El Analisis Filosófico de Los Sentimientos
El Analisis Filosófico de Los Sentimientos
El Analisis Filosófico de Los Sentimientos
DISCRIMINACIONES.
Von Hildebrand ha señalado, por ejemplo, que se tiende a estudiar los sentimientos como
realidades en sí mismas, separándolos. Si yo sufro un dolor o tristeza grande por la
pérdida de un amigo y, en vez, de reflexionar sobre este fenómeno de manera global, me
centro en la pena en cuanto tal, en el mero sentimiento de tristeza considerado
aisladamente. Mi sentimiento, que era una reacción de todo mi ser frente a la pérdida de
algo valioso y amado, termina convertido en una especie de morbo interior introvertido y
pasajero.
Todo el mundo sabe algo sobre las emociones, pero nadie sabe exactamente qué. Los
problemas que plantea una clasificación de los sentimientos son una buena muestra de la
dificultad que presenta una racionalización y sistematización de esta dimensión humana.
Emoción, pasión conmoción, sentimiento, afecto, sensación, pueden significar cosas muy
distintas según el contexto en el que sean utilizadas.
LA AFECTIVIDAD COMO DIMENSIÓN AUTÓNOMAS Y ORIGINARIA DE LA
PERSONA.
La escasa atención que la filosofía ha dedicado a la afectividad por las razones que
acabamos de analizar se han saldado fundamentalmente con un resultado: su confusión
con otras áreas de la actividad humana y su infravaloración. Esto es claro en el caso de la
tradición aristotélica que ha identificado de modo excesivamente unilateral los
sentimientos con las tendencias humanas.
Este modo de entender los sentimientos se modificó en manera importante con Descartes
por su insistencia en el aspecto subjetivo de la afectividad. Y aquí topamos ya con un
punto central para la comprensión de los sentimientos.
El primero lo constituyen las sensaciones corporales: siento frío o calor, estoy relajado,
tenso o irritable. Son, en cierto sentido, sentimientos, pero de un nivel ontológico muy
bajo. En segundo lugar encontramos lo que se considera normalmente sentimientos y que
consiste fundamentalmente en reacciones psíquicas: ira o miedo, tristeza o alegría,
pesadumbre o decepción. Y, por último, está aquella parte de la afectividad que alcanza al
hombre en el centro de su alma, en el corazón, y que por eso tiene un decidido carácter
espiritual.
LA AFECTIVIDAD CORPORAL.
Ante todo, debemos resolver una cuestión terminológica: ¿Cuál es la palabra que las
describe adecuadamente: sensaciones o sentimientos?
Sentir pues es el que se emplea unívocamente para todo el mundo de la afectividad desde
sentir un pinchazo hasta sentir una profunda alegría. Si, en cambio, nos referimos al hecho
que, por tanto, requiere un sustantivo, entonces la cosa cambia ya que disponemos de
dos palabras distintas: sensación y sentimiento. Se debe usar la palabra sentimiento. Pero,
si nos referimos a las realidades corporales, la situación se hace más confusa. Si me siento
bien físicamente, ¿se trata de una sensación o de un sentimiento? Utilizar la palabra
sentimiento no parece que tenga mucho sentido. Utilizar las expresiones sentimientos
sensibles y sentimientos corporales para referirnos a las realidades que queremos
englobar dentro de él.
La primera se da en algunos sujetos que pueden tener una dependencia excesiva de las
sensaciones como quien tiene pánico al dolor o necesita condiciones muy especiales para
poder trabajar con un mínimo de concentración porque cualquier pequeño movimiento o
ruido le altera.
Puede suceder, por ejemplo, que cosas tan elementales como los cambios de presión
atmosférica induzcan en nosotros una situación anímica especifica: depresión, mal humor,
o, por el contrario, exaltación.
LA AFECTIVIDAD PSÍQUICA.
De hecho, a veces, podemos darnos cuenta de que estamos tristes pero no sabemos por
qué y debemos hacer un esfuerzo de introspección y de análisis retrospectivo para
identificar los motivos.
De todos modos, la distinción entre emoción y sentimiento no es tan nítida como podría
parecer. Es cierto que la alegría, por ejemplo, se da habitualmente como un estado del
alma, pero también hay noticias que nos suponen una gran alegría y, en ese sentido,
comparten las características de las emociones: intencionalidad, manifestaciones físicas
como dar saltos, llorar, etc. Todo esto hace que, aunque en principio se pueda distinguir
entre emoción y sentimiento. Por utlimo pasión es otra palabra habitual en el léxico de la
afectividad y algunas concepciones filosóficas, por pasión se entiende generalmente una
emoción o sentimiento particularmente potente o desordenado.
Corporalidad.
VIVENCIA INTERIOR.
¿Cómo discutir sobre mi dolor o sobre mi alegría? Es más, ¿Cómo sé, si expreso lo que
siento, que los demás lo han comprendido realmente o que yo lo he descrito de manera
adecuada? La intimidad y la relativa incomunicabilidad de los sentimientos crea, en
consecuencia, un mundo misterioso, enigmático, y ambiguo en el que nunca es posible
tocar fondo.
LA ESTRUCTURA DE LA EXPERIENCIA SENTIMENTAL.
¿Cómo tienen lugar los sentimientos? ¿Cómo se producen? ¿Cuál es la relación que se
establece entre corporalidad y vivencia?
La emoción surge con posterioridad a las modificaciones fisiológicas. “No lloramos porque
estamos tristes sino que estamos tristes porque lloramos”. La teoría de James Lange
pareció inadecuada a muchos psicólogos, entre ellos a Cannon y Bard, que propusieron
una teoría alternativa. En primer lugar argumentaban que las reacciones fisiológicas no
son lo suficientemente precisas para que pueda depender de ellas la determinación de la
emoción. Pero además, y sobre todo, estaba el hecho experimental de que la emoción no
es la mera conciencia de una reacción fisiológica sino mucho más; es una experiencia
interior. El estímulo producía, simultáneamente, dos tipos de impulsos nerviosos uno de
los cuales se dirigía a la corteza cerebral y producía una reacción mental y el otro, al
sistema nervioso simpático y producía una reacción orgánica. Ambas reacciones tenían el
mismo origen y eran simultáneas pero no estaban ligadas entre sí.
Esta ultima representa y constituye la expresión definitiva de nuestro querer pero muchas
veces lo que hace es activar los deseos de nuestros sentimientos, de nuestra arquitectura
sentimental, de lo que nos gusta o nos desagrada. La efectividad, en efecto, determina en
buna medida lo que nos interesa o no nos interesa, lo que aceptamos o rechazamos, lo
que consideramos nuestro y lo que queda fuera del centro de nuestros intereses.
La ordenación afectiva de la realidad es, ante todo, un hecho, algo que todos realizamos
inevitablemente porque responde a una característica intrínseca de nuestro ser personal.
Nada más nacer, el niño comienza a clasificar la realidad de acuerdo con sus preferencias.
Que me caiga bien una persona y no otra no es algo que se pueda (ni se deba) reducir a la
lógica; es de orden afectivo y empático y cobra su valor y su sentido en esta dimensión.
Que la persona no deba ir en ocasiones en contra de sus sentimientos (si son incorrectos o
irrealizables, por ejemplo) pero si se opone a que la afectividad puede reducirse a razón o
simple tendencialidad.
Que alguien me dijera que tendría que gustarme ir de vacaciones a la playa en vez de a la
montaña o que tendría que gustarme el color azul en vez del rojo. Hay por ejemplo,
actitudes afectivas bastas o poco desarrolladas. Una persona puede tener un registro
afectivo exiguo y ser incapaz de valorar detalles de delicadeza o de educación. Aunque me
apetezca, no debe realizar esas acciones porque los sentimientos no son toda la persona.
Y esto significa que, en ocasiones, habrá que actuar en su contra por el bien general del
sujeto.
Mantener la línea estética implica grandes sacrificios para muchas mujeres pero lo hacen
con gusto porque desean sentirse bellas, y lo mismo les ocurre a los atletas con su
entrenamiento o a innumerables padres de familia con sus deberes familiares.
Existe, por último, un tercer tipo de afectividad más elevado que la corporal y los
sentimientos al que se puede denominar afectividad espiritual. Por el contrario, la muerte
de un ser querido, de un amigo, de una hermana, de nuestra madre, si toca las fibras más
profundas de nuestro ser pero no a través de nuestra inteligencia o de nuestra libertad,
sino del otro núcleo espiritual que las personas poseen: el corazón.
Cuando la persona descubre un valor frente a él, puede responde positivamente a ese
ofrecimiento que el mundo le hace y entonces empeña positivamente su afectividad y su
corazón. Responde al valor no solo con la inteligencia y la libertad, sino con su corazón y
así como se une de una manera mucho más fuerte al objeto que provoca la emoción
porque se ama con el corazón. La contemplación de acciones ajenas. Vemos un acto de
humildad heroico o valiente y nos emocionamos. Por último están los sentimientos
poéticos y estéticos. Son, dice Von Hildebrand, una inmensa variedad de sentimientos que
juegan un papel importante en la poesía como la dulce melancolía, la suave tristeza o los
vagos anhelos. También existe el sentimiento de una expectación indefinida pero feliz,
toda clase de presentimientos y el sentimiento de vivir la vida en plenitud. Estos
sentimientos son habitantes legítimos del corazón del hombre. Son significativos y es
injusto considerarlos como algo poco serio o incluso despreciable o ridículo.
Resulta realmente curioso cómo una realidad tan presente en la vida personal y colectiva
ha despertado sin embargo, tan poca atención en el mundo filosófico. Y resulta aún más
curioso, si lo contraponemos al amor. Se ama con el corazón, pero mientras que el amor
ha sido muy estudiado (aunque no tanto como la inteligencia) no ha ocurrido lo mismo
con el corazón. Sin embargo, está claro que el corazón no es la voluntad ni tampoco se
puede identificar con el yo. La voluntad indica energía, tenacidad, ambición, poder, por lo
que se puede tener una voluntad férrea y una afectividad atrofiada o deforme. Y el yo,
que es nuestro núcleo central, tampoco es el corazón, algo que queda remarcado por las
referencias corporales que intuitivamente hacemos.
En este segundo sentido, el corazón lo debemos entender como uno de los centros
espirituales de la persona (junto a la inteligencia y a la libertad), un centro que, en
ocasiones, se constituye como el elemento último y decisivo del yo. Esto sucede, por
ejemplo, en el amor. Nos enamoramos con el corazón, un proceso en el que la inteligencia
y la voluntad no son decisivos. No hay razones para explicar por qué nos enamoramos de
una persona en vez de otra y tampoco es posible enamorarse mediante un esfuerzo de
voluntad. Lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda, sino un
corazón enamorado. Con una voluntad ferrea se puede conseguir riquezas, poder,
prestigio, pero todo ello no da necesariamente la felicidad, esa es una prerrogativa del
corazón.
Esta preeminencia del corazón: significa que se situa por encima de la inteligencia y de la
libertad? Si y no. En el hombre como hemos dicho existen tres centros espirituales,
inteligencia, voluntad, libertad y corazón. Pero en otros casos, como el amor y la amistad,
lo decisivo es el corazón, Él tiene la última palabra. Quizá puede parecer una afirmación
arriesgada pero es algo que no debería sorprendernos puesto que el cristianismo lo ha
sostenido desde hace milenios.