San Jose

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San José

En el Plan Reconciliador de Dios, San José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la
gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y de ser esposo
virginal de la Virgen María. San José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo
que más cerca está de Jesús y de la Santísima de la Virgen María.

San Mateo (1,16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3,23), su padre era
Helí. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Al
comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en
Nazaret.

Según San Mateo 13,55 y Marcos 6,3, San José era un "tekton". La palabra significa en
particular que era carpintero o albañil. San Justino lo confirma, y la tradición ha aceptado
esta interpretación.

Nuestro Señor Jesús fue llamado "Hijo de José", "el carpintero" (Jn 1,45; 6,42; Lc 4,22).

Como sabemos no era el padre natural de Jesús, quién fue engendrado en el vientre virginal
de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios, pero José lo adoptó
amorosamente y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció
José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar
matrimonio con María!

Modelo de silencio y de humildad

Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos
del evangelio de Mateo y de Lucas. En los relatos no conocemos palabras expresadas por
él, tan sólo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre
responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. Es un caso
excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. Es, pues, el
"Santo del silencio".

Su santidad se irradiaba desde antes de los desposorios. Es un "escogido" de Dios; desde el


principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. No es que haya sido uno de
esos seres que no pronunciaban palabra, fue un hombre que cumplió aquel mandato del
profeta antiguo: "sean pocas tus palabras". Es decir, su vida sencilla y humilde se
entrecruzaban con su silencio integral, que no significa mero mutismo, sino el mantener
todo su ser encauzado a cumplir el Plan de Dios. San José, patrono de la vida interior, nos
enseña con su propia vida a orar, a amar, a sufrir, a actuar rectamente y a dar gloria a Dios
con toda nuestra vida.
Vida virtuosa

Su libre cooperación con la gracia divina hizo posible que su respuesta sea total y eficaz.
Dios le dio la gracia especial según su particular vocación y, al mismo tiempo,
la misión divina excepcional que Dios le confió requirió de una santidad proporcionada.

Se ha tratado de definir muchas veces las virtudes de San José: "Brillan en el, sobre todo las
virtudes de la vida oculta: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia,
la fidelidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la sencillez y la fe; la
confianza en Dios y la mas perfecta caridad. Guardo con amor y entrega total, el deposito
que se le confiara con una fidelidad propia al valor del tesoro que se le deposito en sus
manos."

San José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo
corporal. Por eso la Iglesia ha instituido la fiesta de S. José Obrero, celebrada el 1 de mayo,
presentándole como modelo sublime de los trabajadores manuales.

Amor virginal

La concepción del Verbo divino en las entrañas virginales de María se hizo en virtud de una
acción milagrosa del Espíritu Santo, sin intervención alguna de San José. Este hecho es
narrado por el Evangelio y constituye uno de los dogmas fundamentales de nuestra fe
católica: la virginidad perpetua de María. En virtud a ello, San José a recibido diversos
títulos: padre nutricio, padre adoptivo, padre legal, padre virginal; pero ninguna en si
encierra la plenitud de la misión de San José en la vida de Jesús.

San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero
padre, del mismo modo que ejerció sobre María, virginalmente, las funciones y derechos de
verdadero esposo. Ambas funciones constan en el Evangelio. Al encontrar al Niño en el
Templo, la Virgen reclama a Jesús: "Hijo, porque has obrado así con nosotros? Mira que tu
padre y yo, apenados, te buscábamos". María nombra a San José dándole el título de padre,
prueba evidente de que él era llamado así por el propio Jesús, pues miraba en José un
reflejo y una representación auténtica de su Padre Celestial.

La relación de esposos que sostuvo San José y Virgen María es ejemplo para todo
matrimonio; ellos nos enseñan que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión
de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una
expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin
embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús.
La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para
comunicar el amor divino en la forma mas pura y sublime. Dios habitaba siempre en
aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de
Dios.
Dolor y Alegría

Desde su unión matrimonial con María, San José supo vivir con esperanza en Dios la
alegría-dolor fruto de los sucesos de la vida diaria.

En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar
refugio en un establo. Allí nació el Jesús, Hijo de Dios. El atendía a los dos como si fuese
el verdadero padre. Cual sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los
ángeles y mas tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el
Templo, San Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de
él".(Lc 2,33).

Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y


obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios
transmitido por un ángel: "Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y
estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle" (Mt
2,13). San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.

San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto.

Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no


hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios,
dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por
amor sin exigir nada, siendo modelo ejemplar de esa amorosa obediencia que como hijo
debe a su Padre en el cielo.

Lo mas probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de
Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Canaá ni se habla mas de él. De estar
vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace
Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto.

Según San Epifanius, San José murió en sus 90 años y el Venerable Beda dice que fue
enterrado en el Valle de Josafat.

Patrono de la Iglesia Universal

El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos
del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I,
declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.

¿Que guardián o que patrón va darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector del Niño
Jesús y de María.

Cuando Dios decidió fundar la familia divina en la tierra, eligió a San José para que sea el
protector y custodio de su Hijo; para cuando se quiso que esta familia continuase en el
mundo, esto es, de fundar, de extender y de conservar la Iglesia, a San José se le
encomienda el mismo oficio. Un corazón que es capaz de amar a Dios como a hijo y a la
Madre de Dios como a esposa, es capaz de abarcar en su amor y tomar bajo su protección a
la Iglesia entera, de la cual Jesús es cabeza y María es Madre.

Devoción a San José

Una de las mas fervientes propagadoras de la devoción a San José fue Santa Teresa de
Ávila. En el capítulo sexto de su vida, escribió uno de los relatos mas bellos que se han
escrito en honor a este santo:

"Tomé por abogado y protector al glorioso San José, y encomiéndeme mucho a el. Vi claro
que así de esta necesidad, como de otras mayores, este padre y señor mío me saco con mas
bien de lo que yo le sabia pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la
haya dejado de hacer. Es cosa tan grande las maravillosas mercedes que me ha hecho Dios
por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo
como de alma; de este santo tengo experiencia que socorre en todas las necesidades, y es
que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como
tenia nombre de padre, y le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Querría yo
persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que
tengo de los bienes que alcanza de Dios".

Otros santos que también propagaron la devoción a San José fueron San Vicente Ferrer,
Santa Brígida, San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones)
y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al Santo
Custodio.

El amor

El matrimonio entre San José y la Virgen María fue un hecho cierto, en cuanto a la esencia
del mismo, y de incalculable trascendencia para la gloria del santo Patriarca. Por este hecho
queda unido a María más que ninguna otra criatura, y por ella se une también
estrechísimamente a Jesús, lo que constituye un nuevo título de su dignidad y privilegios,
no menos noble y excelente que el anterior, aunque dependa de él.

El amor entre los esposos es el más debido y el más fuerte que en este mundo puede darse,
y llega a establecer la más estrecha relación por los lazos físicos y espirituales más íntimos.
Entre José y maría no se dan esos lazos físicos y naturales, pero existen los jurídicos, y
sobre todo los espirituales de forma más elevada y sobrehumana.

Por eso las mejores cualidades que de ese amor se puede predicar las encontramos
realizadas entre aquellos privilegiados esposos, de modo que con toda justicia se le presenta
como modelos acabados de él. Recordemos algunas condiciones de ese amor.
1. Igualdad de cualidades y posición: Sin duda que la posición social, las cualidades
y hasta los bienes y riquezas son un incentivo de mayor amor entre los esposos. Por
eso muy bien dice el P.Paulino: “Ambos eran de la tribu de Judá, ambos
descendientes del rey David, ambos desposeídos de sus posesiones y reducidos a la
condición de artesanos. María destinada a ser madre de Dios, llevaba en su alma
más gracias que en cielo ángeles hay. José, para ser escogido para ser legatario de la
potestad paterna de Dios sobre Jesús era el varón más santo de cuantos se habían
visto y se verían en los siglos. Ella alimentaría con el néctar de su corazón al Hijo
de Dios y suyo; él ganaría el sustento al que sustenta al todo viviente y nutre de
gracia y gloria a todos los bienaventurados. Los dos de común acuerdo, después de
desposados se prometieron amor virginal y mutuamente se miraron como templos
vivos del Espíritu Santo. Ella primeramente llevaría a Jesús en su seno; él después
lo llevaría en sus brazos; y la una y el otro por igual le verían cantado por los
ángeles en Belén, adorado de pastores y de reyes, y juntos le llevarían al templo y
le acompañarán en la huída a Egipto, y con él vivirían y gozarían y llorarían largos
años en Nazaret”
2. Uniformidad de espíritu y semejanza de virtudes: Es otro motivo aún mucho más
profundo y en nuestro caso no menos cierto. Excelsa fue su proporción en la
santidad: María fue llamada bendita entre todas las mujeres; José es aclamado justo
entre los hombres, es decir, adornado de todas las virtudes. Su alma hermoseaban la
obediencia de Abrahán, la paciencia de Job, la mansedumbre de Moisés, la pureza
de José, el celo de David y la fortaleza de los Macabeos”. Admirable fue su fe:
“María fue llamada bienaventurada por su fe; “por haber creído”, le dijo su prima
Santa Isabel. José es igualmente grande en la fe; porque creyó al ángel cuando le
descubrió la maternidad divina de su esposa; le creyó cuando a deshora de la noche
le dijo que se levantara y, tomando al Niño con su Madre, huyera a Egipto; le creyó
cuando le dio que volviera a tierra de Israel porque habían muerto los que querían
matar al Niño; y creyó que Jesús era Dios, a pesar de verle nacido en un portal,
tendido en un pesebre, abandonado de los hombres, perseguido a muerte y fugitivo,
siendo así que Dios podía evitar tantas humillaciones y confundir a sus
perseguidores”.

Intensísimo su amor al prójimo: “María estaba inflamada en amor de Dios y del prójimo;
y José ardía en ese amor a Dios cual ningún otro santo; pues amaba al divino Jesús como
ama a un varón santísimo, y más aún, como ama un padre a su hijo, y un padre dulcísimo a
un Hijo de Dios; amor que manifestó durante toda su vida, desde la encarnación hasta
morir, y lo manifestó con caricias, abrazando y besando a ese Dios, guardando su vida y
procurándole sustento. “María y José, porque amaban al prójimo, procuraron su redención
y a ella cooperaron trabajando, padeciendo y mereciéndole la vida eterna”. Y así en las
demás virtudes. La prudencia: “María es llamada virgen prudentísima, y José fue también
en los momentos más arduos de la vida varón de consumada prudencia”.

La humildad: “María fue humildísima, y humildísimo José, el cual con ser tan grande,
viéndose en presencia del señor infinito y de la Madre de este infinito Señor, parecióle ser
él menor que un gusanillo que se mueve entre el polvo…”
La pureza: “María fue purísima y purísimo José, que a su virginal esposa le sirvió de
blanco pabellón, donde sin mancha se cobijase y conservase la que era más pura y blanca
que la nieve del monte Líbano”.

La obediencia: “María fue obedientísima y obedientísimo José a Dios, a los ángeles y a los
hombres…”.

El dolor y sufrimiento: “María fue dolorosísima, y dolorosísimo José, sufriendo, si no los


golpes del verdugo, el martirio del alma, el odio, las amenazas de muerte, el destierro, el
desamparo, la pobreza, la visión de la futura sangrienta escena del Calvario”.

1. Amor mutuo: Verdaderamente “en nadie como en José y María jamás se ha visto ni
se verá, ni hubo esposa tan amorosa como María, porque el amor se mide por la
gracia, y la gracia suya era como infinita; ni hubo esposo tan tierno como José,
porque además de ser él tan peregrino en santidad, era ante sus ojos la esposa la
mujer más bella que Dios formó, la más dulce, la más cariñosa, la más santa, la más
gloriosa y divina de todas las mujeres: era la Madre de Dios. Uniendo los dos
corazones estaba Jesús, que sin cesar les despedía llamas de más y más amor.
Amaba María a José por lo que en sí era y valía y por los beneficios que a ella y al
Niño les hacía: a ella librándola de la infamia ante el pueblo que ignoraba su
maternidad divina, y a los dos acompañándolos, protegiéndolos y ganándoles el pan
de cada día”.
2. El trato mutuo: sumisión de la esposa y bondad del esposo. Trato de no menos
de treinta años, dulcificado por la sumisión de la Virgen a San José, tan reverente y
noble, y por la bondad y generoso servicio del santo Patriarca a la Madre y al Hijo,
concebido por obra del Espíritu Santo. Este trato familiar es una de las fuentes
principales del crecimiento de San José en la santidad, participando de las mismas
virtudes de María. Como dice Mons. Sinibaldi: “José, amando a María, ama al
mismo Espíritu Santo. Sabe que su Esposa inmaculada tiene otro esposo invisible,
infinitamente santo, y que este Esposo vive y reposa en el alma de ella como en un
santuario, el más precioso santuario que una criatura puede ofrecer a su Señor… Por
eso, mientras ama a la Esposa, José ama al Espíritu Santo. Mientras imita la
modestia, la pureza, la humildad, la obediencia, la caridad, todas las virtudes que
hacen tan santa y a amable a la Madre divina, su alma se adhiere cada vez más
íntimamente a su Dios”.

Bellamente concluye el P. Paulino ponderando este amor entre los santos esposos, ideal del
amor que todos los esposos de la tierra deben procurarse: “María amaba a José con amor
nunca igualado en la tierra, porque era tan hermoso porque era tan santo, porque era
guardador de su virginidad, compañero en la obra de la redención y mantenedor su vida y
de la vida de Jesús. José amaba a María porque era hermosa más que el cielo, y santa y pura
y más que los ángeles, y excelsa como Madre de Dios, y llena de todas las gracias,
suficientes para agraciar a todas las almas del mundo y a todos los moradores del paraíso
celestial. Los dos amaban a Jesús como los padres más amorosos al hijo más amable. Con
todo el amor nacido de los corazones más tiernos que Dios infundió en pecho de pura
criatura; como aman, y más que aman, los serafines al Señor de la gloria. Y Jesús,
finalmente, amaba a José y a María cuanto un Dios encarnado puede amar a sus padres y un
Redentor a quienes le daban vida y eran copartícipes en la obra de glorificar al Eterno Padre
y salvar a millones de almas. ¡Qué feliz vida la de tantos santos y amadores! ¡Sean los tres
benditos de los cielos y de la tierra por los siglos eternos!

Matrimonio entre San José y Nuestra Señora. El “guardián de su virginidad”.

— El amor purísimo de José.

— La paternidad del Santo Patriarca sobre Jesús.

I. A todos los santos se les suele conocer por una cualidad, por una virtud en la que son
especialmente modelo para los demás cristianos y en la que sobresalieron de una manera
particular: San Francisco de Asís, por su pobreza; el Santo Cura de Ars es modelo del
sacerdote entregado al servicio de las almas; Santo Tomás Moro se distingue por la
fidelidad a sus obligaciones como ciudadano y por la fortaleza para no ceder en su fe, que
le llevó al martirio... De San José nos dice San Mateo: José, el esposo de María1. De ahí le
vino su santidad y su misión en la vida. Nadie, excepto Jesús, quiso tanto a Nuestra Señora,
nadie la protegió mejor. Ningún otro ha gastado su vida por el Salvador como lo hizo San
José.

La Providencia quiso que Jesús naciera en el seno de una familia verdadera. José no fue un
mero protector de María, sino su esposo. Entre los judíos, el matrimonio constaba de dos
actos esenciales, separados por un período de tiempo: los esponsales y las nupcias. Los
primeros no eran simplemente la promesa de una unión matrimonial futura, sino que
constituían ya un verdadero matrimonio. El novio depositaba las arras en manos de la
mujer, y se seguía una fórmula de bendición. Desde este momento la novia recibía el
nombre de esposa de... La costumbre fijaba el plazo de un año como intermedio entre
los esponsales y las nupcias. En ese tiempo, la Virgen recibió la visita del Ángel, y el Hijo
de Dios se encarnó en su seno; a San José le fue revelado en sueños el misterio divino que
se había obrado en Nuestra Señora y se le pidió que aceptara a María como esposa en su
casa. “Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó
consigo a su mujer (Mt 1, 24). Él la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó
junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal
modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le
pedía por medio de su mensajero”.

Esta segunda parte era como la perfección del contrato matrimonial y entrega mutua que ya
se había realizado. La esposa -según la costumbre era llevada a la casa del esposo en medio
de grandes festejos y de singular regocijo. Ante todos, el enlace era válido desde los
esponsales, y su fruto reconocido como legítimo.

El objeto de la unión matrimonial son los derechos que recíprocamente se otorgan los
cónyuges sobre sus cuerpos en orden a la generación. Estos derechos existían en la unión de
María y de José (si no hubieran existido, tampoco se hubiera dado un verdadero
matrimonio), aunque ellos, de mutuo acuerdo, habían renunciado a su ejercicio; y esto, por
una inspiración y gracias muy particulares que Dios derramaría sobre sus almas. La
exclusión de los derechos habría anulado el matrimonio, pero no lo anulaba el propósito de
no usar de tales derechos. Todo se llevó a cabo en un ambiente delicadísimo, que nosotros
entendemos bien cuando lo miramos con un corazón puro. José, virgen por la Virgen, la
custodió con extrema delicadeza y ternura.

Santo Tomás señala diversas razones por las cuales convenía que la Virgen estuviera
casada con José en matrimonio verdadero: para evitar la infamia de cara a los vecinos y
parientes cuando vieran que iba a tener un hijo; para que Jesús naciera en el seno de una
familia y fuera tomado como legítimo por quienes no conocían el misterio de su concepción
sobrenatural; para que ambos encontraran apoyo y ayuda en José; para que fuera oculta al
diablo la llegada del Mesías; para que en la Virgen fueran honrados a la vez el matrimonio
y la virginidad... Nuestra Señora quiso a José con un amor intenso y purísimo de esposa.
Ella, que le conoció bien, desea que busquemos en él apoyo y fortaleza. En María y José
tienen los esposos el ejemplo acabado de lo que deben ser el amor y la delicadeza. En ellos
encuentran también su imagen perfecta quienes han entregado a Dios todo su amor, indiviso
corde, en un celibato apostólico o en la virginidad, vividos en medio del mundo, pues “la
virginidad y el celibato por el Reino de Dios no solo no contradicen la dignidad del
matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos
modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo”.

II. En Nazareth se desposaron José y María, y allí tuvo lugar el inefable misterio de la
Encarnación del Verbo de Dios. Con los desposorios, María recibió una dote integrada –
según la costumbre– por alguna joya de no mucho valor, vestidos y muebles. Recibió un
pequeño patrimonio, en el que quizá habría un poco de terreno... Tal vez todo ello no
montara mucho, pero cuando se es pobre se aprecia más. Siendo José carpintero, le
prepararía los mejores muebles que había fabricado hasta entonces. Como ocurre en los
pueblos no demasiado grandes, la noticia debió correr de boca en boca: “María se ha
desposado con José, el carpintero”. La Virgen quiso aquellos esponsales, a pesar de haber
hecho entrega a Dios de su virginidad. “Lo sencillo es pensar -escribe Lagrange que el
matrimonio con un hombre como José la ponía al abrigo de instancias, renovadas sin cesar,
y aseguraría su tranquilidad”. Hemos de pensar que José y María se dejaron guiar en todo
por las mociones e inspiraciones divinas. A ellos, como a nadie, se les puede aplicar aquella
verdad que expone Santo Tomás: “a los justos es familiar y frecuente ser inducidos a obrar
en todo por inspiración del Espíritu Santo”. Dios siguió muy de cerca aquel cariño humano
entre María y José, y lo alentó con la ayuda de la gracia para dar lugar a los esponsales
entre ambos.

Cuando José supo que el hijo que María llevaba en su seno era fruto del Espíritu Santo, que
Ella sería la Madre del Salvador, la quiso más que nunca, “pero no como un hermano, sino
con un amor conyugal limpio, tan profundo que hizo superflua toda cualquier relación
carnal, tan delicado que le convirtió no solo en testigo de la pureza virginal de María -
virgen antes del parto, en el parto y después del parto, como nos lo enseña la Iglesia sino en
su custodio”. Dios Padre preparó detenidamente la familia virginal en la que nacería su
Hijo Unigénito.
No es nada probable que José fuera mucho mayor que la Virgen, como frecuentemente se le
ve pintado en los lienzos, con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de
María, pues “para vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser viejo o a carecer de
vigor. La pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la
alegría de la juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando contrajo
matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió
junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más
de su venida entre las criaturas”.

Ese es el amor que nosotros –cada uno en el estado en el que le ha llamado Dios– pedimos
al Santo Patriarca; ese amor “que ilumina el corazón” para llevar a cabo con alegría la tarea
que nos ha sido encomendada.

III. Los Evangelios nombran a San José como padre en repetidas ocasiones. Este era, sin
duda, el nombre que habitualmente utilizaba Jesús en la intimidad del hogar de Nazareth
para dirigirse al Santo Patriarca. Jesús fue considerado por quienes le conocían como hijo
de José. Y, de hecho, él ejerció el oficio de padre dentro de la Sagrada Familia: al imponer
a Jesús el nombre, en la huida a Egipto, al elegir el lugar de residencia a su vuelta... Y Jesús
obedeció a José como a padre: Bajó con ellos y vino a Nazareth y les estaba sujeto...

Jesús fue concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo y nació virginalmente para
María y para José, por voluntad divina. Dios quiso que Jesús naciera dentro de una familia
y estuviera sometido a un padre y a una madre y cuidado por ellos. Y de la misma manera
que escogió a María para que fuese su Madre, escogió también a José para que fuera su
padre, cada uno en el terreno que le competía.

San José tuvo para Jesús verdaderos sentimientos de padre; la gracia encendió en aquel
corazón bien dispuesto y preparado un amor ardiente hacia el Hijo de Dios y hacia su
esposa, mayor que si se hubiera tratado de un hijo por naturaleza. José cuidó de Jesús
amándole como a su hijo y adorándole como a su Dios. Y el espectáculo -que tenía
constantemente ante sus ojos de un Dios que daba al mundo su amor infinito era un
estímulo para amarle más y más y para entregarse cada vez más, con una generosidad sin
límites.

Amaba a Jesús como si realmente lo hubiera engendrado, como un don misterioso de Dios
otorgado a su pobre vida humana. Le consagró sin reservas sus fuerzas, su tiempo, sus
inquietudes, sus cuidados. No esperaba otra recompensa que poder vivir cada vez mejor
esta entrega de su vida. Su amor era a la vez dulce y fuerte, tranquilo y ferviente, emotivo y
tierno. Podemos representárnoslo tomando al Niño en sus brazos, meciéndole con
canciones, acunándole para que duerma, fabricándole pequeños juguetes, estando con Él
como hacen los padres, prodigándole sus caricias como actos de adoración y testimonio
más profundo de afecto. Constantemente vivió sorprendido de que el Hijo de Dios hubiera
querido ser también su hijo. Hemos de pedirle que sepamos nosotros quererle y tratarle
como él lo hizo.
¿Cómo y quien fue José, de la casa de David, esposo de la Virgen Maria y padre
adoptivo de Jesús?
¿Cuanto sabemos de José?, algunos dicen que no sabemos mucho, sin embargo
con lo que sabemos por los evangelistas, principalmente san Mateo, podemos
deducir mucho más de que se podemos imaginar.
Si pienso como hijo o como padre, me puedo dar cuenta de la gran
responsabilidad que le tenía preparado Dios a José, ser justamente el custodio
de su Hijo Jesucristo, y de ser esposo de María la madre de Jesús. Pero antes de
entrar en más detalles, analicemos lo que dicen los Evangelios.
José fue hijo de Jacob: “Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual
nació Jesús, llamado Cristo. (Mt 1:16) y descendía de la casa real de David:
Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel
del Señor y le dijo: “José, hijo de David” (Mt 1:20) y tenía el oficio de
carpintero: ¿No es éste el hijo del carpintero? (Mt 13:55). El estaba prometido
con María: “La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su
madre, con José, antes de que conviviesen” (Mt 1:18), pero el niño Jesús no fue
su hijo carnal, porque su madre: “se halló haber concebido María del Espíritu
Santo” (Mt 1:18) y sucedió que cuando tuvo noticia del embarazo de María,
quiso abandonarla, porque era justo: “José, su esposo, siendo justo, no quiso
denunciarla y resolvió mantener el secreto” (Mt 1:19), sin embargo por
recomendación divina; Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le
apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David, no temas
recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”
(Mt 1:20), por tanto no la despidió.

Un ángel del Señor en sueños le hizo saber que su esposa concebiría un hijo
varón: “Dará a luz un hijo”, (Mt 2:21), y además él le pidió que le colocara el
nombre: “a quien pondrás por nombre Jesús”, (Mt 2.21) y además le anuncio lo
que Jesús iba hacer: “Porque salvará a su pueblo de sus pecados”.(Mt 2:21) y
que esto estaba profetizado: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el
Señor había anunciado por el profeta que dice” (Mt 2:22).
José antes que naciera Jesús ya sabia que tendría que cuidar de María y conocía
el nombre de su hijo, ya que el ángel le dijo: “He aquí que la virgen concebirá y
parirá un hijo, Y le pondrá por nombre Emmanuel, Que quiere decir “Dios con
nosotros.” (Mt 2:23-24). Además sabemos de un hombre extremadamente
obediente a Dios, así fue como:”Al despertar José de su sueño, hizo como el
ángel del Señor le había mandado, recibiendo a su esposa (Mt 2: 25). Y también
fue fielmente respetuoso: “Y sin haberla conocido dio a luz un hijo, y le puso
por nombre Jesús”. (Mt 2: 25). Se puede además destacar de esta frase, que dice
que María “concebirá y parirá un hijo”, es decir uno solo, no dos o muchos.
Nos detenemos un momento para comentar lo que algunos entienden por la
angustias de san José.

Cuando José descubre la concepción virginal milagrosa de Jesús, María estaba


sólo desposada con José, es decir aún no era su verdadera esposa. Nos damos
cuenta por las lecturas evangélicas que antes de que José llevase a María a su
casa — el matrimonio se solía celebrar al año siguiente del desposorio —, antes
de que conviviesen, en cuyo acto consistía el acto jurídico matrimonial, se halló
que María había concebido por obra del Espíritu Santo. Este hecho produjo un
desconcierto en José, pues su desposorio era ya un cuasi-contrato formal de
matrimonio. Seguramente José se pregunto ¿Qué hacer?
Podría denunciarla ante un tribunal para que anulase “legalmente” el
desposorio; retenerla, celebrando el matrimonio y llevarla a su casa; repudiarla,
bien en público, excusándola y sin pedir castigo, o privadamente, mediante
“libelo de repudio” ante dos testigos y sin alegar motivo. Y por fin, dejarla
ocultamente marchándose de Nazaret y dejando que las cosas se olviden.
Pero José es un hombre justo, es decir, porque era recto en su conducta ante
Dios y ante los nombres — aunque en este término caben muchos matices —,
determina “repudiarla en secreto,” darle el libelo de repudio secretamente y sin
fecha para que ella pudiese salvar mejor su honor. Pero José ante los hechos
confía y cree en el honor de María; si no, él hubiese obrado de otra manera.
Así fue como José se llevó a María a su casa y con ella viajó a Belén. Talvez
por un sentido de honor, socialmente redundante en su Hijo, se puede pensar
que a esa altura el matrimonio con Maria, jurídicamente, ya se hubiese
celebrado. Es de este modo como José no solo recibe a María por esposa,
llevándola oficialmente a su casa, además, acepta la paternidad legal de Jesús.
También es necesario insistir que añade el evangelista que no la “conoció”
“hasta que” dio a luz a su hijo, en otras palabras “María dio a luz sin relación
conyugal con José.”
Sabemos también que José, era muy considerado con las disposiciones oficiales
de los gobernantes, es así como para participar en el censo, viajó con su esposa:
“E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de
la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser
él de la casa y de la familia de David, para empadronarse, con María, su esposa,
que estaba encinta. (Lc 2: 3-5). La distancia que tuvo que recorrer son
unos 140 km y para ello “sube,” frase consagrada para ir de un lugar de
Palestina a Jerusalén o cercanías de ésta, ya que topográficamente es siempre
una subida. Esta frase del evangelio además confirma dos cosas, al decir por ser
“de la casa”, se entiende por ser de la tribu y al agregar y “de la familia de
David”, que es de la misma estirpe davídica.
Cuando el niño cumplió los ocho días, José lo circuncidó y le puso el nombre a
Jesús: “Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le
dieron por nombre Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el
seno”. (Lc 2:21). José, de acuerdo con María, debió de ser el que le impuso el
nombre. Ya el ángel lo había anunciado. Y se le llamó Jesús, forma apocopada
deYehoshúa: “Yahvé salva.” “Era la misión salvadora que tenía” (Mt 1:21). Y
con la dolorosa circuncisión, Cristo derramó ya la primera sangre redentora.
Luego nos encontramos con un esposo que además participa en todos los
eventos religiosamente importantes según la Ley de aquel entonces, la madre
que daba a luz quedaba “legalmente” impura por cuarenta días si lo nacido era
hijo, y ochenta si era hija (Lev 12:28). No podía en este tiempo tomar parte en
los actos religiosos públicos. Cumplido este período, debía ir al templo y, en el
atrio de las mujeres, recibir la declaración de estar legalmente pura, por el
sacerdote de turno. Por su purificación debía ofrecer un cordero de un año y una
tórtola o paloma; pero, si era pobre, se podía sustituir el cordero por una paloma
o una tórtola (Lev 12:8). “Así que se cumplieron los días de la purificación,
conforme a la ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor”,
(Lc 2: 22-23)
Nos damos cuenta por este relato que ellos no tenían recursos económicos, este
es el caso de María; “Era pobre, por esos ellos fueron al templo para ofrecer en
sacrificio, según la ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones”. (Lc 2:24)
Aunque no era obligatorio, María aprovechó para llevar consigo al Niño y a
José para cumplir: según está escrito en la ley del Señor que “todo varón
primogénito sea consagrado al Señor”. (Lc 2:23). Luego: Cumplidas todas las
cosas según la ley del Señor, “se volvieron a Galilea, a la ciudad de Nazaret”
(Lc 2:33.)
Así fue como José, se encargo de la educación y formación de su hijo Jesús. “El
Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El”.
(Lc2:40). Seguramente Jesús se crió entre las virutas de la carpintería de su
padre y paseo muchas veces con él, es del todo posible que José le enseño a
leer, le canto los salmos, le enseño las escrituras, talvez le hizo sus sandalias, lo
tuvo en sus brazos, lo llevo a la sinagoga y otras muchas actividades propias
entre un padre y un hijo.
Cuando supo del peligro que le amenazaba a su hijo, huyó con él y con la madre
de éste, María, a Egipto: “Levantándose de noche, tomó al Niño y a la madre y
partió para Egipto” (Mt 2:14) y “permaneció allí hasta la muerte de Herodes”
(Mt2:15).
El ángel del Señor se apareció a José en sueños y le ordena que tome al Niño y
a su madre y huya a Egipto. “Huye,” le dice. José, con toda prontitud, se
levantó, en la noche, y partió para Egipto. Entonces nos encontramos con un
José que conoció el exilio. Egipto era el país clásico de refugio político por ser
provincia romana. Había allí muchos judíos, colonias florecientes y barrios
habitados por ellos y prestaban socorro a sus con-ciudadanos.
Buen caminante y conocedor de las rutas es José, pero no conocemos con
precisión si hizo el viaje por la costa o por el desierto, como tampoco donde se
estableció, solo que estuvo en Egipto y que allí permaneció con su familia hasta
el nuevo aviso del ángel: Muerto ya Herodes, el ángel del Señor se apareció en
sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y vete a
la tierra de Israel” (Mt 2:19-20). Entonces levantándose, “tomó al Niño y a su
madre y partió para la tierra de Israel”. (Mt 2-22) como gobernaba Arquelao,
tuvo miedo de volver a su territorio (Judea), “y se encaminó a Galilea, territorio
de Herodes Antipas” (Mt 2:22). Y, advertido en sueños, se retiró a la región de
Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret, “para que se cumpliese
lo dicho por los profetas, que sería llamado Nazareno”. (Mt 2: 23)
Cuando Jesús cumplió los doce años, volvemos a oír hablar de José, con
ocasión de una peregrinación pascual, que practicaba regularmente: Sus padres
iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. “Cuando era ya de doce
años, al subir sus padres, según el rito festivo” (Lc. 2: 41-42), en ese episodio se
le pierde Jesús por algunos días, causándole mucha angustia, pero cuando le
encontró, el y Mariase alegraron y le hicieron saber a su hijo su preocupación:
“Cuando sus padres le vieron, se maravillaron”, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por
qué nos has hecho así? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos
buscándote”. (Lc 2: 48.)
Más tarde ya no se le recuerda como un protagonista, sino que simplemente se
le menciona: “¿No es (Jesús) el hijo del carpintero?” (Mt 13:55).
Sin embargo a pesar de lo ya comentado, se puede decir aún que hay una cierta
escasez de datos, pero a su vez podemos deducir algunas cosas y completar
otras por lo que sabemos por la historia, las costumbres y tradiciones y por la
política de Israel.
La edad de José se puede deducir por el uso general. La edad de matrimonio
para los varones se situaba por entonces entre los 18 y los 20 años. Así pues,
cuando Jesús nació, José podía tener de 19 a 21 años. Cuando Jesús cumplió los
doce, José podría tener por los 31-33 años. Y cuando Jesús inició su ministerio
público a la edad de 33-37 años, José podía tener de 52 a 58. Cabría suponer
que fue la muerte de José la que motivó la salida de Jesús de Nazaret.
Por supuesto que esto último es un cuadro hipotético, del mismo modo como
hay quien supone que José era viudo, y que tenía varios hijos de su primer
matrimonio. Es una opinión que prevaleció hasta el siglo IV, y que cuenta con
muchos argumentos a su favor, si reflexiona sobre todos los datos que
poseemos. José podría haber tenido varios hijos, si todos los “hermanos” y
“hermanas” de Jesús (Mc 6:3; Mt 13:55) han de entenderse en el sentido de
hermanastros de Jesús. Cabría suponer en tal caso que José andaba por los 30
años, cuando nació Jesús; y naturalmente también podría haber sido mayor.
Así las cosas, cuando Jesús empezó su ministerio público, José ya habría
alcanzado los 63-67 años de edad. Mas como, al desposarse con María, muy
bien podría haber tenido quince años más, también es posible que al comparecer
Jesús en público, ya tuviera José más de 80 años, edad que muy pocos hombres
alcanzaban entonces. Con ello podría explicarse perfectamente el silencio de los
evangelistas sobre el resto de la vida de José.
Para la caracterización de José es fundamental la afirmación de que era “justo”
(Mt1:19.) Pero, ¿en qué sentido era “justo” José? ¿Era un escriba docto en la
Escritura? ¿Pertenecía al grupo de los fariseos? El conocimiento extraordinario
que Jesús tiene de las Escrituras podría sugerir que José era un carpintero
conocedor de los libros sagrados y que se esforzaba por cumplir las
prescripciones de la Escritura: era un “justo.” Difícilmente pudo pertenecer a
los democráticos fariseos. Como descendiente de David más bien debió de estar
en oposición a los mismos, con lo cual hasta podría explicarse por razones
familiares la actitud de Jesús hacia los fariseos. Más aún, tal vez podría decirse
que José era un hombre nada irrefutable, de gran humanidad y conocedor de las
Escrituras, que en sus conversaciones sobre los libros santos habría sido un
referente que preparó a Jesús para su misión. Un ejemplo de su postura
humanista y nada dogmática sería la indicación de Mt 1:19, José, su esposo,
siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto, a propósito
de su deseo de abandonar a María por el supuesto adulterio.
José descendía de la casa de David (1:6.20; Lc 1:27). Pero, según el Evangelio
de Lucas (2:4), no habitaba en Belén, la ciudad de David, sino en el
pueblo galileo de Nazaret. Según el Evangelio de Mateo (Mt 2:22-23), quiso sin
embargo regresar de Egipto a Judea, es decir, a Belén; sólo que al saber que allí
reinaba Arquelao, como gobernante de Judea, temió ir allí y se dirigió a
Nazaret. De todo ello parece desprenderse el cuadro siguiente:
José era betlemita. Y en el territorio de Herodes el Grande corría algún peligro
como descendiente de David, dado que con ocasión de las expectativas
mesiánicas su familia podía ser el centro de sospechas de algún amotinamiento
de tipo mesiánico. Y así se retiró a Galilea, o tal vez ya lo habían hecho sus
padres. Pero quizá con ocasión del censo ordenado por Augusto quiso regresar a
Belén. El miedo sin embargo al celoso Arquelao, empeñado en eliminar a todos
sus posibles competidores — entre los que se contaban los descendientes de
David — le hizo volver de nuevo a Nazaret.
Como conclusión final sobre el motivo de que sepamos tan poca cosa del
davídico José se debe al hecho de que para los evangelistas esa condición de
descendiente del gran rey sólo importaba de cara a la descendencia davídica de
Jesús, y por tanto como importante característica mesiánica. José era, en
cualquier caso, el padre legal de Jesús. Y para la descendencia davídica bastaba
la relación legal de José con Jesús, según aquello de la Misnah: “Si alguien
dice: Éste es mi hijo, se le ha de creer” (Baba batra 8:6). Por la adopción de
José con la fórmula “Éste es mi hijo,” Jesús era un auténtico descendiente de
David.
Mientras más repasemos los evangelio, podemos descubrir muchas cosa nuevas
de san José, un santo del silencio, un silencio de mucho respeto, como el que
tiene el que sabe oír, o el que es prudente en las actitudes y las palabras, para
reflexionar con sensatez, para profundizar y conocer cual es la voluntad de
Dios.
San José nos enseña que lo importante no es realizar grandes cosas, sino hacer
bien la tarea que corresponde a cada uno. "Dios no necesita nuestras obras, sino
nuestro amor" (santa Teresa del niño Jesús), la grandeza de san José reside en la
sencillez de su vida. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico
seguidor de cristo, no es necesario hacer "grandes cosas", sino practicar las
virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI).

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