Historia de La Virgen de Copacabana
Historia de La Virgen de Copacabana
Historia de La Virgen de Copacabana
Resumen:
Fragmento de la Crónica Moralizada de los agustinos del Perú que relata
la tradición del origen de la imagen de la virgen de Copacabana, tallada por
Francisco Tito Yupanqui.
Palabras clave: Virgen de Copacabana, Francisco Tito Yupanqui, imagen, Po-
tosí.
Abstract:
This is an excerpt of the Moralized Chronicle of Augustinians in Peru that
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narrates the tradition of the origin of the image of the Copacabana Virgin,
engraved by Francisco Tito Yupanqui.
Key words: Copacabana Virgin, image, Francisco Tito Yupanqui, Potosí
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* Capitulos VII y VIII de la "Corónica Moralizada de la Provincia del Perú del Orden de San Agustín Nuestro Padre"
(Tomo segundo).
Universidad Católica Boliviana
Noticia previa
Antonio de la Calancha (1584–1654) es autor de la Coronica Moralizada de la
Provincia del Perv del Orden de San Agvstin Nvestro Padre. Tomo Segvndo. Lima,
por Iorge Lopez de Herrera, Impressor de Libros. Año de 1653. Calancha, criollo
altoperuano, nació en La Plata (Charcas) en el año 1584. Ingresó al convento
de la Orden agustina en su ciudad natal y luego continuó su formación reli-
giosa y estudios teológicos en el Perú. Hizo su noviciado en Arequipa y luego
se trasladó a Lima. Se graduó como Doctor en Teología en la Universidad de
San Marcos de Lima.
Ya de sacerdote y con responsabilidades en el gobierno de la provincia agustina
en el virreinato del Perú visita dos veces todas las comunidades agustinas. Por
tanto, el padre Calancha ha tenido que estar en el convento del Santuario de
Copacabana, por lo menos dos veces, sino más1. Es considerado el primer cro-
nista criollo de su Orden en el Nuevo Mundo, que no sólo informa sobre las
acciones misioneras de sus cofrades sino también sobre numerosas tradiciones,
supersticiones, cultos y mitos nativos.
Antonio de la Calancha dedicó tiempo, esfuerzos y mucha devoción al tema
de la Virgen de Copacabana, de ahí que el “Primer libro” de su obra “Coronica
moralizada… Tomo Segvndo”, lo titula “Historia del Santuario e Imagen de
Ntra. Sra. de Copacabana”. En la opinión de Hans van den Berg, este libro
es “hasta cierto punto una reedición ampliada del segundo libro de Alonso
Ramos Gavilán2.
Cabe repetir lo que varios estudiosos señalan como una de las razones por las
que para Calancha la virgen de Copacabana fue tan importante en su vida; y
es que la mamita de Copacabana había obrado un milagro en su vida: le curó
de una grave enfermedad que sufrió entre el 21 y el 28 de octubre de 1627. Al
finalizar una plática a unas monjas, le vino un insoportable dolor de cabeza que
parecía hacerle perder el juicio. Calancha escribe: “me dio tal aire que me debió
resfriar el cerebro o pasmar la cabeza”. Las monjas recurrieron a oraciones y
132 le enviaron “una medida de nuestra Señora de Copacabana” que el fraile se
puso en la cabeza.Apretando con la mano suplicó a la Virgen su sanación, “y
al mismo instante y punto me levanté de la silla sano y bueno”, dice Calancha.
En 1941, la revista Kollasuyo ve oportuno dar a conocer la “Historia del San-
tuario de Nuestra Señora de Copacabana”, en la sección “Los escritores del pa-
sado”. Lamentablemente el o los editores no tuvieron el cuidado de indicar la
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1 Según Berg (2003: 37), Calancha estuvo en varias oportunidades en el Santuario de Copacabana.
2 En el libro de Ramos lleva por título “Libro Segundo. Del célebre santuario de la santa imagen de Nuestra Señora de
Copacabana, donde se refieren sus milagros y maravillas”.
fuente de donde la tomaron3. Publicar de nuevo este relato cobra importancia
porque no es tan fácil el acceso a la obra de Antonio de la Calancha, especial-
mente su “Tomo Segvndo”.
El relato de la historia del origen de la imagen de la Virgen de Copacabana
que nos propone Antonio de la Calancha es sugerente. Tal vez lo más impor-
tante son los comentarios propios del mismo agustino. Se debe señalar que
Calancha advierte sobre las fuentes de su relato histórico: por una parte está
la relación escrita que había dejado Francisco Tito Yupanqui; por otra, la his-
toria publicada por Alonso Ramos Gavilán; y en tercer lugar, las adiciones de
Calancha que introduce como contribución propia (por ejemplo, el recurso de
argumentación a base de referencias bíblicas o de autores antiguos “graves”).
Los acontecimientos se inician con el primer “feo, tosco y desproporcionado
bulto” del entallador indígena, en la iglesia de Copacabana. Yupanqui había
conseguido permiso del cura Antonio de Almeida para colocar la imagen a
un lado del altar; posteriormente, otro cura, el Bachiller Antonio de Montoro,
saca el bulto fuera de la iglesia. La historia continúa en Potosí para finalizar
con la entrada triunfante al Santuario de una hermosa imagen de la Virgen,
entre trigueña y pardo. Una imagen que a los ojos devotos aparece, unas veces
pálida con mil gracias, encendida con donaires, parece que llora, parece que
ríe, pero “siempre parece un cielo y toda es maravilla”. Este acontecimiento se
produjo un dos de febrero de 1583.
La “Descripción y relación de la ciudad de La Paz” de 1586, documento publi-
cado en esta misma revista, hace referencia a “muchos milagros” por una imagen
de Nuestra Señora desde mediados de 1584 y que están tomados por testimonio
auténtico. Uno de éstos es uno de los primeros que realizó la Virgen de Copa-
cabana, aunque Ramos Gavilán lo desconoce o sencillamente no lo comenta.
Según la tradición de los milagros, recogida y comunicada por Ramos, el pri-
mer milagro de la Virgen de Copacabana fue con el niño Jesús en sus brazos.
El niño estaba muy levantado sobre el pecho de la Madre, de manera que al
colocársele una corona quedaba cubierta gran parte del rostro de la Virgen. El
cura Montoro exigió al entallador una inmediata solución al caso. Tito Yu- 133
panqui estaba muy afligido, pero había decidido reparar la posición del niño, y
solicitó bajar la imagen del altar. Pero entonces ocurrió el milagro: “hallaron al
niño reclinado, y como desviado de la suerte que está el día de hoy, sobre brazo
izquierdo de la Madre, y también puesto, que en ninguna manera estorba la
vista del virginal y materno rostro”(Ramos, 1972:129).
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3 La fuente es el libro publicado por la Biblioteca Boliviana N°1. Publicaciones del Ministerio de Educación Bellas Artes
y Asuntos Indígenas “Crónica moralizada”. (páginas selectas). La Paz, 1939: 190-224. Por ello aquí recurrimos al texto
original.
Universidad Católica Boliviana
Referencias
1. Berg, Hans van den. “Los milagros de la virgen de Copacabana en las obras de los agustinos Alonso
Ramos Gavilán y Antonio de la Calancha”. En: Anuario de la Academia Boliviana de Historia Eclesiás-
tica. Cochabamba, 8, 2002. 2003: 33-68.
2. ------ “La relación de Francisco Tito Yupanqui y las creaciones de su personalidad en el siglo XVII”
(artículo a publicarse en el Anuario de la Academia Boliviana de Historia Eclesiástica, N° 17. en
preparación).
3. Calancha, Antonio de la. Corónica Moralizada de la Provincia del Perv del Orden de San Agvstin
NvestroPadre. Tomo Segvndo. Lima, por Jorge López de Herrera, Impressor de Libros. Año de 1653.
4. Claros Arispe, Edwin. “Tunupa–Apóstol. Encuentros y desencuentros entre el discurso mítico y el
discurso teológico”. Antología de textos.Tesis de Licenciatura, Cochabamba, UCB, 1986..
5. Espinoza Soriano, Waldemar. “Alonso Ramos Gavilán. Vida y obra del cronista de Copacabana”. En:
Historia y Cultura [Lima], N° 6, 1972: 121-194.
6. Ramos Gavilán, Alonso. Historia de Nuestra Señora de Copacabana4. Segunda edición completa, según
la impresión príncipe de 1621. La Paz, Cámara Nacional de Comercio, Cámara Nacional de Indus-
trías, 1976.
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(…)1 Bajó del cielo en el deseo de un indio noble, sangre de los Ingas reyes,
llamado D. Francisco Titu Yupangui, el ver en la Iglesia de su pueblo un bulto
de la Virgen. No tenían con qué comprarlo, y dio en querer hacer de barro un
bulto a su amada Señora; dándole ánimo no el saber de aquel arte, sino el im-
pulso que hacía entallador al deseo, y su devoción, pintura al retrato, Acabóle
de una vara, y aunque feo, tosco y desproporcionado bulto, le puso a un lado del
altar, y consintióle poner el cura Antonio de Almeida, o por consolar al indio, o
porque entonces había en el Perú pocos bultos. Los cuerdos pedían se quitase
del altar, porque era causa de irrisión, y los indevotos tenían materia de qué
triscar. El indio sufría los baldones y lloraba el no saber de pintura y no tener
caudal para comprar el bulto que deseaba. (Dejó escrito este indio los sucesos
que tuvo con su imagen y así, añadiendo yo a la relación del Padre Fray Alonso
Ramos lo que el indio declara quedará la relación entera, si bien este autor las
pone ambas divididas). Allí estuvo año y medio, hasta que entró otro cura, el
bachiller Antonio de Montoro. Viendo el nuevo doctrinante lo feo del bulto, y
que era más para dar risa que para causar devoción, dice el indio que, echándo-
lo a él noramala, porque lo defendía, envió el bulto fuera de la iglesia, y púsose
en un rincón de la sacristía. Corrido D. Francisco de ver su obra excluida, y
deseoso de hacer una imagen de la Virgen, trató de ser pintor, y fuése a Potosí
con un hermano suyo D. Felipe de León; allí los puso con maestro D. Alonso
Viracocha Inga su cacique, que a lasazón estaba en Potosí, donde se quedaron
aprendices, y D. Alonso se volvió a Copacabana a dar razón de las cosas que
en materia de indios estaban a su cargo, y a ver si ablandaban los Urinsayas en
su tema.
Don Alonso Viracocha Inga, pasado algún tiempo, volvió (por ser gobernador
de los Anansayas) a la villa de Potosí, y llevó consigo a don Pablo su herma-
no. Hallaron a D. Francisco Titu Yupangui, deudo suyo, que sabía poco más
que aprendiz primerizo en pintar, si bien ansioso por obrar antes de aprender. 135
Había comenzado otro bulto, casi como el primero, que para la maravilla que
Dios iba disponiendo, convenía que no se adelantase en el arte por más que
creciese a las ganas, porque quien le vio la devoción quería ser el pincel. Allí
trataron los tres de su nueva cofradía, y de lo que en el caso debían hacer para
conseguir su efecto, sin que la contradicción de los Urinsayas les fuese estorbo.
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Díjole don Francisco Titu cómo tenía comenzado un bulto de talla entera
para una imagen de la Candelaria, el cual pretendía acabar, porque demás de
la inclinación natural que le llevaba a saber de aquel arte, tenía hecha promesa
1 Del Capítulo VII (Refiérense los medios que escogió la Virgen para poner en Copacabana el retrato de su imagen y el
banco de sus milagros)
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de dar a su pueblo una imagen de la Virgen que fuese de su mano, aunque
en la demanda gastase plata y tiempo, sin que el ser aprendiz le achicase el
ánimo, y que para negociar favor de la Virgen había interpuesto oraciones y
ayunos, pidiendo gracia para acertar en la imagen, y con este deseo había visi-
tado las iglesias y registrado altares. Concertáronse los tres y volvieron a visitar
los conventos. En el de Santo Domingo hallaron una imagen de la Candelaria;
miróla y remiróla cada uno, porque se les quedase en la idea aquel retrato para
después, conforme al prototipo, sacar a luz su deseada obra, porque la hecha
no era a propósito. Los tres hicieron otro molde, que dejándole acabado de
noche, le hallaron quebrado por la mañana. Sucedióles esto tres o cuatro ve-
ces. Si no era contradicción del demonio, era probar su devoción el cielo, para
que conociesen los españoles los deseos y devoción que obraba en los recién
convertidos la gracia: y reprender con estos ardores de indios los resfríos de
sus eclesiásticos. El devoto indio lloraba su insuficiencia, afligíale la dificultad,
animábale el deseo, consolábale la esperanza, y a todo recurría con lágrimas a la
Madre de Dios. Dice que mandó decir una Misa a la Santísima Trinidad para
que le alumbrase y favoreciese. Crecía a varas su deseo, y no medraba dos dedos
en el arte. Comenzó el último bulto, que es el milagroso, a 4 de junio del año
1582. Hízole de maguey (varas que cría esta tierra más gruesa que el molledo,
muy largas, y es madera más liviana que el corcho). Fue uniendo los trozos con
pasta negra; sacóle sin arte, como aprendiz. El rostro de la Virgen no era ni
razonable ni devoto, burda la obra, y todo mal aliñado. Enamoróse el indio de
su hechura, pareciéndole que ya tenía imagen su pueblo, y su devoción quietud.
Trataron él y su gobernador de ir a Chuquisaca a negociar licencia para fundar
en Copacabana la cofradía; fuéronse al obispo, que lo era don Alonso Granero,
prelado piadoso y amparo de indios. Esto no era lo que más les animaba, sino
unos ardores ocultos que la Virgen les encendía por pagarles los primeros de-
seos. En oyendo la demanda un criado del obispo, los desanimó diciendo que
el obispo su señor no daba tales licencias, ni las concedería sino con dificultad,
y que no llevasen adelante aquel propósito, si no tenían renta para la cofradía; y
todo era por sacarles algo en pago de algunas esperanzas que les dio. Atajados
136 y con turbación quedaron los indios, y casi resueltos en desistir de su demanda.
Veíanse pobres, fuera de su patria, y sin protector, mas como la Virgen lo era, y
tenían dispuestos los medios para que no se impidiese con dificultades, prove-
yó de un sacerdote de buena intención que les facilitó la licencia, y dio la orden
que habían de tener en pedir la súplica.
Parecióle a don Francisco que, llevando con su petición una imagen en lienzo
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de su mano, alcanzarían del obispo no sólo la licencia para la cofradía, pero otra
que él pretendía en particular para poder libremente pintar y entallar imáge-
nes; lo cual le salió muy al revés, porque así el obispo como los demás que veían
la obra de aquel simple y nuevo pintor, la reían mucho, satirizándole todos. Y
refiere don Francisco que el obispo le decía que pintase monas y no imágenes,
y dejase el pintarlas para españoles maestros. Viéndose el escultor tan baldo-
nado de todos, salió encomendándose a la Virgen, creciendo en los deseos al
peso de los baldones. Mostraba el bulto a otros de inferior estado por ver si
alguno le consolaba; y por más que pretendían disimular la risa, manifestaban
la burla. Estuvo en notable conflicto, considerando la befa que de la imagen
hacían cuantos la miraban, y la crítica que del bulto que dejó en Potosí hicieron
los que le habían visto. Ninguno de estos vaivenes y menosprecios desmayó el
pecho del devoto indio, antes, a lo que él dice, se sentía más inflamado.
Estos efectos, sin duda, se fundieron en aquel honor que vio San Juan, sobre el
cual estaba nuestro Redentor con pies semejantes al auricalco. A todos parece-
rán estos pies pobres y aun encontrada la semejanza si no encerrara soberano
misterio. El auricalco es el latón, bronce o cobre. El auricalco es el latón, bronce
o cobre; metal que si se parece al oro noble, tiene propiedades de cosa baja. Si
acabado de limpiar brilla, muestra visos de oro, por momentos los va perdien-
do, y se va anublando. Si engaña a la vista su color dorado, en manoseándolo
deja un olor nocivo. En él se ven las propiedadess del hipó-
evotos,
crita, como dice Berchorio: son duros, son indevotos,
son pecadores, y por el aparente color de la mo-
destia o virtud, parecen oro rico; siendo infame me
cobre, parecen santos siendo inicuos. Oyesme,,
hipócrita, dice San Crisóstomo, Hypocrita, aut
appare quod es, aut esto quod appares: o muestra
lo que eres, o seas lo que muestras. Siendo esto
así, ¿por qué hace Cristo reseña de tener pies de co-
bre cuando su esposa dice que los vio de oro? El misterio está claro; sus pies
significan (dice la Glosa, San Agustín, Beda y Primasio) los fieles. Estos, como
le sucede al cobre, mientras están más y más en el fuego de las tribulaciones y
en el horno de las fatigas, resplandecen y se purifican más y más en sus deseos,
en la fortaleza y en las tribulaciones; y quiere nuestro Redentor significar éstos
en el cobre, metal abatido y bajo, porque donde más se muestra la valentía de
su gracia es en los pobres humildes, que padecen con longanimidad oprobios,
y en los incapaces desvalidos, que llevan por su amor los trabajos. Éstos, en el
horno, que tiene el mundo para persecuciones, están lejos de ser hipócritas, que
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siendo oro excelente por sus virtudes, parecen cobre bajo el juicio de quien los
mira. Que por esto no dijo el evangelista que los pies de Cristo eran de cobre,
sino que parecían de cobre; y por eso dijo la esposa que estos pies eran de oro, y
no dijo que se parecían al oro. Porque los santos son, a la verdad, oro fino, y a la
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apariencia, cobre bajo. Que cuanto tiene de bueno encubrir las virtudes, tiene
de malo fingir santidades. Sucédeles lo que dijo Cicerón: “Estará vendiendo
oro uno que no es malicioso, sino de corazón sano, y dice: ¿Hay quién me
compre este cobre? Por ventura (pregunta Cicerón) ¿habrá algún buen hom-
bre, alguno tan sin codicia, que le diga: Mira que lo que te parece cobre, es oro
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fino? Lo primero tienen los que sirven a Dios, que siendo oro cuanto venden,
lo tienen como humildes por cobre; y lo segundo usan los mundanos, pues
aunque les parezca oro lo que el virtuoso, le vende por cobre, no solo le dice
que no es oro, pero o lo compra por cobre, o publica que es cobre, y no oro. Oh
resabios de la malicia, y cuántos monipodios hacéis contra la inocencia.
Este indio don Francisco entró en este horno desde que tuvo el primer im-
pulso, pues enamorado de la devoción a la Virgen, formó sin saber el arte, una
y cuatro veces el bulto. Cada trabajo, cada fatiga, así de las que habemos visto
como de las que adelante veremos, le encendía más y más los deseos y le daba
más ardores la de devoción. Parecía, por desvalido y pobre, metal bajo a los ojos
del mundo y era, por su fe y afectos, a los ojos de Dios oro rico. Mientras más
padecía más se acrisolaba. Con semejantes pies se honra de andar Cristo; de
éstos hace gala, con éstos sale a fiestas.
La fortaleza de este indio y su perseverancia prueba ba
que no eran veleidades las suyas, sino tesones santos,,
pues, como dijo Séneca, nada simulado, nada fingi-
do puede ser diuturno ni fue permanente, y Dios
sufrirá cien mil pecados años muchos, y no le sufre
su verdad que deje permanecer lo que sólo se hace
por fingir. Yo llamé, dice por Isaías, al matador para
que haga añicos todos los vasos hechizos, todos los
vasos fingidos. Pues, para eso era menester matador,
no teniendo alma los vasos? Sí; que habla de los que
fingiendo devoción, muestran ser vasos de oro, de
que se servía dios en su templo. Comenzaban obras
que prometían permanencias, y eran de vil barro
hechos por la ambición o por la codicia, olleros de
hipocresía. Este indio mostró tesones de justo y valentías de verdadero devoto.
Dejen que ahora se menosprecie su obra, que presto veremos lo que vale en la
parte donde Dios la tiene dedicada, que aun en esto se parea lo que dice la letra
138 griega, que lee: Chalco Líbano: mixtura de incienso y cobre, como explica Pan-
nonio, y por esto llama la Glosa al horno auricalco del Líbano. Pareciéronse
los trabajos, que en su muerte padeció Cristo, en la fortaleza y perseverancia, al
cobre y bronce; y el olor de soberana fragancia, al incienso del Líbano. Incien-
so, y en honor de sahumerio, era para que diese suave olor a todo el mundo y
fragancia suavísima a los cielos.
Afligido, lloroso y desdeñado dejamos a nuestro don Francisco, pero recurrió
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Determinó quedarse con él, y aun servirle, esperando por paga, no interés, sino
aprovechar en el arte y negociar con él le dorase la imagen. Como lo pensó, así
lo hizo, y a pocos días le dio cuenta de los sucesos de su imagen y que su deseo
era dorarla, trabajo que le pagaría con servicio y plata. Concertaron ir ambos.
Fue al día siguiente a verla a casa de don Francisco, y él, desenvolviendo su
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bulto para tenerle a punto cuando viniese el dorador, le halló (como otras veces
le había sucedido en Potosí) medio quebrado, desecho, muy descompuesto y
maltratado. Hizo extremos sin poder rastrear la causa de aquel daño; fue gran-
de el disgusto que el afligido indio tuvo de esto, y estuvo cerca de dar de mano
a su cuidado prolijo por ver que tan al revés le salía de su deseo. Tal vez le dirían
que el quebrársele tantas veces era insinuar Dios que no quería servirse de sus
obras, y no era sino probar su fe y mostrar a los más católicos que sabe obrar la
gracia tesones con valor y perseverancia con afecto en los recién convertidos,
para hacer ejemplar de que aprenden los más buenos.
Al fin, en nada descaeció la devoción de don Francisco, porque como aquella
obra la trazaba el soberano artífice, que tan primorosamente labró el origi-
nal, fácilmente dispuso el corazón del simple entallador a que a instancia del
dorador volviese a su obra y soldase su quiebra. Trabajó a ratos en ella otros
tres meses, y todo fue menester para volver al ser que antes tenía según estaba
despedazada. Pretendió Dios destruir con el tesón de un indio humilde, sin
fuerzas, ni favor, la arrogancia del demonio más arrogante que sus fuerzas, befa
que le hizo Isaías. Que lo necio de la arrogancia no tiene lo más en pretender
soberanías, sino en quererlas, sin que haya simbolización con las fuerzas y trán-
sito a la posibilidad. Quiso Dios desbaratar sus aras viles y dar en tierra con sus
altares locos, que tan soberbios se levantaban en Copacabana contra el cielo,
y poner en ella un retrato de su Madre, que sólo basta su sombra para poner
en vergonzosa fuga los valentones del infierno. Quería que aquella selva y fiera
de dragones fuese un agradable prado que, con su apacible vista, entretejido de
diversas flores y acompañado de suaves fragancias, suspendiese los sentidos, y
fiaba la imagen en las toscas manos de un inculto indio, a quien sólo discul-
paba su fe simple y daba el valor su deseo devoto. Era todo enseñarnos que no
hemos de buscar milagros, donde el importuno trabajo y continua diligencia es
bastante para lo que se pretende, y que solo con un indio devoto de la Virgen
sabe arrastrar valentías de Lucifer, monarquías de infidelidad, torres de falsa
religión; castigándole con un indio sólo los daños, los homicidios, los engaños
y adoraciones que introdujo en millares de indios. Esto tengo por sin duda y
140 que, para comenzar Dios los milagros de esta imagen, quiso que fuese idiota
el artífice, para que viéndola (como después la vemos) los que antes la vieron,
dijesen que sólo Dios le dio la forma, dejando a las manos y al deseo del indio
la materia.
Quiere Dios que para hacer el propiciatorio, el tabernáculo y el arca, en que
estaba el maná, la vara y la ley, no sea el oficial más científico que se halle en el
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Trató don Francisco, por consejo de don Alonso Viracocha, de vender la he-
chura de su imagen, bien triste de venderla, creciendo más la pena de sus an-
2 Capítulo VIII (Comienza ya la Virgen a hacer maravillas dando luces sobrenaturales. Entra con aplausos en Copacabana
y dale Dios a la imagen hermosura milagrosa, pagando al corregidor con una merced maravillosa los servicios que le
hizo, y colócase en Copacabana).
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sias cuanto más repetían que echaba de su rostro resplandores. Ofreciéronse a
comprarla y tuviéronla concertada los indios de Guaqui para su iglesia; hacían
puja los de Calamarca, y muchas diligencias por quedar con ella los de Acha-
cachi. ¿En qué se cansan si la tiene Dios dedicada para Copacabana? Entre
estos pueblos hubo una devota controversia sobre quién había de llevar aquella
prenda divina. Esta cosas vinieron a noticia de don Jerónimo Marañón, que a
la sazón era corregidor de Omasuyo y del pueblo de Copacabana, y estaba en
estos días en Chuquiago. Dio orden como ninguno de los conciertos pasase
adelante, pues la imagen se había hecho para Copacabana, y porque el escul-
tor don Francisco no tratase de la venta dio cuarenta pesos de limosna para
ayuda a la costa, asegurando al dueño que él la haría admitir en su pueblo,
pues estaba razonable y no tenían allá otra mejor hechura. También se halló
a esta coyuntura en Chuquiago don Diego Churatopa, cabeza y gobernador
de los contradictores Urinsayas. El cual, habiendo visto la santa imagen y la
determinación de su corregidor, quiso traerla él mismo en persona a su dicho-
so pueblo de Copacabana; y sin embargo de que actualmente estaba ocupado
en la ciudad, donde era alcalde de los naturales, aprestó diez indios, y en unas
andas que para el efecto mandó hacer, puso la santa imagen; y así salieron con
ella de la ciudad una venturosa mañana, llevando el alba consigo y el sol sobre
sus hombros.
Ya la piedra que reprobaron los que edificaban se lleva por los mismos émulos
para que ponga por remate del edificio. Corrió este bulto santo por los des-
manes que Cristo su Hijo, de quien lo dijo David, y lo alegó el Redentor, pues
los que reprobaban la piedra Cristo le hicieron piedra angular del edificio de
su Iglesia. Caminan los diez indios; llegan al estrecho de Tiquina, donde hay
dos lugarejos muy cortos de indios Uros, que recogen en medio de aquella
estrechura, como ya dijimos, y sirven de balseros a los que por allí hacen viaje.
A esta sazón estaba en uno de los pueblos, que dista cinco leguas de Copacaba-
na, el P. Antonio de Montoro, cura de estos pueblos, hombre experto en las dos
lenguas quichua y aymara, con que hacía gran fruto en los naturales. Deseaba
144 este buen sacerdote ver en su pueblo de Copacabana alguna devota imagen de
la Virgen, pero favorecía el partido de los indios Urinsayas, queriendo que la
imagen fuese tal que moviese a devoción los corazones de los que la viesen y
atrajese las almas de los que la visitasen. Sabiendo don Diego de Churatopa,
gobernador de los Urinsayas, que su cura estaba de esotra parte del estrecho, se
entró en una balsa adelantándose, mandando poner en otra balsa la santa ima-
gen. Llegó a donde estaba el cura, diole cuenta de su viaje y de la imagen que
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traía. Significole el gran gusto que debía tener, de que quedó el padre Montoro
muy alegre. Llegó la balsa y, virando en tierra, sacaron la preciosa mercancía,
no de las vistosas de Milán, sino el retrato de aquel brocado inestimable de que
se cortó el vestido al Verbo eterno; aquel dechado de la margarita preciosa, por
quien el divino mercader Cristo dio sus riquezas, ganando en la mercancía.
Descubrieron el bulto, adoró postrándose el padre Montoro a la que están
siempre adorando los más supremos serafines. Hizo ponerla en el altar de la
pequeña iglesia de San Pedro, donde quedó algunos días detenida. Culpable
fue en este buen sacerdote esta vez dejar el tesoro escondido en el campo, sino
es que la detención fuese por prevenir el debido recibimiento o el aderezo de
altar a tan gran Señora. Si acaso se disculpó con esto, no lo comprobó el efecto,
pues ni dispuso altar ni trató de llevarla desagradado de la escultura. Lo cierto
fue que esto y la porfiada contradicción de los indios Urinsayas causó aquella
enfadosa tardanza; o mejor diremos, que fue traza del cielo, para que quien
viese la imagen después tan hermosísima, considerando que por poco hermosa
no la admitían, conociesen la maravilla comprobando el milagro.
El afligido devoto don Francisco iba los más días a la iglesia a pedirle a nuestra
Señora se sirviese de disponer que aquella imagen se trajese y colocase en el
altar; y otros días iba el cortijo donde con a imagen estaba su corazón, pedíale
que negociase con su Hijo que la sacase de aquel destierro o prisión y la llevase
a pueblo grande, donde siendo conocida fuese festejada. Allí lloraba, allí besaba
la tierra. En ir a la aldea donde la imagen estaba, y en venir a la iglesia donde
debía de estar, se entretuvo don Francisco los días de la detención. ¡Oh, cuán
bien se pareció en esto este indio devoto al santo David!; si éste era rey, don
Francisco, de sangre real. Oímos, dice, hablar de ella en Efrata, y hallámosla en
los campos de la selva; entrámonos en su aposento o tabernáculo y adoramos el
suelo donde ha de poner los pies, como si ya lo hubiera pisado. Ea, Señora, ven
ya con tu arca al aposento de tu descanso; allí veremos a Cristo, Mesías pro-
metido. ¿Quién es aquella de quien oyó hablar en Efrata, que es lo mismo que
decir Belén? ¿Qué ausento es este en que entraba David y en que adoraba la
tierra que aquella debía pisar? ¿Quién es aquesta? Oigámoles explicar a nuestro
santo Tomás de Villanueva: “Había revelado a David su encarnación en María
que de él había de descender. Revelole que había de nacer en Belén, y que sería
su nacimiento en aquella pequeña cóncava que estaba en el portal, y con esto
entraba y salía David en él, y decía: ¿Ecce, ni veís,
no oís? ¿Hemos oído en Belén o Efrata el nom- m-
bre de aquella? ¿Quién es aquella? María; que no
merecen mis labios nombrarla. Hallámosla en n
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el campo de la selva, allí cerca de Belén, no con
los ojos del cuerpo, sino con la profecía, que
son los antojos de larga vista con que mira el
alma. Cada rato me voy del monte Moria, don-
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rresponde, parte queda dicho, y lo demás con que todo ajusta, veremos ahora.
Acercóse la fiesta de Candelaria, a dos de febrero, y queriendo el corregidor
don Jerónimo Marañón hallarse en ella, creyendo que en aquel día, por ser la
advocación de la imagen, se haría la fiesta de su colocación, partió del pueblo de
Achacachi un día antes de la fiesta de la Virgen. Llegó a Tiquina a hacer noche,
y hallando en aquel cortijo detenida o dejada tantos días a la Emperatriz de los
cielos, mostró enojos de que no la hubiesen llevado a Copacabana. Pasó luego
al pueblo, donde hizo singular escrutinio de la causa; y averiguando el estorbo
de la venida de la santa imagen, halló que no era otro sino la contradicción
de los Urinsayas, que prevalecían. Enojóse y reprendiéndoles con aspereza;
mandó con rigor fuesen luego los indios necesarios para traerla; encargóles la
brevedad, porque el día siguiente había de sacarla en procesión. ¡Cosa admira-
ble!, pues salieron los indios casi al sol puesto, y llegaron a Tiquina cuando las
primeras estrellas salían. Fue milagro manifiesto, por haber tres leguas del Inga,
que de los españoles son cinco. Conocieron los indios que no debían la priesa
a los pies que los llevaban, sino a las sobrenaturales alas con que iban. Aquella
misma hora trataron de aderezar andas previniendo lo necesario para hacer
viaje, más no se apresuraron como debieran. Trazas de Dios para reduplicar la
maravilla. Una hora o dos antes del día salieran de la aldehuela de San Pedro,
y llegaron a Copacabana al salir el sol. Fecundo milagro, sino es que sea mayor,
pues cargados y llevando andas caminaron en dos horas cinco penosas leguas.
Al tiempo que divisaron desde un cerro su dichoso pueblo de Copacabana,
hicieron alarde los que traían la imagen santa con reseñas de alegría; prego-
nándola con alaridos alegres, muestras de regocijo. Parecióles a algunos que la
traían que a su ligereza se debía la brevedad, pero luego echaron de ver que era
obra de Dios, que milagrosamente los había traído en tan corto tiempo por tan
largas leguas. Concurrió la multitud del pueblo, corriendo entre los demás el
dichoso entallador don Francisco Tito Yupangui. Déjese a la consideración el
gozo con que iría, premio bastante de lo mucho que le costaba. Llegaron a re-
cibir la imagen al pie del cerro, desde cuya cumbre habían dado los portapaces
las voces de alegría. Pararon allí con el milagroso bulto, porque venían de tropel
unos en pos de otros, y querían que con multitud de gentío entrase la sobera-
na imagen; y es que quiso Dios que la viesen millares con la poca hermosura
que le dio el entallador y conociesen la mucha que luego le había de dar Dios
con celestial pincel. Allí se comenzó un alegre ruido de trompetas, un confuso
festejo con voces de la multitud, correspondiendo los montes con los ecos y los
cielos con la maravilla. 147
Salió el cura con vestidos sacerdotales hasta fuera del pueblo a recibir a la
imagen santa, con el corregidor que llevaba el guión, y con él los caciques y
los nobles indios que allí asistían de sangre real. Pusiéronla en otras andas
que la devoción del corregidor y cura tenían prevenidas. Ordenóse procesión
solemne al tamaño de su cortedad: totora en vez de juncia, y ramas ligustres en
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por escritores, para que con este caso se pruebe que el que más sirve y adora a
deidades falsas y a deleites locos, muere a manos de lo mismo que adora, y da la
vida agraviado cuando estaba sirviendo a quien se la quita. Si esto conocieron
los mundanos, a sólo Dios y a su Madre estuvieran sirviendo; al mundo y a sus
fingidas deidades estuvieran anatematizando.
Universidad Católica Boliviana
Entró por las plazas en la iglesia a hora de Misa Mayor a dos de febrero del
año de mil quinientos ochenta y tres. Colocóse esta imagen tan devota como
hermosa, y más hermosa que el cielo, en el altar, que si era pobre y con poco
adorno, era riquísimo por los muchos deseos; telas que estima Dios en más que
los majestuosos atavíos; porque éstos suelen a veces poner los ostentativos, no
para glorias del culto, sino para cascabeles de su aplauso. No se puede encare-
cer la devoción que aquel humilde pueblo mostró este día; que, ya que para la
grandeza de la fiesta no le prestó Flandes sus ricas tapicerías, ni la China sus
sedas, ellos la engrandecieron con verdaderos afectos de las almas, rindiendo
por los suelos, en vez de ricas alfombras del Cairo, humildes corazones por
donde la Virgen pasase y en que se detuviese. Su entrada llenó con luces de fe
corazones gentiles; aumentó la devoción en los indios católicos. Asentáronse
luego por cofrades todos, no siendo los postreros los Urinsayas, si fueron tan
primeros en su contradicción. Inflamó los corazones de todos y confederó las
voluntades de los más encontrados, siendo los festejadores los que antes fueron
contumaces; confesando que la hermosura con que la vieron entrar fue la que
les robó los corazones para desearla servir. La fimbria de esta devota cofradía
comenzó en Chuquisaca el piadoso obispo don Alonso Granero, imitáronle el
corregidor don Jerónimo, el cura Antonio Montoro y todos los nobles y ple-
beyos de aquel territorio. Vinieron de Juli los devotos y religiosísimos padres
de la Compañía de Jesús, siendo su rector el p. Diego de Torres Villalpando,
religioso de grandes letras y de mayores virtudes. Asentáronse por cofrades,
prometiendo cada año unas misas por los que lo fuesen de aquella santa ima-
gen, que de tan cristianos pechos y de tan verdaderos celadores de la honra de
Dios y culto de su Madre sagrada no se podían esperar sino semejantes afectos.
Hasta hoy lleva aquella casa adelante con su ejemplo y persuasión santa la
devoción de nuestra imagen bendita, siendo los pregoneros de sus maravillas y
los festejadores de sus grandezas.
La entrada de esta imagen a su pueblo fue entrar un inmenso río a tener allí
su caja de agua para repartirse por este nuevo mundo, siendo su entrada el re-
medio universal de las desdichas, el consuelo vital de los católicos. Mandaban
150 con ley, que esta en el Código de los emperadores romanos y su jurisconsultos,
que cuando se llevaba alguna nueva alegre, o avisaba el emperador o el consu-
lado de algún suceso próspero, que pueblos, ciudades y provincias, o avisando
haberse acabado las guerras; o conseguídose grandes victorias, o premiándose
a los valerosos con insignias reales; o si entraba en los pueblos (deseosos de ver
en sus países los retratos laureados de los emperadores) el sello en que iba su
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