Relatoría Perspectivas Futuras de La Terapia Psicoanalítica - Freud

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BUCARAMANGA

Grupo de investigación Violencia, Lenguaje y Estudios Culturales


Semillero Sujeto y Psicoanálisis
Fecha: 4 de diciembre de 2017
Relatoría: Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica [1910] por Sigmund Freud.
Elaborada por Iris Aleida Pinzón Arteaga.

“Desde luego, ni de lejos sabemos todo lo que nos haría falta para entender lo inconsciente en
nuestros enfermos. Ahora bien, es claro que todo progreso en nuestro saber significa un aumento
de poder para nuestra terapia. Mientras no comprendamos nada no conseguiremos nada
tampoco, y lograremos más mientras mejor sepamos comprender”

Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica (1910) corresponde al discurso


inaugural del segundo congreso internacional de psicoanálisis, celebrado en Núremberg entre el
30 y el 31 de marzo de 1910; corresponde a un texto elaborado por Sigmund Freud a manera de
estado de la cuestión del psicoanálisis en dicho momento histórico. Así pues, el autor parte
aludiendo a la experiencia de aquellos que se inician en la práctica del psicoanálisis,
caracterizándole a partir de dos fases: el entusiasmo por el “insospechado incremento” de los
logros terapéuticos y la depresión ante las dificultades u obstáculos emergentes. En relación a esto
último, Freud se propone dar a conocer en su discurso las posibilidades que ofrece el método
psicoanalítico y cómo éstas van a verse beneficiadas del esfuerzo proveniente de tres fuentes: el
progreso interno, el aumento de autoridad y el efecto universal del trabajo analítico.

En lo que respecta al progreso interno, el padre del psicoanálisis va a destacar dos vías de
desarrollo, la del saber analítico y la de la técnica. Primeramente, aborda los avances del saber
analítico, reconociendo la insuficiencia del mismo para “entender lo inconsciente” en los
enfermos, lo que no implica que un aumento en el saber teórico no sea beneficioso para la clínica;
así, más que una disociación entre teoría y práctica, Freud alude a la importancia de formalizar
teóricamente los fenómenos de la experiencia clínica para comprender mejor y orientarse en la
práctica. Con el fin de ilustrar lo anterior, el autor va a referenciar las transformaciones de la
técnica en la clínica; destacando cómo pasó de ser “despiadada y agotadora”, al tratarse de un
esfuerzo de continuo por parte del analista para que el paciente pudiera decirlo todo, a una cura
constituida por dos partes: las intervenciones del analista, “lo que el medico colige y dice al
enfermo” y lo que este pueda elaborar a partir de lo anterior. En concordancia con esto último, el
autor va a caracterizar el mecanismo de la terapia psicoanalítica de la siguiente manera:
“proporcionamos al enfermo la representación-expectativa consiente por semejanza con la cuál
descubrirá en sí mismo la representación inconsciente reprimida”; afirmación en la que la labor
del analista, sus intervenciones, se orientan en la vía de permitir que quien le consulta pueda
hacerse a un saber sobre su malestar.

Adicionalmente, Freud va a destacar la importancia de preguntarse respecto del lugar de


la transferencia en la clínica, definiéndola como un poderoso mecanismo empleado en la cura
analítica y precisando que se trata de una cuestión en la que apenas está trabajando; esfuerzo que
le ha permitido advertir que “una intervención terapéutica no puede conducirse como una
indagación teórica”. Acto seguido, precisa algunos campos de investigación: el del simbolismo en
el sueño y en lo inconsciente, para lo que propone la creación de un comité centrado en el estudio
de este tema; empresa de la que, asegura Ernest Jones, “poco fue lo que se obtuvo”. En segundo
lugar, Freud resalta la importancia de la casuística para la experiencia clínica, dice “uno aborda de
una manera muy diferente un caso nuevo si antes perpetró la ensambladura de algunos casos
patológicos típicos”. A partir de lo anterior, se atreve a especular qué sucedería si se lograse
reducir a fórmulas sucintas lo que pudiera colegirse como ley en “las diversas formas de la
neurosis”, aludiendo a la posibilidad de predecir el éxito terapéutico, posibles recaídas o
vulnerabilidad ante la emergencia de nuevos malestares. Empresa de la que, como puede
evidenciar un recorrido por la obra freudiana, tampoco se obtuvieron mayores resultados;
aparente fracaso que permitió el rescate de la singularidad que supone el trabajo del caso a caso.

En lo que respecta a la vía de la técnica, se plantea como sus principales objetivos ahorrar
esfuerzos a quien practica la clínica analítica y permitir a quien se pliega a la experiencia del
análisis la posibilidad de “un acceso irrestricto a su inconsciente”; en razón de lo anterior, señala
Freud, la técnica ha pasado de centrarse en el esclarecimiento de los síntomas o poner al
descubierto los complejos a orientarse “hacia el hallazgo y la superación de las resistencias”, cuyo
discernimiento permite dilucidar los complejos subyacentes. En este punto, el autor alude a la
contratransferencia, destacando que esta se instala en razón del influjo que el paciente ejerce
sobre el sentir inconsciente del analista. En consecuencia, este último ha de esforzarse por
discernir de qué manera se pone en juego dicho influjo y cómo puede dominarlo, servirse de este
en la clínica y no estar al servicio del mismo, dice: “cada psicoanalista sólo llega hasta donde se lo
permiten sus propios complejos y resistencias interiores”; razón por la que sugiere, en este
momento, un autoanálisis y, posteriormente, como se señala en una nota a pie de página en el
texto, que el analista se someta a un análisis didáctico conducido por otra persona.

Ahora bien, para desarrollar la segunda fuente, el aumento de autoridad, Freud empieza
precisando aquello que supone la autoridad para el ser hablante, “entre los hombres formados en
la cultura son los menos los capaces de existir o aun de formular un juicio autónomo sin
apuntalarse a otros”; cuestión que va a ilustrar referenciando la multiplicación de las neurosis
como efecto de la decadencia de los sistemas religiosos y cuya causa vincula a un
“empobrecimiento del yo”, a raíz del gran gasto de represión que suponen las exigencias de la
cultura. En relación a esto último, destaca que dicha autoridad y la enorme sugestión que emana
de ella no han obrado a favor del psicoanálisis, cuestión en la que va a profundizar situando su
experiencia en tiempos en los que él era el único sustentador del psicoanálisis, dice: “no era nada
cómodo realizar operaciones psíquicas”, pues, del lado del saber médico, se desdeñaba de la cura
por la palabra y, del lado de quienes consultaban, a la incredulidad se sumaba la demanda de
soluciones rápidas y sin esfuerzo, lo que, a su vez, tenía significativos efectos sobre el trabajo
analítico: “simplemente no se me creía, como todavía hoy no nos creen mucho a cualquiera de
nosotros; en tales condiciones, numerosas intervenciones por fuerza fracasaban”.

En este orden de ideas, propone que una mayor confianza en la apuesta psicoanalítica
dará lugar a una “multiplicación de las posibilidades terapéuticas”. Sin embargo, precisa respecto
de lo anterior que hay que abstenerse de pensar que la sugestión lo puede todo, dado que los
éxitos del psicoanálisis pasarían a ser éxitos de la sugestión y no de una clínica que se esfuerza por
formalizar su práctica y hacerse cargo de la misma. Por otro lado, aclara que la sociedad no se
apresurará en concederle un lugar al psicoanálisis, problemática que relaciona con la actitud
crítica de este discurso, con el modo en el que permite la emergencia de un saber incómodo, tanto
para el sujeto como para la colectividad; dice, “puesto que destruimos ilusiones, se nos reprocha
poner en peligro los ideales”. En consecuencia, termina este apartado con un consejo para quienes
se orientan por el psicoanálisis, hay que saber esperar, haciéndose a un lugar en el Otro que
permita, más que estar al servicio de sus intereses, servirse de este; lugar que ha de sostenerse
con el trabajo.

Finalmente, Freud alude al efecto universal del trabajo analítico, explicando de qué
manera puede entenderse esta tercera fuente de desarrollo para el psicoanálisis. Primeramente,
destaca que las neurosis son satisfacciones sustitutivas de pulsiones cuya existencia es desmentida
por el sujeto, ante sí mismo y ante los demás; razón por la que el trabajo analítico consiste en
abordar el enigma que representan, hasta que dicho estado patológico se vuelve inviable por la
dilucidación y la aceptación de quien le padece. Entonces, a nivel de lo social, propone el autor,
cierto saber respecto del sentido general de los síntomas, a lo que estos apuntan y la ganancia que
obtiene quien los padece harían que “la condición del enfermo se volverá inviable”. Para ilustrar
lo anterior, referencia algunos ejemplos, uno de ellos corresponde al efecto que tenía la reacción
de otros ante las visiones de la virgen en jovencitas campesinas de épocas anteriores, en nombre
de quienes se construía un monumento o una capilla y lo que ocurrió cuando dicho efecto se
redujo a la visita escéptica de un médico o un gendarme; naturalmente, concluye el autor, “la
virgen aparece sólo muy rara vez”.

Así pues, los esclarecimientos del psicoanálisis bloquearían la posibilidad de un refugio en


la enfermedad; no obstante, Freud destaca que no es viable generalizar lo anterior a una receta
que funcionaría para todos, por lo que advierte que “no es lícito enfrentar la vida como un
higienista o un terapeuta fanático” y, entonces, aquella profilaxis ideal del malestar “no resultará
ventajosa para todos los individuos”. Ahora bien, lo anterior no implica que el analista se
encuentre al margen de lo social, pues, concluye el autor, en más de un sentido se cumple con el
deber cuando se trata psicoanalíticamente a un sujeto: no sólo se apunta al progreso científico, ni
a lo meramente terapéutico entendido como una reducción del malestar, sino que hay allí, en la
apuesta clínica del psicoanálisis, una toma de posición en relación a las condiciones del tiempo en
el que se vive.

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