Estudios de Historia Conceptual Del Pensamiento Político Uruguay
Estudios de Historia Conceptual Del Pensamiento Político Uruguay
Estudios de Historia Conceptual Del Pensamiento Político Uruguay
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Estudios de historia conceptual
del pensamiento político
Raquel García Bouzas
bibliotecaplural
La publicación de este libro fue realizada con el apoyo
de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (csic)
de la Universidad de la República.
Ediciones Universitarias,
Unidad de Comunicación de la Universidad de la República (ucur)
isbn: 978-9974-0-1205-9
Contenido
Introducción.
La historia conceptual y el trabajo de los historiadores de las ideas...................11
Capítulo I.
Teóricos e historiadores. El debate académico entre los partidarios
de la propuesta histórico-conceptual y la histórico-analítica.....................................17
Diez problemas que plantea la teoría historiográfica
de la historia conceptual a los investigadores de las ideas..................................................18
Conclusiones sobre las exigencias teórico-metodológicas
de la historia de las ideas como historia conceptual.
Posibilidades de superación de los problemas planteados.................................................40
Capítulo II.
La aplicación del método de la historia conceptual a la obra
de los autores clásicos de la historia de las ideas políticas.............................................49
El «fenómeno de la traducción diacrónica»...................................................................................49
Tres interpretaciones de Maquiavelo:
Claude Lefort, J. G. A. Pocock, Quentin Skinner..................................................................50
Análisis conceptual de la obra de Thomas Hobbes................................................................69
La lectura conceptual de la obra política de John Locke..................................................80
Algunas conclusiones abiertas a la reflexión
sobre el concepto de propiedad en Locke....................................................................................85
Las controversias actuales en torno a los conceptos políticos de Locke.................86
Capítulo III.
Historia conceptual y análisis del discurso político.
Un «momento conceptual» en el Uruguay: 1925.
De la doctrina al programa partidario................................................................................................89
El concepto de justicia distributiva
y el debate batllista en la Convención del Partido Colorado...........................................89
Lorenzo Carnelli y la influencia de los conceptos del «socialismo jurídico»......107
El momento conceptual: 1925.
Aspectos comparativos de los dos discursos políticos del reformismo..................121
Cuando la nueva historia intelectual no es tan nueva.
La obra de Arturo Ardao como pionero de la historia conceptual.
Los «momentos conceptuales»............................................................................................................122
Epílogo..............................................................................................................................................................................135
Fuentes y bibliografía........................................................................................................................................137
Fuentes................................................................................................................................................................137
Bibliografía general....................................................................................................................................137
Presentación de la
Colección Biblioteca Plural
Rodrigo Arocena
10 Universidad de la República
Introducción
La historia conceptual
y el trabajo de los historiadores de las ideas
12 Universidad de la República
ideas puedan no ser considerados naïf metodológicos o los filósofos acusados de
caer en historicismos especulativos. Ambas vertientes, archivística y teórica, se
enriquecen mutuamente en la historia conceptual.
Pero, aclaremos, ese relacionamiento tampoco es radicalmente nuevo, ni es
el resultado de una revolución teórica. El caso de la obra de Ardao, en los se-
senta, prueba lo contrario, con su visión interdisciplinaria de historiador filósofo
que profundiza en el análisis textual de los discursos en el contexto temporal.
No puede señalarse entonces un cambio reactivo contra la tradicional historia
de las ideas que se produjera en los noventa en el Uruguay, sino la continuidad
de la metodología de la historia conceptual desde los sesenta hasta la actualidad,
en gran medida gracias a la difusión y recepción de la metodología de Ardao
y de sus seguidores, entre los que nos colocamos. No hubo reacción en los no-
venta, ni una reconfiguración del objeto de estudio, y no, como pudiera sostener
Palti, por pasar inadvertida la nueva bibliografía teórica, sino porque ya se había
producido el cambio hacia la historia conceptual. Lo que pretendo discutir es
si este cambio revolucionario de la historiografía rioplatense se debió al cono-
cimiento de la obra de Guerra de 1993 o, más aún, si fue o no contemporáneo
a las obras de los historiadores de Cambridge y de la Begriffsgeschichte alemana
de Koselleck, o más radicalmente planteado el problema, si fue necesario que
los historiadores uruguayos esperaran la obra de Skinner o la de Koselleck para
escribir historia conceptual.2
Hemos participado en dos congresos internacionales de Historia de los
conceptos y en ellos se hizo evidente que los historiadores latinoamericanistas
desconocen estos orígenes de la disciplina en el Río de la Plata y en especial
en el Uruguay, en encuentros que se destacan por la alta calidad de la mayoría
de las comunicaciones. Hemos presentado en el último, de 2013, realizado en
Bilbao, nuestra posición discrepante defendiendo la valoración de la obra de
Ardao como historia conceptual.3
Este libro tiene entonces como propósito demostrar los problemas y difi-
cultades que la historia conceptual presenta como desafíos interesantes y cues-
tionamientos válidos a la historiografía tradicional, demostrando además que
el cruzamiento entre lenguaje, historia y política ha comenzado en algunos au-
tores latinoamericanos por lo menos simultáneamente a las primeras obras de
los fundadores europeos de esta corriente historiográfica, Reinhart Koselleck o
2 La obra de Guerra tuvo escasa difusión en nuestro país, y a esa altura de los acontecimientos
académicos, la obra de Barrán y Nahum, Batlle, los estancieros y el imperio británico, de
1981, ya presentaba cambios metodológicos significativos en el sentido del rumbo marcado
por Ardao. En esa obra hay un detenimiento específico en el concepto histórico de «refor-
mismo», con un estudio de discursos del periodismo político y del debate parlamentario.
3 «Los “momentos” en el uso de los conceptos “liberal-liberalismo” y “latinoamericanismo”
en la obra del historiador uruguayo Arturo Ardao», en The 16th Conference on the History
of Concepts, 29-31 de agosto de 2013. Para una explicitación más amplia de estas polémicas
sobre la evolución de la historia de las ideas en nuestra región, se puede ver García Bouzas,
2011: 23 a 31.
14 Universidad de la República
sin tener una relación proporcional con el producto de la investigación, desde el
punto de vista del conocimiento histórico generado. El segundo, que la historia
conceptual tiene también una expresión desvalorizada desde siempre, no sé si
por desconocida o por despreciada, en la enseñanza de la disciplina Historia
de las ideas. En nuestro país, esta disciplina forma parte del currículo de varias
carreras del Área social y de la Humanística de la Universidad de la República
en diversas asignaturas y también en la de formación de profesores secundarios,
en el Instituto de Profesores Artigas. Tiene una historia de enseñanza terciaria
de por lo menos cuatro décadas y cumple desde el punto de vista formativo la
función de promover el juicio crítico autónomo sobre el pensamiento político. Y
ha sucedido que la prioridad del lenguaje, la búsqueda de debates históricos y de
sus conceptos centrales forma parte de los objetivos explícitos de los programas
de estas materias curriculares, sin ser en general la de ideas eternas prescindentes
del contexto, llámese la asignatura historia de las ideas, historia del pensamiento,
historia de la educación, etcétera. También la didáctica orientada a la enseñanza
de conceptos sociales y políticos tiene trayectoria y vigencia actual y por tanto la
historia conceptual no aparece como una «revolución» ni tiene su fuerza en una
posición «reactiva» contra la forma de presentar la historia política o la historia
de las ideas. Continuamos entonces valorando y cuestionando la historia concep-
tual en sus aspectos teóricos y prácticos, incluyendo una praxis ausente en los
debates, la práctica de la enseñanza. Estos dos motivos explican también que este
libro pretenda acercar a los docentes y a los estudiantes la historia conceptual en
sus versiones más actuales por medio de una escritura didáctica que presente las
variadas vertientes de la historiografía conceptual para su aplicación a los cursos
universitarios.
Teóricos e historiadores.
El debate académico entre los partidarios
de la propuesta histórico-conceptual
y la histórico-analítica
18 Universidad de la República
preferimos ordenar el trabajo en torno a los problemas que deben resolverse para
aplicar la nueva metodología, ya que tenemos nuestras razones para suponer que
no todo lo que lleva el rótulo de la historia conceptual responde cabalmente a
sus presupuestos teóricos, los cuales contienen las afirmaciones que enumeramos
seguidamente y que presentamos centrando los aspectos más exigentes para el
investigador. Presentamos así las propuestas teóricas de la historia conceptual,
como problemas, ya que debemos sortear las dificultades que presentan, para
lograr una relación entre teoría y praxis sin contradicciones significativas que
puedan invalidar el enfoque conceptual.
20 Universidad de la República
aquellos en los que nunca se pudo haber escrito o leído en una época
concreta. Supone que es capaz de demostrar también que todo texto se
preparó y realizó en una gran variedad de idiomas, cada uno de los cua-
les constituyó una forma de expresión convencional y tuvo la fuerza de
un paradigma. «Aprende un lenguaje para “reconstruir el pensamiento
de otra persona”, pero el lenguaje en el que expresa los resultados de
sus reflexiones no será otro que el suyo propio» (Pocock, 2009: 108).
Si suponemos que toda historia tiene que ver con el tiempo pre-
sente —lo que ningún historiador discutirá— entonces cabe decir,
de acuerdo con la convención del lenguaje, al hablar de historia del
tiempo presente nos referimos a la historia de nuestro propio tiem-
po, a la «crónica del presente» […] En primer lugar, el «presente»
puede indicar aquel punto de intersección en el que el futuro se
convierte en pasado, la intersección de tres dimensiones del tiempo,
donde el presente está condenado a la desaparición. Sería entonces
un punto cero imaginario sobre un eje temporal imaginario. El hom-
bre es siempre pasado en la medida en que no tiene un futuro ante sí.
Y cuando ha dejado de ser tanto pasado como futuro, entonces está
muerto. La actualidad se convierte en una nada pensada que siem-
pre nos indica nuestra pertenencia tanto al pasado como al futuro
(Koselleck, 2001: 116).
De acuerdo con uno de los comentaristas de Koselleck, Joaquín Abellán, el
estudio de los cambios conceptuales se convierte en objeto central de la «historia
de los conceptos», pues esta tendrá que averiguar precisamente si los cambios
lingüísticos y conceptuales son indicadores o factores de las transformaciones de
la realidad social extralingüística y tendrá que poner al descubierto los distintos
estratos de significado de tiempos distintos existentes en los conceptos (Abellán,
2007: 224). Para Skinner la prioridad metodológica reside en prevenirse de la
aplicación inconsciente de los paradigmas actuales, cuya familiaridad para el
historiador disfraza una falta de aplicación esencial al pasado. El peligro espe-
cial de la biografía intelectual es el del anacronismo, presentando por ejemplo
anticipaciones de posteriores doctrinas, como es el caso cuando a Montesquieu
se le atribuye que anticipa las ideas del pleno empleo y del Estado de bienestar,
o cuando se busca el origen de una idea unitaria y se la sigue en el tiempo hasta
que sus enunciados sean completos. Esta es para Skinner «la mitología de las
doctrinas», que critica en «Significado y comprensión en la Historia de las ideas»
publicado por primera vez en 1969 en la revista History and Theory, por ejem-
plo en el caso de Leo Strauss cuando califica de inmoral e irreligiosa a la obra de
Maquiavelo, determinando con su propio paradigma inicial toda la dirección de
la investigación histórica. Otra manifestación del anacronismo se percibe cuan-
do se busca la coherencia de una doctrina o de un autor, aplicando el aparato
analítico del presente y destacando las omisiones, las fallas o las inconsistencias
de su pensamiento, o, por el contrario, buscando demostrar la coherencia de
22 Universidad de la República
cumplir. Además, los estratos del tiempo contienen «momentos», que combinan
los cambios semánticos dominantes de un concepto con los períodos temporales
que los delimitan y los contextos en que se producen.
El término momento ha sido utilizado por Rosanvallon y por Pocock, en
obras dedicadas respectivamente a Guizot y a Maquiavelo. La categoría «mo-
mento conceptual» ha sido presentada por Gonzalo Capellán de Miguel como
un modelo de análisis ajustado al de «tipo ideal» de Weber, y tiene las carac-
terísticas señaladas por los autores de la historia conceptual, en nuestro país
especialmente por Arturo Ardao: es una instancia temporal puntual en que un
concepto cambia su semántica. Se produce entonces una aceleración del tiempo
histórico que deriva en una disputa con respecto al significado de dicho concep-
to (Capellán de Miguel, 2011: 114).
Para Pierre Rosanvallon hay que identificar los «nudos históricos»:
La meta de la historia conceptual de lo político es 1) hacer la historia
de la manera como una época, un país o unos grupos sociales procu-
ran construir respuestas a lo que perciben más o menos confusamen-
te como un problema, y 2) hacer la historia del trabajo efectuado por
la interacción permanente entre la realidad y su representación, defi-
niendo campos histórico-problemáticos. Su objeto así, es identificar
los «nudos históricos» en torno a los cuales se organizan nuevas ra-
cionalidades políticas y sociales y se modifican las representaciones
de lo político en relación con la transformación de las instituciones,
las técnicas de gestión y las formas de relación social (Rosanvallon,
2003: 128).
Diacronía y sincronía
«Diacronía, sincronía e historia» es un título que en nuestro medio tuvo am-
plia difusión por medio de los trabajos de Eugenio Coseriu cuando era docente
en el Uruguay en la Universidad de la República y en el Instituto de Profesores
Artigas, en los que se establecían las correlaciones entre ambos conceptos y el
cambio lingüístico. Ambas dimensiones del tiempo histórico se reflejan una sobre
otra en forma dinámica. Coseriu criticó la antinomia presentada por Saussure, la
oposición absoluta entre el punto de vista sincrónico y el diacrónico y afirmó que
esa diferenciación es puramente metodológica, ya que la lengua es por esencia
un objeto histórico, siempre cambiante.
Desde la perspectiva sociohistórica se investiga la relación entre los acon-
tecimientos sincrónicos y las estructuras diacrónicas. Todos los acontecimientos
dependen, porque manifiestan un sentido, de la estructura. Para la historia con-
ceptual se trata de una relación análoga a la que se da entre el discurso habla-
do, sincrónico, y el lenguaje ya existente, diacrónico, que ejerce una influencia
constante sobre el primero. Cuando el historiador profundiza en los aspectos
sincrónicos, la historia se transforma en un espacio de conciencia que contiene
todas las dimensiones temporales, mientras que si se trata de la diacronía, no hay
una presencia activa del ser humano en un espacio histórico.
24 Universidad de la República
Esta crítica de Hartog al presentismo plantea uno de los problemas rela-
cionados con la diacronía y cómo la conciben los historiadores. Esta crítica se
expresa con claridad en el siguiente fragmento sobre el «presente omnipresente»:
[…] ¿es un modo inédito de experiencia del tiempo, que haría que
uno entre —en virtud de la tiranía cortoplacista del mercado, de la
revolución informática, de la globalización…— en un nuevo régimen
de historicidad en el cual, en forma duradera, es realmente la catego-
ría del presente la que tiende a ocupar el puesto de mando? (Hartog,
2010: 158).
26 Universidad de la República
el pensamiento político cuando lo convierte en una teoría o filosofía política
coherente, solo inteligible históricamente como una secuencia de modelos de
pensamiento que intercambian teóricos políticos y filósofos. Pero, al historiador
le preocupa la relación existente entre experiencia y pensamiento, entre la tradi-
ción que fija las normas de conducta en una sociedad dada y el proceso de abs-
tracción de conceptos que se realiza para intentar entenderla e influir sobre ella.
Nos encontramos en una situación en que la historiografía debe bus-
car la forma de analizar cualquier relación que pudiera existir entre
la teoría, la experiencia y la acción […] Podemos escribir la historia
de las ideas en términos abstractos a cualquier nivel de generalidad,
siempre y cuando seamos capaces de verificar, de forma indepen-
diente, que las abstracciones que usamos se empleaban en los ámbi-
tos relevantes para nuestro estudio, en la época que analizamos, y por
parte de pensadores que forman parte de nuestro relato […] Elegimos
un nivel de abstracción, que tenderá a ser alto y a elevarse cada vez
más, movidos por la necesidad de dar explicaciones racionales con la
mayor exhaustividad posible […]. Lo que más interesa al historiador
de las ideas es la forma que adopta el pensamiento ante la presión de
los sucesos inmediatos, pero no es lo único. Tendemos a trabajar con
los conceptos estables, es decir, con aquellos que se utilizan recu-
rrentemente en el seno de determinada tradición de pensamiento y
en sociedades relativamente estables (Pocock, 2011: 23, 28).
En relación con el problema que venimos tratando, sobre los mayores nive-
les de abstracción, hay que tener en cuenta las diversas posiciones que los histo-
riadores y los filósofos han sostenido. Si bien la historia conceptual es un asunto
de historiadores, dada su fidelidad a las condicionantes del contexto temporal
y espacial, en el ámbito internacional se notan dos corrientes que siendo histo-
riográficas por sus objetos de estudio, separan en lo relacionado con el método
de análisis y las conclusiones teóricas a ambas comunidades de investigadores.
Hay quien piensa que se puede trabajar como filósofo sobre autores o ideas del
pasado, y eso es hacer una historia no historicista de la filosofía política, como
Yves Zarka, quien parte de las posiciones de Lévi-Strauss (Zarka, 1997: 19-21).
Esto no implica que la filosofía política tenga que ser absolutamente
indiferente a la historia en general y a su propia historia en particu-
lar, estas solamente tienen el papel subordinado de preliminares o de
auxiliares exteriores. No son partes integrantes de la filosofía política
(Zarka, 1997: 21).
Lucien Jaume sostiene que los debates sobre el método descansan en última
instancia en elecciones filosóficas, por lo que es posible un acercamiento entre
historiadores y filósofos.
Me propongo, por tanto, desarrollar estas premisas teóricas y meto-
dológicas, a modo de tesis metateóricas, desde luego controvertibles,
asumidas como tales, y, que, en último análisis, implican elecciones
filosóficas. Pero antes debemos señalar que el núcleo de la cuestión,
28 Universidad de la República
conductas de otros agentes que usaban estos lenguajes o estaban ex-
puestos a ellos, sobre todo al lenguaje en el que se realizó el acto. De
lo anterior podemos deducir que la historia que escriba será mar-
cadamente événementielle porque lo que le interesan son los actos
realizados así como los contextos en los que tuvieron lugar y que se
intentaron modificar. El contexto lingüístico se mueve casi siempre,
aunque no exclusivamente, en la moyenne durée. La longue durée solo
interesa al historiador cuando verbaliza, invadiendo el terreno de la
moyenne durée […] Podemos pensar que la parole es una respuesta a
la presión que ejercen sobre el autor las paroles de los demás. Pero si
queremos escribir la historia de la interacción entre parole y langue
es importante que imaginemos que la parole es una respuesta a las
convenciones de la langue utilizadas más o menos conscientemente
(Pocock, 2011: 114).
Dentro de la corriente de la Historia conceptual, la relación langue-parole
tiene un rol preponderante, ya que la innovación de los nuevos significados de un
concepto radican en la parole, en situación bélica contra las formas tradicionales
de la langue. El acto de habla, como acontecimiento, en el proceso del cambio
histórico, es el objeto privilegiado del estudio de estos historiadores.
30 Universidad de la República
crítica de una época. La importancia del debate y de las pruebas de su existen-
cia es uno de los objetivos de la historia conceptual de la política, tanto para
Pocock como para Skinner. Este objetivo señala las pautas metodológicas. Es
así que según Pocock, el historiador de los discursos políticos ha de demostrar
que hubo una interpretación que dio lugar al lenguaje que se hablaba en la época
que estudia. Tendrá que aportar la mayor cantidad de pruebas empíricas y en
principio refutables, de modo que si puede demostrar que el modelo de discurso
que analiza se empleó, que el lenguaje a que se refiere se habló por más de una
persona de la época y que se usaba para debatir públicamente, que hubo contro-
versias y se modificaron premisas, términos y usos, llegando a la autoconciencia
crítica, su posición como historiador será mucho más fuerte que si solo pretende
convencernos heurísticamente dando por supuesto este lenguaje.
En términos metodológicos, lo único que tengo que decir es que
he estado escribiendo la historia de los debates que tuvieron lugar
en una cultura en la que se solapaban e interactuaban paradigmas
y otras estructuras de habla. Existía un debate porque había comu-
nicación entre los distintos «lenguajes» y los grupos o individuos
que usaban estos lenguajes. […] He procurado trascender el término
«lenguaje» para dar un papel más importante al término «debate»
(Pocock, 2011: 93).
En el caso de Skinner, las teorías y las interpretaciones son argumentos
(desde el punto de vista retórico) en controversias específicas. Por eso es impor-
tante identificar aquellas controversias a las cuales contribuyen intencionalmente
estas teorías e interpretaciones explicando las formas retóricas que usan. Al usar
la perspectiva performativa para acercarse al lenguaje de los actores históri-
cos en realidad se politiza este lenguaje, buscando sus efectos perlocucionarios.
Podemos considerar cualquier ejemplo del pensamiento político desde el pun-
to de vista de la persuasión política o como un incidente más en la búsqueda
de sentido. Deberíamos distinguir entre las diversas funciones que pueda estar
desempeñando el pensamiento político. Para ello tendremos que dedicarnos,
de acuerdo a la propuesta de Skinner, a la innovación conceptual e innovación
ideológica. Hay palabras que sirven un propósito descriptivo y a la vez evaluati-
vo. Aunque sean usadas para escribir acciones, sin embargo, producen el efecto
de evaluarlas, al mismo tiempo. Al describir, pueden ser usadas para aprobar o
rechazar, alabar o criticar. Ellas forman parte del modo de hablar de los «innova-
dores ideológicos» que presenta Skinner en «Moral principles and social change»
en el volumen I de Visions of Politics; los innovadores ideológicos aspiran a pro-
ducir efectos perlocucionarios para incitar, persuadir y convencer a sus oyentes
o lectores de adaptar algún punto de vista nuevo. Cómo lo hacen, dice Skinner,
no es un asunto de lingüistas, sino de historiadores. Los innovadores ideológicos
realizan una tarea retórica, entrando con ella a la batalla. Uno de los procedi-
mientos es el usar el vocabulario evaluativo de sus oponentes para demostrar que
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político o en el contexto científico e intelectual. Dentro de las doctrinas cons-
titucionales interesa examinar los conceptos que se formulan como un conjunto
de ideas sobre el concepto de estado. Esos conceptos son precisos y concretos,
se reflejan en un término o palabra que es formulado por una variada gama de
protagonistas, como los miembros del gobierno, en especial los parlamentarios,
la jurisprudencia de los tribunales, la prensa y los manuales académicos. Pueden
tener mayor o menor contenido jurídico, lo que da también diferencias entre
los países anglosajones en los que los jueces son creadores de derecho, y los
continentales europeos, en los que el rol de los científicos fue fundamental. Esta
metodología exige:
[…] que se tenga presente al estudiar las doctrinas y conceptos cons-
titucionales que su objeto fundamental es explicar su génesis y desa-
rrollo, cómo y para qué se crearon, de qué forma se interpretaron, en
estrecha conexión con el contexto político, social e intelectual en el
que surgieron y sin perder de vista las conexiones con otras doctrinas
y conceptos anteriores y coetáneos, tanto nacionales como extran-
jeros, así como el impacto normativo, institucional e intelectual que
tuvieron en su época y después (Varela Suanzes, 2007: 14).12
La historiografía constitucional intenta recrear contextos jurídicos y so-
ciales difícilmente conciliables por la autonomía de los sistemas conceptuales
respectivos, el del derecho y el de la historia social, buscando su traducibilidad.
El concepto de Constitución, por ejemplo, puede ser desdoblado como concep-
to racional-normativo, como concepto histórico y como concepto sociológico.
Cada uno de ellos responde a sentidos diversos. En el caso racional-normativo,
se trata de un sistema de normas derivado de una voluntad que se dirige a crear
órganos estatales, competencias y relaciones recíprocas; la decisión constitu-
yente está en el origen del sistema constitucional y responde en la historia a los
momentos revolucionarios y en la teoría culmina en el sistema lógico-formal
kelseniano. En cambio, como concepto histórico, contrario al modelo racional-
normativo, la Constitución sería el resultado de un proceso de larga duración,
tradicional, como podría ejemplificarse en el caso inglés. El tercer concepto,
el sociológico, se refiere también a una reacción contra el concepto racional-
normativo y ve en la Constitución la forma por medio de la cual la voluntad
plural del pueblo estructurado orgánicamente se transforma en voluntad estatal,
incorporando a ella la realidad sociopolítica existente en cada situación histó-
rica.13 También Koselleck se ha referido a la importancia de los conceptos ju-
rídicos. Para él, el dominio del derecho aparece como un conector privilegiado
para pensar juntas las transformaciones de los conceptos y del universo social
en la medida en que el derecho le sirve de indicador de la modernidad creciente.
El derecho sobresale en vivir del uso iterativo (repetitivo) que se hace de él. Su
aplicación, su sustitución por disposiciones ad hoc en el curso del reemplazo de
34 Universidad de la República
la intención de decir, atacar o defender un argumento, criticar o contribuir a
determinado discurso:
De esta manera la equivalencia entre las intenciones que se tienen
al escribir y el significado de lo que se escribe queda establecida.
Porque, como ya he indicado, saber lo que un escritor quiso decir
al escribir su obra es conocer las intenciones primarias que tuvo al
escribirla […] cualquier cosa que un autor haya estado haciendo al es-
cribir lo que escribió debe ser relevante para la interpretación, y por
consiguiente, entre las tareas del intérprete debe de estar la de re-
cuperar las intenciones del autor al escribir lo que escribió (Skinner,
2007a: 122-123).
Mi propuesta, en esencia es que deberíamos de empezar por elucidar
el significado, es decir, el contenido de aquellas emisiones en las que
estamos interesados y después volver al contexto de argumentación
en donde ocurren con el objeto de determinar exactamente la mane-
ra en que se conectan, o se relacionan con otras emisiones que tratan
también de la misma materia. Si somos capaces de identificar este
contexto con la suficiente precisión, podremos eventualmente espe-
rar entresacar qué era lo que el hablante o el escritor que tratamos
estaba haciendo al decir lo que dijo (Skinner, 2007a: 143).
Skinner explica la importancia de este planteo, al afirmar que el resultado
de utilizar este enfoque es el de desafiar cualquier distinción categórica entre los
textos y los contextos.
[…] es una consecuencia de mi enfoque que nuestra atención principal
no tenga que recaer en los autores individuales sino en el discurso más
general de su época. […] el tipo de historiador que estoy describiendo
es alguien que estudie principalmente lo que J. G. A. Pocock llama
los «lenguajes» de debate, y solo de manera secundaria las relaciones
entre las contribuciones individuales a esos lenguajes y el rango de
discurso entendido como un todo (Skinner, 2007a: 145-146).
Aunque nos vamos a referir a la teoría crítica del discurso en el siguiente
apartado, adelantamos aquí la forma en que van Dijk encara la relación discurso-
contexto. Para este autor, el contexto no es la situación social que influye (o es
influida por) el discurso, sino la forma en que los participantes definen esa situa-
ción. Los contextos no son por lo tanto un tipo de condición objetiva o causa
directa, sino más bien (inter) construcciones subjetivas. Si los contextos fueran
condiciones sociales objetivas todo el mundo en la misma situación hablaría de la
misma forma. La teoría debe evitar el positivismo social, el realismo y el deter-
minismo, simultáneamente. Los contextos son constructos de los participantes,
que controlan el discurso y los habilitan para adaptar sus discursos o sus inter-
pretaciones a la situación comunicativa, son el vínculo faltante entre discurso y
sociedad, entre lo social y lo personal. «La influencia del contexto es a menudo
sutil, indirecta, compleja, confusa y contradictoria, con resultados lejanos a los
efectos de las variables sociales independientes» (van Dijk, 2010).
36 Universidad de la República
alguna otra cosa, esto es, otras acciones, sucesos, estados mentales situaciones,
es decir las acciones tienen metas y esto hace que sean significativas o tengan un
«sentido», lo que a su vez hace que sus actores parezcan tener algún propósito.
En la situación del receptor, lo que cuenta es lo que se dice y sus consecuencias
sociales, o sea, lo que escuchan o interpretan como acción intencional. «En esta
clase de análisis, lo que prevalece suele ser la perspectiva y la interpretación del
otro: la actividad discursiva se vuelve socialmente “real” si tiene consecuencias
sociales reales.» (van Dijk, 2008: 30)
Para van Dijk la intencionalidad tiene algunos matices, podría haber algún
nivel de acciones básicas por debajo del cual la actividad lingüística o mental
ya no es intencional sino más bien automática y por debajo de nuestro control.
La responsabilidad de la acción discursiva puede involucrar normas
y valores acerca de cuán «reflexivos» deberíamos ser. Las intenciones
y propósitos que se atribuyen al discurso pueden tener un alcance
variable: algunas consecuencias de los textos escritos y el habla son
concreta e inherentemente (entendidas como) intencionales, con un
propósito y bajo el control del hablante, mientras que otras lo son
menos (van Dijk, 2008: 30).
La siguiente pregunta a la teoría crítica del discurso se refiere al término
«contexto», del que ya adelantamos algunos aspectos. El análisis social del dis-
curso lo estudia en el contexto como interfaz entre el discurso como acción y
las situaciones y estructuras sociales. Entonces, ¿qué es el contexto? El autor
que estamos comentando, van Dijk, lo define partiendo de su uso cotidiano.
Intuitivamente, el contexto parece implicar algún tipo de entorno o circunstan-
cias para un suceso, acción o discurso. Algo que funciona como trasfondo, mar-
co, ambiente, condiciones o consecuencias. «Para el estudio del discurso como
acción o interacción, el contexto es crucial. La distinción principal entre el aná-
lisis abstracto del discurso y el análisis social del mismo es que el segundo toma
en cuenta al contexto». Para este autor, en esto se fundamenta su definición: «Por
lo tanto, se interpreta que el análisis social del discurso define el texto y el habla
como situados: describe el discurso como algo que ocurre o se realiza en una
situación social» (van Dijk, 2008: x-xi). Por ello, los participantes, su género,
edad, profesión, clase social, educación, posición, son relevantes.
Las personas adaptan lo que dicen —cómo lo dicen y cómo inter-
pretan lo que otros dicen— a algunos de sus roles e identidades y
a los papeles de otros participantes. Este es precisamente el senti-
do del análisis del contexto: las estructuras del discurso varían en
función de las estructuras del contexto y pueden, al mismo tiempo,
explicarse en términos de estas últimas estructuras. En el mismo sen-
tido, los contextos pueden estar determinados y ser modificados en
función de las estructuras del discurso (van Dijk, 2008: 33).
Para van Dijk los contextos desde una perspectiva más cognitiva son cons-
trucciones mentales o modelos en la memoria. Como el significado y otras
38 Universidad de la República
e inequidad, es decir, todas las formas de acciones y situaciones
ilegítimas. La dominación engloba asimismo los diversos tipos de
abuso de poder comunicativo, de particular interés para el análisis
crítico del discurso, tales como la manipulación, el adoctrinamiento
o la desinformación (van Dijk, 2009: 41).
Aclaremos aquí que los historiadores, hasta el momento y en los trabajos
que se han divulgado en las redes de investigadores, no han hecho referencias a
una vinculación con las propuestas de la corriente crítica del discurso.
Décimo problema.
Discernimiento de los problemas
filosófico-epistemológicos de los metodológicos
Para Koselleck, si aceptamos la separación semántica entre los aconteci-
mientos, por una parte, y las historiografías, por otra, el influjo de lo que lo uno
ejerce sobre lo otro puede formularse comenzando por cualquiera de los dos. Se
ofrecen dos posibilidades de analizar autónomamente, desde una perspectiva
temporal, el cambio de experiencias o el de los métodos, considerando a uno u
otro como el factor primario de los cambios. El historiador generalmente con-
cede la primacía al cambio de la experiencia, y se define como narrador. Pero no
hay duda de que la experiencia de una historia metodológicamente encauzada
se convierte en un factor independiente que actúa con grandes consecuencias.
También puede suceder que el cambio de experiencia, de los hechos aconteci-
dos provoque un cambio de método, y el cambio de método produzca nuevas
investigaciones. Lo que de hecho cambia es mucho menos de lo que las sorpresas
subjetivas de los afectados habilita suponer. Son los métodos los que permiten
repetir las experiencias realizadas en otro momento y es el cambio de método
el que elabora las nuevas experiencias y las traduce. Hay estructuras duraderas
de largo plazo en las que están contenidas las condiciones de posibilidad de las
historias particulares.14
Se intentará más bien —mediante diferenciaciones antropológicas
en el concepto de experiencia y en el concepto de método— posi-
bilitar la articulación entre ambos, establecer correlaciones que se
apoyan en la premisa de que historia e historiografía, la realidad y
su procesamiento consciente, están siempre coimplicados, se justi-
fican recíprocamente, sin ser absolutamente derivable uno de otro
(Koselleck, 2001: 48).
El largo plazo, la historia de larga duración, no puede percibirse sin la apli-
cación de métodos historiográficos.
El pasado inmediato se ofrece tanto para explicar la peculiaridad
del presente como para extraer la diferencia específica de la historia
anterior. Desde el punto de vista antropológico se trata en ambos
casos de la incorporación de experiencias ajenas al dispositivo de
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lugar, se trata de trabajar con varios «estratos» del tiempo, en períodos de, por
lo menos, mediana duración, aunque se toma generalmente un período de una
longitud de un siglo. En segundo lugar, hay que elegir el «momento», la ruptura,
el quiebre que indica el surgimiento de nuevos conceptos y el abandono de los
antiguos, ubicando su tiempo y espacio. Para quien quiera estudiar un asunto
de este tipo, se hace necesario el conocimiento de las fuentes primarias en una
perspectiva que permita caracterizar a la tradición cultural en la que está inser-
to el texto, en lo que Koselleck describió como la estructura repetitiva de los
significados previos, buscando la innovación lingüística en sus diversas veloci-
dades de transformación. De acuerdo al tipo de historia que queramos produ-
cir, la prioridad estará en la presentación del pasado, del presente o del futuro.
Supongamos que damos la prioridad al pasado, y entonces solo ambicionamos
una historia que registra los hechos acontecidos; nos quedaremos en el registro
de la crónica, que puede ser historia conceptual si cumple con el propósito de
trasladar fielmente el vocabulario de la época. Si, en cambio, damos prioridad
al presente, usaremos la vía explicativa del cambio desarrollado en el tiempo y
compararemos los vocabularios de las épocas anteriores con los del presente.
Finalmente, si hemos elegido la prioridad del futuro, iremos a la revisión de la
historia tradicional para encarar una visión prospectiva. En todas estas opciones
el historiador deberá trabajar con los tres tiempos históricos, aunque obviamente
sus fuentes primarias sean provenientes solo del pasado.
Si hablamos de períodos de aproximadamente un siglo, solamente algunos
historiadores podrían dominar todas estas posibles opciones, ya que sería nece-
sario dedicar décadas de vida al estudio de una situación histórica, por medio
del acceso a las fuentes primarias, y no solo a los textos escritos, sino también
al clima social e intelectual de la época a estudiar. Una salida a esta dificultad
ha sido alcanzada con frecuencia por aquellos historiadores de las ideas que, ba-
sándose en la historiografía tradicional, y sin recurrir inicialmente a las fuentes
primarias del contexto social y político, rastrean en las grandes obras los debates
y enfrentamientos ideológicos y luego recurren directamente a los textos de
los intelectuales. También sucede que algunas veces la lectura de esos textos
conduce con facilidad a la identificación de los momentos en que se producen
los cambios conceptuales. De todas formas, si bien esto facilita algo el trabajo,
teniendo en cuenta las condiciones que planteaba Pocock, el investigador tiene
que demostrar que ha encontrado el lenguaje de una época, lo que le obliga a
recorrer la producción lingüística en distintos niveles, desde el libro «clásico»,
hasta las obras menores o la prensa, para demostrar cuáles fueron los diversos
lenguajes, de primer o de segundo orden, de defensa de la tradición o de crítica,
y ceñirse solo a ellos en sus interpretaciones. Esto quiere decir que buscando los
textos irá hacia su pasado ubicándose simultáneamente en el presente de estos,
cada vez que quiera demostrar expresiones convencionales desplazadas o para-
digmas innovadores, porque de lo contrario no podría responder a la pregunta
de cómo pudo suceder el cambio. La precaución de ir a buscar las convenciones
42 Universidad de la República
para poder dar cuenta de su significación, que es casi siempre polisémica, según la
pluralidad de lenguajes, el dominio del contexto debe abarcar mucho más que la
lengua, debe relacionarse con los hechos. Esta es la tarea del historiador y explica
la importancia del archivo en este caso. Cuando se recurre a las convenciones lin-
güísticas para recuperar el contexto originario de la primera emisión, se entiende
que ellas no son simplemente palabras, sino que reflejan la subjetividad de una
época. Tampoco bastan las convenciones lingüísticas, es necesario hacer dialogar
a unos textos con otros, en un trabajo intertextual que permitirá encontrar el
debate y centrarlo en algunos conceptos fundamentales.
Uno de los métodos que Skinner introduce en forma innovadora es el estudio
de la retórica, que consiste en dejar a la vista el uso de técnicas utilizadas por los
autores para convencer al público mediante el uso de un término valorativo nue-
vo, para invalidar o negar una acción que era considerada válida. Aplicando ex-
presiones lingüísticas, enfrentando argumentos, redefiniendo términos (al hablar
a favor o en contra) se legitiman formas de conducta antes rechazadas. Siguiendo
este método, el historiador puede lograr un panorama amplio de las controver-
sias ideológicas de las que el texto estudiado forma parte. Intentar su aplicación
puede dar buenos resultados para disminuir el problema de la complejidad o
inabarcabilidad del estudio del lenguaje en los tiempos históricos.
El siguiente problema al que vamos a dedicar nuestra atención, es el de los
niveles de abstracción y generalización. Los historiadores de las ideas han absor-
bido el lenguaje académico de la filosofía política y su narrativa se distingue de la
de otros historiadores por recurrir a altos niveles de abstracción y por encarar sus
trabajos teóricos casi siempre como modalidades de la filosofía analítica. Parten
más de la filosofía que de la historia, ya que proceden aclarando inicialmente
los presupuestos epistemológicos y continúan deduciendo sus consecuencias y
aplicaciones a los textos estudiados. La historia de las ideas se vuelve así excesiva-
mente teórica y recurre escasamente a los hechos. Esta situación es muy visible en
algunos autores que continúan polemizando sobre la teoría de la historia concep-
tual, y cuyas obras contienen menos información histórica que argumentaciones
teórico-críticas, y cuya narrativa, de escasos relatos, presenta una escritura de
complicada lectura, muy alejada de la que caracteriza a los grandes autores con-
ceptuales, que usan un vocabulario casi cotidiano y que explican cada uno de los
términos que introducen como categorías explicativas.
Este problema se resuelve volviendo al lenguaje de los historiadores y ba-
jando lo más posible el nivel de abstracción (teniéndose en cuenta que su objeto
de estudio son las ideas, abstractas por definición), que no pudo subir más que
alejándose de la realidad de los hechos. La historicidad objetiva y su relación
con la conciencia histórica aparece en muchos autores conceptuales como el
entrecruzamiento de la langue con la parole. Cada uno de estos términos requie-
re una explicación. La lengua acumula los recursos creados históricamente por
muchas generaciones anteriores al hablante, por lo tanto, el historiador debe
partir del reconocimiento de que las novedades lingüísticas aparecen sobre una
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protagonistas. La mayoría de los autores se autocalifican mediante el uso de
estos conceptos, muchos de los cuales son altamente normativos. Debe tenerse
en cuenta también que como los conceptos son polisémicos, estas oposiciones
dependen del texto estudiado y de su contexto. Piénsese, por ejemplo, en la opo-
sición democracia-totalitarismo, tan frecuente en los autores latinoamericanos.
Los conceptos sucesivos marcan etapas de una explicación genética y suelen
incluirse en argumentaciones causales; siendo más comunes, su aplicación puede
ser ingenua, buscando relaciones excesivamente directas.
Los siguientes problemas que trataremos de aclarar se refieren a la politiza-
ción de los conceptos y a la relación entre historia conceptual y teoría política.
Es difícil encarar estos asuntos sin discutir el tema de la politización de la labor
historiográfica. Descartada la discusión hoy superada en torno a la objetividad
del historiador, en el seno de la comunidad académica que trabaja en la historia
conceptual, los dos autores «insignia», Koselleck y Skinner, responden de forma
opuesta a esta preocupación. Para Skinner, la objetividad depende del respeto
por el contexto lingüístico del autor, al que no puede hacérsele decir lo que no
quiso o no podía anticipar en su época. Esto no impide que el mismo Skinner
tome posición (en su caso, a favor de la teoría republicana, o neorromana) contra
la opinión de otros autores, y que esa opinión sea claramente ideológica. Para
Koselleck, en cambio, el historiador no debería trabajar en defensa o en ataque
a conceptos normativos, él prefiere los descriptivos.
Así, por ejemplo, podemos centrar nuestra atención en el marco
normativo del liberalismo, como me ha parecido entender en el
casi del lexicón español. Yo, sin embargo, no incorporaría un mar-
co normativo de ese tipo, sea el que fuere, porque mi experiencia
con colegas teóricos del derecho, juristas y teólogos es que muchos
de ellos eran incapaces de concebir una historia descriptiva de los
conceptos, aproximación que en algunos de ellos parece despertar
grandes reticencias de carácter dogmático (Koselleck en Fernández
Sebastián, 2007: 5).
Para otros autores, como Pocock, la historia es política del pasado y la po-
lítica historia del presente, por lo que su opinión categórica va en el sentido de
la fuerte relación entre historia de las ideas y la teoría política. Al asumir esta
propuesta, los historiadores deben cuidar la diferencia entre una historia de los
conceptos políticos y una historia de la teoría política; aunque sus investigacio-
nes promuevan nuevas visiones de la teoría, el objeto de estudio es el cambio
conceptual, que no siempre está totalmente contenido en las teorías o doctrinas,
y que, por otra parte, no exige condiciones de coherencia textual.
Pasaremos ahora a otro de los problemas planteados. Para quien haya leído
una buena parte de la bibliografía de la actual historia conceptual, resulta visible
que esta corriente se preocupa y ocupa de los conceptos jurídicos. Muchos de
los conceptos fundamentales de Koselleck son jurídicos, empezando por el con-
cepto de Estado. Esta temática relacionada con el tipo de vocabulario técnico
15 Legal y legítimo son conceptos que en el vocabulario cotidiano pueden significar tanto lo
que está de acuerdo con la ley como lo que está de acuerdo con la justicia como valor, de-
pendiendo de qué tipo de ley se trate. Constitucionalismo se refiere, desde el punto de vista
jurídico, al movimiento filosófico-político dirigido a limitar el ejercicio del poder estatal, y
en el vocabulario político a la convicción, como deber, de que se debe respetar la constitu-
ción aun cuando no se la considere adecuada a la realidad.
46 Universidad de la República
arriesgar el tipo de motivos que impulsaron al autor. Esto es todo lo que el histo-
riador puede averiguar y considerar válido sobre la intencionalidad, aunque esté
sujeto a otras interpretaciones posibles.
Finalmente, la consideración del aporte de la teoría crítica del discurso a la
investigación conceptual nos merece la opinión de que su constante preocupa-
ción por las relaciones de poder entre los protagonistas del discurso intelectual
y la concepción del discurso como interacción social obliga a los historiadores a
tener en cuenta la ubicación sociopolítica de los protagonistas del debate. Otros
aportes como la tendencia a valorizar los aspectos cognitivos y emocionales de
las emisiones, junto con la idea de que las intenciones pueden estar vinculadas a
construcciones mentales y ser en algunos sentidos automáticas y bajo un control
social, debería enriquecer la interpretación histórica tradicional de la historia de
las ideas, que, por otra parte, la Teoría Crítica del Discurso no contradice, sino
que más bien complementa.
50 Universidad de la República
uniforme, tiene variaciones estratégicas que se corresponden con otras variacio-
nes que puede adoptar la virtú, de modo que a pesar de que siempre la virtú
aparece como la forma de controlar a la fortuna, tiene también el sentido del
instrumento por el cual la innovación expone al príncipe a la fortuna. La virtú
se desdobla así en dos sentidos: los instrumentos del poder, como las armas, y las
cualidades personales necesarias para valerse de esas armas.
Cuanto más la innovación lleve al príncipe a depender de las circunstan-
cias, mayor será su exposición de este a la fortuna y sus necesidades de virtú
para emanciparse de ella. En el capítulo vi y siguientes Maquiavelo entra, según
Pocock, a una ambigüedad que lo lleva a definir a la virtú como una fuerza in-
novadora. Ya no es simplemente aquella mediante la cual los hombres controlan
sus fortunas, en un mundo deslegitimizado, sino que puede ser también aquella
por medio de la cual los hombres innovan y deslegitiman sus mundos:
la única asociación semántica constante es ahora entre virtú e in-
novación, la última siendo considerada menos como acto que como
un hecho cumplido previamente y virtú predominantemente como
aquella por medio de la cual el individuo vuelve a destacarse en el
contexto de innovación y en el rol de innovador. Dado que la inno-
vación continúa provocando problemas éticos, este uso de la palabra
virtú no niega su asociación con la ética, pero emplea la palabra para
definir situaciones dentro de las cuales el problema ético aparece
(Pocock, 2003: 167).
La relación entre virtú y fortuna no es solo y simplemente antitética. Por
un lado, virtú es aquello por medio de lo cual innovamos, y por eso libera se-
cuencias de contingencia más allá de nuestra predicción o control, dejándonos a
merced de la fortuna, y por otro lado, virtú es algo interno a nosotros por medio
de lo cual resistimos a la fortuna y le imponemos modelos de orden, que pueden
volverse modelos de orden moral. Esto nos hace reconocer la ambigüedad de
Maquiavelo cuando explica por qué la innovación es extremadamente difícil, ya
que es formalmente autodestructiva y explica también por qué hay incompatibi-
lidad entre la acción y el orden moral. La politización de la virtud ha llegado al
descubrimiento de una especie de versión política del pecado original, concluye
Pocock.
Cuanto más el individuo confía en su virtú menos necesita confiar en su for-
tuna. Pero si bien la virtud permite adquirir poder, el tipo ideal individual es el
que la adquirió por sus cualidades personales y no por contingencias o circuns-
tancias exteriores a él. Cuanto más pensemos en el innovador como subvirtiendo
y reemplazando la antigua estructura de costumbre y legitimidad, mayor será su
exposición a la fortuna; para alcanzar el tipo ideal, por lo tanto, se debería supo-
ner una situación en que el asunto político no tuviera forma, y de la cual tampo-
co hubiera habido nada anterior. En este contexto ideal el rol del innovador sería
el rol del legislador. La situación social más adecuada al modelo es la anomia,
17 Maquiavelo menciona el caso de los profetas sin armas, como Savonarola, que solo conducen
al fracaso, y los profetas armados, como Moisés, que cumplen el rol con éxito.
52 Universidad de la República
inscribe una experiencia que no solo lleva sino que implica y por lo
tanto, desborda el conocimiento llamado intelectual: que debemos
restituir el trabajo del pensamiento, no para olvidarlo al final del estu-
dio, en la definición de una doctrina que sería su resultado, sino para
aprehender con él un movimiento a la vez de descubrimiento y de ins-
tauración cuya necesidad siempre es nueva […] (Lefort, 2010: 150).
Lefort enfrenta la lectura como una forma de encuentro hacia lo desconocido
De este encuentro con lo desconocido, signo —diríamos empleando
el lenguaje de Maquiavelo— de los poderes de la Fortuna de la que
se apropia —o con la que se compone— la virtú del escritor en el
momento mismo en que los desencadena; de esta proliferación de
preguntas que no están motivadas sino por las aventuras a que expo-
ne el discurso, nosotros, lectores, solo podríamos encontrar la huella
tratando de reabrir el tiempo de la obra, investigando cómo el pensa-
miento se habilita un acceso a sí mismo en el trabajo de la expresión,
estudiando a nuestra vez lo que fue conquistando en el mundo de la
investigación (2010: 151).
Interpretando los conceptos de virtú y fortuna, Lefort afirma que el prínci-
pe ya no es el sujeto que detenta la representación de su empresa y sus medios
de acción; él mismo es «representado», su obra es percibida como un efecto de
la virtú o de la fortuna. A estas ideas referidas al método con que va a encarar
la lectura, agrega Lefort la intención de descubrir ciertas ambigüedades que
surgen en ese proceso de interpretación entre autor y lector. Llega así a ubicar
algunos núcleos de contradicción conceptual o al menos de imprecisión y va-
guedad, relacionados con los conceptos de virtú, fortuna, libertad, república, y de
otros que pueden pasar más desapercibidos, como difficultá, nuovi ordine, ordini
antiquati, prudenzia, necessità.
Sin duda, el concepto que más le interesa en su análisis de la lectura de El
Príncipe es el de virtú. Sin desconocer el origen etimológico de la palabra, origi-
nado en la raíz vir (hombre) y el sentido que toma de virilidad, según el concepto
tradicional de energía, originalidad, eficacia, el concepto de virtú incluye más
amplios significados.
Comenzaremos viendo cómo Lefort lo va presentando y analizando a lo
largo de esta obra de Maquiavelo. Ubica sus explicaciones iniciales más im-
portantes sobre este concepto en la lectura de los capítulos v y vi, en los que
encuentra el desafío, para la virtú del príncipe, de dar unidad a un pueblo dis-
persado. La comparación entre las figuras de Sforza y de Borgia, culminada con
la de Savonarola, muestra algunas diferencias en el tipo de virtú que cada uno
representa en la tarea de la fundación de un Estado.
Pero es en el estudio del capítulo viii y los siguientes que Lefort encuentra
en la figura de Agatocles un ejemplo de virtú relacionada con la moral que rea-
firma uno de sus nuevos sentidos en el conjunto de la obra, señalando por ejem-
plo que Maquiavelo se preocupa por averiguar si es justo o no hablar de virtú en
el caso de Agatocles, y «aliña su repuesta con tal cantidad de reservas que dejan
54 Universidad de la República
del bien común cede ante el espectáculo de una constricción que
parece bastarse por sí misma; en la otra, la evidencia de la potencia
cede ante la imagen de la obra cumplida (2010: 204).
Desde el momento en que la virtú no va sin la gloria, la acción política no
puede definirse sin tener en cuenta la representación que se hacen de ella los
hombres. Del mismo modo, el combate entre la fortuna y la virtú se revela ima-
ginario: el hombre solo tiene como adversario a sí mismo, la fortuna no es nada
más que la no virtú: la virtú que es dueña del mundo y de sí. Como es bien sa-
bido, Lefort considera que dos conceptos antagónicos de la obra de Maquiavelo
son los que presentan con más originalidad el pensamiento de este autor: domi-
nantes y dominados. La sociedad está siempre dividida entre los que quieren
dominar y los que no quieren ser dominados.
Allí donde el pueblo es fuerte, reivindicativo, solo allí el deseo de los
Grandes puede ser contenido —al menos en una república—. De
este modo, bajo el efecto del conflicto, nacieron en Roma todas las
leyes buenas. Por el contrario, allí donde los Grandes dominan abso-
lutamente, la ley se convierte en su propiedad, la sociedad entera es
sometida. Así, la resistencia del pueblo, es más, sus reivindicaciones,
son la condición de una relación fecunda con la ley que se manifiesta
en la modificación de las leyes establecidas. La creación en Roma del
cargo de tribuno es un ejemplo de esto (Lefort, 2010: 569).
De esta contradicción conceptual entre dominación y resistencia a la opre-
sión, Lefort extrae la condición negativa del concepto de libertad para Maquiavelo.
«El pueblo no es, por tanto, una entidad positiva y la libertad no es definible en
términos positivos. La libertad está ligada a la negatividad en el sentido de que
implica el rechazo de la dominación» (Lefort, 2010: 569).
El otro concepto que se relaciona con el tema de la no dominación es el de
igualdad. El régimen republicano es superior porque se basa en la igualdad, y
también es el que presenta mayores dificultades de conservación, por el mismo
motivo. Las repúblicas no pierden nunca la memoria de las libertades de que han
gozado. La relación conceptual republicana entre libertad e igualdad conduce,
en opinión de Lefort, a la idea que lo que haría a un hombre noble no sería su
nacimiento sino su trabajo (2010: 573).
El concepto de igualdad tiene en Maquiavelo un carácter esencialmente
político. La división entre los grandes y el pueblo es «meramente social», dice
Lefort, ya que «el pueblo es dominado pero goza de la posibilidad, aunque sea
por medios salvajes, de hacer valer sus reivindicaciones y de conquistar un sitio
en el sistema político por el hecho de que las circunstancias no permitieron ex-
cluirlo de la ciudadanía» (2010: 574).
Humores, deseos, estas palabras tienen el poder singular de evocar la
vida de la sociedad, no forman parte del lenguaje noble de la razón.
Evocan la idea de una fuerza que viene de abajo, que resiste a la
opresión, a la que solo la república puede abrir paso cuando cumple
su razón de ser: dar figura a la libertad política; esto es lo que por sí
56 Universidad de la República
Skinner, parece claro que, aunque Maquiavelo ha tenido cuidado de presentar su
argumento como una secuencia de tipologías neutras, ha organizado astutamen-
te el tratamiento de manera que se destaque un tipo particular, y lo ha hecho así
por su especial significación local y personal. «La situación en que la necesidad
de consejo de un experto se muestra especialmente urgente es aquella en que un
gobernante ha llegado al poder por obra de la fortuna y de las armas extranjeras.»
(Skinner, 2008c: 38).
Para Skinner, lo que Maquiavelo pretendía era centrar la atención en un lu-
gar y un tiempo determinados. El lugar era Florencia; el tiempo era el momento
en que El Príncipe se estaba gestando. A continuación, Skinner se dedica a his-
toriar el significado del concepto fortuna, desde su uso por los moralistas roma-
nos hasta los cambios producidos por el triunfo del cristianismo. Pasa entonces
a describir la concepción antigua de la fortuna como una fuerza aliada que vale
la pena atraer, en sus distintas presentaciones, como proveedora de bienes como
honores, riquezas e influencias, de los cuales el honor y la gloria eran los más
apreciados, y solo influible por medio del vir, el hombre de verdadera hombría,
ya que la fortuna favorece a los audaces. Esta concepción de la virtú proviene
de Cicerón, quien difundió la idea de que para ser un verdadero hombre, un vir,
se debe poseer la virtus en su más alto grado. Con el cristianismo el concepto
de virtú se basa en la negación del supuesto de que la fortuna esté dispuesta a
dejarse influir. Como «poder ciego» es una fuerza sin piedad, su símbolo ya no
es la cornucopia, sino la rueda que gira inexorablemente, sin cuidarse del méri-
to humano. Forma sin embargo, parte de los designios de Dios, mostrándonos
que la felicidad no consiste en las cosas terrenas. El autor que ha difundido en
Italia esta nueva concepción de la fortuna como un agente de la providencia fue
Boecio, cuya influencia fue superada por los humanistas italianos del quinientos,
quienes admiten que la fortuna favorece a los audaces, pero deja lugar a las ma-
nifestaciones de la libertad humana.
Cuando Skinner pasa a analizar cómo maneja el concepto de fortuna
Maquiavelo, manifiesta que la imagen que este autor más gráficamente expresa es
de inspiración clásica, es la de la mujer que es fácilmente atraída por las cualida-
des viriles. En esta situación, existe la posibilidad de aliarse con la fortuna apren-
diendo a obrar en armonía con sus poderes, neutralizando su variable naturaleza y
saliendo triunfador en todos los asuntos propios (Skinner, 2008c: 44).
Rescata así los contenidos del concepto de fortuna para Maquiavelo: es la
amiga del audaz, de los menos cautos, más impetuosos, y se siente más excitada
y sensible a la virtus del verdadero vir. Luego señala que según Maquiavelo
aparece primero el sentido negativo del concepto: la fortuna se siente impelida a
la ira y al odio sobre todo por la falta de virtú.
[…] lo mismo que la presencia de virtú actúa como un dique frente
a su embestida, del mismo modo siempre «dirige su furia allí donde
sabe que no existen dique o presas para detenerla». Llega incluso
a sugerir que solamente muestra su poder cuando los hombres de
58 Universidad de la República
debe extender su virtú para que las apariencias muestren que en realidad respeta
las cualidades generalmente consideradas como buenas, por medio de la simu-
lación y el disimulo.
El estudio de los conceptos y argumentos políticos de Maquiavelo continúa
en la obra de Skinner con el análisis del texto de los Discursos. Allí le interesa
especialmente la idea de la libertad republicana y en el texto se propone buscar
la respuesta a la pregunta de qué fue lo que hizo grande a la ciudad de Roma,
ya que parte de la suposición de que Maquiavelo cree que lo que la hizo grande
puede servir para repetir ese éxito en otras ciudades de otros tiempos.
Esto ha sido, fundamentalmente, según la experiencia «que las ciudades
jamás han crecido en poder o en riqueza excepto cuando han sido libres». Una
ciudad plena de grandeza debe estar libre de todas las formas de servidumbre
política, tanto interna, por el poder de un tirano, como externa, por el poder
imperial.
La otra afirmación fundamental de Maquiavelo, para Skinner, es que esa
grandeza solo existe si es el pueblo el que las controla. En el segundo Discurso
señala que es el bien común, y no el particular, el que las hace grandes.
Este carácter de las ciudades, el de ser libres, conduce también a una nue-
va forma de virtú. Mientras en El Príncipe era asociada a los grandes líderes
políticos y a los caudillos militares, en las ciudades es una cualidad del cuer-
po de ciudadanos, y tiene las mismas características anticiceronianas que antes
atribuyó al príncipe. Pero en su origen, la ciudad siempre tiene necesidad de la
virtú de un hombre vigoroso. Luego, depende de la virtú de las masas. Esto es
extremadamente difícil, ya que si bien puede encontrarse virtú en los padres
fundadores, ella no existe naturalmente entre los ciudadanos comunes. El pro-
ceso de corrupción puede llevar a la pérdida de la virtú, a la pérdida de interés
por la política, a la predisposición a poner el interés personal por encima del pú-
blico, a ocupar los cargos de gobierno con los más poderosos, y no con los más
virtuosos. Sin libertad no hay grandeza de la ciudad, y la corrupción es el mayor
peligro para la libertad; el ejemplo de los líderes virtuosos puede actuar como
un elemento de contención de las ambiciones personales, y la religión también
puede promover el bienestar de la república. Pero el poder coercitivo de la ley
puede resultar un remedio más efectivo. Para comenzar una vida republicana, se
puede empezar por la virtú de un hombre o por la virtú de una ley. En el caso de
la ley, Maquiavelo destaca la superioridad de la constitución mixta, según la cual
se equilibran las fuerzas sociales opuestas de los ricos y el pueblo.
Quentin Skinner (2007), «Maquiavelo, sobre la virtú y el mantenimiento de la libertad»
en Visions of Politics, vol. II
Skinner comienza afirmando en esta obra que por la continua influencia de
T. Hobbes y otros teóricos «góticos» que escribieron sobre el gobierno y la li-
bertad, se ha perdido el contacto con una idea de libertad política caracterís-
tica de la teoría política renacentista. Algunos de los más importantes teóricos
60 Universidad de la República
i y xvi, y el ii, de El Príncipe, para sostener cómo se vive como hombres libres
y no como esclavos, según Maquiavelo. Aquellos quieren vivir sin temor, con-
duciendo a su familia sin ansiedad por su honor o bienestar, estando en una
posición libre de poseer su propiedad sin desconfianza. Estos son los beneficios
que nos permiten reconocer y gozar el hecho de que hemos nacido en la libertad
y no como esclavos. Solo se puede ser libre, siguiendo este razonamiento, en una
comunidad basada en instituciones libres, en las que todos, como ciudadanos,
participen. Nadie, en esas circunstancias, estará sometido a la voluntad de nin-
gún particular o grupo.
Skinner sostiene que la exigencia básica de Maquiavelo es que si queremos
prevenir que nuestro gobierno caiga en manos de individuos o grupos tiránicos,
debemos organizarnos de modo que este permanezca en manos de los ciudada-
nos como un todo (2007b: 163).
En el pensamiento de Maquiavelo, que cita Skinner, la libertad es una forma
de servicio, siendo la devoción al servicio público la condición necesaria para
mantener la libertad personal. La libertad, tanto pública como privada, solo
puede ser mantenida si la ciudadanía en su conjunto dispone de la cualidad de
la virtú. Por el contrario, sucede que muchos de los ciudadanos son corruptos,
colocando sus intereses privados por delante del bienestar público. El ocio y la
ambición pueden pervertir las instituciones libres. El pueblo, confundido por
una falsa imagen del bien, a menudo busca su propia ruina (El Príncipe, capítulo
1 en Skinner, 2007b).
Según Skinner, los modernos teóricos góticos asumen que el problema fun-
damental de la teoría de la libertad y aun de la teoría del estado es divisar la
mejor manera de adjudicar entre competidores egoístas. El problema es resuelto
cuando cada persona es capaz de disfrutar igual derecho al más extenso sistema
de libertades básicas compatible con un igual sistema de libertades para todos.
Para la teoría neorromana, en cambio, el problema final es encontrar algunas
formas de trasmutar nuestra tendencia de fin autodestructivo hacia la corrupción
en un virtuoso compromiso con el bien común.
Señala Skinner que cuando Maquiavelo atiende a la solución del problema
de la corrupción introduce la acción favorable de la fortuna en dos formas: un
gran padre fundador, y una sucesión de líderes que reemplacen la corrupción
por la virtú. Sin embargo, la grandeza de una ciudad no es totalmente el resul-
tado de la suerte, también es susceptible de razón y de elaboración de normas,
cuando «el amor a su país fue más potente en el conjunto de los ciudadanos que
cualquier otra consideración». Ese amor es producto de una adecuada educa-
ción, que hace a un ciudadano virtuoso. El concepto es el de Erasmo, cuando
sostiene que «el pueblo no nace, se hace». De esta idea proviene la costumbre
de los libros pedagógicamente orientados a la educación de los líderes para que
sean virtuosos y deseen servir al bien común. Sin embargo, Maquiavelo confía
más en el ejemplo del líder virtuoso, para combatir la corrupción. Es posible
62 Universidad de la República
Por el contrario, sostiene Skinner, para Maquiavelo es imprescindible que
la ley nos obligue por la fuerza a proteger y defender nuestra libertad. Sus ar-
gumentos se basan en la visión pesimista de la naturaleza humana, dado que
es imposible eliminar nuestra tendencia a actuar corruptamente. Dado que la
corrupción es la antítesis de la virtú, mientras la virtú es indispensable para
mantener tanto las libertades personales como las públicas, nuestra conducta co-
rrupta debe ser neutralizada si el vivere libero, y además, nuestra libertad —am-
bas— son preservadas. Eso sucede si la ley opera canalizando nuestra conducta
de modo que, aunque nuestras razones para actuar sean motivadas por el interés
propio, tenga consecuencias que, aunque no intencionadas, sean las que pro-
mueven el interés público. Siguiendo este razonamiento, Maquiavelo considera
que el método más seguro es buscar los elementos comunes de los más exitosos
códigos constitucionales de la Antigüedad.
En cambio, para un teórico gótico contemporáneo, como J. Rawls, el obje-
tivo es llegar a un punto fuera de la historia, una imaginada convención consti-
tucional, para fundamentar legalmente a las sociedades libres. Sin embargo, hay
una coincidencia entre ambos autores, ya que son partidarios de la legislatura
bicameral. La diferencia está en que para Rawls el valor especial de la cons-
titución que diseña es que provee, a cada uno, al menos potencialmente, igual
acceso al poder, formas iguales de prevenir cualquier atropello de los derechos
individuales y por lo tanto igual capacidad para defender sus libertades. Para
Maquiavelo, al contrario, la razón para preferir ese tipo de constitución radica en
su única potencialidad para convertir a los vicios privados en beneficios públi-
cos, mientras nos obliga a respetar nuestra libertad tan bien como la de los otros.
Todo esto se vincula con la afirmación de que en toda sociedad hay dos actitudes
divergentes, la de los grandi y la del pueblo ordinario. Instituyendo un sistema
bicameral, esta rivalidad puede ser explotada en ventaja para el público, como
pasó en Roma, entre el Senado y el Tribunado. Los dos grupos opuestos, cada
uno representando intereses particulares, mantienen una vigilancia continua so-
bre el otro; este balance tenso equilibra bloqueando las propuestas sectarias,
logrando que se tenga en cuenta el interés de toda la comunidad. Maquiavelo
considera que la religión juega un papel importante en esta acción de obligar a
la población a respetar su propia libertad. Cree que los cristianos se preocupan
fundamentalmente por la vida eterna y no ponen toda su voluntad en la felicidad
de esta vida terrenal; sus prácticas favorecen el ocio, más que la virtú.
Siguiendo con la comparación con los teóricos góticos, Skinner afirma que
para estos, como Rawls, la ley debe intervenir para forzar al intolerante a respe-
tar la libertad de los demás, mientras que para Maquiavelo el problema es cómo
interpretar a la religión desde el punto de vista de la virtú, cómo prevenir que
corrompa la vida pública retaceando nuestra libertad. Una forma es que la ley
reconozca la santidad de los juramentos, que son promesas en las que el nombre
de Dios es la garantía de su cumplimiento.
64 Universidad de la República
en nuestro propio idioma, tratando de reconstruir sus ideas, intentando ver qué
estaban haciendo cuando presentaban sus argumentos.
Con respecto al concepto de libertad, Skinner sigue una línea de investi-
gación sobre la teoría republicana romana de la ciudadanía y la vincula con la
presentación que Maquiavelo hace en los Discorsi, afirmando su tesis de que en
este autor se encuentra la más aguda y elaborada teoría clásica de la ciudadanía,
centrada en la idea de libertas que caracterizaba al pensamiento de la república
romana. Refiriéndose a los grandi y al popolo, señala que mientras estos tratan de
ser libres sin interferencia para seguir sus intereses, los segundos simplemente
quieren vivir en seguridad. La república tiene por objetivo mantener a los ciu-
dadanos libres de interferencias, pero asegurando la continuidad de una vida
pacífica. El contraste crucial es entre los «hombres libres» y «los que dependen
de otros».
Si bien es claro que para Maquiavelo la libertad exige ausencia de obstácu-
los, es necesario ver qué quiere decir cuando habla de comunidades libres. La
respuesta fácil es sostener que quiere decir lo mismo en ambas afirmaciones.
Sin embargo, queda claro que se refiere a la institución o mantenimiento de
un sistema de autogobierno. Nunca podemos esperar vivir una forma libre de
vida salvo que sea bajo un régimen republicano. Para Skinner el razonamiento
de Maquiavelo sobre este punto se encuentra en el lugar en que ubica la idea de
ambizione en la vida pública. El ejercicio de la ambición es invariablemente fatal
para la libertad de cualquiera contra quien se dirija exitosamente, ya que toma la
forma de una libido dominandi, un deseo de presionar a otros y usarlos para los
fines propios. Se manifiesta en dos formas, una, como el deseo de los grandes de
adquirir poder a expensas de sus conciudadanos, agrupando sus propias fuerzas
y otra, alejando el control del gobierno fuera del alcance del público, para au-
mentarlo. De tres maneras podrían hacerlo: convenciendo al pueblo para adoptar
medidas que les convengan en contra del interés público, o siendo reelegidos
por sucesivos períodos favoreciendo el clientelismo, o utilizando su fortuna para
lograr el apoyo popular en medidas que fueran contra el bienestar general. En
todos los casos se trataría de la formación de facciones, y de ellas provendría la
ruina de la ciudad.
Otra forma de ambizione se manifiesta como la que tienen algunas comuni-
dades deseosas de dominar a sus vecinas. Solo puede ser contenida si todos los
ciudadanos defienden la ciudad con sus armas. En cuanto a las cualidades del
ciudadano que se deben cultivar para defender la libertad, Maquiavelo destaca
dos: una, la prudenza. Los sabios son los que pueden hacer los cálculos de chan-
ces y probabilidades, demostrando su prudencia al conducir la guerra, buscando
la paz, afrontando los cambios de la fortuna. La otra es el ánimo, el coraje, la
determinación.
Para Skinner estas ideas de Maquiavelo provienen de los historiadores y mo-
ralistas romanos, para quienes la virtus generalis abarcaría la prudencia, la jus-
ticia, el coraje y la temperancia. Si bien para muchos comentaristas Maquiavelo
66 Universidad de la República
Skinner concluye el capítulo 7 del volumen ii de Visions of Politics, afir-
mando que es perfectamente claro y en un sentido no metafísico, que aunque
Maquiavelo nunca habla de intereses, es posible decir que él cree que nuestro
deber y nuestro interés es la misma cosa. Sin desdecir su idea de que el hombre
es vil, y que no hará nada que no le dé ventaja personal, probará que la aparente
paradoja del deber y el interés es en realidad la más afortunada de las verdades
morales. Pues si es cierto que al menos a la generalidad de los hombres viles se
les puede dar razones para actuar virtuosamente, lo es igualmente que ninguno
de ellos llevará a cabo ninguna acción virtuosa.
68 Universidad de la República
• La libertad, tanto pública como privada, solo puede ser mantenida si la
ciudadanía en su conjunto dispone de la cualidad de la virtú.
• No solo se debe respetar la libertad del otro sino que también se debe
controlar la tendencia destructiva de seguir el interés propio. La ley
puede obligar por la fuerza a proteger y defender la libertad de los
ciudadanos.
70 Universidad de la República
determinada, ya sea producto de la aversión o del apetito. Al fin de cuentas, los
antecedentes de la acción están siempre condicionados por las pasiones.
Es cierto entonces que cuando el mecanismo de usar el miedo para pro-
ducir obediencia trabaja exitosamente, un sujeto puede elegir no ejercer sus
poderes o habilidades, de varias maneras. Miedo y libertad son consistentes, son
conciliables. «Generalmente, todas las acciones que los hombres hacen en un
Commonwealth, por temor a la ley, son acciones que ellos tenían la libertad de
omitir» (Skinner, 2007c: 225).
Señala Skinner que Hobbes no contesta en The Elements la pregunta de qué
pasa si no somos libres de realizar determinada acción, no señala la diferencia
entre el poseer la libertad de acción y el poder de actuar. Skinner resalta que
Hobbes más bien habla de libertad en términos positivos que en los negativos,
de la libertad de usar nuestro poder y habilidad y de un hombre que se gobierna
a sí mismo por su propio deseo y poder. La tesis de Hobbes es que la libertad
natural es equivalente al derecho natural. Nuestras naturales necesidades nos
empujan a hacer y desear lo que es bueno para nosotros, y ante todo a preser-
varnos. También tenemos el derecho de crear nuestros propios juicios sobre las
acciones específicas que puedan ser necesarias para resguardarnos del dolor y
la muerte. La tesis se completa con la idea de que el estado de naturaleza es un
estado de igual libertad. Nadie es naturalmente un esclavo. Skinner atribuye a
Fernando Vázquez, un jurista español, en cuya obra Controversiarum libri tres
la idea de que la libertad natural y los derechos naturales son la misma cosa,
aunque distingue la opinión de ambos autores, ya que Hobbes considera que si
un hombre quiere permanecer en el estado de libertad natural se contradice a sí
mismo. El problema es que aunque la paz es nuestra necesidad básica, la guerra
es nuestro hecho natural.
Para superar esta situación es necesario establecer los convenios que crean
el cuerpo político. Pero si convenimos, perdemos los elementos de nuestra liber-
tad natural que pudieran hacer peligrar nuestra seguridad y el valor más general
de la paz. La convención nos permite conservar el derecho de libertad de movi-
miento en busca de nuestra comodidad, y solo nos somete si en cambio obtene-
mos la paz y sus beneficios. Mantenemos la defensa de nuestro propio cuerpo, y
el acceso al fuego, agua, aire libre, lugar en donde vivir, y el derecho a todas las
cosas necesarias para la vida. Esto no reduce el carácter de la sujeción, que no
es menos absoluta que la de los siervos. También corresponde al comentario de
Skinner sobre The Elements, el capítulo en que explica la libertad circunscripta.
En esta segunda concepción de la libertad, Hobbes se enfrenta a aquellos que
afirman que el acto de someterse a un gobierno no implica alguna pérdida de
libertad, y que, por el contrario, en ciertas circunstancias es de sentido común
llamarse hombre libre, aún cuando se esté sometido al poder civil.21
21 Para Hobbes, la libertad solo es posible en estado de naturaleza, en la que cualquiera puede
hacer esclavo a su vecino, o quedar él en la situación de servidumbre, por eso habla de «esa
miseria, que acompaña la libertad particular de cada hombre».
72 Universidad de la República
de los que defienden la institución de estados en contra de los que los hacen por
la sumisión por la fuerza.
En el segundo momento, el que corresponde a De Cive, presenta la libertad
definida. Luego de su exilio en Francia, Hobbes insiste en la idea de vincular
la libertad natural con su carácter infructuoso. «Fuera del Commonwealth na-
die está seguro de complacerse con los frutos de su industria […], dentro del
Commonwealth todos son capaces de complacerse en seguridad con los frutos
de su limitado derecho». En los primeros capítulos de De Cive, introduce una
definición de libertad como algo que no es otra cosa más que la ausencia de im-
pedimento al movimiento. Cuando describe cuáles serían estos impedimentos, los
caracteriza como externos o internos, en el capítulo 9. Son externos y absolutos
cuando hacen físicamente imposible para un cuerpo, moverse en ciertas formas.
Son arbitrarios cuando esos impedimentos existen por nuestra propia elección,
como en el ejemplo aristotélico que mencionó en The Elements, el del hombre
que tira sus pertenencias al mar para evitar el naufragio de su embarcación y así
salvar su vida. Es arbitrario, proviene de su propio arbitrio, en el proceso de su
elección. La acción que está impedido de hacer, tirarse por la borda, aunque está
dentro de su capacidad, ha sido forzada por la pasión del miedo a perder la vida.
En consecuencia, debido a nuestro terror, estamos arbitrariamente impedidos
de tal modo que no somos libres para actuar de otra forma que la que manda la
ley. El terror del que contempla las consecuencias de la desobediencia da a sus
deseos forma de obediencia. Por otra parte, el hombre débil no obedece mayo-
ritariamente por ese motivo, sino porque desespera por no poder defenderse
del más fuerte. Por lo tanto, cuando se habla de impedimentos arbitrarios, se
hace referencia a fuerzas emocionales tan poderosas cuando deliberamos sobre
si hacer o no determinada acción, que son siempre suficientes para prevenirnos
de desear y actuar, salvo de ciertas formas.
Una vez que ha dado su nueva definición de la libertad, contrastando los
impedimentos corporales y arbitrarios, Hobbes está en situación de explicar qué
son las libertades civiles, en el capítulo 9 de De Cive. «Todos poseen una mayor
o menor cantidad de libertad, según el espacio en que pueden moverse, y los
impedimentos arbitrarios están limitados por el derecho a preservar la salud y
la vida».
Cambiando el tono y el contenido de sus afirmaciones de The Elements,
Hobbes afirma que aun los que viven en sujeción a soberanos absolutos no dejan
de poseer las libertades civiles como las que tienen los que viven en democracias
o estados libres. Por eso él puede hablar de «de cive», de lo que concierne a los
ciudadanos. Sus libertades civiles comprenden hacer todo lo necesario para lograr
el bienestar, por lo que esta libertad es claramente extensa. La ley civil no regula
la totalidad de nuestros movimientos, por lo que podemos retener un grado co-
rrespondiente de libertad aun como sujetos a los Commonwealths. Skinner destaca
la diferencia entre las posiciones de Hobbes en The Elements y las de De Cive. En
el primer texto, luego del convenio que establece el cuerpo político, se pierde la
74 Universidad de la República
que aun las formas de gobierno monárquico más absolutas son completamente
compatibles con el ejercicio irrestricto de la libertad natural. En cualquier go-
bierno, es posible vivir en libertad de desobedecer las leyes, cuando se quiera, y
si no se hace por miedo a las consecuencias, es porque se ha tomado una decisión
libremente. Otra idea completa el pensamiento de Hobbes: no solo es irracional,
sino contradictorio que un hombre desobedezca o resista al soberano, dado que
este actúa en su nombre. No se puede autorizar y desautorizar al mismo tiempo.
A esta idea se agrega la de la existencia de amplias libertades que quedan fuera
del convenio, como preservar la propia vida, no matar a otro, no ir al servicio mi-
litar, defender el honor personal, y todas las que están contenidas en el silencio
de la ley.
Pero, sobre todo, Hobbes, en El Leviatán, modifica su opinión sobre la
libertad de religión, expresada en obras anteriores, y afirma que, como sostienen
los independientes, es mejor dejar en libertad a los creyentes para profesar su
credo bajo el poder civil. Skinner presenta el tema de la libertad y la obligación
política en Hobbes explicando que para este autor la razón básica por la que nos
sometemos a los gobiernos es la esperanza de recibir seguridad y defensa. Por
otra parte, a él no le interesa el carácter personal del soberano, ni sus derechos o
virtudes: «no hablo del hombre, sino del sitio del poder (trono)».23 La libertad y
la obligación política tienen en Hobbes directa relación con las actitudes que él
mismo toma cuando cae el Parlamento Largo y Inglaterra se transforma en un
Estado libre. Considera entonces que el Parlamento Rump debe ser obedecido,
ya que nuestra básica razón para someternos es la esperanza de recibir seguri-
dad y defensa. En cuanto a los derechos de soberanías hereditarias, así como a
las virtudes personales de los reyes, Hobbes luego de su definición de qué es
el Leviatán, deja claro que se crea una persona artificial, tanto cuando se trata
del soberano como del estado. Según el frontispicio del Leviatán, el soberano
es mostrado como debiendo enteramente su posición al apoyo de sus súbditos,
es sostenido por el conjunto de la sociedad civil, tanto mujeres como hombres
o niños, soldados o civiles. También en esta imagen aparece la necesidad de la
unión entre la autoridad civil y la religiosa. A los costados del Leviatán apare-
cen las formas en que estas dos autoridades amenazan la estabilidad y la paz del
Leviatán.
76 Universidad de la República
Las opiniones de Norberto Bobbio.
El enfoque dicotómico entre los conceptos de anarquía
y unidad en la obra de Hobbes
Bobbio comienza por señalar que Hobbes representa a la primera gran teo-
ría del Estado moderno, del Estado territorial que nace de la crisis de la sociedad
medieval, y la desarrolla con un método racional. La racionalidad de la teoría
está vinculada a su secularización, y también a la imaginación de un poder so-
berano tanto en lo interno del Estado como en lo externo, con monopolio de
la fuerza legítima. Según Bobbio el tema fundamental es el de la justificación o
el de la fundamentación racional de este Estado soberano. Tenemos entonces,
como concepto central en el pensamiento político de Hobbes el de Estado so-
berano. Como conceptos explicativos de la hipótesis a favor de la creación arti-
ficial del Estado, Hobbes presenta el de estado de naturaleza (la guerra de todos
contra todos) y el de convenio o pacto social. Es aquí cuando Bobbio vincula los
conceptos de unidad, pacto y Estado, aludiendo al ejemplo de la Alianza del
pueblo de Israel y de su éxodo, como revolución, como un camino de libera-
ción, en el que un pueblo se une en un acto de fundación de su propia historia
política y social. Pactum societatis y pactum subjetionis son transformados por
Hobbes en un nuevo concepto, en un pacto único, el pacto de unión. Es un pacto
intersubjetivo, dice Bobbio, por el que se transfiere poder a otro, el soberano,
siempre que todos lo hagan simultáneamente y de la misma forma. «Hobbes dis-
tingue el autor del actor; el soberano es el actor, el que actúa por los otros, pero
lo hace por cuanto ha recibido la autoridad de cada uno, actúa porque ha sido
autorizado.» ¿A qué ha sido autorizado? No a todo, la cesión no ha dado lugar al
despotismo, los individuos no han pasado a ser esclavos. «En nada es diferente en
cuanto al contenido y objetivo el pactum subiectionis que se da entre el vencedor
y el vencido. El vencedor tendría el derecho de quitarle la ida al vencido, el cual
para permanecer vivo renuncia a su libertad» (Bobbio, 1989: 101).
Para Bobbio, la de Hobbes es una posición intermedia entre el despotismo
y el Estado liberal, ya que el individuo retiene el derecho a la vida, motivo por el
cual persigue la seguridad de la paz. Se trata del Estado absoluto, concepto que
se define por el hecho de que no está regulado por la ley, ya que está por encima
de esta. La dicotomía de Hobbes, según Bobbio, no es la de libertad-autoridad,
sino la de orden-desorden, que lleva en su sistema a la de mandato-obediencia.
El concepto de soberanía absoluta procede de la necesidad histórica del orden.
Un discípulo de Bobbio, José Fernández Santillán, tomando las categorías de
análisis de su maestro, estudia el concepto de igualdad en Hobbes, desde tres
puntos de vista diferentes: una igualdad de hecho, en las fuerzas físicas, habilidad
o capacidad intelectuales, una igualdad de derecho, o derecho de cada uno a
todas las cosas, y una igualdad en las pasiones, especialmente en la inextinguible
codicia. Todas estas formas de igualdad son del mismo modo destructivas. El
estado de naturaleza, por ser un estado de igualdad, es un estado de guerra. Este
78 Universidad de la República
Finalmente, es un contrato interpretado en un plano puramente hipotético.
Entonces: 1) explicación de algo que tuvo lugar en algún momento y de cómo
se formó el Estado en realidad; 2) una explicación filosófica de cómo pudo sur-
gir el Estado; 3) una argumentación que insta a aceptar un Soberano eficaz ya
existente. Con referencia al contrato, Rawls destaca que siendo exclusivamente
entre todos los miembros de la sociedad pero no entre estos y el soberano, un
concepto importante es el de autorización, aunque en el acto de sumisión por
consecuencia de adquisición o conquista, sí se produce pacto entre los que se
someten y el soberano. Esta característica del pacto llega, según Rawls, a una
condicionante mucho más fuerte, cuando exige que no se juzgue, y que ni siquie-
ra se piense si las leyes del soberano son o no justas o buenas, tal como aparece
en los capítulos 29 y 30 del Leviatán.
De estas afirmaciones de Hobbes, Rawls extrae la idea de que la justicia
de las leyes procede de quien está facultado para hacerlas, es decir el soberano.
Continuando con el análisis del concepto de contrato en Hobbes, considera que
la diferencia, proveniente de la lectura de los textos de De Cive y de Leviatán,
entre el contrato por renuncia a los derechos y el de autorización, no es tan
importante, dado que la autorización es prácticamente integral, ya que el sobe-
rano recibe la autorización de gobernar, que va mucho más allá de comisionar a
alguien como agente nuestro. Tiene carácter permanente e irrevocable, inhibe
del derecho a juzgar y en el fondo es una sumisión. Resumiendo, para Rawls el
pacto social de Hobbes es un pacto de sumisión y no de autorización. Además,
el motivo subyacente en las situaciones de autorización o de adquisición es el
miedo, el miedo mutuo o el miedo al conquistador vencedor. Esta posición de
Rawls se diferencia de la expresada por Ives Zarka, quien sostiene que el dere-
cho público moderno se separa del derecho privado por el pasaje de la doctrina
del pacto social de enajenación al pacto social de autorización. El contrato social
de enajenación de Hobbes, en sus obras anteriores al Leviatán, sería contradic-
torio con el hecho de que los individuos sigan conservando el derecho natural de
autodefensa. En cambio, en el Leviatán, ya se trata de un pacto de autorización
y sería consecuencia del mandato ilimitado de una multitud.
En sus Lecciones sobre la historia de la filosofía política, Rawls concreta, en
el apéndice, el seguimiento de los conceptos que considera fundamentales en los
textos de Hobbes: libertad, justicia, soberano, leyes de naturaleza. En el tema de
la libertad, Rawls comienza con el concepto físico de ausencia de impedimentos
externos del movimiento, vinculándolo luego con los de libre albedrío y hombre
libre. El concepto de libertad luego se combina con otros conceptos que lo van
definiendo: oposición entre libertad y derecho, y ley y obligación; libertad de
los súbditos (por silencio de la ley o como exención a la ley), libertad y equidad,
libertad de conciencia, coherencia entre temor y libertad.
80 Universidad de la República
Finalmente, Tully vincula los conceptos de revolución y tolerancia en el pen-
samiento de Locke. La revolución es necesaria para establecer y proteger la to-
lerancia. Las iglesias deben predicar la tolerancia como la base de sus libertades.
Y afirmar que la libertad de conciencia es un derecho natural de cada hombre.
Para ello, es conveniente una pluralidad de congregaciones, con el fin de asegu-
rar la paz pública. La conclusión de Tully es que «Popular religious sovereignty,
in concert with popular political sovereignty, is the solution to the problem of
oppression and war based on religion» (Tully, 2003: 62).25
26 C. B. Macpherson dice que Locke «Has erased the moral disability with which unlimited
capitalist appropiation had hitherto been handicapped […] He also justifies, as natural, a
class differential in rights and rationality, and by doing so provide a positive moral bases for
capitalist society».
82 Universidad de la República
de la mentalidad burguesa de su época, conceptos sobre los cuales los historia-
dores también están de acuerdo, junto con la idea, también compartida, de que la
influencia de Locke en el mundo posterior al que vivió fue muchísimo más im-
portante que la que tuvo en vida. Incluso algunos historiadores ingleses señalan
que su obra política pasó bastante desapercibida, siendo además poco difundida
por intención del autor, quien llegó a negarla como de su autoría prácticamente
hasta su muerte.27
27 Esta crítica de Hinkelammert nos resulta mucho más ajustada a la realidad histórica en el
caso de Hayek.
84 Universidad de la República
la oportunidad razonable de empleo para quienes carezcan de propiedades. En
el Segundo Ensayo Locke exige que quede suficiente para los demás, y que no
se desperdicie. Cuando Locke se refiere al uso del dinero y a su consentimiento
tácito, entra en la situación histórica de la sociedad política. Luego del pacto
social, la propiedad es convencional. Rawls pasa aquí a hacer su afirmación más
categórica:
Además, un régimen como el defendido por Locke deja la puerta
abierta a que, en cuanto se formen los partidos políticos, estos com-
pitan entre sí por los votos, instando, por ejemplo, a la expansión
del sufragio, mediante la eliminación del requisito de propiedad
(2009: 198).
El Estado de clases presentado en su obra por Locke podría transformarse
en un régimen democrático de tendencia socialista, sin que fuera contra lo plan-
teado en los Ensayos.
Queda explícito en estas reflexiones de Rawls que ellas son una respuesta
a las que anteriormente difundiera Macpherson, aunque es evidente que ambos
autores no registran como fundamentales los mismos conceptos en los textos
de Locke, mientras Rawls se refiere al contrato social, Macpherson señala la
ambigüedad del concepto de propiedad y como consecuencia, del de igualdad.
Podemos, entonces intentar un rastreo del concepto de propiedad, y de su ca-
rácter y límites, aunque partimos aclarando que nunca encontraremos acuerdos
significativos entre los más relevantes comentaristas de Locke.
86 Universidad de la República
Locke argumentó que la violación de la propiedad por los gobiernos
era una justificación para la revuelta, pero por «propiedad» entendía
los derechos civiles y religiosos de los disidentes y sus posesiones,
que eran confiscados en las grandes persecuciones (Tully, 1993: 84).
Dunn abre una tercera vía interpretativa del pensamiento político de Locke,
al considerar que ni la interpretación de los historiadores contextualistas ni la
de los filósofos que leen la obra desde nuestra época han tenido en cuenta la
«coherencia de la mente» del autor, un hombre formado en los principios de la
gracia de Dios propios del calvinismo adaptado a la versión puritana. «la ética
protestante retiene un potencial explicatorio al nivel de la racionalidad indivi-
dual» (Dunn, 1995: 213). A partir de esa idea, se puede inferir que para Locke
lo fundamental era la tolerancia y la libertad de conciencia y la resistencia al poder
que impidiera su goce, ya que esas eran las garantías necesarias para la libertad
de acción del creyente. Para J. Dunn la racionalidad de la obligación política que
plantea Locke no depende del deseo insaciable de poseer, sino de la racionali-
dad que conduce a las cargas y tareas que se deben a Dios. Su pensamiento es
esencialmente teológico.
Como he intentado mostrar, las opiniones sobre la obra de Locke que más
inciden actualmente en la enseñanza y la difusión de sus ideas son contradicto-
rias tanto en cuanto a la interpretación del texto como a la perspectiva temporal
desde la que el proceso de su lectura se cumple. Los historiadores de Cambridge
buscan el sentido del concepto de propiedad en el campo semántico de la época
y en la controversia entre los intelectuales ingleses. También modifican sustan-
cialmente, a partir de los estudios de Lastett, la fecha de la obra, rechazando su
ubicación posterior a la Revolución Gloriosa. Esta, en todo caso, debería incluir-
se entre los materiales revolucionarios del período republicano y respondería a
los problemas relacionados con el valor del trabajo, la propiedad, las confisca-
ciones, la arbitrariedad del poder absoluto, la relación entre libertad y propiedad
y la tolerancia religiosa. Desde ángulos distintos, los historiadores conceptuales
niegan la posibilidad de una lectura actual aplicable a la justificación moral del
capitalismo contemporáneo, aunque están de acuerdo en ubicar a Locke como
ejemplo de la mentalidad burguesa que precede e impulsa la gran expansión
colonial europea, quitándole también el grado de protagonismo de su obra en el
nacimiento del liberalismo, tanto por razones cronológicas, ya que este concepto
aparece recién en el siglo xix, como por la escasa trascendencia que tuvo su obra
entre sus contemporáneos.
90 Universidad de la República
ideológicas que separan al batllismo de las otras corrientes políticas. En este
sentido, es de tenerse en cuenta que la coyuntura, la república conservadora,
presentará resistencias considerables a esta vuelta a las bases éticas y jurídicas
de la república solidaria. Habrá de quedar a la vista qué recuperaciones serían
posibles y cuáles deberían ajustarse a las circunstancias históricas, aunque en el
discurso radical de algunos convencionales se señala siempre la idea de «avan-
zar». Avanzar en la aplicación de criterios utilitaristas de justicia en tiempos de
reacción conservadora es en el fondo el verdadero problema que se pretende
abordar. El debate que se plantea en torno a este problema puede ser estudiado
desde un análisis conceptual del lenguaje político y de la argumentación propia
de las posiciones enfrentadas. También requiere atención al contexto ideológico,
para tener en cuenta a quiénes se dirigen los discursos, tanto hacia afuera como
hacia dentro del Partido Colorado, y consideración del valor atribuido por los
convencionales, y especialmente por Batlle, a los puntos de vista académicos o
políticos.
El lenguaje político del batllismo tiene sus características particulares, todas
ellas marcadas por una historia de polémica periodística, en la que los actores
transitaron por un camino de controversia con un elevado grado de agresividad
verbal al discutir los asuntos más delicados de la política distributiva de dere-
chos y obligaciones ciudadanas. El lenguaje de los convencionales, al aplicarse
a un ámbito de correligionarios partidarios, no presenta esa característica de
confrontación bélica, que a veces hace más simple el análisis conceptual de las
ideas, y esto obliga en cambio al investigador a hilar más fino buscando los ma-
tices y las formas de las oposiciones ideológicas en el uso argumentativo de los
conceptos. En este trabajo se trata de profundizar en un texto de intervención
política, que comprende acciones para provocar otras acciones, mediante la po-
lémica y el convencimiento. A quienes van dirigidos los discursos, sujetos tanto
presentes, como los convencionales, como imaginarios, el pueblo y eventual-
mente el electorado colorado, el problema de la justicia distributiva y el clima
político e ideológico de la coyuntura, todos estos elementos de análisis deberán
entrecruzarse en la interpretación histórica. Este debate político que estamos
presentando tiene por objetivo, en lugar de la depreciación del antagonista, la
búsqueda de una «fórmula de justicia», como se acostumbraba a decir en la épo-
ca, compartida por todos los participantes, y que luego se plasmará en un pro-
grama partidario que los legisladores batllistas deberán tener en cuenta para el
futuro. Interesa entonces averiguar quiénes propusieron las ideas que finalmente
fueron aceptadas, votadas por unanimidad, si en ellas se tuvieron en cuenta las
opiniones minoritarias, si dominó en las decisiones el punto de vista de Batlle
y Ordóñez, y, finalmente, quiénes fueron los protagonistas en la argumentación
y la discusión, a qué bibliotecas podrían afiliarse, tanto desde el punto de vista
filosófico como jurídico, y cuáles de las posiciones políticas asumidas por los
convencionales discrepantes quedaron en minoría y no llegaron a formularse en
el programa partidario. De la aclaración de estos datos, provenientes de las actas,
El valor del trabajo y el debate sobre cuál podría ser el impuesto más justo
Una de las discusiones centrales entre los convencionales se refiere a la jus-
ticia distributiva de las obligaciones fiscales y a la revisión de las posiciones
políticas que sobre ese asunto venían presentándose dentro y fuera del Partido
Colorado desde hacía por lo menos dos décadas. Si bien el debate comienza con
las propuestas sobre el impuesto a la propiedad de la tierra, lo que los conven-
cionales discutieron fue si ese era o no el impuesto sobre el que se podría cargar
las necesidades presupuestarias del Estado de bienestar, y si no correspondería,
desde puntos de vista filosóficos o prácticos, recurrir a otra forma de gravamen.
En todo el trayecto de la discusión, las perspectivas filosóficas fueron considera-
das, teniéndose en cuenta la historia del batllismo, como una vuelta a las fuentes
y una reafirmación de la identidad social u obrerista de su programa. El principio
de justicia es claramente el de la utilidad social que busca la mayor felicidad para
el mayor número y el menor dolor para la minoría. Batlle y Ordóñez lo plantea
ya en el comienzo de la discusión, indicando los obstáculos que se plantean en la
acción política por parte de los sectores conservadores.
Cuando se proyecta una mejora, una obra cualquiera, y, como es
natural, se requieren recursos para realizarla, se echa mano de lo
primero que se presenta a la imaginación, y, desgraciadamente, con
frecuencia, se busca el recurso necesario, no en las fuentes más abun-
dantes y donde podría obtenerse con más facilidad y con menos
dolor para los que tiene que abonar, sino en las fuentes escasas y
gravando a menudo a los necesitados. La herencia, la tierra, son gra-
vadas con dificultad. Es más fácil establecer un impuesto a la aduana,
que indirectamente afecta a todos, mucho más fácil establecer un
impuesto al trabajo, que establecer un impuesto a la tierra o un im-
puesto a la herencia (Batlle, 1989, Actas, ii: 83).
[…] los propietarios de la tierra y los que han de percibir o han de de-
jar grandes herencias, son personas relacionadas con los que hacen las
leyes, y que pueden hacerse oír, por tanto, sus razones. Con frecuen-
cia, además, los grandes terratenientes los grandes propietarios tienen
sus abogados en el seno del cuerpo legislativo que aparentan defender
el interés general como diputados, pero que en realidad suelen defen-
der, como abogados u hombres de negocios, el interés de aquel que
lo ha encargado de los suyos (Batlle y Ordóñez, 1989, Actas ii: 84).
Desde los primeros años del siglo xx el batllismo había proclamado cuá-
les eran las fuentes de la injusticia social, en especial la propiedad de los es-
tancieros y la herencia. La política batllista del período, caracterizada por los
92 Universidad de la República
compromisos electorales y la consideración de la coyuntura conservadora que
obligaba a la negociación, si bien exigía que el discurso mantuviera la defensa de
los principios también exigía cautela y prevención de las consecuencias negativas
que una visión radical del mensaje ideológico podía provocar. Así es que Batlle
oscila entre la defensa filosófica de las ideas de justicia social y las concesiones
que en la aplicación legislativa está dispuesto a aceptar. Apoyándose en las po-
siciones del georgismo resume la argumentación sobre la causa de la injusticia
y entra en controversia con su opositor en la Convención, Eduardo Acevedo
Álvarez.
[…] cuando la tierra aumenta de valor, aumenta por un lado la ri-
queza, si el régimen económico de la sociedad no ha variado, y, por
otro, la miseria, porque se ofrecerá a precios mucho más altos que
el trabajo sin que aumente el valor de los productos de este. Tal es la
tesis de George (Batlle, 1989, Actas, ii: 98).
El señor Acevedo Álvarez también se ocupó del trabajo, o en el pro-
ducto de la inteligencia, y manifestó que si a las inteligencias supe-
riores, que son un agente natural, no se les aplica impuesto tampoco
debe aplicarse a la tierra, que es también un agente natural de pro-
ducción. Pero yo no había propuesto que se aplicase un impuesto a la
tierra, por ser un agente natural de producción, sino porque la tierra
pertenece a todos los que viven en ella, y porque cuando alguien
la usa, no pagando por este servicio que ella le presta lo que debe
pagar, usa una cosa de los demás, perjudicándolos. Por otra parte, yo
no creo que el producto de la inteligencia no pueda ser considerado
como producto del trabajo; las inteligencias producen más cuanto
más se las cultiva (Batlle, 1989, Actas, ii: 98).
Batlle y Ordóñez introduce aquí el argumento tradicional de su sector en
defensa de los impuestos a la propiedad, la contradicción entre la defensa del
trabajo, entendido este en un sentido general también como acumulación de
ahorro e inversión en útiles de producción, y el respeto ilimitado a la propiedad
de la tierra. El problema planteado obliga a una definición a favor de todo lo que
el individuo merece por efecto de su trabajo, tanto desde el punto de vista del
esfuerzo como de su calidad de resultados, ante la ilegitimidad de aquello que se
tiene por fuera de esa acción, de modo que solo el valor del trabajo aplicado a la
tierra pudiera ser suficiente para justificar la protección de la propiedad privada.
Sin embargo, aclara a la Convención, en las discusiones del mes de julio, hasta
dónde llega su adhesión a la propuesta georgista en el contexto de la política de
compromiso.
Yo, reconociendo que en la propiedad hay mucha parte que no co-
rresponde precisamente al propietario, y reconociendo, además, que
la propiedad ha sido primitivamente de la sociedad y debe volver
a ella, creo que lo que debe hacerse es gravar paulatinamente a la
31 Bellini presenta la doctrina de George confundiendo su contenido con ideas que provienen de
los textos de Vaz Ferreira: «La doctrina de George fue expuesta en el año 1971 en un diario
titulado El correo de San Francisco, y no ha llegado tal vez a aplicarse a ninguna sociedad. Él
sostenía un principio de justicia que todos reconoceremos: el derecho de habitación. Todos,
por el hecho de nacer en este mundo, tendríamos legítimamente el derecho de poseer alguna
parte de él, por lo menos, a vivir al igual que todos los demás, y a disponer de una parte de ese
mismo mundo, por lo menos para nuestra habitación, para vivir, para sacar lo indispensable
para nuestro sustento. Tenemos el derecho de vida, al nacer, todos los que vivimos en el
planeta» (Bellini, 1989, Actas ii: 59).
94 Universidad de la República
casas en dinero, e invertirlo en otras cosas que tuviesen un fin menos
social, y si se quiere, antisocial (Arena, 1989, Actas ii: 46)
La contestación de Bellini está fundada también en principios utilitaristas,
impregnados de doctrina evolucionista:
La finalidad sustancial del Estado es hacer, por encima de todas las
otras finalidades, la felicidad de los ciudadanos en proporción a sus
merecimientos y en el mayor grado posible… El Estado si quiere di-
rigir su acción económica como cualquier otra acción dentro de los
principios más justos debe pensar siempre en qué repercusión tendrá
sobre la felicidad de los gobernados. […] El Estado tiene una función
social muy digna que realizar: tiene que elevar el progreso de la raza,
y debe estar interesado en que triunfen los más aptos en estricta
proporción a sus merecimientos y virtudes, y precisamente, muchos
factores económicos actuales tienen la repercusión completamente
contraria, es decir, que influyen en las fuerzas regresivas de la socie-
dad, porque el Estado no se ha preocupado por estimular las fuerzas
útiles de dicha sociedad, para lo que debe entrar en los factores de la
felicidad humana (Bellini, 1989, Actas ii: 47).
El convencional Saralegui expresa un argumento economicista en contra de
la posición de Bellini,
¿Cuál es la finalidad de esa exoneración? Es la que trata de la inver-
sión de capitales para la reproducción de valores. Ahora bien, no
habla de recursos, ni se ha desprendido de todo lo que se ha hablado
que se pretenda recompensar o persona determinada, sino exonerar
de ese impuesto para facilitar esas reproducción de valores, cuya ca-
pitalización se cobrará después (Saralegui, 1989, Actas ii: 48).
Bellini defiende su opinión aclarando alguna de sus discrepancias con
George, dos sustancialmente, dado que considera que George se equivoca al
tomar solo en cuenta la riqueza producida por la tierra y no otro tipo de rique-
zas, por lo que a estas últimas no las gravaría, y el hecho de que la aplicación del
impuesto único sea igual al total rendimiento de la tierra, lo que implicaría con-
fiscación injusta. Como resulta en general del discurso batllista, los argumentos
de George son usados por Bellini para justificar el carácter desacralizado de la
propiedad de la tierra pero no para la defensa del impuesto tal como George lo
presentaba. Concretamente, la propuesta de Bellini sobre este tema es la «limi-
tación de la extensión de tierra que haya derecho a poseer, para que un mayor
número pueda llegar a ser propietario, para que se trabaje mejor» (Bellini, 1989,
Actas, ii: 62), y aun va más allá, a pesar de sus prevenciones sobre el esquema
georgista:
Habría que ir suprimiendo excepto para incapaces, el derecho a
arrendar tierras, poniendo así nuestros campos en manos de los pro-
pietarios y suprimiendo a los arrendatarios. Todos deben ser propie-
tarios. La tierra no debiera ser motivo de especulación por hombres
que desde la ciudad viven a expensas de otros que sudan sobre sus
32 Que no por ser progresivo debe ser de aplicación gradual. A esta altura de la discusión, la
confusión sobre las ideas de George es bastante considerable. En la página 60 de las Actas
aparece un malentendido polémico entre Bellini y Batlle Pacheco. Mientras el primero sos-
tenía que George aplicaba el impuesto progresivo en forma inmediata y no gradual, Batlle
Pacheco afirmaba lo contrario, confundiendo progresivo con gradual.
96 Universidad de la República
[…] especie de asociación que ha habido entre el Estado y el cau-
sante durante todo el período de trabajo. De modo que no es pre-
cisamente, un impuesto. El Estado dice: «Aquí conceptúo que en
esto corresponde tanto» y lo percibe. Yo le llamaba impuesto por-
que se me decía: «El trabajo no tiene entonces ningún impuesto» Y,
efectivamente, en el producto que no lo tenga, pero el trabajo, lo
que produce trabajo, no es todo del trabajador, porque ha tenido
un asociado en el Estado que le ha facilitado su obra; y el Estado le
cobra ese concurso que le ha prestado, cuando muere […] (Batlle y
Ordóñez, 1989 ii: 46).
Yo creo que si bien la herencia sin limitaciones, sin grandes limi-
taciones, constituye un profundo mal social, que la sociedad debe
reducir, aunque no sea más que por razones de orden público, si
bien, repito, constituye un profundo mal social, que la sociedad debe
reducir, aunque más no sea por razones de orden público, no podría
suprimirse por entero porque la supresión sería contraria a la misma
naturaleza humana (Batlle y Ordóñez, 1989, Actas ii: 98).
El convencional Bellini Hernández retoma las posiciones de Batlle y
Ordóñez y de Domingo Arena insistiendo en sus discrepancias con ellos sobre la
necesidad de tener en cuenta el valor del trabajo, pero conciliándolas luego con
la propuesta de Batlle:
Sin embargo, yo creo, por estos argumentos un poco mal expuestos
quizá, que está equivocada la primera objeción del doctor Arena en
el sentido que al Estado no le interesa el que una mejora derive del
trabajo o derive de la donación; que lo que le interesa es que haya una
mejora de carácter social y que debe contemplarla […] El ideal en
una sociedad de futuro —que llegará de aquí en un siglo o dos o cien
cuando los hombres hagan imperar la razón— está en suprimir toda
riqueza no conquistada por el esfuerzo propio […] Si el privilegio de
la herencia se aboliese como sería justo, se produciría un nuevo es-
tado social radicalmente distinto del presente. […] el esfuerzo de los
padres se dirigiría a mejorar lo más posible la educación de los hijos,
pues no tendrían otra arma más que la inteligencia para luchar. Esto
permitiría que todos se iniciasen con un igual caudal de probabili-
dades para triunfar […] Por mi parte sostengo que el principal fun-
damento económico de la sociedad futura ha de ser que el Estado se
sirva para los gastos públicos del impuesto sobre la herencia, lo cual
es infinitamente más justo que el impuesto único a la tierra defen-
dido por el georgismo […] Aceptaría que se impusiera un impuesto
progresivo a la herencia, porque ya que no es posible que el Estado
la tome toda, por lo menos debe tomar lo más posible (Bellini, 1989,
Actas, ii: 48).33
cargo del trabajador. Suprimir la especulación sobre la tierra, impidiendo a la muerte de sus
poseedores actuales y salvo en el caso de viudas o incapaces el arrendamiento de la tierra.
El que compra tierras debe trabajarlas y si no venderlas a quien lo haga. Limitar los futuros
derechos de adquisición de las tierras según lo aconseje el interés social. El Estado para ir
poniendo la tierra al servicio de todos al cobrar el impuesto de herencias sobre tierras debe
cobrarlo en especie. Disposiciones radicales, que deberían aplicarse de inmediato si estuviera
la opinión pública preparada a la que no podrá llegarse sin discusión previa de esas ideas muy
distintas de las que circulan en nuestro medio: Todos los hombres al llegar a la mayoría de
edad tienen derecho a la igualdad económica. Solo el trabajo da derecho a la riqueza. Como
consecuencia, las herencias y donaciones que constituyan medios de vida deben suprimirse.
Todo hombre que sea apto para ello es obligado a trabajar. Al fin de dar al pueblo el contralor
de sus sacrificios económicos, «los impuestos que apruebe el Parlamento solo regirán hasta
las más próximas elecciones generales en que se votarán sancionándolos o rechazándolos en
definitiva.» (Bellini, 1989, Actas ii: 81).
98 Universidad de la República
Entre los propietarios de la tierra de la isla de George y los propie-
tarios de la tierra de nuestra campaña, hay sin embargo diferencias
considerables. La primera es que los de la isla se apoderaron de la
tierra por violencia y nuestros propietarios por el consentimiento so-
cial; y que a los primeros, por la violencia podría despojársele de ella,
y a los segundos, la sociedad no podría privarlos de aquello que ella
misma les dijo que obtuvieran y les prometió que les sería garantizado
e hizo que obtuvieran en cambio del producto de su trabajo. Pero
es indudable que una situación de esa naturaleza que puede colocar
a las poblaciones en tanto desamparo, debe modificarse, y yo creo
que uno de los medios de modificarla es lo que propongo: que se
exonere de todo impuesto al trabajo y que el impuesto gravite funda-
mentalmente sobre la tierra y sobre las grandes herencias, no porque
yo quiera que se despoje al propietario de lo que ha adquirido con
perfecta autorización de la sociedad, de inmediato, repentinamente y
tampoco lentamente, sino porque pienso que el impuesto a la tierra
puede establecerse sin perjudicar a nadie, en todos los casos […] Salvo
alguna rara excepción […] Solo lo sería el que tuviera solo tierras…La
tierra gravada así, así, paulatinamente, lentamente, y debiendo cada
vez contribuir en mayor escala al sostenimiento de los gastos sociales,
se iría poco a poco abaratando (Batlle, 1989, Actas ii: 92).
La transcripta intervención de Batlle y Ordóñez significa, conceptualmente,
la propuesta política de la fórmula de justicia de Vaz Ferreira, resuelta por el
mecanismo racional de lo que conviene hacer para disminuir el mal, para reducir
la causa de la injusticia que no es otra que «la propiedad ilimitada agravada por
la herencia».
Algunos convencionales, en especial Eduardo Acevedo Álvarez, catedrático
de la Facultad de Derecho, insisten en su oposición al impuesto a la tierra, y
mantienen paralelamente a las sesiones de la Convención, una conversación con
Batlle y Ordóñez, mediante la cual llegan a algunos acuerdos. Se recupera del
ideario partidario la vieja idea de Eduardo Acevedo, el rescate de tierras públi-
cas, y se logra, según aclara el propio Batlle, que el impuesto a la tierra no deberá
nunca ser un despojo sino la suma de necesidades públicas, y que no será exigido
únicamente a la tierra, sino a la herencia. Acevedo Álvarez es aludido y reco-
nocido por sus correligionarios en varias oportunidades, durante las cincuenta
sesiones de la Convención, y particularmente en palabras de Batlle, como la voz
de la Universidad, ya que era catedrático de Finanzas y de Economía Política, en
cuyo curso había reiterado también la fórmula de justicia utilitarista que había
defendido su padre:
Las nuevas orientaciones fiscales deben armonizarse no con la teoría
del trabajo, ya mandada retirar, sino con la teoría moderna que funda
la propiedad en el interés social y justifica en las distintas etapas del
progreso histórico el régimen colectivo o el individual de la tierra
por razones emanadas del más alto aprovechamiento de las fuerzas
naturales. ¿cuál es el régimen que en la actualidad asegura los más
34 En una siguiente intervención, en este caso del convencional Raúl Legnani, se afirma: «[
]
agradeciendo al doctor Acevedo Álvarez sus observaciones universitarias, pero recordándole
que la Universidad, madre de él y madre mía, es señora que está llena de preconceptos, como
nuestra madre de cuna suele estar llena de prejuicios, de un gran respeto por las conveniencias.
Es muchísimo más preferible escuchar al padre Pueblo que manifiesta la verdad desnuda, a
ratos ruda, según la cual hay que luchar contra el Estado troglodita» (Actas, ii: 109).
35 Queda formulada así la moción de Batlle: «Es aspiración y propósito del Partido Colorado la
conservación en propiedad del Estado de las tierras que actualmente le pertenecen y las que
le pertenezcan en lo sucesivo; el destino de las sumas de consideración para la adquisición de
las tierras para el Estado: el alquiler o arrendamiento de esas tierras al mejor postor, el destino
del producto del alquiler o arrendamiento a la adquisición de nuevas tierras» (Actas, ii: 124).
Lorenzo Carnelli
y la influencia de los conceptos del «socialismo jurídico»
[…] ante la tradición no hay más que dos grandes partidos: blanco y
colorado. Ante la cuestión social no hay tampoco más que dos gran-
des tendencias: avanzada y conservadora.36
37 El concepto de hombre social es tomado de la obra de Cosentini, a la que nos referimos más
adelante.
39 Como Salvioli, ya Vanni había sostenido que la filosofía servía para estudiar el estado actual
de las instituciones jurídicas y descubrir los defectos del derecho positivo.
40 Es de destacar que cuando Carnelli menciona a los obreros intelectuales señala también una
diferencia en el contexto lingüístico de la política de la época, no establece superioridad del
trabajo de unos u otros, como podría interpretarse en el lenguaje de Vaz Ferreira o de los
autores marxistas.
Conclusiones
En una lectura del discurso de Carnelli desde el punto de vista de la Historia
conceptual hemos llegado a las siguientes reflexiones:
1. Sin duda, el autor que es el referente conceptual, no solo el más citado
en el texto, sino el que aporta argumentos más fuertes para la cons-
trucción del concepto de «obrerismo» es Antón Menger, uno de los
iniciadores de la escuela del socialismo jurídico de fines del siglo xix.
2. El término «avancismo» es un aporte innovador como metáfora del re-
formismo progresista de la tercera década del siglo xx, y proviene de
la intención de señalar que el proyecto de Carnelli va más allá de la
propuesta batllista. Desde el punto de vista político puede ser interpre-
tado como un concepto que anuncia un horizonte de expectativa sobre
el campo de experiencia ya acumulado en el período anterior por los
gobiernos batllistas. Ahora, hay que ir a más.
3. La alusión al socialismo utópico de Owen, Fourier y Blanc marca el
origen de un proceso de elaboración ideológica que se centra particu-
larmente en la idea de una comunidad de trabajo ejemplar, en la que
ya sea por medio de los buenos empresarios o por la asociación de los
trabajadores sean superadas las condiciones de la injusticia social exis-
tente. Debe señalarse también que para Carnelli resuelta la cuestión so-
cial y el problema obrero la sociedad pasaría a una situación más justa,
o justa desde un punto de vista amplio, ya que ese problema es el más
grave que presenta el país y puede ser resuelto mediante la legislación.
Panamericanismo y latinoamericanismo
En 1986 Arturo Ardao presenta una síntesis histórica sobre estos dos con-
ceptos, señalando claramente sus objetivos de investigación:
«Panamericanismo» y «latinoamericanismo» ha sido un tema de muy
frondoso follaje. Más que de su libre enfoque técnico o especiali-
zado en los campos de la historia, las política o el derecho inter-
nacionales, intentaremos aquí efectuar una síntesis histórica de la
concepción de uno y otro ismo y sus relaciones en América Latina
(Ardao, 1986: 157).
Comienza describiendo sus orígenes en Estados Unidos y en Francia.
Panamericanismo es un término forjado en Estados Unidos, en 1889, y latinoa-
mericanismo en Francia, en 1836. Ubicándolos diacrónicamente, señala la alte-
ración del orden cronológico por el cual el primero de ellos, de 1889, aparece
como anterior al otro, de 1836, en su primer uso historiográfico, hasta que la
confrontación dialéctica entre ambos a mediados del siglo xx pone en un primer
plano al latinoamericanismo. Volviendo a su origen, exterior a la región, Ardao
recuerda que cuando el vocablo «hispanoamericanismo» tardaba en abrirse paso
en su propio territorio, el panamericanismo se le sobrepuso sin dificultad, im-
poniendo casi de golpe, a niveles oficiales, una hegemonía incontrastable. En el
caso del panamericanismo, el concepto es expresión de «la cobertura ideológica»
de la doctrina del Destino Manifiesto. Cuando, por invitación del gobierno de
Estados Unidos se reunió en Washington de octubre de 1889 a abril de 1890 la
Conferencia Internacional Americana, la prensa de ese país había acuñado por
su cuenta el término Panamérica.
Para el 30 de setiembre ya había cruzado el océano, acogido por el
Times de Londres, y sabemos que dos días antes había fechado Martí
en Nueva York, con destino a La Nación de Buenos Aires, la primera
de sus memorables crónicas de aquel encuentro, refiriéndose a este
como el congreso que llaman aquí de Pan América. Desde entonces,
es decir, desde antes de la apertura misma de la reunión, pero siempre
41 Por otra parte, esta obra, de corte filológico, rastrea la historia del concepto de «Romania»
señalando sus diversos momentos de cambio, y culmina con la romania americana. Señala en
nota final los aportes de Eugenio Coseriu, en el campo lingüístico.
42 El pasaje de Torres Caicedo que figura en el epígrafe dice lo siguiente: «No sería trabajo
perdido hacer la historia de las fases por las que ha pasado la idea concebida por el Libertador
Bolívar, de reunir las Repúblicas de la América Latina» y está fechado en 1886.
Este libro ha tenido como objetivo general una revisión de la teoría historio-
gráfica de la corriente de la Historia conceptual, luego de la reflexión sobre los
problemas de su aplicación en la investigación de las ideas, en contextos específi-
cos. El primer punto, el de la reflexión teórica, no ha pretendido extenderse hacia
toda la producción del debate interno entre sociólogos, epistemólogos y filósofos,
ni llegar a sus máximos niveles de abstracción, en el inalcanzable propósito de
demostrar la validez del conocimiento o su relatividad. Todo ha sido visto desde
el trabajo del historiador, dando prioridad a la relación entre las famosas tres
propuestas de Koselleck, buscar nuevas fuentes, presentar nuevos problemas e
innovar formas de leerlas y reinterpretarlas, tanto en el sentido originario de los
documentos como en lo que los autores no dejaron a la vista.
Un segundo objetivo, el de revisar la aplicación que los grandes autores de la
teoría política actual han realizado buscando los conceptos fundamentales de los
autores llamados clásicos, tiene el simple propósito de descubrir cuáles son, para
estos contemporáneos nuestros, los conceptos básicos de la teoría política de esos
clásicos, y cómo, precisamente, de acuerdo a las fuentes contextuales referidas,
a las nuevas fuentes y a las viejas, a las preguntas y cuestionamientos que guían
a cada investigador, y a su diferente interpretación, resulta una identificación de
conceptos que parcialmente difieren entre, por ejemplo, los que detectan Pocock,
Lefort o Skinner en los textos de Maquiavelo. Estas diferentes valoraciones de los
conceptos fundamentales de un autor, de cómo se presentan en sus respectivas
redes conceptuales, jerarquizando y relacionando las ideas, constituyen uno de
los productos más valiosos de la aplicación del método de análisis conceptual, ya
que deja a la vista las distintas perspectivas y las rutas que cada comentarista ha
seguido, guiado por sus propias convicciones políticas, por supuesto.
El tercer objetivo, el de traer al contexto nacional esta propuesta de inves-
tigación, que hemos comenzado en forma más sistemática con nuestro anterior
libro La república solidaria, en torno al concepto de solidaridad, ha tenido aquí la
finalidad de buscar un momento conceptual en que el reformismo se manifieste,
en sus conceptos fundamentales, en el terreno de la opinión partidaria y en una
coyuntura de opinión minoritaria, en contexto conservador. El concepto de «mo-
mento conceptual» ha ayudado a este propósito, y nos ha guiado en la selección
del año 1925. Los conceptos que han quedado a la vista, como fundamentales en
el lenguaje político de este «momento», han sido avancismo y obrerismo.
Finalmente, nos hemos detenido en la obra de A. Ardao, como un intento
reivindicativo de nuestros propios orígenes, la fundación de la historia de las
ideas en Latinoamérica y especialmente en el Uruguay, con un autor que debería
ser, no solo integrado a la corriente de la historia conceptual, sino revalorizado
por la importancia de sus textos, particularmente breves, por otra parte, pero
sustancialmente fermentales para el progreso de nuestra historia intelectual.
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