20 Fabulas
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20 Fabulas
Todos sabían que era indiscutiblemente un contrabandista. Era incluso célebre por ello. Pero nadie había logrado jamás descubrirlo y
mucho menos demostrarlo. Con frecuencia, cruzaba de la India a Pakistán a lomos de su burro, y los guardias, aun sospechando que
contrabandeaba, no lograban obtener ninguna prueba de ello.
Transcurrieron los años y el contrabandista, ya entrado en edad, se retiró a vivir apaciblemente a un pueblo de la India. Un día, uno de
los guardias que acertó a pasar por allí se lo encontró y le dijo:
-Yo he dejado de ser guardia y tú de ser contrabandista. Quiero pedirte un favor. Dime ahora, amigo, qué contrabandeabas.
Y el hombre repuso:
-Burros.
Reflexión: Así el ser humano, en tanto no ha purificado su discernimiento, no logra ver la realidad.
2- la búsqueda insensata
Una mujer estaba buscando afanosamente algo alrededor de un farol. Entonces un transeúnte pasó junto a ella y se detuvo a
contemplarla. No pudo por menos que preguntar:
-Buena mujer, ¿qué se te ha perdido?, ¿qué buscas?
Sin poder dejar de gemir, la mujer, con la voz entrecortada por los sollozos, pudo responder a duras penas:
-Busco una aguja que he perdido en mi casa, pero como allí no hay luz, he venido a buscarla junto a este farol.
Moraleja: No quieras encontrar fuera de ti mismo lo que sólo dentro de ti puede ser hallado.
3- el emperador de china
Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban
demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que
aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin,
Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador. ¿Veis? -dijo - Durante un año un muerto se sentó en el
trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del
imperio continuase.
4- el lobo y el pastor
Acompañaba un lobo a un rebaño de ovejas pero sin hacerles daño. Al principio el pastor lo observaba y tenía cuidado de él como un
enemigo. Pero como el lobo le seguía y en ningún momento intentó robo alguno, llegó a pensar el pastor que más bien tenía un
guardián de aliado.
Cierto día, teniendo el pastor necesidad de ir al pueblo, dejó sus ovejas confiadamente junto al lobo y se marchó.
El lobo, al ver llegado el momento oportuno, se lanzó sobre el rebaño y devoró casi todo. Cuando regresó el pastor y vio todo lo
sucedido exclamó:
- Bien merecido lo tengo; porque ¿De dónde saqué confiar las ovejas a un lobo?
5- la gitana
No adivina el futuro. Lo ve, realmente lo ve, en forma de imágenes comparables a hologramas, en su bola de cristal. Son siempre
retazos fútiles de la vida de sus clientes, pedazos de futuro irrelevantes pero muy claros, muy definidos. Los ve lavándose las manos
en el baño de un café, tomando sol en una playa irreconocible, rascándose un pie, echando pimienta en un plato de sopa. La
experiencia le ha enseñado a obtener ciertos datos útiles a partir de esas imágenes banales. Si los ve muy envejecidos, es que
tendrán una larga vida. Ciertos detalles en la ropa o en la actividad que están realizando le permite pronosticarles buena fortuna. Pero
sabe que también puede equivocarse mucho. Por ejemplo, una vez vio a su propio marido manejando un automóvil de lujo poco antes
de ser contratado como encargado de una playa de estacionamiento. Da lo mismo: a sus clientes, de todos modos, les miente.
7- el león y el boyero
Un boyero que apacentaba un hato de bueyes perdió un ternero. Lo buscó, recorriendo los alrededores sin encontrarlo. Entonces
prometió a Zeus sacrificarle un cabrito si descrubría quien se lo había robado.
Entró de inmediato al bosque y vio a un león comiéndose al ternero. Levantó aterrado las manos al cielo gritando:
- ¡Oh grandioso Zeus, antes te prometí inmolarte un cabrito si encontraba al ladrón; pero ahora te prometo sacrificar un toro si consigo
no caer en las garras del ladrón!
Moraleja: Cuando busques una solución, ten presente que al encontrarla, ésta a su vez puede convertirse en el siguiente problema.
8- mala suerte
Caminando por la selva se topa con un león dormido. Poniéndose de rodillas ante él, murmura: “Por favor, no me comas”. La bestia
sigue roncando. Esta vez grita: “¡Por favor, no me comaaas!”. El animal no se da por enterado. Temblando, le abre las mandíbulas y
acerca su cara a los colmillos para volver a gritar el ruego. Inútil. La fiera no despierta. Histérico, comienza a darle patadas en el
trasero: “¡No me comas! ¡No me comas! ¡No me comas!”. El león se despierta, salta sobre él y, furioso, comienza a devorarlo. El
hombre se queja: “¡Qué mala suerte tengo!”.
9-madera de sándalo
Era un hombre que había oído hablar mucho de la preciosa y aromática madera de sándalo, pero que nunca había tenido ocasión de
verla. Había surgido en él un fuerte deseo por conocer la apreciada madera de sándalo. Para satisfacer su propósito, decidió escribir a
todos sus amigos y solicitarles un trozo de madera de esta clase. Pensó que alguno tendría la bondad de enviársela. Así, comenzó a
escribir cartas y cartas, durante varios días, siempre con el mismo ruego: “Por favor, enviadme madera de sándalo”. Pero un día, de
súbito, mientras estaba ante el papel, pensativo, mordisqueó el lápiz con el que tantas cartas escribiera, y de repente olió la madera
del lápiz y descubrió que era de sándalo.
10- la mano
El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y
aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el
asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto
acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y
después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el
cuarto.
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo,
porque era vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar
sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma
para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el
hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia».
11- La montaña
El niño empezó a trepar por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del
gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de
montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los
hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
- ¡Papá, papá! -llamó a punto de llorar.
Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y no podía.
- ¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña.
¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto
que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro
en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
Dicho esto, el Lobo me lo apresa, me lo lleva al fondo de sus bosques y me lo come, sin más auto ni proceso.
Un Hombre enamorado de sí mismo, y sin rival en estos amores, se tenía por el más gallardo y hermoso del mundo. Acusaba de
falsedad a todos
los espejos, y vivía contentísimo con su falaz ilusión. La Suerte, para desengañarle, presentaba a sus ojos en todas partes esos
mudos consejeros de que se valen las damas: espejos en las habitaciones, espejos en las tiendas, espejos en las bolsas y hasta en el
cinturón de las señoras. ¿Qué hace nuestro Narciso? Se esconde en los lugares más ocultos, no atreviéndose a sufrir la prueba de ver
su imagen en el cristal. Pero un canalizo que llena el agua de una fuente, corre a sus pies en aquel retirado paraje: se ve en él, se
exalta y cree divisar una quimérica imagen. Hace cuanto puede para evitar su vista; pero era tan bello aquel arroyo, que le daba pena
dejarlo.
Comprenderéis a dónde voy a parar: a todos me dirijo: esa ilusión de que hablo, es un error que alimentamos complacidos. Nuestra
alma es el
enamorado de sí mismo: los espejos, que en todas partes encuentra, son las ajenas necedades que retratan las propias; y en cuanto
al canal, cualquiera lo adivinará: es el Libro de las Máximas del duque de la Rochefoucauld.
Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que le ayudara.
Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la
liebre en su presencia.
Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los
tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar
sus huevos.
Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de estiércol, voló y la dejó
caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta.
Por eso desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.
Moraleja: Nunca desprecies a los demás, por muy insignificantes que te parezcan.
6- la zorra y el leñador
Una zorra estaba siendo perseguida por unos cazadores cuando llegó al sitio de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre
le aconsejó que ingresara a su cabaña. Casi de inmediato llegaron los cazadores, y le preguntaron al leñador si había visto a la zorra.
El leñador, con la voz les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señalaba la cabaña donde se había escondido.
Los cazadores no comprendieron las señas de la mano y se confiaron
únicamente en lo dicho con la palabra.
La zorra al verlos marcharse, salió silenciosa, sin decirle nada al leñador.
Le reprochó el leñador por qué a pesar de haberla salvado, no le daba las gracias, a lo que la zorra respondió:
-Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.
Moraleja: No niegues con tus actos, lo que pregonas con tus palabras.
Queriendo mantener su vida solitaria, pero un poco diferente a la ya acostumbrada, salió un cangrejo del mar y se fue a vivir a la
playa.
Lo vio una zorra hambrienta, y como no encontraba nada mejor para comer, corrió hacia él y lo capturó.
Entonces el cangrejo, ya listo para ser devorado exclamó:
- ¡Merezco todo esto, porque siendo yo animal del mar, he querido comportarme como si fuera de la tierra!
Moraleja: Si intentas entrar a terrenos desconocidos, toma primero las precauciones debidas, no vayas a ser derrotado por lo que no
conoces.
Queriendo mantener su vida solitaria, pero un poco diferente a la ya acostumbrada, salió un cangrejo del mar y se fue a vivir a la
playa.
Lo vio una zorra hambrienta, y como no encontraba nada mejor para comer, corrió hacia él y lo capturó.
Entonces el cangrejo, ya listo para ser devorado exclamó:
- ¡Merezco todo esto, porque siendo yo animal del mar, he querido comportarme como si fuera de la tierra!
Moraleja: Si intentas entrar a terrenos desconocidos, toma primero las precauciones debidas, no vayas a ser derrotado por lo que no
conoces.
Cierta vez un lobo, después de capturar a un carnero en un rebaño, lo arrastraba a su guarida. Pero un león que lo observaba, salió a
su paso y se lo arrebató. Molesto el lobo, y guardando prudente distancia le reclamó:
- ¡Injustamente me arrebatas lo que es mío!
El león, riéndose, le dijo:
- Ajá; me vas a decir seguro que tú lo recibiste buenamente de un amigo.
Moraleja: Lo que ha sido mal habido, de alguna forma llegará a ser perdido.
Un perro mordió a un hombre, y éste corría por todo lado buscando quien le curara. Un vecino le dijo que mojara un pedazo de pan
con la sangre de su herida y se lo arrojase al perro que lo mordió.
Pero el hombre herido respondió:
-¡Si así premiara al perro, todos los perros del pueblo vendrían a morderme!