Domingo Savio

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SANTO DOMINGO SAVIO

FICHA:

Datos Personales: Savio, Domingo


Lugar: Riva di Chieri
Edad: 14 años
Fecha de Fallecimiento: 9 de Marzo de 1857 en Italia
Su Papá: Carlos, de oficio herrero
Su Mamá: Brígida, era modista
Fue proclamado SANTO el día 12 de junio de 1954 por el Papa XII

UBICACIÓN HISTÓRICA:
Estamos hablando del año 1800 … casi 200 años atrás. En ese momento no era frecuente recibir la Eucaristía, no había misas
diarias como ahora. En ese contexto histórico creció Domingo Savio.
Fue educado en el oratorio de Turín “San Francisco de Sales”, en un pueblo de Italia bajo la guía de un sacerdote llamado
Juan Bosco. Los italianos al padre le dicen Don, por lo tanto los chicos lo llamaban cariñosamente DON BOSCO. Era un
sacerdote salesiano que tomaba chicos pobres o de familias muy humildes, o que estaban en la calle y les enseñaba el catecismo
y un oficio.

HECHOS SIGNIFICATIVOS:
En la vida de Domingo Savio se pueden marcar algunos hechos que tuvieron mucha importancia para él.
1. La Eucaristía
2. La Santidad
3. El compañerismo
4. La devoción a la Virgen

Domingo Savio despegó su vuelo de la tierra a la eternidad, el 9 de Marzo de 1857.


Nació en “Riva di Chieri”, aldehuela que dista 4 km de la vetusta capital Piamontesa, el 2 de Abril del año 1842. Sus padres
Carlos Savio y Brígida Gaiato, oriundos de Castal nuevo, al pueblo que ha reclamado de apellidarse como el más grande de sus
conciudadanos: San Juan Bosco.
El raudo espacio de los quince años que duró la vida de Domingo fue Dios su dueño.
En 1844 la familia Savio debió trasladarse para encontrar mejores condiciones de trabajo, al territorio de Castelnuovo. y
precisamente en la región de Murialdo. una de cuyas fracciones era el pueblito natal de Don Bosco: I Bacchi.
A la tierna edad de cinco años, había aprendido a ayudar la Santa Misa. Una mañana cruda de Marzo de 1847 el Capellán lo
encontró delante de la puerta del templo aterido de frío, y blanqueado por los copos abundantes de nieve que sobre él caían.
Una de la incidencias diarias que con mayor ansia esperaba el Señor Carlos Savio, al regresar del trabajo diario, cómo aquél
ángel en carne humana, corría a su encuentro, la saltaba al cuello y lo llenaba de agasajos y caricias, como queriendo pagar con
su afecto filial, al trabajo de quien se había fatigado por el bien de la familia.
Los niños de la época recibían la primera comunión a los doce años. Pero Zucca, cura de Morialdo, un pueblo de trabajadores
del norte de Italia, había visto que Domingo Savio era especial. Tenía una instrucción precoz y un amor a Jesús Eucaristía
inmenso. Y le concedió tener su primer encuentro con el sacramento a los siete años. Pero lo que más llama la atención es que a
tan temprana edad haya escrito propósitos tan elevados:
1. “Me confesaré muy a menudo y recibiré la sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita.”
2. “Quiero santificar los días de fiesta.”
3. “MIS AMIGOS SERÁN JESÚS Y MARÍA.”
4. “Antes morir que pecar.”
Un día anterior a su Comunión, en su víspera quiso pedir perdón a su madre de los disgustos que le hubiese quizás
proporcionado.
El día tan esperado, Domingo se levantó muy temprano y llegó a la Iglesia antes que la abrieran. Se arrodilló, como lo había
hecho en otras ocasiones, en el umbral de la puerta, y esperó rezando que se abrieran las puertas.
Cuando Don Bosco escribió la vida de Domingo, a dos años de su muerte, lo hizo para ponerlo como modelo a los
compañeros. Una de las primeras afirmaciones que hace es, justamente, que su alumno es un “ferviente devoto de la Santísima
Virgen”. Y asegura que los propósitos de la primera Comunión “los repetía muy a menudo y fueron la norma de todos sus actos
hasta el fin de su vida.”
Sin duda estas resoluciones son de sorprendente profundidad. Cuando el 8 de Diciembre de 1854, a los doce años Domingo se
consagró a María, repitió el tercer y cuarto propósito. En verdad los hacen un solo: la huída del pecado no es nada más que el
fruto del absoluto amor personal a Cristo y su Madre. Cuando Savio estuvo en el lecho de su muerte, a la temprana edad de
quince años, repitió con fuerza el tercer propósito: “Mis amigos serán Jesús y María.”

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LA ESCUELA:
Por un año, tuvo la suerte de asistir a las clases del Capellán, que siendo también Maestro, ocupaba las horas libres del día en
enseñar los primeros rudimentos de las ciencias a los niños más pequeños del villorrio.
Pero al año siguiente, debió acudir a las clases en el vecino pueblo de Castelnuovo, teniendo que hacer cuatro kilómetros de
camino para llegar a la escuela, y muchas veces repetirlo cuatro veces por día. Pero aunque débil y delicado de salud, lo hacía
con tanta constancia y alegría que dejaba admirado a cuantos lo veían siempre a la misma hora. Un día se le preguntó si no
tenía miedo de hacer un solo camino tan largo, y respondió: “¡OH!.... yo no voy solo Mi Ángel Custodio me acompaña en cada
paso que doy.”
En la clase sobresalía entre sus compañeros, pero sin orgullo, ni ostentación, afianzaba pues cada día más el respeto que hacia
él nutrían sus compañeros.
Mientras cursaba tercer grado, dejó acusarse falsamente y el maestro al descubrir su error y descubierto su inocencia de
Domingo le preguntó porqué no dijo ni siquiera una palabra y él respondió: “Porque, el culpable, habiendo ya cometido muchas
otras faltas fácilmente hubiera sido expulsado de la escuela; y en cambio yo, esperaba que se me perdonara…”
Savio se encontró por primera vez con Don Bosco el 2 de Octubre de 1854, tenía doce años, en un pueblito del Piamonte.
Juan Bosco lo recuerda textualmente ¡Era el primer Lunes de Octubre, muy temprano, cuando vi aproximarse un niño,
acompañado de su padre para hablarme! Su rostro alegre y respetuoso atrajo mi atención.
- ¿Quién eres – le dije – y de dónde vienes?
- Yo soy – respondió – Domingo Savio, de quien le han hablado a usted el Sr. Cugliero, mi maestro y vengo de Mondonio.
Lo llevé entonces aparte y puesto a hablar de estudios hechos y del tenor de vida que hasta entonces había llevado, pronto
entramos en plena confianza él conmigo y yo con él.
Pronto advertí en aquel jovencito un corazón del todo conforme con el Espíritu del Señor, y quedé no poco maravillado al
considerar cuando le había ya enriquecido la divina gracia a pesar de su tierna edad.
Después de un buen rato de conversación y antes de que yo llamara a su padre, me dirigió estas textuales palabras:
- ¿Qué le parece? ¿Me lleva con usted a Turín a estudiar?
- Ya veremos, me parece que el paño es bueno.
- Para hacer un lindo traje y regalárselo al Señor.
- Así, pues yo soy el paño, sea usted el sastre, lléveme, pues con usted y hará de mí el traje que desea para el Señor.
- Mucho me temo que tu debilidad no te permita continuar los estudios.
- No tema usted. El Señor que hasta ahora me ha dado salud y gracia, me ayudará también en adelante.
Y se fue con él, al oratorio de Turín. Ingresó el 29 de Octubre de 1854. Un mes más tarde comenzó la novena en preparación
a la fiesta del 8 de Diciembre, siempre celebrada por Don Bosco con un gusto especial. Pero este año era único, excepcional: se
había declarado el dogma de la Inmaculada Concepción. Domingo quedó profundamente impresionado por el clima mariano del
lugar. Es así como comenzó una profunda experiencia de vida según María. Prueba de ello es la oración que brotó de su corazón
ese histórico 8 de Diciembre: “María, te doy mi corazón; haz que sea siempre tuyo, Jesús y María, sean siempre mis amigos,
pero, por amor, hace que muera mil veces antes que tenga la desgracia de cometer un solo pecado.”
Don Bosco escribió que de este modo “tomando a María por sostén de su piedad, su conducta moral apareció tan edificante y
adornada de tales actos de virtud, que comencé desde entonces a anotarlos para no olvidarme de ellos”.
A los catorce años Domingo Savio induce a un grupo de amigos a vivir su ideal: la Compañía de la Inmaculada.
El año1854, el sumo Pontífice Pío IX definía como dogma la Inmaculada Concepción de María. Domingo deseaba hacer vivo
y duradero entre nosotros el recuerdo de este augusto título que la Iglesia ha dado a la Reina de los Cielos.
- Desearía, solía decir, hacer algo en honor de la Virgen; pero pronto porque temo que me falte el tiempo.
Guiado, pues, de su caridad industriosa, eligió algunos de sus mejores compañeros y les invitó a unirse a él para formar una
Compañía, que llamaron de la Inmaculada Concepción.
…De acuerdo con sus amigos, redactó un reglamento y tras no pocos retoques, el día 8 de Junio de 1856, nueve meses antes
de su muerte, lo leía con ellos ante el altar de María Santísima. Iniciaba así: “Nosotros, Domingo Savio, etc…(siguen los
nombres de sus compañeros), para granjearnos durante la vida y en el trance de la muerte la protección de la bienaventurada
Virgen Inmaculada y para dedicarnos enteramente a su santo servicio, hoy, fortalecidos con los santos sacramentos de la
confesión y comunión y con el propósito de profesar hacia nuestra Madre celestial constante y fiel devoción, profesamos ante su
altar, y con el consentimiento de nuestro director espiritual, queremos imitar en cuanto lo permitan nuestras fuerzas a Luis
Comollo. Para cuyo fin nos obligamos…” y siguen veintiún puntos que son todo un plan de vida, siguiendo a Comollo, que era
un compañero de la juventud de Don Bosco, que se los presentó como modelo de virtud.
Durante el tiempo que vivió en casa de los salesianos, Domingo fue un alumno modelo: en estudio, en quehaceres
domésticos, en la oración, el compañerismo…
Pero la muerte le sobrevivió rápidamente.
Cuando en Marzo de 1857 estuvo en el lecho de muerte junto a sus padres, Savio recordó sus promesas varias veces: “Si, si
oh Jesús, oh María, ustedes son ahora y siempre los amigos de mi alma. Lo repito y mil veces lo digo: antes de morir que
pecar”. “Oh, qué hermosas cosas veo”. Fueron sus últimas palabras, antes de la suave dormición de su entrada al cielo”.

PIEDRAS Y SANGRE:

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En primavera, la sangre corre más veloz, y los muchachos tienen a menudo ganas de irse a las manos. Esto también acaecía en
la escuela frecuentada por Domingo. Frecuentemente volaban los desafíos: “¡Déjate ver hoy, si no eres, un conejo!”; “¡Fuera
arreglaremos cuentas!”. Una vez fuera, dejaban los libros y se peleaban de lo lindo, volviendo a casa molidos y sucios de recibir
el resto de parte del papá.
Pero un día las cosas se presentaron más graves. Dos gallitos empezaron a mirarse feo y endilgarse mutuas insolencias. Uno
tuvo la mala idea de sacarle la madre al rival, lo que se considera una bellaquería. El otro perdió los estribos, respondió por las
rimas. Como conclusión, se retaron a duelo con todas las de la ley. Lo que causaba espanto era que los dos contendientes se
enfurecieron más y más; la rabia era profunda y ciega; cada cual deseaba hacerle el mayor mal al contrario, y por lo tanto
establecieron encontrarse lejos de los ojos de la gente, en un prado llamado de la Ciudadela. A pedrada limpia se romperían la
cabeza.
Alguien lo supo; pero ellos le espetaron:
- Si alguno habla, la primera cabeza rota será la suya… - no estaban jugando.
La cuestión llegó también a oídos de Domingo. Los dos duelistas no eran del Oratorio: en ese caso, Domingo había avisado a
Don Bosco. No habría tenido ningún miedo en hacerlo, porque no se trataba de hacer de espía ni de hacerse el buenito. Se
trataba, simplemente, de impedir que se hicieran daño de verdad. Mientras los demás se hacían los angustiados (con cierta
bellaquería), Domingo se acercó a los dos enemigos, les razonó, y les dijo bien claro que estaban ofendiendo gravemente al
Señor. No había nada que hacer. Entonces Domingo escribió a cada uno un recado: les dijo que si insistían en realizar semejante
tontería, avisaría al profesor y a sus padres. Los dos guardaron los papelitos, y después de clase se dirigieron a los prados de la
Ciudadela. Los acompañaban los amigos, que en vez de apagar el fuego, los incitaban más y más, para gozar el espectáculo.
Cada uno de ellos recogió cinco gruesas piedras, y se designó al árbitro del duelo. Se separaron a veinte pasos de distancia.
Mientras se hacían estos preparativos, uno fue a llamar a Domingo.
- ¡Está por empezar el duelo! ¡Ven!
Domingo corrió, se abrió paso, y entró en el espacio dejado libre entre los dos.
- ¡Quítate de ahí! – le gritó el que ya había empuñado la primera piedra - ¡Debo arreglar las cuentas con ese bellaco y es
inútil que te pongas a hacer la homilía!
Domingo lo miró triste. ¿Qué hacer? Un relámpago iluminó la mente. Sacó el pequeño crucifijo que llevaba al cuello, y corrió
hacia el que estaba más cerca:
- ¡Mira el Crucifijo! – le ordenó – y ahora, si tienes coraje repite: “Jesús murió perdonando a quienes lo crucificaban. ¡Yo, en
cambio, no quiero perdonar, quiero vengarme hasta le final!”
El muchacho lo miró, barbotó:
- Pero ¿Qué tiene que ver?
Domingo corrió los veinte pasos que los separaban del otro, y le repitió también a él en tono de mando.
- ¡Mira el Crucifijo! – le ordenó – y ahora, si tienes coraje repite: “Jesús murió perdonando a quienes lo crucificaban. ¡Yo, en
cambio, no quiero perdonar, quiero vengarme hasta le final!”
Era un buen muchacho este segundo, y quedó sin aliento. Entonces Domingo lo tomó de la mano, y lo arrastró hacia el otro:
- Pero ¿por qué queréis haceros mal? ¿Por qué queréis dar un disgusto a vuestros padres y al Señor? Jesús perdonó a quien lo
mataba, y vosotros ¿no sois capaces de perdonaros un insulto, hecho en un momento de rabia?
Domingo calló, pero continuaba sujetando con tristeza a los dos enemigos, y apretaba siempre en su mano el pequeño
crucifijo.
Las piedras fueran cayendo, y el duelo no se efectuó.
Uno de aquellos dos, ya adulto, recordaba aún aquella escena:
- Me sentí lleno de vergüenza por haber obligado a un amigo tan bueno a usar medidas tan extremas para impedir aquella
triste aventura, y perdoné de corazón a quien me había ofendido.

LA FÓRMULA MÁGICA:
El 24 de Junio era el día onomástico de don Bosco. Se hizo fiesta solemne en el oratorio, cada cual quiso manifestarse su
afecto, y don Bosco, para retribuir, dijo:
- Cada uno escriba en un papel el regalo que desea de parte mía. Les aseguró que haré lo imposible para comentarlos a
todos.
Cuando leyó los papelitos, Don Bosco encontró peticiones serias y bien pensadas; pero encontró también deseos
extravagantes que lo hicieron sonreír: alguno pidió cien kilos de turrón, “para tener para todo el año”. En el de Domingo Savio
había cuatro palabras: “Ayúdame a hacerme santo”.
Don Bosco tomó en serio aquel pedido. Llamó a Domingo y le dijo:
- Te quiero regalar la fórmula de la santidad. Está muy atento. Primero, alegría. Lo que te turba y te quita la paz no viene del
Señor. Segundo, deberes de estudio y de piedad. Atención a la clase, empeño en el estudio, empeño en la oración. Todo esto
hazlo, no por ambición no para hacerte alabar, sino por amor del Señor y para llegar a ser un verdadero hombre. Haz el bien, a
los otros. Ayuda a tus compañeros siempre, aunque te cueste sacrificio. La santidad está todo aquí.
En la alegría y en el hacer bien sus deberes, Domingo no podía hacer más; pero en ayudar a sus compañeros, algo más podía
hacer, pensar, inventar y desde aquel día lo probó.

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DATOS BIOGRÁFICOS:
1842 2 de abril. Nace en Riva San Giovanni, junto a Chieri, de Carlos y Brígida Galato. Bautizado el mismo día.
1843 La familia Savio por razones de trabajo emigra a Murialdo.
1848 Domingo comienza sus clases con el capellán Don Zucca.
1849 8 de abril, primera comunión a los siete años en Castelnuovo d’Asti.
1852 21 de junio, se matricula en la escuela de Don Allora
1853 La familia se muda a Mondonio, en donde es alumno de Don Clugliero. El 13 de abril toma la confirmación.
2 de octubre. Primer encuentro con Don Bosco en Becchi. el 29 de octubre entra al oratorio de Turín. Se define en
1854
Roma el dogma de la Inmaculada Concepción. Domingo se consagra a María.
1855 Después de un sermón decisivo de Don Bosco, Savio resuelve hacerse santo.
1856 Domingo funda la Compañía de la Inmaculada. Primeras recaídas de su mortal enfermedad.
Comienza a estudiar humanidades. El 1de marzo deja el oratorio, enfermo. El 9 de ese mes muere en brazos de su
1857
padre. Es sepultado en Mondonio el día 11.
1859 Enero. Don Bosco publica la Vida del jovencito Domingo Savio.
1908 Comienzan su causa camino a los altares.
1933 El Papa Pío XI decreta la heroicidad de sus virtudes.
1950 El Papa XII lo beatifica el 15 de marzo.
1954 El mismo Papa lo canoniza el 12 de junio.

El 8 de junio es proclamado “Celeste Patrono de los Niños Cantores”

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