Autos de Fe para Indios 1714-1760 en Ignorancia Invencible Superstición e Idolatría
Autos de Fe para Indios 1714-1760 en Ignorancia Invencible Superstición e Idolatría
Autos de Fe para Indios 1714-1760 en Ignorancia Invencible Superstición e Idolatría
¿Ignorancia invencible?
Superstición e idolatría ante
el Provisorato de Indios y Chinos
del Arzobispado de México en el siglo XVIII
México
Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas
2014
464 p.
(Serie Historia Novohispana, 91)
Ilustraciones, mapas
ISBN 978-607-02-5429-1
Formato: PDF
Publicado en línea: 19 de enero de 2015
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros
/ignorancia/invencible.html
1. Las disposiciones fueron dadas por Felipe II, ver Luis González Obregón, “Estudio
preliminar”, en Proceso criminal del Santo Oficio de la Inquisición y del fiscal en su
nombre contra don Carlos, indio principal de Texcoco, México, Eusebio Gómez de la
Puente (editor), 1910, edición preparada por Luis González Obregón. Este asunto
también ha sido abordado, entre otros, por Richard E. Greenleaf, Zumárraga y la
Inquisición...
2. agn, Inquisición, v. 304, exp. 54, año de 1624: “Proceso contra el Lic. Hernando
Ruiz de Alarcón, por haber castigado unos indios en la forma en que lo hace el
Santo Oficio (No se siguió)”; agn, Inquisición, v. 510, exp. 133, año de 1625:
“Proceso contra fraile de San Agustín por haber sacado un indio con coroza, des-
nudo de la cintura arriba”; agn, Indiferente Virreinal, caja-exp.: 1406-002, Indios,
siglo xvii: “Petición de Antonio de Saavedra para no castigar a indios por culto al
diablo y mejor pagar multa de 40 pesos al juez fray Diego Ramírez, por la acusación
de fray Joan Pérez. Siglo xvii”. Los cronistas Guijo y Robles refieren al menos dos
autos de fe para indios durante el siglo XVII en el Arzobispado de México: Gregorio
M. de Guijo, Diario: 1648-1664, ed. y pról. de Manuel Romero de Terreros, 2 v.,
México, Porrúa, 1952 (Escritores Mexicanos: 64-65), v. 1, p. 35-47; y Robles,
Diario de sucesos notables..., v. I, p. 78; v. II, p. 239.
3. agn, Inquisición, v. 437, exp. 3, año de 1653, f. 65 a 99: “Causa contra Diego Luis,
maestro de enseñanza de 13 dioses de su gentilidad y otras idolatrías. Oaxaca”;
agn, Inquisición, v. 456, exp. 33, año 1654, f., 590 a 598: “Testificación contra
Martín Lorenzo, por idolatra. Oaxaca”; agn, Inquisición, v. 457, exp. 4, año de
1654, f. 64 a 76: “Testificación contra Pedro de Mendoza, por idolatra y supersti-
cioso. Oaxaca”; agn, Inquisición, v. 456, exp. 32, año de 1654, f. 583 a 589:
“Testificación contra Matías Luis, por idólatra. Oaxaca”; agn, Inquisición, v. 457,
exp. 12, año de 1654, f. 118 a 140: “Información de las idolatrías de los indios en
el estado de Oaxaca”; agn, Inquisición, v. 438, exp. 14, año de 1654: “Causa de
oficio contra Juan Luis Cantos por idolatrías. México”; agn, Inquisición, v. 457,
exp. 11, año de 1654, f. 118 A 140: “Idolatrías perseguidas por Gonzalo de Balsa-
lobre, en el estado de Oaxaca. Oaxaca”.
4. agn, Regio Patronato Indiano, Bienes Nacionales, v. 1076, exp. 10, año de 1674, exp.
1: “Sobre idolatrías en el pueblo de San Francisco de la Sierra, doctrina de Teoti
tlán del Camino, obispado de Oaxaca. México”; agn, Indiferente virreinal, cajas
2000-2999, caja 2215, exp. C39 (Clero Regular y Secular, caja 2215), año de 1695:
15. aham, Sección: Secretaría Arzobispal, serie: Padrones, caja 40, exp. 54, 19 fojas,
disco 11, rollo 12, año de 1727: “Padrón de la feligresía del pueblo de San Mateo
Apóstol Evangelista Huitzilopochco, Churubusco”.
16. aham, Sección: Br. Juan Varón de Lara, serie: Auto contra indio maléfico, caja 38,
exp. 5, 5 f., disco 11, rollo 11, año de 1727: “Sentencia dictada contra Bartolomé
Martín, indio gañán, por practicar el conjuro y la hechicería”; aham, Sección: Br.
Nicolás de Villegas, serie: Autos contra indio, caja 51, exp. 24, 7 fojas, disco 15,
rollo 15, 14 de noviembre de 1736: “Autos seguidos contra Francisca Quiterina,
india natural del pueblo de San Felipe de la Jurisdicción de Metepec, por maleficio”.
17. aham, Sección: Br. Nicolás de Villegas, serie: Autos por el contrario indio, caja 51,
exp. 29, 6 f., disco 15, rollo 15, año de 1736: “Autos contra Nicolás Martín, indio
natural del pueblo de San Luis, doctrina de Zinacantepec, y vecino de San Buena-
ventura, por superstición, embustero y por espantador de granizo”.
18. Cfr. B. W. Wardropper, Introducción al teatro religioso del siglo de oro (evolución del
auto sacramental: 1500-1648), Madrid, 1953; N. D. Shergold y J. E. Varey, Los
21. Ver Arnold Van Gennep, Los ritos de paso, Madrid, Taurus, 1986.
22. Mircea Eliade, El mito del eterno retorno, México, Origen/Planeta, 1985 (Obras
maestras del pensamiento contemporáneo).
23. agn, Inquisición, v. 1305, exp. 13, año de 1714: “Auto de fe de indios. Consulta
que hizo a este tribunal el canónigo Castorena como provisor de indios y chinos
dando cuenta de haber celebrado auto de fe en la iglesia de la parroquia de San José
de los Naturales de esta ciudad”.
24. agi, Indiferente 215, n. 61, “Relación de méritos y servicios de Juan Ignacio de
Castorena y Ursúa, racionero de la iglesia metropolitana de México”.
25. Ibidem, Los subrayados son míos.
26. Ibidem.
27. Así lo afirma él mismo en reiteradas ocasiones al enunciar sus cargos en documen-
tación oficial. Ver por ejemplo el “Auto del 14 de febrero de 1722 por el que Casto-
rena ordena que su notario receptor, José Bravo, examine como testigos a los con-
ductores del ídolo, Sánchez Serrada y José del Río”, en “Testimonio de los autos que
se siguieron en este juzgado de indios del Arzobispado de México contra el ídolo
indio cadáver del Gran Nayarit, que adoraban los nayaritas, que remitió el excelen-
tísimo señor virrey marqués de Valero por despacho de ruego y encargo al doctor
don Juan Ignacio Castorena y Ursúa, tesorero dignidad de esta metrópoli, como
provisor y vicario general de los indios de la Nueva España, para que se diese su
sentencia, que dio, y a otros siete reos, y se ejecutó en auto de fe que se hizo en la
iglesia del convento Grande de Nuestro Padre San Francisco el domingo de la sexa-
gésima 31 de enero de 1723”, en Roberto Moreno de los Arcos, “Autos seguidos
por el provisor de naturales del Arzobispado de México contra el ídolo del Gran
Nayar, 1722-1723”, Tlalocan. Revista de fuentes para el conocimiento de las culturas
indígenas de México, México, 1985, v. x, p. 377-477, p. 410.
Todo parece indicar que éste de 1714 fue el primer auto de fe que se
hizo en Nueva España de manera oficial en el siglo xviii. Esto resulta, a lo
menos, “curioso”, pues no deja de sorprender que durante el periodo ba-
rroco tan afecto a las celebraciones, fiestas y ceremoniales exteriores, co-
loridos y magnificentes, los documentos guarden casi total silencio sobre
la realización de este tipo de acciones. En 1714, el arzobispo Lanciego, a
28. agn, Inquisición, v. 1305, exp. 13, año de 1714: “Auto de fe de indios. Consulta
que hizo a este tribunal el canónigo Castorena como provisor de indios y chinos
dando cuenta de haber celebrado auto de fe en la iglesia de la parroquia de San José
de los Naturales de esta ciudad”. El subrayado es mío.
32. María José Garrido Asperó ha realizado interesantes investigaciones sobre las
fiestas y procesiones en la ciudad de México en la segunda mitad del siglo xviii
y las primeras décadas del siglo xix: La fiesta de San Hipólito en la ciudad de Méxi-
co, 1808-1821, tesis de licenciatura en historia, México, ffyl de la unam, 1996;
y Fiestas cívicas históricas en la ciudad de México, 1765-1823, México, Instituto de
Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 2006 (Historia Política). Asimismo,
sobre el tema de las fiestas, procesiones y otras ceremonias, civiles y eclesiales,
dentro de espacios urbanos hispanoamericanos se recomienda: Pierre Córdoba,
Jean-Pierre Étienvre y Elvira Ruiz Bueno (comps.), La fiesta, la ceremonia, el rito,
Granada, Casa de Velázquez/Universidad de Granada, 1990; y La plaza en España
e Iberoamérica. El escenario de la ciudad, Madrid, Museo Municipal de Madrid/
Ayuntamiento de Madrid, 1998.
36. Jaime Cuadriello, Catálogo comentado del acervo del Museo Nacional de Arte, 2 v.,
México, Munal/Patronato del Museo Nacional de Arte/unam, iie/Conaculta-
inba, 1999, Nueva España, 2 tomos, p. 257-260.
En 1723 se realizó el auto de fe para indios más notable del siglo xviii. Se
trató de la quema de la momia del gran ídolo del Nayar, llevado a la ciudad
de México desde la lejana frontera de Colotlán, a más de 1000 kms de
distancia, en la abrupta e imponente Sierra del Nayar. En los meses ante-
riores se había realizado una expedición para conquistar e incorporar aquel
territorio; militares y clérigos habían dado con un gran número de idóla-
tras y habían destruido sus adoratorios y de ellos habían sacado una mo-
mia que era adorada como deidad por aquellos indios. La momia del
ídolo del Gran Nayar había sido llevada hasta la ciudad de México por
órdenes del virrey para que fuera incinerada de forma pública en un auto
de fe como el que se representa en la pintura de Ozolotepec. Y es que la
oportunidad para realizar un auto de fe para indios era inmejorable. El
37. agi, Indiferente, 215, n. 61, “Relación de méritos y servicios de Juan Ignacio de
Castorena y Ursúa, racionero de la iglesia metropolitana de México”.
38. agi, México, 2708: “Despacho de ruego y encargo de 13 de febrero de 1722 del
virrey Marqués de Valero por Antonio de Avilés al provisor de naturales Castorena
por el que pide se queme la osamenta del gran Nayar”. Los subrayados son míos.
41. agi, México, 2708: “Certificación del auto de fe por el notario público Francisco
Ruíz, 1º de febrero de 1723”. El subrayado es mío.
les fueron poniendo a cada uno de los susodichos por el alguacil ma-
yor fiscal de este Arzobispado y otros ministros una soga de esparto al
pescuezo y sobre la cabeza una coroza con las insignias correspondien-
42. agi, México, 2708: “Certificación del auto de fe por el notario público Francisco
Ruíz, 1º de febrero de 1723”. El subrayado es mío.
tes a sus delitos y una vela verde en las manos; y habiendo llegado a
dicho convento dicho señor provisor y vicario general de indios y chi-
nos, acompañado del licenciado don Felipe Nari [sic] de Apellániz y
Torres, presbítero abogado de dicha real audiencia y promotor fiscal
de este Arzobispado, salió la mayor parte de la comunidad a recibirle
a la puerta que llaman de los comisarios, que corresponde a la iglesia
y colegio del señor San Juan de Letrán…43
43. agi, México, 2708: “Relación de méritos y servicios del Dr. Juan Ignacio Castorena
y Ursúa”.
y puestos los reos en sus gradas subió dicho señor provisor y vicario
general con todo el acompañamiento al altar mayor y tribunal referi-
do y tomado asiento y a su lado izquierdo dicho promotor fiscal, ocu-
paron los notarios que leyeron las causas el que les estaba asignado,
teniendo el primer asiento dicho alguacil mayor fiscal e inmediata-
mente a dicho tribunal en un escabel se le dio asiento a dicho aboga-
do de pobres, y los demás ministros ocuparon los otros bancos del
lado de la Epístola, donde tuvieron asiento contiguo al altar mayor los
dichos curas y ministros de doctrina; y se dio principio al santo sacri-
ficio de la misa, y acabado el evangelio fue al púlpito el presente nota-
rio público a leer el juramento de la fe que recibió de dicho señor
provisor, sacándole de dicha escribanía, y acabado se fueron leyendo
por los ministros relatores señalados las causas de dichos reos, sacán-
dolas de dicha escribanía, y por los nuncios a los reos de sus asientos,
según el orden de sus causas, y estuvieron en pie en dicha media na-
ranja durante el tiempo de su causa, siendo la última de ellas la del
cadáver y osamenta del gran Nayari, cuyo acto fenecido se procedió
por dicho señor provisor y vicario general a la absolución de dichos
reos, precediendo primero el que abjurasen de sus errores, preguntán-
doseles, según el orden y disposición del pontifical romano los artícu-
los de nuestra santa fe católica que les dio a entender uno por uno en
su idioma mexicano el licenciado don Juan Antonio de la Peña, cura
del partido de Acamixtla; y puesto en pie dicho señor provisor puesta
una estola y unas varas de membrillo, estando dichos reos de rodillas
puestas las manos sobre los santos evangelios entre misales que para
este efecto se pusieron en la mesa de dicho tribunal, les dio con dichas
varas a cada uno de por sí absolviéndolos del vínculo de excomunión
en que estaban ligados…44
tante pues, con su pecado, los reos habían atentado contra el equilibrio
moral de la sociedad y la única manera de restablecer el orden que hacía
posible la convivencia era a través de la abjuración pública de su falta. De
esta manera los reos serían perdonados por la Iglesia, entendida ésta como
ecumene cristiana, por ello era tan importante que la abjuración se hiciera
como un acto público y notorio y ante la presencia de todos los sectores
que componían la sociedad. Este también era el sentido de las corozas y las
velas, una forma de expiar las culpas al reconocer públicamente sus faltas.
La narración del notario es muy clara en este punto, pues continúa su
narración de la siguiente forma:
46. agi, México, 2708: “Certificación del auto de fe por el notario público Francisco
Ruiz, 1º de febrero de 1723”.
47. Ibidem, “Ejecución de la sentencia, constancia por los tenientes y escribano del 1º
de febrero de 1723”.
Nótese que el castigo corporal, los azotes, era una parte de la sentencia,
pues la pena incluía además la exposición pública por sus faltas, pero
también hay que señalar que, no obstante haber abjurado de su falta y
haber recibido los castigos públicos, a los reos se les condenaba a perma-
necer apartados de la sociedad durante el tiempo que ameritara la gravedad
de su falta. Esto último como una forma de asegurar la “regeneración” del
pecador y como una manera de resarcir a la sociedad por el daño que sus
pecados le habían hecho. En realidad este último punto, es decir, el destie-
rro y el trabajo como castigo, no se concebía como tal sino como una
forma de reconciliación pues de esta manera se purificaba el espíritu.48
El asunto importante a nivel masivo era que en aquella solemne pro-
cesión principalmente había indios, muchos indios: los que moraban en
la ciudad y sus arrabales, esto es criados y jornaleros; y los de las estancias
y pueblos cercanos, a quienes se pasó orden de acudir: los cuales, sobre el
rostro, impasible de ordinario, dejaban traslucir curiosidad y susto, como
si de cerca les tocase lo que allí iba a suceder. Y es que era a ellos a quienes
principalmente se dirigía el mensaje. Por eso la solemne procesión transi-
taría por las principales calles, plazas y edificios de gobierno y de las órde-
nes, como para que la sociedad entera atestiguara la reconciliación y cas-
tigo de los reos con lo que se aseguraba el bienestar de la colectividad y se
cumplía con la palabra del rey y de la Iglesia al vigilar por la salvación de
las almas de los naturales. Era una manera de restaurar el equilibrio social
y moral de la sociedad roto por el Demonio que había inspirado tan atro-
ces pecados en los indios:
Y hoy día lunes primero del corriente mes y año de la fecha don An-
tonio de Oviedo, alguacil mayor fiscal de este dicho Arzobispado, con
asistencia de don Sebastián Rodríguez de Urrutia, teniente de alguacil
mayor de esta corte, don Diego Ignacio de la Rocha, teniente de escri-
bano de cámara, y don Feliciano de Sevilla, escribano receptor, que
dieron auxilio a dicho alguacil mayor fiscal en virtud del mandado
impartir por los señores presidente y alcaldes de la real Sala del Crimen
de esta corte y con asistencia de los notarios y ministros de esta curia
eclesiástica…49
49. agi, México, 2708: “Certificación del auto de fe por el notario público Francisco
Ruiz, 1º de febrero de 1723”.
50. Además de la documentación ya referida a pie de página en las notas precedentes.
Esta noticia también fue referida por José Antonio de Villaseñor y Sánchez, Theatro
americano. Descripción general de los reinos y provincias de la Nueva España y sus
jurisdicciones, 2 v., México, Imprenta de la viuda de José Bernardo de Hogal, 1746-
1748. (ed. facsimilar: pról. de Francisco González Cosío, México, Editorial Nacio-
nal, 1952): v. ii, p. 268-270, y por Antonio de Alcedo, Diccionario geográfico histó-
rico de las Indias Occidentales o América…, edición y estudio preliminar por Ciriaco
Pérez-Bustamante, 4 v., Madrid, Ediciones Atlas, 1967 (Bibliotecas de Autores Es-
pañoles, ccv-ccviii): v. iii, p. 14. Así como en la Gaceta de México y noticias de
Nueva España que se imprimirán cada mes y comienzan desde primero de enero de 1722,
México (seis números de enero a junio de 1722), célebre publicación de la que el
mismísimo provisor general de indios y chinos del Arzobispado de México, don
Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche, fue editor.
51. Muchos autores han referido este famoso acontecimiento, sin embargo, remito al
lector al interesante trabajo de John F. Chuchiak IV, The Indian Inquisition and the
Extirpation of Idolatry: the Process of Punishment in the Provisorato de Indios of
the Diocese of Yucatan, 1563-1812, dissertation for the degree of Doctor of Philo-
sophy, Tulane University, Department of Latin American Studies, 2000.
Las noticias de lo que a los ojos de los españoles eran atroces descu-
brimientos, pronto llegaron a la ciudad de México, en donde el virrey
marqués de Valero tomó cartas en el asunto. Tal vez el virrey pensó que la
conquista del Nayar era asunto de importancia, o tal vez consideró que
tales acontecimientos debían ser promovidos públicamente como una lec-
ción a la población, el tema es que por una u otra instruyó directamente
al provisor de indios y chinos del Arzobispado de México, Juan Ignacio
Castorena y Ursúa, para que organizara un solemne auto de fe en el que se
diera ejemplar castigo a los indios idólatras y en particular a la momia
capturada. El auto de fe de 1723 fue, como vemos, un instrumento en el
que la Iglesia novohispana se supeditó a las necesidades y exigencias explí-
citas del gobierno, mostrando así la particular importancia que jugaba el
papel de la Iglesia en el proceso de expansión colonizadora.
¿Por qué organizar un auto de fe con indios nayaritas en la ciudad de
México, siendo que esta nación se encontraba a cientos de leguas de dis-
tancia y no podrían presenciar semejante ceremonia?, ¿se consideraba que
la situación era de tal relevancia que debía ser atendida directamente por
el provisor de la Iglesia metropolitana?, ¿por qué no realizar el auto de fe
en la misma Sierra del Nayar?, ¿por qué prefirieron sortear los contratiem-
pos e invertir considerables recursos para trasladar una momia que segu-
ramente se encontraba en malas condiciones luego de haber sido prácti-
camente desecha a golpes por los horrorizados militares que acompañaron
al padre jesuita que descubrió e incendió los oratorios del gran Nayar has-
ta la muy lejana capital del virreinato?
Aventuraré algunas respuestas. Lo primero es pensar que para el Pro-
visorato de Naturales los gastos que una ceremonia como la que se esce-
nificó para quemar al gran ídolo del Nayar era una inversión más que
justificada si se consideraba el fuerte impacto simbólico que podría signi-
ficar la quema de un cuerpo humano real en la mentalidad de los indios
que presenciaran o se enteraran de tan magno acontecimiento. La inversión
pues no era tanto en el plano económico material como en el de lo eco-
nómico simbólico.
En cierta forma, el auto de fe para indios era un discurso retórico pues
se organizó y realizó con la intención de persuadir (persuadere) a la población
52. Ver Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria. Fundamentos de una ciencia de
la literatura, 3 v., Madrid, Gredos, 1970, t. i, p. 229-ss. y 242-ss. Así como Jaime
Humberto Borja Gómez, Los indios medievales de fray Pedro de Aguado. Construcción
del idólatra y escritura de la historia en una crónica del siglo xvi, Bogotá, Colombia,
Centro Editorial Javeriano/Pontificia Universidad Javeriana/Instituto Colombiano
de Antropología e Historia/Instituto Colombiano de Antropología e Historia/Ins-
tituto de Estudios Sociales y Culturales. Pensar/Universidad Iberoamericana de
México, 2002, p. 54.
53. aham, Sección: Br. Juan Varón de Lara, serie: Auto contra indio maléfico, caja 38,
exp. 5, 5 f., disco 11, rollo 11, 1727: Sentencia dictada contra Bartolomé Martín,
indio gañán, por practicar el conjuro y la hechicería: f. 2 v-3r.
54. Juan Ignacio Castorena y Ursúa perteneció a una acaudalada familia en Zacatecas
y estudió con los jesuitas en el Colegio de San Ildefonso de México, logró el docto-
rado en teología en la universidad de Ávila y fue personaje de primer nivel en la
vida culta del primer tercio del siglo xvii novohispano. Fue amigo de sor Juana Inés
de la Cruz y editor de varias obras, así como de la famosa Gaceta de México y Noti-
cias de Nueva España. Su vida ha sido reseñada por Moisés Ochoa Campos en un
par de obras: Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche. Primer periodista
mexicano, México, Secretaria de Hacienda y Crédito Público, 1944; y Reseña Histó-
rica del Periodismo Mexicano, México, Porrúa, 1968. La principal fuente de infor-
mación sobre este personaje se encuentra en un completísimo expediente que armó
para señalar sus méritos para ser ungido como obispo de Mérida. Dicha documen-
tación se encuentra en dos volúmenes del Archivo General de Indias; el primero es
su registro como pasajero en su viaje transcontinental: agi, Pasajeros, L. 14, E.
1834, “ doctor don Juan Ignacio de Castorena y Ursúa. Medio Racionero de la
Catedral de México, a México”; y en especial agi, Indiferente, 215, n. 61, “Relación
de méritos y servicios de Juan Ignacio de Castorena y Ursúa, racionero de la iglesia
metropolitana de México”.
55. aham, Fondo: episcopal, sección: secretaría arzobispal, serie: padrones, caja: 40,
exp. 54, bachiller don Joseph Navarro de Vargas, cura vicario del pueblo de San
del bien derrotando al mal, del fuego destruyendo al ídolo no sólo iba di-
rigido a los indios, era para todos.
Así, en 1736, se presentó un nuevo caso de un conjurador de granizo,
ahora en el pueblo de San Luis, jurisdicción de Zinacantepec. Se trataba
del caso de un anciano que fue condenado a sufrir vergüenza pública y
asistir a misa como penitente. Cabe aclarar que el provisor de indios, en
esta ocasión el doctor don Pedro Ramírez del Castillo, le exoneró del cas-
tigo corporal en consideración de su edad no sin advertir que en caso de
reincidencia la benevolencia de la que gozó en esta ocasión no sería tal
pues caería en relapsia agravando así su delito:
El señor doctor don Pedro Ramírez del Castillo… juez provisor y vica-
rio general de los indios… habiendo visto los autos fechos en virtud
de denuncia por el bachiller don Nicolás de Villegas, presbítero, co-
misario del Santo Oficio, vicario in capite y juez eclesiástico de la
ciudad de Toluca, su jurisdicción y agregados, contra Nicolás Martín,
indio natural del pueblo de San Luis doctrina de Zinacantepec, y ve-
cino del de San Buenaventura de la de Toluca, depositado en un obra-
je de esta ciudad, por supersticioso embustero, tenido por espantador
de granizo, vista la información sumaria, la declaración del susodicho,
certificación puesta del haberlo examinado en las oraciones y doctri-
na cristiana con lo demás que debió verse y tenerse presente, prove-
yendo del pronto y oportuno remedio para enmienda del reo y que su
castigo sirva a los indios de ejemplo, viendo, que es el medio más
eficaz para convencerlos, el desprecio que merecen semejantes embe-
lesos, desengañados enteramente detesten los errores con que el de-
monio padre de la mentira, lo alucina: Christi nomine invocato, debía
mandar, mandaba y mandó, que el reverendo padre predicador fray
Martín Calderón, cura ministro por su majestad de la expresada doc-
trina, instruya suficientemente al mencionado Nicolás Martín, en las
obligaciones de cristiano, y estándolo a su satisfacción, se señale por
el juez eclesiástico, un día festivo, para que en público, en vista del
concurso, en la iglesia parroquial de dicha ciudad, deteste el error y
engaño de espantador de granizo porque ha sido procesado, y cual-
quiera otra especie de igual malicia en que pudiera ser tenido por
sospechoso, y habiéndolo hecho cumplidamente, de manera que así,
quede corregido él y ejemplificados los que de los circunstantes esta-
ban engañados, sea absuelto en la forma, y con la solemnidad que
previene el ritual romano de la censura sinodal reservada en que in-
currió, para lo cual su señoría confería y confirió la comisión que se
requiere a dicho reverendo padre cura ministro, y ejecutado lo referi-
do comience el santo sacrificio de la misa, a que asista el reo en pie,
cruzados los brazos, en forma de penitente, con soga a la garganta,
en lugar señalado donde sea visto de todo el concurso, sin que se
arrodille más que de los sanctus hasta la consumpción del santísimo
sacramento.60
El auto de fe del indio Nicolás Martín era una lección viva para los
demás indios del pueblo y sus alrededores. La lección no sólo se daba con
los signos del escarnio público (la vela, la soga y la humillación pública al
frente del templo en la misa) sino también con el mensaje que el párroco
predicaba en su sermón a los indios y demás feligreses que presenciaban
la ceremonia. Esto se reforzaría una vez más al reprehender al indio por
sus faltas supersticiosas en la puerta del templo frente a todos los presen-
tes y haciendo público que esa falta era castigada con azotes, mismos que
por la misericordia de la Iglesia le eran perdonados en esta ocasión en
atención a la avanzada edad del reo; así, el Provisorato quedaba como una
institución benevolente. De esta forma no quedaría duda alguna sobre los
motivos por los que el penitente se hallaba en esa situación, era también
una forma de hacer una advertencia al resto de los indios para no caer en
el mismo caso que el que se encontraba al frente:
60. aham, Sección: Br. Nicolás de Villegas, serie: Autos por el contrario indio, caja 51,
exp. 29, 6 f., disco 15, rollo 15, 1736: “Autos contra Nicolás Martín, indio natural
del pueblo de San Luis, doctrina de Zinacantepec, y vecino de San Buenaventura,
por superstición, embustero y por espantador de granizo”. La sentencia fue elabo-
rada y firmada por el doctor Pedro Ramírez del Castillo, provisor de indios del ar-
zobispado de México, el 3 de noviembre de 1736. El subrayado es mío.
pueden ser castigados a través de un auto de fe, con coroza, soga y demás
aditamentos, son el conjurador y la maléfica, pues sus faltas son las únicas
que ameritan un castigo de esa naturaleza, lo cual es curioso, pues en los
autos de fe de indios que organizó Castorena se incluía bígamos. ¿Acaso el
auto de fe para indios empezó a transformarse en una ceremonia exclusi-
va para el castigo de delitos de fe?, ¿qué pasó con la reforma de las buenas
costumbres?:
Muy señor mío: en vista de las diligencias fechas por vuestra merced
en los autos contra el indio casado dos veces, decretó el señor provisor
pasen al promotor fiscal quien los despachará en estas vacaciones.
El auto de fe ha de celebrarse en la forma que se practica con el
espantador o conjurador de granizo, y con la rea curandera calumnia-
da de maléfica, si lo contiene la sentencia de ésta, si no, sólo con el
primero, para lo cual ha de haber sitial y lo demás que pide la autoridad.
Con los reos incestuosos, como no es delito como el de los ante-
cedentes, ni hay corazas, ni sogas, sino lo que a la letra previenen las
determinaciones. En cuya ejecución está afianzado el acierto por la
prudencia de vuestra merced cuya vida guarde Dios Nuestro Señor
muchos años. México y diciembre 22 de 1736.62
62. aham, Sección: Br. Nicolás de Villegas, serie: Autos contra curandera, caja 51,
exp. 15, 1 f., disco 15, rollo 15, 1736: “Sobre la celebración del Auto de Fe del es-
pantador de granizo y curandero”. El subrayado es mío.
63. aham, Sección: Br. Nicolás de Villegas, serie: Autos contra indio, caja 51, exp. 24,
7 f., disco 15, rollo 15, 1736: “Autos seguidos contra Francisca Quiterina, india
natural del pueblo de San Felipe, de la Jurisdicción de Malacatepec ¿Metepec?, por
maleficio”.
64. Se trata del ya citado Bartolomé Martín, procesado por granicero en Metepec en
1727; Nicolás Martín, por granicero en Zinacantepec, en 1736, y Francisca Qui-
teriana, esposa de Juan Martín, acusada de maléfica en Metepec, en 1736. Al pa-
recer nos encontramos ante el caso de una familia de graniceros, o conjuradores
de granizo, que aún transitan por los pueblos de aquella región en nuestros días.
65. García Icazbalceta, Obras, v. 1, p. 307.
66. Francisco Jiménez Caro nació en el obispado de Ávila y fue sobrino de Juan Anto-
nio Vizarrón, a la postre arzobispo de México. Llegó a Nueva España junto con su
entró en su proceso más intenso del siglo, por lo menos en lo que corres-
pondió a la organización de autos de fe para indios.
La gestión de Rubio y Salinas fue una de las de mayor actividad duran-
te el siglo xviii, pues fue uno de los principales reformadores, junto con
Lorenzana y Fabián y Fuero. Entre los elementos más característicos que se
han señalado en la gestión de Rubio y Salinas está el de haber impulsado
la creación de escuelas para indígenas, y haber emprendido, siguiendo las
indicaciones de la Corona, la castellanización sistemática de la población
nativa. Si bien fue el gran impulsor de las escuelas de castellano, hay que
señalar que cuidó mucho que esto no fuera una carga para la Iglesia, pues,
de nueva cuenta siguiendo indicaciones de la Corona, buscó que las nuevas
escuelas fueran financiadas por las cajas de comunidad y por los padres de
los niños, es decir por los propios pueblos de indios, y sólo una pequeña
parte del financiamiento correspondió a las parroquias.67
influyente tío quien lo pidió como familiar para que le ayudara como abogado de
cámara, secretario y visitador general del obispado, mismas tareas que desempeña-
ba en el obispado de Sevilla. Jiménez Caro arribó a Nueva España como bachiller
en cánones, pero en Nueva España se graduó como doctor en derecho. Para 1734
Jiménez Caro era abogado y cura del Sagrario Metropolitano, además, como abo-
gado que ya era, se ocupaba como notario mayor, secretario de cámara y gobierno
del cabildo catedralicio de México. En 1736 su poderoso tío, que además de arzo-
bispo fue virrey, le favoreció con una canonjía y construyó su carrera dentro del
arzobispado de México como protegido. Para 1753 lo encontramos ya como pro-
visor de indios y chinos, cargo que ocupó al menos hasta el año de 1757.
67. Ver Dorothy Tanck de Estrada, Pueblos de indios y educación en el México colonial,
1750-1821, México, Colmex, 1999: A mediados del siglo xviii, el arzobispo Manuel
Rubio y Salinas ordenó a los párrocos en las doctrinas que establecieran escuelas.
Tres fueron los documentos enviados a cada sacerdote: un edicto del 31 de julio de
1753 en el cual se mandó que se cumplieran “las reiteradas cédulas de su majestad”
referentes a la enseñanza del castellano: una “Instrucción para el establecimiento
de escuelas de lengua castellana para los niños y niñas,” y las “Diligencias judicia-
les que se debían observar en orden a plantar, fundar y establecer la escuela”. Hi-
pólito Vera, Colección de documentos eclesiásticos de México, o sea, antigua y moderna
legislación de la Iglesia mexicana, Amecameca, Imprenta del Colegio Católico a car-
go de Jorge Sigüenza, 1887: v. 1, p. 459-461. Instituto Nacional de Antropología e
Historia (en adelante inah), Fondo Franciscano, v. 109, f. 233, 251. Biblioteca de
Cano [sic por Caro], visitador que fue de los Arzobispados de Sevilla y
de éste, canónigo penitenciario de esta santa iglesia, provisor y vicario
general de indios y chinos de este Arzobispado. Formose en el lado
diestro de su presbiterio el tribunal que ocupaba dicho señor; a su lado
el promotor fiscal, circunvalando dicho presbiterio en bancas los curas,
clérigos y frailes de las parroquias de indios y de los pueblos circunve-
cinos: en medio de su anchurosa capilla mayor se formó la media
naranja; al lado diestro en bancas forradas de terciopelo el alguacil
mayor de la curia, notarios mayores y menores y padrinos de los reos;
al siniestro las gradas en que estaban sentados quince reos con corozas
y sogas, diez indios y cinco indias. Duró este acto desde las seis de la
mañana hasta las dos de la tarde, en que se leyeron sus causas por
casados dos veces, hechiceros e idólatras: el concurso fue desmedido
de todas clases de sujetos en la iglesia, coro y tribunas, y mucho más
en las calles la mañana siguiente 26, por donde los pasearon, dándo-
les doscientos azotes a siete de ellos.71
Los autos de fe para indios se repitieron y las faltas de los indios tam-
bién en los años siguientes por los pueblos inmediatos a la capital, como
Ixtacalco, en 1754.72 Icazbalceta refiere otro auto de fe inquisitorial reali-
zado en la plaza de Santo Domingo de México en 1754, con doce reos
azotados: diez bígamos, uno por haber celebrado misa sin tener órdenes, y
una “india hechicera”.73 No obstante, el Diario de sucesos notables de
uno por haber celebrado sin tener órdenes, y una india por hechicera. La pena fue
de azotes”.
74. Diario de sucesos notables…, t. v, p. 68: “La mañana del 1º de diciembre [de 1754]
en la iglesia principal de nuestro padre Santo Domingo hubo auto de fe, que pre-
sidieron los señores inquisidores con su alguacil mayor, secretarios, alcaldes y demás
ministros; hízose relación de doce causas, diez de casados dos veces, el once por
haber celebrado sin tener órdenes, la duodécima por hechicera; halláronse presen-
tes los reos con corozas, sogas y velas verdes en las manos, y a la mañana siguien-
te se pasearon por las calles públicas dándoles 200 azotes.”
75. En la documentación se consigna un curioso caso de un auto de fe organizado por
el provisor de indios en 1785. En él se penitenció a un personaje que al parecer
llegó de Filipinas, todo parece indicar que no fue “natural” de la Nueva España.
Hasta donde tengo noticia, esta fue la única ocasión en que el provisor general de
indios y chinos ejerció su autoridad en un auto de fe para reconciliar a un filipino.
Hay que notar, además, que la falta de este personaje fue apostasía, es decir una
falta mayor, más grave que cualquiera cometida por los indios que tenemos regis-
trados como reconciliados en autos de fe del siglo xviii, no así del siglo xvi.
Gaceta de México, 21 de junio de 1785: “El nueve de junio [de 1785] hubo Auto
de Indios y Chinos. El provisor penitenció a un reo de Manila por hereje formal
apóstata”.
cas [sic por corozas], sogas y velas verdes, seis naturales, los tres hom-
bres y tres mujeres, cinco de éstos por casados dos veces, y otro por
embustero, los que al siguiente día por la mañana se pasearon por las
calles públicas de esta ciudad, dándoles cien azotes: el concurso de
ambos días fue numeroso y crecido.76
76. García Icazbalceta, Obras, v. 1, p. 309. Castro Santa-Anna, Diario de sucesos notables,
t. v, p. 176.
77. Sobre el tema existe una nutrida bibliografía, aquí me limitaré a mencionar sólo
una obra en la que se reúnen trabajos de diversos especialistas y que dan una visión
de conjunto acerca de las consecuencias de las reformas borbónicas en Nueva
España: Josefina Vázquez et al., Interpretaciones del siglo xviii mexicano. El impacto
de las reformas borbónicas, México, Nueva Imagen, 1992.
Esto estaba previsto por la Corona española que, para poder controlar los
desencuentros que generaron sus disposiciones de gobierno, en 1765 man-
dó 5 000 soldados mercenarios de España para de esta forma crear el primer
ejército permanente en Nueva España luego de casi 250 años de existencia
del virreinato.78
A la cabeza de las reformas políticas, económicas, tributarias, militares
y sociales estaba el visitador José de Gálvez. La Iglesia no escapó a este
impulso79 y prueba de ello fue la convulsa expulsión de los jesuitas en 1767
ordenada por el rey y orquestada en Nueva España por Gálvez.80 La refor-
ma de la Iglesia en Nueva España bajo la influencia del regalismo borbó-
nico corrió a cargo principalmente de los propios arzobispos. Como hemos
visto en el capítulo anterior de este trabajo, el Provisorato General de Indios
y Chinos del Arzobispado de México incrementó notablemente su actividad
persecutoria de idolatrías justo en las décadas de mediados del siglo xviii,
coincidiendo plenamente con el periodo de implantación de las reformas
eclesiásticas impulsadas por la Corona borbónica, por ejemplo la etapa
final de secularización de doctrinas de indios, la implantación de escuelas
parroquiales para los indios o la imposición del idioma español como
lengua en substitución de las lenguas vernáculas; en ese sentido los jueces
eclesiásticos y el provisorato de indios se convirtieron en un importante
instrumento en la consolidación definitiva de la plena autoridad episcopal,
todo dentro del proceso de reforma ilustrada de la iglesia novohispana.
Al parecer, el arribo de las reformas borbónicas significó la muerte de
los autos de fe para indios justo cuando estaban en su mayor auge. Esto
no resulta extraño si consideramos la expresa voluntad del reformismo
78. Christon Irving Archer, El ejército en el México borbónico 1760-1810, México, fce,
1983.
79. Nancy M. Farriss, La Corona y el clero en el México colonial 1579-1821. La crisis del
privilegio eclesiástico, trad. de Margarita Bojalil, México, fce, 1995. (Sección de
Obras de Historia); David Brading, Una iglesia asediada: el obispado de Michoacán,
1749-1810, trad. de Mónica Utrilla de Neira, México, fce, 1994 (Sección de Obras
de Historia).
80. Felipe Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey: reformas borbónicas y rebelión popular
en Nueva España, México, unam, iih/Colmich, 1996.
gráfica 7. frecuencia de autos de fe para indios en el arzobispado de méxico, siglo xviii, por quinquenios
82. Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el ver-
dadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar,
los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua…. Imprenta de
la Real Academia por los herederos de Francisco del Hierro, 1739. http://buscon.
rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Diccionario&sec=1.1.0.0.0.
83. Ibidem, 1734.
84. Ibidem, 1737.
hacer mal a alguna persona, por ello debe ser erradicada y a menudo va
aparejada con la curandería. Los ilusos son castigados porque aunque fue-
ron engañados en materia de fe o de aparente virtud ese engaño venía del
Demonio, asunto serio pues era altamente dañino al bienestar común. Los
conjuradores de granizo son considerados una especie de hechiceros.85 El
maleficio fue castigado porque era un daño intencional que se hacía a otra
persona por medio de artes mágicas, es decir, demoniacas; es tan grave
como la hechicería.
Por último, los autos de fe para indios con frecuencia incluyeron a
reos cuyas penas se habían agravado por ser reincidentes, de esta forma
caían en relapsia. El auto de fe era pues una ceremonia destinada a reos de
faltas mayores, como la idolatría, hechicería o bigamia, pero además de aque-
llos que demostraban ser testarudos o rebeldes al negarse a abandonar sus
conductas pecaminosas y delincuenciales, cualquiera que esta fuera, a pe-
sar de los castigos previos. A los reos que caían en relapsia generalmente
se les aplicaba la pena capital, cosa que no se aplicaba en el caso particular
de los indios (véase gráfica 9).
Un pecado capital en el que algunos indios cayeron fue el ateísmo,
quienes eran una seria amenaza pues negaban la existencia de Dios,
atentado mayor contra los fundamentos de la sociedad; normalmente el
ateísmo se castigaba con la pena de muerte, pero con los indios tampoco
sucedió así, aunque si se les sometió al auto de fe. En situación semejan-
te se hallaban los sediciosos, de quienes por desgracia no tenemos más
información, pero es posible que fueran reconciliados en auto de fe por-
que sus faltas eran también un atentado contra el bien común. Como
vemos, la lógica del auto de fe para indios no era demasiado diferente de
la de los autos de fe inquisitoriales contemporáneos, aunque la gran di-
ferencia entre ambos fue que a los indios vivos no se les condenaba a
pena capital.
85. Incluso el iv Concilio Provincial Mexicano destinará una mención específica a este
tipo de conjuradores: iv Concilio..., México, 1771, Libro v, título vi, “De los sorti-
legios”, párrafo 1.
86. Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, trad. de Luis Gil, Barcelona, Labor, 1992.
88. agn, Inquisición, v. 1305, exp. 13, año de 1714: “Auto de fe de indios. Consulta
que hizo a este tribunal el canónigo Castorena como provisor de indios y chinos
dando cuenta de haber celebrado auto de fe en la iglesia de la parroquia de San José
de los Naturales de esta ciudad”.
89. agn, Inquisición, v. 1037, exp. 6: “Testimonio de los autos que se siguieron en este
juzgado de indios del Arzobispado de México contra el ídolo indio cadáver del Gran
Nayarit, que adoraban los nayaritas, que remitió el excelentísimo señor virrey mar-
qués de Valero por despacho de ruego y encargo al doctor don Juan Ignacio Casto-
rena y Ursúa, tesorero dignidad de esta metrópoli, como provisor y vicario general
de los indios de la Nueva España, para que se diese su sentencia, que dio, y a otros
siete reos, y se ejecuto en auto de fe que se hizo en la iglesia del convento Grande
de Nuestro Padre San Francisco el domingo de la sexagésima 31 de enero de 1723”.
90. aham, Sección: Secretaría Arzobispal, serie: Padrones, caja 40, exp. 54, 19 f., disco
11, rollo 12, año de 1727: “Padrón de la feligresía del pueblo de San Mateo Apóstol
Evangelista Huitzilopochco, Churubusco”.
Claro que las únicas diferencias notables entre los autos de fe inqui-
sitoriales españoles y los de indios novohispanos radican en el nivel de
lujo y boato, así como en la presencia de altas dignidades del gobierno,
pues ciertos autos de fe en España contaron con la presencia del rey y su
familia, en tanto que los del Provisorato de Naturales, hasta donde sabe-
mos, no contaron ni siquiera con la presencia del virrey o el cabildo local.
Otra diferencia importante es que en los autos de fe inquisitoriales la
presencia del ordinario estaba prohibida, en tanto que en los autos de fe
para indios era todo lo contrario, pues éste era su espacio propio en el cual
los arzobispos mostraban a plenitud su autoridad y jerarquía sin verse
opacados por los inquisidores. Por lo demás, el sentido de ambos rituales
es el mismo y el papel que juegan los inculpados, los jueces y el público es
del todo equivalente.
Una importante diferencia entre ambos espectáculos teatrales es que
el auto de fe general de la Inquisición culminaba con la entrega de los re-
lajados al brazo secular para su ejecución, en tanto que las penas estable-
cidas por la justicia ordinaria no rebasaba el castigo corporal, eso incluía
la tortura como método válido para lograr la confesión de los acusados,
para lo cual los provisores de indios y chinos se valían, al igual que los
inquisidores, del brazo secular.
Aunque la justicia ordinaria no quemó ningún cuerpo humano, des-
pués de don Carlos principal de Texcoco en el siglo xvi y antes de las mo-
mias del Nayar en el siglo xviii, para la mentalidad indígena esto no era
así. En muchos autos de fe entre estos dos extremos se quemaron ídolos y
efigies lo mismo que documentos y diversos objetos rituales, lo cual no dejó
de generar un alto impacto entre la población que presenció semejante
espectáculo. Así, para los naturales, y en cierto sentido también para los
españoles, las efigies y los ídolos eran receptáculos de lo sobrenatural, es
decir que contenían parte de esa substancia vital divina o demoníaca, según
se vea, que los equiparaba a un ser vivo, sin duda en esto se basó buena
parte del éxito e impacto que las quemas en autos de fe alcanzaron tanto
en el público indígena como en el no indio.
El comportamiento del que sufría por sus faltas era parte importante del
espectáculo, pues era objeto de observación. Era un dramático teatro de la
ejecución, en el que el actor principal es el condenado “y cuyos gestos,
muecas, gritos de dolor, exasperación o, por el contrario, la dignidad de su
postura, la impasibilidad de su rostro y su capacidad de sufrimiento impre-
sionan a la multitud y dan lugar a los comentarios más vivos”.93 Las acti-
tudes de las autoridades y la población frente al cuerpo del condenado son
la clave para adentrarse en la importancia de la recepción del mensaje del
auto de fe. Los jueces, en este caso los provisores de indios y chinos, “con-
sideran el cuerpo del acusado como la baja naturaleza material del Hombre,
el recipiente productor de sus flaquezas, cuyo papel es ambiguo, pues, por
un lado, es el instrumento del Demonio para desviar el alma de la vía
justa y, por otro, debido a esa misma debilidad, es el medio ideal de inves-
tigación y de producción de la prueba (de ahí el uso de la tortura en los
casos más difíciles)”.94 Para los que fungen como verdugos de la justicia
civil, el cuerpo del penitenciado es parte de una misión que cumplir, ma-
teria de un trabajo que hay que cumplir y que puede ser manipulado de
diversas formas, y en ciertos casos puede ser una fascinación por el dolor
y la sangre. La posibilidad de poner en práctica una sádica creatividad ante
un cuerpo atado e inerme tiene su costo: el desprecio social por realizar
una actividad sucia, impura. Para la población indígena que presencia los
macabros espectáculos no sólo identifica el temor por la posibilidad de caer
en situación semejante, sino que el cuerpo del penitenciado es una super-
ficie en la que se debate la disyuntiva de mantener el arraigo a sus antiguas
tradiciones e identidad (que ya para el siglo xviii era completamente híbri-
da), que constantemente eran calificadas como demoníacas y malignas por
los curas; y por otro lado la “incomoda” obediencia al Dios del que los
sacerdotes hablaban, pero al que no siempre seguían. El cuerpo del peni-
como “precio del rescate social” entre más espectacular y complejo sea más
cerca de cumplir su misión justiciera estará.97
Por otro lado, la destrucción, la quema del cadáver del ídolo del gran
Nayar, es un acto simbólico en el que se pretende dejar establecido un cas-
tigo en el que el cuerpo del pecador no merece cristiana sepultura, ni siquie-
ra merece permanecer de ninguna manera pues debe ser pulverizado y ex-
terminado de la faz de la tierra, lo que equivale a la condenación eterna. Este
mensaje debió ser muy impactante para el imaginario colectivo de la pobla-
ción indígena que le presenció. En cierto sentido, el ajusticiamiento del pe-
cador, en este caso de su cadáver o su momia, era una manera de restablecer
el equilibrio original o ideal que la infracción, el pecado, había roto.
El bien derrotando al mal, tal era el mensaje que los provisores envia-
ban a la población —india y no india— cuando realizaban un auto de fe. El
fuego quemaría el mal sobre la tierra y purificaría el mundo para engran-
decimiento de la Iglesia que de esta forma honraba a Dios y al rey. La
iglesia, el provisor de indios y el arzobispo se enaltecían como justicieros y
garantes de la ley de Dios y del rey, servían a ambas majestades y al mismo
tiempo ganaban notoriedad personal en un mundo que se cimentaba y que
cifraba su permanencia en ese tipo de valores. El acto de fe en el que la
momia del ídolo del gran Nayar fue quemado fue una ceremonia teatral-
real; un espectáculo para una población indígena, en su gran mayoría anal-
fabeta, para la que la momia ajusticiada jugó el papel central de una repre-
sentación, pero también para el resto de la población que no era ajena a los
intereses y alcances de la retórica de la fe que los provisores de indios pro-
movían. En este caso el cuerpo de los condenados, no sólo el de la momia,
se convirtieron en textos legibles a la manera barroca para la población
indígena y no indígena: el suplicio, el dolor, el escarnio, la estigmatización
corporal, fueron oraciones dirigidas a los indígenas que presenciaron la
ceremonia y los cuerpos de los penitenciados fueron el vehículo, el libro
que contenía historias ejemplares. Un teatro barroco para la población
urbana y para todos los demás en la medida de lo posible.
97. Ibidem, p. 204; Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, Alianza Uni-
versidad, Madrid, 1991, p. 284-291.