Espiritualidad Diaconal
Espiritualidad Diaconal
Espiritualidad Diaconal
El Diácono es, ante todo, un cristiano que como “hermano entre hermanos” está
incorporado por el bautismo al Pueblo de los Hijos de Dios y su vida está marcada por
su relación con el Padre y se desarrolla en el diálogo de la oración en un ambiente de
cercanía y confianza filial.
El Diácono, por el sacramento del Orden, queda configurado con Cristo Servidor y
destinado al servicio de la comunidad. De ahí, entonces, que su espiritualidad debe
estar siempre impregnada por la presencia del don del Espíritu y de la fidelidad a su
misión y en el ejercicio fiel de su ministerio encuentra su propio camino de santificación.
La primera misión del Diácono Permanente casado debe ser el servicio de su propia
familia como “Iglesia doméstica”. Así lo advertía San Pablo a los ministros casados de
sus comunidades: “Porque si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo
podrá cuidar de la Iglesia de Dios?” (1 Tim. 3.1-7). La familia es “una imagen viva” del
misterio de la Iglesia y en ella se encuentran los elementos constitutivos de la Iglesia:
Comunidad de fe, de oración y de amor.Y hacer presente a Cristo con el servicio a la
Palabra, a la oración y a la caridad en su propia familia, será la tarea primordial del
Diácono, porque:
· La familia diaconal es una comunidad de creyentes en la que se profesa la fe, se
celebra la fe y se da testimonio de la fe. Y como la fe nace de la Palabra, la familia
diaconal debe estar a la escucha de la palabra de Dios, meditarla y ponerla en práctica.
· La familia diaconal está llamada, de un modo especial, al diálogo con Dios mediante la
oración personal y comunitaria de todos sus miembros.
· La familia diaconal como “Iglesia doméstica”, ha de ser un testimonio vivo del amor a
Dios y a los hermanos, de acuerdo con el mandato de Jesús: “ámense unos a otros” (Jn
13. 34-35). Este será el signo de su identidad.
Por último, el Diácono deberá tener un Director Espiritual que le acompañe sabiamente
a resolver los conflictos, dudas y problemas que ciertamente irán surgiendo en el
desempeño de su ministerio y también para ayudar al discernimiento que le permita
conocerse a sí mismo y crecer en el seguimiento fiel del Maestro(cf. Directorio 58).
Por lo que se refiere al Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes,
éste tiene valor no sólo exhortativo sino, como también el precedente para los presbíteros,
reviste un carácter jurídicamente vinculante allí donde sus normas «recuerdan iguales
normas disciplinares del Código de Derecho Canónico», o «determinan los modos de
ejecución de las leyes universales de la Iglesia, hacen explícitas sus razones doctrinales e
inculcan o solicitan su fiel observancia».(1) En estos casos concretos, el Directorio debe ser
considerado como formal Decreto general ejecutivo (cf. can. 32).
Estos dos documentos, que son ahora publicados por autoridad de los respectivos
Dicasterios, aunque cada uno conserva su propia identidad y su valor jurídico específico, se
reclaman y se integran mutuamente, en virtud de su lógica continuidad, y se desea
vivamente que sean presentados, acogidos y aplicados siempre en su integridad. La
introducción, punto de referencia y de inspiración de toda la normativa, aquí publicada
conjuntamente, permanece indisolublemente ligada a ambos documentos.
Ésta se atiene a los aspectos históricos y pastorales del Diaconado Permanente, con
referencia específica a la dimensión práctica de la formación y del ministerio. Los elementos
doctrinales que sostienen las argumentaciones son los de la doctrina expresada en los
documentos del Concilio Vaticano II y en el sucesivo Magisterio pontificio.
Las normas, contenidas en los dos documentos, se refieren a los diáconos permanentes del
clero secular diocesano, aunque muchas de ellas, con las necesarias adaptaciones, deberán
ser tenidas en cuenta por los diáconos permanentes miembros de Institutos de vida
consagrada y de Sociedades de vida apostólica. INTRODUCCIÓN(2)
I. El ministerio ordenado
El sacramento del orden «configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu
Santo a fin de servir de instrumento a Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación recibe
la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en su triple
función de sacerdote, profeta y rey».(4)
Gracias al sacramento del orden la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles continúa
llevándose a cabo en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: éste es, pues, el sacramento del
ministerio apostólico.(5) El acto sacramental de la ordenación va más allá de una simple
elección, designación, encargo o institución por parte de la comunidad, ya que confiere un
don del Espíritu Santo, que permite ejercitar una potestad sacra, que puede venir sólo de
Cristo, mediante su Iglesia.(6) «El enviado del Señor habla y actúa no con autoridad propia,
sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a
ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y
ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo».
(7)
El sacramento del ministerio apostólico comporta tres grados. De hecho «el ministerio
eclesiástico de institución divina es ejercido en diversas categorías por aquellos que ya
desde antiguo se llaman obispos, presbíteros, diáconos».(8) Junto a los presbíteros y a los
diáconos, que prestan su ayuda, los obispos han recibido el ministerio pastoral en la
comunidad y presiden en lugar de Dios a la grey de la que son los pastores, como maestros
de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno.(9)
La naturaleza sacramental del ministerio eclesial hace que a él esté «intrínsecamente ligado
el carácter de servicio. En efecto, los ministros, en cuanto dependen totalmente de Cristo, el
cual confiere su misión y autoridad, son verdaderamente "siervos de Cristo" (cf. Rm 1, 11),
a imagen de él, que ha asumido libremente por nosotros «la condición de siervo» (Fil 2, 7)».
(10)
2. El servicio de los diáconos en la Iglesia está documentado desde los tiempos apostólicos.
Una tradición consolidada, atestiguada ya por S. Ireneo y que confluye en la liturgia de la
ordenación, ha visto el inicio del diaconado en el hecho de la institución de los «siete», de la
que hablan los Hechos del los Apostoles (6, 1-6). En el grado inicial de la sagrada jerarquía
están, por tanto, los diáconos, cuyo ministerio ha sido siempre tenido en gran honor en le
Iglesia.(14) San Pablo los saluda junto a los obispos en el exordio de la Carta a los
Filipenses (cf. Fil 1, 1) y en la Primera Carta a Timoteo examina las cualidades y las virtudes
con las que deben estar adornados para cumplir dignamente su ministerio (cf. 1 Tim 3, 8-
13).(15)
El Concilio de Trento dispuso que el diaconado permanente fuese restablecido, como era
antiguamente, según su propia naturaleza, como función originaria en la Iglesia.(20) Pero
tal prescripción no encontró una actuación concreta.
Pablo VI, para actuar las indicaciones conciliares, estableció, con la carta apostólica
«Sacrum diaconatus ordinem» (18 de junio de 1967),(22) las reglas generales para la
restauración del diaconado permanente en la Iglesia latina. El año sucesivo, con la
constitución apostólica «Pontificalis romani recognitio» (18 de junio de 1968),(23) aprobó el
nuevo rito para conferir las sagradas órdenes del episcopado, del presbiterado y del
diaconado, definiendo del mismo modo la materia y la forma de las mismas ordenaciones, y,
finalmente, con la carta apostólica «Ad pascendum» (15 de agosto de 1972),(24) precisó las
condiciones para la admisión y la ordenación de los candidatos al diaconado. Los elementos
esenciales de esta normativa fueron recogidos entre las normas del Código de derecho
canónico, promulgado por el papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1983.(25)
«Ha sido uno de los frutos del Concilio Ecuménico Vaticano II, querer restituir el diaconado
como grado propio y permanente de la jerarquía».(28) En base a «motivaciones ligadas a
las circunstancias históricas y a las perspectivas pastorales» acogidas por los Padres
conciliares, en verdad «obraba misteriosamente el Espíritu Santo, protagonista de la vida de
la Iglesia, llevando a una nueva actuación del cuadro completo de la jerarquía,
tradicionalmente compuesta de obispos, sacerdotes y diáconos. Se promovía de tal forma
una revitalización de las comunidades cristianas, más en consonancia con las que surgían de
las manos de los Apóstoles y florecían en los primeros siglos, siempre bajo el impulso del
Paráclito, como lo atestiguan los Hechos».(29)
1. Las primeras indicaciones sobre la formación de los diáconos fueron dadas en la Carta
apostólica « Sacrum diaconatus ordinem ».(1)
Posteriormente la Carta apostólica Ad pascendum precisó que « por lo que se refiere al curso
de los estudios teológicos, que debe preceder a la ordenación de los diáconos permanentes,
compete a las Conferencias Episcopales emanar, en base a las circunstancias del lugar, las
normas oportunas y someterlas a la aprobación de la Sagrada Congregación para la
Educación Católica ».(3)
El nuevo Código de Derecho Canónico integró los elementos esenciales de esta normativa en
el canon 236.
2. Unos treinta años después de las primeras indicaciones, y con las aportaciones de las
sucesivas experiencias, se ha creído ahora oportuno elaborar la presente Ratio
fundamentalis institutionis diaconorum permanentium. Su finalidad es ofrecer un
instrumento para orientar y armonizar, respetando las legítimas diferencias, los programas
educativos elaborados por las Conferencias Episcopales y por las diócesis, que, a veces,
resultan muy diferentes entre sí.
La desaparición casi total del diaconado permanente en la Iglesia de Occidente por más de
un milenio, ha hecho, ciertamente, más difícil la comprensión de la profunda realidad de
este ministerio. Sin embargo, no se puede decir que por ello la teología del diaconado
carezca de referencias autorizadas y se encuentre a merced de las diversas opiniones
teológicas. Las referencias existen, y son muy claras, si bien necesitan ser posteriormente
desarrolladas y profundizadas. A continuación, se señalan algunas consideradas como más
importantes, sin pretender indicarlas todas.
4. Ante todo es preciso considerar al diaconado, al igual que cualquier otra realidad
cristiana, en el interior de la Iglesia, entendida como misterio de comunión trinitaria en
tensión misionera. Es ésta una referencia necesaria en la definición de la identidad de todo
ministro ordenado, aunque no prioritaria, en cuanto que su plena verdad consiste en ser una
participación específica y una representación del ministerio de Cristo.(4) Es por esto que el
diácono recibe la imposición de las manos y es asistido por una gracia sacramental especial,
que lo injerta en el sacramento del orden.(5)
5. El diaconado es conferido por una efusión especial del Espíritu (ordenación), que realiza
en quien la recibe una específica conformación con Cristo, Señor y siervo de todos. La
Constitución dogmática Lumen gentium, n. 29, precisa, citando un texto de
las Constitutiones Ecclesiae Æegyptiacae, que la imposición de las manos al diácono no es «
ad sacerdotium sed ad ministerium »,(6) es decir, no para la celebración eucarística, sino
para el servicio. Esta indicación, junto con la advertencia de San Policarpo, recogida también
por Lumen gentium, n. 29,(7) traza la identidad teológica específica del diácono: él, como
participación en el único ministerio eclesiástico, es en la Iglesia signo sacramental específico
de Cristo siervo. Su tarea es ser « intérprete de las necesidades y de los deseos de las
comunidades cristianas » y « animador del servicio, o sea, de la diakonia »,(8) que es parte
esencial de la misión de la Iglesia.
6. La materia de la ordenación diaconal es la imposición de las manos por parte del Obispo;
la forma la constituyen las palabras de la oración consacratoria, que se articula en los tres
momentos de la anámnesis, de la epíclesis y de la intercesión.(9) La anámnesis (que recorre
la historia de la salvación centrada en Cristo) recuerda a los « levitas », refiriéndose al culto,
y a los « siete » de los Hechos de los Apóstoles, refiriéndose a la caridad. La epíclesis pide la
fuerza de los siete dones del Espíritu para que el ordenando esté en condiciones de imitar a
Cristo como « diácono ». La intercesión exhorta a una vida generosa y casta.
7. El diaconado, en cuanto grado del orden sagrado, imprime carácter y comunica una gracia
sacramental específica. El carácter diaconal es el signo configurativo-distintivo impreso
indeleblemente en el alma que configura a quien está ordenado a Cristo, quien se hizo
diácono, es decir, servidor de todos.10 Esto conlleva una gracia sacramental específica, que
es fuerza, vigor specialis, don para vivir la nueva realidad obrada por el sacramento. « En
cuanto a los diáconos, fortalecidos con la gracia del sacramento, en comunión con el obispo
y sus presbíteros, están al servicio del pueblo de Dios en ladiaconía de la liturgia, de la
palabra y de la caridad ».(11) Como en todos los sacramentos que imprimen carácter, la
gracia tiene una virtualidad permanente. Florece y reflorece en la medida en que es acogida
y re-acogida en la fe.
Desde el punto de vista disciplinar, por la ordenación diaconal, el diácono queda incardinado
en la Iglesia particular o en la prelatura personal para cuyo servicio fue promovido, o bien,
como clérigo, en un instituto religioso de vida consagrada o en una sociedad clerical de vida
apostólica.(13) La figura de la incardinación no representa un hecho más o menos
accidental, sino que se caracteriza como vínculo constante de servicio a una concreta
porción del pueblo de Dios. Esto implica la pertenencia eclesial a nivel jurídico, afectivo y
espiritual y la obligación del servicio ministerial.
9. El ministerio del diácono se caracteriza por el ejercicio de los tres munera propios del
ministerio ordenado, según la perspectiva específica de la diaconía.
Con referencia al munus docendi, el diácono está llamado a proclamar la Escritura e instruir
y exhortar al pueblo.(14) Esto se expresa por la entrega del libro de los Evangelios, prevista
en el rito mismo de la ordenación.(15)
10. Las líneas de la ministerialidad originaria del diaconado están, pues, como se deduce de
la antigua praxis diaconal y de las indicaciones conciliares, muy bien definidas. Pero, si dicha
ministerialidad originaria es única, son, en cambio, diversos los modelos concretos de su
ejercicio, que deberán ser sugeridos, en cada ocasión, por las diversas situaciones
pastorales de cada Iglesia. Modelos que, obviamente, habrán de tenerse en cuenta al
programar el iterformativo.
4. La espiritualidad diaconal
11. De la identidad teológica del diácono brotan con claridad los rasgos de su espiritualidad
específica, que se presenta esencialmente como espiritualidad de servicio.
El modelo por excelencia es Cristo siervo, que vivió totalmente dedicado al servicio de Dios,
por el bien de los hombres. El se reconoció profetizado en el siervo del primer canto
del Libro de Isaías (cf. Lc 4, 18-19), definió expresamente su acción como diaconía
(cf. Mt 20, 28; Lc 22, 27; Jn 13, 1-17; Fil 2, 7-8; 1 Pt 2, 21-25) y mandó a sus discípulos
hacer otro tanto (cf. Jn 13, 34-35; Lc 12, 37).
12. Obviamente, dicha espiritualidad deberá integrarse armónicamente en cada caso con la
espiritualidad correspondiente al propio estado de vida. Por lo cual, la misma espiritualidad
diaconal adquirirá connotaciones diversas según sea vivida por un casado, por un viudo, por
un célibe, por un religioso, por un consagrado en el mundo. El itinerario formativo deberá
tener en cuenta estas diversas modulaciones y ofrecer, según el tipo de candidato, caminos
espirituales diferenciados.
14. Para ayudar a las Conferencias Episcopales a trazar itinerarios formativos que, atentos a
las diversas situaciones particulares, estén sin embargo en sintonía con el camino universal
de la Iglesia, la Congregación para la Educación Católica ha preparado la presente Ratio
fundamentalis institutionis diaconorum permanentium, que busca ofrecer un punto de
referencia para precisar los criterios del discernimiento vocacional y los diferentes aspectos
de la formación. Dicho documento —conforme a su misma naturaleza— indica solamente
algunas líneas fundamentales de carácter general, que constituyen la norma que las
Conferencias Episcopales deberán tener en cuenta para la elaboración o la eventual mejora
de las respectivas rationes nacionales. De tal manera, y sin menoscabo de la creatividad y
singularidad de las Iglesias particulares, se indican los principios y los criterios sobre los que
puede programarse la formación de los diáconos permanentes con seguridad y en armonía
con las demás Iglesias.
1. La Iglesia y el Obispo
18. La formación de los diáconos, como la de los demás ministros y de todos los bautizados,
es una tarea que implica a toda la Iglesia. Ella, aclamada por el apóstol Pablo como « la
Jerusalén de arriba » y « nuestra madre » (Gal 4, 26), a semejanza de María, « mediante la
predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por
obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios ».(24) No solo: ella, imitando la maternidad de
María, acompaña a sus hijos con amor materno y cuida de todos para que todos lleguen a la
plena realización de su vocación.
En el cuidado de la Iglesia por sus hijos, el primer protagonista es, pues, el Espíritu de
Cristo. Es Él quien les llama, quien les acompaña y quien modela sus corazones para que
puedan reconocer su gracia y corresponder a ella generosamente. La Iglesia debe ser bien
consciente de esta dimensión sacramentalde su obra educadora.
19. En la formación de los diáconos permanentes, el primer signo e instrumento del Espíritu
de Cristo es el Obispo propio (o el Superior Mayor competente).(26) El es el responsable
último de su discernimiento y de su formación.(27) Él, aunque ejerciendo de ordinario dicha
tarea por medio de los colaboradores por él elegidos, se preocupará, sin embargo, en la
medida de lo posible, de conocer personalmente a los que se preparan al diaconado.
21. El director para la formación, nombrado por el Obispo (o por el Superior Mayor
competente) tiene la tarea de coordinar a las distintas personas comprometidas en la
formación, de presidir y animar toda la labor educativa en sus varias dimensiones, y de
relacionarse con las familias de los aspirantes y de los candidatos casados y con sus
comunidades de proveniencia. Además, tiene la obligación de presentar al Obispo (o al
Superior Mayor competente), y tras escuchar el parecer de los demás formadores,(28)
excluido el director espiritual, el juicio de idoneidad sobre los aspirantes para su admisión
entre los candidatos, y sobre los candidatos para su promoción al orden del diaconado.
Por sus decisivas y delicadas tareas, el director para la formación deberá ser elegido con
sumo cuidado. Debe ser hombre de fe viva y de fuerte sentido eclesial, tener amplia
experiencia pastoral y haber dado pruebas de prudencia, equilibrio y capacidad de
comunión; debe poseer, además, sólida competencia teológica y pedagógica.
22. El tutor, elegido por el director para la formación de entre los diáconos o presbíteros de
probada experiencia y nombrado por el Obispo (o por el Superior Mayor competente), es el
acompañante inmediato de cada aspirante y de cada candidato. Es el encargado de seguir
de cerca el camino de cada uno, ofreciéndole su ayuda y consejo para la solución de los
problemas que se presenten y para la personalización de los distintos períodos formativos.
Además, deberá colaborar con el director para la formación en la programación de las
diversas actividades educativas y en la elaboración del juicio de idoneidad que es preciso
presentar al Obispo (o al Superior Mayor competente). Según las circunstancias, el tutor
será responsable de una sola persona o de un grupo reducido.
23. El director espiritual lo elige cada aspirante o candidato, y deberá ser aprobado por el
Obispo o por el Superior Mayor. Su cometido es discernir la acción interior que el Espíritu
realiza en el alma de los llamados y, al mismo tiempo, acompañar y animar su conversión
continua. Deberá, además, dar consejos concretos para lograr la madurez de una auténtica
espiritualidad diaconal y ofrecer estímulos eficaces para adquirir las virtudes que a ella van
unidas. Por todo esto, anímese a los aspirantes y a los candidatos a confiarse para la
dirección espiritual sólo a sacerdotes de probada virtud, poseedores de sólida cultura
teológica, de profunda experiencia espiritual, de gran sentido pedagógico, de fuerte y
exquisita sensibilidad ministerial.
24. El párroco (u otro ministro) es elegido por el director para la formación de acuerdo con
el equipo de formadores, y teniendo en cuenta las diferentes situaciones de los candidatos.
Su misión es ofrecer a quien le ha sido confiado una viva comunión ministerial, e iniciarlo y
acompañarlo en las actividades pastorales que juzgue más idóneas para él; se preocupará,
además, de analizar periódicamente el trabajo realizado con el candidato, y de informar
sobre el desarrollo de su tirocinio al director para la formación.
3. Los profesores
25. Los profesores contribuyen notablemente a la formación de los futuros diáconos. En
efecto, mediante la enseñanaza del sacrum depositum custodiado por la Iglesia, nutren la fe
de los candidatos y los preparan para la tarea de maestros del pueblo de Dios. Por tal
motivo, no sólo deben esforzarse por adquirir la competencia necesaria y una suficiente
capacidad pedagógica, sino también por testimoniar con la vida la Verdad que enseñan.
26. Los aspirantes y los candidatos al diaconado permanente constituyen, por fuerza misma
de las cosas, un ambiente peculiar, una comunidad eclesial específica que influye
profundamente en la dinámica formativa.
De esta manera, la comunidad de formación de los diáconos permanentes podrá prestar una
valiosa ayuda a los aspirantes y a los candidatos al diaconado en el discernimiento de su
vocación, en la maduración humana, en la iniciación a la vida espiritual, en el estudio
teológico y en la experiencia pastoral.
Para los aspirantes y los candidatos más jóvenes, la familia puede ser una ayuda
extraordinaria. Se la invitará a « acompañar el camino formativo con la oración, el respeto,
el buen ejemplo de las virtudes domésticas y la ayuda espiritual y material, sobre todo en
los momentos difíciles... Incluso en el caso de padres y familiares indiferentes o contrarios a
la opción vocacional, la confrontación clara y serena con la posición del joven y los
incentivos que de ahí se deriven, pueden ser de gran ayuda para que la vocación... madure
de un modo más consciente y firme ».|(29) En cuanto a los aspirantes y a los candidatos
casados, deberá procurarse hacer que la comunión conyugal contribuya eficazmente a
fortalecer su camino de formación hacia la meta del diaconado.
6. El aspirante y el candidato
28. Finalmente, aquel que se prepara al diaconado « debe considerarse protagonista
necesario e insustituible de su formación: toda formación... es, en definitiva, una
autoformación ».(30)
La autoformación tiene su raíz en una firme decisión de crecer en la vida según el Espíritu
conforme a la vocación recibida, y se sustenta en la actitud humilde para reconocer las
propias limitaciones y los propios dones. II PERFIL DE LOS CANDIDATOS AL
DIACONADO PERMANENTE
29. « La historia de toda vocación sacerdotal, como también de toda vocación cristiana, es la
historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la
libertad del hombre que, en el amor, responde a Dios ».(31) Pero junto a la llamada de Dios
y a la respuesta del hombre, hay otro elemento constitutivo de la vocación y particularmente
de la vocación ministerial: la llamada pública de la Iglesia. « Vocari a Deo dicuntur qui a
legitimis Ecclesiæ ministris vocantur ».(32) La expresión no se debe tomar en sentido
prevalentemente jurídico, como si fuese la autoridad que llama la que determina la
vocación, sino en sentido sacramental, que considera a la autoridad que llama como el signo
y el instrumento de la intervención personal de Dios, que se realiza con la imposición de las
manos. En esta perspectiva, toda elección regular expresa una inspiración y representa una
elección de Dios. El discernimiento de la Iglesia es, por tanto, decisivo para la elección de la
vocación; y mucho más, por su significado eclesial, para elegir una vocación al ministerio
ordenado.
Dicho discernimiento debe realizarse según criterios objetivos, que aprovechen la antigua
tradición de la Iglesia y tengan en cuenta las necesidades pastorales actuales. En el
discernimiento de las vocaciones al diaconado permanente han de tenerse presentes los
requisitos que son de orden general y los que atañen al particular estado de vida de los
llamados.
1. Requisitos generales
30. El primer perfil diaconal lo encontramos trazado en la Primera Carta de San Pablo a
Timoteo: « También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino
ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se
les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos... Los diáconos
sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. Porque los que
ejercen bien el diaconado alcanzan un puesto honroso y grande entereza en la fe de Cristo
Jesús » (1 Tim 3, 8-10.12-13).
Las cualidades enumeradas por Pablo son prevalentemente humanas, como si quisiera decir
que los diáconos podrán ejercer su ministerio sólo si son modelos también humanamente
apreciados. Encontramos eco del reclamo de Pablo en otros textos de los Padres Apostólicos,
especialmente en la Didachè y en S. Policarpo. La Didachè exhorta: « Elegíos, pues, obispos
y diáconos dignos del Señor, hombres pacíficos, no amantes del dinero, veraces y probados
»,(33) y S. Policarpo aconseja: « Por tanto, en presencia de su justicia los diáconos deben
ser sin mancha, como ministros de Dios y de Cristo, y no de hombres; no calumniadores, ni
de doble palabra, ni amantes del dinero; tolerantes en todo, misericordiosos, diligentes;
procediendo conforme a la verdad del Señor que se hizo servidor de todos ».(34)
31. La tradición de la Iglesia ha ido completando y precisando más los requisitos que
confirman la autenticidad de una llamada al diaconado. En primer lugar, son los que se
requieren para las órdenes en general: « Sólo deben ser ordenados aquellos que... tienen
una fe íntegra, están movidos por recta intención, poseen la ciencia debida, gozan de buena
fama y costumbres intachables, virtudes probadas y otras cualidades físicas y psíquicas
congruentes con el orden que van a recibir ».(35)
32. El perfil de los candidatos se completa con algunas cualidades humanas específicas y
virtudes evangélicas exigidas por la diaconía. Entre las cualidades humanas hay que señalar:
la madurez síquica, la capacidad de diálogo y de comunicación, el sentido de
responsabilidad, la laboriosidad, el equilibrio y la prudencia. Entre la virtudes evangélicas
tienen especial relieve: la oración, la piedad eucarística y mariana, un sentido de
Iglesia humilde y fuerte, el amor a la Iglesia y a su misión, el espíritu de pobreza, la
capacidad de obediencia y de comunión fraterna, el celo apostólico, la servicialidad,(36) la
caridad hacia los hermanos.
33. Además, los candidatos al diaconado deben integrarse vitalmente en una comunidad
cristiana y haber practicado con laudable empeño obras de apostolado.
34. Pueden provenir de todos los ambientes sociales y ejercer cualquier actividad laboral o
profesional a condición de que ésta, según las normas de la Iglesia y del juicio prudente del
Obispo, no desdiga del estado diaconal.(37) Además, dicha actividad debe conciliarse en la
práctica con los compromisos de formación y el desempeño real del ministerio.
35. En cuanto a la edad mínima, el Código de Derecho Canónico prescribe que « el candidato
al diaconado permanente que no esté casado sólo puede ser admitido a este orden cuando
haya cumplido al menos venticinco años; quien esté casado, únicamente después de haber
cumplido al menos treinta y cinco años ».(38)
a) Célibes
36. « Por ley de la Iglesia, confirmada por el mismo Concilio Ecuménico, aquellos que desde
su juventud han sido llamados al diaconado están obligados a observar la ley del celibato ».
(40) Es esta una ley particularmente conveniente para el sagrado ministerio, a la que
libremente se someten aquellos que han recibido el carisma.
b) Casados
37. « Cuando se trate de hombres casados, es necesario cuidar que sean promovidos al
diaconado sólo quienes, después de muchos años de vida matrimonial, hayan demostrado
saber dirigir su propia casa, y cuya mujer e hijos lleven una vida verdaderamente cristiana y
se distingan por su honesta reputación ».(41)
No sólo. Además de la estabilidad de la vida familiar, los candidatos casados no pueden ser
admitidos « si no consta, además del consentimiento de la esposa, la probidad de sus
costumbres cristianas y que no hay nada en ella, aun en el orden natural, que resulte un
impedimento o un deshonor para el ministerio del marido ».(42)
c) Viudos
38. « Recibida la ordenación, los diáconos, incluso aquellos promovidos en edad más
madura, están inhabilitados para contraer matrimonio, en virtud de la disciplina de la Iglesia
».(43) Esto mismo es válido para los diáconos que han enviudado.(44) Ellos están llamados
a dar pruebas de solidez humana y espiritual en su estado de vida.
Además, otra condición para que los candidatos viudos puedan ser admitidos es que hayan
provisto o demuestren estar en condiciones de proveer adecuadamente al cuidado humano y
cristiano de sus hijos.
40. La decisión de comenzar el proceso de formación diaconal podrá ser tomada o por
iniciativa del propio aspirante o por una explícita propuesta de la comunidad a la que
pertenece el aspirante. En cualquier caso, tal decisión debe ser aceptada y compartida por la
comunidad.
2. El período propedéutico
41. Con la admisión entre los aspirantes al diaconado comienza un período propedéutico,
que deberá tener una duración conveniente. Es un período en el que se deberá iniciar a los
aspirantes en un más profundo conocimiento de la teología, de la espiritualidad y del
ministerio diaconales y se les invitará a un discernimiento más atento de su llamada.
42. Responsable del período propedéutico es el director para la formación quien, según los
casos, podrá confiar los aspirantes a uno o más tutores. Es de desear que, donde las
circunstancias lo permitan, los aspirantes constituyan una comunidad propia, con un ritmo
adecuado de encuentros y de oración, y que prevea también momentos comunes con la
comunidad de los candidatos.
El director para la formación cuidará de que cada aspirante sea acompañado por un director
espiritual aprobado, y mantendrá contactos con el párroco de cada uno (u otro sacerdote) a
fin de programar el tirocinio pastoral. Procurará, también, relacionarse con las familias de
los aspirantes casados para cerciorarse de su disposición para aceptar, compartir y
acompañar la vocación de su familiar.
43. El programa del período propedéutico, por norma, no debería prever lecciones escolares,
sino encuentros de oración, conferencias, momentos de reflexión y de intercambio
orientados a favorecer la objetividad del discernimiento vocacional, según un plan bien
estructurado.
Procúrese, ya en este período, implicar, en cuanto sea posible, a las esposas de los
aspirantes.
44. Los aspirantes, a tenor de los requisitos exigidos para el ministerio diaconal, deben ser
invitados a realizar un discernimiento libre y responsable, sin dejarse condicionar ni por
intereses personales ni por presiones externas de cualquier tipo.(47)
Por su parte, el Obispo (o el Superior Mayor competente) inscribirá entre los candidatos al
diaconado sólo a aquellos de los que haya conseguido, sea en virtud de su conocimiento
personal, sea por los informes recibidos de los educadores, la certeza moral de idoneidad.
45. La admisión de los candidatos al orden del diaconado se realiza mediante un rito
litúrgico particular, « con el cual el que aspira al diaconado o al presbiterado manifiesta
públicamente su voluntad de ofrecerse a Dios y a la Iglesia para ejercer el orden sagrado; la
Iglesia, por su parte, al recibir este ofrecimiento, lo elige y lo llama para que se prepare a
recibir el orden sagrado, y de este modo sea admitido regularmente entre los candidatos al
diaconado ».(48)
46. El Superior competente para esta aceptación es el Obispo propio, o el Superior Mayor
para los miembros de un Instituto religioso clerical de derecho pontificio o de una Sociedad
clerical de vida apostólica de derecho pontificio.(49)
47. Por su carácter público y su significado eclesial, el rito debe ser valorado
adecuadamente, y celebrado, a ser posible, en día festivo. El aspirante debe prepararse a él
con un retiro espiritual.
48. El rito litúrgico de admisión debe ir precedido de una petición de adscripción entre los
candidatos, escrita y firmada manuscrita por el mismo aspirante, y aceptada por escrito por
el Obispo propio o Superior Mayor a quien es dirigida.(50)
4. El tiempo de la formación
49. Para todos los candidatos, el período de formación debe durar al menos tres años,
además del período propedéutico.(51)
50. El Código de Derecho Canónico prescribe que los candidatos jóvenes reciban su
formación « permaneciendo al menos tres años en una residencia destinada a esa finalidad,
a no ser que el Obispo diocesano por razones graves determine otra cosa ».(52) Para la
creación de dichas residencias « los Obispos de una misma nación, o, si fuese necesario,
también los de diversas naciones —según las circunstancias— habrán de unir sus esfuerzos.
Elíjanse, para dirigirlas, a superiores particularmente idóneos y establézcanse normas
esmeradísimas relativas a la disciplina y al ordenamiento de los estudios ».(53) Procúrese
que estos candidatos se relacionen con los diáconos de su diócesis de procedencia.
51. Para los candidatos de edad madura, célibes o casados, el Código de Derecho
Canónico prescribe que reciban su formación « según el plan de tres años establecido por la
Conferencia Episcopal ».(54) Este debe llevarse a cabo, donde las circunstancias lo
permitan, en el contexto de una viva participación en la comunidad de los candidatos,
contando con un calendario concreto de encuentros de oración y de formación y, además, de
momentos comunes con la comunidad de los aspirantes.
Para organizar la formación de estos candidatos son posibles varios modelos. A causa de sus
compromisos laborales y familiares, los modelos más comunes prevén los encuentros
formativos y académicos en las horas de la tarde, durante el fin de semana, en los períodos
de vacación, o combinando las diversas posibilidades. Donde los factores geográficos
presenten dificultades especiales, se deben pensar otros modelos, que se desarrollen en un
período de tiempo más largo, o se sirvan de los medios modernos de comunicación.
53. En los casos en que los itinerarios mencionados no se sigan o sean impracticables, « el
aspirante debe ser confiado para su educación a algún sacerdote de eminente virtud que lo
tome bajo su cuidado, lo instruya y pueda dar constancia de su prudencia y madurez. Hay
que atender, pues, siempre y con diligencia a que sean admitidos a este orden sagrado
solamente hombres idóneos y experimentados ».(55)
54. En todos los casos, el director para la formación (o el sacerdote encargado) vigile para
que durante todo el tiempo de formación cada candidato sea fiel a su compromiso de
dirección espiritual con el propio director espiritual aprobado. Además, procure acompañar,
evaluar, y, si fuera preciso, modificar el tirocinio pastoral de cada uno de los candidatos.
55. El programa de formación, sobre el cual se dará alguna orientación general en el capítulo
siguiente, deberá integrar armónicamente las diversas dimensiones formativas (humana,
espiritual, teológica y pastoral), estar bien fundamentado teológicamente, tener una
específica finalización pastoral y adaptarse a las necesidades y a los planes pastorales
locales.
56. Se deberá implicar, en las formas que se consideren oportunas, a las esposas y a los
hijos de los candidatos casados, y asimismo también a las comunidades de procedencia. En
particular, prevéase para las esposas de los candidatos un programa de formación
específico, que las prepare a su futura misión de colaboración y de apoyo al ministerio del
marido.
58. Los aspirantes al lectorado y al acolitado, por sugerencia del director para la formación,
dirigirán una petición de admisión, libremente escrita y firmada, al Ordinario (el Obispo o el
Superior Mayor), al que compete aceptarla.(59) Realizada la aceptación, el Obispo o el
Superior Mayor procederá a conferir los ministerios, según el rito del Pontifical Romano.(60)
59. Entre la colación del lectorado y del acolitado, es oportuno que transcurra cierto período
de tiempo para que el candidato pueda ejercer el ministerio recibido.(61) « Entre el
acolitado y el diaconado debe haber un espacio por lo menos de seis meses ».(62)
6. La ordenación diaconal
60. Al finalizar el período formativo, el candidato que, de acuerdo con el director para la
formación, crea reunir los requisitos necesarios para ser ordenado, puede dirigir al propio
Obispo o al Superior Mayor competente « una declaración redactada y firmada de su puño y
letra, en la que haga constar que va a recibir el orden espontánea y libremente, y que se
dedicará de modo perpetuo al ministerio eclesiástico, al mismo tiempo que solicita ser
admitido al orden que aspira a recibir ».(63)
61. Junto con esta petición el candidato debe entregar los certificados de bautismo, de
confirmación, de haber recibido los ministerios a los que se refiere el can. 1035 y de haber
realizado regularmente los estudios prescritos por el can. 1032.(64) Si el ordenando que
debe ser promovido está casado, debe presentar, además, los certificados de matrimonio y
del consentimiento de su mujer.(65)
63. Antes de la ordenación, el candidato célibe debe asumir públicamente la obligación del
celibato, según la ceremonia prescrita; (69) a esto está también obligado el candidato
perteneciente a un Instituto de vida consagrada o a una Sociedad de vida apostólica que
haya emitido los votos perpetuos, u otras formas de compromiso definitivo, en el Instituto o
Sociedad.(70) Todos los candidatos están obligados a hacer personalmente, antes de la
ordenación, la profesión de fe y el juramento de fidelidad, según las fórmulas aprobadas por
la Sede Apostólica, en presencia del Ordinario del lugar o de su delegado.(71)
64. « Cada uno sea ordenado... para el diaconado por el propio Obispo o con legítimas
dimisorias del mismo ».(72) Si el promovido pertenece a un Instituto religioso clerical de
derecho pontificio o a una Sociedad clerical de vida apostólica de derecho pontificio compete
al Superior Mayor concederle las cartas dimisorias.(73)
65. La ordenación, realizada según el rito del Pontifical Romano,(74) debe celebrarse, de
preferencia, dentro de una Misa solemne en domingo o en una fiesta de precepto, y
generalmente en la catedral.(75) Los ordenandos « deben hacer ejercicios espirituales, al
menos durante cinco días, en el lugar y de la manera que determine el Ordinario ».(76)
Durante el rito dése un realce especial a la participación de las esposas y de los hijos de los
ordenandos casados. IV LAS DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN DE LOS DIÁCONOS
PERMANENTES
1. Formación humana
66. La formación humana tiene por fin modelar la personalidad de los sagrados ministros de
manera que sirvan de « puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con
Jesucristo Redentor del hombre ».(77) Por tanto, deben ser educados para adquirir y
perfeccionar una serie de cualidades humanas que les permitan ganarse la confianza de la
comunidad, ejercer con serenidad el servicio pastoral y facilitar el encuentro y el diálogo.
Análogamente a cuanto la Pastores dabo vobis señala para la formación de los sacerdotes,
también los candidatos al diaconado deberán ser educados « a amar la verdad, la lealtad, el
respeto a la persona, el sentido de la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la verdadera
compasión, la coherencia y, en particular, al equilibrio de juicio y de comportamiento ».(78)
67. De particular importancia para los diáconos, llamados a ser hombres de comunión y de
servicio, es la capacidad para relacionarse con los demás. Esto exige que sean afables,
hospitalarios, sinceros en sus palabras y en su corazón, prudentes y discretos, generosos y
disponibles para el servicio, capaces de ofrecer personalmente y de suscitar en todos
relaciones leales y fraternas, dispuestos a comprender, perdonar y consolar.(79) Un
candidato que fuese excesivamente encerrado en sí mismo, huraño e incapaz de mantener
relaciones normales y serenas con los demás, debería hacer una profunda conversión antes
de poder encaminarse decididamente por la vía del servicio ministerial.
68. En la base de la capacidad de relación con los demás está la madurez afectiva, que
deben alcanzar con un amplio margen de seguridad tanto el candidato célibe como el
casado. Dicha madurez supone en ambos tipos de candidatos el descubrimiento de la
centralidad del amor en la propia existencia y la lucha victoriosa sobre el propio egoísmo. En
realidad, como escribe el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Redemptor hominis « el hombre
no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está
privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo
experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente ».(80) Se trata de un amor,
dice el Papa en la Pastores dabo vobis, que compromete a toda la persona, a nivel físico,
psíquico y espiritual y que exige, por tanto, pleno dominio de la sexualidad, que debe ser
verdadera y plenamente personal.(81)
Para los candidatos célibes, vivir el amor significa ofrecer la totalidad del propio ser, de las
propias energías y de la propia solicitud a Jesucristo y a la Iglesia. Es una vocación
comprometedora, que debe tener en cuenta las inclinaciones de la afectividad y los impulsos
del instinto, y que, por tanto, necesita de renuncia y de vigilancia, de oración y de fidelidad
a una regla de vida bien precisa. Una ayuda decisiva puede venir de la existencia de
verdaderas amistades, que representan una valiosa ayuda y un providencial apoyo para vivir
la propia vocación.(82)
Para los candidatos casados, vivir el amor significa entregarse a sí mismo a la propia esposa,
en una pertenencia recíproca, con un vínculo total, fiel e indisoluble, a imagen del amor de
Cristo a su Iglesia; significa al mismo tiempo acoger a los hijos, amarlos y educarlos, e
irradiar la comunión familiar a toda la Iglesia y a toda la sociedad. Es una vocación puesta
hoy a dura prueba por la preocupante degradación de algunos valores fundamentales y por
la exaltación del hedonismo y de un falso concepto de libertad. Para ser vivida en su
plenitud, la vocación a la vida familiar debe ser alimentada por la oración, por la liturgia y
por el diario ofrecimiento de sí mismo.(83)
69. Condición para una verdadera madurez humana es la formación para una libertad que se
presenta como obediencia a la verdad del propio ser. « Entendida así, la libertad exige que
la persona sea verdaderamente dueña de sí misma, decidida a combatir y superar las
diversas formas de egoísmo e individualismo que acechan a la vida de cada uno, dispuesta a
abrirse a los demás, generosa en la entrega y en el servicio del prójimo ».(84) La formación
para la libertad incluye también la educación de la conciencia moral, que prepara a escuchar
la voz de Dios en lo profundo del corazón y a adherirse firmemente a su voluntad.
70. Estos múltiples aspectos de la madurez humana —cualidades humanas, capacidad para
relacionarse, madurez afectiva, formación para la libertad y educación de la conciencia moral
— deberán tomarse en consideración teniendo en cuenta la edad y la formación que ya
poseen los candidatos y ser planificados con programas personalizados. El director para la
formación y el tutor intervendrán en la parte que les compete; el director espiritual no
dejará de tomar en consideración estos aspectos y comprobarlos en los coloquios de
dirección espiritual. Son útiles, también, encuentros y conferencias que ayuden a la revisión
personal y motiven a alcanzar la madurez. La vida comunitaria —aunque organizada de
diversas formas— constituirá un ambiente privilegiado para el examen y la corrección
fraterna. En los casos en que a juicio de los formadores fuese necesario, se podrá recurrir,
con el consentimiento de los interesados, a una consulta sicológica.
2. Formación espiritual
74. Otro elemento que distingue la espiritualidad diaconal es la Palabra de Dios, de la que el
diácono está llamado a ser mensajero cualificado, creyendo lo que proclama, enseñando lo
que cree, viviendo lo que enseña.(85) El candidato deberá, por tanto, aprender a conocer la
Palabra de Dios cada vez más profundamente y a buscar en ella el alimento constante de su
vida espiritual, mediante el estudio detenido y amoroso y la práctica diaria de la lectio
divina.
76. El diácono, en fin, encarna el carisma del servicio como participación en el ministerio
eclesiástico. Esto tiene repercusiones importantes para su vida espiritual, que deberá
caracterizarse por las notas de la obediencia y de la comunión fraterna. Una auténtica
formación para la obediencia, lejos de perjudicar los dones recibidos con la gracia de la
ordenación, garantizará al impulso apostólico la autenticidad eclesial. La comunión con los
hermanos ordenados, presbíteros y diáconos es, a su vez, un bálsamo que sostiene y
estimula la generosidad en el ministerio. El candidato deberá, por lo tanto, ser formado en el
sentido de pertenencia al cuerpo de los ministros ordenados, en la colaboración fraterna con
ellos y en la condivisión espiritual.
77. Medios para esta formación son los retiros mensuales y los ejercicios espirituales
anuales; las instrucciones programadas según un plan orgánico y progresivo, que tenga en
cuenta las diversas etapas de la formación; el acompañamiento espiritual, que debe poder
ser asiduo. Misión particular del director espiritual es ayudar al candidato a discernir los
signos de su vocación, a vivir en una actitud de conversión continua, a adquirir los rasgos
propios de la espiritualidad diaconal, alimentándose en los escritos de la espiritualidad
clásica y de los santos, y a realizar una síntesis armónica entre el estado de vida, la
profesión y el ministerio.
78. Provéase, además, para que las esposas de los candidatos casados crezcan en el
conocimiento de la vocación del marido y de su propia misión junto a él. Para ello,
invíteselas a participar regularmente en los encuentros de formación espiritual.
Igualmente se procurará llevar a cabo iniciativas apropiadas para sensibilizar a los hijos al
ministerio diaconal.
3. Formación doctrinal
a) la necesidad de que el diácono sea capaz de dar razón de su fe y adquiera una fuerte
conciencia eclesial;
c) la importancia de que adquiera la capacidad para enjuiciar las situaciones, y para realizar
una adecuada inculturación del Evangelio;
81. Teniendo en cuenta los anteriores criterios, los contenidos que se deberán tener en
consideración son: (87)