El Analisis Filosófico de Los Sentimientos

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 12

EL ANALISIS FILOSÓFICO DE LOS SENTIMIENTOS: PROBLEMAS, CARENCIAS Y

DISCRIMINACIONES.

Curiosamente, la filosofía, durante los siglos, no ha dedicado mucha atención a los


sentimientos y, menos aún, al núcleo que parece ser la clave en la que radican, el corazón,
aunque este sea una realidad omnipresente en nuestra vida cotidiana. Las razones son
múltiples. El término sentimiento significa demasiadas cosas y, a veces, la filosofía lo ha
identificado con su significado más bajo desde el punto de vista ontológico: las
sensaciones corporales o los sentimientos pasajeros e irrelevantes como enfados o
melancolías.

Von Hildebrand ha señalado, por ejemplo, que se tiende a estudiar los sentimientos como
realidades en sí mismas, separándolos. Si yo sufro un dolor o tristeza grande por la
pérdida de un amigo y, en vez, de reflexionar sobre este fenómeno de manera global, me
centro en la pena en cuanto tal, en el mero sentimiento de tristeza considerado
aisladamente. Mi sentimiento, que era una reacción de todo mi ser frente a la pérdida de
algo valioso y amado, termina convertido en una especie de morbo interior introvertido y
pasajero.

Los sentimientos de una persona pueden descontrolarse dando lugar a posturas


inauténticas y falsas. Hay personas que exageran sus sentimientos. Todo esto es cierto y
posible, pero no justifica nada frente a los sentimientos.

¿Qué podríamos decir de la inteligencia o de la libertad?

Todo el mundo sabe algo sobre las emociones, pero nadie sabe exactamente qué. Los
problemas que plantea una clasificación de los sentimientos son una buena muestra de la
dificultad que presenta una racionalización y sistematización de esta dimensión humana.
Emoción, pasión conmoción, sentimiento, afecto, sensación, pueden significar cosas muy
distintas según el contexto en el que sean utilizadas.
LA AFECTIVIDAD COMO DIMENSIÓN AUTÓNOMAS Y ORIGINARIA DE LA
PERSONA.

La escasa atención que la filosofía ha dedicado a la afectividad por las razones que
acabamos de analizar se han saldado fundamentalmente con un resultado: su confusión
con otras áreas de la actividad humana y su infravaloración. Esto es claro en el caso de la
tradición aristotélica que ha identificado de modo excesivamente unilateral los
sentimientos con las tendencias humanas.

Según Aristóteles, el entendimiento y la voluntad pertenecen a la parte racional del


hombre, mientras que la esfera afectiva, y con ella el corazón, pertenecen a la parte
irracional del hombre, esto es, al área de la experiencia que el hombre comparte
supuestamente con los animales.

Este modo de entender los sentimientos se modificó en manera importante con Descartes
por su insistencia en el aspecto subjetivo de la afectividad. Y aquí topamos ya con un
punto central para la comprensión de los sentimientos.

La afectividad no podía considerarse un mero producto derivado de las tendencias o de la


voluntad, no era ni querer ni desear, sino una dimensión originaria no reductible a otras:
la experiencia de sentir, de emocionarse, de vivir la afectividad. Autonomía, originalidad
del mundo sentimental y la consideración del sentimiento principalmente como vivencia.

El primero lo constituyen las sensaciones corporales: siento frío o calor, estoy relajado,
tenso o irritable. Son, en cierto sentido, sentimientos, pero de un nivel ontológico muy
bajo. En segundo lugar encontramos lo que se considera normalmente sentimientos y que
consiste fundamentalmente en reacciones psíquicas: ira o miedo, tristeza o alegría,
pesadumbre o decepción. Y, por último, está aquella parte de la afectividad que alcanza al
hombre en el centro de su alma, en el corazón, y que por eso tiene un decidido carácter
espiritual.
LA AFECTIVIDAD CORPORAL.

El mundo de la afectividad comienza muy cerca de las estructuras más esenciales y


primarias de la persona: el cuerpo y los sentidos. Y aquí aparece ya la polisemia de los
sentimientos. Sentir frío o calor es, en cierto modo, un sentimiento: y también lo es
sentirse bien físicamente, despierto, activo, excitado. Las vivencias que calificamos más
habitualmente como sentimientos: el miedo, la tristeza o la alegría.

UNA CUESTIÓN TERMINOLÓGICA.

Ante todo, debemos resolver una cuestión terminológica: ¿Cuál es la palabra que las
describe adecuadamente: sensaciones o sentimientos?

Sentir pues es el que se emplea unívocamente para todo el mundo de la afectividad desde
sentir un pinchazo hasta sentir una profunda alegría. Si, en cambio, nos referimos al hecho
que, por tanto, requiere un sustantivo, entonces la cosa cambia ya que disponemos de
dos palabras distintas: sensación y sentimiento. Se debe usar la palabra sentimiento. Pero,
si nos referimos a las realidades corporales, la situación se hace más confusa. Si me siento
bien físicamente, ¿se trata de una sensación o de un sentimiento? Utilizar la palabra
sentimiento no parece que tenga mucho sentido. Utilizar las expresiones sentimientos
sensibles y sentimientos corporales para referirnos a las realidades que queremos
englobar dentro de él.

LOS SENTIMIENTOS SENSIBLES.

A nivel corporal, existen fundamentalmente, dos tipos de sentimientos (o sensaciones). El


primero está ligado a las sensaciones que captamos con los órganos de los sentidos y con
otros receptores corporales y lo integran experiencias como el dolor y el placer, el calor o
el frío, la cinestesia, es decir, la sensación de movimiento, etc. Se caracterizan ante todo
por estar localizados corporalmente y extendidos y afectan a la persona a través de esa
mediación. Los sentimientos sensibles son, además actuales, es decir, se dan solo en
presente y en relación con el estímulo que los provoca.
No es lo mismo sufrir dolor que recordar el dolor; no es lo mismo sentir placer que
recordar el placer. Para sentir sensiblemente, el objeto físico que lo provoca ha de estar
presente y por eso el sentimiento solo puede ser actual. También por eso no se conectan
significativamente, o solo de modo muy débil, con otras realidades personales. El
arrepentimiento, por ejemplo, me habla simultáneamente de un hecho del pasado, de mi
situación actual y me plantea posibilidades de acción para el futuro.

Por último, al sentimiento sensible le afecta poco la atención. La alegría o la tristeza


parece que se deforman si la persona se concentra en su existencia. A los sentimientos
sensibles (frio, dolor, placer).

LOS SENTIMIENTOS CORPORALES.

El segundo tipo de afectividad corporal lo comprenden aquellos sentimientos que se


caracterizan por afectar al cuerpo en su totalidad y por no estar localizados. Acabo de
levantarme y me siento obtuso y abotargado, sin posibilidad de concentración ni
capacidad de reacción. Como sabemos, no hay una separación real entre mi yo y mi
cuerpo. Si mi cuerpo se siente de una manera determinada también yo me siento
automáticamente así. No es lo mismo estar cómodo o incómodo que triste o desesperado.
A diferencia de los sentimientos sensibles, los corporales se caracterizan por su
unilariedad ya que no informan de situaciones puntuales, sino del estado global del
cuerpo. Precisamente por esto a veces dan también información sobre la situación de
nuestro entorno que puede fundirse con nuestra situación corporal: el vigor de los árboles
y la frescura y limpidez del agua que desliza por un arroyo se unen con mi sensación vital
transmitiéndose la impresión de bienestar corporal y depositividad. No pueden
identificarse con sensaciones de tipo animal. Los sentimientos corporales y los impulsos
en el hombre no son, ciertamente, experiencias espirituales, pero son sin lugar a dudas
experiencias personales.

La primera se da en algunos sujetos que pueden tener una dependencia excesiva de las
sensaciones como quien tiene pánico al dolor o necesita condiciones muy especiales para
poder trabajar con un mínimo de concentración porque cualquier pequeño movimiento o
ruido le altera.

Puede suceder, por ejemplo, que cosas tan elementales como los cambios de presión
atmosférica induzcan en nosotros una situación anímica especifica: depresión, mal humor,
o, por el contrario, exaltación.

LA AFECTIVIDAD PSÍQUICA.

Emociones, sentimientos, pasiones.

Ya hemos mencionado el problema terminológico que se plantea para la afectividad


corporal. Antes todo se traducía en la conveniencia o inconveniencia de usar el verbo
sentir, ahora el problema radica en que existen bastantes palabras que se usan en este
ámbito, emoción, sentimiento, afecto, conmoción, pasión, etc.

Emoción es un estado de ánimo producido por impresiones de los sentidos, ideas o


recuerdos que con frecuencia se traduce en gestos, actitudes u otras formas de expresión.
Una vivencia subjetiva que posee una cierta intensidad, carácter puntual y
manifestaciones fisiológicas patentes. El sentimiento se diferencia de la emoción en que
es más persistente, más profundo y más espiritual, y su manifestación externa es más
débil. Es un estado habitual del alma, del yo, más que una reacción ante algo que nos
sucede. La alegría por ejemplo es sobre todo un sentimiento, no una emoción. Estoy
alegre como situación estable, no como una respuesta emocional puntual. El sentimiento
se distingue también de la emoción en que su intencionalidad es más débil, lo cual no
quiere decir que no exista.

De hecho, a veces, podemos darnos cuenta de que estamos tristes pero no sabemos por
qué y debemos hacer un esfuerzo de introspección y de análisis retrospectivo para
identificar los motivos.

De todos modos, la distinción entre emoción y sentimiento no es tan nítida como podría
parecer. Es cierto que la alegría, por ejemplo, se da habitualmente como un estado del
alma, pero también hay noticias que nos suponen una gran alegría y, en ese sentido,
comparten las características de las emociones: intencionalidad, manifestaciones físicas
como dar saltos, llorar, etc. Todo esto hace que, aunque en principio se pueda distinguir
entre emoción y sentimiento. Por utlimo pasión es otra palabra habitual en el léxico de la
afectividad y algunas concepciones filosóficas, por pasión se entiende generalmente una
emoción o sentimiento particularmente potente o desordenado.

¿QUÉ SON LOS SENTIMIENTOS?

Corporalidad.

Los sentimientos tienen, en primer lugar, un componente fisiológico y organico. Si voy


caminando de noche por una calle desierta y noto que una moto, detrás de mi, comienza
a seguirme a poca velocidad, mi organismo reacciona de una manera muy determinada: el
corazón se acelera, la boca se seca, los musculos se tensan y se me hace un nudo en el
estomago. Estoy sintiendo una emoción (desagradable, en este caso) y una parte de mi,
mi organismo, reacciona fisiológicamente. Esta reacción puede tener el efecto positivo de
favorecer mi respuesta ante el hecho de que ha provocado mi emoción y podemos
considerarla, por tanto, una reacción adaptiva. Los psicólogos han intentado establecer si
cada sentimiento produce unas relaciones fisiológicas especificas. Hay algunas
indicaciones de que esto podría ser cierto puesto que algunos sentimientos generalmente
se asocian con determinadas reacciones corporales. Por ejemplo, uno puede ponerse
blanco tanto de miedo como de ira, lo que significa al fin de cuentas que no es posible
discriminar los sentimientos a través de las reacciones corporales. La manifestación o
expresión externa porque tienden a ser exteriorizados y expresados corporalmente. No se
trata solamente de que surjan al exterior a través de reacciones organicas incontroladas
como quien se pone rojo de vergüenza, sino que, por su propia, naturaleza, tienden a ser
expresados. Si estoy alegre, sonrío o me río a carcajadas y si, por el contrario, estoy
enfadado, me enfurruño y adopto una posición facial muy determinada. Taparse la cara
cuando se tiene miedo signfica, evidentemente, un intento de protección y la gestualidad
del enfadado es una transmutación corporal de la rabia y la energía que le posee. (Alegria,
enfado, sorpresa, etc.) se expresan del mismo modo de manera que personas de culturas
muy diferentes pueden determinar sin error la emoción que expresan los rostros de niños
o de adultos de otras culturas. Una persona puede simular corporalmente sentimientos
que no siente. Se necesita una especial sensibilidad, una empatía para llegar a conocer
con certeza, los sentimientos de la otra persona a través de su expresión, algo en lo que
parecen descollar las mujeres.

VIVENCIA INTERIOR.

Estados de la subjetividad y, es, probablemente, una buena definición, aunque sería


deseable una mayor precisión que, sin embargo, no es fácil de lograr dada la elusividad de
los sentimientos. Puedo estar alegre por una noticia que me han dado (emoción) o por
una situación global de mi vida (sentimiento) y, en cualquiera de los dos casos, ese hecho
producirá en mí unas determinadas manifestaciones corporales. Estar alegre significa que
me encuentro conforme con el mundo. Hay algo o alguien que me puede hacer daño de
alguna manera que no conozco o no controlo y mi vivencia de esa situación. Los
sentimientos y las emociones son, por tanto, y de modos distintos, la manera en la que mi
subjetividad se enfrenta a los acontecimientos de la vida y reacciona ante ellos. En la
emoción hablamos de una reacción puntual y más bien pasajera, en el sentimiento, por el
contrario, estamos ante una actitud asentada que constituye un estado de ánimo, y es,
por eso, más persistente y duradero hasta el punto de que puede llegar a influir de modo
determinante en mi personalidad.

¿Cómo discutir sobre mi dolor o sobre mi alegría? Es más, ¿Cómo sé, si expreso lo que
siento, que los demás lo han comprendido realmente o que yo lo he descrito de manera
adecuada? La intimidad y la relativa incomunicabilidad de los sentimientos crea, en
consecuencia, un mundo misterioso, enigmático, y ambiguo en el que nunca es posible
tocar fondo.
LA ESTRUCTURA DE LA EXPERIENCIA SENTIMENTAL.

¿Cómo tienen lugar los sentimientos? ¿Cómo se producen? ¿Cuál es la relación que se
establece entre corporalidad y vivencia?

La emoción surge con posterioridad a las modificaciones fisiológicas. “No lloramos porque
estamos tristes sino que estamos tristes porque lloramos”. La teoría de James Lange
pareció inadecuada a muchos psicólogos, entre ellos a Cannon y Bard, que propusieron
una teoría alternativa. En primer lugar argumentaban que las reacciones fisiológicas no
son lo suficientemente precisas para que pueda depender de ellas la determinación de la
emoción. Pero además, y sobre todo, estaba el hecho experimental de que la emoción no
es la mera conciencia de una reacción fisiológica sino mucho más; es una experiencia
interior. El estímulo producía, simultáneamente, dos tipos de impulsos nerviosos uno de
los cuales se dirigía a la corteza cerebral y producía una reacción mental y el otro, al
sistema nervioso simpático y producía una reacción orgánica. Ambas reacciones tenían el
mismo origen y eran simultáneas pero no estaban ligadas entre sí.

LA TEORIA DE LOS DOS FACTORES DE SCHANTER Y LA VISIÓN INTEGRAL.

La teoría de Cannon–Bard supuso un avance importante en la en la comprensión de la


estructura del proceso sentimental pero planteó una cuestión fundamental: ¿Cuál era el
papel de la cognición? Es decir, ¿Tenía sentido que las reacciones fisiológicas se
produjeran independientemente del conocimiento de la situación de miedo o eran más
bien la reacción lógica del organismo ante esa situación? Hoy en día, la posición general es
que la cognición, es decir, los recuerdos, interpretaciones y percepciones, constituyen una
parte esencial en la formación del sentimiento, lo cual no significa, evidentemente, que se
puede prescindir de la parte fisiológica porque ambas porque ambas se encuentran
integradas. Stanley Schachter fue uno de los primeros que formuló de modo más
conveniente esta postura indicando que toda emoción comprende dos factores: una
respuesta física más un rótulo cognitivo, es decir, una interpretación del fenómeno; y que
ambos interactúan entre sí.
En primer lugar, el estimulo causa la reacción sentimental de la persona pero solo en la
medida en que es detectado y conocido como tal. Siento miedo porque sé que alguien me
sigue y qué por lo tanto, me encuentro en una situación peligrosa y, al ser consciente de
que estoy en peligro, mi cuerpo reacciona fisiológicamente. En cualquier caso, lo que si es
importante retener es que el metasentimiento es distinto del sentimiento: el pavor
recordado no es el favor sentido.

LA ESTRUCTURACIÓN AFECTIVA DE LA REALIDAD.

Esta ultima representa y constituye la expresión definitiva de nuestro querer pero muchas
veces lo que hace es activar los deseos de nuestros sentimientos, de nuestra arquitectura
sentimental, de lo que nos gusta o nos desagrada. La efectividad, en efecto, determina en
buna medida lo que nos interesa o no nos interesa, lo que aceptamos o rechazamos, lo
que consideramos nuestro y lo que queda fuera del centro de nuestros intereses.

La ordenación afectiva de la realidad es, ante todo, un hecho, algo que todos realizamos
inevitablemente porque responde a una característica intrínseca de nuestro ser personal.
Nada más nacer, el niño comienza a clasificar la realidad de acuerdo con sus preferencias.

Que me caiga bien una persona y no otra no es algo que se pueda (ni se deba) reducir a la
lógica; es de orden afectivo y empático y cobra su valor y su sentido en esta dimensión.
Que la persona no deba ir en ocasiones en contra de sus sentimientos (si son incorrectos o
irrealizables, por ejemplo) pero si se opone a que la afectividad puede reducirse a razón o
simple tendencialidad.

LA IMPORTANCIA DEL GUSTO Y LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL.

La necesidad de educar los sentimientos nace, fundamentalmente, de la imposibilidad de


que la arquitectura sentimental tenga como criterio único y definitivo los gustos y
preferencias del sujeto.

Que alguien me dijera que tendría que gustarme ir de vacaciones a la playa en vez de a la
montaña o que tendría que gustarme el color azul en vez del rojo. Hay por ejemplo,
actitudes afectivas bastas o poco desarrolladas. Una persona puede tener un registro
afectivo exiguo y ser incapaz de valorar detalles de delicadeza o de educación. Aunque me
apetezca, no debe realizar esas acciones porque los sentimientos no son toda la persona.
Y esto significa que, en ocasiones, habrá que actuar en su contra por el bien general del
sujeto.

Mantener la línea estética implica grandes sacrificios para muchas mujeres pero lo hacen
con gusto porque desean sentirse bellas, y lo mismo les ocurre a los atletas con su
entrenamiento o a innumerables padres de familia con sus deberes familiares.

En definitiva, es una parte importante de nuestra vida y no se puede ir sistemáticamente


en su contra porque siendo una necesidad vital, su insatisfacción sistemática acaba
produciendo de manera inevitable fracturas internas importantes: tristeza, ansiedad,
depresión, etc. Hay que educar a las personas para que les guste lo que les conviene, lo
que es afectivamente elevado y rico. Esa tarea debe realizarse principalmente en la
infancia y en la adolescencia porque es cuando el sujeto forma y fragua su personalidad.
Fundamental es conseguir que la persona experimente las emociones adecuadas para que
se vincule afectivamente a ellas y las introduzca en su universo axiológico. Solo entonces
podrá construirse una arquitectura sentimental ética y psicológicamente correcta.

EL CORAZÓN Y LA AFECTIVIDAD ESPIRITUAL.

Las características de la afectividad espiritual.

Existe, por último, un tercer tipo de afectividad más elevado que la corporal y los
sentimientos al que se puede denominar afectividad espiritual. Por el contrario, la muerte
de un ser querido, de un amigo, de una hermana, de nuestra madre, si toca las fibras más
profundas de nuestro ser pero no a través de nuestra inteligencia o de nuestra libertad,
sino del otro núcleo espiritual que las personas poseen: el corazón.

Cuando la persona descubre un valor frente a él, puede responde positivamente a ese
ofrecimiento que el mundo le hace y entonces empeña positivamente su afectividad y su
corazón. Responde al valor no solo con la inteligencia y la libertad, sino con su corazón y
así como se une de una manera mucho más fuerte al objeto que provoca la emoción
porque se ama con el corazón. La contemplación de acciones ajenas. Vemos un acto de
humildad heroico o valiente y nos emocionamos. Por último están los sentimientos
poéticos y estéticos. Son, dice Von Hildebrand, una inmensa variedad de sentimientos que
juegan un papel importante en la poesía como la dulce melancolía, la suave tristeza o los
vagos anhelos. También existe el sentimiento de una expectación indefinida pero feliz,
toda clase de presentimientos y el sentimiento de vivir la vida en plenitud. Estos
sentimientos son habitantes legítimos del corazón del hombre. Son significativos y es
injusto considerarlos como algo poco serio o incluso despreciable o ridículo.

EL CORAZÓN COMO CENTRO ESPIRITUAL.

Resulta realmente curioso cómo una realidad tan presente en la vida personal y colectiva
ha despertado sin embargo, tan poca atención en el mundo filosófico. Y resulta aún más
curioso, si lo contraponemos al amor. Se ama con el corazón, pero mientras que el amor
ha sido muy estudiado (aunque no tanto como la inteligencia) no ha ocurrido lo mismo
con el corazón. Sin embargo, está claro que el corazón no es la voluntad ni tampoco se
puede identificar con el yo. La voluntad indica energía, tenacidad, ambición, poder, por lo
que se puede tener una voluntad férrea y una afectividad atrofiada o deforme. Y el yo,
que es nuestro núcleo central, tampoco es el corazón, algo que queda remarcado por las
referencias corporales que intuitivamente hacemos.

¿Qué es más precisamente el corazón? Podemos entenderlo en un primer sentido como la


raíz de toda la afectividad, como la fuente última de todo nuestro mundo sentimental.

En este segundo sentido, el corazón lo debemos entender como uno de los centros
espirituales de la persona (junto a la inteligencia y a la libertad), un centro que, en
ocasiones, se constituye como el elemento último y decisivo del yo. Esto sucede, por
ejemplo, en el amor. Nos enamoramos con el corazón, un proceso en el que la inteligencia
y la voluntad no son decisivos. No hay razones para explicar por qué nos enamoramos de
una persona en vez de otra y tampoco es posible enamorarse mediante un esfuerzo de
voluntad. Lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda, sino un
corazón enamorado. Con una voluntad ferrea se puede conseguir riquezas, poder,
prestigio, pero todo ello no da necesariamente la felicidad, esa es una prerrogativa del
corazón.

Esta preeminencia del corazón: significa que se situa por encima de la inteligencia y de la
libertad? Si y no. En el hombre como hemos dicho existen tres centros espirituales,
inteligencia, voluntad, libertad y corazón. Pero en otros casos, como el amor y la amistad,
lo decisivo es el corazón, Él tiene la última palabra. Quizá puede parecer una afirmación
arriesgada pero es algo que no debería sorprendernos puesto que el cristianismo lo ha
sostenido desde hace milenios.

También podría gustarte