Yo Fui Guardaespaldas de Fidel Castro y Su Familia
Yo Fui Guardaespaldas de Fidel Castro y Su Familia
Yo Fui Guardaespaldas de Fidel Castro y Su Familia
Por
e- MARO
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
MI INGRESO AL APARATO
CAPÍTULO II
EL PUESTO DE MANDO DEL PALACIO DE LA REVOLUCION
CAPÍTULO III
LA UNIDAD DE 160
CAPITULO IV
EL REFUERZO
CAPÍTULO V
VARADERO
Durante los meses de julio y agosto nos suspendían las vacaciones y hasta
los días de franco, porque teníamos que enviar más de diez hombres para
cubrir las postas de la casa de descanso de la familia del Viejo. En Cuba
durante estos dos meses no hay clases y casi nadie trabaja. Entonces es cuando
nos vamos en masa a las más de doscientas playas que tenemos en esta isla
paraíso. Por supuesto que la familia número uno no podía hacer menos. El
viejo en realidad asistía muy poco a este lugar, prefería la soledad de su isla
privada en medio del Caribe donde las aguas son más cálidas, los fondos
marinos más bellos y no hay nadie alrededor. Dalia Soto del Valle, la
desconocida y preterida esposa, se iba a Varadero desde el primer día de
vacaciones escolares, con el más pequeño (Angelito) y allá íbamos nosotros a
cuidarlos.
Varadero es un pueblo pre diseñado con tres avenidas tendidas de Este a
Oeste, y sesenta y dos calles rectas de norte a sur en el mismo medio de la
península de Hicacos. Cuenta aproximadamente con dieciocho mil habitantes
desde la década de los sesenta, y su población no aumenta porque el gobierno
prohibió que se mudaran más cubanos al lugar. Tampoco se pueden construir
viviendas privadas. En 1995, las prostitutas pasaban la cifra de siete mil. Se les
llamaba cariñosamente Jineteras, por eso de montarse a caballo sobre los
españoles para “matarlos”. Casi ninguna realmente era residente del pueblo.
Un buen día las recogieron a todas en ómnibus escoltados por policías, y las
devolvieron a sus provincias con sus correspondientes expedientes más la
advertencia de que si las volvían a ver en la misma labor irían directas a la
cárcel. Para mi gusto, los policías simplemente acabaron con la genial vida
nocturna del pueblo, pues las muchachas siguieron con la misma tarea, pero
más encubierta en Ciudad de la Habana, Santiago de Cuba, o en cualquier
lugar donde hubiese turistas. Debo decirles a modo de curiosidad que en Cuba
la prostitución jamás ha sido ilegal, pero tampoco legal. Varadero volvió a
llenarse de prostitutas un poco menos escandalosas esta vez, de las cuales
nunca han podido desembarazarse.
La península había comenzado a habitarse a principios del siglo XX con
enormes residencias. Por entonces, la familia Dupont se edificó su Xanadú,
una gran vivienda lujosísima justo sobre la arena. También se hicieron los
dueños de casi toda la tierra útil del lugar, para comenzar a venderla en los
años treinta. Uno de los compradores iniciales fue Al Capone, el mafioso. Este
señor vino a Cuba alguna vez, pero los medios no parecieron enterarse
entonces. Fidel no se deshizo de este lugar una vez tomado el poder, sino que
lo restauró y lo convirtió en La Casa de “Al”. Hoy en día sigue allí, justo en el
medio de la zona de Punta Blanca, operando como restaurante con preciosos
balcones azules de madera dura criolla. (2010)
La casa del Viejo era la última del pueblo hacia el este, justo detrás de un
pequeño promontorio de rocas donde termina la larga playa y comienza la
costa rocosa. Fidel dio ejemplo y en 1993 donó esta residencia para el
desarrollo del turismo que recién comenzaba. Además obligó a todos los altos
jefes a entregar sus viviendas exclusivas en esta zona para estos menesteres.
Todos los miembros del Buró Político y un poco más abajo en la escala
burocrática también contaban con casas de descanso allí, ocupadas por ellos
apenas los dueños reales habían abandonado el país. Ya era harto conocido por
la población que nuestros políticos socialistas habían decomisado las
residencias vacías de los ricos que se habían marchado. Para ello el Viejo
había decretado a principios de los sesenta que quien se fuera de Cuba perdía
todas sus propiedades e incluso hasta su ciudadanía, pues se consideraba
traidor a la Revolución. Esta ley de pérdida de los derechos civiles fue
derogada en silencio a inicios del 2013 cuando surgió, finalmente, una nueva
ley migratoria y los cubanos logramos viajar libremente siempre que contaras
con el dinero para pagarte el costo.
En Varadero se llegó a relocalizar forzosamente a gran parte de la
población que vivía en la periferia este del pueblo y por todo el resto de la
península, con la intención de construir los cincuenta y cuatro hoteles que hoy
existen. Los habitantes locales fueron expulsados hacia los poblados de Santa
Marta o Camarioca, alejados varios kilómetros de la playa. Nuestros medios
jamás se dieron por enterados y nadie protegió a estas personas en esta
primera mitad de la década de los noventa.
Por lo pronto el país se estaba abriendo al turismo internacional, casi
inexistente hasta finales de los ochenta. Pero esto dio paso a otro de los
grandes escándalos. El Viejo decidió en 1993 que los cubanos que residíamos
dentro del país seríamos ciudadanos de cuarta categoría, pues no podríamos
alojarnos en ningún hotel de las tres cadenas; aunque algunos nacionales
podían pagar con nuestra moneda si conseguían una reserva autorizada o eran
funcionarios en misiones de trabajo. Los hoteles quedaban para el uso
exclusivo de personas con pasaporte, fueran de otros países o cubanos
residentes en el extranjero. Los de a pie nos veíamos confinados al paupérrimo
Campismo Popular. Recuérdese que tampoco podíamos rentar motos o autos,
tener acceso a Internet, contratar servicios de televisión por cable o satélite,
rentar teléfonos celulares, viajar al extranjero, etc, aunque pagásemos con la
moneda fuerte de los visitantes (el dólar), lo que en Cuba estuvo legalizado
desde 1993 hasta el 2004. Esto ahora, según los registros históricos actuales de
nuestro sistema, nunca existió. Duró hasta mayo del 2008, quince años, pero
no existe documento escrito que lo avale.
El Viejo diseñaba estrategias para recaudar divisas a toda costa, sin tener
en cuenta el daño que nos causaba al vernos tan relegados en nuestro propio
país. A principios de los noventa, ya ingresando en el Período Especial, al
Viejo se le ocurrió una idea para adueñarse de todo el oro, plata, platino y
joyas aún pertenecientes a la población. Creó unas casas de cambio especiales
donde podías llevar tus bienes, generalmente atesorados por generaciones de
cuidadosos cubanos, y canjearlos por bonos equivalentes a dólares para ir a
ciertas tiendas a comprar artículos de primera necesidad. Le llamaban las
Casas del Oro y la Plata. Un penosísimo capítulo de nuestra historia que nos
devolvía al cuento de los indios cambiando pepitas de oro a los españoles
recién llegados por pedazos de espejos y otras baratijas. La idea duró hasta que
se acabaron las existencias y se cerraron estas casas. Conocí a uno de estos
tasadores de metales preciosos. Hizo fortuna robando por encima del robo que
ya hacía el gobierno. A veces por un juego de cubiertos completo de tres
tenedores de plata pura, podías comprar comida para un mes y tal vez un par
de pantalones para los niños.
También a principios de los noventa la compañía cubana Cubalse comenzó
a cambiar automóviles clásicos propiedad de cubanos por autos Lada rusos,
nuevos o usados. Presencié negociar un Buick modelo Skylark del 56,
exclusivísimo, perteneciente a una edición muy limitada, aun circulando en
buen estado en todos los sentidos, por un auto Lada que había sido taxi. El
Buick pasaba de los treinta mil dólares por su valor para coleccionistas,
mientras el segundo no alcanzaba los dos mil por su avanzado estado de
deterioro. Fidel, en un gesto de desdén y soberbia, nombró a todos los coches
clásicos en Cuba “Patrimonio Cultural Nacional”, con lo cual no podíamos
vendérselos a extranjeros a título personal y tampoco sacarlos del país.
Tampoco se vendían coches nuevos a casi ningún cubano a pesar de que ya
contábamos con agencias de ventas, como la Mercedes Benz, y algunos
particulares con dinero suficiente para adquirirlos.
Pero volvamos a Varadero, tierra a donde tenía que ir a pasarme semanas
sin el atractivo natural de un buen recreo, exponiendo muy en serio mi vida
para proteger a otros iguales que yo, pero con un poco más de suerte.
La casa de recreo de la Primera Familia estaba rodeada por algunos
arbustos y casuarinas, situada sobre una leve colina. Cuando estaba vacía, solo
se mantenían dos postas fijas con personal en el lugar. Éstas llegaban a cinco
cuando arribaba el verano y las cubríamos nosotros. Subían a diez si venía el
Viejo, pero esto era raro. La vivienda, construida con bloques de piedra
rectangular al estilo de los años treinta, mostraba una sola planta espaciosa.
Poseía paredes muy anchas y ventanales estrechos acristalados y con cortinas
por dentro. El garaje era independiente de la construcción principal. Era la
antigua habitación de los sirvientes, y aparte de dar cobijo a los autos, ahí
dormía la escolta. Nosotros los del Refuerzo teníamos una barraca cerrada y
con aire acondicionado para descansar. Funcionaba además como almacén de
víveres y equipos náuticos. A la mitad se había instalado un pequeño comedor
para los guardias.
Los visitantes miembros de la familia disfrutaban de las bondades de un
chef del Consejo de Estado, pues los cocineros del Jefe se mantenían con él en
diferentes lugares. Nuestra comida se confeccionaba en la Sección “Varadero”
de la DGSP, conformada por los tipos más raros y recalcitrantes de toda esta
dirección. Por ejemplo, el viejo Morán, típico lobo de mar, gallego colorado y
sanguíneo que siempre andaba descalzo como los mejores piratas. Contaba
veinticinco años cuidando esa residencia. También recuerdo a Castillo, bajito y
fuerte, nervioso, chofer de la patrulla de la policía, no más que otro de
nuestros autos disfrazados.
El primer susto lo pasé recién inaugurada la temporada del 85 cuando toda
la familia número uno se encontraba ya en la casa de veraneo.
El pequeño, juguetón y pesado Angelito, con unos doce años de edad, se
despertó temprano y decidió darse un chapuzón. Habitualmente acompañaban
al más chico de la familia su escolta personal y un buzo de las Tropas
Especiales que hacía las funciones de guardaespaldas dentro del agua. Ese día
había finalizado mi turno de guardia a las seis de la mañana, y había preferido
disfrutar del hermoso amanecer antes de irme a dormir. Inmediatamente,
cuando alguno de la familia se metía en el mar, la posta que se encontraba
oculta dentro de los mangles de la orilla, a unos diez metros del agua, se
movía para el medio de la franja de arena con fusil bien visible para evitar que
nadie pasara. La otra posta encima del promontorio hacía lo mismo.
Sentado en la arena ya el sol me adormecía cuando Angelito me saltó por
encima y se metió en el agua con toda su comitiva. Yo hice otro tanto pues
quería bañarme antes de acostarme a dormir para el siguiente turno de guardia.
Caminé por el agua hasta donde tuve que nadar. El mar a esta hora aún está
relativamente frío y reanima mucho, pero lo que sí me despertó fue el grito del
centinela sobre el promontorio de piedras: “¡TIBURÓN!”
Por descontado está que mi primera reacción fue la de salir del agua a toda
velocidad, pero un segundo después mi profesión me dictaba la terrible orden
de que tenía que proteger con mi cuerpo el del pequeño y no me quedó otra
opción. A fin de cuentas, sabía que si salía del agua ileso y el muchacho
recibía algún daño, iba a tener que explicar millones de veces lo sucedido y
después perderme del planeta, pues quedaría más mal parado que si me
hubiese mordido el escualo. Así que, aunque no soy excesivamente valiente,
tuve que quedarme dentro del agua y afrontar mi destino.
Lo primero que hice fue tratar de divisar el bicho, mientras el gigante
negro Cané, un mastodonte con voz ronca, siete pies de estatura con
trescientas libras de peso, sacaba del agua al niño a todo nadar. Me sumergí
tratando de divisar a la máquina devoradora de hombres para intentar
distraerla, al tiempo que recordaba con preocupación que no portaba ningún
tipo de arma y solo vestía una trusa de nylon. Pensaba que tal vez eso le
provocaría una indigestión y comencé a nadar lentamente por debajo de la
superficie tratando de alcanzar la orilla.
Cuando me percaté de que Angelito ya estaba sobre la arena fuera de
peligro, casi corrí sobre las pequeñas olas. Estuve después una hora tratando
de divisar al gracioso pez que casi me causa un infarto, pero no lo vi. Más
tarde observé con suspicacia al viejo Morán, pues bien podría haber sido una
de sus bromas pesadas. Él había dado la alarma.
**
La posición de Morán en la esquina de la playa sobre el promontorio
poseía unos potentes binoculares. En nuestros ratos de ocio solíamos reunirnos
allí a conversar y atisbar con los lentes el acercamiento de alguna pareja o
mujer con muy poca ropa. En realidad, estábamos en una zona muy apartada
del centro donde los bañistas se aglomeraban sobre la arena para tostarse. Aún
no se hablaba sobre el agujero en la capa de ozono ni de las radiaciones
ultravioletas. En muchas ocasiones los curiosos caminaban hasta allí, en
especial las parejas jóvenes que veían en la zona un aparente oasis de soledad
para consumar sus más urgentes anhelos sexuales.
El viejo Morán estaba siempre en su atalaya de piedra acechante, estuviera
de guardia o no, para dar la voz de alarma cuando divisase alguna pareja que
se acercara al final de la playa. Muchas veces los jóvenes se desnudaban en
medio de la voracidad del deseo, creyéndose invisibles en este universo,
mientras eran espiados con interés por varios pares de ojos desde los
manglares. Morán se jactaba de haber visto todo tipo de culos en sus
veinticinco años en el lugar. Fue él quien me reafirmó el criterio que me había
formado sobre el generalito Abrahantes.
Lo recuerdo como si siempre hubiera tenido ese grado militar, nacido así,
con su estrella grande rodeada de olivo bordada sobre sus charreteras o el
cuello de la camisa. Se creía un casanova y en realidad estaba medio loco.
Corría el año 1981 y Fidel ofrecía un banquete. Yo estaba en el parqueo del
restaurante El Ranchón frente al Palacio de las Convenciones cuando
Abrahantes arribó en su coche. Llegaba un poco atrasado. Aún dentro del
vehículo se despojó de algunos atuendos que no pude distinguir por la
distancia. Salió del carro con su uniforme impecable y oliendo a perfume caro.
Se mesaba el cabello mientras caminaba hacia el restaurante. Me acerqué al
vehículo aún con el motor caliente, pues me había llamado la atención cómo
se veía el cárter del aceite de lubricación demasiado bajo para un motor ruso.
Un colega me explicó ante mi visible curiosidad cómo Abrahantes había
cambiado los motores de sus varios Ladas por máquinas de Alfa Romeo muy
potentes y cajas de velocidad especiales. Estos Alfas estaban aún de moda en
Cuba, pues el gobierno había adquirido a principios de los setenta un enorme
lote para utilizarlos como taxis. Los italianos decían que los cubanos
estábamos locos, pues empleábamos coches deportivos de lujo para estos fines
en un país de miserables. Al acercarme al coche del General pude ver como
curiosidad que dentro del vehículo y colgado del timón, se balanceaba un cinto
de cuero que guardaba un revolver Colt 38 recortado y sus cargadores a un
lado. Al otro, una pistola Mágnum 45. Sobre el asiento vi además una
ametralladora Uzi con varios cargadores dispersos por el piso del asiento
lateral derecho. Una escopeta calibre 12 recortada reposaba sobre el asiento
trasero y una caja de granadas de fragmentación se notaba debajo. Todo este
impresionante armamento se veía complementado por cinco plantas de radio
diferentes, tres en la pizarra y dos en la puerta izquierda, todas con sus
correspondientes antenas exteriores.
Desde ese momento supuse que ese hombre no era más que un fanfarrón.
**
Con frecuencia era testigo de escenas como las que les voy a narrar, y que
fueron creando en mí una especie de rechazo e inconformidad, al no lograr
entender cómo nuestros líderes predicaban austeridad, decían que éramos
todos iguales y que aquí la riqueza se repartía con uniformidad entre todos,
cuando yo veía otra cosa.
Aquel mismo año del tiburón (1985), durante uno de mis ratos de ocio en
la playa, observé de cerca la “Casa del Cosmonauta”. En toda el área de la
lujosísima residencia destinada por el gobierno cubano al descanso de los
astronautas rusos, se movían gastronómicos uniformados portando bandejas de
todos tipos y colores. La larga cola de sirvientes me recordaba el cuento
infantil del rey inapetente que rechaza plato tras plato que le es mostrado, a
pesar de la atractiva apariencia de éstos. Vi además tres motos acuáticas y dos
lanchas rápidas fondeadas con toda su tripulación lista. Y poco más allá, un
velero blanco de tres mástiles, que haría las delicias de cualquier
multimillonario, cabeceaba en las olas preso por su ancla. Me parecía absurdo
que alguien contara con tantos recursos para entretenerse cuando la inmensa
mayoría de los cubanos solamente tenía una pésima pizzería en esta enorme
playa.
Por asociación de ideas supuse que allí se hospedaba algún jeque árabe o
magnate del petróleo, pues el servicio llegaba incluso hasta la arena. Al tercer
día me enteré por los colegas de las guarniciones de los otros miembros del
Buró Político, que quien la pasaba tan bien con todos los gastos a cargo de
nuestro gobierno era el señor Ministro de Defensa de Bulgaria en vacaciones
privadas. Un derroche de lujo para el hombre que se suponía debía estar
defendiendo las conquistas de su pueblo.
Sentado junto a Morán sobre el promontorio de piedra vi al yate ponerse en
marcha casi sin desplegar velas, y pasar cerca de la orilla con su escultural
belleza. Varios marineros saludaron llamando a Morán por su nombre de pila.
Con curiosidad le pregunté a mi colega por la procedencia de aquellos
marinos. Él me respondió con un poco de sorna que eran miembros del
Ministerio del Interior como nosotros, es decir, guardiamarinas a sueldo. Casi
sin querer y ya sospechando la respuesta pregunté: “¿De quién es el yate?”.
-De Abrahantes - me respondió Morán.
-¡Ah, sí!, del Ministerio del Interior para protocolo – dije yo.
-No, estúpido. Propiedad de Abrahantes, para él solito.
Debí de haberme sorprendido mucho pues mi colega se me quedó mirando
al rostro por largo rato, sonriendo ante mis reflexiones. Tal vez le había pasado
lo mismo a él en alguna otra oportunidad, pero ahora ya estaba curado de
espanto.
**
Justo es reconocer que los hijos de Fidel eran todos buenos y
razonablemente humildes por entonces, al menos en apariencia.
El padre había encargado a quienes se ocupaban de su educación que no
les permitieran hacer uso de sus supuestas prerrogativas. Él mismo velaba por
esto y había prohibido que se divulgara absolutamente nada sobre su familia,
su persona o su casa, no solo como medida de seguridad, sino para evitar el
culto a la personalidad que tanto daño le había hecho a China con Mao Tse
Tung ya senil y siendo marioneta de ciertos personajes en las sombras. En
Cuba las masas tienden a exagerar las virtudes y olvidar los defectos, sacan del
marco al hombre común para colocarlo en un pedestal de donde lo tumba la
Historia y el tiempo, sin consideraciones.
Todos los seres humanos portamos nuestro lado oscuro y cometemos
nuestros errores. Si acaso hacemos muchas cosas buenas quizás nos recuerden
por ello, pero esto no querrá decir que no fuimos al baño como los demás o
que nunca tuvimos nuestras ruidosas indigestiones.
Por ejemplo Martí, nuestro excelso héroe nacional, era tildado de loco por
muchos de sus coetáneos. El periodista Trujillo decía que José era un hombre
de mucha cultura, pero que hablaba de forma muy ampulosa y grandilocuente
cuando se expresaba en público. Por ser un poeta, su lenguaje rebuscado era
Sánscrito para los tabaqueros de Cayo Hueso, quienes le tenían por un dios
que hablaba de la patria enardecidamente y pedía dinero para la Guerra de
Independencia. Evidentemente, aportaron el dinero. Los ricos no le hicieron
mucho caso, pues ya habían perdido todo en la guerra anterior (1868) con
Céspedes. Martí creó su partido político en el año 92 y se autonombró
“Delegado”, más o menos como Presidente, poniendo a Gonzalo de Quezada,
su socio, como secretario del mismo. De todas formas, Martí tuvo la
genialidad de ser el primero en organizar un partido político para iniciar una
guerra y escribir obras poéticas muy bellas, en especial para los niños. Fidel se
parece mucho a Martí, sobre todo en eso de ir a los Estados Unidos a recaudar
dinero para sus planes guerreristas. Ambos usaron lenguajes muy parecidos,
ambos se refirieron a las mismas cosas y actuaron parecido, aunque el último
nunca fue literato.
En varias ocasiones tuve la suerte de caer en funciones de trabajo en la
Biblioteca Nacional. Allí me iba al noveno piso donde estaba el almacén de
los tarecos tirados. Mientras Fidel despotricaba en la Plaza, yo me dedicaba a
buscar materiales sobre la vida de nuestros héroes que hablaran de sus
defectos. Por ejemplo, cuando Maceo generó su famosa protesta de Baraguá,
haciendo caso omiso del reconocimiento de la derrota ante Gómez, no demoró
muchos días para salir a todo remo por un punto cercano a la Punta de Maisí.
Según mi modesto pensar, si digo que hay que morirse peleando, tengo bajo
todas las circunstancias que morirme peleando frente al enemigo y junto a mis
subalternos, no entregar el mando a otro colega y dejar a las tropas con el
machete en la mano y la boca abierta pues hay que salvar el pellejo. Nuestro
Titán de Bronce dejó a sus soldados peleando contra los españoles y fue a
parar a un país centroamericano.
La Historia es mucho más compleja que la registrada en los libros que
escribe el vencedor. A Gómez, quien se pasó la vida peleando por nosotros
perdió un hijo en la refriega, y que ni siquiera era cubano, le tiramos piedras.
Henry Reeves, bravísimo General de nuestras guerras independentistas, a
quien en sus últimos días había que atar al caballo para que pudiese salir a
combatir al frente de sus hombres por las múltiples heridas que lo
incapacitaban, y que murió combatiendo por nosotros, tiene apenas un
modesto monumento de agradecimiento. Casi no se hablaba de él del sesenta
para acá por ser norteamericano. Y así tantas otras cuestiones olvidadas o
reconformadas por nuestra muy manejada Historia Nacional.
**
Fidel, con todo ese cuidado misterio en cuanto a su vida privada, creó todo
tipo de especulaciones entre la población, ocultó sus pecadillos, y se generó un
oasis de tranquilidad alejada de los grandes adulones y ayudantes que
atontaban al más ecuánime. Su casa era el lugar menos visitado del mundo.
Donde no tenían acceso ni siquiera los familiares más allá de los hijos, la
suegra, una sobrina y algún que otro amigo ocasional de los muchachos o sus
novias.
Algo curioso era que Raúl no asistía a los mismos lugares que Fidel y
nunca fue a su casa en todos los años que estuve allí. Ni siquiera cuando casi
todos los hermanos de la familia Castro Ruz volvieron a la finca de origen
localizada en Birán, en la provincia de Holguín, para recordar a la madre
fallecida. No hubo el menor comentario sobre su ausencia, a pesar de haber
sido transmitido el acto por la televisión. Ninguno se hablaba entre ellos, solo
para beneficio de la televisión o de la propaganda. Incluso una de ellos,
Juanita Castro, había sido agente de la CIA a principios de los sesenta, en total
oposición a su hermano quien al final, como a otros varios millones de isleños,
la obligó a emigrar.
Ésta era la ventaja de tener a todos los medios de información controlados.
Nada de revistas del corazón o inquisidores periodistas que publicaran las
verdades crudas o dolorosas. Fidel había dejado bien claro que en Cuba con la
Revolución todo, contra la Revolución nada, palabras textuales en un
documento llamado “Carta a los Intelectuales” que todos conocemos.
Los periodistas sabían que si se salían del programa, sufrirían su muerte
profesional indefectiblemente.
**
Ahora tengo dos anécdotas para ejemplificar la forma de pensar de los
hijos del Viejo, así como el control que Fidel ejercía sobre ellos.
Nos encontrábamos bañándonos en las azules y transparentes aguas de
Varadero en las vacaciones forzosas de todas las temporadas. En la arena un
grupo de mis colegas disfrutaba del sol y el calor sin uniformes incómodos
después de una noche de guardia. Yo estaba sentado sobre el fondo de uno de
los botes a remos propiedad de la casa, volcado cerca de la orilla. El Viejo solo
les permitía estos medios de transporte o bicicletas, nada con motor. Si los
muchachos tenían necesidad de moverse en auto, manejaban los escoltas. Esto
era pura protección contra la adolescencia y sus locuras, más que una señal de
austeridad.
Allí, con los ojos semicerrados y reclinado cómodamente sobre la pulida
superficie, observé a Antonio, el penúltimo en nacer de los hijos de Dalia Soto
del Valle, de unos diecisiete años de edad, que remaba con fuerza junto al
negro Braulio, su escolta, y el buzo de Tropas Especiales. Se habían alejado
unos veinte metros de la orilla cuando en la misma dirección apareció, nadie
sabía de dónde, una lancha rápida patinando sobre las tenues olas.
Supongo que los guardacostas debían haberla visto y puesto a toda su
tripulación en estado de alarma de combate, pues el barco se movía iniciando
su curso hacia la costa levantando velocidad; pero aun cuando la estela
causada por el artefacto del intruso no había tocado el bote de remos, escuché
gritar al adolescente conductor el nombre del hijo de Fidel y una palabrota
como saludo cordial. Le había pasado temerariamente cerca, levantando la
borda derecha mientras inclinaba el rumbo de vuelta hacia la zona más
profunda. El guardacostas detuvo sus motores de inmediato. Cuando
regresaron pregunté a Braulio quién era el de la lancha y me respondió con un
tono de repugnancia nada nuevo para mí: “el hijito de Abrahantes”.
Existían algunos dentro de los poderosos que no se limitaban para nada y
vivían desenfrenadamente por encima incluso de quienes sí podían. Todo esto
me hacía recordar la Comuna de París donde ningún funcionario podía ganar
más que un obrero debido a una ley para tal control. En los inicios del Egipto
antiguo si las cosechas se perdían por cualquier causa, el faraón era el
responsable y se le podía arrancar la cabeza. En Cuba, paraíso oficial, mientras
más alto era el funcionario, mayores recursos tenía para vivir y menos
personas ante quienes responder.
Desde nuestras guerras de independencia hemos tenidos bravísimos
luchadores con las armas en la mano que se han convertido más tarde en
políticos muy corruptos, comenzando por nuestro primer presidente Estrada
Palma, hasta llegar a la actualidad con el caso de Carlos Aldana, Jefe del
Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba
en la década de los ochenta. Este hombre, que manejaba un lenguaje de fiero
comunismo, estaba al mismo tiempo dejándose sobornar por la compañía
Sony que había comenzado a hacer inversiones de capital en nuestra nación.
El pobre diablo terminó como gerente general del hotel más importante de
Topes de Collantes, perdido en medio de las montañas del Escambray, pues su
caso fue muy sonado. De todas formas, no le fue muy mal; en otros países le
hubiera costado varios años de cárcel. En el año 2008 me lo encontré, muy
envejecido ya, como profesor especializado en la vida de Martí en la Escuela
de Hotelería y Turismo insertada en el Hotel Comodoro, al noroeste de la
ciudad. Conversamos un poco y coincidimos en nuestra disidencia sobre
algunos aspectos de la política cotidiana, aunque le noté cauto con sus
palabras. No era para menos.
**
Para nadie en nuestra nación son desconocidos los problemas que tenemos.
Aunque los medios de información en manos del gobierno trabajan bajo muy
estrictas medidas de censura y ninguna crítica al sistema se puede publicar.
Tampoco sabemos si un día vamos a despertar bajo un estado de sitio a pesar
de la aparente calma. Tendremos que tomar partido entonces por un bando u
otro, no tratar de permanecer sobre el muro como hasta ahora, salvando el
pellejo.
El gobierno presenta al mundo un país de opinión monolítica que está muy
lejos de ser voluntaria; muestra un estado de bienestar público falso, pues aún
se pasa hambre en las calles tras más de medio siglo de Revolución para los
pobres; maneja las estadísticas para mostrar logros que no son reales, o que
muchas veces son manufacturados sobre las espaldas de las personas que
trabajan en esos campos. Es el caso del sistema de salud, que descansa en los
médicos cubanos, muy buenos pero formados en la eterna miseria y en la
carencia de recursos, dispuestos a ir a cualquier parte a donde los envíen la
UJC o el Partido.
Nadie que no viva dentro de esta vorágine puede apreciar el resultado de
una intensísima campaña política a favor de las ideas del gobierno, de un
bombardeo ideológico tremendo, ocultando, adornando o manejando las
informaciones al mejor estilo de Goebels. Nos muestran y nos hacen creer que
estamos muy bien cuando vivimos en el límite mínimo de la miseria; que
tenemos indicadores muy buenos de salud cuando los hospitales se están
desplomando por el mal estado y no existen las medicinas. En la educación
tampoco estamos muy bien, ya que constituye un mero instrumento del
gobierno para formar elementos totalmente incondicionales y habituados a
decir “sí compañero” a todo cuanto se le ordena. Tenemos una constitución
socialista del año 76 en la que no se recoge el derecho a la huelga para
reclamar nada. Y aparentes gratuidades que te sacan previamente del lomo sin
misericordia por unas cuantas veces su valor.
Aun así, existen personas que aún creen en el sistema, que solo conocen la
realidad nacional, la relativa seguridad dentro de nuestras fronteras mientras te
comportes, y que asumen como ciertas las informaciones que nos muestra
nuestra prensa sobre el exterior.
Los pobres muchachos de Hitler se han quedado pequeños y se morirían de
envidia si pudieran analizar las interioridades de nuestra nación. Quienes lo
duden y crean que Fidel no aplicó los mismos métodos de Stalin y del fascista
alemán, dense una vuelta por el pueblo de Taco Taco en Pinar del Río u otros
más alejados y perdidos en nuestra geografía como Sandino, o Rafael Thames,
campos de concentración a donde enviaron a todos los desafectos de la Sierra
del Escambray en los primeros años de la década de los sesenta, y de donde no
podían salir para nada que no fuera trabajar en el arroz u otros cultivos de los
cuales no conocían nada. Ahí están todavía, pero la Historia se va olvidando
con las nuevas generaciones a quienes se les enseña otra cosa.
No sé si existirán muchos más que se decidan a escribir estas verdades
dentro del monstruo, este libro manufacturado a escasos dos metros del propio
Fidel. Historia viva que no he querido dejar pasar para que un día se haga
justicia y cada cual se vea como realmente es.
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Fidel siempre vivió bien, hasta en la cárcel, incluso en la Sierra Maestra en
el campamento La Plata. Allí cuando todos dormían en hamacas sobre el
fango y bajo la lluvia o el rocío, él tenía su pequeño bungalow desde donde
dirigía la pelea, mientras era atendido personalmente por Celia Sánchez.
No hay dudas de que el Jefe tenía delirios de grandeza y serios problemas
de egocentrismo desde su juventud. Se creía firmemente que era el papá de
todos los cubanos y como tal actuaba. Presuponía que todos éramos
adolescentes y se hacía necesario decirnos qué hacer y cómo comportarnos.
Diseñó un Estado a su idea y con él vivió erigiéndose en supremo dictador. No
necesitaba dinero ni tenía salario. Algunos se preguntaron si llegaría el
momento en que desistiría del poder y se retiraría. Él mismo se encargó de
decir en el año 2000 que su pueblo lo necesitaba e iba a morirse en el sillón
presidencial. Su país, su rebaño y el poder eran toda su vida; dejarlo sería
simplemente un suicidio, pero a pesar de todo era un dictador desinteresado en
fortunas. No tenía cuenta en un banco en Suiza como se rumoreaba. ¿Para
qué? ¿Acaso podría asilarse en algún país a donde no le fueran a reclamar?
¿Alguien lo aceptaría?
Amaba a todo su pueblo como el buen señor feudal amaba a sus esclavos
obedientes y quitaba del medio a los molestos. No toleraba críticas y se creía
el ser supremo. No era exageradamente inteligente ni superdotado como
muchos latinoamericanos creían. Simplemente era un hombre inteligente y
patológicamente obsesivo. Llegó a acumular mucha experiencia útil como Jefe
de Estado, uno de los períodos más largos en la Historia moderna, que
utilizaba para predecir problemas globales. Había creado su propia imagen y
encontrado un lugar en la defensa de los pobres, loable para algunos, pero que
le permitía ser eternamente beligerante. Buscó su primer enemigo en Batista y
eliminado éste se volvió a los yanquis. Fue muy valiente y muchas veces
temerario a costa de la seguridad de su pueblo. La mejor excusa para su estilo
de vida siempre se la propiciaron los propios estadounidenses con el embargo.
Con él justificaban todos los problemas económicos y las carencias de su mal
manejo de la economía y sus altísimos gastos en defensa y propaganda
socialista. Siempre supo del hambre que pasaba su pueblo y de todos sus
problemas, y no hizo nada efectivo para resolverlo mientras regalaba miles de
millones a naciones del tercer mundo.
Nunca alguna de sus muchísimas iniciativas improvisadas para desarrollar
el país tuvo éxito y todas significaron enormes esfuerzos para nada. Nunca
llegó a terminar el ferrocarril central ni la autopista nacional. No realizó el
Metro de La Habana tan necesario cuando se podía (iba a ser regalado por los
soviéticos) y solo faltaba iniciar las obras en la década de los ochenta. Gastó la
mayor fortuna de la Historia sin el menor provecho para los cubanos: cinco
mil millones de rublos anuales, equivalentes a dólares, que le entregó el
Campo Socialista durante más de treinta años.
Por último, dejó destruir una de las ciudades más bellas del mundo: La
Habana. Una de las más pujantes y laboriosas, la cuarta urbe del planeta en
cantidad de automóviles por persona, donde los Cadillacs y los Buicks
circulaban en profusión en los cincuenta como coches de trabajo y los cubanos
ingerían proteínas en un porcentaje diario solo superado por Argentina y
Uruguay, según datos de la FAO de las Naciones Unidas; o donde en los
comercios se aceptaba un peso o un dólar indistintamente por el mismo valor.
Y así tantísimas otras cosas que desaparecieron cuando Fidel tomó el poder,
buenas y malas, por supuesto, pero que fueron reemplazadas por nada. Habría
que hacer un balance para ver lo construido en todos los campos y lo
destruido, para sacar la verdad y lo positivo o negativo de este régimen tan
largo que resistimos aún hoy.
Esta idea apareció en un periódico europeo, pero la recojo por ser muy
ilustrativa de nuestra situación y la propaganda oficial:
Principales logros de la Revolución: La Seguridad Social, La Salud y la
Educación.
Principales fracasos: El Desayuno, el Almuerzo y la Comida.
En este más de medio siglo los cubanos fingimos trabajar. El Gobierno se
hace el que nos paga. Somos pícaros cómplices del desastre.
CAPÍTULO VI
LA ISLA DE LA JUVENTUD
En cada ocasión que arribaba algún Jefe de Estado a nuestro país era algo
común que lo llevaran a la Isla de la Juventud y, por supuesto, para allá
íbamos nosotros. La residencia de tránsito de Fidel (tenía una en cada
provincia) estaba localizada en la zona central entre las pequeñas lomas de la
isla. Era, como siempre, la antigua residencia de alguno de los magnates
locales emigrados. Rodeándola por completo se aprecian enormes mangos que
bloquean la vista desde el exterior.
Existen buenas carreteras por toda la zona y mientras se viaja por ellas no
saltan a la vista las típicas casas campesinas del resto del país. Los campos
aparecen ante la vista como un enorme tablero de ajedrez, muy bien
delimitado por los caminos y los canales de riego. Toda la extensa llanura está
salpicada de edificaciones idénticas con tres estructuras generalmente pintadas
de blanco. Todas poseen un campo deportivo detrás y al frente un área para
reuniones colectivas al aire libre, así como recreación. Un bloque trasero
mayor lo componen los dormitorios con sus baños. Al frente está el bloque de
aulas y oficinas, mientras que en el medio de ambos se encuentra el comedor y
la cocina de un tamaño menor, conectados los tres por un pasillo intermedio.
Son las famosas escuelas rurales de nivel medio, más conocidas como
secundarias básicas en el campo, de las cuales se construyeron cientos en la
década de los setenta por todo el país, siguiendo el mismo diseño.
En este caso de la antigua Isla de Pinos, cada una de las escuelas estaba
consagrada a un país del tercer mundo, en especial de África. En 1976 se
cambió su nombre a Isla de la Juventud por la gran cantidad de jóvenes que
deambulaban por las calles de sus dos ciudades: La Fe y Nueva Gerona. Si se
te ocurría subir a uno de los pocos ómnibus urbanos, podías escuchar todos los
idiomas posibles hablados por los extranjeros que residían allí. En esta isla
existía hasta una vieja colonia de japoneses que se dedicaban a la agricultura
con mucho éxito, pero nada tenían que ver con la revolución.
El campo estaba muy desarrollado y la ausencia de los típicos bohíos
propiciaba al lugar un aspecto extraño, pues los adolescentes estudiantes se
encargaban de las plantaciones de cítricos ya crecidas. A los dignatarios
visitantes se les programaba una primera visita al antiguo Presidio Modelo y
posteriormente otra visita a la escuela dedicada a su país.
Generalmente teníamos que armar el gran alboroto para poder cubrir todos
los lugares a la vez. Nos movíamos en jeeps descapotados junto a la caravana
de autos oficiales, pues nuestros pesados Chaikas se quedaban en el aeropuerto
de Baracoa, en la zona noroeste de la Ciudad de la Habana, donde tomábamos
un AN 24. Estos aviones militares me producían la eterna impresión de ser
tractores volantes por la forma en la que estaban construidos. Su finalidad
inicial era la de cargar mercancías o paracaidistas y no poseían asientos, solo
unos bancos laterales a lo largo del fuselaje. Al sentarte debías inclinarte hacia
adelante por la curvatura de las paredes de la nave. La puerta de entrada y
salida era una rampa por el fondo que subía y bajaba con poderosos sistemas
hidráulicos. En una de estas ocasiones nos encaramamos todos en tropel
compitiendo por las escasas seis ventanillas. Cuando el grueso del personal
estuvo parado sobre la plataforma, uno de los pilotos salió corriendo de la
cabina exclamando aterrorizado que el avión iba a relinchar como un caballo
por tanto peso detrás. Afortunadamente aún estábamos en tierra.
En otra ocasión, el General Carreras, viejecito ya y héroe de Playa Girón,
nos salvó la vida al tumbar el aparato AN 26 apenas a un metro del suelo en
pleno despegue. Cuando el artefacto se detuvo en la zona de estacionamiento
todos nos mantuvimos en un silencio tenso. El General simplemente salió de
la cabina y dijo al pasar hacia el fondo que el avión estaba de baja técnica.
Cuando salimos, todos pudimos ver como el motor derecho goteaba
combustible lentamente.
Recuerdo que, durante uno de estos recorridos por los campos de la isla
pequeña, nuestro jeep comenzó a presentar problemas con el motor y nos
rezagamos. Cuando logramos echarlo a rodar nos dieron la orden de ir al
aeropuerto. Al llegar, ya nuestro avión taxeaba hacia la cabeza de la pista. Le
pitamos sobre la marcha e hicimos algunas señales hasta que se detuvo, bajó la
plataforma trasera y subimos a todo correr. Cuando sobrevolábamos la pista,
aún del jeep brotaba humo del motor, abandonado allá abajo sobre la
explanada.
**
Con alguna frecuencia viajábamos a una finca llamada “La Deseada” en la
provincia de Pinar del Río, la cual no era más que el coto de caza privado del
Viejo. Allí solía ir a mejorar su puntería tirándoles a los patos y algunos otros
animales de la zona. Pululaban una inmensa cantidad de mosquitos y todo el
personal del Refuerzo tenía que estar de guardia. Era el lugar de recreo de
invierno, momento en el que arribaban a la isla ciertos grupos de aves
migratorias para que nosotros las recibiéramos a escopetazos, y digo nosotros
en sentido figurado pues los cazadores solo eran unos pocos elegidos de las
altas esferas. En nuestro país obtener un permiso para portar una escopeta y
conseguir cartuchos es un acto de heroicidad, ni hablar de fusiles de caza.
Escuché decir a los pilotos de los helicópteros que les habían instruido a volar
rasante sobre los campos cercanos para que el Viejo y sus invitados pudieran
dispararle a los patos reacios a morir. Existían otros cotos de caza ya públicos,
aunque siempre los cazadores eran personas elegidas, pues para llegar hasta
ellos hacían falta buenos coches y un permiso del Ministerio del Interior. Los
únicos que lograban reunir ambos eran los jefes y dirigentes de las altas
esferas.
Lo mismo o aun peor sucedía con los yates. En Cuba, todo el que poseyó
una buena embarcación en la década de los cincuenta se fue para Miami en el
59, en el primer éxodo masivo desde Camarioca. Los pocos que quedaron
fueron los pescadores humildes que habían decidido hacer vida en su tierra.
Casi no se emitían nuevos permisos para construcción de botes y mucho
menos yates de paseo, pues casi todo el que lograba uno se iba del país con
toda su familia. Recuérdese la famosa Ley de Ajuste Cubano creada en los
EE.UU. en 1966, que establecía que todo cubano que arribase a cualquier
parte de territorio norteamericano, adquiría casi de inmediato permiso de
residencia y podía comenzar a trabajar ese mismo día si lograba trabajo. Fidel
achacaba a esta ley toda la emigración cubana al exterior. Solo en los EE.UU.
vivían ya aproximadamente dos millones de cubanos, el diez por ciento del
total de la población, pero había cubanos emigrados en todo el resto del
mundo, y en estos otros lugares no se había creado esta ley de marras.
Nosotros decíamos que el problema de la emigración se resolvía muy fácil en
Miami: enviábamos para allá a Fidel Castro como gobernador y todos
comenzarían apresurados a retornar en sus balsas.
Fidel conservaba otras fincas sobre las cuales creo que ni él mismo se
acordaba de su existencia, como el caso de “La Michuli”, enclavada en la
provincia de La Habana. Fidel visitó el lugar para dormir una noche en el año
1961 y después jamás volvió, pero se mantuvo allí una guarnición permanente
de colegas que se encargaban de velar por el lugar. Más o menos lo mismo
sucedía con una residencia que poseía el Viejo en Punta Brava. Ésta tomaba
algunas manzanas cuadradas muy bien delimitadas y protegidas por una cerca
perimetral de alambres y láminas de acero para impedir miradas indiscretas.
En 1987 estos inmuebles fueron remozados por una brigada constructora civil
y las dejaron como nuevas, pero ni ellos mismos conocían su destino. Allí
fuimos nosotros a realizar trabajos voluntarios obligatorios como desyerbe y
otras faenas pesadas en nuestro tiempo libre. Se comentaba por entonces que
ésa era una residencia alternativa para el Viejo en caso de ataque sorpresivo.
Pero la morada no parecía ofrecer mucha protección. Con solo saltar una cerca
ya estabas dentro, y además era un lugar poblado de vegetación muy frondosa
que impedía la vigilancia electrónica y dificultaba la humana. Se mantenía allí
también una guarnición permanente compuesta de personas ya jubiladas.
Cuando toda la reconstrucción fue terminada nos dieron la orden de olvidar y
borrar del léxico el lugar. A finales de los ochenta se renovó esta guarnición
por personal mejor entrenado y se abasteció la casa, que pasó a ser después la
residencia permanente de Raúl Castro.
Parece que ya el Viejo intuía los sucesos de los noventa con la desaparición
del campo socialista. Se notaba cierto nerviosismo entre los militares de alto
rango ante los problemas crecientes del país. Nos preparaban para cualquier
contingencia.
CAPÍTULO VII
LA CASA UNO
CAPÍTULO VIII
LA ESCUELITA
CAPITULO IX
LA SECCIÓN V
CAPÍTULO X
LA ESTRUCTURA DE LA SECCION V
CAPÍTULO XI
OTROS DATOS SOBRE LA RESIDENCIA Y SUS MORADORES
CAPÍTULO XIII.
OPERACION PIJAMAS.
La primera noticia que nos llegó sobre el arresto del General Ochoa fue a
manera de rumor incrédulo. ¿Cómo era posible que un General tan famoso,
quien tantos honores había recibido del gobierno por su dirección de la Guerra
en Angola, a quien todos querían y hasta Héroe de la República de Cuba lo
habían hecho, fuera estar preso?
Poco a poco nos fueron llegando otros comentarios escondidos de los
arrestos de diversos altos oficiales, en especial los jefes directivos de la
Corporación “Cimex”. Esto siempre ha sido uno de nuestros principales
problemas en nuestro país. Como la prensa está en manos del gobierno, los
periodistas solamente escriben sobre lo que se les ordena, y los periódicos y
revistas publican lo que pueden. Aunque muchos periodistas tengan ya
informaciones comprobadas exhaustivamente, si el Partido considera que el
pueblo aún no está preparado para escucharla no se publica media palabra.
Regularmente nos enteramos de los sucesos nacionales por las emisoras
norteamericanas, sobre todo a través de la famosa Radio Martí, la cual
transmite para nosotros desde Miami con potentísimos transmisores en SW o
AM que cubren toda la isla. Nuestra política radio-televisiva era tan absurda
que se permitía que se crearan todo tipo de chismes o comentarios que se iban
deformando de boca en boca, hasta que días o semanas después, se emitía una
nota de prensa en el periódico Granma aclarando la situación, pero solo en la
mitad de los casos. De la otra mitad no se informaba absolutamente nada.
Además, estas notas aclaratorias generalmente estaban escritas por el propio
Fidel o dirigidas por él, en su gran mayoría procesadas de una forma adecuada
a los intereses del gobierno. A veces se manejaba de forma tan burda que era
un insulto a la inteligencia del pueblo, el cual, a fin de cuentas, llegaba a
conocer la verdad de una forma u otra, a pesar de la férrea censura.
**
Este asunto de los rumores sobre encarcelamientos como el de Ochoa
comenzó por provocar interés en nosotros y preocupación después, pues se les
acusaba de ser narcotraficantes, junto a toda una cadena de cargos muy duros.
Comenzaron las detenciones diarias de las cuales nos enterábamos a través de
la prensa, la cual ya se hacía eco del escándalo ya imparable.
De pronto llegó el terremoto: nadie podía salir de la unidad a
absolutamente nada y entrábamos en alerta máxima permanente. Comenzaba
la operación “Pijamas”.
Así la bautizaron los guardias de nuestra unidad, aunque la prensa no se
enteró de este nombre. Se debe a que lo primero que hizo Fidel fue confinar al
General José Abrahantes Fernández a su domicilio de donde habían sacado
todas sus posesiones, en especial las armas. Solamente podía vestir un pijama
de dos piezas y chancletas de baño. En su puerta se apostaba uno de los
muchachos del Refuerzo con su AKMS lista. Tenía órdenes precisas de
disparar si Abrahantes intentaba salir o llegaba alguien no autorizado por Fidel
a visitarlo.
Abrahantes aún era el Ministro del Interior, según decía la prensa.
Recuerdo que ante los rumores de su arresto el periódico Granma publicó una
nota falsa del Viejo donde se decía que “El General Abrahantes goza de toda
nuestra confianza y simpatías.” Otra de las tantas mentiras o medias verdades
que articulaba el Viejo para sus manejos del pueblo.
Colocar a Abrahantes en la casa al lado de Fidel había sido una sugerencia
de algunos altos oficiales, que después también caerían presos en esta gran
purga al mejor estilo Stalin. Estos colegas de Abrahantes pensaban que el
general tendría las bolas de saltar solo dos cercas de alambre de un metro de
alto, y levantar a las Tropas Especiales listas y acuarteladas con todo su
indetenible poderío militar, a menos de cien metros de la casa del Viejo.
Hubieran hecho una masacre si querían, pues nosotros no podríamos parar sus
blindados. La lentitud del arribo de las informaciones nos impedía apreciar en
su verdadera esencia cuán profundo era el problema y el grado de
desconfianza del Viejo ante cualquier cuerpo armado, pues realmente ni él
conocía la profundidad de las ramificaciones del complot en su contra. Nunca
llegó a saberlo realmente, pues uno de los generales, parte de este complot, el
General Francis, llegó a permanecer en su puesto muchos años después
(2017). Fue uno de quienes sugirieron a Fidel que colocara a Abrahantes
donde lo pusieron, pero a éste no le alcanzaron las agallas. Fidel ordenó meses
más tarde disolver a las Tropas Especiales, desaparecerlos y borrar su poderío.
Recuerdo cómo a sus miembros subalternos, muchos de quienes yo conocía
personalmente y que no fueron apresados, se les ofrecía trasladarse a la
Policía, cuando para nosotros los del G 2 aquello era una ofensa. Los
muchachos preferían renunciar e irse para sus casas desempleados. Algunos
otros terminaron como miembros de los Guardafronteras, bien lejos en los
campos inhóspitos de la península de Guanacabibes o algún otro lugar
parecido.
Entre los miembros de las FAR y antiguos colegas de los detenidos, se
formó un tribunal de honor para juzgar el caso del General Ochoa. Todo el
proceso fue televisado. Algo curioso es que durante todo este tiempo Fidel no
hizo ninguna aparición pública ni emitió ninguna declaración oficial. Se acusó
a Ochoa de manejos turbios de fondos del ejército mientras construía un
aeropuerto militar en Cangamba, Angola, de haber estado robando maderas
preciosas para construirse una casa en La Habana; de tráfico de joyas, etc.
Fidel aparentemente no intervino ni apareció en los juicios, permaneciendo al
margen sin aportar su influencia para que todo fuera imparcial ante el público
televidente, pero si observan bien los videos de las cortes en plena sesión,
tanto en éste como en todos los demás juicios que seguirían, podrán apreciar
un coronel de piel blanca, de uniforme atípico muy bonito y sin ligas, con
botas especiales y los grados bordados en negro (tres estrellas medianas en
triángulo) en las esquinas del cuello de la camisa. Este señor se asomaba a
cada rato por el lado derecho del tribunal frente a las cámaras, como
observando la sala con detenimiento. Era José Delgado Castro, Coronel Jefe
de la escolta del Viejo. Con su presencia recordaba a todos que Fidel se
encontraba en la sala contigua escuchando de primera mano todas las
informaciones, y que después castigaría o gratificaría según se portaran los
enjuiciantes. No se perdió ni un minuto de cada sesión. De cuando en cuando
Fidel le enviaba en manos de José una notita al Presidente del Tribunal Militar.
Ochoa valientemente aceptó todos los cargos y no dijo nada en su favor.
Fue condenado a la Pena de Muerte por fusilamiento.
**
Durante los días que no había juicio Fidel casi no salía de su vivienda para
nada. Se paseaba pensativo con sus batilongos blancos por toda la extensión
del patio plagado de cítricos. Parecía que no pasaba nada por su interior.
Prodigaba sonrisas a todos los guardias que se encontraba (cosa rara) y parecía
interesarse mucho por los problemas agrícolas de su finca. Él conocía muy
bien que su rostro era la imagen de su Estado y que era observado por muchos.
Su capacidad histriónica era muy amplia y bien elaborada.
Gorbachov llegó a Cuba de visita oficial en semanas recientes a esos
procesos. Entre otras tareas vino a comunicarle a Fidel personalmente que ya
se acababa la tubería de dinero de los soviéticos a Cuba, como era de esperar
con todos los cambios que se estaban produciendo allá. Pero ése no fue el
único mensaje. Probablemente -y digo esto porque en Cuba jamás se ha
revelado o desclasificado ningún documento estatal de ningún nivel-, a lo que
realmente vino Gorbachov fue a comunicar a Fidel sobre la invasión de una
red de narcotráfico que se estaba preparando en los EE.UU, donde Cuba era
un punto fundamental. La inteligencia soviética había hecho su trabajo, y
Mijaíl se vio obligado a trasladarse al Caribe a comunicárselo directamente a
Castro, pues esa noticia no se podía trasmitir de otra forma que no fuera de
oído a oído. La inteligencia cubana, aunque con menor alcance que la europea
del este, también debía de haber notado algo e informado de los preparativos
bélicos.
La famosa y mediática invasión a Panamá, probablemente, estuviera en su
inicio dirigida a Cuba, o a las dos naciones del Caribe al unísono, pues el otro
eje que era Colombia estaba siendo colonizado ya con numerosas bases
militares norteamericanas, y diversos planes para la captura de los líderes
narcotraficantes, como sucedió finalmente no mucho tiempo después con
Pablo Escobar. Fidel y los demás Castro debieron haber guardado los mismos
años de prisión que el General Luis Alberto Noriega, Jefe de Estado
Panameño por entonces, quien cumplió al pie de la letra veinticinco años en
una cárcel de máxima seguridad norteamericana y fue extraditado cuando
salió, a cumplir otra pena pendiente en Francia donde falleció poco después
sin que fuera casi noticia.
Con las Causas Uno y Dos de 1989 Fidel evitó que los norteamericanos
atacaran directamente a la isla, aunque él nunca estuvo realmente seguro de lo
que sucedería.
**
A los miembros del Ministerio del Interior se les trató diferente, menos
ofensivo, aunque se les hizo el mismo juicio público frente a las cámaras de la
televisión. Ninguna de las razones por las que se les acusaba salió a la luz
pública porque involucraban al gobierno. Habían llegado a convertirse en
burgueses multimillonarios con una mezcla del dinero del gobierno, el de las
drogas y el de todos los negocios sucios e ilegales que realizaban sin control.
El gobierno solamente recibía los beneficios y no hacía muchas preguntas
sobre los métodos. Eran oficiales muy disciplinados y avezados en esto de
obtener dinero. Casi todos los medios de información se hacían eco de las
diversas etapas del proceso y todos comentaban, sorprendidos, cómo aquellos
militares y civiles habían desarrollado una vida tan corrupta y ostentosa
mientras nadie se había percatado de ello en las esferas de gobierno. La
respuesta es simple. Esa es la media del comportamiento de todos los políticos
nacionales y altos jefes militares. No había nada fuera de lo normal que estos
hombres hicieran en estas esferas como para llamar la atención.
Diariamente nuestros jefes nos informaban sobre el estado de estos
procesos y de la difícil situación para nosotros. Formados en el patio nos
daban todos los detalles. El Capitán Gerónimo leía los nombres de tres o
cuatro altos oficiales caídos en desgracia o que estaban detenidos. Se nos
alertaba que no confiáramos en nadie, pero yo notaba algo muy extraño: nadie
se tomó el trabajo de reforzar ninguna de nuestras posiciones con personal
adicional u otro armamento. Nos sentíamos en absoluto abandono y
notábamos que cada oficial se protegía lo mejor que podía de sus propios
problemas, sin conocer si un día otros oficiales vendrían a detenernos. El
único alto oficial que nos hablaba todos los días era el Teniente Coronel
Tomás Pérez Vecino, Jefe de la Guarnición, quien sí intuía el peligro y nos
alertaba de que en cualquier momento podía sobrevenir un ataque, incluso del
ejército, para rescatar a Ochoa y generar un golpe de estado.
El pueblo se notaba muy confundido al ver a sus líderes siendo apresados
uno a uno y enjuiciados paulatinamente. Nadie se sentía seguro. Otros
esperaban levantamientos militares que nunca se implementaron. Se sucedían
ministros a una velocidad vertiginosa, mientras desaparecían oficiales del
MININT para ser reemplazados por otros de las FAR, sin que estas
informaciones llegaran a los medios nacionales. Ya llevábamos una semana
sin salir de nuestros predios; nos sentíamos cansados y esperábamos que en
cualquier momento comenzaran a aparecer camiones repletos de soldados
disparando por todos los accesos, o en el peor de los casos, civiles en alguna
revuelta para tomar por su cuenta la casa y al Viejo. Pero nada de lo temido
sucedió.
A la semana de haber terminado el juicio a Ochoa, salió una escueta nota
en el periódico Granma diciendo que la sentencia se había cumplido. Fidel
había acelerado su ejecución pues hasta el Papa estaba interviniendo a su favor
para que no lo mataran. Se dijo que existían grabaciones realizadas en la
residencia de Ochoa que, junto a los demás oficiales del MININT, habían
hablado de organizar un golpe de estado para destronar a Fidel. Se llegó a
mostrar en televisión dónde habían escondido droga colombiana en nuestros
cayos, y se hizo claro que Tony La Guardia había utilizado un avión militar
AN 26 para que uno de sus colegas, un capitán de las FAR, se fuese a
entrevistar secretamente con el mafioso Pedro Escobar. Allí se concretó el
negocio de traficar drogas a nivel de país. Existía por entonces una intensa
carrera informativa en los medios estadounidenses sobre que el gobierno
cubano estaba traficando con el Cártel de Medellín.
**
A la semana y media de haber comenzado las detenciones se reforzó
nuestra unidad. Se colocaron dos hombres en cada posta, uno a diez metros
detrás del otro, por si caía el primero en un asalto inicial, aún quedara el
segundo que accionara la alarma y comenzara la defensa. Se colocó en cada
acceso uno de los autos Lada confiscados a Abrahantes, con un chofer sentado
permanentemente detrás del volante, para ser usados como obstáculos ante un
ataque sorpresa o intento de violentar con otro vehículo el cerco del perímetro.
Nadie, absolutamente nadie que no fuera de los moradores, podía ingresar al
área. Se dio la orden de disparar a la menor sospecha y después averiguar. A
fin de cuentas, ya podía haber sido tarde.
Como telón de fondo continuaba su curso la Causa número Dos. La
emisora Radio Martí transmitía diariamente hacia nuestro territorio todo tipo
de ideas. Se decía como opinión generalizada que Ochoa estaba drogado
durante las vistas para parecer tan tranquilo. Esto no era cierto. Lo que sí podía
ser verdad era que él pensaba que el Viejo tendría clemencia con su persona,
pues a fin de cuentas él conocía de todo cuanto ocurría en la nación y esas
enormes operaciones de narcotráfico jamás pudieron haber pasado
inadvertidas para la alta dirección del país. Lo cierto es que en Cuba los
abogados que te defienden por algún problema siempre te orientan que debes
reconocer tus errores para que la sentencia sea menor. ¿Se había llegado a
algún acuerdo de este tipo el cual después no se cumplió? Lo cierto es que la
serenidad de Ochoa durante las vistas llamaba mucho la atención.
Por otra parte, Raúl convocaba a la televisión para que grabara la
degradación de varios generales a coroneles. Se filmaron dos versiones. En
una se le informaba al gran público que estos señores eran degradados por el
delito no tan grave de “permitir”, pero que aún gozaban de todo el respeto y la
confianza del partido y el gobierno, así como de que seguirían trabajando
normalmente como hasta esa fecha. Engaño público miserable. La segunda
versión era solo para el consumo de los militares del país y un documento de
advertencia-amenaza. En ella Raúl, en un tono mucho más descompuesto,
amenazaba a estos degradados para que se portaran bien, pues el gobierno
tenía pruebas para condenarlos a penas de muerte expedita por haber
participado en todas o alguna de las actividades por las que se juzgaba al
grupo de altos oficiales de la causa Dos. El segundo secretario les decía sin
tapujos que, si se escuchaba el menor comentario o los implicados
comenzaban a echar a rodar cualquier tipo de rumor, serían sancionados con
toda severidad pues ya estaban juzgados y sentenciados. Además, les advertía
de que estarían estrechamente vigilados, por si acaso a alguno se le ocurría
organizar algún tipo de protesta o algo más grave, y que serían fusilados por
ello de inmediato.
El fiscal que operaba en el juicio contra los hermanos La guardia, Martínez
y Padrón era, nada menos, que el Fiscal General de la Republica, General
Olivera. Solicitó y se le concedió la pena de muerte para los acusados, que
también fueron ejecutados en pocos días, a una velocidad espantosa. En Cuba
los condenados a muerte tienen automáticamente derecho a reclamar la
sentencia y para ello los abogados cuentan, según nuestro código procesal
penal, con seis meses para apelar tal medida y solicitar un cambio.
En muchas partes del mundo se creía que las sanciones no iban a ser
aplicadas con tanta severidad, pero se equivocaron y no pararon ahí. A la
familia La Guardia le confiscaron todo, incluidos sus puestos de trabajo, en un
ensañamiento poco común. Les entregaron para vivir un modesto y mal
construido apartamento en el reparto Alamar a las afueras de la ciudad. Conocí
personalmente a uno de los miembros de la familia La Guardia que había sido
gerente en Cuba de una firma extranjera importadora de zapatos desde
Panamá, y había sido despojado de todo sin tener conexiones con nada, solo
por portar el mismo apellido.
Fidel y Raúl demostraban que no tenían personas o instituciones que se les
opusieran en el camino de llevar a cabo sus deseos o ideas. La Asamblea
Nacional (nuestro Congreso) creada en 1976, sesionaba solo dos veces al año
casi únicamente para convertir en leyes los decretos de Fidel. Si alguien duda
de ello le sugiero analizar las votaciones de la misma. En más de veintiséis
años nadie se había opuesto a una idea del Comandante y nadie se abstenía.
Todos los votos eran a favor, en una monótona mecánica de levantar la mano.
No existían bandos, ni minorías, ni opiniones opuestas, lo cual dejaba mucho
que desear para nuestros congresistas. Las elecciones para delegados a este
órgano eran indirectas y enrevesadas. Fidel premió al Fiscal General de la
República, después de haber condenado a muerte a los militares,
promoviéndolo a Presidente de la Asamblea Nacional, aunque por motivos
que desconozco duró poco en el cargo y se retiró de la vida pública.
Para demostrarles esta impunidad de nuestro gobierno, les recuerdo el
conocido caso del derribo de dos avionetas Cessna de Hermanos al Rescate
mientras violaban nuestro espacio aéreo. La orden había provenido de Fidel,
pues ningún piloto se hubiese atrevido a lanzar un misil a cada uno de estos
aparatos que ya se retiraban. Un MIG 29 los sobrepasó y, sin advertencias, les
disparó sendos misiles exterminando a todos. Existen otros medios en un
avión militar de ese tipo para hacer aterrizar a naves civiles.
Peor aún fueron los sucesos del 2003, cuando un grupo de jóvenes asaltó
una lanchita de Regla para emigrar al norte. Estos asaltos a los pequeños ferris
que transportaban a pasajeros entre la zona vieja de la ciudad y Casablanca y
Regla, a través de la bahía, se habían convertido en un deporte para dar inicio
en 1994 al tercer éxodo masivo hacia los EE.UU. Sucedían tan a menudo que
incluso la televisión instaló una cámara en lo alto de la fortaleza de la Cabaña
a la salida de la bahía de La Habana y pudo grabar uno de estos sucesos.
Cómo a punta de pistola un grupo de personas obligaba al timonel a torcer
hacia el norte con toda su carga de inocentes pasajeros. El problema fue que en
esa ocasión el combustible se les agotó a unas cuarenta millas mar afuera. Los
guardacostas cubanos que los perseguían de cerca no los reabastecieron, y les
ofrecieron en cambio ser remolcados al puerto de Mariel para resolver la
situación. Ingenuamente, los muchachos aceptaron y fueron capturados de
inmediato al llegar, por la Brigada Especial de la policía. Se organizó un juicio
a toda velocidad y, bajo órdenes de Fidel, fueron sentenciados a la pena
máxima para horror de todos los cubanos, pues en este asalto no se había
herido a nadie, no se había dañado absolutamente nada y todo había regresado
a la normalidad. A todas luces no era necesaria una sanción tan excesiva e
irreversible para tal crimen. Lo peor llegó cuando fueron ejecutados tan solo
unas horas después de dictada la sentencia. Desde el momento en que fueron
capturados hasta cuando se les fusiló no habían transcurrido más de cinco días.
Todos sabíamos de quién había emanado la orden, pues ningún juez por su
propia iniciativa hubiese cometido tamaña atrocidad. Los tribunales cubanos
hubiesen demorado años en ejecutar la sanción. Se formaron algunas protestas
callejeras sofocadas de inmediato y violentamente por la policía. En nuestra
prensa no se articuló el menor comentario, lo cual constituyó un silencio
criminal de complicidad.
**
Mientras tanto nosotros continuábamos encerrados en la unidad. A los diez
días del inicio de la crisis, otros oficiales comenzaron a acercarse por allí para
conversar con nosotros y apreciar de primera mano la situación. Francis nos
contó, en una de sus amigables conversaciones, que Fidel le había preguntado
cómo estaba la situación con la Seguridad Personal y que él le había
respondido que bien. El Viejo había exclamado casi de inmediato en un
exabrupto: “¡Coño, menos mal que algo anda bien, carajo!”. Podrán con ello
imaginarse cómo andaban los asuntos con los militares en nuestro país.
Todos estos problemas disminuían mucho la credibilidad de nuestro
proceder como país, pues los norteamericanos se habían pasado años
denunciando que el gobierno cubano estaba traficando con drogas y era
verdad. Por supuesto que Fidel siempre había negado públicamente tal cosa, y
yo nunca observé ningún movimiento extraño en su residencia tocante a este
tema.
En el verano del año 2001 se desmayó durante uno de sus discursos en la
inauguración de una escuela en el Municipio del Cotorro, al sur de la capital.
Los médicos le recordaron que ya no tenía veinte años. Era tan duro de pelar
que sus discursos se los imprimían con letras de un centímetro de tamaño para
que las pudiera leer sin espejuelos en sus apariciones públicas, ya que no
quería aparentar senilidad. Al final se mostraba ya como un viejito afable e
irónico, sin aquella energía de sus años mozos. Casi se podía sentir cariño por
una persona con tanta bondad y ecuanimidad, que demostraba tanta
inteligencia para manejar a las masas. Lástima de las decenas de millones de
cubanos que habíamos seguido toda la vida el camino estrecho marcado por él,
para llegar a la puerta grande de la abundancia, y que aún no se notaba en
perspectiva por muy lejos que se oteara.
Por esta época se sucedían los grandes cambios en los países del Este, y
comenzábamos a sentir los efectos de la crisis económica que nos dejaba sin
mercados y sin abastecimientos, mientras que en lo interno se ajustaba todo el
mecanismo magullado por los problemas de los cuales hemos estado
hablando. No obstante, la vida continuaba su curso natural y Fidel proseguía
pronunciando su frase favorita de “Socialismo o Muerte” donde quiera que las
circunstancias se lo permitían, mientras exigía a los cubanos que nos
apretásemos los cinturones pues lo peor estaba aún por llegar.
Mientras tanto, en nuestras universidades se suspendían las cátedras de
marxismo-leninismo, erradicando estas materias del plan de estudios (1988-
89), pues al parecer sus postulados ya no tenían nada que ver con nuestro
sistema. Nuestras escuelas políticas se hallaban huérfanas de teorías a las
cuales apelar, y comenzamos a vivir al día, improvisando. La Universidad
Política o Escuela Superior del Partido Ñico López se vio obligada a reescribir
sus libros y generar nuevas ideas para cubrir los huecos ideológicos, no
siempre con éxito.
Entre los militares que aún quedábamos intactos por la gran purga de Fidel,
el sentimiento de ofensa y rencor era muy elevado, pues los oficiales de las
FAR tuvieron amplias oportunidades de ensañarse con nosotros y las
disfrutaron. La situación se iba normalizando para los oficiales de menor
graduación como yo, pero solo salíamos unas horas de pase cada dos días. En
nuestro comedor, otrora con excelente comida, existieron días donde el menú
era arroz amarillo con pellejos de pollo frito y nada más.
Finalmente comenzó el juicio al General Abrahantes que acaparó toda la
atención del pueblo. Las vistas públicas televisadas fueron una burla, pues el
ex ministro negaba estar al tanto de nada. Se le veía llorón y atemorizado,
disculpándose constantemente hasta tal punto que se granjeó la aversión del
gran público. Para sorpresa de todos, solo se le sancionó a veinte años de
privación de libertad, cuando la expectativa general era que se le fusilara ante
tanto descaro. Esto levantó una ola de protestas y hasta el Fiscal General
Olivera se vio obligado a aparecer ante las cámaras para explicar por qué
había sido tan benigno con Abrahantes. Habló mucho, pero no convenció a
nadie. Abrahantes misteriosamente falleció de un infarto en la cárcel apenas
seis meses después. Todo el pueblo se preguntaba por qué no se había
apresado y enjuiciado a Raúl Castro con las mismas causas que a Abrahantes,
cuando él era el Ministro de las FAR y, como él, tenía que saber qué estaba
sucediendo con sus subordinados. Tendrían que haberlo condenado también
cuando menos a aquellos veinte años de cárcel, como sucedió con el Ministro
del Interior, pero su hermano le tiró la toalla y no permitió que se hablara de
esto en ningún medio nacional.
En total se encarcelaron a más de quinientos oficiales del Ministerio del
Interior y se despidieron a miles, sustituyéndolos con miembros del ejército
mucho menos refinados y formados en una disciplina que no admitía pensar o
disentir, más convenientes para nuestro gobierno.
Para nosotros el trabajo se hacía cada vez más intenso. La situación
operativa empeoraba y el Viejo casi no dormía en su casa por tanto trabajo que
tenía tratando de controlar el país. Las pesadas VTR, una vez pertenecientes a
las Tropas Especiales, se encontraban aparcadas en nuestro patio en manos de
las nuevas tropas mal entrenadas. La oficialidad se notaba nerviosa y
malhumorada ante los constantes brotes de violencia entre la población. La
delincuencia iba en aumento, y nos veíamos obligados a colaborar con la
policía por la carencia de agentes en las calles. Se sucedían cada vez más
trágicos accidentes de tránsito y se veían los delitos más violentos. Se notaba
una atmósfera cargada de tensiones y se preveía una tormenta a punto de
estallar, cuando apuntábamos al año 1990.
Ya el Viejo empleaba en sus desplazamientos tres o cuatro autos de
escoltas y las dos caravanas se habían hecho habituales. Los guardaespaldas se
apreciaban nerviosos y agresivos. Fidel mismo se encargaba de dirigir su
seguridad y no confiaba ni en su hermano. Comenzó a despedir a algunos de
sus protectores más inmediatos por parecerle contestatarios, entre los que me
encontraba yo.
Así que en 1991 me tocó recoger y buscarme otro empleo como pudiera, a
pesar de mi impecable y meteórica carrera pues me faltaba poco para ser
ascendido a Primer Teniente. Había dedicado diez años de mi vida a servir a
Fidel con absoluta lealtad y me lo recompensaba de la forma habitual. Era su
costumbre. Pero a otros les fue peor.
FIN.