Sermon 2288

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El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano

El Lugar Vacío:
Un sermón del Día de Navidad
NO. 2288
SERMÓN PREDICADO POR CHARLES HADDON SPURGEON
LA NOCHE DE UN DÍA DE NAVIDAD
Y SELECCIONADO PARA SER LEÍDO EL DOMINGO 25 DE DICIEMBRE, 1892.

“Y el lugar de David quedó vacío”. 1 Samuel 20: 25.

Puede haber mucho que aprender de un lugar vacío. El mundo tiene


en alta estimación a los lugares que han quedado vacíos por la
partida al hogar de sus hombres ilustres. El mundo recuerda a
quienes le han servido; quienes han servido a la Iglesia también son
recordados, y las sillas que quedan vacías en el mundo, en la Iglesia,
y en la familia, despiertan muchísimos recuerdos.

No pretendo ceñirme a un solo tema esta noche; pienso que tengo,


en estas palabras sobre el lugar de David, una encomienda móvil y,
sujetándome siempre a mi texto, podré considerar una gran
cantidad de temas, y hablar brevemente sobre cada uno de ellos.

I. Entonces, primero, hemos de considerar EL LUGAR VACÍO EN


LA CASA DEL PERSEGUIDOR: “El lugar de David quedó vacío”.

David tuvo un buen motivo para dejar vacío su lugar en torno a la


mesa de Saúl, pues el apasionado rey era tan malicioso y estaba tan
amargado en su contra que buscaba acabar con su vida. Saúl, en sus
arranques de cólera insana, en varias ocasiones había arrojado
jabalinas contra el hombre al que tanto debía, y el envidioso rey
dispuso matar a su rival en la primera oportunidad propicia. Por
tanto, David, muy apropiadamente, abandonó el lugar donde su vida
corría continuamente peligro.

¡Oh, cuán felices somos, en estos días, porque no estamos sujetos a


los fieros sufrimientos ni a las crueles persecuciones que los
primeros cristianos e incluso nuestros propios antepasados, tuvieron
que sufrir! Con cuánta frecuencia, en una familia judía, tan pronto
como un joven se convertía en un seguidor de Cristo, era
desconocido por todos los de su casa a partir de ese momento. ¡Era
un seguidor del odiado Nazareno! “Caiga sobre él la maldición”,

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decía su padre, e incluso la ternura de una madre parecía
extinguirse, de tal manera que no podía pensar en su hijo sin
amargura ni hiel.

Algo semejante ocurría en las antiguas familias romanas. El hijo de


un noble romano entraba en un pequeño lugar donde una gente
humilde e iletrada se reunía para oír la predicación del Evangelio,
para cantar himnos al nombre de Jesús y para santificar un día de la
semana; y allí, aquel joven corazón aprendía la historia de la cruz, y
por la gracia de Dios era llevado al amor del Salvador. Tan pronto
como el hecho se conocía, los oficiales de justicia le arrebataban el
hijo al padre de la casa y arrastraban al joven creyente a prisión, y de
esta manera otro asiento quedaba vacío.

Cuando la persecución empeoró gravemente en los antiguos tiempos


romanos, ustedes saben cómo los hombres buenos, y los grandes, y
los veraces, los fuertes y los viejos, el hombre joven y la doncella,
todos tenían igualmente que huir para salvar sus vidas. Si se
hubieran quedado, habría sido únicamente para ser arrastrados
delante del pretor romano para que acabara con ellos rápidamente
en la hoguera o en la arena del circo. Al poco tiempo nada quedaba
de ellos excepto un montón de cenizas del fuego que consumió al
mártir o unos cuantos huesos que las bestias salvajes no quisieron
comer. De esta manera, otra vez “el lugar de David quedó vacío”.

Un horrible trabajo fue realizado, también, cuando la Iglesia de


Roma tenía plenos poderes y los oficiales de la Inquisición, en altas
horas de la noche, tocaban a la puerta del hogar de algún hombre
cristiano, y lo apresaban, ya fuera a él, o a su esposa, o a su hijo o a
su hija. Tenían que entregarse sin decir palabra, para ser
emparedados en las húmedas y tenebrosas bóvedas de esa
institución infernal para no ser vistos nunca más, excepto, en algún
terrible día cuando eran sacados en medio de burlas, para ser
quemados vivos porque rehusaban inclinarse delante de imágenes
de marfil y de madera y llamar a esos ídolos el Cristo a quien debería
rendirse homenaje y reverencia.

Ustedes saben lo que sucedió en nuestra propia tierra: cómo muchos


asientos quedaron vacíos durante las persecuciones de la Reina
María; y posteriormente, cuando nuestros nobles señores no
aceptaron conformarse a la Iglesia establecida de esta tierra, eran
acosados hasta las guaridas y cavernas de la tierra, como si hubiesen
sido bestias salvajes en vez de hombres de quienes el mundo no era
digno. Muchos de los más valerosos y mejores hijos de Inglaterra

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huyeron a América y encontraron otro hogar más seguro allá, en
Nueva Inglaterra, donde las rocas silvestres eran menos
empedernidas que los corazones de los hombres de aquí, de
Inglaterra.

Cada vez y cuando, cuando se ha levantado la persecución en contra


de la verdad, el asiento de David ha quedado vacío. Si los días de los
mártires volvieran a presentarse, ¿podríamos dejar vacíos nuestros
lugares? ¿Podría el esposo dejar que su esposa y sus hijos siguieran
la causa de Cristo? ¿Podría el hijo renunciar otra vez al amor del
padre? ¿Podrían apartarse de todos sus seres queridos para
demostrar que, verdaderamente, le pertenecen a Cristo, y que le
aman más que a padre o madre, esposo o esposa, o a cualquier
miembro de su parentela cercana?

¡Que Dios nos conceda que el verdadero espíritu del mártir no se


desvanezca en nuestros corazones, aun si, en la agraciada
providencia de Dios, no es llamado a ejercitarse terriblemente como
entre los valerosos campesinos de Suiza, o los nobles ‘covenanters’
(firmantes del pacto escocés de la reforma religiosa) o los viejos
disconformes de este país!

¡De cualquier manera, sea lo que fuere que seamos llamados a


soportar, hemos de ser fieles y leales al Evangelio por cuya causa
nuestros padres se desangraron y murieron; y si retornaren alguna
vez los tiempos de persecución -y pudieran regresar- hemos de estar
dispuestos a abandonar de nuevo el lugar de comodidad, lujo y paz,
por la causa de nuestro Señor Jesucristo!

II. Hay otro lugar que algunas veces queda vacío, esto es, EL
LUGAR DE LOS PLACERES PECAMINOSOS. Este lugar vacío es el
resultado de la obra de la gracia de Dios en el corazón.

Yo sé que, en cuanto a algunos presentes, podría decirse con gran


agradecimiento, que el lugar de David está vacío. Ah, querido amigo,
¿dónde estaba tu lugar, hace siete años, en una noche como ésta en
nuestra así llamada tierra cristiana? Ah, bien, no queremos que
digas dónde estaba; es mejor que calles con respecto a eso; pero, con
un santo rubor, y luego con devoto agradecimiento a Dios, regocíjate
porque, en lo que a ti concierne, el lugar de David en el sitio de los
escarnecedores está ahora vacío. Tú sabes que el asiento de la
cantina no te convendría ahora, como tampoco el lugar donde el
canto lascivo despierta el entusiasta aplauso de la libidinosa
concurrencia; estarías fuera de lugar en la compañía de los

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insolentes, los necios, los blasfemos y de aquellos que encuentran
sus placeres olvidando a su Dios, y no consideran pecado quebrantar
Sus leyes. ¡No, gracias a Dios, ese lugar está vacío ahora!

La gracia realiza un maravilloso cambio en un hombre. No es tanto


que no se atreva a ir donde solía encontrar deleite; no querría ir ni
que le pagaran por ello, es más, incluso si le azotaran para obligarlo
a ir. Nosotros no renunciamos a los antiguos placeres simplemente
porque pensemos que sean malos; sabemos que lo son y eso bastaría
para abandonarlos; pero también renunciamos a ellos porque ya no
son más placeres para nosotros. Ya no tenemos ahora ningún deleite
en absoluto en ellos, ni lo tendríamos aunque fuéramos libres de
elegirlos para nosotros. Si la ley de Dios fuera suspendida y se nos
permitiera tomar del placer del pecado todo lo que quisiéramos, no
tomaríamos nada, puesto que ya no es un placer para nosotros.

Oh, da gracias, querido amigo, porque la gracia ha operado tal


cambio en ti y has de resolver en tu corazón que, como la gracia ha
hecho esto por ti, harás tu mejor esfuerzo para que la gracia realice
la misma obra de gracia a favor de tus amigos, para que otros sean
rescatados de las filas de Satanás. ¡Oh, qué boquete abre Dios
algunas veces en el ejército del diablo cuando toma a uno de sus más
activos soldados, y lo alista en el ejército de Jesucristo, y luego lo
convierte en un sargento reclutador para alistar a otros bajo las
órdenes de su nuevo Capitán! No hay siervos de Dios como aquellos
que han sido valerosos soldados de Satanás. Saulo de Tarso, una vez
que fue convertido en apóstol, no sólo no estaba un ápice detrás del
propio líder, sino que podríamos aventurarnos a decir que era el más
destacado de todos los apóstoles, y que hizo más por Cristo que
cualquiera de ellos. ¡Oh, que muchos lugares de David entre aquellos
que buscan los placeres pecaminosos queden rápidamente vacíos
por medio de la gracia todopoderosa de Dios! Y si el diablo lo llenara
con otro de sus necios adoradores, ¡pedimos a Dios que se agrade en
vaciar ese lugar una y otra vez! Que muchos, como Moisés, escojan
antes ser maltratados con el pueblo de Dios, que gozar de los
placeres del pecado por un tiempo.

III. Ahora voy a hablar de otros lugares vacíos que son mejores que
los ya mencionados. Durante el año pasado, nos sucedió varias veces
a nosotros que el lugar de David quedó vacío. Quiero decir que, por
un tiempo, EL LUGAR DE NUESTRA OFICIO HA ESTADO VACÍO.

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Tal vez algunos de ustedes no hayan tenido ni una sola hora de
enfermedad durante el año pasado; entonces, voy a recordarles
sobre sus misericordias para que estén muy agradecidos con Dios
por ellas. Pero algunos de nosotros hemos experimentado días,
algunos hemos experimentado semanas y algunos incluso hasta
meses, en los que el lugar de David quedó vacío. Tal vez no por largo
tiempo cada vez, pero usualmente este púlpito ha tenido que quedar
vacío en algún momento u otro durante el año con respecto al
predicador regular. Las enfermedades dejaron imposibilitado de
algún modo al predicador por algún tiempo; y muchas personas
experimentan, cada vez y cuando, una época en la que tienen que
ausentarse de la capilla, y del negocio y del círculo familiar, y se
requiere de una vigilancia extra en el hogar y de un especial cuidado,
y pudiera ser que, algunas veces, haya motivo de ansiedad y miedo.
Tal vez, en algunos de los casos ha habido mucha preocupación
válida. Recuerda aquellas noches cuando la fiebre estaba a punto de
empeorar, aquellas horas cuando había ansiosos susurros de los
seres queridos en torno a tu cama: “¿logrará sobreponerse? ¿Podrá
sobrevivir?” Tú recuerdas esas experiencias difíciles de soportar;
quiero que las recuerdes para que bendigas al Señor, que te ha
perdonado la vida y te ha devuelto la salud y la fortaleza. Si el lugar
de David no ha quedado vacío con frecuencia, debes estar
agradecido por la salud que Dios te ha dado; si ha quedado vacío por
algún tiempo, pero estás aún en la tierra de los vivos, debes
agradecer la restauración que el Señor te ha concedido.

Pero, hermanos y hermanas, quiero preguntarles y preguntarme:


¿damos a Dios la recompensa debida por todo lo que nos ha dado?
Él nos ha favorecido con una vida prolongada; ¿está siendo invertida
esa vida para Él? Pudiera ser que, en aquel lecho de enfermo,
volvimos el rostro hacia la pared y oramos en la amargura de nuestro
espíritu, y luego hicimos votos de lo que haríamos si el Señor nos
salvara la vida; o, si no lo pusimos en absoluto en la forma de un
voto, resolvimos que si éramos restaurados, seríamos más fervientes
y más diligentes en la causa del Señor de lo que habíamos sido hasta
entonces. ¿Hemos redimido esas promesas? ¿Despierto tal vez
algunos recuerdos vergonzosos? Me parece que debería; los
despierto en mi propio corazón, y no me sorprendería si lo hiciera
también en el suyo.

Si así fuera, entonces esta oración debe elevarse desde cada corazón:
“Señor mío, Tú me has redimido con Tu sangre preciosa, y me has
hecho Tuyo; Tus promesas están sobre mí, y yo vengo ante Ti la

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noche de este último domingo de otro año e instruyo que atemos
víctimas con cuerdas a los cuernos del altar.

“Mi vida, que Tú has convertido en Tu cuidado,


Señor, yo la entrego a Ti”.

¡Indícame qué quieres que haga; dame fuerzas y sabiduría para


hacerlo; guárdame diligente en Tu servicio y firme en Tu temor,
hasta que el lugar de David quede vacío aquí abajo por última vez y
me lleves a lo alto, para llenar el otro lugar que has preparado para
mí a Tu diestra!”

Pensé que sería bueno despertar estos pensamientos en las mentes


de aquellos que tienen un especial interés en esta parte de mi tema.

IV. Durante el último año, muchos de ustedes aquí presentes han


tenido UN LUGAR EN LA ASAMBLEA DEL PUEBLO DE DIOS.

No me gusta mucho hacer la pregunta de cuán a menudo el lugar de


David en la congregación de los justos ha quedado vacío. Tengo muy
poca necesidad de decirles jamás algo a ustedes, queridos amigos,
acerca de cualquier falta continua de asistencia a los medios de
gracia. Creo que no hay personas de quienes me haya enterado
jamás que sean encontradas más regularmente escuchando la
predicación de la Palabra, o participando en algún servicio religioso.
Sin embargo, podría haber algunos entre ustedes que se han
ausentado cuando debían estar presentes; o podría haber miembros
de otras congregaciones que han caído en hábitos laxos y relajados
dejando de congregarse, “como algunos tienen por costumbre”, tal
como ocurría en los días de Pablo. Aquellos que son así entre
nosotros deben poner un alto a esos hábitos tan pronto como se
presenten. Son de gran detrimento para todo crecimiento espiritual.

No creo que encuentren a un hombre sano que tome sus comidas a


todo tipo de intervalos irregulares. Como regla general, el cuerpo
necesita sus períodos regulares para recibir alimento y sustento; y lo
mismo ocurre con el alma. Difícilmente encontrarían que un
cristiano goza de buena salud si descuida el tiempo señalado para
ser alimentado con el alimento espiritual.

Ustedes que son inconversos deberían prestar una especial atención


a esta parte de mi tema. Creo que no necesito decirle mucho al
cristiano sobre la necesidad de asistir a la casa del Señor, pues él
ama el lugar donde mora la honra de Dios. Puede decir:

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“He estado allí, e iré todavía,
Es como un pequeño cielo aquí abajo”.

Pero en cuanto a ustedes, que no son convertidos, me deleita verlos


en la casa de Dios, dispuestos y hasta ansiosos de escuchar Su
Palabra, pues ¿qué sabemos, qué sabemos, qué sabemos si Dios
pudiera bendecir ahora la palabra para ustedes? “La fe es por el oír,
y el oír, por la palabra de Dios”. Cuando estás lejos del sonido de la
voz del predicador, hay menos probabilidad de que la gracia se
encuentre contigo para despertar tu conciencia y volverte a Cristo.
Mientras estás congregado con el pueblo de Dios, espero
gustosamente que Dios bendiga la verdad predicada para la
salvación de tu alma. Acude a menudo, entonces, a ese lugar de
adoración donde Jesucristo es ensalzado, y busca tener un interés
personal en Su grandiosa salvación.

Me encanta verlos revoloteando en torno a la Palabra, escuchando la


predicación del Evangelio; pero no permitan, se los suplico, que
siempre sea válido que son únicamente oyentes; pues, si sólo son
oyentes y no hacedores de la Palabra, están simplemente
destruyendo sus propias almas. ¿Saben cuál es su gran peligro, el
peligro de ustedes que solamente son oyentes, y no siempre asisten
para oír? Ustedes corren el terrible peligro de perder sus almas.

Lo que me temo en relación a algunos de ustedes es que pospondrán


su decisión, y esperarán, y esperarán, y esperarán y esperarán hasta
que no sientan más interés del que sienten ahora de escuchar el
Evangelio, y gradualmente vendrán a la casa de oración menos
frecuentemente, y el lugar de David estará más a menudo vacío; y
muy pronto el Evangelio se volverá rancio para ustedes, y esta mi
pobre voz sonará con un tono tan apagado, y mi mensaje sonará tan
a lugares comunes, que su asiento será encontrado siempre vacío.
Cuando esto llegue a suceder, me temo que serán encontrados
descarriados más lejos y más lejos de los senderos del bien, y de la
verdad, y de la esperanza, y que estarán completa y
desesperadamente perdidos.

¡Que Dios los conduzca a decidir por Cristo Jesús antes de que este
año de gracia pase! ¡Que pueda ser, incluso ahora, el año de nuestro
Señor para su alma, el año en el que el propio Señor entre en su
espíritu y tome posesión de su naturaleza entera! Entonces sé que el
asiento de David en la asamblea del pueblo de Dios no estará vacío
con frecuencia.

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V. Ahora tengo que decir sólo unas cuantas palabras especiales
para los miembros de la iglesia acerca de SU LUGAR EN LA
REUNIÓN DE ORACIÓN.

“El lugar de David quedó vacío”. ¿Qué era lo que se estaba llevando a
cabo? “Bien, ¡era únicamente una reunión de oración!” Sí, pero,
pero, pero, pero, pero, pero, eso es decir mucho. ¿Dio algún
miembro de la iglesia esa respuesta? No creo que ni uno s0lo lo
hiciera; pero quisiera preguntarles a todos los miembros de esta
iglesia: “¿cuántas veces han asistido a la reunión de oración en este
año?” Hay algunos de ustedes que nunca están ausentes a menos
que algo les imposibilite para asistir del todo. Me alegra incluso ver a
algunos de ustedes que llegan tarde los lunes por la noche. Si no
pueden venir a las siete, vengan a las siete y media o vengan a las
ocho; vengan a cualquier hora que puedan, para poder insertar su
porción de suplicación con el resto de los hermanos y de las
hermanas.

Pero estoy avergonzado de algunos de nuestros miembros. Ellos


dirán: “¿a quiénes te refieres?” El domingo pasado un niñito vino a
este Tabernáculo por primera vez; entonces, cuando me paré en el
púlpito y comencé a predicar, el pequeño amigo le dijo a su niñera:
“Señorita, ¿el señor Spurgeon me está hablando a mí?” Yo quisiera
que todos ustedes dijeran lo mismo, si mis palabras fueran
aplicables a ustedes; pues estoy hablando a algunos de los miembros
de la iglesia cuando digo que me avergüenzo de ustedes porque no
asisten nunca a las reuniones de oración. No incluyo en esta censura
a quienes viven a una gran distancia, o están plenamente ocupados
con sus familias o con los cuidados de negocios, pues harían mal en
venir. ¡Dios no quiera que les pida que le presenten un deber
manchado con la sangre de otro deber! Pero hay algunos que
podrían estar aquí y deberían estar aquí en nuestras reuniones de
oración, y están sufriendo espiritualmente un daño positivo en sus
propias almas por causa de su ausencia, además de la pérdida que
están ocasionando al tesoro de la iglesia, pues la riqueza de la iglesia
radica en el poder de intercesión. Descubriremos que la medida de la
influencia de la iglesia está en una exacta proporción a la cantidad de
oración presentada por los miembros; si no hay mucha oración, no
puede haber mucho poder. “Pero podemos orar en casa”, dirá
alguien. Sí, yo sé que pueden hacerlo; pero, como regla, pienso que
la gente que ora en casa es la gente que ora también en las reuniones
de oración. El hecho de que nos congreguemos para la oración es
muy generalmente (tomando en consideración las circunstancias

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especiales) el exponente de nuestra oración privada. Permítanme
aguijonear a cualquiera de ustedes cuyo lugar en las reuniones de
oración ha estado vacío, para que no suceda eso de nuevo.

Amados míos en el Señor, compañeros soldados de Cristo, ¿cuál ha


sido la fuente y el secreto de nuestra fuerza, como iglesia, hasta este
punto? Ha sido nuestra oración. ¡Cuán bien recuerdo aquellas
reuniones de oración que tuvieron lugar en la Capilla de Park Street!
Cuando comenzamos, éramos sólo unas cuantas criaturas débiles
que, en la mayoría de las reuniones de oración que tuvimos, nos
reuníamos en una pequeña sacristía; pero pronto tuvimos que abrir
nuestras puertas de par en par, y pasar a la capilla, y nunca hemos
regresado a la sacristía desde entonces. Y, ¡oh, el poder que el Señor
graciosamente nos concedió por la oración! Sentí allí, y muchos de
ustedes también lo sintieron, que parecía que por nuestra súplica
hacíamos descender la bendición de Dios sobre nosotros; y entonces
nuestros números se vieron rápidamente incrementados, las almas
fueron convertidas y Dios fue glorificado. Si decaemos en la oración,
nos condenaremos a nosotros mismos. Hemos comprobado, no por
rumores sino por experiencia personal, que la oración es poder; y si
relajamos nuestra oración y la reducimos en alcance o incluso en
tiempo, mereceremos que este lugar sea convertido en un refrán y
un objeto de rechiflas, y que toda nuestra prosperidad nos sea
quitada, y que se escriba ‘Icabod’ sobre nuestros muros.

¡Que Dios conceda que esta voz quede silenciada por la muerte antes
de que este pueblo deje de ser jamás un pueblo de oración! Antes
bien, que nuestra entrega a la oración sea avivada y nuestras
intercesiones sean multiplicadas; y que no se diga de ningún hombre
o mujer temerosos del Señor, que su lugar está vacío cuando el
pueblo de Dios se congrega para orar.

VI. Hay otro lugar de David que algunas veces queda vacío, y eso
no debería ser, y es EL LUGAR DEL SERVICIO CRISTIANO.

Mis queridos hermanos y hermanas, nuestros dones son variados; le


ha agradado a Dios colocarnos en diferentes posiciones, y darnos
diferentes talentos; pero todo hombre y mujer salvados tienen
alguna obra que hacer para Cristo. ¿Estamos haciendo esa obra? Allí
está nuestra escuela dominical; me conturba siempre que me entero
que se necesitan maestros allí. Hay muchas otras escuelas en las que
los miembros de esta iglesia están ocupados como maestros.
Nosotros estamos supliendo, podría decirlo sin ninguna exageración,
la mitad de los maestros de las escuelas dominicales de la mitad de

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las denominaciones en el distrito, pues siempre les he dicho: “Vayan
a cualquier parte que puedan para encontrar una oportunidad de
hacer el bien; no se preocupen dónde esté. Si tienen la habilidad
para enseñar, vayan y enseñen en cualquier escuela en la que sus
servicios sean necesarios”. Sin embargo, hay algunos entre ustedes
que esconden sus talentos en un pañuelo y no los usan; y, como
consecuencia, hay algún lugar de David que está vacío.

Ustedes no son llamados a la misma obra para Cristo. Me agrada


echar de menos a algunos en esta noche a quienes vi aquí esta
mañana; y no me preocuparía echar de menos a algunos de ustedes
por la misma razón. ¿Por qué? Porque se han ido a enseñar a
escuelas gratuitas para pobres, o para hablar en las estaciones de
misiones o en los albergues. Cuando un cristiano me dice: “se
necesitan obreros en tal y tal escuela gratuita o en tal salón de
misión: me gustaría estar oyendo un sermón, pero prefiero hacer el
bien que volverme bueno”, yo le digo: “correcto, hermano mío,
mientras Londres es lo que es, has de contentarte con recibir un
sermón al día, y alimentar tu alma con eso, y luego ir y hacer todo lo
que puedas por tu Señor el resto del día domingo”.

Sería bueno que los miembros más jóvenes de nuestras iglesias


asistan constantemente a los medios de gracia, porque necesitan ser
instruidos en las cosas divinas; pero todo cristiano instruido está
obligado a ser un obrero para Cristo en medio de las masas que
perecen a nuestro alrededor.

Busquen servir a su Salvador dondequiera que Él abra una puerta de


utilidad. No necesitan salir a la calle esta noche para predicar, pues
el clima no es el adecuado para los servicios al aire libre justo ahora,
pero cuando llegue el verano, cada esquina de la calle debe contar
con su evangelista, y todo hombre, mujer y niño que amen al Señor,
deben hacer la obra que Él desea que hagan; y que no se diga de
ninguno de nosotros que “el lugar de David quedó vacío”.

¡Oh, el gozo de hacer el bien! Hermanos, después del cielo, el mayor


gozo que puede ser encontrado es el gozo de hacer el bien a los
demás. ¿Te encontraste alguna vez con algún pobre hombre que te
dijera: “Bendito sea su corazón porque usted me condujo al
Salvador”? ¿Viste alguna vez a una mujer que te mirara al rostro con
un amor indecible, y te dijera: “usted es mi padre en Cristo Jesús;
usted me llevó a los pies del Salvador”? Si una vez conociste ese
gozo, tendrías siempre mucho apetito de más de ese gozo; nunca
estarías plenamente satisfecho con lo que has hecho, y siempre

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estarías necesitando hacer todavía más y más. Yo he saboreado esta
dulzura y la he encontrado tan refrescante para mi espíritu que
quisiera que cada miembro de esta iglesia la probara también.
Cuando nuestro Señor pase lista de aquellos que están haciendo todo
el bien que pueden en la escuela dominical, y en la escuela gratuita
para niños pobres, y en la predicación, y en la enseñanza, y en las
visitas, y distribuyendo opúsculos y no sé cuántas cosas más, yo
espero que todos serán capaces de responder, humilde pero
firmemente: “Heme aquí, Señor mío, haciendo Tu obra conforme Tú
me has dotado”.

Yo creo que muchos de ustedes harían mejor la obra de Cristo en el


hogar. No necesitan enseñar en la escuela dominical, pues pueden
tener una escuela en su propio hogar. Muchas hijas están mejor
ocupadas en vigilar a los más jóvenes de su propia familia que en
cualquier otra parte. Sin embargo, con excepciones como ésas, les
ruego que tomen el sentido general de lo que he dicho; me dirijo a
hombres sabios, entonces, juzguen lo que digo y créanme que hay
algo por hacer para cada quien que ame al Señor. Ustedes no tienen
que rendirme cuentas a mí, ni a los ancianos de la iglesia, sino que
deben rendir cuentas al Príncipe de la Corona, al Príncipe Imperial
del cielo, a Cristo Jesús, nuestro Señor. Él les compró con Su sangre
preciosa; son Suyos. Entonces, sírvanle; no permitan que esté
vacante jamás el lugar de servicio por causa de su negligencia o
indolencia.

VII. Además, “el lugar de David quedó vacío”. Yo espero que


NUESTRO LUGAR EN LA MESA DEL SEÑOR no quede vacío
nunca mientras sea posible que lo ocupemos.

No hay nadie en esta iglesia, que yo conozca, que se ausente de la


mesa del Señor muy crasamente; pero aun así hay espacio para
mejoras en este asunto para el caso de algunos de nosotros. A mí me
gusta asistir a la mesa de la comunión cada semana; y mi propia
convicción solemne es que eso no es demasiado frecuente. Si hubiera
alguna regla al respecto en la Escritura, ciertamente no hay ninguna
regla para asistir una vez al mes, y mucho menos para asistir una vez
al trimestre; si hubiera alguna regla, es que, en el primer día de la
semana, cuando nos reunimos en la asamblea, deberíamos partir el
pan en memoria del amor agonizante de nuestro Salvador. Yo les
recomiendo a nuestros hermanos y hermanas que consideren si
guardan la fiesta con la frecuencia que deberían, recordando la
asombrosa pasión y muerte de nuestro Señor. Pudiera ser que

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pierden mucho beneficio espiritual porque su lugar en la mesa del
Señor está vacío, cuando debería estar lleno.

VIII. Pero he de apresurarme a la conclusión. Hermanos, mañana,


cuando guardemos la fiesta de Navidad, habrá muchas reuniones
familiares y en esas reuniones familiares habrá ALGUNOS
HOGARES EN LOS QUE EL LUGAR DE DAVID ESTARÁ VACÍO.

Cuando venía hacia acá, estaba pensando en qué incursiones ha


hecho la muerte en esta congregación este año. Muchos lugares han
quedado vacíos, y habrá más lugares vacíos el siguiente año. Yo echo
de menos en un asiento a una hermana a quien visité en su lecho de
muerte; y, en otra parte del edificio, a un hermano cuyas palabras
alentadoras en sus últimos momentos hicieron bien a mi alma. Echo
de menos, aquí y allá, a otros; podría recorrer con mi dedo a lo largo
de estas bancas en toda el área, y subir a esta plataforma y decir
seguramente, en relación a uno que ha sido llamado al hogar este
año: “el lugar de David quedó vacío”. Sería difícil decir eso
literalmente, porque su hijo lo llena, y ¡esperamos que lo llene por
largo tiempo, y que la bendición de Dios descanse sobre él! Pero,
aquí y allá, y en todas partes en este Tabernáculo, echo de menos a
alguien que se ha marchado a casa. Nuestra reunión familiar se está
desmoronando gradualmente; gracias a Dios, está siendo reformada
allá en lo alto, donde no habrá ni muertes ni separaciones.

Cuando llegues a tu reunión familiar, tal vez tendrás que recordar


que tu madre ha muerto este año, o pudiera ser que fue tu padre
quien se marchó a casa, o tal vez fue el hijo mayor, o esa dulce niña
de cabellos rizados. Tal vez mañana estés jubiloso y yo no te digo a
ti: “no lo estés”, pero deja que estos recuerdos te sobrevengan, deja
que orienten tus pensamientos hacia arriba, deja que te recuerden
que las reuniones familiares son sólo por un tiempo, y que la gran
reunión será arriba. Allí se reúnen los inmortales, allí no termina
nunca la fiesta. Aparta tu mirada de la tierra con todos sus goces.
Los que tienen esposas que sean como si no las tuvieren y los que
tienen hijos miren a sus hijos como que van a morir. Que las
relaciones familiares, y las amistades, y todas estas cosas sean
consideradas como lo que son, como evanescentes, como cosas que
perecen con el uso. Oigan el sonido de la trompeta: “arriba y a lo
alto”, y que sus corazones estén donde Jesús está, y que su tesoro
esté allí también. Esos seres queridos que están en el cielo les hacen
señas para que los sigan, y nosotros hacemos señales para avisarles
que estamos en camino. Seguramente nos mirarían con asombro si
nos vieran abrazando las cosas de la tierra como si fuéramos a

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quedarnos aquí para siempre. Nuestra conversación debe estar en el
cielo, y nuestro afecto debe estar puesto en la cosas de arriba y no en
las cosas de la tierra.

IX. Mi última reflexión es esta: NO HABRÁ NINGÚN LUGAR


VACÍO EN EL CIELO. En esa gran reunión de arriba, no se podrá
decir: “el lugar de David quedó vacío”.

Amado, si tú eres un creyente en Cristo, si eres el santo más pobre y


el menos digno de consideración de toda la casa, tendrás tu lugar en
el cielo; has de tenerlo, pues Dios no tendrá un solo lugar vacío allí, y
nadie sino tú, puede llenar tu lugar. Nuestro Señor Jesucristo dice -
fíjate bien en Sus palabras-: “Voy, pues, a preparar lugar”. Eso es
algo; pero noten las siguientes palabras: “Voy, pues, a preparar un
lugar para vosotros”, para ti, no para alguien más, sino para ti.

Si tú eres un creyente en Jesucristo, tienes que tener el lugar que


Jesucristo fue a preparar para ti. Hay una corona en el cielo que no
se ajusta a la cabeza de nadie sino a la mía; y hay un arpa en el cielo
de la cual ningunos otros dedos sino los míos pueden extraer
música. Hay una mansión en los cielos que nadie sino tú puede
ocupar; y hay gozos para ti únicamente, y un lugar en el círculo
completo de los elegidos de Dios que ha de ser llenado, y tiene que
ser llenado por ti.

¡Oh, qué gozo es este! Prosigue adelante, hermano mío, prosigue


valerosamente; si las tinieblas se ponen más densas, y los peligros se
multiplican, Cristo es tu vida y no puedes morir. Las alas eternas te
cubrirán, y los brazos sempiternos estarán debajo de ti. Te reunirás
con nosotros en el lugar en el que toda la familia estará presente, y el
grandioso Padre y el Hermano mayor nos darán la bienvenida a
todos, y ningún “lugar de David” estará vacío. ¡Que pueda yo estar
allí, que todos podamos estar allí, y Dios recibirá la alabanza! Amén
y amén.

Nota del traductor:

Icabod: sin gloria.

Traductor: Allan Román


3/Diciembre/2009
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