Cory Docotorow Little Brother Traducido - 1d6J PDF
Cory Docotorow Little Brother Traducido - 1d6J PDF
Cory Docotorow Little Brother Traducido - 1d6J PDF
Pero, diecisiete años después, las cosas son muy diferentes. Las
computadoras que tanto adoro están asimiladas: las utilizan
para espiarnos, para controlarnos, para delatarnos. La Agencia
Nacional de Seguridad ha intervenido ilegalmente todos los
teléfonos de los Estados Unidos y nadie dice nada. Las empres-
as que alquilan automóviles y las autoridades de tránsito y
tráfico vigilan adónde vamos y nos envían tickets automatiza-
dos, revelando nuestra identidad a los entrometidos, los
policías y los delincuentes que logran acceder ilícitamente a es-
as bases de datos. La Administración de Seguridad para el
Transporte lleva una lista de personas que tienen “prohibido
volar”; nunca han sido condenadas por ningún crimen pero, sin
embargo, se las considera muy peligrosas para permitirles
viajar en avión. El contenido de la lista es secreto. La norma
que la hace ejecutable es secreta. Los criterios en los que se bas-
an para agregarte a esa lista son secretos. Incluye niños de 4
9/438
HAZ ALGO
Este libro está pensado como algo que hay que hacer, no sola-
mente como algo para leer. La tecnología presentada en estas
páginas ya es real, o bien casi real. Puedes construir una buena
parte. Puedes usar estas ideas como disparador de debates im-
portantes con tus amigos y familiares. Puedes usar estas ideas
para vencer la censura y para subirte a una Internet libre, in-
cluso aunque tu gobierno, tu empleador o tu escuela no quieran
que lo hagas.
***
***
***
***
38/438
—¡No lo rocíes con paralizante! —le grité por encima del es-
truendo—. Nos meterás a todos en líos.
Ante la mención de la palabra “paralizante”, el sujeto pareció
asustarse, retrocedió y desapareció, aunque la muchedumbre
seguía empujándolo hacia delante. Más arriba, vi que alguien,
una cuarentona con vestido hippie, tropezaba y caía. Gritó
mientras se derrumbaba y la vi luchando por levantarse, pero
no pudo, y la presión de la multitud era demasiado fuerte.
Cuando me acerqué, me agaché para ayudarla a enderezarse y
casi me hacen caer sobre ella. Terminé con un pie sobre su es-
tómago, mientras la muchedumbre me empujaba lejos, pero
para entonces creo que la mujer ya no sentía nada.
Estaba más asustado que nunca. Ahora había alaridos en to-
das partes y más cuerpos en el suelo, y la presión desde atrás
era inexorable como una topadora. Lo único que podía hacer
era tratar de mantenerme en pie.
Aparecimos en la explanada abierta, donde se encontraban
los molinetes de acceso. Allí las cosas no estaban mejor. El es-
pacio cerrado producía ecos de las voces, que volvían a noso-
tros como un rugido que me hacía zumbar la cabeza; además, el
olor y la sensación de todos esos cuerpos juntos me daba claus-
trofobia, una predisposición que nunca supe que tenía.
Por la escalinata seguía bajando gente apiñada y otros más se
apretujaban para pasar por los molinetes y descender por las
escaleras mecánicas que llevaban a los andenes, pero me
parecía muy claro que la cosa no iba a tener un final feliz.
—¿Quieres probar suerte arriba? —le dije a Darryl.
—Sí, diablos. Sí. —dijo—. Esto es atroz.
Miré a Vanessa… no había forma de que pudiera escucharme.
Me las ingenié para sacar el teléfono y le envié un mensaje de
texto.
45/438
***
logré captar que estaba oscuro y que llovía, una de esas llov-
iznas de San Francisco que son mitad bruma.
El hombre que entró vestía uniforme militar. Uniforme milit-
ar norteamericano. Se cuadró frente a los del camión, ellos le
devolvieron el saludo, y fue entonces cuando supe que no era
prisionero de unos terroristas: era prisionero de los Estados
Unidos de América.
***
***
***
—Sí —mascullé.
—Hoy te enviaremos a tu casa, pero estás marcado. No te
hemos declarado libre de toda sospecha; te soltamos porque,
por ahora, hemos terminado de interrogarte. Pero, de aquí en
más, nos perteneces. Te estaremos vigilando. Esperando que
des un paso en falso. ¿Entiendes que podemos vigilarte de
cerca, todo el tiempo?
—Sí —mascullé.
—Bien. Nunca hablarás con nadie de lo que pasó aquí, jamás.
Es un asunto de seguridad nacional. ¿Sabes que la pena de
muerte por traición en tiempos de guerra sigue vigente?
—Sí —mascullé.
—Buen chico —ronroneó ella—. Aquí tenemos unos docu-
mentos para que firmes. —Deslizó hacia mí la pila de papeles a
lo ancho de la mesa. Todos tenían pegadas unas etiquetas
autoadhesivas con la frase FIRME AQUÍ en letras de molde. Un
guardia me sacó las esposas.
Hojeé los papeles; los ojos se me llenaron de lágrimas y la
cabeza me daba vueltas. No les encontraba ningún sentido.
Traté de descifrar el lenguaje legal. Al parecer, iba a firmar una
declaración que decía que había permanecido allí voluntaria-
mente y que me había sometido a interrogatorios voluntarios,
por libre decisión.
—¿Qué pasa si no lo firmo? —dije.
Me arrebató los papeles y repitió el gesto de chasquear los
dedos. Los guardias me levantaron de un tirón.
—¡Esperen! —grité—. ¡Por favor! ¡Firmaré! —Me arrastraron
hasta la puerta. Lo único que veía era esa puerta; lo único que
pensaba era que se estaba cerrando a mis espaldas.
Perdí el control. Lloré. Les rogué que me permitieran firmar
los papeles. Estar tan cerca de la libertad y que me la
78/438
***
***
***
85/438
aún tenían los ojos húmedos. Me sentí realmente mal por ellos.
Debían de haber enloquecido de preocupación. Me alegré de
tener la oportunidad de cambiar de tema—. Me encantaría
comer, totalmente.
—Pediré una pizza al Goat Hill —dijo papá.
—No, eso no —dije. Los dos me miraron como si me hubieran
crecido antenas. Normalmente siento predilección por la pizza
del Goat Hill… en otras palabras: normalmente me la como
igual que los peces tropicales comen su alimento, engulléndola
hasta que se acaba o hasta que reviento. Traté de sonreír—. No
tengo ganas de pizza —dije sin convicción—. Pidamos curry,
¿sí? —Gracias a Dios, San Francisco es la capital de la comida
para llevar.
Mamá fue hasta el cajón de los menúes a domicilio (más nor-
malidad, que sentí como se siente un trago de agua al pasar por
una garganta seca y dolorida) y los hojeó. Pasamos un par de
minutos de distracción leyendo el menú del restaurante halal
pakistaní de la calle Valencia. Me decidí por una parrillada tan-
dori mixta y espinacas a la crema con queso de granja, un
batido de mango salado (es mucho mejor de lo que parece) y
pastelitos fritos acaramelados.
Una vez que encargamos la comida, recomenzaron las pre-
guntas. Habían recibido noticias de las familias de Van, Jolu y
Darryl (por supuesto) y todos ellos habían intentado denunciar
nuestra desaparición. La policía tomaba nota de los nombres,
pero había tantas “personas desplazadas” que no iban a abrir
ninguna investigación a menos que continuaran perdidas des-
pués de siete días.
Mientras tanto, en la red habían aparecido millones de sitios
estilo “ha visto usted a”. Un par de ellos eran viejos clones de
MySpace que se habían quedado sin dinero y que ahora
94/438
***
***
***
***
***
—¿O sea que ustedes siguen a todos los que tienen un histori-
al de viajes raro cuando salen de la estación del BART? Deben
de estar muy ocupados.
—A todos no, Marcus. Nos alertan cuando aparece cualquiera
con un perfil de viajes fuera de lo común y eso nos ayuda a
evaluar si queremos investigarlo o no. En tu caso, nos acer-
camos porque queríamos saber por qué un chico que parece in-
teligente, como tú, tenía un perfil de viajes tan extraño.
Ahora que sabía que no estaba a punto de ir a la cárcel, me
estaba enfureciendo. Estos sujetos no tenían por qué espi-
arme… ni el BART tenía por qué ayudarlos a espiarme, por
Dios. ¿Quién diablos autorizaba a mi pase del metro a de-
latarme por tener un “perfil de viajes no estándar”?
—Creo que me gustaría que me arresten ahora mismo —dije.
Moco se reclinó en el asiento y me miró con una ceja
levantada.
—¿En serio? ¿Acusado de qué?
—Ah… ¿o sea que no es delito viajar en un transporte público
de manera no estándar?
Grano cerró los ojos y se los frotó con los pulgares.
Moco lanzó un suspiro de agotamiento.
—Mira, Marcus, estamos de tu lado. Usamos este sistema
para agarrar a los malos. Para atrapar a los terroristas y trafic-
antes de droga. Tal vez tú mismo eres traficante. El FastPass es
una buena forma de moverse por toda la ciudad.
Anónimamente.
—¿Qué hay de malo en el anonimato? Fue bueno para Tho-
mas Jefferson. Y a propósito… ¿estoy bajo arresto?
—Llevémoslo a su casa —dijo Grano—. Podemos hablar con
sus padres.
127/438
***
***
***
***
Van arrugó los labios, bajó las gafas de sol y vi que estaba tan
furiosa que no podía hablar.
—Adiós, Marcus —dijo, y se puso de pie. Antes de que me di-
era cuenta, estaba alejándose tan rápido que prácticamente
corría.
—¡Van! —la llamé, mientras me levantaba y salía tras ella—.
¡Van! ¡Espera!
Aumentó la velocidad, obligándome a correr para alcanzarla.
—¿Van, qué diablos pasa? —le dije, agarrándola de un brazo.
Se sacudió para liberarse, tan fuerte que me golpeé en la cara
con mi propia mano.
—Eres un psicópata, Marcus. Vas a poner a todos tus amigui-
tos de la Xnet en peligro de vida y, como si fuera poco, vas a
convertir a todos los habitantes de la ciudad en sospechosos de
terrorismo. ¿No puedes detenerte, antes de que le hagas daño a
toda esa gente?
Abrí y cerré la boca un par de veces.
—Van, el problema no soy yo, son ellos. No voy a arrestar a la
gente, ni a encarcelarla, ni a hacerla desaparecer. Los que están
haciendo eso son los del Departamento de Seguridad Interior.
Estoy peleando para obligarlos a detenerse.
—¿Cómo? ¿Empeorando la situación?
—Tal vez tiene que empeorar para poder mejorar, Van. ¿No
es eso lo que decías? Si detuvieran a todos…
—No me refería a eso. No quise decir que hicieras arrestar a
todo el mundo. Si quieres protestar, únete al movimiento de
protesta. Haz algo positivo. ¿No aprendiste nada de Darryl?
¿Nada ?
—Puedes estar bien segura de que sí —dije, perdiendo la
calma—. Aprendí que no se puede confiar en ellos. Que si no
peleas contra ellos, los estás ayudando. Que si los dejamos van
150/438
***
***
***
***
¿Qué?
El General de División Graeme Sutherland, oficial comand-
ante de las operaciones del DSI en el norte de California, con-
firmó dicha solicitud durante una conferencia de prensa real-
izada el día de ayer, destacando que un brote de actividad so-
spechosa en la zona de la Bahía motivaba el pedido. “Estamos
rastreando un brote de actividad clandestina y creemos que
los saboteadores están fabricando deliberadamente falsas
alertas de seguridad para socavar nuestros esfuerzos”.
Me puse bizco. No era posible.
“Esas falsas alarmas son potenciales ’señuelos de radar’
creados con la intención de disimular ataques reales. La única
manera efectiva de combatirlos es aumentar la cantidad de
personal y de analistas para poder investigar a fondo todos
los indicios”.
Sutherland subrayó que las demoras experimentadas en toda
la ciudad eran “desafortunadas” y se comprometió a
eliminarlas.
Tuve una visión de la ciudad con cuatro o cinco veces más
agentes del DSI, traídos hasta aquí para compensar mis propias
ideas estúpidas. Van tenía razón. Cuanto más los combatiera,
peor se tornaría la situación.
Papá señaló el periódico. —Puede que estos tipos sean ton-
tos, pero son tontos metódicos. Seguirán invirtiendo recursos
en este problema hasta resolverlo. Es manejable, sabes. Analiz-
ar todos los datos de la ciudad, investigar todas las pistas. Atra-
parán a los terroristas.
Perdí el control. —¡Papá! ¿Te estás oyendo? ¡Hablan de in-
vestigar prácticamente a cada persona de la ciudad de San
Francisco!
162/438
***
***
***
170/438
***
***
—Diles nada más que es una fiesta superprivada, sólo con in-
vitación —dije—. Diles que no traigan a nadie o no podrán
entrar.
Jolu me miró por encima de su café.
—¿Bromeas, no? Cuando dices eso, la gente trae más amigos.
—Grrr —dije. En esos días pasaba una noche por semana en
lo de Jolu, actualizando el código de la indienet. Por hacerlo,
Pigspleen de verdad me pagaba una suma de dinero no igual a
cero, lo que me resultaba muy extraño. Nunca había pensado
que me pagarían por escribir código—. ¿Qué hacemos
entonces? Sólo queremos gente en la que realmente confiamos
y no queremos decir por qué hasta tener todas las claves de to-
dos y poder enviarles mensajes en secreto.
Jolu eliminaba bugs y yo miraba por encima de su hombro.
Antes, esto se llamaba “programación extrema”, lo que era un
poco embarazoso. Ahora la llamamos “programación” a secas.
Dos personas detectan bugs mucho mejor que una sola. Como
dice el cliché: “Cuando hay suficientes ojos, todo error es
superficial”.
Estábamos trabajando con los informes de errores y pre-
parándonos para lanzar la nueva versión. Todo se actualizaba
automáticamente en segundo plano, de modo que los usuarios
no tenían que hacer nada. Más o menos una vez por semana,
despertaban y se encontraban con un programa mejor. Era
182/438
***
***
Mmm.
>Fue realmente sensacional conocerte.
>Sí, por lo general lo es. ¿Dónde vas a llevarme?
>¿Llevarte?
>En nuestra próxima aventura.
>La verdad, no tenía nada planeado.
>Oki… entonces te llevaré YO. Sábado. Parque Dolores. Con-
cierto ilegal al aire libre. El que no va es un dodecaedro.
>Espera… ¿qué?
>¿No lees la Xnet? Está en todos lados. ¿Alguna vez has oído
de las Speedwhores?
Casi me atraganto. Era la banda de Trudy Doo… Trudy Doo,
la mujer que nos pagaba a Jolu y a mí por actualizar el código
de la indienet.
>Sí, he oído de ellas.
>Están organizando un espectáculo enorme y ya tienen unas
cincuenta bandas que se sumaron al concierto. Lo hacen en las
canchas de tenis; van a llevar sus propios camiones con amp-
lificación y a rockear toda la noche.
Me sentí como si viviera debajo de una piedra. ¿Cómo me lo
había perdido? En la calle Valencia había una librería anar-
quista por la que pasaba, a veces, cuando iba camino a la es-
cuela y que tenía un afiche de una vieja revolucionaria llamada
Emma Goldman, con esta leyenda: “Si no puedo bailar no
quiero ser parte de tu revolución”. Había gastado todas mis en-
ergías pensando en cómo usar la Xnet para organizar a los ded-
icados luchadores de la interferencia al DSI, pero esto era
muchísimo más atractivo… un gran concierto. No tenía idea de
cómo organizarlo, pero me alegraba saber que otros sí.
Y, ahora que lo pensaba, me daba un tremendo orgullo que
usaran la Xnet para organizarlo.
202/438
***
ver si quería que alquiláramos una película o algo. Así eran los
sábados ociosos como este. ¿Pero a quién iba a llamar? Van no
me hablaba. No creía estar listo para hablar con Jolu, y Darryl…
Bueno, no podía llamar a Darryl.
Volví a casa con el café y navegué un poco por los blogs de la
Xnet. Era imposible rastrear a los autores de esos anoniblogs (a
menos que el autor fuera tan estúpido como para poner su
nombre) y había muchos. Casi todos eran apolíticos, pero
muchos otros no. Hablaban de las escuelas y de las injusticias
que había allí. Hablaban de la policía. De los graffitis.
Resulta que había planes para hacer el concierto del parque
desde hacía semanas. La noticia había saltado de blog en blog,
convirtiéndose en un verdadero movimiento sin que yo lo ad-
virtiera. Y el concierto se llamaba “No Confíes En Nadie Mayor
De 25″.
Bien. Eso explicaba de dónde lo había sacado Ange. Era un
buen eslogan.
***
***
***
Interesante.
El público fue acercándose al Parque Dolores durante la larga
tarde de sábado, entre los fenomenales lanzadores de frisbees y
los paseadores de perros. Algunos también lanzaban frisbees o
paseaban perros. No estaba realmente claro cómo resultaría el
concierto, pero en los alrededores había mucha policía y gente
de incógnito. Los de incógnito se detectaban porque, como
Grano y Moco, tenían el cabello cortado a lo Castro y físicos de
Nebraska: tipos rechonchos de pelo corto y bigotes hirsutos. Se
desplazaban de aquí para allá y parecían torpes e incómodos
con sus pantalones cortos gigantescos y su camisas sueltas que,
sin duda, cubrían el candelabro de equipos que colgaba de sus
cinturas.
215/438
***
***
230/438
***
—Y se lo contaste a Jolu…
—Porque quería asegurarle que yo también iba a mantener el
secreto. Si él conocía mi secreto, podía usarlo para mandarme a
la cárcel si yo abría la boca. Das un poco, recibes un poco. Quid
pro quo, como en El silencio de los inocentes.
—Y entonces te lo contó.
—No —respondió ella—. No me lo contó.
—Pero…
—Luego le dije cuánto me gustabas. Que estaba planeando
hacer el papel de idiota total y arrojarme a tus brazos. Después
de eso me lo contó.
No se me ocurrió nada que decir. Me miré los pies. Ella me
tomó las manos y las apretó.
—Lamento haberlo obligado a decírmelo. Era decisión tuya
contármelo, si es que ibas a contármelo. No era asunto mío…
—No —dije. Ahora que sabía cómo lo había averiguado,
comenzaba a calmarme—. No, está bien que tú lo sepas. Tú.
—Yo —dijo—. Nadie más que yo.
—OK, puedo vivir con esto. Pero hay una cosa más.
—¿Qué?
—No encuentro manera de decir esto sin parecer un imbécil,
así que, sencillamente, te lo diré. Los que andan de novios, o
como quieras llamar a lo que estamos haciendo ahora, se sep-
aran. Cuando se separan, se enojan con el otro. A veces, hasta
odian al otro. La verdad, suena muy frío pensar que eso nos
puede suceder a nosotros pero, como sabes, debemos tenerlo
en cuenta.
—Prometo solemnemente que nada de lo que alguna vez pue-
das hacerme me llevará a traicionar tu secreto. Nada. Acuéstate
con una docena de porristas en mi propia cama delante de mi
madre. Oblígame a escuchar a Britney Spears. Destripa mi
237/438
***
***
—Sí —dijo otro chico—. Me parece que usted nos está di-
ciendo que la seguridad nacional es más importante que la
Constitución.
En ese instante, me sentí muy orgulloso de mis compañeros.
Dije:
—¿Cómo se puede proteger la libertad suspendiendo la De-
claración de Derechos?
Ella meneó la cabeza como si fuésemos todos muy estúpidos.
—Los “revolucionarios” padres de la patria fusilaban a los
traidores y los espías. No creían en la libertad absoluta, menos
cuando ésta amenazaba a la República. Por ejemplo, tomemos
a esa gente de la Xnet…
Con todas mis fuerzas, intenté no ponerme rígido.
—Los llamados “clonadores” que aparecieron en los notici-
eros esta mañana. Después de que la ciudad sufrió el ataque de
quienes se han declarado en guerra con este país, se dedicaron
a sabotear mensajes de seguridad destinados a capturar a los
malos y a evitar que hagan lo mismo otra vez. Y lo hicieron a
costa de poner en peligro e importunar a sus conciudadanos…
—¡Lo hicieron para demostrar que estaban privándonos de
nuestros derechos con la excusa que protegerlos! —dije. Bueno,
grité. Dios, esa mujer me hacía hervir la sangre—. Lo hicieron
porque el gobierno estaba tratando a todos como sospechosos
de terrorismo.
—¿Entonces quisieron demostrar que no debían tratarlos
como terroristas —me gritó Charles— actuando como terroris-
tas? ¿Cometiendo actos de terrorismo?
Yo estaba furioso.
—Ay, por el amor de Dios. ¿Actos de terrorismo? De-
mostraron que la vigilancia universal era más peligrosa que el
terrorismo. Mira lo que pasó en el parque el fin de semana
245/438
***
***
***
***
***
271/438
Me reí. —No sabes lo fáciles que son las cosas para ti. Mis
padres no nos dejarían solos en mi dormitorio hasta las 11:00
de la noche ni en sueños.
—11:45 —dijo, mirando el reloj.
—¡Mierda! —grité y me até los zapatos.
—Vete —dijo ella—. ¡Corre a la libertad! ¡Mira a ambos lados
antes de cruzar la calle! ¡Escríbeme si consigues empleo! ¡No te
detengas para abrazarme! Si no estás fuera de aquí cuando
cuente hasta diez, tendrás problemas, señor. Uno. Dos. Tres.
La hice callar subiendo a la cama de un brinco, aterrizando
sobre ella y besándola hasta que ya no intentó seguir contando.
Satisfecho con mi victoria, bajé la escalera ruidosamente con la
Xbox bajo el brazo.
Su madre estaba al pie de la escalera. Sólo nos habíamos
visto un par de veces. Parecía una versión más vieja y más alta
de Ange —Ange decía que había heredado la baja estatura de su
padre—, con lentes de contacto en lugar de gafas. Parecía que
me había clasificado tentativamente como un buen chico, cosa
que yo apreciaba.
—Buenas noches, Sra. Carvelli —le dije.
—Buenas noches, Sr. Yallow —respondió. Era uno de
nuestros pequeños rituales, iniciado en día en que nos conoci-
mos, cuando yo la llamé “Sra. Carvelli”.
Me quedé parado torpemente en la puerta.
—¿Sí? —dijo ella.
—Eh… —dije—. Gracias por permitir que me quede.
—Siempre eres bienvenido en nuestra casa, jovencito —dijo
ella.
—Y gracias por Ange —le dije finalmente, odiando que sonara
tan cursi. Pero ella sonrió ampliamente y me dio un breve
abrazo.
277/438
***
Debí saberlo.
LÍDER DE LA XNET: PODRÍA SUBIR A UN AVIÓN CON
OBJETOS DE METAL
EL DSI GOBIERNA SIN MI CONSENTIMIENTO
CHICOS DE LA XNET: EE. UU., FUERA DE SAN
FRANCISCO.
Y esos eran los titulares buenos. Todos me enviaron los
artículos para subirlos al blog, pero era lo último que tenía
ganas de hacer.
De alguna manera, lo había echado a perder. La prensa había
venido a mi conferencia de prensa y había llegado a la con-
clusión de que éramos terroristas o idiotas útiles del terror-
ismo. La peor era la cronista de Fox News, que aparentemente
278/438
***
***
283/438
***
***
***
***
***
***
303/438
***
***
***
***
327/438
***
***
***
El truco era manejar los tiempos para que todo sucediera tan
rápido que el DSI no pudiera prepararse, pero con la suficiente
340/438
***
***
***
***
***
***
Era la foto que nos había tomado, justo antes de que estallar-
an las bombas. Era la foto de mí con Jolu, Van y…
Darryl.
Tenía en mis manos la prueba de que Darryl había estado
con nosotros minutos antes de quedar bajo la custodia del DSI.
La prueba de que en ese momento estaba vivo, bien y con
nosotros.
—Tienes que darme una copia —dije—. La necesito.
—Cuando lleguemos a Los Ángeles —dijo ella, arrebatán-
dome el teléfono—. Cuando te hayas informado sobre cómo ser
un fugitivo sin que nos atrapen y nos manden a Siria. No quiero
que se te ocurran ideas de rescatar a este chico. Está bastante a
salvo en el lugar donde se encuentra… por ahora.
Pensé en quitárselo a la fuerza, pero ya me había demostrado
sus habilidades físicas. Debía de ser cinturón negro o algo así.
Nos quedamos sentados en la oscuridad, oyendo a los
hombres que cargaban caja tras caja en el camión, que ataban
cosas, que gruñían por el esfuerzo. Traté de dormir, pero no
pude. Masha no tenía el mismo problema. Estaba roncando.
Todavía se colaba luz por el angosto y obstruido pasillo que
conducía al aire fresco del exterior. Me lo quedé mirando en la
penumbra y pensé en Ange.
Mi Ange. Su cabello rozándole los hombros mientras giraba
la cabeza de un lado al otro, riendo por algo que yo había
hecho. Su rostro cuando la vi por última vez, echándose al suelo
entre la multitud de la Turba de Vampiros. Toda la gente de la
Turba, igual que la del parque, cayendo y retorciéndose, mien-
tras el DSI avanzaba blandiendo garrotes. La gente que había
desaparecido.
368/438
***
—Vamos —dije.
***
***
***
***
***
***
***
***
***
sus familias las habían dado por muertas; que las habían
sometido a interrogatorios, al aislamiento, a la tortura… tuve
ganas de romper las cadenas con mis propias manos y liberar a
todos.
Cuando me pusieron frente al juez, me miró desde arriba y se
quitó las gafas. Parecía cansado. La abogada de la ACLU
parecía cansada. Los alguaciles parecían cansados. Detrás de
mí, escuché un repentino murmullo de conversación cuando el
alguacil pronunció mi nombre. El juez golpeó el martillo una
sola vez, sin dejar de mirarme. Se frotó los ojos.
—Sr. Yallow —dijo—, la fiscalía lo ha identificado como per-
sona riesgosa para viajar en avión. Creo que con fundamento.
Sin duda, usted tiene más, digamos… historia que las demás
personas que hay aquí. Estoy tentado a dejarlo encerrado hasta
el juicio, sin importar el monto de la fianza que sus padres es-
tén dispuestos a pagar.
Mi abogada comenzó a decir algo, pero el juez la silenció con
una mirada. Se frotó los ojos.
—¿Tiene algo que decir?
—Tuve la oportunidad de escapar —le dije—. La semana pas-
ada. Alguien me ofreció llevarme lejos, sacarme de la ciudad,
ayudarme a asumir una nueva identidad. Pero yo le robé el
teléfono, escapé del camión y salí corriendo. Entregué el telé-
fono, que contenía evidencia sobre mi amigo Darryl Glover, a
una periodista y me escondí aquí, en la ciudad.
—¿Robó un teléfono?
—Decidí que no podía fugarme. Que tenía que enfrentar a la
justicia… que mi libertad no valía nada si era un prófugo, si la
ciudad continuaba bajo el control del DSI. Si mis amigos
seguían encerrados. Para mí, esa libertad no era tan importante
como liberar a mi país.
409/438
***
***
FIN
Comentarios
pensar en cómo robarse algo. No porque quiera hacerlo (hay una diferencia
entre saber violar un sistema de seguridad y violarlo en la práctica), sino
para descubrir cómo lograrlo.
Así pensamos los de seguridad. Estamos constantemente observando a
los sistemas de seguridad y pensando en cómo sortearlos; no podemos
evitarlo.
Este modo de pensar es primordial, sin importar de qué lado de la segur-
idad estés. Si te contratan para construir una tienda a prueba de rateros, lo
mejor es saber cómo roban los rateros. Si estás diseñando un sistema de cá-
maras para detectar formas de caminar individuales, lo mejor es que preveas
que la gente puede ponerse piedras en los zapatos. Porque, si no lo haces, no
vas a diseñar nada bueno.
Entonces, cuando andes por ahí durante el día, tómate un momento para
observar los sistemas de seguridad que te rodean. Mira las cámaras de las
tiendas donde haces las compras (¿previenen el crimen o sólo lo ahuyentan
hacia la tienda de al lado?). Observa cómo opera un restaurante (si uno paga
después de comer ¿por qué no hay más gente que se va sin pagar?). Presta
atención a la seguridad de un aeropuerto (¿cómo podrías subir a un avión
con un arma encima?). Examina lo que hace un cajero de banco (la segurid-
ad de un banco está diseñada para evitar que los cajeros roben, tanto como
para evitar que robes tú). Contempla con atención un hormiguero (los insec-
tos saben mucho de seguridad). Lee la Constitución y notarás la cantidad de
medidas de seguridad que proporciona al pueblo para defenderse del gobi-
erno. Observa los semáforos, los cerrojos de las puertas y todos los sistemas
de seguridad que aparecen en la televisión y en el cine. Deduce cómo fun-
cionan, contra qué amenazas protegen y no protegen, cómo pueden fallar y
cómo se pueden explotar.
Pasa un tiempo haciendo esto y pronto descubrirás que piensas el mundo
de otra manera. Comenzarás a notar que muchos de los sistemas de segurid-
ad que andan por ahí no hacen verdaderamente lo que afirman que hacen y
que gran parte de nuestra seguridad nacional es un desperdicio de dinero.
424/438
(Copernicus, 2003) de Bruce Schneier, son los mejores textos para legos que
te ayudan a entender la seguridad y a pensar en ella críticamente, mientras
que su
Applied Criptography(Wiley, 1995) sigue siendo una fuente autorizada para
comprender la criptografía. Bruce lleva un excelente blog y lista de correo en
www.schneier.com/blog. La criptografía y la seguridad pertenecen al reino
de los aficionados talentosos y el movimiento cypherpunk está lleno de chi-
cos, constructores de casas, padres, abogados y cualquier clase de persona
que existe, que desafían los protocolos de seguridad y los cifrados.
Hay varias revistas grandiosas dedicadas a este tema, pero las dos me-
jores son
2600: The Hacker Quarterly, que está repleta de seudónimos y de relatos de
gente que alardea de sus hackeos exitosos, y
MAKE magazine, de O’Reilly, que ofrece excelentes instrucciones para fabri-
car tu propio hardware en casa.
El mundo de la red desborda de material sobre el tema, claro.
Freedom to Tinker
(www.freedom-to-tinker.com), de Ed Felten y Alex J. Halderman, es un blog
que llevan estos dos fantásticos profesores de ingeniería de Princeton, que
escriben con lucidez sobre seguridad, dispositivos espías, tecnología anti-
copiado y criptografía.
No te pierdas
Feral Robotics
de Natalie Jeremijenko. Natalie y sus alumnos reprograman los perros ro-
bots de juguete de Toys-R-Us y los convierten en agresivos detectores de de-
sechos tóxicos. Los sueltan en los espacios verdes públicos donde las
grandes corporaciones han arrojado su basura y demuestran frente a los me-
dios la toxicidad del suelo.
Como muchos de los hackeos de este libro, el tema de tunelear los DNS es
real. Dan Kaminsky, experto en túneles de la primera hora, publicó detalles
en 2004 (www.doxpara.com/bo2004.ppt).
431/438
Esta Fundación es una organización sin fines de lucro con membresías ac-
cesibles hasta para estudiantes. Invierten el dinero que obtienen de los par-
ticulares en hacer de la Internet un lugar donde se respetan las libertades
personales, la libertad de opinión, la justicia y todo lo que incluye la Declara-
ción de Derechos. Son los luchadores por la libertad en Internet más efect-
ivos que existen y tú puedes unirte a su causa tan solo registrándote en su
lista de correo y escribiéndoles a los funcionarios que has elegido con tu voto
para quejarte cada vez que están pensando en vender tu libertad en nombre
de la lucha contra el terrorismo, la piratería, la mafia o cualquier otro “cuco”
que capte su atención del momento. La Fundación también ayuda a manten-
er a
TOR, The Onion Router
(el Router Cebolla), que es una tecnología real que puedes utilizar ahora
mismo para evadir la censura de los firewalls del gobierno, las escuelas o las
bibliotecas (www.tor.eff.org).
El sitio web de la Fundación (www.eff.org) es enorme y profundo; con-
tiene información asombrosa que apunta al público en general, al igual que
la que puedes encontrar en
www.aclu.org
(American Civil Rights Union - Unión Americana por los Derechos Civiles),
en
www.publicknowledge.org, enwww.freeculture.org
y en
www.creativecommongs.org, que también merecen tu apoyo. FreeCulture es
un movimiento estudiantil internacional que recluta activamente a jóvenes
dispuestos a fundar subsidiarias en sus escuelas y universidades. Es una ex-
celente forma de participar y de marcar una diferencia.
Muchos sitios web contienen crónicas de la lucha por las ciberlibertades,
pero muy pocos tienen el nivel de Slashdot (Barrapunto,
www.slashdot.org), cuyo lema es “Noticias para Nerds, Asuntos que Import-
an”. Y, por supuesto, hay que visitar la Wikipedia, la enciclopedia
433/438
colaborativa, escrita en red, que cualquiera puede editar y corregir, con más
de un millón de registros contando solamente los de idioma inglés. La Wiki-
pedia trata los temas del hackeo y la contracultura con sorprendente pro-
fundidad y la información se actualiza a un ritmo pasmoso, casi al nanose-
gundo. Sin embargo, una precaución: no te bases solamente en lo que dice la
Wikipedia. Es realmente muy importante seguir los enlaces “Historia” y
“Discusión” (History, Discussion) que están en la parte superior de todas las
páginas de la Wikipedia, con el fin de conocer cómo se llegó a la versión ac-
tual de la verdad, de apreciar los puntos de vista contrapuestos que se
presentan y de decidir con tu propio criterio en quién debes confiar.
Si deseas acceder a un conocimiento verdaderamente prohibido, revisa la
página de Cryptome,www.cryptome.org, el archivo más asombroso del
mundo en cuando a información secreta, suprimida y liberada. Los valientes
editores de Cryptome reúnen y publican material del estado que sale a la luz
gracias a demandas judiciales basadas en la Declaración de Libertad de In-
formación, o bien por filtraciones de informantes internos.
El mejor relato de ficción sobre la historia de la criptografía es, sin lugar a
dudas,
Cryptonomicon(Avon, 2002) de Neal Stephenson. Stephenson cuenta la his-
toria de Alan Turing y la Máquina Enigma nazi, convirtiéndola en una at-
rapante novela de guerra que uno no puede parar de leer.
El Pirate Party (www.piratpartiet.se) mencionado en
Hermano Menor
está vivo y coleando en Suecia, Dinamarca, los EE.UU. y Francia, o al menos
lo estaba cuando escribía este libro, en julio de 2006. Son un poco raros,
pero los movimientos así siempre aceptan toda clase de personas.
Hablando de raros, es cierto que
Abbie Hoffman
y los
yippies
intentaron hacer levitar el Pentágono, arrojaron dinero por el aire en la
434/438
tiene plena vigencia hasta el día de hoy, además de ser un trabajo de ciencia
ficción genuinamente aterrador y una de las novelas que, literalmente, cam-
bió el mundo. Actualmente, “orwelliano” es sinónimo de un estado donde
reinan la vigilancia ubicua, el doble mensaje y la tortura.
Muchos novelistas han inspirado ciertos fragmentos de la historia de
Hermano Menor. La obra maestra del comic,
Alan Mendelsohn: the Boy from Mars, de Daniel Pinkwater (reeditada por
Farrar, Straus and Giroux, 1997), es un libro que todos los geeks deben leer.
Si alguna vez te has sentido marginado por ser demasiado inteligente o poco
común, LEE ESTE COMIC. Cambió mi vida.
Con un enfoque más contemporáneo, tenemos
So Yesterday
(Razorbill, 2004), de Scott Westerfeld, que narra las aventuras de unos bus-
cadores de tendencias y generadores de interferencia de la contracultura.
Scott y su esposa, Justine Larbalestier, al igual que Kathe Koja, me inspir-
aron parcialmente la idea de escribir un libro dedicado a adolescentes y
jóvenes. Gracias, muchachos.
Agradecimientos
Este libro tiene una tremenda deuda con muchos escritores, amigos, conse-
jeros y héroes que lo hicieron posible.
Los hackers y cypherpunks: Bunnie Huang, Seth Schoen, Ed Felten, Alex
Halderman, Gweeds, Natalie Jeremijenko, Emmanuel Goldstein, Aaron
Swartz.
Los héroes: Mitch Kapor, John Gilmore, John Perry Barlow, Larry Lessig,
Shari Steele, Cindy Cohn, Fred von Lohmann, Jamie Boyle, George Orwell,
Abbie Hoffman, Joe Trippi, Bruce Schneier, Ross Dowson, Harry Kopyto,
Tim O’Reilly.
Los escritores: Bruce Sterling, Kathe Koja, Scott Westerfeld, Justine Lar-
balestier, Pat York, Annalee Newitz, Dan Gillmor, Daniel Pinkwater, Kevin
Pouslen, Wendy Grossman, Jay Lake, Ben Rosenbaum.
Los amigos: Fiona Romeo, Quinn Norton, Danny O’Brien, Jon Gilbert,
Danah Boyd, Zak Hanna, Emily Hurson, Grad Conn, John Henson, Amanda
Foubister, Xeni Jardin, Mark Frauenfelder, David Pescovitz, John Battelle,
Karl Levesque, Kate Miles, Neil and Tara-Lee Doctorow, Rael Dornfest, Ken
Snider.
Los consejeros: Judy Merril, Roz and Gord Doctorow, Harriet Wolff, Jim
Kelly, Damon Knight, Scott Edelman.
Gracias a todos ustedes por darme las herramientas para pensar y escribir
sobre estas ideas.
437/438
Título original:
Little Brother
(c) Cory Doctorow.