Resumen Del Libro La Arquitetcura de La Ciudad de Aldo Rossi

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Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad.

Gustavo Gili 1971 (1966)


Salvador Tarragó Cid, 1968, Prólogo a la edición castellana, pp. 21-22

Acerca del lugar que puede ocupar la ciencia urbana dentro de la urbanística
De hecho, la dimensión arquitectónica de la ciudad sólo constituye la hipótesis del ensayo de Rossi, el cual está
encaminado a establecer los fundamentos de la ciencia urbana.
Este esfuerzo central, que a nuestro entender constituye la aportación más decisiva que se ha hecho en los
últimos años en el desarrollo de la urbanística, es una angulación de gran trascendencia de la que es muy
consciente su autor, para quien la proyección que una ciencia de este tipo puede alcanzar es la de “constituir un
capítulo de la historia de la cultura, y por su carácter comprensivo, uno de los capitulas principales”.
Las vastas perspectivas que una tal concepción posibilita nos sugieren llevar a cabo, aunque sólo sea
esquemáticamente, algunas reflexiones en torno al lugar que puede ocupar la ciencia urbana en el conjunto de
la urbanística, lo que en cierta manera ha de constituir un marco de referencia más amplio donde encuadrarla.
Intentar precisar el lugar que ocupa la ciencia urbana en el conjunto de la urbanística exige una definición
conveniente de los ámbitos o disciplinas que entran en su relación.
Pero esto es muy problemático, dado que el nivel de desarrollos diversos y contradictorios de las concepciones y
teorías de lo urbano y de la actividad urbanística no hace más que reflejar una situación de profunda crisis de
crecimiento, por lo que si la relación entre la ciencia urbana y la urbanística es problemática, nuestro intento se
vuelve más difícil y arriesgado en cuanto exige el replanteo del conjunto de fundamentos del quehacer
urbanístico, es decir, su definición, así como una profunda revisión de la problemática urbanística, si es que en
verdad pretendemos asentarnos sobre bases firmes.
Parece que el camino correcto para la investigación de la naturaleza de los hechos urbanos que pretenda fundar
una teoría de éstos habría de abarcar el estudio del fenómeno urbano en sí, de la ciudad en si misma (lo que
parece ser la óptica dominante adoptada por Rossi, que al cargar el acento en el resultado, olvidando un poco el
proceso de formación de los hechos urbanos, puede valorarlo más atentamente desde el punto de vista
contemplativo, así como pormenorizar extensamente en sus fuentes e interpretaciones diversas), y hacerse
cargo, al propio tiempo que de los marcos disciplinares en que aquella teoría se desarrolla, de la actividad o
actividades específicas a través de las cuales se toma conocimiento de la problemática en estudio. Por lo demás,
toda esta labor de estudio tendría que basarse en el desarrollo del proceso dialéctico entre los dos niveles antes,
apuntados, pues es sólo en su movimiento donde puede resolverse la problemática planteada.
Por otro lado, la indagación sobre la naturaleza de los hechos urbanos (que no es más que otra forma de
preguntar ¿qué es la ciudad?), planteada en términos de discernimiento esencial y profundo, exige una
angulación filosófica para ser contestada adecuadamente, puesto que el conocimiento de la realidad urbana
(que en nuestros días constituye uno de los sectores mayoritarios de la realidad humana, debido al acelerado
proceso de la urbanización del hombre), de su estructura, sólo puede ser comprendida cabalmente a través de
su consideración global y unitaria, como totalidad, función en que sólo la filosofía, como actividad especifica que
la desarrolla en términos de tema propio y corno integradora de las aportaciones tematizadas de las ciencias
específicas, puede dar respuestas satisfactorias.
Probablemente una' consideración metodológica tan amplia como la aquí apuntada ayudaría al proceso de
investigación a no olvidar ningún aspecto, o al menos ninguno de los más significativos que comprenden la
realidad urbana, condición ésta obligada en todo intento de definición integradora.
Así, planteadas en conjunto las exigencias que hay que considerar en el trabajo de investigación sobre la ciudad,
esquematizaremos algunas consideraciones importantes que de tal estudio se infieren.

Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad. Gustavo Gili 1971 (1966)


Salvador Tarragó Cid, 1968, Prólogo a la edición castellana, pp. 26-28

La realidad urbana no se agota en cada una de las angulaciones, sino que solamente se concreta en cada
momento del estudio como fruto de un proceso del conocimiento genético-estructural de la realidad.
Surge aquí de nuevo, aunque a una escala mucho más global, la problemática que ya se planteaba al estudiar las
concepciones del arte y de la arquitectura, esto es, la problemática de las relaciones entre las dimensiones
supraestructurales y estructurales de la ciudad.
El gran acierto del planteamiento de Rossi consiste en que, en la búsqueda de una fundamentación de la ciencia
urbana, a partir de la dimensión arquitectónica y por extensión artística de la ciudad, a la par que descubre la
autonomía de los hechos urbanos en su aspecto de realidad construida, valora adecuadamente la trascendencia
de la política, la economía o lo social, como variables esenciales de lo urbano.
La conflictividad entre los términos arquitectónicos y económicos, para centrar específicamente una de las
contradicciones que dentro del pensamiento sociologista es irresoluble en cuanto se plantea dentro de una
concepción totalizadora, es claramente resuelta por concebirse en la unidad de la praxis sociohistórica humana
en general y de la praxis urbanística en particular. Solamente una explicación del significado de la praxis y del
trabajo en la creación de la realidad humana, desarrollada en toda su extensión y profundidad, puede hacer ver
claramente que el monismo antes señalado es fundamental en la concepción dialéctica, lo que permite plantear
y resolver correctamente el problema de la autonomía y de la dependencia de las variables urbanas en términos
de resolución dialéctica.
Con lo que será en la unidad de la praxis objetiva de la humanidad y de la urbanística en particular (que es al
mismo tiempo la creación y su concepción de la totalidad de las concreciones de la ciudad) es como será posible
integrar sus varios modos de apropiación en un proceso totalizador de angulaciones interdisciplinarias donde el
movimiento dialéctico entre todas las esferas y variables han de permitir la creación de síntesis plenas.
El cometido de la tesis de Rossi, como ya hemos señalado, consiste en esclarecer la naturaleza de los hechos
urbanos puesta al descubierto mediante el estudio del tipo de relaciones existentes entre la dimensión
arquitectónica y las dimensiones económica, histórica y política, y del descubrimiento de la autonomía de la
primera, elaborar todo un cuerpo teórico al que ha denominado ciencia urbana.
Para nosotros, que al proponernos la redacción de estas notas nos planteamos el lugar que podía ocupar la
ciencia urbana dentro del conjunto de la problemática urbanística, de tal forma que esta dimensión
epistemológica, planteada en términos amplificados de la siguiente manera ¿la ciencia urbana puede ser el
cuerpo teórico único o más importante de la actividad urbanística (urbanismo)?, ¿abarca toda la problemática
del urbanismo?, ha desencadenado toda la tensión que nos ha mantenido a lo largo de este intento de
resolución de dicha problemática.
Nuestra conclusión es que la ciencia urbana o ciencia de la ciudad planteada por Rossi, es la consideración y
análisis crítico de la ciudad, desde el punto de vista específico que entra en su consideración: la dimensión
arquitectónica de la ciudad. Dicho de otra manera, la ciencia urbana es la reconsideración de todos los aspectos
del hecho urbano desde la perspectiva disciplinar propia que busca establecer las relaciones y definir la
estructura de la ciudad.
Por otra parte, la ciencia urbana es un capítulo fundamental, el más importante, habida cuenta de la
esencialidad arquitectónica de la ciudad, dentro del cuerpo teórico del urbanismo, que con el descubrimiento, la
incorporación y el enriquecimiento de los otros aspectos o variables del hecho urbano permite alcanzar una
concepción de la totalidad más cierta y científica. A la vez, con la incorporación de la concepción dialéctica de la
realidad urbana como totalidad concreta, creemos que puede formularse uno de los conocimientos más
completos realizados hasta el presente.
Cabe por último, y como la más importante, una consideración de la ciencia urbana en sí misma como la
expresada al iniciar el presente capítulo, que la contemple como totalidad independiente que es la forma
habitual de ser vivida por la sociedad (desde su explotación folklórica y turística, hasta su contribución esencial
en la creación del espacio urbano), y cuyo alcance el propio Rossi ha determinado con verdadera nitidez: «el de
poder constituir un capítulo de la historia de la cultura, y por su carácter comprensivo, uno de los capítulos
principales». Esta es la angulación adoptada por Rossi en el presente texto.

Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad. Gustavo Gili 1971 (1966)


Salvador Tarragó Cid, 1968, Prólogo a la edición castellana, pp. 31-33

Posibilidades de la ciencia urbanística


Esta interdependencia entre todos los factores que definen la teoría científica urbanística que nos plantea Kosic
presupone la adecuación tanto de su correcta concepción a la naturaleza específica del campo de su realización,
la ciudad, como a esta misma realización.
Así, respecto al primer punto, dado el carácter esencialmente filosófico, artístico, arquitectónico, histórico,
social, político y económico de la ciudad, la teoría urbanística está definida por este carácter, tanto en sus
fundamentos (filosofía dialéctica y materialismo dialéctico, ciencia urbana y arquitectura de la ciudad, historia y
materialismo histórico, etc.) y en sus fines (entre los que tiene un acento preferente el carácter asistencial, el
desarrollo cultural y la apropiación de la ciudad) como en su metodología (método de investigación, análisis
disciplinares, tematizaciones, plan urbanístico, modelística, etc) y en las posibilidades de su propio vivir teórico.
En cuanto a la realización de la teoría científica urbanística, a la par que su materialización comporta la creación
de la propia teoría científica, como reiteradamente hemos señalado; el análisis crítico desarrollado por Lefebvre
en su ensayo, a pesar de su esquematismo, es decisivo a este respecto. Las realizaciones urbanísticas
desarrolladas en nuestras ciudades patentizan bien a las claras su correspondencia con una estrategia de clase
claramente definida, tanto en sus formas generales (como puede ser la segregación social y espacial, el centro
cívico como centro de decisiones de la clase en el poder, el problema de la vivienda, las actuaciones urbanísticas
de prestigio, etc.), como en sus aspectos cotidianos más próximos (vividos individualmente como partes aisladas
e inconexas). Ambos extremos patentizan, repetimos, la sordidez y la desintegración como forma general y
absoluta de darse la vida urbana.
Está claro que toda teoría urbanística que deriva de tal contexto, tanto si es directamente responsable de éste,
como si lo rehúye en formulaciones abstractas, cerradas y aisladas que pretenden situarse por encima mediante
su exclusiva superación teórica, no pueden integrarse en una formulación científica del urbanismo, si no es por
su negatividad, es decir, por las enseñanzas que de ella pueden derivarse. Tales teorías no son otra cosa que
ideologías urbanísticas.
La ciencia urbanística, para constituirse como tal, precisa de realizaciones positivas, es decir, materializarse en
un contexto social y político en el que los logros alcanzados sean elementos decisivos para !a transformación de
la realidad y de la vida urbana así como para la apropiación de la ciudad.
Dicho esto hay que hacer dos consideraciones. Una, que toda praxis urbanística definible o valorable en un
sentido general por su progresismo, por su propia estructuración no niega la autonomía de sus partes o
dimensiones (que en el caso de los resultados arquitectónicos, por ejemplo, ya hemos hecho explícitas
referencias), ni agota la multiplicidad de aspectos o valorizaciones que puedan hacerse de dicha praxis.
La segunda es que si una estrategia y una táctica urbana corresponden a una forma propia de praxis social como
la política (que, en cuanto se deifica como ocurre con Lefebvre, constituye el medio de transformación
revolucionario de la sociedad); la praxis específicamente urbanística no ha de quedar constreñida dentro de una
intervención tecnocrática, sino que en su justa concepción, en su especificidad técnica no será más que una
contribución, esencial, si bien sectorializada, al pleno desarrollo de una sociedad futura urbana más justa.

Conclusiones. Resumiendo, de la constatación de que toda reflexión sobre la problemática de la actividad


urbanística descansa en la concepción que se tenga de la ciudad, que como creación y expresión de la teoría y
de la práctica urbanísticas se interfiere dialécticamente con ella interviniendo activamente en su definición, de
dicha constatación, repetimos, es posible deducir las premisas de una concepción de la actuación urbanística
que presuponga la consideración de la totalidad de los términos envueltos en su problemática.
Dicha concepción podría formularse aproximadamente en estos términos: la praxis urbanística, como actividad
urbanística, es la unidad dialéctica de la teoría, realizada mediante su materialización, y de la práctica, como
presupuesto creador de la teoría; de la génesis o proceso histórico que abarca la globalidad de su realización, y
de las contradicciones que la definen; de la objetividad, como realización, y de la subjetividad, como
protagonista creador de su materialización.

Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad. Gustavo Gili 1971 (1966), pp. 68

He dividido este libro en cuatro partes; en la primera me ocupo de los problemas de descripción y de
clasificación y, por lo tanto, de los problemas tipológicos; en la segunda, de la estructura de la ciudad por partes;
en la tercera, de la arquitectura de la ciudad y del locus sobre el que ésta persiste y, por lo tanto, de la historia
urbana; en la cuarta, en fin, aludo a las principales cuestiones de la dinámica urbana y al problema de la política
como elección.
Todos esos problemas se imbrican con la cuestión de la imagen urbana, de su arquitectura; esta imagen sitúa el
valor del territorio vivido y construido por el hombre.
Esta cuestión siempre se ha impuesto en nuestros estudios por ser tan connatural con los problemas del
hombre. Vidal de la Blanche ha escrito que « [...] los matorrales, los bosques, los campos cultivados, las zonas
incultas se fijan en un conjunto inseparable, cuyo recuerdo el hombre lleva consigo». Este conjunto inseparable
es la patria natural y artificial a la misma vez del hombre. También para la arquitectura es válida esta acepción
de natural.

Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad. Gustavo Gili 1971 (1966), pp. 226-228

La memoria colectiva
Estas consideraciones nos aproximan al conocimiento de la estructura más profunda de los hechos urbanos y,
por lo tanto, a su forma; es decir, a nuestra tesis de partida de la presente investigación, la arquitectura de la
ciudad.
Se trata de conocer la cualidad de estos hechos; el estudio de Cattaneo del que he partido para las presentes
consideraciones está entre los resultados más válidos de nuestros estudios; existen importantes afirmaciones y
referencias sobre aquella âme de la cité que otros autores indican como el nexo estructural de la ciudad
después de haber partido de la descripción de los hechos morfológicos.
(…)
Ampliando la tesis de Halbwachs, diré que la ciudad misma es la memoria colectiva de los pueblos; y como la
memoria está ligada a hechos y a lugares, la ciudad es el locus de la memoria colectiva.
Esta relación entre el locus y los ciudadanos llega a ser, pues, la imagen preeminente, la arquitectura, el paisaje;
y como los hechos vuelven a entrar en la memoria, nuevos hechos crecen en la ciudad. En este sentido
completamente positivo las grandes ideas recorren la historia de la ciudad y la conforman.
Así, ocupándonos de la arquitectura de la ciudad nos hemos esforzado por referirnos al locus como al principio
característico de los hechos urbanos; el locus, la arquitectura, las permanencias y la historia, nos han servido
para intentar aclarar la complejidad de los hechos urbanos. Al fin, la memoria colectiva llega a ser la misma
transformación del espacio por obra de la colectividad; una transformación que está siempre condicionada por
estos datos materiales que contrastan esta acción.
La memoria entendida de este modo llega a ser el hilo conductor de la total y compleja estructura; en esto la
arquitectura de los hechos urbanos se separa del arte en cuanto elemento que existe por sí mismo; aun los más
grandes monumentos de la arquitectura están íntimamente vinculados a la ciudad. “[…] Se nos plantea la
pregunta: ¿de qué manera la historia habla mediante el arte? Ello acaece ante todo a través de los monumentos
arquitectónicos que son la expresión voluntaria del poder, sea en nombre del Estado, sea de la religión. Pero se
nos puede contestar con un Stonehenge, si en aquel pueblo concreto no existe la necesidad de hablar mediante
formas […]; así el carácter de naciones, civilizaciones y épocas enteras habla a través del conjunto de las
arquitecturas que poseen, como a través de un revestimiento externo de su ser”. Creo que ahora el
conocimiento de los hechos urbanos se puede extender hacia una investigación más profunda de lo que se ha
intentado aquí; y que esta investigación supera los puntos mismos de partida de nuestro ensayo. Podemos
decir, por ejemplo, que tampoco las elecciones nos parecen ya tan libres como podían parecernos en un primer
momento, sino que están profundamente vinculadas a la naturaleza de los hechos urbanos en que se producen.
En último término la afirmación de que la ciudad tiene por fin a si misma parece surgir de las mismas cosas; y
tiene por fin a sí misma a medida que desarrolla, intencionalmente, cierta idea de ciudad. Dentro de ella se
sitúan las acciones de los individuos; y en los hechos urbanos, pues, no todo es colectivo.
Con estos problemas se había iniciado el presente capítulo; antes se habían visto aquellas cuestiones que
parecen más objetivables pertenecientes a los hechos urbanos y a su naturaleza colectiva. Naturaleza colectiva e
individualidad de los hechos urbanos se disponen ahora como la misma estructura urbana. La memoria, en el
interior de esta estructura, es el conocimiento de la ciudad; se trata de una acción en forma racional cuyo
desarrollo consiste en demostrar con la máxima claridad, economía y armonía algo de lo ya aceptado.
De esta demostración nos interesan sobre todo los modos de actuación y los modos de lectura; sabemos que
éstos dependen del tiempo, de la cultura y de las circunstancias, pero puesto que son estos factores en su
conjunto los que determinan los modos mismos, es en ellos en los que relevamos el máximo de concreción. Hay
regiones muy pequeñas o grandes en las que la diferencia de hechos urbanos nunca podrá ser explicada si no se
tiene en cuenta esto; tienen conformaciones y aspiraciones que corresponden a una individualidad casi
predestinada.
Pienso ahora en las ciudades de la Toscana o de Andalucía o de otras regiones; ¿cómo podrán los factores
generales, suficientemente comunes, darnos cuenta de su individualidad tan diversa?
Es probable que este valor de la historia, como memoria colectiva, entendida por lo tanto como relación de la
colectividad con el lugar y con la idea de éste, nos dé o nos ayude a entender el significado de la estructura
urbana, de su individualidad, de la arquitectura de la ciudad que es la forma de esta individualidad. La cual
resulta así ligada al hecho originario, al principio en el sentido de Cattaneo; que es un acontecimiento y una
forma.
Y así la unión entre el pasado y el futuro está en la idea misma de la ciudad que la recorre, como la memoria
recorre la vida de una persona, y que siempre para concretarse debe conformar la realidad pero también debe
tomar forma en ella. Y esta conformación permanece en sus hechos únicos, en sus monumentos, en la idea que
de éstos tenemos. Ello explica también por qué en la Antigüedad se ponía el mito como fundamento de la
ciudad.

Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad. Gustavo Gili 1971 (1966), pp. 272-275

La política como elección


En este capítulo nos hemos preocupado de indicar algunas cuestiones -fundamentalmente ligadas a los
problemas económicos de la dinámica urbana o, en todo caso, de ellos derivables- que no surgían en los temas
tratados en los capítulos precedentes.
(O sólo parcialmente a propósito de la clasificación operada por Tricart.)
Para hacerlo he expuesto y comentado inicialmente dos tesis; la primera de Maurice Halbwachs, cuyo trabajo
sumario ha contribuido notablemente a aumentar nuestros conocimientos sobre la ciudad y sobre la naturaleza
de los hechos urbanos, y la segunda de Hans Bernoulli, teórico ágil e inteligente de uno de los problemas más
discutidos de la ciudad moderna.
Estos dos autores consideran también desde estos puntos de vista algunos elementos de discusión que han
ocupado este estudio y que requieren ser verificados constantemente.
Bernoulli, desarrollando su tesis de las relaciones entre la propiedad del suelo y la arquitectura de la ciudad,
había de llegar rápidamente a una concepción científica de la ciudad; no sucedía de modo diferente, partiendo
del proyectar, a los arquitectos teóricos como Le Corbusier y Hilberseimer en el mismo clima del racionalismo.
En las páginas precedentes hemos visto el aspecto romántico de especialistas como Bernoulli y Hegemann; y
cómo su moralisrno, que tanto valor da a su figura de polémicos y de innovadores, acaba viciando su estudio de
lo real; estoy convencido de que no se puede eliminar tan fácilmente la componente moralista en la valoración
de los estudios de los teóricos de la ciudad y que sería una operación arbitraria. La posición de Engels era
sencillamente más fácil; afrontaba el problema por así decirlo “desde fuera”, es decir, desde el punto de vista
político y económico, para decirnos que en este sentido el problema no existía. La conclusión podrá parecer
paradójica: pero es la única consideración clarificadora.
Cuando Mumford acusa a Engels de sostener «que hay suficientes viviendas para salir adelante con tal que sean
divididas» y de basar esta afirmación en la presunción no controlada de que lo que los ricos poseen es bueno,
deforma brutalmente el pensamiento de Engels pero en sustancia reafirma la bondad de la tesis de éste.
Y no sorprende, por otra parte, que la tesis de Engels no haya sido desarrollada en los estudios sobre la ciudad;
no podía ser desarrollada en aquellos términos porque se planteaba en puros términos políticos.
Aquí se podrá objetar que después de haber intentado captar la complejidad de la cuestión urbana en todos sus
términos y por lo tanto haber remitido a la totalidad misma de la estructura cualquier explicación concreta,
ahora separamos lo que constituye, sin embargo, el hecho principal de la polis, la política, de su construcción.
La pregunta puede ser, pues, planteada en estos términos; si la arquitectura de los hechos urbanos es la
construcción de la ciudad, ¿cómo puede estar ausente de esta construcción lo que constituye su momento
decisivo, la política?
Pero, sobre la base de todas las argumentaciones expuestas aquí, nosotros no sólo afirmamos el lazo político,
sino que, al contrario, sostenemos la preeminencia de este lazo y precisamente su carácter decisivo.
La política, de hecho, constituye aquí el problema de las elecciones. ¿Quién en última instancia elige la imagen
de una ciudad? La ciudad misma, pero siempre y solamente a través de sus instituciones políticas.
Se puede afirmar que esta elección es indiferente; pero sería simplificar trivialmente la cuestión. No es
indiferente; Atenas, Roma, París son también la forma de su política, los signos de una voluntad.
Desde luego, si consideramos la ciudad como manufactura, al igual que los arqueólogos, podemos afirmar que
todo lo que se acumula es signo de progreso; pero ello no quita que existan valoraciones de este progreso. Y
diferentes valoraciones de las elecciones políticas.
Pero entonces la política, que parecía ajena, casi mantenida lejos de este discurso sobre la ciudad, hace su
aparición en primera persona; se presenta del modo que le es propio y en el momento constitutivo.
Entonces la arquitectura urbana -que, como sabemos, es la creación humana- es querida como tal; el ejemplo
de las plazas italianas del Renacimiento no puede ser referido ni a su función, ni a la casualidad. Son un medio
para la formación de la ciudad, pero se puede repetir que lo que parece un medio ha llegado a ser un objetivo; y
aquellas plazas son la ciudad.
Así, la ciudad se tiene como fin a sí misma y no hay que explicar nada más que no sea el hecho de que la ciudad
está presente en estas obras. Pero este modo de ser implica la voluntad de que esto sea de este modo y
continúe así.
Ahora bien, sucede que este modo es la belleza del esquema urbano de la ciudad antigua, con la que se nos da
el parangonar siempre nuestra ciudad; ciertas funciones como tiempo, lugar, cultura modifican este esquema
como modifican las formas de la arquitectura; pero esta modificación tiene valor cuando, y sólo cuando, ella es
un acto, como acontecimiento y como testimonio, que hace la ciudad evidente a sí misma.
Se ha visto cómo las épocas de nuevos acontecimientos se plantean este problema; y sólo una feliz coincidencia
da lugar a hechos urbanos auténticos; cuando la ciudad realiza en sí misma una idea propia de la ciudad
fijándola en la piedra. Pero esta realización puede ser valorada sólo en los modos concretos con los que ésta
acontece; hay una relación biunívoca entre el elemento arbitrario y el elemento tradicional en la arquitectura
urbana. Como entre las leyes generales y el elemento concreto.
Si en toda ciudad hay personalidades vivas y definidas, si toda la ciudad posee un alma personal hecha de
tradiciones antiguas y de sentimientos vivos como de aspiraciones indecisas, no por esto es independiente de
las leyes generales de la dinámica urbana.
Tras los casos particulares hay hechos generales, y el resultado es que ningún crecimiento urbano es
espontáneo, sino que las modificaciones de estructura se pueden explicar por las tendencias naturales de los
grupos dispersos en las diversas partes de la ciudad.
En fin, el hombre no sólo es el hombre de aquel país y de aquella ciudad, sino que es el hombre de un lugar
preciso y delimitado y no hay transformación urbana que no signifique también transformación de la vida de sus
habitantes. Pero estas reacciones no pueden ser simplemente previstas o fácilmente derivadas; acabaremos
atribuyendo al ambiente físico el mismo determinismo que el funcionalismo ingenuo ha atribuido a la forma.
Reacciones y relaciones son difícilmente individualizables de modo analítico; están comprendidas en la
estructura de los hechos urbanos.
Esta dificultad de individualización nos puede inducir a buscar un elemento irracional en el crecimiento de la
ciudad. Pero este crecimiento es tan irracional como cualquier obra de arte; el misterio estriba quizás y sobre
todo en la voluntad secreta e incontenible de las manifestaciones colectivas.
Así, la compleja estructura de la ciudad surge de un discurso cuyos puntos de referencia pueden parecer
abstractos. Quizás es exactamente como las leyes que regulan la vida y el destino de cada hombre; en toda
biografía hay motivos suficientes de interés, si bien toda biografía está comprendida entre el nacimiento y la
muerte.
Es cierto que la arquitectura de la ciudad, la cosa humana por excelencia, es el signo concreto de esta biografía;
aparte del significado y del sentimiento con los que la reconozcamos.

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