Forma Del Acto Jurídico.
Forma Del Acto Jurídico.
Forma Del Acto Jurídico.
Forma significa manifestación externa de la voluntad. Nos dice BLANCO MORALES que
existe una tensión entre formalismo y espiritualismo, siendo una constante en la evolución
jurídica dentro de un mismo sistema y aún más en la comparación, enríe ordenamientos
jurídicos. Las razones que lo explican son de muy diversa índole, dependiendo finalmente
de la tradición jurídica y de las motivaciones de la política legislativa que, en cada momento
y en cada país deben equilibrar la libertad de forma, potencia exponencial de la autonomía
de la voluntad y su sometimiento a formalidades que la limitan y garantizan. En suma, el
principal problema que la forma plantea es el de la libertad formal y sus posibles límites y
controles.
Los autores difieren en lo que respecta a la libertad de que gozan las partes pata elegir la
ley aplicable a la forma de su contrato, pues mientras para BATIFFOL estas solo pueden
escoger entre la ley de fondo del contrato y la ley del lugar de celebración, otros, como
BOGGIANO por ejemplo, van más lejos al establecer que las partes pueden elegir cualquier
ley, con la única limitación de respetar la forma establecida inflexiblemente por las leyes de
policía.
Nos dice GARCÍA CALDERÓN que conviene distinguir, entre los actos auténticos, los actos
privados y los actos solemnes. Los primeros son aquellos para cuya celebración interviene
un funcionario público, teniendo en este caso la regla locus regit actum, un carácter
imperativo. Los actos privados son aquellos para los cuales no se exige formalidad alguna,
estando regidos por la regla locus regit actum, en forma facultativa. Finalmente, los actos
solemnes son aquellos en los cuales deben llevarse obligatoria-mente ciertas formalidades
para que puedan tener validez y existencia legal.
B) FUNCIONES DE LA FORMA.
En lo que respecta a las funciones de la forma, se puede decir en términos generales que
sirven, según BLANCO MORALES para:
Dicho, en otros términos, las formas legales se deben enfocar en nuestros días no ya desde
la perspectiva de su idoneidad para acreditar la realidad de los hechos que ellas abordan,
(segundad identificadora), sino desde la perspectiva de la información concientizadora,
como auxilio de la formación libre de la voluntad, (seguridad equitativa).
La redacción de este artículo es idéntica al artículo XX del Título Preliminar del Código Civil
peruano de 1936, y al artículo XLIJ del Título Preliminar del Proyecto VEGA GARCÍA,
difiriendo del artículo 70° de la Propuesta Sustitutoria de la doctora REVOREDO MARSANO,
según la cual: “La forma de los actos jurídicos y de los instrumentos se regula por la ley que
rige el contenido de la relación correspondiente. Sin embargo, es suficiente la observancia
de la ley del lugar donde se realicen u otorguen, salvo que la ley del contenido de la relación
jurídica exigiera, bajo pena de nulidad o ineficacia, la observancia de una forma
determinada inclusive en el caso de que el acto se realizara o el instrumento se otorgara en
el extranjero. Cuando los instrumentos sean otorgados ante funcionarios diplomáticos o
consulares del Perú, se observarán las solemnidades de la ley peruana”.
Para precisar los alcances de la regla locus regit actum es necesario diferenciar dos tipos de
leyes: la que impone o exime de la forma y aquella a cuyo amparo se realiza. La ley
impositiva o extensiva de la forma debe ser necesariamente la ley que rige el fondo del
contrato, sea que se trate de formas públicas o privadas, y la que juzga, por tanto, la
equivalencia entre la forma impuesta y la realizada. Sin embargo, tratándose de contratos
que versen sobre derechos reales, respecto a los cuales la ley que rige el fondo no sea la lex
rei sitae, la imposición o exención de la forma debe regirse, en primer lugar, por esta última
ley.
En conclusión: la ley de autonomía que determina la ley rectora del contrato es la que rige
el requisito formal, precisando la necesidad de una determinada forma, su realización y las
consecuencias de su omisión; mientras que la perfección del instrumento formalmente
requerido se rige facultativamente por la ley del lugar de conclusión del contrato. Cuando
los instrumentos sean otorgados ante funcionarios diplomáticos o consulares del Perú, se
observarán las solemnidades de la ley peruana.
Coincidimos con la conclusión de las autoras citadas, la misma que debería servir de base
para la modificación del artículo 2094° del Código Civil.
Etimológicamente significa que el lugar rige al acto interpretándose que se trata del de su
celebración. La doctrina precisó con acierto que la ley del lugar de celebración del acto rige
su propio instrumento.
Tengamos en cuenta antes de comenzar con este interesante tema, la definición del
acto jurídico, en nuestro caso y me refiero al Derecho Civil Peruano, se encuentra
definido en el artículo 140 del Código Civil, el cual lo define como la manifestación
de voluntad destinado a crear, regular, modificar o extinguir relaciones jurídicas y
que esta manifestación de voluntad debe cumplir con ciertos requisitos los cuales
son los siguientes: agente capaz, fin lícito, objeto físicamente y jurídicamente
posible y la observancia de la forma prescrita bajo sanción de nulidad.
Ciertos autores manifiestan que debería desligarse del concepto contenido en el 140
del CC, la manifestación de la voluntad y que la misma debería constar en el mismo
artículo, pero como un requisito más, particularmente creo que dichas opiniones
están de más, pues de una simple lectura se entiende que es necesaria la
manifestación de la voluntad para la realización del acto jurídico no siendo necesario
que esta conste en algún inciso del art. 140 del CC., como un requisito más. Sobre la
manifestación de la voluntad es importante tener en cuenta lo indicado por
Martínez Carranza, el cual expresa que esta debe realizarse de alguna forma
(expresa o tácitamente) o bien por el silencio, o inducirse por alguna presunción de
la ley, para que el derecho pueda tener en cuenta la voluntad está ha de revestirse
de alguna forma.
Entonces, ¿Qué es forma?, Messineo afirma que la forma es el aspecto exterior que
asume la declaración de voluntad, y que por consiguiente es un elemento
indispensable ya que, sin una forma, la declaración de voluntad no podría emitirse
Lo mismo no ocurre con las formas documentales que requieren de una plasmación
material, o sea, que la exteriorización de la voluntad se haga por escrito o por
cualquier otro medio de comunicación que se plasme materialmente, sea de manera
mecánica, electrónica o por cualquier otro medio que materialice la manifestación.
Con quien coincido plenamente y considero es importante es la opinión del Dr.
Lohmann Luca de Tena, quien diferencia entre forma y formalidad, considerando a
las formalidades como particulares exigencias adicionales a la exteriorización
normal de la voluntad.
Agrega que toda voluntad con existencia jurídica requiere de una estructura (forma)
que la evidencie, pero esta estructura no siempre debe tener ritos especiales
(formalidad). Atendiendo a la forma como formalidad, la doctrina moderna
recomienda referirse mejor a negocios con forma vinculada y negocios con forma
libre, antes que a la clásica bipartición de negocios.
Como dice BETTI, en la vida de relación un acto no es reconocible a los otros sino a
través de su forma. Por eso no hay negocio o acto jurídico que no tenga una forma
determinada, por sencilla que ésta sea, aunque se trate de una mera manifestación
del consentimiento, y también por eso, cuando se habla de negocios formales y no
formales, no debe creerse que existen negocios en los que se puede prescindir de la
forma. Esto es claro pues todo acto jurídico tiene una forma desde que esta es
considerada como el medio de exteriorización de la voluntad interna por lo cual la
forma de manifestación puede ser escrita, verbal, virtual, etc.; por lo cual en la
actualidad la diferencia entre actos formales y no formales es desatinada.
Sobre lo antes manifestado el Dr. Vidal, en su obra “El Acto Jurídico”, nos explica
que el formalismo moderno, o neoformalismo12, tiene su razón de ser en los
inconvenientes de la consensualidad, entendida esta como la manifestación de
voluntad despejada de todo formalismo. Colin y Capitan sustentan el neoformalismo
en los siguientes fundamentos:
b) Artículo 143.- Libertad de forma Cuando la ley no designe una forma específica
para un acto jurídico, los interesados pueden usar la que juzguen conveniente.
Es así que las partes pueden decidir qué forma utilizar para manifestar su voluntad
y probar la existencia del acto celebrado. Esto último será comentado en los párrafos
siguientes. El ponente del libro II del Código Civil, denomina a la libertad de formas
como: Forma Voluntaria e indica que esta es la forma que los interesados adoptan
en ejercicio de su autonomía de la voluntad. Es la forma también llamada libre o
convencional, que preferimos denominar voluntaria porque es indicativa de la
libertad para su adopción y, porque pudiendo resultar de la conveniencia es, por
ende, voluntaria.
Sigue el ponente del libro II del Código Civil, explicando que la noción de forma
voluntaria se vincula, obviamente, a la de los actos de forma voluntaria, que se
caracterizan por su consensualidad, es decir, por perfeccionarse con la sola voluntad
del o de los celebrantes, sin que la declaración deba revestir formalidades
predeterminadas por la ley, como, por ejemplo, la compraventa, que se formaliza
con el solo consentimiento de las partes (art. 1529) o el arrendamiento de un bien
(art. 166619), pero en los que los contratantes deciden hacerlo mediante
documento e, incluso, por escritura. La forma voluntaria opera también cuando se
señala una forma como la verbal y los interesados optan por una forma documental,
como en el caso de la donación de un bien de escaso valor que el Código Civil
permite que se realice verbalmente (art. 1623) pero el donante decide hacerla por
escrito. De la misma manera, la forma voluntaria opera cuando la forma prescrita se
refiere a la escrita, como en el caso de la donación de un bien mueble de valor
considerable (art. 162421) y que el donante decide hacerla por escritura pública.
Del texto del art. 144 se desprende dos tipos de forma del acto jurídico. La forma
probatoria y la forma solemne. Con lo dispuesto en este artículo se da respuesta a
la pregunta: ¿Cómo saber si estamos frente a una forma probatoria o a una forma
solemne?, la respuesta es la siguiente: Si la ley señala una forma sin sancionar su
inobservancia con la nulidad del acto, es probatoria; si la ley señala una forma
sancionando su inobservancia con la nulidad del acto, es solemne.
«Emilio Betti plantea el problema en sus justos términos: los interesados pueden
convenir en que se introduzcan requisitos de forma en un contrato para el que la ley
no señale forma alguna o bien reforzar los requisitos de forma que la ley establece
(así, por ejemplo, elevar al rango sustancial lo que la ley no considera como tal) ».30.
Aquí obviamente el jurista Emilio Betti no distingue forma de formalidad, no
olvidemos que todos los actos jurídicos tienen forma pero que muy pocos tienen
formalidad.
d) Formalidad Ad Solemnitatem.
Sobre el particular, Aníbal Torres Vásquez manifiesta que «La solemnidad vale el
acto jurídico mismo; es un elemento constitutivo del acto y, por consiguiente, el
único medio probatorio de su existencia».La formalidad ad solemnitatem está
dirigida a dotar de eficacia constitutiva al negocio.
Solo por excepción el Derecho exige una solemnidad para que la declaración de
voluntad llegue a ser eficiente, esto es, para que el acto jurídico llegue a existir
válidamente (forma dat ese rei), ya que lo normal es que cualquier manifestación
inequívoca de voluntad sea suficiente. La función del acto solemne, conectada con
la oportunidad de predisponer una documentación y de tener certeza del exacto
contenido de la declaración es, sobre todo, la de llamar la atención del agente sobre
la importancia del acto que está por hacer; en efecto, la solemnidad es exigida por
la ley para los actos de disposición o gravamen del declarante, para el testamento y
para algunos de los más importantes actos de Derecho de familia. Cuando la forma
está establecida como un elemento constitutivo del acto jurídico, éste no se
perfecciona sino cuando la declaración está rodeada de la solemnidad necesaria
exigida por la ley.
Así pues, el Dr. Torres Vásquez, nos hace recordar que las solemnidades exigidas por
la ley para dar vida al acto jurídico deben observarse al tiempo de su formación. Si
con posterioridad a la conclusión del acto la formalidad desaparece, eso no puede
afectar su validez. Por ejemplo, se celebra un matrimonio cumpliendo con todos los
trámites establecidos en los artículos 248 a 268 (trámites que constituyen
formalidades, cuyo incumplimiento da lugar a la nulidad del matrimonio –art. 274.8-
), si después algunas o todas estas formalidades desaparecen por sustracción, robo,
hurto, por una inundación, un bombardeo, etc., no por eso se puede afirmar que el
matrimonio se ha disuelto. Habrá si la necesidad de probar que el acto realmente se
realizó.
El acotado inciso 4 del artículo 140 tiene su antecedente en el inciso 3 del artículo
1075 del Código Civil de 1936, pero hace precisión en cuanto a la sanción de nulidad
que no hizo su antecedente, que se limitó a señalar tan solo la “observancia de la
forma prescrita o no prohibida por ley” siguiendo la fórmula del artículo 82 del
Código brasileño de 1916.
e) Formalidad Ad Probationem.
En ese sentido, podemos recordar el aforismo: Verba volant, scripta manentl. Las
palabras desaparecen, los escritos permanecen.
El documento ad probationem fijado por la ley o por las partes tiene por única
finalidad facilitar la existencia o el contenido de un acto jurídico que se presupone
celebrado y perfeccionado antes de su documentación, por la sola manifestación de
voluntad de las partes. Siendo el acto jurídico prexistente al documento que lo
contiene. Al ser el documento un simple medio de prueba de las declaraciones de
voluntad emitidas por las partes, puede concurrir en su función de prueba
(declaración de parte, declaración de testigos, pericia, inspección judicial, auxilios
técnicos o científicos), los mismos que pueden modificar lo que resulte del
documento que quedará sin eficacia probatoria. Por ejemplo, si en el documento
que contiene un contrato de mutuo se declara que el mutuatario recibió mayor
cantidad que la verdaderamente entregada por el mutuante, el contrato se entiende
celebrado por la cantidad verdaderamente prestada, si es que se ha quedado
debidamente con la declaración del mutuante u otro medio de prueba idóneo,
quedando el mutuo sin efecto en cuanto al exceso (art. 1664).
La norma (Art. 144 CC., Peruano) fue propuesta por Manuel de la Puente y Susana
Zusman en su ponencia ante la Comisión Reformadora53, quienes en su Exposición
de Motivos54 expresaron que siendo conocida la dificultad para determinar cuando
la forma era ad probationem y cuando tenía carácter ad solemnitatem, la norma que
proponía optaba por establecer que la forma que tiene, como regla general, carácter
ad probationem y que solo cuando la ley sanciona con nulidad la inobservancia de
la forma esta tiene carácter ad solemnitatem, pues “conviene defender lo más
posible la existencia del acto jurídico y evitar que defectos de forma, que en muchos
casos son de importancia secundaria, puedan dar lugar a la invalidez del acto. En
consecuencia, cuando el legislador quiera que el incumplimiento de la forma de
lugar a la nulidad del acto jurídico, deberá decirlo así expresamente en el texto legal.
Si no lo hace, la forma servirá solo para probar la existencia del acto”.
f) Ventajas y Desventajas.
El profesor trujillano Reyna Mantilla en su obra Acto Jurídico hace mención a la
posición de la doctrina, sobre los inconvenientes y ventajas de la forma, entre los
principales inconvenientes de la forma se señalan los siguientes:
Del otro lado, la doctrina en general considera que el formalismo ofrece muchas
ventajas como las siguientes:
En este punto no quiero dejar de mencionar dos ventajas también importantes pero
que en esta oportunidad son alcances del Dr. Torres Vásquez, el primero de ellos, es
que el formalismo protege a los terceros por medio de la publicidad, la cual permite
el conocimiento del acto por parte de terceros. Para el cumplimiento de las
formalidades de publicidad, el escrito es indispensable, porque no se puede publicar
sino aquello que se ha dejado constancia escrita. El acto jurídico tiene siempre una
repercusión social. Si bien es cierto que, por regla, el acto jurídico solamente vincula
a las partes, por cuanto no crea derechos ni deberes en beneficio o a cargo de
terceros, ello no impide que la existencia del acto se imponga a terceros, quienes
deben respetarlo, no pudiendo hacer nada que perjudique a los otorgantes ni alegar
que no están obligados a tomar en cuenta el acto jurídico ajeno. Está plenamente
justificado que el ordenamiento jurídico disponga que en ciertos casos el acto es
oponible a terceros sólo si se ha adoptado una medida publicitaria (por ejemplo,
mediante la inscripción en los registros públicos). La segunda ventaja según este
autor peruano es similar a la expuesta por el jurista español Diez Picazo sobre la
tutela de prevención contra las decisiones poco meditadas, el autor peruano expone
que la forma solemne protege a los otorgantes contra las decisiones precipitadas,
llevadas a cabo sin una reflexión suficiente. La solemnidad permite a que los
otorgantes reflexionen debidamente al realizar actos importantes de su vida, como
el matrimonio, la adopción del régimen de separación de patrimonios dentro del
matrimonio, la donación de sus bienes inmuebles, etc. Así, por la donación de un
inmueble el sujeto se desprendan de sus inmuebles sin haber tenido el tiempo
necesario para reflexionar sobre las consecuencias de su decisión, tomando
decisiones apresuradas, impensadas, sin la meditación suficiente, en un momento
de inestabilidad emocional, para obtener satisfacciones fútiles, de ahí lo acertado
de que la ley disponga que la donación de inmuebles debe hacerse por escritura
pública bajo sanción de nulidad, lo que le da tiempo al donante para darse cuenta
debida de lo que está haciendo.
Por otro lado, el jurista español Diez Picazo nos da como alcance que el formalismo
pretende el cumplimiento de ciertas finalidades prácticas, que se pueden resumir
según este autor en las siguientes:
Concluye el Dr. Vidal Ramírez, que son muchas las ventajas que implica el
formalismo. Sin embargo, un sector de la doctrina ve en el formalismo una traba
para la contratación y una manera de hacerla más onerosa, así como también un
obstáculo para la celeridad del tráfico jurídico. Pero nosotros ubicamos las ventajas
y desventajas del formalismo en un punto de equilibrio. Somos partidarios del
formalismo en tanto la trascendencia social, familiar o patrimonial del acto jurídico
requiera de certeza y de la facilitación de la prueba de su existencia y contenido.
El Tratado de Derecho Civil Internacional de Montevideo de 1889 rechazó la regla locus regit
actum siguiendo la influencia de Savigny, según el cual las formas de los actos jurídicos se
rigen por la lex causae. Así pues, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 32°: "La ley
del lugar donde los contratos deben cumplirse decide si es necesario que se hagan por
escrito y la calidad del documento correspondiente.
La lex loci celebrationis rige las formas de los instrumentos públicos y las formas
matrimoniales (artículo 11°) y la lex loci executíonis rige los instrumentos privados.
La regla locus regit actum, para el delegado Quintana, era una regla tan incierta, tan vaga,
tan controvertida, que sus propios defensores no han logrado ponerse de acuerdo sobre su
carácter' para decidir si es facultativa u obligatoria. Concluyendo, que la verdad de las cosas,
la lógica de los principios y la seguridad de los actos jurídicos exigen, por consiguiente, que
la regla locus regit actum sea proscrita para siempre del Derecho Internacional Privado."1
VI.- CONCLUCIONES.
a) Respecto del análisis de la formalidad en los actos jurídicos en el derecho
internacional privado, concluimos que el Perú opta por la regla locus regit actun,
donde se pondera que es la forma del lugar en donde se otorga el acto jurídico. Lo
que cabe señalar un error en que se incurre al identificar vigencia territorial del
derecho con el territorialismo estricto del mismo; el solo hecho de celebrarse un
acto jurídico dentro de fronteras de un estado, no significa la sumisión del mismo a
la ley local.
VII.- BIBLIOGRAFÍA
VIII. CASO PRÁCTICO
SENTENCIA
I- ANTECEDENTES
En ejercicio de la acción pública de inconstitucionalidad, el ciudadano HUMBERTO A SIERRA
PORTO presentó demanda contra los incisos segundo, tercero y cuarto del artículo 13 de la
ley 80 de 1993.
Cumplidos los trámites constitucionales y legales propios de los procesos de
constitucionalidad, la Corte Constitucional procede a decidir acerca de la demanda de la
referencia.
II- LA NORMA ACUSADA
A continuación se transcribe el texto de la disposición demandada, conforme a la edición
oficial No. 41.094 de 28 de octubre de 1993.
LEY 80 DE 1993
(Octubre 28)
- En este orden de ideas el derecho privado colombiano establece las reglas relativas a la
aplicación de las leyes en el territorio de la República, y la manera como se regulan los
bienes y contratos que se ejecutan en el país. En este sentido el artículo 20 del Código Civil
dispone la aplicación del llamado estatuto real, resultando ilustrativa la sentencia T-1157
de 2000.
- En cuanto al derecho internacional privado nuestra legislación adoptó en la ley 33 de 1992
el Tratado de Derecho Comercial Internacional de 12 de febrero de 1889. Este tratado
dispone en sus artículos 1 y 2, que es la ley del lugar donde los contratos deben cumplirse
(lex loci solutionis), la que rige los siguientes aspectos: existencia, naturaleza, validez,
efectos, consecuencias, ejecución y todo cuanto concierna a los contratos, bajo cualquier
aspecto que sea.
- De lo anterior se desprende que la participación en contratos que se ejecutan en Colombia
implica el sometimiento de las partes a las previsiones legales que regulan los efectos de
los mismos a la luz del derecho de nuestro país y el sometimiento a la ley de nuestro
territorio. Adicionalmente, el Código de Comercio ratifica el sometimiento a la ley nacional
para los contratos que deben cumplirse en Colombia, aclarando que también procede para
aquellos celebrados en el exterior (art. 869 C. de Co.). Asimismo, en el artículo 26 del
Tratado de Derecho Civil Internacional de Montevideo de 1889 se hizo claridad sobre el
aspecto de la territorialidad de la ley cuando se trata de bienes, señalando:
Los bienes, cualquiera que sea su naturaleza, son exclusivamente regidos por la ley del lugar
donde están situados en cuanto a su calidad, a su posesión, a su inajenabilidad absoluta o
relativa y a todas las relaciones de derecho de carácter real de que son susceptibles.
- Es decir, en lo atinente a los efectos y al cumplimiento de contratos celebrados en el
exterior que se relacionan con bienes ubicados en el territorio nacional, se aplica la ley
colombiana. Sin embargo, en los casos en que: a) los contratos se celebren y deban
cumplirse en el extranjero, y b) los contratos se celebren en Colombia pero deben cumplirse
en el extranjero, las formas y solemnidades de los mismos podrán regirse por la ley del país
en que se otorguen (principio Locus Regit Actum), a menos que las partes dispongan lo
contrario en virtud de la libertad de negociación. De allí que los incisos segundo y tercero
del artículo 13 de la ley 80 estén redactados de forma facultativa, esto es, que se respeta la
voluntad de las partes contratantes para definir la legislación aplicable a dichos actos.
- Nótese que la validez formal de un acto, donde se incluye la competencia de su autor,
depende de la ley vigente en el lugar o en el momento de su celebración, según los
aforismos locus regit actum y tempus regit actum. Es posible aplicar la ley extranjera
cuando las consecuencias jurídicas, actos u operaciones se produzcan en el
exterior. Igualmente se aplica la ley extranjera cuando las partes lo pactan en el contrato
respecto de actos, operaciones o efectos jurídicos que se produzcan en el exterior,
conforme al artículo 1602 del Código Civil. Ahora bien, de acuerdo con interpretación de la
Corte Suprema de Justicia, si los efectos de los contratos celebrados en Colombia se
producen en el exterior, no tienen por qué sujetarse a la ley colombiana que se aplica a
todas las personas y actos que se celebren en Colombia (art. 18 C.C.).
- Del inciso cuarto del artículo 13 de la ley 80 de 1993 se deriva la potestad de someter o
no, los contratos celebrados con los citados organismos, a los reglamentos, procedimientos
y cláusulas especiales de dichas entidades. Lo cual se explica por el origen de los recursos,
es decir, a que la financiación se hace con fondos de los organismos multilaterales de
crédito, personas extranjeras de derecho público u organismos de cooperación, asistencia
o ayuda internacionales, no con los recursos del Estado colombiano.
- Con fundamento en el artículo 4 superior los nacionales y extranjeros deben someterse a
la Constitución, a la ley y a las autoridades. Las leyes obligan a todos los habitantes del país,
incluyendo a los extranjeros domiciliados o transeúntes, salvo lo previsto para éstos en
tratados públicos (art. 59, ley 159 de 1888, 57 del C.R.P.M.).
- Es cierto que los colombianos residentes o domiciliados en el extranjero permanecerán
sujetos a la ley colombiana en lo relativo al estado civil, a su capacidad, a la determinación
de derechos y obligaciones de familia y a sus bienes. Lo cual se hace en razón de que se
trata de la ejecución de actos que deben tener efectos en Colombia, o de la ubicación de
bienes dentro del territorio nacional.
El artículo 13 de la ley 80 contempla situaciones diferentes, a saber: a) contratos celebrados
en el exterior y que deban cumplirse en el exterior; b) contratos celebrados en Colombia
que deban ejecutarse o cumplirse en el exterior, no pretendiendo exigir el sometimiento a
nuestras leyes y disposiciones contractuales, a personas que en principio están por fuera de
la jurisdicción colombiana. Por esto mismo los incisos demandados no irrespetan la
Constitución, antes bien, se ajustan a lo dispuesto en los artículos 226, 287 y 333 de la Carta.
- Con referencia al artículo 100 superior, no es cierto que los nacionales colombianos se
excluyan de la opción regulatoria de los extranjeros, pues, cuando la Administración celebre
contratos en el territorio nacional o en el extranjero cuya ejecución deba llevarse a cabo en
Colombia se aplicará la ley colombiana, independientemente del hecho de que el
contratista sea un nacional o un extranjero, en desarrollo del artículo 13 superior.
- De igual manera, los sujetos extranjeros que realizan actividades de carácter contractual,
o posean bienes o derechos reales en el territorio colombiano, participen en sociedades y
actúen en las mismas dentro de los presupuestos legales del control o grupo empresarial,
deben someterse a las consecuencias jurídicas que las leyes colombianas prevén.
- En relación con el inciso cuarto debe tenerse en cuenta que para que un organismo
multilateral de crédito o cualquiera otra persona extranjera de derecho público pueda
actuar dentro del país, se requiere que exista un tratado o convenio vigente contentivo de
las reglas a las que se someten las personas de derecho público comprometidas. Por ello,
para que Colombia pueda celebrar contratos de empréstito debe existir convenio vigente
con el organismo de crédito, aprobado mediante ley.
- De otro lado tampoco se viola el derecho a la igualdad por cuanto en los casos en que el
Estado contrata con nacionales o residentes en Colombia, las reglas de negociación o
ejecución son las de la ley interna, con las salvedades ya hechas sobre conflicto de leyes en
el espacio, situación que varía cuando el gobierno colombiano debe suscribir contratos con
otros Estados u organismos internacionales.
- Es de advertir también que en relación con la aplicación del inciso cuarto del artículo 13
de la ley 80 de 1993 se han detectado irregularidades que justifican la declaratoria de
exequibilidad condicionada de su contenido normativo. Tales irregularidades han tenido
como centro de acción el contrato de fiducia, el cual ha sido utilizado por la Administración
como instrumento para eludir las normas a las cuales debe sujetarse. Advirtiendo que esas
irregularidades se siguen presentando, pero ya no con ocasión de contratos suscritos con
sociedades fiduciarias, sino con algunos organismos internacionales de cooperación y
asistencia. En este sentido algunas organizaciones internacionales han venido realizando
actividades no comprendidas en el objeto de su creación, facilitando a algunos funcionarios
públicos el desconocimiento de la normatividad aplicable en esta materia que, según se
sabe, exige que quien actúe como sociedad fiduciaria cuente con autorización de la
Superintendencia Bancaria.
- De acuerdo con esta norma que fue incorporada mediante ley 406 de 1997 (C-400 de
1998), si en la ejecución de un contrato o convenio suscrito con organismos internacionales
se presenta una práctica ulterior que pueda considerarse como una interpretación
acordada por las partes como parte del objeto del tratado, la persona de derecho público
internacional adquiere una facultad implícita a su objeto inicial.
- La indebida aplicación del inciso cuarto del artículo 13 de la ley 80, de una parte elude el
régimen de contratación, el sistema presupuestal y las normas sobre control fiscal, y de
otra, viola los artículos 4, 209, 267 y 352 de la Carta.
- Lo anterior lleva a que el Estado incurra en costos excesivos en materia de funcionamiento,
pues además de los gastos de nómina del personal llamado a cumplir las funciones de
contratación de las entidades, también está reconociendo el valor de las comisiones
cobradas por los organismos internacionales. Nótese que estos organismos cobran a título
de administración, o bien la totalidad de los rendimientos que genere la suma entregada
durante el plazo de ejecución del convenio o, hasta el 2.5% del monto de las sumas que le
son entregadas.
- El inciso final del artículo trece califica precisamente los casos en que se puede considerar
la aplicación de estos procedimientos, reduciéndose a un solo tema “la ejecución de fondos
internacionales” que permiten satisfacer algún objetivo estatal, en cuyo caso es Colombia
la que está recibiendo los recursos y el organismo extranjero pretende intervenir y vigilar
según su criterio la ejecución de los mismos, es válido aceptar el cumplimiento de algunos
procedimientos, siempre que no riñan con los principios de la ley nacional, la ética y las
buenas costumbres. Al respecto no puede desatenderse la posición privilegiada que tiene
el organismo extranjero que otorga los recursos, quien a su turno impone las reglas de
juego.
- En nuestro ordenamiento jurídico las normas tienen diferente jerarquía, por lo cual, la ley
80 de 1993 no puede estar por encima de la Constitución. Antes bien, necesario es observar
el orden jerárquico que se expresa a partir de la Constitución Política, la cual condiciona la
validez de todas las demás leyes.
Después de citar y transcribir doctrina y jurisprudencia constitucional sobre el carácter
prevalente y superior de las constituciones políticas, el interviniente concluye diciendo: “En
mérito de lo expuesto, con base en la exposición realizada sobre el principio de supremacía
constitucional, apoyamos la pretensión del actor para que se siga la regla general y así, los
actos del Estado se rijan por la ley local, salvo que una norma de rango constitucional así lo
exprese, como por ejemplo lo hace Sierra al citar el Acto Legislativo que incorporó al artículo
93 la competencia de la Corte Penal Internacional”.
- De acuerdo con el segundo inciso del artículo 13, los contratos celebrados en el exterior
por una entidad estatal (art.2 ley80/93), en lo concerniente a su formación, es decir, al
procedimiento previo a la adjudicación, deben someterse a las reglas de la ley 80 de 1993,
siendo claro que la aplicación de la norma extranjera sólo se da a partir de su
ejecución. Decisión que es discrecional, con todo lo que ella representa.
- En segundo lugar, la norma impugnada permite la aplicación de la ley extranjera
únicamente en el caso de que la ejecución del contrato se cumpla en el exterior, por cuanto,
según la misma disposición, si el contrato se va a ejecutar en Colombia, a pesar de haber
sido suscrito fuera del país, se debe aplicar enteramente el estatuto contractual
nacional. La facultad para optar por la aplicación de las normas extranjeras obedece a que
en diversas circunstancias, tales como la modalidad de los contratos, trascendencia y
complejidad de los mismos, se hace necesario acudir a dichas normas para la ejecución del
contrato en el exterior, antes que aplicar las reglas nacionales que eventualmente pueden
dar al traste con el objeto perseguido por el contrato, desconociendo así el alcance que la
Constitución le ha dado a la contratación administrativa, cual es precisamente el
cumplimiento de los fines estatales.
- El inciso tercero del artículo 13 también alude a la ejecución, por lo cual, las etapas previas
se deben regir por el estatuto contractual, como se deduce claramente de la norma
impugnada. Por ello no es admisible la afirmación del actor en el sentido de que se vulnera
el artículo 226 superior, dado que las entidades estatales gozan de una amplia libertad para
configurar los negocios contractuales, dentro del espectro del interés público.
- Del inciso cuarto del artículo 13 de la ley 80 de 1993 se deriva un régimen especial de
contratación, que permite la inaplicación de sus normas. Asimismo es necesario aclarar que
el sentido de la norma referente a la aplicación de reglamentos de los citados entes en los
procesos de formación y adjudicación del contrato, alude únicamente a aquellos que se
suscriban con recursos provenientes (sic) de los organismos multilaterales, personas de
derecho público y organismos de cooperación, asistencia o ayuda internacional, es decir,
que la norma no hace mención a los contratos que se ejecutan con dichos entes y con
recursos emanados de la respectiva entidad estatal.
- La exclusión del inciso cuarto es constitucional, en tanto lo perseguido por ella es que los
contratos financiados con recursos provenientes del extranjero, ya sea a manera de
empréstito o donación, no se sometan al orden jurídico interno, debido a la naturaleza de
dichos entes y a las barreras y obstáculos que pueden presentarse para obtener esos
recursos, es decir, que en la práctica difícilmente se podrá acceder a esos fondos si
unilateralmente las entidades públicas quieren imponer la aplicación del estatuto
contractual.
- Piénsese por ejemplo, en los contratos de empréstitos suscritos con el BID o con el FMI, si
se les exigiese el cumplimiento de la norma nacional, ya que éstos no tendrían más opción
que denegar los préstamos a entes estatales, en vista de que es apenas obvia la aplicación
de sus reglamentos internos, que no han sido expedidos por el capricho de los dirigentes
de esos organismos, sino que corresponden a políticas adoptadas en el marco del derecho
internacional, en cumplimiento de convenios, tratados y resoluciones de entidades
supranacionales en los que el país ha participado activamente, como la ONU y la OEA, con
sus filiales. En estos eventos, solicitar la aplicación del derecho interno en materia de
contratación, es prácticamente aislarse del concierto internacional en el tema crediticio, a
más de que no sólo implica el aspecto de poder obtener bienes y servicios, sino que está de
por medio el desarrollo macroeconómico que se pretende lograr cuando se acude a esta
clase de créditos.
- De otra parte, respecto de los contratos celebrados con personas extranjeras de derecho
público la norma no puede examinarse de manera aislada. Dentro de los mismos caben los
acuerdos o convenios internacionales suscritos por Colombia con tales personas, donde es
necesario aplicar reglas distintas a las nacionales con el fin de satisfacer las necesidades
colectivas.
- Este Despacho no puede pasar por alto y reprochar la recurrente práctica de ciertas
entidades estatales que pretendiendo darle alcance al inciso cuarto del artículo 13 de la ley
80, canalizan la contratación a través de organismos de cooperación, asistencia o ayuda
internacional, pero no con recursos de estos entes sino de la respectiva entidad pública,
con el exclusivo fin de eludir soterradamente los procesos de licitación pública, y en general
del estatuto contractual. Por ello, dicho inciso sólo es exequible y su aplicación es válida
únicamente cuando se trata de contratos de empréstito u otros, si en éstos se incorporan
recursos de los entes u organismos internacionales. De lo contrario, la norma aplicable será
la contractual colombiana.
- Así, por ejemplo, en los contratos de administración de recursos públicos que se celebren
con órganos internacionales es claro que la regla del inciso cuarto no puede tener
aplicación, por cuanto en ellos no hay recursos de origen foráneo, condición esencial que
exige el inciso acusado. Siendo claro que en tales eventos los órganos internacionales están
desarrollando una función típicamente administrativa. Función que debe sujetarse al
artículo 111 de la ley 489 de 1998, que a su vez remite a la ley 80 de 1993 y a sus cláusulas
excepcionales.
- Por tanto, la forma como se celebren dichos contratos o convenios, así como su ejecución,
será objeto de los controles fiscales y disciplinarios.
El demandante afirma que los dispositivos demandados violan el último inciso del artículo
150 superior, toda vez que las facultades allí insertas sólo se pueden desarrollar dentro de
los límites y condiciones previstos en la Carta. Que correlativamente las reglas censuradas
violan lo dispuesto en el artículo 4 constitucional, en tanto éste dispone que todas las
personas residentes en Colombia, nacionales o extranjeras, públicas o privadas, están
sometidas a la Constitución y a la Ley Colombianas, salvo los casos expresamente
exceptuados por el ordenamiento superior, circunstancia ésta que no obra en el presente
caso. Siendo del caso reconocer que los contratos celebrados por el Estado Colombiano
quedan sometidos a nuestro ordenamiento jurídico, a menos que se utilicen los
instrumentos y los procedimientos que el mismo constituyente autoriza para la aplicación
de la legislación extranjera, lo cual no se da en el presente asunto.
Prosigue diciendo que igualmente resulta quebrantado el artículo 13 superior por cuanto el
Legislador le defirió a las entidades estatales, sin fórmula constitucional alguna, la potestad
discrecional de someterse a la legislación y a los reglamentos extranjeros en materia de
contratación. Que también se vulnera el artículo 100 de la Carta, el cual contempla el
llamado principio de igualdad de derechos civiles y garantías entre nacionales y
extranjeros. Por donde, los textos impugnados establecen una discriminación que atenta
contra la situación jurídica de los nacionales colombianos, sin justificación objetiva y
razonable.
Que, finalmente, las disposiciones censuradas infringen el derecho al trabajo que estipula
el artículo 25 superior, toda vez que se propicia un espectro de posibilidades de
contratación a favor de los contratistas extranjeros, reduciendo notoria e injustamente las
opciones laborales de los nacionales colombianos, desatendiendo a la vez el inciso segundo
del artículo 2 de la Carta Política.
La Corporación se concentrará entonces en el examen de los siguientes temas, a saber: (i)
acerca de la soberanía nacional; (ii) valor vinculante de los tratados internacionales; (iii)
Principio de aplicación territorial de la ley; (iv) el caso concreto.
Dadas las necesidades, exigencias y oportunidades que plantea el concierto de las naciones,
le corresponde al Estado asumir una posición activa frente a la internacionalización de las
relaciones políticas, económicas, sociales y ecológicas sobre bases de equidad, reciprocidad
y conveniencia nacional. Esto es, en el entendido de que Colombia como Nación es un
sujeto de derecho en el conjunto ecuménico de países, que tiene ciertas necesidades que
sólo puede resolver con el concurso de otros Estados o entidades de derecho internacional,
le corresponde promover de manera individual o colectiva las mencionadas relaciones
internacionales, sin perder de vista que en los tratados o convenios que celebre deben
quedar debidamente protegidos sus derechos en cuanto Nación, al igual que los de sus
habitantes. A lo cual han de concurrir cláusulas contractuales presididas por un sentido de
justicia vinculado a la construcción de un progresivo equilibrio internacional, a una relación
costo – beneficio que le depare balances favorables a los intereses nacionales y a la
creciente cualificación de la presencia nacional dentro de las diversas esferas de acción que
comprende el acontecer internacional (art. 226 C.P.).
Así las cosas, el proceso evolutivo del principio de soberanía de las naciones en el concierto
internacional debe entenderse ligado a la inalienable y permanente autonomía de los
pueblos para darse su propio ordenamiento jurídico interno, para disponer y resolver sobre
sus propios asuntos y, en general, para actuar libremente en todo aquello que no altere o
lesione los legítimos derechos e intereses de otros Estados. Contexto en el cual la soberanía
de Colombia debe salvaguardarse con arreglo a los presupuestos constitucionales vistos,
concediendo especial atención a la adecuada articulación de los compromisos
internacionales con el ejercicio de las competencias propias de nuestro Estado Social de
Derecho, el cual propende tanto por la realización de los intereses nacionales como por la
internacionalización de las relaciones políticas, económicas, sociales y ecológicas sobre
bases de equidad, reciprocidad y conveniencia nacional.
De otra parte, a título de antecedente jurisprudencial resulta pertinente traer a colación los
argumentos expuestos por la Corte Suprema de Justicia en sentencia de octubre 30 de 1986,
donde, a propósito de una demanda de inconstitucionalidad contra el artículo 239 del
decreto 222 de 1983, se afirmó:
En el caso que ahora se examina, lo único que ha hecho el legislador ha sido reconocer
principios del Derecho Internacional privado, fundados en tesis de Savigny y aceptados
universalmente, a cuyo tenor los contratos celebrados entre personas de distintos Estados
deben regirse por la ley imperante en el lugar de su cumplimiento (“lex loci executionis”) y
los conflictos jurídicos que surjan habrán de resolverse por los jueces del lugar (“lex fori”).
Esos principios con arreglo a los cuales se dirimen los conflictos de regímenes y
jurisdicciones que necesariamente se plantearían y que serían insolubles si tales postulados
no existieran, lo que conduciría al caos en las relaciones de Derecho Internacional Privado,
fueron acogidos en el Tratado de Montevideo de 1888, aprobado por la ley 40 de 1933 y
vueltos a consagrar en el de 1940 en cuya elaboración participó Colombia.
En relación con el alcance del principio de territorialidad de la ley y sus excepciones, dijo
esta Corte en sentencia T-1157 de 2000:
Cabe advertir también que en las hipótesis contempladas en el artículo 19 del Código Civil
la ley colombiana se aplica más allá de las fronteras nacionales. Esto es, en relación con el
estado de las personas y su capacidad para efectuar ciertos actos, así como en lo tocante a
las obligaciones y derechos que nacen de las relaciones de familia, pero sólo respecto de
sus cónyuges y parientes.
En lo atinente a los contratos mercantiles dispone el artículo 869 del Código de Comercio
que: “La ejecución de los contratos celebrados en el exterior que deban cumplirse en el país,
se regirá por la ley colombiana”.
El artículo 18 del Código Civil, con base en el criterio de la residencia, consagra el principio
de la territorialidad absoluta de la ley colombiana, como obligatoria para nacionales y
extranjeros.
El artículo 19 del Código Civil, con base en el criterio de la nacionalidad, consagra el principio
de la extraterritorialidad de la ley colombiana, en relación con los colombianos, residentes
o domiciliados, en país extranjero, respecto del estado civil, de la capacidad para efectuar
ciertos actos que hayan de tener efecto en el territorio colombiano y de obligaciones y
derechos provenientes de las relaciones de familia.
El artículo 20 inciso 1º del Código Civil, con base en el criterio del lugar de ubicación (lex rei
sitae), consagra el principio de la territorialidad absoluta de la ley colombiana en relación
con los bienes muebles e inmuebles, sean de propiedad de nacionales o extranjeros y
respecto de lo cual tenga interés o derecho la nación.
El artículo 20 inciso 2º del Código Civil, con base en el criterio del lugar de celebración de
los contratos (lex loci contractus) permite la aplicación de la ley extranjera a los contratos
celebrados válidamente en país extraño, en cuanto no versen sobre bienes situados en
Colombia.
El artículo 20 inciso 3º del Código Civil, con base en el criterio del lugar de ejecución del
contrato (lex loci solutionis), señala que si el contrato se debe cumplir en el territorio
colombiano o genera efectos que le sean inherentes a los derechos e intereses de la nación,
se aplicará la ley colombiana.
El artículo 21 del Código Civil y el artículo 38 de la ley 153 de 1887, con base en el principio
del lugar de celebración (locus regit actum), remite la solución de fondo respecto de la
forma de los instrumentos públicos a la ley del país en los que éstos hayan sido
otorgados.[4]
Los contratos celebrados en el exterior se podrán regir en su ejecución por las reglas del
país en donde se hayan suscrito, a menos que deban cumplirse en Colombia.
El Estatuto de Contratación Pública se edifica sobre la noción de negocio jurídico, con dos
extremos que hacen parte de una misma ecuación, a saber: de un lado aparece un amplio
margen de autonomía e independencia en cabeza del ordenador del gasto, y de otro, el
cúmulo de responsabilidades correlativas. A esa autonomía e independencia concurre el
control posterior y selectivo que le compete a los contralores, el cual retroalimenta la
gestión fiscal en procura de la materialización de los fines del Estado; la responsabilidad por
su parte se desdobla en lo disciplinario, penal, fiscal y civil, actualizando el mandato
constitucional conforme al cual los servidores públicos son responsables por infringir la
Constitución y las leyes, al igual que por omisión o extralimitación en el ejercicio de sus
funciones.
Por lo tanto, conforme al primer inciso del artículo acusado le corresponde al operador
jurídico realizar una labor de interpretación sistemática en orden a la aplicación de las reglas
pertinentes, que bien pueden corresponder simultáneamente a las de la ley 80 de 1993 y a
las de los códigos de comercio y civil; sin que por otra parte ello pueda llegar a propiciar
algún tipo de intangibilidad o dispensa frente a los controles estatales que la Constitución y
la ley estipulan en torno al gasto público. Consecuentemente, cada hipótesis contractual
del Estado es susceptible de gobernarse por principios y reglas tanto de orden público como
de orden privado, donde la intensidad de la preeminencia del primero sobre el segundo
dependerá del grado de regulación normativa que el Estatuto Contractual Estatal establezca
para el respectivo caso. Y al decir Estatuto Contractual Estatal debe entenderse la ley 80 de
1993 junto con todas las demás disposiciones que válidamente la complementan, modifican
y derogan.
Los contratos celebrados en el exterior se podrán regir en su ejecución por las reglas del
país en donde se hayan suscrito, a menos que deban cumplirse en Colombia.
En consonancia con el criterio del lugar de celebración de los contratos (lex loci contractus),
el inciso se erige sobre el respeto a la aplicación de la norma extranjera en relación con los
contratos celebrados en el exterior por representantes del Estado Colombiano, lo cual
entraña clara armonía con el principio de soberanía nacional que a cada Estado le
corresponde, pues, siendo Colombia un Estado Social de Derecho, lo lógico y jurídico es que
la soberanía que legítimamente invoca para expedir y aplicar sus normas de contratación
no se la puede negar a otros Estados. Asimismo, con apoyo en el criterio del lugar de
ejecución de los contratos (lex loci solutionis), la norma deja al arbitrio de las partes la
aplicación del régimen extranjero en la ejecución de los contratos suscritos en el exterior,
siempre que tal ejecución no se realice en Colombia. Por lo mismo, cuando el contrato
suscrito en el extranjero deba ejecutarse en Colombia, forzoso será darle aplicación a la
legislación colombiana, de conformidad con el criterio del lugar de ejecución del
contrato. Lo cual no atenta contra ningún canon constitucional, antes bien, reivindica la
primacía de la normatividad contractual interna en la ejecución en Colombia de contratos
celebrados en el exterior. Por contraposición, la preceptiva extranjera sólo es aplicable en
la ejecución que se haga en el exterior de un contrato celebrado también en el exterior.
Apoyándose nuevamente en el criterio del lugar de ejecución de los contratos (lex loci
solutionis) el tercer inciso deja al arbitrio de las partes la aplicación del régimen extranjero
a los contratos que habiéndose celebrado en Colombia, bajo la ley colombiana, se ejecuten
en el exterior; lo cual resulta coherente con el contenido normativo del segundo inciso del
artículo demandado. Sin embargo, conviene hacer las siguientes precisiones:
En concordancia con lo expresado la Corte acoge los planteamientos de la Vista Fiscal, quien
al referirse al inciso en comento concluye que tampoco se quebrantan los artículos 13, 25 y
100 de la Carta, en la medida en que no se privilegia a los extranjeros, pues según se ha
visto, la eventual remisión a las normas extranjeras –para la ejecución en el extranjero- sólo
puede tener lugar después de perfeccionado el contrato en Colombia bajo la ley nacional;
lo cual engloba el proceso de selección, que al amparo de la legislación colombiana, frente
a la igualdad para contratar, prefiere la oferta de bienes y servicios de origen nacional,
según voces del inciso cuarto del artículo 21 de la ley 80 de 1993, aspectos que en modo
alguno son desconocidos por las disposiciones demandadas.
Como consecuencia de todo lo expuesto la Sala entiende que el inciso en cuestión ofrece
dos interpretaciones, a saber: (i) que la celebración de un contrato y su ejecución parcial
en Colombia se someten al derecho extranjero; (ii) que la celebración en Colombia y la
ejecución o parte de ella en el territorio nacional, se sujetan a la ley nacional.
Como bien se puede inferir, desde el punto de vista de los recursos vinculados a la
contratación estatal, este inciso se refiere con exclusividad a los ingresos percibidos por el
Tesoro Público de parte de entes u organismos internacionales. Por lo mismo, este inciso
es enteramente inaplicable en relación con aquellos contratos relativos a recursos del
presupuesto general de la Nación o de los presupuestos territoriales, cuando tales recursos
no correspondan a donaciones o empréstitos. Así por ejemplo, este inciso resulta
inaplicable en relación con los contratos de administración de recursos estatales que las
autoridades competentes no hayan aforado legalmente a título de donación o
empréstito. Por lo tanto, al decir la norma que los respectivos contratos, “(...) podrán
someterse a los reglamentos de tales entidades en todo lo relacionado con procedimientos
de formación y ejecución y cláusulas especiales de ejecución, cumplimiento, pago y
ajustes”. Tal discrecionalidad sólo puede asumirse, y por ende, ejercerse válidamente,
dentro de los precisos linderos de los contratos relativos a recursos percibidos de entes u
organismos internacionales, lo cual usualmente ocurre a título de empréstito o de
donación. Por ello mismo, toda interpretación en contrario del inciso en comento,
únicamente podría propiciar una ejecución presupuestal extraña a la realización de los fines
del Estado.
Ahora bien, como acertadamente lo expresa la Vista Fiscal, el inciso cuarto del artículo
impugnado entraña un precepto especial de contratación, que por virtud de la misma ley
80 de 1993 permite la inaplicación del Estatuto de Contratación Pública en la hipótesis de
los contratos relativos a fondos percibidos de los organismos multilaterales de crédito o
celebrados con personas extranjeras de derecho público u organismo de cooperación,
asistencia o ayuda internacionales. Lo cual encuentra justificación en el hecho de que
Colombia hace parte de esos organismos internacionales, como por ejemplo el FMI o el BID,
y al hacer parte de ellos puede aceptar sus estatutos y régimen de contratación en
cumplimiento de convenios, tratados y resoluciones de entidades supranacionales en los
que el país ha participado activamente, como la ONU y la OEA, con sus filiales.
Por otra parte, -continúa la vista fiscal- nótese que en el caso de las donaciones la norma
impugnada se ajusta al artículo 62 superior, cuando dispone que el destino de las
donaciones para fines de interés social no puede ser variado a menos que el objeto de las
mismas desaparezca. Por tanto no es razonable desconocer la voluntad de los donantes, la
cual se puede plasmar en la decisión de que la entidad receptora acoja sus reglamentos,
mediante los cuales pueda intervenir en la formación, adjudicación y ejecución de los
contratos financiados con sus recursos.
Por consiguiente, de acuerdo con la interpretación asumida por esta Corporación el inciso
cuarto del artículo acusado resulta constitucional.
VII- DECISIÓN
RESUELVE