diplomático.
Pero Blair no tuvo éxito –quizá por sobrestimar sus dotes de persua-
sión– en asegurarse el apoyo del eje franco-alemán y tampoco pudo obtener
una resolución del Consejo de Seguridad que hubiera dado cobertura diplo-
mática a la invasión. Y cuando se ganó la guerra, no pudo convencer a Bush
de la necesidad de dar a la ONU el papel central requerido para obtener ayu-
da de otros países en la reconstrucción de Irak. Cuando tras la serie de aten-
tados del pasado verano en Irak, la administración decidió dar marcha atrás
y regresar a la ONU, ya era demasiado tarde para recuperar la confianza de
la comunidad internacional, reacia a colaborar, a través de su ayuda en Irak,
a la reelección de uno de los presidentes de EE UU más impopulares de las
últimas décadas, según reflejan las encuestas globales del Pew Research
Center. Fue una cadena de graves errores de apreciación que se tradujeron
en una derrota para la diplomacia británica.
Enfrentado a esas adversidades, Blair comenzó a hablar cada vez más
en términos providenciales, insistiendo en que la historia le justificaría, pre-
sumiblemente porque antepone la rectitud moral a los cínicos cálculos de la
Realpolitik. Aunque para un presidente de EE UU es normal citar a Dios en
sus discursos (incluso Clinton lo hacía), Blair es un caso atípico entre los
políticos británicos: es el primer ministro abiertamente más religioso desde
William Gladstone, que dejó Downing Street en 1894.
Incluso tuvo el cuidado de pedir una audiencia al Papa antes de la guerra
para explicarle su posición al respecto, a pesar de que él mismo no es católico
y de que Karol Wojtyla se opuso a la invasión, negando los fundamentos mo-
Luis E. González Manrique 135
E
xisten razones fundamentales para las tensiones transatlánticas de
los últimos seis meses. Esto tiene que ver con la natural rivalidad
entre un poderoso y dogmático Estados Unidos y una igualmente
poderosa Unión Europea, pero que aún debe determinar su papel
y carácter políticos. Para abordar esas razones y su origen, podría ser útil re-
capitular la actual situación entre EE UU y Europa tal como se ha desarro-
llado desde la confrontación en las Naciones Unidas en torno a la interven-
ción en Irak, y con mayor perspectiva desde que la administración de
George W. Bush replanteó su política exterior y de seguridad tras los ataques
terroristas de 2001 en Nueva York y Washington.
El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, trazó a comienzos de este
año una plausible –aunque polémica– distinción cuando se refirió a una “vie-
ja” y una “nueva” Europa, dado que la historia de Europa central no es más
“nueva” que la occidental. Los países de Europa central y oriental son nue-
vos en cuanto a su independencia post-soviética, y sus relaciones con la UE
y EE UU están aún por definir, en tanto son nuevos miembros de una Alian-
za Atlántica en sí misma en crisis, o candidatos simultáneamente para la in-
tegración en la OTAN y la ampliación de la UE. Su principal prioridad en es-
te periodo post-soviético es la seguridad, por lo que no sorprende que hayan
percibido que su seguridad radica ante todo en sus relaciones con un todo-
poderoso EE UU a través de la OTAN, el instrumento tradicional del poder
americano en Europa. De ahí que en el debate surgido sobre la invasión de
Irak, de intrínsica reducida relevancia para la “nueva” Europa, era razonable
William Pfaff es columnista del International Herald Tribune y miembro del conse-
jo asesor de POLÍTICA EXTERIOR.
–“normal”– que los gobiernos de Europa central y oriental (y los bálticos) hi-
cieran lo que Washington quería.
Es importante señalar, sin embargo, que la opinión pública de la región
fue poco comprensiva con la política estadounidense en Oriente Próximo.
Los nuevos gobiernos europeos defendían sus intereses nacionales en una
situación difícil. Su posición, como mostraron las encuestas, tuvo poco que
ver con el apoyo a la política de EE UU en Oriente Próximo, que casi no les
concernía o interesaba, y mucho con sus percepciones sobre la vulnerabili-
dad de su seguridad en Europa.
Por otra parte, la denominada por Rumsfeld “vieja” Europa, los Estados
más antiguos de la UE y sobre todo aquéllos que la crearon (Francia, Ale-
mania, Benelux e Italia) tienen la confianza y el poder necesarios para dife-
rir de EE UU en asuntos de política exterior y, de ser necesario, incluso pa-
ra desafiarlo. Así, con la decisión adoptada respecto a Irak, sus gobiernos
no sólo reflejaron la opinión popular reinante en sus países sino la predomi-
nante en toda Europa occidental. La opinión pública de España e Italia, dos
países de la vieja Europa, además de la de Reino Unido, cuyos gobiernos
dieron un apoyo incondicional a EE UU en Irak, fue más hostil a la política
de EE UU que la de Alemania y Francia. Incluso en Reino Unido, tradicio-
nal aliado de EE UU, la opinión de la mayoría se opuso a la intervención en
Irak hasta el momento mismo en que las tropas británicas se vieron envuel-
tas en la lucha, y desde entonces el primer ministro, Tony Blair, ha estado
pagando un alto precio político por una decisión adoptada en contra de la
opinión de sus ciudadanos.
ministración Bush, visto por un número cada vez mayor de europeos como
un factor perturbador de la paz mundial y un riesgo potencial para la seguri-
dad, incluida la de sus propios aliados.
En todas esas reuniones, la política exterior de EE UU encontró pocos
defensores europeos. Algunos de los participantes británicos expresaron su
simpatía, pero no todos. Ningún alemán, italiano, holandés o escandinavo
defendió la política de EE UU en las reuniones a las que asistí. Incluso los
británicos dijeron que las relaciones euro-norteamericanas habían cambia-
do en aspectos importantes, y que los intentos de Europa por buscar una
política autónoma y sus propios recursos de seguridad estaban justificados.
Todo ello dicho con poco entusiasmo. A nadie le gusta la situación.
Los “viejos” europeos, como muchos de los “nuevos”, simplemente ya
no están de acuerdo con EE UU. Discrepan sobre el alcance o la naturaleza
de la amenaza terrorista. No creen que Osama bin Laden sea una amenaza
global. No asumen la percepción que tiene Washington de los llamados “Es-
tados delincuentes”. No están de acuerdo con la guerra preventiva o el cho-
que de civilizaciones, la política de EE UU en relación al conflicto entre Is-
rael y Palestina, la demonización del islam o el control por parte del
Pentágono de la política exterior de EE UU.
Esas opiniones son interpretadas en EE UU como “antiamericanis-
mo”. La verdad, como dijo una importante figura (conservadora) de la
“nueva Europa”, ex comunista, en una de las reuniones del verano, es que
la política de la administración Bush y el trato que da a sus aliados ha
convertido en antiamericanos a los amigos de EE UU. Esta persona dijo
que a lo largo de su vida política había sido un admirador y defensor de
EE UU contra sus críticos izquierdistas europeos, pero que en la actuali-
dad él mismo se había convertido en lo que denominó un “nuevo antiame-
ricano”, que definió como “ex anti antiamericanos, ahora forzados a con-
vertirse en antiamericanos ellos mismos”. Añadió que, en su propio país,
el embajador estadounidense se había comportado recientemente como
lo hacían los embajadores de la Unión Soviética antes de 1989 y eso era
inaceptable.
Washington y la clase política norteamericana no parecen haber enten-
dido en absoluto lo que ha ocurrido. Culpan a franceses, alemanes y belgas
de recurrir al antiamericanismo por razones electorales, de alentar un paci-
fismo irresponsable o de expresar “nostalgia” por su pasado de poder y glo-
ria (la habitual crítica norteamericana a Francia). O dicen que la sociedad
europea ha sido siempre antiamericana (o antisemita, acusación que circula
cada vez más entre los neoconservadores estadounidenses e israelíes). Cre-
en que esas “explicaciones” resuelven el problema. Les gusta decir que Eu-
ropa no entiende que el 11-S “cambió todo” en EE UU. Pero no comprenden,
por su parte, que las consecuencias del 11-S también han cambiado todo en
Europa occidental.
William Pfaff 65
contra Irak, el periodo en el poder del Bush más joven habrá marcado una
significativa transición norteamericana. Esta política de empleo agresivo y
unilateralista del poder para rehacer los asuntos mundiales ha sido justifica-
da por los neoconservadores según los términos de una antigua convicción
americana sobre la excepcionalidad nacional y la creencia de que el modelo
de sociedad estadounidense está destinado a dominar el mundo, por unos u
otros medios.
Si la situación de EE UU en Irak se deteriorara gravemente, ese fracaso
podría recrear entre su electorado el tipo de ansiedad y las actitudes aisla-
cionistas que experimentó por última vez tras la guerra de Vietnam. Si esto
puede provocar una retirada de EE UU de sus compromisos internacionales
es imprevisible. Como fuere, los instintos esenciales de la nación siguen
siendo los de una sociedad aislada geográfica y, sobre todo, moralmente.
Es posible que Bush y sus neoconservadores demuestren ser nada más
que un episodio excéntrico pero aleccionador, que termina mal, de la histo-
ria de la moderna política exterior de EE UU. Por otra parte, podría presa-
giar otros ejemplos de las vanidades y corrupciones del poder. La historia
no suele ser amable con los poderosos.