Sangre de Mestizos: Augusto Cespedes
Sangre de Mestizos: Augusto Cespedes
Sangre de Mestizos: Augusto Cespedes
SANGRE DE
MESTIZOS
En un viejo ensayo que escribió Sartre sobre SARTORIS dice que el gran
resorte de Faulkner es la deslealtad: uno espera los actos pues ―son lo esencial de la
novela‖, pero Faulkner nombra los efectos. Algo semejante ocurre con Céspedes en
este libro. Son los zapadores los que menos existen en la siniestra historia de la
persecución del agua en el buraco de Platanillos. Su actividad se reduce a un
diálogo desigual con la insolación, a la fatigada enumeración del ―bosque de leños
plomizos, esqueletos sin sepultura destinados a permanecer de pié en la arena
exangüe‖, al único diálogo unánime del agua y la excavación, a una minería de
visiones húmedas.
Son los actos los que seguimos para encontrar el cuento pero la deslealtad
del arte novelesco quiere que lo que viva verdaderamente sea el ávido dios maldito
que está detrás de los actos: el Pozo, cuya evolución de cosa a sujeto o personaje se
produce por la devoración de los personajes secundarios que son los zapadores.
Céspedes trabaja hacia la objetividad: el arte, la vida son los modos del hombre
para volcarse a la objetividad que lo engrandece cobrándole su vida, sus palabras
Como los soldados del Chaco, los hombres son animales trágicos que sufren su
subjetividad y que, para dejar el sufrimiento, se vacían en los objetos que los
solicitan y los hacen permanentes.
Pero lo único que los hombres no creen jamás es la muerte. Así la nada es
una palabra que no significa; no podemos imaginarla precisamente porque es lo
que no es. Ahora bien, la guerra es cuando lo increíble es el pan de los días. En la
sucesión de las cosas increíbles o imprevistas, cuando todo es posible y también
verosímil, es aparentemente más fácil conseguir el tema. Mucho más arduo es darle
eficacia. Pero el arte es la calidad de la cantidad de la vida. La enumeración fracasa
hasta el infinito porque el tiempo de la realidad es distinto del tiempo del arte. Los
sucesos son tantos que si se los sigue cuantitativamente, cronológicamente,
inmovilizan, anulan al que los sigue. Si tomamos un espacio, un tiempo, entre
pocos personajes y enumeramos sus sucesos concluimos en una suma enorme e
incoherente, en un bulto indescifrable. Para hacer comprensible la realidad
debemos elegirla y el tiempo del arte consiste en tomar los momentos del tiempo
de la realidad que son signos.
―La novela —ha dicho Sastre— no da las cosas sino sus signos‖. Esta es la
eficacia: no se registra la realidad, se la intensifica, se la traduce, se la sintetiza y
expresa, se la puede transfigurar, porque de otra manera, enumerándola, jamás
tendríamos una idea de lo que es. Aprecio en Céspedes sobre todo este talento de la
eficacia, esta maestría en el manejo del tiempo propio del relato, esta exacta
conciencia de que las cosas no tienen una expresión directa sino una expresión
sintética, de que la realidad en sí no existe, de que la realidad es siempre según el
hombre.
Antes no eras patria; lo eres ahora por los muertos, eres la patria de esos
muertos; con la adquisición de los muertos eres ahora un ser en todo diferente al
que eras, con su inanimidad te has animado. El objeto se transfigura en su relación
con el hombre: ―Para mí ese pozo es siempre nuestro, acaso por lo mucho que nos
hizo agonizar‖, es nuestro porque en él agonizamos, porque antes era solamente
una hoya en la tierra, un objeto en sí, una materia.