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Estética de la recepción
Estudia el papel del lector en la literatura, cosa bastante
novedosa. A muy grandes rasgos, la historia de la teoría literaria moderna se podría dividir en tres etapas: 1. Preocupación por el autor (romanticismo y siglo XIX) 2. Interés en el texto, excluyendo todo lo demás (Nueva Crítica) 3. En los últimos años, cambio de enfoque, ahora dirigido al lector. Para que la literatura suceda la importancia del lector es tan vital como la del autor. Aun cuando pocas veces nos demos cuenta, constantemente estamos elaborando hipótesis sobre el significado del texto. El lector hace conexiones implícitas, cubre huecos, saca inferencias y pone a pruebas sus presentimientos. Todo ello significa que se recurre a un conocimiento tácito del mundo en general y, en particular, de las prácticas aceptadas en la literatura. En realidad, el texto no pasa de ser una serie de indicaciones dirigidas al lector, de invitaciones a dar significado a un trozo escrito. En la teoría de la recepción, el lector “concretiza” la obra literaria, la cual, en sí misma, no pasa de ser una cadena organizada de signos negros estampados en una página. Sin una continua participación activa por parte del lector, definitivamente no habría obra literaria. Para la teoría de la recepción toda obra literaria está constituida por huecos. Lo paradójico es que mientras mayor información proporciona la obra es también mayor su grado de indeterminación. Según la teoría de la recepción, el proceso de lectura es siempre dinámico, es un movimiento complejo que se desarrolla en el tiempo. La obra literaria, en sí misma, solo existe en la forma que el teórico Roman Ingarden llama conjunto de “esquemas” o direcciones generales que el lector debe actualizar. Para hacerlo, el lector, aportará a la lectura ciertas “precomprensiones”, un tenue contexto de creencias y expectativas del cual se evaluarán las diversas características de la obra. El lector procurará unir diversas perspectivas dentro de la obra, o pasar de perspectiva en perspectiva para edificar una “ilusión” integrada. Aquello de lo cual nos enteramos en la página uno se desvanecerá y, en la memoria, se convertirá en “escorzo”, que, a su vez, se verá radicalmente condicionado por lo que posteriormente descubra. la lectura no constituye un movimiento rectilíneo, no es una serie meramente acumulativa, nuestras especulaciones iniciales generan un marco de referencias dentro del cual se interpreta lo que viene a continuación ; lo cual, retrospectivamente, puede transformar lo que en principio entendimos, subrayando ciertos elementos y atenuando otros. Al seguir leyendo abandonamos suposiciones, examinamos lo que habíamos creído, inferimos y suponemos en forma más y más compleja; cada nueva frase u oración abre nuevos horizontes, a los cuales confirma, reta o socava lo que viene después. Simultáneamente leemos hacia atrás y hacia adelante, prediciendo y recordando, quizá conscientes de otras posibilidades del texto que nuestra lectura había invalidado.
Terry Eagleton-Una introducción a la teoría literaria.
El siglo XX ha llevado a cabo un importante asalto a las certezas objetivas de la ciencia decimonónica. La teoría de la relatividad de Einstein desplegó la duda sobre la creencia de que el conocimiento objetivo no era más que una progresiva y continuada acumulación de hechos. El filósofo T.S. Kuhn ha demostrado que, en ciencia, la aparición de un “hecho” depende del marco de referencia en el que se mueve el observador científico. La filosofía de la Gestalt sostiene que la mente humana no percibe los objetos del mundo como trozos y fragmentos sin relación entre sí, sino como configuraciones de elementos, temas o todos organizados y llenos de sentido. Los mismos objetos parecen distintos en contextos diferentes y, aun dentro de un mismo campo de visión, son interpretados de distinto modo según formen parte de la “figura”, o del “fondo”. Estos y otros enfoques han insistido en que el observador interviene activamente en el acto de la percepción. ¿Cómo afecta a la teoría literaria esta insistencia moderna en el papel activo del observador? Jakobson creía que el discurso literario era diferente de las otras clases de discurso porque estaba “orientado hacia el mensaje”: un poema trata de él mismo (de su forma, sus imágenes y su sentido literario) antes que el poeta, el lector o el mundo. Pero si rechazamos el formalismo y adoptamos el punto de vista del lector o del público, toda la orientación del esquema de Jakobson cambia: podemos decir que un poema no tiene existencia real hasta que es leído, y que su sentido solo puede ser discutido por sus lectores. Si diferimos en nuestras interpretaciones, se debe a que nuestras maneras de leer también son diferentes. Es el lector quien asigna el código en el cual el mensaje está escrito y, así, realiza lo que de otro modo solo tendría sentido en potencia. El lector se halla implicado de forma activa en la elaboración del sentido.
Fenomenología: Husserl, Heidegger, Gadamer
La fenomenología es una corriente filosófica moderna que hace especial hincapié en el papel central del receptor a la hora de determinar el sentido. Según Edmund Husserl, la meta de la investigación filosófica es el contenido de nuestra conciencia, no los objetos del mundo. La conciencia lo es siempre de algo, y ese “algo” que se nos aparece es lo verdaderamente real para nosotros. Además, añade Husserl, en las cosas que se presentan a la conciencia (fenómenos, en griego: “cosas que aparecen”) descubrimos cualidades universales o esenciales. La fenomenología pretende mostrarnos la naturaleza escondida tanto en la conciencia humana como en los “fenómenos”. Constituye un intento de resucitar la idea (abandonada desde los románticos) de que la mente humana es el centro y origen de todo sentido. En lo referente a la teoría literaria, este planteamiento no promueve únicamente un interés subjetivo por la estructura mental del crítico, sino un tipo de crítica que intenta penetrar en el mundo de las obras del escritor y llegar a una comprensión de la naturaleza oculta o esencia de los escritos, tal como se aparecen a la conciencia del crítico. El deslizamiento hacia la teoría de la recepción se encontraba prefigurado en el rechazo del punto de vista “objetivo”, de Husserl por parte de su discípulo Martin Heidegger. Éste afirmaba que lo distintivo de la existencia humana era su “Dasein” (“existencia”) : nuestra conciencia proyecta las cosas del mundo y, al mismo tiempo, se encuentra subordinada al mundo debido a la propia naturaleza de su existencia en él. Nos encontramos “sueltos” en el mundo, en un tiempo y en un lugar que no hemos escogido, y que al mismo tiempo es nuestro mundo en la medida en que nuestra conciencia lo proyecta. Nunca podremos adoptar una postura de contemplación objetiva y mirar el mundo como si lo hiciéramos desde la cumbre de una montaña, puesto que estamos irremediablemente inmersos en el objeto mismo de nuestra conciencia. Nuestro pensamiento siempre se halla en algún lugar y, por lo tanto, siempre es histórico, aunque esa esta historia no sea exterior y social, sino personal e interior. Hans-Georg Gadamer, aplicó el enfoque situacional de Heidegger a la teoría literaria. Gadamer sostiene que una obra literaria no aparece en el mundo como un conjunto de sentido acabado y claramente parcelado. El sentido depende de la situación histórica del intérprete. Gadamer influyó sobre la estética de la recepción. Wolfang Iser, perteneciente a la llamada escuela de recepción estética de Constanza, habla de las “estrategias” que los textos ponen en práctica, y de los “repertorios” de temas y alusiones familiares que contienen. Desentrañar todo eso presupone estar familiarizado con las técnicas y prácticas convencionales que despliega una obra determinada; hace falta algún dominio de sus “códigos”, es decir, de las reglas que sistemáticamente rigen la forma en que da expresión a sus significados. En opinión de Iser la obra literaria más efectiva es la que lleva al lector a un nuevo conocimiento crítico de sus códigos y expectativas habituales. La obra interroga y transforma los criterios implícitos con que la abordamos, desconfirma la rutina de nuestros hábitos de percepción y con ello nos obliga a reconocerlos por primera vez como realmente son. Más que concretarse a reforzar nuestras percepciones dadas, la obra literaria valiosa viola o transgrede esas formas normativas de ver las cosas, con lo cual nos pone en conocimiento de nuevos códigos de comprensión. En el acto de leer, nuestras suposiciones convencionales pierden su carácter familiar, se objetivan a tal grado que podemos criticarlas y revisarlas. Si mediante nuestras estrategias de lectura modificamos el texto, éste, simultáneamente, nos modifica como objetos de un experimento científico, puede dar a nuestras preguntas una respuesta impredecible. Para un crítico como Iser, lo que verdaderamente en la lectura es que profundiza la conciencia de nosotros mismos, cataliza un concepto más crítico de nuestra propia identidad. Es como si lo que hemos estado “leyendo” al abrirnos paso a través del libro, se convirtiera en “nosotros mismos”. Creencia de que: en la lectura debemos de ser flexibles, receptivos, imparciales; preparados para poner en tela de juicio nuestros criterios y permitir que se transformen. Iser dice que un lector con firmes convicciones ideológicas probablemente no sea un buen lector pues tiene menos probabilidades de abrirse al poder transformante de las obras literarias. Esto significa que para que el texto nos transforme es preciso, ante todo, que nuestras convicciones tengan un carácter bastante provisional. Solo puede ser buen lector quien ya es-de antemano-liberal: el acto de leer produce un tipo de sujeto humano que ya se da por descontado. Esto presenta otro aspecto paradójico: si empezamos por el hecho de que nuestras convicciones no son firmes, no es muy significativo que el texto las interrogue y las subvierta. Cada lector tiene libertad para actualizar la obra de diferentes maneras, y no existe una interpretación correcta y única que agote el potencial semántico. Esta generosidad va acompañada de rigurosas advertencias. El lector debe construir el texto a fin de darle consistencia interna. las “indeterminaciones” textuales solo pueden estimularnos a abolirlas y reemplazarlas con un significado estable. Deben ser “normalizadas”, deben ser suavizadas y amansadas a fin de que alcancen un sentido sólidamente estructurado. Hans Robert Jauss pertenece a la escuela de Constanza, su enfoque es más histórico y procura, al estilo de Gadamer, situar el texto dentro de su “horizonte” histórico, dentro del contexto de significados culturales en el cual se produjo, y luego estudia las relaciones cambiantes entre éste y los “horizontes”, también cambiantes, de sus lectores históricos. La meta de esa labor consiste en producir un nuevo tipo de historia literaria, centrada no en los autores, influencias y corrientes, sino en la literatura tal como es definida e interpretada por sus diversos momentos de “recepción” histórica. No es que las obras literarias permanezcan iguales mientras cambian las interpretaciones: textos y tradiciones literarias se alteran activamente de acuerdo con los diversos “horizontes” históricos dentro de los cuales son recibidos. Jean-Paul Sartre dice que la recepción de una obra es una dimensión constitutiva de la obra. En la elaboración de todo texto literario se tiene en cuenta al público “en potencia”, y se incluye una imagen de aquellos para quienes se escribe. Toda obra contiene en clave lo que Iser llama el “lector implícito”, y sugiere en cada rasgo qué tipo de destinatario se tiene en la mente. El “consumo”, en todo tipo de producción, incluyendo la literaria, es parte del proceso de producción. La cuestión no se reduce a que el escritor “necesita público”: el lenguaje que emplea ya presupone preferentemente una gama determinada de posibles lectores y, a decir verdad, no tiene mucho de donde escoger. Quizás el escritor no se haya fijado en un tipo especial de lector, quizás le sea indiferente quien vaya a leer su obra, pero, aun así, cierto tipo de lector está incluido en el mismo hecho de escribir, a manera de estructura interna del texto. Incluso cuando hablo conmigo mismo mis expresiones dejarían de serlo si ellas- más bien yo- no previeran quiénes son sus lectores en potencia.
Terry Eagleton – Una introducción a la teoría literaria.
W. ISER. La teoría del efecto estético. La relación entre el texto y el lector. La lectura como construcción. El punto de vista móvil. Lector implícito, pretendido, ideal, de época, lector informado y archilector.