Carlos Marroquin. 6 Historias de Mujeres Estériles
Carlos Marroquin. 6 Historias de Mujeres Estériles
Carlos Marroquin. 6 Historias de Mujeres Estériles
“El nombre de la mujer de Abram era Sarai… Mas Sarai era estéril, y no tenía hijo”, Gén. 11:29-30.
“Y le dijeron [los varones visitantes]: ‘¿Dónde está Sara tu mujer?’ Y él respondió: ‘Aquí en la tienda’.
Entonces dijo: ‘De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un
hijo’ Y Sara escuchaba a la puerta de la tienda, que estaba detrás de él. Y Abraham y Sara eran viejos, de
edad avanzada; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Se rio, pues, Sara entre sí
diciendo: ‘¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo mi señor ya viejo?’ Entonces Jehová dijo a
Abraham: ‘¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será cierto que he de dar a luz siendo ya vieja? ¿Hay para
Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo’.
Entonces Sara negó, diciendo: ‘No me reí’; porque tuvo miedo. Y él dijo: ‘No es así, sino que te has
reído”, Gén. 18:15.
“Visitó Jehová a Sara, como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el
tiempo que Dios le había dicho. Y llamó Abraham el nombre de su hijo que le nació, que le dio a luz Sara,
Isaac. Y circuncidó Abraham a su hijo Isaac de ocho días, como Dios le había mandado. Y era Abraham de
cien años cuando nació Isaac su hijo. Entonces dijo Sara: ‘Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere,
se reirá conmigo. Y añadió: “¿Quién dijera a Abraham que Sara habría de dar de mamar a hijos? Pues le
he dado un hijo en su vejez”, Gén. 21:1-7.
Cuando Dios llamó a Abraham a salir de Ur e ir a Canaán, le prometió hacer de él “una nación grande”,
Gén. 12:1. Luego Dios le dijo que de él saldría un pueblo numeroso como la arena del mar y como las
estrellas del cielo que no se pueden contar; que a través de ese pueblo bendeciría a todas las familias de la
tierra: les daría las Escrituras, la revelación de Sí mismo en los múltiples preceptos y ceremonias ricos en
simbolismos y enseñanzas, que serían el marco para la manifestación del Mesías, el cumplimiento supremo
de todo Su amor para el hombre.
Abraham y Sara fueron probados. Eran ya de avanzada edad y, para complementar el aparente problema, ella
también era estéril. Ambos cayeron en la tentación de pensar que la descendencia sólo podría venir a través
de Agar, la sierva de Sara. La costumbre entonces era considerar a las siervas como una posesión de los
patriarcas y que los hijos procreados con ellas eran legítimos. Sin embargo, ese no era el plan divino.
Cuando nació Ismael, Abraham tenía ya ochenta y seis años. El castigo por este fracaso fue la rivalidad que
hubo entre Agar y Sara y entre sus respectivos hijos, lo cual culminó con la expulsión de la esclava y de su
hijo. Sin embargo, vemos aquí la misericordia de Dios, al prometerle a Abraham que de Ismael saldría
también una nación por ser también su descendiente, Gén. 16:10-12; 21:13, 18, 20.
Después de su lamentable fracaso, la fe de Abraham y Sara tuvo que esperar todavía casi catorce años hasta
el nacimiento de Isaac, el legítimo hijo de la promesa. El patriarca era ya de cien años. Y aun así la fe de
Abraham fue probada una vez más, al pedirle Dios que le sacrificara a su hijo Isaac. La Epístola a los
Hebreos afirma que: “Por la fe, Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las
promesas ofrecía a su unigénito, habiéndosele dicho: ‘En Isaac te será llamada descendencia; pensando
que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde en sentido figurado, también le
volvió a recibir”, Heb. 11:17-19.
Más de un hombre desesperado por no tener familia de una esposa estéril, se ha visto tentado a serle infiel y
las consecuencias han sido dolorosas. Aunque Agar e Ismael fueron objeto de la misericordia de Dios y
recibieron promesas, fueron expulsados de la casa patriarcal y, muy posiblemente, las consecuencias de
aquel error, repercuten hasta hoy en la rivalidad étnica, racial, política y religiosa entre judíos y árabes, los
descendientes respectivos de Isaac y de Ismael.
En el caso de Abraham, Dios tenía ya dispuesto lo que habría de hacer a su debido tiempo. La fe del
patriarca fue probada y fortalecida y, a pesar de su fracaso, se ganó el título de Padre de la fe. Los
descendientes de Abraham recordarían que el origen de su pueblo fue a través de un milagro: el hijo de un
anciano de cien años y de una anciana que había sido estéril toda su vida.
“Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová; y concibió Rebeca su mujer. …
Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre. …Y era Isaac de edad
de sesenta años cuando ella los dio a luz”, Gén. 25:21, 24, 26.
Isaac, quien heredó la promesa de que de él saldría un pueblo numeroso para bendecir al mundo, fue también
probado cuando su esposa Rebeca resultó ser también estéril como madre Sara. En lo conciso del relato no
se dice cuánto tiempo lo abrumó tal obstáculo, pero dice que él oró por su esposa “y lo aceptó Jehová; y
concibió Rebeca”. Otro milagro que habrían de contar sus descendientes acerca de Dios, quien cumple sus
promesas.
“Y vio Jehová que Lea era menospreciada, y le dio hijos; pero Raquel era estéril”, Gén. 29:31.
“Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: ‘Dame hijos, o si
no, me muero”. Gén. 30:1.
“Y se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos. Y concibió, y dio a luz un hijo, y dijo: ‘Dios
ha quitado mi afrenta’; y llamó su nombre José, diciendo: ‘Añádame Jehová otro hijo’. Gén. 30:22-24.
Raquel, la esposa por quien Jacob había trabajado duramente catorce años para su tío Labán, era estéril. Ella
amaba a su esposo y quería complacerlo con darle también descendencia. Era una afrenta no poder concebir.
Raquel sabía que sobre su otra esposa y sus dos siervas, quienes ya le habían dado varones, Jacob tenía un
amor especial para ella y deseaba también tener parte en darle los hijos que cumplirían la promesa de una
gran nación. Así, a su tiempo, Dios le concedió ser la madre de José y de Benjamín. En su desesperación ya
había expresado que si no tenía hijos preferiría morir.
Para la gran mayoría de los esposos, el ser padres es una parte fundamental en su realización como personas
y anhelan grandemente tener hijos. Algunos lo consiguen, en parte, al convertirse en padres adoptivos; pero
esto generalmente no llega a satisfacerlos totalmente como el ser padres biológicos.
Los matrimonios sin hijos tienen todo el derecho de orar y pedir a otros que oren por ellos para que Dios les
conceda la bendición de la paternidad y la maternidad. Sin embargo, finalmente deben aceptar la voluntad de
Dios para sus vidas. Él sabe mejor lo que conviene, según Rom. 8:26-28.
4. La esposa de Manoa:
“Y había un hombre de Zora, de la tribu de Dan, el cual se llamaba Manoa; y su mujer era estéril y nunca
había tenido hijos. A esta mujer apareció el ángel de Jehová, y le dijo: ‘He aquí que tú eres estéril, y nunca
has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo”, Jue. 13:2-3.
“Y la mujer dio a luz un hijo, y le puso por nombre Sansón. Y el niño creció y Jehová lo bendijo”, Jue.
13:24.
La esposa de Manoa era también infértil, sin embargo, Dios tenía planes para ella y su esposo. Le envió a un
ángel con el mensaje de que tendría un hijo. Este varón sería algo especial, sería apartado desde el vientre de
su madre con el “voto de nazareo”, separado para el servicio de Dios. No debía tomar vino ni sidra, ni
cortarse el cabello, por lo cual su madre debía también abstenerse de ingerir licor desde su gestación, y no
comer cosa inmunda. Al ser adulto, este hombre sería un juez sobre Israel y libraría a su pueblo de la
opresión que los filisteos les infligían.
El ángel que Manoa y su esposa vieron, era la misma presencia de Dios en forma angélica.
“Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, más
Ana no los tenía”.
“Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos. Así
hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía. Y
Elcana su marido le dijo: ‘Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón?
¿No te soy yo mejor que diez hijos?’
Y se levantó ana después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en
una silla junto a un pilar del templo de Jehová, ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró
abundantemente.
E hizo voto, diciendo: ‘Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares
de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos
los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza’ ”. I Sam. 1-2; 6-11.
“Elí respondió y dijo: ‘Vé en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho’. Y ella dijo:
‘Halle tu sierva gracia delante de tus ojos’. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más
triste.
Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volvieron y fueron a su casa en Ramá. Y Elcana
se llegó a Ana su mujer, y Jehová se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber
concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: ‘Por cuanto lo pedí a Jehová’ ”.
“ ‘por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días
que viva, será de Jehová’. Y adoró allí a Jehová”. I Sam. 1:17-20; 27-28.
Ana, al igual que Raquel, sufría al no tener hijos de su esposo y padecía la burla de Penina, su rival, la otra
esposa de Elcana. Un día derramó su corazón delante de Dios, le pidió un hijo y ofreció dárselo a Dios para
Su servicio. Y cumplió su palabra. Ese hijo llegó a ser el gran profeta Samuel, sacerdote y el último juez de
Israel, de quien dicen las Escrituras: “Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra
ninguna de sus palabras”. I Sam. 3:19.
“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer
era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban
irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era
estéril, y ambos eran ya de edad avanzada”, Luc. 1:5-7.
“Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la
costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la
multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso. Y se le apareció un ángel del Señor puesto
en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle y le sobrecogió temor. Pero el ángel
le dijo: ‘Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y
llamarás su nombre Juan’ ”.
“Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: ‘Así
ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres’ ”. Luc. 1:24-25.
“Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo. Y cuando oyeron los
vecinos y los parientes que Dios había engrandecido para con ella su misericordia, se regocijaron con
ella”, Luc. 1: 57-58.
Ésta es otra historia más de una anciana estéril, que al final de su vida fue bendecida con la maternidad.
Zacarías no creyó la palabra del ángel Gabriel y por ello el ángel le dijo que quedaría mudo hasta el día del
nacimiento de su hijo. Cuando éste nació y sugerían que se llamara Zacarías como su padre, su lengua fue
desatada y dijo que se llamaría Juan, como lo anunció Gabriel.
Zacarías y Elisabet “eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y
ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada”.
El no tener hijos no era un castigo de Dios, pues Él de antemano los había escogido para traer al mundo a
quien sería el precursor y presentador del Señor Jesucristo. Juan presentó a Jesús a sus discípulos como “el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Juan 1:29; y luego, al bautizarlo en el Jordán, se manifestó
la Santísima Trinidad y se dio así aprobación al ministerio de Jesús, Juan 1:33 y Mat. 3:16-17.
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1. Sara y Elisabet eran ancianas y estériles cuando Dios les dio hijos, e igualmente sus padres Abraham y
Zacarías.
Isaac llegó a ser el primer descendiente de Abraham, de quien vino el pueblo israelita que hoy cuenta
con unos quince millones identificados con él, y muchos más que sólo Dios sabe donde están.
Juan llegó a ser el precursor de Cristo, se le conoció como el Bautista, y fue quien preparó el camino para
el ministerio del Mesías de Israel.
2. Sara y la esposa de Manoa recibieron la promesa de un hijo directamente de Dios: una teofanía o
aparición angélica del mismo Jehová. La esposa de Manoa dio a luz a Sansón, recordado como el campeón
de Israel contra los filisteos. Aunque era impetuoso y cometió sus errores, por los cuales sufrió tristes
consecuencias, Dios lo usó para castigar a los opresores de Israel, aun en su muerte, cuando ejecutó el
juicio divino sobre más filisteos que en el resto de su vida. Sansón se halla en el “cuadro de honor”, en la
lista de los Héroes de la Fe en Heb. 11:32.
Sara recibió promesa de que tendría descendencia muchos años antes de aquel día cuando Dios ya se
lo anunció para el siguiente año. Ella lo supo desde que Dios se lo prometió a Abraham al mandarle que
saliera de Ur. Sin embargo, después de once años ella flaqueó y pensó que Abraham sólo podría tener
descendencia a través de su sierva Agar, porque ella era estéril y anciana. Y aún debieron pasar otros trece
años antes de concebir a Isaac.
Cuando Isaac descubrió que Rebeca era estéril, él oró “y lo aceptó Jehová; y concibió Rebeca su
mujer”.
Raquel, la segunda esposa de Jacob, resultó ser estéril también. Cuando ella vio que su hermana Lea
le había dado hijos, Raquel expresó frustrada a su esposo que prefería morir a quedarse sin hijos. A
diferencia de Isaac, quien oró por Rebeca, Jacob se excusó diciendo que él nada podía hacer al respecto:
“¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?”, Gén. 30:2.
Así Raquel, al igual que Sara, le sugirió a Jacob darle hijos a través de su sierva Bilha, lo cual consiguió.
Más adelante, también Lea le dio al patriarca a su sierva Zilpa y Jacob aumentó su prole.
Finalmente, cuando Raquel vio con tristeza que las otras tres esposas ya le habían dado descendencia a su
esposo y ella no, “se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos”, Gén. 30:22, a José y a
Benjamín. No faltará quien opine que Raquel no debió haber deseado hijos, porque murió al dar a luz a su
segundo varón. Pero, nosotros creemos que ella murió realizada por haber alcanzado la maternidad.
José llegó a ser el hijo favorito de Jacob, y sus hermanos lo vendieron por envidia como esclavo; sin
embargo, Dios lo prosperó y lo usó como provisión al descender sus hermanos a Egipto en tiempos de
hambre en Israel. No hubo una tribu de José, pues Dios lo premió con doble porción, al formar de él dos
tribus, a través de sus nietos: Efraín y Manasés. Así Raquel fue bendecida en su descendencia.
4. Ana, la esposa de Manoa y Elisabet tuvieron hijos que fueron nazareos, consagrados al servicio a
Dios: Sansón, el juez; Samuel el sacerdote y juez; y Juan el Bautista, sacerdote y precursor del Mesías,
cumplieron los tres requisitos del nazareato: no tomar ningún tipo de licor; no tocar ningún cuerpo muerto;
no cortar sus cabellos.
5. Sara y Zacarías dudaron del anuncio de Dios de que tendrían hijos en su vejez. Sara se rio y Juan se
mostró incrédulo y por ello quedó mudo un tiempo.
6. Isaac y Zacarías oraron por tener descendencia. Isaac oró por Rebeca y Dios activó su matriz. Gabriel
le dijo a Zacarías: “tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo”, lo cual parece
indicar que había orado por ello.
7. Ana, al igual que Sara y Raquel, tuvo que soportar el ver que la otra mujer de su esposo tuviera hijos,
la viera de menos y aun la hostigara. No se dice que su esposo Elcana orara por ella, solamente que la
consoló diciéndole: “¿No te soy yo mejor que diez hijos?” I Sam. 1:8. Elcana no entendía que el deseo de
ser madre es otra experiencia muy diferente a estar casada con un buen hombre.
Ana hizo un trato con Dios de entregarle a su hijo para que le sirviera en el tabernáculo. Así, el niño
Samuel fue llevado a servir y a entrenarse en el oficio sacerdotal con Elí. Los días en que Ana lo tuvo hasta
destetarlo, fueron suficientes para que ella pusiera en el niño los pilares de la fe que hicieron de Samuel un
hombre de quien no se dice nada malo en las Escrituras, a pesar de haber crecido cerca de los hijos de Elí,
corruptos y fornicarios, que deshonraron la obra de Dios y murieron ignominiosamente, mientras Samuel
prosperaba porque “Dios honra a los que le honran”. I Sam. 2:30.
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Hay muchos casos de mujeres y de hombres estériles que anhelan tener hijos y no les ha sido concedido
nunca. Han orado, han esperado, se han sometido a tratamientos médicos y en vano. En otros casos, después
que decidieron adoptar niños, de alguna manera Dios los bendijo con tener hijos biológicos propios.
Algunos hombres han caído en la tentación de tener hijos fuera de matrimonio, con las consecuencias que
esto trae. Otros han visto decaer sus matrimonios hasta culminar con el divorcio, para iniciar nuevos hogares
en los que han logrado tener descendencia.
Hay un grupo más, el de quienes recurren o son tentados a utilizar las nuevas tecnologías médicas de la
inseminación artificial. Éste modalidad tiene una serie de variantes, entre otras:
1. Inseminación de la esposa con esperma del mismo esposo, cuando no pueden tener hijos en forma
natural
4. Fecundación in Vitro de un óvulo de la esposa por el esperma del esposo y luego implantado en una
mujer contratada para ser madre substituta
No viene al caso enumerar las muchas otras posibilidades que hoy ofrece la tecnología genética. Solamente
aconsejamos que los esposos que ansían tener familia deben buscar la asesoría, el consejo y la oración de
cristianos maduros, para no dar un paso en falso al incurrir en un método contrario a la ética cristiana bíblica,
lo cual podría traer más tristeza a los corazones más adelante. La llamada ingeniería genética ofrece hoy
muchas otras formas de reproducción, aparte de la que llamamos natural, pero no todas están de acuerdo con
la moral del cristianismo bíblico.
El gran deseo de tener hijos, la impaciencia de uno o ambos esposos, la presión social, y otros factores
pueden ser tan fuertes que los seduzcan sutilmente hasta obtener el hijo que anhelan, sin haber consultado
debidamente a Dios, a los hermanos, a consejeros cristianos especializados.
Como cristianos queremos solidarizarnos con el dolor y la tristeza que produce el no poder tener
descendencia. Nuestro primer consejo es que debe seguirse los consejos bíblicos de:
Fil. 4:6. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias”, Fil. 4:6.
Prov. 3:5-6. “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo
en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.
Rom. 8:26-27. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque
conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”.
Orar sin cesar como pareja para buscar la voluntad de Dios y aceptarla.
Consultar a Dios en cuanto adoptar a niños sin padres, cuyos casos sean muy claros sin infringir la
ley (como comprar niños de dudosa procedencia; o convencer a madres que les regalen a sus hijos; y
otros recursos reñidos con la ética cristiana)
El hecho de que en las seis historias bíblicas de mujeres estériles que concibieron, no significa que todas las
personas (mujeres y hombres) que son infértiles van recibir un milagro. Sin embargo, los instamos a orar,
porque creemos que los milagros siguen sucediendo.
Eso sí, todo hijo debe ser pedido a Dios y entregado a Él para que Dios lo use para Su gloria en Su reino.
Los padres tienen que comprometerse como individuos y como pareja a dedicarles a sus hijos todo el
tiempo, esfuerzo, atención, amor, dedicación posible. Deben proponerse educarlos en la fe para que desde su
temprana edad conozcan a Dios y lo sirvan, así como lo hizo Ana, la madre de Samuel.
Hermanas cristianas estériles, y hombres cristianos estériles, tratamos de comprender su profundo anhelo de
tener hijos. Sólo podemos aconsejarlos diciéndoles que oren al Señor y busquen Su santa voluntad; que sigan
esperando un milagro, pues suceden cada día.
De todos modos, Dios tiene un plan hermoso para que ustedes realicen en Su obra, utilizando sus
experiencias y ayudando a otros que se hallan en las mismas circunstancias.
Deseamos que estas historias bíblicas les enseñen hermosas lecciones para sus vidas.