Fga El Viaje de Fuego Francisco Villalobos Santos
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a Julia Rubio
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el viaje de fuego
El acto creativo
como movimiento
continuo de
accesibilidad
FU N DAC IÓN
GARCÍA AGÜERA
P O R E L A R T E Y L A C U LT U R A E N C O Í N
Presidente de Honor
JAVIER MUGUERZA CARPINTIER
Patronato
JOSÉ MANUEL GARCÍA AGÜERA
MARIPEPA FERNÁNDEZ VILLALOBOS
JOSÉ MIGUEL BARRIENTOS MÉNDEZ
JOSÉ MANUEL GARCÍA FERNÁNDEZ
ANGELINA FERNÁNDEZ VILLALOBOS
MARIPEPA GARCÍA FERNÁNDEZ
JOSÉ ANTONIO RUIZ DE LA TORRE
MARIA TERESA VILLALOBOS CANTOS
MARÍA JOSÉ VILLALOBOS CANTOS
FRANCISCO LOMEÑA VILLALOBOS
JOSÉ ANTONIO URBANO PÉREZ
MARÍA JESÚS TORRES GIMÉNEZ
Consejo Asesor
JUAN MANUEL MARTÍNEZ PALOMEQUE
CONCEPCIÓN LÓPEZ NOGUERA
JUAN TORRES LÓPEZ
JOSÉ MARÍA DAVÓ FERNÁNDEZ
RAFAEL SÁNCHEZ-LAFUENTE GEMAR
FUENSANTA NARANJO JIMÉNEZ
AMALIA GÓMEZ GÓMEZ
JOSÉ ENRIQUE MEDINA CASTILLO
© Edición:
FRANCISCO MARÍA BAENA BOCANEGRA
Francisco Villalobos Santos
JOSÉ LUIS GARCÍA GUILLÉN
FUNDACIÓN GARCÍA AGÜERA
ANTONIO JESÚS BAÑASCO DE LA RUBIA
© De los textos:
Director Archivo Sus autores
FRANCISCO MARMOLEJO CANTOS Diseño y cuidado
de la edición:
José Manuel García Fernández
ÍNDICE
Prólogo .................................................................................................................................. 27
Introducción........................................................................................................................ 31
- El acontecimiento ........................................................................................ 70
- Lo inmediato .................................................................................................... 77
- El encuentro .................................................................................................... 90
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- La revelación.................................................................................................... 168
- La iluminación.................................................................................................. 179
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Conclusión............................................................................................................................ 299
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rramientas hacen sobre él, desde las regiones o espacios por los que deambula.
La importancia no está tanto en los objetivos y las metas como en los procesos
y en la apertura que estos provocan, en la inteligencia que estos despiertan, en
nuestro contacto directo con su propia naturaleza, en ese dejarnos llevar.
Un texto para leer pausadamente que no les dejará indiferentes y que les invitará
a adentrase en la práctica del arte desde una perspectiva mucho más cotidiana
y próxima de lo que ustedes creen. Un proceder que se muestra como creci-
miento y aprehensión de todo aquello que nos rodea. Un viaje del que volverán
con una idea más rica e intensa del arte.
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INTRODUCCIÓN
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y conocerlo (según la disciplina desde la que se estudie o investigue). Por ello eso
que llamamos mundo o realidad difiere según lo que se busca o nos llama.
La metodología que guiará esta obra será puramente intuitiva, pues no po-
demos abordar la amplitud del viaje desde métodos preconcebidos que determi-
nen lo que vamos a encontrar, sino que cada fenómeno demanda su propio modo
de observación. Por ello lo realmente importante para este trabajo son todos
esos aspectos que no pueden ser reducidos ni ubicados en la planicidad del
tiempo histórico, el espacio geométrico, o la significatividad conceptual, puesto
que la investigación se desarrolla desde la evidencia de una línea de fuga que nos
arroja constantemente fuera de la rigidez de nuestras representaciones asen-
tadas y de sus certezas. Apuntamos así hacia todos esos funcionamientos y de-
venires que son completamente ignorados por los dispositivos culturales que
cotidianamente determinan nuestro modo de ver-pensar. Aquí se intuye la nece-
sidad de atender sin programa a lo que en tal situación se genera, pues son las
propias circunstancias en que se produce el suceso las que revelarán en cada
ocasión el modelo óntico adecuado.
Desde el propio desarrollo de este trabajo pretendemos articular un nuevo ojo
que nos arroje y confronte con ese ámbito de fenómenos donde la propia natu-
raleza (como lenguaje en acto) no cesa de pronunciarse y crearse. El proceso de
manifestación del mundo (proceso creativo), vendrá articulado en función del
modo (mundo) por el que nos movemos, en función del umbral de captación que
se abre y nos conduce.
La construcción de una imagen (un verso, una escena, un aroma, una fracción
musical, táctil, intuitiva...), podría ser entendido aquí como construcción de un
órgano a través del cual comenzamos a recibir cosas. Lo que recibimos a través
de ese órgano, ahora en activo no son tanto ideas, sino una especie de percep-
ción formal o plástica desde la que captamos nuestra propia metamorfosis (ac-
ceso). Cuando la melodía alcanza nuestro propio ritmo, somos en el ritmo del
propio advenimiento musical, este órgano que ahora se viene generando estará
implicado en el proceso de producción y percepción del propio mundo. De esta
forma nuestro estudio prosperará desde una noción de la naturaleza emplazada
en la dialéctica del fuego (Heraclito), tal y como un verbo que viene configurán-
dose en forma de mundo (escritura).
Toda explicación se lleva a cabo a partir de conceptos, entidades significantes
con las que construimos proposiciones. Estas funciones que se aplican a priori
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los umbrales perceptivos desde los que el mundo se derrama y manifiesta, cons-
tituyendo con cada paso todo un firmamento que no cesa de abrirse. Cada día
son alteradas las reglas o las condiciones que rigen este mundo virgen que es
reestructurado con cada paso o con cada salto. Cada imagen abre un nuevo curso
que se pone en marcha, el más mínimo gesto inaugura una nueva órbita de fenó-
menos que ahora empiezan a ser captados. En cada uno de estos movimientos u
oscilaciones hallamos un resquicio de ese paraíso que nos guía y hacia el que de
algún modo nos sentimos inclinados.
El creador pone en marcha algo cuyo alcance se le escapa por completo, lo
cual inaugura un nuevo modo de pensar o decir, todo comienza a hablar desde sí
mismo, los objetos y elementos recuperan el don de la palabra. El artista pierde
la autoría y se convierte en un dirigidor de procesos (mago), un desvelador de
puertas (chaman), el cual observa minuciosamente todo cuanto ocurre (cientí-
fico), deja que todo pase sin intención de reducirlo o atraparlo (niño), juega sin
más pretensión que su propio vuelo (viento). Viajero infatigable, caminante que
avanza en un espacio infinito.
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LA BRÚJULA (Esquema 1)
Esta imagen nos sirve para aclarar ciertos rasgos relacionados con el título de esta investi-
gación. El viaje como concepto central, queda aquí focalizado sobre tres términos que le apor-
tan otros grados de comprensión:
Elemento- El fuego
Propiedad- La creación
Manifestación- El ser
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EL MAPA (Esquema 2)
El siguiente esquema ofrece una representación espacial del itinerario a recorrer. Primero
abordaremos El movimiento fundacional (parte 1), ámbito emergente y concepto fundamental
para comprender el viaje de fuego. Desde esta estancia accederemos a la manifestación directa
(parte 2), y dentro de esta penetraremos en la actividad artística (parte 3). De esta forma ire-
mos desde un contexto más amplio hacia una mayor concreción.
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Este trabajo ha sido desarrollado sobre una estructura conceptual y concéntrica, donde todos
los términos o capítulos acaban desembocando en un mismo punto (concepto central o nú-
cleo de la investigación). El siguiente esquema otorga una imagen sintética que nos muestra
la organización de los contenidos. El trabajo se irá ramificando desde el centro hasta las
ramas, es decir, desde los conceptos más básicos, hacia otros que los van desplegando en
múltiples direcciones.
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Este esquema es una variante del anterior, donde en vez de puntos colocamos los diferentes
conceptos (partes, capítulos, apartados…) que van a ser abordados en esta investigación.
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EMBLEMAS (Esquema 5)
Los siguientes emblemas corresponden a las tres partes de este trabajo y a sus respectivos
capítulos. El sentido de las imágenes aquí se debe a que estas otorgan ya desde un primer con-
tacto, la posibilidad de penetrar en las cuestiones fundamentales de esta investigación. Estos
emblemas nos ofrecen la posibilidad de organizar y pensar de otro modo sobre el contenido y
la relación existente entre los respectivos capítulos. La elaboración de estas imágenes no ha
sido sencilla ni caprichosa, sino que conforme iba depurándolas y acercándome a lo que el pro-
pio trabajo demandaba, me han servido para focalizar aspectos que desde los discursos con pa-
labras se me escapaban. Los distintos emblemas así como su organización en conjunto, facilitan
la asimilación y rememoración de las diferentes partes, concentran cuanto se quiere decir en
una imagen.
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PRIMERA PARTE
EL MOVIMIENTO
FUNDACIONAL
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un futuro, sino un tiempo que funda todo el universo en cada imperceptible osci-
lación (tiempo cíclico de la creación). Un movimiento vertical donde todos los tiem-
pos afloran en este mismo instante, donde todos los mundos posibles son creados
inmediatamente. La naturaleza se muestra así como un exceso de sí misma, un
medio imposible de consensuar por la riqueza incontable de sus manifestaciones
posibles. Una violencia original que atraviesa los límites, una orgía de aniquila-
miento, un ilimitado despilfarro de esa furia destructora-creadora. Una fuerza
que se reaviva y retroalimenta desbordando todo posible entendimiento.
Es el tiempo siempre actual del mito (Mircea Eliade), la dimensión vertical de
la poesía (Gastón Bachelard), el espacio para la epifanía y el encuentro del visio-
nario (Henri Corvin), ámbito de la creación (Ives Klein), de la revelación (María Zam-
brano), del acontecimiento (Martín Heidegger), de la iluminación (Santa Teresa),
del erotismo (Bataille), de los sueños, las leyendas, los cuentos, etc. Un tiempo ig-
norado por los presupuestos historicistas y cientifistas, algo que se halla tanto
en el cielo como en el corazón de los animales.
Desde los esquemas que encontramos a continuación podemos visualizar de
una manera gráfica esta dimensión que nos funda constantemente. La idea es que
en cada momento se produce una explosión que es consecuencia de millares de
explosiones donde el universo es completamente destruido y creado de nuevo.
Todas las partículas son atravesadas y desplazadas por esta fuerza creativa, ha-
ciendo que todo emerja una y otra vez como diferencia. Esta constante explosión
a la que aludimos es totalmente imperceptible para el pensamiento ordinario, pues
se halla vinculada a cada mínimo parpadeo u oscilación de la conciencia, un cambio
de óptica que constantemente inaugura el acceso hacia eso que viene formándose
junto a nuestra propia mirada. El mundo conocido es devastado en un segundo
como consecuencia de ese nuevo estado que ahora empapa y reorganiza todo mi
ser. El cielo y las estrellas son arrasados cada segundo para emerger con una luz
nueva dentro de mí. Tras cada explosión se erige la posibilidad de desplazarnos por
otros modos que coexisten simultáneamente, grados de manifestación vigentes a
los que accedemos cuando se alteran los funcionamientos normalizados.
El método de occidente es una forma mentis que solo se fía de lo que resulta
evidente y obvio dentro de su propio programa, dando lugar a una hermetización
creciente de la vida espontánea del ser. Se reducen la diversas y plurales formas
de iluminación a una sola claridad homogénea, extensa y plana. Por ello María
Zambrano señala hacia la necesidad de despersonalizar el programa y la histo-
ria que está suplantando al sentir originario, apresado ya por la razón. Estar pri-
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vados de este sentir originario nos aprisiona y cierra el paso, pues solo cantando
se descifra el enigma. Oír la música del pensamiento es dejar que esa potencia nos
catapulte y nos forme (pensar-discurrir), ir y venir existencial, corporal... Encon-
trarse es nacer en otro modo para el propio campo de la visión, lo cual evidencia
que no hay un método en principio para el saber de la vida, pues cada fenómeno
o situación demanda su propio método. Nacemos en cuestión de lo que se piensa,
se siente o se percibe, por ello para el sabio de la antigüedad todo cuanto se
sabe es igualmente válido.
Saber se puede de muchas maneras: Por observación aislada, por intuición, por inspi-
ración poética, por esa iluminación repentina de la mente que capta algo de modo des-
lumbrador. Y todas estas formas de saber y algunas más, se articulan en la forma de
la llamada “sabiduría” que es tradicional 1.
1
ZAMBRANO, María. Notas de un método. Ed. Mondadori. Madrid, 1989. P. 104.
2
CASTORIADIS, Cornelius. La pluralidad de los imaginarios sociales de la modernidad. Ed. Anthropos Edito-
rial. Barcelona, 1981.
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3
CORBIN, Henry. Templo y contemplación. Ed. Trota. Madrid, 2003.
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4
ZAMBRANO, María. Notas de un método. Ed. Mondadori. Madrid, 1989.
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Por ello aquí, cuando hablemos de naturaleza nos estamos refiriendo a otra
cosa, elevamos el concepto de naturaleza a aquello a lo accedemos desde el mo-
vimiento fundacional, una región que excede infinitamente a aquella otra que nor-
malizamos desde nuestros hábitos cotidianos. Este mundo sistematizado deja
de tener el privilegio dado por ser considerado como lo común, lo normal o lo na-
tural, pues desde esta otra dimensión que nos funda, la vida emana con una ri-
queza que desborda cualquier criterio de normalidad. En la menor fracción de
segundo acontecido puede haber trillones de oscilaciones, palpitaciones sucesi-
vas, encuentros, dilataciones...
La naturaleza se revela aquí como un constante hacerse y deshacerse, un su-
cumbir sin pasado ni futuro, sin espera ni tardanza, siempre aquí. Un tiempo que
no tiene temporalidad, pues no pasa, sino que siempre es nacimiento, principio y
el final de todo. La duración es una construcción, no hay grados en esa cons-
tante venida, el presente no pasa, pues un instante solo deja de ser para encon-
trar otro, para comenzar de nuevo. Tal y como nos dice Gaston Bachelard
retomando a Roupnel: “El tiempo solo tiene una realidad, la del instante”5.
Aquí hallamos la paradójica unidad entre instante y eternidad, puesto que la
eternidad no se halla más allá de un momento que tiene en sí a todos los mo-
mentos, un movimiento sin origen ni destino, una explosión que lo arrasa todo.
Esta realidad nunca podrá ser satisfecha con una respuesta conceptual, pues
elude todo intento de reducción. Cuando entramos en cierta suspensión del
tiempo, nos aborda una pregunta que procede de la evidencia de su implacable
respuesta (la respuesta precede aquí a la pregunta).
Solemos entender el tiempo y el espacio como contenedores donde ocurren los
acontecimientos, de esta particular visión surge la posibilidad de situarlo todo en
un ámbito milimetrado por siglos, años, meses, días, horas (construcción temporal),
o por paises, kilómetros, metros, centímetros (construcción espacial). Pero toda
ubicación sería imposible sin antes haber construido una serie de elementos fijos,
sustantivos, referentes, objetos, sujetos (construcción semántica). Un análisis con-
vencional comenzaría con identificar primero al referente, para luego poder ubicarlo
con respecto a los parámetros asentados. Pero lo que aquí queremos acentuar es
justo lo contrario, es decir, el acontecimiento en su especificidad inaugura en cada
ocasión su propias dimensiones espacio-temporales-semánticas, por lo que las
5
BACHELARD, Gaston. La intuición del instante. Ed. Fondo de cultura económico. México, 1987. P. 11.
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El mundo como un movimiento donde todo es fundado constantemente, una explosión que a
cada instante lo abrasa todo para volverlo a crear. Este movimiento debe ser entendido como
transformación de todo cuanto es, donde la devastación va unida siempre a un nuevo renacer
(como ese pájaro que arde emergiendo de sus propias cenizas). La creación constante señala
hacia una concepción cíclica del tiempo, donde queda abolido el tiempo lineal, consecutivo o his-
tórico. Todos los mundos son inmolados y creados simultáneamente a partir de esta múltiple
explosión.
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Nos miramos y reconocemos en eso que a cada instante aparece ante nuestro ojo, nos identi-
ficamos y devenimos según eso que captamos o sentimos (cuanto llega haciéndonos). Este es-
quema nos muestra una fórmula constituida por tres elementos que se repiten cíclicamente:
A- Es el principio activo, el ser que crea y se observa en su creación.
B- Es lo creado, el mundo, el cual funciona como un espejo en el que el creador se mira y se
comprende a sí mismo.
C- Es la síntesis de la situación creada entre A y B (creador-creación), la cual genera un nuevo
activo que abre el ciclo de nuevo.
La formula se repite constantemente, cada C es un nuevo A, un nuevo principio activo que lleva
consigo un mundo por cuyo reflejo es transformado. Cada creación demanda un nuevo modo de
ser, una fisicidad, inclinación y constitución distinta, por lo que de cada uno de estos pasos ema-
nan nuevas reglas, condiciones y posibilidades (pluralidad de mundos a los que tenemos acceso).
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Las moléculas, los seres, las fuerzas y los objetos son constantemente atravesados, desechos
y desplazados. Esta violencia original genera el mundo de cabeza a cola, todo lo que está fuera
se halla simultáneamente dentro. Desde que la hoja se desprende de la rama hasta que im-
pacta con el suelo, el universo entero es creado y aniquilado incontables veces. Toda mota de
polvo es prendida mil veces en su huida por la ventana. En este tiempo sin duración tanto el
mundo como sus criaturas emergen musicalmente, pero no podemos pensar esto como una
canción ya desplegada, sino como un canto en cuyo curso algo se pronuncia y se muestra.
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Todo se encuentra ahora mismo en estado latente, el origen de todo se halla en la fogosidad de
este preciso instante. Si no hay un principio, quedan abolidas todas las cuestiones históricas,
lo cual evidencia la imposibilidad de acceder a un fenómeno que no se esté dando en este mismo
momento. La línea horizontal del esquema hace alusión al mundo extensivo, analizable y calcu-
lable, una estructura reglada sobre la que situamos y comprendemos todo fenómeno (Con-
ciencia histórica o científica). Lo que atribuimos a un pasado ya perdido o a un futuro por venir
es consecuencia de un modo de conciencia que viene reglado a priori por una estructura sobre
la que se organiza su comprensión, percepción y operatividad. En el contexto del movimiento
fundacional todo está más cerca de lo que parece, pues todo existe simultáneamente como a
la espera de su activación. Todos los tiempos, todos los pensamientos, todas las cosas y todas
las vidas son ahora. Se sustituye el orden sucesivo por el orden simultáneo.
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El esquema del árbol ejemplifica una estructura centralizada (basada siempre en un referente),
la cual según Deleuze ha dominado el pensamiento occidental. El rizoma en cambio señala hacia
un sistema descentralizado, generado a través de direcciones y dimensiones cambiantes: Una
multitud, una manada, una avalancha o estampida. El rizoma se caracteriza por una multiplici-
dad que pertenece a todo el fenómeno, sin sujeto ni objeto. No hay puntos ni posiciones esta-
blecidas a priori, sino conexiones dinámicas y cambiantes. En este ámbito no se pueden
establecer contornos, dualidades ni cortes radicales entre regimenes de signos u objetos. El
pensamiento, la conciencia y la vida emanan del rizoma completo y descentralizado, y no de in-
dividuos que podamos aislar como recipientes o emanadores. El fenómeno se muestra aquí
como algo asignificante, solo puede entenderse en términos de fuerza, como un mapa abierto
y dinámico que conecta campos. Múltiples son las entradas y las salidas.
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Todo está hecho de la misma sustancia que el vuelo de una flecha, por lo que cada cosa se halla
vinculada mediante múltiples estadios que orbitan paralelamente. Nuestro sistema penetra en
el otro, tanto el individuo vinculante como el objeto vinculado son abrasados por una fascinación
mutua. Lo que emerge depende del propio sistema en que la mirada se encuentra o se abre.
Cuando modifico el signo estoy alterando el objeto que este representa, cuando cierro los ojos
estamos conectando con un espacio que nos excede. Sobre este marco de experiencias se eli-
mina la posibilidad de cartografiar un cuerpo u organismo propio, de localizar un punto percep-
tivo o generador, pues sustituimos la noción de referente por la de campo o zona de resonancia.
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El siguiente esquema señala hacia la imposibilidad de hallar un centro, un origen o un núcleo, pues
este puede ser encontrado en cualquier punto. El dibujo muestra como en cada entidad o fuerza
se hallan implicadas todas las demás (todo está en todo). Cualquier cosa puede convertirse en
oro de igual manera que puede llegar a ser estiércol, todo puede llegar a ser alimento, lenguaje,
vehículo, fuego… Un aparente centro u origen no es más que un fractal de otro que lo precede
y lo alberga, el centro se halla tanto en lo circundado como en lo que circunda. La imposibilidad
de un referente nos lleva a la imposibilidad de encontrar un principio y un fin para eso que ahora
se presenta como corriente. Miro y algo se pone en marcha, pienso en algo y ya está aquí, el pen-
samiento o la percepción activan o nos hacen acceder a eso que se hallaba latente, recuerdo
algo y lo traigo. Atraemos lo que desde el movimiento se nos acerca, lo cual es lo mismo que ser
o ir según el modo en que se nos lleva. Nos remontamos al origen del universo desde el mas mí-
nimo detalle (atemporalidad).
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El dinamismo del universo es algo que se aprecia más fácilmente en los procesos
naturales: El movimiento de las nubes, de las aguas, de los astros, el transcurso
del río, la caída de la lluvia, las hojas agitadas por el viento, el vuelo de las aves y
los insectos, el cimbreo del cañaveral... Pero también podemos apreciarlo en el
proceder de la música, en nuestros actos y en el flujo de pensamientos, sensa-
ciones, estados de ánimo, en el caminar… Todos estos procesos nos desvelan un
aparecer siempre cambiante, un movimiento simultaneo y un orden que no es
acotable ni reductible. Su funcionamiento se nos escapa cuando lo afrontamos
de manera directa, aquí ya no valen los argumentos, pues la comprensión solo
puede surgir desde el propio movimiento de lo que se retira. El mundo y nosotros
mismos sucumbimos como algo que se va desvelando paulatinamente, un apare-
cer emergente que no se puede derivar de ninguna estructura fija, pues esta
ocuparía el lugar de lo que debe venir.
En este dinamismo las posibilidades son múltiples, debido al cambio de as-
pectos en el que se nos muestra (ahora así, ahora de otro modo). El mundo se nos
revela como un espacio donde no hay realidad ni irrealidad, sino un constante ha-
cerse sin medida ni fundamento, tal y como un texto en cuyo curso traemos o
alejamos, nos detenemos o penetramos. La vida se presenta como una manada
que se crea a si misma constantemente, un flujo perenne sin principio ni fin, un
devenir experiencial y siempre cambiante. María Zambrano nos habla de este
tiempo siempre naciente, inacabable, inabordable, como un palpitar, un soplo o
un respiro que se reaviva o reenciende:
Un tiempo que brota sin figura ni aviso, que no mide movimiento alguno ni parece que
haya venido a eso. Y que al no tener ninguna figura, de nada puede ser imagen. Un
tiempo que no alberga ningún suceso, ni se le nota que valla a ser sucesivo, ni tampoco
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6
ZAMBRANO, María. Claros del bosque. Ed. Seix Barral. Barcelona, 1993. P. 30.
7
BOHM, David. La totalidad y el orden implicado. Ed Cairos. Barcelona, 2002. P. 31.
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ter de presencia fija, hacia otra propiedad que incide en la dimensión constitu-
tiva del propio encuentro, donde el sujeto-objeto no son ya modelos propuestos,
sino producto de cierto modo de observación.
Este desplazamiento que aquí nos incumbe se produce por una especie de
empatía o afinidad entre fuerzas, imanes, tensores... Un movimiento que no debe
ser entendido como consecutivo, sino como una especie de escalada en sentido
vertical (simbolismo de la escalera), una alteración del campo de resonancia que
pone nuevos sistemas en juego. El hecho de que este desplazamiento sea hacia
arriba o hacia abajo carece aquí de importancia, la cuestión radica en la posibili-
dad de cierta metamorfosis que el sentido común nos obliga a ignorar.
Cuando leemos un libro accedemos repentinamente a un estado de cosas que
este revela, una esfera de fenómenos que resulta actual, aunque sea solo en el mo-
mento de lectura o desde la memoria, cuando puedo acceder a ese modelo. Esa
imagen que me conmueve me lleva directamente a algo que convive conmigo, pero
que permanece escondido casi todo el tiempo, si la llevo siempre encima es para
conseguir que eso nunca me abandone. El hecho de que las estrellas desaparez-
can durante el día, no significa que estas dejen de poblar el cielo. Las circunstan-
cias en la que nos encontramos tras cada choque nos desplazarán en una u otra
dirección. Que yo esté escribiendo en estos momentos no significa que el río por
el que caminé esta mañana haya dejado de sonar, el simple hecho de recordarlo me
desplaza de nuevo a ese mundo paradisíaco. El hecho de que en determinado mo-
mento sueñe que vuelo sobre los tejados no significa que el cuerpo anatómico
deje de existir, este sigue manifestándose desde su propia esfera o sistema.
Lo que aquí sustanciamos es una teoría de los comienzos que no tiene fin, sin
aposento ni sosiego, sin paradero, como un ser errático y camaleónico. Algo que
no conduce a ningún horizonte estable, sino que es un infinito surgimiento. El in-
tento de explicación del ser humano no alcanza en absoluto lo sencillo del propio
hacer mundo. Las cosas están en un perpetuo hacerse, pero no son nunca algo
acabado, no tienen un fin. Nada hay tematizado en el devenir de la vida, ni el su-
jeto ni el objeto están propuestos. Todo gran crecimiento lleva consigo un enorme
desmoronarse y perecer de lo que fue un segundo atrás, cada realidad particu-
lar remite al todo, y solo puede entenderse en su relación con un todo que no es
estático, sino que cambia constantemente.
El mundo como dinamismo será abordado desde cuatro puntos o apartados:
El acontecimiento, Lo inmediato, El ser del ente, El encuentro, los cuales se com-
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plementan para ofrecernos una amplia panorámica de tal concepto. Con todo
este desarrollo abordaremos uno de los dos polos con los que nos acercamos al
fenómeno del movimiento fundacional. Este primer polo ahondará en aquellos as-
pectos relacionados con la cercanía, lo inmediato, aquello que nos incumbe más
directamente, el acontecimiento como encuentro revelador, el devenir como des-
plazamiento de aquello que somos, el movimiento (viaje) como eso que nos con-
cierne en todo momento.
El acontecimiento
Podemos caminar por la calle de un pueblo, una ciudad, el contorno de un río,
una habitación, sentarnos bajo un árbol, observar un objeto, una imagen... Lo que
en cualquiera de estos lugares sucede, excede infinitamente aquello otro que
podemos explicar, describir o normalizar desde nuestros lenguajes. Lo que ocu-
rre cuando voy por un bosque nada tiene que ver con lo que podemos encontrar
en un libro de ciencias naturales. Alguien puede leer muchos tratados sobre agri-
cultura, pero jamás se asomará ni por asomo a la sabiduría del campesino anal-
fabeto que lleva toda su vida dialogando con su entorno. Con esto solo queremos
puntualizar como aquello que sucede junto a nosotros, sobrepasa abismalmente
a cualquier intento de medida u objetivación. Todo proceso tiene una dimensión
irreducible a un resultado o significado, el fenómeno en su amplitud poco tiene
que ver con los datos bajo los que se pretende comprender, pues cada situación
genera un mundo propio junto al cual nos fundamos.
Hemos usado el término acontecimiento como título de este primer apartado,
puesto que este concepto nos permite profundizar en el ámbito de la experien-
cia despojados de la carga del referente identitario. La propia gramática de nues-
tro lenguaje da privilegio al sujeto, el cual se halla siempre en el centro de toda
acción, nosotros sin embargo intentaremos tomar el verbo (la acción o el suceso)
como eje, a partir del cual emana el propio sujeto que se ve implicado. De este
modo la intención de nuestros análisis no se ve perturbada por ciertas nociones
(referentes) que predominan en nuestros discursos. Esto nos permite centrarnos
en lo que sucede, lo que viene creándose, desviando esa atención frecuentemente
centrada en los modelos prefabricados (entes). De esta forma invertimos el pro-
ceso: Será a partir de la especificidad del propio acontecimiento donde tiene lugar
la constitución óntica, es decir, es el propio suceso el que produce al ser que se
pronuncia o manifiesta como naturaleza, individuo, animal, viento...
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completamente ajenos, el esfuerzo por llegar a ciertas cuestiones nos movió por
lugares a los que nunca antes habíamos llegado. Las conquistas de este desplaza-
miento no habrían tenido lugar sin todos los elementos que habían conducido el pro-
pio pensar: El clima fresco y silencioso que recorría la calle, el techo estrellado que
inunda el cielo, la brisa y la oscuridad de la noche, el recorrido que nos precedía y
nos colocaba en aquel lugar… Esto nos lleva a considerar como el pensar no brota
tanto de mí como sujeto pensante (referente identitario), sino de un devenir múlti-
ple en el que éste tiene lugar. En otras circunstancias no hubiésemos alcanzado
esas ideas que ahí nos abordaron, pues el manantial se halla en el propio aconteci-
miento de donde brotaron tales consideraciones (a pesar de que nuestras bocas
fuesen el canal por el que estas palabras emanaron casi como arrancadas).
Esa idea que en un momento concreto me aborda e ilumina, no me pertenece,
pues procede de toda una orquestación que la hace posible. No es el instrumento
el que expresa, tampoco el interprete que lo hace vibrar, sino que es el propio
mundo el que habla contemplándose y creándose a sí mismo.
El papel que juegan toda esa multitud de aspectos que solemos considerar
como exteriores a nuestro propio organismo, nos llevan a sospechar que eso de-
nominado como pensamiento o conciencia de sí, no es una cuestión meramente
humana. También la piedra que porto en mis manos piensa conmigo, también la
luna que se levanta y esa rama que se tambalea piensan conmigo, sienten con-
migo, comprenden conmigo. Con estas consideraciones nos acercamos a la idea
del intelecto agente, un concepto que proviene de diferentes tradiciones griegas
y árabes, y que Pico Della Mirandola rescata en pleno renacimiento para sacarlo
a debate. Se trata de una inteligencia que no puede ser localizada en ningún in-
dividuo o sujeto, puesto que se trata de algo que emana de todas las cosas. El in-
telecto agente así como la propia vida se hallan en todas partes, porque no están
en ninguna parte. Esta idea sugiere que la mente actúa desde todas las cosas, lo
cual nos abre hacia el misterio de las puertas de la inteligencia (cábala), cuestio-
nes sobre las que repararemos más adelante.
Muevo la mano y la acerco al objeto, lo toco con la punta de los dedos, o qui-
zás es el frasco el que me atrae para poder tocarme. Soy yo quien observa, o
quizás ambos nos contemplamos desde un mismo ojo. Dudamos de que la con-
ciencia que de aquí brota tenga lugar dentro de mi cabeza, dudamos incluso de
que el pensamiento tenga lugar en ese órgano que llamamos cerebro. Es la si-
tuación en su dinamismo la que piensa y opera, es de todo este embrollo organi-
zado de donde surge la conciencia de lo que está sucediendo. Tal y como una
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Desde esta óptica no hay un sujeto que piensa y un objeto pensado, puesto
que el pensamiento pertenece al devenir en que ambos vienen formándose. Para
comprender esto es preciso saber que aquí no nos estamos refiriendo al pen-
samiento en cuanto contenido (sustantivo), señalamos hacia el pensar en cuanto
fuerza que brota, revela y mueve (emanación en acto). No hablamos de la canción
en cuanto entidad cuantificable, sino del canto como potencial transmutador y
vehiculador. Ese proceder instantáneo no pertenece a un sujeto interior que re-
flexiona sobre lo que hay fuera, sino a un movimiento de todo cuanto procede. Es
en la corriente donde se hacen posibles todas esas virtudes que atribuimos al ser
humano, de esta manera los verbos: Pensar, ser y mirar quedan desvinculados
del sustantivo que lo lleva a cabo, para derivarse más bien del acontecimiento en
el cual se producen.
El pensamiento así como todas sus actividades, deja de ser un ejercicio o una
operación psicológica del sujeto, para implicar un modo de ser que permite el ac-
ceso a determinados mundos. Esta es la causa por la que Deleuze señala cons-
tantemente hacia la necesidad de superación del sistema de referencias
objetivas de la psicología, pues lo psicológico queda ya emparentado con todo un
panorama que gobierna. Debemos abrir enigmas en ejecución, enfocar el pro-
blema desde lo captado, puesto que “no existe una forma de existencia particu-
lar que podamos llamar realidad psíquica”8. Lo físico y lo psicológico (lo anímico),
se muestran así como dos mundos inseparables.
El acontecimiento no solo nos permite superar el concepto de sujeto como
cosa aislada de la que brota el pensar, también nos abre la posibilidad de supe-
rar el prejuicio de que el pensamiento surge y pertenece a la mente de un indivi-
duo consciente y pensante que se encuentra entre otros no-pensantes u
no-conscientes. De esta forma el hombre queda desbancado de su posición de
ser superior, racional y dominador de un mundo inerte que se extiende bajo su
mandato. Desviamos la atención puesta en el cerebro como órgano principal de
la actividad humana, para señalar hacia el acontecimiento como motor o mecha
que enciende y da lugar a cuanto sucede. La mente consciente es como el movi-
miento del viento y el fuego, un caudal emergente de apertura que en su arder
crea y destruye simultáneamente. Pensar no significa abstraernos con algo ajeno
a cuanto aquí sucede, puesto que somos o devenimos en ese modo. El pensa-
miento se muestra así como un nivel de captación de cuanto viene formándose,
8
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix. El anti Edipo. Paidós. Barcelona, 1995. P. 34.
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destaca una frase típica del Zen: Que es lo que así viene, y con la cual pretende
hacer alusión a algo que está más allá de toda definición9. Decir que los seres
aparecen “así” (de tal manera), no es ni afirmativo ni negativo, puesto que afir-
marlo o negarlo sería seguir regidos por lo sustancial. Esta imposibilidad de los
contrarios es lo que nos muestra la insustancialidad de todo lo que es. La dia-
léctica entre lo ya llegado y lo que todavía no (es o no es), tener no-tener, poder
no-poder, ser no-ser, proceden del principio de sustancialidad, el cual condiciona
el modo en que todo se manifiesta. Por ello dividir la vida en mundo real y mundo
aparente (lo que existe y lo que no), es un signo de decadencia, de debilidad, de ne-
cesidad de protección y reafirmamiento.
La naturaleza del ser es ilimitada y no sustancial, este carácter emergente
que pertenece al acontecer muestra como todos los seres son insondables y ab-
solutos (inobjetivables). Hablar del ser es insustancial, puesto que este perte-
nece al movimiento, al devenir de lo creativo, por lo que la comprensión se da aquí
en algún modo de sincronicidad (iluminación), punto en el que todas las cosas son
alcanzadas a la vez. Desde este dinamismo conjunto, es imposible localizar el lugar
espacial o temporal desde donde tienen cabida todas estas potencialidades (pen-
sar, creer, sentir, imaginar, percibir, amar…). Así que todo cuanto se mueve o nos
incumbe tiene algún tipo de voluntad y está implicado en eso que llamamos con-
ciencia.
Lo que el acontecimiento revela es que la idea de hombre con la que nos iden-
tificamos y desde la que nos comprendemos es reduccionista, pues es tan solo
uno de los infinitos modos posibles. Si momentáneamente fuésemos capaces de
apartar a un lado el sentido común que sistematiza cuanto sucede, experimen-
taríamos toda una amplitud desconcertante y completamente desconocida para
el individuo civilizado y cultivado (programado). El movimiento fundacional (como
concepto central de toda esta primera parte), nos irá enfocando constante-
mente hacia ese mundo inmediato que se va generando y emergiendo junto a
nosotros mismos, una cercanía desde la que comprendemos y somos lanzados
una y otra vez como diferencia (viaje).
9
DOGEN, Shobogenzo. La naturaleza de Buda. Ed. Obelisco. Barcelona, 1989.
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Lo inmediato
Hay algo que me sobrecoge en ocasiones, su violencia es tan fuerte que me ca-
tapulta a gran distancia, por un momento veo caer un denso velo, una máscara que
ocultaba otra cosa muy diferente. Al descalzarme, el pie desnudo encuentra algo
que ya casi había olvidado, ese cosquilleo que me sube me hace recuperar algo im-
portantísimo. Cuando sus dedos tocan mi frente recorro una distancia mayor que
la que pueda haber entre el sol y la tierra, la fuerza que entonces arremete me
saca de los raíles, generando una nueva órbita por la cual oscilo. Para quien ob-
serva con distancia tan solo he dado un paso de apenas veinte centímetros.
Lo inmediato es eso que nos encontramos en el camino, algo que surge a
nuestro paso, la mirada que cruzamos en la calle, el viento que nos embiste al
torcer la esquina, el sentimiento que nos sobrecoge en determinada situación, la
melodía que nos llega y nos levanta... Con todos estos ejemplos señalamos hacia
un contacto directo con algo que se abre y nos abre. Llamémoslo vivencia sin me-
diación o experiencia de lucidez (mira esto que está aquí y ahora). Esta proximi-
dad será el concepto con el cual medimos la cercanía o lejanía de las cosas,
medidas que nada tienen que ver con la distancia espacial (aquí o allí), sino con el
grado de implicación de cuanto se nos demanda. Lo inmediato alude a lo cercano,
eso que nos toca y nos afecta transformando el curso en el que nos hallamos.
Este camino por el que transitamos es como un agua fresca que podemos pal-
par, sentir y degustar, por ello el zen nos dice que las respuestas al misterio son
inmediatas, están a la luz del mundo, y el problema no es que no hayamos pensado
lo suficiente en ellas, sino que hemos pensado demasiado. De esta forma quita-
mos el énfasis sobre lo que somos capaces de explicar y racionalizar, para seña-
lar hacia eso que podemos llegar a captar, percibir o habitar.
Preparo la cama en la terraza, estamos en pleno verano y la noche es perfecta
para dormir a cielo descubierto. Puedo observar tumbado como la luna llena se le-
vanta sobre la casa, el momento se hace propicio para la operación que quiero
llevar a cabo. Tomo una de las piedrecitas que ayer fui a coger al río, elijo una blanca,
brillante y redonda por su semejanza con esa luna radiante de ahí arriba. Esta si-
militud hace que la piedra que tengo en mi mano adquiera un nuevo rango, pero no
se trata de algo que atribuyo al objeto, sino de algo que se cuela y descubro a tra-
vés de él. Observo ambos elementos que son el mismo, uno en el cielo y el otro
sobre la palma de mi mano. Tomo un rotulador y dibujo un punto sobre la piedra,
un ojo al cual me siento vinculado por haber sido abierto en este momento tan
especial. Coloco cuidadosamente la piedra bajo la almohada y me tumbo, apoyo la
cabeza y me arropo. Ahí encima sigue la luna sobre la que he abierto un ojo, no im-
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porta si toda esta operación me servirá para recibir sueños o no, pues ya siento
un cauce por el que empiezan a venir cosas, algo se ha puesto en marcha.
Todo acto u operación atrae ciertas virtudes, sensaciones, pensamientos,
afectos, influjos... lo inmediato sería eso que veo o capto de algún modo, algo que
me invade desde el propio acto, y sobre lo que no puede surgir ninguna duda. De
aquí procede toda una tradición que conversa y se mueve con los elementos y
los fenómenos, donde el trato del color, las formas, la luz o el sonido son funda-
mentales. Cuando preparamos una infusión, un pigmento o un incienso, estamos
trayendo o provocando determinados movimientos. El uso de estas pócimas está
ligado desde la antigüedad a toda una vinculación con los ciclos celestes, un es-
tado de ánimo alterado y lúcido propiciado por la precisión del lugar y el momento
adecuados, por el modo y la forma en la que operamos, un simbolismo que nos da
acceso con cada acto a todo un acontecimiento arquetípico (ritual). Cuando
quemo la sustancia preparada, emanan una serie de sensaciones que agitan mi
cuerpo: La forma de la llama, el olor, el movimiento ascendente del humo, el modo
en el que los diferentes elementos son abrasados, la posición del sol con res-
pecto a la llama. En este tipo de sucesos surge lo que podríamos denominar como
una comprensión sintiente, una cercanía que se alcanza cuando atendemos y nos
entregamos con total sencillez a cuanto sucede, sin necesidad de resguardarnos,
protegernos o distanciarnos con argumentos o consideraciones.
Por el contrario, la lejanía es aquello que permite separarnos de las cosas
para mirarlas desde cierta distancia, con esto conseguimos no vernos implica-
dos o afectados. El alejamiento se produce cuando el observador y lo observado
se muestran como dos cosas diferentes, como dos objetos separados. Esta toma
de distancia nos permite fijar el objeto y conservarlo como un ente a nuestra
disposición (almacenable y utilizable), emplazándolo según los intereses del pro-
pio método en una determinada categoría y función. Tal y como señala Baudrillard,
nos enfrentamos a una lógica de la simulación que no tiene ya nada que ver con
la lógica de los hechos (precesión del modelo sobre el hecho), donde todo lo ve-
nidero se hace coincidir con los modelos de simulación. El dato deja de funcionar
como referencia para sustituir al propio objeto que representa. El descubri-
miento es el signo de la muerte del objeto, pues este queda ya emplazado den-
tro de toda la cadena de simulación. Solo lo que queda oculto está a salvo del
arqueólogo10. Esta pretensión de controlar, comprender y dominar cuanto nos
10
ZAJ. Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Madrid, 1996.
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hallar sobre este. El objeto tiene una vida que no puede captarse sino es acom-
pañándolo, desplazándonos en el modo que el mismo nos reclama. Cada situación
genera unas nuevas condiciones, un diálogo diferente, una aventura impredeci-
ble. Esta maleta no es la misma que ayer, yo tampoco lo soy, siento como voy ac-
cediendo a algo que se me muestra paulatinamente, a su propio ritmo. ¿Qué
sucede cuando cojo en mis manos determinada pieza u objeto? solo puedo decir
que instantáneamente me trae algo, esto que llega me hace funcionar de otro
modo. Cójanlo vosotros mismos, miradlo con vuestros propios ojos, dejad que
estos os digan y os lleven. Sientan lo que está pasando sin intentar razonar ni fil-
trar cuanto sucede. Deja que ese pedazo de madera entre por tus ojos como de-
vorándote, que penetre por toda tu piel y active ciertos órganos que estaban
dormidos, déjalo pulverizar la mente para que esta brote con un nuevo caudal.
Buscando este tipo de contacto con los materiales, comencé hace varios años
a realizar un tipo de obra donde los elementos empleados se iban manifestando
desde sí mismos durante todo un proceso lleno de sorpresas. Ya empezaba a su-
ceder algo cuando distribuía todos los materiales sobre varias mesas (trozos de
madera, piedras, canutos de caña, cuerda, alambre, fragmentos de tela…). Todo
un arsenal de elementos de diferente índole yacía allí desplegado. Me di cuenta
que en este punto del proceso ya había conquistado o aprendido algo, simple-
mente por la propia tarea de recolección de los diferentes objetos, por el modo
en que se hallaban allí expuestos para algo que ni siquiera yo en ese momento
sabía. Era como disponer de un laboratorio en el que poder palpar y contemplar
el comportamiento de cada elemento. Conforme iba ensamblando los materiales
por medio de cuerdas y alambre, sentía sus diferencias de peso y de textura.
Cuando tomaba en las manos las piezas ya ensambladas, notaba que irradiaban
algo que no se encontraba en los materiales anteriores por separado. Como si
cuando atas fuertemente una piedra a un trozo de madera, ambos materiales
se transformasen debido en parte a la propia violencia con que el acto había sido
ejecutado. Los elementos con los que interactuaba me transmitían una energía
que paralelamente les era devuelta. Cada nuevo ensamblaje constituía un nuevo
descubrimiento.
Tome una plancha de piedra a la cual pretendía hacer unos agujeros con un ta-
ladro. Cuando la broca penetraba en la piedra se formaban alrededor del agujero
unos montículos de arena finamente triturada. Parecía imposible que aquella can-
tidad de arena hubiese salido de aquel minúsculo agujero. En este taladrar las pie-
dras sentía un gran placer, un goce que provenía de haber comprendido algo muy
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importante. Puede que desde nuestro pensar lógico uno sea capaz de prever que
el volumen de arena será bastante mayor que el hueco del agujero, puede que in-
cluso pudiese explicarme tal fenómeno de forma completamente coherente. Pero
al llevar este hecho a cabo suceden otras muchas cosas que no están inscritas en
la teoría o la deducción. Por nuestro razonamiento podemos deducir que si tiro un
tomate contra una pared, este reventará sobre el muro, pero cuando tal acción
es llevada a cabo uno se da cuenta de que sucede mucho más de lo que el juicio
había previsto. Lo cual evidencia que en el marco de la acción son implicados infi-
nidad de factores que son ignorados por el razonamiento previsor.
En este sentido me impresionó el trabajo llevado a cabo por el grupo Zaj, donde
se experimentaban con este tipo de situaciones. En esta dirección quisiera des-
tacar una acción llevada a cabo en 1965 por Walter Marchetti, la cual se titulaba:
Música para un vaso no demasiado grande, y consistía básicamente en verter
una botella de agua sobre un minúsculo vaso de chupito11. La fotografía que do-
cumentaba tal acción me impresionó tanto que entendí que no comprendería la
magnitud de tal acto sino era llevándolo a cabo yo mismo. Esto me hizo com-
prender como toda predicción reduce abismalmente lo que sucede en torno a un
fenómeno. Aunque nuestra representación nos hace creer que conocemos per-
fectamente determinados entes (una piedra, un árbol, un pájaro…), cuando nos
encontramos frente a ellos de una forma abierta comprendemos que tal pre-
dicción es nula en comparación con lo que puede llegar a suceder.
Coloco una manzana sobre la mesa, la corto por la mitad y observo meticulo-
samente el modo en el que está constituida, su ingeniería es perfecta, imposible
de imitar, su estructuración impecable, casi imposible, como venida de otro
mundo. Si intento comprender el modo en que ese cuerpo ha ido creciendo y ge-
nerándose, el vértigo es aún mayor. El trozo de raíz que tengo sobre la mesa no
es un ente desplegado y cognoscible, sino un ser que cada día me trae un mundo
nuevo, me dice cosas que no cesan de recordarme algo que no debo olvidar. Este
piñón que se cruzó en mi camino un día que paseaba por el campo, no me trae una
experiencia pasada, sino que me hace acceder directamente al mundo y al es-
tado de conciencia en el que nos encontramos. En sus pestañas sigo viendo los
cientos de ojos que llamaron mi atención entonces. El objeto se muestra como
una síntesis de todos los tiempos, permitiendo una escalada vertical en la que
11
ZAJ. Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Madrid, 1996.
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Los objetos así mimados nacen verdaderamente de una luz intima, ascienden a un nivel
de realidad más elevado que los objetos indiferentes, que los objetos definidos por la
realidad geométrica. Propagan una nueva realidad del ser12.
Residir en las cosas implica un desplazarse desde aquello que se nos demanda,
para que la dirección de cada acto responda a los requerimientos del momento
mismo. Los objetos con los que convivimos se hallan totalmente implicados en los
pensamientos que nos abordan, en el sentir o en la conciencia que junto a todo
esto brota. Pero no estamos aquí hablando de la cosa en tanto que entidad ob-
jetivable, sino del objeto como puerta por la que se cuela todo un caudal capaz
12
BACHELARD, Gaston. La poética del espacio. Ed. Fondo de cultura económica. Madrid, 2002. P. 100.
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13
DAXELMÜLLER, Christoph. Historia social de la magia. Ed. Herder. Barcelona, 1997.
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14
AGRIPPA, Cornelio. Filosofía oculta. Ed. Kier. Argentina, 1994.
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El encuentro
Me tumbo en la tierra boca abajo y me deshago, la superficie se adapta a mi
cuerpo y consigue atraparme por completo. En este derramamiento hallo uno de
los mayores placeres que puedo experimentar, un viaje a lo más profundo de la
materia, desconecto de todos los códigos referenciales y me diluyo en este con-
tacto aniquilador. La imagen en la que me reconozco se desvanece, desaparezco
para nacer plácido en un nuevo mundo que se abre. El universo entero sueña y se
regocija como una liebre en su confortante madriguera. En este choque incon-
trolable todo será demolido y configurado de nuevo, tras la explosión todo apa-
rece como recomponiéndose, formándose, renaciendo.
En un sueño vi un maniquí sin cabeza situado en un espacio amplio tras el ca-
becero de mi cama. A través de la propia mirada le dije que se acercara y me tra-
jera lo que yo quería. Se llegó al borde de mi cama y allí saco varios objetos y
papeles del hueco de su cuello, yo como satisfecho le ofrecí la mano en señal de
agradecimiento, pero solo me tomo uno de los dedos. Lo apretó con fuerza y em-
pezó a girarlo muy lentamente. Comencé a sentir dolor y puse a girar todo mi
cuerpo en el sentido en que retorcía el dedo. Las vueltas se fueron acelerando y
sentí como me convertía en una masa informe, un remolino en el que empezaba
a sentir un gran vértigo. Este encuentro me reveló una nueva cara de toda una
serie de sucesos que había estado viviendo en los últimos días. No hacía falta in-
terpretar nada ni sacar conclusiones, la escena revelaba mucho más que cual-
quier interpretación o significado que hubiese intentado desentrañar.
El encuentro tiene lugar en todo momento: Al cruzar el puente, tras la es-
quina, cuando cierro los ojos, en los sueños, en las ideas que inesperadamente
nos abordan, en aquello que encontramos en el camino, en los detalles… Se
trata de algo que no se describe, no se atrapa, sino que simplemente sucede, por
ello este rasgo sorprendente suele pasar desapercibido en multitud de ocasio-
nes. No consiste en algo que puedas poseer o nombrar, sino de un espacio emer-
gente por el que puedes transitar, un sendero que se abre y nos solicita. El
equilibrio del niño o el poeta radica en que no tienen que pensar en las cosas, sino
recorrerlas, vivirlas, descubrirlas. Por ello toda actividad artística se funda-
menta en este fenómeno del choque, tanto la acción del creador como la del es-
pectador gravitan en torno a esta colisión o viaje. Dibujar es como alcanzar un
estado, vivir una experiencia, entrar en contacto con determinados seres y mun-
dos. Desde estos procedimientos descubrimos accesos que antes estaban com-
pletamente sellados.
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Cuando paso junto a las casas en ruina, cuyos techos se han hundido, siento la
curiosidad de penetrar allí donde no se sabe que se puede uno encontrar. Sobre
el suelo hay casi un metro de espesor de escombros, con un palo comienzo a mover
cosas que dejan ver otras que estaban tapadas. Excavo ahí donde nadie sabe que
es lo que hay, empiezan a aparecer muebles, papeles, libros, enormes clavos... Hallo
un objeto medio enterrado, escondido, aunque un poco asomado, como requiriendo
y ofreciendo algo simultáneamente. Esa pequeña insignificancia me hace precipi-
tarme porque reconozco algo en ese fragmento. Lo guardo en un bolsillo o mochila,
para colocarlo posteriormente junto a otras piezas que voy almacenando. Sobre
la mesa se va reconstruyendo un mundo plástico por el que puede navegarse.
Todos esos objetos van entablando una especie de amistad, unos vínculos que los
hace potenciarse unos a otros. Algo empieza a nacer ahí, sobre esa estantería,
pero simultáneamente también en otros lugares (en mi propia mirada). Los con-
tenedores de la obra, los restos de mudanza, los trasteros, almacenes, escom-
breras y ruinas son lugares perfectos para este tipo de hallazgos o tesoros. Pero
la cuestión cambia cuando buscamos estos objetos en tiendas o anticuarios,
puesto que los espacios no te reclaman de la misma manera.
Durante varios años iba al mercado y esperaba a que los tenderos tiraran la
fruta y la verdura que ya no podían vender, esto se convirtió en una práctica que
potenciaba el fenómeno del encuentro. Si voy con dinero a comprar puedo com-
prar cualquier cosa, por lo que todo se rebaja al nivel de mercancía, pero cuando
vas a buscar a la basura y encuentras cajas repletas de frutas y verduras, el día
se convierte en un festín. Cojo una caja de cartón vacía y selecciono cuidadosa-
mente cuanto me sea aprovechable, luego pasaremos horas cocinando todo lo
recogido, pero todo este alimento es como un regalo venido del cielo. Cuando las
facilidades económicas son menores, el encuentro se da en un grado más elevado,
por ello el vivir con el mínimo gasto implica toda una filosofía de vida, pues con-
lleva una mayor riqueza e intensidad de experiencias. La conciencia accede a un
umbral diferente, donde el choque se da en otro grado. Ya no se produce una
mera adquisición de mercancía, sino un encuentro sorprendente que nos movi-
liza, todo cuanto aquí hallamos está tan vivo como nosotros mismos. Entre el ob-
jeto comprado y el encontrado existe una distancia inmensa, entre el encuentro
premeditado (programado), y aquel otro que surge por sorpresa, hallamos una
distancia incalculable.
El fenómeno del encuentro está relacionado así con el temple, los sentimien-
tos, los pensamientos, las circunstancias o las condiciones en que se producen.
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Pero esto no tiene nada que ver con lo subjetivo, sino que hablamos del senti-
miento como una condición atmosférica que de repente lo impregna todo, algo
que nos excede y que por lo tanto no podemos controlar a nuestro antojo.
El estado de conciencia que ahora me gobierna me coloca en cierto grado de
manifestación de las cosas, lo cual revela como el problema de la espacialidad no
puede resolverse desde medidas premeditadas, sino a través de estados de con-
ciencia. Las condiciones en que nos movemos generán o articulan el propio es-
pacio, este puede dilatarse, alargarse, volverse hostil, inmenso, placentero... Lo
cual significa que si conseguimos alterar el grado en el que nos movemos, cam-
biamos las propiedades del espacio que nos habita (múltiples son los dispositi-
vos y procesos de los que disponemos para ello). Las paredes o las ventanas de
esta habitación no delimitan el radio de lo accesible, pues el espacio se redimen-
siona constantemente cuando razonamos, leemos, trabajamos, conversamos, o
simplemente atendemos a ese insecto que aletea en la ranura de la ventana. Lo
que ahora nos incumbe poco tiene que ver con la rigidez de unas supuestas me-
didas convencionalizadas, puesto que toda noción es relativa a los estados por
los que discurrimos. Todos estos factores son una prueba de la variedad de po-
sibilidades en las que puede darse el impacto con el mundo, por lo que resulta
imposible constatar la verdadera naturaleza del objeto al que accedemos. Todo
dependerá de la dirección de nuestra mirada, según donde coloquemos las an-
tenas, un montón de cosas empiezan a cruzarse, según la frecuencia que sinto-
nicemos, nos tropezamos con un mundo u otro.
Trabajando como ayudante de atrezzo para una serie de televisión, debía estar
constantemente atento a todo lo que hacía falta para cada secuencia. Durante
la grabación observaba los monitores para evitar desaforos o que se enfilaran
objetos en cámara. Cuando había un cambio de decorado disponía de unos minu-
tos de descanso, mientras trasladaban las cámaras yo me sentaba frente a un
piano que había en uno de los decorados. Presionaba dos teclas, cerraba los ojos
y todo cuanto me habitaba parecía renovarse, este encuentro hacía brotar mi
pensamiento como una fuente. Un montón de cosas empezaban a llegar, por unos
minutos esta forma de meditación me llevaba muy lejos de allí. Toda mi sangre y
mi aliento eran purificados. El cambio de plano se activaba con tan solo un par de
gestos rituales: Sentarme en la banqueta, respirar hondo y presionar dos teclas
del piano. Este tipo de desplazamiento elimina nuestra noción convencional del
espacio, las medidas o una posible localización geográfica resultan aquí irrele-
vantes, pues el movimiento ha tenido lugar sin dar un solo paso. Se ha producido
92
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un cambio de óptica que nos ha llevado muy lejos de donde nos encontrábamos
dos o tres segundos antes. Cambiamos así nuestra noción de espacio, por la de
estado (grado de manifestación), lo cual nos enfrenta a una nueva espacialidad
que poco tiene que ver con la rigidez de unos patrones convencionalizados. Así
vemos como eso inmediato que nos incumbe puede variar completamente cuando
alteramos el sentido o la dirección en la que los actos nos empujan. Ya no me en-
contraba entre actores, cámaras y decorados, sino que era el propio cielo el que
me hinchaba elevándome como un globo.
En este sentido Mircea Eliade ha analizado las variantes de la experiencia re-
ligiosa del espacio (experiencia del espacio sagrado), eligiendo ejemplos de cul-
turas y épocas diferentes. Revelando una diferencia de estructura con respecto
a la experiencia de un espacio geométrico, homogéneo y neutro que se da en las
concepciones profanas contemporáneas. Estas diferencias de estructura vie-
nen articuladas por los propios lenguajes o dispositivos por los que nos vemos in-
terpelados, son los propios signos vivificados los que nos hacen descubrir una
nueva dimensión del espacio. Esto muestra como no hay una reacción homogé-
nea ante los fenómenos naturales, pues los dispositivos (mitos, símbolos, valores,
referentes...) de cada cultura articulan de algún modo las dimensiones espacio-
temporales a las que nos vemos abocados. Son muchos los ritos que acompañan
al franqueamiento del umbral doméstico, tránsito de un modo de ser a otro (rup-
tura de niveles). Toda hierofanía espacial revela así una nueva constitución onto-
lógica del mundo15.
Cuando era pequeño imaginaba que bajo mi cama había una puerta que co-
nectaba con galerías y ciudades donde vivían multitud de criaturas. Casi todas las
noches miraba bajo la cama antes de acostarme. Esta situación me llevó a crear
una serie de reglas de convivencia: Mientras yo durmiese no podrían hacerme
nada, solo si permanecía despierto sobre la cama. Así que siempre que me acos-
taba fingía quedarme dormido en seguida, de esta forma me sentía seguro ante
posibles ataques. En cierto modo yo sabía que esa puerta bajo mi lecho tan solo
podía ser percibida desde la imaginación que yo había desarrollado, pero seguía
sometiéndome a ese mundo porque me permitía mantener el contacto y descu-
brir un nuevo espacio dentro de mi propia habitación.
El espacio se va generando siempre acorde con el modo en que vamos, por lo
que no puede imponerse una medida que rija aquello que debe ser admitido. Es
15
ELIADE, Mircea. Lo sagrado y lo profano. Ed. Paidós. Barcelona, 2003.
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desde los códigos que desarrollamos (que nunca son caprichosos, sino que vie-
nen como dictados por eso que nos interpela), desde donde nos vemos confron-
tados hacia una exterioridad en la que el propio ser se viene configurando. Es el
barro con el que cubro mi cara el que me confronta con un mundo al que esta
criatura que ahora viene formándose pertenece.
Este fenómeno del choque revela que lo importante no son tanto las perso-
nas o las cosas (referentes identitarios), sino el grado o condiciones en que el en-
cuentro se produce. El sentido de la visita dependerá del espacio generado entre
el visitante y el visitado. Las personas con las que más a gusto me encuentro son
precisamente aquellas con las que el acontecimiento es elevado a tal nivel de ma-
nifestación. Estos diferentes grados en los que puede producirse el encuentro,
no afectan exclusivamente a los individuos que de repente coinciden en un cruce
de caminos, sino a todo cuanto va con ellos (mundo). El cielo se tiñe de un tono u
otro dependiendo de las condiciones de cierta conversación, la silla se muestra
como incomoda o confortable, el lápiz se transforma en herramienta o en vehí-
culo, en producto o en un arma blanca. Una misma persona puede traernos el
cielo en unas ocasiones y el infierno en otras. Pero ese mundo que se teje desde
el encuentro no puede ser entendido como algo traído por ese ser que de repente
se presenta ante nosotros, sino como algo derivado del propio choque, es decir,
de la concordancia entre ambas partes.
Todo esto muestra como eso que nos concierne no puede ser concebido ex-
clusivamente desde ciertos patrones que determinan el modo en que todo se
presenta. El fenómeno del encuentro revienta al ente cosificado, mostrando que
son múltiples los grados en los este puede darse. Ejemplos precedentes a esta
noción de los grados, los encontramos en la imagen de los múltiples cielos explo-
rados por Shoravardî o Swedemborg, los viajes por la merkaba (tradición mística
judía), los diferentes peldaños de la escalera de Jacob, la sucesión de colores
para los alquimistas, en los diferentes niveles de conciencia aludidos por la filo-
sofía hindú (simbolizados en la propia forma y organización de sus casas), en los
diferentes niveles de los zigurat persas... Todos estos ejemplos revelan una misma
idea representada por múltiples tradiciones. Eso que en nuestra cultura deno-
minamos como sustantivo (referente) no es algo en sí, no posee una imagen ob-
jetiva, pues múltiples son los grados en los que puede manifestarse o
presentarse, cada ser alberga simultáneamente una multitud de emanaciones
posibles que lo hacen incognoscible. Cada uno de estos grados de percepción co-
rresponde al modo de emanación de la propia naturaleza, cada uno de estos es-
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Me hallo frente a un papel vacío, una pureza blanca de donde puede surgir cual-
quier cosa. Para franquear esa nada dispongo de lápices, tinta, tijeras, cuchillos,
pinceles, mis manos, sudor, saliva, sangre… En este acto nos hallamos ante un
vacío total donde nada está predeterminado, no hay reglas, leyes ni pautas que
me condicionen a operar en una dirección u otra. Esta nada revela el abismo inhe-
rente al ser, un vacío absoluto sobre el que este dispone de todos los modos po-
sibles e imposibles. Pero en esta comparativa el ser sería como un papel sin
contornos, sin una delimitación con la que pudiéramos aludir a un dentro o un
fuera, una nada donde todo se hace y se deshace. Cuando opero desde esta in-
determinación no hay cuerdas, maquinarias ni conceptos que puedan atarnos,
pues las posibilidades son simultáneamente todas.
Mientras que en el capítulo anterior (El mundo como dinamismo), abordába-
mos El movimiento fundacional desde el surgir de lo mas inmediato; Ahora pene-
traremos en este concepto desde su aspecto más abismal, señalando hacia algo
que se nos escapa por completo, eso que nunca podrá ser atrapado por una pa-
labra, aún encontrándose en todas las palabras, en todos los nombres, en todas
las imágenes, en todas las cosas. De esta manera comprendemos como el movi-
miento fundacional es un estado de cosas donde lo inmediato y lo abismal convi-
ven en un mismo fenómeno. Eso que tocamos, vemos y saboreamos, es también
lo irretenible, lo irrepresentable, aquello que nos desborda y sobrepasa. Como
dice William Blake: “Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo se
habría de mostrar al hombre tal cual es: Infinito”16.
16
William Blake citado por HUXLEY, Adous. Las puertas de la percepción. Cielo e infierno. Ed. Edhasa. Bar-
celona, 1992. P. 8.
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Pero este vacío inherente a todas las cosas es algo que está oculto a la con-
cepción del yo (subjetivismo-objetivismo). Por ello para acercarnos a la com-
prensión del ser, es preciso una renuncia al pensamiento identitario del
fundamento, un sobrepasar lo que la filosofía del siglo XX ha denominado como
metafísica de la presencia. Esto implica trascender el modo de vida que egocén-
tricamente nos sitúa en el centro de todo (ciencia-subjetividad-tecnología-
dominio). Todo pensar en lo que ya ha sido, en lo que fue, en una constante (dato),
nos aleja del ser. Esta es la causa de que este concepto escape a todo análisis
posible, porque solo se puede experimentar y conocer desde su siendo, desde
ese desplazamiento que lo funda.
Pensar en el ser es pensar en cuanto viene formándose, en cuanto ahora se
está creando. La fotografía ha sido considerada desde su aparición como una
máquina que documenta fielmente lo que sucede, generando imágenes a través
de las cuales nos reconocemos e identificamos. A pesar de ello no todas las fo-
tografías son igual de válidas, se ha impuesto una norma y unos criterios para la
buena fotografía: Se rechazan aquellas veladas por la luz, borrosas, desenfoca-
das, movidas, desencajadas... Pues no podemos aceptar el reconocernos en esa
mancha turbulenta donde no se ve un rostro definido. Esto evidencia los prejui-
cios de la cultura en cuanto a la producción de lo humano, pues el hombre como
naturaleza, se encuentra en un mismo proceso de expresión (producción de lo
que somos). La mala fotografía ejemplificaría lo que Deleuze denomina como el
cuerpo sin órganos, algo que no tiene una forma fija ni definida, pero que sufre
el acoso de una producción social de la que intenta escapar. El ser es producido
en nuestra cultura como antiproducción, es decir, como algo inmutable y que no
podemos negar (la buena fotografía). El cuerpo sin órganos es un organismo sin
imágenes que lo producen, sin datos que lo fijan y lo esclavizan, algo improduc-
tivo que no tiene nada que ver con el cuerpo propio. Múltiples son las direccio-
nes y los modos en los que este puede devenir, múltiples son también las máquinas
que lo producen: Pensamiento, historia, literatura, pintura, fotografía, cine, cien-
cia, técnica...17
Debemos considerar que toda esta maquinaria no solo produce la imagen de
lo humano (los modelos en los que nos reconocemos), pues acorde con estos, se
va generando una imagen de lo que el mundo es. Todas estos dispositivos van
17
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix. El anti Edipo. Paidós. Barcelona, 1995.
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plícito un vacío de fundamento, sin una medida que lo rija, por lo que esa nada debe
ser entendida como su carácter abismal. Es la nada porque carece de determi-
nación, no nos ofrece ningún suelo firme, ninguna sustancia ni cimiento desde
donde atraparlo, pues se trata mas bien de un fluir escurridizo y cambiante. El ser
como un signo que señala siempre a algo que se retira, por lo que toda intención
de fijarlo o retenerlo resulta un fracaso, puesto que este ya se encuentra en otro
sitio y en otro modo. Una multiplicidad que se crea a sí misma, sin nada en el cen-
tro, en la cima, ni más allá. Comprenderlo implica introducirnos en un movimiento
que nos lleva más allá de cualquier acotación hecha sobre nosotros mismos. Cons-
tante estado de inconcluso, advenimiento sin fin (atemporalidad).
Algunos místicos señalan hacia el peligro de atribuir propiedades físicas o
psíquicas a Dios (peligro de fijar certezas en la naturaleza), los cual nos conduce
hacia la inesencia del ser, su carácter escurridizo. Lo que aquí evidenciamos no es
solo cierta propiedad del ser (la metamorfosis), sino la imposibilidad de fijar unas
constantes que permitan cartografiarlo. La teología negativa se sustenta sobre
esta negación de todo fundamento, la imposibilidad de fijar atributos divinos, lo
cual nos conduce de Dios a la nada. Esto nos recuerda al en-sof de los cabalis-
tas, esa esfera o vacío primordial situada en la cima del árbol sefirótico (origen
de todas las emanaciones). Es en ese vacío, ausencia, en esa nada, donde se sitúa
el acto creador y fundacional (pleroma). En esta ausencia es donde paradógica-
mente hallamos el manantial del que todo procede (movimientos, nacimientos,
alumbramientos, regimientos...), un estado de indeterminación originaria que se
revela como forma inagotable, circulación y revolución incesantes.
En la más mínima brizna de hierba se da por entero el nacimiento de Dios
(Jacob Bohme18), en el más mínimo detalle atendemos a la formación o nacimiento
del cosmos al completo, al resurgir de la imagen que en este mismo momento lo
revela y produce. El ser es manantial en cuanto que se centra y sale, revierte
luego al fondo del que surgió, pues solo puede ser en cuanto circula y está bro-
tando de ese fondo que es manantial.
La impermanencia de todos los seres es una dimensión ilimitada e infinita, la
cual nos lleva a la nada como esencia del ser. En la realización de esta imperma-
nencia (mujô), es donde se halla la naturaleza de Buda, según Dogen. Este con-
cepto apunta hacia un estado de iluminación original en todos los seres, un ámbito
18
BOHME, Jacob. Aurora. Ed. Alfaguara. Madrid, 1979.
100
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de realidad que siempre está ahí, aunque no siempre es percibido. La nada en vez
de la sustancia. Inobjetivable, innombrable, inalcanzable, ilimitado o infinito. Todos
los seres pertenecen a esta naturaleza19.
Las ramas de esos árboles se tambalean por el viento, sus millones de hojas
palpitan y cambian de color repentinamente. Cuando contemplamos como su-
cede esto nos percatamos de que el enigma nunca será resuelto, solo queda la
posibilidad de dejarnos transitar por eso que se nos dice, de comprender desde
lo que eso mueve en nosotros, desde las sensaciones o intuiciones que tal fenó-
meno despierta (inteligencia en acto). En lo manifiesto hallamos el enigma, lo per-
turbador, inexplicable, irracional o absurdo. El enigma como imposibilidad racional,
naturaleza insondable que rozamos con cada paso, como una fuente cuyo caudal
es inagotable e irretenible. Por ello Nishitani afirma que el ser solo puede ser
comprendido en su nada, es decir, en su impermanencia, desde el movimiento que
constantemente lo inaugura. Un conocer sin conocer (sabiduría), donde no se re-
tienen las cosas o las verdades, sino que se dejan ser20.
El ser no expresa su que es (árbol, mesa, casa…), sino su siendo (devenir crea-
tivo). Heidegger incide en como la esencia del mundo está en su propio hacerse,
por lo que no hay medida adecuada para este.
El hacer mundo del mundo no es explicable por otra cosa que no sea él, ni fundamen-
table a partir de otra cosa que no sea él. Esta imposibilidad no radica en que nuestro
pensamiento de hombres no sea capaz de este explicar ni de este fundamentar. Lo in-
explicable e infundamentable del hacer mundo del mundo se basa más bien en el hecho
de que algo así como causas o fundamentos son algo inadecuado al hacer mundo del
mundo. […] El querer explicar del ser humano no alcanza en absoluto lo sencillo y la sim-
plicidad de hacer mundo21.
19
DOGEN, Shobogenzo. La naturaleza de Buda. Ed. Obelisco. Barcelona, 1989.
20
NISHITANI, Keiji. La religión y la nada. Ed. Siruela: Madrid, 1999.
21
HEIDEGGER, Martin. Conferencias y artículos. Ed. Del Serbal. Barcelona, 2001. P. 132.
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La metamorfosis
Camino con una cuestión rondándome la cabeza, tal problemática inunda el
instante en el cual me encuentro. Transito por un mundo teñido por tal pensa-
miento, por los estados de ánimo y las inquietudes que este me provoca. De re-
pente meto el pie en un charco, lo cual me desplaza o abre a un espacio
completamente nuevo. La cuestión del cuerpo (el pie mojado) empapa y focaliza
ahora toda mi atención. Busco un lugar donde sentarme y estrujar el calcetín en-
charcado. Ya sentado siento el contraste entre la frialdad del pie y un sol ra-
diante que se abre paso tras la lluvia. Miro al cielo y aquel azul intenso me inunda,
mi cuerpo desaparece y me elevo como un aire cálido. Circulo por encima de las
copas de los árboles, planeando y penetrando por las oquedades entre las ramas.
Oigo una voz en la lejanía, por el carril aparecen dos amigos a los que esperaba.
Veo el calcetín secándose sobre una rama, el calzado lleno de barro. Ellos se sien-
tan a mi lado y empiezan a tocar los instrumentos que traen. Todo comienza a mo-
verse muy lentamente, la luz nos abrasa. La carne se desvanece, abandonamos el
suelo, el charco, el calcetín…
Estas palabras que escribo me traen algo, también los gestos que hago con
las manos, los pensamientos que emanan desde no se donde. Soy llevado por ese
sonido que me rapta, por la vibración hipnótica de las cuerdas, por los signos y las
formas que grabo sobre estas piedras. Esta multiplicidad de sendas y direccio-
nes pone de relieve la riqueza insostenible de cuanto nos acompaña, los múltiples
devenires que atravesamos cada día, la infinitud de cuanto podemos llegar a ser.
Somos como la imagen de un vacío que no tiene forma, imposible de fijar uno de
estos rostros como nuestra identidad verdadera, por ello la creación (como
fuente de lo que somos) nos remite a la nada en tanto que ausencia de imagen
universal. Cualquier acto, pensamiento o estímulo que nos aborda, por insignifi-
cante que sea, lleva en sí una transformación instantánea de lo que somos. Em-
piezo a cantar y me convierto en una brisa que moviliza cuanto aquí hay, todo está
haciéndose de nuevo enteramente. El acontecimiento brota como una fuente que
no tiene más finalidad que la creación misma, voluntad de crecer, destruir y for-
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mar. Esta fuerza con la que emergemos traspasa todos los nombres, por mo-
mentos soy un león, una piedra, un muro o un relámpago que ilumina. Como nos
dicen Gernot y Hartmut Böhme retomando uno de los principios de la filosofía na-
tural, el hombre, la planta, el animal, la piedra o la estrella no están tan separa-
das como para poder convertirse el uno en otro22.
Cuando el pensamiento y los sentidos proceden de forma inesperada, somos
abocados hacia algo que poco tiene que ver con esa imagen asimilada en la que
nos reconocemos, aquí ya no tiene sentido hablar de un yo (referente), o de una
supuesta verdadera identidad. Pico Della Mirandola define a comienzos del re-
nacimiento al hombre como un artífice del ser, una conciencia operante cuya ca-
pacidad está abierta a toda infinitud de lo aparentemente finito. Nadie ideó hasta
entonces una libertad tan de raíz, puesto que no se trata simplemente de la po-
sibilidad de hacer esto o aquello, sino de hacerse a uno mismo. Las consecuen-
cias de esta libertad pueden llegar a suprimir la imagen que tenemos tanto del
hombre como del cosmos, puesto que en su advenimiento podemos ser cualquier
cosa, libertad absoluta para ser grande o pequeño, devil o fuerte...
Y continúa
Si a un filósofo discerniendo todo a luz de esta razón, a este venerarás, animal ce-
leste es, no terrenal. Si a un puro contemplativo olvidándose de su tiempo, recluido en
las intimidades de su espíritu, ese no es un animal, ni terrestre ni celeste, es ese un su-
perior numen, revestido de carne humana. (…) Pues así que el mismo forja, se fabrica
y transforma en imagen de toda carne, en la hechura de todo ser creado23.
22
BÖHME, Gernot y Hartmut. FUEGO, AGUA, TIERRA AIRE. Una historia cultural de los elementos. Ed. Her-
der. Barcelona, 1998.
23
MIRANDOLA, Pico de la. De la dignidad del hombre. Editora nacional. Madrid, 1984. PP. 106-107.
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tación diferente, donde las programaciones son por momentos totalmente elimi-
nadas, todo se convierte en puro impulso. Desde el roce o las caricias se accede
a otro modo de conciencia, consiguiendo casi siempre diluir la rostridad como la
propia bipolaridad de la pareja. En determinado momento me acuesto con alguien
que se aterroriza si yo me duermo antes, pues ella siente de algún modo la lejanía
que en ese hecho se produce, sabe que el sueño me lleva muy lejos, desterritoria-
lizando todo mi ser. Quien solo piensa y percibe desde la rostridad, cree que cuando
duermo o sueño sigo tumbado ahí al lado, me identifica con eso que yace ahí ten-
dido, no es capaz de soportar la idea de que ya no estoy ahí, de que en ese mo-
mento soy otra cosa. Esto evidencia como venimos educados en la necesidad de
percibir el mundo sobre sustantivos que mantienen bien atadas las cosas, sin dejar
que nada se desparrame o altere el sentido común que le es propio.
El niño que juega o dibuja no puede concentrar su atención en esta rostridad
del lenguaje o la escritura, no es un buen sujeto, aún está liberado de los códigos
y de las coordenadas del cuerpo, del mundo, de la significación, el sentido o el
valor. Se halla aún fuera de esta semiótica del significado y del rostro. Todas las
ciencias objetivas se mantienen en este mismo terreno, un punto de vista desde
donde se hacen imperceptibles la multitud de devenires que aquí estamos abor-
dando. Si no existe un referente ideal que determine el funcionamiento del uni-
verso, no hay un límite para lo que la conciencia puede ver y experimentar.
Cierro los ojos y convierto mi cuerpo en un rayo de luz que avanza cada vez a
mayor velocidad, me transformo en hombre-lobo, en viento… Como nos dice De-
leuze, tanto el amor como la esquizofrenia solo pueden comprenderse vinculados
a este proceso de producción, lo cual nos lleva a reparar en el devenir de la con-
ciencia más que en algo ya devenido. El esquizo se sale de la norma, dispone de un
código de registro particular y variante que no coincide con el código social, es-
capa a los órganos que generan las máquinas deseantes (tendencia o carácter
fluido y resbaladizo). Construimos máquinas que articulan el cuerpo sin órganos
de otro modo, formaciones salvajes: Un baile sobre la tierra, un dibujo sobre la
pared, una marca sobre el cuerpo. La mesa llena de objetos deja de ser una mesa,
deja de servir como tal (rechaza todo servicio). El funcionamiento de lo que ahora
se presenta se nos escapa, aquí no hay diferencia entre producir y producto. La
mesa continúa su propio quehacer, el tablero ha sido devorado. El grito desarti-
cula la imagen a la que me veo sometido, por momentos el cuerpo anatómico ha
sido pulverizado. Tal y como señala Deleuze, todo esto se hace posible desde el te-
rreno de lo asignificante, de lo no subjetivo, de lo sin rostro. Dinamismos irre-
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ductibles que trazan líneas de fuga, lo cual supone una salida de eso con lo que
cotidianamente nos identificamos. Cuando el rostro se desdibuja podemos estar
seguros de que hemos entrado en otro régimen24.
Cuando grito invoco una multiplicidad, una manada que se propaga abrasán-
dolo todo. Esta violencia anula la sistematización de los órganos, sus elementos
liberados alcanzan nuevas relaciones y potencialidades, el organismo transfor-
mado penetra en otro nivel. Grito y soy arrancado de mi mismo, mis órganos son
expulsados por el aliento que sale por la boca, las cuerdas bocales funcionan
ahora como una ballesta que me lanza descomponiéndome por completo.
Desde esta multiplicidad podemos vernos abocados hacia cualquier forma o
modelo de conciencia, pero no se trata de algo caprichoso que controlamos a
nuestro antojo, sino que es la potencia de esta manada la que nos desterrito-
rializa. ¿Quién no ha conocido las secuencias de esas violencias animales que mo-
mentáneamente nos desplazan de los códigos y de las programaciones humanas?
Constantemente desarticulamos el organismo, lo abrimos a conexiones, circuitos,
niveles, umbrales, pasos… Algo que hacemos todos los días y que sin embardo
queda oculto por las interpretaciones y significaciones que prefiguran todas
nuestras percepciones. El ser humano es un rostro que oculta la multiplicidad
de lo que este conlleva en sí, por ello no es posible una identificación objetiva con-
forme a la cual ajustar lo que algo es en todo momento. No somos personas que
pensamos de tal o cual manera, que sentimos o vemos de esta o aquella forma,
sino que son las condiciones precisas en las que nos producimos las que nos
hacen ser personas. Sin un estado de normalidad que marque el barómetro de lo
certero, el despliegue de la propia vida revienta todos los supuestos centros o
niveles de aceptación e identificación.
Tomo un martillo y golpeo con violencia una vieja radio que se halla posada
sobre un recio tronco, en un segundo el aparato se desintegra en mil pedazos que
saltan por los aires. Algunos trozos permanecen sobre el tronco, otros han des-
aparecido en la lejanía de su vuelo, algunos saltan sobre mi cara y mi cuerpo. Esta
experiencia nos hace comprender directamente el momento arquetípico de la
creación del cosmos. Solo es preciso repetir este acto para acceder de nuevo a
ese fenómeno atemporal que se halla siempre vigente. Esta explosión destruc-
tiva nos lleva hacia una afirmación que es creativa, pues lo que me toca y me lleva
24
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix. Mil mesetas. Ed. Pre-textos. Valencia, 1998.
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es lo que soy. Por ello el punto decisivo de la filosofía dionisiaca se basa en la afir-
mación de la aniquilación y la destrucción (afirmación creadora). La palabra que
brota de mi boca es expresión de un intento que ya está en marcha, un esfuerzo
que nos pone directamente en camino, un gesto con el que constantemente
somos lanzados más allá. El gesto activa una dimensión que se extiende que-
mándolo todo. El tiempo de la escritura es el tiempo de una fe que abre lo que
viene, una convicción de que somos lo que se está creando. Somos según la pa-
labra que nos pronuncia, nos reconocemos en eso que va apareciendo en la me-
dida en que se avanza.
Ninguna clausura tiene sentido en el desierto, en el vacío, en la amplitud virgen
e incorruptible de esta atemporalidad. La gran obra se desarrolla en un juego sin
parámetros ni reglas, sin barreras ni zonas delimitadas, pero estos límites no
deben entenderse exclusivamente como algo negativo, pues son también una vir-
tud. El razonamiento o la lógica nos permiten edificar en un sentido muy concreto
gracias a los límites a los cuales se somete, gracias a las representaciones con las
que trabaja. El problema deviene cuando nos hacemos esclavos de estos límites
(olvidando su relatividad), todo queda entonces cerrado, sistematizado, objeti-
vado, conocido. El olvido de la naturaleza de estas convenciones, provoca la con-
ciencia de un estado normal frente a otros estados que son alteraciones o
depravaciones de este. Un modo natural de pensar y actuar, frente a otros modos
que aparecen como distorsiones o desviaciones de este. Estos prejuicios nego-
ciarán la realidad por la que nos movemos, los senderos por los que discurrimos,
el sentido, significado y carácter de las multitudes con las que nos cruzamos. Lo
cerrado da mucha calma, pues todo esta controlado, todo está prescrito y des-
plegado de antemano, no hay sorpresa. Mantenemos la constante del cuerpo, per-
manecemos a ella atados, a pesar de que no cesamos de cambiar y de mudarnos.
Cuando te colocas una máscara te transformas sustancialmente, también los
actos, la personalidad y la voz son diferentes, adquieres otro modo de percepción
y encarnas fuerzas que anteriormente no poseías. Esta metamorfosis es signo
de un retorno o acceso a un movimiento que nos funda en otro plano (tiempo del
origen). Algo similar sucede en el teatro o en los juegos de rol, la nueva persona-
lidad que tienes que interpretar te hace descubrir virtudes que se escondían a
tu identidad cotidiana.
Cuando realizas determinados actos de un dios, lo encarnas, te transformas en
él, el mundo y tus propios órganos empiezan a brotar de otro modo, el pensamiento
conecta con una nueva fuente. El ritual provoca así una transmutación en la que
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aflora en el iniciado una condición que lo excede (arquetipo angélico), sus actos y
operaciones generan un acceso directo a otros ojos, a otro cuerpo y a otra lengua.
Esto no debe confundirse con algo que conducimos a nuestro antojo, sino todo lo
contrario, es precisamente la aniquilación del ego lo que abre la posibilidad de ser
interpelados por una condición que se hallaba ofuscada por este. Cuando me hago
digno de este reclamo solo puedo dejarme arrastrar allí donde me lleva.
Nos encontramos ante el abismo cuando aceptamos el riesgo de la destruc-
ción, lo cual sucede cuando desbordamos las estructuras identitarias desde
donde nos identificamos. La metamorfosis se convierte aquí en un principio de la
resurrección, pues somos lanzados tras cada choque. El chamanismo evidencia
toda una tradición que trabaja desde el conocimiento procedente de la trans-
mutación y el viaje. Comprender el ser es olvidarse de este, lo cual conlleva una
realización de completa mutabilidad (liberación de los códigos). El iniciado accede
a otros cuerpos y mundos en los que observa lo que sucede desde modos dife-
rentes al funcionamiento normalizado. Puedo transformarme pájaro y volar por
los cielos del mismo modo que cualquier animal puede transformarse en persona,
pues podríamos decir que ambos nos hallamos sujetos a un mismo proceso de
producción, un mismo ser que está presente simultáneamente en dos lugares. La
percepción pertenecen a ambos, pero también a este suelo y a ese cielo. Como
hemos visto no se trata de una cuestión mental o psicológica, pues esto ya viene
superado desde la ontología del ser desarrollada por los pensadores de la dife-
rencia (Foucault, Deleuze y Derrida). Realmente el chaman abandona el suelo y
sube hasta las nubes, algo que el antropólogo que observa desde su sentido
común (lejanía), jamás podrá ver, experimentar ni comprender.
Lo innombrable
No se que es, no puedo comunicarlo, no puedo deciros desde estos concep-
tos, pero si puedo dejar que la intensidad se cuele en las palabras que me son
arrancadas, en el grafismo que las conduce. Algo sucede en el cielo para que este
llanto alegre disperse mi cuerpo, para que la carne se vuelva profunda como un
océano, para que todo esto que palpo se manifieste como un tajo por el que po-
dría precipitarme. Algo debe estar sucediendo para que este momento me rebase
y me empuje con tanta fuerza, una puerta se está abriendo en mi propio ojo. No
lo controlo, no puedo controlarlo, me excede. Algo ocurre en el cielo para que mi
ser discurra por estos vastos caminos.
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Podría intentar describir aquí lo que ahora estoy viendo, el modo en el que siento,
pienso y me experimento, contar lo que sucede y en lo que me veo envuelto. Pero el
propio discurso emplazaría este fenómeno llevándolo hacia un lugar muy distinto.
Si intento explicarlo lo transformo y me transformo, si intento decirlo lo muevo
hacia donde la oración discurre, hacia lo que tal noción representa. Si lo cuento con
imágenes estas revelan al propio explorador otra dimensión de lo que en ese mismo
momento está pasando. Esto nos revela cierto funcionamiento implícito en el pro-
pio lenguaje (en todo pronunciamiento), tanto las palabras como las imágenes ya no
describen, sino que crean, abren algo que de otra forma no podría haber sido visto.
Desde la propia expresión lanzamos y proyectamos la comprensión de lo que ahora
está sucediendo, accedemos a una nueva órbita de manifestaciones. Algo se pone
en juego justo en el momento que lo nombro, eso que despierta o es llamado co-
mienza a lanzarme señas, el propio movimiento activa pensamientos y reorganiza
el funcionamiento de todos los dispositivos implicados. El verdadero nombre trae
consigo eso innombrable a lo que este da acceso, lo cual revela cierto proceso pre-
sencial, donde el llamamiento que se ejerce desde el más mínimo gesto se verifica
desde el propio contacto o acceso que este produce.
Esta noción de lo innombrable que abordamos en este apartado está plena-
mente relacionada con eso que los cabalistas denominaban como los nombres
de Dios, algo que buscaban fervorosamente como objeto de su revelación (sabi-
duría). Como señala Secret, la cábala es una corriente basada en la recepción de
las emanaciones (ciencia infusa), búsqueda de los nombres o las inteligencias que
nos gobiernan. Algo que se halla en el silencio de toda palabra, puesto que no se
puede aprender en tanto que palabra, pues trasciende o anula todo sentido o
significado (nombre infinito e impronunciable). Palabra sin palabra, ilegible, inútil,
inexpresable. En el cultivo de esta ausencia el cabalista descubre un lenguaje di-
vino que se halla exento de toda semántica, musical podríamos decir. Cada nom-
bre encontrado produce un efecto, cada letra es configuración de un lugar, en
cada una de ellas descubrimos una nueva patria25. Desde estos nombres nos des-
cubrimos porque ellos traen y advengan eso que momentáneamente somos o lle-
gamos a vislumbrar. En la contemplación de este vacío de significaciones hallamos
lo que los místicos han denominado como pensamiento de Dios (pensamiento
puro, sin objeto), un lenguaje exento de todo contenido o código, una nada que
viene a presentarse como manantial inagotable.
25
SECRET, F. La cábala cristiana del renacimiento. Ed. Taurus. Madrid, 1979.
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Lo inconmensurable es eso que nos hace reír o llorar, nos excita y nos es-
panta, un exceso que provoca un desvanecimiento de lo real del discurso. No hay
razón capaz de explicar eso que inmediatamente llega formándonos, algo que su-
cede en todo momento, aunque ignorado por la mirada que se mantiene fija en
otro asunto. La representación no prefigura ya lo que aparece en nuestro camino,
ahora aflora otro modo, otro ser, otra tierra.
Abro los ojos y voy sentado en un coche en marcha. Me duele el cuello por una
mala postura y siento la pesadez de la comida. Aún en un estado de somnolencia
una frase irrumpe en mi cabeza: Quiero volver al estado de caos primigenio.
Siento la añoranza de algún lugar que mi conciencia no puede recordar, aunque
si intuir. Algún tipo de huella que permanece en una especie de memoria informal,
un estado original al cual podríamos acceder en todo momento (atemporalidad),
pues se halla siempre latente. Una conciencia que no es individual ni pertenece a
un objeto dado, sino al movimiento mismo. Mira lo que está sucediendo en ese
arroyo, en esas nubes, en esa hoguera. Un modo de mirar que no necesita nor-
malizar aquello que ve, pues se encuentra inserto en la corriente en cuyo curso
se va modelando. Este anhelo o sentimiento me ha abordado en varias ocasiones,
siempre en los primeros momentos de vigilia, justo al despertar del sueño, antes
de que se activen los dispositivos o modelos que rigen la mirada. Este momento
de claridad nos hace dudar de muchas cosas que desde la cotidianidad dirigen la
propia vida, como una intuición original que nos señala hacia el goce de una cons-
tante disolución (dimensión creativa).
Aquí nada importa nada, no hay valores ni verdades, desaparece toda pre-
ocupación, todo sentimiento de culpa, la olla se desborda y comienza a inun-
darlo todo. Sus manos me deforman, me estiran hasta partirme, el rizoma se
desarticula para dar lugar a otros sistemas de fuerza, otros funcionamientos,
otras formas, todo comienza justo en este momento. En esta nueva tierra no
soy hombre, ni humano, ni animal racional, no hay yo, ni cuerpo carnal, ni mate-
ria estudiable, se trata de otra cosa. Resultaría ridículo intentar enfrascar
en un concepto eso que se pierde y se escapa a todo concepto, eso que danza
y se burla de toda rigidez, de todo posible encauzamiento. Fuera de todo nú-
mero, nombre, color, temperatura, amplitud de onda... Aunque presente en
todo número, nombre, color… No se trata tanto de lo que cierta oración sig-
nifica o enuncia, sino de lo que trae, lo que abre cuando es pronunciada en su
justo momento.
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Estoy con unos amigos en una playa de Cádiz, apenas hay algunas personas,
la arena se extiende casi inalcanzable para la vista. Me alejo caminando y con una
fina piedra comienzo a dibujar una figura sobre esa arena perfectamente lisa.
Justo al lado comienzo otra, grabo enérgicos trazos sobre esa superficie, una
tras otras van surgiendo de ese silencio toda una multitud que se extienden a lo
largo de la orilla. Me siento como un extraño en otro planeta, la realización de
estos dibujos ha ido transformando mi mente y mis propios sentidos. La multitud
que ahora se despliega en esta vasta superficie manifiesta todo un mundo que
antes no podía captar. Levanto la vista de los dibujos y siento un enorme salto,
casi me había olvidado del sitio de donde partía. A lo lejos se ven escasas perso-
nas que caminan por este mar de luz, no son tan diferentes a estas figuras que
surgen de la arena. Siento como la mirada y el pensamiento se agudizan, el ole-
aje del mar se haya totalmente implicado en todas esas formas grabadas en el
suelo. Todo se muestra con una claridad extrema, el pensamiento fluye como la
propia brisa de la mañana, no hay ninguna duda, ninguna preocupación, todo se re-
vela clarísimamente. Todo ha sido renovado por algo que se ha puesto en marcha,
en la contemplación de esos dibujos descubro algo que me remueve por com-
pleto (resonancia). El sol calienta mi piel que ahora arde como la arena, esas imá-
genes me trasfieren toda una serie de sensaciones y saberes, me ponen en
camino hacia algo, me preparan para no se que. Algo inmenso se cuela a través
de esas líneas grabadas sobre la arena.
Sucede a veces delante de un objeto, escuchando música, en el silencio de la
noche, al entrar o salir de una estancia, bajo la lluvia, cuando realizo determina-
dos trabajos...
Cuando dibujamos nos hallamos justo en el filo de cierta certidumbre, como
un punto peligroso donde podríamos ser tocados, tanteando los contornos de
cierta tecla que podría desarticularnos. Dibujando accedo a tierras inexplora-
das, fuera de las conquistas conceptuales, el pensamiento brota limpio y reno-
vado, alcanzando todo un continente desconocido desde donde me descubro de
nuevo. Experiencia innombrable de la que nada se puede decir, donde sobra todo
comentario, pues se torna como una puerta entreabierta que me permite vis-
lumbrar y desplazarme hacia otras formas. Michaux considera que los medios
pictóricos o plásticos posibilitan un desbordamiento de la comprensión lógica,
una búsqueda que sale de las programaciones semánticas, por ello nos habla de
la pintura como un continuo experimentarse, un modo de desacondicionarse de
una cultura exclusivamente verbal. Un salto al pozo, al vacío, a toda ausencia de
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fundamento. La obra nos coloca así ante el misterio de lo ilimitado, anterior a las
formas y los nombres, se adentra en el movimiento para alcanzar una metamor-
fosis continua26.
Todo el que ha intentado vestir con palabras la vivencia de este movimiento
fundacional ha descubierto que las palabras son impotentes. La experiencia es
algo inefable, nos adentra en un mundo dilatado que no se puede abreviar, pues
solo existe en su natural anchura. Toda explicación retrae un sentido a lo que por
naturaleza lo excede, conduce la mirada hacia ciertos modelos que la reclaman.
La experiencia del misterio es la conciencia de que se está experimentando algo
que no se puede explicar, algo que escapa a la estructura del propio pensar, un
suceso que es ajeno a todo programa asentado. Desde algún punto, entramos en
contacto con una dimensión sorprendente y desconocida que se expresa más
allá de toda posible catalogación.
Las propuestas plásticas apuntan siempre hacia algo que no se puede nom-
brar, pues con los objetos y las imágenes podemos llegar allí donde las palabras
no alcanzan. Tanto las intuiciones como los estados de ánimo se activan como
por medio de un mecanismo que resulta en cada caso excepcional. Esto nos im-
pulsa a trabajar teniendo en cuenta el propio reclamo de los materiales, lo que
estos nos demandan desde la peculiaridad de cada encuentro. Si atendemos me-
ticulosamente a lo que está sucediendo, recibiremos intuiciones e imágenes que
el propio objeto despierta en nosotros.
Esto conecta con la doctrina de las signaturas de Paracelso, donde el paula-
tino manifestarse de la naturaleza nos conduce a la intuición de un pensamiento
cósmico. La filosofía se muestra (según la concepción de Paracelso) como una
práctica, una transformación alquímica producida por el influjo de los astros,
como una actividad del propio objeto, cierta condición a la que este nos arroja o
despierta. La revelación se produce por medio de las signaturas (señales) o fi-
guras, líneas o colores (pronunciamiento de la propia naturaleza). Cada elemento,
así como el propio firmamento, contienen su propia sentencia (un decir que con-
duce y hace), una especie de espíritu nutriente que rige al hombre, y por el cual
este es lo que es27.
Esta hoja de olivo que sostengo sobre la palma de la mano, me coloca ante el
mayor de los abismos, cada vez que la veo y la cojo accedo a mundos que van con
26
MICHAUX, Henri. Escritos sobre pintura. Ed. Colección de arquitectura. Murcia, 2007.
27
JUNG, Carl Gustav. Sobre el fenómeno del espíritu en el arte y en la ciencia. Ed. Trotta. Madrid, 1999.
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28
HEIDEGGER, Martin. Conferencias y artículos. Ed. Del Serbal. Barcelona, 2001.
113
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29
Pantajali, citado por RACIONERO, Luis. Filosofía del underground. Ed. Anagrama. Barcelona, 1977. PP. 180-181.
114
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Lo sagrado
Escucho hablar de la naturaleza o de la vida con tal superficialidad que me
hiere, puesto que por unos instantes me veo arrojado a la frialdad de tales ar-
gumentos, a la planicidad de tal visión. De repente el mundo parece derivarse a
esos modelos previsibles y analizables, me veo sometido a esas fronteras que
delimitan lo real o lo auténtico, separándolo y resguardándolo de lo supuesta-
mente irreal o fantasioso. Posteriormente, miro a mí alrededor, contemplo los
árboles, el cielo, las personas caminando. Observo mis manos, con las que palpo
y siento mi rostro. Este tocar tierra (inmediatez) me devuelve a la visión de lo
abismal y lo misterioso. Desde esta experiencia comprendo la imposibilidad de
abordar o comprender inteligiblemente aquello que me rodea, pues esa hoja que
cae desde el árbol se me revela como un precipicio infinito. Tal visión de la natu-
raleza proviene de una continuidad de experiencias que desde mi infancia me han
ido marcando, y de donde extraigo o derivo tal concepto de lo sagrado.
Pienso en el pan que sale del horno de mis padres, en su olor, su color y su
cuerpo, en el aceite que chorrea cuando prensamos las aceitunas, en los naran-
jos que tantas veces he regado, en el viaje que su peculiar sabor me hacía expe-
rimentar cuando me hallaba lejos de la huerta, en la sangre hirviendo que emana
del cuello del cochino en una fría mañana otoñal. En el amor y el cuidado que desde
el propio trabajo te es devuelto.
Acaba de amanecer, con una azada realizamos unos lomos para sembrar la
vitualla, mi padre se halla tan solo a unos metros realizando la misma actividad,
la arboleda nos rodea, el sol se levanta y calienta. El sudor desciende por la frente
y se desprende a goterones desde la punta de la nariz. Trabajando de esta forma
siento como la mente se limpia y se depura, ningún objeto la reclama. Levanto la
cabeza y descubro un paraíso inmejorable, indescriptible en cuanto a lo que todo
esto pone en funcionamiento, la sencillez y la paz con la que todo se muestra es
inmensa. Toda preocupación o anhelo desaparecen, me envuelve una sensación de
total confianza y tranquilidad. Cuando alcanzo este estado de percepción des-
cubro que todo da igual, pues en este punto sientes que nada importa nada, da
igual lo que pase, todo es perfecto, ningún acontecimiento histórico, social o po-
lítico podría perturbar tal estado de perfección. Todo cuanto me rodea se me
revela como la mejor cosa posible, ese cielo es el techo que mejor puede cobijar-
nos, pues nada hay de que esconderse. El paraíso se revela aquí como un estado
de percepción que nos coloca ante un nuevo umbral de fenómenos, el pensa-
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30
ELIADE, Mircea. Lo sagrado y lo profano. Ed. Paidós. Barcelona, 2003.
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por mucho que avance la ciencia o la tecnología. A pesar de que conozco cierta
cantidad de alimentos y elementos que puedo obtener de la tierra, el modo en que
esto sucede se me escapa por completo. A pesar de que sabemos como tenemos
que operar para obtener cierto producto, funcionamiento o beneficio, el modo en
que esto se da sigue siendo igual de extraño.
La experiencia de lo misterioso va unida siempre a algo que nos desborda y se
nos escapa, pero que podemos palpar y saborear con total lucidez. Esto te ca-
pacita para descubrir lo que sucede sobre la cáscara de una pequeña nuez, com-
prender lo que está pasando cuando la hierba se balancea delante de tus pies en
una mañana nublada, intuir lo que sucede en tu cuerpo por el simple olor a tierra
mojada.
El individuo queda desterrado de esa inmediatez cuando se desprende de su
condición angélica, para proceder en un modo más intencionado o interesado
(razón instrumental). Esta forma de actuar y relacionarnos genera un modo de
conciencia que en nuestros días alcanza una dimensión planetaria (globalización
y homogenización), generando un sin fin de encuentros mecánicos y previsibles
(preestablecidos). Esto genera un tipo de vínculo donde se pierde esa dimensión
emergente de la que venimos hablando. María Zambrano interpreta todos estos
acontecimientos como una tendencia del hombre moderno de librarse de lo di-
vino. Someter toda la realidad a causas y razones es como echar cuerdas y de-
tener el rumbo de las cosas, silenciar todo cuanto se está pronunciando. Eso que
desde el sentido común queda desposeído de su sentido trascendente, queda
desposeído de su fuerza y su virtud (pierde su fuerza creativa). Cuando nos ne-
gamos a eso inaccesible que nos interpela, no se padece ya lo divino que en sí se
lleva, eso inaccesible que desciende a toda hora31.
Acceder a lo divino es penetrar en un movimiento atemporal (sin antes ni des-
pués), donde todo se hace o deshace simultáneamente. El ser divino es así un ser
inmortal, puesto que ya no hay un tiempo que lo pueda aniquilar, su conciencia
pertenece a toda una multitud que no cesa de emanar y regenerarse. Me desnudo
y tengo una experiencia de esparcimiento, accedo a una violencia que aniquila
todo referente, penetro en un plano diferente al de la cosa autónoma y finita.
Bataille nos señala hacia como en el fenómeno de la muerte se hace manifiesta
la continuidad del ser, una experiencia donde los individuos se diluyen en una ac-
31
ZAMBRANO, María. Dos fragmentos sobre el amor. De la aurora. Ed. Club internacional del libro. Madrid, 1998.
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ción erótica (base del sacrificio religioso). Los asistentes al sacrificio participan
de algo que la muerte les revela (lo sagrado), captan una continuidad en esa apa-
rente finitud de un ser discontinuo. El rito sangriento revela toda una profundi-
dad que nos saca de la estabilidad de la razón, una violencia que se salta los
dispositivos asimilados, consiguiendo manifestar todo un potencial que se oculta
desde la cotidianidad32.
Estas consideraciones de Bataille me traen a la memoria las matanzas de ga-
llos o cerdos en las que he colaborado en mi casa desde que era pequeño. Aquí el
sacrificio no es religioso, sino que emana de una práctica ancestral para la ob-
tención de víveres y alimentos. Pero el grado de acercamiento y atención que
tales acontecimientos implican si puede compararse con el de un sacrificio reli-
gioso. Aquí se entablan unos vínculos profundos con eso que se nos da y nos ali-
menta, brota una comprensión totalmente ignorada por quien acude a las
grandes superficies en busca de productos envasados y empaquetados.
El animal es subido entre cuatro o cinco personas a una resistente mesa,
tumbado lateralmente se le atan las dos patas que apoyan debajo, las de arriba
debemos sujetarlas nosotros, pues sino la fuerza del animal podría volcar la mesa.
La disolución entre todos los que sujetamos es total, pues el más mínimo descuido
podría suponer un terrible accidente para cualquiera de los que allí inmovilizamos
a la víctima. Una hoja afilada de treinta centímetros penetra en el cuello del ani-
mal, la sacudida es instantánea y brutal. La violencia que este ejerce desde su úl-
timo aliento, junto a sus chillidos desgarrados, tambalean toda mi alma a la vez
que su sangre hirviendo y humeante brota como una fuente desde el orificio de
su cuello. Lo sagrado se hace manifiesto cuando somos sacudidos por algo que
escapa por completo a toda lógica derivada. En la carne troceada, en sus huesos
y su sangre, sigue conservándose la vida que se hallaba en el animal antes de ser
fragmentado. El sacrificio revela la mentira de la muerte, pues nada se pierde,
toda el potencial vital de la naturaleza sigue manifestándose en esos trozos de
carne dispuestos sobre la mesa. Ahí me reconozco y me comprendo, estos enor-
mes huesos me trasfieren una imagen de mí mismo, piensan y sienten conmigo.
La vida del animal no se ha aniquilado, esta se manifiesta de otro modo: En mis
propias manos, en el barreño de sangre caliente, en los trozos de tocino que en-
terramos en sal, en la brisa y el silencio de esta mañana de otoño.
32
BATAILLE, Georges. El erotismo. Ed. Tuquets editores. Barcelona, 2002.
119
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33
LAO-TSE. El libro del tao. Ed. RBA. Barcelona, 2006. P. 105.
120
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El alimento
El sol ilumina el cielo, lo inunda como una especie de manto que lo envuelve
todo, un océano irradiante de luminosidad penetra por todas las grietas y poros.
Las nubes se alimentan de vapores que suben hasta su morada para hincharlas
y darles forma, estas reciben hasta que revientan empapándolo todo, calando,
34
BOHME, Jacob. Aurora. Ed. Alfaguara. Madrid, 1979.
121
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35
Upanisads. Ed. Siruela. Madrid, 1995. P. 56.
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mente por mi corazón. Una fuerza que no sé de dónde viene me traspasa de re-
pente, como una radiografía que ilumina los recovecos de un espacio naciente
que ahora comienzo a vislumbrar. Tras el encuentro con cierta persona, el curso
del día ha cambiado completamente, no importa si la volveré a encontrar o no,
pero desde este día soy alguien muy diferente. Lo que en determinado momento
sucedió despertó algo en mí, desde entonces siento que se ha abierto algo que
no controlo.
Cuando paseo por la ciudad de Granada, no todas las calles me imprimen del
mismo modo, hay lugares que intento evitar, otros que atravieso a toda veloci-
dad, pero hay calles y plazas en las que podría quedarme todo el día. Lo que por
esos lugares circula me reconforta de algún modo, cuando cruzo por esa esquina
hay todo un orden que se me imprime, una conciencia que brota, una especie de
inteligencia que se despierta. La organización de un espacio, sus proporciones y
su forma, sus posibles entradas y salidas, la inclinación con que la luz golpea las
piedras… todo ello nos hace acceder o devenir en algún sentido, como una es-
pecie de estado de ánimo que nos invade sin pretenderlo, un modo de sentir o de
pensar donde algo se activa en multitud de grados. El urbanismo se muestra aquí
como un factor sumamente importante en cuanto a lo que somos, algo que nos
modela y nos empuja en el mismo sentido que la música. Por ello tienen tanta im-
portancia la configuración de los espacios que habitamos, así como todas aque-
llas imágenes y objetos con los que convivimos. El modo en el que trabajamos nos
coloca constantemente en camino hacia algo, este marca los accesos, determi-
nando lo que ahora somos.
Por todo ello, este principio nutricional imprescindible para la vida no puede
ser reducido a lo que normalmente denominamos como comer, puesto que no
solo nos alimentamos cuando ingerimos alimentos a través de nuestro aparato
digestivo. El alimento se halla en el aire que respiramos, en la luz que nos golpea,
en el calor que nos moldea, en las imágenes que nutren nuestra imaginación, en
las palabras y en el canto que nos llega, en el viento que nos retiene o favorece,
en aquello que nos toca, nos roza, nos habla, nos hiere, nos penetra... Recibir es
vida, y toda vida pide alimento. El alimento es absorbido por todo el cuerpo a la
manera de esponjas, como finos vapores que penetran por todas partes. Pero no
todos los alimentos confortan de la misma manera, podríamos designar un con-
cepto diferente para cada variedad, pues son enormes las discrepancias entre
unos y otros. Pretender una clasificación así sería absurdo, pues las categorías
serían infinitas, y los grados en que estas pueden operar innumerables. El efecto
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instante perfecto y en las condiciones más idóneas. Abro un libro por una página
al azar, la imagen que aparece me es completamente reveladora, pero este efecto
o apertura que se produce no es algo que porta la imagen aislada (como objeto),
sino que procede de las circunstancias en las que esa imagen se presenta, lo que
esta moviliza desde el acontecimiento en el cual me encuentro.
Esto que acabamos de ver señala hacia algo de suma importancia a tener en
cuenta con respecto a los diferentes productos que consumimos (alimentos, me-
dicamentos, imágenes…). Nuestro organismo no cesa de hablar o enviar mensa-
jes, cuando oímos lo que nos dice comprendemos un montón de cosas que están
pasando. Oímos un rugir de estómago, sentimos un pinchazo en la cabeza, dolor
de espalda, cansancio, tenemos agujetas, nos sentimos vacíos, alegres o simple-
mente sin fuerzas, mareados, exaltados… El especialista nos envía una receta, un
medicamento, una actividad… para restablecer (volver a la normalidad) eso que
padecemos, como si cada señal del cuerpo pudiese vincularse directamente a un
remedio. La cuestión es que esta sistematización de las señales del cuerpo y de
los productos o procesos que las vuelven a normalizar funcionan aparentemente
como remedios inmediatos, aunque no siempre nos imprimen lo que de verdad
ansiamos. Por ello hay otros modos de trabajar sobre lo que somos, y que no
están preestablecidos de ese modo. Eso que me conduce de un modo intuitivo (no
intencionalizado), me revela que quizás no necesito buscar un remedio que me
devuelva al punto de origen, sino seguir un proceso que me ha desvelado el pro-
pio curso en el que me encuentro.
Paracelso combatió a los médicos sistemáticos, destacando la importancia
sugestiva del discurso del médico. Su terapia se basaba en un método antiquísimo
de conjuro de enfermedades del que el Papiro Ebers (según Jung), ofrece exce-
lentes ejemplos de la época del antiguo Egipto. Paracelso denomina este método
como Theorica, lo cual está relacionado tanto con la esencia de la causa, como
con la esencia de a cura. El médico debe proceder intuitivamente, pues solo de
esta forma comprende el texto que la naturaleza enuncia (lo que se está pro-
nunciando). La Theorica está relacionada con el propio modo en que hay que ha-
blarle al paciente, lo cual influirá en el propio curso de la enfermedad. Paracelso
ofrece un ejemplo: Si diagnosticamos a una persona como hidrópico, entonces
será propenso a la hidropesía. Pero si dices que se trata de un semen meteórico
que se convierte en lluvia, lo cual acaba produciendo una especie de laguna, en-
tonces has acertado. Pues el enfermo puede leer el curso de su enfermedad en
el cielo, donde se forman en ocasiones unas nubes que dan lugar a ese chapa-
125
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rrón... El símil propuesto que este usa, mueve la precipitación. De esta forma el
médico es el medio por el cual la naturaleza es puesta en obra, aunque lo que
provoca no es obra suya, sino que le viene como dictado por lo que la propia na-
turaleza le dice36. La intuición se muestra aquí como el aliado más fidedigno, pues
se trata de algo que excede toda intencionalidad, una llamada de la propia natu-
raleza, un reclamo por el que nos sentimos solicitados.
La inclinación que toman las cosas tras cada encuentro dependerá de todo
aquello que las ha penetrado o empujado hacia su nuevo modo de ser. La potencia
de una fuerza dependerá de la capacidad de verse afectado por otra (la pasión con
la que esta recibe). De esta forma, mientras más te dejes afectar y llevar, más
fuerza recibes, más potencia. Se podría decir que todo con lo que nos encontra-
mos nos alimenta de un modo u otro, a veces el deseo o el trabajo son los aliados
que más nos empujan, aquellos que nos regeneran y nos lanzan con mayor fuerza.
Actualmente vivo en la ciudad, pero cada cierto tiempo siento la necesidad de
trabajar la tierra, de acercarme a ese paraíso que me cala desde lo más profundo.
Voy al pueblo un fin de semana esporádico con la intención de echar una mano a mi
padre con las tareas del campo. Da igual si se trata de labrar la vitualla, recolectar
algún fruto o levantar un muro. Esta jornada bajo el sol y en un lugar tan inmenso
me restaura más que un buen plato de comida. Es en determinados procesos como
los citados donde hayo de nuevo mi centro, vuelvo a nacer del barro.
Ante ciertas imágenes me convierto en un rehén, quedo asolado pues estas
me ponen en contacto con algo que ya conozco, activa una especie de huella la-
tente en mí. La imagen me hace acceder a un mundo que se hallaba mucho más
cercano de lo que jamás hubiese pensado, la sensación es inmediata, directa.
Viajo y descubro a través de ese ojo abierto, la imagen te eleva a un nuevo plano
de percepción. Lo mismo sucede con las palabras o la música, pues no encon-
traré otra canción que me lleve a donde esta me conduce. Esto muestra como la
potencia nutricional que ofrecen todos estos fenómenos es insustituible, al igual
que las condiciones en que se produce el choque. Pensemos en el movimiento o
la danza que la música provoca, todo cuanto se descubre es devuelto de algún
modo a todo cuanto allí sucede. El ritmo marca las pautas de mis movimientos,
el latir de mi corazón, altera el flujo de la sangre y los pensamientos… La caden-
cia ascendente me agita cada vez con mayor intensidad, el cuerpo se expande
36
JUNG, Carl Gustav. Sobre el fenómeno del espíritu en el arte y en la ciencia. Ed. Trotta. Madrid, 1999.
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SEGUNDA PARTE
LA MANIFESTACIÓN
DIRECTA
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ZAMBRANO, Maria. Notas de un método. Ed. Mondadori. Madrid, 1989. P. 19.
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opaco, escondido de algún modo (oculto). Cuando pienso o me pienso estoy su-
mergido en la vida y en su propio quehacer, por ello eso que llamamos conoci-
miento puede alejarnos en nuestro caso de lo que verdaderamente buscamos,
puesto que articula una visión que somete cuanto llega a unos mismos códigos.
Lo que habitualmente entendemos por comprender consiste en entablar una
semejanza entre eso nuevo que queremos conocer y algo ya conocido (fijado o es-
tablecido), no es posible conocer cierto elemento si no es emparentándolo con
algo ya construido. El medir habitual persigue desvelar la cosa, desplegarla, fijarla,
convertirla en algo conocido, manipulable y disponible. Sin embargo el modelo de
descubrimiento que aquí proponemos es bien diferente, pues eso que desplega-
mos y convertimos en conocido es precisamente lo que perdemos.
Puesto que convertir algo en conocido es perderlo, esta otra actitud tiende
a penetrar en el mundo sin programas, para que este se manifieste en cada oca-
sión desde la excepcionalidad que le es propia (atender al modelo que en cada
ocasión se propone). De esta forma el mundo es vivido y experimentado antes
que juzgado o interpretado, las condiciones de la propia experiencia generan el
método adecuado para cada ocasión, sin ignorar el devenir de la propia concien-
cia. Con ello señalamos hacia una comprensión que se levanta sobre lo no vigilado,
es decir, hacia lo que está libre de los afanes y solicitudes del hombre. El poten-
cial de este modelo de comprensión no se halla tanto en esclarecer el fenómeno
con respecto a unos patrones convencionalizados, sino de recorrerlo atendiendo
con total libertad a lo que este solicita. De este modo el objeto de nuestra con-
templación se convierte en un vehículo que inmediatamente nos hace cruzar el
umbral de lo normalizado y aceptado, provocando un desplazamiento en el que
accedemos a otros grados de manifestación que se hallan velados por los fun-
cionamientos ordinarios.
Eso que viene revelándose es algo que ya ha sido alcanzado y que poseemos
originariamente, se trata de atender a la naturaleza del propio fenómeno y a la
conciencia o los sentidos que este activa, dos factores indivisibles que resultan
imposibles de comprender el uno sin el otro. Aquí la comprensión no puede deri-
varse de datos, cálculos o resultados (información), sino solo a partir de un con-
tacto directo con esa fuerza que funda y nos funda a cada milésima. Esta
cercanía que nos mueve intuitivamente es lo que permite descubrir aquello que
viene a nuestro encuentro sin llegar a someterlo a nuestros propios intereses.
En este punto podemos captar eso que se nos dice con la única pretensión de co-
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rresponderlo, dejar que esa música nos lleve de la mano reorganizando cuanto
acontece, comprender este viaje desde el desplazamiento de la conciencia y los
umbrales a los que esta accede.
El mundo se manifiesta directamente cuando lo observamos sin ninguna pre-
tensión utilitarista, es decir, cuando nuestra mirada no está mediada por repre-
sentaciones o significados que prefiguran cuanto sucede. Pero esto resulta cada
vez más difícil, debido a las exigencias que se nos demandan, los modos de vidas
a los que estamos abocados o los valores que nos gobiernan, donde lo conocido
se convierte en el único objeto de nuestra percepción. Esta naturalización oculta
el devenir creativo de todo cuanto se viene formando, imposibilitando el acceso
a esa dimensión atemporal y fundacional a la cual aludíamos en el primer bloque.
La naturaleza no conoce formas, ni conceptos, ni géneros, sino una x que es
para nosotros inaccesible e indefinible. A través del lenguaje describimos y pro-
porcionamos designaciones parciales de las cosas que solamente tienen validez
dentro del propio lenguaje. No existen leyes en el universo, a no ser que conside-
remos estas como las que el hombre ha creado para sí, aquellas que articulan el
marco de nuestras observaciones y consideraciones. Tal y como apunta Nietzs-
che, nuestra explicación del mundo es completamente antropomórfica, una cre-
ación nuestra que no procede de la esencia de las cosas, sino de aquello que el
hombre en un momento determinado consideró como significativo. Todo aquello
que tomemos como cierto será sólo una afirmación dogmática, y por lo tanto,
indemostrable como su contraria38.
El interés de muchos intelectuales por culturas ajenas a la occidental se debe
a que estas revelan realidades y mundos desconocidos para occidente, ámbitos
y experiencias a las que nuestro modo de conciencia ha cerrado el paso. En estas
culturas, los estados de ánimo alterado como la ensoñación, la locura, la alucina-
ción y las experiencias cercanas a la muerte se consideraban como formas de co-
nocimiento somático a través del cuerpo, medios que posibiliten el paso a otro
plano de realidad. Lo que se ha generalizado como el vuelo mágico implica toda una
serie de experiencias vitales ignoradas en el mundo moderno utilitarista. La mul-
titud de textos sobre experiencias místicas o visionarias son el lugar en el que
pueden encontrarse un modelo de sabiduría construida desde la propia expe-
riencia, toda una tradición que coincide en concebir la realidad o la vivencia como
38
NIETZSCHE, Friedrich. Textos cardinales. Antología. Ed. Península. Barcelona, 1988.
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39
EDGAR WIND citado por RACIONERO, Luis. Filosofía del underground. Ed. Anagrama. Barcelona, 1977. P. 185.
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Por todo ello el paradigma sobre el que aquí profundizamos señala hacia la
necesidad de un contacto directo con las cosas, con el ser de los entes, puesto
que existe un abismo entre la representación y lo representado, ambos nos co-
locan ante un fenómeno completamente diferente. Debido al desarrollo masivo y
globalizador de los medios tecnológicos o informáticos, la información asequible
es cada vez mayor. Esto genera la ilusión de que tenemos el mundo a golpe de
ratón (videos, fotografías, imágenes, textos, noticias, datos…), documentos que
generan una conciencia específica que valora la información por encima de lo que
esta nos hace perder.
Podemos ver cientos de fotos y videos sobre Pompeya, leer cuantos libros
halla, pero cuando viajamos hasta allí, comprendemos que no teníamos ni idea de
lo que ahí sucede. El contacto directo con sus calles, sus piedras y sus imágenes,
nos revelan algo que era completamente ajeno a las reproducciones fílmicas o fo-
tográficas. Al entrar en esas casas el pensamiento o la mirada comienzan a fun-
cionar de otro modo, el propio sentir fluye diferente. Cada ladrillo y cada mosaico
me pone en contacto con algo que no cesa de excitarme. La presencia y el peso
de los objetos, la atmósfera que se respira en ciertos lugares, la inteligencia que
estos despiertan, todo ello genera un modo de ser (mundo en curso) que resulta
inaccesible de otro modo. De esta forma constatamos la necesidad de un modelo
de descubrimiento que solo puede desarrollarse desde el contacto directo con
eso que aquí mismo se abre. Cada punto de contacto activará su propia zona de
resonancia (objetos, materiales, imágenes, colores, ideas, sonidos...)
En este punto es donde puede comprenderse la necesidad de un discurso
desde los objetos mismos, desde su irradiación inmediata, desde lo que estos ac-
tivan o despiertan en nosotros. Sin recubrimientos, engaños, apariencias o pre-
tensiones de verdad. No podemos comprender el barro sin mancharnos, el agua
sin mojarnos, el fuego sin quemarnos o sentir su calor. No podemos comprender
una obra si permanecemos frente a ella, no podemos entender una pieza musi-
cal si no es dejando que esta nos arrastre, dejando que esta transforme nues-
tro cuerpo, nuestro ánimo, nuestro entorno. No hay descubrimiento sin este
dejarse llevar por ese torbellino que las propias circunstancias ponen en marcha.
Por ello apuntamos hacia un comprender que se instaura en el movimiento mismo,
un modelo de conocimiento que se desarrolla desde la capacidad de movernos
junto a eso indescifrable que nos va llevando. No hay revelación sin desplaza-
miento o transito, no hay revelación sin un deslizamiento y un paulatino manifes-
tarse de lo que somos o atravesamos.
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El umbral es la puerta o el punto de contacto entre dos mundos, atravesarlo significa entrar
en otro régimen, acceder a un nuevo espacio de revelación (otro cuerpo, otra tierra). Esto
puede suceder en cualquier punto o momento, aunque no debe entenderse como algo que con-
trolamos intencionadamente (subjetividad), sino como un desplazamiento impredecible al cual
nos vemos abocados cuando las condiciones son propicias. Detectamos el umbral cuando se al-
tera el flujo normalizado de pensamientos y percepciones, aquí accedemos a un espacio virgen
de manifestación que se funda junto a nosotros mismos. La comprensión es inmediata.
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Las esferas no son zonas, regiones o mundos existentes, sino que ejemplifican diferentes gra-
dos de manifestación de cuanto está en curso. Dependiendo de la organización de los órganos
así como el nivel en que estos se activan, seremos desplazados hacia unos u otros umbrales.
Desde nuestro propio discurrir podemos captar algo que se halla fuera de la esfera que coti-
dianamente nos domina, un curso de fenómenos que es ignorado por los umbrales programa-
dos a priori. Con cada salto hallaremos un correlato de eso que en determinada circunstancia
somos. Desde estos movimientos atravesamos múltiples devenires a través de los cuales nos
transformamos y descubrimos bajo múltiples formas.
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Con este arquetipo queremos enfocar hacia un tipo de comprensión que solo puede surgir
desde la cercanía de lo que nos toca. Normalmente decimos que conocemos algo cuando po-
demos emplazarlo dentro de cierta información que tenemos asentada y asimilada como fija,
pero eso que de repente desvelamos y lo convertimos en conocido es precisamente lo que per-
demos. Por ello el poeta como el niño, prefieren recorrer las cosas antes que interpretarlas,
experimentarlas y vivirlas antes que someterlas para fijarlas y controlarlas. El viaje de fuego se
muestra aquí como el medio y su finalidad, puesto que solo puedo comprender siendo el propio
objeto de mi contemplación, dejándome lanzar por eso que me llama y me lleva. Toda una acti-
tud que se entrega y mora en la riqueza de eso desconocido incorruptible.
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Podemos hablar de rapto cuando ya no operamos intencionadamente, sino que nos hacemos re-
henes de las propias circunstancias, una intuición que nos conduce modificando los propios
espacios que habitamos. Eso que nos viene inmediatamente como sensación, intuición o pen-
samiento, no es algo traído caprichosamente, lo mismo podríamos decir de eso que captamos
mediante el pensamiento, la imaginación o los sueños. Se trata más bien de algo que se pone
en marcha o se nos dice cuando las condiciones son propicias, algo entra en juego de repente.
Cuando nos dejamos afectar y llevar por eso que nos llega, accedemos al nivel en que todo se
está fundando junto a nosotros mismos. El rapto se muestra así como una experiencia ajena a
toda subjetividad, una capacidad de correspondencia y entrega a lo que el propio aconteci-
miento nos pide.
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3. LA COMPRENSIÓN PREVERBAL
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no puede entenderse como indiferencia, puesto que implica una escucha activa
de lo que el ente reclama desde su alteridad, desde el propio dinamismo en que se
viene constituyendo. Por ello esta investigación no puede prosperar desde un uso
de las etiquetas colocadas a los cajones y a los frascos, sino abriéndolos para que
todo cuanto hay encerrado salga, es decir, sea. A veces se hace incluso necesario
destruir el armario.
Uno de los puntos culminantes de esta comprensión está reflejado en las ex-
periencias del éxtasis, las cuales derivan en la mayoría de los casos de una con-
templación activa y rigurosa. El origen de estas ascensiones no solo provienen de
irán, sino que reaparece en babilonia y en la antigua Grecia. En España contamos
con los testimonios escritos de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Ramon Llull o
Miguel de Molinos. Esta idea del conocimiento como una revelación directa ha
vuelto a resurgir en el pensamiento y la filosofía contemporánea con Heidegger
y María Zambrano. Dentro del mundo del arte contemporáneo contamos también
con importantes ejemplos y aportaciones teóricas: Kandinsky, Ives Klein, Paul Klee,
Joseph Beuys, Rothko, Michaux…
El ser que se hace digno de la revelación es un ser divino, pues ya no podemos
hablar de un yo que conoce o asimila cosas, sino de un comprender impersonal
que no le pertenece, una fuerza que como un río conduce las corrientes. En esta
sacudida es aniquilado tanto el sujeto como los intereses que este arrastra. El
devenir se ve alterado por la inteligencia que en cuyo curso se despierta, por las
modificaciones que todo esto produce. Dice Nishitani: “La palabra japonesa
aprender (narau) contiene el sentido de imitar algo, de hacer un esfuerzo para si-
tuarse esencialmente en el mismo modo de ser que la cosa que se quiere apren-
der”40. Solo puedo conocer esa llama ardiendo del mismo modo que ella, solo
puedo conocer ese pájaro siendo yo mismo tal cual es. Ahora puede verse la di-
ferencia abismal entre conocer desde una cercanía que nos empuja y nos hace,
o desde la distancia especulativa.
La comprensión pre-verbal será abordada desde cuatro apartados o con-
ceptos: El ritual, La revelación, La llamada y La iluminación. Cuatro términos esen-
ciales desde donde profundizaremos en la idea de una comprensión vivencial que
excede toda posibilidad analítica o conceptual, una fuerza que opera desplazando
todo aquello que toca o afecta.
40
NISHITANI, Keiji. La religión y la nada. Ed. Siruela: Madrid, 1999. P. 184.
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El ritual
Antes de ponerme a pintar, dibujar o a realizar alguna pieza, coloco música,
distribuyo todos los objetos que voy a utilizar sobre la mesa. Palpo y observo las
cosas realizadas días atrás. Todo ello me va limpiando de cuestiones o pensa-
mientos ajenos a lo que en ese mismo momento comienza a abrirse. Como una
ducha o lluvia que cae para depurarme de todo aquello que pudiera impedirme
avanzar. Estos preparativos van creando una especie de clima, donde cada pe-
queño detalle es importante, donde cada acto es una ceremonia en sí: La indu-
mentaria, el momento del día o la noche, la fecha, el lugar, el estado de ánimo que
irrumpe, la distribución de las herramientas y los materiales... Todos estos pro-
cesos no tienen otra finalidad que la de preparar el espacio para el encuentro,
propiciar el acercamiento y potenciar la penetración en todo cuanto comienza a
suceder. Cada pequeño suceso sirve para acentuar la lucidez de los observado-
res, alterar o acrecentar el nivel de conciencia de cuanto allí sucede.
Todos estos elementos pueden observarse también en los rituales ancestra-
les de las tribus aborígenes, donde el sentido de la danza, las máscaras, los alu-
cinógenos, la música, se configuran como un dispositivo para el viaje y el
encuentro con lo divino. Un acceso que solo es posible desde la metamorfosis de
los propios viajeros, pues solo cuando el ser deviene en este mismo modo, se hace
digno de tal encuentro. De la misma forma que el hombre funcional tiene acceso
a un mundo instrumentalizado, cuando el chamán se coloca su máscara y baila, se
produce una transformación sustancial de sí mismo, de sus posibilidades, cam-
bia la relación con aquello que le rodea, penetra en otro tipo circunstancias. Este
es el momento en el que cruzamos el umbral, entramos en otro régimen donde
las condiciones son muy diferentes a las conocidas. Desde este espacio vivo tiene
lugar lo que podríamos denominar como una percepción sin memoria, un devenir
sin tiempo, una experiencia ajena a toda predeterminación espacio-temporal. La
eficacia del ritual dependerá del nivel de suspensión de la racionalidad y sus pro-
gramas, a fin de conseguir el acceso a otros grados de manifestación (mundos).
Cuando el individuo empieza a funcionar y operar como un autómata, descubre
cosas que su intencionalidad le hubiese encubierto.
La persona ajena al ritual habita en otro estado de cosas, aunque aparente-
mente está presente, está ausente y lejana de lo que allí sucede. Desde su dis-
tancia no se hace merecedor de la transformación que allí se produce, no percibe
el mundo que ahí se abre. Para el que no ve, los que si ven se convierten en locos.
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Esta imposibilidad para el encuentro le hace percibir a los otros como pertur-
bados, y a sus visiones o experiencias como ilusiones. Mientras que el chaman se
transforma en oso y los músicos se elevan por los cielos más altos, el antropó-
logo anota en su libreta aquellos datos o fenómenos para los que su observación
se ha especializado.
Múltiples son los documentos y tradiciones que se sometían a rigurosas nor-
mas y premisas, con el fin de propiciar cambios en el funcionamiento de la pro-
pia conciencia. Por ello los pitagóricos obsesionados con la búsqueda de los
oráculos, después de cantar sus alabanzas, se lavaban en un río o baño y se ves-
tían con túnicas blancas de lino. Tales acciones acompañadas del conveniente
ayuno, generaban un modo de conciencia adecuado para contactar con cierto
estado de cosas hacia el que se sentían abocados. La importancia del ritual ra-
dica según Mircea Eliade, en la reactualización del tiempo sagrado que este pro-
voca. El individuo repite los actos de sus antepasados míticos (repetición ritual
de los gestos divinos), lo cual le permite acceder al tiempo de la creación en que
tales acontecimientos tuvieron y tienen lugar41. Quien alcanza esta pureza y lige-
reza de pensamiento se torna celeste, preparado para un nuevo encuentro con
eso de lo que ahora es digno.
Descendemos por el barranco de la luna, situado en el Valle de Lecrín. Segui-
mos la bajada del río por un cañón que constantemente nos da paso a lugares
más increíbles. Llegamos a una gruta estrecha con altas y firmes paredes de pie-
dra, entonces oigo la voz de Javi que me llama desde atrás. Retrocedo mientras
los demás avanzan. Me encuentro a dos compañeros con las caras cubiertas de
arcilla gris, sus manos juntas colmadas de barro e inclinadas hacia mí son toda
una invitación que no puedo rechazar. Justo en este momento me cambia com-
pletamente el chip, algo con lo que no contaba ha irrumpido de repente, el ritmo
que me invade ha cambiado por completo. Continúo en el barranco de la Luna con
mis compañeros, pero ahora empiezo a sentirlo y percibirlo en otro nivel. La ini-
ciación ya a comenzado, la sangre y el aire circulan de otro modo, ante mí tengo
todo lo que necesito para adentrarme de lleno, para descubrirlo con el ojo que en
tales circunstancias se me requiere. Introduzco mis manos en el agua y extraigo
el barro del fondo, sin ningún reparo embadurno todo mi rostro, el cuello, los hom-
bros, el pecho, los brazos, las piernas… El acceso es inmediato e implacable, ahora
41
ELIADE, Mircea. Lo sagrado y lo profano. Ed. Paidós. Barcelona, 2003.
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mensa llanura, pero ahora todo era diferente. El fomento de tal estado de trance
había dilatado tanto la visión como la mente, nos hallábamos justo en el punto de
inicio. En el marco de esta experiencia sería imposible hablar de individuos dife-
rentes, pues la disolución era absoluta, el pensamiento brotaba bajo un mismo
caudal, la mirada se abría desde todas partes, imposible localizar un centro.
Durante dos años estuve cantando en una coral de mi pueblo, en el reperto-
rio había ciertas obras sacras en las que encontraba una composición o fórmula
potentísima, podríamos decir casi mágica. El director marcaba el tono de en-
trada de cada uno de los grupos de voces (bajos, tenores, sopranos y contra
altos), a continuación una leve brisa comenzaba a llenar toda la sala. Práctica-
mente toda la pieza parecía estar en función de un momento concreto, un punto
donde sentía que se hallaba la cima o la eclosión de la obra. Todo cuanto había
antes de ese momento cumbre funcionaba como una especie de dispositivo en el
que se preparaba algo, un acercamiento progresivo que llevaba la situación hacia
ese momento único, conduciendo y propiciando eso que ya se hacía intuir en su
venida. Cuando llegaba ese momento detonador todo se desvanecía. La clave se
hallaba en tan solo un par de acordes, apenas tres o cuatro segundos si lo me-
dimos con nuestros relojes. Pero ese momento sublime albergaba mucho más
fuego que toda una semana, el transcurso de la pieza parecía ir preparando el
alma para desgarrarla justo en ese punto. En escasos segundos hallaba un infi-
nito que colmaba mi pecho, cuarenta voces armonizadas en un acorde de cuatro
tonos. El efecto de este acorde no puede ser entendido cuantitativamente, pues
en lo que lo precede se halla una fórmula que nos sintoniza en la medida justa
para ser tocados por semejante impacto. Por eso del análisis de esos dos acor-
des no obtenemos nada, el misterio no se esclarece, sino que se intensifica.
Aquí volvemos a considerar la imposibilidad de hablar del objeto en sí (como
esencia fija), pues más bien habría que apuntar hacia diferentes niveles de ope-
ratividad, múltiples grados desde donde se produce siempre un encuentro dife-
rente. No es el acorde el que nos lanza, sino toda una fórmula que nos prepara y
activa para saltar por los aires cuando ese dedo nos toca. El ritual se muestra
así como todo un dispositivo con el que vamos accediendo a cierto estado de
cosas, la concentración con que se llevan a cabo todos los preparativos inaugura
todo un campo propicio para ser afectado.
Con un cuchillo dibujo un círculo en el suelo, este simple acto ya ha generado
un espacio privilegiado donde las condiciones son diferentes. La voluntad con
que es llevado a cabo el propio acto hace efectivo el experimento, cuando pe-
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CORBIN, Henry. Templo y contemplación. Ed. Trota. Madrid, 2003.
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sentirse mas verdadero que en la propia cotidianidad43. El ser explora así su pro-
pio enigma, se arroja hacia posibilidades que salen fuera de la conciencia norma-
lizada, en la propia entidad que encarnas descubres otro modo de pensar y de ser
(cuestionamiento de los funcionamientos habituales). El aprendiz se convierte en
iniciado cuando está preparado para dejar de lado los textos y arrojarse de lleno
a lo que la experiencia le revela. Todos los antiguos oficios requieren de un pro-
ceso de iniciación que debe superar toda teoría o dogma para recibir algo que
proviene directamente de dicha actividad. Un modo de operar que nos va aden-
trando y descubriendo un paisaje que le es propio. Esta es la prueba de fuego,
donde el iniciado accede así a una sabiduría revelada que le hace despertar en un
nuevo campo de circunstancias.
Preparo un perfume o incienso, siguiendo las claves halladas en los textos de
Cornelio Agrippa, aunque creando yo mismo mi propio recetario. Uso una serie de
elementos que tienen una relación de afinidad con el astro para el que preparo
la pócima, bien a través de su forma, color, estación, estructura… Todas ellas
recogidas y envueltas bajo la dominación del sol o la estrella de la que se quiere
adquirir su virtud. Todo el proceso de elaboración del ungüento va generado una
afinidad con el elemento con el cual pretendo unirme, aquel del cual busco adquirir
cierta virtud. En este caso el acceso no se ha producido en una única sesión, sino
que ha llevado consigo una inmersión de varios días. Llega el momento de la apli-
cación, el sol aparece sobre la figura del cielo, me coloco de cara a donde se le-
vanta. Realizo una pequeña hoguera y espero que la estrella se levante un poco
más para que sus rayos me golpeen con más fuerza. Introduzco el objeto en el
fuego, comienza a arder, el humo se desprende junto a un aroma que nos trans-
porta. Su virtud nos llega bajo la forma de sensaciones que transforman por
completo el espacio en el que nos hallamos, el pensar que nos recorre.
El ritual conlleva así toda una serie de practicas, preparativos y operaciones
que nos movilizan dentro de un contexto propicio para el encuentro. La balsa
será llevada por una tenue corriente que nos mueve casi sin que nos demos
cuenta. La atención prestada a los diferentes actos nos aleja de aquella tierra co-
nocida (sistematizada), para atender a otro régimen de cosas. Una inteligencia
sintiente se pone en marcha, una verdad que no necesita convencer de nada,
pues se presenta y nos recorre como un torbellino. Caía lentamente cuando ese
viento me transportó a la cima de la montaña.
43
ARTAUD, Antonin. El teatro y su doble. Ed. Edhasa. Barcelona, 1997.
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La revelación
En septiembre del 2006, nos juntamos varios amigos para llevar a cabo un ex-
perimento del que ya habíamos hablado en ocasiones anteriores. El lugar era un
bosque de enormes árboles y rodeado de montañas, situado en lo que se conoce
como el refugio del Juanar, término municipal de Ojén (Málaga). El experimento
consistía en la convivencia de seis personas en dicho lugar, donde durante 24
horas nadie podría emitir palabras que tuviesen un significado semántico. Para
darle mayor coherencia al asunto, se prohibió llevar libros, cámaras de foto o
video, móviles, blocs, lápices, bolígrafos, o cualquier otra cosa a través de la cual
poder emitir o leer cualquier vocablo. No se podían emitir palabras, pero sí soni-
dos o fonemas sin significado, por lo que se generaban nuevas formas de comu-
nicación, las cuales podríamos considerar como musicales. Yo me encontraba en
un punto privilegiado, pues era el único que conocía desde hacía bastante tiempo
a todos los allí presentes. Aún así, en esas 24 horas descubrí a un personaje com-
pletamente nuevo en cada uno de ellos. A medida que pasaron las horas, cada vez
se hacían menos necesarios los sonidos o los gestos (el lugar se volvía cada vez
más sorprendente), solo con mirar a los ojos del otro, sentías que no hacía falta
señalar ni decir nada, pues todos nos hallábamos en un mismo cauce. En esta au-
sencia de palabras nos hacíamos cada vez más transparentes, imposible de es-
conder o disimular nada, la mirada de mis compañeros se transformaba en una
ventana a través de la cual podía verme a mí mismo. Fue justo en este momento
donde comprendí que el pensamiento o la mirada no pertenecen a un sujeto que
observa un exterior, pues en tal punto no existe esa dualidad, nuestra visión per-
tenecía a cuanto allí comenzaba a fraguarse, es decir, al ser de todo cuanto allí
había. Podías mirar desde todos los lados, sentir desde todos los puntos, escu-
char desde todos los elementos. Esta experiencia creó un vínculo muy especial
entre los allí presentes.
El objetivo de todo esto era silenciar las palabras, para modificar así nuestra
manera de pensar y percibir. Si dejábamos de pensar en conceptos, accedería-
mos a un ámbito de fenómenos que eran completamente ignorados desde nues-
tra cotidianidad. Es por ello que poco podemos decir en términos verbales de lo
que allí sucedió, aunque si podemos aludir hacia algo que se abrió desde entonces.
El silencio, o la capacidad de permitir que las cosas vengan en su natural an-
chura fue aquí un fenómeno fundamental, pues solo en la ausencia de conceptos
(representaciones), puede brotar algo diferente a ellos. Cuando cultivamos este
silencio, la mirada despierta de algún modo, accedemos a otros niveles que son
168
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44
FOUCAULT, Michel. Siete sentencias sobre el séptimo ángel. Ed. Arena. Madrid, 1999.
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las grietas en la roca, las flautas o los acordeones… La brisa marina habla a tra-
vés de todo cuanto roza, atraviesa o mueve. Cuando vamos en coche y abro la
ventana el aire genera un sonido y una voz, saco la palma de la mano y cambia la
frecuencia en la que nos hallamos. El silbido va modulando conforme cambio la
postura, el modo y la inclinación de la mano. Esto puede ser usado incluso como
un instrumento percusivo con diferentes tonalidades, pudiendo acompañar a otro
tipo de ritmos que se generan dentro o fuera del coche (el sonido del motor, de
lo árboles u otros vehículos al pasar, las voces o conversaciones que suceden
dentro del coche…).
Hace unos años estuve viviendo en una casa vieja que tenía enormes agujeros
y desconchones en su fachada. Una noche en la que el viento azotaba ferozmente,
junto con los golpes y portazos que se oían en la lejanía surgían voces y alaridos
de diversas intensidades. Esta violencia que atravesaba las calles intentando co-
larse en las casas, usaba las grietas de la pared para emitir gemidos, gritos y
llantos. Apagamos la luz y nos tumbamos en la cama en total silencio. Tras la ven-
tana de la habitación parecía haber una coral de diferentes voces que iban mo-
dulando su canto extraño. Lo que en ese momento se pone en juego puede
generar una experiencia completamente aterradora, pues aquí rozamos el límite
de lo que creemos controlar. El sentido común nos dirá que esos sonidos son
provocados por el viento rozando y atravesando esas grietas. Esta forma de pen-
sar nos tranquiliza, nos aleja de la amplitud del fenómeno y nos resguarda del pe-
ligro. La lógica y la razón generan así un mundo en el que somos aislados,
protegidos o resguardados de ese abismo donde ya no controlamos lo que pasa.
No podemos soportar la idea de que el viento deje de ser viento para ser otra
cosa, de que la grieta deje de ser agujero para presentarse de otro modo, de que
la persona deje de ser persona para devenir como fuego.
Para el modo de conciencia que hemos normalizado, lo más razonable es pen-
sar que el árbol solo puede ser árbol, que el anciano solo puede ser anciano, el
gato solo puede ser gato. Toda percepción se hallará sujeta a referentes (sus-
tantivos), modelos ideales (rostros) sobre los que articulamos cuanto sucede.
Nuestros sentidos son educados para pensar sin esa implicación de lo que nos
sobrepasa, este ojo jamás podrá ver aquello que excede su límite, eso que viene
negado de antemano por el modo en el que ha sido construido. Todo fenómeno
queda reducido a una razón, un sentido o significado que nos resguarda de eso
desbordante con lo que nos pone en contacto. El sentido común puede enten-
derse aquí como un refugio donde estamos a salvo de lo que no controlamos. A
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mundo que nos interpela precisamente cuando nos deshacemos de los sentidos,
las intencionalidades y los significados que cotidianamente nos gobiernan. Aquí se
abre una visión dilatada más allá de lo bueno y de lo malo, de lo justo o lo injusto,
de lo verdadero o lo falso (fuera de toda bipolaridad). Tal y como nos señala Rilke,
estar a salvo es estar liberado de las leyes del tiempo y el espacio, quien ha ac-
cedido a este grado está resguardado de todo peligro, porque está más allá de
todo peligro. El ángel aparece en su poesía como consagración de un amor in-
transitivo, impersonal (fuerza incontrolable que se halla fuera de todas nuestras
construcciones o dispositivos), un encuentro solo digno para quien ha recuperado
(accedido) a cierta sabiduría45. Por ello la revelación viene siempre acompañada
de una eliminación del tiempo lineal, del espacio geométrico rígido, de las cons-
trucciones semánticas y referenciales. Los sentidos se agudizan alcanzando un
acontecimiento que se articula fuera de todos estos parámetros asentados.
Las primeras ocasiones en las que fui consciente con total lucidez de este
tiempo del origen (atemporalidad), fue bajo los efectos de unas setas alucinóge-
nas naturales. El consumo de esta planta provoca una agudización de los sentidos,
a la vez que eleva el grado de atención y captación de cuanto sucede. Lo que ocu-
rre nos interpela con tal fuerza que impide que la mente se abstraiga en ideas o
cuestiones ajenas a lo que aquí esta sucediendo, acentuando notablemente nues-
tra capacidad contemplativa. Los colores se hacen más intensos, las formas más
nítidas, los sonidos hacen vibrar nuestro cuerpo, el mismo oleaje que recorre ese
cielo y esas montañas, se hace visible sobre la propia carne. El tacto se acentúa
hasta tal punto que querríamos tocarlo todo, pues cada hoja alberga un mundo di-
ferente desde su roce con la yema de mis dedos. No podríamos realizar ninguna
tarea intencionada que rebasase los diez segundos, pues lo que aquí sucede des-
borda completamente todas nuestras pretensiones, la disolución o cercanía llega
a tal punto que se hace imposible cualquier mínimo resquicio de subjetividad. La se-
gunda vez que penetramos en este tiempo del origen fue en el refugio del Juanar,
donde convivimos seis personas veinticuatro horas sin hablar (experiencia a la que
aludíamos al principio de este apartado). Este experimento me hizo comprender
que ese otro mundo al que habíamos accedido ingiriendo setas, podía alcanzarse
sin tomar sustancia alguna. Solo habría que alterar el modo programado de con-
ciencia para que emergiera otro modo de pensamiento y percepción. La tercera
vez fue en el desierto del Sahara (Marruecos), allí comprendimos que existen lu-
45
RILKE, Rainer María. Elegías de Duino. Los sonetos de orfeo. Ed. Catedra. Madrid, 1987.
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gares que potencian este retorno al tiempo del origen. En los tres casos los ór-
ganos eran desprogramados y organizados de otro modo, lo cual nos hacía acce-
der a fenómenos que cotidianamente pasan desapercibidos.
El ángel se aparece a veces como una tenue corriente que mece las peque-
ñas y luminosas hojas de una planta, pero tras este impacto somos desplazados
hacia ese cielo que este trae consigo. Eso que viene de otro lugar para revelar-
nos una entrada, nos atrae y nos sumerge en un torbellino que se genera junto
a nosotros mismos. Acontecemos a modo de canto, cada gota nos lleva, cada pa-
labra provoca un encuentro, cada cadencia nos hace saltar sobre un nuevo suelo.
La virtud para el viaje reside en mantener activo y vivo ese instante del conoci-
miento naciente (tiempo arquetípico de la creación), aquí radica la gloria del ser
atemporal.
El universo se viene desplegado como un enorme libro ante nuestros ojos,
pero no se puede comprender hasta que no se entienda la lengua en la que está
escrito. Toda manifestación está ya latente, como algo que sucede desde siem-
pre aquí mismo y en este mismo momento, algo inmensurable que se halla en
nuestro caminar cotidiano. El acceso es directo, inmediato, sencillo, natural. Mira
inmediatamente aquello que está aquí y ahora. La revelación debe entenderse
como una expresión o explosión de la naturaleza que se da momento tras mo-
mento, un oír que no difiere del pensar, un comprender que no se diferencia del
sentir. Hierba y árboles son mente, igual con todos los seres.
La llamada
Cierro los ojos y escucho la música, sus ritmos me mueven, la mano portando
un rotulador se deja llevar sobre la superficie de un papel que ni siquiera veo. El
bloc no tiene contornos, solo unos sendajos sobre los que es imposible dejar hue-
lla. La música me transporta por lugares increíbles, por los cuales penetro arras-
trando trazos sobre la hoja. Círculos, puntos, líneas, cadencias, ritmos… Me
desplazo dando curvas que ni siquiera veo. El rotulador, la mano, el cuerpo y todo
lo demás son movidos por cierto oleaje que dejará sus huellas sobre la arena.
Acaba la música, abro los ojos y veo una superposición de líneas y puntos sobre
el papel. Siento un segundo de horror o pánico ante algo que me sorprende, des-
pués placer, pues reconozco eso que se presenta, me es familiar aquello que el
dibujo manifiesta tan abiertamente sin condiciones ni disfraces, solo pura vibra-
ción. Continúo con nuevos dibujos, pero ahora sin música. Me quedo en silencio e
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intento escuchar algo en la tranquilidad de la noche. De nuevo con los ojos ce-
rrados hago danzar la mano sobre el papel. El roce del rotulador, la respiración y
mis propios latidos comienzan a generar la música misma. Grave en su lentitud,
aguda en trazos rápidos, me sumerjo en este movimiento (danza). Cuando abro
los ojos contemplo las huellas de este viaje, de nuevo pura vibración, nada sobra
ni falta. Es tal la sorpresa que experimento cada vez que abro los ojos, que rea-
lizo varios dibujos usando el mismo método.
Cuando me hallo junto a determinados objetos o imágenes, siento el reclamo
de algo que me llama. Quizás el mejor ejemplo para ejemplificar esta llamada sea
la música, pero no basta únicamente la obra, es preciso que se de cierta sin-
cronicidad entre lo que reclama, y aquel que es clamado desde esta llamada. La
música puede pasar completamente desapercibida, pero también puede arras-
trarnos y transformar todo cuanto sucede ahora. Ante determinadas obras, me
siento arrojado a un mundo que me hace vibrar desde lo más profundo, es la
propia materia la que opera abriendo todo un sendero, como una especie de in-
teligencia que activa un nuevo curso. Este discurso que viene generándose
desde los propios objetos no puede comprenderse como algo ya desplegado ahí
delante (como un enunciado que dice tal cosa), sino que actúa dentro de un nivel
que venimos denominando como fundacional. En esta dimensión creativa el dis-
curso no se halla agotado por su función o contenido, sino que se presenta como
un manantial inagotable que desborda todo posible emplazamiento. Por ello De-
leuze nos dice que la importancia del libro (la obra), no se halla tanto en los con-
tenidos que este alberga, si no en el funcionamiento al que ese da lugar. El libro
es entendido aquí como una especie de mecanismo cuyo valor reside en el tipo
de cuerpo o mundo que este hace funcionar, en lo que tal dispositivo activa o
pone en marcha46. Esta capacidad vehiculadora que Deleuze otorga al libro puede
extenderse también a los objetos, las imágenes, la música o la propia naturaleza.
Lo que aquí se evidencia es una cualidad que se halla en todas las cosas, cierto
nivel de funcionamiento que se halla vigente en todo lenguaje. Desde la especi-
ficidad del propio encuentro se despierta algún tipo de intuición que nos pone
en marcha hacia algo, una fuerza o inteligencia a la que nos entregamos y co-
rrespondemos como si fuese una brújula.
Estamos en un parque, al borde de un pequeño pueblo, bajo la enorme som-
bra que proyectan unos árboles gigantescos. Tan solo a unos metros de donde
46
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix. Mil mesetas. Ed. Pre-textos. Valencia, 1998.
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sus pasiones y afectos en alguna obra, su proceder se une con el de las estre-
llas y sus inteligencias. Su movimiento está tan ligado al nuestro que se influye
cierta virtud de las cosas en nuestras operaciones. En estas consideraciones se
está valorando cierto potencial que se deriva no tanto de las actividades que rea-
lizamos, sino del modo en que tales operaciones son llevadas a cabo. La pasión con
la que realizamos algo acentúa crecientemente la intensidad de cuanto avanza
con nosotros, el modo fervoroso por el que transcurrimos atrae determinadas
influencias y pensamientos de cuanto nos acompaña. El viaje es potenciado
cuando los lenguajes o materiales con los que operamos son vivificados, sentidos
y captados en toda su intensidad. El modo en que realizamos dicha acción (el
como), se torna aquí sumamente más importante que la propia operación que
realizamos (el que). Cuando el místico fervoroso nombra a Alá, algo se dilata en
su mente (y en su ojo), el simple nombramiento de esas letras provoca toda una
conmoción, pone algo en funcionamiento, reestructura el cuerpo y los sentidos.
La llamada se pone en marcha cuando somos o nos movemos en un marco
adecuado de escucha, cuando nos dejamos arrastrar por ese oleaje que conduce
la mano, la mirada o el pensamiento. Este reclamo nos alcanza desinteresada-
mente cuando menos lo esperamos, cuando olvidamos los propósitos y las razo-
nes. Es ahí donde se nos toma la mano y se nos lleva como a oscuras, sin saber
por donde ni como. Si somos capaces de superar el miedo atroz a desestructu-
rarnos al cambiar de mundo (miedo a la metamorfosis), podremos arrojarnos,
lanzarnos y dejarnos llevar por ese torbellino, entregarnos a esa violencia que no
tiene nombre ni origen.
Existen infinidad de dispositivos para activar o potenciar de algún modo eso
que nos excede, nos desplaza y nos guía (intuición), entre ellos encontramos todas
las variantes de automatismos (escritura, danza, dibujo, música…), donde las in-
tenciones subjetivas son eliminadas en función de otras fuerzas a las que nos
entregamos. Cuando trabajamos con el azar estamos integrando todo un po-
tencial que no controlamos en nuestras propias operaciones, tal y como incor-
porar algún tipo de inteligencia que guía y colabora en los trabajos que llevamos
a cabo. Lanzo un montón de papeles al aire y observo el modo aleatorio en el que
caen, la disposición de todo eso en el suelo es perfecta, inmejorable. Aquí no
somos nosotros los que controlamos el curso de lo que sucede, sino que nos en-
tregamos a toda una fuerza que nos excede y vehicula. Trabajar con el azar im-
plica tener un aliado que completará cada uno de nuestros gestos, acciones y
pensamientos.
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Grabamos una improvisación al piano con el fin de capturar todo cuanto su-
ceda, todos los supuestos errores por la falta de técnica encarnan aquí la virtud
de la propia obra, cada fallo se muestra como un guiño hacia otra cosa, una linea
de fuga que nos saca fuera de los sentidos normalizados. Los resultados se hacen
imprevisibles, sorprendentes, cada salto genera aquí un gran estado de incerti-
dumbre, pues no podemos prever el lugar donde caeremos. El dolor de la perdida
identitaria del referente nos lleva a un placer superior, un salvoconducto que nos
arroja fuera de todo límite. La tragedia humana del apego al ego, se resuelve en
el goce de esta violencia creadora que nos funda cada vez en un nuevo plano.
En todo cuanto llega hay un reclamo, una tierra que se abre y pide que nos
adentremos. Es por ello que la apelación que el ente ejerce sobre nosotros tiene
que ver con el modo en el que el mundo se nos manifiesta (grado de emanación
en el que nos movemos). Según la dirección o el sentido que tomamos hacia las
cosas, penetramos por senderos que se activan a nuestro paso. La apelación
tiene que ver con algún tipo de obediencia, como un seguir el rastro de aquello
que nos llama, avanzar siguiendo el curso de esa melodía hacia la que nos senti-
mos inclinados. En esta cercanía que nos toca tan intensamente alcanzamos una
voluntad que se deja arrastrar sin temor. El mandato del cielo, la brújula del co-
razón, las señales, las palabras de las musas que descansan en los bosques o en
los ríos.
Normalmente solemos escribir sobre papel o directamente tecleamos en el
ordenador, ambos medios ejercen un reclamo diferente, un modo de pensar dis-
tinto. Sobre el papel los caracteres no están totalmente delimitados, por lo que
la escritura se desarrolla como una especie de dibujo, lo cual permite que se cuele
algo más que en la palabra mecanografiada. Una misma palabra escrita por cien
personas contendrá siempre algo diferente, la propia caligrafía refleja cierta
templanza ante lo que se pronuncia. En esta puesta en marcha de la escritura o
el grafismo hay toda una multitud de dimensiones que se pone en juego depen-
diendo de los diferentes soportes o herramientas gráficas que utilizamos. No es
lo mismo escribir con un grafito, un rotulador o un pincel, la cosa cambia también
cuando procedemos sobre un bloc, un trozo de cartón o los márgenes de un libro.
Con este tipo de consideraciones nos aproximamos a la plasticidad que pueden
poseer los diferentes soportes para la escritura o el dibujo, y a lo que esto im-
plica y supone. Solemos escribir sobre una superficie bidimensional lisa, sin acci-
dentes, pero que sucede cuando tomamos una caja para dicha actividad, el
espacio que esta articula genera una simultaneidad de lecturas que se relacio-
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conduce. La palabra porta el fuego de aquello que enuncia, nos lo trae, podríamos
incluso decir que todo cuanto sucede es traído de algún modo. Todos los seres
son así interpelados y conducidos según el alimento que los estimula y los pone
en camino.
Para asimilar esto es preciso comprender un doble fenómeno que tiene lugar
en todo encuantro con el mundo: Por un lado hay una construcción del sujeto
(cierto grado de inclinación), una constitución que le hace acercarse al fenómeno
de un modo determinado; y simultáneamente hay una autodonación del ente,
donde este corresponde a esta demanda y se manifiesta según el sentido que el
individuo ha adoptado. Es decir, dependiendo de la forma o el sentido con el que
nos relacionamos con el mundo, existe una apelación por parte de este, según
por donde busquemos, siempre hallaremos el orden de fenómenos que nos co-
rresponde (contingencia). Esto demuestra como en eso que captamos hay siem-
pre algo que no es construido desde el observador, lo que percibimos en cualquier
circunstancia no nos pertenece, poco tiene que ver con una proyección capri-
chosa. Incluso cuando soñamos o reflexionamos, cuando algo activa nuestra ima-
ginación, nos hallamos inmersos en un curso que nos funda y nos excede.
Estas consideraciones nos acercan al fenómeno de comprensión que aquí nos
interesa. Algo que poco tiene que ver con principios rígidos que hay que ir des-
cubriendo, sino con un devenir desde donde captamos el dinamismo de cuanto
nos toca, un dejarnos llevar por eso que desde el estar siendo se nos demanda.
Un comprender que nada tiene que ver con una verdad o falsedad, pues lo que
viene sucede sin respuesta ni pregunta. Esta comprensión no se basa en razo-
namientos ni explicaciones, sino que es un conocimiento más primigenio, en el que
el mundo es aprendido a través de la vivencia (comprensión prelógica o prerre-
flexiva). Solo lo que llega al ser, a su encuentro, es comprendido.
La iluminación
Hace unos años concerté una cita con unos amigos para realizar una acción
pictórica en la facultad de Bellas artes de Granada. Construimos dos enormes
paneles como soporte de tal acción, uno colocado sobre la pared y el otro sobre
el suelo. Sobre aquel templo blanco impoluto, colocamos varias brochas de dife-
rentes tamaños, y dos cubos, uno de ellos contenía agua y el otro pintura negra.
Vino para este encuentro un amigo músico, que trajo para esta ocasión un cla-
rinete y una flauta travesera. La acción consistía en llevar a cabo una improvisa-
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ción pictórica musical, donde ambos medios se fuesen conduciendo el uno al otro,
como si de dos instrumentos que tocan al unísono se tratase. Javier Porras co-
menzó a tocar el clarinete, mientras que yo contemplaba aquella enorme super-
ficie blanca. Mientras que la música iba creando una especie clima o ambiente
propicio, cogí dos brochas, una en cada mano, y me quedé fijo ante aquel vacío.
Manché una con agua y la otra de pintura, y de lo que sucedió después poco puedo
decir. Recuerdo que cuando salí fuera de la escena comencé a escuchar de nuevo
la música como algo diferente a mí mismo. Entonces, contemplando desde los
bordes a otros compañeros que entraron en escena, comprendí el grado del viaje
que acababa de realizar. Mientras pintaba, la música había formado parte de mí,
no la escuchaba puesto que era yo mismo, me sentía como el hombre de las ca-
vernas, dentro de una oscura cueva, en los inicios de los tiempos. Mientras pin-
taba, el universo entero se configuraba desde tal acción, cada gesto inauguraba
mi cuerpo, me hallaba ante el primer día del mundo. Todo comenzaba ahora, cada
unos de estos movimientos me constituía desde lo más profundo.
Como venimos viendo, la comprensión que brota a partir de este tipo de fe-
nómenos poco tiene que ver con la asimilación de ciertos contenidos o ideas, sino
que surge como una especie de traslado o transformación. Este tipo de prácti-
cas donde se vinculan las diferentes prácticas artísticas con los ritos ancestra-
les, ponen al individuo siempre ante un panorama desconocido, pero donde se
intuye algo que viene cociéndose. Cuando se altera el funcionamiento normali-
zado de la mente, nos vemos abocados a un mundo de fenómenos que ya no con-
trolamos a nuestro antojo. Es en el propio acceso (desplazamiento), en el
encuentro sorprendente que ahí se produce, donde se halla el descubrimiento.
Somos iluminados cuando penetramos lucidamente en esa dimensión de cuanto
se viene haciendo, la conciencia accede a cierto grado desde donde contempla
como todo se halla iluminado del mismo modo.
Las experiencias del éxtasis o los múltiples estados de trance, son situacio-
nes que alumbran de algún modo al tipo de comprensión hacia el que aquí esta-
mos apuntando, fenómenos cruciales para comprender el viaje de fuego. Couliano
nos aclara como la denominación del éxtasis no recae en una situación concreta,
sino que se aplica el mismo nombre a experiencias bastante diferentes: Las ex-
periencias relacionadas con el culto a Dionisos en la Grecia antigua, la de los cha-
manes Tangus, las de los hombres medicina australianos, la de los derviches
danzantes o las de Santa Teresa de Ávila. En sus propias palabras el éxtasis es
lo que nos posibilita “salir de los marcos que regulan en determinadas circuns-
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47
COULIANO, Ioan P. Experiencias del éxtasis. Ed. Paidós. Barcelona, 1994. P. 25.
48
SECRET, F. La cábala cristiana del renacimiento. Ed. Taurus. Madrid, 1979. PP. 60-61.
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sí. Esta violencia del directo encierra todo un proceso de iluminación con el que
nos movemos, un dejarnos llevar por algo que se nos dice en su natural anchura.
Esa lluvia que ahora cae levemente trae unas virtudes y unos saberes indecibles.
Un día que estaba pintando en el taller, tras haber acabado varios cuadros
de grandes dimensiones, comencé uno en pequeño formato. Sin boceto previo
fui manchando la superficie de la tabla de forma bastante espontánea, en cues-
tión de una hora aproximadamente di la imagen por finalizada. Esta pintura que
posteriormente titulé como el conductor, me conmocionó bastante una vez aca-
bada, me quedé como hipnotizado ante lo que ahí se abría. Comprendí en seguida
que esta obra suponía un antes y un después en mi propia trayectoria pictórica.
Era algo así como haber encontrado un mundo que reconocía muy bien, algo que
me era bastante familiar pero que hasta ahora se había mantenido oculto de al-
guna forma. La imagen consigue lanzar la mirada más allá de lo que hasta ahora
podía ver, esta fascinación es signo de un encantamiento, una fuerza que como
el amor nos atrapa por eso mismo que nos da. Pero ese encantamiento no pro-
cede de ningún significado o sentido, sino de la propia plasticidad de la obra, lo que
esta abre o activa. Esa imagen hace arder algo en mí, ejerce una llamada que solo
se puede seguir, lo que cuenta no se puede desvelar, pues en tal intento perde-
mos lo verdaderamente importante.
Una noche soñé que caminaba por un camino rodeado por huertas de arbo-
leda y cultivos, tras una alambrada había un matorral del que surgieron una lie-
bre y un niño pequeño que se revolcaban jugando. El niño desapareció de la
escena, pero el animal se quedó mirándome tras la verja que nos separaba. Aparte
de sus dos ojos habituales tenía otros dos grandes y redondos a cada lado de la
cabeza, uno le ocupaba casi la totalidad de la cara. La liebre sacó la cabeza a tra-
vés de la valla y estiró el cuello hacia mí. En seguida comprendí que no iba a mor-
derme, acerqué mi mano y acaricie su pelo suave. Al despertar me sentí
conmocionado por el encuentro que acababa de tener, la propia vivencia (lo que
pensé-sentí en esos momentos) aún me rondaba. Nada hay que interpretar aquí,
pues todo sucedió con una claridad impecable. Buscar el sentido o el significado
de un acontecimiento concreto nos desvía de lo que el propio suceso nos está re-
velando, podríamos decir que en la interpretación hallamos una lectura más in-
teresada. Comprender lo que está sucediendo conlleva un desnudarse ante el
fenómeno, dejar que este nos atrape y nos diga.
Todo es revelación cuando es acogido en estado naciente, la vida se abre
cuando la finalidad del acontecer se torna a la fidelidad de dejar ser lo que es
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como tal (sincronía). María Zambrano nos señala hacia todo un estado de mani-
festación que surge desde la conjunción del ser con la vida, como aquella reali-
dad vivida incuestionable y propia, de donde se deriva lo que ella define como un
conocimiento puro, un conocimiento sin mediación alguna, directo:
Algo que puede solamente reconocerse en tanto que se siente, en esa especie, la más
rara del sentir iluminante, del sentir que es directamente, inmediatamente conoci-
miento sin mediación alguna. El conocimiento puro, que nace en la intimidad del ser, y
que lo abre y lo trasciende, “el dialogo silencioso del alma consigo misma” que busca
aún ser palabra, la palabra única, la palabra indecible; la palabra liberada del lenguaje49.
La vivencia otorgará una fiabilidad que no puede ser superada por ningún ar-
gumento. Lo que nos incumbe se halla en eso que nos llega, una inmediatez ante
la que no puede surgir ninguna duda. Procedo desde los caminos que me ponen
en marcha, desde los fenómenos y los mundos que vienen a mi encuentro, como
siguiendo cierto aroma sutil que de algún modo intuyo. La meta de esta actitud
no se halla en ningún horizonte, sino en la amplitud de cuanto atravesamos, en
dejar que nos llegue todo lo que necesita tocarnos. Esa estrella toca mi corazón
con una sinceridad que no puede ser hallada de otro modo, esta lluvia que cae
sobre mi espalda me necesitaba como yo a ella, ese gorrión que se posa a un
palmo de mí, se contorsiona como rascándose o buscando algo entre su plumaje,
me coloca de nuevo en mi sitio.
Con el fenómeno de la iluminación, concepto tan recurrente en la poesía o li-
teratura mística, completamos el capítulo dedicado a la comprensión pre-verbal.
El desplazamiento (despertar), se produce aquí cuando somos tocados y saca-
dos fuera de ese terreno apto para caminar. Este contacto fulminante deja una
huella que nos marca y que no se sabe descifrar, pues no ha habido conocimiento
que pueda abordar la amplitud de aquel instante. Todo el universo alcanza simul-
táneamente la iluminación, puesto que no hay diferencia entre ser y mundo, entre
conciencia y fenómeno, entre mente y materia. El iluminado es aquel que ha al-
canzado el grado en que todo deviene de ese mismo modo. Esto evidencia como
el estado de realización y perfección ya ha sido alcanzado, se halla plenamente vi-
gente en este momento, aunque solo se hace visible cuando nos elevamos al nivel
de dicho fenómeno. Todo es atravesado cuando nos arrojamos a esta sencillez in-
descifrable, por lo que todo se salva (iluminación simultanea).
49
ZAMBRANO, María. Claros del bosque. Ed. Seix Barral. Barcelona, 1993. P. 58.
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canto de cierto pájaro es conocer su nombre, a través del cual accedemos a eso.
El cantante no solo ejecuta la canción, sino que él es en la canción, solo puedo co-
nocer algo siendo eso que quiero conocer (dimensión vehiculadora de todo len-
guaje). Por ello la teoría pitagórica de la música de las esferas hace alusión a un
modelo musical de comprensión del cosmos. Todo es música y debe ser escu-
chado como la música para ser entendido, lo cual señala hacia una entrega a ese
ritmo creador que inaugura el mundo50. El conocimiento de este lenguaje rítmico
es imprescindible para poder transmutarnos a través del canto, para poder al-
terar la mente desde la propia escritura, para poder movilizar y descubrir el
mundo desde la potencia inaugural de todo lenguaje.
Todos estos fenómenos que estamos abordando en el trascurso del trabajo
escapan a una investigación analítica convencional, puesto que su naturaleza di-
námica e intuitiva se sustrae de todo intento de descomposición o emplaza-
miento. Solo comprendo el canto del pájaro si me entrego sin reserva a su ritmo
descartando toda clase de intervención discursiva. Debe tenerse en cuenta que
el ritmo solfeado nos lleva en una dirección diferente al ritmo vivido, fenómeno del
que emerge una estructura espacio-temporal propia. Esta potencialidad opera-
tiva revela al lenguaje como un manantial inagotable. Esa melodía construye el
espacio en el que me adentro, ella marca el son de la circulación, la disposición de
los elementos, estimula el curso del pensamiento. En la audición directa nos
transformamos por momentos en eso que nos llega inmediatamente.
Pienso en luz y soy luz, miro al árbol y nazco en su corteza, escucho la flauta
y me diluyo junto a su tenue cadencia. Miro con los ojos y con las yemas de los
dedos, observo la superficie de esa roca como mi propia piel. Pienso en alguien y
ya estoy con él, siento su presencia, su fragancia, su fuerza. Recuerdo algo y lo
hago vigente, lo traigo, me conmueve, se apodera de mí. Por ello el pensamiento
se muestra aquí como algo que puede ser peligroso, pues ya no es teoría, sino
fuerza que acerca, aleja, empuja, rompe, disocia, anuda… El pensamiento debe
ser comprendido como una fuerza que abre y funda desde su propio dinamismo.
Pensar no es aludir a esto u aquello, sino captarlo, tocarlo, modificarlo, traerlo...
(dimensión creadora del pensamiento).
La lengua original del paraíso (lengua adámica), nombra a todas las cosas por
su propio nombre, por lo que todos los misterios del universo se manifiestan
como un libro abierto ante su dicha. Lengua natural donde la palabra y lo que
enuncia coinciden, ambos se dan simultáneamente. Cada palabra se muestra aquí
50
SCHNEIDER, Marius. El origen musical de los animales-símbolos en la mitología y la esculturas antiguas.
Ed. Siruela. Madrid, 1998.
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como una llave que abre una puerta, el modo en que se articula la oración abre
un cauce que con plena autonomía se pone en marcha. Intentar atrapar, retener
y fijar conlleva una pérdida de este funcionamiento, pues cuando lo sistematizas
ya lo has perdido. Por ello la lengua de los pájaros es una lengua desterrada a la
clandestinidad, tan solo accesible para iniciados, puesto que lo que revela no se
puede transmitir mediante argumentos, solo puede conocerse encarnándolo,
siendo en ese mismo modo. Ya en la antigüedad la facultad de entender la lengua
de los pájaros era considerado como un signo de gran sabiduría, marca que al-
bergaba la posibilidad de comprender todas las cosas.
En este punto es preciso aludir de nuevo a lo que venimos denominando como
el pensamiento de los objetos, las virtudes, funcionamientos o inteligencias que
estos ponen en marcha. No se trata de comprender el objeto como una entidad
estable, sino de detectar la línea de fuga que este propone, de corresponder al
desplazamiento que nos solicita. Por ello comprender el habla de todo ser implica
nacer en todos ellos, formar parte de lo que son, penetrar allí donde nos condu-
cen. Un lenguaje que no necesita de traducción, pues el comprender emana a par-
tir de la emoción del propio canto, es en el arder mismo donde soy transportado.
El argumento no importa, pues lo que nos cuentan nos distrae de aquello que
verdaderamente está ocurriendo, el discurso aparente (semántico o significativo)
oculta otro discurso o funcionamiento que aquí nos resulta de mayor interés. Esto
puede entenderse cuando nos encontramos en medio de una conversación que
procede en una lengua que desconocemos. No sabemos el significado conceptual
de lo que se dice, ignoramos los contenidos que se transmiten, pero a pesar de ello,
podemos captar otro nivel de comunicación mucho más transparente y sincero:
Ritmos de fuerza, intensidad, emoción, pasión... Esto se hace mucho más patente
en la relación entre músicos, cuando quedas con una o varias personas para tocar,
para echar una sesión de improvisación, es en la conversación que ahí se produce
donde realmente empiezas a conocer a esa persona en otro grado. No importa el
nivel técnico que tenga con su instrumento, sino la actitud y el modo en el que se
despliega y procede la sesión. Hallamos esa musicalidad en el ritmo de la respira-
ción, en los sistemas nerviosos, en el crujir de las ramas, el zumbido de la abeja, en
el silencio de la noche. Fenómenos capaces de engendrar un mundo propio que no
depende de nada más. Esa lengua que nos funda debe ser comprendida aquí como
una fuente donde su sonar predomina por encima del propio decir, su proceder y
resurgir por encima de todo posible significado.
En Egipto las imágenes no funcionaban como representaciones, sino mas bien
como figuras con las que uno podía comunicarse. Como nos dice Jeremy Naydler,
no se trata únicamente de letras escritas, sino de una escritura infinitamente
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viva de símbolos que revelaban el mundo. El fenómeno mundano era captado del
mismo modo que el lenguaje, tanto lo que sucedía en los contornos del Nilo como
lo que ocurría sobre las paredes ( jeroglíficos), todo era leído igualmente. Desa-
rrollo de una percepción figurada, donde la estructura del lenguaje revelaba in-
mediatamente algo del mundo51.
Lo que tradicionalmente viene denominándose como lengua de los pájaros, re-
vela cierto funcionamiento del lenguaje (dimensión creativa), articulando así su
propio modelo comprensivo. La escritura deja de funcionar como una herramienta
para aludir a esto o aquello (función instrumental), sino que comienza a actuar
como un vehículo que nos transporta o vehicula. Descubrimos así un curso en el
que algo viene formándose, donde no existe diferencia entre lo que algo es y lo que
significa, pues la inundación adviene como algo que lo acaba llenando todo. El len-
guaje adámico no significa nada, simplemente opera y crea, lo que se nombra es
traído inmediatamente, ya está aquí. No puede haber ninguna duda sobre lo que
ahora siento o capto.
Mientras que en el capítulo anterior encauzábamos el fenómeno de la mani-
festación directa desde una comprensión preverbal que excede todo intento de
formalización; en este capítulo nos adentramos desde varios puntos diferentes
hacia la lengua de los pájaros: Signos naturales, El lenguaje, La belleza y El
vehículo. Desde todos ellos vislumbraremos como esta comprensión prerrefle-
xiva se muestra como posibilidad para el tránsito y el descubrimiento, donde todo
lenguaje opera como una fuerza que vehicula el viaje.
Signos naturales
Una silenciosa noche de verano a eso de las dos de la madrugada, me en-
cuentro solo en el salón de una casa, las ventanas abiertas dejan salir todo lo de
dentro y entrar todo lo de fuera, la iluminación es perfecta. Ante mí un bote de
tinta china, varios palillos y una montaña considerable de papel. Comienzo a tra-
zar líneas sobre una hoja, luego cojo otra, después otra… Los trazos van cam-
biando. Realizo diferentes gestos, puntos, garabatos, todo con la idea de
desentrañar o descubrir algún tipo de alfabeto oculto. Conforme voy dibujando
en más y más hojas, se me muestran múltiples recorridos, nuevas posibilidades.
Intento que todo sea bastante automático, por ello cambio a veces de papel
hasta varias veces en tan solo un minuto. La producción va creciendo e inva-
diendo todo el salón, hasta que ya no queda suelo ni superficie donde colocar un
51
NAYDLER, Jeremy. El templo del cosmos. Ed. Siruela. Madrid, 2003.
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dibujo más. Me quedo cerca de una hora esperando que se seque la tinta, aco-
rralado por aquella multitud que ha absorbido el espacio de la propia casa. Es en
la contemplación del conjunto donde algo me sobrecoge.
Esta experiencia me llevó posteriormente a desarrollar esta escritura en di-
ferentes soportes. Me rondaba la idea de hacer un libro enorme con pesadas pá-
ginas, donde la mirada pudiese moverse por sus caracteres de una forma ligera.
Mientras preparaba sus enormes páginas me sentía como un gigante que traba-
jaba con un arte milenario. En el taller coloqué unos tendederos donde iba colo-
cando las vastas telas encoladas para que fueran secando, todo este despliegue
me emocionaba mucho, porque ya intuía como algo colosal se estaba cocinando,
sabía que después de este viaje ya no volvería a ser el mismo (algo estaba a punto
de salir del horno). En esta forma de operar comprendí un factor importante re-
lacionado con el trabajo de los alquimistas: La transmutación que operaba sobre
los materiales también la hacía sobre mi mismo, las viejas sabanas que se habían
ido guardando en mi casa se habían convertido en rígidas páginas de unos libros
gigantes, la tinta china contenida en un bote se había transmutado en múltiples
caracteres e imágenes. Recuerdo todo este proceso que ha sido experimentado
como una especie de meditación sin palabras ni referentes. Pasar las hojas de
estos libros es similar a atravesar un bosque, donde los encuentros, los choques,
los hallazgos y los pensamientos son múltiples. Cada una de estas formas me im-
prime algo, en este venir soy desplazado más allá de donde me encontraba, en
cada gesto encuentro un acceso y una mirada diferente.
Cuando me hallaba inmerso en la exploración de estos lenguajes gráficos
exentos de toda semántica, vino a mis manos un libro de Gershom Scholem (gran-
des tendencias de la mística judía), donde descubrí un autor cuyas teorías po-
tenciaban las prácticas en las que me hallaba. Abraham Abulafia, un cabalista
nacido en Zaragoza en 1240, precursor de la corriente que posteriormente se
denominaría como cabala estática o profética. Abulafia estaba convencido de
haber hallado el camino o los métodos que llevarían al verdadero conocimiento.
Para ello dirige su mirada hacia las formas más elevadas de percepción, con la in-
tención de hallar un objeto de contemplación capaz de estimular y liberar el pen-
samiento de los códigos que cotidianamente lo gobiernan. Con ello pretende
romper el dique que impide que el alma conozca lo divino, desatar el intelecto
cósmico que fluye a través de todo lo creado. Usará como objeto el propio alfa-
beto hebreo, tomando sus caracteres y fonemas realiza composiciones y articula
un modelo de escritura fuera de los códigos semánticos (toda una práctica que
ocho siglos después vemos reflejadas en los poemas dadaístas). Con esto desa-
rrolla toda una teoría de la contemplación mística de las letras y de sus confi-
guraciones como partes constitutivas del nombre de Dios. El propio autor nos
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dice que quien consiguiera convertir el nombre de Dios (la cosa menos concreta
e imperceptible del mundo) en objeto de su contemplación, estaría en condicio-
nes de alcanzar el verdadero éxtasis místico.
Abulafia crea una ciencia de la combinación de letras, guía metódica para la
meditación con la ayuda de las letras y sus configuraciones. Cada una de estas
da lugar a una especie de vibración o sonido fonético, aquí la semántica no nos
distrae, por lo que nos vamos acercando a lo que el propio autor denomina como
lenguaje divino (fuera de toda significación). Las cosas se manifiestan y existen
solo en virtud de su grado de participación en el nombre de Dios que se revela
en todo lo creado. Contemplar un lenguaje que expresa el pensamiento de Dios
(lengua divina), significa penetrar en el movimiento armonioso que irradia este
pensamiento puro (sin objeto ni significado). Por ello Abulafia comparó acerta-
damente su nueva disciplina con la música, puesto que su método provocaba
una experiencia similar a la de las armonías celestes. “La ciencia de la combina-
ción de letras es una música del pensamiento puro donde el alfabeto ocupa el
lugar de la escala musical. (…) En lugar de aplicarse a los sonidos, se aplica al
pensamiento durante la meditación”52.
Algo nos llega y se expresa mediante las combinaciones de letras, notas, ins-
trumentos, formas, colores… Algo que conecta plenamente con el paradigma
que abre Kandinsky en el siglo XX con su libro De lo espiritual en el arte. Las puer-
tas del alma se abren con esta música del pensamiento puro que ya no está li-
gado a significados. Por ello todas las lenguas y no solo el hebreo se convierten
en intermediarias de ese pensamiento divino. Por medio de este tipo de ejercicios
el cabalista se va habituando a la percepción de formas naturales, la conciencia
se desprende de aquello que la ata (programaciones, significados), para incli-
narse hacia aquello que la salva y la lleva (música de las esferas). De esta doctrina
de los nombres o profecía del amor, han surgido multitud de libros que nadie en-
tenderá jamás, pues no están hechos para ser entendidos. Abandono de todas las
programaciones para vivir en la contemplación de esa inmediatez que los caba-
listas denominaban como el pensamiento de Dios. Superar todos los códigos para
hallar el reino de la resonancia total, algo que nos evoca a otro artista también
fundamental para el siglo XX: Ives Klein.
En nuestro lenguaje ordinario cada término puede ser remplazado por otro,
pero aquí cada término es irreemplazable, solo puede ser repetido. El alfabeto
procede del mismo modo que las formas de los insectos, los colores de las plan-
tas o las rocas, las manchas en la piel de los animales, los movimientos y armonías
52
SCHOLEM, Gershom. Las grandes tendencias de la mística judía. Ed. Siruela. Madrid, 1996. P. 156.
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Los hombres llevan las signaturas de su estrella en su frente, y sobre todo en sus manos;
los animales en su configuración y en sus signos particulares; las plantas las dejan ver en
sus hojas y en su grano; los minerales en las vetas y en el aspecto de sus cortes53.
Reconocer los signos de cada estrella sobre los hombres, animales, plantas, mi-
nerales... es lo que el autor ha considerado como la verdadera ciencia de Salomón,
lo cual nos lleva al descubrimiento de cierto magnetismo que dirige toda voluntad
(clave de toda acción mágica), como eso que inmediatamente se nos imprime y nos
conduce. Consideremos por ejemplo el efecto que las imágenes o la música ejercen
sobre el devenir de la propia conciencia (publicidad). El estudio de estos caracte-
res que magnetizan y dirigen de algún modo la voluntad (signaturas), ha consti-
tuido el trabajo de toda la vida de Paracelso, las figuras de los talismanes que este
construía son el resultado de su investigación (ciencia de la escritura mágica). Eso
que se nos dice directamente captando toda nuestra atención, es lo que nos saca
fuera de la habitación, de la calle o de cualquier punto territorial preconcebido. En
esta contemplación del cielo, las estrellas responden al curso de nuestra mirada,
captamos su pensamiento desde la imaginación que tal encuentro articula, es el
propio planisferio el que goza y se contempla a sí mismo. Nos reconocemos en esos
signos que abren, dilatan y fundan todos nuestros órganos.
Eso con lo que nos vemos confrontados se nos imprime directamente, por lo
que aludimos aquí a una comunicación sin la mediación de un sistema de signos y
significados convencionalizados. Nos referimos a la plasticidad de cuanto nos
toca inmediatamente: El cántico de todas las criaturas, el silbido del viento, los
53
LÉVI, Éliphas. Dogma y ritual de alta magia. de. Humanitas. Barcelona, 1985. P. 121.
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trayectos que dibuja el pájaro en su vuelo, la figura impresa en las alas de la ma-
riposa, en la hoja de una planta o sobre el caparazón de un insecto, el movimiento
en el que todo se encuentra para recomponerse constantemente. Miramos el
cimbreo del cañaveral y este se nos manifiesta con un hablar propio, nos dice
cosas que no pueden ser reducidas a palabras ni a reglas, cuestiones que no pue-
den ser fijadas ni analizadas en libros. Comprendemos cuando nos colocamos de
tal modo que eso nos atrapa (experiencia del rapto), entonces captamos intuiti-
vamente lo que se viene formando, del suceso emana una inteligencia que nos
conduce y revela. A través de este alfabeto se aprende el lenguaje de las cosas.
La paradoja del conocimiento radica en que eso que se nos aparece como algo
conocido, es lo más lejano y desconocido. Eso que en nuestro encuentro hallamos
como algo ya desvelado (despojado de todo misterio), es precisamente la marca
de lo que perdemos. Esto puede entenderse si caemos en la cuenta de que nues-
tra noción de conocer está relacionada con el asentamiento de nuestra atención
en los aspectos y funcionamientos que la representación ha fijado, lo cual de-
termina de antemano la posibilidad de todo encuentro. El observador se halla in-
terpelado ya siempre por una medida que presenta al mundo como algo más que
conocido (el rumor y el pensamiento de los objetos es silenciado). De esta forma
vemos la enorme distancia que se abre entre conocer desde la lejanía o desde la
cercanía: La primera pretende atrapar, fijar, desvelar, mientras que la segunda
acompaña y se deja arrastrar por el fenómeno sin pretender someterlo, un mé-
todo que demanda una especie de entrega hacia eso que viene desinteresada-
mente para comprenderlo desde el propio desplazamiento que provoca.
Este funcionamiento de las imágenes pone en evidencia el discurso que las
artes plásticas desarrollan desde los propios materiales con los que trabaja, sin
necesidad de argumentos o justificaciones, dejando así que la naturaleza nos in-
terpele directamente. La hipótesis es que el conocimiento que procede de toda
actividad artística incide en esta región de la apertura, donde la comprensión se
halla siempre en estado emergente (dialogo con los materiales). El espectador no
debe comprender un dato, sino dejarse atrapar por un estímulo que lo trans-
forma, toda pretensión analítica o calculadora solo consigue anular y reducir tal
proceso. De esta forma vemos como el campo de interacción que demanda lo ar-
tístico en cualquiera de sus manifestaciones, es similar a la dimensión dinámica
en la que nos relacionamos con todo proceso natural. La obra es una cosa que
nos revela otro asunto, algo añadido y diferente a lo que se nos muestra desde
la cotidianidad programada, por ello esta encierra un secreto que pasa inadver-
tido ante toda mirada analítica. La contemplación estética puede comprenderse
así como una reconciliación con el mundo, donde el ser vuelve a insertarse en
este desde una experiencia constituyente.
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Cuando miramos por la ventana vemos el cielo azul con algunas nubes que lo re-
corren. De pronto viene un viento que mueve las copas de los árboles y varios pá-
jaros cruzan de extremo a extremo el marco de la ventana. Todo ello nos hace
experimentar un cierto orden que escapa a cualquier intento de descripción. El
mismo orden que podemos captar en una canción, un dibujo o una película. Esta ex-
periencia nos hace sentir como todo está en su sitio, como todo se despliega y se
mueve desde una coherencia impecable. Este orden formal que encontramos en
todo proceso natural es similar a la estructura que sostiene a la obra de arte. La
estructura formal de una obra nos sirve para organizar de forma coherente todo
lo que ocurre, pero lo que sucede (a lo que esto da lugar), no se puede descifrar
ni explicar. En el trasfondo de toda experiencia estética se intuye cierta tenden-
cia a dejar que el mundo nos diga desde la sencillez que le es propia, la obra habla
ya sin necesidad de una explicación. Esta funciona como por una especie de ra-
diación, produciéndonos estados de ánimo directos, resonancias vivenciales.
El arte trata siempre con esta radiación que emana desde la propia compo-
sición, lo cual hace que el objeto artístico no sea interpretable con el lenguaje.
Este nos demanda un acercamiento y una inmersión desde la propia experiencia,
una actitud abierta donde se deja al mundo venir en su natural anchura. La con-
templación de una pintura o de una pieza musical, nos sumerge en un proceso
similar al hecho de ver una puesta de sol o escuchar los sonidos del bosque. La
música es un fenómeno, un acontecimiento que no significa nada mas allá de lo
que manifiesta, ante su dicha sobra todo comentario. De lo que aquí se trata es
de actuar sobre el oyente, de alterar la propia conciencia que lo produce. Cada
palabra de un poema es una imagen, una experiencia, una sensación o un sonido
que entreteje todo un proceso sensitivo, vivencial y comprensivo.
Me como una chirimoya y de entre sus restos extraigo sus semillas o huesos
negros, los enjuago con agua y los coloco en un plato al sol para que sequen. Tanto
en las vetas que los recorren, como en sus diferentes tonalidades o su disposición
sobre ese soporte blanco ya se está mostrando algo. Mientras los muevo con el
bolígrafo estos emiten un sonido único, la forma en que se mueven sobre ese es-
pacio cóncavo del plato, el modo en que el hueco que unas dejan es ocupado por
otras, como se giran y resbalan lentamente desde los bordes. Desparramo todos
estos granos sobre la mesa blanca, algo se abre desde la estampida y desde la
propia configuración que adoptan. Con la palma de la mano las muevo como si se
tratasen de fichas de dominó, este murmullo se me revela como un estado pro-
fundo de meditación. En los bordes exteriores de esta manada en movimiento ob-
servo toda una coreografía improvisada de giros de peonza, cuando todos estas
piezas se concentran en un área compactada, cambia totalmente lo que tengo
sobre la mesa. Ahora los distribuyo por filas uniformemente, desplegados como un
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El lenguaje
Se está diciendo algo cuando callo, cuando el viento abre la ventana de mi ha-
bitación, cuando dibujo, escribo, observo, camino, corro, pienso, trabajo, descanso,
sueño, imagino o razono. Se está diciendo algo cuando llueve, cuando sale el sol,
también cuando parece no suceder nada. Ahora también se esta formando algo,
un decir que se enuncia a sí mismo. El mundo aparece aquí como un jeroglífico que
puede leerse del mismo modo que los signos grabados en esas piedras, un len-
guaje que toca y acerca lo que enuncia, y donde el devenir se genera como un
texto en curso. Pero esto que se enuncia no tiene nada que ver con un contenido
o un significante, sino con una fuerza que nos llama y nos lleva.
El artista trabaja con los lenguajes, lo cual es algo muy diferente a trabajar con
significados. Todo puede funcionar como un lenguaje (palabras, objetos, sonidos,
materiales, espacios, imágenes, gestos…), pero lo que todos estos nos dicen poco
tienen que ver con supuesto sentido o semántica. Decir tiene que ver más bien
con llevar, mover, traer o mostrar. Lo que se nos dice viene a nuestro encuentro,
o somos desplazados allí donde esto sucede. Por ello los lenguajes que aquí nos
interesan no son los que significan, sino los que operan (crean), los que nos tras-
tocan y nos mueven. Sobre lo que ahora capto no me cabe la menor duda. Traba-
jar sobre los lenguajes supone trabajar sobre la vida o el mundo al completo, pues
se trata de un modo de acción sobre lo que somos, lo que nos vincula y relaciona,
lo que nos constituye y empuja. Trabajar sobre los lenguajes implica una actua-
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ción directa sobre los órganos y sobre los mundos a los que estos nos abren, un
principio activo que reside en todo cuanto es y dice. Escribo y siento como me
muevo junto a las palabras y los recorridos que estas provocan, en este acto
performático vamos alterando el funcionamiento de todo el organismo, sobre
esa superficie palpita una profundidadad sobre la que todo es redescubierto. La
escritura se muestra aquí como un medio para operar sobre el curso en el que
todo se encuentra.
La propia naturaleza se presenta como un tejido ininterrumpido de palabras,
marcas, señales… donde todo habla o trae. El cuerpo es expresión de un len-
guaje que no tiene posible traducción, también el cielo, los ríos, las ciudades, la
gente… Si accedemos a sus verdaderos nombres, podemos alterar los vínculos,
acceder a otros umbrales de emanación y descubrirlos con nuevos ojos. Las pa-
labras que escribo no son ni materia inerte ni una fría huella de algo que ya pasó,
sino potencia latente que puede estallar en cualquier momento, un campo de se-
ñales que apuntan hacia algo que se está formando. Todo lenguaje puede com-
prenderse como cierto nivel de pronunciamiento, un principio activo que reside
en todo cuanto es y dice. Su valor radica en su capacidad de mover y desplazar,
es decir, en el viaje que potencialmente es capaz de activar.
Recuerdo hace unos años una conversación con unos amigos, en el hilo de
estos diálogos yo afirme que la música era un lenguaje, y uno de ellos que tam-
bién era músico me respondió con otra pregunta: ¿pero un lenguaje que dice que?
El enigma que encierra esta pregunta me abordo casi inmediatamente: Lo que la
música dice solo puede transmitirse desde su propia musicalidad, se trata de
algo que no podría ser de otro modo, un atisbo que se pierde si intentamos tra-
ducirlo a otro lenguaje. Pero las consecuencias de esta respuesta inmediata se
irían fraguando más lentamente. Si intento comprender el canto de ese pájaro en
términos verbales, racionales o matemáticos, pierdo cuanto me dice. Su timbre,
sus ritmos y cadencias no tienen un significado a resolver ni una representación
posible, el canto emerge más bien como una potencia que genera un territorio,
un cuerpo, un espacio, unos órganos, un mundo…
La música no significa nada, pero esto no la niega como lenguaje, sino que la
afirma como fuerza pura y actuante. La expresión genera una marca, crea una
brecha por la que se cuelan cosas, esta nos abre a un territorio que se genera a
la par que nos adentramos por esa cavidad. Desde este potencial asignificante
que viene creando, se articulan unos órganos y unos ritmos o funcionamientos
apropiados para ese territorio que se abre. Por ello la capacidad del lenguaje no
radica en las representaciones o signos que este crea, sino en toda una serie de
desarrollos que se ponen en juego. Lo que se viene diciendo nos adentra en un
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VALENTE, José Ángel. Variaciones sobre el pájaro y la red. Ed. Tuquets. Barcelona, 2000. P. 240.
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yente). Tal y como revela Bachelard, en las imágenes ponemos en marcha un len-
guaje que es anterior a toda comprensión discursiva o reflexiva, estas nos hablan
de algo que no puede ser dicho de otro modo, ofrecen una solución a los proble-
mas que no podemos resolver por medio de la palabra o el discurso. Su repercu-
sión opera un cambio en eso que somos, pues la imagen como producto del
corazón es comprendida desde el corazón mismo, como una especie de comuni-
cación que dilata todo nuestro entorno.
La belleza
Me agacho y poso la palma de la mano sobre la tierra, capto como empieza a
llegar algo que me inunda. Tal y como si quitamos el tapón para que el agua corra,
seguro que su caudal llega allí donde ya no podemos ver. Este polvo rojo des-
prende algo que no puedo asimilar, lo esparzo por mi cara y quedo sobrecogido
por lo que siento, por cuanto se apodera de mí. Esa planta riquísima que ondea
55
BACHELARD, Gaston. La poética del espacio. Ed. Fondo de cultura económica. Madrid, 2002. P. 11.
56
DERRIDA, Jaques. Los márgenes de la filosofía. Ed. Catedra. Madrid, 1989. P. 62.
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con el viento, alcanza mi ojo y lo atrapa, mi corazón también va con ella. Soy trans-
portado a la galaxia más lejana que jamás pudiesen alcanzar nuestros satélites.
No hay palabras para expresar los descubrimientos de este viaje, la belleza de
esa danza inunda mi ojo y me alimenta a la par que me lleva. No hay argumento po-
sible que pueda refutar la virtud de cuanto nos toca y nos hace.
Antes de entrar en consideraciones sobre lo bello, hay que hablar del ojo, ór-
gano que posibilita el acceso a tal grado de dignidad (la belleza). Cuando habla-
mos del ojo o de la mirada no nos referimos exclusivamente al sentido fisiológico
que percibe lo puramente visual, sino a todo órgano que nos permite captar de
algún modo cuanto viene a nuestro encuentro. Muchos son los sentidos implica-
dos en este captar: El oído, el tacto, el pensamiento, la razón, la imaginación, la in-
tuición… Todas estas vías o canales podrían sistematizarse bajo un mismo
concepto-núcleo que los alimenta, despierta o activa: El corazón. Este órgano
no debe confundirse con aquel otro que se halla ubicado en el cuerpo anatómico.
El corazón es un órgano sutil que no tiene localización posible, pues su centro se
halla simultáneamente tanto en el pecho como en la inmensidad de ese cielo (ór-
gano principal dentro de las tradiciones sufís, gnósticas o místicas). El corazón
simboliza aquí una especie de guía o linea de fuga a la cual nos entregamos con
plena confianza, un timón que marca la dirección de cada paso, mecha que reo-
rienta tras cada encuentro, síntesis de toda esa red de fuerzas e intensidades,
brújula que marca el acceso a cuanto viene creándose, inclinación que emerge
tras cada explosión.
Hablar de aquello que capta lo que sucede es una cuestión muy complicada,
pues lo que emerge depende del ojo que mira y abre, su inclinación o posición de-
terminaran el umbral de lo que nos llega. Somos guiados por eso que más inme-
diatamente nos toca, un imán que se mantiene accesible desde el propio nivel en
que operamos. Percibir la belleza sería como captar la verdad de lo que aquí está
sucediendo, revelación de lo inmediato-abismal, una cuestión que no puede ser
reducida a ningún concepto. Por ello esta verdad no ha sido relacionada tradi-
cionalmente con un conocimiento o un modelo de comprensión, sino con un pla-
cer o gozo, el cual se mueve en otro tipo de comprensión diferente a la intelectual.
Este ojo (corazón) que es guiado por cuanto lo solicita, pertenece tal y como
hemos visto a una multiplicidad descentralizada. El flujo de lo que procede como
visión o pensamiento queda situado fuera de todo posible referente, pues todos
los puntos son disueltos desde el dinamismo que aquí emana. La diferencia entre
el observador y lo observado, entre el pensador y lo pensado, pasa a ser un sim-
ple recurso instrumental de nuestro lenguaje (distinción sujeto-verbo de toda
oración). Ya Dogen supo ver esta instrumentalización fraccionaria del propio len-
199
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Debéis observar no tiene nada que ver con un observador y lo que es observado; no
tiene correspondencia con un observar “correcto” o con un observar “falso”. Es sim-
plemente ver. Al ser simplemente ver no es ni ver del yo ser, ni ver de ninguna otra
cosa. Es simplemente “¡Mira, condiciones temporales!” Es la trascendencia de las con-
diciones. Es “¡Mira! ¡Buda con Buda! Es “¡Mira, naturaleza con naturaleza!”57.
57
DOGEN, Shobogenzo. La naturaleza de Buda. Ed. Obelisco. Barcelona, 1989. PP. 106-107.
58
CORBIN, Henry. La imaginación creadora. Ed. Destino. Barcelona, 1993.
200
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59
BODEI, Remo. La forma de lo bello. Ed. Visor. Madrid, 1998. P. 30.
201
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la lectura también desvanecía estos temores, pues con tan solo leer una o dos
páginas entraba en contacto con otros mundos donde estos miedos no tenían
cabida. Mi atención se desviaba de la amenaza de esas presencias para penetrar
en algo que justo ahora empezaba a manar.
La belleza no puede confundirse con eso que nos gusta y nos agrada, sino que
debe entenderse como cierto grado de manifestación que en su venida nos pro-
duce. Por ello la búsqueda de la belleza que aquí nos interesa se corresponde con
una búsqueda de la verdad, entendida esta como manifestación directa de aque-
llo que se nos presenta. Captar la belleza o la verdad sería como oír esa melodía
en la que estamos inmersos, captar su ritmo y su danza, como cierto grado de lu-
minosidad que en ocasiones nos obliga a sacar la cabeza de los funcionamientos
convencionales. María Zambrano nos habla de cómo cuando la realidad se deja
venir en su movimiento sin oponer resistencia alguna, se da el encenderse de la
visión, la cual emerge como una llama. “No se aparece entonces ni como realidad
ni como irrealidad. Simplemente se da el encender de la visión, la belleza”60.
Esta comprensión se funda sobre el misterio de aquello que jamás podrá ser
acotado ni atrapado, pues esa inmediatez que nos forma es signo de todo un de-
venir creativo inaprensible. Por ello la belleza no puede comprenderse como una
cualidad de determinados objetos, sino un estado de conciencia en el que la na-
turaleza es percibida en su natural anchura (experiencia del rapto). Experimen-
tar la verdad desde su propio emerger implica un asomarse al umbral del vacío,
de lo incondicionado, espacio sacro de cuanto acontece.
Hace tiempo comencé a trabajar en una serie de artefactos que denomine
balancines, objetos realizados para observar sus movimientos. Su estructura cir-
cular realizada con alambre y la piedra que tienen fijada a su centro, hacen que
se muevan como una especie de mecedora. Cuando realicé el primero de los ob-
jetos y observé su balanceo comprendí que tal efecto solo podía ser potenciado
si llevaba a cabo una serie de objetos similares. En un par de días realice siete ba-
lancines, cada uno tenía un diámetro diferente y un sistema de sujeción de su
centro también distinto en cada caso. Cuando los ponía a danzar a todos enfila-
dos se abría algo de repente. Cada uno tenía su propio ritmo, velocidad, sonido y
tiempo de duración. Balanceándose al unisonó ofrecían toda una coreografía
sorprendente e inquietante. El sentido de estos artefactos se hallaba precisa-
mente en eso a lo que accedemos desde su movimiento, algo que se abre y nos
funda desde una experiencia que nos excede (impenetrable). Cada fenómeno,
lugar o cuerpo es gobernado por influjos que nos llevan, sentimientos e intuicio-
60
ZAMBRANO, María. Claros del bosque. Ed. Seix Barral. Barcelona, 1993. P. 51.
202
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nes que nos penetran y transportan. Algo tiene ese canto que no puedo abor-
darlo, por mucho que lo analice se me escapa, pero funciona, me afecta, me
mueve, y es en esa fuerza que me ejerce donde comprendo algo fundamental.
La actividad artística tiene la función de traer ahí delante lo verdadero en lo
bello, lo cual instaura al acontecimiento de verdad como parte esencial de la obra
(comprender inmediato). En la obra lo bello se muestra como revelación inespe-
rada que abre nuevas formas del sentir pensante, lo que deviene cada vez de un
modo nuevo le regala al ser el esplendor hasta entonces oculto, la verdad se le
manifiesta así siempre diferente, puesto que esta no puede ser expresada ni ma-
nifestarse de otro modo que no sea la belleza. Como nos dice Plotino, quien ejerce
esta contemplación alcanza un saber primigenio, sin necesidad de investigacio-
nes o argumentos61.
La belleza se muestra así como una especie de sincronía con el sentir de eso
que no cesa de lanzarnos mensajes, como un descubrimiento de ese pensamiento
puro que brota como un manantial. En esta flor mustia que se seca sobre la mesa
hay algo sorprendente e inabordable, cada pétalo y cada mínimo filamento se ma-
nifiestan con una profundidad que no puede ser desvelada (infinita en sus capas,
direcciones, accesos, vínculos…). Su aroma nos penetra y nos funda, soy lanzado
no se donde ni de que modo. Algo viene modulándose como una melodía que no
puede ser parada ni silenciada, el pensamiento discurre claro como un arrollo, la
crecida de la estampida lo mueve todo, el cielo y la tierra son arrasados y limpia-
dos, el corazón palpita fuerte por la inmediatez de ese paraíso que tanto anhela.
El vehículo
El ritmo percutivo que viene a mi encuentro altera el curso de cuanto me
acompaña, articula en cierta medida el modo en que todo se presenta, también
esa imagen o ese objeto. Cada gesto en el que me veo implicado me inclina hacia
algo, cuando pienso, sueño, observo o canto también se da este desplazamiento.
Eso que me hace reír me conduce a otros modos o estados, también el llanto y
el dolor nos conducen y vinculan con otros mundos o capas que emergen simul-
táneamente. De este modo observamos cierta propiedad vehiculadora que reside
en todo proceso, objeto, signo o lenguaje.
Estoy cogiendo naranjas y me introduzco dentro de la copa, junto al tronco,
para alcanzar aquellas a las que no accedo desde fuera. Las ramas me arañan los
61
PLOTINO. Sobre la belleza. Ed. El Barquero. Barcelona, 2007.
203
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brazos, el sol se filtra entre las hojas, la temperatura sube y el árbol descarga
polvo y broza sobre cabeza y hombros. El dolor de las heridas y los rasguños que
las ramas provocan en mis brazos me causan una extraña satisfacción, el trabajo
sufrido en el campo me proporciona también ese extraño gozo. En el agotamiento
el cuerpo alcanza un estado que lo excede, tanto el movimiento como la relación
con cuanto me rodea a sido alterada. En un breve descanso me acerco a la al-
berca, tomo una porción de agua fresca entre mis manos y la arrojo contra mi
cara que arde empapada en sudor. El desplazamiento que aquí se produce es in-
descriptible. Lleno de nuevo las manos de agua y vuelvo a lanzarla sobre mi cara.
Me pongo de pie y cierro los ojos, el agua resbala por todo mi cuerpo haciendo
surcos en el sudor que lo empapa. El acceso o encuentro que aquí se produce es
completamente desbordante.
Hayo un ejemplo similar cuando voy con mi padre a coger garbanzos, un tra-
bajo que por realizarse en verano y en determinados lugares de secano, precisa
de una jornada que empieza a las cinco de la madrugada para finalizar sobre las
once de la mañana, cuando el sol empieza a apretar con una fuerza insoportable.
El madrugón me hace casi siempre levantarme con el cuerpo cortado, pero
cuando nos ponemos a faenar voy notando paulatinamente la mejora. Al cabo de
una hora el cielo empieza a clarear y el paisaje comienza a teñirse de color. Esta
venida paulatina de la luz me hace operar cada vez con más fuerza. El sol co-
mienza a asomarse entre las montañas, he aquí el momento más agradable de la
jornada, pues los rayos colorean las lomas y aún se conserva la brisa mañanera.
Cuando el sol se levanta un poco más, toda la ropa se empapa en sudor, la mata
del garbanzo brilla como el oro. Llega el momento de desayunar algo, nos senta-
mos en el suelo bajo el olivo, observo jaleando aún como todo cuanto hay a mi al-
rededor se mueve y centellea como una llama. En los breves bocados que pruebo
ingiero un trozo de cielo, lo cual también me transforma a mí en cielo. En estos
minutos que desconectamos del trabajo para descansar y desayunar, saboreo
una gloria por la que discurro y que me hace estallar, un acceso que no hubiese
encontrado si no me hubiese hallado minutos atrás en un infierno abrasador.
Pero tanto el exceso del trabajo en duras condiciones, como el reposo y el des-
canso posterior, ambos te hacen palpar un mismo paraíso, tanto el sufrimiento
como el gozo elevado, ambos nos sacan de los códigos que regulan toda norma-
lidad, en ambos excesos somos interpelados por otras órbitas de fenómenos.
Con este apartado dedicado al fenómeno del vehículo queremos destacar
cierto funcionamiento inscrito en todo suceso, lugar, imagen, sonido, idea... Cierto
grado de manifestación de todo cuanto viene a nuestro encuentro. El vehículo es
eso que nos lleva de algún modo, nos traslada de una forma u otra. No es lo mismo
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ralidad por otro tipo de reclamo. Si la percepción de cuanto sucede sigue salva-
guardada por la coraza del sentido común, captaremos una constancia previsi-
ble en cuanto sucede (mantenemos un suelo firme y estable al cual agarrarnos),
pero si por el contrario la percepción avanza ajena a toda razón o lógica derivada,
seremos desechos y creados con cada encuentro. Aquí ya no hay un fundamento
conforme al cual deba regirse, comprenderse y percibirse lo venidero. El fenó-
meno, que ahora nos llega con toda su violencia fundacional nos desterritorializa,
abre una línea de fuga que nos saca fuera de todas las construcciones que co-
tidianamente domestican y homogeneizan lo que viene. Desde este descondicio-
namiento dejamos de ser interpelados por una organización rígida del tiempo y
el espacio, ambos son desechos desde la propia vivencia.
Ese color alberga la posibilidad de transferirme su virtud, su voz y su sentir,
ese enorme plano azul imprime toda una cualidad que altera el curso de la con-
ciencia con la que voy. Cada cuerda de la guitarra contiene una musa que nos
toca cuando esta suena, según el traste que pisamos variará la frecuencia de su
canto, la altura de la vibración con la que nos toca. Del color en su pureza emana
un pensamiento limpio que irradia cualidades que les son propias, cada objeto
que pintemos de ese color quedará empapado de su mundo y su virtud (Ives Klein).
Sus resonancias provocan desplazamientos, estados de ánimo directos.
En plena oscuridad me siento frente a un piano, pulso con fuerza una sola
nota y la dejo sonar. Cuando el sonido parece apagarse, en su silencio se deja oír
unos armónicos que lo prolongan más allá. Cuando estos finos hilos sonoros
cesan, consigo escuchar la misma frecuencia que sigue vibrando en otro plano
aún más silencioso, como una especie de secuela o vibración que perdura dentro
del oído. Un solo tono puede lanzarme muy lejos, pero no todos funcionan del
mismo modo, si pruebo con otras teclas descubro que no todas me tocan con
tanta fuerza. De igual forma que con el color, es preciso encontrar esa nota o esa
musa que nos toca más intensamente.
Estoy tumbado en la bañera, el agua cubre mi cuerpo hasta el cuello. Los azu-
lejos y la disposición de cuarto de baños propician una acústica muy interesante
para la voz. Aquí tumbado modulo mi canto, reposando repetidas veces sobre una
misma nota grave. Todas las demás notas nos colorean de algún modo, pero esta
nota grave sobre la que ahora me concentro, hace vibrar todo mi cuerpo bajo el
agua. Esta fuerte sacudida me da acceso a una especie de sentir que me reorga-
niza, un pensamiento sin objeto que procede de este encuentro sorprendente.
Lo que aquí hacemos patente es la capacidad vehiculadora de nuestros actos
u operaciones, de nuestros lenguajes o signos. La escritura nos confronta con
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aquello que enuncia y presenta con cada frase, con eso que la propia palabra nos
hace ver, cuando dibujamos la conciencia brota de otro modo, halla otros mun-
dos en este desplazarse. Entre los rayajos aparece un círculo, un cuerpo o con-
torno que de forma completamente natural inclina el timón de nuestro barco.
Una gota de agua cae en el papel disolviendo parte de la tinta, lo cual nos hace
asomarnos a un horizonte insospechado un segundo atrás.
Lo que nos reclama tiene que ver con eso que hace correr el agua de los ríos,
eso que transforma el vapor en agua y que da la consistencia a la gota para que
esta se precipite. Quizás el ejemplo más evidente para comprender esta capaci-
dad vehiculadora lo hallamos en la música, la cual re-articula cuanto viene for-
mándose, todo se halla atravesado y transportado según el modo en el que esta
fuerza actúa. En el encuentro con cada elemento se abre toda una travesía
inaccesible de cualquier otro modo, por eso cada nota alberga un universo pro-
pio, también cada color, número, letra, signo… En sus infinitas relaciones posibles
devienen incontables océanos.
En ocasiones encuentro objetos que se me presentan como puertas desde
donde es posible acceder a otros lugares, puntos desde donde hallamos un punto
de fuga inadvertido (un umbral que se abre). Es por ello que todos los seres son
vehículo, posibilidad ilimitada para el desplazamiento o el viaje. Es en este marchar,
en esta constante migración de lo que somos y de aquello que habitamos, donde
se halla una fuente ilimitada de descubrimiento. El propio movimiento hacia otro
modo de ser (otro estado, otra cosa, otro lugar, otras condiciones), se presenta
aquí como modelo de comprensión. Pero esta actitud no debe entenderse como
un fantasear a nuestro antojo, pues para prosperar por estas vías es preciso
estar muy atentos a lo que las propias circunstancias nos solicitan, dejar que
esa intuición que nos excede conduzca las manos y la mirada. Con el término ve-
hículo desentrañamos así una nueva propiedad de la manifestación directa, un
nuevo rasgo del viaje en cuanto movimiento fundacional.
Esta posibilidad de ser transportado se halla plenamente vinculada con la ex-
periencia visionara, la cual es alimentada por cierta propiedad que reside en todo
aquello que tiene la capacidad de movernos y llevarnos. En el detalle de una cosa
encontramos el acceso a un inmenso paraje, el pequeño objeto es portero de un
basto mundo que el mismo trae. Esto sucede cuando buscamos las imágenes de
la primera vez, es decir, cuando aún la mirada no ha sido cegada y programada por
el hábito. Este descubrimiento sorprendente es el que permite la apertura y la
entrada, capacidad para traspasar aquello que nos limita a determinados reco-
rridos ya programados a priori. Aquí todas las flores cantan y bailan, incluso las
que se dibujan.
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TERCERA PARTE
LA ACTIVIDAD
ARTÍSTICA
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chicería, los sueños, las meditaciones, los rituales… Así como otras múltiples
prácticas o dispositivos que no pueden encerrarse en ninguna de las categorías
aquí mencionadas. Múltiples son las actividades y las manifestaciones que debe-
mos tener en cuenta para comprender en profundidad el potencial y las implica-
ciones de eso que hoy consideramos e investigamos como lo artístico. Por ello en
los apartados anteriores hemos venido profundizando en múltiples aspectos que
arrojan luz sobre esa dimensión creativa, de la cual deriva una atención adecuada
hacia los procesos, por encima de aquello que se pierde en nuestra obsesiva bús-
queda de resultados. La conciencia de este movimiento fundacional nos permite
romper con el juego de títeres al que nos vemos sometidos, trascender la idea
positivista y cerrada de lo real, expandir los horizontes de lo posible y desencau-
zar la vida de las sendas prefijadas.
Esta es quizás una de las hipótesis que ha motivado desde el principio esta in-
vestigación: La posibilidad que se abre desde las prácticas artísticas de realizar
una vida fuera de las vías que se nos proponen, hallar otras formas de habitar,
construir y conversar, descubrir otros procedimientos que nos catapulten fuera
de los funcionamientos normalizados, traspasar sus límites, desbordar lo posible.
La tendencia del estado de cierre es mostrarnos que nuestra única posibili-
dad es la de ser humanos: Normales o anormales, sumisos o rebeldes, sanos o
enfermos, pasivos o inquietos. Pero esta condición humana ya ha sido sobrepa-
sada en infinidad de ocasiones, aunque esto resulte algo imposible para quien no
ve más allá del sistema semántico y ontológico que socialmente nos interpela y
constituye. La existencia reside en un movimiento que se manifiesta no exclusi-
vamente como ente (cuerpo o individuo), sino como fuerza, viento, corriente, sol...
El ser o la conciencia deja de estar atado a su condición humana para alcanzar
una posición más amplia dentro del propio acto creacional. Dar un nombre a esta
condición del ser hacia la que señalamos es un problema, pues caeríamos de
nuevo en reducir el fenómeno al concepto que lo concretiza y aniquila.
En esta tercera y última parte penetraremos en el fenómeno de la actividad
artística desde dos puntos cruciales: 3.2. La expresión como vehículo, y 3.3. El
viaje como conocimiento. En la primera abordaremos la dimensión fundacional y
vehiculadora del acto creativo, su capacidad para articular nuevas zonas de con-
tacto. En el segundo capítulo constataremos todo un método de descubrimiento
que se abre desde el fenómeno del viaje, donde el desplazamiento emana como
sede de manifestación constante.
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La siguiente imagen-arquetipo pretende focalizar la figura del obrador o creador que opera
sobre los lenguajes y el mundo que a través de estos se manifiesta, de esta forma consigue
poner algo en funcionamiento. El artista-mago se mantiene atento al propio reclamo de los
materiales con los que se mueve, siguiendo el hilo de esta llamada construye vehículos que lo
catapultan, genera instrumentos y artefactos que le permiten entrar en contacto con entida-
des de toda índole. Su forma de trabajar le da acceso a determinados estados o situaciones
propicias para la epifanía. Su propia condición es la de estar atento a los pensamientos e in-
tuiciones que le llegan para corresponder al propio curso en el que se encuentra.
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2. EL OBJETO-CATAPULTA. El golen
La experiencia del rapto lleva al artista a obrar en un sentido muy especial. En este trabajo que
le viene como inspirado conecta con una especie de fuerza que lo guía, llegando a construir una
obra cuya autonomía le excede y no controla. Esa obra bulle o procede como un objeto vivo que
trae consigo un mundo (un estado de conciencia o inteligencia), y unos accesos que escapan al
propio autor. De esta forma la obra se transforma en un ser independiente que opera por su
propia cuenta, consiguiendo despertar algo que se hallaba dormido en el espectador, alimen-
tando un ojo que ahora comienza a vislumbrar algo. Cuando convives con estos objetos, pene-
tras en un estado de cosas que estos inauguran.
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Cuando escribo, devengo no según lo que enuncio, sino según el modo y las cir-
cunstancias en que se produce el pronunciamiento, emano en cuestión del modo en
que las cosas avanzan desde la propia escritura (la mirada que la palabra articula).
Cuando toco un instrumento algo empieza a operar de repente, la música eleva el
pensamiento, excita a los guerreros, alivia la fatiga y fortalece a los viajeros. Desde
todos estos movimientos-devenires avanzo constituyendo una serie de puntos de
fuga por los que escapo a las condiciones que regulan eso que denominamos como
ser humano. Escribir, danzar dibujar o cantar son acciones que solemos atribuir a
las personas, pero todas ellas contienen en sí el poder o el arte de la transmuta-
ción. Estas acciones propiamente humanas nos abren a otros funcionamientos que
se hallan velados desde el sentido común que articula nuestro pensar-percibir. A
partir de estos medios podemos construir una escalera, un transporte, activar un
ojo que nos mueva fuera de los límites de dicha condición. Medios mágicos capaces
de operar y alterar tanto al ser como al mundo que va con este.
Desde este contexto puede comprenderse el sentido del teatro de la cruel-
dad de Antonin Artaud, como una potencia de desfiguración nunca acabada,
fuerza que agita la propia anatomía humana. Esta noción de la crueldad se halla
relacionada con la mutabilidad a la que todo se ve sometido (nada permanece), la
cual surge de la necesidad que siente Artaud hacia un teatro operativo que nos
despierte, un acto peligroso y terrible donde se teje una génesis ontológica. Algo
que apunta a la transformación orgánica y física del cuerpo humano, un acto an-
terior a todo, llamado a reescribir los orígenes, a propiciar el advenimiento de
otra forma de encarnación. Un crisol de carne y fuego donde anatómicamente se
rehacen los cuerpos y se presenta físicamente y al natural, el acto mítico de cor-
poreizar. Una estética de la crueldad que hace estallar todas las convenciones y
categorías, para lograr el advenimiento del teatro sin teatro de la vida62.
62
ARTAUD, Antonin. El teatro y su doble. Ed. Edhasa. Barcelona, 1997.
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mentos que los representan en la tierra. Merleau-Ponty nos enseña que el di-
lema entre la expresión y la verdad de la misma es falso, no hay verdad al margen
de las infinitas formas de expresarla y del lugar de nuestra intencionalidad. Cada
creación cambia, esclarece, profundiza, exalta y altera por anticipado a todo lo
demás63.
La expresión como vehículo señala hacia todo un contexto de actividades y
artefactos que potencian el fenómeno del viaje. Este capítulo será encauzado
desde cuatro direcciones: La acción creadora, El objeto artístico, La batalla y El
vuelo mágico. Con todos ellos evidenciaremos las posibilidades del desplazamiento
y el tránsito, todo un potencial que proviene de las múltiples formas de trans-
formar mágicamente la conciencia, así como el mundo y los fenómenos que esta
percibe.
La acción creadora
El papel en blanco es como el agua clara, una profundidad limpia de donde
puede brotar cualquier cosa (superficie o soporte para el viaje). Por su blancura
luminosa se desliza una línea que nos acerca a un horizonte, una gruta, un con-
torno donde se intuye ya un ser latente. Lo que sobre esta superficie asoma desa-
rrolla un nuevo órgano a través del cual observamos un mundo que se abre. De
la imagen surge algo que antes el ojo no podía captar, lo cual proyecta la mirada
más allá. Este gesto anímico desarrolla el sentido de captación de lo que viene,
descubre algo a los sentidos, una potencia fundacional que nos reclama. Miramos
a través de esa ranura y descubrimos otro asunto, algo sorprendente que ya se
intuía en su venida. Es en esta entrega donde la voluntad se hace rehén de esa
llamada que tan intensamente nos solicita. La corriente es el timón de nuestra
barca, una navegación que solo cesará allí donde nuestro temor coloque el límite.
Cuando alcanzamos el reclamo de esta dimensión creativa, alcanzamos un de-
venir que se halla fuera del umbral normalizado de percepción, por ello Paul Klee
encuentra en el dibujo lo que el denomina como una fuga cósmica. Uno se eleva
por encima de la tierra bajo la acción de fuerzas centrífugas que triunfan sobre
la gravedad. Esto se consigue a veces con los medios más precarios, casi infan-
tiles, pues estos son los más potentes para captar sin distracción un orden que
nos llega a modo de sentimiento. El artista se abre al cosmos para captar sus
fuerzas en su obra, para visualizar el universo a través de las imágenes que este
crea. Lo que invocamos viene de algún sitio para contagiarnos, creando una
63
MERLEAU-PONTY, Maurice. Fenomenología de la percepción. Ed. Peninsula. Barcelona, 1994.
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alianza y desencadenando una potencia. Cada pacto nos moviliza, nos transporta,
nos cambia de estadio. Somos enteramente formados con esta tierra de la es-
critura, vivificados todos nuestros miembros mediante esta disposición de letras,
sonidos o colores. Aquí todo se expresa en términos de viento, todos somos ca-
mino. Desde el propio movimiento somos tocados por ese rayo que llega no se
sabe muy bien de donde, es la propia corriente la que nos imprime sus formas y
ritmos (música de las esferas).
Cuando camino me abordan melodías y ritmos de un modo completamente
natural, el dinamismo de estos pasos se me presenta como el momento más pro-
picio para componer música, pues todo se halla en movimiento. En los años de
facultad, iba y volvía de las clases siempre andando, aprovechaba este trayecto
de unos treinta minutos para componer canciones o sacar ritmos. Mis propios
pasos marcaban el pulso de la sinfonía que todavía tenía que venir, en otras oca-
siones lo marcaba golpeando con los dedos sobre mi cadera. Una vez que en-
contraba el ritmo deseado, me abordaban sentimientos o sensaciones intensas
que me arrancaban en ocasiones determinados gestos corporales y expresio-
nes faciales, a veces incluso conseguía visualizar imágenes. En estos momentos
en que una determinada fuerza pedía salir y estallar, surgían ritmos percusivos
que canalizaban dicha intensidad, cuando por fin hallaba ese que encarnaba dicha
sensación o imagen, lo repetía incesantemente para memorizarlo. En muchas
ocasiones buscaba el modo de apuntarlo de alguna manera para no olvidarlo, por
ello iba inventando lenguajes gráficos a modo de partituras. Cuando caminaba
los días siguientes reproducía mentalmente dichos recorridos, cada vez se iban
definiendo más las notas y los arreglos. Cuando tenía una idea medianamente
clara de cómo sonaba la pieza en general, transportaba todo cuanto había en la
mente a los diferentes instrumentos, cada componente del grupo asumía su
parte. Después en el ensayo sonaba por primera vez la obra que un mes antes se
empezó a construir en mi cabeza. Este momento es muy importante, pues es la
primera vez que se escucha y siente el efecto que produce la composición (la fór-
mula o el hechizo).
Todo acto creativo lleva implícito una especie de retroceso hacia el origen
(creación del cosmos), un acto primordial que implica la participación en un evento
que nos trasciende (repetición del arquetipo fundacional). Todo es arrasado
cuando conseguimos mirar desde otra óptica, todo emerge nuevo y desconocido,
la exploración no tiene límites pues nos movemos por un planeta descomunal en
sus grados, infinitas son las capas, los niveles, las esferas, los cuerpos...
Ni el ser ni la sociedad pueden reconocer que ellos mismos son origen de sí
mismos, es justamente en esta toma de conciencia donde se abre la posibilidad
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de ser otro (salir del olvido). Por ello el eje central del pensamiento de Castoria-
dis se halla en el estatuto ontológico de la imaginación y el imaginario radical ins-
tituyente (transformación del mundo y de nosotros mismos desde el imaginario
efectivo). El proyecto revolucionario consiste en desgarrar la lógica identitaria
instituida, para crear un nuevo mundo mediante el imaginario social operante
(reconstrucción de la propia conciencia). Esta construcción de un nuevo ojo
(mundo), solo puede venir de un proyecto creativo que trascienda el modelo del
mundo y del ser heredado. Castoriadis reivindica así una ontología de la indeter-
minación como presupuesto para toda acción64.
Para lograr esta indeterminación creativa se hace necesario un retroceso
hacia la experiencia original (movimiento fundacional), un estado donde la con-
ciencia será reconducida por una nueva fuente que se pone en marcha. En esta
desterritorialización se despiertan determinadas funciones y órganos que nos
dan acceso a un nuevo curso que se abre con toda naturalidad.
Me muevo y un enorme armazón me sigue, se desplaza con migo (El doble, ver
imagen). Muevo los dedos y observo como otros dedos separados a medio metro
de los míos se mueven de forma muy extraña. Un movimiento que me inquieta en
lo que este comporta, pues la extrañeza viene de la mano de una conciencia que
se percata de algo que la excede. Este dispositivo me permite observar mis mo-
vimientos simultáneamente en otro plano, cada gesto tiene paralelamente un co-
rrelato que se da en otro lugar. El movimiento no solo desplaza una serie de
puntos en un espacio geométrico previsible, sino que conlleva una oscilación en
muchos otros planos simultáneos. Aparentemente soy yo quien mueve al doble,
pero desde la inmediatez de los propios movimientos descubro que es él quien
marca las pautas de todos mis gestos. Este cuerpo ensamblado al mío, conduce
ahora mis propios pasos e incluso el modo en que pienso, percibo y siento. El doble
hace patente esta idea, ayudándonos a comprender como el titiritero no es el
sumo responsable de los movimientos de la marioneta, sino que este es al mismo
tiempo tocado y movido por otras cuerdas que no ve.
Cortamos un trozo de tela y algo acaba de fragmentarse, taladramos un ca-
nuto de caña que se hallaba cerrado herméticamente, lo de dentro y lo de fuera
se encuentran por primera vez. Lavar los platos o verter sal sobre un cocido,
pueden parecer acciones planas o banales por su cotidianidad, pero todas estas
conllevan un movimiento por diferentes planos que nos afectan y nos conducen
de un modo u otro. Cuando afinamos el instrumento o le damos el punto justo de
64
CASTORIADIS, Cornelius. La pluralidad de los imaginarios sociales de la modernidad. Ed. Anthropos Edi-
torial. Barcelona, 1981.
241
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sal a ese alimento que preparamos, estamos secuenciando nuestro propio ritmo
para recibir una influencia directa en esas proporciones perfectas que ponemos
en marcha. En cada paso que doy para realizar una escultura, una comida, una
obra… Van sucediendo una serie de fenómenos a veces imperceptibles vincula-
dos a esa misma operación. A la par que el barro es modelado por mis manos,
algo en mi corazón se va construyendo también.
El fenómeno material o representable (por denominarlo de algún modo), va
unido a una serie de movimientos en otros planos. El acto del dibujo no solo im-
plica la ejecución de una serie de líneas o manchas sobre el papel, sino que si-
multáneamente conlleva un desplazamiento de la conciencia, una alteración del
modo en el que el pensamiento y la percepción brotan, experiencia en la que
descubrimos un nuevo cuerpo-mundo que viene fundándose en coherencia con
esa nueva mirada que se abre o enciende. Actuando sobre los signos, los len-
guajes o las representaciones de las cosas, estamos operando directamente
sobre las propias cosas, sobre los órganos que las captan y las sienten, sobre
los vínculos…
En la era se separa el grano de la paja, se destila la materia para purificarla y
obtener así el oro puro. Todo esto lo hacen ya las cosechadoras de un solo paso.
Yo que he tenido la ocasión de trabajar al modo antiguo, puedo decir que tal me-
canización hace que se pierdan una serie de experiencias y encuentros que para
mí han sido fundamentales. Las máquinas han eliminado el sufrido y lento trabajo
de los campesinos bajo el sol (la siembra, la siega, la trilla…), pero paralelamente
han eliminado también un modo de acontecer, irreductible e incomprensible desde
la lejanía en la que las sociedades modernas se mueven. Esto no debe entenderse
como una crítica hacia el desarrollo tecnológico, sino como una toma de con-
ciencia sobre la contingencia que provocan los métodos o modos en que proce-
demos. Las herramientas (instrumentos, soportes, significados, métodos...) a
través de los cuales operamos y comprendemos, determinan el estatuto onto-
lógico e identitario de cuanto nos incumbe (percepción).
Esto nos lleva hacia una nueva hipótesis de trabajo: Alterando las condiciones
en que procedemos (medios, utensilios, metas, lenguajes...), accedemos a todo un
espacio virgen y por descubrir.
Cada fase del trabajo supone un movimiento anímico, solar, corporal, cós-
mico… Cada estadio de esta depuración del grano supone también una mutación
de quien se encuentra trabajando, cuyo síntoma más evidente podría ser el sudor
que empapa su camisa o la piel oscurecida por los rayos solares. Miramos los es-
casos árboles que circundan la era, los cuales nos avisan de cuando el levante se
acerca, no se puede perder ni una bocanada de aire, pues de este fenómeno at-
242
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65
FICINO, Marsilio. Sobre el furor divino y otros textos. Ed. Anthropos. Barcelona, 1993.
243
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El devenir de todo lo vivo aparece aquí como un construir que no cesa, por lo
que la apertura se alcanza desde un residir en las cosas (lo que se está haciendo),
desde la cercanía de lo que crece. En esta condición de dejar hablar a las cosas
para oírlas, somos interpelados por el gozo y la comprensión de una unidad que
nos desborda transportándonos.
El alquimista busca una sabiduría que emana de esta experiencia inmediata,
donde todo será captado como un lenguaje en curso. Aquí cada nombre precede
una puerta, cada puerta abre una gruta, señala un acceso, en el momento más ines-
perado algo nos toca y nos pone en funcionamiento. El alquimista altera la ma-
teria para acceder a algo desde la propia transmutación: Convierte el grafito en
imagen o palabra, el barro en cuerpos y formas, los tejidos en ropas o sacos, el
movimiento en sonidos y melodías, la neutralidad en risas y carcajadas… Cons-
truye artefactos con los que pone en funcionamiento fuerzas y virtudes: crea
vínculos, genera accesos, atrae influjos y energías, conecta mundos, construye
vehículos, descubre senderos...
El objeto artístico
Hay algo en estos pedazos de madera que me llama constantemente la aten-
ción, no se si es su aspecto sufrido y endurecido, o las huellas de todo con lo que
han estado en contacto. Llevan años medio enterradas en la huerta, recibiendo
las inclemencias del clima, los cortes derivados de diferentes herramientas, signo
de todo eso por lo que han pasado y de cuanto albergan. La forma de cada una
de estas piezas me recuerda al mástil de un instrumento musical, aunque como
procedente de una civilización desconocida, artefactos que me evocan hacia un
mundo y un grado de conciencia totalmente ignorados.
Es en esta forma de pensar y sentir que me transfieren estos maderos, así
como desde la imaginación que tales objetos despiertan, donde comienzo a intuir
la obra (instrumentos sordos). Tanto las condiciones como la singularidad en que
se produce el encuentro, me hace descubrir en esas piezas restos de unos ins-
trumentos musicales que no se de donde proceden, pero que ponen en marcha
un reclamo que me pone a trabajar. Algo empieza a suceder antes incluso de
hacer ninguna maniobra, mientras los observo todavía ahí bajo los naranjos.
Cuando recolecto estas maderas y busco otras con propiedades similares, ya
soy otra cosa, ya funciono de otro modo y en otras circunstancias. Las despliego
sobre la mesa, coloco cáncamos en sus extremos, y tenso alambres sobre estas
fijaciones. Esta forma de operar me ha hecho acceder a un mundo y unas condi-
ciones que antes desconocía. La presencia de esta obra trae ya en sí ese mundo
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al cual pertenece, ese modo de conciencia que le es propio, activa una serie de
sentidos que antes estaban dormidos, reestructura el propio funcionamiento de
la naturaleza.
Al igual que sucede con el mundo o el objeto cotidiano, no hay que pregun-
tarse que quiere decir la obra, que significa, sino más bien, que sucede cuando
esta funciona, que activa en nosotros, que mundo nos revela tal encuentro, con
que tipo de cuerpo hace converger el suyo. De esta forma vemos como crear,
construir o pensar no tienen que ver con significar, sino con deslindar o carto-
grafiar determinados parajes. La obra tiene así una naturaleza autónoma, es ase-
miótica, lo cual la distingue del lenguaje verbal en su funcionamiento ordinario.
Ante este encuentro con la obra el organismo es desecho y construido en otro
sentido, por ello la obra no muestra un objeto independiente de nosotros, sino un
espejo en el que descubrimos un correlato de lo que en ese momento somos. Es
en esa fuerza que nos golpea y nos mueve, en esa transmutación o desplaza-
miento que se produce donde se halla la clave de la obra. Taladrar un agujero en
la piedra para poder penetrar en la montaña.
Frente a la unidimensionalidad del objeto funcional cotidiano (el cual tiene ya
un modo de ser programado por su uso), el objeto artístico se presenta como una
puerta, un umbral o apertura hacia otro espacio que este inaugura. La creación
es un proceso donde es sobrepasado aquello que nos delimita, para que el mundo
pueda experimentarse constantemente como apertura. En la obra se produce
una apertura de lo ente (un nuevo descubrimiento), lo cual significa que esta
obrando en ella algo que nos empuja fuera de la realidad programada y cerrada
a la que nos vemos arrojados en nuestra cotidianidad. La creación como proceso
plantea así una revolución en nuestro posicionamiento frente al mundo, en nues-
tro habitar las circunstancias, pues no existe una forma privilegiada de mirar o
de pensar, en cada caso debemos ajustar nuestra mirada a cuanto se revela
desde esta experiencia que nos constituye.
La obra opera en un modo similar a lo que desde la antigüedad se denomina
como magia natural, donde a través de ciertas preparaciones naturales o arti-
ficiales, podían obtenerse ciertos beneficios considerados como celestes. Un
canto adecuadamente entonado altera por completo el modo en el que deveni-
mos, a través de los sentidos que aquí se activan recibimos una armonía similar
a la de los astros. Una escultura u objeto debidamente proporcionado y com-
puesto, nos infunde directamente un orden que restaura posibles desequilibrios,
ordena y armoniza el propio funcionamiento de la mente y los órganos. Tal y como
señala Agrippa, de la composición de ciertas hierbas, ungüentos, vapores, imá-
genes o versos, resulta cierta formula que tiene muchas cualidades ventajosas
245
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66
AGRIPPA, Cornelio. Filosofía oculta. Ed. Kier. Argentina, 1994.
67
BEUYS, Joseph. Ensayos y entrevistas. Ed. Síntesis. Madrid, 2006.
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68
HARNER, HALIFAX, DOSSEY, GROF, KRIPPNER y otros. El viaje del chamán. Ed. Kairós. Barcelona, 1989.
247
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La batalla
Recuerdo como cada vez que jugaba en mi infancia, me hallaba inmerso en una
misma lucha. La batalla era simbolizada casi siempre con juguetes, donde yo
mismo era una figurilla de plástico a la cual dotaba de vida, movimientos y pen-
samientos, la corriente de todo cuanto acontecía pasaba a través de aquella mi-
niatura. El enemigo podía presentarse bajo cualquier forma, aunque yo tenía la
certeza de que todos venían de un mismo sitio, un planeta cien veces más grande
que la tierra, plagado de ciudades y de todo tipo de criaturas. A veces la fuerza
o el tamaño de los enemigos era mucho mayor, pero en mi modo de proceder re-
sidía algo capaz de vencerlos a todos. Había un motorista vestido de negro (un
espía), el cual me seguía a todas partes. Iba con mis padres en el coche e imagi-
naba como la moto saltaba montañas, pasaba de una cuneta a la otra, circulaba
sobre los cables de la luz. Con la mirada dibujaba en el acto el recorrido de ese
vehículo que no cesaba de seguirme.
Con el tiempo la lucha ha ido cambiando de carácter, las armas son otras,
también las fuerzas que hay que solventar, pero la batalla arquetípica siempre
será la misma. Choque de magnetismos, resguardo o resistencia ante determi-
nadas influencias, desvío o resistencia ante ciertas construcciones o dispositi-
vos que nos interpelan. El combate empieza en el momento en que abandonamos
el asfalto pulido y atravesamos abriendo una vía virgen. Entramos entonces en
descampados abandonados, olvidados o prohibidos, paisajes inadvertidos por los
modos normalizados y establecidos. El guerrero posee así el don de la visión, la cu-
riosidad y la sospecha, la capacidad de estar atento a aquello que lo reclama a
veces silenciosamente. En esta disposición para la apelación hallamos una ofen-
siva hacia eso que de algún modo se nos impone. Nos elevamos a este nivel de la
batalla cuando nos dejamos tocar por esa manada con lo que vamos, un palpar
tierra con el que somos disparados diametralmente fuera de los circuitos ce-
rrados de nuestra intencionalidad. Aquí estamos fuera de la temporalidad lineal
y del espacio geométrico, del dominio de las leyes y las representaciones que ar-
ticula nuestro pensamiento y percepción, fuera de los circuitos que determinan
lo que viene a nuestro encuentro, lo que emerge junto a nosotros. Cuando acce-
demos a este movimiento fundacional estamos en el campo de batalla, donde
cada pequeño movimiento es sumamente importante. En este espacio emergente
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69
GÓMEZ DE LIAÑO, Ignacio. La mentira social. Ed. Tecnos. Madrid, 1994. P. 80.
249
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70
ARTAUD, Antonin. Cartas desde Rodez II. Ed. Fundamentos. Madrid, 1986.
250
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71
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix. Mil mesetas. Ed. Pre-textos. Valencia, 1998.
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El vuelo mágico
Nace una mañana radiante, estoy en mi habitación y oigo como mi madre ta-
rarea melodías mientras tiende la ropa en ese mar de luz acentuado por el suelo
y las paredes blancas. Comprendo que es su momento de máxima cercanía y ele-
vación, todo se halla rebosante de una intensa alegría. Oyéndola se que es su gran
momento de puro gozo, sabe que nadie puede alterar lo que ya ha conseguido,
pues su vuelo es intocable. Cuando acaba su tarea y baja a los pisos inferiores de
la casa, salgo a la azotea y comprendo de nuevo su gran gozo, su alimento. Una
maravillosa disposición de prendas de diferentes colores se despliega armóni-
camente sobre los tendederos en este cajón blanco de luz.
Cuando te sientas frente al mar en una playa desierta y comienzas a tocar un
instrumento, la música adquiere una dimensión cósmica. Aquí no hay pretensión
alguna, apariencias ni necesidad de demostrar nada, es el cosmos convertido en
canto el que te eleva como una pluma que el viento arrastra por encima de los te-
jados y las nubes. La música adquiere aquí el grado de conversación cósmica. Lo
que suena desde la vibración de las cuerdas no hace sino responder a lo que las
olas demandan, el murmullo del mar no hace más que satisfacer los requeri-
mientos del instrumento que suena. Esta orgía musical hace brotar al pensa-
miento de un mismo modo, como el canto delirante y extasiado de una chicharra
que siente el ritmo llameante del sol en su propio pecho.
El vuelo mágico supone siempre una salida heroica, una fuga transversal que
nos catapulta fuera de los códigos habituales de identificación. Esta salida del
pensamiento normalizado o reglado, de la conciencia ordinaria o de la mirada uti-
litarista, es lo que en muchas tradiciones se conoce como el paso a otro mundo.
Pero este otro mundo no es un más allá lejano e impenetrable, sino una dimen-
sión inesperada que puede abrirse desde cualquier punto, un grado de manifes-
tación al que accedemos de forma inesperada. Mircea Eliade apunta hacia la
necesidad de hallar un marco de acción y pensamiento que pueda prosperar sin
necesidad de ajustarse o someterse a los presupuestos que rigen nuestra forma
normalizada de ver y pensar. Nos habla de diferentes manifestaciones a partir de
las cuales superar esta situación petrificada o de cierre.
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En los planos diferentes pero solidarios del sueño, de la imaginación activa, de la cre-
ación mitológica y folklórica, de los ritos, de la especulación metafísica y de la expe-
riencia extática, el simbolismo de la ascensión siempre significa la explosión de una
situación “petrificada”, “taponada”, la ruptura del nivel que hace posible el paso a otro
modo de ser: A fin de cuentas, la libertad de moverse, de decir, de cambiar de situa-
ción, de abolir un sistema de condicionamientos72.
Los mitos, los ritos, las imágenes, así como los signos e iconos de todas las cul-
turas son el vehículo de cierto número de experiencias reveladoras, sistemas de
pensamiento que se instauran en un dispositivo cognitivo que participa en la
constitución del saber y de lo real. Lo mismo sucede con lo ideal en cuanto cons-
trucción humana, pues lo que esto designa no es una realidad trascendente, sino
el ámbito de interacción del individuo con su medio. De esta forma se evidencia
como toda construcción ideológica, filosófica, metafísica o creencia nos abre a
un espacio que conduce o vehicula nuestra experiencia (contingencia de toda vi-
sión). Testimonio de esto lo encontramos en las filosofías orientales, corrientes
contemplativas, chamanismos, rituales, angeologías, visionarios... Todas ellas
construidas desde la experiencia y no desde la especulación teórica.
Agripa comenta como los pitagóricos construyeron la escala musical obser-
vando la armonía y las proporciones celestes, y puesto que la armonía musical
imita a los astros muy poderosamente, puede llegar a excitar maravillosamente
sus influencias: Cambia las pasiones, expectativas, gestos, movimientos, cos-
tumbres de los que escuchan, y los ubica en sus propiedades. El espacio entre la
tierra y la luna, constituye el intervalo de un tono, entre la tierra y el sol un triple
tono, y así según los intervalos entre los diferentes planetas se obtienen las
notas musicales. El acorde restablece un orden en quien lo escucha, en el mismo
sentido que los astros producen un concierto para quien está atento a sus mo-
vimientos. Como nos dice Agrippa: “No hay cantos, sones ni instrumentos musi-
cales más fuertes para hacer nacer las pasiones de los hombres y encantarlos,
que los compuestos por números, medidas y proporciones a la manera de los cie-
los”73. Pero esta aritmética poco tiene que ver con el número en tanto que can-
tidad (aritmética de los mercaderes), sino más bien como proporción, relación y
equilibrio. De aquí se deriva la importancia que los griegos atribuían a la sección
áurea y al perfecto uso de las proporciones para resolver las esculturas, cons-
truir los edificios u organizar el urbanismo de las ciudades. Este equilibrio con
que todo era llevado a cabo tenía la función de generar una conciencia armoniosa,
72
ELIADE, Mircea. El vuelo mágico. Ed. Siruela. Madrid, 1995. P. 167.
73
AGRIPPA, Cornelio. Filosofía oculta. Ed. Kier. Argentina, 1994. P. 189.
253
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Aprendí a caminar, y desde entonces corro. Aprendí a volar, y desde entonces no to-
lero que me empujen para pasar de un sitio a otro. Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora
me veo a mi mismo por debajo de mí, ahora un dios baila en mí74.
Una fisiología del fenómeno del vuelo revelaría varios elementos esenciales.
El primero de estos factores sería la toma de conciencia de una situación opre-
sora, la sospecha de unos límites que ya no son inmutables, toda una red de con-
dicionamientos que podrían ser alterados. El siguiente paso consistiría en
localizar la raíz de esa situación petrificada (vuelta al origen), para observar los
engranajes que generan tales emanaciones (observación del problema a vista de
pájaro). Cuando detectamos el origen de esa situación nos hallamos ya directa-
mente en otra (superación de la anterior), la mirada comienza a ser conducida por
otro tipo de fenómenos, pues estamos en otra cosa, somos otra cosa. Cuando
menos lo esperamos hallamos una línea de fuga que nos saca repentinamente
de la horizontalidad en la que nos encontramos.
Me encuentro de pie no se muy bien donde, todo cuanto me rodea es indefi-
nido y oscuro. Me percato de que estoy soñando y siento que puede suceder cual-
quier cosa, siento un terror escalofriante ante lo que podría venir. No debo pensar
en nada, pues si no lo traigo. Siento que tengo que elevarme para salir de esto que
me presiona, debo aligerar mi peso para subir. Noto como mis pies se separan del
suelo y empiezo a subir, lo cual me tranquiliza. Pero al instante me doy cuenta de
que no puedo subir lo suficiente, hay un techo sobre mí, algo que me impide com-
pletar mi huida. Continúo planeando en horizontal buscando un hueco que me
permita completar mi ascenso. Mi velocidad se acelera pero los techos no cesan,
74
NIETZSCHE, Friedrich. Así habló Zarathustra. Ed. Alba libros S.L. Madrid, 1999. P. 59.
255
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75
San Juan de la Cruz citado por VALENTE, José Ángel. Variaciones sobre el pájaro y la red. Ed. Tuquets. Bar-
celona, 2000. P. 162.
256
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Me lanzo de cabeza al agua, da igual si se trata del mar, el río o la piscina, la in-
mersión absoluta despierta algo en mí. Hay un recuerdo de esa sensación, iden-
tifico otros momentos similares, pero ahora se dan todos a la vez, la bofetada de
agua fresca cala todo mi organismo, desde este impacto soy completamente
reestructurado. Abro los ojos y el mundo entero nace de este movimiento, la ciu-
dad y las montañas emergen como por primera vez, todo nace y comienza justo
en este preciso instante.
Si cambio las condiciones en que me muevo todo aparece desconocido (como
por primera vez), si me dejo guiar por cuanto se me solicita, descubriré algo fun-
damental de esa corriente a la que pertenece la conciencia de cuanto sucede.
Según las operaciones y los modos en que avanzamos, ponemos en juego un mon-
tón de fenómenos con los que no contábamos. La naturaleza se muestra aquí
como algo inagotable en cuanto a la comprensión o la experiencia que de ella se
puede obtener. El ser se vuelve abismal en la riqueza de los mundos por los que
puede transitar, en la infinidad de cuerpos y modos posibles en los que puede
manifestarse.
Lanzo piedras al agua, flechas hacia el horizonte, influyo a todo cuanto me
acompaña, pero no puedo controlar lo que sucede, me sobrepasa, se me escapa.
Levantamos así un modelo de comprensión que solo puede prosperar desde esa
intuición que llama y nos conduce. El conocimiento se caracteriza aquí por todo un
intento de franquear el límite, perforar el muro, salir fuera de lo válido, lo desve-
lado, lo importante o lo posible. Desbordar la presa para ser arrastrados aún con
el peligro de ahogarnos, un acto con el que atravesamos todos los diques (límites).
La conversión requiere de una salida de sí (abandono de la tierra conocida),
una disposición básica para que nos lleven con toda naturalidad, como sede de
manifestación constante, de inagotable venida y circulación, de captación a par-
257
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76
DELEUZE, Gilles. Conversaciones. Ed. Pre-textos. Valencia, 1999. P. 171.
258
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77
RACIONERO, Luis. Filosofía del underground. Ed. Anagrama. Barcelona, 1977. P. 34.
259
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mación), sino con una metamorfosis del ser (conocimiento presencial). Toda com-
prensión es por lo tanto signo de un desplazamiento y transformación que vie-
nen articuladas desde el propio encuentro.
260
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261
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antigua ciencia significa la perdida del conocimiento del cielo y de todas las
cosas que lo pueblan78.
La mirada se hace digna de la visión del cielo cuando atravesamos las cosas y
sus significados, para captar el estado en que estas bullen. Nos elevamos así
desde la visión del objeto hasta el ángel que en este reside y respira. Dejamos de
esta forma de estar ante lo conocido (el rostro), para ubicarnos en la órbita del
propio manantial que emerge creando.
Entramos en el local de ensayo, encendemos los amplificadores para que las
válvulas vallan calentando. Comenzamos a tocar y el espacio de la habitación co-
mienza a acrecentarse. La cadencia y el volumen de la música atraviesa y mueve
todos los átomos, el cuerpo es trasladado y transformado, la habitación estalla,
los muros, el suelo y el techo desaparecen. El sonido emerge articulando otro
mundo. Me introduzco, saboreo y palpo volúmenes que normalmente no están allí,
atravieso cielos por los que no podría planear de otro modo, soy lanzado fuera de
allí. Tanto el cuerpo anatómico como el espacio geométrico son desechos, solo
permanecen para un modo de conciencia que se mantiene en las representacio-
nes estáticas, un estado de percepción que no puede soportar la idea de que ya
no se de lo que debería permanecer ahí. El que se halla lucidamente implicado
comprende en seguida que las cosas no son tan rígidas, que el cuerpo de carne
puede modular hasta convertirse en otra cosa, que una habitación puede trans-
formarse en un universo, que cuando cierro los ojos accedo a un espacio infinito.
Los sentidos nos dan acceso a una dimensión que se forma junto a ellos, lo cual
muestra los innumerables modos en que estos pueden operar o ser movidos. Los
cinco sentidos clásicos (vista, oído, tacto, gusto y olfato), son aquí rebasados por
otros múltiples modos de captación que son ignorados en esta catalogación clá-
sica: Intuición, imaginación, pensamiento, sentimientos, razón, afección, amor y
otros conceptos que podrían citarse aquí. Tanto las posibilidades de la experien-
cia como del aprendizaje o el descubrimiento, van unidas a la capacidad para el
tránsito o el desplazamiento que proporcionan tales órganos, con ellos accede-
mos a otros niveles de manifestación de cuanto sucede junto a nosotros. Hay re-
alidades, seres y fenómenos que solo son visibles desde el pensamiento, otros
desde el análisis, el razonamiento, la lógica, desde los sueños o la imaginación. La
captación se solapa en diferentes grados o niveles simultáneos, por lo que no po-
demos hablar de algo puramente visual o exclusivamente auditivo, pues el sonido
hace vibrar todas las partículas, la imagen toca, colma y alimenta el corazón, la
78
SWEDENBORG, Emanuel. El cielo y sus maravillas y el infierno. Ed. Kier. Buenaos Aires, 1991.
262
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fuerza o fragancia de los cuerpos celestes nos llega a través de las flores, los ali-
mentos… Cada mota de polvo tiene sus propios sentidos, también cada partícula
u objeto, por lo que seremos lanzados según el modo en el que son despertados
o activados ciertos órganos. El organismo se configurará siempre en función de
lo que las propias circunstancias demanden, en cuestión de lo que los lenguajes
abren o revelan. Dentro del mirar, así como del escuchar, localizamos varios esta-
dios o niveles, se ignoran los canales intermedios que se abren entre la vista y el
gusto, entre el tacto y el oído, lo que se abre a través de los olores o las imáge-
nes, el modo en que opera la música sobre la propia materia.
Esta melodía que ejecuto con la lira despierta otros órganos más sutiles que
aún no han sido catalogados, pero no se trata solo de la vibración sonora de esas
cuerdas, sino del impacto visual que provoca, el roce y la tensión que ofrecen a
estos dedos que son llevados por ese ritmo que viene generando su propia tie-
rra. Esta fuga inaugura una especie de visión en curso a la que despertamos, las
formas que adquieren mis órganos derivan de este cambio de rumbo, es justo
en este momento donde comenzamos a captar otro nivel ajeno a lo que podría-
mos denominar como mundo consensuado o aceptado. En este instante aparen-
temente fugaz es donde hallamos el acceso a otro mundo que ahora empieza a
manifestarse, si seguimos el fino hilo que nos guía abandonamos la calzada y cru-
zamos campo a través descubriendo otra cosa. Cada herida o llaga, cada fisura
o imagen se configuran aquí como un nuevo órgano a través del cual nos derra-
mamos. Desde el más mínimo detalle podemos hallar una línea de fuga que nos
pone en contacto con otra tierra. El regocijo es tremendo.
Estamos en Restábal, en una beca de producción artística, mi taller se halla
en la cima de una montaña, junto a una ermita, allí paso los días en total silencio
y tranquilidad, sin luz ni agua, sin tiempo ni espacio determinado. A veces en mitad
de la tarde entra una avispa a visitarme, me observa allí trabajando, y tal como
llegó se vuelve a ir. Bajo todos los días andando al pueblo, donde nos reunimos
todos los becarios para comer juntos, único momento del día en el que converso
y me integro con otra gente. En la sobremesa suena Bach por la radio, lo cual va
generando un clima muy particular. Alguien me pregunta si voy a volver a subir a
mi castillo, y les respondo con toda naturalidad que allí me esperan los elfos y las
hadas para continuad la fiesta. A pesar de sonar a pura fantasía, en estos mo-
mentos siento una verdad rebosante en mi pecho, algo sorprendente se abre de
repente. El rumbo que toma la conversación me crea cierta euforia, pues me re-
vela toda una serie de fenómenos en los que me hallo inmerso. De repente me
convierto en el señor de la montaña, a mi llegada lanzo un grito y se abren las
puertas del palacio, todas las criaturas que allí residen se alegran y emocionan
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STEINER, Rudolf. La iniciación. Ed. Edad. Madrid, 1991.
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una tensión. La obra es comprendida así como un ser que habla, se manifiesta y
ejerce una influencia fecunda a través de su forma. Por ello Kandinsky otorga al
arte la misión de acercarnos a una comprensión vivencial del orden cósmico, un
proceso intensivo en el que el mundo se nos revela a través de resonancias o vi-
braciones. La creación se rige así por la intuición, por aquella experiencia que nos
lleva y nos desvela. Métodos casi olvidados que suponen un camino de salvación.
Henry Corbín, a través del pensamiento de Ibn´ Arabî, rescata la función fun-
damental que tiene la imaginación como órgano de percepción. Un modo de pro-
ceder donde todo cuanto se viene creando se convierte en teofanía, es decir,
paso al estado luminoso manifestado y revelado. El ser se manifiesta a través de
formas diversificadas, sucesivas y evanescentes. Todo mediante una continua re-
novación, una recurrencia de instante en instante. “La creación como regla del ser
es el movimiento eterno y continuo mediante el cual el ser se manifiesta a cada
instante con un revestimiento nuevo”80.
Toda cultura o filosofía crea una biología y una biografía imaginaria a la que
posteriormente se somete (Chakras, meridianos, órganos, horarios…), esto nos
hace comprender que cuando imaginas tu cuerpo, lo estas creando en ese mismo
acto, se te revela a partir de lo que ese ojo sutil comienza a ver. Cuando com-
prendemos los astros desde la propia emoción que nos provocan, nos converti-
mos en habitantes del mundo de las estrellas. El visionario no se está inventando
aquello que ve, sino que está mirando algo que se está creando, descubre fenó-
menos que se están dando a otro nivel. No puedo hablar de nada que no esté aquí
y ahora, no puedo pensar en nada que no se esté dando, no puedo captar o sen-
tir aquello que no me toca, no puedo intuir ni desear nada que no valla conmigo.
80
CORBIN, Henry. La imaginación creadora. Ed. Destino. Barcelona, 1993. P. 233.
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nos deshacernos de todo cuanto ahí ha sido puesto, somos liberados de eso que
ya no nos incumbe.
El carácter mágico y efectivo de este tipo de acciones está relacionado con
eso que guía mi propio desarrollo creativo, pues desde la especificidad de cada
lenguaje se inaugura la posibilidad de acceder a un estado y palpar algo que no
podría ser alcanzado de otro modo. Cuando somos afectados por ese reclamo
que nos pone en marcha, algo que no controlamos empieza a brotar. El gesto que
realizo me lanza de algún modo, generando el curso de un pensar que abre una
serie de accesos.
Realizamos un objeto y junto a este se despierta algo, una especie de guía o
mensajero que nos muestra todo un sendero que se abre a nuestros pies. Con
cada proceso ponemos algo en marcha, activamos algo que se hallaba dormido, ac-
cedemos a un mundo que inmediatamente comienza a enviarnos señales que nos
atañen. Descomponemos formas para recomponerlas y darles así una nueva vida.
Junto a la obra nace lo que podríamos considerar como un nuevo ser que
posee una inteligencia y una autonomía propia, se basta consigo mismo para
poder dialogar con otros seres. Eso que Alberto el Grande denominaba como an-
droide, o un golem según la mitología hebrea (un sujeto magnético con inteligen-
cia propia). La creación de una obra de estas características implica cierto
estado de euforia por parte de su creador, donde este se mueve por impulsos que
le exceden y que no controla. Cuando trabajamos de esta forma, como guiados
por una coherencia o inercia que proviene del propio curso en que nos encon-
tramos, el objeto creado recibe toda una serie de fuerzas y propiedades que lo
dotan de vida propia, por lo que se convierte en una nueva esfera de revelación,
un nuevo manantial. La obra nos da paso a un mundo que no se haya desplegado,
sino que se va manifestando paulatinamente en sucesivos encuentros. El con-
tacto o la convivencia con este tipo de objetos-seres genera un nuevo estado de
cosas, el objeto vivo atrae nuevas intuiciones que nos ponen en contacto con
toda un órbita que lo inaugura (nunca se agota).
Todos estos objetos que he ido creando y colocando en la habitación donde
duermo, no dejan de hablarme y de señalarme hacia algo que se me escapa por
completo, marcan el curso de toda una intuición que me conduce. Desde que
todas estas piezas vinieron al mundo, algo con lo que antes no contaba se ha
puesto en juego. Cada una en su particularidad es portadora de toda una esfera
de sensaciones y pensamientos, cada una inaugura una órbita propia por la que
podemos circular, son seres libres que operan y se manifiestan de forma total-
mente independiente.
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El mago y su laboratorio
Camine por donde camine siempre observo un arsenal de objetos, materiales
y lenguajes desplegados por todas partes; mensajes, avisos, señales, llamadas,
entradas… Cada mínimo fragmento de este inmenso collage alberga posibilida-
des y accesos a incontables esferas. Observo cómo se comunican, como funcio-
nan unas sobre otras, que sucede cuando los objetos son pintados, grabados,
envueltos, quemados, cortados, manchados o se hacen añicos. En ese montón de
latas oxidadas que voy almacenando hayo algo que me conmueve y de lo que poco
puedo decir. A veces descubro en mitad del asfalto, entre la maleza o escondido
en un rincón algo que me llama, un tesoro que me otorga una entrada (puerta).
Una amiga me regaló una pequeña maleta de madera que había encontrado,
la cual usé como contenedor donde ir almacenando pequeños objetos que voy
encontrando: Un tornillo oxidado, una viejo fragmento de lata aplastada, un alam-
bre anudado y enmohecido, pequeños trozos de madera, herraduras, corchos,
piedras… Cada una de estas piezas trae consigo todo un mundo que impregna
cuanto la rodea. Un día quise desplegar todos estos objetos sobre la mesa, pero
al ir sacándolos me di cuenta que su lugar se hallaba dentro de la propia maleta,
ahí todos se distribuían como un texto con una coherencia impecable.
De esta práctica de almacenar objetos surgirán posteriormente una serie de
archivadores con diferentes formatos y contenidos, algo que irá fraguando poco
a poco la idea de crear un laboratorio portátil. Este centro de observaciones de-
bería llevar en su interior todo el universo desplegado a través de sustancias,
objetos, lenguajes… Una puerta de contacto que podría adquirir diferentes for-
matos (maleta, caja, libro…), y donde el propio contenedor como los elementos
nos conducen de inmediato a la constelación a la que estos pertenecen. La re-
flexión en torno a lo que ahí se abre me pierde por completo, me desvía, pues la
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comprensión aquí debe ser inmediata, a modo de rapto, punto en el que activan
los sentidos y la conciencia necesaria para abordar el estallido de lo que ahí se
está fraguando. El mago casi siempre lleva consigo parte de su laboratorio, el
cual puede hallarse en una maleta, en un bolsillo o en una servilleta de papel, este
observa lo que ocurre en ese espacio secreto y privilegiado al que no todos tie-
nen acceso. Comprende su propia condición en esa imagen que se le revela como
un enigma, como un caudal que lo atrapa y lo arrastra, como una señal que lo
orienta y lo pone en marcha, por eso el laboratorio es el espacio sobre el que se
logra la transmutación. El explorador crea objetos que lancen su mirada, modi-
ficando las condiciones y saltando de unos mundos a otros. Es esta capacidad de
movilizarnos radica el poder mágico de los objetos o los lenguajes con los que
nos relacionamos.
Me voy al campo, a la huerta de mis padres, allí dispongo de todos los mate-
riales necesarios para edificar uno de los primeros laboratorios portátiles. Los
frascos perfectos para esta empresa los hallo en ese cañaveral, dentro de cada
uno de los canutos introduciré alguna sustancia de la huerta (tierra, plantas,
hojas, flores…), luego lo cierro herméticamente con un corcho, anoto sobre la
caña la sustancia que contiene y coloco cuidadosamente el frasco en la caja de
madera que ya tengo preparada. En el encuentro con estos materiales ya alma-
cenados hallamos unos accesos diferentes a los habituales, pues al estar sella-
dos dentro de los canutos de caña, la vista y el tacto convencional quedan
anulados. Esto provoca que se activen otras funciones que abren nuevos um-
brales hacia las sustancias recogidas. El propio ejercicio del almacenamiento ar-
ticula su propio mundo, son muchas las cosas que llegan cuando trituro esos
pétalos morados para introducirlos en ese fragmento de caña y llevarlo conmigo.
En este tipo de practicas nada habituales o incluso absurdas a los ojos de
muchos, es donde encontramos la posibilidad de un encuentro genuino, tal y como
un niño que descubre el mundo por primera vez, sin más pretensión que la de en-
trar allí para tocarlo y degustarlo todo. La operación absurda nos saca inmedia-
tamente de eso que denominamos como normalidad, aquí se produce un acceso
a otro régimen de fenómenos (las prácticas fuera de la norma nos conducen a un
mundo no normalizado). Cuando el pensamiento comienza a brotar de otro modo,
nuestro umbral de percepción es desplazado, así como el mundo y los cuerpos que
lo pueblan. Alterando el modo en el que la mente procede, transformo el objeto
que a mi encuentro viene, este se ve empujado a manifestare en un modo que
antes no era conveniente. Por medio de la experiencia podemos saber que cier-
tos órganos se están desarrollando, la evidencia aquí es inconfundible. El órgano
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es activado por cierta experiencia que lo penetra y nos llega, momento en el que
se abre el cauce (canal). El desarrollo de la conciencia conlleva siempre un desa-
rrollo orgánico.
Los últimos viajes de gran alcance que hemos experimentado de forma comu-
nitaria, giran en torno a una práctica ritual que unos amigos habían denominado
como la nave. Nos situamos cinco personas sentados en círculo alrededor de una
mesa circular bajo el cielo estrellado. Nos vestimos para la ocasión, preparamos
la mesa repleta de velas y otros objetos de poder, y nos bautizamos con nuevos
nombres (lo cual permite desprendernos de nuestra carga identitaria). El cambio
de nombre es un elemento bastante eficaz ligado a los ritos ancestrales de re-
novación o renacimiento, pues el individuo adquiere una nueva personalidad, un
nuevo modo de pensar y mirar. Cuando la nave comienza a despegar la primera de
las premisas afecta al propio lenguaje con el que nos comunicamos, alteramos el
nombre de las propias cosas que nombramos, lo cual hace que los propios obje-
tos adquieran una nueva dimensión, algo completamente nuevo se cuela a través
de ellos por el simple hecho de nombrarlos de otro modo. Algunas palabras son
reemplazadas por otras que guardan cierta similitud fonética (mechero-misterio).
Cuando pides a alguien el misterio, y te ofrece ese objeto portador de fuego (me-
chero), el propio sentido del instrumento cambia completamente, el traspaso de
una mano a otra adquiere una dimensión completamente nueva, hasta el punto en
que el objeto se presenta como otro completamente desconocido. Había otro
grupo de palabras a las que simplemente añadimos un adjetivo, el cual va a im-
pregnar por completo el modo en que este es percibido (agua cósmica, vino este-
lar...). Debe entenderse que estos adjetivos no son caprichosos, sino que surgen
como demanda de las propias circunstancias que atravesamos, quizás en otras
condiciones tales nombres no serían tan efectivos. Cuando estás en la nave y das
un trago de agua cósmica, el sencillo acto adquiere una magnitud imposible de
comprender por quien tan solo ha bebido agua común.
Los chamanes de diferentes lugares dan al peyote el nombre de una divinidad
que aporta gran sabiduría y conocimiento, lo mismo que sucede en Etiopía con la
marihuana, la cual es considerada como un hierva sagrada. Esto genera un trato
respetuoso en cuanto a lo que estas entidades encarnan o simbolizan, aquí el
consumo de la sustancia se produce como una epifanía, un vehículo que en su
adecuado uso conduce a la experiencia de lo divino. Lo que aquí nos interesa no
es tanto la noción que se tiene de tal sustancia, sino el efecto que produce desde
su propio nombramiento, el espacio que a partir de tal encuentro se articula, lo
que se cuela a través del propio acto según el modo en que se enuncia. Cuando
íbamos en la nave, el hachís era nombrado como Dios, el cual circulaba allí entre
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los presentes (como quien cede y comparte el fuego del conocimiento). El acto de
fumar adquiría así una magnitud completamente insospechada, convirtiéndose en
todo un proceso de plena transmutación.
Todo esta hecho de la misma sustancia que el vuelo de una flecha, todo se
halla conectado a todos los niveles, cualquier cosa puede ser afectada desde su
propio nombramiento. Cuando operamos sobre el signo de un animal, estamos
actuando tanto sobre el animal como sobre nosotros mismos. Lo que se altera
es aquello que nos vincula y comunica, pues en el aliento de cada palabra hay un
resquicio de lo que esta enuncia. En el signo encuentro un nuevo acceso hacia
eso que ahora nos llega por otra vía. Si actúo sobre los lenguajes que nos confi-
guran, altero los mundos a los que estos nos conducen. La intuición o la idea que
en determinado momento nos aborda, desentraña algo de lo que enuncia que
antes no se daba, abre una nueva zona de contacto, descubro algo de este ob-
jeto o lugar a partir de la imaginación que este despierta en mí.
A través de los lenguajes el artista consigue poner en movimiento la dimen-
sión simbólica, sensitiva y significativa de las cosas (los dispositivos que articu-
lan toda experiencia). Lo creativo apunta así hacia una constante renovación, un
rehacer que desplaza y transforma las cosas, abriendo nuevos cauces, provo-
cando nuevos encuentros. Lo que el ojo consigue ver a través de la imagen altera
el modo de ser de la conciencia, así como la percepción que la acompaña. Cada vez
que trazo un árbol sobre el papel siento un instante de proximidad, donde el pro-
pio árbol se ve implicado en el modo en que estos trazos lo presentan.
Ese reclamo que activa el pensamiento es exactamente el mismo que da cohe-
sión a esta piedra y fuerza a ese animal. Por ello cuando dibujamos, la intuición nos
guía desde los requerimientos que la propia situación a puesto en marcha, con
cada trazo actúo sobre lo que soy, sobre la habitación y la mesa en la que me
apoyo. Se alteran los vínculos que me unen a las cosas desde el momento en que
nuestra atención se inclina en otra dirección, desde que el ojo se lanza por una
nueva vía que lo solicita. El acto expresivo viene como dictado por el propio ele-
mento que nos conduce, cada registro, gesto o huella que surge en este camino
funciona como una pista con la que logramos un nuevo salto.
Esta propiedad de las imágenes permite realizar objetos que actúan sobre
las personas que los portan. Marsilio Ficino nos dice como a través de la cons-
trucción de este tipo de imágenes se crean talismanes que sirven para curar o
alterar el ánimo de las personas. Estas imágenes organizan algo, producen es-
tados de ánimo, y es en esto que nos hace vibrar, donde hallamos el antídoto. Los
objetos que son creados bajo un estado de euforia o emoción, son portadores de
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un fuego vivo capaz de conmover y revelar algo a quien los porta (el instrumento
que vibra hace vibrar a otro instrumento). Ese icono que alguien lleva colgado del
cuello, guardado en la cartera, tatuado en la piel, o grabado en su memoria, fun-
ciona como una llave, signo de un mundo que lo acompaña, de una condición on-
tológica que lo funda, alterando así la estructura de la propia experiencia que lo
conduce.
El lenguaje como organismo vivo y dinámico, como fuerza emergente que
arroja y pide, se muestra aquí como uno de los núcleos de toda metamorfosis.
Cualidad o función de la que se derivan infinidad de prácticas y procesos que al-
teran lo que sucede junto a nosotros, el modo en el que brota el mundo y la con-
ciencia que en ese movimiento se comprende. Todas estas actividades consiguen
activar algo que originará un nuevo encuentro, en ese momento sentimos o cap-
tamos algo de lo que está ocurriendo tanto en el mundo como en nosotros mis-
mos. Como nos dice Agrippa, con todos estos artefactos se consiguen cambiar
tanto las cosas como los hombres: Perfumes, inciensos, colirios, ungüentos, fil-
tros, pócimas, venenos, lámparas, luces, espejos, imágenes, versos, conciertos,
anillos, objetos… Todas estas sustancias o procesos comunican con facilidad sus
impresiones a la imaginación. Todas estas cosas nos imprimen su virtud cuando
van con nosotros: tocadas, vistas, oídas, colgadas del cuello, inscritas en la piel,
olidas, vividas. El ser empieza a obtener virtudes a través de la ligadura con cier-
tas cosas, es decir, cuando somos con ellas81.
La obra se muestra aquí como signo de un manantial que influye sobre todo
cuanto se deja tocar, un artefacto que opera mágicamente sobre lo que viene a
nuestro encuentro. La virtud de esa melodía está en el influjo que me produce, en
el orden o la armonía que me imprime. Con la utilización de ciertos objetos, imá-
genes o fórmulas conseguimos poner algo en movimiento, activar eso que nos
lleva no se sabe muy bien donde. Aunque lo que nos interesa no es tanto la di-
rección o el lugar de llegada, sino los espacios que atravesamos, las condiciones
en que se producen estos desplazamientos, el paulatino movimiento de accesi-
bilidad hacia una nueva tierra, el modo en que sucede el cambio de grado, eso que
articula el funcionamiento o el mecanismo de cada puerta que de repente se
abre. Toda edificación del lenguaje viene como guiada por el propio aconteci-
miento, a partir del cual se desencadena un nuevo funcionamiento.
Cada uno de estos artilugios actúan sobre cuanto procede manifestándose
(conciencia-mundo), como un nuevo reclamo desde el que el propio lenguaje se re-
81
AGRIPPA, Cornelio. Filosofía oculta. Ed. Kier. Argentina, 1994.
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El viaje de fuego
El contacto con la naturaleza, el canto de las criaturas, el viento meciendo las
ramas… Todo esto me provoca una paz única, indescriptible. Nada importa nada,
todo da igual. Se produce un sentimiento de entrega, pues aquí tiene lugar el en-
cuentro más cercano con esa fuerza que todo lo anima. En este encuentro des-
cubro el origen y el retorno de todo, el infinito manifestado plenamente. Incluso
si todo este paisaje fuese destruido, no se borraría la marca de lo que siento, de
lo que veo. En el encuentro con esta naturaleza palpitante es donde comienza el
viaje de fuego, donde surge la intuición y la sospecha, donde se dibujan discretos
gestos que parecen señalarme hacia algo.
Tras esta experiencia se desarrolla la capacidad de penetrar en el tiempo del
origen, un tiempo que alberga todos los tiempos, una conciencia que pertenece
a todo cuanto se mueve. Una intensidad desde donde contemplas como la pro-
pia carne se viene formando, todo comienza ahora. Este retorno a la creación del
mundo (explosión fundacional), es algo que me cala intensamente cuando me hallo
ante esos árboles rebosantes. Pero he hallado también este potencial en la mú-
sica, en la escritura, las imágenes y los objetos, un devenir en el que observo mi-
nuciosamente como el universo al completo se viene haciendo. La verdadera
creación se produce cuando penetramos en ese tiempo sin tiempo, tras cada
salto descubriremos una imagen nueva. En este desplazamiento atemporal, sin lí-
mites ni prejuicios, fuera de las cadenas de lo válido, lo importante, lo verdadero
o lo permitido, es donde tiene lugar toda posibilidad para el viaje. No existe viaje
si no habitamos la naturaleza en su condición de fuego candente, no existe viaje
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si no ardo junto a este árbol, junto al canto de ese pájaro. No existe viaje si no
ardo junto a estas palabras.
Solo puedo comprenderte siendo tú mismo, siendo afectado por el centelleo
de tus ojos, por los gestos de tu cuerpo, por los movimientos de tu rostro. Solo
puedo comprenderte si soy movido por el ritmo de tu conversación, si soy llevado
allí donde tus palabras conducen, transportado por ese espacio que inaugura la
melodía de tu voz. Solo puedo comprender esta piedra siendo rígido y duro al
igual que ella me muestra, compacto y firme en lo que mi posición respecta. Soy
agua cuando mi ser se vuelve escurridizo y fluido, cuando no hay un puño que
pueda alcanzarlo, ni una mano que pueda agarrarlo. Solo puedo comprenderte a
costa de deshacer mi propia persona, aniquilar todo resquicio identitario, fuera
de todo referente o calzada.
Esto supone una salida del programa conforme al cual funcionamos, del sis-
tema que edifica nuestro ojo y determina cuanto viene. Desinstalar este pro-
grama significa saltar fuera del mundo sistematizado, encontrar una puerta que
nos da acceso a un universo imprevisible que se viene formando junto a nosotros.
El viaje comienza en este basto paisaje plagados de puertas, puntos, corredores,
escaleras, plantas, laberintos, niveles…
La creación no tiene un objetivo fuera de su propio despliegue, no conduce a
ningún horizonte estable, sino que es un infinito surgimiento. La creación surge
siempre de una necesidad, del gozo y el gusto de construir lo que se necesita. El
ser se manifiesta en la multitud de sus teofanías, los encuentros y los saltos en
los que se halla implicado, palpar, sentir, saborear y deslizarse desde la propia iner-
cia de lo que lo atrae, como algo que de repente viene a vivir en su propia carne.
En el tacto está implícita la fusión, algo que se transfiere e intercambia, el
contacto es el momento del choque, del encuentro y el acceso. La experiencia del
tacto nos confronta con una profundidad por la que podríamos precipitarnos,
este no solo tiene una manifestación material y rígida, sino que también hay un
tacto de la visión, tal y como una imagen que nos hace palpar algo; también hay
un tacto auditivo, un sonido que saboreamos y en el que nos sumergimos. El pen-
samiento, la imaginación, así como otros sentires que padecemos, captan los ob-
jetos de una forma material, también la ensoñación o la intuición son táctiles,
puesto que no puede haber recepción sin contacto. Nada puede llegarnos si no
es tocándonos. De la misma forma tanto los sonidos como los colores acarrean
diferentes formas de visión. El sabor de esta comida tiene una dimensión audi-
tiva y visionaria, oír es ver, sentir es degustar, ser tocado, el olor despierta sus
propios pensamientos. El sentir que en determinado momento irrumpe, hace que
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un conocimiento descriptivo, sino que implica ante todo una metamorfosis del
ser, un conocimiento presencial que no precisa una forma ajena a su objeto. Co-
nocer no es otra cosa que dejar que el alma, como entidad de luz que es, reciba
la luz original, e iluminándose, ilumine lo que está a su alrededor82. Los diferen-
tes niveles de luminiscencia (grados) hacia los que apuntan tales tradiciones
abren la posibilidad de indagar acerca del estatuto ontológico de cada ser.
Swedwmborg nos dice que quien alcanza la dignidad de esta visión sutil será en-
carnado por su condición angélica, lo cual le permite contemplarse a sí mismo
como encarnación de toda esa gloria. De esta forma su conciencia atraviesa los
conceptos para descubrir la fuente83.
Este acceso al origen debe ser entendido como cierta condición vigente an-
terior a toda imagen, es decir, como un estadio anterior al proceso de produc-
ción del mundo. Pero como venimos viendo este origen no pertenece a un pasado
remoto, sino a la plena actualidad, como cierto grado incandescente que se halla
en el origen de toda manifestación de la naturaleza, anterior a toda construcción
del lenguaje. Retroceder hasta el origen es remontarnos hasta el vacío, la nada,
esa fuente anterior a los propios arquetipos, sin atributos ni rasgos (manantial
de manantiales).
En el fenómeno del viaje hallamos el eje fundamental para la comprensión del
proceso metodológico de la creatividad, lo cual implica una predisposición para
un desplazamiento permanente. Despertamos así a la conciencia de un aconte-
cimiento que está sucediendo, pero no debe entenderse como un desplazamiento
por el espacio, sino como una transformación del ser en la que se despliega su
propio espacio. De este modo abordamos la idea de instalarnos en el movimiento,
inaugurando una comprensión cuyo interés se halla en eso que alcanzamos y por
lo que somos tocados desde tal desplazamiento. En este desparramamiento ha-
llamos el atisbo de una reconciliación, una vuelta a ese lugar que nos colma, un en-
cuentro integro. Por ello el viaje en cuanto proyecto vital está orientado hacia un
retorno a la patria, a un estado primigenio al cual solo podemos acceder desde
el grado de conciencia que le es propio. Este es el tiempo del origen al cual hemos
estado señalando durante todo este trabajo. La búsqueda de este paraíso re-
presenta una dimensión cósmica, un umbral de percepción que solo puede ser
alcanzado mediante un restablecimiento de lazos, una sincronicidad con todo lo
que nos circunda.
82
SOHRAVARDÎ, Sihaboddîn Yahyâ. El encuentro con el angel. Ed. Trotta. Madrid, 2002.
83
SWEDENBORG, Emanuel. El cielo y sus maravillas y el infierno. Ed. Kier. Buenaos Aires, 1991.
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CONCLUSIÓN
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dejan de ser significativos, pues lo que ahora se manifiesta es otra cosa. Por ello
un análisis riguroso sobre la experiencia no puede prosperar desde unos patrones
preestablecidos, pues estos condicionan el modo en que el propio suceso se mues-
tra o acontece.
¿A qué nos ceñimos a la hora de analizar una situación o fenómeno? Siempre
buscamos un referente (sustantivo, culpable, implicado, motor...), pero ignora-
mos que ese alguien o algo (persona, animal, órgano, fuerza...) que lleva a cabo la
acción es producido por el propio lenguaje, dentro del cual este se detecta y iden-
tifica. De esta forma el lenguaje a través del cual leemos el mundo articula y de-
termina cuanto sucede, pues nuestros propios sentidos o dispositivos operan
en función de la imagen que los produce.
A partir de esta condición sistemática, se deriva la necesidad de otro tipo de
análisis que nos permitan alumbrar esos fenómenos que proceden ignorados por
los métodos convencionales. Es la especificidad de la propia experiencia la que
debe generar en cada ocasión el modo de observación y expresión adecuado. Esta
es la hipótesis de trabajo que ha guiado de algún modo esta investigación. A con-
tinuación abordaremos varios arcanos o arquetipos con los que resumiremos los
contenidos fundamentales que hemos venido analizando en esta investigación.
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LAS EMANACIONES
Los múltiples devenires por los que atravesamos revelan diferentes modos en los que aconte-
cemos, cada experiencia genera unos órganos a través de los cuales captamos o recibimos
esas emanaciones (mundo manifestándose). Cuando hablamos de las emanaciones nos referi-
mos a eso que nos llega y nos hace, eso en lo que vamos (lo que nos incumbe), y en lo que nos
reconocemos. Aquí no hay diferencia entre pensar, sentir, imaginar o percibir, pues todas son
formas de captación que nos conducen y revelan. No hay personas, animales o seres que cap-
ten estas emanaciones, sino que a partir de estas, se produce lo que denominamos como per-
sonas, animales, cielo, mundo... Hablar de eso que emana es referirnos a cuanto viene creándose,
algo que se halla totalmente implicado en la noción de lenguaje que hemos venido analizando.
Este movimiento fundacional no actúa con un plan predeterminado, tampoco improvisa, sino
que es puesto en juego siempre en función de las condiciones que atraviesa.
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LA EXPLOSIÓN
Explosión - creación
La explosión es el fenómeno que mejor expresa esta noción de las emanaciones, es decir, el
modo en que deviene la propia manifestación del mundo. La explosión es simultanea, destruc-
tora-creadora, signo de ese movimiento fundacional que todo lo inaugura. Tras cada detona-
ción todos los mundos son reconstruidos, el nuevo ojo que se forma descubre un vínculo
anteriormente insospechado, un nuevo cauce entra en juego (acceso). Esta explosión es el em-
blema del origen del mundo, algo que nada tiene que ver con un pasado remoto, sino con la
plena actualidad (dimensión fundacional). En este contexto no podemos hablar ya de un tiempo
consecutivo o histórico, sino de una simultaneidad atemporal, donde el desplazamiento se pro-
duce repetidamente en sentido vertical, desde unos grados de manifestación hacia otros que
afloran como producción de esta.
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LA ATEMPORALIDAD
Tanto el funcionamiento de los relojes convencionales, así como la propia noción de historia,
generan cierta percepción del mundo. Todo suceso es susceptible de ser ubicado dentro de
esa cinta métrica (tiempo histórico o consecutivo). El reloj que aquí proponemos es un dispo-
sitivo que nos marca una percepción diferente del tiempo (cierta manifestación de este). La
aguja hace un movimiento de ida y vuelta para caer repetidamente sobre una misma posición,
un movimiento sobre otro que se perpetúa. Sustituimos así el orden consecutivo por el simul-
taneo, señalando un constante inicio que elimina toda continuidad, pues todo comienza justo
ahora. El mundo al que nos vemos abocados es producido en este preciso momento, la con-
ciencia se ve interpelada según el modelo (imagen) que esta asume como programa. El dispo-
sitivo que aquí presentamos (reloj), señala hacia un origen que tiene lugar en todo momento, un
espacio inaugural donde todo se halla vigente (dimensión creativa). Ese movimiento repetitivo
de ida y vuelta de la aguja, marca el sonido de esa detonación simultanea, un constante rena-
cer que es signo de plena vigencia.
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LOS GRADOS
Las medidas, los mapas, planos, coordenadas, así como la perspectiva han desarrollado cierta
percepción del espacio. Del mismo modo que sucedía anteriormente con el tiempo, también
aquí disponemos de una especie de cinta métrica en la cual podemos ubicar cualquier suceso
(planetas, países, ciudades, kilómetros, centímetros...). En este tipo de análisis estamos igno-
rando otras cuestiones referentes al espacio en que tal fenómeno tiene lugar, pues estamos
sometiendo lo que sucede a una cuadrícula preconcebida, en lugar de atender al espacio que
la propia experiencia articula o genera. Sustituimos así la noción de espacio por la de grado o
estado. El devenir de la conciencia solo puede ser comprendido desde este desplazamiento por
diferentes grados de manifestación, por lo que el modo en que esta procede está vinculado a
cuanto esta puede captar (emanaciones). Cuando el funcionamiento de la conciencia es alte-
rado de algún modo (cansancio, pánico, serenidad, furor, excitación, audición...), se altera el um-
bral y el grado en que todo procede, se modifica el funcionamiento de los órganos así como el
propio grado de manifestación de lo que llamamos cuerpo o mundo (superación de la dicoto-
mía entre lo psicológico y lo fisiológico). En este tipo de experiencia descubrimos un correlato
diferente a aquel otro con el que solemos identificarnos (nuevo orden ontológico).
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LA MEMORÍA
Memoria - acceso
La memoria debemos entenderla aquí tal y como la concebían los griegos, no como un residuo
perteneciente un pasado (conciencia histórica), sino como algo de plena actualidad que se en-
cuentra como a la espera de su activación (vigencia). Esto explica la resonancia que provocan
en nosotros ciertas palabras, imágenes o canciones, el acceso inmediato que se produce ante
determinados dispositivos. Recordar significa acceder a eso, recuperar algo que se hallaba
oculto por el olvido, pues este es el signo de lo que perdemos (eso con lo que dejamos de estar
en contacto). La memoria inaugura la posibilidad de remontarnos a cierto grado de manifesta-
ción que justo ahora comenzamos a percibir. En este movimiento que nos funda no hay dife-
rencia entre percibir, sentir o pensar, pues todos señalan hacia una misma función vehiculadora.
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EL LENGUAJE
Lenguaje - realidad
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EL OJO CAMALEÓNICO
ver - ser
Tal y como se ha visto a lo largo del trabajo, la idea del ojo que aquí desarrollamos no puede re-
ducirse al órgano fisiológico que percibe lo puramente visual. El ojo aquí es signo del conjunto
de órganos que intervienen en la captación de cuanto viene a nuestro encuentro, un campo de
resonancia o accesibilidad cuyo dinamismo apunta hacia la posibilidad de alterar los umbrales
perceptivos a los que estos nos dan lugar. El lenguaje que nos interpela articula en cada oca-
sión el ojo, arrojándolo por un territorio que a partir de este nuevo funcionamiento se abre.
Esta es la causa de que toda realidad se muestre como contingencia, pues la mirada avanza y
descubre siempre en función de los códigos o arquetipos que articulan su propio funciona-
miento (accesos). El lenguaje se muestra así como el dispositivo que configura ese nuevo ór-
gano, abriéndolo a una nueva tierra que desconocía desde su disposición anterior. Esta
disposición de los órganos no debe confundirse con una elaboración subjetiva, pues se trata de
un mundo al que nos vemos abocados cuando se alteran las condiciones en que operamos.
Cuando el ojo se ve afectado momentáneamente por otro tipo de reclamo, accedemos inme-
diatamente a una contemplación en otro plano (nuevo grado de manifestación).
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EL ACCESO
acceso - transmutación
Este esquema sintetiza de alguna manera todos los anteriores. Lo que este arcano demues-
tra es que el desplazamiento no puede ser entendido cuantitativamente (como un movimiento
dentro de un espacio ya milimetrado de antemano), sino que el acceso se produce como meta-
morfosis del ser y el mundo que lo conforma, por lo que el desplazamiento es ontológico, antes
que espacial o temporal. No es posible el acceso sin una transformación de todo cuanto avanza,
un cambio de régimen que nos aboca a un nuevo grado de manifestación. El creador opera
sobre los lenguajes para reorganizar el funcionamiento de los órganos, a partir de los cuales
se articula un espacio para el encuentro y el descubrimiento. La transmutación sobre uno mismo
provoca un desgarramiento de los umbrales normalizados, todo un salto que inaugura una nueva
tierra y un nuevo ser.
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EL VIAJE DE FUEGO
Este esquema organiza y sintetiza los rasgos fundamentales del viaje de fuego, mostrando como
el acto creativo se halla totalmente vinculado a este. Todas las flechas convergen hacia un mismo
punto, los conceptos penetran unos en otros, cada régimen alberga a todos los demás.
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EL ACTO CREATIVO
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Esta dimensión vertical del acto creativo implica toda una serie de fenómenos simultáneos que
evidencian la imposibilidad de toda concreción. Como ejemplo de este despliegue múltiple e ine-
fable, aquí desentrañamos siete dimensiones que tienen lugar dentro del acto creativo. A con-
tinuación penetraremos de forma pormenorizada en cada una de estas implicaciones.
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El viaje de fuego, como desplazamiento que nos funda y a partir del cual com-
prendemos, será abordado aquí a partir de una serie de dimensiones o funcio-
namientos implicados en el acto creativo:
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2 Dimensión simbólica. Aquí señalamos hacia otro nivel de manifestación del pro-
pio acto creativo, donde este se revela como un arquetipo de la propia creación
del universo. Cuando el creador penetra en este espacio de la creación, está ac-
cediendo al tiempo cíclico del origen (atemporalidad). El acto creativo requiere de
un estado de conciencia plenamente entregado a eso que nos solicita a la par de
que se viene formando, por lo que queda liberado de las programaciones tempo-
rales, espaciales y semánticas. El acto de creación por parte de una persona im-
plica un adentrarse y corresponder al movimiento fundacional en el que la
naturaleza se encuentra. Cuando penetramos en este acontecimiento se alteran
tanto el mundo como la conciencia que lo experimenta, pues esta accede a otros
umbrales de percepción, donde el pensamiento comienza a funcionar de otro
modo. Cuando entramos en este espacio atemporal nos percatamos de que justo
en este momento empieza todo, nos hallamos así implicados en todo un proceso
en el que renacemos junto a cuanto nos rodea. Todo es creado a partir de este
acto mítico de la creación del cosmos. El acto creativo se revela aquí como un ac-
ceso al origen del mundo, algo que no pertenece a un pasado lejano, sino que se
halla siempre vigente aunque imperceptible para la conciencia normalizada. El
acto creativo revela así un acceso a la fuente de la vida, un vacío absoluto de
donde esta brota sin posible determinación. La creación como un instalarse en
eso que constantemente se está haciendo, un corresponder que se entronca
con la fuerza que todo lo mueve.
3 Dimensión transmutadora. Este otro nivel del acto creativo señala hacia el
modo en que este proceso tiene lugar tanto fuera como dentro, es decir, no per-
tenece ni al artista ni a la naturaleza, sino al propio despliegue en el que ambos
se encuentran. Lo que con esto queremos mostrar es que no hay un agente cre-
ador ni un objeto creado, sino un devenir creativo en el que ambos se hallan. Una
fuerza que nos mueve desde nuestra propia quietud, nos desplaza y nos lanza
constantemente. Pero lo que es arrastrado o modificado por esta violencia ori-
ginal no es solo nuestra persona o los elementos del mundo, sino la conciencia que
da lugar a todo esto. El viaje de fuego adquiere todo su sentido desde esta di-
mensión transmutadora por la que somos interpelados. Este marca una dirección
que si es correspondida se desarrolla como una especie de alimento que nos llega
y nos colma, en este punto estallamos y somos curados de cuanto se hallaba es-
tancado como pidiendo una salida. Junto a este choque o encuentro que nos re-
vienta encauzamos todo un desplazamiento que nos funda.
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5 Dimensión vehiculadora. Este nuevo estrato del acto creativo señala hacia
la posibilidad de desplazarnos sin dar un solo paso, inmediatamente, y mucho
más lejos de donde podrían llevarnos nuestros dispositivos tecnológicos. La
cuestión es que de repente penetro en un mundo que antes me era ajeno, de
pronto me siento afectado de un modo que antes desconocía. Esa imagen que
se está formando me transporta hacia algo, esta melodía por la que me dejo lle-
var me lanza muy lejos, estos objetos que construyo altera el rumbo del propio
universo, me llegan sensaciones y pensamientos que no podrían venir de otro
modo. El acto creativo focaliza justo el punto en el que el viaje comienza, los ins-
trumentos que el artista construye no cesarán de lanzar su ojo más allá. Desde
el propio proceso se van generando órganos, umbrales y recovecos que des-
conocíamos, el espacio se va redimensionando. En tan solo un segundo alcan-
zamos esta dignidad del salto y entramos en otro régimen. El propio acto
genera una conciencia despierta y abierta para entregarse a los múltiples des-
plazamientos que tienen lugar.
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6 La dimensión productiva. Esta dimensión del acto creativo no tiene nada que
ver con el hecho de realizar objetos como quien produce mercancía. Cuando tra-
bajamos por un fin que se halla fuera de dicha actividad, son eliminadas la multi-
tud de implicaciones que este proceso pone en marcha. Lo que aquí se produce
son una serie de condiciones que renuevan por completo lo que ahora procede.
Se genera un mundo y un ser que ahora empujan y avanzan por su cuenta. El ar-
tista que opera de esta forma creará objetos-seres cuyo funcionamiento y au-
tonomía se le escapa al propio autor. Son los propios materiales los que requieren
de nuestra colaboración para acceder hacia eso que el propio acontecimiento
demanda. El artista opera con los materiales en coherencia con lo que estos le
piden, se mantiene atento a los pensamientos y deseos que estos despiertan. De
esta forma se produce una obra coherente que tiene vida y mundo propio, por lo
que esta se transforma en un nuevo objeto de revelación.
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Esta imagen sintetiza de algún modo todo cuanto hemos venido exponiendo a modo de
conclusión, aportando un esquema con el que pretendemos focalizar o cartografiar una
especie de anatomía del proceso creativo, mostrando así el desarrollo cíclico que puede
observarse en cada mínimo gesto o movimiento. Desentrañamos así un ciclo que incumbe
a toda creación, desde el desarrollo de las ramas o las hojas de un árbol, hasta la cons-
trucción de una imagen, una sinfonía musical o un edificio. Por ello este esquema recoge
un desarrollo cíclico que puede observarse en todo proceso creativo (natural, artificial,
tecnológico, cósmico, onírico, ideológico, físico, subatómico...).
En primer lugar tenemos un reclamo (1), algo que se pide y que genera cierta inclinación,
una necesidad (2), algo hacia lo que se tiende. En este impulso algo empieza a ser condu-
cido, y es en esta condición de hacerse rehenes del propio reclamo (obediencia hacia eso
que se nos pide y nos conduce), donde surge la expresión (3), la cual va a dar lugar a un pro-
nunciamiento (4), un surgimiento que viene conducido por eso mismo que nos lleva. Este
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manifestarse se produce a modo de desplazamiento (5), una línea de fuga que se des-
pliega como pura transformación (6). Esta transformación de las condiciones que se atra-
viesan dará lugar a un nuevo reclamo, y por lo tanto a un nuevo ciclo (inicio de la rueda y
su giro).
Es importante comprender que estos seis pasos que aquí hemos explicado a modo de
causa-efecto, se producen todos simultáneamente, tal y como si fuesen seis manifesta-
ciones diferentes que podemos observar en cada mínimo gesto. El haberlos descrito aquí
de un modo consecutivo (como si uno llevase al siguiente), es tan solo una exigencia de la
propia razón, es decir, una necesidad de comprender dicho proceso de un modo inteligi-
ble y categorizado. Desde la inmediatez del propio fenómeno no hay pre-cesión de una
sobre otras, sino que se superponen y diluyen dentro de un mismo movimiento.
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APÉNDICE
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ENTE–SER
Cerrado Abierto
Concreto Indefinido
Estabilidad Movimiento
Representación Vivencia
Acabado Haciéndose
Datos Fenómenos
Objetivo-subjetivo Cósmico
Lejanía Cercanía
Poner delante Ir con
Contenido Efecto
Información Comunicación
Signo Indicio
Mundo extensivo Mundo intensivo
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El estado de cierre
(Nivel 1)
(Nivel 2)
(Nivel 3)
El estado de cierre se apoya en algo que permanece como referencia o fundamento, lo cual
conlleva un comportamiento regido por patrones normativos. Debe entenderse como tenden-
cia práctica y utilitarista, cerrada en la aplicabilidad y eficacia de un mundo fijado y concertado
de antemano. Todo lo venidero será percibido y pensado desde lo que se halla fijo en el repre-
sentar, lo cual reduce y condiciona toda experiencia. Este modo de programar a priori el modo
en que todo nos llega, se corresponde con una negación de la escucha (perdida del misterio). El
estado de cierre se ha construido sobre la idea de que todo lo existente puede ser estudiado
de acuerdo con unos modelos exactos en los que hay que sitiar la verdad de cuanto sucede.
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El estado de abierto
(Nivel 1)
(Nivel 2)
(Nivel 3)
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ESTADO DE CIERRE
Esta primera tabla nos ofrece una serie de nociones que hay que desentra-
ñar para comprender el concepto: Estado de cierre (término sobre el que gira
toda esta primera tabla). Para ello tenemos tres niveles horizontales (Perma-
nencia-Nivel 1, Presencia-Nivel 2 y Utilitarismo-Nivel 3), y otros tres verticales
(Cimiento-Nivel A, Herramienta-Nivel B y Sistematización-Nivel C). Estos seis ni-
veles nos son útiles para ordenar estos nueve conceptos que forman la tabla,
además de otorgarnos rasgos o direcciones desde donde estos se pueden rela-
cionar y comprender. De esta manera la comprensión de cada concepto de la
tabla se va enriqueciendo con la comprensión de los demás palabras de su mismo
nivel en ambas direcciones. Comenzaremos definiendo los nueve conceptos de la
tabla para posteriormente abordar por individualizado cada uno de los rasgos o
niveles sobre los que se ordenan.
Esencia: La búsqueda de lo esencial en cualquier cosa apunta hacia eso que lo
caracteriza, como rasgo constante al cual podemos acudir en cualquier momento.
Por lo tanto es un concepto que señala hacia algo constante, algo que perdura,
un fundamento que permanece como cimiento y que por lo tanto no sufre ninguna
alteración. Lo que fijamos como esencial, alberga a la entidad y la determina por
encima de sus múltiples cambios, como una regla de oro a partir de la cual lo te-
nemos atrapado y disponible en todo momento. Como veremos en los siguientes
términos, tanto la búsqueda de la estabilidad como la representación en cuanto
método, están profundamente implicados en aquello que se define como esen-
cia de algo (lo esencial).
Estabilidad: La estabilidad está vinculado a lo esencial, pues se trata de la fija-
ción de un cimiento, un terreno seguro desde donde poder construir. La estabi-
lidad es lo que permanece inmutable, lo que no cambia ni sufre alteración, aquello
que es fijado de un modo para que siempre se nos presente de un mismo modo.
Lo estático tiene así la cualidad de una herramienta, como algo de lo que dispo-
nemos, pues al ser constante se trata de algo fiable que no ofrece decepción. La
aplicabilidad surgirá directamente de aquello que se halla siempre a nuestra dis-
ponibilidad, inamovible, petrificado. Por ello la estabilidad está relacionada con el
control, la seguridad, lo accesible, programado, prescrito. Todo concepto tiene
una esencia fija, algo que lo define o representa de manera permanente en nues-
tro lenguaje, ese dato fijado por nuestro representar será lo que nos interpela
y nos concierne ya en todo momento.
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NIVELES HORIZONTALES
Permanencia (nivel 1). La permanencia en cuanto rasgo del estado de cierre,
apunta hacia un valor que se halla en la búsqueda de algo constante e inmutable,
un fundamento que funcione como regidor o filtro de cuanto observamos. Los
tres términos de este primer nivel han sido: Esencia, estabilidad y representación.
La búsqueda de lo constante nos llevará al desarrollo de la representación como
medio para emplazar la esencia de algo.
Presencia (nivel 2). La presencia como un nuevo rasgo de aquello que permanece,
eso que perdura como un patrón que sistematiza todo lo venidero, algo que ya es-
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taba programado para que surgiera en nuestro camino (lo riguroso, lo certero,
lo verificable). La presencia podría entenderse como el perdurar de aquello que
una vez fijado ocupa el lugar de lo que debería venir. Esto se evidencia desde los
tres conceptos que componen este nivel: Objetividad, cosificación y ente.
Utilitarismo (nivel 3). Este tercer nivel apunta hacia una tendencia práctica le-
vantada sobre unos valores que nos empujan a comprender y a relacionarnos
con las cosas de esta misma forma. Los tres conceptos de este nivel son: Acce-
sibilidad, certeza e información. Mientras que en el primer nivel se hablaba de una
construcción de lo permanente, y en el segundo de la sistematización que este
provoca, en este tercer nivel acentuamos el carácter puramente instrumental
que subyace tras estos métodos.
NIVELES VERTICALES
Cimiento (nivel A). El cimiento es una estructura sólida, un suelo rígido y firme
que colocamos para nuestro andar, aquí serán segadas todas las malas hierbas
que entorpezcan el camino. Todo entendimiento se sustenta sobre esta base
construida. Aquello que es levantado como esencia inmutable de algo, regirá el ca-
mino de la objetividad, así como el terreno seguro y accesible sobre el que llevar
a cabo todo tipo de análisis y cálculos. Los tres términos que construyen esta
nueva cualidad son: Esencia, objetividad y accesibilidad.
Herramienta (nivel B). La herramienta es aquello que sirve para algo, una acción
que está subordinada hacia una meta que se halla fuera de la propia acción. Los
tres términos que conforman este nivel son: Estabilidad, cosificación y certeza.
La estabilidad cosificadora que dará lugar a la certeza, coloca al mundo como
algo distante y separado de nosotros, pues este será concebido y utilizado como
una mera herramienta a nuestra disposición.
Sistematización (nivel C). La sistematización será el sexto y último rasgo con el
que apuntamos hacia el estado de cierre. Predeterminación de cuanto sucede,
pues todo se vuelve previsible y corroborable desde la estructura que lo deter-
mina. Ante esta peculiar ceguera ya nada puede sorprendernos, pues todo se
torna como mercancía cuantificable y almacenable. Esto se hace patente en los
tres conceptos que constituyen este nivel: Representación, ente e información.
Sobre todo lo ente prevalece una organización que sistematiza cuanto sucede
(perdida del misterio).
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El estado de abierto
(Nivel 1)
(Nivel 2)
(Nivel 3)
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El estado de cierre
(Nivel 1)
(Nivel 2)
(Nivel 3)
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ESTADO DE ABIERTO
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Alma: El alma es el principio vital de todo cuanto es, fuerza que todo lo anima,
principio de todo lo vivo, de todo lo que se mueve y cambia. Es el fuego o la llama
que todo lo enciende. Animar es infundir un alma, dar fuerzas, actividad y vitali-
dad. No es preciso buscar motores externos, pues las cosas tienen en sí el prin-
cipio del movimiento, acción motriz que señala hacia una renovación de todo lo que
es. El alma es un concepto equivalente al concepto de fuerza desarrollado en la
primera triada, del mismo modo que no hay movimiento sin fuerza, no hay vida sin
alma. Pero esta fuerza no puede ser atribuida a un cuerpo por individualizado,
sino que debe ser entendida como fuerza que genera todo lo vivo, potencia indi-
visible que empuja y anima. Pneûma, hálito de vida, principio activo y creador, soplo
divino, aliento cálido que mueve los astros, el viento, las mareas y las montañas
(vida que se manifiesta en todo ser).
Vida. La vida pertenece al propio curso de lo que se mueve, a ese cielo que se
forma y respira, al sol en su elevamiento, a la agitación de lo que se esparce o
concentra. Al igual que el alma, la vida no pertenece a un ser concreto, tal y como
un sujeto, un pájaro o un grano de arena, sino que pertenece a la danza de todo
cuanto va. Una planta crece de la energía que le da todo su entorno (el sol, la tie-
rra, el agua…), si le faltara alguno de estos, no sería posible su desarrollo, no
sería posible tal existencia. Acaso la luz que recibe del sol no forma parte de la
flor, del mismo modo que sus pétalos o sus hojas. Tanto la creación como la des-
trucción, el nacimiento como la muerte, todos pertenecen de igual modo al to-
rrente naciente de la vida, nada existe en la naturaleza que no esté vivificado,
todo se halla penetrado por el mismo fuego.
Ser. El ser desborda la idea de sujeto, hombre, individuo o sustantivo, se trata de
algo mucho más amplio, sin centro ni origen (acontecimiento, movimiento y des-
pliegue). El ser como síntesis de los dos conceptos anteriores de esta triada
(alma y vida), no permite levantar un fundamento o una regla que lo rija. La reno-
vación latente que le es implícita señala hacia algo que nunca es lo mismo: Irre-
tenible, inabordable, inobjetivable. Por ello es el más vacío y universal de los
conceptos, puesto que resiste a todo intento de definición, cada momento lo
despliega sobre una base fundamental nueva (surgimiento incesante). El ser como
acontecimiento no conoce la muerte, puesto que no existe un final ni un punto de
llegada, su meta es alcanzada desde ese movimiento fundacional de todo cuanto
es, desde el flujo de vida que nos empapa a modo de comprensión.
Divinidad. Lo divino viene a aportar un nuevo nivel a lo que anteriormente había-
mos denominado como fuerza o alma, pues hace referencia a algo que escapa al
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intelecto, pero que vemos manifestarse en todas las cosas. Lo hallamos en el pez
y en el agua, en el cielo, las ramas y el cuerpo. Por ello lo divino tiene que ver con
la experiencia de lo sagrado, eso que desde el encuentro nos desborda o sobre-
pasa. Lo divino está vinculado a esa fuerza creativa que desplaza y genera el
mundo, una sencillez inmediata que escapa por completo al conocimiento inteli-
gible. Nuestras certezas y nuestros métodos de verificación nos alejan de lo sa-
grado, pues la búsqueda de resultados y conclusiones es inadecuado para
comprender la sencillez de lo que se manifiesta inmediatamente. El ser accede a
lo divino cuando es interpelado por la fuerza o violencia que va con este, cuando
es movido por el ritmo que se pone en marcha, cuando es disuelto en la manada
que aquí avanza. Comprendemos desde este desplazamiento y transformación
en la que nos hallamos.
La comprensión: La comprensión se alcanza cuando somos en el mismo modo
que eso que queremos comprender. La conciencia se adapta al ritmo de lo que la
hace vibrar, como un instrumento que hace vibrar otro instrumento. En este de-
jarnos llevar por eso que se pone en marcha junto a nosotros y nos reclama se
halla la comprensión hacia la que aquí señalamos. No existe conocimiento sin esta
transformación de lo que somos, sin este vaivén que provoca el oleaje, pues
somos realmente tocados desde la experiencia de la transmutación, desde esa
leve y transitoria metamorfosis de la carne, la visión y el pensamiento. La com-
prensión no es así un fenómeno de la mente, sino un acceso del ser a otros luga-
res, un transitar donde una bocanada de viento vehicula nuestro caminar. Un
movimiento que nos empuja a la par que nos hace. La gota de agua comprende
cuando no ofrece resistencia a la ola que la arrastra.
Creación: La fuerza que empuja y nos mueve transformándonos es la misma que
nos hace o nos crea. Este concepto añade una nueva dimensión a los dos térmi-
nos que lo preceden en sentido vertical: La transformación y el ser. La creación
es el movimiento fundacional de todo cuanto es, de todo cuanto camina y arde.
Todo movimiento o fuerza es creación, y toda creación lleva implícito un desha-
cer para hacer algo nuevo. La creación como lo inherente al cosmos es la fuente
de la vida, la fuerza o el alma que anima, por lo que la vida y la creación se coper-
tenecen. La fuerza que anima el cosmos es creativa puesto que transforma y re-
conduce lo que hay. Nunca cesa pues todo es hecho y desecho, destrucción y
creación pertenecen a esta misma fuerza dinámica y emergente.
Tras la definición de estos nueve conceptos, ahora podemos abordar los seis
niveles en los que tales términos se entroncan.
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NIVELES HORIZONTALES
Dinamismo (nivel 1). Este primer rasgo apunta hacia el movimiento y el cambio
como potencialidad que se halla libre de cualquier fundamento que pretendiese
regirlo y delimitarlo. El dinamismo se define desde el vínculo entre los tres con-
ceptos de este primer nivel: Fuerza, movimiento y transformación. El dinamismo
en cuanto condición señala hacia una riqueza sin límites, pues no hay nada que
este fuera de la posibilidad del ser.
Acontecimiento (nivel 2). Con el acontecimiento abordamos el estado de abierto
desde un segundo nivel de comprensión. Los tres términos que definen el acon-
tecimiento son: Alma, vida y ser. Esa inseguridad que hallamos ante el dinamismo
en el primer nivel, se convierte aquí en posibilidad vital de todo cuanto es. El acon-
tecimiento en cuanto motor del ser, se coloca aquí como posibilidad para la rea-
lización de su propio proyecto.
Iluminación (nivel 3). Desde este tercer nivel pretendemos esclarecer lo refe-
rente al conocimiento en cuanto al estado de abierto. Divinidad, comprensión y
creación han sido los tres términos que se complementan para abordar el fenó-
meno de la iluminación. La iluminación como un nuevo rasgo del estado de abierto,
viene a aportar al ser la posibilidad de un conocimiento que se yergue desde el
propio dinamismo de lo que deviene. La comprensión que se deriva de la creación
en cuanto acto, eleva al ser a lo divino. Este rasgo es fundamental puesto que
inaugura la posibilidad de superación del estado de cierre.
NIVELES VERTICALES
Abismo (nivel A). Los tres términos que en sentido vertical configuran este nivel
son: Fuerza, alma y divinidad. El carácter que tales términos nos evidencian tiene
relación con aquello que se nos escapa. Toda una dimensión de la experiencia que
por su carácter emergente, desbordante e intenso, deja fuera cualquier intento
de análisis, medida o razonamiento. Es abismal por su fugacidad y su fuerza, es
abismal porque no existe un límite que prefigure lo que deviene.
Vehículo (nivel B). Este nuevo rasgo del estado de abierto nos señala hacia toda
una meta que se alcanza desde el propio acto, lo cual muestra como la finalidad
nunca se halla fuera del propio proceso. Para ello solo es preciso echar un vis-
tazo a los tres conceptos que conforman este nivel: Movimiento, vida y com-
prensión. La vida como movimiento comprensivo, como ser que se proyecta
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gozoso de la corriente de lo que el mismo es. Como aquel que danza para sentir
cada subida, bajada, cadencia, silencio, explosión…
Inesencia (nivel C). Los tres conceptos que componen este nuevo rasgo son:
Transformación, ser y creación. Puesto que la esencia hace referencia a aquello
que permanece en algo, aquello que lo define como ente; la inesencia aporta un
nuevo rostro a lo dinámico-abismal, pues el ser no puede ser atrapado siempre
bajo una misma regla, ya que en cada instante genera unas condiciones comple-
tamente nuevas a partir de las cuales este es percibido. La creación vehicula la
vida sin más limitación que aquella que la propia conciencia como programa se im-
pone. Lo imposible se convierte así en posibilidad negada de antemano.
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BIBLIOGRAFÍA
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Se acabó
de imprimir el
El viaje del fuego,
el 10 de octubre de
2011, en los talleres de
Bodonia, S.L. de Granada.
La presente edición
es una readaptación de
la tesis doctoral dirigida
por Pedro Osakar Olaiz y
Víctor Borrego Nadal, la cual
fue leída por su autor, Francisco Villalobos
Santos el 3 de marzo de 2011 en la Facultad de
Bellas Artes de la Universidad de Granada.
El Tribunal estuvo compuesto por:
Juan Fernando De Laiglesia y González
de Peredo, José Fernández Freixanes, Alfonso
Masó Guerri, Marta Linaza Iglesias y Domingo
Campillo García, otorgando la calificación de
Sobresaliente a este trabajo de investigación.
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