Morales Quintero Luz Anyela
Morales Quintero Luz Anyela
Morales Quintero Luz Anyela
Programa de Doctorado
Tesis Doctoral
Presentado por:
Luz Anyela Morales Quintero
Para la obtención del título de Doctor
Directores
Dr. Vicente Garrido Genovés
Universidad de Valencia
Departamento de Teoría de la Educación
i
efectividad, estos jóvenes tienen una alta probabilidad de pasar largos periodos de
tiempo privados de su libertad y de continuar vinculados a patrones delictivos
serios durante su adultez.
Método
En el marco del grupo de investigación internacional denominado
Colaboración Campbell, y su división de Crimen y Justicia, el objetivo de esta
revisión fue evaluar e integrar, de manera sistemática, la evidencia empírica
disponible acerca del efecto de la intervención correccional en escenarios
institucionales, sobre la reincidencia y otras variables psicológicas relacionadas
con comportamiento delictivo de jóvenes que han cometido delitos graves y/o que
tienen historiales delictivos crónicos (delincuentes serios).
Para lograr el objetivo de esta revisión, se buscaron estudios –cuasi
experimentales y experimentales- publicados y no publicados, realizados entre
1970 y 2008, cuyo propósito fuera la evaluación de algún programa de
intervención dirigido a reducir la delincuencia de jóvenes (12 a 21 años)
institucionalizados por la comisión de un delito violento o que tuvieran un
historial delictivo crónico.
Una vez identificados los estudios que cumplían con los criterios de
inclusión especificados para esta revisión, se realizaron cuatro meta-análisis
correspondientes con las medidas de resultado de: (a) reincidencia general; (b)
reincidencia seria; (c) ajuste psicológico emocional; y (d) ajuste institucional.
El cálculo del tamaño del efecto de los programas de intervención sobre las
medidas de reincidencia (general y seria) se realizó con base en el índice de odds
ratio. El cálculo del tamaño del efecto de los programas de intervención sobre las
medidas de ajuste psicológico emocional y de ajuste institucional se realizó con
base en la diferencia de medias tipificada.
Los cálculos meta-analíticos se realizaron con base en el modelo de efectos
aleatorios. En los meta-análisis en que la prueba Q de heterogeneidad fue
estadísticamente significativa, se utilizó un modelo de efectos mixtos para analizar
las variables moderadoras que podían explicar la variabilidad entre los efectos
estimados. Para las variables moderadoras cualitativas, se utilizó un análisis de
ii
varianza ponderado sobre el efecto estimado. Las variables moderadoras
continuas se evaluaron con modelos de regresión por mínimos cuadrados
ponderados
Resultados
Asumiendo un modelo de efectos aleatorios, se obtuvo como resultado
general en el último periodo de seguimiento, para los datos de los jóvenes que
completaron el tratamiento, un resultado positivo y estadísticamente significativo
a favor de los grupos tratados (or+ = 1.269; r = .07; p = .005). Con respecto a los
resultados generales para el grupo de intención de tratamiento (donde se asume
que los participantes de quienes no se pudieron obtener datos en el último periodo
de seguimiento reincidieron), con base en el análisis del modelo de efectos fijos,
se encontró un promedio de odds ratio estadísticamente significativo (or+ = 1.209;
r = .057; p < .001). Sin embargo, con el modelo de efectos aleatorios no se obtuvo
un efecto global significativo (or+ = 1.129; r = .037; p = .281). Este resultado
mostró que asumiendo el peor escenario la intervención fue efectiva sólo
asumiendo el modelo de efectos fijos. Las variables moderadoras no mostraron
resultados estadísticamente significativos para explicar la heterogeneidad con
relación a la efectividad del tratamiento, pero se encontró una tendencia favorable
a los programas cognitivo-conductuales y multi-enfocados.
Con relación a la reincidencia seria se obtuvo una media de odds ratio
significativa que apoya la efectividad del tratamiento (or+ = 1.488; intervalo de
confianza: 1.200 y 1.845; r =.119). Al considerar sólo los 16 estudios que
informaron de ambos tipos de reincidencia: general y seria, la media de TE en
términos del coeficiente de correlación para la reincidencia seria fue casi dos
veces el TE obtenido en el análisis de la media de reincidencia general (or+ =
1.249; r = .067).
De hecho, se obtuvieron resultados positivos en la reducción de la
reincidencia general y seria, en jóvenes que cumplieron los criterios de psicopatía.
Estos datos son de resaltarse puesto que son chicos vistos como inmanejables,
problemáticos y con baja probabilidad de éxito en la reducción de su reincidencia.
El hecho de obtener resultados positivos con jóvenes que presentan rasgos
iii
psicopáticos y que están vinculados a patrones delictivos extremos (crónicos y
violentos) son esperanzadores, puesto que si es posible reducir la reincidencia en
este tipo de jóvenes, la probabilidad de hacerlo con poblaciones menos serias
puede ser aún mayor.
En cuanto a las medidas de ajuste psicológico los datos sugieren que no
hubo mejoras relevantes en los participantes (d = .104; intervalo de confianza no
significativo -0.185 a 0.229). Las medidas de la categoría de ajuste emocional
presentaron el TE más alto de las tres categorías de ajuste psicológico analizadas
(d = .104), aunque su intervalo de confianza tampoco fue significativo (-0.169 a
0.377). En el meta-análisis de las medidas de ajuste interpersonal se obtuvo d =
.060 (intervalos de confianza -0.171 a 0.292). El ajuste educativo tampoco mostró
efecto de los programas (d = .0004) con intervalo de confianza (-0.221 a 0.222).
Respecto al ajuste institucional no se puede afirmar que los tratamientos lo
hayan mejorado de forma significativa (d = .229; intervalo de confianza -0.046 a
0.504).
Como en las medidas de reincidencia general, en el ajuste psicológico e
institucional las variables moderadoras no mostraron resultados estadísticamente
significativos para explicar la heterogeneidad con relación a la efectividad del
tratamiento. Sin embargo, se encontró una tendencia favorable a los programas
cognitivo-conductuales y multi-enfocados.
En las medias de ajuste institucional sí se encontraron diferencias
significativas a favor de los programas cognitivo-conductuales.
iv
Los resultados de esta revisión invitan a establecer políticas que
favorezcan la investigación, la aplicación y la evaluación de programas con la
finalidad de reducir la reincidencia de jóvenes (hombres y mujeres) vinculados a
carreras delictivas serias, provenientes de diferentes culturas e idiomas. Además,
los datos generados en esta investigación sugieren que los programas cognitivos-
conductuales y multi-enfocados pueden ser la mejor elección para los jóvenes
vinculados a patrones delictivos crónicos y violentos. En particular, deben
evaluarse aquellos programas que contemplan el entrenamiento en habilidades de
identificación y reconocimiento emocional, la terapia de ayuda al otro, estrategias
de solución de problemas, auto-control y manejo de la ira, puesto que sus
resultados parecen esperanzadores.
Por otro lado, la escasez de información sobre variables moderadoras de
los participantes, del tratamiento y de de la metodología utilizada, observada en
los estudios sobre este tema, llaman la atención sobre la necesidad de que se
detallen mejor en futuras investigaciones. Para ello, se sugiere tener en cuenta el
formato construido para la codificación de los estudios incluidos en esta revisión,
y algunos otros puntos que se especifican en la discusión de los resultados.
Quedan por analizarse efectos de variables moderadoras importantes como el
género, el nivel de riesgo de los participantes, componentes específicos de los
programas, condiciones de los grupos de control, medidas de resultados
específicas de reincidencia (reincidencia grave, frecuencia de comisión de delitos,
tiempo transcurrido entre la salida en libertad y la reincidencia) y otras variables
que permitan conocer el logro de objetivos positivos y legales, por parte de los
jóvenes.
v
TABLA DE CONTENIDO
RESUMEN
………………………………………………………………………..¡Erro
r! Marcador no definido.
LISTA DE CUADROS…………………………………………………...……..xiv
LISTA DE GRÁFICOS………………………………………………………....xvi
LISTA DE TABLAS…………………………………………………………...xvii
LISTA DE FIGURAS………………………………………..………………......xx
LISTA DE APÉNDICES…………………………….………………………….xxi
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………...1
AGRADECIMIENTOS…………………………………………………………...7
PRESENTACIÓN…………………………………………………………………8
CAPÍTULO 1
ADOLESCENCIA Y DELINCUENCIA
1.1. La adolescencia.............................................................................................10
1.1.1. Procesos cerebrales ..............................................................11
1.1.2. Procesos psico-sociales ........................................................17
1.1.3. Interacción biología y ambiente ...........................................19
1.1.4. Problemas de conducta .........................................................20
1.1.5. La conducta antisocial y la delincuencia juvenil ..................21
1.2. Teorías explicativas ......................................................................................28
1.2.1. Teorías con énfasis individual ..............................................30
1.2.1.1. Genética y cerebro: alteraciones estructurales, funcionales y
bioquímicas...........................................................................30
1.2.1.2. De los genes al cerebro, y del cerebro a la conducta
antisocial………………………………………………………….32
vi
1.2.1.3. La personalidad………………………………………………….37
1.2.2. Teorías con énfasis en la relación entre individuos y su
entorno social próximo………………………………………....41
1.2.2.1. El aprendizaje social…………………………………………....46
1.2.2.2. La tensión………………………………………………………...50
1.2.2.3. El control social o los vínculos sociales…………………….128
CAPÍTULO 2
CRIMINOLOGÍA DEL DESARROLLO Y DELINCUENCIA SERIA
2.1. Las teorías con énfasis en las etapas vitales o criminología del desarrollo
………………………………………………………………………..……54
2.1.1. Teoría de Terrie Moffitt (1993) .............................................56
2.1.2. Teoría de Farrington (1996) .................................................59
2.1.3. Teoría de Loeber (1996) .......................................................63
2.1.4. Teoría de Thornberry (1987) ................................................64
2.2. Delincuencia seria.........................................................................................67
2.2.1. Cronicidad y violencia ..........................................................71
2.3. Factores de riesgo y de protección para el comportamiento antisocial y
delictivo ........................................................................................................76
2.3.1. Factores individuales ............................................................81
2.3.2. Factores familiares ...............................................................85
2.3.3. Factores escolares ................................................................91
2.3.4. Factores de pares o iguales ..................................................92
2.3.5. Factores contextuales o comunitarios ..................................93
2.3.6. Factores de riesgo y de protección en el curso de las
carreras delictivas.................................................................94
2.4. El desistimiento en las carreras delictivas ..................................................104
2.5. El género cómo variable moderadora .........................................................108
2.6. Dificultades e implicaciones del estudio de la delincuencia seria ..............111
vii
CAPÍTULO 3
PROGRAMAS DE TRATAMIENTO PARA LA PREVENCIÓN DE LA
REINCIDENCIA DELICTIVA
3.1. Marco normativo ........................................................................................115
3.2. La intervención correccional ......................................................................122
3.2.1. Las sanciones ......................................................................125
3.2.2. Los programas de tratamiento ............................................127
3.2.2.1. Programas de psicoterapia no cognitivo conductual……..128
3.2.2.2. Programas conductuales……………………………………..129.
3.2.2.3. Programas cognitivos…………………………………………130
3.2.2.4. Programas cognitivo – conductuales………………….........130
3.2.2.5. Programas educativos y vocacionales………………………132
3.2.2.6. Programas basados en la disuasión………………………...133
3.2.2.7. Ambientes institucionales saludables y comunidades
terapéuticas……………………………………………………..133
3.2.2.8. Evitación del etiquetado a través de los programas de
derivación……………………………………………………….134
3.2.2.9. Programas multimodales o de múltiples servicios………...134
3.2.2.10. Programas que atienden causas biológicas………………..135
3.2.3. El contexto...........................................................................136
3.2.4. Estructura e integridad de los programas ..........................136
3.2.5. Población objeto .................................................................137
3.2.5.1. Individual………………………………………………………..137
3.2.5.2. Familiar…………………………………………………………138
3.2.5.3. Fraternal……………………………………………………….138
3.2.5.4. Escolar y comunitario…………………………………………138
3.2.5.5. Macrosocial…………………………………………………….139
3.3. Criterios de individualización .....................................................................139
3.3.1. Principio de riesgo ..............................................................141
3.3.2. Principio de necesidades ....................................................145
viii
3.3.3. Principio de adaptación ......................................................147
3.3.4. Otros principios ..................................................................148
3.4. Implicaciones ..............................................................................................151
CAPÍTULO 4
EVALUACIÓN DE PROGRAMAS DE TRATAMIENTO APLICADOS A
JÓVENES VINCULADOS EN CARRERAS DELICTIVAS
4.1. Historia de la evaluación ............................................................................156
4.2. Métodos para evaluar la efectividad de programas ....................................160
4.2.1. Método de un solo estudio ..................................................160
4.2.2. Revisiones narrativas de la literatura .................................162
4.2.3. Conteo de votos ...................................................................163
4.2.4. Las revisiones sistemáticas y los meta – análisis ...............165
4.3. Principales hallazgos de los efectos de la intervención correccional sobre el
comportamiento delictivo ...........................................................................171
4.3.1. Meta-análisis en Europa .....................................................173
4.3.1.1. Variables de tratamiento……………………………………...174
4.3.1.2. Variables de participantes……………………………………175
4.3.1.3. Variables de la metodología………………………………….177
4.3.2. Meta – análisis sobre la aplicación de programas a jóvenes
vinculados con el sistema de justicia. .................................179
4.3.2.1. Variables de tratamiento……………………………………...181
4.3.2.2. Variables de participantes…………………………………....185
4.3.2.3. Variables de la metodología………………………………….186
4.3.2.4. Otras variables…………………………………………………191
4.3.3. Meta – análisis sobre delincuentes serios...........................191
4.3.3.1. Variables de tratamiento……………………………………...192
4.3.3.2. Variables de participantes……………………………………194
4.3.3.3. Variables de la metodología………………………………….195
4.3.3.4. Variables del contexto…………………………………………197
4.3.3.5. Rasgos psicopáticos……………………………………………197
ix
4.4. Dificultades e implicaciones de la evaluación de la efectividad de la
intervención correccional ...........................................................................200
CAPÍTULO 5
OBJETIVOS Y METODOLOGÍA
5.1. Objetivos .....................................................................................................206
5.1.1. Problema de investigación ..................................................206
5.1.2. Objetivos de la investigación ..............................................206
5.1.2.1. Objetivos generales……………………………………………206
5.1.2.2. Objetivos específicos…………………………………………..207
5.1.3. Variables objeto de estudio .................................................208
5.1.3.1. Variable independiente……………………………………….208
5.1.3.2. Variables dependientes……………………………………….208
5.1.3.3. Variables moderadoras de los resultados de eficacia…….210
5.1.4. Hipótesis………………………………………………………...213
5.2. Metodología ................................................................................................214
5.2.1. Criterios de inclusión de los estudios .................................214
5.2.1.1. Tipo de estudio…………………………………………………214
5.2.1.1. Participantes……………………………………………………214
5.2.1.3. Características de comportamiento delictivo de los
participantes……………………………...…………………….215
5.2.1.4. Tipo de tratamiento……………………………………………216
5.2.1.5. Contexto…………………………………………………………216
5.2.1.6. Metodología…………………………………………………….217
5.2.1.7. Medidas de resultados………………………………………...217
5.2.2. Estrategias de búsqueda de los estudios .............................217
5.2.3. Elegibilidad y codificación de los estudios .........................220
5.2.4. Análisis de fiabilidad de la codificación .............................221
5.2.5. Análisis estadístico..............................................................221
5.2.6. Cálculo del tamaño del efecto .............................................225
x
5.2.6.1. Estudios excluidos por información insuficiente…………..225
5.2.6.2. Procedimiento empleado para el cálculo de TE en los
estudios incluidos……………………………………………..226
5.2.6.3. Cálculos meta-analíticos para las medidas de reincidencia
general y seria………………………………………………….230
5.2.6.4. Cálculos meta-analíticospara las medidas psicológicas
relacionadas con la reincidencia…………………………….232
CAPÍTULO 6
RESULTADOS
6.1. Resultados de la búsqueda y la selección de estudios ................................235
6.2. Descripción de los estudios incluidos en esta revisión ...............................237
6.3. Análisis del efecto de los tratamientos sobre la reincidencia general ........255
6.3.1. Análisis del efecto medio “de quienes terminaron” el
programa.. ………………………………………………………255
6.3.2. Análisis del efecto medio “de intención de tratamiento”…256
6.3.3. Análisis de sesgo de publicación ........................................256
6.3.4. Análisis de heterogeneidad .................................................257
6.3.5. Análisis de fiabilidad de la codificación .............................257
6.3.6. Análisis de variables moderadoras .....................................257
6.3.6.1. Variables de tratamiento……………………………………...257
6.3.6.2. Variables de participantes……………………………………258
6.3.6.3. Variables de la metodología………………………………….260
6.4. Análisis del efecto de los tratamientos sobre la reincidencia seria……….261
6.4.1. Análisis del efecto medio “de quienes terminaron” el
programa.............................................................................261
6.4.2. Comparación de los resultados de efecto medio de las
medidas de reincidencia general y reincidencia seria........262
6.5. Análisis del efecto de los tratamientos sobre las medidas de ajuste
psicológico ..................................................................................................262
6.5.1. Análisis del efecto medio.....................................................262
6.5.2. Análisis de sesgo de publicación ........................................263
xi
6.5.3. Análisis de heterogeneidad .................................................264
6.5.4. Análisis de variables moderadoras .....................................264
6.5.4.1. Variables de tratamiento……………………………………264
6.5.4.2. Variables de participantes………………………………….265
6.5.4.3. Variables de la metodología……………………………….266
6.6. Análisis del efecto de los tratamientos sobre las medidas psicológicas
institucionales 267
6.6.1. Análisis del efecto medio.....................................................267
6.6.2. Análisis de sesgo de publicación ........................................267
6.6.3. Análisis de heterogeneidad .................................................267
6.6.4. Análisis de variables moderadoras .....................................268
6.6.4.1. Variables de tratamiento……………………………………...268
6.6.4.2. Variables de participantes……………………………………269
6.6.4.3. Variables de la metodología………………………………….270
CAPÍTULO 7
DISCUSIÓN
7.1. Disponibilidad de estudios..........................................................................271
7.1.1. Limitada descripción y clasificación de los participantes ..273
7.1.2. Número reducido de jóvenes con patrón delictivo crónico y
violento ................................................................................274
7.1.3. Dificultad para conformar grupos controles o de
comparación........................................................................274
7.1.4. Clima de escepticismo .........................................................274
7.1.5. Estudios provenientes de países de habla inglesa ..............275
7.2. Formatos de registro para la elegibilidad y codificación de los estudios
incluidos en esta revisión. ...........................................................................276
7.3. Efectividad de la intervención correccional ...............................................277
7.3.1. Efecto de los tratamientos sobre la reincidencia general...280
7.3.1.1. Efecto medio…………………………………………………….280
7.3.1.2. Variables moderadoras de tratamiento……………………..281
7.3.1.3. Variables moderadoras de participantes…………………...291
xii
7.3.1.4. Variables moderadoras de la metodología………………...296
7.3.1.5. Otras variables moderadoras……………………………......300
7.3.2. Efecto de los tratamientos sobre la reincidencia seria y su
comparación con la reincidencia general…………………..301
7.3.2.1. Efecto medio…………………………………………………….301
7.3.3. Otras medidas de reincidencia de interés…………………..302
7.3.4. Dificultades para medir la reincidencia…………………….305
7.3.5. Efecto de los tratamientos sobre las medidas de ajuste
psicológico………………………………………………………306
7.3.5.1. Efecto medio…………………………………………………….307
7.3.5.2. Variables moderadoras de tratamiento……………………..309
7.3.5.3. Variables moderadoras de participantes…………………...310
7.3.5.4. Variables moderadoras de la metodología…………………311
7.3.5.5. Relación entre variables psicológicas y reincidencia……..311
7.3.6. Efecto de los tratamientos sobre las medidas psicológicas
institucionales …………………………………………………..311
7.3.6.1. Efecto medio…………………………………………………….311
7.3.6.2. Variables moderadoras de tratamiento……………………..312
7.3.6.3. Variables moderadoras de participantes…………………...312
7.3.6.4. Variables moderadoras de la metodología…………………313
7.3.7. Otras medidas de resultados ...............................................313
7.3.8. Otra información cualitativa de interés ..............................315
7.4. Clasificación y características de los programas de intervención dirigidos
a jóvenes con carreras delictivas serias. .....................................................316
7.5. Características y condiciones que aumentan la probabilidad de éxito de
los programas. .............................................................................................317
7.6. Implicaciones en políticas públicas ............................................................321
8. REFERENCIAS………………………………………………………...325
xiii
LISTA DE CUADROS
xiv
Cuadro 16. Artículos que sustentan la medida de pérdida de 120
libertad como último recurso.
Cuadro 17. Criterios para la acreditación de programas de la 152
Home Office Joint Prison-Probation Accreditation
Panel.
Cuadro 18. Escala de clasificación de métodos científicos de 165
Sherman et al. (1997).
Cuadro 19. Características generales de los estudios realizados 174
en Europa.
Cuadro 20. Resultados de meta – análisis europeos respecto a la 177
asignación al azar de los participantes.
Cuadro 21. Resumen de características y resultados de meta – 180
análisis sobre intervención en jóvenes vinculados a
la delincuencia.
Cuadro 22. Resumen de diferentes medidas de resultados del 187
meta – análisis de Garret (1985) en función del rigor
de los diseños.
Cuadro 23. Resumen de resultados del meta – análisis de 187
Gottschalk et al. (1987ª) sobre las medidas de
resultados en función del rigor metodológico de los
estudios incluidos.
Cuadro 24. Resumen de resultados del meta – análisis de 188
Latimer (2001) sobre los TEs en función de algunas
variables metodológicas.
Cuadro 25. Tamaño del efecto en diferentes medidas de 190
resultados (Lipsey 1992b).
Cuadro 26. Resultados del tipo de tratamiento y del régimen de 193
institucionalización del meta – análisis de Lipsey y
Wilson (1998).
Cuadro 27. Longitud y dosis de tratamiento en función del nivel 194
de riesgo de los jóvenes.
xv
LISTA DE GRÁFICOS
xvi
LISTA DE TABLAS
xvii
Tabla 16. Género de los participantes y reincidencia general. 368
Tabla 17. Tipo de participantes y reincidencia general. 368
Tabla 18. Tipo de diseño de los estudios y reincidencia general. 369
Tabla 19. Tipo de grupo control y reincidencia general. 369
Tabla 20. Análisis de regresión simple (mediante mínimos 369
cuadrados ponderados y asumiendo un modelo de
efectos mixtos) de variables moderadoras
metodológicas continuas sobre los TEs de
reincidencia general.
Tabla 21. Análisis del efecto de las intervenciones sobre 370
reincidencia general y reincidencia seria “de quienes
terminaron” el programa.
Tabla 22. Análisis del efecto de las intervenciones sobre las 370
medidas de ajuste psicológico.
Tabla 23. Sesgo de publicación y TE de ajuste psicológico 370
emocional.
Tabla 24. Tipo de tratamiento y TE de ajuste psicológico 370
emocional.
Tabla 25. Tipo de enfoque y TE de ajuste psicológico 371
emocional.
Tabla 26. Duración de la intervención y TE de ajuste 371
psicológico emocional.
Tabla 27. Edad de los participantes y TE de ajuste psicológico 371
emocional.
Tabla 28. Género de los participantes y TE de ajuste 371
psicológico emocional.
Tabla 29. Tipo de participantes y TE de ajuste psicológico 372
emocional.
Tabla 30. Tipo de diseño metodológico y TE de ajuste 372
psicológico emocional.
Tabla 31. Tipo de grupo control y TE de ajuste psicológico 372
emocional.
xviii
Tabla 32. Análisis del efecto de las intervenciones sobre los 373
resultados psicológicos institucionales.
Tabla 33. Sesgo de publicación y TE de medidas psicológicas 373
institucionales.
Tabla 34. Tipo de tratamiento y medidas psicológicas 373
institucionales.
Tabla 35. Tipo de enfoque de tratamiento y medidas 373
psicológicas institucionales.
Tabla 36. Duración del tratamiento y medidas psicológicas 374
institucionales.
Tabla 37. Edad de los participantes y medidas psicológicas 374
institucionales.
Tabla 38. Género de los participantes y medidas psicológicas 374
institucionales.
Tabla 39. Tipo de participantes y medidas psicológicas 374
institucionales.
Tabla 40. Tipo de diseño metodológico y medidas psicológicas 375
institucionales.
Tabla 41. Grupo control y medidas psicológicas institucionales. 375
xix
LISTA DE FIGURAS
Figura 1. Forest plot de los odds ratios para los resultados de 377
reincidencia general con los datos “de quienes
terminaron” el programa.
Figura 2. Forest plot de los odds ratios para los resultados de 378
reincidencia seria con los datos “de quienes
terminaron” el programa.
Figura 3. Forest plot de las diferencias medias tipificadas para 379
la medidas psicológicas de ajuste emocional con los
datos “de quienes terminaron” el programa.
Figura 4. Forest plot de las diferencias medias tipificadas para 380
la medidas psicológicas de ajuste institucional con los
datos “de quienes terminaron” el programa.
xx
LISTA DE APÉNDICES
xxi
INTRODUCCIÓN
1
circunstancias adversas, no tenían dónde ir y si lo tenían, no parecía ser un lugar al
que quisieran regresar.
Más adelante, ya en la Universidad, realicé mi primer trabajo de Psicología
aplicada con base en una visita al Centro para Menores Infractores de la Ciudad
de Bogotá, en donde hacía una descripción detallada de las características de
algunos chicos a quienes tuve la oportunidad de entrevistar. De nuevo,
continuaban las preguntas sobre las posibilidades que tendrían estos jóvenes al
salir de la institución.
Tiempo después, en los últimos años como estudiante de la carrera de
Psicología en la Universidad Católica de Colombia, tuve oportunidad de elegir
como área de profundización a la Psicología Jurídica. En ella, la profesora Nancy
Vargas nos presentó los trabajos de investigadores como Santiago Redondo y
Vicente Garrido. De nuevo, con influencia del conocimiento generado en España
sobre este ámbito, tanto la práctica profesional como la Tesis de Licenciatura
versaron sobre el comportamiento delictivo, pero esta vez de mujeres adultas.
Durante este periodo de labor profesional e investigación, una y otra vez me
preguntaba cuántas historias de las internas en reclusión serían diferentes si
durante su adolescencia y en sus primeros contactos con el Sistema de Justicia,
hubieran tenido otro tipo de experiencias. En particular, y de forma recurrente, me
planteaba qué podría hacer yo, como psicóloga, así como el sistema legal, con
respecto a los jóvenes que apenas empezaban su actuar delictivo.
Posteriormente, ya como docente de Psicología Jurídica en la Universidad
de la que egresé y trabajando en el Centro de Investigaciones Criminológicas de
la Policía de Colombia, obtuve una beca de la Agencia Española de
Cooperación Internacional (AECI) para realizar el Doctorado en
“Comportamiento social y organizacional: Investigación, desarrollo e
innovación en la sociedad del conocimiento" en el Departamento de
Psicología Social y Metodología de la Universidad Autónoma de Madrid. Allí
tuve la fortuna de conocer al profesor José Antonio Corraliza, mi tutor, experto
en el área de la Psicología Social y Ambiental. Desde mi llegada a esta
Universidad tuve la valiosa oportunidad de trabajar con él; experiencia que fue
muy importante para continuar mi formación, en especial en el área metodológica.
2
En este periodo y junto con el profesor Corraliza, presenté por primera vez una
ponencia fuera de mi país en un Congreso Internacional, vivencia que siempre
recordaré con gratitud.
Más adelante, al final del primer año cursado en el Programa de Doctorado,
durante un Congreso en la Universidad de Granada conocí al profesor Vicente
Garrido Genovés de la Universidad de Valencia. Fue un encuentro más que
afortunado, puesto que ya había leído varios de sus libros y me interesaba tener la
posibilidad de participar en alguna de sus líneas de investigación. En particular,
años atrás me había impactado el contenido de uno de sus libros: Pedagogía de la
Delincuencia Juvenil. Unas semanas después volveríamos a coincidir en Madrid,
donde acordamos que iniciaríamos la presente investigación, en el tema que aquí
se desarrolla en páginas posteriores.
En aquella ocasión, el profesor Garrido me explicó que él formaba parte del
Grupo internacional de investigación Campbell Collaboration: Crime and Justice
(Colaboración Campbell y su división de Crimen y Justicia), conformado desde el
año y cuyo objetivo es la preparación, el mantenimiento y la difusión de los
resultados de diversas revisiones sistemáticas acerca de los efectos de las
intervenciones criminológicas sobre la prevención y reducción de la delincuencia.
Tras comentarme lo anterior, el profesor Garrido, me señaló que mi Tesis
Doctoral constituiría uno de los 30 temas de investigación desarrollados por este
Grupo.
Dado que la Colaboración Campbell apoya y fomenta la política y la
práctica profesionales en los temas de crimen y justicia, basadas en la evidencia
demostrada por la investigación, las revisiones sistemáticas en el marco de este
Grupo se caracterizan por el empleo de los meta-análisis, considerados como el
mejor método de investigación (estándar de oro) para analizar la eficacia de
programas o intervenciones en diferentes ámbitos. En este contexto, el profesor
Garrido me contactó con quien sería desde entonces mi Director Metodológico, el
Dr. Julio Sánchez-Meca de la Universidad de Murcia, experto reconocido en el
área de los meta-análisis.
A partir de ese momento, el trabajo realizado en el marco de la
Colaboración Campbell ha constituido una experiencia invaluable de aprendizaje,
3
aunque también debo reconocer que me ha representado un importante esfuerzo,
tanto por sus altos estándares metodológicos, como por la necesidad de que los
informes y documentos se presentaran en el idioma inglés.
Recuerdo que después de recibir los resultados de la primera revisión de
nuestro protocolo por parte de evaluadores ciegos asignados por el Grupo
Campbell, me sentí abrumada. Sin embargo, aquella fue una de las principales
lecciones aprendidas durante el proceso de elaboración de esta Tesis: entendí el
valor de la retroalimentación académica y comprendí la importancia de contar con
evaluadores con un alto nivel de exigencia. El protocolo resultó de mayor calidad
después de las correcciones correspondientes y constituyó una ruta segura durante
el desarrollo de la presente investigación.
La realización de esta Tesis ha pasado por varios momentos. Después de
iniciar el estudio en Madrid, realicé una estancia de un año en la Universidad de
Valencia, y otra más corta, que consistió en búsqueda de información, en la
Université Libre de Bruxelles. Posteriormente, regresé a Colombia y luego me
establecí en México en donde continúe con la investigación.
Si bien este estudio ha resultado motivador para responder a interrogantes
que me han perseguido por varios años, también ha enfrentado algunas
dificultades.
Por ejemplo, el periodo de recolección de estudios fue largo, y aún así el
número de investigaciones identificado al final fue muy limitado. Sin embargo, en
este esfuerzo fue invaluable la colaboración que recibimos del profesor Mark W.
Lipsey, quien por intermedio del profesor Sánchez-Meca, nos envió una parte
importante de los artículos incluidos en su meta-análisis del año 1999 sobre la
efectividad de las intervenciones dirigidas a jóvenes con carreras delictivas serias.
El análisis de datos también fue dispendioso, máxime cuando ya no me
encontraba residiendo en España y la asesoría tuvo que ser a distancia. A pesar de
ello, de nuevo el apoyo de mis Directores fue crucial para culminar el trabajo.
Es digno de destacarse que la Colaboración Campbell ha sido un espacio
académico muy importante para esta investigación. Por un lado, su rigurosa
evaluación del proceso seguido en esta revisión sistemática ha contribuido a la
validez y confiabilidad de sus resultados. Por otro lado, ha apoyado la difusión de
4
nuestro trabajo en diferentes países, a través de su base de datos gratuita y
disponible en internet, y de la publicación de informes de investigación,
auspiciados por instituciones como la Universidad de Pensilvania (Estados
Unidos) y la Oficina para la Prevención del Crimen de Suecia, caso este último
en el que el profesor David Farrington prologó el escrito.
También es de resaltar que en el transcurso de este proceso, mi perspectiva
académica y personal sobre el tema de la delincuencia, y en particular sobre la
efectividad de los programas para reducir la reincidencia delictiva, se ha ampliado
y se ha modificado substancialmente. Además de que logré profundizar en el
estudio acerca de los factores que contribuyen al desarrollo de las carreras
delictivas crónicas y violentas, y sobre diferentes tipos de programas dirigidos a
reducir su reincidencia delictiva, sin lugar a dudas, el aprendizaje más
significativo durante la realización de esta Tesis ha sido reconocer la importancia
de que el diseño, la aplicación y evaluación de los programas que tienen este
objetivo, se basen en la evidencia científica. Esta idea ha influido de manera
constante en mi trabajo posterior al inicio del Doctorado, en particular en lo
relacionado con la necesidad de documentar cada paso seguido en un proyecto de
investigación, con la finalidad de hacerlos replicables por parte de otros
investigadores o incluso de uno mismo.
Tengo mayor conciencia del compromiso social que debe estar presente
cuando se diseñan, aplican y evalúan programas que buscan la reducción de la
reincidencia delictiva, así como de la necesidad imperante de que cualquier
esfuerzo desde la academia debe promover la articulación entre investigación,
práctica profesional y políticas basadas en la evidencia científica.
Sin duda, ahora otorgo mayor valor a la fundamentación teórica y
metodológica, tanto del diseño como de la aplicación y evaluación de un
programa en el ámbito de la atención a jóvenes implicados en actividades
delictivas. El identificar, comunicar y difundir, más y mejor, los elementos de las
intervenciones de este tipo que resultan exitosas, son indispensables en los
propósitos de prevención de la delincuencia, vista tanto como fenómeno
individual como social. Aun más importante, estoy convencida de que el
conocimiento generado en esta dirección, puede sugerirnos los elementos clave
5
que debemos considerar en los programas dirigidos a jóvenes comprometidos en
carreras delictivas crónicas y violentas. El fin último, desde mi perspectiva, es que
este conocimiento pueda contribuir de algún modo para que estos jóvenes tengan
la oportunidad de decidir otro camino menos doloroso para ellos y para sus
víctimas.
Soy consciente de que la aplicación de un programa no puede garantizar el
cambio de comportamiento de los jóvenes involucrados en carreras delictivas
serias, y que se requieren cambios estructurales en los sistemas sociales, políticos
y económicos, para conseguir tan complejo propósito. Sin embargo, considero de
vital importancia el aporte que pueden hacer los programas en el proceso de
construcción de proyectos de vida más prosociales que antisociales, dado que
constituye uno de los elementos fundamentales que han resultado efectivos en el
desistimiento de las carreras delictivas.
En la actualidad, soy Profesora – Investigadora de la Licenciatura en
Criminología que ofrece la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en México, y en el marco de mis
actividades, entre otras responsabilidades, desarrollo un proyecto en el Centro de
Internamiento para Adolescentes de la Ciudad de Puebla. El conocimiento y las
habilidades desarrolladas en el transcurso de esta Tesis Doctoral han sido el pilar
de lo que ahora nos proponemos: diseñar y aplicar, con base en la evidencia
científica, programas de tratamiento dirigidos a esta población, a partir de una
cuidadosa evaluación de riesgo y de necesidades de los adolescentes, de sus
familias y de su entorno.
Espero y confío en que el conjunto modesto de conocimientos generados en
el marco de esta Tesis motiven otros trabajos en esta área, no solo en Europa, sino
también en América Latina, en particular en mi país Colombia con el que
mantengo lazos afectivos y profesionales, y en México, ahora mi hogar, que me
ha recibido y me ha permitido hacer realidad proyectos académicos y personales.
6
AGRADECIMIENTOS
7
PRESENTACIÓN
8
análisis y revisiones sistemáticas previas sobre la efectividad de diferentes
programas en los propósitos de reducción de comportamiento delictivo en
adolescentes. Después se discuten los resultados del efecto de los programas en
función de variables moderadoras relacionadas con el tratamiento, los
participantes y la metodología de los estudios.
En el capítulo cinco se describen los objetivos y la metodología empleada
en esta investigación para realizar una revisión sistemática y meta-análica del
efecto de los programas dirigidos a jóvenes comprometidos en patrones delictivos
serios (crónicos y violentos) que se encontraban institucionalizados durante la
aplicación del tratamiento. Aquí se especifican los criterios de inclusión de
estudios, las estrategias de búsqueda, los procesos de elegibilidad y codificación
de las investigaciones analizadas, y los procedimientos estadísticos utilizados para
el cálculo del efecto de cada medida de resultado informada en los estudios.
En los capítulos seis y siete se informan los resultados obtenidos en esta
revisión con relación a cada uno de los objetivos e hipótesis planteados en el
capítulo cinco. En esta sección se tienen en cuenta variables moderadoras del
tratamiento como el modelo empleado, su enfoque (individual, grupal, de pares,
familiar, multi-enfocado) y su duración. Así mismo, se incluyen factores
moderadores de los participantes como la edad, el género y el patrón delictivo
(crónico o violento). Y también se analizan variables metodológicas como el
diseño del estudio, la asignación de participantes, las características de los grupos
controles, la mortalidad experimental y los periodos de seguimiento.
Por último, en el capítulo siete también se discuten las implicaciones que
pueden tener los resultados de esta revisión sistemática en la política, en la
práctica profesional y en la investigación, relacionadas con la intervención
correccional (sanción y tratamiento) dirigida a jóvenes comprometidos en carreras
delictivas serias.
9
CAPÍTULO 1
ADOLESCENCIA Y DELINCUENCIA
1.1. La adolescencia
El concepto de adolescencia proviene del verbo latino adolescere (ad -
‘hacia’; alescere - ‘crecer’) que significa criarse, madurar o crecer de forma
progresiva. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1995) la
adolescencia es la etapa que transcurre entre los 11 y los 19 años, constituyendo
dos fases: la temprana (de 11 a 14 años) y la tardía (15 a 19 años). Estas dos fases
se caracterizan por importantes cambios fisiológicos, anatómicos y psicológicos
que pueden variar en función de condiciones individuales y sociales propias de
cada persona.
Desde la psicología del desarrollo, esta etapa se define como el periodo
previo a la madurez o a la edad adulta (Feldman, 2007; Real Academia Española -
RAE-, 2001), y comprende desde el inicio de la pubertad (alrededor de los 12
años) hasta la edad en que se asumen la mayor parte de responsabilidades adultas
(aproximadamente los 20 y hasta 21 años), lapso que puede variar dependiendo
del contexto y de la cultura (Tolan y Guerra, 1994).
Ésta etapa de la vida, entendida como un proceso de transformación a la
adultez, se caracteriza por importantes cambios físicos (crecimiento rápido y
madurez sexual) y cognoscitivos (desarrollo de patrones de pensamiento relativos
y abstractos) asociados con experiencias emocionales intensas (de miedo, alegría,
enojo, tristeza, etc.) (Feldman, 2007).
Aunque algunas personas pasan la adolescencia sin presentar ni
experimentar dificultades importantes, la investigación sobre esta etapa muestra
que en ella se incrementan los conflictos con los padres, la inestabilidad
10
emocional y, sobre todo, las conductas de riesgo (Ahmann, 2008; Leather, 2009;
Oliva, 2007).
11
sufre una sobreexcitación ante la obtención o anticipación de recompensas
(Galván, 2010). Conductas inmediatas y placenteras relacionadas con la comida,
el sexo y/o el consumo de drogas pueden producir esta sobre-excitación. A su vez,
las experiencias agradables se asocian con la liberación del neurotransmisor
dopamina que produce una sensación de bienestar que motiva la repetición de
estas acciones (Chambers, Taylor y Potenza, 2003).
Como se observa en los Gráficos 1 y 2, la dopamina transita desde el área
tegmental ventral al cuerpo estriado (en especial a los núcleos accumbens y
caudado) y de allí a las estructuras límbicas (en particular a la amígdala) y a la
corteza orbitofrontal. Este proceso dopaminérgico y la alta activación meso-
límbica en los adolescentes ante la obtención o anticipación de recompensas,
explica la búsqueda de novedad y de riesgo a través de conductas como la
conducción temeraria, el consumo de droga, la sexualidad irresponsable y la
conducta antisocial (Zuckerman, 2007). Comportamientos que se presentan con
mayor frecuencia en esta etapa vital comparada con otros periodos del desarrollo.
Estudios recientes explican que en situaciones de anticipación de recompensas los
adolescentes presentan una mayor activación mesolímbica que los adultos, y en
consecuencia son más impulsivos (Van Leijenhorst, Moor, Op de Macks,
Rombouts, Westenberg, Crone, 2010).
Desde otras posturas, se sostiene que la pubertad acarrea disminución de
activación en el circuito de recompensa, en otras palabras, un déficit
dopaminérgico en el sistema mesolímbico, mayor al inicio de la adolescencia y
que se va equilibrando al final de la misma. De acuerdo con esta explicación, para
compensar este déficit, los jóvenes se involucran en actividades de riesgo (Spear,
2007).
La evidencia científica apoya estas dos explicaciones, y al parecer la
pertinencia de una o de otra está relacionada con el tipo de consecuencia
anticipada y el nivel de excitación del adolescente previo a su comportamiento.
Sin embargo, la hipótesis de hiperexcitabilidad ha recibido mayor sustento en los
últimos años (Galván, 2010).
El circuito cerebral evitativo incluye la amígdala y otras estructuras
subcorticales encargadas de la evitación de situaciones amenazantes y dolorosas
12
(Gráfico 3). La amígdala funciona como freno conductual al evitar las
consecuencias de la propia conducta, que se anticipan como negativas. Durante la
pubertad, la baja activación en la amígdala produce menos sensibilidad ante
consecuencias negativas de la conducta, es decir, una menor valoración de peligro
(Steinberg, 2007), con lo cual la impulsividad y las conductas de riesgo se hacen
más probables. Además, se ha encontrado una importante vinculación entre la
amígdala, el lóbulo prefrontal y la identificación de emociones en otros, de tal
forma que una activación pobre de esta área puede disminuir la capacidad de
empatía y de culpabilidad (Hunt y Skendelas, 2009; López, Valdovinos, Méndez-
Díaz y Mendoza-Fernández, 2009).
Por último, el sistema regulatorio está conformado por las áreas medial y
ventral de la corteza prefrontal (Gráfico 4) y se encarga de funciones ejecutivas
como la planeación, la solución de problemas, la toma de decisiones, el
pensamiento crítico, la atención en el desarrollo de tareas simultáneas, el
responsabilizarse de sí mismo y el auto-control (Damasio, 1994). Los lóbulos
prefrontales también se encargan del proceso de emociones complejas y de
habilidades de cognición social que incluyen los juicios morales y la empatía
13
(Oliva y Antolín, 2010). Esta parte del cerebro es fundamental durante la
pubertad, puesto que en esta etapa continúa su maduración, y llega a conformarse
por completo hasta los 17 o 20 años de edad. De hecho, los cambios del lóbulo
frontal durante la adolescencia son mayores a los ocurridos en otras etapas de la
vida y es la última parte del cerebro que se desarrolla (O'Hare y Sowell, 2008).
14
impulsivas) que con el lóbulo frontal (evaluando las consecuencias de lo que
hacen) (Yurgelon-Todd, 2007).
Durante la pubertad, se presenta un desequilibrio maduracional entre estos
tres sistemas cerebrales. Mientras el sistema aproximativo muestra mayor
activación y desarrollo (estimulado por la alta producción de hormonas), los
sistemas evitativo y regulatorio están aún inmaduros y débiles (Oliva y Antolín,
2010; Van Leijenhorst, Moor, Op de Macks, Rombouts, Westenberg y Crone,
2010).
15
la misma, por lo que la búsqueda de sensaciones, la impulsividad y las conductas
de riesgo son más frecuentes. Asimismo, los jóvenes que inician de forma precoz
su pubertad lo hacen con una corteza muy inmadura y un sistema mesolímbico
muy excitado con lo cual presentan mayor incidencia de comportamientos de
riesgo (Leather, 2009).
Al mismo tiempo, durante la pubertad el número de conexiones sinápticas
aumenta en la materia gris del cerebro, en especial en los lóbulos prefrontales.
Esta sobreproducción de sinapsis nerviosas contribuye al desarrollo de habilidades
cognoscitivas abstractas (O'Hare y Sowell, 2008). Por un lado, estas habilidades
afinan el procesamiento de información de los jóvenes y les permiten ser más
flexibles en sus juicios (menos absolutistas), con lo cual se mejora su capacidad
para comprender problemas, pensar de manera hipotética y percibir posibilidades
ante situaciones problemáticas. Por otro lado, estas mismas habilidades
cognoscitivas son las responsables de generar dudas, cuestionamientos y críticas
por parte de los jóvenes con respecto a su entorno y a su propio comportamiento.
La evolución del pensamiento abstracto puede llevar a cuestionar las normas
sociales o a entrar en conflicto con la autoridad, de tal forma que en estas
condiciones el cumplimiento de las reglas se somete primero a un escrutinio
crítico por parte del adolescente.
Luego de la sobreproducción de conexiones sinápticas se da una reducción
de las mismas, a través de un proceso de mielinización que incrementa la
producción de substancia blanca en el cerebro, de tal forma que aquellas
conexiones que se usan se mantienen y aquellas no utilizadas desaparecen (O'Hare
y Sowell, 2008; Sowell, Peterson, Thompson, Welcome, Henkenius y Toga,
2003). Con estas condiciones biológicas, la adolescencia corresponde a la etapa de
la vida en la que se presentan problemas de conducta con mayor frecuencia.
Es importante comentar que aunque la búsqueda de sensaciones, la conducta
de riesgo y la impulsividad pueden poner en mayor riesgo a los adolescentes que a
los niños y adultos de involucrarse en situaciones problemáticas, estas
características también tienen funciones adaptativas. Por ejemplo, favorecen la
conducta exploratoria de los jóvenes y la formación de su identidad a través de la
16
adquisición de habilidades importantes para su vida como las de afrontamiento, la
iniciativa, la solución de conflictos y la tolerancia a la frustración (Oliva, 2004).
En resumen, durante la adolescencia el nivel de desarrollo de las partes
prefrontal y mesolímbica del cerebro está incompleto y su conexión aún es
incipiente. Esta condición biológica limita el control cognitivo y la inhibición de
las emociones. Así, los adolescentes presentan una tendencia importante a la
expresión impulsiva de emociones, sin el control de la corteza.
17
La prontitud o la demora en el inicio de la pubertad también pueden generar
reacciones sociales significativas. Los cambios físicos que experimentan algunos
chicos en edades tempranas pueden contribuir a su integración en espacios de
socialización que les proveen importantes fuentes de refuerzo (por ejemplo, la
popularidad). Los jóvenes que inician pronto su pubertad, alcanzan en poco
tiempo mayor estatura que los chicos que inician más tarde este proceso, con lo
cual, los primeros pueden ser más aptos para integrarse con éxito en actividades
competitivas y de deportes. Al mismo tiempo, quienes empiezan antes esta etapa
de cambios, tienen mayor probabilidad de involucrarse en conductas de riesgo
como el fracaso escolar, actos delictivos y abuso de sustancias. Estos
comportamientos no solo están relacionados con un mayor desfase entre el
desarrollo de la corteza prefrontal y el de las estructuras mesolímbicas, sino
también con los efectos que tienen las características físicas de mayor madurez, en
los procesos de socialización de los chicos. Estos jóvenes pueden tener un tamaño
mayor al de sus compañeros de la misma edad, que puede facilitar su interacción
con chicos más grandes, y esto a su vez puede facilitar el que se involucren en
actividades no propias para su edad.
Por otro lado, los adolescentes que inician su adolescencia de manera tardía,
se ven como menos atractivos, se perciben como menos aptos para los deportes y
esto contribuye a un bajo auto-concepto. A pesar de ello, es frecuente que por las
condiciones de desventaja en que se encuentran al principio de la adolescencia
desarrollen habilidades de asertividad, perspicacia y creatividad.
Por su parte, las mujeres que inician temprano su adolescencia socializan
con jóvenes del sexo opuesto antes y con mayor frecuencia, que las chicas que
inician su pubertad después. Esta situación puede contribuir a incrementar su
popularidad y su auto-concepto. Quienes empiezan más tarde la pubertad tienen
un estatus social más bajo y pocas probabilidades de citas, pero también pueden
tener menos problemas emocionales a la postre. Las jóvenes que inician primero
la adolescencia tienen mayores desafíos maduracionales dado que su aspecto
físico puede indicar un nivel de desarrollo muy superior a su madurez psicológica,
esta brecha puede causar desajustes importantes relacionados con expectativas
irreales y desproporcionadas respecto a su conducta.
18
Además, en la pubertad, el joven aún no es autosuficiente (es
económicamente dependiente, por ejemplo), pero busca definirse y desligarse
poco a poco del control de los padres. Este periodo de la vida es fundamental en la
búsqueda de identidad y el logro de la autonomía. En esta etapa los adolescentes
exploran más, tienen curiosidad por diferentes actividades y por los distintos
papeles que pueden desempeñar en su contexto social, necesitan experimentar
distintas situaciones para responder preguntas relacionadas con el lugar que
ocupan y que ocuparán en el mundo. Esta exploración influye en el desarrollo de
la auto-imagen, el auto-concepto y la autoestima, y ayuda al joven en la
conformación de su identidad, le permite conocer lo que le hace diferente de otros,
sus habilidades y sus debilidades. Sin embargo, la conciencia de su propia
existencia junto con el incremento de su conducta exploratoria también hace al
joven más propenso a las situaciones de riesgo.
Durante esta etapa de la vida, el adolescente cada vez es menos dependiente
de los adultos y más cercano a sus pares. Empieza a confiar más en sus amigos
que en sus padres y maestros. Sus coetáneos cobran especial importancia porque
les brindan posibilidades de pertenencia a grupos y de comparación social entre
iguales (de conocimientos, de habilidades, de pensamientos, de cambios físicos,
etc.) (Rankin, Lane, Gibbons y Gerrard, 2004). En la adolescencia los jóvenes son
especialmente susceptibles a la influencia de sus amigos e hipersensibles al
rechazo de los mismos, de tal forma que experiencias negativas en este sentido
conllevan consecuencias afectivas negativas de mayores proporciones en los
adolescentes comparados con los adultos (Sebastian, Viding, Williams, y
Blakemore, 2010).
19
desarrollo pre-frontal del cerebro. Los estilos parentales afectuosos y las
experiencias emocionales placenteras con los padres (y cuidadores) contribuyen al
desarrollo de capacidades cognitivas y de comportamiento adecuado. También
existe evidencia de que la actividad física y deportiva incrementa la liberación de
dopamina y la participación en estas actividades contribuye a reducir el consumo
de sustancias (Eisler, 2002).
Por el contrario, la deprivación afectiva y el déficit en vínculos emocionales
durante la adolescencia pueden impedir el sano desarrollo del cerebro. Además,
las situaciones de tensión pueden contribuir a la hiperexcitabilidad del sistema
mesolímbico, de tal forma que los altos niveles de estrés en la adolescencia
aunados al pobre desarrollo de la corteza prefrontal pueden generar una sobre
excitación de las estructuras subcorticales que incrementan el comportamiento
impulsivo (Romeo y McEwen, 2006).
Como los circuitos cerebrales descritos están en desarrollo durante la
adolescencia, las influencias ambientales y las experiencias vividas durante esta
etapa pueden tener efectos persistentes. El compromiso y participación de los
jóvenes en actividades educativas, sociales, de recreación, etc. son muy
importantes para el desarrollo cerebral. Problemas de conducta como el consumo
de drogas durante la pubertad producen un deterioro grave, mayor al que se puede
presentar en otras etapas de la vida, si se tiene en cuenta que durante la
adolescencia apenas se está desarrollando la corteza prefrontal y con ella las
capacidades personales de auto-regulación.
20
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2002) en casi
todos los países del mundo, los adolescentes y los adultos jóvenes son tanto las
principales víctimas como los principales perpetradores de violencia. Además, los
jóvenes violentos tienden a cometer diferentes tipos de delitos, y a menudo
presentan también otros problemas como el ausentismo escolar, el abandono de
los estudios, el abuso de sustancias psicotrópicas, las mentiras compulsivas, la
conducción imprudente y las altas tasas de enfermedades de transmisión sexual.
Sin embargo, la misma Organización explica que no todos los jóvenes violentos
tienen problemas significativos además de su violencia, ni todos los jóvenes con
problemas son necesariamente violentos.
21
funcionamiento normal (Bartol, 2008; Kazdin y Buela-Casal, 1994; Rutter, Giller
y Hagell, 2000). En este sentido, la conducta antisocial obedece a trastornos de
conducta en los que por efecto de sus síntomas se trasgreden normas e incluso se
representa un peligro para la seguridad y el bienestar de otras personas. Ejemplo
de estos trastornos son el disocial y el negativista desafiante–diagnosticables en la
infancia, la niñez y la adolescencia- y el trastorno de personalidad antisocial
diagnosticable después de los 18 años de edad (los criterios diagnósticos de estos
trastornos se describen en el Cuadro 1 al 3) (American Psychiatric Association –
APA-, 2000).
Destrucción de la propiedad
Fraudulencia o robo
22
Cuadro 1. Criterios diagnósticos del trastorno disocial. Parte 2.
13. a menudo permanece fuera de casa de noche a pesar de las prohibiciones paternas,
iniciando este comportamiento antes de los 13 años de edad
14. se ha escapado de casa durante la noche por lo menos dos veces, viviendo en la casa de
sus padres o en un hogar sustitutivo (o solo una vez sin regresar durante un largo período
de tiempo) suele no ir a la escuela, iniciando esta práctica antes de los 13 años de edad
Tipo de inicio infantil: se inicia por lo menos una de las características criterio de trastorno
disocial antes de los 10 años de edad
Tipo de inicio adolescente: ausencia de cualquier característica criterio de trastorno disocial antes
de los 10 años de edad
Fuente: tomado del DSM IV (2002), p. 115.
A. Un patrón de comportamiento negativista, hostil y desafiante que dura por lo menos 6 meses,
estando presentes cuatro (o más) de los siguientes comportamientos:
D. No se cumplen los criterios de trastorno disocial, y, si el sujeto tiene 18 años o más, tampoco
los de trastorno antisocial de la personalidad
23
Cuadro 3. Criterios diagnósticos del trastorno de personalidad antisocial.
A. Un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta
desde la edad de 15 años, como lo indican tres (o más) de los siguientes ítems:
1. fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal,
como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son motivo de detención
2. deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para
obtener un beneficio personal o por placer
3. impulsividad o incapacidad para planificar el futuro
4. irritabilidad y agresividad, indicados por peleas físicas repetidas o agresiones
5. despreocupación imprudente por su seguridad o la de los demás
6. irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo con
constancia o de hacerse cargo de obligaciones económicas
7. falta de remordimientos, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber
dañado, maltratado o robado a otros
24
trabajar con los psicópatas adultos, se abre una vía de esperanza si conseguimos
detectar de modo precoz el desarrollo de una personalidad psicopática, poniendo
los medios necesarios para evitar su consolidación. Por supuesto, es importante
diferenciar a los jóvenes psicópatas de otros adolescentes agresivos, ya que es
evidente que no todos los delincuentes juveniles violentos se convertirán en
personalidades psicopáticas en su edad adulta” (citados por Garrido, 2003, p.
112).
25
(a) Empiezan su conducta antisocial a más temprana edad, tanto violenta
como no violenta, con alrededor de dos años de diferencia comparados
con jóvenes sin rasgos psicopáticos.
(b) Cometen más delitos y de mayor gravedad.
(c) Abandonan con mayor probabilidad los esfuerzos de intervención
correccional y tienen menos logros en ella.
(d) Se involucran en más problemas durante la institucionalización
26
tipificada por la ley penal como antijurídica, es decir, prohibida por las leyes
penales y que generalmente va en contra de las costumbres y orden sociales.
Dadas estas condiciones su definición es relativa al país y cultura a las que se
circunscriba (Rutter, Giller y Hagell, 2000).
Con lo anterior, la delincuencia juvenil puede entenderse como el fenómeno
de comisión de delitos por parte de adolescentes. Sin embargo, como se planteó
antes, el concepto delito está circunscrito a la ley y por ello, se trata de un
concepto relativo al contexto legal en el que se enmarque.
Desde el punto de vista legal, el concepto de “delincuente juvenil” ha hecho
referencia a la persona que comete acciones tipificadas como delitos para los
adultos pero que pertenece a la categoría “menor de edad”. Esto significa que no
se le considera, en razón de su juventud, jurídicamente autónomo o enteramente
responsable de sus actos. Por ello, los jóvenes corresponden al rango de edad
inferior al establecido por la ley para asumir responsabilidad penal (Garrido,
1987; Rutter, Giller y Hagell, 2000). Desde esta concepción la definición varía de
una legislación, de un país o de una cultura a otras.
El rango de edad para que alguien sea tratado como adulto puede variar
desde los 13 hasta los 21 años, dependiendo de las disposiciones generales de
minoría de edad o especiales, relativas al tipo de delito. Por ejemplo, en el caso de
aquellas acciones cometidas con violencia como el homicidio o la violación, en
algunos países y jurisdicciones, un adolescente en principio bajo disposición de un
sistema especial para jóvenes, puede pasar a ser juzgado en un sistema para
adultos, aunque estos procedimientos son ampliamente cuestionados (Fagan,
1995; Modecki, 2008).
De acuerdo con la definición de delito y de menores de edad, se ha debatido
sobre la conveniencia del concepto de delincuencia juvenil. Se propone, por
ejemplo, que este concepto se incluya en el marco general de la inadaptación
social, de la misma forma que se ha hecho con la conducta antisocial, sin hacer
referencia explícita al aspecto legal. Es decir, se cuestiona la pertinencia del
término delito en el caso de los jóvenes, proponiéndose que la violación de la ley
por parte de éstos se denomine falta o infracción, puesto que legalmente no
estarían bajo la jurisdicción penal adulta para llamar delito a sus actos (para una
27
discusión más amplia ver Garrido, 1987; Garrido y López, 1997). De hecho, las
Directrices de Riad de las Naciones Unidas para la prevención de la delincuencia
juvenil (1990, Principios Fundamentales, Artículo 5, inciso (f)) reconoce que
“calificar a un joven de "extraviado", "delincuente" o "predelincuente" a menudo
contribuye a que los jóvenes desarrollen pautas permanentes de comportamiento
indeseable”, por lo que se sugiere no utilizar estos conceptos para referirse a los
menores de edad.
A pesar de que en el presente estudio se reconocen los inconvenientes en el
uso del concepto de delincuencia juvenil, se utiliza dicho término en el sentido
tradicional para referirse al fenómeno delictivo en menores de edad de acuerdo
con la ley. A su vez, lo enmarca en el intervalo de edades entre 12 y 21 años, para
cubrir tanto el periodo correspondiente a la etapa de desarrollo denominada
“adolescencia”, como a los rangos legales de minoría de edad de diferentes países.
28
psicología criminológica estudia los motivos que tienen algunos individuos para
cometer delitos y por qué no los inhiben. Con base en este conocimiento, la
psicología criminológica también se ocupa del diseño, aplicación y evaluación de
programas de prevención y tratamiento para reducir el comportamiento delictivo
(Garrido, 2005).
En este mismo sentido, Andrews (1995) ha planteado que si bien la
psicología en general aborda de manera abierta, completa y flexible, tanto el
estudio de la conducta delictiva como su prevención efectiva y su rehabilitación,
también existe un área particular de la psicología denominada “psicología de la
conducta criminal” (PCC). Este campo es empíricamente defendible y sus
aplicaciones representan esperanza para el diseño y aplicación de programas de
tratamiento efectivos para delincuentes. Esta psicología empírica y racional del
crimen, estudia la conducta criminal a partir de la personalidad y de la psicología
social, áreas que proporcionan una base práctica y seria para la predicción de la
conducta criminal y la modificación de la predisposición al delito.
Desde esta perspectiva, la PCC tiene en cuenta un amplio rango de
correlatos potenciales de la conducta criminal, que no se restringen a factores
situacionales y circunstanciales, sino que además incluyen los biológicos,
personales, interpersonales y familiares, que a su vez se reflejan en diferentes
tipos de organización social en cuanto a estructura, cultura y economía política.
Esto le da la ventaja, como modelo teórico, de explicar, predecir e influir sobre la
actividad criminal (Andrews, 1995; Andrews y Bonta, 2006).
En el marco de un enfoque psicosocial, en esta investigación se reconocen
múltiples factores que incrementan la probabilidad de que se presente el
comportamiento delictivo: factores de tipo personal (como la impulsividad, el
déficit de autocontrol, la capacidad de condicionamiento, las habilidades sociales,
las actitudes, las estrategias cognitivas y motivacionales, etc.), ambiental (como el
nivel de oportunidades para el comportamiento antisocial y prosocial, la estructura
y organización social, etc.) y social (como el escolar, el familiar, de coetáneos, la
calidad de las relaciones con otras personas, la percepción y las actitudes hacia el
crimen, etc.).
29
A continuación se presentan las teorías que han marcado las líneas de
investigación sobre el comportamiento delictivo juvenil, en la última década,
aunque algunas de ellas tienen su origen en años anteriores. Estas propuestas
teóricas sobre la etiología de la conducta antisocial permiten identificar los
factores que incrementan o reducen la probabilidad de que un joven se involucre
en actividades delictivas. Para efectos de esta revisión las teorías se han
organizado en tres grupos: las que tienen énfasis en factores individuales, aquéllas
con explicaciones de predominancia social y las teorías integradoras, dentro de las
cuales se da especial relevancia a las del desarrollo de las etapas vitales. En este
apartado se revisan las teorías con énfasis individual y social, mientras el siguiente
capítulo se dedica a las teorías integradoras del desarrollo y a la delincuencia
seria.
30
manifiestan en la conducta. Por ello, durante décadas se ha intentando resolver la
pregunta con relación a la etiología genética de la conducta y la proporción de la
misma que puede ser explicada desde la herencia. En cuanto a la conducta
antisocial, una de las investigaciones clásicas en este tema, encontró que alrededor
del 50% de la varianza de la conducta antisocial se puede explicar por la genética
(Moffitt, 2005). En el mismo sentido, un meta-análisis reciente, en el que se
incluyeron 38 estudios publicados entre los años 1996 y 2006, sobre la influencia
genética y ambiental en el comportamiento antisocial y violento en gemelos e
hijos adoptados, encontró que el 56% de la varianza de este tipo de
comportamiento se puede explicar por influencias genéticas, el 11% se comparte
entre causas genéticas y no genéticas, y el 31% obedece únicamente a influencias
no genéticas (Ferguson, 2010). Tales resultados avalan una importante relación
entre la genética y la conducta antisocial.
En los últimos años, la investigación en este campo se ha avocado a
descubrir qué genes predisponen a diferentes tipos de conducta antisocial. Si bien
no se han identificado genes específicos causales de comportamientos
particulares, sí se ha probado la existencia de rasgos que pueden facilitar la
manifestación de ciertas conductas. Además, el ambiente parece jugar un papel
moderador relevante en el desarrollo o no de conducta antisocial en presencia de
predisponentes genéticos. Así, no se trata de que la delincuencia se herede a través
de un gen específico, sino más bien que se heredan condiciones que incrementan
su probabilidad de ocurrencia. Entre estas condiciones están la impulsividad, los
bajos niveles de miedo y la necesidad de sensaciones novedosas e intensas
(Garrido, 2005). Aunque todas las personas que heredan estas características no
llegan a ser delincuentes, sí tienen una mayor probabilidad de presentar conductas
de riesgo (dentro de la legalidad con la práctica de deportes extremos o trabajos
que de por sí implican riesgo, o al margen de la legalidad, con conductas de tipo
delictivas).
En el ámbito biológico también existe evidencia de alteraciones de tipo
estructural, funcional y bioquímico del cerebro que se relacionan con el
comportamiento violento (Gallardo-Pujol et al., 2009). En especial, estas
alteraciones se han encontrado en áreas cerebrales como la corteza prefrontal
31
ventromedial, la corteza cingulada anterior, la amígdala y la corteza prefrontal
dorsal lateral (Gráficos 3 y 4). En el mismo sentido, se ha descubierto que la
disminución del volumen de materia blanca pre-frontal se asocia con el
diagnóstico de trastorno de personalidad antisocial (Raine, 2008).
Además, la investigación sobre alteraciones bioquímicas en el sistema
nervioso confirma la relación entre algunos neurotransmisores y comportamientos
de índole antisocial. Por ejemplo, el aumento de dopamina se relaciona con un
pobre control de los impulsos, y los niveles bajos de serotonina se asocian con la
impulsividad y la agresión (Brever y Potenza, 2008; Krakowski, 2003; Miczek,
Fish, De Bold y DeAlmeida, 2002; Nelson y Trainor, 2007).
Las hormonas también influyen sobre el comportamiento. En especial la
testosterona parece tener un importante papel en la agresión, dado que como se
explicaba en la conformación del cerebro durante la adolescencia, las hormonas
influyen sobre la amígdala, el hipotálamo y la corteza orbitofrontal, estructuras
encargadas del procesamiento emocional, la impulsividad y la búsqueda de
sensaciones (Hermans, Ramsey y Honk, 2008, citados por Gallardo-Pujol et al.,
2009).
Como se explicó en el apartado de procesos cerebrales en la adolescencia,
las partes prefrontal y mesolímbica del cerebro, y la comunicación entre ellas,
intervienen en la manifestación de comportamiento antisocial, delictivo y
violento. Si bien durante la pubertad se incrementa la probabilidad de presentar
conductas de riesgo, debido en parte al desequilibrio en el nivel maduracional de
estas áreas cerebrales, algunos adolescentes pueden presentar dificultades y
déficits aún más específicos y no explicables por la edad, que potenciarían su
probabilidad de manifestar conducta delictiva.
32
La investigación sobre genética y conducta ha identificado al menos siete
genes asociados con la conducta antisocial y agresiva, que tienen influencia en
estructuras cerebrales y alteran los niveles de serotonina. Estos genes son:
MAOA, 5HTT, BDNF, NOTCH4, NCAM, tLxm y Pet-l-ETS.
Por ejemplo, el polimorfismo en el gen monoaminooxidasa A (MAOA) se
asocia con conducta antisocial. Si este gen se neutraliza en ratones, éstos llegan a
comportarse de forma agresiva unos con otros. Y cuando el gen se activa de
nuevo, los ratones regresan a su comportamiento normal (Cases et al., 1995). Con
humanos se han encontrado resultados similares. Las personas con alguna
disfunción en el gen MAOA tienen mayor probabilidad de involucrarse en
comportamiento antisocial si experimentan altos grados de maltrato (Kim-Cohen,
Caspi, Taylor, Williams, Newcombe, Craig y Moffitt, 2006). La enzima que el
gen MAOA codifica puede alterar o desajustar los niveles del neurotransmisor
serotonina, el cual se ha encontrado en niveles particularmente bajos en personas
que presentan comportamiento antisocial. Quienes presentan polimorfismo en el
gen MAOA tienen un 8% de reducción en el volumen de la amígdala, el cíngulo
anterior y el cortex orbito-frontal (ventral – prefrontal) del cerebro (Meyer-
Linderberg et al., 2006). A su vez, estas estructuras cerebrales están involucradas
en los procesos emocionales y están comprometidas en quienes presentan
conducta antisocial.
Otro ejemplo en esta misma línea es el del gen 5-HTT y su relación con la
serotonina. En una muestra de 153 hombres vinculados con la comisión de delitos
se encontró una fuerte asociación entre la función de transportación de la
serotonina de este gen y la violencia impulsiva. El polimorfismo en este gen
predijo la conducta impulsiva y violenta en la población estudiada (Retz, Retz-
Jungunger, Supprian, Thome y Rosler, 2004).
La investigación sobre la estructura del cerebro de personas que manifiestan
conducta antisocial también ha mostrado alteraciones en el cortex prefrontal, que
se manifiestan en conducta psicopática caracterizada por desinhibición,
disminución del funcionamiento autónomo y emocional, y por la mala toma de
decisiones (Raine y Yang, 2006). Asimismo, los sujetos con un TPA tienen una
reducción de alrededor del 11% en la materia gris de la parte prefrontal del
33
cerebro, y una actividad autónoma reducida ante situaciones de estrés social que
producen culpa y vergüenza (Raine, Lenez, Bihrle, LaCasse y Colletti, 2000,
citados por Raine, 2008). Los estudios sobre imágenes estructurales del cerebro
han identificado que los genes explican el 90% de la variación en el volumen de la
materia gris prefrontal en humanos (Thompson et al., 2001, citados por Raine,
2008). Esto sugiere que el daño estructural cerebral en personas antisociales tiene
una base genética significativa. Además, se han encontrado comprometidas otras
partes del cerebro como el cíngulo, el córtex temporal, el giro angular, la amígdala
y el hipocampo (Raine y Yang, 2006), todas ellas estructuras subcorticales
relacionadas con la conducta emocional y moral.
Del mismo modo, los hallazgos de las investigaciones sobre funcionamiento
cerebral de personas con TPA apoyan la idea de una base biológica para estos
comportamientos. Por ejemplo, los homicidas tienen un menor metabolismo de
glucosa en el córtex prefrontal que las personas de quienes se tiene evidencia de
un historial no violento (Raine, Buchsbaun y la Casse, 1997, citados por Raine,
2008).
Estos daños estructurales y funcionales en el cerebro dan lugar a factores de
riesgo cognitivos, emocionales y conductuales que predisponen a la conducta
antisocial. Los factores de riesgo no causan directamente la conducta antisocial y
agresiva, pero sí sesgan la conducta hacia la dirección antisocial (estos procesos se
describen en el cuadro 5). Por ejemplo, la amígdala está directamente relacionada
con el condicionamiento al miedo. Una alteración en esta estructura subcortical
puede producir bajo condicionamiento al miedo. A su vez, este bajo
condicionamiento puede influir en las respuestas emocionales que motivan a las
personas para inhibir o desistir de una conducta que es castigada. Una persona con
niveles “normales” de condicionamiento aprende de la experiencia y, por lo
mismo, tiende a disminuir conductas que han sido castigas previamente. Otro
ejemplo consiste en que los individuos con alteraciones en el córtex prefrontal
medial y ventral, en el giro angular, en el cíngulo posterior y en la amígdala,
presentan dificultades para tomar decisiones que involucran la sensibilidad moral,
y estas condiciones predisponen a quienes las sufren a romper las reglas y a
involucrarse en conducta antisocial.
34
Cuadro 5. Relación entre alteración en áreas cerebrales específicas y su manifestación
conductual. Parte 1.
35
Cuadro 5. Relación entre alteración en áreas cerebrales específicas y su manifestación
conductual. Parte 2.
Cortex temporal
Cognición y percepción social Atribución negativa a las
Polo temporal –giro temporal
motivaciones de otras
Superior
personas.
Giro temporal superior Juicio moral Incumplimiento de reglas
Posterior sociales
Cortex parietal
Juicio moral Incumplimiento de reglas
sociales
Giro angular
Sentido de responsabilidad por Conducta irresponsable
las propias acciones
Fuente: Raine, A. (2008, p. 236). Traducción propia, con ligeros cambios de la autora.
36
1.2.1.3. La personalidad
La personalidad, como constructo psicológico, corresponde con un conjunto
de rasgos ó de estrategias utilizados por una persona para relacionarse con el
mundo. Estos rasgos suelen ser persistentes a lo largo de la vida y en diferentes
contextos. La personalidad se construye con base en el temperamento y el
carácter. El primero corresponde a características fisiológicas estables
relacionadas con la afectividad. Por ejemplo, los niveles de condicionalidad y la
experimentación de emociones básicas como la ira, el miedo, la alegría y la
tristeza. El carácter resulta de la interacción y del aprendizaje social. Por ejemplo,
emociones complejas como la vergüenza, la culpa y la empatía.
De acuerdo con Rothbart (1989, citado por Garrido, 2005) el temperamento
hace evidentes diferencias individuales en cuanto a reactividad y autorregulación.
La reactividad se refiere a la emotividad tanto positiva (aceptación, sensibilidad,
gusto por el contexto) como negativa (baja tolerancia a la frustración, miedo, baja
adaptabilidad). La auto-regulación representa el conjunto de procesos que inhiben
o facilitan la reactividad o respuesta afectiva, modula la afectividad (por ejemplo,
atención, impulsividad, control de inhibición). La respuesta emotiva negativa y los
niveles de auto-regulación que favorecen la impulsividad, pueden dar lugar a
trastornos de conducta y a comportamientos antisociales en la adolescencia. Desde
esta perspectiva, fungen como factores de riesgo para la delincuencia el
temperamento hostil, la búsqueda de sensaciones y la impulsividad.
El temperamento hostil se refiere a un estilo de reactividad negativo en el
que son frecuentes emociones como el enojo, la ira y la irritabilidad. A este
respecto se ha encontrado que los niños que presentan un temperamento difícil
desde edades muy tempranas (3 y 4 años), caracterizado por irritabilidad,
desobediencia y dificultades para adaptarse, tienen mayor probabilidad de
presentar problemas de conducta durante su adolescencia y de involucrarse en
largas carreras delictivas (Farrington, 2005).
La búsqueda de sensaciones constituye aversión a la rutina y tendencia al
aburrimiento, con lo cual las personas que puntúan alto en este factor suelen
implicarse en experiencias intensas, novedosas y arriesgadas. Dado que la
conducta antisocial y violenta provee este tipo de experiencias, quienes tienden a
37
la búsqueda de emociones y tienen bajos niveles de miedo, están en mayor riesgo
de involucrarse en actividades delictivas. Por el contrario, los jóvenes que puntúan
bajo en búsqueda de sensaciones y que tienen niveles de miedo medios a altos,
tienen una menor probabilidad de presentar problemas de conducta.
La impulsividad se define como la conducta de satisfacción de los propios
deseos o necesidades, sin considerar las consecuencias de la misma. Las personas
impulsivas suelen centrarse en las expectativas de posibles ganancias y no prestar
atención a las pérdidas potenciales.
Los individuos no impulsivos consideran las consecuencias tanto positivas
como negativas de su propia conducta, de tal forma que se dan un tiempo antes de
tomar una decisión o de actuar.
En resumen, las teorías de la personalidad explican la delincuencia como el
resultado de la interacción entre las características genéticas de cada persona y el
medio ambiente en el que se desarrolla. La predisposición hereditaria se
manifiesta en el nivel de activación cortical y en el grado de labilidad del Sistema
Nervioso Autónomo. De acuerdo con estas teorías, las personas nacen con
predisposiciones para experimentar con mayor o con menor dificultad las
emociones, para percibir la intensidad de los estímulos y para regular los propios
niveles de excitabilidad. Por ejemplo, las frecuencias cardíacas bajas se asocian
con la búsqueda de sensaciones y el deseo de correr riesgos, con lo cual pueden
constituir factores de riesgo para la conducta antisocial (Farrington, 1997). Por el
contrario, las tasas cardíacas altas se asocian con niveles elevados de miedo que
pueden funcionar como inhibidores de la conducta antisocial (Kagan, 1989).
Una de las teorías más representativas en esta línea es la propuesta por Hans
Eysenck. En este modelo factorial se proponen tres dimensiones: introversión-
extraversión; estabilidad-neuroticismo y normalidad –psicoticismo (Eysenck y
Gudjonsson, 1989).
La dimensión introversión-extraversión se refiere al nivel de estimulación
cortical. Los introvertidos tienen altos umbrales de activación cortical, y bajos
umbrales sensoriales y de inhibición. En consecuencia, en el marco de esta teoría,
las personas introvertidas, pueden percibir con intensidad diversas sensaciones
incluso ante estímulos de baja intensidad. Por el contrario, los extravertidos tienen
38
bajos niveles de activación cortical, y umbrales sensoriales y de inhibición altos,
de tal forma que tienen mayor probabilidad de buscar sensaciones y correr riesgos
para encontrar estímulos de suficiente intensidad como para experimentarlos. A su
vez, los niveles bajos de activación cortical, se asocian con baja condicionabilidad
con lo cual las personas requieren mayor estimulación y desarrollan gran
tolerancia al castigo.
La dimensión de estabilidad-neuroticismo está vinculada con las estructuras
subcorticales del cerebro y se refiere a la capacidad de manejo de situaciones de
estrés. La neurosis implica una alta sensibilidad a los estímulos (incluso poco
intensos) caracterizada por una activación precoz de las emociones. Además, el
neuroticismo se caracteriza por una baja tolerancia física y psicológica ante
situaciones de conflicto, que se traduce en frustración y se manifiesta en
“afectividad negativa” (estados de estrés, ansiedad, depresión u hostilidad).
Rasgos como la sugestionabilidad, la falta de persistencia, la lentitud en el
pensamiento y en la acción, la poca sociabilidad y la tendencia a reprimir hechos
desagradables son frecuentes en personas que puntúan alto en la evaluación de
neuroticismo. La neurosis se explica por una predisposición biológica para
reaccionar de manera intensa en su sistema nervioso autónomo, incluso ante
estímulos de baja intensidad. La estabilidad, en cambio, se manifiesta en una
actitud calmada de difícil excitabilidad (Garrido, 2002).
La dimensión de Normalidad - Psicoticismo está asociada con los
neurotransmisores de dopamina y serotonina; y se manifiesta en los niveles de
insensibilidad social, crueldad hacia otros y agresividad (Redondo y Andrés-
Pueyo, 2007). El Psicoticismo se manifiesta en rasgos como inmadurez,
irresponsabilidad, oposición a la autoridad, independencia, dificultad para ser
gobernado y poca cooperación para con los demás.
La interrelación entre estas dimensiones de la personalidad y la
conformación de la conciencia moral desde la infancia explica, según Eysenck, el
comportamiento antisocial.
Para Eysenck (1996) la conciencia moral en los niños se adquiere mediante
un proceso de condicionamiento clásico en el que se asocian las conductas
antisociales tempranas (desobediencia, robos pequeños, escaparse de la escuela,
39
etc.) con estímulos aversivos propios de la educación de padres y maestros
(llamados de atención, regaños, castigos). Los estímulos aversivos posteriores a la
conducta antisocial producen en los niños sensaciones desagradables asociadas
con emociones como el miedo o la ansiedad. Ante situaciones o tentaciones
posteriores de oportunidad para presentar una conducta antisocial, el niño puede
experimentar estas emociones condicionadas de forma anticipada a su propia
respuesta, con lo cual se favorece la inhibición de ese comportamiento. A su vez,
el no presentar dicha conducta se acompaña de una sensación de alivio asociada a
la evitación de castigo condicionado y esto aumenta la probabilidad de que la
inhibición sea recompensada y mantenida en el repertorio del niño.
De acuerdo con esta propuesta, la conformación de la conciencia moral se
ve afectada por los grados en que estén presentes las dimensiones de este modelo
factorial. Una persona con escasa activación cortical tendrá mayor dificultad para
lograr el proceso de condicionamiento descrito en la adquisición de la conciencia
moral. La baja condicionabilidad limita el aprendizaje de la propia experiencia, lo
hace más lento y aumenta la probabilidad de vinculación en actividades de riesgo.
Esta teoría propone que las personas con elevados extraversión,
neuroticismo y psicoticismo tienen mayor probabilidad de comportarse de forma
antisocial. Los resultados de investigaciones sobre la relación entre las
dimensiones de personalidad propuestas por Eysenck y la delincuencia auto-
informada apoyan la teoría, aunque también plantean algunas diferencias
dependiendo del rango de edad y de la carrera delictiva de las personas evaluadas
(frecuencia y seriedad de los delitos cometidos). Por ejemplo, en un estudio
realizado por Gomà-i-Freixane, Grande, Valero y Puntí (2001) en el que se evaluó
a 436 hombres y mujeres de alrededor de 19 años de edad, entre quienes había
estudiantes con y sin historial de problemas de comportamiento, y población
penitenciaria, se encontró una importante relación entre la conducta antisocial
autoinformada y la dimensión de psicoticismo. También es de resaltar que la
dimensión de neuroticismo se encontró más elevada en los jóvenes que se
encontraban privados de la libertad por la comisión de delitos, sugiriendo mayor
neuroticismo a mayor gravedad de la conducta antisocial. Al parecer la dimensión
de psicoticismo es la mejor fundamentada empíricamente con respecto a su alta
40
correlación con la conducta antisocial y delictiva. Por otro lado, la dimensión de
extraversión puede estar modulada por la edad, algunos datos sugieren que la
extroversión es mayor en la población más joven, mientras presenta rangos más
bajos en la población adulta. El neuroticismo adquiere mayor relevancia cuando
se asocia con la gravedad y frecuencia del historial delictivo: los jóvenes que
cometen delitos más graves puntúan más alto en esta dimensión, aunque en
general el neuroticismo sería mayor en adultos que en jóvenes (Furnham, 1984;
Martin, 1985).
41
Akers considera distintos factores para la explicación de la adquisición del
comportamiento delictivo, por un lado, y del proceso de mantenimiento de esas
conductas, por otro.
El aprendizaje y la imitación tienen lugar cuando quien observa activa
procesos cognitivos que le permiten identificar el comportamiento de otras
personas, percatarse de sus consecuencias, comparar estas circunstancias con las
propias, ponerse en el lugar del modelo observado e imaginar escenarios posibles
en caso de adoptar dicha conducta.
De acuerdo con esta teoría, la explicación de la conducta delictiva debe
considerar tres momentos: adquisición, repetición y mantenimiento del
comportamiento en cuestión. El proceso de adquisición se refiere a la observación
y a la posterior imitación de la conducta de un modelo antisocial, seguidas por una
consecuencia favorable y directa para quien la imita. La repetición consiste en la
reproducción del comportamiento delictivo en función de diferentes factores que
fungen como facilitadores, tales como oportunidades ambientales, promesa de
recompensa económica, incitación por parte de un grupo de jóvenes, etc. Por
último, el mantenimiento se produce mediante las consecuencias de la conducta
delictiva, que son percibidas por quien la manifiesta como reforzamiento positivo
(Garrido, Stangeland y Redondo, 2006).
En el marco de esta propuesta, la conducta delictiva se aprende y se
modifica: se adquiere, se ejecuta, se repite, se mantiene y se cambia, a través de
los mismos mecanismos cognitivos y conductuales presentes en cualquier otro
tipo de comportamiento. La conducta antisocial difiere de la prosocial en la
dirección, en el contenido y en las consecuencias obtenidas a través de estos
mecanismos. Dentro de la teoría de Akers los principales mecanismos de
aprendizaje son: la asociación y el reforzamiento diferenciales, la imitación y las
definiciones. La teoría del aprendizaje social plantea que la probabilidad de que se
presente la conducta antisocial aumenta cuando el individuo se relaciona de forma
diferencial con otras personas que realizan, modelan, apoyan y propugnan
definiciones favorables a las violaciones de normas sociales y jurídicas
(asociación diferencial). De acuerdo con Akers, las relaciones que ocurren antes
(prioridad), persisten (duración), tienen lugar con mayor frecuencia (frecuencia) e
42
implican a las personas con quienes se tienen relaciones más importantes y
cercanas (intensidad) son las que poseen mayor efecto sobre la conducta de un
joven. Si el círculo social más significativo para una persona está involucrado en
actividades ilegales, la probabilidad de que ésta se vincule en tales acciones será
mayor.
La conducta desviada es con mayor frecuencia y magnitud, objeto de
refuerzo diferencial frente a la conducta conforme con la norma. Es decir, cuando
la persona recibe refuerzo por conductas desviadas y se le anticipa una
recompensa superior al castigo por conductas antisociales en el futuro (refuerzo
diferencial) se aumenta la probabilidad de que este tipo de comportamientos se
repitan. El reforzamiento diferencial atañe al condicionamiento instrumental en el
que la conducta se presenta en función de la frecuencia, la cantidad y la
probabilidad de recompensas y castigos contingentes, percibidos y
experimentados por los individuos.
El reforzamiento diferencial, tanto anticipado como real, se refiere a las
consecuencias que se asocian con las creencias y con las conductas. El
reforzamiento anticipado consiste en las consecuencias esperadas por una persona
respecto a su propio pensar o actuar. El refuerzo real corresponde al fáctico, a lo
ocurrido y experimentado por el propio individuo como consecuencia de sus
actitudes y/o de su comportamiento. En este sentido, a mayor cantidad,
probabilidad y frecuencia de refuerzo que obtenga una persona como resultado de
su conducta delictiva, mayor es la probabilidad de delinquir (Garrido, Stangeland
y Redondo, 2006). Por ejemplo, como consecuencia de la conducta antisocial una
persona puede experimentar: placer por encontrarse en una situación de alto riesgo
(lo cual va ligado a las características propias de la personalidad); el apoyo, el
reconocimiento o la admiración por parte de un grupo de iguales; la obtención de
dinero u otros recursos sin mayor esfuerzo y en un plazo de tiempo muy corto;
entre otras.
Mientras el proceso de adquisición de las conductas antisociales está más
asociado con los refuerzos anticipados (lo que se observa y se espera obtener), en
el proceso de repetición del comportamiento delictivo los refuerzos son
experimentados de forma real y directa.
43
La frecuencia relativa, la intensidad, la duración y la prioridad de las
asociaciones afectan a la cantidad, la frecuencia y la probabilidad relativa de
refuerzo de la conducta conforme o desviada. De forma simultánea, la manera en
que se dan las asociaciones diferenciales influye en la exposición de las personas a
normas y modelos de conducta desviados o conformes. Asimismo, la frecuencia,
la intensidad y la duración de las relaciones se incrementan en la medida en que la
persona las percibe como gratificantes, y se reducen, si se experimentan como
desagradables. Las relaciones significativas para los jóvenes se presentan con los
grupos primarios como la familia y los amigos. Sin embargo, otros grupos
secundarios y de referencia pueden influir en su conducta. Los vecinos, las
iglesias, los profesores de colegio, los médicos, las figuras jurídicas y las
autoridades y otras personas y grupos de la comunidad (así como los medios de
comunicación social y otras fuentes más remotas de actitudes y modelos) tienen
diferentes niveles de influencia sobre la propensión de las personas a la conducta
delictiva.
Simbólicamente o en términos reales, la persona que comete delitos está
más expuesta a los modelos desviados que a los legales. El proceso de imitación
se da tras la observación de un modelo y de las consecuencias que éste obtiene
tras la ejecución de la conducta observada. La imitación se hace más probable
cuando quien observa se identifica con el modelo observado, encuentra puntos
comunes con él (tanto en términos reales como de aspiraciones); y cuando se
percibe al modelo como exitoso.
Desde esta perspectiva, la probabilidad de delinquir en un joven será mayor
en tanto esté más expuesto a modelos antisociales que prosociales, donde los
primeros tengan éxito (reconocimiento social, poder, dinero, etc.) y cuando
existan más vínculos con ellos. De igual modo, cuando las definiciones, actitudes
y creencias aprendidas por una persona son relativamente más favorables
(deseables o justificadas) a la comisión que a la abstención de actos desviados
(definiciones), la delincuencia será más probable.
Las personas adquieren y estructuran sus propias definiciones normativas
tanto de forma general como de manera concreta. Las definiciones generales
pueden tener una menor influencia sobre el comportamiento, mientras las
44
específicas se relacionan de forma estrecha con las acciones concretas (Garrido,
Stangeland y Redondo, 2006). Por ejemplo, una persona puede estar de acuerdo
en que la violencia es reprobable, pero creer que el uso del castigo físico es
necesario en la “educación” de los hijos. La segunda idea tendría una mayor
influencia que la primera en la conducta concreta de quien tiene tales creencias.
Por lo mismo, la persona del ejemplo tendría mayor probabilidad de ejercer
violencia contra sus hijos que de inhibirla.
La adquisición de definiciones se da a través de un proceso de imitación de
las actitudes de modelos disponibles para cada quien, en el entorno cercano o
distal (por ejemplo, a través de los medios de comunicación); y/o del
reforzamiento diferencial obtenido por conductas acordes con tales creencias.
La evaluación de la efectividad de intervenciones basadas en la teoría del
aprendizaje social indica que, comparada con otras teorías, ésta cuenta con un
mayor apoyo empírico, con efectos globales más fuertes y a más largo plazo, tanto
en estudios estadounidenses como europeos y asiáticos (Akers, 2009; Akers y
Sellers, 2004). Por ejemplo, el Programa para Adolescentes en Transición
(Adolescent Transition Program: ATP) del Centro de Aprendizaje Social de
Oregon (Oregon Social Learning Center: OSLC) tiene como objetivo la formación
de padres en técnicas y estrategias eficaces para la crianza de los hijos. Las
sesiones individuales y de grupo dirigidas a adolescentes en situación de riesgo de
edades comprendidas entre los 10 y los 14 años para fomentar las asociaciones y
actitudes prosociales, y el autocontrol. La investigación que ha evaluado este
programa sugiere reducciones importantes en la conducta antisocial de los jóvenes
que participaron en el programa (Dishion, Patterson y Kavanagh, 1992).
En otro de los programas del OSLC, de Cuidado Adoptivo Temporal de
Tratamiento Multidimensional (Multidimensional Treatment Foster Care [MTFC]
program) diseñado para jóvenes delincuentes crónicos y violentos, la
investigación de evaluación ha mostrado que los delincuentes del grupo de
tratamiento del MTFC tienen unos índices de delincuencia tanto oficial como
auto-informada inferiores a los de otros jóvenes comparables situados en otros
programas de tratamiento comunitario (Chamberlain, Fisher y Moore, 2002).
45
1.2.2.2. La tensión
De acuerdo con la revisión realizada por Garrido, Stangeland y Redondo
(2006), el principal fundamento de las teorías de la tensión es que la sociedad
propone objetivos de éxito difíciles de logar para la mayoría (estatus social y
económico, por ejemplo), y a la par, ofrece recursos legítimos limitados para
alcanzar dichos objetivos (como oportunidades de formación académica y de
empleo reducidas). La discrepancia entre los objetivos propuestos por el contexto
cultural de la persona y los medios para alcanzarlos producen altos niveles de
tensión. Como respuesta a la tensión, la delincuencia es una alternativa de
solución y de alivio. De acuerdo con esta teoría en la medida en que la
delincuencia proporciona sensación de bienestar (a través de la reducción de
tensión), se incrementa la probabilidad de repetir una y otra vez conductas en esta
dirección.
En estas aproximaciones teóricas, los jóvenes con escasos recursos socio-
económicos tienen mayor probabilidad de involucrarse en actividades delictivas
para satisfacer sus necesidades. Quienes tienen menor acceso a recursos pueden
tener también mayores dificultades para alcanzar un alto estatus social, con lo cual
se pueden generar sentimientos de frustración. Esto unido a otros factores
probables en este sector de la población –como el fracaso escolar y la vinculación
con otros chicos en las mismas condiciones- aumenta la probabilidad de
vinculación en actividades ilegales (Cohen, 1955, citados por Garrido, Stangeland
y Redondo, 2006).
Los mismos revisores explican algunos planteamientos clásicos, como los
de Cloward y Ohlin (1966, citados por Garrido, Stangeland y Redondo, 2006) en
los que se ha incluido un elemento fundamental: la disponibilidad de estructuras
de oportunidad ilegítimas. De acuerdo con esta postura, las pocas oportunidades
que ofrecen las sociedades para comprometerse en el logro de metas dentro de la
legalidad, en contraposición a la creciente oferta de opciones en el ámbito ilegal
(por ejemplo, redes de delincuencia organizada como el narcotráfico, la trata de
personas, pornografía, etc.) aumentan la probabilidad de que los jóvenes formen
parte de la industria del crimen. La disponibilidad de modelos delictivos, las
46
recompensas sociales al delito y las oportunidades para el mismo, son la
combinación perfecta para el incremento de conductas al margen de la ley.
En los últimos años, la teoría de la tensión ha sido renovada,
fundamentalmente a partir de la propuesta de Agnew (1992). Esta teoría,
denominada teoría general de la tensión, plantea que la delincuencia es producto
de la tensión producida por las relaciones conflictivas con otras personas,
responsables de sentimientos de frustración o tensión; de tal forma que los estados
emocionales negativos como la ira, la frustración, el resentimiento y la mala
relación con el entorno, pueden motivar el uso de medios ilegítimos para lograr
objetivos sociales. En esta propuesta Agnew intenta remediar algunos problemas
encontrados en las teorías de la tensión clásicas, aunque mantiene el supuesto
básico de que la delincuencia es producto de las relaciones interpersonales que
producen tensión. Esta nueva versión, se diferencia de la versión clásica,
básicamente en tres aspectos:
(b) Para Agnew el concepto de tensión es más amplio que en las teorías
clásicas. Mientras en las propuestas tradicionales la tensión es el
resultado de la discrepancia entre las metas que se proponen en
determinada cultura y los medios para alcanzarlas, en esta nueva
versión existen tres fuentes de tensión:
La dificultad para experimentar el logro de metas sociales
positivas. La fuente de tensión se encuentra en la diferencia entre
las expectativas de logro y los logros reales. Por ejemplo, no
conseguir un empleo que se desea o no poder acceder a un grupo
social de referencia.
47
La privación de gratificaciones que ya posee o se espera poseer. Es
decir, una vez que se ha conseguido la posición deseada, ésta se
pierde. Como la persona que por su esfuerzo tiene una situación
económica ideal, pero debido a una crisis económica internacional
debe declararse en quiebra.
Los estímulos aversivos o condiciones negativas de las que no se
puede escapar. Este punto hace referencia a contextos en los que las
personas tienen poco control, hay incertidumbre y se experimentan
emociones negativas de forma prolongada y repetitiva. Por
ejemplo, el acoso o el abuso por parte de otra persona.
48
una o más emociones negativas como la ira, el enojo, la depresión, la ansiedad, la
decepción y el resentimiento. De estas emociones, la ira es una de las más
importantes con relación a la delincuencia, dado que incrementa la percepción de
amenaza, origina el deseo de venganza, motiva a la persona a la acción y
disminuye las inhibiciones conductuales. En el afán de resolver tales emociones,
la delincuencia constituye una alternativa para aliviar la tensión –lograr metas
valoradas positivamente, proteger estímulos positivos o escapar de estímulos
negativos-. Si el comportamiento delictivo contribuye de forma efectiva a aliviar
la tensión, éste tendrá alta probabilidad de repetirse. Por ejemplo, el robo en una
crisis económica puede aliviar la tensión producida por los recursos limitados o la
pérdida de estatus social vinculada con el poder adquisitivo; o las lesiones
ocasionadas por una mujer a su esposo maltratador pueden “liberarle”
temporalmente de la agresión sufrida.
A diferencia de la teoría básica de la tensión, la teoría de Agnew reconoce
que algunas personas –no todas- recurren a la delincuencia para aliviar la tensión,
porque existen diferencias individuales en las estrategias de afrontamiento y
adaptación de cada quien. El adoptar una estrategia conforme a la legalidad o no,
depende de la disponibilidad de estas habilidades (en una u otra dirección), de su
efecto para reducir la tensión y de la disposición para comprometerse en unas u
otras.
La elección de estrategias conforme a la legalidad o de carácter antisocial
depende tanto de factores predisponentes como de factores impulsores. La teoría
general de la tensión propone como factores predisponentes el temperamento de
cada persona, así como sus creencias y experiencias a favor de la delincuencia.
Los factores impulsores están relacionados con el valor que dan los individuos al
logro de sus objetivos, las habilidades propias de cada persona, el apoyo social
con que cuenta, y con factores sociales y culturales que promueven el uso de la
delincuencia, por ejemplo, la importancia que se da a la posición social, al dinero,
etc. (Garrido, Stangeland y Redondo, 2006).
Aunque son escasos los estudios que investigan la validez de esta teoría,
existe evidencia que apoya la relación entre diferentes tipos de tensión y la
delincuencia (por ejemplo, Piquero y Sealock, 2000, 2004). Además, se ha
49
encontrado que el impacto de la tensión sobre la delincuencia es mediada, por lo
menos parcialmente, por la ira y otras emociones negativas, así como por la
disponibilidad de estrategias de afrontamiento legítimo (por ejemplo, Broidy,
2001). Sin embargo, en general los datos difieren en función del tipo de tensión y
de las emociones negativas que se evalúan, aunque existen resultados
contradictorios al respecto (Capowich, Mazerolle y Piquero, 2001).
Mientras las emociones negativas diferentes a la ira se asocian con un
incremento significativo de habilidades de afrontamiento legítimo y un
significativo decremento de estrategias antisociales, Broidy encontró que cuando
la tensión induce la ira se incrementa de forma significativa la conducta delictiva,
aunque no se relaciona con la probabilidad de estrategias legítimas. En general, se
ha encontrado que las habilidades legales no parecen intervenir en la relación
entre emociones negativas y estrategias delictivas. Más bien, las estrategias de
afrontamiento legítimas e ilegítimas parecen adoptarse en respuesta a diferentes
emociones negativas, resultantes de distintas experiencias que producen tensión.
El estudio de Broidy apoya la teoría de Agnew con respecto a que la
tensión, las emociones negativas y las estrategias legítimas de afrontamiento son
importantes para explicar la probabilidad de conducta antisocial. Sin embargo,
quedan dudas respecto a la naturaleza de las relaciones entre estos elementos.
50
persona delinca, mientras la inexistencia o ruptura de vinculaciones sociales
prosociales la aumentan.
Estos vínculos afectivos se establecen en la familia, la escuela, el grupo de
amigos y en las actividades sociales convencionales disponibles, a través de
cuatro mecanismos (Redondo y Andrés-Pueyo, 2007):
(a) El apego: se refiere a los lazos emocionales que se establecen con otras
personas. La intensidad de los vínculos emocionales es mayor con
personas significativas o de grupos de referencia con quienes el joven
se identifica o a quienes admira. Cuando las personas con quienes se
establecen los vínculos emocionales desaprueban o rechazan la
delincuencia, aumentan la probabilidad de que los jóvenes eviten
involucrarse en actividades delictivas.
(b) El compromiso: es el grado en que se asumen objetivos sociales.
Cuando un joven ha invertido tiempo y esfuerzo para el logro de metas
convencionales, evitará ponerlas en riesgo mediante el delito, y con
todas las implicaciones que tiene esto a nivel social.
(c) La participación: representa el nivel de implicación de la persona en
actividades sociales. Si la participación de una persona en actividades
positivas es alta, no tendrá espacio para involucrarse de forma
simultánea en actividades ilegales.
(d) Las creencias: son las convicciones favorables a los valores
establecidos y contrarios al delito. Así, un joven que justifica el daño
causado a otras personas y que considera que no está “mal” herir a
alguien para lograr sus propósitos, tendrá mayor probabilidad de
cometer delitos.
51
efectivos los castigos que se presentan justo después de emitida una conducta, que
las sanciones penales, que generalmente tardan en producirse.
De acuerdo con esta teoría, los mecanismos de vinculación social pueden
sufrir rupturas en cuatro contextos: familiar (padres); escolar; pares o amigos; y
actividades convencionales.
A mayor vinculación en estos contextos menor probabilidad de
delincuencia. En especial, si el apego afectivo con los padres es fuerte, la
posibilidad de involucrarse en actividades delictivas se reduce.
En 1990 Gottfredson y Hirschi propusieron su teoría del autocontrol. Esta
teoría se basa en el supuesto básico de que toda la conducta es motivada por el
logro del placer y la evitación del dolor. De acuerdo con estos teóricos, la
delincuencia y otras conductas desviadas (fumar, beber en exceso, conducir de
forma temeraria, sexo irresponsable, etc.) ofrecen gratificación inmediata, simple,
excitante y fácil. Si bien todas las personas estarían motivadas por la consecución
de placer o de satisfacción con el mínimo esfuerzo y en el menor tiempo posible,
la mayoría de las personas no presentan comportamiento antisocial. La pregunta
clave es ¿por qué las personas se comportan de acuerdo con la ley o qué hace que
las personas se abstengan de la conducta delictiva? La respuesta desde esta teoría
recae en el “auto-control”.
Desde esta perspectiva teórica, el auto-control representa la tendencia
diferencial de las personas a evitar los actos delictivos independientemente de las
circunstancias en las que se encuentren. En otras palabras, las personas con alto
auto-control se resisten al placer inmediato asociado con la delincuencia y la
desviación. Por el contrario, quienes tienen bajo autocontrol tienen restricciones
insuficientes con respecto a los placeres que ofrecen estas conductas, con lo cual,
cuando están ante oportunidades de desviación y delincuencia, ceden ante ellas.
Los jóvenes con bajo autocontrol son impulsivos, prefieren tareas fáciles y
simples (en contraposición a las difíciles o que requieren mayor esfuerzo), tienen
propensión a asumir riesgos, prefieren las actividades físicas a las mentales, se
centran en sí mismos y son insensibles a las necesidades de otros. Estos rasgos
facilitan su comportamiento delictivo.
52
Gottfredson y Hirschi implican las relaciones sociales tempranas y las
prácticas de crianza de los padres en el desarrollo del auto-control. Las causas de
bajo auto-control se relacionan con una falta de compromiso parental con sus
hijos. Específicamente, los padres o cuidadores no establecen vínculos de apego
con sus hijos y si lo hacen utilizan pautas de crianza en las que no se monitorea la
conducta de los niños, no se reconocen sus comportamientos desviados cuando
ocurren y no se sancionan. La conjunción de los tres puntos anteriores generarán
niños incapaces de demorar la gratificación, menos sensibles a los intereses y
deseos de otros, menos capaces de aceptar restricciones; en suma, niños con bajo
auto-control.
Para Gottfredson y Hirschi no hay una relación causal o directa entre la
tensión y la frustración y la conducta delictiva, más bien se le ve como
manifestación del bajo auto-control que causa la conducta antisocial a lo largo de
la vida.
Numerosos estudios han evaluado y encontrado apoyo a la propuesta central
de la teoría del auto-control como predictor del crimen y de otros problemas de
conducta. Por ejemplo, se ha encontrado que tanto las medidas actitudinales como
conductuales de bajo autocontrol se relacionan con la conducta ilegal y la
probabilidad de delincuencia futura (por ejemplo, Tittle y Botchkovar, 2005;
Vazsonyi, Wittekind, Belliston y Van Loh, 2004), y con otros problemas de
conducta (Gibson, Schreck y Miller, 2004).
En un meta-análisis que incluyó 21 estudios que evaluaban la validez de la
teoría del auto-control, Pratt y Cullen (2000) encontraron que el bajo autocontrol
tenía un tamaño del efecto alrededor de .27 (lo cual apoya la idea de un fuerte
correlato entre auto-control y delincuencia). En general, diferentes estudios
apoyan el supuesto de que el bajo auto-control está relacionado con la desviación
y la delincuencia de forma consistente, significativa y positiva (Por ejemplo,
Romero, Gómez-Fraguela, Luengo y Sobral, 2003; Vazsonyi et al., 2004).
53
CAPÍTULO 2
2.1. Las teorías con énfasis en las etapas vitales o criminología del
desarrollo
La criminología del desarrollo estudia la secuencia de inicio, mantenimiento
y desistimiento de las conductas delictivas a la largo de la vida de las personas
(Loeber, Farrington y Waschbusch, 1998; Loeber y Le Blanc, 1990). Esta
secuencia, denominada carrera delictiva, permite el análisis de los factores que
influyen en dicho comportamiento durante la infancia, la adolescencia, la juventud
y la adultez (Howell, 2009).
El inicio de la carrera delictiva es importante para entender la etiología de la
delincuencia, el por qué algunas personas se involucran en ella y de qué depende
que lo hagan a edades tempranas o no.
El mantenimiento de la carrera delictiva ofrece comprensión respecto a su
duración, la frecuencia y la seriedad de los delitos cometidos (incremento en la
violencia utilizada, por ejemplo) y los factores que influyen en que los jóvenes
permanezcan en la cultura del delito. En este sentido, también es de interés la
relación entre la edad en que se manifiestan las primeras conductas antisociales y
la persistencia en ellas.
Finalmente, el estudio del desistimiento o reducción de la conducta delictiva
ayuda a identificar las variables que facilitan ese proceso.
En el marco de la criminología del desarrollo, las carreras delictivas se
presentan en función de los factores de riesgo y de protección implicados en cada
etapa vital. Si bien algunos factores son fundamentales en una etapa de la vida,
pueden no serlo en otras. Por ejemplo, el vínculo afectivo padres e hijos puede ser
significativo en la infancia, pero no en la adultez; mientras la relación de pareja
54
puede jugar un papel decisivo en la adultez temprana, pero no en etapas
anteriores.
Los planteamientos de las teorías del desarrollo se sustentan en los
resultados de diferentes estudios longitudinales que han permitido conocer el
curso de las carreras delictivas. Entre estas investigaciones están las realizados por
la dirección de Justicia Juvenil y de prevención de la delincuencia en Estados
Unidos (la Office of Juvenile Justice and Delinquency Prevention – OJJDP-)
(Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000; Huizinga, Weiher, Espiritu, y
Esensen, 2003; Thornberry, Huizinga y Loeber, 1995); el estudio de Snyder
(1998) realizado en el condado de Maricopa (Arizona, Estados Unidos); el estudio
de Cambridge en Inglaterra (Farrington, 2003); y el estudio de Dunedin en Nueva
Zelanda (Moffitt, Caspi, Dickson, Silva y Stanton, 1996).
La OJJDP estudió la delincuencia grave, la violencia y el uso de drogas en
jóvenes (Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000; Huizinga, Weiher,
Espiritu, y Esensen, 2003; Thornberry, Huizinga y Loeber, 1995; Thornberry y
Khron, 2003, 2005). Esta investigación estuvo conformada por tres proyectos: (a)
la encuesta juvenil de Denver (b) el estudio Juvenil de Pittsburg y (c) el estudio
del desarrollo juvenil de Rochester.
El proyecto en Denver consistió en una encuesta realizada a niños y
adolescentes que tenían entre siete y 15 años de edad al comienzo del estudio, y a
sus padres, todos provenientes de vecindarios de alto riesgo (Huizinga, Loeber,
Thornberry y Cothern, 2000; Huizinga, Weiher, Espiritu, y Esensen, 2003).
En Pittsburg, se hizo una evaluación de problemas de conducta informados
por 1517 niños de primer, cuarto y séptimo grados del sistema escolar público de
esta ciudad; además fueron entrevistados sus padres y profesores sobre el mismo
tema (Loeber et al., 2003; Loeber, Farrington, Stouthamer-Loeber y White, 2008).
Por último, en el análisis de desarrollo juvenil de Rochester se seleccionaron
de forma aleatoria 1000 estudiantes de séptimo y octavo grados de colegios
públicos. Una proporción significativa de los participantes provenían de zonas de
alta criminalidad. Se hicieron evaluaciones con intervalos de 6 meses durante 4
años y medio (Thornberry y Khron, 2003, 2005).
55
En el estudio de Maricopa (Snyder, 1998) se analizaron los datos de 16
cohortes de jóvenes nacidos en el condado de Arizona, Estados Unidos, durante
los años 1962 a 1977. La muestra total estuvo conformada por 151.209 jóvenes
que cometieron algún delito antes de sus 18 años.
En la investigación de Cambridge (Farrington, 2003) se han estudiado las
tendencias antisociales y prosociales de 411 jóvenes londinenses (desde que
tenían ocho años hasta la edad de 46). Para ello, se han realizado cerca de cuatro
entrevistas en profundidad y aplicaciones de pruebas psicológicas a cada uno de
los participantes, combinando métodos de investigación cualitativos y
cuantitativos.
Finalmente, en Dunedin se procesaron los datos de cerca de 1000 personas
(niños, padres y maestros). Los niños habían nacido entre 1972 y 1973 y a sus tres
años se encontraban en la misma ciudad natal. Los participantes fueron evaluados
desde sus tres hasta sus 18 años (con lapsos de tiempo de dos años entre una y
otra evaluación), luego se les volvió a evaluar a sus 18, 21, 26 y 32 años. Se
utilizaron entrevistas, pruebas físicas, exámenes médicos, cuestionarios por
computador y encuestas (Moffitt et al., 1996).
56
factores de personalidad y en el tipo de oportunidades disponibles en el ambiente
en que se desarrollan (Moffitt, 1993; Raskin, Bates y Buyske, 2001).
Los jóvenes que presentan un patrón delictivo limitado a la adolescencia
muestran menor incidencia de rasgos antisociales que los persistentes. La
delincuencia se explica como una manifestación normal de esta etapa del
desarrollo asociada con una importante dependencia del grupo de amigos (pares) y
de su entorno social.
En la delincuencia persistente sólo se compromete un pequeño grupo de
personas (alrededor del 5% de la población de jóvenes) en quienes confluyen
varios factores como las disfunciones neurológicas graves y los rasgos de
personalidad difíciles, que unidos a contextos sociales adversos promueven una
importante vulnerabilidad para el desarrollo del comportamiento antisocial.
Las disfunciones neurológicas pueden ser causadas por daños ocurridos en
el cerebro desde la etapa prenatal (por abuso de drogas de la madre ó influencia
genética), déficits neonatales (nutrición, por ejemplo) ó complicaciones en el
parto. A su vez, las disfunciones neuropsicológicas causan déficit neurocognitivos
que comprometen las habilidades verbales y las funciones ejecutivas, ambas
fundamentales en los procesos de socialización. El déficit en las habilidades
verbales interfiere en la mediación verbal para el autocontrol, promueve los estilos
cognoscitivos orientados al presente haciendo más probable la impulsividad.
Las funciones ejecutivas –como se explicó en el primer capítulo- se refieren
a la atención, el razonamiento abstracto, la flexibilidad cognitiva, la planeación
estratégica, la anticipación de acontecimientos futuros, la programación de
secuencias específicas de conducta, la autoevaluación, la autoconciencia, la
inhibición de conductas impulsivas o inapropiadas, y la interrupción de patrones
de conducta para sustituirlos por conductas más adecuadas a la situación. El daño
en estas funciones promueve la conducta impulsiva, la ruptura de relaciones
interpersonales, la disminución de habilidades para resolver problemas sociales,
para proponer soluciones alternativas a los conflictos, y para inhibir respuestas
agresivas.
57
Los rasgos de personalidad difíciles se manifiestan en edades tempranas a
través de comportamientos de hiperactividad o de irritabilidad, mientras en la
adolescencia son más frecuentes la impulsividad y la desinhibición.
Los jóvenes que presentan tanto las disfunciones neuropsicológicas como el
temperamento difícil, en ambientes adversos de escasas oportunidades legales,
pobreza, violencia, etc., tienen una mayor probabilidad de involucrarse en
actividades delictivas. Si bien los estilos de crianza positivos (que establecen
apego emocional, límites apropiados, ejemplos prosociales, etc.) pueden modular
el efecto de variables biológicas y ambientales adversas, la existencia de pautas de
crianza inadecuadas (que fomentan la ruptura de vínculos afectivos, no establecen
límites, son negligentes o autoritarios y proporcionan ejemplos antisociales)
promueven las carreras delictivas persistentes a lo largo de la vida.
Las personas que inician a tempranas edades su comportamiento delictivo
tienen mayor probabilidad de desarrollar carreras delictivas violentas, versátiles y
largas, es decir, cometen un gran número de delitos graves, de diferente tipo y
durante periodos largos de su vida.
De acuerdo con la investigación de Moffitt (1993), con independencia de la
edad de inicio en actividades delictivas, los jóvenes que habían cometido delitos
solían tener trabajos no cualificados, estar desempleados y presentar inestabilidad
emocional a sus 18 años de edad. Sin embargo, en evaluaciones posteriores (a sus
32 años), los chicos que habían presentado actividades delictivas sólo en el curso
de la adolescencia se diferenciaron de los crónicos de inicio temprano en que
habían logrado objetivos importantes como tener una casa, conseguir un empleo
estable y tener una baja tasa de condenas oficiales. Además, la autora explica que
los jóvenes que sólo delinquen en la adolescencia participan en actividades
delictivas menores y, aunque persisten en algunos hábitos antisociales (beber en
exceso, consumir drogas ilícitas e iniciar peleas), éstos interfieren poco con su
vida laboral.
La evidencia parece apoyar el hecho de que el grupo limitado a la
adolescencia, aunque puede no volver a involucrarse en comportamiento delictivo
después de esta etapa, en cambio sí persiste en conductas como prácticas sexuales
inseguras o conducción peligrosa; conductas consideradas de riesgo que se pueden
58
presentar dos o tres veces con mayor frecuencia que en los grupos de no
delincuentes (Rutter, Giller y Hagell, 2000).
En general, la investigación avala la propuesta de Moffitt (1993) acerca de
las diferencias entre los jóvenes que inician a temprana edad su comportamiento
delictivo y quienes lo hacen desde la adolescencia. En el estudio clásico de
Cambridge, por ejemplo, del total de hombres con edades entre los 17 y 24 años
que recibieron una condena por la comisión de delitos, el 73% tenía antecedentes
de una sentencia por delitos cometidos cuando tenían entre 10 y 16 años, mientras
sólo el 16% no presentó antecedentes de este tipo. Además, cerca de la mitad de
los delincuentes juveniles fueron condenados por segunda vez cuando tenían entre
25 y 32 años, y sólo el 8% de esta población no tenía antecedentes de sentencias
en su juventud (estudios de Krohn et al., 2001).
En este mismo sentido, en el estudio multidisciplinario sobre desarrollo y
salud, realizado en Dunedin, el siete por ciento de la muestra presentó conducta
antisocial y persistente en su niñez y adolescencia, mientras el 24% registró
comportamiento antisocial sólo en su adolescencia (Moffitt, Caspi, Dickson, Silva
y Stanton, 1996). En el trabajo de Kratzer y Hodgins (1996; citados por Rutter,
Giller y Hagell, 2000), también se informaron diferencias en función de la edad de
inicio del comportamiento delictivo, encontrando que sólo el siete por ciento de la
muestra la inició en edades tempranas.
59
de estimulación y de prestigio social; (b) la frustración y el estrés; y (c) el
consumo de alcohol.
60
significativos que utilizan pautas de crianza adecuadas (no aversivas, autoritarias
o negligentes).
Por otro lado, la teoría integradora de Farrington plantea que la decisión de
cometer un delito depende de tres situaciones (Muñoz y Navas, 2004): (1) la
interacción de la personas con una situación concreta; (2) las oportunidades para
cometer el ilícito; y (3) la valoración de costes y beneficios anticipados al delito
(de tipo material y de castigo por parte del sistema de justicia).
Del mismo modo que en otras teorías del desarrollo, en ésta se pueden
distinguir tres momentos en las carreras delictivas: el inicio, la persistencia y el
desistimiento.
El inicio está estrechamente vinculado con la satisfacción de necesidades de
los jóvenes, independientemente de su naturaleza. Las personas empiezan a
delinquir por el logro de dinero, de estatus, de satisfacción sexual, etc.
La persistencia se asocia con el mantenimiento de las tendencias antisociales
a lo largo del tiempo y a través de procesos de aprendizaje.
El desistimiento se relaciona con la reducción de satisfacción de logro a
través de acciones ilegales y la compensación del éxito a través de alternativas
legales. En este sentido, la adquisición de habilidades lícitas para el logro de los
objetivos (por ejemplo, la capacitación laboral, el logro de un empleo digno, etc.)
contribuyen a elegir un método legal. La vinculación afectiva con una pareja que
no comparte creencias ni actitudes delictivas también incrementa la probabilidad
de abandonar la carrera delictiva. El bloqueo de oportunidades para la comisión de
delitos o mayores medidas de seguridad preventivas como chips electrónicos con
dispositivos de alarma en productos de tiendas departamentales (o cámaras de
vigilancia) disuaden del delito e incrementan la percepción de riesgo de
consecuencias legales ante la comisión de delitos.
Farrington propone que los jóvenes que provienen de niveles
socioeconómicos más bajos tienen mayor tendencia a delinquir, dado que en
ausencia de alternativas legales para lograr sus metas la delincuencia es una
opción. Las personas que han sido víctimas de maltrato también estarían más
propensas a vincularse en acciones delictivas, puesto que su historial de violencia
61
puede influir en el escaso o inapropiado desarrollo de vínculos afectivos, y en
consecuencia, el déficit en habilidades de auto-regulación emocional.
De acuerdo con esta teoría existe una alta concentración del delito en la
adolescencia. En el estudio de Cambridge la mayor parte de las actividades
delictivas fueron cometidas por jóvenes de 17 años, aunque la frecuencia de
comisión de delitos se redujo en las edades subsecuentes. La edad media de
quienes dijeron haber cometido delitos fue 21 años, mientras la media de inicio
fue de 14 y la de culminación 23. Estos rangos de edad están relacionados con la
etapa evolutiva de la adolescencia que se describió antes, en la que alrededor de
los 14 años los jóvenes viven una transición entre la influencia de los padres y la
posterior importancia de los amigos; mientras en edades cercanas a los 23 –
relacionadas con la culminación de la carrera delictiva- se identifica una transición
diferente entre la influencia de los amigos y la cercanía de la pareja (Ver
Farrington, 2004).
Por otro lado, el desistimiento parece estar relacionado con la edad de inicio
del comportamiento antisocial y con la frecuencia del actuar delictivo. Farrington
(1996) encontró una disminución de 10% del delito después de cada condena en
los delincuentes persistentes, en comparación con un 33% en los ocasionales. En
esta misma línea, Nagin, Farrington y Moffitt (1995) con base en datos de
condenas oficiales encontraron que los delincuentes crónicos empiezan su
descenso delictivo a una edad más tardía que los limitados a la adolescencia, que
dejaron en general de delinquir después de los 20 años. Este declive de la carrera
delictiva está relacionado con algunos factores adicionales a la edad de inicio
como la exposición a situaciones de riesgo y a condiciones protectoras en
momentos determinantes; momentos que se definen por su capacidad de facilitar
nuevas oportunidades para la integración social (en especial mediante la
consolidación de las relaciones íntimas), lo que tiene marcados efectos positivos
sobre la auto-estima y la propia eficacia, así como sobre las opiniones y
expectativa de los demás (Rutter, Giller y Hagell, 2000).
62
2.1.3. Teoría de Loeber (1996)
La teoría del patrón de desarrollo de Loeber plantea que el comportamiento
antisocial se desarrolla de manera progresiva y predecible, iniciándose con
problemas de conducta poco serios que pueden evolucionar a través del tiempo a
delitos graves y violentos (Howell, 2009; Loeber et al., 2008; Loeber y Hay,
1997). En el Gráfico 5 se resume esta teoría.
De acuerdo con los resultados de la investigación de Denver y Pittsburg,
para Loeber existen tres dimensiones que describen la trayectoria del
comportamiento delictivo: (1) la gravedad progresiva del comportamiento
antisocial, que se presenta desde conductas problemáticas poco serias hasta la
comisión de delitos graves y violentos; (2) la proporción de jóvenes involucrados
en comportamientos delictuosos, que va desde una alta proporción que presentan
conductas poco peligrosas hasta una baja proporción que se vincula con carreras
delictivas graves y violentas; y (3) la edad de inicio del comportamiento
antisocial, que puede ser en la infancia, durante la adolescencia o en la adultez.
A su vez, en la dimensión de la gravedad progresiva del comportamiento se
pueden identificar tres patrones de desarrollo de la conducta delictiva. El primero,
denominado patrón de conflicto con la autoridad, se inicia antes de los 12 años de
edad con desacatos menores a las normas y a las figuras de autoridad, y progresa
con la desobediencia hasta llegar a problemas graves de conducta antisocial o pre
delictiva (por ejemplo, escaparse o permanecer a altas horas de la noche fuera de
casa).
El segundo se caracteriza por la participación del joven en delitos contra la
propiedad, no violentos (desde menores hasta graves) y desconocidos para el
sistema de justicia, por lo que se le ha llamado patrón encubierto. Este patrón hace
referencia a una secuencia de acciones que se inicia con conductas manifiestas
menores (mentir con frecuencia, hacer robos pequeños, entre otros), el siguiente
paso se caracteriza por daño a la propiedad (incendios o vandalismo en general), y
termina con formas de delincuencia que van de moderadas a graves (fraudes,
robos de coches, etc.).
El tercer patrón corresponde a la conducta abierta o manifiesta, y está
estrechamente relacionado con el empleo de la violencia, desde conductas poco
63
graves (como la amenaza o el molestar a otros) hasta comportamientos peligrosos
(como el homicidio).
Los jóvenes que se ubican en los extremos de los tres patrones presentan
historias de problemas de conducta persistentes característicos de las primeras
etapas en cada patrón; y corresponden a los chicos con carreras delictivas crónicas
y violentas. Dado que estas personas han delinquido por más tiempo, también
tienen oportunidad de involucrarse en diferentes tipos de delitos, en el uso de
drogas y otros problemas relacionados. Además, probablemente estos
delincuentes poseen múltiples factores de riesgo y déficit sociales que se
interrelacionan con la criminalidad.
64
Gráfico 5. Teoría del Patrón de desarrollo de problemas de conducta
y delincuencia.
65
dicotómica en función de la edad de inicio, sino más bien se presentan como el
resultado de múltiples posibilidades: unas de corta duración -casi de naturaleza
episódica-, otras persistentes e incluso intermitentes. A continuación se listan
algunos de los hallazgos del estudio de Rochester que avalan esta propuesta:
66
intermitentes desistieron a la edad promedio de 17,5 años; y los de transición a los
19 años.
Los jóvenes que iniciaron su comportamiento antisocial en edades
tempranas experimentaron con mayor frecuencia la ruptura de sus relaciones
familiares y escolares, lo cual a su vez pareció fortalecer sus relaciones con pares
antisociales. En cambio, quienes iniciaron su comportamiento delictivo durante la
adolescencia experimentaron mayor influencia de factores como el socio-
económico y el de estrés familiar. Los jóvenes que iniciaron su vinculación
delictiva en la adolescencia desistieron pronto o continuaron largas carreras
delictivas en función de la presencia de factores protectores que compensaron el
riesgo de la delincuencia.
Desde esta teoría el desistimiento es gradual y obedece a cambios
ambientales y de patrones de interacción individuo-ambiente. Así, el desistimiento
ocurre en diferentes edades, no solo en la transición de la adolescencia a la
adultez.
No crónicos Crónicos
No violentos A B
Violentos C D
Fuente: elaboración propia.
67
encuesta Denver se encontraron distintos patrones en las trayectorias delictivas:
(a) una única vez en la vida del individuo, (b) durante un lapso de tiempo corto –
un año-, pero de manera repetitiva, (c) en varios años de forma consecutiva –sin
lapsos de descanso- y (d) a lo largo de varios años de modo intermitente – con
lapsos de interrupción-.
El concepto de delincuentes crónicos corresponde a jóvenes con largos y
persistentes historiales delictivos, es decir que tienen antecedentes de al menos
tres arrestos o procedimientos legales por la comisión de un delito (Capaldy y
Paterson, 1996).
Por otro lado, la violencia, en un sentido amplio, se entiende como una
conducta grave y extrema que tiene la intención de causar daño a otros. La
Organización Mundial de la Salud (2002) define la violencia como el uso
deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo,
contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad y que cause -o tenga
muchas probabilidades de causar- lesiones, muerte o daños psicológicos. Es de
aclarar que esta definición comprende tanto la violencia interpersonal como el
comportamiento suicida y los conflictos armados, si bien nuestra investigación se
centra en la primera.
La violencia, en el marco de la presente revisión, se refiere a la forma, modo
o manera estratégica de enfrentase a los problemas y a los conflictos sociales e
interpersonales, caracterizada por producir consecuencias dañinas y perjudiciales
a terceros y/o a sus bienes y pertenencias (Andrés-Pueyo, 2005). En el contexto
juvenil, la violencia se entiende como el conjunto de actos que van desde la
intimidación y las peleas hasta formas extremas como el homicidio, que afectan –
como sujetos activos y/o pasivos- a las personas con edades comprendidas entre
los 10 y los 29 años de edad (en concordancia con la propuesta de la OMS, 2002).
Algunos autores, hacen una distinción entre agresión y violencia. La
primera, entendida como una capacidad “innata” del ser humano para defenderse
ante estímulos amenazantes y sobrevivir, hace referencia a una conducta menos
extrema y más normativa que la violencia. Esta última, en cambio, obedece a un
comportamiento aprendido y moldeado culturalmente, caracterizado por ser
potencialmente extremo y peligroso (por ejemplo, Sanmartín, 2000).
68
Existen diversas tipologías de la violencia, entre ellas, una de las más
citadas y fundamentadas a través del estudio de personas que manifiestan
comportamiento violento es la que distingue entre violencia expresiva e
instrumental (Rojas, 1998). La violencia expresiva o emocional hace referencia a
una conducta impulsiva, que aparece rápidamente y sin dar tiempo a pensar ante
situaciones que generan algún tipo de malestar o estrés a la persona. En este
sentido, se inflige daño por el daño mismo, de manera que la agresión constituye
el fin y no el medio. Por ejemplo, cuando como consecuencia de un insulto la
persona ofendida arremete contra el autor de la grosería.
La violencia instrumental, en cambio, se refiere a la conducta dirigida a
obtener algún tipo de beneficio distinto al daño en sí mismo. Por ejemplo, en un
robo se puede causar daño físico a la víctima, pero el objetivo principal no es el
daño causado sino obtener el bien que se sustrae.
Algunos autores han propuesto otras categorías en la clasificación de la
conducta violenta de los jóvenes. Por ejemplo, en el trabajo de Tolan y Guerra
(1994) se distinguen los siguientes tipos de violencia adolescente:
69
(d) Psicopatológica: en esta categoría la violencia tiende a ser más
repetitiva y extrema que en los otros tipos. En este sentido, la conducta
violenta representa un producto de la patología individual más que una
provocación situacional o un aspecto del desarrollo de la carrera
criminal. Aunque esta categoría es poco frecuente se asocia con altos
niveles de violencia.
70
de amenaza e intimidación por parte del agresor (Thornberry, Huizinga y Loeber,
1995, p. 224 en referencia a la Encuesta Juvenil de Denver).
Aunque algunos delitos sexuales, como la violación, se podrían incluir en
esta categoría, para efectos de esta revisión no se hará así. La razón para lo
anterior es que la presente investigación hace parte del grupo internacional:
Campbell Collaboration, Crime and Justice (Colaboración Campbell, División de
Crimen y Justicia). En esta Colaboración se desarrollan alrededor de 30 proyectos
de investigación, cuyos temas se eligen con base en las necesidades identificadas,
tanto a nivel teórico como de práctica profesional y de políticas públicas, en los
diferentes países que conforman este grupo. Dados los criterios específicos para
delimitar el tema de cada uno de los proyectos que conforman la Colaboración
Campbell, el tópico de la efectividad de intervenciones dirigidas agresores
sexuales fue asignado al equipo del profesor Friedrich Losel, mientras el tema de
la efectividad de programas dirigidos a jóvenes con carreras delictivas crónicas y
violentas fue asignado a quienes realizamos el trabajo que aquí se presenta.
71
crónico. Estos altos porcentajes de comportamiento violento se debieron en gran
parte a la estrategia de selección de la muestra, en la que se escogieron los jóvenes
de mayor riesgo.
No obstante la importante asociación existente entre la violencia y la
cronicidad, los jóvenes con este patrón delictivo suelen ser la minoría. Wiebush et
al. (1995) informan que usualmente corresponde a menos del 10% de la población
total de delincuentes, Moffitt (1993) habla de sólo un 5%, Farrington de 6%
(2005), Snyder de 3% (1998) y Thornberry y Khron (2003) de 7%. En general, las
personas que inician temprano sus actividades delictivas y persisten a lo largo de
la vida no constituyen un grupo muy grande, pero sí parecen ser responsables de
gran parte de los delitos cometidos.
En el estudio Cambridge, por ejemplo, el 6% de la muestra total fue
responsable de la mitad de todos los delitos registrados oficialmente, y de los 24
sujetos que conformaron este porcentaje, 16 habían cometido por lo menos cinco
tipos diferentes de delitos, incluyendo el 53% de todos los robos auto-informados
(Farrington, 2005).
En la misma dirección, en la investigación de Maricopa (Snyder, 1998) se
identificaron cuatro tipos de carreras delictivas en los jóvenes vinculados a la
delincuencia:
1
Entre los delitos graves no violentos están el allanamiento y el robo, el hurto grave, el robo de coches, los incendios, el
uso de armas de fuego y el tráfico de drogas.
72
(c) Serias/graves: describe a jóvenes que han cometido algún delito grave
no violento (contra la propiedad y no contra las personas) 2, que estuvo
conformado por el 18% del estudio.
(d) Violentas: representa la comisión de delitos que implican violencia (el
8% de la población en estudio)3.
(e) Serias, violentas y crónicas: incluye a los jóvenes que han cometido
delitos violentos graves y que lo han hecho cuatro o más veces (el 3%
de la muestra estudiada).
73
decir 33,6 delitos en promedio por persona. Los jóvenes con trayectorias
violentas, pero no crónicas dijeron haber cometido 1.370 delitos, es decir, un
promedio de 3,9 delitos por persona.
Denver Rochester
Delincuentes 14% 15%
Violentos/crónicos
Porcentaje explicado de actos 82% 75%
violentos informados por
delincuentes
crónicos/violentos.
Delincuentes 36% 43%
Violentos/no crónicos
Porcentaje de actos violentos 18% 25%
cometidos por delincuentes
Violentos/no crónicos.
Delincuentes 49% 42%
No violentos/no crónicos
Fuente: elaboración propia con base en Thornberry, Huizinga y Loeber (1995).
Por otra parte, en Denver los chicos con carreras delictivas crónicas y
violetas se atribuyeron la comisión de 4.237 delitos, esto es 51,7 delitos por
persona aproximadamente. En cambio, los adolescentes involucrados en
actividades delictivas violentas de poca frecuencia informaron de 927 delitos, es
decir 4,5 crímenes por persona.
Por otro lado, los estudios realizados por la OJJDP (Thornberry, Huizinga y
Loeber, 1995; Thornberry y Khron, 2003, 2005) muestran que los delincuentes
crónicos-violentos comienzan sus actividades delictivas, en general, así como la
comisión de delitos violentos en particular, un año antes respecto a los jóvenes
que presentaron otro tipo de carreras delictivas. Por ejemplo, en el estudio de
Rochester, se encontró que la mayor proporción de delincuentes crónicos y
violentos inició su comportamiento antisocial antes de los nueve años (37%), un
porcentaje menor lo hizo entre los 10 y los 11 años (28%) y una mínima parte
inició después de los 12 años de edad (17%). En este mismo estudio el 39% de los
jóvenes comprometidos en carreras delictivas crónicas y violentas había cometido
74
un delito grave antes de cumplir los nueve años y otro 30% lo había hecho entre
los 10 y los 12 años.
Los datos de Denver apoyan los resultados de Rochester. El 62% de los
delincuentes considerados crónicos-violentos informaron haber cometido delitos
graves antes de los nueve años de edad.
Otra característica asociada con la violencia y la cronicidad es la
versatilidad, es decir, el hecho de que los jóvenes con historiales crónicos no
cometen solamente un tipo de delito o un único problema de conducta. Por
ejemplo, en el estudio de Cambridge, 55 de los 65 hombres condenados por
violencia tenían también sentencias por crímenes de otro tipo. Así, los
delincuentes persistentes en algún momento de su carrera delictiva cometieron
delitos violentos, mostrando que la probabilidad de hacerlo es mayor a medida
que incrementa el número de delitos cometidos. En este estudio el 18% de los
delitos violentos fue responsabilidad de delincuentes que lo hacían por primera
vez, mientras que el 82% lo fue de delincuentes que tenían 12 o más condenas
(Farrington, 2004).
En el estudio de Rochester el 82% de los jóvenes que habían cometido
delitos violentos y que tenían más de tres vinculaciones legales se
responsabilizaron también de delitos contra la propiedad; en el caso de los chicos
que habían cometido delitos violentos, pero que no se podrían catalogar de
crónicos, el 54% también cometió delitos contra la propiedad. Por otro lado, de
los jóvenes que cometieron delitos ocasionales y no violentos sólo el 18% dijo
haber cometido delitos contra la propiedad. Los datos de esta misma investigación
mostraron que los jóvenes con historiales violentos y crónicos explicaron un
porcentaje alto del delito de venta de drogas (37%) y de ser miembros de bandas
organizadas (66%), mientras los violentos no crónicos sólo registraron 10% y
32% respectivamente, y los no violentos 2% y 4%. La mayoría de los delincuentes
violentos crónicos identificados en este estudio se involucraron en otros delitos
como los de desorden público y venta de drogas, así como en el consumo de
alcohol y marihuana. Además, estos jóvenes informaron de otra variedad de
problemas de conducta como el escaparse de la escuela, poseer y usar armas, ser
75
miembros de pandillas, tener relaciones sexuales, ser padres e independizarse de
sus familias a edades tempranas.
En resumen, el comportamiento delictivo crónico y violento se caracteriza
por iniciarse en edades tempranas (infancia), por la comisión de diferentes tipos
de delitos y por persistir en ellos a lo largo de la vida. La investigación sobre
carreras delictivas indica que este grupo de jóvenes crónicos y violentos es
pequeño, pero parece ser el responsable de una gran parte de los delitos
registrados oficialmente. Así, la prevención e intervención dirigida a este grupo de
chicos puede representar cambios importantes en las tasas delictivas en general,
de ahí la importancia de su estudio.
76
intensidad. Esta observación ha dado lugar a la investigación de otro conjunto de
factores denominados “de protección”.
Los factores de protección median o moderan los efectos de la exposición a
factores de riesgo, de tal forma que reducen la incidencia de los problemas de
conducta causados por ellos. De acuerdo con Rutter, Giller y Hagell (2000) los
factores de protección pueden reducir el riesgo, disminuir las reacciones negativas
que se presentan en cadena, desarrollar auto-estima, fomentar auto-eficacia y
generar nuevas oportunidades de éxito para las personas.
De acuerdo con la revisión realizada por Garrido (2005) sobre este tema, los
factores de protección reducen o aminoran los efectos patogénicos de riesgos
específicos. En la misma revisión, el autor refiere que los factores de protección
están relacionados con el concepto de resistencia, entendido como un proceso de
adaptación bio-psicológica, que se desarrolla de acuerdo con las circunstancias
propias del momento, de la persona y del contexto, lo cual implica un proceso de
adaptación flexible en tres sentidos:
77
Cuadro 9. Factores de riesgo para ocho problemas de conducta.
Factor de riesgo Conducta Fracaso Salud Física Daño Abuso Embarazo Uso de AIDS
antisocial escolar precaria físico físico drogas
Comunidad
Pobreza en el X X X X X X X
vecindario
Políticas sociales X X X X X X
no efectivas.
Escuela
Déficit en la X X X X X X
calidad escolar
Pares
Presión y X X X X X X
modelamiento de
pares antisociales.
Rechazo de los X X
pares.
Familia
Bajo nivel socio- X X X X X X X
económico
Psicopatología de X X X X X X X
los padres
Conflicto marital. X X X X X
Modelos de X X X X X X
crianza negativos.
Individual
Inicio temprano X X X X X X X X
de problemas
Problemas en X X X X X X X X
otras áreas
Otros
Estrés X X X X X X X X
Fuente: tomado de Howell (2009, p. 62). Traducción propia.
78
los factores de riesgo puede ser reducido o neutralizado por la presencia de
factores de protección. Por ejemplo, en un estudio realizado en Washington D.C.,
Chaiken (2000) encontró que uno de cada cinco jóvenes que vivían en zonas de
alta delincuencia juvenil fue resistente y evitó involucrarse en conducta violenta,
gracias al efecto de factores que actuaron como protectores.
La relación entre los factores de riesgo y de protección se presenta en varios
sentidos: la cantidad y frecuencia de unos y de otros; la intensidad del efecto de un
factor o de un grupo de ellos; ó la etapa de la vida en que se presentan.
En atención al criterio de cantidad, a mayor exposición a factores de riesgo
y menor disponibilidad de factores protectores, existe mayor probabilidad de que
un joven llegue a ser delincuente (Thornberry, Huizinga y Loeber, 1995). En este
sentido, los resultados del estudio de Denver sugieren que cuando el número de
factores de riesgo sobrepasan a los de protección, la probabilidad de éxito del
adolescente es baja: tiene mayor probabilidad de vinculación delictiva, consume
substancias, tiene dificultades en el ámbito académico (están en grados escolares
por debajo de lo esperado para su edad), tiene baja auto-estima y baja auto-
eficacia.
De otro lado, es posible establecer la relación entre factores de riesgo y
protectores en función de la intensidad del efecto que pueden tener en el
desarrollo del comportamiento delictivo. Es decir, un grupo de factores de riesgo
puede tener un efecto distinto a otra serie de factores. Por ejemplo, se ha
encontrado que los factores de riesgo familiares y de amigos tienen mayor efecto
sobre el comportamiento delictivo que los factores comunitarios, o que el apego
afectivo que se establece en la infancia con la madre tiene un mayor poder
predictivo que los problemas de aprendizaje (Rutter, Giller y Hagell, 2000).
De igual forma, la edad o la etapa vital en que confluye una serie de factores
de riesgo pueden tener efectos diferenciales en la ocurrencia de la conducta
delictiva. Por ejemplo, en el estudio de Rochester, el 82% de los jóvenes que
tuvieron nueve o más factores de protección -cuando tenían entre 13 y 14 años-
fueron resistentes a la delincuencia. Sin embargo, los jóvenes que tuvieron la
misma cantidad de factores de protección cuando tenían entre 15 y 17 años se
involucraron en actividades delictivas con la misma probabilidad que los jóvenes
79
que no tenían estos mismos factores de protección (Thornberry, Huizinga y
Loeber, 1995).
80
tipo violento. A su vez, el estudio de estos factores aporta información valiosa
sobre las variables que deben considerarse en los programas de prevención y de
intervención con el objetivo de reducir la conducta antisocial, los actos violentos y
la reincidencia delictiva.
De acuerdo con diferentes fuentes de la literatura se pueden identificar
distintos grupos de factores de riesgo y de protección (por ejemplo, Garrido, 2005;
Hawkins y Catalano, 1992; Howell, 2009). En el Cuadro 10 se resumen los
factores que se citan de forma consistente y recurrente en diferentes revisiones
sobre el tema.
81
bajo que los no delincuentes (Loeber, Farrington, Stouthamer-Loeber, Moffitt y
Caspi, 1998; Lynam, Moffitt y Stouthamer-Loeber, 1993).
Los hallazgos de la investigación sobre carreras delictivas demuestran que la
baja inteligencia verbal, el bajo rendimiento académico, la falta de habilidades
para resolver problemas y el déficit de habilidades sociales, se relacionan con el
desarrollo de comportamientos violentos (Moffitt, 1993).
En general, no se puede decir que la baja inteligencia cause la delincuencia,
sino más bien que las personas con déficit en sus habilidades cognitivas están en
desventaja y son más susceptibles a las influencias criminógenas, que quienes
poseen tales destrezas (Ross, 1987, citado por Garrido, Stangeland y Redondo,
2006). A este respecto, se estima que el cociente intelectual predice sólo un 20%
del éxito en la vida, mientras que el 80% depende de otro tipo de inteligencia, la
emocional (Gardner, 1995) o la interpersonal (Ross, Fabiano y Garrido, 1990).
La inteligencia interpersonal se refiere a un conjunto de habilidades que
permiten comprender y resolver problemas en el curso de las relaciones con otras
personas, así como hacer inferencias sobre las intenciones y las conductas de otros
(Ross, Fabiano, Garrido y Gómez, 1995). Este tipo de cognición capacita a las
personas para:
82
(f) Razonar en abstracto: habilidad para comprender cuestiones complejas,
poco concretas.
(g) Elegir: habilidades para tomar decisiones, elegir una alternativa entre
varias.
83
reacciones emocionales negativas ante las señales que indican que están causando
sufrimiento a otro ser humano, tienen menor probabilidad de involucrarse en
carreras delictivas. La empatía funciona como inhibidor del comportamiento que
produce sufrimiento a otras personas (Eisenberg y Miller, 1987). En la misma
dirección, algunas investigaciones han encontrado que los niveles de empatía
auto-informados son significativamente más bajos en delincuentes tanto adultos
como juveniles, comparados con personas sin historial delictivo (Beven, O’Brien-
Malone y Hall, 2004).
Por último, la inteligencia interpersonal también se relaciona con el tipo de
creencias que se tienen a favor o en contra del actuar antisocial. Las personas que
valoran la conducta antisocial y la violencia de forma positiva, tienen mayor
probabilidad de involucrarse en acciones delictuosas. Por ejemplo, los jóvenes que
ven en la violencia una estrategia exitosa para la solución de problemas
interpersonales, y que además, produce beneficios más tangibles e inmediatos que
otras alternativas, tienden a justificar e incrementar su actuar ilegal. Tal como se
explicó en las teorías de aprendizaje social.
Otros factores individuales que son considerados de riesgo como la historia
de problemas de conducta en la infancia, el déficit de atención con hiperactividad,
el consumo de alcohol y de sustancias, y la psicopatía, no se detallan en este
apartado. La razón para ello es que estos problemas suelen compartir factores de
riesgo asociados con su inicio. Por ejemplo, el temperamento hostil, la búsqueda
de sensaciones y la impulsividad están asociados tanto con el consumo de
sustancias como con la delincuencia y la psicopatía. Sin embargo, vale la pena
explicar que algunas de estas problemáticas pueden mantener y complejizar la
conducta antisocial. Éste es el caso de la psicopatía que se relaciona con el
desarrollo de carreras delictivas más crónicas y violentas, y con mayor
probabilidad de reincidencia en los jóvenes con este diagnóstico, comparados con
quienes no presentan rasgos psicopáticos (Gretton, Hare y Catchpole, 2004;
Salekin, Neumann, Leistico, DiCicco, y Duros, 2004).
En general, los estudios sobre factores de riesgo y conducta delictiva
informan de una relación positiva entre la hiperactividad, el déficit de atención, la
84
impulsividad, los comportamientos de riesgo y la conducta violenta (Hawkins et
al., 2000).
Por otro lado, es importante señalar que a nivel individual también actúan
importantes factores de protección que reducen la probabilidad de que una
persona se involucre en actividades delictivas. Estos factores no sólo obedecen a
la ausenica o al contrario de un factor de riesgo, sino que pueden constituir
condiciones cuya presencia reduce la probabilidad de delincuencia, aún cuando su
ausencia no aumenta el riesgo. Tal es el caso de la capacidad para llevarse bien
con otros, dado que si un chico posee esta característica su riesgo de delinquir
disminuye, pero la asuencia de la misma no incementa su posible vinculación
delictiva. Entre los factores protectores individuales más representativos están
(Krisberg et al., 1995; Safeyouth, 2001):
85
sus costumbres y sus creencias. Durante la infancia el ambiente familiar
constituye el contexto social básico en el que la conducta de los niños se aprende,
se manifiesta, se motiva o se inhibe (Dishion y Patterson, 2006), de tal forma que
tiene implicaciones importantes en el desarrollo del comportamiento delictivo
(Gottfredson y Hirschi, 1990; Moffitt, 1993, 2006).
La investigación sobre la relación entre factores familiares y delincuencia
arroja evidencia de una importante asociación entre la vinculación
multigeneracional en actividades criminales, en el abuso de sustancias y en el
abandono de la escuela, con la delincuencia juvenil (Hawkins y Catalano, 1992;
Loeber et al., 1998). Además, se ha encontrado relación entre el nivel de estrés de
los padres, la estructura y la dinámica familiar, la maternidad en edades tempranas
y las transiciones familiares (a través de cambios bruscos y/o constantes de figuras
parentales), con el riesgo de vinculación delictiva (Fergusson y Horwood, 2002).
El nivel socio-económico de las familias también parece relacionarse con la
conducta delictiva (por ejemplo, Farrington, 2002).
En el contexto de los factores familiares, diversos estudios señalan que los
estilos de crianza utilizados por los padres conjuntan varias condiciones que
aumentan o reducen el riesgo de manifestar conducta antisocial Por ejemplo, la
falta de supervisión, las prácticas disciplinarias inconsistentes o demasiado
punitivas, los altos niveles de conflicto familiar y las actitudes de los padres que
consienten o refuerzan la conducta delictiva, se asocian con el comportamiento
delictivo (Hawkins y Catalano, 1992). Otros autores como Wilson y Howell
(1995) incluyen dentro de los predictores familiares de la delincuencia algunas
características del comportamiento parental como el rechazo, la violencia física, el
abuso y la negligencia infantil.
Los estilos de crianza utilizados por los padres consisten en patrones de
actitudes y de conductas utilizadas para educar a los hijos a lo largo del tiempo y
en diferentes situaciones (Darling y Steinberg, 1993). Estos patrones están
constituidos por dos dimensiones básicas: el apego y el control.
El apego se refiere a un continuo en cuyo extremo positivo se encuentran la
calidez, la aceptación, el afecto, la sensibilidad, la intimidad y la cercanía
emocional propiciada por los padres para con sus hijos, que redunda en la
86
percepción de los niños de sentirse cómodos, aceptados y queridos. El extremo
negativo del apego implica hostilidad, negligencia y rechazo (Rohner, 2004). En
general el apego se relaciona negativamente con la delincuencia, de tal forma que
a mayor apego menor delincuencia (por ejemplo, Juang y Silbereisen 1999).
La dimensión de control se refiere a los esfuerzos de los padres por regular
la conducta de sus hijos mediante la aplicación de reglas, la supervisión y la
consistencia en la disciplina. La aplicación positiva de estas estrategias de control
se ha asociado con bajos niveles de delincuencia.
En función de las dimensiones de apego y de control se han identificado
cuatro estilos de crianza parentales (Maccoby y Martin, 1983):
87
afecto). El uso del castigo físico es frecuente e inconsistente, a la par que modela
y refuerza el comportamiento antisocial. Además, en este estilo parental los
niveles de apego padres-hijos son bajos. Los jóvenes educados con el estilo
parental autoritario suelen ser socialmente incompetentes, con bajos niveles de
auto confianza y de responsabilidad, y más agresivos que los niños educados con
autoridad (Thomas, 2004 citado por Asher, 2006). Los estudios sobre el desarrollo
del comportamiento delictivo han encontrado una importante relación entre el
estilo de crianza autoritario y los altos niveles de conducta antisocial (Farrington,
2002; Lahey y Waldman, 2003).
El patrón de negligencia implica la ausencia de los padres, la falta de interés
por sus hijos, el descuido, el rechazo, la mínima comunicación, el uso de técnicas
inadecuadas e inconsistentes de disciplina y de supervisión, así como el uso
frecuente de castigo físico. Los padres que utilizan este patrón no son conscientes
de la importancia del apego afectivo y de la supervisión de sus hijos. Los niños
que padecen este estilo parental tienen mayor probabilidad de presentar problemas
psicológicos como la ansiedad y la depresión, de comprometerse en abuso de
sustancias y de presentar conducta delictiva. Este estilo parental ha sido el que se
ha relacionado de manera más consistente con la conducta delictiva y se ha
identificado como un fuerte predictor de trayectorias delictivas crónicas y graves
(Steinberg, Blatt Eisengart y Cauffman, 2006).
En la modalidad permisiva existe mínima o nula supervisión de los hijos, los
padres se sienten inseguros en su papel, y tienen miedo de aplicar estrategias de
disciplina o de supervisión. No hay consecuencias para el comportamiento
antisocial, de forma tal que los niños no aprenden desde pequeños lo que está
permitido y lo que no. Los chicos educados con el estilo permisivo son
influenciables por sus pares delincuentes y se involucran en conducta delictiva y
abuso de sustancias con mayor frecuencia que los jóvenes cuyos padres emplean
otros estilos de crianza. Este patrón parental facilita la conducta delictiva debido a
la falta de supervisión y de interés en la conducta de los niños por parte de los
padres.
En una investigación realizada con base en los datos del estudio de
Pittsburgh, se evaluó la influencia de los estilos parentales de crianza sobre el
88
desarrollo de carreras delictivas juveniles (Hoeve et al., 2008). Los resultados de
este estudio mostraron una relación diferencial entre los estilos de crianza y la
delincuencia. El estilo negligente fue el más frecuente en los jóvenes
comprometidos en carreras delictivas caracterizadas por la comisión de delitos
graves. Además, la negligencia de los padres mostró diferencias significativas
entre los jóvenes no delincuentes y quienes se involucraron en patrones graves de
delincuencia.
Otro estudio analizó la relación entre patrones de funcionamiento familiar y
trayectorias delictivas (Gorman-Smith, Tolan y Henry, 2000) y encontró que las
familias con déficit en estrategias de disciplina y supervisión, con poca estructura
y cohesión, y caracterizadas por prácticas negligentes, ponen a los niños en mayor
riesgo de involucrarse en actividades delictivas. Por el contrario, las familias con
estructura, disciplina y cohesión adecuadas tienen menor probabilidad de
involucrarse en patrones delictivos.
En esta misma línea, en un meta-análisis reciente se analizaron 161 estudios
para determinar si existe asociación entre los patrones de crianza parentales y la
delincuencia. Las variables que mostraron mayor relación con la delincuencia
fueron el nivel escaso de supervisión, el control psicológico negativo
(manipulación, culpa, condicionalidad de afecto), el rechazo y la hostilidad.
Aunque es importante señalar que el efecto de estas variables sobre el desarrollo
de la delincuencia es moderado por otras variables como el género de los padres y
de los hijos, la edad de los niños y el tipo de delitos cometidos, en general se
mantuvieron los efectos de relación con la delincuencia (Hoeve et al., 2009).
Los resultados de este meta-análisis señalan que los aspectos negativos del
apego, como la combinación de negligencia, hostilidad y rechazo se relacionaron
fuertemente con delincuencia (con rangos de tamaños del efecto de r entre .26 y
.33). La supervisión activa de los padres a los hijos tuvo una moderada y
significativa asociación con la delincuencia (con tamaños del efecto de −0.23 a
−0.31 que muestran una relación inversa). La falta de acuerdo entre los padres con
respecto a la manera de educar y aplicar estrategias de disciplina se relacionó de
forma inversa con la delincuencia. El control psicológico y la sobre protección
presentaron tamaños del efecto de 0.21 a 0.23. Los tamaños del efecto más
89
pequeños se encontraron en la comunicación (r = −0.07), la permisividad (r =
0.09) y el castigo físico (r = 0.10).
En otro estudio, los resultados sugieren que los jóvenes que describen a sus
padres como afectuosos y firmes (con autoridad) son maduros, competentes
académicamente, con baja predisposición al estrés y con baja probabilidad de
presentar problemas de conducta. Por otra parte, los adolescentes que describen a
sus padres como negligentes son menos maduros, menos competentes y se
involucraban en más problemas. Los jóvenes que describen a sus padres como
autoritarios (firmes pero no afectivos) o indulgentes (afectivos pero no firmes) se
ubican entre los dos extremos de las variables descritas (Steinberg, Blatt-Eisengart
y Cauffman, 2006).
Es importante señalar que si bien los estilos parentales influyen sobre el
desarrollo de comportamiento antisocial, el temperamento de los niños y su
conducta difícil en edades tempranas también influyen sobre las estrategias
disciplinarias de los padres (es lo que se denomina el efecto evocativo de la
conducta de los niños). Así, los padres de niños con temperamento difícil pueden
llegar a utilizar con más frecuencia los castigos, ser inconsistentes o involucrarse
menos en los procesos de socialización de sus hijos. Estas interacciones negativas
incrementan el riesgo de que los niños presenten comportamiento antisocial y que
empiecen a involucrarse en conductas delictivas (Moffitt, 1993).
En resumen, la evidencia de diversos estudios –como los citados- sugiere
que el estilo con autoridad tiene efectos positivos en la adaptación de los niños y
reduce la probabilidad de vinculación delictiva. Por otro lado, los estilos
negligentes o permisivos, la nula o baja supervisión, y las prácticas disciplinarias
inconsistentes se asocian de manera significativa con las conductas antisociales
que se manifiestan en la adolescencia (Farrington, 2005).
En el ámbito familiar y social se han identificado como factores de
protección los vínculos con familiares, profesores y amigos significativos,
caracterizados por comportamiento pro – social y altos niveles de apego. Los
patrones de creencias saludables y estándares claros para la conducta de los
adultos con los que interactúa el adolescente y que son responsables de él, en
diferentes contextos como el familiar, el escolar y el comunitario, también se han
90
identificado como factores de protección (Krisberg et al., 1995; Wiebush et al.,
1995).
91
Además, se ha encontrado que los niños con bajo desempeño académico,
bajo compromiso y participación en la escuela y bajas aspiraciones educativas -
durante la primaria y la secundaria- están en mayor riesgo de comprometerse en
actividades delictivas que otros niños (Herrenkohl et al., 2000). A este respecto se
ha encontrado que las políticas de suspensiones y expulsiones de los niños y
jóvenes por mal comportamiento o bajo desempeño escolar incrementan el riesgo
de delincuencia juvenil, y no reducen en ningún sentido los problemas de
conducta (McCord, Widom y Crowell, 2001, citados por Shader, 2002).
92
2.3.5. Factores contextuales o comunitarios
Este conjunto de factores se refiere a las condiciones macrosociales propias
del ambiente donde viven o pasan gran parte de su tiempo los niños y los jóvenes.
En esta categoría se incluyen los medios de comunicación (con contenidos que
justifican el comportamiento antisocial, delictivo y violento vs. contenidos que
favorecen el comportamiento prosocial); las condiciones de las zonas en las que
viven, estudian o trabajan los chicos (como la infraestructura, las oportunidades de
desarrollo legal e ilegal, el nivel de orden y de desorden social -drogadicción,
prostitución, violencia, delincuencia, etc.-; la disponibilidad de drogas y de armas,
así como las normas que apoyan o regulan su uso, etc.).
Los contextos sociales y culturales deprimidos con deterioro de mobiliario
urbano, desorganización vecinal, altos niveles de desempleo, baja supervisión
policial, falta de instalaciones para la recreación y el deporte, existencia de bandas
o grupos organizados para distribución de drogas, prostitución, bajo nivel de
ingreso y pocas oportunidades de empleo se asocian con mayores índices de
conducta antisocial.
Por ejemplo, la pobreza puede reducir la posibilidad de conseguir y
mantener un empleo. En este sentido, la formación académica y ocupacional de
baja calidad hace menos competitivas a las personas, ó las dificultades en el
desplazamiento a su trabajo (no contar con medios de transporte, tener que viajar
largas distancias, etc.) puede reducir las oportunidades laborales, con lo cual la
delincuencia se fortalece como alternativa de ascenso socio-económico. Si lo
anterior se suma a la existencia de delincuencia organizada en el vecindario, la
probabilidad de vinculación delictiva es aún mayor. La prevalencia de drogas y de
armas en una comunidad predice una mayor probabilidad de conducta violenta
(Hawkins et al., 2000).
De la misma forma, la falta de instituciones que brinden servicios
suficientes y apropiados para los jóvenes, así como la calidad de los colegios y de
la infraestructura para ofertar actividades recreativas, limitan el acceso de los
jóvenes a experiencias de desarrollo productivo y positivo. Es bien sabido que
existe relación entre los ambientes adversos y la delincuencia (McCord, Widom y
Crowell, 2001, citados por Shader, 2002). En línea con teorías de control social
93
estos escenarios parecen reducir la percepción de control y aumentar la
probabilidad de inseguridad y de actividad delictiva.
Además, se ha encontrado que la exposición repetida a actos violentos está
fuertemente asociada con el riesgo de sufrir o verse implicado en
comportamientos violentos. Los niños expuestos de forma continua a contenidos e
imágenes violentos se vuelven insensibles a la violencia y a sus consecuencias,
aceptan con normalidad las actitudes agresivas y además comienzan a
comportarse agresivamente. Los niños expuestos a violencia en los medios y en su
contexto próximo perciben un mundo en el que la conducta antisocial y la
violencia son una alternativa viable de éxito, como un comportamiento normal y
como una estrategia razonable para solucionar los conflictos (APA, 1993).
Por el contrario, algunos factores protectores pueden contribuir al desarrollo
de la resiliencia (o resistencia) y a reducir los factores de riesgo para la conducta
violenta en el nivel ambiental. Por ejemplo, las políticas públicas y programas
orientados a la asistencia de niños y jóvenes, que promueven su participación en
actividades prosociales, que enfatizan el cuidado y el apoyo de estos jóvenes
promueven bajos niveles de delincuencia y de violencia (Benard, 1996). Los
programas que fomentan la cultura del cuidado y del apoyo en lugar de la
ignorancia y del etiquetamiento; y la oferta de oportunidades laborales legales y
dignas, constituyen factores importantes de protección contrarios a la ilegalidad.
En este sentido, las comunidades pueden crear oportunidades para que los jóvenes
participen en actividades donde ellos pueden elegir o tener poder de decisión y de
compartir responsabilidades. Estas experiencias ayudan a desarrollar nuevas
habilidades e incrementar la auto-confianza.
94
joven desarrolle una carrera delictiva seria. A continuación se presentan algunos
resultados de estudios que apoyan estas ideas.
Cuando se presentan de forma simultánea la alteración genética y la
exposición a abuso físico durante la infancia de las personas, la probabilidad de
presentar problemas de conducta es tres veces mayor que cuando sólo se presenta
la alteración genética; y diez veces mayor respecto a la comisión de delitos graves
violentos. Sin embargo, el abuso físico en ausencia de la alteración genética no
incrementa el riesgo de problemas de conducta o de delito violento (Caspi et al.,
2002). Estos datos sugieren que la presentación simultánea de varios factores de
riesgo incrementa la probabilidad de ocurrencia de conductas antisociales, pero
también demuestra que el grado de influencia de cada factor puede ser diferente.
En la investigación de Rochester, como se ilustra en el Cuadro 11, los
jóvenes que experimentaron dos o más formas de violencia familiar estuvieron
más propensos a vincularse en actos violentos. Estos resultados sugieren que la
intensidad de exposición a los factores de riesgo o su presentación acumulativa se
asocia con la ocurrencia de comportamiento delictivo violento y persistente.
95
Para Howell, durante la infancia son los factores individuales y familiares
los más relevantes con relación al desarrollo posterior de carreras delictivas. La
presentación simultánea de antecedentes parentales de conducta antisocial,
consumo de alcohol y de sustancias, aunada a la existencia de conflictos
familiares graves, la exposición a estilos de crianza abusivos y negligentes, vivir
en contextos de bajo nivel socio-económico y presentar síntomas tempranos de
hiperactividad, todo ello se asocia con una alta probabilidad de desarrollar un
comportamiento delictivo crónico y violento.
En la misma clasificación, entre los seis y los 12 años, los factores
académicos cobran especial interés. Los problemas de aprendizaje, el fracaso
académico y la deserción escolar, junto con las bajas expectativas, tanto del joven
como de los adultos significativos para él, respecto a las posibilidades de éxito
académico, incrementan la probabilidad de que los jóvenes se vean involucrados
en acciones ilegales.
Es importante destacar que a partir de los seis años se identifica un mayor
número de factores de riesgo en diferentes niveles (individual, familiar, escolar,
de pares y comunitario) que influyen en el inicio del comportamiento antisocial y
de actividades delictivas. En la adolescencia sobresale la influencia de los amigos
y de los vecindarios en que viven los jóvenes. Para los adolescentes la falta de
actividades sociales positivas y los pares negativos son los factores de riesgo más
potentes con relación a la vinculación delictiva. Los jóvenes que viven en
vecindarios pobres, con altos índices de crimen, desorganizados, con
disponibilidad de armas y drogas tienen mayor probabilidad de vincularse en
carreras delictivas crónicas y violentas.
En general, los estudios sobre factores de riesgo y de protección para la
delincuencia crónica y violenta avalan la propuesta de Howell.
Por ejemplo, se estima que alrededor del 80% de los delincuentes jóvenes
violentos tienen una historia de complicaciones prenatales, comparados con el
47% de los jóvenes no comprometidos en carreras delictivas (Kandel y Mednick,
1991).
En un estudio en el que participaron 123 delincuentes juveniles de Calgary
(Canadá), alrededor de las tres cuartas partes de los jóvenes que presentaron
96
comportamiento delictivo violento y crónico tuvieron algún diagnóstico de déficit
de atención con hiperactividad y de desorden de conducta (DeGusti, MacRae,
Vallée, Caputo y Hornick, 2009). Respecto al abuso de sustancias se ha
encontrado que en particular quienes presentan carreras delictivas crónicas y
violentas tienen mayor probabilidad de consumir y abusar de sustancias ilegales
que quienes no cometen delitos o se vinculan con delitos menores y en carreras
delictivas de corta duración (MacRae et al., 2008).
Cuadro 12. Factores de riesgo para la delincuencia violenta y persistente por rangos de edad.
Parte 1.
Edad Factores
Individuales Familiares Escolares De pares Comunitarios
0 – 3 Complicaciones Madres muy
años prenatales y jóvenes.
durante el parto. Abuso de drogas,
Temperamento alcohol y tabaco
difícil. de las madres
Hiperactividad, durante el
impulsividad y embarazo.
problemas de Depresión
atención. materna.
Abuso de
sustancias por
parte de los
padres.
Historial
delictivo en los
padres.
Déficit en la
comunicación
padres-hijos.
Bajo nivel socio-
económico.
Conflictos
maritales graves.
3 – 6 Conducta agresiva. Estilos de
años Problemas de crianza
conducta. inapropiados.
Mentiras Maltrato infantil
frecuentes. (abuso o
Búsqueda de negligencia).
sensaciones y
asumir riesgos.
Falta de culpa y
empatía.
Bajo nivel de
inteligencia.
Fuente: tomado de DeGusti et al., 2009, apéndice B y con base en Howell, 2009, p. 69-80.
Traducción propia.
97
Cuadro 12. Factores de riesgo para la delincuencia violenta y persistente por rangos de edad.
Parte 2.
Edad Factores
Individuales Familiares Escolares De pares Comunitarios
6 – 12 Vinculación delictiva. Padres Fracaso Rechazo Vivir en un
años Creencias autoritarios que escolar en la de los vecinadario
antisociales y utilizan con primaria. pares. desorganizado
delictivas. frecuencia el Absentismo Asociación .
Agresión. castigo físico. escolar y con pares Disponibilidad
Hiperactividad. Bajo nivel suspensiones delincuent de armas.
Conducta antisocial socioeconómico. de la es. Disponibilidad
temprana y Padres y escuela. Asociación y acceso a las
persistente. hermanos Problemas con pares drogas.
Condiciones antisociales. de agresivos. Sentimiento
psicológicas. Escaso apego aprendizaje. de inseguridad
Condiciones físicas o emocional padres Escuelas en el
médicas. – hijos. desorganizad vecindario en
Pocos vínculos Escasa as, poco que se vive.
sociales (poca supervisión, estructuradas Bajo apego al
participación en monitoreo y , sin vecindario.
actividades sociales, control parental. políticas Jóvenes del
baja popularidad). Violencia familiar claras. vecindario
Conflicto con la (maltrato infantil, Bajo vinculados a
autoridad, rebeldía, violencia entre compromiso actividades
trastornos de padres). y antisociales.
conducta). Padres separados. participación
Manifestación de Actitud pro escolar.
comportamiento violenta por parte Bajo apego
violento a edades de los padres. al colegio.
tempranas. Escasas
Victimización y aspiraciones
exposición a la académicas.
violencia.
Déficit en habilidades
de asertividad.
Consumo de
substancias
(marihuana y
alcohol).
Fuente: tomado de DeGusti et al., 2009, apéndice B y con base en Howell, 2009, p. 69-80.
Traducción propia.
98
Cuadro 12. Factores de riesgo para la delincuencia violenta y persistente por rangos de edad.
Parte 3.
Edad Factores
Individuales Familiares Escolares De pares Comunitarios
12 – Escasas Escasos Actitud y Pares Leyes y normas
16 relaciones vínculos desempeño antisociales. comunitarias
años afectivos
interpersonales escolar. Asociación que toleran el
(vinculación apadres-hijos. Fracaso con pares crimen.
actividades Déficit en académico. delincuentes. Pobreza.
sociales, comunicación Escasa Asociación Desorganización
popularidad). padres e hijos. vinculación y con pares comunitaria.
Vinculación Padres compromiso agresivos. Disponibilidad y
delictiva. antisociales. escolares. Uso de uso de drogas en
Vinculación alPadres Absentismo y drogas por el vecindario.
tráfico separados.
de deserción parte de sus Exposición a
drogas. Separación escolares. amigos. violencia y a
Violencia padres-hijos. Transiciones Ser miembro racismo.
física. Bajo nivel escolares de una Altas tasas de
Ser víctimas socioeconómico. frecuentes. banda. delincuencia en
Historia familiar Etiquetamiento
de la violencia. el vecindario.
Problemas de de problemas de negativo por Disponibilidad
salud mental. conducta y de parte de los de armas.
Trastornos de delincuencia. profesores
conducta. Hermanos (decirles que
delincuentes.
Poseer y portar son malos,
armas. Tener una perturbados,
Relaciones madre muy incapaces,
sexuales joven. tontos, etc.).
tempranas. Bajo apego Bajas
Paternidad y afectivo con aspiraciones
maternidad adultos durante académicas.
tempranas. la infancia. Bajo apego y
Creencias Escasos niveles vínculo con los
antisociales yde supervisión y profesores.
a favor de la control Bajas
delincuencia. parentales. expectativas
Uso de alcoholBajos niveles escolares de
ó drogas. educativos de los padres
Depresión. los padres. respecto a sus
Eventos Maltrato infantil hijos.
estresantes. (abuso y Escasas
negligencia). habilidades
Transiciones matemáticas
familiares (sobre todo en
(cambios de hombres).
figuras
parentales –
varios
padrastros o
madrastras-).
Fuente: tomado de DeGusti et al., 2009, apéndice B y con base en Howell, 2009, p. 69-80.
Traducción propia.
99
En la investigación de Dunedin los jóvenes que presentaron conducta
antisocial persistente desde la niñez registraron los niveles más altos de
exposición a factores de riesgo como los rasgos temperamentales adversos, el
déficit de atención, el negativismo entre los 3 y 5 años, la distancia social, las
deficiencias cognitivas, la impulsividad, al ambiente familiar conflictivo y las
pautas de crianza inconsistentes o coercitivas en la infancia y en la adolescencia.
En la misma investigación, los jóvenes que no cometieron delitos registraron los
niveles más bajos de exposición a los factores de riesgo, mientras que quienes se
involucraron en actividades delictivas sólo en el curso de su adolescencia, aunque
también difirieron de los no delincuentes por su mayor exposición y presentación
de estos factores de riesgo, tuvieron niveles más bajos que los chicos con carreras
delictivas persistentes (Moffit, Caspi, Dickson, Silva y Stanton, 1996).
El estudio de Fergusson, Lynskey y Horwood (1996) mostró que quienes
presentaban comportamiento antisocial desde su infancia y persistían en conductas
delictivas acumulaban un mayor número de factores de riesgo, tanto individuales
como familiares, que quienes empezaban a manifestar estas conductas durante o
después de la adolescencia. Los estudios de Wiebush et al. (1995) también
encontraron que la tasa de reincidencia de los jóvenes con mayor exposición a
factores de riesgo fue casi dos veces la de los jóvenes clasificados en exposición
media, y casi 3 o 4 veces comparados con los jóvenes que tuvieron una mínima
exposición a los factores de riesgo.
En general, los jóvenes que han manifestado comportamiento antisocial
desde edades tempranas, con carreras delictivas caracterizadas por su cronicidad y
violencia han tenido una mayor exposición a factores de riesgo familiares,
escolares, de pares y comunitarios, que los jóvenes con carreras delictivas no
violentas ni crónicas, tal como se puede observar en los resultados del estudio de
Rochester, que se resumen en la Cuadro 13.
En el mismo sentido, en el estudio de Herrenkohl et al. (2000) los resultados
sugieren que un niño de 10 años expuesto a seis o más factores de riesgo tiene 10
veces mayor probabilidad de cometer un acto violento antes de sus 18 años, que
un niño que a sus 10 años sólo ha sido expuesto a un factor de riesgo. A este
respecto, en un meta-análisis realizado por Lipsey y Derzon (1998) con base en
100
los resultados de 34 estudios longitudinales (en los que se analizaron factores
asociados con la comisión de delitos graves y violentos) se encontró que las
relaciones familiares tienen mayor efecto en la infancia que en la adolescencia,
mientras que la influencia de los pares es mayor en esta última. Los factores de la
infancia (6 a 11 años) con mayor poder predictivo de delincuencia crónica y
violenta durante la adolescencia fueron:
(a) Ser hombres
(b) Involucrarse en delincuencia y usar drogas a edades tempranas
(infancia)
(c) Vivir con familias de nivel socio-económico bajo.
(d) Tener padres con conducta antisocial
(e) Ser víctima de maltrato
(f) Historial de comportamiento agresivo
101
(f) Historia de comportamiento antisocial
(g) Antecedentes de fracaso escolar
Para ambos grupos de edad los predictores más débiles fueron los hogares
desestructurados. Sin embargo, diversas investigaciones avalan la estrecha e
importante relación entre la delincuencia seria y las variables familiares. Por
ejemplo, en el estudio de Hoeve et al. (2009) los patrones parentales negligente y
autoritario fueron más frecuentes en los chicos con carreras delictivas serias y
persistentes, que en los jóvenes que no llegaron a involucrarse en actividades
delictivas. En otras investigaciones se ha encontrado estrecha relación entre la
baja cohesión emocional familiar (Henggeler, Melton y Smith, 1992) y las
habilidades inadecuadas de solución de problemas (Tolan y Guerra, 1994) con la
vinculación delictiva crónica y violenta. Además, los jóvenes con carreras
delictivas serias tienden a presentar experiencia de violencia en la familia y de
divorcio (MacRae et al., 2008).
En una revisión realizada por DeGusti, MacRae, Vallée, Caputo y Hornick
(2009) se encontró que el conflicto marital, el divorcio de los padres y las
experiencias de pérdidas en la infancia y la adolescencia (muerte o abandono de
seres queridos, sufrir abuso y rechazo en el entorno familiar) incrementan de
forma importante la probabilidad de involucrarse en delincuencia persistente. En
la misma investigación, el maltrato sufrido durante la adolescencia fue un
predictor importante de la reincidencia delictiva. Además, los jóvenes con carreras
delictivas serias parecen requerir, con mayor frecuencia que otros jóvenes, de la
asistencia de servicios sociales infantiles durante las primeras etapas de su vida. A
este respecto, en el estudio de Dunedin se encontró que la agresión en los jóvenes
con un funcionamiento neurológico bajo y que pertenecían a familias con estilo
parental negligente era cuatro veces mayor que en los chicos que no tenían
ninguno de estos dos factores de riesgo (Moffitt et al., 2006).
Otras variables que se relacionan con el desarrollo de carreras delictivas
violentas son la baja auto-estima, la falta de empatía por otros y la poca esperanza
en el futuro (McMurtry y Curling´s (2008, citado por DeGusti et al., 2009).
102
Pertenecer a bandas y asociarse con pares comprometidos en conductas de
riesgo, también se ha encontrado como un importante factor de riesgo para las
carreras delictivas crónicas y violentas (DeGusti et al., 2009).
Además, los delincuentes con carreras delictivas serias informan con mayor
frecuencia que los jóvenes no delincuentes o los que se involucran en delitos
menores por un corto periodo de tiempo, de problemas escolares, dificultades de
aprendizaje e indisciplina. Asímismo, se involucran con mayor frecuencia en
peleas y alguna vez llevaron algún tipo de armas al colegio (Arnull et al., 2005;
MacRae et al., 2008, Mullis et al., 2005).
Por el contrario, la presencia de factores de protección parece reducir el
efecto de los de riesgo. Por ejemplo, en el estudio de Rochester se encontró que
aunque un importante número de jóvenes presentaba altos niveles de riesgo, no
todos cometieron delitos graves. Se analizaron las variables que pudieron jugar el
papel de protección frente a la delincuencia y se identificaron factores escolares
(compromiso académico, buen desempeño escolar e intentos por continuar su
formación académica), familiares (altos niveles de supervisión de los padres,
buenas relaciones con ellos) y de amigos (asociación con jóvenes convencionales
y/o aprobados por sus padres). Los jóvenes expuestos a mayor cantidad de
factores protectores tuvieron mayor resistencia a la presentación de
comportamiento delictivo. Por ejemplo, quienes tenían de cero a cinco de estos
factores registraron 22% de resistencia a la conducta delictiva y quienes contaron
con nueve o más de ellos presentaron un sorprendente porcentaje de resistencia
(82%). Estos resultados muestran que, aun dentro del conjunto de jóvenes
evaluados como de alto riesgo para el comportamiento delictivo, el 82% puede
evitar la delincuencia crónica si existen múltiples factores protectores.
En el estudio de Pittsburg se identificaron como factores de protección para
la prevención de la delincuencia el pertenecer a familias pequeñas, con pocos
problemas en su interior y con actividades compartidas; asimismo se encontró que
vivir en casas que cuentan con buenas condiciones, tener amigos prosociales y con
actitud negativa hacia la delincuencia se asocia con una baja frecuencia de
patrones delictivos crónicos y violentos.
103
Otros factores de protección que han demostrado relevancia en la
prevención de la delincuencia son el temperamento, el auto-control, tener padres
con bajos niveles de frustración y de estrés, y vivir en un ambiente familiar de
apoyo (van der Laan et al., 2010).
Es importante mencionar que los estilos parentales también juegan un
importante factor de protección aun en vecindarios de riesgo para la delincuencia.
En el estudio realizado por Chung y Steinberg (2006) con una muestra de
delincuentes juveniles serios se encontró que a pesar de vivir en vecindarios de
alto riesgo, los jóvenes con padres preocupados por ellos, con habilidades de
supervisión y de control (los padres que sabían dónde estaban sus hijos, conocían
a sus amigos y establecían reglas y expectativas firmes) fueron más efectivos para
prevenir que sus hijos se involucraran en problemas. Los jóvenes que provienen
de vecindarios conflictivos, pero tienen padres que supervisan de manera efectiva
y ponen reglas disciplinarias claras se resisten a involucrarse en actividades
criminales en mayor medida que quienes tienen padres ineficaces en la labor
educativa.
Por último, se ha encontrado que las oportunidades de participación en
actividades extracurriculares prosociales funcionan como importantes factores de
protección para el desarrollo de carreras delictivas crónicas. Los jóvenes
vinculados a patrones de delincuencia crónicos y violentos que fueron
entrevistados en un estudio realizado por MacRae et al. (2008) informaron que su
participación y compromiso en actividades extraescolares (deportes, clubs, etc.)
fueron significativamente bajas, comparados con los chicos que no estaban
involucrados en actividades delictivas.
104
delictivas. El estudio de los factores que contribuyen al desistimiento, tanto
completo (dejar de involucrarse en acciones delictuosas) como parcial (reducir la
frecuencia y la violencia implicada en los delitos cometidos), resulta esencial en el
diseño de programas que tienen como objetivo contribuir a la reducción de la
reincidencia.
Los resultados de estudios longitudinales indican que este patrón de
desistimiento ocurre de forma diferencial ente subgrupos de delincuentes,
encontrándose que, dependiendo del tipo de carrera delictiva en que están
comprometidos los jóvenes, existe una mayor o menor probabilidad de desistir.
Este conocimiento es esperanzador dado que si se pueden identificar los factores
que contribuyen de forma natural al patrón de desistimiento del crimen antes de
los veinte años, se podrán estructurar políticas y prácticas que promuevan este
proceso.
Entre las principales hipótesis que se proponen para explicar el
desistimiento vale la pena mencionar las siguientes (para una revisión de los
factores asociados con el desistimiento se puede revisar DeGusti et al., 2009): el
proceso de maduración que representa el paso de la adolescencia a la adultez; el
cambio de papeles sociales desempeñados por los jóvenes; la experiencia de un
evento traumático o de pérdida que lleva a la auto-reflexión; y la adquisición de
conocimientos y habilidades a través de programas específicos. Los cambios en
las competencias y valores de los jóvenes hacen que la conducta antisocial sea
menos atractiva y aceptable.
En primer lugar, el proceso de maduración se refiere a los cambios naturales
que se presentan como consecuencia del término de una etapa de desarrollo y el
comienzo de la siguiente. Los jóvenes se hacen menos impulsivos y más
reflexivos, sus conexiones neuronales dan paso a un mayor equilibrio entre las
emociones y la razón; con ello, se hacen menos susceptibles a la influencia de los
pares y más confiados de su propio criterio. Así mismo, se reducen las conductas
de riesgo y se aumenta la preferencia por condiciones de seguridad y de
estabilidad. La madurez que se adquiere entre la adolescencia y la adultez permite
al joven desarrollar responsabilidad (autonomía, autoconfianza, sentido de
identidad), perspectiva (orientación futura, habilidad para considerar puntos de
105
vista alternativos) y un temperamento más dócil (capacidad de autorregulación,
reactividad emocional e impulsividad) (Steinberg y Cauffman, 1996).
En segundo lugar, el asumir diferentes papeles sociales en el trabajo y en la
familia promueve nuevos patrones de conducta y demandas que hacen que la
actividad antisocial sea menos útil. La vinculación laboral favorece el aprendizaje
de nuevas destrezas y el descubrimiento de las propias capacidades, de tal forma
que se fortalecen los sentimientos de auto-eficacia y de auto-estima y se
incrementan las propias expectativas con lo cual se motiva la continuación de
dichas actividades y la disminución de comportamientos ilegales. La consecución
de una pareja y/o el inicio de un hogar propio también contribuyen al desarrollo
de nuevas habilidades y al fortalecimiento de vínculos afectivos que compiten con
el comportamiento antisocial (esta competencia es más fuerte si la pareja no es
antisocial). La vinculación en actividades dentro de la legalidad y la existencia de
relaciones afectivas prosociales, reducen el tiempo y las oportunidades para el
comportamiento delictivo. Si las nuevas actividades ofrecen a la persona
experiencias de apego emocional, de refuerzo social, de estatus (por ejemplo
reconocimiento en el trabajo) este nuevo estilo de vida puede significar para la
persona condiciones tan valiosas que percibirá que vale la pena mantenerlas y
protegerlas. Ante la posibilidad de delinquir la persona puede percibir mayores
pérdidas que ganancias.
El asumir otros papeles en el ámbito social hace que el adolescente se
perciba de manera diferente a sí mismo, lo cual se retroalimenta con los resultados
que obtiene al emplear nuevas habilidades en su entorno. Estos cambios ofrecen al
joven oportunidades distintas de relacionarse con su propio contexto. En esta
transición, las relaciones y la influencia de pares pude reducirse, en tanto otras se
incrementan, como las de noviazgo o de compañeros de trabajo. Se establecen
nuevos roles sociales relacionados con distintos ambientes tanto en el ámbito
laboral como espiritual o incluso de esparcimiento.
En tercer lugar, el experimentar eventos importantes, fuertes e intensos
también se ha encontrado como un elemento frecuente en el desistimiento del
comportamiento delictivo. Este tipo de experiencias llevan al joven a reflexionar
sobre sí mismo y a valorar los costos y beneficios de la conducta antisocial. A su
106
vez, esta reflexión permite reconocer la importancia de un cambio y puede
acompañarse de transformaciones importantes en el estilo de vida.
Por último, la participación en algún programa de capacitación o de
desarrollo de habilidades puede ofrecer a los jóvenes la oportunidad de adquirir
nuevos conocimientos, descubrir aptitudes y aprender destrezas, con lo cual
pueden cambiar sus aspiraciones, sus metas y sus decisiones. Terminar un
entrenamiento laboral o tener la oportunidad de aprender de alguien a quien se
admira puede abrir el panorama del joven, hacer que reconozca o que genere
oportunidades que antes no tenía. La posibilidad de participar en este tipo de
programas puede darse por primera vez cuando el joven ingresa al sistema de
justicia, aunque lo ideal es que suceda mucho antes.
En general, los estudios sobre desistimiento han mostrado la relevancia de
que los jóvenes sean conscientes de su propia conducta antisocial, pero también de
la necesidad de que el contexto social en el que viven les ofrezca oportunidades
para que cambien sus hábitos delictivos. Es importante que el comportamiento
dentro de la legalidad proporcione habilidades psicosociales que permitan al joven
lograr pequeñas metas, dado que así poco a poco el chico ganará confianza en sí
mismo y en las consecuencias que este comportamiento le proporciona y en las
personas con quienes se relaciona de esta nueva manera.
Desde la perspectiva de DeGusti et al. (2009) los principales predictores del
desistimiento de los jóvenes comprometidos en carreras delictivas son los niveles
de capital social y humano que pueden tener al final de la adolescencia. El capital
humano se refiere a las capacidades básicas, habilidades individuales que un chico
tiene para trabajar en la adultez. El capital social se refiere al valor total de la red
social de un adolescente, es decir a la gente (por ejemplo, amigos, miembros de
familia extensa, padres, grupos comunitarios, compañeros de trabajo) que
acompaña, apoya y promueve su desarrollo positivo.
Sin duda, la identificación y promoción de factores tanto de protección
como de aquéllos que favorecen el desistimiento son indispensables en el diseño y
aplicación de programas cuyo objetivo sea la prevención de la conducta antisocial
y de la reincidencia delictiva.
107
2.5. El género cómo variable moderadora
Existe una mayor proporción de hombres que de mujeres involucrados en
carreras delictivas crónicas y violentas. Se estima que la prevalencia de
delincuencia seria en los adolescentes es dos a tres veces mayor en hombres que
en mujeres (alrededor del 6 al 7% en los chicos, y del 2 al 3% en las chicas).
Investigaciones como la de Elliot, Huizinga y Morse (1986) han planteado que en
la población joven (de 12 a 27 años) el 42% de los hombres llegan a vincularse en
acciones delictivas graves o violentas, mientras sólo lo hace el 16% de las
mujeres. De acuerdo con estos autores, la edad en que se presenta la mayor
prevalencia de conducta delictiva es más temprana en las mujeres que en
hombres; y la tasa de desistimiento en la conducta antisocial es mayor en mujeres
que en hombres. Los datos de delincuencia auto-informada de la encuesta de
Fagan et al. (2007) señalaron que los hombres tenían el doble de probabilidad de
involucrarse en delincuencia grave, que las mujeres.
En un estudio realizado en Filadelfia que evaluó la continuidad de las
carreras delictivas serias se encontraron diferencias entre hombres y mujeres en su
participación en distintos patrones delictivos. Una mujer por cada tres hombres
estuvo involucrada en algún delito grave (contra la propiedad o contra las
personas); una mujer por cada cuatro hombres cometió delitos de tipo violento; y
una mujer de cada siete hombres desarrolló una carrera delictiva crónica y
violenta. De acuerdo con esta investigación alrededor del 2 % de las mujeres
cometen delitos violentos con frecuencia, y de este pequeño porcentaje cerca de la
mitad persisten en las actividades delictivas durante su adultez. Además, este
pequeño grupo de chicas se responsabiliza de cerca del 11% de los delitos
registrados como cometidos por mujeres en el sistema de justicia. En el caso de
los hombres, se estima que al menos el 14% de quienes delinquen se
comprometen en carreras delictivas violentas y crónicas, siendo responsables del
21% de la criminalidad registrada oficialmente en el sistema de justicia (Kempf-
Leonard, Tracy y Howell, 2001; citados por Howell, 2009).
En este mismo sentido, Thornberry y Krohn (2003) también explican que
aunque la proporción de mujeres adolescentes involucradas en grupos de jóvenes
delincuentes varones llega solo al 16% (con base en el estudio de Rochester), ellas
108
son responsables de más del 60% de los actos violentos cometidos por las
adolescentes en general.
En un estudio realizado en los países bajos se encontró la misma tendencia,
los hombres tendieron a presentar mayores índices de delincuencia que las
mujeres. En su muestra de más de 2200 jóvenes se encontró que el 38,3% de
quienes no se involucraron en ningún tipo de actividad delictiva fueron hombres y
61,7% mujeres. El 48,8% de quienes cometieron delitos menores fueron hombres
y el 51,2% mujeres. Respecto a la delincuencia grave, alrededor del 72% fueron
hombres y 27,4% mujeres (van der Laan et al., 2010).
Desafortunadamente, pocos estudios comparan hombres y mujeres en
factores de riesgo para la delincuencia. Sin embargo, la evidencia disponible en
este tema sugiere factores similares tanto en hombres como en mujeres (Rutter,
Giller y Hagell, 2000). Por ejemplo, Kempf-leonard y Tracy (2000) midieron
factores de riesgo y problemas de conducta en las primeras dos décadas de la vida
de su muestra, y encontraron que los mismos factores de riesgo predicen
problemas de conducta, tanto en hombres como en mujeres.
Los estudios de Denver y Rochester compararon hombres y mujeres
adolescentes en función de predictores clave de delitos graves contra la propiedad
y sólo informaron de diferencias de género pequeñas en factores como el uso de
drogas, los problemas escolares y de salud mental. En esta investigación hubo una
relación estadísticamente significativa entre la delincuencia crónica y el uso
persistente de drogas, tanto para hombres como para mujeres. De igual forma,
sufrir la violencia como víctimas y padecer secuelas graves se relacionó con la
vinculación en carreras delictivas serias en chicos y chicas (Loeber et al., 2001).
En otro estudio longitudinal realizado en Nueva Zelanda los resultados
fueron en la misma dirección que las investigaciones citadas, en hombres y en
mujeres se identificaron factores similares de riesgo para la delincuencia:
problemas tempranos de conducta, ambiente familiar conflictivo, amigos
delincuentes, consumo de substancias y el uso de castigo físico por parte de los
padres. Empero, los resultados mostraron que las mujeres presentan con mayor
frecuencia que los hombres historia de abuso físico y sexual, mayores problemas
de salud mental y abuso de alcohol, todo lo cual se asocia con su posterior
109
vinculación a la delincuencia (Woodward y Ferguson, 2000). Además, las jóvenes
que inician su vida sexual en edades más tempranas y/o que padecen abuso sexual
están en mayor riesgo de pertenecer a una banda.
En una encuesta realizada por Fagan, Van Horn, Hawkins y Arthur (2007) a
cerca de 8000 estudiantes de décimo grado en Estados Unidos, se evaluó la
relación entre 22 factores de riesgo y de protección, y la vinculación de hombres y
mujeres en delincuencia seria. Los resultados de este estudio indicaron que todos
los factores de riesgo evaluados (individuales, familiares y de pares) se
relacionaron de forma significativa con carreras delictivas serias, y todos los
factores de protección se asociaron con menor vinculación delictiva, en hombres y
en mujeres por igual. No se encontraron diferencias de género en el nivel de
exposición a pares que usan drogas o que recompensan las conductas delictivas.
En los pocos casos que se encontraron diferencias entre hombres y mujeres, éstas
fueron pequeñas.
Aunque las jóvenes parecen seguir los mismos patrones de delincuencia que
los chicos (Gorman-Smith y Loeber, 2005) es posible encontrar algunas
diferencias en los factores de riesgo y los problemas de conducta que presentan
unos y otros. La mujeres tienen prevalencia e incidencia más baja en problemas de
conducta que los hombres (Loeber, Buker, Lahy, Winters y Zera, 2000), pero
otros problemas afectan más y de forma negativa a las mujeres. Por ejemplo, los
trastornos de ansiedad y de depresión, el uso de sustancias y la conducta suicida se
registran con mayor frecuencia en mujeres que en hombres.
En el estudio de Fagan et al. (2007) las pocas diferencias de género
encontradas sugieren que las chicas que se involucran en carreras delictivas serias
han tenido mayor exposición a factores de riesgo como el conflicto familiar y
bajos niveles de apego con los padres, que los varones. Al parecer las adolescentes
son más sensibles ante conflictos familiares, reflejados en discusiones y
problemas de comunicación frecuentes que los chicos, en parte porque ellas
permanecen más tiempo en casa que ellos. En el ámbito escolar los jóvenes
informaron de mayor fracaso académico, más bajo compromiso escolar y menores
oportunidades y recompensas para la vinculación prosocial que las chicas.
110
En resumen, la investigación actual sobre las diferencias de género en este
ámbito es todavía escasa, aunque parece que hay más semejanzas que otra cosa.
111
de los estudios que evalúan el efecto de un programa y que requieren un grupo
comparable que no reciba tal intervención.
Por último, dado que los delitos violentos son cometidos con mayor
frecuencia durante la etapa final de la adolescencia y en los primeros años de la
vida adulta de los delincuentes, la mayoría de estudios sobre delitos violentos se
ha realizado con adultos (Rutter et al., 2000), lo cual dificulta comprender el
desarrollo de la carrera delictiva desde su inicio, y en especial durante la
adolescencia.
A pesar de la complejidad del estudio de la delincuencia seria, los hallazgos
respecto a la heterogeneidad de la conducta delictiva y la concentración de la
mayor parte del delito en un grupo pequeño de personas, tienen importantes
implicaciones para el diseño y evaluación de los programas de prevención e
intervención con el fin de reducir la delincuencia.
El hecho de que las conductas antisocial y delictiva sean heterogéneas en
función del tipo de derecho vulnerado (la propiedad o la vida), de la frecuencia de
presentación (ocasional, persistente, continua o intermitente) y de la edad de inicio
(temprano o tardío) implica importantes desafíos para la investigación. La
existencia de diferentes tipos de patrones delictivos, como los que se listan a
continuación, justifica la necesidad de realizar evaluaciones previas a la aplicación
de planes de prevención y tratamiento que clasifiquen a los jóvenes de acuerdo
con sus necesidades y que planteen objetivos adecuados para su intervención.
Estos patrones pueden ser:
(a) No antisociales
(b) Antisociales no vinculados a delincuencia
(c) Vinculados a delincuencia (no crónica - no violenta)
(d) Vinculados a delincuencia crónica, pero no violenta
(e) Vinculados a delincuencia violenta, pero no crónica
(f) Vinculados a delincuencia crónica y violenta
112
Si una pequeña parte de la población delincuente –crónica y violenta- es la
responsable de la mayoría de delitos registrados y auto-informados, es evidente la
necesidad de identificar e intervenir de manera efectiva sobre su comportamiento.
De otro lado, el conocimiento derivado de la investigación también es
relevante para el proceso de evaluación de los programas aplicados a la población
de jóvenes vinculados a la delincuencia.
En este sentido, los resultados de las evaluaciones pueden valorarse de
manera distinta de acuerdo con el tipo de población que se esté tratando. Así, la
tasa delictiva medida después de la aplicación de un programa no es comparable
entre un grupo de personas cuya actividad delictiva se limita a la adolescencia y
un grupo de delincuentes crónicos persistentes. En el primer caso, la disminución
en la tasa, por ejemplo, podría deberse al curso normal de la carrera delictiva y no
al programa aplicado; y en el segundo, el mismo decremento, puede representar
una influencia importante de la intervención.
En el caso de delincuencia crónica – violenta la medida de la reincidencia
guarda diferencia con la de otros grupos. Dado el patrón de repetición y
persistencia del primero, resulta necesario evaluar tanto la frecuencia de comisión
de delitos posterior a la aplicación de una intervención, como el lapso de tiempo
que transcurre hasta su recaída y el grado de violencia implicado en sus
subsiguientes actividades delictivas. Para un programa dirigido a este grupo
particular de jóvenes un criterio de éxito podría ser la reducción de la reincidencia
o de la violencia y no necesariamente la extinción total del comportamiento
delictivo.
Finalmente, la existencia de patrones consecutivos e intermitentes también
tiene implicaciones para el periodo de evaluación de los programas. Si los
participantes en él presentan un patrón intermitente, una sola evaluación no
permitiría conocer realmente el curso de la conducta del individuo. En este caso,
sería conveniente realizar un seguimiento más largo con varias medidas de
evaluación, tal como se explicó en el tipo de diseño.
Como conclusión, tal como lo plantea Farrington (2002, 2003) “dadas las
características de los delincuentes crónicos, es importante enfocarse en ellos para
la prevención y tratamiento del crimen. Y ya que muchos delincuentes juveniles
113
crónicos - violentos cometen delitos muy frecuentemente (crónicos) y además
diferentes tipos de delitos (versátiles) que reciben sentencias de
institucionalización, la efectividad del tratamiento es un tema crítico”.
114
CAPÍTULO 3
115
penalizar al niño por una conducta que no causa graves perjuicios a su desarrollo
ni perjudica a los demás…”(Numeral 5).
En la convención sobre los Derechos del niño también se contemplan
algunos artículos sobre menores que incurren en actividades delictivas, en ellos se
reconocen sus derechos y se proponen condiciones para el tratamiento que reciban
como consecuencia de dichos actos.
Entre otras bondades, los documentos antes citados han planteado la
necesidad de un paradigma de autonomía para la Justicia de menores diferente al
derecho penal para adultos. Este paradigma, caracterizado por un modelo
garantista, promueve la protección integral de los menores, el reconocimiento de
su diferencia respecto a los adultos y la necesidad de garantías específicas acordes
con las condiciones particulares de esta etapa del desarrollo. Es de resaltar que
todos y cada uno de los documentos citados dan prioridad a la protección de los
derechos de los adolescentes y a la promoción de su bienestar integral. Además, la
reglamentación internacional se pronuncia con relación a las medidas que se
apliquen como consecuencia de la comisión de actos delictivos, recomienda que
maximicen los derechos del adolescente y minimicen los efectos negativos de su
aplicación (en el Cuadro 14 se pueden leer algunos de los apartados de los
documentos citados que enfatizan estos elementos).
Las sugerencias internacionales en materia de tratamiento de jóvenes que
han cometido delitos enfatizan la necesidad de ofertar programas que les
proporcionen asistencia, capacitación, protección y formación personal,
vocacional y profesional acordes con sus características (Cuadro 15). La finalidad
del tratamiento es mitigar los motivos que llevaron a los adolescentes a
involucrarse en actos ilegales, satisfacer sus necesidades relacionadas con su
conducta delictiva y brindar nuevas oportunidades dentro de la legalidad.
116
Cuadro 14. Artículos de la normativa internacional sobre justicia para adolescentes.
117
Cuadro 15. Ejemplos de reglamentación internacional sobre el tratamiento dirigido a
jóvenes que han cometido delitos.
118
El Consejo de Europa (especialmente en la Recomendación N R (87) 3)
también señala algunos principios con relación a la intervención sobre la
población interna por la comisión de delitos. Estos son:
(a) Los objetivos de alta prioridad en el tratamiento son salvaguardar la
salud y la dignidad de los internos, desarrollar su responsabilidad y
proporcionarles aquellas competencias que les ayudarán a volver a la
sociedad sin delinquir, y a saber cubrir sus necesidades por ellos
mismos.
(b) El tratamiento debe enfocarse en reducir los resultados perjudiciales
que la detención implica. Para lograr este objetivo, se recomienda el uso
de estrategias como las siguientes:
La orientación y preparación profesional de los sujetos, así como la
realización de una actividad ocupacional específica.
La aplicación de sistemas de información y asesoramiento que
mejoren la relación entre los internos y el personal que los atiende,
para hacer que el régimen de la prisión y los tratamientos sean más
eficaces.
Un sistema de régimen abierto.
El diseño de programas de tratamiento después de un estudio
intensivo de la personalidad de los sujetos.
Establecimiento de sistemas específicos para promover la
cooperación y la participación de los condenados en su proceso de
tratamiento.
Establecer un programa de educación normalizado.
Usar diversas modalidades de libertad condicional.
119
Cuadro 16. Artículos que sustentan la medida de pérdida de libertad como último recurso.
120
En las reglas de Beijing (1985) se propone como primer objetivo de la
justicia de menores el fomento de su bienestar, y como segundo objetivo el
“principio de proporcionalidad”. Este último sirve como instrumento de
restricción para las sanciones punitivas. “La proporcionalidad indica que las
medidas deben ser proporcionales a las circunstancias de los jóvenes y a la
conducta realizada” (Declaración internacional de los Derechos del niño, artículo
37, numeral 3, 1979).
Por otro lado, el principio de mínima intervención promueve el uso de las
medidas menos rigurosas posibles, de tal forma que el internamiento sólo debe
aplicarse como medida extrema, por el tiempo más breve que proceda y en casos
en los que haya evidencia de que el joven representa un riesgo importante para la
sociedad. La privación de libertad sólo puede ser posible en casos de actos
delictivos graves, de violencia contra otras personas o de reincidencia seria, y
siempre que no haya otra respuesta adecuada (Reglas de Beijing, 1985).
El principio de la mínima intervención favorece las medidas en comunidad
por considerar que ofrecen mayores oportunidades para la reintegración social de
los jóvenes. Por el contrario, la privación de la libertad es objeto de constantes
debates.
La pérdida de libertad se vincula con la idea de incapacitación del joven
para volver a cometer delitos (por lo menos durante su institucionalización) y
prevé un impacto significativo en la disuasión general, al enviar el mensaje de que
quien comete un delito recibirá un castigo severo. Además, se ha demostrado que
la institucionalización tiene grandes desventajas. Por ejemplo, se ha calculado el
alto costo que implica el mantenimiento de una persona en regímenes cerrados (se
deben proveer recursos para satisfacer necesidades básicas como alimentación,
cuidados de salud, sitio para dormir, etc.; y otras necesidades relacionadas con la
capacitación académica, laboral, de desarrollo personal y social, etc.)
(MacKenzie, 2002). Asimismo, la evidencia ha demostrado, en repetidas
ocasiones, que los efectos de la institucionalización son perjudiciales en diversos
sentidos para las personas que la sufren (para una revisión de este tema Valverde,
1997).
121
También es claro que el impacto de la prisión es mayor en las poblaciones
más débiles, dado que con frecuencia medidas como las multas no pueden ser
costeadas por personas de escasos recursos y en su lugar se impone la pérdida de
libertad. Lo anterior, incrementa el número de internos por razones económicas y
no por criterios que en principio sustentan este tipo de sanción (por el ejemplo el
riesgo que representan estas personas para la comunidad) (para una revisión del
tema ver MacKenzie, 2002).
Con relación a la decisión específica de las medidas, las Reglas de Beijing
son claras en cuanto a la necesidad de un estudio cuidadoso antes de imponerlas,
en particular cuando se contempla la disposición de restricción a la libertad
personal de un menor de edad:
“16. Informe sobre investigaciones sociales. Para facilitar la adopción de
una decisión justa por parte de la autoridad competente, y a menos que se trate de
delitos leves, antes de que esa autoridad dicte una resolución definitiva se
efectuará una investigación completa sobre el medio social y las condiciones en
que se desarrolla la vida del menor y sobre las circunstancias en que se hubiere
cometido el delito”, p. 11.
A pesar de que no hay criterios estandarizados que delimiten las áreas y los
instrumentos mínimos necesarios para realizar estudios de los menores antes de
asignar una medida, las sugerencias internacionales promueven tener en cuenta no
sólo el tipo de delito cometido (su gravedad), sino también variables como la
personalidad y las circunstancias de cada joven. También se propone que estos
estudios sean realizados por personal idóneo y capacitado para ello. Así, las
características propias de cada adolescente (personales, familiares, sociales, de
daño causado por el delito, de esfuerzos para reparar los daños causados o para
comportarse acorde a la legalidad, etc.) deben influir en el tipo de medida que se
aplica.
122
En general, existen dos posibles alternativas, que lejos de ser excluyentes, se
recomienda que sean complementarias.
La primera se refiere a las sanciones legales que tienen el objetivo de
disuadir, tanto al joven que ha cometido el acto delictivo como a quienes pueden
potencialmente hacerlo, de no incurrir en tales actividades. Estas sanciones se
caracterizan por proponer restricciones, prohibiciones u obligaciones.
La segunda alternativa es la aplicación de programas de tratamiento que
constituyen oportunidades de aprendizaje en las que se intentan satisfacer las
necesidades propias del joven y con ello reducir las condiciones que en principio
le llevaron a cometer un delito.
El hecho de proponer tanto las sanciones como los programas de tratamiento
lleva implícita la convicción en la prevención de la reincidencia delictiva, lo cual
supone una relación estrecha, inequívoca y predictora entre las medidas impuestas
y la modificación del actuar delictuoso.
En el tema de la efectividad de las sanciones y de los programas de
tratamiento se pueden distinguir dos extremos: uno que considera la sanción legal
suficiente para hacer frente a la problemática, apoyado en la idea de la
proporcionalidad de delito versus pena, tal como lo mantenía la hoy denominada
escuela clásica de la criminología; y otro, que apuesta por la aplicación de
programas que atiendan a las necesidades y al nivel de riesgo de los jóvenes que
cometen delitos.
El polo de las sanciones legales se apoya en la idea de que el
comportamiento delictivo es el producto de una decisión racional del individuo en
la que “el escarmiento” juega un papel importante para que cambie o bien el
resultado de condiciones propias e inmodificables del sujeto, con lo cual no tiene
sentido la aplicación de programas de intervención.
El polo del tratamiento por su parte supone que el comportamiento obedece
a condiciones del individuo, pero también de su ambiente. Así, para cambiar la
conducta delictiva se deben generar cambios tanto en las personas que la
presentan como en su contexto. Desde esta perspectiva se apoya la necesidad de
planes de tratamiento que influyan sobre diferentes factores.
123
La psicología, como ciencia del comportamiento humano, estudia las
condiciones que pueden modificar la conducta de forma efectiva, y en este sentido
hace aportes valiosos para la reducción del fenómeno delictivo. En este capítulo se
realiza una revisión sobre las principales sanciones y programas de tratamiento
cuyo objetivo es la prevención de la reincidencia delictiva.
Por fortuna, en los últimos años la promoción de sanciones y el apoyo a
programas de intervención han llegado a puntos de conciliación. Se ha acordado la
necesidad de imponer sanciones legales como una consecuencia legítima al
comportamiento delictivo, que a su vez permitan la socialización y generen
oportunidades para que las personas aprendan habilidades de vida dentro de la
legalidad, se reduzca la reincidencia y se fomente el comportamiento prosocial.
Este planteamiento ha recibido el nombre de “intervención correccional”, que
consiste en una combinación de sanciones y programas de tratamiento acordes con
las características y necesidades de quienes las reciben.
Desde hace varios años, la intervención correccional ha propuesto que se
establezca un continuo comprehensivo y simultáneo de intervenciones y
sanciones. Algunos autores, como Wilson y Howell (1995), han presentado
propuestas de las características que este continuo debe tener, llamando la
atención sobre estrategias de prevención y niveles de sanciones que vayan de
acuerdo con el riesgo y las necesidades de quienes las reciben. Para estos
investigadores este continuo estaría compuesto por:
(a) Esfuerzos de prevención basados en la comunidad, que incluyan a la
familia y las instituciones comunitarias como facilitadores clave para el
cambio/la prevención.
(b) Intervención temprana con jóvenes que manifiesten riesgo de conductas
delictivas.
(c) Evaluación inmediata a jóvenes que cometan delitos por primera vez y
con delincuentes no violentos.
(d) Sanciones intermedias para jóvenes que cometen delitos violentos por
primera vez y delincuentes que reinciden en delitos relacionados con
drogas y contra la propiedad.
124
(e) Sanciones graduales, institucionalización y tratamiento para
delincuentes de mayor riesgo.
(f) Uso de instituciones pequeñas y cerradas para delincuentes de mayor
riesgo, con servicios especiales posteriores cuando se haya obtenido la
liberación.
Cabe precisar que estas consideraciones están dirigidas, por un lado, tanto a
intervenciones diferenciales como a sanciones y programas más seguros e
intensivos en los casos de personas en mayor riesgo de reincidencia y de amenaza
para la sociedad. Y, por otro lado, a promover otro tipo de sanciones para quienes
representan bajo o mediano riesgo. Es decir, sanciones más estrictas para quienes
cometen delitos de mayor envergadura, y lo opuesto respecto de quienes han
cometido infracciones menos graves.
125
(i) El control electrónico.
(j) Los análisis de orina para evaluar consumo de alcohol o drogas.
(k) La prohibición de salir de una zona geográfica determinada sin
autorización.
(l) La prohibición del consumo de bebidas alcohólicas, drogas,
estupefacientes y demás sustancias prohibidas.
(m) Restricciones en sus relaciones con otros, tales como:
convivir o comunicarse con personas determinadas.
asistir a lugares específicos.
conducir.
(n) El arresto domiciliario.
(o) El internamiento parcial o semi- internamiento en días u horas
delimitados, en fines de semana o en tiempo libre.
(p) El internamiento total en instituciones especializadas.
Como se puede observar, estas medidas pueden ir desde las más flexibles
(como el pago de multas) hasta las más rígidas (como la pérdida de libertad). La
rigidez guarda estrecha relación con la gravedad y daño que significan para las
víctimas, y para el sistema legal, las acciones u omisiones que se están
sancionando.
En la actualidad, se cuenta con otro tipo de medidas como medios
alternativos de justicia, tal es el caso de procesos como la negociación, la
mediación, la conciliación y la restauración del daño ocasionado.
Respecto a las sanciones legales que incluyen la posibilidad de
rehabilitación, MacKenzie (1997, p. 9-10; citado por Welsh y Farrington, 2001),
por ejemplo, propuso algunas categorías no excluyentes, en las que cada una de
éstas hace referencia a la acción dirigida desde un sistema legal para reducir el
comportamiento delictivo. Dichas categorías son:
126
(b) Disuadir: se impone al joven un castigo tan desagradable que ni él
(disuasión específica) ni otros (disuasión general) cometerán un delito
en el futuro por el miedo de ser castigados.
(c) Rehabilitar: el tratamiento tiene el propósito de generar cambios en los
jóvenes y por lo tanto prevenir la conducta delictiva futura del
individuo tratado. Por ejemplo, mediante programas académicos o de
entrenamiento en habilidades cognitivas.
(d) Restringir en el ámbito comunitario: consiste en vigilar y supervisar al
joven en su comunidad reduciendo su capacidad y/o oportunidad de
realizar actividades delictivas. Por ejemplo, supervisión intensiva,
arresto domiciliario o monitoreo electrónico.
(e) Estructurar, disciplinar y cambiar: enfatiza la necesidad de que el joven
experimente cambios físicos y/o mentales positivos o disuasivos en
instituciones o en la comunidad, con el fin de que no vuelva a cometer
delitos en el futuro (disuasión específica). Ejemplo de ello son los
programas “boot camps” y “wilderness programs”.
(f) Combinar la rehabilitación con la restricción: promueve que los jóvenes
realicen cambios asociados con la reducción de la conducta delictiva
futura a través de la aplicación de tratamientos. Por ejemplo, un
programa de tratamiento sobre el consumo de drogas que, a su vez,
aplica pruebas de orina para evaluar su consumo.
127
Los programas se basan en supuestos de explicación del comportamiento
antisocial y delictivo, así como en variables asociadas con su presentación. Su
propósito es actuar sobre las áreas que se considera que han causado, están
manteniendo y/o aumentan la probabilidad de ocurrencia de estas conductas en
diferentes macro y micro niveles.
Los programas de intervención correccional se pueden clasificar en función
de las características de las personas a quienes van dirigidos, del modelo teórico
que los sustentan, del contexto y de la manera en que se aplican. Para identificar
cuáles son más o menos eficaces en su objetivo, primero deben conocerse las
principales características de los modelos que son aplicados con mayor frecuencia
dentro de los Sistemas de Justicia. Aquí se describirían algunos de ellos,
considerando clasificaciones como las de Garrido, Stangeland y Redondo (2006) y
Tolan y Guerra (1994), así como los tipos y condiciones de intervenciones
identificados en diversos meta-análisis previos.
Existen tantas clases de programas de intervención para la prevención del
comportamiento delictivo como explicaciones sobre el mismo. En la actualidad,
con el fin de diseñar programas de tratamiento para jóvenes que tienen mayores
posibilidades de éxito, es innegable la utilidad de paradigmas de explicación y de
intervención integradores que vinculan factores biológicos, psicológicos y
sociales. Para los propósitos del presente trabajo se revisan específicamente
aquellos programas aplicados dentro del sistema jurídico correccional. A
continuación se revisan algunos modelos representativos.
128
técnicas como las basadas en la aproximación psicodinámica, en una concepción
médica o patológica del crimen o en teorías procedentes de la terapia centrada en
el cliente. Estas intervenciones suelen ser individuales y están estrechamente
ligadas a una concepción médico-clínica en la relación profesional-paciente.
Dentro de los problemas trabajados pueden encontrarse psicopatologías
como la depresión o la ansiedad, pero también síntomas como malestar o
insatisfacción por un evento relevante en la historia de la persona.
129
3.2.2.3. Programas cognitivos
Estos programas plantean la existencia de patrones de pensamiento que
favorecen la delincuencia, y proponen estrategias como la reestructuración
cognitiva para modificar la manera de pensar y promover conductas alternativas
dentro de la legalidad. Desde estos programas se estima que cambiando la forma
de interpretar el mundo se podrá llegar a reducir o eliminar aquellas ideas que,
bien sea como antecedentes del delito (precursores o disparadores) o como
consecuentes (racionalizaciones), mantienen el estilo de vida antisocial.
130
Uno de los programas cognitivo-conductuales más reconocido en la
actualidad es el de “competencia psicosocial” (Ross, Fabiano y Garrido, 1990) o
de “pensamiento prosocial” (Ross, Fabiano, Garrido y Gómez, 1995). Los
principales elementos de estos programas son:
131
convencionales en los jóvenes al procurar que no perciban elementos disuasorios
aversivos (Caldwell y VanRybroek, 2001; Monroe, VanRybroek, y Maier, 1988).
Bajo estos supuestos, esta intervención contempla varios componentes: un sistema
de evaluación conductual; el manejo sistemático de la información; un programa
de contingencias denominado hoy-mañana; y un tratamiento de servicios directos.
El sistema de evaluación conductual implica un proceso continuo, claro,
simple e integral de valoración de conductas observadas en los participantes. El
manejo sistemático de la información se realiza a través de la elaboración de una
base de datos que permite cuantificar las conductas por categorías (por ejemplo,
interacción con pares y con adultos, y cumplimiento de reglas) y por periodos de
tiempo determinados (diario, semanal o mensual. El programa de contingencias
facilita el desarrollo de habilidades de interacción prosocial y fomenta la
participación activa en el tratamiento, a través de la vinculación, compromiso y
apego a actividades convencionales que refuerzan su creencia en la
inaceptabilidad moral de la conducta agresiva. Los servicios directos de
tratamiento se refieren a que se ofertan de forma individual o en grupos pequeños.
La intervención de descompresión enfoca sus esfuerzos a lograr el compromiso
del joven con el tratamiento, más que en el contenido del mismo.
132
3.2.2.6. Programas basados en la disuasión
El endurecimiento de las condiciones de vida de las personas en condiciones
de institucionalización no puede ser considerado una técnica terapéutica como tal.
Sin embargo, durante las últimas décadas en algunos países existe la tendencia a
diseñar centros con un estricto régimen de vida y una férrea disciplina, inspirados
en un modelo militar.
Esta perspectiva se basa en la doctrina clásica del confinamiento
institucional, que propone la aplicación de sanciones penales para reducir o
eliminar per se su futura conducta delictiva. De aquí se deriva la suposición de
que si el castigo previene la futura conducta criminal, cuanto más estricto y duro
sea éste, mayores serán sus efectos. Los principios básicos de este modelo son:
una rígida disciplina y supervisión que afecta su vida diaria; acciones planeadas y
obligatorias como trabajo, gimnasia, marchas y en ocasiones sesiones en grupo; y
uso de sistemas de sanciones poco flexibles.
133
su estancia en las instituciones de custodia como en su futura vida en sociedad.
Las principales características de las comunidades terapéuticas son: (a) la
supresión de los sistemas de sanción y el rígido control propio de las instituciones
cerradas; (b) el control de la conducta de los internos por parte de la comunidad; y
(c) las discusiones de los problemas que surgen en la institución realizadas en
asambleas periódicas. Esta modalidad de tratamiento ha sido ampliamente
utilizada tanto con personas que consumen y abusan de las drogas, como con
jóvenes con carreras delictivas violentas que reciben sentencias de larga duración.
134
desarrollo de habilidades -como la solución de problemas y la toma de decisiones-
y la supervisión de los hijos por parte de sus padres.
Las intervenciones multisistémicas trabajan de manera simultánea con los
jóvenes, sus familias, sus amigos, profesores y demás personas cercanas e
importantes para ellos. Estos modelos se aplican dentro de los contextos naturales
de sus participantes con objeto de facilitar la generalización de los conocimientos
y habilidades adquiridos en el marco del programa de tratamiento (Henggeler,
Melton, Brondino, Scherer y Hanley, 1997).
135
de pandora con respecto a la condición de inimputabilidad de estas personas, para
la cual aún no se tienen respuestas precisas en el marco de los sistemas de justicia.
Cabe aquí la reflexión de Raine (2008): “la sociedad se resiste a tratar con
medicamentos la conducta antisocial, pero utiliza con frecuencia las medicinas
para otros problemas conductuales –ansiedad, depresión, por ejemplo. ¿Debemos
entonces utilizar los avances científicos de la perspectiva biológica para
contrarrestar la delincuencia ó cerrar los ojos al nuevo conocimiento de la
neurociencia y prohibir alterar la esencia biológica de la especie humana, aunque
esto repercuta en la perdida de lo que podría haber sido salvado por los esfuerzos
de la prevención biológica?”, p. 327.
Dadas las dificultades asociadas con este tipo de estrategias los estudios en
este sentido son limitados.
3.2.3. El contexto
Las características donde se aplican los programas de intervención tienen
una importante relación con las disposiciones legales, puesto que dependiendo de
ellas, los jóvenes reciben el programa en contextos comunitarios o dentro de
instituciones.
Las instituciones cerradas suelen utilizarse para proteger a la sociedad del
daño que estos jóvenes pueden causar, pero también sirven como un espacio que
facilita la aplicación de las intervenciones, pues quienes las aplican tienen mayor
control sobre las actividades y el ambiente externo de los participantes.
Los contextos comunitarios, por su parte, reducen el etiquetamiento de
los jóvenes y facilitan que se mantengan los vínculos sociales y familiares. Las
estrategias jurídicas que favorecen los programas basados en la comunidad
reciben el nombre de derivación (diversión).
136
fundamentos teóricos y metodológicos apropiados. Ello significa que debe existir
sustento teórico y/o empírico para que el programa utilizado se ajuste a la
población y al contexto al que va dirigido, y que los resultados esperados
correspondan con los objetivos de la intervención aplicada.
La integridad asegura que el programa propuesto sea realmente el aplicado,
y que se ejecute de acuerdo con los estándares previstos en la estructura.
Latimer, Dowden, Morton-Bourgon, Edgar y Bania (2003) señalan que para
hablar de integridad en el programa deben tenerse en cuenta cuatro principios: el
entrenamiento y la supervisión del personal que aplica el programa; y el
cumplimiento de los manuales y las medidas de evaluación del mismo.
La idea es que la intervención debe estar claramente diseñada antes de ser
aplicada y, al mismo tiempo, permitir la evaluación y ajuste continuo durante ésta.
Este diseño debe considerar el modelo teórico, que explica cómo se modificará el
comportamiento delictivo y las estrategias para lograrlo. La intervención también
debe disponer de un manual donde se especifique la duración total del programa,
la cantidad de sesiones, los objetivos generales y por sesión, las actividades a
realizarse, las habilidades necesarias de quienes lo dirigirán, etc.
3.2.5.1. Individual
En el nivel individual se agrupan las intervenciones que buscan cambios en
los jóvenes, atendiendo de manera personalizada las necesidades de cada uno de
ellos. Los programas intentan modificar factores propios de cada persona, como
su manera de pensar, la forma en que procesan las emociones y sus habilidades
para relacionarse con los demás.
Un punto clave para el tipo de tratamiento que deben recibir los jóvenes
infractores y los resultados de su eficacia es saber que el tipo de infracción
cometida se relaciona con las características personales de los jóvenes que las
cometen.
137
3.2.5.2. Familiar
En el ámbito familiar se interviene sobre las pautas de crianza negativas y
coercitivas, así como en la solución de los problemas familiares, la cohesión
emocional y las creencias compartidas. En esta línea, la más representativa es la
Terapia Familiar Multisistémica (Henggeler et al., 1997).
3.2.5.3. Fraternal
En las relaciones con amigos, las intervenciones se centran en cambiar la
forma en cómo interactúan entre ellos, e incluso cambiar las normas internas del
grupo, a través de la promoción de amistades prosociales y la redirección de las
actividades de los grupos de amigos antisociales y bandas juveniles. Entre los
programas con estas características, tal como los describen Tolan y Guerra (1994),
figuran aquéllos que crean una “cultura positiva de grupo” que contrarresta la
conducta antisocial y altera las actitudes que la promueven.
138
pertinentes; vigilancia policial comunitaria; programas dirigidos a la prevención y
reducción del consumo de alcohol (OMS, 2002).
3.2.5.5. Macrosocial
En el nivel macrosocial, los esfuerzos se centran en el cambio tanto de las
políticas sociales como de los valores jurídicos y humanos. Algunos de los temas
a este respecto son la regulación de contenidos violentos en la televisión, el
entrenamiento para televidentes críticos, el control al acceso de armas de fuego,
así como aquellos temas relacionados con la disponibilidad y la calidad de los
recursos sociales y económicos que tienen los diferentes actores de una sociedad.
De acuerdo con el informe de la OMS (2002) dentro de las estrategias
sociales para la prevención de la delincuencia también se encuentran los esfuerzos
por reducir la pobreza y la desigualdad de ingresos, el fortalecimiento y la mejora
de los sistemas policiales y judiciales, así como la reforma de los sistemas de
educación.
139
Un primer punto a considerarse en el tema de las diferencias individuales es
que el comportamiento delictivo es heterogéneo: la delincuencia no se presenta de
la misma manera en todos los jóvenes y en consecuencia no puede explicarse de
una única forma, como tampoco modificarse en todos los casos con las mismas
estrategias.
Si bien un grupo de personas puede compartir su vinculación con
actividades ilegales, también pueden diferir en función de distintas características.
Por ejemplo:
140
efectividad de las intervenciones en la reducción de la delincuencia de jóvenes
comprometidos en carreras delictivas. Los principios de tratamiento parten de la
idea de que la intervención correccional puede ser efectiva siempre y cuando se
aplique en condiciones favorables. En este sentido, Andrews (1983), en el marco
de la psicología de la conducta criminal, planteó que la reincidencia es el
resultado de las características tanto de quien comete delitos como del tratamiento
en sí mismo y de quienes lo aplican. Así el tipo de sanción y la manera de
aplicarla tendrían un efecto importante sobre la reincidencia.
Posteriormente, en esta misma línea y con base en los resultados de un
meta- análisis sobre la calidad y la efectividad de programas aplicados a
delincuentes, Andrews y sus colegas (1990) encontraron evidencia de que los
principios de riesgo, necesidad y adaptación (responsivity) fueron los más
relevantes clínica y psicológicamente en el servicio que se presta a los internos.
Estos principios constituyen apoyo empírico para la efectividad de las
intervenciones siempre que se apliquen en condiciones adecuadas.
Los meta –análisis posteriores también han apoyado la utilidad de estos
principios para reducir la reincidencia delictiva (por ejemplo, Antonowicz y Ross,
1994; Dowden y Andrews, 1999a, 1999b; Lösel, 1995).
141
(c) Primodelincuentes violentos que no cometen delitos sexuales.
(d) Reincidentes no violentos.
(e) Reincidentes que cometen delitos sexuales.
(f) Reincidentes violentos que no cometen delitos sexuales.
142
Wiebush et al., 1995) después de evaluar la seriedad del delito, la historia
delictiva y el riesgo de reincidencia de una población de jóvenes
institucionalizados, se encontró que una tercera parte de la población era de medio
riesgo, y por lo tanto, no requería estar en esas condiciones.
La Psicología ha dedicado esfuerzos importantes para identificar el nivel de
riesgo de los jóvenes involucrados en actividades ilegales. Desde los años 90´s se
han encontrado, de forma repetida en la literatura, una serie de factores que deben
considerarse en cualquier proceso de evaluación de riesgo en la comisión de
delitos (Wiebush et al., 1995):
143
(a) La Structure Assessment of Violence Risk in Youth –SAVRY-
(Evaluación estructurada de riesgo de violencia juvenil). Este
instrumento para la evaluación de jóvenes entre 12 y 18 años,
contempla tanto factores de riesgo como factores de protección (Borum,
Bartel y Forth, 2005; Meyers y Shmidt, 2008).
(b) El Youth Level of Service Case Management Inventory -YLS/CMI-
(Inventario de Servicios de manejo de caso juvenil). El inventario está
diseñado para el manejo de casos y la evaluación de riesgo y de
necesidades en jóvenes. Este instrumento permite identificar las
principales necesidades, fortalezas, barreras e incentivos de los
adolescentes (Hoge, Andrews y Leschied, 2002; Marshall, Egan,
English y Jones, 2006).
(c) La Psychopathy Check List Youth Version –PCL: YV- (Lista de
registro de psicopatía, versión juvenil). Esta lista se aplica en un
periodo de 90 a 120 minutos para hacer la entrevista y 60 minutos para
revisar información complementaria. La escala contiene 20 ítems que
miden psicopatía y contempla las áreas: interpersonal, afectiva,
conductual y emocional. (Forth, Kosson y Hare, 2003). En el ámbito
internacional, la aplicación de esta prueba ha permitido identificar un
promedio de prevalencia de 25% de psicopatía en los escenarios
correccionales juveniles (Salekin, Neumann, Leistico, DicCicco, y
Duros, 2004).
(d) La Estimate of Risk of Adolescent Sexual Offense Recidivism –
ERASOR- (Estimación de riesgo de reincidencia sexual en
adolescentes). Esta lista de comprobación para estimar el riesgo a corto
plazo de reincidencia sexual en jóvenes de 12–18 años de edad
proporciona instrucciones de codificación objetivas con 25 factores de
riesgo (16 dinámicos y 9 estáticos) (Worling y Curwen, 2001; Worling,
2004).
(e) El Juvenile Sex Offender Assessment Protocol-II -SOAP-II –
(Protocolo de evaluación de delincuentes sexuales juveniles). Esta lista
de comprobación ayuda en la revisión sistemática de los factores de
144
riesgo que se han identificado en la literatura profesional sobre delitos
sexuales. El SOAP está diseñado para utilizarse con jóvenes de entre 12
y 18 años que han sido detenidos por delitos sexuales, así como jóvenes
que no han sido detenidos pero que tienen historial de comportamiento
sexual violento (Prentky, Pimental, Cavanaugh y Righthand, 2009;
Prentky y Righthand, 2003).
145
(i) Escaso desarrollo de la inteligencia social o personal.
4
También se conoce este término como prisionalización. Se refiere a los efectos producidos por la privación
de la libertad y la estancia dentro de instituciones totales. En estas condiciones, los jóvenes interiorizan
normas que son adaptativas en el medio en que se encuentran y que pueden ir en contra de los objetivos de la
intervención correccional.
146
sistema de justicia ofrecer posibilidades para mitigar tales condiciones y ofrecer
alternativas para su desarrollo en la legalidad.
Dentro de los factores que se proponen para la valoración del principio de
necesidad están (Wiebush et al., 1995):
(a) Abuso de sustancias.
(b) Funcionamiento de las relaciones familiares.
(c) Estabilidad y vínculos emocionales.
(d) Habilidades sociales y emocionales (inteligencia emocional).
(e) Conducta escolar.
(f) Habilidad y logro intelectual.
147
demostrado resultados positivos con este tipo de población, por lo cual deben
evitarse con jóvenes vinculados a la delincuencia.
148
(g) Necesidad: los tratamientos deben tener en cuenta las características y
circunstancias propias de los casos de alto riesgo, ya que el cambio de
éstas se relaciona con variaciones en la conducta delictiva.
(h) Evaluación individualizada del riesgo y necesidad: se trata de
comprender el desarrollo de la carrera delictiva en cada caso particular,
a través de un estudio cuantitativo sistemático del riesgo y de la
necesidad.
(i) Adaptación general: los mejores estilos y modos de tratamiento son
aquéllos que se adaptan a las necesidades, circunstancias y estilos de
aprendizaje en los casos de alto riesgo. En general, los más efectivos
son aquellos estilos estructurados y activos, como las aproximaciones
cognitivo-conductuales y del aprendizaje social.
(j) Adaptación específica: los sujetos inmaduros interpersonal y
cognitivamente requieren tratamientos más estructurados. Mientras las
personas con mayor madurez psicológica pueden responder a estilos de
intervención más evocativos, los sujetos con niveles altos de ansiedad
interpersonal responden menos a tratamientos de alta confrontación.
(k) Débil motivación para el tratamiento: la resistencia terapéutica y la baja
motivación no son sinónimos de exclusión de la intervención. Sin
embargo, es conveniente considerar las contingencias del tratamiento
dirigidas a promover la participación y aumentar la motivación de los
jóvenes.
(l) Seguimiento estructurado: las necesidades criminógenas son dinámicas
por definición y la anticipación de futuros problemas debe ser parte de
la programación del programa de intervención, a la vez que es adecuado
realizar seguimientos post-tratamiento de forma sistemática.
(m) Integridad terapéutica: los tratamientos apropiados según el riesgo, la
necesidad y la adaptación son más efectivos cuando son aplicados por
terapeutas bien formados y supervisados que cuando son realizados por
personas no calificados para ello.
(n) Discreción profesional: el terapeuta efectivo es aquél que aplica los
principios de riesgo, necesidad, adaptación e integridad terapéutica
149
siguiendo consideraciones morales, éticas, legales y económicas, sin
olvidar la atención a la individualidad de las personas involucradas en
la intervención.
(o) Apoyo social para la aplicación de tratamientos de calidad: la creación
de marcos de apoyo que coadyuven a los profesionales encargados de
los programas de prevención y la rehabilitación, de forma activa y
directa a través del entrenamiento, la supervisión y el respeto por el
proceso y las metas del tratamiento, contribuyen a la mayor efectividad
de los programas.
(p) Aplicación y desarrollo de programas: éstos dependen de los principios
de consulta, organización efectiva y cambio social.
150
Estos criterios se han puesto en práctica durante algunos periodos de prueba
y dentro del sistema de justicia juvenil. Así, el procedimiento que se ha seguido
para cumplir estos principios ha dado lugar a un proceso de acreditación en el que
asesores externos evalúan si los programas que se están aplicando o que se planea
aplicar cumplen con los criterios basados en la evidencia. Antes de que un
programa sea puesto en práctica en una prisión debe presentarse una propuesta
ante el “Joint Prison Probation Accreditation Panel”. La propuesta debe incluir
una descripción de la evidencia teórica y empírica que sustenta el programa,
manuales de las sesiones y de entrenamiento del personal que lo aplicará, medidas
previstas para las evaluaciones, método de evaluación y en lo posible alguna
predicción de la efectividad que tendrá la intervención. El panel evalúa el
contenido de las propuestas con los criterios que se describen en el Cuadro 17. El
programa se califica en cada uno de los criterios, con 0 si no lo cumple, con 1 si lo
hace parcialmente y con 2 si lo cumple completamente. Algunos de los criterios
son obligatorios (los ítems 1, 2, 7, 9, 10 y 11). Para que un programa sea aprobado
debe obtener mínimo 19 puntos en esta escala. Además se evalúa el sitio donde se
aplicará el programa, así como el sistema que propone para el registro y el análisis
de la información obtenida a lo largo de su aplicación. Los resultados son
evaluados por el personal de la correccional donde tendrá lugar la intervención y
por los miembros del panel independiente de acreditación (McGuire, 2001).
En este mismo sentido se han desarrollado guías de programación
correccional en Canadá, Inglaterra y Escocia (Andrews, 1995; Lösel, 1995a,
2001).
3.4. Implicaciones
Dado que la evidencia aportada por la investigación sobre el tema de la
delincuencia indica que las sanciones legales por sí mismas no son tan efectivas
como la intervención correccional -que consiste en la combinación de sanciones
legales y programas de tratamiento- es innegable la necesidad de conocer mejor
las condiciones que potencian su efectividad. En este sentido, el conocimiento
sobre los principios de tratamiento representa un aporte importante.
151
El hecho de que la conducta antisocial sea heterogénea, y que los niveles de
riesgo y necesidad influyan sobre la probabilidad de reincidencia, indica que las
intervenciones correccionales no pueden generalizarse y que deben adjudicarse
con base en la evaluación y clasificación de los jóvenes que han cometido delitos.
Así, la institucionalización debe restringirse solo a aquellos jóvenes en
mayor riesgo de delincuencia - que de acuerdo con lo explicado en el capítulo
anterior corresponde con la categoría crónicos y/o violentos -, no con el fin de
aislarlos sino con el propósito de brindarles servicios acordes con sus condiciones.
Todo esto para contribuir realmente en el objetivo de la modificación de la
conducta delictiva.
Cuadro 17. Criterios para la acreditación de programas de la Home Office Joint Prison-
Probation Accreditation Panel.
1. Modelo de cambio: el programa debe estar basado en un modelo teórico claro basado en la
evidencia que explique cómo se propone tener impacto sobre los factores relacionados con
la conducta delictiva.
2. Factores de riesgo dinámicos: el contenido del programa debe identificar los factores
relacionados con el comportamiento delictivo especificados en el modelo y que si se
cambian se logrará una reducción del comportamiento delictivo. Además, los contenidos
del programa deben reflejar estos objetivos.
3. Rango o cantidad de blancos a los que va dirigido el programa: el programa debe
especificar la cantidad de blancos a los que va dirigido y sus interrelaciones.
4. Métodos efectivos: los métodos de cambio utilizados en el programa deben tener apoyo
empírico con respecto a la efectividad y coordinarse de manera apropiada.
5. Orientado a habilidades: para capacitar a los delincuentes para evitar actividades
criminales y mantener efectos de tamaño grandes en estudios de resultados. Las habilidades
a las que se dirija el programa deben explicar las relaciones con el riesgo de reincidencia y
su reducción.
6. Intensidad, secuencia y duración: número de horas de contacto, el modo en que se llevarán
a cabo las sesiones y la duración total del programa debe ser apropiada a la luz de la
evidencia disponible, los objetivos y contenidos de los programas y el nivel de riesgo de los
grupos de los delincuentes a los que se aplicará el programa.
7. Selección de los participantes: se debe especificar claramente la población de delincuentes
a quienes se dirigirá el programa. Debe contarse con procedimientos realistas de
identificación y selección de esta población y para la exclusión de los no apropiados.
8. Compromiso y participación: se refiere al principio de adaptación, se debe describir cómo
se comprometerá y motivará a los delincuentes a tomar parte en el programa y a adherirse a
este.
9. Manejo de caso: se debe especificar si habrá un oficial o persona encargada de vigilar el
plan individual de sentencia de los delincuentes.
10. Monitoreo del proceso: cómo se hará el monitoreo y que sistemas se establecerán para
revisar el programa y hacer ajustes que se consideren necesarios.
11. Evaluación: los programas deben incluir medidas que se tomaran en las evaluaciones tanto
del impacto a corto como largo plazo.
Fuente: tomado de McGuire 2001 (p. 38), traducción propia.
152
Por otro lado, aunque en la actualidad se cuenta con información importante
sobre las características de programas exitosos en el propósito de reducción de la
reincidencia delictiva, aún quedan preguntas sobre la relación entre los diferentes
modelos de intervención y los distintos tipos de conducta delictiva. Es evidente la
necesidad de identificar cuál es la diferencia real entre los jóvenes que reciben
intervención y los que no, y qué estrategias pueden ser las más apropiadas para
tratar a diferentes tipos de adolescentes.
Aunque varios programas dirigidos a personas que han cometido delitos
pueden mostrar resultados positivos en sus propósitos de reducción de la
delincuencia, existe poca evidencia acerca de las características de las personas
que mejor se benefician de tales programas. Una mejor descripción de las
características y subtipos de carreras delictivas de los participantes en estos
programas puede llevar a desarrollar tratamientos que se dirijan a déficits
específicos. Por ejemplo, los jóvenes con problemas de conducta y con rasgos
psicopáticos tienen una percepción alterada con respecto a las recompensas y los
castigos relacionados con su comportamiento. La evidencia generada tanto en el
contexto de laboratorios como en situaciones reales indica que este tipo de
jóvenes se enfocan en las recompensas e ignoran los castigos. Esto quiere decir
que estas personas no entienden ni procesan de forma apropiada la información
que se transmite a través de los castigos. En el entendido de que los castigos
cumplen la función de indicar cuándo un comportamiento es inapropiado, el
déficit para discriminar esta información puede ser uno de los mecanismos que
promueven su conducta antisocial. El problema persiste en la adolescencia y en la
adultez, cuando se vinculan al sistema de justicia y/o a un programa que busca
prevenir la reincidencia. Muchos programas incluyen un módulo de habilidades de
solución de problemas que por lo general contiene cuatro pasos: identificar
problemas, generar alternativas posibles, evaluar la probabilidad de consecuencias
positivas y negativas de cada alternativa, y seleccionar la mejor respuesta posible.
En el paso tres las personas con rasgos psicopáticos y con problemas de conducta
se enfocan en las recompensas y tienen menos capacidad que otros chicos para
identificar posibles resultados negativos. Para ayudarles a aprender a resolver
153
problemas, primero se requeriría enseñarles a identificar las consecuencias
negativas de sus actos (Hodgins, 2007).
De acuerdo con lo anterior es necesario continuar investigando sobre las
estrategias que son más efectivas para tratar a los jóvenes con carreras delictivas
crónicas y violentas, ya que la reducción del crimen a largo plazo, será el
resultado de que menos delincuentes serios, violentos y crónicos lleguen a ser
criminales adultos.
154
los jóvenes con patrones de delincuencia persistente las intervenciones deben
dirigirse a combatir la influencia de los factores de riesgo asociados con tal
comportamiento; y al fomento de los factores protectores que contribuyen al
desarrollo y fortalecimiento de la conducta prosocial.
155
CAPÍTULO 4
156
Existen varias posibilidades como resultado de la aplicación de programas
dirigidos a jóvenes que han cometido delitos: que se reduzca el comportamiento
delictivo; que permanezca igual; que se incremente; o que no haya suficiente
evidencia para apoyar alguna de estas alternativas (tal como se explicará más
adelante con las propuestas de Sherman, Gottfredson, MacKenzie, Eck, Reuter y
Bushway, 1997). La evaluación se encarga de responder cuál de estas
posibilidades ha sido producida por el programa que se está estudiando.
Desde finales de los años 60’s se empezó a notar algún interés en este
sentido. El primero en hacerlo evidente fue el psicólogo Donald Campbell (1969)
quien llamó la atención sobre la necesidad de que los gobiernos tomaran
decisiones sobre la aplicación y financiación de programas, así como sobre
políticas sociales con base en la evidencia científica.
De acuerdo con Campbell los intereses y las presiones propias de la política,
así como los problemas intrínsecos de los procesos de investigación dificultaban
la conjunción entre los resultados de los estudios evaluativos y sus aplicaciones
prácticas. Por ejemplo, este estudioso citó el hecho de que se carecía de
157
traducciones a diferentes idiomas de las investigaciones sobre la efectividad de
programas en distintos ámbitos, lo cual contribuía a que no se difundieran clara ni
ampliamente, o incluso, que sus resultados fueran inaccesibles para quienes
podían utilizarlos en la práctica. Si bien Campbell planteó la situación, pasaron
varios años antes de que se hiciera algo al respecto.
A mediados de los años 70 en Estados Unidos y Gran Bretaña se realizaron
algunos estudios de amplia cobertura cuyo objetivo era reunir toda la
investigación disponible hasta ese momento sobre trabajos que hubieran evaluado
los resultados de tratamientos aplicados específicamente a delincuentes. Su
objetivo fue saber si estos programas habían logrado prevenir y reducir el
comportamiento delictivo.
El estudio más citado al respecto, por su relevancia para posturas y trabajos
posteriores, fue el de Martinson (1974). En este trabajo se concluyó que la
investigación sobre la efectividad de las intervenciones para reducir la
delincuencia -disponible hasta ese momento- era metodológicamente defectuosa y
que las diferencias en los diseños de los estudios dificultaban llegar a una
conclusión clara. En cuanto a las características metodológicas, el autor notó que
las diferentes investigaciones presentaban muy poco control, contenían efectos de
variables extrañas, no tenían un sustento teórico fuerte, evaluaban de manera
diferente y muy poco los periodos de seguimiento y no habían sido lo
suficientemente replicadas. Además, afirmó que al considerar los pocos estudios
que se habían hecho con un aceptable rigor metodológico, la evidencia sugería
que ningún programa demostraba funcionar de forma consistente. Martinson
concluyó que si bien podían existir ejemplos de éxito –total o parcial- en la
reducción de la delincuencia, éstos correspondían a esfuerzos aislados y no a un
patrón claro que permitiera identificar la eficacia de un método particular de
tratamiento.
Otros estudios en la misma línea apoyaron la idea de que nada parecía
funcionar para reducir la reincidencia delictiva (como los de Bailey, 1966; Brody,
1976; Greenberg, 1977; Lipton et al., 1975; Logan, 1972; Sechrest et al., 1979;
Wrieght y Dixon, 1977).
158
Con estas conclusiones el interés por la rehabilitación decreció y con él los
esfuerzos profesionales e incluso económicos que se dedicaban a este objetivo.
Sin embargo, esto también motivó a realizar otras investigaciones para rebatir las
conclusiones de que “los programas no funcionaban”.
A finales de los 70 y durante los 80 los resultados y conclusiones fueron
mucho más optimistas. El mismo Martison (1979) reconoció que algunas medidas
de rehabilitación sí funcionaban. Con el desarrollo de metodologías específicas
para evaluar la efectividad de programas, como el meta – análisis que se ha venido
usando desde 1985, se ha generado un desarrollo importante en este campo
(Lösel, 1995a, 1995b).
De hecho, los estudios que integran los resultados de diferentes
investigaciones y meta –análisis realizados en Norte América y en Europa han
mostrado una evaluación positiva aunque pequeña de la eficacia de los programas
en el logro del objetivo de reducción de la delincuencia (por ejemplo, Andrews,
Zinger, Hoge et al., 1990; Antowicz y Ross, 1994; Cleland, Pearson y Lipton,
1996; Dowden y Andrews, 1999a, 2000; Garret, 1985; Gottschalk, Davison II,
Mayer y Gensheimer, 1987a; Gottschalk, Davison II, Gensheimer y Mayer,
1987b; Izzo y Ross, 1990; Lab y Whitehead, 1989; Latimer, 2001; Latimer et al.,
2003; Lipsey, 1992b, 1999ª; Lipsey, Chapman y Landenberger, 2001; Lipsey y
Wilson, 1998; McKenzie, Wilson y Kider, 2001; Pearson, Lipton, Cleland y Yee,
1998; Wells-Parker, Bangert-Drowns, McMillen y Williams, 1995; Whitehead y
Lab, 1988; Wilson, Gallagher y MacKenzie, 2000; Wilson y Lipsey, 2000).
Los avances en esta área han permitido un mayor acercamiento entre la
investigación básica y el ámbito aplicado, tanto en lo relacionado con la
elaboración de políticas públicas como con las intervenciones aplicadas en los
contextos correccionales (McGuire, 2001).
Las revisiones de los trabajos desarrollados han llevado, por un lado, a
mejorar la calidad de las investigaciones realizadas, y por otro, a realizar síntesis
de la literatura cada vez más sistemáticas y cuantitativas (Dowden y Andrews,
2000).
La idea de “nada funciona” se ha ido modificando y la investigación se ha
dirigido a descubrir qué es lo que funciona, en términos de qué tipo de programa,
159
para qué tipo de delincuentes, aplicado por qué personal, en qué escenarios, bajo
qué circunstancias contextuales y con qué efectos (Lösel, 2001). Ello se encuentra
en directa relación con el hallazgo de la heterogeneidad de la conducta antisocial y
de la necesidad de desarrollar y aplicar programas acordes con los niveles de
riesgo y necesidades de las personas vinculadas a la delincuencia.
El estudio de la efectividad de los tratamientos aplicados a delincuentes ha
enfatizado la necesidad de difundir el conocimiento que se ha ido generando, tanto
a los encargados de políticas públicas como a quienes aplican los programas
(Leschied, Bernfeld y Farrington, 2001). Estos esfuerzos han recibido el nombre
de “políticas basadas en la evidencia” (Sherman et al., 1997).
160
(a) Una descripción de las características demográficas de la muestra como
la edad, el género, la etnicidad, el nivel socioeconómico, la ubicación
de la residencia y el riesgo o nivel de violencia previa al inicio de la
intervención.
(b) Un grupo de comparación similar al grupo de tratamiento, tanto en las
características demográficas como en el nivel de riesgo de
comportamiento delictivo y/o violento previo a la intervención. En este
sentido, aunque la igualación de los grupos de tratamiento y control es
aceptable, la asignación aleatoria es preferible.
(c) Una descripción de los métodos aplicados que incluya las metas de la
intervención y una explicación de cómo se espera que reduzca la
violencia o el comportamiento delictivo.
(d) Medidas previas y posteriores a la intervención de la conducta sobre la
cual se espera un cambio y de otras variables intervinientes. A este
respecto, también se sugiere tomar medidas durante un periodo de
seguimiento posterior a la aplicación del programa para determinar si
los cambios persisten o no.
(e) Medidas cuantitativas de los efectos que pueden ir acompañadas de
análisis cualitativos para conocer la manera en que los programas
influyen en la vida de las personas que participan en ellos.
También se sugieren dos tipos de diseños que pueden aplicarse para permitir
una evaluación eficiente. El primero se refiere a la utilización de dos o más
aproximaciones en una intervención con asignación aleatoria de participantes a
cada una de ellas. Este modelo permite probar si una u otra intervención es
efectiva y qué tanto lo es cada una.
La segunda aproximación usa un diseño de pasos, que permite comparar
métodos, aproximaciones, factores y niveles de intervenciones que tienen pocos
componentes con aquéllas que tienen más. Cada paso adiciona un componente de
la intervención.
161
Además, dado que se han observado programas bien concebidos desde el
principio, pero pobremente aplicados; o bien aplicados, pero pobremente
sustentados (Bauman, Stein & Ireys, 1991; citados por Leschied, Bernfeld y
Farrington, 2001), se sugiere la evaluación de otras dos variables: la adherencia al
tratamiento y el ajuste de los programas (“compliance”).
La variable de adherencia al tratamiento se refiere al grado en que los
participantes han sido capaces de seguir el programa sin saltarse tareas,
actividades o acciones propias del programa. Un programa con buena adherencia
es aquél en el que todos los participantes han seguido al cien por cien dicho
programa (no ha habido absentismo a las sesiones, han hecho todas las actividades
y tareas, etc.).la aplicación de programas que incluyen aquellos elementos que han
demostrado empíricamente su efectividad y que además tienen la capacidad de
identificar factores que maximizan su efecto a largo plazo.
Por otro lado, el ajuste o conformidad del programa, se refiere a la
capacidad de éste para cumplir con las condiciones que la evidencia ha sugerido
que hacen que un programa sea efectivo (Leschied, Bernfeld y Farrington, 2001).
Es decir, la evaluación de los programas dirigidos a delincuentes debe tener en
cuenta si el programa aplicado cumple con las características de los participantes,
del modelo teórico, del personal que lo aplica, del contexto y del método, que han
demostrado mayor probabilidad de éxito o efectividad. Esto permite que los
programas bien aplicados también estén sustentados teórica y empíricamente (lo
que se relaciona con su integridad, tal y como antes lo presentamos).
162
4.2.3. Conteo de votos
El tercer método, denominado “conteo de votos” (“vote count”) adiciona un
elemento cuantitativo a la revisión narrativa. Éste tiene en cuenta el número de
estudios con hallazgos significativos estadísticamente, tanto en favor de la
hipótesis de estudio, como en su contra (hallazgos nulos) (Wilson, 2001).
En esta dirección Sherman y sus colaboradores (1997) desarrollaron una
escala de métodos para evaluar la calidad metodológica de los estudios incluidos
en la revisión. Dicho sistema permite calificar las investigaciones de acuerdo con
su calidad metodológica en una escala de valores entre uno, que corresponde a la
puntuación más baja, y cinco que es la más alta, como se muestra en el Cuadro 18.
Así, cada punto se refiere a características del diseño de investigación que van
desde poco a alto rigor metodológico con relación a su validez interna y externa.
La validez interna se refiere al grado en que los resultados de un estudio
evaluativo se pueden adjudicar al efecto del programa y no a otras causas
alternativas. La externa, indica la medida en que el efecto de una intervención
sobre un resultado es generalizable o replicable en diferentes condiciones.
De acuerdo con esta escala y con el consenso de los investigadores en el
área de la evaluación de programas de intervención correccional, el método más
convincente para el estudio de la efectividad es el experimento aleatorizado
(Farrington, 1983; citado por Welsh y Farrington, 2001), que con frecuencia se
denomina “estándar de oro” (“gold standard”) de los diseños de evaluación.
Los experimentos aleatorizados, antes de la intervención, igualan los grupos
control y experimental de acuerdo con la mayor cantidad de variables extrañas
posibles; esto hace más válida su comparación y permite mayores niveles de
validez (Welsh y Farrington, 2001).
A su vez, la escala de Maryland, como se ha conocido el sistema de
calificación de Sherman y sus colaboradores, permite identificar y clasificar los
resultados del grueso de evidencia revisada en las siguientes categorías: “lo que
funciona”, “lo que no funciona”, “lo que es prometedor” y “lo que es
desconocido” para prevenir el crimen. Estos autores propusieron una serie de
criterios para decidir entre dichas alternativas:
163
Qué funciona (“what works”): se refiere a los programas que previenen el
crimen o sus factores de riesgo en los contextos en que se han evaluado. Además,
por el modelo metodológico utilizado en estos estudios sus hallazgos pueden ser
generalizados a escenarios similares. Para que un programa sea clasificado en esta
categoría debe haber sido evaluado mínimo en dos estudios independientes, cuyo
diseño metodológico sea de alto rigor, y haber demostrando su efectividad.
Además, debe existir alguna otra evidencia que apoye esta conclusión de
efectividad.
Qué no funciona (“what does not work”): incluye los programas que
fracasan en su objetivo de prevenir o reducir el crimen o sus factores de riesgo.
Para esta clasificación debe haber un mínimo de dos estudios en el nivel tres de la
escala de Sherman et al. (1997), con una prueba de significación que muestre su
inefectividad y alguna otra evidencia en la misma línea.
Qué es prometedor (“What is promising”): hace referencia a los
programas para los que el nivel de certeza a partir de la evidencia disponible es
muy bajo para apoyar conclusiones generalizables, pero existen bases empíricas
para predecir que la investigación futura podría apoyar esas conclusiones. Por lo
menos debe haber un estudio en el nivel tres con prueba de significación que
indique efectividad y evidencia que apoye la misma conclusión.
Qué es desconocido (“What is unknown”): esta categoría contiene
cualquier programa no clasificado en las tres anteriores o aquéllos en los que sus
efectos aún no se conocen.
Si bien la Escala de Maryland mejora el método de conteo de votos, a través
de la calificación de características de los diseños de las investigaciones, y
representa un esfuerzo importante que va más allá del uso de la significación
estadística, aún deja de lado algunos puntos de considerable interés para la
evaluación de programas. Por ejemplo, esta escala no ofrece herramientas
metodológicas para explicar la influencia específica de variables moderadoras
como el tamaño de la muestra en los diferentes estudios, o para calcular la
magnitud precisa del efecto de un tratamiento o de un conjunto de ellos (Wilson,
2001).
164
Cuadro 18. Escala de clasificación de métodos científicos de Sherman et al. (1997).
165
selección de los estudios que se incluyen en sus análisis; los procedimientos de
búsqueda de la literatura en diferentes países e idiomas; la codificación de las
características clave de los estudios; y el informe de los resultados obtenidos. El
procedimiento seguido en una revisión debe quedar los suficientemente claro
como para permitir su replicación por parte de otros investigadores.
Los meta-análisis son revisiones sistemáticas en las que se evalúan los
efectos de varios programas a través de análisis estadísticos rigurosos de los
resultados de un grupo de estudios independientes con el propósito de integrar,
comparar y acumular sus hallazgos de manera sistemática (en Dowden y
Andrews, 2000). A través de estos análisis se pueden identificar diversos estudios
realizados en un campo específico del conocimiento y determinar las
características, tanto de los programas que han resultado exitosos (altamente
efectivos), como de aquellos que no funcionan. Además, dado que a través de este
tipo de análisis los errores metodológicos de los estudios se hacen evidentes, el
conocimiento que se genera a este respecto contribuye al mejoramiento del diseño
de los programas (Andrews, 1995; Gendreau, 1996; Hollin, 1999; Leschied,
Bernfeld y Farrington, 2001).
La agrupación de evaluaciones sobre un mismo tema resulta compleja.
Aunque diferentes investigaciones estudien una misma variable dependiente, las
unidades utilizadas para medirla pueden ser distintas de un estudio a otro. En este
sentido, uno de los principales aportes que ha hecho el meta-análisis es el
desarrollo de estrategias para convertir las distintas medidas de los resultados a un
índice homogéneo que permita las comparaciones entre estudios. Esta medida ha
recibido el nombre de tamaño del efecto (TE).
El TE es un estimador del tamaño de la relación entre dos variables
(Rosenthal, 1991) que indica el grado en que un fenómeno está presente en la
población o en que la hipótesis nula es falsa. Cuanto mayor es su valor, más
significativo es el grado en que se manifiesta el fenómeno bajo estudio (Cohen,
1977).
El TE permite observar y comparar los efectos de un programa sobre un
grupo de tratamiento y uno de comparación. En el análisis de datos meta-analítico
el TE es la variable dependiente (Wilson, 2001). Los estudios incluidos en el
166
meta-análisis deben poseer unas condiciones mínimas: informar de medidas
comparables, presentar datos que permitan calcular el TE y que, en lo posible, sus
diseños contengan un grupo de comparación.
167
El origen de los meta-análisis está estrechamente relacionado con el campo
de la salud en el que los profesionales empezaron a interesarse por los resultados
de sus intervenciones. Aunque había investigación y se disponía de una amplia
gama de resultados, éstos no estaban sistematizados y el beneficio de la
acumulación del conocimiento era limitado. Para resolver esta situación se
propuso la revisión e integración sistemáticas de los datos disponibles, así como
su incorporación al ámbito práctico (McGuire, 2001).
El epidemiólogo Cochrane (1979 citado por McGuire, 2001) notó que los
registros sistemáticos sobre la efectividad de diferentes intervenciones en la
medicina eran prácticamente inexistentes. Con base en ello expuso la necesidad de
evaluar si este campo y, en general, la investigación en la salud, contaban con
fundamentos empíricos realmente válidos. Esto llevó a analizar los artículos de
revisión publicados en revistas médicas que en principio habían tenido el objetivo
de resumir los hallazgos en áreas específicas y servir al propósito de la
acumulación de conocimiento; esta tarea permitió concluir que las revisiones en el
ámbito de la salud presentaban defectos metodológicos que limitaban sus
alcances.
Como consecuencia de estos resultados se creó en el año de 1993 la
Colaboración Cochrane que consiste en una red internacional de investigadores y
revisores coordinada desde 15 sitios en Europa, Australia, Sur de África y
América. El objetivo de esta colaboración es ubicar, evaluar e integrar los
resultados de estudios de intervención bien diseñados, es decir, rigurosos a nivel
metodológico. En 1999 esta colaboración ya contaba con una base de datos de los
resultados de diferentes estudios en el área de la salud cuyo nombre es Cochrane
Database of Systematic Reviews. Esta base facilita a investigadores y personas
interesadas el acceso a la información que contiene (McGuire, 2001).
Esta experiencia en el área de la salud fue replicada por las ciencias sociales
y de la educación a través de la conformación de la Colaboración Campbell -
Campbell Collaboration- que se inauguró en Febrero del año 2000 y tuvo su
primera conferencia científica en el 2001 (ver
http://www.campbellcollaboration.org/crime_and_justice/index.php; Farrington y
Petrosino, 2001; Petrosino, Boruch, Soydan, Duggan y Sánchez-Meca, 2001).
168
Este grupo cuenta con la base de datos “Social, Psychological, Educational
and Criminological Trials Register” creada por Petrosino, Boruch, Rounding,
McDonald y Chalmers en el año 1999.
Dentro de la Colaboración Campbell se instauró una división especializada
denominada “Grupo de Crimen y Justicia” -Crime and Justice Group- cuyo
objetivo es la preparación, mantenimiento y accesibilidad de revisiones
sistemáticas de la investigación sobre los efectos de las intervenciones
criminológicas y de justicia criminal realizadas por los sistemas de justicia, la
policía, las agencias de libertad condicional, las instituciones correccionales y
algunos grupos comunitarios, sobre la prevención y reducción del crimen y de la
delincuencia (ver
http://www.campbellcollaboration.org/crime_and_justice/index.php; Petrosino,
Boruch, Soydan, Duggan y Sánchez-Meca, 2001; y en particular, Farrington y
Petrosino, 2000, 2001).
Esta colaboración pretende acumular e integrar el conocimiento válido sobre
los temas de crimen y justicia, difundirlo y esforzarse para que las políticas y
prácticas dirigidas a la reducción del crimen y de la delincuencia se basen en él.
Es decir, el objetivo de este grupo es apoyar y propender por la política y la
práctica profesionales en los temas de crimen y justicia, basadas en la evidencia
demostrada por la investigación.
La división de Crimen y Justicia de la Colaboración Campbell está
conformada por 14 miembros de 10 países: Alemania, Australia, Canadá,
Dinamarca, España, Estados Unidos, Israel, Japón, Reino Unido y Taiwán. Esta
colaboración ha realizado revisiones sistemáticas y meta-análisis acerca de la
efectividad de distintas estrategias para reducir el comportamiento delictivo. Entre
estas estrategias están los programas cognitivos, los “boots camps”, el monitoreo
electrónico y las zonas calientes del crimen (“hot spots”). También se han
investigado la efectividad de los programas dirigidos a delincuentes sexuales, los
programas basados en recreación y deporte, y las intervenciones cuyo objetivo es
reducir la reincidencia de jóvenes comprometidos en carreras delictivas crónicas y
violentas. Éste último tema corresponde con la presente investigación.
169
Con el fin de unificar las características de las revisiones y garantizar su
calidad y continuidad, las personas que contribuyen con el Grupo Campbell se
comprometen desde el principio con las siguientes tareas y condiciones (Petrosino
et al., 2001):
170
práctica y los medios masivos de comunicación, para promover el
acceso rápido a la evidencia de todas las personas interesadas y no
dirigirse solamente a la comunidad científica.
171
una varianza en los resultados que ha motivado el examen de los factores que la
producen, con lo cual, además del análisis del efecto global de un programa, se ha
señalado la importancia de estudiar las variables que pueden explicar dicha
varianza. Es decir, una vez se identifica el efecto de un programa sobre el
comportamiento de quienes lo han recibido es posible explicar los factores que
influyen sobre dicho resultado.
Las variables que explican la varianza del efecto se han clasificado en las
siguientes categorías (ver Marín et al., 2002):
172
comprensión, se presentan primero los esfuerzos realizados en el contexto
europeo, que consisten en análisis de programas aplicados tanto a jóvenes como a
adultos. Después, se describen los resultados sobre el efecto de los programas
dirigidos a jóvenes vinculados a la comisión de delitos, en especial de quienes lo
hacen de forma persistente y con violencia – con independencia del continente en
que se realizaron-.
Para presentar los resultados de los diferentes meta-análisis, dado que no
todos ellos han utilizado el mismo índice para representar el TE de la intervención
correccional, se ha tomado como base la transformación realizada por Marín et
al., (2002). Estos autores convirtieron los resultados de medias tipificadas y
coeficiente phi en coeficiente de correlación r como índice de TE (esto se hizo
con base en las fórmulas de conversión propuestas por Rosenthal, 1991).
5
La diferencia entre grupos tratados y controles se obtiene de la aplicación del BESD (binomial effect size
display) (Rosenthal, 1991). El BESD se refiere a la presentación binomial del tamaño del efecto que refleja la
mejora porcentual del grupo de tratamiento frente al grupo de control. El BESD se obtiene computando la
tasa de no reincidencia del grupo tratado mediante 0.5+r/2 y la tasa de no reincidencia de los controles
mediante 0.5-r/2.
173
Cuadro 19. Características generales de los estudios realizados en Europa.
r = .18***
Fuente: elaboración propia con base en los datos de los meta-análisis citados. * El TE se calculó
teniendo en cuenta distintas medidas de resultados (reincidencia, psicológicas, institucionales). **
Con base en modelo de efectos fijos. *** Con base en modelo de efectos aleatorios.
39.5
60.5
174
general, los programas de tratamiento conductuales y cognitivo-conductuales son
más eficaces.
175
En cuanto al género, la mayor parte de meta-análisis refiere que son muy
escasos los trabajos que incluyen mujeres, y en los casos que lo hacen ellas
registran mejores resultados que los hombres. En el trabajo realizado por Marín et
al. (2002) los datos muestran que a mayor cantidad de hombres en la muestra
menor TE (r = .18) que cuando se incluyen mujeres (r = .26), aunque el resultado
no alcanzó un nivel estadísticamente significativo los resultados parecen apuntar a
mayor eficacia con mujeres que con hombres.
176
4.3.1.3. Variables de la metodología
En cuanto a esta categoría de variables, se ha identificado la influencia de
factores asociados con el diseño de la investigación como la asignación de la
muestra, la selección de los participantes, el seguimiento y el tipo de medida de
resultados sobre el TE.
Cuadro 20. Resultados de meta – análisis europeos respecto a la asignación al azar de los
participantes.
Fuente: elaboración propia con base en los datos de los meta-análisis citados.
177
La reincidencia auto – informada analiza los datos informados por los
mismos jóvenes acerca de su propia conducta. La reincidencia grave o seria se
basa en registros y archivos oficiales que indican la imposición de nuevas
sanciones de pérdida de libertad y reingreso en alguna institución por la comisión
de delitos serios. La reincidencia general considera todos los registros oficiales de
la policía y del sistema de justicia, tanto los graves como los menores, es decir el
total de los nuevos contactos con la policía, los arrestos, las detenciones, las
sentencias condenatorias, etc. (Marín et al., 2002).
En general, los meta-análisis europeos han obtenido un TE positivo a favor
de los grupos tratados o de las medidas postest en comparación con las medidas
pretest y de grupos control, que oscila entre .11 a .21 al tener en cuenta la medida
de reincidencia general.
Los trabajos de Lösel y Köferl (1989), Redondo (1994), Redondo, Garrido y
Sánchez-Meca (1997) y Redondo, Sánchez-Meca y Garrido (1999a, 1999b) han
obtenido un resultado similar del TE valorando la reincidencia general con r = .11
y r = .12.
Por otro lado, Marín et al. (2002) informaron de un r mayor que los
anteriores meta – análisis, con valores de r = .19 en modelo de efectos fijos y r =
.18 en el modelo de efectos aleatorios. Es decir, los programas dirigidos a reducir
la reincidencia delictiva lograron disminuciones de 20% aproximadamente, en
comparación con los participantes de los grupos controles; lo cual significa que el
40% de quienes recibieron un programa reincidió frente a un 60% de los grupos
control.
Redondo (1994) y Redondo et al. (1997) identificaron otras medidas de los
resultados en las que también se han obtenido consecuencias positivas, como es el
caso del ajuste institucional (r = .41), el ajuste psicológico (r = .32), el ajuste
laboral (r = .28), el ajuste escolar (r = .27) y las habilidades sociales (r = .20).
(c) Variables del contexto
Respecto al contexto, algunos datos apoyan la idea de que las intervenciones
basadas en comunidad tienen mayores TEs que las intervenciones realizadas en
condiciones de institucionalización (Redondo et al., 1997, 2002).
178
Otros estudios presentan datos contradictorios, por ejemplo, mientras los
meta – análisis de Redondo et al. (1999a, 1999b, 2001) encuentran doble
efectividad en el único programa aplicado en un centro de reforma juvenil y en los
aplicados en prisiones de jóvenes con r = .21 y r = .17, respectivamente, y el peor
efecto en prisiones de adultos (r = .08); Marín et al. (2002) informan que los
centros psiquiátricos (r = .30) y las prisiones de adultos (r = .20) presentan los
mayores TEs, y la comunidad (r = .13), las prisiones de jóvenes (r = .06) y centro
de reforma juvenil (r = .13) los menores. En el mismo estudio se encuentra un
mayor TE para regímenes cerrados que abiertos con r = .19 y r = .15
respectivamente.
179
Cuadro 21. Resumen de características y resultados de meta –análisis sobre
intervención en jóvenes vinculados a la delincuencia.
TE
Meta – análisis No. Estudios Objetivos
Reinc.
Garret (1985) Evaluó el efecto de la aplicación de programas
111 dirigidos a reducir el comportamiento delictivo de
r = .05
1960 - 1983 jóvenes comparados con grupos control que recibían
programas tradicionales.
Gottschalk et 30 Evaluó eficacia a largo plazo de las intervenciones
r = .06
(1987a) 1967 – 1983 conductuales dirigidas a jóvenes.
Gottschalk et 90 Evaluó eficacia de intervenciones comunitarias
r = .11
al. (1987b) 1967 - 1983 dirigidas a jóvenes.
Lab y Evaluó eficacia de tratamiento correccional juvenil.
50
Whitehead r = .05
1975 - 1984
(1988)
Andrews et al. Evaluó eficacia de tratamiento correccional juvenil,
30
(1990) r =.10 probando el apoyo empírico para los principios de
1950 – 1989
tratamiento correccional.
Izzo y Ross 46 no datos Evaluó la eficacia de programas dirigidos a jóvenes.
(1990) 1970 – 1985 cuanti.
Lipsey (1992b) 397* r = .05 Evaluó la eficacia de programas dirigidos a jóvenes.
Lipsey y 200 Evaluó eficacia de programas de intervención
r = .06
Wilson (1998) 1950 – 1995 con jóvenes violentos.
Lipsey (1999ª) 200 Evaluó si es posible rehabilitar a jóvenes
r = .06
1950 – 1995 violentos.
Wilson y 22 Evaluaron la eficacia de programas “wilderness
r = .09
Lipsey (2000) 1950 - 1992 challenge”**.
Latimer (2001) 35 Evaluó eficacia de intervenciones familiares sobre
r = .15
1973 – 1999 reducción de índices de reincidencia en jóvenes.
Latimer et al. 195 Evaluó efectividad de intervenciones para la
r = .09
(2003) 1964 - 2002 reducción del comportamiento delictivo en jóvenes.
Fuente: los datos de este Cuadro corresponden a los TEs de cada meta-análisis con respecto a la
medida de reincidencia transformados al coeficiente r por Marín et al. (2002). * No hay
información exacta de los años incluidos. ** Los programas wilderness challenge consisten en
actividades físicas que implican importantes desafíos para los jóvenes y que se basan en la
experiencia: “aprender haciendo”; estos programas también se caracterizan por altos niveles de
exigencia en el desempeño de los jóvenes. Los estudios marcados con negritas corresponden a
meta-análisis sobre la efectividad de programas dirigidos específicamente a jóvenes con carreras
delictivas violentas.
180
4.3.2.1. Variables de tratamiento
Una gran proporción de la varianza de los TEs se explica por el tipo de
tratamiento aplicado. En un meta-análisis realizado por Lipsey (2009), el modelo
de intervención, la atención a los jóvenes en función de su nivel de riesgo y la
calidad del programa fueron las variables con mayor influencia sobre el TE
global.
Los resultados de diversos estudios sugieren que, en especial, los programas
conductuales y cognitivos conductuales generan los mayores efectos.
En el estudio de Garret (1985), al tener en cuenta el conjunto de variables de
resultados la técnica de tratamiento conductual obtuvo el mayor TE con un r =
.30, seguido por el entrenamiento en habilidades para la vida (r = .15). Por otro
lado, al considerar sólo la medida de reincidencia general, la técnica que obtuvo
un mayor TE fue la de habilidades para la vida con r = .14; seguida por las
técnicas conductuales con r = .09, en las que tuvieron gran influencia las
cognitivo – conductuales (r = .12) y las de manejo de contingencias (r = .12).
Sobre el ajuste psicológico nuevamente las técnicas conductuales tuvieron un TE
alto con (r = .34), en particular con los programas de contingencias (r = .49) y los
cognitivo- conductuales (r = .30).
En Lab y Whitehead (1990) de acuerdo con el análisis realizado por
Sánchez–Meca et al. (Marín et al., 2002) se encontró que la variable de modelo
teórico de la intervención moderaba los efectos del tratamiento, siendo más
efectivos los programas conductuales (r = .15) que los no conductuales (r = .10).
Andrews et al. (1990), por su parte, llevaron a cabo un meta-análisis con el
fin de evaluar el tratamiento correccional dirigido a jóvenes, observando la
influencia de los principios criminógenos propuestos por el mismo autor. El efecto
global de los tratamientos denominados apropiados según los principios de
Andrews alcanzó un coeficiente r = .30 de magnitud media y positivo,
significativamente mayor que los de tratamientos no especificados (r = .13), y
ambos a su vez superiores a tratamientos inapropiados (r = -.06) y a la simple
disuasión a través de sentencias (r = -.07).
Es importante señalar que un tratamiento apropiado de acuerdo con el
modelo desarrollado por Andrews, se define por: (a) su aplicación acorde a los
181
niveles de riesgo de los jóvenes a quienes va dirigido; (b) su énfasis en la
satisfacción de necesidades criminógenas de los chicos; y (c) la implementación
de modelos de tratamiento acorde con las necesidades y los estilos de aprendizaje
de los participantes (Pearson et al., 2002).
En el meta-análisis de Izzo y Ross (1990) sobre la eficacia de los programas
de rehabilitación de delincuentes jóvenes, aunque no se presentaron resultados
cuantitativos, se concluyó que las intervenciones con componentes cognitivos
presentaban mejores resultados que aquellas que no los incluían.
En el meta-análisis realizado por Pearson et al. (2002) se encontró que sólo
dos variables estuvieron relacionadas con resultados exitosos respecto a la
reincidencia: los programas que se habían realizado en comunidad y los que se
basaban en modelos cognitivos caracterizados por el entrenamiento en: solución
de problemas, negociación, habilidades para las relaciones interpersonales, terapia
racional emotiva, juego de roles, modelamiento y modificación de conducta
mediada cognitivamente. En este estudio se encontró que los programas
cognitivos fueron dos veces más efectivos que los no cognitivos.
En el trabajo de Lipsey (1992b) se codificaron 156 variables moderadoras
que describían aspectos del método, del tratamiento y del contexto del estudio de
las evaluaciones incluidas. El factor más influyente en la variabilidad del TE fue
el tipo de tratamiento, de tal forma que los de orientación conductual y mejor
estructurados produjeron un mayor TE que la asesoría o consultoría tradicional y
el enfoque de casos. Los tratamientos con orientación conductual alcanzaron una
reducción en torno al 20% en la reincidencia en el grupo tratado en comparación
con el grupo de control.
En la misma línea, el meta-análisis realizado por Latimer et al. (2003)
informó que los programas con mayores TEs se caracterizan por tener un
componente de entrenamiento en manejo de la ira (r = .20), desarrollo de
habilidades cognitivas (r = .13) y sociales (r = .12), y progreso académico (r
=.13). En esta misma investigación se encontró una importante asociación entre la
reducción de la reincidencia y el desarrollo de habilidades para adquirir y
mantener un empleo, y para mejorar las relaciones y el funcionamiento familiar (r
182
= .87). Los programas que incluyeron entrenamiento para el manejo de la ira
presentaron un TE alto de .26.
De igual forma, en el estudio de Lipsey, Chapman y Landenberger (2001)
los programas basados en modelos conductuales y cognitivo-conductuales
demostraron resultados favorables en la reducción de la reincidencia en el delito;
y en la revisión sistemática de Lipsey, Landenberger y Wilson (2007) se
informaron valores desde 25% hasta 50% de menor reincidencia en grupos
tratados con programas cognitivo-conductuales comparados con quienes no
participaron en este tipo de intervenciones.
Lipsey (1992b) evaluó algunos factores adicionales que podían influir en los
resultados del programa. Básicamente se tuvieron en cuenta la longitud, la
duración, la ubicación y la naturaleza del tratamiento. Lipsey encontró que estos
factores efectivamente influían en el TE de la intervención y que la variable con
mayor efecto sobre los resultados del programa fue la naturaleza del tratamiento.
Los programas con orientación conductual, entrenamiento en habilidades y
multimodales produjeron los mayores efectos.
La duración en semanas y el número de horas de contacto ofrecidos por los
programas también se asociaron de forma positiva con el TE de la intervención
(Latimer et al., 2003; Lipsey, 1999b). En los meta-análisis de Latimer et al.
(2001, 2003) la cantidad de tiempo que un joven participaba en un programa
presentó una relación inversa con el éxito del mismo. Los programas menores a
seis meses obtuvieron un TE de .11 mientras los de mayor duración registraron
TEs de alrededor de .05. Los programas de 20 horas o menos generaron un TE de
.11 y los que aplicaron más de 100 horas de intervención produjeron un TE de .01.
Los programas que tuvieron una duración de entre 21 y 100 horas presentaron un
TE promedio de .04. Tal como lo plantean Latimer et al. (2001, 2003) los
resultados de su estudio contradicen los de Lipsey (1995) en donde los programas
superiores a 26 semanas o con una dosis superior a 100 horas fueron más exitosos;
sin embargo estos resultados pueden variar si se considera el nivel de riesgo de los
participantes, como se explicará más adelante en el apartado de evaluación de
programas dirigidos a jóvenes con patrones serios de delincuencia.
183
Los programas que buscan la reducción del consumo de drogas también se
asocian con la disminución de actividad delictiva. Mitchell, MacKenzie y Wilson
(2006) han encontrado que los grupos de personas que reciben este tipo de
intervención reducen entre un 11% y 20% más la reincidencia que quienes no
reciben el tratamiento.
Otros datos apuntan a que los programas multi-enfocados son altamente
efectivos. En el meta-análisis de Latimer et al. (2003) los programas que
incluyeron asesoría individual y grupal, así como técnicas específicas de
intervención familiar presentaron el mayor TE (r = .16); seguidos por los
programas de atención individual e institucionales (r = .13). Las intervenciones
dirigidas a mejorar el funcionamiento familiar se relacionaron de forma
importante con la reducción de reincidencia y mostraron un TE promedio de .23.
La evidencia de la evaluación de programas específicos apoya la efectividad
de los programas multi-enfocados. Por ejemplo, en un estudio que evaluó la
efectividad de la terapia multisistémica, en un periodo de seguimiento de dos
años, se informó que el 67% de quienes participaron en el programa habían
reincidido por lo menos una vez, comparados con el 87% del grupo control.
Quienes recibieron tratamiento fueron arrestados en promedio 1.4 veces, mientras
quienes reincidieron en el grupo de comparación promediaron 2.3 arrestos
(Timmons-Mitchell et al., 2006).
De otro lado, las intervenciones que muestran menor efectividad son las
disuasivas, es decir, las que enfatizan el endurecimiento de la sanción. En el
estudio de Lipsey (1992b) las aproximaciones de disuasión y shock (castigo o
punitivas) estuvieron asociadas con resultados negativos.
Por ejemplo, los programas de desafío (“wilderness challenge”) muestran
efectos pequeños o negativos (reinciden más quienes participan en el programa
que quienes no lo hacen), en especial cuando no se combinan con otro tipo de
intervención psicológica (Lipsey, 1999a).
Otros estudios como el meta-análisis de Latimer et al. (2003) han
encontrado que los programas menos efectivos para la reducción de la
reincidencia delictiva son los de desafío - wilderness programs- (r = -.09) y los
boot camps (r = -.07), donde quienes participan en el programa reinciden más que
184
los grupos de comparación. En la misma dirección, en la revisión sistemática de
Wilson y MacKenzie (2006) la proporción de jóvenes que participaron en un
programa “boot camp” y reincidió fue prácticamente la misma que la de los chicos
que no participaron en este tipo de intervenciones (40% y 39,5%
respectivamente).
Las evaluaciones de programas como los “Scared Straigth” también han
demostrado tener efectos negativos sobre la reincidencia. Las personas que
participan en estas intervenciones aumentan la comisión de delitos en lugar de
disminuirla. Los datos indican que por cada participante de los grupos controles,
dos de los tratados reinciden (Petrosino, Turpin-Petrosino y Buehler, 2006).
En el mismo sentido, Latimer et al. (2003) encontraron que los programas
menos efectivos en la reducción de la reincidencia delictiva se centraron en
variables no criminógenas que buscan el mejoramiento del bienestar psicológico
de los jóvenes (auto-estima, reducción de la ansiedad y de la depresión) (r = .08),
la recreación y el uso del tiempo libre (r = .07).
Además, otras características como la integridad de los programas sugieren
una importante relación con la magnitud del TE. En el estudio de Latimer et al.
(2003) los programas que cumplieron con los cuatro criterios, para la integridad
de los programas (descritos en el capítulo anterior) obtuvieron un TE de r = .15;
mientras los programas con dos o tres criterios registraron un TE de r = .12; y los
tratamientos que no cumplieron con ninguno de los criterios presentaron un TE
menor de r = .09.
185
Los chicos con antecedentes de comisión de delitos violentos pueden
presentar TEs positivos y significativos; y quienes participan en un programa de
tratamiento antes de los 15 años muestran índices más bajos de reincidencia
posterior al programa (Latimer, 2001). Los resultados de otro meta-análisis
sugieren que a menor edad de los participantes mayor es el efecto del programa,
así el tratamiento dirigido a jóvenes entre 12 y 15 años registró un TE de .13 y
aquéllos aplicados a chicos de 16 y 17 años presentaron un TE de .07 (Latimer et
al., 2003). En general, los programas que atienden las necesidades de los jóvenes
en función de su nivel de riesgo parecen más efectivos (Lipsey, 2009).
186
un año; (d) presencia de un investigador independiente que no participaba en la
aplicación del programa.
Latimer (2001), en la misma línea de los anteriores meta-análisis, encontró
una relación negativa y significativa entre la calidad metodológica de los estudios
y el TE. Las investigaciones con escaso rigor tenían mayores efectos que los
trabajos metodológicamente más fuertes. Tal como se muestra en el Cuadro 24 los
trabajos con asignación aleatoria obtuvieron un TE inferior a los que no realizaron
asignación al azar de los participantes. Por su parte, aquéllos que tuvieron un
menor periodo de seguimiento presentaron un TE mayor, mostrando que a mayor
tiempo de seguimiento o posterior a la aplicación del programa, mayor
probabilidad de reincidencia.
Cuadro 22. Resumen de diferentes medidas de resultados del meta – análisis de Garret
(1985) en función del rigor de los diseños.
Cuadro 23. Resumen de resultados del meta – análisis de Gottschalk et al. (1987a) sobre
las medidas de resultados en función del rigor metodológico de los estudios incluidos.
187
Cuadro 24. Resumen de resultados del meta – análisis de Latimer (2001) sobre los TEs en
función de algunas variables metodológicas.
Categorías
No. de estudios r
Asignación aleatoria
Si 23 .10
No 27 .18
Periodo de seguimiento
Un año o inferior 20 .21
Mayor de un año 13 .13
Fuente: adaptación de la tabla presentada por Marín et al. (2002), p. 55.
188
efectividad de intervenciones familiares, obtuvieron TEs mayores con r = .11, r =
.09 y r = .15 respectivamente.
Aunque la medida de reincidencia es la más común, existen otros tipos de
medidas de resultados relevantes para la evaluación de la efectividad de los
programas dirigidos a jóvenes que cometen delitos, tales como el auto-control, las
habilidades cognitivas, el manejo de la ira, etc. Con relación a estas medidas se
identifican dos puntos de interés en los resultados de los meta-análisis. Por un
lado, el hecho de que el TE obtenido con las variables diferentes a reincidencia
sea mayor que con esta última; y por otro, el debate respecto a la relación real
entre la modificación de estas variables y los cambios en la conducta delictiva.
En este sentido, varios meta-análisis sobre la efectividad de programas
dirigidos a jóvenes comprometidos en delincuencia han evaluado el TE en caso de
ajuste psicológico. Por ejemplo, Garret (1985) encontró un TE de .28; Gottschalk
et al. (1987a) un TE de .14; Gottschalk et al. (1987b) un TE de .28; y Wilson y
Lipsey (2000) un TE de .11.
Lipsey (1992b) también encontró un efecto positivo en todas las medidas
tomadas en los estudios de su meta-análisis, aunque como se ve en el Cuadro 25,
los TEs fueron mayores para las variables psicológicas que para las de
reincidencia y para el ajuste en general. Este autor encontró que el TE en medidas
psicológicas y en ejecución académica no correlacionaba con medidas de
delincuencia, pero sí con participación escolar, que a su vez mostró relación con la
medida de reincidencia. Estos datos dejan la duda de si las medidas indirectas
pueden ser apropiadas para evaluar el éxito del programa o no; y si es suficiente
medir variables de tipo psicológico para hablar de efectividad.
Otros estudios incluyeron tipos de ajuste psicológico específico, como
Garret (1985) que encontró un TE sobre el ajuste escolar de .37 y sobre el ajuste
interpersonal de .28. Gottschalk et al. (1987a) encontraron un TE de .14 para el
ajuste escolar y un TE de .12 para el ajuste interpersonal. Wilson y Lipsey (2000)
informaron de un TE de .15 para el ajuste escolar y de un TE de .14 para el
interpersonal.
189
Cuadro 25. Tamaño del efecto en diferentes medidas de resultados
(Lipsey, 1992b).
(c) Contexto
En la variable de contexto los resultados sugieren que la intervención
correccional funciona tanto en escenarios institucionales como comunitarios. Por
ejemplo, en Latimer et al. (2003) se encontró el mismo TE para los programas
190
aplicados en contextos comunitarios e institucionales (r = .10). Al parecer el
modelo y enfoque de la intervención tienen mayor influencia sobre el TE que el
contexto en que es aplicado.
Sin embargo, algunos estudios han informado de diferencias en el TE
cuando se evalúa en uno u otro contexto. Por ejemplo, Lab y Whitehead (1989)
encontraron que los programas de derivación (r = .15) y los programas
comunitarios (r = .12) fueron los más efectivos; mientras los programas
correccionales de disuasión en condiciones de institucionalización (r = -.04)
fueron los menos efectivos.
En general, los programas en contextos comunitarios parecen ser más
efectivos (Lipsey, 1992b; Izzo y Ross, 1990) que los aplicados en escenarios
institucionales. Lipsey (1999b) también encontró mejores resultados en los
programas que no se desarrollaban en cárceles para menores, aunque eran
administrados por personal de este sistema.
191
analizaron los mismos 200 estudios producto de una búsqueda exhaustiva desde
1950 hasta 1995. Aunque los dos meta – análisis son similares, el segundo
enfatizó en mayor medida en las características de la intervención relacionadas
con el éxito de los programas.
Como los TEs de los diferentes estudios fueron muy heterogéneos, los
autores analizaron las diferencias metodológicas y de procedimiento entre los
estudios. Además, el análisis del efecto de los programas tuvo en cuenta los
contextos de institucionalización y no institucionalización, con 117 y 83 estudios
respectivamente.
192
Es de notarse que el entrenamiento en habilidades interpersonales constituyó
la mejor intervención en contextos comunitarios e institucionales.
Además, el tipo y cantidad de tratamiento presentó una relación moderada
con los efectos. Se observaron TEs más altos en las intervenciones bien
establecidas (con dos años o más de historia) donde el personal que aplicaba los
servicios no pertenecía al sistema de justicia, sino al de salud o de educación.
Régimen de la intervención
No institucionalizado Institucionalizado
Tipo de tratamiento k r k r
Habilidades interpersonales 3 .23 3 .19
Enseñanza en el hogar - - 6 .20
Asesoría individual 8 .25 8 .04
Programas conductuales 7 .24 2 .10
Servicios múltiples 17 .12 6 .05
Residencia comunitaria - - 8 .12
Libertad condicional con 10 .08 - -
restitución
Otros programas 14 .04 19 .05
Programas laborales 4 .06 2 .09
Programas académicos 2 .05 - -
Programas de apoyo/trabajo social 6 .05 - -
Asesoramiento en grupo 9 .01 9 -.005
Grupo guiado - - 7 .06
Abstinencia de drogas - - 5 .01
Asesoramiento familiar 8 .12 - -
Libertad condicional 12 -.04 - -
Programas basados en la 4 .06 5 .02
experiencia
Libertad condicional anticipada 2 .05 - -
Disuasión 6 -.02 - -
Programas vocacionales 4 -.08 - -
Terapia ambiental - - 3 .01
Total 117 .07 83 .05
Fuente: Marín et al. (2002, p. 45).
193
Cuadro 27. Longitud y dosis de tratamiento en función del nivel de
riesgo de los jóvenes.
TE TE
Alto riesgo Alto riesgo
Dosis baja .01 Duración corta .23
Dosis alta .12 Duración larga -.01
Bajo riesgo Bajo riesgo
Dosis baja .16 Duración corta .20
Dosis alta .11 Duración larga .03
Fuente: Latimer et al. (2003), p. 15.
En general, las estrategias que han resultado más efectivas para los jóvenes
con carreras delictivas crónicas son aquéllas que atienen a los factores de riesgo
en diferentes áreas o niveles. Los servicios policiales que ofrecen programas
comunitarios son los más efectivos para la prevención de la reincidencia en estos
jóvenes, comparados con los programas que se operan de forma aislada y a los
cuales accede el joven únicamente por su vinculación con el sistema de justicia,
como por ejemplo los servicios de asistencia social infantil o la libertad
condicional. Los esfuerzos multimodales de colaboración entre diferentes
contextos en los que un niño se desarrolla son esenciales para incrementar la
probabilidad de éxito. Los programas más efectivos con jóvenes involucrados en
carreras persistentes son aquéllos que se enfocan en los distintos niveles de
factores de riesgo: individuales, familiares, de pares, escolares y comunitarios (De
Gusti et al., 2009).
En el mismo sentido, en un estudio con jóvenes que presentaban patrones
delictivos persistentes en el Reino Unido, Arnull et al. (2005) concluyeron que la
primera medida legal es vital en la prevención y los esfuerzos tempranos de
intervención, pero que ésta debe corresponder con esfuerzos de colaboración por
parte de diferentes instituciones sociales en las cuales el niño se desarrolla -
escolar, familiar, y para algunos, el sistema de justicia (en la línea de los modelos
teoría ecológica de Bronfenbrenner, 1999)-.
194
programas de manera obligatoria. Dado que en muy pocos estudios el 100% de los
participantes correspondían a la categoría de “serios”, se eligieron los estudios en
los que, aunque no todos cumplieran con el criterio, la mayor parte sí lo hiciera.
En la categoría de serios se incluyeron los jóvenes sentenciados por delitos
graves contra las personas y contra la propiedad, o quienes se involucraron en
delitos menos graves pero de manera recurrente (crónicos). Se excluyeron los
jóvenes que se encontraban involucrados legalmente por abuso de sustancias o por
delitos de tráfico de drogas. Además, las dos terceras partes de la muestra tenían
historial de comportamiento agresivo.
(a) No institucionalizados
Los jóvenes no institucionalizados tuvieron entre 13 y 16 años, la mayoría
estuvieron vinculados con la autoridad de justicia juvenil.
195
El TE global obtenido por Lipsey y Wilson (1998) con base en la diferencia
de medias fue de .12. Tal como lo explica Lipsey “...este valor trasladado a su
equivalencia en tasas de reincidencia significa que para el conjunto total de los
200 estudios, hubo .12 unidades de desviación estándar para los jóvenes tratados
con respecto a los grupos control, y con diferencia estadísticamente significativa.
Este TE de .12 es equivalente a la diferencia entre una tasa de reincidencia de
44% para jóvenes tratados y 50% para jóvenes no tratados. Este 6% de diferencia
representa un decremento del 12% en la reincidencia, lo cual no es insignificante
pero si modesto” (Lipsey, 1999a, p. 145). Estos mismos resultados transformados
al coeficiente de correlación r, para facilitar su comparación con la de otros
estudios, corresponde a r = .06 (Marín et al., 2002).
En el trabajo de Lipsey y Wilson (1998) tras un análisis de regresión
múltiple los autores comprobaron que el TE era, al menos parcialmente, función
de algunas de las siguientes características:
(a) Tipo de asignación a los grupos de intervención, siendo los estudios con
asignación aleatoria los que obtuvieron menores TEs.
(b) Tiempo de seguimiento, en el que los estudios con más tiempo desde la
asignación de los sujetos a la condición experimental y el momento de
la medida de los resultados informaron de efectos más bajos.
(c) El tipo de medida de reincidencia, donde los estudios que midieron esta
variable a través de nuevos contactos con la policía o de información
sobre nuevos arrestos, mostraban mayores TEs que los que medían la
reincidencia con otros indicadores, como los nuevos contactos con los
juzgados o la revocación de la libertad condicional.
(d) El tamaño de la muestra, donde a mayor número de participantes menor
TE.
(e) La potencia estadística, en la que a mayor potencia menores TEs.
196
4.3.3.4. Variables de contexto
Respecto al contexto el efecto fue mayor en los programas comunitarios que
institucionalizados con r = .07 y r = .05 respectivamente (Lipsey y Wilson, 1998,
transformación a valores r, de Marín et al. 2002).
Lipsey concluyó que las características más apropiadas para una
intervención dirigida a jóvenes con patrones delictivos serios no
institucionalizados incluyen la asesoría individual, el entrenamiento de
habilidades interpersonales o la aplicación de programas conductuales, con
periodos de seguimiento de 6 meses o más.
197
Sin embargo, existen críticas metodológicas a los estudios que apoyan la
idea de que los tratamientos no son eficaces con psicópatas. Entre estas críticas
tenemos limitaciones en la manera de evaluar la psicopatía, la falta de acuerdo en
la definición de este diagnóstico, poco control de la asignación no aleatoria a los
grupos tratados y de comparación, etc. (por ejemplo, Skeem, Monahan y Mulvey,
2002).
En una revisión sobre el tratamiento dirigido a psicópatas adolescentes
realizada por Forth y Mailloux (2000, citado por Garrido, 2003) se concluyó que
hasta ese momento no había evaluaciones controladas de tratamiento específico
para jóvenes con características psicopáticas que estuvieran vinculados con
actividades delictivas y que por lo mismo era imposible saber si un buen diseño de
tratamiento había tenido éxito o no con esa población.
A pesar de datos como los anteriores, existe esperanza en la aplicación de
programas dirigidos a jóvenes con rasgos psicópatas. Investigaciones recientes
sugieren que la psicopatía puede ser tratable con dosis suficientes de tratamiento
(Salekin, 2002; Skeem et al., 2002). Por ejemplo, se ha encontrado que personas
psicopáticas han mejorado tras tratamientos intensivos y prolongados, en cuanto a
la reducción de rasgos psicopáticos y de las tasas de reincidencia. Asimismo, otros
estudios sugieren que es posible el cambio en psicópatas jóvenes (Caldwell, en
prensa; Caldwell et al., 2007, 2006; Caldwell y VanRybroek, 2001; Skeem,
Poythress, Edes, Lilienfeld y Cale, 2003).
Caldwell et al. (2006) realizaron una investigación con 141 jóvenes (n = 56
en el grupo tratado y n = 85 en el grupo de comparación) evaluados con puntajes
superiores a 27 en la PCL: YV; es decir, se podían considerar con importantes
rasgos psicopáticos. Los citados investigadores aplicaron un tratamiento
cognitivo-conductual denominado de descompresión.
Al cabo de un periodo de seguimiento de dos años, 57% (n = 32) de los
participantes del grupo tratado y 78% (n = 66) del grupo control reincidieron
dentro de la institución o en comunidad, con una diferencia significativa entre los
dos grupos (2 = 7.58, p <.01, N = 141). La reincidencia que tuvo lugar
únicamente en la comunidad también mostró diferencias importantes entre los
grupos: 56% (n = 31) de los jóvenes que recibieron el tratamiento reincidieron,
198
comparados con 73% (n = 62) de quienes estaban en el grupo de comparación (2
= 3.93, p <.05, N = 141).
Además, hubo una clara relación entre el tratamiento y la reincidencia
violenta subsiguiente fuera de la institución. Sólo el 18% (n = 10) de los jóvenes
tratados se involucraron en violencia en la comunidad, comparados con el 36% (n
= 31) de los casos de comparación (2 = 5.16, p < .05, N = 141). Los jóvenes del
grupo de comparación tuvieron casi dos veces más probabilidad de reincidir con
violencia que quienes recibieron tratamiento.
Tras realizar un análisis de regresión para evaluar la efectividad del
tratamiento reduciendo la tasa de reincidencia después de ajustar los efectos de
tres covariantes identificadas: la asignación no aleatoria, las condiciones al salir
en libertad y la calificación en el PCL: YV, el tratamiento no tuvo efecto confiable
sobre la reincidencia general (2 = .85, p > .05, N = 126). Sin embargo, el
tratamiento claramente generó una tasa de reincidencia violenta más baja y lenta
en estos jóvenes (2 = 6,45, p < .05, N = 126). Además, la probabilidad de
violencia comunitaria, luego de dos años de seguimiento, fue de aproximadamente
16% para el grupo tratado y de 37% para el grupo de comparación.
En relación con la falta de efecto en la reincidencia general, los autores
explicaron que los delitos menores no violentos (principalmente contra la
propiedad y de drogas) pueden explicarse más por las circunstancias a las que
regresan los jóvenes (por ejemplo, el vecindario o su situación socioeconómica)
que por características personales asociadas a la psicopatía. El programa de
tratamiento fue específicamente dirigido a reducir la agresividad interpersonal, así
como la reincidencia seria y violenta, y este objetivo fue alcanzado.
En otro estudio de este mismo grupo de investigación, se obtuvieron
resultados en el mismo sentido que el citado. En esta evaluación de 248 jóvenes
con rasgos psicopáticos, después de dos años de seguimiento el 49.5% (n = 50)
del grupo tratado registró reincidencia general comparado con el 72.1% (n = 106)
del grupo control, sustentando una diferencia significativa entre los grupos a favor
del tratamiento (p < .001). La prevalencia de delincuencia grave y violenta para el
grupo de comparación (no equivalente al grupo tratado) fue aproximadamente dos
veces la del grupo tratado (20.85% vs. 43.5%; 2 = 13.75, p < .001, N = 248).
199
Después de ajustar y comparar los grupos tratados y control en sus calificaciones
de psicopatía, de tal forma que fueran equivalentes (n = 101 en cada grupo), los
jóvenes en el grupo de comparación registraron el doble de delitos que el grupo
tratado (2.49 vs. 1.09) y más de tres veces el número de delitos violentos (.85 vs.
.25) con una diferencia significativa (p < .001).
Los datos generados por la investigación sobre efectividad de la
intervención correccional en jóvenes son esperanzadores. Si se pueden
lograr cambios en adolescentes con rasgos psicopáticos, las posibilidades de
éxito con programas de tratamiento adecuados al nivel de riesgo y de
necesidades de quienes los reciben (incluyendo jóvenes con menores
dificultades) son bastante prometedoras.
200
que con adultos, en contextos comunitarios que institucionales, con modelos
cognitivo-conductuales, y cuando los programas son integrales y estructurados.
Este conocimiento sobre el efecto de los programas en el comportamiento
delictivo ha tenido una importante influencia en el establecimiento de políticas y
prácticas en las intervenciones correccionales con énfasis en el tratamiento. Tal y
como mencionamos en el capítulo 3, con relación al empleo de criterios explícitos
para evaluar el diseño y la puesta en marcha de intervenciones en instituciones
carcelarias. Esfuerzos como estos invitan a la aplicación de programas
estructurados e integrales que ofrezcan alternativas y puntos clave que hayan
demostrado índices positivos de efectividad con anterioridad. Herramientas como
ésta pueden apoyar la labor de diseño y aplicación de programas que intenten
reducir la reincidencia, ya que facilitan el aprendizaje de la experiencia basado en
la evidencia.
Con todo y los importantes avances en la investigación científica sobre la
efectividad de programas dirigidos a jóvenes infractores, aún existen vacíos en el
conocimiento sobre el tema de la efectividad correccional.
En cuanto a los participantes, la evidencia no es del todo consistente
respecto a los efectos diferenciales de los programas en función del tipo de carrera
delictiva de los jóvenes. Aunque algunos indicios apuntan a mayor efectividad
con categorías específicas de patrones delictivos, aún es escasa la investigación en
este sentido. Si bien se han realizado algunos trabajos en poblaciones de
delincuentes sexuales, y otras, aunque en menor número, con chicos vinculados a
carreras delictivas serias, queda por evaluar la influencia de las variables
responsables de la varianza de los TEs de los diferentes estudios y la influencia de
la especificidad de los factores de riesgo y características propias de cada
categoría de patrones delictivos.
Se conoce poco de los efectos de las intervenciones sobre el
comportamiento de jóvenes con carreras delictivas violentas y crónicas, y menos
aún de programas aplicados a adolescentes con rasgos psicopáticos. Uno de los
aspectos más importantes que influyen en lo anterior es el limitado acceso y
desarrollo de instrumentos validados para evaluar el riesgo de reincidencia y la
psicopatía en jóvenes.
201
La dificultad en la evaluación y clasificación de los adolescentes que han
cometido delitos también limita la posibilidad de estudiar qué funciona para
prevenir su conducta delictiva. Por lo tanto, es frecuente que los programas de
intervención se dirijan de manera simultánea, similar y general a los jóvenes que
han infringido las normas, sin contar con sistemas de clasificación objetivos sobre
los principios de riesgo, necesidad y adaptación.
A pesar de que algunos meta-análisis han abordado el tema de la influencia
de los principios de intervención (por ejemplo, Dowden y Andrews, 2000) la
población de sus estudios ha sido adulta y aún la información es escasa para la
población joven (con algunas excepciones como el meta-análisis de Latimer et al.,
2003). En especial, el principio de riesgo requiere mayor desarrollo y validación
de instrumentos en castellano acordes con los diferentes contextos culturales que
contribuyan en los procesos de evaluación, diagnóstico y clasificación. Éste debe
ser el primer paso para contar con información más precisa sobre los participantes
en las intervenciones y para discriminar el efecto que tienen en función de su nivel
de riesgo.
Por otro lado, vale la pena destacar que se han encontrado resultados
positivos no sólo en la intervención dirigida a jóvenes vinculados a la
delincuencia en general, sino que también y pese a la incredulidad popular, existe
evidencia de efectividad en la reducción de reincidencia de jóvenes que han
cometido delitos violentos, tienen carreras delictivas crónicas y hasta rasgos de
psicopatía. Esto sin duda genera importantes expectativas sobre la efectividad del
tratamiento para prevenir la delincuencia. En el entendido de que los jóvenes con
niveles de alto riesgo de reincidencia pueden responder de manera favorable a
algunos tipos de intervención, es mucho lo que se tiene por hacer con este grupo
de la población. Los resultados de la evaluación de programas dirigidos a jóvenes
de alto riesgo representan una esperanza importante en la intervención
correccional en general.
Respecto a los programas de tratamiento, aunque en los últimos años las
investigaciones sobre su efectividad han mejorado, todavía se requiere mayor
especificidad acerca de las condiciones en que se aplican (por ejemplo, la
intensidad y la duración, el personal que aplica el programa -del área clínica,
202
educativa o de justicia-), del contexto en que son aplicados (escenarios
comunitarios o institucionales) y de diferentes medidas de resultados (ajuste
psicológico –interpersonal, emocional-, mejoramiento escolar y vocacional,
empleo, etc.).
Además, dado que es evidente la influencia de la metodología en los
resultados de las evaluaciones de la efectividad de los tratamientos, es necesario
que los estudios de este tipo presenten una descripción completa del diseño
metodológico utilizado e informen de la relación entre este tipo de variables
metodológicas y los TEs obtenidos.
En el caso de los jóvenes con carreras delictivas serias el estudio de la
efectividad de los programas y la influencia de las variables metodológicas
explicadas antes, puede ser aún más álgida. El estudio de este tipo de población es
sensible a factores metodológicos como los siguientes:
203
En tercer lugar, el escepticismo sobre la efectividad de la intervención
correccional es aún más extremo en el caso de los adolescentes con carreras
delictivas crónicas y violentas. Con frecuencia se piensa que dado el patrón
tan arraigado y persistente de conducta delictiva de estos jóvenes, es muy
poco o nulo lo que se puede hacer con ellos.
Tal como lo explicó Agge (1986), son escasas las experiencias de programas
de tratamiento institucional para jóvenes violentos. La mayoría de los
adolescentes con antecedentes de delitos violentos han participado en diversos
programas de atención infantil y juvenil hasta llegar a escenarios correccionales
adultos, donde usualmente no terminan un tratamiento. Esta situación se alimenta
con las creencias del personal del sistema de justicia con relación a que los
jóvenes violentos tienen “trastornos de carácter” que les impiden adaptarse o
responder al tratamiento, con lo cual perciben como inútil cualquier esfuerzo en
este sentido.
En esta misma línea quedan por estudiar también los efectos diferenciales de
la intervención correccional en hombres y en mujeres, sobre todo porque son
pocas las investigaciones que incluyen chicas con patrones delictivos serios.
204
Esta situación es aún más grave en el contexto hispano, donde las
investigaciones publicadas sobre la evaluación de la eficacia de diferentes tipos de
tratamiento en la reducción de la reincidencia delictiva son casi inexistentes. De
hecho, el que la mayor parte de estudios en este tema proceda de países de habla
inglesa llama la atención sobre la necesidad de indagar por la situación en países
de otra cultura e idioma, para cotejar los resultados y promover prácticas y
políticas basadas en evidencia válidas en diferentes contextos. Lo anterior, invita a
mostrar más y mejor los esfuerzos que, sin duda no son pocos, se han hecho para
reducir la reincidencia en países hispanos.
Finalmente, es importante articular y discutir los resultados respecto a las
características de los programas más y menos efectivos en el marco de la
psicología criminológica, identificando los elementos que explican su
funcionamiento desde la psicología social y de la personalidad.
205
CAPÍTULO 5
OBJETIVOS Y METODOLOGÍA
5.1. Objetivos
206
5.1.2.2. Objetivos específicos
- Identificar, a través de diferentes estrategias de búsqueda de información,
estudios publicados y no publicados sobre la evaluación de programas de
intervención correccional institucional dirigidos a jóvenes que han cometido
delitos graves y/o que tienen historiales delictivos crónicos.
- Construir, con base en la revisión de la literatura en el tema, dos formatos de
registro. Uno para la selección de investigaciones que cumplan los
requisitos de inclusión de esta revisión sistemática, y otro para la
codificación de los estudios elegidos.
- Calcular, con base en el conjunto de estudios seleccionados, el tamaño del
efecto (TE) global de la intervención correccional institucional sobre la
reincidencia (general y seria) y otras variables psicológicas relacionadas con
el comportamiento delictivo de los participantes.
- Analizar la influencia de variables moderadoras como las características de
los participantes (edad, género e historial delictivo), el tipo de intervención
(modelo y enfoque), la metodología (tipo de diseño metodológico,
mortalidad experimental) y otras variables extrínsecas (año de publicación,
tipo de documento, profesión de los investigadores, agencia promotora del
estudio, etc.) sobre el efecto de la intervención correccional institucional en
medidas de resultado de reincidencia y psicológicas asociadas con el
comportamiento delictivo.
- Clasificar los programas de intervención correccional institucional, dirigidos
a jóvenes que han cometido delitos graves y/o que tienen historiales
delictivos crónicos, en modelos que funcionan, no funcionan, son
prometedores o tienen efectos desconocidos sobre la reincidencia y otras
medidas psicológicas e institucionales.
- Discutir los resultados en términos de las características y condiciones que
aumentan la probabilidad de que un programa aplicado a jóvenes que han
cometido delitos graves y/o que tienen historiales delictivos crónicos
(delincuentes serios) reduzca la reincidencia y mejore el desempeño
psicológico de los participantes.
207
- Proponer elementos clave con relación al diseño y evaluación de políticas
públicas vinculadas a la prevención de reincidencia en jóvenes que han
cometido delitos graves y/o que tienen largos historiales delictivos
(delincuentes serios).
Reincidencia general
Delitos cometidos por los jóvenes que participaron en una intervención
correccional institucional o en su grupo de comparación, durante un periodo de
tiempo posterior al programa y después de salir en libertad. Los registros de
nuevos delitos son tomados de auto-informes y de fuentes oficiales del sistema de
justicia. Los registros de reincidencia general incluyen datos sobre contactos con
la ley, arrestos y sentencias por delitos menores y graves con independencia de la
consecuencia legal impuesta (reingreso en prisión, libertad condicional o puesta
en libertad).
Reincidencia seria
Delitos graves cometidos por los jóvenes que participaron en una intervención
correccional institucional o en su grupo de comparación, durante un periodo de
tiempo posterior al programa y después de salir en libertad. Los registros de
nuevos delitos son tomados de auto-informes y de fuentes oficiales del sistema de
justicia. Los registros de reincidencia grave incluyen contactos con la ley, arrestos
208
y sentencias por delitos graves cuya consecuencia legal, por lo general, es la
privación de su libertad.
Frecuencia de reincidencia
Relación entre el número de delitos cometidos por los jóvenes que participaron en
una intervención correccional institucional o en su grupo de comparación, y un
periodo de tiempo posterior al programa y después de salir en libertad.
Ajuste emocional
Resultados de ajuste emocional obtenidos a través de pruebas, inventarios,
observación y registros. Este tipo de ajuste incluye constructos sobre el estado de
ánimo y emocionales como depresión, ansiedad, manejo de la ira, expresión de
emociones, empatía, culpa, etc. de los participantes, tanto de los grupos tratados
como controles.
Ajuste interpersonal
Resultados de ajuste interpersonal obtenidos a través de pruebas, inventarios,
observación y registros de conducta social. Este nivel de ajuste incluye estrategias
de afrontamiento en las relaciones sociales como la agresión, la dominancia, la
tolerancia, etc.
209
Ajuste cognoscitivo
Resultados de ajuste cognoscitivo obtenidos a través de pruebas, inventarios,
observación y registros de creencias, pensamientos y habilidades cognoscitivas.
Este ajuste incluye información sobre pensamientos y creencias antisociales, a
favor o en contra de la violencia, de justificación de la conducta delictiva, sobre la
víctima, etc. También se incluyen habilidades cognoscitivas como solución de
problemas, pensamiento crítico, flexibilidad, etc.
Ajuste educativo
Resultados de ajuste educativo obtenidos a través de pruebas, inventarios,
observación y registros de habilidades académicas, intelectuales y ocupacionales.
El ajuste educativo incluye conocimientos específicos en áreas como lecto-
escritura, matemáticas ó gramática; también de habilidades ocupacionales
específicas como los trabajos manuales, pintar coches, mecánica, etc.
- Medidas institucionales
Resultados obtenidos a través de observación, informes y registros de
conducta dentro de la institución que incluyen delitos cometidos, fugas, peleas,
conducta prosocial, puntos ganados o perdidos por logro de metas institucionales,
agresión, informes disciplinarios y transferencia a otras instituciones.
210
- Variables de los participantes
Incluyen características socio-demográficas (por ejemplo, edad, género) y
jurídicas (por ejemplo, tipo de delito cometido, historial delictivo) de los jóvenes
que participaron en los grupos tratados y de comparación.
- Variables de tratamiento
Se refiere a los programas específicos que son aplicados con la finalidad de
reducir el comportamiento delictivo. El tratamiento se clasifica con base en dos
criterios: (1) el modelo teórico en que está basado el programa aplicado; y (2) el
enfoque o nivel al que estuvo dirigido el programa de tratamiento.
En esta revisión se han considerado cinco categorías de modelos teóricos
(Redondo et al., 1997; Redondo et al., 1999):
211
gramática, matemática, etc. ó de capacitación para trabajos técnicos
específicos (manualidades, mecánica, pintura, etc.).
No conductual: programas enfocados en alteraciones psicológicas
relacionadas con estrés emocional. Este modelo incluye un conjunto de
técnicas basadas en la teoría psicodinámica, en modelos médicos y en
terapia centrada en el cliente.
- Variables metodológicas
Esta categoría comprende las características metodológicas del estudio
como el tipo de asignación de los participantes a los grupos, la mortalidad en los
grupos y el periodo de seguimiento.
212
- Variables extrínsecas
Incluye características relacionadas con la fuente y el año de publicación, el
lugar en que se realizó el estudio, la institución que financió la investigación, el
número y la profesión de los autores.
5.1.4. Hipótesis
213
- Las variables extrínsecas como el año y lugar de publicación, así como la
profesión de los autores no tendrán influencia en el TE de los programas de
intervención sobre la reincidencia (general y seria) y las variables
psicológicas e institucionales relacionadas con ella.
5.2. Metodología
5.2.1.2. Participantes
Los participantes de los estudios elegibles fueron hombres o mujeres, con
edades entre los 12 y 21 años de edad, que se encontraban en una institución
cerrada por la comisión de un delito grave y/o con largos historiales delictivos
dentro del sistema de justicia juvenil o adulto (delincuentes serios).
Se tomó el rango de edad 12 a 21 años porque, de acuerdo con los
resultados de investigaciones longitudinales sobre las carreras delictivas, durante
este periodo es cuando más personas se involucran en actividades ilegales o
cometen la mayor parte de sus delitos. Además, en el contexto legal, la
responsabilidad legal en diferentes países incluye este rango de edades (Fuhrman,
1986; Rutter, Giller y Hagell, 2000; Tolan y Guerra, 1994).
214
5.2.1.3. Características de comportamiento delictivo de los
participantes
En esta revisión se incluyeron aquellos estudios en los que más de la mitad
de la muestra estuviera conformada por delincuentes “serios”, es decir violentos
y/o crónicos.
Se consideran jóvenes delincuentes violentos quienes tuvieran algún
antecedente de comisión de algún delito grave (en este tema se puede revisar a
Wiebush et al. 1995, con relación a la categoría de delitos “serios y violentos” en
la cual se fundamentó la Encuesta Anual de la Oficina de Justicia Juvenil y
Prevención de la Delincuencia de los Estados Unidos, OJJDP, p. 176). En esta
categoría de delitos se incluyen actos violentos “que provoquen daño serio a sus
víctimas (físico, de inconsciencia, etc.) o en el que se hubiera utilizado algún tipo
de arma” (Thornberry et al., 1995, p. 224 en referencia a la Encuesta Juvenil de
Denver). También se tomaron como delitos graves las amenazas a través de la
fuerza física.
El concepto de delincuentes crónicos corresponde a jóvenes con largos y
persistentes historiales delictivos, es decir con antecedentes de al menos tres
arrestos o vinculaciones legales previas por la comisión de un delito (Capaldy y
Paterson, 1996; Hagell y Newburn, 1994). En esta revisión se incluyeron solo los
estudios en los que más de la mitad de la muestra estuvo conformada por jóvenes
con tres o más vinculaciones legales previas por comisión de delitos, o donde la
media de estos contactos fue de tres o superior por la comisión de cualquier tipo
de delitos.
Además, se incluyeron estudios donde menos de la mitad de la muestra
habían cometido delitos graves, pero la combinación con los jóvenes crónicos o
persistentes fue superior al 50% de los participantes.
Se excluyeron los estudios en los que más de la mitad de la muestra estaba
conformada por agresores sexuales o por jóvenes que cometieron delitos menores
como robo, desorden público, delitos de tránsito, etc. por primera vez.
215
5.2.1.4. Tipo de tratamiento
Se incluyeron estudios en los que se hubiera aplicado cualquier tipo de
intervención con la finalidad de reducir el comportamiento delictivo de sus
participantes. Se excluyeron los estudios que han sido incluidos en otras
revisiones sistemáticas como los programas de Boot Camps y los Scared Straight.
5.2.1.5. Contexto
Sólo se incluyeron estudios en los que se hubiera evaluado un programa de
intervención correccional durante un periodo de privación de la libertad de los
participantes, dentro de instituciones cerradas. Dado que en algunos estudios se
informaba de la aplicación de intervención correccional en dos fases: una dentro
de la institución (antes de que los jóvenes salgan en libertad) y otra en la
comunidad (durante el tiempo posterior a la salida en libertad), se incluyeron los
estudios en los que más del 50% de la duración del tratamiento hubiera tenido
lugar en la institución cerrada. Además, se propuso tratar la fase en comunidad
como variable moderadora. Sin embargo, en virtud del bajo número de estudios
con estas características (sólo cuatro), no fue posible realizar ningún análisis en
este sentido.
Se consideraron como contextos institucionales: unidades residenciales,
módulos específicos, prisiones juveniles, colegios de entrenamiento y campos de
institucionalización en los que había un ambiente físico controlado.
Se excluyeron estudios en los que los participantes permanecían
institucionalizados por menos de dos semanas ó que recibieron el programa
evaluado en comunidad. Tal es el caso de programas denominados: hogares
sustitutos, detención periódica, hogar comunitario, padres substitutos, etc. (en
inglés: foster care, foster home, group home, periodical detention, achievement
place).
En general, fueron excluidas las investigaciones en las que los jóvenes
mantenían contacto comunitario externo frecuente ó dormían en apartamentos,
pisos u hogares sustitutos y salían durante el día a trabajar o estudiar.
216
5.2.1.6. Metodología
Debido a sus mayores garantías de validez interna y externa de sus
resultados, y atendiendo a las características del estándar de oro del diseño de
evaluación (Farrington, 1983 citado por Welsh y Farrington, 2001), sólo se
incluyeron trabajos cuasi-experimentales y experimentales, con grupos tratados y
de control/comparación.
Se excluyeron los estudios sin grupo de control o de comparación, y los
estudios de caso único, debido a que su pobreza metodológica no permitía calcular
un índice de tamaño del efecto comparable que permitiera el análisis de los
efectos de la intervención correccional.
- Publicados y no publicados.
- Entre los años 1970 – 2008. No se consideraron estudios de años anteriores
ya que la mayoría de las bases electrónicas inician a partir de 1970 y la
disponibilidad de estudios previos a este año es limitada.
- En las áreas de criminología, psicología, sociología, servicio social,
educación y salud.
217
- De cualquier país siempre y cuando el estudio estuviera escrito en alguno de
los siguientes idiomas: alemán, castellano, francés, inglés, italiano y
portugués.
- Se utilizó una combinación de los siguientes grupos de palabras clave para
realizar la búsqueda en las bases de datos (en inglés en la mayor parte de
bases de datos y en español para una de ellas).
Revistas en Inglés:
Adolescence
British Journal of Criminology
Criminal Justice and Behavior
Criminology and penology Abstracts
Criminology, Penology and Police Science Abstracts
218
Criminology
Developmental Psychology
Journal of Adolescence
Journal of Applied Behavior Analysis
Journal of Clinical Psychology
Journal of Legal and Criminological Psychology
Personality and Individual Differences
Aggressive Behavior
Association for Correctional Psychology
Clinical Child and Adolescent Psychology
Consulting and Clinical Psychology
Criminal Justice Abstracts
International Journal of Offender Therapy and Comparative
Criminology
Journal of Clinical Child Psychology
Journal of Juvenile Justice and Detention Services
Journal of Offender Rehabilitation
219
ERIC (Education Resource Information Clearinghouse)
Humanities Abstracts
Medline
NJRS
Pais International (Public affaire Information Service) and Sigle
Psychological Abstracts (PsycINFO)
Dissertation Abstracts
Serfile
Sociofile (Sociological Abstracts and Social Planning and Development
abstracts).
“The Broad Searches of the Campbell Collaboration Social,
Psychological, Educational y Criminological Trials Register (C2-
SPECTR)” desarrollada por el U.K. Cochrane Centre y supervisado por
la Universidad de Pensilvania (Graduate School of Education)
(Petrosino, Boruch, Rounding, McDonald y Chalmers, 2000).
220
La codificación se llevó a cabo con la ayuda de un formato diseñado para tal
fin y que contempla tanto los criterios de inclusión como características
específicas de las variables moderadoras consideradas para esta revisión
(Apéndice C). El instrumento mantiene tres grupos de variables básicas analizadas
en meta-análisis y revisiones sistemáticas en el área de la criminología (Lipsey,
1994; Marín et al., 2002; Sánchez-Meca, 1997):
- Reincidencia general
- Reincidencia seria
- Medidas psicológicas de ajuste
General
Emocional
221
Interpersonal
Cognoscitivo
Educativo
- Medidas psicológicas institucionales
- Medidas psicológicas de logros conductuales
222
En el modelo de efectos aleatorios se considera que los estudios analizados
estiman una distribución de TEs paramétrico en la población, que además de
considerar la variabilidad debida al error de muestreo también contempla la
variabilidad entre estudios (desviación de cada estudio respecto del TE medio). En
el modelo de efectos aleatorios los resultados pueden generalizarse a una
población mayor de posibles estudios, en comparación con el modelo de efectos
fijos.
Con relación al uso de uno u otro modelo, de acuerdo con Sánchez-Meca,
Marín-Martínez y Huedo (2006) es difícil usar un determinado criterio para elegir
entre un modelo u otro, dado que se suelen desconocer los parámetros
poblacionales, de tal suerte que no se puede saber con certeza qué modelo se
ajusta mejor a los datos meta-analíticos. A veces se utiliza el resultado de la
prueba Q de heterogeneidad, asumiendo que si es significativa debe emplearse el
modelo de efectos aleatorios, y que si no lo es se justifica el uso del modelo de
efectos fijos. Sin embargo, esto no es recomendable dado que en estudios de
simulación la prueba Q ha demostrado escasa potencia estadística (en especial
cuando el número de estudios incluidos en el meta-análisis es pequeño). También
se ha sugerido elegir el modelo estadístico en función del valor de la varianza
entre-estudios (2), de tal forma que si su valor es mayor que 0, se utilice un
modelo de efectos aleatorios, y si es igual a 0 se aplique el modelo de efectos
fijos. En este sentido si la estimación de la varianza entre-estudios es 0 da igual
asumir analíticamente uno u otro modelo, ya que el factor de ponderación de los
TEs individuales será el mismo para ambos modelos. Todo lo anterior, unido a la
mayor capacidad de generalización de los resultados del modelo de efectos
aleatorios y a la baja probabilidad de que toda una población de estudios estime
exactamente un mismo efecto poblacional, hace más realista su utilización. Sin
embargo, en una revisión sistemática nunca puede saberse con certeza cuál de los
dos modelos es más apropiado, puesto que se desconocen los parámetros
poblacionales. Por esta razón, en esta investigación se realizó un análisis de
sensibilidad en el que se aplicaron los dos modelos para comparar sus resultados,
tanto en el TE medio como en la significación estadística y los intervalos de
confianza.
223
Cuando existe heterogeneidad entre los TEs de los estudios, la búsqueda de
variables moderadoras suele plantearse asumiendo modelos de efectos mixtos,
donde la variable moderadora se toma como un factor de efectos fijos y los
estudios como un factor de efectos aleatorios. Por tanto, los modelos de efectos
mixtos que se han aplicado aquí son una ampliación del modelo de efectos
aleatorios cuando se quiso comprobar el influjo de variables moderadoras sobre
los TEs.
En esta revisión, la heterogeneidad entre los TEs se estimó calculando la
varianza entre estudios, la prueba Q y el índice I2 (Higgins y Thompson, 2002;
Huedo, Sánchez-Meca, Marín-Martínez y Botella, 2006).
La prueba Q es útil para comprobar si el TE medio obtenido era
representativo de todos los estudios integrados. Además esta prueba indica si
existe o no heterogeneidad. Un resultado significativo en esta prueba indica la
existencia de heterogeneidad ente los estudios e implica la búsqueda y análisis del
efecto de variables moderadoras.
La prueba de heterogeneidad entre los efectos de los estudios que se utilizó
fue propuesta por Cochran (1954) y definida posteriormente por Hedges y Olkin
(1985, p. 123, ecuación 25):
Q w (T i i T )2
2 Q (k 1)
I
Q
x100
224
Para el análisis de variables moderadoras se utilizó un modelo de efectos
mixtos. En el caso de las variables cualitativas se utilizó un análisis de varianza
ponderado sobre el efecto estimado. En este análisis se utilizó la prueba de
homogeneidad inter-categorías (QB), estadístico Chi-cuadrado usado para probar
la homogeneidad entre los promedios de TE entre las categorías de cada variable.
Además, se calculó el Índice Omega cuadrado de Hays (2) que representa la
proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Por otro lado, las variables moderadoras continuas se evaluaron con
modelos de regresión por mínimos cuadrados ponderados. Se calculó el
estadístico QR, que se distribuye según Chi-cuadrado de Pearson con tantos grados
de libertad como predictores tenga el modelo. Para estimar la proporción de
varianza explicada por el modelo se calculó el índice R2 ajustado.
Asimismo, se realizó un análisis de sesgo de publicación (Rothstein, Sutton
y Borenstein, 2005) para comprobar si era un factor que pudiera invalidar los
resultados del meta-análisis. Se realizaron dos procedimientos: (1) el análisis de la
fuente de publicación (estudios publicados versus no publicados); y (2) la “prueba
de Egger”, que consiste en un modelo de regresión que toma la precisión de cada
estudio como variable independiente (la precisión definida como la inversa del
error estándar de cada TE) y el TE dividido por el error estándar como variable
dependiente. Un resultado no significativo con la prueba t para la hipótesis de una
intercepción igual a cero permite concluir que el sesgo de publicación no es una
amenaza contra la validez del TE global (Sterne y Egger, 2005).
Si los resultados a las pruebas anteriores arrojaban resultados no
significativos, entonces se podía afirmar que el sesgo de publicación no podía ser
una amenaza contra la validez de los resultados.
225
- Informaron el N total, los n por grupos y el valor de F, pero no especificaron
qué grupo había obtenido la media a su favor.
- Informaron el N total y el valor de F de ANCOVA, pero no de ANOVA.
- Informaron de las medias del postest para los dos grupos, pero no sus
desviaciones típicas.
O1C O2T pc (1 pt )
or
O1T O2C pt (1 pc )
226
ratio, para poner todos los tamaños del efecto en la misma métrica (Haddock,
Rindskopf y Shadish, 1998; Sánchez-Meca, Marín-Martínez y Chacón-Moscoso,
2003). Este fue el caso de las medidas de reincidencia.
Para hacer más práctica la interpretación de los resultados de reincidencia
los TEs se transformaron de odds ratios a coeficientes de correlación r. Para ello,
se calculó el LogOddsRatio y luego se transformó a d mediante la fórmula:
LogOddsRatio
d
1,65
d
r
d2 4
r
BESD 0,5 X100
2
informó de los tamaños de los grupos, pero sí del tamaño total de la muestra
227
incluida en el estudio, se dividió el valor del N total en dos para asignar un valor
de n a cada uno de los grupos. Con estos estudios se calculó el TE “d” con la
siguiente fórmula:
3 y1 y 2
d 1
4N 9 S
S
n1 1S12 n2 1S 22
n1 n2 2
nE nC d2
V (d )
nE nC 2(nE nC )
En los casos en que la mayor parte del grupo de datos de un mismo tipo de
medidas, por ejemplo las psicológicas, informaron de medias y no de éxitos y
fracasos, el TE se calculó en función de la diferencia media tipificada, d.
Cuando hubo una minoría de datos que informó de éxitos y fracasos en el
mismo tipo de medidas, se calculó odds ratio y luego su logaritmo Lor , que
LogOddsRatio
d
1,65
228
Y su varianza:
S2 1
0.367
1
1
1
dCox O1E O 2 E O1C O 2C
3 2 F
d 1
4N 9 N
Y la varianza con:
nE nC d2
V (d )
nE nC 2(nE nC )
229
En los estudios con datos del N total (nE nC ) , el nE , el nC , el valor de F
como resultado de un análisis de varianza (ANOVA) y la información del grupo al
que favoreció el resultado, el TE fue calculado con la fórmula:
3 n1 n2
d 1 F
4 N 9 n1n2
Con varianza:
nE nC d2
V (d )
nE nC 2(nE nC )
230
resultado, mayor es la probabilidad de observar la consistencia de los datos
obtenidos.
Se realizaron dos meta-análisis para cada medida de reincidencia. Uno para
los datos disponibles de los jóvenes que iniciaron y terminaron el programa, que
se denominó “de quienes terminaron” (completers). Y otro para los jóvenes que
iniciaron el programa, pero no lo terminaron, que se denominó de “intención de
tratamiento” (intention-to-treat).
El análisis de “intención de tratamiento” se realizó dado que la elección del
periodo más largo de seguimiento podía contribuir a incrementar la mortalidad
experimental y, como consecuencia, el efecto estimado podía estar sesgado. Con
este propósito se calculó el odds ratio para cada estudio asumiendo el “peor de los
escenarios”, es decir, que todos los participantes perdidos en el periodo de
seguimiento (la mortalidad experimental), tanto del grupo control como del
experimental, hubieran reincidido.
A través de la comparación de los resultados de TE “de quienes
terminaron” y del grupo de los de “intención de tratamiento” se analizó el sesgo
ocasionado por la mortalidad experimental. Además, se realizó un análisis de
regresión para la mortalidad de los grupos tratados y de los grupos controles, así
como para la mortalidad diferencial entre ellos, como variables moderadoras del
TE. Si como resultado de este análisis ninguna de las tres variables afectaba a los
TEs, se asumía que los resultados de quienes terminaron la intervención no
estaban sesgados. El resultado no significativo al tomar esta variable como
moderadora indicaría que no hay relación entre la mortalidad y los resultados de
eficacia.
Con excepción de dos estudios, los datos informados de reincidencia general
y seria correspondieron con éxitos y fracasos, con lo cual se empleó el cálculo de
odds ratio para el análisis de TE, donde los valores mayores a 1 muestran una tasa
más baja de reincidencia del grupo tratado con respecto al grupo de comparación.
Para los dos estudios que no informaron de éxitos y fracasos sino de medias
y desviaciones típicas, se calculó la diferencia media tipificada, d, y luego se
tradujo a odds ratio.
231
5.2.6.4. Cálculos meta-analíticos para las medidas psicológicas
relacionadas con la reincidencia delictiva
- Medidas de ajuste psicológico
Todos los estudios con medidas de resultados de ajuste psicológico
informaron datos de medias de postest, desviaciones estándar y tamaños
muestrales tanto de los grupos tratados como de control. Con estos datos se
calculó el TE a través de la diferencia media tipificada, d.
En los casos en que un estudio informaba de diversas medidas de ajuste
psicológico, para evitar el problema de la dependencia estadística, se calculó un
solo TE por estudio que se denominó ajuste general. Además, los resultados de
ajuste psicológico fueron clasificados en una de cuatro categorías:
Emocional
Interpersonal
Cognoscitivo
Educativo
Para las medidas de ajuste se han considerado los datos “de quienes
terminaron” el programa, puesto que eran los únicos disponibles en los estudios.
Por esta razón, no se analizó esta medida de resultado para quienes iniciaron el
tratamiento y no lo terminaron (que para el caso de reincidencia tomamos como
“intención de tratamiento”).
232
- Medidas institucionales
Los estudios que informaron sobre medidas institucionales registraron datos
tanto de medias postest de los grupos tratados y de comparación, como de éxitos y
fracasos. A partir de la información sobre medias y desviaciones típicas se calculó
el índice “d”. En el caso de estudios con información de éxitos y fracasos,
primero se calculó el odds ratio y su logaritmo, y luego este fue transformado a
“d”.
Si bien algunos estudios registraron una sola medida institucional, otros
informaron de hasta cinco medidas, por lo cual fue necesario calcular un solo TE
por estudio, para evitar el problema de la dependencia estadística.
Al igual que en el análisis de medidas psicológicas de ajuste, en el de
resultados psicológicos institucionales sólo se han considerado los datos de los
participantes que completaron la intervención puesto que son los resultados que se
informan en los documentos.
233
CAPÍTULO 6
RESULTADOS
234
6.1. Resultados de la búsqueda y la selección de estudios
La búsqueda de estudios que cumplieran con los criterios de inclusión de
esta revisión dio como resultado (excluyendo las búsquedas en Internet, que
generaron cientos de páginas) 1700 abstracts.
La mayoría de las referencias obtenidas en el proceso de búsqueda no
correspondieron con evaluaciones de programas. Gran parte de las investigaciones
identificadas en la búsqueda fueron revisiones teóricas acerca de modelos
específicos de intervención o sobre regímenes institucionales. Varios estudios
fueron descripciones de jóvenes que habían cometido delitos y se encontraban en
un proceso de transición entre la institución y su salida en libertad. Algunos otros
estudios se enfocaron en la validación o aplicación de pruebas psicológicas
dirigidas a jóvenes que habían cometido delitos o que se consideraban violentos y
que se encontraban institucionalizados. Otros estudios abordaron temas como:
programas comunitarios o de derivación (alternativos a la institucionalización),
predicción de reincidencia y descripción de perfiles de jóvenes delincuentes
serios. Una pequeña proporción de estudios trató sobre el entrenamiento de
personas que trabajan con jóvenes con carreras delictivas serias.
De los 1700 abstract identificados sólo 140 cumplieron en principio con los
criterios generales de esta revisión6. Luego, se realizó una evaluación de
elegibilidad a partir de una lista de registro diseñada para tal fin (Apéndice B).
Al final 23 documentos (14 publicados y 9 no publicados) cumplieron con
los criterios de elegibilidad de esta revisión y la información contenida en ellos
fue codificada en el instrumento construido en esta investigación para tal fin
(Apéndice C).
Doce de las investigaciones incluidas fueron artículos publicados en revistas
científicas, dos libros, cinco informes gubernamentales y cuatro tesis doctorales.
La mayoría de las investigaciones fueron coordinadas por psicólogos y
criminólogos, y se realizaron en Estados Unidos entre 1970 y 1979. Con relación
6
Uno de los estudios seleccionados en la primera etapa de este estudio no pudo ser revisado. Este estudio fue el de Arduini
(2000) que consiste en la evaluación de los efectos del programa POOCH sobre jóvenes que habían cometido delitos
violentos y se encontraba internos en Instituciones Correccionales de la Autoridad Juvenil de Oregon. El proyecto consiste
en el cuidado y entrenamiento de perros por parte de los jóvenes, y su posterior proceso de adopción por parte de familias
en la comunidad. Aunque se contactó con la autora no se obtuvo el documento hasta la fecha de terminación de esta
revisión.
235
a los jóvenes que participaron en los estudios, casi todos fueron hombres
(82.61%) que habían cometido delitos violentos (60.87%) y se encontraban
institucionalizados en centros de reforma juvenil (43.48%) o en colegios
especiales de entrenamiento (34.78%). Las características categóricas de estos
estudios se encuentran resumidas en la Tabla 3 (para ver los datos en mayor
detalle se pueden revisar los Apéndices D y E).
Como se describe en la Tabla 4, el número inicial de jóvenes que
participaron en los estudios incluidos en esta revisión fue de 7076 (3419 en los
grupos tratados y 3657 en los grupos controles), y sus edades estuvieron alrededor
de los 16 años.
Los 23 documentos incluidos en esta revisión correspondieron a 38
comparaciones independientes entre grupos tratados y controles (Tabla 5). Cada
una de las comparaciones independientes recibió el nombre de estudio.
Las características categóricas de los 38 estudios analizados en esta revisión
se describen en la Tabla 6. De los 38 estudios, 20 fueron cuasi-experimentales y
18 experimentales. La mayoría de los programas de intervención se basaron en
modelos no-conductuales (28.9%), seguidos de los cognitivos-conductuales y los
cognitivos (23.7% y 21.1% respectivamente). Los tipos de intervenciones menos
frecuentes fueron el de medicamento (2.6%) y los educativos (7.9%). Con
relación al enfoque de los programas, predominaron los aplicados de forma
individual (65.8 %), seguidos de lejos por los dirigidos a pares (13.2%) y por los
multi-enfocados (10.5%); sólo tres intervenciones se impartieron de forma grupal
(7.9%) y uno fue familiar (2.6%).
Con relación a los grupos controles, en el 57.89% de los estudios incluidos
en esta revisión no hubo información específica sobre las condiciones de
programas o de rutinas institucionales que recibieron. En el 15.79% de los casos,
el grupo control estuvo en una rutina institucional caracterizada por la ardua
disciplina. En cinco estudios (13.16%) el grupo de comparación recibió algún tipo
de instrucción o entrenamiento académico. El 10.53% de los grupos controles
estuvo en un contexto de comunidad terapéutica, con reuniones grupales, asesoría
familiar e individual. Sólo en un caso (2.6%) el grupo de comparación recibió un
programa conductual.
236
En los 30 estudios que se informó de la duración de la intervención, el
promedio fue de 6.6 meses por programa. Aunque sólo 14 estudios presentaron
datos sobre la intensidad y la magnitud de las intervenciones, se puede decir que
en promedio los programas se aplicaron durante cuatro horas a la semana y con
una intensidad de alrededor de 43 horas por participante (Tabla 7). La descripción
de los datos numéricos de cada uno de los estudios se puede ver en detalle en el
Apéndice F.
No todas las investigaciones incluidas en esta revisión informaron el mismo
tipo de resultados (Tabla 8). De las 23 investigaciones analizadas, 18 registraron
datos de reincidencia general, lo cual correspondió a 31 comparaciones
independientes entre grupos tratados y controles. En el caso de la reincidencia
seria, nueve investigaciones (equivalentes a 16 estudios) informaron de estos
datos.
Solo seis investigaciones tuvieron medidas de ajuste psicológico global y
emocional, y aportaron 12 estudios para el análisis. En el caso de ajuste
interpersonal, cinco investigaciones aportaron 11 estudios. Para el ajuste
educativo hubo dos investigaciones y cuatro estudios. Mientras solo hubo tres
estudios que informaron de datos sobre variables psicológicas cognoscitivas.
Por último, nueve trabajos (14 estudios) incluyeron datos de medidas
psicológicas institucionales.
En el Apéndice G se puede ver el registro del tipo de medida de resultado
informado por cada estudio.
237
En este estudio se realizaron varias comparaciones entre grupos tratados y
controles, para esta revisión sólo se ha incluido una de ellas con la finalidad de
evitar la dependencia de los datos. La comparación elegida consistió en el grupo
tratado de jóvenes que ingresaron al Programa Athena y que salieron en libertad
con el tiempo suficiente para permitir un seguimiento de 18 meses en comunidad;
y el grupo de comparación de chicas que no participaron en el programa ni antes
ni después de la investigación.
El estudio de Bottcher tuvo un moderado control estadístico. Aunque no se
realizó una asignación aleatoria de las jóvenes a los grupos, si se siguió un
procedimiento de equivalencia post hoc entre ellos; y se hizo un análisis de
regresión para evaluar las diferencias entre los grupos tratados y controles, que no
indicaron diferencias entre ellos.
Después de un periodo de seguimiento de 18 meses, el grupo tratado tuvo
un menor porcentaje de reincidencia general que el grupo control, sin alcanzar
significancia estadística (79.55% versus 85.71%). De igual forma, en la
reincidencia seria el grupo tratado obtuvo un menor porcentaje que el grupo
control (36.36% versus 39.29%) sin significancia estadística. En este estudio no se
informaron medidas psicológicas ni institucionales de resultados.
Bottoms y McClintock (1973) evaluaron un tratamiento en el que los
participantes recibieron un programa no conductual denominado Régimen
Modificado que enfatizó los análisis de casos y un plan de tratamiento especial
individual. Los jóvenes que participaron tenían carreras delictivas violentas y
crónicas.
El diseño metodológico de esta investigación fue “antes y después”. La
asignación de los participantes no fue aleatoria, pero se hizo un procedimiento de
equivalencia post hoc. Además, los autores usaron un instrumento de predicción
para estimar la probabilidad de fracaso de los participantes. Cada joven fue
clasificado en una de cinco categorías -A, B, C, D, E- donde “A” representa la
menor probabilidad de fracaso (menos del 25%) y “E” la mayor probabilidad
(75% o más). En esta revisión se incluyen solo los jóvenes considerados en mayor
riesgo (es decir los de las categorías D y E).
238
La reincidencia general en un periodo de seguimiento de 18 meses
prácticamente tuvo la misma frecuencia en el grupo tratado (72.67%) y en el
grupo control (72.99%). En este estudio no se informó de alguna otra medida de
resultado.
En el estudio de Caldwell y Van Rybroek (2001) los participantes fueron
jóvenes encarcelados con historial de problemas de conducta y agresivos (80% de
los participantes estaba vinculado al sistema de justicia por un delito grave y todos
fueron acusados con anterioridad de por lo menos un delito contra las personas).
El grupo tratado recibió un programa cognitivo-conductual denominado
“Modelo de Descompresión”. Este modelo enfatiza los límites a través de
experiencias tangibles y reduce relevancia a los procesos verbales poco
productivos de quejas o de sentimientos no resueltos. La meta del tratamiento es
desarrollar auto-control conductual con el propósito de ser capaz de
comprometerse de forma activa en el proceso de intervención.
Se utilizó un procedimiento de equivalencia en el que se comparó a cada
participante del programa con un joven de la misma institución que no recibió la
intervención. En esta comparación se tuvieron en cuenta variables como la raza, el
tipo de familia, el nivel socio-económico, el lugar de origen de cada joven y la
convivencia de uno o dos de los padres con cada participante. Además, se
consideraron dos variables más: (1) la edad que tenía cada joven cuando fue
arrestado por primera vez; y (2) la persistencia de su conducta delictiva. Ninguna
de las variables utilizadas para el proceso de equivalencia de los grupos mostró
diferencias significativas entre los grupos tratado y control.
En este estudio la reincidencia general se midió después de un periodo de
seguimiento de 18 meses. El porcentaje de reincidencia del grupo tratado fue de
10% comparado con el 70% del grupo control. Los datos mostraron diferencias
significativas a favor del grupo tratado con un p significativa de .01. La
reincidencia seria también fue significativamente menor en el grupo tratado
comparado con el control (22.77% versus 43.54%; p= .001).
No se informó de otras medidas de resultados.
Caldwell y Van Rybroek (2005) evaluaron la reducción en la reincidencia en
una población de jóvenes que había cometido delitos graves y que recibió un
239
programa de tratamiento institucional intensivo. Los participantes en este estudio
registraron puntuaciones altas en la evaluación de psicopatía (33% del grupo
tratado y 32% del grupo control) en la versión juvenil de la Lista de Registro de
Psicopatía –PCL YV- (Psychopathic Checklist Youth Version).
La asignación de los participantes a los grupos no fue aleatoria. En
contraparte, los autores de este estudio realizaron un análisis para asignar una
calificación de propensión a cada participante. Los jóvenes del grupo tratado
recibieron un programa intensivo basado en el Modelo de Descompresión. El
programa enfatizó en los elementos que suelen generar resistencia en los jóvenes
frente al tratamiento. Quienes recibieron el programa presentaron tasas de
reincidencia general más bajas que los del grupo de comparación en un periodo de
seguimiento de dos años (51.49% versus 72.79%, p. <.001). No se informó de
otras medidas de resultados.
En Cann, Falshaw, Nugent y Friendship (2003) se realizaron dos estudios.
En el primero, el grupo tratado recibió el Programa Mejorado de Habilidades de
Pensamiento (Enhanced Thinking Skills Programme). En el segundo, los jóvenes
del grupo tratado recibieron el Programa de Razonamiento y Rehabilitación.
En esta investigación se utilizó una metodología de equivalencia
retrospectiva, en la que se cotejó cada uno de los participantes en el programa con
un joven que no recibió la intervención. La equivalencia se realizó con base en
cinco variables: (1) la medida de riesgo de reincidencia que se usó para
categorizar a los jóvenes en diferentes niveles: bajo, medio-bajo, medio-alto y alto
(en esta revisión se tomaron en cuenta solo los datos de los jóvenes considerados
de alto riesgo, caracterizados por carreras delictivas crónicas y violentas); (2) la
raza; (3) el tiempo de duración de la sentencia (menos de 12 meses, 12 meses a
dos años, 2 a 4 años y 4 años o más); (4) el tipo de delito cometido (violento,
sexual, contra la propiedad, de drogas y otros); y (5) el año en que los jóvenes
salieron en libertad (1996, 1997, 1998, 1999 y 2000).
En los dos estudios, después de un año de seguimiento, se informó de menor
reincidencia en los grupos tratados comparados con los grupos controles (45.07%
versus 49.3% y 44.44% versus 50.98%, respectivamente), aunque sin
significancia estadística.
240
En ninguno de los dos estudios se informó de otras medidas de resultados.
En la investigación de Cornish y Clarke (1975) el personal del Colegio de
Entrenamiento Kingswood seleccionó a los jóvenes de su institución que podrían
beneficiarse de un programa de comunidad terapéutica. Estos jóvenes tenían un
historial de alrededor de 3.1 arrestos previos. Quienes fueron considerados
“elegibles” se ubicaron de forma aleatoria en uno de dos grupos (uno que recibió
una intervención nueva de comunidad terapéutica y otro que se mantuvo con la
rutina de la institución). Luego de la asignación aleatoria, los participantes de los
dos grupos fueron comparados en 19 variables, sin encontrarse diferencias
significativas entre ellos.
Tanto en el grupo tratado como en el de control el tratamiento siguió un
Modelo de Comunidades Terapéuticas. Sin embargo, la intervención del grupo
tratado tuvo elementos adicionales como reuniones grupales para ayudar a los
jóvenes a internalizar códigos y valores socialmente aceptables, y la interacción
entre los jóvenes y la comunidad de la que provenían.
Después de un periodo de seguimiento de 24 meses, el grupo tratado
registró una tasa de reincidencia mayor que la del grupo control (67.14% versus
64.29%, sin significancia estadística). En reincidencia seria el grupo tratado
mostró un menor porcentaje de reincidencia con relación al grupo control, pero de
nuevo sin diferencias significativas (27.14% versus 35.71%).
Los autores no informaron de resultados psicológicos, pero sí de medias
institucionales (incidentes durante la institucionalización) que favorecieron al
grupo control aunque no de manera significativa.
La investigación de Fagan (1990) incluyó jóvenes que habían cometido
delitos graves y que tenían largos historiales delictivos. Los jóvenes elegibles
fueron asignados de forma aleatoria tanto a los grupos que recibieron un programa
experimental como a los grupos controles.
El modelo de intervención aplicado fue el “Programa para Delincuentes
Juveniles Violentos”-VJO- (Violent Juvenile Offender Programme). Este modelo
enfatizó el desarrollo de límites sociales y el “desaprendizaje” de la conducta
delictiva, a través del desarrollo de habilidades y competencias sociales aplicables
a escenarios naturales para los jóvenes.
241
El programa estuvo conformado por dos dimensiones: la de principios
teóricos y la de elementos estructurales. La primera, incluyó factores como: (1)
red social; (2) oportunidades (participación escolar y laboral, actividades
familiares, etc.); (3) aprendizaje social (recompensas y sanciones por el logro de
metas o por conductas específicas); (4) conductas orientadas a la meta (por
ejemplo, tratamiento para el abuso de sustancias o psicoterapia).
La segunda dimensión estuvo conformada por los siguientes elementos
estructurales: (1) procedimientos de manejo de caso; (2) reintegración de los
jóvenes a sus comunidades; y (3) programa residencial de fases múltiples
(institucionalización, residencia basada en comunidad, comunidad o fases de
reintegración).
Para evaluar la manera en que se aplicaron tanto los principios teóricos
como los elementos estructurales del programa, Fagan desarrolló una medida
continua del tratamiento. Esta medida incluyó comparaciones de la fortaleza e
integridad de la intervención en los diferentes grupos tratados y de control.
La investigación fue realizada en cuatro ciudades distintas en Estados
Unidos: Estudio 1: Boston; Estudio 2: Detroit; Estudio 3: Memphis; y Estudio 4:
Newark. Aunque el tratamiento aplicado fue básicamente el mismo en estas
ciudades, se registraron algunas diferencias en su implementación. En los cuatro
estudios se informó de resultados de reincidencia general y seria, y no hubo datos
de otras variables psicológicas o institucionales.
Estudio 1. Boston: en esta ciudad el programa tuvo la tasa de
recompensa/sanción más balanceada, con relación a las conductas contingentes y
de logro de metas de los jóvenes que participaron en el programa. La aplicación
en general del programa mantuvo todos los componentes y fue el tratamiento que
más se apegó a lo planeado en un inicio. Después de un periodo de seguimiento de
12 meses el autor informó que los resultados de la reincidencia general fueron más
bajos para el grupo tratado que para el grupo control (40% versus 50%) sin
significancia estadística. En la reincidencia seria se obtuvieron resultados también
a favor del grupo tratado (20% reincidencia para grupo tratado y 60% grupo
control; p= .079).
242
Estudio 2. Detroit: En este estudio el programa tuvo una tasa de
recompensa/sanción desbalanceada, con relación a las conductas contingentes y el
logro de metas de los jóvenes en el grupo tratado. La aplicación del programa
cumplió con los elementos planeados desde el inicio de la investigación. Después
de un periodo de seguimiento de 36 meses, la reincidencia general fue mayor en el
grupo tratado que en el grupo control (64.71% versus 28.57%). En la reincidencia
seria ocurrió algo similar con valores de 41.18% y 14.19% respectivamente.
Estudio 3. Memphis. En general, en esta ciudad la aplicación del programa
reflejó una tasa baja de recompensa/sanción de conductas contingentes y de logro
de metas de los jóvenes que participaron en el programa. La manera en que se
desarrolló el tratamiento no se ajustó del todo a lo planeado, por lo cual el autor
calificó el nivel de aplicación como medio. Después de un periodo de seguimiento
de 24 meses la reincidencia general registrada fue más baja en el grupo tratado
comparada con el control (40% versus 71.43%). El porcentaje de reincidencia
seria fue similar en los dos grupos (40% versus 42.86%).
Estudio 4. Newark: en esta ciudad el programa tuvo una tasa pobre en
cuanto a recompensa/sanción de conductas contingentes o logro de metas de los
jóvenes que participaron en el programa. La manera en que se aplicó el programa
difirió mucho de lo planeado, de tal forma que el autor calificó el nivel de
aplicación como pobre o bajo. Después de un periodo de seguimiento de 24
meses, la reincidencia general fue más baja para el grupo tratado que para el de
comparación (53.33% versus 75%) sin alcanzar diferencias significativas. En la
reincidencia seria ocurrió algo similar (33.3% versus 50%).
En el estudio de Ford (1974) participaron adolescentes mujeres que
presentaban explosiones de conducta agresiva, episodios de ira, hiperactividad,
impulsividad e irritabilidad. Las jóvenes que participaron recibieron 300 mg. de
un medicamento anticonvulsivo (Dilantina). Las jóvenes fueron asignadas
aleatoriamente al grupo experimental y al grupo control. El personal de la
institución estuvo ciego al procedimiento.
En este estudio no se evaluó ningún tipo de reincidencia. En las medidas
psicológicas de ajuste, tanto global como por subcategorías (emocionales,
243
interpersonales, educativas y cognoscitivas), los datos muestran un efecto positivo
y a favor del grupo tratado comparado con el control.
En los resultados psicológicos institucionales también se observó un efecto
positivo y a favor del grupo tratado.
Friedman y Friedman (1970) informaron de dos estudios en su
investigación. El primero correspondió a la aplicación de una terapia familiar no
conductual en el grupo tratado; y el segundo consistió en una asesoría grupal
intensiva. Los participantes tuvieron un historial delictivo con una media de
arrestos previos de 5,6.
Estudio 1. Terapia Familiar No Conductual. Algunos de los jóvenes que
participaron en este estudio fueron asignados de forma aleatoria a las condiciones
de tratamiento y control. Además, los autores utilizaron un procedimiento de co-
varianza estadística para igualar los grupos.
El tratamiento incluyó apoyo y asesoría a la familia en momentos de crisis,
asistencia para el logro de metas realistas, trabajo cooperativo para superar
sentimientos de dolor y hostilidad entre sus miembros, ayuda para entender y
resolver los sentimientos de unos para con otros.
Después de un seguimiento de 33 meses la media de reincidencia general
fue menor para el grupo tratado (6.8) que para el grupo control (8.6) sin alcanzar
diferencias significativas.
En la reincidencia seria se utilizó una medida en la que se combinaba el tipo
de delitos cometidos (violentos y no violentos), la frecuencia en la comisión de
delitos y el tiempo de institucionalización que pudo estar cada joven durante el
seguimiento, de tal forma que a mayor calificación obtenida menor grado de
conducta delictiva. En este estudio el grupo control obtuvo resultados más
favorables que el grupo tratado sin alcanzar la significancia estadística (166.2
versus 169.2).
En los resultados de ajuste psicológico emocional e interpersonal los datos
favorecieron al grupo control. No se informó de resultados institucionales.
Estudio 2. Tratamiento Cognitivo: Asesoría grupal intensiva para el Grupo
de Pares. Los grupos fueron asignados de forma aleatoria. El programa de
tratamiento fue cognoscitivo y dio especial importancia a los grupos de pares, con
244
énfasis en la confrontación directa sobre los valores e historiales delictivos, los
hábitos nocturnos, las actitudes antisociales y los conflictos relacionados con la
inestabilidad laboral. Después de un seguimiento de 33 meses la media de
reincidencia general fue más baja en el grupo tratado (6.8) que en el grupo control
(8.6) sin alcanzar diferencias significativas.
Los resultados de la medida de reincidencia seria fueron favorables para el
grupo tratado con respecto al control, aunque sin alcanzar significancia estadística
(183.4 versus 169.2).
En los resultados de ajuste psicológico emocional e interpersonal, los datos
favorecieron al grupo control. No se informó de resultados institucionales.
En el estudio de Gordon (1997) participaron jóvenes que habían cometido
delitos contra las personas y que tenían un promedio de 2.82 arrestos previos. En
esta investigación se usó un diseño longitudinal de dos grupos. Aunque no hubo
asignación aleatoria de los jóvenes a los grupos, se realizó un procedimiento de
equivalencia post hoc que mostró alta similitud entre ellos.
En este estudio se aplicó un tratamiento cognitivo-conductual, cuyo
propósito fue cambiar las actitudes y conductas antisociales en los jóvenes, por
prosociales. El programa se enfocó en la terapia cognitiva, la modificación de
conducta, la terapia de realidad y la intervención familiar. Después de un
seguimiento de 24 meses el grupo tratado registró menor porcentaje de
reincidencia general y seria que el grupo control (33.65% versus 44.69%,
p=0.059; y 33.65% versus 44.69%, respectivamente).
El estudio de Guerra y Slaby (1990) incluyó jóvenes institucionalizados por
la comisión de uno o más actos delictivos violentos, que fueron asignados de
forma aleatoria (balanceados por género) a uno de tres grupos: un grupo de
tratamiento, un grupo de atención y un grupo control. Sólo fue posible analizar las
medidas de resultados de reincidencia general.
Estudio 1. Se aplicó un Programa de Entrenamiento en Mediación
Cognoscitiva (Cognitive Mediation Training Programme –CMT-) al grupo
tratado. El programa se enfocó en mejorar los déficits de de habilidades en
solución de problemas sociales y en la modificación de creencias que apoyan el
uso de la agresión. Después de un seguimiento de 24 meses, el grupo tratado tuvo
245
un menor porcentaje de reincidencia que el grupo control (34.48% versus 45.83%,
sin alcanzar significancia estadística).
Estudio 2. Este estudio corresponde a la comparación entre dos grupos
controles. El primero consistió en un grupo de atención donde se aplicó un
tratamiento que tuvo énfasis educativo. El grupo control no recibió tratamiento,
solo fue evaluado. Después de un seguimiento de 24 meses el grupo tratado tuvo
menor porcentaje de reincidencia que el grupo control (42.86% versus 45.83%,
sin alcanzar significancia estadística).
En la investigación de Ingram, Gerard, Quay y Levinson (1970) se aplicó un
programa conductual conformado por actividades atractivas para los participantes,
las cuales se cambiaban con frecuencia para evitar la rutina, así como para
impedir que los jóvenes anticiparan y manipularan el programa. También se
ofreció entrenamiento académico y vocacional. Se usaron técnicas conductuales
de reforzamiento y tiempo fuera. Las recompensas incluyeron puntos por
conducta positiva y por ganar competencias organizadas dentro de la institución.
Los autores del estudio describieron a los participantes como psicópatas con
largos historiales delictivos y una alta tasa de informes y transferencias
disciplinarias a instituciones de alta seguridad.
El diseño metodológico del estudio fue cuasi experimental. Los
participantes no fueron seleccionados de forma aleatoria, pero se compararon con
base en sus rasgos de psicopatía, raza, CI y tipo de delito cometido, sin
encontrarse diferencias significativas entre los grupos tratado y control antes de
iniciar el tratamiento.
En esta investigación solo se informó de resultados a nivel institucional, que
sugirieron un efecto positivo del tratamiento positivo a favor del grupo
experimental.
Jesness (1971) incluyó en su estudio a jóvenes que se encontraban
institucionalizados por la comisión de un delito y que tenían historiales delictivos
largos y graves. El autor clasificó a los participantes de acuerdo con su nivel de
riesgo para la delincuencia en: alto, medio y bajo. En esta revisión se han incluido
solo los jóvenes de la categoría de alto riesgo.
246
Los jóvenes fueron asignados aleatoriamente a los grupos experimental y
control. El tratamiento se aplicó con base en el tipo de personalidad de los
participantes, que fue clasificada en seis categorías. Cada uno de los seis subtipos
de personalidad fue ubicado en una unidad distinta dentro de la institución. Las
unidades estuvieron conformadas por los siguientes tipos de personalidad y
énfasis del tratamiento:
247
Estudio 2. Los jóvenes en el grupo tratado recibieron una intervención
cognitivo-conductual. Luego de un seguimiento de 12 meses la tasa de
reincidencia para el grupo experimental fue significativamente más baja que para
el grupo de comparación (32.41% versus 41.68%; p < .01).
Kawaguchi (1975) evaluó un programa de tratamiento en el que participaron
jóvenes que habían cometido delitos violentos. Los participantes tuvieron
historiales delictivos previos y arrestos por delitos contra las personas (todos los
jóvenes tuvieron 3 o más arrestos previos).
Este estudio utilizó un diseño de grupo control no equivalente. Sin embargo,
para el análisis de datos, se consideraron las diferencias entre los grupos. Tanto el
grupo experimental como el de comparación recibieron un programa de
entrenamiento vocacional y académico. La principal diferencia entre los grupos
fue que el tratado contó con un elemento adicional, la participación de una
compañía privada de desarrollo económico (Teledyne Economic Development
Company –TED-). El programa experimental permitió mayor flexibilidad y
preparación del personal encargado de aplicarlo, y enfatizó la preparación de los
jóvenes para su reingreso a la comunidad.
Después de un periodo de seguimiento de 12 meses el porcentaje de
reincidencia general del grupo tratado fue mayor que el del grupo control (38.1%
versus 35.15%, sin alcanzar significancia estadística).
Con relación a la reincidencia seria, ésta fue ligeramente menor en el grupo
tratado comparado con el control (11.22% versus 12.76%, sin significancia
estadística).
Moody (1997) evaluó la aplicación de un tratamiento cognitivo-conductual
entre pares de jóvenes, que incluyó dilemas morales, grupos de discusión y
economía de fichas. Los participantes tuvieron historiales delictivos de arrestos
por asaltos y otros actos violentos. Aunque los jóvenes no fueron asignados
aleatoriamente a los grupos, el autor usó la prueba de chi cuadrado para evaluar
diferencias entre los participantes en el programa y quienes estaban en el grupo
control. Esta comparación no arrojó diferencias significativas. Después de un
periodo de seguimiento de 18 meses, el porcentaje de reincidencia general en los
dos grupos fue el mismo (50%).
248
Para este estudio no se contó con datos que permitieran analizar resultados
de reincidencia seria ni de variables psicológicas.
Las medidas institucionales de incidentes mostraron resultados a favor del
grupo tratado.
Randall (1973) estudió el efecto de un Programa de Entrenamiento
Vocacional (Proyecto Youth Incarcerated and/or Prison Preparing Early to Earn –
YIPPEE-). Todos los participantes habían sido arrestados y sentenciados por un
delito grave. Los cursos del proyecto estuvieron relacionados con oportunidades
laborarles existentes en las comunidades de origen de los participantes.
Cada joven del grupo experimental fue comparado con otro del grupo
control en su edad, habilidades de aprendizaje, su nivel educativo y las razones
para su institucionalización. La comparación de los grupos con base en las
pruebas t y chi cuadrada no mostraron diferencias significativas entre los grupos.
Después de un periodo de seguimiento de 12 meses, el porcentaje de reincidencia
para el grupo experimental fue el mismo que el del grupo control (58%).
En la reincidencia seria el porcentaje del grupo tratado fue menor que en el
grupo control (30% versus 38%; sin diferencia significativa).
Los datos informados en este estudio no permitieron analizar otras medidas
de resultados.
En el estudio de Robinson (1994) los participantes se encontraban
institucionalizados por la comisión de delitos graves y presentaban largos
historiales delictivos.
El estudio consistió en un cuasi-experimento, en el que se evaluó la
equivalencia de los grupos tratado y control en variables como: (1) la edad en la
que los jóvenes fueron institucionalizados; (2) la edad en que cometieron su
primer delito; (3) su nivel académico; (4) el coeficiente intelectual; (5) el número
de delitos serios previos; y (6) la gravedad de los delitos previos. La única
diferencia encontrada entre los grupos tratado y control fue el número de delitos
menores en su historial. El grupo control tuvo significativamente más delitos
menores previos que el grupo tratado.
El tratamiento aplicado al grupo experimental consistió de varios módulos
del Curriculum de un Programa de Razonamiento y Rehabilitación que incluyó
249
habilidades de solución de problemas, negociación, manejo de emociones,
pensamiento creativo, valores, razonamiento crítico y ejercicios cognoscitivos, en
discusiones grupales.
Después de seis meses, el porcentaje de reincidencia para el grupo tratado
fue más bajo que para el grupo control (39.73% versus 48.44%) sin alcanzar
significancia estadística.
Ross y McKay (1976) compararon cuatro grupos tratados con un grupo
control. Las participantes fueron delincuentes inmanejables con problemas de
conducta severos y crónicos. La naturaleza secuencial del proyecto no permitió la
asignación aleatoria de las jóvenes a los grupos, así que los autores usaron un
procedimiento de equivalencia para evaluar las diferencias entre las participantes
de los grupos tratados con el grupo control. Para este procedimiento se usaron
variables como la edad, el tiempo de institucionalización y el coeficiente
intelectual. No se encontraron diferencias entre los grupos. Cada comparación
entre un grupo tratado y el grupo control constituyó un estudio independiente. Los
cuatro estudios informaron de datos de reincidencia general. No hubo información
sobre otro tipo de medidas de resultados.
Estudio 1. El tratamiento consistió en un Programa de Modificación de
Conducta (economía de fichas) con etapas o niveles secuenciales a través de los
cuales cada participante podía avanzar hasta lograr su libertad. Después de un
periodo de seguimiento de 9 meses el porcentaje de reincidencia fue mayor para el
grupo tratado comparado con el grupo control (53.33% versus 33.33%, sin
alcanzar significancia estadística).
Estudio 2. El programa utilizado recompensó las acciones sociales positivas
específicas observadas en las participantes. Después de un seguimiento de 9
meses, el porcentaje de reincidencia fue mayor para el grupo tratado que para el
control (66.67% versus 33.33%, sin significancia estadística).
Estudio 3. Se utilizó un Programa de Modificación de Conducta junto con
un Programa de Terapia de Pares. Después de un seguimiento de 9 meses, el
porcentaje de reincidencia para el grupo tratado fue mayor que para el grupo
control (60% versus 33.33%, sin significancia estadística).
250
Estudio 4. Se aplicó un programa de terapia de pares en el que los
participantes recibieron entrenamiento en principios de reforzamiento y en
persuasión, para actuar como terapeutas de sus compañeras. Después de un
periodo de seguimiento de 9 meses, el porcentaje de reincidencia del grupo tratado
fue más bajo que para el grupo control (6.67% versus 33.33%; p= .097).
En la investigación de Schlichter y Horan (1981) se aplicó un Programa
Cognoscitivo de Inoculación de Estrés. Los jóvenes que participaron en esta
investigación habían sido enviados a una institución correccional por término
indefinido, tenían historias pre institucionales de agresión física o verbal, y graves
problemas para manejar la ira. La asignación de los participantes a las condiciones
de tratamiento y control fue aleatoria.
Los resultados indicaron que la intervención tuvo efectos positivos y a favor
del grupo tratado en las medidas de ajuste psicológico (interpersonal y
emocional). Las medidas de ajuste psicológico cognoscitivo e institucionales
fueron mejores para el grupo control. No se informó de datos relacionados con
reincidencia.
En el estudio de Seagram (1997) los participantes fueron reincidentes en la
comisión de delitos (85% de la muestra) o primo delincuentes que cometieron
delitos violentos - asalto agravado, robo, intento de homicidio, homicidio,
lesiones- (65% de la muestra). Los jóvenes con historias no violentas tendieron a
tener múltiples sentencias por delitos contra la propiedad acompañadas de
vandalismo y destrucción de la propiedad.
En esta investigación, los sujetos no fueron asignados de forma aleatoria a
las condiciones de tratamiento y control. Sin embargo, se utilizó un procedimiento
de evaluación de equivalencia de los grupos con base en las siguientes variables:
(1) la duración de la sentencia; (2) la seriedad del delito; (3) el nivel de
inteligencia; (4) las dificultades de aprendizaje; (5) el diagnóstico de déficit de
atención con hiperactividad; (6) las institucionalizaciones previas.
Seagram aplicó un programa cognitivo-conductual de Terapia Enfocada en
Soluciones. Los resultados señalan que el programa tuvo un efecto positivo y a
favor del grupo tratado en las medidas de ajuste psicológico (emocional,
251
cognoscitivo y educativo). Se obtuvo un resultado similar en las variables
psicológicas institucionales.
La investigación de Sowles y Gill (1970) incluyó a jóvenes hombres y
mujeres con un promedio de 5.6 y 3.4 arrestos previos en sus historiales delictivos
respectivamente. Los participantes fueron asignados de forma aleatoria a uno de
dos grupos de tratamiento (uno de asesoría individual y otro grupal). Para esta
revisión se han considerado cuatro estudios en función del tratamiento aplicado y
el género de los participantes. Los programas de intervención tuvieron como
objetivo el desarrollo de relaciones estables y aceptables con los pares y con el
personal de la institución. Durante la intervención se evaluaron las experiencias y
sentimientos individuales de los jóvenes que podrían haber contribuido a su
comportamiento delictivo, así como sus habilidades para hacer frente a los
sentimientos de frustración de manera aceptable.
Estudio 1. Se aplicó un programa de asesoría individual no- conductual
dirigido a jóvenes hombres. Después de un seguimiento de 120 meses, el
porcentaje de reincidencia de los grupos tratados y controles fue el mismo
(53.33%).
En la reincidencia seria el grupo tratado registró menor reincidencia general
que el grupo control (53.33% versus 60%, sin diferencia estadísticamente
significativa).
En general, en los resultados de ajuste psicológico e institucional el grupo
control obtuvo mejores resultados que el tratado.
Estudio 2. Se aplicó un programa de asesoría individual no- conductual
dirigido a jóvenes mujeres. Después de un seguimiento de 120 meses, el
porcentaje de reincidencia general del grupo tratado fue mayor que en el grupo
control (60% versus 20% sin alcanzar significancia estadística). El porcentaje de
reincidencia seria fue menor en el grupo tratado (10% versus 20%, sin
significancia estadística).
El ajuste psicológico mostró un resultado positivo a favor del grupo tratado
(tanto en lo referente a medidas emocionales como interpersonales). En las
medidas institucionales, el registro de incidentes fue el mismo para el grupo
tratado que para el control.
252
Estudio 3. Se aplicó un programa de asesoría grupal no- conductual dirigido
a jóvenes hombres. Después de un seguimiento de 120 meses, el porcentaje de
reincidencia del grupo tratado fue mayor que en el grupo control (60% versus
53.33% sin alcanzar significancia estadística). Por el contrario, se registró menor
porcentaje de reincidencia seria en el grupo tratado que en el control (20% versus
60%; p = 0.031).
En los resultados de ajuste psicológico, como categoría global, los
resultados favorecieron al grupo tratado. De forma específica, en la categoría de
ajuste emocional este resultado fue favorable para quienes recibieron el
tratamiento. Sin embargo, en la categoría de ajuste interpersonal los resultados
fueron mejores para el grupo control.
En las medidas institucionales hubo un mayor número de incidentes en el
grupo tratado que en el control.
Estudio 4. Se aplicó un programa de asesoría grupal no- conductual dirigido
a jóvenes mujeres. Después de un seguimiento de 120 meses, el porcentaje de
reincidencia del grupo tratado fue mayor que en el grupo control (60% versus
20% sin alcanzar significancia estadística). Por el contrario, se registró menor
porcentaje de reincidencia seria en el grupo tratado que en el control (10% versus
20%; sin alcanzar diferencia significativa).
En las medidas de ajuste psicológico, en general, los resultados favorecieron
al grupo control. En los resultados de ajuste emocional los datos muestran un
mayor efecto positivo en el grupo tratado con respecto al control. En las medidas
de ajuste interpersonal los resultados favorecieron al grupo control.
Por último, las medidas institucionales mostraron menores incidentes en los
jóvenes del grupo tratado que en el control.
La investigación de Tupker y Pointer (1975) incluyó jóvenes que tenían
amplios historiales delictivos (media de 3.6 arrestos previos para el grupo tratado
y 3.9 para el grupo control), y en algunos casos que habían cometido delitos serios
(por ejemplo, allanamiento de morada, robo, asalto y lesiones).
La asignación de los jóvenes a cada grupo fue al azar. Además se usó un
procedimiento de balanceo con base en las siguientes variables: (1) edad; (2) raza;
253
(3) reincidencia; (4) lugar de procedencia; (5) situación parental; y (6) medida de
inteligencia.
En este estudio se utilizó un sistema de diagnóstico y clasificación, con base
en el cual se aplicaba un tratamiento diferencial acorde con las características de
los sujetos. Se utilizaron tres categorías de clasificación que correspondieron con
tres estudios independientes.
Los resultados informados no incluyen medidas de reincidencia.
Estudio 1. Inadecuados - Inmaduros (BC-1). Se empleó un tratamiento no
conductual de Entrenamiento de Habilidades para las Relaciones Interpersonales.
La atmósfera del programa promovió el apoyo mutuo. La intervención tuvo un
enfoque individual, aunque también se contó con actividades sociales planeadas y
supervisadas por el personal de la institución. Además, se emplearon programas
educativos de lectura remedial.
Los resultados en este estudio indican la influencia positiva del tratamiento
a favor del grupo tratado en las medidas de ajuste psicológico (emocional e
interpersonal). Sin embargo, en el ajuste educativo los datos favorecen el grupo
control.
En los resultados institucionales también se observa una ligera influencia
positiva del tratamiento.
Estudio 2. No socializados - Psicóticos (Bc-3). Se aplicó un programa
conductual bien estructurado, con límites bien definidos para los participantes y
con especial énfasis en identificar y controlar sus posibles intentos de
manipulación. También se utilizó un sistema de retroalimentación en el que los
jóvenes ganaban puntos por su buen desempeño en las clases y por conductas
positivas (por ejemplo, obedecer las reglas del salón y terminar actividades
asignadas en el tiempo reglamentario). A su vez, los puntos ganados permitían el
acceso a privilegios. El programa dio la posibilidad de recibir asesoría individual
y de tomar parte en actividades recreativas.
Los resultados de la evaluación del programa indicaron efectos positivos en
el grupo tratado, comparado con el control, en todas las categorías de ajuste
psicológico (emocional, interpersonal y educativo). Asimismo, se encontró
influencia positiva a favor del grupo tratado en las medidas institucionales.
254
Estudio 3. Socializados Subculturales (BC-4). En este estudio se empleó la
terapia de la realidad de Glasser. Uno de los fundamentos de esta intervención fue
fortalecer la relación del terapeuta con los jóvenes, y debilitar la relación de éstos
con sus pares. Se realizaron reuniones de grupos pequeños, con énfasis en el
concepto de participación en la planeación del propio programa individual de
rehabilitación de cada joven. Además, se empleó la terapia familiar.
Los resultados en este estudio indican la influencia positiva del tratamiento,
a favor del grupo tratado en las medidas de ajuste psicológico (emocional e
interpersonal). Sin embargo, los resultados de ajuste educativo favorecieron el
grupo control.
En los resultados institucionales también se observa un mejor desempeño
del grupo control.
255
En la Tabla 9 se describen los resultados del análisis “de quienes
terminaron” el programa. La Figura 1 muestra un forest plot con la distribución de
los TEs de cada uno de los estudios que informó de reincidencia general.
256
6.3.4. Análisis de heterogeneidad
En el caso de quienes completaron el programa, la prueba Q de
heterogeneidad fue estadísticamente significativa [Q(30) = 48.435, p = .018], el
índice I2 indicó un porcentaje importante de heterogeneidad (38.1%). Estos
resultados implican que la efectividad de los tratamientos aplicados fue
heterogénea y, en consecuencia, se debe analizar la influencia de variables
moderadoras sobre los efectos estimados (Tabla 9).
- Tipo de Tratamiento
Una de las variables moderadoras más relevantes desde el punto de vista
conceptual para explicar la heterogeneidad del efecto estimado fue el tipo de
tratamiento aplicado en los grupos experimentales. La Tabla 12 presenta los
resultados del análisis de esta variable moderadora y su relación con el TE. La
comparación de las cinco categorías de tratamiento incluidas en esta revisión no
mostró un resultado estadísticamente significativo [QB(4) = 5.393, p = .249] y con
un porcentaje de varianza bajo, del 3.4%. Con estos datos no se puede decir que
algún tratamiento sea mejor que otro, aunque la ausencia de significación
257
estadística puede deberse a que cada categoría de tratamiento tiene un número
pequeño de estudios.
Además, con excepción de la categoría de tratamiento cognitivo-conductual,
las cuatro categorías restantes obtuvieron intervalos de confianza cuyos valores
incluyeron el efecto nulo. Con lo anterior, no hay evidencia a favor de la
efectividad de los diferentes tipos de intervención aplicados con delincuentes
juveniles serios, en términos de reincidencia general. Sin embargo, aunque en un
sentido estricto los hallazgos no muestran efectividad diferencial de las categorías
de tratamiento, se encuentra una tendencia a efectos positivos en el caso de los
tratamientos cognitivo-conductuales (con un intervalo significativo).
- Tipo de Enfoque
Como se muestra en la Tabla 13, no hubo diferencias significativas entre los
TEs en función del tipo de enfoque del programa [QB(3) = 4.057, p = .255]. Sin
embargo, de las cuatro categorías analizadas, sólo los programas multi-enfocados
presentaron un TE medio significativo (or+ = 1.798, con intervalo de confianza
1.096 y 2.950) y valor r = .175. Este resultado se debe tomar con precaución
debido a que en la categoría de programas multi-enfocados sólo hubo datos de dos
estudios. La proporción de varianza explicada por esta variable fue casi nula (2 =
.014).
- Edad
No se encontró una relación estadísticamente significativa entre la edad de
los participantes en los estudios y el TE, según el resultado de la prueba QR (p =
258
.308), tal como se muestra en la Tabla 15. Además, el porcentaje de varianza
explicada es pequeño (3.4%).
- Género
El ANOVA aplicado sobre la variable moderadora de género arrojó un
resultado marginalmente significativo, según se desprende del resultado de la
prueba QB (p = .059), lo que indica que los resultados de eficacia de los
tratamientos, en términos de reincidencia, son diferentes dependiendo de que la
muestra de jóvenes esté formada sólo por mujeres, sólo por varones o que sea una
combinación de ambos sexos.
No obstante, el porcentaje de varianza explicada no es muy alto, situándose
en el 4%. Los estudios con jóvenes de sexo femenino obtuvieron un TE contrario
al tratamiento (or+ = 0.579), aunque no estadísticamente significativo, por lo que
se puede afirmar que los tratamientos no fueron efectivos cuando se aplicaron a
muestras de chicas. Cuando las muestras estuvieron formadas sólo por chicos los
tratamientos alcanzaron un TE positivo (or+ = 1.332) y estadísticamente
significativo, mientras que cuando las muestras estuvieron formadas por una
combinación de ambos sexos, aunque el tamaño del efecto medio fue favorable al
tratamiento (or+ = 1.334), éste no alcanzó la significación estadística (aunque ello
puede deberse al escaso número de estudios incluidos en esta categoría -sólo dos
estudios-). Los datos del análisis de la variable género se muestran en la Tabla 16.
- Tipo de participantes
La variable moderadora de tipo de participantes tampoco mostró diferencias
significativas en sus tres categorías (crónicos, violentos y mixtos) con relación a la
efectividad del tratamiento [QB(2) = 3.038, p = .219], y con una proporción de
varianza explicada casi nula (2 = .022). No obstante, la categoría de jóvenes
crónicos y violentos obtuvo una media de TE significativa (r = .092; or+ = 1.355,
con intervalo de confianza 1.086 y 1.691) (Tabla 17).
259
6.3.6.3. Variables de la metodología
260
Como se describe en la Tabla 19, los datos no mostraron diferencias
significativas entre las diferentes condiciones de los grupos control [QB(2) =
0.235, p = .889), con un porcentaje de varianza explicada bajo, del 6.5%.
- Mortalidad experimental
Para complementar el análisis de “intención de tratamiento” presentado
antes, se realizó un análisis adicional de regresión simple, asumiendo un modelo
de efectos mixtos para evaluar la relación entre el TE y tres variables moderadoras
de mortalidad: (1) mortalidad en los grupos tratados (AT), (b) mortalidad en los
grupos controles (AC), y (c) mortalidad diferencial entre los grupos tratados y los
controles (ADif = AT - AC). En este análisis, los datos resultantes con valores
positivos para ADif representan un nivel de mortalidad mayor en los grupos
tratados que en los controles y viceversa.
Los resultados que se muestran en la Tabla 20 indican que ninguna de las
variables de mortalidad experimental: en los grupos tratados (p = .997), en los
grupos controles (p = .698), ni en la mortalidad diferencial entre ambos grupos (p
=.607) presentan una relación significativa con los TEs. Por lo tanto, la mortalidad
no representa un sesgo significativo para los resultados.
261
tratamiento (or+ = 1.488; intervalo de confianza: 1.200 y 1.845; r = .119) (ver
Tabla 21 y Figura 2). Además, los TEs fueron homogéneos alrededor de la media
de odds ratio [Q(15) = 15.002, p = .451]. La varianza entre estudios fue 0 (así
como el Índice I2); de tal forma que se utilizó el modelo estadístico de efectos
fijos. Con estos resultados se puede decir que las intervenciones redujeron la
reincidencia seria de los jóvenes con carreras delictivas serias.
262
Se realizaron cuatro meta-análisis correspondientes con las medidas de
ajuste global o general, emocional, interpersonal y educativo. En la categoría de
ajuste cognoscitivo no fue posible hacer un meta-análisis dado que sólo hubo tres
estudios independientes que presentaran datos de esta medida. Los TEs se
analizaron en términos de la diferencia media tipificada (d) y con base en el
modelo estadístico de efectos aleatorios.
Los meta-análisis se realizaron únicamente con los datos de “quienes
terminaron” la intervención, puesto que eran los únicos disponibles en los
estudios. Así, no se analizó esta medida de resultado para quienes iniciaron el
tratamiento y no lo terminaron (que para el caso de reincidencia tomamos como
“intención de tratamiento”).
Como se describe en la Tabla 22, los resultados de los análisis de medidas
psicológicas sugieren que no hubo mejoras relevantes en los participantes
provocadas por los programas. Al conjuntar todas las categorías de ajuste en uno
global se obtuvo d = .0177, con intervalo de confianza no significativo que
incluye el efecto nulo (-0.185 a 0.229).
Las medidas de la categoría de ajuste emocional presentaron el TE más alto
de las tres categorías de ajuste psicológico analizadas (d =.104), aunque su
intervalo de confianza tampoco fue significativo (-0.169 a 0.377) (Figura 3).
En el meta-análisis de las medidas de ajuste interpersonal se obtuvo d =
.0602 (intervalo de confianza -0.171 a 0.292), que resultó muy bajo y no
estadísticamente significativo.
El ajuste educativo tampoco mostró efecto de los programas (d = .0004) con
intervalo de confianza -0.221 a 0.222.
263
esta variable fue nula. Los resultados para esta variable moderadora se muestran
en la Tabla 23.
- Tipo de Tratamiento
En principio el tipo de tratamiento se clasificó en cinco categorías: (1)
Cognitivo; (2) Cognitivo-Conductual; (3) Conductual; (4) Medicamento; y (5) No
conductual. Sin embargo, el bajo número de estudios por categoría no permitió
realizar ningún análisis, así que esta variable fue reorganizada, agrupando los
tipos de tratamiento en sólo dos condiciones: (1) no conductuales y (2) cognitivo-
conductuales. El estudio de tratamiento médico, alcanzó un TE alto (d = .55) que
sugiere resultados esperanzadores, sin embargo, por ser sólo un estudio en esta
categoría, fue eliminado del análisis de variables moderadoras.
Como se puede observar en la Tabla 24, los datos no mostraron diferencias
significativas entre los dos tipos de tratamiento analizados [QB (1) = .121, p =
.729). Los TEs muestran un mayor efecto de los programas cognitivo-
conductuales (d = .142) que de los no conductuales (d = .032). Sin embargo los
intervalos de confianza denotan efectos no significativos en las dos categorías de
tratamiento con relación al ajuste psicológico emocional. Aunque no hay
diferencias significativas entre los dos tipos de programas, los resultados sugieren
264
una cierta tendencia favorable a los cognitivo-conductuales frente a los no
conductuales. La proporción de varianza explicada por esta variable fue baja (2
=.088).
- Tipo de enfoque
Para este análisis se eliminó un estudio de enfoque familiar dado que fue el
único que empleó esta categoría. En general, no se obtuvieron diferencias
significativas entre los tres tipos de enfoques de tratamiento (individual, grupal y
multi-enfocado) [QB(2) = 2.412, p = .299]. Sin embargo, los programas con
enfoque individual registraron un intervalo significativo [d = .369; intervalo 0.070
a 0.669], a diferencia de las categorías grupal y multi-enfocado cuyos intervalos
incluyeron el efecto nulo, como se puede observar en la Tabla 25.
La proporción de varianza explicada por esta variable fue baja (2 = .039).
- Edad
La pendiente de regresión no estandarizada mostró un resultado negativo (Bj
= -.162) aunque sin significancia estadística (QR = 1.259, p = .262) (Tabla 27).
Con estos datos la edad no parece relacionarse con el TE.
- Género
Como se puede observar en la Tabla 28, los datos no mostraron diferencias
significativas entre hombres y mujeres [QB(1) = 1.097, p = .295). Los TEs
265
muestran un mayor efecto de los programas cuando son aplicados a mujeres (d =
.457) que al dirigirse a hombres (d = .043). Sin embargo, los intervalos de
confianza denotan efectos no significativos en las dos categorías de género con
relación al ajuste psicológico emocional. Aunque no hay diferencias significativas
entre los programas aplicados a hombres y mujeres, los resultados sugieren una
cierta tendencia favorable a éstas últimas. La proporción de varianza explicada
por esta variable fue 2 = .008.
- Tipo de participantes
Se encontraron diferencias significativas del TE en función del tipo de
participantes (violentos, crónicos y mixtos) [QB(2) = 8.277, p = .016]. La
categoría de violentos obtuvo el TE más alto y con significación estadística [d =
.684; intervalo 0.181 a 1.187], a diferencia de los crónicos y mixtos que
presentaron TEs más bajos (incluso los mixtos obtuvieron un TE negativo) y con
intervalos de confianza que incluyeron el efecto nulo. La proporción de varianza
explicada por esta variable fue alta (2 = .330). Estos resultados se describen en la
Tabla 29.
- Tipo de diseño
Como se muestra en la Tabla 30, no se obtuvieron diferencias significativas
entre los trabajos experimentales y cuasi-experimentales [QB(1) = 0.091, p =
.762]. Se registró un mayor TE para los estudios experimentales (d = .134) que
para los cuasi-experimentales (d = .023), pero con intervalos de confianza no
significativos. El porcentaje de varianza explicado por esta variable fue bajo (2 =
.08).
266
20.326, p < .001). Los TEs fueron mayores cuando el grupo control consistió en
rutina institucional de la cual se desconocen procedimientos específicos (d =
.439), siendo además la única categoría que obtuvo un intervalo de confianza
significativo. Los grupos controles con énfasis educativo presentaron un TE
negativo (d = -.504). Los grupos controles con rutina institucional de comunidad
terapéutica mostraron un TE positivo (d = .113), pero con un intervalo de
confianza no significativo. La proporción de varianza explicada por esta variable
fue 2 = .47. Los resultados del análisis de esta variable deben tomarse con
precaución puesto que no hubo una clara definición de las condiciones de los
grupos controles, se desconocen detalles del tipo de intervención que pudieron
recibir.
267
6.6.4. Análisis de variables moderadoras
- Tipo de tratamiento
Como ocurrió en el ajuste psicológico, aquí también, en la clasificación
original de los tipos de tratamiento hubo un amplio número de categorías para un
reducido número de estudios (de tal forma que una categoría podía estar
representada en los análisis por un solo estudio). Para realizar el análisis de esta
variable se reagruparon los tipos de tratamiento en sólo dos categorías: (1) no
conductual y (2) cognitivo-conductual. También se ha eliminado la categoría de
medicamento, puesto que sólo un estudio utilizó este tipo de intervención.
Los datos que se muestran en la Tabla 34 indican que se alcanzaron
diferencias significativas entre los dos tipos de tratamiento [QB(1) = 4.785, p =
.029]. Además, el TE alcanzado por los programas cognitivo-conductuales indica
un efecto medio significativo sobre las medidas psicológicas institucionales de los
jóvenes que participaron en los programas (d = .461; intervalo de confianza 0.083
a 0.838) y donde el resultado de la prueba de heterogeneidad fue significativo (Q
= 10.360, p = .017). Los programas no conductuales no tuvieron efectos
significativos y su tamaño del efecto indica una tendencia contraria a la esperada
por los programas (d = -.080; intervalo de confianza -0.383 a 0.223). El 23% de la
varianza fue explicada por el tipo de tratamiento (2 = .232).
- Tipo de enfoque
Los datos no muestran diferencias significativas entre los diferentes tipos de
enfoque del tratamiento [QB(2) = 1.998, p = .368]. Sin embargo, los programas
con énfasis individual, denotan un efecto significativo en las medidas psicológicas
institucionales, con intervalo de confianza significativo (d = .434; intervalo 0.013
a 0.856). Con los programas con énfasis grupal y multi-enfocados se obtuvieron
intervalos de confianza que incluyeron el efecto nulo. La varianza explicada por
esta variable es casi nula (2 = .00015). Estos datos están descritos en la Tabla 35.
268
- Duración del tratamiento
Para este análisis se eliminó el estudio de Kawaguchi porque no contenía
datos del tiempo de duración del tratamiento. Con los trece estudios que
informaron de datos sobre esta variable, la pendiente de regresión no
estandarizada que se obtuvo mostró un resultado no significativo (Bj = .014; QR =
.057, p = .812). Con estos datos la duración de los programas de intervención no
parece relacionarse con el TE (Tabla 36).
- Edad
Para esta variable, la pendiente de regresión no estandarizada mostró un
resultado negativo (Bj = -.091) aunque sin significación estadística (QR= .754, p =
.385), tal como se describe en la Tabla 37. Con estos datos la edad de los
participantes no parece relacionarse con el TE.
- Género
Como se puede observar en la Tabla 38, los datos mostraron diferencias
significativas entre hombres y mujeres [QB(1) = 4.580, p =.032). Los TEs
muestran un mayor efecto de los programas cuando son aplicados a mujeres (d =
1.050) con un intervalo de confianza significativo, que al dirigirse a hombres (d
=.130) con intervalo no significativo. La proporción de varianza explicada por
esta variable fue 2 = .222.
- Tipo de participantes
Aunque los datos no apoyan una diferencia significativa entre los tres tipos
de participantes [QB(2) = 5.035, p = .081], están próximos a la significación
estadística. Los estudios cuyos participantes cumplieron los criterios para la
categoría de violentos mostraron un TE positivo, superior y significativo (d =
.624, con intervalo 0.164 a 1.084), que sugiere un mayor efecto sobre esta
población comparada con los crónicos y los mixtos que obtuvieron TEs negativos
(d = -.113 y d = -.066, respectivamente) e intervalos de confianza no significativos
269
[(-0.718 a 0.492) y (-0.654 a 0.522), respectivamente]. El porcentaje de varianza
explicado por esta variable fue 17.3%. Estos datos se describen en la Tabla 39.
- Tipo de diseño
Aunque los datos no apoyan una diferencia significativa [QB(2) = 2.188, p =
.139] entre los efectos de los estudios experimentales y cuasi-experimentales en
las medidas psicológicas institucionales, las investigaciones cuasi-experimentales
mostraron efectos positivos y significativos (d = .564, con intervalo de confianza
0.031 a 1.098), comparados con un TE más bajo (d = .071) y un intervalo de
confianza no significativo (-0.308 a 0.450) de los estudios experimentales (Tabla
40). La proporción de varianza explicada por esta variable fue de 7.9%.
270
CAPÍTULO 7
DISCUSIÓN
271
relacionadas con ella. Además, la búsqueda contempló diferentes idiomas
(alemán, castellano, francés, inglés, italiano y portugués).
El primer hallazgo de esta investigación es que, si bien existen trabajos
publicados y no publicados sobre el tema de esta revisión, no se dispone de un
gran número de ellos. A pesar de los esfuerzos por incluir el mayor número
posible de estudios que cumplieran con los criterios de esta revisión, sólo se
encontraron 23. Además, todos los estudios estuvieron escritos en inglés y la
mayoría fueron realizados en Estados Unidos.
Estos resultados son congruentes con otros estudios en los que también se
reconoce la escasa disponibilidad de trabajos en este tema (Agge, 1986; Lipsey,
1999; Lipsey y Wilson, 1998). De hecho, en esta revisión el número de estudios
fue aún menor que en otras investigaciones previas, en particular debido a dos
criterios de inclusión: las características específicas de jóvenes que hubieran
cometido delitos graves y/o que tuvieran historiales delictivos crónicos; y que se
encontraran institucionalizados en el momento de la aplicación del programa
evaluado. Si no se hubiera delimitado el tipo de jóvenes que participaron en la
intervención o que ésta se llevara a cabo durante un periodo de
institucionalización, el número de estudios hubiera sido mayor, pero se hubiera
perdido la especificidad del tipo de participantes y del contexto que resulta
esencial para el objetivo de la evaluación de efectividad de los programas.
A diferencia de investigaciones como las de Lipsey (1999) y Lipsey y
Wilson (1998), que también evaluaron programas dirigidos a jóvenes
institucionalizados que presentaban patrones delictivos serios, en este trabajo se
encontraron menos estudios que cumplieran con los criterios de inclusión. La
razón para lo anterior es que en la presente investigación se consideró la condición
de que los jóvenes hubieran estado privados de su libertad durante al menos la
mitad del tiempo que durara el programa de intervención evaluado (sólo así se les
consideraba institucionalizados), mientras que en los estudios de Lipsey el criterio
de institucionalización fue más flexible. En el meta-análisis de Lipsey se
incluyeron regímenes menos estrictos en los que los participantes podían tener
contacto frecuente con la comunidad a través de hogares sustitutos, detención
periódica, hogares comunitarios, etc. (en inglés: foster care, foster home, group
272
home, periodical detention, achievement place). Éste fue el caso en estudios como
los de Auerbach (1978), Cosby (1980), Kirigin, Braukmann, Atwater y Worl
(1982), Markland (1979), entre otros.
El número reducido de estudios que cumplieron los criterios de inclusión
para esta revisión tiene varias explicaciones. Por un lado, la limitada descripción y
clasificación de los participantes en las investigaciones que evalúan la
intervención correccional, así como la baja proporción de jóvenes dentro de los
sistemas de justicia que cumplen con los criterios de un patrón delictivo crónico
y/o violento explican el reducido número de estudios con esta población. Por otro
lado, la escasez o inexistencia de estudios realizados con alto rigor metodológico,
provenientes de diferentes culturas e idiomas, así como las dificultades
metodológicas asociadas con el déficit de diseño con grupos controles,
contribuyen al número tan bajo de estudios que cumplen los criterios de inclusión
en esta revisión. Por último, el clima de escepticismo con relación a la
probabilidad de éxito de intervenciones que persiguen la reducción de la
reincidencia delictiva en jóvenes con carreras delictivas serias, también limita el
número de estudios en los que se evalúa la efectividad de intervenciones dirigidas
a esta población.
273
7.1.2. Número reducido de jóvenes con patrón delictivo crónico y
violento
Entre las razones para encontrar un número tan pequeño de estudios está el
hecho de que la cantidad de jóvenes que han cometido delitos graves y/o que
tienen largos historiales es reducido por sí mismo respecto a la población total de
delincuentes (Farrington, 2005; Moffitt, 1993; Snyder, 1998; Thornberry y Khron,
2003; Wiebush et al., 1995), tal como se explicó en el capítulo dos de esta
investigación. Esto dificulta la consecución de muestras y posteriormente la
asignación a grupos tratados y de control.
274
Tal como lo han explicado autores como Agge (1986), el tratamiento
institucional para jóvenes violentos es conocido por su rareza. La mayoría de estos
jóvenes ha pasado de una institución a otra hasta terminar en un escenario
correccional adulto donde usualmente no terminan un tratamiento. La
racionalización de algunos profesionales encargados de la aplicación de los
programas es que la mayoría de estos jóvenes tienen ‘desórdenes de carácter’ que
les impiden adaptarse o responder al tratamiento.
De hecho, en algunos programas se excluye de forma explícita a los jóvenes
con patrones delictivos serios (por ejemplo, Kirigin et al., 1982).
275
En conclusión, respecto al primer objetivo de la presente investigación, son
pocos los estudios de evaluación de la efectividad de la intervención correccional
institucional en poblaciones de jóvenes que han cometido delitos violentos y que
tienen carreras delictivas crónicas. Son escasos los estudios sobre este tema que
permiten comparar los resultados de grupos de tratamiento con controles, y que
proveen medidas de reincidencia y de factores psicológicos relacionados con ésta.
Bajo estas circunstancias las posibilidades de generalización de los resultados y
conclusiones de la investigación en esta área del conocimiento, son limitadas.
Con base en la situación expuesta, se sugiere incrementar la realización de
estudios cuasi-experimentales y experimentales de aplicación y evaluación de
programas con la finalidad de reducir la reincidencia de jóvenes vinculados a
carreras delictivas serias, que informen de forma suficiente sobre los participantes
en el estudio, la intervención evaluada y su efecto en diferentes medidas de
resultados.
Además, los resultados llaman la atención sobre la necesidad de fomentar y
realizar mayores esfuerzos para investigar sobre este tema en países con otra
cultura e idioma. Esto podrá promover prácticas y políticas basadas en evidencia
científica, válidas en diferentes contextos.
En este sentido, se sugiere la realización de meta-análisis y revisiones
sistemáticas con estudios hispanoamericanos. Sin embargo, esto requerirá primero
de un incremento importante de estudios que cumplan con el suficiente rigor
metodológico para ser incluidos, y su difusión a través de bases de datos que
permitan su ubicación por parte de la comunidad académica y de los interesados
en políticas públicas relacionadas con el tema.
276
de esta revisión sistemática, y otro para la codificación
de los estudios elegidos.
Se construyeron estos dos formatos y a partir de ellos se realizó el registro
de información de las características de los estudios incluidos en la revisión y de
sus medidas de resultados para calcular el TE.
El proceso de construcción y aplicación de los formatos de registro de
elegibilidad y codificación fue útil para el análisis del efecto de las intervenciones
y del papel de diversas variables moderadoras; pero también hizo evidentes las
limitaciones de la información que se suele incluir en los estudios. Con frecuencia,
se encontró que los documentos revisados no incluían información relevante sobre
los participantes, el tipo de intervención ó la metodología empleada, y si lo hacían,
sus descripciones carecían de detalles indispensables para análisis posteriores. Por
ejemplo, la escasa descripción de variables tan importantes como la intensidad y la
magnitud de la intervención, el tipo de delitos cometidos por los jóvenes, la
presencia o no de una psicopatología, las medidas de resultados en términos no
sólo dicotómicos sino de frecuencia, etc., restringían las posibilidades de análisis
de la efectividad de las intervenciones. Esta situación sugiere que los formatos de
registro también pueden ser utilizados como guías para el diseño de estudios cuyo
objetivo sea la evaluación de intervenciones dirigidas a jóvenes con patrones
delictivos crónicos y violentos. En este sentido, los investigadores pueden usar los
formatos de elegibilidad y codificación para verificar que su estudio contemple las
variables moderadoras más relevantes en este campo de estudio. Además, estos
formatos pueden utilizarse en posteriores revisiones sistemáticas sobre este mismo
tema y facilitar de esta forma los procesos de replicación.
277
y seria) y otras variables psicológicas relacionadas con el
comportamiento delictivo de los participantes.
Analizar la influencia de variables moderadoras como las
características de los participantes (edad, género e
historial delictivo), el tipo de intervención (modelo y
enfoque), la metodología (tipo de diseño metodológico,
mortalidad experimental) y otras variables extrínsecas
(año de publicación, tipo de documento, profesión de los
investigadores, agencia promotora del estudio, etc.) sobre
el efecto de la intervención correccional institucional en
medidas de resultado de reincidencia y psicológicas
asociadas con el comportamiento delictivo.
Las hipótesis planteadas con relación a estos objetivos fueron las siguientes:
278
Tendrán mayor efecto los programas de intervención
correccional basados en modelos estructurados
conductuales y cognitivos, con un apartado de
entrenamiento en habilidades interpersonales y para la
vida, de mayor intensidad y multi-enfocados; que los
menos estructurados, no basados en entrenamiento de
habilidades y de menor intensidad.
279
7.3.1. Efecto de los tratamientos sobre la reincidencia general
280
En la presente investigación, de los 31 estudios analizados en esta medida
de resultado, nueve presentaron TEs negativos; tres TEs de r = 0; y 19 TEs
positivos. Estos datos indican que hubo menos intervenciones asociadas con
mayor reincidencia en los grupos tratados que en los controles, comparados con
los programas de intervención con efectos positivos. Además, en los TEs
positivos hubo algunos de gran magnitud como los obtenidos en Caldwell y Van
Rybroek (2001) (r = .678); Ross y MacKay –estudio cuatro- (1976) (r = .508);
Fagan –estudio tres- (1990) (r = .372); Fagan –estudio cuatro- (1990) (r = .281); y
Caldwell y Van Rybroek (2005) (r = .248).
El mayor TE obtenido en esta revisión, que corresponde al estudio de
Caldwell y Van Rybroek (2001), transformado al BESD indica que los jóvenes
que recibieron el tratamiento reincidieron 68% menos que los jóvenes del grupo
control, es decir, mientras el 84% del grupo control reincide en el grupo tratado lo
hace el 16%. Un valor de TE como éste indica que existen programas con un alto
nivel de eficacia en los propósitos de reducción de la reincidencia general.
A pesar de que el mayor TE obtenido en los estudios incluidos en el meta-
análisis de Lipsey (1999a) y Lipsey y Wilson (1998) fue de .20, en esta revisión el
TE más alto calculado en los estudios fue tres veces mayor (.68).
Entre los estudios con TEs más bajos estuvieron los de Sowles y Gill
(1970), Fagan (1990) –con su estudio 2- y Ross y MacKay (1976) –estudios uno,
dos y tres-.
Los resultados del análisis de heterogeneidad de los TEs sobre la
reincidencia general mostraron significación estadística [Q(30) = 48.435, p =
.018], con lo cual se justificó realizar el análisis de variables moderadoras que se
resume a continuación.
- Tipo de tratamiento
Aunque los resultados de esta revisión no revelaron efectividad diferencial
de las categorías de tratamiento, la tendencia a efectos positivos en el caso de los
cognitivo – conductuales (r = .18) coincide con lo encontrado en investigaciones
previas. Tal es el caso de los meta-análisis europeos (Redondo, 1994; Redondo,
281
Garrido y Sanchez-Meca, 1997; Redondo, Sánchez-Meca y Garrido, 1999a,
1999b, 2001) que han obtenido TEs de los programas cognitivos conductuales
entre r = .23 y r = .27.
Así mismo, los meta-análisis realizados en diferentes latitudes sobre la
efectividad de los programas aplicados a jóvenes que han cometido delitos –sin
especificar un patrón delictivo serio- han encontrado TEs positivos en los
programas cognitivo-conductuales, en general, mayores a los encontrados para
otro tipo de intervenciones. Ejemplos de lo anterior son los meta-análisis de
Garret (1985) con r = .12, Latimer et al. (2003) con valores de r entre .20 y .26, y
Lipsey, Landnberger y Wilson (2007) con TEs entre .25 y .50.
En el caso de jóvenes vinculados a patrones delictivos crónicos y violentos,
los mejores tratamientos encontrados en meta-análisis previos han sido los de
habilidades interpersonales (r = .19) y de padres enseñantes (r = .20) (Lipsey,
1999a). Este último no se evaluó en esta revisión porque no cumplía con el
criterio de inclusión sobre institucionalización. En cuanto a los programas de
habilidades interpersonales, éstos coinciden con los modelos cognitivo-
conductuales.
En esta investigación, no se pudo confirmar la hipótesis propuesta respecto
a esta variable moderadora de tipo de tratamiento. No se encontró alguna
categoría de tratamiento que fuera significativamente más efectiva que otra en la
reducción de la reincidencia. La razón para no encontrar diferencias significativas
entre distintos tipos de programas puede deberse al escaso número de estudios por
cada categoría de tratamiento, lo cual señala la importancia de realizar mayor
cantidad de estudios que tengan como propósito la evaluación de distintos
modelos de tratamiento.
Sin embargo, es importante señalar que los resultados de esta revisión
mantienen una tendencia en la misma dirección de la hipótesis y del conocimiento
previo sobre este tema, que sugiere un efecto positivo de los tratamientos
cognitivo-conductuales. Entre las razones de esta tendencia puede estar el hecho
de que este tipo de programas consideran variables que están directamente
relacionadas con el comportamiento delictivo. Tal es el caso de variables como el
déficit tanto en el procesamiento de información como en las habilidades sociales
282
y emocionales, así como la presencia de ideas, creencias y actitudes a favor de la
delincuencia; que fueron revisadas en los capítulos uno y dos con relación a su
valor para explicar el inicio y mantenimiento del comportamiento antisocial y
delictivo. Explicaciones como las de Akers (2009), desde su teoría del aprendizaje
social, la de Gottfredson y Hirschi (1990) sobre el auto control, o las derivadas de
la criminología del desarrollo, en particular con relación a los factores de riesgo y
de protección frente al comportamiento antisocial, apoyan lo anterior.
- Tipo de enfoque
En evaluaciones específicas de jóvenes vinculados a patrones delictivos
serios no se ha evaluado previamente esta variable. Sin embargo, en
investigaciones sobre delincuencia juvenil en general se ha encontrado que el tipo
de enfoque influye en el efecto de las intervenciones sobre la reincidencia de
jóvenes vinculados a patrones delictivos. Por ejemplo, los resultados de Latimer et
al. (2003) sugieren que los programas dirigidos a mejorar el funcionamiento
familiar (r = .23) y las intervenciones multi-enfocadas - que incluyen asesoría
individual, grupal, y de intervención familiar- son más efectivas que las
individuales. Otros análisis de programas multi-enfocados llegan a informar de
TEs más altos que alcanzan valores de r = .67, como es el caso de la investigación
de Timmons-Mitchell et al. (2006). En general, la literatura sobre este tema
sugiere que las estrategias más efectivas con jóvenes con carreras delictivas
crónicas son aquéllas que atienden factores de riesgo en diferentes áreas o niveles
(DeGusti et al., 2009).
En concordancia con resultados de estudios anteriores en poblaciones de
jóvenes que habían cometido delitos –con independencia de su gravedad-, en esta
revisión se encontró tendencia a mejores resultados con programas multi-
enfocados (r = .18), comparados con programas individuales o grupales. Sin
embargo, debe señalarse que sólo hubo dos estudios que aplicaran programas
multi-enfocados, y esto limita el alcance de este resultado.
Lo anterior, llama la atención sobre la importancia de contar con más
estudios que empleen estrategias multi-enfocadas en sus programas que permitan
una mejor evaluación de su efecto en la reincidencia posterior de los jóvenes. Esta
283
variable es vital si se tiene en cuenta que, tal como se explicó en el capítulo dos,
existen diferentes tipos de factores de riesgo y de protección que influyen en la
aparición y mantenimiento del comportamiento delictivo violento y crónico, tanto
en el ámbito individual como familiar, escolar, de pares y comunitario (Garrido,
2005; Hawkins y Catalano, 1992; Howell, 2009; Rutter, Giller y Hagell, 2000;
Thornberry, Huizinga y Loeber, 1995).
Se debe considerar esta variable del enfoque en futuras investigaciones, con
su respectiva descripción lo más completa posible en el informe o publicación del
estudio, que permita identificar los factores de riesgo y de protección en los
diferentes niveles (individual, grupal, de pares, familiar) que se atendieron a
través del programa.
Por ejemplo, con los resultados de esta revisión no fue posible evaluar el
efecto del enfoque familiar, aun cuando se ha encontrado una importante relación
entre el estilo parental de negligencia y la vinculación de los jóvenes a carreras
delictivas serias (Hoeve et al., 2008, 2009; Steinberg et al., 2009). Valdría la pena
evaluar el efecto de los programas que contienen algún módulo o apartado
dirigido a modificar los estilos parentales (reducir el estilo negligente e
incrementar el estilo con autoridad caracterizado por mayor apego y supervisión)
sobre la efectividad de la intervención, máxime si se tiene en cuenta que los
jóvenes que presentan patrones delictivos serios suelen tener experiencias
importantes de abandono y ruptura de vínculos afectivos (DeGusti et al., 2009)
Se ha comprobado que los vínculos afectivos con personas prosociales o
socialmente integradas reducen la probabilidad de que una persona delinca,
mientras la inexistencia o ruptura de vinculaciones sociales prosociales la
aumentan (Akers, 2009; Hirschi, 1969). Éste es un punto crucial a evaluarse en la
intervención correccional.
De acuerdo con lo revisado en los capítulos dos y tres, un entorno
enriquecido con actividades estimulantes y relaciones afectivas positivas,
promueven la producción de dopamina y con ello favorecen el desarrollo pre-
frontal del cerebro. Con lo anterior es esperable que los programas dirigidos a
fomentar más y mejores relaciones interpersonales con pares y adultos
significativos contribuyan a la mejora en funciones ejecutivas de los jóvenes como
284
la planeación, el auto-control y la empatía, y con ello influyan en la reducción de
la delincuencia.
Los vínculos emocionales con pares y adultos prosociales pueden ser un
componente importante de las intervenciones que debe evaluarse de manera
independiente. Esto no es posible si las evaluaciones de programas aplicados a los
jóvenes no contienen información al respecto. Dado que los adolescentes son más
susceptibles a la influencia de sus amigos e hipersensibles al rechazo de los
mismos (Sebastian et al., 2010) los programas de tratamiento dirigidos a los
jóvenes y a sus amigos pueden tener buenas posibilidades de éxito. Se requieren
más programas con este enfoque para poder presentar conclusiones al respecto de
su efectividad.
En concordancia con la hipótesis de este estudio los resultados de esta
revisión sugieren que el enfoque parece ser un componente prometedor para
tratamientos exitosos.
285
- Otras variables relacionadas con los programas
Integridad y protocolos
Si bien se ha encontrado evidencia previa de relación entre la integridad de
los programas, su aplicación acorde con el nivel de riesgo y necesidades de los
jóvenes a quienes va dirigido, y el efecto global de los programas de intervención
sobre la reincidencia general (Andrews et al., 1990; Latimer et al., 2003; Pearson
et al., 2002), la información contenida en los estudios incluidos en esta revisión
fue insuficiente para proponer alguna conclusión en este sentido.
Sin embargo, investigaciones como la de Fagan (1990) incluida aquí,
sugieren que los programas dirigidos a jóvenes con carreras delictivas violentas y
caracterizados por mayor apego a la aplicación del programa propuesto en un
protocolo inicial, tienden a reducir el riesgo de reincidencia de quienes participan
en él. Los resultados de estudios como éstos sugieren la importancia de que las
investigaciones sobre la evaluación de programas dirigidos a jóvenes con carreras
delictivas crónicas y violentas incluyan información al respecto.
286
Quizás una de las razones por las que no se encontraron diferencias
significativas entre los modelos de intervención utilizados en los estudios
incluidos en esta revisión, es que las categorías empleadas favorecen la
generalidad y no la especificidad de los componentes de los programas. Este
punto es crítico si se tiene en cuenta que el modelo de intervención es una de las
variables que más información ofrece con respecto a lo que funciona o no para
reducir la delincuencia. De hecho, el tipo de programa empleado y el impacto que
tiene en la reducción de la reincidencia ofrece sustento a los diversos factores
implicados en las teorías utilizadas para explicar la delincuencia. Dado el tipo
particular de participantes en el que se enfoca esta revisión, este tema es de suma
importancia. La delincuencia seria puede explicarse desde distintas perspectivas
de riesgo y protección (tal como se explicó en el capítulo dos) que de ser avaladas
por el éxito de una u otra intervención arrojarían luz en la comprensión de las
carreras delictivas crónicas y violentas.
El hecho de que los estudios incluidos en esta revisión no contengan
descripciones detalladas del tipo de tratamiento recibido por los participantes,
dificulta establecer cuál es la razón por la que funciona o no un programa en el
objetivo de reducción de la delincuencia. Con la información disponible en los
estudios analizados en esta revisión sistemática no es posible identificar si el
elemento de cambio recae en la modificación cognitiva, en la reintegración
comunitaria, en el manejo de la ira, en el procesamiento emocional ó en una
combinación de estos u otros elementos.
Con lo anterior es preciso contar con la descripción de estos elementos en
futuros estudios, no sólo en el caso de los grupos que reciben el programa
evaluado, sino también en el de los grupos de comparación.
Características de las personas que aplican el tratamiento.
Los estudios contenidos en esta revisión no permitieron saber las
características y condiciones del personal que aplicó los programas evaluados. En
las investigaciones previas de Lipsey (1999a) y Lipsey y Wilson (1998) se
encontró que los programas aplicados por personal del área de la salud o de la
educación eran más efectivos que aquéllos aplicados por personal del sistema de
287
justica. Sin embargo, en esta revisión no se obtuvo información al respecto que
apoye o contradiga los hallazgos previos.
En esta misma línea, en algunos estudios incluidos en esta investigación se
sugiere una importante relación entre las características del personal a cargo de los
programas, la participación de los jóvenes y el éxito de la intervención (por
ejemplo, Bottcher, 1985; Jesness, 1975). En el estudio de Jesness, por ejemplo, se
describe de forma detallada la cantidad de reuniones y horas de entrenamiento que
tuvo el personal antes y durante la aplicación del programa, el contenido del
entrenamiento recibido, las características de las personas encargadas de tal
capacitación, la bibliografía utilizada, etc. Dado que en otros estudios no se contó
con información sobre estos factores, no se pudo hacer una evaluación del efecto
de estas variables en el TE global de la aplicación del programa de intervención.
Sin duda resultaría interesante que en posteriores investigaciones se cuente con
información sobre el entrenamiento específico que recibe el personal encargado
de los programas, las horas de capacitación y el protocolo utilizado.
También puede ser importante contar con información sobre el compromiso
del personal que aplica el programa, así como sobre su empatía y percepción
positiva respecto a los participantes, y viceversa. Si la relación es positiva, es
posible que esto afecte en la dirección esperada, el logro de los objetivos del
programa.
Otra variable poco estudiada tiene que ver con el papel de los encargados de
aplicar el tratamiento en los procesos de evaluación del programa. Pueden existir
diferencias entre los resultados de evaluaciones realizadas por parte de las mismas
personas que se encargan de la intervención, que cuando estos papeles los ejercen
personas distintas. Por ejemplo, en estudios como el de Guerra y Slaby (1990)
“los administradores de las pruebas para evaluar a los participantes no fueron
responsables de la aplicación de programas de tratamiento, y fueron “ciegos”
respecto a la asignación de los participantes a los grupos y a las hipótesis
específicas del estudio” (p. 271). Si se pudiera analizar esta información a partir
de un buen número de estudios sus resultados podrían utilizarse para hacer
sugerencias en cuanto a la política de aplicación y evaluación de programas de
intervención correccional.
288
Fases posteriores a la salida en libertad
Otras variables de interés están relacionadas con la continuidad que se da a
los programas una vez que los jóvenes salen en libertad.
Algunos estudios, como los de Fagan (1990) incluyeron una fase de
reintegración a la comunidad, sin embargo no pudo evaluarse el efecto de este
componente porque la mayoría de las investigaciones en la presente revisión no
contenían esta información.
Después de su salida de las instituciones, los jóvenes regresan a condiciones
comunitarias particulares que pueden reducir o incrementar la posibilidad de que
reincidan. A este respecto, una de las razones que se suele presentar para justificar
el bajo TE de las intervenciones sobre la reincidencia general es que gran parte de
los jóvenes, una vez salen en libertad, regresan a ambientes desfavorables para los
propósitos de prevención de la delincuencia, en los que cometer crímenes es
común y aceptado, lo cual aumenta los factores de riesgo para comprometerse en
actividades ilegales. Por ejemplo, en el estudio de Moody (1997) la mayoría de los
jóvenes tenían padres o amigos que habían estado o estaban encarcelados, de
manera que el ambiente social al que regresaban reforzaba el comportamiento
ilegal más que el legal. Todo lo anterior, unido a la falta de continuidad de los
servicios ofrecidos a los chicos después de salir de la institución, puede contribuir
a que los efectos de los programas que se aplican durante la institucionalización
no se mantengan después de salir en libertad.
En el mismo sentido, en el estudio de Randall (1973) se encontró que los
jóvenes regresaban a ambientes comunitarios que influían de formas distintas en
sus logros conductuales (conseguir empleo, terminar un grado académico,
mantener un lugar de residencia estable, tener una relación de pareja estable, etc.).
Algunos jóvenes regresan a comunidades donde la situación económica es difícil
para todos, de tal forma que conseguir un empleo es más difícil para ellos que
para quienes regresan a contextos donde hay menor desempleo y mayores ofertas
laborales.
La presencia de factores externos a la aplicación de un programa en
condiciones de institucionalización llama la atención sobre la necesidad de contar
con fases de transición y de reintegración a la comunidad.
289
A este respecto es importante reconocer, tal como lo explican Ross y
Fabiano (1985), que el éxito futuro de una intervención está determinado en parte
por el grado en el que se trabaja sobre el pensamiento y la conducta de las
personas que están en alto riesgo de reincidir; y que otra parte tiene que ver con la
asesoría para resolver problemas que se van presentando en libertad en el mundo
real. Así, es posible que contar con tratamiento posterior a la salida en libertad
refuerce habilidades adquiridas durante la institucionalización y que contribuya a
desarrollar otras nuevas acordes con las situaciones que se van presentando en el
contexto comunitario. Por ello, considerar las fases de reintegración comunitaria y
el tipo de programas utilizados en ellas pueden incrementar la efectividad de las
intervenciones.
En la fase comunitaria también debe estudiarse el nivel de supervisión de
los jóvenes. A mayor supervisión probablemente menor reincidencia, sin que esto
signifique mayor efectividad de un programa.
Por ejemplo, en el estudio realizado por Fagan (1990) en Detroit, se
encontró que “el cuidado inadecuado y la baja supervisión posterior a la salida en
libertad incrementaba las probabilidades de reincidencia, en especial si se
contrastaba con tratamientos intensivos de transición de la institución a la libertad
que utilizaban una estricta supervisión comunitaria” (p.258).
En este sentido, la medida de reincidencia debe tomar en cuenta si existe o
no algún tipo de cuidado posterior a la institucionalización (aftercare) y de
supervisión comunitaria.
Los datos disponibles en los estudios incluidos en esta revisión no
permitieron hacer una comparación del efecto diferencial de los programas en
función de que tuvieran o no una fase de cuidado posterior a la institucional, que
se diera en la comunidad; ni del nivel de supervisión que tuvieron los chicos
durante los periodos de seguimiento previo a la medida de reincidencia
considerada en cada estudio.
Para posteriores investigaciones sería importante incluir variables como la
continuidad del programa institucional en fases posteriores a la salida en libertad,
así como el nivel de supervisión comunitaria de los participantes (en los grupos
tratados y de controles) durante los periodos de seguimiento.
290
Tiempo de institucionalización y tiempo en comunidad
Otra variable a explorar es la del tiempo de institucionalización. Es
importante que en las investigaciones posteriores sobre el tema tratado en esta
revisión se registre de forma explícita el tiempo que permanecieron los jóvenes
privados de su libertad y el tiempo de seguimiento en comunidad previo a la
medición de variables de resultados como la reincidencia. Lo anterior con la
finalidad de evaluar el efecto moderador del tiempo de institucionalización en el
TE de los programas de intervención.
Como se revisó en el capítulo tres, la institucionalización ocasiona una serie
de efectos sobre las personas que sufren la pérdida de su libertad (MacKenzie,
2002; Valverde, 1997), con lo cual, es probable que el tiempo que los jóvenes
permanezcan en estas condiciones tengan efectos importantes en su
comportamiento, y a su vez esto incida en los efectos de la intervención
correccional.
- Edad y género
En meta-análisis previos se ha encontrado que los programas parecen ser
más efectivos cuando se dirigen a mujeres que a hombres, y a jóvenes que a
adultos (Marín et al., 2002). En el caso de jóvenes vinculados a carreras delictivas
serias la evidencia sugiere que el efecto de los programas de intervención en estas
poblaciones es independiente de la edad, el género, la etnia y el historial delictivo
(Lipsey, 1999; Lipsey y Wilson, 1998).
En la misma dirección de los meta-análisis de Lipsey, en esta revisión no se
encontró relación estadísticamente significativa entre la edad de los participantes
y el TE. Sin embargo, con respecto al género se encontró una tendencia
marginalmente significativa que sustenta el efecto diferencial de esta variable
sobre el TE, a favor de los hombres. Es probable que este efecto se deba más al
tipo de intervención utilizado que al género como tal, pero dado el reducido
número de programas aplicados a mujeres (siete estudios) en comparación con los
dirigidos a hombres, será necesario contar con más estudios en el futuro que
permitan resolver con certeza el efecto de esta variable (tal como se discutió en el
291
apartado de género en el capítulo dos). De los siete programas aplicados a mujeres
casi la mitad corresponden a la investigación de Ross y McKay (1976) donde los
tres primeros estudios indicaron un efecto contrario a la reducción de la
delincuencia.
En general, los resultados de esta revisión no confirmaron la hipótesis
inicial sobre las variables de edad y género, en la que se proponía mayor TE para
los de menor edad y para los programas dirigidos a mujeres.
Hemos de recordar que la proporción de mujeres que se involucran en
carreras delictivas serias suele ser menor que la proporción de hombres, lo cual
dificulta la aplicación de programas a poblaciones femeninas que permitan la
comparación con grupos masculinos (Kempf-Leonard, Tracy y Howell, 2001,
citados por Howell, 2009). Las pocas investigaciones sobre factores de riesgo y de
protección para la delincuencia seria que comparan a hombres y mujeres, sugieren
que no hay diferencias importantes entre ellos (Loeber et al., 2001; Kempf-
leonard y Tracy, 2000; Rutter, Giller y Hagell, 2000). En este sentido, los estudios
que permitan comparar el efecto de la intervención correccional dirigida a
hombres y mujeres, también contribuirán a identificar de forma diferencial los
factores que afectan a unos y otras.
- Tipo de participantes
En cuanto al tipo de participantes, con relación a sus historiales crónicos,
violentos o de los dos, en esta revisión no se encontraron diferencias significativas
en el efecto de estas categorías sobre el TE de reincidencia general.
En meta-análisis previos sobre delincuencia juvenil se han encontrado
diferencias en los TEs en función del tipo de patrón delictivo en el que están
involucrados los jóvenes, con valores mayores en los estudios que seleccionaron a
los participantes por su nivel de violencia y por la duración de su sentencia, que
en aquéllos que incluyeron a todos los participantes sin ninguno de estos criterios
(Redondo, Sánchez-Meca y Garrido, 1999a, 1999b, 2001). En general, los
programas que atienden las necesidades de los jóvenes en función de su nivel de
riesgo parecen más efectivos (Andrews et al., 1990; Lipsey, 2009).
292
A este respecto, es posible que en esta revisión no se obtuviera un resultado
significativo, no por la variable en sí misma, sino por las categorías empleadas en
función de la información disponible en los estudios.
La mayor parte de las investigaciones incluidas en esta revisión sólo
describen los antecedentes delictivos de los jóvenes o el delito por el que se
encontraban institucionalizados, de tal forma que los participantes podían
clasificarse en crónicos o violentos. Sin embargo, es posible que existan otros
criterios de clasificación que puedan arrojar más luz sobre la efectividad de la
intervención correccional. Por ejemplo, categorizaciones con base en el nivel de
riesgo de los participantes o en el tipo de violencia utilizada en la comisión de sus
delitos.
Sobre el nivel de riesgo solo una minoría de los estudios incluidos en esta
revisión realizó algún tipo de evaluación al respecto. Éste fue el caso de las
investigaciones de Bottoms y McClintock (1973), Caldwell y Van Rybroek (2001,
2005) y Cann et al. (2003).
En el estudio de Bottoms y McClintock (1973) se usó un instrumento de
predicción para estimar la probabilidad de fracaso de los participantes y cada
joven fue clasificado en una de cinco categorías -A, B, C, D, E- donde “A”
representa la menor probabilidad de fracaso y “E” la mayor probabilidad. En la
investigación de Caldwell y Van Rybroek (2001) se evaluó el diagnóstico de
psicopatía en los participantes a través de la escala PCL: YV. En Caldwell y Van
Rybroek (2005) también se evaluó la psicopatía en los participantes y además se
aplicó el inventario de nivel de servicios -Young Offender-Level of Service
Inventory- (Andrews y Bonta, 2006) para evaluar el riesgo y las necesidades de
los participantes. Por otro lado, Cann et al. (2003) utilizaron la Escala de
Reincidencia Delictiva –OGRS- “Offender Group Reconviction Scale” para
evaluar el riesgo de reincidencia y categorizar a los jóvenes en diferentes niveles:
bajo, medio-bajo, medio-alto y alto.
La información contenida en los estudios citados sugiere clasificaciones más
precisas de los patrones delictivos de los jóvenes, basadas en el principio de
riesgo. Dado que pocas investigaciones incluyeron información sobre los
resultados de evaluación de riesgo de sus participantes en esta revisión no fue
293
posible analizar categorías en este sentido y por ello se acudió a la clasificación de
cronicidad y de violencia.
Lo anterior sugiere la importancia de que en investigaciones futuras se
realice una evaluación de riesgo de los participantes acompañada de una
descripción detallada del proceso y de los instrumentos utilizados, con la finalidad
de conocer de forma más precisa el efecto que tienen las intervenciones en tipos
específicos de participantes. El análisis de las categorías de riesgo de los
participantes puede ser útil como variable moderadora de especial interés en
revisiones como ésta. Además, éste es un tema crítico para la asignación de
medidas en el contexto legal, máxime cuando estas disposiciones legales
contienen sugerencias en términos del tratamiento que deben recibir los jóvenes
que cometen delitos, tal como se establece en los marcos normativos que se
revisaron en el capítulo tres.
Con relación al tipo de violencia utilizada en la comisión de delitos, ningún
estudio incluido en la presente revisión realizó alguna evaluación o clasificación
en este sentido. Como se explicó en el capítulo dos, existen diversas tipologías del
comportamiento violento, algunas de ellas basadas en su finalidad -expresiva e
instrumental- (Rojas, 1998; Sanmartín, 2000), otras en el contexto en que se
manifiesta -situacional, interpersonal, predatoria, psicopatológica- (Tolan y
Guerra, 1994). Estas tipologías pueden modular el efecto de las intervenciones. A
pesar de ello, debido a la ausencia de este tipo de información en los estudios de
evaluación de programas, en el contexto correccional permanece la pregunta de la
magnitud de su influencia en sus TEs.
Por otro lado, vale la pena resaltar los resultados positivos obtenidos con
jóvenes que presentan características psicopáticas (Caldwell y Van Rybroek,
2001, 2005). Estos datos muestran la necesidad de evaluar psicopatía en los
jóvenes que participan en los programas de intervención correccional. Además,
los resultados a favor del tratamiento obtenidos en estos estudios indican que es
posible reducir la reincidencia delictiva en jóvenes vinculados a carreras delictivas
-incluso en chicos que son vistos como inmanejables, problemáticos y con baja
probabilidad de éxito en las intervenciones-. Cómo se explicó en el capítulo uno,
los jóvenes con rasgos psicopáticos, empiezan su conducta antisocial (violenta o
294
no) a más temprana edad que los jóvenes no psicópatas, cometen más delitos y de
mayor gravedad, abandonan con mayor probabilidad los esfuerzos de intervención
correccional y se involucran en más problemas durante la institucionalización
(Caldwell et al., 2006, 2007).
El hecho de obtener resultados positivos con chicos vinculados a patrones
delictivos extremos (en cronicidad y/o en violencia) y/o con rasgos psicopáticos,
son esperanzadores puesto que si es posible reducir la reincidencia en estos
jóvenes, la probabilidad de hacerlo con poblaciones menos serias puede ser aún
mayor.
Es desafortunado que la mayoría de los estudios que evalúan programas
aplicados a jóvenes vinculados a la delincuencia no contengan descripciones
detalladas de sus participantes. Si bien, para incluir un estudio en esta
investigación los participantes debían cumplir con el criterio de la comisión de
delitos graves y/o tener largos historiales delictivos, la información a este respecto
fue heterogénea entre los estudios y el nivel de seriedad de los jóvenes pudo ser
diferente de uno a otro. Por ejemplo, en la investigación de Cornish y Clarke
(1975) los participantes tuvieron más de tres antecedentes delictivos –con lo cual
cumplen el criterio de crónicos-, pero a la vez los autores excluyeron de forma
explícita a los jóvenes con historiales violentos. En estudios como el de Randall
(1973) el programa se dirigió a jóvenes que habían cometido delitos graves, sin
embargo sólo se permitió la participación de jóvenes con bajo nivel de riesgo de
reincidencia -para prevenir posibles escapes de la institución-. Así, aunque en esta
revisión se incluyeron los jóvenes que habían cometido delitos violentos o que
tenían historiales delictivos crónicos, el nivel de seriedad de los participantes fue
heterogéneo entre los estudios analizados.
Por último, los principios de necesidades y de adaptación (Andrews et al.,
1990) expuestos en el capítulo tres, no se pudieron analizar con los datos
disponibles en los estudios incluidos en esta revisión. Sería importante que en
posteriores investigaciones que evalúen el efecto de la aplicación de un programa
de intervención dirigido a jóvenes con carreras delictivas serias, se describan
claramente las necesidades criminógenas que intenta satisfacer, así como el tipo
295
de programa aplicado y su relación con las características de la población a
quienes va dirigido.
296
La poca cantidad de estudios que cumplieron los criterios de rigor
metodológico para ser incluidos en esta revisión sugieren la importancia de hacer
más investigaciones experimentales con el objeto de llegar a conclusiones más
determinantes acerca de la efectividad de intervenciones con jóvenes vinculados a
carreras delictivas serias.
En este sentido sigue vigente la afirmación de Tate, Reppucci y Mulvey
(1995): “es necesario realizar más investigaciones con diseños metodológicos
experimentales acerca de la evaluación de la efectividad del tratamiento, que sean
más precisos en cuanto a la definición de violencia y que realicen análisis
específicos sobre la reincidencia en jóvenes con carreras delictivas serias” (p.
780).
También es importante mencionar que aunque algunos estudios utilizan
métodos estadísticos avanzados para controlar las diferencias entre los grupos
tratados y de comparación, los datos derivados de estos análisis aún no pueden ser
utilizados en las técnicas meta-analíticas. Por ejemplo, para el cálculo de los TEs
se utilizan datos de proporciones o de medias, pero aún no es posible utilizar los
resultados de modelos de regresión logística. En gran parte esto se debe a que
pocas investigaciones de evaluación de programas para reducir la reincidencia en
jóvenes realizan estos análisis de regresión.
En el estudio de Caldwell y Van Rybroenk (2005) los datos informados de
la proporción de jóvenes que reincidieron permitió calcular el TE con base en
“odds ratio”. Sin embargo, en el mismo estudio, los autores utilizaron un modelo
de regresión logística para controlar las diferencias entre los grupos tratados y de
comparación. Para hacer esto, Caldwell y Van Rybroenk desarrollaron una
calificación de propensión para cada participante, con base en 13 covariantes de
asignación al tratamiento y/o de riesgo de reincidencia. Aunque al tener en cuenta
la proporción de jóvenes que reincidieron los resultados favorecieron el
tratamiento tanto para reincidencia general como violenta, el análisis de regresión
no encontró un efecto a favor del grupo tratado en reincidencia general aunque sí
en reincidencia seria. Tal como lo dicen los autores: “después de ajustar el efecto
de las covariantes de asignación al tratamiento y de riesgo de reincidencia, el
tratamiento no tuvo un efecto confiable sobre la reincidencia general durante el
297
tiempo que estuvieron los jóvenes en comunidad, 2(1, n = 126) = 0.85, ns” (p.
588).
Así, aunque los autores citados utilizaron un modelo de regresión para
controlar el efecto de las diferencias de los grupos sobre la reducción de la
reincidencia, sólo se utilizó para el cálculo del TE la información sobre
proporción de jóvenes que reincidieron. Con lo anterior, a pesar de contar con una
técnica que ofrecía resultados de un mayor control de diferencias entre los grupos
tratado y de comparación, se utilizaron los de proporción. Esta situación refleja
limitaciones metodológicas en el empleo de los meta-análisis relacionadas tanto
con los datos disponibles en la mayoría de los estudios (para asegurar algún grado
de homogeneidad en los datos utilizados para el cálculo del TE global) como de
las técnicas disponibles para su análisis.
Además, es innegable que existe heterogeneidad en las características de los
jóvenes que participan en los grupos tratados y de comparación. Si bien los
autores comparan y controlan algunas variables de los participantes para asegurar
la equivalencia de los grupos, no siempre se realiza este procedimiento con éxito
ni se controlan las mismas variables en todos los estudios.
En algunas investigaciones, como la de Fagan los participantes fueron
asignados al azar y luego no se realizó ningún procedimiento adicional para
evaluar si después de la asignación había diferencias entre los grupos. En otros
estudios como el de Friedman y Firedman (1970) además de asignar de forma
aleatoria a los participantes a los grupos de tratamiento y de control, los autores
evaluaron las diferencias previas al tratamiento entre los grupos y encontraron que
a pesar de haber sido asignados aleatoriamente los grupos presentaban diferencias.
Ante lo cual, los investigadores realizaron una corrección estadística post hoc, que
sirvió para igualar los grupos.
Con lo anterior, es importante que el análisis de los resultados del efecto de
las intervenciones considere las diferencias entre grupos tratados y de control
presentes antes del inicio de la aplicación del programa, y que sean descritas en
los informes de las investigaciones. Aunque en principio pueden registrarse
diferencias entre los grupos tratados y de comparación, una vez que se realiza un
298
procedimiento de equivalencia de los grupos es posible que éstas sean menores a
las observadas en principio.
299
Para realizar una apropiada comparación entre los grupos tratados y de
control es necesario contar con una descripción precisa de los elementos presentes
en las condiciones en que estuvieron los participantes en el grupo control, o si
estuvieron expuestos a algún programa con anterioridad. Ésta debe ser una
variable a tenerse en cuenta en estudios futuros.
300
efectividad de los programas aplicados a jóvenes con carreras delictivas serias,
podrían encontrarse sesgos en los resultados. Si bien no se contó con la suficiente
información de esta variable para realizar un análisis de la misma, se sugiere
como factor importante que debería incluirse en investigaciones sobre la eficacia
de la intervención correccional. Esta información puede ser útil para descartar
sesgos, en particular cuando la entidad que financia la aplicación del programa,
también se encarga de evaluarlo.
301
fuerte impacto en la disminución de la delincuencia en general. Los resultados en
este sentido son prometedores y esperanzadores con relación a la eficacia de la
intervención con jóvenes involucrados en delincuencia seria.
Si bien es limitado el número de investigaciones que informan sobre
reincidencia seria, los resultados obtenidos en esta revisión llaman la atención
sobre la importancia de que esta medida sea considerada en los estudios que
evalúan la eficacia de las intervenciones en jóvenes con carreras delictivas
crónicas y violentas. De hecho, no hay evidencia de otros meta-análisis sobre
jóvenes con patrones delictivos serios que incluyan la medida de resultado de
reincidencia grave y su comparación con la general - lo cual es coherente con la
ausencia de estudios de evaluación de intervención correccional que incluyan en
sus resultados este tipo de medida-.
Por otro lado, la heterogeneidad de los TEs sobre la reincidencia seria, fue
menor que la encontrada en la reincidencia general (con TEs entre r = -.399 y r
=.477). De los 16 estudios que informaron de esta medida de resultado, dos
presentaron TEs negativos y 14 TEs positivos. Así, hubo una pequeña proporción
de investigaciones con mayor registro de reincidencia en el grupo tratado que en
el control. Entre los estudios con los TEs más altos estuvieron de nuevo los de
Caldwell y Van Rybroek (2005) con r = .280, y Fagan (1990) –estudios 1 y 4- con
r = .477 y r = .206, respectivamente. Los estudios de Sowles y Gill (1970), con
valor de r de .477 y .366, también se ubicaron entre las investigaciones con
mayores TEs.
En la comparación de los resultados de reincidencia general y seria, en los
16 estudios que contenían los dos tipos de medidas, se encontró que cinco de ellos
informaron de resultados ligeramente más positivos en la reincidencia general
comparados con los de la reincidencia seria. Por otro lado, 11 estudios informaron
de resultados más favorables en la reincidencia seria que en la general. Y sólo un
estudio mantuvo el mismo resultado para estas dos medidas.
302
de otros grupos de jóvenes. Como se explicó en el capítulo dos, dado el patrón de
repetición y persistencia de los chicos con carreras delictivas serias (Farrington,
2005; Loeber, Farrington y Waschbush, 1998; Moffitt, 1993; Snyder, 1998;
Thornberry y Khron, 2003) resulta necesario evaluar tanto la frecuencia de
comisión de delitos posterior a la aplicación de una intervención, como el lapso de
tiempo que transcurre hasta su recaída y el grado de violencia implicado en sus
actividades delictivas subsecuentes.
Por ejemplo, los niveles de reincidencia podrían evaluarse de forma distinta
en función del historial de los jóvenes. No puede interpretarse de la misma manera
la reincidencia de quienes tienen historiales delictivos crónicos con tres o más
antecedentes en el sistema de justicia, que la de los jóvenes que cometieron delitos
por primera vez. Si en el primer caso, los chicos reinciden con un solo delito y en
el segundo con más de tres durante un año de seguimiento, no podría decirse que
en los dos casos la reincidencia sea la misma. Para el joven con historial crónico
la comisión de un solo delito durante un año de seguimiento podría representar
disminución de su actividad delictiva, mientras para los chicos en el segundo caso
los datos mostrarían un incremento de reincidencia. Si bien en términos
dicotómicos sólo se pudiera saber que los dos reincidieron, los niveles de
reincidencia son diferentes en uno y otro caso.
De igual forma, pueden existir diferencias entre jóvenes que han sido
procesados por delitos violentos y que al salir en libertad únicamente se
involucran ocasionalmente en delitos menores no violentos; que quienes en
principio son procesados por delitos menores, pero después de salir en libertad
cometen delitos graves y violentos.
Con base en lo anterior, para un programa dirigido a jóvenes
comprometidos en patrones delictivos serios un criterio de éxito podría ser la
reducción de la reincidencia o de la violencia y no necesariamente la extinción
total del comportamiento delictivo.
En el caso de jóvenes con historiales crónicos y violentos la medida de
reincidencia requiere descripciones más precisas. Este grupo de jóvenes tiene una
alta probabilidad de reincidir, de tal forma que la efectividad de un programa no
303
puede evaluarse del todo si sólo se contempla la reincidencia únicamente como
variable dicotómica.
Para los jóvenes con patrones delictivos serios es de particular interés la
frecuencia de su reincidencia y la media del número de delitos cometidos por los
participantes de los grupos tratados y de control después de salir en libertad. Si los
jóvenes en el grupo tratado reinciden menos que los del grupo de comparación,
podría asumirse que el programa ha tenido cierto efecto sobre las condiciones de
reincidencia delictiva. Sin embargo, la media de delitos se describe en pocos
estudios, de tal suerte que en esta revisión ha sido imposible analizarla. Este punto
debe considerarse en posteriores investigaciones sobre la efectividad de la
intervención correccional para esta población de jóvenes.
En los nueve estudios (de los 38 incluidos en esta revisión) que informaron
de la media de reincidencia general de los grupos tratados y de control se encontró
un promedio de 3.13 para los grupos que recibieron un programa de intervención
y de 3.95 en los grupos de comparación, con lo cual se observa una pequeña
diferencia no significativa entre ellos, y no representativa dado el bajo número de
estudios. En el caso de la reincidencia seria los grupos tratados presentaron una
media similar a la de los controles (1.34 y 1.46 respectivamente), en los mismos
nueve estudios donde se informó de medias en reincidencia general.
Desafortunadamente, con tan escasos datos sobre la media de reincidencia es
imposible llegar a alguna conclusión en esta revisión respecto a esta variable de
resultado. Sin duda, ésta sería una variable de especial interés en la evaluación de
la intervención correccional dirigida a jóvenes con carreras delictivas serias.
Otra de las posibilidades que se ha planteado frente a los efectos de los
programas aplicados a los jóvenes con carreras delictivas serias es que quizás, más
que reducir los niveles de reincidencia, el tratamiento la retarda (Maltz, 1984). Por
ello algunos trabajos miden la reincidencia en diferentes momentos en el tiempo y
específicamente el periodo que transcurre desde la salida en libertad hasta el
primer arresto o vinculación legal por la comisión de algún delito. Trabajos como
los de Fagan (1990) favorecen esta hipótesis, dado que los jóvenes que
participaron en los programas tardaron más tiempo en libertad antes de reincidir
comparados con quienes estaban en los grupos de control.
304
Sin embargo, se requiere de más estudios que informen este tipo de medidas
para poder analizar las conclusiones de los efectos de la intervención en este
sentido. En esta revisión no fue posible evaluar el efecto de las intervenciones en
el tiempo que transcurre entre la salida en libertad y la reincidencia, aunque los
pocos datos disponibles son prometedores.
De los estudios incluidos en esta revisión sólo cinco informaron sobre el
tiempo transcurrido entre la salida en libertad de los participantes y su
reincidencia general y seria. Aunque no fue posible realizar un análisis por la poca
disponibilidad de datos, la media del tiempo informado en estos cinco estudios
sugiere resultados positivos a favor del grupo tratado. En reincidencia general los
grupos tratados tardaron en torno a 8.58 meses antes de reincidir con cualquier
tipo de delito, mientras en los grupos controles el tiempo fue de 7.63 meses. En la
reincidencia seria el tiempo fue un poco mayor, de nuevo a favor de los grupos
tratados, con periodos de 10.23 meses para quienes recibieron intervención y de
8.33 meses para quienes participaron en los grupos de comparación.
305
cual la medida de reincidencia no se podría interpretar de la misma forma en los
dos casos. Así, la reducción en reincidencia puede obedecer no a los efectos del
programa sino al tipo de supervisión al que se someten los jóvenes en comunidad.
Aunque los adolescentes en condiciones de supervisión intensiva probablemente
reinciden menos que los chicos en condiciones más laxas de supervisión o sin ella,
también es posible que sea más fácil registrar la reincidencia en las condiciones de
supervisión intensiva que en su ausencia.
Por último, el joven que es arrestado sólo una vez por un delito serio y es
encarcelado por un largo periodo de tiempo, podría contribuir de forma más
favorable a la reincidencia final que uno que fuera arrestado por numerosos
delitos menores, pero que nunca es encarcelado. Las diferencias en la cantidad de
tiempo que un chico está en comunidad, durante el cual los efectos del tratamiento
pueden ser evaluados, serían opacadas por intervalos diferenciales de
encarcelamiento de los sujetos en varios grupos de tratamiento.
Aunque deben reconocerse las dificultades descritas en las medidas de
resultado de reincidencia, ésta es una de las medidas con mayor información
disponible para poder evaluar la efectividad de la intervención correccional.
Empero, entre las estrategias sugeridas para reducir los sesgos de la medida de
esta variable está la posibilidad de medirla de diferentes maneras: dicotómica, por
frecuencia, por tipo de delito y por tiempo transcurrido entre la salida en libertad y
la comisión de un nuevo delito.
Además, las medidas de reincidencia pueden complementarse con
información de otras medidas de resultado como las psicológicas o las de logro
conductual, que están vinculadas con las variables que explican la delincuencia y
que fueron estudiadas en los capítulos uno y dos de esta investigación.
306
en capacitaciones académicas o laborales, es importante conocer el efecto de los
programas sobre este tipo de variables.
307
explicó en los capítulos teóricos de esta revisión. A este respecto, cabe recordar
que durante la adolescencia el cerebro aún se encuentra en desarrollo y existe un
importante desequilibrio entre la corteza pre-frontal y el sistema mesolímbico, con
lo cual el control cognitivo y la inhibición de las emociones se ven seriamente
limitados. Estas condiciones biológicas facilitan los comportamientos impulsivos
y la búsqueda de sensaciones (por ejemplo, Leather, 2009). Además, la conducta
antisocial se ha encontrado asociada con el temperamento hostil que se refiere a
un estilo de reactividad negativo en el que son frecuentes emociones como el
enojo, la ira y la irritabilidad (Eysenck y Gudjonsson, 1989; Farrington, 2005). De
hecho, tal como se explicó en el capítulo tres, los programas de tratamiento que
intervienen justamente en el desarrollo de la inteligencia inter e intra personal, con
un importante enfoque en las habilidades de tipo emocional, han mostrado
resultados significativos de reducción de la reincidencia (Henggeler, 1989; Ross,
Fabiano, Garrido y Gómez, 1995). De nuevo, la evidencia en este sentido, sugiere
un importante potencial de los programas que contemplan variables de tipo
emocional.
Entre las razones para no encontrar resultados significativos en las variables
de tipo psicológico están las limitaciones propias de la aplicación de las pruebas
psicológicas. En su mayoría estas pruebas requieren habilidades académicas por
parte de los jóvenes (por ejemplo, de lecto-escritura), y justamente la población
evaluada suele tener historias de fracaso académico que pueden limitar su
desempeño en las mismas. En el estudio de Robinson (1994) por ejemplo, la
autora menciona que una de las dificultades que tuvieron en las medidas
psicológicas estuvo relacionada con la dificultad de los chicos para responder
estas pruebas y con las experiencias previas negativas que habían tenido con este
tipo de test. A esto se puede aunar la poca motivación que tienen los chicos para
responder estos cuestionarios y el reducido número de pruebas validadas para
aplicarse a jóvenes con historiales serios de delincuencia.
Además, la categoría de variables psicológicas es muy amplia y pueden
medirse cuestiones muy dispares entre unos estudios y otros, por ello la necesidad
de dar prioridad a variables psicológicas estrechamente relacionadas con el
308
comportamiento delictivo (como las revisadas en los capítulos iniciales de esta
revisión).
Para el ajuste psicológico global el valor de la prueba de heterogeneidad no
fue significativa, por lo que no se realizó un análisis de variables moderadoras. El
único tipo de ajuste psicológico para el que se encontró una prueba de
homogeneidad significativa fue para el emocional, así que fue en éste en el que se
realizó análisis de variables moderadoras.
309
En las medidas psicológicas, al igual que en la reincidencia general, hubo
una tendencia favorable a los tratamientos cognitivo-conductuales, pero no se
encontraron diferencias significativas entre categorías de tratamiento.
En el enfoque del tratamiento tampoco se encontraron diferencias
significativas entre las categorías: individual, de pares, grupal, multi-enfocado y
familiar. De hecho, no fue posible analizar la categoría de pares porque sólo hubo
un estudio con esta condición, ni de familia porque ningún estudio utilizó este
enfoque con respecto al efecto en variables de tipo psicológico. Así, queda abierta
la pregunta de la efectividad de las intervenciones en función de su enfoque, y la
reflexión en torno a la relevancia del enfoque de pares dada su importancia
durante la adolescencia.
310
7.3.5.4. Variables moderadoras metodológicas
No hubo diferencias entre los estudios experimentales y los cuasi-
experimentales respecto a las medidas psicológicas, tal como ocurrió en las
medidas de reincidencia.
Respecto al grupo control se encontraron diferencias entre las tres categorías
codificadas: rutina institucional sin descripción de las condiciones para los
participantes, intervención educativa y comunidad terapéutica. Se encontró un
mayor TE en los grupos controles que consistieron en rutina institucional de la
cual se desconocen procedimientos específicos. Estos resultados son ambiguos
puesto que no hay descripciones detalladas de los grupos controles. Los grupos
con énfasis educativo presentaron un TE negativo y los grupos con comunidad
terapéutica mostraron un TE positivo que sugiere su utilización.
311
de programas dirigidos a jóvenes que han cometido delitos (en general, no
violentos o crónicos en particular) presentan datos en este sentido y son los que se
consideran para contrastar los datos de esta revisión.
En el meta-análisis de Garret (1985) se obtuvo un TE sobre las variables
institucionales de r = .24, y Gottschak et al. (1987a) informaron de un TE de r =
.26, valores similares al obtenido en esta investigación (r =.23).
En este apartado de variables se encontró un resultado significativo en la
prueba de heterogeneidad que sugirió el análisis de variables moderadoras.
312
en el caso de los violentos, tal como en las variables psicológicas. Como en otras
medidas de resultados, este dato es importante puesto que el tratamiento iba
dirigido a los jóvenes con patrones delictivos más serios. En este caso el efecto de
la intervención parece tener mayor efecto sobre la violencia que sobre la
cronicidad.
313
Por otro lado, la medición de la efectividad de los programas se ha centrado
en la evaluación de aspectos negativos como la reincidencia, pero se han hecho
pocos esfuerzos por medir los logros y relacionarlos con la reducción del
comportamiento delictivo. El logro de objetivos conductuales como la reducción
del consumo de drogas, conseguir y mantener un empleo, avanzar en el
desempeño escolar, estabilidad con una pareja, etc. son metas esperanzadoras en
la reducción de la delincuencia. Dado que pocos estudios informan datos en este
sentido es de considerarse la importancia de incluirlos en futuros estudios. En esta
línea, como se explicó en el capítulo dos, los estudios sobre los factores que
inciden en que los delincuentes abandonen sus carreras delictivas (desistimiento),
resultan clave para identificar las condiciones que contribuyen de forma eficaz a
la reducción del comportamiento delictivo (DeGusti et al., 2009; Farrington y
Moffitt, 1995; Thornberry y Khron, 2005). Constituye otro reto para los estudios
posteriores incluir en sus medidas de resultados aquéllos factores asociados al
desistimiento delictivo.
El conocimiento del procesamiento emocional de los jóvenes vinculados a
patrones delictivos serios indica que tienen dificultad para reconocer y procesar
emociones propias y de otros (Fairchild et al., 2009) y presentan bajos niveles de
empatía comparados con otros chicos (Beven, O’Brien-Malone y Hall, 2004;
Eisenberg y Miller, 1987). Esta información sugiere que la identificación y el
reconocimiento de emociones deben ser puntos centrales de los programas que
buscan reducir la reincidencia delictiva. En general, los programas deben dar
prioridad al entrenamiento en habilidades emocionales y de interacción social
(Krisberg et al., 1995; Safeyouth, 2001).
Valdría la pena preguntarse por el éxito de los programas en términos de
desarrollo de empatía, de adquisición de habilidades específicas en la
identificación y expresión emocional, de la incorporación a proyectos
comunitarios de ayuda a los demás, etc. En este sentido, se sugiere la evaluación
positiva de la intervención correccional en términos de enfocarse más en el logro
y presentación de conductas deseables (prosociales), además de medir la
disminución del comportamiento indeseable (delictivo).
314
7.3.8. Otra información cualitativa de interés
Existen condiciones de la aplicación de los programas que pueden contribuir
en su efecto sobre la reincidencia (general y seria) y las variables psicológicas
relacionadas con ella, de las cuales se conoce poco.
Dentro de estas condiciones están las relacionadas con el ambiente
institucional en el que se aplican los programas. Algunas situaciones en el
contexto institucional pueden “motivar” o “castigar” la participación de los
jóvenes en los programas de intervención. Por ejemplo, en el estudio de Friedman
y Friedman (1970) cuando un joven podía vincularse a un programa de
entrenamiento educativo o laboral en la comunidad, no continuaba participando en
las terapias grupal o familiar, como si estas condiciones fueran mutuamente
excluyentes. Esta situación llegó a instaurarse como parte del programa (aunque
nunca se había contemplado formalmente así). Así, el conseguir un trabajo o
iniciar un entrenamiento educativo específico se “recompensaba” con la
posibilidad de escapar a la obligación de asistir a terapia. De tal suerte que la
terapia, que consistía en un elemento esencial del tratamiento, empezó a percibirse
como castigo y no como recompensa.
También son pocos los estudios que informan sobre el proceso de
desarrollo y aplicación de los programas. Se requiere conocer más y mejor sobre
los procedimientos y experiencias de solución de problemas en el proceso de
aplicación y evaluación de las intervenciones, información cualitativa que sin
duda haría importantes aportes a los interesados en poner en marcha programas de
intervención.
Otra información cualitativa relevante tiene que ver con los procesos que se
siguen para realizar seguimientos de los jóvenes después de que salen en libertad.
Estudios como el de Fagan (1990) ilustran las dificultades que se tienen para
evaluar a los jóvenes después de que salen de las instituciones. En palabras de
Fagan: “las entrevistas con los jóvenes, tanto de los grupos experimentales como
de los controles, fueron difíciles de realizar. Hubo dificultades para localizarlos,
algunos estuvieron reacios a participar y frecuentemente se negaban a responder
preguntas específicas sobre los delitos que habían cometido. El panel final de
entrevistas fue de 52 de 122 jóvenes experimentales (42.6%) y 24 de 105 (22.9%)
315
de grupos controles. Debido a que los jóvenes encarcelados fueron más fáciles de
localizar y de entrevistar, estuvieron sobre representados en este análisis” (p. 258).
Si más estudios informan sobre estos procesos, sus dificultades y las
estrategias empleadas, se podrían sistematizar estas experiencias, avanzar en
la aplicación de metodologías útiles y efectivas, y generar conocimiento
respecto a la influencia que tienen en el efecto global de las intervenciones
aplicadas.
316
realizar una clasificación de los modelos de intervención en función de su
efectividad, tal como se había propuesto al principio de esta investigación.
317
investigaciones sobre el tema. A continuación se presenta un listado de los
factores en los que no se encontró suficiente información en la presente revisión
sistemática y que se considera fundamental para análisis posteriores:
En participantes:
En el programa de tratamiento:
318
- Entrenamiento en habilidades para la vida
- Habilidades para conseguir y mantener un empleo
- Habilidades para resolver problemas dentro de la institución
(situaciones propias de la institucionalización)
- Habilidades para resolver problemas una vez que salen en libertad
(situaciones propias de la relación con la comunidad, con posibles
empleadores, pareja, familia, etc.).
- Habilidades de identificación y reconocimiento emocional.
- Desarrollo de empatía
(f) Descripción del enfoque empleado y de las acciones en cada uno:
- Individual
- Grupal
- Pares
- Familiar
- Comunitario
(g) Explicar si el programa se aplicó con base en un protocolo (con una
breve descripción del mismo).
(h) Duración (tiempo total en meses), intensidad (número de horas en
total por participantes) y magnitud (número de horas a la semana por
participantes) del programa.
(i) Si el programa se extendió después de que los jóvenes salieran en
libertad (si hubo fase de transición y de reintegración): con
información sobre duración, intensidad, magnitud, elementos que
conformaron el programa y nivel de supervisión.
(j) Vinculación con redes de apoyo prosocial y recursos en la comunidad.
(k) La cooperación entre agencias e instituciones que buscan la
prevención de la delincuencia.
(l) Características de la comunidad a la que regresan los jóvenes después
de salir en libertad (favorables y contrarias a la delincuencia).
319
En el grupo de control o comparación:
(m) Explicar las condiciones en que estuvieron los jóvenes, de tal forma
que se pueda saber si estuvieron expuestos a alguna intervención.
(n) Incluir información sobre exposición de los participantes en estos
grupos a algún otro tipo de intervención en durante los periodos de
seguimiento.
En el clima de la institución:
320
En las medidas de resultados:
321
aproximativo, evitativo y regulatorio (Oliva y Antolín, 2010; Van Leijenhorst et
al., 2010), los cambios producidos en estos circuitos durante la adolescencia
pueden tener efectos persistentes a lo largo de la vida. Si los programas dirigidos a
los jóvenes vinculados a patrones delictivos serios producen cambios positivos (a
favor de la legalidad) sobre estos circuitos cerebrales, se incrementará la
probabilidad de que se mantengan por más tiempo, con lo cual no sólo se influiría
en la reincidencia que puede ocurrir durante la adolescencia y la juventud, sino
también durante la adultez. Este tema es aún más crítico en los jóvenes con
carreras delictivas violentas y crónicas que pueden ser responsables de una
importante proporción de delitos.
Es importante señalar que si una pequeña parte de la población de jóvenes
que han cometido delitos, y que tienen patrones crónicos y violentos, es la
responsable de la mayoría de delitos registrados y auto-informados, es necesario
identificar e intervenir de manera efectiva sobre su comportamiento.
Probablemente, el dirigir esfuerzos hacia esta población redundará en un
decremento importante de los niveles de delincuencia en general, así como en una
mejor inversión de los recursos dedicados a ello. Por ejemplo, quienes necesiten
intervenciones más largas las recibirán y quienes puedan continuar viviendo en
comunidad no tendrán que permanecer en una institución.
La atención de este subgrupo de jóvenes no sólo permitirá prevenir futuros
delitos y sufrimiento de potenciales víctimas, sino que también contribuirá a
mejorar las condiciones de vida de jóvenes y posteriormente adultos, que pasan un
importante periodo de tiempo institucionalizados, sin recibir ayuda ajustada
realmente a sus necesidades.
Desde esta perspectiva, la preocupación en esta investigación no gira en
torno al control social y seguridad de la ciudadanía, sino a la responsabilidad
compartida de los Estados, la sociedad en general, los científicos y los
profesionales en el tema de la delincuencia, frente al desarrollo de este tipo de
comportamiento y a la necesidad de proveer servicios más efectivos y menos
paliativos.
Como se explicó en capítulos precedentes, las sanciones legales por sí
mismas no son tan efectivas como la intervención correccional, que consiste en la
322
combinación de sanciones legales y tratamiento. Por ello, es necesario establecer
políticas que guíen la aplicación y la evaluación de los programas dirigidos a estos
jóvenes. El principal aporte de la presente investigación a este respecto consiste en
los resultados que se obtuvieron en la reducción de la reincidencia general, y en
especial, de la grave. Estos datos implican que la intervención dirigida a los
jóvenes con carreras delictivas violentas y crónicas es favorable y que debe
preferirse a la no intervención.
Los resultados de esta revisión invitan a establecer políticas que favorezcan
la investigación y la aplicación de estrategias dirigidas a este subgrupo de la
población, en particular las relacionadas con los componentes de programas
cognitivo-conductuales y multi-enfocados que potencian la efectividad de la
intervención. Por ejemplo, los programas enfocados en el desarrollo de auto-
control en este tipo de jóvenes, como es el caso de la investigación de Caldwell y
Van Rybroek (2005) ofrecen propuestas esperanzadoras para quienes en principio
son catalogados como difíciles, violentos y con bajas probabilidades de éxito.
Estos datos concuerdan con hallazgos previos sobre la relación estrecha entre el
auto-control como factor protector y la reducción de la probabilidad de conducta
delictiva (van der Laan et al., 2010).
Además, es de tenerse en cuenta el formato de codificación construido para
esta investigación junto con los puntos señalados en el apartado inmediatamente
anterior de este capítulo, dado que ofrecen una guía de los elementos a tener en
cuenta para la evaluación de programas dirigidos a jóvenes vinculados a patrones
delictivos serios que se encuentran en condiciones de institucionalización. La
consideración de guías como éstas contribuirá a encontrar más y mejores
resultados sobre las estrategias que son más efectivas para este subgrupo de la
población, y con ello se harán mayores aportes a la reducción del crimen en
general, en el entendido de que se contribuirá al propósito de prevenir que los
jóvenes con estos patrones lleguen a ser criminales adultos.
Con relación a la dificultad de contar con grupos controles o de
comparación que no reciban el programa de tratamiento que se evalúa, a fin de no
ir en contra de los marcos legales internacionales, se propone conformar dichos
grupos con los jóvenes que estén próximos a salir en libertad y que hayan estado
323
expuestos a la rutina institucional tradicional, sin caer en la discrecionalidad de no
asignarles a las condiciones de tratamiento.
Respecto a las intervenciones dirigidas a mujeres, los pocos estudios
disponibles no permiten hacer afirmaciones concluyentes. Es necesario realizar
más investigación con el objetivo de identificar si las chicas necesitan programas
distintos en algunos de sus componentes en comparación con los que reciben los
chicos.
Finalmente, aunque en las políticas criminales y en el ámbito aplicado de las
prisiones y correccionales se identifican algunos esfuerzos de la aplicación del
conocimiento sobre el tratamiento de la conducta delictiva, éste no es del todo
suficiente y se requiere de mayor relación entre los resultados de la investigación
y la práctica. Para ello, investigaciones como esta pueden contribuir a generar
conocimiento sobre las características de programas efectivos, y a difundirlo de tal
manera que las personas encargadas de las decisiones en el ámbito de las políticas
criminales lo tengan en cuenta a través del desarrollo de políticas sociales
basadas en la evidencia científica.
324
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359
TABLAS
Tabla 1
Análisis de fiabilidad del proceso de codificación.
Tabla 2
Ejemplo de organización de datos en una tabla de contingencia 2X2.
GRUPO
Reincidencia Tratado Control Totales
Si O1T O1C m1
No O2T O2C m2
Totales nT nC N
361
Tabla 3
Características categóricas de los documentos incluidos en la revisión. Parte 1.
362
Tabla 3
Características categóricas de los documentos incluidos en la revisión. Parte 2.
Tabla 4
Descripción de variables numéricas de los documentos incluidos en la revisión.
363
Tabla 5
Número de estudios por cada investigación incluida en la revisión.
364
Tabla 6
Características categóricas de los estudios incluidos en la revisión.
Tipo de tratamiento
Cognitivo 8 21.10
Cognitivo Conductual 9 23.70
Conductual 6 15.80
Educativa 3 7.90
Medicamento 1 2.60
No conductual 11 28.90
Tabla 7
Descripción de variables numéricas de los estudios incluidos en la revisión.
365
Tabla 8
Número de estudios por tipo de medida de resultado.
Tabla 9
Análisis del efecto de las intervenciones sobre la reincidencia general “de quienes
terminaron” el programa.
95% C. I.
Modelo Estadístico k r or+ Ll Lu z p
Modelo de Efectos –Fijos 31 .088 1.338 1.205 1.485 5.467 < .001
Modelo de Efectos – Aleatorios 31 .072 1.269 1.076 1.496 2.828 .005
Evaluación de la heterogeneidad: Q(30) = 48.435, p = .018; I2 = 38.1%; 2 = .059
Nota: k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio
de Logaritmo de odds ratio; or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor
del promedio de odds ratio; z: Prueba de significancia para el promedio de logaritmo de odds ratio; p: Nivel
de probabilidad; Q: Prueba de Heterogeneidad; I2: Índice de I cuadrado; 2: Varianza entre estudios.
Tabla 10
Análisis del efecto de las intervenciones sobre la reincidencia general de los datos de
“intención de tratamiento”.
95% C. I.
Modelo Estadístico k r or+ Ll Lu z p
Modelo Efectos-Fijos 31 .057 1.209 1.092 1.339 3.649 < .001
Modelo Efectos-Aleatorios 31 .037 1.129 0.905 1.407 1.077 .281
Evaluación Heterogeneidad Q(30) = 90.087, p < .001; I2 = 66.7%; 2 = .181
Nota. k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio
de Logaritmo de odds ratio; or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor
del promedio de odds ratio; z: Prueba de significancia para el promedio de logaritmo de odds ratio; p: Nivel
de probabilidad; Q: Prueba de Heterogeneidad; I2: Índice de I cuadrado; 2:Varianza entre estudios.
366
Tabla 11
Sesgo de publicación y TE de reincidencia general.
95% C. I.
Variables k r or+ Ll Lu
Publicado 25 .038 1.136 1.017 1.268
No publicado 6 .062 1.229 1.001 1.510
QB(1) = 0.448, p = .503 ; 2 = .018
k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio de
Logaritmo de odds ratio;or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor del
promedio de odds ratio; QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre los promedios de
Log odds ratios para las dos categorías de ésta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de Hays,
este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 12
Tipo de tratamiento y reincidencia general.
95% C. I.
Tipo de Tratamiento k r or+ Ll Lu
Conductual 4 -.020 0.939 0.564 1.564
Cognitivo 7 .096 1.376 0.983 1.925
Cognitivo-Conductual 8 .175 1.800 1.163 2.786
Educativo 3 - .015 0.953 0.571 1.590
Non Conductual 9 .051 1.184 0.866 1.620
QB(4) = 5.393, p = .249; 2 = .034
k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio de
Logaritmo de odds ratio;or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor del
promedio de odds ratio; QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre los promedios de
Log odds ratios para las dos categorías de ésta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de Hays,
este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 13
Tipo de enfoque del tratamiento y reincidencia general.
95% C. I.
Tipo de enfoque k r or+ Ll Lu
Grupal 3 -.079 0.770 0.377 1.571
Individual 20 .059 1.214 0.993 1.483
Multi-enfocado 2 .175 1.798 1.096 2.950
De pares 5 .093 1.360 0.861 2.148
QB(3) = 4.057, p = .255; 2 = .014
Nota. k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio
de Logaritmo de odds ratio; or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor
del promedio de odds ratio; QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre los promedios
de Log odds ratios para las dos categorías de ésta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de Hays,
este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
367
Tabla 14
Duración del tratamiento y reincidencia general.
Tabla 15
Edad y reincidencia general.
Tabla 16
Género de los participantes y reincidencia general.
95% C. I.
Género de participantes k r or+ Ll Lu
Femenino 7 -.163 0.579 0.297 1.131
Masculino 22 .086 1.332 1.138 1.559
Mixto 2 .089 1.344 0.586 3.083
QB(2) = 5.655, p = .059; 2 = .040
Nota. k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio
de Logaritmo de odds ratio; or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor
del promedio de odds ratio; QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre los promedios
de Log odds ratios para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de Hays,
este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 17
Tipo de participantes y reincidencia general.
95% C. I.
Tipo de participante k R or+ Ll Lu
Crónico 5 -.088 0.747 0.397 1.406
Crónico y violento 9 .092 1.355 1.086 1.691
Violento 17 .068 1.252 0.955 1.642
QB(2) = 3.038, p = .219; 2 = .022
Nota. k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio
de Logaritmo de odds ratio; or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor
del promedio de odds ratio; QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre los promedios
de Log odds ratios para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de Hays,
este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
368
Tabla 18
Tipo de diseño de los estudios y reincidencia general.
95% C. I.
Tipo de Diseño k R or+ Ll Lu
Experimental 13 .020 1.070 0.763 1.498
Cuasi-experimental 18 .086 1.332 1.101 1.611
QB(1) = 1.231, p = .267; 2 = .002
k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio de
Logaritmo de odds ratio; or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor del
promedio de odds ratio; QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre los promedios de
Log odds ratios para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de Hays,
este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 19
Tipo de grupo control y reincidencia general.
Tabla 20
Análisis de regresión simple (mediante mínimos cuadrados ponderados y asumiendo un
modelo de efectos mixtos) de variables moderadoras metodológicas continuas sobre los TEs
de reincidencia general.
369
Tabla 21
Análisis del efecto de las intervenciones sobre reincidencia general y reincidencia seria “de
quienes terminaron” el programa.
95% C. I.
Tipo de reincidencia k r or+ Ll Lu Q p I2 2
Reincidencia Seria 16 .119 1.488 1.200 1.845 15.002 .451 0.0% .000
Reincidencia General 16 .067 1.249 0.953 1.637 21.132 .133 29.0% .074
Nota. k: Número de estudios; r: Promedio de coeficiente de correlación obtenido al transformar el promedio
de Logaritmo de odds ratio; or+: Promedio odds ratio; 95% C. I.: Intervalo de confianza de 95% alrededor
del promedio de odds ratio; Q: Prueba de Heterogeneidad; I2: Índice de I cuadrado; 2: Varianza entre
estudios.
Tabla 22
Análisis del efecto de las intervenciones sobre las medidas de ajuste psicológico.
I. C. al 95%
Variable psicológica k d+ di ds Q GL p
Ajuste Global 12 .018 -0.185 0.229 15.354 11 .167
Ajuste Emocional 12 .104 -0.169 0.377 26.661 11 .005
Ajuste Interpersonal 11 .060 -0.171 0.292 16.694 10 .081
Ajuste Educativo 5 .0004 -0.221 0.222 0.933 4 .919
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q.
Tabla 23
Sesgo de publicación y TE de ajuste psicológico emocional.
I. C. al 95%
Tipo de documento k d+ di ds Q GL p
No publicado 7 .032 -0.285 0.348 7.024 6 .319
Publicado 5 .306 -0.226 0.838 2.756 4 .599
QB(1) = 0.752, p = .386, 2 = .00
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 24
Tipo de tratamiento y TE de ajuste psicológico emocional.
I. C. al 95%
Modelo de tratamiento k d+ di ds Q GL p
Cognitivo-conductuales 4 .142 -0.333 0.616 4.845 3 .183
No conductuales 7 .032 -0.363 0.428 3.501 6 .744
QB(1) = 0.121, p = .729, 2 = .088
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
370
Tabla 25
Tipo de enfoque y TE de ajuste psicológico emocional.
I. C. al 95%
Tipo de enfoque k d+ di ds Q GL p
Individual 6 .369 0.070 0.669 6.037 5 .303
Grupal 2 .455 - 0.210 1.120 0.330 1 .566
Multi-enfocado 2 .077 - 0.202 0.357 0.007 1 .931
QB(2) = 2.412, p = .299, 2 = .039
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 26
Duración de la intervención y TE de ajuste psicológico emocional.
Tabla 27
Edad de los participantes y TE de ajuste psicológico emocional.
Tabla 28
Género de los participantes y TE de ajuste psicológico emocional.
I. C. al 95%
Género k d+ di ds Q GL P
Femenino 3 .457 -.262 1.176 .264 2 .876
Masculino 9 .043 -.244 .331 9.552 8 .298
QB(1) = 1.097, p =.295, 2 = .008
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
371
Tabla 29
Tipo de participantes y TE de ajuste psicológico emocional.
I. C. al 95%
Tipo de participantes k d+ di ds Q GL p
Violentos 3 .684 0.181 1.187 0.154 2 .926
Crónicos 4 .165 -0.362 0.692 2.535 3 .469
Crónicos y violentos 5 -.142 -0.409 0.124 5.360 4 .252
QB(2) = 8.277, p = .016, 2 = .330
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 30
Tipo de diseño metodológico y TE de ajuste psicológico emocional.
I. C. al 95%
Tipo de diseño k d+ di ds Q GL p
Experimentales 10 .134 -0.187 0.454 6.091 9 .731
Cuasi-experimentales 2 .023 -0.620 0.666 3.328 1 .068
QB(1) = 0.091, p = .762, 2 = .08
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 31
Tipo de grupo control y TE de ajuste psicológico emocional.
372
Tabla 32
Análisis del efecto de las intervenciones sobre los resultados psicológicos institucionales.
I. C. al 95%
Variable moderadora k d+ di ds Q GL p
Ajuste institucional 14 .229 -0.046 0.504 45.438 13 < .001
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q.
Tabla 33
Sesgo de publicación y TE de medidas psicológicas institucionales.
I. C. al 95%
Tipo de documento k d+ di ds Q GL p
No publicado 6 .225 -0.174 0.623 6.940 5 .225
Publicado 8 .243 -0.188 0.675 9.440 7 .223
QB(1) = 0.004, p = .950, 2 = .077
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 34
Tipo de tratamiento y medidas psicológicas institucionales.
I. C. al 95%
Tipo de tratamiento k d+ di ds Q GL p
Cognitivo-conductuales 5 .461 0.083 0.838 10.360 4 .017
No conductuales 8 -.080 -0.383 0.223 1.335 7 .605
QB(1) = 4.785, p = .029, 2 = .232
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 35
Tipo de enfoque de tratamiento y medidas psicológicas institucionales.
I. C. al 95%
Tipo de enfoque k d+ di ds Q GL p
Grupal 4 0.048 -0.588 0.684 0.728 3 .866
Individual 8 0.434 0.013 0.856 11.363 7 .123
Multienfocado 2 -0.097 -0.822 0.628 0.146 1 .702
QB(2) = 1.998, p = .368, 2 = .00015
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
373
Tabla 36
Duración del tratamiento y medidas psicológicas institucionales.
Tabla 37
Edad de los participantes y medidas psicológicas institucionales.
Tabla 38
Género de los participantes y medidas psicológicas institucionales.
I. C. al 95%
Género k d+ di ds Q GL p
Femenino 3 1.050 0.250 1.850 2.855 2 .239
Masculino 11 .130 -0.134 .394 13.956 10 .175
QB(1) = 4.580, p =.032, 2 = .222
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 39
Tipo de participantes y medidas psicológicas institucionales.
I. C. al 95%
Tipo de participantes K d+ di ds Q GL p
Crónicos 5 -.113 -0.718 0.492 0.684 4 .953
Mixtos 3 -.066 -0.654 0.522 0.175 2 .916
Violentos 6 .624 0.164 1.084 8.805 5 .117
QB(2) =5.035, p = .081, 2 = .173
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
374
Tabla 40
Tipo de diseño metodológico y medidas psicológicas institucionales.
I. C. al 95%
Tipo de diseño K d+ di ds Q GL p
Cuasi-experimentales 4 .564 0.031 1.098 5.041 3 .169
Experimentales 10 .071 -0.308 0.450 7.638 9 .571
QB(2) = 2.188, p = .139, 2 = .079
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
Tabla 41
Grupo control y medidas psicológicas institucionales.
I. C. al 95%
Tipo grupo control K d+ di ds Q GL p
Comunidad Terapéutica 4 -.086 -.5472 .3758 .231 3 .972
Sin información específica 8 .556 .1166 .9950 12.618 7 .082
QB(1) = 3.896, p = .048, 2 = .209
Nota. k: número de estudios; d+: tamaño del efecto medio; di y ds: límites confidenciales inferior y superior
en torno al tamaño del efecto medio; Q: prueba Q de heterogeneidad; GL: grados de libertad de la prueba Q;
p: nivel de probabilidad para la prueba Q. QB: Estadístico Chi-cuadrado para probar la homogeneidad entre
los promedios de d+ para las dos categorías de esta variable moderadora; 2: Índice Omega cuadrado de
Hays, este índice representa la proporción de la varianza explicada por la variable moderadora en los TEs.
375
FIGURAS
Estudio or ori ors Odds ratio e I.C. al 95%
Figura 1. Forest plot de los odds ratios para los resultados de reincidencia general con los
datos “de quienes terminaron” el programa. or: odds ratio. ori y ors: límites inferior y
superior del intervalo de confianza para el odds ratio al 95%.
377
Estudio or ori ors Z p Odds ratio e I. C. al 95%
Figura 2. Forest plot de los odds ratios para los resultados de reincidencia seria con los datos
“de quienes terminaron” el programa. or: odds ratio. ori y ors: límites inferior y superior del
intervalo de confianza para el odds ratio al 95%. Z: prueba de significación estadística del
odds ratio. p: nivel crítico de probabilidad asociado a la prueba Z.
378
Estudio d di ds Índices d e I.C. al 95%
Figura 3. Forest plot de las diferencias medias tipificadas para la medidas psicológicas de
ajuste emocional con los datos “de quienes terminaron” el programa. d: diferencia media
tipificada. di y ds: límites inferior y superior del intervalo de confianza para la diferencia
media tipificada al 95%.
379
Estudio d di ds Índices d e I.C. al 95%
Figura 4. Forest plot de las diferencias medias tipificadas para la medidas psicológicas de
ajuste institucional con los datos “de quienes terminaron” el programa. d: diferencia media
tipificada. di y ds: límites inferior y superior del intervalo de confianza para la diferencia
media tipificada al 95%.
380
APÉNDICES
Apéndice A. Carta de solicitud de información sobre investigaciones que pudieran ser
incluidas en la revisión. Parte 1.
Sincerely yours,
382
Apéndice A. Carta de solicitud de información sobre investigaciones que pudieran ser
incluidas en la revisión. Parte 2.
Esta carta fue entregada a los participantes del Congreso de la Sociedad Americana de
Criminología del año 2002, realizado en Chicago, Estados Unidos. Además, la carta fue enviada
por correo postal y electrónico a investigadores e instituciones que podrían tener información
sobre el tema. En el siguiente cuadro se resumen algunas instituciones europeas a las que se hizo
llegar la solicitud de información:
Institución País
Ministry of Interior Vienna, Austria
Ministry of Justice Hämeenlinna, Finland
Office of the Prosecutor- General Bonnn, Germany
Ministry of Justice Reykjacík, Iceland
Scottish Criminal Record Office – Police Glasgow, Scotland
Headquarters
Information Technology Centre (criminal Dublin, Ireland
topics)
Head Electronic Data Processing Department Jerusalem, Israel
-Israel Police Headquarters
National Swedish Police Board Stockholm, Sweden
Canadian Police Information Centre Ottawa, Ontario, Canada
Civil and Criminal Records Office Lisboa, Portugal
Ali Sicil ve Istatistik Genel Müdürlügü Ankara, Turkey
383
Apéndice B. Lista de registro y verificación de criterios de elegibilidad. Parte 1.
Participantes
8. Delincuencia Juvenil: El estudio debe cumplir estos dos criterios para considerar que
corresponde a un estudio sobre delincuencia juvenil. Si solo cumple uno de los dos, el estudio no
está dentro del estatus de elegibilidad.
Criterios de Inclusión SI NO NI
8.1. El estudio informa que durante la aplicación del programa de
intervención los jóvenes de su muestra estaban bajo la supervisión de un
sistema de justicia juvenil o adulto por la comisión de un delito.
8.2. Los participantes en el estudio tienen entre 12 y 21 años de edad.
Observaciones:
9. Delincuencia seria: El estudio debe cumplir uno de los siguientes tres criterios de
inclusión y los dos criterios de exclusión.
Criterios de Inclusión SI NO NI
9.1. Más del 50% de los participantes en el estudio han cometido alguna vez
o tienen historia de delitos violentos como los siguientes: asesinato (incluye
intento), homicidio (incluye intento), secuestro, asalto (incluye los
agravados), robo armado, robo de coches, lesiones, amenazas o incendio de
viviendas ocupadas. Y otros delitos que atenten contra la vida o la integridad
de otras personas que impliquen daños graves causados por el uso de la
fuerza física o de las armas (de fuego, corto punzantes, etc.).
9.2. Más del 50% de los participantes en el estudio son jóvenes con tres o
más antecedentes legales previos por cualquier tipo de delitos excepto los
violentos.
9.3. El total de jóvenes que participan en el estudio que han cometido delitos
violentos es menor al 50% de la muestra, pero la sumatoria de individuos
crónicos y violentos es igual o superior al 50% del total de la población que
participó en el estudio.
Criterios de Exclusión SI NO NI
9.4. Más del 50% de la muestra está adjudicada legalmente por delitos
sexuales.
9.5. Más del 50% de la muestra ha cometido delitos menores y ha sido
vinculado por primera vez al sistema legal.
Observaciones:
384
Apéndice B. Lista de registro y verificación de criterios de elegibilidad. Parte 2.
Contexto
10. Institucionalización: el estudio debe cumplir los siguientes dos criterios de inclusión y
exclusión para ser elegibles.
Criterios de Inclusión SI NO NI
10.1. Más del 50% de la duración del programa de intervención evaluado
tuvo lugar en una institución cerrada (correccional, prisión, colegio de
instrucción especial, campos y ranchos para jóvenes, hospitales o cualquier
otra institución con ambiente de tratamiento estructurado para jóvenes que
han cometido delitos).
Criterio de excusión SI NO NI
10.2. Más del 50% de la duración del programa de intervención evaluado
tuvo lugar en regímenes abiertos o semi – abiertos, basados en comunidad
(achievement place, foster home, foster care, group home, detención
periódica, etc.).
Observaciones:
Programas
11. Programas: el estudio debe cumplir los siguientes dos criterios de inclusión y exclusión
para ser elegibles
Criterios de Inclusión SI NO NI
11.1. El estudio informa de la aplicación de uno o más programas dirigidos a
reducir la reincidencia delictiva de los jóvenes, posterior a su salida en
libertad.
Criterio de excusión SI NO NI
11.2. El programa aplicado corresponde con Boots Camps o con Scared
Straigh.
Observaciones:
Medidas de resultados
12. Medidas de resultados: para ser elegible el estudio debe informar sobre alguna medida
de resultado en términos de reincidencia delictiva, variables psicológicas ó institucionales
que permitan evaluar el efecto de la aplicación del programa sobre el comportamiento
delictivo de los participantes. El estudio debe informar de por lo menos una de las siguientes
medidas:
Criterios de Inclusión SI NO NI
12.1. Reincidencia general
12.2. Reincidencia auto-informada
12.3. Reincidencia grave
12.4. Medidas psicológicas asociadas con conducta delictiva.
12.5. Medidas institucionales
12.6. Medidas de logro conductual (conseguir un empleo, terminar un grado
académico, etc.).
Observaciones:
385
Apéndice B. Lista de registro y verificación de criterios de elegibilidad. Parte 3.
Publicación
Rigor Criterios
0 El estudio no cumple con las características de rigor metodológico contempladas en la
escala.
1 Investigaciones que aportan evidencia correlacional (baja) entre el programa y la
conducta delictiva (o sus factores de riesgo) en un momento dado en el tiempo. No
existe forma de contrastar la experiencia de un grupo que recibe algún tipo de
intervención (no se hace comparación pre-post ni se utiliza un grupo de comparación).
2 El estudio no hace referencia al control estadístico de los sesgos de selección pero existe
algún tipo de comparación con un grupo no equivalente. Por ejemplo, existe un grupo
control no equivalente cuyos resultados se comparan con un grupo que ha recibido el
tratamiento, o el diseño del estudio consiste en un solo grupo pero con medidas pre y
post, que facilitan la comparación.
3 Se informa de control estadístico moderado, caracterizado por la presencia de un grupo
control comparable con el que recibe tratamiento, incluyendo un cotejo de medidas pre
y post en los dos grupos.
4 El estudio tiene en cuenta el control de variables extrañas, el grupo que recibe el
programa se compara con grupo control, teniendo en cuenta y controlando posibles
influencias extrañas sobre los resultados (por ejemplo, por igualación, medidas de
predicción o controles estadísticos).
5 El estudio corresponde con un experimento aleatorizado, en el que los participantes son
seleccionados al azar para ser parte de un grupo control y de un grupo tratamiento. A su
vez estos grupos son equivalentes y se comparan entre sí antes y después de la
intervención.
Observaciones:
NOTA: por grupo control se entiende un grupo de comparación que puede consistir en jóvenes que
deciden no participar en el programa ó que son seleccionados para no participar en él, chicos que
no participan debido al espacio limitado en el programa evaluado, que son trasladados o que se
encuentran en otra institución donde no se aplica la intervención, etc.
386
Apéndice B. Lista de registro y verificación de criterios de elegibilidad. Parte 4.
Guía para cumplimentarla.
El ítem 7 sólo se registra después de diligenciar todo el instrumento y se tienen en cuenta los los
siguientes criterios:
En frente de cada uno de los criterios se han dispuesto tres columnas que contienen un espacio
para registrar las características del estudio respecto a éstos. Se coloca una “X” en la casilla
correspondiente teniendo en cuenta que se refieren a:
Para que el estudio sea elegido deben registrarse mínimo los siguientes criterios:
387
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I-. Características de los estudios. Parte 1.
[Los nombres abreviados de las variables están entre los corchetes en cada ítem]
VARIABLES EXTRÍNSECAS
3. Fecha de codificación[DED]
5. Título [TTl]
6. Autores [Ath]
1. Psicología
2. Educación
3. Psiquiatría
4. Trabajo social
5. Criminología y áreas relacionadas
6. Doctorado sin información del área disciplinar específica.
7. Otro. ¿Cuál?
9. Observaciones:
388
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I-. Características de los estudios. Parte 2.
1. Artículo de revista
2. Capítulo de libro
3. Reporte oficial
4. No publicado (reporte técnico, presentación en un evento académico –
convención, congreso-, tesis doctoral)
5. Otra (especificar)
1. Estados Unidos
2. Inglaterra
3. Canadá
4. Otro. ¿Cuál?
VARIABLES SUSTANTIVAS
16. Edad media del grupo control o comparación (en años) [CG]
389
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I-. Características de los estudios. Parte 3.
20. Alteración psicológica ¿Más del 50% de la muestra presenta alguna alteración psicológica?
[Alt]
1. Si. Más del 50% de los jóvenes que participan en el estudio presentan
alguna alteración de tipo psicológico o psiquiátrico.
2. No. Menos del 50% o ninguno de los jóvenes en la muestra presentan
alguna alternación de tipo psicológico o psiquiátrico.
390
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I-. Características de los estudios. Parte 4.
25. Observaciones:
1. No conductual
2. Educativo
3. Conductual
4. Cognitivo-conductual
5. Cognitivo
6. Encarcelamiento/endurecimiento del régimen, de la disciplina y de las
sanciones.
7. Ambientes institucionales saludables y comunidad terapéutica
8. Otros. ¿Especificar?
1. Individual
2. Grupal
3. Pares
4. Familiar
5. Multienfocado
1. No conductual
2. Rutina institucional
3. Educativo
4. Cognitivo-conductual
5. Cognitivo
6. Endurecimiento del régimen (aumento de disciplina y sanciones)
7. Ambientes institucionales saludables y comunidad terapéutica.
8. No hay información sobre el tipo de intervención recibida por los jóvenes
en el grupo control pero parece que el programa no estuvo estructurado
formalmente.
9. Endurecimiento del régimen con entrenamiento vocacional y laboral.
391
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I-. Características de los estudios. Parte 5.
30. Descripción del modelo de intervención del programa recibido por el grupo control
[ProgCG]
31. Duración del programa de intervención del grupo tratado (en meses) [LI]
1. Mínima
2. Máxima
3. Media
4. Fija
33. Magnitud (intensidad total) de la intervención (No. Total de horas por participante)
[Magnit]
34. ¿Hubo atención posterior a la salida en libertad de los chicos que participaron en el
programa? [AtePosTto]
1. Si
2. No
3. No hay información en el estudio a este respecto.
35. ¿Hubo atención posterior a la salida en libertad de los chicos que participaron en el grupo
control? [AtePosTto]
1. Si
2. No
3. No hay información en el estudio a este respecto.
392
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I-. Características de los estudios. Parte 6.
37. ¿Cuál es la profesión o formación de las personas que aplican la intervención? [TStaff]
38. Lugar donde se encontraban los jóvenes del grupo tratado durante el más del 50% de la
aplicación de la intervención [PlaceTG]:
39. Descripción de lugar en el que se realizó la mayor parte del tratamiento [DPlaceTTo]
40. Lugar donde se encontraban los jóvenes del grupo de comparación durante el estudio
[PlaceCG]
393
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I-. Características de los estudios. Parte 7.
1. Experimental
2. Cuasi-experimental (dos grupos comparables)
3. Cuasi-experimental (dos grupos no comparables)
4. Cuasi-experimental (un grupo con medidas pre y post.
44. Tipo de selección y asignación de los jóvenes a los grupos tratados y de control [Assign]
1. Aleatoria, simple.
2. Aleatoria con controles estadísticos posteriores (equivalencia de
grupos post hoc, estratificación, etc.).
3. No aleatoria, con equivalencia post hoc.
4. No aleatoria de otro procedimiento.
5. No aleatoria y sin otro procedimiento estadístico para controlar
diferencias entre grupos.
1. Si
2. No
1. Si
2. No
394
Apéndice C. Formato de codificación – SECCIÓN I- Características de los estudios. Parte 8.
48. Descripción de las variables que se tuvieron en cuenta para comparar e igualar a los grupos
[VbleCompMach]
1.Voluntaria
2. Obligatoria
1. Reincidencia General.
2. Reincidencia general y seria.
3. Reincidencia general y seria, y medidas institucionales.
4. Reincidencia general y seria, y medidas psicológicas
emocionales e interpersonales.
5. Reincidencia general y seria, medidas psicológicas
emocionales e interpersonales, y medidas institucionales.
6. Medidas psicológicas emocionales, interpersonales y
cognoscitivas, y medidas institucionales.
7. Medidas psicológicas emocionales, cognoscitivas y educativas,
y medidas institucionales.
8. Medidas psicológicas emocionales, interpersonales y
educativas, y medidas institucionales.
9. Medidas institucionales.
Observaciones:
395
Apéndice C. Formato de codificación – Sección II-. Medidas de resultados. Parte 9.
Se codifica cada una de las medidas de resultado para cada uno de los contrastes entre grupo
tratado y grupo de comparación o control. Por ejemplo, si un estudio presenta medidas de
resultados de seis variables dependientes y contrasta esta información mediante comparaciones pre
– post y grupo tratado vs. Grupo control, se usarán por lo menos seis formatos de codificación
(parte II) para registrar los datos correspondientes –un formato para cada contraste-.
1. Reincidencia General
2. Reincidencia Seria
3. Reincidencia auto-informada
4. Tiempo mínimo entre salida en libertad y la reincidencia delictiva
5. Medida psicológica
6. Medida institucional
7. Medida conductual (logros conductuales)
55. En caso de que se registre una medida de resultado psicológica especificar el tipo de ajuste
evaluado [TypAjt]
1. Interpersonal
2. Emocional
3. Educativo (intelectual, académico o vocacional)
4. Cognoscitivo: creencias
396
Apéndice C. Formato de codificación – Sección II-. Medidas de resultados. Parte 10.
1. F
2. p de F
3. t
4. p de t
61. Periodo de seguimiento -tiempo entre la terminación del programa y la evaluación de esta
medida de resultado- (en meses). [FollowP]
63. Número de participantes en el grupo tratado de quienes se obtuvo esta medida de resultado
[nTtoFy]
64. Mortalidad experimental del grupo tratado (porcentaje de jóvenes que iniciaron el
programa, pero de quienes no se obtuvo esta medida de resultado) [MtExTto]
65. Número de participantes en el grupo control antes de que se aplique el programa [nCto]
397
Apéndice C. Formato de codificación – Sección II-. Medidas de resultados. Parte 11.
66. Número de participantes en el grupo control de quienes se obtuvo esta medida de resultado
[nCtoFy]
67. Mortalidad experimental del grupo control (porcentaje de jóvenes que iniciaron en el grupo
control, pero de quienes no se obtuvo esta medida de resultado) ) [MtECto]
68. ¿Cuál de los grupos presenta un efecto positivo a su favor (con significancia estadística)?
[GFSgEst]
0. Ninguno
1. Grupo Tratado
2. Grupo control o de comparación
3. No se informa
69. ¿Cuál de los grupos presenta un efecto a su favor (ignorando la significancia estadística)?
[GFSS]
0. Ninguno
1. Grupo Tratado
2. Grupo control o de comparación
3. No se reporta
70. Descripción del significado de los datos de la medida de resultado registrada (por ejemplo
si a mayor puntaje resultado positivo a favor del tratamiento o viceversa [DpFST]
398
Apéndice D. Resumen de las características categóricas de las investigaciones incluidas en la revisión. Parte 1.
Estudio Tipo de Descripción Profesión Institución(es) que
documento Documento autores Financiaron el estudio
Bottcher (1985) No publicado Informe Criminólogo Institución gubernamental que trabaja en
gubernamental temas de crimen y justicia.
Bottoms y McClintock (1973) Publicado Libro Criminólogo Institución gubernamental que trabaja en
temas de crimen y justicia.
Cadwell y Van Rybroek (2005) Publicado Artículo Psicólogo
Caldwell y Van Rybroek (2001) Publicado Artículo Psicólogo Institución gubernamental que trabaja en
temas de crimen y justicia.
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship Publicado Artículo Criminólogo Institución gubernamental que trabaja en
(2003) temas de crimen y justicia.
Cornish y Clarke (1975) Publicado Libro Múltiples instituciones que incluyen
Organizaciones gubernamentales
relacionadas con el crimen y la justicia e
instituciones de salud.
Fagan (1990) Publicado Artículo Ingeniero Industrial Institución gubernamental que trabaja en
temas de crimen y justicia.
Ford (1974) No publicado Tesis doctoral Psicólogo
Friedman y Friedman (1970) No publicado Informe Doctores, sin Organización gubernamental en temas de
gubernamental información de salud.
profesión específica.
Gordon (1996) No publicado Tesis doctoral Criminólogo
Guerra y Slaby (1990) Publicado Artículo Psicólogo Institución gubernamental que trabaja en
temas de crimen y justicia.
Ingram, Gerard, Quay y Levinson Publicado Artículo Psicólogo Institución gubernamental que trabaja en
(1970) temas de crimen y justicia.
400
Apéndice D. Resumen de las características categóricas de las investigaciones incluidas en la revisión. Parte 2.
Estudio Tipo de Descripción Profesión Institución(es) que
documento Documento autores Financiaron el estudio
Jesness (1971) Publicado Artículo Psicólogo Múltiples instituciones que incluyen
Organizaciones gubernamentales relacionadas
con el crimen y la justicia e instituciones de
salud.
Jesness (1975) Publicado Artículo Psicólogo Organización gubernamental en temas de salud.
Kawaguchi (1975) No publicado Informe Analísta de Institución gubernamental que trabaja en temas
gubernamental investigación de crimen y justicia.
Moody (1997) Publicado Artículo Psicólogo
Randall (1973) No publicado Informe Educador Institución Gubernamental dedicada a la
gubernamental Educación
Robinson (1994) No publicado Tesis doctoral Educador
Ross y McKay (1976) Publicado Artículo Psicólogo Múltiples instituciones que incluyen
Organizaciones gubernamentales relacionadas
con el crimen y la justicia e instituciones de
salud.
Schlichter y Horan (1981) Publicado Artículo Psicólogo
401
Apéndice D. Resumen de las características categóricas de las investigaciones incluidas en la revisión. Parte 3.
Estudio Ubicación Género Tipo de Presentan Descripción Tipo de
participantes Alteración Alteración Participación
Bottcher (1985) Estados Unidos Femenino Crónicos y No
violentos
Bottoms y McClintock (1973) Inglaterra Masculino Crónicos y No
violentos
Cadwell y Van Rybroek (2005) Estados Unidos Masculino Violentos No
Caldwell y Van Rybroek (2001) Estados Unidos Masculino Violentos No
402
Apéndice D. Resumen de las características categóricas de las investigaciones incluidas en la revisión. Parte 4.
Estudio Ubicación Género Tipo de Presentan Descripción Tipo de
participantes Alteración Alteración Participación
Jesness (1971) Estados Unidos Masculino Crónicos y No
violentos
Jesness (1975) Estados Unidos Masculino Crónicos y No
violentos
Kawaguchi (1975) Estados Unidos Masculino Violentos No
Moody (1997) Estados Unidos Masculino Violentos Si Los jóvenes presentaron Voluntaria
problemas emocionales con
antecedentes de
hospitalización psiquiátrica.
Randall (1973) Estados Unidos Masculino Violentos No
403
Apéndice E. Variables categóricas por estudio. Parte 1.
Estudio Modelo Intervención Enfoque de la Tipo de intervención Rigor metodológico
Grupo Tratado intervención tratado Grupo Control
Bottcher (1985) Cognitivo Multi-enfocado No información específica Cuasiexperimental
Bottoms y McClintock (1973) No conductual Individual Ardua disciplina Cuasiexperimental
Cadwell skeem, Salekin y Van Rybroek (2005) Cognitivo Conductual Individual No información específica Cuasiexperimental
Caldwell y Van Rybroek (2001) Cognitivo Conductual Individual No información específica Cuasiexperimental
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship (2003) St.1 Cognitivo Individual No información específica Cuasiexperimental
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship (2003) St.2 Cognitivo Individual No información específica Cuasiexperimental
Cornish y Clarke (1975) No conductual Grupal Comunidad terapéutica Experimental
Fagan (1990) St.1 Cognitivo Conductual Individual Ardua disciplina Experimental
Fagan (1990) St.2 Cognitivo Conductual Individual Ardua disciplina Experimental
Fagan (1990) St.3 Cognitivo Conductual Individual Ardua disciplina Experimental
Fagan (1990) St.4 Cognitivo Conductual Individual Ardua disciplina Experimental
Ford (1974) Medicamento Individual No información específica Experimental
Friedman y Friedman (1970) St.1 No conductual Familia Educativo Cuasiexperimental
Friedman y Friedman (1970) St.2 Cognitivo Pares Educativo Experimental
Gordon (1996) Cognitivo Conductual Pares Educativo Cuasiexperimental
Guerra and Slaby (1990) St.1 Cognitivo Individual No información específica Experimental
Guerra and Slaby (1990) St.2 Educativa Individual No información específica Experimental
Ingram, Gerard, Quay y Levinson (1970) Conductual Individual No información específica Cuasiexperimental
Jesness (1971) No conductual Individual No información específica Experimental
Jesness (1975 )St.1 No conductual Multi-enfocado No información específica Cuasiexperimental
Jesness (1975) St. 2 Conductual Individual No información específica Cuasiexperimental
Kawaguchi (1975) Educativa Individual Educativo Cuasiexperimental
Moody (1997) Cognitivo Conductual Pares Conductual Cuasiexperimental
Randall (1973) Educativa Individual Educativo Cuasiexperimental
404
Apéndice E. Variables categóricas por estudio. Parte 2.
Estudio Modelo Intervención Enfoque de la Tipo de intervención Rigor metodológico
Grupo Tratado intervención tratado Grupo Control
Robinson (1994) Cognitivo Individual Ardua disciplina Cuasiexperimental
Ross and McKay (1976) St. 1 Conductual Individual No información Cuasiexperimental
específica
Ross and McKay (1976) St. 2 Conductual Individual No información Cuasiexperimental
específica
Ross and McKay (1976) St. 3 Conductual Pares No información Cuasiexperimental
específica
Ross and McKay (1976) St. 4 Cognitivo Pares No información Cuasiexperimental
Schlichter y Horan (1981) Cognitivo Individual No información Experimental
Seagram (1997) Cognitivo Conductual Individual No información Cuasiexperimental
Sowles y Gill (1970) St.1 No conductual Individual No información Experimental
Sowles y Gill (1970) St.2 No conductual Individual No información Experimental
Sowles y Gill (1970) St.3 No conductual Grupal No información Experimental
Sowles y Gill (1970) St.4 No conductual Grupal No información Experimental
Tupker y Pointer (1975) St.1 No conductual Individual Comunidad terapéutica Experimental
Tupker y Pointer (1975) St.2 Conductual Multi-enfocado Comunidad terapéutica Experimental
Tupker y Pointer (1975) St.3 No conductual Multi-enfocado Comunidad terapéutica Experimental
405
Apéndice E. Variables categóricas por estudio. Parte 3.
Estudio Ubicación del grupo tratado Ubicación del grupo control
Bottcher (1985) Centro de Reforma Juvenil Mezcla de ubicaciones.
Bottoms y McClintock (1973) Prisión Juvenil Prisión Juvenil
Cadwell skeem, Salekin y Van Rybroek (2005) Centro de Reforma Juvenil Prisión Juvenil
Caldwell y Van Rybroek (2001) Centro de Reforma Juvenil Centro de Reforma Juvenil
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship (2003) St.1ETS Prisión juvenil Prisión juvenil
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship (2003) St.2 R&R Prisión juvenil Prisión Juvenil
Cornish y Clarke (1975) Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Fagan (1990) St.1 Centro de Reforma Juvenil Colegio Especial de Entrenamiento
Fagan (1990) St.2 Centro de Reforma Juvenil Colegio Especial de Entrenamiento
Fagan (1990) St.3 Centro de Reforma Juvenil Colegio Especial de Entrenamiento
Fagan (1990) St.4 Centro de Reforma Juvenil Colegio Especial de Entrenamiento
Ford (1974) Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Friedman y Friedman (1970) St.1 Centro de Reforma Juvenil Centro de Reforma Juvenil
Friedman y Friedman (1970) St.2 Centro de Reforma Juvenil Centro de Reforma Juvenil
Gordon (1996) Centro de Reforma Juvenil Colegio Especial de Entrenamiento
Guerra and Slaby (1990) St.1 Prisión Juvenil Prisión Juvenil
Guerra and Slaby (1990) St.2 Prisión Juvenil Prisión Juvenil
Ingram, Gerard, Quay y Levinson (1970) Centro de Reforma Juvenil Centro de Reforma Juvenil
Jesness (1971) Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Jesness (1975 )St.1 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Jesness (1975) St. 2 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Kawaguchi (1975) Centro de Reforma Juvenil Centro de Reforma Juvenil
Moody (1997) Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Randall (1973) Prisión Juvenil Prisión Juvenil
Robinson (1994) Centro de Reforma Juvenil Centro de Reforma Juvenil
406
Apéndice E. Variables categóricas por estudio. Parte 4.
Estudio Ubicación del grupo tratado Ubicación del grupo control
Ross and McKay (1976) St. 1 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Ross and McKay (1976) St. 2 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Ross and McKay (1976) St. 3 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Ross and McKay (1976) St. 4 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Schlichter y Horan (1981) Institución correccional sin descripción específica. Institución correccional sin descripción específica.
Seagram (1997) Centro de Reforma Juvenil Centro de Reforma Juvenil
Sowles y Gill (1970) St.1 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Sowles y Gill (1970) St.2 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Sowles y Gill (1970) St.3 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Sowles y Gill (1970) St.4 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Tupker y Pointer (1975) St.1 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Tupker y Pointer (1975) St.2 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
Tupker y Pointer (1975) St.3 Colegio Especial de Entrenamiento Colegio Especial de Entrenamiento
407
Apéndice F. Resumen de variables numéricas de características de los programas aplicados en los estudios incluidos en la revisión. Parte
1
Estudio Duración intervención Intensidad (horas Magnitud N
(meses) semanales) (horas en total) Personal
Bottcher (1985) 3.5 12 144 10
Bottoms y McClintock (1973) 10 120
Cadwell y Van Rybroek (2005)
Caldwell y Van Rybroek (2001) 6.6
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship (2003) St.1 44
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship (2003) St.2 76
Cornish y Clarke (1975) 13.6 6
Fagan (1990) St.1 10.75
Fagan (1990) St.2 13.38
Fagan (1990) St.3 6.71
Fagan (1990) St.4 7.98
Ford (1974) 8 10
Friedman y Friedman (1970) St.1 6 1.5 48 12
Friedman y Friedman (1970) St.2 6 1.5 48 12
Gordon (1996) 14.63 38
Guerra y Slaby (1990) St. 1 3 1 12 2
Guerra y Slaby (1990) St.2 3 1 12 2
Ingram, Gerard, Quay y Levinson (1970) 6 4
Jesness (1971) 8.24
Jesness (1975) St. 1 7.5 84
Jesness (1975) St. 2 8.75 84
Kawaguchi (1975)
Moody (1997) 2.5 2 20 1
Randall (1973) 4 15
408
Apéndice F. Resumen de variables numéricas de características de los programas aplicados en los estudios incluidos en la revisión. Parte
2
Estudio Duración intervención Intensidad (horas Magnitud N
(meses) semanales) (horas en total) Personal
Robinson (1994) 9.7 3 24 2
Ross y McKay (1976) St.1
Ross y McKay (1976) St.2
Ross y McKay (1976) St.3
Ross y McKay (1976) St.4
Schlichter y Horan (1981) 1.2 10 3
Seagram (1997) 2.5 1 10
Sowles y Gill (1970) St.3 5 2 40 4
Sowles y Gill (1970) St.4 5 2 40 4
Sowles y Gill (1970) St.1 5 2 40 4
Sowles y Gill (1970) St.2 5 2 40 4
Tupker y Pointer (1975) St.1 4.8
Tupker y Pointer (1975) St.2 4.8
Tupker y Pointer (1975) St.3 4.8
Número de estudios con datos en cada variable 30 14 14 19
Nota: los espacios en blanco indican que el estudio no contenía información sobre esa variable.
409
Apéndice G.Tipo de medidas de resultado por estudio. Parte 1.
Reincidencia Medidas Psicológicas
Institucionales
Estudio General Seria General Emocionales Interpersonales Cognoscitivas Educativas
Bottcher (1985) Si Si No No No No No No
Bottoms y McClintock (1973) Si No No No No No No No
Cadwell skeem, Salekin y Van Rybroek Si Si No No No No No No
(2005)
Caldwell y Van Rybroek (2001) Si No No No No No No No
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship Si No No No No No No No
(2003) St.1ETS
Cann, Falshaw, Nugent y Friendship Si No No No No No No No
(2003) St.2 R&R
Cornish y Clarke (1975) Si Si No No No No No Si
Fagan (1990) St.1 Si Si No No No No No No
Fagan (1990) St.2 Si Si No No No No No No
Fagan (1990) St.3 Si Si No No No No No No
Fagan (1990) St.4 Si Si No No No No No No
Ford (1974) No No Si Si Si Si No Si
Friedman y Friedman (1970) St.1 Si Si Si Si Si No No No
Friedman y Friedman (1970) St.2 Si Si Si Si Si No No No
Gordon (1996) Si Si No No No No No No
Guerra and Slaby (1990) St.1 Si No No No No No No No
Guerra and Slaby (1990) St.2 Si No No No No No No No
Ingram, Gerard, Quay y Levinson No No No No No No No Si
(1970)
Jesness (1971) Si No No No No No No No
Jesness (1975 )St.1 Si No No No No No No No
Jesness (1975) St. 2 Si No No No No No No No
Kawaguchi (1975) Si Si No No No No No Si
Moody (1997) Si No No No No No No Si
410
Apéndice G.Tipo de medidas de resultado por estudio. Parte 2.
Reincidencia Medidas Psicológicas
Institucionales
Estudio General Seria General Emocionales Interpersonales Cognoscitivas Educativas
Randall (1973) Si Si No No No No No No
Robinson (1994) Si No No No No No No No
Ross and McKay (1976) St. 1 Si No No No No No No No
Ross and McKay (1976) St. 2 Si No No No No No No No
Ross and McKay (1976) St. 3 Si No No No No No No No
Ross and McKay (1976) St. 4 Si No No No No No No No
Schlichter y Horan (1981) No No Si Si Si Si No Si
Seagram (1997) No No Si Si No Si Si Si
Sowles y Gill (1970) St.1 Si Si Si Si Si No No Si
Sowles y Gill (1970) St.2 Si Si Si Si Si No No Si
Sowles y Gill (1970) St.3 Si Si Si Si Si No No Si
Sowles y Gill (1970) St.4 Si Si Si Si Si No No Si
Tupker y Pointer (1975) St.1 No No Si Si Si No Si Si
Tupker y Pointer (1975) St.2 No No Si Si Si No Si Si
Tupker y Pointer (1975) St.3 No No Si Si Si No Si Si
Total estudios 31 16 12 12 11 3 4 14
411
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 1.
Estudios Publicación Publicación Género Género Tipo participantes Tipo participantes Modelo intervención Modelo intervención
Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2
Bottcher (1985) 2 2 1 1 3 3 1 1
Bootoms and McClintock (1973) 1 1 2 2 3 3 1 1
Caldwell/ Rybroek (2001) 1 1 2 2 1 1 1 1
Cann et al. St.1 (2003) 1 1 2 2 3 3 1 1
Cann et al. St.2 (2003) 1 1 2 2 3 3 1 1
Cornish/Clarke (1975) 1 1 2 2 2 2 1 1
Fagan St.1 (1990) 1 1 2 2 1 1 1 1
Fagan St.2 (1990) 1 1 2 2 1 1 1 1
Fagan St.3 (1990) 1 1 2 2 1 1 2 2
Fagan St.4 (1990) 1 1 2 2 1 1 2 2
Friedman/Friedman (1970) St.1 2 2 2 2 3 3 2 2
Friedman/Friedman (1970) St.2 2 2 2 2 3 3 2 2
Gordon (1996) 2 2 2 2 1 1 2 2
Guerra and Slaby (1990) St.1 1 1 3 3 1 1 3 3
Guerra and Slaby (1990) St.2 1 1 3 3 1 1 3 3
Jesness (1971) 1 1 2 2 3 3 4 2
Jesness (1975) St.1 1 1 2 2 3 2 4 4
Jesness (1975) St.2 1 1 2 2 3 2 4 4
Kawaguchi (1975) 2 1 2 2 1 1 4 4
Moody (1997) 1 1 2 2 1 1 4 4
Randall (1973) 2 2 2 2 1 1 4 4
412
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 2.
Estudios Publicación Publicación Género Género Tipo participantes Tipo participantes Modelo intervención Modelo intervención
Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2
Robinson (1994) 2 2 2 2 1 3 4 4
Ross and McKay (1976)St.1 1 1 1 1 1 1 4 4
Ross and McKay (1976)St.2 1 1 1 1 1 1 4 4
Ross and McKay (1976)St.3 1 1 1 1 1 1 4 3
Ross and McKay (1976) St.4 1 1 1 1 1 1 4 2
Sowles and Gill (1970) St.1 1 1 2 2 2 2 5 5
Sowles and Gill (1970) St.2 1 1 1 1 2 2 5 5
Sowles and Gill (1970) St.3 1 1 2 2 2 2 5 5
Sowles and Gill (1970) St.4 1 1 1 1 2 2 5 1
413
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 3.
Estudios Tipo de Tipo de Enfoque Enfoque Profesión autor Profesión autor Instituciones que Instituciones que
asignación asignación intervención intervención Observación 1 Observación 2 financian Observación 1 financian
observación 1 observación 2 Observación 1 Observación 2 Observación 2
Bottcher (1985) 1 1 5 1 5 5 1 0
Bootoms and McClintock (1973) 1 1 1 1 5 5 1 1
Caldwell/ Rybroek (2001) 1 1 1 3 1 1 1 1
Cann et al. St.1 (2003) 1 1 1 1 5 5 1 1
Cann et al. St.2 (2003) 1 1 1 1 5 5 1 1
Cornish/Clarke (1975) 2 2 3 3 0 0 1 4
Fagan St.1 (1990) 2 2 1 1 7 7 1 1
Fagan St.2 (1990) 2 2 1 1 7 7 1 1
Fagan St.3 (1990) 2 2 1 1 7 7 1 1
Fagan St.4 (1990) 2 2 1 1 7 7 1 1
Friedman/Friedman (1970) St.1 1 1 2 2 6 0 2 2
Friedman/Friedman (1970) St.2 2 2 4 4 6 0 2 2
Gordon (1996) 1 1 4 5 5 5 0 0
Guerra and Slaby (1990) St.1 2 2 1 1 1 1 1 1
Guerra and Slaby (1990) St.2 2 2 1 1 1 1 1 1
Jesness (1971) 2 2 1 1 1 1 4 4
Jesness (1975) St.1 1 1 5 5 1 1 2 2
Jesness (1975) St.2 1 1 1 1 1 1 2 2
Kawaguchi (1975) 1 1 1 1 7 0 1 1
Moody (1997) 1 1 4 4 1 1 0 0
Randall (1973) 1 1 1 1 2 2 3 3
414
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 4.
Estudios Tipo de Tipo de Enfoque Enfoque Profesión autor Profesión autor Instituciones que Instituciones que
asignación asignación intervención intervención Observación 1 Observación 2 financian Observación 1 financian
observación 1 observación 2 Observación 1 Observación 2 Observación 2
Robinson (1994) 1 1 1 1 2 2 0 0
Ross and McKay (1976)St.1 1 1 1 1 1 1 4 4
Ross and McKay (1976)St.2 1 1 1 1 1 1 4 4
Ross and McKay (1976)St.3 1 1 4 4 1 1 4 4
Ross and McKay (1976) St.4 1 1 4 4 1 1 4 4
Sowles and Gill (1970) St.1 2 2 1 1 0 0 1 1
Sowles and Gill (1970) St.2 2 2 1 1 0 0 1 1
Sowles and Gill (1970) St.3 2 2 3 3 0 0 1 1
Sowles and Gill (1970) St.4 2 2 3 3 0 0 1 1
415
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 5.
Estudios Lugar del Lugar del Alteración Alteración Tipo de Tipo de Ubicación grupo tratado Ubicación grupo
estudio estudio Observación 1 Observación 2 participación participación Observación 1 tratado Observación
Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2 2
Bottcher (1985) 1 1 2 2 2 2 1 1
Bootoms and McClintock (1973) 2 2 2 2 2 2 2 2
Caldwell/ Rybroek (2001) 1 1 2 2 0 0 1 1
Cann et al. St.1 (2003) 2 2 2 2 0 0 2 2
Cann et al. St.2 (2003) 2 2 2 2 0 0 2 2
Cornish/Clarke (1975) 2 2 2 2 1 0 4 4
Fagan St.1 (1990) 1 1 2 2 2 2 1 1
Fagan St.2 (1990) 1 1 2 2 2 2 1 1
Fagan St.3 (1990) 1 1 2 2 2 2 1 1
Fagan St.4 (1990) 1 1 2 2 2 2 1 1
Friedman/Friedman (1970) St.1 1 1 2 2 2 2 1 1
Friedman/Friedman (1970) St.2 1 1 2 2 2 2 1 1
Gordon (1996) 1 1 2 2 2 2 1 1
Guerra and Slaby (1990) St.1 1 1 2 2 1 1 2 2
Guerra and Slaby (1990) St.2 1 1 2 2 1 1 2 2
Jesness (1971) 1 1 2 2 2 2 4 4
Jesness (1975) St.1 1 1 2 2 2 2 4 4
Jesness (1975) St.2 1 1 2 2 2 2 4 4
Kawaguchi (1975) 1 1 2 2 2 2 1 1
Moody (1997) 1 1 2 2 1 1 4 4
Randall (1973) 1 1 2 2 0 0 2 2
416
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 6.
Estudios Lugar del Lugar del Alteración Alteración Tipo de Tipo de Ubicación grupo tratado Ubicación grupo
estudio estudio Observación 1 Observación 2 participación participación Observación 1 tratado Observación
Observación 1 Observación 2 Observación 1 Observación 2 2
Robinson (1994) 1 1 2 2 2 2 1 1
Ross and McKay (1976)St.1 3 3 1 1 2 2 4 4
Ross and McKay (1976)St.2 3 3 1 1 2 2 4 4
Ross and McKay (1976)St.3 3 3 1 1 2 2 4 4
Ross and McKay (1976) St.4 3 3 1 1 2 2 4 4
Sowles and Gill (1970) St.1 1 1 2 2 2 2 4 4
Sowles and Gill (1970) St.2 1 1 2 2 2 2 4 4
Sowles and Gill (1970) St.3 1 1 2 2 2 2 4 4
Sowles and Gill (1970) St.4 1 1 2 2 2 2 4 4
417
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 7.
Estudios Ubicación grupo control Observación 1 Ubicación grupo control Tipo medidas resultado Observación 1 Tipo medidas resultado Observación
Observación 2 2
Bottcher (1985) 11 0 2 3
Bootoms and McClintock (1973) 2 2 1 1
Caldwell/ Rybroek (2001) 1 1 2 2
Cann et al. St.1 (2003) 2 2 1 1
Cann et al. St.2 (2003) 2 2 1 1
Cornish/Clarke (1975) 4 4 3 3
Fagan St.1 (1990) 1 1 2 2
Fagan St.2 (1990) 1 1 2 2
Fagan St.3 (1990) 1 1 2 2
Fagan St.4 (1990) 1 1 2 2
Friedman/Friedman (1970) St.1 1 1 4 2
Friedman/Friedman (1970) St.2 1 1 4 2
Gordon (1996) 1 1 2 2
Guerra and Slaby (1990) St.1 2 2 1 1
Guerra and Slaby (1990) St.2 2 2 1 1
Jesness (1971) 4 4 1 1
Jesness (1975) St.1 4 4 1 1
Jesness (1975) St.2 4 4 1 1
Kawaguchi (1975) 1 1 3 2
Moody (1997) 4 4 1 1
Randall (1973) 2 2 2 2
418
Apéndice H. Base de datos para el análisis de fiabilidad de la codificación. Parte 8.
Estudios Ubicación grupo control Observación 1 Ubicación grupo control Tipo medidas resultado Observación 1 Tipo medidas resultado Observación
Observación 2 2
Robinson (1994) 1 1 1 1
Ross and McKay (1976)St.1 4 4 1 1
Ross and McKay (1976)St.2 4 4 1 1
Ross and McKay (1976)St.3 4 4 1 1
Ross and McKay (1976) St.4 4 4 1 1
Sowles and Gill (1970) St.1 4 4 5 5
Sowles and Gill (1970) St.2 4 4 5 5
Sowles and Gill (1970) St.3 4 4 5 5
Sowles and Gill (1970) St.4 4 4 5 5
419