Cuentos Sencillos, Luis Tablanca
Cuentos Sencillos, Luis Tablanca
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CUENTOS SENCILLOS
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CUENTOS SENCILLOS
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MADRID
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Mesonero Romano,;, 10
BANCO DE LA REPUBlICA
BIBLIOTECA LUIS.ANC':L ARANOO
CATALOGACIO.N
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DEL AUTOR A SUS PADRES
DoftPtdro Pardo
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(SONETO)
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8 CUENTOSSENCILLOS
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LUIS TABLANCA 9
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10 CUENTOS SENC.~,=,.!:~. _
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12' . CUENTOS
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CUENTOS SENCILLOS
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CUENTOS SENCILLOS
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- - -- -SENCILLOS
muy sofocada el día de la batalla y lleva-
ría. los labios entreabiertos para. poder dar
á los pulmones todo el aire que le pedían;
correría de un lado á otro dando agua á
los heridos; rezaría en voz alta; lloraría á
ratos y al nn caería en una charca tibia
mordiendo ansiosamente los guijarros del
suelo que la iba á poseer ... Después, por
la tarde, cesados los últlmos disparos, el
campo lleno de una tristeza infinita como
si el mundo fuera á entrar en la noche pos';'
trera, las rojas fulguraciones del crepús-
culo corriendo horizontales sobre la llanu-
ra empapada en el licor derramado por
muchas arterias rotas, ballando los relie-
ves de las cosas con una. tonalidad san-
guinolenta, y acurrucado junto á un cuer-
'po sin vida un soldado libertino recagien-
do de un coágulo frío las cuentas del co-
llar de vidrio que habían de compa.rtir un
lugar en el coú'e lujoso, junto al abanico
. de naca~' y la liga perfumada ...
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CUENTOS
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- SENCILLOS
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muchachitos lozanos y alegres ... Pero ya
lo dije, mi pobre Juan no era el mismo y
esa transformación comenzó en Octubre.
Hizo ese mes un Invierno crudísimo; llovía
por la mañana, llovía por la tarde, llovía
por la noche; las nubes hidrópicas y ne-
gras reposaban los enormes vientres sobre
la tierra y mugían cuando el viento las
hacía voltear las panzas sobre los picos
de las sierras ... Los terrenos deleznables
de las cordilleras se iban de paseo falda
abajo arrastrando los sembrados y metien-
do miedo. Una noche, el río siempre tan
apacible y cristalino, comenzó á echar bron-
cas en voz muy alta j«no más piedras en
mi camino!» «jsaca, nogal, esa pataza que
hace ailOS refrescas en mi seno!» y como
efectivamente empujaba los pedrejones y
con estrépito anancaba el nogal, yo me
acordé de la vaca que estaba en la vega y
rogué á Juan que fuese á buscarla. El buen
hombre que se había dormido oyendo bra-
mar la mo[~tafla bajo el azote del huracán,
salió de mala gana y tardó mucho en vol';.
ver calado hasta los huesos. Al acostar-
se sintió que el calofr'Ío le pasaba las manos
por el cuerpo.
Día por día comenzó á enflaquecer y
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TABLANCA
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amarillear; llegó diciembre y el hacha per-
maneció en un rincón llenándose de orín;
los yerbajos invadieron los sembrados; en
la cuaresma las lechuzas asustaron á los
nii\.oscantando junto á la casa, porque has-
ta allí llegaba el monte. Aquello marchó
mal.
Una vezle dije:-jpareces enamorado! El
movió la cabeza tristemente y no contestó;
esto era en juniO, el sol de San Juan co-
lándose por entre las ramazones frescas
regaba en el corredor un puI'lado de onzas
de oro intangibles. Yo proseguí: tengo pena
y voy á buscarte un remedio. Al anoche-
cer volví desconsoladisima; la vieja curan-
dera á quien fuí á consultar el caso, hizo
que le contara minuciosamente lo que pa-
saba á mi marido. Consideró largamente
lo que le dije y sacó una com;et'.uencia
abrumadora ... «Hay una mujer malísima,
-me dijo-, que está en todas partes; anda
cautelosamente y envuelve su desnudez
huesosa en un manto negro como la noche
porque es fea, ridícula, y porque á pesar
de su risa horrible y de su cuencas vacías,
se enamora perdidamente. Tu Juan es
hombre perdido; la Irresistible lo ha tras-
tornado y se lo lleva... La tierra es su gran
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22 CUENTOS SENCILLOS
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€I dulzor dt los rtaltrdo$
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--24CUEN.TOS
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-...•..-...-...SENCILLOS
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-------.----.--.-----LUIS TABLANCA 26
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e náufrago
En la linde desolada de la ribera de un
mar de ensueño, un hombre de faz marfi·
leña y barba muy obscura, estaba sentado
con los codos puestos sobre las rodillas y
la cara apoyada en las manos. Inmóvil,
con inmovilidad de esfinge, las espumas,
como salivazos salobres que las ~guas le
lanzaran, al pegarse á su cuerpo le daban la.
apariencia de un pedrusco.
-Espero, dIjo, que se compadezcan y
vuelvan [.or mí. Yo estaba allá, en la otra
orilla, en una tierra encantada llena de brl·
sas que cantan, céfiros perfumados y na·
ranjos en flor, y una tarde, cuando mi co·
meta suspendida en los espacios me hacía.
correr alegremente~ se llegaron á mí hasta
veinte mancebos rubios que se disputaban
llctvarme de bracero. El uno cortó el hilo de
mi cometa, el otro alargó mis pantalones.
ese tocó mis labios é hizo brotar la s~da
negra de los bigotes, aquel me hizo beber
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28 CUENTOS -
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SENCILLOS
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un vino embrlagante ... y el último jah! el
úllimo trajo de la mano á una virgen ado-
lescente, blanca como las espumas y como
las espumas fugaz. Entonces advertí sobre
mi cabeza un cielo de zafiro, bajo mis pies
un prado de esmeraldas; los ríos eran ríos
de plata; las mariposas pedl'erías del manto
Intangible de las auras; una fuente cayendo
de una teja de barro sonaba con la dulzura
pastoral de los caramillos .. , Canté; canté el
cielo majestuoso, las multitudes Indiferen-
tes que despiertan la nostalgia del amor
evangélico; los muertos que nos dejaron
su lado en el mundo ... y canté á mi adora-
da, la virgen blanca y fugaz como las es-
pumas; dÍjela que era una flor de nieve
crecida bajo el crepú!:tculo, que sus ojos ar-
dían como lá.mparas en la soledad de los
templos, que sus manos parecían hechas
con recortes de hostias, que su cabeza era
un grumo de ensueno ... y cuando dejé de
cantar me he visto en esta ribera, solo, por-
que la virgen se extinguió como las espu-
mas y los donceles son marchados en un
bar'co sin remos ...
-Pues no volv.el"d.n,porque no vuelven
los veinte ai1os. Toma esta flauta de caña
y d'eesaburre tus canseras.
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ea cbarca
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30 CUENTOS SENCILLOS
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tal vez querría ser fuente, brotar por entre
las raíces de un gerarca de la selva y oir
lo que conversan las muchachas mientras
el cántaro se llena. Tal vez cambiaría su
desolación por la sepultura fría de una cIs-
terna, á cambio de escl1char en la tarde la
voz de Rebeca, suave como el murmurio
de la brisa al desenredar su túnica del fo-
llaje licencioso de una palmera, á cambio
de dar ocasión al diálogo de Jesús con la
Samarltana de los cinco maridos.
Al caer de la tarde un ruido hace volver
la cabeza sOi1ando en ver aparecer en la
línea cercana del horizonte, recortada en
el zafiro del cielo, la silueta de una moza
de los campos que viene á llenar su vasija
con la linfa dormida y triste... Nada. L.as
muchachas de estas alturas son perezosas.
Blancas, rosadas, gordas, allí se están con
la aguja entre los dedos viendo pasar las
nubes; por la tarde bajan á la hondonada
comidas de frío y en silencio, y traen agua
fresca, agua cristalina y bullente, alegre
y saludable .... ¡Qué van á acordarse de
aquel pozo salobre y hediondo!
Otro ruido ... Es un cuervo gris, harto
de Inmundicias, que vuela á hacer su di·
gestión en actltud reposada sobre la calvt·
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cle ocre de una peña que sus excrementos
han taraceado de blanco.
La noche se cierne muy lenta con livlde-
ces enfermas. Y la charca sonámbula abre
su pupila glauca ansiosamente, Henándose
de una consolación creciente, hasta que
un pastor misterioso que ninguno ha sona-
do, trae á abrevar en sus aguas las siete
cabrillas de oro.
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Potma dt ilusión
j)ara F/ora/ha
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CUENTOS SENCILLOS - - - -
seráficos pa ra la adoración perpétua. Pa-
saba los días en el hueco de una ventana,
bien leyendo un libro de versos de los que
como el jugo de las adormideras turban
los sentidos con turbación extrahumana, ó
bien mirando con ojos alelados el azul de
sus ensueilos ó el azul de las lejanías.
Un día, de sobremesa, en la última cua-
resma, me manifestó su deseo de hacer una
conf&Sl0n y tomar el divino manjar. Hay
que advertir que ella nO había sido devota
ni mucho menos, pues cuando era colegia-
la, hubo ocasión en que se fingiÓ enferma
para esquivar la penitencia espiritual á
que se obligaba á la comunidad dos veces
por año. Aquella determinación fué para
mi la más grata de las sorpresas; apréste-
le un libro de oraciones y dejé que exami-
nara su conciencia ... ¡HabéiS visto desma-
yarse los :U·ioscuando cae la tarde? Una
agonía silenciOsa y bellísima de pétalos de
alabastro que se doblan, pistilos que se
caen y aroma que se evapora ... Eso. Hube
de Intervenir, iacaso pesaba en su alma la
mancha negra de algup.a acción criminal
que sus labios no se atrevieron á enjuagar_
en la divina corriente de la gracla.~ No qui-
so abrlrme su corazón y tal vez por qultar-
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--.. - - LUIS TABLANCA
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LUIS TABLANCA . 37
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SENCILLOS
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transposición
.J'1Celmira Casfilla
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42 CUENTOS SENCILLOS
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_ _ ~LUIS TABLANCA - -.- 43 -
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Las manos febriles del artista fueron in·
can sables en aquella labor, y así, las blan-
curas del lienzo se fueron transformando
rápida, maravillosamente.
El inmenso campo abierto, siempre lleno
de luz y de juventud, se mostraba á sus
ojos desde el amanecer lleno de colores y
detalles nuevos cada día) y los sabios pln-
cele:; cada día llevaban al lienzo una belleza
nueva, un nuevo vuelo de luz. Era una In-
mensa floración de vida que se multiplica-
ba en torno de los muchachos enamorados
y á la cual azotaba rudamente la mancha
negra del azadón suspendido en lo alto. El
mozo mostraba llenas de sol sus anchas es·
paldas de labrador sano que se ha encor-
vado largas horas sobre los surcos próvi-
dos, y la moza ... De la moza sólo había en
el cuadro una figura inconclusa porque la
muchacha que le servía de modelo, una
campesinita como una alborada, hacía días
que no asomaba por el barrio.
-¿SR Mis de ella~
-Está enferma ...
Tras de muchos días de fatigosa espera,
una manana entró ~n el estudio y fué á co-
locarse de espaldas á la ventana, con las
manos empuñadas sobre el pecho y al bra-
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44 CUENTOS SENCILLOS
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maría Dolorosa
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--.-- CUENTOS SENCILLOS
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COmOalma ~n pena, quedábase el sacristán
en la Iglesia.
-¡Que te caerá encima!
- Dios sabrá ...
-~No sientes crujir las madera~T
-¡Que caigan! Mis años florecieron bajo
esta sombra, bajo ella se han de marchi-
tar. Una amiga tuve en mi infa.ncia y esa.
amiga es 1'111 amiga en la vejez, María Do-
lorosa se llama y en la torre habita; á la torre
nadie sube, porque, cuando sopla el viento,
se balanúea destartalada: yo subo, y oigo la
voz cascadita de María Dolorosa en su ro-
gar constante por todos los que mueren ...
El InvierlJO comenzó. Las maderas po-
dridas dejaban filtrar el agua sobre las
losas gastadas; á lo largo de las paredes el
verdín de la humedad colgaba tapices ex-
traños; en el tejadito de la torre crecían las
hIerbas y las golondrinas hallaban todoe
los días grietas nuevas para sus habitacio-
nes. y el viejo acólito iba lleno de confian-
za por las naves, por el coro, por la torre.
En torno suyo se formó una leyenda de
maIlgnldad. Cancio, 1'111 compañero de es-
cuela, me la refirió una tardecita de octu-
bre, recitandome textualmente un párrafo
que alguna tía suya, supersticiosa y hon-
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LUIS TABLANCA
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Otra sobretarde medrosa, bajo los hilos
de la lluvia, el viejo acólito fué llevado al
cementerio. Soplaba la bris:;l.fuertemente, y
hacia tristeza como pudiera hacer frío. Los
niños, recogidos temprano, oíamos decir á
la ~buela:
~No habrá quién exponga la vida su-
biendo á la torre ... no habrá quién doble
por él. ..
Después, los señores de la casa se santi-
guaban con espanto.
-~Doblanf
-Sí, doblan.
Era un clamor angustioso, triste, supli-
cante, inarmÓnico, demente, de María Do-
loross.,batida por el viento.
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El último VltlO
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~~ .~~~~.T~~ SENCILLOS
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LUIS TABLAHCA 51
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el frío dt la tardt
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54 CUENTOS SENCILLOS
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LUIS TABLANCA
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•• ··_
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---56...•.•-.-..-...........•..........•.....
CUENTOS SENCILLOS
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-Buen serlor ...
y sentados en el tronco de u~ árbol que
derribaron las tormentas, cadáver enjuto y
bien oliente 1i quien las gramíneas tratan de
dar una sepultura verde, echándole por
encima sus tallos jugOSOS,departen los tres
como viejos camaradas; entre tanto los ni-
nos sobre las l'<;>dillasde las abuelas se es-
tán quietos con los ojos alelados.
-En mi pueblo, cuenta el anciano, tuve
una novia, una muchacha hija de un hor-
telano que decía querel'me mucho, pero que
amaba más á su padre, puesto que le si-
guió el consejo de no dar su mano á un
hombre sin fortuna. «Vete -me dijo una
vez-, y ve si en otros lugares logras con
qué comprar ese pedazo de tierra de cultivo
que exijen por única condición para darme
á tí.» Recuerdo su voz temblorosa de per-
sona que hace de tripas corazón para dic-
tarse una sentencia. Recostada á la pared
de su huerto, con las manos envueltas en
el delantal recogido á la altura del seno,
lloraba en silencio, y el cielo de aquel no-
viembre nuhloso también lagrimeaba sobre
nosotros una llovizna fría y menuda que
enfangaba el suelo. «Que no tardes y me
esc['lbas mucho; ya verás cuaodo vuelvas
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LUIS TABLANCA 57
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58 CUENTOS SENCILLOS
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Dtllda romántka
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...-.--- ...--.--
60 CUENTOS SENCILLOS
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una caldera en la cual se fundía el sol, y
escalonados caprichosamento los árboles
con el manto de verdura que les prestó la
primavera, recortaban sus siluetas negras
sobre la incandescencia del cielo y se dije-
ran duendes que atizaban la gigante ho-
guera.
y corría en el ambiente un polvillo de
azafrán impalpable que se detenía en su
cabellel'a rubia, en su traje blanco.
-Este atardecer - decía - bien puede
simbolizar el fin de nuestros amores, tran-
quilo, sereno cual si tuviéramos para nues-
tro sol la conciencia de un manana ... Yes
que nuestro carifío no ha tenido la violen-
cio ni el calor que arrebatan; nos hemos
querido suavemente, como quieren las flo-
res el sol que les da vida ó rocío que las re-
fresca. Por eso, nada de tempestades al
despedlrnos ... aunque debiera llorar por~
que has pasado por mi existencia como la
brisa por los prados, cargando con todos
mis perfumes.
Calló largo ra10 y luego continuó:
-Qué pl'imor de tarde y como huele á
violetas! A violetas, el perfume que embal-
sama el corazón cuando se puebla de re-
cuerdos ... y al mío van llegando con las
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LUIS TABLANCA al
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82 CUENTOS SENCILLOS
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Uaso dt amargura
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como un tronco familIar que 5abia muchas
cosas porque en su corteza de hombre
honrado los días habían grabado gerogli-
ficos que aprendí á descifrar. Solo uno s~
resentía á mi curiosidad, y era comprender,
de qué provenía esa tristeza que lo aplasta-
ba cuando llegaba hasta nosotros algún
frú-frú de faldas, algunas ráfagas de per-
fumes ó una cadencia de voces femeninas.
-No sé-dijo al tin- Fui precoz en
sentir, y sintiendo he escalado una cima de
torturas desde la eual, por extrana manera,
miro á mis pies agitarse los hombres, los
miro luchar y los compadezco: compade-
cléndolos he perdido mi alegría. Me figuro
abierta ]a puerta de un manicomio de don-
de todos los enfermos con la fiebre de una
mIsma idea, salen á perseguir una cosa
intan'gible, apenas visible cuando se mira
lo pretérito. ¿Sabe usted 10 que persiguen~
La feIlcidac. Pero bien está que los hom-
br'es en la mitad de una carrera ciega se
prt:cipiten en ese abismo que llaman desti-
no, los hom bres somos fuertes, nacimos
para la lucha. Lo que me atormenta es ver
una mujer desgl'aciada, una mujer que ...
Se me acercó mucho, clavándome en el
rostro la mirada mansísima de sus ojos
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LUIS TABLANCA 65
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--.--.- - CUENTOS
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Con1aquel sufrir la lengua no había de·
glutldo el pan, y lo había tragado seco, ás-
pero. Era María Dolores.
«Aíios más tarde me tocaba presenciar
una salida de presos que mudaban de car-
celo Un hombre ogro díó vueltas á la lla-
ve, descorrió los cerrojos y la pesada
puerta giró sobre sus goznes con un que-
jido angustioso; salió una boca.nada de
pestilentes gases amoniacales, y desfilaron
los penados, bultos astroso!:>que se escu-
rrían á. la luz de la tarde como los tumbos
de un río de infección. Lloviznaba. Las
imprecaciones saltaban como truenos. Un
bulto Iba callado, una verguenza muy
grande y un cuerpo muy flaco que se en-
volvía en la mugre de un pauolón de an-
drajos. La mano sarmentosa recogía la
falda para que no se mojara y dejaba ver
una pantorrilla ...• tibia todavía vertical,
con calor, entre la piel que colgaba. Era
Macla Dolores..
«Después camino del cementerio trope-
cé un entierro. Los hombres, borracho$
como cubas, al andar daban traspiés la-
mentables y blasfemaban ... «¡Pesa como
un arrepentimiento la muy mala!»
Al chafar el fango de la vía se formaba
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--.-..-.---LUIS--.- TABLANCA
--.- ..-..-.......•..•...•.....•. - --87 -
una canción dolorosa, de profundls canta-
do por la tierra:
«Desde lo más remoto estaba escrito ...
Descansa! Flor de los senderos maltratada
por el pie de todos los caminantes ... Des-
cansal Vaso de esencias derramado sin
colmarse ... Flor de pecado ...
»Los hombr'es no podían, la caja rodó y
se deghizo, y vi sobre el bache gris dos
pies de muerto, sucios, contraídos, como
si quisieran decir algo muy cruel ó desa-
hogarse con este grito; no llevaremos más
un fardo de miserias! Era María Dolores.»
El anciano se levantó penosamente, me
miró con la mirada de unos ojos mojados
de lágrimas y se alejó en silencio, fatigado
por el asma.
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Uí dt cUtltO •••
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701 CUENTOS SENCILLOS
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LUIS TABLANCA 73
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76 CUENTOS SENCILLOS
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criada que lo esperaba entretenida en re-
mendar ropa blanca se adelanta á reclbirlo
diciéndole:
- Voy á servirle la comida.
-No como, contesta el señor, y ante la
estupefaceión de la fámula se encierra en
su aposento. Allí tira su sombt'ero con ges-
to iracundo, se aproxima á una mesa y to-
mando entre sus manos una pluma de
ganso, eseribe una larga. carta cuyos pá-
rrafos de letra muy menuda nacen de pe-
sada gestación: «Tan cierto como que hoy
es el tercer día de la semana de pasión,
que os he visto en el santo oficio de tinie-
blas mirando á don Luis con tan paslona-
les miradas que tengo el corazón despeda-
zado. Sabrá el menguado como es hervo-
rosa y terrible la sangre que ha envenena-
do con ruin felonía. y vos, señora, por
quien mi alma sufre y padece ... »
Un reloj de pesas sonoro y antiguo, ha
dado las nueve y las diez. Los sef\ores de
la casa duermen; las criadas, tras la tarea
cotidiana de guardar el alcarabán y la jáu-
la de pájaJ'os, han tapado la boca del pozo
para que no caigan ratones y se han Ido á
recoger. La luna cae de lleno.
A esas horas suena una Duerta y apare-
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LUIS TABLANCA 83
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(La abuela se vuelve á sentar y la moza
se marcha al sembrado, ansiosa de matar
unas cuantas tragonas; la puchera canta
lentamente, cada vez más despacIo y más
pasito, á medida que el fuego decrece. Los
ancianos han sacado tabaco y mientras car-
gan las negras y hediondas pipas, dialogan
sentenciosamente).
Un anciano.-Es contra mi voluntad
como esos pequerios espantan la plaga. No
debemos oponernos á aquellas cosas que
la mano de Dios hacia nosotros encauza,
con sabiduda que no comprendemos.
¿Quién se puso á cabilar nunca en el nú-
mero infinitos de malos actos que á menu-
do cometemos y en el consiguiente cúmulo
de pecados que nos acarrean~ 6Y no ha-
bríamos de purgarlos1 Sonrisas de satisfac-
ción nos causan las mazorcas repletas de
granos y alzamos secretas acciones de gra-
cias á quien nos las da, pues quien nos las
da la plaga nos manda, A,porqué, pues,
maldecll'las~
La abaela.-Esa es paciencia de quien no
sudó escarbando la tierra.
Otroandano.-Ó de quién va para san-
to ... jPero si tuvieras tus hierbas y allí de-
voraran!
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88 : C.UENTOS SENCILLOS
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LUIS TABLANCA aG
,
su saya de satén gris perla por el huerto y
la casa, viéronla vaciar con mano temblo-
rosa, los antiguos corres oloro'iios á reseda
y .contemplar horas y horas los retratos
de sus antepasados como si m~ntalmente
les hiciera un reproche. Y temieron que su
razón se desquiciara.
Una tarde, las amigas del barrio invadie-
ron la salita en su costumbre sabrosa de
hacer tertulias inocentes; se tocó al arpa
la músi~a de una canción olVidada que te-
nía por estribillo doloroso la despedida de
un amante que presiente la eternidad de su
ausencia; mostró alguna de sus blanquísi-
simas enaguas una maravilla de bordado,
obra de sus manos ...
Doña María interrumpió repentinamente.
-¿Recordáis mis días de prueba1
Ante los rostros admirados de las ami-
gas, la vocecita metálica de la dueña de la
casa continuó:
-No recordáis cuando muer'to mi padre
y enferma sin esperanza Baudilia, corrie-
ron meses sin que la luz del sol entrara
por esas ventanas, sin que un vislumbre
de alegría disipara momentáneamente
nuestras pesadumbres'? Pues esos son los
que yo llamo mis días de prueba. jOh,
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80 CUENTOS SE"CIU-OS
, .
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· ".-
pasión revolvian las hilas que en un tiem-
po se empaparon de sangre. La vocecilla
metálica manaba como una fuente en on-
das de transparencia absoluta.
-Era sin remedio ... no se á cual de
vuestros corazones Iba á tender la mano ...
Sus frases condensadas y vibrantes lle-
naban de sugestión los ojos de las amigas
y ya la veían cruzar el zaguán y detenerse
llena de aflicción en el propio dintel de la
puerta ... Acaso despué& de una noche de
lluvias la mañana se habría Iniciado con
magnificencia estival; estarían los cielos
azules y el sol muy al~ franjando de
oro los tejados húmedos y rojos, tan rojos
como las paticas de las palomas que en
ellos se hacían el amor. Tal vez doña Ma-
ría demoraría la vista en la oonlta pollcro-
mía de los empedrados limpios por la llu-
vIa yal correrla luego á lo largo de las pa-
redes vería en cada. puerta cerrad.a un ges-
to de negación cruel. Pero era preciso y al
avanzar hasta la esquina un ruído la haría
levantar la cabeza ...
- y ví entonces á los hijos implumes
correr hambrientos tras de los papás que
no atendían al suplicante mover de sus
alas. Llegós8 uno á la orilla del tejado y
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92 . CUENTOS SENCILLOS
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04 CUENTOS SENCILLOS
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parose la rueda, cesaron de moverse las
piedras, y la inmensa or~uedad del silencio
hizo vibrar con to ~a nitidez la querella pa-
sional que sonaba con mesura de péndu-
lo. El molinero se puso á pensar en voz
alta:
-Cuánto me he demorado! Mi pobre
María Banedicta creerá que fué una galana
mentira aquella promesa mía de seguirla
sin demOI'a; mentira mía no fUé, sino sln-
caridad de corazón. Más si Dios prolonga
mis días cómo he de marcharme? La pobre
voluntad del hombre tiembla y se aniquila
ante el poder supremo que arriba gobier-
nan ... San MigueL.!
Por entre los naranjos del patizuelo una
mujer de traje blanco avanzaba sin ruido,
tal como una columna de humo que en at-
mósfera tranquila se retuerce dejativa y pe-
rezosa. El molinero se acercó lentamente y
extendiendo los brazos atrajo sobre su pe-
cho la aspimción. ¡Dulce .María Benedicta!
Su cuerpo helado y pálido pesaba tan poco
como las plumas, pero se desconyuntaba
empujando con la presión de la brisa. Sus
cabellos, á medio trenzar, tenían un olor á
tierra húmeda y sus manos -A,eran 5llS
manos?- golpeando las er.paldas del moli-
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Espíritu
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100 'CUENTOS SENCILLOS
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BANCO DE LA RfT0CUCA
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SENCtLLOS
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UN ESCRITOR COLOIBIINO
COMENTARIO
POR
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Un ualtor colombiano
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108 UN ESCRITOR COI;:-OMBIANO
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-~ UN ESCfUTOR COLOMBIANO
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110 UN
. , ESCRITORCOLOMBIANO
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Pero ¡qué diablo! si en esta Espana, don-
de Felipe Trigo tiene derecho perfectíslmo
á llamarse insigne, no se obtienen mediante
oposiciones, ni torneos, ni ejercicios, tí-
tulos de crítico, ¡por qué yo no voy A con·
siderarme, por que sí, una especie de Clarln
chico ó de Sainte Beuve petit~ ¡Quién me
lo impide, senores? La literatura es una
mll!cia donde todos sentamos plaza de ca-
pitanes generales.
Hablemos, y hablemos como se nos an-
toje, del lihro tal Ó 0ual y que luego esa
«sucesión de púbHcos) que, según Cham-
fort y Pero Grullo, es lo que viene á ser la
Posteridad, nos califique como le parezca.
Yo tuve alguna vez esperanzas en esa
crítica afirmativa que el culto y genial An-
drés González Blanco defendiera tan ga-
lIardamente en su Historia de la novela en
España, aunque luego, por razones que no
son de este lugar ,haya empezado á arrepen-
tirse. Pero el autor de Los (,ontempol'áneos,
peca de parcial, como todos, y esto lo grito
yo, lueridos camaradas, que he sido uno
de los más calurosa y, á. ratos, inmer'eelda-
mente bombeado por él.
Aunque no he tenido ocasión de loor á
Plinio, lo ha leído González Blanco, y yo,
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112 UN ESCRITORCOLÓM81ANG
que leo (ervorosamente á Gonz'lez Blan-
co, voy á citar una frase de Plinl0 con la
que estoy conforme.
Dijo el distinguido romano que «no hay
libro malo que no tenga algo bueno». Esto,
si lo recordaran constantemente nuestros
. critlcos, ó lo que sean, redundarla Cinbe-
neficio de los autores y del públtco. Una
Inefable fraternidad nos uniría á todos y
creeriamos ciegamente en el consabldo«sa-
cerdoclo», Pero mientras Fantasio-desd.l-
chado novelista-no dulclfique sus renco-
res personales, y Almeja no quite Imperti-
nente afectación á sus comentarios biblio-
gráficos, y González Blanco no sea tan Im-
presionable, y Gómez de Baquero examine
con más cuidado las obras que llegan á su
mesa, y el padre Ferrándlz no se conven-
za de que es un clérigo bilioso, y Gustavo
deje en paz á los que trabajan mAs prove-
chosa y cómodamente que él, yo llamaré
génJo á quien me parezca, con todo el ci-
nismo que earacterlza á mi Incoherente ge-
neración.
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UN ESCRITOR COLOMBIANO .113
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ESCRITOR COLOMBIANO
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116 UN ESCRITOACOLOMBIANO
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labor primera.. Después viste todas sus vi-
denclas con ropaje sencillamente suntuoso;
ve que tiene hecho un libro; le da un título
corriente, y oculto tras él, como en una
trinchera, espera á que los tremendos
escuadrones de la opinión inicien su
carga.
Lleno de delicadezas, de mansas melan-
colías, de palabras olorosas, de paisajes
dormidos, está el presente tomo. Acaso el
criterio íntimo, el más sinuosamente re-
cóndito de Tablanca, propenda al pesi-
mismo.
Se advierte que ama el agua, las vidas
desfalleclentes, el paisaje, las supersti-
ciones del pueblo, y que, á ratos, su alma,
indecisa bajo los eternos cuatro puntos
cardinales, yérguese de puntillas para In-
quirir un más allá.
Maneja un castellano flexible, salpicado
frecuentemente por algún amerlcanlsmo 6
vocablo local cuyo sIgnificado en espanol
nos resulta algo Impenetrable. Pero no está
«afrancesado», no usa de esos gallcismos
tan corrientes en muchos escritores sud-
americanos ni construye períodos absurdos
como los que, deliberademente, siembra.n
en sus prosas el Sr. Vargas Vlla, 6 mis
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~dmlrados amigos y geniales proslstas Gó-
mez Carrillo y Ugarte.
Yo celebro muy de veras la aparición de
Luis Tablanca y le agradezco muchas de
las bellas páginas de este libro. Pintura
dulce, á lo Guido Reni, es este párrafo del
cuento Espíritu:
«... Los viajeros haclnaron leña alrede-
dor de la vivienda y le prendieron fuego y
al nli'ío se lo llevaron á una casa distante
donde, satisfecha Sl1 hambre, lavada su
.mugre y vestido con una camisa de lienzo
limpio, permaneció mudo, sentado en ~n
banco, las manos sobre las rodillas y bai-
lundo los pies. »
y este otro párrafo descrito con esa gra-
ciay suavidad que Martínez Sierl'adomlna
supremamente: «Piedra y cal compactadas
,. toscamente, tejas de barro florecidas de
liquen blanco, vigas de nogal, un arcón
para guardar el trigo-aventado, polvo y te-
larañas centenarios, buen olor á frescura
campesina y, en medio de todo, las dos píe-
dras, la una pasiva y la otra girando ver-
tlgmosamente, y arriba el ruido alegre de
los granos que caen de la tolva y abajo las
voces subterráneas del agua que hace can-
elones.» (La última cita).
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UN ESCRJTORJ::Ol.GMBIANO -'lit
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fe de ~rratas (1 ).
Soneto dedicatoria 5
Alma colonial.. 7
Ingenuidad 11
Sangre seca 15
De mis breñales .................•.. 19
El dulzor de los recuerdos 23
El náufrago 27
La charca 29
Poema de ilusión 33
Transposición " 41
Maria dolorosa 45
El último vuelo 49
El fr10de la tarde 53
Delicia romántica .•................. 59
Vaso de amargura '" 63
Va de cuento 69
Fiereza hidalga 75
Sombra de tragedia 81
Estrella de amanecer 87
La última cita 91
Espiritu 99
Un escritor colombiano: COMENTARIO
por Emiliano Ram[rez Angel. 105
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SE
ACABÓ
DE IMPRIMIR
ESTE LIBRO EL DÍA
31 DB AGOSTO DE 1909
LIBRERÍA DE PUEYO
:lIESONERO RO-
MANOS, 10
IU.DRID
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