Paternain Alejandro - 36 Anos de Poesia PDF
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alejandro 36 años de
paternaín poesía uruguaya
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paternaìn 36 años
de
poesía uruguaya
antología
editorial alfa
montevideo
-*
prólogo
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pudieran entenderse por lo que llamamos generaciones,
tendríamos (integrando el panorama antològico) una
tríada generacional de insospechable ortodoxia: genera
ción del Centenario, generación del 45 y generación de
los nuevos. (1) Si bien esto puede ser cuestionado o asu
mido mediante otros enfoques, resultaba innegable (aun
que sólo sea por razones biológicas) que en los treinta y
seis años últimos habría de encontrarse, de algún modo, la
fisonomía de la poesía actual en el Uruguay. Esos di
versos grados de la aventura creadora de nuestro “hoy”
nos forzaban por lo tanto a ir hasta 1930; pero no más
allá. En tal ámbito, ni excesivamente dilatado ni apro
ximado con demasiada violencia, veíamos la posibilidad
más segura para conferirle cierta organización, cierta
unidad de cosa viviente al panorama con que habríamos
de trabajar.
Todo corte cronológico es arbitrario: somos los pri
meros en reconocerlo. Remontar la actualidad en que vi
vimos hasta una fecha determinada no responde —no
puede responder— a una razón incontrovertible. Por ello
nadie podrá esperar que el año 30 sea el punto exacto
en que aparecen las obras primeras de los poetas con
que la antología se inicia. Algunos surgen dos o tres
años antes; otros, tres o cuatro después. En un grado
mayor aún que el concepto de las generaciones, las fe
chas son simples herramientas de trabajo, a las que hay
que manejar con la suficiente elasticidad como para que
resulten elementos útiles y no trabas que estorben la
fluidez de la visión y la libertad (si bien relativa) con
que es bueno moverse en el ámbito de la producción
lírica nacional. En consecuencia, no hemos ordenado a
(1) Aceptamos el término generaciones en el más corriente
que pueda asisgnársele a este concepto de la crítica y la historia
literaria. No creemos que haya una razón valedera para desterrarlo,
mientras no aparezcan otros instrumentos que lo reemplacen con
ventaja. Pero eso sí: utilizarlo sólo como herramienta de trabajo,
sin otra pretensión que la de extraer los beneficios de su condi
ción ancilar.
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los autores respetando la cronología de los nacimientos
sino aquella en que se fueron revelando o en que fueron
naciendo poéticamente. Nos impusimos pues, en la me-j* y j
dida de nuestras fuerzas, un ordenamiento estético
2) La exclusión de autores anteriores a la fecha de (yjk •
arranque. Creemos que no ha de ser muy difícil comprender
las razones, pues bastará haber seguido con cierta
atención las líneas que anteceden. Las exclusiones que
practicamos no tienen, en modo alguno, carácter valor a-
tivo, sino que han sido impuestas por los objetivos y
proporciones de la edición y por nuestro personal criterio
de lo que entendemos constituye el movimiento poético de
ese “hoy” tan cuestionado, tan escurridizo y tan dispuesto
siempre a dar un dolor de cabeza a antólogos y a quie
nes no lo son. Tampoco se quiere significar que los au
tores no comprendidos en el área cronológica aquí tra
zada pertenecen a un pasado fácil de prescindir, abolido
despiadadamente y sin ninguna ingerencia en el “hoy”.
Muchos de esos autores son capaces aún de esa virtua
lidad productora que señaló Gaetan Picón: la de provocar
influjos, la de suscitar respuestas, la de existir como in
tegrantes de un panorama que se nos aparece —a nos
otros— como consolidado. Pero la poesía de hoy —de
ese amplio hoy de tres décadas y media— corre por otros
cauces y ha tenido también otro fondo social y político
sobre el cual perfilarse. Debido a ello, dedica esta anto
logía una mayor atención a lo que se produce última
mente. Puede constituir un defecto, sin duda. Pero es
también su principal razón de ser.
3) La selección en sí. Tratándose de una antología
es obvio que sólo puede primar un criterio: el de la ca
lidad. Sin embargo, cuando se pretende aplicar dicho
criterio en la sustancia viva de un panorama Urico, se
le encuentran dificultades: la calidad suele hallarse más
difundida de lo que se cree, aunque en muchos casos sólo
configure aciertos parciales. Es probable que un au- 1
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jtor que ha trabajado con sinceridad y que se ha nu-
I trido en la tradición (o que se ha informado de ella)
que experimenta con empeño y está impregnado de las
i corrientes estéticas actuales escriba — a pesar de irre
gularidades y altibajos frecuentes— uno o dos poemas
que satisfagan a la exigencia crítica más feroz. Por ese
camino, sin embargo, habría que haber hecho una anto
logía de poemas, que requeriría mucho más espacio y que
j por supuesto nuestras letras están reclamando. Pero nos
habíamos trazado un plan para una antología de poetas,
en la que sólo incluiríamos a aquellos autores cuya obra
estuviese signada por una sostenida calidad a través de
un número suficiente de libros como para típnfigurar
una personalidad inconfundible y como para otorgarle
una entidad claramente representativa. De ese modo, y
con la sola excepción de Carlos Flores, hemos prescin
dido de muchos autores de estimables aptitudes y en
tre cuyas obras podían espigarse, aquí y allá, aceptables
poemas. Ello significó, en muchos casos, el sacrificio de
nuestro gusto personal, el dejar a un lado autores en los
que advertíamos aciertos, buen gusto, dominio técnico evi
dente pero cuya escasa obra, recogida en un solo libro, no
ha alcanzado para lograr una perspectiva cabal de sus
perfiles poéticos. Aunque baste, no podemos negarlo, para
aguardar, en ciertos casos, una superación y una presen
tación completa y convincente en todos los sentidos; y
en otros, la rotundidad acrecida y vigorosa de una línea
en que queden definitivamente superados los ecos de una
tradición que, si bien asumida auténticamente, empañan
la percepción de la voz original.
No se nos ocultan otras carencias: toda una línea
de poesía popular, la que Real de Azúa llamó “descen
dencia paisana y criolla de la poesía gauchesca, por Tre-
lles iniciada", no figura aquí. Ni Serafín J. García, ni
Yamandú Rodríguez, ni Romildo Risso, ni Osiris Rodrí
guez Castillo están representados en estos treinta y seis
9
años de poesía uruguaya. Haberlos incluido hubiese sig
nificado dilatar excesivamente esto que bien podría lla
marse muestra de la poesía nacional, en un doble sen
tido: 1) en el más coercitivo e imperioso de la extensión
acordada a la edición. 2) en el más restricto de buscar
una línea sin rupturas detonantes, en procura de dar un
panorama lo más coherente posible dentro del ámbito de
una ooesía que se mueve entre coordenadas culturales, de
elaboración, de decantación, de exigencia creadora. Podrá
parecer arbitraria esta razón, pero ello no significa un me
nosprecio hacia la obra de esa línea poética excluida. Al
contrario: la respetamos y, forzoso es confesarlo, no pocas
veces la disfrutamos. Pero más como una vacación literaria
que como disfrute en el que, sinceramente, experimentemos
aquello que buscamos y hemos buscado siempre en la poe
sía. También podrá reprochársenos el haber hecho una an
tología “para poetas”. Nos tiene sin cuidado ese repro
che. No creemos que haya dos territorios tan claramente
deslindables: una poesía para poetas, y una poesía ecu
ménica, en la que todos se encuentran, sin distinción de
clases, de fortuna o de educación. Creemos que hau ooe-
fiíajbuena, más o menos buena, y mala. Y si esa “poesía
para poetas” alcanza un ámbito muy reducido quizá no
sea por culpa, enteramente, de la poesía, sino de la poca
o ninguna exigencia con que muchos se ubican ante el
fenómeno literario. Tal vez en el fondo de todo esto sub
yace un equívoco: el de creer que comunicación (entra
ñable, en hondura) sea lo mismo que difusión. El folklo-
rismo, el pintoresquismo repetidor y monocorde no es,
a nuestro juicio, comunicación. Es, a lo sumo, halago,
emancipación de la severidad y del rigor en el gusto, ata
jo por la vía de menor resistencia y, en último término,
un modo muy criollo de soslayar las cosas que importan:
el misterio de nuestro destino, el inquirir en la uida y
en la muerte, la exploración, dramática y riesgosa, acer-
10
ca de las posibilidades profundas del hombre, de su ser
y de su lenguaje.
Se advierte, sin embargo, que esta antología no es
sólo reflejo del gusto del antologo; de haberlo sido,
hubiera comprendido un número distinto de autores o
hubiese seguido un rumbo tal vez imprevisible. Pero se
advierte también que, sin abdicar de nuestra fe y de
nuestro sentir, liemos procurado dar razón a un gusto
amplio, a fin de trazar un panorama en el que el lector
no echase de menos, con violencia, a varios de sus auto
res favoritos.
Esta antología va precedida de una reseña panorá
mica en función de los autores seleccionados. No tiene,
por ello, intención de hacer crítica sobre la totalidad de
la producción poética de los últimos treinta y seis años.
Tiene, a lo sumo, el deseo de organizar en una visión
de conjunto, las características, las tendencias, las sin
gularidades y —en lo posible— los calidades detectables
en los autores que nos ocupan. Cada selección indi
vidual va precedida de una somera nota bio-bibliográ-
fica en las que se consignan aquellos datos no incluidos
en la reseña.
Por otra parte, debido a la imposibilidad material
de consultar a todos los poetas mientras elaborábamos
la antología, decidimos no incluir composiciones inéditas.
(Sin perjuicio de señalar aquellas que pudimos conocer)
Tampoco hemos incluido fragmentos. Los límites materia
les de la edición no permitían —en muchos casos— incluir
poemas de valor pero de considerable extensión. Consigna
mos, en los momentos oportunos, la existencia de dichos
poemas.
No procuramos, con estas palabras, convencer sino
sencillamente aclarar nuestras razones. Las discrepancias
resultarán inevitables y los pareceres acerca de cómo ha
cer una antología serán tantos cuantos buenos gusta
dores de poesía haya entre nosotros. Bienvenidas esas
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discrepancias y esos pareceres si están dirigidos por lo
único que importa: el respeto por la obra ajena y el fer
vor por la poesía.
12
36 oños de poesía en el uruguay
(1930-1966)
I
Si alguna justificación extra literaria (o extra poéti
ca) admite la fecha de arranque de nuestra anto
logía, ella pudiera encontrarse en las siguientes razones:
el centenario impone los previsibles e inevitables balan
ces y exámenes del territorio recorrido por la cultura
uruguaya. Se ha logrado una sensación de firmeza y de
confianza en la seguridad de las instituciones. Los escri
tores que han surgido en los años 17 y 20 presentan, a
esta altura, perfiles nítidamente consolidados, mientras
llevan al denominado post-modernismo por cauces que
parecen difíciles de superar. El quehacer literario apunta
hacia una continuidad, hacia una prolongación de fór
mulas, de posturas, de maneras en las que era difícil
descubrir —a esa altura— enriquecimiento verdadero. Si
no se estaba aun frente al desgaste, a la mera repetición,
se sentía la necesidad de otra actitud frente a la poesía.
Dos hechos, uno nacional, otro internacional, vienen
a sacudir las conciencias y las convicciones: el primero,
el golpe de estado de Terra (31 de marzo de 1933); el
segundo, el estallido de la guerra civil española. Tal doble
presión se ejerce abruptamente en nuestro ambiente. La
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lucha de fascismos y antifascismos, el estremecimiento
beligerante que empieza a recorrer Europa se instalan
entre nosotros y arrancan manifiestos y pronunciamien
tos. Posiblemente los efectos no hayan sido mayores que
los experimentados durante el estallido de la primera
guerra mundial; sin embargo, esa atmósfera de violencia
y de búsqueda de una salida cuando todo parecía derrum
barse, dió la tónica de una evidente crisis. "Algo íntimo
se había roto para siempre”, señala Rodríguez Monegal
al referirse al golpe de 1933. Añádase a ello la crisis
mundial económica, derivada del “crack” en la Bolsa de
Nueva York, con su dura secuela en nuestro ambiente: la
disminución de la exportación de carnes, la creación
del Comité de Vigilancia Económica, reducción de suel
dos y gastos públicos, etc.
No hay que esperar, en función de eso, la revelación
de poetas cívicos. Todo lo contrario. Antes que la dis
persión de un Sabat Ercasty, la persistencia sensorial de
Juana de Ibarbourou, el ejercicio intelectual de Emilio
Oribe, se dan entonces —entre la desconfianza y la am
bición— las flores más estrictas de la poesía pura y del
hermetismo. Como todo ha sido removido y puesto en
tela de juicio, la creación poética no podía escapar a
esa fatalidad. El alcance, el significado y la importancia
de la poesía quedan subordinados a la creciente prepon
derancia de la conciencia artística, del rigor sin desmayo,
de la lucidez creadora más intransigente. Ese puede ser
el rasgo común de los mejores poetas que surgen en la
década del 30. Lo que se obtiene con esa rigurosa con
ducta estética es una poesía que —si bien parca— al
canza momentos de perdurabilidad, de precisión expre
siva y de firmeza poco frecuentes en el desarrollo general
de nuestra lírica. Es evidente que grandes figuras tutela
res de las letras europeas asisten con su pensamiento o
con su poesía misma al esfuerzo creador de nuestros poe-
14
tas. La voz de Rilke, por ejemplo, tenía una resonancia
Innegable; y la palabra de Valery, ese “sacerdote de la
inteligencia”, como lo define Gaetan Picón, signó de
cisivamente el ambiente espiritual en ese tiempo. Pero
no podemos hablar de influencia localizable en nuestros
mejores poetas; precisamente, fueron los mejores por
hallar, entre el predominio de las voces de afuera,
su propia voz. Tratándose de una reseña como la pre
sente, no es posible rastrear los pormenores de las
influencias; sólo cabe señalar la atmósfera que im
peraba en determinado momento, la orientación que
las principales figuras extranjeras imprimían. El es
píritu de Valery fue un verdadero soplo que despertó y
congregó un modo de estar en la poesía y en el pen
samiento. Su pasión por la inteligencia, su devoción por
el rigor absoluto, heredado de Mallarmée, su genio para
asumir con pasmosa lucidez la epopeya del espíritu crea
dor, determinaron un alto grado de conciencia artística y
una persistente búsqueda de la perfección entre nues
tros poetas.
Otras influencias pueden detectarse, a riesgo de di
latar estos apuntes: en el ámbito francés, Supervieille
polariza buena parte de la atención, orienta, siembra,
ilumina; de parte de España, el prestigio creciente de
Lorca se hizo sentir con fuerza. Junto a él, otros repre
sentantes “posjuanramonianos”, para utilizar una ex
presión de Torri: Guillén y Alberti sobre todo, y varios
de los poetas de ese espléndido conjunto lírico con el que
Gerardo Diego pudo hacer su antología. Y, por supuesto,
la figura señera de Juan Ramón.
Pero también las influencias internas contribuyeron
a crear un clima en el que la expansión lírica adoptaba
un sentido. Vicente Basso Maglio transmitió el fervor
por el hem- tismo a través de su “Canción de los peque
ños círculos y los grandes horizontes” y de su actitud
16
artística expuesta en “La expresión heroica” (1928). A
su vez, la teoría (y la práctica) de Oribe removió la
atmósfera, en tanto que la presencia de Eduardo Dieste
alcanzó una amplitud que rebasaba el plano mera
mente poético. “En la tercera y cuarta década de este
siglo”, dice Real de Azúa en su “Antología del ensayo
uruguayo contemporáneo”, “Eduardo Dieste ejerció entre
nosotros uno de los pocos magisterios vivos que por aquel
tiempo operaron y que tendió, por obra de fervorosos
discípulos, a organizarse casi institucionalmente: fueron
la “Asociación Teseo” (1925-1930) y las posteriores “Reu
niones de estudio” que animó sobre todo Esther de
Cáceres y alcanzó a publicar algunos libros. La autora
de “Los Cielos” ha sido, sin duda, la más persistente
continuadora de Dieste y el eco principal de su memoria,
pero también deben mencionarse junto a ella, en el pe
queño grupo de los veinte, a Justino Zavala Muniz, a
Fernando Pereda, a Giselda Zani, a Adolfo Pastor y aun
a otros”. Esta actitud de Eduardo Dieste facilitó contac
tos con las posturas artísticas más removedoras y agre
sivas (la constelación de los “ismos” cubismo, dadaísmo,
surrealismo o creacionismo). Recuérdese, por otra parte,
los experimentos que al promediar la segunda década ve
nían haciendo en el verso, un Parra del Riego, y un Al
fredo Mario Ferreiro en el humorismo lírico. Y recuér
dese, dentro del ámbito hispanoamericano, que el crea
cionismo de Huidobro tuvo la fuerza suficiente como
para lograr sus lectores y sus incondicionales adeptos.
II
Lo que antecede no es sino un esbozo del ambiente
que predominaba en los años en que damos comienzo a
16
ia antología. No tiene otra finalidad que la de ver en
conjunto el contorno cultural y literario en que se mue
ven las individualidades. Ellas son las que Intere
san, mientras no surja en nuestro país un modo co
lectivo, o masificado, de hacer poesía. Y ellas son las
que realmente se imponen, aunque toda reseña parezca
destinada a agruparlas, a esfumarles los perfiles, a re
ducirlas a un común denominador.
Entre los poetas que surgen o se afirman durante
los años 1930-36, ¿es posible hallar un denominador co
mún que vaya más allá del que presentamos con ante
lación? ¿Qué denominador común puede haber por ejem
plo, entre la experiencia lírica de Esther de Cáceres y la
vasta producción de Juan Cunha, entre la poesía finísi
ma y exigente de Fernando Pereda y la visión del mundo
que irrumpe en los libros de Selva Márquez, entre la
intensidad y la angustia de Roberto Ibáñez y la obra de
Alvaro Figueredo? Y si llevamos la mirada hasta el fi
nal de esta década, ¿cuál es el denominador común en
tre la poesía de líber Falco y Beltrán Martínez por un
lado y la sabiduría de dicción de Sara de Ibáñez por
otro? Observemos que —con excepción de Selva Márquez,
y los casos en que la muerte clausuró un ciclo creador
(Falco, Figueredo)— los restantes continúan produciendo
en un sentido que obliga a la revaloración y la revisión
de lo publicado anteriormente. Son autores que siguen
siendo presente literario, que constituyen uno d e ' esos
“hoy” a que aludíamos en el Prólogo. Salvo que se pre
tenda reducir el presente, con lo cual también se lo em
pobrecería y se lo privaría de un elemento de trabazón
interna cuya confrontación con los “hoy” restantes le
confiere la densidad, la vitalidad y esa esencial conflic-
tualidad sin la cual no hay evolución artística.
Es evidente, por ejemplo, que para muchos la poesía
de Femando Pereda y su concepción poética son ma-
17
teria cuya vigencia pudiera cuestionarse. Determinados
sectores estimarían que, ante la urgencia de la hora por
que atraviesa la civilización, ante la impostergable ne
cesidad de comunicación que agita todos los órdenes cul
turales, ante la vertiginosa mutación de costumbres, de
técnicas, de ideologías, de problemas a resolver y de
encrucijadas a enfrentar, esta declaración de Pereda no
podría integrarse al febril acontecer actual (literario y
no literario): “El poeta es el que descubre y pesa los
conjuros, el que posee una ciencia evidentemente triste
—ciencia de sustitución— que lo conduce como nadie a
una madurez mortal”. Y también este pasaje, expuesto
en “Entrada a la poesía”: “Se ha hablado mucho de las
relaciones del tiempo con la poesía, casi sólo del tiem
po, como si no hubiera espacio o fuese concebible vivir
sin él, y no supiéramos (ni sintiéramos) lo que aquí su
cede cuando a alguien le llevan todo su espacio. Este
hecho incalculable, aunque haya interés en esconderlo,
no puede quedar oculto, y la poesía trae argumentos y
advertencias, como los de la muerte, acercándonos a ver
mejor hasta dónde tiene sentido eso de que los tiempos
ya cambiaron. El poema es inseparable de los aconteci
mientos de este mundo, y las preocupaciones por un otro
posible deben estar entre las mayores realidades. Desde
el momento que asi no ocurre, hay un comienzo de des
humanización. Lo vemos frecuentemente en la llamada
“poesía pura” y en la de tema social: se vuelven inteli
gibles como poesía, y deshumanizándose a fuerza de ex
clusiones, empobrecen lo claro oscureciéndolo o simplifi
can lo oscuro dándole una falsa claridad”.
Sin duda la actitud de Pereda frente a la creación,
su autoexlgencia y afán de perfección se inscriben có
modamente en el ámbito poético de los años 30; pero
esta poesía y esta “poética” siguen actuando. Salvo que se
crea que la dirección de la poesía ha de ser una sola,
18
aquella precisamente en la que no importe el rigor, ni
la búsqueda sin tregua de la perfección, ni el compro
miso del poeta consigo mismo. En sus escasas publica
ciones, Pereda nos ha revelado un mundo interior sin
gularísimo y a la vez compartible. Varios de sus poe
mas alcanzan una condensación estricta de los elementos
vitales; y aquellos otros elementos de la dicción poética
(Imágenes, sonoridades del verso, ritmos, acentos, etc.)
son hasta tal punto refundidos que el poema adquiere
una inesperada unidad interior, un poder de trasmitirse
mediante una sola, breve, intensísima corriente emocio
nal. Recordamos, a este respecto el poema “Guitarra”,
en lectura hecha por el propio poeta; “Sobresuma”,
“Corazón del poema”, y los tres espléndidos poemas
incluidos en esta selección. Pereda ha cultivado, además,
una tendencia diferente, de interés por los problemas
actuales del mundo, por sus luchas sociales y reivindi
catorías. (por ej.: “A un jinete de América”, publicado
en “Siete poetas hispanoamericanos”, diciembre de 1964).
Su lírica no está cerrada sobre sí misma. Está, eso sí, no
estudiada a fondo aún.
Una presencia obsesiva de la muerte, una conciencia
agónica parece sustituir el énfasis del canto por un de
cir de violenta claridad. Sin embargo, el canto no desa
parece nunca y esa claridad es muchas veces un deslum
bramiento que Ínstala en nosotros nuevas tinieblas. En
conclusión, este modo de poetizar y de estar en la poe
sía, ¿es sólo el reflejo del momento en que el autor se
inicia, o es señal de que ese momento nos sigue hablan
do todavía?
Esta misma problemática cuya resolución depende,
en último término, de nuestro fondo más íntimo (aquel
en que se juegan los sentires, las proyecciones y las
ideas que vamos haciendo de la poesía y de la vida) pu
diera plantearse con respecto a otros poetas. Porque
i 19
también la obra de Esther de Cáceres será pasible de
un enfoque (o desenfoque) “vigencial”. La unidad de su
extensa producción hacen de Esther de Cáceres un poe
ta fácil de captar en apariencia. No lo es tanto, sin em
bargo. Lo que dificulta la aprehensión de su mundo no
es su particularidad expresiva sino una cierta reiteración
de un repertorio consagrado, prestigioso diríamos, de la
experiencia religiosa: el Angel, el Fuego, el Silencio, la
Flor, etc. Cuesta recobrarse y destacar, de esta vasta
obra, algún poema que haya quedado nítidamente di
ferenciado por la memoria. Se cree haber asistido a una
sucesión de acordes de diversa intensidad y que forman
parte de un preludio que anticipa las visiones de su es
píritu. Pero se trata de una asunción de la experiencia
religiosa y poética en la que no hay patetismos ni re
beldías. Su poesía es alabanza, y su alegría, transfi
guración. En “El Retablo cantado”, de su libro “Los
cantos del destierro”, no hay altisonancias ni desmesu
ras musicales. Diríase que su voz es asordinada, aunque
honda. “Con raíces antiguas / poblamos nuevo canto”,
“Bendecimos, cantamos”: estos versos resumen la acti
tud central de Esther de Cáceres, ya revelada desde “Las
Ínsulas extrañas” (1929) y confirmada en sus últimos
libros: impregnación en la tradición (Tradición con m a
yúscula, como acota Real de Azúa) y presencia de es
píritu.
Asi como la obra de Esther de Cáceres se halla sos
tenida, desde el comienzo por una continuidad, por un
tránsito a través de una experiencia capital suyo secre
to no acaba nunca de manifestársenos del todo, otra
figura femenina publica su primer libro en 1935, calla
seis años después y no retom a al verso. Nos referimos
a Selva Márquez. A su libro inicial sólo siguen dos, uno
en 1937 y el último en 1941. Pero sirven para mostrar
la existencia de un talento poético verdadero. Sin ampa-
20
parase en la tradición, confiando en su modo de ver el
mundo, bien dotada expresivamente, asimilada la ex
periencia surrealista de la cual ha tomado los elementos
afines a su personalidad, su poesía es muy poco recor
dada por la critica. Aún en el caso de que Selva Már
quez represente un momento en el desarrollo de nuestra
irlica, un ejemplo de modalidad demasiado adherida a
las exigencias de su hora, creemos que su calidad alcan
za para una consideración hecha desde otro ángulo.
¿Qué aporta Selva Márquez a nuestra lírica? En primer
término, una transfiguración poética de su contorno co
tidiano unida a una intensa piedad por las criaturas dé
biles, la infancia, los solitarios, los desamparados. Junto
a ello, una crispación, un vislumbre de horrores alma
adentro que buscan (y muchas veces hallan) imágenes
audaces como expresión necesaria. Algunos de sus poe
mas (tal vez los más felices) parecen haber surgido con
sólo acentuar la trama interna, el trasfondo mítico
de las leyendas o cuentos destinados a los niños. A veces,
Selva Márquez extrae sus mejores momentos de esos re
mansos de paz, de dichoso recogimiento en donde la vi
da asume sus diarias epifanías. Y cuando surge en sus
versos la comprobación de la Injusticia, la visión de un
rostro humano desfigurado por las presiones y las tram
pas sociales, el equilibrio ajusta su tono y evita que el
poema se desnaturalice en un vago impulso de indigna
ción o denuncia. Con haber callado, Selva Márquez nos
ha privado, tal vez, de una poesía que nos diera el alma
de la ciudad, a igual distancia de la estampa o del cos
tumbrismo lírico como de la crónica o el periodismo
poemático. Quienes han seguido y siguen esa línea esbo
zada por Selva Márquez, han carecido de calidad como
para transfigurar artísticamente la realidad ciudadana.
Quien podría haberlo hecho en cambio, ha dejado de pu-
21
blicar poemas y ha seguido el camino de la prosa na
rrativa.
Un año después de la publicación del primer libro
de Selva Márquez, aparece "Desvio de la Estrella” (1936),
úe Alvaro Figueredo. En 1956 publica “Mundo a la
vez”, obra que revela la maduración y la plenitud del
poeta. Su credo estético, del cual transcribimos al
gunos pasajes en la nota bio-bibliográfica, informa
su vinculación a la aventura surrealista. No obstan
te, el poeta rescata su individualidad, de modo que
los elementos surrealistas son en él coincidencias pero
nunca servidumbres. Arturo Sergio Visca señaló en “El
ciudadano”, febrero 27, 1957: “No creo desde luego que
Figueredo procure “el automatismo de escritura” que
proclamaban los surrealistas; sus poemas evidencian el
esfuerzo selectivo de sus elementos y el prolijo cuidado
en la selección de sus ritmos verbales”. Esta observación
es válida para “Mundo a la vez”, libro cabal y
plenamente logrado, aunque difícil de acceder, desafian
te en su ilogismo de tonos intensos. Pero hay en Figue
redo otra linea, que no llamaríamos popular sino de
claridad mental, de nitidez y rotundidad expresiva. Re
cordamos, a este respecto, su “Canto a Hispanoamérica”
y sobre todo su espléndida “Exaltación de Bartolomé
Hidalgo”, no incluida en esta antología a causa de su
extensión.
Muy pocos son los elementos comunes que pudieran
conectar a los cuatro poetas a que nos hemos referido;
muy distinto es en ellos el empleo del rigor y la bús
queda de la perfección. En algunos esa preocupación pa
recería no ser la esencial (E. de Cáceres, Selva Márquez)
sino una búsqueda en la entraña de la experiencia re-
lgiosa, a través de la cual podría verse el contacto con
una atmósfera en que la inquietud espiritual se ve favo
recida por el impulso vigoroso del catolicismo francés.
22
La obra de Maritata deja honda huella en esos años; y
ya para aceptarla, ya para controvertirla, muchas vo
ces se oyeron a través de encendidas polémicas.
Pero hay otro poeta en que se advierten, claramente,
las condiciones de una progresiva conciencia artística.
Es Roberto Ibáñez. A una iniciación adolescente siguió
una superación constante que dió como fruto su “Mitolo
gía de la sangre” (1939). Existen en ese libro momentos
de una firme asunción de desgarramiento interior en el
que el horror de la existencia y la lacerada nostalgia de la
infancia conforman una línea que alcanza pasajes neta
mente logrados en sus últimas producciones. Hay, además,
otras direcciones en la poesía de Ibañez: una que lla
maríamos de cantar popular (léase el “Cantar“ incluido
en esta antología) no muy amplia pero con hallazgos ad
mirables; otra, en que se inscriben aquellos poemas cuyo
tema central y aglutinante es la experiencia creadora;
una experiencia vivida como dramática aventura desde
un personalísimo narcisismo enfrentado con enérgica va
lentía y con impecable lucidez. Léase la “Trilogía de la
creación”, el “Solo del conocimiento”, “La frontera”. Son
poemas en cuya lectura no podemos dejar de reconocer la
presencia de un excelente poeta. La estructura de sus
composiciones es un modo de organización en la que
se apresa el movimiento interior que quiere ser objeti
vado: entrañas de fuego, condensaciones del ardor, alien
to incandescente. Poesía de la transfiguración, podríamos
llamarla, en el sentido de rehacer, en su totalidad, una
figura humana; de alcanzar a través del canto, su íntima
verdad. Juzgamos que en ese vínculo de transfiguración
y poesía radica uno de los elementos capitales de la
personalidad de Roberto Ibáñez. Asunción valiente de su
ser tal como es; pero desgarramiento profundo al em
prender la transfiguración del que se es en acuerdo con
su destino. “La poesía es el testimonio de mi ser”, ha
23
expresado el poeta. “Mi cuerpo es mi fantasma. No en lo
cotidiano, que sobrellevo como máscara y cáscara, sino
en la poesía, estoy y soy. Por ella intento reconocerme
y ser reconocido. Con ella exceder lo perecedero. Transfi
gurarme en ella”.
En los años finales de esta década se inician dos
poetas a los que importará —antes que el hermetismo o
la búsqueda de la pureza poética— la versión fiel y directa
de un sentimiento de la vida, de una intuición que cabria
en unos pocos términos: soledad, viril melancolía, frater
nidad, aceptación del mundo cotidiano, nostalgia. En 1939
se publica “Despedida a las nieblas” de Beltrán Martínez;
en 1940, “Cometas sobre los muros”, de Líber Falco. Hoy se
hace forzoso considerar a ambos poetas en forma conjun
ta. En efecto, un tono similar los vincula entre si; hay en
ambos un modo directo en el decir, una expresión que hu
ye sistemáticamente de la retórica, de la forma prestigio
sa, del ritmo consagrado. Buscando evitar que la métrica
piense por ellos, se entregaron a una cuidadosa ilumina
ción de sus mundos interiores, para mostrar algunas ver
dades que pudieran comunicarse eludiendo la seducción
del lenguaje. Ambos son autores de escasa obra, no
obstante haber logrado Falco, cerrado su ciclo por la
muerte, una influencia evidente entre muchos poetas
más jóvenes, que no la tuvo Beltrán Martínez. Sin em
bargo, éste nos parece mejor dotado que Falco en el te
rreno expresivo. Su verso posee un registro más amplio
y una musicalidad que no fue nunca en Falco (ni quiso
que lo fuera) prerrogativa de su obra. El mundo de éste
es auténtico pero reducido; y su lenguaje, desnudo y po
bre. Probablemente la luminosidad de la figura del hom
bre haya creado en tomo a su obra una adhesión incon
dicional y una arraigada veneración profundamente con
movedora; pero si se analiza su poesía con una mirada
puramente critica, habrán de descubrirse fallas, caídas,
24
tonos reiterados. No es posible, sin embargo, sustraerse
del todo al influjo de esa voz tan primariamente deso-
¿adora ni al atractivo de ese acento tan desamparado
y tan nuestro. Es un curioso fenómeno lo que ocurre con
esta poesía: la sentimos imprescindible a pesar de ser
conscientes de sus flaquezas. Se nos aparece más bien
como un testimonio poético. De ahí tal vez su virtuali
dad; de ahi tal vez el respeto que Falco suscita en todo
enfoque. Su melancolía es quizás la nuestra, la de todos;
pero desearíamos, quizás, otra expresión, otra fuerza, otro
lenguaje para ese desolado y cotidiano naufragio. ¿Pudo
haber sido Beltrán Martínez el poeta que llevara a su
culminación esa linea? No parece probable, hasta el mo
mento. Su segundo libro no mantiene el nivel del pri
mero, en el que figuran algunos de los poemas más
hermosos de los publicados en ese año de 1939, año
tan cargado de acontecimientos en nuestras letras. Por
ejemplo, el poema “¡Oh, frentes!”. Es una línea difícil,
en la que poco cuentan el brillo de la imagen ni los po
deres sensoriales de la lengua. Linea de austeridad y,
como tal, convincente y digna de emulación. Pero como
toda conducta de austeridad, provisional y convocadora
de una fuerza contraria que la destierre e implante la
riqueza de un decir sabio en su tradición e innumerable
en sus ofrecimientos de inéditas experiencias expresivas.
Ello puede explicar en parte el efecto que hoy nos cau
sa la poesía de Líber Falco y la imposibilidad (no des
mentida, lamentablemente) de Beltrán Martínez para
lograr una rotundidad en esa línea a pesar de sus exce
lentes cualidades poéticas. Obsérvese que esa línea de
austeridad no equivale al rigor que caracterizó los co
mienzos de la década. El rigor admite la riqueza; la aus
teridad no implica, necesariamente, una conciencia crí
tica poderosa. Ese deseo de riqueza, esa necesidad de ex
pandirse en ritmos, en combinaciones tonales y estrófl-
25
cas, esa apetencia por remover el habla popular, esa
complacencia en el cantar y en la meditación lírica a
la vez, era algo que se venía insinuando desde el comien
zo mismo de la década. Un poeta, de vasta producción
hoy, tomará a su cargo esa vertiente de nuestra poesía.
Multiforme, experto en rimas y armonías, expandiéndose
más que adentrándose en su propia sustancia poética,
“proteico y elusivo”, como gusta señalarlo Rodríguez Mo-
negal, Juan Cunha ha sido colocado en oposición a Lí
ber Falco, en cuanto a las características generales de
sus obras. Tomada dicha oposición con la debida caute
la, es evidente que la obra de Cunha nuestra acentos y
tonalidades que nunca integraron el soliloquio lírico de
Falco. Su producción es más amplia y también mucho
más imprevisible; su oído más atento a las voces de
afuera y su receptividad siempre dócil, al punto de h a
cer pensar, al observador apresurado, en un caso de pro
digioso mimetismo. Pero Cunha se ha hecho dueño de
su propia voz. Desde “El pájaro que vino % la noche”.
(1929) su personalidad se fue depurando, superando in
fluencias —Neruda por ejemplo— y revelando, antes de
llegar a “Sueño y retorno de un campesino” (1951) do
minio en las formas más dispares y en los más variados
metros. Podrá objetarse que ese espléndido libro que es
“Sueño y retorno de un campesino” esté asistido muy
de cerca por la sombra de Miguel Hernández; nosotros
creemos que esa asistencia h a beneficiado al libro (sobre
el que Cunha ha vuelto, como lo ha hecho siempre con
su producción anterior). Metro, estrofa, giros expresivos
muestran con claridad su procedencia; pero la adecuada
fusión del paisaje y el hombre uruguayos a una musica
lidad propia hacen del libro una entidad acrecentada
y autónoma con respecto al modelo español. Juan Cu
nha ha contado, en sus mejores momentos, con la ape
tencia musical del lector. Recuérdese “Variaciones de
26
Rosamía” (1952), “Cancionero de pena y luna“ (1953),
“Hombre entre luz y sombra” y sobre todo “A eso de la
tarde” (1961), en que se vuelven a mostrar el sentido del
ritmo, la predilección por el decir con sabor popular,
integrado a una osadía de la inmediatez y del coloquia-
lismo. “El apagado coloquialismo en que Cunha se diri
ge al lector”, observa Angel Rama a propósito de los
pliegos sexto y séptimo de la “Carpeta de mi gestión te
rrestre” (Marcha, 19/11/60) “tornándolo su compañero de
confidencia sin presionarlo ni absorberlo, muestra la
asunción de un habla viva a lengua poética, con una
prodigiosa captación rítmica y una fecundidad envidia
ble para ganar para la poesía la dicción peculiar de una
sociedad viviente”. Para Rama, Juan Cunha es el más
claro representante de lo que pudiera llamarse “poeta
nacional” en cuanto éste “se ve y sobre todo se oye, en
la invención idiomàtica”. Pero hay un Cunha (¿uno solo?)
que no puede quedar inadvertido para nadie: es el Cunha
de la nostalgia, el del niño campesino que vive en él, el
Cunha que ha logrado sus mejores poemas en esa atmós
fera de ensoñación y de retorno, en la cual sin embargo
los perfiles concretos de la tierra natal no se desvane
cen. Es Cunha poeta difícil de antologizar; a pesar de
su sabiduría lírica, de su oficio y de su inquieta investi
gación en las posibilidades del verso (libre o medido)
cuesta hallar el poema perfecto. Entiéndasenos bien: no
damos al término perfección un sentido académico, sino
el de culminación de cualidades, el de arribo a la excel-
sitid total, a ese poema en que forma y contenido (si
se nos permite la distinción), intuición y logro ver
bal, ritmo y significado, la carne misma, en suma,
del poema, resisten continuadamente los análisis y se
nos imponen como un todo que ha nacido para perdurar.
Es muy probable que nunca haya buscado Cunha esa
perfección que señalamos; pero no es menos probable
27
que adentrarse en su vasta obra es una incitante aven
tura de la que se sale a menudo con cierta insatisfac
ción: hay en ella, siempre, materia no transfundida, ele
mentos en estado primario que impiden la plenitud del
goce estético.
Cerrando esta década aparece la obra inicial de 8ara
de Ibáñez, “Canto”. Ya en la nota correspondiente seña
lamos su modo de aparecer: sin vacilaciones, sin titu
beos iniciales, dueña a tal punto de un instrumento ex
presivo que llamó poderosamente la atención. El desa
rrollo ulterior de su obra confirmó esa condición evidente
y la criticato màis sencillamente, nuestros observadores
literarios) empezaron a no ver más que esa perfección,
esa aristocracia del espíritu y ese hermetismo llevado
a cabo como en un dichoso estado de facilidad. La lira
o el soneto en manos de Sara de Ibáñez adquirían la
densidad, la sonoridad, la opulencia verbal propias de
esa linea lírica que puede entroncarse con lo mejor de la
producción hispánica del 27 y, entre nosotros, con la
sabiduría en el decir de un Julio Herrera y Reissig. Pero
no pocos errores de apreciación empezaron a tejerse en
nuestro ámbito. Gustada y comprendida a fondo en el
extranjero, su poesía, difícil sin duda, ha sido vista como
dotada de una frialdad que se emboza en la perfección
idiomàtica; así su implacable gobierno rítmico excluiría
una sensibilidad hacia las zonas que llamaríamos, a falta
de palabras mejores, trascendentes o existenciales. Ello
revela, precisamente, falta de sensibilidad para el jui
cio. La sabiduría idiomàtica de Sara de Ibáñez es ya,
desde el comienzo, una forma inconstrastable de sensibili
dad, de compenetración absoluta entre la intuición lírica
y los secretos del lenguaje. Metros, estrofas, rimas, com
binaciones rítmicas, tonalidades, acentos, no son formas
que la poetisa se imponga desde afuera en un empeño
por moldear la sustancia más o menos informe del ha-
28
llazgo poético, del discurrir emotivo, de la materia prima
del poema; sen su modo de ser en el mundo, su personal
respuesta ante la incitación indeclinable de la vida. Creo
advertir en su obra una fuerza espiritual que asciende a
zonas donde es difícil seguirla; una transparencia casi
mística, un sentido de las potencias vivas de la natura
leza, una percepción finísima de lo que llamaríamos, con
una expresión de Jean Giono, el canto del mundo. “En
tiendo a la poesía como un ejercicio de misterio, señaló
una vez Sara de Ibáñez. “Y en esto no hay superstición.
Quizá, sí, convicción religiosa”.
Pero otras observaciones, en mi criterio desenfocadas,
suelen recogerse a propósito de esta poesía: que el re
pertorio de elementos que ingresan en los poemas son
casi todos objetos poéticos “a priori”, prestigiosos por
sí mismos, o que la textura de su lenguaje no corres
ponde exactamente a lo que exige nuestro momento. Esto,
además de incomprensión, constituye parcialidad. Signi
fica juzgar con un criterio generacional (en el sentido
más estrecho) una obra que no se alinea en un bloque
poético determinado, que no comulga con una modalidad,
que tiene sus propias exigencias a las cuales ajustarse.
Y significa no aceptar al poeta del único modo en que
puede aceptarse: en su propio terreno. Para muchos as
pectos de la lírica de Sara de Ibáñez cabría esta exacta
fórmula de Octavio Paz referida a Gorostiza: “ ...sus
poemas parecen escritos fuera del tiempo. O mejor en
un tiempo que ya no transcurre, que sólo es”. “Hay una
apetencia de ser, una aspiración a librarse de una fluen
cia temporal devoradora que le confiere un mágico estre
mecimiento, una vibración que se ahonda en sus últimas
composiciones.
Pero Sara de Ibáñez sabe adentrarse en el aire de
su tiempo. Toda una sección de “Las Estaciones y otros
poemas” lleva como subtítulo la palabra “Intemperie”.
Y el poema “No puedo” es una espléndida confirmación
de lo que venimos diciendo. Podrá reprochársenos que
no es esa la linea más cabal de Sara de Ibáñez, que su
obra queda representada por otras zonas, por un ámbito
de pureza estética, y que “la única fiesta que acepta
es la de las palabras”, según observó Jorge Carrera An-
drade; pero es imposible negar que esa otra linea existe,
que su obra puede expandirse hacia regiones imprevi
sibles y que su madurez puede ofrecer todavía tonalidades
aún más amplias y densas. Como quiera que sea, esta
poesía sigue aguardando, entre nosotros, un análisis com
pleto y una recta interpretación.
III
En 1945 se publican los primeros libros de dos poeti
sas que tienen escasos puntos de contacto: “La cabelle
ra oscura” de Clara Silva y “La suplicante” de Idea
Vilariño. Hay diferencia de acentos, de madurez interior
de dominio del oficio. La obra de Clara Silva nace con
muy pocos signos de una necesaria ulterior evolución; su
obra posterior no hará sino seguir explorando una expe
riencia desgarrada, de fuerte tono religioso, una viven
cia de búsqueda y de hallazgo, de tortura y de éxtasis
sufriente. En la obra de Vilariño, que se enriquece y
se supera en el posterior desarrollo de su obra hasta
alcanzar una seguridad, una àcida visión del mundo
y de los seres, una austeridad en el manejo del verso y
una sobriedad de lenguaje conseguidos con un perma
nente rigor, se ha visto el comienzo de la generación del
45 en lo que respecta al desarrollo de la lírica nacional.
También se h a visto en ella a su voz más representativa.
Comprendemos, dada la autenticidad de la voz poética
30
de Idea Vilariño, que ello sea así. No comprendemos por
qué no integra, abiertamente, esa misma generación
Clara Silva. Mayor en edad, la producción poética de
ésta última puede inscribirse sin notoria violencia en ese
ámbito generacional en el que es ya lugar común ad
vertir las características de un cambio con respecto a
la anterior generación. Nuevos temas, producto del acon
tecer nacional y mundial, acceden al terreno literario.
La segunda guerra acaba de concluir y la humanidad
está ya pronta para sumergirse en la prolongada y dura
experiencia de la guerra fría. Carlos Real de Azúa, que
tiene plena autoridad para hablar de esta generación,
escribe: “La postura de inconformidad (por ejemplo) an
te la versión rosada y optimista de los uruguayo, el des
dén, y hasta la animadversión, hacia las superestructu
ras políticas y culturales con que, en la aparente adhe
sión de todos, el país se expedía, la sensación de crisis
—de crisis de perención, de agotamiento irremediable—
de todos los supuestos (económicos, sociales, culturales,
internacionales) sobre los que la existencia oriental, en
forma apacible, confiada —y al parecer unánime— creía
descansar”. (Antología del ensayo uruguayo contemporá
neo). Y más adelante, Real de Azúa señala: “A esta
especie de “generación del noventa y ocho” el interés
por el país y por lo que efectivamente ha realizado de
valioso, por lo que positivamente ha sido y continua
vivo —o persistióle, o recuperable— la ha conducido a
»na tarea de revisión y justiprecio bastante copiosa de
nombres, autores, causas, movimientos, partidos, episo
dios (esto es: tanto literaria y folosófica como histórica)”.
“Esto, como es lógico, tenía que llevar a una ruptura
total, completa —casi como un irse al Aventino— con
lo que hacia 1945 ó 1950 corría como literatura o histo
riografía oficiales, cargadas de retórica y conformismo,
hinchada« por el elogio cortés y la condescendencia mu-
81
tua, estirilizadas por una noción puramente acumula
tiva, puramente decorativa de la función intelectual”.
También Real de Azúa denomina a esta generación del
45 “generación de las revistas ((Escritura, 1947; “Cll-
namen”, 1947; “Marginalia”, 1948; “Asir”, 1948; “Núme
ro”, 1948; “Nexo”, 1955; “Tribuna Universitaria”, 1956;
“Deslinde”, 1956). Señala entonces Real de Azúa la im
portancia de esa experiencia de las revistas, en la cual
los escritores nacionales conocieron de cerca las “condi
ciones sociales de la vida cultural, de las trabas que
pesan sobre la creación del espíritu, de las constriccio
nes que a una “inteligencia” le impone pertenecer a un
país marginal, de condición económica débil, de estruc
tura oligárquica, con los resortes decisivos de la ‘cultura
de masas” en manos dé grandes agencias mundiales y
mediatizadas a decisiones que nos son extrañas”. En poe
sía, y entre nosotros, se advierte un gusto por los tonos
más directos, por una disminución del afán de perfección,
por lograr para la poesía una mayor permeabilidad ante
las Imposiciones del aquí y del ahora En esta gene
ración habrá también poetas orientados hacia la an
gustia existencial, poetas para quienes las experiencias
trascendentes no son del todo ajenas. La figura de Clara
Silva, tan intensamente personal bien puede ser ubicada
en este cuadro, en el que no es posible negar el adveni
miento de un modo distinto de concebir y de practicar
el ejercicio de la poesía. Vistas las cosas desde nuestra
perspectiva, no nos parece que los hechos poéticos hayan
sido tan decisivos como para creer que nuestra poesía
empieza realmente allí. Que hay voces distintas es inne
gable; pero lo distinto no implica necesariamente supe
ración, calidad desbordante, surgimiento de un movimien
to lo suficientemente compacto y excepcional como para
transformar radicalmente nuestras letras. Mas lo impor
tante es que los poetas del 45 no estaban animados de
sa
tan absoluta ambición. Se propusieron, sí, buscar cada
uno su propio camino, con sinceridad, con hondura, con
la certeza de estar solos. Medió el influjo de nuevas
voces poéticas. Vallejo, Borges, Neruda son algunas de las
figuras principales que determinan un orbe lírico al que
era difícil sustraerse. Tampoco había por qué intentarlo,
puesto que ellos representaban lo que unos años antes
había sido un Valery o un Lorca. A partir de esas in
fluencias, serenamente aceptadas, fueron haciéndose oír
las voces de las personalidades más importantes del pe
riodo. También en este caso se corre el riesgo de unifor
mar el panorama, descuidando las calidades individua
les, sus diferencias profundas a pesar de su misma ubica
ción generacional; hay rasgos por lo pronto, que los
comparten casi todos: la proscripción de ciertas formas
(el soneto, por ejemplo); el rechazo sistemático de pala
bras poéticas a prior!, la huida de toda complacencia
visiblemente sensorial del verso. El propósito, no siempre
formulado con absoluta claridad, era arduo. Y ello bas
taría para acreditar un sólido haber en la cuenta de la
generación. Pero, ¿y los resultados? Parecería inoportuno
examinarlos cuando el ciclo de la mayoría de los poetas
de esa generación no está cerrado. Con las excepciones
de Pedro Picatto, Humberto Megget y Susana Soca, los
tres fallecidos, los demás están en plena producción,
ahondan en sus experiencias humanas y literarias. Sin
embargo, después de transcurridos veinte años, es legíti
mo inquirir en la obra de muchos de ellos.
IV
El mundo lírico de Idea Vilariño, obtenido gracias a
la transnutación de intensas, desoladoras vivencias, ha
88
llegado hasta un público lo suficientemente amplio como
para probar que tanto en “La suplicante” como en “Cie
lo cielo”, en “Paraíso perdido” o en “Por aire sucio”, o
en los estremecidos “Nocturnos", existe el tono propio de
una generación. El erotismo y la muerte son los ele
mentos más palpables de este mundo lírico descarnado,
en el que la desesperación y la amargura adoptan ritmos
poderosos y flexibles. Poesía agónica, además, en la que
no sólo la muerte existe, sino que invade los temblores
más secretos del verso. Poesía de la noche, indudable
mente, pero también poesía de tinieblas. Es un modo
particular de existir, o de sobrevivir, de estar inmersa
en la soledad, “que es forma del morir y que es muerte”.
Pero esta poesía parece no poder expandirse hacia otros
terrenos. No exigimos tal cosa, por supuesto; aventura
mos solamente que esa experiencia tan suya, esa actitud
dura y sostenida, esa desesperanza que le han otorgado
ya un puesto firme en nuestra lírica femenina parece
haber llegado a un callejón sin salida. Es muy probable
que Idea Vilariño nos sorprenda con una veta distinta y
enriquecedora; por el momento, la posibilidad de evolu
ción resulta difícil de captar. Hoy, Idea Vilariño consti
tuye un caso ejemplarizante de “poeta sentidor”, preci
samente una de las condiciones que la crítica objetó a
muchos poetas de generaciones anteriores.
Grandes diferencias hay entre los tres poetas muer
tos que ya hemos señalado; Pedro Picatto, Humberto
Megget, Susana Soca. Se revelan, además, en distintos
momentos y por distintos caminos. La publicación de la
obra total de Picatto, “Las Anticipaciones”, se hace el
año mismo de su muerte: 1944 Megget se inscribe con
claridad en el ámbito generacional del 45. Susana Soca,
que no alcanzó a ver en vida libros suyos publicados
actúa en el cruce de la tercera y cuarta décadas y su
influencia se extiende bastante más allá en el tiempo. De
84
angustiosa existencia, torturado por su deformidad física,
competido a vivir su desgracia sin más armas que la
pureza de su corazón y la ternura, el primero; de cortí
sima vida, aunque afincado en el seno seguro de un es
trecho círculo de amigos, el segundo; ensimismada, hon
da hospitalaria para toda noble intención espiritual, la
tercera.
La obra de Picatto contiene resonancias de períodos
anteriores, tanto de la lírica nacional, como de la euro
pea. Pero eso ocurre sólo en la superficie: su poesía, como
su vida, hay que encontrarla hombre adentro en esos
momentos que sobrepasan a la dulzura, a la transparen
cia de un corazón a la vez macerado y angélico. Deste
llos de patetismo, mundo interior a punto de estallar por
la desgracia física, grito contenido aunque audible a
veces: ahí surge el poeta que hubiese podido ser plena
mente. Un poeta, a no dudarlo, capaz de haber logrado
una obra difícil de igualar en esa década. El caso de
Humberto Megget es similar en cuanto a la desazón que
deja su existencia malograda. Muerto a los veinticinco
años, Megget había llegado a dar muestras de un talento
capaz de alcanzar, en su madurez, una relevancia in-
constrastable. A diferencia de Picatto, la poesía de Megget
parece nacer, curiosamente, de una ruptura total con la
poesía que lo antecede. Su sentido del juego lírico,
—“Megget no es un poeta de las cosas, pero sí un mala
barista que usa las cosas, que las lanza por aire y las
recoge ya cambiadas, dispuestas a servirles como expre
siones poéticas de un estado de alma”, dice Benedettl—
sus audacias que a veces hacen sonreír pero que indican
su capacidad para la renovación, el libre movimiento de
cada uno de sus poemas y, sobre todo, el poder de su
fantasía, de transmutar la realidad en un plano de m ara
villa, de penumbra y de misterioso sentido, auguraban un
estupendo destino poético. No ocurrió asi, desgraciada-
86
mente. La muerte sorprendió al poeta cuando estaba ya
logrando, en sus últimas composiciones, un acento som
brío y tenso, una visión enmarcada por la conciencia de
la fatalidad que lo cercaba, una voz estremecida y to
talmente nueva.
También la muerte de Susana Soca, por las circuns
tancias en que acaeció y por la floración espiritual que
cegó, vino a impedir la maduración total, la depuración
decisiva de su obra. Esta revelaba un finísimo tempera
mento poético y una penetración nada común en el mis
terio de la actividad creadora. Buena parte de su poesía
tiene como centro el poetizar sobre el proceso^ creador
mismo. Y en “Definición”, precioso texto que precede al
libro “Noche cerrada” (1962), en el que distingue el doble
lenguaje de la creación auténtica, el directo y el indi
recto, leemos: “El que crea, en el difícil acuerdo del jue
go y el tormento, hace su música, pero no puede escu
charla nunca; si la oye, no puede reconocerla, porque
se le aparece como si fuera indefinidamente otra. Sólo
queda la presencia del juego y el tormento, desde el
principio hasta el final. Pero otros escuchan; alguna vez
la música se hace en ellos y, como siempre, ésta es la
realidad de la poesía”.
La experiencia poética de Sarandy Cabrera adquiere,
hoy, una dimensión que es necesario destacar: la des
confianza del propio poeta hacia la poesía como entidad
capaz de dar la solución de los grandes problemas hu
manos. Ello lo ha llevado a una actitud compleja, en la
que no se advierte claramente la necesidad del poetizar
habiéndose asumido una posición en que lo primordial
es la radical transformación de la sociedad y del hombre,
y habiéndose comprobado —por parte del autor— que la
función de la poesía en ese gran quehacer universal es
prácticamente inocua. No obstante ello, en la obra de
Cabrera, considerablemente amplia, no son escasos los
36
momentos de real calidad. A veces se nos aparece como
un poeta a despecho de sus convicciones ideológicas y
de su trayectoria en el terreno práctico. Porque en reali
dad Cabrera nunca ha confundido, por lo menos hasta
ahora, la creación poética con la carga conceptual, pro-
selitista, formulable en consignas o en manifiestos. A lo
sumo se advierte en su último libro una solidaridad viril
y tierna a la vez por el prójimo que sufre, víctima de
un orden social injusto. Pero Cabrera sabe bien que un
editorial en verso difícilmente es poesía. Su obra, inicia
da bajo la tutela literaria de Vallejo y de Neruda, fue
emancipándose gradualmente hasta lograr composiciones
en las que esa “mitología familiar’’, según señaló Rodrí
guez Monegal, le confiere a su verso una fuerte autentici
dad, no obstante las frecuentes vacilaciones, desajustes
y debilidades de las que su obra no ha podido verse hasta
ahora totalmente libre.
La particular concepción de la poesía que ha forjado
Sarandy Cabrera le ha llevado en algunos casos a enfocar
en forma demasiado parcializada la obra de compañeros
de su generación. Tal lo que ha manifestado con respecto
a la poesía de Carlos Brandy. La angustia de Brandy,
observaba Cabrera, su negación del mundo comportaban
un riesgo: inducir a la desesperación y al aniquilamien
to del individuo. Sin duda la poesía de Brandy no es poe
sía combativa, aunque busque reconstruir, desde una nue
va plataforma, al hombre y a la sociedad. Empero, no es
la suya poesía de gettho interior; y aunque casi siempre
su obra señala una intimidad dolorida y replegada en
sí misma, hay momentos en que la denuncia es formula
da y en que un horror universal, de trágicas tonalidades
encrespa su verso y suspende la morosa vigilia de un
mundo interior grisáceo, hecho de tedio y de sorda an
gustia. Pero no es en ese aspecto subrayado por Cabrera
donde hay que detectar, en nuestra opinión, las flaque-
37
zas de la poesía de Brandy. Es en sus propias cualidades
como poeta donde hay que ir a buscarlas. Releída hoy,
esta obra se nos presenta limitada en contenido y en
valores formales. “Juan Gris”, su último libro, no con
sigue mantenerse a la altura de los anteriores, especial
mente de “Los viejos muros”. En un grado tal vez más
evidente que en Cabrera, la poesía de Brandy se ha visto
perjudicada por las influencias (Neruda sobre todo) y
por cierta facilidad en caer en una retórica de signo con
trario a la que repudió esta misma generación: la de la
imagen acumulativa, con la que se quiere cercar una
emoción o una intuición y con la que solo se consigue la
aparente sensasión de que el poema crece. “Poeta ver
dadero pero menor”, apuntó Rodríguez Monegal. A esta
altura, dicho juicio no hace más que despertar nuestra
adhesión.
Con mayor seguridad en el empleo del verso, Ida
Vítale h a dado, sobriamente, la preocupación por el acon
tecer, la búsqueda de un asidero firme en el pasado.
“Cada uno en su noche”, su último libro, nos permite el
disfrute de algunos buenos momentos de poesía. Recor
demos el poema cuyos versos iniciales dicen: “La muerte
es la menor / distancia entre los sueños”. Ida Vítale
sabe, a menudo, detenerse a tiempo y obtener efectos
interesantes sin forzar la voz. En cambio, cierto respecto
extremado por los elementos formales, como en “Impa
ciencia”, por ejemplo, llega a empañar sus vividas intui
ciones. A pesar de ello, el ámbito lírico de Ida Vitale es
firme y resiste el análisis. Sin ostentar patetismos con
sigue acercarnos a su angustia pudorosa y serena: “Será
otoño de pronto / No hay ya tiempo”. O también cuando,
sin retórica, anuncia una presencia obsesiva, la de esa
“red donde la vida es tram peada”. Los poemas que hemos
escogido m uestran las mejores cualidades de Ida Vitale.
Muchas de las características de esta generación, o
38
por lo menos, de varios de sus Integrantes, se congregan
en la obra lírica de Mario Benedetti. El autor de los
“Poemas de la Oficina" es único en el panorama actual
de nuestras letras. No puede parangonarse con nadie,
aunque tal vez muchos se sientan tentados de repetir sus
fórmulas, sobre todo las que le han abierto las puertas
de la popularidad y que sólo él sabe manejar. Ciñéndonos
solamente a su obra en verso, tenemos que decir que
ninguno trazó como él una psicología del hombre ciuda
dano en la que éste se reconociese con mayor celeridad
y con menos esfuerzo. Su poder de establecer un vínculo
con el lector a partir de los “Poemas de la oficina” fue
sorprendente. De un coloquialismo menos estilizado que
el de Juan Cunha pero de mayor repercusión y bien dis
puesto siempre a la jocosidad burlona, la lírica de Bene
detti iba acertando cada vez más con lo que el público
quería: que le hablasen claro. Aunque hubiera que sa
crificar calidades. El ciudadano medio ha encontrado un
autor con el que se entiende y eso es más que suficiente.
El hecho literario existe y no cabe desconocerlo.
Por nuestra parte, confesamos que hemos disfrutado
con la lectura de esta poesía. Nos hemos sumado en
nuestro momento, a la corriente de asentimiento; y he
mos podido reconocer el grado de acierto que hay en
buena parte de sus versos. Existen otras dimensiones,
ciertamente: su preocupación religiosa, sus retratos, in
dividuales o en grupos, de personajes típicos de nuestra
sociedad, sus testimonios de rebeldía y denuncia. Pero,
lamentablemente, y tomada con conjunto, su poesía ya
no puede provocarnos el entusiasmo que despertó en no
sotros y que consignamos cuando era oportuno. No en
contramos en ella, y sobre todo en “Noción de patria"
y en “Próximo prójimo”, salvo algunos excepcionales mo
mentos, esos logros que fuercen a la relectura, que obli
guen a volver una y otra vez sobre el poema, que resis-
39
tan siempre, sin acabar de entregar nunca su secreto, al
esfuerzo denodado del análisis. Su prosaísmo es a veces
tan reiterado que consigue lo contrario de lo que proba
blemente se proponía el autor: la restauración plena y
con todas sus prerrogativas, de la prosa. Composiciones
como “Las baldosas”. “Obituario con hurras”, “Paisa opo
sición” del libro “Noción de patria” son, para poner sólo
unos pocos ejemplos, confirmación de lo que establece
mos. Hay en Benedetti sin embargo, una emoción de to
no personal, que se produce cuando consigue transmutar
artísticamente una impresión de desgaste y de tedio, de
rutina que carcome y de vida que se diluye sin rebeldías,
de agrio desamparo y de envejecimiento prematuro. Ello
ocurre con procedimientos simples: acumulación enfáti
ca de ciertos versos o giros, contrastes violentos en las
enumeraciones, empleo de lo grotesco familiar, de modo
de concederle al poema una cierta estructura mediante
la cual esa ternura, ese horror y esa melancolía impoten
te que se advierte en las mejores zonas creadoras de
Benedetti (cuentos, novelas) logre expandirse. Pero en
otros momentos sus composisiones quedan en el mero
nivel del apunte en donde se ha vertido una opinión, un
fastidio momentáneo, una ocurrencia, el eco de algún
chiste. Es cuando comprendemos por qué se ha hablado
de la tram pa Mario Benedetti. Su lenguaje, por otra par
te, es un lenguaje m altratado: no hay sentido del matiz,
de la armonía interna de las palabras, de su carnalidad,
de sus volúmenes, de sus tonalidades, de su densidad.
Se nos preguntará, con toda razón, por qué hemos
incluido entonces a Mario Benedetti. La explicación se
halla contenida en la advertencia con que encabezamos
la presente edición. Sería oportuno entonces, desarrollar
la. Mario Benedetti, en el terreno lírico, es un hecho
literario en nuestro país. No puede desconocerse ni omi
tirse en una antología que no está elaborada sólo en
40
base a nuestro gusto personal. Como ejemplo de una
poesía deliberadamente antipoètica, de gran poder de
penetración en un número considerable de lectores (a
nadie se le oculta que Benedetti es uno de nuestros
escritores más leídos) como representante de una de las
lineas del esfuerzo lírico de la generación del 45, como
comprobación de algunos de sus resultados, Benedetti no
podía faltar. No hay otra razón. Pero tampoco podían
faltar las reservas que dejamos establecidas.
Otra tentativa se lleva a cabo, actualmente, en
procura de un lenguaje apto para la comunicación, ca
paz de absorber la realidad de nuestra época, (sin lo cual
no hay comunicación al nivel del entendimiento) y se ve
rifica en una de las figuras femeninas más interesan
tes de la generación del 45. Luego de una corta experien
cia de iniciación, luego de sus parciales aciertos en “El
Río” y de dar en “La invitación” un perfil más nítido de
su personalidad, la poesía de Amanda Berenguer irrum
pe por caminos nuevos. Es inevitable que cause sor
presa tal actitud en un observador situado fuera de
la aventura personal de la creación poética. Como
quiera que sea, tal actitud era necesaria si se de
seaba seguir manteniendo vigente el derecho a hablar
poéticamente sin repetir los previsibles acentos de la
subjetividad más estricta. El caso de Amanda Berenguer
es ilustrativo en cuanto revela la necesidad de maduración
que actualmente viven muchos poetas nacidos en los
años veinte. El cerrado círculo de la subjetividad no só
lo no satisface: ha cambiado en sí mismo, se ha abierto
al mundo y el mundo ha ingresado en él, transformán
dolo, renovando los sentidos y extendiendo el alcance de
un estremecimiento que se acuerda ahora con el estre
mecimiento de todos. “Quehaceres e invenciones”, “De
claración conjunta”, y “Materia prima” muestran ese em
peño, que señala una distinta perspectiva tanto en el
41
plano temático como en el formal. Hay en esos libros al
gunas características que no son las más abundantes
en el panorama de la lírica nacional: fuerza, en
primer término. Una fuerza que no se debe con
fundir con la grandilocuencia y que surge del centro
mismo de su personalidad, de esa visión angustiada,
no exenta de asombro y terror ante el espectáculo
del desarrollo técnico, al que se mezclan una admi
ración por esas mismas maravillas civilizadoras y un
asentimiento a la oculta fuerza que mueve y ordena
en un sentido el proceso civilizador entero. Imaginación,
además. Una imaginación no siempre vigilada, no siem
pre capaz de esquivar las combinaciones verbales de du
doso gusto; no pudiendo hacerlo, en realidad, estando
más atenta a descubrir terrenos vírgenes que a gobernar
el constante acierto de su expresión. Vitalidad expansi
va, finalmente. Amanda Berenguer está ahora en situa
ción de aprehender un ámbito amplificado y a la vez vi
viente; es capaz de integrar, en un poema unitario, el
mito con el invento técnico, y éste con la particular
emoción nacida de lo concreto, de la circunstancia
irreptible y única. Su lenguaje no vacila en recurrir
a modalidades expresivas que quebranten las normas de
un decir en el que predominaba la eufonía, el ritmo
ajustado, el cuidadoso disponer de la materia sonora.
Pero Amanda Berenguer sabe bien que el oficio de
poeta no es otro que el de crear poesía y el de con
quistar, para ella, reinos inexplorados. Por ello, no
hace trampa. Quiere poder nombrarlo todo, desde la
intuición más escurridiza hasta el quehacer más tri
vial y cotidiano, desde el pensamiento solitario hasta
la emoción de las espaciales aventuras. Si la disonancia
existe, es porque para ella el mundo disuena realmente.
“Las nubes magallánicas”, por ejemplo, (que por su
extensión no incluimos, no obstante su interés) muestran
42
las posibilidades de esta poesía y el camino por el que
ha decidido transitar. No vacilamos en afirmar que,
en el cuadro de esta generación del 45, encontramos en
Amanda Berenguer a la figura que está trabajando me
jor, con un sentido más profundo del experimentar, y
con una más viva inquietud por la invención renovadora.
El panorama de esta generación del 45 parecería
cerrarse aquí. Sin embargo, quisiéramos hablar de dos
poetas un tanto relegados, de difícil ubicación, aunque
de larga trayectoria. Zelmar Riccetto, en primer término
quien vierte lo mejor de sí mismo en su dos últimos libros:
"Oficio de amistad” y “Como quien está viviendo”. Se tra
ta de un poeta a tener en cuenta, que no se destaca por
los tonos violentos de su obra pero que confirma sus vir
tudes con un laborar persistente, de evidente progreso y
cobre todo, de real capacidad para captar, con una ópti
ca muy actualizada, los encantos sempiternos de la natu
raleza. Toda una sección de “Ciudad del aire”, por ejem
plo, se denomina —sugestivamente— “Pastorales”. No
siendo muy fértil este período de nuestra lírica en el tra
tamiento del paisaje, la obra de Zelmar Riccetto tiene
la virtud de mostrar una temática poco frecuentada y,
en él, elaborada con indudable calidad.
El otro poeta relegado, olvidado (en un grado mucho
mayor) es Emilio Ucar.
Su poesía, en la que es posible reconocer deudas
con la aventura surrealista, posee, en primer término,
una fuerza que llama la atención. Que no procede de una
plétora vital, sino de una soterrada rebeldía, de un es
tremecimiento de horror ante lo inevitable y de una cris
pada sensibilidad para el drama de la hora y las urgen
cias del momento. Además, existe en el verso de Ucar un
sentido del ritmo que quizás no sea fácil percibir en las
primeras lecturas; se trata de un acompasar su fluir
emotivo a una respiración no enteramente libre sino pau-
43
tada aquí y allá, sin orden aparente, por corresponden
cias sonoras. La lectura reiterada —que no tiene por qué
ser necesariamente realizada en una forma de persistente
continuidad— entrega al fin el poder de convicción de
ese ritmo, fusionado con el sentido general hacia el que
apunta el poema. Probablemente muchas de las imágenes
de esta poesía, pensamos sobre todo en “Hoy, cada día”
resistan la exigencia del buen gusto. Y asimismo, el em
pleo frecuente de adverbios (inevitable tributo a un mo
do de poetizar de la década del cuarenta al cincuenta, y
que tiene sus adeptos aún hoy) puedan filiar con exce
siva claridad la obra de Ucar, puedan signarla con un
trazo demasiado fuerte en nuestro sucederse de moda
lidades y de mimetismos líricos. Pero creemos que
no es difícil probar que la observancia del buen gusto
no era lo que principalmente preocupaba a Ucar, y que
su fuerza, sus alucinaciones y su sombría visión de la
realidad han sido suficientes para quebrantar la servi
dumbre de un lenguaje momentáneo y alcanzar la ple
nitud y la verdad poéticas.
V
¿Qué es lo que ocurre en los últimos quince años?
Los poetas que ubicamos en la llamada generación del
45 se afirman en el comienzo de la década del cincuen
ta y prosiguen su producción. Al mismo tiempo, otras
voces se inician: Ricardo Paseyro en 1950, Jorge Medina
Vidal en 1951, Carlos Flores en 1952. Son algunos años
menores que las más conocidas figuras del 45. Apenas
dos años más tarde, Saúl Ibargoyen Islas publica su pri
mer libro; un año después lo hace Wàshington Benavi
des. A estas apariciones les siguen, en 1956, 1957 y 1958,
44
los libros iniciales de Nancy Bacelo, de Cecilio Peña, de
Circe Mala respectivamente. En 1961, Milton Schinca, na
cido en 1926, publica “De la aventura”. En 1963 Walter
Ortiz y Ayala da a la estampa “Hombre en el tiempo”,
premiado en la Feria Nacional de Libros y Grabados.
Algunos han tomado esa fecha de 1960 como hito para
estructurar la existencia de una nueva generación (exis
tente no sólo en el plano lírico, sino en las demás poslbT-
Udades creadoras ). Nuevas voces, en efecto, comien
zan a publicar en torno a esa fecha. Año más año
menos, como siempre ocurre, jóvenes escritores se deci
den a andar, coincidiendo en el tiempo, por uno de los
caminos más áspero e incierto.
Pero los autores que acabamos de mencionar, ¿re
presentan la conclusión, el cierre de la generación del
45 o son la vanguardia de los nuevos? ¿Es posible dis
tinguir entre nuevos y novísimos? Y dentro de esos diez
u once poetas, hay a su vez algún denominador común
que permita hablar de ellos como de un cuerpo unitario?
¿Habrá que hablar también de precursores y adelanta
dos de la nueva generación?
Lo sorprendente es que los escasos rasgos comunes I
no los sitúan en una posición estrictamente diferencia- 1
dora con los de la generación anterior. José Pedro Díaz
pudo ver algunos de esos rasgos eomunes: “Actitud di
námica”, en cuanto se procura difundir e incrementar
el conocimiento de la poesía más allá de los limites ha- |
bituales y quiere ampliar su público”. (Marcha, 27/di— ¡
ciembre/63) Recordaba también Díaz las publicaciones j
dedicadas a la poesía: “Siete poetas hispanoamericanos”,/
dirigida por Nancy Bacelo y “Aquí Poesía”, a cargo de
Rubén Yacovsky. “Es difícil”, dice Díaz, “recorrer una
colección de poesía en la que no se advierta la preocu
pación del poeta por su lugar y su tiempo”. i
46
Pero, y esto nos interesa destacarlo, Díaz señala que
“no aparece por ahora ruptura y si continuidad entre
su tarea y la de sus predecesores inmediatos”. “Nada
similar ocurría”, explica el propio Díaz, cuando los poe
tas de la llamada generación del 45 “eran a su vez re
cientes y los predecesores eran Oribe, Casal, Ibáñez, etc.”
Real de Azúa señala (en el mismo número de Mar
cha) que “esta incipiente generación de 1960 no es dema
siado diferente de la anterior. En este sentido podría
aventurarse ¿que mientras la ya provecta del 45 tuvo que
enfrentarse beligerantemente con las anteriores del 17 y
del Centenario, esta es, en cierto modo, legataria de
una demolición, cuya pasión e inicial dificultad no pue
de comprender, ni, como es obvio, compartir. Posterior
mente, Angel Rama pudo hablar de “generación de la
crisis”, insertando a la nueva promoción en el desarro
llo de los hechos socio-políticos de los últimos nueve o
diez años. Tal vez el quehacer poético de esta nueva ge
neración busque registros de mayor amplitud, de más
firme entronque con el desarrollo tradicional de la cul
tura poética, de una condición para el canto más soste
nida y más nítida. Algunas formas tradicionales, el so
neto, por ejemplo, que muchos integrantes de la genera
ción anterior se habían prohibido, vuelve a ser tratado,
en distintos niveles, y confirmado en su vitalidad. Es
que han asimilado a sus inmediatos antecesores, por
que de algún modo son ellos (y no meramente en
el simple campo de las influencias); han hecho con
ellos la experiencia que ellos tuvieron que descubrir
y, trascendiéndola, quedaron aptos para entregarse al
descubrimiento de sus propias experiencias. Como quie
ra que sea, la diferenciación no es todavía clara.
Saúl Ibargoyen, Milton Schinca, Ortiz y Ayala re
velan, en grados distintos, una preocupación por la cir
cunstancia que viven el país y el mundo que no es del
46
todo ajena a la generación precedente. Washington Be-
navides, en una respuesta publicada en Marcha, 27/di-
ciembre/63, señaló:... ‘creo que ha surgido una nueva
generación literaria; a la que acompaña una atmósfera
peculiar que es su estilo. Atmósfera que da un aire de
familia; que es una sinceridad hasta el dolor; el testi
monio, el mundo contemporáneo; una entrada resuelta
y espontánea a las conmociones sociales, a la lucha vi
gente. Pero debe reconocerse que esta atmósfera parecía
anunciada por algunos integrantes de la generación an
terior e inmediata: (Berenguer, Vítale, Brandy, Benede-
tti, Megget) y que da origen —a mi modo de ver—
a la continuidad existente entre la generación que inte
gro y los escritores nombrados”.
El mundo está sufriendo una experiencia (guerra
fría, revolución cubana, surgimiento de China como po
tencia nuclear, guerra de Viet Nam) que difiere de la
que vivía en los años 45 y siguientes. Todo ello se In
filtra en los poemas, aunque no se sientan obligados por
ello a romper con los postulados y las actitudes de la
anterior generación. Los vínculos no están totalmente
cortados y aún es posible ver un juego de relaciones, de
contactos, de parentescos: Líber Falco impregna muchos
momentos de Ortiz y Ayala; Idea Vilariño determina un
ámbito en que surgieron varios temas amorosos de la
poesía femenina. En este sentido, Nancy Bacelo pro
cede en parte de esa línea, superada luego hasta en
contrar su acento. En algunos casos, la veneración
por figuras extranjeras configura un aire en el que
desarrollan paralelamente las personalidades de nues
tros poetas. Antonio Machado reaparece a menudo ya
como irresistible impulso para seguir sus pasos (Or
tiz y Ayala) ya como punto de partida para concretar
una original actitud ante la poesía (Circe Mala). Tam-
47
bién otras voces poéticas vienen inquietando: Saint Jhon
Perse se oye desde hace varios años; Cerauda y Alexain-
dre son cada vez más leídos; los que están considerados
como la avanzada de esta generación del 60, los más
nuevos, revisan la obra de Gabriel Celaya, de Blas de
Otero, de Hierro. Aunque la atención se amplifica y tam
bién se presta oído a las voces de Octavio Paz, de Goros-
tiza, con el consabido (y prolongado) magisterio de Pa
blo Neruda. Advertimos que todo esto debe ser tomado
con la debida cautela. Nuestro empeño es el de trazar
algunos aspectos generales sobre el cual puedan verse
con mayor nitidez, en sus propios mundos, a los poetas.
Pero nada más que eso. Se hace necesario volver a ellos
y a los poemas. Es lo que importa realmente.
IV
La poesía de Ricardo Paseyro se inscribe en un ám
bito de fineza, de emoción, de condensación expresiva
reveladas ya desde su obra inicial. A medida que la pro
ducción de Paseyro fue dando nuevas muestras de su
talento, se fue poniendo de manifiesto su ajustado do
minio técnico, su decir en versos ceñidos, sus imágenes
y comparaciones que, sin ser excesivamente abundantes,
son las que requiere el poema en el momento exacto.
Hay en dichas imágenes sutuosidad, decantación, vibra
ción, destello. Su vocabulario se halla cuidadosamente
escogido y escogido además con deleite y pasión. Pudie
ran parecer previamente prestigiosas algunas de sus ex
presiones: aparecen en sus versos fulgores, lejanías, dia
mantes, vértigo. No creemos que sea válida esa objeción,
en caso de formularse. Ellas surgen, como los otros ele
mentos de su poesía, de una cultura vivida sin que se
48
p í* ;a¡fp,4*: ítojHdftí.y- .^ f te iu iç j^ v
fn ,;.lp < « tafth 0 ft,Jg b pensif»,
50
“duras luces" y aunque esa inasible lejanía cósmica ori
gine un abismo entre el mundo de las estrellas y nues
tro mundo.
La obra de Marosa Di Qiorgio merece un párrafo
aparte en este esquema. Adoptando una forma libérri
ma, sin atender a moldes tradicionales o convenciona
les, siguiendo una disposición muy vecina a lo que en
tendemos por prosa, Marosa Di Oiorgio va apuntando,
en una especie de relato onírico, un fluir de recuerdos,
de sensaciones, de presencias de la infancia. Los tiem
pos, en su ordenado transcurrir, se quiebran; el presen
te y el pasado pierden sus aristas y se convierten en ele
mentos subordinados al empeño que sobrenada en un
mundo sometido a una constante transformación. Los
objetos más comunes y simples, los que acompañan el
vivir desde sus mudas e inertes realidades, adquieren
una vida transparente y fascinadora. En “Historial de
las violetas", su mejor libro a nuestro juicio, predomi
na una atmósfera de juego y de transmutación en el que
las cosas son disueltas y convertidas en nuevas realida
des. Un mundo autoabastecido, señaló Angel Rama al
referirse a esta insólita manera de hacer valer los de
rechos de la fantasía. La observación es certera, pues
apunta a esa capacidad de determinar un mundo con el
procedimiento —aparentemente sencillo— de quitar to
da barrera entre las distintas zonas de la vida interior
y permitir, e impulsar hasta cierto grado, la protestad
combinatoria que llevan en sí mismas. Aparentemente
sencillo dijimos. En efecto, hay en la visión de Marosa
Di Giorgio un equilibrio arduo entre el mero delirio y la
fuerza que ha de actuar a modo de orientación, de rec
toría levísima que permite la reconstrucción del ayer y
que consigue devolverle al lenguaje todo cuanto en la in
fancia permanecía como larva, como promesa de ma
ravilla. Ello supone un esfuerzo reiterado, una atención
61
extremadamente sigilosa para captar esa voz como en
tre sueños, reordenadora y febril, liberada sin embargo
de la emoción o de la pasión en sus estados primarios.
Existen peligros en esta poesía; la fantasía siempre los
tuvo, máxime cuando esa fantasía tiende a crear el en
vés de un historia y cuando ésta, por su parte, se re
suelve en un frenesí liberador. Pero la poesía se ha he
cho presente.
En los años cincuenta surge otra voz poética: Car
los Flores, con un libro valioso titulado “Poemas del
Tiempo y de Lise”. Posteriormente, Flores ha publicado
en revistas y periódicos varios poemas en los que con
firma su calidad. Su inclusión, que constituye un excep
ción en esta antología, en razón de haber publicado
Flores sólo un libro, será difícil de entender si no se
está de acuerdo con el grado de calidad del poeta. No
sotros creemos, buenamente, que había que hacer la ex
cepción. Estamos convencidos de su calidad: delicadeza y
hondura en el decir, trazado firme del poema, gracia
que acierta siempre. Sabe captar la levedad de las gran
des cosas y logra transmitirla con una simpatía y una
pasión poco comunes entre los que hacen sus primeras
armas en esos años. Pero sobre todo, sabe cantar. Y no
confunde el canto con la simple confesión de un estado
de ánimo, cualquier estado, no obstante su carga emo
cional. Tampoco su canto se halla cargado de filosofías,
o filosofemas, ni pretende agotar el sentido de las esen
cias o encerrar el significado del mundo en sus versos.
Es. puramente, canto. Creemos que con eso ha de bas
tar para que se nos entienda.
Dos años después de la aparición del libro de Flo
res, Saúl Ibargoyen Islas publica su primer volumen» ‘J 1
Su obra abundante impide ver con claridad ' SU&>
aciertos. Se hace necesario, para llegar ha¡tft6‘<l,:($nPdM&
brozamiento intenso en los cam inosddt^0fi^íB^l»£&itt^
62
ducclón. Resulta Indudable que tal fecundidad ha per
judicado la expresión de su mundo verdadero. Su falta
de rigor permite que su dicción se desajuste, que su ver
so sea casi siempre reiterativo, que sus imágenes se ex
cedan y que la tensión interna de sus poemas se diluya.
No obstante, Ibargoyen Islas representa una modalidad
atendible en nuestro panorama. “Es de los líricos más
importantes de su promoción”, ha expresado reciente
mente Rodríguez Monegal. Posiblemente Ibargoyen nos
sorprenda en el futuro con una contención más cabal
que haga claramente perceptible su canto.
VII
En los últimos diez años hemos visto surgir nuevas
figuras, algunas de ellas altamente valiosas. El primer
libro de Washington Benavides es de 1955, aunque ya
venía publicando sus poemas en la revista Asir. No con
seguía aún dar la cabal medida de su talento, pero sus
aciertos eran considerables y se tenía la certeza de que
había en él un temperamento poético muy bien dotado.
El desarrollo sucesivo de su obra mostró un rápida su
peración y su reciente libro, “Las Milongas”, se consti
tuyó en una de las obras más sugestivas y hermosas
publicadas en el correr de 1965. Previo a “Las Milon
gas”, el mundo lírico de Benavides mostraba un alma
atenta al contorno vital cotidiano y una mirada apta
para recorrer, con dulzura y sin apremios, aquellas cosas
dotadas de singular sensualidad. Recuérdese, por ejem
plo, esta imagen: “ ...e l camino de arenas fugitivas /
adonde el alfarero remolina / hacía y deshacía vasos de
oro”. (Léase “Oscura, oscura va”, incluida en esta se-
53
lección). Una ductilidad rememorativa impregna estos
versos, en los que se diría que el transcurrir temporal
—misteriosamente— trabaja. El ámbito de la infancia
está presente, visto a través de una añoranza viril de
cordialísimo acento. “Creación de un mundo”, del libro
“Poesía”, es claro ejemplo de la adecuación de la forma
romance en verso heptasílabo a las exigencias del am
biente nativo del poeta. En “Sin Requiem”, del mismo
libro, la evocación alcanza otro plano al recrear una
existencia sin caer en lo puramente elegiaco, a igual
distancia de la ardorosa veneración y el sereno respeto.
Sin levantar el tono ni forzar la voz, este poema de exal
tación y de recuerdo se mantiene en una atmósfera de
espléndida dignidad. Pero a menudo el pasado hiere al
poeta, sobre todo cuando ese pasado no se individualiza
y oscila entre un ardor incitativo y una búsqueda medi
tada de la expresión. A veces, como en “Aniversario”, la
alusión a un elemento de la tradición cultural clásica
otorga un sesgo inesperado al poema, algo así como una
disonancia que sin desvirtuar el efecto provoca una sor
presa por el cambio imprevisible y la rapidísima trasla
ción de un ámbito a otro. ¡Qué magnifico, en cambio,
el Benavides de su último libro¡ Es más él que nunca;
dos tradiciones lo nutren, distintas pero sabiamente in
tegradas: “yo vengo de un fondo viejo / con Berceo a
la nariz / y endulzó la villanesca / el agrio son del país”,
dice el poeta. Y también: “por eso no se sorprendan / si
contrapuntean aquí / la gutarra de Oabino / y el arpa
del Rey David”. Culto y popular a la vez, si se le da a
la palabra popular un sentido noble, Benavides trascien
de todo folklorismo y alcanza dimensiones de profundi
dad intensa. (Léase “El Otro”, por ejemplo). Cada una
de las composiciones de este libro es un testimonio en
favor del canto y en favor de un lenguaje lírico capaz
54
de arraigada comunicación sin menoscabo de la calidad.
Este solo hecho basta para señalar en él una de las
tres o cuatro figuras más importantes de los diez años
últimos y augurarle una obra rotunda, apta para supe
rar lo ya hecho y aun para modificar, en bien, el jui
cio que formulamos.
Esa misma zona de Tacuarembó, en la que reside y
trabaja Benavídes, está dando otras figuras de interés:
Circe Maia sobre todo, y Walter Ortiz y Ayala. De éste
último ya nos hemos ocupado, si bien sumariamente.
En la nota que antecede a la selección de sus poemas
resumimos el juicio que su obra nos merece. Por ello no
creemos necesario abundar en el tratamiento de la
misma. Sí, agregar algo a lo apuntado con respecto
a Circe Maia. En la nota correspondiente, designamos
a Circe Maia como un “alma naturalmente poética”.
Vemos en ella, efectivamente, a una de las figuras líri
cas de la nueva generación dotada de un textura en que
la poesía se da como un fenómeno natural, como un
proceso de los que componen la vida psíquica. Compren
demos que esta apreciación puede dar lugar a equívo
cos. No nos estamos refiriendo a la espontaneidad, al
fluir continuo de la voz poética, a la torrentera de ver
sos. Existe en Circe Maia, por el contrario, una muy
equilibrada contención y un sentido sorprendente para
evitar las flaquezas del apresuramiento. De muy pocos
poetas jóvenes puede decirse, como de ella, esto: no ha
escrito ningún poema del que tenga que arrepentirse.
Ocurre que esa alma naturalmente poética es ya una
forma del rigor, sin que se perciba la dureza de una
mano que castiga lo escrito ni de una conciencia crí
tica que vigile implacablemente la materia informe de
la intuición o de los estados que originan la posterior
objetivación artística. Se ha hablado mucho de la fres
cura sensorial de su poesía, de la limpidez de sus emo-
56
<f¿ te tMft2p»'éfifctede'8U mUhtíb;j áitó'feii“W¡í ins-
a§ánté& afinqúe ltt Jfu!é#íaI^ l ’'3élor;íÉrtíittnPé/^ S-'Kllé-só-
^tepueteksée 'c0ñségtíéd !«álé?ced á su pferáohaliSlihOJ modo
~dfeuésteií:‘énc lU^pCésteV^ia í«ú°próftmdoLrabétttoCer'dtté fes
-W' qüte Rá^ qute dfefeH*; ^ “cóihfe* peía ^b*¿tíe*la:-ifíbatás
experiencias capitales otorgan a su óbi1« tflSa fitefíioiniU
anefenfúriaiblé: el cítti^Vií^ifeR su'^vfeeiícidU yfen s é pre
sencia), la mUérté, l a 1na&úraíeza/ te iüttóiidád, -loéolí-
'dtenfeM cad&'uná ^ ¿ ‘fetettó eosaá es pérffectamettte IóéaH-
eUble!% 1natuUaSeea1‘pcAr •ejemplo ' tqúfe tiene e ü ‘ Circe
M a tea una de sus rutó puras voces1) ' óf rebe Cuadros éée
Id alteóte ha fisto y Vivttto. •Loa'ha amado y feh ¡razón
‘de ello ■los Han» por • sUs1nóiRbres: Sin feaabtógo, 16 elr-
bunatdncial, ouinédéotico; se halla tiaSladado'a Un plác-
n o Tdé: penetrante1>agnifléación. Su pofesia tra n s ite :luga
res •Ooftiunfes1;'ry feife !ee, a tíuestrdjUieSO,' vttiárde -SUsVir-
~ftüdeS'-2ftaybrfcfeí Perb ‘fentiéndásChCC1bleRém pieariibd' ’la
e u p m i en ju g aras eonnines Sett e r •áaéteitíé' dfeinagótablfe
riqueaa;' dé^salud interior, ’de urgente necesidad‘tomu-
nftteiva j y «do» praaiütebión efectiva' de“ 'la eoniúMéauén
tgue"te otorga"fiebre Éatítíaííuel Oh1'*ttie;iéWut‘!idfe litU t”
iy en^^La'féiée ihtinteine’^^Siiv ^ué tengamos ^ ‘itfténcíóh
de dar "fc;’«.udstbié palabras i eorinoiaCtones' ¡¥feügíbfeai,
oreemos" q u e 1asiste a'Ciroei M a tó e s a 1"ffe en tes‘irélacio-
cnesi simples entre tos 'hombres, relaciones a ^ l á S 'éüfe
siem pre1»acid y nacerá la palabra humana*, efegün'dl1-
«é «t mencionado poeta francés1. Tales relaciones son
loeiJugares comunes y éstos;1a s u vec, hifeaírfea de eücuen-
«ra; Y <en^entoo ^ e sé to iéé pt)*Ible cuando sellé dé*né¿-
vfeual' ¡lenguaje toda «u ‘sentido. ''Lenguaje directo’’, dice
<31rc0 Mtiia, i'‘. . .que no requíera camwo dé tono cotí ta
de te cohveraaeién.. jüígo fímdsmüentaíee“festaki’palá-
tras,'q u e püdleran aer tomadas con ligereza. B ajO sden'-
g añ id o ia ¿senciUes pdlpita >un ¡avéntuná dé-esteneieff *gra;-
Títaoió» y ;¡que;caigo, » te yÉte,‘vftefeaa ly 1te áftspat encía
interior, y, previamente, una profunda fe en las relacio
nes humanas. Se nos pudiera objetar que planteamos el
caso en un plano ilegítimo, puesto que rebasa lo mera
mente artístico o literario. No lo creemos, sin embargo.
Tratándose de Circe Maia, hemos pensado que el arte o
la literatura están colmados de algo más que arte o li
teratura. Poesía auténtica, se nos dirá. Pero en este ca
so, el adjetivo es insuficiente. Cualquiera sea la direc
ción que en el futuro adopte la obra de Circe Maia,
estamos seguros que habrá de representar, para noso
tros, una confirmación a nuestra esperanza y una res
puesta a hondas inquietudes.
Resta considerar la obra de tres poetas de muy di
ferentes temas, lenguaje y tonalidades: Nancy Bacelo,
Cecilio Peña y Milton Schinca. Nancy Bacelo realiza un
progresivo ascenso desde “Tránsito de fuego”, obra no
exenta de debilidades, hasta “Cielo solo”, su libro —en
muestro modo de ver— más logrado. Hay que tener en
(qqenta, además sus “Cantares”, tan gustados, tan exac-
J^)¡s y condensados algunos de ellos. Su último libro, “Ra-
Zfi^jde la existencia”, no nos parece hallarse a la altura
d£ lps dos ya referidos. Existe la misma tendencia a la
expresión concentrada y a la sobriedad; pero existen
lamentablemente, desajustes, lastres del verso,
¡poemas en los que son demasiado evidentes las fla-
don respecto a esta poesía ha señalado Ro-
^ íó p ^ a l: “...la voz de Nancy Bacelo adquiere
r.d<psga,íxpa propio, una manera terrible de situar-
.s¡i^rp;enj#i.1a,il^ anécdota emocional, de trascender el gri-
tQ.$e lá. «¡arífto' en, poesía”.
-o: Otetito Peñfe :£jQs juicios suelen coincidir acerca de
su obra ¿ “De: las. nuevas promociones líricas”, dice Q.
I^iBosdoU an,«u ‘¿Antología de la poesía uruguaya con-
49094páfieaH, i‘£$ eatonwitor uno de los que mejor pre-
57
dice la calidad de su futuro, sobre todo por el ideal de
perfección poética que se ha propuesto: rigor, hondura,
sensibilidad elegida al máximo”, y Rodríguez Monegal,
haciendo rápido recuento de la voces poéticas más nue
vas, establece: “Cómo omitir a Cecilio Peña (1925), que
trabaja siempre con tan lúcido rigor”. Tales juicios —y
las apreciaciones no formuladas por escrito pero que fa
cilitan a menudo el comercio de las ideas literarias—
coinciden pues en estas dos cosas: primero, en su rigor,
en su lucidez, en su conciencia artística y en su vigi
lancia creadora. Segundo, en sus posibilidades de lograr
mayor calidad en su futuro. Quien haya leído la obra de
Cecilio Peña, no puede menos que concordar con esas
observaciones. Pero es necesario hacer la siguiente adver
tencia: se ha hablado, en este caso, de tendencia inte
lectual. Queremos dejar aclarado que ello no debe verse
como demérito; todo lo contrario, el elemento intelec
tual es principalisimo en poesía, y casi diríamos inevi
table en la poesía de nuestro tiempo. El poeta ha de po
seer, por lo pronto, una sutil inteligencia de la poesía
si quiere de veras ser fiel a su destino. Tratándose con
cretamente de la poesía de Peña, diremos que su inte
ligencia funciona admirablemente bien en ese plano. Pe
ro tenemos la impresión de que lo que Peña busca es,
sobre todo, situarse; hacer entrar al objeto real sin per
turbar el ámbito inteligentemente poético en que lo real
debe transfigurarse. En este empeño no siempre acierta;
algunos poemas de “Desde Eidar” (Del volatinero, Del
centinela, Del funcionario) no logran mantenerse al mis
mo nivel de exigencia de su producción anterior. Como
quiera que sea —lo dijimos una vez— la poesía de nues
tro país va en él a salvo. Podemos esperar mucho to
davía. Por las cualidades que posee, por la destreza en
el manejo de formas clásicas y libres y por la penetran
te búsqueda de la exacta posibilidad del decir poético
58
actual, no hacemos otra cosa sino reafirmar hoy nuestra
anterior opinión.
Milton Schinca. Desde la publicación de su primer
libro, “De la aventura” (1961) se advirtió en Schinca una
figura singularísima en el nuevo panorama de nuestra
poesía. El hecho de haber surgido sin apresuramiento
(Schinca nació en 1926), la temática madura de su libro,
el lenguaje personal, elaborado, bien gobernado, deter
minaron una atmósfera de aceptación amplia y de respe
tuoso reconocimiento. “De la aventura”, de Milton Schin
ca, debe ser el mejor libro de poemas publicado en 1961”,
señala Mario Benedetti. Sin embargo, el propio Benedetti
afirma, más adelante, que “Schinca no es un poeta lí
rico”. Las razones que fundamentan la afirmación son
atendibles siempre que pueda ser compartido en toda su
plenitud el sobreentendido en que descansa la catego
ría “poeta lírico”. “Su fuerte”, sigue diciendo Benedetti,
“no es la encendida eclosión emocional, la contagiosa
vibración de la nostalgia”. Resulta fácil asentir a esta
fundamentación. Es la caracterización más inmediata,
más esperada, más difundida de un poeta lírico. Es quizás
la más estrecha y, también, la más empobrecedora.
Pero Schinca no es ese poeta lírico en el sentido
que aquí estamos tratando. Schinca sale de sí mismo,
se instala “idealmente en el mundo interior de los seres”.
De ahí que sea exacto aproximarlo a la actitud creadora
del narrador. (O mejor tal vez, del poeta dramático).
Puede decirse, además, que Schinca no canta, no asume
las cosas, las realidades y las palabras en su fluir sonoro,
en sus significados armónicos, en sus combinaciones sor
prendentes y creadoras. Esto, integrado con la eclosión
emocional, con la contagiosa vibración (de la nostalgia
o del terror, de la esperanza o del miedo, de la alabanza
o del éxtasis) llegan a fundar muchas veces a un verda
dero poeta.
69
¿Schinca no lo es en ese sentido? La pregunta no
puede responderse de buenas a primeras. La prisa, mala
consejera siempre, nos susurraría la gran tentación: in
ventar una nueva categoría de poeta (lo que implicaría
revisar la antigua pero no menos vital teoría de los
géneros). Debemos partir de las realidades concretas, de
los hechos literarios si queremos ordenarnos. ¿Cuál es la
trayectoria de Schinca después de su primer libro? En
1963 publica “Esta hora urgente’. El titulo es claramente
ilustrativo: se poetiza desde lo inmediato, desde el acon
tecer febril en que se suceden los progresos, en que se
echan las bas*¿s de la conquista del espacio, en que la
cibernética le hurta al hombre el título de “exclusivo
pastor de los recuerdos”; y también lo inmediato de
la otra cara: el hambre feroz y velocísima, el clamor ante
la inminente destrucción atómica, la indiferencia del
gran mundo, la dureza y la contumancia que se alberga en
esas “mansiones señaladas”, que bordean” las triunfales
avenidas de mi ciudad”. La actitud general nos parece
ya más cercana a la del “poeta lírico”; la intensidad de
“Astronáutica, hora 1”, el brillo formal no exento de
gracia y de convicción de Memoria Electrónica, el tercer
momento de “Informe de un desafío”, así lo atestiguan.
Hay debilidades, no obstante. Aquella cualidad firme y
compacta del primer libro no es tan frecuente ahora; y
parece haberse filtrado una tendencia a la simplificación,
a hablar de un mundo en el que difícilmente pueda
instalarse en su interior.
El tercer libro de Schinca, “Mundo cuestionado” (1964)
nos confirma una de las virtudes cardinales del autor: su
personalísimo, solitario, honrado esfuerzo de búsqueda, de
exploración de nuevos caminos para nuestra poesia. Pero
también sus peligros: la oscuridad expresiva, el radical
desacuerdo entre hombre y mundo. El propio Schinca nos
da pautas para que penetremos en esa atmósfera clausu-
60
rada y obsesiva del poema: “Inútil memorándum concer
niente a ser hombre. De ahi mi estilo como de declarar
ia muerte”. La realidad de la muerte sobrenada en todo
libro; la muerte individual conjugada con la muerte total.
Más que muerte, se trata en verdad de aniquilación. Hay
un modo de poetizar que sucede al acontecimiento; mu
chos poetas, sobre todo los “poetas Uricos”, desarrollan
esa modalidad. Surge entonces la nostalgia, la punzante
carnalidad del recuerdo. Hay poesía que precede al acon
tecimiento: se está entonces ante la profecía. Y hay
poesía en simultaneidad con el acontecimiento. Se está
entonces solo, sin saber si se canta o se monologa en
un lenguaje incomprensible; despojado de tradición, acu
ciado solamente por un porvenir sin rostro, sin voz, sin
señales: el porvenir en su estado puro Es la hora de
la experimentación, del sometimiento del lenguaje a su
prueba suprema: qué decir, y a quién. Es la situación
—nos parece— de Milton Schinca. Desconcierta su pi?oEt
ducción en la misma medida en que tal vez eL|mB^%d>
tivo de esta hora urgente lo desconcierte a éL.Y
de las objeciones, de la pregunta .,es|ié«lá o
qué categoría poética le corresppfide^nftr; ftnaqntraw ^
otra respuesta sino decir, l l a n a m e n t e L Qb&kóBi&m
resa y atrae. Para gustafteo hay .•«m: ^estftfaqciaO)
iniciales, es cierto? iPera,r ^ m h i é f t n p a m i n o f r ; r&dfet)
cios con kK .emfes logFaroHná, hacia «flt&ilftfcosi
creado*aftam¿ten*de riesgoa.»:# la ye*¡d#t
derónoione«.. r D r . / : j ■c.Qínrr j T j o ‘i r. ífii/bivibni
¿s t e s ináft: rae&ateS' publicapionqgLd#: í
temiere jó ^ re « te Iflp|^Ea,ii^ft,,,‘l>íqt5a i£a«vy q$g*$fipB «NÉb
prncipaie« ,temast ti8yt(*<a<?a eftquoa oíormac; apa Itetffcjpqih
iajjftisn^ipíópi (j$i«Aáti$a te
poseer es ^aptit^dasi»..; te i otro qj «nsRle! «de^eic
o r a te i.usQbgfeatí« ffoaciftj*« dft-cftdsUdadi^ afesniémeci
qrané«9te0^ai^q^ *fiffiife4<b-Jlfi>eterífe qHQ KUdttfft) fefcq
pertar en el observador superficial. En “Ellos y sus men
tes selladas”, poema de amplio aliento aparecido en la
Revista Temas N? 5, y que no incluimos por su extensión,
la personalidad de Schinca anticipa, a nuestro juicio, su
manera más cabal, su lenguaje más adecuado y maduro,
su acento más pleno dentro de esta actitud de antirra-
cionalismo que él mismo aclara al referirse a su enfren
tamiento, con el desarrollo poético de nuestras letras.
También Schinca señaló que había en su obra una preo
cupación religiosa pocas veces puesta de manifiesto por
la critica. Creemos sumamente atendible la indicación
del autor. Una segura pista para hallar le clave de su
ámbito creador. Es la preocupación de las primeras “ins-
trspecciones poéticas” de Hilda, como asimismo de la es
cena final en que se expresa Nora Paz. Y es la preocupa
ción que subyace, nos parece, en esa vigorosa tentativa
de diálogo de “Ellos y sus mentes selladas”. ¿Es posible
la palabra? ¿Es posible hablar? ¿Cuál es la luz que fun
da la comunicación? ¿Puede brotar algún día esa luz?
Schinca está pulsando el latido del tiempo, de estos
tiempos nuestros. Su obra, discutible, tal vez discutida,
plantea en nuestra lírica de hoy el problema de la co
municación profunda. ¿Crisis de fe en las posibilidades
del lenguaje? ¿Angustiada comprobación (a la vez que
denuncia) de la enajenación que corroe de alto abajo
la sociedad y el espíritu del hombre? ¿Enajenación con
respecto al trabajo y al amor, a la vida política y a la
vida individual? No creemos exagerado esbozar en tales
términos esta inquietud de la poesía de Schinca, pues es
una inquietud vivida por quienes hallan en esta poesía
un acento compartible. y por quienes se sienten tal vez
escindidos de su mundo y de su lenguaje, de si mismos
y de Dios. Mas no nos atreveríamos a dar respuesta ca
bal a algo que es todavía m ateria en elaboración. Tam
poco diremos que es el único camino por el que transi-
62
ta la poesía en el Uruguay. Si lo es, en cambio, impor
tante por la tentativa que implica, por la sincera con
vicción que la sustenta y por esa voluntad de no em
bellecer un mundo sobre el que pesan furores de apo
calipsis. Schinca viene a sintetizar, abriendo una nueva
senda, esa tendencia de despoetización de lo lírico que
hunde sus raíces irnos veinte años atrás. Afán de mostrar
el rostro real del mundo, afán de acompasarse a sus ho
rrores y a sus maravillas. Su obra se inscribe en esa línea
de censura que señalara Gaetan Picón, contraponiéndola
a la linea de alabanza que pronunciaría un sí al mundo
de los hombres y al mundo de Dios. También esta última
está representada entre nosotros. La hemos visto en Be-
navldes, en Ortiz y Ayala en sus mejores momentos, la
hemos visto sobre todo en Circe Maia. Otras tendencias
tienen, por supuesto, sus cabales representantes: la lí
nea de agonía interior, la refracción del yo, sus torturas
y su conciencia de mortal temporalidad. Paseyro, Peña,
Bacelo, Flores y otros la encarnarían, conjuntamente
con los mayores, con los que han logrado, o están lo
grando los instantes más plenos de la madurez. Celebra
ción y censura, poesía absoluta y comunicación primarla,
al margen de la sacralización poética; poesía de las pro
fundidades y poesía de los tiempos; efugio individualísi
mo, lenguaje amorosamente construido, enamoramiento
del decir por un lado; volatización de lo bello, desquicia
miento del Idioma, agrio amor al mundo por otro.
Treinta y seis años de poesía que se revisten en este hoy
al que hemos sometido al análisis, y que vivimos, y que
nos vive. ¿Calidades siempre, en todas las tendencias,
en todos los intentos, en todas las maduraciones? Hay
diferencias, alturas en varios casos; voces que no han
logrado aún satisfacerse ni satisfacer, en otros; nunca,
afortunadamente, esfuerzos estériles. Quien se acerque a
los textos del único modo legítimo, con amor, respeto y
fuego interior, se verá recompensado. La secreta razón
por la que yive y muere cada bfxnbre bábrá de tene&jgAt
contacte con la poesia, su palabra de loa. jp nónoiY
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SBlonsbaal asiíO .sisM 9 ailO n 9 oboi 9 idoa oiabr somari
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afiioiioi eoa , 0 7 Í9b nòfoosilsi si .loiisinl eincrge 9 b son
,snsq .oiysae«! .bebflfiioqrrist Istiom 9 b ebnoionoo uá v
9in9msin0i;noo- .nfiiismeana sí aoiio \ aoioPí .oleosa
-oí asl89 o ,obsi§oI neri 9 0 P eoi noo .?3 ioy.sm aol nos
-BTd9Í90 .ssiubsm sí 9 b aonolq asm 89}nsism zol obfisto
.síism liq nòlosolnumoo x eioloads siaooq .swanes x nòlo
-oiq asi 9 b sia90q jsoliàoq aòfossilsiosa si 9b nasiera Is
-lEÍIe0 bIvibní óigala ;aoqmoíi aol eb elzsoq x &9babibnol
oin 9 fmsiorasn 9 .obiuiienoa 9in9mfiaoioras ofeu^nsl .ora
-ebbjpasb ,oIl9 d oí 9 b nòioesiielov ;obsI 0 0 toq ib sb 19b
.oiio loq obnum Is loras ohge .sraolbi b b oiaoira
yori 9Í89 09 n9Í8Í791 98 90p BÌ390q 9b 80HB RÍ98 X BJíIÍSIT
9up x .aoraiviv sup x .cleilèns Is obltemoa «orasrí 9up Is
.Bsloriehrrai asi as boi na .rsqmsla asbsbíleDi .aviv son
ysH ?B9nolosi0bera así asboi 0 9 .aoineini aol aoboi ns
nsrf on 90p 8900V ;soaso soiisv ns asiu íls ,asían9 isUb
.sanan ;aoiio ns .laaslalisa in e sta sia li sa nós obsigoí
s 90pi9OB 9 a ash/p .89Üiéia9 ao5i90ia9 ,9in9OTsbsnniiolfi
X oi9q89i ,ionia nos .omiiiasl obora oolnif lab aoixai aol
FERNANDO PEREDA
LA MUERTE ENTREABIERTA
Para Isabel
No cabes en el mar
cuando tu gozo empieza,
corazón del poema.
66
Cantores que no apuran,
coros de sus linternas,
junto contigo buscan
la querida sorpresa.
Palabras y peligros,
fúlgidos, celestiales,
vestidos para siglos,
caballeros errantes.
MIENTRAS E8 VERDAD
Para Beatriz y Julio
67
ESTHER lili CACERES
70
de los mendigos
la luz dorada y roja se amortigua
para llorar en sombra; por decirnos
sangre y oro cautivos
—¡ay! un solo misterio en los ojos del pobre
prefigura del fuego
hacia la santa llama, en el último día!—
LOS PRESAGIOS
Un halcón en la tarde
voló sobre mi sombra
y oscureció mi sueño.
En oro de mis sienes
y en oro de los ceibos
el vuelo negro y tenso
cayó como la noche
sobre fuente en que tiemblan
las estrellas de fuego.
Presa de halcón y de muerte
voy cantando en secreto
el trance de presagios,
de negro vuelo.
Y el halcón me persigue:
la sombra de sus alas
se tiende, entre los ceibos,
sobre mi sombra en sombra
sobre mi paso nuevo.
CANTO ARDIENTE
EL SILENCIO
Los pájaros
desde el silencio
cantan.
Desde enjambres de amor y de tormento
cantan.
72
Desde prisiones y en la dilatada
casa del aire
cantan.
Entre cipreces de la muerte
cantan.
Pero un pájaro solo que ha atravesado el Fuego
solo en k> alto
solo y extático
en misteriosos cielos de silencio y alma
canta.
ROBERTO IBAÑEZ
73
presarle mis plácemes y mi admiración en unas breves
lineas. Yo creo que Ud. lo recuerda. Cuando me mostró
Ud. en México, la “Trilogía de la creación”, le dije a
Ud. que ese era para mi día señalado con la piedrecilla
blanca de los antiguos, verdadera fiesta para mi espíritu.
Lo tengo a Ud. por una de las voces más puras de la
poesía actual, y lo mismo quiero decirle de la admirable
Sara”. (12 de febrero de 1957).
74
perderá. 7, para merecerla, ha de velarse la sangre y
exhalarse en párpados (o volver la mirada hacia aden
tro) y sentir a la que llega como un desgarramiento o
una “herida con alas”. Y para no malograr la delicadí
sima asunción, distanciará a la vez los “vivos ojos”, la
“humana voz’, “la sed en ascuas” (porque la poesía no
resiste el desnudo contacto con la realidad cotidiana).
Erudíce, inmóvil al principio —“en éxtasis de oro”—,
después se estremece indecisa y, por fin, “el tímido
paso atreve / desde el fantasma a la flor” (desde
lo que es —no siendo todavía— a lo que quiere ser).
Hay así en La Frontera distintas magnitudes: es, simul
táneamente, confesión y profesión. . . ”
LA FRONTERA
Eurídice (a Orfeo)
75
aún sin cuerpo me demoro
en un éxtasis de oro,
entre el fantasma y la flor.
EL PRISIONERO
76
¡Recobrar, recobrar el reino puro!
¿No me reclama el río, claro y lento?
¿No me nombra la rosa desde el viento?
¿No me responde el pájaro en lo oscuro?
TA
77
Trilogía de la creación
Protagonistas
NARCISO ESTERIL
II
NARCISO CIEGO
Tft
m
NARCISO HEROICO
Narciso final
CANTAR
SELVA MARQUEZ
81
voces femeninas más singularmente firme y poseedora
de un mundo lírico amplio, verdadero y convincente. Con
posterioridad, Selva Márquez incursionó en el terreno de
la prosa, obteniendo, en 1952, el primer premio del con
curso de cuentos organizado por la revista “Asir”.
82
DE LAS CUATRO ESQUINAS
Drama
Esquina Sur
En el pantano de la naftalina
croan las ranas del recuerdo.
Yo pediría...
¡No la rabiosa tarde rechinante,
carreta enmohecida
pasando cuatro ruedas por el lodo,
bamboleante y siniestra,
que se quedó rodando en mi recuerdo
igual que el gallo muerto en la veleta!
84
ALVARO FIGUEREDO
85
Antorcha y nieve, al término del prado,
se acostumbró, sin prisa, a su agonía.
Muerto de amor, su aliento desangrado
volvió a morirse en la mitad del día.
YO LE DECIA A ALVARO
86
sobre mi voz girando su hoja turbia
de grada en grada el eco
invadiendo mis hábitos mi oficio
mis trajes mi alimento
mis retratos mi caja de cerillas
la piedra vitalicia donde escribo
silbando refugiándose en el único
señalando mi puerta designándome
abrilisimo pobre o desposando
jóvenes de oro de jacinto asiéndolas
alvarísimamente o extraviándome
circularmente azul como un insecto
como un rollo sin nombre blancamente
como un plato de sopa atribulado
como el roído eco
quién es Alvaro?
DESNUDO
La azul la benemérita
de su cauce de alondras o de espuma
naciendo sin cesar
latiendo marmolísima
allí donde el ombligo
mediterráneo impone
su majestad y lanza
a la mejilla al pie círculos de oro
avanza Sirio entre ambos senos que
imparten dudas órdenes al viento
dormida está la azul apacentando
la lentitud del eco entre sus muslos
ahora que abro la siesta para verla
87
horizontal estricta gobernando
los enjambres las fraguas los viñedos
la embelesada flauta los glaciares
azulazul los gallos
de las veletas cuando
su noble vientre aísla
el curso del océano
dormida está la joven cazadora
y un abedul germina en su rodilla.
JUAN CUNHA
88
pie tentativa” (1954); “Hombre entre luz y sombra”
(1955); “Pequeña antología”, selección de Wilda Belura
(1957); “Gestión terrestre" (1956-59); “A eso de la tarde”
(1961); “Pastor perdido” (1966).
Juan Cunha nació en 1910.
GUITARREOS
La nostalgia de mi tierra
De mi campo el de otro tiempo
Me anda siempre por las sienes
7 se me asienta en el pecho
89
Paisanos de serio rostro
Ancha mano y gesto lento
Cuando me ausento a las veces
Al paso me los encuentro
SONETOS
90
Por dónde se alejó por cuál recodo
No la veré al momento y será todo
No está diré ni sé dónde se esconde
REPASO
91
A mi mano derecha oí zorzales
a la zurda un caballo relinchaba
A CABALLO
BELTRAN MARTINEZ
¡OH, FRENTES!
A Roberto Ibáñez
ULTIMO POEMA
96
y el tiempo ido vuelve como un pájaro.
Y son las noches, noches, y los días
son buenos para el trigo de los campos.
Y las estatuas del otoño dejan
trajes y vientos de color morado,
puertos y mares y ciudades solas
como tiernas guitarras sollozando.
Porgue la tierra negra es mi sustancia
y cada día y cada noche avanzo.
(De “Despedida a las nieblas")
V E R A N O
Ha llegado el verano
con sus puentes cargados de despedidas.
Yo lo escucho. En mí palpita
el huérfano resplandor de las tardes.
LIBER FALCO
96
prioridad a su muerte, Ediciones Asir recogió toda su
iroduccíón incluyendo, en un solo volumen, 18 poemas
iparecidos en diversas publicaciones como asimismo un
nteresante número de poemas inéditos. El libro llevó por
ítulo "Tiempo y tiempo” y vio la luz en 1956.
EXTRAÑA COMPAÑIA
DESPEDI DA
98
Mas, se acerca el invierno que esperó tantos años.
Adiós, adiós, adiós, os saluda un hermano
que gastó la moneda de un tiempo ya pasado.
Adiós, ya se acerca el invierno que esperó tantos años.
PARA VIVIR
99
Quiero estar solo, solo
viéndote con mi cara
junto a esa mesa.
Sin Dios, sin sitio
desde donde llorarte,
y llorándome yo mismo,
junto a esta mesa.
Ver tu cara golpear contra la lluvia
y cómo del paisaje, desvías la mirada.
PEDRO PICCATTO
100
Estoy como cercado de vaporosas gasas.
La tierra es una fuga que yo no he comprendido.
Y mi sabor de sangre y de belleza,
calma de flor que no fatiga nunca,
la siento en mi como un roce de ángel.
Hoy podría escuchar la canción de las hadas.
Tímidas como el hombre en la sabiduría de su goce, me
[rodearían, leves.
Yo pondría mi oído en la lenta caravana de sombras y
[de llamas que cierran el crepúsculo,
y oiría, de temblor en temblor, como se hablan las flores
[entre sí.
Melodías que duelen de tan bellas. Ay! qué ambigua tris
teza.
Hoy sí puedo sentir como huye esa lluvia de muerte que
[no encontrando amparo
buscaba el corazón... mi corazón!
Mis ojos que otras veces estuvieron inyectados en sangre,
hoy no sienten nada más que el deseo de herir todas sus
[lágrimas
y entre azules de olvido perderse...
Con dulzura mental ah! yo apago toda fina palabra que
[se empeña en turbarme
Hoy podría escuchar la canción de las hadas.
De ala en ala, en la sombra, o encima de los ángeles,
[ellas me rodearían
101
Tú, desdoblada cinta al aire.
Yo, la mitad de un ala apenas.
YI
Cuánto esplendor de dalia asesinado
y cuánta voz de carne sin enaguas!
SARA DE IBAÑEZ
103
Dejóme Dios ver su cara
cuando entre paloma y flor
sobre aquel cielo mayor
brotó una blanca almenara;
Dejóme Dios ver su cara?
Me contempla Dios, me ve
ir de la ceniza al fuego
en un iracundo juego
la muerte quitándome;
me contempla Dios, me ve?
O yo me estoy descubriendo
los ojos con que algún día
veré lo que no sabía
que en sueños estaba haciendo?
Yo no sé cuándo nací
ni cuándo me moriré;
no be sabido ni sabré
del limite allá o aquí.
Rodeándome siempre, vi
la abierta noche, azorada,
y mi razón desmandada
sólo a explicarme se atreve
como un paréntesis breve
entre la nada y la nada.
(De “Las estaciones y otros poemas”)
NADA
105
Dentro, en el jardín cerrado,
qué muerte tan muerte aquella.
Dentro, en el jardín cerrado,
ni flor, ni polvo, ni estrella.
(De “Las estaciones y otros poemas”)
NO PUEDO
106
Mucha sangre está corriendo
de las heridas cerradas,
mucha sangre está corriendo
por el ayer j el mañana,
y un gran ruido de torrente
▼lene a golpear en el alba.
Salgo al camino y escucho,
salvo a ver la luz turbada;
un cruel resuello de ahogado
sobre las bocas estalla,
y contra el cielo impasible
se pierde en nubes de escarcha.
Ni en el fondo de la noche
se detiene la ola amarga,
llena de niños que suben
con la sonrisa cortada,
ni en el fondo de la noche
queda una paloma en calma.
No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas.
A mi diestra mano el sueño
mueve una iracunda espada
y echa rodando -a mis idee
una rosa mutilada.
Tengo los brazos caídos
convicta de sombra y nada;
un olvidado perfume
muerde mis manos extrañas
pero no puedo cerrar
las puertas y las ventanas,
y he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.
(De “Las estaciones y otros poemas”
107
¿Por qué me duele el cielo,
su luz de llaga que olvidó la muerte?
¿Por qué este oseuro duelo
que mi lengua pervierte
y en mi propio verdugo me convierte?
(De Canto)
SUSANA SOCA
m
querríamos llorar por la contra figura dolorosa, con el
ángel que llora, con la soledad misma, convertida en de
licado ser preso de su cárcel de carne y hueso, padecien
do “el misterio de iniquidad” o la dramática fantasmal
geografía o los forcejeos del ser con el tiempo”.
ANIVERSARIO
110
I
Vuelvo a buscar el instante
el jardín de escasas plantas,
soñoliento entre las crenchas
de la hierba dulce amarga
que vuelvo a peinar despacio
en la voz de la lejana
paloma que desde el bosque
reúne sin esperanza
en el salmo de una sílaba
el crepúsculo y el alba.
Vuelvo a buscar el jazmín
de breves flores livianas
como su sombra; diciembre
creía en ella y saltaba
sobre los muros iguales
entrecruzados de cálidas
figuras a medianoche.
II
111
y permaneció conmigo.
Lenta pluma dispersada,
adonde no habia nadie.
La muerte asi me llamaba
como la nieve.
III
Para perderme en dos veces
salí de las eosas altas
sencillas y Singulares,
sin esfuerao ya ganadas.
Antes de tiempo perdí
las cosas, y sus fantasmas
sin ellas me visitaron,
diestros en Iguales gracias.
Ahora espero la muerte
que sabe cómo se aparta
de una vez lo ya apartado,
porque aquélla que separa
manos y rostros unidos,
ya la viví. Resbalaba
apenas en los objetos
para quitar al que ama
el solo anillo de aire,
única presencia clara
entre las cosas oscuras.
Y entre el ojo y la mirada
una lenta muerte abría
caminos que no se acaban.
I V
En el camino a la muerte
me sigue a cierta distancia
112
la del encuentro primero:
no se retira ni avanza,
salió del jardín antiguo
y me acompaña.
En la que sigue me busco
aquélla se me adelanta.
Entre sus pasos mis pasos
saben que nadie descansa.
Cuando vuelvan a ser una,
ya confundidas sus caras
he de saber que he llegado.
CLARA SILVA
LAS BODAS
114
en la soledad de tu reino,
y los perros lamieron tu sangre,
río de claridad tempestuosa
corriendo entre la culpa y la esperanza.
ENFERMA DE LA MUERTE
Enferma de la muerte
y su pecado,
de la pequeña vida que nos muerde
y acosa,
puse en tu cruz desierta mi sollozo.
Soy aquella que esperaba tocar secretamente
la emanación de tus vestidos.
Vienes a mí, por mí,
desde el día inmenso de las escrituras,
113
Cuando mi cuerpo entró en el desorden de su imagen;
y el tuyo, entre un revuelo
de aves ciegas, aciagas,
se entregó con un poder de vida
para que yo alcanzara
la vida que no acaba.
Sensible y sola
yo, como una aguja
en el más alto campanario,
pronta a las lágrimas
por el quebrantamiento de la carne,
yo, que apenas sobrevivo a mi sombra,
sostengo entre mis brazos
¡a inmensa noche de tu misericordia.
DESPIERTATE, SEÑOR
116
Tal vez alguna vez tú me has oído... ?
Deramada en tu cuerpo y en tu mesa
tu principio en mi muerte se apresura.
(De “Los delirios”)
ALMA EN PENA
A la orilla de mi cuerpo
sentada
miro hacia atrás
pensando si todo ha sido
o si fue sin ser
nomás.
117
Si fueron o no invenciones
del alma que se defiende
del corazón que le tiende
ilusiones
persuaciones
sombras nomás de su sueño.
O es que está por verse ahora
que nunca nada ha existido
si dije rosa
la rosa
deshojándose
cayendo
si dije amor
no me mates
de ausencias
un fatuo fuego
si en los ojos creció ciego
olvidándome
olvidado.
1 1 8
Hoy somos si nos oímos
está por verse mañana
mañana
si estás despierto
Pero quién pone su oído
entre la tierra y el cielo
para saber si está vivo.
IDEA VILARIÑO
PARAISO PERDIDO
119
oh no quiero no quiero madre mía
no quiero ya no quiero no este mundo.
Harta es la luz con mano de tristeza
harta la sucia sucia luz vestida
hartas la voz la boca la catada
y regustada inercia de la forma.
Si no da para el día si el cansancio
si la esperanza triturada y la alta
pesadumbre no dan para la vida
si el tiempo arrastra muerto de un costado
si todo para arder para sumirse
para dejar la voz temblando estarse
el cuerpo destinado la mirada
golpeada el nombre herido rindan cuentas.
No quiero ya no quiero hacer señales
mover la mano no ni la mirada
ni el corazón. No quiero ya no quiero
la sucia sucia luz del día.
Lejano infancia paraíso cielo
oh seguro seguro paraíso.
(De “Nocturnos”)
121
de joven primavera
para empezar alegres.
Más bien todo el dolor
invadirá de nuevo
y no habrá cosa libre
de su mácula dura.
Habrá que continuar
que seguir respirando
que soportar la luz
y maldecir el sueño.
Que cocinar sin fe
fornicar sin pasión
masticar con desgano
para siempre sin lágrimas.
(De “Nocturnos”)
YA NO
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme.
Nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros
No llegaré a saber por qué
ni como nunca
ni si era verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
122
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
queremos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú ya
no serás para mi
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
HUMBERTO MEGGET
123
sol partido”, en 1949. En 1952 la revista “Número” re
edita la obra agregándole un considerable número de poe
mas inéditos. Finalmente, en 1965, Idea Vilarlño tuvo a
su cargo la preparación de una nueva edición del libro
de Megget en el que aparecen diez y seis poemas toda
vía inéditos. ‘‘Hay que ubicarse en el desamparo del mo
mento en que surge”, comenta Vilariño en el citado pró
logo, “en la ausencia de modelos, de una corriente lite
raria o de una línea que indicara el camino. Había, en
todo caso, mucho que repudiar: el gacelismo, la compla
cencia, la reciprocidad de elogios, las palabras poéticas a
priori, el vicio del soneto”. “Hay que ubicarse en ese mo
mento para comprender lo que el mismo Megget tal vez
no supo del todo: hasta qué punto era su poesía distinta,
valiente y original en el apagado panorama lírico de
nuestros desvalidos, atareados, ferméntales años cuaren
ta.” Humberto «“Megget había nacido en Paysandú el V*
de mayo de 1926.
y entré
y me senté en la rama más baja
y comí de una hoja
y luego de comido me acosté
y luego de acostado escuché lo que no veía
124
y sali con alegría puesta en mi rostro
y saludando al río saqué de él
aguas con formas de mi cuerpo blanco
y deposité mis pies en la playa que recogí tras mío
y cuando mis ojos se vaciaron de estrellas
entregué piernas mías al viento para que las llevase.
1949
SARANDT CABRERA
126
LA MUERTE DEL PADRE
A mamá
1*7
el paso de las obstinadas destrucciones,
y he conocido que de todo apenas queda una nada
un aroma, una cerca de flores,
que por sus ciclos etemales se renueva,
sin recuerdos, amable, con su desinteresada
circunstancia de presencia brillante,
como una solitaria moneda que hallamos en un hueco
y todavía resplandece.
(De “Poso‘60”)
ÜN TRISTE SON
128
Será el acento que tus días den
estarás triste entonces porque sí
triste será tu soledad también.
EXILIO
129
Se reconoce pobre, triste, preso
la luz apenas la buscó ya ha huido.
CARLOS BRANDT
180
la poesía”. Y la poesía comporta una exigencia de ade
cuación, de sensatez, de atención al mundo circundante:
“Hoy, a un poeta medianamente sensato, no se le ocurre
llenar de cisnes y gacelas sus poemas. En última instan
cia prefiero hablar del estroncio 90 o el carbono 14 que
incomodar a un cisne”. (Marcha, 29 de diciembre de 1961)
Carlos Brandy nació en 1923.
181
OTOÑO
En nosotros, la muerte.
Por nuestra carne, nuestra sangre, nuestros huesos,
por nuestros pensamientos nos morimos.
Todo nos trajo, todo nos lleva.
La tierra prosigue su trabajo: destruye y crea.
Volveremos a su amor callado, misterioso,
a su eternidad comprometida.
Nos trajo el viento, nos llevará la tierra,
su vientre de mujer, su sed infinita.
Es otoño ahora. Caen las hojas.
¿Quién las puso en las calles? ¿Quién ordenó
su diminuta muerte, cual un presentimiento
que quemara en el aire?
Si, es otoño ahora. Como hojas nos vamos,
como labios que apenas iniciaran un beso
los sella una palabra iracunda.
Nos vamos, es otoño; nos espera la tierra.
Los siglos navegan con sus velas en un viento enlutado.
Su prisa nos inunda, nos atrapa, nos ciega.
Como hojas secas caen los siglos,
un despiadado otoño los empuja en el tiempo.
Pero nosotros: ¿somos?, ¿fuimos?, ¿venimos?, ¿vamos?
¿Adonde tristes sombras? ¿Adonde?
Como imágenes de un mito apenas recién creado,
olas desplomándose en un océano sin nombre,
o rios surcando un país que los ignora
y que tal vez ni siquiera los ama.
Ven, dulce muerte, dulce tierra.
Tu materia está en nosotros: somos tu pensamiento.
El otoño delira en ti cual sobre un árbol.
Somos, sí. Todo nos trajo, todo nos destruye:
un pequeño deseo, una pena, un gesto mínimo
que se repite eternamente.
132
La muerte está en nosotros, y nos creó la tierra.
Oscuramente presentimos su nostalgia
cual si nuestros labios la besaran.
Somos su trigo, su vino levantado
en un brindis bellamente triste;
somos su amor, su destino, su angustia.
Si, es otoño ahora.
A los árboles les duelen sus últimas hojas.
MARIO BENEDETTI
133
SOCORRO Y NADIE
estúpido domingo
voraz
deshabitado
134
CURRICULUM
usted sufre
reclama por comida
y por costumbre
por obligación
llora limpio de culpas
extenuado
hasta que el sueño lo descalifica
usted ama
se transfigura y ama
por una eternidad tan provisoria
que hasta el orgullo se le vuelve tierno
y el corazón profètico
se convierte en escombros
usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es esto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre siempre
un lío
135
entonces
usted muere.
SUELDO
136
DACTILOGRAFO
137
de esta comunicación a fin de que podamos
y hacerme tan solo una trampa por cuadra
registrarlo en su cuenta corriente
absolutamente verde y con tranvías
y el Prado con caminos de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano
saludamos a usted atentamente
y desde allí los años y quién sabe.
(De “Poemas de la Oficina”)
IDA VITALE
ESTE MUNDO
138
y su segura luz, aunque se esconda.
Despierta o entre sueños,
su grave tierra piso
y es su paciencia en mí
la que florece.
Tiene un círculo sordo,
limbo acaso,
donde a ciegas aguardo
la lluvia, el fuego desencadenados.
A veces su luz cambia,
es el infierno;
a veces, rara vez,
el paraíso.
Alguien podrá quizás
entreabrir puertas,
ver más allá
promesas, sucesiones.
Yo sólo en él habito,
de él espero,
y hay suficiente asombro.
En él estoy,
me quede,
renaciera.
(De “Cada uno en su Noche”)
EL PUENTE
La muerte es la menor
distancia entre los sueños,
el cálculo más breve,
el gesto sin torpeza.
Los amantes que cierran
las puertas como noches
139
para doblar su vida,
lo saben, mientras hunden
en la espuma del gozo
apenas pensamiento,
terror apenas dicho.
Lo saben pero piden
seguidamente treguas
para cavar sus túneles
entre sordas memorias.
En tanto, el puente aguarda
de luz a luz tendido,
pacientemente fácil,
su paso de fantasmas.
(De “Cada uno en su Noche”)
PREGUNTAS
140
FINAL DE FIESTA
ZELMAR RICCETTO
141
ticular.” Y también que en ese libro “se continúa esa
temática permanente y reiterada que responde a una
larga tradición lírica pero que Riccetto la adapta a su
medio, a su circunstancia histórico geográfica: la natu
raleza y la mancomunión'humana en ese ámbito natu
ral.” (Nelson Marra, en “Temas” 5, 1966).
La oscuridad
entra a lavar los ojos,
su inocencia
de claridad en principio
hizo, tal vez de infancia,
esta noche en el campo.
La noche,
qué es Inútil allí?
acaso el tiempo...
142
Del aire hacia la noche
y de la noche al aire
ondula, trepa el cielo
mi comienzo hacia el límite.
Empiezo asi a mirarme en la memoria
y se queda el silencio
deletreando sonidos que me rozan apenas.
(De “Como quien está viviendo”)
PORQUE SI
148
EMILIO UCAR
LA COMPAÑERA
144
LA MUERTE SUCIA
Lo sé.
No es tu partida inesperada la que sólo lloro,
tu ida que nos deja este hueco en la garganta
difícil de llenar,
por donde día a día tu nombre era de todos
como un animal vivo y pestañeante.
146
En cada centímetro de la piel me duelen hoy los ojos
que te estuvieron viendo fundir carnes y grasas,
cada minuto de cada hora,
clavado como el sapo de espaldas sobre el colchón meado,
bebiendo sudores de almohadas amarillas,
mordiendo cada ruido, cada aliento
desesperadamente.
n
Con mirada sucia de gallina,
de ahogado,
de pez,
veías las agujas interminables
que enloquecidas hurgaban tus costados
frecuentando las secreciones agónicas de tu cuerpo,
prolongando el hambre de siete generaciones de gusanos
con alambres, con pócimas espesas,
cuando ya la palabra “fin” rebota en las rodillas,
junta el vientre y las sienes con las tablas,
aprieta el corazón
y la máquina perfecta se rompe, se rompe
a pesar del amor
y los hijos,
de la ciencia
y las máscaras,
del grito
y del dolor,
del dolor... tanto dolor!
146
de la cena que vendría, la gran cena
impersonal del velatorio con su festín de cera y de
[tablado,
las columnas doradas,
las flores de papel,
la baba verde oscura de curas y vitrales
sin luz. Fina comidilla de medianoche
que mastican hasta el alba las podredumbres vivas
que rodean a la podredumbre muerta.
Asi fuiste entrando en descomposición,
sintiendo mudamente tu destino de cosa,
yéndote del hueco vivo de nuestras gargantas
y nuestro sufrimiento.
Asi fuiste quedando definitivamente
horizontal y quieto.
m
Yo sé que hay otras muertes que no duelen
al hombre en lo que tiene de hombre,
que le permiten darse intactos
al descanso y al recuerdo, limpios
en la metamorfosis de una prosecución.
Muertes que no se lloran con rabia, como esta tuya,
desde el cero Impotente de los brazos cruzados
ante la crueldad.
147
procreado,
querido,
acaso odiado,
pero vivido —como tú— vivido.
Para hombres que no merecen luego la infamia de esa
[dádiva
que otorgan las manos de los enfermeros,
el gomoso calor de los emplastos
y el ripolín de las escupideras.
Yo sé que hay otras muertes que matlenen la cabeza
[suelta
a la altura de los árboles,
la tierra sencilla en los zapatos y los tendones duros,
sin químicas, sin frascos ni camillas,
sin ese muro de pañolones negros,
lacrimosos, hipantes y cobardes
que cierran la cama lastimosamente
como los muros de un ataúd
para decir: “Silencio,
silencio, la voluntad de Dios aquí se cumple
y al cielo un ángel lleva un alma alegre”.
IV
Lo sé.
No es tu partida urgente la que sólo lloro
al dejarnos vacíos de tu espacio como un traje vacío;
no es la ausencia de mañanas imposibles
en la risa camarada y en la angustia,
la falta del color, la ida
de tu artesanía
y el apretón violento de tus nervios
sobre la mano fresca y la herramienta hábil.
No lloro sólo por los dulces bueyes de tus ojos
que araron tantos años mis campos de maíz.
148
Lloro y grito por el asco de tu muerte,
la inmerecida sucia muerte inmerecida
y con tu muerte encima y tantas muertes sucias,
parado sobre el gran silencio que te escucha,
lloro y grito en los oídos de Dios,
y en la boca de Dios,
y golpeo hasta sangrarme los puños
en el pecho de Dios
demandando,
exigiendo otra justicia de Dios
desde la tumba seiscientos diecinueve
donde el frontal rebelde de tu cráneo levantado
aún dolorido y asombrado,
sin comprender,
acusa!
(De “Hoy, Cada Día”)
AMANDA BERENGUER
149
“Quehaceres e invenciones” (1963), Amanda Berenguer
muestra que su mundo lírico dilata los limites sin des
cuidar el contorno cotidiano. Y en “Declaración conjun
ta ” (1964) sorprende con la adopción de una forma de
insospechada eficacia para la transmisión de las tensas
relaciones de un yo y un tú en que subjetividad y cir
cunstancia se entrelazan y se reafirman. Dentro de una
temática y un estilo que de algún modo continúa los dos
últimos libros, publica, en 1966, “Materia Prima”.
Amanda Berenguer nació en 1924.
LA INVITACION
150
P A I S A J E
CONTRACANTO
151
7
18
19
152
»
Si el cuerpo no tiene
vidalitay
para tanto llanto,
ay, dónde me duele
vidalitay,
que me duele tanto.
(De “Contracanto”)
CARESTIA
153
por quilo, al peso, limpios, insepultos.
Y vale la pena su valor en ramos,
y vale la pena escalar la desusada
altura. ¿Pero quién sube, vamos,
a ese helicóptero incendiado
para tocar la nube pasajera?
Quien se aventure, cruja y crepite,
que en eso está la gracia
de este día feriado, interminable.
(De “Quehaceres e Invenciones”)
TAREA DOMESTICA
154
COMUNICACIONES
155
gritos de alarma, solo, solo, solo,
bocinas de ambulancias, se hace tarde,
quiero saber si se hace tarde.
Un código de emergencia,
un vaso de agua, un hueso
para la inteligencia,
un alfabeto de clave radioactiva,
o telepática, o nuclear,
o una sustancia de amor
para esta extrema ubicación,
25 de abril de 1963, otoño,
en mi casa, hemisferio austral,
aparentemente a la deriva.
(De “Quehaceres e invenciones”)
RICARDO PASEYRO
156
Nacido en 1926, Ricardo Paseyro reside en París des
de 1949. Ha realizado frecuentes viajes a Europa y el
Oriente Medio. Su labor poética se complementa con una
Inquietud intelectual vertida en traducciones, ensayos y
una actividad de vibrante polemista.
POESIA
167
PARA UN PAIS SIN DIOSES
158
AUTO-RETRATO
UN CANTO DE FRONTERA
159
MUSICA PARA BUHOS
IL PENSIEROSO
160
JORGE MEDINA VIDAL
LA VID VA DA SU OLOR
161
Llevo una mano roja para siempre en mi espalda
y entregado a las horas desando mi camino.
Puedo morir sin causas también esta mañana,
como ocurre en silencio la muerte del anciano,
debajo de un arbusto al borde de un camino,
mientras el río pasa.
162
He sentido el mugir de la tristeza
en la calle en que el hombre
y la muchacha,
buscan sótanos húmedos y oscuros.
Y el feroz entusiasmo del estío,
que cantaba a los viejos y a los niños
esta noche
he sentido.
(De “Para el tiempo que vivo”)
168
Ya nacieron todos, todos
los que me acompañarán al cementerio
Ya el raso de tu mortaja
está guardado en algún sitio.
NOCHE TRANSFIGURADA
Ni hablo ni escucho
como la dalia en el tintero.
Pero no hablo.
(De “Las Puertas”)
CARLOS FLORES
165
Eli AIRE
I
XIII
(OCHO)
Bella como una nave
es la boca de Lise.
Vuelo tras ella cuando ríe, y canto
como el viento en el alto
velamen desplegado.
Suave como la huella
de un gamo en la ladera,
dulce como el azúcar,
suave como la avena,
tenue como el reflejo
del viento en el follaje,
es la boca de Lise,
de aquella Lise flor
de aquella Lise rama de durazno.
(De “Poemas del Tiempo y Lise”)
166
Arbol del aire
que en la quieta tarde,
tiendes tus altas ramas de misterio.
En tu velamen de pájaros se oye
el tremendo latido del silencio.
Sobre la sombra
que tu luz arroja,
como una parda capa
sobre el suelo,
bajo tus claras hojas
mide el tiempo
a grandes pasos
el solar del cielo.
167
SAUL IBARGOYEN ISLAS
PATRIA PERDIDA
Ya no puedo volver
¿cuál es mi patria?
Me han pedido
que descanse el corazón
que resucite
la insistencia lograda
tenazmente
que reitere mi atención
por el perfume
de las pálidas estrellas imprevistas.
En el principio de las huellas
allá lejos permanecen
168
un símbolo enfermo
y una gastada bandera
sosteniéndose.
Mi punto de partida
fue el olvido
fue aquella pureza necesaria
con que a veces la memoria
se entretiene.
De distancia a distancia
por encima de piedras
de rotas arenas calcinadas
a través de la tierna
resistencia del trébol
del esquema camal
de la caricia
del sostén transparente
de las lágrimas
a través de la pasión
que por descuido
convierte el tiempo
en forma derrumbada
a través del abandono promovido
por leyes que rechazan
la esperanza
a través de todo
hice camino
repitiendo conductas y palabras
tomando por la fuerza
el motivo de los besos
aceptando ver distintas
las cosas que no cambian.
Ya no puedo volver:
perdí a mi patria
en cualquier esquina
de una calle sorprendida
169
o en el fragor de engaño
que ejecutan las campanas
o en la magia repetida
que suponen los crepúsculos
o en cuerpos roídos
que por su sombra depositan
llegando desde oscuras
empresas de muerte.
Perdida está mi patria:
destrozados su fresca latitud
de amplias raíces
y su prólogo de sueño
que aún se niega
a la ofensa brutal
de las mentiras.
Perdida en los altos
aullidos de la noche
en la tierra apagada
que apenas respira.
Pero el mar se acerca
y la define
con el secreto susurro
de la espuma
y los ríos proponen
que se extienda
hacia antiguas
fronteras derrotadas.
¿Dónde está mi patria?
No puedo ya volver:
está conmigo.
170
CALLE ISLA DE FLORES
a Irán Kmaid
171
7o ful tu habitante,
te abandoné por otro mundo
y otras calles,
y mi forma de ser fiel,
es recordarte.
(De “De este mundo’’)
172
de palomas y gotas de agua. Aquel repiqueteo, aquel gor
jeo, en el atardecer. Y la mañana siguiente, con angeli-
ilas muertas por todos lados, parecidas a pájaros de pa
pel, a bellísimas cáscaras de huevo. Tu deslumbrador
fallecimiento.
I I
Cuando miro hacia el pasado, sólo veo cosas descon
certantes: azúcar, diamelas, vino blanco, vino negro, la
escuela misteriosa a la que concurrí durante cuatro años,
asesinatos, casamientos en los azahares, relaciones inces
tuosas. Aquella vieja altísima, que pasó una noche por
los naranjales, con su gran batón y su rodete. Las mari
posas que, por seguirla, nos abandonaban.
XVI
178
XXIX
XXX
Nos avisaron antes de que firmásemos el contrato;
pero, era una tierra tan hermosa, tan plena de acelgas
y de rosas. Además, ellos disimularon por varios días.
Hasta que un día, de pronto, aparecieron los ángeles; se
abrían en abanico delante del arado de mi madre; al
guno quedaba como una rosanieve, fija, en la oreja del
caballo. Todo el día iban de aquí para allá, como árboles
errantes, transparentes; cruzaban las habitaciones, se les
veía arder la cara de cera, los ojos azules, el cabello lar
go, de lino o de tabaco; por cualquier lado nos hallába
mos una de sus perlas; ardían adentro del espejo, de
la cama, de la mesa, como un ramo de pimpollos. Por
la noche, entraban a robarnos la miel, el azúcar, las man
zanas. Y al alba ya estaban sentados en la puerta cu
chicheando en su suave idioma del que nunca entendl-
174
mas una palabra. Ponían unos huevos rosados, pequeños
y brillantes, que parecían de mármol, que se abrían en
seguida y dejaban salir nuevas bandadas de ángeles.
XXXV
Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos
—rosanieve de la tierra, de los huertos—, de marmolina,
de la porcelana más leve, los repollos con los niños aden
tro. Y las altas acelgas azules. Y el tomate, riñón de
rubíes. Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel de
fumar, como bombas de azúcar, de sal, de alcohol. Los
espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos. Me
acuerdo de las papas, a las que siempre, plantábamos en
el medio de un tulipán. Y las vívoras de largas alas ana
ranjadas. Y el humo del tabaco de las luciérnagas, que
fuman sin reposo. Me acuerdo de la eternidad.
WASHINGTON BENAVIDES
175
de 1966). Esta observación, formulada con respecto a “La3
milongas”, es válida para muchos de los instantes más
logrados en la poesía de Benavides.
OSCURA, OSCURA VA . ..
Oscura, oscura va, la vida absurda.
Desdoblado, los sueños se te caen
—prófugo de qué guerras—
deja atrás, perdido,
algo que es más que el oro...
Pero vienen en ráfagas: segundos,
nubes
minutos,
17#
lluvias o jornadas
y pasa un viejo, dando en las aceras
su bastón solitario,
y tictaques...
Y la infanta urdidora de los sueños,
replegada en sí misma y boquiabierta,
siente en su propio corazón el golpe
de fúnebres maderas...
Los ojos, que se vuelven tan ausentes.
Los portales que aprietan sus quijadas.
Los vivos ojos ciegos, que nos niegan,
y a los que respondemos con la noche.
—El que se va, de prisa, hacia la cita
de su oscuro rincón, ensimismado,
y éste, ahogado en coléricos alcoholes,
que tanto ve en nosotros
la cara en flor del hijo
o los pómulos grises del Día de la I ra ...
Quiero mis ojos, los que tuve un día:
los limoneros y el sombrío césped,
el camino de arenas fugitivas,
adonde el alfarero remolino
hacía y deshacía vasos de oros...
Quiero mis ojos, los que tuve un día!
(De “Poesía”)
Se me cansaba el caballo.
177
Sombra de los higuerones
que invitaban al descanso
mas yo seguí al paso lento
de mi sombrío caballo.
Se me cansaba el caballo.
(De “Las Milongas”)
178
CON LOS AUJEROS
EL OTRO
179
No son imaginaciones
ni sobresaltos del vino
el vino oscuro que tomo
solo o con algún amigo.
181
La lucha para mi ser
no la quietud ni la espera.
Yo no sé lo que es volver
si no di vuelta a la esfera.
(De “Cantares”)
LO QUE QUIERO
PUEDE SER
No siempre
no siempre es el espacio
a veces cielo o sombra
da lo mismo
182
lo que importa lo que pesa con vida
puede ser
ese polvo polvo claro
abriéndose a la tierra en el verano
sobre el mar como boca enamorada
mas si pienso podría
enumerar las gotas que se suman
cuando el vapor asciende a las paredes
evocar los dibujos las pisadas
sobre la arena el mar sobre las luces
tanto que ya es la sangre ya la forma
o el deseo del rostro que tuviera
o aquella forma que en el lecho queda
como una flor después de ser cortada.
(1965)
CECILIO PEÑA
183
Enciéndete en ti mismo,
ramo de amor temblando, leve ramo.
Soy tu reflejo abismo
en carne sola y amo
a guien tú ardiendo dices y no llamo.
185
CIRCE MAIA
186
Miran ojos risueños, pelo mojado. Arriba
azul y sol y azul... Mira los troncos negros
y rotos, oye el agua.
Rema, remero,
y no escuches el golpe
negro, del remo.
187
DE ABRIL
188
a las tres de la tarde.
Y después ya no hay más. De nada vale
ahogarse en llanto, no entender, tratar
de despertarse.
Muerte, de pie, la muerte,
altísima, de pie, sola, parada,
sobre mayo deshecho.
(De “En el tiempo”)
LOS REMANSOS
Sobre el mantel, después de haber comido,
—nos habíamos ido ya todos de la mesa—
qué presencia tan fuerte de realidad y reposo:
los vasos en su vidrio, la jarra con su leche,
tranquila luz cayendo sobre el frío de loza.
1*»
Una jarra con agua transparente y brillante.
Y de espaldas al fuego, abrigada en un manto,
Santa Bárbara lee.
190
dias barridos, frágiles.
Y me acuerdo de ti. Pronto se irá el Invierno.
Vendrán, derrochadores de luz, dias azules,
blanqueará nuestro almendro.
(Ya tiene la retama
dos flores amarillas)
Qué injusto, qué vergüenza,
de estos ojos bebiendo los colores, los dias
que tus ojos no vieron!
(De “En el tiempo”)
191
Todos los límites
firmes y recortados
todo con su color tan decidido
los colores tocándose
uno al lado del otro, sin mezclarse.
Y no se sabe
qué es qué quiere o qué pide
el turbio ruido oscuro
cuando todo en redor está tan claro.
(De “En el tiempo”)
MANOS
192
Visto y pensado, el mundo
contemplado, extendido
delante de los ojos
y los ojos buscando ver los hilos
de la espesa maraña.
...Y sin embargo, manos
que nada ven, las ciegas
manos, mucho más hallan,
y sin buscar encuentran
una viva sustancia:
en palabras no entra
en los ojos no cabe.
Manos sólo la palpan.
(De “Presencia diaria”)
193
Porque a veces, en torno de una mesa,
nos encontramos graves y sombríos,
sin madre, sin mantel, la sangre ilesa,
sintiéndonos girar en un vacío;
La luz se me incorpora.
La noche quedó atrás. Surge la vida.
Aquel que fui yo ayer, se vuelve ahora
navegante de asombro, encendida
voluntad para el canto que enamora;
arquitecto del alba sorprendida,
un árbol que levanta su ramazón sonora.
Y suyo es ese amor, la luz transida.
DEPUESTA EN SOMBRA
195
Cómo en ese rincón ha acontecido tanto,
cómo mi carne lo ha apurado todo,
lo ha comprendido en llamas
y me pregunta ahora en qué país
de tajos y tinieblas
ha ido a deponer su lumbre derrotada
esa pequeña mancha viva mía
en cuyo amanecer toda me abriera,
toda sonroso y lámpara me he herido.
Cómo de golpe no me queda nada
de tanta, tanta nube en alto,
de este sonido tibio de la carne
augurando su viaje sin misterio,
su carrera de soles
en el atrio celeste en que yo misma
guardaba entre temblores y membranas
su copa guarecida
197
PROPAGASE EL TESTIMONIO DE CIERTA SUSTANCIA
198
Tal la historia puntual, cocineras amigas,
de este aceite procurado desde lo puro. Mejor veamos
sus propiedades inmanentes ahora, cuando se vierte
en los abismos imprecisos de lo orgánico, entre
rodajes tenebrosos.
Es el sol mismo, dicen; esa vieja majestad
que como un señor ha condescendido a visitamos
con su estela indesgastada, con su corte de destellos.
Trae paquetes de perduración en sus dos manos,
lingotes de intemporalidad,
y entonces se comporta
como un embajador regio de la altura, un enviado
coa las credenciales de alguien que, celeste,
controlara el orden decisivo de todo mundo.
“Aquí vengo”, dice él mismo; “sin amor
pero con glorias seguras. No haré
depositario de mi bien
a ninguna delegación que alegue representar
la fragilidad de lo humano. Porque conozco
tales imposturas me propongo
recorrer yo mismo hombre por hombre,
miseria por miseria,
acabamiento por acabamiento, Bajaré incansable
a los cuerpos, me deslizaré
por sus llanuras condenadas,
infundiré en ellas esta carga
de perennidad que traigo, esta reserva inagotable
que lo alto envía
y elijo este disfraz humilde,
este traje doméstico de personaje culinario,
esta inequívoca apariencia cotidiana
sin grandeza, cocineras del mundo.”
(De “De la aventura”)
199
♦
i ndi ce
Pròlogo .............................................................. 5
36 años de poesia (1930 -1966) ................. 13
Fernando P e r e d a ............................................ 65
Esther de Cóceres ........................................ 70
Roberto Ibañez .............................................. 73
Selva Márquez .............................................. 81
Alvaro Figueredo .......................................... 35
Juan C u n h a ..................................................... 88,
Beltrán Martínez ............................................ 93
Liber Falco ..................................................... 96«
Pedro P ic a tto ................................................... 100
Sara de Ib a ñ e z ............................................... 103
Susana S o c a ................................................... 109
Clara Silva .................................................. 113.
Idea Vilariño .............................................. 119»
Humberto Megget ......................................... 123
Sarandy Cabrera ......................................... 126
Carlos Brandy ............................................... 130
Mario Benedetti ............................................. 133.
Ida Vitale ...................................................... 133
Zelmar Riccetto ............................................. 141
Emilio Ucar .................................................... 144
Amanda Berenguer ................................... 149.
Ricardo P a se y ro ............................................. 156
Jorge Medina Vidal ..................................... 161
Carlos Flores ................................................ 165
Saúl Ibargoyen Islas ............ ................... 169-^
Morosa Di Giorgio M ed icis.......................... 172
W ashington Benavidez ............................. 175-.,^.
Walter Ortiz y A y a l a ...............................7 l93 * L ì
Milton Schinca ............................................ 195
(éUu.
K
obras de narrativa
publicadas por esto editorial
LA TREGUA» por Mario Benedetti
LA CIUDAD CONTRA LOS MUROS» por Ariel Méndez
MONTEVIDEANOS» por Mario Benedetti
METRO» por Roberto Fabregat Cúneo
MUCHACHOS» por Cicerón Barrios Sosa
TRAJANO» por Sylvia Lago
EL ALMA Y LOS PERROS» por Clara Silva
LA OTRA AVENTURA» por Ariel Méndez
LA VENTANA INTERIOR» por Asdrúbal Salsamendi
DE VUELTA» por Roberto Maertens
LA CASA DE LOS CINCUENTA MIL HERMANOS.
por R. Fabregat Cúneo
EVA BURGOS» por Enrique Amorím
JUAN DE LOS DESAMPARADOS, por Julio C. Da
Rosa
BOSQUE DEL MEDIODIA, por Juan José Lacoste
CORDELLA. por C. Martínez Moreno
CON MOTIVO DE VIVIR» por María de Montserrat
EL MONTES DE FUEGO» por Elsa Herrmann Turenne
LOS AMIGOS» por Claudio Trobo
VIVIENDO, por Cristina Peri Rossi
UNA FORMA DE LA DESVENTURA, por L. S. Garini
TAN TRISTE COMO ELLA, por Juan Carlos Onetti
EL TESTIGO» por Femando Aínsa
LOS ALTOS MUROS, por Jesús C. Guiral
LA SED Y EL AGUA, por Mario Arregui
LOS ABORIGENES» por Carlos Martínez Moreno
UN LARGO SILENCIO» por Jorge Musto
NARRADORES RUMANOS, antología
GRACIAS POR EL FUEGO, por Mario Benedetti
NOCHE DE CIRCO» por Jorge Musto
ISMAEL» por E. Acevedo Díaz
GEEST» por R. Fabregat Cúneo
LOS LUGARES» por Maria de Montserrat
JUNTACADAVERES, por Juan Carlos Onetti
LOS EXTRAÑOS VISITANTES, por S. Guerrico e
I. Alzúa
ESTE LIBRO SE TERMINO
DE IMPRIMIR EL DIA 10/4/67
PARA EDITORIAL A L F A .
CIUDADELA 1389 EN LOS TA
LLERES GRAFICOS EMECE,
GONZALO RAMIREZ 1806 EN
MONTEVIDEO. URUGUAY
C O M I S I O N DEL PAPEL
EDICION AMPARADA EN EL
ARTICULO 79 DE LA LEY
13.349
Alejandro Paternain nació en 1923, en Montevi
deo, Es profesor de Literatura y ha publicado no
tas críticas en las secciones literarias de algunos
diarios de Montevideo. Es redactor de la revista
Temas.
En esta antología el autor ha buscado presen
tar un panorama de la poesía uruguaya de las
tres últimas décadas atendiendo a las distintas
tendencias. Ha procurado, asimismo, conciliar
hasta donde es posible su gusto personal con las
apreciaciones críticas más generalizadas. “Esta
antología no es sólo reflejo del gusto del antolo
go”, escribe Paternain. "Pero se advierte también
que, sin abdicar de nuestra fe y de nuestro sentir
hemos procurado dar razón a un gusto amplio.. . ”
Amén del equilibrio con que el autor encaró la ta
rea dfr organizar la selección y del indispensable
rigor que tuvo que ser empleado en la misma, hay
otro esfuerzo más soterrado y no menos riesgoso:
el de procurar que en los textos escogidos se vi
viese la experiencia (ni fácil ni demasiado fre
cuente hoy día) del placer provocado por la
lectura de un poema.
Cor4fulo Fotográfico Alfredo Toston