Cartas de San Bruno
Cartas de San Bruno
Cartas de San Bruno
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Introducción
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Todos los textos están tomados
de la página web oficial de la Orden de la Cartuja
http://www.chartreux.org/es/textos/bruno.php
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Breve historia de San Bruno
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En Colonia (Alemania) vivió sus primeros años, pero no conser-
vamos ningún documento de este período. Cuando era niño, Co-
lonia vivía todavía de ese resurgimiento religioso que había im-
pulsado su arzobispo Bruno I.
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Es de destacar también que, en la época de su docencia en Reims,
Bruno sobresalía a los ojos de sus discípulos en el conocimiento
de los textos sagrados, sobre todo del Salterio, y suponemos que,
tanto en Chartreuse como en Calabria, se gozó de tener compañe-
ros "sabios", orientando a sus ermitaños hacia el estudio de la Bi-
blia.
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Durante todo este tiempo, los clérigos disidentes han debido exi-
liarse fuera de Reims, poniendo en peligro sus nombramientos y
propiedades, y situándose en una postura muy delicada en rela-
ción a la jerarquía eclesial. El conde Ebal los acogerá durante ese
periodo en sus tierras.
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3 “Títulos fúnebres” o “Rollo de difuntos”: textos elogiosos que se recogían, tras la muer-
te de algún personaje eclesiástico importante, en aquellos lugares a los que se acudía
para pedir sufragios por el difunto.
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No se sabe que visite abadía o algún monasterio cluniacense, ni
hay referencia alguna que indique especial conexión.
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Fuera como fuese, la nueva partida de Bruno, su salida de Sèche-
Fontaine, nos da una luz especial sobre su vocación. Como monje,
no se siente llamado a la vida cenobítica. Quiere la soledad, el "a
solas con el Solo", a solas con Dios. Este es el auténtico llama-
miento del Espíritu Santo en su alma y en su vida.
El desierto de Chartreuse
Siete son los que forman el pequeño grupo que se presenta ante el
Obispo. Desconocemos dónde y cuándo se adhirieron a Bruno sus
compañeros; ningún documento nos lo revela, pero los siete esta-
ban decididos a llevar juntos vida eremítica y desde hacía algún
tiempo buscaban un lugar a propósito para realizar su proyecto.
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Bruno los conduce hasta el Obispo que, inspirado por un sueño,
los guiará hasta el desierto del macizo montañoso de Chartreuse.
Es Guigo, el quinto prior de la Cartuja, autor de la "Vida de San
Hugo", quien nos refiere y autentifica la realidad del sueño, y su
probada austeridad nos lo confirma.
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En estas circunstancias es difícil imaginar que Bruno y sus com-
pañeros hubieran tenido ni la más remota idea de fundar una Or-
den. No, sólo formaron un grupo reducido de solitarios, con unas
exigencias concretas y en unas condiciones únicas que podían es-
perar continuaran mucho tiempo después. Tenían una conciencia
demasiado viva de la originalidad de su estilo de vida, y, sobre to-
do, tal amor al silencio, a la humildad, al olvido y a la abnegación
que no soñaban en extenderlo a otras partes y a otras personas. La
idea de multiplicar su experiencia en el espacio y, sobre todo, en el
tiempo, les era totalmente extraña. Convenía que la primera gene-
ración de cartujos, y el mismo Bruno, vivieran y murieran sin otra
intención que la de vivir como perfectos ermitaños contemplati-
vos, a fin de que su ideal llevara la impronta de una pureza abso-
luta. Más tarde, el Señor dispondría las cosas de modo distinto al
que habían pensado, pero esto sería obra de Dios…
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Bruno podía creer por fin que había alcanzado el puerto por el que
suspiraba su alma. Durante seis años siguió esta vida que conside-
raba como la más pura, la más santa, la más consagrada a Dios y
también la más eficaz en un mundo en el que la misma Iglesia ins-
titucional, demasiado comprometida en intereses políticos y tem-
porales, se corrompía. En la Cartuja creía haber encontrado defi-
nitivamente ese estar a solas con Dios, que consideraba como el
preludio del cara a cara eterno.
Pero he aquí que sus compañeros dispersos vuelven sobre sus pa-
sos y, reflexionando mejor sobre los consejos de Bruno, empiezan
a dudar de la sensatez de su decisión. Bruno y sus hijos vuelven a
examinar su situación. Él, desde Roma, les seguirá siendo fiel y les
ayudará con sus consejos y su amistad.
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No cabe duda ninguna, Bruno no tiene otro deseo, una vez conse-
guido el permiso del Papa, que encontrar una soledad análoga a la
de Chartreuse para vivir allí con Dios. Espera que la providencia
le conducirá de nuevo hacia el desierto donde está su verdadera
vocación. Desde su punto de vista, el problema es sencillo. Cuan-
do "el Único necesario" se ha apoderado de un alma, todo se sim-
plifica.
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Llega el año 1101 y los días del Santo se acaban. En la semana que
precedió a su muerte, Bruno quiso hacer su profesión de fe, según
costumbre muy extendida en aquella época.
Más que una profesión de fe, sus palabras son una profesión de
amor. Bruno quiso morir en la Luz que había iluminado toda su
vida.
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El seis de octubre, domingo, su alma santa se separó de su cuerpo;
era el seis de octubre del año del Señor 1101. Tenía algo más de se-
tenta años, y hacía diecisiete que había fundado el eremitorio de
Chartreuse.
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Pero también descubrían en él al padre, apelativo que con las
nuevas generaciones de cartujos fue ganando en significación.
Consecuentes con este uso monástico y reclamándolo la bondad
innata de san Bruno, las primeras comunidades de Chartreuse y
de Calabria lo llamaron Padre.
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Principales hechos de la vida de San Bruno
con sus fechas aproximadas.
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Sobre San Bruno
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Alma de San Bruno
Soledad
Ante todo San Bruno ansía para su búsqueda del Señor un desier-
to lejos de los hombres. En la Cartuja, Dios le había deparado una
soledad inaccesible. Escribirá a Raúl Le Verd: “Cuánta utilidad y
gozo divino traen la soledad y el silencio del yermo a quien los
ama, sólo lo conoce quien lo haya experimentado…”.
Unas líneas más abajo, en la misma carta, Bruno repite las mis-
mas ideas, casi las mismas palabras. Se trata de algo que lleva
grabado en el corazón. El desierto engendra en quien a él se en-
trega, gozo y utilidad, pero de una calidad muy especial, por ser
divinos. A sus ojos, el único verdadero gozo, la única utilidad dig-
na de tal nombre es encontrar a Dios y dejarse transformar por Él.
En términos apenas velados acaba de entregarnos su secreto; lo
que añada luego, no hará más que precisar el modo cómo el de-
sierto realiza su obra, transfigurando al hombre en imagen de
Dios.
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Bruno fue sin duda ninguna, entre los solitarios de su siglo, uno
de los que más se distinguió por su fidelidad a toda prueba al ideal
de soledad.
Fidelidad
Desprendimiento - Simplicidad
Para caracterizar la vida que lleva con los suyos, usa de una ima-
gen que simboliza y evoca lo esencial de su fisonomía: es la ima-
gen del resguardado puerto, tranquilo y seguro. La imagen expre-
sa en la mente de Bruno el retiro de la soledad, la paz de la vida
contemplativa que aquí se lleva, y también la liberación del mun-
danal ruido y sus inquietudes.
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Si todas las cualidades naturales de San Bruno, perfeccionadas
por la gracia, se resumen en la "fuit æqualis vitæ" (de ánimo
siempre igual), todos los rasgos de su pensamiento monástico
vienen a converger en el "puerto tranquilo y seguro" que le ofrece
la soledad para buscar dentro de la simplicidad a Dios.
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La persona de San Bruno respira serenidad y equilibrio humano.
La austeridad, según él, ha de ir guiada por la razón. El Santo
tiende a una vida llena de discreción, de cordura y prudencia; en
una palabra, razonable. Y para él es éste un principio necesario en
una vida austera, para perseverar en la observancia y para que el
hombre no pierda la aptitud para esta observancia estricta. El al-
ma debe dilatarse hacia Dios y no vivir en tensión por un esfuerzo
demasiado rígido. La posición de San Bruno es bien clara.
Tacto - Bondad
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Obediencia - Pobreza
Quiere que todas las cosas vayan ordenadas con regla y medida, y
para conseguirlo concede a la obediencia el derecho de inspeccio-
narlo todo. Textos, directrices suyas, sucesos de su vida, todo con-
verge hacia un fin de ponderación y buen sentido. Más tarde, se
verá a Dom Guigo tomar las mismas posiciones exactamente que
San Bruno y sobre las mismas bases. Someterá cuidadosamente a
la obediencia la vida toda del solitario.
Hay que añadir que San Bruno no ha establecido una doctrina so-
bre la pobreza tal como él la entendía; no se ocupó de la pobreza
en cuanto tal. Ésta se vio implicada necesariamente en su elección
de una soledad consagrada exclusivamente a Dios, en un lugar
alejado de toda vivienda humana. Para una vida contemplativa de
este tipo, se necesita tener un alma libre realmente de cualquier
apego. Todos los sucesos de la vida de San Bruno muestran cómo
se iba despojando cada vez más de los bienes materiales para al-
canzar una liberación mayor, para vivir en la soledad una vida es-
piritual más pura. Sabemos ya que él quería practicar la obedien-
cia por amor a la libertad. Del mismo modo su pobreza es una li-
beración para darse al Señor. Es éste un carácter común de la po-
breza para todo monje, pero en Bruno tal carácter está marcado
con un relieve especial a causa de la vida puramente contemplati-
va que él se propone.
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Alegría
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Podemos concluir diciendo que de su persona emanaba un sello
característico. Inspiraba confianza. Tanta bondad, tanto equili-
brio, tan gran deseo de buscar a Dios con amor absoluto y total,
fascinó hace novecientos años a sus seis compañeros y sigue fas-
cinando a las puertas del 2000 a muchas almas.
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Cartas
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A Raúl le Verd
Preboste del capítulo de Reims
Mas, ¿por qué detenerme en estas cosas? Otros son los placeres
del sabio, infinitamente más agradables y útiles, porque divinos.
Sin embargo, cuando el rigor de la disciplina regular y los ejerci-
cios espirituales fatigan al frágil espíritu, éste suele encontrar so-
laz y descanso en tales deleites. En efecto, el arco siempre tenso,
pierde su fuerza y ya no sirve más.
Y tú, hermano mío queridísimo, ¡ojalá la ames sobre todas las co-
sas, para que prendido en sus abrazos ardas de amor divino! Si
naciera en tu alma el cariño por ella, pronto te hastiaría esa seduc-
tora y mentirosa halagadora que es la gloria del mundo, rechaza-
rías sin esfuerzo las riquezas cargadas de abrumadoras preocupa-
ciones para el espíritu, y te repugnarían los placeres, tan nocivos
al cuerpo como al alma.
¿Qué hacer entonces, carísimo? ¿Qué hacer sino creer los consejos
divinos, creer a la Verdad que no puede engañar? Ella da esta ad-
vertencia a todos: “Venid a mí todos los que andáis cargados y
agobiados y yo os aliviaré”. ¿Y no es una carga terrible e inútil es-
tar atormentado por sus deseos, verse sin cesar maltrecho por las
preocupaciones y angustias, por el temor y dolor que engendran
tales deseos? ¿Hay carga más abrumadora que aquella cuyo peso,
con la mayor injusticia, precipita al alma de la cima de su sublime
dignidad hasta lo hondo de la sima? Huye, hermano mío, huye
pues de estas turbaciones e inquietudes y pasa de la tempestad de
este mundo al reposo y a la seguridad del puerto.
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Conocido es de tu prudencia lo que la misma Sabiduría nos dice:
“Quien no renuncia a cuanto posee, no puede ser discípulo mío”.
Cuán hermoso, útil y agradable es frecuentar su escuela, bajo la
dirección del Espíritu Santo, para aprender la divina filosofía,
única a hacernos verdaderamente felices, ¿quién no lo ve?
Sí: ¿hay algo más justo y más útil, o mejor dicho, hay algo tan
hondamente arraigado y tan plenamente adaptado a la naturaleza
humana como amar el bien? ¿Y hay otro ser, fuera de Dios, cuya
bondad pueda compararse a la suya? ¿Qué digo: hay otro bien
fuera de Dios sólo?
Por eso, ante ese bien cuyo incomparable fulgor, esplendor y her-
mosura se presienten, el alma santa se abrasa en el fuego del
amor: “Con todo mi ser —exclama— tengo sed del Dios fuerte, del
Dios vivo; ¿cuándo iré, pues, a ver el rostro de Dios?”
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¡Ojala, hermano, no desdeñes esta amigable reconvención! ¡Ojala
no hagas oídos sordos a las palabras del Espíritu Santo! ¡Ojala,
amadísimo, satisfagas mi deseo y mi larga espera! Cese en mi al-
ma el tormento de las inquietudes, preocupaciones y temores que
siente por ti. Pues si te ocurriera -Dios te libre- dejar esta vida an-
tes de cumplir tu voto, me dejarías sumido en una continua triste-
za, sin el consuelo de esperanza alguna, desgarrado.
Adiós.
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A sus hijos de Chartreuse
FRAY BRUNO,
SALUDA EN EL SEÑOR,
A SUS HIJOS ARDIENTEMENTE AMADOS EN CRISTO.
Muchos son los que quisieran arribar a él; muchos, incluso, se es-
fuerzan por alcanzarlo, sin lograrlo; muchos, en fin, después de
haberlo conseguido, no son admitidos, porque a ninguno se lo
había concedido el cielo.
Adiós.
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Comentario de las cartas
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E stas dos cartas son las únicas que conservamos y datan de los
últimos años de Bruno cuando disfrutaba de la soledad en Ca-
labria. La carta a Raúl le Verd está fechada entre 1096 y 1101 —
siempre con cierta aproximación— y la carta a Chartreuse entre
1099 y 1100.
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Por una suerte felicísima, nos ha llegado hasta nosotros otra carta
de San Bruno, dirigida a la comunidad de Chartreuse. Carta pre-
ciosa en sí misma y muy acorde con la escrita a Raúl Le Verd.
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Profesión de fe de San Bruno
a la hora de su muerte4
Texto de la profesión5
4 Maestro Bruno, al fin de sus días, deseó dejar a los suyos el testimonio de haber corri-
do en la noble competición hasta el fin, de haber llegado a la meta conservado la fe (cf.
2Tm 4, 7). En el presente texto, sus compañeros del eremitorio de Santa María de la To-
rre (Calabria-Italia) nos dejaron la solemne profesión de fe que él hizo antes de su muer-
te, acaecida el día 6 de octubre de 1101.
5 En esta magnífica proclamación de Fe de San Bruno, gustaríamos de destacar dos co-
sas. Primeramente, la sana doctrina que Maestro Bruno enseñó durante sus largos años
de docencia en las Escuelas Catedralicias de Reims; así como la interiorización de esa
misma doctrina que, en al momento en que Bruno dejaba este mundo batía en su cora-
zón como la Luz que lo había iluminado toda su vida y por la cual lucho con toda fideli-
dad. En cuanto a la profesión trinitaria del cuarto apartado, Bruno repite el comienzo de
la esplendida profesión de Fe del XI Concilio de Toledo, sólo que hablando en primera
persona.
6 En el texto original se lee: “infames judíos”. Expresiones como estas, en autores anti-
guos, deben ser leídas en el contexto de la antiquísima oración universal del Viernes
Santo. Mas aún, se debe tener en cuenta len ellas la forma de hablar de la época. Es por
eso por lo que hemos optado aquí por una lectura más acorde a como lo hace la Iglesia
actual en la redacción a la antigua oración universal referida.
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Bajó a los infiernos para librar a los suyos allí cautivos.
Bajó para nuestra redención, y resucitó y ascendió a los cielos, y
volverá de allí a juzgar a vivos y a muertos.
Creo en los sacramentos en que la Iglesia cree y venera, y expre-
samente que 1o consagrado en el altar es verdadero Cuerpo, ver-
dadera Carne y verdadera Sangre del Señor nuestro Jesucristo, a
quien también nosotros recibimos para la remisión de nuestros
pecados y en la esperanza de la eterna salvación.
Creo en la resurrección de la carne, en la vida eterna. Amén.
Confieso y creo en la santa e inefable Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, un solo Dios natural, de una sola sustancia, de una
sola naturaleza, de una sola majestad y de un sólo poder.
Y profesamos que el Padre no ha sido engendrado ni creado, si-
no que es ingénito. El mismo Padre de nadie tiene su origen. De él
recibió el Hijo su nacimiento, y el Espíritu Santo su procedencia.
Es, pues, fuente y origen de toda Divinidad.
Y el mismo Padre, inefable por esencia, engendró inefablemente
de su sustancia al Hijo, pero no engendró otro ser que lo que El
es, Dios a Dios, la Luz a la Luz.
De él, por lo tanto, es toda paternidad en el cielo y en la tierra.
Amén.
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Oración atribuida a San Bruno
Amén.
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Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II
con ocasión del IX centenario de la muerte de San Bruno
Encomendando
a todos los miembros de la familia cartuja
a la intercesión de la Virgen María,
Mater singularis Cartusiensium,
Estrella de la evangelización del tercer milenio,
os imparto una afectuosa bendición apostólica,
que extiendo a todos los bienhechores de la Orden.
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Índice
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Introducción ...................................................................... 03
Breve historia de San Bruno ............................................. 05
Cronología de su vida ........................................................ 24
Sobre San Bruno ............................................................... 27
Cartas
A Raúl Le Verd ......................................................... 43
A sus hijos de Chartreuse ......................................... 49
Comentario de las cartas ................................................... 55
Profesión de fé de San Bruno ............................................. 61
Oración atribuida a San Bruno ......................................... 63
Mensaje de Juan Pabllo II
a la Orden de la Cartuja ........................................... 65
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