Ramal de Cinthia Rimsky
Ramal de Cinthia Rimsky
Ramal de Cinthia Rimsky
RAMAL
CYNTHIA RIMSKY
RAMAL
Distribución mundial para lengua española
- Rimsky, Cynthia
Ramal
Chile: FCE, 2011
163p.: 16.5 x 23 cm (Colección Biblioteca Chilena)
ISBN 978-956-289-090-8
© Cynthia Rimsky
Este libro contó con la beca de creación literaria del Consejo Nacional del Libro y la Lectura 2008.
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra –incluido el diseño tipográfico y de portada–, sea
cual fuera el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.
Vuelta 15
Primera vuelta 27
Segunda vuelta 53
Tercera vuelta 81
Cuarta vuelta 93
sera asi hasta que se pongan con las lucas. Frente al ultimo punto sucede
que hubo acuerdos de cooperación en el tema, pero ahora hay algunos
ilustres que estan desconociendo dichos acuerdos, es debido a esto que la
reparacion ha sufrido demoras. Encuentro que es una falta de respeto para
con la gente de la zona. Atte Erik.
–Ok, muchas gracias por la información. Saludos. Aún tenemos trenes
ciudadanos... Por ultimo ponganles chalecos salvavidas a los maquinistas.
–Shusha.... k penca pa los maquinistas… es onda si pasa algo se mueren
uds nomas, tranquilos. Pero es muy positivo el que este funcionando el
ramal, en cuanto supe me alegre mucho. bien bien. Saludos.
–Se podria hacer la analogia con los capitanes de barco… los maquinis-
tas siempre se hunden (metaforica o literalmente) con su tren. Etelvino.
–“Todos los problemas economicos del porvenir de Chile estan ligados
a la construcción de nuevas vias ferreas” (José Manuel Balmaceda, 26 de
octubre de 1890).
–Calculen que el dia antes que se viniera abajo el terraplen, yo estaba
sacando fotos, y se autorizo la pasada, y se acerco el chofer de uno de los
buscarriles, y me dijo “tomame una foto pa cuando me valla cayendo”…
yo nica hubiese pasado ese día… me habría negado.
–Uah, la cago tu experiencia, Erik…
–Medio peligroso ser maquinista del ramal entonces…
–Pero que onda? Tan mala esta la via… Chuuu! Saludos.
–Socito… no es que sea peligroso ser maquinista del ramal, solo
sucede que en la mitad del trayecto hay un punto critico, que precisa
de una reparacion urgente, ya que el estado del terreno en ese sector no
cumple con estandares de seguridad ni para que circule una carreta.
Ademas, a diferencia de la via central, por la fisonomia del terreno, estan
expuestos a derrumbes durante todo el año, pero con mayor frecuencia
en invierno. Cuando sucede esto todos los monos bailan, maquinista,
conductor, billetero, y algún pasajero paleteado… a tierra a tirar pala.
Es esto y otras cosas mas lo que hacen del buscarril un tren diferente.
Saludos. Erik.”
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A las diez de la noche sale del hostal para comprar una cerveza fría.
Ante un boliche de sándwiches al paso, una mujer observa desconfiada
a dos adolescentes que están en la vereda sin hacer nada. Un recolector
de cartones que pasa en un triciclo la insta a denunciarlos a carabineros.
La mujer marca un número en su celular. El que viene de afuera sigue
adelante, ignora lo que ocurrió y no le compete saber lo que puede ocurrir.
Tras una vuelta a la manzana cuenta a cuatro jóvenes que beben cerveza de
una botella de un litro en un solo vaso, a dos mujeres tiesas y sin habla que
empujan rutinariamente la pelvis contra una vieja máquina de videojuegos,
a un matrimonio de mediana edad que espera en silencio a que la heladera
termine de conversar para pedir el sabor que no tienen en casa, a un niño
de la edad de su único hijo que pide monedas con la mano fuera de la
frazada que lo envuelve; en sus dedos sostiene un cordel, del cordel cuelga
una llave.
Al volver al hostal se encuentra con que el dueño de la pensión lo aguar-
da en la vereda. Aunque le pesa haberlo preocupado, siente alivio de no
haber errado cuando, al reconocer a la ausencia que creyó haber dejado
con llave en la casa de Maruri, apuró el paso. La presencia del dueño en la
puerta del hostal confirma que su temor a la oscuridad fue razonable. Lo
extraño es que, en vez de invitarlo a pasar para que beba la cerveza fría que
compró en el centro, lo retiene en la vereda. El temor que el dueño necesita
contarle no es provocado por los ladrones que actúan en la oscuridad. El
dueño del hostal vacila ante un crédito bancario con el que podrá comprar
una casa con el doble de cuartos que esta. Siendo un plan cuidadosamente
afianzado en la realidad, falta un escalón que deberá saltar. Es ante ese
intervalo que el dueño del hostal, de profesión técnico en turismo, en la
práctica vendedor y en el clímax de su carrera supervisor, duda, y es de esa
oscilación que necesita dar cuenta. El de afuera se pregunta por qué lo es-
cogió a él si sólo se han visto una vez. Podría no preguntarse por el origen
de la confianza del dueño del hostal, pero, desconfiado como es, eso le
resulta imposible. El dueño tampoco parece un hombre confiado. Al llegar
lo instó con amable firmeza a registrar sus datos. El único conocimiento
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que el dueño posee del huésped se encuentra en aquel libro. Molesto por
su insistencia, en la columna asignada a la profesión, se le ocurrió colocar
“proyectista”. Al dueño del hostal la habilidad para hacer proyectos le ins-
pira confianza o le da confianza que él venga de afuera, y es ese afuera lo
que está buscando cuando le expone su temblor y la cerveza se entibia.
Los pasajeros que viajarán en el buscarril de las siete y treinta de la
mañana esperan a un costado de la estación de Talca, separados de los
pasajeros que abordarán el tren rápido, en un paradero que podría servir
para aguardar un bus provincial, esperan ellos a que los dos vagones del
buscarril se ubiquen en la trocha angosta que nace a los pies de un muro
ciego. El que viene de afuera juega a descubrir las diferencias entre los pasa-
jeros que viajarán en el buscarril y los que esperan el rápido. Los que van al
ramal traen paquetes, bolsas, carretillas, materiales para la construcción…
Como si fuera pecado ir con las manos vacías, viajan con las manos llenas.
Estando Talca a hora y media de Toconey (los que viven más lejos hacen
sus compras en Constitución), cada vez que los pasajeros llegan a la ciudad,
sienten la necesidad de llevarse algo. El único control lo pone la Empresa
de Ferrocarriles que cobra pasaje también a las cosas.
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La línea férrea deja atrás la confluencia de los ríos Maule, Claro y Lon-
comilla. El tren pasa del encajonamiento de la cordillera al despliegue de
los valles y vuelve a pegarse a los cerros, siempre junto al Claro. Si decide
bajar en una estación, tendrá que aguardar nueve horas a que venga el si-
guiente tren. Si de este segundo tren también quisiera bajar, deberá pasar la
noche en la estación y abordar el de la mañana. No tiene sentido volver a
Talca o seguir hasta Constitución, contaminada por la planta de celulosa.
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“Me pilla con las manos en la masa”, exclama la esposa agitando sus de-
dos enharinados. Si a las ocho y media de la mañana está cocinando, deben
almorzar al mediodía. La mañana ha de pasar más lenta que la tarde y, para
acortarla, el jefe de estación almuerza temprano, después toma una siesta.
Según el horario de la boletería en Talca, el primer tren de la tarde pasa por
Curtiduría a las cinco y cuarenta y dos minutos. El jefe de estación debe
llegar a la oficina a las cinco. Antes necesitará sacarse del cuerpo el sueño,
lavar su cara, escobillar la chaqueta y vigilar que los codos no brillen. Hoy
él fue el único pasajero que descendió del tren, el resto de la semana deben
venir lugareños con los que el jefe de Curtiduría abrevia el tiempo que des-
pliega el primer tren de la tarde y clausura el de las seis y treinta. A esa hora
frota por última vez la suela de sus zapatos contra las cerdas del choapino,
que la esposa desplegó ante la puerta para impedir que la tierra entre a la
casa junto con él, y no vuelve a poner los pies hasta la mañana siguiente.
“No, si mi marido no tiene nada que ver con el tren” –declara la es-
posa–. “Si nosotros sólo arrendamos la casa al ferrocarril para vivir.” Su
suspiro sopla la imagen que el de afuera se había formado de la sobremesa,
con un mantel largo bordado y el jefe de estación acariciando su barba,
mientras la hija mayor lee un cuento ruso en voz alta a la hermana pequeña
que escucha con las manos pegadas al rostro.
Su biblioteca en la casa de Maruri está llena de cuentos rusos que el de
afuera compra a precio de huevo en los mercados y que, de regreso a casa, se
afana en reparar con materiales que recoge en la calle. A los que han perdi-
do su portada, les fabrica otra con imágenes recortadas de revistas de papel
couché. Si algún cuento está incompleto, busca un símil al que le arranca las
páginas faltantes y sobre la tapa hechiza manuscribe el título y el autor. No
es que sienta una afición enfermiza por los autores rusos de primera mitad
de siglo, es su mirada la que arregló entenderse con ellos a su espalda, y en
cualquier pila que duerman, los despierta. Las dedicatorias manuscritas en
las primeras páginas le hacen pensar que fueron legados de padres a hijos, a
hermanos, nietos o amigos estimados por la familia. En un traspaso cayeron
en desgracia ante un libro nuevo y los rusos, que pasaban su jubilación en
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una acogedora biblioteca, fueron echados a circular. Cada vez que se los
encuentra, no puede evitar darles albergue. Algunos han sido tan usados o
maltratados que se deshacen en sus dedos; otros dan asco, en la intemperie
se han contagiado hongos, musgo, basura. Al ponerlos en su biblioteca,
imagina la mano que sustrajo El Capote, La nariz, La pulga de acero, La
muerte de Iván Ilich, El sueño de un hombre ridículo…, el momento en que
el hijo, el nieto o el amigo ejemplar reemplazaron la duda por la certeza. ¿Y
si el matrimonio que arrienda la estación da hospedaje a un ruso? La arren-
dataria esparce sus dudas junto con la harina. “Si usted no fue el único que
bajó en el pueblo, si este no es el pueblo, el pueblo está más abajo y la gente
hace parar el tren allá mismo.” Fue el choapino, el gomero, el anhelo de la
arrendataria de que su casa no quede fuera del camino, como ocurrió con la
estación donde está obligada a vivir, lo que dio origen a su falsa impresión.
“No, si me levanté temprano para hacer una torta porque espero visitas”,
agrega, como si no fuera suficiente humillación.
El que viene de afuera pide a la arrendataria que le permita dejar en su
casa el bolso. Ignora si se quedará a pasar la noche o partirá en el tren de
la tarde. Los sillones de crea floreada se ven tan mullidos que preferiría ser
él quien se quedara en vez del bolso. Cuando las visitas pasen al comedor,
querrán saber si la arrendataria se dispone a viajar en tren, ella les hará ver
que el bolso pertenece a alguien de afuera.
A lo largo del camino, las casas lucen vacías o cerradas. Perezosos racimos
de uva cuelgan de las tapias. Prueba los granos rosados, verdes, amarillos,
negros… Habiendo perdido la noción del tiempo, detiene al conductor de
un destartalado jeep para preguntarle dónde está el pueblo. El conductor
no entiende su pregunta; resulta extraño, por cuanto aquí también se habla
español, a excepción de algunos términos y un cantito que llevan cosido a
la lengua. Prueba con un hombre que en la orilla del camino carga cajones
con uvas en una camioneta. Le pregunta dónde está el pueblo, el viticultor
contesta que el pueblo es lo que dejó atrás.
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En vez de volver al pueblo que pasó de largo, decide seguir hacia una
colina desde la que se debe contemplar el pueblo y el río que dejó de ver
al bajar del tren. El viticultor alza un nuevo cajón de uvas. Al encontrar la
camioneta repleta, lo deja en el suelo y sube a ordenar los demás. Conven-
cido de que el hombre no desea informarle el camino hacia la colina, el que
viene de afuera sigue adelante. Habiendo hecho espacio a los cajones que
estaban en el suelo, el viticultor hace espacio a la pregunta del forastero. Al
que viene de afuera le asombra descubrir que el otro está pensando. Intenta
recordar si alguna vez sorprendió a alguien pensando en la capital, y no
recuerda. Viviendo aquí todos los días, el viticultor nunca encontró a un
desconocido que le preguntara por el camino a la colina.
El que viene de afuera contempla el tiempo que el viticultor se toma
para pensar. En la pausa aparecen los lugareños a quienes dejó con los
pensamientos hechos, mientras, apremiado por el tiempo, creía que no
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La Estación del Poeta es la única en la que se cruzan los trenes que van
a la costa y a la ciudad. Las locomotoras permanecen con los motores en-
cendidos durante diez minutos. La joven pasajera ha encontrado asiento
entre dos mujeres de negro que sostienen frondosas calas recién cortadas.
El arreglo de flores que lleva sobre sus rodillas luce más apagado que en el
tren. Se cansan las mustias en sus brazos.
Al marcharse los trenes y los pasajeros, el jefe de estación cierra la puerta
de su oficina por dentro. El punteo de sus tacos anuncia un camino inte-
rior que conduce hacia la parte de atrás de la casa, donde debe vivir con
una hija y una esposa que no amasa pan. En el andén quedan dos ancianos
que, como pájaros, parecen llevar años empolvándose en el asiento las dos
veces al día que se cruzan los trenes.
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de los vecinos, los vecinos, los hijos de los parientes, los parientes… Los
ancianos como si lloviera. La posadera cuenta la partida de los robles, los
lingues, los campos de trigo, los molinos, las siembras de porotos, el agua…
Los ancianos en las ramas no se sabe si escuchan. La casa del poeta González
Bastías, las viñas, su defensa de los campesinos. La única que vino en el tren
fue una señorita de la oficina de turismo que aconsejó a la posadera capa-
citarse. En la capacitación le advirtieron que para recibir turistas en su casa
debía mejorar los cuartos y el baño. La posadera invirtió sus ahorros y el
dinero de un crédito que obtuvo con la tarjeta bancaria que les repartieron
gratuitamente en la capacitación. Hasta ahora los únicos que han venido
son los dos pájaros, y a ellos les dan igual los cuartos y el baño. “Vienen
todas las noches; a ese se le murió la mujer, a ese la mujer se le fue con otro
y ese es mi marido.” Cruza sus manos la posadera. A una señal inadvertida,
los viejos se bajan de las ramas y la posadera apila las sillas contra la pared.
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reblandecida con sabor a ajo. No son los tomates de antes, la receta perdió
veracidad al ser traducida o, para bajar el costo, no los exprimieron. Llega
un hombre que dice representar al alcalde; le sirven chancho en piedra,
tortillas, cazuela de ave y ensalada a la chilena. El representante pide empa-
nadas. Faltando para que salgan del horno, sube a la camioneta municipal
y vuelve dos horas más tarde. El animador agradece por micrófono el apo-
yo del alcalde. Los agradecimientos los recibe el representante que come
tres empanadas, ríe con los disparos al aire del Potrillo de Santa Rita y se
va, sin pagar.
La calle que pasa por fuera del salón de eventos está repleta de gente
que, habiendo sido convocada por la fiesta, no considera necesario entrar
a la fiesta. A eso de las nueve de la noche unos pocos cruzan la puerta. Del
pasillo no pasan.
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nes libres. Durante meses el padre postergó el deseo del hijo de mudarse
a Maruri. Cuando ese día llegó, el que viene de afuera emprendió algunas
mejoras destinadas a ganar confort en una vivienda construida según la
austera tradición del campo para la que el frío y la lluvia son naturales. La
única modificación que introdujo en la sala de espera fue un sillón floreado
de tres cuerpos que su madre sacó de la casa del barrio alto para dar cabida
a uno más moderno. Salomón trasladó a su consulta el antiguo asiento
de dos cuerpos que Emilia destinó a la sala de espera. Lo ubicó frente a la
puerta y de cara al espejo del paragüero que estaba en el pasillo.
Entre la consulta dental y el baño hay una habitación con una puerta-
ventana que accede a la sala de espera. Para ganar privacidad, el que viene
de afuera clausuró la puerta y destinó el cuarto a ocasionales huéspedes. El
único visitante que ocupó la cama del cuarto oscuro fue su padre. Entre
su arribo a la casa y el inicio de la atención dental, señalado en el horario
que colgaba en la fachada, dormía la siesta. Desde las habitaciones de atrás,
escuchaba el que viene de afuera los latidos de su padre en el cuarto oscuro.
Como no tenía posesiones propias, ocupó la loza, los vasos, las fuentes y
el servicio de sus abuelos. Eran los sonidos que llegaban al asiento de dos
cuerpos en el que permanecía Salomón todas las tardes, después de la siesta
en el cuarto oscuro, a la espera de un llamado que no se producía; los soni-
dos que luego transmitía a su esposa en la casa del barrio alto.
Durante los nueve años que compartió con su padre la casa de Maruri,
Salomón siguió postergando el imperativo de trasladar la consulta al barrio
alto. No teniendo por costumbre cerrar la puerta de la sala de atención,
cada vez que él entraba o salía de la casa, se encontraba ante el espejo del
paragüero con el reflejo de su padre recostado en el asiento; como no le
cabían las piernas, Salomón las encogía.
Segunda vuelta
Los textos que leyó acerca del ramal omiten la orilla del río por la que
no pasa el tren. Mientras de este lado las casas están ubicadas junto a la
línea, en la orilla opuesta no se distinguen casas, tal vez porque no hay lí-
nea. El tren se detiene en Pichamán. En la otra orilla hay un bote. El bote
hace nacer su deseo de cruzar. El vendedor de golosinas le informa que los
botes cruzan a este lado sólo para recoger a un familiar o vecino. “Si usted
quiere pasar, tendría que conocer a alguien.” –Y eleva el pescuezo–. “No
veo a nadie que viva al otro lado.”
Al que viene de afuera le parece que el lado sombrío por el que no pasa
el tren, la sinuosa playa de arena negra, los troncos varados por la crecida,
las colinas sembradas de trigo, los manchones oscuros de los bosques de
pinos, tienen un misterio que el lado iluminado por el sol, la playa, los
troncos, las colinas, los bosques, no tiene.
De lo que leyó sobre el ramal, nada ha visto. “La generosidad de sus
cultivos de tomates”, “pueblos llenos de tradiciones”, “personajes que ama-
blemente saludan a los turistas que llegan para disfrutar de la calidez del
paisaje.” ¿Será que los personajes dejaron de saludar o él no está disfrutan-
do de la calidez del paisaje? “Pudiendo visualizarse desde el tren en movi-
miento a lugareños montando caballos a pelo o a deportistas practicando
canotaje…” Definitivamente algo se le esconde. ¿Y si se encuentra al otro
lado del río?, piensa. Por más que ausculta a los pasajeros, nada indica si
viven en esta orilla o en la otra. Tal vez la marca no es visible para él o estar
del lado de allá no establece diferencia. “¿Y por qué no prueba en Los Ro-
meros? Puede que allí encuentre un bote” –le sugiere el vendedor–. “Si se
decide, es la próxima estación.” No se decide.
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tallarines. Ojalá fueran de los que se compran, sólo come los que amaso
yo”, dice la esposa cortando los tallarines para el cadáver.
El hombre que esperaba en la estación de Maquehua aparecer en una
fotografía junto al niño, es primo de la hermana que alquila las cabañas.
El niño vive con su madre y dos hermanos en la estación que arriendan
como casa. El que viene de afuera ve a la madre y a sus dos hijos mayores
caminar por la línea férrea. El más alto tiene las piernas combadas. Debió
nacer con displasia a las caderas y por no seguir tratamiento en el hospital
se le acabaron deformando. La cojera de la madre es imperceptible. El
hermano del medio también tiene dificultades con sus piernas. Como al
menor lo vio sentado en la estación, ignora si heredó la displasia, confía en
que hubo una excepción o un error. No le gustaría estar en el lugar de la
madre cuando sus hijos le pregunten por qué no los corrigió.
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hermano. Las ocasiones en las que cedió a ese sentimiento llegó a conocer la
compasión, pero al hermano se lo saca de encima.
traigo las verduras y los huevos, limpio la casa y cuando se van no me dan
ni las gracias? ¿Puede creer que a los niños les dan tan poco de comer que
por pena les preparo una cazuela para que se echen algo caliente al estóma-
go? ¿Cree que alguna vez me han traído un regalo? Y cuando mi marido
viaja a pedir su sueldo al negocio que tienen en la ciudad, las patronas le
dicen que no están dispuestas a desembolsar un peso de sus bolsillos en la
mantención de la casa; si la tierra no produce, no hay plata. ¿Puede creer
usted que nosotros mismos tenemos que cargar los sacos con naranjas y las
garrafas de vino hasta el tren para venderlos en la costa?”, le sigue diciendo
en voz baja, para que su esposo no se entere de que está decidida a enfren-
tar a las tres solteronas porque “después de treinta años de abuso esto no
puede quedar así”.
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Ahora que ha descubierto el nombre que abre las aguas, le parece que el
lado iluminado del río posee un misterio que la sombra perdió.
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Cuarta vuelta
Los textos que leyó acerca del ramal producen la impresión de que
en alguna parte hay una pérdida. Primero fueron los faluchos que trans-
portaban los robles y lingues arrancados a los cerros por los empresarios
forestales con el propósito de hacer prosperar la zona. Se llegaron a cons-
truir ochenta y tres faluchos a orillas del río. Sucesivos ministros de Obras
Públicas recibieron propuestas de ingenieros y empresarios para corregir
los bancos de arena que amenazaban obstruir la navegación fluvial. Los
estudios durmieron una siesta de años en los estantes. Al despertar, el río
estaba embancado. El trabajo de los astilleros terminó y la tradición se
perdió. Veintiséis años demoraron en construir el ramal que salvaría del
aislamiento a los lugareños que vivían entre Talca y Constitución. Los que
vivían del comercio de los faluchos pensaron que vivirían del tren. En
1915 llegaron a circular diez vagones diarios desde y hacia la costa. Los ve-
raneantes viajaban atraídos por el Hotel Central, el Hotel La Playa, el Club
de Regatas, El Dique, El Edén, El Pullucullán. Hasta que el nieto de una
familia aristócrata instaló una planta de celulosa –las familias adineradas
se habían trasladado a balnearios más elegantes, y el mal olor ahuyentó a
los veraneantes. Contingentes de desempleados vinieron a instalarse a los
cerros para trabajar en la planta de celulosa y todavía no encuentran de
qué vivir.
Entre los planes de ayuda del gobierno hay un estímulo para la cría de
corderos. El préstamo alcanza para tres corderos, pero como los lugareños
no tienen experiencia, los animales que no mueren crecen flacos. Ahora
último aparecieron un par de funcionarias de turismo. Estuvieron en las
cabañas de la hermana en Maquehua. Después de beber su té y probar su
mermelada de guinda ácida, determinaron que el lugar no es apto para el
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turismo. El que viene de afuera ha sido el primer turista que alojó en las
cabañas. Al mencionar que el proyecto para salvar el ramal lo haría volver,
la hermana creyó que comenzaría a vivir del turismo.
La segunda vez que baja en Maquehua, la esposa del hermano menor
le dice que la hermana se encuentra en la costa y le ofrece alojamiento en
una de sus cabañas. Al parecer ella sabía que la hermana llegaría esa tarde
de Constitución y de todas formas ofreció alquilarle una de sus cabañas. El
que viene de afuera los escucha discutir en la cabaña contigua. El hermano
mayor intenta convencer a su hermana de que no vale la pena enojarse con
la cuñada, ya que el de afuera volverá a visitarlos y entonces le tocará a la
hermana.
El día de su partida, en el vagón viajan la hermana, el hermano menor
y su esposa. La hermana debe saber que el matrimonio va a comprar víve-
res con el dinero que obtuvieron del turista y se consuela pensando que la
próxima vez le tocará a ella.
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Entre los pasajeros del tren hay un hombre que dejó su trabajo en la
celulosa para mejorar las vides que su padre tiene al otro lado del río, frente
a la Estación del Poeta. El que viene de afuera le pregunta de quién era el
funeral que tuvo lugar aquel lunes en la Estación del Poeta, adonde llegó
siguiendo a la joven pasajera que llevaba un arreglo de flores en sus rodillas.
El pasajero bebió lo suyo y el movimiento del vagón lo tiene sujetándose la
cabeza. Aun así, recuerda que ese lunes velaban al esposo de la mujer que
vende humitas delante de la florería de Talca, donde trabaja la joven que
cargaba en su regazo las mustias.
Al acercarse a la Estación del Poeta, el que viene de afuera sorprende al
jefe de estación en medio de la línea férrea con ambas manos en la palanca
que cambia las vías. A segundos de ser arrollado, el jefe de estación salta al
segundo vagón. En la pisadera se encuentra con que la puerta está cerrada
por dentro y debe viajar agarrado de las manillas. El cobrador tiene entre
sus funciones abrir la puerta del lado derecho para que el jefe de estación
salte hacia dentro después de accionar la palanca que cambia las vías, pero
al cobrador le preocupa cualquier cosa menos su oficio. Durante el viaje no
se despega del vendedor de golosinas; le hace ver que no es cobrador, sino
profesor con estudios universitarios, y que si lo dejaran tomar las riendas
de la educación los niños recibirían una verdadera educación, y el proble-
ma de la educación estaría solucionado. Tan convencido está de su discurso
que no advierte la mirada de aburrimiento del vendedor. La chaqueta roja
que este lleva sobre la camisa blanca sin planchar debe pertenecer a otro
colega que se la cedió sin lavar. En una próxima vuelta se enterará de que
perteneció al padre del vendedor, quien en vida mantenía tres servicios a
bordo: desayuno, almuerzo y once. Al hijo le alcanza para una bandeja con
golosinas, gaseosas, café en tazas cascadas y marraquetas con margarina.
Al detenerse el tren en lo del Poeta, el jefe de estación camina por la
línea férrea para desplazar la vía del buscarril que viene en dirección con-
traria. Recién ahora comprende por qué los trenes se detienen aquí diez
minutos. ¿Cómo sabe el jefe de estación cuál buscarril llegará primero?
En el siguiente viaje, escucha al conductor llamar por radio a la Estación
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del Poeta para avisar que llegará en siete minutos. Si no reparó antes en el
trabajo del jefe de estación se debe a que siempre viajó en el primer vagón
y, después de cambiar las vías, el jefe de estación salta al segundo. Cuántos
acontecimientos se habrá perdido por sentarse en el primer vagón y, de
viajar en el segundo, otros va a perderse. Si se espera a la escritura en vez de
al tren, siempre se llega con retraso.
TALCA.- Sólo esta mañana cerca de 30 pasajeros pudieron llegar a sus des-
tinos en las alejadas localidades de la costa de la región del Maule, debido
a que fueron abandonados por el servicio del ramal Talca Constitución que
este martes presentó una falla en su barra estabilizadora. Los pasajeros, que
debieron esperar más de cinco horas por una solución de traslado que final-
mente no fue entregada, fueron albergados en un hogar de la empresa de fe-
rrocarriles donde debieron pernoctar. El administrador del buscarril, Alejan-
dro Chávez, explicó lo ocurrido. “Tuvimos un problema mecánico que tiene
que ver con una barra estabilizadora y eso no permite que el tren traccione
bien. Son hechos puntuales y los equipos son antiguos, del año 60. Con un
equipo de esa antigüedad no va a prestar un mejor servicio aparte de los pro-
blemas mecánicos”, sostuvo. El ramal Talca Constitución, un monumento
histórico nacional, posee tres máquinas de dos carros, una de ellas ya estaba
en reparación. Recibe 8 millones de pesos para mejoras técnicas. El buscarril,
funciona desde 1889 y constituye el único medio de transporte de sectores
carentes de adecuados caminos, sin recorridos de buses. Posee 10 estaciones
entre Talca y la costa de Constitución, con 88 kilómetros de vía férrea.
7 noviembre 2007, El Mercurio
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“El tren ramal actualmente se detiene sólo en la Estación del Poeta, sin
embargo los vecinos pidieron a las autoridades regionales realizar gestiones
con la Empresa de Ferrocarriles del Estado para analizar la posibilidad de
que el tren se detenga cinco minutos aquí, en Curtiduría. Aprovechando
el recorrido que hicieron en julio pasado las autoridades regionales con
gente de la empresa, les hicimos entrega de una carta donde solicitamos
considerar la opción a futuro de establecer una detención de cinco minutos
del tren en la estación, ello con el propósito de entregar a los vecinos la
posibilidad de vender productos como tortillas, pan amasado, frutas, vinos
y otros que son característicos de esta zona. Estamos a la espera de una res-
puesta. Sabemos que es complicado y de concretarse demoraría bastante,
sin embargo no perdemos las esperanzas porque creemos que es justo para
un sector de mucha tradición y donde viven personas de trabajo y amantes
de su tierra”, señala la presidenta de la junta de vecinos en la prensa.
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Dijo a la ex presidenta que pasaría dos noches en su casa. Ayer fue di-
rectamente a la cama ¿y hoy? Las altas temperaturas hacen imposible salir
a la calle entre el mediodía y las cinco de la tarde. La joven presidenta de
la junta de vecinos le dijo que estaría por la mañana en el salón de eventos.
Las puertas están abiertas. En la plazoleta dos mujeres se columpian. Al
verlo entrar, bajan disparadas, una al consultorio y la otra al salón. Confía
en que podrá aclarar la oscura impresión que la presidenta se llevó de él.
La mujer que se columpiaba le informa que la presidenta no viene por la
mañana, no dice si desistió de venir, si nunca ha venido y lo inventó para
escapar de él. El fabricante de vinos mencionó unos baños termales a cinco
kilómetros de allí. “La única forma de llegar es caminando y los dos prime-
ros kilómetros son pura subida, no creo que resista”, agregó.
Entre las diez de la mañana y las siete de la tarde permanece en un baño
termal que nadie atiende, recostado bajo la sombra de un árbol que no le da
su nombre. En las nueve horas que pasa bajo las ramas, contempla el paso
que no dieron su abuelo y su padre en el asiento de dos cuerpos donde se
encogieron.
Por la tarde, en el salón de eventos, la presidenta enseña a leer y a escribir
a un campesino. “Lo hago en forma desinteresada. No como la ex presidenta,
que se negó a entregarnos el secreto de la fiesta del vino.” No sólo estuvo la ex
presidenta veinte años dirigiendo la junta de vecinos; como actual presidenta
del comité de turismo, sigue ganando dinero con los grupos organizados
que trae desde Talca a almorzar al salón de eventos, con el Potrillo de Santa
Rita y sus disparos a fogueo. A diferencia de la fiesta del vino, que alcanzó
para pagar la orquesta, los eventos del comité de turismo son pura ganancia.
Descubrir el secreto de la ex presidenta con el fin de comunicarlo a la joven
presidenta puede ser el sentido que perdió interrogando a las ramas.
Encuentra a la ex presidenta en el jardín. El que viene de afuera no se
va por las ramas, predice que en el futuro los hijos volverán al campo por-
que en el campo está el futuro. La ex presidenta se muestra dubitativa. El
que viene de afuera le habla acerca del pasajero que dejó su trabajo en la
celulosa para mejorar la viña del padre. La ex presidenta le cuenta que ella
CYNTHIA RIMSKY | 127
tren.” “¡Qué manera de comer!” “Yo creo que después no comen en toda la
semana”, ríe. “¿Y cuánto cuesta todo eso?” “Doce mil pesos por persona.”
“¿Y compensa?” La ex presidenta sonríe condescendiente. “Qué lástima
que la directiva que hizo la fiesta del vino no sepa organizar eventos como
usted, no ganaron casi nada.” “Yo les dije cómo tenían que hacerlo, pero
ellas creyeron que era fácil.” “Si el día de la fiesta del vino usted no estaba
aquí…”, intenta pillarla. “Tuve que ir a la ciudad a ver a un familiar que
estaba enfermo.” No se deja pillar. “¿Y en el pueblo no despierta envidia
lo que hacen?” La ex presidenta se apura: “Siempre hay gente que habla; si
fuera por mí yo donaría una pequeña parte al salón de eventos, aunque está
ahí para que lo use cualquiera” –aclara. “Lástima que mis amigas no están
de acuerdo” –cruza las manos sobre el delantal.
Temprano por la mañana abandona la casa de la ex presidenta con el
secreto de la organización de la fiesta. El salón de eventos está cerrado. Da
una vuelta por el consultorio; un aviso con letras achuradas informa que
el dentista no vendrá hoy. Le quedan cuatro minutos para coger el tren. Si
espera a la joven dirigente deberá quedarse en Curtiduría y alojar en la casa
de la ex presidenta o esperar el tren que va a Maquehua y escoger entre la
cabaña de la hermana y la del hermano menor.
La primera mañana que el de afuera despertó en Maruri, tras nueve años
fuera del país y de la casa, se encontró con que no necesitaba emprender
ningún cambio para continuar viviendo allí. Como si nunca hubiese dejado
de hacerlo, sacó la cadena que enlazaba las manijas, abrió la puerta princi-
pal, sujetó una de las hojas con un gancho para impedir que el viento la
cerrara, desplazó la tranca para asegurar la otra, guardó la cadena y el canda-
do en el hueco del ladrillo, abrió la mampara, cogió la llave escondida en el
paragüero y abrió su taller. En la esquina del cuarto lo esperaba el madero.
Con la ayuda del clavo, abrió las celosías de las lucernas y permitió a la luz
entrar en la oscuridad. Al salir al pasillo se encontró con que el espejo del
paragüero estaba cubierto por una sábana. Antes de partir había protegido
los muebles para que no se estropearan y pensó que era el caso del paragüe-
ro. Al ir a levantar la tela se encontró cara a cara con su olvido.
CYNTHIA RIMSKY | 129
Sexta vuelta
Al llegar a Talca siente la imperiosa necesidad de llamar al hijo. Si no
telefonea al hijo, le será imposible conciliar el sueño. Con esa idea sale del
hostal. Ante un boliche de sándwiches al paso, una mujer mira desconfiada
a dos adolescentes que no hacen nada. Un recolector de cartones que pasa
en un triciclo la insta a telefonear a los carabineros: “Denúncielos nomás”.
La mujer marca un número en su celular. Tras una vuelta a la manzana, el
que viene de afuera cuenta a cuatro jóvenes que beben cerveza con un solo
vaso, a dos mujeres tiesas y sin habla que empujan rutinariamente la pelvis
contra una vieja máquina de videojuegos, a un matrimonio de mediana
edad que espera en silencio a que la heladera termine de conversar para
pedir el sabor que no tienen en casa. Ve a un niño de la edad de su hijo que
pide monedas envuelto en una frazada; su mano queda afuera, en los dedos
sostiene un cordel y del cordel cuelga una llave. Su ex esposa responde al
teléfono que el hijo no está, no dice dónde está ni por qué salió. El que vie-
ne de afuera acuerda volver a llamar. Al acercarse al hostal, con la botella de
cerveza que salió a comprar dos horas antes, se encuentra con que el dueño
de la pensión no lo espera en la puerta. No ha llegado cuando recibe el
llamado urgente de su ex esposa y la ausencia que lo viene siguiendo desde
Maruri se desliza en el cuarto junto con él.
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La línea de buses que va y viene entre Talca y Colín tiene a la calle que
pasa por detrás de la estación como paradero. En su recorrido por Talca,
los buses F comparten paradero con la línea E. Los buses E llegan hasta
un colegio pagado, que es tradicional en la ciudad, y donde su ex esposa
matriculó al hijo de ambos. El que viene de afuera no estuvo de acuerdo:
fue casualidad que el hijo naciera en Talca y así como llegó a esa ciudad,
podía irse, por lo que no necesitaría los contactos que el colegio tradicional
le proporcionaría. Su ex esposa no tomó en cuenta su opinión. Luego co-
mentó a su hijo que el padre opinaba así por tacaño.
El juzgado donde el padre deposita el cheque para la alimentación del
hijo es el F. No cree que su hijo sepa el número del juzgado. Fue una coin-
cidencia que, en vez de abordar el bus E que lo deja en el colegio, su hijo
subiera al F. No es posible confundir una E con una F. Al hijo esas cosas
le suceden. El mes anterior le sucedió ser asaltado a una cuadra de su casa.
La madre había decidido que a los doce años el hijo podía ir y venir solo al
colegio en locomoción colectiva. Camino al paradero le robaron la billetera
con la mesada y una lámina que ganó al mejor jugador de láminas del cur-
so. El hijo no volvió a salir solo a la calle. La madre le exigió al padre que
pagase un transporte escolar. Este le hizo ver que la decisión de que el hijo
viajara en autobús fue de ella. La madre comentó al hijo que su padre era
un egoísta.
El lunes el automóvil de la madre sufre una avería y el hijo se ve obliga-
do a recorrer la cuadra en la que lo asaltaron. En vez de coger el bus E que
lo lleva al colegio, aborda el F que lo llevará a Colín. A la salida de Talca
comprende que algo anda mal, pero calla. Si pregunta al chofer, todos los
pasajeros sabrán que se equivocó de bus.
En las primeras seis cuadras no percibe grandes diferencias con Talca.
A la séptima cuadra termina el pavimento. Las casas más antiguas son de
madera y las restantes, una pegatina de cartones y planchas usadas. En los
jardines se amontona lo que se desecha en las cuadras principales. Recolec-
tadas bajo la fantasía de emular la vida que se lleva en Talca, las cosas pasan
por el olvido y envejecen al sol.
136 | RAMAL
estudiar la historia del ferrocarril para una prueba parcial. La profesora les
exigía aprenderse de memoria las características de las locomotoras a car-
bón, eléctricas, petroleras. Una estupidez, se enardeció el padre contra la
profesora que privilegiaba la memoria por sobre el entendimiento. Al hijo
le dio un ataque de pánico al constatar que no era capaz de memorizar.
Después de almuerzo se sintió enfermo del estómago y la madre pasó a
buscarlo a Maruri. Al día siguiente no fue al colegio.
En Colín hay dos líneas férreas. Al que viene de afuera no le resulta
fácil dilucidar por cuál de ellas pasa el tren. El hijo sabe de inmediato que
circula por la del fondo. Al que viene de afuera le resulta sorprendente el
sentido de orientación de su hijo.
140 | RAMAL
de afuera se deja caer en el asiento al final del andén. Escucha las risas de
los vagos. Hasta el asiento no vendrán, el asiento se ve desde el almacén.
Volver al asiento es volver al hogar.
Si el hijo no coge el bus F que está por partir, le será imposible llegar
a las tres de la tarde a la plaza de Talca. ¿Y si los vagos planean arrojarlo al
tren en marcha? El amigo del hijo recibe un segundo llamado telefónico
del hijo avisándole que no irá a la plaza. El amigo se ofrece a ir a su encuen-
tro. El hijo corta la comunicación. En un momento posterior la batería de
su móvil se descarga.
144 | RAMAL
El hijo no quiere ser feliz o correcto, va más lejos, no es capaz de ser feliz
o correcto, más lejos, ya que no es feliz ni correcto no tiene sentido existir,
más lejos, la felicidad y la corrección no existen, y como no es posible ser
feliz ni correcto, se convertirá en una decepción para todos.
Se escuchan gritos del lado del río. Por el sendero se acercan una traba-
jadora temporera y un hombre. Desde el asiento no se alcanza a escuchar
lo que dicen. El hombre va delante, la temporera tira de su chaqueta, le
desgarra la chaqueta, el hombre arranca la mano de su chaqueta, la tem-
porera saca unos billetes y los arroja al suelo, el hombre los recoge y sigue
adelante, la temporera grita su nombre. Las demás trabajadoras no miran,
miran y no hacen nada, no hacen nada y vuelven a sus casas, no cogen el
bus, ahorran el dinero. Se ven cansadas, piensa el que viene de afuera.
El silencio que sigue resulta más angustiante que la discusión. A la edad
del hijo los sonidos atemorizan más que las palabras. A la edad del que
viene de afuera atemoriza la repetición de la palabra. El hijo desconoce
los motivos por los que otras parejas discuten, conoce las disputas entre su
padre y su madre. No conoce lo que las disputas ocultan, sí la desesperanza
que las disputas le causan.
En media hora pasará el último tren, si es que no se atrasa. La madre
vive con atraso, queriendo llegar, prometiendo llegar, haciéndose esperar,
insistiendo en que llegará, llegando cuando ya no es necesario. Al padre no
le es permitido ningún atraso, paga cada retraso en la comisaría, acusado
por su ex esposa de infringir el dictamen del Tribunal de Familia. El hijo
no necesita que su padre le repita que la madre no llega a tiempo, él sabe
que su madre no llegará a tiempo.
Los dos trenes que pasaron antes son insuficientes para que el hijo se
forme una imagen del ramal. El hijo desconoce que antiguamente los pa-
sajeros alumbraban con una vela el camino del paradero hasta su casa, que
los perros esperan en la línea el regreso de sus amos, que durante la deca-
dencia del tren un caballero arrendaba palitos para mantener las ventanas
abiertas. Ignora que dos estaciones más adelante hay un carro que vende
huesillos con mote, churrascas y huevos duros con sal, y que el jefe de la
148 | RAMAL
Estación del Poeta cambia las vías de los trenes. Necesitaría recorrer varias
veces el mismo trayecto, sentarse en el primer asiento del lado del conduc-
tor y escuchar cómo este avisa por radio su llegada. Aun así, de no viajar en
el tren que llega primero a lo del Poeta, no alcanzará a ver al jefe cambiar
las vías. De todas formas, el hijo no cree que se puedan cambiar las vías.
Desde hace diez años, cada mes pasa tres días con su padre y veintisiete con
su madre. En diez años se ha percatado de muchas cosas, entre ellas, que el
conocimiento de las cosas no mejora las cosas.
El hijo escucha al padre proclamar que deben salvarse los huevos du-
ros, las varillas que sostienen las ventanas, la palanca que cambia las vías,
los huesillos con mote, los cuentos rusos... El hijo no conoce la Estación
Mapocho, conoce a la madre, al padre, a los abuelos maternos, a los com-
pañeros de colegio, el barrio pudiente de Talca, la plaza, el mall, el muro de
escalada. El conocimiento que tiene de los lugares y las cosas no lo apega a
ellos como apega a su padre, la cobradora del tren, la niña que conoce los
caminos, los tres hermanos de Maquehua, el esposo cadáver de la mujer
que amasa pan.
El que viene de afuera no sabe bien cómo empezó con su misión. Un
día subió a internet una lista de cosas y lugares perdidos. La gente co-
menzó a añadir sus propios objetos y lugares. La lista se volvió infinita.
El que viene de afuera se ofreció a elaborar proyectos para salvar las cosas
y lugares que la gente daba por perdidos. Pero, en vez de disfrutar con la
descripción detallada de las cosas y lugares ausentes, los clientes sentían un
inesperado desasosiego. “Yo creo que sus proyectos son para criticar, en vez
de contarnos algo bueno y positivo. Para tus próximos espero que te guíes
mejor y compartas más con la gente, y a ver si encuentras más sentidos a
tus recuerdos”; “qué pobre tu proyecto, lamento que tengas tribuna y no
la aproveches de mejor manera. Cero aporte”; “lo que se intenta con este
proyecto, ¿qué es?... incentivar a la gente para que recuerde o tratar de
desanimarla con informaciones que en realidad no son tan detalladas?... lo
más probable es que este profesional ni siquiera haya investigado y sólo se
dedique a criticar.”
CYNTHIA RIMSKY | 149
todas las tardes a la misma hora, el hijo podría escuchar el coro de pájaros
errantes que buscan su reflejo.
Cada vez que el hijo lo visita en Maruri, el padre insiste en mostrarle
lo que hay más allá del facilismo del presente. Al hijo no le interesa salir
del presente. Su padre se entrometió en el encogimiento de Salomón y en
la vida de su hijo, cuando le preguntó si estaba enterado de que su mejor
amigo había planeado suicidarse. Al hijo le afligió que su padre dudara de
su mejor amigo. Al padre le preocupó que su hijo lo engañara. Si escondía
lo que había ocurrido con su mejor amigo, podía esconder otras cosas y el
padre no tendría forma de llegar a la verdad. Por eso le dijo que si él hubie-
se sabido que su mejor amigo planeaba suicidarse, aun cuando significara
traicionar la confianza de su mejor amigo, la conservación de la vida de
su mejor amigo hubiese sido más importante que perder la confianza del
mejor amigo. Como el hijo guardara silencio, el padre decidió preguntar
al amigo, que se volvió el mejor amigo del hijo después de que su mejor
amigo se disparó en la sien.
El amigo del hijo recibió la llamada telefónica del padre en su casa y sin-
tió pena. El padre no entendió que sintiera pena. “Si te consideras su amigo
debes hablar conmigo”, le advirtió. El amigo aceptó contar al padre la con-
fidencia del hijo. “Tiene pavor”, dijo. El padre se preguntó por qué en el
colegio les enseñaban palabras como esa, no era posible que un niño sintiera
pavor; siendo parte de la lista de palabras que debían memorizar, aprendían
a sentir pavor. Podría no haber preguntado a qué tenía pavor su hijo, ya que
es imposible que un niño conozca el pavor. Pero preguntó. El amigo confe-
só que el hijo sentía pavor de parecerse a su padre, y últimamente al pavor
de parecerse a su padre se añadía la certeza de parecerse cada vez más.
Por la noche, el hijo guardó silencio ante el llamado del padre a cenar.
No supo por qué sus labios se mantuvieron sellados. Las veces anteriores
en las que no contestó el llamado del padre a comer, su padre lo olvidó.
Esta vez el padre lo siguió llamando a través de la galería que corre paralela
al patio embaldosado, donde el bisabuelo que huyó del ramal plantó un
cerezo y un guindo que el padre del hijo cortó porque atraían hormigas.
CYNTHIA RIMSKY | 151
despegar los brazos del cuerpo. Ahora que los ha separado, el hijo des-
cubre que si los mantenía pegados a su cuerpo era para tapar el agujero
que anidaba en su pecho, o el agujero nunca estuvo y aparece ahora que
separó los brazos. En una revista leyó el hijo que un dolor insoportable se
mitiga con un dolor mayor. El dolor que se inflinge al estirar los brazos es
terrible, pero no alcanza a borrar el vacío con el que vivirá ahora que abrió
los brazos.
El conductor del tren jala la campanilla para alertar a los que se dispo-
nen a cruzar la vía. El que viene de afuera comprobó con sus propios ojos
que desde la cabina es posible ver a los pasajeros que esperan junto a la
línea. Aun así, siente un temor irracional a que el conductor siga de largo
y lo deje para siempre en el ramal.
El hijo observa al tren que viene por él. Los anteriores se presentaron de
improviso. Ahora tiene la posibilidad de observar que el foco se mantiene
encendido, su nariz azul y amarilla, el parabrisas curvo, un reflejo en el
vidrio. El hijo no alcanza a distinguir qué se refleja. El amigo que no es su
mejor amigo insistió en que él no se parecía a su padre, le hizo notar todas
las cosas que los hacían diferentes, llegó a enviarle una lista con semejanzas
y diferencias. Como el hijo no se convenció, el amigo le propuso que se
mirara al espejo. Al hijo no le gustaban los espejos de la casa de la madre
y el de Maruri estaba en el pasillo, frente a la puerta del taller que el padre
mantenía abierta.
El aire que el tren despide a su paso atraviesa el pecho del hijo. Un frío
como nunca antes sintió lacera los bordes del agujero. El hijo baja de la
plataforma y coloca un pie en cada riel sin bajar los brazos. Sólo un dolor
más fuerte podrá aplacar ese dolor innombrable, piensa el hijo arrojándose
contra su reflejo.
El que viene de afuera corre a alcanzar el segundo vagón. Desde la
primera vez que lo encontró en medio de la vía, la cobradora intenta des-
cubrir dónde antes vio ese rostro. “¡Usted es el padre!”, se cubre la boca
para impedir que salga el horror que sintió al abrazar el cuerpo quebrado
del hijo sobre la línea férrea, pavor que desde entonces le impide salir de su
CYNTHIA RIMSKY | 153
Durante los nueve años que estuvo fuera del país, varias veces soñó que
caminaba por la calle Maruri y que, al llegar al lugar donde debía estar la
casa de sus abuelos, se encontraba con otra. Creyendo que había confun-
dido la numeración, seguía hasta la esquina con Pinto. Creyendo que se
trataba de un malentendido, revisaba el letrero con el nombre de la calle.
Creyendo que eran sus ojos los que fallaban, se devolvía por Maruri hasta
Lastra y recomenzaba: la botillería, la casa que las inquilinas arrebataron al
polaco, la del carabinero retirado, la casa abandonada en 1973, la fábrica
de sombreros El Viajante, la casa del estudiante de violín… Sólo la casa
que heredó de su padre y que tras su muerte heredaría el hijo que perdió
en el ramal, faltaba en el sueño.
El que viene de afuera dobla por Lastra y llega a Maruri. Saluda al bo-
tillero, pasa por la casa abandonada en 1973, la fábrica El Viajante que
cerró, la casa del carabinero retirado, la del estudiante de violín, la casa que
compró Arnoldo Bórquez, donde tuvo su consulta dental Salomón Bórquez
y ahora tiene él su taller.
La aparición de la plancha de madera –vacía desde que un ladrón se llevó
el nombre y la profesión del padre–, carcomida por las lluvias y ondulada
por el sol, lo tranquiliza. Saca del bolso las llaves. Desenlaza la cadena que
anuda las manijas y asegura cuidadosamente la tranca contra las dos hojas
de la puerta principal. Cierra la mampara, coge la llave que guarda en el
paragüero con espejo y abre su taller. Deja sobre el escritorio las ideas para
el proyecto que pretendía salvar al ramal. En la esquina del cuarto espera el
madero con el que su abuelo, su padre y él abrieron y cerraron diariamente
las celosías, permitiendo a la luz entrar y salir de la oscuridad. Desde el
asiento de dos cuerpos donde dos generaciones se encogieron, León Bór-
quez contempla su reflejo.
NOTAS
1
www.trenchile.com/portal/index.php?name=PNphpBB2&file=viewtopic&t=51
2
Pez típico del río de la zona.
3
Se limpia la piedra, se incorpora el ajo, el ají verde y se chanca con un medio gra-
so. Se incorporan los tomates pelados y aquí va el truco: el primer tomate va con todo
su jugo y los siguientes se aprietan para que la preparación no quede tan líquida. Lo
tradicional es colocar la piedra en el centro de la mesa con marraquetas, pan amasado
o tortillas de rescoldo calentitas; una vez que el dueño de casa da el comienzo, todos
los comensales parten el pan y lo untan en el chancho en piedra. www.labuenavida.cl
4
La lisa se inserta entre dos tejas de greda que se ponen sobre una parrilla.
5
Aunque se le llama queso es un fiambre con gelatina muy común en zonas rurales
y populares.
6
“Vino elaborado con la ‘uva País’ en forma totalmente artesanal. Se estrujan
las uvas en moliendas muchas veces improvisadas junto con el hollejo y el escobajo,
fermentando todo junto sin filtración. Luego se guarda en ‘pipas’, de ahí su nombre:
pipeño”. www.midulcepatria.cl
7
Se corta la piel del cerdo en trozos de regular tamaño y se cocinan en una sartén
de hierro hasta que se doran en su propia grasa. Cuando los trozos adquieren un color
dorado, es el momento de escurrirlos, salarlos y servirlos bien calientes.
8
Se le quitan los interiores al cerdo, se pica el pulmón con tijera en trozos peque-
ños y se pone a cocer con agua y sal. En una sartén, donde previamente se ha calen-
tado aceite y manteca en partes iguales, se fríe el bofe, el corazón, el riñón y el hígado
con la sal, los ajos (asados y machados), el laurel y el pimiento. Cuando está a medio
hacer, se saca el pimiento, un poco de hígado y se machacan. Se le agrega vino tinto
y se cocina a fuego lento.
Este libro se terminó de imprimir y encuadernar en el mes de agosto de 2011,
en los talleres de Salesianos Impresores S.A., Santiago de Chile.
Se tiraron 1.000 ejemplares.