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Las Fresas

Este cuento describe la vida del sombrerero Gobichon y su familia. Gobichon había soñado durante 30 años con poseer una casa de campo en Arcueil, a pesar de las duras privaciones que tuvo que enfrentar para ahorrar el dinero. Cada domingo, Gobichon y su esposa visitan su pequeña casa en el campo, donde él trabaja arduamente pero en vano cultivando la tierra estéril. A pesar de los esfuerzos de Gobichon y el paisaje desolador que los rodea, ellos disfrut
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Las Fresas

Este cuento describe la vida del sombrerero Gobichon y su familia. Gobichon había soñado durante 30 años con poseer una casa de campo en Arcueil, a pesar de las duras privaciones que tuvo que enfrentar para ahorrar el dinero. Cada domingo, Gobichon y su esposa visitan su pequeña casa en el campo, donde él trabaja arduamente pero en vano cultivando la tierra estéril. A pesar de los esfuerzos de Gobichon y el paisaje desolador que los rodea, ellos disfrut
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Las fresas

Émile Zola

Una mañana de junio, al abrir la ventana, recibí en el rostro un soplo de aire fresco.
Durante la noche había habido una fuerte tormenta. El cielo parecía como nuevo,
de un azul tierno, lavado por el chaparrón hasta en sus más pequeños rincones. Los
tejados, los árboles cuyas altas ramas percibía por entre las chimeneas, estaban
aún empapados de lluvia, y aquel trozo de horizonte sonreía bajo un sol pálido. De
los jardines cercanos subía un agradable olor a tierra mojada.

-Vamos, Ninette, -grité alegremente- ponte el sombrero… Nos vamos al campo.

Aplaudió. Terminó su arreglo personal en diez minutos, lo que es muy meritorio


tratándose de una coqueta de veinte años. A las nueve, nos encontrábamos en los
bosques de Verrières.

II

¡Qué discretos bosques, y cuántos enamorados no han paseado por ellos sus
amores! Durante la semana, los sotos están desiertos, se puede caminar uno junto
al otro, con los brazos en la cintura y los labios buscándose, sin más peligro que el
de ser vistos por las muscarias de las breñas. Las avenidas se prolongan, altas y
anchas, a través de las grandes arboledas, el suelo está cubierto de una alfombra
de hierba fina sobre la que el sol, agujereando los ramajes, arroja tejos de oro. Hay
caminos hundidos, senderos estrechos muy sombríos, en los que es obligatorio
apretarse uno contra el otro. Hay también espesuras impenetrables donde pueden
perderse si los besos cantan demasiado alto.

Ninon se soltaba de mi brazo, corría como un perro pequeño, feliz de sentir la hierba
rozándole los tobillos. Luego volvía y se colgaba de mi hombro, cansada, afectuosa.
El bosque se extendía, mar sin fin de olas de verdor. El silencio trémulo, la sombra
animada que caía de los grandes árboles se nos subía a la cabeza, nos embriagaba
con toda la savia ardiente de la primavera. En el misterio del soto uno vuelve a ser
niño.

-¡Oh! ¡fresas, fresas! -gritó Ninon saltando una cuneta como una cabra escapada, y
removiendo las brozas.

III

Fresas desgraciadamente, no; sólo freseras, toda una capa de freseras que se
extendía por debajo de los espinos. Ninon ya no pensaba en los animales a los que
les tenía auténtico pánico. Paseaba osadamente las manos por entre las hierbas,
levantando cada hoja, desesperada por no encontrar ni el menor fruto.

-Se nos han adelantado -dijo con una mueca de enojo-. ¡Oh! busquemos bien, aún
debe haber alguna.

Y nos pusimos a buscar concienzudamente. Con el cuerpo doblado, el cuello


tendido, los ojos fijos en el suelo, avanzábamos a pequeños pasos prudentes, sin
arriesgar una palabra por miedo a que las fresas se echaran a volar. Habíamos
olvidado el bosque, el silencio y la sombra, las amplias avenidas y los estrechos
senderos. Las fresas, sólo las fresas. A cada manchón que encontrábamos, nos
bajábamos, y nuestras manos agitadas se tocaban por debajo de las hierbas.
Recorrimos así más de una legua, curvados, errando a izquierda y derecha. Pero
no encontramos ni la más mínima fresa. Freseras magníficas sí, con hermosas
hojas de un verde oscuro. Yo veía los labios de Ninon repulgarse y sus ojos
humedecerse.

IV

Habíamos llegado frente a un ancho talud sobre el que el sol caía de lleno, con
pesados calores. Ninon se acercó al talud, decidida a no buscar más. De repente,
lanzó un grito intenso. Acudí asustado creyendo que se había herido. La encontré
agachada; la emoción la había sentado en el suelo, y me mostraba con el dedo una
fresa pequeña, del tamaño de un guisante y madura sólo por un lado.

-Cógela tú -me dijo con voz baja y acariciadora.


Me senté junto a ella en la parte baja del talud.

-No, tú la has encontrado, eres tú quien debe cogerla -respondí.

-No, dame ese gusto, cógela.

Me negué tanto y tan bien que Ninon se decidió por fin a cortar el tallo con su uña.
Pero fue otra historia cuando se trató de saber quién de los dos se comería aquella
pobre pequeña fresa que nos había costado una hora larga de búsqueda. A toda
costa Ninon quería metérmela en la boca. Resistí firmemente, luego tuve que
condescender y se decidió que la fresa sería partida en dos.

Ella la puso entre sus labios diciéndome con una sonrisa:

-Vamos, coge tu parte.

Cogí mi parte. No sé si la fresa fue compartida fraternalmente. Ni siquiera sé si


saboreé la fresa, tan buena me supo la miel del beso de Ninon.

El talud estaba cubierto de freseras, de freseras como es debido. La recolección fue


abundante y feliz. Habíamos puesto en el suelo un pañuelo blanco, jurándonos
solemnemente que depositaríamos allí nuestro botín, sin comernos ninguna. En
varias ocasiones, no obstante, me pareció ver que Ninon se llevaba la mano a la
boca.

Cuando terminamos la recolección, decidimos que era el momento de buscar un


rincón a la sombra para desayunar a gusto. El pañuelo fue religiosamente colocado
a nuestro lado.

¡Dios bendito! ¡Qué bien se estaba allí sobre el musgo, en la voluptuosidad de aquel
frescor verde! Ninon me miraba con ojos húmedos. El sol había puesto suaves
rojeces en su cuello. Cuando vio toda mi ternura en mi mirada, se acercó a mí
tendiéndome las dos manos, en un gesto de adorable abandono.

El sol, luciendo sobre los altos ramajes, lanzaba tejos de oro a nuestros pies, en la
hierba fina. Incluso las muscarias se callaban y no miraban. Cuando buscamos las
fresas para comérnoslas, comprobamos con estupor que estábamos tendidos de
lleno sobre el pañuelo.

FIN

Noveaux contes à Ninon, 1874

1.- ¿Quiénes son los personajes principales?

2.- Cuándo ocurrió el cuento? (el ambiente)

3.- ¿Dónde ocurrió el cuento? (el ambiente)

4.- ¿Cuál es la idea principal del cuento?

5.- ¿Cuáles son los eventos más importantes del cuento?

6.- ¿Cómo crees que se sentía Ninon con él personaje que la acompañaba?

7.-¿Qué transmite el cuento?


Una casita en el campo

Émile Zola

La tienda del sombrerero Gobichon está pintada de color amarillo claro; es una
especie de pasillo oscuro, guarnecido a derecha e izquierda por estanterías que
exhalan un vago olor a moho; al fondo, en una oscuridad y un silencio solemnes, se
encuentra el mostrador. La luz del día y el ruido de la vida se niegan a entrar en
aquel sepulcro.

La villa del sombrerero Gobichon, situada en Arcueil, es una casa de una sola
planta, plana, construida en yeso; delante de la vivienda hay un estrecho huerto
cercado por una pared baja. En medio se encuentra un estanque que no ha
contenido agua jamás; por aquí y por allá se yerguen algunos árboles tísicos que
no han tenido nunca hojas. La casa es de un blanco crudo, el huerto es de gris
sucio. El Bièvre corre a cincuenta pasos arrastrando hedores; en el horizonte se ven
buhedos, escombros, campos devastados, canteras abiertas y abandonadas, todo
un paisaje de desolación y miseria.

Desde hace tres años, Gobichon tiene la inefable felicidad de cambiar cada domingo
la oscuridad de su tienda por el sol ardiente de su casita rural, el aire del desagüe
de su calle por el aire nauseabundo del Bièvre.

Durante treinta años había acariciado el insensato sueño de vivir en el campo, de


poseer tierras en las que construir el castillo de sus sueños. Lo sacrificó todo para
hacer realidad su capricho de gran señor; se impuso las más duras privaciones; lo
vieron a lo largo de treinta años, privarse de un polvo de tabaco o una taza de café,
acumulando una perra gorda tras otra. Hoy ya ha colmado su pasión. Vive un día
de cada siete en intimidad con el polvo y los guijarros. Podrá morir contento.

Cada sábado, la salida es solemne. Cuando el tiempo es bueno, se hace el trayecto


a pie, así se goza de las bellezas de la naturaleza. La tienda queda al cuidado de
un viejo dependiente encargado de decir al cliente que se presente: «El señor y la
señora están en su villa de Arcueil».

El señor y la señora, equipados como para ir a la guerra, cargados de cestos, van


a buscar al internado al joven Gobichon, un chaval de unos doce años, que ve con
terror cómo sus padres se dirigen hacia el Bièvre. Y durante el trayecto, el padre,
grave y feliz, trata de inspirarle a su hijo el amor por el campo disertando acerca de
las coles y los nabos.

Llegan y se acuestan. Al día siguiente, desde el alba, Gobichon se pone su ropa de


campesino; está firmemente decidido a cultivar sus tierras; cava, azadonea, planta,
siembra durante todo el día. No crece nada; el suelo, formado de arena y cascotes,
se niega a producir cualquier tipo de vegetación. No por ello deja el rudo trabajador
de secarse con satisfacción el sudor que inunda su rostro. Mirando los hoyos que
acaba de abrir, se detiene orgulloso y llama a su mujer:

-¡Señora Gobichon, venga a ver esto! -grita-. ¡Mire qué hoyos! ¡Éstos si son
profundos!

La buena mujer se queda extasiada mirando la profundidad de los hoyos. El año


pasado, por un extraño e inexplicable fenómeno, una lechuga, una lechuga romana
alta como la mano, roída y de un amarillo sucio, tuvo el singular capricho de crecer
en un rincón del huerto. Gobichon invitó a treinta personas a cenar para celebrar
aquella lechuga.

Pasa la jornada entera al sol, cegado por la luz intensa, asfixiado por el polvo. A su
lado se encuentra su esposa que lleva la abnegación hasta el sofoco. El joven
Gobichon busca desesperadamente los delgados hilillos de sombra que forman los
muros.

Por la tarde, toda la familia se sienta junto al estanque vacío y goza en paz de los
encantos de la naturaleza. Las fábricas de los alrededores lanzan una negra
humareda; las locomotoras pasan silbando, llevando toda una masa endomingada
y ruidosa; los horizontes se extienden, devastados, más tristes aún por el eco de
esas carcajadas que regresan a París para una larga semana. Y, mezclados con la
fetidez del Bièvre, los olores de fritura y de polvo pasan por el aire pesado.

Gobichon, enternecido, contempla religiosamente cómo surge la luna entre dos


chimeneas.

FIN

L’innodation et autres nouvelles

1.- ¿Quiénes son los personajes principales?

2.- Cuándo ocurrió el cuento? (el ambiente)

3.- ¿Dónde ocurrió el cuento? (el ambiente)

4.- ¿Cuál es la idea principal del cuento?

5.- ¿Cuáles son los eventos más importantes del cuento?

6.- ¿Cuál es el problema del cuento?

7.- ¿Qué transmite el cuento?

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