Hora Santa Cuaresma 1

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PARROQUIA NTRA. SRA.

DE LA ASUNCIÓN
DIOCESIS DE MATAMOROS
H. MATAMOROS TAM,

OFRECIMIENTO

s Segunda LA DE SAN ALFONSO Ma. DE LIGORIO

Es personal. Pero la podemos hacer alternada para mayor participación de todos.


s
a — Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombres estás noche
y día en este Sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando,
llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte.
e
u — Creo que estás presente en el Sacramento del altar. Te adoro
a desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las gracias
y que me has hecho, especialmente por haberte dado Tú mismo en
este Sacramento, por haberme concedido por mi Abogada a tu
Madre amantísima y haberme llamado a visitarte.

— Adoro a tu Santísimo Corazón, y deseo adorarlo por tres fines.


El primero, en acción de gracias por este insigne beneficio de la
Eucaristía. En segundo lugar, para desagraviarte por todas las inju-
rias que recibes de tus enemigos en este Sacramento. Y finalmente,
porque deseo adorarte con esta Hora Santa en todos los lugares de
la tierra donde estás sacramentado con menos culto y más olvido.

— Me pesa de haber ofendido tantas veces a tu divina bondad en


mi vida pasada. Propongo con tu gracia no ofenderte más en ade-
lante. Y ahora, por más miserable que me vea, me consagro entera-
mente a ti; renuncio a mi voluntad y te la entrego por completo, con
mis afectos, deseos y todas mis cosas.

— De hoy en adelante, haz de mí, Señor, todo lo que te agrade.


Yo solamente quiero y te pido tu santo amor, la perseverancia final
y el perfecto cumplimiento de tu santa voluntad.

— Te encomiendo las almas del Purgatorio, especialmente las que


fueron más devotas del Santísimo Sacramento y de la Virgen María.
Te encomiendo también la conversión de todos los pobres pecado-
res.

— Finalmente, amado Salvador mío, uno todos mis afectos y


deseos a los de tu Corazón amorosísimo, y así unidos los ofrezco a
tu Eterno Padre y le suplico, en nombre tuyo, que por tu amor los
acepte y escuche. Así sea.
24. "DENTRO DE TUS LLAGAS"
Reflexión bíblica. Alternando con el que dirige
Del libro de los Salmos. 21,1-18.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?... Yo
soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, deprecio
del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la
cabeza diciendo: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que
lo libre, si tanto lo quiere"... Me acorrala un tropel de novillos,
me cercan los toros de Basan; abren contra mí las fauces leo-
nes que descuartizan y rugen... Tengo los huesos descoyunta-
dos... Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me
pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte. Me
acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhe-
chores; me taladran las manos y los pies, puedo contar todos
mis huesos, PALABRA DE DIOS.

Las llagas de Cristo, que consideramos hoy en sus dolores atro-


císimos, son la fuerza, el refugio y el descanso de nuestras almas
que luchan. La Iglesia aplicará a Jesús muchos pasajes de los
Profetas y Salmos para hacernos ver lo terrible de los sufrimientos
del Salvador. Por ejemplo:
"Fue llagado por causa de nuestras maldades" {Isaías 53,5). Los
pecadores "aumentaron más y más el dolor de mis llagas" (Salmo
68,27). "Pondrán sus ojos en mí, a quien traspasaron", mientras se
preguntarán: "¿Qué llagas son esas en medio de tus manos?". Y
oirán la respuesta: "Estas llagas me las abrieron en la casa de mis
amigos" (Zacarías 12,10; 13,6)
Cuando miramos las llagas del Crucificado, nos dominan perso-
nalmente dos sentimientos profundos: el dolor y la esperanza.
Primero, el dolor. ¿Quién causó semejante carnicería? Yo, y
nadie más que yo, como confieso con el poeta: "La piel divina os
quitan - las sacrilegas manos: - no digo de los hombres, - pues fue-
ron mis pecados".
Segundo, la confianza. ¿Qué puedo temer? Nada. ¡Pues todo
esto fue por mí, para dejarme patente la puerta de la Gloria!... "Na-
die tendrá disculpa - diciendo que cerrado - halló jamás el Cielo -
si el Cielo va buscando. - Pues Vos, con tantas puertas - en pies,
manos y costado, - estáis de puro abierto - casi descuartizado".
Ha sido creencia común en la Iglesia que Jesucristo conserva en
su cuerpo resucitado esas llagas ahora llenas de gloria, como nos
dice San Ambrosio: "Ha querido conservar hasta en el Cielo las

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heridas que recibió por nosotros, para corroborar nuestra fe y enar-
decer nuestra devoción; y porque quiere mostrar siempre a Dios el
precio de nuestro rescate".
A esto añade San Juan Crisóstomo: "Cristo conservó las llagas
de su cuerpo para que en el día del Juicio den testimonio de su
pasión contra los que niegan al Hijo de Dios Crucificado". ¿Qué
excusa podrán presentar los condenados al ver en estas llagas lo que
Cristo hizo por ellos?...
Y con estas llagas aparece Jesús ahora ante los ojos de mi fe aquí
en el Sagrario. ¡Cuánto me amó Jesús! ¡Cómo me aseguran estas
llagas que me sigue amando y que no cesa de interceder por mí ante
el Padre!...
Hablo al Señor. Todos
¡Dentro de tus llagas, escóndeme!
¡Cuántas veces te lo he dicho, Señor!
Ahora te lo digo con más convicción que nunca.
En estas llagas tuyas hallo yo mi refugio.
Dentro de ellas no temo la prueba y la tentación.
En ellas encuentro mi fuerza al sentirme débil.
En ellas, el estímulo en las luchas de la vida
En ellas, mi descanso en las fatigas.
En ellas, el lenitivo en mi dolor.
En ellas, la seguridad de mi salvación.
C o n t e m p l a c i ó n afectiva. Alternando con el que dirige
Jesús, llagado despiadadamente en tu pasión.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en todo tu cuerpo por la flagelación.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en tu sagrada cabeza por las espinas.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en tus hombros por el pesado patíbulo.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en la cruz por los clavos crueles.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado en tu costado por la lanza del soldado.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para demostrarnos tu infinito amor.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para ser el perdón de nuestros pecados.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.

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Jesús, llagado para encontrar en ti nuestro refugio.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para ser nuestra fuerza en la lucha.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para ser Tú nuestro descanso.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
Jesús, llagado para que te amemos como Tú nos amas.
— Dentro de tus llagas, escóndeme.
TODOS
Señor Jesús, tus llagas, ahora cinco soles en el Cielo, le están
diciendo al Padre lo mucho que me amas y has hecho por mí. Ellas
expían mis pecados. ¡Perdónalos, Señor! Ellas son mi esperanza.
¡Sálvame, Señor! Ellas son mi amor. ¡Haz que te quiera, Señor!
Madre María, no podemos imaginar tu dolor cuando contem-
plabas en el Calvario las llagas que destrozaron el cuerpo de tu
Jesús. Hago mías las palabras de ese himno tan bello: "Clava en mí
las llagas del Crucificado, divide conmigo tus penas atroces".
En mi vida. Autoexamen
El Papa Inocencio VI escribió: "¿Qué cosa más saludable que
estas llagas, de las cuales procede nuestra salvación, y en las cua-
les pueden curarse siempre las almas?". Y el Padre Nieremberg
dice emocionadamente: "¿Qué son esas cinco llagas sino otras tan-
tas bocas que están jurando que Vos me amáis?". Entonces, puedo
y debo hacerme dos preguntas. ¿Lavo con frecuencia las manchas
de mi alma en la Sangre que fluye de las llagas de Cristo, sobre
todo en el Sacramento de la Penitencia? ¿Puedo jurarle yo con mis
sacrificios a Cristo que le amo, lo mismo que Él me jura su amor a
mí?...

PRECES
Contemplando el cuerpo de Jesucristo atravesado por llagas pro-
fundas, pedimos al Padre:
Señor Dios nuestro, ten piedad de tu pueblo.
Tú, Señor Jesús, que secabas las lágrimas de todos los que llo-
raban y acudían a ti,
— pon tus ojos de bondad en los pobres y en todos los que sufren.
Escucha de modo especial los gemidos de los agonizantes,
— y mándales tus santos ángeles que los conforten y lleven a ti,
junto con aquellos que les precedieron con el signo de la fe.

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Que los que viven alejados de tu gracia con peligro de su salva-
ción,
— vuelvan confiados sus ojos a ti, que salvas a todos los que redi-
miste con tus llagas benditas.
Y a nosotros danos tu bendición,
- para que perseveremos en tu gracia y en tu amor.
Padre nuestro.
Señor Sacramentado, aquí en la Santa Hostia nos ofreces tus
llagas, igual que a los apóstoles el día de la Resurrección, como
fuentes del agua viva del Espíritu. ¡Llagas benditas, que fuisteis
nuestra salvación! Os adoramos, os besamos con pasión y en ellas
saciamos y agotamos nuestra sed de Dios. Así sea.
Recuerdo y testimonio...
1. Santa Coleta, al levantarse la Hostia en la consagración, vio a Jesús
todo llagado, mientras decía "¡Padre! Mira mis heridas, mi cuerpo desan-
grado, mis dolores y mi muerte. ¡Todo por los hombres pecadores! Que mi
sacrificio no sea en vano. ¡Sálvalos por mi amor, por mis dolores, por mis
espinas y por mis llagas!".
2. Jesucristo imprime místicamente en nosotros sus cinco Llagas, con-
forme a lo de Pablo: "Llevo grabadas en mí las llagas de Jesús". Lo expre-
só maravillosamente Santa Verónica Giuliani al narrarnos cómo se le
imprimieron a ella: "Vi salir de las cinco Llagas de Jesús cinco rayos bri-
llantes que se dirigían hacia mí. Luego se convirtieron en pequeñas llamas.
En cuatro de ellas vi los clavos y en el quinto una lanza de oro toda can-
dente. La lanza me atravesó el corazón de parte a parte, los clavos me atra-
vesaron manos y pies. Sufrí dolores indecibles y me sentí como transfor-
mada en Dios. Luego que me quedé llagada, volvieron los rayos de luz
otra vez a las Llagas de Jesús". En cada Comunión se reitera místicamen-
te en nosotros esta gracia, iniciada en el Bautismo...

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