Religiosidad Popular 2
Religiosidad Popular 2
Religiosidad Popular 2
Orientaciones
Pastorales de los obispos de la Provincia Eclesiástica
Valentina
La Iglesia es cada vez más consciente de la importancia y valores que tiene la llamada “religiosidad” o
“piedad popular” en relación con el anuncio de Jesucristo[1]. Después de un tiempo en que vino a ser
considerada como algo primitivo o como una manifestación menos pura de la fe, son muchos los que en
nuestros días ponen de relieve su riqueza y su importancia para la transmisión de la misma. También el
Magisterio de la Iglesia ha desarrollado desde el Concilio Vaticano II una rica reflexión sobre la
religiosidad popular[2].
Entre nosotros la religiosidad popular tiene ricas y muy diversas manifestaciones. Nuestras reflexiones
pretenden subrayar la importancia de esta piedad como medio para la evangelización. Ofrecemos estas
orientaciones a los sacerdotes, a las cofradías y hermandades, a los agentes de pastoral y a las
comunidades cristianas de nuestra tierra, con el fin de suscitar una reflexión sobre la religiosidad popular
y promover una revalorización de la misma como medio de anuncio de Jesucristo.
1. La religiosidad popular
La religiosidad surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. Pablo VI
escribió que la religiosidad popular es una “expresión particular de búsqueda de Dios y de la fe”[4] y que
“refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer”[5]. En el ser humano y en
los pueblos existe un hondo sentido de lo sagrado, que se expresa de diversas maneras.
La religiosidad popular de nuestros pueblos tiene profundas raíces cristianas. Es una religiosidad con la
que se expresan unas creencias y unas actitudes propias de la fe en Jesucristo. En su origen, la
religiosidad popular es una expresión pública y compartida de la fe cristiana. Mediante ella nuestro
pueblo cristiano –especialmente la gente sencilla- vive y expresa su relación con Dios, con la Santísima
Virgen y con los Santos.
Esta religiosidad se manifiesta de modo particular en cada pueblo de acuerdo con su propia idiosincrasia
y con su historia. La fe cristiana ha suscitado en cada pueblo y cultura numerosas manifestaciones de la fe
y del culto a Dios que responden a sus vivencias y a su cultura propia. En estas formas de religiosidad o
piedad se muestra la historia y la manera de pensar y sentir del pueblo cristiano. La llamamos “popular”
porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su fe según los rasgos de la cultura propia de cada lugar.
Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sentido religioso del pueblo cristiano ha
encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de
la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las
procesiones, el viacrucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc”[6].
La religiosidad popular tiene una dimensión personal y otra comunitaria. Abarca el modo personal de
relacionarse con Dios, la Santísima Virgen y con los santos. Pero tiene también una muy importante
dimensión comunitaria. Quienes participan en estas manifestaciones de fe se sienten actores y
protagonistas de las mismas. Por eso una característica de la religiosidad popular es que resulta muy
participativa. En ella intervienen, además, tanto sacerdotes como religiosos o fieles laicos.
La religiosidad tiene sus propios lenguajes y maneras de expresión, mucho más en la línea de lo
simbólico y lo intuitivo que en la de lo discursivo y racional. Recurre con frecuencia a ritos, imágenes,
signos visibles y gestos corpóreos, involucrando a toda la persona. Habla el “lenguaje del corazón”. “A
través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos,
costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia. La fe se
ha hecho carne y sangre”[7].
La fuente de la piedad popular se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el
organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu Santo y deben ser
consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia[8].
Por último, conviene tener en cuenta que la religiosidad popular es una realidad en evolución. Cambian
las culturas y, del mismo modo, también las manifestaciones de la religiosidad popular van cambiando y
adaptándose a las nuevas sensibilidades. Como ha subrayado el Papa Francisco, “se trata de una realidad
en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el protagonista principal”[9].
En nuestra tierra valenciana y balear existe una gran riqueza de manifestaciones de religiosidad popular.
1. c) En nuestras diócesis florece una tierna y profunda devoción a Santa María, la “Mare de
Déu”, invocada frecuentemente por nuestras gentes con diversas advocaciones. Las fiestas y los
tiempos marianos son vividos con particular intensidad. Novenas, procesiones, gozos, himnos y
representaciones se realizan en nuestros pueblos en honor a la Virgen Santísima.
1. d) También son objeto de devoción los ángeles y los santos, particularmente aquellos que han
nacido o vivido en nuestras tierras así como los santos patronos de las diversas poblaciones.
Imágenes, reliquias, estampas, novenas, cantos (“gozos”), procesiones y libros piadosos sirven para
dar a conocer e incrementar la devoción a estos intercesores.
1. e) Esta religiosidad está vinculada a algunos lugares santos. La geografía de nuestra tierra está
poblada de Ermitas y Santuarios, verdaderos centros de piedad y devoción. También son lugares de
peregrinación algunos monasterios, en los que los fieles buscan el encuentro con Dios. Así mismo,
los lugares vinculados a la vida de los santos de nuestra tierra (casas natales, conventos, cuevas,
etc.) son objeto de particular piedad.
1. g) Muchas personas viven su religiosidad con el rezo, la ofrenda de unas flores, el encendido de
una vela, la realización de una promesa, el esfuerzo de llevar un paso procesional o de peregrinar a
un lugar. En el ámbito personal y comunitario, gozan de gran extensión entre los fieles el rezo
del Santo Rosario, del Ángelus y el Ejercicio del Vía Crucis.
Estas manifestaciones de religiosidad popular son un tesoro que debemos conservar. Algunas de ellas son
reconocidas también como fenómenos de interés turístico o como parte del patrimonio inmaterial de la
humanidad[10]. Pero son, ante todo, manifestaciones de la fe y devoción de un pueblo.
Invitamos a conocerlas con más profundidad, intentando percibir su núcleo original cristiano, sus
dimensiones interiores, las motivaciones, comportamientos y valores que estas manifestaciones encierran.
Es tarea propia de los Obispos valorar la piedad popular, animando y promoviendo aquellos aspectos que
ayuden a la vida cristiana de los fieles y, cuando sea necesario, invitando a la purificación de estas
prácticas[11]. Es nuestro deseo que esta religiosidad popular sea más conocida y mejor valorada, para que
pueda ser instrumento para la evangelización.
3. La religiosidad popular como espacio de encuentro con Jesucristo
En la Exhortación Evangelii gaudium el Papa Francisco ofrece un criterio muy valioso para entender esta
realidad: “hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar”[12].
Nuestra actitud ante la religiosidad popular no puede ser la de quien mira desde la distancia y juzga con
dureza una realidad que le es ajena: “sólo desde la connaturalidad que da el amor podemos apreciar la
vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres”[13]. Sólo la
mirada de fe, penetrada de amor, conoce la riqueza teologal de la religiosidad popular.
El Concilio Vaticano II ofreció también otro criterio que es importante tener en cuenta: “La Iglesia no
pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad,
ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las
distintas razas y pueblos”[14]. En la Iglesia hay diversidad de ritos, de tradiciones y de costumbres que no
son una amenaza para su unidad sino una gran riqueza. Mediante ellas los fieles ejercen su sacerdocio
dentro de la comunión eclesial.
La mirada del pastor nos hace comprender la riqueza que tiene esta religiosidad, que ha dado abundantes
frutos de santidad. La religiosidad popular es un modo legítimo en el que muchos fieles viven su vida
teologal. El rezo del rosario de una madre junto a su hijo enfermo, el encendido de una vela en casa
pidiendo ayuda a la Virgen o la mirada amorosa a Cristo crucificado pueden conducir a una profundidad
de vida cristiana incluso a personas que no saben “hilvanar las proposiciones del Credo”[15].
Por su parte, la falta de consideración o estima de la piedad popular procede, en muchas ocasiones, de
prejuicios ideológicos realizados en nombre de una presunta “pureza” de la fe. No tiene en cuenta que la
religiosidad popular también es una realidad promovida y sostenida por el Espíritu Santo y no considera
suficientemente los frutos de gracia y santidad que ha producido en la Iglesia[16].
Por eso debemos promover y proteger la piedad popular en cuanto espacio de encuentro con Jesucristo.
Estos son algunos de sus valores:
1. a) La religiosidad popular es una verdadera experiencia de fe. Es una forma legítima de vivir la
fe. Es un error considerar “religiosidad popular” sólo a las manifestaciones externas de la misma.
Para valorarla adecuadamente es preciso “saber percibir sus dimensiones interiores”[17]. Detrás de
los ritos, los símbolos y la estética que utilizan, hay una experiencia de fe.
1. c) La religiosidad popular guarda sentido de la propia historia, que lee como historia de
salvación. Para la piedad popular Dios se mantiene activo, interviniendo en la vida de las personas y
de los pueblos. La fiesta rememora y celebra esas intervenciones de Dios en la historia de nuestro
pueblo. En los lugares vinculados a estas acciones salvadoras de Dios, las gentes establecen iglesias
y santuarios.
Todo ello hace que la religiosidad popular sea espacio para el encuentro con Cristo de muchas personas.
Hay que tener presente que para muchas personas alejadas de la práctica de la fe cristiana la religiosidad
popular es la única experiencia religiosa que les resulta “próxima”. Explica Pablo VI: “Bien orientada,
esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro
con Dios en Jesucristo”[21].
Como advierte el Directorio para la piedad popular, ésta constituye un “imprescindible punto de partida
para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”[23]. Entre sus valores, en relación
con la evangelización, están los siguientes:
1. c) La religiosidad popular sabe conectar con las personas cuando viven experiencias fuertes de
dolor, duda, gozo, fracaso, debilidad o gratitud. Estos momentos singulares cuestionan muchas
cosas de la propia vida y pueden abrir a la pregunta por el sentido y la búsqueda de la trascendencia.
La fuerza evangelizadora de esta religiosidad reside también en el hecho de que conecta con las
experiencias primordiales de la vida (engendrar y dar a luz, casarse, etapas en el crecimiento de la
prole, sufrir, morir….).
La religiosidad popular es una forma básica de inculturación de la fe. “La religión es también memoria y
tradición, y la piedad popular sigue siendo una de las mayores expresiones de una verdadera inculturación
de la fe, pues en ella se armonizan la fe y la liturgia, el sentimiento y las artes, y se afianza la conciencia
de la propia identidad en las tradiciones locales”[26]. Ha recordado Evangelii gaudium: “En la piedad
popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue
transmitiendo”[27].
Aun teniendo en cuenta todos sus valores, la piedad popular tiene sus límites. Necesita también ser
evangelizada, “para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico”[33].
Como todas las realidades cristianas, las manifestaciones religiosas populares no están exentas de errores
y desviaciones, por lo que requieren siempre ser evangelizadas.
“Purificar y catequizar las expresiones de la piedad popular puede, en algunas regiones, convertirse en un
elemento decisivo para evangelizar en profundidad, mantener y desarrollar una verdadera conciencia
comunitaria en el compartir la misma fe, especialmente a través de las manifestaciones religiosas del
pueblo de Dios, como las grandes celebraciones festivas (cf. Lumen Gentium, n. 67)”[34].
En el origen de la religiosidad popular está la experiencia de fe, que fue expresada en el lenguaje de un
pueblo. Nosotros nos encontramos hoy con las expresiones de la fe y tenemos el reto de que, a partir de
ellas, pueda rebrotar la experiencia de fe que les dio origen.
Por eso es de suma importancia cuidar las actitudes internas, las motivaciones y convicciones que
subyacen a estas manifestaciones populares de fe para que puedan seguir siendo lugar de encuentro con
Cristo. El Catecismo de la Iglesia habla de “hacerlas progresar en el conocimiento del misterio de
Cristo”[35].
Por otra parte, en las manifestaciones de religiosidad popular se aúnan muchas dimensiones importantes:
estéticas, culturales, históricas, folklóricas, artísticas… Se da en ellas un riesgo permanente de reducir
estas manifestaciones a alguno de los mencionados aspectos. Para salvar este peligro, debemos insistir en
la motivación religiosa en su raíz y origen, que es alma de toda la piedad popular.
5.2. Sentir con la Iglesia
Es conveniente, por ello, fomentar todas las acciones que promuevan la pertenencia eclesial:
1. a) Integrar la religiosidad popular en la vida de las parroquias, que son “presencia eclesial en el
territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del
anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración”[36]. Es conveniente tener en
cuenta en las programaciones pastorales la realidad de la religiosidad popular, evitando su
aislamiento y favoreciendo su relación con otras realidades pastorales de la Iglesia.
Es importante acogerlas en la vida de las parroquias, dándoles cabida en los consejos parroquiales de
pastoral e integrándolas en la vida de la comunidad cristiana. También es oportuno garantizar consiliarios
que no sean sólo nominales sino que ejerzan su función en la educación de la fe, cuidando la celebración
del culto y promoviendo las acciones caritativas.
La tendencia a separar fe y vida, que se detecta de modo general en muchos de nuestros cristianos, está
presente también en la religiosidad popular. Lo cristiano no es vivido en la totalidad de la vida, sino que
queda concentrado en ciertos momentos o en algunas facetas de la vida. Frente a la tentación de separar lo
cultural del compromiso de vida, hay que recordar que el culto que agrada a Dios es el que genera una
transformación de toda la persona.
La tarea de purificar y acompañar la religiosidad popular sólo puede ser realizada con mirada y corazón
de “pastor” y, por ello, desde un profundo respeto y “con una paciencia grande y con prudente tolerancia,
inspirándose en la metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la historia”[38]. Hemos de confesar
que muchas veces los pastores hemos abandonado o marginado las manifestaciones de religiosidad
popular, al considerarlas una expresión inmadura de la fe. Debemos acercarnos a la religiosidad popular
con sumo respeto. Es necesaria una actitud de cercanía para poder acompañar, de disposición al diálogo,
de paciencia y de humildad.
Es también necesario el mejor conocimiento de la misma. Invitamos a los sacerdotes y a los agentes de
pastoral a conocer y profundizar en la religiosidad popular de nuestros pueblos, a la luz de los
documentos de la Iglesia sobre este tema.
Por otra parte, el acompañamiento del pastor tiene que incidir especialmente en las actitudes y
motivaciones que subyacen a las manifestaciones de religiosidad. Nos equivocamos cuando pretendemos
cambiar las prácticas de nuestro pueblo. Lo importante no es cambiar los ritos o prácticas sino darles un
sentido.
La acción pastoral de la Iglesia tiene como objetivo acompañar en la fe y educar en la fe con el fin de
alimentar y fortalecer la comunión eclesial e incorporar a la persona a la tarea evangelizadora de la
Iglesia. Esta acción pastoral se realiza principalmente a través del ministerio de la palabra, de la liturgia y
de la caridad.
6.1. Educación en la fe
En las manifestaciones de religiosidad popular se expresa una auténtica vivencia de la fe, la cual requiere,
sin embargo, ser educada para que sea fortalecida y para evitar los peligros que la acechan (subjetivismo
excesivo, sincretismo, falta de conciencia de Iglesia, etc.). Es necesario, por ello, esforzarse por formar a
los protagonistas de las manifestaciones de religiosidad popular (cofradías, mayordomías, belenistas,
asociaciones festeras, etc.). Según la situación y las oportunidades se ofrecerán catequesis sistemáticas, de
iniciación cristiana, de formación permanente o catequesis ocasionales. El objetivo es ofrecer una
formación cristiana integral que abarque todos los aspectos de la vida cristiana. Debe ser, por ello, una
formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral.
Hemos dicho que la religiosidad popular es ya, en sí misma, una catequesis para el pueblo. Conviene, sin
embargo, prolongar esa catequesis, propiciando una viva, explícita y operante profesión de fe. Se trata de
conducir hacia la madurez en la fe a quienes participan en los actos de religiosidad popular.
Por otra parte, en ocasiones, las expresiones de religiosidad popular aparecen contaminadas con
elementos no coherentes con la doctrina católica. “En estos casos, dichas manifestaciones han de ser
purificadas con prudencia y paciencia, por medio de contactos con los responsables y una catequesis
atenta y respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias medidas claras e
inmediatas”[39].
1. a) Proponer a las delegaciones diocesanas, a las parroquias y a las propias Cofradías que
elaboren planes de formación-catequesis para los actores de la religiosidad popular. El objetivo es
ayudar a personalizar la fe y a vivir en el seno de la Iglesia.
1. c) Muchas veces esta educación tendrá rasgos de “primer anuncio”, requiriendo el anuncio
explícito de Jesucristo, porque aunque todas las personas que viven la religiosidad popular han sido
bautizadas, muchas han perdido el sentido de su fe y necesitan escuchar de nuevo la Buena Noticia
que es Jesucristo (el kerigma).
1. e) Facilitar el contacto directo con la Sagrada Escritura. Hay que poner la Biblia en las manos
y el corazón del pueblo, uniendo más Palabra de Dios y religiosidad popular y cuidando la
inspiración bíblica de lo que se haga.
1. f) Es preciso estar atento para evitar que en la religiosidad popular se insinúen nociones
contrarias a la fe o se abra la puerta a expresiones contaminadas de sincretismo[40].
Muchos actos propios de la religiosidad popular pueden servir para educar en la fe a los participantes
(novenas, triduos, vigilias, predicación de las fiestas, etc.). Pero sería conveniente, además, programar
momentos específicos de formación y catequesis que ayuden, sobre todo a los agentes de esta
religiosidad, a vivirla como auténtica experiencia de fe.
1. a) Nada iguala a la sagrada liturgia, que es “la fuente primaria y necesaria de la que han de
beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano”[41]. Por eso, mientras que las acciones
sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las formas de piedad popular pertenecen al
ámbito de lo facultativo[42].
1. b) Debe mantenerse la distinción entre liturgia y piedad popular. No es oportuno superponer una
a otra, ni mezclar las fórmulas propias de ejercicios de piedad con las acciones litúrgicas[43].
1. a) La religiosidad popular se expresa en los ejercicios de piedad, a través de los cuales Dios es
glorificado y el hombre alcanza provecho espiritual e impulso para vivir su vida cristiana. Estos
ejercicios deben, en la medida de lo posible, armonizarse con los ritmos y exigencias de la liturgia.
Es conveniente renovarlos acentuando su sentido bíblico, la inspiración litúrgica y el aspecto
ecuménico[46]. Debe también revisarse el lenguaje que se usa, en ocasiones hiperbólico y
desfasado, pero siempre respetando la cultura y el estilo de expresión del pueblo al que se dirigen.
1. b) Invitar a vivir con autenticidad esta religiosidad popular. Evitar la concepción utilitarista de
estas formas de piedad. También el riesgo de que todo quede en lo externo, en gestos y signos
espectaculares pero que no suponen verdadera conversión interior.
1. e) Hay que poner la religiosidad popular en relación con los sacramentos y, en especial, con la
reconciliación y con la Eucaristía. La devoción a Cristo tiene que conducir a la conversión y a la
participación plena y consciente en la Eucaristía.
1. f) Por su misma naturaleza, la piedad popular requiere una expresión artística. Los responsables
de la pastoral habrán de alentar la creación en todos los campos: ritos, música, cantos, artes
decorativas,… y velarán por su buena calidad cultural y religiosa[48].
La diaconía con los pobres pertenece de manera especial a la misión de la Iglesia y se manifiesta en una
solidaridad activa, atenta a las necesidades del ser humano. Para no quedar en acciones meramente
rituales externas, las prácticas de religiosidad popular deben conducir a incrementar el amor a Dios y al
prójimo.
Cuando se acentúan los aspectos subjetivos y sentimentales de la fe, perdiendo de vista la promoción
social, no estamos ante una auténtica forma de piedad popular[49]. Por eso es importante vincular cada
vez más las expresiones de la religiosidad popular con actos y actitudes de solidaridad con los que sufren.
En la mejor tradición de muchas Cofradías y Asociaciones que promueven la religiosidad popular se da
una vinculación del culto con la caridad. Son muchas las que realizan diversas obras de caridad,
especialmente entre sus miembros, aunque el fin principal para el que nacieron no fuera éste.
1. a) Resulta aconsejable, que la religiosidad popular genere algún tipo de acción caritativa y de
promoción social.
1. b) Debe fomentarse, también, que las mismas prácticas de religiosidad popular sean realizadas
con dignidad pero de modo austero, sin lujos, despilfarro y ostentación, que son ajenos al auténtico
culto cristiano.
Todo este acompañamiento pastoral de la religiosidad popular requiere personas dedicadas a ello, tanto
sacerdotes como personas consagradas y fieles laicos. Debemos apostar por ello sensibilizando a los
párrocos sobre la importancia de atender la piedad popular y dedicando personas a esta tarea específica.
Conclusión
La piedad popular supone una fe sencilla y encarnada mediante la cual se rinde culto a Dios y se vive y
expresa la propia fe de manera concreta. Esta vivencia y expresión de la fe alcanza a nuestros pueblos y
llega especialmente a los más pequeños. Purificada y evangelizada es cauce precioso de vida en Cristo y
tiene una gran fuerza evangelizadora.
Así se lo pedimos a Dios, por intercesión de la Virgen María, Madre de Misericordia, para que de este
modo, entre todos, cuidemos debidamente la riqueza de la piedad popular largamente atesorada, durante
siglos, en la entraña creyente de nuestros pueblos, de nuestras comunidades cristianas.
Con ese deseo y súplica ponemos en manos de los sacerdotes, religiosos y fieles de nuestras diócesis,
estas orientaciones pastorales, junto con nuestro afecto y bendición para todos.
___________________________
TABLA DE ABREVIATURAS
[1] En este documento usamos como sinónimos los términos “religiosidad” y “piedad” popular. El
Directorio sobre la piedad popular y la liturgia distingue estos términos designando como “piedad
popular” las manifestaciones cultuales en el ámbito de la fe cristiana (n. 9) y como “religiosidad popular”
las manifestaciones universales de la dimensión religiosa. Sin embargo, en nuestras tierras la
“religiosidad” está siempre impregnada de elementos cristianos, por lo que los expertos suelen usar de
modo indistinto los términos “religiosidad” y “piedad popular”.
[2] Destacamos PABLO VI, Ex. Ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), n. 48; COMISIÓN
EPISCOPAL DE LITURGIA, Evangelización y renovación de la piedad popular (1 noviembre 1987);
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS,
Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (17 diciembre 2011); BENEDICTO XVI, Discurso a la
confederación de cofradías de las diócesis de Italia(10/11/2007); FRANCISCO, Homilía en la Santa
Misa con ocasión de la Jornada de las cofradías y de la piedad popular (5 mayo 2013); FRANCISCO,
Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 diciembre 2013), nn. 69. 70, 90 y 122-126.
[3] JUAN PABLO II, Mensaje a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto
Divino (21/09/2001), n. 4.
[4] EN 48.
[5] EN 48.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica (1997), 1674.
[7] BENEDICTO XVI, Carta a los seminaristas (18/10/2010), n. 4.
[8] Catecismo de la Iglesia Católica (1997), 1674.
[9] Cf. DPPL 60.
[10] En concreto, han sido reconocidas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad “El Misteri
d’Elx” (2001), el “Cant de la Sibil.la” de Mallorca (2010) y la “Festa de la Mare de Déu de la Salut” de
Algemesí (2011).
[11] Cf. DPPL 21.
[12] EG 125.
[13] EG 125.
[14] SC 37.
[15] EG 125.
[16] Cf. DPPL 50.
[17] EN 48.
[18] Cf. DPPL 60.
[19] V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento
conclusivo, n.
260.
264.
[32] EG 124.
[33] JUAN PABLO II, Carta Apostólica Vicesimus Quintus Annus, 18.
[34] PPC 28.
[35] Catecismo de la Iglesia Católica (1997), 1676.
[36] EG 28.
[37] FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa con ocasión de la Jornada de las cofradías y de la piedad
popular (5/5/2013), 3.
[38] DPPL 66.
[39] JUAN PABLO II, Mensaje a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino
(21/09/2001), 5.